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"Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Pasado mañana subo ;) mañana se me complica porque tengo que estudiar.
Cande Luque
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Capítulo 3
____ miraba por la ventanilla del carruaje que la llevaba camino a Crossover Manor, la mansión de lady Picrins.
Había conocido a la tía de Mary Beth en una de las veladas en casa de los padres de su amiga y, desde el primer momento, le había caído bien. De una belleza clásica y serena, era el tipo de mujer que, sin proponérselo, se convertía en el centro de atención.
De aguda inteligencia y refrescante sentido del humor, era capaz de encandilar a todo ser vivo, incluso a aquellos que, por naturaleza, hacían de las críticas su pasatiempo preferido.
Pero de todo ello, lo que más fascinaba a ____ era que esa mujer parecía ver la vida a través de unas lentes diferentes a las del resto; la encaraba con un entusiasmo contagioso. En los breves instantes que había estado en su compañía, se había sentido partícipe de ese prisma de color.
Mary Beth le había contado que, a los diecisiete años y dotada de una increíble vitalidad, su tía había causado furor en Londres. Toda una legión de admiradores la había perseguido, pero que ella había desoído los consejos de su familia y se había casado con lord Auguste Picrins, marqués de Douro. El título era inmejorable, pero su fortuna prácticamente inexistente.
Según Mary Beth, su tía se había casado muy enamorada, y no le había interesado la falta de fortuna de lord Picrins, para horror de su familia y de toda la sociedad. Con el tiempo, terminaron por aceptarlo, aunque su huida a Gretna Green para casarse había resultado un verdadero escándalo.
Varios años más tarde, una afortunada inversión de lord Picrins los había hecho inmensamente ricos, lo que hizo pensar, a más de uno, que quizás esa hubiese sido la razón principal de que la familia decidiera aceptar, por fin, la locura de juventud de su hija.
Durante quince años y, sin prestar atención a lo que los demás pensaran de ellos, habían sido una pareja feliz, a la que no le había importado mostrar, al mundo entero, lo enamorados que estaban; por ello fueron muy criticados, a todas luces, por la envidia que despertaba la felicidad de ambos.
Sin embargo, lord Auguste cayó enfermo, y lo que, al principio, pareció una dolencia sin trascendencia terminó por agravar en demasía su estado de salud, hasta que nada pudo hacerse por él. Aquello golpeó terriblemente a lady Jane y le costó casi una eternidad aceptar que su marido ya no estaba con ella. La idea de volver a entregar su corazón le pareció impensable en aquel momento.
____ empezaba a comprender que, en la familia de Mary Beth, el matrimonio sólo tenía que ver con el amor, y eso era algo que sencillamente admiraba. En una sociedad en la que el matrimonio era considerado un contrato dirigido a incrementar los bienes y conseguir una mejor posición social a través de un título de mayor rango, el hecho de que las mujeres y hombres de una familia hubieran cruzado la línea de lo "bien visto" para hacer lo que todos llamarían una transgresión, hacía que se sintiera pequeña. Ella siempre había estado al servicio de su familia y no sabía si tendría el valor de rebelarse ante su decisión.
No conocía la razón, pero empezó a inquietarse; al pensar en todo aquello, acudió la imagen de lord Nicholas Jonas a su mente, se coló en su subconsciente como un ladrón sin escrúpulo alguno y no la dejó ya sola durante todo el trayecto.
—Ya estamos llegando, ____. ¡Mira!, ¿no es fantástico? —le preguntó Mary Beth y señaló la mansión que se veía a lo lejos.
— Sí, es maravillosa —respondió ____ llena de entusiasmo.
La verdad era que no encontraba palabras para describir la belleza arquitectónica que tenía ante sus ojos. Eran tres plantas con grandes ventanales y parecía un castillo de la Edad Media. Precisamente, el torreón, en el ala este, daba esa idea. La entrada, precedida por una larga escalera que le otorgaba un aire majestuoso, terminaba en varias columnas. El camino que conducía hasta allí estaba escoltado, a ambos lados, por grandes y frondosos árboles, que hacían presagiar lo que tan celosamente custodiaban: un raro tesoro. El sol, que iniciaba su descenso con timidez, reflejaba sus rayos de luz en los cristales y engalanaba la fachada como si de un gran festejo se tratara, al tiempo que el lago más hermoso que había visto en su vida posaba su velo transparente a los pies de la colina.
Todo ello confería a la mansión un halo dorado de una elegancia sublime, como si los ladrillos que la vestían estuvieran bordados en oro. Dejó volar su imaginación y pensó que aquel era un lugar para forjar leyendas.
* * *
____ miró por la ventana de la habitación en la que pasaría los siguientes dos días y contempló los últimos rayos de sol que arañaban el horizonte y se escondían velozmente. Una sonrisa se estremeció en sus labios al recordar cómo la tía de Mary Beth había salido a recibirlas. Con su maravillosa espontaneidad, les había dado un cariñoso abrazo a cada una y les había hecho un montón de preguntas acerca de la familia y del viaje.
Después, la señora Hopkins, una mujer de avanzada edad y aguda mirada, que ostentaba el cargo de ama de llaves, las acompañó hasta sus habitaciones para que descansaran un rato antes de la cena.
____ lo agradeció sobremanera, y no porque el viaje hubiera sido fatigoso, pues sólo habían sido unas horas, sino porque la inquietud había encontrado en ella presa fácil, al dejar que sus pensamientos volvieran, una y otra vez, a la idea de que lord Jonas estaría allí también.
Más de mil veces se había dicho a sí misma que no tenía que comportarse como una niña. Que, seguramente, lord Jonas había estado divirtiéndose con sus inocentes reacciones, y que por eso la provocaba. Sospechaba que él no tendría problema en trasladar sus atenciones a otra dama. En la velada de los condes de Norfolk, pudo comprobar cómo lo miraban las demás mujeres: una mezcla de temor y fascinación.
Ya no se acordaría de ella, pensó para su tranquilidad; y con las invitadas que ese fin de semana permanecerían en casa de lady Jane ni siquiera notaría su presencia. Aunque ese no sería el problema principal, porque sospechaba que Nicholas había abierto la caja de Pandora y, en consecuencia, ya no sabría cómo sujetar todo aquello que ese hombre le hacía sentir.
Después de sus inútiles esfuerzos por descansar, decidió levantarse y refrescarse un poco, antes de preparase para la cena. Estaba insegura; no sabía qué vestido lucir esa noche, cuando llamaron a la puerta. ____ se puso la bata, que cubría su cuerpo, a la vez que daba permiso para entrar en la habitación. Se abrió la puerta y se asomó una doncella de regordetas mejillas y ojos chispeantes que le conferían un aspecto muy agradable.
—Buenas noches, señorita Bradford. Me llamo Susan, y me envía lady Jane por si me necesita para lo que se le ofrezca —dijo la muchacha y cerró la puerta tras de sí.
—Pues —____ sonrió un poco— la verdad es que me vendría bien que alguien me ayudara a cerrar el vestido.
—Eso está hecho, señorita —le respondió la doncella, mientras dos grandes hoyuelos marcaban sus regordetas mejillas—. Y si quiere, también puedo peinarla; lady Jane dice que tengo manos de artista —le dijo animada.
—De acuerdo, Susan, me pongo en tus manos de artista —se contagió del entusiasmo de la muchacha.
____ eligió el vestido de raso azul turquesa que realzaba sus ojos, con una cinta de un tono más oscuro que la ceñía por debajo de los pechos. Las mangas dejaban entrever sus hombros color crema. El corte del vestido acentuaba su bien esculpido busto, presionaba sus senos y mostraba justo su nacimiento. Las chinelas que, tímidamente, asomaban por debajo del vestido eran del mismo color que la cinta.
Al final, las palabras de la doncella resultaron ser ciertas. Resaltó sus atractivos naturales con un peinado sencillo, que consistía en un recogido en lo alto de la cabeza del que caían, libremente, unos bucles hasta el cuello y algunos rizos sueltos, todo gracias a unas tenacillas maravillosas.
—Te agradezco, Susan —le dijo cuándo la doncella hubo terminado—. En verdad, eres toda una artista.
La doncella aspiró hondo mientras una enorme sonrisa se instaló en sus labios.
—Gracias a usted, señorita Bradford. Se la ve encantadora. Cualquier cosa que necesite, no tiene más que decírmelo. —Tras lo cual, se despidió y dejó a ____ unos minutos para que pudiera hacer los últimos retoques.
Al haber estado hablando con Susan, no pudo menos que acordarse de Emily, su doncella, que era una coqueta empedernida y que siempre tenía un rumor que contar. Y cómo no de Gail, de la que nunca se había separado. Gail, que siempre cuidaba de ella como una segunda madre.
La verdad era que ambas, Gail y Emily eran el motor y alma de su hogar. Por eso había preferido que se quedaran en Londres, donde su madre y, sobre todo Henry, tanto las necesitaban.
Después de mirarse por última vez en el espejo, salió de la habitación y cruzó el ancho pasillo. A ambos lados, estaban las habitaciones que albergarían a parte de los invitados de lady Jane. Bajó por las escaleras cubiertas por una alfombra roja que destilaba solemnidad hasta que alcanzó el vestíbulo. __ contempló, esa vez sin ningún recato, la maravillosa entrada. Por lo que había visto, era una casa preciosa. El suelo de mármol parecía de cristal y las velas sobre él creaban una inmensa acuarela, donde destellos de distintos blancos se entrelazaban como amantes nocturnos.
Se fijó en las hermosas esculturas que permanecían a los lados, las cuales parecían susurrarle los secretos ocultos entre aquellas paredes; la guiaron hasta el salón donde una enorme puerta blanca, con adornos dorados le dieron la bienvenida y la invitaron a pasar sin más tardanza.
Ya había invitados en el salón, la mayoría de ellos hablaban entre sí, mientras tomaban algún refrigerio previo a la cena.
Los grandes espejos que revestían dos de sus paredes conferían amplitud a la estancia, y las rosas rojas y blancas, dispuestas en torno a ella en hermosos jarrones pintados, impregnaban el aire como si fuera de nuevo primavera.
— ____, estás adorable —le dijo lady Jane con una sonrisa en los labios, mientras posaba la mano en su brazo en un gesto cariñoso.
— Gracias, lady Picrins, es usted muy amable. Quería agradecerle de nuevo que me invitara este fin de semana.
—Al contrario, la verdad es que es un placer teneros a Mary Beth y a ti aquí. Lo que espero es que disfrutéis de estos dos días. Desde este momento, puedo decirte, sin lugar a equivocación, que vais a causar sensación. Ven, voy a presentarte a alguno de los invitados.
____ pasó los siguientes minutos entre presentaciones. Algunos de los invitados procedían de Londres, pero la mayoría de ellos vivían en las cercanías, como el coronel Hendrins, retirado del ejér¬cito, que había ido acompañado por su esposa, una mujer algo seria y mohína, y sus dos hijos, Anthony y Sara, con los que congenió de inmediato.
Sara era casi de su edad, mientras que su hermano había traspasado la treintena. Eran personas sencillas, cuya falta de superficialidad agradó a ____.
Después, le presentaron a la señora Jennins, una dama viuda con una nariz de gancho y una voz que envidiaría cualquier tenor, y a sus tres hijas; todas, como no tardó en comentarle su bien amada madre, en edad casadera y con unas perspectivas inmejorables de hacer un buen matrimonio.
Así, se fueron sucediendo una serie de presentaciones en las que, en ningún momento, pudo quitarse de encima la sensación de que estaba siendo observada. Sentía como si un par de ojos estuvieran clavados en su nuca, lo que la hacía estar incómoda y algo vulnerable. Y cuando la sensación fue tan intensa como para no poder permanecer indiferente a ella, no quiso siquiera pasear la vista por el salón, temerosa de lo que pudiera encontrar. Sin embargo, una fuerza mayor a esa inquietud, la curiosidad, tomó la decisión por ella y la conminó a mirar a su alrededor en busca del objeto de su desazón.
En una esquina del salón, estaba lord Nicholas Jonas; la miraba fijamente, como si quisiera con ello llamar su atención. ____ no pudo evitar hacer un mohín nada elegante con la boca, para darle a entender que le fastidiaba su asedio. En verdad, lord Nicholas, aunque en todo momento caballeroso, era una persona a todas luces insistente. Cuando él notó que ella lo miraba, sonrió de manera descarada, mientras inclinaba la cabeza a modo de saludo.
En ese momento, __ supo que sería una cena muy, muy larga.
* * *
Nicholas sonreía sin poder evitarlo. Desde que había conocido a la señorita Bradford, lo había hecho más que en los últimos diez años.
La había visto entrar momentos antes y, luego, aguantar de forma estoica la serie de presentaciones a las que la había arrastrado lady Jane; el mismo ritual irritante que había ejecutado la tía de Charles con ellos, al inicio de la velada.
Había disfrutado mientras la observaba. En su cara, se podían leer hasta las últimas de sus emociones, y lo que despuntaba como una velada anodina se había convertido en toda una promesa.
No le hizo para nada gracia ver cómo la habían mirado el resto de los hombres presentes; eso había hecho que sintiese la necesidad de ponerle el ojo morado a más de uno. En ese momento ya no sonreía, se dijo mentalmente y frunció el ceño.
Charles y él llegaron a la mansión después de que la señorita Bradford y Mary Beth habían arribado; sin embargo, se había asegurado de bajar al salón antes de que ellas lo hicieran.
La espera había merecido la pena. Estaba realmente hermosa esa noche. Aquella mujer hacía que su deseo se desbocara como si fuera un jovenzuelo sin experiencia, y estaba provocando estragos en su, cada vez más debilitado, autocontrol. La verdad: lo estaba volviendo loco y habría apostado todo lo que tenía a que ella ni siquiera se daba cuenta de ello.
—Vosotros dos, granujas, ¿lo estáis pasando bien? —preguntó lady Jane mientras seguía la mirada de Nicholas.
—Sí, tía Jane, aunque algunos más que otros —contestó divertido Charles.
Nicholas lo miró con cara de pocos amigos. Sin duda, tendría que hablar después con él acerca de lo que la gente solía llamar "discreción".
—Ya veo —asintió lady Jane—, esto es una revelación interesante —comentó mientras una extraña expresión cruzaba su rostro.
—No sé a qué se refiere —sentenció Nicholas—, pero si tiene que ver con el entrometido de su sobrino, he de decir que no debe preocuparse por nada.
—Me alegra saberlo, porque os quiero mucho a los dos, sin embargo, un escándalo amoroso para este fin de semana no estaba en mi agenda. Aunque creáis que sois hombres hechos y derechos, no vayáis a pensar, por un sólo momento, que eso me va a impedir que os pegue un buen tirón de orejas. Ahora bien, si fuera algo serio, tendría que admitir que es una fabulosa elección; yo diría que la mejor.
Lady Jane dejó en el aire las últimas palabras mientras miraba directamente a los ojos de Nicholas. Después, dio media vuelta y se alejó para seguir atendiendo al resto de los invitados.
—Juro que tu familia está cada vez peor de la cabeza —dijo Nicholas con los dientes apretados mientras veía alejarse a la tía de Charles.
—No, amigo, lo que pasa es que mi tía te conoce desde que tenías la tierna edad de diez años, y la verdad, no se le escapa ni una. Sólo le ha hecho falta ver cómo mirabas a ____ Bradford para saber lo que sucede en tu cabeza.
A Nicholas no se le pasó por alto la mirada chispeante de humor de Charles, que parecía hacer esfuerzos por no reírse de él en ese mismo instante.
—Por lo que tú me dijiste una vez, creía que era un experto ocultando lo que pensaba —dijo Nicholas, a medida que se iba enfureciendo.
Charles apenas podía contener la carcajada al ver cómo se había instalado un sospechoso temblor en el ojo izquierdo de su amigo.
—Exactamente, dije que eras un genio para enmascarar tus sentimientos, y aún lo sigo creyendo, pero, estamos hablando de lady Jane y de mí. Hemos estado contigo mucho tiempo y te conocemos demasiado bien, aunque para tu tranquilidad, todavía hay cosas de ti que se me escapan —le contestó Charles, con una sonrisita irónica que hizo que a Nicholas le dieran ganas de borrársela de un plumazo.
—¿Charles?
—¿Sí?
—¡Cállate!
Charles soltó una carcajada que hizo que varios de los invitados miraran curiosos en su dirección, mientras Nicholas estaba furioso porque, al parecer, a la señorita ____ Bradford le habían salido ángeles de la guarda hasta en la sopa. Iba a ser difícil pasar un rato a solas con la mujer que parecía amenazar su autocontrol, conseguido a base de disciplina a lo largo de los años. Asombrado de sí mismo, tuvo que admitir que, por primera vez en su vida, estaba planteándose seducir a una dama inocente. Quizás, después de todo, había sido un error haber aceptado la invitación para ese fin de semana, aun a sabiendas de que no se habría perdonado no haberlo hecho.
* * *
La cena transcurrió entre los comentarios sobre las nuevas formas de cultivo que, con exactitud, describió el coronel Hendrins y las descripciones de las técnicas de caza, de la que muchos de los invitados parecían estar enamorados; sin olvidar, por supuesto, dentro del ámbito femenino, lo último en moda que hacía estragos en Londres.
Puesto que muchas de las damas allí presentes vivían a kilómetros de la ciudad y sus visitas a Londres eran escasas, estaban deseosas por saber qué era lo que más furor causaba entre las damas de la alta sociedad. Así que, tanto Mary Beth como ella fueron sepultadas bajo un millón de preguntas. Aún no habían servido el postre, y ____ tenía la cabeza como una caja de grillos y el estómago revuelto.
Esto último se lo debía a lord Jonas, que la acechaba desde el otro lado de la mesa. Para ser más exactos, desde el asiento ubicado frente a ella.
Nada al principio de la noche le habría hecho suponer que acabaría de esa manera. Después de que terminaron de bajar los invitados, entre ellos Mary Beth, todos habían sido conducidos al comedor; ____ había hecho todo lo posible por intentar sentarse lejos de lord Jonas, pero aquel presuntuoso se las había ingeniado para estar cerca suyo.
A causa de la desatinada disposición de los comensales, toda la noche había estado contemplando la cara del pescado que tenía en el plato y se había limitado a contestar las preguntas sobre moda, que las hijas de la señora Jennins y la señora Thompson le hacían sin darle respiro.
Se dijo a sí misma que, si hubiera tenido una botella de coñac a mano, se habría emborrachado; pero luego se censuró de sólo pensarlo: no era una idea digna de una dama.
Mientras tanto, la mirada de Nicholas seguía fija en ella. Habría hecho cualquier cosa por quitarle del rostro esa sonrisa maliciosa. Desde luego, era el diablo en persona; ni siquiera habían hablado desde su llegada a la casa, sólo un breve y cortés saludo, y ella ya estaba suspirando por él. Tendría que poner remedio a eso, pensó mientras le daba vueltas al postre; y debería hacerlo cuanto antes.
Sí, eso haría. Hablaría con él y le dejaría bien en claro que no tenía nada que hacer con ella, ni en ese momento, ni nunca. Sólo le faltaba encontrar el momento oportuno.
* * *
Al día siguiente, ____ pensaba que, a ese paso, el momento oportuno sería el día del juicio final.
La noche anterior, poco después de la cena, varios de los invitados, entre ellos ____, se habían excusado pronto. Estaba rendida sólo por la tensión que había estado aguantando. No había podido descansar luego del viaje, expectante por lo que sucedería, y en aquel momento, toda esa agitación le estaba pasando factura.
Esa noche, durmió acosada por inquietantes sueños: un hombre la hacía arder de calor con sólo mirarla, la fundía por dentro y le provocaba una fiebre nunca conocida por su cuerpo. Ella sabía, con toda certeza, que la cura para esa enfermedad que la consumía estaba en manos de ese hombre, de un hombre al que no podía ver, aunque sí sentir. Su aliento, su aroma, su voz. Entonces, supo de quién se trataba y, en contra de su voluntad, susurró su nombre sedienta de él: Nicholas.
La mañana llegó demasiado pronto y, sin ningún tipo de piedad, la despertó de su letargo. Estaba más cansada que cuando se había acostado. Sin duda, el sueño le había perturbado los sentidos, porque su ropa había quedado empapada de sudor.
Los primeros rayos de luz hacía rato que habían expirado, por lo que deberían de ser al menos las diez. ¡Maldita sea! Seguramente pensarían que era una perezosa, cuando la verdad era que estaba más que acostumbrada a madrugar.
En su casa, era la primera en estar en pie y, a las siete, ya tenía dispuestos con Gail los quehaceres del día.
Salió de un salto de la cama y, después de asearse y ponerse un sencillo vestido de muselina, bajó a desayunar.
El comedor era una habitación exquisitamente decorada con grandes cortinas de seda de damasco color beige con motivos florales verdes; allí aún quedaban algunos invitados que no habían terminado de desayunar.
Se alegró de no ser la única rezagada, aunque la alegría le duró sólo el instante que tardó en reconocer a las personas sentadas en torno a la mesa: la señora Jennins y sus hijas que no paraban de hablar ni siquiera para probar bocado. Y lo peor era que Mary Beth no estaba para ayudar. La doncella le había dicho que hacía rato que había terminado de desayunar. También le había comentado que algunos de los invitados habían salido a caballo a disfrutar de los alrededores y, conociendo a Mary Beth y cómo le gustaba montar, seguro que no había perdido la oportunidad de sumarse a la comitiva.
Después de todo, pensó, no tenía tanta hambre, pero ya era demasiado tarde: la señora Jennins estaba haciéndole señas con la servilleta en la mano para que se sentara a su lado. Podía fingir que se había quedado muda y sorda durante la noche, pero, francamente, no esperaba que le creyeran, aunque el coeficiente intelectual de esas señoritas fuera digno de estudio.
No hacía falta ser muy perspicaz para adivinar que estaba de mal humor. Le habría gustado pasear con Mary Beth y hablar de todo lo que había pasado la noche anterior mientras disfrutaban de los hermosos alrededores; pero no, no podían salir las cosas bien. Mary Beth se había ido a montar con parte de los invitados, mientras ella se hundía por centésima vez, en menos de doce horas, en el maravilloso mundo de la moda londinense y los matrimonios a la vista. Por lo menos, había que reconocer que, tanto la madre como las hijas, eran persistentes. ¡Pobre hombre el que acabara siendo el blanco de sus enredos!
Después de tomar un té con una tostada, se escabulló para dar un paseo. Si la señora Jennins la hubiese seguido, seguramente se habría inventado cualquier excusa para hacerla regresar con sus hijas y sus conversaciones anodinas.
Necesitaba caminar, estirar las piernas y estar en contacto con la naturaleza. En Londres, las oportunidades de disfrutar del aire puro y de la magnificencia de todo aquel follaje eran casi nulas. En realidad, el paisaje de Crossover Manor era precioso.
Siguió con sus pensamientos, rodeó el lago y subió hasta una colina cercana.
El aire todavía no era frío, pero lo suficiente como para que sus mejillas reflejaran el cambio de temperatura. En ese momento, se alegró de haber subido a su habitación, antes de salir, para ponerse el chal color beige en el que se acurrucó un poco más en ese momento. No había podido resistir la tentación de correr el último tramo en su ascenso, por las ganas de sentirse totalmente libre; y cuando se detuvo, sintió un escalofrío.
El nudo que, en los últimos años, le presionaba el pecho en forma constante, se desvanecía. Era como si no hubiera nada por lo que preocuparse y, sin saber por qué, se sintió algo culpable, aunque extrañamente liberada. Movió la cabeza a ambos lados como si así pudiera desechar sus últimos pensamientos; se dijo para sí que no había nada de malo en disfrutar unos momentos de esa quimera. Ya habría tiempo, a la vuelta, de retomar sus responsabilidades.
Respiró hondo y contempló todo lo que alcanzaba su vista con una satisfacción pecaminosa. Si entrecerraba los ojos, podía imaginarse que esa enorme extensión verde era una enorme alfombra persa, igual que aquellas que adornaban los salones de la casa de su abuela Louisa.
Hope you like it.
