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"Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
MIL MIL PERDONEEEEEEEEEES, DENTRO DE UN RATO CAP.
Cande Luque
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Ufff me alivia saber que no dejaras la nove abandonada :D
SIGUELAAAAAA
SIGUELAAAAAA
Dayi_JonasLove!*
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Hello hello, jajaa, acá estoy para poner dos caps, ahí van (:
Cande Luque
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Capítulo 17
Drake se paró en seco en medio del jardín. No estaba dispuesto a hacer un surco en mitad del camino que habían recorrido, cinco veces, en los últimos quince minutos.
—¿Por qué se detiene? —le preguntó Mary Beth.
—¿No cree que ya hemos caminado suficiente? Debería de haberse calmado ya.
—¿Calmado? ¿Calmado dice? ¿Cómo voy a calmarme después de lo que ha pasado? —preguntó y agitó las manos de forma exagerada.
Drake se acercó a ella.
—Créame, no se gana nada perdiendo los nervios. Lo hecho, hecho está; y debo reconocer que las cosas se han solucionado bastante bien.
—Pero ¿qué dice? Por si no se ha dado cuenta, podrían haber sorprendido a mi amiga y, como consecuencia, habría tenido que casarse con ese Taylor. ¡Dios, no encuentro ni calificativos! ¡Y todo por mi culpa!
—En eso, tengo que darle la razón. Si no hubiese sido tan temeraria, no habrían llegado las cosas a ese punto.
—Es usted pésimo para consolar, ¿lo sabía?
Drake sonrió ante la fierecilla de mujer que se había colado furtivamente en su vida y en su corazón.
Mary Beth se había dado vuelta y caminaba más deprisa. Drake la seguía a escasos pasos. Había creído detectar unas lágrimas en sus hermosos ojos, pero había girado demasiado rápido como para cerciorarse de ello. En dos zancadas, la alcanzó.
—Mary Beth —le dijo mientras ponía sus manos sobre los hombros de la hermosa dama, que temblaba un poco. Sin pensarlo más, la hizo volverse hacia él.
Mary Beth mantenía la mirada fija en el suelo. Jamás la había visto así.
—¡Por favor, Mary Beth, míreme!
Mary Beth sacudió la cabeza, mientras una especie de hipo estremecía su pecho. Antes de que Drake pudiera reaccionar, ella se arrojó a sus brazos y comenzó a sollozar sin control. La abrazó y la estrechó con fuerza contra sí, en un intento por apagar su llanto. Esa escena le estaba partiendo el alma.
—Tranquila, tranquila.
—_____ tendrá que casarse ahora, y todo por mi culpa. ¿No ha sufrido ya lo suficiente como para tener que enfrentarse a Nicholas?
—¿Y es tan malo eso? —le preguntó Drake mientras enredaba la mano en el suave cabello de la joven—. Lord Jonas me parece...
—¡Un cerdo! —espetó Mary Beth mientras sorbía las últimas lágrimas.
—Bueno, peor sería si tuviera que casarse con ese bastardo de Taylor, ¿no cree?
—Sí, eso es verdad.
Drake borró las huellas de su tristeza con la yema de sus dedos. Sin poder contenerse ante la dulzura de esa mujer, se rindió a sus deseos y la besó con un hambre imposible de saciar. Un sólo beso no bastaba para menguar su anhelo; sin embargo, tendría que ser suficiente, se dijo a sí mismo.
Bebió del néctar de sus labios y saboreó cada rincón de su boca. Mary Beth correspondió a su pasión, con un titubeo al principio, y luego, con el fervor de quien ha descubierto el placer y desea perderse en él. Pasó sus brazos alrededor del fuerte cuerpo de Drake, acomodó el suyo a cada duro músculo de él, con sus senos seductoramente aprisionados contra su pecho. Su boca, ávida de ese placer intenso al ritmo impuesto. Demasiado pronto acabó esa dulzura, y se sintió relajada y laxa entre sus brazos. Drake la miró a los ojos, oscurecidos por la pasión.
—Será mejor que entremos, o no respondo de mí —le dijo mientras le rozaba la mejilla.
Ella, muda, asintió apenas.
Ya de camino al salón, Mary Beth se detuvo a escasos metros de la puerta. Allí todavía no estaban a la vista de los invitados.
—¿Pasa algo? —le preguntó Drake.
—Sí —dijo Mary Beth en un susurro— ¿podría volver a besarme?
Con una sonrisa, Drake cumplió encantado su deseo.
* * *
Estaba en el callejón oscuro, agazapado en la oscuridad, como un depredador hambriento. Necesitaba saciar su sed de venganza, pero todavía no. Era demasiado pronto. Mackenzie ya había puesto en marcha el plan, y esa estúpida ni siquiera se lo imaginaba. Creía estar segura, pero eso sería por poco tiempo. El corazón le golpeaba en el pecho como una locomotora descontrolada, cada vez que pensaba en la fortuna que obtendría si lograba sacarla del país y casarse, de una vez por todas, con ella en Francia.
Las manos le sudaban, y sentía la excitación en las venas cada vez que pensaba en el dinero y en cómo se vengaría de la afrenta a la que _____ lo había sometido: la encerraría en la finca de Lille como a un preso común. Pero no; tenía que ser paciente, debía esperar. Deseaba hacer las cosas bien, para culminar su obra, cuyo único artista sería él; el más grande.
Un suave traqueteo reclamó su atención. Allí estaba ella, y acompañada por lord Jonas. "Bueno, disfrutad", pensó al verlos, "porque dentro de poco, se desatará la ira de los infiernos; y tú, _____, estarás en ellos".
La niebla, tan densa que se podía masticar, se tragó su figura envuelta en una larga capa, y se internó en las tortuosas calles de la ciudad.
* * *
_____, incrédula, miraba el periódico que tenía entre sus manos. Allí, impreso en letras negras, estaba el anuncio de su compromiso y futuro enlace. Creía que iba a tener más tiempo para escapar de esa situación absurda. ¿Casarse con Nicholas? Eso era inconcebible.
No quizás para su corazón, ya que, desde la primera vez, había anhelado ser su mujer, su compañera, su amiga y su amante. Pero, dadas las circunstancias en las que el destino se había encargado de quebrar esas ilusiones, ya no podía casarse con él. No era la misma mujer, y él tampoco era el mismo hombre.
Podía engañarse y pensar que, con el tiempo, podría hacerlo cambiar respecto de ella; hacer que se desvaneciera como por arte de magia el rencor que le guardaba, pero no era tan ingenua, y sabía que, peor que una vida sin él, era una vida a su lado llena de resentimientos y recuerdos sombríos. Jamás volvería a ser la marioneta de nadie.
—Veo que te has quedado muda por la emoción —le dijo Nicholas con un dejo irónico. Ahora que iba a convertirse en su esposa, no había razones para mantener las formalidades.
Estaba satisfecho. Esa misma mañana, había hecho publicar en el diario la noticia de su compromiso. No podía dejarle a _____ mucho tiempo para pensar. Había visto su reacción la noche anterior, ante la idea de casarse con él, y lo que vislumbró en sus ojos era lo mismo que reconocía en ese momento. Estaba analizando las vías de escape para eludir el compromiso. Por eso se le había adelantado. No dejaría que se escabullera de ese matrimonio. Iba a ser suya; así acabaría con su obsesión. Necesitaba librarse de esa tortura que hacía de la imagen de _____ la más asidua en sus sueños. Incluso cuando estaba despierto, muchas veces, se sorprendía pensando en ella. Eso debía acabar, y esperaba ponerle fin, saciándose de su cuerpo.
Después de engendrar un hijo en su seno, llevarían vidas separadas. Ese hijo sería lo único que tendrían en común.
—¿Qué quieres que responda? Esto es una comedia barata —lo tuteó también _____ y tiró el diario encima de la mesa.
—¡Vaya! Eso no es lo que yo esperaba escuchar de labios de una novia feliz.
—Pero es que yo no soy una novia feliz. Sabes que no quería esto. Te lo dije anoche.
—Creía que anoche había quedado claro por qué debíamos casarnos. Es la única solución, y lo sabes.
—No, no lo sé. Ya te dije que no me importa mi reputación.
—Pero a mí sí —dijo Nicholas de manera terminante.
—¿Por qué?
—Porque vas a ser mi mujer, y mi futura condesa debe tener una reputación intachable.
—No entiendo por qué debo ser yo. Hay muchas mujeres que estarían más que dispuestas a ocupar ese lugar.
—Seguramente, pero las cartas se han dado así. Lo de anoche cambió las cosas. Además, es un matrimonio adecuado. Existe el deseo entre los dos, puedo verlo en tus ojos, y no hay necesidad de maquillarlo bajo las dulces notas del amor. Nosotros sabemos que eso es para los tontos y los jóvenes idealistas. Después de que me des un heredero, podrás llevar la vida que te plazca; siempre con discreción, por supuesto.
—¿Y si yo te dijera que soy una tonta o una joven idealista?
—Tendría que reírme ante tu estúpida excusa. Pareces olvidar que te conozco, y no tienes tan tiernos sentimientos. Tienes alma de comerciante. No das nada si no recibes, antes, algo a cambio. Somos almas gemelas, y por eso nos entenderemos.
—Ya veo que no hay nada que te pueda hacer cambiar de opinión.
—La decisión ya ha sido tomada.
—Tu decisión, no la mía. Lo siento Nicholas, pero...
Antes de poder pronunciar una sola palabra más, Nicholas la tomó de los brazos y la apretó contra sí.
—Mírame, _____.
Ella lo miró y deseó no sentirse tan vulnerable bajo el tacto de sus dedos.
—Sabes que tu nombre te importa más de lo que dices. Querías mucho a tu padre, y sé que no deseas ver su apellido mancillado por el escándalo. Te importan tus amigos, por lo menos, Mary Beth; y no creo, tampoco, que quieras que mucha gente le vuelva la espalda cuando te defienda, como bien sabes que hará. No habrá palabras románticas entre nosotros, pero tenemos más de lo que muchos matrimonios llegarán a tener jamás. Tenemos la pasión, el deseo que arde entre los dos cada vez que nos tocamos. Es algo real, algo básico, esencial, que no está al alcance del disimulo. Te prometo que disfrutarás de ello, no habrá falsas promesas ni ilusiones rotas. Será un contrato provechoso para los dos. No puedes esconderte en Escocia para el resto de tu vida, pero, si no te casas conmigo, es exactamente lo que tendrás que hacer.
_____ sabía que tenía razón. No quería dar el brazo a torcer, porque jamás se había imaginado casada en esas circunstancias; pero, después de pensar que había estado a punto de tener que casarse con Andreu Danvers, la proposición de Nicholas casi parecía un cuento de hadas; aunque en verdad no lo era. En realidad, era una trampa, un contrato. Pero ¿un contrato en beneficio de quién? De ella desde luego que no, que lo quería más que a nada en el mundo. Sabía, a ciencia cierta, que si ese matrimonio se llevaba a cabo, sufriría; aunque quizás se lo mereciera, por no haber podido proteger a sus seres queridos. Por lo menos, de esta forma, podría salvaguardar el nombre de su padre, y a Mary Beth; pero, a cambio de eso, ¿cómo podía protegerse ella de ese matrimonio?
Tendría que vivir con él, aun sabiendo que nunca estaría, realmente, cerca de él. Nicholas había levantado un muro imposible de escalar. Le daría su cuerpo, se prometió a sí misma, pero nunca su alma. ¿Podría vivir así? La respuesta daba lo mismo; quizás su amor fuera suficiente para los dos. ¡Qué tontería! ¿A quién quería engañar? Él sólo la quería como figura decorativa, que le diera un heredero y nada de problemas. Sería un cero a la izquierda. ¡Pues estaba muy equivocado! Quizás no pudiese hacer nada para que la amara, ni qué hablar de que la perdonara; pero, por lo más sagrado, lograría que la respetara.
Por supuesto, tendría que levantar sus defensas. No podía demostrarle cuánto anhelaba al Nicholas que una vez había conocido. Tendría que protegerse, como había hecho en Francia.
—Está bien, me casaré contigo.
Al decir esas palabras, sintió que cada una de ellas pesaba como una losa de piedra de cien toneladas. Sólo esperaba que ese sentimiento no fuera el preludio de su vida conyugal.
* * *
Nicholas se sentía como si tuviera, otra vez, diez años. Le estaban dando un tirón de orejas al igual que, cuando pequeño, hacía alguna trastada.
Lady Jane siempre había sido una experta en hacerlo sentir culpable. En ese momento, lo estaba mirando con una expresión que quería decir: "a mí no me mientas, sé que escondes algo", que tanto le recordaba sus veranos en Crossover Manor.
Esa mujer lo conocía como si fuera su propia madre. Daba miedo su grado de intuición. Parecía una pitonisa a punto de revelarle sus secretos más oscuros.
—No sé de qué habla, lady Jane.
—Pues yo creo que sí. Anoche me dejaste sin palabras cuando te encontré con _____ en aquella situación; pero, esta mañana, casi me he caído de la silla cuando vi tu compromiso publicado en los diarios.
—Siempre dice que debemos sentar cabeza, lo único que he hecho ha sido seguir su sabio consejo. Pensé que se alegraría de que, por fin, dejara el estado de soltería a un lado.
—Y me alegraría si no intuyera problemas. Ha sido demasiado repentino.
—Las circunstancias en las que nos encontrasteis anoche han acelerado irremediablemente las cosas.
Lady Jane tenía el ceño fruncido. No creía ni una palabra de lo que Nicholas le explicaba.
—Sé que sentías algo por _____. Lo pude ver con mis propios ojos cuando estuvisteis en mi casa; pero después de que ella se fue a Francia, algo cambió en ti. No soy tonta, sé que algo grave pasó entre ustedes dos. Algo que te dolió. Durante este último año, has estado igual de furioso y distante que cuando vivías con tu padre. Jamás pensé que volvería a verte así, pero sucedió, y no me he inmiscuido, hasta ahora. _____ me cae muy bien, y le tengo mucho aprecio. Se nota que ha sufrido mucho. En poco tiempo, ha perdido a toda su familia y, con sinceridad, no quiero que le hagan más daño.
—¿Y cree que yo le haría daño? —le preguntó Nicholas, enojado porque lady Jane pudiera, siquiera, pensar en esa posibilidad.
—Creo que quieres hacerle pagar por algo que te hizo; y no hay nada más cruel que quebrar el espíritu de una joven.
—No sabe lo que está diciendo. No tengo intención de quebrar nada, simplemente voy a casarme con ella.
—A eso me refiero, ¿por qué lo haces? Ella se merece amor y respeto y ¿tú vas a proporcionarle eso?
—No todos los matrimonios son como lo fue el suyo, lady Jane. Yo no busco tan tiernos sentimientos. Es mi deber asegurar el título y tener descendencia y para eso necesito casarme. _____ será una buena condesa, por esa razón la elegí, y también, por qué no decirlo, porque existe una evidente atracción entre los dos.
—¿Crees que mi matrimonio fue un camino de rosas?
—¿No lo fue? —le preguntó Nicholas irónico.
—No, no siempre —le contestó lady Jane algo cohibida—. Hay algo que pasó mucho antes de conocerte, y que jamás he contado a nadie. No me enorgullezco de ello; pero, a veces, las personas hacemos cosas de las que, en circunstancias normales ni llegaríamos a imaginar ser capaces de hacer.
—Lady Jane, no tiene por qué contarme —le dijo Nicholas, preocupado al ver la tez pálida de lady Jane al pronunciar las últimas palabras.
