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Mensaje por Toussaint Miér 19 Sep 2018, 11:31 am

HOLIIII Longwood University {nc - Página 3 1477071114:
Toussaint
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Mensaje por hange. Miér 19 Sep 2018, 12:29 pm

Ayy Kate espero tu cap ansiosa Longwood University {nc - Página 3 1796689324 Longwood University {nc - Página 3 1796689324

Loree, GRACIAS POR TU COMENTARIOOO MUJER Longwood University {nc - Página 3 1477071114 no te preocupes, mujer Longwood University {nc - Página 3 1857533193
hange.
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http://www.wattpad.com/user/EmsDepper
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Mensaje por Bart Simpson Jue 20 Sep 2018, 8:58 am

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Mensaje por indigo. Mar 02 Oct 2018, 11:37 am

Holi Longwood University {nc - Página 3 2841648573 Por fin he terminado el capítulo, solo me falta corregirlo. No sé si hoy me dará tiempo, pero a más tardar lo subo mañana Longwood University {nc - Página 3 1477071114
indigo.
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Mensaje por hange. Mar 02 Oct 2018, 7:47 pm

GENIAAAAAAL Longwood University {nc - Página 3 1857533193 Longwood University {nc - Página 3 1857533193
hange.
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Mensaje por Bart Simpson Mar 02 Oct 2018, 8:20 pm

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Mensaje por Jaeger. Mar 02 Oct 2018, 8:32 pm

Ay Longwood University {nc - Página 3 1857533193
Jaeger.
Jaeger.


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Mensaje por indigo. Miér 03 Oct 2018, 5:57 pm

Spoiler:


capítulo 03.
lake ryan & adam barlow  ✖  hypatia.


Probablemente el cementerio no sea el mejor lugar para finalizar una noche de juerga. Podría culpar al alcohol, pero han pasado años desde que dejé de beber. Supongo que no hay culpable. Ha sucedido sin más. Me despedí de mis amigas, arranqué el coche y aquí estoy ahora.

En seis años esta es la primera vez. La quietud me aplasta y todo lo que hago es mirar la lápida, con la bonita caligrafía brillando entre el amanecer. No sé qué debo hacer. Vienes aquí, te sientas, traes flores —solo llevo un caramelo en el bolsillo— y después… ¿qué?

No es más que un trozo de piedra lustrada. Es cuanto queda, un trozo de piedra bonito con el que hablar esperando que haya más que un esqueleto a cuatro metros bajo tierra. Aguardando una estúpida señal: que se caiga una hoja, que crezca una flor por arte de magia, que una corriente de viento se parezca lo suficiente a su voz para poder decir; vale, sigue estando en alguna parte. Lo que sea, pero algo más.

Las lágrimas abordan sin aviso ni permiso; primero silenciosas, después en sollozos ahogados, coléricos, que se propagan al viento sin nadie que los consuele y les diga que todo va a ir bien. Y entiendo, entre hipidos, que este el motivo por el que he tardado seis años. No quiero hablarle a una roca embellecida. Hay dolores que no tienen palabras. Quiero que Rena esté aquí, llamarla por las noches y perseguirla por el vecindario. Quiero abordarla en su casa y seguir probándome la ropa que prometió prestarme cuando las mangas no me colgaran sobre las manos. Que me diga que no sea tonta porque Lauren ha preferido sentarse con Clary a la hora del almuerzo. Darle las gracias por cubrirme siempre las espaldas como la hermana mayor que no tenía que haber sido, pero fue.

No quiero que esté muerta. La quiero aquí, con su sonrisa sonrisa y sus uñas azules.

Ojalá poder contarle que ha sido un año fantástico. He conocido gente y visitado lugares que ni siquiera estaban en mis planes. Me gustaría oír su burla al contarle que me quedé dormida en el sofá de uno de los rodajes y siguieron grabando la escena conmigo ahí hasta que comencé a roncar. La reganiña porque el mes pasado pasé tres días en una cárcel española porque le arreé con un bate de béisbol a un taurino que intentó boicotear la manifestación. Contarle que a veces veo a sus padres…

Quiero que Rena siga viviendo. Mientras lloro lo comprendo: nunca será más fácil. La muerte no me va a dejar. Porque arranca a las personas de tu vida y ya. Sigue viviendo, a ver cómo te las apañas. Trae todas las flores que quieras que no voy a cambiar de opinión.

Estrangulo varias briznas de césped entre los puños y permanezco con la cabeza gacha maldiciendo y sin entender hasta que el sol comienza a salir. Baña el cementerio con una intensa luz blanca. Parpadeo con insistencia para deshacerme de las lágrimas adheridas a mis pestañas. Resoplo. Me siento más tranquila, menos estrangulada.

Tal vez enfadarme con una tumba no ha sido un total despropósito. Quizá las piedras con caligrafía elegante sean una suerte de bálsamo. Como los funerales. Extiendo la mano redibujando con el índice las letras de su nombre. Cierro los ojos, tomo aire.

—Mañana empiezo la universidad —murmuro—. Solo quería que lo supieras.

Saco el caramelo de mi bolsillo y lo deposito sobre la lápida. Fresa, su sabor favorito. Después me marcho, con el culo mojado y entumecido. Pero menos enfadada.



Dormí como un bebé durante casi todo el día. El sol ya se estaba poniendo cuando por fin conseguí abrir los ojos. Por eso vine a casa del abuelo, para que mi abuela no planease a mi alrededor hasta que consiguiera sacarme de la cama y me torturase durante todo el día con sus planes para la universidad, sus listas de cosas importantes y las temibles maletas. Pero ni con diez horas de sueño me sentía con fuerzas para enfrentarme a la arrolladora Gemma Ryan. Retrasé la catarsis cuanto pude.

Toma, toma, tú.

Rosa aparece a mi lado como si se hubiera materializado. Con su sonrisa equina y un enorme vaso de limonada que por poco me mete por la nariz. Aún con el corazón en un puño por el susto, lo acepto. Rosa trabaja para mi abuelo y no tiene ni la más ligera idea de inglés. Pero, de alguna manera, consigue comunicarse con él. Desde hace dos años vive aquí con su marido Alejandro, que se encarga de todas reparaciones que pueda necesitar la casa, y sus hijos, que se limitan a corretear de aquí para allá cuando no están en el colegio.

