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Mensaje por StephRG14 Dom 10 Mayo 2015, 3:34 pm

Capitulo 5
Medida de venganza


Maia alzó la vista mientras la puerta del apartamento de Jordan se abría de golpe y él corrió dentro, casi patinando en el suelo de madera resbaladiza. —¿Alguna cosa nueva? —preguntó.
Ella negó con la cabeza. El rostro de Jordan se ensombreció. Después de que hubieron matado al Cazador Oscuro, había llamado a la manada para que les ayudaran a lidiar con el desastre. A diferencia de los demonios, los Cazadores Oscuros no se limitaban a evaporarse cuando los mataban. Se requiere eliminarlos. Normalmente habrían convocado a los Cazadores de Sombras y a los Hermanos Silenciosos, pero las puertas del Instituto y la Ciudad de Hueso estaban cerradas ahora. En su lugar Bat y el resto de la manada se había presentado con una bolsa para cadáveres, mientras que Jordan, todavía sangrando por la lucha con el Cazadores Oscuros, había ido a buscar a Simon.
No había vuelto durante horas, y cuando volvió, la mirada en sus ojos le había dicho Maia toda la historia. Había encontrado el teléfono de Simon hecho pedazos y abandonado en la parte inferior de la escalera de incendios como una nota burlona. De lo contrario, no habría habido ni rastro de él.
Ninguno de ellos había dormido después de eso, por supuesto. Maia había vuelto a la manada con Bat, que había prometido, aunque un poco vacilante, contárselo a los lobos para que ayudaran a buscar a Simon, y tratar (énfasis en tratar) de encontrar a los Cazadores de Sombras en Alicante. Había
líneas abiertas hacia la capital de los Cazadores de Sombras, líneas que sólo los jefes de manadas y clanes podían usar.
Maia había regresado al apartamento de Jordan en la madrugada, desesperada y agotada. Estaba de pie en la cocina, cuando él entró, con una toalla de papel húmeda apretando contra su frente. Se la quitó mientras Jordan la miró, y sintió que el agua le corría por la cara como lágrimas. —No —dijo ella—.No hay noticias.
Jordan se dejó caer contra la pared. Llevaba sólo una camiseta de manga corta, y los diseños intricados de líneas de los Upanishads15 eran oscuramente visibles alrededor de sus bíceps. Su pelo sudoroso, estaba pegado a la frente, y había una línea roja en el cuello donde la correa de su paquete de armas le había cortado en la piel. Se veía miserable. —No puedo creer esto —dijo, por lo que sintió Maia como la millonésima vez—. Lo he perdido. Era responsable de él y lo he malditamente perdido. —No es tu culpa. —Sabía que no lo iba a hacer que se sienta mejor, pero ella no pudo evitar decirlo—. Mira, no puedes luchar contra todos los vampiros y malos que hay en la zona, y el Praetor no debería haberte pedido que lo intentaras. Cuando Simon perdió la Marca, solicitaste ayuda para su seguridad, ¿no es así? Y ellos no enviaron a nadie. Hiciste lo que pudiste.
Jordan miró sus manos, y le dijo algo en voz baja. —No fue lo suficiente.
Maia sabía que debía dejarle tranquilo, puso sus brazos alrededor de él, para confortarlo. Decirle que no tenía la culpa.
Pero ella no pudo hacerlo. El peso de la culpa era tan pesado en su pecho como una barra de hierro, las palabras no dichas asfixiaban su garganta. Había sido así durante semanas. Jordan, tengo que decirte algo. Jordan, tengo que hacerlo. Jordan, Yo. -- 15 Upanishad: Designa a cada uno de los más de 200 libros sagrados hinduistas -- Jordan…
El sonido de un teléfono rompió por el silencio entre ellos. Casi frenéticamente Jordan buscó en su bolsillo y sacó su móvil, lo abrió mientras lo ponía en su oreja. —¿Hola?
Maia lo miró, inclinándose tan hacia delante que la encimera le cortaba en su caja torácica. Podía oír sólo murmullos al otro lado del teléfono, sin embargo, y estuvo a punto de gritar con impaciencia en el momento en que Jordan cerró el teléfono y se volvió hacia ella, con una chispa de esperanza en sus ojos. —Ese fue el Teal Waxelbaum, segundo al mando en los Praetores —dijo—. Me quieren en la sede de inmediato. Creo que van a ayudar a buscar a Simon. ¿Quieres venir? Si salimos ahora, deberíamos estar allí a mediodía.
Había súplica en su voz, debajo de la corriente de la ansiedad por Simon. Él no era estúpido, pensó Maia. Sabía que algo estaba mal. Sabía…
Ella respiró hondo. Las palabras llenaban su garganta Jordan, tenemos que hablar pero ella obligó a ignorar esas palabras. Simon era la prioridad en estos momentos. —Por supuesto —dijo—. Por supuesto que iré. *** Lo primero que vio Simon fue el papel de la pared, que no era tan malo. Un poco anticuado. Definitivamente se estaba descamando. Había un grave problema de moho. Pero en general, no era lo peor que alguna vez hubiera visto. Parpadeó una y luego dos veces, centrándose en las rayas que rompían el patrón floral. Le tomó un segundo darse cuenta de que esas rayas eran, de hecho, rejas. Se encontraba en una jaula.
Rápidamente se dio la vuelta y se puso de pie, comprobando lo alto que era la jaula. Su cráneo entró en contacto con las barras en la parte superior, golpeándolo y haciendo bajar su mirada mientras maldecía en voz alta.
Y entonces se vio a sí mismo.
Llevaba una camisa blanca bombacha y ancha. Aún más preocupante era el hecho de que también parecía llevar un par de pantalones de cuero muy ajustados.
Muy apretados.
De cuero.
Simon se miró a sí mismo y comprobó todo su aspecto. El profundo escote en forma de V exponiendo su pecho. El ajuste del cuero. —¿Por qué… —dijo después de un momento—, cada vez que creo que me ha ocurrido la cosa más terrible que me puede ocurrir, siempre estoy equivocado?
Como si fuera una señal se abrió la puerta, y una figura pequeña se precipitó en la habitación. Una forma oscura, cerró la puerta detrás de ella al instante, como si fuera el Servicio Secreto, con gran velocidad.
Se acercó de puntillas hasta la jaula y apretó la cara entre dos barras. —¡Siiimon! —gritó.
Maureen.
Simon normalmente hubiera al menos intentado pedirle que lo dejara salir, que encontrara una llave, para que le ayudara. Pero algo en la apariencia de Maureen le dijo que sería inútil.
Especialmente en la corona los huesos que llevaba. Huesos de dedos. Tal vez huesos del pie. Y la corona de huesos estaba enjoyada, posiblemente para deslumbrar. Y luego estaba el desigual vestido de fiesta rosa y gris, ampliado en las caderas en un estilo que le recordaba a los de vestuarios dramáticos que se establecieron en el siglo XVIII. No era el tipo de traje que inspiraba confianza. —Hola, Maureen —dijo con cautela.
Maureen sonrió y apretó la cara más fuerte en la abertura.
—¿Te gusta tu traje? —preguntó—. Tengo unas cuantos para ti. Te tengo una levita y una falda escocesa y todo tipo de cosas, pero quería que usaras este primero. Yo te puse el maquillaje también. Esa fui yo.
Simon no necesitaba un espejo para saber que él estaba usando delineador de ojos. El conocimiento fue instantáneo y completo. —Maureen… —Te estoy haciendo un collar —dijo, interrumpiéndolo—. Quiero que te pongas más joyería. Quiero que te pongas más pulseras. Quiero cosas alrededor de las muñecas. —Maureen, ¿dónde estoy? —Conmigo. —Está bien. ¿Dónde estamos? —El hotel, el hotel, el hotel…
El Hotel Dumort. Al menos eso tenía algo de sentido. —Está bien —dijo—. ¿Y por qué estoy… en una jaula?
Maureen comenzó a tararear una canción para ella y pasó la mano por los barrotes de la jaula, perdida en su propio mundo. —Juntos, juntos, juntos... Ahora que estamos juntos. Tú y yo. Simon y Maureen. Por fin. —Maureen… —Esta será tu habitación —dijo—. Y una vez que estés listo, puedes salir. Tengo cosas para ti. Tengo una cama. Y otras cosas. Algunas sillas. Cosas que te gusta. ¡Y la banda puede tocar!
Se giró, casi perdiendo el equilibrio ante el peso extraño del vestido.
Simon sintió que probablemente debería elegir sus siguientes palabras con mucho cuidado. Sabía que él tenía una voz calmante. Él podría ser sensible. Tranquilizador.
—Maureen... sabes... me gustas...
Sobre esto, Maureen le detuvo y se apoderó de las barras de nuevo. —Sólo necesitas tiempo —dijo con una amabilidad aterradora en su voz—. Tiempo. Vas a aprender. Te enamoraras. Ahora estamos juntos. Y vamos a reinar. Tú y yo. Nosotros gobernaremos mi reino. Ahora que soy la Reina. —¿Reina? —Reina. Reina Maureen. Maureen, la Reina de la Noche. La Reina Maureen de la Oscuridad. Reina Maureen. Reina Maureen. La Reina Maureen de los muertos.
Ella tomó una vela que ardía en un aplique en la pared y de repente la asomó entre las barras y en dirección de Simon. Ella se inclinó muy ligeramente y sonrió mientras la cera blanca caía en forma de lágrimas a los restos podridos de la alfombra escarlata en el suelo. Se mordió el labio inferior en concentración, girando la muñeca suavemente, poniendo juntas las gotas de cera. —¿Eres... una Reina ? —dijo Simon débilmente. Había sabido que Maureen era el líder del clan de los vampiros de Nueva York. Había matado a Camille, después de todo, y tomado su lugar. Pero en el clan los líderes no eran llamados reyes o reinas. Se vestían con normalidad, como Raphael lo hacía, no con disfraces. Eran figuras importantes en la comunidad de los Hijos de la Noche.
Pero Maureen, por supuesto, era diferente. Maureen era una niña, una niña no-muerta. Simon recordó sus calentadores del brazo de colores, su vocecita entrecortada y sus grandes ojos. Había sido una niña inocente cuando Simon le había mordido, cuando Camille y Lilith la habían tomado y cambiado, la inyección del mal en sus venas había hecho desaparecer esa inocencia y la corrompió hasta la locura.
Era su culpa, Simon lo sabía. Si Maureen no lo hubiera conocido, no lo habría seguido y nada de esto le habría sucedido.
Maureen asintió y sonrió, concentrándose en su montón de cera, que ahora estaba formando como un pequeño volcán.
—Lo que necesito... es hacer cosas —dijo bruscamente y dejó caer la vela, aún ardiendo. Se apagó por sí sola, ya que cayó al suelo, y ella se apresuró hacia la puerta. La misma figura oscura abrió el instante en que ella se acercó. Y entonces Simon estaba solo otra vez, con los restos humeantes de la vela y sus nuevos pantalones de cuero y el horrible peso de su culpa.
Maia había permanecido en silencio todo el camino hasta el Praetor, cuando el sol se había elevado más alto en el cielo y los alrededores llenos de gente y con altos edificios de Manhattan y de tráfico obstruido de Long Island Expressway, dio lugar a los pequeños pueblos pastorales y granjas del North Fork. Estaban cerca del Praetor ahora, y pudieron ver las aguas azul-hielo del Sound a su izquierda, ondeando en el viento fresco. Maia imaginó sumergirse en ellos, y se estremeció ante la idea del frío. —¿Estás bien? —Jordan apenas había hablado en todo el camino. Hacía frío dentro de su camión y llevaba guantes de conducir de cuero, pero no ocultó sus nudillos blancos por el agarre en el volante. Maia podía sentir la ansiedad que salía de él en oleadas. —Estoy bien, —dijo ella. No era cierto. Estaba preocupada por Simon, y ella seguía luchando contra las palabras que no podía decir y que le ahogaban la garganta. Ahora no era el momento adecuado para decirlas, no con Simon desaparecido, y sin embargo, cada momento que no lo decía que se sentía como una mentira.
Giraron hacia el largo camino blanco que se extendía a lo lejos, hacia el Sound. Jordan se aclaró la garganta. —Sabes que te quiero, ¿verdad? —Lo sé —dijo Maia en voz baja, y luchó contra el impulso de decir “Gracias.” Se supone que no debes decir "gracias" cuando alguien dice que te amaba. Se suponía que debías decir lo que Jordan estaba esperando, claramente…
Ella miró por la ventana y se sacudió de su ensoñación.—Jordan, ¿está nevando? —No creo. —Pero copos blancos iban a la deriva por las ventanas de la camioneta, acumulándose en el parabrisas. Jordan paró el camión y bajó una de las ventanas, sacando la mano para coger un copo. La retiró, con su expresión oscureciéndose—. Eso no es nieve —dijo—. Es ceniza.
El corazón de Maia dio un vuelco mientras él empujaba el coche de nuevo en marcha y avanzaba, girando hacia la esquina. Por delante de ellos, donde la sede del Praetor Lupus debería alzarse, de oro contra el cielo gris, había una cortina de humo gris. Jordan juró y viró el volante hacia la izquierda; el camión chocó contra una zanja y se detuvo. Le dio una patada para abrir la puerta y bajó de un salto; Maia le siguió un segundo más tarde.
La sede Praetor Lupus había sido construida sobre una enorme parcela de tierra verde que se inclinaba hacia el Sound. El edificio central fue construido de piedra dorada, una románica casa solariega rodeada de pórticos con arcos. O lo había sido. Ahora era una masa chamuscada de madera y piedra ahora, como los huesos en un crematorio. Polvo blanco y cenizas volaron a través de los jardines, y Maia se atragantó con el aire punzante, con lo que levantó una mano para protegerse la cara.
El pelo castaño de Jordan estaba densamente cubierto con ceniza. Miró a su alrededor, su expresión conmocionada y sin comprender. —Yo no…
Algo llamó la atención de Maia, un destello de movimiento a través del humo. Ella agarró la manga de Jordan. —Mira, hay alguien allí.
Se movió, bordeando la ruina humeante del edificio del Praetor. Maia le siguió, aunque ella no pudo evitar quedarse atrás para mirar con horror los restos carbonizados de la estructura que sobresalía de la tierra, las paredes que sostinían un techo que ya no existía, las ventanas que se habían fundido, vislumbra aquí y allá algo blanco que podría haber sido por el ladrillo o huesos...
Jordan se detuvo delante de ella. Maia se trasladó para ponerse a su lado. La ceniza se aferraba a sus zapatos, el polvo de la misma en uno de los cordones. Ella y Jordan estaban en el cuerpo principal de los edificios quemados. Ella podía ver el agua en la distancia. El fuego no se había extendido, aunque había carbonizadas hojas muertas y ceniza volando, también y, en medio de los setos recortados, había cuerpos.
Lobos, de todas las edades, aunque en su mayoría jóvenes, yacían por los senderos bien cuidados, sus cuerpos siendo cubiertos por la ceniza lentamente como si fueran tragados por una tormenta de nieve.
Los hombres lobo tenían un instinto de rodearse de otros de su especie, de vivir en manadas, sacar fuerzas de los otros. Estos muchos licántropos muertos se sentían como un dolor desgarrador, un agujero de pérdida en el mundo. Ella recordó las palabras de Kipling, escritas en las paredes del Praetor. La fuerza de la manada es el lobo, y la fuerza del lobo es la manada.
Jordan miraba alrededor, moviendo los labios mientras murmuraba los nombres de los muertos, Andrea, Teal, Amon, Kurosh, Mara. En el borde del agua Maia de repente vio que algo se movía, un cuerpo, medio sumergido. Ella echó a correr, Jordan la siguió. Ella se deslizó a través de la ceniza, a donde la hierba daba paso a la arena, y se dejó caer junto al cadáver.
Era Praetor Scott, el cadáver flotando boca abajo, con el pelo gris y rubio empapado, el agua a su alrededor manchada rojo rosado. Maia se inclinó para darle la vuelta y casi se atragantó. Tenía los ojos abiertos, mirando sin ver el cielo, con la garganta rebanada de par en par.
—Maia. —Ella sintió una mano en su espalda, la de Jordan—. No…
Su sentencia fue interrumpida por un grito de asombro, y ella se dio la vuelta, sólo para sentir una sensación de terror tan intenso que casi se desmayó. Jordan se encontraba detrás de ella, con una mano extendida y una mirada de estupefacción en el rostro.
Desde el centro de su pecho sobresalía la hoja de una espada, el metal estampado con estrellas negras. Parecía totalmente extraño, como si alguien las hubiera dejado allí, o como si se tratara de algún tipo de decorado teatral.
La sangre comenzó a extenderse en un círculo alrededor de ella, manchando la parte delantera de la chaqueta de él. Jordan dio otro suspiro y se deslizó sobre sus rodillas, la espada se retrajo, su cuerpo deslizándose mientras se desplomaba en el suelo y revelando lo que estaba detrás de él.
Un muchacho que llevaba una maciza espada negra y plateada se quedó mirando a Maia sobre el cuerpo arrodillado de Jordan. La empuñadura estaba manchada con sangre, de hecho, él se encontraba todo ensangrentado, desde su cabello pálido a sus botas, salpicadas de sangre como si hubiera estado de pie delante de un ventilador soplando pintura escarlata. Había una sonrisa en su rostro.
—Maia Roberts y Jordan Kyle —dijo—. He oído hablar mucho de vosotros.
Maia se puso de rodillas, mientras Jordan se desplomaba hacia un lado. Ella lo agarró, llevándolo a su regazo. Se sentía entumecida por todas partes con horror, como si se encontrara en el frío fondo de Sound. Jordan se estremecía en sus brazos, y ella los puso a su alrededor mientras la sangre corría por las comisuras de los labios.
Levantó la mirada hacia el chico de pie sobre ella. Por un momento pensó, mareada, que había salido de una de sus pesadillas de su hermano, Daniel. Era hermoso, al igual que Daniel había sido, a pesar de que no podría haberse visto más diferentes. La piel de Daniel había sido del mismo marrón como la de ella, mientras que este chico parecía haber sido tallado en hielo. Piel blanca, pómulos pálidos afilados, cabello salpicado de blanco le caía sobre la frente. Sus ojos eran negros, ojos de tiburón, planos y fríos.
—Sebastian —dijo—. Eres el hijo de Valentine.
—Maia —susurró Jordan. Tenía las manos sobre su pecho, y ellas estaban empapadas de sangre. Así como su camisa, y la arena debajo de ellos, los granos de esta agrupándose por la pegajosa escarlata—. No te quedes, corre.
—Chist. —Ella lo besó en la mejilla—. Vas a estar bien.
—No, no —dijo Sebastian, sonando aburrido—. Él va a morir.
Maia levantó la cabeza.
—Cállate —dijo entre dientes—. Cállate, tu… tu cosa…
Su muñeca hizo movimientos rápido, nunca había visto a nadie moverse tan rápido, excepto tal vez Jace y la punta de su espada estuvo contra su garganta.
—Tranquila, Subterránea —dijo—. Mira cuántos muertos se encuentran a tu alrededor. ¿Crees que dudaría en matar a uno más?
Ella tragó saliva, pero no se alejó.
—¿Por qué? Pensé que tu guerra era con los Cazadores de Sombras…
—Es una historia muy larga —dijo arrastrando las palabras—. Basta con decir que el Instituto de Londres está molestamente bien protegido, y el Praetor ha pagado el precio. Iba a matar a alguien hoy. Simplemente no estaba seguro de quién cuando desperté esta mañana. Adoro las mañanas. Tan llenas de posibilidades.
—El Praetor no tiene nada que ver con el Instituto de Londres…
—Oh, te equivocas en eso. Hay toda una historia. Pero es poco importante. Tienes razón en que mi guerra es con los Nefilim, lo que significa que también estoy en guerra con sus aliados. Este —y movió su mano libre hacia atrás para indicar las ruinas quemadas detrás de él—, es mi mensaje. Y tú lo entregarás por mí.
Maia empezó a negarse, pero sintió algo agarrar su mano, eran los dedos de Jordan. Ella lo miró. Se veía de color blanco hueso, sus ojos buscando los de ella. Por favor, parecían decir. Haz lo que te pide.
—¿Qué mensaje? —susurró.
—Que deben recordar a su Shakespeare —dijo—. Nunca haré una pausa de nuevo, nunca me detendré, hasta que ya sea la muerte la que cierre estos ojos míos, o la fortuna dándome su muestra de venganza. —Las pestañas rozaron su sangrienta mejilla mientras le guiñaba un ojo. —Dile a todos los subterráneos —dijo—. Busco venganza, y la tendré. Lidiaré de esta manera con cualquiera que se alíe alos Cazadores de Sombras. No tengo ningún problema con tu especie, a menos que sigas a los Nefilim en batalla, en cuyo caso serás atravesada por mi espada y las espadas de mi ejército, hasta que el último de los suyos sea arrancado de la superficie de este mundo. —Bajó la punta de su espada, para que rozara los botones de la camisa de ella, como si quisiera cortarla de su cuerpo. Él seguía sonriendo cuando apartó la espada de nuevo—. ¿Crees que puedes recordar eso, chica lobo?
—Yo...
—Por supuesto que sí —dijo, y bajó la mirada hacia el cuerpo de Jordan, que seguía quieto en sus brazos—. Tu novio está muerto, por cierto —agregó. Deslizó su espada en la vaina en su cintura y se alejó, sus botas levantando nubes de cenizas a su paso. *** Magnus no había estado en el interior de La Luna del Cazador desde que había sido una taberna clandestina durante los años de la Ley Seca, un lugar donde los mundanos se reunían calladamente a emborracharse hasta perder la conciencia. En algún momento de la década de 1940 esta había sido tomada por propietarios del Submundo, y habían atendido a la clientela —principalmente hombres lobo— desde entonces. Habían sido cutre entonces y era cutre ahora, el suelo cubierto con una capa de aserrín pegajoso. Había una barra de madera con una encimera moteada, marcada con décadas de anillos que dejaban los vasos húmedos y arañazos de garras largas. Sneaky Pete, el barman, estaba a mitad de servir una Coca-Cola a Bat Velásquez, jefe temporal de la manada de lobos de Manhattan de Luke. Magnus lo miró fijamente, pensativo.
—¿Estás mirando al nuevo líder de la manada de lobos? —preguntó Catarina, que se encontraba metida en la cabina, a la sombra, junto a Magnus, sus dedos azules alrededor de un Long Island Iced Tea—. Pensé evitabas a los hombres lobo después de Woolsey Scott.
—No lo estoy mirando —dijo Magnus con altanería. Bat no era mal parecido, si te gustaban de mandíbula cuadrada y anchos hombros, pero Magnus estaba sumido en sus pensamientos—. Mi mente estaba en otras cosas.
—¡Sea lo que sea, no lo hagas! —dijo Catarina—. Es una mala idea.
—¿Y por qué dices eso?
—Debido a que son las únicas que tienes —dijo ella—. Te conozco desde hace mucho tiempo, y estoy absolutamente segura sobre eso. Si estás pensando en convertirte en un pirata de nuevo, es una mala idea.
—Yo no repito mis errores —dijo Magnus, ofendido.
—Tienes razón. Cometes errores nuevos e incluso peores —le dijo Catarina—. No lo hagas, sea lo que sea. No dirijas un levantamiento de hombres lobo, no hagas nada que pueda contribuir accidentalmente al Apocalipsis, y no inicies tu propia línea de brillo y trates de venderlo en Sephora.
—Esa última idea tiene mérito real —comentó Magnus—. Pero no estoy contemplando cambiar de carrera. Pensaba en...
—¿Alec Lightwood? —Catarina sonrió—. Nunca he visto a nadie meterse debajo de tu piel como ese chico.
—No me has conocido por mucho tiempo —murmuró Magnus, pero era poco entusiasta.
—Por favor. Me hiciste tomar el Portal al Instituto para que no tuvieras que verlo, y luego apareces de todos modos, sólo para decir adiós. No lo niegues, te vi.
—Yo no niego nada. Me presenté para decir adiós; lo que fue un error. No debería haberlo hecho. —Magnus bebió un trago de su bebida.
—Oh, por el amor de Dios —dijo Catarina—. ¿Qué es esto, de verdad, Magnus? Nunca te he visto tan feliz como lo eras con Alec. Normalmente, cuando estás enamorado, eres miserable. Mira a Camille. La odiaba. Ragnor la odiaba…
Magnus puso su cabeza sobre la mesa.
—Todo el mundo la odiaba —continuó Catarina sin piedad—. Era retorcida y mala. Y porque tu pobre dulce novio fue engañado por ella; bueno, en realidad, ¿es esa razón para poner fin a una relación perfectamente buena? Es como dejar suelta a una pitón con un conejo y luego enojarte cuando el conejo pierde.
—Alec no es un conejo. Es un Cazador de Sombras.
—Y nunca has salido con un Cazador de Sombras antes. ¿De eso se trata?
Magnus se apartó de la mesa, lo cual fue un alivio, ya que olía a cerveza.
—En cierto sentido —dijo—. El mundo está cambiando. ¿No lo sientes, Catarina?
Ella lo miró por encima del borde de su copa.
—No puedo decir que sí.
—Los Nefilim han perdurado durante miles de años —dijo Magnus—. Pero algo viene, un gran cambio. Siempre los hemos aceptado como un hecho de nuestra existencia. Pero hay brujos con edad suficiente para recordar cuando los Nefilim no caminaban sobre la tierra. Podrían ser borrados tan pronto como llegaron.
—Pero en realidad no piensas…
—He soñado con esto —dijo—. Sabes que tengo sueños reales a veces.
—Debido a tu padre. —Bajó la bebida. Su expresión era decidida ahora, sin ningún humor—. Él sólo podría estar tratando de asustarte.
Catarina era una de las pocas personas en el mundo que sabía quién era realmente el padre de Magnus; Ragnor Fell había sido otro. No era algo que a Magnus le gustara decir a la gente. Una cosa era tener un demonio como padre. Otra cosa era cuando tu padre era dueño de una parte significativa de las propiedades inmobiliarias del Infierno.
—¿Para qué? —Magnus se encogió de hombros—. No soy el centro de cual sea el torbellino que está por venir.
—Pero tienes miedo de que Alec lo sea —dijo Catarina—. Y quieres alejarlo antes de perderlo.
—Dijiste que no debía hacer nada que pudiera contribuir accidentalmente al apocalipsis —dijo Magnus—. Sé que bromeabas. Pero es menos divertido cuando no puedo librarme de la sensación de que el apocalipsis se acerca, de alguna manera. Valentine Morgenstern casi acabó con los Cazadores de Sombras, y su hijo es dos veces más inteligente y seis veces malvado. Y no vendrá solo. Tiene ayuda, de los demonios mayores de mi padre, de los demás
—¿Cómo sabes eso? —La voz de Catarina era aguda.
—Lo he investigado.
—Pensé que habías terminado de ayudar a los Cazadores de Sombras —dijo Catarina, y luego levantó una mano antes de que él pudiera decir algo—. No importa. Te he oído decir ese tipo de cosas suficientes veces como para saber que nunca hablas realmente en serio.
—Ese es el problema —dijo Magnus—. He investigado, pero no he encontrado nada. Donde sea que los aliados de Sebastian van, él no deja huellas de su alianza. Sigo sintiendo que estoy a punto de descubrir algo, y luego me encuentro sosteniendo el aire. No creo que pueda ayudarles, Catarina. No sé si alguien puede.
Magnus miró hacia otro lado por su expresión de repente compasiva, al otro lado de la barra. Bat se apoyaba contra el mostrador, jugando con su teléfono, la luz de las sombras de pantalla a través de su rostro. Sombras que Magnus veía en cada cara mortal, cada ser humano, cada Cazador de Sombras, cada criatura condenada a morir.
—Los mortales mueren —dijo Catarina—. Siempre has sabido eso, y sin embargo, los has amado antes.
—No —dijo Magnus—, de esta manera.
Catarina inhaló por la sorpresa.
—Oh —dijo ella—. Oh... —Cogió su copa—. Magnus —dijo ella con ternura—. Eres increíblemente estúpido.
Él entrecerró los ojos hacia ella.
—¿Lo soy?
—Si eso es lo que sientes, debes estar con él —dijo—. Piensa en Tessa. ¿No aprendiste nada de ella? ¿Sobre qué amores valen la pena el dolor de perderlos?
—Él está en Alicante.
—¿Y? —dijo Catarina—. Se suponía que tú eres el representante de brujos en el Concejo y descargaste esa responsabilidad sobre mí. Estoy descargándola ti. Ve a Alicante. A mí me suena como que tendrás más que decir al Concejo de lo que yo jamás podría, de todos modos —Metió la mano en el bolsillo del traje de enfermera que llevaba puesto, había venido directamente de su trabajo en el hospital—. Ah, y toma esto.
Magnus arrancó el trozo de papel arrugado de sus dedos.
—¿Una invitación a cenar? —dijo con incredulidad.
—Meliorn de las Hadas desea que todos los Subterráneos del Concejo se unan para la cena antes del gran Concilio —dijo ella—. Una especie de gesto de paz y buena voluntad, o tal vez sólo quiere molestar a todo el mundo con acertijos. De cualquier manera debe ser interesante.
—Comida faérica —dijo Magnus con tristeza—. No me gusta la comida de las Hadas. Quiero decir, incluso la de tipo seguro que no significa que estarás atrapado bailando por el próximo siglo. Todas esas verduras crudas y escarabajos. —Se interrumpió. Al otro lado de la sala de Bat tenía su teléfono pegado a la oreja. Su otra mano agarraba la barra del bar.
—Pasa algo malo —dijo Magnus—. Relacionado con la manada.
Catarina dejó el vaso en la mesa. Ella estaba muy acostumbrada a Magnus, y sabía cuándo probablemente tenía razón. Miró a Bat, que había cerrado su teléfono. Había palidecido, su cicatriz destacándose, lívida en su mejilla. Se inclinó para decirle algo a Sneaky Pete detrás de la barra, a continuación, puso dos dedos en su boca y silbó.
Sonó como el silbido de un tren de vapor, y cortó el murmullo de voces en el bar. En momentos cada licántropo se encontraba de pie, ascendiendo hacia Bat. Magnus se levantó también, aunque Catarina atrapó su manga.
—No…
—Voy a estar bien. —Él la ignoró, y se abrió paso entre la multitud, hacia Bat. El resto de la manada se encontraba de pie en un anillo móvil en torno a él. Ellos se tensaron con desconfianza al ver al brujo en medio de ellos, empujando para acercarse al líder de la manada. Una mujer lobo rubia se movió para bloquear a Magnus, pero Bat levantó una mano.
—Está bien, Amabel —dijo. Su voz no era amable, pero era educada—. Magnus Bane, ¿verdad? ¿Brujo Mayor de Brooklyn? Maia Roberts dice que puedo confiar en ti.
—Puedes hacerlo.
—Está bien, pero tenemos asuntos urgentes de la manada aquí. ¿Qué quieres?
—Te llamaron. —Magnus hizo un gesto hacia el teléfono de Bat—. ¿Era Luke? ¿Ocurrió algo en Alicante?
Bat negó con la cabeza, con una expresión indescifrable.
—¿Otro ataque al Instituto, entonces? —dijo Magnus. Estaba acostumbrado a ser el que tenía todas las respuestas, y odiaba no saber nada. Y mientras que el Instituto de Nueva York estaba vacío, eso no significaba que los otros Institutos estuvieran sin protección, que no se hubiese dado una batalla, una en la que Alec podría haber decidido involucrarse…
—No es un Instituto —dijo Bat—. Esa era Maia en el teléfono. La sede Praetor Lupus fue quemada hasta los cimientos. Al menos un centenar de hombres lobo han muerto, incluyendo Praetor Scott y Jordan Kyle. Sebastian Morgenstern ha llevado su batalla contra nosotros.
StephRG14
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Cazadores de sombras - Página 3 Empty RE: CIUDAD DEL FUEGO CELESTIAL

Mensaje por StephRG14 Dom 10 Mayo 2015, 3:41 pm

Capitulo 6
Hermano de plomo y hermana de acero


—No lo tires, por favor, por favor no lo tires. Oh Dios, él lo tiró —dijo Julian con voz resignada cuando una cuña de patata voló a través de la habitación, pasando cerca de su oreja.
—Nada se ha dañado —le tranquilizó Emma. Estaba sentada con la espalda apoyada en la cuna de Tavvy, mirando a Julian darle a su hermano pequeño su merienda de la tarde. Tavvy había llegado a la edad donde era muy exigente sobre lo que le gustaba comer, y todo lo que no le gustaba era arrojado al suelo—. La lámpara tiene un poco de patata, eso es todo.
Afortunadamente, aunque el resto de la casa Penhallow era bastante elegante, el ático —dónde “los huérfanos de guerra”, el término colectivo aplicado a los niños Blackthorn y Emma desde que habían llegado a Idris, donde ahora vivían— era extremadamente sencillo, funcional y robusto en su diseño. Ocupaba todo el piso superior de la casa: varias habitaciones conectadas, una pequeña cocina y un baño, una caótica colección de camas y pertenencias esparcidas por todos lados. Helen dormía abajo con Aline, aunque ella subía todos los días; a Emma le habían dado su propia habitación y a Julian también, aunque rara vez estaba en ella. Drusilla y Octavian seguían despertándose cada noche gritando, y Julian tenía que dormir en el suelo de su habitación, con una almohada y manta amontonada al lado de la cuna de Tavvy. No había silla alta, por lo que Julian se sentaba en el suelo frente al niño
y sobre la manta que cubría la comida, con un plato en una mano y una mirada desesperada en el rostro.
Emma se acercó y se sentó enfrente de él, poniendo a Tavvy en su regazo. Su pequeño rostro estrujado de infelicidad.
—Memma —dijo él mientras ella lo levantaba.
—Haz el tren chú-chú —le aconsejó a Jules. Se preguntó si debía decirle que tenía salsa de espagueti en el cabello. Pensándolo un segundo, probablemente mejor no.
Ella vio como él hacía zumbar la comida a su alrededor antes de acercarla a la boca de Tavvy. El niño estaba riendo ahora. Emma trató de empujar hacia abajo su sensación de pérdida: recordaba a su propio padre separar pacientemente la comida en el plato durante la fase en la que ella se había negado a comer cualquier cosa que fuera verde.
—Él no está comiendo lo suficiente —dijo Jules en voz baja, mientras hacía pedazos de pan y mantequilla para el tren y Tavvy lo alcanzaba con sus manos pegajosas.
—Está triste. Es un bebé, pero aun así sabe que algo malo pasó —dijo Emma—. Echa de menos a Mark y a tu padre.
Jules se frotó cansadamente los ojos, dejando una mancha de salsa de tomate en una mejilla.
—No puedo remplazar a Mark o a mi padre. —Puso un tajo de manzana en la boca de Tavvy. Tavvy lo escupió con una mirada de sombrío placer. Julian suspiró—. Debería ir a ver a Dru y a los gemelos —dijo—. Estaban jugando Monopolio en mi habitación, pero nunca sabes cómo eso puede acabar.
Era verdad. Tiberius, con su mente analítica, tendía a ganar la mayoría de los juegos. A Livvy nunca le importaba, pero a Dru, que era más competitivo, sí le importaba y a menudo cada juego solía terminar con un tirón de pelo por ambas partes.
—Yo lo haré. —Emma devolvió a Tavvy y estaba a punto de ponerse de pie cuando Helen entró en la habitación, luciendo sombría. Cuando los vio a los dos, su mirada sombría pasó a ser una aprehensiva. Emma sintió los vellos de detrás de su cuello ponerse de punta.
—Helen —dijo Julian—. ¿Qué sucede?
—Las fuerzas de Sebastian han atacado el Instituto de Londres.
Emma vio a Julian tensarse. Casi lo sentía, como si los nervios de él fueran sus nervios, su pánico el suyo. Su rostro —ya demasiado delgado— pareció endurecerse, aunque mantuvo el mismo cuidadoso y gentil agarre sobre el bebé.
—¿El tío Arthur? —Preguntó.
—Él está bien —dijo Helen rápidamente—. Fue herido. Eso retrasará su llegada a Idris, pero está todo bien. De hecho, todas las personas del Instituto de Londres están bien. El ataque no tuvo éxito.
—¿Cómo? —La voz de Julian era apenas un susurro.
—No lo sabemos todavía, no exactamente —dijo Helen—. Voy al Gard con Aline, el Cónsul y el resto para tratar de averiguar qué fue lo que pasó. —Se arrodilló y acarició con su mano los rizos de Tavvy—. Son buenas noticias —le dijo a Julian, que parecía más aturdido que otra cosa—. Sé que es aterrador que Sebastian volviera a atacar, pero él no ganó.
Emma se encontró con la mirada de Julian. Sentía como si debiera estar emocionada con las buenas noticias, pero tenía un sentimiento desgarrador dentro—unos celos terribles. ¿Por qué los habitantes del Instituto de Londres habían sobrevivido cuando su familia estaba muerta? ¿Cómo es que ellos habían peleado mejor, habían hecho algo más?
—No es justo —dijo Julian.—Jules —dijo Helen, levantándose—. Es una derrota. Eso significa algo. Significa que nosotros podemos derrotar a Sebastian y sus fuerzas. Acabar con ellas. Voltear el juego. Hará que la gente tenga menos miedo. Eso es importante.
—Espero que puedan cogerlo vivo —dijo Emma, sus ojos en los de Julian—. Espero que lo maten en la Plaza del Ángel, de manera que todo el mundo pueda verlo, y espero que lo hagan despacio.
—Emma —dijo Helen, sonando sorprendida, pero los ojos verde azulados de Julian hicieron eco de la propia fiereza de Emma de regreso hacia ella, sin un deje de desaprobación. Emma nunca lo había amado tanto como hizo en ese momento, reflejando hacia ella los oscuros sentimientos de las profundidades de su propio corazón. *** La tienda de armas era maravillosa. Clary nunca pensó que describiría una tiende de armas como maravillosa antes—tal vez una puesta de sol, o una limpia vista nocturna del horizonte de Nueva York, pero no una tienda llena de mazas, hachas y bastones-espada.
Esta lo era, sin embargo. El letrero de metal que colgaba fuera tenía la forma de un carcaj, el nombre de la tienda —La flecha de Diana— inscrito en letras cursiva. Dentro de la tienda había cuchillas presentadas en mortales abanicos de oro, plata y acero. Una enorme araña colgaba de un techo pintado con un diseño rococó de flechas de oro en vuelo. Flechas reales estaban colocadas en un expositor de madera tallada. Espadas tibetanas con pomos decorados en turquesa, plata y coral, colgados de las paredes junto a las cuchillas birmanas dha con espigas de metal martilladas en cobre y latón.
—¿Entonces a qué viene esto? —Preguntó Jace con curiosidad, descendiendo una naginata tallada con caracteres japoneses. Cuando la dejó en el suelo, la hoja se elevó por encima de su cabeza, sus largos dedos curvándose alrededor de la vara para mantenerla estable—. ¿Tu deseo por una espada?
—Cuando una niña de doce años te dice que el arma que tienes es un asco, es el momento de cambiarla —dijo Clary.
La mujer del mostrador se rió. Clary la reconoció como la mujer con el tatuaje del pez que había hablado en la reunión del Concejo.
—Bueno, has venido al lugar indicado.
—¿Es esta tu tienda? —Preguntó Clary, estirando una mano para probar la punta de una larga espada con el puño de hierro.
La mujer sonrió.
—Soy Diana, sí. Diana Wrayburn.
Clary cogió el estoque, pero Jace, haciendo inclinar la naginata contra la pared, negó con la cabeza hacia ella.
—Esa Claymore debe ser más alta que tú. No es que eso sea difícil.
Clary le sacó la lengua y cogió una espada corta de la pared. Había arañazos a lo largo de la hoja—arañazos que en un examen más riguroso pudo ver que eran letras en un idioma que ella no conocía.
—Esas son runas, pero no runas de Cazadores de Sombras —dijo Diana—. Esa es una espada vikinga muy vieja. Y muy pesada.
—¿Sabes lo que dice?
—“Sólo el Valeroso” —dijo Diana—. Mi padre solía decir que podías decir que era una gran arma si tenía un nombre o inscripción.
—Vi una ayer —recordó Clary—. Decía algo como: “Soy del mismo acero y molde que Joyeuse y Durandal.”
—¡Cortana! —Los ojos de Diana se iluminaron—. La hoja de Ogier. Es impresionante. Como poseer Excalibur16, o Kusanagi-no-Tsurugi17. Cortana es la --- 16Excalibur: Es el nombre más aceptado de la espada legendaria del Rey Arturo, a la que se han atribuido diferentes propiedades extraordinarias a lo largo de las numerosas versiones del mito y las historias subsiguientes.
17Kusanagi-no-Tsurugi: es una espada legendaria japonesa. --- espada de los Carstairs, creo. ¿Es Emma Carstairs, la chica que fue a la reunión del Concejo ayer, la que la posee ahora?
Clary asintió.
Diana frunció los labios.
—Pobre niña —dijo ella—. Y los Blackthorn también. Haber perdido tanto en un solo golpe. Me gustaría que hubiera algo que pudiera hacer por ellos.
—A mí también —dijo Clary.
Diana le dirigió una mirada calculada y se agachó detrás del mostrador. Se acercó un momento después con una espada de la longitud del antebrazo de Clary.
—¿Qué piensas de esto?
Clary se quedó mirando la espada. Era, sin ninguna duda, hermosa. La cruz de guardia, el agarre y la empuñadura eran de oro cincelado con obsidiana, la hoja de plata tan oscura que estaba cerca de ser negra. La mente de Clary corrió rápidamente a través de los tipos de armas que había estado memorizando en sus lecciones —cuchillos, sables, espadas de respaldo, espadas largas.
—¿Es una cinquedea? —Adivinó.
—Es una espada corta. Tal vez quieras mirar el otro lado —dijo Diana, y volteó la espada a su revés. En el lado opuesto de la hoja, debajo de la cresta central, corría un modelo de estrellas negras.
—Oh. —El corazón de Clary golpeó dolorosamente; dio un paso atrás y casi tropezó con Jace, que estaba detrás de ella con el ceño fruncido—. Esta es una espada Morgenstern.
—Sí, lo es. —Los ojos de Diana eran astutos—. Hace mucho que los Morgenstern encargaron dos hojas del herrero Wayland the Smith, un juego
completo. Una grande y otra pequeña, para un padre y su hijo. Porque Morgenstern significa “Estrella de la mañana,” cada uno fue nombrado con una estrella de aspecto diferente. La pequeña, ésta de aquí, se llama Eósforo, que significa portador del alba, mientras que la grande se llama Paésforo, o portador de luz. Tú, sin duda, habrás visto ya a Paésforo, ya que Valentine la llevaba, y ahora su hijo la lleva también.
—Sabes quiénes somos —dijo Jace. No era una pregunta—. Quién es Clary.
—El mundo de los Cazadores de Sombras es pequeño —dijo Diana, y miró de uno a otro—. Estoy en el Concejo. Te he visto dar testimonio, hija de Valentine.
Clary miró dubitativamente la hoja.
—No lo entiendo —dijo ella—. Valentine jamás habría renunciado a una espada Morgenstern. ¿Cómo es que la tienes?
—Su esposa la vendió —dijo Diana—. A mi padre, que era dueño de la tienda en los días antes del Levantamiento. Era suya. Debería ser tuya ahora.
Clary se estremeció.
—He visto a dos hombres llevar la versión larga de la espada, y he odiado a ambos. No hay Morgenstern en este mundo ahora que se dedique a hacer otra cosa que el mal.
Jace dijo:
—Estás tú.
Ella lo miró, pero su expresión era indescifrable.
—No podría permitírmelo, de todos modos —dijo Clary—. Es de oro, y oro negro, y adamas. No tengo dinero para este tipo de armas.
—Te la daré —dijo Diana—. Tienes razón en que la gente odia a los Morgenstern; cuentan historias de cómo las espadas fueron creadas para contener magia mortal, para matar a miles de un golpe. No son más que historias, por supuesto, no hay verdad en ellas, pero aún no es el tipo de arma que podría vender en otro sitio. O necesariamente quererla. Debería estar en buenas manos.
—No la quiero —susurró Clary.
—Si tienes miedo de ella, le darás poder sobre ti —dijo Diana—. Cógela, corta la garganta de tu hermano con ella, y recupera el honor de tu sangre.
Deslizó la espada a través del mostrador hacia Clary. Sin palabras Clary la cogió, su mano curvándose alrededor de la empuñadura, encontrando que se ajustaba a su agarre, encajaba exactamente, como si hubiera sido diseñada para ella. A pesar del acero y los metales preciosos de la espada, se sentía ligera como una pluma en su mano. La levantó, las estrellas negras a lo largo de la hoja resplandeciendo ante ella, una luz como fuego corriendo, desatándose a lo largo del acero.
Levantó la vista para ver a Diana coger algo en el aire: un rayo de luz que dio lugar a una hoja de papel. Lo leyó, sus cejas tejidas juntas de preocupación.
—Por el Ángel —dijo—. El Instituto de Londres ha sido atacado.
Clary casi dejó caer la espada. Oyó a Jace coger aliento a su lado.
—¿Qué? —Exigió.
Diana levantó la vista.
—Todo está bien —dijo ella—. Aparentemente había algún tipo de protección especial prevista en el Instituto de Londres, algo de lo que incluso el Concejo no sabía. Hay algunos heridos, pero nadie ha muerto. Las fuerzas de Sebastian fueron repelidas. Por desgracia, ninguno de los Cazadores Oscuros resultó capturado o muerto. —Cuando Diana habló, Clary se dio cuenta de que
la dueña de la tienda estaba vistiendo ropa blanca de luto. ¿Había perdido a alguien en la guerra de Valentine? ¿En los ataques a los Institutos de Sebastian?
¿Cuánta sangre había sido derramada por manos de los Morgestern?
—Yo… lo siento mucho —dijo Clary sin aliento. Podía ver a Sebastian, verlo claramente en su cabeza, con roja armadura y sangre, la plata en su cabello y en su espada. Se tambaleó hacia atrás.
De repente había una mano en su brazo, y se dio cuenta de que estaba respirando aire frío. De alguna manera estaba fuera de la tienda de armas, en una calle llena de gente, y Jace estaba a su lado.
—Clary —estaba diciendo—. Está bien. Todo está bien. Los Cazadores de Sombras de Londres, todo ellos escaparon.
—Diana dijo que había heridos —dijo ella—. Más sangre derramada a causa de los Morgenstern.
El echó un vistazo a la hoja, aún agarrada en su mano derecha, sus dedos sin sangre en la empuñadura.
—No tienes que tomar la espada.
—No. Diana tenía razón. Estar asustada de todo lo Morgenstern, es… eso le da a Sebastian poder sobre mí. Lo cual es exactamente lo que quiere.
—Estoy de acuerdo —dijo Jace—. Por eso te traje esto.
Le entregó una vaina de cuero oscuro, trabajada con un modelo de estrellas de plata.
—No puedes caminar de arriba hacia abajo por la calle con un arma desenfundada —agregó—. Quiero decir, puedes, pero es posible que nos den algunas miradas extrañas.
Clary cogió la vaina, cubrió la espada y la metió dentro del cinturón, cerrando su abrigo sobre él.
—¿Mejor?
Le apartó un mechón de cabello rojo de la cara.
—Es tu primera arma real, una que te pertenece a ti. El nombre Morgenstern no está maldito, Clary. Es un glorioso y antiquísimo nombre de Cazadores de Sombras que se remonta a cientos de años atrás. La estrella de la mañana.
—La estrella de la mañana no es una estrella —dijo Clary de mal humor—. Es un planeta. Aprendí eso en clase de astronomía.
—La educación mundana es lamentablemente prosaica —dijo Jace—. Mira —dijo, y señaló hacia arriba. Clary miró, pero no al cielo. Lo miró a él, al sol en su cabello claro, la curva de su boca cuando sonrió—. Mucho antes de que nadie supiera sobre los planetas, sabían que había puntos brillantes en la manta de la noche. Las estrellas. Y ellos sabían que había una que se levantaba en el este, al salir el sol, y lo llamaron la estrella de la mañana, el portador de luz, el heraldo del amanecer. ¿Es eso tan malo? ¿Traer luz al mundo?
Impulsivamente Clary se inclinó y le besó en la mejilla.
—Bueno, está bien —dijo ella—. Así que eso era más poético que clase de astronomía.
Él dejó caer su mano y le sonrió.
—Bien —dijo—. Nosotros iremos a hacer algo más poético ahora. Vamos. Quiero mostrarte algo. *** Unos dedos fríos contra la sien de Simon lo despertaron.
—Abre los ojos, Vampiro Diurno —dijo una voz impaciente—. No tenemos todo el día.
Simon se sentó con tanta rapidez que la persona frente a él se echó hacia atrás con un siseo. Simon miró. Él todavía estaba rodeado por los barrotes de la jaula de Maureen, todavía dentro de la putrefacta habitación en el Hotel Dumort. Frente a él estaba Raphael. Llevaba una camisa blanca abotonada y jeans, el brillo del oro visible en su garganta. Simon siempre lo había visto arreglado y cuidado, como si fuera a una reunión de negocios. Ahora, su pelo oscuro estaba despeinado, con la camisa blanca desgarrada y manchada con suciedad.
—Buenos días, Vampiro Diurno —dijo Raphael.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Espetó Simon. Se sentía sucio, enfermo y enfadado. Y todavía llevaba una camisa ceñida—. ¿Es realmente de mañana?
—Estabas dormido, ahora estás despierto. Es de mañana. —Raphael parecía obscenamente alegre—. En cuanto a lo que estoy haciendo aquí: estoy aquí por ti, por supuesto.
Simon se apoyó en los barrotes de la jaula.
—¿Qué quieres decir? ¿Y cómo lograste entrar aquí, de todos modos?
Raphael lo miró con lástima.
—La jaula abre desde el exterior. Ha sido fácil para mí entrar.
—¿Así que esto es únicamente la soledad y un deseo de compañerismo del tiempo fraternal, o qué? —Inquirió Simon—. La última vez que te vi, me pediste que fuera tu guardaespaldas, y cuando te dije que no, dejaste implícito que si alguna vez perdía la Marca de Caín, me matarías.
Raphael le sonrió.
—¿Así que esta es la parte en que me matas? —Preguntó Simon—. Tengo que decir que no es tan sutil. Probablemente quedarás atrapado.
—Sí. —Reflexionó Raphael—. Maureen sería muy infeliz con tu desaparición. Una vez la abordé con el tema de venderte a los brujos sin
escrúpulos, y a ella no le hizo gracia. Es lamentable. Con tus poderes de curación, la sangre de Vampiro Diurno conlleva un alto precio. —Él suspiró—. Hubiera sido una gran oportunidad. Pero, Maureen es demasiado tonta como para ver las cosas desde mi punto de vista. Ella preferiría mantenerte aquí vestido como una muñeca. Pero entonces, está loca.
—¿Se supone que debas decir esas cosas sobre la Reina de los vampiros?
—Hubo un tiempo en que te quise muerto, Vampiro Diurno —respondió Raphael conversacionalmente, como si estuviera diciéndole a Simon que hubo una vez en que él había considerado comprarle a Simon una caja de chocolates—. Pero tengo un enemigo mayor. Tú y yo, estamos en el mismo lado.
Los barrotes de la jaula estaban presionando incómodamente en la espalda de Simon. Él se movió.
—¿Maureen? —Supuso—. Siempre has querido ser el líder de los vampiros, y ahora ella ha tomado tu lugar.
Raphael frunció los labios en una mueca.
—¿Crees que esto es sólo un juego de poder? —Dijo él—. No lo entiendes. Antes de que Maureen fuera Convertida, fue aterrorizada y torturada hasta el punto de la locura. Cuando ella se levantó, ella arañó su camino fuera del ataúd. No había nadie para enseñarle. Nadie que le diera la primera sangre. Como yo hice contigo.
Simon lo miró. Recordó el cementerio de repente, surgiendo de la tierra en el frío del aire y polvo, y el hambre, el hambre desgarrador, y a Raphael lanzándole una bolsa llena de sangre. Nunca había pensado en ello como un favor o un servicio, pero habría matado a cualquier ser vivo que hubiera encontrado si no hubiera tenido esa primera comida. Estuvo a punto de matar a Clary. Fue Raphael quien había hecho que eso no sucediera.
Fue Raphael quien había llevado a Simon de Dumort al Instituto; lo había cargado, sangrando, hasta los escalones de la entrada, cuando no podían
ir más lejos; y había explicado a los amigos de Simon lo que había sucedido. Simon supuso que Raphael podía haber tratado de ocultarlo, podría haber mentido a los Nefilim, pero había confesado y tomado las consecuencias.
Raphael nunca había sido particularmente amable con Simon, pero a su manera, él tenía una extraña especie de honor.
—Yo te creé —dijo Raphael—. Mi sangre, en tus venas, te hizo un vampiro.
—Siempre has dicho que era un terrible vampiro —señaló Simon.
—No espero tu gratitud —dijo Raphael—. Nunca has querido ser lo que eres. Tampoco Maureen, uno puede adivinarlo. Ella se volvió loca por su Conversión, y sigue estándolo. Asesina sin un pensamiento. No tiene en cuenta el peligro al que nos expone ante el mundo humano por una descuidada masacre. Ella no cree que tal vez, si los vampiros matan sin necesidad o consideración, un día no habrá más alimentos.
—Seres humanos —corrigió Simon—. No habría más humanos.
—Eres un vampiro terrible—dijo Raphael—. Pero en esto estamos de acuerdo. Tú quieres proteger a los seres humanos. Yo deseo proteger a los vampiros. Nuestro objetivo es uno y el mismo.
—Entonces mátala —dijo Simon—. Mata a Maureen y asume el control del clan.
—No puedo. —Raphael parecía sombrío—. Los otros niños del clan la aman. No ven el largo camino, la oscuridad en el horizonte. Ellos ven solo tener la libertad de matar y consumir a voluntad. No respetan los Acuerdos, no siguen ni una regla. Ella les da toda la libertad del mundo, y van a acabar ellos mismos por eso. —Su tono era amargo.
—Realmente te importa lo que sucede con el clan —dijo Simon, sorprendido—. Serías un muy buen líder.
Raphael lo miró.
—Aunque no sé cómo te verías con una tiara de huesos —agregó Simon—. Mira, entiendo lo que estás diciendo, pero ¿cómo puedo ayudarte? En caso de que no lo hayas notado, estoy atrapado en una jaula. Si me liberas, serás atrapado. Y si me voy, Maureen me encontrará.
—No en Alicante, ella no lo hará —dijo Raphael.
—¿Alicante? —Simon lo miró—. ¿Quieres decir… la capital de Idris, Alicante?
—No eres muy inteligente —dijo Raphael—. Sí, ese es el Alicante al que me refiero. —Ante la expresión de asombro de Simon, sonrió levemente—. Hay un representante de los vampiros en la Concejo. Anselm Nightshade. Una especie de retirado, el líder del clan de Los Ángeles, pero un hombre que conoce ciertos… amigos míos. Brujos.
—¿Magnus? —Dijo Simon, sorprendido. Raphael y Magnus eran ambos inmortales, ambos residentes de Nueva York y representantes de rango bastante alto en sus respectivos grupos de Subterráneos. Y sin embargo, nunca había considerado que podrían conocerse entre sí, o cómo de bien.
Raphael ignoró la pregunta de Simon.
—Nightshade ha accedido a enviarme como representante en su lugar, a pesar de que Maureen no lo sabe. Así que debo ir a Alicante, y sentarme en el Concejo para su gran reunión, pero necesito que vengas conmigo.
—¿Por qué?
—No confían en mí, los Cazadores de Sombras —dijo Raphael simplemente—. Pero ellos confían en ti. Especialmente los Nefilim de Nueva York. Mírate. Llevas el collar de Isabelle Lightwood. Ellos saben que eres más como otro Cazador de Sombras que un Hijo de la Noche. Te creerán si les dices que Maureen ha roto los Acuerdos y que debe ser detenida.
—Es cierto —dijo Simon—. Ellos confían en mí. —Raphael lo miró con amplios e inocentes ojos—. Y esto no tiene nada que ver con que no quieras que el clan sepa que estás contra Maureen, porque la adoran y si lo descubren se volverán contra ti como comadrejas.
—Conoces a los hijos del Inquisidor —dijo él—. Puedes testificar directamente con él.
—Claro —dijo Simon—. A nadie en el clan le importará que delate a su Reina y la haga asesinar. Estoy seguro de que mi vida va a ser fantástica cuando regrese.
Raphael se encogió de hombros.
—Tengo seguidores aquí —dijo—. Alguien me dejó entrar en esta habitación. Una vez que Maureen sea detenida, es muy probable que podamos volver a Nueva York con pocas consecuencias negativas.
—Con pocas consecuencias negativas. —Simon soltó un bufido—. Eres de gran consuelo.
—De todos modos, estás en peligro aquí —dijo Raphael—. Si no tuvieras a tu protector hombre lobo, o tus Cazadores de Sombras, te habrías reunido con la muerte eterna muchas veces. Si no quieres venir conmigo a Alicante, estaré feliz de dejarte aquí en esta jaula, para que puedas ser el juguete de Maureen. O puedes unirte a tus amigos en la Ciudad de Cristal. Catarina Loss está esperando en la planta baja para hacer un Portal para nosotros. Es tu elección.
Raphael estaba inclinado hacia atrás, una pierna doblada, la mano colgando suelta sobre su rodilla como si estuviera descansando en el parque. Detrás de él, a través de los barrotes de la jaula, Simon pudo ver el contorno de otro vampiro de pie junto a la puerta, una chica de cabello oscuro, sus características en la sombra. La que había dejado entrar a Raphael, supuso. Pensó en Jordan. Tu protector hombre lobo. Pero esto, este choque de clanes y lealtades, y sobretodo el asesino deseo de Maureen por sangre y muerte, era demasiado para poner en la puerta de Jordan.
—No tengo elección, ¿verdad? —Dijo Simon.
Raphael sonrió.
—No, Vampiro Diurno. En absoluto. *** La última vez que Clary había estado en el Salón de los Acuerdos, había sido casi destruido—su techo de cristal roto, el suelo de mármol agrietado, la fuente central secada.
Tenía que reconocer que los Cazadores de Sombras habían hecho un trabajo impresionante reparándolo desde entonces. El techo estaba de nuevo en una sola pieza, el suelo de mármol limpio, suave y veteado con oro. Los arcos se situaban por encima, la luz que resplandecía a través del techo iluminaba las runas talladas en ellos. La fuente central con la estatua de la sirena brillaba bajo la tardía luz del sol, lo que convirtió el agua en bronce.
—Cuando obtienes tu primera arma real, es tradicional venir aquí y bendecir la hoja en las aguas de la fuente —dijo Jace—. Los Cazadores de Sombras han estado haciéndolo por generaciones. —Él se movió hacia adelante, bajo la luz de oro mate, al borde de la fuente. Clary recordó el sueño de estar bailando con él aquí. Miró por encima del hombro e hizo un gesto para que ella se uniera a él—. Ven aquí.
Clary subió para pararse a su lado. La estatua central de la fuente, la sirena, tenía escalas de colores hechas con superposición de bronce y cobre, desde verde hasta verde grisáceo. La sirena portaba una jarra, de la que se vertía el agua, y su rostro tenía una sonrisa guerrera.
—Pon la hoja en la fuente y repite después de mí —dijo Jace—. Deja que las aguas de esta fuente limpien esta hoja. La consagren solo para mi uso. Me permitan utilizarla solamente en la ayuda de las causas justas. Déjame agitarla por la justicia. Permítele guiarme para ser un guerreo digno de Idris. Y que me proteja para que pueda volver a esta fuente a bendecir a su metal de nuevo. En El nombre de Raziel.
Clary deslizó la hoja en el agua y repitió las palabras después de él. El agua ondulaba y brillaba alrededor de la espada, y ella se acordó de otra fuente, en otro lugar, y de Sebastian sentado detrás de ella, mirando a la imagen distorsionada de su propio rostro. Tienes un corazón oscuro en ti, hija de Valentine.
—Bien —dijo Jace. Ella sintió su mano en su muñeca; el agua de la fuente salpicó, haciendo su piel fría y húmeda donde tocó la de ella. Él atrajo su mano aun sosteniendo la espada, y la liberó para que pudiera levantar la hoja. El sol estaba más bajo ahora, pero era suficiente para que los rayos hicieran brillar la obsidiana a lo largo de la superficie central—. Ahora dale a la espada un nombre.
—Eósforo —dijo ella, deslizándola de nuevo en su vaina y metiendo la vaina en el cinturón—. El portador del alba.
Él dejó escapar una risa, y se inclinó para dejar un beso en la comisura de su boca.
—Debería llevarte a casa... —Él se enderezó.
—Has estado pensando en él —dijo ella.
—Es posible que tengas que ser más específica —dijo Jace, aunque sospechaba que sabía lo que quería decir.
—Sebastian —dijo—. Quiero decir, más de lo habitual. Y algo te molesta. ¿Qué es?
—¿Qué no es? —Empezó a alejarse de ella, a través del suelo de mármol hacia las grandes puertas dobles de la sala, que estaban un poco abiertas. Ella lo siguió, salió a la amplia cornisa sobre la escalera que conducía a la Plaza del Ángel. El cielo estaba oscurecido de cobalto, el color del vidrio del mar.
—No —dijo Clary—. No te encierres en ti mismo.
—No iba a hacerlo. —Exhaló con dureza—. Simplemente no es nada nuevo. Sí, pienso en él. Pienso en él todo el tiempo. Ojalá no lo hiciera. No
puedo explicarlo, no a cualquiera sino a ti, porque tú estabas allí. Era como si yo fuera él, y ahora, cuando me dices cosas como que dejó esa caja en la casa de Amatis, sé exactamente por qué. Y odio saberlo.
—Jace…
—No me digas que no soy como él —dijo—. Lo soy. Criados por el mismo padre, ambos tenemos los beneficios de la educación especial de Valentine. Hablamos el mismo idioma. Aprendimos el mismo estilo de lucha. Nos enseñaron la misma moral. Teníamos las mismas mascotas. Cambió, por supuesto; todo cambió cuando cumplí diez años, pero los cimientos de tu infancia se quedan contigo. A veces me pregunto si todo esto es mi culpa.
Eso sacudió a Clary.
—No puedes estar hablando en serio. Nada de lo que hiciste cuando estabas con Sebastian fue tu elección…
—Me gustó —dijo, y había una áspera corriente subterránea en su voz, como si el hecho raspara en él al igual que si fuera lija—. Él es brillante, Sebastian, pero hay agujeros en su pensamiento, lugares que él no conoce. Yo le ayudé con eso. Nos sentábamos allí y hablábamos de cómo quemar el mundo, y fue emocionante. Lo quería. Limpiarlo todo, empezar de nuevo, un holocausto de fuego y sangre, y después, una ciudad brillante en una colina.
—Él te hizo pensar que querías esas cosas —dijo Clary, pero su voz tembló ligeramente. Tienes un corazón oscuro en ti, hija de Valentine—. Te hizo darle lo que él quería.
—Me gustaba dárselo —dijo Jace—. ¿Por qué crees que se me ocurrió tan fácilmente pensar en maneras de romper y destruir, pero ahora no puedo pensar en alguna manera de arreglarlo? Quiero decir, ¿para qué estoy calificado, exactamente? ¿Un trabajo en el ejército del Infierno? Podría ser un general, como Asmodeo o Samael.
—Jace…
—Ellos fueron los sirvientes más brillantes de Dios, una vez —dijo Jace—. Eso es lo que pasa cuando caes. Todo lo que era brillante en ti se vuelve oscuridad. Tan brillante como fuiste una vez, así es como te vuelves de malvado. Es un largo camino para caer.
—Tú no has caído.
—No todavía —dijo, y entonces el cielo estalló en destellos de color rojo y dorado. Por un momento de confusión Clary recordó los fuegos artificiales que habían pintado el cielo la noche que ellos habían celebrado en la Plaza del Ángel. Ahora ella dio un paso atrás, tratando de obtener una mejor vista.
Pero esto no era una celebración. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luminosidad, vio que la luz era de las torres de los demonios. Cada una se había iluminado como una antorcha, quemando rojo y dorado contra el cielo.
Jace había palidecido.
—Las luces de batalla —dijo—. Tenemos que llegar al Gard. —Él la tomó de la mano y empezó a tirar de ella por las escaleras.
Clary protestó.
—Pero mi madre. Isabelle, Alec…
—Todos estarán en su camino hacia el Gard también. —Habían llegado al pie de la escalera. La Plaza del Ángel estaba llena de gente abriendo de golpe las puertas de sus casas, desembocando en las calles, todos corriendo hacia el sendero que seguía por la ladera de la Colina del Gard en la parte superior—. Eso es lo que significa la señal de color rojo y dorado. “Llegar al Gard.” Eso es lo que todos esperan que hagamos… —Él esquivó a un Cazador de Sombras que corría pasándolos mientras ataba la correa de una armadura de brazo—. ¿Qué está pasando? —Gritó Jace tras él—. ¿Por qué la alarma?
—¡Ha habido otro ataque! —Un hombre mayor en un traje de combate gritó en respuesta sobre su hombro.
—¿Otro Instituto? —Dijo Clary. Ellos estaban de vuelta en una calle bordeada de tiendas que recordó visitar con Luke antes; estaban corriendo cuesta arriba, pero ella no se sentía sin aliento. Silenciosamente agradeció los últimos meses de entrenamiento.
El hombre con la armadura se dio la vuelta y trotó colina arriba hacia atrás.
—No sabemos todavía. El ataque está en marcha.
Se dio la vuelta y redobló su velocidad, apresurándose por la calle curva hacia la parte inferior del sendero al Gard. Clary se concentró en no chocar contra nadie en la multitud. Ellos eran un movimiento, una avalancha de gente empujando. Ella mantuvo su mano en la de Jace mientras corrían, su nueva espada golpeando contra la parte externa de su pierna mientras avanzaba, como para recordarle que estaba allí… allí y lista para ser usada.
El sendero que conducía al Gard era empinado, con tierra apisonada. Clary intentó correr cuidadosamente—estaba usando un par de botas y unos jeans, su chaqueta de combate con cremallera sobre su top, pero no era lo suficiente bueno como estar toda cubierta con la protección. Una piedrecilla de alguna manera había trabajado su camino hacia su bota izquierda, y estaba apuñalando la planta de su pie para el momento en que llegaron a la puerta principal del Gard y desaceleraron, mirando.
Las puertas se abrieron. Dentro de ellas se encontraba un amplio patio, cubierto de hierba en el verano, aunque estaba desnudo ahora, rodeado por las paredes interiores del Gard. Contra una pared había un enorme y arremolinado agujero con un torbellino de aire y vacío.
Un Portal. Dentro de él, Clary pensó que podía vislumbrar toques de negro, verde y ardiente blanco, incluso un trozo de cielo salpicado de estrellas…
Robert Lightwood se alzó frente a ellos, bloqueando su camino; Jace casi se estrelló contra él, y soltó la mano de Clary, enderezándose. El viento del
Portal era frío y poderoso, soplando a través del material de la chaqueta de combate de Clary, levantando su cabello.
—¿Qué está pasando? —Exigió Jace secamente—. ¿Tiene que ver con el ataque de Londres? Pensé que eso fue frustrado.
Robert negó con la cabeza, con una expresión sombría.
—Parece que Sebastian, después de haber sido frustrado en Londres, ha dirigido su atención a otra parte.
—¿Dónde…? —Empezó Clary.
—¡La Ciudadela de Adamantio está siendo asediada! —Era la voz de Jia Penhallow, levantándose sobre los gritos de la multitud. Ella se había movido para estar de pie ante el Portal; el remolino de aire dentro y fuera de él hizo que su capa se agitara abierta como las alas de un gran pájaro negro—. ¡Vamos a la ayuda de las Hermanas de Hierro! ¡Los Cazadores de Sombras que están armados y listos, por favor repórtense ante mí!
El patio se llenó de Nefilim, aunque no tantos como Clary hubo pensado en un principio. Le había parecido como una inundación cuando ellos habían corrido subiendo la colina hacia el Gard, pero vio que ahora era más como un grupo de cuarenta a cincuenta guerreros. Algunos estaban con traje de combate, otros en ropa de calle. No todos estaban armados. Los Nefilim al servicio del Gard se precipitaron de ida y vuelta hacia la puerta de la sala de armas, añadiendo armas a una pila de espadas, cuchillos serafín, hachas y mazos amontonados al lado del Portal.
—Déjanos atravesarlo —le dijo Jace a Robert. Todo en traje de combate y envuelto con el gris del Inquisidor, Robert Lightwood le recordó a Clary el lado duro y rocoso de un acantilado: escarpado e inamovible.
Robert negó con la cabeza. —No hay necesidad —dijo—. Sebastian ha intentado un ataque sorpresa. Tiene solamente veinte o treinta Cazadores Oscuros con él. Hay suficientes guerreros para el trabajo sin tener que enviar a nuestros niños.
—No soy un niño —dijo Jace salvajemente. Clary se preguntó qué pensó Robert cuando miró al niño que había adoptado, si Robert había visto al padre de Jace en su rostro, o aún buscaba restos de Michael Wayland que no estaban allí. Jace escaneó la expresión de Robert Lightwood, la sospecha oscureciendo sus ojos dorados—. ¿Qué estás haciendo? Hay algo que no quieres que sepa.
El rostro de Robert se surcó con líneas duras. En ese momento una mujer rubia en movimiento rozó a Clary, hablando emocionada a su compañero:
—…nos dijo que podemos tratar de capturar a los Cazadores Oscuros, traerlos de vuelta aquí. A ver si ellos pueden ser curados. Lo que significa que tal vez puedan curar a Jason.
Clary fulminó a Robert con la mirada.
—No es cierto. No estás dejando que la gente cuyos familiares fueron tomados en los ataques atraviese el Portal. No estás diciéndoles que los Cazadores Oscuros pueden ser salvados.
Robert le lanzó una mirada sombría.
—No sabemos que no pueden serlo.
—Lo sabemos —dijo Clary—. ¡Ellos no pueden ser salvados! ¡No son lo que eran! No son humanos. Pero cuando esos soldados vean las caras de la gente que conocen, ellos dudarán, querrán que no sea verdad…
—Y ellos serán sacrificados —dijo Jace con tristeza—. Robert. Tienes que parar esto.
Robert estaba sacudiendo su cabeza.
—Esta es la voluntad de la Clave. Esto es lo que quieren ver hecho.
—¿Entonces por qué siquiera enviarlos? —Exigió Jace—. ¿Por qué no solo quedarse aquí y apuñalar a cincuenta de nuestra gente hasta morir? ¿Ahorrar tiempo?
—No te atrevas a bromear —espetó Robert.
—No estaba bromeando...
—Y no me digas que cincuenta Nefilim no pueden derrotar a veinte Cazadores Oscuros. —Cazadores de Sombras empezaban a ir a través del Portal, guiados por Jia. Clary sintió un cosquilleo de pánico correr por su espina dorsal. Jia estaba dejando pasar solo a aquellos quienes estuvieran completamente equipados en sus trajes de combate, pero un buen número eran muy jóvenes o muy viejos, y muchos habían venido desarmados y estaban simplemente haciéndose con las armas de la pila proporcionada por la sala de armas, antes de pasar a través del Portal.
—Sebastian está esperando exactamente esta respuesta —dijo Jace desesperadamente—. Si él ha venido con solo veinte guerreros, entonces hay una razón, y tendrá un respaldo…
—¡Él no puede tener un respaldo! —La voz de Robert se elevó—. No puedes abrir un Portal a la Ciudadela de Adamantio a menos que las Hermanas de Hierro lo permitan. Nos lo están permitiendo, pero Sebastian debe haber llegado por tierra. Sebastian no espera que estemos vigilando por él en la Ciudadela. Él sabe que nosotros averiguamos que no puede ser rastreado; sin duda pensó que solo estaríamos vigilando los Institutos. Este es un regalo.
—¡Sebastian no da regalos! —Gritó Jace—. ¡Están cegados!
—¡No estamos cegados! —Rugió Robert—. Puedes estar asustado de él, Jace, pero es solo un niño; ¡no es la mente militar más brillante que haya existido! ¡Luchó contra ti en el Burren y perdió!
Robert se dio la vuelta y se alejó, caminando hacia Jia. Jace lucía como si hubiera recibido una bofetada. Clary dudó que alguien lo hubiera acusado alguna vez de tener miedo antes.
Él se volteó para mirarla. El movimiento de Cazadores de Sombras hacia el Portal había disminuido; Jia estaba despidiendo a la gente. Jace tocó la espada corta en la cadera de Clary.
—Voy a pasar —dijo él.
—No te lo permitirán —dijo Clary.
—No necesitan permitírmelo. —Bajo las luces doradas y rojas de las torres, el rostro de Jace lucía como si hubiera sido tallado en mármol. Detrás de él, Clary pudo ver más Cazadores de Sombras subiendo a la colina. Estaban conversando entre sí, como si se tratara de cualquier pelea ordinaria, cualquier situación que pudiera ser manejada enviando a cincuenta Nefilim al lugar del ataque. Ellos no habían estado en el Burren. No habían visto. No sabían. Clary se encontró con la mirada de Jace.
Ella podía ver las líneas de tensión en su rostro, la profundización de los ángulos de sus pómulos, ajustando su mandíbula.
—La pregunta es —dijo él—, ¿hay alguna posibilidad en que estarías de acuerdo en quedarte aquí?
—Sabes que es un no —dijo ella.
Él tomó un suspiro tembloroso.
—Bien. Clary, esto puede ser peligroso, muy peligroso... —Ella podía oír a la gente murmurando a su alrededor, voces excitadas, levantándose contra la noche en soplos de aire exhalado, la gente charlando que el Cónsul y el Concejo se habían reunido para discutir el ataque de Londres justo cuando apareció de repente la existencia de Sebastian en el mapa rastreador, que solo había estado allí un corto tiempo y con pocos refuerzos, que tenían una oportunidad real para detenerlo, que él había sido frustrado en Londres y que lo sería de nuevo…
—Te amo —dijo ella—. Pero no trates de detenerme.
Jace se estiró para tomar su mano.
—Muy bien —dijo él—. Entonces corramos juntos. Hacia el Portal.
—Corramos —estuvo de acuerdo, y así lo hicieron.
StephRG14
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Cazadores de sombras - Página 3 Empty RE: CIUDAD DEL FUEGO CELESTIAL

