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Mensaje por Atenea. Jue 26 Mar 2020, 9:39 pm

kandeeeee, muchas gracias por tu comentario, me encanto nena Longwood University {nc - Página 6 1477071114
en estos días estaré dejando comentario de tu bello capítulo Longwood University {nc - Página 6 2841648573
Atenea.
Atenea.


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Longwood University {nc - Página 6 Empty Re: Longwood University {nc

Mensaje por indigo. Vie 29 Mayo 2020, 3:52 pm

Gino:


Pd: Cande, mañana leo y hago el comentario de tu capítulo Longwood University {nc - Página 6 1857533193
indigo.
indigo.


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Longwood University {nc - Página 6 Empty Re: Longwood University {nc

Mensaje por indigo. Dom 31 Mayo 2020, 9:06 am

Hago chas y aparezco a tu lado:
indigo.
indigo.


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Longwood University {nc - Página 6 Empty Re: Longwood University {nc

Mensaje por hange. Dom 31 Mayo 2020, 7:28 pm

GINAAAA:



CANDEEEE:
hange.
hange.


http://www.wattpad.com/user/EmsDepper
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Longwood University {nc - Página 6 Empty Re: Longwood University {nc

Mensaje por indigo. Mar 09 Jun 2020, 10:08 am

capítulo 07.
lake ryan & adam barlow ✖  gxnesis.



He traicionado mi juramento: nunca, en ninguna circunstancia, permitir que la abuela me disfrace. Y, sin embargo, aquí estoy, embutida en un vestido rosa melocotón, subida a una plataforma frente a tres espejos que capturan distintas perspectivas de mi cuerpo mientras ella me evalúa cual ave rapaz.

—Quién tendría la ocurrencia de confeccionar un vestido de noche en un color de día —sentencia tras dar un sorbo al champán.

Con la mirada, culpa a la pobre dependienta que ha tenido la desgracia de atendernos. Traga saliva, intimidada. Se nota que es nueva y no está acostumbrada a lidiar con celebridades dispuestas a despedazarte cuando las cosas no son de su agrado.

—Lo tenemos en otro color, permítame que vaya por él. —Poco le falta para salir corriendo en busca de la salida de emergencias.

—Si encuentras una soga con la que poder colgarme del techo, tráela también —chillo hacia el pasillo por el que ha desaparecido, aún a sabiendas de que no me escuchará.

—¡Lake! —exclama entre dientes mi abuela. Dirige miradas furtivas al grupo de clientas que se congregan en la plataforma contigua a la mía.

Me había prometido comportarme y no aumentar la amargura de este trago más de lo necesario. Dejar que mi abuela me probara vestidos como si fuera una muñeca sin rechistar. Pero llevo cerca de tres horas peleándome con trozos de tela sin que se decida por ninguno y empiezo a tener la impresión de que lo está alargando innecesariamente por haberle dado largas durante toda la semana a su propuesta de venir a visitarme a la universidad.

—¿Qué? Me traído hasta aquí a rastras. —Literalmente, ha tenido que arrastrarme por media calle hasta que ha conseguido meterme en la tienda—. Es un baile de universidad, no la gala de los Emmy.

Y es probable que no vaya, pienso. Queda menos de una semana para el dichoso baile y aún no sé cómo voy a superar el reto sin tener que hacerme pasar por la novia del Rob Lowe de imitación.

—Calla, calla… Menuda vergüenza. —Pausa para beber champán—. Por eso mismo debo asegurarme que vistas correctamente. Si fuiste de aquella guisa a una gala importante no quiero imaginar lo que llevarás a un baile.

—Cumplí mi propósito —respondo. Me bajo de la plataforma y me siento en el borde de la misma para descansar un poco las piernas.

El año pasado me hice viral en las redes y los medios de comunicación porque enseñé las tetas en el photocall de los premios Emmy. Llevaba una intención detrás, tampoco es que me diera por el nudismo repentino. Lo que quería era conducir la atención a las palabras que me había escrito entre pecho y estómago: A los violadores los premian y a las víctimas las censuran. Hacía poco que varias actrices habían denunciado por abuso sexual a un director que estaba nominado e invitado a los premios. Quisieron desestimar y acallar a las víctimas, como es costumbre. Así que no me pude estar quieta.

Reconozco que mis métodos son cuestionables y que al final solo fui noticia durante un par de días, hasta que la atención se dirigió a un nuevo escándalo. Pero generó debate, cumplí mi objetivo.

Lo quiera o no, soy una figura pública por mi herencia familiar. Eso conlleva un privilegio; mi voz se amplifica. Tengo cerca de medio millón de seguidores en redes —la mayoría los adquirí en mi época convulsa, debo reconocer— y al menos la mitad de ellos leen todo lo que subo. Mi privilegio se ha convertido en una gran herramienta de trabajo. Y la verdad que no está mal pasar de ser la nieta y la hija drogadicta «de» a ser la nieta e hija activista «de».

—Enseñar los senos en la televisión internacional no es algo de lo que enorgullecerse. Hay maneras más eficientes de reivindicar tu opinión.

Mi abuela prefiere que sea Suiza, alegre a la vista y, sobre todo, neutral.

—Tranqui, no voy a enseñar nada en el baile de bienvenida —aseguro para no embarcarnos en una discusión. Dibujo una sonrisa gamberra. Vale, me cuesta resistirme a tocarle las narices—. No de manera intencionada, al menos.  

La abuela parece tentada a rociarme con el champán, a ver si hay suerte y paso de capulla a florecilla. Durante una fracción de segundo deseo que lo haga, para poder sacar la lengua y saborear el líquido efervescente. El pensamiento me asusta tanto que me levanto como un resorte, sobresaltando a la abuela. Me convenzo de que no pasa nada. No es más que un pensamiento involuntario, no implica que vaya a correr directa a un bar. Solo estoy saturada y cansada, es todo.

—Aquí está.

La dependienta reaparece en el momento idóneo. Mascullo un «gracias», casi se lo arranco el vestido de la mano y me meto en el vestidor acompañada de un portazo.

—Te prometo que le enseñamos buenos modales. —Escucho que le dice mi abuela con voz amortiguada.

Comienzo a desvestirme con el piloto automático activado. Sí, tan solo es un pensamiento. Pero me aterra que uno de ellos cuaje y se transforme en un deseo irrefrenable. Lo peor de estar sobria no es estarlo, sino la certeza de que la ebriedad es mucho más fácil y que es una simple decisión mía quien las separa. Mientras batallo con los tirantes del vestido, me recuerdo lo que siempre dice mi madrina: «Si piensas que luchar contra tus impulsos no vale la pena porque en un futuro no podrás controlarte, entonces sí, recaerás. Concéntrate en el momento. Ahora estás sobria y es lo único que importa».

Termino de ponerme el vestido. Respiro hondo y en cada una de ellas me lo repito: «Ahora estás sobria y es lo único que importa». No ceso hasta que elimino la sensación de peligro.

Salgo y me subo a la plataforma, relegando el asunto a las profundidades de mi cabeza. No es hasta que me veo en el espejo que me fijo en el vestido; decente. Al menos es plateado, un color neutro. Está hecho con lentejuelas que a la luz brillan como diminutas esquirlas. Tiene doble escote en uve; el del frente llega hasta el esternón y el de la espalda cae hasta el límite de la cadera. A partir de la cadera desciende recto hasta los tobillos. Lo suficientemente holgado para que caminar no suponga un esfuerzo.

Sigue sin ser algo que me pondría por cuenta propia, aunque no me repugna la idea de tener que hacerlo. Aguardo a que la abuela finalice su evaluación. Frunce los labios y mantiene la mano en la barbilla.

—Excelente —sentencia—. Este es el elegido.

Tengo el impulso de tirarme al suelo por si el techo se me viene encima, como una consecuencia física a que estemos de acuerdo en algo. Al ver que no ocurre nada, me desinflo de puro alivio.

—Solo hemos tardado tres horas, vas mejorando. —La felicito enseñándole los pulgares.

Ignora mi comentario.

—Asegúrate de que tu pareja lleve una corbata acorde. Si no tiene, podemos acercarnos en un momento a por una. —Se saca el móvil del pantalón y lo observa durante unos segundos. Termina por guardarlo tras poner los ojos en blanco—. Quiero que te hagas una foto con él y me la envíes.

Estoy a punto de responderle que mejor compramos un spray de pimienta para mantenerlo alejado de mí de una vez por todas cuando proceso del todo sus palabras.

—¿Cómo sabes que tengo que ir con pareja? —inquiero a la defensiva.

—Tengo contactos.

La señalo al tiempo que se me desfigura la cara en una mueca indignada. Me bajo de la plataforma de un salto para situarme a su altura.

—¡Espero que no se te haya ocurrido ponerme un guardaespaldas! —No sería la primera vez que tiene una ocurrencia así.

—Ya superamos esa etapa, por suerte…

Empieza a recolocarme los mechones de pelo a su gusto. Le doy un manotazo, urgiéndole así que me lo explique.  

—Olvidas que fui presidenta de la Phi Beta Kappa. ¡De las mejores épocas de mi vida! Mis mejores amigas son…

Chasqueo los dedos para sacarla de la remisión al pasado.

—Abuela, que te pones en modo senil. —Me da un manotazo acompañado por un rechinar de dientes.

—Arista me lo ha dicho, su nieta es miembro de la hermandad y le habló de vuestro reto. Porque si llega a ser por ti no me enteraría de nada.

Esta es la razón por la que no quiero que mi abuela venga a la universidad. Ya me siento lo bastante condicionada sabiendo que es una de las personas que más dinero dona a la institución en general y a la hermandad en particular. No me apetece que se pasee por la Phi Beta Kappa alardeando de que estoy siguiendo su legado y que lo llevo en la sangre o cualquiera de esas sandeces que se dedica a decir para presumir. Pretendo evitar que, o bien me lapiden o bien me den un trato de favor si se enteran que mi abuela es una benefactora y antigua hermana. Si entro en la dichosa hermandad será por mérito propio.

—Bueno ¿Y cómo es tu acompañante?

«Un desgraciado narcisista».

—Pertenece a la Alpha Omega —respondo. Sé qué clase de información le interesa.

Le brillan los ojos como si estuviera divisando una botella entera de Chardonnay.

—¿Su nombre?

—Adam Barlow.

—Me pregunto si será de los Barlow de Montecito.

—Ni lo sé ni me importa.

La abuela se queda con cara de ensoñación. Seguro me está visualizando dando a luz a sus hijos y ni siquiera sabe qué aspecto tiene. En esta ocasión no es necesario abrir la boca para transmitirle mi opinión. Sabe cómo me siento respecto a que trate de emparejarme con cualquiera.

—Nunca se sabe. Primero es un baile, después una cita… —canturrea.

«Y finalmente un precipicio a lo Thelma y Louise». Aunque no sé si la que acabará hecha papilla será ella o yo cuando se entere que no acudiré al baile.

La dependienta carraspea a modo de decirnos que si hemos acabado nos vayamos a cotillear a otra parte. Regreso al probador y mientras me desnudo pienso en contarle a mi abuela la situación. Es una maestra de la manipulación y siempre consigue lo que quiere. Ella daría con la forma de lograr el reto sin tener que ceder al chantaje de Adam. Se me pasa cuando recuerdo que se casó con mi abuelo porque quedaban bien en pantalla. ¿Tener que fingir ser novia de un tío durante un semestre? Qué es eso comparado con casi cuarenta años de matrimonio.  

Aun así, siento que debería informarla. Está a punto de gastarse diez mil dólares en un vestido que no llegaré a usar. A ella no le importa, por supuesto. Pero a mí sí. Bueno, lo use o no, puedo revenderlo y darle el dinero al centro social de mujeres en el que trabajaba hasta hace unos meses.

Le doy el vestido a la dependienta para que lo prepare y regreso a mi camiseta blanca y mis shorts vaqueros repletos de dibujos a boli que he ido haciendo hoy en las clases en las que me aburría. Cuando salgo del probador encuentro a la abuela observando unas tiaras.

—Una de estas quedaría bien con el vestido.

—Claro, también podemos pedirle a Ramin Djawadi que toque cuando entre al gimnasio —ironizo.

Levanta una ceja.

—¿Te gustaría?

—¡Abuela, por favor!


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En compensación por haberme portado casi bien, la abuela me lleva a cenar ramen a mi restaurante favorito. Me pone al corriente de las novedades en villa Ryan. Por lo visto, a Jean y al abuelo les ha dado por hacer CrossFit. Hace un día Rosa tuvo que llevar a mi abuelo a urgencias porque le ha dado lumbago. «Eso le pasa por ir de jovencito», añade ella. Anoto en mi cerebro llamarlo para comprobar cómo está. Pasamos horas hablando sobre mis clases, su programa y cotilleos tórridos de Hollywood. Cuando se sale del modo sargento disfruto pasando tiempo con ella.

Nos separamos cerca de las diez y, antes de subir al coche me confiesa que papá llega el domingo a Los Ángeles. Iba a ser una sorpresa, pero ha decidido fastidiármela para asegurarse de que no me saltaré la cena de ese día. Estoy tan contenta por ver a mi padre que me trae sin cuidado. Después de pasar todo el año pasado trabajando con él, me había acostumbrado a verlo cada día y no esperaba echarlo tanto de menos.

Hay muy poca gente por las calles del campus cuando llego. Ha remitido el calor y corre una brisa fresca de lo más agradable. Doy un paseo tranquilo de camino a mi residencia. De buen humor por primera vez en días. Pero me dura bien poco, pues a la puerta del edificio me cruzo con Adam.

—Estoy a esto—Junto el índice y el anular con el brazo estirado—de meterte una denuncia por acoso.

Lleva días persiguiéndome por la universidad para que acepte su propuesta. Y cuanto más insiste, más me reafirmo yo en mi negativa. Me niego a complacerlo.

Adam me regala una visión privilegiada de su dentadura; reluciente en la oscuridad.

—He venido a ver a otra persona. —Se balancea con los pies de adelante atrás, con las manos en los bolsillos de los vaqueros y su petulante mirada de cazador furtivo puesta en mí—. No te tenía por una egocéntrica, Puño de Hierro.

Guardo silencio. Es mejor no seguirle el juego. Que después se crece y ya no hay quien lo frene.

—Qué llevas ahí. —Señala la funda del vestido que cuelga de mi espalda con un movimiento de barbilla. Los ojos le brillan desdeñosos.

—Es una bolsa para meter tu cadáver.

Suelta una carcajada que reverbera en el aire. El tío es invencible, todavía no he dado con una réplica que lo deje mudo. Y eso que soy experta en tratar con neandertales narcisistas.

—¿Hacen bolsas de diseño para fiambres? Dios, mira que sois raros en esta ciudad —Arruga la frente, sorprendido. Se me escapa una risita, no lo tenía por un ingenuo. Cometo un error, pues la risa me delata. Adam da un paso hacia a mí—. Te has comprado un vestido para la ocasión, adorable.

—Piérdete.

Trato de pasar por su lado, pero me lo impide replicando mis movimientos, como si fuera un reflejo de espejo. En la cercanía, me llega el olor de su colonia, Solo Loewe. Una fragancia que me vuelve loca, para que mentir. Pero ignoro este factor.

—¿Me das un beso de buenas noches? —murmura meneando las cejas—. O varios.

De verdad, por qué ha tenido que tocarme este tío. Y por qué parece tan decidido convertirse en mi infierno
terrenal. Todas las veces que he tenido la desgracia de hablar con él me he fijado en cómo lo miran las chicas; a fin de cuentas, es un tío guapo, con cierto carisma —por mucho que me cueste reconocerlo— y miembro de la Alpha Omega. Seguro que, desgraciadamente, cualquiera de ellas estaría encantada de dejarse usar por este mentecato. No entiendo por qué invierte energías en torturarme.

—Lo siento, solo me quedan puñetazos.

Lo empujo a un lado mientras Adam se descojona.