____ miraba por la ventanilla del carruaje que la llevaba camino a Crossover Manor, la mansión de lady Picrins.
Había conocido a la tía de Mary Beth en una de las veladas en casa de los padres de su amiga y, desde el primer momento, le había caído bien. De una belleza clásica y serena, era el tipo de mujer que, sin proponérselo, se convertía en el centro de atención.
De aguda inteligencia y refrescante sentido del humor, era capaz de encandilar a todo ser vivo, incluso a aquellos que, por naturaleza, hacían de las críticas su pasatiempo preferido.
Pero de todo ello, lo que más fascinaba a ____ era que esa mujer parecía ver la vida a través de unas lentes diferentes a las del resto; la encaraba con un entusiasmo contagioso. En los breves instantes que había estado en su compañía, se había sentido partícipe de ese prisma de color.
Mary Beth le había contado que, a los diecisiete años y dotada de una increíble vitalidad, su tía había causado furor en Londres. Toda una legión de admiradores la había perseguido, pero que ella había desoído los consejos de su familia y se había casado con lord Auguste Picrins, marqués de Douro. El título era inmejorable, pero su fortuna prácticamente inexistente.
Según Mary Beth, su tía se había casado muy enamorada, y no le había interesado la falta de fortuna de lord Picrins, para horror de su familia y de toda la sociedad. Con el tiempo, terminaron por aceptarlo, aunque su huida a Gretna Green para casarse había resultado un verdadero escándalo.
Varios años más tarde, una afortunada inversión de lord Picrins los había hecho inmensamente ricos, lo que hizo pensar, a más de uno, que quizás esa hubiese sido la razón principal de que la familia decidiera aceptar, por fin, la locura de juventud de su hija.
Durante quince años y, sin prestar atención a lo que los demás pensaran de ellos, habían sido una pareja feliz, a la que no le había importado mostrar, al mundo entero, lo enamorados que estaban; por ello fueron muy criticados, a todas luces, por la envidia que despertaba la felicidad de ambos.
Sin embargo, lord Auguste cayó enfermo, y lo que, al principio, pareció una dolencia sin trascendencia terminó por agravar en demasía su estado de salud, hasta que nada pudo hacerse por él. Aquello golpeó terriblemente a lady Jane y le costó casi una eternidad aceptar que su marido ya no estaba con ella. La idea de volver a entregar su corazón le pareció impensable en aquel momento.
____ empezaba a comprender que, en la familia de Mary Beth, el matrimonio sólo tenía que ver con el amor, y eso era algo que sencillamente admiraba. En una sociedad en la que el matrimonio era considerado un contrato dirigido a incrementar los bienes y conseguir una mejor posición social a través de un título de mayor rango, el hecho de que las mujeres y hombres de una familia hubieran cruzado la línea de lo "bien visto" para hacer lo que todos llamarían una transgresión, hacía que se sintiera pequeña. Ella siempre había estado al servicio de su familia y no sabía si tendría el valor de rebelarse ante su decisión.
No conocía la razón, pero empezó a inquietarse; al pensar en todo aquello, acudió la imagen de lord Nicholas Jonas a su mente, se coló en su subconsciente como un ladrón sin escrúpulo alguno y no la dejó ya sola durante todo el trayecto.
—Ya estamos llegando, ____. ¡Mira!, ¿no es fantástico? —le preguntó Mary Beth y señaló la mansión que se veía a lo lejos.
— Sí, es maravillosa —respondió ____ llena de entusiasmo.
La verdad era que no encontraba palabras para describir la belleza arquitectónica que tenía ante sus ojos. Eran tres plantas con grandes ventanales y parecía un castillo de la Edad Media. Precisamente, el torreón, en el ala este, daba esa idea. La entrada, precedida por una larga escalera que le otorgaba un aire majestuoso, terminaba en varias columnas. El camino que conducía hasta allí estaba escoltado, a ambos lados, por grandes y frondosos árboles, que hacían presagiar lo que tan celosamente custodiaban: un raro tesoro. El sol, que iniciaba su descenso con timidez, reflejaba sus rayos de luz en los cristales y engalanaba la fachada como si de un gran festejo se tratara, al tiempo que el lago más hermoso que había visto en su vida posaba su velo transparente a los pies de la colina.
Todo ello confería a la mansión un halo dorado de una elegancia sublime, como si los ladrillos que la vestían estuvieran bordados en oro. Dejó volar su imaginación y pensó que aquel era un lugar para forjar leyendas.
* * *
____ miró por la ventana de la habitación en la que pasaría los siguientes dos días y contempló los últimos rayos de sol que arañaban el horizonte y se escondían velozmente. Una sonrisa se estremeció en sus labios al recordar cómo la tía de Mary Beth había salido a recibirlas. Con su maravillosa espontaneidad, les había dado un cariñoso abrazo a cada una y les había hecho un montón de preguntas acerca de la familia y del viaje.
Después, la señora Hopkins, una mujer de avanzada edad y aguda mirada, que ostentaba el cargo de ama de llaves, las acompañó hasta sus habitaciones para que descansaran un rato antes de la cena.
____ lo agradeció sobremanera, y no porque el viaje hubiera sido fatigoso, pues sólo habían sido unas horas, sino porque la inquietud había encontrado en ella presa fácil, al dejar que sus pensamientos volvieran, una y otra vez, a la idea de que lord Jonas estaría allí también.
Más de mil veces se había dicho a sí misma que no tenía que comportarse como una niña. Que, seguramente, lord Jonas había estado divirtiéndose con sus inocentes reacciones, y que por eso la provocaba. Sospechaba que él no tendría problema en trasladar sus atenciones a otra dama. En la velada de los condes de Norfolk, pudo comprobar cómo lo miraban las demás mujeres: una mezcla de temor y fascinación.
Ya no se acordaría de ella, pensó para su tranquilidad; y con las invitadas que ese fin de semana permanecerían en casa de lady Jane ni siquiera notaría su presencia. Aunque ese no sería el problema principal, porque sospechaba que Nicholas había abierto la caja de Pandora y, en consecuencia, ya no sabría cómo sujetar todo aquello que ese hombre le hacía sentir.
Después de sus inútiles esfuerzos por descansar, decidió levantarse y refrescarse un poco, antes de preparase para la cena. Estaba insegura; no sabía qué vestido lucir esa noche, cuando llamaron a la puerta. ____ se puso la bata, que cubría su cuerpo, a la vez que daba permiso para entrar en la habitación. Se abrió la puerta y se asomó una doncella de regordetas mejillas y ojos chispeantes que le conferían un aspecto muy agradable.
—Buenas noches, señorita Bradford. Me llamo Susan, y me envía lady Jane por si me necesita para lo que se le ofrezca —dijo la muchacha y cerró la puerta tras de sí.
—Pues —____ sonrió un poco— la verdad es que me vendría bien que alguien me ayudara a cerrar el vestido.
—Eso está hecho, señorita —le respondió la doncella, mientras dos grandes hoyuelos marcaban sus regordetas mejillas—. Y si quiere, también puedo peinarla; lady Jane dice que tengo manos de artista —le dijo animada.
—De acuerdo, Susan, me pongo en tus manos de artista —se contagió del entusiasmo de la muchacha.
____ eligió el vestido de raso azul turquesa que realzaba sus ojos, con una cinta de un tono más oscuro que la ceñía por debajo de los pechos. Las mangas dejaban entrever sus hombros color crema. El corte del vestido acentuaba su bien esculpido busto, presionaba sus senos y mostraba justo su nacimiento. Las chinelas que, tímidamente, asomaban por debajo del vestido eran del mismo color que la cinta.
Al final, las palabras de la doncella resultaron ser ciertas. Resaltó sus atractivos naturales con un peinado sencillo, que consistía en un recogido en lo alto de la cabeza del que caían, libremente, unos bucles hasta el cuello y algunos rizos sueltos, todo gracias a unas tenacillas maravillosas.
—Te agradezco, Susan —le dijo cuándo la doncella hubo terminado—. En verdad, eres toda una artista.
La doncella aspiró hondo mientras una enorme sonrisa se instaló en sus labios.
—Gracias a usted, señorita Bradford. Se la ve encantadora. Cualquier cosa que necesite, no tiene más que decírmelo. —Tras lo cual, se despidió y dejó a ____ unos minutos para que pudiera hacer los últimos retoques.
Al haber estado hablando con Susan, no pudo menos que acordarse de Emily, su doncella, que era una coqueta empedernida y que siempre tenía un rumor que contar. Y cómo no de Gail, de la que nunca se había separado. Gail, que siempre cuidaba de ella como una segunda madre.
La verdad era que ambas, Gail y Emily eran el motor y alma de su hogar. Por eso había preferido que se quedaran en Londres, donde su madre y, sobre todo Henry, tanto las necesitaban.
Después de mirarse por última vez en el espejo, salió de la habitación y cruzó el ancho pasillo. A ambos lados, estaban las habitaciones que albergarían a parte de los invitados de lady Jane. Bajó por las escaleras cubiertas por una alfombra roja que destilaba solemnidad hasta que alcanzó el vestíbulo. __ contempló, esa vez sin ningún recato, la maravillosa entrada. Por lo que había visto, era una casa preciosa. El suelo de mármol parecía de cristal y las velas sobre él creaban una inmensa acuarela, donde destellos de distintos blancos se entrelazaban como amantes nocturnos.
Se fijó en las hermosas esculturas que permanecían a los lados, las cuales parecían susurrarle los secretos ocultos entre aquellas paredes; la guiaron hasta el salón donde una enorme puerta blanca, con adornos dorados le dieron la bienvenida y la invitaron a pasar sin más tardanza.
Ya había invitados en el salón, la mayoría de ellos hablaban entre sí, mientras tomaban algún refrigerio previo a la cena.
Los grandes espejos que revestían dos de sus paredes conferían amplitud a la estancia, y las rosas rojas y blancas, dispuestas en torno a ella en hermosos jarrones pintados, impregnaban el aire como si fuera de nuevo primavera.
— ____, estás adorable —le dijo lady Jane con una sonrisa en los labios, mientras posaba la mano en su brazo en un gesto cariñoso.
— Gracias, lady Picrins, es usted muy amable. Quería agradecerle de nuevo que me invitara este fin de semana.
—Al contrario, la verdad es que es un placer teneros a Mary Beth y a ti aquí. Lo que espero es que disfrutéis de estos dos días. Desde este momento, puedo decirte, sin lugar a equivocación, que vais a causar sensación. Ven, voy a presentarte a alguno de los invitados.
____ pasó los siguientes minutos entre presentaciones. Algunos de los invitados procedían de Londres, pero la mayoría de ellos vivían en las cercanías, como el coronel Hendrins, retirado del ejér¬cito, que había ido acompañado por su esposa, una mujer algo seria y mohína, y sus dos hijos, Anthony y Sara, con los que congenió de inmediato.
Sara era casi de su edad, mientras que su hermano había traspasado la treintena. Eran personas sencillas, cuya falta de superficialidad agradó a ____.
Después, le presentaron a la señora Jennins, una dama viuda con una nariz de gancho y una voz que envidiaría cualquier tenor, y a sus tres hijas; todas, como no tardó en comentarle su bien amada madre, en edad casadera y con unas perspectivas inmejorables de hacer un buen matrimonio.
Así, se fueron sucediendo una serie de presentaciones en las que, en ningún momento, pudo quitarse de encima la sensación de que estaba siendo observada. Sentía como si un par de ojos estuvieran clavados en su nuca, lo que la hacía estar incómoda y algo vulnerable. Y cuando la sensación fue tan intensa como para no poder permanecer indiferente a ella, no quiso siquiera pasear la vista por el salón, temerosa de lo que pudiera encontrar. Sin embargo, una fuerza mayor a esa inquietud, la curiosidad, tomó la decisión por ella y la conminó a mirar a su alrededor en busca del objeto de su desazón.
En una esquina del salón, estaba lord Nicholas Jonas; la miraba fijamente, como si quisiera con ello llamar su atención. ____ no pudo evitar hacer un mohín nada elegante con la boca, para darle a entender que le fastidiaba su asedio. En verdad, lord Nicholas, aunque en todo momento caballeroso, era una persona a todas luces insistente. Cuando él notó que ella lo miraba, sonrió de manera descarada, mientras inclinaba la cabeza a modo de saludo.
En ese momento, __ supo que sería una cena muy, muy larga.
* * *
Nicholas sonreía sin poder evitarlo. Desde que había conocido a la señorita Bradford, lo había hecho más que en los últimos diez años.
La había visto entrar momentos antes y, luego, aguantar de forma estoica la serie de presentaciones a las que la había arrastrado lady Jane; el mismo ritual irritante que había ejecutado la tía de Charles con ellos, al inicio de la velada.
Había disfrutado mientras la observaba. En su cara, se podían leer hasta las últimas de sus emociones, y lo que despuntaba como una velada anodina se había convertido en toda una promesa.
No le hizo para nada gracia ver cómo la habían mirado el resto de los hombres presentes; eso había hecho que sintiese la necesidad de ponerle el ojo morado a más de uno. En ese momento ya no sonreía, se dijo mentalmente y frunció el ceño.
Charles y él llegaron a la mansión después de que la señorita Bradford y Mary Beth habían arribado; sin embargo, se había asegurado de bajar al salón antes de que ellas lo hicieran.
La espera había merecido la pena. Estaba realmente hermosa esa noche. Aquella mujer hacía que su deseo se desbocara como si fuera un jovenzuelo sin experiencia, y estaba provocando estragos en su, cada vez más debilitado, autocontrol. La verdad: lo estaba volviendo loco y habría apostado todo lo que tenía a que ella ni siquiera se daba cuenta de ello.
—Vosotros dos, granujas, ¿lo estáis pasando bien? —preguntó lady Jane mientras seguía la mirada de Nicholas.
—Sí, tía Jane, aunque algunos más que otros —contestó divertido Charles.
Nicholas lo miró con cara de pocos amigos. Sin duda, tendría que hablar después con él acerca de lo que la gente solía llamar "discreción".
—Ya veo —asintió lady Jane—, esto es una revelación interesante —comentó mientras una extraña expresión cruzaba su rostro.
—No sé a qué se refiere —sentenció Nicholas—, pero si tiene que ver con el entrometido de su sobrino, he de decir que no debe preocuparse por nada.
—Me alegra saberlo, porque os quiero mucho a los dos, sin embargo, un escándalo amoroso para este fin de semana no estaba en mi agenda. Aunque creáis que sois hombres hechos y derechos, no vayáis a pensar, por un sólo momento, que eso me va a impedir que os pegue un buen tirón de orejas. Ahora bien, si fuera algo serio, tendría que admitir que es una fabulosa elección; yo diría que la mejor.
Lady Jane dejó en el aire las últimas palabras mientras miraba directamente a los ojos de Nicholas. Después, dio media vuelta y se alejó para seguir atendiendo al resto de los invitados.
—Juro que tu familia está cada vez peor de la cabeza —dijo Nicholas con los dientes apretados mientras veía alejarse a la tía de Charles.
—No, amigo, lo que pasa es que mi tía te conoce desde que tenías la tierna edad de diez años, y la verdad, no se le escapa ni una. Sólo le ha hecho falta ver cómo mirabas a ____ Bradford para saber lo que sucede en tu cabeza.
A Nicholas no se le pasó por alto la mirada chispeante de humor de Charles, que parecía hacer esfuerzos por no reírse de él en ese mismo instante.
—Por lo que tú me dijiste una vez, creía que era un experto ocultando lo que pensaba —dijo Nicholas, a medida que se iba enfureciendo.
Charles apenas podía contener la carcajada al ver cómo se había instalado un sospechoso temblor en el ojo izquierdo de su amigo.
—Exactamente, dije que eras un genio para enmascarar tus sentimientos, y aún lo sigo creyendo, pero, estamos hablando de lady Jane y de mí. Hemos estado contigo mucho tiempo y te conocemos demasiado bien, aunque para tu tranquilidad, todavía hay cosas de ti que se me escapan —le contestó Charles, con una sonrisita irónica que hizo que a Nicholas le dieran ganas de borrársela de un plumazo.
—¿Charles?
—¿Sí?
—¡Cállate!
Charles soltó una carcajada que hizo que varios de los invitados miraran curiosos en su dirección, mientras Nicholas estaba furioso porque, al parecer, a la señorita ____ Bradford le habían salido ángeles de la guarda hasta en la sopa. Iba a ser difícil pasar un rato a solas con la mujer que parecía amenazar su autocontrol, conseguido a base de disciplina a lo largo de los años. Asombrado de sí mismo, tuvo que admitir que, por primera vez en su vida, estaba planteándose seducir a una dama inocente. Quizás, después de todo, había sido un error haber aceptado la invitación para ese fin de semana, aun a sabiendas de que no se habría perdonado no haberlo hecho.
* * *
La cena transcurrió entre los comentarios sobre las nuevas formas de cultivo que, con exactitud, describió el coronel Hendrins y las descripciones de las técnicas de caza, de la que muchos de los invitados parecían estar enamorados; sin olvidar, por supuesto, dentro del ámbito femenino, lo último en moda que hacía estragos en Londres.
Puesto que muchas de las damas allí presentes vivían a kilómetros de la ciudad y sus visitas a Londres eran escasas, estaban deseosas por saber qué era lo que más furor causaba entre las damas de la alta sociedad. Así que, tanto Mary Beth como ella fueron sepultadas bajo un millón de preguntas. Aún no habían servido el postre, y ____ tenía la cabeza como una caja de grillos y el estómago revuelto.
Esto último se lo debía a lord Jonas, que la acechaba desde el otro lado de la mesa. Para ser más exactos, desde el asiento ubicado frente a ella.
Nada al principio de la noche le habría hecho suponer que acabaría de esa manera. Después de que terminaron de bajar los invitados, entre ellos Mary Beth, todos habían sido conducidos al comedor; ____ había hecho todo lo posible por intentar sentarse lejos de lord Jonas, pero aquel presuntuoso se las había ingeniado para estar cerca suyo.
A causa de la desatinada disposición de los comensales, toda la noche había estado contemplando la cara del pescado que tenía en el plato y se había limitado a contestar las preguntas sobre moda, que las hijas de la señora Jennins y la señora Thompson le hacían sin darle respiro.
Se dijo a sí misma que, si hubiera tenido una botella de coñac a mano, se habría emborrachado; pero luego se censuró de sólo pensarlo: no era una idea digna de una dama.
Mientras tanto, la mirada de Nicholas seguía fija en ella. Habría hecho cualquier cosa por quitarle del rostro esa sonrisa maliciosa. Desde luego, era el diablo en persona; ni siquiera habían hablado desde su llegada a la casa, sólo un breve y cortés saludo, y ella ya estaba suspirando por él. Tendría que poner remedio a eso, pensó mientras le daba vueltas al postre; y debería hacerlo cuanto antes.
Sí, eso haría. Hablaría con él y le dejaría bien en claro que no tenía nada que hacer con ella, ni en ese momento, ni nunca. Sólo le faltaba encontrar el momento oportuno.
* * *
Al día siguiente, ____ pensaba que, a ese paso, el momento oportuno sería el día del juicio final.
La noche anterior, poco después de la cena, varios de los invitados, entre ellos ____, se habían excusado pronto. Estaba rendida sólo por la tensión que había estado aguantando. No había podido descansar luego del viaje, expectante por lo que sucedería, y en aquel momento, toda esa agitación le estaba pasando factura.
Esa noche, durmió acosada por inquietantes sueños: un hombre la hacía arder de calor con sólo mirarla, la fundía por dentro y le provocaba una fiebre nunca conocida por su cuerpo. Ella sabía, con toda certeza, que la cura para esa enfermedad que la consumía estaba en manos de ese hombre, de un hombre al que no podía ver, aunque sí sentir. Su aliento, su aroma, su voz. Entonces, supo de quién se trataba y, en contra de su voluntad, susurró su nombre sedienta de él: Nicholas.
La mañana llegó demasiado pronto y, sin ningún tipo de piedad, la despertó de su letargo. Estaba más cansada que cuando se había acostado. Sin duda, el sueño le había perturbado los sentidos, porque su ropa había quedado empapada de sudor.
Los primeros rayos de luz hacía rato que habían expirado, por lo que deberían de ser al menos las diez. ¡Maldita sea! Seguramente pensarían que era una perezosa, cuando la verdad era que estaba más que acostumbrada a madrugar.
En su casa, era la primera en estar en pie y, a las siete, ya tenía dispuestos con Gail los quehaceres del día.
Salió de un salto de la cama y, después de asearse y ponerse un sencillo vestido de muselina, bajó a desayunar.
El comedor era una habitación exquisitamente decorada con grandes cortinas de seda de damasco color beige con motivos florales verdes; allí aún quedaban algunos invitados que no habían terminado de desayunar.
Se alegró de no ser la única rezagada, aunque la alegría le duró sólo el instante que tardó en reconocer a las personas sentadas en torno a la mesa: la señora Jennins y sus hijas que no paraban de hablar ni siquiera para probar bocado. Y lo peor era que Mary Beth no estaba para ayudar. La doncella le había dicho que hacía rato que había terminado de desayunar. También le había comentado que algunos de los invitados habían salido a caballo a disfrutar de los alrededores y, conociendo a Mary Beth y cómo le gustaba montar, seguro que no había perdido la oportunidad de sumarse a la comitiva.
Después de todo, pensó, no tenía tanta hambre, pero ya era demasiado tarde: la señora Jennins estaba haciéndole señas con la servilleta en la mano para que se sentara a su lado. Podía fingir que se había quedado muda y sorda durante la noche, pero, francamente, no esperaba que le creyeran, aunque el coeficiente intelectual de esas señoritas fuera digno de estudio.
No hacía falta ser muy perspicaz para adivinar que estaba de mal humor. Le habría gustado pasear con Mary Beth y hablar de todo lo que había pasado la noche anterior mientras disfrutaban de los hermosos alrededores; pero no, no podían salir las cosas bien. Mary Beth se había ido a montar con parte de los invitados, mientras ella se hundía por centésima vez, en menos de doce horas, en el maravilloso mundo de la moda londinense y los matrimonios a la vista. Por lo menos, había que reconocer que, tanto la madre como las hijas, eran persistentes. ¡Pobre hombre el que acabara siendo el blanco de sus enredos!
Después de tomar un té con una tostada, se escabulló para dar un paseo. Si la señora Jennins la hubiese seguido, seguramente se habría inventado cualquier excusa para hacerla regresar con sus hijas y sus conversaciones anodinas.
Necesitaba caminar, estirar las piernas y estar en contacto con la naturaleza. En Londres, las oportunidades de disfrutar del aire puro y de la magnificencia de todo aquel follaje eran casi nulas. En realidad, el paisaje de Crossover Manor era precioso.
Siguió con sus pensamientos, rodeó el lago y subió hasta una colina cercana.
El aire todavía no era frío, pero lo suficiente como para que sus mejillas reflejaran el cambio de temperatura. En ese momento, se alegró de haber subido a su habitación, antes de salir, para ponerse el chal color beige en el que se acurrucó un poco más en ese momento. No había podido resistir la tentación de correr el último tramo en su ascenso, por las ganas de sentirse totalmente libre; y cuando se detuvo, sintió un escalofrío.
El nudo que, en los últimos años, le presionaba el pecho en forma constante, se desvanecía. Era como si no hubiera nada por lo que preocuparse y, sin saber por qué, se sintió algo culpable, aunque extrañamente liberada. Movió la cabeza a ambos lados como si así pudiera desechar sus últimos pensamientos; se dijo para sí que no había nada de malo en disfrutar unos momentos de esa quimera. Ya habría tiempo, a la vuelta, de retomar sus responsabilidades.
Respiró hondo y contempló todo lo que alcanzaba su vista con una satisfacción pecaminosa. Si entrecerraba los ojos, podía imaginarse que esa enorme extensión verde era una enorme alfombra persa, igual que aquellas que adornaban los salones de la casa de su abuela Louisa.
Hope you like it.
Cande Luque
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Me gusta muucho siguela pronto :D Me encantoo simplementee !!
Iliana Aranda
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Voy a subir una nueva adaptación, les pongo la sinopsis y me dice cual les gusta más.