—Nicholas, quiero hacerlo. Yo..., yo os he querido siempre a ti y a Charles como si fuerais mis hijos. Hicisteis más por mí que lo que yo pude hacer por vosotros. Ambos trajisteis luz y energía a mi casa, y me disteis un amor que nunca pensé en recibir. Por eso, os estaré eternamente agradecida, y voy a contarte, ahora, algo que he mantenido guardado durante los últimos treinta años.
Lady Jane suspiró con fuerza como si, así, se diera el impulso necesario para contar su secreto.
—Cuando nos casamos Auguste y yo, lo hicimos locamente enamorados. Nada parecía poder enturbiar nuestra relación. Pasábamos todo el tiempo que podíamos juntos; fantaseábamos sobre nuestro futuro, con los hijos que tendríamos, y lo que haríamos cuando estuviéramos viejos y achacosos. Las cosas no nos podían ir mejor,
incluso nuestros problemas financieros se solucionaron, porque Auguste hizo una inversión que nos proporcionó toda la tranquilidad que podíamos desear. En esos días, también nos enteramos de que estábamos esperando nuestro primer hijo.
Nicholas se sentó en frente de ella y tomó su mano entre las suyas. Presentía que, lo que iba a escuchar, era demasiado doloroso para lady Jane, a pesar del tiempo transcurrido.
—En el momento del parto, Auguste estaba hecho un manojo de nervios. Yo intenté calmarlo y bromeaba acerca de sus futuras paternidades, y de las complicaciones que tendríamos si cada vez que tuviéramos un hijo él se pondría tan nervioso. Pero no pudimos reírnos más. El médico nos dijo que algo iba mal. Tras muchos dolores, nació el niño, pero estaba muerto. Fue horroroso, sobre todo cuando
el médico nos comunicó que no podríamos volver a concebir. Después de aquello, fue como si todos nuestros sueños se vinieran abajo, como un castillo de naipes que se derrumba por un soplo de aire. Entonces, empezamos a distanciarnos. Yo me sentía culpable por haberle fallado, y él, por no haberme protegido lo suficiente, por no haber podido evitar todo lo que nos había pasado. A raíz de eso, Auguste empezó a pasar, cada vez, más tiempo en Londres. Poco después, me empezaron a llegar rumores de gente nada bien intencionada que se hacían llamar "amigos". Esos rumores hablaban de mujeres, de alcohol y juego. Así que, como ves, tenía donde entretenerse. Entonces, apareció William. Había sido mi amigo desde la infancia y, distanciados por avatares de la vida, nos volvimos a encontrar y retomamos nuestra amistad al instante. Él me escuchaba y me apoyaba sin hacer preguntas ni enjuiciar la conducta de Auguste. Con él me escapaba de la pesadumbre que se había adueñado de mi vida, porque podía volver a respirar. Una noche nos hicimos amantes. Si te digo la verdad, me sirvió esa única noche para comprender que había cometido un error, porque seguía enamorada de mi marido. Así que le dije a William que no podía volver a verlo. Él hizo varios intentos para que cambiara de opinión, pero, cuando vio que no tenía nada que hacer, desapareció de mi vida. Destrozada, pero con las ideas más claras que nunca, fui a Londres. Allí me enfrenté a Auguste y comprendí la magnitud de mi estupidez. No había habido ninguna mujer porque, según sus propias palabras, no había podido. Me contó que había estado emborrachándose y culpándose por no poder hacerme feliz, por no poder preservar nuestros sueños intactos. Pensó que, si se alejaba de mí, no podría volver a fallarme.
Nos costó, pero volvimos a estar juntos y, con el tiempo, fuimos más felices que nunca.
—¿Y jamás le dijo lo de William?
—Sí, se lo conté, y fue el peor momento de mi vida, pero no podía dejar que nuestro matrimonio comenzara de nuevo desde una mentira. En aquel entonces, pensé que me dejaría, que me repudiaría, pero no hizo ninguna de esas cosas. Me perdonó. Me dijo que él me había sido infiel de otra manera, porque me había dejado sola cuando más lo necesitaba. ¿Lo comprendes ahora, Nicholas?
—¿Qué quiere que comprenda?
—Que si él no me hubiese perdonado, nos habríamos perdido los años más felices de nuestra vida.
Nicholas guardó silencio ante la mirada ansiosa de lady Jane. Entonces, ella se levantó, le dio un beso en la mejilla y lo dejó con sus últimas palabras revoleteando en su interior, como si comprendiera que debía dejarlo solo para meditar sobre todo lo que le había contado.
La idea era perturbadora. ¿Perdonar a _____? ¿Sería capaz de hacerlo? Quizás, ya había empezado a perdonarla; quizás nunca había dejado de amarla, quizás...
Nicholas sacudió la cabeza a ambos lados, en un intento por deshacerse de esos pensamientos. Debía dejar las cosas como estaban, así podría controlarlas. Pero ¿controlar qué?, ¿a quién pretendía engañar? Estaba claro que a sí mismo, por supuesto.
Drake se paró en seco en medio del jardín. No estaba dispuesto a hacer un surco en mitad del camino que habían recorrido, cinco veces, en los últimos quince minutos.
—¿Por qué se detiene? —le preguntó Mary Beth.
—¿No cree que ya hemos caminado suficiente? Debería de haberse calmado ya.
—¿Calmado? ¿Calmado dice? ¿Cómo voy a calmarme después de lo que ha pasado? —preguntó y agitó las manos de forma exagerada.
Drake se acercó a ella.
—Créame, no se gana nada perdiendo los nervios. Lo hecho, hecho está; y debo reconocer que las cosas se han solucionado bastante bien.
—Pero ¿qué dice? Por si no se ha dado cuenta, podrían haber sorprendido a mi amiga y, como consecuencia, habría tenido que casarse con ese Taylor. ¡Dios, no encuentro ni calificativos! ¡Y todo por mi culpa!
—En eso, tengo que darle la razón. Si no hubiese sido tan temeraria, no habrían llegado las cosas a ese punto.
—Es usted pésimo para consolar, ¿lo sabía?
Drake sonrió ante la fierecilla de mujer que se había colado furtivamente en su vida y en su corazón.
Mary Beth se había dado vuelta y caminaba más deprisa. Drake la seguía a escasos pasos. Había creído detectar unas lágrimas en sus hermosos ojos, pero había girado demasiado rápido como para cerciorarse de ello. En dos zancadas, la alcanzó.
—Mary Beth —le dijo mientras ponía sus manos sobre los hombros de la hermosa dama, que temblaba un poco. Sin pensarlo más, la hizo volverse hacia él.
Mary Beth mantenía la mirada fija en el suelo. Jamás la había visto así.
—¡Por favor, Mary Beth, míreme!
Mary Beth sacudió la cabeza, mientras una especie de hipo estremecía su pecho. Antes de que Drake pudiera reaccionar, ella se arrojó a sus brazos y comenzó a sollozar sin control. La abrazó y la estrechó con fuerza contra sí, en un intento por apagar su llanto. Esa escena le estaba partiendo el alma.
—Tranquila, tranquila.
—_____ tendrá que casarse ahora, y todo por mi culpa. ¿No ha sufrido ya lo suficiente como para tener que enfrentarse a Nicholas?
—¿Y es tan malo eso? —le preguntó Drake mientras enredaba la mano en el suave cabello de la joven—. Lord Jonas me parece...
—¡Un cerdo! —espetó Mary Beth mientras sorbía las últimas lágrimas.
—Bueno, peor sería si tuviera que casarse con ese bastardo de Taylor, ¿no cree?
—Sí, eso es verdad.
Drake borró las huellas de su tristeza con la yema de sus dedos. Sin poder contenerse ante la dulzura de esa mujer, se rindió a sus deseos y la besó con un hambre imposible de saciar. Un sólo beso no bastaba para menguar su anhelo; sin embargo, tendría que ser suficiente, se dijo a sí mismo.
Bebió del néctar de sus labios y saboreó cada rincón de su boca. Mary Beth correspondió a su pasión, con un titubeo al principio, y luego, con el fervor de quien ha descubierto el placer y desea perderse en él. Pasó sus brazos alrededor del fuerte cuerpo de Drake, acomodó el suyo a cada duro músculo de él, con sus senos seductoramente aprisionados contra su pecho. Su boca, ávida de ese placer intenso al ritmo impuesto. Demasiado pronto acabó esa dulzura, y se sintió relajada y laxa entre sus brazos. Drake la miró a los ojos, oscurecidos por la pasión.
—Será mejor que entremos, o no respondo de mí —le dijo mientras le rozaba la mejilla.
Ella, muda, asintió apenas.
Ya de camino al salón, Mary Beth se detuvo a escasos metros de la puerta. Allí todavía no estaban a la vista de los invitados.
—¿Pasa algo? —le preguntó Drake.
—Sí —dijo Mary Beth en un susurro— ¿podría volver a besarme?
Con una sonrisa, Drake cumplió encantado su deseo.
* * *
Estaba en el callejón oscuro, agazapado en la oscuridad, como un depredador hambriento. Necesitaba saciar su sed de venganza, pero todavía no. Era demasiado pronto. Mackenzie ya había puesto en marcha el plan, y esa estúpida ni siquiera se lo imaginaba. Creía estar segura, pero eso sería por poco tiempo. El corazón le golpeaba en el pecho como una locomotora descontrolada, cada vez que pensaba en la fortuna que obtendría si lograba sacarla del país y casarse, de una vez por todas, con ella en Francia.
Las manos le sudaban, y sentía la excitación en las venas cada vez que pensaba en el dinero y en cómo se vengaría de la afrenta a la que _____ lo había sometido: la encerraría en la finca de Lille como a un preso común. Pero no; tenía que ser paciente, debía esperar. Deseaba hacer las cosas bien, para culminar su obra, cuyo único artista sería él; el más grande.
Un suave traqueteo reclamó su atención. Allí estaba ella, y acompañada por lord Jonas. "Bueno, disfrutad", pensó al verlos, "porque dentro de poco, se desatará la ira de los infiernos; y tú, _____, estarás en ellos".
La niebla, tan densa que se podía masticar, se tragó su figura envuelta en una larga capa, y se internó en las tortuosas calles de la ciudad.
* * *
_____, incrédula, miraba el periódico que tenía entre sus manos. Allí, impreso en letras negras, estaba el anuncio de su compromiso y futuro enlace. Creía que iba a tener más tiempo para escapar de esa situación absurda. ¿Casarse con Nicholas? Eso era inconcebible.
No quizás para su corazón, ya que, desde la primera vez, había anhelado ser su mujer, su compañera, su amiga y su amante. Pero, dadas las circunstancias en las que el destino se había encargado de quebrar esas ilusiones, ya no podía casarse con él. No era la misma mujer, y él tampoco era el mismo hombre.
Podía engañarse y pensar que, con el tiempo, podría hacerlo cambiar respecto de ella; hacer que se desvaneciera como por arte de magia el rencor que le guardaba, pero no era tan ingenua, y sabía que, peor que una vida sin él, era una vida a su lado llena de resentimientos y recuerdos sombríos. Jamás volvería a ser la marioneta de nadie.
—Veo que te has quedado muda por la emoción —le dijo Nicholas con un dejo irónico. Ahora que iba a convertirse en su esposa, no había razones para mantener las formalidades.
Estaba satisfecho. Esa misma mañana, había hecho publicar en el diario la noticia de su compromiso. No podía dejarle a _____ mucho tiempo para pensar. Había visto su reacción la noche anterior, ante la idea de casarse con él, y lo que vislumbró en sus ojos era lo mismo que reconocía en ese momento. Estaba analizando las vías de escape para eludir el compromiso. Por eso se le había adelantado. No dejaría que se escabullera de ese matrimonio. Iba a ser suya; así acabaría con su obsesión. Necesitaba librarse de esa tortura que hacía de la imagen de _____ la más asidua en sus sueños. Incluso cuando estaba despierto, muchas veces, se sorprendía pensando en ella. Eso debía acabar, y esperaba ponerle fin, saciándose de su cuerpo.
Después de engendrar un hijo en su seno, llevarían vidas separadas. Ese hijo sería lo único que tendrían en común.
—¿Qué quieres que responda? Esto es una comedia barata —lo tuteó también _____ y tiró el diario encima de la mesa.
—¡Vaya! Eso no es lo que yo esperaba escuchar de labios de una novia feliz.
—Pero es que yo no soy una novia feliz. Sabes que no quería esto. Te lo dije anoche.
—Creía que anoche había quedado claro por qué debíamos casarnos. Es la única solución, y lo sabes.
—No, no lo sé. Ya te dije que no me importa mi reputación.
—Pero a mí sí —dijo Nicholas de manera terminante.
—¿Por qué?
—Porque vas a ser mi mujer, y mi futura condesa debe tener una reputación intachable.
—No entiendo por qué debo ser yo. Hay muchas mujeres que estarían más que dispuestas a ocupar ese lugar.
—Seguramente, pero las cartas se han dado así. Lo de anoche cambió las cosas. Además, es un matrimonio adecuado. Existe el deseo entre los dos, puedo verlo en tus ojos, y no hay necesidad de maquillarlo bajo las dulces notas del amor. Nosotros sabemos que eso es para los tontos y los jóvenes idealistas. Después de que me des un heredero, podrás llevar la vida que te plazca; siempre con discreción, por supuesto.
—¿Y si yo te dijera que soy una tonta o una joven idealista?
—Tendría que reírme ante tu estúpida excusa. Pareces olvidar que te conozco, y no tienes tan tiernos sentimientos. Tienes alma de comerciante. No das nada si no recibes, antes, algo a cambio. Somos almas gemelas, y por eso nos entenderemos.
—Ya veo que no hay nada que te pueda hacer cambiar de opinión.
—La decisión ya ha sido tomada.
—Tu decisión, no la mía. Lo siento Nicholas, pero...
Antes de poder pronunciar una sola palabra más, Nicholas la tomó de los brazos y la apretó contra sí.
—Mírame, _____.
Ella lo miró y deseó no sentirse tan vulnerable bajo el tacto de sus dedos.
—Sabes que tu nombre te importa más de lo que dices. Querías mucho a tu padre, y sé que no deseas ver su apellido mancillado por el escándalo. Te importan tus amigos, por lo menos, Mary Beth; y no creo, tampoco, que quieras que mucha gente le vuelva la espalda cuando te defienda, como bien sabes que hará. No habrá palabras románticas entre nosotros, pero tenemos más de lo que muchos matrimonios llegarán a tener jamás. Tenemos la pasión, el deseo que arde entre los dos cada vez que nos tocamos. Es algo real, algo básico, esencial, que no está al alcance del disimulo. Te prometo que disfrutarás de ello, no habrá falsas promesas ni ilusiones rotas. Será un contrato provechoso para los dos. No puedes esconderte en Escocia para el resto de tu vida, pero, si no te casas conmigo, es exactamente lo que tendrás que hacer.
_____ sabía que tenía razón. No quería dar el brazo a torcer, porque jamás se había imaginado casada en esas circunstancias; pero, después de pensar que había estado a punto de tener que casarse con Andreu Danvers, la proposición de Nicholas casi parecía un cuento de hadas; aunque en verdad no lo era. En realidad, era una trampa, un contrato. Pero ¿un contrato en beneficio de quién? De ella desde luego que no, que lo quería más que a nada en el mundo. Sabía, a ciencia cierta, que si ese matrimonio se llevaba a cabo, sufriría; aunque quizás se lo mereciera, por no haber podido proteger a sus seres queridos. Por lo menos, de esta forma, podría salvaguardar el nombre de su padre, y a Mary Beth; pero, a cambio de eso, ¿cómo podía protegerse ella de ese matrimonio?