Mensaje por StephRG14 Mar 12 Mayo 2015, 10:13 am

Capitulo 7
Enfrentamiento Nocturno


La llanura volcánica se extendía como un paisaje lunar pálido delante de Jace, llegando hasta una línea de montañas distantes, negras contra el horizonte. La nieve blanca quitó el polvo del suelo: espesa en algunos lugares; hielo delgado y quebradizo en otros. Las rocas terriblemente agudas cortaban a través del hielo y la nieve, junto con las ramas desnudas de los setos y el musgo congelado.
La luna estaba detrás de las nubes, el cielo oscuro aterciopelado destellaba por aquí y por allá con estrellas, embotado por un brillo de nubes. La luz centelleaba alrededor de estas, a través de los cuchillos serafín, y Jace vio, mientras sus ojos se adaptaban, una luz que parecía una ardiente hoguera en la distancia.
El Portal había depositado a Jace y a Clary a pocos metros el uno del otro, en la nieve. Ahora se encontraban lado a lado, Clary muy silenciosa con su cabello cobrizo espolvoreado con copos blancos. Todo alrededor de ellos eran gritos y sollozos, el sonido de los cuchillos serafín siendo blandidos en el aire, el murmullo de los nombres de ángeles.
—Quédate cerca de mí, —murmuró Jace cuando él y Clary se acercaron a la cumbre de la colina. Había cogido una espada larga del montón justo antes de saltar por el Portal, el grito de asombro de Jia siguiéndolos a través del viento. Jace había medio esperado que ella o Robert fueran detrás de ellos, pero en cambio el Portal se había cerrado inmediatamente detrás suyo, como una puerta cerrándose de golpe.
La desconocida hoja era pesada en la mano de Jace. Prefería usar su brazo izquierdo, pero la espada era de agarre diestro. El arma estaba abollada a ambos lados, como si hubiera visto bastantes batallas. Desearía haber tenido una de sus armas en la mano…
Apareció de repente, elevándose delante de ellos como un pescado que rompe la superficie del agua con un repentino destello de plata. Jace había visto antes la Ciudadela de Adamantio, pero sólo en imágenes. Esculpida en el mismo material que los cuchillos serafín, la Ciudadela brillaba contra el cielo de la noche como una estrella; era lo que Jace había confundido con la luz de una hoguera. Un muro circular de adamas rodeándola, sin ninguna abertura en la pared excepto por una solitaria entrada, formada por dos enormes cuchillos hundidos en el suelo en ángulo, como un par de tijeras abiertas.
Entorno a la Ciudadela se extendía el suelo volcánico, negro y blanco como un tablero de ajedrez—mitad roca volcánica y mitad nieve. Jace sintió cómo los vellos de su cuello se erizaban. Era como estar en el Burren, aunque lo recordaba solo en la forma que se puede recordar en un sueño: los oscuros Nefilim de Sebastian, en sus rojos trajes de combate, y los Nefilim de la Clave, de negro, cuchillos contra cuchillos, las chispas de la batalla levantándose en la noche y luego el fuego de Gloriosa, arrasando con todo lo que había pasado antes.
La tierra del Burren había sido oscura, pero ahora los guerreros de Sebastian destacaban como gotas de sangre contra un fondo blanco. Estaban esperando, el rojo bajo la luz de las estrellas, sus cuchillas oscuras en las manos. Se encontraban de pie entre los Nefilim que habían venido a través del Portal y las puertas de la Ciudadela de Adamantio. Aunque los Cazadores Oscuros estaban a una distancia, y aunque Jace no podía ver ninguna de sus caras claramente, de alguna manera pudo sentirlos sonriendo.
Y también pudo sentir el malestar de los Nefilim alrededor de él, los Cazadores de Sombras que habían venido a través del Portal tan confiados, tan listos para la batalla. Estaban de pie y mirando a los Cazadores Oscuros, y Jace pudo sentir la vacilación en su bravura. Al fin —demasiado tarde— lo sintieron: lo extraño, la diferencia de los Cazadores Oscuros. Éstos no eran Cazadores de
Sombras que se había extraviado temporalmente del camino. No eran Cazadores de Sombras en absoluto.
—¿Dónde está? —Susurró Clary. Su aliento era blanco por el frío—. ¿Dónde está Sebastian?
Jace meneó la cabeza; muchos de los Cazadores Oscuros vestidos de rojo llevaban las capuchas subidas, y sus rostros no se distinguían. Sebastian podía ser cualquiera de ellos.
—¿Y las Hermanas de Hierro? —Clary buscó la llanura con mirada fija. Lo único blanco era la nieve. No había ninguna señal de las Hermanas en sus túnicas blancas, familiares de muchas ilustraciones del Codex18.
—Se quedarán dentro de la Ciudadela —dijo Jace—. Tienen que proteger lo que está en su interior. El arsenal. Probablemente eso es por lo que Sebastian está aquí, las armas. Las Hermanas han rodeado la armería interior con sus cuerpos. Si se las arregla para conseguir atravesar las puertas, o sus Cazadores Oscuros lo hacen, las Hermanas destruirán la Ciudadela antes de dejarle tenerla. —Su voz era sombría.
—Pero si Sebastian lo sabe, si conoce lo que las Hermanas harán… —comenzó Clary.
Un grito cortó la noche como un cuchillo. Jace comenzó a adelantarse antes de comprender que el grito provenía de detrás de ellos. Jace giró para ver a un hombre en traje de combate caer con el cuchillo de un Cazador Oscuro en el pecho. Era el hombre que había gritado a Clary en Alicante, antes de que hubieran llegado al Gard.
El Cazador Oscuro se giró, sonriendo. Hubo un clamor de los Nefilim, y la mujer rubia que Clary había escuchado hablar con emoción en el Gard dio un paso adelante. —¡Jason! —Gritó ella, y Clary comprendió que le hablaba al Cazador Oscuro, un hombre fornido con el mismo cabello rubio que tenía ella—. Jason, por favor. —Su voz temblaba cuando se adelantó, estirando la mano hacia el Cazador Oscuro, quien sacó otro cuchillo de su cinturón, mirándola con expectación.
—Por favor, no, —dijo Clary—. No… no te acerques a él…
Pero la mujer rubia estaba sólo a un paso del Cazador Oscuro.
—Jason, —susurró ella—. Eres mi hermano. Eres uno de nosotros, un Nefilim. No tienes que hacer esto, Sebastian no puede obligarte. Por favor… —miró alrededor, desesperada—. Ven con nosotros. Están trabajando en una cura; te arreglaremos…
Jason se rió. Su cuchillo destelló, en un barrido lateral. La cabeza rubia de la Cazadora de Sombras cayó. La sangre se dispersó, negra contra la nieve blanca, su cuerpo se desplomó. Alguien gritaba una y otra vez, histéricamente, y luego alguien más lanzó un grito e hizo gestos como un loco detrás de ellos.
Jace levantó la mirada y vio que una fila de Cazadores Oscuros avanzaba desde atrás, desde la dirección del Portal cerrado. Sus cuchillos brillaron a la luz de la luna. Los Nefilim comenzaron a marchar sobre la cresta, pero ya no era una progresión ordenada, había pánico entre ellos; Jace podía sentirlo, al igual que el sabor de la sangre en el viento.
—¡Martillo y yunque! —Gritó él, esperando que le entendieran. Agarró a Clary con su mano libre y tiró de ella para alejarla del cuerpo sin cabeza sobre el suelo—. Es una trampa —gritó sobre el ruido de los enfrentamientos—. ¡Lleguemos a una pared, un lugar en el que se pueda hacer un Portal! ¡Tenemos que salir de aquí!
Los ojos verdes de ella se ampliaron. Quería agarrarla, besarla, aferrarse a ella, protegerla, pero el luchador en él sabía que le había traído a esta vida. Animándola. Entrenándola. Cuando vio el entendimiento en sus ojos, él asintió con la cabeza y la dejó ir.
Clary se alejó de su agarre, deslizándose por delante de un Cazador Oscuro que se enfrentaba contra un Hermano Silencioso con su toga color pergamino ensangrentada. Sus botas patinaron en la nieve cuando ella se lanzó hacia la Ciudadela. La muchedumbre la tragó justo cuando un Cazador Oscuro sacó su arma y arremetió contra Jace.
Como todos los Cazadores Oscuros, sus movimientos eran rápidos, casi salvajes. Cuando se levantó con su espada, pareció que borró la luna. Y la sangre de Jace se levantó también, disparándose como fuego por sus venas mientras su conciencia se reducía: No había nada en el mundo, sólo este momento, sólo el arma en su mano. Saltó hacia el Cazador Oscuro, con la espada extendida. *** Clary se inclinó para recuperar a Eósforo de donde había caído en la nieve. La hoja estaba manchada con sangre, la sangre de un Cazador Oscuro quien se lanzaba ahora mismo lejos de ella, arrojándose atrás en la batalla que se arremolina en la llanura.
Ya había ocurrido una media docena de veces. Clary atacaría, intentaría luchar contra un Cazador Oscuro, y éste dejaría caer su arma, retrocedería, le daría la espalda y se alejaría deprisa como si ella fuera un fantasma. La primera vez, o la segunda, se había preguntado si tenían miedo de Eósforo, confundidos por lo parecida que era a la espada de Sebastian. Ahora sospechaba algo más. Sebastian probablemente les había dicho que no la tocaran o le hicieran daño, y ellos estaban obedeciendo.
Eso la hizo querer gritar. Sabía que se debería arrojar detrás de ellos cuando corrieran, acabar con ellos con una puñalada en la espalda, o un corte en la garganta, pero no era capaz de hacerlo. Todavía parecían Nefilim, lo suficientemente humanos. Su sangre roja corría en la nieve. Aún parecía de cobardes atacar a alguien que no te podría atacar de nuevo.
El hielo crujió detrás de ella y se giró, con la espada desenvainada. Todo había ocurrido muy deprisa: la conciencia de que había el doble de Cazadores Oscuros de los que habían contado, que estaban rodeados por ambos lados y la
petición de Jace de que hiciera un Portal. Ahora ella estaba luchando por abrirse camino a través de una multitud desesperada. Algunos Cazadores de Sombras se habían dispersado, y otros se habían plantado donde estaban, decididos a luchar. Como una masa que estaba siendo empujada lentamente de la parte baja de la colina hacia la llanura, donde la batalla se encontraba en su más grande apogeo, se iluminaban los brillantes destellos de cuchillos serafín contra cuchillos oscuros, una mezcla de blanco, negro y rojo.
Por primera vez Clary tuvo motivos para bendecir su baja estatura. Fue capaz de lanzarse a través de la muchedumbre, su mirada quedó atrapada en el desesperado cuadro de lucha. Allí, una Nefilim apenas mayor que ella, estaba involucrada en una desesperada batalla contra uno de los Cazadores Oscuros, del doble de tamaño que la Cazadora de Sombras, quien la forzó a deslizare contra la sangrienta y resbaladiza nieve; una espada se balanceó, luego un chillido y un cuchillo serafín se oscureció para siempre. Un joven Cazador de Sombras, de cabello oscuro y vestido en traje negro de combate, estaba de pie sobre el cuerpo de un guerrero muerto en traje rojo. Sostenía un sangriento cuchillo en una mano y las lágrimas corrían por su rostro, sin marcar. Cerca de un Hermano Silencioso, una visión inesperada pero bienvenida en sus vestiduras de pergamino, aplastó el cráneo de un Cazador Oscuro de un solo golpe con su bastón de madera; el Cazador Oscuro se dobló en silencio. Un hombre cayó de rodillas, envolviendo los brazos alrededor de las piernas de una mujer vestida de rojo; ella lo miró fríamente, luego condujo su espada abajo entre sus omóplatos. Ninguno de los guerreros se movió para detenerla.
Clary emergió al otro lado de la multitud y se encontró a sí misma junto a la Ciudadela. Sus paredes estaban brillando con una luz intensa. A través del arco de tijera de la entrada, creyó que podía ver el aura de algo de color dorado rojizo como fuego. Escarbó en su cinturón para coger la estela, puso la punta en la pared y se congeló.
Sólo a pasos de ella, un Cazador Oscuro se había escabullido de la batalla y se encaminaba hacia las puertas de la Ciudadela. Llevaba una maza y la agitaba bajo el brazo; con una mirada sonriente hacia la batalla, se agachó a través de las puertas de la Ciudadela…
Y las tijeras se cerraron. No hubo ningún grito, pero el asqueroso crujir de los huesos y cartílagos era audible incluso a través de los ruidos de la batalla. Una gota de sangre rociaba la puerta cerrada, y Clary comprendió que no era el primero. Había otras manchas, desplegadas a través de la pared de la Ciudadela, oscureciendo el suelo bajo.
Se alejó, su estómago se apretó, y presionó su estela con más fuerza contra la piedra. Empezó a forzar en su mente pensamientos de Alicante y tratar de visualizar el espacio ante el Gard, tratando de alejar todas las distracciones a su alrededor.
—Suelta la estela, hija de Valentine —dijo una fría voz.
Se congeló. Detrás de ella estaba parada Amatis, espada en mano, la punta afilada apuntando directamente a Clary. Había una salvaje sonrisa en su rostro.
—Así es —dijo ella—. Deja caer la estela al suelo y ven conmigo. Conozco a alguien que estará muy contento de verte. *** —Muévete, Clarissa. —Amatis pinchó a Clary en un costado con la punta de su espada, no lo suficientemente fuerte como para cortar a través de su chaqueta, pero con la suficiente fuerza para incomodar a Clary. Ella había dejado caer su estela; que yacía a metros de distancia en la asquerosa nieve, brillando con una tenue luz seductora—. Deja de holgazanear.
—No puedes dañarme —dijo Clary—. Sebastian ha dado órdenes.
—Órdenes de no matarte —estuvo de acuerdo Amatis—. Nunca dijo nada acerca de herirte. Podría felizmente entregarte a él sin todos tus dedos, chica. No creas que no lo haría.
Clary la fulminó con la mirada antes de girar y dejar a Amatis llevarla hacia la batalla. Su miraba estuvo deambulando entre los Cazadores Oscuros, buscando una cabeza familiar en el mar de color escarlata. Necesitaba saber
cuánto tiempo tenía antes de que Amatis la arrojara a los pies de Sebastian y de que la posibilidad de luchar o correr estuvieran acabadas. Por supuesto, Amatis habían tomado a Eósforo, y la espada Morgenstern ahora colgaba en la cadera de la mujer mayor, las estrellas a lo largo de la cresta parpadeando en la tenue luz.
—Apuesto a que ni siquiera sabes dónde está —dijo Clary.
Amatis le pinchó otra vez, y Clary se movió hacia adelante, casi tropezando con el cadáver de un Cazador Oscuro. El suelo era una masa hecha de nieve, suciedad y sangre.
—Soy la primera lugarteniente de Sebastian; siempre sé dónde está. Por eso soy la única en la que confía para llevarte a él.
—No confía en ti. No le importas, ni ninguna otra cosa. Mira. —Habían alcanzado el tope de una colina pequeña; Clary se detuvo y extendió el brazo, indicando el campo de batalla—. Mira cuántos de vosotros estáis cayendo… Sebastian solo quiere carne de cañón. Solo quiere usarlos.
—¿Eso es lo que ves? Yo veo a Nefilim muertos. —Clary podía ver a Amatis por el rabillo del ojo. Su cabello marrón grisáceo flotaba en el aire frío, y sus ojos eran duros—. ¿Crees que la Clave no está siendo superada? Mira. Mira allí. —Le pinchó con un dedo, y Clary miró, de mala gana. Las dos mitades del ejército de Sebastian se habían cerrado y los Nefilim estaban en medio de ellos. Muchos de los Nefilim estaban luchando con habilidad y bravura. Eran, en su propio extraño modo, encantadores de observar en batalla; la luz de sus cuchillos serafín dejando rastros en el cielo oscuro. Pero eso no cambiaba el hecho de que estuvieran condenados—. Hicieron lo que siempre hacen cuando hay un ataque fuera de Idris y una Cónclave no está cerca. Enviaron a través del Portal a quienes llegasen primero al Gard. Algunos de estos guerreros nunca han luchado en una batalla real antes. Algunos han luchado en demasiadas. Ninguno de ellos está dispuesto a matar a un enemigo que lleve el rostro de sus hijos, amantes, amigos, parabatais. —Escupió la última palabra—. La Clave no entiende a nuestro Sebastian o a sus fuerzas, y estarán muertos antes de que lo hagan.
—¿De dónde vinieron?—Exigió Clary—. Los Cazadores Oscuros. La Clave dijo que solo había veinte de ellos, y no había forma de que Sebastian ocultara sus números. Cómo…
Amatis echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—Como si fuera a decírtelo. Sebastian tiene aliados en más lugares de los que conoces, pequeña.
—Amatis. —Clary intentó mantener la voz firme—. Eres una de nosotros. Nefilim. Eres la hermana de Luke.
—Él es un Subterráneo, no un hermano mío. Debió haberse matado cuando Valentine le dijo que lo hiciese.
—No quieres decir eso. Estuviste feliz de verlo cuando fuimos a tu casa. Sé que lo estabas.
Esta vez el golpe de la punta de la hoja entre sus omóplatos fue más que incómoda: dolía.
—Entonces estaba atrapada —dijo Amatis—. Pensando que necesitaba la aprobación de la Clave y el Concejo. Los Nefilim me arrebataron todo. —Se dio la vuelta para mirar a la Ciudadela—. Las Hermanas de Hierro se llevaron a mi madre. Después una Hermana de Hierro influyó en mi divorcio. Cortaron mis Marcas de matrimonio en dos, y lloré por el dolor de aquello. No tienen corazones en su interior, sólo adamas, y los Hermanos Silenciosos tampoco. Crees que son amables, que los Nefilim son amables, porque son buenos, pero ser bueno no es ser bondadoso, y no hay nada más cruel que la virtud.
—Pero podemos elegir —dijo Clary, pero, ¿cómo podías explicarle a alguien que no entendía que sus elecciones se le habían arrebatado, que no había tal cosa como el libre albedrio?
—Oh, en nombre del Infierno, cállate —interrumpió Amatis, con rigidez.
Clary siguió su mirada. Por un momento, no pudo ver lo que la otra mujer estaba mirando. Vio el caos de la lucha, la sangre en la nieve, la chispa de la luz de las estrellas en los cuchillos y el duro brillo de la Ciudadela. Entonces se dio cuenta de que la batalla parecía estar resolviéndose en una extraña clase de patrón—algo estaba cortando un camino por el medio de la multitud, como un corte de un barco a través del agua, dejando caos a su paso. Un Cazador de Sombras delgado y vestido de negro con el cabello brillante, se movía con rapidez, era como ver la primavera de fuego de cresta a cresta en un bosque, atrapando todo en llamas.
Sólo que en este caso el bosque era el ejército de Sebastian, los Cazadores Oscuros cayendo uno por uno. La caída fue tan rápida, que apenas tuvieron tiempo de llegar por sus armas, y mucho menos levantarlas. Y mientras caían, otros comenzaban a retirarse, confusos e inciertos, por lo que Clary pudo ver el espacio que estaba siendo aclarado en medio de la batalla, y quién estaba de pie en el centro de la misma.
A pesar de todo, ella sonrió.
—Jace.
Amatis tomó aire por la sorpresa; fue un momento de distracción, pero fue todo lo que Clary necesitó para balancearse hacia delante y enganchar la pierna alrededor de los tobillos de Amatis, de la manera en la cual Jace le había enseñado, y luego barrió los pies de Amatis de debajo de ella. Ésta cayó, el cuchillo se escabulló de su mano, a través de la tierra helada. Amatis estaba inclinada para saltar hacia atrás cuando Clary la derribó sin ser amable pero con eficacia, enviándola de nuevo hacia la nieve. Amatis arremetió contra ella, golpeando la parte posterior de su cabeza, pero la mano de Clary estaba en el cinturón de la mujer, liberando a Eósforo, y después poniendo la punta afilada contra la garganta de Amatis.
Amatis se congeló.
—Así es —dijo Clary—. Ni siquiera pienses en moverte. *** —¡Déjame ir! —Gritó Isabelle a su padre—. ¡Déjame ir!
Cuando las torres de los demonios se habían vuelto rojas y doradas con la advertencia de llegar al Gard, ella y Alec habían revoloteado para hacerse de sus trajes de combate y armas, apresurándose a toda velocidad por la colina. El corazón de Isabelle palpitaba, no por el esfuerzo sino por la emoción. Alec era sombrío y práctico como siempre, pero el látigo de Isabelle estaba cantando para ella. Tal vez esta podría ser una verdadera batalla; tal vez este podría ser el momento en que se enfrentarían a Sebastian de nuevo en el campo, y esta vez ella lo mataría.
Por su hermano. Por Max.
Alec e Isabelle no habían estado preparados para la aglomeración de personas en el patio del Gard, o para la velocidad con la que los Nefilim estaban pasando a través del Portal. Isabelle había perdido a su hermano en la multitud, pero se había empujado hacia el Portal —había visto a Jace y a Clary ahí a punto de atravesarlo, y redobló la velocidad— hasta que dos manos salieron de entre la multitud y la agarraron por los brazos.
Era su padre. Isabelle le dio una patada y gritó por Alec, pero Jace y Clary ya se habían ido, en el remolino del Portal. Gruñendo, Isabelle luchó, pero su padre era alto, tenía gran complexión y más años de entrenamiento que ella.
La soltó justo cuando el Portal dio un último giro y se cerró de golpe, desapareciendo en la inexpresiva pared de la armería. Los Nefilim restantes en el patio se quedaron en silencio, esperando instrucciones. Jia Penhallow anunció que bastantes de ellos habían atravesado hacia la Ciudadela, que los demás debían esperar dentro del Gard, en caso de necesitar refuerzos; que no había necesidad de estar en el patio y congelarse. Ella comprendía lo mucho que todos querían pelear, pero un montón de guerreros habían sido enviados a la Ciudadela, y Alicante todavía requería de fuerza para ser protegida.
—¿Ves? —Dijo Robert Lightwood, señalando a su hija con exasperación mientras ella se giraba para mirarlo. Ella se alegró de ver que había sangre en
los rasguños de sus muñecas donde ella lo había arañado—. Te necesitan aquí, Isabelle...
—Cállate —le siseó entre dientes—. Cállate, mentiroso bastardo.
El asombro lo dejó inexpresivo. Isabelle sabía por Simon y Clary que en la cultura mundana era de esperarse una cierta cantidad de gritos hacia los padres, pero los Cazadores de Sombras creían en el respeto a los mayores y el gobierno de uno mismo hacia sus emociones.
Tan solo que Isabelle no tenía ganas de gobernar sus sentimientos. No ahora.
—Isabelle… —Era Alec, trastabillando hasta colocarse a su lado. La multitud alrededor estaba disminuyendo, y ella era lejanamente consciente de que muchos de los Nefilim ya habían entrado al Gard. Los que se quedaron estaban apartando la vista incómodamente. Las peleas familiares de otras personas no eran asunto de los Cazadores de Sombras—. Isabelle, vamos a volver a la casa.
Alec la tomó de la mano; ella se la sacudió con un movimiento brusco. Isabelle quería a su hermano, pero no había algo que deseara más que darle un puñetazo en la cabeza.
—No —dijo ella—. Jace y Clary lo atravesaron; debemos ir con ellos.
Robert Lightwood parecía cansado.
—Ellos no debían de ir —dijo—. Lo hicieron en contra de las órdenes estrictas. Eso no significa que teneis que seguirlos.
—Ellos sabían lo que estaban haciendo —espetó Isabelle—. Tú necesitas a más Cazadores de Sombras que se enfrenten a Sebastian, no menos.
—Isabelle, no tengo tiempo para esto —dijo Robert mirando hacia Alec exasperadamente como si esperara que su hijo se pusiera de su parte—. Solo
hay veinte Cazadores Oscuros con Sebastian. Nosotros enviamos a cincuenta guerreros.
—Veinte de ellos es como cientos de Cazadores de Sombras —dijo Alec con voz calmada—. Nuestra parte puede ser masacrada.
—Si algo les llega a pasar a Jace y a Clary, será tu culpa —dijo Isabelle—. Igual que con Max.
Robert Lightwood retrocedió.
—Isabelle. —La voz de su madre interrumpió de repente, dejando un terrible silencio. Isabelle se dio la vuelta y vio que Maryse venía detrás de ellos; ella, como Alec, estaba estupefacta. Una pequeña y distante parte de Isabelle se sintió culpable y enferma, pero la parte de ella que parecía haber tomado las riendas, que bullía en su interior como un volcán, sólo sentía un triunfo amargo. Estaba cansada de fingir que todo estaba bien—. Alec tiene razón —continuó Maryse—. Vamos a volver a casa…
—No —dijo Isabelle—. ¿No escuchaste al Cónsul? Nos necesitan aquí, en el Gard. Posiblemente necesiten refuerzos.
—Querrán adultos, no a niños —dijo Maryse—. Si no piensas regresar, entonces discúlpate con tu padre. Max… Lo que paso con Max no fue culpa de nadie más que de Valentine.
—Y tal vez si no hubieseis estado del lado de Valentine una vez, no habría ocurrido la Guerra Mortal —siseó Isabelle a su madre. Entonces se volvió hacia su padre—. Estoy cansada de fingir que no sé lo que sé. Sé que engañaste a mamá. —Isabelle no podía parar sus palabras; simplemente seguían fluyendo, como un torrente. Vio a Maryse palidecer, a Alec abrir la boca para protestar. Robert se veía como si ella lo hubiese golpeado—. Antes de que Max naciera. Lo sé. Ella me lo dijo. Con una mujer que murió en la Guerra Mortal. Y que nos ibas a abandonar también, abandonarnos a todos nosotros, pero solo te quedaste porque Max nació, y apuesto a que estás feliz de que haya muerto, ¿verdad? Porque ahora no tienes por qué quedarte.
—Isabelle… —dijo Alec, horrorizado.
Robert se dirijó a Maryse.
—¿Se lo dijiste? Por el Ángel, Maryse, ¿cuándo?
—¿Quieres decir que es verdad? —La voz de Alec se estremeció con repugnancia.
Robert se volvió a él.
—Alexander, por favor…
Pero Alec le había dado la espalda. El jardín estaba casi vacío de Nefilim ahora. Isabelle podía ver a Jia parada en la distancia, cerca de la armería, esperando a que los últimos entraran. Vio a Alec dirigirse donde Jia, y los escuchó a ambos discutir.
Los padres de Isabelle la miraban como si sus mundos se estuviesen viniendo abajo. Ella nunca antes se creyó capaz de destruir el mundo de sus padres. Había esperado que su padre le gritara, no que se quedara ahí parado con su traje gris de Inquisidor, viéndose destrozado. Finalmente él se aclaró la garganta.
—Isabelle —dijo con voz ronca—. Lo que sea que pienses, tienes que creer… realmente no puedes pensar que cuando perdimos a Max yo…
—No me hables —dijo Isabelle, alejándose de ambos, su corazón se rompía con un ruido sordo en su pecho—. Simplemente… no me hables.
Se dio la vuelta y huyó. *** Jace se precipitó a través del aire, chocó contra un Cazador Oscuro, y se abalanzó hacia el cuerpo del Cazador Oscuro enviándole directo al suelo. De alguna manera él había adquirido otro cuchillo; no estaba seguro de dónde. Todo era sangre y fuego cantando en su cabeza.
Jace había peleado anteriormente, muchísimas veces. Conocía el frío de la batalla a medida que descendía, el mundo a su alrededor desacelerándose a un susurro, cada movimiento que hacía era preciso y exacto. Alguna parte de su mente fue capaz de alejar la sangre y el dolor, y el hedor de la misma detrás de una pared de hielo transparente.
Pero esto no era hielo; era fuego. El calor que corría por sus venas lo llevó adelante, aceleró sus movimientos de tal forma que sentía como si estuviera volando. Dio una patada al cadáver sin cabeza del Cazador Oscuro hacia el camino de otro, una figura vestida de rojo volando hacia él. Ella tropezó, y él la cortó limpiamente por la mitad. La sangre se desató a través de la nieve. Él ya estaba empapado en ella: podía sentir su traje de combate, pesado y empapado, contra su cuerpo, y podía saborear el salado metálico, como si la sangre estuviese en el aire que respiraba.
Saltó limpiamente sobre el cuerpo de la Cazadora Oscura muerta y se dirigió hacia otro de ellos, un hombre de pelo castaño con una rotura en la manga de su traje rojo. Jace levantó la espada en su mano derecha, y el hombre se estremeció, sorprendiéndolo. Los Cazadores Oscuros parecían no sentir tanto miedo, y morían sin gritar. Éste, sin embargo, tenía la cara desfigurada por el miedo.
—De verdad, Andrew, no hay necesidad de tener ese aspecto. No voy a hacerte nada —dijo una voz detrás de Jace, nítida, clara y familiar. Y sólo un poco exasperada—. A no ser que no te muevas fuera de mi camino.
El Cazador de Sombras de cabello castaño se lanzó apresuradamente lejos de Jace, quien se volvió, ya sabiendo lo que iba a ver.
Sebastian estaba detrás de él. Había llegado aparentemente de la nada, sin embargo, eso no sorprendió a Jace. Él sabía que Sebastian aun poseía el anillo de Valentine, que le permitía aparecer y desaparecer a su voluntad. Llevaba un traje rojo, trabajado completamente con runas doradas—runas de protección, para la sanación y la buena suerte. Las runas del Libro Gris, aquellas que sus seguidores no podían usar. El rojo hacia que su pálido cabello se viese
aún más pálido, su sonrisa un pedazo blanco en su rostro mientras su mirada escaneaba a Jace de pies a cabeza.
—Mi Jace, —dijo—. ¿Me estabas extrañando?
En un instante la espada de Jace estaba arriba, ambas puntas flotando justo sobre el corazón de Sebastian. Oyó un murmullo de la multitud que le rodeaba. Parecía que tanto los Cazadores Oscuros como su contraparte, los Nefilim, habían parado de pelear para mirar qué era lo que sucedía.
—Realmente no puedes pensar que te extrañé.
Sebastian levantó la mirada lentamente, su mirada divertida se reunió con la de Jace. Ojos negros como los de su padre. En sus profundidades sin luz Jace se vio a sí mismo, vio el apartamento que había compartido con Sebastian, las comidas que habían comido juntos, las bromas que habían intercambiado, las batallas que habían compartido. Él se había subsumido a sí mismo en Sebastian, había entregado su voluntad por completo, y eso había sido placentero y fácil, y en los más profundo y oscuro de su traicionero corazón, Jace sabía que parte de él lo quería de nuevo.
Eso hacía que odiara a Sebastian aún más.
—Bueno, no puedo imaginar otra razón por la cual estés aquí. Sabes que no puedo ser asesinado con un cuchillo —dijo Sebastian—. La mocosa del Instituto de Los Ángeles debió de habértelo dicho, por lo menos.
—Podría cortarte en pedazos —dijo Jace—. A ver si puedes sobrevivir en pedazos de tamaño tiddlywink19. O solo cortarte la cabeza. Tal vez no te mate pero sería divertido verte intentando encontrarla.
Sebastian seguía sonriendo.
—No lo intentaría —dijo él—, si fuera tú.
Jace exhaló, su aliento era como una pluma blanca. No dejes que cale en ti, gritó su cerebro, pero la maldición era que él conocía a Sebastian, lo conocía lo suficientemente bien que no podía confiar en que Sebastian estuviese fanfarroneando. Sebastian odiaba ser engañado. A él le gustaba tener ventaja y saberlo.
—¿Por qué no? —Gruñó Jace, con los dientes apretados.
Mi hermana dijo Sebastian. ¿Enviaste a Clary a hacer un Portal? No muy inteligente, el separarse. Uno de mis lugartenientes la tiene retenida a cierta distancia de aquí. Hiéreme, y le cortará la garganta.
Hubo un murmullo de los Nefilim detrás de él, pero Jace no podía oírlo. El nombre de Clary latía con la sangre en sus venas, y el lugar donde la runa de Lilith lo había conectado una vez a Sebastian ardía. Decían que era mejor conocer a tu enemigo, pero ¿cómo ayudaba saber que la única debilidad de tu enemigo era también la tuya?
El murmullo de la multitud se alzó a un rugido cuando Jace comenzó a bajar sus cuchillos; Sebastian se movió tan rápido que Jace solo vio un borrón mientras el otro chico se movía a su alrededor y pateaba su muñeca. La espada cayó del agarre adormecido de su mano derecha, y Jace se lanzó hacia atrás, pero Sebastian fue más rápido, desenvainando la espada Morgersten y lanzando un tajo hacia Jace con un golpe que éste solo consiguió evadir contorsionando todo su cuerpo hacia un lado. La punta de la espada hizo un corte superficial a través de sus costillas.
Ahora algo de la sangre en su traje de combate era suya.
Se agachó cuando Sebastian le lanzó otro tajo, y la espada silbó al pasar sobre su cabeza. Oyó a Sebastian maldecir y lanzó un tajo con su propia espada. Las dos chocaron con el sonido del resonante metal, y Sebastian sonrió.
No puedes ganar dijo. Soy mejor que tú, siempre lo he sido. Puede que sea el mejor de todos.
También modesto dijo Jace, y sus espadas se deslizaron y se separaron con un chirrido. Se movió hacia atrás, lo suficiente para tener más espacio.
Y no puedes lastimarme, no realmente, por Clary siguió Sebastian, incansable. Así como ella no puede lastimarme por ti. Siempre el mismo baile. Ninguno de vosotros está dispuesto a hacer el sacrificio. Llegó a Jace con un tajo de costado; Jace lo bloqueó, aunque la fuerza del golpe de Sebastian envió una sacudida por su brazo. Uno pensaría, con toda su obsesión por el bien, que alguno de vosotros estaría dispuesto a renunciar al otro por una causa mayor. Pero no. El amor es esencialmente egoísta, y también lo sois vosotros.
No nos conoces a ninguno de los dos jadeó Jace; ahora estaba respirando con dificultad, y supo que estaba luchando defensivamente, esquivando a Sebastian en vez de atacando. La runa de Fuerza en su brazo estaba ardiendo, quemando lo último de su poder. Eso era malo.
Conozco a mi hermana dijo Sebastian. Y no ahora, pero lo suficientemente pronto la conoceré en todas las maneras en que puedes conocer a alguien. Sonrió otra vez, salvaje. Era la misma mirada que había tenido hacía mucho tiempo, en una noche de verano fuera del Gard, cuando había dicho, O quizás solo estás furioso porque besé a tu hermana. Porque ella me quería.
Jace sintió náuseas, náuseas e ira, y se arrojó hacia Sebastian, olvidando por un momento las reglas de la lucha con espadas, olvidando mantener el peso de su agarre distribuido equitativamente, olvidando el balanceo y la precisión, todo excepto el odio, y la sonrisa de Sebastian se amplió mientras se deslizaba fuera del camino de su ataque y pateaba limpiamente la pierna de Jace por debajo suyo.
Él cayó con fuerza, su espalda colisionando con el suelo congelado, sacándole la respiración. Oyó el silbido de la espada antes de verla, y rodó a un lado justo cuando la espada Morgenstern chocaba contra el lugar donde él había estado un segundo antes. Las estrellas se balanceaban alocadamente sobre su cabeza, negras y plateadas, y luego Sebastian estaba parado frente a él, más
negro y plateado, la espada volvió a bajar, y él rodó hacia el costado, pero no fue lo suficientemente rápido esta vez y la sintió hundirse en él.
La agonía fue instantánea, clara y limpia cuando la espada se estrelló contra su hombro. Era como ser electrocutado. Jace sintió el dolor a través de todo su cuerpo, los músculos contrayéndose, su espalda arqueándose del suelo. Calor quemaba a través de él, como si sus huesos estuvieran siendo fundidos a carbón. Flamas se agruparon y corrieron por sus venas, subiendo por su columna vertebral…
Vio agrandarse los ojos de Sebastian, y en su oscuridad se vio reflejado, tirado sobre el suelo rojo y negro, y con el hombro ardiendo. Había llamas lamiendo su herida como sangre. Éstas chisporrotearon, y una sola chispa corrió por la espada Morgenstern, ardiendo en la empuñadura.
Sebastian maldijo y tiró de su mano bruscamente como si hubiera sido apuñalado. La espada cayó al suelo; alzó la mano y se la miró. E incluso a través de su aturdimiento de dolor, Jace pudo ver que había una marca negra, una quemadura en la palma de la mano de Sebastian, en la forma del agarre de una espada.
Jace comenzó a forcejear para apoyarse sobre los codos, a pesar de que el movimiento envió una oleada de dolor tan fuerte por su hombro que pensó que se iba a desmayar. Se le oscureció la visión; cuando volvió, Sebastian estaba parado frente a él con un gruñido retorciendo sus facciones y la espada Morgenstern de vuelta en su mano. Y ambos estaban rodeados por un círculo de figuras. Mujeres, vestidas de blanco como oráculos griegos y con llamas de color naranja saliéndoles de los ojos. Sus rostros estaban tatuados con máscaras, delicadas y sinuosas como vides. Eran hermosas y terribles. Eran las Hermanas de Hierro.
Cada una de ellas sostenía una espada de adamas, apuntando hacia abajo. Estaban en silencio, sus bocas apretadas en líneas sombrías. Entre dos de ellas estaba el Hermano Silencioso que Jace había visto más temprano luchando en el valle, con su bastón de madera en la mano.
En seiscientos años no hemos abandonado nuestra Ciudadela dijo una de las Hermanas, una mujer alta cuyo cabello le caía en cuerdas negras hasta la cintura. Sus ojos resplandecieron, como hornos gemelos en la oscuridad. Pero el fuego celestial nos llama, y nosotras venimos. Aléjate de Jace Lightwood, hijo de Valentine. Hiérelo otra vez, y te destruiremos.
Ni Jace Lightwood ni el fuego en sus venas las salvará, Cleophas, dijo Sebastian con la espada aún en mano. Su voz era firme. Los Nefilim no tienen salvador.
No sabías que tenías que temer al fuego celestial. Ahora lo sabes dijo Cleophas. Es momento de retirarse, niño.
La punta de la espada Morgenstern bajó hacia Jace bajó y con un grito Sebastian la arrojó hacia delante. La espada silbó pasando sobre Jace y se enterró en la tierra.
La tierra pareció aullar como si estuviera herida mortalmente. Un temblor pasó por el suelo, extendiéndose desde la punta de la espada Morgenstern. La visión de Jace iba y venía, la consciencia salía de él como el fuego que había sangrado de su herida, pero incluso mientras venía la oscuridad, vio el triunfo en el rostro de Sebastian, y lo oyó comenzar a reír mientras que con un repentino y terrible desgarro la tierra se abría. Una gigante fosa negra se abrió a su lado. Sebastian saltó a ella y desapareció. *** No es tan simple, Alec dijo Jia con cansancio. La magia de los Portales es complicada, y no hemos oído nada de las Hermanas de Hierro que indique que necesitan nuestra asistencia. Además, después de lo que pasó en Londres hoy más temprano, necesitamos estar aquí, en alerta…
Te lo estoy diciendo, lo sé dijo Alec. Estaba temblando a pesar del traje de combate. Hacía frío en la Colina del Gard, pero era más que eso. En parte era conmoción, por lo que Isabelle le había dicho a sus padres, por la mirada en el rostro de su padre. Pero más que eso era aprehensión. El frío
presentimiento goteaba por su columna como hielo. No entiendes a los Cazadores Oscuros, no entiendes cómo son…
Se dobló de dolor. Algo caliente había pasado a través de él, por su hombro hasta su estómago, como una lanza de fuego. Golpeó el suelo con las rodillas, gritando.
Alec… ¡Alec! Las manos del Cónsul estaban en sus hombros. Era vagamente consciente de sus padres corriendo hacia él. Su visión se nubló con agonía. Dolor, sobreponiéndose y duplicándose porque no era para nada su dolor; las chispas bajo sus costillas no quemaban su cuerpo sino el de alguien más.
Jace gruñó entre sus dientes. Algo sucedió… el fuego. Deben abrir un Portal, rápido. *** Amatis, acostada en su espalda sobre el suelo, rió.
No me matarás dijo. No tienes las agallas.
Clary, respirando fuerte, hundió la punta de la espada bajo la barbilla de Amatis.
No sabes de lo que soy capaz.
Mírame. Los ojos de Amatis resplandecieron. Mírame y dime lo que ves.
Clary miró, ya sabiéndolo. Amatis no lucía exactamente como su hermano, pero tenía la misma mandíbula, los mismos confiables ojos azules, el mismo cabello marrón tocado de gris.
Piedad dijo Amatis, alzando las manos como para evitar el golpe de Clary. ¿Me la darás?
Piedad. Clary se quedó congelada, incluso cuando Amatis la miró con obvia diversión. El bien no significa bondad, y no hay nada más cruel que la virtud. Sabía que debía cortar la garganta de Amatis, quería hacerlo incluso, pero ¿cómo decirle a Luke que había matado a su hermana? ¿Matado a su hermana mientras ésta yacía en el suelo, rogando piedad?
Clary sintió su mano temblar, como si estuviera desconectada de su cuerpo. A su alrededor los ruidos de batalla se habían vuelto más tenues: podía oír los gritos y murmullos pero no se atrevía a mover la cabeza para ver qué estaba sucediendo. Se concentró en Amatis, en su propio agarre en la empuñadura de Eósforo, en el espeso hilo de sangre que corría bajo la barbilla de Amatis, donde la punta de la espada de Clary había rasgado la piel…
La tierra hizo erupción. Las botas de Clary se resbalaron en la nieve, y fue arrojada a un lado; rodó, apenas consiguiendo no cortarse con su propia espada. La caída le dejó sin aire, pero se movió rápidamente, agarrando fuerte a Eósforo mientras el suelo se sacudía a su alrededor. Terremoto, pensó salvajemente. Se agarró a una roca con su mano libre mientras Amatis rodaba a sus rodillas, mirando a su alrededor con una sonrisa depredadora.
Hubo gritos por todas partes, y un horrible ruido de desgarrón. Mientras Clary se quedaba mirando horrorizada, el suelo se desgarró a la mitad, una enorme grieta abriéndose en la tierra. Rocas, suciedad y punzantes trozos de hielo volaron hacia la abertura mientras Clary intentaba alejarse rápido de ella. Se estaba ampliando rápidamente, la escarpada grieta convirtiéndose en un vasto abismo con lados verticales que caían en las sombras.
El suelo estaba dejando de temblar. Clary oyó reírse a Amatis. Miró hacia arriba y vio a la vieja mujer ponerse de pie, sonriendo burlonamente a Clary.
Dale mis recuerdos a mi hermano gritó Amatis, y saltó en el abismo.
Clary se puso de pie de un salto, con el corazón latiendo fuerte, y corrió hacia el borde de la grieta. Se quedó mirando. Solo podía ver unos pocos metros de tierra vertical y luego oscuridad… y sombras, sombras moviéndose. Se dio la vuelta para ver que los Cazadores Oscuros estaban corriendo por todo el campo
de batalla hacia el abismo y saltando en él. Le recordaron a los clavadistas Olímpicos, seguros y determinados, confiados en su aterrizaje.
Los Nefilim estaban apresurándose para alejarse del abismo mientras sus enemigos vestidos de rojo pasaban por su lado, arrojándose al foso. La mirada de Clary rastreó entre ellos, ansiosa, buscando una figura vestida de negro en particular, una cabeza con cabello claro.
Se detuvo. Ahí, exactamente a la derecha del abismo, a cierta distancia de ella, había un grupo de mujeres vestidas de blanco. Las Hermanas de Hierro. A través de los espacios entre ellas, Clary podía ver una figura en el suelo, y luego otra, ésta última con una toga de pergamino, inclinándose sobre él…
Clary se echó a correr. Sabía que no debía correr con una espada desenfundada, pero no le importaba. Corrió por la nieve, esquivando a los Cazadores Oscuros que corrían, moviéndose entre los Nefilim, y aquí la nieve estaba llena de sangre, empapada y resbaladiza, pero siguió corriendo de todas formas, hasta que irrumpió en el círculo de las Hermanas de Hierro y llegó a Jace.
Él estaba en el suelo, y el corazón de Clary, que se había sentido como si fuera a explotarle dentro del pecho, ralentizó las pulsaciones ligeramente cuando vio que tenía los ojos abiertos. Sin embargo, estaba muy pálido y respiraba tan fuerte que ella podía oírlo. El Hermano Silencioso estaba arrodillado junto a él, desprendiendo con dedos largos y pálidos la protección en el hombro de Jace.
¿Qué sucede? Preguntó Clary, mirando a su alrededor salvajemente. Una docena de Hermanas de Hierro le devolvieron la mirada, impasibles y silenciosas. Había más Hermanas de Hierro en el otro lado del abismo también, observando inmóviles a los Cazadores Oscuros que se arrojaban en él. Era escalofriante. ¿Qué pasó?
Sebastian dijo Jace entre dientes, y ella se dejó caer a su lado, frente al Hermano Silencioso, mientras éste le desprendía de la protección, y pudo ver el tajo en su hombro. Sebastian pasó.
La herida estaba sangrando fuego.
No sangre sino fuego, con un dejo de oro como el icor de los ángeles. Clary tomó aire entrecortadamente, y al levantar la vista se encontró al Hermano Zachariah devolviéndole la mirada. Captó un retazo de su rostro, todo ángulos, palidez y cicatrices, antes de que él sacara una estela de su toga. En vez de ponerla sobre la piel de Jace, como ella hubiera esperado, la puso en la suya propia y dibujó una runa en su palma. Lo hizo rápido, pero Clary pudo sentir el poder que salía de la runa. La hizo estremecerse.
Quédate quieto. Esto acabará con el dolor, dijo con su suave susurro unidireccional, y posó su mano sobre el fogoso tajo en el hombro de Jace.
Jace gritó. El cuerpo se le medio levantó del suelo, y el fuego que había sangrado de la herida como lágrimas lentas se alzó como si le hubieran echado gasolina, abrasando el brazo del Hermano Zachariah. Fuego incontrolado consumió la manga de pergamino de la toga de Zachariah; el Hermano Silencioso se hizo hacia atrás, pero no antes de que Clary viera que la llama se estaba alzando, consumiéndolo. En las profundidades de la llama, que se ondulaba y crujía, Clary vio una figura: la forma de una runa que lucía como dos alas unidas por una barra. Una runa que había visto antes, en un techo en Manhattan: la primera runa que había visto que no era del Libro Gris. Parpadeó y desapareció, tan rápido que se preguntó si la había imaginado. Parecía ser una runa que se le aparecía en momentos de estrés y pánico. ¿Pero, qué significaba? ¿Era una manera para ayudar a Jace… o al Hermano Zachariah?
El Hermano Silencioso cayó silenciosamente en la nieve, colapsando como un árbol hecho cenizas.
Un murmulló pasó entre las filas de las Hermanas de Hierro. Lo que sea que le estuviera sucediendo al Hermano Zachariah, no debería estar pasando. Algo había salido terriblemente mal.
Las Hermanas de Hierro se movieron hacia su hermano caído. Bloquearon la visión que Clary tenía de Zachariah mientras se acercaba a Jace. Éste se estaba sacudiendo en el suelo, con los ojos cerrados y su cabeza hacia
atrás. Ella miró a su alrededor salvajemente. A través de los huecos entre las Hermanas de Hierro podía ver al Hermano Zachariah, tirado en el suelo: su cuerpo estaba brillando, crepitando con fuego. Un grito le salió de la garganta. Un sonido humano, el grito de un hombre adolorido, no el silencioso susurro mental de los Hermanos. La Hermana Cleophas lo vio, toga de pergamino y fuego, y Clary pudo oír la voz de la Hermana alzándose:
Zachariah, Zachariah…
Pero él no era el único herido. Algunos de los Nefilim estaban agrupados en torno a Jace, pero muchos de los otros estaban con sus camaradas heridos, poniendo runas de sanación, buscando vendajes entre su equipo.
Clary susurró Jace. Estaba intentando alzarse sobre los codos, pero no lo sostenían. El Hermano Zachariah… ¿qué sucedió? ¿Qué le hice…?
Nada. Jace. Quédate quieto. Clary enfundó su espada y sacó la estela de su cinturón de armas con dedos entumecidos. Se estiró para presionar la punta contra su piel, pero él se retorció para alejarse de ella.
No jadeó. Tenía los ojos muy abiertos y estaban ardiendo en dorado. No me toques. Te lastimaré a ti también.
No lo harás. Desesperada, se arrojó sobre él, el peso de su cuerpo haciéndolo caer contra la nieve. Fue a por su hombro, y él se sacudió bajo ella, con su ropa y piel resbaladizas por la sangre y calientes como el fuego. Sus rodillas se deslizaron a cada lado de la cadera de él cuando arrojó todo su peso contra su pecho, forzándolo hacia abajo. Jace dijo. Jace, por favor. Pero él no enfocaba sus ojos en ella, sus manos se sacudían contra el suelo. Jace dijo, y puso la estela contra su piel, justo sobre su herida.
Y estuvo otra vez en el barco con su padre, con Valentine, y estaba dando todo lo que tenía, cada parte de su fuerza, cada átomo de voluntad y energía en crear una runa, una runa que pudiera quemar el mundo, que pudiera revertir la muerte, que pudiera hacer que los océanos se alzaran al cielo. Solo que esta vez
era la más simple de las runas, la runa que cada Cazador de Sombras aprendía en su primer año de entrenamiento.
Sáname.
La iratze tomó forma en el hombro de Jace y el color que salía en espirales de la punta era tan negro que la luz de las estrellas y de la Ciudadela parecía desaparecer en él. Clary podía sentir su propia energía desapareciendo en él mientras dibujaba. Nunca había sentido tanto como si la estela fuera una extensión de sus propias venas, como si estuviera escribiendo en su propia sangre, como si toda la energía en ella estuviera siendo extraída por sus manos y dedos, su visión oscureciéndose mientras luchaba por mantener su estela firme, por terminar la runa. Lo último que vio fue el gran remolino ardiente de un Portal, abriéndose a la imposible vista de la Plaza del Ángel, antes de deslizarse a la nada.
StephRG14
StephRG14


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Mensaje por StephRG14 Mar 12 Mayo 2015, 10:17 am