—Mi oferta expira el sábado por la mañana —grita a mi espalda.

—¡Genial! A ver si con suerte expiras tú también.

Una nueva carcajada me llega por la espalda antes de meterme en la residencia. No me detengo a mirarlo una última vez. Me voy directa a la habitación. Allí encuentro a mis compañeras tiradas en el suelo jugando una partida de póquer. También están Erin y Cameron. Lanzo el vestido sobre mi cama y después me lanzo yo al suelo, sentándome entre Zoe y Onix. Les robo una de las galletas que están usando para apostar.

—¡No se come la mercancía! —Zoe me pega un manotazo que me pica en todo el cuerpo. Sigo comiendo sin hacerla caso.

—¿Al final vas con Adam? —inquiere Becca lazando una mirada fugaz al vestido, inmediatamente después vuelve a concentrarse en sus cartas.

No salió de mí contarles todo el asunto de mi pareja. Me cuesta mucho compartir información personal, incluso con personas que conozco desde hace años. Pero como este se dedica a aparecer en plan Pennywise en todas partes, han terminado por enterarse de que es el chico de mi papel.  

—Antes me practico el harakiri voluntario —bufo sacudiéndome las migas del regazo. Mis compañeras me observan por detrás de sus cartas.

—¡Yo sé! —exclama Zoe—. Si te decides, lo hago con gusto.

Suelto una carcajada, está como una maldita cabra. Erin arruga los labios con desagrado. El resto no saben si reírse o tomarla en serio. Es difícil tratándose de Zoe.

—¿Por qué le das tantas vueltas? —inquiere Onix.

Estoy a punto de decirle que no es de su incumbencia porque me gusta sacarla de quicio. Cuando Onix no obtiene lo que quiere se frustra muchísimo. Además, esta mañana me ha dejado sin agua caliente en la ducha… ojo por ojo. Cambio de opinión en el último momento. Quizás una perspectiva distinta me venga bien y halle una solución.

—Solo aceptará venir al baile conmigo si yo acepto hacerme pasar por su novia durante todo el semestre. A cambio, dice que me ayudará en los retos.

—Por lo visto nos han tocado todos los desgraciados a nosotras —comenta Erin, no puedo más que darle la razón.
Ella se lleva la palma: Kaden es el rey de los desgraciados.

—Adam es amigo de Jason —informa Onix desperezándose—, no debe ser tan malo como los demás.

—Y tiene unos glúteos de infarto —añade Zoe fingiendo que los estruja con las manos—, dan ganas de exprimírselos hasta que se desinflen.

—¡Zoe! —Se escandaliza Cameron, ella no está tan acostumbrada a su falta de filtro. A continuación, me mira a mí—: Quizás te convenga aceptar, si va a ayudarte en los retos qué importa tener que fingir que eres su novia.
Importa porque no me gusta sentirme utilizada, pero decido no compartir las razones.

—Te lo cambio por Zack —propongo a la rubia a la desesperada. Ya se me podría haber ocurrido antes, me habría ahorrado muchas subidas de tensión.

—Si quieres te doy a Kaden —interviene Erin.

—¡Ni loca! Ya me queda poco para lograr que caiga a los pies de este cuerpo divino.

—Acabas de decir que querías exprimirle el culo a Adam, bailando pegados sería la oportunidad perfecta… —Trato de tentarla.

—Bah, eso puedo hacerlo de todas formas —encoge los hombros y mira sus cartas.

Se me ocurre una idea.

—Apostémoslo al póquer. Si gano intercambiamos los papeles.

—¿Sabéis que son personas, no? —interviene Becca tras un rato en silencio.

Los ojos saltones de Zoe se iluminan. No hace ni dos semanas que la conozco, pero salta a la vista que le pirran los retos.

—Prepárate para perder —amenaza.

—Voy a hacer palomitas —dice Onix levantándose.

El resto tiran las cartas y se convierten en espectadoras. La partida se alarga hasta altas horas de la madrugada. Erin y Cameron se marchan a su dormitorio, Onix y Becca se echan a dormir. Zoe termina ganando por goleada. Irónicamente, mi cara de póquer, no funciona en el póquer.


[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

El Baile de Bienvenida está a la vuelta de la esquina y todavía no he encontrado una solución. Siendo honesta, lo he dejado pasar a propósito. He volcado todas mis energías en las clases. Creo que mi subconsciente se ha resignado a perder este reto. El que no se resigna es Adam, a quien ya solo le falta aparecer tras la tapa del váter. Hoy me lo encuentro en la puerta del aula de mi primera clase del día, apoyado contra la pared; con los brazos cruzados a la altura del pecho y una pierna por encima de la otra a la del tobillo.

—Buenos días, Puño de Hierro.

Paso por su lado sin prestarle atención. Hago caso omiso a la vorágine de indignación que me zarandea. Viendo el lado positivo, solo quedan dos días para el baile, así que estoy a dos días de librarme de él. Me desplomo en uno de los asientos de la primera fila. Adam sigue dentro de mi campo de visión; me lanza un beso que yo correspondo con un corte mangas, antes de desvanecerse por el pasillo.

—¿Sales con él?

La voz de Noel me sobresalta, no me había dado cuenta que estaba sentado a mi lado. Es uno de los pocos compañeros con los que he cruzado unas palabras, más que nada porque hemos sido pareja en un par de trabajos prácticos. Entre otras cosas; está bueno, no come animales y es novato de la Alpha Omega, el equivalente masculino a la Phi Beta Kappa en prestigio y popularidad. Pero Noel, a diferencia de mí, quiere unirse a la fraternidad para conseguir una beca, no para contentar a su abuela.

—¿Me ves cara de estúpida? —espeto con brusquedad.

Se ríe con gravedad y se le forman arrugas alrededor de sus ojos avellana. A ver, no está bueno, está muy bueno. Tiene un lunar a la altura de la barbilla que me pirra y que le mordería mientras... Céntrate, Lake, céntrate.

—Perdona, no pretendía ofenderte —recula.

—No es tu culpa. Estoy un poco estresada y lo pago con quien no debo.

—Adam es majo. —Me dice y yo lamento en lo más hondo que se haya convertido en el tema de conversación—. Si lo comparas con el resto, claro.

—Creo que te equivocas de Adam.

Noel sonríe otra vez, casi parece un tic nervioso. Pero tiene una de esas sonrisas que templan el ánimo.

—En serio —insiste—. En la fraternidad casi todos se comportan como… bueno, ya sabes, como tíos. Si no demuestras tu hombría y tu único tema de conversación no son las chicas con las que quieres acostarte el fin de semana, te miran mal. Adam es de los pocos que no se deja llevar por eso.

Parpadeo, esperando que grite: «¡Te pillé!» o algo por el estilo. Sin embargo, Noel parece hablar en serio. Está bien, podrá ser un buen compañero, pero ello no lo exime de ser un narcisista toca pelotas.

—La faceta de machito se la guarda para el directo con dichas chicas.

—Contigo no funciona —expone mirándome fijamente, sin sonrisas en esta ocasión. Me pierdo un momento en las motas verdes de sus ojos avellana.

—No me atraen los chicos que me ven como una victoria que apuntar en el marcador. Ya sabes, los prefiero decentes. —Como él. Noel tiene un polvazo de los grandes.

Se reclina contra el asiento.

—Está bien saberlo —murmura. Con el griterío del aula, dudo si he escuchado bien, así que no le doy mayor importancia. Ya tendré otra ocasión para averiguar si él también piensa que tengo un polvazo.

Justo en ese momento llega Zoe cantando a pleno pulmón Hello, Goodbye y toda mi atención se centra en ella. Muchos compañeros la miran como si estuviera demente, pero otros cuantos se ríen —Noel entre ellos—. La chica se deja caer a mi lado.

—¿Dónde estabas? —saludo. Cuando me he despertado esta mañana no estaba.

—Un paso más cerca de conseguir que Zack sea mi pareja.

Me muerdo los carrillos. No voy a repetirle que no sea tan insistente con Zack, aunque no me falten ganas. Pero me preocupa que rebase su límite y las cosas terminen saliéndose de madre.

—Mejor no pregunto.

—Mejor no. —Zoe me da unas palmaditas en la espalda.


Al final de la primera jornada de clases, Adam hace su segunda aparición estelar del día frente al edificio de Bellas Artes. Decido salir corriendo porque es muy probable que, después de todo, su cadáver sí acabe dentro de la funda del vestido. No compruebo si me persigue, pero no reduzco el paso hasta que llego a la parte trasera de un edificio de administración. Ahogada, me pego a la pared para recuperar el aire.

—¿De quién huyes?

Veo a Zack sentando en el bordillo con un cigarrillo entre los dedos. Me desplomo a su lado y me agarro a su brazo como quien alcanza su habitación del pánico.

—Adivina.

—Soy mago, no adivino.

Le propino un codazo en las costillas. No estoy de humor para soportar que se meta conmigo. Permanecemos en silencio unos minutos mientras él fuma. Llevaba varios días sin pasar un rato a solas con él, así que disfruto de la calma.

—Es Adam, parece determinado a que mis bragas terminen bajo a su cama —respondo al fin, arrancando briznas de hierba que crecen entre las baldosas.

—Lo entierro a diez metros bajo tierra antes de que eso pase.

Sonrío mirándole con las cejas alzadas ante su declaración huraña.

—Te das cuenta que eres igual de mujeriego que él, ¿verdad?

Encoge los hombros como si la cosa no fuera con él, acompañado por una sonrisa compradora.

—La diferencia es que él va a por ti—puntualiza. Pongo los ojos en blanco. Estaría bien estuviera en contra de que usaran a las mujeres como pañuelos de un solo uso por normal general, no solo cuando yo puedo convertirme en uno—. ¿Estás dispuesta a perder el reto, entonces?

Resoplo escondiendo el rostro en las rodillas.

—No me queda más remedio. Es una falta o darle lo que quiere al coleccionista de lencería.

Zack se recoloca el tupé antes de hablar.

—Podrías abandonar.

Resoplo.

—¿Se lo dices tú a mi abuela?

—No sería la primera vez que haces algo que no le gusta, lo soportará. Has hecho cosas peores. —Me recuerda.

Precisamente porque he hecho cosas peores me matriculé en Longwood y decidí convertirme en aspirante para la Phi Beta Kappa. Me gusta el cine, Jean y papá han hecho que se convierta en gran parte de mi vida. Sin embargo, no tenía intención de hacer carrera de ello. Me bastaba con trabajar de ayudante de mi padre para ganar un poco de dinero. Podía compaginarlo con mi trabajo en asociaciones y el activismo. Que es lo que de verdad me gusta.
Pero me encontré pensando que sería una buena forma de retribuirles tantos años de sufrimiento. Y me dije; «Ya que voy a la universidad, ¿por qué no intento entrar en la hermandad?». La noche que se lo conté a la abuela hicimos una videollamada de cuatro horas en las que no paró de hablarme de sus años de universidad, de lo orgullosa que estaba, de lo feliz que le hacía que continuara el legado. Mi abuelo presume delante de quien sea que su nieta estudia en su misma universidad. Y Jean y papá ya están viendo mi nombre como directora en los títulos de crédito de algún corto o película.

Están felices, orgullosos y no solo porque no me esté drogando en una fiesta. Y pretendo que sigan sintiéndose así, por muchos quebraderos de cabeza que deba soportar. Se lo debo.

Ya he tenido esta conversación con Zack antes y ahora mismo no tengo ganas de replicarla. Por supuesto, él percibe el rumbo de mis pensamientos. Me revuelve el pelo y sonríe. Haciéndome ver que no pasa nada. Puede que sea la única persona que no espera nada de mí que yo no espere también. Eso me da una libertad que no he conocido con nadie más.

—Acepta la propuesta de Adam. —Frunzo el ceño—. La de ser su novia de pega, no la otra. —Aclara—. Terminará rogándote que desaparezcas antes que finalice el semestre. Sacas más provecho tú de esto que él.

—Creí que tú me ayudarías.

—Solo lo dije para animarte. —Se sincera—. Las presidentas de tu fraternidad me la tienen jurada, no van a compartir información conmigo.

—Puedo apañármelas sola. No os necesito a ninguno de los dos —replico tozuda. Aun perdiendo este reto todavía me quedan dos oportunidades de fallar. Tendría que ser muy negada si no supero ninguna prueba.

—Lake, los retos aumentan de dificultad según avanza el curso. Toda la ayuda que puedas conseguir es poca.

Con lo poco que le gusta Adam, debe creer de verdad que estoy perdida sin él para empujarme a sus zarpas.

—Lo pensaré —zanjo deseosa por cambiar de tema. Ese capullo está presente incluso ausente—. ¿Y tú de quién te escondías?

Zack resopla.

—De la hippie endemoniada. —Se le pone todo el rostro en tensión al nombrarla. Zoe debe estar tocándole mucho las narices.

—Podrías decirle que sí. Solo es una noche.

—No pienso darle a Camille esa satisfacción.

No tengo la más remota idea de qué pinta Camille en todo este asunto. Presto poca atención a los líos de faldas de Zack. De lo único que soy consciente es que Zoe no parará hasta que Zack acepte y si le pulsa el botón equivocado la cosa va a terminar peor que la Batalla de Trafalgar.

—¿Sigues sin ayudante para tus actuaciones? —pregunto con una idea macerándose en mi cabeza. Zack asiente, encendiéndose otro cigarrillo.

—Díselo a Zoe —propongo—. Un favor por otro. Tú la acompañas y ella se convierte en tu ayudante. Ambos salís ganando.

Por un segundo creo que va a mandarme a la mierda, pero se queda pensativo, sopesando la idea. Yo no tengo tiempo de quedarme para ver conocer su decisión, por lo que me despido de él y me marcho a la siguiente clase.


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El viernes por la tarde, al finalizar el arduo trabajo de investigación que realiza Onix sobre el éxito de las aspirantes en relación al reto del Baile de Bienvenida, me doy por vencida. Aparentemente todas mis compañeras han encontrado a su respectivo susodicho y conseguido que las acompañen. No puedo permitirme ser la única fracasada. Becca y Alex lo interpretarán como una falta de interés —lo cual es cierto, pero ellas no tienen por qué saberlo—. Nada queda peor que el pasotismo.

Arremetida por un impulso, me planto en la fachada de la Alpha Omega y escribo un mensaje a Zack para que se reúna conmigo. Se presenta a los pocos minutos.

—Qué pasa —pregunta colocándose en el hueco de la puerta.

—¿Cuál es la habitación de Adam?

Entiende lo que pretendo y se hace a un lado para dejarme pasar. Me conduce hacia las escaleras que van al piso superior. En el escaso trayecto observo la casa, muy parecida a la de la Phi Betta Kappa: igual de austera e impersonal. Hay unos cuantos chicos en la sala común viendo la televisión y otros cuantos en la mesa estudiando.

—¿Te esperabas muñecas hinchables y pósteres de la Playboy? —Zack me manda una mirada fugaz por encima del hombro.

—Algo por el estilo —confieso.

Pasamos por un descansillo que se bifurca en dos pasillos opuestos. Continuamos ascendiendo hasta que llegamos al tercer piso, el que da a la terraza. La estancia se divide a ambos lados del hueco de la escalera, formando una galería en forma de «u» delimitada por una barandilla de madera. Zack se detiene frente a una puerta que queda en la parte derecha de la galería, en la parte más alejada de la terraza.

Emula un gesto de invitación con la mano hacia ella.

—Mi habitación está aquella. —Señala hacia un lugar al otro lado—. Grita si me necesitas.

Un segundo después me quedo sola. Los efectos del impulso alcanzan mínimos peligrosos, así que antes de que se esfume por completo y recupere la cordura, giro el pomo de la puerta. Decido entrar en su habitación saltándome la cordialidad de llamar antes. Invadiendo su espacio de la misma manera que él ha acaparado el mío durante las dos últimas semanas.