Cande Luque
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Mañana me pongo al día y les pongo una maratón :)
Cande Luque
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Capítulo 4
Nicholas sujetó las riendas de su caballo. Aquella mañana había salido a cabalgar como parte de la comitiva de invitados. Necesitaba hacer algo de ejercicio después de la noche anterior, después de que sus hormonas fueran zarandeadas de manera tan contundente. Algo en su interior, la esencia del cazador siempre alerta, le había hecho recorrer los alrededores con un ansia insultante, pero no había encontrado a ____ por ningún lado. El notar que, mentalmente, la llamaba por su nombre de pila le hizo esbozar una mueca de disgusto.
Ahora que lo pensaba, quizás el hecho de que esa mañana no se hubiese reunido con ellos suponía que la dama lo estaba rehuyendo. Si era así, no iba a conseguirlo por mucho tiempo, a no ser que pasara el fin de semana encerrada en la habitación y, por lo poco que la conocía, no creía que fuera cobarde. Quizás tímida, pero no cobarde.
Desde la velada en casa de los Norfolk, en la que bailó con ella el vals, no había podido quitarse de la cabeza la idea de que, con el estímulo debido, esa timidez, que era pura fachada, caería como un castillo de naipes y daría paso a una faceta nueva en ella; algo que había podido atisbar en su persona y que le fascinaba mucho más: ese fuego que tanto se esforzaba por esconder.
Sin duda, era una mujer apasionada, y Nicholas no podía dejar de pensar cómo sería embriagarse con su cuerpo aterciopelado y beber de sus labios carnosos. Estaba hambriento de ella de una manera que nunca habría imaginado. Su autocontrol se desmoronaba a pasos agigantados por una jovencita inexperta, y él apenas podía creerlo.
Tomó de nuevo las riendas con más fuerza y se propuso seguir al resto que ya se alejaba cuando divisó, a lo lejos, la figura de una mujer. Aunque pensó que no sería tan fácil tener tanta suerte, el destino estuvo, ese día, de su parte. No había duda: su figura, su andar, la forma de ladear la cabeza, el color del pelo; todo le indicaba que no se equivocaba, y que la mujer que veía no era otra que la mismísima señorita ____ Bradford.
____ sabía que tenía que volver. Ya llevaba varias horas fuera, y el momento del almuerzo debía de estar cercano. Se había sentado debajo de un maravilloso árbol que le daba la quietud suficiente para no reparar en el paso del tiempo y al poco rato se levantó con ímpetu renovado dispuesta a regresar a la casa cuando, surgido de la nada, apareció un gran semental negro, tan hermoso como amenazante, cuyas riendas eran sujetadas por Nicholas Jonas en una bravuconada de poder.
Estaba observándola con una sonrisa en los labios. Ella se puso nerviosa; estaba segura de que él sabía que, cuando le sonreía de esa manera, le ponía la piel de gallina.
—Buenos días, señorita Bradford. Es un verdadero placer volver a verla.
____ sintió que se le contraía el estómago y no sabía si era porque había abusado de la mermelada en el desayuno o si era la voz de aquel hombre, ronca y sensual, que parecía acariciarla.
Apretó los puños en un intento por reprocharse su falta de con¬trol ante ese presumido, pero se recordó mentalmente que se había propuesto hablar con él en la primera ocasión que se le presentara. Pues bien, ese era un momento tan bueno como cualquier otro.
—Buenos días, lord Jonas —le dijo mientras pensaba cómo encauzar la conversación.
—¿Se dirige a la casa? Porque en ese caso, puede montar conmigo. De esa forma, llegará antes.
____ sintió cómo el miedo se instalaba en su interior. Hacía tiempo que no se sentía así.
—No, gracias; prefiero volver a pie —le dijo, como si esa fuera la idea más tonta que le hubiesen propuesto en su vida.
Nicholas enarcó una ceja.
Ella sabía que si montaba en esa cosa enorme, devolvería hasta la cena del día anterior.
No podía evitarlo, pero, aunque le daba una rabia inmensa tener tan poco control sobre sí misma, no podía hacer otra cosa. A los siete años, mientras daba un paseo con su padre, se había caído de Andrómeda, la yegua que le habían regalado por su cumpleaños y se había roto dos costillas y un brazo.
Todavía podía recordar la cara de su padre. Aquella había sido la única vez que lo había visto verdaderamente asustado.
Le llevó un tiempo recuperarse, pero cuando estuvo completamente repuesta, su padre la animó a intentarlo otra vez; le dijo que había que enfrentarse a los miedos, porque, si no, al final, ellos terminaban venciendo. Sin embargo, no tuvo éxito, porque ella ya había decidido que los caballos no eran su compañía preferida.
Con el tiempo y debido a su insistencia, cedió; pero la muerte inesperada de su padre, a lomos de uno de esos sementales, sentenció su suerte, y no volvió a montar desde aquel momento. Así que, por mucho que le dijera aquel bruto, no se subiría, y no había nada más que hablar.
—Vamos, señorita Bradford, hay un buen trecho hasta la casa y, dentro de poco, será la hora de la comida; no sea terca y deme la mano —le dijo como si estuviera tratando de razonar con un niño.
Eso hizo que el enfado que sentía ____ hacia él subiera varios puntos. Estaba haciendo méritos el caballero.
—No me voy a subir con usted a ese caballo —dijo mientras señalaba al animal—, si quiere, siga y no se preocupe por mí; ya llegaré.
____ no pudo terminar la frase. Mientras le estaba diciendo lo que pensaba, se vio en el aire como si fuera un saco de zanahorias. Antes de poder reaccionar, se encontraba sobre el semental, sentada delante de Nicholas con los ojos cerrados y el corazón atronándole en el pecho.
Poco a poco, empezó a sentir cómo el pánico se extendía por todo su cuerpo. Le faltaba el aire, le temblaban las piernas y sentía como si por sus extremidades estuviese corriendo todo un regimiento de hormigas.
—Por la expresión de su cara y su tez pálida, yo diría que teme a los caballos, ¿no es así?
¡Dios! A ese hombre habría que darle un premio por su perspicacia, pensó para sus adentros.
—Vaya, y yo que creía que a usted no la asustaba nada —le dijo con un leve aire de burla.
Nicholas sabía que no era justo lo que estaba diciendo, pero quería sacarla de ese estado. Sabía que, al hacerla enfadar, muy probablemente olvidaría su miedo.
____ no podía dejar de temblar como una hoja en medio de una tormenta. ¿Cómo se atrevía a ridiculizarla cuando estaba de verdad tan asustada? Aquello ya era suficiente humillación. Por nada en el mundo, quería que alguien la viera así, y menos aún, él. No se consideraba una cobarde, pero en ese asunto era como si su mente no atendiera razones.
Casi sin saber cómo, abrió los ojos y giró para poder hablarle.
—Es usted un pedazo de patán y, para su información, a lo único que le temo es a los caballos. Si eso no me hace perfecta a sus ojos, me importa un rábano.
Nicholas intentó, sin éxito, reprimir una sonrisa.
—"Pedazo de patán" y "rábano" en una misma frase. Señorita Bradford, me deja usted anonadado. Su vocabulario es de lo más co¬lorido —le dijo mientras la observaba reaccionar, ya no acuciada por el miedo, sino por el enfado. Así le gustaba más, echando chispas por esos fascinantes ojos verdes. Qué fácil era provocarla, pensó, y qué ex¬citante el resultado. A decir verdad, le encantaba esa transformación.
____ sentía algo de remordimiento. No por lo que le había dicho, sino por cómo se lo había dicho. Se había extralimitado, ese carácter y esa lengua suya la habían traicionado otra vez.
—Bueno, quizás en lo de patán...
—Para ser más correcto, pedazo de patán, señorita Bradford.
____ se irguió aún más entre las piernas de Nicholas, lo que hizo que él maldijera por lo bajo y la sujetara para que se mantuviera quieta.
—Si no deja de moverse —dijo, mientras miraba a una parte concreta de su propia anatomía—, no soy responsable de mis actos.
____ entendió, al instante, a qué se refería. La dureza que sentía en su pierna no dejaba lugar a duda alguna. Se sonrojó hasta las cejas y se acordó de lo que Gail le había explicado acerca de la excita¬ción en los hombres. Quiso que la tierra se la tragara en esos momen¬tos e intentó seguir con lo que estaba diciendo.
—Sí, eh, quizás con lo de "pedazo de patán" y "rábano" me ex¬cedí —se le atragantaron las disculpas en la garganta.
Nicholas vio cómo bajaba la cabeza mientras pronunciaba esas palabras y no pudo evitar sonreír. Seguro que le había costado un gran esfuerzo pedir disculpas, pero, al final, lo había logrado hacer. Esa mujer no dejaba nunca de sorprenderlo.
—¿Qué hacía tan lejos de la casa? —preguntó por el bien de los dos. Esperaba que, al hablar de otra cosa, la erección que le habían provocado sus constantes movimientos empezara a ceder. ¡Dios! Cada vez la deseaba más, y lo que le había pasado era prueba de ello.
Comprobó cómo ____ se había ruborizado al darse cuenta de lo excitado que estaba, pero no vio miedo en sus ojos. Eso significa¬ba muchas cosas, y una de ellas era que parecía confiar en él. Eso hizo que algo dentro de él se tornara cálido, suave como una caricia.
—Me apetecía pasear, y todo es tan bonito por aquí que no me di cuenta de cuánto me alejaba —dijo ____, con la misma emoción de una niña que ve por primera vez algo hermoso. Toda la pasión que había sentido momentos antes se tornó en un sentimiento distinto, que lo tomó desprevenido y lo hizo pensar, un extraño sentimiento de protección que lo asombró.
Era encantadora, pensó para sí Nicholas. Tan dulce y a la vez tan rebelde, que lo confundía. Una confusión de la que, por el momen¬to, no quería salir.
—Lord Jonas, ahora que estamos solos, quería comentarle algo.
—¿De qué se trata? —le preguntó al ver que ____ dudaba.
Estaba intrigado. ____ intentaba mirar a todos lados menos a su cara. ¿Qué era lo que estaría tramando esa cabecita? Pensarlo le dio escalofríos.
—Verá, quería decirle —empezó ____ algo dudosa— que he oído rumores acerca de usted y su relación con las mujeres y...
—¿Qué? —preguntó Nicholas y enarcó una ceja—. Esto sí que es interesante —continuó, mientras acercaba su cara un poco más a la de ____ y fijaba su enigmática mirada en sus ojos.
____ observó que a Nicholas no parecía hacerle gracia lo de los rumores; pero ya que había empezado, tenía que decirlo todo.
—Sí —dijo con voz firme, resuelta a soltarlo todo antes de que se arrepintiera—. Quiero decirle que yo no soy susceptible a esa clase de cosas.
—¿Qué cosas son esas, si puede saberse?
Nicholas se estaba divirtiendo de lo lindo al ver lo nerviosa que se ponía. ____ había empezado a sudar; a ese paso, se iba a evaporar delante de sus narices.
Su inocencia lo dejó pasmado.
—Pues las cosas que pasan entre hombres y mujeres —le dijo y volvió a irritarse.
—¿Y qué es lo que pasa entre ellos, señorita Bradford? Porque verá, estoy siendo paciente, pero ese acertijo suyo me está cansando.
—¡Pues debe de ser usted estúpido! —alzó la voz ____. Otra vez su lengua había vuelto a soltarse. Y lo peor, ¡ahora tenía las dos cejas levantadas!
Desde luego, él sabía cómo poner una expresión intimidatoria. Detuvo un momento la marcha del caballo.
— Señorita Bradford, si sigue así, tendré que llegar a la conclu¬sión de que está perdidamente enamorada de mí.
— Es usted un arrogante, presumido y...
Nicholas no la dejó continuar, no pudo. Sólo sabía que nece¬sitaba probar esos labios rojos y carnosos que lo llamaban. Siguió su impulso y, con un sólo movimiento, la tomó por la cintura y rozó sus labios con los de ella en una suave caricia. Con un gemido ahogado, ahondó el beso.
Era néctar puro, la más deliciosa de las ambrosías. La sintió de¬batirse, durante unos breves segundos, antes de acariciarle el cuello y enredarle los dedos en su pelo.
Esa inocente entrega, esa respuesta con una pasión similar a la suya, hacía insignificante cualquier experiencia previa que pudiera ha¬ber tenido. Sin poder evitarlo, lo acometió una oleada de posesión que amenazó con derribarlo.
____ pensó que estaba soñando. Jamás imaginó que podría sentir todo lo que estaba experimentando: una necesidad cada vez más grande, más acuciante, que se extendía por todo su cuerpo y que no sabía cómo saciar. Al principio, quiso detenerlo, pero en ese momento, si tenía que ser fiel a sí misma, mataría a quien pusiese fin a aquello.
El beso se estaba volviendo cada vez más íntimo. Nicholas, con los dedos, instó a que ____ abriera más la boca, para tomar comple¬ta posesión de su lengua. Al principio, sintió cómo la inexperiencia de ____ la hizo dudar, para después imitar sus movimientos y hacerle perder, prácticamente, la razón.
¡Dios! Si aquello no paraba en ese mismo instante, sin dudar, la tumbaría en el suelo y le haría el amor. La penetraría tan profunda¬mente que no cabría duda de que era suya, se perdería en esa húmeda cueva de placer hasta que volviera a recobrar la razón.
Así que, recurriendo a toda su voluntad, Nicholas la separó poco a poco de él.
—Imagino que se estaba refiriendo a esto cuando dijo lo que pasa entre hombres y mujeres —le dijo Nicholas, como si el beso no lo hubiera afectado en nada.
____ todavía estaba aturdida por lo que había pasado. Se llevó los dedos a los labios como si así pudiese borrar lo que había hecho. La furia se abrió paso en su interior.
—Sí, me refería exactamente a esto, y quiero que sepa que no estoy dispuesta a dejar que juegue conmigo, y que jamás permitiré que vuelva a besarme. Hay muchas damas invitadas este fin de semana que verían con buenos ojos que usted le brindase sus atenciones —dijo, como si le asquearan—, pero yo, desde luego, no soy una de ellas. ¿Me ha entendido, lord Jonas?
Nicholas pensó que la habrían oído hasta los guardias que cus¬todiaban la Muralla China. Un mechón de pelo se le había soltado del recogido y caía, seductoramente, encima de su pecho. En ese momen¬to, tuvo que contenerse para no tomarlo entre sus dedos. Los mecho¬nes parecían de seda pura, y su aroma, una mezcla de flores silvestres y un toque de canela, que hacía casi irresistible la tentación de perderse en ellos.
Ahora comprendía cómo los marineros eran capaces de ir gus¬tosos a su fin, seducidos por el canto de las sirenas, porque él estaba contemplando a la más hermosa de ellas.
—Sí, señorita Bradford, la he entendido de maravilla y, no se preocupe, que no la importunaré más; por lo menos, hasta esta noche en la cena, así tendrá tiempo para aceptar que, aunque no quiera, se siente sumamente atraída por mí. Bueno, casi tanto como yo la deseo a usted, pequeña.
____ iba a replicarle cuando Nicholas puso al trote al semen¬tal negro. Después de eso, toda idea de decirle lo que podía hacer con su deseo se esfumó, diluida en una marea de pánico que no la deja¬ba pensar. Sólo pudo volverse hacia adelante y apretarse bien contra su pecho para no caer. Presentía con absoluta certeza, aun sin saber cómo, que él no la dejaría sufrir ningún daño; pero el miedo, después de tantos años instalado en su mente, atenazaba todos sus sentidos y hacía que la razón quedara relegada a un segundo plano.
Cuando, por fin, llegaron a las caballerizas de la casa, Nicholas la ayudó a desmontar. Sus piernas parecían de gelatina y se negaban rotundamente a responder. Todo su cuerpo temblaba de forma incon¬trolable. Si no hubiese sido por él, de seguro se habría caído al suelo.
Nicholas la tomó entre sus brazos, preocupado. Sabía que ____ tenía miedo a los caballos; eso había quedado patente en su rostro cuando la había subido a él; pero no imaginó que ese miedo es¬taba tan arraigado como para afectarla de esa manera. Se sentía culpa¬ble por no haber dado la suficiente importancia a sus protestas. Había sido un presuntuoso por no haber estado atento a todas las señales. El precio era la tristeza que sus ojos no podían disimular. El ser el prin¬cipal causante de ese estado le desagradó en demasía.
Sintió ganas de abrazarla más fuerte y alejar de su mente el re¬cuerdo que le había producido aquella reacción.
—¿Está bien? —le preguntó sin soltarla.
—Podía haber preguntado eso antes —exclamó ____.
Nicholas asintió y le dio toda la razón.
—¿De dónde viene ese miedo a los caballos? —le preguntó mientras le acariciaba el mentón con la mano y la obligaba a levantar la cabeza para mirarlo.
Era la primera vez que la veía vulnerable, y el hecho de ver así a una mujer como ella, fuerte y con carácter, lo afectaba aún más.
Observó cómo se mordió el labio inferior, como si estuviera to¬mando una importante decisión. Cuando creyó que ya no respondería a su pregunta, ____ volvió a sorprenderlo.
—Me caí de un caballo cuando era pequeña. ¿Está contento ya?
—¿Y no volvió a montar?
____ lo miró molesta.
—Mi padre lo intentó pasado un tiempo; pero cuando uno se rompe varias costillas y un brazo, además de tener una contusión, se vuelve algo testarudo.
—Ya veo —dijo Nicholas—. De todas maneras, debería volver a intentarlo. Mucha gente tiene accidentes, y no por eso tiene que dejar de disfrutar. Su padre debería haberle insistido con más vehemencia.
____ se separó de él para mirarlo bien a los ojos.
—No tuvo tiempo, milord, porque él mismo murió a lomos de su semental.
Dicho esto, se alejó en dirección a la casa, y lord Jonas quedó sin saber qué decir, por primera vez desde que la había conocido.
* * *
Nicholas no pudo dejar de darle vueltas a las palabras de ____ du¬rante toda la tarde. Le debía una disculpa y lo sabía. Se había tomado su miedo a la ligera, y eso no era propio de él. Tenía que haberse dado cuenta de que aquella reacción se debía a algo más profundo que un temor sin fundamento.
Cuando la tomó de la cintura para ayudarla a desmontar, fue consciente de la verdadera magnitud de la situación. La sintió temblar entre sus manos, como si fuera una niña asustada. Se maldijo men¬talmente, una y otra vez, por no haberlo comprendido antes. Ella no era como esas tontas damiselas que se desmayaban por cualquier ni¬miedad. Por el contrario, era una mujer fuerte, con carácter, dulce, quizás demasiado para su propio bien, y sincera, como tantas veces había demostrado.
Sólo se mentía en su deseo hacia él. Lo había visto en sus ojos, los mismos que no podían esconder nada debido a su inocencia. Tam¬bién lo había sentido en el cuerpo de ____: el deseo, la pasión, la entrega con la que le había devuelto los besos no se podían fingir.
Debería haberlo notado, se reprendió de nuevo; sobre todo, des¬pués de conocer sus circunstancias, historia que lady Jane le contó después de que él insistiera en que le comentara algo acerca de ella.
Una chiquilla que, tres años atrás, con sólo dieciséis años, asu¬me la responsabilidad de la cabeza de la familia y tiene que vivir con la pena de su pérdida, y a la vez, proteger celosamente a su hermano y ayudar a una madre afectada por su viudez, no puede tener miedos por capricho.
Al pensar en ello, un atisbo de admiración se instaló en su inte¬rior. Tenía que reconocer su valía porque, a pesar del pánico, en nin¬gún momento le había pedido que la dejara bajar; por el contrario, se aferró a él con todas sus fuerzas y depositó en sus manos una confian¬za desmerecida.
Había estado tan absorto en su deseo que recién al volver sobre sus pasos, se daba cuenta del miedo que debió de haber pasado. En verdad, la confianza que había pretendido obtener de ella ya estaba hecha trizas por su falta de autocontrol. Le pediría perdón, aunque eso fuera una insignificante compensación por el desasosiego que le había provocado. Su comportamiento había sido inexcusable, a pesar de no haber sido intencionado.
Durante la comida, no pudo hacerlo. ____ se sentó junto a Mary Beth y los hijos del coronel Hendrins, por lo que no pudo dejar de observar que ese mequetrefe de Anthony no dejaba de devorarla con la mirada.
—¿Te ocurre algo? —le preguntó lady Jane, que estaba sentada a su lado.
—Tía Jane —contestó Charles antes de que Nicholas pudiera abrir la boca—, está claro que Nicholas sufre de indigestión amorosa.
Nicholas miró a su amigo con cara de "o te callas o te callo", situación que no pasó desapercibida para lady Jane.
—Así que, por lo que veo, el tema no es algo pasajero —afirmó lady Jane mientras lo miraba con aire de madre que pone en su lugar a un hijo descarnado.
—No debe preocuparse —le contestó Nicholas mientras se ali¬saba el cabello con sus largos dedos—. Su sobrino hace conjeturas sin saber y, si él sigue por ese camino, puede que usted se encuentre con un sobrino que se quede lelo de golpe —amenazó Nicholas mientras sonreía entre dientes a Charles.
—Pues vaya, como sigáis así, espero que no sea antes de que yo os deje tontos a los dos —replicó algo contrariada lady Jane, mientras unía sus cejas con enfado. Así que ten mucho cuidado, Nicholas Bra¬me. Y tú —dijo y señaló a su sobrino— deja de incordiarlo, ¿me has entendido?
Cuando lady Jane dejó de prestarles atención para hablar con la señora Jennins, que estaba a su izquierda, Nicholas no pudo aguantar más.
—Charles, me estás irritando sobremanera con tus inapropiados comentarios. Francamente, estás sacando a tu tía de sus casillas, y no quiero que, a mis treinta años, me dé un tirón de orejas. No me gustaría herir sus sentimientos.
Charles intentó disimular una sonrisa de oreja a oreja.
—Amigo, estás exagerando. Sólo lo dice porque está preocupa¬da por ____, pero sabe que no somos unos niños.
—Pues yo no estaría tan seguro. Tu tía es una mujer de armas tomar y, a pesar de nuestra edad y posición, no te quepa duda de que es capaz de hacérnosla pagar.
—Parece como si le tuvieras miedo.
—Sin duda alguna. Wellington hizo un cursillo acelerado a su lado. Prefiero, mil veces, el frente a una ceja arqueada de tu tía.
Nicholas pensó en lo mucho que la tía de Charles había hecho por él, y una sonrisa asomó a sus labios. Le encantaba que aún inten¬tara ponerlo en su sitio cada vez que hacía una trastada, como si fuese todavía un muchacho. Era una de las pocas personas que se preocu¬paban por él y lo querían. Por eso, no podía herir sus sentimientos y decirle que ya no era un niño para darle los sermones que le prodigaba. A cualquier otra persona, no se lo habría permitido; pero a ella sí. No quería que cambiara, porque la adoraba tal cual era; en su corazón, ocupaba el lugar más parecido al de una madre.
Nicholas sujetó las riendas de su caballo. Aquella mañana había salido a cabalgar como parte de la comitiva de invitados. Necesitaba hacer algo de ejercicio después de la noche anterior, después de que sus hormonas fueran zarandeadas de manera tan contundente. Algo en su interior, la esencia del cazador siempre alerta, le había hecho recorrer los alrededores con un ansia insultante, pero no había encontrado a ____ por ningún lado. El notar que, mentalmente, la llamaba por su nombre de pila le hizo esbozar una mueca de disgusto.
Ahora que lo pensaba, quizás el hecho de que esa mañana no se hubiese reunido con ellos suponía que la dama lo estaba rehuyendo. Si era así, no iba a conseguirlo por mucho tiempo, a no ser que pasara el fin de semana encerrada en la habitación y, por lo poco que la conocía, no creía que fuera cobarde. Quizás tímida, pero no cobarde.
Desde la velada en casa de los Norfolk, en la que bailó con ella el vals, no había podido quitarse de la cabeza la idea de que, con el estímulo debido, esa timidez, que era pura fachada, caería como un castillo de naipes y daría paso a una faceta nueva en ella; algo que había podido atisbar en su persona y que le fascinaba mucho más: ese fuego que tanto se esforzaba por esconder.
Sin duda, era una mujer apasionada, y Nicholas no podía dejar de pensar cómo sería embriagarse con su cuerpo aterciopelado y beber de sus labios carnosos. Estaba hambriento de ella de una manera que nunca habría imaginado. Su autocontrol se desmoronaba a pasos agigantados por una jovencita inexperta, y él apenas podía creerlo.