—Gracias —respondo en español, su idioma nativo.

La mujer comienza a soltar un amasijo de palabras de forma rápida e impetuosa que superan mi conocimiento del idioma. Finalmente desaparece dentro de la casa y vuelvo a quedarme sola en los escalones de entrada. Bebo limonada mientras espero a Zack.

Justo cuando pasan veinte minutos desde que dijo que vendría, su Ford Mustang enfila el camino de entrada, reluciente en el ocaso. La música retumba en el silencio. Rodea la fuente y frena justo al pie de las escaleras. Dejo el vaso y me levanto cuidándome de que la camiseta que le he robado al abuelo no se me suba por encima de las bragas. Zack sale del descapotable con ese aspecto suyo que lo hace parecer desligado del mundo, por encima de él. Su voluminoso tupé rubio y una sonrisa —poco habitual, que no le regala a cualquiera—. «No ha cambiado nada», medito mientras él bordea el coche. Desciendo unos cuantos escalones también sonriendo.

—Vaya pintas que llevas. —Esas son las primeras palabras que me dirige después de más de seis meses sin vernos. Pero por una parte, me alegra comprobar que la distancia no ha alterado la confianza.

Le doy un empellón en el hombro y después lo abrazo. No es demasiado amigo de las muestras de cariño, pero me lo devuelve. E incluso me alza de los escalones. El Zack que yo conozco no es el mismo que conocen los demás. Nos quedamos así unos segundos de más. Le he echado de menos.

Al separarnos nos sentamos en la parte más alta de la escalinata. El silencio se hace con nosotros durante unos minutos aunque no hago nada por acallarlo. Con él no me molesta. Me hace un amago de placaje con su cuerpo para llamar mi atención.

—¿Preparada para la universidad?

—Sí, mi abuela ya le ha explicado al hada madrina que las calabazas tienen que convertirse en carruaje con el primer rayo de sol —bufo.

La idea de la universidad no me emociona especialmente por todo el asunto de la hermandad. No me gustan las etiquetas, ni todo el asunto de pertenecer a algo. Y luego está el detalle de que tendré que sacar las garras y los dientes para ganarme mi puesto. Ridículo.

Zack me mira con sus ojos azules, grandes y brillantes. Sus labios gruesos cuentan con una mueca burlesca.

—Llévate un bote de cianuro, quizás si envenenas a tus contrincantes tengas alguna posibilidad de quedarte.

—O como una vía de escape... ¡Mejor no! —Rectifico imaginado las consecuencias—. La abuela me perseguiría por todo el Infierno para echarme un sermón —añado.

El único motivo por el que he aceptado suscribirme como candidata para entrar en la Phi Betta Kappa ha sido su amenaza de quitarme el apellido si no lo hacía. Todas las mujeres de mi familia pertenecieron a la fraternidad. Mi abuela, incluso, llegó a ser presidenta en su época —hecho que descarga un poco más de presión sobre mis hombros—. «Hazme sentir orgullosa, mantén el prestigio de las Ryan» y un montón de blablablás más que no quise escuchar.

Zack se encoge de hombros ante mi tentativa de suicido.

—No te preocupes demasiado, ¿vale? —intenta animarme sin yo dar signos de perturbación. Es algo que sabe hacer Zack: lee entre las líneas en las que me oculto—. Me tienes a mí. Aunque, si Becca y Alexa te preguntan no me has visto en tu vida.

Ni si quiera me sorprendo por su advertencia. Conozco a mi amigo y su manera de actuar con las mujeres. Le interesan lo que dure una noche de sexo, pero algunas de ellas se interesan más allá y terminan por odiarlo.

—Te estás preocupando demasiado —acusa con las manos agarradas entre el hueco que forman sus piernas. Mirada al horizonte, frente arrugada.

Resoplo pasándome la camiseta por encima de las rodillas al tiempo que las atraigo a mi cuerpo. Se me olvida que mi cara de póquer no engaña a Zack, conoce todas mis jugadas.

—Es solo que no quiero ser Rosalind Franklin y que unos Watson y Crick se lleven el mérito —confieso.

—¿Has descubierto la estructura molecular del ADN? —se burla sin entender mi comparativa.

—No, idiota, pero como Rosalind soy una mujer —revolotea los ojos por mi afirmación innecesaria—. Y ya lo tenemos bastante complicado solo por tener vagina. Si tengo que destacar en la universidad, quiero que sea por mis logros académicos y no por entrar en una estúpida fraternidad. La Phi Betta Kappa es mi Watson y Crick.

Odio materializar mis miedos en palabras. Al igual que con mis decisiones tengo la mala costumbre de que sean solo mías. Para eso tengo a Zack, supongo. Casi siempre actúa como catalizador.

—Si te sirve de consuelo eres más Marie Curie que Rosalind. No habrá nadie que se atreva a pisotearte. No si quieren ahorrarse tu furia.

Me río desganada. Lo observo un momento y es entonces cuando reparo en el hueco que siempre lo acompaña. embargada sensación de la que nunca podré desprenderme y por la que me siento tan culpable. Pero no puedo evitarlo. Siempre me faltará ella a su lado.

—Hay algo más —arremete, serio, como si se hubiera percatado del derrotero de mis pensamientos.

Lo ahuyento con rapidez porque no puedo hacerle esto. Da igual que quiera contarle que he estado en el cementerio. Que una parte egoísta de mí necesite hablar para liberarme un poco de la carga si la comparto con Zack. No se lo merece: bastante tiene con su propio equipaje.

—Nada, que me alegro de verte. —Le concedo una verdad al tiempo que entierro la otra.

Esboza una sonrisa condescendiente.

—No te pongas romántica que no te pega nada.

—Retiro lo dicho.