Por un momento, temo encontrarme con un festival de genitales. Pero solo está Adam, tirado en su cama con un libro que se estampa en su rostro a causa del susto.

—¿Necesitas algo? —pregunta un chico desde el escritorio. Al principio no lo reconozco, pero después caigo en cuenta de que se trata de Jason, el amigo de Onix que en alguna que otra ocasión se sienta a almorzar con nosotras.

Entretanto, Adam se aparta el libro del rostro y se sienta con movimientos bruscos al borde de la cama.

—¿Cómo has entrado? —recrimina, aunque no se ve tan molesto como esperaba. Más bien divertido.

—Jode, ¿eh?

Echo un vistazo rápido al lugar. Un escritorio enorme de madera negra bajo la ventana. Dos camas de noventa, encajadas entre tres estanterías repletas de libros y funkos de distintas series y películas —creo que incluso veo uno de mi padre—. Estos tres muebles ocupan toda la pared que queda a mi izquierda. Enfrente, una puerta que imagino da al baño, flanqueada por un conjunto de cómodas del color del escritorio. El suelo está cubierto por una alfombra de color gris que apenas deja a la vista el suelo de madera.

La estancia huele a tío, libros viejos y algo que parece limón. Es una mezcla extraña, aunque desde luego mejor que eau de calcetines sudados. He de reconocer que me decepciona verla tan limpia, mi expectativa aguardaba por ver la colección de lencería que mencionó Zack.

—Os dejo solos. —Jason recoge sus libros y desaparece, cerrando la puerta a su espalda.

Adam, ya recuperado de la sorpresa y la soberbia habitual bien colocada, estira sus largas piernas para bajarse de la cama y caminar a mi encuentro. Como ya me estoy acostumbrando a él, detengo su invasión a mi espacio personal poniéndole una mano en el pecho.

—De haberme avisado, habría cambiado las sábanas. ¿O eres más de hacerlo de pie?

Inclina el cuello y me dedica una mirada seductora entre las espesas pestañas. Aprieto el puño de mi mano libre y concentro ahí la furia, manteniendo el rostro despejado. Lo suyo es una constante provocación, me tantea, a ver cuánto aguanto antes de explotar o caer en su juego, lo que suceda primero. Desconoce que vivo en un estado ininterrumpido de autocontrol.

—Acepto. —Doy un paso atrás, dejando caer la mano. No tiene oportunidad de formular una sonrisa triunfal completa, pues añado—: Con una condición. Tienes que contarme por qué.  

—No estás en posición de poner condiciones, Puño de Hierro.

Se equivoca. Es cierto que de él depende que pase el reto. Sin embargo, de mí depende también que consiga lo que sea que necesite fingiendo una relación conmigo. Podría habérselo propuesto a cualquier otra chica. Pero quiere que sea yo y no voy a meterme en este entuerto sin saber por qué. Así que estamos a mano.  

—Seguro que en alguno de estos libros encuentras la definición de explicación —Apunto con la barbilla a las estanterías. Adam se tensa—. Tómate el tiempo que necesites.  

Paso por su lado y me siento en la cama, con los brazos extendidos hacia atrás para sostenerme. Adam persigue todos mis movimientos adquiriendo una tonalidad roja en las mejillas. En lo que se decide a hablar observo los títulos de los libros que hay en sus estanterías. La mayoría están relacionados son de Ingeniería y Mecatrónica, pero se intercalan con algunas autoras que jamás pensé encontrar en la biblioteca personal de un tío como él: Jane Austen, Mary Wollstonecraft, Virginia Wolf, Emily Dickinson… Voy preguntarle si tiene esos libros como un accesorio con el que venderse a las chicas o realmente los ha leído, cuando su voz irrumpe el silencio:

—Es por mi ex novia.

—¿Quieres darle celos?

—No.

—¿Entonces?

Adam resopla, con las manos en las caderas. Su expresión torna amenazante. Aguardo manteniéndole la mirada.

—Esa relación se acabó. Pero es complicado.

—Vamos, que echáis polvos esporádicos —traduzco.

Asiente.

—Tú harás de anillo de castidad.

Aprieto los labios para no reírme. Tiene que ser una broma.  

—A ver si lo he entendido. Quieres usarme de coartada para no acostarte con tu ex. —Asiente convencido. Me muerdo el labio inferior, evitando soltar una carcajada—. Si no vamos a tener una relación de verdad… ¿Qué te hace pensar que podrás controlarte?

Adam se sienta a mi lado. Todavía rígido.

—Mi ex no aprueba los cuernos, si cree que me he echado novia se mantendrá alejada.

Me rasco el cuello. Esperaba algo peor, la verdad. Es una tremenda estupidez y tengo la impresión de estar a punto de meterme en un drama digno de instituto.

—Y a cambio me ayudarás con los retos —menciono, para que no se olvide que no basta con que me acompañe al baile mañana.

—Ajá.

—¿Quién es tu ex?

Sonríe de lado.

—La condición era saber por qué, no por quién —puntualiza, recuperando su fanfarronería habitual. De acuerdo, que no me lo diga. De todas formas, acabaré por enterarme si lo que quiere es que su ex sepa que tiene novia.

—Nadie va a creerse que tenemos una relación a solo dos semanas de conocernos. —Es más, nadie que me conozca va a creerse que estoy en una relación, a secas. Pero ese es el punto, que, a excepción de Zack, nadie me conoce en la universidad.

—La gente se casa en menos tiempo. Además, yo diría que cualquiera que tenga ojos entendería el por qué. —Revoleo los ojos. Seis meses aguantando su narcisismo, genial.

—Me refiero a que tendremos que hacer algo para que parezca real. —Adam me mira los labios y se muerde el suyo. Santa paciencia—. De puertas para fuera, por supuesto. No pienso hacer nada contigo.

Suspira.  

—¿Dónde está la diversión? Ya que vamos a pasar tiempo juntos, tendremos que buscar una entretención.

—Solo tienen que vernos en público para que tu ex se lo trague. Fuera de eso, cada quien por su lado—. Porque de lo contrario terminaré por matarlo antes de que acabe el mes.

—Qué aburrida eres, Puño de Hierro. —Se queda esperando a que recule, al ver que me limito a mirarlo, suspira de nuevo—. Está bien, ¿quieres arroparme y darme un beso de buenas noches? También puedes quedarte para consumar nuestro acuerdo. ¿Qué? —pregunta de manera genuina al ver que sus insinuaciones no cuajan.

—¿No te rindes nunca? —murmuro, agotada. Ni siquiera he estado con él media hora y ya parecen cincuenta.  

—Mmm, normalmente no tengo que esforzarme tanto. Pero tiene su gracia. —Pongo los ojos en blanco—. Ya veo, no te gustan los graciosos.  

—No me gustas tú, específicamente.

Se inclina hacia mí. Alterna la vista entre mis labios y mis ojos. De nuevo me tienta, creyendo que solo debe insistir lo suficiente para que caiga rendida a su boca. Para demostrarme que sí me gusta, solo que yo todavía no lo sé. Retengo el aire en los pulmones. En esta ocasión, no lo aparto. Me quedo mirando sus labios, entreabiertos, dispuestos entre la barba. La manera en la que sus ojos marrones se clavan en mi piel. La puñetera fragancia a Solo Loewe que me pirra.

Confieso que si me cruzara con Adam un día cualquiera en un bar le seguiría el juego hasta que cayera en el mío y acabáramos en la cama. Es el tipo de tío con el que sabes que tendrás una noche de sexo que merezca la pena. Es mi tipo de tío para echar un polvo, o varios, depende de cómo vaya el primero. Porque es lo único que buscan, no quieren conocerte ni abren la puerta a una posible relación. Que es lo que también busco yo: falta de ataduras.
No soy de relaciones. Me escandaliza la idea de comprometerme con una única persona.

Introducir el sexo en la ecuación puede traer consecuencias. No puedo jugarme mi mejor baza para entrar en la Phi Beta Kappa por unos cuantos orgasmos con un chico que pierde atractivo (o eso me digo) cada vez que salen palabras de su boca. Así que, a pesar de la reacción involuntaria de mi entrepierna a su más reciente insinuación. Desvío la trayectoria de su cara empujándolo por la mejilla. Adam gruñe.

—Desiste ya de meterme en tu cama. Mientras dure esta estúpida farsa, esto—nos señalo alternativamente—no va a pasar.

Adam ladea el cuello y alza una ceja, divertido. Un mechón de pelo le cae sobre la frente.

—¿Y después?

—Después—Me levanto de la cama—, tú te vas en busca de tu próxima conquista y me dejas en paz.

—A lo mejor no quieres que te deje en paz. —Menea las cejas, insinuante.

A lo mejor no estás acostumbrado, pero cuando una chica te dice que no, no quiere decir esfuérzate un poco más ni sigue intentándolo. Lo que quiere decir es no.  

Espero a otro comentario de los suyos, pero levanta las manos a modo de rendición y asiente. Vaya, no me lo esperaba. Aprovecho que se ha relajado para decirle que nos vemos mañana en el baile, pero Adam insiste en venir a buscarme a la residencia. Acepto sin presentar batalla.

—Hasta mañana, Puño de Hierro.

Se despide con una sonrisa.

—Me llamo Lake.

—Ya lo sé, Puño de Hierro.

Niego con la cabeza y abandono la habitación. Cuando la puerta se cierra a mi espalda, me dejo caer contra ella. No sé por qué, pero me sobreviene la sensación de que voy a arrepentirme de esta decisión.

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—¿Alguien ha pensado que Edward no podía leer los pensamientos de Bella porque, sencillamente, no tenía ninguno?

Varias chicas me chistan para acallarme. Onix me mira de reojo, adormilada. Estamos tumbadas en la alfombra, usando nuestras respectivas sudaderas de almohada. Mucho prestigio y dinero, pero anda que se lo gastan en añadir unos cuantos cojines.

—Es lo de menos —resopla—. Estamos aquí para admirar los abdominales de Robert Pattinson bañados en purpurina.

A mi compañera de habitación también la mandan callar. Por lo visto, debemos guardar un silencio reverencial mientras Edward confiesa a Bella que desea zampársela con patatas.

Es sábado por la tarde y mi mejor plan es ver Crepúsculo en la sala de estar de la residencia con algunas compañeras. Escasas horas me separan del baile. Mis ganas de embutirme en un vestido y soportar a Adam durante varias horas seguidas son tan mínimas que me trago el resto de la película.

Hacía años que no la veía. Ahora que recuerdo, la primera y única vez fue con Rena. Uno de los últimos momentos que compartí con ella. Había discutido con Zack —no me lo dijo, pero yo lo sabía porque sus sonrisas eran menos sonrisas cuando pasaba—y mi cerebro privilegiado de catorce años creyó que llevarla a ver Crepúsculo sería el remedio perfecto. Ya sabes, porque cuando discutes con tu novio lo que más te apetece es ver a gente enamorada. Durante la película, Rena no hizo más que engullir regaliz y murmurar comentarios subversivos contra el amor. Cuando salimos del cine, me dijo: «No pierdas el tu tiempo con chicos. Ni siquiera con los ficticios». Cada vez que Rena abría la boca me lo tomaba como si estuviera emitiendo un veredicto de suma importancia. Pues la admiraba y deseaba parecerme a ella. Sin embargo, no me la tomé en serio en aquella ocasión, debía ser el enfado quien hablaba. Yo la veía con Zack cada día, era testigo de su la relación.

La pequeña Lake aspiraba a una relación así. Soñaba con encontrar a una persona que estuviera a mi lado, de la que poder depender. Por entonces creía que enamorarme era lo mejor que me pasaría nunca. Creo que todos pensamos que el amor es lo mejor que puede ocurrirnos…, hasta que ocurre. Lo idealizamos tanto que depositamos la responsabilidad de hacernos felices en una persona que no conocemos aún. Nos consolamos con la absurda idea de que un día aparecerá alguien que nos querrá tal y como somos y que no hay necesidad de mejorar, de aprender a querernos, porque no nos corresponde. Es ingenuo y una de las formas de egoísmo más peligrosas. Ni siquiera nos planteamos que cabe la posibilidad de que no estemos hechos para amar de esa manera. Aprendí esto a las malas: que hay personas cuyo único propósito es quedarse partes de ti y usarlas para manipularte. He estado en las dos caras de esa moneda y puedo decir que ambas apestan. Prefiero mantenerme al margen.

Me embarga una sensación agria, entre dolorosa, apabullante e insoportable. No solo por Rena, en la que no había pensado en Rena desde que fui al cementerio. Es más sencillo así. Sino también por Hugo, a él sí que lo tengo encerrado bajo siete llaves. Lo elimino de la ecuación de inmediato. Puñetero Crepúsculo. Casi puedo imaginar a Rena a mi lado diciéndome: «Conque esas tenemos, ¿vas a ser la chica florero de ese tío?». Pero quién sabe si me diría eso. Rena sería una persona distinta a la que conocí. Habría pasado por varias metamorfosis a lo largo de estos seis años de no haber muerto.

—En fin, hay cosas peores que enamorarse de un vampiro, como intentar entrar a una fraternidad, por ejemplo.

La voz de Onix me rescata de la oscuridad. Ya están pasando los títulos de crédito de la película y las chicas comienzan a dispersarse. Onix se levanta de un salto, con una sonrisa de suficiencia dibujada. No tengo fuerzas para formular una réplica, ni moverme. Estoy demasiado ocupada cerrando el agujero que se me ha formado en el pecho.

—¿Estás bien? —inquiere.

—Perfectamente —miento, levantándome—. Hora de disfrazarse.

—Qué remedio.

Bajamos al sótano de la residencia en dirección a nuestra habitación. Las puertas del resto se encuentran abiertas y a medida que pasamos por delante, veo estudios de peluquería y maquillaje improvisados. Las chicas cruzan de una habitación a otra en busca de medias, pintauñas o para cotillear los looks del resto. Onix abre nuestra habitación y la cierra cuando nos metemos. Con esto seguro que nos ganamos el premio a las más simpáticas.

Vuelvo a salir para ir al baño a darme una ducha rápida. Cuando regreso al dormitorio remoloneo un poco más antes de ponerme manos a la obra. Veo varias llamadas perdidas de mi abuela. Querrá darme algunas directrices, imagino. Pero en vista de que no se han presentado Jesús y Blue —peluquero y maquilladora personal de la abuela—en mi habitación, armados de brochas y tenacillas, no corro ningún riesgo al no devolvérselas. Puedo esperar hasta la cena de mañana para que me sepulte entre preguntas sobre el baile.

Onix extiende el vestido sobre la cama. Es de un azul medianoche salpicado de brillantes: parece un manto de estrellas, estrecho hasta las costillas y voluptuoso en la parte baja, con una apertura desde la rodilla. Tiene un escote de sirena sujeto por dos sencillos tirantes.

—Si Ryker no reacciona ante este vestido, está oficialmente muerto por dentro —silbo, de puntillas por detrás de su espalda para verlo bien.

—¿Quién dice que quiero que reaccione?

—Solo era un comentario.

—¡Halaaaaaa! ¡Es precioso! —El sonido agudo de la voz de Zoe, venido de la nada, casi nos provoca un infarto al corazón.  

Giramos el cuello con brusquedad. Zoe está sentada a los pies de su cama, balanceando las piernas. Actúa como si llevara aquí todo este tiempo y no acabara de aparecer de la nada. No he escuchado el chirrido habitual de la puerta cuando se entorna. En los dos últimos días ha agarrado la costumbre de hacer esto: desaparece de pronto y luego te la encuentras soplándote en la nuca como si nunca se hubiera ido.

—¿Tú de dónde sales? —pregunta Onix.

—De la pared —miente, dejándose caer de espaldas sobre el colchón.

Onix y yo cruzamos una mirada resignada. La primera empieza a vestirse e imagino que yo debería hacer lo mismo, queda poco más de una hora para el baile. Así que saco mi vestido de la funda. Lo sostengo en alto y lo observo con acusación. De verdad que no apetece nada meterme ahí dentro.