Capitulo 8
Fuerza en lo que queda

Raphael se puso de pie, con las manos en los bolsillos y miró hacia las torres de los demonios, brillando en color rojo oscuro.
—Algo está pasando —dijo—. Algo inusual.
Simon quería espetar en respuesta que la única cosa inusual que estaba pasando era que acababa de ser secuestrado y llevado a Idris por segunda vez en su vida, pero se sentía demasiado mareado. Había olvidado la forma en que un Portal parecía hacerte pedazos cuando ibas a través de él y ensamblarte al otro lado con las importantes piezas faltantes.
Además, Raphael estaba en lo cierto. Algo estaba pasando. Simon ya había estado antes en Alicante, y recordaba los caminos y los canales, la colina elevándose sobre todo con el Gard en la parte superior. Él recordó que en una noche ordinaria las calles eran silenciosas, iluminadas por la pálida luz de las torres. Pero esa noche había ruido, en gran parte proveniente del Gard y la colina, donde las luces bailaban como si una docena de hogueras se hubiesen encendido. Las torres de los demonios estaban brillando de un misterioso dorado rojizo.
—Cambian de color de las torres para transmitir mensajes —dijo Raphael—. Oro para matrimonios y celebraciones. Azul para los Acuerdos.
—¿Qué significa el rojo? —Preguntó Simon.
—Magia —dijo Raphael, sus ojos negros entrecerrados—. Peligro.
Él se giró en un lento círculo, mirando alrededor de la silenciosa calle, las grandes casas al lado del canal. Era casi una cabeza más bajo que Simon. Simon se preguntó qué edad debió de haber tenido cuando fue Convertido. ¿Catorce? ¿Quince? Sólo un poco más grande que Maureen. ¿Quién lo habrá Convertido? Magnus lo sabía, pero nunca lo dijo.
—La casa del Inquisidor está ahí —dijo Raphael, y señaló hacia una de las casas más grandes, con un tejado puntiagudo y balcones sobre el canal—. Pero está oscuro.
Simon no podía negar el hecho de que su corazón no latiente dio un pequeño salto cuando contempló el lugar. Isabelle vivía aquí ahora; una de esas ventanas era su ventana.
—Todos deben estar arriba, en el Gard —dijo—. Hacen eso, para reuniones y esas cosas. —No tenía memorias agradables del Gard, habiendo sido encarcelado ahí mismo por el último Inquisidor—. Podríamos ir allá arriba, creo. Ver qué está sucediendo.
—Sí, gracias. Soy consciente de sus “reuniones y esas cosas” —espetó Raphael, pero parecía inseguro en una manera que Simon no podía recordar haberle visto así antes—. Lo que sea que esté pasando, es asunto de los Cazadores de Sombras. Hay una casa, no tan lejos de aquí, que se le ha otorgado al representante de los vampiros en el Concejo. Podemos ir allí.
—¿Juntos? —Dijo Simon.
—Es una casa muy grande —dijo Raphael—. Tú vas a estar en un extremo y yo en el otro.
Simon levantó las cejas. No estaba del todo seguro de qué había esperado que sucediera, pero pasar la noche en una casa con Raphael no se le había ocurrido. No era que pensara que Raphael iba a matarle mientras durmiera. Pero la idea de compartir vivienda con alguien a quien parecía disgustarle intensamente y que siempre lo había hecho, era algo extraño.
La visión de Simon era clara y precisa ahora —una de las pocas cosas que realmente le gustaba de ser un vampiro— y pudo ver los detalles, incluso a distancia. Él la vio incluso antes de que ella pudiese haberlo visto. Estaba caminado rápidamente, con la cabeza agachada, su cabello negro en una larga trenza que solía usar cuando peleaba. Ella estaba en traje de combate, y sus botas golpeteaban contra el empedrado mientras caminaba.
Eres una rompecorazones, Isabelle Lightwood.
Simon se volvió hacia Raphael.
—Vete —dijo él.
Raphael sonrió.
—La belle Isabelle20 —dijo—. No hay esperanza, ya sabes, entre tú y ella.
—¿Porque soy un vampiro y ella una Cazadora de Sombras?
—No. Solo está… ¿cómo se dice? ¿Fuera de tu liga?
Isabelle estaba a mitad de camino por la calle ahora. Simon apretó los dientes.
—Sala mi jugada y te encajaré una estaca. Lo digo enserio.
Raphael se encogió de hombros inocentemente pero no se movió. Simon se apartó de él y salió de las sombras, hacia a la calle.
Isabelle se detuvo instantáneamente, dirigiendo su mano al látigo enrollado a la cintura. Un momento después parpadeó en estado de shock, dejando caer su mano, y convoz insegura dijo:
—¿Simon?
Simon se sintió repentinamente incómodo. Tal vez ella no apreciaría su repentina aparición en Alicante de este modo… este era su mundo, no el suyo.
—Yo... —empezó a decir, pero no pudo continuar, porque Isabelle se había lanzado hacia él y arrojado los brazos a su alrededor, casi haciéndole caer.
Simon se permitió cerrar los ojos y enterrar su rostro en su cuello. Podía sentir los latidos de su corazón, pero empujó violentamente a un lado cualquier pensamiento sobre sangre. Ella era suave y fuerte en sus brazos, su cabello le hacía cosquillas en la cara, y al abrazarla se sentía normal, maravillosamente normal, como cualquier adolescente enamorado de una chica.
Enamorado. Se echó hacia atrás con un sobresalto y se encontró mirando a Izzy a unos pocos centímetros de distancia, sus enormes ojos oscuros brillando.
—No puedo creer que estés aquí —dijo ella, sin aliento—. Deseaba que lo estuvieras, pensando en cuánto tiempo pasaría antes de que pudiera verte, y… Oh Dios mío, ¿qué llevas puesto?
Simon miró hacia abajo, a sus jeans y camisa de cuero apretados. Era vagamente consciente de que Raphael, en algún lugar en las sombras, se estaba riendo.
—Es una historia un poco larga —dijo—. ¿Crees que podríamos entrar?
***
Magnus volcó la caja de plata con las iniciales en ella sobre sus manos, sus ojos de gato brillaban en la penumbra de la luz mágica que provenía de la bodega del Amatis.
Jocelyn lo miraba con una expresión de curiosa ansiedad. Luke no pudo evitar pensar en todas las veces que Jocelyn había llevado a Clary al apartamento de Magnus cuando había sido una niña, todas las veces que los tres se habían sentado juntos, un trío poco probable, mientras Clary crecía, se hacía mayor y empezaba a recordar lo que se suponía debía olvidar.
—¿Nada? —Preguntó Jocelyn.
—Tienes que darme tiempo —dijo Magnus, golpeando la caja con un dedo—. Las trampas mágicas, maldiciones y semejantes pueden estar sutilmente ocultas.
—Tómate tu tiempo —dijo Luke, apoyado en una mesa arrinconada cubierta de telarañas. Hace mucho tiempo había sido la mesa de la cocina de su madre. Reconoció el patrón de marcas de cuchillo hechas por descuido por toda la superficie de madera, incluso el hueco en una de las patas que él había hecho cuando la había pateado de adolescente.
Había sido de Amatis por años. Había sido de ella cuando estuvo casada con Stephen y, algunas veces había ofrecido cenas en la casa Herondale. Había sido de ella después del divorcio, después de que Stephen mudara a la casa solariega de campo con su nueva esposa. Todo el sótano, de hecho, estaba lleno de muebles viejos: artículos que Luke reconoció por haber pertenecido a sus padres, las pinturas y baratijas del tiempo en que Amatis había estado casada. Se preguntó por qué los había escondido aquí abajo. Tal vez ella no había sido capaz de soportar siquiera mirarlos.
—No creo que haya algo mal con ella —dijo Magnus finalmente, dejando la caja de vuelta en el anaquel donde Jocelyn la había colocado, incapaz a dejarla en la casa, pero incapaz de tirarla. Él se estremeció y se frotó ambas manos. Estaba envuelto en un abrigo gris y negro que le hacía parecer un riguroso detective; Jocelyn no le había dado la oportunidad de colgar su abrigo cuando había llegado a su puerta, le había agarrado por el brazo y arrastrado hasta el sótano—. No hay trampas ni magia en absoluto.
Jocelyn parecía un poco avergonzada.
—Gracias —dijo—. Por verla. Puedo ser un poco paranoica. Y después de lo que acaba de suceder en Londres…
—¿Qué acaba de suceder en Londres?
—No sabemos mucho —dijo Luke—. Recibimos un mensaje de fuego sobre ello esta tarde, desde el Gard, pero no muchos detalles sobre lo sucedido.
Londres era uno de los pocos Institutos que aún no se había vaciado. Aparentemente Sebastian y sus fuerzas trataron de atacar. Ellos fueron repelidos por algún tipo de hechizo de protección, algo que incluso el Concejo desconocía. Algo que advirtió a los Cazadores de Sombras lo que se venía y los dirigió a un lugar seguro.
—Un fantasma —dijo Magnus. Una sonrisa revoloteaba alrededor de su boca—. Un espíritu, que ha jurado proteger el lugar. Ella ha estado allí durante ciento treinta años.
—¿Ella? —Dijo Jocelyn, recargándose sobre la polvorienta pared—. ¿Un fantasma? ¿En serio? ¿Cuál era su nombre?
—Reconocerías su apellido, si te lo dijera, pero a ella no le gustaría eso. —La mirada de Magnus era lejana—. Espero que esto signifique que ya ha encontrado paz —espetó, regresando su atención—. De todos modos —dijo—. No tenía intención de arrastrar la conversación en esa dirección. No es por eso que vine a vosotros.
—Lo supuse así —dijo Luke—. Agradecemos la visita, aunque admito que me sorprendió verte en nuestra puerta. No es donde creí que irías.
Pensé que irías con los Lightwood quedó colgado en el aire, sin haber sido dicho.
—Yo tenía una vida antes que Alec —espetó Magnus—. Soy el Gran Brujo de Brooklyn. Estoy aquí para tomar un asiento en el Concejo, en nombre de los Hijos de Lilith.
—Creí que Catarina Loss era la representante de los brujos —dijo Luke sorprendido.
—Lo era —admitió Magnus—. Ella me hizo tomar su lugar para que pudiera venir aquí a ver a Alec. —Suspiró—. De hecho, ella me hizo esa petición especial mientras estábamos en la Luna del Cazador. Y eso es de lo que quería hablarles.
Luke se sentó en la mesa desvencijada.
—¿Viste a Bat? —Preguntó. Bat solía poner una oficina en la Luna del Cazador por estos días, en lugar de la estación de policía; no era oficial, pero todo el mundo sabía dónde encontrarlo.
—Sí. Él acababa de recibir una llamada de Maia. —Magnus se pasó la mano sobre su negra cabellera—. No es que exactamente Sebastian aprecie ser repelido —dijo lentamente, y Luke sintió cómo sus nervios se tensaban. Magnus estaba claramente indeciso a decir las malas noticias—. Parece que después de que intentó atacar el Instituto de Londres y no tuvo éxito, volvió su atención al Praetor Lupus. Por lo visto, no tiene mucho uso para los licántropos… no puede convertirlos en Cazadores Oscuros, así que quemó todo el lugar y los mató a todos. Mató a Jordan Kyle delante de Maia. Él la dejó vivir para que pudiera entregar un mensaje.
Jocelyn se abrazó a sí misma.
—Dios mío.
—¿Cuál era el mensaje? —Dijo Luke, encontrando su voz.
—Era un mensaje para los Subterráneos —dijo Magnus—. Hablé con Maia por teléfono. Me hizo memorizarlo. Al parecer, él dijo: “Dile a todos los Subterráneos que estoy en busca de venganza, y la obtendré. Voy a lidiar de esta manera a cualquiera que intente aliarse con los Cazadores de Sombras. No tengo nada en contra de los de su tipo, a menos que sigan a los Nefilim a la batalla, en ese caso serán comida para mi espada y las espadas de mi ejército, hasta que el último de vosotros haya desaparecido de la faz de este mundo.
Jocelyn hizo un sonido irregular.
—Suena igual que su padre, ¿no es así?
Luke miró a Magnus.
—¿Vas a entregar ese mensaje al Concejo?
Magnus tamborileó su barbilla con sus uñas brillantes.
—No —dijo—. Pero no voy a ocultarlo de los Subterráneos tampoco. Mi lealtad no es para los Cazadores de Sombras por sobre ellos.
No como la tuya. Las palabras quedaron flotando entre ellos, sin haber sido dichas.
—Tengo esto —dijo Magnus, tomando un pedazo de papel de su bolsillo. Luke lo reconoció, ya que tenía uno propio—. ¿Va a estar en la cena de mañana por la noche?
—Lo haré. Las Hadas toman sus invitaciones muy enserio. Meliorn y la Corte se sentirían insultados si no voy.
—Planeo decirles entonces —dijo Magnus.
—¿Y si entran en pánico? —Dijo Luke—. ¿Y si ellos abandonan el Concejo y a los Nefilim?
—No es como si lo que pasó en el Praetor se pueda ocultar.
—El mensaje de Sebastian podría —dijo Jocelyn—. Él está tratando de asustar a los Subterráneos, Magnus. Está tratando de hacer que se mantengan detrás mientras él destruye a los Nefilim.
—Y estarían en su derecho —dijo Magnus.
—¿Y si lo hacen, crees que los Nefilim podrán perdonarles alguna vez? —Dijo Jocelyn—. La Clave no perdonará. Son más despiadados que el mismo Dios.
—Jocelyn —dijo Luke—. No es culpa de Magnus.
Pero Jocelyn aun miraba a Magnus.
—Entonces—dijo ella—, ¿qué te diría Tessa que hicieras?
—Por favor, Jocelyn —dijo Magnus—. Tú apenas la conoces. Ella predicaría la honestidad, lo que por lo general hace. Ocultar la verdad nunca funciona. Cuando vives el tiempo suficiente, puedes ver eso.
Jocelyn bajó su mirada a sus manos—sus manos de artista, aquellas que Luke siempre había amado, agiles, cuidadosas y manchadas de tinta.
—Ya no soy una Cazadora de Sombras —dijo—. Huí de ellos. Se lo dije a ambos. Pero un mundo sin Cazadores de Sombras en él… tengo miedo de eso.
—Había un mundo antes que los Nefilim —dijo Magnus—. Y habrá uno después.
—¿Un mundo en el cual podamos vivir? Mi hijo… —empezó, y se interrumpió cuando un sonido de martilleo vino de arriba. Alguien estaba golpeando en la puerta principal—. ¿Clary? —Se preguntó en voz alta—. Ella ha de haber olvidado su llave de nuevo.
—Iré por ella —dijo Luke, y se levantó. Él intercambió una breve mirada con Jocelyn cuando dejó el sótano, su mente dando vueltas. Jordan muerto y Maia en duelo. Sebastian tratando de enfrentar a los Subterráneos contra los Cazadores de Sombras.
Se dirijo a la puerta abierta y una ráfaga de aire frío entró. De pie en la puerta se encontraba una mujer joven con el pelo rizado y de un rubio pálido, vestida con su traje de combate. Helen Blackthorn. Luke apenas tuvo tiempo de registrar que las torres de los demonios encima de ellos brillaban rojo sangre cuando habló.
—He venido con un mensaje del Gard —dijo ella—. Es sobre Clary.*** Maia.
Una voz suave rompió el silencio. Ella se dio vuelta, sin querer abrir los ojos. Había algo terrible esperando ahí fuera en la oscuridad, algo de lo que podría escapar si solo dormía y dormía para siempre.
Maia. Él la miraba fuera de las sombras, con ojos pálidos y piel oscura. Su hermano, Daniel. Mientras ella observaba, él le arrancó las alas a una mariposa y dejó caer el cuerpo, retorciéndose al suelo.
Maia, por favor. Un suave toque en su brazo. Se irguió de golpe y todo su cuerpo retrocedió. Su espalda golpeó una pared y jadeó, abriendo los ojos. Estaban pegajosos, con las pestañas llenas de sal. Había estado llorando dormida.
Estaba en una habitación iluminada a medias, con una sola ventana que daba a una sinuosa calle céntrica. Podía ver las ramas sin hojas de los árboles a través del cristal embadurnado y el borde de algo metálico, una salida de emergencia, supuso.
Miró hacia abajo, donde había una cama estrecha con una cabecera de hierro y una delgada sábana que había pateado con el pie. Su espalda estaba apoyada contra una pared de ladrillo. Había solo una silla al lado de la cama, vieja y astillada. Bat estaba sentado en ella, con los ojos abiertos como platos, lentamente bajando la mano.
Lo siento dijo.
No —gruñó ella. No me toques.
Gritabas dormidadijo.
Se envolvió a sí misma con sus brazos. Usaba jeans y una camiseta sin mangas. Faltaba el suéter que había usado en Long Island y la piel en sus brazos se puso de gallina.
¿Dónde está mi ropa? Preguntó. Mi chaqueta, mi suéter…
Bat se aclaró la garganta.
Estaban cubiertos en sangre, Maia.
Cierto contestó. El corazón le golpeaba en el pecho.
¿Recuerdas lo que sucedió? Preguntó él.
Ella cerró los ojos. Se acordaba de todo: el viaje, la camioneta, el edificio ardiendo, la playa llena de cuerpos. Jordan cayendo contra ella, su sangre corriendo como agua mezclándose con la arena. Tu novio está muerto.
Jordan dijo ella, aunque ya lo sabía.
El rostro de Bat era serio, había una tonalidad verdosa en sus ojos marrones que los hacía brillar en la media luz. Era un rostro que conocía bien. Era uno de los primeros hombres lobo que había conocido. Habían estado saliendo hasta que le dijo que era demasiado nueva en la ciudad, extremadamente nerviosa, no más allá de Jordan para una relación. Él había roto con ella al día siguiente, sorprendentemente siguieron siendo amigos.
Está muerto dijo él. Junto con casi todo el Praetor Lupus. El Praetor Scott, los estudiantes… unos pocos sobrevivieron. Maia, ¿por qué estabas ahí? ¿Qué estabas haciendo en el Praetor?
Maia le contó sobre la desaparición de Simon, la llamada del Praetor a Jordan, su conducción frenética a Long Island, el descubrimiento del Praetor en ruinas.
Bat aclaró su garganta.
Tengo algunas cosas de Jordan. Sus llaves, su colgante del Praetor…
Maia sintió como si no pudiera respirar.
No, no quiero… no quiero sus cosas dijo. Él habría querido que Simon tuviera el colgante. Cuando encontremos a Simon, debe tenerlo.
Bat no forzó el tema.
Tengo algunas buenas noticias dijo. Las escuchamos de Idris. Tu amigo Simon se encuentra bien. Está allí, en realidad, con los Cazadores de Sombras.
Oh. Maia sintió el apretado nudo en su corazón aflojarse levemente con alivio.
Debería habértelo dicho inmediatamente se disculpó. Es solo que… estaba preocupado por ti. Estabas en mal estado cuando te trajimos al cuartel. Estuviste dormida desde entonces.
Quería dormir para siempre.
Sé que ya se lo contaste a Magnus añadió Bat, con el rostro cansado. Pero explícamelo otra vez, por qué Sebastian Morgenstern atacaría a los licántropos.
Dijo que era un mensaje. Maia oyó la monotonía en su voz como desde la distancia. Quería que supiéramos que era porque los hombres lobo son aliados de los Cazadores de Sombras y que eso es lo que planeaba hacer con todos los aliados de los Nefilim.
No me detendré jamás, nunca me quedaré inmóvil, hasta que la muerte haya cerrado mis ojos o la fortuna me dé algo de mi venganza.
Nueva York está vacía de Cazadores de Sombras ahora, y Luke está en Idris con ellos. Están poniendo guardias extra. Pronto, apenas seremos capaces de enviar y recibir mensajes. Bat se movió en la silla, Maia sentía que había algo que no le estaba diciendo.
¿Qué es? Preguntó ella.
Sus ojos miraron a otro lado.
Bat…
¿Conoces a Rufus Hastings?
Rufus. Maia recordó la primera vez que había ido al Praetor Lupus, un rostro con cicatrices, un hombre enojado saliendo de la oficina del Praetor Scott con furia.
No realmente.
Sobrevivió a la masacre. Está aquí en la estación, con nosotros. Ha estado poniéndonos al día dijo Bat. Y ha estado hablando a los otros sobre Luke. Diciendo que es más Cazador de Sombras que licántropo, que no tiene la lealtad a la manada, que ahora la manada necesita un nuevo líder.
Tú eres el líder dijo ella. El segundo al mando.
Sí, y fui puesto en esta posición por Luke. Eso significa que tampoco se puede confiar en mí.
Maia se deslizó al borde de la cama. Todo su cuerpo dolía; lo sintió cuando puso sus pies descalzos sobre el frío suelo de piedra.
Nadie lo escucha, ¿verdad?
Se encogió de hombros.
Eso es ridículo. Después de todo lo que sucedió, necesitamos estar unidos, no que haya alguien intentando dividirnos. Los Cazadores de Sombras son nuestros aliados…
Que es el motivo por el cual Sebastian nos puso en la mira.
Lo habría hecho de todas formas. No es amigo de los Subterráneos. Es el hijo de Valentine Morgenstern. Sus ojos ardían. Puede estar intentando hacer que abandonemos temporalmente a los Nefilim para poder ir a por ellos, pero si consigue limpiarlos de la tierra, todo lo que hará será venir por nosotros después.
Bat juntó y separó las manos, luego pareció llegar a una decisión.
Sé que tienes razón dijo, y fue hacia una mesa en un rincón de la habitación. Volvió con una chaqueta para ella, medias y botas. Se las dio. Solo… hazme un favor y no digas nada como eso esta tarde. Las emociones ya van a estar bastante a flor de piel.
Se puso la chaqueta.
¿Esta tarde? ¿Qué hay esta tarde?
Él suspiró.
El funeral dijo. *** Voy a matar a Maureen dijo Isabelle. Tenía abiertas las dos puertas del guardarropa de Alec y estaba tirando ropa al suelo de a puñados.
Simon estaba acostado descalzo en una de las camas ¿la de Jace o la de Alec? habiéndose sacado sus alarmantemente abrochadas botas. Aunque su piel en realidad no se moreteaba, se sentía increíble estar sobre una superficie suave después de haber pasado tantas horas en el duro y sucio suelo del Dumort.
Tendrás que luchar con todos los vampiros de Nueva York a tu paso para hacerlo dijo. Aparentemente la aman.
Sin tener en cuenta el gusto. Isabelle sostuvo en alto un suéter azul oscuro que Simon reconoció como de Alec, mayormente debido a los agujeros en los puños. ¿Así que Raphael te trajo aquí para que pudieras hablar con mi papá?
Simon se apoyó sobre sus codos para mirarla.
¿Crees que estará bien?
Claro, por qué no. Mi padre adora hablar. Sonaba amarga. Simon se inclinó hacia delante, pero cuando ella alzó la cabeza le estaba sonriendo, y pensó que debía haberlo imaginado. Sin embargo, quién sabe qué sucederá, con eso del ataque a la Ciudadela esta noche. Mordió su labio inferior. Podría significar que cancelarán la reunión, o que la moverán a más temprano. Sebastian es obviamente un problema más grande del que habían imaginado. Ni siquiera debería ser capaz de acercarse a la Ciudadela.
Bueno dijo Simon. Es un Cazador de Sombras.
No, no lo es dijo Isabelle fieramente, y le dio un tirón a un suéter verde que estaba en una percha de madera. Además. Es un hombre.
Lo siento dijo Simon. Debe ser estresante, esperar a ver cómo resulta la batalla. ¿A cuánta gente dejaron ir?
Cincuenta o sesenta comentó Isabelle. Yo quería ir, pero… no me dejaron. Tenía ese tono de voz moderado que significaba que se estaban acercando a un tema del que no quería hablar.
Me habría preocupado por ti dijo él.
Vio su boca formar una sonrisa reacia.
Pruébate esto dijo, y le arrojó el suéter verde, levemente menos raído que el resto.
¿Segura de que está bien que tome ropa prestada?
No puedes andar por ahí así. Luces como si te hubieras escapado de una novela romántica. Isabelle puso una mano dramáticamente en su frente. Oh, Señor Montgomery, ¿qué pretende hacer conmigo en esta habitación cuando me tiene completamente sola? ¿Una dama inocente y desprotegida? Ella se sacó la chaqueta y la arrojó al suelo, revelando una camiseta sin mangas de color blanco. Le dio una mirada seductora. ¿Está a salvo mi virtud?
Yo, ah… ¿qué? Dijo Simon, temporalmente privado de vocabulario.
Sé que es un hombre peligroso declaró Isabelle, pavoneándose hacia la cama. Se desprendió los pantalones y los arrojó al suelo. Estaba usando un short negro de hombre debajo. Algunos lo llaman un libertino. Todos saben que es un demonio con las señoritas, con su camisa poéticamente ceñida y sus pantalones irresistibles. Saltó a la cama y gateó sobre él, mirándolo como una
cobra que considera convertir a una mangosta en refrigerio. Rezo para que considere mi inocencia exhaló. Y mi pobre y vulnerable corazón.
Simon decidió que esto se parecía mucho a los juegos de rol en D&D21, pero potencialmente mucho más divertido.
El Señor Montgomery no considera nada excepto sus propios deseos dijo con voz áspera. Te diré algo más. El Señor Montgomery tiene una hacienda muy grande… y tierras muy extensas, también.
Isabelle rió y Simon sintió la cama sacudirse bajo ellos.
Está bien, no esperaba que te metieras tanto en esto.
El Señor Montgomery siempre supera las expectativas dijo Simon, sujetando a Isabelle por la cintura y rodando sobre ella para que quedara debajo, con el cabello negro esparcido por la almohada. Madres, encierren a sus hijas, entonces encierren a sus sirvientas, luego encerraos mismas. El Señor Montgomery está al acecho.
Isabelle enmarcó su rostro entre sus manos.
Mi señor dijo, con los ojos brillando. Me temo que ya no puedo resistir sus múltiples encantos y actitudes viriles. Por favor haga conmigo lo que le plazca.
Simon no estaba seguro de qué haría el Señor Montgomery, pero sí sabía lo que él quería hacer. Se inclinó hacia abajo y presionó un presistente beso contra su boca. Sus labios se abrieron bajo los de él, y de repente, todo era oscuro calor dulce y los labios de Isabelle acariciaron los suyos, primero jugueteando, luego más fuerte. Ella olía como siempre, a rosas y sangre. Él presionó sus labios contra el pulso en su garganta, mordisqueándolo gentilmente, no mordiendo, e Izzy jadeó; sus manos fueron al frente de la camisa de Simon. Éste se preocupó momentáneamente de su falta de botones,pero Isabelle agarró la tela con sus fuertes manos y rompió la camisa a la mitad, dejándola colgando de sus hombros.
Dios, esa cosa se rompe como el papel exclamó ella, estirándose para quitarse la camiseta. Estaba en la mitad de la acción cuando la puerta se abrió y Alec entró en la habitación.
Izzy, ¿estás…? Comenzó. Abrió los ojos como platos, y se hizo hacia atrás lo suficientemente rápido como para pegarse en la cabeza con la pared. ¿Qué está haciendo él aquí?
Isabelle volvió a bajar su camiseta y miró furiosamente a su hermano.
¿Ahora no golpeas?
Es… ¡Es mi habitación! Farfulló Alec. Parecía estar intentando deliberadamente no mirar a Izzy y a Simon, quienes estaban ciertamente en una posición comprometedora. Simon rápidamente salió de encima de Isabelle, quien se sentó, sacudiéndose como si tuviera pelusas. Simon se sentó más lentamente, intentando unir los bordes rasgados de su camisa. ¿Por qué está toda mi ropa en el suelo? Preguntó Alec.
Estaba intentando encontrar algo para que usara Simon explicó Isabelle. Maureen le puso pantalones de cuero y una camisa ceñida porque era su esclavo de novela romántica.
¿Él era su qué?
Su esclavo de novela romántica repitió Isabelle, como si Alec estuviera siendo particularmente lento.
Alec sacudió su cabeza como si estuviera teniendo un mal sueño.
¿Sabes qué? No me expliques. Solo… poneos ropa encima, ambos.
No te vas a ir, ¿verdad? Dijo Isabelle con tono malhumorado, saliendo de la cama. Levantó la chaqueta y se la puso, luego le arrojó a Simon el
suéter verde. Él se lo puso felizmente en lugar de la camisa poética, la que de todas formas tenía lazos.
No. Es mi habitación, y además, necesito hablar contigo, Isabelle. La voz de Alec era brusca. Simon agarró jeans y zapatos del suelo y fue a cambiarse al baño, tomándose su tiempo a propósito. Cuando volvió a salir, Isabelle estaba sentada en la cama arrugada, luciendo cansada y tensa.
¿Así que van a abrir el Portal para traer a todos de regreso? Eso es bueno.
Eso es bueno, pero lo que sentí… Alec puso la mano sobre su antebrazo inconscientemente, cerca de su runa de parabatai eso no es bueno. Jace no está muerto se apresuró a añadir, al ver palidecer a Isabelle. Sabría si lo estuviera. Pero algo sucedió. Algo con el fuego celestial, creo.
¿Sabes si está bien ahora? ¿Y Clary? Demandó Isabelle.
Espera, retrocede interrumpió Simon. ¿Qué es eso sobre Clary? ¿Y Jace?
Fueron a través del Portal dijo Isabelle en tono grave. A la batalla en la Ciudadela.
Simon se dio cuenta de que inconscientemente había llegado al anillo de oro en su mano derecha y lo había tomado con los dedos.
—¿No son demasiado jóvenes?
—No tenían exactamente el permiso. —Alec estaba apoyado contra la pared. Parecía cansado, las sombras bajo sus ojos azules violáceos—. El Cónsul trató de detenerlos, pero no tuvo tiempo.
Simon se volvió hacia Isabelle.
—¿Y no me lo dijiste?
Ella no podía mirarlo a los ojos.
—Sabía que enloquecerías.
Alec miraba de Isabelle a Simon.
—¿No se lo dijiste? —Dijo él—. ¿Acerca de lo que sucedió en el Gard?
Isabelle cruzó los brazos sobre su pecho y pareció desafiante.
—No. Me encontré con él en la calle, y vinimos arriba, y… y no es de tu incumbencia.
—Lo es si lo haces en mi habitación —dijo Alec—. Si vas a utilizar a Simon para olvidar que estás enfadada y molesta, muy bien, pero lo haces en tu propia habitación.
—No lo estaba usando…
Simon pensó en los ojos de Isabelle, brillando cuando la había visto de pie en la calle. Él había pensado que era de felicidad, pero se dio cuenta ahora, de que era más probable que hubieran sido lágrimas no derramadas. La forma en que había estado caminando hacia él, con la cabeza gacha, los hombros encorvados, como si hubiera estado manteniendo la compostura.
—Sin embargo, lo hiciste —dijo él—. O me hubieras dicho lo que pasó. Ni siquiera mencionaste a Clary o a Jace, o que estabas preocupada, ni nada. —Sintió el nudo en su estómago apretarse al darse cuenta de cuán hábilmente Isabelle había desviado sus preguntas y distraído con besos, y se sintió estúpido. Había pensado que estaba feliz de verlo a específicamente a él, pero tal vez podría haber sido cualquiera.
El rostro de Isabelle se había vuelto muy quieto.
—Por favor —dijo—. No es como si hubieras preguntado. —Ella había estado jugueteando con su cabello; ahora había levantado la mano y empezado a retorcerlo, casi salvajemente, en un nudo en la parte posterior de su cabeza—. Si los dos se van a quedar ahí echándome la culpa, tal vez solo deberían irse…
—No te estoy culpando —comenzó Simon, pero Isabelle ya estaba de pie. Ella le arrebató el colgante de rubí, tiró de él no muy gentilmente sobre su cabeza, y lo dejó caer de nuevo alrededor de su propio cuello—. Nunca debería habértelo dado —dijo, con los ojos brillantes.
—Me salvó la vida —dijo Simon.
Eso hizo que se detuviera.
—Simon… —susurró.
Se interrumpió cuando Alec se agarró repentinamente el hombro con un jadeo. Se deslizó al suelo. Isabelle corrió hacia él y se arrodilló a su lado.
—¿Alec? ¡Alec! —Levantó su voz, matizada con pánico.
Alec hizo a un lado su chaqueta, empujó hacia abajo el cuello de su camisa y estiró el suyo para ver la marca en su hombro. Simon reconoció los contornos de la runa parabatai. Alec apretó los dedos sobre la misma; quedaron manchados de algo oscuro que parecía una mancha de ceniza.
—Han vuelto a través del Portal —dijo—. Y hay algo mal con Jace.*** Era como volver a un sueño o a una pesadilla.
Después de la Guerra Mortal, la Plaza del Ángel había estado llena de cuerpos. Cuerpos de Cazadores de Sombras, puestos en ordenadas filas, cada cadáver con los ojos consolidados en la seda blanca de la muerte.
Había cuerpos en la plaza de nuevo, pero esta vez también hubo caos. Las torres de los demonios resplandecían con una luz brillante en la escena que recibió a Simon cuando, después de haber seguido a Isabelle y a Alec por las sinuosas calles de Alicante, finalmente había llegado al Salón de los Acuerdos. La plaza estaba llena de gente. Nefilim en traje de combate yacían en el suelo, algunos retorciéndose de dolor y gritando, algunos alarmantemente quietos.
El propio Salón de los Acuerdos estaba oscuro y bien resguardado. Uno de los edificios de piedra más grandes en la plaza estaba abierto y resplandeciente de luces, las dobles puertas de par en par. Una corriente de Cazadores de Sombras estaba entrando y saliendo.
Isabelle se había levantado de puntillas y escaneaba la multitud con ansiedad. Simon siguió su mirada. Podía distinguir algunas figuras conocidas. Al Cónsul moviéndose ansiosamente entre de su gente, Kadir del Instituto de Nueva York, Los Hermanos Silenciosos en sus túnicas de pergamino dirigiendo a las personas, sin decir palabra alguna, hacia el edificio iluminado.
—El Basilias está abierto —dijo Isabelle ante un Alec de demacrado aspecto—. Puede ser que hayan llevado a Jace allí, si hubiese sido herido…
—Él fue herido —dijo Alec con brevedad.
—¿El Basilias? —Preguntó Simon.
—El hospital —dijo Isabelle, indicando al edificio iluminado. Simon podía sentirla tamborilear con nerviosa y asustada energía—. Yo debería… deberíamos…
—Iré contigo —dijo Simon.
Ella negó con la cabeza.
—Solo se permiten Cazadores de Sombras.
Alec dijo:
—Isabelle. Vamos. —Estaba sosteniendo rígidamente el hombro marcado por su runa parabatai. Simon quería decirle algo, quería decir que su mejor amiga también había ido a la batalla, y también había desaparecido, quería decir que él entendía. Pero tal vez sólo podías entender a un parabatai si eras un Cazador de Sombras. Dudaba que Alec le diera las gracias por decir que él entendía. Rara vez Simon había sentido tan agudamente la brecha entre los Nefilim y los que no eran Nefilim.
Isabelle asintió y siguió a su hermano sin decir nada más. Simon los vio ir al otro lado de la plaza, más allá de la estatua del Ángel, mirando hacia abajo a las secuelas de la batalla con tristes ojos de mármol. Subieron los escalones de la entrada del Basilias y se perdieron incluso de su visión vampírica.
—¿Crees —dijo una voz suave sobre el hombro— que les importaría mucho si me alimento de sus muertos?
Era Raphael. Su pelo rizado era un halo despeinado alrededor de su cabeza, y llevaba solo una camiseta angosta y jeans. Tenía el aspecto de un niño.
—La sangre de los recién fallecidos no es mi cosa favorita —continuó—, pero es mejor que la sangre embotellada, ¿no te parece?
—Tienes una personalidad increíblemente encantadora —dijo el otro vampiro—. Espero que alguien te haya dicho eso.
Raphael resopló.
—Sarcasmo —dijo—. Tedioso.
Simon hizo un ruido exasperado incontrolable.
—Sigue adelante entonces. Aliméntate de los Nefilim muertos. Estoy seguro de que están realmente de humor para eso. Puede ser que te dejen vivir cinco, diez segundos, incluso.
Raphael se rió entre dientes.
—Se ve peor de lo que es —dijo—. No hay tantos muertos. Bastantes heridos. Fueron superados. Ahora, no olvidarán lo que significa luchar contra los Cazadores Oscuros.
—¿Qué sabes acerca de los Cazadores Oscuros, Raphael?
—Susurros y sombras —dijo Raphael—. Pero hago mi negocio para saber cosas.
—Entonces si sabes cosas, dime dónde están Jace y Clary —dijo Simon, sin mucha esperanza. Raphael era rara vez útil a menos que fuera útil para él.
—Jace se encuentra en el Basilias —dijo Raphael, para sorpresa de Simon—. Parece que el fuego celestial en sus venas fue demasiado para él al final. Casi se destruyó a sí mismo, y a uno de los Hermanos Silenciosos junto con él.
—¿Qué? —La ansiedad de Simon afilaba de lo general a lo específico—. ¿Va a vivir? ¿Dónde está Clary?
Raphael lo miró entre las largas pestañas oscuras de sus ojos; su sonrisa era torcida.
—No es cosa de vampiros preocuparse demasiado por la vida de los mortales.
—Lo juro por Dios, Raphael, si no empiezas a ser más útil…
—Muy bien, entonces. Ven conmigo. —Raphael se movió lejos hacia las sombras, manteniéndose al borde interior de la plaza. Simon se apresuró a ponerse a la par con él. Vio a una cabeza rubia y una cabeza morena inclinarse juntas. Aline y Helen estaban tendiendo a uno de los heridos, y pensó por un momento en Alec y Jace.
—Si te estás preguntando qué pasaría si bebes la sangre de Jace ahora, la respuesta es que te mataría —dijo Raphael—. Vampiros y fuego celestial no se mezclan. Sí, incluso tú, Vampiro Diurno.
—No me estaba preguntando eso. —Simon frunció el ceño—. Me preguntaba sobre lo que pasó en la batalla.
—Sebastian atacó la Ciudadela de Adamantio —dijo Raphael, moviéndose alrededor de un apretado nudo de Cazadores de Sombras—. Donde se forjan las armas de los Cazadores de Sombras. El hogar de las Hermanas de Hierro. Engañó a la Clave haciéndoles creer que tenía un ejército
de sólo veinte con él, cuando en realidad tenía más. Él probablemente habría matado a todos y tomado la Ciudadela, si no fuera por tu Jace…
—Él no es mi Jace.
—Y Clary —dijo Raphael, como si Simon no hubiese hablado—. Aunque no sé los detalles. Sólo lo que he oído, y parece haber mucha confusión entre los mismos Nefilim en cuanto a lo que pasó.
—¿Cómo fue que Sebastian logró engañarlos al hacerles creer que tenía un menor número de guerreros de los que tenía?
Raphael se encogió en sus hombros delgados.
—Los Cazadores de Sombras se olvidan a veces de que no toda la magia es la de ellos. La Ciudadela está construida sobre líneas de pastoreo. Hay magia antigua, magia salvaje, que existía antes de Jonathan Cazador de Sombras, y existirá de nuevo…
Se interrumpió, y Simon siguió su mirada. Por un momento Simon vio sólo una capa de luz azul. Luego amainó y vio a Clary tendida en el suelo. Oyó un rugido sonar en sus oídos, como sangre corriendo. Estaba pálida y quieta, con los dedos y la boca teñida de un oscuro púrpura azulado. El cabello le caía en mechones lacios alrededor del rostro, y sus ojos estaban rodeados con sombras. Llevaba el traje de combate desgarrado y sangriento, y en su mano yacía una espada Morgenstern, su hoja estampada con estrellas.
Magnus estaba inclinado sobre ella, con la mano en su mejilla, la punta de sus dedos de un azul brillante. Jocelyn y Luke estaban arrodillados al otro lado de Clary. Jocelyn miró hacia arriba y vio a Simon. Sus labios formaron su nombre. Él no podía oír nada por encima del rugido en sus oídos. ¿Clary estaba muerta? Ella parecía muerta, o cercana a estarlo.
Él dio un paso adelante, pero Luke ya estaba de pie, tratando de alcanzar a Simon. Atrapó los brazos de éste y tiró de él hacia atrás de donde Clary yacía en el suelo.
La naturaleza vampírica de Simon le daba fuerza sobrenatural, fuerza que apenas había aprendido a cómo usar, pero Luke era igual de fuerte. Sus dedos se clavaron en la parte superior de los brazos de Simon.
—¿Qué pasó?—Dijo Simon, alzando la voz—. ¿Raphael…? —Se dio la vuelta para buscar al vampiro, pero Raphael se había ido; se había mezclado en las sombras—. Por favor —dijo Simon a Luke, mirando de su rostro familiar al de Clary—. Déjame...
—Simon, no —ladró Magnus. Él estaba trazando sus dedos sobre el rostro de Clary, dejando chispas azules a su paso. Ella no se movió ni reaccionó—. Esto es delicado… su energía está extremadamente baja.
—¿No debería estar en el Basilias? —Exigió Simon, mirando por encima al edificio del hospital. La luz todavía estaba rodeándolo, y para su sorpresa vio a Alec de pie en la entrada. Estaba mirando a Magnus. Antes de que Simon pudiera moverse o señalar hacia él, Alec se volvió bruscamente y se metió de nuevo hacia el interior del edificio.
—Magnus… —empezó Simon.
—Simon, cállate —dijo Magnus con los dientes apretados. Simon se retorció del agarre de Luke solo para tropezarse y dar a parar contra el lado de un muro de piedra.
—Pero Clary… —comenzó.
Luke parecía demacrado, pero su expresión era firme.
—Clary se agotó a sí misma haciendo una runa de curación. Pero no está herida, su cuerpo está entero, y Magnus puede ayudarla mejor que los Hermanos Silenciosos. Lo mejor que puedes hacer es mantenerte fuera del camino.
—Jace —dijo Simon—. Alec sintió que algo le pasó a través de la runa parabatai. Algo relacionado con el fuego celestial. Y Raphael estaba balbuceando sobre líneas de pastoreo…
—Mira, la batalla fue más sangrienta de lo que los Nefilim esperaban. Sebastian hirió a Jace, pero el fuego celestial rebotó hacia él, de alguna manera. Casi destruyó a Jace también. Clary salvó su vida, pero todavía hay trabajo que hacer para los Hermanos, quienes lo están curando. —Luke miró a Simon con cansado ojos azules—. ¿Y por qué estabas con Isabelle y Alec? Pensé que ibas a quedarte en Nueva York. ¿Has venido por Jordan?
El nombre cortó a Simon.
—¿Jordan? ¿Qué tiene que ver él con alguna cosa?
Por primera vez, Luke parecía verdaderamente sorprendido.
—¿No lo sabes?
—¿Saber qué?
Luke vaciló un largo momento. Entonces dijo:
—Tengo algo para ti. Magnus lo trajo de Nueva York. —Metió la mano en su bolsillo y sacó un medallón en una cadena. El medallón era de oro, estampado con la pata de un lobo y la inscripción en latín Beati Bellicosi.
Bienaventurados los guerreros.
Simon lo supo al instante. Era el colgante del Praetor Lupus de Jordan. Estaba desprendido y tenido con sangre. Rojo oscuro como el óxido, se aferraba a la cadena y a la cara del medallón. Pero si alguien sabía lo que era el óxido y lo que era la sangre, era un vampiro.
—No lo entiendo —dijo Simon. El rugido estaba de vuelta en sus oídos—. ¿Por qué tienes esto? ¿Por qué me lo das a mí?
—Debido a que Jordan quería que lo tuvieras —dijo Luke.
—¿Quería? —Simon levantó la voz—. ¿No quieres decir “quiere”?
Luke respiró hondo.
—Lo siento, Simon. Jordan está muerto.
StephRG14
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Cazadores de sombras - Página 3 Empty RE: CIUDAD DEL FUEGO CELESTIAL