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Tras despedirme de Zack me doy cuenta de que me he quedado sin excusas para no ir a casa. Así que me despido de Rosa y emprendo el camino antes de que mi abuela se presente con el FBI en la puerta. El trayecto es escaso y no me da tiempo a mentalizarme. Mi casa se encuentra a solo dos mansiones de distancia de la del abuelo. Sin embargo, Beverly Hills sí tiene el tiempo suficiente para juzgarme. Las gemelas Martínez, herederas de un imperio financiero reniegan de mi atuendo cuando pasan por mi lado. Clarkson, un actor de películas de acción, alza una ceja reprobatoria a mis chanclas cuarteadas. Peores que los medios sensacionalistas.

Una vez frente al portón de casa me encomiendo a todas las divinidades para sobrevivir a mi última noche en casa. Penélope Elizabeth Pimperbottom abre la puerta antes de poder meter la llave en la ranura. Su moño prieto y su rostro severo hacen un gesto hacia las escaleras: indicándome con ellos que más me vale subir en este mismo momento. Penélope es la mano derecha de mi abuela. También fue mi niñera hasta los doce años. La señorita Rottenmeier os parecería hasta simpática a su lado.

—¿Qué hay, Pen? ¿Cómo lo llevas? —saludo con una sonrisa de mejilla a mejilla. Mi pasatiempo favorito de niña era enfurecerla. Muchas veces no lo hacía con intención. Pero siempre fui una niña inquieta y Penélope quería convertirme en un pusilánime Clara.

—La señora Ryan la espera —contesta tiesa como si la hubieran encajado un bastón en la columna vertebral. Mantiene la vista clavada en la pared y la nariz arrugada.

—Sí, yo también lo llevo bien, gracias por preguntar.

Me alejo de ella hacia el interior. En lugar de tomar el ascensor —lo sé, un ascensor, estos ricos hollywodenses—, subo los cinco pisos hasta mi habitación a pie. Incluso me tomo un rato para observar los cuadros de la pared y las piezas de cerámica que adornan algunas esquinas. Acabo llegando a mi habitación de todas formas. Escucho la voz de la abuela todavía a un metro de distancia.

Las cosas que te aterran tienes que hacerlas sin pensar. Por lo que yo abro la puerta como si estuviera tirándome por un precipicio. Me quedo petrificada bajo el marco ante la situación en la que desemboco. Hay varias empleadas sacando ropa de mi armario mientras una tercera la mete en distintas maletas. Por último, Esther, la única empleada que conozco: revuelve en mi librero buscando títulos que echar en una caja. Mi abuela dirige la batuta sentada en la silla giratoria con una copa de Chardonnay en la mano.

—¡Por fin te dignas a aparecer! —exclama desde su atalaya—. Ya comenzaba a creer que estabas en uno de tus actos vandálicos y que tendría que sacarte del calabozo.

Mi abuela no lleva bien mi faceta de activista empedernida. No me malinterpretéis, apoya mucha de las causas que intento defender. Su programa está lleno de crítica social y sátira política. Lo que no le gusta es mi manera de rebelarme. Porque llevo el apellido Ryan tatuado en la frente y soy carnada fácil de prensa. Nada es más adictivo que un buen escándalo, así que termino por acaparar las primeras páginas con frecuencia.

Pierdo la mandíbula por la escena. Esther me sonríe con compasión y las otras chicas se petrifican a media tarea. Todo cuanto hago es mirar a mi abuela, quien parece tener ganas de rociarme con el Chardonnay. Para mi suerte, decide llevarse la copa a los labios.

—No te quedes como un pasmarote —increpa con voz potente.

Meneo la cabeza de un lado a otro procurando impedir un cortocircuito cerebral.

—¿Por qué parece que unos nazis están saqueando mi habitación? —Me quejo, muy valiente o muy estúpida—. Sin ofender. —añado, mirando a las chicas.

Me dedica una de sus famosas caídas de ojos.

—Son las…—consulta la hora en el reloj—siete de tarde y no has hecho nada—. Ignora mi acusación como una campeona. Gemma Ryan únicamente presta atención a lo que quiere.

—Compartiré espacio con tres chicas más, no puedo llevarme toda la habitación —argumento dejándome caer a los pies de la cama. Las empleadas continúan observando sin saber qué hacer.

La abuela me apunta con la copa entrecerrando los ojos. Sabe que llevo razón, pero antes saldría en chándal a la calle que reconocerlo. Dirige un programa de televisión, vive rodea de personas que acatan sus órdenes sin rechistar. No está acostumbrada a las réplicas.

—Quería asegurarme de que te llevas ropa adecuada. —Por fin recuerda que las empleadas siguen esperando sus órdenes y con un movimiento de mano las relega de la tarea. Estas se marchan en fila rápidamente.

Antes de que mi abuela se me tire encima me siento en el suelo frente a las maletas para impedirlo. Como me imaginaba, ha seleccionado las prendas que ella pretende que vista. Jerséis de cachemir, polos de distintos colores y pantalones de raya diplomática. Ni rastro de mis camisetas ni mis pantalones rotos.

—La primera impresión es determinante —explica alzada frente a mí justo cuando levanto una camisa de seda en tono melocotón.

—No me disfrazaré para caerle a nadie en gracia. —Y con eso sí que no pienso ceder. Soy quien soy, no voy a renunciar a mí por ninguna fraternidad.

La abuela está a punto de sermonearme, lo advierto en la vena que se le infla en el cuello. Por suerte, Jean y el abuelo irrumpen en el dormitorio. Con voces tronantes y expresiones relajadas, exuberantes de simpatía. Al igual que cada tarde, llevan su ropa de jugar al golf.

—Peor que en La Noche de los Cristales Rotos… —silba el abuelo al percatarse del desastre—, espero que no haya habido heridos.

Dirijo una mirada elocuente a mi abuela. Se le tensa la mandíbula hasta el punto que la oigo crujir. Jean acude al rescate y le da un casto beso en los labios: relaja el entrecejo en consecuencia. Jean siempre consigue ese efecto. Amansa a la fiera. A continuación, el abuelo le da un beso en la mejilla con el cariño de un viejo amigo.