Tomó de nuevo las riendas con más fuerza y se propuso seguir al resto que ya se alejaba cuando divisó, a lo lejos, la figura de una mujer. Aunque pensó que no sería tan fácil tener tanta suerte, el destino estuvo, ese día, de su parte. No había duda: su figura, su andar, la forma de ladear la cabeza, el color del pelo; todo le indicaba que no se equivocaba, y que la mujer que veía no era otra que la mismísima señorita ____ Bradford.
____ sabía que tenía que volver. Ya llevaba varias horas fuera, y el momento del almuerzo debía de estar cercano. Se había sentado debajo de un maravilloso árbol que le daba la quietud suficiente para no reparar en el paso del tiempo y al poco rato se levantó con ímpetu renovado dispuesta a regresar a la casa cuando, surgido de la nada, apareció un gran semental negro, tan hermoso como amenazante, cuyas riendas eran sujetadas por Nicholas Jonas en una bravuconada de poder.
Estaba observándola con una sonrisa en los labios. Ella se puso nerviosa; estaba segura de que él sabía que, cuando le sonreía de esa manera, le ponía la piel de gallina.
—Buenos días, señorita Bradford. Es un verdadero placer volver a verla.
____ sintió que se le contraía el estómago y no sabía si era porque había abusado de la mermelada en el desayuno o si era la voz de aquel hombre, ronca y sensual, que parecía acariciarla.
Apretó los puños en un intento por reprocharse su falta de con¬trol ante ese presumido, pero se recordó mentalmente que se había propuesto hablar con él en la primera ocasión que se le presentara. Pues bien, ese era un momento tan bueno como cualquier otro.
—Buenos días, lord Jonas —le dijo mientras pensaba cómo encauzar la conversación.
—¿Se dirige a la casa? Porque en ese caso, puede montar conmigo. De esa forma, llegará antes.
____ sintió cómo el miedo se instalaba en su interior. Hacía tiempo que no se sentía así.
—No, gracias; prefiero volver a pie —le dijo, como si esa fuera la idea más tonta que le hubiesen propuesto en su vida.
Nicholas enarcó una ceja.
Ella sabía que si montaba en esa cosa enorme, devolvería hasta la cena del día anterior.
No podía evitarlo, pero, aunque le daba una rabia inmensa tener tan poco control sobre sí misma, no podía hacer otra cosa. A los siete años, mientras daba un paseo con su padre, se había caído de Andrómeda, la yegua que le habían regalado por su cumpleaños y se había roto dos costillas y un brazo.
Todavía podía recordar la cara de su padre. Aquella había sido la única vez que lo había visto verdaderamente asustado.
Le llevó un tiempo recuperarse, pero cuando estuvo completamente repuesta, su padre la animó a intentarlo otra vez; le dijo que había que enfrentarse a los miedos, porque, si no, al final, ellos terminaban venciendo. Sin embargo, no tuvo éxito, porque ella ya había decidido que los caballos no eran su compañía preferida.
Con el tiempo y debido a su insistencia, cedió; pero la muerte inesperada de su padre, a lomos de uno de esos sementales, sentenció su suerte, y no volvió a montar desde aquel momento. Así que, por mucho que le dijera aquel bruto, no se subiría, y no había nada más que hablar.
—Vamos, señorita Bradford, hay un buen trecho hasta la casa y, dentro de poco, será la hora de la comida; no sea terca y deme la mano —le dijo como si estuviera tratando de razonar con un niño.
Eso hizo que el enfado que sentía ____ hacia él subiera varios puntos. Estaba haciendo méritos el caballero.
—No me voy a subir con usted a ese caballo —dijo mientras señalaba al animal—, si quiere, siga y no se preocupe por mí; ya llegaré.
____ no pudo terminar la frase. Mientras le estaba diciendo lo que pensaba, se vio en el aire como si fuera un saco de zanahorias. Antes de poder reaccionar, se encontraba sobre el semental, sentada delante de Nicholas con los ojos cerrados y el corazón atronándole en el pecho.
Poco a poco, empezó a sentir cómo el pánico se extendía por todo su cuerpo. Le faltaba el aire, le temblaban las piernas y sentía como si por sus extremidades estuviese corriendo todo un regimiento de hormigas.
—Por la expresión de su cara y su tez pálida, yo diría que teme a los caballos, ¿no es así?
¡Dios! A ese hombre habría que darle un premio por su perspicacia, pensó para sus adentros.
—Vaya, y yo que creía que a usted no la asustaba nada —le dijo con un leve aire de burla.
Nicholas sabía que no era justo lo que estaba diciendo, pero quería sacarla de ese estado. Sabía que, al hacerla enfadar, muy probablemente olvidaría su miedo.
____ no podía dejar de temblar como una hoja en medio de una tormenta. ¿Cómo se atrevía a ridiculizarla cuando estaba de verdad tan asustada? Aquello ya era suficiente humillación. Por nada en el mundo, quería que alguien la viera así, y menos aún, él. No se consideraba una cobarde, pero en ese asunto era como si su mente no atendiera razones.
Casi sin saber cómo, abrió los ojos y giró para poder hablarle.
—Es usted un pedazo de patán y, para su información, a lo único que le temo es a los caballos. Si eso no me hace perfecta a sus ojos, me importa un rábano.
Nicholas intentó, sin éxito, reprimir una sonrisa.
—"Pedazo de patán" y "rábano" en una misma frase. Señorita Bradford, me deja usted anonadado. Su vocabulario es de lo más co¬lorido —le dijo mientras la observaba reaccionar, ya no acuciada por el miedo, sino por el enfado. Así le gustaba más, echando chispas por esos fascinantes ojos verdes. Qué fácil era provocarla, pensó, y qué ex¬citante el resultado. A decir verdad, le encantaba esa transformación.
____ sentía algo de remordimiento. No por lo que le había dicho, sino por cómo se lo había dicho. Se había extralimitado, ese carácter y esa lengua suya la habían traicionado otra vez.
—Bueno, quizás en lo de patán...
—Para ser más correcto, pedazo de patán, señorita Bradford.
____ se irguió aún más entre las piernas de Nicholas, lo que hizo que él maldijera por lo bajo y la sujetara para que se mantuviera quieta.
—Si no deja de moverse —dijo, mientras miraba a una parte concreta de su propia anatomía—, no soy responsable de mis actos.
____ entendió, al instante, a qué se refería. La dureza que sentía en su pierna no dejaba lugar a duda alguna. Se sonrojó hasta las cejas y se acordó de lo que Gail le había explicado acerca de la excita¬ción en los hombres. Quiso que la tierra se la tragara en esos momen¬tos e intentó seguir con lo que estaba diciendo.
—Sí, eh, quizás con lo de "pedazo de patán" y "rábano" me ex¬cedí —se le atragantaron las disculpas en la garganta.
Nicholas vio cómo bajaba la cabeza mientras pronunciaba esas palabras y no pudo evitar sonreír. Seguro que le había costado un gran esfuerzo pedir disculpas, pero, al final, lo había logrado hacer. Esa mujer no dejaba nunca de sorprenderlo.
—¿Qué hacía tan lejos de la casa? —preguntó por el bien de los dos. Esperaba que, al hablar de otra cosa, la erección que le habían provocado sus constantes movimientos empezara a ceder. ¡Dios! Cada vez la deseaba más, y lo que le había pasado era prueba de ello.
Comprobó cómo ____ se había ruborizado al darse cuenta de lo excitado que estaba, pero no vio miedo en sus ojos. Eso significa¬ba muchas cosas, y una de ellas era que parecía confiar en él. Eso hizo que algo dentro de él se tornara cálido, suave como una caricia.
—Me apetecía pasear, y todo es tan bonito por aquí que no me di cuenta de cuánto me alejaba —dijo ____, con la misma emoción de una niña que ve por primera vez algo hermoso. Toda la pasión que había sentido momentos antes se tornó en un sentimiento distinto, que lo tomó desprevenido y lo hizo pensar, un extraño sentimiento de protección que lo asombró.
Era encantadora, pensó para sí Nicholas. Tan dulce y a la vez tan rebelde, que lo confundía. Una confusión de la que, por el momen¬to, no quería salir.
—Lord Jonas, ahora que estamos solos, quería comentarle algo.
—¿De qué se trata? —le preguntó al ver que ____ dudaba.
Estaba intrigado. ____ intentaba mirar a todos lados menos a su cara. ¿Qué era lo que estaría tramando esa cabecita? Pensarlo le dio escalofríos.
—Verá, quería decirle —empezó ____ algo dudosa— que he oído rumores acerca de usted y su relación con las mujeres y...
—¿Qué? —preguntó Nicholas y enarcó una ceja—. Esto sí que es interesante —continuó, mientras acercaba su cara un poco más a la de ____ y fijaba su enigmática mirada en sus ojos.
____ observó que a Nicholas no parecía hacerle gracia lo de los rumores; pero ya que había empezado, tenía que decirlo todo.
—Sí —dijo con voz firme, resuelta a soltarlo todo antes de que se arrepintiera—. Quiero decirle que yo no soy susceptible a esa clase de cosas.
—¿Qué cosas son esas, si puede saberse?
Nicholas se estaba divirtiendo de lo lindo al ver lo nerviosa que se ponía. ____ había empezado a sudar; a ese paso, se iba a evaporar delante de sus narices.
Su inocencia lo dejó pasmado.
—Pues las cosas que pasan entre hombres y mujeres —le dijo y volvió a irritarse.
—¿Y qué es lo que pasa entre ellos, señorita Bradford? Porque verá, estoy siendo paciente, pero ese acertijo suyo me está cansando.
—¡Pues debe de ser usted estúpido! —alzó la voz ____. Otra vez su lengua había vuelto a soltarse. Y lo peor, ¡ahora tenía las dos cejas levantadas!
Desde luego, él sabía cómo poner una expresión intimidatoria. Detuvo un momento la marcha del caballo.
— Señorita Bradford, si sigue así, tendré que llegar a la conclu¬sión de que está perdidamente enamorada de mí.
— Es usted un arrogante, presumido y...
Nicholas no la dejó continuar, no pudo. Sólo sabía que nece¬sitaba probar esos labios rojos y carnosos que lo llamaban. Siguió su impulso y, con un sólo movimiento, la tomó por la cintura y rozó sus labios con los de ella en una suave caricia. Con un gemido ahogado, ahondó el beso.
Era néctar puro, la más deliciosa de las ambrosías. La sintió de¬batirse, durante unos breves segundos, antes de acariciarle el cuello y enredarle los dedos en su pelo.
Esa inocente entrega, esa respuesta con una pasión similar a la suya, hacía insignificante cualquier experiencia previa que pudiera ha¬ber tenido. Sin poder evitarlo, lo acometió una oleada de posesión que amenazó con derribarlo.
____ pensó que estaba soñando. Jamás imaginó que podría sentir todo lo que estaba experimentando: una necesidad cada vez más grande, más acuciante, que se extendía por todo su cuerpo y que no sabía cómo saciar. Al principio, quiso detenerlo, pero en ese momento, si tenía que ser fiel a sí misma, mataría a quien pusiese fin a aquello.
El beso se estaba volviendo cada vez más íntimo. Nicholas, con los dedos, instó a que ____ abriera más la boca, para tomar comple¬ta posesión de su lengua. Al principio, sintió cómo la inexperiencia de ____ la hizo dudar, para después imitar sus movimientos y hacerle perder, prácticamente, la razón.
¡Dios! Si aquello no paraba en ese mismo instante, sin dudar, la tumbaría en el suelo y le haría el amor. La penetraría tan profunda¬mente que no cabría duda de que era suya, se perdería en esa húmeda cueva de placer hasta que volviera a recobrar la razón.
Así que, recurriendo a toda su voluntad, Nicholas la separó poco a poco de él.
—Imagino que se estaba refiriendo a esto cuando dijo lo que pasa entre hombres y mujeres —le dijo Nicholas, como si el beso no lo hubiera afectado en nada.
____ todavía estaba aturdida por lo que había pasado. Se llevó los dedos a los labios como si así pudiese borrar lo que había hecho. La furia se abrió paso en su interior.
—Sí, me refería exactamente a esto, y quiero que sepa que no estoy dispuesta a dejar que juegue conmigo, y que jamás permitiré que vuelva a besarme. Hay muchas damas invitadas este fin de semana que verían con buenos ojos que usted le brindase sus atenciones —dijo, como si le asquearan—, pero yo, desde luego, no soy una de ellas. ¿Me ha entendido, lord Jonas?
Nicholas pensó que la habrían oído hasta los guardias que cus¬todiaban la Muralla China. Un mechón de pelo se le había soltado del recogido y caía, seductoramente, encima de su pecho. En ese momen¬to, tuvo que contenerse para no tomarlo entre sus dedos. Los mecho¬nes parecían de seda pura, y su aroma, una mezcla de flores silvestres y un toque de canela, que hacía casi irresistible la tentación de perderse en ellos.
Ahora comprendía cómo los marineros eran capaces de ir gus¬tosos a su fin, seducidos por el canto de las sirenas, porque él estaba contemplando a la más hermosa de ellas.
—Sí, señorita Bradford, la he entendido de maravilla y, no se preocupe, que no la importunaré más; por lo menos, hasta esta noche en la cena, así tendrá tiempo para aceptar que, aunque no quiera, se siente sumamente atraída por mí. Bueno, casi tanto como yo la deseo a usted, pequeña.
____ iba a replicarle cuando Nicholas puso al trote al semen¬tal negro. Después de eso, toda idea de decirle lo que podía hacer con su deseo se esfumó, diluida en una marea de pánico que no la deja¬ba pensar. Sólo pudo volverse hacia adelante y apretarse bien contra su pecho para no caer. Presentía con absoluta certeza, aun sin saber cómo, que él no la dejaría sufrir ningún daño; pero el miedo, después de tantos años instalado en su mente, atenazaba todos sus sentidos y hacía que la razón quedara relegada a un segundo plano.
Cuando, por fin, llegaron a las caballerizas de la casa, Nicholas la ayudó a desmontar. Sus piernas parecían de gelatina y se negaban rotundamente a responder. Todo su cuerpo temblaba de forma incon¬trolable. Si no hubiese sido por él, de seguro se habría caído al suelo.
Nicholas la tomó entre sus brazos, preocupado. Sabía que ____ tenía miedo a los caballos; eso había quedado patente en su rostro cuando la había subido a él; pero no imaginó que ese miedo es¬taba tan arraigado como para afectarla de esa manera. Se sentía culpa¬ble por no haber dado la suficiente importancia a sus protestas. Había sido un presuntuoso por no haber estado atento a todas las señales. El precio era la tristeza que sus ojos no podían disimular. El ser el prin¬cipal causante de ese estado le desagradó en demasía.
Sintió ganas de abrazarla más fuerte y alejar de su mente el re¬cuerdo que le había producido aquella reacción.
—¿Está bien? —le preguntó sin soltarla.
—Podía haber preguntado eso antes —exclamó ____.
Nicholas asintió y le dio toda la razón.
—¿De dónde viene ese miedo a los caballos? —le preguntó mientras le acariciaba el mentón con la mano y la obligaba a levantar la cabeza para mirarlo.
Era la primera vez que la veía vulnerable, y el hecho de ver así a una mujer como ella, fuerte y con carácter, lo afectaba aún más.
Observó cómo se mordió el labio inferior, como si estuviera to¬mando una importante decisión. Cuando creyó que ya no respondería a su pregunta, ____ volvió a sorprenderlo.
—Me caí de un caballo cuando era pequeña. ¿Está contento ya?
—¿Y no volvió a montar?
____ lo miró molesta.
—Mi padre lo intentó pasado un tiempo; pero cuando uno se rompe varias costillas y un brazo, además de tener una contusión, se vuelve algo testarudo.
—Ya veo —dijo Nicholas—. De todas maneras, debería volver a intentarlo. Mucha gente tiene accidentes, y no por eso tiene que dejar de disfrutar. Su padre debería haberle insistido con más vehemencia.
____ se separó de él para mirarlo bien a los ojos.
—No tuvo tiempo, milord, porque él mismo murió a lomos de su semental.
Dicho esto, se alejó en dirección a la casa, y lord Jonas quedó sin saber qué decir, por primera vez desde que la había conocido.
* * *
Nicholas no pudo dejar de darle vueltas a las palabras de ____ du¬rante toda la tarde. Le debía una disculpa y lo sabía. Se había tomado su miedo a la ligera, y eso no era propio de él. Tenía que haberse dado cuenta de que aquella reacción se debía a algo más profundo que un temor sin fundamento.
Cuando la tomó de la cintura para ayudarla a desmontar, fue consciente de la verdadera magnitud de la situación. La sintió temblar entre sus manos, como si fuera una niña asustada. Se maldijo men¬talmente, una y otra vez, por no haberlo comprendido antes. Ella no era como esas tontas damiselas que se desmayaban por cualquier ni¬miedad. Por el contrario, era una mujer fuerte, con carácter, dulce, quizás demasiado para su propio bien, y sincera, como tantas veces había demostrado.
Sólo se mentía en su deseo hacia él. Lo había visto en sus ojos, los mismos que no podían esconder nada debido a su inocencia. Tam¬bién lo había sentido en el cuerpo de ____: el deseo, la pasión, la entrega con la que le había devuelto los besos no se podían fingir.
Debería haberlo notado, se reprendió de nuevo; sobre todo, des¬pués de conocer sus circunstancias, historia que lady Jane le contó después de que él insistiera en que le comentara algo acerca de ella.
Una chiquilla que, tres años atrás, con sólo dieciséis años, asu¬me la responsabilidad de la cabeza de la familia y tiene que vivir con la pena de su pérdida, y a la vez, proteger celosamente a su hermano y ayudar a una madre afectada por su viudez, no puede tener miedos por capricho.
Al pensar en ello, un atisbo de admiración se instaló en su inte¬rior. Tenía que reconocer su valía porque, a pesar del pánico, en nin¬gún momento le había pedido que la dejara bajar; por el contrario, se aferró a él con todas sus fuerzas y depositó en sus manos una confian¬za desmerecida.
Había estado tan absorto en su deseo que recién al volver sobre sus pasos, se daba cuenta del miedo que debió de haber pasado. En verdad, la confianza que había pretendido obtener de ella ya estaba hecha trizas por su falta de autocontrol. Le pediría perdón, aunque eso fuera una insignificante compensación por el desasosiego que le había provocado. Su comportamiento había sido inexcusable, a pesar de no haber sido intencionado.
Durante la comida, no pudo hacerlo. ____ se sentó junto a Mary Beth y los hijos del coronel Hendrins, por lo que no pudo dejar de observar que ese mequetrefe de Anthony no dejaba de devorarla con la mirada.
—¿Te ocurre algo? —le preguntó lady Jane, que estaba sentada a su lado.
—Tía Jane —contestó Charles antes de que Nicholas pudiera abrir la boca—, está claro que Nicholas sufre de indigestión amorosa.
Nicholas miró a su amigo con cara de "o te callas o te callo", situación que no pasó desapercibida para lady Jane.
—Así que, por lo que veo, el tema no es algo pasajero —afirmó lady Jane mientras lo miraba con aire de madre que pone en su lugar a un hijo descarnado.
—No debe preocuparse —le contestó Nicholas mientras se ali¬saba el cabello con sus largos dedos—. Su sobrino hace conjeturas sin saber y, si él sigue por ese camino, puede que usted se encuentre con un sobrino que se quede lelo de golpe —amenazó Nicholas mientras sonreía entre dientes a Charles.
—Pues vaya, como sigáis así, espero que no sea antes de que yo os deje tontos a los dos —replicó algo contrariada lady Jane, mientras unía sus cejas con enfado. Así que ten mucho cuidado, Nicholas Bra¬me. Y tú —dijo y señaló a su sobrino— deja de incordiarlo, ¿me has entendido?
Cuando lady Jane dejó de prestarles atención para hablar con la señora Jennins, que estaba a su izquierda, Nicholas no pudo aguantar más.
—Charles, me estás irritando sobremanera con tus inapropiados comentarios. Francamente, estás sacando a tu tía de sus casillas, y no quiero que, a mis treinta años, me dé un tirón de orejas. No me gustaría herir sus sentimientos.
Charles intentó disimular una sonrisa de oreja a oreja.
—Amigo, estás exagerando. Sólo lo dice porque está preocupa¬da por ____, pero sabe que no somos unos niños.
—Pues yo no estaría tan seguro. Tu tía es una mujer de armas tomar y, a pesar de nuestra edad y posición, no te quepa duda de que es capaz de hacérnosla pagar.
—Parece como si le tuvieras miedo.
—Sin duda alguna. Wellington hizo un cursillo acelerado a su lado. Prefiero, mil veces, el frente a una ceja arqueada de tu tía.
Nicholas pensó en lo mucho que la tía de Charles había hecho por él, y una sonrisa asomó a sus labios. Le encantaba que aún inten¬tara ponerlo en su sitio cada vez que hacía una trastada, como si fuese todavía un muchacho. Era una de las pocas personas que se preocu¬paban por él y lo querían. Por eso, no podía herir sus sentimientos y decirle que ya no era un niño para darle los sermones que le prodigaba. A cualquier otra persona, no se lo habría permitido; pero a ella sí. No quería que cambiara, porque la adoraba tal cual era; en su corazón, ocupaba el lugar más parecido al de una madre.
Cande Luque
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Capítulo 5
____ estaba preparándose para la cena. Llevaba todo el día sin poder dejar de pensar en lo que había pasado esa mañana.
No había sido justa con Nicholas, y eso le pesaba un poco en la conciencia. Era verdad que él había desoído su negativa de volver a caballo, pero ella tampoco le había comentado nada acerca de sus temores. En parte por orgullo, porque no quería que pensara que era una cobarde, y en parte por vergüenza de sentirse dominada por sus miedos.
Últimamente, no sabía el por qué, pero parecía resultarle im¬portante la concepción que él tuviera de ella. No sabía desde cuándo ese hecho había adquirido tanta relevancia, pero no quería que la viera como a una de esas tontas mujeres que iban detrás de él y languidecían a cada paso suyo.
Pese a todo, tenía que reconocer que, cuando estuvo entre sus brazos, se sintió a salvo. Su cuerpo inexperto había reaccionado como si reconociese, en el de él, un puerto seguro. A pesar del pánico, sintió que nada malo podría pasarle. Esa confianza había calado en su mente y había menguado los antiguos temores.
Tenía que reconocer que parte de su enfado, sino su totalidad, se debía al despertar de otros sentimientos, cuyo único culpable era Ni¬cholas. Había sido como mantequilla entre sus brazos. Ella no habría sido capaz de detenerse, si él no lo hubiese hecho.
Sin duda, era más peligroso de lo que había pensado en un prin¬cipio. Después de aquello, sabía, a ciencia cierta y con todos sus senti¬dos, que podría volverse adicta a sus besos.
Su fama de seductor no era un gran secreto, pero nunca habría imaginado que podría sentirse así con alguien. Una persona capaz de inflamar sus sentidos de esa manera acabaría con su voluntad; y si había algo que no soportaba, era perder el control de sus emociones. Quizás se debía a todos los años que había tenido que mantenerlas sujetas con mano fuerte; pero, la verdad, odiaba sentirse vulnerable; los sentimientos que le provocaba eran nuevos, excitantes, aunque a la vez, la perturbaban; y eso no le gustaba.
Cuando llegó a su habitación después de dejarlo en las caballe¬rizas, sintió como si una extraña fiebre se hubiera adueñado de ella. Jamás se había sentido tan viva y tan desesperada.
Contra toda lógica y, a pesar de su férrea voluntad, no era in¬mune a sus caricias ni a sus palabras. Y, ¡por Dios!, tampoco lo era a sus tiernos y exigentes besos. Sabía que se estaba enamorando de un libertino.
La situación era peor de lo que había creído en un principio. Sólo significaba una cosa: sufriría sin remedio. Por el contrario, para él, sería una más que añadir a su larga nómina de conquistas.
Tendría que evitarlo como fuera; nunca compartiría con él un amor sincero. Aunque de sólo pensarlo, ya sentía una extraña sen¬sación de vacío en su interior. Por esa razón, el resto del día lo había pasado de un lugar a otro, en un intento por estar ocupada y evitar aquellos sitios donde pensaba que él estaría.
