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"Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Si, ¡por favor subenos un cap! :(
Estraño leer esta nove :(
Estraño leer esta nove :(
Dayi_JonasLove!*
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Capítulo 21
Habían pasado cuatro semanas desde aquel maravilloso día en que Nicholas había ido a buscarla y le había dicho que la amaba. Desde entonces, todo había ido sucediendo como en un sueño, y ____ permanecía en una nube, de la que no deseaba bajar. Al principio, estaba totalmente asustada, porque creía que todo desaparecería en cualquier momento, como un castillo de naipes que se desploma ante la brisa; pero, poco a poco, día a día, el amor y la continua dedicación de Nicholas, quien la complacía hasta en el último de sus caprichos, hicieron menguar ese miedo; hasta que no fue más que un fantasma, una ilusión que apenas si se filtraba en sus pensamientos.
Durante esas cuatro semanas, había sido más feliz que nunca. Las noches que compartían juntos, haciendo el amor, abrazándose hasta el amanecer, eran más hermosas de lo que hubiera podido ima¬ginar. A causa de esas noches, se encontraba bastante agotada por la mañana. Llevaba varios días sintiéndose indispuesta. Los mareos eran continuos, y el estómago no parecía capaz de retener nada de lo que comía.
Al principio, pensó que estaba enferma y se lo ocultó a Nicholas. No quería preocuparlo, y menos perturbar la felicidad que se ha¬bía instalado en sus vidas y que tanto deseaba conservar. Por lo tanto, sin decir nada a nadie, el día anterior había ido a ver al doctor Harper. Había sido el médico de su familia durante los últimos veinte años, y sabía que podía confiar en él. Cuando le dijo que no debía preocuparse, que no estaba enferma, fue como si le hubiesen quitado un peso de encima.
—Entonces ¿qué me pasa?
—Nada que no sea normal en una mujer casada. Está embara¬zada.
¡Embarazada! Desde que se había enterado de que estaba espe¬rando un hijo, sentía un tumulto de emociones que la tenía exhausta. Sentía alegría, emoción y también miedo: ¿sería una buena madre?, ¿sabría dar a su hijo lo que necesitaba? Amor, sabía que no le faltaría.
Ella recordaba que, a veces, de niña, habría dado lo que fue¬ra por un beso, un abrazo o una simple caricia de su madre. Había anhelado sus mimos más que cualquier otra cosa. Mientras su padre estuvo vivo, había sido él el que la había hecho vivir; la levantaba con sus brazos, la hacía dar vueltas sin parar, la sostenía sobre sus rodillas mientras le preguntaba qué había hecho durante el día. Era el que le daba un beso de buenas noches y la abrazaba cuando las pesadillas la despertaban.
Después de la muerte prematura de su padre, todo eso desapa¬reció, como si sólo se hubiese tratado de un espejismo. Por esa razón, se había jurado, hacía ya mucho tiempo, que su hijo sentiría el amor de su madre siempre.
Con un suspiro, volvió al presente. Sabía que debía contárselo a Nicholas; sin saber por qué, todavía no había sido capaz de hacerlo. En realidad, no temía su reacción. ¿O quizás sí?
No habían hablado de tener hijos, y no sabía qué pensaría al respecto. Eso la estaba poniendo nerviosa, lo suficiente como para tener que hacer varias inspiraciones más para desterrar las arcadas que la asediaban.
Esa mañana había quedado en verse con Mary Beth y su madre. Faltaban sólo dos días para la fiesta de compromiso de su amiga, y habían hecho planes para ir a recoger los vestidos que madame Lorraine les había hecho para tan especial ocasión. Después de eso, visitarían también algunas tiendas más elegantes de Bond Street para comprar algunos complementos.
____ sintió, de pronto, cómo unos brazos, fuertes y cálidos, la envolvían. Ni siquiera lo había oído entrar en el dormitorio.
—No podía esperar ni un segundo más para tenerte entre mis brazos —le dijo Nicholas mientras la besaba en el cuello.
— Pero si no han pasado quince minutos desde que me tuviste en ellos.
— ¡Dios mío! ¿Tanto? Es increíble que haya podido aguantar toda esa eternidad.
____ soltó una carcajada mientras se daba vuelta hasta quedar frente a él. Nicholas la tomó por la cintura y la acercó, sin dejar espacios entre sus cuerpos.
—Eres un exagerado. Te estás pareciendo a Gail.
Nicholas arqueó una ceja.
— Cuando se trata de ti, nada me parece suficiente.
— Pues entonces, milord, tenemos un grave problema, porque me temo que yo también adolezco de la misma enfermedad.
— ¿Y qué me sugiere, milady, para remediarlo?
— Creo que lo mejor es que nos abandonemos a nuestros de¬seos.
Con una sonrisa en los labios, Nicholas bajó, lentamente, la cabeza para besarla.
—Sin duda, es la solución.
—Pero ahora, no —le dijo ____ mientras ponía sus dedos sobre los labios de Nicholas.
—¿No?
—No; he quedado con Mary Beth y su madre. Vamos a ir a re¬coger los vestidos para su fiesta de compromiso.
—Pues creo, milady, que antes de irse debería ocuparse de su marido, porque está sufriendo enormemente.
____ le puso la mano en la frente para saber si tenía fiebre, como si de un niño pequeño se tratase.
—Pobrecito, de verdad.
—Eres muy astuta. Sabes a la perfección a qué me refiero, y no es a esa clase de sufrimiento.
—¿Que soy astuta? ¡Mira quién va a hablar!
—¿Me estás acusando de creer saberlo todo?
____ hizo un mohín.
—Sí, exactamente.
La sonrisa de Nicholas se ensanchó.
—Bueno, en eso tienes toda la razón, y por eso mismo, sé que lo que debes hacer para acabar con mi agonía es quitarte el vestido y abandonarte a mis cuidados.
—Ni lo sueñes —le dijo ____ mientras ponía distancia entre ambos—. Mary Beth está a punto de llegar, y no puedo hacerla espe¬rar. —Aunque sea lo que más deseo en el mundo, pensó para sí.
Nicholas sonrió aún más e hizo que sus ojos brillaran con un toque travieso. Sabía muy bien que a ella le era casi imposible resistir¬se a esa mirada. Como si de un felino se tratase, se acercó de manera sigilosa y provocó que ____ echara a correr y pusiera la mesita que servía de escritorio entre ambos.
—Vamos, Nicholas, déjame bajar —le dijo y se rió ante la cara de niño compungido que su marido le prodigaba.
Nicholas se hizo a un lado y la dejó pasar. Demasiado fácil, pensó ____, pero no podía perder más tiempo, ya que a ese ritmo, nunca saldría de la casa.
Cuando pasó por su lado, Nicholas la tomó y la abrazó con sumo cariño.
—Ya te tengo.
— Oh, eres un tramposo.
— —Jamás dije que jugara limpio.
— ¡Nicholas!
—De acuerdo, de acuerdo, esperaré; pero necesito un beso, sólo uno que me haga soportable la espera.
—Está bien, pero con una condición.
—¿Cuál?
—Cierra los ojos. Si me miras así, seré incapaz de parar después del beso, y entonces, señor Jonas, estará metido en un buen lío.
—Muy bien —dijo Nicholas y levantó las manos en señal de rendición—. Ya los cierro.
Nicholas estaba esperando que su esposa lo besara cuando sintió sus pasos, a toda prisa, por el pasillo rumbo a la escalera. Nicholas corrió tras ella.
—¡Tramposa!
____ lo miró desde el final de las escaleras.
—Lo aprendí de ti, cariño —le contestó—. Volveré dentro de un rato.
—Me las vas a pagar —le dijo Nicholas con una sonrisa.
—Estaré encantada de hacerlo —se apresuró a contestar ____.
* * *
—¿Me está diciendo que no va a cumplir con su parte del trato?
Mackenzie deambulaba, con lentitud, por la extraña habitación de hotel en la que se alojaba su cliente.
—Exactamente.
—Espero que esto sea una broma de mal gusto.
—No, nada de eso. Cuando acepté el trabajo, usted no me informó que sería la esposa de Nicholas Jonas a quien tendría que sacar del país.
—Y eso ¿en qué cambia las cosas?
—Oh, las cambia, y mucho. Lord Jonas no es alguien con quien se pueda jugar. Ese hombre es peligroso.
El hombre con la cara desfigurada hizo una mueca de asco ante aquellas palabras.
—No me diga que tiene miedo.
—No es cuestión de miedo, es sentido común. En un negocio como éste, hay que pasar desapercibido, y saber cuándo retirarse. Este es el caso. Meterse con Jonas es firmar la sentencia de muerte.
—¡Es sólo un hombre! —le contestó entre dientes, mientras se acercaba a él.
—Sí, pero muy poderoso, y con contactos. Es de los que puede aplastarlo en un momento. Lo siento, pero lo dejo —le dijo tajante, y le devolvió el adelanto que le había dado por el trabajo.
—No puede hacer eso, hicimos un trato.
—Pues ya no existe —dijo Mackenzie y se fue hacia la puerta.
Su mano quedó suspendida en el aire, mientras sus ojos, abiertos como platos por la sorpresa, miraron, incrédulos hacia abajo. De su pecho salía el extremo de una espada. Sin poder hablar, sintió cómo todo lo que lo rodeaba se desvanecía poco a poco, y lo envolvía la más absoluta oscuridad. Había cometido el peor de los errores: uno que le costaría la vida. Había subestimado a aquel hombre.
—A mí nadie me engaña y vive para contarlo. Buen viaje, señor Mackenzie —le dijo mientras retorcía la espada en el interior de su víctima hasta acabar con ella.
El corazón empezó a latirle frenéticamente, mientras lo invadía una salvaje euforia. Mejor así, pensó. Deseaba ser él quien acabara con ____. Y ahora, más que nunca, ansiaba hacerlo.
Eso no había sido un obstáculo, sino más bien una liberación. Al fin y al cabo, Mackenzie había resultado ser un incompetente además de un cobarde. Si eso era lo mejor que podía encontrar, entonces tendría que ocuparse él mismo y, con sinceridad, sería un verdadero placer.
* * *
—Estás preciosa.
—¿Debo fiarme de ti? Siempre me dices que estoy preciosa —dijo ____ con una sonrisa.
—Para mí, siempre lo estás. Eres la mujer más hermosa del mundo, y yo soy muy afortunado de tenerte a mi lado —le dijo Nicholas mientras veía el resultado de tan larga espera.
Hacía más de media hora que debían haber salido para la fiesta de compromiso, pero en ese momento eso no importaba; al verla con ese maravilloso vestido dorado que realzaba su esbelta figura e insinuaba su sensualidad de manera provocativa, se había quedado sin aliento. Su esplendorosa cabellera caía por su espalda en perfectos tirabuzones, una cascada de sedosos rizos, que parecían atrapar la luz y tener vida propia.
Sus mejillas sonrosadas le otorgaban un aire de inocente candor sumamente atractivo, mientras sus carnosos labios parecían atrapar su mirada a cada momento, y destrozaban su autocontrol a pasos agigantados. Si no salían de allí pronto, no estaba seguro de poder tener alejadas las manos del cuerpo de su mujer.
____ sentía que las mejillas le ardían. Aún después de llevar casados un mes, y de haber compartido la más estrecha intimidad, seguía sin poder controlar su respuesta ante los piropos de su marido; y él lo sabía. Por eso se los decía, porque le encantaba provocarla; y a ella le encantaba escucharlos. Cuando se veía a través de sus ojos, se sentía hermosa, amada, y ese era otro de los muchos regalos que Nicholas le hacía a diario.
—Tú también estás guapísimo —le dijo mientras, con una mano, le colocaba un mechón de pelo que se había atrevido a caer sobre su frente.
Nicholas oscureció su mirada ante el roce de sus dedos.
—¿Nos vamos?
—Sí, pero antes...
Nicholas sacó una pequeña caja del interior de su chaqueta.
—¿Qué es?
—Ábrelo. Es para ti.
— Oh, Nicholas, no deberías.
— Shh, quería hacerlo.
____ abrió, con dedos temblorosos, la pequeña caja. Una sor¬presa se dibujó en sus labios al ver la hermosa joya que contenía. El día de la boda, ya le había hecho un hermoso regalo, el anillo de su madre, algo que la había emocionado como nada antes; y todavía había más.
Entre el terciopelo negro emergía un espectacular broche. Era una rosa roja. Los pétalos formados por rubíes estaban apenas abier¬tos. En uno de ellos, descansaba una lágrima, un pequeño diamante que simulaba el rocío de la mañana. Del tallo, salían dos pequeñas hojas, dos esmeraldas que desafiaban a tocarlas, a comprobar su verdadera existencia.
Nicholas tomó el broche y, delicadamente, lo prendió en el vestido.
—Este broche perteneció a mi bisabuela.
—Es precioso, Nicholas. Tu bisabuelo debió de quererla mucho.
—Sí, pero no al principio.
—¿No?
—No. Mi bisabuela, que era un diablillo, se rebeló ante el ma¬trimonio que su padre había concertado para ella. En un arrebato de furia, tiró el anillo que el padre de su futuro marido le había dado para sellar el compromiso, en mitad de los rosales; y créeme, eran muchos los rosales. Cuando el novio, que tampoco sabía nada del contrato ma¬trimonial, se enteró de que pronto se casaría, también se negó. Así que fue a ver a mi bisabuela para poner fin a aquella locura. Ella, que creía que él había ido a hablar sobre la boda, ni siquiera lo recibió. Le man¬dó con la criada una nota en la que le decía que nada en el mundo la obligaría a casarse con él, y que si quería su anillo, lo encontraría entre los rosales del jardín. Mi bisabuelo soltó un insulto y fue hacia ellos a buscarlo. Después de haberlo encontrado, quedó hecho un desastre. Con todo, volvió a la casa y le dijo al ama de llaves que no se movería de allí hasta que mi bisabuela bajara.
»Cuando al fin ella se dignó a hacerlo, él le devolvió el anillo y le dijo que ninguna niña malcriada iba a romper aquel compromiso que, por cierto, él tampoco estaba dispuesto a cumplir. Le dijo que se comportara como la dama, la mujer que se suponía que era, y que disolviera aquella situación como correspondía, con la debida educación.
—¿Y qué pasó?
—Pues que mi bisabuela se enamoró de él en ese preciso momento y, seis meses después, estaban felizmente casados. El primer aniversario de su boda, mi bisabuelo le regaló este broche como recordatorio de cómo se habían conocido. Mi bisabuela solía decir, cuando contaba la historia, que había sido un rosal lo que los había unido.
—Es una historia muy romántica.
—No creo que mi bisabuelo pensara lo mismo con todas aque¬llas espinas clavadas.
____ rió al imaginarse la escena, tomó el brazo de su marido y partieron para la fiesta.
Capítulo 22
—¿Crees que podrás hacer otra cosa que no sea mirar de manera constante a tu mujer?
Nicholas sonrió ante la pregunta irónica de Charles. Sabía que no era muy habitual que el marido dejara notar que estaba perdida¬mente enamorado de su esposa; pero, en su caso, era inevitable.
—No, Charles, la verdad es que eso me sería imposible.
—¡Pues estamos bien! Espero que, por lo menos, mantengas a raya los celos, porque la mitad de los hombres presentes le han pedido que les reserve un baile, y la otra mitad, aunque lo desean, no se atre¬ven, porque están acobardados por ti.
—¿De qué demonios hablas?
—Pues de la mirada de dragón furioso que les echas cada vez que osan acercarse a ____.
—¡Yo no soy celoso!
—Ya; y yo soy Julio César.
—¡Está bien! Quizás un poco, pero no con todo el mundo, sólo con aquellos que coquetean abiertamente con ella. ¿No saben que es una mujer casada?
—¿Y cuándo te ha detenido eso a ti?
—Sí, eso es verdad, y debo admitir que ahora entiendo perfecta¬mente si alguno de aquellos maridos me hubiese pegado un tiro.
—Vivir para ver, es genial.
—¿Charles?
—¿SÍ?
—¿Vas a cambiar de tema, o tendré que irme a otro sitio?
—No, no, ya me callo —dijo Charles mientras se reía por lo bajo.
—¿Lo estáis pasando bien? —preguntó Drake que se había acer¬cado a ellos.
—Hola, Drake. Le estaba diciendo a Nicholas lo que cambia a un hombre el matrimonio.
Drake subió su ceja izquierda.
—¡Ignóralo! —le dijo Nicholas—. Hoy tiene el día gracioso.
Drake esbozó una sonrisa de medio lado.
—Ah, ya veo. Bueno, dado que mi futuro primo está ingenioso, creo que iré a ver dónde está Mary Beth. Luego os veo.
—Pobrecillo, no sabe lo que le espera —dijo Charles irónico.
—¿Sabes, Charles? Algún día quisiera verte suspirar por los rincones, agonizante
de amor.
—Antes verás volar a las ranas —le dijo en un tono de voz bur¬lón.
Nicholas sonrió al acordarse de la vez que tuvo que tragarse esas mismas palabras.
—Cosas más raras se han visto —le dijo a su amigo mientras soltaba una carcajada.
* * *
—Estoy nerviosa.
—¿Tú? ¿Mary Beth Benning? ¡Inconcebible!
—No te burles de mí, ____. Soy tan feliz que me da miedo.
____ pensó que entendía muy bien a su amiga. Últimamente, todo era tan maravilloso que había momentos en los que el pánico la asaltaba y pensaba en la posibilidad de perder todo lo que tenía: su vida con Nicholas, su amor, su hijo, que en ese mismo momento crecía en sus entrañas. ¡Dios, debía decírselo! Había sido una tonta al preguntarse cómo reaccionaría. Ella lo conocía, y sabía el corazón tan generoso que tenía. Su naturaleza, aunque oculta a los demás, era dulce y tierna, y la cantidad de amor que era capaz de ofrecer a los que lo rodeaban era infinita y lo daba desinteresadamente, sin exigir nada a cambio.