Mensaje por StephRG14 Mar 12 Mayo 2015, 10:22 am

Capitulo 9
Las armas que portas


Clary se despertó con la desvaneciente imagen de una runa contra sus párpados cerrados, una runa formada por dos alas unidas por una sola barra. Todo su cuerpo estaba herido, y por un momento se quedó quieta, temerosa del dolor que aquel movimiento pudiera traer. Los recuerdos regresaron lentamente la lava helada deslizándose en frente de la Ciudadela, Amatis riendo e intentando herirla, Jace cortando su camino a través del campo de Cazadores Oscuros; Jace en el suelo sangrando fuego, el Hermano Zachariah dando tumbos por las llamas.
Sus ojos se abrieron. Casi había esperado despertar en algún lugar completamente extraño, pero en su lugar estaba acostada en la pequeña cama de madera en la habitación de invitados de Amatis. La pálida luz del sol se vertía por las cortinas de encaje, haciendo patrones en el techo.
Comenzó a luchar por sentarse. Cerca de ella alguien había estado cantando en voz baja, su madre. Jocelyn se interrumpió inmediatamente y saltó a inclinarse sobre ella. Parecía como si hubiera estado despierta toda la noche. Llevaba una camisa vieja y jeans, su pelo recogido en un moño con un lápiz atravesándolo. Una sensación de familiaridad y alivio atravesó a Clary, seguida rápidamente de pánico.
—Mamá —dijo cuando Jocelyn se inclinó sobre ella, presionando el dorso de la mano en la frente de Clary como si comprobara la fiebre—. Jace…
—Jace está bien —respondió Jocelyn, tomando su mano. Ante la mirada suspicaz de su hija, negó con la cabeza—. De verdad lo está. Se encuentra en el Basilias ahora, junto con el Hermano Zachariah. Recuperándose.
Ella miró a su madre, con dureza.
—Clary, sé que te he dado motivos para no confiar en mí en el pasado, pero por favor, créeme. Jace está perfectamente bien. Sé que nunca me perdonarías si no te dijera la verdad sobre él.
—¿Cuándo puedo verlo?
—Mañana. —Jocelyn se echó hacia atrás en la silla junto a la cama, revelando a Luke, que estaba apoyado en la pared del dormitorio. Le sonrió a Claryuna triste, amorosa y protectora sonrisa.
—¡Luke! —Dijo, aliviada al verlo—. Dile a mamá que estoy bien. Que puedo ir al Basilias…
Luke negó con la cabeza.
—Lo siento, Clary. No puede haber visitantes para Jace ahora mismo. Además, hoy tienes que descansar. Escuchamos lo que hiciste con esa iratze en la Ciudadela.
—O al menos, lo que vieron las personas que hiciste. No estoy segura de que alguna vez llegue a entenderlo con exactitud. Las líneas en las comisuras de la boca de Jocelyn se profundizaron—. Casi te mueres al curar a Jace, Clary. Tienes que tener más cuidado. No tienes infinitas reservas de energía…
—Se estaba muriendo —interrumpió Clary—. Sangraba fuego. Tenía que salvarlo.
—¡Tú no deberías haber tenido que hacerlo! —Jocelyn le quitó un rizo de cabello rojo de los ojos—. ¿Qué estabas haciendo en esa batalla?
—No habían enviado a suficiente gente —dijo Clary, en un tono apagado—. Y todo el mundo estaba hablando de cómo, cuando llegaran allí,
iban a rescatar a los Cazadores Oscuros, que iban a traerlos de vuelta, encontrar una cura, pero yo estuve en el Burren. Tú también, mamá. Sabes que no hay forma de rescatar a los Nefilim que Sebastian convirtió con la Copa Infernal.
—¿Viste a mi hermana? Dijo Luke con voz suave.
Clary tragó saliva y asintió.
—Lo siento. Ella…Ella es la lugarteniente de Sebastian. Ya no es como antes, ni siquiera un poco.
—¿Te hizo daño? —Exigió Luke. Su voz todavía era tranquila, pero un músculo saltó en su mejilla.
Clary negó con la cabeza; no se atrevía a hablar, a mentir, pero tampoco podía decirle la verdad a Luke.
—Está todo bien —dijo él, malinterpretando su angustia—. La Amatis que sirve a Sebastian no es más hermana mía que el Jace que sirvió a Sebastian era el chico que tú amabas. No es más mi hermana de lo que Sebastian sería el hijo que tu madre debería haber tenido.
Jocelyn extendió la mano, tomó la de Luke y besó la palma ligeramente. Clary apartó los ojos. Su madre se volvió hacia ella un momento después.
—Dios, la Clave… si tan solo hubieran escuchado. —Dejó escapar un suspiro de frustración—. Clary, entendemos por qué hiciste eso anoche, pero nosotros creíamos que estabas a salvo. Entonces Helen apareció en nuestra puerta y nos dijo que te habían herido en la batalla de la Ciudadela. Casi tuve un ataque al corazón cuando te encontramos en la plaza. Tus labios y tus dedos eran azules. Como si te hubieras ahogado. De no haber sido por Magnus…
—¿Magnus me sanó? ¿Qué está haciendo aquí, en Alicante?
—Esto no se trata de Magnus —dijo Jocelyn con aspereza—. Esto se trata de ti. Jia ha estado fuera de sí, pensando que te dejó de ir a través del Portal y
que podrías haber muerto. Fue una llamada a los Cazadores de Sombras con experiencia, no a los niños…
—Era Sebastian —dijo Clary—. Ellos no lo entendían.
—Sebastian no es tu responsabilidad. Hablando de eso… —Jocelyn buscó bajo la cama; cuando se enderezó, sostenía Eósforo—. ¿Esto es tuyo? Estaba en tu cinturón de armas cuando te trajeron a casa.
—¡Sí! —Clary dio una palmada—. Pensé que la había perdido.
—Es una espada Morgenstern, Clary —dijo su madre, sosteniéndola como si fuera un pedazo de lechuga mohosa—. Una que vendí hace años. ¿De dónde la has sacado?
—De la tienda de armas donde la vendiste. La que ahora es propietaria de la tienda dijo que nadie más la compraría. —Clary agarró a Eósforo de la mano de su madre—. Mira, yo soy una Morgenstern. No podemos pretender que no tengo nada de la sangre de Valentine en mí. Necesito encontrar una manera de ser en parte Morgenstern y de encontrarme bien con eso, sin pretender que soy otra persona… alguien con un nombre inventado que no significa nada.
Jocelyn retrocedió ligeramente.
—¿Te refieres a “Fray”?
—No es exactamente un nombre de Cazador de Sombras, ¿verdad?
—No —dijo su madre—, no exactamente, pero eso no significa que no tenga un significado.
—Pensé que lo escogiste al azar.
Jocelyn negó con la cabeza.
—¿Conoces la ceremonia que debe hacerse a los Nefilim cuando nacen? ¿La que otorga la protección que Jace perdió cuando regresó de entre los
muertos, la que permitió a Lilith llegar a él? Por lo general, la ceremonia se lleva a cabo por una Hermana de Hierro y un Hermano Silencioso, pero en tu caso, ya que estábamos escondiéndonos, no podía hacer eso oficialmente. Fue hecho por el Hermano Zachariah, y una bruja que ocupó el lugar de la Hermana de Hierro. Te nombré por ella.
—¿Fray? ¿Su apellido era “Fray”?
—El nombre fue un impulso —dijo Jocelyn, no del todo respondiendo a la pregunta—. Ella… me agradó. Había conocido la pérdida, el dolor y la pena, pero era fuerte, justo como quería que fueras tú. Eso es todo lo que siempre quise. Que seas fuerte y estuvieras a salvo, que no tuvieras que sufrir lo que yo he sufrí. El terror, el dolor y el peligro.
—El Hermano Zachariah… —Clary se sentó de golpe repentinamente—. Él estaba allí anoche. Trató de sanar a Jace, pero el fuego celestial lo quemó. ¿Está bien? No está muerto, ¿verdad?
—No lo sé. —Jocelyn parecía un poco desconcertada ante la vehemencia de Clary—. Sé que fue llevado al Basilias. Los Hermanos Silenciosos han sido muy reservados sobre las condiciones de todos; y ciertamente no hablarían de uno de los suyos.
—Él dijo que los Hermanos le debían a los Herondale a causa de viejos lazos —dijo Clary—. Si muere, será…
—Culpa de nadie —dijo Jocelyn. —Recuerdo cuando te puso el hechizo de protección. Le dije que no quería que alguna vez tuvieras algo que ver con los Cazadores de Sombras. Dijo que podría no ser mi elección. Dijo que la llamada de los Cazadores de Sombras es como aguas revueltas… y tenía razón. Pensé que éramos libres, pero aquí estamos, de vuelta en Alicante, de nuevo en una guerra, y aquí está sentada mi hija con sangre en el rostro y una espada de los Morgenstern en sus manos.
Había un matiz en su voz, de tristeza y tensión, que hizo que los nervios de Clary se pusieran en alerta.
—Mamá —dijo—. ¿Pasó algo más? ¿Hay algo que no me estás diciendo?
Jocelyn intercambió una mirada con Luke. Él habló primero:
Sabes que ayer por la mañana, antes de la batalla en la Ciudadela, Sebastian trató de atacar el Instituto de Londres.
—Pero no hubo heridos. Robert dijo…
—Así que Sebastian volvió su atención a otra parte —continuó Luke con firmeza—. Se fue de Londres con sus fuerzas y atacó el Praetor Lupus en Long Island. Casi todos los del Praetor, incluido su líder, fueron sacrificados. Jordan Kyle… —su voz se quebró—. Jordan fue asesinado.
Clary no fue consciente de que se había movido, pero de repente ya no estaba bajo las sábanas. Había balanceado sus piernas a un lado de la cama y estaba alcanzando la vaina de Eósforo en la mesita de noche.
—Clary —dijo su madre, estirando una mano para colocar sus largos dedos en la muñeca de Clary, forzándola a parar—. Clary, se acabó. No hay nada que puedas hacer.
Clary pudo saborear las lágrimas, calientes y saladas, quemándole la parte posterior de la garganta, y bajo la lágrimas el más crudo y oscuro sabor del pánico.
—¿Qué hay de Maia? —Demandó—. Si Jordan está herido, ¿está Maia bien? ¿Y Simon? ¡Jordan era su guardián! ¿Está Simon bien?
—Estoy bien. No te preocupes, estoy bien —dijo la voz de Simon. La puerta del dormitorio se abrió, y para asombro de Clary, él entró luciendo sorprendentemente tímido. Ella dejó caer la vaina de Eósforo sobre la colcha y se lanzó a sus pies mientras se disparaba hacia Simon, con tanta fuerza que se golpeó la cabeza en su clavícula. No se dio cuenta de si le dolió o no. Estaba demasiado ocupada aferrándose a Simon como si ambos hubieran caído de un helicóptero y estuvieran descendiendo a toda velocidad. Ella estaba agarrando
puñados de su arrugado suéter verde, ocultando la cara torpemente en su hombro mientras luchaba por no llorar.
Él la abrazó, dándole golpecitos torpes en la espalda y el hombro. Cuando ella finalmente lo soltó y dio un paso atrás, vio que el suéter y los jeans que llevaba eran de una talla demasiado grande para él. Una cadena de metal colgaba de su cuello.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Demandó—. ¿Qué ropas llevas puesta?
—Es una larga historia, y son de Alec, en su mayoría —dijo Simon. Sus palabras eran casuales, pero parecía afectado y tenso—. Deberías haber visto lo que tenía puesto antes. Bonito pijama, por cierto.
Clary se miró a sí misma. Llevaba un pijama de franela de dos piezas, demasiado corto en la pierna y demasiado apretado en el pecho, con camiones de bomberos en él.
Luke levantó una ceja.
—Creo que esos eran míos, cuando yo era un niño.
—No puedes decirme que realmente no había otra cosa que podrías haberme puesto.
—Si insistes en tratar de ser asesinada, yo insisto en ser la que elige lo que usarás mientras te recuperas —dijo Jocelyn, con una pequeña sonrisa.
—El pijama de la venganza —murmuró Clary. Recogió jeans y una camiseta del suelo, entonces miró a Simon—. Voy a cambiarme. Y para cuando vuelva, será mejor que estés dispuesto a decirme cómo es que estás aquí, además de “es una larga historia.”
Simon murmuró algo que sonó como mandona, pero ya estaba fuera de la puerta. Se duchó en un tiempo récord, disfrutando de la sensación del agua limpiando la suciedad de la batalla. Todavía estaba preocupada por Jace, a pesar de las garantías de su madre, pero haber visto a Simon le había levantado
el ánimo. Tal vez no tenía sentido, pero ella era más feliz cuando él estaba donde pudiera mantener un ojo sobre él, en lugar de en Nueva York. Sobre todo después de lo de Jordan.
Cuando volvió al dormitorio, con el cabello húmedo recogido en una cola de caballo, Simon estaba apoyado sobre la mesita de noche, enfrascado en una conversación con su madre y Luke, contando lo que le había sucedido en Nueva York, cómo Maureen lo había secuestrado y Raphael lo había rescatado y traído a Alicante.
—Entonces, espero que Raphael tenga la intención de asistir a la cena ofrecida por los representantes de la Corte Seelie esta noche —estaba diciendo Luke—. Anselm Nightshade habría sido invitado, pero si Raphael se presentará en lugar de él ante el Concejo, entonces debe estar allí. Sobre todo después de lo que ha pasado con el Praetor, la importancia de la solidaridad del Submundo con los Cazadores de Sombras es más prioritaria que nunca.
—¿Han oído hablar de Maia? Preguntó Simon—. No me gusta la idea de que ella esté sola, ahora que Jordan está muerto. —Se estremeció un poco mientras hablaba, como si las palabras “Jodan está muerto” le dolieran al decirlas.
—No está sola. Tiene a la manada cuidando de ella. Bat ha estado en contacto conmigo… ella está físicamente bien. Emocionalmente, no lo sé. A ella es a quien Sebastian le dio su mensaje, después de matar a Jordan. No puede haber sido fácil.
—La manada se encontrará teniendo que lidiar con Maureen —dijo Simon—. Está emocionada porque los Cazadores de Sombras se han ido. Va a hacer de Nueva York su sangriento parque infantil, si se sale con la suya.
—Si está matando a los mundanos, la Clave tendrá que enviar a alguien para hacerla frente —dijo Jocelyn—. Incluso si eso significa salir de Idris. Si ella está rompiendo los Acuerdos…
—¿No debería Jia oír sobre todo esto? —Dijo Clary—. Podríamos ir a hablar con ella. No es como el último Cónsul. Ella te escuchará, Simon.
Él asintió.
—Le prometí a Raphael que hablaría con el Inquisidor y el Cónsul por él… —se interrumpió de repente, y se estremeció.
Clary lo miró con intensidad. Estaba sentado en un pequeño rayo de luz diurna, con su piel marfil pálida. Las venas bajo la piel eran visibles, tan rígidas y negras como marcas de tinta. Sus pómulos estaban hundidos, las sombras debajo de ellos eran intensamente oscuras.
—Simon, ¿cuánto tiempo ha pasado desde que te alimentaste?
Simon retrocedió; ella sabía que odiaba que le recordara su necesidad de sangre.
—Tres días —dijo en voz baja.
—Comida —dijo Clary, mirando de su madre a Luke—. Tenemos que conseguirle comida.
—Estoy bien —dijo Simon, poco convincente—. Realmente lo estoy.
—El lugar más razonable para conseguir sangre sería la casa del vampiro representante —dijo Luke—. Tienen que proporcionarla para su utilización a los miembros del Concejo de los Hijos de la Noche. Iría yo, pero difícilmente van a dársela a un hombre lobo. Podríamos enviar un mensaje…
—Sin mensajes. Es demasiado lento. Vamos a ir ahora. —Clary se lanzó a su armario abierto y agarró una chaqueta—. Simon, ¿puedes llegar allí?
—No es tan lejos —dijo Simon, con voz tenue—. Unas puertas más abajo de la del Inquisidor.
—Raphael estará durmiendo —dijo Luke—. Es mediodía.
—Entonces lo despertaremos. —Clary se puso la chaqueta y cerró la cremallera—. Es su trabajo representar a los vampiros; tendrá que ayudar a Simon.
Simon soltó un bufido.
—Raphael no cree que él tenga que hacer algo.
—No me importa. —Clary se hizo con Eósforo y la deslizó en la vaina.
—Clary, no estoy segura de que estéss lo suficientemente bien como para salir de esta manera… —comenzó Jocelyn.
—Estoy bien. Nunca me sentí mejor.
Jocelyn negó con la cabeza, y la luz del sol capturó los reflejos rojos en su cabello.
—En otras palabras, no hay nada que pueda hacer para detenerte.
—Nop —dijo Clary, empujando a Eósforo en su cinturón—. Nada en absoluto.
—La cena de los miembros del Concejo es esta noche —dijo Luke, recostándose contra la pared—. Clary, vamos a tener que salir antes de que vuelvas. Estamos poniendo a un guardia en la casa para asegurarnos de que regreses a casa antes de que anochezca...
—Tienes que estar bromeando.
—No, en absoluto. Te queremos adentro, y con la casa cerrada. Si no llegas a casa antes del anochecer, el Gard será notificado.
—Es una estación policial —se quejó Clary—. Andando, Simon. Vayámonos. *** Maia se sentó en la playa de Rockaway, mirando hacia el agua y se estremeció.
Rockaway se llenaba en verano, pero se encontraba vacía y azotada por el viento ahora, en diciembre. El agua del Atlántico se extendía en un pesado gris, del color del hierro, bajo un cielo de color similar.
Los cuerpos de los hombres lobo que Sebastian había matado, el de Jordan entre ellos, habían sido quemados en las ruinas del Praetor Lupus. Uno de los lobos de la manada se acercó a la línea de la marea y echó el contenido de una caja de cenizas al agua.
Maia vio cómo la superficie del mar se volvió negra por los restos de los muertos.
—Lo siento. —Era Bat, sentándose a su lado en la arena. Vieron cuando Rufus se acercó a la costa y abrió otra caja de madera llena de cenizas—. Por lo de Jordan.
Maia se apartó el cabello hacia atrás. Las nubes grises se estaban reuniendo en el horizonte. Se preguntó cuándo comenzaría a llover.
—Yo iba a romper con él —dijo ella.
—¿Qué? —Bat pareció sorprendido.
—Yo iba a romper con él —dijo Maia—. El día que Sebastian lo mató.
—Pensé que todo iba muy bien entre vosotros. Pensé que erais felices.
—¿De verdad? —Maia clavó los dedos en la arena húmeda—. Él no te agradaba.
—Él te hizo daño. Fue hace mucho tiempo y sé que trató de compensarlo, pero... —Bat se encogió de hombros—. Quizá no soy tan flexible.
Maia suspiró.
—Quizá yo tampoco —dijo—. En la ciudad donde crecí, todas esas malcriadas, finas y ricas chicas blancas, me hicieron sentir como una mierda porque no me parecía a ellas. Cuando tenía seis años, mi madre me hizo una fiesta de cumpleaños con el tema de Barbie. Hacen una Barbie negra, ya sabes, pero no hacen ninguna cosa que vaya con ella; como suministros para fiestas, réplicas para tortas y todo eso. Así que tuvimos una fiesta con una muñeca rubia como tema, y llegaron todas estas chicas rubias, y todas se rieron de mí detrás de sus manos. —El aire de la playa era frío en sus pulmones—. Así que cuando conocí a Jordan y él me dijo que era hermosa, bueno, no tomó demasiado. Estaba totalmente enamorada de él en cuestión de cinco minutos.
—Eres hermosa —dijo Bat. Un cangrejo ermitaño hizo su camino a lo largo de la arena, y él lo empujó con los dedos.
—Éramos felices —dijo Maia—. Pero entonces todo pasó, él me convirtió y yo lo odié. Vine a Nueva York y lo odié, y entonces él apareció de nuevo y todo lo que quería de mí era que lo perdonara. Lo ansiaba tanto y estaba tan arrepentido. Y yo lo sabía, que la gente hace cosas locas cuando son mordidos. He oído hablar de personas que han matado a sus familias…
—Es por eso que tenemos al Praetor —dijo Bat—. Bueno, lo teníamos.
—Y pensé, ¿cuánto puede retener alguien la responsabilidad de lo que hizo cuando no pudo controlarse a sí mismo? Pensé que debía perdonarlo, él lo quería tan malditamente demasiado. Había hecho todo para compensarme por ello. Pensé que podríamos volver a la normalidad, volver a la forma en que solíamos ser.
—A veces no se puede volver atrás —dijo Bat. Se tocó la cicatriz en su mejilla pensativamente; Maia nunca le había preguntado cómo la había conseguido—. A veces demasiadas cosas te hacen cambiar.
—No podíamos volver atrás —dijo Maia—. Por lo menos, yo no podía. Él quería que lo perdonara tanto que a veces pienso que sólo me miraba y veía el perdón. La redención. Él no me veía a mí. —Ella negó con la cabeza—. No soy la absolución de una persona. Sólo soy Maia.
—Pero te preocupabas por él —dijo Bat en voz baja.
—Lo suficiente para seguir posponiendo romper con él. Pensé que tal vez me sentiría diferente. Y luego todo comenzó a suceder, Simon fue secuestrado, fuimos tras él, y aún iba a decirle a Jordan. Iba a decirle tan pronto como llegáramos al Praetor, y entonces llegamos y fue —tragó— un matadero.
—Dijeron que cuando te encontraron, lo estabas sosteniendo. Estaba muerto y su sangre se lavaba con la marea, pero te aferrabas a su cuerpo.
—Todo el mundo debería morir con alguien sosteniéndolo —dijo Maia, tomando un puñado de arena—. Yo solo… me siento tan culpable. Él murió pensando que todavía estaba enamorada de él, que íbamos a estar juntos y que todo estaba bien. Murió conmigo mintiéndole. —Dejó que la arena se filtrara a través de sus dedos—. Debí haberle dicho la verdad.
—Deja de castigarte. —Bat se puso de pie. Era alto y musculoso en su anorak a medio abrochar, el viento apenas moviendo su cabello corto. Los nubarrones grises los cubrieron. Maia pudo ver al resto de la manada, reuniéndose alrededor de Rufus, que estaba gesticulando mientras hablaba—. Si él no estuviera muerto, entonces sí, deberías haberle dicho la verdad. Pero murió pensando que era amado y perdonado. No hay mejor regalo que podrías darle a alguien que ese. Lo que te hizo fue terrible, y él lo sabía. Pero pocas personas son todas buenas o todas malas. Piensa en ello como un regalo que le diste a lo bueno en él. A dondequiera que Jordan vaya, y sí creo que todos vamos a algún lugar, piensa en eso como la luz que lo llevará a casa.*** Si dejas el Basilias, entiende que es contra el consejo de los Hermanos que lo estás haciendo. —Correcto —dijo Jace, poniéndose su segundo guante y flexionando los dedos—. Lo has dejado muy claro.
El Hermano Enoc se cernía sobre él, frunciendo el ceño, cuando Jace se agachó con lenta precisión para hacer los cordones de sus botas. Estaba sentado
en el borde de una cama de la enfermería, una de la línea de catres con sábanas blancas que estaban a lo largo de la extensa habitación. Muchas de los otros catres estaban ocupados por los guerreros Cazadores de Sombras que se recuperaban de la batalla en la Ciudadela. Los Hermanos Silenciosos se movían entre las camas como enfermeras fantasmales. El aire olía a hierbas y a extraños cataplasmas.
Debes descansar otra noche, por lo menos. Tu cuerpo está agotado, y el fuego celestial aún arde dentro de ti.
Acabando con sus botas, Jace alzó la vista. El techo arqueado de encima estaba pintado con un diseño entrelazado de runas de curación en plata y azul. Él había estado mirando hacia arriba por lo que parecieron semanas, aunque sabía que había sido sólo una noche. Los Hermanos Silenciosos, manteniendo a todos los visitantes lejos, habían rondado sobre él con runas curativas y cataplasmas. También le habían practicado pruebas, tomando muestras de sangre, cabello, incluso de pestañas—tocándolo con una serie de cuchillas apretadas contra su piel: oro, plata, acero, madera de serbal. Él se sentía bien. Tenía un fuerte presentimiento de que retenerlo en el Basilias era más para estudiar el fuego celestial que para curarlo.
—Quiero ver al Hermano Zachariah —dijo.
Él está bien. No necesitas preocuparte por él.
—Quiero verlo —dijo—. Casi lo maté en la Ciudadela...
Ese no eras tú. Era el fuego celestial. Y no le hizo nada más que daño.
Jace parpadeó ante la extraña elección de palabras.
—Cuando lo conocí dijo que él cree tener una deuda con los Herondale. Soy un Herondale. Él querría verme.
¿Y entonces tienes la intención de salir del Basilias?
Jace se puso de pie.
—No hay nada mal conmigo. No necesito estar en la enfermería. Seguramente podrías estar usando tus recursos de manera más fructífera en los que en realidad están heridos. —Cogió su chaqueta de un gancho junto a la cama—. Mira, puedes traerme al Hermano Zachariah o puedo vagar por ahí gritando por él hasta que aparezca.
Eres una gran cantidad de problemas, Jace Herondale.
—Así me han dicho —dijo Jace.
Había ventanas en forma de arco entre las camas; ellas proveían amplios rayos de luz a través del suelo de mármol. El día comenzaba a apagarse: Jace se había despertado temprano en la tarde, con un Hermano Silencioso junto a su cama. Se había erguido, exigiendo saber dónde estaba Clary cuando los recuerdos de la noche anterior vinieron a través de él, recordó el dolor cuando Sebastian lo apuñaló, recordó al fuego arder hasta la hoja, recordó al Hermano Zachariah quemándose. Los brazos de Clary a su alrededor, su cabello cayendo alrededor de los dos, la sensación del dolor que había venido con la oscuridad. Y luego, nada.
Después de que los Hermanos le habían asegurado que Clary estaba bien y a salvo de Amatis, él había preguntado por el Hermano Zachariah, si el fuego le había hecho daño, pero sólo había recibido respuestas irritantemente vagas.
Ahora él seguía al Hermano Enoc fuera de la sala de enfermería y por un pasillo de yeso blanco estrecho. Las puertas se abrieron en el pasillo. Al pasar junto a una, Jace cogió una rápida visión de un cuerpo retorciéndose atado a una cama, y oyó el sonido de gritos y maldiciones. Un Hermano Silencioso se puso de pie al lado de un hombre vestido con restos rojos. La sangre salpicó la pared blanca detrás de ellos.
Amalric Kriegsmesser, dijo el Hermano Enoc sin volver la cabeza. Uno de los Cazadores Oscuros de Sebastian. Como sabes, hemos estado tratando de revertir el hechizo de la Copa Infernal.
Jace tragó. No parecía haber nada que decir. Había visto el ritual de la Copa Infernal ser realizado. En su interior no creía que el hechizo pudiera ser revertido. Creaba un cambio demasiado fundamental. Pero tampoco imaginó alguna vez que un Hermano Silencioso podría ser tan humano como el Hermano Zachariah siempre le había parecido. ¿Por eso estaba tan decidido a verlo? Recordó lo que Clary le había contado sobre algo que mencionó el Hermano Zachariah una vez, cuando ella le había preguntado si alguna vez había amado a alguien lo suficiente como para morir por él:
Dos personas. Hay recuerdos que el tiempo no borra. Pregúntale a tu amigo Magnus Bane, si no me crees. El por siempre no significa olvidable, sólo soportable.
Había algo en esas palabras, algo que hablaba de una tristeza y una especie de memoria que Jace no asociaba con los Hermanos. Ellos habían sido una presencia en su vida desde que tenía diez años: pálidas estatuas silenciosas que curaban, que mantenían secretos, que no amaban, deseaban, crecían o morían, que sólo existían. Pero el Hermano Zachariah era diferente.
Estamos aquí. El Hermano Enoc se había detenido frente a una puerta pintada de blanco sin complicaciones. Levantó una mano ancha y llamó. Se oyó un ruido desde el interior, algo como una silla siendo arrastrada, y luego una voz masculina.
—Entre.
El Hermano Enoc abrió la puerta e hizo pasar a Jace al interior. Las ventanas estaban orientada al oeste, y la habitación era muy brillante, la luz del sol hacía que las pinturas de las paredes parecieran fuego pálido. Había una figura en la ventana: una silueta esbelta, no con la toga de un Hermano. Jace se volvió hacia el Hermano Enoc con sorpresa, pero el Hermano Silencioso ya se había ido, cerrando la puerta tras de sí.
—¿Dónde está el Hermano Zachariah? —Dijo Jace.
—Aquí estoy. —Una voz tranquila y suave, un poco fuera de tono, como un piano que no había sido tocado en años. La figura se había apartado de la
ventana. Jace se encontró mirando a un chico sólo unos pocos años mayor que él. Con cabello oscuro, un rostro afilado y delicado, ojos que parecían jóvenes y viejos al mismo tiempo. Las runas de los Hermanos marcadas en los pómulos altos, y cuando el muchacho se volvió, Jace vio el borde pálido de una runa desvanecida al lado de la garganta.
Un parabatai. Al igual que él. Y Jace sabía demasiado lo que la runa desvanecida significaba, un parabatai cuya otra mitad estaba muerta. Sintió que su simpatía saltó hacia el Hermano Zachariah mientras se imaginaba a sí mismo sin Alec, con sólo la desvanecida runa para recordarle donde una vez había estado unido a alguien que conocía con todas las mejores y peores partes de su alma.
—Jace Herondale —dijo el muchacho—. Una vez más un Herondale es el portador de mi liberación. Debería haberlo esperado.
—Yo no... eso no es... —Jace estaba demasiado aturdido para pensar en algo inteligente para decir—. No es posible. Una vez que eres un Hermano Silencioso, no puedes cambiar de nuevo. Tú... no entiendo.
El muchacho —Zachariah, supuso Jace, ya que no era un Hermano— sonrió. Era una sonrisa desgarradoramente vulnerable, joven y suave.
—No estoy seguro de que entienda del todo tampoco —dijo—. Pero nunca fui un Hermano Silencioso ordinario. Me trajeron a la vida porque había una magia oscura sobre mí. No tenía otra manera de salvarme. —Miró hacia abajo, a sus manos, las manos tersas de un muchacho, suaves en la manera en que sólo las manos de un Cazador de Sombras lo eran. Los Hermanos podían luchar como guerreros, pero rara vez lo hacían—. Dejé todo lo que conocí y lo que amaba. No del todo, quizá, pero había una pared de vidrio entre la vida que había tenido antes y yo. Lo podía ver, pero no lo podía tocar, no podía ser parte de ella. Empecé a olvidar lo que era ser un humano ordinario.
—No somos seres humanos ordinarios.
Zachariah alzó la vista.
—Oh, nos decimos eso —dijo él—. Pero he hecho un estudio de los Cazadores de Sombras, desde el siglo pasado, y déjame decirte que somos más humanos que la mayoría de los seres humanos. Cuando nuestros corazones se rompen, se rompen en fragmentos que no pueden fácilmente encajar de nuevo. Envidio a los mundanos por su capacidad de superación a veces.
—¿Tienes más de un siglo? Te ves bien... resistente para mí.
—Pensaba que iba a ser un Hermano Silencioso para siempre. Nos... ellos no mueren, ya sabes; se desvanecen después de muchos años. Dejan de hablar, de moverse. Eventualmente son enterrados vivos. Pensé que ése sería mi destino. Pero cuando te toqué con la runa de mi mano, cuando te hirieron, absorbí el fuego celestial de tus venas. Quemó la oscuridad en mi sangre. Me convertí de nuevo en la persona que era antes de que tomara mis votos. Incluso antes eso. Me convertí en lo que siempre he querido ser.
La voz de Jace era ronca.
—¿Te dolió?
Zachariah se quedó perplejo.
—¿Perdón?
—Cuando Clary me apuñaló con Gloriosa, fue… agonizante. Sentí como si mis huesos se estuvieran derritiendo hasta ser cenizas dentro de mí. No dejaba de pensar en eso cuando me desperté, me quedé pensando en el dolor, y si te dolió cuando me tocaste.
Zachariah lo miró con sorpresa.
—¿Has pensado en mí? ¿Si yo sentí dolor?
—Por supuesto. —Jace podía ver su reflejo en la ventana detrás de Zachariah. Zachariah era tan alto como él, pero más delgado, y con el cabello oscuro y la piel pálida parecía el negativo de una foto de Jace.
—Herondales. —la voz de Zachariah fue un resoplido, mitad risa, mitad dolor—. Casi se me había olvidado. Ninguna otra familia hace tanto por amor, o se siente tan culpable por ello. No lleves el peso del mundo sobre ti, Jace. Es demasiado pesado incluso para un Herondale.
—No soy un santo —dijo Jace—. Tal vez debería soportarlo.
Zachariah negó con la cabeza.
—Sabes, estoy pensando en esta frase de la Biblia: Mene mene tekel upharsin.
—Has sido pesado en la balanza y hallado falto de peso. Sí, la conozco. La Escritura en la Pared.
—Los egipcios creían que en la puerta de los muertos sus corazones eran pesados en escalas, y si pesaban más que una pluma, su camino era al Infierno. El fuego del Cielo toma nuestra escala, Jace Herondale, como las escalas de los egipcios. Si hay más mal que bien en nosotros, nos destruirá. Yo apenas viví, y así lo hiciste tú. La diferencia entre nosotros es que yo sólo fui tocado por el fuego, mientras que tú lo contuviste en tu corazón. Llevas en ti una gran carga y un gran regalo.
—Pero todo lo que he estado tratando de hacer es deshacerme de él.
—No puedes librarte de esto. —La voz del Hermano Zachariah se había hecho muy grave—. No es una maldición de la cual tienes que librarte, se trata de un arma que se te ha confiado. Eres la espada de los Cielos. Asegúrate de ser digno.
—Suenas como Alec —dijo Jace—. Él siempre está hablando de la responsabilidad y la dignidad.
—Alec. Tu parabatai. ¿El muchacho Lightwood?
—Tú... —Jace indicó el lado de la garganta de Zachariah—. Tú también tuviste un parabatai. Pero tu runa se desvaneció.
Zachariah miró hacia abajo.
—Él murió hace mucho tiempo —dijo—. Yo era... cuando murió, yo... —sacudió la cabeza, frustrado—. Durante años he hablado sólo con mi mente, a través de ti escucho mis pensamientos como palabras —dijo él—. El proceso de formación del lenguaje en la forma ordinaria, de encontrar el habla, no es fácil para mí ahora. —Levantó la cabeza para mirar a Jace—. Valora a tu parabatai —dijo—. Porque es un vínculo valioso. Todo amor es precioso. Es por eso que hacemos lo que hacemos. ¿Por qué luchamos con demonios? ¿Por qué ellos no tienen custodios en este mundo? ¿Qué nos hace mejores? Es porque ellos no construyen, sino destruyen. Ellos no aman, solamente odian. Somos humanos y falibles, somos Cazadores de Sombras. Pero si no tuviéramos la capacidad de amar, no podríamos proteger a los humanos; hay que amarlos para protegerlos. Mi parabatai amaba como pocos jamás podrían amar, con todo y a todos. Veo que también eres así, quema con más intensidad en ti que el fuego del Cielo.
El Hermano Zachariah estaba mirando a Jace, con una feroz intensidad que se sentía como si le fuera a quitar la carne de los huesos.
—Lo siento —dijo Jace en voz baja—. Que hayas perdido a tu parabatai. ¿Hay alguien... alguien con quien puedas ir a casa?
La boca del muchacho se curvó un poco en la esquina.
—Hay solo una. Ella siempre ha sido un hogar para mí. Pero no tan pronto. En primer lugar debo quedarme.
—¿Para luchar?
—Y amar y estar de duelo. Cuando era un Hermano Silencioso, mis amores y pérdidas se silenciaban ligeramente, al igual que música escuchada desde la distancia, en sintonía pero amortiguada. Ahora… ahora que todo ha vuelto a mí otra vez. Estoy inclinado debajo de ello. Debo ser más fuerte antes de verla. —Su sonrisa era melancólica—. ¿Alguna vez sentiste que tu corazón contenía tanto que seguramente debía romperse?
Jace pensó Alec herido en su regazo, en Max quieto y blanco en el suelo del Salón de los Acuerdos; pensó en Valentine, sus brazos alrededor de Jace cuando la sangre de éste empapó la arena debajo de ellos. Y por último pensó en Clary: su aguda valentía lo mantuvo a salvo, su ingenio aún más agudo lo mantenía cuerdo, la firmeza de su amor.
—Las armas, cuando se rompen y son reparadas, pueden ser más fuertes en los lugares reparados —dijo Jace—. Tal vez los corazones son iguales.
El Hermano Zachariah, que ahora era sólo un muchacho como Jace, le sonrió con cierta tristeza.
—Espero que tengas razón.*** —No puedo creer que Jordan esté muerto —dijo Clary—. Yo lo vi. Estaba sentado en el muro del Instituto cuando fuimos por el Portal.
Ella caminaba junto a Simon a lo largo de uno de los canales, en dirección hacia el centro de la ciudad. Las torres de los demonios se levantaban a su alrededor, su brillo se reflejaba en las aguas del canal.
Simon miró de reojo a Clary. No dejaba de pensar en la manera en la que ella había lucido cuando la había visto la noche anterior, azul, exhausta y apenas consciente, con la ropa rasgada y ensangrentada. Ahora lucía como ella misma de nuevo, con color en las mejillas, las manos en los bolsillos y la empuñadura de su espada sobresaliéndole del cinturón.
—Yo tampoco —dijo.
Los ojos de Clary eran distantes y brillantes; Simon se preguntó qué estaba recordando. ¿A Jordan enseñándole a Jace a controlar sus emociones en Central Park? ¿A Jordan en el apartamento de Magnus, hablando con un pentagrama? ¿La primera vez que lo habían visto, agachándose bajo la puerta del garaje para una audición de la banda de Simon? ¿Sentado en el sofá del
apartamento de él y de Simon, jugando Xbox con Jace? ¿A Jordan diciéndole a Simon que había jurado protegerlo?
Simon se sentía vacío por dentro. Había pasado la noche durmiendo a ratos, despertándose de pesadillas en las que Jordan aparecía y se quedaba mirándolo en silencio, con los ojos color avellana pidiéndole a Simon que lo ayudara, que lo salvara, mientras la tinta en sus brazos corría como sangre.
—Pobre Maia —dijo ella—. Desearía que estuviera aquí; me gustaría poder hablar con ella. Ella ha tenido un momento tan duro, y ahora esto...
—Lo sé —dijo Simon, casi ahogándose. Pensar en Jordan era bastante malo. Si pensaba en Maia, también, se caería a pedazos.
Clary respondió a la brusquedad de su tono tomando su mano.
—Simon —dijo—. ¿Estás bien?
Él le dejó tomar su mano, entrelazando sus dedos sin apretar. La vio mirar hacia abajo, al anillo de oro de las Hadas que siempre llevaba.
—No lo creo —dijo él.
—No, por supuesto que no. ¿Cómo podrías estarlo? Él era tu... —¿Amigo? ¿Compañero de cuarto? ¿Guardaespaldas?
—Responsabilidad —dijo Simon.
Ella pareció sorprendida.
—No... Simon, tú eras la suya. Él era tu guardián.
—Vamos, Clary —dijo Simon—. ¿Qué crees que estaba haciendo en la sede del Praetor Lupus? Él nunca iría allá. Si estaba allá, era por mí, porque me estaba buscando. Si no me hubiera ido y hecho que me secuestraran...
—¿Hacer que te secuestraran? —Espetó Clary—. ¿Qué, te ofreciste a que Maureen te secuestrara?
—Maureen no me secuestró —dijo en voz baja.
Lo miró, desconcertada.
—Pensé que te mantuvo en una jaula en el Dumort. Pensé que habías dicho...
—Lo hizo —dijo—. Pero la única razón por la que estaba afuera donde ella podía llegar a mí fue porque fui atacado por uno de los Cazadores Oscuros. No quería decirle a Luke o a tu madre —agregó—. Pensé que se volverían locos.
—Porque si Sebastian envió a un Cazador Oscuro tras de ti, era por mi culpa —dijo Clary con fuerza—. ¿Quería secuestrarte o matarte?
—Realmente no tuve la oportunidad de preguntarle. —Simon se metió las manos en los bolsillos—. Jordan me dijo que corriera, así que corrí... directo hacia el clan de Maureen. Ella tenía el apartamento bajo vigilancia, evidentemente. Supongo que eso es lo que consigo por salir corriendo y dejarlo. Si no lo hubiera hecho, si no hubiera sido secuestrado, él nunca habría salido al Praetor, y nunca habría sido asesinado.
—Basta. —Simon parecía más que sorprendido. Clary sonaba realmente enojada—. Deja de culparte a ti mismo. Jordan no consiguió que lo asignaran a ti al azar. Quería el trabajo para poder estar cerca de Maia. Conocía los riesgos de cuidarte. Los tomó de forma voluntaria. Fue su elección. Él estaba buscando el perdón. Por lo que pasó entre él y Maia. Por lo que hizo. Eso es lo que era el Praetor para él. Lo que lo salvó. Proteger a personas como tú, lo salvó. Se había convertido en un monstruo. Le había hecho daño Maia. La había convertido en un monstruo también. Lo que él hizo no era perdonable. Si no hubiera pertenecido al Praetor, si no hubiera tenido que hacerse cargo de ti, se habría suicidado.
—Clary… —Simon estaba sorprendido por la oscuridad en sus palabras.
Ella se estremeció, como si se estuviera sacudiendo de telas de araña. Habían girado hacia una larga calle por un canal, rodeado de casas antiguas. Le recordó a Simon las imágenes de los barrios ricos de Amsterdam.
—Esa es la casa de los Lightwood, allí. Los altos miembros del Concejo tienen casas en esta calle. El Cónsul, el Inquisidor, los representantes del Submundo. Sólo tenemos que averiguar cuál es la de Raphael...
—Allí —dijo Simon, y señaló una casa en el canal estrecho con una puerta de color negro. Una estrella de plata había sido pintada en la puerta—. Una estrella para los Hijos de la Noche. Debido a que no ven la luz del sol. —Le sonrió, o lo intentó. El hambre estaba quemando sus venas; se sentían como alambres calientes bajo su piel.
Se dio la vuelta y subió los escalones. El llamador de la puerta estaba en forma de una runa, y era pesada. El ruido que hizo al caer retumbó dentro de la casa.
Simon escuchó a Clary subir por las escaleras detrás de él justo cuando la puerta se abrió. Raphael se quedó en el interior, cuidadosamente fuera de la luz que se derramaba a través de la puerta abierta. En las sombras, Simon solo podía ver la forma general de él: su cabello rizado, el destello blanco de sus dientes cuando les dio la bienvenida.
—Vampiro Diurno. Hija de Valentine.
Clary hizo un ruido exasperado.
—¿Jamás llamas a las personas por su nombre?
—Sólo a mis amigos —dijo Raphael.
—¿Tienes amigos? —Dijo Simon.
El vampiro lo miró.
—¿Asumo que estás aquí por sangre?
—Sí —dijo Clary. Simon no dijo nada. Al oír la palabra ''sangre'' había empezado a sentirse un poco débil. Podía sentir la contracción en su estómago. Estaba empezando a morir de hambre.
Raphael le echó una mirada a Simon.
—Te ves hambriento. Tal vez deberías haber tomado mi sugerencia en la plaza la noche anterior.
Las cejas de Clary se elevaron, pero Simon solo frunció el ceño.
—Si quieres que hable con el Inquisidor por ti, vas a tener que darme sangre. De lo contrario me desplomaré a sus pies, o me lo comeré.
—Sospecho que eso terminaría mal con su hija. A pesar de que parecía nada contenta contigo anoche. —Raphael volvió a desaparecer en las sombras de la casa. Clary miró a Simon.
—¿Lo tomo como que viste a Isabelle ayer?
—Tomas bien las cosas.
—¿Y no les fue bien?
Simon se salvó de responder por la reaparición de Raphael. Llevaba una botella de vidrio con un tapón lleno de líquido rojo. Simon lo tomó con avidez.
El olor de la sangre llegó a través del cristal, ondulante y dulce. Simon tiró del tapón y se la tragó, sus colmillos chasqueando, a pesar del hecho de que no los necesitaba. Los vampiros no estaban destinados a beber de botellas. Sus dientes rasparon contra su piel mientras se limpiaba la boca con el dorso de la mano.
Los ojos marrones de Raphael brillaban.
—Sentí mucho oír lo de tu amigo hombre lobo.
Simon se puso rígido. Clary puso una mano en su brazo.
—No lo dices enserio —dijo Simon—. Tú me odiabas por tener un Guardián del Praetor.
Raphael tarareó pensativo.
—Sin el guardián, sin la Marca de Caín. Todas tus protecciones te han sido despojadas. Debe ser extraño, Vampiro Diurno, saber que realmente puedes morir.
Simon lo miró fijamente.
—¿Por qué te esfuerzas tanto? —Dijo, y tomó otro trago de la botella. Tenía un sabor amargo en esta ocasión, un poco ácido—. ¿Quieres hacer que te odie? ¿O sólo es que me odias?
Hubo un largo silencio. Él se dio cuenta de que Raphael estaba descalzo, de pie justo en el borde de la luz solar donde yacía una franja a lo largo del suelo de madera. Otro paso hacia adelante, y la luz quemaría su piel.
Simon tragó, saboreando la sangre en su boca, sintiéndose un poco inestable.
—Tú no me odias —se dio cuenta, mirando la cicatriz blanca en la base de la garganta de Raphael, donde algunas veces descansaba un crucifijo—. Estás celoso.
Sin otra palabra Raphael azotó la puerta entre ellos. *** Clary exhaló.
—Vaya, eso fue bien.
Simon no dijo nada, solo se volteó y caminó lejos, bajando por las escaleras. Hizo una pausa en la parte inferior para terminar la botella de sangre, y entonces, para sorpresa de ella, él la arrojó. Voló hasta la mitad de la calle y golpeó un poste de luz, rompiéndose, dejando una mancha de sangre en el hierro.
—¿Simon? —Clary bajó apresurada las escaleras—. ¿Estás bien?
Él hizo un gesto vago.
—No lo sé. Jordan, Maia, Raphael, es todo… es demasiado. No sé lo que debo hacer.
—¿Quieres decir, acerca de hablar con el Inquisidor por él? —Clary se movió para alcanzar a Simon cuando él empezó a caminar sin rumbo por la calle. El viento había aparecido, alborotando su cabello castaño.
—Acerca de nada. —Él se tambaleó un poco mientras se alejaba de ella. Clary entrecerró sus ojos con recelo. Si ella no lo conociera mejor, habría supuesto que estaba borracho—. Yo no pertenezco a este lugar —dijo. Se había detenido frente a la residencia del Inquisidor. Inclinó la cabeza hacia atrás, mirando hacia las ventanas—. ¿Qué piensas que ellos están haciendo allí?
—¿Cenando? —Adivinó Clary. Las lámparas de luz mágica comenzaban a encenderse, iluminando la calle—. ¿Viviendo sus vidas? Vamos, Simon. Ellos probablemente conocían a las personas que murieron en la batalla de anoche. Si quieres ver a Isabelle, mañana es la reunión del Concejo y…
—Lo sabe —dijo él—. Que sus padres probablemente están rompiendo. Que su padre tuvo una aventura.
—¿Él qué? —Dijo Clary, mirando a Simon—. ¿Cuándo?
—Hace mucho tiempo. —La voz de Simon definitivamente arrastraba las palabras—. Antes de Max. Él iba a irse, pero… se enteró de él, así que se quedó. Maryse se le dijo a Isabelle hace años. No es justo, poner todo eso en una niña. Izzy es fuerte, pero aun así. No debes hacer eso. No a tu hijo. Debes… llevar tus propias cargas.
—Simon. —Ella pensó en su madre, echándolo de su puerta. No debes hacer eso. No a tu hijo—. ¿Hace cuánto tiempo lo sabes? ¿Acerca de Robert y Maryse?
—Meses. —Se acercó a la puerta frontal de la casa—. Siempre quise ayudarla, pero nunca quiso que dijera nada, o hiciera nada… tu madre lo sabe, por cierto. Ella le dijo a Izzy con quién tuvo la aventura Robert. No era alguien de quien ella hubiese escuchado hablar. No sé si eso lo hace peor o mejor.
—¿Qué? Simon, te estás tambaleando. Simon…
Simon se estrelló contra la cerca alrededor de la casa del Inquisidor con un golpeteo ruidoso.
—¡Isabelle! —Llamó él, inclinando la cabeza hacia atrás—. ¡Isabelle!
—Santa… —Clary agarró a Simon por la manga—. Simon —siseó—. Eres un vampiro, en el medio de Idris. Tal vez no deberías estar gritando por atención.
Simon ignoró esto.
—¡Isabelle! —Llamó de nuevo—. ¡Deja caer tu cabello negro!
—Oh Dios mío —murmuró Clary—. ¿Había algo en esa sangre que Raphael te dio, no es así? Voy a matarlo.
—Él ya está muerto —observó Simon.
—Es inmortal. Obviamente todavía puede morir, ya sabes, otra vez. Lo mataré de nuevo. Simon, vamos. Volvamos, podrás acostarte y pondré hielo sobre tu cabeza…
—¡Isabelle! —Gritó.
Una de las ventanas superiores osciló abierta, e Isabelle se asomó. Su cabello negro estaba suelto, cayendo alrededor de su rostro. Ella parecía furiosa, sin embargo.
—¡Simon, cállate! —Siseó.
—¡No lo haré! —Simon anunció con rebeldía—. Porque tú eres mi bella dama y he de ganar tu aprobación.
Isabelle dejó caer la cabeza en sus manos.
—¿Está borracho? —Le gritó a Clary.
—No lo sé. —Clary se debatía entre la lealtad a Simon y una urgente necesidad de sacarlo de allí—. Creo que tal vez él pudo haber conseguido un poco de sangre caducada o algo así.
—¡Te amo, Isabelle Lightwod! —Gritó Simon, sobresaltando a todos. Las luces se encendieron en toda la casa, y en las casas vecinas también. Hubo un ruido proveniente de la calle, y un momento después aparecieron Aline y Helen; ambas parecían agotadas, Helen a medio camino de atar su cabello rubio y rizado hacia atrás—. ¡Te amo, y no me iré hasta que me digas que me amas también!
—Dile que lo amas —gritó Helen—. Está asustando a la calle entera. —Ella saludó a Clary con la mano—. Me alegro de verte.
—Igualmente —dijo Clary—. Lo siento mucho por lo que pasó en Los Ángeles, y si hay algo que pueda hacer para ayudar…
Algo salió revoloteando desde el cielo. Dos cosas: un par de pantalones de cuero, y una camisa blanca de poeta. Aterrizaron a los pies de Simon.
—¡Toma tu ropa y vete! —Gritó Isabelle.
Por encima de ella otra ventana se abrió, Alec se asomó.
—¿Qué está pasando? —Su mirada se posó en Clary y los demás, sus cejas moviéndose juntas en confusión—. ¿Qué es esto? ¿Villancicos mañaneros?
—Yo no canto villancicos —dijo Simon—. Soy judío. Sólo conozco la canción dreidel22.
—¿Él está bien? —Preguntó Aline a Clary, sonando preocupada—. ¿Los vampiros se vuelven locos?*** —No está loco —dijo Helen—. Está ebrio. Debe haber consumido la sangre de alguien que había estado bebiendo alcohol. Eso puede dar a los vampiros una especie de… alto contacto.
—Odio a Raphael —murmuró Clary.
—¡Isabelle! —Gritó Simon—. ¡Para de lanzarme ropa! Solo porque tú seas una Cazadora de Sombras y yo un vampiro no significa que lo nuestro nunca pueda suceder. Nuestro amor está prohibido como el amor de un tiburón y un… un cazador de tiburones. Pero eso es lo que lo hace especial.
—¿Ah, sí? —Espetó ella—. ¿Quién de nosotros es el tiburón, Simon? ¿Quién de nosotros es el tiburón?
La puerta principal se abrió de golpe. Era Robert Lightwood, y no parecía contento. Caminó por la acera frontal de la casa, pateó la puerta abierta y se dirigió a Simon.
—¿Qué está pasando aquí? —Demandó él. Sus ojos fijándose en Clary—. ¿Por qué estás gritando fuera de mi casa?
—No se siente bien —dijo Clary, capturando la muñeca de Simon—. Ya nos vamos.
—No —dijo Simon—. Yo… yo necesito hablar con él. Con el Inquisidor.
Robert buscó dentro de su chaqueta y sacó un crucifijo. Clary miró fijamente mientras sostenía el crucifijo entre él y Simon.
—Me dirijo a los representantes del Concejo de los Hijos de la Noche, o al jefe del Clan de Nueva York —dijo—. No a cualquier vampiro que viene a tocar mi puerta, incluso si es un amigo de mis hijos. Tampoco debes estar en Alicante sin permiso…
Simon se acercó y arrebató la cruz de la mano de Robert.
—Religión equivocada —le dijo.
Helen emitió un silbido entre dientes.
—Y he sido enviado por el representante de los Hijos de la Noche al Concejo. Raphael Santiago me trajo aquí para hablar con usted…
—¡Simon! —Isabelle se apresuró a salir de la casa, corriendo para colocarse entre Simon y su padre—. ¿Qué estás haciendo?
Ella miró a Clary, quien agarró la muñeca de Simon otra vez.
—Realmente tenemos que irnos —murmuró Clary.
La mirada de Robert fue de Simon a Isabelle. Su expresión cambió.
—¿Hay algo entre vosotros dos? ¿De eso se trataban todos los gritos?
Clary miró a Isabelle con sorpresa. Pensó en Simon, consolando a Isabelle cuando Max murió. Cuán cercanos Simon e Izzy se habían vuelto en los últimos meses. Y su padre no tenía idea.
—Es un amigo. Él es amigo de todos nosotros —dijo Isabelle, cruzando los brazos sobre su pecho. Clary no podía decir si ella estaba más molesta con su padre o con Simon—. Y yo responderé por él, si eso significa que puede quedarse en Alicante. —Ella miró a Simon—. Pero él volverá donde Clary ahora. ¿No es así Simon?
—Siento mi cabeza dar vueltas —dijo penosamente Simon—. Muchas vueltas.
Robert bajó su brazo.
—¿Qué?
—Tomó algo de sangre drogada —dijo Clary—. No es su culpa.
Robert dirigió su mirada azul oscuro sobre Simon.
—Hablaré contigo mañana en la reunión del Concejo, si se te ha pasado la borrachera —dijo él—. Si Raphael Santiago tiene algo de lo que quiere que hables conmigo, puedes decirlo en frente de la Clave.
—Yo no… —comenzó Simon.
Pero Clary lo interrumpió con premura.
—Bien. Lo llevaré conmigo a la reunión del Concejo mañana. Simon, tenemos que volver antes del anochecer; lo sabes.
Simon parecía ligeramente aturdido.
—¿Tenemos?
—Mañana, en el Concejo —dijo Robert secamente. Dio media vuelta y se dirigió de nuevo a su casa. Isabelle dudó un momento, estaba en una camiseta oscura suelta, y jeans, con los pies desnudos y pálidos en el estrecho camino de piedra. Estaba temblando.
—¿De dónde sacó la sangre con alcohol? —Preguntó ella, señalando a Simon con un gesto de la mano.
—Raphael —explicó Clary.
Isabelle rodó sus ojos.
—Él estará bien mañana —dijo—. Ponlo a dormir. —Se despidió con la mano de Helen y Aline, quienes se apoyaban en las verjas con descarada curiosidad—. Nos vemos en la reunión —dijo ella.
—Isabelle… —comenzó Simon, empezando a agitar salvajemente sus brazos, pero, antes de que él pudiera hacer más daño, Clary agarró la parte de atrás de su chaqueta y lo arrastró hacia la calle.*** Debido a que Simon se mantuvo recorriendo y andando por varios callejones, e insistió en tratar de entrar en una tienda de dulces cerrada, ya era de noche cuando llegaron a la casa de Amatis. Clary miró alrededor por el guardia que Jocelyn había dicho que sería enviado, pero no había nadie visible. O estaba excepcionalmente bien oculto o, más probablemente, él ya se había puesto en marcha para informar a los padres de Clary sobre su retraso.
Clary subió los escalones de la casa con pesimismo, abrió la puerta y empujó a Simon dentro. Él había parado de protestar y empezado a bostezar en algún lugar alrededor de Cistern Square, y ahora sus parpados estaban cayendo.
—Odio a Raphael —dijo él.
—Estaba pensando lo mismo —dijo ella, dándose la vuelta—. Andando. Vamos a acostarte.
Ella lo arrastró hasta el sofá, donde se desplomó, hundiéndose sobre los cojines. La débil luz de la luna se filtraba por las cortinas de encaje que cubrían las grandes ventanas frontales. Los ojos de Simon eran del color del cuarzo ahumado mientras luchaba por mantenerlos abiertos.
—Deberías dormir —le dijo—. Probablemente mamá y Luke volverán en cualquier momento. —Se volteó para irse.
—Clary —dijo, agarrando su manga—. Ten cuidado.
Ella se soltó a sí misma gentilmente y subió las escaleras, tomando su piedra de luz mágica para iluminar el camino. Las ventanas a lo largo del pasillo de arriba estaban abiertas, y una brisa fresca soplaba por el pasillo, con olor a piedra de la ciudad y al canal de agua, levantando el cabello lejos de su rostro. Clary llegó a su habitación y empujó la puerta abriéndola… y se congeló.
La luz mágica palpitaba en su mano, echando rayos brillantes de luz en toda la habitación. Había alguien sentado en su cama. Alguien alto, con cabello blanco y hermoso, una espada sobre su regazo, y un brazalete de plata que chisporroteó como el fuego en la luz mágica.
Si no puedo llegar al Cielo, levantaré el Infierno.
—Hola, hermana mía —dijo Sebastian.
StephRG14
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Cazadores de sombras - Página 3 Empty RE: CIUDAD DEL FUEGO CELESTIAL

