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Reminders of reality

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Mensaje por indigo. Mar 13 Mar 2018, 7:56 am

Capítulo Reminders of reality - Página 3 1926951358
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Mensaje por Kida Jue 29 Mar 2018, 8:08 am

Bueno, steph hace bastante que no comenta, entonce le voy a dar de acá al martes para que de señales de vida, si no subo yo y seguimos con la novela.

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Mensaje por Kida Dom 08 Abr 2018, 1:01 pm

opeeeeeen:



Capítulo 05
Aubrey Kennett | By Ally.

Un día él vendrá, vendrá y me rescatará de todo aquello que me hace daño, algún día vendrá, pero, ¿cuándo será ese día? ¿cuándo seré libre? Sé que sólo es él, sólo él tiene la llave, pero somos partes de dos mundos completamente diferentes. Sólo me queda esperar, mantener la esperanza de que la tormenta es temporal, de otra manera, no sería capaz de ver un nuevo amanecer cada día, no habría manera de evitar que cada día mi corazón se rompa un poco más.

La esperanza es todo lo que me queda, creer que en algún momento mis sueños se harán realidad, ya que, de otra manera, de una decepción a otra ya no quedaría nada de mí. Entonces, qué realmente sería capaz de hacer para poder ser amada, por ti.

Así que ahora me siento acá, y me pregunto por qué, me doy cuenta de la realidad de mi vida y como todos a mi alrededor de cierta manera han decidido cerrar los ojos, hacer oídos sordos y callar sus palabras a la menor seña de anhelo o dolor de mi parte, por qué él no haría lo mismo.

Así que espero que cuando llegue el momento, me diga que siente lo mismo, que no mienta y que las palabras no esfumen, que no piense, como todos a mi alrededor, que he perdido la razón y que me entienda, pero, de nuevo, ni mi familia lo ha hecho, porqué el haría algo diferente.


– Deja de huir. – me sobresalté en mi lugar y cerré la libreta por acto reflejo. Miré a mis espaldas para encontrar a mi hermano rodeando la banca y sentándose a mi lado. (¿Por qué no he de hacerlo cuando tú hiciste lo mismo?)
– No estaba huyendo. – mentí, decidiendo que era mejor callar mis pensamientos.

Rob elevó una ceja, pero relajó su rostro al ver que no iba a decir nada más. Dejó salir un suspiro y limpió mis lágrimas, como lo hacía cuando era niña, y me envolvió en un abrazo. Quería dejarme llevar, quería recostarme en su pecho y llorar como lo hubiera hecho antes, pero cinco años son mucho tiempo, cinco años formaron una barrera entre mi hermano y yo. Una barrera que, aunque sea sólo visible para mí, está ahí. De todas maneras, tampoco era su culpa, irse a la universidad para mejorar aún más en su carrera es un proceso normal, pero no podía evitar pensar que me había dejado a mi suerte, cosa que no es muy diferente a lo que hizo Maddie, sólo que ella al menos lo aceptaba.

Despejé mi mente, reclamándome por pensar de esa manera, amaba a mi familia, y no los culpaba si ellos no me amaban de vuelta. Contuve las lágrimas y sonreí, más para mi hermano que para mí, pero era una sonrisa de todas maneras, estaba feliz de tenerlo de vuelta. Lo abracé también y deposité un beso en su mejilla.

Me separé de él y me acomodé de nuevo en la banca, quitándome los auriculares y dejándolos a un lado junto con la libreta y la pluma.

– Collette está en la casa. – dijo después de un tiempo.

No respondí. Miré el reloj en la pantalla de mi celular, marcaba las ocho de la mañana, aproximadamente unas doce horas para el concierto, uno al que no podría ir, por ella. Suspiré, subí los pies a la banca y pegué más las rodillas a mi pecho, abrazándolas y apoyando mi barbilla en ellas. Robbie rió a mi lado.

– Oye tranquila, no voy a obligarte a verla, yo no soy papá. Te entiendo si no quieres tener nada que ver con ella.
– ¿La vas a invitar a tu graduación?
– No, pero estoy seguro de que se va a invitar sola. – cambié la mirada del parque hacia mi hermano, quien miraba hacia el parque también, con el ceño fruncido. Se removió el pelo y bufó.
– ¿La has visto desde que te fuiste?
– No, apenas Maddie me dijo que Collette había llegado salí de ahí, mi plan era esconderme en tu cuarto, pero para mi sorpresa no estabas.
– No te hubiera funcionado, lo de esconderte en mi cuarto, es a mí a quien busca.
– Cierto – se hizo el pensativo – la próxima me voy al de Maddie. – exclamó riendo.

Me encogí de hombros, en otro momento le habría seguido la broma, ahora, realmente no tenía ganas de nada. Sabía que no era normal que estuviera tan apagada o pensativa, pero jamás me esperé que no me dejaran ir al concierto. A la mayoría le parecía absurdo, pero no entendían que era mi sueño, nunca se tomaban el tiempo de entenderlo.

Mi teléfono sonó a mi lado, miré el nombre de papá en la pantalla y me debatí entre contestar o no. He estado evitando el teléfono estas últimas horas, pero no ha sido diferente a como los he estado evitando estos últimos días, dedicándome únicamente a estar atenta de las redes sociales. Si no podía ir al concierto, al menos vería las entrevistas y las noticias de ellos, además, todavía tenía una página que mantener actualizada. El teléfono dejó de sonar, sólo para volver a hacerlo segundos después. Rob me dio un leve empujón en el hombro impulsándome a tomar el teléfono. Luego de un suspiro tomé el celular en mis manos, amaba a mi papá, pero si hablaba con él volvería a llorar y no quería hacerlo enfrente de Rob.

Apagué el teléfono y lo guardé de nuevo en el bolso que había traído conmigo. Apoyé mis manos en mis piernas y continué mirando el parque. Mirar a Rob sería enfrentar la mirada de confusión por haberle colgado a papá y eso junto con muchas otras cosas era algo que no quería enfrentar. No ahora.

Nadie habló por los próximos minutos, sabía mis razones, no entendía las de Rob, aún así, aunque nadie hablara, pude sentir su mirada pegada en mi espalda todo el momento. Dejé salir un suspiro, de nuevo, y volteé a verlo cediendo ante la curiosidad.

– Dilo – hablé al ver que él no decía nada cuando claramente quería hacerlo. Había algunas veces que hablaba con tanta facilidad y había otras, como ahora, donde se veía como si tuviera miedo de herirme con cada palabra que saliera de su boca. Antes no era así.
– ¿Tanto significa para ti ir a ese concierto? ¿Incluso más que papá?

El nudo en mi garganta creció y se formó un hueco en mi pecho que me dificultó respirar por unos segundos. Unas lágrimas salieron de mis ojos incluso antes de que pudiera evitarlo. Eso pude haberlo espera de cualquier persona, menos de él.

– Mierda, Bree, lo siento, no quise decir eso, sonaba diferente en mi cabeza, no es para nada a lo que me refería. – pero sí lo era. Limpié mis lágrimas antes de que Robbie lo hiciera. Intenté respirar de nuevo y me levanté de la banca. Había tantas cosas que quería decirle, tantas cosas que daban vuelta por mi cabeza, pero no las dije. Nunca podría decirlas.

Comencé a caminar de vuelta a la casa, no obstante, luego de unos pasos, me detuve, respiré de nuevo y manteniendo fuertemente el agarre en mi bolso, me volteé. Él también se había levantado de la banca, pero no se movía. Detuve mis palabras cuando vi el dolor en su mirada. No, no podía herirlo, no de esa manera. Solté la tensión de mis hombros y le di una pequeña sonrisa, esperando tranquilizarlo.

– ¿Vienes conmigo a casa? No puedo enfrentar sola a Collette. – Vamos – le alenté al ver que aún me miraba dudoso. Solté el agarre de mi bolso y le tendí mi mano, luego de unos segundos, rodeó la banca y pasó de mi mano, envolviéndome en un abrazo al estar lo suficientemente cerca.
– Lo siento, Bree. En serio, lo siento. – asentí.

Tomé una respiración y me separé de él. Continuamos caminando, su brazo alrededor de mis hombros.

Al estar frente a casa, el miedo me invadió de nuevo, realmente no quería verla. Detuve mis pasos y analicé lo que significaría entrar o no hacerlo y volver a la seguridad que sentía en la banca, al menos hasta que Rob llegara. Robbie apretó mi hombro suavemente, recordándome que al menos por ahora, él estaba de mi lado, brindándome el apoyo que necesitaba, al menos el suficiente para evitar que tomara le consejo de mi mente y saliera corriendo en dirección contraria.  

Al entrar a la casa, todo estaba sumamente silencioso tomando en cuenta que Colette estaba en la casa. Pero más allá del silencio, lo que más llamó nuestra atención fue la figura que estaba sentada en el sillón de la sala, viendo con el ceño fruncido el teléfono. Me separé de Rob y me acerqué más a ella.

– ¿Jamie? – pregunté al lograr reconocer su figura. Su mirada se levantó ante mi llamado y la alegría de verme allí desapareció rápidamente, desplazándola por un sentimiento de preocupación.
– Estaba a punto de reportarte como desaparecida – exclamó Jamie al momento de verme acercarme a ella. Sin importarme que estuviera molesta, corrí hacia ella y la abracé, luego de unos segundos me abrazó de vuelta.

Jamie era la hermana de Collette, no obstante, a diferencia de mi madre, ella realmente nos apreciaba y hacía un esfuerzo por vernos cada vez que volvía de sus viajes. Además de que su edad era bastante parecida a la de Rob, por lo que siempre había encontrado la manera de incluirse y ser parte de nuestras vidas, incluso cuando Colette se fue.

Al separarnos del abrazo, me miró reprobatoriamente de nuevo, pero luego algo a mis espaldas llamó su atención – Hola Robin, no sabía que habías vuelto, ¿te echaron de la universidad? – preguntó burlona mientras se acercaba para abrazarlo.
– Ja – respondió pretendiendo una sonrisa – Ya terminé la maestría, no me queda nada más que hacer allá, bueno, la graduación, a la cuál estás absolutamente invitada. – pasó un brazo por los hombros de Jamie y los dejó ahí, revolviendo levemente su pelo, como hacía desde que éramos pequeños, ganándose también una mirada reprobatoria de la pelinegra. Robbie nada más rió y acomodó los mechones que había desacomodado.  

Una sonrisa se posó en mis labios anta lo familiar de la escena. Habíamos crecido prácticamente juntos, por lo tanto, ella era mucho más parte de nuestra familia que Collette.  

– ¿La terminaste? Quién diría que cinco años pasarían tan rápido. – rápido, claro, pensé.
– ¿Qué haces aquí? – pregunté, súbitamente emocionada. Hacía mucho tiempo que estaba de viaje. Su sonrisa creció aún más. Se separó de Rob para acercarse a su bolso, el cual reposaba en la mesa de la sala, y volvió con algo en su mano.
– Me los dieron en la empresa, y recordé que hay cierta sobrina mía que se muere por ellos – se encogió de hombros y dejó la oración en el aire – sé que es hoy, pero no pude tomar un vuelo antes.

Fruncí en ceño y tomé el sobre que me tendía. Al abrirlo, encontré dos entradas al concierto de One Direction, con su respectivo pase al detrás de escenas. Mi respiración quedó atascada en mi garganta y perdí cualquier capacidad de movilidad, estoy segura que incluso olvidé que debía pestañear. Sentí como Rob se acercaba a mi lado para ver dentro del sobre, pero no podía reaccionar.

– Pensé que ya tenías entrada – escuché la voz de mi hermano a lo lejos. La tenía, tiempo pasado. Cerré los ojos ante el dolor del recuerdo, intentado que este no opacara la felicidad que sentía en este momento.
– No, no la tengo.
– Pero yo – lo interrumpí.
– La tenía, Collette se la llevó, apenas supo que el concierto caía el fin de semana en el que se supone que tengo que ir con ella, vino acá y me forzó a darle la entrada. Iba a romperla, pero la convencí de que al menos la revendiera.
– ¿Collette hizo qué? – preguntaron Robin y Jamie al mismo tiempo, ambos claramente enojados.
– Sí, ¿Qué hice yo? – se escuchó la voz de Collette al entrar en el salón. Y yo que esperaba que se hubiera compadecido de mi alma y se hubiera ido. Pude notar como mi hermano también se tensó y se volteó para ver a la mujer que salía de la oficina de papá, papá saliendo detrás de ella, masajeándose las sienes.

Papá dejó salir un largo suspiro al verme y se acercó, depositando un beso en mi frente.

– Me tenías preocupado. No te encontré en tu cuarto.
– Lo siento papá, salí a dar una vuelta – sonreí ante su preocupación y besé su mejilla, desapareciendo el ceño de su frente y cambiándolo por una sonrisa. – Collette – asentí en su dirección, la sonrisa desapareciendo de mi rostro al verla acercarse.
– ¿Él es papá y yo soy Collette? Aún soy tu madre Aubrey. Aún soy su madre – corrigió señalando a Robin también, que se encontraba cruzado de brazos, mirándola serio.
– ¿Lo eres? – preguntó, dejando salir una risa sarcástica.
– No empieces Rob, por favor – le pidió papá, el ceño volviendo a su frente. Robbie intercambió la mirada entre papá y yo, mirándome por un poco más de tiempo.
– No papá, esta vez no, ¿cómo le hiciste eso a Bree? ¿Acaso no sabes lo mucho que quería ir o simplemente no te importa? – Collette rodó lo ojos.
– Le hice un favor, no voy a dejar que desperdicie su vida en ese grupo. Además, es mi fin de semana, es el único tiempo que realmente puedo estar con mi hija, es la única de mis tres hijos que aún, por ley, tengo derecho a pasar tiempo con ella, tiempo que cuando Aubrey sea mayor de edad estoy segura que voy a dejar de tener, como pasó contigo y con Maddelaine.
– ¿Tres hijos? ¿Y que pasa con los otros dos que tienes en tu nueva casa? Sólo quieres llevarte a Bree para que haga de niñera mientras sales de fiesta con tu flamante esposo o para llevarla a tediosos clubes para presumir de qué tan inteligente es, cuando ni siquiera te quieres tomar el tiempo para conocer los verdaderos intereses de tu hija, si realmente te importara la dejarías ir al concierto.
– Robin – reclamó papá antes de que Collette pudiera hablar, frunciendo el ceño de nuevo – No le hablas así, aún es tu madre – Robin frunció el ceño ante la defensa de papá, yo no.  A pesar de todo lo que Collette le había hecho, él aún creía que merecía llamarse nuestra madre.

El cuarto se mantuvo callado, todos claramente incómodos ante la situación. Bajé mi mirada ante las entradas. Contuve las lágrimas decidiendo que no haría peor la situación. Guardé las entradas en el sobre y se lo devolví a Jamie, dándole un triste sonrisa, era todo lo que podía hacer en este momento.

– Solo recojo mi maleta y nos vamos – Collette asintió. Comencé a moverme hacia las gradas cuando Jamie tomó mi mano, deteniendo mis pasos.
– No –continuó llamando la atención del resto que personas en la sala – llevo mucho tiempo de viaje, en serio estaba esperando pasar este tiempo contigo. – se volteó a ver a su hermana – Vamos Collette, déjame pasar este fin de semana con mi sobrina, el próximo es toda tuya.
Collette nos miró pensativas.
– El próximo fin de semana te vienes conmigo. – suspiró rendida.
– Claro – asentí, rodando los ojos sin que ella lo notara.
– Nada de escaparse, cuando llegue estás abajo con la maleta lista. – asentí de nuevo, esta vez sin pensarlo, no me importaba que tuviera que irme con ella el próximo fin, podría ir al concierto. Esta vez no pude contener la sonrisa, obviamente Collette pensó que se debía a pasar tiempo con Jamie.
Mi hermano me sonrió, guiñándome el ojo, antes de volverse a mirar a Collette con rostro serio. Bufó y dejó salir una risa sarcástica – Tanto que querías ver a tu hija – calló ante la mirada de papá y salió de la sala para dirigirse seguramente a su habitación.
– ¿Entonces te quedas con Jamie? – preguntó Collette arreglando su bolso para irse.
– Si. – respondí cautelosa, eso había sido demasiado sencillo para ser verdad.  
– De acuerdo, te llamo entre semana para acordar la hora en la que te recojo el próximo fin. – no se fue hasta que asentí de nuevo, pero al momento de hacerlo, se despidió de Jamie y se fue.

Papá rió, separándose del mueble del que estaba apoyado y se acercó a Jamie para abrazarla y depositar un beso en su mejilla. Luego se acercó a mí y besó mi frente.