Por todo ello sabía que sería un padre maravilloso. Se volcaría a sus hijos y los mimaría, incluso más que ella. La niñez de Nicholas, en su gran parte, había sido un infierno, y si de algo estaba segura era de que él haría todo lo que pudiese por su hijo, lo protegería para que sufriera lo menos posible y, cuando no pudiera evitarlo, estaría a su lado para ayudarlo a recorrer el camino. Le enseñaría a defenderse, a ser una persona íntegra y justa; y lo haría desde el cariño y la com¬prensión. No, ya no tenía ninguna duda de que sería un buen padre, así que, esa misma noche, se lo diría, pensó para sí, mientras sonreía. Ya deseaba ver la cara que pondría cuando le diera la noticia.
Mary Beth se revolvió nerviosa a su lado.
—¿A quién le has reservado el siguiente vals?
Una sonrisa se dibujó en los labios de ____.
—¿Otra vez? —preguntó Mary Beth con diversión.
—Yo no tengo la culpa de tener un marido al que le encanta bailar el vals.
—Ya. ¿Le encanta bailar o lo que le encanta es tenerte en sus brazos?
____ soltó una risita.
—Para ser justas, he de confesar que a mí me encanta estar entre sus brazos. Por mí, bailaría todas las piezas con él.
—Ya veo —dijo Mary Beth con diversión.
—Pero si lo hiciera, la gente empezaría a cotillear.
—¿Y qué podrían decir? ¿Que tu marido te adora? ¿Que se ve que estáis locamente enamorados?
—Tienes razón, ¡al diablo las reglas! —dijo mientras se ponía en marcha.
—¿A dónde vas? Dijiste que era el próximo baile.
—Creo que no podré aguantar; necesito que mi marido me ro¬dee con sus brazos ya. Le guiñó un ojo y se dirigió hacia Nicholas con paso firme.
* * *
—¿Sabes lo que me gustaría hacer en este preciso instante? —le pre¬guntó Nicholas mientras giraban por el salón al son de las notas del vals.
—¿Qué? Bueno, no... espera, no me lo digas, tus ojos hablan por sí solos —le dijo ____ a la vez que sentía cómo empezaba a rubo¬rizarse. La mirada de Nicholas, que la desnudaba y le hacía promesas de intenso y lujurioso placer, provocaba que sus rodillas empezaran a temblar como gelatina. Había visto con anterioridad esa mirada, y sabía que lo que ocultaba requeriría toda la noche.
— ¡Vaya! ¿Tan transparente soy?
— Como el agua. —____ sonrió.
—Entonces, sabrás que estaba pensando en desnudarte lenta¬mente, saborear cada centímetro de tu piel y excitarte hasta que me pidas a gritos que me hunda dentro de ti, para hacerte mía, una y otra vez.
Los rubores de ____ habían alcanzado un nivel volcánico, lo que hizo que Nicholas soltara una carcajada.
—Se van a dar cuenta —le recriminó ____ en un susurro. Varias de las parejas se habían vuelto hacia ellos, sorprendidos por la espontánea prueba de buen humor de Nicholas.
—Y, qué más da, amor mío. Es de lo más normal que te desee. Me tienes totalmente loco.
____ lo miró a los ojos con una sonrisa. Jamás pensó que po¬dría tener esa conexión con otra persona. Sentía que nunca más estaría sola. Cada mañana era una ilusión. Era más feliz que nunca y, como Mary Beth bien había dicho, eso, a veces, daba un miedo atroz.
—Tú también me tienes loca.
—Tendrás que demostrármelo.
—¡Eres un granuja!
Nicholas lanzó otra carcajada que hizo que los presentes mira¬ran hacia ellos de nuevo.
—Pero te adoro —le dijo ____ con pasión.
Nicholas se puso serio de repente.
—Y yo te amo más que a mi propia vida —le dijo con tanto ar¬dor que ____ sintió que se derretía allí mismo.
El vals terminó mientras ellos se encontraban envueltos en una burbuja de complicidad; sus miradas se cruzaban llenas de ternura, deseo, anhelo, y muchos otros sentimientos que sólo ellos podían re¬conocer. Sin embargo, los rigores del embarazo no dejaron a ____ tranquila y, de repente, sintió que el ambiente estaba demasiado cargado. Hacía mucho calor, y las voces de los invitados parecían retumbar en su cabeza con una nueva y espantosa intensidad. Las figuras de las damas, que en ese momento pasaban por delante de ella, empezaron a deformarse considerablemente; las siluetas se desvirtuaron y los colores se difuminaron, como si estuviera inmersa en una densa niebla. Se tomó del brazo de Nicholas con urgencia, pues el suelo, debajo de sus pies, también pareció diluirse.
* * *
—____, ¿qué te ocurre?
—Nada, es sólo un pequeño mareo.
____ intentó dar un paso, pero las piernas parecían no obedecerle.
—¡Maldita sea! —exclamó Nicholas mientras la sostenía con fuerza.
Con el mayor cuidado posible, lentamente, la condujo hasta los asientos vacíos que había al otro extremo de la habitación, cerca de las puertas que custodiaban la salida a la terraza.
Nicholas tomó sus manos entre las suyas.
—Siéntate. Eso es, tranquila.
____ intentó restarle importancia a lo ocurrido.
—Ya estoy mejor, además —dijo ante el ceño fruncido de su esposo—, esta es la fiesta de compromiso de Mary Beth, y no pienso perdérmela por un simple mareo.
—¿Un simple mareo? ¡Has estado a punto de desmayarte!
—¿Por qué estás enfadado?
—No estoy enfadado, ____; estoy preocupado.
Le había dado un susto de muerte. En un momento, sin previo aviso, se había quedado laxa entre sus brazos y casi había perdido el conocimiento. Sentada frente a él, parecía tan frágil como el cristal. Estaba blanca como la nieve, y sus pequeñas manos, frías como un témpano. Lo único que deseaba era sacarla de allí, llevarla a casa, meterla en la cama junto a él, adormecerla en sus brazos y velar sus sueños. El sólo pensar que pudiera pasarle algo le oprimía el corazón y le hacía doler.
—La boca se me ha quedado seca, ¿podrías traerme algo de beber? —le preguntó ____ con una sonrisa que intentaba demostrarle que ya estaba mucho mejor.
—De acuerdo, iré por un poco de limonada; pero no te muevas de aquí, enseguida vuelvo.
Nicholas se tranquilizó al ver que ____ recuperaba, poco a poco, el color de sus mejillas.
—Espérame aquí —le dijo mientras echaba a andar.
____ asintió con la cabeza mientras veía desaparecer a Nicholas entre los invitados.
Un soplo de aire entró desde los jardines y movió sutilmente el ruedo de su vestido. Era muy tentador. Estaba segura de que, si salía un momento a la terraza y se dejaba envolver por el frescor de la noche, se reanimaría antes. Sí, eso haría, sólo por unos segundos, los suficientes como para sentir que volvía a tener el control sobre su cuerpo. Y así lo hizo. Tomando los pliegues de su vestido con delicadeza entre los dedos, comenzó a andar hacia la terraza. Al salir sintió que, de nuevo, le entraba aire en los pulmones. Además, la noche era perfecta. Había luna llena, y miles de estrellas decoraban el firmamento. Hasta le pare¬cía que alguna de ellas le guiñaba con descaro desde las alturas.
Caminó un poco para comprobar que las piernas le respondían con normalidad y no con esa espantosa debilidad que momentos antes se había apoderado de ellas.
Tenía que contarle a Nicholas lo del niño, pensó de nuevo, mientras bordeaba un poco el jardín e intentaba no alejarse demasiado de la terraza. Había visto cómo la cara de su marido se había tensado por la preocupación. No podía dejar que pensara que quizás tenía algo más serio, cuando sólo había sido un mareo, consecuencia de su futura maternidad.
Se sintió más aliviada e inspiró con fuerza para llenar sus pul¬mones con el aire de la noche, que estaba impregnado del perfume de las flores escondidas en el jardín.
Preparada para regresar al interior, volvió sobre sus pasos, cuando unas manos fuertes como ganchos de acero la atraparon; una la ciñó de la cintura con tal intensidad que pensó que iba a quebrarla, y la otra tapó su boca y le impidió emitir un sólo sonido.
—Hola, querida, ¿te alegras de verme? Porque yo sí que estoy contento de volver a verte, y sería una desilusión enorme el que tú no sintieras lo mismo.
Los escalofríos la recorrieron de arriba abajo. Conocía esa voz, la conocía demasiado bien. Era la voz de un asesino, de un monstruo. El mismo que aparecía, una y otra vez, en sus sueños; y ahora estaba allí, de carne y hueso, para hacer realidad su peor pesadilla.
—¿Me has echado de menos, chérie? —preguntó mientras la empezaba a arrastrar hasta los jardines.
____ empezó a sentir pánico. No podía dejar que ese hombre la sacara de allí. Sabía de lo que era capaz y no estaba dispuesta a pasar por ello. Sabía que si se la llevaba de allí, la encerraría. Así se lo había insinuado una vez, en una de sus palizas. "Algún día, te tendré para mí solo. Te haré todo lo que mi mente pueda imaginar, todo lo que implique dolor y agonía, disfrutaré escuchándote gritar y suplicar y, al final, cuando ya no lo soportes más y me pidas que te libere con la muerte, te encerraré en un calabozo y tiraré la llave." Aquellas palabras la habían perseguido desde aquel día, y había temido que ese momento llegara. Cuando le comunicaron que Andreu Danvers había muerto, pensó que, por fin, se libraría de esos recuerdos; pero allí estaban, envueltos en una realidad que no dejaba ningún resquicio a error.
La imagen de Nicholas le vino a la cabeza de forma espontánea y la exhortó a guardar la calma necesaria. Tenía que luchar como fuera.
Ya casi había perdido de vista la casa cuando Danvers tropezó y aflojó levemente la mano que tenía sobre su boca. ____ ni siquiera lo pensó. Abrió los labios y mordió lo más fuerte que pudo hasta sentir el sabor de la sangre en su boca.
Danvers dio un grito de dolor y la soltó. ____ salió corriendo en dirección a la terraza y rezó por tener el tiempo suficiente como para llegar hasta sus puertas.
Había recorrido la mitad del camino cuando Danvers se le echó encima como un depredador furioso y la tiró al suelo.
—¡Maldita zorra! ¡Puta! —le dijo mientras la golpeaba en la cara, repetidamente, con el puño cerrado.
____ casi había perdido la conciencia cuando él intentó levantarla, pero el sonido de unos pasos que se acercaban lo detuvieron en seco.
—¡____! ¡____!
Era Nicholas. ____ quiso gritarle, pero no tenía fuerzas.
Extendió un brazo como intentando alcanzar su voz, cuando el tacón de la bota de Danvers la aplastó contra el suelo y sintió quebrar¬se cada hueso de su mano ante el golpe recibido.
—No creas que esto va a quedar aquí —le dijo pegado a su oreja—. Volveré. Te llevaré conmigo a Francia. Serás mi esposa.
Se puso de pie y le propinó varias patadas. Ella sólo podía pen¬sar en su hijo y, como pudo, se puso en posición fetal y apretó sus rodillas al pecho, protegiendo al niño.
Los pasos ya estaban casi encima cuando escuchó irse a ese de¬monio de Danvers, al mismo tiempo que la oscuridad se cernía sobre ella y la sumergía en una inconsciencia que la calmaba.
Capítulo 23
—¡____! ¡Dios! ¡No!
Un rugido lleno de rabia surgió del pecho de Nicholas y cruzó el aire de la noche.
Había regresado con el vaso de limonada lo antes posible para encontrar la silla en la que había dejado a ____, vacía. Después de mirar alrededor en busca de alguna señal que le dijera dónde estaba, la señora Reading le comentó que la había visto salir a la terraza.
Luego de buscarla por los jardines durante un buen rato sin poder encontrarla, empezó a sentirse cada vez más nervioso. Un miedo atroz, como nunca antes había sentido, se fue instalando en su interior y lo volvió loco y desesperado a medida que pasaba el tiempo y ella no aparecía.
Por fin, entre los árboles, vislumbró una tela dorada. Echó a correr en su dirección y se quedó inmóvil ante la horrible visión. Se agachó para girar a ____, mientras rezaba para que estuviera viva. Hasta que no escuchó su respiración creyó morir cien veces.
Cuando vio en qué estado se encontraba, una ira ingobernable le corrió por sus venas y asaltó todos sus sentidos. Juró matar sin piedad al maldito bastardo que había osado tocarla. De algo estaba seguro: no pararía hasta encontrarlo y acabar con él con sus propias manos.
La tomó en sus brazos con el máximo cuidado. A pesar de ello, ____ soltó un quejido que le rompió el corazón. ¿Qué monstruo podía hacer aquello? Y lo que era más importante: ¿por qué? La cara estaba magullada e hinchada. Del labio inferior corría un hilo de san¬gre que, poco a poco, se iba secando.
La apretó contra él, como si así pudiera aliviar su dolor y cruzó la parte de atrás de los jardines en dirección a la entrada lateral donde permanecía su carruaje.
Charles apareció entre las sombras con un cigarrillo en sus la¬bios.
—Nicholas, ¿qué haces por...? ¡Dios mío! ¿Es ____? ¿Qué ha pasado?
—No tengo tiempo para hablar. Por favor, busca al doctor Merrick y llévalo a casa. ¡Rápido, Charles!
—Inmediatamente.
Charles tiró el cigarrillo y salió a toda prisa.
El cochero de Nicholas le abrió la puerta del carruaje en cuanto lo vio llegar.
No hizo ninguna pregunta, aunque su cara reflejaba que era muy consciente de la gravedad de la situación.
Las calles de Londres parecían parajes desérticos, sin vida, que nunca terminaban. Las ruedas resonaban en la noche, al igual que los cascos de los caballos contra los adoquines de la carretera y provoca¬ban un martilleo incesante que el eco imitaba.
Nicholas no podía dejar de abrazarla cada vez más fuerte y la acunaba como a una niña pequeña. Había estado a punto de perderla. El instante que pasó desde que la vio hasta que escuchó su respiración se le había hecho eterno. Habían sido siglos de tortura.
—¿Nicholas?
—Shh, mi amor, tranquila. Ya estás a salvo.
—He... he tenido tanto miedo.
—Lo sé, lo sé. Ahora descansa, estamos llegando a casa.
—Esta vez no he fallado... No... No... como con mi madre y con mi hermano. Lo he protegido, Nicholas.
—¿A quién has protegido, amor? —le dijo y la besó con suavi¬dad en la frente.
____ tosió y se retorció de dolor.
—¡Maldita sea! Tranquila, cariño, tranquila.
A Nicholas le temblaron las manos cuando le apartó varios me¬chones de su cara para besarla en una zona que no estaba maltratada. Cerró los ojos, ocultó la cara entre sus largos y sedosos rizos y suplicó que ella estuviera bien. Rogó a Dios para que no le pasara nada, para que siempre permaneciera a su lado. Sin ____ se moriría, no podría seguir viviendo.
Nicholas ya ni siquiera se acordaba de la pregunta que le había hecho, cuando de los labios de ____ surgieron tres palabras que lo dejaron sin aliento.
—A nuestro hijo.
Sintió que se desgarraba por dentro y miró a ____ que, de nuevo, había caído en la inconsciencia.
* * *
Booton abrió la puerta y lo dejó entrar con su preciada carga.
Nicholas dio órdenes a todo el mundo, desde el anciano mayor¬domo hasta Gail, quien al ver a ____ en tal estado, sofocó un grito y se tapó la boca con ambas manos. Subió tras Nicholas quien, con paso firme, se dirigió a su habitación. Traspasó el umbral, atravesó la estancia y, con sumo cuidado, acomodó a ____ en ella.
—Ayúdame, Gail —le dijo con una urgencia que desmentía su aparente calma.
Entre los dos la desvistieron. No dijeron una sola palabra en todo el proceso, pero las miradas de ambos, que se cruzaron en varias ocasiones, reflejaban una misma preocupación, una misma inquietud.
Cuando ____ se quedó sólo con la camisola puesta, Nicholas, con manos temblorosas, la examinó de arriba abajo por si había algún golpe o herida que no hubiesen visto.
Booton abrió la puerta.
—Señor, el doctor ha llegado.
El doctor Merrick pasó la siguiente media hora examinándola bajo la atenta mirada de Nicholas que se negó a apartarse de su lado.
Cuando pensó que no soportaría un segundo más sin que le dijera cómo se encontraba ____, el doctor la tapó con cuidado antes de dirigirse a él.
—Tranquilo, Nicholas, no tiene nada de importancia.
Nicholas sintió en ese momento como si todo el aire que había estado conteniendo hubiese salido impetuosamente de sus pulmones y los hubiese dejado vacíos.
—Entonces, ¿está bien? —le preguntó ansioso.
—Dentro de lo que cabe, sí. Tiene evidentes hematomas, la mano derecha fracturada en varios sitios, y el hombro izquierdo dislocado, pero nada que el tiempo y unos mimos no puedan curar.
— Gracias a Dios.
— Sí, ha tenido suerte. Alguno de esos golpes pudo haber sido fatal; pero afortunadamente no ha sido así. El niño aparentemente también está bien, pero no lo sabremos con seguridad hasta que pasen unos días. Mañana por la mañana vendré a verla. Por ahora, que guar¬de mucho descanso. He dejado unos polvos para que se relaje en caso de que se queje por el dolor. Son inocuos para el embarazo. Puedes dárselos con tranquilidad. Si ocurriera cualquier otra cosa, llámame.
— Gracias —dijo Nicholas con gratitud.
—De nada. Es mi trabajo —contestó el doctor con una sonrisa.