Sí, era cierto; lo había estado esquivando, aunque con hombres como él, era la mejor medicina.
En su intento por escapar de su presencia, había aceptado acom¬pañar a las hijas de lady Jennins y a lady Thompson al pueblo. Se les había antojado comprar unas cintas de colores para el pelo que hicie¬ran juego con el vestido que lucirían esa noche. A último momento, convenció a Mary Beth para que las acompañara en la excursión, por¬que ir al pueblo, sin dudas, lo era.
Ya había anochecido y estaba frente al espejo, preparándose para la cena y para encontrarse con lord Jonas. Esas horas transcu¬rridas, desde que se había visto por última vez, no le sirvieron para acallar sus deseos.
Gracias a Dios, Mary Beth no se había dado cuenta de nada, pese a que la miraba con cara de "¿qué te pasa a ti?". Estaba muy ata¬reada ayudando a su tía con los invitados y coqueteando con los caba¬lleros que revoloteaban en torno a ella.
Esa noche, Susan volvió a peinarla con esa magia que tenía en las manos, que hacía que cada pequeño bucle pareciese destinado a estar exactamente ahí.
En esa ocasión, le hizo un recogido bajo y, con unas tenacillas, había dado forma a varios mechones que resaltaban las facciones ova¬ladas de su cara y atraían la mirada hacia allí de quienes habitualmente observaban sus senos, donde un furtivo rizo se había acomodado de manera natural. Se miró de cuerpo entero en el espejo y contempló su imagen. El vestido de seda color azul con lazos más oscuros en las mangas, que había elegido esa noche, le quedaba bien, a su modesto entender.
Durante todo el rato que la estuvo peinando, Susan, con su entusiasmo natural, la llenó de piropos y hasta aplaudió el resultado final. ____ soltó una carcajada que contagió a la doncella. Ambas rieron amigablemente.
Demoró todo lo que pudo en bajar y, cuando lo hizo, los invita¬dos ya estaban pasando al comedor.
Por suerte, esa noche lord Jonas no quedó situado cerca de ella a la mesa, cosa que la tranquilizó de manera momentánea.
A su lado, se sentó Anthony Hendrins. La verdad era que se trataba de un caballero muy amable y simpático, y ella agradeció en¬tregarse a la animada charla que compartieron.
La cena estaba exquisita. Entre el faisán, las verduras estofadas con mantequilla, los distintos pescados y los deliciosos postres, así también como la tarta de nueces, ____ acabó completamente satis¬fecha.
Se sabía que una dama nunca debía comer demasiado, pero esa noche, no estaba para normas sociales. Además, era más seguro aten¬der a la comida que mirar el rostro enjuto de lord Jonas.
De todas formas, tenía que reconocer que, a pesar de todos sus esfuerzos y promesas, no había podido evitar mirar, de manera furtiva, en su dirección más de una vez. En una de esas ocasiones, lo vio reírse, de manera efusiva, con la señora Oakham, una viuda de muy buen aspecto que, constantemente, le hacía ojitos de forma descarada. Era evidente el mensaje. Se le estaba insinuando, y lord Jonas no parecía hacerle asco a sus esfuerzos. Era, sin duda, un donjuán de pacotilla.
Dejo el tenedor encima del plato, respiró hondo y se pidió a sí misma algo de calma. Observó su mano, la misma que antes había sos¬tenido el cubierto, y se dio cuenta de que había estado sujetándolo con demasiada fuerza, ya que tenía la palma roja y con unas leves marcas; lo peor era reconocer que podía ser a causa de un ligero ataque de ce¬los. ¡Ligero! ¿A quién quería engañar? Eso era la humillación final. Le habría retorcido el cuello a aquella viuda. ¿Y él? ¿Tan poco habían significado sus besos, que ya se lanzaba en busca de una nueva presa?
Si él se diera cuenta, en ese instante, de todo lo que ella sentía, no podría volver a mirarlo. Se reiría de ella y diría que era una chiquilla inocente, que todo lo magnificaba; y habría que darle la razón, porque, si era sincera consigo misma, se estaba comportando como una niñita.
Cuando finalizó la cena, los hombres se retiraron a tomar una copa, mientras las damas se quedaron charlando un rato en el salón, a la espera de que los caballeros se unieran de nuevo a ellas.
Antes de que pudiera seguir atormentándose más con el único tema del día, Mary Beth se sentó junto a ella.
—Me dijeron que te vieron llegar a caballo, esta mañana, con lord Jonas, y por poco le pego a la que me lo ha dicho, por ser una mentirosa amante de los chismes —le dijo Mary Beth con aire inte¬rrogativo.
____ tuvo que reprimir una sonrisa. Su amiga era tan impulsiva que bien podía ser cierto lo que le había dicho, y haberse ido a las manos con la chismosa.
—Sí, bueno, salí a dar un paseo y me encontré con él y, como se hacía tarde, y los dos veníamos hacia acá, se ofreció a traerme.
—Ya —dijo Mary Beth—, y diciéndome eso te quedas tan tran¬quila, ¿verdad? Pero, verás, eso sonaría convincente si no fuera porque te da pánico montar, ____.
Sabía que su amiga no pararía hasta sonsacarle la verdad. Mary Beth era peor que un detective de Scotland Yard. Ni por un momento, conociéndola como la conocía, iba a creer la estúpida explicación que acababa de darle. Peor aún, en esos momentos, estaría pensando qué la habría llevado a contarle tan absurda excusa. Sumaría dos y dos, y sabría que algo había pasado.
—Oh, está bien, Mary Beth; me obligó a subir con él y me puso furiosa. Había estado coqueteando conmigo desde el baile que ofre¬cieron tus padres; así que le dije que, si pensaba sumarme a la lista de tantas jovencitas que caían rendidas a sus pies, no perdiera su tiempo.
____ se dio cuenta de que Mary Beth la miraba atónita.
—Y ¿puede saberse por qué no me dijiste que lord Jonas estaba interesado en ti? —preguntó Mary Beth cuando por fin reaccionó.
—Oh, Mary Beth, ¡no me mires con esa cara! Si no te dije nada, fue porque creí que se le pasaría y se fijaría en otra; pero hoy me ha dejado claro que soy un posible objetivo.
—____, no estás hablando de tácticas militares —le dijo mientras movía la cabeza en señal de desaprobación—. Sin embargo, todo lo que me has contado es maravilloso. —Una gran sonrisa se ins¬taló, de repente, en sus labios.
____ estaba atontada, porque ¿estaban hablando las dos de lo mismo, o su amiga estaba en otro planeta?
—¡Maravilloso, Mary Beth, maravilloso! ¿Estás loca? ¿O te has dado un golpe en la cabeza? Tú sabes, tan bien como yo, lo que se dice de él. Tiene más amigas que pelos tenemos nosotras en la cabeza. Y cuando hablo de amigas, no lo digo en el sentido fraternal de la pala¬bra.
—¿Y qué? —dijo con entusiasmo desbordante—. Además, según mi primo, tiene una regla en cuanto a las damas sin experiencia. Parece ser que nunca se acerca a ellas. Así que, si va detrás de ti y rompe, por primera vez, una de sus normas, significará algo, ¿no crees?
—Sí, significa que es un mujeriego sin escrúpulos.
____ estaba que echaba chispas. No podía creer que su amiga estuviera contra ella y defendiéndolo a él. Decididamente, el mundo se había vuelto del revés.
—Pues ese libertino viene hacia aquí en este instante, y yo debo ir a ver si mi tía necesita que la ayude con la señora Hendrins y su ma¬rido; ya sabes que hablan por los codos.
—Ni se te ocurra, Mary Beth. ¡Mary Beth! —susurró y apretó los dientes, mientras su amiga ya se alejaba y le guiñaba un ojo.
Cuando quiso darse cuenta, y antes de que pudiera reaccionar, lord Jonas estaba casi a su lado.
Había que reconocer que esa noche estaba guapísimo. Vestido de negro, con una camisa blanca y un nudo sencillo y a la vez elegante, era, sin duda, el hombre más atractivo del salón.
—Buenas noches, señorita Bradford. Veo que la han dejado sola.
—Si ha venido...
____ no pudo seguir, porque Nicholas levantó una mano en son de paz para detener la diatriba de ella.
—Por favor, ____, déjeme terminar.
Era la primera vez que la llamaba por su nombre, y en sus labios, le sonó hermoso. Era como si lo hubiera escuchado por primera vez, y actuó como un bálsamo para sus nervios.
—Le pido mis más sinceras disculpas. Jamás pensé que su mie¬do proviniera de tan desgraciadas circunstancias, y fui un estúpido al no darme cuenta de la profundidad de su desasosiego. Debe creerme cuando le digo que me cortaría un brazo antes que hacerla sufrir de nuevo.
____ comprobó que había pesar en sus ojos, y también ter¬nura, la misma que había creído ver esa misma mañana. Sintió que se le aflojaba el nudo que tenía formado en el estómago, mientras se le hacía otro en la garganta. Como pudo, le dio las gracias.
Se quedaron allí, mirándose el uno al otro, en un momento má¬gico, sin atreverse a efectuar ningún movimiento por temor a que se pudiese romper el hechizo.
Esa fue la ocasión elegida por lord Farnsworth para hacer notar su presencia.
—Vaya, señorita Bradford; si me permite decirlo, esta noche está encantadora. Me recuerda usted mucho a su madre. No sé si sabrá que fui uno de sus admiradores, antes de conocer a mi esposa, claro está.
—Es usted muy amable, lord Farnsworth —le respondió ____ mientras, en su interior, deseaba que no hubiese aparecido. Habría querido un poco más de tiempo para seguir experimentando esa sensación casi mágica que se había creado, momentos antes, entre ella y lord Jonas y que, todavía, la tenía en una nube.
—Lord Jonas —dijo lord Farnsworth y dirigió su atención a Nicholas, mientras fruncía la nariz como si hubiese olido algo en mal estado. Saltaba a la vista que le disgustaba su presencia.
—Lord Farnsworth —respondió Nicholas y usó el mismo tono que había utilizado con él. Su semblante carecía de emociones, como si nada de aquello, la velada, los invitados y la actitud de lord Farnswor¬th, que rayaba en el insulto, le importara en absoluto. Sin embargo, para alguien observador, no pasaría inadvertida la repentina rigidez que parecía haberse apoderado de su cuerpo, y la fuerza con que apre¬taba su puño izquierdo, que desmentía esa pose de indiferencia.
El muro, que hacía unos segundos se había derribado, había vuelto a levantarse. Por lo menos, no había sido ella la responsable, sino ese hombre con mirada penetrante, que a ____ le recordaba a un ave de rapiña.
Aunque no hubiese sido un prepotente pomposo, le habría caído mal sólo por haber interrumpido ese momento mágico. Las dos papa¬das, que pretendía disimular con el lazo, le caían de manera uniforme sobre el nudo, que resaltaba, aún más, su flácida barbilla. El traje, a la última moda, no hacía nada por estilizar su figura y le restaba elegancia a la alta confección.
—¿Sabe, lord Jonas? Yo conocí a su padre; éramos socios del mismo club. Un gran hombre, sin duda —dijo lord Farnsworth, mientras se llevaba un pañuelo a la comisura del labio.
—Sí, sin duda —afirmó Nicholas con frialdad en los ojos.
—Su padre me habló de usted, y me alegra comprobar que se ha enderezado, muchacho. Verdaderamente, fue una lástima lo de su her¬mano. Todos teníamos muchas esperanzas depositadas en él. Habría sido un hombre de categoría. De todas formas, reconforta saber que la decepción que usted reportó a su padre durante todos estos años, al final, ha terminado; aunque claro, era lo menos que cabía esperar, después de todo el sufrimiento y la humillación que le hizo soportar.
____ observó cómo la mandíbula de Nicholas se endurecía. Estaba claro que Farnsworth se estaba jugando su seguridad física.
—Mi padre estaba equivocado en muchos aspectos, y yo era el mayor de sus errores. De todos modos, él ya está muerto, y le aconse¬jaría que, de ahora en adelante, se abstuviera de dirigirme la palabra. Y, ahora, si me disculpan.
____ lo siguió con la mirada mientras Nicholas se dirigía a la terraza, atravesaba las puertas y desaparecía en el jardín. Jamás lo había visto así. Aun cuando ella lo había insultado, se había compor¬tado con un control inusitado. En sus ojos, en los que alguna vez ha¬bía encontrado emociones, pese a que él trataba de disfrazarlas con indiferencia, había podido ver, en ese instante, un profundo dolor que ensombrecía su mirada.
De una cosa estaba segura, y era que lo que hubiese pasado entre Nicholas y su padre había sido importante y doloroso, hasta tal punto de no poder dominar la furia que lo consumía. Sin duda, Farnsworth había tenido suerte de no terminar con los dientes en el suelo.
—¡Vaya grosería la de ese muchacho! —exclamó lord Farnsworth—. Cuando su padre decía que era una maldición que hubiera naci¬do, tenía razón.
____ ya no podía contener por más tiempo el enfado que ha¬bía ido creciendo en su interior, por la desfachatez de ese insolente con aires de superioridad al denigrar a Nicholas. El que alguien intentara hacerle daño, la ponía furiosa. De buen grado habría rodeado las dos barbillas de ese hombre y lo hubiera estrangulado.
—Grosería la de usted, lord Farnsworth. Debería pensar antes de hablar; aunque, claro, eso requeriría un gran esfuerzo de su parte además de necesitar una pequeña porción de inteligencia de la que carece por completo. Y, ahora, si me disculpa a mí también —le dijo mientras se daba vuelta para irse, no sin antes ver cómo los ojos salto¬nes del caballero se abrían de par en par.
Sin pensarlo y por instinto, se encaminó a la terraza. No sabía qué iba a decirle, pero sentía una necesidad imperiosa de estar junto a él.
Cuando salió fuera, no lo vio de inmediato. Pero cuando se acercó a la barandilla, desde donde se podía observar la magnitud de los jardines, lo distinguió abajo, junto a un árbol, apoyado de espaldas a ella.
Bajó por las escaleras y pisó el césped; podía sentir su frescor a través de sus zapatillas de satén. Se acercó silenciosamente, aunque no lo suficiente, porque Nicholas notó su presencia. Cuando estaba a escasos pasos de él, giró y le ofreció su mirada más gélida.
Nicholas no sabía todavía cómo no había podido controlar sus impulsos. Cuando Farnsworth le había hablado, con tanta familiari¬dad, de un tema que ni siquiera Charles se atrevía a insinuar, algo en su interior se había removido. Todos los recuerdos, los cuchicheos de la sociedad que lo consideraba de la peor calaña, la mirada de los con¬temporáneos de su padre que lo juzgaban y le daban la espalda con desprecio, la muerte de su hermano y cuánto le había costado armar una coraza que lo protegiera de todo aquello. Todo ello ante lo que se creía ya indiferente, lo había golpeado con fuerza en un sólo instante.
Después de tanto tiempo, no pensaba que unas pocas palabras pudieran hacerlo sentir, otra vez, como un muchacho. Hacía mucho tiempo, se había jurado que jamás bajaría la guardia, que nadie provo¬caría ni la más mínima reacción en él; todo lo que se había propuesto y conseguido hasta ese momento se había desplomado en dos segun¬dos.
Había estado tan concentrado en su deseo por ____ que ha¬bía bajado de una manera infantil sus defensas, y Farnsworth lo había tomado por sorpresa, algo a lo que, hacía mucho tiempo, no estaba acostumbrado.
Maldecía ese momento. Todo aquello había quedado atrás, en¬terrado en lo más profundo de su ser. Desde que era un adolescente, no volvía sobre esos recuerdos; sin embargo, esa noche, lo habían im¬pactado de una manera inaudita, sin darle tiempo a evitar que ____ fuera testigo de ello.
La brisa de la noche removió sus cabellos con timidez, y le dio una sensación de paz que no sentía realmente. Había salido del salón en busca de un momento de soledad, de intimidad para calmarse y vol¬ver a sujetar las riendas de su carácter. No esperaba que ella lo siguiera después de lo que había pasado, pero el dulce aroma a flores silvestres y canela que llegaba desde su espalda le era inconfundible.
Le pediría que volviese al salón, le diría que allí no tenía nada que hacer. Cuanto antes se deshiciera de ella, antes podría volver a sus pensamientos.
Con la rabia que aún quedaba en su interior, giró para mirarla.
—Señorita Bradford, debería volver ahí dentro —le dijo y señaló, con un leve movimiento de cabeza, la puerta que daba al salón, por las que momentos antes había salido—. No estoy ahora para juegos verbales, de esos con los que usted tanto disfruta.
____ sabía que Nicholas quería estar solo, pero se resistía a marcharse.
—Le aseguro que no vengo con esa intención, sólo quiero saber cómo está —le respondió ____, y dio un paso más hacia él.
—¿Y ese interés repentino por mi salud, señorita Bradford?
Para malestar de ____, volvía a ser de nuevo "señorita Brad¬ford".
—Sabe de qué estoy hablando. —Lo miró fijo.
—Si se refiere a Farnsworth, debo desilusionarla; no tiene la mayor importancia —le respondió Nicholas, aunque su semblante re¬flejara todo lo contrario.
—Eso no se lo cree ni usted, lord Jonas. Además, imagino que usted no le retira la palabra a ningún caballero por una simple nimie¬dad. ¿Sabe lo que creo?
—No, pero no sé por qué me parece que va a decírmelo de todas formas —le contestó Nicholas, con un tono de voz que no dejaba duda alguna de lo irritante que le estaba resultando la conversación.
—Pues creo —siguió ____, como si las reservas de Nicholas y su mal genio no fueran más que un capricho de niño malcriado— que Farnsworth ha mandado todo su autocontrol, del que he de decir que merece toda mi admiración, al mismísimo demonio; y para hacer eso, sin duda, debe de haberlo afectado profundamente, y no porque las haya dicho un estúpido pomposo, que sin duda lo es, sino porque le ha hecho recordar algo amargo. No pretendo inmiscuirme, pero no me haga creer que lo que ha pasado no tiene importancia, porque he visto su cara, y le aseguro que lo delataba —dijo ____ con un gesto teatral—. Sé que, de haber podido, habría golpeado a Farnsworth allí mismo.
—¡Qué perspicaz! Me ha dejado anonadado, pero, a pesar de ello, debo aconsejarle que se vaya a hacer conjeturas a otro lado —sen¬tenció Nicholas, con un susurro que erizaba los cabellos.
—No —dijo con obstinación ____.
—¿No?
—No —volvió a contestar e intentó dar más seguridad a sus palabras de la que verdaderamente sentía por dentro. Era como si sus pies hubiesen echado raíces en el suelo e impidieran su retirada.
—Está jugando con fuego, ____. Se lo diré por última vez: márchese de aquí, porque si se queda, créame, no será para hablar.
____ sintió deseos de huir, pero no podía dejarlo solo; algo dentro de ella le gritaba que se quedara; que, a pesar de su obstinación, era un hombre que sufría.
—No —volvió a decir a ____—. No pienso moverme de aquí.
—¡Mujer entrometida, insensata, cabeza dura!
Nicholas pensó que esa muchacha se lo había buscado. Se lo había advertido y había hecho caso omiso de sus palabras. Se había metido en sus asuntos como si hubiera tenido algún derecho a ello.
Salvando, de dos zancadas, la distancia que los separaba, la tomó con algo de brusquedad entre sus brazos y la besó. No con un beso tierno, sino con uno exigente que pedía una total rendición.
Devoró su boca con el ansia del sediento que busca agua des¬pués de cruzar el desierto.
Con el dedo la obligó a separar sus labios para poder penetrar en su boca y hacerla totalmente suya. Exploró con su lengua cada rin¬cón de su exquisita oquedad.
Lo quería todo y no se conformaría con menos, pensó, mientras su necesidad de ella, lejos de saciarse, era cada vez mayor y le producía una dolorosa erección que anunciaba sus más oscuros deseos.
Entre la confusión de su ardor, sintió los gemidos de ____ que, lejos de estar luchando o parecer asustada, se hallaba totalmente entregada a él, a cada sensación, a cada acometida de su lengua. Sus delicados brazos le rodeaban el cuello, mientras se apretaba sensual e inocente contra él. Le devoraba la boca con un ansia que igualaba la suya, y cuando Nicholas tomó conciencia de ello, también gimió entre sus labios.
Sabía que, con poco esfuerzo, podía hacerla suya allí mismo; pero debía parar, porque ____ no se merecía aquello. No allí y de esa forma. Ella se merecía toda la ternura del mundo y no el deseo salvaje, producto de su rabia.
—____, váyase —le dijo, mientras intentaba separarse de ella—. Por favor, váyase. —Ya no fue una orden, sino una súplica.
____ lo miraba fijo a los ojos y leyó, por primera vez, lo que le decían: claramente, contradecían sus palabras.
—No —dijo ____ mientras le tocaba con suavidad la mejilla con sus dedos—. No lo dejaré solo, porque sé, en mi interior, que está sufriendo.
Nicholas sintió como si lo hubieran abofeteado. Nadie, jamás en su vida, había sido capaz de ver en él lo que ____ había descu¬bierto. Charles y lady Jane habían atisbado algo, pero siempre había sabido mantenerlos a distancia.
Sin embargo, allí estaba una muchacha, a la que apenas conocía, pero capaz de entrar en su interior para mostrarle sus sentimientos con ingenua claridad, para dejarlo completamente desnudo; y él no podía permitirse eso.
—No sé de qué habla.
____ hizo un gesto con la cara en señal de que esa respuesta la había decepcionado. Sin embargo, sus ojos estaban llenos de obs¬tinación, y le decían, a las claras, que no podía engañarla y que no se daría por vencida tan fácilmente.
—No hace falta que me lo cuente, pero ¿sabe? Yo sé algo acerca del dolor y sé que es traicionero. Aprendí que cuando cree que se ha ido para siempre de su vida, lo ataca por sorpresa y vuelve a golpearlo sin ningún tipo de escrúpulo. No puedo hacer que desaparezca, pero sí puedo permanecer con usted un rato, quizás el suficiente para que esconda su compungida expresión. Déjeme, aunque sea en silencio, que comparta su pena.
____ no había apartado la mano de su mejilla, y sus ojos es¬taban cargados de lágrimas sin derramar.
Algo se rompió dentro de Nicholas, algo que ni siquiera podía identificar, pero que hizo que sintiera la necesidad imperiosa de abra¬zarla fuertemente contra él, como si fuera su salvación.
No era justo cargarla con todo eso, pero él tampoco lo había elegido; no había querido mostrar sus sentimientos, su rabia; y menos aún, habría querido experimentar que necesitaba a alguien de la mane¬ra que la necesitaba a ella en ese momento.
Sin saber cómo ni por qué, como un espectador más, empezó a escuchar sus propias palabras que brotaron. Al principio, titubeantes, escasas, tímidas; pero luego, como un torrente, comenzaron a con¬tarle, a grandes rasgos, la razón de su pesar. Le habló de su niñez, de cómo su madre había sufrido a manos de su padre, sin que él pudiese hacer nada por detenerlo. Le contó que había perdido a su hermano en un estúpido duelo y cómo había dejado atrás a su padre por todo lo que le había hecho sentir.
Mientras él hablaba, ____ intuyó que, detrás de sus palabras, aún se ocultaban muchas más que él callaba, y que debían de ser suma¬mente dolorosas. Podía imaginarse a un dulce niño de cabellos negros y ojos brillantes, expectante a lo que su padre dijera, mendigando un poco de su cariño. Sólo podía sentir indiferencia por aquel hombre or¬gulloso y pagado de sí mismo, que no se había dado cuenta de la clase de hijo que había tenido.
También sentía rabia en su interior. Nicholas había defendido a su hermano con vehemencia; y sin embargo, su padre afirmaba que el único que habría merecido la muerte era Nicholas. Pero la realidad era que el hermano lo había utilizado. Se había resguardado detrás de él para seguir con su vida disoluta, mientras Nicholas sufría las humilla¬ciones públicas y el desprecio de su padre. Pese a todo, jamás lo había delatado.