Tendría que vivir con él, aun sabiendo que nunca estaría, realmente, cerca de él. Nicholas había levantado un muro imposible de escalar. Le daría su cuerpo, se prometió a sí misma, pero nunca su alma. ¿Podría vivir así? La respuesta daba lo mismo; quizás su amor fuera suficiente para los dos. ¡Qué tontería! ¿A quién quería engañar? Él sólo la quería como figura decorativa, que le diera un heredero y nada de problemas. Sería un cero a la izquierda. ¡Pues estaba muy equivocado! Quizás no pudiese hacer nada para que la amara, ni qué hablar de que la perdonara; pero, por lo más sagrado, lograría que la respetara.
Por supuesto, tendría que levantar sus defensas. No podía demostrarle cuánto anhelaba al Nicholas que una vez había conocido. Tendría que protegerse, como había hecho en Francia.
—Está bien, me casaré contigo.
Al decir esas palabras, sintió que cada una de ellas pesaba como una losa de piedra de cien toneladas. Sólo esperaba que ese sentimiento no fuera el preludio de su vida conyugal.
* * *
Nicholas se sentía como si tuviera, otra vez, diez años. Le estaban dando un tirón de orejas al igual que, cuando pequeño, hacía alguna trastada.
Lady Jane siempre había sido una experta en hacerlo sentir culpable. En ese momento, lo estaba mirando con una expresión que quería decir: "a mí no me mientas, sé que escondes algo", que tanto le recordaba sus veranos en Crossover Manor.
Esa mujer lo conocía como si fuera su propia madre. Daba miedo su grado de intuición. Parecía una pitonisa a punto de revelarle sus secretos más oscuros.
—No sé de qué habla, lady Jane.
—Pues yo creo que sí. Anoche me dejaste sin palabras cuando te encontré con _____ en aquella situación; pero, esta mañana, casi me he caído de la silla cuando vi tu compromiso publicado en los diarios.
—Siempre dice que debemos sentar cabeza, lo único que he hecho ha sido seguir su sabio consejo. Pensé que se alegraría de que, por fin, dejara el estado de soltería a un lado.
—Y me alegraría si no intuyera problemas. Ha sido demasiado repentino.
—Las circunstancias en las que nos encontrasteis anoche han acelerado irremediablemente las cosas.
Lady Jane tenía el ceño fruncido. No creía ni una palabra de lo que Nicholas le explicaba.
—Sé que sentías algo por _____. Lo pude ver con mis propios ojos cuando estuvisteis en mi casa; pero después de que ella se fue a Francia, algo cambió en ti. No soy tonta, sé que algo grave pasó entre ustedes dos. Algo que te dolió. Durante este último año, has estado igual de furioso y distante que cuando vivías con tu padre. Jamás pensé que volvería a verte así, pero sucedió, y no me he inmiscuido, hasta ahora. _____ me cae muy bien, y le tengo mucho aprecio. Se nota que ha sufrido mucho. En poco tiempo, ha perdido a toda su familia y, con sinceridad, no quiero que le hagan más daño.
—¿Y cree que yo le haría daño? —le preguntó Nicholas, enojado porque lady Jane pudiera, siquiera, pensar en esa posibilidad.
—Creo que quieres hacerle pagar por algo que te hizo; y no hay nada más cruel que quebrar el espíritu de una joven.
—No sabe lo que está diciendo. No tengo intención de quebrar nada, simplemente voy a casarme con ella.
—A eso me refiero, ¿por qué lo haces? Ella se merece amor y respeto y ¿tú vas a proporcionarle eso?
—No todos los matrimonios son como lo fue el suyo, lady Jane. Yo no busco tan tiernos sentimientos. Es mi deber asegurar el título y tener descendencia y para eso necesito casarme. _____ será una buena condesa, por esa razón la elegí, y también, por qué no decirlo, porque existe una evidente atracción entre los dos.
—¿Crees que mi matrimonio fue un camino de rosas?
—¿No lo fue? —le preguntó Nicholas irónico.
—No, no siempre —le contestó lady Jane algo cohibida—. Hay algo que pasó mucho antes de conocerte, y que jamás he contado a nadie. No me enorgullezco de ello; pero, a veces, las personas hacemos cosas de las que, en circunstancias normales ni llegaríamos a imaginar ser capaces de hacer.
—Lady Jane, no tiene por qué contarme —le dijo Nicholas, preocupado al ver la tez pálida de lady Jane al pronunciar las últimas palabras.
—Nicholas, quiero hacerlo. Yo..., yo os he querido siempre a ti y a Charles como si fuerais mis hijos. Hicisteis más por mí que lo que yo pude hacer por vosotros. Ambos trajisteis luz y energía a mi casa, y me disteis un amor que nunca pensé en recibir. Por eso, os estaré eternamente agradecida, y voy a contarte, ahora, algo que he mantenido guardado durante los últimos treinta años.
Lady Jane suspiró con fuerza como si, así, se diera el impulso necesario para contar su secreto.
—Cuando nos casamos Auguste y yo, lo hicimos locamente enamorados. Nada parecía poder enturbiar nuestra relación. Pasábamos todo el tiempo que podíamos juntos; fantaseábamos sobre nuestro futuro, con los hijos que tendríamos, y lo que haríamos cuando estuviéramos viejos y achacosos. Las cosas no nos podían ir mejor,
incluso nuestros problemas financieros se solucionaron, porque Auguste hizo una inversión que nos proporcionó toda la tranquilidad que podíamos desear. En esos días, también nos enteramos de que estábamos esperando nuestro primer hijo.
Nicholas se sentó en frente de ella y tomó su mano entre las suyas. Presentía que, lo que iba a escuchar, era demasiado doloroso para lady Jane, a pesar del tiempo transcurrido.
—En el momento del parto, Auguste estaba hecho un manojo de nervios. Yo intenté calmarlo y bromeaba acerca de sus futuras paternidades, y de las complicaciones que tendríamos si cada vez que tuviéramos un hijo él se pondría tan nervioso. Pero no pudimos reírnos más. El médico nos dijo que algo iba mal. Tras muchos dolores, nació el niño, pero estaba muerto. Fue horroroso, sobre todo cuando
el médico nos comunicó que no podríamos volver a concebir. Después de aquello, fue como si todos nuestros sueños se vinieran abajo, como un castillo de naipes que se derrumba por un soplo de aire. Entonces, empezamos a distanciarnos. Yo me sentía culpable por haberle fallado, y él, por no haberme protegido lo suficiente, por no haber podido evitar todo lo que nos había pasado. A raíz de eso, Auguste empezó a pasar, cada vez, más tiempo en Londres. Poco después, me empezaron a llegar rumores de gente nada bien intencionada que se hacían llamar "amigos". Esos rumores hablaban de mujeres, de alcohol y juego. Así que, como ves, tenía donde entretenerse. Entonces, apareció William. Había sido mi amigo desde la infancia y, distanciados por avatares de la vida, nos volvimos a encontrar y retomamos nuestra amistad al instante. Él me escuchaba y me apoyaba sin hacer preguntas ni enjuiciar la conducta de Auguste. Con él me escapaba de la pesadumbre que se había adueñado de mi vida, porque podía volver a respirar. Una noche nos hicimos amantes. Si te digo la verdad, me sirvió esa única noche para comprender que había cometido un error, porque seguía enamorada de mi marido. Así que le dije a William que no podía volver a verlo. Él hizo varios intentos para que cambiara de opinión, pero, cuando vio que no tenía nada que hacer, desapareció de mi vida. Destrozada, pero con las ideas más claras que nunca, fui a Londres. Allí me enfrenté a Auguste y comprendí la magnitud de mi estupidez. No había habido ninguna mujer porque, según sus propias palabras, no había podido. Me contó que había estado emborrachándose y culpándose por no poder hacerme feliz, por no poder preservar nuestros sueños intactos. Pensó que, si se alejaba de mí, no podría volver a fallarme.
Nos costó, pero volvimos a estar juntos y, con el tiempo, fuimos más felices que nunca.
—¿Y jamás le dijo lo de William?
—Sí, se lo conté, y fue el peor momento de mi vida, pero no podía dejar que nuestro matrimonio comenzara de nuevo desde una mentira. En aquel entonces, pensé que me dejaría, que me repudiaría, pero no hizo ninguna de esas cosas. Me perdonó. Me dijo que él me había sido infiel de otra manera, porque me había dejado sola cuando más lo necesitaba. ¿Lo comprendes ahora, Nicholas?
—¿Qué quiere que comprenda?
—Que si él no me hubiese perdonado, nos habríamos perdido los años más felices de nuestra vida.
Nicholas guardó silencio ante la mirada ansiosa de lady Jane. Entonces, ella se levantó, le dio un beso en la mejilla y lo dejó con sus últimas palabras revoleteando en su interior, como si comprendiera que debía dejarlo solo para meditar sobre todo lo que le había contado.
La idea era perturbadora. ¿Perdonar a _____? ¿Sería capaz de hacerlo? Quizás, ya había empezado a perdonarla; quizás nunca había dejado de amarla, quizás...
Nicholas sacudió la cabeza a ambos lados, en un intento por deshacerse de esos pensamientos. Debía dejar las cosas como estaban, así podría controlarlas. Pero ¿controlar qué?, ¿a quién pretendía engañar? Estaba claro que a sí mismo, por supuesto.
Cande Luque
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Capítulo 18
Se casaron. Tan sólo después de dos semanas de haber hecho público el compromiso, sellaron sus votos frente a sus amigos más íntimos. Nicholas le había dicho que era mejor así, sin dejar tiempo a las especulaciones; y, dado que ambos conocían la naturaleza de su unión, la idea de un compromiso prolongado para llevar a cabo el cortejo requerido, era francamente absurda. Cuando _____ escuchó aquellas palabras de sus labios, deseó haber tenido las pistolas del padre de Mary Beth a mano. ¿Cómo podía ser tan insensible? Ella sabía que no se casaban por amor, pero tampoco creía que fuese necesario recordárselo cada vez que se veían.
La verdad era que poco se habían frecuentado en esas dos semanas previas a la boda. Una salida a la ópera y un paseo por Hyde Park habían sido todo, porque Nicholas había tenido que ausentarse durante unos días por problemas en su propiedad de Surrey, que no concedían demora.
Y ya estaban casados.
Se lo repetía mentalmente muchas veces, pero todavía le costaba creer que fuese cierto. Parecía irreal, como también lo había sido la ceremonia, que la había inmerso en un mar de confusión.
Cuando había dado el "sí" al hombre de su vida, al dueño de su alma, él parecía haber estado escuchando un aburrido discurso de la Cámara de los Lores. ¡Qué conmovedor! Y para terminar la escena, ninguno de sus parientes: ni su padre, ni su madre, ni su hermano ocuparon el lugar prioritario que habrían tenido que ocupar. Ya no estaban, y nunca más volvería a verlos. Siempre había soñado con aquel día, el de su boda, como un día de absoluta felicidad, rodeada por sus seres más queridos; y, en realidad, aquello no se le había parecido en nada. Lo único que la animaba era ver a Mary Beth y a su familia, que le sonreían con ternura. Ellos habían sido los únicos que, desde su vuelta, se habían preocupado por su bienestar.
Lord Drake también estaba allí, junto a su amiga. Se habían comprometido. Estaba enormemente feliz de poder constatar que no se había equivocado con ellos dos. Había visto que estaban hechos el uno para el otro y se alegraba de que ninguno hubiese cerrado la puerta al amor.
Mary Beth no se había despegado de ella en la última semana. La había ayudado con los preparativos sin hacer preguntas, algo asombroso de por sí, sin hacer referencia alguna a aquella noche; aunque la tierna mirada que a veces le prodigaba decía, a las claras, que sabía cómo se sentía.
El tenerla cerca animaba a _____ porque, con su continuo parloteo y su energía viva, la distraía de lo que tendría que afrontar después de la boda.
Mary Beth irradiaba felicidad por todos los poros, y era evidente lo enamorada que estaba; le había contagiado su entusiasmo en esa semana en la que su ánimo llegaba al subsuelo. Entre las dos, habían escogido el atuendo que llevaría en la ceremonia. Como siempre, madame Lorraine no las decepcionó. Le hizo un vestido de color azul cielo con bordados en plata que adornaban el magnífico corsé y los bordes del vestido. Dejaba sus hombros al descubierto y se ajustaba a sus brazos, coquetamente, en una media manga. Llevaba su cabello recogido en un moño bajo, y unos pocos rizos caían, como por descuido, y enmarcaban su cara.
El único momento en el que creyó detectar algo más que indiferencia en la mirada de Nicholas fue cuando la vio llegar. Parecía que sus ojos expresaban admiración, aunque sólo hubiera sido por dos segundos.
Ella, desde luego, se había quedado sin respiración al verlo. Estaba increíblemente apuesto. Llevaba la camisa blanca ajustada con un nudo sencillo y elegante, y dejaba entrever, por las solapas de la chaqueta, un chaleco con bordados plateados. Parecía que la había elegido adrede para hacer conjunto con su vestido. El cabello, apenas despeinado, con mechones ondulados, enmarcaba sus varoniles facciones. Era el hombre más atractivo que había visto jamás.
Después de la ceremonia, se trasladarían a la casa que Nicholas tenía en Londres, que sería, desde entonces, su nuevo hogar.
Las únicas personas que seguirían con ella serían Susan y Gail. El resto del servicio sería nuevo, y no estaba segura de cómo la recibirían. Estaba hecha un manojo de nervios y no podía evitarlo. Además, esa noche se acostaría con su marido. ¡Dios! ¿Por qué sentía pánico ante esa idea? Todas las mujeres, desde tiempos inmemoriales, habían cumplido con su deber conyugal y, por lo que sabía, todas habían sobrevivido para contarlo. ¿Por qué tenía tanto miedo?
Gail le había explicado, de forma bastante gráfica, lo que ocurría entre un hombre y una mujer, y no parecía desagradable. Sin embargo, después de pensar en ello, la intimidad que debían compartir conllevaba mostrarle su pasado, una de las partes más dolorosas, que quería evitar poner en evidencia ante él. La humillación y la degradación que había sufrido en manos de Andreu Danvers no sólo le habían dejado marcas en su interior. Esas, al fin y al cabo, serían fáciles de maquillar, como llevaba haciendo desde que había vuelto; pero las de su espalda, desfigurada por líneas de carne lacerada, eran imposibles de disfrazar, y no podía explicarlas sin revivir aquello, sin volver a sentir la impotencia de la que había sido presa, del recuerdo de aquellas manos manoseándola y aquellos ojos deleitándose con su miedo, un miedo que logró dominar para no satisfacer los bajos instintos de aquel monstruo. Si tenía que contarle todo eso a Nicholas, no creía que pudiera volver a mirarlo a la cara. Sabía que no podía retrasar ese momento por mucho tiempo, porque en su vida como marido y mujer ese secreto tendría una duración muy corta. Sin ir más lejos, si no pensaba en algo pronto, en pocos minutos, todo se descubriría. No podía evitar intentar buscar una salida, algo que retrasara aquel momento de confesión.