Merrick se tocó la barbilla, lentamente, como si estuviera medi¬tando sus próximas palabras.
—Imagino que quien haya hecho esto tendrá las horas contadas. Ten cuidado, amigo mío.
—No soy yo quien debe tener cuidado.
El doctor asintió con la cabeza mientras le daba la mano, se des¬pidió y salió de la habitación convencido de que no habría lugar en la Tierra en donde el culpable de aquello pudiese librarse de la ira de Jonas.
Gail entró de nuevo, visiblemente nerviosa.
—¿Qué ha dicho el médico?
Nicholas se acercó a ella.
—Tranquila, Gail. Ha dicho que está bien. Ahora, lo que debe¬mos hacer es cuidar bien de ella, para que se recupere pronto.
—Jamás pensé que volvería a verla así —le dijo Gail con los ojos húmedos.
Nicholas se maldijo por dentro. Se sentía responsable de lo que había ocurrido. Nunca debería haber pasado. Se suponía que él debía protegerla, y había fracasado. Bien sabía Dios que daría su vida antes de que ella sufriera algún daño y, sin embargo, el daño estaba hecho. Ya sólo le quedaba atrapar al culpable; ese canalla desearía no haberse acercado nunca a ____.
—Gail, mírame.
La que, durante muchos años, había sido una segunda madre para ____ posó su mirada en Nicholas.
—Juro que atraparé al bastardo que le ha hecho esto. Jamás ten¬drás que volver a verla así.
Gail asintió, mientras una lágrima rodaba por su mejilla, la mis¬ma que ella se apresuró a borrar con manos temblorosas.
—Gracias. Sé que lo hará. Ahora me voy abajo. Prepararé una sabrosa sopa para cuando despierte. Debe recuperar fuerzas.
—Esa es una buena idea. Yo me quedaré aquí con ella.
Cuando Gail se fue, Nicholas volvió junto a ____ que, acu¬rrucada en su cama, parecía muy pequeña. ¡Dios mío! ¿Qué animal podía hacer algo así?
La rabia que sentía no tenía límites, pero debía apartarla, debía mantener la calma para pensar con claridad qué iba a hacer. Necesitaba sentir a ____ en sus brazos, escuchar su respiración firme y regular hasta conseguir acallar los temores que, una y otra vez, lo asaltaban, hasta convencerse de que estaba sana y salva.
En ese momento, un ruido casi inexistente lo sacó de sus pensa¬mientos. Alguien había llamado a la puerta de la habitación.
—¿Señor? —dijo el anciano mayordomo y asomó la cabeza por el vano de la puerta.
—¿Sí, Booton?
—No lo molestaría ni osaría interrumpir su intimidad de esta forma si no creyera firmemente que debo informarle de algo que po¬dría ser de suma importancia, señor.
Nicholas se alejó de ____ sólo lo justo para acercarse al ma¬yordomo.
—¿De qué habla, Booton?
—Verá, señor; esta noche, poco después de que usted y milady se fueran a la fiesta, llegó un tipo extraño a la puerta de servicio. Lilly lo despidió, pero se negó a irse. Adujo que debía verlo por un asunto de suma importancia. Como rehusó a irse, Lilly me avisó y fui a ver qué ocurría. El tipo tenía un aspecto poco elegante, por decirlo de alguna manera. Le dije que se fuera a molestar a otra parte, pero en¬tonces me dijo que, si en algo valoraba la seguridad de milady, debía escucharlo.
Nicholas dio un paso al frente y quedó a escasos centímetros de Booton con los puños fuertemente cerrados.
—¿Qué te dijo ese hombre? —preguntó entre dientes.
—Pues que sabía que había alguien que quería hacer daño a la señora, y que estaba dispuesto a hablar con usted. Yo le dije que había salido; entonces, él le escribió una nota.
—¿Dónde está esa nota?
—La tengo aquí mismo, milord.
Las manos nada firmes del anciano mayordomo, debido a una avanzada artritis, rebuscaron en su bolsillo izquierdo.
Nicholas, con sumo interés, leyó el mensaje que aquel misterio¬so hombre le había dejado. En él le daba una dirección, más específica¬mente, el nombre de una taberna y una hora. Allí estaría; y que Dios protegiera a ese hombre si en algo había contribuido a dejar en aquel estado a ____.
—Está bien, Booton. Has hecho lo correcto. Gracias, amigo.
Booton abrió los ojos de par en par ante la muestra de confianza de Nicholas.
—De nada, milord.
Antes de que el mayordomo pudiera cerrar la puerta de la habi¬tación y lo dejara de nuevo a solas con su esposa, unas voces familiares empezaron a oírse en el vestíbulo. A continuación, se escucharon los pasos apresurados de alguien que parecía subir las escaleras a la carre¬ra.
—¿Dónde está? —preguntó Mary Beth mientras se acercaba a Booton que había ido a su encuentro al escuchar que alguien subía.
—¿Señorita Benning?
—¿Dónde está ____?
La inquietud de Mary Beth saltaba a la vista. No paraba de re¬torcer el pequeño bolso que llevaba entre sus manos.
Nicholas salió al pasillo.
— ¿Mary Beth?
— Oh, Nicholas. ¿Dónde está ____? ¿Está bien? Charles me dejó un mensaje diciendo que ____ estaba indispuesta, pero yo sé que nunca se hubiese ido de mi fiesta de compromiso sin despedirse antes. Por eso he venido, y al llegar me encuentro con mi primo abajo claramente preocupado, así que no ha podido seguir mintiéndome. Me ha dicho que la han atacado.
— Sí, así es. Todavía no sabemos qué ha ocurrido, pero lo más importante es que el médico ha estado aquí y ha dicho que se pondrá bien.
— ¿Puedo verla, por favor?
— Claro, ven —le dijo Nicholas mientras se apartaba para que pasara ella primero.
Nicholas condujo a Mary Beth hasta su dormitorio que perma¬necía en penumbras para no perturbar el descanso de ____.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Mary Beth cuando al acercase a la cama vio el maltrato sufrido por su amiga—. ¿Quién ha podido hacer esto?
Nicholas apretó la mandíbula de tal forma que sus dientes re¬chinaron al chocar los unos contra los otros.
—¿Me has dicho que Charles está abajo? —le preguntó y atrajo la atención de Mary Beth por un momento.
—Sí, por lo que sé, vino con el médico. Drake también está, me acompañó hasta aquí.
—Debo ir a hablar con ellos. ¿Cuidarás de ella?
—Por supuesto —dijo Mary Beth con lágrimas en los ojos. Podía ver lo que estaba sufriendo Nicholas y cómo se esforzaba por ocultarlo, por parecer sereno y calmado. Estaba claro que aquel hombre amaba a ____ con toda su alma, y eso era más que suficien¬te para ella. Había visto a su amiga recuperar la sonrisa y la alegría de vivir y, en gran parte, era obra de Nicholas Jonas. Por ello lo respe¬taba y lo estimaba.
Nicholas asintió con la cabeza y se acercó a ____ que seguía inconsciente. Con ternura la besó en los labios, le acarició la mejilla y le colocó unos pequeños rizos detrás de la oreja.
—Volveré pronto, amor mío. Tú descansa, recupera fuerzas y cuida de nuestro tesoro.
Se dirigió hacia la puerta y la voz de Mary Beth lo detuvo.
—Nicholas.
—¿Sí?
—Que ese malnacido no pueda volver a hacer daño a nadie.
Las lágrimas empezaron a caer y corrieron por sus mejillas como si tuvieran voluntad propia.
Nicholas volvió sobre sus pasos y se acercó a ella. Cuando estu¬vo a su lado, abrió los brazos e invitó a Mary Beth a llorar entre ellos. Mary Beth no lo dudó, y con un hipido muy poco femenino, se arrojó a los brazos del que, desde hacía ya un tiempo, podía considerar un amigo.
—Tranquila. Te juro que, quien sea el responsable, deseará no haber nacido. Ahora, ¿te quedarás con ella?
—Sí, nada puede haber que me mueva de aquí.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por ser la mejor amiga que podríamos imaginar.
Mary Beth aguantó sólo unos segundos antes de volver a llorar. Giró para que no pudiera verla y volvió junto a ____. Escuchó irse a Nicholas y rogó para que todo saliera bien, para que la felicidad, que los había envuelto durante los últimos tiempos, no se desvaneciera.
Capítulo 24
—¿Cuándo nos vamos? —preguntó Charles mientras apagaba uno de sus cigarrillos. Cuando Nicholas bajó, Charles y Drake lo esperaban en la bi¬blioteca. Allí les explicó lo que sabía de lo ocurrido, así como la nota que aquel desconocido le había dejado algunas horas antes.
—Charles, no hace falta que vengas. Creo que es mejor que vaya solo.
—¡Estás loco! Por lo que sabemos, ese tipo podría haberte ten¬dido una trampa. No tenemos ni idea de quién se trata. Podría ser un maníaco que ha atacado a ____ al azar, o podría ser alguien de nuestro pasado que ha pensado que esta sería una buena forma de ven¬garse de ti. Lo siento, pero no puedo dejar que hagas esto solo.
Drake descruzó las piernas y apoyó los codos sobre sus fuertes muslos.
—Además, ese tipo, el que te escribió la nota, sabía que ____ estaba en peligro; por lo que debe de tener contacto con el que lo hizo. Ni siquiera sabemos si está solo o si trabaja con alguien más.
Nicholas sabía que ambos tenían razón, pero estaba empezando a impacientarse.
—Charles, tú sabes más que nadie que sé cuidarme solo.
—Sí, lo sé; pero en este caso, no piensas con claridad. La furia te ciega.
—Yo también voy —afirmó Drake con rotundidad.
—Drake, te agradezco la oferta, pero...
—Jonas —le dijo Drake antes de que Nicholas pudiera decir algo más—, ____ es una de las mejores personas que he conocido, además de ser la mejor amiga de mi prometida. Ella me tendió una mano y me comprendió. Le tengo una gran estima, y nada de lo que digas hará que me mantenga al margen.
Nicholas no podía estar asombrado por algo que a él también le había pasado. Era el efecto que producía ____ en los que la cono¬cían. Tenía el don de ganarse el corazón de aquellos que la rodeaban.
Asintió una vez más y tuvo que aceptar la ayuda de aquellos dos tozudos hombres. Algo en su interior le decía que siempre podría contar con ellos. Y rara vez su intuición le fallaba.
—Nos iremos dentro de media hora.
—¿Dónde es el encuentro? —preguntó Charles mientras se le¬vantaba de su silla.
—En la taberna del Tuerto.
—¿Ese no es un antro de mala muerte cercano a los muelles? —preguntó Drake.
—Sí, así es —dijo Charles y levantó una ceja en señal de interrogación.
Le parecía raro que un hombre de la posición de Drake supiera siquiera de la existencia de esa taberna.
—Soy dueño de una flota de barcos. Los marineros tienen una lengua muy larga —le dijo Drake en respuesta.
—¿Cómo está ____? —preguntó Drake y cambió de tema.
—Bien —contestó Nicholas que no podía dejar de pensar en que podía haberla perdido—. Ella y el niño parecen estar a salvo.
—¿El niño? —preguntaron Drake y Charles al unísono.
—Sí; imagino que le hubiera gustado anunciarlo ella misma, pero dadas las circunstancias, sí, ____ está embarazada.
Por primera vez durante aquella aciaga noche, un atisbo de son¬risa asomó a los labios de Nicholas.
—¡Enhorabuena! —dijo Charles.
—¡Te felicito! —exclamó Drake.
—Gracias, pero todavía hay que esperar. El médico me ha dicho que, aunque parece estar bien, habrá que esperar unos días para estar seguros.
—Ya verás que será así. ____ es fuerte —dijo Drake con la rotundidad que lo caracterizaba.
—Eso espero, no podría soportar verla sufrir más.
* * *
La niebla era densa, tanto que podía masticarse. La luna llena, que se asomaba tímidamente detrás de las nubes, iluminaba, en parte, las calles de Londres y, en especial, el letrero de la taberna del Tuerto, en donde las palabras que definían a su dueño y daban nombre a la taber¬na, escritas en un rojo intenso, se destacaban sobre un fondo negro.
El establecimiento estaba en una esquina y quedaba a tan sólo dos manzanas de los muelles, lo que lo hacía ideal para las juergas de los marineros, cuya permanencia en la ciudad sólo se extendía por unas pocas horas.
Vestidos con ropas que acostumbraban utilizar los marineros, que habían sido proporcionadas gentilmente por Drake, los tres hom¬bres entraron en la taberna y se sentaron a la mesa del fondo.
Tanto a Charles como a él les era sencillo pasar desapercibidos. Los años que habían trabajado para la inteligencia británica, en donde habían actuado, a veces, como espías, les habían proporcionado un entrenamiento de un valor incalculable.
Sorprendentemente, Drake también parecía estar como pez en el agua.
Una camarera de anchas caderas y dientes picados se acercó a la mesa.
—¿Qué les sirvo?
Nicholas adoptó el acento de los barrios menos favorecidos de la ciudad.
—Whisky.
—¿Para todos?
—Sí.
—Ahora vuelvo, guapos —dijo la camarera mientras sonreía y mostraba los huecos que sus dientes, ahora inexistentes, habían deja¬do.
Charles esperó hasta que la mujer se alejó para preguntar.
—¿Cómo sabremos quién es?
—En la nota decía que me sentara a la mesa del fondo al lado de la ventana. Justo en la que nos encontramos. Sólo nos queda esperar —dijo Nicholas mientras intentaba calmarse.
—Eso es algo que siempre he odiado —dijo Drake algo tacitur¬no.
Charles lo miró de reojo.
—Pues ya somos dos.
La camarera volvió con paso inseguro, posiblemente debido al ron que su aliento delataba. Dejó los vasos sobre la mesa y derramó algunas gotas en el proceso. Nicholas arrojó una moneda encima de la vieja madera, que la mujer no tardó en recoger.
—Todo parece tranquilo —dijo Charles y tomó un sorbo—. Sin embargo, hay dos en la barra que no me dan buena espina. Me recuer¬da a Viena.
—Los tengo controlados; y no fue Viena, sino Bruselas.
Drake esbozó una sonrisa.
—Alguna vez me tendréis que contar qué hacíais en vuestro tiempo libre.
Nicholas se tensó de pronto. Un hombre de mediana estatu¬ra algo encorvado y totalmente calvo entró en aquel preciso instante. Su nerviosismo era visible, pues sus pequeños ojos, como los de una ardilla, no paraban de mirar hacia todas partes. Cuando pareció com¬probar que todo estaba bien, fijó su mirada en ellos y se dirigió con paso ligero hasta la mesa que ocupaban. Sin hablar ni media palabra, tomó una silla, se sentó junto a la mesa y cerró el pequeño círculo que formaban.
—¿Quién de ustedes es Jonas?
Nicholas se inclinó hacia adelante y endureció su mirada al punto que pareció que podía matar a alguien con ella. El hombrecillo pareció encogerse en aquel instante.
—Yo soy Jonas. ¿Y usted quién es?
—Me llaman Michael el Calvo. Imagino que está preguntándo¬se para qué quería verlo.
—Yo diría que más que eso. Esta noche han atacado a mi mujer y, al parecer, usted ya estaba enterado de ese hecho. La pregunta es: ¿cómo demonios sabía que mi mujer estaba en peligro?
—Yo...
—Antes de hablar, piense bien la respuesta, porque de ella de¬pende el resto de su vida —le dijo Nicholas mientras se contenía por no sacarle a golpes a ese bastardo toda la información que tenía.
Michael el Calvo tragó con dificultad. Miró a los acompañantes de Jonas y buscó la confirmación de sus amenazantes palabras.
—Yo... siento lo de su mujer.
A Nicholas se le resaltó la vena de la sien.
—Inténtelo de nuevo —dijo entre dientes— y esta vez, pruebe con la verdad.
—De acuerdo, de acuerdo —dijo mientras se pasaba la mano por la calva en una clara señal de nerviosismo—. Yo no soy un ciudadano ejemplar. Sólo soy un ratero de poca monta. Hace unos dos meses, apareció un tipo que buscaba a un profesional para un trabajito. Yo creí que era una oportunidad. El tipo parecía un caballero. De esos que pagan bastante por el trabajo bien hecho. Yo lo puse en contacto con un amigo de la infancia, Mackenzie. Mackenzie se dedicaba a asuntos más serios, si sabe a lo que me refiero. La cuestión es que el tipo que lo contrató lo mató ayer cuando Mackenzie se negó a continuar.
Nicholas lo miró directamente a los ojos, lo que hizo que el sujeto desviara la mirada.
—¿Cómo sabe eso?
—Mackenzie solía quedar con sus clientes en sitios públicos, pero hace unos días vino a verme. Quería que le diera la dirección de ese tipo. Me dijo que dejaba el trabajo, que no valía la pena jugársela. Que meterse con ____ Jonas era buscar la jubilación anticipada. Le pregunte por qué, y él me dijo que su marido, es decir usted, era conocido como un hombre con el que no se debía jugar. Sabía algo so¬bre su pasado, algo que lo puso nervioso y lo hizo ser cauto. Yo traté de convencerlo, pero no quiso escucharme; así que lo acompañé hasta el viejo edificio en el que se alojaba el hombre que había encargado el trabajo. Esperé fuera durante lo que me pareció una eternidad, hasta que lo vi salir llevando un bulto sobre el hombro. Lo seguí hasta el río donde se paró y lanzó lo que cargaba. Cuando se fue, me acerqué a la orilla, y allí estaba Mackenzie muerto.
—Y... ¿usted teme ser el próximo? —preguntó Drake.
—Exacto. Si ese asesino no quiere dejar cabos sueltos, tengo las horas contadas. Necesito desaparecer por un tiempo. Si usted me da algo de dinero, yo le doy la dirección.