– Te cuidas en el concierto. – me abrazó, luego se volteó hacia Jamie. – ¿Cómo sabías que la dejaría?
– No es una mala persona, a su manera, creé que está haciendo lo correcto. – papá rodó los ojos.
Apretó mi mano y miró a la morena de nuevo – gracias Jamie – exclamó antes de soltar mi mano y meterse de nuevo en su oficina.

Apenas estuvimos solas corrí hacia ella de nuevo y la abracé.

– Gracias, gracias – susurré una y otra vez. Ella suspiró y empezó a acariciar mi cabello.
– No mentí en una cosa Bree. Lo dije en serio, tu madre no es una mala persona, los quiere, solo que – dejó la frase en el aire.
– No quiere que desperdicie mi tiempo y menos por alguien que ni siquiera sabe que existo, lo sé. Ya me lo ha dicho.    


{*}

Desde hace varios minutos que me encontrábamos haciendo fila, por lo estaba sentada en una baranda que rodeaba una columna, mis brazos rodeando mi pecho y mi gorro protegiendo mi cabeza, realmente hacía frío, pero tampoco me importaba mucho, estaba a pocas horas de cumplir uno de mis mayores sueños, estaba a pocas horas de verlos a sólo unos pocos pasos de mí, de verlos frente a frente y no a través de una cámara.

Escondí mis manos en mi abrigo y agradecí internamente que estuviéramos ya dentro del edificio. Debido a que eran pases especiales no teníamos que hacer toda la fila exterior, si no que pasábamos a otra interna que era mucho más corta. Debía admitir que una parte de mí se sentía culpable por las que llevaban rato esperando afuera, por lo que no me quejaba debido al frío, en este momento era lo de menos.

Miré a Jamie a los lejos, que desde hace algún tiempo se había alejado unos pasos de la fila para contestar una llamada. En el momento en el que supo que no tenía nadie con quien venir se comprometió a venir conmigo. No me importaba realmente estar sola, con los nervios que me tenía me sería imposible hablar de todas maneras, pero debía admitir que me alegraba un poco que ella estuviera a mi lado.

Levanté la vista del suelo al ver una sombra cerca de mis pies. Me paralicé por unos momentos al ver que lo estaba enfrente en mío era una cámara. Miré a Jamie, sin saber que más hacer, para ver que su llamada ya había terminado y que deliberadamente se había quedado en su lugar, riéndose de mi situación y de mi, seguro, tan incómoda posición ante la cámara. La vi deletrear un sonríe, por lo que, saliendo un poco del trance, volví a ver a la cámara e intenté sonreír.

El camarógrafo rió y luego siguió su camino a un grupo de jóvenes que desde hace gran tiempo intentaban llamar su atención, sonriendo enormemente, mostrando unas bellas sonrisas cuando en mi lugar seguro debió verse como una mueca en vez de una sonrisa.

Escondí mi rostro con mis manos al caer en la realización de que eso sería grabado y sería mostrado en quién sabe dónde, y ¿si Collette lo veía? Antes de entrar en un ataque de pánico, sentí como alguien quitaba mis manos de mi rostro.

– Respira Bree, no estuvo tan mal – Jamie me dio una sonrisa. Seguí su consejo y permití que el aire entraba de nuevo a mis pulmones, ni siquiera me había dado cuenta que había dejado de hacerlo. Dejé de pensar en lo que podría pasar luego y me concentré en Jamie, quien estaba a mi lado, y en el concierto por venir. – Por cierto, no podré estar en la primera parte del concierto. – soltó, revisando unos mensajes en su celular.
– ¿Qué, por qué?
– Surgió un problema en el trabajo y tengo que ir rápidamente, pero apenas lo resuelva me devuelvo. Igual vas a estar en primera fila y estoy segura que vas a estar muy ocupada gritando como para siquiera notar que no estoy a tu lado.
– Probablemente – dije pensativa, siguiéndole la broma – claro que me vas a hacer falta, no estaría acá si no fuera por ti. Pero, voy a estar bien, tú tienes un trabajo que cumplir, lo entiendo. – me levanté de mi lugar y deposité un beso en su mejilla.

{*}

Todo a mi alrededor parecía irreal. Todo el estadio estaba a reventar de personas, las sillas olvidadas y desaparecidas entre el tumulto de gente, la mera idea del silencio evaporada debido a los gritos que pedían el inicio del concierto y la tarima del escenario, la tarima tan cerca que sentía que con sólo estirar mis brazos podía llegar a tocarla. Era irreal.

Luego de la noticia de que no podría venir, jamás esperé estar acá en este momento. Pero lo estaba, por alguna razón, estaba ahí. Y el sentimiento de felicidad que sentía era mucho mayor de lo que alguna vez había sentido y sabía que nada se podría llegar a comparar con él, sentía que de alguna manera, todo lo que había pasado, me había llevado exactamente a este momento de mi vida, por lo que no lo cambiaría por nada.

En el momento en el que el conteo apareció en la pantalla, mi respiración quedó atorada en mi garganta y todo músculo en mi cuerpo quedó petrificado. 5. Mis ojos no se separaban de la pantalla. 4. Ningún movimiento de mi parte, ya que temía que fuera un sueño del que fuera a despertar en cualquier momento. 3. No quería despertar. 2. Mis ojos seguían pegados al escenario, ni siquiera recordando cómo se debía pestañear, por miedo de perderme cualquier mini segundo de este momento. 1. Era real, estaba pasando.


Última edición por Kida el Miér 25 Jul 2018, 12:20 pm, editado 2 veces

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Reminders of reality - Página 3 Empty Re: Reminders of reality

Mensaje por peralta. Dom 08 Abr 2018, 4:27 pm

Reminders of reality - Página 3 1857533193 voy a leer Reminders of reality - Página 3 1477071114
peralta.
peralta.


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Mensaje por peralta. Dom 08 Abr 2018, 10:36 pm

Prólogo:

Ally Reminders of reality - Página 3 1477071114

comentaré los capítulos de Kate, Ems y Kande en la semana Reminders of reality - Página 3 1477071114
peralta.
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Mensaje por indigo. Lun 09 Abr 2018, 8:49 am

Ally pronto leo tu capítulo Reminders of reality - Página 3 1477071114
Aviso que voy a tardar un pelín en subir porque debo en dos ncs antes que esta, pero subiré :posmecallo:
indigo.
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Mensaje por Jaeger. Mar 10 Abr 2018, 12:32 am

todavía no puedo comentar adecuadamente :( pronto dejaré mi comentario, pero ya leí el cap y nada, Ally, ame a Jamie por hacerle el aguante a Bree Reminders of reality - Página 3 1477071114 ya quiero ver el cap de Kate Reminders of reality - Página 3 2841648573
Jaeger.
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Mensaje por Jaeger. Vie 27 Abr 2018, 6:27 pm


emilya:


ally:
Jaeger.
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Mensaje por indigo. Miér 23 Mayo 2018, 7:32 am

Llevo más de 20 páginas de capítulo y aún no he acabado, perdón por tardar tanto en subir Reminders of reality - Página 3 1054092304 Espero subir entre esta semana y la que viene Reminders of reality - Página 3 1477071114
indigo.
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Mensaje por Jaeger. Miér 23 Mayo 2018, 2:52 pm

Te esperamos reina! Reminders of reality - Página 3 1477071114 Reminders of reality - Página 3 2841648573
Jaeger.
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Mensaje por indigo. Miér 06 Jun 2018, 8:44 am

Gracias nena Reminders of reality - Página 3 1477071114 Nada más me falta una parte del capítulo y corregirlo un poco, así que en estos días subo Reminders of reality - Página 3 1857533193
indigo.
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Mensaje por Kida Mar 26 Jun 2018, 4:51 pm

Creo que todavía debo comentarios Reminders of reality - Página 3 563750256 perdón, en entregas y enferma no logro concentrarme.. apenas pueda subo los comentarios Reminders of reality - Página 3 1477071114

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Mensaje por indigo. Sáb 30 Jun 2018, 6:34 am

Yo sé que soy lo peor del mundo, pero entre unas cosas y otras todavía me falta una pequeña parte del capítulo. Hoy tengo tiempo así que espero poder subirlo [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo].
indigo.
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Mensaje por indigo. Sáb 30 Jun 2018, 4:06 pm

holi:


Capítulo 06. 1
Liberty River | By hypatia.

Deberían obsequiar a los asistentes con una chapa conmemorativa. Algo que certificase el hecho: «Yo sobreviví a un concierto de One Direction». Pero ahí no nos dieron ni las gracias. Aunque si eres un poco torpe, como yo, quizá seas afortunada. Si por afortunada se entiende que un cantante te haga una brecha en la ceja y tengan que darte cuatro puntos de sutura.

Supongo que debería empezar por el principio…

Solo diré que el momento en el que acepté acudir al concierto, hubiese sido el adecuado para que mi Hada Madrina hiciese su aparición estelar y me advirtiese que era mejor para mi salud quedarme en casa viendo una película.
Llegamos al estadio dos horas antes del concierto. El primer obstáculo que sorteé aquella noche, tras el accidente con el motorista, fue aparcar sin matar a ninguna adolescente desquiciada. Mareas de chicas caminaban hacia la entrada, con unos andares extraños, entre el saltito emocionado y la carrera. Emitían un sonido peculiar, comparable a ciento cincuenta alarmas de incendios timbrando al unísono. Por no hablar de sus armas de ataque; los temidos carteles, a cuál de ellos más moralmente comprometedor.

Puse el freno de mano y suspiré. Blair parecía estar a punto de tirarse por la ventana y unirse a sus compatriotas. Yo también quería correr… en la dirección contraria.

―Recuérdame por qué estoy aquí ―la exhorté.

Blair se deshizo del cinturón con resolución y comprobó el contenido del bolso por decimonovena vez. Solo para asegurarse que las entradas y los pases para el M&G que tendría lugar tras la actuación, no se habían colado por el agujero de su bolso que conducía a Narnia.

―Experiencia adolescente completa, Libb ―recordó, retocándose el maquillaje.

«Golpe bajo».

Blair me miraba con sus enormes ojos azules, refulgentes de expectación y emoción contenida y ese brillo malicioso que combinado con mi tendencia natural a tomar malas decisiones, siempre nos metía en problemas.  

―Si morimos asfixiadas, pesará sobre tu conciencia. ―Sin darle más vueltas, me apeé del coche.

Owen había aparcado en la plaza de enfrente. Nos miraba desde dentro del coche, con su expresión imperturbable. Blair le regaló un corte de mangas a modo de despedida y yo le saqué la lengua. Como no tenía entrada, se veía obligado a esperarnos fuera.

Nos fundimos con la multitud exaltada. Sus conversaciones eran zumbidos molestos fusionados en un eco que debía escucharse a un kilómetro de distancia. Fui arrollada en varias ocasiones, no llegaba a entender por qué corrían si los asientos estaban numerados. Logramos llegar a uno de los accesos de entrada, donde los guardias de seguridad procuraban que los asistentes se colocasen tras las vallas que conformaban las filas.

Tuvimos que esperar una hora entera hasta que conseguimos llegar a la entrada del estadio. Dicho sea de paso, probablemente perdí gran parte de mi capacidad auditiva, pues los gritos eran cada vez más intensos.

―¡Ay madre mía, ya casi estamos! ¡Ya casi estamos! ―chilló Blair, haciendo acopio de su faceta de adolescente y apretándome el brazo. A la mañana siguiente iba a tener por lo menos cinco hematomas. No quería imaginarme cómo se pondría una vez llegásemos a nuestros asientos.

―Si sobrevivo a esto, mañana iré a rezar a la iglesia. ―Me zarandeé la camiseta, tratando de darme un poco de aire, a pesar de que estábamos a cinco grados bajo cero.

―Tonta.

La saqué la lengua.

―Entradas, por favor ―pidió un guardia, robusto y con cara de pocos amigos.

Blair le pasó las entradas. No sin antes tirar el teléfono y las llaves de casa al suelo. Escuché cómo retenía el aliento mientras el guardia pasaba el lector de las entradas por la máquina para ver si eran verdaderas. Cuando la luz se puso verde, soltó un soplido digno de Eolo.

Después de que nos dejara pasar, tuve que echar a correr para no perderla. Parecía que le habían metido un petardo en el culo, porque corría más que cuando había oferta de Choco Krispis en el supermercado. Solo podía ver chicas adelantándonos y Blair tirando de mí con insistencia cada vez que eso ocurría. ¿Por qué nadie se daba cuenta de una vez que los asientos eran numerados? A intervalos de cuatro metros una persona de seguridad obligaba a la tromba a detenerse y andar, cuando se le perdía de vista Blair me obligaba a correr nuevamente.
En el pasillo que desembocaba en la entrada de la pista, me negué a seguir corriendo. Se suponía que iba relajarme, no a entrenar para una maratón.

―¡Mueve el culo, Liberty! ―arguyó, rayana de enfado.  

Traspasé la puerta con la firme convicción de que saldría sorda de allí. Pero, por extraño que resulte, reinaba un súbito silencio, como si acabásemos de entrar en un recinto sagrado. Al menos así parecía, con la penumbra, el frío y el murmullo general.

Blair me colgó mi pase del M&G al cuello. A continuación, nos dirigimos al primer guardia que encontramos. Comprobó la numeración en las entradas y nos condujo a la zona de asientos, dos secciones a cada lado de la pasarela, que encontraban su fin en la linde de esta. Al parecer, habían dejado entrar primero a los asistentes con asientos numerados, que incluían a los de las gradas. Los que tenían entrada de pista sin numeración, eran los últimos. Podía imaginarme a esos asistentes calentando en la fila, entrada y carteles en mano, preparados para el sálvese quien pueda que se aproximaba.

Nuestros asientos estaban en la primera fila, al lado izquierdo de la pasarela, pegados a ella. Lo cual me preocupó un poco, no me hacía responsable si Blair noqueaba al equipo de seguridad y se lanzaba al escenario para tocarle el pelo a Harry Styles. Tampoco me hacía responsable si yo terminaba uniéndome a ella para saltar al cuello de Zayn Malik, dicho sea de paso. Notaba a mi fan adolescente removiéndose en mi interior a medida que pasaban los minutos.

Me dejé caer en mi asiento con sumo alivio. Abrí el estuche de mi cámara para prepararla. Escogiendo la lente, enfocándola y realizando varias pruebas. Pasé la tira y la dejé colgando de mi cuello, por encima del pase. Tenía pensado regalarle a Blair un álbum de fotos lleno de recuerdos de ese día.

—¿Sabemos algo de Maxie? —pregunté a Blair. Tuve que repetírselo, porque estaba demasiado concentrada perdiendo los nervios.

—Sus asientos están al otro lado de la pasarela, pero la veremos después en el Meet & Greet —respondió, distraída.

Mi mejor amiga temblaba, semejante a una olla exprés a punto de estallar. Yo solo podía concentrarme en el hambre atroz que sufría. A pesar de habérmelo prometido, en el último momento se había echado atrás y no me había dejado para a por comida. Poco a poco el lugar se fue llenando de gente. Las gradas, antes casi vacías, ahora eran un hervidero de gente, indistinto. Me incorporé para ejecutar una fotografía cuando Blair dijo;

—Podrían darnos cerveza. Los conciertos se viven borracha como una cuba —argumentó Blair, tecleando mensajes en su teléfono.

—Si me hubieras… —Estaba a punto de decir, cuando lo escuché.  

―¿Qué más te da? ―Era una voz chillona, con retazos nasales―.  Tú solo eres una, nosotras cinco. En la tercera fila, podrás verlos igual.

Bajé la cámara lentamente. A nuestro lado, un grupo de chicas, altas, esqueléticas y rubias, bordeaban a una más baja, encogida sobre su cuerpo.

―Yo-o, he pagado… por mi-i entrada ―tartamudeó, sumamente cohibida.

Localicé a la cabecilla del grupo, porque era la más rubia y la más esquelética. Con los brazos cruzados y una sonrisa petulante. Blair se incorporó en ese mismo momento, con su radar de injusticias activado. Nos lanzamos una mirada.

―Será mejor que te vayas, no queremos problemas ―prosiguió hablando, barbilla alzada. Como un pez en el agua.

Me apostaba lo que fuera a que esa perra hipócrita que hacía la vida imposible a sus compañeros en el instituto.
Deposité la cámara en mi asiento y antes de sopesar lo que iba a hacer, sorteé las piernas de Blair y me planté delante de la chica a la que estaban acosando. Puede que yo no fuese una activista consagrada como mi mejor amiga, pero tenía tolerancia cero con el acoso.

―Creo que no la has oído con claridad, este es su asiento, no el vuestro ―intercedí, rescatando de las profundidades a la chica de dieciséis años que una vez fui.

