Things that are (not) Meant to Be.

 


Si Rukia tuviera más amigas, si todas fueran iguales a ella, si les gustara peinarse el cabello cada vez que el viento sopla y si no soportaran los zapatos que no tuvieran plataforma; no estaría dando la caminata más larga de su vida, en los pantalones de mezclilla más apretados que encontró, solamente para llegar a un grupo de apoyo moral que de seguro la volvería todavía más insoportable.
Además que en el contrato (firmado atrás de un recibo del súpermercado y con un crayón de cera rojo a falta de lapiceras disponibles) que la había hecho firmar Giovanny, hasta ahora su mejor amigo, no aclaraba que Aris, el hermano mayor de Rukia, tendría que asistir también y acompañarla a pie cada día a las reuniones del grupo.
Y la chica no tiene problema con Aris; no, claro que no. Es sólo que realmente no soporta las enormes sudaderas deprimentes que el chico se pone cada día y que lo hacen ver como a un niño pequeño jugando dentro de una sábana, y esa colección de expresiones faciales de odio por el mundo que siempre carga.
Por si fuera poco, Ginger, la gemela de la chica, también había sido prácticamente obligada por Giovanny a ir a hablar de sus problemas a ese grupo infernal de apoyo moral. Pero había sido mucho más lista y había puesto como excusa sus clases de psicología a las que no podía faltar. Rukia la detestó a muerte desde ese momento; todavía más porque ambas tenían la misma perfecta cara.
—Cristo, Rukia, cierra el pico de una vez —levantó la voz por primera vez su hermano, Aris, que caminaba junto a ella la última cuadra antes de llegar al lugar al que Rukia se había rehusado rotundamente a pisar—. Si no querías venir, lo hubieras dicho antes.
A la chica se le pasó por la mente que las patadas que dio en la espalda de Aris cuando él la levantó en brazos para sacarla a fuerza de la casa, habían sido suficiente para darle a entender a todo el mundo que no tenía la más mínima intención de ir a un cuarto cerrado lleno de personas llorando y  recordando a sus parientes muertos. Pero su hermano era de esos que hasta mucho después de obligarte a tomar una decisión, te reprochaban por tus caras largas como si hubieras tenido la posibilidad de eligir una segunda opción.
Rukia había tenido suficientes consuelos pobres de tías indiferentes y rabietas por parte de sus hermanos durante gran parte de su vida como para que justo cuando planeaba fugarse de la casa, su mejor amigo haya decidido inscribirlos a los tres hermanos huérfanos en un grupo de apoyo.
Si pudiera, odiaría a Giovanny y le desgarraría el pecho entero con sus uñas moradas, postizas y filosas. Pero Rukia no puede odiar al amigo que ha cargado y aguantado con ella desde la muerte de sus padres. Y si hay algo que pueda verse mal en ella, es la reputación de huérfana miserable. Porque sí, lo es. Es una niña mediocre que perdió a su papá y a su mamá de la manera más desgarradora posible, pero que lo sea y que vaya a aceptarlo son cosas separadas.
—Cierto —la chica todavía empezó un monólogo sarcástico en contra de todos, pese a la furia e impotencia abrazadas a su garganta—. Porque precisamente siempre tuve la opción de elegir no ir a esta patética mierda y tú, maldito, no me levantaste del suelo ni me obligaste a salir de casa en contra de mi voluntad.
Aris la miraba de reojo con, de repente, una sonrisita burlona que sabía que ponía a su hermana furiosa y con los pelos de punta. Se limitó a rodar los ojos y a encogerse de hombros.
—Bueno, al menos estas cosas no tienen un horario específico —habló Giovanny, que iba caminando campante enfrente de los dos hermanos y lucía como el ansioso entrenador personal de un par de obesos negativos—. Porque sino, toda este paseo habrá sido en vano. Ya es tarde.
Aris le sonrió diminutamente a la espalda del chico.
Rukia se tragó las ganas de vomitar. No era posible que su vida se basara en dos padres muertos, una hermana gemela con la que era imposible llevarse y un hermano mayor que estaba gravemente enamorado de su mejor amigo. SU mejor amigo. Giovanny no era nada más que suyo y de un día para otro resultaba que Aris se hacía el adorable-niño-huérfano-que-necesita-besos-y-abrazos. Por Dios.
Luego de un momento, en donde el paso para peatonales y la puerta del lugar al que la chica temía entrar se hacían gigantes y abismales a sus pies, como si nunca fueran realmente a entrar en el grupo de ayuda pero también jamás dejarían de caminar hacia él.
Rukia tembló.
—Juro que mataré a todos los que se encuentren ahí dentro si empiezan a llorar o a abrazarse entre sí —soltó asqueada.
Aris no rodó los ojos ni se encogió de hombros con el tono despectivo de la voz de Rukia ni de la furia en sus palabras. Simplemente siguió caminando ligeramente encorvado, inmutable, escondido en su sudadera roja como si esta fuera un castillo de hielo seco que lo mantuviera ajeno a cualquier cosa. Excepto cuando levantaba la voz y regañaba a Rukia; ahí sí era bastante eufórico.
—¿Qué haces si acercan y te abrazan a ti? —Preguntó Giovanny con su voz pintoresca y entusiasmada de siempre, que en vez de caminar más parecía que estaba dando pequeños pasos de baile.
—Entonces no tengo la menor idea de qué haríamos ahí —Gruñó Rukia—. A menos que todo el mundo quiera ser testigo de su propia sangre, será mejor que ni me dirijan la palabra.
—Trato hecho —escupió con sorna Aris, que de repente le rebasó el paso y entró en el lugar como quien huye de algo refugiándose en un lugar mucho peor.
Rukia se detuvo ante la puerta café y la vio como si la puerta misma fuera una persona a la que podía desmenuzar y destruir con su mirada perforadora y criticona.
Giovanny miró a la adolescente divertido y orgulloso.
—Ya verás que todo saldrá mejor de lo que te esperas —casi prometió.
La muchacha despegó sus ojos rasgados de la puerta y los posó en la cara siempre sonrojada y sonriente de su amigo. ¿Cuántas veces ya había oído esa frase salir de sus labios? Gio se la soltaba a cada ser humano que se le cruzara en el camino. Se creía una especie de psicólogo de desastres familiares solamente porque convivía con una familia destrozada. Qué imbécil.
Rukia se cruzó de brazos en su abrigo ajustado de seda rosa pastel y dejó escapar un lánguido suspiro sin hacer el menor intento de entrar por la puerta y llegar a la reunión. Todo con el deseo de hacer enfadar a Giovanny y que este se diera por vencido y los devolviera a casa con la promesa de no volver a fisgonear entre sus vidas y dejar que las heridas que causaban las pérdidas se esfumaran con el paso del tiempo.
Pero Giovanny Igino se sabía de memorias las tácticas de Rukia para hacer que las personas cumplieran con sus deseos. Por lo que ni siquiera borró la sonrisa de su rostro cuando le dijo:
—Está bien si no abres la boca hasta que acabe todo. Pero no desperdicies la oportunidad de ir a preumir a todas las mujeres que haya dentro tu magnífica e inalcanzable ropa.
El chico ni siquiera supo bien de dónde le salió una frase alentadora que apoyara la vanidad de su amiga. Pero antes de poder pensar algo más, Rukia desapareció tras la puerta como alma que lleva el diablo y con una sonrisa de suficiencia en su boca pintada de verde.