—¿Vas al baile? —pregunta la rubia. Es la primera vez que la veo en el día y ella no sabe que acepté la propuesta de Adam. Cuando ayer volví a la habitación no estaba.

—Eso parece. Respecto a eso…, por favor, no le digáis a nadie que es una farsa. Bastante vergüenza va a ser que la gente se cree que estoy saliendo con un machito de fraternidad.

—Estos labios están sellados —asegura Zoe. Miro a Onix, que se limita a asentir—. A no ser que pueda intercambiar la información otra más jugosa.

Como siempre, no sé hasta qué punto habla en serio. Me consuela el hecho de saber que esta información no va a interesarle a nadie en particular.

—Voy a cogerte un pintauñas. —Me informa Zoe, ya con mi neceser en la mano, dando por zanjado el asunto.  

Rebusca entre toda la gama de colores que tengo. Se decanta por uno azul, se me dispara el corazón. Salto por encima de la cama y se lo arranco de la mano antes de que pueda destaparlo del todo.

—Coge el que quieras, pero este no —digo escondiéndolo tras la espalda. Zoe frunce el ceño.

—Es el que me gusta.

—Seguro que encuentras otro. —Descatalogaron este pintauñas hace unos meses y este es el último bote que me queda. No soy una persona superficial, pero para mí es más que un simple esmalte.

Zoe espera a que explique mi repentina racanería y al ver que no lo hago, se encoge de hombros, sumergiéndose en una nueva búsqueda.  Me dirijo a la cómoda para guardar el pintauñas en el cajón que me corresponde. Antes de ello, hago girar el bote entre mis manos. El corazón me da un pinchazo. Lo entierro entre mis bragas, como si así pudiera hacer tapar el agujero en mi pecho.

Finalmente me visto y después me marco los rizos con la plancha. Me aplico un poco de rímel y ya estoy lista para el baile. Como me sobra tiempo, maquillo a Becca, que ha llegado hace nada. Zoe pone a The Smith en el ordenador. Termino de maquillar a Becca justo cuando suena la puerta. Extiendo el brazo para abrirla. Al otro lado está Ryker, con su perpetua aura de «todo me suda un cojón».

—Ha llegado el Cateto número uno —informo.

Las tres se asoman por la puerta. Onix suspira.

—Ah, genial, es el mío —comenta con ironía—. Espera un segundo.

Ryker gruñe algo que se asemeja a un «vale».

—¿Seguiste mi consejo? —Empiezo a molestarlo. Arquea una ceja—. El de follar, para que no se te agrie el carácter más de lo necesario.

—¿Te presentas voluntaria? —contrapone. He debido de pillarlo en un buen día para que se digne a responder.

—Nah, me gustan con sangre en las venas.

Va a soltarme una réplica o, escupirme —no lo tengo claro—, cuando Onix pasa por mi lado y sale al pasillo.

—En marcha, Cateto Uno —ordena empujándolo hacia las escaleras.

Antes que cierre la puerta, aparece Adam. Sin decir nada, extiende los brazos a los laterales mostrándome su atuendo. Se ha puesto una chaqueta de vestir sobre una camiseta negra que le marca hasta los órganos vitales, pantalones negros ceñidos a las piernas y zapatos de vestir. Ha optado por un atuendo desenfadado. Con el peinado en sintonía: la mata de pelo moreno le cae en hondas desenfadadas hacia atrás y se ha arreglado un poco la barba. Ni rastro de la corbata, aunque imagino que las dos cadenas de plata en su cuello funcionarán como sustitutas. Vamos a ser sinceras, está guapo. Todo el desprende sexualidad.

—Retiro lo dicho, ese vestido sí era necesario. —Me hace el tercer grado con los ojos, devorándome.

—Cállate.

Me acerco a mi cama para calzarme las zapatillas. Puedo acceder a un vestido, pero no a torturarme con unos tacones. Levanto el vestido por delante para engancharme el móvil y las bragas cuidándome de no darle a Adam una visión privilegiada de mis piernas desnudas. Por último, me despido de mis compañeras. Zoe me ignora, está concentrada observando a Adam.

Una vez fuera, me adelanto a él y subo las escaleras. Escucho el sonido de sus pisadas pegadas a las mías.

—Deja de mirarme el culo. —Le advierto.

—Es difícil si me lo pones en la cara.

—Cerdo.

—No puedo subir las escaleras con los ojos cerrados… —canturrea.

—Fíjalos en otra parte. La espalda, por ejemplo.

—Preciosa también.

«Paciencia, Lake, paciencia». Estiro el brazo a tientas y le doy un puñetazo en lo que creo que es brazo. Suelta una carcajada.

Llegamos al gimnasio donde se celebra el baile unos minutos después. Ya hay una gran aglomeración de estudiantes en la puerta y los alrededores. En mi interior, rezo para que no haya alcohol. Al acercarnos a la entrada, Adama me agarra la mano, me suelto de un tirón sin dejar de andar.

—Se supone que estamos juntos.

—¿Está tu ex aquí?

Adam otea los alrededores levantando la barbilla.

—No.

—Entonces las manos quietas.

Resopla en descontento, pero me hace caso.

En la puerta, Camille me pide el papel para comprobar que he traído al chico correcto. Tengo que maniobrar para sacarme el teléfono sin que se me vean las bragas, ya que el papel está en la funda del móvil.

—Adam. —Lo saluda con retintín, sin apartar la vista de la lista.

—Camille. —Él la imita y le dedica una sonrisa deslumbrante—. ¿Tú no tienes pareja para el baile? —ataca.

—El repertorio no me convencía. —Responde dejando muy claro que él es el repertorio. Me obverva impaciente. Por fin consigo hacerme con el papel y se lo tiendo. Comprueba que está todo correcto y tacha apunta algo en su carpeta antes de devolvérmelo—. Disfrutad de la noche.

Una vez dentro, nos quedamos parados en la puerta observando la decoración. No se diferencia mucho de un baile de instituto. Y el ambiente es bastante decadente, todavía no hay mucha gente que se haya animado a sumergirse en la pista y la mayoría se dedican a sujetar la pared.

—A ver si adivino, te acostaste con ella y no volviste a llamar —comento a Adam, preguntándome cuánto tiempo debo quedarme para que el reto se dé por cumplido.

—Me halaga mucho que creas que llevo una vida sexual tan activa. Pero mis genitales no tienen nada que ver.

Me guiña un ojo desde todo lo alto que es. Localizo a Onix y Erin en una esquina, flaqueadas por Cateto Uno y Cateto Dos. También está Jason con otra chica que no reconozco, pero hablan fluidamente entre los tres. Sin embargo, no llego a dar un paso porque Alex, la vicepresidenta de mi hermandad se planta delante de nosotros.

—Adam, me sorprende que hayas venido.

Este se pone rígido a mi lado. Emana hostilidad, casi la misma que desprende Alex, solo que ella la oculta bajo una pose altiva y orgullosa. «Qué está pasando aquí».

—Y aún así, metiste mi nombre en el reto. Porque fuiste tú, ¿no? —indaga con los ojos entrecerrados. Alex se revuelve incómoda. Adam me pasa un brazo por los hombros atrayéndome a hacia su costado—. Aunque debería agradecértelo, supongo.

A Alex le palpita el labio inferior por toda reacción. Por mi parte, me quedo petrificada, ni siquiera trato de alejarme de Adam. Por eso no quiso decirme quién era su ex, jamás habría aceptado de haber sabido que era el ex de Alex, de ella dependen mi estancia en la Phi Beta Kappa. Y ahora se cree que tengo algo con su ex, al que salta a la vista que odia. La cantidad de insultos que se me acoplan en la punta de la lengua no le hacen justicia a la furia que se me está acumulando en el pecho.

—Estás muy guapa, Lake. —Alex emula una sonrisa y se marcha por donde ha venido.

En el segundo que Alex desaparece entre la creciente multitud: exploto. Me pasa con frecuencia, suelo reprimirme tanto que termino estallando por las cosas más tontas. Pero esta es una combustión de peso.

—¡Eres un cerdo apestoso! —Comienzo a dar puñetazos en el pecho de Adam como si estuviera tocando unos bongós—. ¡No, mejor, eres una rata de alcantarilla! —Más puñetazos—. ¡Una rata sucia y traicionera!

Adam reacciona por fin y, deja de cubrirse con los brazos e intenta frenarme. Tras forcejear un poco más logra atraparme por las muñecas.

—Primero ¡Auch! —Se queja respirando con dificultad, con los ojos desorbitados de impresión. Embisto hacia él con el cuerpo, pero tiene el doble de fuerza que yo. Me retiene casi sin esfuerzo—. Segundo ¿A qué viene esta moción repentina contra los cerdos y las ratas?

—¡Suéltame! —grito hiperventilando.

—¿Vas a volver a pegarme?

—Sí.

No me suelta y yo me retuerzo como una serpentina hasta que lo logro. Da un paso hacia atrás, cauteloso. Las manos extendidas hacia delante por si vuelvo a lanzarme contra él. Me quedo quieta, a pesar de todo. Hago crujir los nudillos, aun respirando con dificultad.

—Te das cuenta que has mandado a la basura mi oportunidad de entrar a la hermandad. Alex me la va a tener jurada ahora que cree que salgo contigo. —O me hará la vida imposible para que dimita. Ya me imagino atada a un tronco en el bosque durante una noche de lluvia.

Adam pone los ojos en blanco y tengo que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para nos arrancárselos de cuajo.

—De verdad, qué daño han hecho las películas universitarias… Ahí donde la ves, un poco sardónica y altiva, Alex es justa. Lo único que le interesa es que estés dispuesta a todo por entrar. Nada más.

Abro la boca para replicar.

—Y si creer que eres mi novia le jode, lo pagará conmigo, no contigo —añade. No me lo trago. De ser como afirma, me habría dicho de quién se trataba. Sino, por qué tanto recelo cuando le pedí que me lo explicara —¿Quieres algo de beber?

—Piérdete.

Le hago un corte de mangas y me marcho. Aún puedo escuchar su risa explosiva antes de perderme en la pista de baile.


Última edición por gxnesis. el Lun 20 Jul 2020, 12:17 pm, editado 4 veces
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Mensaje por indigo. Mar 09 Jun 2020, 10:09 am

capítulo 07.02.
lake ryan & adam barlow ✖  gxnesis.



Tengo una lista de emociones peligrosas: estrés, frustración, rabia y tristeza. La razón es muy sencilla, cuando estas aparecen, mi primer instinto siempre es acallarlas con alcohol, pastillas o la droga que tenga más a mano. En mi cabeza habita un bicho que aprovecha la más mínima oportunidad para tentarme. «Sabes cómo hacer que desaparezcan». «Solo es una copa». «Si abres el botiquín del baño encontrarás una caja repleta de Tramadol». Desde que salí del centro de rehabilitación no ha habido una sola vez en la que haya atendido su llamada. No importa cuán persuasiva sea, ni saber que la mejor manera de que se calle es hacer lo que me pide. Me basta con pensar en todo el sufrimiento al que sometí a mi familia, a Hugo, el que me infligí a mí, lo duro que sería volver a recaer y tener que repetir el proceso otra vez. Si el bicho presenta especial resistencia, me ocupo en alguna actividad física que me brinde una adrenalina similar a las drogas: corro, hago flexiones, salgo en busca de sexo. Como último recurso queda mi madrina, a quien recurro cuando sé que estoy a un segundo de meter la pata.

El caso es que prefiero no tener que enfrentarme al bicho. En mí también vive la duda de si llegará el día en el que no sea capaz de dominarlo. Por lo que mantengo al margen de cualquier situación que desate mis emociones prohibidas.

Enterarme de quién es la ex de Adam ha liberado una cantidad considerable de frustración y rabia, en mi estómago se entremezclan, experimentan juntas y llaman la atención del bicho, que comienza a desperezarse. Me ha pillado en el peor lugar posible, además: una fiesta con cantidades ingentes de alcohol. Lo primero que se me ocurre para relajarme es dar vueltas por el gimnasio. Procurando acabar con el zumbido, la niebla que entrama mis pensamientos y clarea la voz del bicho. Así estoy un rato hasta que me cruzo con Zack y Zoe, que deben haber llegado hace nada.

Me recoloco la cara de póker en cuanto me sitúo a su lado. Finjo que todo está bien, pero a la que Zack me pregunta por Adam me lanza un interrogante velado: «¿Qué te pasa?». No lo negaré, por mucho que me moleste a veces que Zack sea así de protector, como si no fuera capaz de manejar por mí misma a los babosos que se me acercan, en esta ocasión me tienta mucho la idea de inventarme algo y que vaya a reorganizarle la cara a puñetazos. Pero me controlo, le sonrío y aseguro con la mirada que todo está perfectamente.

Lo cual es una suerte y una desgracia al mismo tiempo. Suerte porque debo hacerme una foto con Adam y mi abuela me montará el drama del siglo si no sale perfecta y desgracia porque voy a tener que tragarme el orgullo e ir a buscarlo.

Tras unos momentos de incomodidad, en los que no dejo de mirar a la gente que añade alcohol al ponche desde sus petacas, Zoe se pone en «Modo Zoe» y nos anima (obliga) a bailar.  Incluso trae a Onix, Erin y sus Catetos correspondientes para que se unan.

Al final, bailar es lo que termina cerrándole la boca al bicho por completo. Me concentro en la música, en el ritmo de mis piernas. Apago el cerebro y cuando este empieza a funcionar de nuevo, se ha enfriado lo suficiente para pensar con claridad.

Tengo la opción de hacerme la fotografía y romper el trato con Adam. Este es el único reto en el que lo necesito de verdad para ganar. Los otros, sin importar la advertencia de Zack, puedo afrontarlos en solitario. Sería lo más inteligente. Así evito que Alex emprenda una vendetta contra mí. Así y todo, me encuentro pensando que quizás debería creer a Adam cuando asegura que no lo pagará conmigo. Si doy por hecho que Alex me hará la vida imposible, ¿no estaría perpetuando uno de los arcaicos prejuicios que pesan sobre nosotras? Que somos seres irracionales, demasiado sentimentales, sin control, sobre todo en lo que el amor se refiere. Sé que estas personas existen, pero no debería asumir que Alex es una de ellas basándome en que es una mujer.

He convivido un poco con ella a lo largo de estas dos semanas. Lo que más me ha llamado la atención es que nos trata como personas, no novatas. No nos reduce a una categoría inferior porque aún no nos hemos ganado la insignia de la hermandad. He visto a Alex alternarse para desayunar con nosotras, pregunta, se interesa. Es cierto que tiene un halo juicioso y cauto cuando se da el caso y que es posible que solo esté haciendo un trabajo de evaluación. Pero no parece mala persona.

Decido guiarme por lo que me transmite y no por unos estúpidos prejuicios.

El fotógrafo llega por fin y voy en busca de Adam para dar por finalizada esta noche. Le localizo cerca de la fila que se ha formado para la foto. Está hablando con Jason y otros chicos que no reconozco. No para quieto, gesticula con los brazos y se revuelve sobre los pies cuando se detiene a escuchar, como si estuviera obligado a hacer dos cosas al mismo tiempo.

Capta mi presencia antes que me sitúe frente a él. En cuanto lo hago, quienes les acompañan guardan silencio.

—Has vuelto —dice con una sonrisa deslumbrante y puñetera. Escucho su voz en mi cabeza susurrando «sabía que lo harías».

Lo agarro por la manga de la chaqueta. Él se deja arrastrar fuera del círculo, despidiéndose de sus compañeros precipitadamente. Cuando ya estamos solos —todo lo solos que se puede estar en un gimnasio repleto de gente—, lo suelto y me giro hacia él.

—He decidido apelar a la presunción de inocencia. La de Alex, no la tuya. —Sigo pensando que no me dijo quién era porque sabía que no aceptaría—. Pero como vea un solo indicio de venganza, esta será una relación muy corta.