Lejos de amedrentarse, pues se sentía muy bien respaldada por su séquito de perritos falderos, soltó una sonora carcajada. Tras ellas vi una pequeña aglomeración de gente a la entrada de la fila, esperando para pasar. Las chicas de la fila de atrás también observaban con atención.

―Esto no va contigo ―me escupió y se sentó en el asiento que querían robarle a la chica de mi espalda.

La pobre… no sabía con quién se estaba metiendo.

―Por supuesto que va con nosotras. ―Fue Blair quien habló, acababa de reunirse conmigo. Portaba un aire beligerante―. Resulta que no soportamos a las personas con la capacidad intelectual de un mosquito.

Alzó sus cejas, sentí como el grupo de perritos se cernía sobre nosotras.

―Levántate ― la advertí, con la paciencia colmada.

―O sino, ¿qué? ―respondió, creyéndose dueña de la situación. Aunque yo pude ver que le titubeaba la sonrisa pestilente.

Justo en aquel momento, un guardia se acercaba para comprobar lo que estaba ocurriendo. Veloz como un rayo le quité a la chica la entrada de la mano y me la metí en el bolsillo trasero del pantalón.

―¡Eh! ―chilló.

Blair, que sabía lo que pretendía hacer, tomó las riendas de la situación.

―Señor, disculpe ―alzó la voz para captar la atención del guardia. Pidió paso a las personas e hizo a un lado a las amigas de la chica.

―¿Qué ocurre? ―preguntó con tono aburrido, al parecer acostumbrado a este tipo de situaciones. Qué no habría visto aquel hombre a esas alturas.

La chica se incorporó, con los labios fruncidos. Me señaló con su uña de plástico y con tono acusica dijo:

―Me ha robado la entrada, ¡la tiene en el bolsillo!

El guardia dirigió su rostro peludo hacia mí. Hice acopio de mi expresión más inocente e incluso forcé los ojos hasta que estuvieron vidriosos.

―Esta chica quiere quitarle el asiento a mi amiga, yo solo intentaba que se marchase. Pero me temo que no hay manera ―me hice a un lado para que viese a la chica a la que querían quitar la entrada. Estaba absolutamente anonadada. ―Enséñale tu entrada―. La animé.

Con manos temblorosas se la tendió al guardia. Miró por encima de Perra Hipócrita para comprobar la numeración. Asintió para sí, mesándose la barba de leñador. Le devolvió la entrada a la muchacha, a la que Blair rodeaba con sus brazos, en afán protector, perpetuando nuestro pequeño teatro hasta el final.  

―Tu entrada.

La exhortó, sin atisbo de amabilidad profesional.

―¡Me la ha robado! ―chilló histérica, dejándome sorda ―. ¡Decírselo!

Miró a sus amigas y a al resto de personas que habían presenciado la pelea. Solo ellas la respaldaron, el resto negó con la cabeza. A nadie le gustan los abusones.

―La entrada ―repitió el guardia, menos amable que la primera vez. Lancé una mirada a Blair y la chica por encima del hombro, guiñándoles un ojo.

―Ya le dicho que la tiene ella. ―Su tono de voz era de absoluta derrota. Quería sonreír, pero mantuve fielmente mi pose de chica inocente.  

―Va a tener que acompañarme fuera del recinto. ―concluyó. Invitando a la chica a marcharse―. Y ustedes, vayan a sus asientos.

―Pero… ¡chicas, haced algo!

El Séquito agachó la mirada, al unísono. Parecía a punto de explotar por combustión instantánea. Sus ojos verdes destilaban odio. Yo me mantuve impasible. No le quedó más remedio que seguir al guardia, que aguardaba impaciente. Las personas que habían estado esperando para pasar por fin pudieron sentarse.

Me giré, completamente satisfecha.

―¡Muchísimas gracias! ―exclamó la chica.

Hice un gesto desinteresado con la mano. No podía haber sucedido de otra manera. Si algo odiaba, era a las personas que se aprovechaban de la bondad de otras.

―¿Estás bien? ―pregunté, encaminándome a mi asiento.

Ella asintió. Debía de tener unos diecisiete años. De complexión delgada y menuda. Piel tostada adornada con pecas y unos profundos ojos oscuros. El pelo negro le caía hasta las mejillas, rizado y alborotado. Presentaba una apariencia frágil, como si en cualquier momento fuera a romperse.

―Yo soy Blair. Y la encarnación del mal es Liberty ―comunicó, sonriendo.

—Encarnación del mal, dice —bromeé—. La que casi se le lanza al cuello a la chica.

―Me llamo Audrey ―murmuró, jugueteando con un mechón de su coleta.

―¡También tienes pases para el M&G! ―exclamó Blair, enseñando el suyo.

―¡Sí! Todavía no me creo que dentro de un rato vaya a poder abrazarlos.

Se sentó en su asiento, satisfecha. Entonces se fundió en una charla con mi mejor amiga sobre sus canciones favoritas, lo que querían decirles, las horas que dedicaban a seguirlos en sus redes sociales y todo tipo de cosas. Las dejé ser.

Con el transcurrir de los minutos, el estadio se llenó por completo. La exaltación y los nervios se notaban en el aire. Yo me limité a mirar a los técnicos y a la banda de músicos, que recibieron sonoras ovaciones. Su salida marcó un antes y un después en la espera. Pronto, toda la multitud comenzó a entonar cánticos. Blair y Audrey no dudaron en unirse. Pero yo me dediqué a hacer fotografías y panorámicas con el teléfono. Si bien es cierto que me encantaban sus canciones, no estaba dispuesta a darme a la locura.

El apagón de luces desató un nuevo Apocalipsis, el cuerpo me vibraba con los gritos. Entonces pasaron la intro. Estallaron los fuegos artificiales con el primer acorde de Clouds y los chicos salieron al escenario. Blair cantó, bailó y chilló, todo al mismo tiempo. Aproveché para hacerle una fotografía.

Durante las primeras canciones no hice nada más aparte de eso. Como si una parte de mi cuerpo de negase a dejarse llevar. Mientras observaba a los cinco chicos, que esa noche, tenían el mundo en sus manos. Es raro ver a una persona de papel en movimiento, con las facciones de su cara cambiando, contrayéndose, más allá de la sonrisa perpetua de una fotografía.

Comprobar que hay vida en la voz que te canta canciones al oído por las noches.

En Little Things, tuve la suerte de tener a Harry Styles a pocos metros de distancia. Podría sacarle una buena fotografía desde ese ángulo. Una que Blair pudiese mirar hasta desgastarla. De la que presumiría ante sus nietos cuando One Direction fuese ya poco más que un hito musical de una época anterior.

Harry trababa su mirada con la multitud, unos metros por detrás de mí. En sus ojos verdes, dos rendijas pequeñas que brillaban con las estrellas artificiales que los fans habían hecho aparecer. Los labios en una línea fina, en la que millones de labios ansiaban perderse. La espalda medio encorvada y la camiseta tirante, con las manos cruzadas en el hueco de las rodillas. Grandes y atractivas, unas manos que parecían haber tocado muchos lugares distintos, con los recuerdos de ellos encerrados en las líneas de sus palmas, en los huecos de sus dedos.

Ocurrió algo insólito, sus ojos se quedaron clavados en el objetivo de mi cámara. Justo la mía, de entre tantas. Poco a poco, una sonrisa se abrió paso por su rostro, lanzando sus músculos en direcciones opuestas. Cuando debí aprovechar la oportunidad de hacer la mejor fotografía de la historia, permanecí quieta. Estática en un cielo terrestre, acunada por voces que fueron disminuyendo. Hasta alcanzar un silencio tan pacífico que me dio miedo.

―¡Te está mirando! ―Blair me dio tal empujón que mi estómago se estrelló contra la barrera y mi cabeza chocó contra la espalda de un guardaespaldas, todo porque había decidido salvar la cámara antes que mi integridad física―. ¡Harry Styles te estaba mirando, malnacida!

La observé con cara de pocos amigos. Lancé una mirada de soslayo, pero Harry ya estaba cantando y miraba en la dirección opuesta. Adiós a la mejor fotografía del mundo… Blair acababa de sabotear su propio regalo. Aunque si yo no me hubiese quedado embobada, no hubiese habido nada que sabotear.

Tras su interrupción no pude seguir haciendo fotos. Acabé por sucumbir a la energía palpitante que nos rodeaba. Los conciertos tienen algo especial. Te hacen sentir tanto fuera como dentro. Las personas de tu alrededor se funden en una sola, magnífica, que parece poder con todo lo que se venga por delante. En un concierto, no importa quién seas, en qué creas o qué te espera fuera. Tiene ese poder, capaz de hacer que todo lo que te preocupe sea cantar tan alto como para que te ardan los pulmones y te pique la garganta.

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El concierto finalizó un cuarto de hora atrás. El estadio se vaciaba progresivamente. Los asistentes, guiados por la voz monótona del altavoz y los guardias apostillados a la salida, caminaban en trombas hacia el exterior. Se respiraba un ambiente de tranquilidad, rodeados por toda la adrenalina que allí se había liberado.

Un molesto pitido en los oídos competía contra el hambre atroz por mi atención. Blair y Audrey no habían cesado de comentar el concierto. Les restaba adrenalina para seguir un rato más.

―¿Y os acordáis cuando Liberty se desmayó de hambre? ―intervine con cinismo premeditado. Aunque de buen humor. Las dos rieron.

Estábamos esperando a que viniesen a buscarnos para el M&G. Por mi parte, podríamos habernos saltado esa parte. Tenía tanto sueño y tanta hambre que estaba dispuesta a saquear a cualquiera con una almohada y algo comestible. De buen humor sí, pero muy dispuesta.

―Mi tía acaba de hacerme el mejor regalo de mi vida —silbó Audrey.

—¡Desde luego! —aseguró Blair—. Nuestras entradas las consiguió mi novio. De no ser por él, habríamos tenido que colarnos.

Audrey rio con la ocurrencia. Aunque mi mejor amiga lo había dicho totalmente en serio. Acto seguido, trajo a su rostro pecoso una expresión tímida: agachó la mirada y se pasó uno de sus cortos mechones negros tras la oreja.

—Perdona si te molesta la pregunta, pero quería preguntártelo desde hace un rato… —murmuró, casi resultó imposible oírla—. ¿Pero eres Blair Hawthorne, verdad?

Blair, lejos de molestarse, se sintió halagada. Le gustaba recibir atención, que la gente la parase con por la calle y reconocieran su cara.

—La misma.

De nuevo se lanzaron a una conversación, de la que fui partícipe a medias.

Cuando creí estar a punto de desmayarme por el hambre, por fin aparecieron un par de miembros del equipo, junto con el resto de los asistentes que tenían pases. Vi a Maxie y su hermana al final de la fila.

—¡Maxie! —chilló Blair, saltando el vallado—. ¿A que ha sido la mejor experiencia de tu vida?

—Lo cierto es que no —refunfuñó.

—La mía sí —respondió su hermana. Blair la guiñó un ojo.

Fui a reunirme con ellas, seguida por Audrey. Pegué un codazo a Maxie a modo de saludo, me sonrió con nerviosismo. Ya sabía que el concierto no le hacía especial ilusión. Sin embargo, había algo más que daba la sensación de que tenía ganas de salir huyendo.

Los miembros del equipo nos condujeron por detrás del escenario. Esa cara oculta con pasillos laberínticos, oficinas, salas de conferencia y a saber qué cosas más que pocos privilegiados tenían la oportunidad de ver.
Blair, Audrey y la hermana de Maxie hablaban del concierto, cogidas del brazo. Maxie y yo caminábamos más rezagadas.

—Si me sacas de aquí te compro una hamburguesa —intentó chantajearme.

Reí.

—¿Se puede saber qué te ocurre? —quise saber. Pero se puso a refunfuñar algo para sí misma, ignorándome.

En la segunda bifurcación ya había perdido mi capacidad para orientarme. Pasamos al lado de un baño y no pude hacer otra cosa que detenerme. Llevaba aguantando el pis al menos dos horas. Como iba un poco rezagada le pedí a Maxie que le avisara a uno de nuestros escoltas para que esperasen. Me pareció que asentía, pero no me cercioré porque necesitaba urgentemente hacer uso del inodoro.

Al terminar me tomé unos segundos extra. Me refresqué el cuello y la cara y me até el pelo en una coleta alta. Me brillaba la piel por el sudor y se me había corrido un poco el maquillaje.  

Salí de nuevo al pasillo. Donde me encontré completamente sola, con el crepitar de los alógenos de luz blanca y las relucientes baldosas reflejando mi expresión de hastío. Después de todo, Blair me había ignorado por completo.
¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Esperar a que alguien se diese cuenta de mi ausencia?

Improbable. Por los ojos de mi mejor amiga podía pasar volando un unicornio con la crin de arcoíris que no se daría cuenta porque estaba demasiado ocupada ante la expectativa de tocar a Harry Styles. No digamos ya acordarse de mí.

Resoplé echando el cuello para atrás.  Bueno, no podía quedarme ahí. Así que hice algo muy propio de mí. Correr hacia delante, fiándome de mi escaso sentido de la orientación, rezando por alcanzar al grupo.

En el quinto giro hacia la izquierda, perdí toda esperanza de encontrarlos. ¡Cómo era posible no cruzarme con nadie, en un equipo conformado por doscientas personas! Aceleré el trote, ya sin buen humor y con mi desarrollado instinto asesino acumulado en mis puños. Decidí tomar la bifurcación hacia la derecha, para variar.

Y por la izquierda apareció alguien, que también corría. No pude detenerme a tiempo y nos chocamos. Mi cuerpo salió despedido por la fuerza de la gravedad. Todo cuanto pude hacer fue proteger mi cámara. Estiré los brazos hasta que noté un tirón en los omóplatos. Noté el dolor de mi cara contra las baldosas antes de que llegase.
Sentí mi cabeza chillar de dolor.

Rodé sobre mi cuerpo hasta quedar de espaldas, bajando los brazos hasta mi estómago, para depositar la cámara allí. Me zumbaban los oídos y veía manchitas negras en mis ojos. Sentí una sustancia viscosa y caliente en mi ceja derecha, acompañada por un dolor agudo y punzante.

«Que no sea sangre, por lo que más queráis, malditos Dioses». Era todo lo que podía pensar procesar. El cuerpo no me respondía.

―¡Estás sangrando!

Unos ojos verdes, que me habían aturdido poco rato atrás, se abrieron paso por mi visión nebulosa. Acompañados por unos rizos que apuntaban a mi cara, de los que resbalaban gotas de agua. Harry Styles… tenía a Harry Styles a pocos centímetros de mi cara.

Me quedé callada. Era incapaz de despegar los labios. Solo pensaba en la sangre que me caía por la sien y me que obligaba a mantener el ojo cerrado en un guiño espantoso.

―¿Estás bien? ―Apenas despegó los labios, tenía la frente llena de arrugas preocupadas que se aunaban en su ceño.

Creo que gemí.

―Voy a levantarte.

«No, no, no».

Desapareció de mi visión y enseguida noté como una mano se introducía bajo el arco de mi espalda y por detrás de mi cuello. Me recorrió un escalofrío, tenía la mano congelada. Parte de mi consciencia de quedó en el suelo cuando noté que me levantaba.

El mundo dio vueltas veloces, casi no sentía el peso de mi cuerpo y la bilis ascendía a una velocidad vertiginosa por mi garganta. Tarde, me di cuenta que estaba apretando los brazos de Harry Styles como si quisiera exprimir una naranja. Y era muy probable que le vomitase encima.

―No te desmayes. ―Me pareció que decía, su voz sonaba distorsionada y lejana.

Cometí el error de llevarme una de las manos a la ceja. La mano se me tiñó de sangre. El cuello de mi camiseta había adquirido un tono carmesí intenso. Iba a morir desangrada en el pasillo de un estadio de fútbol…

Harry se deshizo de mis manos. Sacó algo del bolsillo trasero de su pantalón. Me alzó la barbilla con su mano helada y con la otra apretó un trozo de tela contra la brecha. Chillé tan fuerte que debieron de escucharme al otro lado de la ciudad.

―Aprieta fuerte. Te llevaré a la enfermería.

―Odio… la… sangre.

Esa era yo: toda elocuencia.

Harry asintió con rotundidad y se pasó la mano por el pelo.

―¿Puedes andar?

Iba a responder que no cuando comprendí lo que aquello supondría. De ninguna manera iba a permitir que me llevase en volandas. Estaría a punto de desmayarme, pero no iba a quedar como una damisela en apuros.  

―Sí ―forcé la voz para que sonase segura, pero tan solo logré sacar un hilillo.

Me rodeó con la inmensidad de su cuerpo, me sacaba dos cabezas y medio cuerpo a lo ancho. Y me agarró por los antebrazos para que no me desplomara en el suelo.