Gail la había ayudado a desvestirse y le había preparado un baño caliente para que relajara sus entumecidos músculos. Mientras disfrutaba de la caricia del agua, recordó la llegada a su nuevo hogar. Se había llevado una grata impresión. La casa era majestuosa; por lo menos, lo que había podido ver en el corto recorrido a su habitación.
La fiesta que lady Jane les había preparado había terminado muy tarde y, cuando llegaron a casa de Nicholas, ya era de madrugada; a pesar de ello, todo el servicio estaba levantado, y la recibieron con cálidas sonrisas y evidentes muestras de respeto.
El agua caliente surtió el efecto calmante que pretendía y, a pesar de tener un nudo en el estómago, se sintió mucho más relajada.
Cuando salió del baño, se tomó su tiempo para secar y peinar sus largos cabellos y ponerse el hermoso camisón de seda que Mary Beth le había regalado para su noche de bodas. Comenzó a deambular por la habitación como un gato enjaulado; se esforzaba por buscar una solución a sus problemas, pero no encontraba respuestas coherentes.
Podía decirle que se encontraba mal; ¿creería eso? Ni en mil años. Además, había habido una determinación férrea en sus palabras cuando, al acompañarla a su habitación, le había dicho al oído, con voz casi susurrante, que se reuniría más tarde con ella. ¿Más tarde, cuándo? ¿Cuánto tiempo le quedaba? Se maldijo en silencio. Parecía un condenado rumbo a su ejecución. De no haber sido por aquella situación, estaría más que ansiosa de compartir su lecho con él. Gail le había explicado que la primera vez solía provocar dolor, pero si había alguien con quien hubiese, alguna vez, deseado dar ese paso, ese era Nicholas, su marido.
* * *
Nicholas estaba sentado en el sillón que había junto a la ventana. Estaba tomando una copa de coñac, e intentaba relajar la tensión que mantenía en vilo sus sentidos.
Desde el momento en que la había visto entrar en la iglesia, no había podido dejar de pensar en _____. Estaba fascinado con su mujer. "Su mujer", unas palabras que resonaban en su pecho con un matiz agridulce. Había intentado disimular su reacción ante su esplendorosa belleza, pero no creía haberlo logrado. Sus ojos eran tan cálidos, y parecía tan inocente que, por un momento, durante la ceremonia, había fantaseado con estar frente a la _____ que una vez creyó conocer, la que ocupaba su corazón desde entonces, y a la que habría sido fiel hasta el final de sus días. Un libertino como él consumido por una mujer; parecía una broma, pero por _____ habría renunciado a su libertad sin mirar atrás. Sin embargo, habían pasado demasiadas cosas.
Ella lo había engañado, y él había caído como un tonto. De todos modos, no podía negar que la _____ que había vuelto no había dado muestras de ser la misma de aquella aciaga noche. Parecía, más bien, la muchacha dulce y valiente que había salido en su defensa cuando nadie más lo había hecho antes. Esa era la clase de mujer de la que se había enamorado. Sólo tenía que cerrar los ojos, borrar el último año y perdonarla, como le había dicho lady Jane, para poder ser felices. ¡Si eso fuera tan fácil! Pero no lo era. ¿Qué podía hacer? Porque ya no podía negar, por más tiempo, que estaba locamente enamorado de su esposa.
* * *
La puerta que conectaba las dos habitaciones se abrió como en un susurro, y Nicholas cruzó el umbral. Estaba guapísimo, con esa bata de seda negra anudada a la cintura, que dejaba entrever el vello oscuro y rizado de su musculoso pecho. Sus ojos resplandecían con luz propia que se intensificó, cuando posó su mirada en ella.
—Creí que te habías acostado.
—No, yo..., bueno, tú dijiste que vendrías más tarde a verme —le dijo _____ mientras apretaba la fina tela del camisón con sus pequeñas manos.
Estaba preciosa, pensó Nicholas. Se había quedado sin respiración al entrar y verla con ese camisón de seda que se ajustaba a sus curvas como un guante. Con su esplendorosa cabellera, que le caía hasta la cintura, parecía un ser etéreo, irreal; una ninfa. Tendría que controlarse para no abalanzarse encima suyo como un salvaje, como un muchacho inexperto y ansioso. Quería que ella gritara su nombre cuando la llevara al clímax. Deseaba que, sólo por esa noche, las emociones de ella fueran reales y auténticas, que su mente y su cuerpo quedaran tan ligados a él que tuviera que entregarse sin reservas, sin excusas.
— ¿Estás nerviosa? —le preguntó y se acercó un paso más a ella.
— No, no, para nada —le dijo mientras estrujaba, aún más, la suave seda que cubría sus piernas.
Nicholas enarcó una ceja.
—Bueno, sí, estoy nerviosa. ¿Tanto se me nota?
—Si tomamos en cuenta que vas a destrozarte el camisón de tanto retorcerlo, creo que sí. ¿Es la primera vez?
—Sí —le dijo _____ con voz firme, a pesar de lo nerviosa que se sentía.
Nicholas no sabía por qué ese monosílabo lo había hecho tan feliz; pero, en verdad, en su interior, había sentido una suave calidez al oír su respuesta.
—Iremos despacio —susurró—. Tenemos todo el tiempo del mundo. Ven, acércate.
_____ salvó la escasa distancia que había entre ambos. Temblaba un poco ante la expectativa de la noche que compartirían juntos, y de los secretos que se le revelarían en el transcurso de las horas.
—Eres la mujer más hermosa que jamás he visto —le dijo Nicholas, mientras le colocaba, lentamente, un mechón de pelo detrás de su hombro y rozaba, con la yema de los dedos, parte de su piel desnuda. Su tacto provocó a _____ un agradable hormigueo y desbocó su corazón en dos segundos.
—Tú también eres muy hermoso, quiero decir... atractivo.
Nicholas esbozó una suave sonrisa, que hizo que cien mariposas revolotearan en el estómago de _____.
Muy despacio, le quitó el camisón; comenzó bajándoselo por los hombros, y luego dejó al descubierto sus preciosos pechos. Su mirada se clavó en ellos, ávido de deseo y admiración. Unos pechos plenos y firmes, cuyos pezones sonrosados eran como dos frutos maduros, se endurecieron bajo su tacto.
_____ reprimió un gemido. La mano de Nicholas le producía un sordo placer que hacía que sintiera una desesperada necesidad. Pero ¿de qué? Debía averiguarlo, necesitaba averiguarlo.
Le bajó el camisón por completo y quedó totalmente desnuda. La tomó en brazos, la llevó hasta la cama y la depositó, con suma delicadeza, sobre las blancas y frescas sábanas.
_____ miraba cómo su marido se desabrochaba la bata y la arrojaba al suelo. Su cuerpo parecía haber sido modelado por el más perfeccionista de los escultores. Era tan impresionante, ¡y eso tan grande! Era imposible que ellos pudieran hacer lo que Gail le había contado. Tenía que haber algún error.
Nicholas había seguido el recorrido de los ojos de su esposa por su cuerpo, y en ellos había visto un sinfín de emociones. Sorpresa, expectación, ¿temor quizás? Eso le había parecido al descubrir una parte de su anatomía que ya estaba dura y excitada por su mirada.
¡Paciencia!, se recordó de nuevo.
Se acostó a su lado y se regocijó al contemplarla. Lo estaba volviendo loco. Su vientre plano, sus esbeltas piernas y el edén que habitaba entre ellas: una mata de rizos negros en el que anidaba el paraíso para cualquier hombre.
—Eres perfecta —le dijo con reverencia.
—No, no lo soy; además, tengo los pies grandes.
_____ se ruborizó hasta las cejas, y Nicholas no tuvo más remedio que soltar una carcajada por la mueca que había hecho al referirse a sus pies.
—Toda tú eres perfecta. No discutas conmigo en eso; créeme, me estás volviendo loco.
—¿Loco? —preguntó _____ preocupada.
—Loco de deseo, _____, loco de deseo.
Sin poder contener más su ansia de ella, la besó con un beso cálido y suave, que se tornó rápidamente en húmedo y perturbador cuando sitió la mano de _____ explorando su torso. Jamás imaginó que su simple contacto, el simple roce de su piel, le hiciera perder el control de sus sentidos y lo enardeciera y consumiera sin remedio.
_____ enlazó su lengua con la de él, en una danza carente de pudor que hacía que Nicholas se alejara de su boca, sólo unos segundos, los suficientes para soltar un gemido desesperado, que hacía más difícil contener la sublime desesperación que lo impulsaba a seguir deleitándose con su hermoso cuerpo. Quería recorrerlo de principio a fin, hasta que cada poro de su piel estuviese rendido al deleite de la pasión.
_____ sentía que la cabeza le daba vueltas. Sentía a Nicholas por todas partes. Sus manos, su pecho, su lengua, sus piernas enlazadas a las suyas. El calor que manaba de su cuerpo la estaba asfixiando con una dulce tortura. Quería algo que ni siquiera sabía qué era, pero que, con absoluta certeza, desesperaba por alcanzar.
—Por favor...
Nicholas bajó por su cuello y la besó con una lentitud enloquecedora, hasta asaltar con sus labios un pezón. _____ gimió ante la dulce y excitante sensación que la recorrió entera, como un cosquilleo que, in crescendo, se apoderaba de su cuerpo con una furia salvaje. Nicholas le succionó el pezón: lo chupaba, lo lamía, lo mordisqueaba, hasta que ella se arqueó de placer, con un sollozo entre sus labios.
Le dedicó al otro pezón la misma atención, mientras su mano acariciaba el interior del muslo hasta encontrar la suave y aterciopelada entrada que ya se encontraba húmeda para él. La pronta respuesta de _____ a sus caricias casi le hizo perder el juicio.
—Por favor, por favor —le suplicó _____, mientras sus caderas se apretaban contra su mano.
Nicholas introdujo un dedo en su interior, lo que la enardeció aún más, mientras que, con el pulgar, encontró e incitó el pequeño capullo rosado que la llevaría al borde del éxtasis.
_____ sentía la respiración cada vez más agitada. ¡Dios mío, eso era hacer el amor!, pensó, ¡era lo más increíble y maravilloso que había experimentado jamás! ¡Y lo más desesperante! Al principio, había querido controlarse; pero, a los dos segundos, en cuanto Nicholas tomó posesión de su cuerpo con todo su ser, ya ni siquiera había sido capaz de pensar. Su cuerpo exigía, pedía a gritos que la liberara de la agonía, de esa maravillosa agonía en la que estaba sumida.
Rogó a Nicholas, una y otra vez, que acabara con su tormento, porque lo necesitaba. ¡Dios santo! ¡Cuánto lo necesitaba!
Nicholas sabía que _____ estaba más que preparada para recibirlo. Quería alargar esos instantes para darle el mayor placer posible, pero, al sentir sus manos sobre él, sus delicados dedos que se clavaban en su carne, sus labios en su cuello, sus gemidos carentes de inhibición y su cara expresando el más puro éxtasis, perdió el poco control que le quedaba. Se acomodó entre sus piernas, la penetró lentamente, hasta que sintió la prueba de su inocencia, su virginidad. Un suspiro de placer salió de sus labios: ella no le había mentido esa vez. Rogó para que el dolor, que sabía le provocaría, fuese el más leve posible. Por nada del mundo quería que ella sufriera, pero sabía que no había otra forma.
—_____, rodéame con tus piernas.
_____ así lo hizo, mientras posaba sus propios ojos iluminados por la pasión en los de su esposo. ¡Su esposo! En unos instantes lo sería totalmente.
Nicholas la penetró con una fuerte embestida y arrancó un grito de sus labios. Ni siquiera podía moverse, por temor a derramarse dentro de ella como un colegial con su primera amante. Ese estrecho pasadizo, que lo envolvía como un guante, lo había dejado temblando. Nada, en toda su vida, lo había preparado para lo que estaba sintiendo.
Levantó la cabeza y miró a _____ a la cara. Tenía las mejillas húmedas por las lágrimas vertidas.
— Lo siento, _____, pero la primera vez siempre es dolorosa para una mujer. Si hubiera habido alguna forma de evitarlo, lo habría hecho.
— Shh, lo sé —le dijo _____, mientras con su pequeña mano le tocaba la mejilla y le acomodaba el pelo con ternura.
Nicholas pensó que nunca se había sentido tan vulnerable como en ese momento. Totalmente dentro en ella, su dulzura lo estremecía hasta la última fibra de su ser.
—Ámame, por favor, por favor —le suplicó _____, desesperada.
Nicholas no necesitó más. Salió de ella hasta el extremo y volvió a hundirse, con lentitud, en el suave pasadizo. _____ abrió con exageración los ojos, al sentir el placer que ese movimiento le había provocado. Nicholas siguió embistiéndola, una y otra vez. Al principio, lentamente, y luego, cuando _____ copió su movimiento y le arrancó gruñidos de placer, fue más deprisa, hasta casi perder la cordura.
—¿Qué me has hecho _____? ¡Por Dios, me estás matando!
_____ ni siquiera podía hablar, se aferraba a Nicholas con todas sus fuerzas en un intento por salvarse de aquella vorágine. Se sentía perdida y, al mismo tiempo, en el lugar preciso. Se sentía mimada, asustada y amada, pero, por sobre todo, irremediablemente enamorada. El tumulto de emociones que la envolvían la estaba volviendo loca.
De repente, se estremeció, inmersa en un cielo de estrellas fugaces, deseosas todas de atravesar el firmamento con sus brillantes estelas. Pasaron ante sus ojos y la transportaron a un mundo irreal, donde sólo existían ellos dos. Cada poro de su piel agonizaba con un placer exquisito, que embriagó hasta el último resquicio de su existencia.
Nicholas sintió a _____ que se estremecía, alcanzaba el clímax y gritaba su nombre entre sollozos. En ese mismo instante, se unió a ella con un rugido de increíble satisfacción. Todo había terminado y _____ deseaba, con todas sus fuerzas, gritarle cuánto lo amaba. Sin embargo, se limitó a abrazarlo cuando Nicholas cayó, exhausto, entre sus brazos.
Cuando parecía que el tiempo se había detenido para los dos y que el silencio se había adueñado de sus sentidos, Nicholas la arrastró consigo, hasta colocarla a su lado con su cabeza apoyada bajo su barbilla.
Con un suspiro, admitió, para sí, que el sentimiento que tanto había esquivado en el pasado, se había instalado de nuevo en su interior. Le fue difícil reconocer esa euforia, esas ganas de sonreír y de ponerse a escribir sonetos como un tonto imberbe; le fue casi imposible aceptar ese sentimiento, tan antiguo como universal: la felicidad, porque no podía negar que, por primera vez durante mucho tiempo, era feliz. Eso se lo debía a su pequeña y hermosa esposa que yacía, confiada y dormida entre sus brazos. No quería cerrar los ojos, porque sabía que, a la luz del día, las dudas y los recuerdos asaltarían su interior como las raíces de un árbol, y se enredarían en su corazón para apartarlo de esa calidez y sumergirlo de nuevo en la fría y húmeda niebla que, durante un año, había habitado en su alma.
Estrechó a _____ con más fuerza e inhaló el aroma a canela y flores silvestres que desprendían sus cabellos. Ojalá las horas se durmieran también, se dijo, para poder disfrutar de aquel momento por más tiempo. Si pudieran desaparecer las dudas con las que aquella mujer, su mujer, enredaba sus pensamientos... Si tan sólo fuera posible que el último año hubiese sido un mal sueño...
* * *
Las luces del alba se filtraban por los cristales que sacaban de su mortecina palidez a la acogedora habitación que les daba cobijo y descanso a los esposos.