Nicholas miró a ____, por primera vez desde que había co¬menzado a hablar. Pensó que ella confirmaría su sensación de culpa¬bilidad, que sus ojos expresarían lo que él ya sabía: cuan lamentables habían sido sus esfuerzos por salvar a las personas a las que había ama¬do. Sin embargo, y para su asombro, fue todo lo contrario.
En sus ojos, sólo encontró calor. Sus mejillas estaban mojadas por las lágrimas derramadas, y su mano estaba fuertemente enlazada a la suya. En ese momento, tomó conciencia de que, durante todo ese tiempo, ella no lo había soltado.
____ lo comprendía sin que hicieran falta palabras, y eso no le había ocurrido nunca. Era algo nuevo para él, que lo hacía sentirse diferente, como si un gran peso hubiera dejado de aprisionarlo.
____ se acercó lentamente a él y, con una dulzura casi hi¬riente, lo besó. Ella no lo sabía; pero con ese pequeño gesto, con ese acto, había sellado el destino de ambos. Porque tarde o temprano sería suya.
* * *
En la intimidad de la habitación, ____ pensaba cómo había cambia¬do todo, en unos pocos días.
Se había retirado sólo unos minutos antes y en ese momento, tumbada en la gran cama con dosel, miraba fijamente las figuras que tejía, en los rincones, la luz de la luna llena que coronaba el cielo esa noche con su hermosura etérea.
No podía cerrar los ojos; el recuerdo de sus besos y el tacto de sus manos sobre su piel eran tan intensos que le faltaba el aire. Jamás pensó que lord Nicholas Jonas sería el hombre que le robaría el corazón. Ya no podía seguir negándolo por más tiempo. Estaba enamorada de él.
Todavía resonaba, en sus oídos, todo lo que él le había contado esa noche; y no podía dejar de sentir una opresión en el pecho. Era incapaz de dejar de llorar por su niñez; realmente amaba al hombre en que se había convertido, sin poder precisar cuándo sus sentimientos habían alcanzado tal magnitud.
Era una tonta por dejarse llevar así, pero no podía evitarlo. Sin saberlo, se había sentido unida a ese hombre desde la primera vez. Des¬de que lo conoció, mucho antes de saber su historia, había algo dentro de ella que le decía que no era la clase de hombre que se rumoreaba. Aunque, de igual manera, había sabido con certeza que tampoco era de los que se comprometían. Eso la llevó a deducir que era sumamente difícil que albergara algún sentimiento serio hacia ella.
Además, si debía ser sincera consigo misma, ella no era una mu¬jer sofisticada ni deslumbrante, y menos aún, divertida. Ese hombre había visto el mundo, y ella, en cambio, no había salido de su hogar y su rutina. Estaba claro que para él sería una aventura más y, por muy tentador que resultara dejarse llevar por todo lo que le hacía sentir, no podía olvidar adonde la conduciría aquella lujuria.
Perdería su virginidad, algo en lo que venía pensando desde el momento en que lo había conocido. Y ese sería el menor de los proble¬mas; porque lo peor vendría después, cuando todo acabara. Ella no era libre para decidir, también debía pensar en su familia.
No, decididamente debía acallar todo lo que su mente y su cuer¬po le repetían, a viva voz, a cada instante. Tendría que disfrazarlo y debería comportarse, desde ese momento, con la normalidad exigida. Sería muy difícil, lo reconocía, pero también necesario.
Juró en silencio que siempre estaría cerca por si la necesitaba, como amiga. Arriesgarse más de lo que ya lo había hecho, y exponerse a un sufrimiento que, con seguridad, sería inevitable, era una auténtica locura.
Había tomado una decisión y sólo esperaba ser lo suficiente¬mente fuerte como para ser fiel a ella.
A pesar de eso, no sintió el alivio que había imaginado y le que¬dó un regusto amargo, con la convicción de que tendría una noche muy larga por delante.
* * *
Nicholas estaba sentado en su despacho y repasaba las cifras que arro¬jaba la contabilidad de sus propiedades. Los cambios a efectuar eran mínimos.
Su padre podría haber sido un necio, además de un dictador, pero nunca un estúpido. Había que reconocer que había protegido con mano férrea el patrimonio familiar.
—¡Mierda! —gritó. Había manchado con tinta una columna que acababa de repasar. Tenía que dejar de pensar en ____ de una vez por todas.
Después de aquella noche, que ni siquiera él podía aún explicar, no había vuelto a verla.
A la mañana siguiente de su encuentro en el jardín, los invitados empezaron a dejar Crossover Manor. ____ había partido al alba con la señorita Benning, para poder llegar pronto a Londres, según le comentó lady Jane.
Tenía que reconocer que, por un lado, aquella información le quitó un peso de encima; la noche anterior, se había sentido vulnerable a su lado, y odiaba esa sensación. Sin embargo, no podía de dejar de recrear en su mente, una y otra vez, a ____ frente a él, con su peque¬ña mano enlazada a la suya, mientras le daba consuelo y lo escuchaba sin reservas.
Tampoco podía olvidar su boca, tan dulce como la miel; ni su cuerpo apretado contra el suyo, que le ofrecía el momento de calma que, durante tantos años, de forma infructuosa, había buscado.
Sabía que debía volver a verla, y pronto, porque necesitaba estar con ella. No entendía qué le había hecho, pero estaba convencido de que sólo ella tenía el remedio para cicatrizar sus heridas y calmar su deseo.
____ estaba preparándose para la cena. Llevaba todo el día sin poder dejar de pensar en lo que había pasado esa mañana.
No había sido justa con Nicholas, y eso le pesaba un poco en la conciencia. Era verdad que él había desoído su negativa de volver a caballo, pero ella tampoco le había comentado nada acerca de sus temores. En parte por orgullo, porque no quería que pensara que era una cobarde, y en parte por vergüenza de sentirse dominada por sus miedos.
Últimamente, no sabía el por qué, pero parecía resultarle im¬portante la concepción que él tuviera de ella. No sabía desde cuándo ese hecho había adquirido tanta relevancia, pero no quería que la viera como a una de esas tontas mujeres que iban detrás de él y languidecían a cada paso suyo.
Pese a todo, tenía que reconocer que, cuando estuvo entre sus brazos, se sintió a salvo. Su cuerpo inexperto había reaccionado como si reconociese, en el de él, un puerto seguro. A pesar del pánico, sintió que nada malo podría pasarle. Esa confianza había calado en su mente y había menguado los antiguos temores.
Tenía que reconocer que parte de su enfado, sino su totalidad, se debía al despertar de otros sentimientos, cuyo único culpable era Ni¬cholas. Había sido como mantequilla entre sus brazos. Ella no habría sido capaz de detenerse, si él no lo hubiese hecho.
Sin duda, era más peligroso de lo que había pensado en un prin¬cipio. Después de aquello, sabía, a ciencia cierta y con todos sus senti¬dos, que podría volverse adicta a sus besos.
Su fama de seductor no era un gran secreto, pero nunca habría imaginado que podría sentirse así con alguien. Una persona capaz de inflamar sus sentidos de esa manera acabaría con su voluntad; y si había algo que no soportaba, era perder el control de sus emociones. Quizás se debía a todos los años que había tenido que mantenerlas sujetas con mano fuerte; pero, la verdad, odiaba sentirse vulnerable; los sentimientos que le provocaba eran nuevos, excitantes, aunque a la vez, la perturbaban; y eso no le gustaba.
Cuando llegó a su habitación después de dejarlo en las caballe¬rizas, sintió como si una extraña fiebre se hubiera adueñado de ella. Jamás se había sentido tan viva y tan desesperada.
Contra toda lógica y, a pesar de su férrea voluntad, no era in¬mune a sus caricias ni a sus palabras. Y, ¡por Dios!, tampoco lo era a sus tiernos y exigentes besos. Sabía que se estaba enamorando de un libertino.
La situación era peor de lo que había creído en un principio. Sólo significaba una cosa: sufriría sin remedio. Por el contrario, para él, sería una más que añadir a su larga nómina de conquistas.
Tendría que evitarlo como fuera; nunca compartiría con él un amor sincero. Aunque de sólo pensarlo, ya sentía una extraña sen¬sación de vacío en su interior. Por esa razón, el resto del día lo había pasado de un lugar a otro, en un intento por estar ocupada y evitar aquellos sitios donde pensaba que él estaría.
Sí, era cierto; lo había estado esquivando, aunque con hombres como él, era la mejor medicina.
En su intento por escapar de su presencia, había aceptado acom¬pañar a las hijas de lady Jennins y a lady Thompson al pueblo. Se les había antojado comprar unas cintas de colores para el pelo que hicie¬ran juego con el vestido que lucirían esa noche. A último momento, convenció a Mary Beth para que las acompañara en la excursión, por¬que ir al pueblo, sin dudas, lo era.
Ya había anochecido y estaba frente al espejo, preparándose para la cena y para encontrarse con lord Jonas. Esas horas transcu¬rridas, desde que se había visto por última vez, no le sirvieron para acallar sus deseos.
Gracias a Dios, Mary Beth no se había dado cuenta de nada, pese a que la miraba con cara de "¿qué te pasa a ti?". Estaba muy ata¬reada ayudando a su tía con los invitados y coqueteando con los caba¬lleros que revoloteaban en torno a ella.
Esa noche, Susan volvió a peinarla con esa magia que tenía en las manos, que hacía que cada pequeño bucle pareciese destinado a estar exactamente ahí.
En esa ocasión, le hizo un recogido bajo y, con unas tenacillas, había dado forma a varios mechones que resaltaban las facciones ova¬ladas de su cara y atraían la mirada hacia allí de quienes habitualmente observaban sus senos, donde un furtivo rizo se había acomodado de manera natural. Se miró de cuerpo entero en el espejo y contempló su imagen. El vestido de seda color azul con lazos más oscuros en las mangas, que había elegido esa noche, le quedaba bien, a su modesto entender.
Durante todo el rato que la estuvo peinando, Susan, con su entusiasmo natural, la llenó de piropos y hasta aplaudió el resultado final. ____ soltó una carcajada que contagió a la doncella. Ambas rieron amigablemente.
Demoró todo lo que pudo en bajar y, cuando lo hizo, los invita¬dos ya estaban pasando al comedor.
Por suerte, esa noche lord Jonas no quedó situado cerca de ella a la mesa, cosa que la tranquilizó de manera momentánea.
A su lado, se sentó Anthony Hendrins. La verdad era que se trataba de un caballero muy amable y simpático, y ella agradeció en¬tregarse a la animada charla que compartieron.
La cena estaba exquisita. Entre el faisán, las verduras estofadas con mantequilla, los distintos pescados y los deliciosos postres, así también como la tarta de nueces, ____ acabó completamente satis¬fecha.
Se sabía que una dama nunca debía comer demasiado, pero esa noche, no estaba para normas sociales. Además, era más seguro aten¬der a la comida que mirar el rostro enjuto de lord Jonas.
De todas formas, tenía que reconocer que, a pesar de todos sus esfuerzos y promesas, no había podido evitar mirar, de manera furtiva, en su dirección más de una vez. En una de esas ocasiones, lo vio reírse, de manera efusiva, con la señora Oakham, una viuda de muy buen aspecto que, constantemente, le hacía ojitos de forma descarada. Era evidente el mensaje. Se le estaba insinuando, y lord Jonas no parecía hacerle asco a sus esfuerzos. Era, sin duda, un donjuán de pacotilla.
Dejo el tenedor encima del plato, respiró hondo y se pidió a sí misma algo de calma. Observó su mano, la misma que antes había sos¬tenido el cubierto, y se dio cuenta de que había estado sujetándolo con demasiada fuerza, ya que tenía la palma roja y con unas leves marcas; lo peor era reconocer que podía ser a causa de un ligero ataque de ce¬los. ¡Ligero! ¿A quién quería engañar? Eso era la humillación final. Le habría retorcido el cuello a aquella viuda. ¿Y él? ¿Tan poco habían significado sus besos, que ya se lanzaba en busca de una nueva presa?
Si él se diera cuenta, en ese instante, de todo lo que ella sentía, no podría volver a mirarlo. Se reiría de ella y diría que era una chiquilla inocente, que todo lo magnificaba; y habría que darle la razón, porque, si era sincera consigo misma, se estaba comportando como una niñita.
Cuando finalizó la cena, los hombres se retiraron a tomar una copa, mientras las damas se quedaron charlando un rato en el salón, a la espera de que los caballeros se unieran de nuevo a ellas.
Antes de que pudiera seguir atormentándose más con el único tema del día, Mary Beth se sentó junto a ella.
—Me dijeron que te vieron llegar a caballo, esta mañana, con lord Jonas, y por poco le pego a la que me lo ha dicho, por ser una mentirosa amante de los chismes —le dijo Mary Beth con aire inte¬rrogativo.
____ tuvo que reprimir una sonrisa. Su amiga era tan impulsiva que bien podía ser cierto lo que le había dicho, y haberse ido a las manos con la chismosa.
—Sí, bueno, salí a dar un paseo y me encontré con él y, como se hacía tarde, y los dos veníamos hacia acá, se ofreció a traerme.
—Ya —dijo Mary Beth—, y diciéndome eso te quedas tan tran¬quila, ¿verdad? Pero, verás, eso sonaría convincente si no fuera porque te da pánico montar, ____.
Sabía que su amiga no pararía hasta sonsacarle la verdad. Mary Beth era peor que un detective de Scotland Yard. Ni por un momento, conociéndola como la conocía, iba a creer la estúpida explicación que acababa de darle. Peor aún, en esos momentos, estaría pensando qué la habría llevado a contarle tan absurda excusa. Sumaría dos y dos, y sabría que algo había pasado.
—Oh, está bien, Mary Beth; me obligó a subir con él y me puso furiosa. Había estado coqueteando conmigo desde el baile que ofre¬cieron tus padres; así que le dije que, si pensaba sumarme a la lista de tantas jovencitas que caían rendidas a sus pies, no perdiera su tiempo.
____ se dio cuenta de que Mary Beth la miraba atónita.
—Y ¿puede saberse por qué no me dijiste que lord Jonas estaba interesado en ti? —preguntó Mary Beth cuando por fin reaccionó.
—Oh, Mary Beth, ¡no me mires con esa cara! Si no te dije nada, fue porque creí que se le pasaría y se fijaría en otra; pero hoy me ha dejado claro que soy un posible objetivo.
—____, no estás hablando de tácticas militares —le dijo mientras movía la cabeza en señal de desaprobación—. Sin embargo, todo lo que me has contado es maravilloso. —Una gran sonrisa se ins¬taló, de repente, en sus labios.
____ estaba atontada, porque ¿estaban hablando las dos de lo mismo, o su amiga estaba en otro planeta?
—¡Maravilloso, Mary Beth, maravilloso! ¿Estás loca? ¿O te has dado un golpe en la cabeza? Tú sabes, tan bien como yo, lo que se dice de él. Tiene más amigas que pelos tenemos nosotras en la cabeza. Y cuando hablo de amigas, no lo digo en el sentido fraternal de la pala¬bra.
—¿Y qué? —dijo con entusiasmo desbordante—. Además, según mi primo, tiene una regla en cuanto a las damas sin experiencia. Parece ser que nunca se acerca a ellas. Así que, si va detrás de ti y rompe, por primera vez, una de sus normas, significará algo, ¿no crees?
—Sí, significa que es un mujeriego sin escrúpulos.
____ estaba que echaba chispas. No podía creer que su amiga estuviera contra ella y defendiéndolo a él. Decididamente, el mundo se había vuelto del revés.
—Pues ese libertino viene hacia aquí en este instante, y yo debo ir a ver si mi tía necesita que la ayude con la señora Hendrins y su ma¬rido; ya sabes que hablan por los codos.
—Ni se te ocurra, Mary Beth. ¡Mary Beth! —susurró y apretó los dientes, mientras su amiga ya se alejaba y le guiñaba un ojo.
Cuando quiso darse cuenta, y antes de que pudiera reaccionar, lord Jonas estaba casi a su lado.
Había que reconocer que esa noche estaba guapísimo. Vestido de negro, con una camisa blanca y un nudo sencillo y a la vez elegante, era, sin duda, el hombre más atractivo del salón.
—Buenas noches, señorita Bradford. Veo que la han dejado sola.
—Si ha venido...
____ no pudo seguir, porque Nicholas levantó una mano en son de paz para detener la diatriba de ella.
—Por favor, ____, déjeme terminar.
Era la primera vez que la llamaba por su nombre, y en sus labios, le sonó hermoso. Era como si lo hubiera escuchado por primera vez, y actuó como un bálsamo para sus nervios.
—Le pido mis más sinceras disculpas. Jamás pensé que su mie¬do proviniera de tan desgraciadas circunstancias, y fui un estúpido al no darme cuenta de la profundidad de su desasosiego. Debe creerme cuando le digo que me cortaría un brazo antes que hacerla sufrir de nuevo.
____ comprobó que había pesar en sus ojos, y también ter¬nura, la misma que había creído ver esa misma mañana. Sintió que se le aflojaba el nudo que tenía formado en el estómago, mientras se le hacía otro en la garganta. Como pudo, le dio las gracias.
Se quedaron allí, mirándose el uno al otro, en un momento má¬gico, sin atreverse a efectuar ningún movimiento por temor a que se pudiese romper el hechizo.
Esa fue la ocasión elegida por lord Farnsworth para hacer notar su presencia.
—Vaya, señorita Bradford; si me permite decirlo, esta noche está encantadora. Me recuerda usted mucho a su madre. No sé si sabrá que fui uno de sus admiradores, antes de conocer a mi esposa, claro está.
—Es usted muy amable, lord Farnsworth —le respondió ____ mientras, en su interior, deseaba que no hubiese aparecido. Habría querido un poco más de tiempo para seguir experimentando esa sensación casi mágica que se había creado, momentos antes, entre ella y lord Jonas y que, todavía, la tenía en una nube.
—Lord Jonas —dijo lord Farnsworth y dirigió su atención a Nicholas, mientras fruncía la nariz como si hubiese olido algo en mal estado. Saltaba a la vista que le disgustaba su presencia.
—Lord Farnsworth —respondió Nicholas y usó el mismo tono que había utilizado con él. Su semblante carecía de emociones, como si nada de aquello, la velada, los invitados y la actitud de lord Farnswor¬th, que rayaba en el insulto, le importara en absoluto. Sin embargo, para alguien observador, no pasaría inadvertida la repentina rigidez que parecía haberse apoderado de su cuerpo, y la fuerza con que apre¬taba su puño izquierdo, que desmentía esa pose de indiferencia.
El muro, que hacía unos segundos se había derribado, había vuelto a levantarse. Por lo menos, no había sido ella la responsable, sino ese hombre con mirada penetrante, que a ____ le recordaba a un ave de rapiña.
Aunque no hubiese sido un prepotente pomposo, le habría caído mal sólo por haber interrumpido ese momento mágico. Las dos papa¬das, que pretendía disimular con el lazo, le caían de manera uniforme sobre el nudo, que resaltaba, aún más, su flácida barbilla. El traje, a la última moda, no hacía nada por estilizar su figura y le restaba elegancia a la alta confección.
—¿Sabe, lord Jonas? Yo conocí a su padre; éramos socios del mismo club. Un gran hombre, sin duda —dijo lord Farnsworth, mientras se llevaba un pañuelo a la comisura del labio.
—Sí, sin duda —afirmó Nicholas con frialdad en los ojos.
—Su padre me habló de usted, y me alegra comprobar que se ha enderezado, muchacho. Verdaderamente, fue una lástima lo de su her¬mano. Todos teníamos muchas esperanzas depositadas en él. Habría sido un hombre de categoría. De todas formas, reconforta saber que la decepción que usted reportó a su padre durante todos estos años, al final, ha terminado; aunque claro, era lo menos que cabía esperar, después de todo el sufrimiento y la humillación que le hizo soportar.
____ observó cómo la mandíbula de Nicholas se endurecía. Estaba claro que Farnsworth se estaba jugando su seguridad física.
—Mi padre estaba equivocado en muchos aspectos, y yo era el mayor de sus errores. De todos modos, él ya está muerto, y le aconse¬jaría que, de ahora en adelante, se abstuviera de dirigirme la palabra. Y, ahora, si me disculpan.
____ lo siguió con la mirada mientras Nicholas se dirigía a la terraza, atravesaba las puertas y desaparecía en el jardín. Jamás lo había visto así. Aun cuando ella lo había insultado, se había compor¬tado con un control inusitado. En sus ojos, en los que alguna vez ha¬bía encontrado emociones, pese a que él trataba de disfrazarlas con indiferencia, había podido ver, en ese instante, un profundo dolor que ensombrecía su mirada.
De una cosa estaba segura, y era que lo que hubiese pasado entre Nicholas y su padre había sido importante y doloroso, hasta tal punto de no poder dominar la furia que lo consumía. Sin duda, Farnsworth había tenido suerte de no terminar con los dientes en el suelo.
—¡Vaya grosería la de ese muchacho! —exclamó lord Farnsworth—. Cuando su padre decía que era una maldición que hubiera naci¬do, tenía razón.
____ ya no podía contener por más tiempo el enfado que ha¬bía ido creciendo en su interior, por la desfachatez de ese insolente con aires de superioridad al denigrar a Nicholas. El que alguien intentara hacerle daño, la ponía furiosa. De buen grado habría rodeado las dos barbillas de ese hombre y lo hubiera estrangulado.
—Grosería la de usted, lord Farnsworth. Debería pensar antes de hablar; aunque, claro, eso requeriría un gran esfuerzo de su parte además de necesitar una pequeña porción de inteligencia de la que carece por completo. Y, ahora, si me disculpa a mí también —le dijo mientras se daba vuelta para irse, no sin antes ver cómo los ojos salto¬nes del caballero se abrían de par en par.
Sin pensarlo y por instinto, se encaminó a la terraza. No sabía qué iba a decirle, pero sentía una necesidad imperiosa de estar junto a él.
Cuando salió fuera, no lo vio de inmediato. Pero cuando se acercó a la barandilla, desde donde se podía observar la magnitud de los jardines, lo distinguió abajo, junto a un árbol, apoyado de espaldas a ella.
Bajó por las escaleras y pisó el césped; podía sentir su frescor a través de sus zapatillas de satén. Se acercó silenciosamente, aunque no lo suficiente, porque Nicholas notó su presencia. Cuando estaba a escasos pasos de él, giró y le ofreció su mirada más gélida.
Nicholas no sabía todavía cómo no había podido controlar sus impulsos. Cuando Farnsworth le había hablado, con tanta familiari¬dad, de un tema que ni siquiera Charles se atrevía a insinuar, algo en su interior se había removido. Todos los recuerdos, los cuchicheos de la sociedad que lo consideraba de la peor calaña, la mirada de los con¬temporáneos de su padre que lo juzgaban y le daban la espalda con desprecio, la muerte de su hermano y cuánto le había costado armar una coraza que lo protegiera de todo aquello. Todo ello ante lo que se creía ya indiferente, lo había golpeado con fuerza en un sólo instante.
Después de tanto tiempo, no pensaba que unas pocas palabras pudieran hacerlo sentir, otra vez, como un muchacho. Hacía mucho tiempo, se había jurado que jamás bajaría la guardia, que nadie provo¬caría ni la más mínima reacción en él; todo lo que se había propuesto y conseguido hasta ese momento se había desplomado en dos segun¬dos.
Había estado tan concentrado en su deseo por ____ que ha¬bía bajado de una manera infantil sus defensas, y Farnsworth lo había tomado por sorpresa, algo a lo que, hacía mucho tiempo, no estaba acostumbrado.
Maldecía ese momento. Todo aquello había quedado atrás, en¬terrado en lo más profundo de su ser. Desde que era un adolescente, no volvía sobre esos recuerdos; sin embargo, esa noche, lo habían im¬pactado de una manera inaudita, sin darle tiempo a evitar que ____ fuera testigo de ello.
La brisa de la noche removió sus cabellos con timidez, y le dio una sensación de paz que no sentía realmente. Había salido del salón en busca de un momento de soledad, de intimidad para calmarse y vol¬ver a sujetar las riendas de su carácter. No esperaba que ella lo siguiera después de lo que había pasado, pero el dulce aroma a flores silvestres y canela que llegaba desde su espalda le era inconfundible.