Comenzamos a andar, con toda la rapidez que me permitían mis piernas de gelatina. Para cuando llegamos a la enfermería estaba sudando y medio inconsciente por la aprensión hacia la sangre.

Volví a tomar consciencia cuando estaba tumbada en una camilla y la primera puntada de la aguja se clavaba en mi piel. Aferré con fuerza el cobertor de papel y me mordí la lengua.

―No tardaré mucho, tranquila ―habló una voz apostillada, que debía ser la del doctor.

―Puedes darme la mano si quieres.

Miré de reojo a mi lado. Harry Styles estaba sentado en una silla, al borde de la camilla. Con el trozo de tela, que era el pañuelo que había llevado durante el concierto, lleno de sangre y mi cámara sobre sus piernas.
Mierda. Pensé que se habría ido al dejarme en la enfermería.

―Ya, claro ―respondí con los dientes apretados. Dolía y escocía como los mil demonios. Escuché una risita aguda, corta y ascendente. ―Márchate si quieres ―dije, incómoda porque tenía a una de las fantasías sexuales de Blair mirándome mientras me cosían una ceja.

―Te espero. ―Su voz era grave y vivaz, pero al mismo tiempo perezosa y apagada. Me encantaba el timbre que tenía, al menos ahora que podía escucharla sin el zumbido de mis oídos―. Soy Harry, por cierto.

Volví a mirarlo de reojo. ¿En serio?

―Ya sé quién eres, estrella internacional del pop. Veo que mi camiseta y el pase de mi cuello no son muy reveladores. ―Soné más brusca de lo que pretendía. El médico, calvo y con los ojos muy separados, tensó los labios para no reír.

Harry me observaba con gesto herido y parecía a punto de mandarme a tomar vientos, por decirlo de forma sutil. Caí en la cuenta de que me estaba portando como una estúpida. Con un chico desconocido que estaba siendo amable. Y ahí estaba yo, hablando de su profesión como si fuese un delito. Como si automáticamente ello lo convirtiese en un ser de plástico que no miraba más allá de su cara bonita.

―Lo siento ―me apresuré a decir―. Me pongo un poco irritable cuando me clavan agujas en la piel.

―Casi he terminado ―informó el doctor, cortando el hilo con unas tijeras. A continuación, caminó a un armario que tenía a sus espaldas.

Notaba la ceja tirante y adolorida. Giré el cuello en dirección a Harry, que ya no me miraba con ganas de hacerme otra brecha. Sino con la calidez. Resultaba difícil de creer que estuviese ahí sentado a mi lado, en carne y hueso. Recordé todas las conversaciones que había mantenido con Blair sobre él y su vida y de la carpeta del instituto forrada con su cara. Me costaba tomarlo como una persona real y no como uno de mis ídolos de la adolescencia.

―Soy… ―empecé a presentarme. En un intento por demostrar que tenía educación.

―Fila dos, pista izquierda. Ibas a hacerme una foto cuando una chica a tu lado te empujó ―soltó sin más, con una media sonrisa.

De no ser porque la brecha me había dejado incapacitada para mover las facciones superiores de mi rostro, hubiese alzado las cejas hasta el techo. La situación no podía ser más surrealista…

―También me llaman Liberty ―carraspeé.

―Es bonito.

El hoyuelo de su sonrisa se negaba a desaparecer.

Justo en ese momento, el médico regresó con unos diminutos rectángulos de gasa pegados en los dedos. Puntos de sutura. Los colocó en mi maltrecha ceja.

―Incorpórate con cuidado. ―Para cerciorarse de que lo hacía, me agarró por los hombros y colaboró con la tarea. Olía a desinfectante y a loción para después del afeitado.

Sentí un revoltijo en el estómago y un leve mareo. Pero me encontraba mucho mejor que antes. Respiré hondo, agachando la cabeza: la sangre de la camiseta comenzaba a secarse. Blair iba a matarme por haberle estropeado una de sus más preciadas camisetas. Entonces vi la foto de Harry, que el propio Harry miraba.
«Qué bien, ahora se piensa que soy una de sus fans coléricas».

―Los puntos deberían caerse en una semana ―comenzó a explicar el doctor, deshaciéndose de los guantes de látex―. De no ser así, pide cita con tu médico de cabecera. E intenta no rascarte cuando la herida comience a cicatrizar.

―De acuerdo ―fijé toda mi atención en el médico.

―Voy a darte unos analgésicos para que te tomes si te duele, no abuses de ellos. ―¿Tenía cara de adicta a las pastillas?

Se fue de nuevo al armario, para traerme los analgésicos. Harry se levantó de la silla y caminó hacia mí. Todos mis músculos se pusieron en alerta. Alcé la cabeza para mirarlo. Mantenía una expresión serena en el rostro. Cuando pensé que iba a atizarme con la cámara, pasó la cuerda por mi cuello para devolvérmela.

―¿Se puede ir ya? ―preguntó digiriéndose al médico, que me tendía la caja de analgésicos. Los cogí tratando de no hacerme mucho de notar.

―Sí, espero no tener que coserte más cejas ―tendió la mano con formalidad en mi dirección, con una sonrisa de plástico.

―Yo también ―respondí aceptándola. Su tacto era áspero y seco.

―Y tú, Harry, ve con más cuidado. ―Se dirigió a él con un tono más caluroso, de confianza.

Harry soltó una de esas risas agudas que había escuchado en las entrevistas que Blair y yo nos tragábamos. Mientras intercambiaban unas palabras, miré mi reloj de pulsera. Había pasado poco más de una hora desde que perdí a mi mejor amiga. Comprobé mi teléfono por si tenía llamadas perdidas suyas. No tenía cobertura.

―¿Nos vamos?

La voz de Harry me sobresaltó, seguía cerca, tanto que podía oler su colonia. Tendió una mano hacia mí.

―Puedes buscar a un miembro de tu equipo para que me acompañe hasta la salida, ya has hecho suficiente ―me levanté haciendo caso omiso a su mano tendida.

―El M&G aún no ha terminado.

―Menos mal, así no tendré que buscar a Blair.

―¿Quién? ―alzó una ceja interrogante. Aunque yo estaba hablando más para mí misma.

Llegamos a la puerta y salimos de la sala habilitada para la enfermería, antes de que respondiera.

―La chica que me empujó, mi mejor amiga ―expliqué, mientras le seguía por el pasillo, medio atontada todavía.

Asintió con una sonrisa, que era muy similar a la que exponía en algunas entrevistas. Esa que pretendía ocultar sus pensamientos o evitar una situación incómoda. No sabía cuál de las dos le pasaba por la mente en ese momento.
Nos quedamos sin conversación en el segundo pasillo.

Llevaba tiempo sin sentirme tan incómoda con un desconocido. Trabajaba de cara al público, así que sabía manejar situaciones como estas y mantener una conversación rodada. Sin embargo, estaba en blanco.

―Así que, eres fan del grupo.

Lo miré mientras caminábamos, se notaba que no le gustaban mucho los silencios porque había recurrido a un tema poco interesante para salir de él. La clase de temas que uno suele utilizar cuando no sabe qué decir.

―No. ―Mi brusquedad y yo―. Quiero decir, sí. Vuestras canciones me encantan, pero…

Si le molestó que dijese tan abiertamente que no me gustaban, no lo demostró. Se limitó a curvar los labios para despertar a su hoyuelo derecho, el más presumido, que no quería desaparecer antes.

―Pero yo no te gusto. ―Pasó una de sus manos por el pelo. Estaba nervioso, lo sabía porque le había visto hacerlo en numerosas ocasiones a lo largo de los años.

―No es que no me gustéis.―No pasé por alto que no mencionara a sus compañeros―, es solo que el fenómeno fan no va mucho conmigo.

Se rio.

―Es agradable hablar con una chica que no quiera lanzarse a mi cuello y olisquearme.

―Pobrecito… ―Ahí sí que no me esforcé por esconder el sarcasmo. A propósito o no, acababa de soltar un comentario de lo más narcisista.

―¡Harry! ―una voz atronadora nos sobresaltó a los dos. Hacia nosotros corría un hombre corpulento y bajito, vestido con ropa negra.

―Thomas, lo siento… ―trató de excusarse.

―¡El M&G terminó hace diez minutos! ¡Nadie sabía nada de ti! ¡Estaba preocupado! ―soltó todo de carrerilla, con unas pequeñas manchas rojas asomando entre su barba de dos días.

Harry me señaló, como si yo fuese la llave a todas las respuestas. Aunque más bien, era algo así como la culpable…

―Venía corriendo hacia aquí y me choqué con ella ―explicó gesticulando con las manos―. Se hizo una brecha por la caída. Estaba con ella en la enfermería.

Las manchas rojas del hombre empezaron a perder intensidad al ver la franja blanca que me cubría la parte superior de la ceja derecha. Ladeó el cuerpo en mi dirección.

―Imagino que eres Liberty. Hay una chica ahí dentro que está segura que te han secuestrado.

Reprimí las carcajadas.

―Es un poco fatalista ―excusé a Blair.

―Está bien, mueve el culo ahí dentro y haz feliz a unas cuantas chicas ―exigió Thomas con tono autoritario.

―Sí.

Andamos hasta las dobles puertas de hierro pintado de rojo, flanqueadas por otros dos tíos corpulentos (que debían ser del equipo de seguridad), a cada lado de ellas. Harry los saludó a ambos por sus nombres. Me sostuvo la puerta para que pasara.

Se trataba de una sala enorme, al fondo había mesas dispuestas en forma de «u». Con bolígrafos abandonados y algunas fotografías de One Direction. También quedaban restos de comida. Mi estómago gritó. Al lado derecho había un decorado para fotografías. Y en el opuesto, un grupo de periodistas.

―¡Liberty!

Oteé la estancia en busca de la voz. Blair estaba a mi altura, por el lado izquierdo, sentada en una silla, acompañada por Niall. Me apresuré a reunirme con ella.

―Menos mal que le dije a Maxie que me esperase mientras hacía pis ―espeté, medio en broma.

―¡Madre mía! ¡Estás llena de sangre! ―exclamó, con sus bonitos ojos abiertos como platos. Eso sí, no se movió de la silla. Imagino que porque vio la brecha y porque no quería separarse de la persona que tenía al lado.

―Espero que no nos demandes.

Niall intervino en la conversación, con voz nasal. Fue entonces cuando me di cuenta que tenía una bolsa de hielo en la mano. Y tenía la nariz roja e hinchada. Miré a Blair de reojo, con los ojos, me dijo que luego me lo explicaba.  

―Tranquilo ―respondí con la voz más amable de la que pude hacer acopio. Busqué a Maxie por la estancia, pero me di cuenta de que solo quedábamos nosotras, a parte del equipo y un poco de prensa―. Me llamo Liberty, es un placer conocerte.

―Igualmente, ¿has disfrutado del concierto?

A ver, una cosa era que el fenómeno fan no fuese conmigo. Pero resultaba imposible que no te gustara Niall Horan.

―Sí, sois divertidos.

―Hacer el tonto se nos da bastante bien.

Noté una presencia a mi espalda. Y por la expresión de asombro de Marissa, supe que se trataba de Harry Styles. Y bueno, por el olor a colonia que me llegaba por la espalda.

―¿Dónde te habías metido? ―preguntó Niall.

—¿Y a ti qué te ha pasado? —Harry preguntó a su vez, mirándolo con los ojos como platos.

Harry me señaló de nuevo. Niall se encogió de hombros. Blair entró en shock. Antes de que muriese por taquicardia me apresuré a contarle todo lo que había ocurrido desde que me abandonó en el baño. Lo que al parecer, no fue muy buena idea. Porque se había quedado paralizada, mirando a Harry como si fuese El Gran Salvador.
Blair nunca se dejaba eclipsar por los hombres, eran ellos los que se emboban cuando la veían. Pero Harry Styles era la excepción.

―Tú debes de ser Blair, yo soy Harry.

Mi mejor amiga parecía a punto de llorar porque él conociera su nombre.

―Te va abrazar en cualquier momento ―murmuré mirándole, con una sonrisa malévola.

Y es lo que hizo, Blair saltó de su asiento y se lanzó a su cuello. Seguro que también lo olisqueó un poco. Pero en defensa de mi mejor amiga diré, que Harry Styles olía bastante bien. Lo reté con la mirada a que se quejara del abrazo de mi mejor amiga. Pero se limitó a rodearla con los brazos y plantar una gran sonrisa.

Yo me dejé caer en la silla e hice un par de fotografías. Cuando se soltaron le pedí a Niall que posara con ellos. Blair en medio, por supuesto. Seguí haciendo muchas más. Audrey se nos unió en algún momento. Pero a pesar de las insistencias, me negué a aparecer en alguna de ellas. Parecía la niña del exorcista.

El tiempo comenzó a correr y cuando quisimos darnos cuenta, ya teníamos que irnos. Después de todo, el M&G terminó antes incluso de que llegara yo. Aguardé junto a la puerta, mientras Blair se despedía de ellos y les pedía que volvieran después del descanso y que eran maravillosos y todo ese tipo de cosas que se le dicen a los ídolos.

Mientras Blair hablaba con Niall y compartía una mirada de rencor con Zayn, que me chocó bastante. Harry se acercó a mí.

―Toma.

Me tendió una fotografía firmada. La acepté pensando en que podría subastarla por Internet y conseguir algo de dinero.

―¿No tendrás un perrito caliente en el bolsillo, por casualidad?

En serio, iba a morir de hambre en cualquier momento. Harry soltó una carcajada. Dio un paso más hacia mí, arrinconándome contra la puerta.

―Me ha gustado conocerte.

Vaya.

―Mi ceja no opina lo mismo ―respondí, toqueteando la cámara.

―Díselo a mi pañuelo.

Sonreí. Justo en ese momento llegó Blair. Se despidió de ella dándole un beso en la mano, que casi la manda al otro barrio, otra vez. Mientras se iba, giró la cabeza una última vez y me sonrió.

Uno de los guardaespaldas que estaban en la puerta nos acompañó a la salida. Lo primero que dijo Blair cuando nos abandonó en la fría noche de Washington fue:

―No me puedo creer que Harry Styles te haya hecho una brecha —Me dio un puñetazo en el hombro—. Menuda suerte…

Por supuesto, Blair creía que era toda una afortunada porque había conseguido que una estrella internacional del pop me hiciera una brecha y, porque gracias a ellos había conseguido tiempo extra con los chicos.

—¿Qué te ha pasado con Zayn? —quise saber, mientras buscábamos el coche.

Puso los ojos en blanco.

—Resulta que es el imbécil al que casi matamos.

—¿Cómo?

Blair pone los ojos en blanco.

—Mañana te cuento. Pero, el momento de la noche ha sido cuando nuestra Maxie, le ha estampado el pie a Niall en la nariz.

Se me desencajó la mandíbula.

—¡No fastidies! ¿Fue ella?

Blair asintió, con los labios fruncidos.

—Pero no ha querido contarme el por qué.

Llegamos al coche. Owen estaba en el suyo, con cara de pocos amigos.  Paré en un Burger King de camino a casa, creo que me había ganado una buena dosis de colesterol aquella noche.

Al llegar a casa Blair se fue directa a la cama. Yo fui a la mía a ponerme el pijama más zarrapastroso y cómodo que tenía: una sudadera vieja de mi padre y unos pantalones de cuadros dos tallas más grandes.

Me tomé uno de los analgésicos porque empezaba a martillearme la cabeza. Encendí la televisión y me dispuse a comerme mi Big King. Cuando me levanté para recoger los restos de la cena, vi la fotografía que Harry me había dado antes de marcharnos.

Al girarla, caí en la cuenta de que tenía un número de teléfono escrito. Con unas palabras escritas justo debajo, con letra apenas legible: «Para la próxima vez que necesites una ambulancia, ;)».

Solté una carcajada tan alta que probablemente despertó a todo el vecindario. Me había dado el número de teléfono. No sé si me sentí alagada. Pero Harry Styles era un chico, y ya sabéis, los chicos son seres repugnantes que no traen nada bueno…

Inocente de mí, la desterré a las infinidades de mi bolso, dispuesta a olvidarme del número de teléfono. Ya no podría subastarla en Internet. Repito, inocente de mí, pensé que ahí se terminaba todo. Una curiosa experiencia que relataría a los hijos de Blair cuando me tocase hacer de niñera.

Hay cosas que están destinadas a ocurrir. Momentos que nos llevan a otros mucho más importantes. Que nos conectan con las personas de una manera tan fuerte, que nos hacen creer que somos nosotros mismos quiénes tomamos la decisión de encontrarnos una y otra vez. Y, cuando nos damos cuenta, cuando queremos remediarlo. Ya es tarde.