Nicholas sacó unas monedas y las colocó frente a Michael, quien las recogió con evidente codicia.
—La dirección y un nombre —ordenó Nicholas.
Y Michael les dio aquello que tanto esperaban.
* * *
El viejo edificio quedaba a pocas cuadras de la taberna, un bajofondo ideal para que se escondieran los maleantes de toda clase y calaña. Se trataba de una posada muy poco recomendable, y el nombre del mal¬dito que había golpeado a ____ era Andreu Danvers. ¿Cómo era posible si se suponía que había muerto en un naufragio?
Si realmente era él, iba a desear haber muerto en ese barco. Des¬pués de enterarse de lo que le había hecho a su mujer mientras había estado recluida en París, muchas veces había soñado con él, en la oca¬sión en que pudiera tenerlo a su merced, suplicando por su vida. Pero después de lo de esa noche ni siquiera le dejaría eso.
Detenido allí observaba la guarida de Danvers y fue consciente de que sólo una carretera maltrecha lo separaba de su objetivo. Sin embargo, pareció pasar toda una vida desde que cruzó la calle hasta que subió los peldaños que daban a la entrada.
Drake había vuelto con ____ y Mary Beth, porque, aunque la casa estaba bien vigilada, se sentía más tranquilo sabiendo que uno de ellos estaba allí. ¡Dios sabía cuál sería el siguiente paso de ese loco!
Charles y él subieron las escaleras que conducían a la habita¬ción. Nicholas le hizo señas a su amigo para que esperara fuera. Charles, aunque a disgusto, asintió en silencio. Nicholas giró el picaporte y entreabrió la puerta. La habitación estaba en penumbras, y lo único que los separaba de la oscuridad total era la luna llena que, en todo su cénit y libre de nubes, iluminaba parcialmente la habitación y dejaba ver lo que se ocultaba en ella. A pesar de ello, Nicholas la cruzó con cuidado.
—Aquí no hay nadie, sólo papeles y documentos. Me temo que están en francés, así que es mejor que los revises tú —le dijo a Charles mientras encendía una vela que había encima de una vieja mesa, ubica¬da debajo de la ventana.
Una vez que la habitación se iluminó lo suficiente, giró sobre sí para tener una visión completa. Varias prendas dobladas encima de una silla, un camastro en el rincón bajo un espejo roto y una bolsa de color marrón componían todo lo que había. No era lo que se decía un lugar acogedor.
—¿Charles? Entra.
Al ver que su amigo no contestaba se acercó a la puerta.
—¿Pero que estás...?
—Charles no puede entrar. Digamos que se siente momentánea¬mente indispuesto.
Nicholas se detuvo a escasos pasos de la entrada. Allí estaba Danvers, de carne y hueso, con una sonrisa en los labios y una pistola en la mano derecha.
—¿Qué le ha hecho?
—No se preocupe. No está muerto, por ahora.
Nicholas sopesó la situación y no era nada alentadora para él. Había guardado su arma al encontrar la habitación despejada y, en ese momento, le era imposible volver a atraparla, porque cualquier movi¬miento que realizara en falso sería su sentencia de muerte. Tenía que pensar en algo; y rápido. En un intento por ganar tiempo, interrogó a Danvers.
—¿Cómo consiguió sobrevivir?
Una sonrisa maliciosa se extendió por los labios de aquella sa¬bandija.
—Increíble, ¿verdad? Fue un infierno —le dijo entre dientes—. Se produjo un incendio cuando todos dormían. Tenía que haber visto el barco en llamas, mientras la gente gritaba de horror, corriendo para salvar la vida. Hubo una explosión de la que yo llevo visibles marcas —le dijo y señaló su cara y la mano—. Las considero una inversión. Yo desaté el incendio para deshacerme de Lavillée, pero se me fue de las manos. Quería que llegara a él primero y que me fuera fácil escapar. Sin embargo, las cosas no siempre resultan como uno las espera. El barco no tardó en hundirse en las frías aguas. Aún puedo escuchar el chapoteo de algunos que creyeron poder sobrevivir. Yo me sostuve de un trozo de madera, aunque sabía que todo lo que hiciera sería inútil. Sin embargo, intenté postergar, lo máximo que pude, la hora de mi muerte. Créame, no sabe lo testarudos que podemos llegar a ser aun sabiendo que no tenemos salida. Es el instinto animal que llevamos dentro, y nos impulsa a no rendirnos. No recuerdo nada más. Sólo sé que después, desperté en un barco pesquero. Era el único sobrevivien¬te. Un milagro irónico, si así le parece.
—¿Y qué quiere? —preguntó Nicholas mientras, poco a poco, casi de manera imperceptible, se acercaba a la mesa.
—¿Que qué quiero? Vamos, Jonas; creía que usted era más inteligente. ¡Quiero lo que es mío! ¿Me escucha? ____ y todo su dinero eran míos y ¿qué descubro cuando vuelvo? Que todo ha desa¬parecido. Esa zorra me arrebató lo que me pertenecía. Ella debía ser mi esposa, mi esclava, y no la suya. He pasado por muchas cosas para lograr casarme con ella y apoderarme de su fortuna. Y ahora que está tan cerca, usted no podrá impedírmelo.
Danvers apuntó directamente al corazón, dispuesto a dar el paso final.
Con un sólo movimiento, rápido como el viento, Nicholas apa¬gó la vela y dejó la habitación prácticamente a oscuras.
Un disparo seguido de un fogonazo se escuchó en el silencio de la noche.
Nicholas se tiró a un lado y esquivó el tiro mortal y, antes de pensarlo dos veces, saltó como un rayo encima de Danvers y le impi¬dió que le disparara de nuevo.
El forcejeo entre ambos no duró mucho, porque Nicholas, cega¬do por la furia, parecía dotado de una fuerza sobrenatural. Se desató la ira que había estado conteniendo y lo golpeó sin piedad, una y otra vez, hasta que la cara de Danvers empezó a deformarse por los gol¬pes.
—¡Nicholas! ¡Basta! ¡Detente!
Charles lo tomó por los hombros y lo sacó del trance en el que se había sumido. La habitación estaba iluminada otra vez. En algún momento, Charles había vuelto a encender la vela.
—¡Charles, suéltame! —le dijo, ya en sí.
—Tranquilo. Ya lo tenemos. Ese malnacido pagará por lo que ha hecho.
Nicholas se fue relajando mientras veía cómo su amigo se palpa¬ba, repetidamente, la parte de atrás de la cabeza.
—Me dio un golpe que me dejó inconsciente. —Hizo una pau¬sa—. ¡Cuidado! ¡Nicholas!
Charles gritó su nombre en el mismo instante en que vio sacar a Danvers un cuchillo de la manga de su chaqueta.
Nicholas lo esquivó, sacó su pistola y, con un certero disparo, atravesó el negro corazón de Andreu Danvers.
* * *
____ abrió, muy despacio, los ojos. Sentía los párpados pesados, como si sobre ellos le hubiesen colocado sacos de arena.
La habitación en penumbras estaba caldeada por el fuego que crepitaba en el hogar. Intentó girar la cabeza, pero un ramalazo de dolor la recorrió de arriba abajo. Soltó un quejido, cerró los ojos y apretó los dientes, en un vano intento por calmarlo.
—Shh, tranquila.
—¿Nicholas? —preguntó ansiosa de que aquello fuera cierto y no parte de un sueño.
—Sí, mi amor. Aquí estoy.
Sintió cómo el colchón cedía ante el peso de su marido que, con mucho cuidado, se sentaba a su lado. Abrió de nuevo los ojos y pudo comprobar en ellos cierta preocupación, aunque también algo más, algo que había aprendido a reconocer: amor.
—Nicholas, fue Danvers —le dijo al recordar que no le había dicho quién la había atacado, por temer que la vida de Nicholas también estuviera en peligro—. Debes tener cuidado —continuó no sin esfuerzo.
Tenía la boca y la garganta secas.
—Lo sé, y no debes preocuparte más por él.
____ sintió un escalofrío.
—¿Qué ha pasado?
—Nada que deba inquietarte. Fui a buscarlo. Se alojaba en una vieja posada junto a los muelles.
____ lo miró con toda su expresión y lo animó a que contara el resto.
—Fue en defensa propia, si eso es lo que te preocupa. No negaré que deseaba matarlo por lo que te había hecho, y si Charles no me hubiese detenido, probablemente es lo que hubiese ocurrido, pero me detuve. Luego, él sacó un cuchillo, y tuve que dispararle.
—¡Oh, Nicholas, Dios mío, abrázame!
Nicholas la estrechó entre sus brazos con sumo cuidado y amortiguó, contra su pecho, los sollozos descontrolados de su mujer.
—Ya todo ha acabado, cálmate. Shh, mi amor, mi vida.
____ sentía que Dios la había bendecido por segunda vez. Nicholas estaba a salvo, y su hijo también. Ella sabía que así era. En ese instante, en el que tenía a su marido de nuevo a su lado, abrazándola, después todo lo que podría haber pasado, dejar de llorar le era imposible.
Podría haber muerto y, sin embargo, allí estaba con Nicholas, el hombre más maravilloso del mundo, que le había hecho el mejor de los regalos: su amor incondicional. Con él sentía que la vida tenía sentido. La había hecho olvidar los años de soledad y de dolor que la habían acompañado desde que había partido hacia París. La había hecho sentirse deseada, amada y protegida. A su lado, era como si nada malo pudiese ocurrirle.
Cuando Danvers la había atacado en la fiesta de compromiso de Mary Beth, había pensado, en un primer momento, que su fin llegaba. Pero el recuerdo de Nicholas le había dado la calma y la fuerza necesarias para rebelarse ante su destino. Le había salvado la vida.
—Te amo, Nicholas, más que a nada en este mundo.
Él se acostó junto a ella, la tomó de nuevo en sus brazos y acomodó la cabeza de ____ sobre su hombro.
—Yo también te amo, mi vida. Hasta que tú llegaste estaba a oscuras. Despertaste mi corazón y desenterraste mi alma. Eres todo para mí. Nuestro hijo será el niño más afortunado del mundo, porque te tendrá a ti como madre.
____ sonrió con el corazón oprimido ante la emoción que sus palabras le habían causado. Con la mano de Nicholas sobre su vientre, sintió que no podría ser más feliz.
Hope you like it.
Mañana epílogo (:
Habían pasado cuatro semanas desde aquel maravilloso día en que Nicholas había ido a buscarla y le había dicho que la amaba. Desde entonces, todo había ido sucediendo como en un sueño, y ____ permanecía en una nube, de la que no deseaba bajar. Al principio, estaba totalmente asustada, porque creía que todo desaparecería en cualquier momento, como un castillo de naipes que se desploma ante la brisa; pero, poco a poco, día a día, el amor y la continua dedicación de Nicholas, quien la complacía hasta en el último de sus caprichos, hicieron menguar ese miedo; hasta que no fue más que un fantasma, una ilusión que apenas si se filtraba en sus pensamientos.
Durante esas cuatro semanas, había sido más feliz que nunca. Las noches que compartían juntos, haciendo el amor, abrazándose hasta el amanecer, eran más hermosas de lo que hubiera podido ima¬ginar. A causa de esas noches, se encontraba bastante agotada por la mañana. Llevaba varios días sintiéndose indispuesta. Los mareos eran continuos, y el estómago no parecía capaz de retener nada de lo que comía.
Al principio, pensó que estaba enferma y se lo ocultó a Nicholas. No quería preocuparlo, y menos perturbar la felicidad que se ha¬bía instalado en sus vidas y que tanto deseaba conservar. Por lo tanto, sin decir nada a nadie, el día anterior había ido a ver al doctor Harper. Había sido el médico de su familia durante los últimos veinte años, y sabía que podía confiar en él. Cuando le dijo que no debía preocuparse, que no estaba enferma, fue como si le hubiesen quitado un peso de encima.
—Entonces ¿qué me pasa?
—Nada que no sea normal en una mujer casada. Está embara¬zada.
¡Embarazada! Desde que se había enterado de que estaba espe¬rando un hijo, sentía un tumulto de emociones que la tenía exhausta. Sentía alegría, emoción y también miedo: ¿sería una buena madre?, ¿sabría dar a su hijo lo que necesitaba? Amor, sabía que no le faltaría.
Ella recordaba que, a veces, de niña, habría dado lo que fue¬ra por un beso, un abrazo o una simple caricia de su madre. Había anhelado sus mimos más que cualquier otra cosa. Mientras su padre estuvo vivo, había sido él el que la había hecho vivir; la levantaba con sus brazos, la hacía dar vueltas sin parar, la sostenía sobre sus rodillas mientras le preguntaba qué había hecho durante el día. Era el que le daba un beso de buenas noches y la abrazaba cuando las pesadillas la despertaban.
Después de la muerte prematura de su padre, todo eso desapa¬reció, como si sólo se hubiese tratado de un espejismo. Por esa razón, se había jurado, hacía ya mucho tiempo, que su hijo sentiría el amor de su madre siempre.
Con un suspiro, volvió al presente. Sabía que debía contárselo a Nicholas; sin saber por qué, todavía no había sido capaz de hacerlo. En realidad, no temía su reacción. ¿O quizás sí?
No habían hablado de tener hijos, y no sabía qué pensaría al respecto. Eso la estaba poniendo nerviosa, lo suficiente como para tener que hacer varias inspiraciones más para desterrar las arcadas que la asediaban.
Esa mañana había quedado en verse con Mary Beth y su madre. Faltaban sólo dos días para la fiesta de compromiso de su amiga, y habían hecho planes para ir a recoger los vestidos que madame Lorraine les había hecho para tan especial ocasión. Después de eso, visitarían también algunas tiendas más elegantes de Bond Street para comprar algunos complementos.
____ sintió, de pronto, cómo unos brazos, fuertes y cálidos, la envolvían. Ni siquiera lo había oído entrar en el dormitorio.
—No podía esperar ni un segundo más para tenerte entre mis brazos —le dijo Nicholas mientras la besaba en el cuello.
— Pero si no han pasado quince minutos desde que me tuviste en ellos.
— ¡Dios mío! ¿Tanto? Es increíble que haya podido aguantar toda esa eternidad.
____ soltó una carcajada mientras se daba vuelta hasta quedar frente a él. Nicholas la tomó por la cintura y la acercó, sin dejar espacios entre sus cuerpos.
—Eres un exagerado. Te estás pareciendo a Gail.
Nicholas arqueó una ceja.
— Cuando se trata de ti, nada me parece suficiente.
— Pues entonces, milord, tenemos un grave problema, porque me temo que yo también adolezco de la misma enfermedad.
— ¿Y qué me sugiere, milady, para remediarlo?
— Creo que lo mejor es que nos abandonemos a nuestros de¬seos.
Con una sonrisa en los labios, Nicholas bajó, lentamente, la cabeza para besarla.
—Sin duda, es la solución.
—Pero ahora, no —le dijo ____ mientras ponía sus dedos sobre los labios de Nicholas.
—¿No?
—No; he quedado con Mary Beth y su madre. Vamos a ir a re¬coger los vestidos para su fiesta de compromiso.
—Pues creo, milady, que antes de irse debería ocuparse de su marido, porque está sufriendo enormemente.
____ le puso la mano en la frente para saber si tenía fiebre, como si de un niño pequeño se tratase.
—Pobrecito, de verdad.
—Eres muy astuta. Sabes a la perfección a qué me refiero, y no es a esa clase de sufrimiento.
—¿Que soy astuta? ¡Mira quién va a hablar!
—¿Me estás acusando de creer saberlo todo?
____ hizo un mohín.
—Sí, exactamente.
La sonrisa de Nicholas se ensanchó.
—Bueno, en eso tienes toda la razón, y por eso mismo, sé que lo que debes hacer para acabar con mi agonía es quitarte el vestido y abandonarte a mis cuidados.
—Ni lo sueñes —le dijo ____ mientras ponía distancia entre ambos—. Mary Beth está a punto de llegar, y no puedo hacerla espe¬rar. —Aunque sea lo que más deseo en el mundo, pensó para sí.
Nicholas sonrió aún más e hizo que sus ojos brillaran con un toque travieso. Sabía muy bien que a ella le era casi imposible resistir¬se a esa mirada. Como si de un felino se tratase, se acercó de manera sigilosa y provocó que ____ echara a correr y pusiera la mesita que servía de escritorio entre ambos.
—Vamos, Nicholas, déjame bajar —le dijo y se rió ante la cara de niño compungido que su marido le prodigaba.
Nicholas se hizo a un lado y la dejó pasar. Demasiado fácil, pensó ____, pero no podía perder más tiempo, ya que a ese ritmo, nunca saldría de la casa.
Cuando pasó por su lado, Nicholas la tomó y la abrazó con sumo cariño.
—Ya te tengo.
— Oh, eres un tramposo.
— —Jamás dije que jugara limpio.
— ¡Nicholas!
—De acuerdo, de acuerdo, esperaré; pero necesito un beso, sólo uno que me haga soportable la espera.
—Está bien, pero con una condición.
—¿Cuál?
—Cierra los ojos. Si me miras así, seré incapaz de parar después del beso, y entonces, señor Jonas, estará metido en un buen lío.
—Muy bien —dijo Nicholas y levantó las manos en señal de rendición—. Ya los cierro.
Nicholas estaba esperando que su esposa lo besara cuando sintió sus pasos, a toda prisa, por el pasillo rumbo a la escalera. Nicholas corrió tras ella.
—¡Tramposa!
____ lo miró desde el final de las escaleras.
—Lo aprendí de ti, cariño —le contestó—. Volveré dentro de un rato.
—Me las vas a pagar —le dijo Nicholas con una sonrisa.
—Estaré encantada de hacerlo —se apresuró a contestar ____.
* * *
—¿Me está diciendo que no va a cumplir con su parte del trato?