—Sí, jefa —acata haciendo un saludo militar.

Nos ponemos colocamos al final de la cola, es inmensa. Pero duramos poco en ella porque Zack nos cuela. Mi amigo se come a Adam con la mirada, pero este no se percata de nada. Se limita a saludarlo pronunciando su nombre y va a colocarse frente a la cámara.

—Gracias —le digo a Zack.

Como Adam está cerca, me responde al oído:

—Las bragas bien sujetas, renacuaja.

No me queda más remedio que reír. Nos damos un breve abrazo y Zack se marcha. Yo corro a colocarme al lado de Adam, bajo las miradas de fastidio que me regalan los de la fila por colarme.

—Pon tu mejor cara de seductor, que tengo que enviarle la foto a mi abuela —ordeno peinándome.

—No sé cómo tomarme eso.

—Juntaos un poco más —pide el fotógrafo tras el objetivo. Me pego a Adam a regañadientes, permitiendo que apoye una mano en mi hombro—. ¡Sonreíd!

Dispara varias veces y da el visto bueno levantando el pulgar.

—Primera tortura superada. —Nos hacemos a un lado para que se coloque la siguiente pareja. En el lateral, Adam me tiende la mano. Arrugo la frente—. No.

—Alex está mirando.

Sigo la trayectoria de sus ojos y, efectivamente, Alex nos observa desde el final de la fila, flanqueada por Becca, mientras se lleva un vaso a los labios.

—Están bien, solo hasta la salida. —Le agarro la mano y tiro de él.

El aire fresco de la noche me devuelve la energía que me ha ido succionando la noche. Me encuentro tan ocupada disfrutando de él que no presto atención alrededor e impacto con la espalda de un chico, a su vez, haciendo que Adam impacte con la mía.

—¡Lake! —Cuando el susodicho se gira, veo que se trata de Noel—. No sabía si finalmente vendrías.

—Tampoco tenía otra opción. ¿Qué haces aquí? —Noel me dijo que su primera novatada nada tenía que ver con el Baile de Bienvenida, así que me sorprende encontrarlo aquí, enfundado en un traje.

—Pasar el rato, pero las normas de etiqueta son estrictas, no me dejaban pasar con un atuendo normal. Estás muy guapa, por cierto.

Adam carraspea a mi espalda. Noel, que parece percatarse de su presencia por primera vez, lo analiza de arriba abajo. Sus ojos se detienen a la altura de nuestras manos. Se la suelto como si me diera calambre.

—Adam —saluda educado.

—Tú eres novato de la Alpha Omega, ¿no? —Chasquea los dedos y pone una expresión pensativa. Aunque queda claro que lo ha reconocido desde el primer momento—. Papá Noel.

—Solo Noel —corrige este, un poco tenso. Apuesto que ahora se arrepiente de haberlo defendido el otro día—. ¿Es tu acompañante?

Abro la boca para responder.

—Y su novio también.

«Voy a matarlo». Noel se queda patidifuso. En su mirada veo la decepción, seguro que está pensando: Eres una de esas chicas, las que critican al chico malo, pero en cuanto la sonríen un poco caen. No sé qué me molesta más, si la generalización o que piense que tengo novio.

—En realidad…

—¡Vaya, qué tarde es! Tenemos que irnos. Nos vemos, Papá Noel.

Adam vuelve a agarrarme de la mano y salgo volando tras él. Pasada la oportunidad de explicarle a Noel que todo es una farsa. Logro soltarme cuando ya estamos en el camino que lleva a los colegios mayores.

—No vuelvas a hacer eso. —Le doy un empujón al pasar por su lado.

—¿Hacer el qué? —Me sigue, como no podría ser de otra manera. Se coloca a mi lado y se ajusta a mi ritmo.

—Marcarme como si fuera algo de tu propiedad. Y su novio también. Pero tú qué te has creído —escupo alterada.

—Estabas a punto de decirle que era mentira. —Se defiende, mirándolo, compruebo que está molesto—. Además, estaba intentando ligar en mis narices, habría sido raro si me limitaba a observar.

—Si te crees que mi vida sexual va a pararse porque me haya metido en esta farsa contigo, lo llevas claro. —Una cosa es llevar a cabo este teatro y otra muy distinta perder mi libertad por ello—. Como si tú fueras a estarte quieto.

Tarda en responder.

—Quizás esto sea un shock para ti, pero no soy un baboso que pierde la cabeza en cuanto ve dos tetas. Tengo autocontrol —espeta. Su expresión se oculta en la oscuridad, pero parece mosqueado e indignado. ¡Venga hombre!

—Enhorabuena. —Dibujo una sonrisa falsa, marcando la ironía. No voy a felicitarlo por no ser un cerdo sistemático. Y estoy metida en esto porque no es capaz de parar los encuentros sexuales con su ex, así que su palabra tiene escasa veracidad.

Me hace burla. Continuamos caminando en silencio, rodeados de otras parejas que se dirigen a sus viviendas. Me quedo esperando a que Adam se marche, pero camina a mi lado. Espero que no tome por costumbre escoltarme a todas partes como un novio solícito.

—No sabía que te llevaras con la camada de cachorros peleones. —Suelta de improviso. Tardo un segundo en traducir sus palabras. Una carcajada me nace en la garganta por el apodo. En algún momento tengo que preguntar a Zack por qué sienten esta animadversión hacia el otro—. Ellos son tan… y tú tan… Ya me entiendes. Pero cosas más raras se han visto.

Sorprendentemente, a pesar de su balbuceo, entiendo a qué se refiere. Parece esperar a que le dé una explicación, como de costumbre. Pero no voy a ponerme a especificar que solo me llevo con Zack, que los otros son un daño colateral.

—Porque no sabes nada de mí. —No va a malas, solo señalo la verdad.

Adam acoge mis palabras como un desafío. Se planta delante de mí y me obliga a detenerme, a pocos metros de mi residencia. Oculta una sonrisa frunciendo los labios.

—Sé que dices lo que se te pasa por la cabeza sin ningún tipo de filtro. Y que eres de mecha corta. Tu nivel de tolerancia es muy deficiente—. Coloca los brazos en jarras, muy pagado de sí mismo—. Ah, y que no das explicaciones, eso acabo de aprenderlo.

—Me gusta todo en su justa medida. —Los excesos nunca me han traído nada bueno—. Y tengo más paciencia de la que crees. De lo contrario, ya te habría tirado a una cuneta.

—Y yo soy de los que desbordan el vaso. ¿Te gusta Cinematografía? —añade, para demostrar, de nuevo, que sí sabe cosas de mí.

¿Sabéis qué es también? Impredecible, intenso, nervioso. Va a una velocidad muy superior a la mía. Nunca sé qué va a decir y sus cambios de tema repentinos me marean. Por eso me pone tan nerviosa, porque no sé por dónde va a salir y odio las sorpresas.

—Está bien —respondo escueta—. Tu estudias una Ingeniería, ¿no? —pregunto para desviar la atención de mi persona.

Adam se da la vuelta con energía y retoma la marcha. Solo reacciono cuando me mira por encima del hombro para ver si voy detrás. Resoplo.

—Estudiaba una Ingeniería —especifica a la que me coloco a su lado—. Pero abandoné. He empezado Medicina este año, quería probar algo nuevo.

—Has abandonado una carrera a un año de terminarla. ¿No habría sido mejor esperar y empezar una nueva el próximo año?

—Te llevarías bien con mis padres. Ellos también son expertos en llevarlo todo hasta el final —gruñe airado—. Pero yo no soy así. Si quiero algo, lo hago en el momento. No me gusta pensar a largo plazo. Prefiero vivir el presente y no perderme nada. Es lo único que importa.

«Guau, menudo discurso le ha salido». Advierto un rasgo nuevo en su rostro, en la manera en que marca la barbilla y la firmeza de su boca; coraje. Como si estuviera preparado para recibir un ataque que no le es ajeno. Soy una experta en poses y sé que la de Adam es fingida, pues bajo ella observo una mezcla de preocupación, miedo y hastío.

Le he apretado en el botón equivocado y desatado una reacción que ha cambiado por completo el tono de la conversación.

—Ya hemos llegado —hablo, dejando pasar la escena anterior. Me detengo en el camino de entrada de la hermandad. En la fachada, hay varias parejas dándose el lote en la oscuridad. Como si fuera una exposición de besos—. No hace falta que me acompañes a la puerta.

—Ni hablar de un beso de buenas noches, ¿no? —bromea. Ha borrado de su rostro las emociones anteriores y ahora tiene una expresión traviesa. A la que acostumbra, vaya.

—Veo que tienes la lección aprendida.

Me guiña un ojo y sale disparado hacia la oscuridad de la pradera, sin molestarse en despedirse. Echo la cabeza hacia atrás y me quedo observando el cielo nocturno.

Esto ha sido agotador.

Los próximos seis meses también serán agotadores.

Y no sé qué será de mí.



Una vez en la residencia, después de tener que regresar al gimnasio porque había un problema con las parejas, pienso que ya no recibiré ninguna otra sorpresa desagradable. Pero, por supuesto, equivoco.

—Lake, ¿podemos hablar un momento?

Casi me atraganto con el agua al ver a Alex de pie al otro lado de la encimera de la cocina. Esto no puede ser bueno. Toso para deshacer el nudo que se me ha hecho en la garganta y asiento. Alex se sienta en el taburete. Nos separando dos metros de mármol de imitación. Me siento como en el despacho de un hombre poderoso al que tengo que convencer de cambiar la política de su empresa por una que proteja a sus empleadas ante el acoso sexual de otros trabajadores. De esas he tenido muchas y de ninguna he salido bien parada. Así que la semejanza no me anima en absoluto.

—Tú dirás.

Tarda un poco en hablar. La veo debatir con ella misma. Parece preguntarse si debe contarme lo que sea que quiera contarme. A mí solo me queda rezar porque no tenga nada que ver con Adam. Me conozco y no voy a reaccionar bien. No me gusta que me intimiden.

—No sé qué tipo de relación has empezado con Adam. —Ya vamos mal—. Solo ten cuidado. Es experto en hacerte sentir que eres el centro del mundo, pero en cuanto se aburra te dejará atrás sin ningún remordimiento.

Suelta un suspiro cargado de rencor, trata de camuflarlo tras una pose regia y lejana, pero es evidente. La inunda un rencor infinito. Trato de analizar la situación desde la posición de una chica que sí ha empezado una relación con Adam. ¿Cuál piensa que es la intención de Alex esa chica? Podría querer espantarme, sembrar dudas en su cabeza para que se aparte y seguir teniendo el camino libre. Pero no es lo que transmite. No hay despecho, ni dolor.

Me sorprende ver la diferencia entre ambos. Los dos se han mostrado incómodos en presencia del otro. Pero Adam no habla mal de ella, la defiende, de cierta manera. Y si te fijas, hay un cariño latente en esas palabras. Alex hace lo contrario. El rencor emana de ella.

«¿Qué les habrá pasado a estos dos?».

—No te preocupes, sé cuidarme. —Sueno amable y tajante. No quiero darle la impresión de que puede inmiscuirse.
Alex fuerza una sonrisa que no le alcanza los ojos.

—Seguro que sí. —Se baja del taburete y se va por donde ha venido.


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Dedico la mañana siguiente a hacer los deberes. Mi único descanso consiste en preparar a Zoe para la actuación de magia de Zack. Cuando se marchan, mi productividad se va al garete. Así que subo a la planta de arriba para prepararme algo de comer. Mi plan sigue el mismo camino que el de la productividad; hay varias chicas haciéndose la comida y todos los fuegos están ocupados. Odio los domingos. La residencia se llena de los miembros de la Phi Beta Kappa que no viven en la casa. Hacen reuniones —en las que no nos incluyen—y se dedican a hacer ruido y ocupar espacio.

De vuelta a mi habitación, me cruzo con Alex y Adam hablando acaloradamente a la entrada del salón. La sorpresa me detiene unos segundos, justo los que podría haber usado para escabullirme al sótano sin que me vieran. Porque Alex no tarda en percatarse de mi presencia. Me señala con un gesto de barbilla mirando a Adam de reojo. «Genial».

Adam sonríe y en menos de una fracción de segundo se planta delante de mí. «Se supone que sales con él, no le des una patada para que se aparte».

—Ho…

No me deja acabar. Cuando quiero darme cuenta, sus manos acunan mis mejillas y sus labios están encima de los míos. Vale, decir que me está besando sería exagerado. Es un simple roce de labios. Pero es suficiente para que mi Lucifer personal se despierte. Me aparto, medio atontada, he de decir, dispuesta a que pruebe mi puño por segunda vez.

—Disimula —murmura todo sonrisas, casi sin mover la boca. Señala a Alex con los ojos.

La miro de reojo. Está ahí de pie mirando con una ceja alzada. Un fogonazo de la conversación de anoche acude a mi cabeza. Me cago en todo. Rodeo a Adam por el cuello. Me enredo un mechón de su pelo en mi dedo y tiro hacia abajo, enseñándole mi mejor sonrisa de enamorada cuando pone cara de dolor.

—Como vuelvas a tocarme sin mi consentimiento, te juro por lo más sagrado que…

—¿Lake?

Imposible.

Ladeo la cabeza rogando porque haya sido una alucinación.

No tengo esa suerte, esta parece haberme abandonado desde que puse un pie en la universidad. Mi famosísimo padre y su también famosísima amiga están en el vestíbulo de mi residencia mirándome pasmados porque me han pillado en aparente actitud cariñosa con un chico.

—¡Papá! —Aparto a Adam a un lado y corro hacia él. Doy un salto mortal y me engancho a su cadera como si aún tuviera cuatro años. Nos quedamos así un rato. Hasta que me compadezco de su cadera, que ya no tiene cuatro años —¿Qué haces aquí? No puedes estar aquí.

Miro nerviosa a ambos lados. Alex se ha esfumado y las chicas que están en el salón están ocupadas en sus quehaceres. No me avergüenzo de mi padre, que conste. Es un tío guay el noventa por ciento de las veces para ser un padre. Pero no quiero que se forme un repentino corro de fans a su alrededor. Ni tener que ser su hija en la universidad. Las personas me tratan de un modo diferente cuando conocen mi procedencia. Dejo de ser Lake y me convierto en un medio para obtener un fin.

—Te dije que le haría mucha ilusión la sorpresa —comenta a Mina con una sonrisa sarcástica.

También la abrazo a ella. Mina Pieterse es la mejor amiga de mi padre desde que trabajaron juntos en la serie que los catapultó a la fama mundial. El público está obsesionado con el hecho de que sean pareja en la vida real. No hay entrevista o gala en la que no los pregunten al respecto. He de reconocer que, de niña, yo también estaba obsesionada con la idea. Mina es fantástica.

—Creo que la sorpresa nos la hemos llevado nosotros —exclama cuando nos apartamos. Bueno, más bien, me echa a un lado. No sin regalarme antes un guiño cargado de intenciones malévolas —¿Quién eres?

Mierda, ya se me había olvidado Adam. Este alterna sus ojos marrones entre los tres, pasmado. Tarda unos segundos en darse cuenta de que la pregunta va dirigida a él.

Retrocedo sobre mis pasos para situarme a su lado.

—Adam. Soy…

Me adelanto, consciente de cuál será la palabra que va a salir de su boca:

—Un amigo.

—… su novio. —La pronuncia a pesar de todo. Puñetero Adam Barlow, va a ser mi ruina.

Papá y Mina quedan confusos.  Esta sería la oportunidad perfecta para explicarles que todo es una farsa. Aunque, pensándolo mejor, eso generaría muchas más preguntas que si creen que es mi chico de turno.

—Aún lo estamos viendo —mascullo. Fulmino a Adam por encima del hombro. Pero pasa de mí, está muy ocupado admirando a mi padre. Magnífico.

—Imagino que por la cara de pasmado que has puesto nos has reconocido —dice mi padre con socarronería.