Nicholas pensó en la noche que habían compartido, y sus labios esgrimieron una amplia sonrisa. Quizás, pudiesen empezar el día de la misma forma. Se acercó a _____, que durante algún momento de la noche, se había vuelto de espaldas a él y estrechaba su cadera a la suya.
Estaba profundamente dormida y en extremo hermosa. Hecha un pequeño ovillo, parecía una niña. Le rozó un mechón de pelo que se deslizó como la seda entre sus dedos. Luego, le apartó el resto de la cabellera para besarla en el cuello y, de pronto, se quedó frío como el hielo.
Al levantarle el cabello, había dejado al descubierto su espalda. Un ramalazo de violencia irracional circuló por sus venas al ritmo de su corazón, desbocado como un potro salvaje. Lo que vio, le enturbió los sentidos y paralizó sus extremidades. La piel lacerada de la espalda, sin duda, debido a un maltrato inhumano, le hizo perder los estribos. Había visto en su vida, como miembro del Cuerpo de Inteligencia, suficientes hombres marcados por la mano del látigo como para dudar de lo que veía. ¡Dios mío! ¿Qué le habían hecho? Tuvo que morderse la lengua para no proferir el rugido ensordecedor que contenía en su pecho con mano férrea. Cuanto más tiempo permanecía mirándola más se resquebrajaba su autodominio. Pensar en lo que habría tenido que soportar, le produjo un dolor sordo como si le clavasen mil puñales. Su respiración se volvió trabajosa, y sus manos se cerraron en dos puños, listos para asesinar al canalla que le había hecho daño. Necesitaba pensar, tranquilizarse. Si _____ despertaba y lo encontraba en tal estado, la asustaría, y sería incapaz de hablar con coherencia; hasta el último rincón de su ser clamaba venganza y sangre. La sangre del bastardo que había osado tocarla, maltratarla. Sin saber cómo, se levantó de la cama, se puso la bata y salió de la habitación.
* * *
_____ despertó, lentamente, del sueño más hermoso que jamás había tenido. Por supuesto, ese sueño tenía que ver con Nicholas, su marido. Había sido increíble la noche que habían pasado juntos. Gail no había llegado a contarle la parte de los fuegos artificiales y el tumulto de emociones que embargaban después. Con seguridad, pensaría que eso debía descubrirlo por sí sola. Y, ¡oh, Dios! Había sido maravilloso. Nunca había pensado que podría estar tan cerca de otra persona y sentirla de aquella manera. Al mirarlo a los ojos, fue como si hubiese podido ver su alma. Fue lo más conmovedor que había experimentado nunca. Todos sus cimientos se habían bamboleado bajo sus manos, sus caricias y sus besos; pero debía tener cuidado de no confundir aquello con el amor, porque sabía que Nicholas no la amaba. ¿Quizás con el tiempo? Todo podía suceder, se dijo, y se animó un poco al pensarlo. Se dio vuelta para contemplarlo, pero su lado estaba vacío. ¿Adonde había ido tan temprano? Las preguntas expresadas en sus ojos le fueron devueltas por su propio reflejo en el espejo que había al otro lado de la habitación. De repente, una idea lo bastante aterra¬dora como para congelar el infierno, cruzó su mente. Volvió a darse vuelta y giró sólo la cabeza para ver su espalda en el espejo. Un pánico exacerbado corrió por sus venas. ¡Maldita sea! ¿Por qué ahora? ¿Por qué después de aquella noche? Sabía que, antes o después, eso debía ocurrir; pero no estaba preparada para ello. Y Nicholas ¿cómo habría reaccionado? Quizás no la hubiese visto, quizás sólo se hubiese levantado demasiado temprano. No, ¿a quién quería engañar? Era imposible que no le hubiese visto la espalda. ¿Por eso se había ido? ¿Le había causado repulsión? ¿Asco? ¡Cómo odiaba todo aquello! Si él la miraba con lástima o rechazo, no creía poder soportarlo; pero, antes de sacar conclusiones, tenía que averiguar qué pensaba; y para ello, tenía que encontrarlo.
Se puso el camisón del que Nicholas la había despojado antes de su noche de pasión, tomó la bata y se la anudó, con firmeza, a la cintura. Descalza para no hacer ruido, entró en la habitación contigua, la del Conde, que se conectaba con la suya. Estaba vacía y fría, con la cama intacta e impoluta. No había estado allí.
Salió al pasillo y bajó por las escaleras que conducían al piso in¬ferior. Una tenue luz procedente de la biblioteca la condujo hasta ella. La puerta estaba entreabierta y le dejaba ver, sin ser vista, y comprobar si realmente se hallaba allí. Se asomó apenas para no delatar su presen¬cia y observó a Nicholas que se paseaba de un lado para el otro, como un gato enjaulado. El pelo revuelto de tanto mesárselo le confería un aire más fiero, y su puño apretado a un costado evidenciaba lo que el resto de su cuerpo expresaba: que estaba furioso. Sin esperarlo, levan¬tó su mano derecha y estrelló la copa de coñac, de la que había estado bebiendo, contra el interior del hogar y maldijo a viva voz.
_____ dio un respingo al oír que el fino cristal se hacía añicos, y sintió cómo se desvanecían sus esperanzas cuando lo oyó maldecir. Una furtiva lágrima rodó por su mejilla al comprender lo que había sucedido.
Su marido no sólo la odiaba, sino también la rechazaba. Su hu¬millación y su impotencia le dieron fuerzas para subir, con sigilo, a su habitación. Sin poder permanecer allí por más tiempo, y ante la posibilidad de encontrarse cara a cara con él, se vistió rápidamente, recogió sus pertenencias y abandonó el que, por sólo un día, había sido su hogar. Le ahorraría a Nicholas la incómoda situación de tener que pedirle que se marchase. Con todo el dolor de su corazón, dejó atrás todo lo que más amaba, para salvarlo de sí misma.
Hope you like it.
Perdón por la tardanza.
Cande Luque
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Ahi la secuestrara el dsasd frances verdad?
Es muy poco, pon mas!
Es muy poco, pon mas!
Creadora
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Próximamente si encuentro aunque sea un comentario más, maratón (:
Cande Luque
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
olaaaa lo siento por no comentar antes
pero volvi y quiero q pongas ese maraton :D
me encantaria muchoooo
pues amo la nove
pero volvi y quiero q pongas ese maraton :D
me encantaria muchoooo
pues amo la nove
As I am
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Capítulo 19
Nicholas subió los escalones que conducían a la planta superior de dos en dos. Después de pasar más de una hora intentando tranquilizarse para hablar con ___, sólo había conseguido volverse loco imaginando qué le habría pasado. Abrió despacio la puerta y entró en el dormitorio. Tenía que hablar con ella sin demora. Intentaría contener su rabia lo más posible, pero no podía dejar pasar ni un momento más sin saber.
La cama estaba vacía. Un presentimiento le asaltó los sentidos y puso en alerta hasta el último músculo de su cuerpo. Sin darse cuenta, apretó el picaporte de la puerta, que aún sujetaba en su mano, e intentó detener la sensación de que algo no iba bien. No tuvo que esperar mucho para comprobar que su instinto no lo había engañado. En el extremo de la habitación, el armario que guardaba la ropa de ___ estaba abierto y prácticamente vacío. El pánico lo dominó y asfixió la maldición que brotaba de sus labios. ___ se había ido.
La vena de su sien izquierda empezó a palpitarle de manera visible. ¿Cómo había podido irse? ¿Se había vuelto loca? Andar sola por las calles de la ciudad, cuando sólo acababa de despuntar el alba, era una soberbia estupidez. La posibilidad de que le hubiera pasado algo le carcomía las entrañas y lo enfurecía, mientras se vestía a toda prisa. No tenía idea por dónde empezar a buscar. Quizás se hubiese ido con Mary Beth. ¿Quizás más lejos? Estaba muy equivocada al creer que, porque pusiera tierra de por medio, iba a alejarse de él; jamás dejaría que se fuera de su lado.
Bajó a toda prisa e intentó comprender por qué había huido. Concentrado en sus pensamientos, ni siquiera se percató de la presencia de Gail hasta que casi la derribó en su apuro. Logró tomarla por los hombros a tiempo para evitar que cayera al suelo por el impulso del choque y la ayudó a mantener el equilibrio.
—¿Estás bien? —le preguntó al instante.
—Sí, milord, desde luego.
—Gail, ¿sabes dónde está ___?
—¿En su habitación, milord?
—No, no está, se ha ido.
—¿Cómo que se ha ido? —preguntó el ama de llaves alarmada.
—Ven —le dijo a Gail mientras la instaba a seguirlo al interior de la biblioteca.
Gail entró en la habitación con paso seguro y cerró las puertas tras de sí.
—¿Qué le ha hecho?
—¿Qué? —preguntó Nicholas sorprendido y enojado por la acusación de Gail.
—Me ha oído bien, milord; le he preguntado qué le ha hecho. Yo sé bien que ___ no se habría ido, y menos sin decirme nada, a no ser que usted la forzara a ello.
Nicholas endureció la mandíbula en un intento por contenerse.
—Gail, te juro que no estoy en condiciones de aguantar tus absurdas acusaciones. Hace apenas unos minutos, he descubierto que mi mujer se ha escapado y se ha llevado parte de sus cosas con ella, y no sé por qué lo ha hecho ni adonde ha ido. Así que, si sabes algo, este es el momento de decírmelo —le dijo, con una calma que le erizó los pelos de la nuca.
—¿Jura que no le hizo nada?
—Si vuelves a insinuar que yo le haría daño, no respondo de mí —le dijo Nicholas entre dientes.
Gail sabía que había llevado su suerte al límite.
—Es que ___ no se marcharía de esa manera. Ella nunca ha huido de sus problemas. Algo ha tenido que provocar esto.
Gail tuvo una idea que, poco a poco, fue cobrando fuerza en su interior.
—Anoche fue su noche de bodas.
—Sí.
—¿Y la vio... ya sabe, como Dios la trajo al mundo?
—¿Adonde quieres llegar? —preguntó Nicholas, que de nuevo estaba perdiendo la calma.
—¿Le vio la espalda?
Al escuchar esas palabras, Nicholas levantó con brusquedad la cabeza y la miró directamente a los ojos.
—Sí, pero ella estaba dormida, no pudo saber que yo la había visto.
—Pues, milord, de alguna manera se lo imaginó.
—¿Y por qué tendría que irse por eso?
—Pues porque debió de haberse sentido avergonzada y humillada. Seguramente, tuvo miedo de que usted la rechazara por ello.
Nicholas no podía creer lo que estaba escuchando.
—¡Pero eso es absurdo!
—Créame, para ella no lo es —le dijo Gail con total convencimiento—. Además, sabía que usted le haría preguntas que no estaba dispuesta a responder.
—¿Por qué?
—Me dijo que si lo hacía, si descubría lo que le había pasado, no sería capaz de mirarlo a la cara. Prefiere su desdén a su lástima, milord.
Nicholas ya no pudo aguantar más. Salió de detrás de su escritorio y se acercó a Gail.
—¡Maldita sea! ¿Qué fue lo que le pasó? ¡Dímelo!
—No puedo.
—Si no lo haces...
—¿Qué hará, despedirme? ¿Echarme?
—¿Por qué crees que haría eso? Sé lo que significas para ___. No sería capaz de alejarte de ella.
Gail vio la verdad en sus ojos negros.
—Usted la quiere, ¿no es cierto? ¡Dios mío! Ella cree que la odia.
—¿Odiarla?
—Sí, por lo que le dijo aquella noche.
La cara de Nicholas se endureció como el granito.
—No me contó el contenido de la conversación —se apresuró a aclararle Gail—, pero me contó que le había dicho cosas horribles para que usted se alejara, y que por ello, nunca la perdonaría.
Nicholas le dio la espalda y se acercó a la ventana.
Gail sabía que si no hablaba, algo importantísimo se perdería para siempre. Estaba claro que tanto el Conde como su ___ estaban a punto de echar su vida a perder por no aclarar los malentendidos que los mantenían separados. Sabía que, quizás, __ nunca la perdonaría por lo que estaba a punto de hacer, pero la quería como a una hija y sabía cuánto amaba ella a ese hombre; y también sabía que él la correspondía. La felicidad de __ estaba en juego, y ella haría lo posible para que su pequeña la alcanzara, aunque eso significara perderla para siempre.
—Ella le dijo aquellas cosas para salvar a su madre y a su hermano.
Nicholas giró hacia ella.
—¿De qué hablas?
—El duque de Lavillée y su sobrino... la amenazaron —dijo al fin Gail, le costaba un mundo pronunciar cada palabra—. Lavillée se casó con la madre de ___ por el dinero. Lo tenían todo planeado, pero no contaban con que el padre de __ le había dejado a ella la mitad de la fortuna como herencia en fideicomiso; cuando lo averiguaron, pensaron que la solución era que Danvers se casara con ella. Sabían que ___ no accedería, así que la amenazaron.
—¿De qué manera? —preguntó Nicholas que sentía cómo su cuerpo se ponía más tenso a cada minuto.
—Le dijeron que su madre podría sufrir un accidente y que el pequeño Henry acabaría en un manicomio, con el soborno adecuado.
—¡Malditos hijos de perra! —exclamó el Conde sin poder contenerse.
—Y...
—¿Y? —preguntó Nicholas y temió la respuesta.
—También la amenazaron con hacerle daño a usted. Le explicaron lo fácil que sería que acabara muerto en algún callejón, como si lo hubiesen atacado un par de asaltantes. La obligaron a alejarlo de ella. Sabían lo que sentían el uno por el otro y tenían que deshacerse de usted, de una forma en que no hiciera preguntas.
—¿Por eso ___ hizo aquello?
—Sí, así es. Fui yo quien la recogió del suelo. Estaba sollozando como una niña cuando usted cruzó la puerta. Aquel día murió una parte de ella. No volvió a ser la misma.
Nicholas intentó controlar la furia ciega que sentía bullir en su interior por conocer toda la historia.
—Pero si consiguieron alejarla de mí, ¿por qué esa parodia de llevarla a París?
—Porque no podía casarse hasta cumplir los veintiuno. Era lo estipulado por su padre. La llevaron a París y la encerraron entre cuatro paredes como a un animal, hasta que pasara el año que los separaba de su codicioso dinero. Así la tenían controlada, para que nadie pudiera ayudarla, para que nadie pudiera hacer preguntas molestas.
—¿Qué pasó después?
Gail negó con la cabeza.
—Lo siento, pero ya he dicho más que suficiente.
Nicholas la tomó de los brazos.
—Gail, por favor, necesito conocer el resto.
Gail levantó la vista ante sus últimas palabras. Vio el dolor en sus ojos y supo que aquel hombre sufría en ese momento, como ella había sufrido por ___. Se merecía saber, comprender. Con un suspiro, que pareció salir de su alma, continuó la historia.
—Ellos mataron a su madre. La llevaron a Lille. Lavillée dijo que el aire del campo le haría bien. Luego, sorpresivamente la internaron en un hospital. Lo hicieron de tal manera que pareció un accidente. Láudano, ¿sabe? Tenía que haber visto a ___ ese día; no había nada ni nadie que pudiera consolarla, porque se sentía culpable por no haber podido protegerla. Creí que se derrumbaría, pero siguió aguantando por Henry.
Nicholas bajó las manos con lentitud y se aferró al borde de la mesa con fuerza. Sentía deseos de romperles el cuello a aquellos bastardos.