Mackenzie deambulaba, con lentitud, por la extraña habitación de hotel en la que se alojaba su cliente.
—Exactamente.
—Espero que esto sea una broma de mal gusto.
—No, nada de eso. Cuando acepté el trabajo, usted no me informó que sería la esposa de Nicholas Jonas a quien tendría que sacar del país.
—Y eso ¿en qué cambia las cosas?
—Oh, las cambia, y mucho. Lord Jonas no es alguien con quien se pueda jugar. Ese hombre es peligroso.
El hombre con la cara desfigurada hizo una mueca de asco ante aquellas palabras.
—No me diga que tiene miedo.
—No es cuestión de miedo, es sentido común. En un negocio como éste, hay que pasar desapercibido, y saber cuándo retirarse. Este es el caso. Meterse con Jonas es firmar la sentencia de muerte.
—¡Es sólo un hombre! —le contestó entre dientes, mientras se acercaba a él.
—Sí, pero muy poderoso, y con contactos. Es de los que puede aplastarlo en un momento. Lo siento, pero lo dejo —le dijo tajante, y le devolvió el adelanto que le había dado por el trabajo.
—No puede hacer eso, hicimos un trato.
—Pues ya no existe —dijo Mackenzie y se fue hacia la puerta.
Su mano quedó suspendida en el aire, mientras sus ojos, abiertos como platos por la sorpresa, miraron, incrédulos hacia abajo. De su pecho salía el extremo de una espada. Sin poder hablar, sintió cómo todo lo que lo rodeaba se desvanecía poco a poco, y lo envolvía la más absoluta oscuridad. Había cometido el peor de los errores: uno que le costaría la vida. Había subestimado a aquel hombre.
—A mí nadie me engaña y vive para contarlo. Buen viaje, señor Mackenzie —le dijo mientras retorcía la espada en el interior de su víctima hasta acabar con ella.
El corazón empezó a latirle frenéticamente, mientras lo invadía una salvaje euforia. Mejor así, pensó. Deseaba ser él quien acabara con ____. Y ahora, más que nunca, ansiaba hacerlo.
Eso no había sido un obstáculo, sino más bien una liberación. Al fin y al cabo, Mackenzie había resultado ser un incompetente además de un cobarde. Si eso era lo mejor que podía encontrar, entonces tendría que ocuparse él mismo y, con sinceridad, sería un verdadero placer.
* * *
—Estás preciosa.
—¿Debo fiarme de ti? Siempre me dices que estoy preciosa —dijo ____ con una sonrisa.
—Para mí, siempre lo estás. Eres la mujer más hermosa del mundo, y yo soy muy afortunado de tenerte a mi lado —le dijo Nicholas mientras veía el resultado de tan larga espera.
Hacía más de media hora que debían haber salido para la fiesta de compromiso, pero en ese momento eso no importaba; al verla con ese maravilloso vestido dorado que realzaba su esbelta figura e insinuaba su sensualidad de manera provocativa, se había quedado sin aliento. Su esplendorosa cabellera caía por su espalda en perfectos tirabuzones, una cascada de sedosos rizos, que parecían atrapar la luz y tener vida propia.
Sus mejillas sonrosadas le otorgaban un aire de inocente candor sumamente atractivo, mientras sus carnosos labios parecían atrapar su mirada a cada momento, y destrozaban su autocontrol a pasos agigantados. Si no salían de allí pronto, no estaba seguro de poder tener alejadas las manos del cuerpo de su mujer.
____ sentía que las mejillas le ardían. Aún después de llevar casados un mes, y de haber compartido la más estrecha intimidad, seguía sin poder controlar su respuesta ante los piropos de su marido; y él lo sabía. Por eso se los decía, porque le encantaba provocarla; y a ella le encantaba escucharlos. Cuando se veía a través de sus ojos, se sentía hermosa, amada, y ese era otro de los muchos regalos que Nicholas le hacía a diario.
—Tú también estás guapísimo —le dijo mientras, con una mano, le colocaba un mechón de pelo que se había atrevido a caer sobre su frente.
Nicholas oscureció su mirada ante el roce de sus dedos.
—¿Nos vamos?
—Sí, pero antes...
Nicholas sacó una pequeña caja del interior de su chaqueta.
—¿Qué es?
—Ábrelo. Es para ti.
— Oh, Nicholas, no deberías.
— Shh, quería hacerlo.
____ abrió, con dedos temblorosos, la pequeña caja. Una sor¬presa se dibujó en sus labios al ver la hermosa joya que contenía. El día de la boda, ya le había hecho un hermoso regalo, el anillo de su madre, algo que la había emocionado como nada antes; y todavía había más.
Entre el terciopelo negro emergía un espectacular broche. Era una rosa roja. Los pétalos formados por rubíes estaban apenas abier¬tos. En uno de ellos, descansaba una lágrima, un pequeño diamante que simulaba el rocío de la mañana. Del tallo, salían dos pequeñas hojas, dos esmeraldas que desafiaban a tocarlas, a comprobar su verdadera existencia.
Nicholas tomó el broche y, delicadamente, lo prendió en el vestido.
—Este broche perteneció a mi bisabuela.
—Es precioso, Nicholas. Tu bisabuelo debió de quererla mucho.
—Sí, pero no al principio.
—¿No?
—No. Mi bisabuela, que era un diablillo, se rebeló ante el ma¬trimonio que su padre había concertado para ella. En un arrebato de furia, tiró el anillo que el padre de su futuro marido le había dado para sellar el compromiso, en mitad de los rosales; y créeme, eran muchos los rosales. Cuando el novio, que tampoco sabía nada del contrato ma¬trimonial, se enteró de que pronto se casaría, también se negó. Así que fue a ver a mi bisabuela para poner fin a aquella locura. Ella, que creía que él había ido a hablar sobre la boda, ni siquiera lo recibió. Le man¬dó con la criada una nota en la que le decía que nada en el mundo la obligaría a casarse con él, y que si quería su anillo, lo encontraría entre los rosales del jardín. Mi bisabuelo soltó un insulto y fue hacia ellos a buscarlo. Después de haberlo encontrado, quedó hecho un desastre. Con todo, volvió a la casa y le dijo al ama de llaves que no se movería de allí hasta que mi bisabuela bajara.
»Cuando al fin ella se dignó a hacerlo, él le devolvió el anillo y le dijo que ninguna niña malcriada iba a romper aquel compromiso que, por cierto, él tampoco estaba dispuesto a cumplir. Le dijo que se comportara como la dama, la mujer que se suponía que era, y que disolviera aquella situación como correspondía, con la debida educación.
—¿Y qué pasó?
—Pues que mi bisabuela se enamoró de él en ese preciso momento y, seis meses después, estaban felizmente casados. El primer aniversario de su boda, mi bisabuelo le regaló este broche como recordatorio de cómo se habían conocido. Mi bisabuela solía decir, cuando contaba la historia, que había sido un rosal lo que los había unido.
—Es una historia muy romántica.
—No creo que mi bisabuelo pensara lo mismo con todas aque¬llas espinas clavadas.
____ rió al imaginarse la escena, tomó el brazo de su marido y partieron para la fiesta.
Capítulo 22
—¿Crees que podrás hacer otra cosa que no sea mirar de manera constante a tu mujer?
Nicholas sonrió ante la pregunta irónica de Charles. Sabía que no era muy habitual que el marido dejara notar que estaba perdida¬mente enamorado de su esposa; pero, en su caso, era inevitable.
—No, Charles, la verdad es que eso me sería imposible.
—¡Pues estamos bien! Espero que, por lo menos, mantengas a raya los celos, porque la mitad de los hombres presentes le han pedido que les reserve un baile, y la otra mitad, aunque lo desean, no se atre¬ven, porque están acobardados por ti.
—¿De qué demonios hablas?
—Pues de la mirada de dragón furioso que les echas cada vez que osan acercarse a ____.
—¡Yo no soy celoso!
—Ya; y yo soy Julio César.
—¡Está bien! Quizás un poco, pero no con todo el mundo, sólo con aquellos que coquetean abiertamente con ella. ¿No saben que es una mujer casada?
—¿Y cuándo te ha detenido eso a ti?
—Sí, eso es verdad, y debo admitir que ahora entiendo perfecta¬mente si alguno de aquellos maridos me hubiese pegado un tiro.
—Vivir para ver, es genial.
—¿Charles?
—¿SÍ?
—¿Vas a cambiar de tema, o tendré que irme a otro sitio?
—No, no, ya me callo —dijo Charles mientras se reía por lo bajo.
—¿Lo estáis pasando bien? —preguntó Drake que se había acer¬cado a ellos.
—Hola, Drake. Le estaba diciendo a Nicholas lo que cambia a un hombre el matrimonio.
Drake subió su ceja izquierda.
—¡Ignóralo! —le dijo Nicholas—. Hoy tiene el día gracioso.
Drake esbozó una sonrisa de medio lado.
—Ah, ya veo. Bueno, dado que mi futuro primo está ingenioso, creo que iré a ver dónde está Mary Beth. Luego os veo.
—Pobrecillo, no sabe lo que le espera —dijo Charles irónico.
—¿Sabes, Charles? Algún día quisiera verte suspirar por los rincones, agonizante
de amor.
—Antes verás volar a las ranas —le dijo en un tono de voz bur¬lón.
Nicholas sonrió al acordarse de la vez que tuvo que tragarse esas mismas palabras.
—Cosas más raras se han visto —le dijo a su amigo mientras soltaba una carcajada.
* * *
—Estoy nerviosa.
—¿Tú? ¿Mary Beth Benning? ¡Inconcebible!
—No te burles de mí, ____. Soy tan feliz que me da miedo.
____ pensó que entendía muy bien a su amiga. Últimamente, todo era tan maravilloso que había momentos en los que el pánico la asaltaba y pensaba en la posibilidad de perder todo lo que tenía: su vida con Nicholas, su amor, su hijo, que en ese mismo momento crecía en sus entrañas. ¡Dios, debía decírselo! Había sido una tonta al preguntarse cómo reaccionaría. Ella lo conocía, y sabía el corazón tan generoso que tenía. Su naturaleza, aunque oculta a los demás, era dulce y tierna, y la cantidad de amor que era capaz de ofrecer a los que lo rodeaban era infinita y lo daba desinteresadamente, sin exigir nada a cambio.
Por todo ello sabía que sería un padre maravilloso. Se volcaría a sus hijos y los mimaría, incluso más que ella. La niñez de Nicholas, en su gran parte, había sido un infierno, y si de algo estaba segura era de que él haría todo lo que pudiese por su hijo, lo protegería para que sufriera lo menos posible y, cuando no pudiera evitarlo, estaría a su lado para ayudarlo a recorrer el camino. Le enseñaría a defenderse, a ser una persona íntegra y justa; y lo haría desde el cariño y la com¬prensión. No, ya no tenía ninguna duda de que sería un buen padre, así que, esa misma noche, se lo diría, pensó para sí, mientras sonreía. Ya deseaba ver la cara que pondría cuando le diera la noticia.
Mary Beth se revolvió nerviosa a su lado.
—¿A quién le has reservado el siguiente vals?
Una sonrisa se dibujó en los labios de ____.
—¿Otra vez? —preguntó Mary Beth con diversión.
—Yo no tengo la culpa de tener un marido al que le encanta bailar el vals.
—Ya. ¿Le encanta bailar o lo que le encanta es tenerte en sus brazos?
____ soltó una risita.
—Para ser justas, he de confesar que a mí me encanta estar entre sus brazos. Por mí, bailaría todas las piezas con él.
—Ya veo —dijo Mary Beth con diversión.
—Pero si lo hiciera, la gente empezaría a cotillear.
—¿Y qué podrían decir? ¿Que tu marido te adora? ¿Que se ve que estáis locamente enamorados?
—Tienes razón, ¡al diablo las reglas! —dijo mientras se ponía en marcha.
—¿A dónde vas? Dijiste que era el próximo baile.
—Creo que no podré aguantar; necesito que mi marido me ro¬dee con sus brazos ya. Le guiñó un ojo y se dirigió hacia Nicholas con paso firme.
* * *
—¿Sabes lo que me gustaría hacer en este preciso instante? —le pre¬guntó Nicholas mientras giraban por el salón al son de las notas del vals.
—¿Qué? Bueno, no... espera, no me lo digas, tus ojos hablan por sí solos —le dijo ____ a la vez que sentía cómo empezaba a rubo¬rizarse. La mirada de Nicholas, que la desnudaba y le hacía promesas de intenso y lujurioso placer, provocaba que sus rodillas empezaran a temblar como gelatina. Había visto con anterioridad esa mirada, y sabía que lo que ocultaba requeriría toda la noche.
— ¡Vaya! ¿Tan transparente soy?
— Como el agua. —____ sonrió.
—Entonces, sabrás que estaba pensando en desnudarte lenta¬mente, saborear cada centímetro de tu piel y excitarte hasta que me pidas a gritos que me hunda dentro de ti, para hacerte mía, una y otra vez.
Los rubores de ____ habían alcanzado un nivel volcánico, lo que hizo que Nicholas soltara una carcajada.
—Se van a dar cuenta —le recriminó ____ en un susurro. Varias de las parejas se habían vuelto hacia ellos, sorprendidos por la espontánea prueba de buen humor de Nicholas.
—Y, qué más da, amor mío. Es de lo más normal que te desee. Me tienes totalmente loco.
____ lo miró a los ojos con una sonrisa. Jamás pensó que po¬dría tener esa conexión con otra persona. Sentía que nunca más estaría sola. Cada mañana era una ilusión. Era más feliz que nunca y, como Mary Beth bien había dicho, eso, a veces, daba un miedo atroz.
—Tú también me tienes loca.
—Tendrás que demostrármelo.
—¡Eres un granuja!
Nicholas lanzó otra carcajada que hizo que los presentes mira¬ran hacia ellos de nuevo.
—Pero te adoro —le dijo ____ con pasión.
Nicholas se puso serio de repente.
—Y yo te amo más que a mi propia vida —le dijo con tanto ar¬dor que ____ sintió que se derretía allí mismo.
El vals terminó mientras ellos se encontraban envueltos en una burbuja de complicidad; sus miradas se cruzaban llenas de ternura, deseo, anhelo, y muchos otros sentimientos que sólo ellos podían re¬conocer. Sin embargo, los rigores del embarazo no dejaron a ____ tranquila y, de repente, sintió que el ambiente estaba demasiado cargado. Hacía mucho calor, y las voces de los invitados parecían retumbar en su cabeza con una nueva y espantosa intensidad. Las figuras de las damas, que en ese momento pasaban por delante de ella, empezaron a deformarse considerablemente; las siluetas se desvirtuaron y los colores se difuminaron, como si estuviera inmersa en una densa niebla. Se tomó del brazo de Nicholas con urgencia, pues el suelo, debajo de sus pies, también pareció diluirse.
* * *
—____, ¿qué te ocurre?
—Nada, es sólo un pequeño mareo.
____ intentó dar un paso, pero las piernas parecían no obedecerle.
—¡Maldita sea! —exclamó Nicholas mientras la sostenía con fuerza.
Con el mayor cuidado posible, lentamente, la condujo hasta los asientos vacíos que había al otro extremo de la habitación, cerca de las puertas que custodiaban la salida a la terraza.
Nicholas tomó sus manos entre las suyas.
—Siéntate. Eso es, tranquila.
____ intentó restarle importancia a lo ocurrido.
—Ya estoy mejor, además —dijo ante el ceño fruncido de su esposo—, esta es la fiesta de compromiso de Mary Beth, y no pienso perdérmela por un simple mareo.
—¿Un simple mareo? ¡Has estado a punto de desmayarte!
—¿Por qué estás enfadado?
—No estoy enfadado, ____; estoy preocupado.
Le había dado un susto de muerte. En un momento, sin previo aviso, se había quedado laxa entre sus brazos y casi había perdido el conocimiento. Sentada frente a él, parecía tan frágil como el cristal. Estaba blanca como la nieve, y sus pequeñas manos, frías como un témpano. Lo único que deseaba era sacarla de allí, llevarla a casa, meterla en la cama junto a él, adormecerla en sus brazos y velar sus sueños. El sólo pensar que pudiera pasarle algo le oprimía el corazón y le hacía doler.
—La boca se me ha quedado seca, ¿podrías traerme algo de beber? —le preguntó ____ con una sonrisa que intentaba demostrarle que ya estaba mucho mejor.
—De acuerdo, iré por un poco de limonada; pero no te muevas de aquí, enseguida vuelvo.
Nicholas se tranquilizó al ver que ____ recuperaba, poco a poco, el color de sus mejillas.
—Espérame aquí —le dijo mientras echaba a andar.
____ asintió con la cabeza mientras veía desaparecer a Nicholas entre los invitados.
Un soplo de aire entró desde los jardines y movió sutilmente el ruedo de su vestido. Era muy tentador. Estaba segura de que, si salía un momento a la terraza y se dejaba envolver por el frescor de la noche, se reanimaría antes. Sí, eso haría, sólo por unos segundos, los suficientes como para sentir que volvía a tener el control sobre su cuerpo. Y así lo hizo. Tomando los pliegues de su vestido con delicadeza entre los dedos, comenzó a andar hacia la terraza. Al salir sintió que, de nuevo, le entraba aire en los pulmones. Además, la noche era perfecta. Había luna llena, y miles de estrellas decoraban el firmamento. Hasta le pare¬cía que alguna de ellas le guiñaba con descaro desde las alturas.
Caminó un poco para comprobar que las piernas le respondían con normalidad y no con esa espantosa debilidad que momentos antes se había apoderado de ellas.
Tenía que contarle a Nicholas lo del niño, pensó de nuevo, mientras bordeaba un poco el jardín e intentaba no alejarse demasiado de la terraza. Había visto cómo la cara de su marido se había tensado por la preocupación. No podía dejar que pensara que quizás tenía algo más serio, cuando sólo había sido un mareo, consecuencia de su futura maternidad.