Mensaje por StephRG14 Sáb 16 Mayo 2015, 6:28 pm

Capitulo 10
Estos placeres violentos


La respiración áspera de Clary era fuerte en sus oídos.
Pensó en la primera vez que Luke la había llevado a nadar, en el lago de la granja, y en cómo se había hundido tan profundo en el agua color verde azulado que el mundo exterior había desaparecido y solo quedaba el sonido del latido de su propio corazón, resonante y distorsionado. Y se había preguntado si había dejado el mundo atrás, si siempre estaría perdida, hasta que Luke la había alcanzado y empujado de regreso, mascullando y desorientada, hacia la luz del sol.
Se sintió de esa misma manera ahora, como si hubiera caído en otro mundo, distorsionado, sofocante e irreal. La habitación era la misma, los mismos muebles gastados, las mismas paredes de madera y alfombra colorida, atenuada y desteñida por la luz de la luna, pero ahora Sebastian había surgido en medio como alguna venenosa flor exótica creciendo en un lecho de hierbas conocidas.
En lo que se sintió como en cámara lenta, Clary giró para salir corriendo por la puerta abierta, solo para encontrarla cerrándose de un golpe en su rostro. Una fuerza invisible se agarró de ella, haciéndola girar y estrellarse contra la pared del dormitorio, su cabeza golpeando la madera. Parpadeó para contener las lágrimas de dolor y trató de mover las piernas; no pudo. Estaba fijada contra la pared, paralizada desde la cintura para abajo.
—Mis disculpas por el hechizo atador —dijo Sebastian, con un ligero y burlón tono en su voz. Estaba recostado contra las almohadas, estirando sus brazos hasta tocar el cabecero en un arco felino. Su camiseta se había deslizado hacia arriba, desnudando su plano y pálido estómago, trazado con líneas de las runas. Había algo que claramente estaba destinado a ser seductor en su pose, algo que hizo retorcer las náuseas en sus entrañas—. Me tomó un rato hacerlo, pero ya sabes cómo es. Uno no puede correr riesgos.
—Sebastian. —Para sorpresa de ella su voz era firme. Era muy consciente de cada centímetro de su piel. Se sentía expuesta y vulnerable, como si estuviera parada sin traje de combate o protección en frente de vidrios rotos en pleno vuelo—. ¿Por qué estás aquí?
Su perfilado rostro era pensativo, escrutador. Una serpiente durmiendo en el sol, apenas despertándose, no demasiado peligrosa todavía.
—Porque te he extrañado, hermanita. ¿Me has extrañado?
Pensó en gritar, pero Sebastian tendría un puñal en su garganta antes de que saliera un sonido. Trató de aquietar los latidos de su corazón: había sobrevivido a él antes. Podía hacerlo de nuevo.
—La última vez que te vi, tenías una ballesta en mi espalda —dijo ella—. Así que sería un no.
Él siguió un patrón perezoso en el aire con sus dedos.
—Mentirosa.
—Igual que tú —dijo—. No has venido porque me extrañaras; viniste porque quieres algo. ¿Qué es?
De repente estaba sobre sus pies grácilmente, demasiado rápido para que ella captara el movimiento. Pálido cabello blanco le cayó a los ojos. Recordó pararse a la orilla del Sena con él, viendo la luz capturada en su cabello, tan fino y hermoso como los tallos plumosos de un diente de león. Preguntándose si Valentine había lucido así, cuando era joven.
—Quizá quiero negociar una tregua —dijo él.
—La Clave no va a querer negociar una tregua contigo.
—¿En serio? ¿Después de lo de anoche? —Dio un paso hacia ella. La realización de que no podía correr surgió otra vez dentro de ella; reprimió un chillido—. Estamos en dos lados diferentes. Tenemos ejércitos opuestos. ¿No es eso lo que se hace? ¿Negociar una tregua? ¿Eso o pelear hasta que uno de vosotros pierda la suficiente gente como para darse por vencido? Pero entonces, quizás no esté interesado en una tregua con ellos. Quizás estoy solamente interesado en una tregua contigo.
—¿Por qué? Tú no perdonas. Te conozco. Lo que hice, no lo perdonarás.
Se movió otra vez, un parpadeo nítido, y de repente estaba presionado contra ella, con los dedos alrededor de su muñeca izquierda, maniatándola sobre su cabeza.
—¿Qué parte? ¿Destruir mí casa, la casa de nuestro padre? ¿Traicionarme y mentirme? ¿Romper mi unión con Jace? —Podía ver el parpadeo de rabia detrás de sus ojos, sentir los latidos de su corazón.
No deseaba nada más que patearlo lejos, pero sus piernas simplemente no se movían. Su voz tembló.
—Nada de eso.
Él estaba tan cerca que ella sintió cuando su cuerpo se relajó. Era duro, esbelto y delgado como un galgo, sus bordes puntiagudos pulsaron en ella.
—Pienso que me hiciste un favor. Tal vez ni siquiera querías hacerlo. —Ella podía verse en sus ojos misteriosos, los iris tan oscuros que casi se fundían con las pupilas—. Era demasiado dependiente al legado de nuestro padre y a su protección. A Jace. Tenía que estar por mi cuenta. A veces hay que perder todo para ganarlo otra vez, y la recuperación es más dulce que el dolor de la pérdida. Yo, solo, uní a los Cazadores Oscuros. Solo forjé alianzas. Solo tomé los Institutos de Buenos Aires, de Bangkok, de Los Ángeles…
—Y tú, solo, asesinaste a personas y destruiste familias —dijo—. Había un guardia apostado en frente de esta casa. Estaba destinado a protegerme. ¿Qué hiciste con él?
—Le recordé que debía ser mejor en su trabajo —dijo Sebastian—. Protegiendo a mí hermana. —Levantó la mano que no maniataba su muñeca a la pared, y tocó un rizo de su cabello, frotando las hebras entre sus dedos—. Rojo —dijo, su voz medio somnolienta—, como la puesta del sol, la sangre y fuego. Como el borde frontal de una estrella fugaz, ardiendo cuando toca la atmosfera. Somos Morgensterns —añadió, un oscuro dolor en su voz—. Las brillantes estrellas de la mañana. Los hijos de Lucifer, el más hermoso de todos los ángeles de Dios. Somos mucho más hermosos cuando caemos. —Hizo una pausa—. Mírame, Clary. Mírame.
Lo miró, a regañadientes. Sus ojos negros se enfocaron en ella con un hambre aguda; contrastaban duramente con su cabello blanco como la sal, su pálida piel, el tenue rubor rosa en sus pómulos. La artista en Clary sabía que él era hermoso, en la manera en que las panteras eran hermosas, o las botellas de reluciente veneno, o los esqueletos pulidos de los muertos. Luke le había dicho una vez a Clary que su talento era ver la belleza y el horror en cosas ordinarias. Aunque Sebastian distaba de ser ordinario, en él, podía ver ambos.
—Lucifer, la Estrella de la Mañana, era el ángel más hermoso en el Cielo. La creación de más orgullo de Dios. Y entonces llegó el día cuando Lucifer se negó a someterse ante la humanidad. Ante los seres humanos. Porque él sabía que eran inferiores. Y por eso fue arrojado a la fosa con los ángeles que habían tomado su lado: Belial, Azazel, Asmodeo y Leviathan. Y Lilith. Mi madre.
—Ella no es tu madre.
—Tienes razón. Es más que mi madre. Si fuera mi madre, sería un brujo. En su lugar fui alimentado de su sangre antes de nacer. Soy algo muy diferente a un brujo; algo mejor. Porque ella fue un ángel una vez, Lilith.
—¿Cuál es tu punto? ¿Los demonios son solo ángeles que toman pobres resoluciones de vida?
—Los Demonios Mayores no son tan diferentes de los ángeles —dijo—. No somos tan diferentes, tú y yo. Te lo he dicho antes.
—Lo recuerdo —dijo—. Tienes un corazón oscuro en ti, hija de Valentine.
—¿Acaso no es cierto? —Dijo, y su mano acarició hacia abajo a través de sus rizos, a su hombro y finalmente se deslizó sobre su pecho y descansó justo sobre su corazón. Clary sentía su pulso golpear contra sus venas; quería apartarlo, pero forzó a su brazo derecho a quedarse a su lado. Los dedos de su mano estaban contra el filo de su chaqueta y debajo de ésta estaba Eósforo. Aunque ella no podía matarlo, tal vez podría usar la espada debilitarlo lo suficiente hasta que la ayuda llegara. Tal vez incluso podrían atraparlo—. Nuestra madre me engañó —dijo—. Me negó y odió. Yo era un niño y ella me odiaba. Como lo hizo nuestro padre.
—Valentine te crió…
—Pero todo su amor era para Jace. El problemático, el rebelde, el roto. Hice todo lo que nuestro padre alguna vez me pidió hacer y me odiaba por ello. Y te odiaba, también. —Sus ojos eran brillantes, plata en negro—. Es irónico, ¿verdad, Clarissa? Éramos los hijos e sangre de Valentine, y nos odiaba. A ti porque le quitaste a nuestra madre. Y a mí porque era exactamente lo que creó para ser.
Clary recordó a Jace entonces, sangriento y desgarrado, parado con la espada Morgenstern en su mano a las orillas de lago Lyn, gritando a Valentine: ¿Por qué me tomaste? No necesitabas un hijo. Tenías un hijo.
Y a Valentine, con voz ronca: No era un hijo lo que necesitaba. Era un soldado. Había pensado que Jonathan podría ser ese soldado, pero tenía mucho de la naturaleza demoniaca dentro de él. Era demasiado salvaje, demasiado precipitado, no era lo suficientemente sutil. Temí incluso entonces, cuando él acababa de salir de la infancia, que nunca tendría la paciencia ni la compasión para seguirme, para liderar la Clave siguiendo mis pasos. Así que probé otra vez contigo. Y contigo tuve el problema opuesto. Eras demasiado gentil. Demasiado empático. Entiende esto, hijo mío… te amé por esas cosas.
Escuchó la respiración de Sebastian, áspera en el silencio.
—Lo sabes —dijo—, que lo que estoy diciendo es la verdad.
—Pero no sé por qué es importante.
—¡Porque somos similares! —La voz de Sebastian se elevó; su sobresalto le permitió liberar sus dedos otro milímetro más abajo, hacia la empuñadura de Eósforo—. Tú eres mía —añadió, controlando su voz con obvio esfuerzo—. Siempre fuiste mía. Cuando naciste, fuiste mía, mi hermana, aunque no me conociste. Hay lazos que nada puede romper. Y es por ello que te estoy dando una segunda oportunidad.
—¿Una oportunidad de qué? —Ella movió su mano hacia abajo otra media pulgada.
—Voy a ganar esto —dijo—. Lo sabes. Estabas en el Burren, y en la Ciudadela. Has visto el poder de los Cazadores Oscuros. Sabes lo que puede hacer la Copa Infernal. Si le das la espada a Alicante, vienes conmigo, y juras lealtad, te daré lo que no le he dado a nadie más. Jamás, porque lo he guardado para ti.
Clary permitió que su cabeza cayera nuevamente hacia atrás, contra la pared. Su estómago estaba revuelto, sus dedos tocando solo la empuñadura de la espada en su cinturón. Los ojos de Sebastian se fijaron en ella.
—¿Qué es lo que me darás?
Sonrió entonces, exhalando, como si la pregunta fuera, de alguna manera, un alivio. Pareció brillar por un momento con su propia convicción; mirarlo era como ver a una ciudad quemarse.
—Misericordia —dijo.*** La cena era sorprendentemente elegante. Magnus había cenado unas pocas veces con Hadas en su vida, y la decoración siempre había tendido hacia
lo naturalista—mesas de tronco de árbol, cubiertos hechos de ramas elaboradamente formadas, platos de nueces y bayas. Siempre se había quedado con la sensación, más tarde, de que habría disfrutado más el asunto si hubiera sido una ardilla.
Aquí en Idris, sin embargo, en la casa provista para el Pueblo de las Hadas, la mesa estaba puesta con sábanas blancas. Luke, Jocelyn, Raphael Meliorn, y Magnus estaban comiendo con platos de caoba pulida; los decantadores eran de cristal y los cubiertos —en deferencia a Luke y las Hadas presentes— estaban hechos no de plata o de hierro sino de delicados platones. Los caballeros Hada montaban guardia, silenciosos e inmóviles, en cada una de las salidas de la sala. Lanzas largas y blancas que despedían una tenue iluminación estaban a sus lados, lanzando un suave resplandor por la sala.
La comida tampoco estaba mal. Magnus traspasó un pedazo bastante decente de Coq Au Vin23 y masticó pensativamente. No tenía mucho apetito, era verdad. Estaba nervioso, un estado que detestaba. Allí afuera, más allá de estos muros y esta cena requerida, estaba Alec. No más espacio geográfico que los separara. Por supuesto, no habían estado lejos el uno del otro en Nueva York tampoco, pero el espacio que los había separado no se había contado por kilómetros, sino por las experiencias de vida de Magnus.
Era extraño, pensó. Siempre había pensado en sí mismo como una persona valiente. Se necesitaba coraje para vivir una vida inmortal y no cerrar su corazón y mente a nuevas experiencias o gente nueva. Porque lo que era nuevo casi siempre era temporal. Y lo que era temporal rompía su corazón.
—¿Magnus? —Dijo Luke, agitando un tenedor de madera casi bajo la nariz de Magnus—. ¿Estás prestando atención?
—¿Qué? Claro que sí —dijo Magnus, tomando un sorbo de vino—. Estoy de acuerdo. Cien por ciento.
—De verdad —dijo Jocelyn secamente—. ¿Estás de acuerdo con que los Subterráneos deben abandonar el problema de Sebastian y su ejército oscuro y dejárselo a los Cazadores de Sombras, como una cuestión de Cazadores de Sombras?
—Te dije que él no estaba prestando atención —dijo Raphael, que se había servido un fondue de sangre y parecía estar disfrutando de ello inmensamente.
—Bien, es un asunto de Cazadores de Sombras… —empezó Magnus, y luego suspiró, bajando su copa de vino. El vino era bastante fuerte; estaba empezando a sentirse mareado—. Oh, está bien. No estaba escuchando. Y no, por supuesto no creo eso…
—Perro faldero de Cazador de Sombras —espetó Meliorn. Sus ojos verdes se redujeron. El Pueblo de las Hadas y los brujos siempre habían disfrutado de una relación algo difícil. Tampoco les gustaban demasiado los Cazadores de Sombras, lo que les proporcionaba un enemigo común, pero el Pueblo de las Hadas menospreciaba a los brujos por su voluntad de hacer magia por dinero. Mientras tanto los brujos despreciaban al Pueblo de las Hadas por su incapacidad de mentir, sus costumbres retrógradas, y su afición por cortar la leche y robarle las vacas a los mezquinamente molestos mundanos—. ¿Hay alguna razón por la que deseas preservar la amistad con los Cazadores de Sombras, además del hecho de que uno de ellos es tu amante?
Luke tosió violentamente en su vino. Jocelyn le dio palmadita en la espalda. Raphael simplemente parecía divertido.
—Ponte acorde con el tiempo, Meliorn —dijo Magnus—. Ya nadie dice “amante.”
—Además —añadió Luke—. Han terminado. —Frotó el dorso de la mano sobre sus ojos y suspiró—. Y realmente, ¿deberíamos estar chismoseando en este momento? No veo cómo las relaciones personales puedan tener cabida en esto.
—Todo es acerca de las relaciones personales —dijo Raphael, sumergiendo algo que lucía desagradable en su fondue—. ¿Por qué vosotros, los Cazadores de Sombras, teneis este problema? Porque Jonathan Morgenstern ha jurado venganza contra vosotros. ¿Por qué él ha jurado venganza? Porque odia a su padre y a su madre. Sin deseo de ofender —añadió, asintiendo hacia Jocelyn—. Pero todos sabemos que es verdad.
—No me ofendí —dijo Jocelyn, aunque su tono era frígido—. Si no fuera por mí y por Valentine, Sebastian no existiría, en ningún sentido de la palabra. Asumo toda la responsabilidad por eso.
Luke parecía estruendoso.
—Fue Valentine quien lo convirtió en un monstruo —dijo—. Y sí, Valentine era un Cazador de Sombras. Pero no es como si el Concejo estuviera respaldando y apoyándolo a él o a su hijo. Están activamente en guerra con Sebastian, y quieren nuestra ayuda. Todas las razas, licántropos, vampiros, brujos y, sí, el Pueblo de las Hadas, tienen el potencial de hacer el bien o hacer el mal. Parte del propósito de los Acuerdos es decir que todos los que hacemos el bien, o esperamos hacerlo, estamos unidos en contra de aquellos que hacen el mal. Independientemente de las líneas de sangre.
Magnus apuntó con su tenedor a Luke.
—Ése —dijo—, fue un discurso hermoso. —Hizo una pausa. Definitivamente estaba pronunciando mal sus palabras. ¿Cómo había llegado a emborracharse tan rápido con tan poco vino? Era generalmente mucho más cuidadoso. Frunció el ceño—. ¿Qué clase de vino es este? —Preguntó.
Meliorn se recostó en su silla, cruzando los brazos. Había un brillo en sus ojos cuando contestó.
—¿La cosecha no te complace, brujo?
Jocelyn había bajado su copa lentamente.
—Cuando las Hadas contestan preguntas con preguntas —dijo ella—, nunca es buena señal.
—Jocelyn… —Luke se estiró para poner la mano en su muñeca.
Él la perdió.
Se quedó mirando atontado a su mano por un momento, antes de bajarla lentamente a la mesa.
—¿Qué —dijo, pronunciando lentamente cada palabra con cuidado—, has hecho, Meliorn?
El caballero Hada se rió. El sonido era un borrón musical en los oídos de Magnus. El brujo fue a bajar su copa de vino, pero se dio cuenta de que ya la había dejado caer. El vino se había escurrido en la mesa como la sangre. Miró hacia arriba y sobre Raphael, pero Raphael estaba boca abajo sobre la mesa, quieto e inmóvil. Magnus trató de formar su nombre a través de sus labios entumecidos, pero ningún sonido salió.
De alguna manera se las arregló para ponerse sobre sus pies. La sala oscilaba alrededor de él. Vio a Luke hundirse contra su silla; Jocelyn se levantó de pie, solo para desplomarse en el piso, su estela rodando de su mano. Magnus se tambaleó hacia la puerta, estiró una mano para abrirla…
En el otro lado estaban los Cazadores Oscuros, vestidos en trajes rojos. Sus rostros estaban inexpresivos, sus brazos y cuellos adornados con runas, pero con ninguna que Magnus estuviera familiarizado. Estas runas no eran las runas del Ángel. Hablaban de disonancia, de los reinos demoniacos y oscuros, poderes caídos.
Magnus giró lejos de ellos, y sus piernas se rindieron debajo de él. Cayó de rodillas. Algo blanco se levantó ante él. Era Meliorn, en su armadura de nieve, doblado en una rodilla para mirar a Magnus a la cara.
—Engendro del demonio —dijo—. ¿Realmente creías que alguna vez podríamos llegar a aliarnos con tu clase?
Magnus exhaló un aliento. El mundo se estaba oscureciendo en los bordes, como una fotografía quemándose, encrespándose en las esquinas.
—El Pueblo de las Hadas no miente —dijo.
—Niño —dijo Meliorn, y había casi simpatía en su voz—. ¿No sabes después de todos estos años que el engaño puede ocultarse a plena vista? Oh, pero eres un inocente, después de todo.
Magnus trató de alzar su voz para protestar que él era cualquier cosa pero menos inocente, pero las palabras no vinieron. La oscuridad lo hizo, sin embargo, y lo arrastró hacia abajo y lejos.*** El Corazón de Clary se estremeció en su pecho. Otra vez trató de mover sus pies, de patear, pero sus piernas se mantuvieron congeladas en su lugar.
—¿Crees que no sé a lo que te refieres con misericordia? —Susurró ella—. Usarás la Copa Infernal en mí. Me harás una de tus Cazadores Oscuros, como Amatis…
—No —dijo, una extraña urgencia en su tono—. No te cambiaré si no quieres. Te perdonaré, y a Jace también. Pueden estar juntos.
—Junto contigo —dijo, permitiendo que el borde irónico en ello tocara su voz.
Pero él no pareció notarlo.
—Juntos, conmigo. Si juras lealtad, si lo prometes en el nombre del Ángel, te creeré. Cuando todo lo demás cambie, sólo te preservaré a ti.
Movió su mano hacia abajo una pulgada, y ahora estaba sosteniendo la empuñadura de Eósforo. Todo lo que ella necesitaba era apretar su puño…
—¿Y si no lo hago?
La expresión de él se endureció.
—Si me rechazas ahora, Convertiré a todos los que amas en Cazadores Oscuros, y entonces te Convertiré a ti al último, te verás obligada a verlos cambiar cuando todavía puedas sentir el dolor de ello.
Clary tragó con la garganta seca.
—¿Esa es tu misericordia?
—La misericordia es una condición de tu acuerdo.
—No lo acepto.
Sus pestañas inferiores dispersaron la luz; su sonrisa era una promesa de cosas terribles.
—¿Cuál es la diferencia, Clarissa? Lucharás para mí de cualquier forma. O bien mantienes tu libertad y te quedas conmigo, o la pierdes y te quedas conmigo. ¿Por qué no estar conmigo?
—El ángel —dijo ella—. ¿Cuál era su nombre?
Desconcertado, Sebastian dudó por un momento antes de que contestara.
—¿El ángel?
—Aquel cuyas alas cortaste y enviaste al Instituto —dijo—. El que mataste.
—No entiendo —dijo él—. ¿Cuál es la diferencia?
—No —dijo, lentamente—. Tú no entiendes. Las cosas que has hecho son demasiado terribles para ser perdonadas alguna vez, y ni siquiera sabes que son terribles. Y es por eso que no. Es por eso que nunca. Nunca te perdonaré. Nunca te amaré. Nunca.
Vio que cada palabra lo golpeó como una bofetada. Cuando él tomó aire para responder, blandió la hoja de Eósforo hacia él, hacia su corazón.
Pero él era más rápido, y el hecho de que sus piernas estuvieran fijadas en su lugar, por magia, acortó su alcance. Se movió a toda prisa; ella extendió el brazo, tratando de jalarlo hacia sí, pero él tiró de su brazo fácilmente. Ella escuchó un ruido y se dio cuenta, distantemente, de que había liberado su pulsera de plata. Cayó al suelo. Arremetió hacia él de nuevo con su espada; éste se echó hacia atrás, y Eósforo cortó un trozo limpio de la parte frontal de su camiseta. Vio su labio curvarse con dolor y enojo. La cogió por el brazo y balanceó la mano de ella hacia arriba hasta que se golpeó contra la puerta, enviando una sacudida de entumecimiento hasta su hombro. Sus dedos se aflojaron, y Eósforo se le cayó de las manos.
Bajó la mirada a la espada caída y entonces la levantó hacia ella, respirando con dificultad. Sangre bordeaba la tela, donde había cortado su camisa; no lo suficiente como para que la herida lo detuviera. La decepción se disparó a través de ella, más dolorosa que el dolor de su muñeca. Su cuerpo fijado al suyo contra la puerta; podía sentir la tensión en cada línea de él. Su voz era como un cuchillo.
—Esa espada es Eósforo, el Portador del Alba. ¿Dónde la encontraste?
—En una tienda de armas —jadeó ella. Las sensaciones estaban volviendo a su hombro; el dolor era intenso—. La propietaria del lugar me la regaló. Dijo que nadie jamás… jamás querría una hoja Morgenstern. Nuestra sangre está contaminada.
—Pero es nuestra sangre. —Se precipitó a las palabras—. Y tomaste la espada. La quisiste. —Ella podía sentir el calor quemándolo; parecía brillar a su alrededor, como la llama de una estrella moribunda. Había doblado su cabeza hasta que sus labios tocaron su cuello y hablaba contra su piel, sus palabras emparejaban el ritmo de su pulso. Cerró los ojos con un estremecimiento mientras las manos de él corrían por su cuerpo—. Mentiste cuando me dijiste que nunca me amarás —dijo—. Que somos diferentes. Mientes como yo lo hago…
—Alto —dijo ella—. Aleja tus manos de mí.
—Pero tú eres mía —dijo—. Quiero que lo seas, necesito que lo seas… —Tomó una respiración jadeando; sus pupilas estallaron amplias; algo acerca de ello la aterrorizó más que cualquier cosa que él había hecho. Sebastian en control era aterrador; Sebastian fuera de control era algo demasiado horrible de ver.
—Suéltala —dijo una clara y fuerte voz desde el otro lado de la habitación—. Suéltala y deja de tocarla, o te quemaré hasta las cenizas.
Jace.
Sobre el hombre de Sebastian lo vio, de repente, donde no había estado nadie parado hace un momento. Estaba frente a la ventana, las cortinas soplaban detrás de él con la brisa del canal, y sus ojos estaban tan duros como piedras de ágata. Estaba vestido en traje de combate, con su espada en la mano, aun con la sombra descolorada de los moretones en su mandíbula y cuello, y su expresión mientras miraba a Sebastian era una de absoluta repugnancia.
Clary sintió todo el cuerpo de Sebastian apretarse contra el suyo; un momento después había girado lejos de ella, azotando el pie en su espada, su mano volado a su cinturón. Su sonrisa era despreocupada, pero sus ojos eran recelosos.
—Adelante, inténtalo —dijo—. Tuviste suerte en la Ciudadela. No esperaba que te quemaras de esa forma cuando te corté. Mi error. No lo cometeré dos veces.
Los ojos de Jace se posaron en Clary una vez, una pregunta en ellos; ella asintió indicando que estaba bien.
—Así que lo admites —dijo Jace, circulando un poco más cerca de ellos. El pisar de sus botas fue suave en el suelo de madera—. El fuego celestial te sorprendió. Te hizo perder en tu propio juego. Es por eso que huiste. Perdiste la batalla en la Ciudadela, y no te gusta perder.
La sonrisa afilada de Sebastian se volvió un poco más brillante, un poco crispada.
—No conseguí lo que fui a buscar. Pero aprendí bastante.
—No destruiste los muros de la Ciudadela —dijo Jace—. No entraste a la armería. No Convertiste a las Hermanas.
—No fui a la Ciudadela por armas o armaduras —se burló Sebastian—. Puedo conseguirlas fácilmente. Fui por ti. Por los dos.
Clary miró de reojo hacia Jace. Estaba de pie, inexpresivo e inmóvil, su rostro inmóvil como una piedra.
—No podías saber que estaríamos ahí —dijo ella—. Estás mintiendo.
—No lo estoy. —Prácticamente irradiaba, como una antorcha ardiente—. Puedo verte, hermanita. Puedo ver todo lo que sucede en Alicante. En el día y en la noche, en la oscuridad y en la luz, puedo verte.
—Basta —dijo Jace—. No es cierto.
—¿En serio? —Dijo Sebastian—. ¿Cómo supe que Clary estaría aquí? ¿Sola, esta noche?
Jace continuó, merodeando hacia ellos, como un gato a la caza.
—¿Cómo es que no sabías que yo estaría aquí, también?
Sebastian hizo una cara.
—Es difícil ver a dos personas a la vez. Tantos hierros en el fuego…
—Y si querías a Clary, ¿por qué no solo te la llevaste? —Demandó Jace—. ¿Por qué gastar todo este tiempo hablando? —Su voz goteó desprecio—. Anhelas que ella quiera ir contigo —dijo—. Nadie en tu vida ha hecho nada más que despreciarte. Tu madre. Tu padre. Y ahora tu hermana. Clary no había nacido con odio en su corazón. La hiciste odiarte. Pero no era eso lo que querías. Se te olvida que estábamos atados, tú y yo. Se te olvida que he visto tus sueños. En algún lugar dentro de tu cabeza, hay un mundo en llamas y ahí estás
tú, mirándolo desde una sala de trono, y en esa sala hay dos tronos. ¿Así que, quién ocupa ese segundo trono? ¿Quién se sienta a tu lado en tus sueños?
Sebastian soltó una risa jadeante; había manchas rojas en sus mejillas, con fiebre.
—Estas cometiendo un error —dijo—, hablándome así, chico ángel.
—Incluso en tus sueños estás sin compañía —dijo Jace, y su voz era la voz de la que Clary había caído enamorada por primera vez, la voz del chico que le había contado una historia sobre un niño y un halcón, y las lecciones que había aprendido—. ¿Pero a quién podrías encontrar que te entendiera? No comprendes el amor; nuestro padre te enseñó demasiado bien. Pero entiendes la sangre. Clary es tu sangre. Si pudieras tenerla a tu lado, mirando el mundo arder, sería toda la aprobación que alguna vez necesitaste.
—Nunca he deseado aprobación —dijo Sebastian a través de sus dientes apretados—. La tuya, la de ella, o de nadie.
—¿En serio? —Jace sonrió mientras la voz de Sebastian subió—. Entonces, ¿por qué nos has dado tantas segundas oportunidades? —Había dejado de merodear y se paró frente a ellos, sus pálidos ojos dorados brillaban en la penumbra—. Tú mismo lo dijiste. Me apuñalaste. Fuiste por mi hombro. Podías haber ido por mi corazón. Te estabas reprimiendo. ¿Para qué? ¿Por mí? ¿O porque en alguna parte de tu diminuto cerebro sabes que Clary jamás te perdonaría si acabaras con mi vida?
—Clary, ¿deseas hablar por ti misma sobre este asunto? —Dijo Sebastian, aunque nunca quitó los ojos de la espada en las manos de Jace—. ¿O requieres que él dé las respuestas por ti?
Los ojos de Jace se fijaron en Clary, y los de Sebastian también lo hicieron. Sintió el peso de ambas miradas sobre ella por un momento, negro y oro.
—Nunca querría ir contigo, Sebastian —dijo—. Jace está en lo correcto. Si la elección fuera pasar el resto de mi vida contigo o morir, preferiría morir.
Los ojos de Sebastian se oscurecieron.
—Cambiarás de idea —dijo—. Montarás ese trono junto a mí por tu propia voluntad, cuando el fin llegue a su mismo final. Te he dado la oportunidad de venir voluntariamente ahora. He pagado en sangre y molestia el tenerte conmigo por tu propia elección. Pero te llevaré reticente, de todas formas.
—¡No! —Dijo Clary, justo cuando un golpe fuerte sonó desde la planta baja. La casa estaba repentinamente llena de voces.
—Oh, querido —dijo Jace, su voz llena de sarcasmo—. Pude que haya enviado un mensaje de fuego a la Clave cuando vi el cuerpo del guardia que mataste y empujaste debajo del puente. Una tontería que no dispusieras de él con más cuidado, Sebastian.
La expresión de Sebastian se endureció, tan momentáneamente que Clary pensó que la mayoría de las personas nunca se habrían dado cuenta. Alargó la mano hacia Clary, formando palabras con sus labios—un hechizo para liberarla de cualquier fuerza que la tuvo fijada a la pared. Ella empujó, arremetió contra él, y entonces Jace saltó hacia ellos, dirigiendo su cichillo…
Sebastian giró lejos, pero la espada lo había atrapado: dibujó una línea de sangre en su brazo. Gritó, tambaleándose hacia atrás y se detuvo. Sonrió cuando Jace lo miró fijamente, con el rostro en blanco.
—El fuego celestial —dijo Sebastian—. No sabes cómo controlarlo aún. ¿Funciona a veces y otras veces no, eh, hermanito?
Los ojos de Jace brillaban como el oro.
—Vamos a ver eso —dijo, y se lanzó a por Sebastian, su espada cortando a través de la oscuridad con la luz.
Pero Sebastian era demasiado rápido para preocuparse. Él se adelantó y arrebató la espada de la mano a Jace. Clary luchó, pero la magia de Sebastian la
mantuvo clavada en su lugar; antes de que Jace pudiera moverse, Sebastian osciló la espada de Jace alrededor y la hundió en su propio pecho.
La punta se hundió, partiendo su camisa, luego su piel. Su sangre roja, sangre humana, tan oscura como rubíes. Era evidente que le dolía: sus dientes al descubierto en una sonrisa recta, su respiración desigual, pero la espada seguía moviéndose, su mano firme. La parte de atrás de su camisa se hinchó y se rompió cuando la punta de la espada la atravesó, en una gota de sangre.
El tiempo parecía estirarse como una goma elástica. La empuñadura se estrelló contra el pecho de Sebastian, la hoja sobresaliendo de su espalda, goteando escarlata. Jace se puso de pie, sorprendido y congelado, cuando Sebastian se estiró hacia él con las manos ensangrentadas, y lo atrajo hacia sí. Por sobre el sonido de pies golpeando las escaleras, Sebastian habló:
—Puedo sentir el fuego del Cielo en tus venas, chico ángel, ardiendo debajo de tu piel —dijo—. La fuerza pura de destrucción de la extrema bondad. Todavía puedo oír tus gritos en el aire cuando Clary hundió la hoja en ti. ¿Sabías que te quemabas y quemabas? —Su voz jadeante estaba oscurecida con venenosa intensidad—. Crees que ahora tienes un arma que puedes utilizar contra mí, ¿no? Tal vez con cincuenta o cien años para aprender a dominar el fuego, podrías, pero tiempo es exactamente lo que no tienes. El fuego hace estragos, descontrolado dentro de ti, mucho más propenso a destruirte que destruirme a mí.
Sebastian levantó la mano y tomó la parte posterior del cuello de Jace, acercándolo más, tan cerca que sus frentes casi se tocaban.
—Clary y yo somos iguales —dijo—. Y tú… eres mi espejo. Un día me va a elegir sobre ti, te lo prometo. Y tú estarás allí para verlo. —Con un rápido movimiento besó la mejilla de Jace, rápido y duro; cuando él se echó hacia atrás, había una mancha de sangre allí—. Ave, Maestro Herondale —dijo Sebastian, y torció el anillo de plata en su dedo. Hubo un resplandor, y él desapareció.
Jace se quedó mirando por un momento, sin palabras, al lugar en donde había estado Sebastian, luego comenzó a ir hacia Clary; repentinamente
liberada por la desaparición de Sebastian, sus piernas se habían derrumbado debajo de ella. Cayó al suelo de rodillas y se lanzó hacia adelante inmediatamente, tanteando por la hoja de Eósforo. Su mano se cerró a su alrededor y ella lo atrajo cerca, curvando su cuerpo alrededor de él como si fuera un niño que necesitara protección.
—Clary... Clary… —Jace estaba allí, hundiéndose sobre sus rodillas a su lado, y sus brazos estaban rodeándola; ella se sacudía en ellos, presionando su frente contra su hombro. Se dio cuenta de que su camiseta, y ahora su piel, estaban mojadas con la sangre de su hermano, cuando la puerta se abrió de golpe, y los guardias de la Clave entraron en la habitación.*** —Aquí tienes —dijo Leila Haryana, una de las lobas más recientes de la manada, mientras le entregaba una pila de ropa a Maia.
Maia las agarró con gratitud.
—Gracias... no tienes idea de lo que significa tener ropa limpia que usar —dijo ella, mirando a través de la pila: una camiseta, pantalones vaqueros, una chaqueta de lana. Leila y ella eran aproximadamente del mismo tamaño, e incluso si la ropa no le quedaba, era mejor que volver al apartamento de Jordan. Había pasado un tiempo desde que Maia había vivido en la sede de la manada y todas sus cosas estaban en el apartamento de Jordan y de Simon, pero la idea del apartamento sin ninguno de los chicos allí era lúgubre. Por lo menos aquí estaba rodeada de otros hombres lobo, rodeada por el constante zumbido de las voces, el olor de la comida china y malasia para llevar, el sonido de la gente que cocinaba en la cocina. Y Bat estaba allí... no metiéndose en su espacio, pero siempre allí por si ella quería hablar con alguien o simplemente sentarse en silencio mirando el tráfico pasar en Baxter Street.
Por supuesto, también hubo inconvenientes. Rufus Hastings, enorme, lleno de cicatrices y temible en sus ropas de cuero negras de motociclista, parecía estar en todas partes a la vez, con su áspera voz audible en la cocina mientras murmuraba durante el almuerzo sobre cómo Luke Garroway no era
un líder confiable, que se iba a casar con una ex Cazadora de Sombras, que sus lealtades estaban en cuestión y necesitaban a alguien que pudiera poner a los hombres lobo primero.
—No hay problema. —Leila jugueteó con el clip de oro en su cabello oscuro, luciendo incómoda—. Maia —dijo—. Solo una palabra de los sabios24… puede que desees bajar el tono a todo el asunto de la lealtad hacia Luke.
Maia se quedó helada.
—Pensé que todos éramos leales a Luke —dijo, en un tono cuidadoso—. Y a Bat.
—Si Luke estuviera aquí, tal vez —dijo Leila—. Pero apenas hemos escuchado de él desde que se fue a Idris. El Praetor no es una manada, pero Sebastian lanzó el guante. Él quiere que escojamos entre los Cazadores de Sombras e ir a la guerra con ellos o...
—Siempre va a haber guerra —dijo Maia con una baja voz furiosa—. No soy ciegamente leal a Luke. Sé de los Cazadores de Sombras. He conocido a Sebastian, también. Él nos odia. Tratar de apaciguarlo no va a funcionar...
Leila puso las manos en alto.
—Bien, bien. Como he dicho, sólo consejos. Espero que te queden bien —añadió, y se dirigió por el pasillo.
Maia maniobró dentro de los jeans —apretados, como se había imaginado— y la camisa, y se encogió de hombros en la chaqueta de Leila. Cogió su billetera de la mesa, metió sus pies en las botas, y se dirigió por el pasillo para llamar a la puerta de Bat.
La abrió sin camisa, algo que ella no había estado esperando. Aparte de la cicatriz a lo largo de su mejilla derecha, tenía una cicatriz en su brazoderecho, donde le habían disparado con una bala—no una de plata. La cicatriz parecía un cráter de luna, blanca contra su piel oscura. Él levantó una ceja.
—¿Maia?
—Mira —dijo—. Voy a callar a Rufus. Él ha llenado la cabeza de todo el mundo con mierda, y estoy cansada de eso.
—Whoa. —Bat levantó una mano—. No creo que sea una buena idea...
—Él no va a parar a menos que alguien se lo diga —dijo ella—. Recuerdo correr hacia él en el Praetor, con Jordan. El Praetor Scott dijo que Rufus le había roto la pierna a otro hombre lobo sin razón. Algunas personas ven un vacío de poder y quieren llenarlo. No les importa hacer daño.
Maia giró sobre sus talones y se dirigió escaleras abajo; podía oír a Bat hacer ruidos de maldiciones ahogadas detrás de ella. Un segundo más tarde se unió se le unió en la escalera, tirándose a toda prisa una camiseta encima.
—Maia, realmente no...
—Ahí estás —dijo ella. Había llegado al vestíbulo, donde Rufus estaba recostado contra lo que había sido el escritorio de un sargento. Un grupo de unos diez hombres lobos, incluida Leila, se agrupaban a su alrededor.
—...tenemos que demostrar que somos más fuertes —estaba diciendo—. Y que nuestra lealtad es con nosotros mismos. La fuerza de la manada es el lobo, y la fuerza del lobo es la manada. —Su voz era tan ronca como Maia la recordaba, como si algo se hubiera lesionado en su garganta hace mucho tiempo. Las profundas cicatrices en su rostro eran furiosas contra su piel pálida. Sonrió cuando vio Maia—. Hola —dijo—. Creo que nos hemos visto antes. Siento mucho lo de tu novio.
Lo dudo.
—La fuerza es la lealtad y la unidad, no dividir a la gente con mentiras —atacó Maia.
—¿Nos acabamos de reencontrar y me llamas mentiroso? —Dijo Rufus. Su actitud aún era casual, pero había un atisbo de tensión debajo de ella, como un gato preparándose para saltar.
—Si estás diciéndole a la gente que debe mantenerse al margen de la guerra de los Cazadores de Sombras, entonces eres un mentiroso. Sebastian no va a parar con los Nefilim. Si él los destruye, entonces vendrá por nosotros luego.
—A él no le interesan los Subterráneos.
—¡Él masacró al Praetor Lupus! —Gritó Maia—. Él se interesa por la destrucción. Él nos matará a todos.
—¡No lo hará si no nos unimos a los Cazadores de Sombras!
—Eso es mentira —dijo Maia. Vio a Bat pasar una mano por sus ojos, y luego algo la golpeó con fuerza en el hombro, tirando de ella hacia atrás. Ella estaba con la guardia lo suficientemente baja como para caer, y entonces se apoyó en el borde de la mesa.
—¡Rufus! —Rugió Bat, y Maia se dio cuenta de que Rufus le había pegado en el hombro. Ella apretó la mandíbula cerrada, porque no quería darle la satisfacción de ver el dolor en su rostro.
Rufus se quedó sonriendo, en medio del grupo de hombres lobo repentinamente congelados. Los murmullos corrieron alrededor del grupo cuando Bat se adelantó. Rufus era enorme, incluso más alto que Bat, con los hombros tan gruesos y anchos como un tablón.
—Rufus —dijo Bat—. Yo soy el líder aquí, en la ausencia de Garroway. Eres un invitado entre nosotros, pero no eres de nuestra manada. Es hora de que te vayas.
Rufus entrecerró los ojos hacia Bat.
—¿Me estás echando? ¿Sabiendo que no tengo adónde ir?
—Estoy seguro de que encontrarás algún lugar —dijo Bat, empezando a alejarse.
—Te desafío —dijo Rufus—. Bat Velasquez, yo te desafío por el liderazgo de la manada de Nueva York.
—¡No! —Dijo Maia con horror, pero Bat ya estaba enderezando sus hombros. Sus ojos se encontraron con los de Rufus; la tensión entre los dos hombres lobo era tan palpable como un cable de alta tensión.
—Acepto tu desafío —dijo Bat—. Mañana por la noche, en Prospect Park. Nos encontraremos allí.
Giró sobre sus talones y salió de la estación. Después de un momento de estar congelada, Maia corrió tras él.
El aire frío la golpeó en el momento en que llegó a los escalones de la entrada. El viento helado se arremolinaba por Baxter Street, cortando a través de su chaqueta. Ella bajó corriendo las escaleras, le dolía el hombro. Bat casi había llegado a la esquina de la calle para el momento en el que ella se encontró con él, agarrando su brazo y haciéndolo girar para mirarla.
Era consciente de que otras personas en la calle los estaban mirando, y deseó por un momento tener las runas glamour que usaban los Cazadores de Sombras. Bat la miró. Había una línea enojada entre sus ojos, y su cicatriz se destacó, lívida en su mejilla.
—¿Estás loco? —Preguntó—. ¿Cómo pudiste aceptar el desafío de Rufus? Él es enorme.
—Ya conoces las reglas, Maia —dijo Bat—. Un desafío tiene que ser aceptado.
—¡Sólo si eres desafiado por alguien de tu propia manada! Pudiste haberlo rechazado.
—Y perdido todo el respeto de la manada —dijo Bat—. Ellos nunca estarían dispuestos a seguir mis órdenes otra vez.
—Te va a matar —dijo Maia, y se preguntó si él podía oír lo que decía debajo de las palabras: que ella acababa de ver morir a Jordan, y no creía que pudiera soportarlo de nuevo.
—Puede que no. —Él sacó de su bolsillo algo que resonó y tintineó, y lo puso en su mano. Después de un momento se dio cuenta de lo que era. Las llaves de Jordan—. Su camioneta está aparcada en la esquina —dijo Bat—. Tómala y vete. Mantente alejada de la estación hasta que esto se resuelva. No me fío de Rufus estando a tu alrededor.
—Ven conmigo —suplicó Maia—. Nunca te preocupaste por ser el líder de la manada. Podríamos simplemente desaparecer hasta que Luke regrese y ordene todo esto...
—Maia. —Bat puso la mano en su muñeca, sus dedos se cerraron suavemente alrededor de su palma—. Esperar a que Luke venga es casi exactamente lo que Rufus quiere que hagamos. Si nos vamos, estamos dejando a la manada a cargo de él, básicamente. Y sabes lo que elegirá hacer, o no hacer. Él le permitirá a Sebastian sacrificar a los Cazadores de Sombras sin mover un dedo, y en el momento en el que Sebastian decida regresar y cogernos a todos nosotros como las últimas piezas del tablero de ajedrez, ya será demasiado tarde para todos.
Maia miró a sus dedos, suave sobre su piel.
—Sabes —dijo él—. Recuerdo cuando me dijiste que necesitabas más espacio. Que no podías estar en una relación real. Seguí tu palabra y te di espacio. Incluso empecé a salir con esa chica, la bruja, ¿cuál era su nombre...?
—Eve —suministró Maia.
—Cierto. Eve. —Bat pareció sorprendido de que ella lo recordara—. Pero eso no funcionó, y de todos modos, tal vez te di demasiado espacio. Tal vez debería haberte dicho lo que sentía. Tal vez debería...
Ella lo miró, sorprendida y desconcertada, y vio que su expresión cambió, las persianas detrás de sus ojos, ocultando su breve vulnerabilidad.
—No importa —dijo—. No es justo poner todo esto en ti en este momento. —Él la soltó y dio un paso atrás—. Toma la camioneta —dijo, alejándose de ella entre la multitud, en dirección a Canal Street—. Sal de la ciudad. Y cuida de ti misma, Maia. Por mí.*** Jace puso su estela sobre el brazo del sofá y trazó con un dedo la iratze que había dibujado en el brazo de Clary. Una banda plateada brilló en su muñeca. En ese momento, Clary no recordaba cuándo es que él había recogido la pulsera caída de Sebastian y la había puesto que en su propia muñeca. Ella no tenía ganas de preguntarle por qué.
—¿Cómo va eso?
—Mejor. Gracias. —Los jeans de Clary estaban enrollados por encima de sus rodillas; vio cómo los moretones en sus piernas comenzaban a desaparecer lentamente. Estaban en una de las habitaciones del Gard, una especie de lugar para reuniones, adivinó Clary. Había varias mesas y un sofá de cuero largo, colocado delante de una chimenea a fuego lento. Libros cubrían una de las paredes. La habitación estaba iluminada por la luz de la chimenea. La ventana sin sombras daba una vista de Alicante y de las brillantes torres de los demonios.
—Hey. —Los brillantes ojos dorados de Jace buscaron su rostro—. ¿Estás bien?
Sí, quería decir ella, pero la respuesta se le había quedado atascada en la garganta. Físicamente estaba bien. Las runas habían curado sus moretones. Ella estaba bien, Jace estaba bien—Simon, noqueado por la sangre con droga, había dormido en medio de todo y actualmente todavía estaba durmiendo en otra habitación del Gard.
Un mensaje había sido enviado a Luke y Jocelyn. La cena a la que estaban asistiendo fue cancelada por seguridad, había explicado Jia, pero lo habían recibido de salida. A Clary le dolía verlos de nuevo. El mundo se sentía inseguro bajo sus pies. Sebastian se había ido, al menos por el momento, pero todavía se sentía desgarrada, amargada, enojada, vengativa y triste.
Los guardias le habían dejado empacar una bolsa con sus cosas antes de que dejara la casa de Amatis: una muda de ropa, su traje de combate, su estela, el tablero de dibujo, y armas. Una parte de ella quería cambiar su ropa desesperadamente para deshacerse del contacto de Sebastian en la tela, pero la parte más grande no quería salir de la habitación, no quería estar a solas con sus recuerdos y pensamientos.
—Estoy bien. —Ella rodó las piernas de sus pantalones y se levantó, acercándose a la chimenea. Era consciente de que Jace la miraba desde el sofá. Puso sus manos como si estuviera calentándolas en el fuego, aunque no estaba fría. De hecho, cada vez que el pensamiento de su hermano pasaba por su cabeza, sentía una oleada de ira como fuego líquido rasgando a través de su cuerpo. Le temblaban las manos; ella las miró con un detenimiento extraño, como si fueran las manos de un desconocido.
—Sebastian te tiene miedo —dijo—. Hizo como si fuera poca cosa, sobre todo al final, pero me di cuenta.
—Tiene miedo del fuego celestial —corrigió Jace—. No estoy seguro de que él sepa exactamente lo que hace más de lo que nosotros lo hacemos. Pero una cosa es cierta, sin embargo, que no se hizo daño cuando me tocó.
—No —dijo ella, sin darse la vuelta para mirar a Jace—. ¿Por qué te beso? —No era lo que había querido decir, pero lo seguía viendo en su cabeza, una y otra vez, a Sebastian enroscando su sangrienta mano alrededor de la nuca de Jace, y luego ese extraño y sorprendente beso en la mejilla.
Oyó el crujido del sofá de cuero cuando Jace cambió su peso.
—Fue una especie de cita —dijo—. De la Biblia. Cuando Judas besó a Jesús en el jardín de Getsemaní. Era una señal de su traición. Él le dio un beso y le dijo: “¡Salve, maestro!”, y así fue como los romanos supieron a quién detener y crucificar.
—Por eso te dijo “Ave, maestro” —dijo Clary, dándose cuenta—. “¡Salve, maestro!”
—Quiso decir que planea ser el instrumento de mi destrucción. Clary, yo... —Ella se volvió para mirar a Jace cuando él se interrumpió. Estaba sentado en el borde del sofá, pasando una mano por su cabello rubio desordenado, con los ojos fijos en el suelo—. Cuando entré a la habitación y te vi allí, y a él allí, quería matarlo. Debería haberlo atacado de inmediato, pero tenía miedo de que fuera una trampa. Que si me movía hacia ti, hacia alguno de los dos, él iba a encontrar una manera de matarte o herirte. Siempre le ha dado vuelta a todo lo que he hecho. Es inteligente. Más inteligente que Valentine. Y nunca he estado...
Ella esperó, el único sonido en la habitación era el crujido y el pop de la madera húmeda en la chimenea.
—Nunca he estado asustado por alguien así —concluyó, mordiendo las palabras a medida que las pronunciaba.
Clary sabía que a Jace le había costado decirlo, ya que había estado ocultando hábilmente el miedo, el dolor y cualquier vulnerabilidad percibida por gran parte de su vida. Quería decir algo en respuesta, algo acerca de cómo no debía tener miedo, pero no pudo. Tenía miedo también, y ella sabía que ambos tenían buenas razones para tenerlo. No había nadie en Idris quien tuviera más razón que ellos de estar aterrorizados.
—Se arriesgó mucho al venir aquí —dijo Jace—. Dejó que la Clave supiera que puede meterse a través de la guardia. Van a tratar de apuntalarlos de nuevo. Puede que funcione, puede que no, pero probablemente será inconveniente para él. Quería verte demasiado. Lo suficiente como para que el riesgo valiera la pena.
—Él todavía cree que puede convencerme.
—Clary. —Jace se puso en pie y se acercó a ella, con la mano extendida—. ¿Estás...?
Ella se estremeció, lejos de su toque. Sobresaltada luz brilló en sus ojos dorados.
—¿Qué sucede? —Él miró hacia abajo, a sus manos; el débil resplandor del fuego en sus venas era visible—. ¿Es el fuego celestial?
—No es eso —dijo.
—Entonces...
—Sebastian. Debería habértelo dicho antes, pero yo solo… no pude.
Él no se movió, se limitó a mirarla.
—Clary, puedes decirme lo que sea; sabes que puedes.
Ella respiró hondo y miró fijamente al fuego, observando las llamas doradas, verdes y azul zafiro perseguirse unas a otras.
—En noviembre —dijo—. Antes de ir al Burren, después de que te fuiste del apartamento, se dio cuenta de que había estado espiándolos. Aplastó mi anillo, y luego él... él me golpeó, me empujó a través de una mesa de cristal. Me tiró al suelo. Yo casi lo maté entonces, casi clavé un trozo de vidrio a través de su garganta, pero me di cuenta de que si lo hacía, estaría asesinándote, y por eso no pude hacerlo. Él estaba tan encantado. Se rió y me empujó hacia abajo. Tiraba de mi ropa, recitando fragmentos del Cántico de Salomón, hablándome de cómo los hermanos y hermanas solían casarse para mantener las líneas de sangre reales de forma pura, de cómo le pertenecía. Como si fuera una pieza de monógromo equipaje con su nombre estampado en mí...
Jace parecía conmocionado en una manera que rara vez lo había visto; podía leer las capas de su expresión: dolor, miedo, aprehensión.
—Él... ¿Él te...?
—¿Violó? —Dijo, y la palabra era horrible y fea en el silencio de la habitación—. No. No lo hizo. Él... se detuvo. —Su voz se redujo a un susurro.
Jace estaba tan blanco como un papel. Abrió la boca para decirle algo, pero ella solo pudo escuchar el eco distorsionado de su voz, como si estuviera bajo el agua otra vez. Ella estaba temblando, con violencia, a pesar de que hacía calor en la habitación.
—Esta noche —dijo, por fin—. No podía moverme, y me empujó contra la pared, y no pude apartarme, yo sólo...
—Lo voy a matar —dijo Jace. Algo de color había aparecido de nuevo en su rostro, y lucía gris—. Lo cortaré en pedazos. Le cortaré las manos por tocarte...
—Jace —dijo Clary, sintiéndose de pronto agotada—. Tenemos un millón de razones para querer verlo muerto. Además —añadió con una risa sin alegría—, Isabelle ya le cortó la mano, y no funcionó.
Jace cerró su mano en un puño, la arrastró contra su estómago, y la dejó en su plexo solar, como si pudiera cortar su propio aliento.
—Todo ese tiempo yo estaba conectado a él, pensé que conocía su mente, sus deseos, lo que quería. Pero no lo creo, no lo sabía. Y tú no me dijiste.
—Esto no es acerca de ti, Jace...
—Lo sé —dijo—. Lo sé. —Pero su mano estaba tan fuertemente apretada que estaba blanca, sus venas marcadas en una rígida topografía en la parte posterior de la misma—. Lo sé, y no te culpo por no decírmelo. ¿Qué podría haber hecho? ¿Acaso no fui completamente inútil aquí? Estaba de pie a cinco metros de él, y tengo el fuego en mis venas que debe ser capaz de matarlo, lo intenté y no funcionó. No pude hacer que funcione.
—Jace.
—Lo siento. Es solo que... tú me conoces. Sólo tengo dos reacciones ante una mala noticia. Rabia incontrolable y luego un giro brusco a la izquierda hacia una ebullición de odio a mí mismo.
Ella se quedó en silencio. Por encima de todo lo demás estaba cansada, muy cansada. Decirle lo que Sebastian había hecho, había sido como levantar un peso imposible, y ahora lo único que quería era cerrar los ojos y desaparecer en la oscuridad. Había estado tan enojada por mucho tiempo, la rabia siempre bajo la superficie de todo. Tanto si estaba comprando regalos con Simon, sentada en el parque o sola en casa tratando de dibujar, la rabia siempre estaba con ella.
Jace estaba luchando visiblemente; no estaba tratando de ocultar nada de ella, al fin. Vio el parpadeo rápido de emociones detrás de sus ojos: rabia, frustración, impotencia, culpa, y por último, tristeza. Era una tristeza sorprendentemente tranquila, para Jace, y cuando por fin habló, su voz era sorprendentemente tranquila también.
—Sólo deseo —dijo, no mirándola a ella sino al suelo—, que pudiera decir lo correcto, hacer lo correcto, para hacer esto más fácil para ti. Lo que quieras de mí, quiero hacerlo. Quiero estar allí para ti de cualquiera que sea la manera correcta, Clary.
—Ahí está —dijo ella en voz baja.
Él levantó la vista.
—¿Qué?
—Lo que acabas de decir. Ha sido perfecto.
Él parpadeó.
—Bien, eso es bueno, porque no estoy seguro de que tenga otra en mí. ¿Qué parte de eso fue perfecto?
Ella sintió que su labio sangraba ligeramente en un lado. Había algo tan de Jace en su reacción, su extraña mezcla de arrogancia y de vulnerabilidad, resistencia, amargura y devoción.
—Yo sólo quiero saber —dijo—, que no piensas de manera diferente sobre mí. De ningún modo.
—No. No —dijo, horrorizado—. Eres valiente, brillante y perfecta, yo te amo. Sólo te amo y siempre lo he hecho. Y las acciones de un lunático no van a cambiar eso.
—Siéntate —dijo ella, y él se sentó en el crujiente sofá de cuero, con la cabeza echada hacia atrás, mirándola. La luz del fuego se reflejaba como chispas en su cabello. Ella respiró hondo y se acercó a él, se sentó con cuidado en su regazo—. ¿Podrías darme un abrazo? —Dijo.
Puso sus brazos alrededor de ella, sosteniéndola contra él. Pudo sentir los músculos de sus brazos, la fuerza en su espalda cuando puso sus manos sobre ella suavemente, muy suavemente. Tenía las manos hechas para luchar, y sin embargo, podía ser tan amable con ella, con su piano, con todas las cosas que le importaban.
Se acomodó contra él, de lado en su regazo, con los pies en el sofá, y apoyó la cabeza en su hombro. Podía sentir el rápido latir de su corazón.
—Ahora —dijo—. Dame un beso también.
Él dudó.
—¿Estás segura?
Ella asintió con la cabeza.
—Sí. Sí —dijo—. Dios sabe que no hemos sido capaces de hacer exactamente mucho últimamente, pero cada vez que te beso, cada vez que me tocas, es una victoria, si me preguntas. Sebastian hizo lo que hizo porque... porque él no entiende la diferencia entre amar y tener. Entre dar y recibir. Y
pensó que si podía hacer que me entregara a mí misma, entonces me tendría, que sería suya, y para él eso es amor, porque no conoce nada más. Pero cuando te toco, lo hago porque quiero, y esa es toda la diferencia. Y él no va a conseguir eso o quitarlo de mí. Él no —dijo, y se inclinó para besarlo, un toque ligero de labios a labios, apoyando la mano en el respaldo del sofá.
Sintió que él contuvo el aliento por la ligera chispa que saltó entre sus pieles. Rozó su mejilla contra la de ella, los mechones de sus cabellos se enredaron juntos, rojo y oro.
Se echó de nuevo contra él. Las llamas saltaron en la chimenea, y un poco de su calor se impregnó en los huesos de Clary. Ella estaba apoyada contra el hombro que estaba marcado con la estrella blanca de los hombres de la familia Herondale, y pensó en todos los que habían estado antes de Jace, cuya sangre, huesos y vidas lo convirtieron en lo que era.
—¿En qué estás pensando? —Dijo. Estaba pasándole la mano por el cabello, dejando que los rizos sueltos resbalaran entre sus dedos.
—En que me alegro de que te lo dijera —dijo ella—. ¿En qué estás pensando?
Se quedó en silencio durante un buen rato, mientras las llamas se elevaron y cayeron. Luego dijo:
—Estaba pensando en lo que dijiste sobre Sebastian estando solo. Estaba tratando de recordar cómo era estar en la misma casa con él. Él me llevó por un montón de razones, sin duda, pero la mitad de ellas era sólo para tener compañía. La compañía de alguien que él pensaba que podría entenderlo, porque habíamos sido criados de la misma forma. Estaba tratando de recordar si alguna vez realmente me había agradado él o pasar el tiempo con él.
—Yo no lo creo. Estuve ahí, contigo, y nunca pareciste a gusto, no exactamente. Eras tú, pero no tú. Es difícil de explicar.
Jace miró el fuego.
—No es tan difícil —dijo—. Creo que hay una parte de nosotros, separada incluso de nuestra voluntad o nuestra mente, y fue esa parte que él no podía tocar. Nunca fui realmente yo, y él lo sabía. Quiere ser querido, o realmente amado por lo que él es genuinamente. Pero no cree que tenga que cambiar para ser digno de ser amado; en su lugar quiere cambiar el mundo entero, cambiar la humanidad, convertirlos en seres que puedan amarlo. —Hizo una pausa—. Lo siento por la psicología de sillón. Literalmente. Aquí estamos, en un sillón.
Pero Clary estaba sumida en sus pensamientos.
—Cuando busqué en sus cosas, en la casa, encontré una carta que había escrito. No la había terminado, pero estaba dirigida a ''Mi hermosa''. Recuerdo que pensé que era raro. ¿Por qué iba a escribir una carta de amor? Quiero decir, él entiende de sexo, más o menos, y de deseo, pero ¿el amor romántico? No por lo que he visto.
Jace la atrajo contra él, ajustándola más cerca contra la curva de su costado. No estaba segura de quién estaba tranquilizando a quién, solo de que su corazón latía uniformemente contra su piel, y el olor a jabón, sudor y metal proveniente de él que le era familiar y reconfortante. Clary se suavizó en su contra, el agotamiento la capturó y la arrastró hacia abajo, haciendo pesados sus párpados. Había sido un largo, largo día y noche, y un día antes de eso.
—Si mi mamá y Luke llegan aquí mientras estoy durmiendo, despiértame —dijo ella.
—Oh, te despertarás —dijo Jace soñoliento—. Tu madre va a pensar que estoy tratando de aprovecharme de ti y me perseguirá por toda la habitación con un atizador de la chimenea.
Ella levantó la mano para acariciarle la mejilla.
—Yo te protegeré.
Jace no respondió. Ya estaba dormido, respirando constantemente contra ella, los ritmos de sus latidos desacelerándose hasta coincidir entre sí. Ella
permaneció despierta mientras él dormía... mirando a las llamas saltarinas con el ceño fruncido, las palabras ''Mi hermosa'' resonando en sus oídos como el recuerdo de las palabras escuchadas en un sueño.
StephRG14
StephRG14


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Cazadores de sombras - Página 3 Empty RE: CIUDAD DEL FUEGO CELESTIAL

Mensaje por StephRG14 Sáb 16 Mayo 2015, 6:33 pm

Capitulo 11
Lo mejor se pierde


—Clary. Jace. Despertad.
Clary alzó la cabeza y casi gritó cuando una punzada atravesó su rígido cuello. Se había quedado dormida acurrucada contra el hombro de Jace. Él todavía estaba dormido, encajado en la esquina del sofá con su chaqueta arrugada debajo de su cabeza como si fuera una almohada. La empuñadura de la espada incomodaba su cadera, Clary gimió y se enderezó. El Cónsul se puso de pie sobre ellos, vestido con las Túnicas del Concejo, sin sonreír.
Jace se puso de pie.
—Cónsul —dijo, tenía su ropa arrugada y su pelo claro sobresalía en todas las direcciones.
—Casi nos olvidamos que vosotros dos estabais aquí —dijo Jia—. La reunión del Concejo ha comenzado.
Clary se puso de pie lentamente, acomodando su cabeza y cuello. Su boca estaba tan seca como la tiza, y su cuerpo le dolía por la tensión y el agotamiento.
—¿Dónde está mi madre? —preguntó—. ¿Dónde está Luke?
—Te esperaré en el Salón —dijo Jia, pero ella no se movió.
Jace estaba deslizando sus brazos en su chaqueta.
—Estaremos bien solos, Cónsul.
Había algo en la voz del Cónsul que hizo que Clary la mirara de nuevo. Jia era hermosa, al igual que su hija Aline, pero en este momento había líneas de tensión en las comisuras de sus labios y en los ojos. Clary había visto esa mirada antes.
—¿Qué está pasando? —preguntó ella—. ¿Ocurrió algo malo? ¿Dónde está mi madre? ¿Dónde está Luke?
—No estamos seguros —contestó Jia en voz baja—. Ellos nunca llegaron a responder el mensaje que les enviamos la noche anterior.
Clary estaba en shock, se sentía tensa y no se le ocurría nada que decir, solo sentía una frialdad a través de sus venas. Tomó a Eósforo del lugar donde lo había dejado, y lo empujó a través de su cinturón. Sin decir una sola palabra, empujó al Cónsul al pasillo.
Vio que Simon la estaba esperando, se veía pálido y agotado, incluso para un vampiro. Le apretó la mano, sus dedos pasaron por el anillo de oro como el que ella tenía.
—Simon viene a la reunión del Concejo —dijo Clary, su mirada desafiando al Cónsul. Jia solo se limitó a asentir, parecía como si estuviera demasiado cansada como para discutir.
—El puede ser el Representante de los Hijos de la Noche —dijo Jia.
—Pero si Raphael es el Representante —protestó Simon alarmado—. No estoy preparado.
—No hemos podido ser capaces de comunicarnos con los representantes de los Subterráneos, incluyendo a Raphael —contestó Jia, mientras comenzaba a hacer su camino por el pasillo. Las paredes estaban hechas de madera y estaban pintadas con un marrón nítido, parecido al de la madera recién cortada. Esta debe haber sido la parte que el Gard había reconstruido después de la Guerra. Clary había estado demasiado cansada la noche anterior como para haberlo notado. Las runas del Poder Angelical se encontraban en las paredes, cada una brillaba con una gran profundidad de luz, iluminando el corredor sin ventanas.
—¿Qué quiere decir con que no han podido comunicarse con ellos? —exigió Clary, apresurándose hacia Jia. Simon y Jace la siguieron. Cruzaron el corredor, lo cual los llevó hacia el Corazón del Gard, Clary oyó un ruido sordo, como el sonido del mar, justo delante de ellos.
—Ni Luke ni tu madre regresaron de la cena del Pueblo de las Hadas —dijo la Cónsul y se detuvo delante una gran cámara. Había una gran cantidad de luz natural aquí, que entraba por las ventanas. Las puertas dobles se abrieron ante ellos, con el símbolo del Ángel y los Instrumentos Mortales.
—No entiendo —dijo Clary, su voz alterada—. Así que, ¿están todavía allí? ¿Con Merlion?
—La casa está vacía —dijo Jia mientras negaba con la cabeza.
—Pero, ¿qué pasa con Merlion? ¿Qué pasa con Magnus?
—Nada es seguro todavía —contestó Jia—. No hay nadie en la casa, y ninguno de los Representantes respondió a los mensajes enviados. Patrick está afuera, buscando en la ciudad con un equipo de guardias.
—¿Había sangre en la casa? —preguntó Jace—. ¿Había signos de lucha o cualquier cosa?
Jia negó con la cabeza.
—No, la comida estaba todavía sobre la mesa. Era como si simplemente se hubieran desvanecido en el aire.
—¿No había más nada? ¿Nadie a quién preguntarle? —dijo Clary—. Puedo decir por tu expresión que hay más sobre esto.
Jia no contestó, simplemente empujó la puerta que habría al Salón del Concejo. Un ruido sonaba desde la cámara. El mismo sonido que Clary había escuchado antes. Corrió al lado del Cónsul y se paró bajo el umbral, y entonces comenzó la incertidumbre. El Salón del Concejo estaba ordenado desde hace días, ahora estaba lleno de gritos por parte de los Cazadores de Sombras, todo el mundo estaba de pie, formados en varios grupos aparte y la mayoría se encontraban discutiendo entre ellos. Clary no podía distinguir las palabras que
decían, pero podía ver los gestos de enojo. Sus ojos recorrieron la multitud en busca de rostros familiares, pero no estaban ni Luke ni Jocelyn, pero si los Lightwood, Robert estaba vestido con la túnica de Inquisidor al lado de Maryse; más adelante estaban Aline y Helen, junto con los Blackthorn. Y allí, en el centro del anfiteatro, estaban los cuatro asientos de madera tallada de los Representantes de los Subterráneos, pero aquellas se encontraban vacías, debajo de las sillas en el suelo se encontraba una palabra garabateada con una sustancia que parecía de oro y estas decían:
Veni.
Jace se colocó junto a Clary en la habitación, sus hombros estaban tensos mientras él miraba hacia las letras.
—Eso es icor —dijo—. Sangre de Ángel, —en un instante Clary recordó la biblioteca del Instituto, el suelo lleno de sangre y plumas, y en los huesos del Ángel decía:
Erchomai
Voy de Camino.
Y ahora una sola palabra: Veni.
He llegado.
Esto era un segundo mensaje. Oh, Sebastián había estado ocupado. Estúpida, pensó, por haber pensado que solo vendría por ella, que esto no se convertiría en algo mucho más grande, pero resultó que él quería más que destrucción, terror y miedo. Recordó su sonrisa, cuando ella le había mencionado la batalla de la Ciudadela. Por supuesto que había sido más que un solo ataque, había sido una distracción. Entonces giró la mirada para observar a los Nefilim en el exterior de Alicante, buscándolo a él y a sus Cazadores Oscuros, en pánico por los heridos y los muertos. Y mientras tanto Sebastián había encontrado su camino hacia el Corazón del Gard y pintó el suelo de sangre.
Cerca de la tarima, había un grupo de Hermanos Silenciosos con sus túnicas color hueso, sus rostros ocultos por las capuchas. Entonces ella empezó a recordar, Clary miró a Jace.
—El hermano Zachariah… ¿nunca tuve la oportunidad de preguntarte si sabías sí estaba bien?
Jace estaba mirando la escritura del estado.
—Lo vi en Basilias. Él está bien, es diferente.
—¿Diferente para bien? —preguntó Clary.
—Humanamente diferente —contestó Jace y antes de que Clary le preguntara qué era lo que quería decir, escuchó a alguien que la estaba llamando.
Abajo en el centro de la habitación, vio una mano alzada entre la multitud, agitándose frenéticamente hacia ella. Isabelle. Estaba de pie junto a Alec y estaban a pocos metros de sus padres. Clary escuchó que Jia la estaba llamando pero ella ya estaba caminando entre la multitud, Jace y Simon detrás de ella, sintió que todos a su alrededor la estaban observando curiosamente, todos sabían quiénes eran ellos: La hija de Valentine, el hijo adoptivo de Valentine y el Vampiro Diurno.
—¡Clary! —estaba llamando Isabelle. Cuando Jace, Simon y Clary se liberaron de las miradas de los espectadores y estaban junto a la familia Lightwood; los cuales les reservaron un espacio. Isabelle le lanzó una mirada irritada a Simon, antes de abrazar a Jace y a Clary. Cuando iba a abrazar a Jace, Alec lo jaló de la manga y lo abrazó. Jace lo miró sorprendido, pero no dijo nada.
—¿Es cierto? —preguntó Isabelle—. ¿Sebastián estuvo en tu casa anoche?
—En casa de Amatis, ¿cómo te enteraste? —exigió Clary.
—Nuestro Padre es el Inquisidor, por supuesto que nos íbamos a enterar —dijo Alec—. Los rumores sobre Sebastián están por toda la ciudad, es de lo único que habla el Concejo.
—Es cierto —agregó Simon—. El Cónsul me despertó y me preguntó sobre el tema, como si yo supiera algo, —Isabelle le lanzó una mirada inquisitiva.
—¿El Cónsul te dijo algo sobre esto? —exigió Alec, señalando con el brazo hacia la escena sombría—. ¿Lo hizo Sebastián?
—No —dijo Clary—. Sebastián no es el tipo de persona que comparte sus planes.
—Él no debió capturar a los representantes de los Subterráneos, no solo Alicante es custodiado, sus casas también lo son, —dijo Alec. Sintió un martillo en su garganta, su mano estaba temblando ligeramente y descansaba en la manga de Jace—. Estaban cenando. Deberían haber estado a salvo, —soltó a Jace y metió las manos es su bolsillos—. Y Magnus… Magnus ni siquiera debería estar aquí. Catarina vendría en su lugar, —miró a Simon—. Te vi con él en La Plaza del Ángel, la noche de la batalla, —dijo—. ¿Te dijo el por qué estaba en Alicante?
Simon solo negó con la cabeza.
—Solo me quitó del camino, estaba curando a Clary.
—Tal vez nos está engañando, —agregó Alec—. Tal vez Sebastián está tratando de hacernos pensar que le está haciendo algo a los Representantes de los Subterráneos, para distraernos.
—No sabemos si les está haciendo algo, pero están desaparecidos —dijo Jace en voz baja, y Alec apartó la mirada, como si no pudiera soportar verlo.
—Veni —susurró Isabelle, mirando hacia la tarima—. ¿Por qué…?
—Nos está diciendo que él tiene poder, —dijo Clary—. Un poder que ninguno de nosotros entenderemos, —pensó en la forma en la que había aparecido en su cuarto y luego simplemente despareció, como si la tierra se hubiese abierto bajo sus píes en la Ciudadela, como si la tierra fuera amable con él y lo quisiera esconder de la amenaza del mundo.
El sonido de un timbre sonó por toda la sala, la campana que llamaba al Concejo a la orden. Jia se dirigía hacia el atril, junto con dos guardias encapuchados al lado de ella.
—Cazadores de Sombras, —dijo y sus palabras hicieron eco en la sala—. Por favor, haced silencio, —el ambiente se fue volviendo poco a poco silencioso.
—¡Cónsul Penhallow! —gritó Kadir—. ¿Qué respuestas tiene para nosotros? ¿Cuál es el significado de esta profanación?
—No estamos seguros —dijo Jia—. Ocurrió por la noche, mientras dos guardias estaban vigilando.
—Esto es una venganza, —dijo un Cazador de Sombras delgado, con el cabello negro, Clary lo reconoció como el jefe del Instituto de Budapest. Lazlo Balogh pensó ella que era su nombre—. Es su venganza por nuestra victoria en el instituto de Londres y de la Ciudadela.
—No hemos tenido victoria en Londres ni en la Ciudadela —aclaró Jia—. El Instituto de Londres resultó que estaba protegido por una fuerza que ignorábamos. Los Cazadores de Sombras de ahí fueron advertidos y llevados a un lugar seguro, incluso para ese entonces unos resultaron heridos: Ninguno de los refuerzos de Sebastián recibieron daños, por lo cual creo que fue solo una retirada exitosa.
—Pero el ataque de la Ciudadela —protestó Lazlo—. Él ni siquiera entro a la Ciudadela, no llegó a la sala de armas, él no…
—Tampoco perdió —dijo Jia—. Enviamos sesenta guerreros, mató a treinta y hubo diez heridos. Él tenía cuarenta guerreros y quizás quince resultaron heridos. Si no hubiera sido por lo que sucedió cuando hirió a Jace Lightwood, sus cuarenta hubieran matado a nuestros sesenta.
—Somos Cazadores de Sombras —dijo Nasreen Choudhury—. Estamos acostumbrados a defender lo que nos toca defender con nuestro último aliento y nuestras últimas gotas de sangre.
—Una idea noble, —dijo Josiane Pontmercy, parte del Cónclave de Marsella—. Pero tal vez no del todo práctica.
—Fuimos muy conservativos en el número de guerreros que enviamos a luchar en la Ciudadela —dijo Robert Lightwood, su voz resonó a través de toda la habitación—. Hemos estimado que desde los ataques de Sebastián, el tiene aproximadamente cuatrocientos guerreros oscuros a su lado. Simplemente teniendo en cuenta los números, una batalla cara a cara ahora entre sus fuerzas y todos los Cazadores de Sombras significaría que él perdería.
—Así que lo que tenemos que hacer es pelear contra él lo más pronto posible, antes de que capture a más Cazadores de Sombras —dijo Diana Wrayburn.
—No podemos luchar contra alguien a quien no encontramos —dijo el Cónsul—, nuestros intentos de rastrearlo siguen en pie —elevó la voz—. El mejor plan de Sebastián Morgenstern es reducirnos, nos necesita para cazar demonios o cazarlo, debemos permanecer juntos en Idris, donde él no nos pueda confrontar. Si dejamos nuestra tierra natal, perderemos.
—Él nos va a estar esperando, —dijo un Cazador de Sombras del Cónclave de Copenhague.
—Tenemos que creer que él no tendrá la paciencia para esperarnos —dijo Jia—. Tenemos que asumir que va a atacar, y cuando lo haga, nuestro número de guerreros lo derrotará.
—Hay más paciencia para ser considerada —dijo Balogh—. Dejamos nuestros Institutos, vinimos aquí con el entendimiento de que nos serviría hablar con el consejo y los representantes del Submundo. Sin nosotros en el mundo, ¿quién va a protegerlos? Tenemos un Mandato, un Mandato del Cielo, tenemos que proteger el mundo, contener a los demonios. No podemos hacer eso desde Idris.
—Todas las salas están en pleno rendimiento —dijo Robert—. La isla de Wrangel está trabajando horas extra, dada nuestra colaboración con los Subterráneos, tendremos que confiar en ellos para mantener los Acuerdos. Eso es parte de los que discutiremos hoy en el Concejo…
—Bueno, buena suerte con eso —dijo Josiane Pontmercy—. Teniendo en cuenta que los Representantes están desaparecidos.
Desaparecidos. La palabra cayó en un profundo silencio como una piedra en el agua, enviando ondas a través de toda la habitación. Clary sintió como Alec se ponía rígido a su lado, ella estaba tratando de no pensar en ello, en que podrían haber desaparecido. Cuál era el truco de Sebastián jugando con ellos, seguía diciéndose eso a sí misma, un truco cruel y que era eso, nada más.
—No sabemos eso —protestó Jia—. Los guardias los están buscando.
—¡Sebastián escribió en el suelo delante de sus asientos! —gritó un hombre con un vendaje en el brazo. Era el jefe del Instituto de México que también había estado en la batalla de la Ciudadela. Clary creía que su apellido podría ser Rosales—. Veni. “He venido.” Así es como nos envió un mensaje con la muerte del Ángel en New York, ahora está atacando el Corazón del Gard.
—Pero no nos atacó a nosotros —interrumpió Diana—. Atacó a los Representantes de los Subterráneos.
—Atacar a nuestros aliados es como atacarnos a nosotros —dijo Maryse—. Son miembros del Concejo, tienen todos los derechos derivados que nos representan.
—¡Ni siquiera sabemos lo que pasó con ellos! —rompió alguien entre la multitud—. Podrían estar perfectamente bien.
—Entonces, ¿en dónde están? —gritó Alec, incluso Jace se sobresaltó al oír a Alec alzar la voz. Alec estaba con el ceño fruncido, con sus ojos azul oscuro, y Clary repentinamente había recordado al niño enfadado que había conocido en el Instituto hace mucho tiempo—. ¿Alguien ha intentado localizarlos con un hechizo?
—Lo intentamos —dijo Jia—. Aunque todavía no ha funcionado, no todos de ellos pueden ser localizados. No se puede realizar un hechizo a un brujo o a un no muerto, —interrumpió Jia con un jadeo.
Sin previo aviso, el guardia de la Clave que se encontraba a su izquierda, se colocó detrás de ella y la agarró por la parte de atrás de su túnica. Un grito recorrió la asamblea cuando él tiró de ella hacia atrás, colocando la hoja de una daga, larga y de plata contra su garganta.
—¡Nefilim! —rugió, y su capucha cayó, mostrando los ojos en blanco y las Marcas desconocidas de los Cazadores Oscuros. Un rugido empezó a sonar a través de todas las personas, el hombre clavó su daga más profunda en la garganta de Jia. La sangre empezó a brotar alrededor, visible desde una larga distancia.
—¡Nefilim! —rugió de nuevo el hombre. Clary luchaba para poder verle el rostro que parecía de alguna manera familiar. Era alto, con el pelo castaño, tendría alrededor de unos cuarenta años. Sus brazos eran musculosos, las venas se destacaban como cuerdas en sus brazos mientras que Jia intentaba zafarse de él—. Quedaos donde estáis, si alguien se acerca, el Cónsul morirá, —gritó.
Aline gritó, mientras que Helen la estaba sosteniendo para que no pudiese salir corriendo hacia adelante. Detrás de ellos se encontraban los niños Blackthorn, acurrucados alrededor de Julián, quién llevaba a su hermano más joven del brazo; Drusilla tenía el rostro presionado hacia un costado. Emma, con su pelo brillante, incluso a distancia, se puso de pie con Cortana en mano, protegiendo a los otros.
—Ese es Matthias Gonzales —dijo Alec con vos sorprendida—. Él era el Jefe del Instituto de Buenos Aires.
—¡Silencio! —rugió el hombre detrás de Jia. Matthias. Y un profundo silencio cayó en toda la sala. La mayoría de los Cazadores de Sombras estaban de pie, al igual que Jace y Alec con las manos alrededor de sus armas.
Isabelle estaba agarrando el mango de su látigo.
—¡Escuchadme, Cazadores de Sombras! —Exclamó Matthias, sus ojos ardiendo con una luz fanática—. Escuchadme, yo era uno de vosotros. ¡Seguía ciegamente las reglas de la Clave, convencido de que estaría a salvo en las salas de Idris, protegido por la luz del Ángel! Pero aquí no estaréis protegidos. —Señaló con la barbilla al lugar donde se encontraban los garabatos en el suelo—. Ninguno de estos lugares es seguro, ni siquiera donde se encuentran los mensajeros del cielo. Ese es el alcance del poder de la Copa Infernal, y de quien la sostiene.
Un murmullo recorrió la multitud. Robert Lightwood fue caminando hacia delante, su rostro ansioso, mientras observaba a Jia y la daga que se encontraba en su garganta.
—¿Qué es lo que quiere? —exigió Robert—. El hijo de Valentine ¿qué es lo que quiere de nosotros?
—Oh, él quiere muchas cosas, —contestó el Cazador Oscuro—. Pero por ahora va a contentarse con el don de su hermana y su hermano adoptivo. Entregad a Clarissa Morgenstern y a Jace Lightwood y evitareis un desastre.
Clary oyó a Jace retener el aliento, ella lo miró llena de pánico, podía sentir todas las miradas de la habitación alrededor de ellos, y sintió como si se estuviera disolviendo, como la sal en el agua.
—Somos Nefilim —dijo Robert con frialdad—. No daremos lo que es nuestro. Él lo sabe.
—Nosotros, los que tenemos la Copa Infernal tenemos en nuestro poder a vuestros cinco representantes: a Merlion del Reino de las Hadas, Raphael Santiago de los Hijos de la Noche, Luke Garroway de los hijos de la Luna, Jocelyn Morgenstern de los Nefilim y Magnus Bane de los Hijos de Lilith. Si no nos entregáis a Clarissa y a Jonathan, ellos morirán entre el hierro y la plata, el fuego y el sol. Y cuando vuestros aliados del Submundo se enteren de que habéis sacrificado a sus representantes, ya que no renunciareis, os darán la espalda. Se unirán con nosotros, y os encontrareis luchando no sólo con aquel que posee la Copa Infernal, sino también con todos los Subterráneos.
Clary sintió una oleada de vértigo, tan intenso que casi se sintió enferma. Por fin se había dado cuenta que su madre, Luke y Magnus estaban en peligro. Clary comenzó a temblar, diciendo palabras incoherentes, una detrás de la otra: Mamá, Luke, estén bien por favor. Que Magnus esté bien, por Alec por favor.
Escuchó la voz de Isabelle en su cabeza también, diciendo que Sebastián no podía luchar contra ellos y contra los Subterráneos. Pero él había encontrado una forma de enfrentarlos: en caso de que los representantes de los Subterráneos desaparecieran, la culpa caería en los Cazadores de Sombras. Jace tenía una expresión sombría en el rostro, pero la miro a los ojos con la misma
compresión de que les había clavado una aguja en el corazón. No podían retroceder y dejar que esto ocurriera, debían ir junto a Sebastián, era la única opción.
Ella dio un paso adelante y cuando estaba a punto de hablar, alguien la tiró por la muñeca, cuando se dio vuelta, esperando a que fuese Simon, se quedó sorprendida al ver que era Isabelle quien la cogió.
—No —susurró Isabelle.
—Eres un tonto y un seguidor —espetó Kadir, mirando a Matthias con enojo—. Ningún Subterráneo nos pedirá cuentas por no sacrificar a dos de nuestros hijos a la pira de cadáveres de Jonathan Morgenstern.
—Oh, pero él no los va a matar —dijo Matthias—. Teneis su palabra por el Ángel de que no les hará ningún daño, ni a la chica Morgenstern ni al chico Lightwood. Ellos son su familia y su deseo es tenerlos a su lado. Así que no habrá ningún sacrificio.
Clary sintió que alguien le acarició la mejilla, era Jace. Él la había besado de forma rápida, y recordó el beso de Judas de Sebastian la noche anterior y giró para atraparlo, pero él ya se había ido, lejos de todos ellos, a grandes zancadas hacia el pasillo de las escaleras entre los bancos.
—¡Yo voy a ir! —gritó Jace, su voz resonó en toda la habitación—. Voy a ir voluntariamente, —tenia la espada en su mano y luego la arrojó al suelo, donde resonó al caer en las escaleras—. Yo iré junto a Sebastián —dijo en medio del silencio—. Solo deja a Clary fuera de esto. Deja que se quede. Llévame solo a mí.
—Jace, no —dijo Alec, pero su voz fue apagada por un montón de voces que empezaron a alzarse a través de toda la habitación. Jace estaba tranquilamente mostrando sus manos, mostrando que no tenía más armas, su pelo brillaba a través de la luz y sus runas también.
Matthias Gonzales rió-
—No me iré sin Clarissa, —dijo—. Son órdenes de Sebastián y yo cumplo sus demandas.
—Crees que somos tontos —exclamó Jace—. En realidad, sé mejor que eso. Tú no piensas en absoluto. Eres el portavoz de un demonio, es todo lo que eres. No te importa nada más. Ni tu familia, ni la sangre o el honor. Ya no eres humano.
Matthias se burló.
—¿Por qué alguien querría ser humano?
—Debido a que sus negocios son inútiles —contestó Jace—. Así que nos entregamos a nosotros mismos, y Sebastián devuelve a sus rehenes. ¿Entonces qué? Has tenido las molestias de decirnos lo mucho mejor que son, más fuertes, más listos. ¿Qué nos puede atacar a nosotros aquí, en Alicante, y en todos nuestros barrios, que todos nuestros guardias, no podrían detenerlo? ¿Cómo nos va a destruir a todos? Si quieres negociar con alguien, le ofreces una oportunidad para ganar. Si fueras humano, lo sabrías.
En el silencio que continuó, Clary pensó que podrías haber oído caer una gota de sangre al suelo. Matthias todavía tenía su daga clavada en la garganta de Jia, sus labios estaban formando palabras como si estuviera susurrando algo o recitando algo que había oído.
O escuchando, se dio cuenta, escuchando las palabras siendo susurradas en su oído…
—No podéis ganar —dijo Matthias finalmente y Jace se rió, con aquella risa con la cual ella se había enamorado de él. No como el sacrificio de un ángel, pensó, pero si un vengador, todo en dorado, en sangre y fuego, confianza incluso en la cara de la derrota
—¿Ves lo que quiero decir? —exclamó Jace—. Entonces, ¿qué importa si morimos ahora o más tarde?
—No pueden ganar —repitió Matthias—. Pero pueden sobrevivir. Aquellos de vosotros que elijáis ser Convertidos por la Copa Infernal; os convertiréis en soldados del Lucero del Alba y gobernareis el mundo con Jonathan Morgenstern como su líder. Aquellos que optéis quedaros como hijos de Raziel podéis hacerlo, siempre y cuando permanezcais fuera de las fronteras
de Idris. Las fronteras estarán selladas, alejados del resto del mundo, el cual nos pertenece. Esta tierra fue concedida por un Ángel, os tenéis que mantener fuera de sus fronteras, y estareis a salvo. Eso se os puede prometer.
Jace lo miró.
—Las promesas de Sebastián no significan nada.
—Sus promesas son todo lo que tienen —dijo Matthias—. Mantened la alianza con los Subterráneos, permaneced fuera de las fronteras de Idris y sobreviviréis. Esta oferta sigue en pie, con la condición de que os entreguéis voluntariamente a nuestro amo. Tú y Clarissa, ambos. Sino no hay negociación.
Clary miró lentamente alrededor de la habitación, algunos de los Nefilim parecían ansiosos, otros temerosos, otros llenos de rabia, y otros estaban sacando cuentas. Recordó el día en que se puso de pie en el Salón de los Acuerdos, frente a esas mismas personas, mostrándoles la runa de Unión, con la cual podrían ganar la guerra. Ellos habían estado agradecidos para aquel entonces, pero ahora estos eran de la misma parte del Concejo quienes votaron por cesar la búsqueda de Jace y Sebastián, por qué la vida de un niño no tenía valor en sus recursos.
Especialmente cuando ese niño había sido el hijo adoptivo de Valentine.
Ella había pensado una vez que había gente buena y gente mala, que había un lado de luz y un lado de oscuridad, pero ya no pensaba eso. Había pensado mal de su hermano y de su padre, los cuales tenían malas intenciones y un deseo puro de poder. Pero en la bondad también había seguridad: la virtud podía cortar como un cuchillo, como el fuego del Cielo era cegador.
Se alejó de Alec e Isabelle, y sintió con Simon le agarraba del brazo, Ella volteó y lo miró, y negó con la cabeza. Tienes que dejarme hacer esto.
Sus ojos oscuros le suplicaban.
—No lo hagas —susurró.
—Dijo que tenemos que ir, los dos —susurró ella de vuelta—. Si Jace va sin mí, Sebastián lo va a matar.
—Él os matará a los dos de todos modos —Isabelle estaba casi llorando de frustración—. No puedes ir y Jace tampoco puede. ¡Jace!
Jace se volteó hacía ellos, Clary notó su cambio de expresión cuando se dio cuenta de que ella estaba luchando por llegar a él. Jace negó con la cabeza, pronunciando la palabra: “No.”
—Danos tiempo —exclamó Robert Lightwood—. Danos algo de tiempo para votar, por lo menos.
Matthias alejó el cuchillo de la garganta de Jia y lo sostuvo en alto; mientras que su otra mano agarraba la túnica de ella. Levantó el cuchillo hacia el cielo y la luz se desencadenó por el gesto.
—Tiempo —se burló—. ¿Por qué Sebastián debería de daros tiempo?
Un ruido agudo cortó el aire, Clary vio algo brillante rodando frente a ella, escuchando el ruido de los metales golpeando y una flecha se estrelló contra Matthias, tirando su daga al suelo. Ella giro a ver a Alec, quién tenía su arco levantado.
Matthias dejó escapar un rugido y se tambaleó, su mano estaba sangrando. Jia salió disparada contra él y lo tumbo sobre sus espaldas. Clary oyó a Jace llamar a “¡Nakir!” el cuchillo serafín que tenía en su cinturón que iluminó el pasillo.
—¡Fuera de mi camino! —gritó y empezó a subir las escaleras, hacia el estrado.
—No —gritó Alec dejando caer su arco, se arrojó contra el respaldo de los bancos tirando a Jace al suelo al tiempo que la tarima ardía como una hoguera rociada de gasolina. Jia gritó y saltó de la plataforma hacia la multitud; Kadir la atrapó y la depositó suavemente donde se encontraban los Cazadores de Sombras, quienes se volvieron a mirar como aumentaban las llamas.
—¿Qué demonios? —susurró Simon, sus dedos todavía alrededor del brazo de Clary, ella podía ver a Matthias, una sombra negra en el corazón de las llamas. Ellos claramente no estaban haciéndole daño; él parecía estar riendo, levantando los brazos una y otra vez como si fuese el director de una orquesta.
La habitación estaba llena de gritos y la gente protestaba. Aline estaba
corriendo hacia su madre quien estaba sangrando; Helen observaba impotente
todo lo que estaba ocurriendo, al lado de Julián, ella trataba de proteger a los
jóvenes Blackthorn de lo que estaba ocurriendo a continuación.
Nadie estaba protegiendo a Emma, sin embargo, ella parecía estar de pie
al margen del grupo, su pequeña cara blanca estaba sorprendida, sobre los
horribles sonidos que llenaban la sala, Matthias gritó:
—¡Dos días, Nefilim! ¡Tenéis dos días para decidir vuestro destino! ¡Y
luego todos vais a arder! ¡Vais a arder en los fuegos del Infierno y las cenizas de
Edom cubrirán vuestros huesos!
Su voz se convirtió en un grito sobrenatural y pronto fue silenciada,
mientras las llamas caían lejos y desapareció junto con ellas. La última de las
brasas lamió el suelo, sus puntas brillantes apenas tocando el mensaje dejando
en la tarima.
Veni.
HE VENIDO.
***
Le había costado dos minutos a Maia tomar profundas respiraciones
antes de deslizar la llave en la cerradura.
Todo el pasillo parecía normal, incluso le parecía un poco inquietante.
Los abrigos de Jordán y Simon, estaban colgados en los soportes de la estrecha
entrada, las paredes estaban decoradas con señales de tránsito, comprados en
algún mercado de pulgas.
Se trasladó a la sala de estar, que parecía como si la hubieran congelado
en el tiempo; el televisor estaba encendido, la pantalla mostraba una estática
oscura, los controles del juego aún en el sofá y habían olvidado apagar la
cafetera. Fue y apagó el interruptor, tratando con todas sus fuerzas hacerle caso
omiso a las fotos de ella y Jordán pegadas en la nevera; ellos en el puente
Brooklyn, en la mesa de café del Waverly Place, Jordán riendo y mostrando sus
uñas, las cuales Maia había pintado de azul, verde y rojo. No se dio cuenta de la
cantidad de fotos que se habían tomado juntos, como si hubieran tratado de grabar cada segundo que pasaban, para que no fueran olvidados a través de sus recuerdos, como el agua.
Se estaba conteniendo a sí misma para no entrar en el dormitorio, la cama estaba desordenada y había pantalones por el piso, Jordán nunca fue particularmente ordenado, sus ropas estaban dispersas. Maia cruzó la habitación y entró a la oficina donde ella había guardado sus pertenencias y se quitó la ropa de Leia.
Con alivio se puso sus pantalones vaqueros y una camiseta, estaba buscando un abrigo para ponérselo cuando sonó el timbre.
Jordán había mantenido sus armas, concedidas a él por el Praetor, estaban en un baúl debajo de la cama. Arrojó el maletero abierto y recogió un collar el cual tenía una cruz tallada frente.
Arrojó el abrigo y se dirigió a la sala de estar, mientras guardaba el collar en el bolsillo, con sus dedos aun envueltos en él. Alargó la mano y tiró de la puerta principal.
La chica que estaba del otro lado tenía el pelo oscuro cayendo sobre sus hombros, su piel era blanca, con los labios pintados de rojo oscuro. Llevaba un traje negro; parecía una moderna Blancanieves en sangre, carbón y hielo.
—Me llamaste —dijo ella—. La novia de Jordán Kyle, ¿estoy en lo correcto?
Lily, ella es una de las personas más inteligentes del clan de los vampiros. Lo sabe todo. Ella y Raphael siempre fueron como uña y carne.
—No actúes como si no lo sabes, Lily —espetó Maia—. Has estado aquí antes, estoy bastante segura que capturaste a Simon y lo llevaste al apartamento de Maureen.
—¿Y? —Lily cruzó sus brazos, haciendo que su traje crujiera—. ¿Vas a invitarme a entrar o no?
—No —contestó Maia—. Vamos a hablar aquí, en el pasillo.
—Uh —Lily se recostó contra la pared e hizo una mueca—. ¿Por qué me
invocas para venir hasta acá, hombre lobo?
—Maureen es una lunática —dijo Maia—. Raphael y Simon se han ido.
Sebastián Morgenstern está poniendo a los Subterráneos en contra de los
Nefilim. Y tal vez sea hora de que los vampiros y los licántropos hablen, incluso
para ser aliados.
—Bueno, no eres tan linda como el sonido de un insecto —dijo Lily, y se
puso de pie con la espalda recta—. Mira, Maureen es una lunática pero ella
sigue siendo la líder del clan y te puedo decir una cosa: no va a parlamentar con
el miembro de una manada que se puso en marcha y ha perdido la trama
porque su novio murió.
Maia agarró con más fuerza la botella que tenía en la mano. Anhelaba
tirarle el contenido en la cara de Lily, tanto así que se asustó un poco a sí
misma.
—Llámame cuando seas la líder de la manada —Había una luz oscura en
los ojos de la vampira, como si estuviera tratando a decirle algo a Maia sin tener
que decir palabras—. Y entonces hablaremos —Lily se volteó y sus tacones
resonaron por el pasillo. Lentamente Maia aflojó el agarre de la botella de agua
bendita de su bolsillo.
***
—Buen tiro —dijo Jace.
—No te burles de mí —exclamó Alec, ellos se encontraban en la sala más
grande del Gard, en el suelo había una gran alfombra diagonal, las paredes eran
de piedra y había un banco largo que corría por la pared oeste. Jace estaba
arrodillado sobre ella, con su chaqueta hacia un lado y con la camisa
arremangada hasta los codos.
—No me estoy burlando —protestó Jace, mientras observaba como Alec
le pasaba la punta de la estela por el brazo, a medida que las líneas oscuras iban
en espiral desde el adamas, Jace no podía evitar recordar lo ocurrido en Alicante,
cuando Alec le vendó la mano a Jace diciéndole airadamente: Puedes sanar feo y
lentamente, como un mundano. Jace había golpeado una ventana ese día y Alec le estaba demostrando que estaba recibiendo su merecido por eso.
Alec exhaló lentamente; él siempre era muy cuidadoso con sus runas, especialmente con los iratzes. Sentía la ligera quemadura atravesando su piel junto con un aguijón, aunque a Jace nunca le había importado sentir el dolor, el mapa de cicatrices en sus brazos y antebrazos lo demostraban, pero había una fuerza especial en su runa de parabatai, por eso es que ellos dos eran tan unidos.
—No me estoy burlando —repitió Jace, Alec dio un paso atrás para admirar su obra. Jace podía sentir el adormecimiento en su brazo por el iratze atravesando por sus venas, calmando lentamente el dolor del brazo—. Lograste tumbar la daga de Matthias mientras la estaba sosteniendo. Fue un tiro limpio, pudo haberle dado a Jia; además él se estaba moviendo.
—Estaba motivado —dijo Alec mientras deslizaba su estela de nuevo a su cinturón. Su pelo oscuro colgaba hacia sus ojos; parecía como si le hubiesen hecho un mal corte desde que él y Magnus rompieron.
Magnus. Jace cerró sus ojos.
—Alec —dijo—. Me iré. Sabes que me iré.
—Estás diciendo eso como si pensaras que eso me tranquilizará —dijo Alec—. ¿Crees que quiero que te entregues a Sebastián? ¿Estás loco?
—Creo que podría ser la única manera de traer a Magnus de vuelta —habló Jace, en la oscuridad detrás de sus parpados.
—Y tú ¿Estás dispuesto a arriesgar la vida de Clary también? —dijo Alec con un tono ácido. Los ojos de Jace se abrieron; Alec lo estaba viendo fijamente, pero sin demostrar algún tipo de expresión.
—No —dijo Jace, oyendo la derrota en su propia voz—. Yo no podría hacer eso.
—Y yo no te lo preguntaré —dijo Alec—. Esto... esto es lo que Sebastián está tratando de hacer. Crear divisiones entre todos nosotros, usando a la gente que amamos como ganchos para apartarnos. No lo debemos permitir.
—¿Cómo llegaste a ser tan sabio? —dijo Jace.
Alec soltó una risa breve y frágil.
—El día en el que yo sea sabio será el día en que tú tendrás cuidado.
—Tal vez siempre has sido sabio —dijo Jace—. Recuerdo que cuando te
pregunté si querías ser mi parabatai, tú me dijiste que necesitabas un día para
pensar en ello. Y luego volviste y dijiste que sí, y cuando te pregunté por qué
accediste a hacerlo, dijiste que era porque necesitaba a alguien que me cuidara.
Tenías razón. Nunca pensé en ello de nuevo, porque nunca tuve que hacerlo. Te
tengo, y siempre has cuidado de mí. Siempre.
La expresión de Alec se tensó; Jace casi podía ver la tensión vibrando a
través de las venas de su parabatai.
—No —dijo Alec—. No hables así.
—No ¿Por qué?
—Porque —dijo Alec—. Así es como la gente habla cuando piensan que
van a morir.
***
—Si Clary y Jace se entregan a Sebastian, entonces van a ser entregados a
la muerte —dijo Maryse.
Se encontraban en la oficina del Cónsul, probablemente la habitación
más afelpada en todo el Gard. Una gruesa alfombra estaba bajo sus pies, los
muros de piedra se extendían con tapices, un enorme escritorio estaba en
diagonal a través de la habitación. A un lado estaba Jia Penhallow, el corte en su
garganta sellado con iratzes tomó efecto. Detrás de la silla estaba su marido,
Patrick, con la mano en su hombro.
Frente a ellos estaba Maryse y Robert Lightwood; para sorpresa de Clary,
ella, Isabelle y Simon tenían permitido permanecer en la habitación también.
Era su propio destino y el de Jace de lo que estaban discutiendo, pero la Clave
nunca antes había parecido tener mucho problemas en decidir los destinos de
las personas sin su aporte.
—Sebastian dice que él no les hará daño —dijo Jia.
—Su palabra no vale nada —espetó Isabelle—. Miente. Y no quiere decir nada si jura por el Ángel, porque él no se preocupa por el Ángel. Si él sirviera a alguien, sería a Lilith.
Hubo un suave clic, y la puerta se abrió, mostrando a Alec y a Jace. Jace y Alec habían caído por unas cuantas escaleras, y Jace se había llevado la peor de todo, con un labio partido y una muñeca que, o bien se había roto o torcido. Volvió a la normalidad, sin embargo; trató de sonreírle a Clary cuando entró, pero sus ojos estaban embrujados.
—Tienen que entender cómo la Clave lo verá —dijo Jia—. Han luchado con Sebastián en el Burren. Se les dijo, pero ellos no lo vieron, no hasta la Ciudadela, la diferencia entre los guerreros y los Cazadores Oscuros. Nunca ha habido una raza de guerreros más poderosos que los Nefilim. Ahora la hay.
—La razón por la que atacó la Ciudadela fue para buscar información —dijo Jace—. Quería saber de qué eran capaces los Nefilim, no sólo el grupo que llevamos al Burren, sino los guerreros enviados para luchar por la Clave. Quería ver cómo se levantaban contra sus fuerzas.
—Él estaba tomando nuestra medida —dijo Clary—. Él nos estaba pesando en la balanza.
Jia la miró.
—Mene mene tekel upharsin —dijo en voz baja.
—Tenías razón cuando dijiste que Sebastian no quiere luchar una gran batalla —dijo Jace—. Su interés es luchar un montón de pequeñas batallas en la que puede convertir a un montón de Nefilim. Añadirlos a sus fuerzas. Y puede ser que funcione, permanecer en Idris, dejarlo traer la batalla aquí, romper a su ejército en las rocas de Alicante. Excepto que ahora que él ha tomado a los representantes Subterráneos, estar aquí no va a funcionar. Sin nosotros vigilando, con Subterráneos volviéndose en contra de nosotros, los Acuerdos se vendrán abajo. El mundo se vendrá abajo.
La mirada de Jia fue a Simón.
—¿Qué dices, Subterráneo? ¿Matthias estaba en lo correcto? ¿Si nos negamos a rescatar a los rehenes de Sebastián, significará la guerra con Subterráneos?
Simon lucía sorprendido de que le preguntaran sobre algo tan importante. Consciente o inconscientemente, su mano se había ido a la medalla de Jordan en su garganta; la sostuvo mientras hablaba.
—Creo —dijo de mala gana—, que aunque hay algunos subterráneos que serían razonables, los vampiros no lo harán. Ellos ya creen que los Nefilim establecieron un precio de luz en sus vidas. Los brujos... —él negó con la cabeza—. No entiendo realmente a los brujos. O las Hadas, quiero decir, la Reina Seelie parece saber cómo cuidarse a sí misma. Ella ayudó a Sebastian con estos —él levantó la mano, donde su anillo brillaba.
—Parece menos probable que ayudara a Sebastián que su propio deseo insaciable de saberlo todo —dijo Robert—. Es verdad, ella no te espió, pero Sebastian no era conocido por ser nuestro enemigo entonces. Más contundente, Meliorn juró arriba y abajo que la lealtad de las Hadas es para nosotros, que Sebastián es su enemigo, y las Hadas no pueden mentir.
Simon se encogió de hombros.
—De todos modos, mi punto es que no entiendo cómo piensan. Pero los hombres lobos aman a Luke. Van a estar desesperados por tenerlo de vuelta.
—Solía ser un Cazador de Sombras... —comenzó Robert.
—Eso lo hace peor —dijo Simon, y no era Simón el viejo amigo de Clary quien hablaba, era alguien más, alguien bien informado sobre la política del Submundo—. Ellos ven la forma en la que los Nefilim tratan a los Subterráneos que alguna vez fueron Nefilim como evidencia del hecho de que los cazadores de sombras creen que la sangre de los Subterráneos está contaminada. Magnus me dijo una vez acerca de una cena a la que fue invitado en un Instituto con subterráneos y cazadores de sombras por igual; después los Cazadores de Sombras tiraron todos los platos. Porque los subterráneos los habían tocado.
—No todos los Nefilim son así —dijo Maryse.
Simon se encogió de hombros.
—La primera vez que llegué al Gard, fue porque Alec me trajo —dijo—. Yo confiaba en que el cónsul sólo quería hablar conmigo. En lugar de eso me encarceló y me hizo casi morir de hambre. El propio parabatai de Luke dijo que debía suicidarse cuando Luke se convirtió. El Praetor Lupus ha sido reducido a cenizas por una persona que, aunque él es enemigo de Idris, es un cazador de sombras.
—¿Así que estás diciendo que sí, va a haber una guerra? —preguntó Jia.
—Ya es la guerra, ¿no? —dijo Simon—. ¿No fuiste herida en la batalla? Sólo estoy diciendo… Sebastian está utilizando las grietas en sus alianzas para romperlas, y lo está haciendo bien. Tal vez él no entiende a los seres humanos, no estoy diciendo que lo haga, pero él entiende el mal, la traición y el egoísmo, eso es algo que se aplica a todo lo que tenga una mente y un corazón —él cerró la boca bruscamente, como si temiera que hubiera dicho demasiado.
—¿Así que crees que deberíamos hacer lo que pide Sebastian, enviar a Jace y Clary con él? —preguntó Patrick.
—No —dijo Simon—. Creo que siempre miente, y enviarlos a ellos no va ayudar en nada. Incluso si jura, él miente, como dijo Isabelle —miró a Jace, y luego a Clary—. Tú lo conoces —dijo—. Tú lo conoces mejor que nadie; sabes que él nunca hace lo que dice. Diles.
Clary negó con la cabeza, sin decir nada. Fue Isabelle quien respondió por ella:
—No podéis —dijo—. Parece como si estuvieran rogando por sus vidas, y ninguno de ellos va a hacer eso.
—Ya me he ofrecido —dijo Jace—. Dije que iba a ir. Tu sabes por qué me quiere —él abrió los brazos. Clary no se sorprendió al ver que el fuego celestial era visible sobre la piel de sus antebrazos, como alambres de oro—. El fuego celestial lo hirió en el Burren. Tiene miedo de él, así que él me tiene miedo. Lo vi en su rostro, en la habitación de Clary.
Hubo un largo silencio. Jia se dejó caer en su silla.
—Tienes razón —dijo ella—. No estoy en desacuerdo con cualquiera de vosotros. Pero no puedo controlar a la Clave, y hay quienes elegirán lo que ven como seguridad, y sin embargo, otros que odian la idea de que estemos aliados con los subterráneos tendrán la oportunidad de rechazarlo. Si Sebastian desea astillar la Clave en facciones, y estoy segura de que lo hace, él eligió una buena manera de hacerlo —miró a su alrededor, a los Lightwood, a Jace y a Clary, la constante mirada oscura de la Cónsul descanso en cada uno de ellos antes de voltearse—. Me encantaría escuchar sugerencias —añadió, algo secamente.
—Podríamos irnos de forma clandestina —dijo Isabelle inmediatamente—. Desaparecer a un lugar en donde Sebastian nunca nos encontrará; podemos informarle que Jace y Clary huyeron a pesar de sus intentos de mantenerlos con nosotros. No te puede culpar por eso.
—Una persona razonable no culparía a la Clave —dijo Jace—. Sebastian no es razonable.
—Y no hay ningún sitio en donde podamos escondernos de él —dijo Clary—. Él me encontró en la casa de Amatis. Él puede encontrarme en cualquier lugar. Tal vez Magnus podría ayudarnos, pero...
—Hay otros brujos —dijo Patrick, y Clary arriesgó una mirada a la cara de Alec. Parecía como si hubiese sido tallada en piedra.
—No podemos contar con ellos para ayudarnos, no importa lo que les paguemos, no ahora —dijo Alec—. Ese es el punto del secuestro. No van a venir a la ayuda de la Clave, no hasta que vean si vamos a su ayuda en primer lugar.
Hubo un golpe en la puerta y entraron dos Hermanos Silenciosos, sus túnicas resplandecientes como el pergamino en una luz mágica.
—Hermano Enoch —dijo Patrick, a modo de saludo—, y...
—Hermano Zachariah —dijo el segundo de ellos, sacándose la capa.
A pesar de que Jace lo había insinuado en la sala del Concejo, el nuevo Zachariah fue un shock. Él era apenas reconocible, sólo las runas oscuras en los arcos de los pómulos eran un recordatorio de lo que había sido. Era delgado,
casi ligero y alto, con una elegancia delicada, con la forma de su cara muy humana y el pelo oscuro. Parecía de veinte años.
—¿Es ese —dijo Isabelle, en voz baja, sorprendida—, el Hermano Zachariah? ¿Cuándo se puso ardiente?
—Isabelle —susurró Clary, pero el hermano Zachariah, o bien no la había oído o había tenido un gran dominio de sí mismo. Estaba mirando a Jia, y luego, para sorpresa de Clary, dijo algo en un idioma que ella no conocía.
Los labios de Jia temblaron por un momento. Luego se apretaron en una línea dura. Se volvió hacia los demás.
—Amalric Kriegsmesser está muerto —dijo.
Le tomó a Clary, entumecida por una docena de shocks en las anteriores horas, varios segundos en recordar quién era: el Cazador Oscuro que había sido capturado en Berlín y se llevó a los Basilias mientras que los Hermanos buscaban una cura.
—Nada de lo que probamos en él funcionó —dijo el Hermano Zachariah. Su voz era musical. Sonaba británico, pensó Clary; había oído sólo alguna vez su voz en su mente antes, y la comunicación telepática parece acabar con los acentos—. Ni un solo hechizo, ni una sola poción. Finalmente tuvimos que hacer que bebiera de la Copa Mortal.
Eso lo destruyó, dijo Enoch. La muerte fue instantánea.
—El cuerpo de Amalric debe ser enviado a través de un Portal a los brujos en el Laberinto Espiral, para estudiarlo —dijo Jia—. Tal vez si actuamos con la suficiente rapidez, ella... ellos puedan aprender algo de su muerte. Alguna pista para una cura.
—Su pobre familia —dijo Maryse—. Ellos ni siquiera quieren quemarlo y enterrarlo en la Ciudad Silenciosa.
—Él no era más un Nefilim —dijo Patrick—. Si sería enterrado, sería en el Bosque Brocelind.
—Al igual que mi madre lo fue —dijo Jace—. Debido a que ella se suicidó. Los criminales, los suicidios y los monstruos están enterrados en el lugar donde todos los caminos se cruzan, ¿verdad?
Tenía su falsa voz brillante, Clary sabía que encubría la ira o el dolor; ella quería acercarse a él, pero la habitación estaba demasiado llena de gente.
—No siempre —dijo el hermano Zachariah con su voz suave—. Uno de los jóvenes Longfords estaba en la batalla en la Ciudadela. Se vio obligado a matar a su propio parabatai, que había sido convertido por Sebastian. Luego volvió su espada sobre sí mismo y se cortó las muñecas. Él será quemado con el resto de los muertos hoy, con todos los honores del caso.
Clary recordó el joven que había visto en la Ciudadela, de pie sobre un Cazador de Sombras muerto de rojo, llorando mientras la batalla rugía a su alrededor. Se preguntó si debería haber parado, hablado con él, si lo hubiera ayudado, si había algo que podía haber hecho.
Jace lucía como si fuera a vomitar.
—Es por eso que tenéis que dejarme ir tras Sebastián —dijo—. Esto no puede seguir ocurriendo. Estas batallas, la lucha contra los Cazadores Oscuros... el va a encontrar cosas peores que hacer. Sebastian siempre lo hace. Convertirlos es peor que la muerte.
—Jace —dijo Clary bruscamente, pero Jace la miró, medio desesperado y medio suplicante. Una mirada que le rogó que no lo dudara. Se inclinó hacia adelante, con las manos sobre el escritorio del Cónsul.
—Envíeme a él —dijo Jace—. Y trataré de matarlo. Tengo fuego celestial. Es nuestra mejor oportunidad.
—No es una cuestión de enviarte a cualquier lugar —dijo Maryse—. No podemos enviarte a él; no sabemos dónde está Sebastian. Es una cuestión de dejar que él te lleve.
—Entonces, que me tome...
—Por supuesto que no —el Hermano Zachariah se puso serio, y Clary recordó lo que una vez le había dicho a ella: Si se me presenta la oportunidad de salvar al último del linaje Herondale, considero eso de mayor importancia que la lealtad que le debo a la Clave—. Jace Herondale —dijo—. La Clave puede escoger obedecer a Sebastián o desafiarlo, pero de cualquier manera no te podemos mandar a él en la forma en que se puede esperar. Nosotros debemos sorprenderlo. De lo contrario, simplemente estamos entregando a él la única arma que sabemos que teme.
—¿Tienes otra sugerencia? —preguntó Jia—. ¿Tenemos que sacarlo? ¿Utiilizar a Jace y a Clary para capturarlo?
—No lo podemos utilizarlo como cebo —protestó Isabelle.
—¿Tal vez él podría separarse de sus fuerzas? —sugirió Maryse.
—No se puede engañar a Sebastián —dijo Clary, sintiéndose agotada—. Él no se preocupa por razones o excusas. Sólo le preocupa él y lo que él quiere, y si le dan a elegir entre esas dos cosas, él te destruirá.
Jia se inclinó sobre la mesa.
—Tal vez podamos convencerlo de que quiere algo más. ¿Hay algo más que podríamos ofrecerle como moneda de cambio?
—No —susurró Clary—. No hay nada. Sebastian es... —pero, ¿cómo le explicaría a su hermano? ¿Cómo podría explicar la mirada fija en su oscuro corazón de un agujero negro? Imagina que fueras el último Cazador de Sombras que queda en la tierra, imagina que toda tu familia y amigos estuvieran muertos, imagina que no hubiera quedado nadie que aún creyera en lo que eras. Imagina que estuvieras en la tierra mil millones, mil millones de años después de que el sol hubiera chamuscado la distancia de toda la vida, y que gritaras desde lo más profundo por un sólo y único ser viviente que todavía respire junto contigo, pero no hay nadie, los únicos ríos serían fuego y cenizas. Imagina que estás solo, y entonces imagina que sólo haya una manera de que puedas pensar en arreglarlo. Entonces imagina lo que harías para hacer que suceda—. No. Él no va a cambiar su mente. Nunca.
Un murmullo de voces estalló. Jia aplaudió pidiendo silencio.
—Suficiente —dijo—. Estamos dando vueltas en círculos. Es hora de que la Clave y el Concejo puedan discutir la situación.
—Si se me permite hacer una sugerencia —los ojos del Hermano Zachariah barrieron la habitación, pensativo bajo las pestañas oscuras, antes de que pararan en Jia—. Los ritos funerarios de los muertos de la Ciudadela están a punto de comenzar. Se la espera allí, Cónsul, al igual que a usted, Inquisidor. Yo sugeriría que Clary y Jace se quedaran en la casa del Inquisidor, teniendo en cuenta la contención que los rodea, y que el Concejo se reúna después de los ritos.
—Tenemos derecho a estar en la reunión —dijo Clary—. Esta decisión nos concierne. Es sobre nosotros.
—Sereis convocados —dijo Jia, su mirada no descansaba sobre Clary o Jace, pero saltando por delante de ellos, pasando su mirada sobre Robert, Maryse, y los Hermanos Enoch y Zachariah—. Hasta entonces, descansad; necesitareis energía. Podría ser una larga noche.
StephRG14
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Cazadores de sombras - Página 3 Empty RE: CIUDAD DEL FUEGO CELESTIAL