Así están las cosas. Hace cuarenta años mis abuelos arrancaron con Wake Up USA. El mayor programa de actualidad del país. Su química traspasó la pantalla y de pronto sus caras acaparaban las revistas de cotilleó. La audiencia aumentó considerablemente ante los rumores de romance. Mis abuelos eran amigos desde la facultad, pero su química nunca fue más allá del umbral de la amistad. Aun así se casaron. Este es el modo de proceder en mi mundo: cuando algo funciona para el público, haces que funcione también en la intimidad porque te llena el bolsillo. Creo que también influyó la época. Por aquel entonces te conformabas con lo que venía. Mis abuelos se llevaban bien y conocían los tejemanejes del otro, pues adelante.  

Continuaron saliendo en las revistas de cotilleo y la audiencia subía como la espuma. Tuvieron a papá, supongo que en un intento por hacerlo real. Pero nunca han sido más que grandes amigos. Entonces Jean apareció en escena, catorce años más joven, guionista voraz, bohemio y fresco como un mochilero europeo. Fue el guionista en una de las películas con las que mi padre, Will, empezó su carrera como actor. Un día acudió a casa a hacer una lectura del guion con él. Vio la abuela, ella vio a Jean y básicamente eso fue todo. Emma Ryan comprendió que ya no tenía por qué conformarse. El programa iba bien y el abuelo ya hacía tiempo que se movía por la intimidad extraoficial. Acababa de conocer el amor, no iba a dejarlo pasar.

Firmaron los papeles del divorcio, el abuelo se mudó a dos mansiones de distancia, Jean se mudó a casa y ellos dos se hicieron tan amigos que casi parece que son los que mantienen una relación. Hay teorías conspirativas en Internet que lo respaldan.

Mi abuela siempre me regaña por mi tendencia al cambio. Pero lo aprendí de ella. Su decisión me enseñó que no debo conformarme, que si algo no me llena puedo abdicar. En la vida te impregnas de las personas que te rodean. Y yo soy una mezcla de estos carcamales, de mi padre y de Mina.

—¿Preparada para el gran día? —Me dice Jean apuntándome con el índice como si acabara de ganar una batidora de último modelo en un concurso de televisión.

En mi faceta más toca vaginas, respondo:

—Me faltan los guantes de satén a media manga.

Tanto el abuelo como Jean reprimen una carcajada. La abuela no cambia la expresión.

—Serían un buen complemento para el Baile de Bienvenida que tienes en dos semanas —argumenta.
Emulo un gesto de dolor.

—Te lo estás inventando. Dime que te lo estás inventando.

Una sonrisa victoriosa provoca que sus labios tiemblen. Asiente lenta, disfrutando el momento.

—Tienes cita con el diseñador la semana que viene.

—Creo que me voy a tomar otro año sabático.

El abuelo y Jean dejan escapar su risa al fin. Aunque yo sopeso la idea con detenimiento. Estoy sintiendo cómo los grilletes se cierran alrededor de mis muñecas a cada minuto. Y esa creciente sensación que me hace pensar que voy a ingresar en una prisión me sierra el aliento.

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Llego a la universidad de Longwood mucho antes de que aparezcan los primeros estudiantes. Decidí que así era mucho más sencillo e indoloro. No hubiera podido soportar otro asalto de reproches ni directrices ni quejas sobre mi ropa por parte de la abuela. Se enfadará y me aplicará la ley seca durante unos días, sí. Pero prefiero su silencio a sus ruidos.

Subida al capó de mi Escarabajo rojo observo los edificios de la universidad. Las columnas jónicas de los edificios imponiéndose como olas de piedra. El frufrú de los olivos restregándose con el viento. De pronto vuelve a emocionarme la idea de la universidad. Hasta que recuerdo la Phi Betta Kappa. Me dejo caer contra la luna del coche con la capucha como almohada. Cruzo los brazos sobre el pecho y me dejo llevar por Another Day de Rent, mi película favorita.

Pasan las horas y de forma progresiva el campus cobra vida. Los coches llenan los distintos aparcamientos. Risas, gritos y maletas ruidosas. Me incorporo con un fuerte dolor en el cuello. La pradera frente a mí ha sido invadida por una variopinta confluencia de estudiantes. Arrastro el culo por el capó, cada vez más caliente a causa del sol, para apearme. Me deshago de la sudadera y la anudo a mi cintura antes de ir en busca de mis maletas.

A pesar de mis argumentos la abuela fue indulgente. Por lo que he acabado trayendo dos maletas grandes llenas de ropa que no voy a ponerme y un macuto con la que sí usaré. Una que ni siquiera tuve que hacer porque es la que me ha acompañado durante todo este año y que no tuve tiempo de sacar cuando regresé a Los Ángeles hace apenas dos días.

Como puedo, agarro todo mi equipaje y me interno en el campus sorteando reencuentros, chillidos y alumnos de primer año que, como yo, miran alrededor como si acabaran de soltarnos en un planeta desconocido.

Mi teléfono empieza a sonar con el tono de una vídeollamada. Me las arreglo para sujetar las maletas con una mano y respondo. El rostro de mi padre acapara la pantalla.

—No sonrías tanto, que voy a pensar que te alegras de verme —saluda. Puedo adivinar su sonrisa cínica entre la barba densa y abundante que le cuelga hasta la base del cuello. Exigencias de su nueva película.

—Perdona—resoplo tirando de las maletas a riesgo de que se me desencaje el brazo—, estoy un poco liada.

Con un ojo en mi parte del mundo y otro en el teléfono camino contorsionándome. Tengo veinte minutos para llegar al edificio de la fraternidad y sigo en la otra punta del campus.

—¿Emocionada por tu primer día? —inquiere. Un brillo especial inunda sus ojos verdes. Acordamos que cuando me llamara no haría las típicas preguntas de manual que todo padre hace a sus hijos el primer día de universidad.

—No lo sé ¿Qué cualidades cree que debe tener un actor para triunfar, señor Ryan? —contraataco sacándole la lengua.

Papá entrecierra los ojos, ese tick nervioso que comparte con la abuela y que siempre me trae problemas.

—He criado una bestia. —Saca la lengua e imita un mohín. Me pregunto si los millones de personas que lo votan cada año como uno de los hombres más sexis del mundo seguirían pensando igual si pudieran ver lo ganso que es.