Se sintió más aliviada e inspiró con fuerza para llenar sus pul¬mones con el aire de la noche, que estaba impregnado del perfume de las flores escondidas en el jardín.
Preparada para regresar al interior, volvió sobre sus pasos, cuando unas manos fuertes como ganchos de acero la atraparon; una la ciñó de la cintura con tal intensidad que pensó que iba a quebrarla, y la otra tapó su boca y le impidió emitir un sólo sonido.
—Hola, querida, ¿te alegras de verme? Porque yo sí que estoy contento de volver a verte, y sería una desilusión enorme el que tú no sintieras lo mismo.
Los escalofríos la recorrieron de arriba abajo. Conocía esa voz, la conocía demasiado bien. Era la voz de un asesino, de un monstruo. El mismo que aparecía, una y otra vez, en sus sueños; y ahora estaba allí, de carne y hueso, para hacer realidad su peor pesadilla.
—¿Me has echado de menos, chérie? —preguntó mientras la empezaba a arrastrar hasta los jardines.
____ empezó a sentir pánico. No podía dejar que ese hombre la sacara de allí. Sabía de lo que era capaz y no estaba dispuesta a pasar por ello. Sabía que si se la llevaba de allí, la encerraría. Así se lo había insinuado una vez, en una de sus palizas. "Algún día, te tendré para mí solo. Te haré todo lo que mi mente pueda imaginar, todo lo que implique dolor y agonía, disfrutaré escuchándote gritar y suplicar y, al final, cuando ya no lo soportes más y me pidas que te libere con la muerte, te encerraré en un calabozo y tiraré la llave." Aquellas palabras la habían perseguido desde aquel día, y había temido que ese momento llegara. Cuando le comunicaron que Andreu Danvers había muerto, pensó que, por fin, se libraría de esos recuerdos; pero allí estaban, envueltos en una realidad que no dejaba ningún resquicio a error.
La imagen de Nicholas le vino a la cabeza de forma espontánea y la exhortó a guardar la calma necesaria. Tenía que luchar como fuera.
Ya casi había perdido de vista la casa cuando Danvers tropezó y aflojó levemente la mano que tenía sobre su boca. ____ ni siquiera lo pensó. Abrió los labios y mordió lo más fuerte que pudo hasta sentir el sabor de la sangre en su boca.
Danvers dio un grito de dolor y la soltó. ____ salió corriendo en dirección a la terraza y rezó por tener el tiempo suficiente como para llegar hasta sus puertas.
Había recorrido la mitad del camino cuando Danvers se le echó encima como un depredador furioso y la tiró al suelo.
—¡Maldita zorra! ¡Puta! —le dijo mientras la golpeaba en la cara, repetidamente, con el puño cerrado.
____ casi había perdido la conciencia cuando él intentó levantarla, pero el sonido de unos pasos que se acercaban lo detuvieron en seco.
—¡____! ¡____!
Era Nicholas. ____ quiso gritarle, pero no tenía fuerzas.
Extendió un brazo como intentando alcanzar su voz, cuando el tacón de la bota de Danvers la aplastó contra el suelo y sintió quebrar¬se cada hueso de su mano ante el golpe recibido.
—No creas que esto va a quedar aquí —le dijo pegado a su oreja—. Volveré. Te llevaré conmigo a Francia. Serás mi esposa.
Se puso de pie y le propinó varias patadas. Ella sólo podía pen¬sar en su hijo y, como pudo, se puso en posición fetal y apretó sus rodillas al pecho, protegiendo al niño.
Los pasos ya estaban casi encima cuando escuchó irse a ese de¬monio de Danvers, al mismo tiempo que la oscuridad se cernía sobre ella y la sumergía en una inconsciencia que la calmaba.
Capítulo 23
—¡____! ¡Dios! ¡No!
Un rugido lleno de rabia surgió del pecho de Nicholas y cruzó el aire de la noche.
Había regresado con el vaso de limonada lo antes posible para encontrar la silla en la que había dejado a ____, vacía. Después de mirar alrededor en busca de alguna señal que le dijera dónde estaba, la señora Reading le comentó que la había visto salir a la terraza.
Luego de buscarla por los jardines durante un buen rato sin poder encontrarla, empezó a sentirse cada vez más nervioso. Un miedo atroz, como nunca antes había sentido, se fue instalando en su interior y lo volvió loco y desesperado a medida que pasaba el tiempo y ella no aparecía.
Por fin, entre los árboles, vislumbró una tela dorada. Echó a correr en su dirección y se quedó inmóvil ante la horrible visión. Se agachó para girar a ____, mientras rezaba para que estuviera viva. Hasta que no escuchó su respiración creyó morir cien veces.
Cuando vio en qué estado se encontraba, una ira ingobernable le corrió por sus venas y asaltó todos sus sentidos. Juró matar sin piedad al maldito bastardo que había osado tocarla. De algo estaba seguro: no pararía hasta encontrarlo y acabar con él con sus propias manos.
La tomó en sus brazos con el máximo cuidado. A pesar de ello, ____ soltó un quejido que le rompió el corazón. ¿Qué monstruo podía hacer aquello? Y lo que era más importante: ¿por qué? La cara estaba magullada e hinchada. Del labio inferior corría un hilo de san¬gre que, poco a poco, se iba secando.
La apretó contra él, como si así pudiera aliviar su dolor y cruzó la parte de atrás de los jardines en dirección a la entrada lateral donde permanecía su carruaje.
Charles apareció entre las sombras con un cigarrillo en sus la¬bios.
—Nicholas, ¿qué haces por...? ¡Dios mío! ¿Es ____? ¿Qué ha pasado?
—No tengo tiempo para hablar. Por favor, busca al doctor Merrick y llévalo a casa. ¡Rápido, Charles!
—Inmediatamente.
Charles tiró el cigarrillo y salió a toda prisa.
El cochero de Nicholas le abrió la puerta del carruaje en cuanto lo vio llegar.
No hizo ninguna pregunta, aunque su cara reflejaba que era muy consciente de la gravedad de la situación.
Las calles de Londres parecían parajes desérticos, sin vida, que nunca terminaban. Las ruedas resonaban en la noche, al igual que los cascos de los caballos contra los adoquines de la carretera y provoca¬ban un martilleo incesante que el eco imitaba.
Nicholas no podía dejar de abrazarla cada vez más fuerte y la acunaba como a una niña pequeña. Había estado a punto de perderla. El instante que pasó desde que la vio hasta que escuchó su respiración se le había hecho eterno. Habían sido siglos de tortura.
—¿Nicholas?
—Shh, mi amor, tranquila. Ya estás a salvo.
—He... he tenido tanto miedo.
—Lo sé, lo sé. Ahora descansa, estamos llegando a casa.
—Esta vez no he fallado... No... No... como con mi madre y con mi hermano. Lo he protegido, Nicholas.
—¿A quién has protegido, amor? —le dijo y la besó con suavi¬dad en la frente.
____ tosió y se retorció de dolor.
—¡Maldita sea! Tranquila, cariño, tranquila.
A Nicholas le temblaron las manos cuando le apartó varios me¬chones de su cara para besarla en una zona que no estaba maltratada. Cerró los ojos, ocultó la cara entre sus largos y sedosos rizos y suplicó que ella estuviera bien. Rogó a Dios para que no le pasara nada, para que siempre permaneciera a su lado. Sin ____ se moriría, no podría seguir viviendo.
Nicholas ya ni siquiera se acordaba de la pregunta que le había hecho, cuando de los labios de ____ surgieron tres palabras que lo dejaron sin aliento.
—A nuestro hijo.
Sintió que se desgarraba por dentro y miró a ____ que, de nuevo, había caído en la inconsciencia.
* * *
Booton abrió la puerta y lo dejó entrar con su preciada carga.
Nicholas dio órdenes a todo el mundo, desde el anciano mayor¬domo hasta Gail, quien al ver a ____ en tal estado, sofocó un grito y se tapó la boca con ambas manos. Subió tras Nicholas quien, con paso firme, se dirigió a su habitación. Traspasó el umbral, atravesó la estancia y, con sumo cuidado, acomodó a ____ en ella.
—Ayúdame, Gail —le dijo con una urgencia que desmentía su aparente calma.
Entre los dos la desvistieron. No dijeron una sola palabra en todo el proceso, pero las miradas de ambos, que se cruzaron en varias ocasiones, reflejaban una misma preocupación, una misma inquietud.
Cuando ____ se quedó sólo con la camisola puesta, Nicholas, con manos temblorosas, la examinó de arriba abajo por si había algún golpe o herida que no hubiesen visto.
Booton abrió la puerta.
—Señor, el doctor ha llegado.
El doctor Merrick pasó la siguiente media hora examinándola bajo la atenta mirada de Nicholas que se negó a apartarse de su lado.
Cuando pensó que no soportaría un segundo más sin que le dijera cómo se encontraba ____, el doctor la tapó con cuidado antes de dirigirse a él.
—Tranquilo, Nicholas, no tiene nada de importancia.
Nicholas sintió en ese momento como si todo el aire que había estado conteniendo hubiese salido impetuosamente de sus pulmones y los hubiese dejado vacíos.
—Entonces, ¿está bien? —le preguntó ansioso.
—Dentro de lo que cabe, sí. Tiene evidentes hematomas, la mano derecha fracturada en varios sitios, y el hombro izquierdo dislocado, pero nada que el tiempo y unos mimos no puedan curar.
— Gracias a Dios.
— Sí, ha tenido suerte. Alguno de esos golpes pudo haber sido fatal; pero afortunadamente no ha sido así. El niño aparentemente también está bien, pero no lo sabremos con seguridad hasta que pasen unos días. Mañana por la mañana vendré a verla. Por ahora, que guar¬de mucho descanso. He dejado unos polvos para que se relaje en caso de que se queje por el dolor. Son inocuos para el embarazo. Puedes dárselos con tranquilidad. Si ocurriera cualquier otra cosa, llámame.
— Gracias —dijo Nicholas con gratitud.
—De nada. Es mi trabajo —contestó el doctor con una sonrisa.
Merrick se tocó la barbilla, lentamente, como si estuviera medi¬tando sus próximas palabras.
—Imagino que quien haya hecho esto tendrá las horas contadas. Ten cuidado, amigo mío.
—No soy yo quien debe tener cuidado.
El doctor asintió con la cabeza mientras le daba la mano, se des¬pidió y salió de la habitación convencido de que no habría lugar en la Tierra en donde el culpable de aquello pudiese librarse de la ira de Jonas.
Gail entró de nuevo, visiblemente nerviosa.
—¿Qué ha dicho el médico?
Nicholas se acercó a ella.
—Tranquila, Gail. Ha dicho que está bien. Ahora, lo que debe¬mos hacer es cuidar bien de ella, para que se recupere pronto.
—Jamás pensé que volvería a verla así —le dijo Gail con los ojos húmedos.
Nicholas se maldijo por dentro. Se sentía responsable de lo que había ocurrido. Nunca debería haber pasado. Se suponía que él debía protegerla, y había fracasado. Bien sabía Dios que daría su vida antes de que ella sufriera algún daño y, sin embargo, el daño estaba hecho. Ya sólo le quedaba atrapar al culpable; ese canalla desearía no haberse acercado nunca a ____.
—Gail, mírame.
La que, durante muchos años, había sido una segunda madre para ____ posó su mirada en Nicholas.
—Juro que atraparé al bastardo que le ha hecho esto. Jamás ten¬drás que volver a verla así.
Gail asintió, mientras una lágrima rodaba por su mejilla, la mis¬ma que ella se apresuró a borrar con manos temblorosas.
—Gracias. Sé que lo hará. Ahora me voy abajo. Prepararé una sabrosa sopa para cuando despierte. Debe recuperar fuerzas.
—Esa es una buena idea. Yo me quedaré aquí con ella.
Cuando Gail se fue, Nicholas volvió junto a ____ que, acu¬rrucada en su cama, parecía muy pequeña. ¡Dios mío! ¿Qué animal podía hacer algo así?
La rabia que sentía no tenía límites, pero debía apartarla, debía mantener la calma para pensar con claridad qué iba a hacer. Necesitaba sentir a ____ en sus brazos, escuchar su respiración firme y regular hasta conseguir acallar los temores que, una y otra vez, lo asaltaban, hasta convencerse de que estaba sana y salva.
En ese momento, un ruido casi inexistente lo sacó de sus pensa¬mientos. Alguien había llamado a la puerta de la habitación.
—¿Señor? —dijo el anciano mayordomo y asomó la cabeza por el vano de la puerta.
—¿Sí, Booton?
—No lo molestaría ni osaría interrumpir su intimidad de esta forma si no creyera firmemente que debo informarle de algo que po¬dría ser de suma importancia, señor.
Nicholas se alejó de ____ sólo lo justo para acercarse al ma¬yordomo.
—¿De qué habla, Booton?
—Verá, señor; esta noche, poco después de que usted y milady se fueran a la fiesta, llegó un tipo extraño a la puerta de servicio. Lilly lo despidió, pero se negó a irse. Adujo que debía verlo por un asunto de suma importancia. Como rehusó a irse, Lilly me avisó y fui a ver qué ocurría. El tipo tenía un aspecto poco elegante, por decirlo de alguna manera. Le dije que se fuera a molestar a otra parte, pero en¬tonces me dijo que, si en algo valoraba la seguridad de milady, debía escucharlo.
Nicholas dio un paso al frente y quedó a escasos centímetros de Booton con los puños fuertemente cerrados.
—¿Qué te dijo ese hombre? —preguntó entre dientes.
—Pues que sabía que había alguien que quería hacer daño a la señora, y que estaba dispuesto a hablar con usted. Yo le dije que había salido; entonces, él le escribió una nota.
—¿Dónde está esa nota?
—La tengo aquí mismo, milord.
Las manos nada firmes del anciano mayordomo, debido a una avanzada artritis, rebuscaron en su bolsillo izquierdo.
Nicholas, con sumo interés, leyó el mensaje que aquel misterio¬so hombre le había dejado. En él le daba una dirección, más específica¬mente, el nombre de una taberna y una hora. Allí estaría; y que Dios protegiera a ese hombre si en algo había contribuido a dejar en aquel estado a ____.
—Está bien, Booton. Has hecho lo correcto. Gracias, amigo.
Booton abrió los ojos de par en par ante la muestra de confianza de Nicholas.
—De nada, milord.
Antes de que el mayordomo pudiera cerrar la puerta de la habi¬tación y lo dejara de nuevo a solas con su esposa, unas voces familiares empezaron a oírse en el vestíbulo. A continuación, se escucharon los pasos apresurados de alguien que parecía subir las escaleras a la carre¬ra.
—¿Dónde está? —preguntó Mary Beth mientras se acercaba a Booton que había ido a su encuentro al escuchar que alguien subía.
—¿Señorita Benning?
—¿Dónde está ____?
La inquietud de Mary Beth saltaba a la vista. No paraba de re¬torcer el pequeño bolso que llevaba entre sus manos.
Nicholas salió al pasillo.
— ¿Mary Beth?
— Oh, Nicholas. ¿Dónde está ____? ¿Está bien? Charles me dejó un mensaje diciendo que ____ estaba indispuesta, pero yo sé que nunca se hubiese ido de mi fiesta de compromiso sin despedirse antes. Por eso he venido, y al llegar me encuentro con mi primo abajo claramente preocupado, así que no ha podido seguir mintiéndome. Me ha dicho que la han atacado.
— Sí, así es. Todavía no sabemos qué ha ocurrido, pero lo más importante es que el médico ha estado aquí y ha dicho que se pondrá bien.
— ¿Puedo verla, por favor?
— Claro, ven —le dijo Nicholas mientras se apartaba para que pasara ella primero.
Nicholas condujo a Mary Beth hasta su dormitorio que perma¬necía en penumbras para no perturbar el descanso de ____.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Mary Beth cuando al acercase a la cama vio el maltrato sufrido por su amiga—. ¿Quién ha podido hacer esto?
Nicholas apretó la mandíbula de tal forma que sus dientes re¬chinaron al chocar los unos contra los otros.
—¿Me has dicho que Charles está abajo? —le preguntó y atrajo la atención de Mary Beth por un momento.
—Sí, por lo que sé, vino con el médico. Drake también está, me acompañó hasta aquí.
—Debo ir a hablar con ellos. ¿Cuidarás de ella?
—Por supuesto —dijo Mary Beth con lágrimas en los ojos. Podía ver lo que estaba sufriendo Nicholas y cómo se esforzaba por ocultarlo, por parecer sereno y calmado. Estaba claro que aquel hombre amaba a ____ con toda su alma, y eso era más que suficien¬te para ella. Había visto a su amiga recuperar la sonrisa y la alegría de vivir y, en gran parte, era obra de Nicholas Jonas. Por ello lo respe¬taba y lo estimaba.
Nicholas asintió con la cabeza y se acercó a ____ que seguía inconsciente. Con ternura la besó en los labios, le acarició la mejilla y le colocó unos pequeños rizos detrás de la oreja.
—Volveré pronto, amor mío. Tú descansa, recupera fuerzas y cuida de nuestro tesoro.
Se dirigió hacia la puerta y la voz de Mary Beth lo detuvo.
—Nicholas.
—¿Sí?
—Que ese malnacido no pueda volver a hacer daño a nadie.
Las lágrimas empezaron a caer y corrieron por sus mejillas como si tuvieran voluntad propia.
Nicholas volvió sobre sus pasos y se acercó a ella. Cuando estu¬vo a su lado, abrió los brazos e invitó a Mary Beth a llorar entre ellos. Mary Beth no lo dudó, y con un hipido muy poco femenino, se arrojó a los brazos del que, desde hacía ya un tiempo, podía considerar un amigo.