Mensaje por StephRG14 Sáb 16 Mayo 2015, 6:36 pm

Capitulo 12
La pesadilla formal


Los cuerpos ardían en filas ordenadas de piras que se habían establecido a lo largo del camino hacia el Bosque Brocelind. El sol comenzaba a ponerse detrás de un cielo nublado blanco, y cuando cada pira se elevaba, estallaba en chispas anaranjadas. El efecto era extrañamente hermoso, aunque Jia Penhallow dudaba que alguno de los dolientes que se reunían en la llanura pensara así.
Por alguna razón, una canción que había aprendido cuando era niña se repetía en su cabeza.

Negro para la caza durante la noche
El color blanco para la muerte y el luto
Oro para una novia en su vestido de boda
Y el rojo para deshacer encantamientos.
Seda blanca cuando nuestros cuerpos se queman,
Banderas azules cuando lo perdido regresa.
Flamas por el nacimiento de un Nefilim,
Y para lavar nuestros pecados.
Gris por el mejor conocimiento jamás dicho
Hueso para aquellos que no envejecen.
El azafrán ilumina la marcha de la victoria,
El verde reparará nuestros corazones rotos.
Plata para las torres de los demonios,
Y el bronce para convocar los poderes malvados.


Hueso para aquellos que no envejecen. El Hermano Enoc, con su túnica de color hueso, estaba caminando de ida y vuelta por la fila de las piras. Cazadores de Sombras se encontraban de pie o arrodillados, o arrojando en las flamas anaranjadas puñados de las pálidas flores blancas de Alicante, que crecían incluso en el invierno.
—Cónsul. —La voz en su hombro era suave. Ella se volvió para ver al Hermano Zachariah (al muchacho que una vez había sido el Hermano Zachariah, al menos) de pie junto a su hombro—. El Hermano Enoc dijo que deseaba hablar conmigo.
—Hermano Zachariah —empezó a decir, y luego hizo una pausa—. ¿Hay otro nombre por el que desee ser llamado? ¿El nombre que tenía antes de convertirse en un Hermano Silencioso?
—“Zachariah” servirá muy bien por ahora —dijo—. Todavía no estoy listo para recuperar mi antiguo nombre.
—He escuchado —dijo ella, e hizo una pausa, para el siguiente momento era incómodo—, que uno de los brujos del Laberinto en Espiral, Theresa Gray, es alguien a quien usted conoció y cuidó durante su vida mortal. Y para alguien que ha sido un Hermano Silencioso tanto como usted ha sido, debe ser algo raro.
—Ella es todo lo que me queda de ese tiempo —dijo Zachariah—. Ella y Magnus. Me gustaría hablar con Magnus, si pudiese, antes de que él…
—¿Le gustaría ir al Laberinto en Espiral? —Interrumpió Jia.
Zachariah la miró con ojos estupefactos. Parecía tener casi la misma edad que su hija, pensó Jia, sus pestañas eran imposiblemente largas, con los ojos tanto jóvenes como mayores, al mismo tiempo.
—¿Me está liberando de Alicante? ¿Acaso no se necesita a todos los guerreros?
—Ha servido a la Clave por más de ciento treinta años. No podemos pedir más de usted.
Él volvió la mirada hacia las piras, al humo negro corriendo por el aire.
—¿Cuánto sabe del Laberinto en Espiral? ¿De los ataques a los Institutos, la Ciudadela, los representantes?
—Son estudiantes de la tradición —dijo Jia—. No guerreros o políticos. Ellos saben de lo que sucedió en el Burren. Hemos hablado de la magia de Sebastian, las posibles curas para los Cazadores Oscuros, formas de fortalecer las salas. No preguntan más allá de eso…
—Y no se los diga —dijo Zachariah—. ¿Así que no saben de la Ciudadela, o los representantes?
Jia apretó la mandíbula. —Supongo que va a decir que debo decirles.
—No —dijo. Tenía las manos en los bolsillos; su aliento era visible en el aire claro y frío—. No diré eso.
Estaban de pie al lado del otro, en la nieve y el silencio, hasta que, para su sorpresa, él habló de nuevo:
—No voy a ir al Laberinto en Espiral. Me quedaré en Idris.
—¿Pero no quiere verla?
—Quiero ver a Tessa más que nada en el mundo —dijo Zachariah—. Pero si ella supiera más de lo que ha estado sucediendo aquí, querría estar aquí y luchar junto a nosotros, y me parece que yo no quiero eso. —Su pelo oscuro cayó hacia adelante mientras negaba con la cabeza—. Me parece que a medida que voy despertando de ser un Hermano Silencioso, soy capaz de no querer eso. Tal vez es egoísmo. No estoy seguro. Pero de lo que sí puedo estar seguro, es que los brujos están a salvo en el Laberinto en Espiral. Tessa está a salvo. Si voy con ella, estaré a salvo también, pero de igual manera me estaré escondiendo. Yo no soy un brujo; no puedo ser de ayuda en el Laberinto. Puedo ser de ayuda aquí.
—Podría ir al Laberinto y volver. Sería complicado, pero yo podría pedir…
—No —dijo él en voz baja—. No puedo ver a Tessa cara a cara y evitar
decirle la verdad sobre lo que está pasando aquí. Y más que eso, no puedo ir a
donde Tessa y presentarme como un hombre mortal, como un Cazador de
Sombras, y no hablarle de los sentimientos que tenía cuando era… —se
interrumpió—. Que mis sentimientos no han cambiado. No puedo ofrecerle eso
y entonces volver a un lugar en el que podría ser asesinado. Es mejor que ella
piense que nunca hubo una oportunidad para nosotros.
—Es mejor que piense así también —dijo Jia, mirándole a la cara, con la
esperanza y el anhelo pintados allí claramente para que cualquiera los vea.
Miró a Robert y Maryse Lightwood, de pie a una distancia el uno del otro en la
nieve. No lejos de allí estaba su propia hija, Aline, apoyando su cabeza contra la
rubia y rizada de Helen Blackthorn—. Nosotros, los Cazadores de Sombras, nos
ponemos en peligro, cada hora, cada día. Creo que a veces somos imprudentes
con nuestros corazones de la manera en que somos con nuestras vidas. Cuando
los entregamos, damos cada pieza. Y si no conseguimos lo que necesitamos tan
desesperadamente, ¿cómo vivimos?
—Cree que ella podría ya no amarme —dijo Zachariah—. Después de
todo este tiempo.
Jia no dijo nada. Era, después de todo, exactamente lo que pensaba.
—Es una cuestión razonable —dijo él—. Y quizá no lo haga. Mientras ella
esté viva, bien y feliz en este mundo, voy a encontrar una manera de ser feliz
también, incluso si no es a su lado. —Miró a las piras, a las alargadas sombras
de la muerte—. ¿Qué cuerpo es el del joven Longford? ¿El que mató a su
parabatai?
—Ahí. —Señaló Jia—. ¿Por qué quiere saber?
—Es la peor cosa que me puedo imaginar tener que hacer alguna vez. No
hubiera sido lo suficientemente valiente. Y dado que ahí se encuentra alguien
que lo fue, quiero presentarle mis respetos —dijo Zachariah, y caminó a través

del suelo espolvoreado de nieve hacia el fuego.
***
—El funeral ha terminado —dijo Isabelle—. O por lo menos, el humo de dejado de subir. —Estaba sentada en el alféizar de la ventana de su habitación en la casa del Inquisidor. La habitación era pequeña y pintada de blanco, con cortinas floreadas. No muy Isabelle, pensó Clary, pero entonces habría sido difícil hacer una réplica de la habitación esparcida con polvos brillantes de la Isabelle de Nueva York a corto plazo.
—Estaba leyendo mi Codex el otro día. —Clary terminó de abotonarse el cárdigan de lana azul que se había puesto. No podía soportar tener puesto un segundo más el suéter que había usado todo el día de ayer, con el que había dormido, y que Sebastian había tocado—. Y estaba pensando. Los mundanos se matan unos a otros todo el tiempo. Nosotros… ellos tienen guerras, todo tipo de guerras y se masacran entre sí, pero esta es la primera vez que los Nefilim alguna vez han tenido que matar a otros Cazadores de Sombras. Cuando Jace y yo estábamos tratando de convencer a Robert de dejarnos ir a través de la Ciudadela, no podía entender por qué estaba tan terco. Pero creo que lo entiendo un poco ahora. Creo que él no podía creer que los Cazadores de Sombras realmente podría representar una amenaza para otros Cazadores de Sombras. No importa lo que les dijimos sobre el Burren.
Isabelle lanzó una breve carcajada.
—Eso es caridad de tu parte. —Atrajo las rodillas al pecho—. Sabes, tu madre me llevó a la Ciudadela de Adamantio con ella. Dijeron que sería una buena Hermana de Hierro.
—Las vi en la batalla —dijo Clary—. A las Hermanas. Eran hermosas. Y aterradoras. Como mirar el fuego.
—Pero no pueden casarse. No pueden estar con nadie. Ellas viven para siempre, pero no… no tienen vida. —Isabelle apoyó la barbilla en las rodillas.
—Hay muchas diferentes formas de vivir —dijo Clary—. Y mira al Hermano Zachariah...
Isabelle levantó la vista.
—He oído a mis padres hablar sobre él de camino a la reunión del Concejo de hoy —dijo ella—. Dijeron que lo que le sucedió fue un milagro. Nunca he oído hablar de alguien que dejara de ser un Hermano Silencioso antes. Quiero decir, pueden morir, pero revertir los hechizos no debería ser posible.
—Muchas cosas no deberían ser posibles —dijo Clary, rastrillando sus dedos por su cabello. Ella quería una ducha, pero no podía soportar la idea de estar allí sola de pie, bajo el agua. Pensando en su madre. En Luke. La idea de perder a alguno de ellos, sin pensar los dos, era tan aterrador como la idea de ser abandonada en la marea: una diminuta mota de humanidad rodeada por kilómetros de agua a su alrededor y por debajo, y el cielo vacío encima. Nada para atarla a tierra.
Mecánicamente empezó a dividir su cabello en dos trenzas. Un segundo después, Isabelle había aparecido detrás de ella en el espejo.
—Déjame hacer eso —dijo con voz ronca, y se apoderó de los mechones de cabello de Clary, sus dedos trabajando en los rizos expertamente.
Clary cerró los ojos y se dejó perderse por un momento en la sensación de otra persona cuidando de ella. Cuando había sido una niña, su madre le había trenzado el pelo cada mañana antes de que Simon viniera a recogerla para ir a la escuela. Recordó su hábito de deshacer las cintas mientras ella dibujaba, y ocultarlas en lugares —sus bolsillos, la mochila— esperando que ella se diera cuenta y le lanzara un lápiz.
Era imposible, a veces, creer que su vida había sido tan ordinaria.
—Oye —dijo Isabelle, empujándola—. ¿Estás bien?
—Estoy bien —dijo Clary—. Estoy bien. Todo está bien.
—Clary. —Sintió la mano de Isabelle en su mano, separando lentamente los dedos de Clary. Su mano estaba húmeda. Clary se dio cuenta de que había estado agarrando una de las horquillas de Isabelle con tanta fuerza que los extremos habían cavado en su palma y la sangre le corría por la muñeca—. Yo no… ni siquiera recuerdo coger eso —dijo ella, aturdida.
—Me lo llevaré. —Isabelle lo tiró a la basura—. No estás bien.
—Tengo que estar bien —dijo Clary—. Tengo que estarlo. Tengo que estar
en control y no desmoronarme. Por mi mamá y por Luke.
Isabelle hizo un ruido evasivo suave. Clary era consciente de que la
estela de la otra chica estaba barriendo sobre el dorso de su mano, y el flujo de
sangre se estaba desacelerando. Todavía no sentía ningún dolor. Sólo había
oscuridad en el borde de su visión, la oscuridad que amenazaba con acercarse
cada vez que pensaba en sus padres. Ella sentía como si se estuviera ahogando,
dando patadas a los bordes de su propia conciencia para mantenerse alerta y
por encima del agua.
Isabelle de repente se quedó sin aliento y saltó hacia atrás.
—¿Qué sucede? —Preguntó Clary.
—Vi una cara, una cara en la ventana…
Clary agarró a Heosphoros de su cinturón y comenzó a hacer su camino
a través de la habitación. Isabelle estaba detrás de ella, su látigo de oro y plata
enroscándose en su mano. Se sacudió hacia adelante, y la punta se enroscó
alrededor de la manija de la ventana y la abrió de golpe. Hubo un grito, y una
figura pequeña y sombría cayó de bruces sobre la alfombra, aterrizando sobre
las manos y rodillas.
El látigo de Isabelle volvió de golpe a su agarre mientras miraba
fijamente, con una rara mirada de asombro. La sombra en el piso se estiró,
revelando una diminuta figura vestida de negro, la mancha de un rostro pálido
y un alborotado cabello rubio largo, cayendo libre de una trenza descuidada.
—¿Emma? —Dijo Clary.
***
La parte suroeste de Long Meadow en Prospect Park estaba desierta por
la noche. La luna, medio llena, brillaba sobre la vista distante de las piedras
rojizas de Brooklyn más allá del parque, el contorno de los árboles desnudos, y
el espacio que había sido aclarado sobre la hierba seca de invierno por la
manada.
Era un círculo, alrededor de seis metros de ancho, cercado por los hombres lobo de pie. Toda la manada del centro de Nueva York estaba allí: treinta o cuarenta lobos, jóvenes y viejos.
Leila, con su cabello negro atado en una coleta, caminó hacia el centro del círculo y aplaudió una vez por la atención.
—Miembros de la manada —dijo—. Un reto ha sido emitido. Rufus Hastings ha desafiado a Bartholomew Velasquez por la antigüedad y el liderazgo de la manada de Nueva York. —Hubo un murmullo entre la multitud; Leila levantó la voz—. Este es un tema de liderazgo temporal en la ausencia de Luke Garroway. Ninguna discusión sobre la sustitución de Luke como líder se tendrá en este momento. —Ella juntó las manos detrás de su espalda—. Por favor, den un paso adelante, Bartholomew y Rufus.
Bat dio un paso adelante en el círculo, y un momento después Rufus lo siguió. Ambos estaban vestidos inoportunamente en jeans, camisetas y botas, sus brazos desnudos a pesar del aire frío.
—Las reglas del desafío son estas —dijo Leila—. El lobo debe luchar con otro sin armas, guarden las armas de dientes y garras. Debido a que es un desafío para el liderazgo, la lucha va a ser una lucha a muerte, no a la sangre. Quien vive será líder, y todos los otros lobos jurarán lealtad a él esta noche. ¿Entienden?
Bat asintió. Parecía tenso, con la mandíbula apretada; Rufus estaba sonriendo por todo el cuerpo, los brazos balanceándose a los costados. Despidió con un gesto las palabras de Leila.
—Todos sabemos cómo funciona, niña.
Los labios de ella se comprimieron en una delgada línea.
—Entonces puedes comenzar —dijo, aunque mientras se movía de nuevo en el círculo con los otros, ella murmuró—: Buena suerte, Bat —en voz baja, justo lo suficientemente alto para que todos la oyeran.
Rufus no parecía molesto. Seguía sonriendo, y para el momento en que Leila volvió a entrar en el círculo con la manada, él se abalanzó.
Bat lo esquivó. Rufus era grande y pesado; Bat era más ligero y un poco más rápido. Se giró de lado, apenas evadiendo las garras de Rufus, y regresó con un gancho al mentón que hizo virarse la cabeza de Rufus. Él presionó la ventaja rápidamente, lloviendo golpes que enviaron al otro lobo trastabillando hacia atrás; los pies de Rufus se arrastraron por el suelo mientras un bajo gruñido comenzó en el fondo de su garganta.
Sus manos le colgaban a los lados, los dedos apretados. Bat giró de nuevo, aterrizando un golpe en el hombro de Rufus, justo cuando Rufus se volvió y lo cortó con su mano izquierda. Sus garras estaban totalmente extendidas, enormes y brillantes en la luz de la luna. Estaba claro que él las había afilado de alguna manera. Cada uno de ellas era como una navaja de afeitar, y las pasó por el pecho de Bat, rebanando su camisa y su piel con ellas. Escarlata floreció a través de la caja torácica de Bat.
—Primera sangre —gritó Leila, y los lobos comenzaron a estampar, lentamente, cada levantamiento y caída de sus pies izquierdos y en un ritmo regular, de modo que el suelo parecía resonar como un tambor.
Rufus sonrió de nuevo y avanzó hacia Bat. Este giró y lo golpeó, aterrizando otro puñetazo a la mandíbula que trajo sangre a la boca de Rufus; el cual volvió la cabeza hacia un lado y escupió rojo sobre la hierba y siguió viniendo. Bat retrocedió; sus garras estaban fuera ahora, sus ojos planos y amarillo. Él gruñó y lanzó una patada; Rufus agarró su pierna y la retorció, enviando a Bat al suelo. Se lanzó tras Bat, pero el otro hombre lobo ya había rodado lejos, y Rufus aterrizó sobre el suelo, en cuclillas.
Bat se puso en pie, pero era claro que estaba perdiendo sangre. La sangre había rodado por su pecho y sido absorbida por la cintura de sus jeans, y sus manos estaban mojadas con ella. Él atacó con sus garras; Rufus se volvió, tomando el golpe en su hombro, cuatro cortes superficiales. Con un gruñido agarró la muñeca de Bat y la retorció. El sonido del chasquido del hueso fue muy fuerte, y Bat jadeó y retrocedió.
Rufus se abalanzó. El peso de él aplastó a Bat al suelo, golpeando con fuerza la cabeza de Bat contra una raíz de un árbol. Bat se quedó inerte.
Los otros lobos seguían golpeando la tierra con los pies. Algunos de ellos lloraban abiertamente, pero ninguno se movió hacia adelante cuando Rufus se sentó en Bat, una mano presionándolo plano contra la hierba, la otra levantada, las maquinillas de afeitar de sus dedos reluciendo. Se acercó para el golpe de gracia…
—Alto. —La voz de Maia resonó a través del parque. Los otros lobos levantaron la vista en estado de shock. Rufus sonrió.
—Oye, niñita —dijo él.
Maia no se movió. Ella estaba en el centro del círculo. De alguna manera se había empujado más allá de la línea de lobos sin que se dieran cuenta. Llevaba cuerdas y una chaqueta de mezclilla, el pelo recogido hacia atrás con fuerza. Su expresión era severa, casi sin expresión.
—Quiero lanzar un desafío —dijo ella.
—Maia —dijo Leila—. ¡Conoces la ley! “Cuando pelees con un lobo de la manada, debes enfrentarte a solas, alejado, pues los demás tomarán parte en la pelea, y la manada sería reducida por la guerra.” No puedes interrumpir la batalla.
—Rufus está a punto de dar el golpe de gracia —dijo Maia sin emoción—. ¿Realmente sientes como si necesitara esperar esos cinco minutos antes de que emita mi reto? Lo haré, si Rufus tiene demasiado miedo de pelear conmigo con Bat todavía respirando…
Rufus saltó del cuerpo inerte de Bat con un rugido, y avanzó hacia Maia. La voz de Leila se levantó en pánico:
—¡Maia, sal de ahí! Una vez que hay sangre por primera vez, no podemos detener la pelea…
Rufus se abalanzó sobre Maia. Sus garras rasgaron el borde de su chaqueta; Maia se puso de rodillas y rodó, y luego se levantó de sus rodillas, con las garras extendidas. Su corazón golpeaba contra sus costillas, enviando oleadas de sangre helada y caliente a través de sus venas. Podía sentir el aguijón del corte en su hombro. Primera sangre.
Los hombres lobos comenzaron a estampar la tierra de nuevo, aunque esta vez no estaban en silencios. Había murmullos y jadeos en las filas. Maia hizo lo posible para bloquearlo, ignorarlo. Vio a Rufus dar un paso hacia ella. Era una sombra, esbozada por la luna, y en ese momento ella vio no sólo él, sino también Sebastian, cerniéndose sobre ella en la playa, un príncipe frío tallado en hielo y sangre.
Tu novio está muerto.
Su puño se apretó contra el suelo. Cuando Rufus se arrojó a ella, con las garras afiladas extendidas, ella se levantó y echó puñado de tierra y césped en la cara.
Él se tambaleó hacia atrás, asfixiándose y cegado. Maia se adelantó y golpeó su bota en el pie de él; sintió los pequeños huesos se romperse, lo oyó gritar; en ese momento, cuando él estaba distraído, ella metió las garras en sus ojos.
Un grito salió de su garganta, rápidamente cortado. Él se dejó caer hacia atrás, desplomándose sobre la hierba con un fuerte golpe que le hizo pensar en un árbol cayendo. Ella miró su mano. Estaba cubierta de sangre y manchas de líquido: materia cerebral y humor vítreo.
Se dejó caer de rodillas y vomitó en la hierba. Sus garras se deslizaron hacia dentro de nuevo, y ella se limpió las manos en el suelo, una y otra vez, mientras su estómago tenía un espasmo. Sintió una mano en su espalda y levantó la vista para ver a Leila inclinada sobre ella.
—Maia —dijo en voz baja, pero su voz fue ahogada por la manada cantando el nombre de su nuevo líder—: Maia, Maia, Maia.
Los ojos de Leila eran oscuros y preocupados. Maia se puso de pie, limpiándose la boca con la manga de su chaqueta, y se apresuró por el césped hacia Bat. Se agachó a su lado y le tocó la mejilla con la mano.
—¿Bat? —Dijo.
Con un esfuerzo, él abrió los ojos. Había sangre en su boca, pero estaba
respirando constantemente. Maia supuso que ya se estaba recuperando de los
golpes de Rufus.
—No sabía que peleabas sucio —dijo con una media sonrisa.
Maia pensó en Sebastian y su sonrisa brillante, y los cuerpos en la playa.
Pensó en lo que Lily le había dicho. Pensó en los Cazadores de Sombras detrás
de sus salas, y en la fragilidad de los Acuerdos y del Concejo. Va a ser una guerra
sucia, pensó, pero eso no fue lo que dijo en voz alta.
—Yo no sabía que te llamabas Bartholomew. —Ella tomó su mano, la
sostuvo en la suya sangrienta. A su alrededor, la manada seguía cantando.
“Maia, Maia, Maia.”
Cerró los ojos.
—Todo el mundo tiene sus secretos.
***
—Casi no parece hacer alguna diferencia —dijo Jace, acurrucado en el
asiento de la ventana en la habitación del ático que compartía con Alec—. Todo
se siente como una prisión.
—¿Crees que eso es un efecto secundario al hecho de que los guardias
armados están de pie alrededor de la casa? —Sugirió Simon—. Quiero decir,
sólo es un pensamiento.
Jace le lanzó una mirada irritable.
—¿Qué pasa con los mundanos y su compulsión abrumadora para decir
lo obvio? —Preguntó. Se inclinó hacia delante, mirando a través de los cristales
de la ventana. Simon podría haber estado exagerando un poco, pero sólo
ligeramente. Las figuras oscuras de pie en los puntos cardinales que rodeaban
la casa del Inquisidor podrían haber sido invisibles para el ojo inexperto, pero
no para el de Jace.
—No soy un mundano —dijo Simon, un filo en su voz—. ¿Y qué pasa con los Cazadores de Sombras y su compulsión abrumadora para ponerse a sí mismos y a todos lo que quieren al borde de la muerte?
—Dejen de pelear. —Alec se había apoyado en la pared, en la pose clásica de pensamiento, con la barbilla apoyada en su mano—. Los guardias están allí para protegernos, no mantenernos dentro. Ten un poco de perspectiva.
—Alec, me has conocido durante siete años —dijo Jace—. ¿Cuándo, alguna vez, he tenido perspectiva?
Alec lo fulminó con la mirada.
—¿Todavía sigues enfadado porque rompí tu teléfono? —Dijo Jace—. Porque tú rompiste mi muñeca, así que yo diría que estamos a mano.
—Fue un esguince —dijo Alec—. No es rotura. Esguince.
—¿Ahora quién está discutiendo? —Dijo Simon.
—No hables. —Alec hizo un gesto hacia él con una expresión de vago disgusto—. Cada vez que te miro, sigo recordando el haber venido aquí y verte envolviendo a mi hermana.
Jace se sentó.
—No he escuchado sobre esto.
—Oh, vamos… —dijo Simon.
—Simón, te estás ruborizando —observó Jace—. Y eres un vampiro y casi nunca te ruborizas, por lo que esto debe ser realmente jugoso. Y extraño. ¿Estuvieron las bicicletas involucradas de alguna manera perversa? ¿Aspiradoras? ¿Paraguas?
—¿Los grandes paraguas, o la pequeña clase que consigues con las bebidas? —Preguntó Alec.
—¿Importa…? —Comenzó Jace, y luego se interrumpió cuando Clary entró en la habitación con Isabelle, sosteniendo a una pequeña niña de la mano.
Después de un momento de silenciosa conmoción, Jace la reconoció: Emma, la chica a la que Clary había escapado de la comodidad durante la reunión del Concejo. La que lo miraba con adoración de héroe apenas disimulada. No es que le importara el culto al héroe, pero era un poco extraño tener a un niño cayendo de repente en medio de lo que había, sin duda, comenzado a ser una conversación un tanto incómoda.
—Clary —dijo él—. ¿Secuestraste a Emma Carstairs?
Clary le dio una mirada exasperada.
—No. Ella llegó aquí por su cuenta.
—Entré por una de las ventanas —suministró Emma amablemente—. Al igual que en Peter Pan.
Alec empezó a protestar. Clary le tomó la mano libre para detenerlo; la otra mano estaba ahora en el hombro de Emma.
—Todo el mundo cállese por un segundo, ¿de acuerdo? —Dijo Clary—. Ella no debería estar aquí, sí, pero vino por una razón. Tiene información.
—Eso es correcto —dijo Emma en su pequeña voz, determinada. En realidad, era sólo una cabeza más baja que Clary, pero de igual forma, Clary era muy pequeña. Emma sería probablemente alta un día. Jace trató de recordar a su padre, John Carstairs, él estaba seguro de que lo había visto en las reuniones del Concejo, y pensó que recordaba a un hombre alto, de pelo rubio. ¿O su cabello había sido oscuro? Recordaba a los Blackthorn, por supuesto, pero los Carstairs se habían desvanecido de su memoria.
Clary le devolvió la mirada aguda con una que decía: Se amable. Jace cerró la boca. Nunca había pensado mucho acerca de si le gustaban o no los niños, aunque a él siempre le había gustado jugar con Max. Max había sido un sorprendentemente hábil estratega para un niño tan pequeño, y a Jace siempre le había gustado prepararle rompecabezas. El hecho de que Max había adorado el suelo que pisaba no había sido malo tampoco.
Jace pensó en el soldado de madera que le había dado a Max, y cerró los ojos con dolor repentino. Cuando los abrió de nuevo, Emma lo miraba. No en la
forma en que ella lo había mirado cuando la había encontrado con Clary en el Gard, ese tipo de sobresalto medio impresionado, medio asustado. La mirada Eres Jace Lightwood, pero con un poco de preocupación. De hecho, toda su postura era una mezcla de confianza que él estaba bastante seguro ella estaba fingiendo, y un claro temor. Sus padres habían muerto, pensó, habían muerto hacía días. Y recordó la vez, siete años antes, cuando se había enfrentado a sí mismo con los Lightwood, con el conocimiento en su corazón de que su padre acababa de morir, y el amargo sabor de la palabra "huérfano" en sus oídos.
—Emma —dijo tan suavemente como pudo—. ¿Cómo te metiste en la ventana?
—Me subí encima de los tejados —dijo ella, señalando por la ventana—. No fue tan difícil. Vidrio armado son casi siempre dormitorios, así que bajé en el primero, y era el de Clary. —Se encogió de hombros, como si lo que había hecho no hubiera sido riesgoso o impresionante.
—Era el mía, en realidad —dijo Isabelle, que estaba mirando a Emma como si fuera una fascinante muestra. Isabelle se sentó en el tronco a los pies de la cama de Alec, estirando sus largas piernas—. Clary vive en la casa de Luke.
Emma parecía confundida.
—No sé dónde está. Y todo el mundo estaba hablando de ustedes estando aquí. Es por eso que vine.
Alec miró a Emma con una la mirada medio encantada, medio preocupada de un hermano mucho mayor.
—No tengas miedo… —comenzó.
—No tengo miedo —espetó ella—. Vine aquí porque necesitan ayuda.
Jace sintió su boca elevarse involuntariamente en la esquina.
—¿Qué tipo de ayuda? —Preguntó.
—Reconocí al hombre de hoy —dijo—. El que amenazó al Cónsul. Él vino con Sebastian, para atacar el Instituto. —Ella tragó—. Ese lugar, en el que dijo que todos arderíamos, Edom…
—Es otra palabra para “Infierno” —dijo Alec—. No es un lugar real, no tienes que estar preocupada…
—Ella no está preocupada, Alec —dijo Clary—. Sólo escucha.
—Se trata de un lugar —dijo Emma—. Cuando atacaron el Instituto, los oí. Escuché a uno de ellos decir que podrían llevar a Mark a Edom, y sacrificarlo allí. Y cuando nos escapamos a través del Portal, la oí gritar detrás de nosotros que arderíamos en Edom, que no había escapatoria real. —Su voz tembló—. De la forma en que hablaban sobre Edom, supe que era un lugar real, o un lugar real para ellos.
—Edom —dijo Clary, recordando—. Valentine llamó a Lilith algo por el estilo; él la llamó "mi Señora de Edom."
Los ojos de Alec se reunieron con los de Jace. Alec asintió y salió de la habitación. Jace sintió que sus hombros se relajaban minuciosamente; en medio del clamor de todo, era bueno tener un parabatai que sabía lo que estaba pensando, sin que tenga que decirlo.
—¿Le has dicho a alguien sobre esto?
Emma vaciló, y luego negó con la cabeza.
—¿Por qué no? —Dijo Simon, que había estado callado hasta ese momento. Emma lo miró, parpadeando; sólo tenía doce años, pensó Jace, y probablemente apenas se había encontrado con Submundos antes—. ¿Por qué no decirle la Clave?
—Porque no me fío de la Clave —dijo Emma con voz débil—. Pero confío en ustedes.
Clary tragó visiblemente.
—Emma…
—Cuando llegamos aquí, la Clave nos cuestionó a todos, especialmente a Jules, y usaron la Espada Mortal para asegurarse de que no estábamos mintiendo. Duele, pero no les importó. La usaron en Ty y Livvy. Lo usaron en
Dru. —Emma sonaba indignada—. Probablemente la habrían usado en Tavvy si pudiera hablar. Y duele. La Espada Mortal duele.
—Lo sé —dijo Clary, en voz baja.
—Hemos estado alojados con los Penhallow —dijo Emma—. Por Aline y Helen, y porque la Clave quiere mantener un ojo sobre nosotros. A causa de lo que vimos. Estaba abajo cuando regresaron del funeral, y les oí hablar, así que… así que me escondí. Todo un grupo de ellos, no sólo Patrick y Jia, sino muchas otras cabezas de Instituto también. Estaban hablando sobre lo que deben hacer, lo que la Clave debe hacer, si deberían entregar a Jace y Clary a Sebastian, como si fuera su elección. Su decisión. Pero pensé que debería ser decisión de ustedes. Algunos de ellos dijeron que no importaba si querían ir o no…
Simon se puso de pie.
—Pero, Jace y Clary se ofrecieron a ir, prácticamente rogaron ir…
—Les habríamos dicho la verdad. —Emma se apartó el pelo enmarañado de la cara. Sus ojos eran enormes, una chispa marrón a través de trozos de oro y ámbar—. Ellos no tenían que usar la Espada Mortal en nosotros, habríamos dicho al Concejo la verdad, pero la usaron de todos modos. La usaron en Jules hasta que sus manos… sus manos se quemaron debido a ella. —Su voz tembló—. Por lo tanto, pensé que deberían saber lo que estaban diciendo. Ellos no quieren que ustedes sepan que no es su elección, porque saben que Clary puede hacer Portales. Saben que pueden salir de aquí, y si se escapa, creen que no tendrán ninguna manera de negociar con Sebastian.
La puerta se abrió, y Alec volvió a entrar en la habitación, con un libro encuadernado en cuero marrón. Estaba sosteniéndolo de una manera tal como para ocultar el título, pero sus ojos se encontraron con los de Jace, y le dio una leve inclinación de cabeza, y luego miró hacia Emma. Los latidos del corazón de Jace se aceleraron; Alec había encontrado algo. Algo que no le gustaba, a juzgar por su expresión sombría, pero algo, no obstante.
—¿Los miembros de la Clave que oíste por casualidad, dieron alguna idea de cuándo iban a decidir qué hacer? —Preguntó Jace a Emma, en parte
para distraerla, mientras Alec se sentaba en la cama, arrastrando el libro detrás de él.
Emma negó con la cabeza.
—Todavía lo estaban discutiendo cuando me fui. Me arrastré por la ventana del piso superior. Jules me dijo que no, porque me matarían, pero sabía que no lo harían. Soy una buena escaladora —agregó con un dejo de orgullo—. Y él se preocupa demasiado.
—Es bueno que la gente se preocupe por ti —dijo Alec—. Quiere decir que les importas. Es cómo sabes que son buenos amigos.
La mirada de Emma pasó de Alec a Jace, curiosa.
—¿Tú te preocupas por él? —Preguntó a Alec, sorprendiendo una risa fuera de él.
—Todo el tiempo —dijo—. Jace podría hacerse matar poniéndose los pantalones por la mañana. Ser su parabatai es un trabajo de tiempo completo.
—Me gustaría tener un parabatai —dijo Emma—. Es como alguien que es tu familia, pero porque quiere serlo, no porque tiene que serlo. —Ella se sonrojó, de pronto consciente de sí misma—. De todos modos No creo que nadie deba ser castigado por salvar gente.
—¿Es por eso que confías en nosotros? —Preguntó Clary, conmovida—. ¿Crees que salvamos gente?
Emma golpeteó la alfombra con sus botas. Entonces miró hacia arriba.
—Supe de ti —le dijo a Jace, sonrojándose—. Quiero decir, todo el mundo sabe de ti. Que eras hijo de Valentine, pero entonces no lo eras, que eras Jonathan Herondale. Y no creo que eso significara algo para la mayoría de la gente, la mayoría de ellos te llaman Jace Lightwood, pero hizo una diferencia para mi papá. Le oí decir a mi madre que él había pensado que todos los Herondale se habían ido, que la familia había muerto, pero eras el último de ellos, así que votó en la reunión del Concejo de la Clave para seguir buscándote, porque, él dijo—: Los Carstairs están en deuda con los Herondale.
—¿Por qué? —Dijo Alec—. ¿Qué es lo que les deben?
—No lo sé —dijo Emma—. Pero vine porque mi papá hubiera querido que lo hiciera, aunque fuera peligroso.
Jace resopló una risa suave.
—Algo me dice que no te importa si las cosas son peligrosas. —Él se agachó, poniendo sus ojos al mismo nivel que los de Emma—. ¿Hay algo más que puedas decirnos? ¿Algo más que dijeron?
Ella negó con la cabeza.
—Ellos no saben dónde está Sebastian. No saben acerca de la cosa Edom… lo mencioné cuando estaba sosteniendo la Espada Mortal, pero creo que simplemente pensaron que era otra palabra para “Infierno.” Nunca me preguntaron si pensaba que era un lugar real, por lo que no dije nada.
—Gracias por decirnos. Es una ayuda. Una gran ayuda. Debes irte —añadió él, tan suavemente como pudo—, antes de que noten que te has ido. Pero de ahora en adelante los Herondale deberán a los Carstairs. ¿De acuerdo? Recuerda eso.
Jace se puso de pie cuando Emma se volvió hacia Clary, quien asintió con la cabeza y se la llevó hacia la ventana donde Jace había estado sentado antes. Clary se agachó y abrazó a la pequeña antes de alcanzar el cerrojo de la ventana. Emma trepó con la agilidad de un mono. Se balanceó a sí misma hasta que sólo sus botas colgando eran visibles, y un momento después habían desaparecido también. Jace oyó una sobrecarga de luz raspar mientras ella se precipitaba a través de las tejas del techo, y luego silencio.
—Me gusta —dijo Isabelle finalmente—. Ella me recuerda a Jace cuando era pequeño, obstinado, y actuando como si fuera inmortal.
—Dos de esas cosas todavía se aplican —dijo Clary, balanceando la ventana cerrada. Se sentó en el asiento de la ventana—. Supongo que la gran pregunta es, ¿le decimos a Jia o a alguna otra persona en el Concejo lo que Emma nos dijo?
—Eso depende —dijo Jace—. Jia tiene que someterse a lo que quiere toda la Clave; ella misma lo dijo. Si ellos deciden que lo que quieren es echarnos en una jaula hasta que Sebastian venga por nosotros… bueno, eso casi dilapida cualquier ventaja que esta información nos pueda dar.
—Así que depende de si la información es realmente útil o no —dijo Simon.
—Correcto —dijo Jace—. Alec, ¿qué has descubierto?
Alec sacó el libro de detrás de él. Era una enciclopedia demoníaca, la especie de libro que todas las bibliotecas de Cazadores de Sombras tendrían.
—Pensé que Edom podría ser un nombre para uno de los reinos demoníacos…
—Bueno, todo el mundo ha estado teorizando que Sebastián podría estar en una dimensión diferente, ya que él no puede ser seguido —dijo Isabelle—. Pero dimensiones demoníacas… hay millones de ellas, y la gente no puede simplemente ir allí.
—Algunos son más conocidos que otros —dijo Alec—. La Biblia y los textos de Enoc mencionar unos cuantos, disfrazados y subsumidos, por supuesto, en historias y mitos. Edom es mencionado como un páramo… —Leyó en voz alta, midiendo su voz—. Y los arroyos de Edom se convertirán en brea, y su tierra en azufre; su tierra será brea ardiente. Noche y día no se apagará; su humo subirá para siempre. De generación en generación será asolada; nadie pasará a través de él por lo siglos de los siglos. —Suspiró—. Y por supuesto están las leyendas sobre Lilith y Edom, que ella fue desterrada allí, que ella gobierna el lugar con el demonio Asmodeo. Esa es probablemente la razón por la que los Cazadores Oscuros hablaban de sacrificar a Mark Blackthorn para ella en Edom.
—Lilith protege a Sebastian —dijo Clary—. Si él fuera a un reino demoníaco, iría al de ella.
—“Nadie pasará a través de él por los siglos de los siglos” no suena muy alentador —dijo Jace—. Además, no hay manera de llegar a los reinos demoníacos. Viajar de un lugar a otro en este mundo es una cosa…
—Bueno, hay una manera, creo —dijo Alec—. Un camino que los Nefilim no pueden cerrar, porque se encuentra fuera de la jurisdicción de nuestras Leyes. Es viejo, más viejo que los Cazadores de Sombras… magia antigua y salvaje. —Suspiró—. Está en la Corte Seelie, y está protegido por las Hadas. Ningún ser humano ha puesto un pie en esa vía en más de cien años.
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Cazadores de sombras - Página 3 Empty RE: CIUDAD DEL FUEGO CELESTIAL