Estuve negándolo durante semanas, pero; mi historia con Estrella Internacional del Pop no había hecho más que empezar.


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En esas extrañas ocasiones en las que aceptaba tener un fin de semana libre, empleaba las mañanas de los sábados acudiendo al hospital como voluntaria. Pero mis razones no eran honorables. Si por mí fuera, me quedaría en la cama comiendo y viendo series. Lo hacía como penitencia: por todas aquellas veces que me negué, cegada por el egoísmo, a visitar a mi madre.

En situaciones tan radicales, como la de una enfermedad terminal, las personas tenemos la posibilidad de sacar la mejor o la peor parte de nuestra naturaleza. Pertenezco al segundo grupo. Nunca he sido peor persona de la que fui antes de morir mi madre.

Así que allí estaba, tras realizar un curso para la atención de personas con enfermedades terminales en la universidad, siendo lo que fuera que los enfermos necesitaban. Clamando por un perdón que sabía que ni merecía, ni obtendría. Guiada como siempre por mi egoísmo, porque mis acciones hipócritas me permitían dormir por las noches.

—¿Qué te ha pasado?

Instintivamente, dirigí la mano hacia el apósito que cubre mi ceja magullada. Recordé la noche surrealista que pasé ayer y sonreí.  

—Un pequeño accidente —mentí, para no entrar en detalles.

—Me gusta tu pulsera —continuó diciendo Brittany.

Tanteé la mirada entre la pulsera: sencilla, de cuero negro trenzado con una cámara de plata colgando de la cuerda, regalo de Maxie y, el rostro de Brittany. Me detuve más en su rostro, con sus pequeños ojos azules, su pañuelo de colores para tapar la calvicie y la arruga en su ceño como única señal de que sentía dolor.

Brittany me gustaba, era la única a la que visitaría aunque no formase parte del programa de voluntarios. Tenía diez años y sus pronósticos no eran para nada favorables, pero no aceptaba miradas de pena, ni verdades a medias. Siempre que podía montaba revuelo y tenía a las enfermeras traumatizadas con sus bromas. Recordé lo que me dijo la primera vez que entré a su habitación: «Como te pongas una nariz de payaso y empieces a hablarme como si tuviese dos años y un retraso mental, mejor vete. Estoy enferma, pero no soy tonta».  

Me quité la pulsera y se la tendí. Estaba segura de que Maxie me lo perdonaría.

—Si me la regalas porque te doy pena, no la quiero —replicó Brittany, arrugando la nariz con su expresión de repulsión más ensayada.

—Como quieras. —Encogí los hombros y volví a anudarme la pulsera.

—¡No! —Se dio cuenta de que había sonado demasiado efusiva, enrojeció—. Puedes dármela si quieres…

Mordí mi labio para no soltar una carcajada. Le coloqué la pulsera en su muñeca huesuda. Brittany se dejó caer en la almohada. Se hundió en las sábanas, cansada. El olor a antiséptico y lejía inundó mis fosas nasales. Esa era una de las razones por las que odiaba los hospitales, no la enfermedad, sino los esfuerzos que gastaban en tratar de ocultarla, haciendo que resalte más. Me revolví incómoda al borde de la cama.

—¿Qué te apetece hacer? —pregunté, en un intento por sacarla de esa almohada que parece engullirla.

—Ver el concierto de One Direction de ayer. —Señaló la Tablet de la mesa supletoria.

De pronto me sentí una persona despreciable. El día anterior casi desaproveché la oportunidad de ir al concierto mientras que allí había una niña encerrada en una habitación que hubiese dado lo que fuera por asistir.

Hice lo que me pidió y coloqué la Tablet sobre la bandeja, acercándola. Busqué el concierto en la red a ver si con suerte alguien lo había grabado. Me tomé mi tiempo para seleccionar un vídeo con una calidad aceptable.

—Me molesta pensar que nunca podré ir a un concierto —bisbiseó Brittany, estrujando las sábanas en sus manos.

No traté de hacerla cambiar de opinión. Conocía su realidad y yo no era quien para darle falsas esperanzas. Retuve la frustración y pulsé en la pantalla dando comienzo al vídeo. Me aparté para dejarla disfrutar y me senté en el sillón. Observaba a la niña de tanto en tanto, no fruncía el ceño, estaba relajada. A veces subestimamos la importancia de los ídolos y el poder que tienen para hacernos olvidar nuestros problemas.

En una de mis observaciones, llamó mi atención el brillo y la sonrisa involuntaria de Brittany cada vez que Harry Styles cantaba.

Una idea de la que me arrepentiría poco después empezó a tomar forma en mi cerebro.

—Ahora vuelvo.

Sin esperar respuesta de Brittany abandoné la habitación. Una vez fuera, me hice con el móvil y busqué en mi mochila la fotografía. Marqué el número sin saber muy bien lo que estaba haciendo y le di a llamar.

En el segundo tono, comencé a arrepentirme.

Tercer tono. Era una ilusa pensando que iba a responder mi llamada.

Cuarto tono. Probablemente el número fuese falso.

—¿Diga?

Me dejé caer contra la pared. Aunque me costara admitirlo, por unos segundos, fui incapaz de producir algún sonido coherente. Pero en mi defensa diré que no todos los días llamas a Harry Styles.

—Eh… —Tomé aire. ¿Por qué me comportaba así? Solo se trataba de una persona—. Hola, soy…

—Liberty —aseguró con su voz grave, perezosa. Y yo pensando que no se acordaría de mí—. ¿Necesitas otra ambulancia? —preguntó con tono jocoso. «Imbécil».

—En realidad, me gustaría pedirte un favor —expuse sin dejarme arrastrar al filtreo. No era estúpida, sabía la razón por la que me había dado el número de teléfono. Pero yo no estaba por la labor de tener un escarceo con una estrella del pop.

—Dime —alargó la última letra, demostrando curiosidad. Estaba manteniendo una conversación con Harry Styles. Mi vida pecaba de surrealista.

Permití que la línea crepitase. Escuchaba ruido desde el otro lado del teléfono, parecía estar en una cafetería.

—¿Podrías acercarte al Children's Hospital? Te lo explico cuando llegues.

—Pues… —comenzó a rebatir.  

—No tiene nada que ver conmigo —interrumpí. Necesitaba que viniera. Que Brittany conociera a Harry era lo único productivo que podría hacer para ayudarla—. Y es importante, sino, no te habría llamado.

Un suspiro.

—En media hora estoy allí.

—Gracias.

Colgué. Se me escapó un resoplido, aunque no sabría decir si de alivio o pesar. Guardé el móvil en el bolsillo y caminé hacia el ascensor. Algo dentro de mí me gritaba que me estaba metiendo en un berenjenal. Ese algo, nunca se equivocaba.


Fue puntual. Exactamente media hora después lo vi aparecer por el aparcamiento exterior del hospital. Era como si se moviese a cámara lenta, como en una película. Aunque la ciudad continuaba su frenética vida alrededor. Iba con una sudadera negra, pantalón de chándal gris y zapatillas de deporte. Gafas de sol, aunque el sol había decidido no trabajar aquel día. Instintivamente, llevé las manos hacia mi pecho, donde solía estar colgada la cámara: pero la había olvidado en casa.

Harry se detuvo a un metro de las puertas, buscándome con la mirada. Alcé el brazo para hacerme notar entre los fumadores nerviosos. Caminó en mi dirección cuando me encontró.

—Gracias por venir —saludé cuando estuvo frente a mí.

Harry realizó un leve movimiento de barbilla, levantó las gafas y dejó al descubierto sus ojos: como si acabase de soltar un arma letal.

—¿Cómo lo llevas? —Señaló mi brecha, reprimiendo una sonrisa.

—De momento no voy a presentar cargos.

Estaba a punto de darme una réplica ingeniosa cuando un destello blanco y momentáneo nos cegó a ambos. Acabábamos de ser el blanco de una fotografía. Oteé la calle en busca del culpable. En la acera, detrás de un coche, vi a una chica detrás de una cámara. Harry tensó la mandíbula y se le endureció el rostro.

—Lo siento —dijo.

Acababan de hacerme una fotografía con un famoso. Le resté importancia en el momento, ansiosa por conducir a Harry a la habitación de Brittany. Sin saber que aquella captura me acarrearía unos cuantos quebraderos de cabeza.

—Vamos —animé a Harry sin dejar de mirar a la que suponía era una periodista. Sin pensarlo lo agarré por el antebrazo, como si tuviese la confianza suficiente para hacerlo.

Él no hizo nada por apartarse y si le sorprendió, ocultó la reacción tras una expresión circunspecta. Lo solté sin precipitarme cuando cruzamos las puertas de cristal. Era un contacto sin importancia. Sostuve la puerta para que pasara y por el rabillo del ojo comprobé que la chica, ya sin la cámara pegada a la cara, hacía amagos por acercarse. Cerré la puerta y localicé a Matthew, uno de los guardias de seguridad. Hice un gesto a Harry para que aguardase mientras caminaba hacia la recepción, donde Matthew charlaba animadamente con Rosa, la recepcionista.

—Hola, Liberty.

—¿Puedes hacerme un favor? —Me pasaba la vida pidiendo favores.

Matthew se incorporó del mostrador, en señal de aceptación.

—Esa chica morena, la que está en la puerta —La señalé con el dedo, Matthew la localizó—. No la dejes entrar, es periodista y está molestando a mi amigo. —Con la barbilla apunté hacia Harry, que esperaba en medio del vestíbulo, intentando no hacerse notar, pues la gente comenzaba a mirarlo y a susurrar. No había contado con que era muy probable que le reconociesen.

—Qué amigo más guapo, m’ija —apuntó Rosa, guiñándome un ojo.

Puse los ojos en blanco.

—La mantendré fuera —aseguró Matthew.

Me despedí de ambos e indiqué a Harry que me siguiese por el pasillo, hacia los ascensores. Como la noche anterior, nos vimos invadidos por un silencio lleno de ruido, que se hizo más pesado en el ascensor.

—¿Trabajas aquí? —preguntó, buscando una conversación que nos salvara.

El ascensor parecía haber encogido. Apoyados el uno al lado del otro faltaba espacio y aire. Y quizá me sentí un poco incómoda y un poco como en realidad no quiero salir de aquí. Pero no pensaba admitirlo.

—Soy voluntaria —expliqué, apartándome sin que se notara que lo hacía a propósito—. Hago compañía a los enfermos y ese tipo de cosas.

Sonrió de manera genuina; con esa sonrisa en la que se le estiraban todos los músculos de la cara y se le arrugaban la comisura de los ojos.

—Vas a decirme por qué estoy aquí. —Se pasó la mano por el pelo.

—Hay una niña que se muere por conocerte —expliqué—. Recordé que tenía tu número apuntado en la fotografía y decidí que no perdía nada en intentarlo.

—Así que no tenías pensado llamarme si no hubiese sido por esto… —dejó caer, mirándome con intensidad entre la sonrisa del sé que te gusto y puedo conseguir que tengas ganas de llamarme a todas horas. Trataba de ponerme nerviosa.

El ascensor se detuvo en ese momento.

—Lo cierto es que no. —Podría haber dicho lo contrario, pero como una persona a la que mintieron hasta el punto de verse envuelta en un lío de deudas y drogas, trataba de hacerlo lo menos posible—. Vamos, es aquí.

Abandoné el ascensor sin comprobar que me seguía, segundos después percibí el olor de su colonia en mis fosas nasales y su cuerpo pisándome los talones. Cuando llegamos a la puerta de Brittany me di la vuelta. Harry estuvo a punto de chocarse conmigo.

—No se te ocurra mirarla con pena ni disculparte por su situación —advertí, alzando el dedo—. Porque por mucho que seas su ídolo, te sacará de la habitación a patadas.

Harry realizó un saludo militar que me arrancó un amago de risa. Me di la vuelta y abrí la puerta parcialmente, lo justo para poder introducir la parte superior de mi cuerpo. Brittany me ignoró por completo, ensimisma aún con el concierto.

Chisté varias veces para llamar su atención.

—Tienes visita.

Brittany me miró con ganas de tirarme la Tablet a la cabeza por interrumpirla. La guiñé un ojo y abrí la puerta por completo. La niña entró en trance, convertida en piedra: como si el mismísimo Basilisco la hubiese echado una ojeada. Me hice a un lado para dejar pasar a Harry.

—Hola. —La saludó con una deslumbrante sonrisa.

La mandíbula de Brittany realizó un movimiento imposible, el monitor que controlaba sus constantes disparó sus pulsaciones.

—Ho-ola —murmuró interpretando un agudo espléndido.

—Os dejo solos —dije guiñando un ojo a la niña, petrificada aún—. No lo espantes, Britt.

Me senté en una de las sillas del pasillo a esperar, con el móvil por entretenimiento.  Acabé entrando en Just Another Blog, una página dedicada —salvo por los textos que subía la administradora de su autoría— a One Direction. El blog era anónimo, pero había un correo de contacto. Así que sin pensarlo mucho utilicé el enlace para enviarla un mensaje. Sabía por su último post que había ido al concierto del día anterior. Mi intención era pasarla todas las fotos que hice del recital y que ella las publicara. Era un blog con muchos seguidores y una buena plataforma con la que promocionarme. Aunque era imposible continuar con mis estudios, aun podía intentar hacerme un hueco en el mundo de la fotografía. Y… pulsé enviar.

Poco después entró una llamada de Blair. Ni siquiera me permitió hablar.

—¡Qué han visto a Harry Styles en el Children's Hospital! ¿Sigues allí? ¡Por tus muertos, encuéntralo y consigue su número de teléfono! —chilló sin pausa.

No había visto a Blair desde que se fue a su habitación la noche anterior. Por la mañana solo habíamos hablado de su percance con Zayn Malik. Si hubiese dicho algo, no me habría dejado salir de casa.

—Ya tengo su número de teléfono, me lo dio ayer —contesté, dejé de escuchar su respiración y llegué a pensar que acababa de matarla de un infarto—. Ah. y está aquí porque lo he llamado yo.

—¿Cómo…, pero, cómo? —balbució—. ¡Explicaciones, ya! No me puedo creer que tengas el número de teléfono del amor de mi vida y no me lo dijeras.

Reprimí la risa mordiéndome el labio.

—Cuando me enteré ya te habías dormido —mentí para apaciguarla—. Luego te lo cuento todo. —Mi mirada se cruzó la de una enfermera que parecía dispuesta a acercarse a mí a arrancarme el teléfono—. Tengo que colgar.

—Liberty River ni se te…

Pulsé el botón rojo sin dejarla terminar, la enfermera se marchó con aire resuelto. Resoplé. Era consciente que cuando llegase a casa me recibiría con una zapatilla voladora. Por suerte llevaba mi paraguas para contraatacar.

Dejé media hora más a Brittany antes de ir a buscar a Harry.

Me gustaban las salas de espera. Son esa clase de sitios en los que, por mucho que quieras correr, te obligan a detenerte. Sin opción. Y cuando no sabes si tu madre va a salir del quirófano o si van a conseguir reanimarla tras una parada cardiorrespiratoria: las salas de espera son un regalo.

Cuando llegué a la habitación estaban jugando a un videojuego. No se dieron cuenta de mi presencia. Era uno de esos momentos de concentración absoluta y transparencia total en una persona. Cuando te olvidas de poner esta expresión o actuar de aquella manera. Saqué el móvil y los inmortalicé: a Brittany de rodillas a los pies de la cama, con la bata que se le caía de un hombro, el pañuelo y una cara libre de enfermedad y sufrimiento. A Harry, en al borde del sillón, con los antebrazos en las rodillas y el mando entre las piernas; los labios levemente fruncidos.

—¡Te he vuelto a ganar! —clamó Brittany alzando el mando de la victoria.

Harry puso los ojos en blanco. Carraspeé y me miraron.

—Nos vamos —anuncié, estropeando la fiesta.

—¿No se puede quedar más? —lloriqueó, sacando el labio inferior hacia afuera y juntando las manos sobre el pecho en un acto teatral.

—Volveré —aseguró Harry, levantándose del sillón—. Tengo que cobrarme la revancha.

Brittany echó a un lado su enfado y sonrío como el angelito que no era. Harry se acercó para darle un abrazo de despedida. Yo le dije adiós con la mano prometiéndole que pronto volvería. Nos detuvimos en el pasillo, en medio de todo el caos.

—Gracias por haber venido.

Harry se encogió de hombros.

—Poder hacer este tipo de cosas es lo que más me gusta —explicó, llevándose una mano a la barbilla—. Aunque ojalá no tuviera que hacerlo, no sé si…

—Te explicas —finalicé y él sonrió. Suspiré. Me llevé una mano a la nuca, quería irme a casa ya. Pero por otro lado no quería dar a entender que lo había utilizado para alegrar a Brittany. Aunque era exactamente eso lo que había hecho. Así que al final dije—: ¿Te apetece tomar algo?