—Pero lo peor fue cuando descubrí un telegrama procedente de Londres. Decía que Henry había muerto de unas fiebres. Lo mandaba el director de Bedlam.
Eso último hizo que Nicholas sintiera cómo se le contraían las entrañas con un dolor sordo y agonizante.
Gail se acercó un poco más a él, como si fuera a susurrar sus próximas palabras.
—Pobrecita mi ___, ¡Dios! Cuando se lo dije, pensé que se volvería loca, pero reaccionó de una forma tan calmada que me dio miedo. Era como si, al contarle aquello, la hubiese dejado vacía. Sus ojos vidriosos me miraron y, durante unas horas, nada la hizo reaccionar. Cuando, por fin, pareció volver en sí, me dijo que no nos quedaríamos allí por más tiempo, que ya nada importaba, que no dejaría que ellos se salieran con la suya. Nos ayudó alguien de dentro y escapamos. Por desgracia, a las pocas horas de partir, nos encontraron.
—¿Qué pasó entonces, Gail?
Esa parte era la más difícil de contar, y la doncella sabía que, después de hacerlo, no habría vuelta atrás. Sin embargo, ya había llegado demasiado lejos como para retirarse.
—Lavillée le dijo que le mostraría lo que les pasaba a quienes intentaban engañarlo. Mandó a Danvers al cuarto de ___, y le pegó una paliza brutal. Cuando me dejaron entrar, casi no la reconocía. La había golpeado con una fusta de montar, también con los puños; le había propinado patadas y fracturado varias costillas.
Nicholas pensó que se volvería loco si escuchaba una palabra más, pero tenía que saberlo todo.
—Sigue.
—Aquella primera vez, ___ sufrió una infección por las heridas en la espalda. Yo no soy médica, pero hice lo que pude. Sin ninguna duda, fue Dios quien la salvó. Deliraba de fiebre, y yo sabía que no quería luchar. Entonces le grité y le dije que si me dejaba, jamás la perdonaría; le grité que era una egoísta. ¡Qué Dios me perdone! Y cuando creí que no había nada más que pudiera decirle, le susurré su nombre, milord.
Nicholas sintió arder la garganta, al tiempo que un leve escozor se adueñaba de sus ojos.
—Yo sabía cuánto lo amaba y..., ella abrió los ojos y me miró. Entonces supe que lucharía, ¿comprende?
—Sí —contestó Nicholas en un susurro estrangulado. Se le había roto el alma al oír las últimas palabras de Gail y comprender que había sido el mayor estúpido del mundo. Los remordimientos por su comportamiento lo dominaron y lo hicieron sentir como una sabandija. ___, su esposa, era la mujer más valiente, íntegra y generosa que había conocido jamás. No se merecía una mujer como aquella, de la que había desconfiado y a quien había acusado, como un imbécil. No merecía su perdón, y mucho menos su amor, el que seguro había matado con su comportamiento.
En ese instante, se juró a sí mismo que dedicaría el resto de su vida a recobrar su afecto y a devolverle toda la felicidad que merecía, la misma que esos dos bastardos le habían arrebatado. Habría dado su brazo izquierdo por tener un momento a solas con ellos para poder matarlos con sus propias manos. Desgraciadamente, ya estaban muertos.
—Cuando Lavillée y Danvers murieron en aquel naufragio, quedamos libres y vinimos aquí, sólo el tiempo necesario para arreglar los asuntos de ___. El resto ya lo sabe.
—Sí, lo sé —dijo Nicholas con un dejo de pesar—. Lo sé. Gail, ¿sabes adonde puede haber ido?
Gail, que conocía a ___ desde que era una niña, tuvo un presentimiento.
—¿Adonde iría usted si se encontrase perdido?
¡Maldita sea, cómo no lo había pensado antes! Le dio un beso sonoro a Gail en la mejilla y salió corriendo.
Nicholas abrió la puerta del que había sido el hogar de ___. Rogaba que estuviese allí, que no se hubiese equivocado. ¡Por lo más sagrado que revolvería cielo y tierra hasta encontrarla!
Entró en el vestíbulo y cerró, lentamente, la puerta de entrada. Mientras subía por la escalera que conducía a las habitaciones, una tenue luz, procedente de la biblioteca, llamó su atención. Bajó los pocos escalones que había ascendido y, cuando llegó frente a la puerta color caoba, la empujó y contuvo la respiración, como si así pudiese hacer realidad su deseo. ___ estaba acurrucada en un enorme sillón al lado de la lumbre, y estaba dormida. Con los pies recogidos debajo de su falda, como buscando un poco de calor, parecía tan vulnerable y frágil que sintió el poderoso impulso de protegerla de todo lo que pudiese lastimarla.
Jamás dejaría que le hicieran daño. Antes, tendrían que acabar con él. Las manos le temblaron cuando, al inclinarse sobre ella, le apartó unos mechones de su sedoso cabello que ocultaban parcialmente su rostro. Aún dormida, ___, confiada, dejó reposar la mejilla sobre su mano y se acomodó en el hueco de su palma. Nicholas sintió que se desgarraba por dentro y, sin poder contenerse más, impulsado por una fuerza interior que le exigía tocarla, protegerla y amarla, la tomó con suavidad entre sus brazos y se sentó sobre el mismo sillón, mientras la acunaba en su regazo como a una niña pequeña. ___ suspiró a escasos centímetros de su cuello en el que había encontrado el lugar perfecto para acurrucarse. Ese aliento cálido y dulce lo estremeció. La estrechó más contra su pecho y veló el sueño de la única mujer de la que se había enamorado en su vida, la única que le había robado el corazón sin remedio, sin esfuerzo, la única que le había devuelto la luz a su sombría existencia.
Nicholas subió los escalones que conducían a la planta superior de dos en dos. Después de pasar más de una hora intentando tranquilizarse para hablar con ___, sólo había conseguido volverse loco imaginando qué le habría pasado. Abrió despacio la puerta y entró en el dormitorio. Tenía que hablar con ella sin demora. Intentaría contener su rabia lo más posible, pero no podía dejar pasar ni un momento más sin saber.
La cama estaba vacía. Un presentimiento le asaltó los sentidos y puso en alerta hasta el último músculo de su cuerpo. Sin darse cuenta, apretó el picaporte de la puerta, que aún sujetaba en su mano, e intentó detener la sensación de que algo no iba bien. No tuvo que esperar mucho para comprobar que su instinto no lo había engañado. En el extremo de la habitación, el armario que guardaba la ropa de ___ estaba abierto y prácticamente vacío. El pánico lo dominó y asfixió la maldición que brotaba de sus labios. ___ se había ido.
La vena de su sien izquierda empezó a palpitarle de manera visible. ¿Cómo había podido irse? ¿Se había vuelto loca? Andar sola por las calles de la ciudad, cuando sólo acababa de despuntar el alba, era una soberbia estupidez. La posibilidad de que le hubiera pasado algo le carcomía las entrañas y lo enfurecía, mientras se vestía a toda prisa. No tenía idea por dónde empezar a buscar. Quizás se hubiese ido con Mary Beth. ¿Quizás más lejos? Estaba muy equivocada al creer que, porque pusiera tierra de por medio, iba a alejarse de él; jamás dejaría que se fuera de su lado.
Bajó a toda prisa e intentó comprender por qué había huido. Concentrado en sus pensamientos, ni siquiera se percató de la presencia de Gail hasta que casi la derribó en su apuro. Logró tomarla por los hombros a tiempo para evitar que cayera al suelo por el impulso del choque y la ayudó a mantener el equilibrio.
—¿Estás bien? —le preguntó al instante.
—Sí, milord, desde luego.
—Gail, ¿sabes dónde está ___?
—¿En su habitación, milord?
—No, no está, se ha ido.
—¿Cómo que se ha ido? —preguntó el ama de llaves alarmada.
—Ven —le dijo a Gail mientras la instaba a seguirlo al interior de la biblioteca.
Gail entró en la habitación con paso seguro y cerró las puertas tras de sí.
—¿Qué le ha hecho?
—¿Qué? —preguntó Nicholas sorprendido y enojado por la acusación de Gail.
—Me ha oído bien, milord; le he preguntado qué le ha hecho. Yo sé bien que ___ no se habría ido, y menos sin decirme nada, a no ser que usted la forzara a ello.
Nicholas endureció la mandíbula en un intento por contenerse.
—Gail, te juro que no estoy en condiciones de aguantar tus absurdas acusaciones. Hace apenas unos minutos, he descubierto que mi mujer se ha escapado y se ha llevado parte de sus cosas con ella, y no sé por qué lo ha hecho ni adonde ha ido. Así que, si sabes algo, este es el momento de decírmelo —le dijo, con una calma que le erizó los pelos de la nuca.
—¿Jura que no le hizo nada?
—Si vuelves a insinuar que yo le haría daño, no respondo de mí —le dijo Nicholas entre dientes.
Gail sabía que había llevado su suerte al límite.
—Es que ___ no se marcharía de esa manera. Ella nunca ha huido de sus problemas. Algo ha tenido que provocar esto.
Gail tuvo una idea que, poco a poco, fue cobrando fuerza en su interior.
—Anoche fue su noche de bodas.
—Sí.
—¿Y la vio... ya sabe, como Dios la trajo al mundo?
—¿Adonde quieres llegar? —preguntó Nicholas, que de nuevo estaba perdiendo la calma.
—¿Le vio la espalda?
Al escuchar esas palabras, Nicholas levantó con brusquedad la cabeza y la miró directamente a los ojos.
—Sí, pero ella estaba dormida, no pudo saber que yo la había visto.
—Pues, milord, de alguna manera se lo imaginó.
—¿Y por qué tendría que irse por eso?
—Pues porque debió de haberse sentido avergonzada y humillada. Seguramente, tuvo miedo de que usted la rechazara por ello.
Nicholas no podía creer lo que estaba escuchando.
—¡Pero eso es absurdo!
—Créame, para ella no lo es —le dijo Gail con total convencimiento—. Además, sabía que usted le haría preguntas que no estaba dispuesta a responder.
—¿Por qué?
—Me dijo que si lo hacía, si descubría lo que le había pasado, no sería capaz de mirarlo a la cara. Prefiere su desdén a su lástima, milord.
Nicholas ya no pudo aguantar más. Salió de detrás de su escritorio y se acercó a Gail.
—¡Maldita sea! ¿Qué fue lo que le pasó? ¡Dímelo!
—No puedo.
—Si no lo haces...
—¿Qué hará, despedirme? ¿Echarme?
—¿Por qué crees que haría eso? Sé lo que significas para ___. No sería capaz de alejarte de ella.
Gail vio la verdad en sus ojos negros.
—Usted la quiere, ¿no es cierto? ¡Dios mío! Ella cree que la odia.
—¿Odiarla?
—Sí, por lo que le dijo aquella noche.
La cara de Nicholas se endureció como el granito.
—No me contó el contenido de la conversación —se apresuró a aclararle Gail—, pero me contó que le había dicho cosas horribles para que usted se alejara, y que por ello, nunca la perdonaría.
Nicholas le dio la espalda y se acercó a la ventana.
Gail sabía que si no hablaba, algo importantísimo se perdería para siempre. Estaba claro que tanto el Conde como su ___ estaban a punto de echar su vida a perder por no aclarar los malentendidos que los mantenían separados. Sabía que, quizás, __ nunca la perdonaría por lo que estaba a punto de hacer, pero la quería como a una hija y sabía cuánto amaba ella a ese hombre; y también sabía que él la correspondía. La felicidad de __ estaba en juego, y ella haría lo posible para que su pequeña la alcanzara, aunque eso significara perderla para siempre.
—Ella le dijo aquellas cosas para salvar a su madre y a su hermano.
Nicholas giró hacia ella.
—¿De qué hablas?
—El duque de Lavillée y su sobrino... la amenazaron —dijo al fin Gail, le costaba un mundo pronunciar cada palabra—. Lavillée se casó con la madre de ___ por el dinero. Lo tenían todo planeado, pero no contaban con que el padre de __ le había dejado a ella la mitad de la fortuna como herencia en fideicomiso; cuando lo averiguaron, pensaron que la solución era que Danvers se casara con ella. Sabían que ___ no accedería, así que la amenazaron.
—¿De qué manera? —preguntó Nicholas que sentía cómo su cuerpo se ponía más tenso a cada minuto.
—Le dijeron que su madre podría sufrir un accidente y que el pequeño Henry acabaría en un manicomio, con el soborno adecuado.
—¡Malditos hijos de perra! —exclamó el Conde sin poder contenerse.
—Y...
—¿Y? —preguntó Nicholas y temió la respuesta.
—También la amenazaron con hacerle daño a usted. Le explicaron lo fácil que sería que acabara muerto en algún callejón, como si lo hubiesen atacado un par de asaltantes. La obligaron a alejarlo de ella. Sabían lo que sentían el uno por el otro y tenían que deshacerse de usted, de una forma en que no hiciera preguntas.
—¿Por eso ___ hizo aquello?
—Sí, así es. Fui yo quien la recogió del suelo. Estaba sollozando como una niña cuando usted cruzó la puerta. Aquel día murió una parte de ella. No volvió a ser la misma.
Nicholas intentó controlar la furia ciega que sentía bullir en su interior por conocer toda la historia.
—Pero si consiguieron alejarla de mí, ¿por qué esa parodia de llevarla a París?
—Porque no podía casarse hasta cumplir los veintiuno. Era lo estipulado por su padre. La llevaron a París y la encerraron entre cuatro paredes como a un animal, hasta que pasara el año que los separaba de su codicioso dinero. Así la tenían controlada, para que nadie pudiera ayudarla, para que nadie pudiera hacer preguntas molestas.
—¿Qué pasó después?
Gail negó con la cabeza.
—Lo siento, pero ya he dicho más que suficiente.
Nicholas la tomó de los brazos.
—Gail, por favor, necesito conocer el resto.
Gail levantó la vista ante sus últimas palabras. Vio el dolor en sus ojos y supo que aquel hombre sufría en ese momento, como ella había sufrido por ___. Se merecía saber, comprender. Con un suspiro, que pareció salir de su alma, continuó la historia.
—Ellos mataron a su madre. La llevaron a Lille. Lavillée dijo que el aire del campo le haría bien. Luego, sorpresivamente la internaron en un hospital. Lo hicieron de tal manera que pareció un accidente. Láudano, ¿sabe? Tenía que haber visto a ___ ese día; no había nada ni nadie que pudiera consolarla, porque se sentía culpable por no haber podido protegerla. Creí que se derrumbaría, pero siguió aguantando por Henry.
Nicholas bajó las manos con lentitud y se aferró al borde de la mesa con fuerza. Sentía deseos de romperles el cuello a aquellos bastardos.
—Pero lo peor fue cuando descubrí un telegrama procedente de Londres. Decía que Henry había muerto de unas fiebres. Lo mandaba el director de Bedlam.
Eso último hizo que Nicholas sintiera cómo se le contraían las entrañas con un dolor sordo y agonizante.
Gail se acercó un poco más a él, como si fuera a susurrar sus próximas palabras.
—Pobrecita mi ___, ¡Dios! Cuando se lo dije, pensé que se volvería loca, pero reaccionó de una forma tan calmada que me dio miedo. Era como si, al contarle aquello, la hubiese dejado vacía. Sus ojos vidriosos me miraron y, durante unas horas, nada la hizo reaccionar. Cuando, por fin, pareció volver en sí, me dijo que no nos quedaríamos allí por más tiempo, que ya nada importaba, que no dejaría que ellos se salieran con la suya. Nos ayudó alguien de dentro y escapamos. Por desgracia, a las pocas horas de partir, nos encontraron.