Mensaje por StephRG14 Sáb 16 Mayo 2015, 6:42 pm

Capitulo 13
Lleno de buenas intenciones


Jace estaba caminando de un lado a otro por la habitación como un gato. Los demás lo miraban, Simon especialmente con una ceja levantada.
—¿No hay otra manera de entrar? —preguntó Jace—. ¿No podemos Transportarnos?
—No somos demonios. Podemos Transportarnos sólo dentro de una dimensión —dijo Alec.
—Ya lo sé, pero si Clary experimenta con las runas Transportadoras...
—No voy a hacerlo —lo interrumpió Clary, poniendo su mano de forma protectora sobre el bolsillo donde su estela descansaba—. No os pondré en peligro. Me Transporté con Luke a Idris y casi nos matamos. No os arriesgaré.
Jace siguió caminando. Era lo que hacía cuando estaba pensando, Clary lo sabía, pero igual le miró con preocupación. Jace estaba cerrando y abriendo sus manos y murmurando entre dientes. Finalmente se detuvo.
—Clary —dijo—. Puedes hacer un Portal a la Corte Seelie, ¿no?
—Sí —dijo ella—. Eso lo puedo hacer... he estado allí, lo recuerdo. ¿Pero estaríamos seguros? No hemos sido invitados, y a las Hadas no les gustan las invasiones en su territorio...
—Nadie más que yo irá —dijo Jace—. Haré esto solo.
Alec se puso en pie.
—Lo sabía. ¡Maldición, lo sabía! Y absolutamente no irás solo. No es una opción.
Jace enarcó una ceja hacia él; estaba tranquilo por fuera, pero Clary pudo ver la tensión en la postura de sus hombros y la forma en que se mecía ligeramente hacia adelante sobre las puntas de sus pies.
—¿Desde cuándo dices “maldición”?
—Dado que la maldita situación lo amerita. —Alec cruzó los brazos sobre el pecho—. ¿Pensé que íbamos a discutir si hablaríamos con la Clave o no?
—No podemos hacerlo —dijo Jace—. No si entraremos a los reinos demonio a través de la Corte Seelie. No es como si la mitad de la Clave pudiera ir a la Corte; eso parecería un acto de guerra contra las Hadas.
—¿Y tu plan es que nosotros cinco podemos engatusarlos para dejarnos pasar? —Isabelle levantó una ceja.
—Hemos hablado con la Reina antes —dijo Jace—. Fueron con la Reina cuando... cuando estaba con Sebastian.
—Y nos engañó con sus anillos walkie-talkie para poder escucharnos —dijo Simon—. Yo no confiaría en ella más de lo que podría confiar en un elefante de tamaño medio.
—No he dicho nada de confiar en ella. Hará lo que sea de su interés en el momento. Sólo tenemos que hacer que sea de su interés dejarnos acceder a la carretera de Edom.
—Todavía somos Cazadores de Sombras —dijo Alec—. Aún representamos a la Clave. Hagamos lo que hagamos en el reino de las Hadas, se lo tomarán de manera personal.
—Entonces procederemos con tacto e inteligencia —dijo Jace—. Me encantaría que la Clave se encargase de la Reina y su corte por nosotros. Pero se nos agota el tiempo. Luke, Jocelyn, Magnus y Raphael... A ellos se les agota el tiempo. Sebastian se está preparando, está acelerando sus planes, su sed de sangre. No saben en lo que se convierte cuando se pone así, pero yo sí. Yo sí lo
sé. —Jace contuvo el aliento, había una fina capa de sudor sobre sus pómulos—. Es la razón por la quiero hacer esto solo. El Hermano Zachariah dijo que yo soy el fuego celestial. No podemos conseguir a Gloriosa otra vez. No podemos invocar a otro ángel, no hay alternativa.
—Bien —dijo Clary—, pero incluso si eres la única fuente de fuego celestial, no significa que solo tú debes hacerlo.
—Tiene razón —dijo Alec—. Sabemos que el fuego celestial puede hacerle daño a Sebastian. Pero no sabemos si es lo único que puede hacerle daño.
—Y también no significa que eres el único en matar a los Cazadores Oscuros que trabajan con Sebastian —señaló Clary—. O que puedes ir a la Corte Seelie por cuenta propia o, después de eso, atravesar algún reino demonio abandonado donde debes encontrar Sebastian...
—No podemos rastrearlo porque no estamos en la misma dimensión —dijo Jace. Levantó la muñeca donde la pulsera de plata de Sebastian brillaba—. Una vez que esté en su mundo podré rastrearlo. Ya lo he hecho antes...
—Juntos podemos rastrearlo —dijo Clary—. Jace, esto no se trata sobre encontrarlo, esto es lo más grande y enorme que hemos hecho. No es sobre matar a Sebastian, es sobre sus liberar a sus prisioneros. Es una misión de rescate. Sus vidas están en juego, así como la nuestra. —Su voz se quebró.
Jace había detenido su andar y miró a cada uno de sus amigos, casi suplicante.
—Es sólo que no quiero que nada les suceda —respondió él.
—Sí, bueno, ninguno de nosotros desea que algo te pase tampoco —dijo Simon—. Pero piensa en las consecuencias, ¿qué sucedería si tú vas y nosotros no? Sebastian quiere a Clary, la quiere más de lo que te quiere a ti y puede encontrarla aquí en Alicante. Nada lo detendrá de regresar de nuevo, excepto su promesa de que esperará dos días en regresar, ¿y desde cuándo sus promesas valen la pena? Podía venir por cualquiera de nosotros en cualquier
momento, ya lo demostró con los representantes de Subterráneos. Ahora mismo somos un blanco fácil. Lo mejor será ir donde él no lo espere o nos encontrará.
—No me quedaré aquí en Alicante mientras Magnus está en peligro —dijo Alec, con una voz adulta sorprendentemente fría—. Ve sin mí y menosprecia nuestros juramentos parabiatai, me faltas el respeto como un Cazador de Sombras y me faltas el respeto por el hecho de que esta es mi batalla también.
Jace lo miró sorprendido.
—Alec, nunca menospreciaría nuestro juramento. Eres uno de los mejores Cazadores de Sombras que conozco...
—Por eso vamos contigo —dijo Isabelle—. Nos necesitas. Necesitas de Alec y de mí para apoyarte en el camino como siempre hemos hecho siempre. Necesitas los poderes rúnicos de Clary y la fuerza vampírica de Simon. Esta no es sólo tu pelea. Si nos respetas como Cazadores de Sombras y como tus amigos, entonces estamos contigo. Es así de simple.
—Lo sé —dijo Jace, en voz baja—. Yo sé que los necesito. —Miró a Clary, y ésta oyó la voz de Isabelle diciendo «necesitas los poderes rúnicos de Clary» y recordó la primera vez que había visto a Jace en su vida, con Alec e Isabelle a su lado, y de lo peligroso que pensó que él era.
Nunca se le había ocurrido que era igual a él, que era peligrosa.
—Gracias —dijo él, y se aclaró la garganta—. Está bien. Todo el mundo en marcha y empaquen sus cosas. Empaquen lo necesario: agua, todos los alimentos que puedan tomar, estelas extras y mantas. Y tú —agregó a Simon—, no creo que necesites comida, pero si has embotellado sangre, llévala. Puede que no haya nada que puedas... comer a dónde vamos.
—Pero puedo comer de unos de vosotros —dijo Simon, pero sonrió un poco, y Clary sabía que era porque Jace lo había incluido entre ellos, sin dudarlo ni un instante. Finalmente Jace había aceptado que donde ellos fueran, Simon también lo haría, fuera él un Cazador de Sombras o no.
—Muy bien —dijo Alec—. Nos encontraremos aquí dentro de diez minutos. Clary, prepárate para crear un Portal. Y, ¿Jace?
—¿Sí?
—Será mejor que tengas una estrategia para lo haremos cuando lleguemos a la Corte de las Hadas. Porque la vamos a necesitar.
***
El torbellino dentro del Portal fue casi un alivio. Clary fue la última en pasar por la puerta brillante, después que los demás la habían atravesado, y dejó que la fría oscuridad la sumergiera como si fuera agua, arrastrándola más y más profundo y robando el aire de sus pulmones, haciéndola olvidar todo excepto el clamor y la caída.
Acabó muy rápido, el Portal la liberó con torpeza en el suelo de tierra de un túnel y su mochila crujió debajo de ella. Contuvo la respiración y se levantó, usando una raíz larga que colgaba erguida.
Alec, Isabel, Jace y Simon estaban levantándose a su alrededor, sacudiéndose la ropa. No fue sobre tierra que habían caído, fue sobre una alfombra de musgo. Más musgo se propagaba a lo largo de las paredes marrón suave del túnel, que brillaba como luces fosforescente. Pequeñas flores brillantes, como margaritas eléctricas, crecían en medio del musgo, contrastando el verde con el blanco. Raíces colgaban desde el techo del túnel, Clary se preguntó por qué exactamente estaba creciendo por encima del suelo. Varios túneles más pequeños se ramificaban del principal, algunos de ellos demasiados pequeños para un humano.
Isabelle cogió un trozo de musgo de su cabello y frunció el ceño.
—¿Exactamente dónde estamos?
—Nos transporté a las afueras de la sala del trono —dijo Clary—. Hemos estado aquí. Simplemente siempre se ve diferente.
Jace ya se había trasladado al pasillo principal. Incluso sin la runa Silenciosa, era tan silencioso como un gato sobre el suave musgo. Los otros lo
siguieron, Clary con la mano en la empuñadura de su espada. Estaba un poco sorprendida del poco tiempo que le había tomado acostumbrarse a un arma a su lado; si un día llegase coger a Eósforo y descubría que no estaba, pensó, entraría en pánico.
—Por aquí —dijo Jace en voz baja, haciendo un gesto al resto de ellos en guardar silencio. Estaban en un arco, una cortina los separaba de una habitación más grande. La última vez que Clary había estado allí, la cortina había estado hecha de mariposas vivas y le habían susurrado.
Hoy era de espinas, como las espinas que rodeaban el castillo de la Bella Durmiente, espinas entretejidas en otras para formar una hoja colgando. Clary solo podía ver atisbos de la habitación al otro lado... un destello de blanco y plata, pero todos podían oír el sonido de las voces riendo procedentes de los corredores a su alrededor.
Las runas Glamour no funcionaban con las Hadas, no había manera de ocultarse de sus vistas. Jace estaba alerta, todo su cuerpo en tensión. Levantó cuidadosamente una daga y separó la hoja de espinas tan silenciosamente como pudo. Todos ellos se inclinaron para mirar.
La habitación delante de ellos parecía un cuento de Hadas de invierno, del tipo que Clary rara vez había visto, excepto en las visitas a la granja de Luke. Las paredes estaban hechas de láminas de cristal blanco con vetas de plata incrustadas y la Reina estaba reclinada sobre su diván, el cual era de cristal blanco para coincidir con la habitación. El suelo estaba cubierto de nieve, y largos carámbanos colgaban del techo, cada uno atado con cuerdas de espinas en oro y plata. Ramos de rosas blancas se amontonaban alrededor de la habitación, esparcidas al pie del diván de la Reina, como si fueran una corona en su pelo rojo. Su vestido era blanco y plateado también, como una diáfana con una capa de hielo, se podía vislumbrar su cuerpo a través del material, aunque no con claridad. El hielo, las rosas y la Reina. El efecto fue cegador.
Estaba recostada en su sofá, con la cabeza inclinada hacia arriba, hablando con un caballero Hada fuertemente blindada. Su armadura era de color marrón oscuro, el color del tronco de un árbol; uno de sus ojos era negro, el otro azul pálido, casi blanco. Por un momento Clary pensó que tenía la
cabeza de un ciervo escondido bajo su gran brazo, pero al mirar más de cerca, se dio cuenta de que se trataba de un casco, adornado con cuernos.
—¿Y cómo va la Caza Salvaje, Gwyn? —la Reina estaba preguntando—. ¿Hubo muertos? Supongo que hubo ricas ganancias para ti en la Ciudadela de Adamant la otra noche. He oído que los aullidos de los Nefilim rasgaron el cielo al morir.
Clary sintió que los Cazadores de Sombras a su alrededor se tensaron. Recordó estar tumbada junto a Jace en un barco en Venecia, viendo la Caza Salvaje por encima de sus cabezas; un torbellino de gritos y gritos de batalla, caballos cuyos cascos brillaban de color escarlata en el cielo.
—Eso he oído, mi señora —dijo Gwyn con una voz tan ronca que apenas era comprensible. Sonaba como el roce de una hoja contra la áspera corteza—. La Caza Salvaje llega cuando los cuervos de la batalla gritan por sangre: nos reunimos a nuestros corredores entre los moribundos. Pero no estábamos en la Ciudadela de Adamant. Los juegos de guerra entre los Nefilim y los Cazadores Oscuros son demasiado potentes para nuestra sangre. El Pueblo de las Hadas no se mezcla con los demonios y los ángeles.
—Me decepcionas, Gwyn —dijo la Reina, haciendo un mohín—. Este es el momento de poder para las Hadas, ganamos, nos levantamos y dominamos el mundo. Pertenecemos al tablero de ajedrez del poder, al igual como los Nefilim. Agradecería tu Concejo.
—Perdóname, señora —dijo Gwyn—. El ajedrez es un juego demasiado delicado para nosotros. No le puedo aconsejar.
—Pero te daré un regalo. —La Reina puso mala cara—. El muchacho Blackthorn. La sangre de un Cazador de Sombras y la de un Hada junta son raras. Cabalgará a tu espalda y los demonios te temerán. Un regalo mío y de Sebastian.
Sebastian. Lo dijo con comodidad y familiaridad. Había cariño en su voz, si podría decirse que la Reina de Hadas fuese una persona cariñosa. Clary podía oír la respiración de Jace a su lado: superficial y rápida; los otros estaban tensos también, por el pánico en sus rostros las palabras de la Reina surtieron efecto.
Clary sintió a Eósforo enfriarse en el apretón de su mano. Un camino hacia los reinos de los demonios es atravesando las tierras de las Hadas. La tierra donde Sebastian se escondía. Sebastian presumiendo que tenía aliados.
La Reina y Sebastian, dando como regalo a un niño Nefilim capturado. Juntos.
—Los demonios ya me temen, mi hermosa —dijo Gwyn, y él sonrió.
Mi hermosa. La sangre en las venas de Clary era como un río helado avanzando hacia su corazón. Bajó la mirada y vio a Simon moviendo su mano para cubrir la de Isabelle en un rápido gesto tranquilizador, Isabelle se había puesto blanca y parecía enferma, al igual que Alec y Jace. Simon tragó; el anillo de oro en su dedo brillaba y oyó la voz de Sebastian en su cabeza: «¿De verdad crees que ella sería capaz de darte algo te que permitiera comunicarte con tus pequeños amigos sin que no fuera capaz de escucharte? Desde que te quité el anillo, he hablado con ella y ella ha hablado conmigo... eres un tonta al confiar en ella, hermanita. A la Reina Seelie ella le gusta estar en el bando ganador. Y ese lado será el nuestro, Clary. El nuestro.
—Me debes un favor, entonces, Gwyn, a cambio del muchacho —dijo la Reina—. Sé que la Caza Salvaje tiene sus propias leyes, pero me gustaría solicitar su presencia en la próxima batalla.
Gwyn frunció el ceño.
—No estoy seguro de que un niño valga tal promesa. Como he dicho, la Caza tiene un pequeño deseo de involucrarse en el negocio de los Nefilim.
—No tienen que luchar —dijo la Reina, con una voz como la seda—. Les pido su ayuda sólo con los cuerpos que quedarán. Y habrá cuerpos. Los Nefilim pagarán por sus crímenes, Gwyn. Todo el mundo tiene que pagar.
Antes de que Gwyn pudiera responder, otra figura entró en la habitación desde el túnel oscuro que se curvaba detrás del trono de la Reina. Era Meliorn, en su armadura blanca, con su pelo negro recogido en una trenza por la espalda. Sus botas estaban manchadas con lo que parecía alquitrán negruzco. Él frunció el ceño cuando vio Gwyn.
—Un Cazador nunca trae buenas noticias —dijo Meliorn.
—Cálmate, Meliorn —dijo la Reina—. Gwyn y sólo hablábamos de un intercambio de favores.
Meliorn inclinó la cabeza.
—Yo soporto noticias, mi señora, pero me gustaría tener que hablar con usted en privado.
Se volvió hacia Gwyn.
—¿Estamos de acuerdo?
Gwyn vaciló y luego asintió con la cabeza, de manera cortante, y con una mirada de disgusto en dirección a Meliorn, desapareció por el oscuro túnel por el que el caballero Hada había venido.
La Reina se sentó en su diván, sus dedos eran pálidos como el mármol contra su vestido.
—Muy bien, Meliorn. ¿De qué es lo que deseas hablar? ¿Es sobre los prisioneros Subterráneos?
Prisioneros Subterráneos. Clary oyó el brusco aliento de Alec detrás de ella, y la cabeza de Meliorn de repente giró. Le vio entrecerrar sus ojos.
—Si no me equivoco —dijo, cogiendo la espada a su lado—, mi señora, tenemos visitas....
Jace ya estaba bajando su mano a su lado, susurrando: «Gabriel.» El cuchillo serafín se encendió, e Isabelle se puso de pie, con un azote del látigo separó la cortina de espinas, que se derrumbó hasta el suelo.
Jace se lanzó más allá de las espinas y avanzó en la sala del trono, con Gabriel ardiendo en su mano. Clary de un tirón liberó su espada.
Entraron en la habitación, posicionados en un semicírculo detrás de Jace: Alec con su arco ya tenso, Isabelle con su látigo brillando, Clary con su espada, y Simon... Simon no tenía mejor arma que sí mismo, pero él permanecía inmutable y le dio una sonrisa a Meliorn.
La Reina se irguió con un siseo rápidamente, era la única vez que Clary la había visto nerviosa.
—¿Cómo osan en entrar al terreno de la Corte sin permiso? —preguntó la Reina—. Este es el mayor de los crímenes, una ruptura de la Alianza...
—¡Cómo te atreves a hablar de romper la Alianza! —gritó Jace, y el cuchillo serafín ardió en su mano. Clary pensó en como Jonathan Cazador de Sombras debió de haberse visto hace muchos siglos, cuando expulsó a los demonios y resguardó un mundo ignorante de la destrucción—. Haz asesinado, mentido y tomado como prisioneros a los Subterráneos del Concejo. Te has aliado con las fuerzas del mal y tendrás que pagar por ello.
—La Reina de la Corte Seelie no paga —dijo la Reina.
—Todo el mundo paga —dijo Jace, y de repente estaba de pie en el diván, sobre la Reina, y la punta de su espada estaba en contra de su garganta. Ella se echó hacia atrás, pero quedó atrapada en su lugar, con Jace de pie junto a ella y sus pies apoyados en el sofá—. ¿Cómo lo hiciste? —exigió—. Meliorn juró que estabas del lado de los Nefilim. Las Hadas no pueden mentir. Es por eso que el Concejo confió en...
—Meliorn es mitad Hada. Puede mentir —dijo la Reina, dándole una mirada divertida a Isabelle, quien parecía sorprendida. Sólo la Reina podía divertirse con una cuchilla a su garganta, pensó Clary—. A veces la respuesta más simple es la correcta, Cazador de Sombras.
—Es por eso que lo querías a él en el Concejo —dijo Clary, recordando el favor que la Reina le había pedido, lo que ahora parecía hace mucho tiempo—. Porque puede mentir.
—Fue una traición planeada desde hace mucho tiempo —Jace estaba respirando con dificultad—. Debería cortarte la garganta en estos momentos.
—No te atreverías —dijo la Reina, sin moverse, con la punta de la espada de Jace en su garganta—. Si tocas la Reina de la Corte Seelie, las Hadas se verán en tu contra para siempre.
Jace estaba respirando con dificultad mientras hablabla y su cara estaba brillando totalmente.
—¿Qué harás ahora entonces? —exigió—. Te hemos escuchamos. Hablaste de Sebastian como un aliado. La Ciudadela de Adamant se encuentra en las líneas de Ley. Las líneas de Ley son las provincias de las Hadas. Lo llevaste allí, le enseñaste el camino y lo dejas emboscarnos. ¿Cómo no has dudado en ponerte en nuestra contra?
Una mirada despreciable apareció en el rostro de Meliorn.
—Es posible que nos hayas oído hablar, Nefilim —dijo—. Pero si te matamos antes de regresar a la Clave para decirle tus cuentos, nadie lo podrá saber...
El caballero se adelantó. Alec dejó volar una flecha y se hundió en la pierna de Meliorn. El caballero cayó hacia atrás con un grito.
Alec se adelantó, ya poniendo otra flecha en su arco. Meliorn estaba en el suelo, gimiendo, la nieve a su alrededor se puso roja. Alec se puso sobre él con arco en mano.
—Dinos cómo llegar a Magnus... cómo llegar a los prisioneros —dijo—. Hazlo, o te convierto en un alfiletero.
Meliorn escupió. Su armadura blanca parecía fundirse en la nieve a su alrededor.
—No te diré nada —dijo—. Torturarme, mátame, no voy a traicionar a mi Reina.
—No importa lo que diga, de todas formas —dijo Isabelle—. Puede mentir, ¿recuerdas?
La cara de Alec se contrajo.
—Cierto —dijo—. Muere, entonces, mentiroso. —Y tiró la siguiente flecha.
Se hundió en el pecho de Meliorn, y el caballero Hada cayó hacia atrás, la fuerza de la flecha envió a su cuerpo patinando en la nieve. Su cabeza golpeó la pared de la cueva con un golpe seco.
La Reina lanzó un grito. El sonido perforó los oídos de Clary, sacándola de su estado de shock. Podía oír el sonido de los gritos de las Hadas y de pies corriendo en los pasillos exteriores.
—¡Simon! —gritó, y él se dio la vuelta—. ¡Ven aquí!
Metió a Eósforo de nuevo en su cinturón, se apoderó de su estela y se lanzó hacia la puerta principal, ahora despojada de su cortina andrajosa de espinas. Simon estaba a sus talones.
—Levántame —ella jadeó, y sin preguntar, él puso sus manos alrededor de su cintura y la levantó, su fuerza de vampiro casi enviándola a toda velocidad al techo.
Ella se agarró con fuerza al arco de la puerta con su mano libre y bajó la mirada. Simon la estaba, obviamente desconcertado, pero su agarre sobre ella se mantenía estable.
—Espera —dijo, y comenzó a dibujar. Era lo contrario de la runa que había dibujado en el barco de Valentine: esta era una runa para cerrar y bloquear, para mantener alejado todas las cosas, para dar refugio y seguridad.
Líneas negras se desprendían de la punta de la estela mientras dibujaba, y oyó a Simon decir: «Date prisa. Ya vienen,» justo cuando terminó y bajó la estela.
El suelo debajo de ellos se sacudió. Cayeron juntos, Clary aterrizó en Simon, no en la posición más cómoda, y rodaron a un lado cuando un muro de tierra comenzó a caer del arco que crujió, como una cortina de teatro dibujándose. Había sombras que corrían hacia la puerta, sombras que comenzaban a tomar la forma de Hadas, Simon puso de pie a Clary cuando la puerta que daba al corredor desapareció con un estruendo final, impidiendo que las Hadas en el otro lado pasaran.
—Por el Ángel —dijo Isabelle con voz asombrada.
Clary se dio la vuelta, estela en mano. Jace se puso de pie, la Reina Seelie frente a él, con la espada apuntando a su corazón. Alec se puso de pie sobre el cadáver de Meliorn; miró a Clary sin expresión y luego a su parabatai. Detrás de él se abrió el conducto por el cual Meliorn había llegado y se había ido Gwyn.
—¿Vas a cerrar el túnel? —le preguntó Simon a Clary.
Ella negó con la cabeza.
—Meliorn tenía brea en sus zapatos —dijo—. ''Y los arroyos de Edom se convertirán en brea'' ¿te acuerdas? Creo que él vino de los reinos demonio. Creo que es por ese camino.
—Jace —dijo Alec—. Dile a la Reina lo que queremos, y que si lo acepta, la dejaremos vivir.
La Reina se rio, un sonido estridente.
—El pequeño chico arquero —dijo—. Te subestimé. Son intensas las flechas de un corazón roto.
El rostro de Alec se contrajo.
—Subestimaste a todos nosotros; siempre lo haces. Tú y tu arrogancia. El Pueblo de las Hadas son ancianos y gentiles. No eres apta para guiarlos. Bajo tu regla todos ellos terminarán como éste —dijo, señalando con la barbilla hacia el cadáver de Meliorn.
—Tú eres el que lo mató —dijo la Reina—, no yo.
—Todo el mundo paga —dijo Alec, sus ojos sobre ella eran azules, constantes y duros.
—Queremos el retorno seguro de los rehenes que Sebastian Morgenstern ha tomado —dijo Jace.
La Reina extendió las manos.
—Ellos no están en este mundo, ni aquí en el reino de las Hadas, ni en cualquier terreno sobre el que tengo jurisdicción. No hay nada que pueda hacer para ayudarte a rescatarlos, nada de nada.
—Muy bien —dijo Jace, Clary tenía la sensación de que había esperado esa respuesta—. Hay algo que puedes hacer, una cosa que puedes demostrarnos, que hará salvarte la vida.
La Reina se quedó inmóvil.
—¿Qué deseas, Cazador de Sombras ?
—El camino al reino demonio de Edom —dijo Jace—. Queremos viajar seguros. Tomaremos ese camino y nos alejaremos de tu reino.
Para sorpresa de Clary la Reina pareció relajarse. Relajó su postura y una pequeña sonrisa tiró de la comisura de la boca... una sonrisa que a Clary no le gustó.
—Muy bien. Los llevaré al camino del reino demonio. —La Reina levantó con sus manos el vestido diáfano para bajar con facilidad las escaleras que rodeaban su diván. Sus pies, blancos como la nieve, estaban descalzos. Comenzó a caminar por la habitación hacia el pasillo oscuro que se extendía detrás de su trono.
Alec se puso a caminar detrás de Jace e Isabelle detrás de él; Clary y Simon les siguieron, haciendo una extraña procesión.
—En realidad odio decir esto —dijo Simon en voz baja mientras salía de la sala del trono y entraban a la oscura sombra del paso subterráneo—. Pero me pareció demasiado fácil.
—No fue fácil —dijo Clary en un susurro.
—Lo sé, pero la Reina es inteligente. Podría haber encontrado una manera de salir de esto si hubiera querido. No tiene que dejarnos ir los reinos demonio.
—Pero quiere hacerlo —dijo Clary—. Piensa que vamos a morir allí.
Simon le lanzó una mirada de reojo.
—¿Moriremos?
—No lo sé —dijo Clary y aceleró el paso para alcanzar a los demás.
***
El corredor no era tan largo como Clary había pensado. La oscuridad había hecho que la distancia pareciese imposible, pero sólo habían estado caminando por una media hora o algo así cuando irrumpieron de entre las sombras en un espacio más grande e iluminado.
Habían estado caminando en silencio en la oscuridad, Clary se perdió en sus pensamientos... recuerdos de la casa que Sebastian, Jace y ella habían compartido, el sonido de la Caza Salvaje rugiendo a través del cielo, el trozo de papel con las palabras ''mi hermosa'' en él. Pero el elogio no era por romance, era por respeto. La Reina Seelie, la hermosa. «A la Reina le gusta estar en el bando ganador, Clary, y ese lado será el nuestro», le había dicho Sebastian una vez, incluso cuando ella se lo había informado a la Clave, Clary lo había tomado como parte de sus bravatas.
Había creído, junto con el Concejo, en la palabra de las Hadas, que la Reina por lo menos esperaría a ver en qué dirección soplaba el viento antes de romper alguna alianza. Pensó en las palabras de Jace cuando dijo que fue una traición planificada. Tal vez ninguno de ellos lo había considerado porque no habían podido soportar tener en cuenta de que la Reina estaba tan segura que la victoria final sería de Sebastian, al punto de esconderlo en su reino para no ser rastreado. Que ella lo ayudaría en las batallas. Clary pensó en la abertura de la tierra por donde Sebastian y a los Cazadores de Sombras Oscuros habían escapado en la Ciudadela de Adamant, había sido magia de las Hadas: la Corte estaba bajo tierra, después de todo. ¿Quién sino los Cazadores Oscuros habían atacado el Instituto Los Ángeles llevándose con ellos a Mark Blackthorn? Todo el mundo había asumido que Sebastian tenía miedo de la venganza de las Hadas, pero estaban equivocados. Él era aliado de ellos. Se había llevado a Mark porque tenía sangre de Hadas, y debido a la sangre pensaron que Mark les pertenecía.
En toda su vida nunca había pensado tanto como lo había hecho en los últimos seis meses sobre la sangre y lo que significaba. La casta y verdadera sangre Nefilim; ella era un Cazador de Sombras. La sangre del Ángel: eso la hizo lo que era, dotada con el poder de las runas. Hizo a Jace lo que era, lo hizo
fuerte, rápido y brillante. La sangre Morgenstern: la tenía, y también Sebastian, y que por eso él la quería a ella. ¿Eso le daba un corazón oscuro también, o no? ¿Fue la sangre de Sabastian —Morgenstern y demonio mezclada—, que lo había convertido en un monstruo, o podría haber cambiado, mejorado, si se le hubiese enseñado en ser alguien mejor, como los Lightwood lo habían hecho con Jace?
—Aquí estamos —dijo la Reina Seelie, y su voz tenía un deje de diversión—. ¿Conocen el camino correcto?
Estaban de pie en una enorme cueva, el techo se perdía en las sombras. Las paredes relucían con un brillo fosforescente, y cuatro caminos se bifurcaba de donde se encontraban: el que está detrás de ellos, y los otros tres. Uno, el que estaba delante de ellos, era claro, amplio y húmedo. El de la izquierda brillaba con hojas verdes y flores brillantes, y Clary creyó ver el brillo del cielo azul a la distancia. Su corazón anheló ir en esa dirección. Y la última, el camino más oscuro, era un estrecho túnel, la entrada era un metal con púas, y los espinos bordeaban los lados. Clary pensó que podía ver la oscuridad y las estrellas al final.
Alec rio brevemente.
—Somos Cazadores de Sombras —dijo—. Conocemos las leyendas. Se trata de los tres caminos —ante la mirada perpleja de Clary dijo—: A las Hadas no les gusta que sus secretos salga a la luz, pero a veces los músicos humanos han sido capaces de codificar los secretos de las Hadas en viejas baladas. Hay una llamada “Tomás el Rimador” trata de un hombre que fue secuestrado por la Reina de las Hadas...
—Apenas secuestrado —se opuso la Reina—. Vino de buena gana.
—Y ella lo llevó a un lugar donde los tres caminos se cruzaban, y le dijo que uno iba al Cielo, otro a las Tierras de las Hadas, y otro al Infierno. «¿No ves ese camino estrecho, tan espeso, plagado de espinas y zarzas? Ese es el camino de la justicia, aunque después de él hay pocas preguntas». —señaló Alec hacia el estrecho túnel.
—Lleva al mundo terrenal —dijo la Reina con dulzura—. A su gente les resulta lo suficiente celestial ir allí.
—Así es como Sebastian llegó a la Ciudadela de Adamant con guerreros respaldándolo que la Clave no podría ver —dijo Jace con disgusto—. Usó este túnel. Tenía guerreros aquí en el pueblo de las Hadas, donde no podían ser rastreados. Vino por ellos cuando los necesitaba. —Le dio a la Reina una mirada llena de ira—. Muchos Nefilim están muertos por tu culpa.
—Mortales —dijo la Reina—. Ellos mueren.
Alec no le hizo caso.
—No —dijo, señalando el túnel frondoso—. Ese va más allá del reino de la Hadas. Y ese —señaló al que tenía delante—. Es el camino al Infierno. Ahí es a dónde vamos.
—Siempre he oído que estaba pavimentado con buenas intenciones —dijo Simon.
—Coloca tus pies en el camino y averígualo, vampiro diurno —dijo la Reina.
Jace hizo girar la punta de la hoja de su espalda.
—¿Qué te detendrá de decirle a Sebastian que vamos tras él en el momento de dejarte?
La Reina no hizo ningún ruido del dolor; sólo sus labios se apretaron. Lucía vieja en ese momento, a pesar de la juventud y la belleza de su rostro.
—Haces una buena pregunta. E incluso si me matas, están aquellos en mi Corte que hablará con él de vosotros, y adivinará sus intenciones, porque él es inteligente. No pueden evitarlo, salvo matando a todas Hadas en mi Corte.
Jace se detuvo. Sostuvo el cuchillo serafín en su mano, la punta presionando la espalda de la Reina. Su luz iluminó el rostro de él, tallando su belleza en picos y valles, la acentuación de sus pómulos y el ángulo de su mandíbula. La luz alcanzó las puntas de su cabello y prendieron en fuego, como si llevara una corona de espinas ardientes.
Clary lo miró, y los otros también, en silencio, depositando sus confianzas en él. Cualquiera que sea la decisión que Jace tomase, ellos lo apoyarían.
—No lo harás —dijo la Reina—. No tienes el estómago para tanta matanza. Siempre fuiste el niño más dulce de Valentine. —Sus ojos se detuvieron un momento en Clary. Tienes un corazón oscuro en ti, hija de Valentine.
—Júralo —dijo Jace—. Sé lo que las promesas significan para tu pueblo. Sé que no puedes mentir. Jura que no le dirás nada de nosotros a Sebastian, ni permitirás que nadie de tu corte lo haga.
—Lo juro —dijo la Reina—. Juro que nadie de mi corte de forma oral o escrita le dirá que han venido.
Jace se apartó de la Reina, bajando su espada a su lado.
—Sé que piensas que nos estás enviando a nuestros muertes —dijo—. Pero no moriremos tan fácilmente. No perderemos esta guerra. Y cuando seamos los vencedores, haremos que tú y tu gente sangren por lo que has hecho.
La sonrisa de la Reina dejó su cara. Ellos se apartaron de ella y comenzaron su viaje al camino por Edom, en silencio; Clary miró sobre su hombro una vez que se fueron, y sólo vio el contorno de la Reina, inmóvil, viendo cómo se alejaban, con los ojos ardiendo.
***
El pasillo se curvaba lejos a la distancia, parecía como si la roca que lo rodeaba se hubo fundido por el fuego. A medida que los cinco de ellos avanzaban, moviéndose en silencio total, las paredes de piedra clara que los rodean se oscurecieron, manchadas aquí y allá de manchas negritas, como si la roca misma se hubiera quemado. El suelo liso comenzó a dar paso a otro más rocoso, con la arena crujiendo bajo los tacones de las botas. La fosforescencia en las paredes comenzó a apagarse y Alec sacó su luz mágica del bolsillo y la elevó.
Con la luz brillando de los dedos de Alec, Clary sintió Simon, junto a ella, se ponía rígido.
—¿Qué pasa? —susurró.
—Algo se mueve. —Señaló con el dedo en dirección de las sombras por delante—. Allá arriba.
Clary miró, pero no alcanzó a ver algo, la visión vampira de Simon era incluso mejor que la de un Cazador de Sombras. Tan silenciosamente como pudo sacó a Eósforo de su cinturón y caminó unos pasos por delante, manteniéndose en las sombras en los lados del túnel. Jace y Alec estaban enfrascados en una conversación. Clary le dio un golpecito a Izzy en el hombro y le susurró:
—Hay alguien aquí. O algo.
Isabelle no respondió, sólo se volvió hacia su hermano e hizo un movimiento complicado con los dedos hacia él. Los ojos de Alec mostraron su comprensión, y se volvió de inmediato a Jace. Clary recordó la primera vez que los había visto, en el Pandemonium, años de práctica para fusionarse en una unidad de pensar juntos, ir juntos, respirar juntos, luchar juntos. No podía dejar de preguntarse si, pasara lo que pasara, no importa lo dedicada Cazadora de Sombras en la que se convirtiera, siempre estaría al margen...
Alec bajó su mano de repente, sofocando la luz. En un abrir y cerrar de ojos, Isabelle se había ido del lado de Clary. Ésta giró, sosteniendo a Eósforo, y escuchó sonidos de una pelea: un golpe, y luego un grito muy humano de dolor.
—¡Alto! —gritó Simon, y la luz estalló. Era como el flash de una cámara. Tardó un momento para que sus ojos se adaptaran al nuevo brillo. La escena paso lentamente: Jace sosteniendo su luz mágica, el resplandor irradiaba a su alrededor como la luz de un pequeño sol. Alec, con su arco levantado y apuntando. Isabelle, con el mango de su látigo apretado en una mano, el propio látigo sujetando los tobillos de una pequeña figura encorvada contra la pared de la cueva... un muchacho, con el pelo rubio pálido que se rizaba ligeramente sobre sus orejas puntiagudas...
—Oh, Dios mío —susurró Clary, guardando su arma de nuevo a su cinturón y caminando hacia adelante—. Isabelle... para. Todo está bien —dijo
ella, moviéndose hacia el muchacho. Su ropa estaba sucia y rota, con los pies desnudos y ennegrecidos de mugre. Sus brazos estaban desnudos, también, y sobre ellos había marcas de runas. Runas de Cazadores de Sombras.
—Por el Ángel. —El látigo de Izzy aflojó su agarre. El arco de Alec cayó a su lado. El chico levantó la cabeza y frunció el ceño.
—¿Eres un Cazador de Sombras? —dijo Jace con tono de incredulidad.
El muchacho frunció el ceño de nuevo, con más ferocidad. Había ira en su mirada, pero había más que eso, había dolor y miedo. No había duda de quién era. Tenía los mismos rasgos finos que su hermana, el mismo mentón anguloso y el cabello como trigo blanqueado, enroscándose en las puntas. Tenía unos dieciséis años, recordaba Clary. Parecía más joven.
—Es Mark Blackthorn —dijo Clary—. Es el hermano de Helen. Mira su cara. Mira su mano.
Por un momento, Mark pareció confundido. Clary se tocó el dedo anular, y sus ojos del chico se iluminaron con comprensión. Le tendió la mano delgada derecha a Clary. En el cuarto dedo se hallaba el anillo brillando de la familia Blackthorn, con su diseño de espinas entrelazadas.
—¿Cómo has llegado hasta aquí? —dijo Jace—. ¿Cómo sabías dónde encontrarnos?
—Estaba con los Cazadores —dijo Mark en voz baja—. Escuché a Gwyn hablar con algunos sobre cómo os habíais mostrado en la cámara de la Reina. Me escabullí de los Cazadores, que no estaban prestándome atención. Estaba buscándoles y terminé... aquí. —Hizo un gesto hacia el túnel que los rodeaba—. Tengo que hablar con vosotros. Tengo que saber sobre mi familia. —Su rostro estaba oculto en las sombras, pero Clary vio sus rasgos tensarse—. Las Hadas me dijeron que estaban todos muertos. ¿Es cierto?
Hubo un silencio conmocionado, y Clary leyó el pánico en la expresión de Mark mientras sus ojos iban de la mirada baja de Isabelle, a la expresión en blanco de Jace, hasta la postura tensa de Alec.
—Es cierto —dijo Mark entonces—, ¿verdad? Mi familia...
—Tu padre fue Convertido. Pero tus hermanos y hermanas están vivos —dijo Clary—. Están en Idris. Se escaparon. Están bien.
Si ella había esperado que Mark se aliviara, estaría decepcionada. Él se puso blanco.
—¿Qué?
—Julian, Helen, los otros... están todos vivos. —Clary puso su mano sobre su hombro; él se apartó—. Ellos están vivos, y están preocupados por ti.
—Clary —dijo Jace, con una advertencia en su voz.
Clary echó una ojeada por encima del hombro, ¿no era lo más importante decirle a Mark que sus hermanos estaban vivos?
—¿Has comido o bebido algo del reino de las Hadas? —preguntó Jace, moviéndose para mirar la cara de Mark. Mark se apartó, pero no antes de que Clary oyera la brusca respiración de Jace.
—¿Qué pasa? —exigió Isabelle.
—Sus ojos —dijo Jace, alzando la luz mágica e iluminando la cara de Mark. Mark frunció el ceño de nuevo, pero permitió que Jace lo examinara.
Sus ojos eran grandes, con pestañas largas, al igual que Helen; a diferencia de ella, los suyos no coincidían. Uno era del azul de los Blackthorn, del color del agua. El otro era de color oro, escondido en las sombras, una versión más oscura de los propios ojos de Jace.
Jace tragó visiblemente.
—La Caza Salvaje —dijo—. Tú eres uno de ellos ahora.
Jace estaba escaneando al muchacho con los ojos, como si Mark fuera un libro que podía leer.
—Dame tus manos —dijo Jace finalmente, y Mark lo hizo. Jace las cogió y se las volteó, dejando al descubierto las muñecas del chico. Clary sintió un nudo en la garganta. Mark sólo llevaba una camiseta, y sus antebrazos desnudos estaban rayados con marcas de latigazos. Clary pensó en la forma en que ella
había tocado el hombro de Mark y como él se había alejado. Dios sabía dónde eran sus otras lesiones bajo su ropa.
—¿Cuando pasó esto?
Mark apartó las manos. Estaba temblando.
—Meliorn lo hizo —dijo—. La primera vez que me llevó. Dijo que pararía si comía y bebía de su comida, así que lo hice. No me importaba si mi familia estaba muerta. Pensé que las Hadas no podían mentir.
—Meliorn sí puede —dijo Alec con gravedad—. O al menos, podía.
—¿Cuando sucedió todo esto? —exigió Isabelle—. Las Hadas te tomaron menos de una semana
Mark negó con la cabeza.
—He estado con las Hadas durante mucho tiempo —dijo—. No podría decir cuánto tiempo.
—El tiempo corre de manera diferente en el reino de las Hadas —dijo Alec—. A veces rápido, a veces más lento.
Mark dijo:
—Gwyn me dijo que pertenecía a la Caza y no podía salir de ella a menos que me lo permitieran. ¿Es eso cierto?
—Es cierto —dijo Jace.
Mark se desplomó contra la pared de la cueva. Volvió su cabeza hacia Clary.
—Tú los viste. Viste a mis hermanos y hermanas. ¿Y Emma?
—Están bien, todos ellos, Emma también —dijo Clary. Se preguntó si le ayudaba saberlo. Había jurado permanecer en con las Hadas, porque pensaba que su familia había muerto, a pesar que la promesa se basaba en una mentira. ¿Sería mejor pensar que había perdido todo y volver a empezar? ¿O sería más
fácil saber que la gente que amaba estaban vivos, incluso si nunca podrías verlos de nuevo?
Pensó en su madre, en algún lugar en el mundo más allá del final del túnel. Es mejor saber que están vivos, pensó. Era mejor que su madre y Luke estuvieran bien y vivos, y que ella no volviera a verlos otra vez, que estuvieran muertos.
—Helen no puede hacerse cargo de ellos. No ella sola —dijo Mark un poco desesperado—. Y Jules, es demasiado joven. No puede hacerse cargo de Ty, no sabe las cosas que necesita. No sabe cómo hablar con él. —Tomó un suspiro tembloroso—. Debería dejarme ir con vosotros.
—Sabes que no puedes —dijo Jace, aunque no podía mirar a Mark a la cara, estaba mirando el suelo—. Si has jurado lealtad a la Caza Salvaje, eres uno de ellos.
—Llevadme con vosotros —repitió Mark. Tenía la mirada aturdida, el aspecto desconcertado que alguien tenía cuando había sido herido de muerte, pero todavía no se había dado cuenta de la gravedad de la lesión—. No quiero ser uno de ellos. Quiero estar con mi familia…
—Vamos al Infierno —dijo Clary—. No podríamos llevarte con nosotros, incluso si pudieras dejar a las Hadas con seguridad.
—Y no puedes —dijo Alec—. Si intentas salir, morirás.
—Prefiero morir —dijo Mark, y Jace de un tirón levantó la cabeza. Sus ojos eran de oro brillante, casi demasiado brillantes, como si el fuego dentro de él se derramaba a través de ellos.
—No sólo te tomaron porque tienes sangre de Hada, sino también porque tienes sangre de Cazador de Sombras. Quiere castigar a los Nefilim —dijo Jace, contemplándolo con mirada—. Muéstrales que eres un Cazador de Sombras, que no tienes miedo. Puedes soportarlo.
En la iluminación vacilante de la luz mágica, Mark miró a Jace. Las lágrimas habían hecho su camino sobre de la suciedad de su cara, pero sus ojos estaban secos.
—No sé qué hacer —dijo—. ¿Qué hago?
—Encontrar una manera de advertir a los Nefilim —dijo Jace—. Vamos a entrar al Infierno, como dijo Clary. Tal vez nunca podríamos volver. Alguien tiene que decirle a los Cazadores de Sombras que las Hadas no son nuestros aliados.
—Los Cazadores me cogerán si trato de enviar un mensaje. —Los ojos del muchacho brillaron—. Me matarán.
—No si eres rápido e inteligente —dijo Jace—. Puede hacerlo. Sé que puedes.
—Jace —dijo Alec, con el arco a su lado—. Jace, tiene que irse antes que se enteren que se ha huido.
—Bien —dijo Jace, y vaciló. Clary le vio tomar la mano de Mark, presionó su luz mágica en la palma del niño, donde brilló, y luego reanudó su resplandor constante—. Llévate esto —dijo Jace—. Puede ser oscuro en la tierra debajo de la colina, y los años muy largos.
Mark se detuvo un momento, con piedra-runa en la mano. Se veía tan frágil a la luz vacilante que el corazón de Clary dio un vuelco de incredulidad, seguramente ellos podían ayudarlo, ellos eran Nefilim, no dejaban a su propia gente atrás, luego él se volvió y corrió alejándose de ellos, con los pies descalzos sin hacer sonido.
—Mark... —susurró Clary, y se interrumpió; él se había ido. Las sombras se lo tragaron, sólo el hilillo de luz de la piedra-runa era visible, hasta que también se mezcló con la oscuridad. Miró a Jace—. ¿Qué quieres decir con “la tierra debajo de la colina”? —preguntó—. ¿Por qué lo dijiste?
Jace no le respondió, lucía atónito. Se preguntó si Mark, frágil, huérfano y solo, le recordó de alguna manera a sí mismo.
—La tierra debajo de la colina es el reino de las Hadas —dijo Alec—. Un viejo y antiguo nombre. Estará bien —le dijo a Jace—. Lo estará.
—Le diste tu luz mágica —dijo Isabelle—. Siempre has tenido esa luz mágica...
—Al diablo la luz mágica —dijo Jace violentamente y golpeó su mano contra la pared de la cueva; hubo un breve destello de luz, y bajó su brazo. La marca de su mano estaba impresa en negro en la piedra del túnel, y la palma de su mano todavía brillaba, como si la sangre en sus dedos fuese un fósforo. Dio una risa ahogada—. No es exactamente lo que necesito escuchar, de todos modos.
—Jace —dijo Clary, y puso su mano sobre su brazo. Él no hizo amago de alejarse, pero él no reaccionó, tampoco. Ella bajó la voz—. No puedes salvar a todos —dijo.
—Tal vez no —dijo mientras la luz en la mano se atenuaba—. Pero sería bueno salvar a alguien.
—Chicos —dijo Simon. Había estado extrañamente tranquilo durante el encuentro con Mark, y Clary se sorprendió al oírle hablar ahora—. No sé si lo pueden ver, pero hay algo, algo que al final del túnel.
—¿Luz? —dijo Jace, su voz afilada con sarcasmo. Sus ojos brillaban.
—Todo lo contrario. —Simon se movió hacia adelante, y después de un momento indeciso Clary le tomó la mano a Jace, y lo siguió. El túnel era derecho y luego se curvaba ligeramente; en la curva vio lo que Simon debía de haber visto y se detuvo en seco.
Oscuridad. El túnel terminaba en un remolino de oscuridad. Algo se movió en ella, dándole forma a la oscuridad como nubes de viento. Podía oír también el ronroneo y el estruendo de la oscuridad, al igual que el sonido de los motores a reacción.
Los demás se unieron a ella. Juntos se pararon en fila, mirando la oscuridad. Observando los movimientos. Una cortina de sombra, y más allá lo desconocido.
Fue Alec quien habló, mirando, asombrado, a las sombras en movimiento. El aire que soplaba por el pasillo era de un escozor caliente, como pimienta arrojada en el corazón de un incendio.
—Esto —dijo—, es la cosa más loca que hemos hecho.
—¿Y si no podemos volver? —dijo Isabelle. El rubí alrededor de su cuello latía, brillando como un semáforo, iluminando su rostro.
—Entonces, al menos estaremos juntos —dijo Clary, y miró a sus compañeros. Extendió la mano y tomó la mano de Jace, la mano de Simon en el otro lado de ella, y les dio un apretón—. Atravesaremos esto juntos y nos quedaremos juntos —dijo—. ¿Está bien?
Ninguno de ellos respondió, pero Isabelle tomó la otra mano de Simon, y Alec tomó la de Jace. Todos se quedaron así por un momento, mirando fijamente. Clary sintió la mano de Jace apretar sobre la de ella, una presión casi imperceptible.
Ellos dieron un paso adelante, y las sombras los tragaron.
***
—Espejo, mi espejo —dijo la Reina, colocando su mano sobre el espejo—. Muéstrame mi estrella de la mañana.
El espejo colgado en la pared del dormitorio de la Reina estaba rodeado de coronas de flores: rosas que nadie había cortado sus espinas.
La niebla en el interior del espejo disminuyó y rostro anguloso de Sebastian se mostró.
—Mi hermosa —dijo. Su voz estaba tranquila y serena, aunque había sangre en su cara y ropa. Tenía en la mano la espada, y las estrellas a lo largo de la cuchilla se atenuaban con el color escarlata—. Estoy... un poco ocupado en este momento.
—Pensé que podrías desear saber que tu hermana y hermano adoptivo acaban de salir de este lugar —dijo la Reina—. Encontraron el camino a Edom. Van a por ti.
Su cara se transformó en una sonrisa lobuna.
—¿Y no hicieron jurarte que no me dirías de su llegada a tu corte?
—Sí —dijo la Reina—. Pero no dijeron nada sobre decirte su partida de la corte.
Sebastian se rio.
—Mataron a uno de mis caballeros —dijo la Reina—. Se ha derramos sangre ente mi trono. Están más allá de mi alcance ahora. Sabes que mi gente no puede sobrevivir en tierras envenenadas. Tendrás que tomar venganza por mí.
La luz en los ojos de él cambió. La Reina siempre había sabido lo que Sebastian sentía por su hermana, y Jace, bueno, era algo así como un misterio, pero entonces Sebastian era el mayor misterio. Antes de que él le hiciera su oferta, ella nunca habría considerado una verdadera alianza con los Cazadores de Sombras. Su peculiar sentido del honor los hacía poco fiables. Era la mucha falta de honor de Sebastian que le hacía confiar en él. El arte fino de la traición era una segunda naturaleza para las Hadas, y Sebastian era un artista de la mentira.
—Serviré a sus intereses en todas las formas, mi Reina —dijo—. En un corto tiempo tu gente y la mía llevarán las riendas del mundo, y cuando lo hagamos, es posible que quieras vengarte de cualquiera que alguna vez te haya ofendido.
Ella le sonrió. La sangre todavía manchaba la nieve en el salón del trono y todavía sentía el pinchazo de la hoja de Jace Lightwood contra su garganta. No era una sonrisa de verdad, pero sabía lo suficiente como para dejar que su belleza hiciera su trabajo por ella, a veces.
—Te adoro —dijo.
—Sí —dijo Sebastian, y sus ojos brillaron, su color como nubes oscuras. La Reina se preguntó ociosamente si pensaba en los dos de la manera en que ella lo hacía: amantes que, incluso tras acogerse, cada uno ponían un cuchillo en la espalda del otro, listo para apuñalarlo y traicionarlo—. Y me gusta ser adorado —sonrió—. Me alegra que estén llegando. Los espero.
StephRG14
StephRG14


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Cazadores de sombras - Página 3 Empty RE: CIUDAD DEL FUEGO CELESTIAL