Harry nadó entre la sorpresa y una expresión de satisfacción que casi me hizo rectificar mi propuesta. Quizá estuviese confundiendo mi intento por ser amable con una invitación al escarceo amoroso. A ver, que era tan guapo que resultaba molesto y uno de los tíos más deseados del planeta. Una noche de desenfreno con él entraría directamente en la lista de Aventuras de Juventud que Contar a los hijos de Blair. El problema era que por aquella época, cada vez que miraba a un chico, lo único que veía era a Bruno y sus mentiras.


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Reminders of reality - Página 3 Empty Re: Reminders of reality

Mensaje por indigo. Sáb 30 Jun 2018, 4:07 pm

Capítulo 06. 2
Liberty River | By hypatia.

Bajamos a la cafetería del hospital y pedimos algo de beber. Nos sentamos en una de las mesas más discretas, junto a la cristalera que daba a la calle. Fijé un rumbo de conversación para evitar el silencio y un intercambio de miradas. Le pregunté por la gira y me dijo que dentro de unos cuantos días se irían a San Diego. Me preguntó sobre mí, pero evadí casi todas las preguntas: solo respondí a la de que vivía con mi mejor amiga y que trabajaba en una tienda de batidos. A pesar de mis reservas, disfruté del encuentro. Harry poseía un humor peculiar y un carisma natural y no habla como si su profesión fuese un motivo por el que mereciera alabanzas. Me lanzaba alguna mirada y un puñado de sonrisas que eran toda una declaración de intenciones de cuando en cuando. Pero las esquivé como una campeona.

Sin aviso, otro disparo de cámara se reflejó en la cristalera. Parpadeando, descubrí que se trataba de la chica de antes. Descarada como ella sola, haciéndonos fotografías. Harry marcó la línea de la mandíbula, regalándole una expresión aviesa. Comenzó a jugar con el vaso de su café, dándole vueltas.

—No se cansa, eh —comenté para romper la tirantez que se había creado en el ambiente.

Miró desde abajo, con un humor más malo del que esperaba. Encogió lo hombros. Entendía un poco lo que suponía ser objetivo de la prensa, a causa de Blair y su familia. Pero en su situación se multiplicaba, por lo que tampoco podía ponerme en su lugar.

—¿Tú lo harías? —preguntó de pronto. Parpadeé, jugando también con mi vaso de café, sin saber a qué se refería—.
Quiero decir, tergiversar la vida de una persona por dinero.

La pregunta me pilló por sorpresa, pero traté de no reflejarlo en mi rostro. Por la intensidad de su mirada, sabía la respuesta que esperaba: no. Quizá, unos años atrás, esa hubiera sido mi respuesta. Pero como mi situación había cambiado y estaba atada a una deuda, mi perspectiva lo había hecho también. A veces la vida te pone en situaciones en las que te ves obligado a actuar de maneras que antes no creías capaz, transformando tu código moral por completo.

Podría haberle dado lo que quería. Pero, de nuevo, cuando podía escoger entre la verdad y la mentira: siempre escogía la verdad.

—Sí —afirmé sin titubeos.

Harry arrugó la nariz. Pegó la espalda contra el respaldo de la silla y suspiró.

—Pues yo no lo haría —rebatió con aire molesto—. No está bien, no es moral.

Su respuesta y su actitud de juez me irritó más de lo que hubiese esperado. Para una persona como él, con tanto dinero en la cuenta bancaria que podría vivir cinco vidas de lujo, era fácil afirmarlo. Y fue eso lo que me molestó, que se creyese con el derecho de decir qué estaba bien y qué estaba mal porque su vida era sencilla.

—Quizá esa chica hace esto porque no le queda otra opción —mascullé entre dientes, regalándole la expresión más cruda que encontré entre mi repertorio. Harry se sorprendió. Me incliné hacia él sobre la mesa—. No todos somos estrellas del pop, algunos nos vemos obligados a ser inmorales.

—Perdona, yo… —trató de decir.

Pero yo me levanté de la silla. No merecía la pena discutir con él. Lo cierto es que tampoco tenía sentido que estuviese hablando con una persona a la que no volvería a ver en la vida.

—¿Adónde vas? Venga, no te enfades —pidió, mirándome desde la silla.

—Gracias por venir aquí —repetí—. Supongo que ha estado bien conocerte, a pesar de que me has costado una brecha. Pero lo dejamos aquí, después de todo, tampoco es que vayamos a formar parte de la vida del otro. —Harry parecía atónito y eso que estaba haciendo muchos esfuerzos por dejar la irritación a un lado y ser simpática—. Espero te vaya bien en la vida, nos vemos en tus canciones.

—Liberty, espera. —Hizo amagos por levantarse de la silla, pero yo salí corriendo antes de que tuviese la oportunidad.

Mis dos encuentros con Harry Styles se quedarían en eso. En encuentros curiosos e imprevisibles que se recuerdan por su brevedad y no por su continuidad.


Antes de abrir la puerta de casa, saqué el paraguas del bolso; coloqué el pulgar sobre el botón. Cautelosa, bajé la manilla y abrí lentamente, acompañada por un chirrido. En cuando me quedé desprotegida, Blair apareció desde la cocina con una taza de plástico que me lanzó antes de decir nada. Pulsé el botón y me escondí detrás del paraguas, evitando el impacto.

—¡Idiota, que da mala suerte abrir los paraguas dentro de casa! —chilló abalanzándose sobre mí—. Ciérralo, rápido.
Hice lo que me pidió. Desde luego, nunca ha sido una persona supersticiosa. Pero no quería tentar más a mi suerte. Abandoné mis cosas sobre uno de los sillones, bajo la atenta mirada fogosa de mi mejor amiga: llevaba un moño desecho sobre la cabeza y su pijama de Mickey Mouse.

—Para de mirarme con cara de psicópata —Le propiné un empujón en el hombro.

Resopló por la nariz, enrojeciendo levemente.

—¡Que me digas de una maldita vez por qué tienes el número de teléfono del amor de mi vida! —comenzó a bramar—. Has pasado la tarde con él mientras yo estaba aquí viendo una película deprimente. ¡Y me has colgado el teléfono!

Hice toda clase de esfuerzos por no empezarme a reír a carcajadas. Blair era la persona más graciosa del mundo cuando se enfadaba: con su rostro ovalado, angelical y menuda como era, costaba tomarla en serio —aunque sabía a ciencia cierta que podía convertirse en mi peor pesadilla en ese estado—.

—Agarra un pack de cerveza y te lo cuento —accedí—. Voy a cambiarme de ropa.

—Te doy cinco minutos, sino te tiro otra taza a la cabeza —amenazó por mi espalda, pues yo ya estaba camino de mi habitación.

Me puse mi pantalón de cuadros escoceses preferido y una camiseta con el logo del grupo de Travis, que él mismo me regaló. Blair ya estaba sentada contra el reposabrazos del sofá, dos cervezas en mano y cara de querer matarme como no me sentara en ese preciso instante y empezase a cantar. Agarré mi cerveza y me senté contra el otro reposabrazos, enredando mis piernas con las suyas. Di un trago.

—Apuntó su número de teléfono en la parte trasera de la foto que me dio firmada —expliqué. Había sido un gesto de lo más presuntuoso por su parte, dando por hecho que yo querría su número de teléfono. Blair se quedó ojiplática.

—Menuda pérdida de tiempo darte a ti su número —rechistó, bebiendo de su cerveza—. Me lo tendría que haber dado a mí, diversión no le iba a faltar… —Una expresión lujuriosa ensombreció sus ojos.

—Cincuenta Sombras de Blair, eh —bromeé, partiéndome de risa. Mi mejor amiga hizo lo mismo.

—Por favor, Christian Grey es un aficionado a mi lado. —Se glorificó, sonriendo detrás de la boquilla de la cerveza.

Le di un toque con el pie en el culo, alzando las cejas. Bebí de mi cerveza, un largo trago. En seguida me sentí mucho más relajada.  

—Sigue contando.

Me encogí de hombros.

—He descubierto que Brittany era fan suya. Recordé que tenía el número y le llamé, por eso estaba en el hospital. Después tomamos algo y nos despedimos para siempre.

Evité contarle que la cosa entre nosotros no había terminado del todo bien, al menos por mi parte. No quería darle motivos para que me atizase con el botellín, bastante tenía ya con la brecha.

—Qué romántico… —ironizó, poniendo los ojos en blancos—. Te lo tendrías que haber tirado. Acostarte con Harry Styles debe de estar en al menos en un millón de listas de «cosas que hacer antes de morir».

Le di la razón, abriendo otro botellín. Me hizo un gesto para que abriese otro para ella.

—Si no tuvieses a Will, quizá podrías hacer algo parecido con Zayn… —alcé una ceja, queriendo molestarla.

Enrojeció gradualmente, tocando toda la gama de rojos.  

—¡No me hables de ese estúpido! —Me carcajeé. Su encuentro en el Meet & Greet no había ido demasiado bien. Teniendo en cuenta que horas atrás Blair lo había echado de la carretera.

—La verdad es que yo preferiría mil veces tener una noche loca con Zayn que con Harry —solté. Aunque no sé si lo decía porque seguía enfada con Harry por sus comentarios o porque lo pensara de verdad. Supongo que daba igual, ya que no iba a tener nada de nada con ninguno de los dos.

—Te voy a echar de casa —sentenció, tan seria que parecía decirlo de verdad.

—Piénsalo, el chico parece más bien tímido —teoricé, mirando al techo blanco de nuestro apartamento—. Es bien sabido que los tímidos en la cama son todo lo contrario.

Blair arrugó la nariz.

—Harry sigue siendo la mejor opción para pasar una noche sexo descontrolado —declamó, sus ojos fríos me dieron que la afirmación no estaba abierta a debate.

—Si quieres te doy su número… —canturreé. La cerveza estaba fría en mi mano, pero yo me notaba cada vez más acalorada por los efectos del alcohol.

Blair negó repetidas veces con la cabeza, creo que para convencerse.

—Como me des su número me va a ser imposible serle fiel a Will. Mejor no tentemos al diablo.

—Pero si es tu pasatiempo preferido. —La chinché. La mejor parte de una amistad no es el apoyo incondicional. Es poder molestar a tu mejor amiga hasta que le entren ganas de asesinarte.

Soltó un hondo suspiro, dibujando un mohín.

—Además, por mucho que me duela admitirlo—se llevó una mano al corazón, haciendo acopio de su faceta de actriz, para darle más dramatismo a sus palabras—, te dio su número a ti, es contigo con quien quería acostarse.

Fue mi turno para poner los ojos en blanco.

Bebimos en silencio durante un buen rato, con la televisión de fondo. Llevaba una borrachera preocupante cuando

Blair habló de nuevo.

—Qué surrealista todo —expuso mordiéndose el labio—. Si hace a los dieciséis años me dicen que iba a estar a nada de matar a Zayn Malik y que Harry Styles te haría una brecha creo que me habría dado un ataque al corazón.

—No nos olvidemos de Maxie —recordé a Blair, con una sonrisa ladina—. Joder, hubiese matado por el momento en el que le partió la nariz a Niall.

Blair reprimió una sonrisilla.

—¿Qué mosca la picaría? Con lo zen que es.

—No sé, pero voy a pedirle que me enseñe a pegar así.

—Podemos escribir un fanfic sobre la experiencia —propuso mi mejor amig.

—Dicen que la realidad supera a la ficción —respondí, en modo existencialista.

«Y tanto que sí», pensé.

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Nos quedamos dormidas en el sofá, cada una con su último botellín agarrado en la mano. Cuando el despertador del móvil empezó a sonar en el bolso, no me acordaba ni de mi nombre. Me arrastré hasta él para apagarlo, con un fuerte dolor de cabeza y la lengua pegada al paladar. Miré por la cristalera que daba a la terraza, ni siquiera había amanecido aún. Blair roncaba levemente con la boca entreabierta.

—Despierta —gruñí, dándole toquecitos en el hombro.

Intentó darme un puñetazo, pero se le cayó el puño contra el suelo. Abrió un ojo.

—No quiero vivir —lloriqueó, intentando taparse la cabeza con su almohada. Esa que tenía en la habitación.

—Pues como no te levantes te mato yo —dije tambaleándome a su lado por el sueño. Solté un bostezo largo—. Venga, que como llegues tarde a la universidad Benjamin te devuelve las tarjetas de crédito el año que viene.

Refunfuñó algo ilegible y se levantó como pudo del sofá, agarrándose la cabeza. Solo a nosotras se nos ocurría emborracharnos un domingo.

—Odio mi vida —murmuró frente a mí, rascándose el moño

—Ya, ya. —La despaché con la mano. Caminó hasta el baño y segundos después escuché el ruido de la ducha.

Recogí los botellines vacíos y los tiré a la basura. Me dolía tanto la cabeza que eché mano de uno de los analgésicos que me había recetado el doctor. Si servía para la brecha, también tendría que servir para las resacas. Fui a mi habitación a por la ropa: camiseta blanca de manga corta, vaqueros claros y zapatillas del mismo color que la camiseta. Aguardé a que Blair terminase sentada en el respaldo del sofá, con la ropa pegada al pecho y luchando porque no se me cerrasen los ojos.

Cuando por fin lo hizo por poco me tiré de cabeza a la ducha. El vapor de agua caliente ayudó a que se me desentumeciese un poco la mente. Sequé mi pelo y lo dejé al natural: liso por arriba y ondulado hacia las puntas. Me apliqué un poco de brillo de labios y corrector de ojeras.

Blair estaba en la cocina, sentada en la barra del desayuno con un bol de cereales al lado y con el ceño fruncido pegado a la pantalla del portátil. Había un bol con cereales para mí a su lado. Levantó la vista.

—Tenemos un problema —afirmó con cautela—. Bueno, tú tienes el problema.

—¿Qué?

—Hay una foto tuya y de Harry en varios medios de comunicación y es el tema de debate de las redes sociales…
Se me paró el corazón por un momento. Maldita sea… No había querido darle importancia a la papparazi que ayer nos tomó fotos. Menuda estúpida.

—Déjame verla —pedí, acercándome a ella.

Bajó la pantalla del ordenador, tratando de evitar que lo viese.

—Mejor no —rebatió frunciendo los labios.

Puse las manos sobre las caderas y resoplé, con cara de pocos amigos.

—Blair… —advertí.

Siguió negando con la cabeza, cerrando un poco más el portátil, sin dejar de sujetarlo.

—No merece la pena, sabemos que es mentira —trató de convencerme. Pero que se tomase tantas molestias para evitar que lo viese no hizo más que confirmarme que no se trataba de una simple foto—. Por otro lado, solo se os ve hablando a la entrada del hospital y sentados en la cafetería.

—¡Blair! —chillé. Botó sobre su taburete, sobresaltada por mi repentina subida de tono.

Al final, no la quedó más remedio que ceder:

—Vale, pero no te va a gustar.

Suspiró, rendida. Levantó la pantalla de nuevo. Blair giró el portátil para que pudiese verlo por mí misma. A pesar de que me previno sobre lo que iba a encontrarme, no pude remediar los puñetazos de mi corazón. Como persona que no acostumbra a salir en las fotos, era extraño verme en una. En especial si la fotografía era portada de varias páginas online de cotilleos y de la revista más importante del país —que era la página que tenía Blair abierta—. No alcanzaba a calcular la de personas que podrían haberla visto ya. Con los Hawthorne había tenido que acostumbrarme a que la atención mediática me diese de rebote. Pero aquello no tenía ni punto de comparación.

Ahora estaba ahí acaparando el primer plano. Solo porque ayer decidí hacer algo desinteresado por una niña enferma. La foto era de buena calidad, así que podía apreciar el fruncimiento del ceño y lo apretada que tenía la mandíbula en ese momento. Apuesto a que fue instantes antes de mandar a Harry a tomar por saco.

Si era posible, el titular que acompañaba a la fotografía aumentó mi enfado. «Cenicienta y la Superestrella». Sonaba como el título de un fanfiction cutre.

Blair debió advertir el cambio de ambiente de la habitación debido a la rabia que me sobrepasaba, porque dijo:

—No leas el artículo. —Trató de quitarme el ordenador, pero le di un manotazo en el dorso de la mano para impedírselo. Suspiró a mi lado, rendida.

Debí hacerla caso, pero soy un ser primario: cada vez que me dicen que no haga algo, lo hago, sin poder remediarlo. Así que leí el artículo, arrepintiéndome de ello enseguida.

«Harry Styles, el sex symbol de One Direction, ex novio de Taylor Swift y de alguna que otra de cierta edad, fue visto ayer tomando algo en la cafetería del  Children's Hospital con esta guapa desconocida.