Encojo los hombros torpemente. El brazo con las maletas comienza a sufrir calambres por el peso, el que sujeta el móvil lo sigue de cerca. Por no mencionar el sudor que me recorre la frente.

—Lo he aprendido todo de ti.

Mi tono es relajado, pero lo digo totalmente en serio. Cuando tenía cuatro años mi padre volvió a casa en busca de ayuda. Solo tenía diecinueve años, acababan de abandonarlo y se pasaba en el set de rodaje de la serie de segunda categoría que hacía por entonces la mayor parte del día. Nunca lo hubiésemos conseguido sin lo abuelos. Pero, a pesar de las influencias, soy lo que soy por mi padre.

Papá se lleva la mano a la mejilla acercando la cara a la pantalla. Casi puedo verle los pelos de la nariz. Suspira con toda la fuerza de sus pulmones haciéndome daño en los oídos, amplificado el sonido por culpa de los auriculares.

—No puedo creerme que hayas crecido tanto.

—Oh, oh. Alerta activada: discurso de padre melancólico en el horizonte.

Se ríe aunque con la emoción desbordada. Veo cómo se le mueve la nuez de Adán al tragar saliva.

—Deja de mofarte un momento y escúchame —pide, reforzando sus palabras con un gesto de su mano. Asiento frenando mi arduo avance antes de que se me petrifique el brazo. Miro a papá soplando para quitarme un mechón de pelo de los ojos.

Me sitúo a un lado del camino para no entorpecer el paso de la tromba de gente que circula por él.

—Vale, escucho.

—Estoy orgulloso de ti.  

—Como cualquier padre.

—No, no como cualquier padre —rebate. Cruza los brazos sobre la mesa en la que tiene apoyado el teléfono, mirándome con el amor incondicional que me demuestra desde que puedo recordar—. Los últimos años han sido complicados, pero has salido adelante. Por eso estoy orgulloso.

Se me enredan las cuerdas vocales y la amenaza de las lágrimas invade mis ojos. He sido un desastre absoluto como adolescente, superando la media normal de desastres. Ningún padre debería recibir una llamada de los servicios sanitarios explicando que su hija ha sido ingresada por una sobredosis. Y el mío recibió varias. Pero no hubo una sola vez en la que dudase de mí. Estaba seguro que saldría adelante. Si hoy estoy aquí, quejándome por las maletas, es gracias a él.

—Bueno, te diría que nos tomásemos una cerveza para celebrarlo, pero…

Papá niega con la cabeza.

—Eres imposible —desiste, frotándose la frente.

Las muestras de cariño no son mi fuerte. No me considero una persona fría, más bien, es todo lo contrario. Cuanto más quiero a alguien más se me complica el asunto. Tiendo a bloquearme.  

—¿Papá?

—Si te vas a reír de mí por ponerme sentimental ahórratelo —dice con fingida molestia. Incluso se lleva una mano al pecho.

—Gracias por no irte a ninguna parte. —Suelto de carrerilla antes de tener la oportunidad de tragarme mis propias palabras.

—A ver si me dices lo mismo cuando tengas que cambiarme los pañales.

—Esa es una imagen sin la que podría haber vivido.

Papá se ríe. Soltamos un par de tonterías más y promete que tratará de venir en un par de semanas antes de despedirnos. Miro mis maletas y me preparo para el sufrimiento una vez más.

—¿Necesitas ayuda?

La voz me pilla tan por sorpresa que reacciono de forma primaria. Mi puño se alza y describo un movimiento ascendente con él en dirección a las palabras que ni siquiera proceso. Cuando mi cerebro comienza a funcionar de nuevo es demasiado tarde. Solo tengo tiempo de ver unos ojos verdes antes de que mi puño se estampe en su cara.

—¡Madre mía! —chillo escondiendo la mano detrás de la espalda—. Lo siento muchísimo, yo…

El chico, una cabeza más alto que yo, se frota la mejilla al tiempo que me dirige una mirada que levita entre el asombro y el instinto asesino. Trago saliva y sonrío culpable. Observo sus rasgos, facciones cuadradas, ojos pequeños bajo una cejas gruesas con un delineado natural. Pómulos marcados y una barba de cuatro días. El pelo, castaño y liso le cae sobre la frente mientras que se acorta en dirección a la nuca.

—Uno intenta ser agradable y acaba recibiendo un puñetazo —silba cruzando los brazos sobre el pecho. Alza la barbilla y sus labios, carnosos, se curvan con socarronería.

Es guapo de una forma diferente. Más tirando al atractivo carismático que a portada de revista. Y él lo sabe, lo noto en su pose segura y en la forma que mira mis muslos desnudos. Ya no lamento tanto haberle dado un puñetazo.

—Qué esperabas abordando a una persona así —reclamo.

—Realizar mi buena acción del día. —No pierde la bravuconería. Es de esa clase que se viene arriba cuando una chica se les resiste al coqueteo—. Me iré a buscar a una anciana para ayudarla a cruzar la calle.

Pongo los ojos en blanco.

—Pero no, hombre. Seguro que aquí encuentras una chica encantadora a la que llevarle las maletas. Con suerte, luego podrás montártelo con ella en el aula de los materiales.

Alza las cejas.

—¿Es una proposición? —Da un paso hacia a mí con intención de intimidarme. Se pone tan cerca que tengo que alzar el cuello para poder mirarlo a la cara.

Lo empujo en el pecho.

—No eres mi tipo, Rob Lowe.

Negándome a perder más el tiempo le doy la espalda para recoger el equipajes. Cuando me giro de nuevo sigue ahí.

—¿Piensas quedarte mirándome el culo mucho rato más? —inquiero.

Lo digo como una suposición porque, valga la redundancia, no tengo ojos en el culo para saber si lo ha hecho. Pero el leve temblor en su labio me lo confirma.

—Me gustan las cosas bonitas.

—Al contrario de la creencia popular, las mujeres no somos cosas.

—No era eso lo que quería decir.

Si respondo a su réplica perderé toda la mañana discutiendo con este tío. Así que desisto.

—Un placer —Me despido poniendo todo el sarcasmo del que dispongo en la voz.

—Nos vemos, Puño de Hierro.