Le pediría que volviese al salón, le diría que allí no tenía nada que hacer. Cuanto antes se deshiciera de ella, antes podría volver a sus pensamientos.
Con la rabia que aún quedaba en su interior, giró para mirarla.
—Señorita Bradford, debería volver ahí dentro —le dijo y señaló, con un leve movimiento de cabeza, la puerta que daba al salón, por las que momentos antes había salido—. No estoy ahora para juegos verbales, de esos con los que usted tanto disfruta.
____ sabía que Nicholas quería estar solo, pero se resistía a marcharse.
—Le aseguro que no vengo con esa intención, sólo quiero saber cómo está —le respondió ____, y dio un paso más hacia él.
—¿Y ese interés repentino por mi salud, señorita Bradford?
Para malestar de ____, volvía a ser de nuevo "señorita Brad¬ford".
—Sabe de qué estoy hablando. —Lo miró fijo.
—Si se refiere a Farnsworth, debo desilusionarla; no tiene la mayor importancia —le respondió Nicholas, aunque su semblante re¬flejara todo lo contrario.
—Eso no se lo cree ni usted, lord Jonas. Además, imagino que usted no le retira la palabra a ningún caballero por una simple nimie¬dad. ¿Sabe lo que creo?
—No, pero no sé por qué me parece que va a decírmelo de todas formas —le contestó Nicholas, con un tono de voz que no dejaba duda alguna de lo irritante que le estaba resultando la conversación.
—Pues creo —siguió ____, como si las reservas de Nicholas y su mal genio no fueran más que un capricho de niño malcriado— que Farnsworth ha mandado todo su autocontrol, del que he de decir que merece toda mi admiración, al mismísimo demonio; y para hacer eso, sin duda, debe de haberlo afectado profundamente, y no porque las haya dicho un estúpido pomposo, que sin duda lo es, sino porque le ha hecho recordar algo amargo. No pretendo inmiscuirme, pero no me haga creer que lo que ha pasado no tiene importancia, porque he visto su cara, y le aseguro que lo delataba —dijo ____ con un gesto teatral—. Sé que, de haber podido, habría golpeado a Farnsworth allí mismo.
—¡Qué perspicaz! Me ha dejado anonadado, pero, a pesar de ello, debo aconsejarle que se vaya a hacer conjeturas a otro lado —sen¬tenció Nicholas, con un susurro que erizaba los cabellos.
—No —dijo con obstinación ____.
—¿No?
—No —volvió a contestar e intentó dar más seguridad a sus palabras de la que verdaderamente sentía por dentro. Era como si sus pies hubiesen echado raíces en el suelo e impidieran su retirada.
—Está jugando con fuego, ____. Se lo diré por última vez: márchese de aquí, porque si se queda, créame, no será para hablar.
____ sintió deseos de huir, pero no podía dejarlo solo; algo dentro de ella le gritaba que se quedara; que, a pesar de su obstinación, era un hombre que sufría.
—No —volvió a decir a ____—. No pienso moverme de aquí.
—¡Mujer entrometida, insensata, cabeza dura!
Nicholas pensó que esa muchacha se lo había buscado. Se lo había advertido y había hecho caso omiso de sus palabras. Se había metido en sus asuntos como si hubiera tenido algún derecho a ello.
Salvando, de dos zancadas, la distancia que los separaba, la tomó con algo de brusquedad entre sus brazos y la besó. No con un beso tierno, sino con uno exigente que pedía una total rendición.
Devoró su boca con el ansia del sediento que busca agua des¬pués de cruzar el desierto.
Con el dedo la obligó a separar sus labios para poder penetrar en su boca y hacerla totalmente suya. Exploró con su lengua cada rin¬cón de su exquisita oquedad.
Lo quería todo y no se conformaría con menos, pensó, mientras su necesidad de ella, lejos de saciarse, era cada vez mayor y le producía una dolorosa erección que anunciaba sus más oscuros deseos.
Entre la confusión de su ardor, sintió los gemidos de ____ que, lejos de estar luchando o parecer asustada, se hallaba totalmente entregada a él, a cada sensación, a cada acometida de su lengua. Sus delicados brazos le rodeaban el cuello, mientras se apretaba sensual e inocente contra él. Le devoraba la boca con un ansia que igualaba la suya, y cuando Nicholas tomó conciencia de ello, también gimió entre sus labios.
Sabía que, con poco esfuerzo, podía hacerla suya allí mismo; pero debía parar, porque ____ no se merecía aquello. No allí y de esa forma. Ella se merecía toda la ternura del mundo y no el deseo salvaje, producto de su rabia.
—____, váyase —le dijo, mientras intentaba separarse de ella—. Por favor, váyase. —Ya no fue una orden, sino una súplica.
____ lo miraba fijo a los ojos y leyó, por primera vez, lo que le decían: claramente, contradecían sus palabras.
—No —dijo ____ mientras le tocaba con suavidad la mejilla con sus dedos—. No lo dejaré solo, porque sé, en mi interior, que está sufriendo.
Nicholas sintió como si lo hubieran abofeteado. Nadie, jamás en su vida, había sido capaz de ver en él lo que ____ había descu¬bierto. Charles y lady Jane habían atisbado algo, pero siempre había sabido mantenerlos a distancia.
Sin embargo, allí estaba una muchacha, a la que apenas conocía, pero capaz de entrar en su interior para mostrarle sus sentimientos con ingenua claridad, para dejarlo completamente desnudo; y él no podía permitirse eso.
—No sé de qué habla.
____ hizo un gesto con la cara en señal de que esa respuesta la había decepcionado. Sin embargo, sus ojos estaban llenos de obs¬tinación, y le decían, a las claras, que no podía engañarla y que no se daría por vencida tan fácilmente.
—No hace falta que me lo cuente, pero ¿sabe? Yo sé algo acerca del dolor y sé que es traicionero. Aprendí que cuando cree que se ha ido para siempre de su vida, lo ataca por sorpresa y vuelve a golpearlo sin ningún tipo de escrúpulo. No puedo hacer que desaparezca, pero sí puedo permanecer con usted un rato, quizás el suficiente para que esconda su compungida expresión. Déjeme, aunque sea en silencio, que comparta su pena.
____ no había apartado la mano de su mejilla, y sus ojos es¬taban cargados de lágrimas sin derramar.
Algo se rompió dentro de Nicholas, algo que ni siquiera podía identificar, pero que hizo que sintiera la necesidad imperiosa de abra¬zarla fuertemente contra él, como si fuera su salvación.
No era justo cargarla con todo eso, pero él tampoco lo había elegido; no había querido mostrar sus sentimientos, su rabia; y menos aún, habría querido experimentar que necesitaba a alguien de la mane¬ra que la necesitaba a ella en ese momento.
Sin saber cómo ni por qué, como un espectador más, empezó a escuchar sus propias palabras que brotaron. Al principio, titubeantes, escasas, tímidas; pero luego, como un torrente, comenzaron a con¬tarle, a grandes rasgos, la razón de su pesar. Le habló de su niñez, de cómo su madre había sufrido a manos de su padre, sin que él pudiese hacer nada por detenerlo. Le contó que había perdido a su hermano en un estúpido duelo y cómo había dejado atrás a su padre por todo lo que le había hecho sentir.
Mientras él hablaba, ____ intuyó que, detrás de sus palabras, aún se ocultaban muchas más que él callaba, y que debían de ser suma¬mente dolorosas. Podía imaginarse a un dulce niño de cabellos negros y ojos brillantes, expectante a lo que su padre dijera, mendigando un poco de su cariño. Sólo podía sentir indiferencia por aquel hombre or¬gulloso y pagado de sí mismo, que no se había dado cuenta de la clase de hijo que había tenido.
También sentía rabia en su interior. Nicholas había defendido a su hermano con vehemencia; y sin embargo, su padre afirmaba que el único que habría merecido la muerte era Nicholas. Pero la realidad era que el hermano lo había utilizado. Se había resguardado detrás de él para seguir con su vida disoluta, mientras Nicholas sufría las humilla¬ciones públicas y el desprecio de su padre. Pese a todo, jamás lo había delatado.
Nicholas miró a ____, por primera vez desde que había co¬menzado a hablar. Pensó que ella confirmaría su sensación de culpa¬bilidad, que sus ojos expresarían lo que él ya sabía: cuan lamentables habían sido sus esfuerzos por salvar a las personas a las que había ama¬do. Sin embargo, y para su asombro, fue todo lo contrario.
En sus ojos, sólo encontró calor. Sus mejillas estaban mojadas por las lágrimas derramadas, y su mano estaba fuertemente enlazada a la suya. En ese momento, tomó conciencia de que, durante todo ese tiempo, ella no lo había soltado.
____ lo comprendía sin que hicieran falta palabras, y eso no le había ocurrido nunca. Era algo nuevo para él, que lo hacía sentirse diferente, como si un gran peso hubiera dejado de aprisionarlo.
____ se acercó lentamente a él y, con una dulzura casi hi¬riente, lo besó. Ella no lo sabía; pero con ese pequeño gesto, con ese acto, había sellado el destino de ambos. Porque tarde o temprano sería suya.
* * *
En la intimidad de la habitación, ____ pensaba cómo había cambia¬do todo, en unos pocos días.
Se había retirado sólo unos minutos antes y en ese momento, tumbada en la gran cama con dosel, miraba fijamente las figuras que tejía, en los rincones, la luz de la luna llena que coronaba el cielo esa noche con su hermosura etérea.
No podía cerrar los ojos; el recuerdo de sus besos y el tacto de sus manos sobre su piel eran tan intensos que le faltaba el aire. Jamás pensó que lord Nicholas Jonas sería el hombre que le robaría el corazón. Ya no podía seguir negándolo por más tiempo. Estaba enamorada de él.
Todavía resonaba, en sus oídos, todo lo que él le había contado esa noche; y no podía dejar de sentir una opresión en el pecho. Era incapaz de dejar de llorar por su niñez; realmente amaba al hombre en que se había convertido, sin poder precisar cuándo sus sentimientos habían alcanzado tal magnitud.
Era una tonta por dejarse llevar así, pero no podía evitarlo. Sin saberlo, se había sentido unida a ese hombre desde la primera vez. Des¬de que lo conoció, mucho antes de saber su historia, había algo dentro de ella que le decía que no era la clase de hombre que se rumoreaba. Aunque, de igual manera, había sabido con certeza que tampoco era de los que se comprometían. Eso la llevó a deducir que era sumamente difícil que albergara algún sentimiento serio hacia ella.
Además, si debía ser sincera consigo misma, ella no era una mu¬jer sofisticada ni deslumbrante, y menos aún, divertida. Ese hombre había visto el mundo, y ella, en cambio, no había salido de su hogar y su rutina. Estaba claro que para él sería una aventura más y, por muy tentador que resultara dejarse llevar por todo lo que le hacía sentir, no podía olvidar adonde la conduciría aquella lujuria.
Perdería su virginidad, algo en lo que venía pensando desde el momento en que lo había conocido. Y ese sería el menor de los proble¬mas; porque lo peor vendría después, cuando todo acabara. Ella no era libre para decidir, también debía pensar en su familia.
No, decididamente debía acallar todo lo que su mente y su cuer¬po le repetían, a viva voz, a cada instante. Tendría que disfrazarlo y debería comportarse, desde ese momento, con la normalidad exigida. Sería muy difícil, lo reconocía, pero también necesario.
Juró en silencio que siempre estaría cerca por si la necesitaba, como amiga. Arriesgarse más de lo que ya lo había hecho, y exponerse a un sufrimiento que, con seguridad, sería inevitable, era una auténtica locura.
Había tomado una decisión y sólo esperaba ser lo suficiente¬mente fuerte como para ser fiel a ella.
A pesar de eso, no sintió el alivio que había imaginado y le que¬dó un regusto amargo, con la convicción de que tendría una noche muy larga por delante.
* * *
Nicholas estaba sentado en su despacho y repasaba las cifras que arro¬jaba la contabilidad de sus propiedades. Los cambios a efectuar eran mínimos.
Su padre podría haber sido un necio, además de un dictador, pero nunca un estúpido. Había que reconocer que había protegido con mano férrea el patrimonio familiar.
—¡Mierda! —gritó. Había manchado con tinta una columna que acababa de repasar. Tenía que dejar de pensar en ____ de una vez por todas.
Después de aquella noche, que ni siquiera él podía aún explicar, no había vuelto a verla.
A la mañana siguiente de su encuentro en el jardín, los invitados empezaron a dejar Crossover Manor. ____ había partido al alba con la señorita Benning, para poder llegar pronto a Londres, según le comentó lady Jane.
Tenía que reconocer que, por un lado, aquella información le quitó un peso de encima; la noche anterior, se había sentido vulnerable a su lado, y odiaba esa sensación. Sin embargo, no podía de dejar de recrear en su mente, una y otra vez, a ____ frente a él, con su peque¬ña mano enlazada a la suya, mientras le daba consuelo y lo escuchaba sin reservas.
Tampoco podía olvidar su boca, tan dulce como la miel; ni su cuerpo apretado contra el suyo, que le ofrecía el momento de calma que, durante tantos años, de forma infructuosa, había buscado.
Sabía que debía volver a verla, y pronto, porque necesitaba estar con ella. No entendía qué le había hecho, pero estaba convencido de que sólo ella tenía el remedio para cicatrizar sus heridas y calmar su deseo.
Cande Luque
Re: "Atentamente tuyo" (Nicholas & Tú) Terminada.
Capítulo 6
Había transcurrido sólo un día desde que había vuelto a su casa, y aún no podía creer los cambios que se habían produ¬cido en ella.
Después de dejar Crossover Manor y haber tomado su decisión con respecto a Nicholas, sólo había pensado en llegar a su casa y reto¬mar su rutina.
Esperaba que sus obligaciones le devolvieran la tan ansiada tranquilidad que buscaba; de forma inesperada, Jonas había trasto¬cado toda su vida. Sin embargo, al llegar a su casa, esa calma le fue negada y fue sustituida por el más absoluto desasosiego.
Recordaba cómo su madre y su prometido la habían recibido en la biblioteca a su llegada. Apenas había entrado, supo que algo pa¬saba.
Su madre había tratado de disimular la ansiedad que, tanto sus ojos como sus manos, que no dejaban de retorcer un pequeño pañuelo, delataban.
Jacques Cousen, marqués de Lavillée, había, sin embargo, esbo¬zado una de esas sonrisas que a ____ siempre le habían parecido fal¬sas hasta la saciedad. Recordaba con nitidez cómo se había levantado hacia ella y, con fingido entusiasmo, la había besado en la mejilla; eso le había provocado escalofríos que aún la recorrían cuando pensaba en ello.
Si cerraba los ojos podía reproducir cada paso de lo acontecido el día anterior, y resonaban aún en su cabeza, las palabras que parecían haberse grabado a fuego en su mente.
—Querida ____, ¿qué tal tu fin de semana con Mary Beth en Crossover Manor?
—Muy bien, lord Lavillée —contestó ____ mientras intenta¬ba poner un gesto agradable en el rostro.
—____, ¿cuántas veces tengo que decirte que me llames Jacques? Al fin y al cabo, dentro de unos días, voy a pasar a ser parte de la familia.
Aquello disgustaba sobremanera a ____; pero, al ver el rostro de su madre, aún más congestionado, intentó pensar que debía hacer un esfuerzo, ya que ese hombre suponía la felicidad para ella.
—Si ese es su deseo, que así sea, Jacques.
—Así está mejor —contestó Lavillée, como un sabueso que por fin consigue a su presa.
Su madre suspiró largamente, lo que hizo que ____ recelase sobre su estado de salud.
—Madre, ¿qué tal estás? —le preguntó mientras se acercaba a ella para besarla y darle un pequeño abrazo.
—Muy bien, hija —le contestó y, aunque trató de sonreír, la voz le había sonado tensa como las cuerdas de un arpa.
____ estaba ya más que nerviosa. Sabía que algo pasaba y, cada minuto que se prolongaba la conversación sin que le dijeran el motivo del evidente desasosiego de su madre, más se crispaban sus nervios. Quizás, pensó para tranquilizarse, fuera por algún prepara¬tivo de la boda, o por una riña de enamorados. Quizás no debía darle tanta importancia; debía intentar no ver fantasmas donde no los ha¬bía.
—Pues pareces preocupada, madre —le confirmó más que pre¬guntó.
De pronto, una súbita inquietud, la misma que había desechado segundos antes, la inundó. En ese mismo instante, se dio cuenta de que alguien faltaba en aquel cuadro familiar. Había estado tan absorta observando a su madre que no había preguntado por su hermano; en realidad, era muy extraño que no hubiese entrado corriendo a abra¬zarla, como solía hacer siempre que llegaba luego de estar ausente, aunque fuese apenas por un par de horas.
Eso era algo que nunca faltaba. Su madre le había recriminado, una y otra vez, que no alentara a Henry en ese comportamiento nada decoroso; pero a ella le encantaba y, aunque parecía increpar a su her¬mano, siempre le guiñaba un ojo mientras lo hacía, lo que provocaba su sonrisa. Quizás lo que pasaba era que Henry estaba enfermo, y por eso su madre estaba preocupada
—¿Ha pasado algo con Henry? —preguntó cada vez más in¬tranquila.
Su madre bajó la mirada a sus manos, que otra vez se retorcían ansiosas, a la vez que miraba al Marqués como pidiendo ayuda.
—Verás, querida —dijo el Marqués, con una calma que no le hacía presagiar nada bueno—. Tu madre y yo hemos pensado mucho estos meses sobre la situación de Henry y hemos llegado a la conclu¬sión de que lo mejor para él, hoy en día, es un internado.
— ¡¿Un internado?! Eso es imposible —afirmó ____ y miró a su madre que parecía evitar su mirada—. Henry es un niño muy espe¬cial que necesita mucho cariño, y no un internado lejos de su familia.
— Sé que esto es difícil, tanto para ti como para tu madre, pues os habéis dedicado a tu hermano con una actitud encomiable; pero habéis tenido que pagar un alto precio por ello. Mi dulce Amy, el pre¬cio de aceptar que su hijo nunca llegará a ser normal; y tú, querida, el de renunciar a la vida habitual de una joven de tu edad y posición social. Henry necesita muchos cuidados y, aunque vosotras os habéis dedicado en cuerpo y alma a él, no creo que haya sido de la forma adecuada. Considero que lo habéis mimado en exceso y, en vuestro celo por protegerlo, lo habéis condenado a ser una persona aún más indefensa de lo que ya es por su enfermedad. Así que, tanto tu madre como yo hemos llegado a la conclusión de que en un internado para jóvenes especiales, no sólo le dispensarán los cuidados necesarios, sino que también lo ayudarán a que se forme como persona y aprenda a defenderse por sí mismo.
____ no podía creer lo que estaba escuchando. Sentía que la rabia y la impotencia la carcomían por dentro.
—Señor Lavillée, no sé qué puede usted haber hablado con mi madre, pero lo que es cierto es que he sido yo la que he estado cui¬dando de Henry estos tres últimos años, y en ningún caso, ha sido una carga para mí. Desde pequeño ha sido un ser especial, lleno de amor y de inocencia, y necesita de todo nuestro cariño. El cariño que su familia puede ofrecerle y no el de un grupo de extraños. Jamás se podrá defender por sí mismo, porque carece de la maldad de la que muchos otros rebosan. Quiero que quede claro que, para mí, no es una obligación, sino un placer cuidar de él, y el hecho de que estuviera con nosotras, de ningún modo ha entorpecido nuestra vida, la misma que tan encarnizadamente usted está intentando destruir.
—¡____! —exclamó su madre con seriedad, y la miró por primera vez desde que comenzó la conversación.
—No puedo creer que tú estés de acuerdo con esto, madre. Sé que ha sido idea del señor Lavillée.
Miró a su madre desesperada; quería confirmar en su rostro sus sospechas; en el fondo, se negaba a creer que ella hubiese tomado parte de aquella decisión.
Pero para su decepción, Amy Bradford no dijo nada. Siguió callada, mirando fijamente a su hija, con una determinación que no recordaba haber visto nunca en ella. El Marqués escogió ese momento para tomar la mano de su madre entre las suyas con un gesto de asen¬timiento. A ____ se le revolvió el estómago y, sin poder contenerse, hizo salir toda su frustración.
—¿Qué pasa? ¿Es que en vuestra vida juntos Henry no encaja? ¡¿O es que os avergonzáis de él?! —gritó sin control.
—Es una decisión de los dos, y no está abierta a discusión —sentenció su madre mientras miraba duramente a ____.
—Pues no pienso dejar que os lo llevéis. Yo puedo seguir cui¬dando de él. Os aseguro que, de ningún modo, interferirá en vuestros planes —replicó, entre la obstinación y la desesperación.
Su madre volvió a mirar al Marqués; pero esta vez, para que Lavillée diera el golpe de gracia.
—Hicimos las gestiones necesarias para que tu hermano ingre¬sara en el internado hace tiempo, pero quisimos ahorrarte el disgusto de la despedida; salió después de que te fueras a Crossover Manor.
____ sintió que el mundo se desmoronaba, de a poco, a su alrededor. Tuvo que inspirar varias veces, lentamente, para que la cre¬ciente angustia que estaba experimentando disminuyera lo suficiente como para evitar un desmayo.
Las palabras del que pronto sería su padrastro le hacían eco en la cabeza sin parar: "Para evitarte el dolor de la despedida". Lo habían hecho todo a sus espaldas para que no pudiera poner objeción alguna, y la privaron de la oportunidad de hacerlos cambiar de opinión y, en última instancia, de despedirse de su hermano antes de que se fuera.
Era increíble, pero tenían la desfachatez de insinuar que lo úni¬co que les había preocupado eran los sentimientos de Henry y los su¬yos propios. De todos modos, al final de cuentas, sabía que no habría tenido ni voz, ni voto en la decisión. La tutela de su hermano, que ahora recaía en su madre, pronto la ostentaría Lavillée; y con ello, se ponía fin a toda posible discusión para hacerles comprender el error que habían cometido.
Estaba claro que el Marqués era un factor más que determinante en las decisiones que tomaba su madre, pues nunca antes le había co¬mentado la posibilidad de hacer algo parecido.
Si hubiera seguido con vida su padre, habría desatado la furia del infierno ante tal injusticia.
Como se había demostrado con creces, Lavillée tenía el don de influir sobre su madre, aunque, hasta ese momento, ____ no había sospechado hasta qué extremo.
Inspiró hondo y, poco a poco, fue recuperando la compostu¬ra que, durante tantos años de continuo ejercicio, había aprendido a exhibir, aunque a una persona observadora no se le podía escapar la expresión de dolor y traición que contenían sus ojos y cómo luchaba por no derramar las lágrimas que pugnaban por abrirse paso sobre sus mejillas.
—Si esa es vuestra decisión —dijo, lo más serena posible—, yo no puedo hacer nada, pero iré a verlo en cuanto tenga ocasión, y si por alguna razón sospecho que no es feliz o que no lo tratan como es de¬bido, haré todo lo que esté en mi mano para traerlo de vuelta. Espero, madre, que tu boda bien merezca el sacrificio de tu hijo.
—¡No hables así a tu madre! —bramó Lavillée —. Esperamos que te comportes como una buena hija y que asumas nuestras decisio¬nes como las correctas para el beneficio de todos, así como tu deber de encontrar esta temporada un marido adecuado —dijo ya más cal¬mado.
____ lo fulminó con la mirada.
—Sí, señor Lavillée, asumiré mi deber a su debido tiempo, y no en su propio provecho, que es el de echar de esta casa a todos aquellos que puedan representar un estorbo para usted.
Dicho eso, reunió las fuerzas que le quedaban, se puso en pie y se dirigió a la puerta, sin siquiera mirar hacia atrás, con la cabeza bien alta y el corazón roto.
* * *
Los sollozos que intentaba ahogar contra la almohada evitaron que escuchara entrar a Gail en la habitación. Sólo cuando ella la instó a echarse en su regazo para poder consolarla fue consciente de su pre¬sencia.
Sin pensar, se arrojó a sus brazos y buscó aliviar el sentimiento de pérdida que le era imposible menguar. El cariño que su queridísima ama de llaves le prodigaba era siempre un regalo y un consuelo para ella, sobre todo, cuando su corazón sangraba como en ese momento.