—¿Qué pasó entonces, Gail?
Esa parte era la más difícil de contar, y la doncella sabía que, después de hacerlo, no habría vuelta atrás. Sin embargo, ya había llegado demasiado lejos como para retirarse.
—Lavillée le dijo que le mostraría lo que les pasaba a quienes intentaban engañarlo. Mandó a Danvers al cuarto de ___, y le pegó una paliza brutal. Cuando me dejaron entrar, casi no la reconocía. La había golpeado con una fusta de montar, también con los puños; le había propinado patadas y fracturado varias costillas.
Nicholas pensó que se volvería loco si escuchaba una palabra más, pero tenía que saberlo todo.
—Sigue.
—Aquella primera vez, ___ sufrió una infección por las heridas en la espalda. Yo no soy médica, pero hice lo que pude. Sin ninguna duda, fue Dios quien la salvó. Deliraba de fiebre, y yo sabía que no quería luchar. Entonces le grité y le dije que si me dejaba, jamás la perdonaría; le grité que era una egoísta. ¡Qué Dios me perdone! Y cuando creí que no había nada más que pudiera decirle, le susurré su nombre, milord.
Nicholas sintió arder la garganta, al tiempo que un leve escozor se adueñaba de sus ojos.
—Yo sabía cuánto lo amaba y..., ella abrió los ojos y me miró. Entonces supe que lucharía, ¿comprende?
—Sí —contestó Nicholas en un susurro estrangulado. Se le había roto el alma al oír las últimas palabras de Gail y comprender que había sido el mayor estúpido del mundo. Los remordimientos por su comportamiento lo dominaron y lo hicieron sentir como una sabandija. ___, su esposa, era la mujer más valiente, íntegra y generosa que había conocido jamás. No se merecía una mujer como aquella, de la que había desconfiado y a quien había acusado, como un imbécil. No merecía su perdón, y mucho menos su amor, el que seguro había matado con su comportamiento.
En ese instante, se juró a sí mismo que dedicaría el resto de su vida a recobrar su afecto y a devolverle toda la felicidad que merecía, la misma que esos dos bastardos le habían arrebatado. Habría dado su brazo izquierdo por tener un momento a solas con ellos para poder matarlos con sus propias manos. Desgraciadamente, ya estaban muertos.
—Cuando Lavillée y Danvers murieron en aquel naufragio, quedamos libres y vinimos aquí, sólo el tiempo necesario para arreglar los asuntos de ___. El resto ya lo sabe.
—Sí, lo sé —dijo Nicholas con un dejo de pesar—. Lo sé. Gail, ¿sabes adonde puede haber ido?
Gail, que conocía a ___ desde que era una niña, tuvo un presentimiento.
—¿Adonde iría usted si se encontrase perdido?
¡Maldita sea, cómo no lo había pensado antes! Le dio un beso sonoro a Gail en la mejilla y salió corriendo.
Nicholas abrió la puerta del que había sido el hogar de ___. Rogaba que estuviese allí, que no se hubiese equivocado. ¡Por lo más sagrado que revolvería cielo y tierra hasta encontrarla!
Entró en el vestíbulo y cerró, lentamente, la puerta de entrada. Mientras subía por la escalera que conducía a las habitaciones, una tenue luz, procedente de la biblioteca, llamó su atención. Bajó los pocos escalones que había ascendido y, cuando llegó frente a la puerta color caoba, la empujó y contuvo la respiración, como si así pudiese hacer realidad su deseo. ___ estaba acurrucada en un enorme sillón al lado de la lumbre, y estaba dormida. Con los pies recogidos debajo de su falda, como buscando un poco de calor, parecía tan vulnerable y frágil que sintió el poderoso impulso de protegerla de todo lo que pudiese lastimarla.
Jamás dejaría que le hicieran daño. Antes, tendrían que acabar con él. Las manos le temblaron cuando, al inclinarse sobre ella, le apartó unos mechones de su sedoso cabello que ocultaban parcialmente su rostro. Aún dormida, ___, confiada, dejó reposar la mejilla sobre su mano y se acomodó en el hueco de su palma. Nicholas sintió que se desgarraba por dentro y, sin poder contenerse más, impulsado por una fuerza interior que le exigía tocarla, protegerla y amarla, la tomó con suavidad entre sus brazos y se sentó sobre el mismo sillón, mientras la acunaba en su regazo como a una niña pequeña. ___ suspiró a escasos centímetros de su cuello en el que había encontrado el lugar perfecto para acurrucarse. Ese aliento cálido y dulce lo estremeció. La estrechó más contra su pecho y veló el sueño de la única mujer de la que se había enamorado en su vida, la única que le había robado el corazón sin remedio, sin esfuerzo, la única que le había devuelto la luz a su sombría existencia.
Cande Luque
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Capítulo 20
___ despertó con una tremenda sensación de seguridad. Era como si hubiese retornado a su infancia en la que todo parecía posible, sin problemas ni preocupaciones, sin posibilidad de defraudar a nadie.
Sus entumecidos músculos se negaban a responder, cómodamente abrigados por un calor extraño, pero conocido. Abrió los ojos dispuesta a enfrentarse a lo ocurrido horas antes, cuando el mayor de sus temores se materializó ante ella. Dio un respingo, lo bastante grande como para soltarse de los brazos que la rodeaban. Nicholas no se lo permitió.
—¿Qué... qué haces aquí?
—He venido a buscarte y a llevarte a casa. ¿Has olvidado que eres mi esposa? —le preguntó, sin dejar de mirarla a los ojos.
—Pero yo creí... por la mañana... te vi en la biblioteca —dijo por fin como si eso lo explicara todo.
—¿De qué diablos estás hablando?
___ sabía que debía aclarar aquello por el bien de los dos.
—Cuando me desperté, no estabas; así que fui a buscarte. Pensé que te habías ido por... —___ cerró los ojos y tomó aire para seguir con lo que iba a decir. No quería pronunciar las palabras, no quería ver la expresión de sus ojos, pero la espera la estaba matando. Quería acabar con todo lo que sentía en ese momento porque, entre sus brazos, recordaba la noche anterior, sus caricias, sus besos, todo lo que siempre había anhelado, y la posibilidad de pérdida era mucho más dolorosa.
—Vi como maldecías y pensé que era por... por mis...
—¿Cicatrices? —preguntó Nicholas enojado.
___ sintió una opresión en el pecho. Desde un principio sabía lo que acabaría ocurriendo; pero, al ver la expresión de su marido, como si quisiera matar a alguien, supo que el momento había llegado. La espera había concluido, al igual que la posibilidad de una vida en común.
—¿Me... me viste? Lo siento —le dijo mientras no dejaba de mover las manos en su regazo—. No sé por qué has venido. Me fui esta mañana para evitar una desagradable escena. Sé que me odias, pero, por favor, no me lo hagas más difícil. Yo desapareceré de tu vida y...
Nicholas no pudo seguir escuchando ni un segundo más. La apretó por los brazos y la obligó a mirarlo fijo a los ojos.
—Ni una palabra más.
—¿Qué? —le preguntó ___ desconcertada.
—Escúchame bien, ___. Esta mañana, cuando me viste y me oíste maldecir, era porque estaba furioso. Quería matar al maldito bastardo que te había lastimado. Me fui de tu lado porque necesitaba tranquilizarme antes de preguntar, pero eso no fue nada comparado con lo que sentí cuando subí al dormitorio y vi que te habías ido. Si vuelves a hacer algo parecido, te juro que no podrás sentarte en más de una semana.
—¿Estás enfadado?
—¿Enfadado? ¡Dios, ___! Casi me muero de angustia. Te veía tirada en algún callejón, herida o algo mucho peor. Si no hubiera sido por Gail, todavía estaría buscándote como un loco.
—¿Gail?
—Sí, Gail. Creía que yo te había hecho algo. Estaba muy preocupada por ti. No podía entender por qué te habías ido de esa manera y, con franqueza, yo tampoco.
___, que ya empezaba a asimilar las asombrosas palabras de Nicholas, intentó evitar el asunto.
—Es demasiado complicado. Por favor, deja las cosas como están, por favor.
A pesar de la súplica que Nicholas veía en sus ojos, no podía dejar las cosas así; no podía consentir que ella siguiera huyendo, escondiéndose de él.
—No puedo —le dijo y la miró directamente a los ojos.
—¿Por qué? —preguntó ___, cuya voz destilaba un profundo y amargo dolor.
—Porque te amo, ___. ¿Me oyes? Te amo.
___ empezó a sollozar sin control. No podía dar crédito a lo que había escuchado. Nicholas había dicho aquellas palabras sin pensar. Le habían salido de forma espontánea, impulsiva y honesta, porque la amaba, como jamás hubiese creído posible. Sin embargo, esa no era precisamente la reacción que él esperaba ante su declaración. La abrazó y la acunó, mientras intentaba apaciguar su llanto que, lejos de extinguirse, parecía crecer a pasos agigantados.
—___, amor mío; por favor, no llores, me rompe el alma verte así.
—Es que... yo...
—¿Tú, qué?
—Yo no te he contado...
—Lo sé.
___ levantó la cabeza de su regazo, con la rapidez de un rayo, y lo miró con incredulidad.
—Sí —continuó—. Sé lo de París; sé por qué me dijiste aquello antes de irte, y lo comprendo.
Con dulzura, Nicholas secó la mejilla húmeda de su mujer con las yemas de los dedos.
—Entiendo por qué no me lo contaste antes, pero hubiera dado lo que fuera por estar a tu lado y evitarte todo el sufrimiento. Jamás, jamás vuelvas a alejarte de mí. Te necesito.
Sin dejarle tiempo a responder, Nicholas se acercó a escasos centímetros de su boca, cuando las últimas sílabas resonaban todavía en el aire. Dulcemente la besó, como una caricia, como un susurro. Se tomó todo el tiempo del mundo y se deleitó con su sabor, la más excitante de las ambrosías.
___ le echó los brazos al cuello y ahondó el beso; entreabrió un poco sus labios para que él pudiese saborear su boca a placer.
Nicholas sintió que le temblaban las manos. Ya había liberado sus sentimientos, aquellos que tanto le había costado ignorar, y entonces, su necesidad de ella no tenía límites. La deseaba en ese momento con desesperación, con urgencia, con la absoluta convicción de que, si no la hacía suya en ese mismo instante, su deseo lo mataría.
Ante esa urgencia extrema, comenzó a desabrocharle los botones del vestido, se lo bajó hasta la cintura y expuso sus preciosos pechos ante sí. Los acarició y los veneró hasta quedar exhausto. Bajó sus labios hasta ellos y jugueteó con su lengua, dibujó círculos alrededor de su pezón y lo mordisqueó con sus dientes en una exquisita degustación.
___ arqueó su cuello hacia atrás y gimió sin control, rogó para que la dulce agonía que Nicholas le estaba provocando no tuviera fin. La mano de él, que había seguido su ascensión entre sus muslos, encontró la húmeda entrada impregnada del néctar más puro, del afrodisíaco más potente. Introdujo un dedo en su interior, estimuló con su pulgar el montículo que coronaba su sexo y le impuso un ritmo enloquecedor que la hizo palpitar entre sus dedos.
___ no podía ni quería dejar de sentirse así. Lo que Nicholas le hacía la estaba volviendo loca. Casi no podía respirar; se apretó contra él, estrechó su cadera a su mano como si tuviera voluntad propia y sollozó de placer por alcanzar la liberación que sabía llegaría al final.
Nicholas se desabrochó el pantalón y dejó al descubierto su enorme erección. Sintió cómo ___ la estrechaba entre sus manos y le producía instantáneas sacudidas de placer por todo el cuerpo. Demasiadas. Si no la detenía, todo aquello acabaría demasiado pronto.
—___, cariño, si sigues tocándome así, terminaremos en un minuto; y quiero estar dentro de ti más que nada en este mundo.
La colocó a horcajadas sobre él, la tomó por las caderas y acomodó su erección a la entrada del estrecho pasadizo, deseoso de sentirse atrapado por él. Al comprender su intención, ___ bajó las caderas con un movimiento lento e insinuante, que hizo que Nicholas mascullara entre dientes.
Cuando estuvo totalmente llena de él, tanto que pensó que estallaría, se inclinó hacia adelante para besarlo de manera lenta y sensual. La ola de placer que la recorrió entera al realizar ese movimiento, como si se fragmentara en mil pedazos, la hizo gemir entre sus labios, y sintió que Nicholas entrecortaba su respiración con un gruñido desesperado.
Consciente de ser ella la que había provocado esa reacción, además de la suya propia, descubrió el poder de su sensualidad, que ahora tenía a su alcance.
Comenzó a moverse copiando su anterior movimiento, hacia adelante y hacia atrás, arriba y abajo. Al principio, con timidez, después con salvaje frenesí. Su corazón latía a tal velocidad, y su respiración estaba tan agitada que pensó que se desmayaría. Se aferró a Nicholas como un ancla en mitad del océano y suplicó que terminara, por fin, con ese maravilloso tormento.
Nicholas, que había tenido que recurrir a todo su autocontrol para no derramarse dentro de ella a la primera embestida, metió la mano entre ambos cuerpos y comenzó a acariciarla y estimularla. Cuando sintió los primeros espasmos que recorrieron la vagina de ___, pensó que un millón de olas lo transportaban hasta el infinito; enterró la cara en su cuello, lo que le hizo perder el norte y le arrancó del pecho el más profundo rugido de satisfacción, mientras su semilla se extendía, dentro de su mujer, con urgente necesidad.
Después de eso, permanecieron fuertemente abrazados y perdieron la noción del tiempo. Intentaron calmar sus desacompasadas respiraciones hasta que los corazones volvieran a danzar con absoluta normalidad y fueran capaces de hablar.
Nicholas intentó salir de su interior, pero ___ se lo impidió y se apretó contra él.
—¿___?
___ lo miró a los ojos. Con algunos rizos empapados en sudor y el rubor provocado por la pasión tiñendo sus mejillas: estaba más hermosa que nunca.
—Quiero sentirte dentro de mí, mientras te digo lo que siento.
Su pequeña mano se posó en su mejilla y se deslizó por su rostro, como si lo estuviera esculpiendo, memorizándolo para no olvidarlo nunca.
—Te amo, siempre te he amado y siempre te amaré —le dijo mientras la emoción la hacía temblar—. Eres el amor de mi vida. Estuviste conmigo en París, en todo momento, aquí —le dijo ___, mientras señalaba el lugar que ocupaba su corazón en su pecho—. Tú me salvaste la vida y me arrancaste de las garras de la desesperación cuando creí que no me quedaba nada por qué luchar. Por las noches, cuando no conseguía dormir, cerraba los ojos y evocaba tu rostro, como en un sueño, y por esos breves instantes encontraba la paz. Nicholas, nunca dudes de mi amor, porque por ti, daría mi vida.
Nicholas sintió caer cada uno de los muros construidos a su alrededor: muros levantados ante el odio de su padre, el sufrimiento de su madre, la inútil pérdida de su hermano y la cínica actitud que lo había conducido a todo lo demás. Sintió resquebrajarse el hielo que atenazaba su alma con cada una de las palabras pronunciadas por ___, que actuaban como los rayos del sol en un día de verano sobre un desierto ártico. Se sintió renacer en la más pura dicha, los ojos se le humedecieron ante el regalo más preciado, que jamás hubiese imaginado recibir: el amor de aquella maravillosa, dulce e inocente mujer que, por la razón que fuera, estaba destinada a él. Ahora era suya. Su mujer, su amiga, su amante, su mundo entero.