Guiña un ojo antes de mostrar su dentadura impoluta y marcharse en la otra dirección.

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Supero los dos primeros días del curso sin mayores inconvenientes que mis acuciadas ganas de salir por patas a la mínima oportunidad. Frasecitas como: esto es la guerra y da igual vuestro prestigio familiar, rondan mi cabeza en los ratos en los que no tengo nada que pensar. Como ahora, tumbada en mi cama después de la jornada de clases, esperando a que sirvan la cena en la cafetería.

Con las manos sobre el estómago escucho a Lewis Capaldi mientras Reneé, una de mis compañeras de habitación, ve una serie en la litera de enfrente. He tenido suerte con el azar. Hasta ahora la convivencia con mis compañeras ha ido bien. Acordamos que no nos sabotearíamos entre nosotras y de momento nadie ha dejado ningún peluche descuartizado sobre mi cama con una amenaza de muerte. Nos sentamos juntas durante las comidas e incluso hemos tenido algo parecido a una fiesta de pijamas, a petición de Zoe, quien también ejerce las veces de pegamento y mediadora cuando los ánimos se alteran.

Todavía no he decidido si puedo confiar en ellas, pero soy consciente de que las cosas podrían ser mucho peores.
Tras un suspiro rescato el papel: ya arrugado y manoseado hasta la saciedad, que sirve como pista para encontrar a mi cita para el baile. Releo las palabras a pesar de sabérmelas de memoria. «Turn and face the strange». A parte de que parecía una señal cósmica que me enviaba el universo, no me dijo nada en un primer momento. Hasta que Zoe, la única persona que ha visto el papel, me instó a buscarlo en la red. Se trata de una frase de David Bowie. Poético, pero nada esclarecedor.  

Tampoco he puesto mucho empeño en desvelar el acertijo. Aún permanece una facción en mi interior que se niega a dejarse arrastrar. Tuerzo la cabeza y en mi mesilla de noche está el marco que me envío la abuela ayer. Con una foto en blanco y negro en la que se la puede ver mucho más joven rodeada de sus compañeras de la Phi Betta Kappa. Suspiro.

Puede que sea la orna de mi zapato, pero sigue siendo la mujer que se sentaba a mi lado cuando tenía pesadillas de niña y se presentaba en el centro de desintoxicación por sorpresa para llevarme a tomar helado. Miro el papel de nuevo dispuesta a desestimar candidatos y comenzar a tomarme todo esto en serio. Pero es demasiado ambiguo.

Justo en ese momento recibo un mensaje de Zack pidiendo que me reúna con él en la pradera que hay frente a la hermandad. Seguro que quiere algo. No lo he visto mucho en estos dos días así que me levanto de la cama, me despido de Reneé, que ni siquiera se inmuta y voy hacia allí.

El inminente anochecer ha hecho descender las temperaturas. A estas horas, el césped está lleno de estudiantes que retozan sobre él. Tardo unos minutos en encontrar a Zack; está bajo un árbol, acompañado de Damian.

Los saludo con un movimiento de cabeza y me siento frente a ellos.  

—¿Qué tal? —pregunta Zack con voz somnolienta. Está apoyado contra el tronco, con las gafas de sol sobre el tupé y la cara levantada hacia los últimos rayos de sol.

—Podría ser peor —repito mi mantra encogiendo los hombros.

—¿Ya has encontrado a tu cita para el baile? —Se interesa Damian.

Niego con la cabeza.

—La información es más bien escueta —añado, uniendo y separando las puntas de mis pies como entretenimiento.

—Déjame verlo —pide Damian extendiendo la mano, autoritario—. A lo mejor yo soy tu cita para el baile.  

Zack y yo nos reímos a tempo. Damian reacciona arrugando la frente, asomando una expresión de ego herido en los ojos.

—Dios me libre —espeto.

Tolero a Damian porque hace un par de años que le conozco. No nos llevamos mal, pero su forma de ser choca mucho con la mía. Aún no puedo creer que sea el primo de Zoe, cuando parecen venidos de galaxias distintas.

—Algunas chicas sueñan con la oportunidad de llevarme como acompañante, deberías…

—¿Para qué querías verme? —pregunto a Zack cortando a Damian de raíz. Estoy demasiado cansada para escuchar una perorata herida sobre su inflada autoestima.

—Necesito que me hagas un favor —informa al desperezarse, apartando la espalda del árbol.

—Ajá. —Adivino la mirada lasciva de Damian sin girarme. No puede dejar de relativizar todo al sexo. Me pregunto
qué pasará por su mente cuando ve a alguien comiendo coles de Bruselas.

—Es como mi hermana, cerdo depravado. —Zack estira la pierda y le pega un puntapié a su amigo en la espinilla.
Damian se limita a reír para después tirarse en el césped con las manos colocadas detrás de la cabeza—. Me he quedado sin ayudante para mis espectáculos de magia.

—Algo que no te pasaría si no tuvieras la costumbre de mezclar trabajo con placer —convengo.

—Ya, ya. —Zack deshecha mi sermón con la mano sin darle la mínima importancia, como de costumbre—. El caso es que necesito a alguien y me he quedado sin opciones. ¿Puedes hacerlo tú?

La ceja se me enarca hasta el nacimiento del cabello. Lo miro esperando que me diga que se trata de una broma. Pero el rostro de Zack se mantiene despejado a la espera de mi contestación.

—No voy a ser tu ayudante. —Me sabe mal negarme porque a pesar de que prestarme a ello no me haga mucha gracia, lo haría por Zack. Después de todo es la persona que me iba a buscar a las discotecas a las cinco de la mañana.

Zack pone los ojos en blanco.

—Venga, Lake —insiste lanzándome una brizna de césped—. No voy a cortarte por la mitad ni nada parecido. Además, es perfecto, porque no sentiré la tentación de acostarme contigo.

Lo rechazo con un movimiento de cabeza. Pone mala cara, así que procedo a explicarme:

—Mira, si tuviera un giratiempo como Hermione te ayudaría —aludo, abogando a la sinceridad—. Pero no puedo sobrevivir al primer semestre de universidad, jugar a Hermandad de Sangre y hacer las de ayudante de Dai Vernon al mismo tiempo. —Zack comprende los motivos por lo que abandona su actitud de molestia—: Así que controla a tu amiguito y busca una chica de primer año que no conozca tu historial.