Gail le acariciaba el pelo y la estrechaba fuertemente como tan¬tas otras veces; algo que su madre nunca había hecho, y que ella siem¬pre había deseado que hiciera.
— Mi niña, tranquilízate, por favor; si continúas así caerás en¬ferma —le dijo, a la vez que se apartaba de ella para poder enjugar las lágrimas de la hermosa joven que había llegado a querer como si fuese su propia hija.
— Gail, se han llevado a Henry a un internado —sollozó ____—. Tú sabes que necesita muchos cuidados y especial cariño. Dime, Gail, ¿cómo van a saber un puñado de extraños lo que él preci¬sa? ¿Cómo se sentirá entre tantos desconocidos?
Gail sabía lo que estaba sufriendo, porque ella misma se había sentido morir por dentro cuando se lo llevaron. Sin embargo, ese no era el momento de lamentarse; tenía que ayudar a su pequeña.
—__, mírame.
____ levantó la vista y fijó sus hermosos ojos verdes en ella. Gail pudo ver la desolación en ellos, además de una herida que, sin duda, tardaría en cicatrizar.
—Pequeña, sabes que Henry es más fuerte de lo que parece y, gracias a tus cuidados y atenciones, es todo un hombrecito ahora. Quizás un internado no sea tan malo, piénsalo; aquí estaba muy bien, pero privado de las experiencias propias que debe vivir un chico de su edad, como es el simple hecho de estar con otros compañeros con los que pueda entablar una amistad. Le vendrá bien valerse por sí mismo, ya verás.
—¿Tú también, Gail? —la censuró ____.
—No es justo, __. Ya sé que no es perfecto, pero siempre he creído con firmeza que hay que ver el lado positivo de las cosas. En esto no puedes hacer nada. No contaron contigo, porque era una de¬cisión que ya habían tomado. Sólo te queda aceptarlo y esperar que de ello salgan cosas buenas.
____ sabía que Gail tenía razón. Aunque ella hubiese estado allí, nada habría podido hacer. Pero en su interior, le pesaba el no ha¬berse despedido de él; aparte de considerar despreciable que su madre y el Marqués hubieran actuado a sus espaldas, sin consultarla. Se sen¬tía traicionada.
—Ha sido él, Gail, lo sé. Antes de que entrara en nuestras vidas, mi madre nunca se había planteado enviar lejos a Henry.
La anciana hizo una mueca con la cara, en señal de que no esta¬ba totalmente de acuerdo con lo que estaba diciendo.
—____, tu madre ni siquiera quería ver a tu hermano. No digo que no lo quiera, porque es su hijo, pero nunca lo ha aceptado. Hace mucho tiempo que se dio cuenta de que no sería un hombre nor¬mal, y el verlo era un recuerdo constante de su fracaso en el intento de darle un heredero a tu padre. Creo que, para ella, ha sido un alivio que se fuera a ese internado, mal que nos pese. Aunque no te voy a negar que ese hombre debe de haber contribuido a que la idea germinara en la mente de tu madre.
____ ya no podía negar más la verdad que se escondía detrás de las palabras de Gail. Durante mucho tiempo, no había aceptado ese hecho, pero en el fondo, siempre había sabido que su madre rechazaba a su hermano.
—Sé que tienes razón; mi madre cambió con la muerte de mi padre y, aunque por años no he querido reconocerlo, también sé lo que ella siente respecto de mi hermano. No estoy ciega, Gail, aunque a ve¬ces hubiese preferido estarlo. Por eso —dijo y tomó aire—, hacía todo lo que estaba en mi mano para que ella no tuviese que hacerse cargo de él. Intentaba cuidarlo y podía haber seguido haciéndolo, de veras. Él no habría sido un estorbo para ellos.
»—Sin embargo —dijo mientras la miraba fijo a los ojos—, sigo pensando que es él el que ha metido esa idea en la cabeza de mi madre. Sé que, por sí sola, nunca habría tenido el valor de hacerlo —continuó ____ más calmada.
— Querida, para ellos, este es el momento más inconveniente, ¿no te das cuenta? —le preguntó Gail.
— Sé a qué te refieres. El Marqués me dejó claro cuál era mi de¬ber. Imagino que habrán pensado que, difícilmente, podría encontrar un marido aceptable si me quedaba aquí en casa y me hacía cargo de mi hermano.
—Exacto. El otro día, los escuché discutiendo acerca de ti. Pa¬rece ser que ya han pensado en un candidato.
____ sintió que se le congelaba la sangre en las venas.
—¡Pues no me impondrán un marido! ¡No pueden obligarme! No pienso ir como un cordero al matadero, no voy a ser moneda de cambio en los planes financieros de nadie. Lo siento, pero sólo me casaré con alguien a quien pueda respetar y llegar a querer y, desde luego, seré yo quien elija a esa persona.
—Bueno, bueno, no te preocupes ahora. Intenta dormir un poco. Esta semana será muy larga con eso de la boda —le dijo Gail mientras se levantaba para dejar descansar a ____.
—¿Qué boda? —preguntó ____ y pensó que, quizás, con todo lo que había pasado se le había olvidado algún compromiso.
—No te lo han dicho, ¿verdad? No, claro que no. Me imagino que, con lo de tu hermano, no te han comentado nada acerca del cambio de planes.
____ se puso alerta de nuevo.
—¿Qué cambio de planes? —preguntó recelosa.
—Verás —empezó Gail e intentó matizar la situación de tal manera que __ no se alterara de nuevo—. El Marqués y tu madre han adelantado la boda para este sábado. Ya está todo dispuesto. Incluso, estamos esperando la llegada de un sobrino de Lavillée que viene desde Francia expresamente al evento. Recibimos un telegrama suyo en el que avisaba su llegada. Pasado mañana, si no me equivoco.
—Ya veo —atinó a decir—. Entonces, entiendo la premura por la partida de mi hermano. Parece ser que no les convenía su presencia en un acontecimiento de esa magnitud, con la sociedad en pleno presente.
____ se dijo que ya no podía seguir disculpando a su madre por más tiempo. Abajo le había dicho algo horrible, fruto de la conmoción que le supuso saber lo que habían tramado a sus espaldas; pero ahora sabía que sus palabras habían sido acertadas. La madre había sacrificado a su hijo por su boda y por su nueva vida. Esperaba que mereciera la pena, porque con ello, no sólo había perdido a Henry, sino también a ella. Tendría que continuar con la farsa de una familia bien avenida, por el bien de todos; pero no podría olvidar lo que había hecho.
Sintió que sus ojos volvían a humedecerse, otra vez, por lágrimas que no querían ser derramadas. No, no lloraría más, no se lo merecían. A pesar de su determinación, cuando, sin querer, se tocó las mejillas con los dedos, notó que estaban húmedas.
Hope you like it.
Perdón por la espera, muchas pruebas.
Había transcurrido sólo un día desde que había vuelto a su casa, y aún no podía creer los cambios que se habían produ¬cido en ella.
Después de dejar Crossover Manor y haber tomado su decisión con respecto a Nicholas, sólo había pensado en llegar a su casa y reto¬mar su rutina.
Esperaba que sus obligaciones le devolvieran la tan ansiada tranquilidad que buscaba; de forma inesperada, Jonas había trasto¬cado toda su vida. Sin embargo, al llegar a su casa, esa calma le fue negada y fue sustituida por el más absoluto desasosiego.
Recordaba cómo su madre y su prometido la habían recibido en la biblioteca a su llegada. Apenas había entrado, supo que algo pa¬saba.
Su madre había tratado de disimular la ansiedad que, tanto sus ojos como sus manos, que no dejaban de retorcer un pequeño pañuelo, delataban.
Jacques Cousen, marqués de Lavillée, había, sin embargo, esbo¬zado una de esas sonrisas que a ____ siempre le habían parecido fal¬sas hasta la saciedad. Recordaba con nitidez cómo se había levantado hacia ella y, con fingido entusiasmo, la había besado en la mejilla; eso le había provocado escalofríos que aún la recorrían cuando pensaba en ello.
Si cerraba los ojos podía reproducir cada paso de lo acontecido el día anterior, y resonaban aún en su cabeza, las palabras que parecían haberse grabado a fuego en su mente.
—Querida ____, ¿qué tal tu fin de semana con Mary Beth en Crossover Manor?
—Muy bien, lord Lavillée —contestó ____ mientras intenta¬ba poner un gesto agradable en el rostro.
—____, ¿cuántas veces tengo que decirte que me llames Jacques? Al fin y al cabo, dentro de unos días, voy a pasar a ser parte de la familia.
Aquello disgustaba sobremanera a ____; pero, al ver el rostro de su madre, aún más congestionado, intentó pensar que debía hacer un esfuerzo, ya que ese hombre suponía la felicidad para ella.
—Si ese es su deseo, que así sea, Jacques.
—Así está mejor —contestó Lavillée, como un sabueso que por fin consigue a su presa.
Su madre suspiró largamente, lo que hizo que ____ recelase sobre su estado de salud.
—Madre, ¿qué tal estás? —le preguntó mientras se acercaba a ella para besarla y darle un pequeño abrazo.
—Muy bien, hija —le contestó y, aunque trató de sonreír, la voz le había sonado tensa como las cuerdas de un arpa.
____ estaba ya más que nerviosa. Sabía que algo pasaba y, cada minuto que se prolongaba la conversación sin que le dijeran el motivo del evidente desasosiego de su madre, más se crispaban sus nervios. Quizás, pensó para tranquilizarse, fuera por algún prepara¬tivo de la boda, o por una riña de enamorados. Quizás no debía darle tanta importancia; debía intentar no ver fantasmas donde no los ha¬bía.
—Pues pareces preocupada, madre —le confirmó más que pre¬guntó.
De pronto, una súbita inquietud, la misma que había desechado segundos antes, la inundó. En ese mismo instante, se dio cuenta de que alguien faltaba en aquel cuadro familiar. Había estado tan absorta observando a su madre que no había preguntado por su hermano; en realidad, era muy extraño que no hubiese entrado corriendo a abra¬zarla, como solía hacer siempre que llegaba luego de estar ausente, aunque fuese apenas por un par de horas.
Eso era algo que nunca faltaba. Su madre le había recriminado, una y otra vez, que no alentara a Henry en ese comportamiento nada decoroso; pero a ella le encantaba y, aunque parecía increpar a su her¬mano, siempre le guiñaba un ojo mientras lo hacía, lo que provocaba su sonrisa. Quizás lo que pasaba era que Henry estaba enfermo, y por eso su madre estaba preocupada
—¿Ha pasado algo con Henry? —preguntó cada vez más in¬tranquila.
Su madre bajó la mirada a sus manos, que otra vez se retorcían ansiosas, a la vez que miraba al Marqués como pidiendo ayuda.
—Verás, querida —dijo el Marqués, con una calma que no le hacía presagiar nada bueno—. Tu madre y yo hemos pensado mucho estos meses sobre la situación de Henry y hemos llegado a la conclu¬sión de que lo mejor para él, hoy en día, es un internado.
— ¡¿Un internado?! Eso es imposible —afirmó ____ y miró a su madre que parecía evitar su mirada—. Henry es un niño muy espe¬cial que necesita mucho cariño, y no un internado lejos de su familia.
— Sé que esto es difícil, tanto para ti como para tu madre, pues os habéis dedicado a tu hermano con una actitud encomiable; pero habéis tenido que pagar un alto precio por ello. Mi dulce Amy, el pre¬cio de aceptar que su hijo nunca llegará a ser normal; y tú, querida, el de renunciar a la vida habitual de una joven de tu edad y posición social. Henry necesita muchos cuidados y, aunque vosotras os habéis dedicado en cuerpo y alma a él, no creo que haya sido de la forma adecuada. Considero que lo habéis mimado en exceso y, en vuestro celo por protegerlo, lo habéis condenado a ser una persona aún más indefensa de lo que ya es por su enfermedad. Así que, tanto tu madre como yo hemos llegado a la conclusión de que en un internado para jóvenes especiales, no sólo le dispensarán los cuidados necesarios, sino que también lo ayudarán a que se forme como persona y aprenda a defenderse por sí mismo.
____ no podía creer lo que estaba escuchando. Sentía que la rabia y la impotencia la carcomían por dentro.
—Señor Lavillée, no sé qué puede usted haber hablado con mi madre, pero lo que es cierto es que he sido yo la que he estado cui¬dando de Henry estos tres últimos años, y en ningún caso, ha sido una carga para mí. Desde pequeño ha sido un ser especial, lleno de amor y de inocencia, y necesita de todo nuestro cariño. El cariño que su familia puede ofrecerle y no el de un grupo de extraños. Jamás se podrá defender por sí mismo, porque carece de la maldad de la que muchos otros rebosan. Quiero que quede claro que, para mí, no es una obligación, sino un placer cuidar de él, y el hecho de que estuviera con nosotras, de ningún modo ha entorpecido nuestra vida, la misma que tan encarnizadamente usted está intentando destruir.
—¡____! —exclamó su madre con seriedad, y la miró por primera vez desde que comenzó la conversación.
—No puedo creer que tú estés de acuerdo con esto, madre. Sé que ha sido idea del señor Lavillée.
Miró a su madre desesperada; quería confirmar en su rostro sus sospechas; en el fondo, se negaba a creer que ella hubiese tomado parte de aquella decisión.
Pero para su decepción, Amy Bradford no dijo nada. Siguió callada, mirando fijamente a su hija, con una determinación que no recordaba haber visto nunca en ella. El Marqués escogió ese momento para tomar la mano de su madre entre las suyas con un gesto de asen¬timiento. A ____ se le revolvió el estómago y, sin poder contenerse, hizo salir toda su frustración.
—¿Qué pasa? ¿Es que en vuestra vida juntos Henry no encaja? ¡¿O es que os avergonzáis de él?! —gritó sin control.
—Es una decisión de los dos, y no está abierta a discusión —sentenció su madre mientras miraba duramente a ____.
—Pues no pienso dejar que os lo llevéis. Yo puedo seguir cui¬dando de él. Os aseguro que, de ningún modo, interferirá en vuestros planes —replicó, entre la obstinación y la desesperación.
Su madre volvió a mirar al Marqués; pero esta vez, para que Lavillée diera el golpe de gracia.
—Hicimos las gestiones necesarias para que tu hermano ingre¬sara en el internado hace tiempo, pero quisimos ahorrarte el disgusto de la despedida; salió después de que te fueras a Crossover Manor.
____ sintió que el mundo se desmoronaba, de a poco, a su alrededor. Tuvo que inspirar varias veces, lentamente, para que la cre¬ciente angustia que estaba experimentando disminuyera lo suficiente como para evitar un desmayo.
Las palabras del que pronto sería su padrastro le hacían eco en la cabeza sin parar: "Para evitarte el dolor de la despedida". Lo habían hecho todo a sus espaldas para que no pudiera poner objeción alguna, y la privaron de la oportunidad de hacerlos cambiar de opinión y, en última instancia, de despedirse de su hermano antes de que se fuera.
Era increíble, pero tenían la desfachatez de insinuar que lo úni¬co que les había preocupado eran los sentimientos de Henry y los su¬yos propios. De todos modos, al final de cuentas, sabía que no habría tenido ni voz, ni voto en la decisión. La tutela de su hermano, que ahora recaía en su madre, pronto la ostentaría Lavillée; y con ello, se ponía fin a toda posible discusión para hacerles comprender el error que habían cometido.
Estaba claro que el Marqués era un factor más que determinante en las decisiones que tomaba su madre, pues nunca antes le había co¬mentado la posibilidad de hacer algo parecido.
Si hubiera seguido con vida su padre, habría desatado la furia del infierno ante tal injusticia.
Como se había demostrado con creces, Lavillée tenía el don de influir sobre su madre, aunque, hasta ese momento, ____ no había sospechado hasta qué extremo.
Inspiró hondo y, poco a poco, fue recuperando la compostu¬ra que, durante tantos años de continuo ejercicio, había aprendido a exhibir, aunque a una persona observadora no se le podía escapar la expresión de dolor y traición que contenían sus ojos y cómo luchaba por no derramar las lágrimas que pugnaban por abrirse paso sobre sus mejillas.
—Si esa es vuestra decisión —dijo, lo más serena posible—, yo no puedo hacer nada, pero iré a verlo en cuanto tenga ocasión, y si por alguna razón sospecho que no es feliz o que no lo tratan como es de¬bido, haré todo lo que esté en mi mano para traerlo de vuelta. Espero, madre, que tu boda bien merezca el sacrificio de tu hijo.
—¡No hables así a tu madre! —bramó Lavillée —. Esperamos que te comportes como una buena hija y que asumas nuestras decisio¬nes como las correctas para el beneficio de todos, así como tu deber de encontrar esta temporada un marido adecuado —dijo ya más cal¬mado.
____ lo fulminó con la mirada.
—Sí, señor Lavillée, asumiré mi deber a su debido tiempo, y no en su propio provecho, que es el de echar de esta casa a todos aquellos que puedan representar un estorbo para usted.
Dicho eso, reunió las fuerzas que le quedaban, se puso en pie y se dirigió a la puerta, sin siquiera mirar hacia atrás, con la cabeza bien alta y el corazón roto.
* * *
Los sollozos que intentaba ahogar contra la almohada evitaron que escuchara entrar a Gail en la habitación. Sólo cuando ella la instó a echarse en su regazo para poder consolarla fue consciente de su pre¬sencia.
Sin pensar, se arrojó a sus brazos y buscó aliviar el sentimiento de pérdida que le era imposible menguar. El cariño que su queridísima ama de llaves le prodigaba era siempre un regalo y un consuelo para ella, sobre todo, cuando su corazón sangraba como en ese momento.
Gail le acariciaba el pelo y la estrechaba fuertemente como tan¬tas otras veces; algo que su madre nunca había hecho, y que ella siem¬pre había deseado que hiciera.
— Mi niña, tranquilízate, por favor; si continúas así caerás en¬ferma —le dijo, a la vez que se apartaba de ella para poder enjugar las lágrimas de la hermosa joven que había llegado a querer como si fuese su propia hija.
— Gail, se han llevado a Henry a un internado —sollozó ____—. Tú sabes que necesita muchos cuidados y especial cariño. Dime, Gail, ¿cómo van a saber un puñado de extraños lo que él preci¬sa? ¿Cómo se sentirá entre tantos desconocidos?
Gail sabía lo que estaba sufriendo, porque ella misma se había sentido morir por dentro cuando se lo llevaron. Sin embargo, ese no era el momento de lamentarse; tenía que ayudar a su pequeña.
—__, mírame.
____ levantó la vista y fijó sus hermosos ojos verdes en ella. Gail pudo ver la desolación en ellos, además de una herida que, sin duda, tardaría en cicatrizar.
—Pequeña, sabes que Henry es más fuerte de lo que parece y, gracias a tus cuidados y atenciones, es todo un hombrecito ahora. Quizás un internado no sea tan malo, piénsalo; aquí estaba muy bien, pero privado de las experiencias propias que debe vivir un chico de su edad, como es el simple hecho de estar con otros compañeros con los que pueda entablar una amistad. Le vendrá bien valerse por sí mismo, ya verás.
—¿Tú también, Gail? —la censuró ____.
—No es justo, __. Ya sé que no es perfecto, pero siempre he creído con firmeza que hay que ver el lado positivo de las cosas. En esto no puedes hacer nada. No contaron contigo, porque era una de¬cisión que ya habían tomado. Sólo te queda aceptarlo y esperar que de ello salgan cosas buenas.
____ sabía que Gail tenía razón. Aunque ella hubiese estado allí, nada habría podido hacer. Pero en su interior, le pesaba el no ha¬berse despedido de él; aparte de considerar despreciable que su madre y el Marqués hubieran actuado a sus espaldas, sin consultarla. Se sen¬tía traicionada.
—Ha sido él, Gail, lo sé. Antes de que entrara en nuestras vidas, mi madre nunca se había planteado enviar lejos a Henry.
La anciana hizo una mueca con la cara, en señal de que no esta¬ba totalmente de acuerdo con lo que estaba diciendo.
—____, tu madre ni siquiera quería ver a tu hermano. No digo que no lo quiera, porque es su hijo, pero nunca lo ha aceptado. Hace mucho tiempo que se dio cuenta de que no sería un hombre nor¬mal, y el verlo era un recuerdo constante de su fracaso en el intento de darle un heredero a tu padre. Creo que, para ella, ha sido un alivio que se fuera a ese internado, mal que nos pese. Aunque no te voy a negar que ese hombre debe de haber contribuido a que la idea germinara en la mente de tu madre.
____ ya no podía negar más la verdad que se escondía detrás de las palabras de Gail. Durante mucho tiempo, no había aceptado ese hecho, pero en el fondo, siempre había sabido que su madre rechazaba a su hermano.
—Sé que tienes razón; mi madre cambió con la muerte de mi padre y, aunque por años no he querido reconocerlo, también sé lo que ella siente respecto de mi hermano. No estoy ciega, Gail, aunque a ve¬ces hubiese preferido estarlo. Por eso —dijo y tomó aire—, hacía todo lo que estaba en mi mano para que ella no tuviese que hacerse cargo de él. Intentaba cuidarlo y podía haber seguido haciéndolo, de veras. Él no habría sido un estorbo para ellos.
»—Sin embargo —dijo mientras la miraba fijo a los ojos—, sigo pensando que es él el que ha metido esa idea en la cabeza de mi madre. Sé que, por sí sola, nunca habría tenido el valor de hacerlo —continuó ____ más calmada.
— Querida, para ellos, este es el momento más inconveniente, ¿no te das cuenta? —le preguntó Gail.
— Sé a qué te refieres. El Marqués me dejó claro cuál era mi de¬ber. Imagino que habrán pensado que, difícilmente, podría encontrar un marido aceptable si me quedaba aquí en casa y me hacía cargo de mi hermano.
—Exacto. El otro día, los escuché discutiendo acerca de ti. Pa¬rece ser que ya han pensado en un candidato.
____ sintió que se le congelaba la sangre en las venas.
—¡Pues no me impondrán un marido! ¡No pueden obligarme! No pienso ir como un cordero al matadero, no voy a ser moneda de cambio en los planes financieros de nadie. Lo siento, pero sólo me casaré con alguien a quien pueda respetar y llegar a querer y, desde luego, seré yo quien elija a esa persona.
—Bueno, bueno, no te preocupes ahora. Intenta dormir un poco. Esta semana será muy larga con eso de la boda —le dijo Gail mientras se levantaba para dejar descansar a ____.
—¿Qué boda? —preguntó ____ y pensó que, quizás, con todo lo que había pasado se le había olvidado algún compromiso.
—No te lo han dicho, ¿verdad? No, claro que no. Me imagino que, con lo de tu hermano, no te han comentado nada acerca del cambio de planes.
____ se puso alerta de nuevo.
—¿Qué cambio de planes? —preguntó recelosa.
—Verás —empezó Gail e intentó matizar la situación de tal manera que __ no se alterara de nuevo—. El Marqués y tu madre han adelantado la boda para este sábado. Ya está todo dispuesto. Incluso, estamos esperando la llegada de un sobrino de Lavillée que viene desde Francia expresamente al evento. Recibimos un telegrama suyo en el que avisaba su llegada. Pasado mañana, si no me equivoco.
—Ya veo —atinó a decir—. Entonces, entiendo la premura por la partida de mi hermano. Parece ser que no les convenía su presencia en un acontecimiento de esa magnitud, con la sociedad en pleno presente.
____ se dijo que ya no podía seguir disculpando a su madre por más tiempo. Abajo le había dicho algo horrible, fruto de la conmoción que le supuso saber lo que habían tramado a sus espaldas; pero ahora sabía que sus palabras habían sido acertadas. La madre había sacrificado a su hijo por su boda y por su nueva vida. Esperaba que mereciera la pena, porque con ello, no sólo había perdido a Henry, sino también a ella. Tendría que continuar con la farsa de una familia bien avenida, por el bien de todos; pero no podría olvidar lo que había hecho.
Sintió que sus ojos volvían a humedecerse, otra vez, por lágrimas que no querían ser derramadas. No, no lloraría más, no se lo merecían. A pesar de su determinación, cuando, sin querer, se tocó las mejillas con los dedos, notó que estaban húmedas.
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Cande Luque
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