Aunque, ¿es de tan desconocida?

Su nombre es Liberty River y es probable que la hayáis visto en alguna alfombra roja acompañando a la familia Hawthorne. Muchos medios se refieren a ella como la hija adoptada de los Hawthorne, ya que la familia se hizo cargo de ella tras la sospechosa muerte de su madre y la desaparición de su padre. Hasta el momento siempre se ha mantenido alejada del ojo público, pero parece que, como muchas otras: no ha sido capaz de resistirse a los encantos de Harry Styles.

Liberty debe de sentirse como la Cenicienta en estos momentos. Puesto que como camarera de una franquicia de batidos, seguro que no se esperaba que una superestrella se fijase en ella. ¿Encajará el zapato perdido en su pie?

Estaremos muy atentos
».

Tuve que utilizar toda mi fuerza de voluntad para no lanzar el portátil contra el lavaplatos. No porque me denigraran de una manera tan directa. Alegando que mi mayor meta en la vida como camarera de una franquicia de batidos fuese conocer a una estrella del pop engreída. Sino por las mentiras que se habían inventado sobre mis padres para llamar la atención. La muerte de mi madre no fue sospechosa, murió dos días antes de lo que los médicos habían previsto tras varios meses de enfermedad. Y, mi padre no desapareció, simplemente dejó de ser mi padre. Sabía exactamente dónde estaba y lo que estaba haciendo en ese momento.

—Papá hará algo al respecto. Conseguirá que anulen las noticias o demandará a la revista. —Blair me pasó un brazo por los hombros con cuidado, aguardando a que estallase.

—¿Crees que de haber podido anular noticias no lo hubiese hecho con las tuyas?

—Bueno, sí. Pero la demanda aún puede ponerla —alegó apretándome el hombro con la mano.

—No es necesario. Estoy bien —aseguré, a pesar de que podría pasar todo el día dando puñetazos a la pared.

Blair me miró de reojo, indecisa por mi afirmación. Me deshice de su abrazo con delicadeza y me agaché para recoger mi cardigán negro del suelo y la mochila, que había dejado ahí tirados sin darme cuenta.

Al final no exploté. Todo lo que hice fue apretar los puños y respirar hondo. Modulé la rabia, como si se tratase de una radio mal sintonizada. No iba a permitir que aquello me afectase en lo más mínimo. No tenía intención de volver a ver a Harry Styles, así que no habría más fotos ni titulares, llegaría un momento en el que no tendrían más remedio que dejarme tranquila.

—Tengo que irme a trabajar, nos vemos esta noche.

—¿No desayunas?

—Comeré algo allí. —Lo cierto es que había perdido el apetito.

Blair cerró el ordenador. Con los ojos entornados, me lanzó una mirada deliberada. Solo ella podía adivinar mi estado de ánimo con solo mirarme. Estaba bien, lo suficiente para ignorar el asunto.  

—¿Saldrás esta noche? —preguntó, esperanzada—. He quedado con Maxie y Kyle.

No trabajaba al día siguiente. Tenía pensado aprovechar la noche del lunes para acabar los inventarios de supermercados online que tenía pendientes —otra de mis maneras de ganar dinero— y dormir. Pero ¡Qué narices!

—Sí ¿Pasas a recogerme al Havana Banana?

Blair negó, desinflándose.

—Tú tienes el coche, ¿recuerdas?. Ven a la universidad cuando termines, te esperaremos allí.

—¿Quieres que te lleve? —pregunté.

—Viene Will, no te preocupes.  

Asentí, me despedí con la mano y me marché de casa. Muy segura de que todo el asunto de la Cenicienta y la Superestrella quedaría relegado para siempre. Aunque, desgraciadamente: la superestrella tenía otros planes…

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Por mucho que quise olvidar que mi cara aparecía en casi todas las revistas digitales e impresas del país y, que muy posiblemente las adolescentes del globo terráqueo me estaban poniendo a caldo por las redes sociales, resultó imposible. El trabajo fue un infierno aquel día. Muchos de los clientes botaban sobre sus pies cuando reparaban en mi rostro, que yo trataba de esconder bajo la gorra del uniforme. Por no me mencionar los murmullos alzados y los dedos acusatorios de los grupitos de amigas que pasaron la tarde en el Havana Banana. Me apuntaban como si fuese una usurpadora, ocupando un lugar que las pertenecía a ellas. Era la chica que se había inclinado sobre la mesa para insinuarse a Harry Styles. Incluso desvelando la verdad que se escondía tras esa fotografía: seguirían pensando lo mismo. Cuando la gente se hace una imagen preconcebida de ti, tanto da cuánto te esfuerces en cambiarla, seguirán pensando lo mismo.

La impotencia apenas me dejaba respirar. Comenzaba a entender a Harry, Blair y a cualquier persona que fuese víctima del ojo impío de la prensa. Entendía su posicionamiento. El rechazo absoluto hacia aquel tipo de periodismo. Pueden hablar de ti. Pero que hablen de las mentiras que se inventan sobre ti era una categoría superior. Porque te condenan. Para el mundo ahora era una chica con pocas aspiraciones en la vida que había visto su oportunidad de prosperar a costa de un cantante mundialmente conocido.  

Llegó un mensaje a mi teléfono, de un número que no conocía. Lo abrí a regañadientes, pensando que sería uno de los mafiosos. Siempre me mandaban el lugar y la hora de la próxima cita desde distintos números. Pero no era nada de eso.

«Siento todo el lío que se ha montado. Si puedo hacer algo…»

Era Harry. Permanecí un buen rato mirando el mensaje, debatiendo si responder o no. Al final, lo hice. Agradecía el gesto.

«No hace falta, ya se cansarán. Gracias.»

Bloqueé el teléfono. Dejé caer la cabeza contra la taquilla y cerré los ojos. La resaca no ayudaba a sobrellevar todo aquel entuerto. Sin embargo, la posibilidad de sufrir mañana la madre de todas las resacas, me dio fuerzas. Esa noche saldría con mis amigos y bebería hasta perder el conocimiento. Como si todo fuese bien.

—Jovencita, la próxima vez que quieras tener un affaire con una celebridad, asegúrate de que no te descubran. —Un objeto se estampó contra mi cara, haciéndome abrir los ojos, sobresaltada. Melly estaba frente a mí, provocando sombra sobre mi cuerpo. Me había tirado su gorra. Me miraba con aires de burla, quise esconderme en la taquilla—. Los niños de hoy en día no tenéis ni idea sobre discreción.

Me incorporé devolviéndole la gorra.

—¿Tuviste muchos affaires en tus años mozos? —Me mofé. Yo también podía jugar a ese juego, aunque fuese mi jefa y corriese peligro si la cabreaba.

Las pobladas cejas negras de Melly se unieron en su entrecejo.

—Que no soy tan vieja, cuidado —advirtió. Acto seguido su expresión se relajó y se sentó a mi lado, con una sonrisa de oreja a oreja—. Y ¿Cómo fue? Puedes darme todos los detalles.

«Virgen del camino seco, qué tortura.»

—De ninguna manera, porque entre ese chico y yo no hubo nada —remarqué bien mis palabras, para que no me saltase con que estaba mintiendo—. Lo llamé para que fuese a ver a una niña al hospital y la prensa se inventó el resto.

Melly chascó la lengua y se dio unas palmadas en los muslos, decepcionada.

—Tendrías que haberte acostado con él, no te vendría mal…

¿Pero por qué se había emperrado todo el mundo en que me acostara con él?

—Mi vida ya es lo bastante complicada.

—Como la de todo el mundo.

Bufé. Seguro que no todo el mundo vivía amenazado por una banda de mafiosos, ni tenía que verse con ellos una vez al mes en un callejón sin salida. Ni tenía un padre borracho que se metía en líos. Permanecimos en silencio. Sentía la mirada de mi jefa clavada en mi sien.

—¿Vas a salir esta noche? —quiso saber.

—Ajá.

Cruzamos la vista y pude notar la emoción sincera en sus ojos marrones. No tenía ni la más remota idea de por qué Melly se alegraba tanto cada vez que tenía planes. Supongo que la pobre mujer se pensaba que mi vida se resumía al trabajo y que de ahí me iba a casa a tejer bufandas mientras veía una telenovela.

—Entonces, vete ya —respondió con aire resuelto y levantándose del bando de un salto—. No quieras que la noche se haga vieja.

—Gracias —agradecí, sincera. Sobre todo porque sabía que no me descontaría esa hora del sueldo.

Cuando me quedé sola, me cambié de ropa. Me puse un top con cuello de cisne de color ocre que tenía en la taquilla, los vaqueros de aquella mañana y, en lugar de las zapatillas: unos zapatos Martens en color negro.  Apliqué rímel a mis pestañas además de una disimulada cantidad de colorete en mis pómulos. Para acabar, reforcé la cantidad de anti ojeras. Me solté la coleta y me atusé el pelo para infundirle volumen. Por último, escribí un mensaje a Blair para informarla de que iría antes a buscarlos.


Llegué a la universidad casi una hora después. En cuanto puse un pie en el campus se me alojó un trozo de plomo en el pecho. Había evitado volver desde que tuve que abandonar la carrera. Estar allí, caminando entre las distintas facultades, viendo a la gente pasando el rato en el césped, tal y como yo solía hacer; no era más que un recordatorio palpable de todo lo que me había quitado Bruno.

Anduve hasta la fuente en la que convergían todos los caminos del campus, frente al edificio de Administración. El sol se escondía en el horizonte, tiñéndolo todo de violeta y naranja. Sentada en el borde de la fuente, hice fotografías aleatorias para entretenerme. Esconderme detrás del objetivo de la cámara me relajaba. Concentración absoluta en lo que fuera que estuviese apuntando en ese momento, como si el mundo se resumiera a un trozo de césped o a la chica que caminaba entre los cerezos deshojados, como si no existiera nada más que lo que la cámara pudiera captar. Liberty y sus problemas quedaban fuera.

Unos minutos después, vi acercarse a Blair, Maxie y Kyle por el camino de enfrente. Les hice una foto. A continuación, me levanté para reunirme con ellos a mitad de camino.

—¡Libbie! —chilló Maxie. Me dio uno de esos abrazos que cortaban la respiración.

—Rompe Narices —resollé sin aliento. Medía una cabeza menos pero tenía tres veces más fuerza que yo.

—Esto hay que celebrarlo, has sido puntual —saqué la lengua a Blair a través del pelo de Maxie. Yo nunca llegaba tarde, eran los demás que les gustaba demasiado la puntualidad.

—No tientes a tu suerte —amenazó Maxie al separarse. Atisbé cierta verdad en el brillo de sus ojos.

Kyle y yo realizamos un choque de puños a modo de saludo.

—Colega —dije.

—¿A qué ha venido eso de Rompe Narices? —Maxie tenía pinta de querer esconderse bajo las baldosas o, por lo menos, que el viento que acababa de levantarse se la llevase. Procuraba dar la menor repercusión al asunto, olvidarlo. Lo supe porque yo trataba de hacer lo mismo con mi drama personal.

—Le dio una patada en la nariz a Niall Horan —soltó Blair, sin más, antes de que nadie pudiese detenerla.

Las cejas de Kyle se alzaron hasta la galaxia. Yo comencé a andar en dirección al aparcamiento, sino, acabaríamos entreteniéndonos allí toda la noche.

—Gracias, Blair —masculló Maxie a mi espalda.

—Tiene derecho a saberlo.

—Exacto —secundó el aludido.

Maxie relató lo sucedido de camino al coche. No entró en detalles ni explicó el motivo. Sabía que había algo que no quería contarnos. Pero respeté su decisión, al igual que Blair y Kyle. Todos teníamos nuestros secretos.

—Oye, Liberty. —Me llamó Kyle desde el asiento trasero, cuando ya llevábamos unos trece minutos en la carretera—. Tú tampoco te libras, que ya me he enterado de las buenas nuevas.

Le lancé una mirada aviesa por el espejo retrovisor.

—¿Tú no sabes callarte? —reclamé a mi mejor amiga, que despatarrada en el asiento del copiloto mandaba mensajes a Will, que no se uniría a nosotros esa noche porque tenía planes con unos amigos.

—Le conté lo de la brecha, de lo otro se ha enterado él solo.

Tomé el desvío de la autopista que nos llevaba al centro a más velocidad de la recomendada, Owen, que como no podía ser de otra manera, nos seguía de cerca: estuvo a punto de pasarse el desvío. No debería quedar ni una sola persona en el mundo que no hubiese visto la dichosa foto. Seguro que hasta los pingüinos en el Polo Sur se habían enterado.

—Estaba pensado, que igual si subasto el apósito de tu brecha, me hago rico —conjeturó Kyle, dándose toquecitos en la barbilla—. Hay gente que está bastante pirada.

A pesar de la gilipollez que acaba de soltar, sonreí.

—El que tenía sangre está en la basura de mi casa, si quieres probar.

—¡Qué asco! —exclamó Blair.

—O siempre podemos ir al lugar del accidente a ver si encontramos muestras de ADN de Zayn Malik. —Kyle estaba disfrutando mucho con todo aquello. Normalmente era él el blanco de las burlas— ¿Seguro que no lo viste sangrar?

Blair gruñó al recordarlo.

—No tendríamos que haber ido a ese concierto —intervino Maxie, callada hasta el momento—. Sabía que Odín nos tendría algo preparado.

Aunque yo no creía en Dioses ni nada parecido, tuve que darla la razón.

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Lo bueno de trabajar en el Off the Record era que nunca teníamos que hacer cola, Mike, el segurata: nos abrió la puerta en cuanto llegamos. La otra parte buena, era que podíamos estar en la zona de los reservados sin necesidad de pagar. Así nos evitábamos los empujones, el olor a sudor y unas cuantas peleas innecesarias.

Empezamos a beber de inmediato. Cuando al rato, Maxie y yo nos acercamos a la barra a por otra ronda de chupitos, ya me sentía flotar. Una sonrisilla bobalicona se me escapaba en cada respiración. Maxie parecía estar igual, apoyada en la barra, meciéndose al ritmo de la canción.

—¿Qué te pasó con Niall? —Me atreví a preguntar, cerniéndome sobre su oído.

Mi amiga se revolvió incómoda sobre su cuerpo, perdiendo el ritmo. Era como si quisiera sacudirse algo de la piel. Quizá no debí preguntar, pero la Liberty borracha venció. Imité su posición sobre la barra, para que no tuviera que ponerse de puntillas para hacerse oír.

—Todavía no quiero hablar de ello, pero ya no tiene importancia —explicó, mirándose las manos. Evitando mis ojos.

Era consciente de que sí le importaba, aunque tuve el buen juicio de no insistir más. Todos callamos más de lo que decimos y convivimos con heridas que todavía andan lejos de convertirse en cicatrices. Usamos los «estoy bien» y «no tiene importancia» como antisépticos para curarnos…, no, más bien, para que los demás crean que lo hemos hecho. Así es más fácil seguir adelante.

Me limité a apretarla el hombro, para que Maxie supiese, aunque daba los peores consejos del mundo, que estaría ahí para escucharla cuando se decidiese. Sonrió.

Aguardamos a nuestra bandeja de chupitos y medio tambaleándonos y medio bailando regresamos a los reservados. Blair y Kyle saltaban sobre el sofá de nuestro sitio al tiempo que cantaban a grito pelado.

—¡Chupitos! —Nos anunció Maxie.

Dejé la bandeja sobre la mesa cuadrada y me senté en el suelo. Agarré uno y esperé a que mis amigos se reuniesen conmigo.

—No hace falta brindar cada vez que bebemos —se quejó Kyle, que estuvo a punto de caerse sobre la bandeja al bajarse del sofá.

—Sí que hace falta, trae buena suerte —contradijo Maxie, sentada también en el suelo.

—Para echar un buen polvo antes de dormir. —Blair no esperó al brindis y se bebió un chupito en un abrir y cerrar de ojos.

—Salud —imité a mi mejor amiga. El alcohol me quemó las cuerdas vocales e incendió mi pecho.

Bebimos y bailamos durante horas y, nos echamos fotos con las que podría chantajear a cualquiera de los tres durante el resto de mi vida. Fui feliz, después de muchos días. Y los veinte años concentrados en un día de los que hablaba George Harrison dejaron de pesar durante la noche. A veces, solo necesitaba respirar un poco. Acercarme más a mí y alejarme de la chica que vivía estrangulada por sus errores.

Estábamos esperando a que empezase la próxima canción cuando Maxie exclamó:

—¡Tiene que ser una maldita broma!