—Lo intentaré —responde como si de verdad fuese a hacerlo.

—Voy a empezar a hacer apuestas —intercede de nuevo Damian, reincorporándose—. Yo digo que aguanta una semana sin acostarse con su nueva ayudante.

«Demasiado tiempo», formula mi mente y por la expresión contrita y meditabunda de Zack, probablemente esté llegando a la misma conclusión.

Meto las manos en el bolsillo y mis dedos rozan el papel que hace un rato miraba en mi habitación. Lo aplasto contra la palma, dirijo una mirada a Zack.

—Oye —lo llamo sacando el papel. Aún consciente de que pedirle un favor cuando acabo de negarle uno es un movimiento arriesgado—. Por casualidad ¿No te dice nada esta frase?

Me incorporo sobre las rodillas para darle el papel. Zack estira el brazo y lo agarra. Mantengo la posición, en tensión.

—Verás como sea yo… —canturrea Damian guiñando un ojo.

Las cejas de Zack forman un arco descendente hacia su entrecejo. Me mira y vuelve a bajar la vista hacia el papel. No sé cómo interpretarlo.

—¿Y bien?

Niega con la cabeza y me devuelve el papel.

—Es Adam Barlow —confiesa con cara de pocos amigos—. Va a nuestra a fraternidad.

—Cabrón con suerte —lamenta Damian.

—¿Ha matado a alguien para que pongas esa cara? —Quiero saber para tener una idea de a qué atenerme cuando lo conozca.

—No, pero digamos que tiene una gran colección de bragas bajo su cama —explica. Entonces entiendo su actitud.

—Vamos, como la mayoría de miembros de una fraternidad —convengo sin darle la mayor importancia—. Pero si lo te preocupa es que acaben allí las mías, tranquilo.

Zack bufa.

—La verdad es que no.

—Vale.

Pero yo sé que le preocupa, aunque lo niegue. Eso me enternece.

«Bueno, una cosa menos», me dice mi cabeza aliviada.

—Podrías…

Zack no me deja terminar.

—Mañana a la hora de la comida te digo quién es.

—Yo habría sido mejor acompañante. —Vuelve a refunfuñar Damian por el simple placer de irritar a la humanidad.

—Supéralo.  

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Al día siguiente me paso la mayor parte de la comida buscando a Zack por la cafetería. A poco más de quince minutos para que finalice todavía no ha aparecido. Picoteó sobre la mesa con la uña, nerviosa.

—¿A ti qué mosca te ha picado? —pregunta Ónix sentada frente a mí.

—Las moscas no pican —puntualizo recogiendo mi mano y dejando la pobre mesa tranquila.

—No seas tan literal —contraataca Ónix rodando los ojos en blanco.

Sonrío sin dientes. En los pocos días que llevamos de convivencia me he dado cuenta que Ónix y yo chocamos mucho sin contar la costumbre que hemos adquirido por llevarnos la contraria. Sin embargo, nos llevamos bien.

—Las campestres sí —interviene Zoe, que hasta el momento se había limitado a engullir su comida—. Cuando vivía en la comuna con mi madre me picaban todo el tiempo.

Sonríe genuina o colocada: es fácil confundirlas.

—En realidad son moscas de establo. —Nos ilustra Ónix con los ojos metidos en los apuntes.

—¿Por qué estamos hablando de moscas?

Zoe está a punto de responderme cuando un bloque humano se nos planta detrás proyectando sombra sobre la mesa. Ambas alzamos la cabeza y miramos a Rykker quien nos ignora por completo. Serio y con pinta de amargado, como siempre.

—¿Sabías que hay moscas de establo? —Le dice Zoe, no sé si en serio o bromeando, es difícil saber con qué intención pregunta las cosas.

Rykker arruga la nariz con desagrado por toda respuesta.

—Vamos —ordena, dirigiéndose a Ónix.

Esta, que prosigue mirando sus apuntes, lo ignora.

—¿Me has…?

Levanta un dedo para acallarlo sin inmutarse.

—Estoy leyendo—. El resoplido de Rykker me revuelve el pelo. No sé cómo habrá conseguido que acceda a acompañarla al baile, pero se merece, como mínimo, una ovación.

Ónix lo tortura unos segundos más hasta que finalmente cierra la carpeta. Se echa su cabellera morena a la espalda con resolución y recoge con parsimonia. La pierna de Rykker comienza a moverse con molestia.

—Sonreír no hace daño ¿Lo sabías?

Me mira de reojo.

—Gracias por el dato.

—De nada, pruébalo de vez en cuando. —Lo animo—. Algunos estudios afirman que es casi tan placentero como el sexo.

—Es cierto —reafirma Zoe, sonriendo, como para demostrárselo.

Se mantiene impasible pero el tono de sus mejillas enrojece levemente. Trato de no reírme. Es fácil sacar de quicio a Rykker, se molesta con solo respirar cerca de su espacio vital.

—¿Podemos irnos ya? —Apremia a Ónix, que se cuelga la mochila sobre los hombros.

—Sí, ahora sí. —Rodea la mesa y nos guiña un ojo—. Os veo luego.

Al mirar al frente encuentro a Zack de pie entre las mesas. Con la mano, me indica que me reúna con él. Recojo
mis cosas a toda prisa.

—¿Adónde vas?

—A buscar a mi Romeo. Te veo en clase.

Zoe me levanta los pulgares con afirmación. Sorteo estudiantes hasta que consigo llegar hasta Zack.

—Creía que te habías olvidado. —Lo regaño cuando lo alcanzo. Se pone en marcha enseguida, en dirección a la puerta.

—Me había olvidado —asegura sonriendo de lado con inquina.

—Qué querida me siento.

Le sostengo la puerta para que pase y me revuelve el pelo al hacerlo para molestarme. Siempre me lo hacía cuando era pequeña para hacerme de rabiar. Hay cosas que no cambian. El sol me ciega unos momentos una vez fuera.
Zack echa a andar por el camino en dirección a la biblioteca. Frena de pronto cuando estamos a pocos metros, haciéndome chocar con él.