—Tranquila. Te juro que, quien sea el responsable, deseará no haber nacido. Ahora, ¿te quedarás con ella?
—Sí, nada puede haber que me mueva de aquí.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por ser la mejor amiga que podríamos imaginar.
Mary Beth aguantó sólo unos segundos antes de volver a llorar. Giró para que no pudiera verla y volvió junto a ____. Escuchó irse a Nicholas y rogó para que todo saliera bien, para que la felicidad, que los había envuelto durante los últimos tiempos, no se desvaneciera.
Capítulo 24
—¿Cuándo nos vamos? —preguntó Charles mientras apagaba uno de sus cigarrillos. Cuando Nicholas bajó, Charles y Drake lo esperaban en la bi¬blioteca. Allí les explicó lo que sabía de lo ocurrido, así como la nota que aquel desconocido le había dejado algunas horas antes.
—Charles, no hace falta que vengas. Creo que es mejor que vaya solo.
—¡Estás loco! Por lo que sabemos, ese tipo podría haberte ten¬dido una trampa. No tenemos ni idea de quién se trata. Podría ser un maníaco que ha atacado a ____ al azar, o podría ser alguien de nuestro pasado que ha pensado que esta sería una buena forma de ven¬garse de ti. Lo siento, pero no puedo dejar que hagas esto solo.
Drake descruzó las piernas y apoyó los codos sobre sus fuertes muslos.
—Además, ese tipo, el que te escribió la nota, sabía que ____ estaba en peligro; por lo que debe de tener contacto con el que lo hizo. Ni siquiera sabemos si está solo o si trabaja con alguien más.
Nicholas sabía que ambos tenían razón, pero estaba empezando a impacientarse.
—Charles, tú sabes más que nadie que sé cuidarme solo.
—Sí, lo sé; pero en este caso, no piensas con claridad. La furia te ciega.
—Yo también voy —afirmó Drake con rotundidad.
—Drake, te agradezco la oferta, pero...
—Jonas —le dijo Drake antes de que Nicholas pudiera decir algo más—, ____ es una de las mejores personas que he conocido, además de ser la mejor amiga de mi prometida. Ella me tendió una mano y me comprendió. Le tengo una gran estima, y nada de lo que digas hará que me mantenga al margen.
Nicholas no podía estar asombrado por algo que a él también le había pasado. Era el efecto que producía ____ en los que la cono¬cían. Tenía el don de ganarse el corazón de aquellos que la rodeaban.
Asintió una vez más y tuvo que aceptar la ayuda de aquellos dos tozudos hombres. Algo en su interior le decía que siempre podría contar con ellos. Y rara vez su intuición le fallaba.
—Nos iremos dentro de media hora.
—¿Dónde es el encuentro? —preguntó Charles mientras se le¬vantaba de su silla.
—En la taberna del Tuerto.
—¿Ese no es un antro de mala muerte cercano a los muelles? —preguntó Drake.
—Sí, así es —dijo Charles y levantó una ceja en señal de interrogación.
Le parecía raro que un hombre de la posición de Drake supiera siquiera de la existencia de esa taberna.
—Soy dueño de una flota de barcos. Los marineros tienen una lengua muy larga —le dijo Drake en respuesta.
—¿Cómo está ____? —preguntó Drake y cambió de tema.
—Bien —contestó Nicholas que no podía dejar de pensar en que podía haberla perdido—. Ella y el niño parecen estar a salvo.
—¿El niño? —preguntaron Drake y Charles al unísono.
—Sí; imagino que le hubiera gustado anunciarlo ella misma, pero dadas las circunstancias, sí, ____ está embarazada.
Por primera vez durante aquella aciaga noche, un atisbo de son¬risa asomó a los labios de Nicholas.
—¡Enhorabuena! —dijo Charles.
—¡Te felicito! —exclamó Drake.
—Gracias, pero todavía hay que esperar. El médico me ha dicho que, aunque parece estar bien, habrá que esperar unos días para estar seguros.
—Ya verás que será así. ____ es fuerte —dijo Drake con la rotundidad que lo caracterizaba.
—Eso espero, no podría soportar verla sufrir más.
* * *
La niebla era densa, tanto que podía masticarse. La luna llena, que se asomaba tímidamente detrás de las nubes, iluminaba, en parte, las calles de Londres y, en especial, el letrero de la taberna del Tuerto, en donde las palabras que definían a su dueño y daban nombre a la taber¬na, escritas en un rojo intenso, se destacaban sobre un fondo negro.
El establecimiento estaba en una esquina y quedaba a tan sólo dos manzanas de los muelles, lo que lo hacía ideal para las juergas de los marineros, cuya permanencia en la ciudad sólo se extendía por unas pocas horas.
Vestidos con ropas que acostumbraban utilizar los marineros, que habían sido proporcionadas gentilmente por Drake, los tres hom¬bres entraron en la taberna y se sentaron a la mesa del fondo.
Tanto a Charles como a él les era sencillo pasar desapercibidos. Los años que habían trabajado para la inteligencia británica, en donde habían actuado, a veces, como espías, les habían proporcionado un entrenamiento de un valor incalculable.
Sorprendentemente, Drake también parecía estar como pez en el agua.
Una camarera de anchas caderas y dientes picados se acercó a la mesa.
—¿Qué les sirvo?
Nicholas adoptó el acento de los barrios menos favorecidos de la ciudad.
—Whisky.
—¿Para todos?
—Sí.
—Ahora vuelvo, guapos —dijo la camarera mientras sonreía y mostraba los huecos que sus dientes, ahora inexistentes, habían deja¬do.
Charles esperó hasta que la mujer se alejó para preguntar.
—¿Cómo sabremos quién es?
—En la nota decía que me sentara a la mesa del fondo al lado de la ventana. Justo en la que nos encontramos. Sólo nos queda esperar —dijo Nicholas mientras intentaba calmarse.
—Eso es algo que siempre he odiado —dijo Drake algo tacitur¬no.
Charles lo miró de reojo.
—Pues ya somos dos.
La camarera volvió con paso inseguro, posiblemente debido al ron que su aliento delataba. Dejó los vasos sobre la mesa y derramó algunas gotas en el proceso. Nicholas arrojó una moneda encima de la vieja madera, que la mujer no tardó en recoger.
—Todo parece tranquilo —dijo Charles y tomó un sorbo—. Sin embargo, hay dos en la barra que no me dan buena espina. Me recuer¬da a Viena.
—Los tengo controlados; y no fue Viena, sino Bruselas.
Drake esbozó una sonrisa.
—Alguna vez me tendréis que contar qué hacíais en vuestro tiempo libre.
Nicholas se tensó de pronto. Un hombre de mediana estatu¬ra algo encorvado y totalmente calvo entró en aquel preciso instante. Su nerviosismo era visible, pues sus pequeños ojos, como los de una ardilla, no paraban de mirar hacia todas partes. Cuando pareció com¬probar que todo estaba bien, fijó su mirada en ellos y se dirigió con paso ligero hasta la mesa que ocupaban. Sin hablar ni media palabra, tomó una silla, se sentó junto a la mesa y cerró el pequeño círculo que formaban.
—¿Quién de ustedes es Jonas?
Nicholas se inclinó hacia adelante y endureció su mirada al punto que pareció que podía matar a alguien con ella. El hombrecillo pareció encogerse en aquel instante.
—Yo soy Jonas. ¿Y usted quién es?
—Me llaman Michael el Calvo. Imagino que está preguntándo¬se para qué quería verlo.
—Yo diría que más que eso. Esta noche han atacado a mi mujer y, al parecer, usted ya estaba enterado de ese hecho. La pregunta es: ¿cómo demonios sabía que mi mujer estaba en peligro?
—Yo...
—Antes de hablar, piense bien la respuesta, porque de ella de¬pende el resto de su vida —le dijo Nicholas mientras se contenía por no sacarle a golpes a ese bastardo toda la información que tenía.
Michael el Calvo tragó con dificultad. Miró a los acompañantes de Jonas y buscó la confirmación de sus amenazantes palabras.
—Yo... siento lo de su mujer.
A Nicholas se le resaltó la vena de la sien.
—Inténtelo de nuevo —dijo entre dientes— y esta vez, pruebe con la verdad.
—De acuerdo, de acuerdo —dijo mientras se pasaba la mano por la calva en una clara señal de nerviosismo—. Yo no soy un ciudadano ejemplar. Sólo soy un ratero de poca monta. Hace unos dos meses, apareció un tipo que buscaba a un profesional para un trabajito. Yo creí que era una oportunidad. El tipo parecía un caballero. De esos que pagan bastante por el trabajo bien hecho. Yo lo puse en contacto con un amigo de la infancia, Mackenzie. Mackenzie se dedicaba a asuntos más serios, si sabe a lo que me refiero. La cuestión es que el tipo que lo contrató lo mató ayer cuando Mackenzie se negó a continuar.
Nicholas lo miró directamente a los ojos, lo que hizo que el sujeto desviara la mirada.
—¿Cómo sabe eso?
—Mackenzie solía quedar con sus clientes en sitios públicos, pero hace unos días vino a verme. Quería que le diera la dirección de ese tipo. Me dijo que dejaba el trabajo, que no valía la pena jugársela. Que meterse con ____ Jonas era buscar la jubilación anticipada. Le pregunte por qué, y él me dijo que su marido, es decir usted, era conocido como un hombre con el que no se debía jugar. Sabía algo so¬bre su pasado, algo que lo puso nervioso y lo hizo ser cauto. Yo traté de convencerlo, pero no quiso escucharme; así que lo acompañé hasta el viejo edificio en el que se alojaba el hombre que había encargado el trabajo. Esperé fuera durante lo que me pareció una eternidad, hasta que lo vi salir llevando un bulto sobre el hombro. Lo seguí hasta el río donde se paró y lanzó lo que cargaba. Cuando se fue, me acerqué a la orilla, y allí estaba Mackenzie muerto.
—Y... ¿usted teme ser el próximo? —preguntó Drake.
—Exacto. Si ese asesino no quiere dejar cabos sueltos, tengo las horas contadas. Necesito desaparecer por un tiempo. Si usted me da algo de dinero, yo le doy la dirección.
Nicholas sacó unas monedas y las colocó frente a Michael, quien las recogió con evidente codicia.
—La dirección y un nombre —ordenó Nicholas.
Y Michael les dio aquello que tanto esperaban.
* * *
El viejo edificio quedaba a pocas cuadras de la taberna, un bajofondo ideal para que se escondieran los maleantes de toda clase y calaña. Se trataba de una posada muy poco recomendable, y el nombre del mal¬dito que había golpeado a ____ era Andreu Danvers. ¿Cómo era posible si se suponía que había muerto en un naufragio?
Si realmente era él, iba a desear haber muerto en ese barco. Des¬pués de enterarse de lo que le había hecho a su mujer mientras había estado recluida en París, muchas veces había soñado con él, en la oca¬sión en que pudiera tenerlo a su merced, suplicando por su vida. Pero después de lo de esa noche ni siquiera le dejaría eso.
Detenido allí observaba la guarida de Danvers y fue consciente de que sólo una carretera maltrecha lo separaba de su objetivo. Sin embargo, pareció pasar toda una vida desde que cruzó la calle hasta que subió los peldaños que daban a la entrada.
Drake había vuelto con ____ y Mary Beth, porque, aunque la casa estaba bien vigilada, se sentía más tranquilo sabiendo que uno de ellos estaba allí. ¡Dios sabía cuál sería el siguiente paso de ese loco!
Charles y él subieron las escaleras que conducían a la habita¬ción. Nicholas le hizo señas a su amigo para que esperara fuera. Charles, aunque a disgusto, asintió en silencio. Nicholas giró el picaporte y entreabrió la puerta. La habitación estaba en penumbras, y lo único que los separaba de la oscuridad total era la luna llena que, en todo su cénit y libre de nubes, iluminaba parcialmente la habitación y dejaba ver lo que se ocultaba en ella. A pesar de ello, Nicholas la cruzó con cuidado.
—Aquí no hay nadie, sólo papeles y documentos. Me temo que están en francés, así que es mejor que los revises tú —le dijo a Charles mientras encendía una vela que había encima de una vieja mesa, ubica¬da debajo de la ventana.
Una vez que la habitación se iluminó lo suficiente, giró sobre sí para tener una visión completa. Varias prendas dobladas encima de una silla, un camastro en el rincón bajo un espejo roto y una bolsa de color marrón componían todo lo que había. No era lo que se decía un lugar acogedor.
—¿Charles? Entra.
Al ver que su amigo no contestaba se acercó a la puerta.
—¿Pero que estás...?
—Charles no puede entrar. Digamos que se siente momentánea¬mente indispuesto.
Nicholas se detuvo a escasos pasos de la entrada. Allí estaba Danvers, de carne y hueso, con una sonrisa en los labios y una pistola en la mano derecha.
—¿Qué le ha hecho?
—No se preocupe. No está muerto, por ahora.
Nicholas sopesó la situación y no era nada alentadora para él. Había guardado su arma al encontrar la habitación despejada y, en ese momento, le era imposible volver a atraparla, porque cualquier movi¬miento que realizara en falso sería su sentencia de muerte. Tenía que pensar en algo; y rápido. En un intento por ganar tiempo, interrogó a Danvers.
—¿Cómo consiguió sobrevivir?
Una sonrisa maliciosa se extendió por los labios de aquella sa¬bandija.
—Increíble, ¿verdad? Fue un infierno —le dijo entre dientes—. Se produjo un incendio cuando todos dormían. Tenía que haber visto el barco en llamas, mientras la gente gritaba de horror, corriendo para salvar la vida. Hubo una explosión de la que yo llevo visibles marcas —le dijo y señaló su cara y la mano—. Las considero una inversión. Yo desaté el incendio para deshacerme de Lavillée, pero se me fue de las manos. Quería que llegara a él primero y que me fuera fácil escapar. Sin embargo, las cosas no siempre resultan como uno las espera. El barco no tardó en hundirse en las frías aguas. Aún puedo escuchar el chapoteo de algunos que creyeron poder sobrevivir. Yo me sostuve de un trozo de madera, aunque sabía que todo lo que hiciera sería inútil. Sin embargo, intenté postergar, lo máximo que pude, la hora de mi muerte. Créame, no sabe lo testarudos que podemos llegar a ser aun sabiendo que no tenemos salida. Es el instinto animal que llevamos dentro, y nos impulsa a no rendirnos. No recuerdo nada más. Sólo sé que después, desperté en un barco pesquero. Era el único sobrevivien¬te. Un milagro irónico, si así le parece.
—¿Y qué quiere? —preguntó Nicholas mientras, poco a poco, casi de manera imperceptible, se acercaba a la mesa.
—¿Que qué quiero? Vamos, Jonas; creía que usted era más inteligente. ¡Quiero lo que es mío! ¿Me escucha? ____ y todo su dinero eran míos y ¿qué descubro cuando vuelvo? Que todo ha desa¬parecido. Esa zorra me arrebató lo que me pertenecía. Ella debía ser mi esposa, mi esclava, y no la suya. He pasado por muchas cosas para lograr casarme con ella y apoderarme de su fortuna. Y ahora que está tan cerca, usted no podrá impedírmelo.
Danvers apuntó directamente al corazón, dispuesto a dar el paso final.
Con un sólo movimiento, rápido como el viento, Nicholas apa¬gó la vela y dejó la habitación prácticamente a oscuras.
Un disparo seguido de un fogonazo se escuchó en el silencio de la noche.
Nicholas se tiró a un lado y esquivó el tiro mortal y, antes de pensarlo dos veces, saltó como un rayo encima de Danvers y le impi¬dió que le disparara de nuevo.
El forcejeo entre ambos no duró mucho, porque Nicholas, cega¬do por la furia, parecía dotado de una fuerza sobrenatural. Se desató la ira que había estado conteniendo y lo golpeó sin piedad, una y otra vez, hasta que la cara de Danvers empezó a deformarse por los gol¬pes.
—¡Nicholas! ¡Basta! ¡Detente!
Charles lo tomó por los hombros y lo sacó del trance en el que se había sumido. La habitación estaba iluminada otra vez. En algún momento, Charles había vuelto a encender la vela.
—¡Charles, suéltame! —le dijo, ya en sí.
—Tranquilo. Ya lo tenemos. Ese malnacido pagará por lo que ha hecho.
Nicholas se fue relajando mientras veía cómo su amigo se palpa¬ba, repetidamente, la parte de atrás de la cabeza.
—Me dio un golpe que me dejó inconsciente. —Hizo una pau¬sa—. ¡Cuidado! ¡Nicholas!
Charles gritó su nombre en el mismo instante en que vio sacar a Danvers un cuchillo de la manga de su chaqueta.
Nicholas lo esquivó, sacó su pistola y, con un certero disparo, atravesó el negro corazón de Andreu Danvers.
* * *
____ abrió, muy despacio, los ojos. Sentía los párpados pesados, como si sobre ellos le hubiesen colocado sacos de arena.
La habitación en penumbras estaba caldeada por el fuego que crepitaba en el hogar. Intentó girar la cabeza, pero un ramalazo de dolor la recorrió de arriba abajo. Soltó un quejido, cerró los ojos y apretó los dientes, en un vano intento por calmarlo.
—Shh, tranquila.
—¿Nicholas? —preguntó ansiosa de que aquello fuera cierto y no parte de un sueño.
—Sí, mi amor. Aquí estoy.
Sintió cómo el colchón cedía ante el peso de su marido que, con mucho cuidado, se sentaba a su lado. Abrió de nuevo los ojos y pudo comprobar en ellos cierta preocupación, aunque también algo más, algo que había aprendido a reconocer: amor.
—Nicholas, fue Danvers —le dijo al recordar que no le había dicho quién la había atacado, por temer que la vida de Nicholas también estuviera en peligro—. Debes tener cuidado —continuó no sin esfuerzo.