___ apenas se movió en su regazo, pero fue suficiente para sentir que el deseo por su esposa volvía a correr por sus venas. Sintió que volvía a ponerse duro en su interior. Parecía que su necesidad por ella no acababa nunca. La tomó por debajo de los brazos, la levantó consigo y la llevó delante del hogar, donde una alfombra tendría que hacer de lecho.
Hizo que lo rodeara con las piernas y empezó a embestir, una y otra vez, con una danza de lujuria y pasión desenfrenada. La oía gemir mientras le clavaba las uñas en su espalda. Sus piernas, sus esbeltas y suaves piernas que actuaban como tenazas, lo abrazaban por completo; lo retenían, lo empujaban y lo conducían una y otra vez, a su interior.
Con una violenta y poderosa embestida, los llevó a ambos al cielo y gritaron en un orgasmo sin igual; él gritó su nombre, ella proclamó de nuevo su amor.
Cuando la niebla de la pasión empezó a desaparecer de su mente, la miró a la cara y vio los surcos producidos por las lágrimas que, en silencio, ___ no paraba de derramar.
—Lo siento, ___, ¿estás bien? ¿Te he hecho daño?
___ no podía dejar de llorar por la dicha que embargaba su corazón, al que creía desahuciado para siempre, de por vida. Acarició las facciones de su esposo muy despacio, como si fuera la brisa marina en una tarde de otoño, mientras una sonrisa iba naciendo y creciendo en sus labios.
—Estoy bien.
—Entonces ¿por qué lloras?
—Porque me has hecho la mujer más feliz del mundo. Porque jamás pensé que pudiera existir algo tan hermoso. Te amo.
I hope you like it.
___ despertó con una tremenda sensación de seguridad. Era como si hubiese retornado a su infancia en la que todo parecía posible, sin problemas ni preocupaciones, sin posibilidad de defraudar a nadie.
Sus entumecidos músculos se negaban a responder, cómodamente abrigados por un calor extraño, pero conocido. Abrió los ojos dispuesta a enfrentarse a lo ocurrido horas antes, cuando el mayor de sus temores se materializó ante ella. Dio un respingo, lo bastante grande como para soltarse de los brazos que la rodeaban. Nicholas no se lo permitió.
—¿Qué... qué haces aquí?
—He venido a buscarte y a llevarte a casa. ¿Has olvidado que eres mi esposa? —le preguntó, sin dejar de mirarla a los ojos.
—Pero yo creí... por la mañana... te vi en la biblioteca —dijo por fin como si eso lo explicara todo.
—¿De qué diablos estás hablando?
___ sabía que debía aclarar aquello por el bien de los dos.
—Cuando me desperté, no estabas; así que fui a buscarte. Pensé que te habías ido por... —___ cerró los ojos y tomó aire para seguir con lo que iba a decir. No quería pronunciar las palabras, no quería ver la expresión de sus ojos, pero la espera la estaba matando. Quería acabar con todo lo que sentía en ese momento porque, entre sus brazos, recordaba la noche anterior, sus caricias, sus besos, todo lo que siempre había anhelado, y la posibilidad de pérdida era mucho más dolorosa.
—Vi como maldecías y pensé que era por... por mis...
—¿Cicatrices? —preguntó Nicholas enojado.
___ sintió una opresión en el pecho. Desde un principio sabía lo que acabaría ocurriendo; pero, al ver la expresión de su marido, como si quisiera matar a alguien, supo que el momento había llegado. La espera había concluido, al igual que la posibilidad de una vida en común.
—¿Me... me viste? Lo siento —le dijo mientras no dejaba de mover las manos en su regazo—. No sé por qué has venido. Me fui esta mañana para evitar una desagradable escena. Sé que me odias, pero, por favor, no me lo hagas más difícil. Yo desapareceré de tu vida y...
Nicholas no pudo seguir escuchando ni un segundo más. La apretó por los brazos y la obligó a mirarlo fijo a los ojos.
—Ni una palabra más.
—¿Qué? —le preguntó ___ desconcertada.
—Escúchame bien, ___. Esta mañana, cuando me viste y me oíste maldecir, era porque estaba furioso. Quería matar al maldito bastardo que te había lastimado. Me fui de tu lado porque necesitaba tranquilizarme antes de preguntar, pero eso no fue nada comparado con lo que sentí cuando subí al dormitorio y vi que te habías ido. Si vuelves a hacer algo parecido, te juro que no podrás sentarte en más de una semana.
—¿Estás enfadado?
—¿Enfadado? ¡Dios, ___! Casi me muero de angustia. Te veía tirada en algún callejón, herida o algo mucho peor. Si no hubiera sido por Gail, todavía estaría buscándote como un loco.
—¿Gail?
—Sí, Gail. Creía que yo te había hecho algo. Estaba muy preocupada por ti. No podía entender por qué te habías ido de esa manera y, con franqueza, yo tampoco.
___, que ya empezaba a asimilar las asombrosas palabras de Nicholas, intentó evitar el asunto.
—Es demasiado complicado. Por favor, deja las cosas como están, por favor.
A pesar de la súplica que Nicholas veía en sus ojos, no podía dejar las cosas así; no podía consentir que ella siguiera huyendo, escondiéndose de él.
—No puedo —le dijo y la miró directamente a los ojos.
—¿Por qué? —preguntó ___, cuya voz destilaba un profundo y amargo dolor.
—Porque te amo, ___. ¿Me oyes? Te amo.
___ empezó a sollozar sin control. No podía dar crédito a lo que había escuchado. Nicholas había dicho aquellas palabras sin pensar. Le habían salido de forma espontánea, impulsiva y honesta, porque la amaba, como jamás hubiese creído posible. Sin embargo, esa no era precisamente la reacción que él esperaba ante su declaración. La abrazó y la acunó, mientras intentaba apaciguar su llanto que, lejos de extinguirse, parecía crecer a pasos agigantados.
—___, amor mío; por favor, no llores, me rompe el alma verte así.
—Es que... yo...
—¿Tú, qué?
—Yo no te he contado...
—Lo sé.
___ levantó la cabeza de su regazo, con la rapidez de un rayo, y lo miró con incredulidad.
—Sí —continuó—. Sé lo de París; sé por qué me dijiste aquello antes de irte, y lo comprendo.
Con dulzura, Nicholas secó la mejilla húmeda de su mujer con las yemas de los dedos.
—Entiendo por qué no me lo contaste antes, pero hubiera dado lo que fuera por estar a tu lado y evitarte todo el sufrimiento. Jamás, jamás vuelvas a alejarte de mí. Te necesito.
Sin dejarle tiempo a responder, Nicholas se acercó a escasos centímetros de su boca, cuando las últimas sílabas resonaban todavía en el aire. Dulcemente la besó, como una caricia, como un susurro. Se tomó todo el tiempo del mundo y se deleitó con su sabor, la más excitante de las ambrosías.
___ le echó los brazos al cuello y ahondó el beso; entreabrió un poco sus labios para que él pudiese saborear su boca a placer.
Nicholas sintió que le temblaban las manos. Ya había liberado sus sentimientos, aquellos que tanto le había costado ignorar, y entonces, su necesidad de ella no tenía límites. La deseaba en ese momento con desesperación, con urgencia, con la absoluta convicción de que, si no la hacía suya en ese mismo instante, su deseo lo mataría.
Ante esa urgencia extrema, comenzó a desabrocharle los botones del vestido, se lo bajó hasta la cintura y expuso sus preciosos pechos ante sí. Los acarició y los veneró hasta quedar exhausto. Bajó sus labios hasta ellos y jugueteó con su lengua, dibujó círculos alrededor de su pezón y lo mordisqueó con sus dientes en una exquisita degustación.
___ arqueó su cuello hacia atrás y gimió sin control, rogó para que la dulce agonía que Nicholas le estaba provocando no tuviera fin. La mano de él, que había seguido su ascensión entre sus muslos, encontró la húmeda entrada impregnada del néctar más puro, del afrodisíaco más potente. Introdujo un dedo en su interior, estimuló con su pulgar el montículo que coronaba su sexo y le impuso un ritmo enloquecedor que la hizo palpitar entre sus dedos.
___ no podía ni quería dejar de sentirse así. Lo que Nicholas le hacía la estaba volviendo loca. Casi no podía respirar; se apretó contra él, estrechó su cadera a su mano como si tuviera voluntad propia y sollozó de placer por alcanzar la liberación que sabía llegaría al final.
Nicholas se desabrochó el pantalón y dejó al descubierto su enorme erección. Sintió cómo ___ la estrechaba entre sus manos y le producía instantáneas sacudidas de placer por todo el cuerpo. Demasiadas. Si no la detenía, todo aquello acabaría demasiado pronto.
—___, cariño, si sigues tocándome así, terminaremos en un minuto; y quiero estar dentro de ti más que nada en este mundo.
La colocó a horcajadas sobre él, la tomó por las caderas y acomodó su erección a la entrada del estrecho pasadizo, deseoso de sentirse atrapado por él. Al comprender su intención, ___ bajó las caderas con un movimiento lento e insinuante, que hizo que Nicholas mascullara entre dientes.
Cuando estuvo totalmente llena de él, tanto que pensó que estallaría, se inclinó hacia adelante para besarlo de manera lenta y sensual. La ola de placer que la recorrió entera al realizar ese movimiento, como si se fragmentara en mil pedazos, la hizo gemir entre sus labios, y sintió que Nicholas entrecortaba su respiración con un gruñido desesperado.
Consciente de ser ella la que había provocado esa reacción, además de la suya propia, descubrió el poder de su sensualidad, que ahora tenía a su alcance.
Comenzó a moverse copiando su anterior movimiento, hacia adelante y hacia atrás, arriba y abajo. Al principio, con timidez, después con salvaje frenesí. Su corazón latía a tal velocidad, y su respiración estaba tan agitada que pensó que se desmayaría. Se aferró a Nicholas como un ancla en mitad del océano y suplicó que terminara, por fin, con ese maravilloso tormento.
Nicholas, que había tenido que recurrir a todo su autocontrol para no derramarse dentro de ella a la primera embestida, metió la mano entre ambos cuerpos y comenzó a acariciarla y estimularla. Cuando sintió los primeros espasmos que recorrieron la vagina de ___, pensó que un millón de olas lo transportaban hasta el infinito; enterró la cara en su cuello, lo que le hizo perder el norte y le arrancó del pecho el más profundo rugido de satisfacción, mientras su semilla se extendía, dentro de su mujer, con urgente necesidad.
Después de eso, permanecieron fuertemente abrazados y perdieron la noción del tiempo. Intentaron calmar sus desacompasadas respiraciones hasta que los corazones volvieran a danzar con absoluta normalidad y fueran capaces de hablar.
Nicholas intentó salir de su interior, pero ___ se lo impidió y se apretó contra él.
—¿___?
___ lo miró a los ojos. Con algunos rizos empapados en sudor y el rubor provocado por la pasión tiñendo sus mejillas: estaba más hermosa que nunca.
—Quiero sentirte dentro de mí, mientras te digo lo que siento.
Su pequeña mano se posó en su mejilla y se deslizó por su rostro, como si lo estuviera esculpiendo, memorizándolo para no olvidarlo nunca.
—Te amo, siempre te he amado y siempre te amaré —le dijo mientras la emoción la hacía temblar—. Eres el amor de mi vida. Estuviste conmigo en París, en todo momento, aquí —le dijo ___, mientras señalaba el lugar que ocupaba su corazón en su pecho—. Tú me salvaste la vida y me arrancaste de las garras de la desesperación cuando creí que no me quedaba nada por qué luchar. Por las noches, cuando no conseguía dormir, cerraba los ojos y evocaba tu rostro, como en un sueño, y por esos breves instantes encontraba la paz. Nicholas, nunca dudes de mi amor, porque por ti, daría mi vida.
Nicholas sintió caer cada uno de los muros construidos a su alrededor: muros levantados ante el odio de su padre, el sufrimiento de su madre, la inútil pérdida de su hermano y la cínica actitud que lo había conducido a todo lo demás. Sintió resquebrajarse el hielo que atenazaba su alma con cada una de las palabras pronunciadas por ___, que actuaban como los rayos del sol en un día de verano sobre un desierto ártico. Se sintió renacer en la más pura dicha, los ojos se le humedecieron ante el regalo más preciado, que jamás hubiese imaginado recibir: el amor de aquella maravillosa, dulce e inocente mujer que, por la razón que fuera, estaba destinada a él. Ahora era suya. Su mujer, su amiga, su amante, su mundo entero.
___ apenas se movió en su regazo, pero fue suficiente para sentir que el deseo por su esposa volvía a correr por sus venas. Sintió que volvía a ponerse duro en su interior. Parecía que su necesidad por ella no acababa nunca. La tomó por debajo de los brazos, la levantó consigo y la llevó delante del hogar, donde una alfombra tendría que hacer de lecho.
Hizo que lo rodeara con las piernas y empezó a embestir, una y otra vez, con una danza de lujuria y pasión desenfrenada. La oía gemir mientras le clavaba las uñas en su espalda. Sus piernas, sus esbeltas y suaves piernas que actuaban como tenazas, lo abrazaban por completo; lo retenían, lo empujaban y lo conducían una y otra vez, a su interior.
Con una violenta y poderosa embestida, los llevó a ambos al cielo y gritaron en un orgasmo sin igual; él gritó su nombre, ella proclamó de nuevo su amor.
Cuando la niebla de la pasión empezó a desaparecer de su mente, la miró a la cara y vio los surcos producidos por las lágrimas que, en silencio, ___ no paraba de derramar.
—Lo siento, ___, ¿estás bien? ¿Te he hecho daño?
___ no podía dejar de llorar por la dicha que embargaba su corazón, al que creía desahuciado para siempre, de por vida. Acarició las facciones de su esposo muy despacio, como si fuera la brisa marina en una tarde de otoño, mientras una sonrisa iba naciendo y creciendo en sus labios.
—Estoy bien.
—Entonces ¿por qué lloras?
—Porque me has hecho la mujer más feliz del mundo. Porque jamás pensé que pudiera existir algo tan hermoso. Te amo.
I hope you like it.
Cande Luque
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Awwww me alegra tanto que por fin la verdad haya salido a la luz :') Aunque ______ de verdad que la pasó muy mal en Francia por culpa de los bastardos esos... Y hablando de ellos, me preocupa lo que vaa a hacer el francesito estúpido que, por desgracia, no está muerto como se cree, bueno tal vez eso le de la oportunidad a Nicholas de darle lo quede merece.
SIGUELAAAAAAAAAAA
SIGUELAAAAAAAAAAA
Dayi_JonasLove!*
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Dios me mata no puedo creerlo ya era hora de que se enterara de la vdd
malditos bastardos son unos $%#& como pudieron
hacerle semejante daño a la rayis
genial me encanta
que mal que ya falte poco para el final
solo falta que de ese amor quede embarazada
siguelaaaaa
malditos bastardos son unos $%#& como pudieron
hacerle semejante daño a la rayis
genial me encanta
que mal que ya falte poco para el final
solo falta que de ese amor quede embarazada
siguelaaaaa
As I am
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