Si Rukia tuviera más amigas, o si al menos tuviera una, no se estaría ahí sentada en esa sala nostálgica con sillas de plástico que pueden hacer a cualquiera verse como un vagabundo y con un Aris, terriblemente molesto e intimidado, a un lado de ella intentando iniciar una pelea con tal de distraerse del ambiente a mediocridad.
Pero Rukia sólo tiene un amigo, el cual vería hasta dentro de dos horas, y que era el único culpable de esto.
No quiero, no quiero,  no quiero, no quiero estar aquí, casi escuchó como su mente sollozaba al compás de su berrinche mental.
Era una muchacha obsesionada con el tiempo y las horas que pasaban desperdiciadas en su vida, pero por primera vez, no tenía idea de cuántos nombres y presentaciones había oído hasta que el cuerpo que estaba a su lado se levantó y con él la voz de su hermano la deprimió a un nivel inexplicable.
—Me llamo Aris, tengo veintiún años, eh, y un dolor constante de cabeza.
Uno de los instructores del grupo, que tenía cierta sonrisa y actitud amable cuya hipocresía y falsedad se notaba desde el asiento de Rukia, que estaba con una pierna sobre la otra y con su silla lo más alejada al grupo sentado en el suelo, le preguntó a Aris con una voz raramente aguda:
—De acuerdo. ¿Qué más? ¿Por qué estás aquí? ¿Cómo te sientes?
Aris se encogió de hombros y se talló los ojos con una mueca. Y si Rukia no fuera su hermana y no hubiera vivido sus diecinueve años de vida junto a él, no hubiera podido adivinar que a continuación se acercaba la sarta de idioteces habitual que le daba al chico cada día a cierta hora.
—Ehm, no lo sé... yo... —los ojos de su hermano mayor se agrandaron gracias a la pared de lágrimas que los cubría y se amontonaba en ellos—, estoy aquí por... porque... ugh, es que... Me siento... No sé.
Y empezó a llorar como el cobarde que era.
Rukia sólo suspiró sobre sus brazos cruzados y lo miró con una expresión seria y aburrida.
—Oh, pobre bebé —habló una adolescente rubia y blanquísima del otro lado del salón, sentada sobre sus rodillas—, ¿estás bien?
Aris sólo empezó a llorar más fuerte y se cubrió la cara con sus mangas rojas y gigantes.
Además de la chica de cabello claro que se levantó del suelo para consolar a su hermano, el resto del grupo volteó a ver a Rukia con confusión.
La muchacha se encogió de hombros quitándose cualquier indicio de culpabilidad.
—A veces se va a la mierda un poco —susurró restándole toda la importancia al asunto—. Se le pasará rápido.