Miraba por encima de mi hombro, con una expresión de horror que pocas veces había visto. Me giré para ver qué la había perturbado tanto. Cuando lo vi, estuve a punto de caerme de culo. Al pie de las escaleras del reservado, estaban Zayn, Niall y Harry. Di un paso hacia atrás.

—Venga, hombre… —mascullé para mis adentros.

—Lo que dije, ni en un puñetero fanfic —añadió Blair, dando un largo trago a su copa.

Kyle, que estaba a nuestro lado, rompió a reír tan alto que a pesar de la música llamó la atención de los tres chicos. Si había alguna oportunidad de pasar desapercibidas, nuestro amigo se las acababa de cargar.

Hice contacto visual con Harry antes de poder esconderme detrás del sofá. Quise apartar la mirada de inmediato, pero en el verde de sus ojos había algo que me hipnotizaba y envolvía, en contra de mi voluntad. Un mechón de pelo se le escapaba del tupé y le caía sobre la frente: tenía algo de leyenda de rock y estrella de Hollywood. Sobre todo con esa camisa negra abierta hasta resultar insinuante y destapar la locura de las personas.

Contradictoriamente, puede que estuviera a una centésima de segundo de acercarme a saludar. Hasta que recordé todo el lío que se había montado por lo de ayer, que vivíamos en mundos paralelos y que no me convenía enredar mis hilos con los suyos.

—Como no te acuestes con él, acabaré cometiendo un pecado —bisbiseó Blair a mi oído, moviendo los dedos para saludar a Zayn, con una expresión problemática.

Me di la vuelta de nuevo, rompiendo el contacto, cayendo en la música de golpe. Más torpe en movimientos de lo que ya me sentía antes de su llegada.

—Finge que no está —animé a Maxie, cuyo todo ánimo festivo se había visto esfumado. Tenía un puño tan apretado que temía que volviese a romperle la nariz a Niall.

Pero Maxie no me hizo caso ninguno y continuó mirándolo con una rabia que rodeaba el lugar y se transportaba con las luces de neón. La agarré la cara, obligándola a mirarme.

—Ya no tiene importancia, ¿recuerdas? —utilicé sus palabras para intentar que entrase en razón—. No merece la pena.

Ser coherente no estaba dentro de mis fuertes, pero aquel era mi lugar de trabajo y no podía armar escándalo si quería conservar el puesto.

—Ven, vamos a seguir bebiendo. —Kyle tiró de ella con suavidad hacia los sofás, apelando a su pequeña reserva de sentido común. Asentí, agradecida. Yo estaba demasiado borracha como para hacer más.

Suspiré, pasándome una mano por el cuello dolorido. Blair bailaba a mi lado con el contenido de su copa salpicando. Brillaba, a luz y sombra, como una criatura fuera de este mundo. Zayn la observaba. Se habían sentado en unos sofás a poca distancia.

Le quité la copa a Blair y me la acabé de un trago. Frenó sus pasos, con ganas de cortarme la mano.

—Voy a por otra —anunció y se marchó dando saltitos hacia la salida del reservado.

Envidiaba su capacidad para no verse sobrepasada por las situaciones incómodas. Me quedé en medio de la pista, sin saber muy bien qué hacer. Kyle y Maxie estaban hablando y no quería interrumpirlos. Acabé apoyada en la barandilla, observando la masa de gente que bailaba un metro por abajo. Localicé a Blair junto a la barra, hablando con Zayn, que debía hacerla seguido. Puse los ojos en blanco. Nada bueno podía salir de aquella conversación.

—Hola.

Mi cuerpo se tensó tanto que noté crujir mis huesos. Dejé caer la cabeza contra la barandilla, cerré los ojos y tomé aire. Romper mi contacto con él estaba costando más de lo planeado.

—Harry —saludé manteniendo la mirada al frente. Sentía su cuerpo pegado al mío, envuelta por su colonia.

—Lo siento —dijo cerca de mí, para que lo escuchara.

Puse los ojos en blanco y, lo miré.

—¿Por qué te disculpas? —quise saber, alzando el cuello. Estaba más cerca de su cara de lo que esperaba y me separé un poco.

Arrugó la frente, desubicado. Casi pude escucharlo tragar saliva. Evité reírme, no era mi intención perturbarlo.

—¿Cómo?

—Que los tíos os pasáis la vida pidiendo perdón, pero el noventa y nueve por ciento de las veces no tenéis ni la más remota idea de por qué lo hacéis —alegué. En el fondo, no necesitaba sus disculpas, pero ya que insistía…

Se rascó la barbilla y me miró, ahora, con una expresión divertida. Le brillaba la sonrisa en la oscuridad, así como los ojos. Su imagen vibraba, distorsionada.Vaya borrachera. Alcé una ceja en su dirección, Harry pasaba de la seriedad al coqueteo a una velocidad que me costaba seguir en aquel estado.

Regresé a mi posición inicial, con los antebrazos apoyados en la barandilla. Copió mis movimientos.  

—Ayer fui intransigente y un poco egocéntrico. —Me sorprendió. No esperaba que diese en el clavo—. Por eso te pedía perdón.

—¡Premio para la estrella del pop! —exclamé, aplaudiendo. Vale, me había pasado con el alcohol.

Comenzó a reírse, supongo que de mí. Estuvimos unos minutos observando a la gente desde la atalaya de los reservados. Hasta que Harry se puso tenso y se incorporó.

—¿Esa no es tu amiga? —preguntó, señalando hacia una aglomeración de gente.

Tuve que esforzarme en seguir la trayectoria de su dedo. Entonces, vi a Blair, que tenía agarrada del pelo a una chica mientras Zayn Malik trataba de que la soltara.

—La mato…

Salí corriendo con movimientos torpes. Volé por las escaleras y me hice hueco entre la gente a codazos. Cuando la alcancé, vi que la persona con la que se estaba peleando era Elena, la mejor amiga de Will. Llegué a tiempo para evitar que la soltara un puñetazo en toda la nariz.

—¡Para! —grité, interponiéndome entre ellas.

Blair tenía una expresión salvaje, dientes apretados y los rizos sobre la cara. Me di cuenta de que Zayn la tenía agarrada por los hombros. Crucé una mirada momentánea con él, que se mantenía tranquilo, con su sempiterna expresión neutral.  

—¡Aléjate de mi novio, zorra entrometida! —Blair intentó alcanzar a Elena pasando los brazos por encima de mis hombros. La agarré de las muñecas para refrenarla y parapetamos un poco, borrachas.

—Blair, que te calmes —grité, haciendo fuerza. Tratando de echarla para atrás. Cada vez había más gente a nuestro alrededor. Íbamos a llamar la atención de los seguratas y yo iba a meterme en un lío.

—Haz caso a tu amiga, loca —colaboró Elena, aumentando la furia de mi mejor amiga.

Blair hizo un último intento por alcanzarla, pero se enredó con sus piernas y soltó un alarido. Dejó de forcejear.  

—Joder, joder… —lloriqueó, dando saltos a la pata coja. Intentó apoyar el pie derecho y tuvo que levantarlo de nuevo—. Me he torcido el tobillo —anunció, con un gesto de dolor.

—Ven, vamos fuera —intervino Zayn, cogiéndola en volandas como si fuese una niña pequeña.

Me quedé de piedra al ver que Blair no ejercía resistencia. ¿Qué narices estaba pasando? Mi amor platónico de la adolescencia acababa de llevarse a mi mejor amiga cual caballero andante fuera de la discoteca. Pero no hice nada por impedirlo, tampoco. Si Blair lo había permitido, no era quién para meterme. Cuando vi que traspasaban la puerta, me giré hacia Elena, que mantenía una expresión de triunfo.

—¿Ya estás contenta? —increpé, cruzándome de brazos. La multitud seguía aglomerada a nuestro alrededor.

Blair era infantil, caprichosa y poseía un pronto incontrolable. Pero todos sabíamos que Elena estaba colada por Will y que, siempre que podía, buscaba motivos con los que irle con el cuento a Will.

—Tiene lo que se merece por andar tonteando con ese mujeriego —rebatió.

—Cuidado con lo que dices de mi amigo.

Harry se materializó a mi lado, no me di cuenta de que me había seguido hasta ese momento. Elena lo miró anonadada, como la mitad de las personas que nos rodeaban. Vi que unos cuantos flashes apuntaban hacia nosotros y supe que, dentro de unas horas, estaría de nuevo en la boca de todo el mundo. Perfecto…

—Dios las cría y ellas se juntan —inquirió Elena, mirándome con desdén.

Estuve a punto de soltarle una bofetada, porque yo también tenía mi pronto y aquel día había rebasado mi límite de paciencia. Pero, entonces, escuché el comentario de un chico que estaba pegado a la barra.

—¡Pelea de gatas! ¡Venga, sacaos la ropa que yo traigo la piscina de barro!

Mi instinto más primario fue el que me impulsó a tirarme encima suyo y soltarle un puñetazo. Los siguientes segundos están difusos en mi cabeza: creo que trató de devolvérmela y, un hombre se encaró a él. De pronto, me vi envuelta en una pelea masiva en la que todos se pegaban con todos. Zarandeaba entre cuerpos, sin saber muy bien que estaba pasando. Hasta que unas manos tiraron de mí y me sacaron de la multitud.

Harry, cómo no. Creo que me preguntó si estaba bien, pero mi difusa atención se enfocaba en los seguratas, que se abrían paso hacia el tumulto violento.

—¡Basta! —La voz atronadora de mi jefe, Arthur, llegó por mi espalda. Aunque yo no estuviese haciendo nada, si me pillaba allí, me iba a caer una buena.

Así que, sin pensarlo, agarré a Harry de la muñeca —no me preguntéis por qué— y salí corriendo hacia la puerta situada junto a la cabina del DJ, al otro lado de la pista. Me tiré sobre ella y trompicones, subí las escaleras.
Nuestros pasos retumbaban sobre el metal.

—¿Adónde vamos? —preguntó.

No respondí y seguí subiendo, como si nos estuvieran persiguiendo. Llegamos al rellano y abrí la última puerta que había antes de desembocar en la azotea. Una corriente de aire fría me azotó en las mejillas. Sentí dolor en los pulmones en cada resoplido de cansancio.

—Vaya…

Harry estaba pegado a mí y escrutaba la explanada de cemento con el ceño fruncido. Aún tenía su muñeca aferrada entre mis dedos. Al darme cuenta, no solo de eso, sino que lo había arrastrado hasta allí conmigo, lo solté. Como si hubiese sentido calambre. Lo miré de reojo, él tenía la vista clavada en los rascacielos que se cernían sobre nosotros.

Caminé hasta el borde, tiritando. Recogí la manta que había dejado guardada en una de las cajas de refrescos vacías que había allí. Tenía la costumbre de subir a la azotea después de trabajar a ver el amanecer. Me envolví con ella y con cuidado de no matarme, pues no me fiaba de mis reflejos, me senté en el borde. El edificio no era muy alto y la distancia hasta el suelo carecía de vértigo.

Cerré los ojos. Una capa de sudor frío perlaba mi frente. Las extremidades me zumbaban y un pitido molesto cantaba en mis oídos. Menuda noche de locos… El móvil comenzó a pitar en mi bolsillo. Tenía varios mensajes, pero las letras danzaban ante mis ojos. Tuve que esforzar al máximo la vista para enfocarla.

«Zayn me ha traído a casa». De Blair. Por lo menos estaba sana y salva en casa.

«Nos marchamos ya, hemos pedido un taxi. Me llevo tu abrigo. Que Odín te proteja». El segundo era de Maxie.

A ver cómo volvía a casa ahora… Tenía las llaves del coche en el bolsillo, pero no me veía capaz de coger el coche en mi estado. Suspiré. Ya lo vería más tarde.

Carraspeo por mi derecha. Harry se había sentado a mi lado, a horcajadas. Y me miraba, otra vez, como si estuviese intentando encontrar algo escondido entre mi piel. Contraataqué.  

—Así que también trabajas aquí —comentó, virando la dirección de sus ojos hacia el vacío que nos separaba de la carretera. Esa fue la primera vez que me di cuenta que Harry no temía las caídas. Ojeaba el suelo consciente de que la hostia es inevitable. Y, quizá, por eso nunca tuvo miedo.

Quería conocerme, pero yo seguía abnegada a no permitírselo. Había algo dentro de mí que chillaba no. Pero sin excusas. No porque fuese una estrella. No por todo el lío de la prensa, que tendría material nuevo para sus titulares. Ni porque habitásemos en planetas contrapuestos. Solo era una voz que gritaba «Corre, antes de que sea tarde».  

—Da igual… —traté de decir.

—¡Oh, venga ya! —interrumpió Harry, negando con la cabeza—. Como me digas que esta es la última vez que vamos a vernos, te tiro por la azotea ahora mismo —amenazó, medio indignado, medio risueño.

Nos miramos un momento. Suspiré y estiré las piernas, que colgaron intrépidas en el vacío.

—Es la verdad —confirmé, con una sonrisa de disculpa.

Puso los ojos en blanco.

—Ayer dijiste lo mismo. Esta es la segunda vez que nos vemos en menos de tres días —rebatió cruzándose de brazos. Una pose de triunfo se abrió paso en su postura, consciente de que llevaba razón—. ¿Te caigo mal o qué?

—No, eres un poco engreído, pero me caes bien —afirmé. Bufó con mi extraño cumplido, aunque su hoyuelo de su sonrisa se despertó.

Ayer, antes de la desavenencia causada por la periodista, había disfrutado hablando con Harry. Y me gustaba cómo trataba a Brittany y que hubiese saltado a defender a Zayn de Elena. Ya no veía a una estrella, sino a una persona.
Pero a pesar de ello seguía siendo estrella y yo un cometa a cientos de años luz de distancia.

—¿Entonces? —quiso saber. Sin entender mi negativa. Pero yo no podía decirle, sin dar explicaciones que no quería dar, que sabía que le gustaba y que, aunque también me gustase como para tener unas cuantas noches de locura. Ya estaba demasiado loca como para permitirlo.

—Entonces… el mundo se cree que soy tu nuevo ligue. Y, no me apetece. —Utilicé parte de la verdad para responder. Me arrebujé bajo la manta.

Se pasó la lengua por los labios, casi de forma imperceptible. La oscuridad le sentaba bien. Sus ojos brillaban más. Y sus facciones se endurecían, inalcanzables. Aunque al mismo tiempo, no perdía su aire infantil ni la calidez.

—Lo entiendo —aseguró. Supongo, que a Harry le molestaba mucho más que a mí que le relacionaran con todas y cada una de las chicas con las que hablaba—. Sin embargo, aquí solo estamos nosotros.

Comprendí lo que quería decirme. Aquí; nosotros. Donde el mundo y sus cámaras no acechaban. Aquí; donde podíamos hablar sin etiquetas. Aquí; ahora y, después, ya se vería. Aquí; borracha, evitando el no. Así que ahí, hablé y me dejé conocer un poco.

—Trabajo en el Off the Record los fines de semanas —relaté, respondiendo a su pregunta—. Subo a la azotea cuando necesito pensar. Antes o después de trabajar. Me gusta cuando el cielo cambia de color. Me recuerda a mi madre —carraspeé, mi madre era un tema delicado—. Cuando veía que me pasaba algo, nos sentábamos en el porche de casa justo antes del anochecer y me obligaba a contarle lo que me ocurría.

» Y, cuando acababa, sonreía. Y me decía: «Ahora ya no importa, Liberty. Ya se ha acabado el día». Mi madre murió cuando era una adolescente… —Frené de súbito. Harry seguía mirándome, sin decir nada, concentrado en mí—. Te estoy aburriendo, ¿verdad?

Ni siquiera sabía por qué le estaba contando todo aquello. Nunca hablaba de mi madre, ni siquiera con Blair o Maxie. Pero en ese momento lo vi propicio, elegí que Harry conociese esa parte de mí. A día de hoy, sigo desconociendo el motivo.

—No —aseguró, sonriendo como disculpándose—. Sigue hablando. Me gusta escucharte.

Suspiré. Y, seguí hablando. De mi madre y nuestros momentos. De las estrellas que me presentó y sus historias. Entre ráfagas de aire y el sonido de los nocturnos en la calle. Tapados por un rascacielos. Harry escuchó, sin querer hablar, sin querer callarme. Me escuchó. Y creo que fue por esa razón por la que al final, nuestros hilos se entrelazaron. Porque quiso escucharme.

Porque siempre escuchaba, incluso cuando no quería. Incluso cuando no pronunciaba palabra.

Y no fue antes. Ni por ninguno de los encontronazos que nos condujeron a aquella azotea.

Fue en ese momento.

En ese borde entre lo que era real y lo que se quedaría allí: cuando comenzó nuestra historia.


Última edición por gxnesis. el Sáb 06 Abr 2019, 5:33 am, editado 2 veces
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