Tenía la boca y la garganta secas.
—Lo sé, y no debes preocuparte más por él.
____ sintió un escalofrío.
—¿Qué ha pasado?
—Nada que deba inquietarte. Fui a buscarlo. Se alojaba en una vieja posada junto a los muelles.
____ lo miró con toda su expresión y lo animó a que contara el resto.
—Fue en defensa propia, si eso es lo que te preocupa. No negaré que deseaba matarlo por lo que te había hecho, y si Charles no me hubiese detenido, probablemente es lo que hubiese ocurrido, pero me detuve. Luego, él sacó un cuchillo, y tuve que dispararle.
—¡Oh, Nicholas, Dios mío, abrázame!
Nicholas la estrechó entre sus brazos con sumo cuidado y amortiguó, contra su pecho, los sollozos descontrolados de su mujer.
—Ya todo ha acabado, cálmate. Shh, mi amor, mi vida.
____ sentía que Dios la había bendecido por segunda vez. Nicholas estaba a salvo, y su hijo también. Ella sabía que así era. En ese instante, en el que tenía a su marido de nuevo a su lado, abrazándola, después todo lo que podría haber pasado, dejar de llorar le era imposible.
Podría haber muerto y, sin embargo, allí estaba con Nicholas, el hombre más maravilloso del mundo, que le había hecho el mejor de los regalos: su amor incondicional. Con él sentía que la vida tenía sentido. La había hecho olvidar los años de soledad y de dolor que la habían acompañado desde que había partido hacia París. La había hecho sentirse deseada, amada y protegida. A su lado, era como si nada malo pudiese ocurrirle.
Cuando Danvers la había atacado en la fiesta de compromiso de Mary Beth, había pensado, en un primer momento, que su fin llegaba. Pero el recuerdo de Nicholas le había dado la calma y la fuerza necesarias para rebelarse ante su destino. Le había salvado la vida.
—Te amo, Nicholas, más que a nada en este mundo.
Él se acostó junto a ella, la tomó de nuevo en sus brazos y acomodó la cabeza de ____ sobre su hombro.
—Yo también te amo, mi vida. Hasta que tú llegaste estaba a oscuras. Despertaste mi corazón y desenterraste mi alma. Eres todo para mí. Nuestro hijo será el niño más afortunado del mundo, porque te tendrá a ti como madre.
____ sonrió con el corazón oprimido ante la emoción que sus palabras le habían causado. Con la mano de Nicholas sobre su vientre, sintió que no podría ser más feliz.
Hope you like it.
Mañana epílogo (:
Cande Luque
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Awwwwww me encantaron los capitulos
Fueron super tiernos y me alegro q danvers haiga muerto
El muy maldito se lo merecia
Espero el epilogo mañana ame la nove
Fueron super tiernos y me alegro q danvers haiga muerto
El muy maldito se lo merecia
Espero el epilogo mañana ame la nove
As I am
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Epílogo
—¡__! ¡El niño ha vuelto a desaparecer! —dijo Gail exaltada.
_____ levantó la cabeza de la carta que acababa de recibir de Mary Beth. En ella, su amiga le contaba lo feliz que era en su estado de casada, y de las ganas que tenía de volver a verlos. Aunque Génova era preciosa, estaba deseando que Drake terminara con los negocios que los habían llevado allí para, por fin, establecerse definitivamente en Londres.
—__, el niño debe observar un horario —insistió Gail.
—No te preocupes —respondió _____ con tranquilidad—. El niño está en buenas manos.
—Eso no lo dudo; pero a este paso, se convertirá en un malcriado.
_____ rió ante tal comentario. La propia Gail lo mimaba en exceso, aunque creyera que nadie se daba cuenta de ello. Entre Nicholas y ella tenían al pequeño Henry Nicholas Brame hecho un diablillo.
—Iré a ver dónde están.
—Eso —dijo Gail con la barbilla levantada—, y encárgate de que duerma la siesta; si no, después no dejará a nadie tranquilo.
_____ bajó a la biblioteca. Sabía que Nicholas estaba allí. Booton se lo había señalado antes de que ella preguntara nada.
Abrió lentamente la puerta.
—Así es, Henry. Ya lo verás. Las mujeres son complicadas, pero son lo mejor del mundo entero.
_____ se apoyó en el vano de la puerta para contemplar la estampa más hermosa que hubiese visto jamás. Sentado en el sillón, con su hijo en brazos, Nicholas le rozaba la mejilla con los dedos y acunaba al pequeño Henry tiernamente.
—¿Sabes que te quiero con locura? —preguntó.
Henry soltó un suspiro, como si así le diera a entender a su padre que había escuchado y comprendido sus palabras.
—Tú y tu madre sois lo mejor que me ha pasado en la vida.
_____ sintió que los ojos se le humedecían.
—Y tú eres lo mejor que me ha pasado a mí —le dijo ella a su vez.
Nicholas levantó la cabeza sorprendido.
— Gail vino a quejarse de que estás malcriando a nuestro hijo.
Nicholas arqueó una ceja en señal de desacuerdo.
—Ya, ella es peor aún.
—Sí, lo sé. A este paso, seré yo quien tenga que imponer disciplina.
—¿Puedes esperar hasta mañana? —le preguntó con una sonrisa que no podía hacer que _____ dijera lo contrario.
—Por supuesto —dijo _____ y se acercó a los dos.
Nicholas abrió su brazo izquierdo, y _____ no lo pensó más. Se incorporó a esa maravillosa escena y abrazó a Nicholas, quien a su vez tenía entre sus brazos a sus tesoros más preciados. Permanecieron así unos instantes que detuvieron el tiempo e hicieron de _____ la mujer más feliz del mundo. Luego, el pequeño se durmió. Nicholas, entonces, decidió acostarlo en su cama. Esa noche vendrían su tío Henry y su abuela a cenar, como hacían habitualmente, y querrían mimarlo, "malcriarlo" como decía Gail, en especial su tío con el que se tenían mutua adoración. Sí, Nicholas no sólo había salvado a __ de las pesadillas de su pasado, sino que le había devuelto a su fami¬lia. Ella podía cuidar de su hermano y había hecho las paces con su madre. Guardó la carta de Mary Beth y acarició la que su marido le había escrito desde Francia, apenas unos meses antes de que naciera el pequeño Henry Nicholas. No necesitaba releerla, sabía su contenido de memoria:
Amada esposa:
Te dije, casi sin darte tiempo a que pudieras replicar nada, que debía partir a Francia en una última misión. Sé que debes de haberte preocupado, pero era indispensable para mí, para ti y para nuestro hijo que la llevara a cabo. Verás, la noche en que me enfrenté a Danvers, Charles volvió a la guarida del criminal para borrar los rastros de nuestra presencia y encontró allí cartas y documentos. Cuando los leí, se me heló la sangre. Hice algunas averiguaciones, envié a Charles a Bedlam y presionó al director, lo que corroboró mis inquietudes. Entonces, tuve que partir. Aunque eso implicara distanciarme de ti y no poder darte los motivos en el momento.
Los documentos que poseía Danvers daban cuenta de una enorme finca que tu padre poseía en secreto cerca de Lille y que había comprado a nombre de Henry. Tu madre había sido nombrada administradora de la propiedad que daba una renta anual más que interesante. Registrada bajo las leyes francesas, si tu madre moría, tú debías seguir administrando la hacienda en nombre de tu hermano y, si ambos morían, tú serías la heredera. Luego, entre los muchos papeles, había otros documentos que autorizaban a Danvers a realizar gestiones para la venta de los productos que allí se cosechaban. Las firmaba tu madre y en una fecha muy posterior a su supuesta muerte.
El corazón de _____ siempre daba un salto de alegría al recordar aquella parte y continuaba con la carta.
Supuse que, entonces, no habían muerto en realidad. Que, de algún modo, ese monstruo de Danvers los tenía prisioneros y firmando documentos para llevarse las ganancias de lo que la finca producía. Mis sospechas se confirmaron cuando Charles me dijo que el corrupto director de Bedlam le había confesado que el certificado de defunción de Henry era falso y que un hombre le había pagado para que lo fraguara y que ese mismo hombre, que respondía a la descripción de Danvers, lo había llevado a Francia con otros certificados que el director del nosocomio había falsificado para él.
Fue en ese momento en que decidí venir a Francia. Tenía que comprobar mis sospechas, tenía que intentarlo por ti. Pero no podía decirte nada, mi amor, porque no quería crearte falsas expectativas. Los encontré en la finca. Un matrimonio los mantenía ocultos por estrictas órdenes de Danvers. Pero la prueba de que su antiguo patrón estaba muerto y la tentación de una cuantiosa recompensa hicieron que me llevaran con ellos. Me presenté como tu esposo y tu madre lloró de alegría. Nos abrazamos los tres reunidos por el amor que te tenemos. Tu madre me contó cómo el viaje en barco había sido la forma que Danvers había tenido para deshacerse de Lavillée. Y que se enfureció cuando supo que habías podido escaparte y habías vuelto a Londres.
Ahora, todo eso ha quedado atrás. Ellos han decidido vender esa finca que tantos malos recuerdos les trae y han decidido regresar a Inglaterra. A tu lado. Los tres partiremos en pocos días, cuando todos los papeles de la venta estén arreglados. Es hora de que termine esta larga carta. No puedo hacerlo sin antes decirte que te extraño y que te amo.
Atentamente tuyo,
Nicholas
—¿Otra vez estás rememorando la carta? —le preguntó Nicholas en un susurro.
—Recordaba que eres mío, que así me lo escribiste —contestó _____ y todo dejo de nostalgia desapareció de su rostro—. ¿Acaso piensas que no fue una decisión correcta entregarte a mí? —le preguntó en tono de broma.
—Pienso que fue lo mejor que hice en mi vida.
Fin
Bueno, la novela ha llegado a su fin, espero que les haya gustado. Gracias por tomarse el tiempo de leer.
—¡__! ¡El niño ha vuelto a desaparecer! —dijo Gail exaltada.
_____ levantó la cabeza de la carta que acababa de recibir de Mary Beth. En ella, su amiga le contaba lo feliz que era en su estado de casada, y de las ganas que tenía de volver a verlos. Aunque Génova era preciosa, estaba deseando que Drake terminara con los negocios que los habían llevado allí para, por fin, establecerse definitivamente en Londres.
—__, el niño debe observar un horario —insistió Gail.
—No te preocupes —respondió _____ con tranquilidad—. El niño está en buenas manos.
—Eso no lo dudo; pero a este paso, se convertirá en un malcriado.
_____ rió ante tal comentario. La propia Gail lo mimaba en exceso, aunque creyera que nadie se daba cuenta de ello. Entre Nicholas y ella tenían al pequeño Henry Nicholas Brame hecho un diablillo.
—Iré a ver dónde están.
—Eso —dijo Gail con la barbilla levantada—, y encárgate de que duerma la siesta; si no, después no dejará a nadie tranquilo.
_____ bajó a la biblioteca. Sabía que Nicholas estaba allí. Booton se lo había señalado antes de que ella preguntara nada.
Abrió lentamente la puerta.
—Así es, Henry. Ya lo verás. Las mujeres son complicadas, pero son lo mejor del mundo entero.
_____ se apoyó en el vano de la puerta para contemplar la estampa más hermosa que hubiese visto jamás. Sentado en el sillón, con su hijo en brazos, Nicholas le rozaba la mejilla con los dedos y acunaba al pequeño Henry tiernamente.
—¿Sabes que te quiero con locura? —preguntó.
Henry soltó un suspiro, como si así le diera a entender a su padre que había escuchado y comprendido sus palabras.
—Tú y tu madre sois lo mejor que me ha pasado en la vida.
_____ sintió que los ojos se le humedecían.
—Y tú eres lo mejor que me ha pasado a mí —le dijo ella a su vez.
Nicholas levantó la cabeza sorprendido.
— Gail vino a quejarse de que estás malcriando a nuestro hijo.
Nicholas arqueó una ceja en señal de desacuerdo.
—Ya, ella es peor aún.
—Sí, lo sé. A este paso, seré yo quien tenga que imponer disciplina.
—¿Puedes esperar hasta mañana? —le preguntó con una sonrisa que no podía hacer que _____ dijera lo contrario.
—Por supuesto —dijo _____ y se acercó a los dos.
Nicholas abrió su brazo izquierdo, y _____ no lo pensó más. Se incorporó a esa maravillosa escena y abrazó a Nicholas, quien a su vez tenía entre sus brazos a sus tesoros más preciados. Permanecieron así unos instantes que detuvieron el tiempo e hicieron de _____ la mujer más feliz del mundo. Luego, el pequeño se durmió. Nicholas, entonces, decidió acostarlo en su cama. Esa noche vendrían su tío Henry y su abuela a cenar, como hacían habitualmente, y querrían mimarlo, "malcriarlo" como decía Gail, en especial su tío con el que se tenían mutua adoración. Sí, Nicholas no sólo había salvado a __ de las pesadillas de su pasado, sino que le había devuelto a su fami¬lia. Ella podía cuidar de su hermano y había hecho las paces con su madre. Guardó la carta de Mary Beth y acarició la que su marido le había escrito desde Francia, apenas unos meses antes de que naciera el pequeño Henry Nicholas. No necesitaba releerla, sabía su contenido de memoria:
Amada esposa:
Te dije, casi sin darte tiempo a que pudieras replicar nada, que debía partir a Francia en una última misión. Sé que debes de haberte preocupado, pero era indispensable para mí, para ti y para nuestro hijo que la llevara a cabo. Verás, la noche en que me enfrenté a Danvers, Charles volvió a la guarida del criminal para borrar los rastros de nuestra presencia y encontró allí cartas y documentos. Cuando los leí, se me heló la sangre. Hice algunas averiguaciones, envié a Charles a Bedlam y presionó al director, lo que corroboró mis inquietudes. Entonces, tuve que partir. Aunque eso implicara distanciarme de ti y no poder darte los motivos en el momento.
Los documentos que poseía Danvers daban cuenta de una enorme finca que tu padre poseía en secreto cerca de Lille y que había comprado a nombre de Henry. Tu madre había sido nombrada administradora de la propiedad que daba una renta anual más que interesante. Registrada bajo las leyes francesas, si tu madre moría, tú debías seguir administrando la hacienda en nombre de tu hermano y, si ambos morían, tú serías la heredera. Luego, entre los muchos papeles, había otros documentos que autorizaban a Danvers a realizar gestiones para la venta de los productos que allí se cosechaban. Las firmaba tu madre y en una fecha muy posterior a su supuesta muerte.
El corazón de _____ siempre daba un salto de alegría al recordar aquella parte y continuaba con la carta.
Supuse que, entonces, no habían muerto en realidad. Que, de algún modo, ese monstruo de Danvers los tenía prisioneros y firmando documentos para llevarse las ganancias de lo que la finca producía. Mis sospechas se confirmaron cuando Charles me dijo que el corrupto director de Bedlam le había confesado que el certificado de defunción de Henry era falso y que un hombre le había pagado para que lo fraguara y que ese mismo hombre, que respondía a la descripción de Danvers, lo había llevado a Francia con otros certificados que el director del nosocomio había falsificado para él.
Fue en ese momento en que decidí venir a Francia. Tenía que comprobar mis sospechas, tenía que intentarlo por ti. Pero no podía decirte nada, mi amor, porque no quería crearte falsas expectativas. Los encontré en la finca. Un matrimonio los mantenía ocultos por estrictas órdenes de Danvers. Pero la prueba de que su antiguo patrón estaba muerto y la tentación de una cuantiosa recompensa hicieron que me llevaran con ellos. Me presenté como tu esposo y tu madre lloró de alegría. Nos abrazamos los tres reunidos por el amor que te tenemos. Tu madre me contó cómo el viaje en barco había sido la forma que Danvers había tenido para deshacerse de Lavillée. Y que se enfureció cuando supo que habías podido escaparte y habías vuelto a Londres.
Ahora, todo eso ha quedado atrás. Ellos han decidido vender esa finca que tantos malos recuerdos les trae y han decidido regresar a Inglaterra. A tu lado. Los tres partiremos en pocos días, cuando todos los papeles de la venta estén arreglados. Es hora de que termine esta larga carta. No puedo hacerlo sin antes decirte que te extraño y que te amo.
Atentamente tuyo,
Nicholas
—¿Otra vez estás rememorando la carta? —le preguntó Nicholas en un susurro.
—Recordaba que eres mío, que así me lo escribiste —contestó _____ y todo dejo de nostalgia desapareció de su rostro—. ¿Acaso piensas que no fue una decisión correcta entregarte a mí? —le preguntó en tono de broma.
—Pienso que fue lo mejor que hice en mi vida.
Fin
Bueno, la novela ha llegado a su fin, espero que les haya gustado. Gracias por tomarse el tiempo de leer.
Cande Luque
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Awwww la nove fue hermosa *.* me encanto
Gracias por compartirla el final tambien estuvo maravilloso
Gracias por compartirla el final tambien estuvo maravilloso
As I am
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Ay Dios, ¡que novela tan bella! :') :Love:
¿cómo puede ser Nick tan bello? ¿COMO?
En la carta cuando firmó con "Atentamente tuyo", como viajó hasta Frania hará encontrar a la madre y a Harry, cuando le pidió que empezara a disciplinar al pequeño Harry a partir del día siguiente, jajajaja demasiado bello.
Me fascinó esta novela :'D
¡Gracias por compartirla!
¿cómo puede ser Nick tan bello? ¿COMO?
En la carta cuando firmó con "Atentamente tuyo", como viajó hasta Frania hará encontrar a la madre y a Harry, cuando le pidió que empezara a disciplinar al pequeño Harry a partir del día siguiente, jajajaja demasiado bello.
Me fascinó esta novela :'D
¡Gracias por compartirla!
Dayi_JonasLove!*
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