—Sí, soy un gran fan de sus películas. —Pero a pesar de la sorpresa y el cumplido, no ha adquirido esa actitud servicial que mucha gente adopta delante de una famoso. Como si merecieran un respeto reverencial.  

—No hace falta que me hagas la pelota, chaval. La vida sexual y sentimental de mi hija depende enteramente de ella.

Este sería el diez por ciento de las veces en las que mi padre no es guay.

—No te estaba haciendo la pelota —asegura Adam sin amedrentarse.

Tanto él como mi padre se evalúan. Mina aprovecha para levantar el pulgar y darme su bendición. Ha estado todo este tiempo analizando a Adam.

—Pero a mí puedes subirme el ego cuanto quieras —interviene la susodicha, coqueta. Lo está tanteando a su manera. Es muy protectora. Si algún chico osa fijarse en su belleza cuanto está conmigo, lo desecha de inmediato. Adam eleva los labios, educado, pero no entra en el juego. Con eso, se mete a Mina en el bolsillo.

—¿Y bien? —Les pregunto, intentando acabar con la situación lo antes posible e ir a recluirme en mi habitación durante un par de años.

—Ah sí. Como tu abuela me ha estropeado la sorpresa he decidido venir antes a por ti para ir a casa a comer —explica papá. Acto seguido vuelve a mirar a Adam— ¿Te animas?

—No creo que… —pellizco a Adam en la muñeca para que capte la indirecta.

—Me encantaría. —responde exultante.

Hago un esfuerzo inmenso por ponerme a gritar como una loca en este instante.

—Eres el primer chico que nos presenta, siéntete afortunado. —Mi padre lo expresa de tal forma que parece decirle «Hazle daño a mi hija y te castro». Es cierto que no se mete en mi vida, pero sigo siendo su niña.  

—Qué remedio, no me ha dado tiempo a esconderlo en el armario —contravengo.

—Sí, ha habido más chicos que ropa en tu armario —habla con añoranza a aquellos tiempos.

Adam suelta una risita, mirándome encantado. Está disfrutando de lo lindo con esta situación. No sé si porque ha conocido a dos actores reconocidos o porque yo estoy a punto de colgarme del techo.

—Vamos, William. —Mina lo agarra por el brazo, de pronto con prisa. Cuando sigo la trayectoria de su mirada, entiendo el motivo. Varias chicas los miran y susurran—. Os esperamos fuera.

—Mejor id tirando. Nos vemos en casa.

Asienten antes de precipitarse rápidamente por la puerta. Sin dar tiempo a las chicas a que se acerquen a ellos. Por mi parte, empujo a Adam hacia el sótano. Cuando estamos en las escaleras, estallo:

—Qué necesidad tenías de decirles que eres mi novio y aceptar su ofrecimiento. A ellos no había que engañarlos, cabeza de chorlito.

—¡Yo que sé! Los nervios del directo, supongo. Estoy acostumbrado a verlo en televisión. ¡Me vas a tirar por las escaleras! —grita aferrándose al pasamanos—. Podrías haber comentado que tu padre es archifamoso.
Llegamos al sótano —para mi desgracia no se cae—. Adam se saca el móvil del pantalón. Su disculpa por meter la pata no llega.

—Mi sobrina va a morirse de celos cuando le diga que he conocido a William Ryan, está como loca con él. ¿Crees que me grabaría un vídeo para ella? —Parlotea mientras me sigue hacia mi dormitorio.

—¿Tienes una sobrina?

—Dos. Pero la pequeña de momento solo babea, así que… —suspira, tecleando como loco en el móvil. Se le pone una sonrisa bobalicona al mencionarlas.

—Espera aquí. —Le ordeno antes de meterme en mi habitación.

Una vez dentro,  retomo la idea de esconderme en la cama un par de años. El domingo ha tomado un giro inesperado, estresante y peligroso. No he llevado un chico a casa en mi vida —no al menos oficialmente, prefería colarlos de noche por la puerta de atrás—, van a tomárselo como un acontecimiento sin precedentes. Sobre todo mi abuela… ¡Dios, qué bien me vendría una copa ahora mismo! No, Lake, no tomes ese camino.

—¿Estás bien?

Pego un bote al escuchar la voz de Becca. Está en el escritorio rodeada de libros. En el contiguo se encuentra Onix, pero esta lleva puestos los auriculares y no se ha percatado de mi presencia.

—Sí. —Becca vuelve a sus libros de inmediato.

Me dejo caer a los pies de mi cama. Bien, no es tan malo. Iré a casa con Adam, comeremos y se acabó. Cuando me pregunten por él en ocasiones futuras, diré que la cosa no cuajó. Es lo que pasa siempre, no le sorprenderá a nadie. Como mucho la abuela me dará un poco la tabarra por no sentar cabeza, dejar escapar a un buen partido y todas esas gilipolleces. «Nunca se sabe. Primero es un baile, después una cita…». Escondo la cara en las manos. Esta mujer siempre acaba teniendo la razón de una manera u otra. Ya me imagino su regocijo cuando me vea aparecer por el camino de entrada.  

Acabo fijando la vista en la maleta que sobresale por debajo de la cama, de donde he sacado el vestido que le he prestado a Zoe. Podría intentar llevar algo de lo que me compró la abuela para minimizar daños. Reducir sus puntos de ataque. «Ni de coña», me digo inmediatamente. Todo este lío ha sido por complacerla. Impulso la maleta con el talón.

Escojo un atuendo que la escandalizará. Unos vaqueros mom llenos de margaritas pintadas a mano, rotos por las rodillas y un top blanco que me llega por las costillas. Lo completo con las zapatillas más gastadas que tengo. Este pequeño y absurdo acto reivindicativo me anima. Cojo las llaves del coche y regreso al pasillo.

Adam está sentado en el suelo con las piernas estiradas, que ocupan todo el espacio libre. Me fijo en su ropa. Va con una sudadera gris y un pantalón de chándal negro. Sonrío para mis adentros. A mi abuela no le va a gustar nada.

—Mueve el culo.

—Creía que te habías amotinado. —Se levanta de un salto y se sacude la suciedad inexistente del trasero.

—No me des ideas.  


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—¿Cómo esperas que entre aquí?

Adam analiza mi pequeño Escarabajo, pareciera que trata de resolver un problema de Geometría. El coche es pequeño y él es grande pero cabe en él perfectamente.

—Como te venga en gana, pero sube —digo desde dentro. Subo el aire acondicionado al máximo. Aquí dentro hace más calor que en las fraguas de Hefesto.

Obedece y se embute en el asiento del copiloto. Con las rodillas casi pegadas al pecho. Su hombro queda a escasos centímetros del mío. No le queda mucho espacio de maniobra para abrocharse el cinturón, pero lo consigue. Bueno, quizás no cabe tan perfectamente.

Arranco el coche, abandonando el campus es menos de un minuto. Tomo la autovía que conduce a mi urbanización. Lamentablemente, el tráfico de Los Ángeles es fluido, a pesar de ser domingo y no va a darme el tiempo que necesito para asimilar que me dirijo a mi casa con Adam.

—¿Mina es tu madre? —pregunta tras unos minutos en silencio.

—Qué edad te crees que tiene. —Si Mina lo escuchara lo tiraría a la carretera sin culpa alguna.

—No sé, tu padre también parece demasiado joven para tener una hija de dieciocho años.

—Diecinueve —corrijo distraída mirando por los espejos retrovisores.  

—Es lo mismo. ¿Eres adoptada? —Por el rabillo del ojo, alcanzo a ver cómo se encoje de hombros a modo de defensa—. Si me respondieras la primera vez no tendría que estar descartando opciones.

Me tomo mi tiempo para responder. Nunca me siento cómoda hablando de mi vida, ni de mí. Pero sé que no cejará hasta obtener una respuesta.

—Fui el resultado de sexo adolescente imprudente. —Me sitúo en el carril de desaceleración para tomar el desvío antes de añadir—: Tenían dieciséis años cuando nací.

—¿Y tu madre? ¿Es famosa también? —Se le agudiza la voz de la emoción—. A lo mejor la conozco. ¿Estará en la comida?

Aprieto el volante a la vez que me invade un acceso de incomodidad. Me tienta la idea de guardar silencio. Pero una imagen de Adam preguntando por ella en la mesa hace que cambie de idea. La sola mención de mi madre destruye todo ánimo en mi familia. Y, a pesar de que se ha torcido, quiero disfrutar con mi padre y con Mina en la medida de lo posible.

Así, una vez más, me obligo a responder. Y me aseguro de que no suscite más preguntas:

—La última vez que hablamos estaba con unas amigas en Miami. Es agente de bolsa, para nada famosa. Y antes de que preguntes, se fue cuando yo tenía cuatro años, pero nos llevamos bien.

Evito hablar de Camila puesto que nuestra relación genera controversia o, cuanto menos, extrañeza. ¿Qué clase de hija no odia a su madre por abandonarla? Yo. Es muy sencillo: ella no quería ser madre —ni cuando tuvo que serlo, ni en el futuro— y yo acepté esa decisión en cuanto Camila tuvo la fuerza para regresar y explicármelo. La maternidad no es una obligación, sino una decisión. Que ella se vio obligada a tomarla por la presión de los demás. Es raro pensar que, si Camila no se hubiera dejado convencer, yo no existiría, no voy a negarlo. Pero le quitaron un derecho, sobre su cuerpo y su vida. La obligaron a ser madre. Y si me pongo en su situación, me resulta muy sencillo empatizar y entenderla.

El caso es que no habría sido justo que se quedara, para nadie. He tenido una infancia feliz y sé que no habría sido así con una persona que deseaba estar en otro lugar. También sé que me quiere y que se siente culpable porque no puede ser la madre que todos la abocan a ser. Ojalá no fuera así. Me gusta la relación que tenemos. Nos llamamos con frecuencia y siempre que puede se pasa a verme.

Mi familia, en cambio, tiene sentimientos encontrados. Papá la apoya siempre y cuando yo me sienta cómoda, a pesar de su historia con Camila. Mi abuela básicamente la odia y le echa la culpa de todo lo malo que me ha sucedido. Lo que no deja de ser irónico, porque son dos mujeres que se alejaron de aquello que se suponía que debían ser e hicieron lo que querían.

—No aparentas ser una pija de Beverly Hills. —Adam no hace más comentarios al respecto de mi madre. Lo cual agradezco. Ya sabe más de mí que muchas personas que llevan años en mi vida.

—¿Cómo sabes que vivo allí? —inquiero—. Y no soy una pija, en ninguna parte.

—Todos los famosos os aglutináis en esa colina. Como si el resto del estado no fuera lo suficientemente bueno. Además, acabamos de pasar un cartel enorme en el que ponía Beverly Hills —apunta, echando un vistazo por la ventanilla.

—Mi familia es famosa, yo no.

—Has dicho familia, en plural.

Lo miro un segundo, tiene el cuerpo orientado hacia mí, todo lo que puede en el poco espacio que tiene. Sus manos crean una percusión silenciosa en sus rodillas y una pierna le sube y le baja. Es agotador verlo, nunca se está quieto.

—Espera y verás. —Adam me saca la lengua, ya sé que lo de esperar no se le da muy bien.

Llegamos a la zona residencial de la ciudad —sí, Beverly Hills es una ciudad, tenemos ayuntamiento propio y todo—. Como de costumbre, las aceras están llenas de turistas que guardan la esperanza de encontrarse a Brad Pitt o Julia Roberts sacando al perro. A lo lejos veo un par de minibús que cobran una barbaridad a los turistas solo para escuchar a una persona nombrar a los propietarios de las casas que casi no se divisan tras los enormes portones.
Es deshumanizador. Más de una vez me he cruzado con el autobús en la puerta de casa. «A nuestra derecha tenemos una de las residencias de los Ryan. Ah, esa es la hija de William, lástima que no sea él. Bueno, ¡saludad!». Por eso nunca he visitado un zoo. Sé lo que se siente.

—¿Por qué nos miran todos? —pregunta Adam, intentando escurrirse en el asiento.

—Piensan que alguien importante va en el coche —farfullo. Piso el acelerador, no me había dado cuenta de que había reducido la velocidad.

—Odio esta ciudad —resopla hastiado, poniéndose la capucha.

—Pero si te encanta que te admiren, Rob Lowe.

—Qué graciosa —masculla. No comprendo su actitud. Cuando las chicas se lo comen con la mirada en el campus no parece molestarle.

Visualizo mi casa en la lejanía. Comienzan a sudarme las manos y se me resbalan del volante. «Piensa que esto será menos incómodo que aquella vez que el abuelo te pilló montándotelo con Barry en su cama», trato de animarme.

Una vez frente al portón, pulso el mando a distancia. Comienza a deslizarse con un leve chirrido. Adam se inclina para intentar ver la casa por la luna del coche. Me introduzco dentro sin pensar y me detengo frente a las escaleras, no me molesto en meter el coche en el garaje, no vaya a tener que salir huyendo.

Adam abre la puerta, pero antes de que pueda bajarse, lo agarro por la muñeca.

—Vamos a establecer unas reglas. No me beses sin que yo te dé permiso, ¿de acuerdo? Lo de antes no se repetirá si…

—Si no quiero que me castres, lo pillo. —Me interrumpe asintiendo—. Salvo en situación de emergencia, como antes.

—Ni situación de emergencia ni leches —insisto. En serio, no tendría que estar explicándole esto—. No me tocas más de lo necesario ni me besas sin que te dé permiso. Nunca.

Adam alza una ceja y alterna la mirada entre la mano que apoyo en su muñeca y yo. Haciéndome ver que estoy haciendo exactamente eso.

—Lo siento. —Aparto la mano de inmediato.

—Tranqui, a mí puedes tocarme siempre que quieras. —Me dedica una sonrisa ladeada con intención—. ¿Algo más, Puño de Hierro?

—Sí —suspiro, cerrando los ojos—. Cuando mi abuela te hable, asientes, sonríes y le das la razón. Y lo más importante, jamás dejes que huela tu miedo.

Adam se carcajea.

—¿Miedo? ¿Quién es tu abuela, Bellatrix Lextrange?

No tengo la más remota idea de a quién se refiere. Pero seguro que mi abuela es peor.


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Penny abre la puerta antes que alcance la manilla, como no puede ser de otra manera. Me indica que todos me esperan en jardín, por el tono tirante deduzco que lo que querría decirme es: «Llegas tarde. No se llega tarde. Malo». Ni siquiera mira a Adam cuando pasamos, pero él si la observa a ella con curiosidad.

El trayecto al jardín se alarga más de lo necesario porque Adam se entretiene a toquetear cualquier objeto que le llama la atención: jarrones, cuadros, lo que pille. Estira mis nervios a todo lo que dan. He pasado de no querer que llegara este momento a impacientarme porque así sea. Cuanto antes mejor.

—Ven aquí. —Lo llamo situada frente a las puertas de cristal que conducen al jardín.

Hace girar un globo terráqueo de madera y se queda viéndolo dar vueltas unos segundos antes de prestarme atención. Es curioso que sea tan distraído y al mismo tiempo no pase nada por alto.

—¿A quién espiamos? —pregunta a susurros, metiéndose en el papel. Pega la cara al cristal y apoya allí las manos. Como Penny lo vea se las corta.

Le señalo a mi familia. Están reunidos alrededor de la mesa, a unos diez metros de la casa. En una zona habituada para hacer barbacoas, con barra-bar incluida. Todo bajo un kilométrico celador que protege del inclemente sol de California.

—Mi padre ya los habrá puesto al corriente, es un cotilla… Los conocerás en seguida, pero voy a darte una clase rápida.  

—Te comportas como si allí fuera estuviera el presidente.

—Casi, casi… Bien—Doy una palmada dispuesta a empezar con mi soliloquio—, ¿conoces Wake Up USA? Allí están los presentadores. Emma y Owen Ryan, mis abuelos. La Bellatrice esa al lado de mi abuela seguramente sea un algodón de azúcar.