—Es ese. —Señala con el dedo hacia la esquina opuesta del edificio.

Como está lejos no puedo distinguirlo bien. Tan solo veo un cuerpo subido a la balaustrada, con una pierna colgando y la espalda apoyada contra una de las columnas.

—¿Cómo se llamaba?

—Adam.

Asiento.

—Gracias, Zack.

Encoge los hombros y se da la vuelta para marcharse. Hoy no tiene el día simpático, por lo que he podido ver. En fin. Cuadro los hombros y me dirijo a las escaleras de la biblioteca. Camino por la galería con lentitud. Sin ninguna gana de llegar.

Saco el papel de la mochila y sigo caminando. Cuando estoy a penas a un metro del chico, por fin lo reconozco. Es el caballero andante del otro día. Maravilloso. Perfecto. No podría haber tenido mejor suerte…

Freno dispuesta a marcharme por donde he venido. Me niego a pasar una noche entera con él. Pero entonces Adam levanta la vista del libro y me ve. Se le dibuja una sonrisa prepotente.

—Puño de Hierro, qué sorpresa.

Me reúno con él a pesar de mis antecedentes de salir por patas. Es increíble la de cosas que hacemos para contentar a nuestra familia. Sin pronunciar palabra le tiendo el papel arrugado. Lo recibe con un gesto de sorpresa; enarca la ceja. Aguardo a que lo lea, me mordisqueo una uña. Me mira confundido.

—Según ese papel eres mi pareja para el Baile de Bienvenida —explico.

—¿Es una proposición? —repite las palabras del otro día como parte de un juego en el que solo él participa. Así que me veo en la obligación de dejárselo claro.

—Solo necesito que me vean entrar contigo en el baile para pasar la estúpida prueba. No tengo ningún interés en ti como persona. Guárdate las caídas de ojos para alguien que las valore.  

Lejos de venirse abajo, Adam sonríe y de un salto abandona la balaustrada. Se agacha para dejar el libro sobre la mochila. Doy un paso hacia atrás para conservar mi espacio. Es esa clase de tío; de esos que solo ven a las mujeres como un agujero donde meter su polla. Hasta su forma de cuadrar los hombros lo demanda.

Se aparta el pelo de la frente con un movimiento de cabeza.

—Así que eres de las aspirantes para entrar a la Phi Betta Kappa.

Asiento. Frunce los labios y analiza, no sé si a mí o la propuesta. Aguardo sin poder hacer más. Sé que se me permiten dos fallos antes de expulsarme, pero prefiero mantenerlos intactos para más adelante.

—No puedo tirarme aquí todo el día —apremip poco después.

Adam sonríe.

—Está bien, seré tu pareja para el baile.

Tendría que sentirme aliviada: conseguido. Sin embargo, una fuerte ola de rechazo me recorre desde los pies hasta
el cuello. Demasiado sencillo.

—Pero hagamos un trato —añade.

—Ya decía yo… —bufo.

Adam me dedica una sonrisa ladeada. Con la mano le invito a que se explique.

—Yo te ayudaré en todos los retos en los que necesites colaboración y a cambio, tú finges ser mi novia durante el resto del semestre. —Abro la boca dispuesta a lanzarle mi replica a la yugular, pero me frena alzando el índice—. He dicho fingir, no que lo seas.

—No me importa la matización —rebato de inmediato haciendo crujir los nudillos.

Adam se encoge de hombros.

—Si quieres que sea tu pareja para el baile esa es mi condición. Además, recibirás algo a cambio: mi ayuda, puede venirte bien.

—¿Y por qué quieres hacer crear a los demás que tienes novia? Búscate una de verdad.

Empieza a arderme el Infierno en el estómago, pero no dejo que mis emociones se dibujen en mi rostro.

—Tengo mis motivos —responde evasivo—. Depende de ti, Puño de Hierro. Avísame cuando lo hayas decidido.

Recoge sus cosas y se marcha, no sin antes guiñarme un ojo. Pasa tan cerca de mí que su piel roza con la mía. En un ascenso de rabia, me giro hacia él:

—¡Mi nombre es Lake, imbécil! —chillo.

Adam levanta el brazo por encima de su cabeza, pero no se gira, segundos después desaparece por las escaleras.
Me quedo quieta en medio de la galería con la vista fija sobre la columna, sin saber muy bien lo que acaba de pasar.

«Maldita seas, abuela».


Última edición por gxnesis. el Dom 31 Mayo 2020, 10:18 am, editado 5 veces
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Mensaje por Bart Simpson Jue 04 Oct 2018, 8:14 pm

CAAAAAAP!!!! Longwood University {nc - Página 3 4098373783
En estos días te dejo mi sensual(?) comentario Longwood University {nc - Página 3 1857533193

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Mensaje por hange. Miér 10 Oct 2018, 6:53 pm

AAAAAAAAA LO AMÉEEEEEEEEEEEEE
VOY A ESTAR COMENTANDO PRONTO
hange.
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Mensaje por Toussaint Vie 12 Oct 2018, 12:43 pm

KAAAAATTT:
Toussaint
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Mensaje por Bart Simpson Lun 15 Oct 2018, 11:29 pm

KATE Longwood University {nc - Página 3 2084810956 :

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Mensaje por Jaeger. Lun 22 Oct 2018, 8:01 pm

Mr. Moonlight:
Jaeger.
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Mensaje por Atenea. Vie 26 Oct 2018, 8:11 pm

PERDONEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEN POR HABER ESTADO DESAPARECIDA TODO ESTE TIEMPO Longwood University {nc - Página 3 1054092304 Longwood University {nc - Página 3 1054092304 Longwood University {nc - Página 3 1054092304 Longwood University {nc - Página 3 1054092304 apenas volví a tener laptop y entro al foro después de meses
Prometo leer los caps y comentarlos chicas, y en serio disculpen Longwood University {nc - Página 3 1477071114
Atenea.
Atenea.


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Mensaje por hange. Vie 26 Oct 2018, 9:07 pm

hola k ase kien eres badumtss badumtss
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