—Bellatrix. Y ya hablaremos de tu falta de cultura general. —Me interrumpe ofendido.

—Mi abuelo es todo lo contrario, ya verás que es capaz de equiparar cualquier situación de la vida diaria con un hecho histórico. El que tiene las pinzas de la barbacoa es Jean, el tercero en discordia; el novio de la abuela, el mejor amigo del abuelo y la razón por la que se acabó su falso matrimonio. —Adam se queda patidifuso—. Ya, no trates de entenderlo. ¿Por dónde iba? Sí, dentro de la extravagancia que compone mi familia, a Jean le ha tocado ser el normal. Al otro lado de la mesa tenemos a los Rodríguez. Rosa, Alejandro y sus hijos, Claudia y Hernando. Viven con mi abuelo a unas cuantas casas de distancia. Entraron a trabajar hace dos años, pero ya son familia. Rosa no entiende inglés y no tiene interés en entenderlo, así que nosotros aprendemos español en su lugar. Alejandro está obsesionado con Benjamin Franklin, siempre que puede, lo saca a colación. Los pequeños solo corren y juegan, pasan del resto. Son extranjeros, no sordos ni cortos de entendederas, cuando te dirijas a ellos más te vale hablar en un tono normal. Y bueno, ya conoces a Mina y mi padre, aprecian que los trates como personas y no como famosos… ¿Qué?

—Es la primera vez que dices tantas frases seguidas. Estoy entre alucinado y asustado —explica, echándose a un lado.

En fin, vamos allá. Abro la puerta y nos aventuramos en el jardín. Antes de que se percaten de nuestra presencia, le susurro:

—Cualquier pregunta relacionada con nosotros me la dejas a mí. Y, si algo va mal, recuerda que tú nos has metido en esto, bocazas.

En el momento en el que ponemos un pie sobre el entarimado de madera, cesa la actividad. Salvo Claudia y Alejandro, que chapotean en la piscina contigua. Cada par de ojos se centra en nosotros. Bueno, más bien en Adam. Mi familia se queda a expensas de que me pronuncie.

—Gente, este es Adam.

—Te dije que traería un chico, papá —apunta el mío orgulloso, dirigiendo una cara de recochineo al abuelo. Este ni se inmuta, está muy ocupado con Adam.

—Vaya, vaya… Esto es más sorprendente que Napoleón naciera con todos los dientes —silba el abuelo, sin levantarse de la mesa. Adam me lanza una momentánea mirada cómplice.

—Es un placer —saluda en actitud segura. Se acerca a la mesa y comienza a nombrarlos una a uno—. Emma, Owen, Jean, Rosa y Alejandro, supongo.

—¿Por qué nos nombró a todos? —pregunta Rosa a su marido, en español, por supuesto.

Quiere impresionarnos, me parece.

—Viene con los deberes hechos, qué mono —susurra Mina al oído de mi padre. Desde luego, no tan bajo como se espera.

—Bueno, Adam, espero que tengas hambre —advierte Jean señalando la carne que se tuesta en la barbacoa. Lleva su delantal parodia de Darth Vader que reza: Yo soy tu chef—. También tenemos insulsas verduras, por si no comes carne, como Lake—. Me apunta con la pinza en actitud reprobatoria.

—Es malo para el planeta y los animales. —Me justifico. Llevo sin comer carne desde los diez años y mi familia no deja de cuestionar mi decisión.

—Yo como lo que sea —asegura Adam. De pronto me mira como si fuera una extraterrestre.

Nadie nos pide que nos sentemos. Porque falta la abuela. Hasta el momento se ha quedado en un segundo plano, sentada a la cabecera de la mesa. Hace girar su Chardonney y analiza a Adam. El atuendo deportivo probablemente no le ha gustado. Pero se centra en su rostro. Parece estar visualizando en su retorcido cerebro el aspecto que tendrían nuestros hijos.

—¿Te apellidas Barlow?

—Sí, señora.

—Así que eres el chico que acompañó a mi nieta al baile —menciona con una sonrisa triunfal mal disimulada. Casi puedo oler la pulla que va a soltarme en el aire—: Espero que no te diera problemas.

—¿Le hablaste de mí? —Adam se lleva una mano al corazón, con falsa emoción.

—Fue al contrario, en realidad —rebato a mi abuela.

—Bobadas. Parece un chico encantador. Aunque si estás aquí imagino que se habrá percatado de ello, por suerte. —Le dice en tono cómplice, antes de soltar un melodramático suspiro—: Mi nieta suele fijarse en perro flautas sin oficio ni beneficio.

Adam sonríe sin enseñar los dientes, claramente incómodo. Suplico a papá con la mirada que acabe con esto antes que pierda los papeles y terminemos saliendo en las noticias porque he planchado a la abuela en la barbacoa.

—Madre, compórtate —ordena sin dar espacio a réplica.

—Solo estoy admirando las buenas decisiones de Lake —responde con inocencia.

Papá odia tanto como yo que sea tan intrusiva con mi vida y las personas que me relaciono. Por eso me animó a marcharme con él el año pasado. Su agenda estaba más apretada que nunca y no quería dejarme aquí con la abuela. Yo acababa de salir de rehabilitación y temía que fuera la presión de su propia madre la que me empujase a las drogas de nuevo.

—Esto ya está. —Jean planta una bandeja repleta de filetes en el centro de la mesa—. Sentaos, chicos.

Trato de sentarme junto a la abuela. Pero se me adelanta y le indica a Adam con la copa que ocupe ese lugar. Así que tengo que sentarme en el contiguo, demasiado lejos para clavarle el tenedor en caso de emergencia.

—Y para mi pequeña —anuncia Jean plantándome un plato lleno de boniato, espárragos y berenjenas. Antes de colocarse junto al abuelo, al otro lado, me aprieta el hombro en consideración. «Aguanta, niña».

Al principio, nos dedicamos a comer y escuchar el relato del abuelo de cómo se hizo daño en la espalda. Jean interviene en los momentos oportunos para completar la información. Por último, es Alejandro quien finaliza el relato, diciendo que el señor Owen es un mal enfermo y que no se está quieto. Claudia y Hernando engullen un par de perritos a toda prisa antes de correr de nuevo a la piscina.

Observo a Adam de reojo. Parece cómodo y relajado. Incluso le explica a mi abuelo unos estiramientos que puede hacer para acelerar la recuperación. Yo también termino por relajarme. Quizás salga ilesa de esta comida.

—Bueno, hijo, ¿vas a quedarte un tiempo con nosotros? —pregunta el abuelo a papá.

—Hasta noviembre. —Me sonríe.

Ahora que se ha quitado la barba de náufrago que le exigía la película, puedo verla en todo su esplendor. Adoro la sonrisa de mi padre. Es cálida, segura y me recuerda a las noches que me leía en la cama antes de dormir.

—Después nos iremos a Nueva York —interviene Mina—. Es lo que queríamos contaros. Vamos a ser protagonistas en una película. Y parte del rodaje es allí.

—Me toca aguantarla otra vez, por desgracia… —La pincha papá. Mina pone los ojos en blanco.

—Sí, una lástima. —Los despacha la abuela con la mano. Se gira hacia Adam, dispuesta a proseguir el interrogatorio
—. Mi nieta me ha contado que eres miembro de la Alpha Omega.

—¡Eres de los míos! —exclama el abuelo lleno de júbilo—. Has visto Jean, hay uno de nosotros por cada metro cuadrado.

—También hay una alcantarilla por metro cuadrado y no escucho a nadie celebrarlo —ironiza para molestarlo. A Jean todo eso de las fraternidades le genera rechazo, como a mí.

Adam mastica con premura.

—¿En serio? —Tiene la osadía de no hacer caso a la abuela y responder al abuelo. Sin que sirva de precedente, me cae bien por ello—. ¿Qué edad tiene? No le estoy llamando viejo, que conste. Es que mi abuelo también fue miembro de la fraternidad.

Papá y yo reímos, pero basta una mirada de la abuela para acallarnos.

—¿Cómo se llama?

—Richard Collins.

El abuelo rebusca en su cabeza por unos segundos.

—¡Sí! —exclama—. Era tesorero en mi época de novato, no interactuamos mucho porque se graduó al año siguiente. Pero era un buen tipo.

—Todavía lo es —asegura Adam con una sonrisa que no le conocía. No es la de chulo seductor, esta es genuina y tierna.

—Estás siguiendo los pasos de tu abuelo, por lo que veo —intercede la abuela, retomando el interrogatorio—. Mantener el legado familiar es importante, es lo que siempre le digo a mi nieta. ¿De dónde eres?

Sé que debería intervenir para frenar el interrogatorio. Pero la verdad, sienta bien no ser el objetivo de Emma Ryan. Además, Adam quería venir, ahora que se atenga a las consecuencias.

—De Nueva York, toda mi familia está allí —responde con el semblante ensombrecido de pronto.

Ahora entiendo por qué habla tan despectivamente de los californianos, no es uno de nosotros. Y solo a los californianos les gustan los californianos.

—Interesante… ¿A qué se dedican?

—Mamá, por qué no le pides la cartilla de nacimiento, ya que estás.

—Perdóname por querer conocer al novio de tu hija. —Bueno, había tardado en usar la palabra con ene. Papá le
saca la lengua—. ¿Te molesta que te pregunte, querido? —Adam se encoge de hombros—. Ya lo ves, William, no le
importa.

Le indica con la barbilla que conteste. Adam no vacila, así que no debe de importarle de verdad. Estoy segura que, de no ser así, se lo diría. Si algo sé de él es que hace lo que le venga en gana.

—Mi padre es agente inmobiliario y mi madre dirige la empresa de puertas de mi abuelo desde que él se jubiló.

—Parece que son muy trabajadores. —Otro dato sobre mi abuela, cualquier persona que tenga un trabajo de oficina, es trabajadora.

—Demasiado —masculla Adam, retornando al semblante ensombrecido.

Mi abuela abre la boca para continuar. Pero dos salvadores inesperados la frenan. Claudia y Hernando se materializan a su lado, chorreando agua.

—Emma, ¿hay postre? —pregunta ella.

—Y si hay, ¿puede ser ese flan tan rico que haces? —añade Hernando, dando saltos con las manos bajo la barbilla,
salpicando agua por todas partes.

Niños, no sean impacientes —Los amonesta Alejandro.

—He hecho dos fuentes inmensas solo para vosotros. —Se levanta de la silla con una sonrisa afectuosa—. Coged vuestras toallas y me acompañáis a por ellos.

—¡Hurra! —gritan los pequeños, obedeciendo de inmediato.

Los tres se marchan al interior de la casa. Esos dos sacan lo mejor de ella y sirven de bálsamo para cualquier situación. Me habría venido muy bien su ayuda en la tienda de vestidos el otro día.

—Felicidades, chico. Has sobrevivido al interrogatorio de Emma. —Jean extiende el vaso de limonada en su dirección.

—¿Ves? Y tú no dabas un duro por mí. —Adam me da un golpe en el brazo, dirigiéndose a mí por primera vez desde que nos sentamos.

—Estaba en modo simpático, has tenido suerte. —Le resto mérito, devolviéndole el golpe.

—Todavía tienes que sobrevivir a mi nieta —advierte el abuelo, guiándome el ojo—. ¿Sabes que a sus novios los metía en el armario?

—Algo he oído.

Es que no puedo relajarme ni un momento en presencia de esta gente.


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El resto de la comida gira alrededor del flan. Los niños se comen una fuente entera entre los dos y los demás comparten la sobrante. Adam se queda con mi parte, ya que yo no como por el huevo. Tras el postre, Mina nos habla un poco más sobre la película: es una comedia romántica que se desarrolla entre dos ciudades y sigue la vida de dos personas desde la juventud hasta la vejez. Pero no da más información. Jean curiosea sobre los guionistas, lo que lleva a Adam a preguntarle si es uno y todo ello termina en que los dos se han marchado a la sala de Jean a que le enseñe la colección de películas en las que ha participado. La abuela se marcha con ellos.

Cuando el resto inician una partida de póker, decido que ha llegado el momento de marcharme. Les doy un beso a todos y al llegar al lado de papá, detiene la partida para abrazarme.

—Tranquila, cariño. Voy a estar tan encima de ti este mes que tú misma me mandarás a Nueva York de una patada.

Papá me estruja con fuerza. Por supuesto que se ha dado cuenta de que me he quedado chafada porque tiene que volver a marcharse. Tendría que estar acostumbrada, ha sido así siempre. Pero supongo que la costumbre no lo hace más fácil.

—Está bien. Pero nada de visitas sorpresa a la universidad, carcamal.

—Te echaba tanto de menos que voy a pasar por alto que me llames carcamal.

Me aparto de él y me encamino hacia la casa en busca de Adam. Pero no llevo recorrido ni un tercio del camino cuando Claudia y Hernando se plantan delante de mí.

—Lake, ¿cuándo vas a llevarnos a Pacific Park?

—Prometiste que lo harías. Tú dices que las promesas siempre hay que cumplirlas.

Se me había olvidado con todo el caos de la universidad.

—El día de Acción de Gracias os llevo —digo para asegurarme que no ocurre ningún inconveniente que vaya a impedirlo.

—Jo, queda mucho. —Hernando saca un puchero intentando ablandarme.

—Pero es el mejor día. Mientras nosotros nos lo pasamos bomba en las atracciones y nos ponemos hasta arriba de manzanas caramelizadas, los demás estarán aquí trabajando. —Intento persuadirlos.

—¡Sí, odio poner la mesa! —grita Claudia, jubilosa.

—Está bien. ¿Puede venir tu novio? —pregunta su hermano, con un ligero rubor en las mejillas.

Me tiembla la sonrisa. No quiero decirles así de sopetón que no verán a Adam nunca más. Esta ha sido una situación extraordinaria. Así que no lo hago. Para qué romper la burbuja del pequeño Hernando antes de lo necesario.

—Solo si prometes vomitarle encima en las Sillas Giratorias.

—Puaj.

—Yo lo haré. —Claudia levanta la mano como si estuviera en clase. Chocamos los cinco, les revuelvo el pelo a ambos y prosigo mi camino.

Entro al estudio de Jean sin hacer ruido. Adam y él están frente a la estantería repleta de DVD’S y cintas VHS. La abuela está sentada en un sillón mirando a su novio de esa forma en que lo hace cuando piensa que nadie la observa: vulnerable, cariñosa, segura. Me pregunto qué se sentirá al querer a alguien de esa forma, con todo lo que eres y que te quieran de la misma forma.

Me coloco a su lado sin terciar palabra. La abuela sonríe y empieza a acariciarme la espalda con afecto. Está contenta. A mí me embarga una sensación agridulce. Emma no va por ahí regalando muestra de cariño físico, las guarda para ocasiones especiales. Considera que tener un novio adecuado es una de esas ocasiones. Básicamente está orgullosa de mí por engañarla para que piense que me estoy convirtiendo en la persona que ella anhela. No es por mí, ni por algo que a mí me haga feliz. Lo acepto, quiero que esté orgullosa, por eso me metí a aspirante. Pero ser consciente de que quien soy jamás despertará ese sentimiento, a veces duele. Y lo peor es que una parte de mí está dispuesta a lo que sea para que Emma Ryan esté orgullosa.

—Nos vamos —carraspeo, interrumpiendo el rumbo de mis pensamientos.

—¿Ya? —Jean pone cara de pena—. Ni siquiera he llegado a mi mejor época.  

Adam le dedica una sonrisa de disculpa y camina para reunirse conmigo. La abuela se incorpora del sofá.

—Puedes seguir enseñándoselo el domingo que viene, cielo. Nos encantaría que te unieras a nosotros otra vez. Así me entregas en personas la fotografía del baile, a Lake seguro que se le olvida. Pero confío en ti.

El chico me mira a mí, atendiendo a mis indicaciones por una vez desde que lo conozco. Y yo, condicionada por mis más recientes pensamientos, digo la estupidez más grande de mi vida:

—Si él quiere.

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Traspaso el portón y llega el arrepentimiento. Como si hasta el momento hubiera estado bajo un fuerte hechizo. Recupero la identidad de sopetón. Y me entran ganas de darme de cabezazos contra el volante. «No pienses en lo que gana ella, sino en lo que sacas tú». Pero si no saco nada. Solo me he entorpecido la vida. Había logrado salir ilesa de este entuerto. Adam se convertiría en el chico que llevé una vez a casa y punto. En qué demonios estaba pensando. Mi abuela no se contentará con que Adam venga el domingo que viene. Irá integrándolo hasta que parezca que siempre ha estado en ella. Antes que me dé cuenta, lo convencerá para que me pida matrimonio.

—Tu abuela es… —habla mi futuro marido a la que abandonamos Beverly Hills.

—¿Incisiva, cotilla e incisiva?

—Divertida, en realidad. Toda tu familia. Deberíais considerar la idea de vender vuestra historia para una sitcom. Fijo que os forráis, más todavía, quiero decir. —Se interrumpe a sí mismo. Siento sus ojos observándome—. No te llevas bien con ella.

Mi impulso primario es no responder, como de costumbre. Pero lo hago porque necesito justificar mi comportamiento estúpido. Y hacerlo en voz alta tiene más peso:

—Es complicado. Emma tiene una forma de ver la vida y yo otra. Chocamos porque piensa que la suya es la única válida. Y al final consigue que tú también lo creas. Habría convencido a Hitler de abortar el Holocausto de haber tenido la oportunidad.

—Ya veo —formula pensativo—. Por eso eres aspirante de la hermandad, quieres contentarla. —Abro los ojos con sorpresa. Ha dado en el clavo—. ¿Qué? Aunque solo poseas una expresión facial, salta a la vista que odias todo ese rollo.

—No intento contentarla. Odio que se salga con la suya. Pero si piensa que lo hago, me deja un poco tranquila—. «Eso es contentarla», suspiro—. Mira, es…

—Complicado —termina Adam, se revuelve en el asiento—. Te entiendo, yo también quería contentar a mis padres. Bueno, hacer que se sintieran orgullosos. Por eso llevo tres años asándome de calor en este estado del demonio. —El odio que destila hacia Los Ángeles me pega de lleno—. Pero no puedes vivir la vida que los demás quieren para ti. Ya tienen la suya, que se apañen.

Yo solía hacerlo, vivir sin permiso, ni remordimiento por cómo les afectaba a las personas de mi alrededor. E hice de las suyas un infierno. Me costó comprender que mi vida me pertenece un noventa por ciento, pero el otro diez por ciento es de las personas que están en ella. Y eso condiciona mi libertad hasta cierto punto. Pero es justo.

—Los echas de menos. —He observado su actitud cuando ha mencionado a su familia. Había mucho cariño, pero también dolor.

—Una barbaridad —murmura con la vista trabada en sus manos.

—Vuelve a Nueva York. Es lo que quieres, ¿no es así? Y según tengo entendido, tú siempre haces lo que quieres… —Lo parafraseo, recordando lo que me dijo ayer.

—Es…

—¿Complicado?

Adam sonríe.

—Ya nos acabamos las frases y todo —comenta orgulloso y la mirada teñida de malas intenciones.—. Esta relación va viento en popa, Puño de Hierro.

También se me escapa una risita. No es tan malo. Quiero decir, que parece haber más a parte del chico impredecible, nervioso y ególatra que muestra la mayor parte del tiempo. Y ha aguantado a mi familia durante horas, ese es un gran punto a favor. Tal vez no me vuelva loca del todo en estos seis meses.

—Puedes escaquearte el domingo que viene. —Le digo cuando tomo el desvío que conduce al campus en un arranque de compasión—. El trato no incluía aguantar a mi familia, solo que me ayudaras con los retos.

—Iré, pero asegúrate que tu abuela me prepara una fuente de flan para mí solo.  



Última edición por gxnesis. el Lun 15 Jun 2020, 6:59 am, editado 2 veces
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Mensaje por indigo. Mar 09 Jun 2020, 10:10 am

Extra.

lake ryan & adam barlow  ✖  gxnesis.




De regreso a mi habitación, no hay rastro de mis compañeras. Dedico la tarde a terminar los deberes que he dejado a la mitad y luego, cerca de las once, me echo a leer en la cama. A dos páginas de empezar, unos toques en la puerta reverberan en el espacio:

—Siempre está abierto —grito sin levantarme a comprobar quién es.

—¿Cómo que siempre está abierto? ¿Y si fuera un acosador? —Me asomo por detrás del libro para ver cómo Zack también me reprende con la mirada. Tiene las manos sobre las caderas y aún va vestido con su traje de las actuaciones.

—Sé manejar a Damián, tranquilo —bromeo.

—¿Sabes dónde está Zoe? —otea el dormitorio, como si esta estuviera escondida detrás de un mueble o algo así.

—Pensé que estaba contigo.

Zack tensa el rostro. De esa forma entre desesperación y fastidio que le sale mucho en presencia de la rubia.

—Sí, pero cuando he aparcado el coche ha saltado y salido corriendo… Hazme sitio —dice sentándose en la cama.
Me muevo para que quepa y se tumbe a mi lado. Quedamos los dos estirados de espaldas, mirando al techo.

—¿Qué le has hecho? ¿Clavarle una espada durante la actuación o algo así? —aventuro, dando toquecitos a la solapa del libro. Sé que quiere desahogarse, pero le cuesta bastante arrancar. Y a mí me gustaría regresar al único momento de relajación que he tenido en todo el día antes que me dé sueño.

Zack se cubre los ojos con el antebrazo, suelta un hondo suspiro.

—A lo mejor es porque les he dicho a Joyce y Robbie que es mi novia, sin preguntarle qué le parece.

Ni siquiera me molesto en ocultar mi desagrado tras la cara de póquer, Zack sabe cómo me siento al respecto y porque el cabrón me lee cual libro abierto. No me malinterpretéis, me caen bien Joyce y Robbie, pasamos muchas horas esperando juntos en una habitación de hospital. Mi rechazo nace de la relación que tienen con Zack y su empeño por complacerlos en todo. Sé que no soy nadie para juzgar, pues no hago más que meterme en berenjenales para complacer a mi abuela. Pero ahora no es mi turno.

—¿Se te ocurrió así como así? En plan, me apetece cenar hamburguesa y decirles que tengo novia.

—Oye, renacuaja, que no soy el único con novia falsa —contraataca. No se toma bien que lo rebata tratándose de ellos—. Y no fue así, es que nos pillaron besándonos entre bambalinas.

Me incorporo de un salto, con los ojos desorbitados. Dibuja una sonrisa ladina.

—Si la ingenua soy yo por creer que esta vez sería diferente. —Me reprendo, meneando al cabeza. Menos mal que no aposté dinero con Damián, porque habría perdido por goleada.

—Qué puedo decirte, la chica es un grano en el culo, pero está buena.

—Por ti no daba un duro, pero creí que Zoe tendría mejor gusto —ataco sonriendo como una cría tocapelotas.

—Te vas a enterar…

Sé lo que va a hacer, pero no me da tiempo a salir huyendo. Cuando me doy cuenta, me ha empujado de vuelta al colchón y me está torturando con cosquillas en las costillas. Pataleo, me retuerzo, intento arrancarle el tupé…

—¡Para! —chillo dividida entre la risa y el sufrimiento—. ¡Para, joder!

—Retíralo.

—¡Lo retiro! ¡Guapo! ¡Bello! ¡Precioso!

En cuanto las palabras salen de mi boca, se aparta y se deja caer de nuevo en el colchón. Tardo unos minutos en recuperar el aliento, las costillas me han dejado en estado catatónico y me hormiguean las costillas por todas las veces que me ha clavado los dedos.

—¿De verdad estás dispuesto a meterte en este lío para no decepcionarlos? —Cambio el tono de la conversación de una bofetada. Saco un tema que lo pone de malhumor y me estoy metiendo donde no me llaman. Pero, sencillamente, no sé mantenerme al margen cuando se trata de Zack.  

Tarda en responder, tanto que ya pienso que no lo hará.

—Ya está hecho, nos han invitado a cenar dentro de dos semanas —explica—. Pero creo que les vendrá bien. Si ven que sigo adelante, quizás ellos también ellos lo hagan y empiecen a soltar… —carraspea—bueno, ya sabes a qué me refiero.

Se me forma un nudo en la garganta. Lo sé. Como sé que no somos capaces de pronunciar su nombre en voz alta en presencia del otro. Como sé que sus padres se aferran a Rena celebrando todos y cada uno de los aniversarios que le correspondían y que, en parte, son ellos quienes anclan a Zack en el pasado.

—Tenemos que seguir adelante —continua Zack—. No podemos quedarnos atascados en el pasado eternamente. Es un desperdicio.

—Sí...

No le confieso que no estoy preparada. No sé llegaré a estarlo en algún momento. Cada atisbo de ella me duele que te cagas y no soy lo suficientemente fuerte para afrontarlo todavía. Y me callo, como siempre. Porque me siento egoísta hablando de mi dolor cuando el de Zack deja al mío a la altura del betún, porque no quiero ser la persona que lo ponga triste. No lo soporto.

—¿Qué tal tu día? —Zack cambia de tema. No sé si por él o porque en fondo sabe cómo me siento al respecto.

Me tumbo a su lado, con la cabeza apoyada en su brazo.  

—Digamos que, como tú, he tomado malas decisiones.

Alza una ceja, aguardando a que exponga esas malas decisiones. Lo hago, paso cerca de una hora narrándole todos los detalles, mientras él me echa la bronca. Y palabra a palabra, consigo relegar la amargura y el dolor del hueco que ha dejado Rena.


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—¡Arriba, novatas!

Y vaya que si arriba. Pegamos tal bote en la cama que estamos a punto de caernos al suelo. Nos quedamos las cuatro sentadas, adormiladas, decidiendo si el grito formaba parte de un sueño colectivo o era real.

—¡Tenéis cinco minutos para subir al salón! ¡No lleguéis tarde! —La voz de Camille llega amplificada al otro lado de la puerta. Creo que está usando un megáfono. Sea como sea, me tapo los oídos.

—Deberían estar prohibidos tantos decibelios a las seis de la mañana —masculla Becca escondiéndose bajo la almohada.

—A esta sí que le haría yo el harakiri. —Zoe sale de la cama y se acerca a la cómoda.

Onix y yo no tenemos fuerzas para quejarnos. Es más, vuelvo a acostarme, sin atender las indicaciones de Camille. Me quedo en un estado de duermevela hasta que noto que alguien me arranca el edredón de encima. Abro un ojo.

—Tú también eres una novata —Onix se alza como una montaña a mi lado, con mi edredón secuestrado en la mano.

Gruño algo que no entiende ni mi cerebro. Intento hacerme de nuevo con el edredón, pero Onix lo tira al suelo.

—¡Para!

—¡Levántate!

Estiro la mano en actitud moribunda.

—Llévame a caballito, como si fuéramos Edward y Bella correteando por el bosque a la velocidad de la luz.

Se ríe, pero me pega una patada en el culo en respuesta a mi petición. Suspiro. Me levanto a regañadientes. Dios, si ni siquiera puedo enfocar la vista. En el pasillo nos encontramos con una horda de zombis que se arrastra hasta las escaleras. ¿Qué querrán tan temprano? No tardo en averiguarlo, pues Becca y Alex nos lo comunican en cuanto se aseguran de que estamos todas.

—Queríamos felicitaros por superar el reto —comienza la primera.

—A las que no hicisteis trampas, claro está. —Alex fulmina a las susodichas con sus frívolos ojos azules—. Aunque no podéis relajaros. Para entrar en la hermandad, debéis mostrar un compromiso constante.

—Permaneced atentas, aspirantes. Dentro de poco tendrá lugar el segundo reto. —Las palabras de Becca generan un murmullo colectivo. Como si hubiera tirado una piedra en el avispero.

—Y no será tan fácil como el primero. —Alex pone la nota optimista.

Las dos se marchan enseguida, dejándonos a todas con la incertidumbre, la emoción y la alerta encendidas.

—Podrían habérnoslo dicho a una hora decente —Se queja Erin, que se reúne con nosotras, seguida de una
Cameron que bosteza.

—Qué creéis que será —habla Onix.

—Mientras no nos hagan correr desnudas por el campus… —expone Cameron.

—¡Eso molaría! ¡Viva el nudismo! —exclama Zoe.

Más tarde, espero a la Reina del Nudismo a la salida de la residencia junto con Cameron. Ya que tenemos una clase teórica juntas. Cuando Zoe aparece, lo hace con unas gafas oscuras y un pañuelo de colores en la cabeza. Parece Audrey Hepburn.

—¿El atuendo tiene algún propósito?

Zoe mira a ambos lados de ella, como si esperara un peligro inminente.

—Camuflarme.

—Deberíamos decirle que así llama más la atención —susurra Cameron a mi oído. Niego con la cabeza.

No damos ni tres pasos cuando Zoe se detiene de súbito, paralizada. Y sé por qué, Zack está en el camino, hablando con un chico. La mira y el amago de acercarse, pero el otro lo retiene, obligándolo a mirarlo. Lo que da la oportunidad a Zoe de escabullirse al grito de:

—¡Sayonara babies!

Desaparece por el lateral de la residencia. Cuando Zack se libra, corre hacia nosotras. Cameron levanta un pie, dispuesta a hacerle la zancadilla.

—¿Por dónde? —grita, hecho una furia.

—Ni un buenos días o espero que te vaya bien el día… ¿Dónde están tus modales? —A ver, no intento cabrearlo. Solo darle a Zoe el tiempo suficiente de alejarse. Si me chivo demasiado pronto igual se venga de mí. No quiero comprobar si de verdad sabe hacer el harakiri.

—Buenos días, Lake. Espero que te vaya bien el día —responde rechinando los dientes. Me agarra por los hombros y me zarandea como una maraca, al tiempo que pregunta—: ¿Por dónde se ha ido?

Le señalo la dirección con el brazo. Un segundo después, Cameron y yo nos quedamos solas.

—¿Y estos dos por qué han cambiado los papeles?

—Ni idea —miento.

Cameron me va contando cómo le con su cita en el baile de camino a la facultad. Pero pierdo un poco el hilo cuando pasamos por la de Medicina. Busco a Adam entre la multitud. Tendría que haberle pedido el número de teléfono, así me ahorraba esto. Lo encuentro medio tumbado en la balaustrada de piedra blanca, igual que la vez que le dije que era mi cita para el baile. Agarro a Cameron de la muñeca y la arrastro conmigo.

—¿Qué mosca os ha picado a todas hoy? —grita mientras me sigue.

—Eh, Julieta. —Llamo la atención de Adam desde el césped.

—Buenos días, Romeo —saluda incorporándose hasta dejar las piernas colgando en el vacío. Se percata de la presencia de Camero—¿Mercurio?

—Cameron. —Se presenta.

—¿Has venido a recitarme unos versos? —Regresa su atención a mí, entrecerrando los ojos, engatusador, coqueto.

—No, a darte una misión. Averigua cuándo y dónde será el próximo reto de la Phi Beta Kappa.  

Ha llegado el momento de ver si todo el entuerto en el que me he metido con Adam da sus frutos o no.

indigo.
indigo.


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Mensaje por hange. Dom 19 Jul 2020, 5:15 pm

ESTARE COMENTANDO AQUI PRONTO, TE DEJARÉ TODO MI AMOOOOOOR
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hange.
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Mensaje por Atenea. Sáb 01 Ago 2020, 8:46 pm

OMG, DEBO COMENTAR LOS CAPS DE CANDE Y KATE Longwood University {nc - Página 6 1054092304 prometo hacerlo pronto
Atenea.
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