Mensaje por StephRG14 Sáb 16 Mayo 2015, 6:49 pm

Capitulo 14
El sueño de la razón

Clary se puso de pie en un césped sombreado situado en una colina inclinada. El cielo era perfectamente azul, salpicado aquí y allá con nubes blancas. A sus pies un camino de piedra llegaba hasta la puerta principal de una gran casa señorial construida de suave piedra dorada.
Estiró el cuello hacia atrás, mirando hacia arriba. La casa era preciosa: las piedras eran del color de la mantequilla en el sol de la primavera, cubierto de celosías de rosas trepadoras en rojo, oro y naranja. Balcones de hierro forjado curvados hacia fuera de la fachada y había dos grandes puertas de arco de madera de color bronce, sus superficies forjadas con delicados diseños de alas. «Alas para los Fairchild», dijo una voz suave y tranquilizadora en el fondo de su mente. «Esta es la mansión de los Fairchild. Ha permanecido en pie durante cuatrocientos años y se mantendrá así durante cuatrocientos años más.» —¡Clary! —Su madre apareció en uno de los balcones, vistiendo un elegante vestido de color champán, su pelo rojo estaba suelto y se veía joven y hermosa. Sus brazos estaban desnudos, rodeados con runas negras—. ¿Qué te parece? ¿No te parece magnífico?
Clary siguió la mirada de su madre hacia el lugar donde el césped se encontraba aplanado. Había un arco de rosas situado en el extremo del pasillo, y a cada lado de él, filas de bancos de madera. Las flores blancas se dispersaban a lo largo del mismo: las flores blancas que crecían sólo en Idris. El aire cargado con su rico aroma de miel.
Volvió a mirar a su madre, que ya no estaba sola en el balcón. Luke estaba de pie detrás de ella, con un brazo alrededor de su cintura. Estaba con las mangas de su camisa remangadas y con pantalones formales, como si estuviera medio vestido para una fiesta. Sus brazos también poseían runas: runas de la buena suerte, de visión, de fuerza y de amor. —¿Estás lista? —le preguntó a Clary. —¿Lista para qué? —respondió, pero no parecía escucharla. Sonriendo, desapareció de nuevo en la casa. Clary dio unos pocos pasos a lo largo del camino. —¡Clary!
Se dio vuelta. Él se iba acercando a través de la hierba, delgado, con un pálido pelo blanco que brillaba con la luz del sol, vestido de negro formal con runas de oro en el cuello y en los puños. Estaba sonriendo, con una mancha de suciedad en su mejilla y levantando una mano para bloquear el brillo del sol.
Sebastian.
Era completamente el mismo y sin embargo, completamente diferente: claramente seguía estando igual, y sin embargo, toda la forma y el conjunto de sus facciones parecían haber cambiado: sus huesos menos nítidos, su piel más pálida y sus ojos…
Sus ojos brillaban, tan verdes como la hierba de la primavera.
«Él siempre ha tenido los ojos verdes» dijo la voz en su cabeza. «La gente a menudo se maravilla de cuán iguales son él, tu madre y tú misma. Su nombre es Jonathan y él es tu hermano. Siempre te ha protegido.» —Clary —dijo de nuevo—, no vas a creer… —Jonathan —una pequeña voz trinó, y Clary volvió sus ojos maravillados para ver a una pequeña chica corriendo por la hierba. Tenía el pelo rojo, del mismo tono que Clary y salió hondeándose detrás de ella como una bandera. Iba descalza, con un vestido de encaje verde que había sido completamente desgarrado en cintas en las mangas y en la cintura, dándole el
aspecto de una lechuga picada. Parecía tener entre cuatro o cinco años de edad, con la cara sucia y adorable. Al llegar a Jonathan, levantó los brazos y él la sostuvo en el aire.
La niña gritó de placer cuando la sostuvo sobre su cabeza. —Auch, auch, para de hacer eso pequeño demonio —dijo él, mientras ella le daba un tirón a su pelo—. Val, dije que pares, te bajaré. Lo digo en serio. —¿Val? —la voz de Clary hizo eco. Pero por supuesto, su nombre es Valentina, dijo el susurro de la voz en la parte posterior de su cabeza. Valentine Morgenstern fue un gran héroe en la guerra, murió en la batalla contra Hodge Starkweather, pero no antes de que hubiera salvado la Copa Mortal, y a la Clave junto con él. Cuando Luke se casó con tú madre, honraron su memoria dándole su nombre a su hija. —Clary, consigue que me deje ir, haz que… ¡oowwww! —gritó Val cuando Jonathan la hizo girar en el aire. Luego estalló en risas mientras la sentaba sobre la hierba y dirigió un par de ojos del mismo color azul que los de Luke hacía Clary. —Tú vestido es lindo —dijo con total naturalidad. —Gracias —dijo Clary, aun medio aturdida. Miró a Jonathan, que estaba sonriendo hacia su pequeña hermana—.¿Es eso barro en tu cara?
Jonathan se acercó y se tocó la mejilla. —Chocolate —dijo—. Nunca sé lo que Val estará haciendo. Tenía los puños en el pastel de bodas, voy a tener que ir a limpiarla. —Miró a Clary—. Está bien, tal vez no debería haber mencionado eso. Parece como si te fueras a desmayar. —Estoy bien —dijo Clary, tirando nerviosamente de un mechón de su cabello.
Jonathan levantó las manos como para protegerse de ella. —Mira, lo arreglaré. Nadie será capaz de decir que alguien se comió la mitad de las rosas. —Se quedó pensativo—. Podría comerme la otra mitad de las rosas, sólo por si acaso.
—¡Sí! —dijo Val desde su lugar en la hierba a sus pies. Estaba ocupada tirando en el aire dientes de león, con sus capullos blancos llevándoselos el viento. —Además —añadió él—, no me gusta hablar de esto, pero quizá deberías ponerte unos zapatos antes de la boda.
Se miró a sí misma. Tenía razón, iba descalza. Descalza y con un vestido de oro pálido. El dobladillo flotaba alrededor de sus tobillos como una nube al atardecer. —Yo… ¿Qué boda? Los ojos verdes de su hermano se abrieron. —¿Tú boda ? Ya sabes, ¿con Jace Herondale? El chico alto, rubio que todas las chicas lo aaaaman…—se interrumpió—. ¿Te estás arrepintiendo? ¿Eso es lo que es esto? —Se inclinó con complicidad—. Porque si es así, puedo meterte de contrabando por la frontera hacia Francia. Y no le diré a nadie dónde fuiste. Aunque me peguen los brotes de bambú debajo de las uñas. —Yo no…—Clary lo miró fijamente—. ¿Brotes de bambú?
Se encogió de hombros con elocuencia. —Todo por mi única hermana, sin contar a la criatura que actualmente está sentada en mi pie. —Val gritó—. Lo haría. Incluso si eso significa no llegar a ver a Isabelle Lightwood en un vestido de dama de honor. —¿Isabelle? ¿Te gusta Isabelle? —Clary sintió como si estuviera corriendo una maratón y no pudiera recuperar el aliento.
Él entrecerró los ojos hacia ella. —¿Es eso un problema? ¿Ella una criminal o algo así? —Se quedó pensativo—. Eso sería algo sexy, en realidad. —Está bien, no necesito saber lo que piensas que es sexi —dijo Clary automáticamente—. Ugh.
Jonathan sonrió. Fue una feliz sonrisa despreocupada; la sonrisa de alguien que nunca realmente tenía mucho de qué preocuparse, más allá de chicas guapas y si una de sus hermanitas habían comido pastel de boda de su otra hermana. En algún lugar en el fondo de la mente de Clary, vio los ojos negros y las marcas de látigo, pero no sabía por qué. «Él es tu hermano. Es tu hermano, y él siempre se ha preocupado por ti.» —Cierto —dijo—. Como si yo no hubiera tenido que sufrir todos estos años con: “Ohhh Jace es tan guapo, ¿Crees que le gusto?” —Yo…—dijo Clary, y se interrumpió, sintiéndose un poco mareada—. Simplemente no lo recuerdo proponiéndomelo.
Jonathan se arrodilló y tiró de los cabellos de Val. Ella tarareaba para sí misma, juntando margaritas en una pila. Clary parpadeó, había estado tan segura de que eran dientes de león. —Ah, no sé si alguna vez lo hizo —dijo casualmente—. Todos nosotros sólo sabíamos que terminarían juntos. Era inevitable. —Pero debería haber podido elegir —dijo, casi en un susurro—. Debería haber llegado a decir sí. —Bueno, lo habrías hecho ¿no? —dijo, mirando las margaritas moviéndose por el viento a través de la hierba—. Hablando de eso, ¿crees que Isabelle saldría conmigo si se lo pido?
Clary mantuvo el aliento. —Pero, ¿qué pasa con Simon?
Levantó la vista hacia ella, el sol brillaba en sus ojos. —¿Quién es Simon?
Clary sintió que la tierra se desmoronaba bajo ella. Extendió la mano, como si fuera a coger a su hermano, pero su mano lo atravesó, era tan insustancial como el aire. El césped verde y la mansión dorada y el niño y la niña en la hierba volaron lejos de ella. Tropezó, golpeando el duro suelo, sacudiendo sus codos con un dolor que estalló a través de su brazo.
Rodó a un lado, sintiendo asfixiarse. Estaba tumbada en un trozo de tierra sombría. Adoquines rotos sobresalían sobre la tierra, y las casas quemadas de piedra se alzaban sobre ella. El cielo era gris-blanco lleno de nubes negras, como las venas de un vampiro.
Era un mundo muerto, un mundo donde todo el color se había perdido y toda la vida también. Clary estaba acurrucada en el suelo, viendo hacia el frente, no a la ciudad destruida, sino el hermano y la hermana que nunca tendría.
***
Simon se puso de pie junto a la ventana, disfrutando de la vista de la ciudad de Manhattan.
Era un espectáculo impresionante. Desde el ático de Carolina, se podía ver a través de Central Park, el museo Met, y los rascacielos de la ciudad. Caía la noche, y las luces de la ciudad comenzaban a brillar una por una, como una cama de flores eléctricas.
Flores eléctricas. Miró a su alrededor, frunciendo el ceño, pensativo. Era una agradable frase; tal vez debería escribirlo. Parecía nunca tener tiempo en estos días para realmente trabajar en las canciones; el tiempo era absorbido por otras cosas: promoción, giras, fichajes, apariencias. Era difícil recordar a veces que su trabajo principal era hacer música.
Aun así le parecía que era un buen problema. El oscuro cielo convirtió la ventana en un espejo. Simon le sonrió a su reflejo. Despeinado, pantalones vaqueros, camiseta vintage; pudo ver la habitación detrás de él, varias hectáreas de suelo de madera, acero reluciente, muebles de cuero, con una sola pintura elegante en un marco dorado en la pared: un Chagall25, el favorito de Clary, ramos de rosas de color azul y verde, que parecían fuera de lugar con la modernidad del apartamento. 
Había un jarrón con hortensias en la isla de la cocina, un regalo de su madre, felicitándolo por tocar en un concierto con Stepping Razor la semana anterior. Te quiero, decía la nota adjunta. Estoy orgullosa de ti.
Parpadeó ante ellas, hortensias, eso era extraño. Si tenía una flor favorita, eran las rosas y su madre lo sabía. Se apartó de la ventana y miró más de cerca el jarrón. Eran rosas. Sacudió la cabeza para despejarse. Rosas blancas. Siempre lo fueron. Estaba en lo cierto.
Oyó el ruido de las llaves y la puerta se abrió, y entró una chica de baja estatura con el pelo largo de color rojo y una sonrisa brillante.
—Oh, Dios mío —dijo Clary, medio riendo, medio sin respiración. Cerró la puerta tras ella apoyándose en la misma—. El vestíbulo es un zoológico. Prensa, fotógrafos. Va a ser una locura salir esta noche.
La chica vino a través del cuarto, dejando caer las llaves sobre la mesa. Llevaba un vestido largo, de seda amarilla impresa con mariposas de colores y un clip de mariposa en su pelo largo rojo. Parecía cálida, abierta y amorosa, mientras se acercaba a él, levantó sus brazos y fue a besarla.
Al igual que lo hacía todos los días cuando llegaba a casa.
Olía a Clary, a su perfume y a tiza, con sus dedos manchados de color. Hundió sus dedos en su cabello mientras se besaban, tirando de él hacia abajo, riendo contra su boca mientras casi perdía el equilibrio.
—Vas a tener que empezar a usar tacones, Fray —dijo él, con los labios contra su mejilla.
—Odio los tacones. Ya sea que te conformes con esto o me compras una escalera portátil —dijo ella, soltándolo—. A menos que quieras dejarme por una groupie muy alta.
—Nunca —dijo él, metiendo un mechón de pelo detrás de la oreja. —¿Acaso una fan de alta estatura conoce todas mis comidas favoritas? ¿Recordará cuando tenía una cama con forma de coche de carreras? ¿Sabrá cómo vencerme sin piedad en el Scrabble? ¿Estará dispuesta a aguantar a Matt, Kirk y Eric?
—Una groupie se pondría al día con Matt, Kirk y Eric.
—Sé buena —dijo, y le sonrió—. Estás atrapada conmigo.
—Sobreviviré —dijo ella, arrancando sus gafas y poniéndolas sobre la mesa. Los ojos que volvió hacia él eran oscuros y amplios. Esta vez el beso fue subiendo de tono. Terminó con sus brazos alrededor de ella, atrayéndola más hacia sí mismo mientras ella le susurraba:
— Te amo. Siempre te he amado.
—Yo también te amo —dijo—. Dios, te amo, Isabelle.
Sintió que se ponía rígida en sus brazos, y entonces el mundo que le rodeaba parecía brotar de líneas negras como el vidrio roto. Oyó un ruido agudo en los oídos y se tambaleó hacia atrás, tropezando, cayendo, sin tocar el suelo, sino girando siempre a través de la oscuridad.*** —No mires, no mires. . .
Isabelle se echó a reír.
—No estoy mirando.
Había manos sobre sus ojos: las manos de Simon, delgadas y flexibles. Tenía los brazos alrededor de ella, y estaban arrastrando los pies, riendo. Él la había agarrado en el momento en que había entrado por la puerta principal, envolviendo sus brazos alrededor de ella mientras sus bolsas de compras caían de sus manos.
—Tengo una sorpresa para ti —le había dicho, sonriendo—. Cierra los ojos. No tienes que mirar. No, es en serio. No estoy bromeando.
—Odio las sorpresas —protestó Isabelle ahora—. Tú lo sabes. —Ella sólo podía ver el borde de la alfombra bajo las manos de Simon. La había escogido ella misma, gruesa, de color rosa brillante y esponjosa. Su apartamento era pequeño y acogedor, una mezcolanza de ellos dos: guitarras y katanas, carteles vintage y colchas en caliente color rosa. Simon había traído a su gato, Yossarian,
cuando se habían mudado a vivir juntos, Ella había protestado pero en su interior le gustaba: extrañaba a Iglesia después de haber dejado el Instituto.
La alfombra de color rosa se desvaneció, y ahora los talones de Isabelle hacían clic en el suelo de baldosas de la cocina.
—Está bien —dijo Simon, y retiró sus manos—. ¡Sorpresa!
—¡Sorpresa! —la cocina estaba llena de gente: su madre y su padre, Jace, Alec, Max, Clary, Jordan y Maia, Kirk, Matt y Eric. Magnus tenía en la mano una bengala plateada y guiñando un ojo, la movió hacia atrás y hacia adelante haciendo que volaran chispas por todas partes, que aterrizaban en la mesada de piedra y en la camiseta de Jace, haciéndole saltar. Clary estaba sosteniendo un cartel con letras torpes que decía: FELIZ CUMPLEAÑOS, ISABELLE. Lo levantó y saludó.
Isabelle se volvió hacia Simon en tono acusador.
—¡Tú planeaste esto!
—Por supuesto que sí —dijo, tirando de ella hacia él—. Los Cazadores de Sombras pueden no preocuparse por los cumpleaños, pero yo sí. —La besó en la oreja, murmurando—: Debes tenerlo todo, Izzy —le dijo antes de dejarla ir y que su familia descendiera sobre ella.
Hubo un remolino de abrazos, regalos y pastel horneado por Eric, que en realidad tenía algo de talento para la elaboración de pasteles y decorado por Magnus con un glaseado luminoso que sabía mejor de lo que parecía. Robert tenía sus brazos alrededor de Maryse, quien a su vez se apoyada contra él, mirando con orgullo y satisfacción. Mientras que Magnus con una mano alborotaba el cabello de Alec y con la otra trataba de convencer a Max de ponerse un sombrero de fiesta. Y Max, con todo el aplomo que podría tener un niño de nueve años de edad, no quería nada de eso. Se alejó de la mano de Magnus con impaciencia y dijo:
—Izzy, yo hice el cartel. ¿Has visto el cartel?
Ella miró el letrero escrito a mano, ahora generosamente untado con crema de vainilla, sobre la mesa. Clary le guiñó un ojo.
—Es increíble, Max, gracias.
—Iba a poner qué cumpleaños era en el cartel —dijo—, pero Jace me dijo que después de los veinte años, solo te haces más vieja, así que no importaba de todos modos.
Jace se detuvo con el tenedor a medio camino de su boca.
—¿Yo dije eso?
—Qué manera de hacernos sentir ancianos —dijo Simon, empujando el pelo hacia atrás para sonreírle a Isabelle. Sintió un poco de dolor dentro de su pecho, ella lo amaba mucho, por hacer todo esto en su honor, porque siempre pensaba en ella. No podía recordar un momento en que no lo había amado o confiado en él, y él nunca le había dado una razón para no hacerlo tampoco.
Se bajó del taburete donde había estado sentada, y se arrodilló delante de su hermano pequeño. Podía ver su propio reflejo en el acero de la nevera: su cabello oscuro, con un corte que le llegaba hasta los hombros; todavía podía recordarlo vagamente de hace unos años atrás, cuando le había llegado a la cintura y vio las gafas y rizos marrones de Max.
—¿Sabes cuántos años tengo? —dijo.
—Veintidós años —dijo Max, en el tono de voz que indicaba que no estaba seguro de por qué le estaba haciendo una pregunta tan estúpida.
Veintidós, pensó. Ella siempre había sido siete años mayor que Max; Max la sorpresa; Max, el pequeño hermano que no había sido esperado.
Max, que debía de tener de quince ahora.
Tragó saliva, de repente sintiendo frío por todas partes. Todo el mundo seguía hablando y riendo a su alrededor, pero la risa sonaba distante y haciendo eco, como si viniera de muy lejos. Podía ver a Simon, apoyado en la barra, con los brazos cruzados sobre su pecho, con sus oscuros ojos ilegibles mientras la miraba.
—¿Y cuántos años tienes?—dijo Isabelle.
—Nueve —dijo Max—. Siempre he tenido nueve.
Isabelle volvió a mirar. La cocina alrededor de ella vacilaba. Podía ver a través de ésta, como si estuviera mirando a través de una tela impresa: todo volviéndose transparente, tan mutable como el agua.
—Bebé —susurró—. Mi Max, mi hermanito, por favor, por favor, quédate.
—Siempre voy a tener nueve —dijo, y le tocó la cara. Sus dedos pasaron a través de ella, como si estuviera pasando la mano por humo—. ¿Isabelle? —dijo en una voz débil y desapareció.
Isabelle sintió que sus rodillas se doblaban, dejándose caer al suelo. No había risas en torno ella, ni una cocina con baldosas, sólo ceniza gris y piedra ennegrecida. Alzó sus manos para detener las lágrimas.
****
El Salón de los Acuerdos estaba decorado con banderas azules, cada una con la llama dorada de la familia Lightwood. Cuatro largas mesas habían sido dispuestas una frente a otra. En el centrohabía un atril de orador, cubierto con espadas y flores.
Alec se sentó en la mesa más larga, en la más alta de las sillas. A su izquierda estaba Magnus, y a su derecha su familia se sentaba junto a él: Isabelle y Max; Robert y Maryse; Jace y al lado de éste, Clary. Había primos de la familia Lightwood allí también, algunos de los cuales no había visto desde que era un niño; todos ellos sonriendo con orgullo, pero ninguna sonrisa brillaba tanto como la de su padre. —Mi hijo —continuó diciendo, a quien quisiera escucharlo, ahora había enganchado al Cónsul, quién había estado pasando por su mesa con un vaso de vino en la mano—. Mi hijo ganó la batalla, ese es mi hijo. Sangre Lightwood. Nuestra familia siempre ha sido de guerreros.
El Cónsul rió. —Guárdalo para el discurso, Robert —dijo, guiñándole un ojo a Alec sobre el borde del vaso.
—Oh, Dios, el discurso —dijo Alec con horror, ocultando su rostro en sus manos.
Magnus frotó sus nudillos suavemente a través de la espina dorsal de Alec, como si estuviera acariciando a un gato.
Jace miró hacia ellos, y alzó las cejas. —Como si todos nosotros no hubiésemos estado antes en una sala llena de gente, en la que no nos hayan dicho lo increíble que somos —dijo, y cuando Alec lo miró de reojo, sonrió—. Ah, sólo a mí, entonces. —Deja a mi novio tranquilo —dijo Magnus—. Sé de algunos hechizos que podrían cerrar tus oídos.
Jace se tocó los oídos con preocupación mientras Robert se ponía de pie, con su silla raspando el suelo hacia atrás, tocando con el tenedor el costado de su vaso. El sonido resonó en la sala, y los Cazadores de Sombras quedaron en silencio, mirando hacia la mesa de los Lightwood expectantes. —Nos reunimos aquí hoy —dijo Robert, extendiendo sus brazos—, para honrar a mi hijo, Alexander Gideon Lightwood, pues él solo ha destruido las fuerzas de los Cazadores Oscuros y quien derrotó en la batalla al hijo de Valentine Morgenstern. Alec salvó la vida de nuestro tercer hijo, Max, junto con la de su parabatai, Jace Herondale; estoy orgulloso de decir que mi hijo es uno de los más grandes guerreros que jamás he conocido. —Se dio la vuelta y le sonrió a Alec y a Magnus. —Se necesita más que un brazo fuerte para ser un gran guerrero —prosiguió—. Se necesitan tener una gran mente y un gran corazón. Mi hijo tiene ambas cosas. Él es fuerte en valor, y fuerte en el amor. Es por eso que también quiero compartir otra buena noticia con vosotros. Ayer, mi hijo se comprometió en matrimonio con su pareja, Magnus Bane…
Un coro de aplausos estalló. Magnus los aceptó con un modesto gesto del tenedor. Alec se deslizó en su silla, con las mejillas ardiendo. Jace le miró pensativo. —Felicidades —dijo—. Siento como que perdí la oportunidad. —¿Q…qué? —Alec tartamudeó.
Jace se encogió de hombros. —Siempre supe que estabas enamorado de mí y yo de alguna manera tenía un flechazo contigo, también. Pensé que deberías saberlo. —¿Qué? —dijo Alec de nuevo.
Clary se sentó con la espalda recta. —Ya sabes —ella dijo—, ¿creéis que habría alguna posibilidad de que los dos pudieras…? —hizo un gesto entre Jace y Alec—. Sería de algo sexy. —No —dijo Magnus—. Soy un brujo muy celoso.
—Somos parabatai —dijo Alec, recuperando su voz—. Para la Clave sería, quiero decir, es ilegal.
—Oh, vamos —dijo Jace—. La Clave te permitiría hacer lo que quisieras. Mira, todo el mundo te ama. —Hizo un gesto obvio hacia la sala llena de Cazadores de Sombras. Todos estaban aclamando como Robert dijo, algunos de ellos secándose las lágrimas. Una chica en una de las mesas más pequeñas levantó un letrero que decía: ALEC LIGHTWOOD, TE AMAMOS.
—Creo que deberías tener una boda en invierno —dijo Isabelle, mirando con nostalgia al centro de flores blanco—. Nada demasiado grande. Cinco o seis centenares de personas.
—Isabelle —dijo Alec con voz ronca.
Ella se encogió de hombros.
—Tienes un montón de fans.
—Oh, por el amor de Dios —dijo Magnus, y chasqueó los dedos delante de la cara de Alec. Su pelo negro se levantó en puntas, y sus ojos verdes dorados brillaron con fastidio—. ESTO NO ESTÁ PASANDO.
—¿Qué? —Alec lo miró.
—Es una alucinación —dijo Magnus—, provocada por tu entrada en los reinos demoníacos. Probablemente un demonio que se esconde cerca de la
entrada al mundo y se alimenta de los sueños de los viajeros. Los deseos tienen mucho poder —añadió, examinando su reflejo—. Sobre todo los deseos más profundos de nuestros corazones.
Alec miró alrededor de la habitación.
—¿Éste es el deseo más profundo de mi corazón?
—Claro —dijo Magnus—. Tu padre, orgulloso de ti. Tú, el héroe del momento. Yo, amándote. Todo el mundo admirándote.
Alec miró a Jace.
—Está bien, ¿qué pasa con Jace?
Magnus se encogió de hombros.
—No lo sé. Esa parte es simplemente extraña.
—Así que tengo que despertar. —Alec puso las manos planas, sobre la mesa; el anillo Lightwood brillaba en su dedo. Todo parecía real, se sentía real, pero no podía recordar lo que su padre estaba hablando. No podía recordar la derrota de Sebastian, o ganar una guerra. No podía recordar la salvación de Max.
—Max—susurró.
Los ojos de Magnus se oscurecieron.
—Lo siento—dijo—. Los deseos de nuestro corazón son armas que se pueden utilizar contra nosotros. Lucha, Alec. —Le tocó la cara—. Esto no es lo que quieres, éste sueño. Los demonios no entienden los corazones humanos, no del todo. Ellos ven como a través de un cristal distorsionado y te muestran lo que tú deseas, pero deformado y erróneo. Utiliza esa maldad para despertarte del sueño. La vida es sobre pérdidas, Alexander, pero es mejor que esto.
—Dios —dijo Alec, y cerró los ojos. Sintió que el mundo que le rodeaba se quebraba, como si estuviera golpeando su propio camino fuera de una concha. Las voces que lo rodeaban desaparecieron, junto con la sensación de la
silla debajo de él, el olor de la comida, el clamor de los aplausos, y por último, el toque de la mano de Magnus en su rostro.
Sus rodillas golpearon el suelo. Abrió la boca y sus ojos se abrieron de golpe. Todo a su alrededor era un paisaje gris. El hedor de la basura golpeó su nariz, y se echó hacia atrás instintivamente cuando sintió algo sobre él, una masa creciente de humo incipiente, un grupo de brillantes ojos amarillos brillaban en la oscuridad. Lo fulminaron con la mirada mientras él buscaba su arco y lo desenvainaba.
La cosa rugió, y se precipitó hacia delante, subiendo hacia él como una ola rompiendo. Alec disparó la flecha runada, voló en el aire y se hundió profundamente en el demonio de humo. Un grito estridente rompió el aire, el demonio palpitando en torno a la flecha enterrada profundamente dentro de él, zarcillos de humo agitándose hacia afuera, arañando el cielo…
Y se desvaneció. Alec se puso de pie, buscando a tientas otra flecha en la misma posición. Se dio la vuelta, escudriñando el paisaje. Se parecían a las imágenes que había visto de la superficie de la luna, con cráteres y ceniza, y por encima había un cielo quemado, gris y amarillo, sin nubes. El sol colgaba naranja y bajo, como un bloque muerto. No había ni rastro de los otros.
Luchando contra el pánico, trotó hasta la subida de la colina más cercana, y miró al otro lado. El alivio lo golpeó como una ola. Había una depresión entre dos aumentos de cenizas y rocas, y agazapada en él estaba Isabelle, luchando por ponerse en pie. Alec trepó por la ladera empinada de la colina y la atrapó en un abrazo con un solo brazo.
—Iz —dijo.
Hizo un sonido que se parecía sospechosamente a un resfriado y se alejó de él.
—Estoy bien —dijo ella. Había rastros de lágrimas en su rostro. Se preguntó qué era lo que había visto. Los deseos de nuestro corazón son armas que se pueden utilizar contra nosotros.
—¿Max? —preguntó él.
Ella asintió con la cabeza, con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas y la ira. Por supuesto que Isabelle se enojaría. Odiaba llorar.
—Yo también —dijo, y luego se dio la vuelta ante el sonido de unos pasos, medio empujando a Isabelle detrás de él.
Era Clary, y junto a ella, Simon. Los dos los miraron en shock. Isabelle salió de detrás de Alec.
—¿Ustedes dos…?
—Estamos bien —dijo Simon—. Nosotros… vimos cosas. Cosas raras. —No quería encontrarse con la mirada de Isabelle, y Alec se preguntó lo que él había imaginado. ¿Cuáles eran los sueños y deseos de Simon? Él nunca se había puesto a pensar mucho en ello.
—Era un demonio —dijo Alec—. El tipo del que se alimenta de sueños y deseos. Lo maté. —Miró de ellos a Isabelle—. ¿Dónde está Jace?
Clary palideció bajo la mugre en su rostro.
—Pensamos que estaría contigo.
Alec sacudió la cabeza.
—Él está bien—dijo—. Lo sabría si él no estuviera…
Pero Clary ya se había dado la vuelta y había comenzado a medio correr por donde había venido. Después de un momento Alec la siguió, y lo mismo hicieron los demás. Se arrastró hacia una subida, y luego hacia otra. Se dio cuenta de que se dirigía a tierras más altas, donde la vista sería mejor. La oyó toser, sus propios pulmones se sentían recubiertos con ceniza.
«Muerto, pensó él. Todo en este mundo está muerto, quemado y hecho polvo. ¿Qué ha pasado aquí?»
En la cima de la colina había un montículo de piedras, un círculo de piedras lisas, como si fuera un pozo desecado. Sentado en el borde del montículo estaba Jace, mirando al suelo.
—¡Jace! —Clary patinó hasta detenerse frente a él, se puso de rodillas y sacudió sus hombros. Él la miró sin comprender—. Jace —dijo de nuevo, con urgencia—. Jace, sal de ahí. No es real. Es un demonio, que nos hace ver las cosas que queremos. Alec lo mató. ¿De acuerdo? No es real.
—Lo sé. —Miró hacia arriba, y Alec sintió su mirada como una bofetada. Jace lo miró como si hubiese estado sangrando, aunque era obvio que estaba ileso.
—¿Qué viste? —dijo Alec—. ¿A Max?
Jace negó con la cabeza.
—No vi nada.
—Todo está bien, cualquier cosa que hayas visto. Todo está bien —dijo Clary. Se inclinó y tocó la cara de Jace. Alec recordó vivamente los dedos de Magnus en su mejilla en el sueño. Había dicho que lo amaba, alguien que podría no estar vivo ahora.
—Vi a Sebastian —dijo ella—. Estaba en Idris. La casa Fairchild aún estaba en pie. Mi mamá estaba con Luke. Yo… iba a haber una boda. —tragó—. Tenía una hermana pequeña, también. Llevaba el nombre de Valentine. Él era un héroe y Sebastian estaba allí, pero se encontraba bien, era normal. Me amaba, como un hermano verdadero.
—Nada bueno —dijo Simon. Se acercó a Isabelle, y se pusieron hombro con hombro. Jace alargó la mano y pasó un dedo con cuidado por uno de los rizos de Clary, dejando que se enrollara alrededor de su mano. Alec recordó la primera vez que se dio cuenta que Jace estaba enamorado de ella: había estado observando a su parabatai en la habitación, mirando los ojos de Jace rastrear todos los movimientos de ella. Recordaba haber pensado: «Ella es todo lo que ve.»
—Todos tenemos sueños —dijo Clary—. Eso no quiere decir nada. ¿Recuerdas lo que dije antes? Permaneceremos juntos.
Jace la besó en la frente y se puso de pie, tendiéndole una mano, después de un momento Clary la tomó, y se puso de pie junto a él.
—No he visto nada —dijo suavemente—. ¿Todo bien?
Ella vaciló, claramente no le estaba creyendo, y no obstante no quería seguir presionándolo.
—Está bien.
—No me gusta hablar de esto —dijo Isabelle—, pero ¿alguien vio un camino de regreso?
Alec pensó en su precipitada carrera sobre las colinas del desierto, en busca de los demás, con los ojos barriendo el horizonte. Vio a sus compañeros palidecer mientras miraba a su alrededor.
—Creo —dijo—, que no hay vuelta atrás. No por aquí, ni por el túnel. Creo que se cerró después de nosotros.
—Así que este era un viaje sin retorno —dijo Clary, con un ligero temblor en su voz.
—No necesariamente —dijo Simon—. Tenemos que llegar a Sebastian, siempre supimos eso. Y una vez que lleguemos allí, Jace puede tratar de hacer lo suyo con el fuego celestial, sea lo que eso sea, sin ánimos de ofender.
—No me ofendo —dijo Jace, dirigiendo sus ojos hacia el cielo.
—Y una vez que rescatemos a los prisioneros —dijo Alec—. Magnus puede ayudarnos a volver. O podemos averiguar cómo Sebastian consigue ir y venir, ésta no puede ser la única manera.
—Eso es ser optimista —dijo Isabelle—. ¿Y si no podemos rescatar a los prisioneros, o no podemos matar a Sebastian?
—Entonces él nos va a matar —dijo Jace—. Y no importará que no sepamos cómo volver.
Clary cuadró sus hombros pequeños.
—Entonces será mejor encontrarlo, ¿o no?
Jace tiró de la estela libre de su bolsillo, y se sacó el brazalete de Sebastian de la muñeca. Cerró los dedos alrededor de ella, usando la estela para dibujar una runa de seguimiento en el dorso de la mano. Pasó un momento, y luego otro; una mirada de intensa concentración pasó sobre el rostro de Jace, como una nube. Luego levantó la cabeza.
—Él no está tan lejos —dijo—. Un día, tal vez dos días de distancia caminando. —Se deslizó el brazalete de nuevo en la muñeca. Alec miró el brazalete fijamente, y luego a Jace. Si no puedo llegar al Cielo, levantaré el Infierno.
—Usarlo me impedirá perderlo —dijo Jace, y cuando Alec no dijo nada, Jace se encogió de hombros y echó a andar colina abajo—. Debemos ponernos en marcha —habló por encima del hombro—. Tenemos un largo camino por recorrer.
StephRG14
StephRG14


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Cazadores de sombras - Página 3 Empty RE: CIUDAD DEL FUEGO CELESTIAL

Mensaje por StephRG14 Sáb 16 Mayo 2015, 6:56 pm

Capitulo 15
Azufre y sal


—Por favor, no me quites esa mano —dijo Magnus—. Me gusta esa mano. Necesito esa mano.
—Calla —dijo Raphael, arrodillado junto a él, sus manos sobre la cadena que mantenía esposada la mano derecha de Magnus y la lanza de adamas hundida profundamente en el suelo—. Sólo estoy tratando de ayudar. —Tiró fuerte de la cadena, Magnus gritó de dolor y lo miró. Raphael tenía manos delgadas y juveniles, pero eso era engañoso: tenía la fuerza de un vampiro y estaba actualmente lanzando su poder con el propósito de liberar las cadenas de Magnus de raíz.
La celda en la que estaban era circular. El piso estaba hecho de baldosas de granitos sobrepuestas, con bancas de piedra alrededor de las paredes. No había ninguna puerta discernible, aunque había ventanas estrechas, tan estrechas como hendiduras. No había cristal en ellas, y era posible ver desde su profundidad que las paredes eran por lo menos de un pie de espesor.
Magnus se había despertado en esta habitación, un círculo rojo de Cazadores de Sombras de pie a su alrededor, fijando sus cadenas en el piso. Antes de que la puerta se hubiera cerrado detrás de ellos, había visto a Sebastian de pie en el pasillo, sonriéndole como una calavera.
Ahora Luke estaba situado en una de las ventanas mirando hacia afuera. A ninguno de ellos le habían dado un cambio de ropa, y él todavía llevaba los pantalones de vestir y la camisa que había vestido en la cena en Alicante. La
parte de enfrente de su camisa estaba salpicada con manchas oxidadas. Magnus tuvo que seguir recordándose a sí mismo que era vino. Luke parecía demacrado, con el cabello despeinado, uno de los lentes de sus gafas estaba roto.
—¿Ves algo? —preguntó Magnus en ese momento, mientras Raphael se movía al otro lado para ver si la cadena de la mano izquierda sería más fácil de zafar, ya que él era el único encadenado. En el momento en que se despertó, Luke y Raphael ya se habían despertado, Raphael reclinado contra una de las bancas mientras Luke llamaba a Jocelyn hasta quedarse ronco.
—No —dijo Luke rápidamente. Raphael levantó una ceja hacia Magnus. Se veía despeinado y joven, los dientes clavándose en su labio inferior mientras sus nudillos palidecían alrededor de los eslabones de la cadena. Eran lo suficientemente largos para permitir que Magnus se sentara, pero no para que se pusiera de pie—. Sólo niebla. Niebla gris-amarillenta. Quizás montañas a la distancia. Es difícil de decir.
—¿Crees que todavía estamos en Idris? —preguntó Raphael.
—No —dijo Magnus rápidamente—. No estamos en Idris. Lo puedo sentir en mi sangre.
Luke lo miró.
—¿Dónde estamos?
Magnus podía sentir el ardor en su sangre, el comienzo de la fiebre. Se erizaba a lo largo de sus nervios, secando su boca, haciendo que su garganta doliera.
—Estamos en Edom —dijo—. Una dimensión demoníaca.
Raphael dejó caer la cadena y maldijo en español.
—No puedo liberarte —dijo, claramente frustrado—. ¿Por qué los siervos de Sebastian sólo te encadenaron a ti y no a ninguno de nosotros?
—Porque Magnus necesita sus manos para hacer magia —dijo Luke.
Raphael miró a Magnus, sorprendido. Magnus movió las cejas.
—¿No sabías eso, vampiro? —dijo—. Hubiera pensado que ya lo habrías descubierto a estas alturas, has estado con vida el tiempo suficiente.
—Tal vez. —Raphael se sentó sobre sus talones—. Pero nunca he tenido muchos negocios con los brujos.
Magnus le echo un vistazo, una mirada que decía: los dos sabemos que eso no es verdad. Raphael apartó la mirada.
—Es una lástima —dijo Magnus—. Si Sebastian hubiera hecho su investigación, habría sabido que no puedo hacer magia en este reino. No hay necesidad de esto. —Sacudió sus cadenas como el fantasma de Marley.
—Así que aquí es donde Sebastian ha estado escondiéndose todo este tiempo —dijo Luke—. Es por eso que no podíamos rastrearlo. Esta es la base de sus operaciones.
—O —dijo Raphael—, este sólo es algún lugar en el que nos ha abandonado para morir y pudrirnos.
—Él no se molestaría —dijo Luke—. Si nos quisiera muertos, ya estaríamos muertos, los tres. Tiene un plan más grande. Siempre lo tiene. Es sólo que no sé por qué… —Se interrumpió, bajando la mirada hacia sus manos, y Magnus lo recordó de repente mucho más joven, con el cabello suelto, con miradas de preocupación y con el corazón en la mano.
—No va a hacerle daño —dijo Magnus—. A Jocelyn, quiero decir.
—Él podría —dijo Raphael—. Está muy loco.
—¿Por qué no iba a hacerle daño? —Luke sonaba como si estuviera conteniendo un miedo que amenazaba con explotar—. ¿Porque ella es su madre? No funciona de esa manera. Sebastian no funciona de esa manera.
—No porque ella sea su madre —dijo Magnus—. Sino porque ella es la madre de Clary. La manipulará. Y no va a renunciar a eso fácilmente.
Habían estado caminando por lo que ahora parecían horas, y Clary estaba agotada.
El terreno irregular hacía el caminar difícil. Ninguna de las colinas eran muy altas, pero no había caminos, y estaban cubiertas de esquisto y rocas escarpadas. A veces había llanuras pegajosas, campos de alquitrán que cruzar, y sus pies se hundían casi hasta los tobillos, arrastrando sus pasos hacia abajo.
Hicieron una pausa para ponerse runas, para tener pasos firmes, fuerza y para beber agua. Era un lugar seco, todo humo y cenizas, con el ocasional brillo del río de roca fundida formando sedimentos por la tierra quemada. Sus rostros ya estaban manchados de tierra y ceniza, sus posesiones llenas de polvo.
—Racionad el agua —advirtió Alec, tapando se botella de plástico. Se habían detenido en la sombra de una pequeña montaña. Su escarpada cima levantada en picos y almenas lo hacía parecerse a una corona—. No sabemos cuánto tiempo estaremos viajando.
Jace tocó el brazalete en su muñeca y después su runa de rastreo. Frunció el ceño ante el patrón trazado en el dorso de su mano.
—Las runas que acabamos de ponernos —dijo—. Que alguien me muestre una.
Isabelle hizo un ruido impaciente, luego sacó su muñeca, donde Alec había tatuado la runa de velocidad antes. Parpadeó hacia ella.
—Se está desvaneciendo —dijo, con una súbita incertidumbre en su voz.
—Mi runa de rastreo también, y las demás —dijo Jace, mirando por encima de su piel—. Creo que las runas se desvanecen más rápido aquí. Vamos a tener que tener cuidado al usarlas. Revisarlas para saber cuándo debemos hacerlas otra vez.
—Nuestras runas de velocidad están desapareciendo —dijo Isabelle, sonando frustrada—. Eso podría hacer la diferencia entre dos días de caminata y tres. Sebastian podría estarles haciendo cualquier cosa a los prisioneros.
Alec hizo una mueca.
—No lo hará —dijo Jace—. Son su seguro de que la Clave nos entregará a él. No les hará nada a menos que esté seguro de que eso no va a suceder.
—Podríamos caminar toda la noche —dijo Isabelle—. Podríamos usar runas de vigilia. Seguir aplicándolas.
Jace miró a su alrededor. Había manchas de suciedad bajo sus ojos, en sus mejillas y su frente, por donde había frotado la palma de su mano. El cielo se había profundizado de un amarillo a un naranja oscuro, manchado con turbulenta nubes negras. Clary supuso que significaba que la noche estaba cerca. Se preguntó si los días y las noches eran lo mismo en este lugar, si las horas eran diferentes o si las rotaciones de este planeta estarían sutilmente desalineadas.
—Cuando las runas de vigilia se desvanecen, caes estrepitosamente —dijo Jace—. Entonces estaremos enfrentando a Sebastian básicamente con resaca, no es una buena idea.
Alec siguió la mirada de Jace alrededor del paisaje mortífero.
—Entonces vamos a tener que encontrar un lugar para descansar, para dormir. ¿No es así?
Clary no escuchó lo que sea que Jace dijo después. Ya se había alejado de la conversación, trepando por un lado de la empinada cresta de roca. El esfuerzo la hizo toser; el aire era fétido, lleno de humo y cenizas, pero no se sentía como para mantener un argumento. Estaba exhausta, su cabeza palpitaba, y seguía viendo a su madre, una y otra vez, en su cabeza. Su madre y Luke, de pie en el balcón, juntos, tomados de la mano, mirándola con cariño.
Se arrastró hasta la parte superior de la pendiente y se detuvo allí. Descendía abruptamente al otro lado, terminando en una meseta de roca gris que se extendía hasta el horizonte, apilada aquí y allá con montones de desechos y esquisto. El sol estaba bajo en el cielo, a pesar de que seguía siendo del mismo color naranja quemado.
—¿Qué estás viendo? —dijo una voz a su lado, se sobresaltó, y se dio la vuelta para encontrar a Simon allí. Él no estaba tan sucio como el resto de ellos,
lo sucio nunca parecía quedar con los vampiros, pero su cabello estaba lleno de polvo.
Ella señaló los agujeros negros que aguardaban a un lado de la colina cercana como heridas de bala.
—Esas son las entradas a las cuevas, creo —dijo.
—Parece algo salido del Mundo de Warcraft, ¿no? —dijo él, señalando a su alrededor, hacia el maldito paisaje, el cielo rasgado de cenizas—. Solo que no puedes simplemente apagarlo y escapar.
—No he sido capaz de apagarlo durante mucho tiempo. —Clary pudo ver a Jace y a los otros Lightwood a cierta distancia, todavía discutiendo.
—¿Estás bien? —preguntó Simon—. No he tenido oportunidad de hablar contigo desde todo lo que pasó con tu madre y Luke…
—No —dijo Clary—. No estoy bien. Pero tengo que seguir adelante. Si sigo adelante, no podré pensar en ello.
—Lo siento. —Simon metió sus manos dentro de sus bolsillos, agachando la cabeza. Su cabello castaño caía sobre su frente, al otro lado del lugar donde la Marca de Caín había estado.
—¿Estás bromeando? Yo soy la que lo siente. Por todo. El hecho de que te hayas convertido en un vampiro, la Marca de Caín…
—Eso me protegió —protestó Simon—. Eso fue un milagro. Fue algo que sólo tú podías hacer.
—Eso es lo que me da miedo —susurró Clary.
—¿Qué?
—Que ya no tenga más milagros en mí —dijo ella y presionó sus labios juntos mientras los demás se unían a ellos, Jace mirando con curiosidad de Simon a Clary como si se preguntara de qué habían estado hablando.
Isabelle miró por encima de la llanura, a las hectáreas de desolación por delante, la vista llena de polvo.
—¿Viste algo?
—¿Qué hay de esas cuevas? —preguntó Simon, señalando hacia las oscuras entradas de los túneles en las laderas de la montaña—. Son un refugio…
—Buena idea —dijo Jace—. Estamos en una dimensión demoníaca, Dios sabe lo que vive aquí, y quieres meterte en un agujero estrecho y oscuro y…
—Muy bien —interrumpió Simon—. Sólo era una sugerencia. No necesitas molestarte…
Jace, que claramente estaba de un humor, le dio una mirada fría.
—Eso no me molestó, vampiro…
Una oscura pieza de nube se separó del cielo y se lanzó de repente hacia abajo, tan rápido que ninguno pudo seguirla con la mirada. Clary captó un solo vistazo de horribles alas, dientes y docenas de ojos rojos, y luego Jace se elevaba en el aire, atrapado en las garras de un demonio aéreo.
Isabelle gritó. La mano de Clary fue a su cinturón, pero el demonio ya se había disparado de regreso hacia el cielo, un torbellino de alas curtidas, emitiendo un chillido agudo de victoria. Jace no hizo ningún ruido en absoluto; Clary podía ver sus botas colgando, inmóviles. ¿Estaba muerto?
Su visión se volvió blanca. Clary se volvió hacia Alec, quien ya tenía su arco fuera, con una flecha en la mira, listo.
—¡Dispara! —gritó.
Se dio la vuelta como un bailarín, escudriñando el cielo.
—No puedo conseguir un tiro limpio, está demasiado oscuro, podría golpear a Jace…
El látigo de Isabelle se desenrolló de su mano, alambre brillando tenuemente, extendiéndose hacia arriba, imposiblemente hacia arriba. Su brillante luz iluminó el cielo nublado, y Clary oyó el gritó del demonio de nuevo, esta vez era un agudo grito de dolor. La criatura estaba girando en el
aire, cayendo una y otra vez, con Jace atrapado en su agarre. Sus garras estaban hundidas profundamente en su espalda, ¿o estaba enredado en ella? Clary creyó ver el brillo de un cuchillo serafín o simplemente podría haber sido el brillo del látigo que Izzy mientras éste se extendía hacia arriba y luego caía de regreso a la tierra en un espiral de humo.
Alec maldijo, y dejó volar una flecha. Disparó hacia arriba, atravesando la oscuridad, un segundo después, una jadeante masa oscura se desplomó en la tierra y golpeó el suelo con un ruido sordo que levantó una nube de polvo de cenizas.
Todos miraron. Extendido, el demonio era grande, casi del tamaño de un caballo, de un color verde oscuro, con un cuerpo parecido a una tortuga. Flácido, con alas curtidas, seis extremidades con garras parecidas a ciempiés y un largo tallo de un cuello que terminaba en un círculo de ojos y dientes afilados e irregulares. El eje de la flecha de Alec sobresalía a un lado.
Jace estaba de rodillas sobre su espalda, con un cuchillo serafín en su mano. La hundió en la parte posterior del viscoso cuello de la criatura, una y otra vez, enviando pequeños géiseres de icor negro que salpicaban su ropa y rostro. El demonio dio un gorjeo chirriante y se desplomó, sus múltiples ojos rojos sin luz y en blanco.
Jace de rodillas sobre su espalda, respirando con dificultad. El cuchillo serafín ya se había empezado a deformar y a retorcerse con el icor; lo arrojó a un lado y miró estoicamente al pequeño grupo de sus amigos, todos mirándolo con expresiones de asombro.
—Eso —dijo—, fue lo que me molestó.
Alec hizo un sonido entre mitad quejido mitad insulto, y bajó su arco. Su cabello negro estaba pegado a su frente con sudor.
—No tienen que lucir todos preocupados —dijo Jace—. Lo estaba haciendo bien.
Clary, mareada, se quedó sin aliento.
—¿Bien? Si tu definición de “bien” de repente incluye convertirse en el aperitivo de una tortuga muerta voladora, entonces vamos a intercambiar unas palabras, Jace Lightwood…
—No desapareció —interrumpió Simon, luciendo tan aturdido como el resto de ellos—. El demonio. No desapareció cuando lo mataste.
—No —dijo Isabelle—. Lo que significa que la dimensión de su hogar está aquí. —Su cabeza estaba echada hacia atrás, analizando el cielo. Clary podía ver el destello de la runa de clarividencia recién aplicada en su cuello—. Y al parecer estos demonios pueden salir a la luz del día. Probablemente porque el sol aquí está casi bloqueado. Tenemos que salir de esta zona.
Simon tosió ruidosamente.
—¿Qué estaban diciendo todos acerca de que refugiarse en las cuevas era una mala idea?
—En realidad sólo fue Jace —dijo Alec—. Parece una buena idea para mí.
Jace los miró a ambos, y se pasó una mano por el rostro, manchando su mejilla de icor negro.
—Vamos a revisar las cuevas. Encontraremos una pequeña, y la exploraremos a fondo antes de que descansemos. Tomaré la primera guardia.
Alec asintió y comenzó a moverse hacia la entrada de la cueva más cercana. El resto de ellos lo siguió; Clary caminó al lado de Jace. Él estaba callado, perdido en sus pensamientos, bajo la espesa capa de nubes, su cabello brillaba en un oro opaco, y pudo ver las masivas rasgaduras en la parte posterior de su chaqueta ajustada donde las garras del demonio lo habían sostenido. La comisura de su boca se arqueó de repente.
—¿Qué? —demandó Clary—. ¿Es algo divertido?
—¿Tortuga muerta voladora? —dijo él—. Sólo tú dirías eso.
—¿Sólo yo? ¿Es bueno o malo? —preguntó mientras llegaban a la entrada de la cueva, alzándose ante ellos como una oscura boca abierta.
Incluso en las sombras su sonrisa era caprichosa.
—Es perfecto.
***
Avanzaron sólo unos pocos metros dentro del túnel antes de que encontraran el camino bloqueado con una puerta de metal. Alec maldijo, mirando hacia atrás por encima de su hombro. La entrada de la cueva estaba justo detrás de ellos, y a través de ella Clary podía ver el cielo naranja y negro, rodeado de formas.
—No, esto es bueno —dijo Jace, dando un paso más cerca de la puerta—. Miren, runas.
Las runas estaban indudablemente trabajadas en las curvas del metal: algunas eran familiares, otras no las conocía Clary. Aun así, le hablaban de protección, de defenderse de las fuerzas demoniacas, como un susurro en la parte posterior de su cabeza.
—Son runas de protección —dijo—. Protección contra los demonios.
—Bien —dijo Simon, echando otra mirada ansiosa hacia atrás sobre su hombro—. Porque los demonios están llegando y rápido.
Jace lanzó una mirada detrás de ellos, y luego se apoderó de la puerta y le dio un tirón. La cerradura estalló, derramando láminas de óxido. Tiró de nuevo, más fuerte, y la puerta se abrió; las manos de Jace relucían con una luz contenida, y el metal donde la había tocado parecía ennegrecido.
Se sumergió más allá de la oscuridad, y los otros lo siguieron, Isabelle buscando su piedra de luz mágica. Simon entró después y Alec fue el último, estirándose para cerrar la puerta de golpe detrás de ellos. Clary se tomó un momento para añadir una runa de bloqueo, sólo para estar más seguros.
La piedra de luz mágica de Izzy se encendió, iluminando el hecho de que estaban de pie en un túnel que serpenteaba hacia la oscuridad. Las paredes eran lisas, de mármol gneis, talladas una y otra vez con runas de protección, santidad y defensa. El piso era de piedra pulida, fácil para caminar. El aire se hizo más claro a medida que se abrían paso más dentro de la montaña, la
impureza de la niebla y de demonios lentamente retrocedió hasta que Clary estaba respirando con más facilidad de lo que lo había hecho desde que habían llegado a este reino.
***
Salieron por fin a un gran espacio circular, claramente elaborado por manos humanas. Lucía como el interior de una cúpula de una catedral: redonda, con un enorme techo abovedado. Había un viejo fogón de piedra en el centro de la sala. Blancas gemas de piedra se habían fijado en el techo. Brillaban suavemente, iluminando la habitación con una luz tenue. Isabelle bajó la luz mágica, dejando que se apagase en su mano.
—Creo que este lugar fue un escondite —dijo Alec en voz baja—. Una especie de albergue para quien se refugiase aquí, estuviera a salvo de los demonios.
—Quien vivió aquí conocía las runas mágicas —dijo Clary—. No las reconozco todas, pero puedo sentir lo que significan. Son runas sagradas, como las de Raziel.
Jace se descolgó la mochila de los hombros y dejó que se deslizara hasta el suelo.
—Dormiremos aquí esta noche.
Alec parecía dubitativo.
—¿Crees que es seguro?
—Exploraremos el túnel —dijo Jace—. Clary, ven conmigo. Isabelle y Simon, tomen el corredor este. —Él frunció el ceño—. Bueno, vamos a llamarlo el corredor este. Esperemos que esto siga funcionando en los reinos demoníacos. —Golpeó la runa de orientación en su antebrazo, una de las primeras Marcas que la mayoría de los Cazadores de Sombras recibían.
Isabelle dejó caer su mochila, sacó dos cuchillos serafines y los deslizó en fundas a su espalda.
—Bien.
—Iré con vosotros —dijo Alec, mirando a Isabelle y Simon con ojos suspicaces.
—Si deseas hacerlo —dijo Isabelle, con exagerada indiferencia—. Te advierto que estaremos besándonos en la oscuridad. Pondremos fin a la abstinencia de besos.
Simon la miró sorprendida.
—Estaremos… —empezó a decir Simon, pero Isabelle le pisoteó el pie y se calló.
—¿“Abstinencia de besos”? —preguntó Clary.
Alec parecía enfermo.
—Supongo que me quedaré aquí.
Jace sonrió y le lanzó una estela.
—Enciende el fuego —dijo—. Cocina un pastel o algo. Esta caza demoníaca te deja hambriento.
Alec llevó la estela a la arena del fogón de piedra y comenzó a dibujar la runa de fuego. Parecía estar murmurando algo acerca de cómo no le gustaría a Jace despertarse por la mañana con todo su pelo afeitado.
Jace sonrió a Clary. Bajo el icor y la sangre, era un fantasma de su vieja y pícara sonrisa, pero con eso bastaba. Clary sacó a Eósforo. Simon e Isabelle ya habían desaparecido por el túnel orientado al este, ella y Jace tomaron el otro camino, el cual se inclinaba ligeramente hacia abajo.
A medida que bajaron simultáneamente, Clary oyó a Alec gritar detrás de ellos:
—¡Y las cejas, también!
Jace rio secamente.
***
Maia no estaba segura de lo que había pensado sobre cómo sería ser el líder de una manada, pero no se lo imaginaba así.
Estaba sentada en la gran recepción del vestíbulo del edificio del segundo distrito policial, con Bat en la silla giratoria detrás de ella, pacientemente explicándole los diversos aspectos de la administración de la manada de lobos: cómo se comunican con los miembros restantes del Praetor Lupus en Inglaterra, el envío de mensajes a Idris, e incluso cómo se las arreglaban con los pedidos hechos en el restaurante Jade Wolf. Ambos levantaron la vista cuando las puertas se abrieron de golpe y una mujer bruja de piel azul en un uniforme de enfermera entró en la habitación, seguida por un hombre alto con un magnífico abrigo negro.
—Catarina Loss —dijo Bat, a modo de presentación—. Nuestra nueva líder de la manada, Maia Roberts…
Catarina le despidió con un gesto. Ella era demasiado azul, casi de color zafiro y tenía el brillante cabello blanco en un moño. Su uniforme tenía diseños de camiones en él.
—Él es Malcolm Fade —dijo, señalando al hombre alto a su lado—. Brujo Mayor de Los Ángeles.
Malcolm Fade inclinó la cabeza. Tenía rasgos angulosos, el pelo del color del papel y sus ojos eran de color púrpura. Realmente eran de color púrpura, un color que ningún humano poseía. Era atractivo, pensó Maia, si te gustaba ese tipo de cosas.
—¡Magnus Bane ha desaparecido! —anunció, como si fuera el título de un libro de ilustraciones.
—Luke también —dijo Catarina con gravedad.
—¿Desaparecidos? —repitió Maia—. ¿Qué quiere decir con que han desaparecido?
—Bueno, no están desaparecidos exactamente. Fueron secuestrados —dijo Malcolm y Maia dejó caer la pluma que sostenía—. ¿Quién sabe dónde
podrían estar? —Lo dijo como si todo el asunto fuera más bien fascinante, triste por no poder ser parte de ello.
—¿Sebastian Morgenstern es el responsable? —preguntó Maia a Caterina.
—Sebastian ha capturado a todos los representantes Subterráneos: Meliorn, Magnus, Raphael y Luke. Y Jocelyn, también. Dice que los retendrá a menos que la Clave se comprometa a entregarle a Clary y Jace.
—¿Y si ellos no acceden? —preguntó Leila. La dramática entrada de Catarina atrajo la atención de la manada y fueron llenando la habitación, apiñándose en el hueco de la escalera, acurrucándose junto al escritorio en la curiosa forma de licántropos.
—Entonces matará a los representantes —dijo Maia—. ¿Cierto?
—La Clave debe saber que si Sebastian hace eso, entonces los Subterráneos se rebelarán —dijo Bat—. Sería equivalente a decir que las vidas de cuatro Subterráneos valen menos que la seguridad de dos Cazadores de Sombras.
No sólo eran dos Cazadores de Sombras, pensó Maia. Jace era difícil e irritable, y Clary se había sido reservada en un principio, pero había luchado con ella y por ella, habían salvado su vida y ella había salvado la de ellos.
—Entregando a Jace y Clary podría significarles la muerte —dijo Maia—. Y no hay garantía que tengamos de vuelta a Luke. Sebastian miente.
Los ojos de Catarina brillaron.
—Si la Clave al menos no tiene un plan para rescatar a Magnus y a los otros, no sólo perderán los Subterráneos de su Concejo. También perderán los Acuerdos.
Maia se quedó callada por un momento; era consciente que todos los ojos estaban puestos en ella. Los otros lobos observaban su reacción. La reacción de su líder.
Ella se enderezó.
—¿Qué han dicho los brujos? ¿Qué están haciendo? ¿Qué pasa con las Hadas y los Hijos de la Noche?
—La mayoría de los Subterráneos no lo sé —dijo Malcolm—. Resulta que tengo un informante y compartí la noticia con Catarina por Magnus. Pensé que ella debería saberlo. Quiero decir, este tipo de cosas no sucede todos los días. ¡Secuestro! ¡Rescates! ¡Amor, escindido por la tragedia!
—Cállate, Malcolm —dijo Catarina—. Es por eso que nadie te toma en serio.
Se volvió hacia Maia.
—Mira. La mayoría de los Submundos sabe que los Cazadores de Sombras hicieron sus maletas y se fueron a Idris, por supuesto; sin embargo, lo que no saben es por qué. Están esperando noticias de sus representantes, que por supuesto no han llegado.
—Pero esa situación no será así por siempre —dijo Maia—. Los Submundos se enterarán.
—Sí, lo harán —dijo Malcolm, luciendo como si estuviera tratando duro de ser serio—. Pero conoces a los Cazadores de Sombras, se reservan las cosas para sí mismos. Todo el mundo sabe sobre Sebastian Morgenstern, por supuesto, y del Nefilim Oscuro, pero los ataques a los Institutos se han mantenido en secreto.
—Tienen a los brujos del Laberinto en Espiral trabajando en una cura para los efectos de la Copa Infernal, pero incluso ellos no saben qué tan urgente es la situación, o lo que está ocurriendo en Idris —dijo Catarina—. Me temo que los Cazadores de Sombras se destruirán con su propio secreto. —Se veía aún más azul que antes, el color parecía cambiar con su estado de ánimo.
—Entonces ¿por qué acudieron ante nosotros, ante mí? —preguntó Maia.
—Porque Sebastian ya te envió su mensaje por medio del ataque contra el Praetor —respondió Catarina—. Y sabemos que eres cercana a los Cazadores de Sombras, el Inquisidor y la propia hermana de Sebastian, por ejemplo. Sabes tanto como nosotros, tal vez más, sobre lo que está pasando.
—No sé mucho —admitió Maia—. Con las protecciones alrededor de Idris ha sido difícil que pasen los mensajes.
—Podemos ayudar con eso —dijo Catarina—. ¿Cierto, Malcolm?
—¿Humm? —Malcolm estaba de brazos cruzados, vagando alrededor de la estación, deteniéndose a mirar las cosas que Maia veía todos los días: una barandilla, una teja agrietada en la pared, un panel de la ventana de cristal, como si esas cosas le diesen una revelación. La manada lo observó con perplejidad.
Catarina suspiró.
—No le hagas caso —le dijo a Maia en voz baja—. Es muy poderoso, pero algo le sucedió a principios del siglo pasado y nunca se ha recuperado del todo desde entonces. Es bastante inofensivo.
—¿Ayudaremos? Por supuesto que podemos ayudar —dijo Malcolm, dándose la vuelta para enfrentarlos—. ¿Necesitas entregar un mensaje? Siempre hay gatitos mensajeros.
—¿Te refieres a las palomas? —dijo Bat—. Palomas mensajeras.
Malcolm negó con la cabeza.
—Gatitos mensajeros. Son tan lindos, nadie puede negarlo. Arreglan problemas con ratones también.
—No tenemos un problema con ratones —dijo Maia—. Tenemos un problema megalómano. —ella miró a Catarina—. Sebastian está decidido a plantar discordias entre los Subterráneos y los Cazadores de Sombras . No se detendrá con secuestrar a los representantes y atacar el Praetor. Todos los Submundos sabrán muy pronto lo que está pasando. La pregunta es, ¿qué sucederá después?
—¡Pelearemos con valentía junto a ti! —anunció Malcolm. Catarina lo miró sombríamente y él se acobardó—. Bueno, pelearemos con valentía cerca de ti. O por lo menos, al alcance del oído.
Maia le dio una mirada dura.
—¿Así que no hay garantías básicamente?
Malcolm se encogió de hombros.
—Los brujos son independientes. Y difícil de convencer. Al igual que los gatos, pero sin colas. Bueno, hay algunos con colas. Yo no tengo una…
—Malcolm —dijo Catarina.
—El problema es —dijo Maia—, o bien los Cazadores de Sombras ganan o Sebastian, y si él lo hace, vendrá por nosotros, por todos los Subterráneos. Todo lo que quiere es convertir este mundo en un páramo de cenizas y huesos. Ninguno de nosotros sobrevivirá.
Malcolm parecía ligeramente alarmado, aunque ni de lejos tan alarmado, pensó Maia, como debería estarlo. Su aspecto abrumador era de una inocente alegría infantil, él no tenía el aspecto de sabiduría picara de Magnus. Se preguntó cuántos años tendría.
—No creo que podamos entrar en Idris para luchar al lado de ellos, como lo hicimos antes —Maia continuó—. Pero podemos tratar de hacer correr la voz. Llegar a otros Submundos antes que Sebastian. Él tratará de reclutarlos, tenemos que hacerles entender lo que al unirse a él significaría.
—La destrucción de este mundo —dijo Bat.
—Hay altos brujos en varias ciudades, probablemente considerarían el asunto. Pero somos seres solitarios, como dijo Malcolm —respondió Catarina—. Es poco probable que pueda llegar a hablar con alguno de nosotros, las Hadas, nunca lo hacen.
—¿Y a quién le importa lo que hagan los vampiros? —espetó Leila—. Ellos son leales a ellos mismo, de todos modos.
—No —dijo Maia después de un momento—. No, pueden ser leales. Tenemos que encontrarnos con ellos. Es hora de que los líderes de la manada de Nueva York y el clan vampiro formen una alianza.
Un murmullo corrió por la habitación. Hombres lobo y vampiros no dialogaban a menos que fuese por una fuerza mayor exterior, como la Clave.
Alargó la mano hacia Bat.
—Pluma y papel —dijo ella, y él se lo tendió. Ella garabateó una nota rápida, arrancó una hoja de papel y se la entregó a uno de los lobos más jóvenes—. Llévale esto a Lily al Dumort —dijo ella—. Dile que la quiero conocer con Maureen Brown. Ella puede elegir un lugar neutral, lo aprobaremos antes de la reunión. Diles que debe ser lo más pronto posible. Las vidas de nuestro representante y la de ellos puede depender de ello.
***
—Quiero estar enojada contigo —dijo Clary. Estaban caminando por el túnel serpenteante, Jace estaba sosteniendo su luz mágica, con su luz guiándolos. Recordó la primera vez que él le entregó una de las suaves piedras lisas en su mano. Todos los Cazadores de Sombras tienen una piedra-runa de luz mágica.
—¿Ah, sí? —dijo Jace, echando una mirada cautelosa hacia ella. El suelo bajo sus pies estaba pulido suavemente y las paredes del corredor se curvaban hacia el interior admirablemente. Cada pocos metros una nueva runa estaba tallada en la piedra—. ¿Por qué?
—Por arriesgar tu vida —dijo—. Excepto que no tenía intención de hacerlo. Estabas ahí parado y el demonio te agarró. Admítelo, fue porque estabas siendo odioso con Simon.
—Si un demonio me agarrase cada vez que estoy siendo odioso con Simon, habría muerto el día que me conociste.
—Es solo que... —Ella negó con la cabeza. Su visión estaba borrosa por el cansancio y su pecho le dolía de añoranza por su madre, por Luke. Por su hogar—. No sé cómo me metí en esto.
—Probablemente podríamos regresar —dijo Jace—. Directamente al corredor de las Hadas, a la izquierda en el pueblo diezmado, a la derecha de la llanura maldita de los condenados, dando un giro en U a la pila de demonios muertos…
—Sabes lo que quiero decir. No sé cómo llegué aquí. Mi vida era normal. Yo era normal…
—Nunca has sido normal —dijo Jace, con voz muy tranquila. Clary se preguntó si alguna vez dejaría de marearse por sus repentinas transformaciones de sentido del humor a la seriedad y viceversa.
—Yo quería serlo. Quería tener una vida normal. —Ella se miró a sí misma, botas polvorientas, su traje manchado y sus armas relucientes en su cinturón—. Ir a la escuela de arte.
—¿Y casarte con Simon? ¿Tener seis hijos? —Hubo un ligero filo en la voz de Jace ahora. El corredor tenía un giro brusco a la derecha y él desapareció en él. Clary apretó el paso para alcanzarlo…
Y jadeó. Habían salido del túnel para llegar a una enorme caverna, medio llena de agua por un lago subterráneo. La caverna se extendía hacia las sombras. Era hermosa, la primera cosa hermosa que Clary había visto desde que habían entrado en el reino demoníaco. El techo de la cueva estaba lleno de estalactitas, formadas por años de agua goteando, y éstas brillaban por el intenso resplandor azul del musgo bio-luminiscente. El agua era tan azul, del color de un profundo crepúsculo resplandeciente, con pilares de cuarzo sobresaliendo aquí y allá como varas de cristal.
El camino se abría en una playa poco profunda de arena fina, muy fina, casi tan suave como la ceniza, que llegaba hasta el agua. Jace se dirigió a la playa y se agachó al lado del agua, metiendo sus manos en ella. Clary se puso detrás de él, con las botas levantando nubes de arena y se arrodilló mientras él se echaba agua en la cara y en el cuello, fregando las manchas del icor negro.
—Ten cuidado… —Ella le tomó del brazo—. El agua podría estar envenenada.
Él negó con la cabeza.
—No lo está. Mira debajo de la superficie.
El lago estaba claro, como el cristal. El fondo era de piedra lisa, tallado por todas partes con runas que emitían un débil resplandor. Eran runas que hablaban de pureza, curación y protección.
—Lo siento —dijo Jace, sacándola de su ensimismamiento. Tenía el pelo mojado, pegado a las curvas cerradas de los pómulos y las sienes—. No debería haber dicho lo de Simon.
Clary puso las manos en el agua. Pequeñas ondulaciones se extendieron a partir del movimiento de sus dedos.
—Debes saber que no me arrepiento por una vida diferente —dijo—. Porque esta vida me llevó a ti. —Ella ahuecó sus manos, llevando el agua a la boca. El agua estaba fría y dulce, reviviendo su decaída energía.
Él le dedicó una de sus sonrisas reales, no sólo una sonrisita a medias.
—Esperemos que no sea sólo por mí.
Clary buscó las palabras.
—Esta es la vida real —dijo—. La otra vida fue una mentira. Un sueño. Es sólo eso...
—No has dibujado —dijo—. No desde que comenzaste a entrenar. No en serio.
—No —dijo ella en voz baja, porque era cierto.
—A veces me pregunto —dijo—. Mi padre, Valentine, amaba la música. Él me enseñó a tocar. Bach, Chopin, Ravel. Y recuerdo una vez haberle preguntado por qué los compositores eran mundanos. No había Cazadores de Sombras que hubieran compuesto música. Y él dijo que en sus almas, los mundanos tienen una chispa creativa, pero en nuestras almas tenemos la chispa de un guerrero, y que ambas chispas no pueden existir en el mismo lugar, o una extingue a la otra.
—¿Entonces piensas que el Cazador de Sombras que hay en mí... está extinguiendo el artista que hay en mí? —dijo Clary—. Pero mi madre pintó…
quiero decir, pinta. —Ignoró el dolor ante la idea de pensar en Jocelyn en tiempo pasado, aunque fuese brevemente.
—Valentine dijo que eso era lo que el Cielo le había dado a los mundanos, el arte y el don de la creación —dijo Jace—. Que eso los hacía valiosos para ser protegidos. No sé si hay algo de verdad en todo eso —agregó—. Pero si la gente tiene una chispa en ellos, entonces tu chispa es la más brillante que conozco. Sé que puedes luchar y dibujar. Y lo harás.
Impulsivamente Clary se inclinó para darle un beso. Los labios de él estaban fríos. Él sabía a agua dulce y a Jace; habría hecho el beso más duradero, pero una corriente incómoda, como la electricidad estática, pasó entre ellos; ella se echó hacia atrás, con los labios heridos.
—Auch —dijo con tristeza, él se veía miserable. Extendió la mano para tocarle el cabello húmedo.
—Antes, en la puerta. Vi las chispas en tus manos. El fuego celestial…
—No tengo todo bajo control aquí, no como lo tenía en casa —dijo Jace—. Hay algo en este mundo. Se siente como que está empujando el fuego cerca de la superficie. —Miró sus manos, donde el brillo se desvanecía—. Creo que ambos tenemos que tener cuidado. Este lugar nos va a afectar más que a los otros. Una mayor concentración de sangre de ángel.
—Vamos a ser cuidadosos. Puedes controlarlo. Recuerda los ejercicios que Jordan hizo contigo…
—Jordan está muerto. —Su voz era tensa mientras se levantaba, sacudiéndose la arena de la ropa. Le tendió una mano para ayudarla a levantarse del suelo.
—Vamos —dijo—. Volvamos con Alec antes de que decida que Isabelle y Simon están tenienteniendo relaciones sexuales afuera de las cuevas y empiece a volverse loco.
****
—Sabes que todo el mundo estará pensando que estamos afuera teniendo sexo —dijo Simon—. Probablemente se estarán volviendo locos.
—Ajá —dijo Isabelle. El brillo de su luz mágica rebotó en las paredes con runas de la cueva.
—Como si nos gustara tener relaciones sexuales en una cueva rodeada de hordas de demonios. Ésta es la realidad, Simon, no tu afiebrada imaginación.
—Hubo un tiempo en mi vida en que la idea de poder tener sexo algún día parecía más probable que estar rodeado por hordas de demonios, tendrías que saberlo —dijo, maniobrando en torno a un montón de piedras destruidas. Todo el lugar le recordaba a un viaje que había tomado con su madre y Rebecca a las Cavernas Luray en Virginia, en la escuela media. Podía ver el brillo del mineral en las rocas con su vista de vampiro; no necesitaba la luz mágica de Isabelle para guiarlo, pero se imaginó que ella sí, así que no dijo nada al respecto.
Isabelle murmuró algo, no estaba seguro de qué, pero tenía la sensación de que no era halagador.
—Izzy —dijo—. ¿Hay alguna razón por la que estés tan enojada conmigo?
Sus siguientes palabras salieron en un rápido suspiro que sonó como:
—No se suponía que estuvieras aquí.
Incluso con su oído amplificado, no podía tener sentido.
—¿Qué?
Ella se dio la vuelta.
—¡No se suponía que estuvieras aquí! —dijo ella, su voz rebotando en las paredes del túnel—. Cuando te dejamos en Nueva York, fue para que estuvieras seguro…
—No quiero estar a salvo —dijo—. Quiero estar contigo.
—Tú quieres estar con Clary.
Simon hizo una pausa. Estaban uno frente al otro en medio del túnel, ambos inmóviles ahora, las manos de Isabelle en puños.
—¿De eso se trata? ¿Clary?
Ella se quedó en silencio.
—No amo a Clary de esa manera —dijo—. Ella fue mi primer amor, mi primer desamor. Pero lo que siento por ti es totalmente diferente… —Levantó una mano cuando ella empezó a negar con la cabeza—. Escúchame, Isabelle —dijo. —Si me pides que elija entre tú y mi mejor amiga, entonces sí, no voy a elegir. Porque nadie que me ame me obligaría a mí a hacer esa elección sin sentido; sería como pedirte que eligieras entre tú y Alec. ¿Me molesta ver a Jace y Clary juntos? No, no en absoluto. A su manera increíblemente rara son únicos para cada uno. Ellos se pertenecen. Yo no pertenezco a Clary, no de esa forma. Yo te pertenezco.
—¿Tú quieres decir eso? —dijo ruborizada, el color subiendo a sus mejillas.
Él asintió con la cabeza.
—Ven aquí —dijo ella, dejándola tirar de él hacia ella, la rigidez de la pared de la cueva detrás de ellos le obligaba a curvar su cuerpo contra el suyo. Sintió deslizar su mano por debajo de la parte posterior de su camiseta, sus cálidos dedos golpeando suavemente sobre las protuberancias de su columna vertebral. Su respiración agitó su pelo, y su cuerpo se agitó, sólo por estar tan cerca de ella.
—Isabelle, te am…
Ella le dio una palmada en el brazo, pero no fue una bofetada enojada.
—Ahora no.
Él le acarició hacia abajo por el cuello, sintiendo el dulce olor de su piel y de su sangre.
—Entonces, ¿cuándo?
De repente, se echó hacia atrás, haciéndole sentir una desagradable sensación, como haber tenido un vendaje y que se arrancara sin ninguna contemplación.
—¿Has oído eso?
Estaba a punto de sacudir la cabeza, cuando lo oyó, sonaba como un susurro y un grito, que venía de la parte del túnel que no habían explorado. Isabelle echó a correr, su luz mágica rebotando violentamente contra las paredes, y Simon maldiciendo el hecho de que los Cazadores de Sombras eran Cazadores de Sombras por encima de todo, la siguió.
El túnel tenía sólo una curva más, antes de que terminara en los restos de una puerta de metal destrozada. Más allá de lo que quedaba de la puerta, había una meseta de piedra que descendía hasta un paisaje arruinado. La meseta era áspera, cubierta de grava con rocas y montones de piedra erosionada. Cuando se encontró con la arena de allí abajo, el desierto comenzaba de nuevo, salpicado aquí y allá con árboles retorcidos, de color negro. Algunas de las nubes se habían despejado, e Isabelle, mirando hacia arriba, hizo un pequeño ruido jadeante.
—Mira la Luna —dijo.
Simon miró y se estremeció. No era tanto una luna sino lunas, como si la propia luna se hubiese agrietado en tres pedazos. Flotando, con bordes irregulares, como dientes de tiburón dispersos en el cielo. Cada uno con un brillo opaco, y en la luz de esa luna rota, la visión vampira de Simon observó los movimientos circulares de unas criaturas. Algunas parecían como la cosa voladora que se había apoderado de Jace antes; otros tenían un aspecto claramente más de insecto. Todos eran horribles. Tragó saliva.
—¿Qué ves? —preguntó Isabelle, sabiendo que incluso una runa de vista a larga distancia no le daría una mejor visión que a Simon, especialmente aquí, donde las runas se desvanecían tan rápidamente.
—Hay demonios por doquier. Muchos. Sobre todo demonios voladores.
El tono de Isabelle era sombrío.
—Así que ellos pueden salir durante el día, pero son más activos durante la noche.
—Sí —Simon forzó la vista. —Hay más. Hay una meseta de piedra que va en esa dirección, y luego desciende y hay algo detrás de ello, algo brillante.
—¿Un lago tal vez?
—Tal vez —dijo Simon—. Casi parece como…
—¿Cómo qué?
—Como una ciudad —dijo a regañadientes—. Al igual que una ciudad de demonios.
—Oh. —Vio las consecuencias de esto golpear a Isabelle, y por un momento se puso pálida; entonces, siendo Izzy, se enderezó y asintió con la cabeza, dándole la espalda, lejos de las ruinas destrozadas y rotas de aquel mundo—. Será mejor volver y decírselo a los demás.
***
Estrellas talladas en granito estaban colgadas del techo con cadenas de plata. Jocelyn yacía en el camastro de piedra que servía de cama y miró hacia ellas.
Había gritado hasta quedarse ronca, arañó la puerta gruesa, hecha de roble con bisagras y tornillos de acero, hasta que sus manos sangraban; buscó entre sus cosas la estela, y golpeó su puño contra la pared con tanta fuerza que tenía moretones por todo su antebrazo.
No había ocurrido nada. Casi lo había esperado. Si Sebastian no fuera nada parecido a su padre, y Jocelyn esperaba que él tuviera un gran parecido a su padre, entonces él no hubiera sido tan minucioso.
Minucioso y creativo. Había encontrado los pedazos de su estela en un montón en una de las esquinas, destrozada e inutilizable. Todavía llevaba la misma ropa que había usado en la parodia de cena de Meliorn, pero habían tomado sus zapatos. Su cabello había sido cortado hasta justo debajo de los
hombros, con los extremos irregulares, como si hubiera sido cortado con una navaja sin filo.
Las pequeñas y coloridas crueldades que hablaban de su naturaleza terrible. Al igual que Valentine, Sebastian esperaría para conseguir lo que quería, pero él alargaría el dolor.
La puerta se sacudió y se abrió. Jocelyn se puso de pie, pero Sebastian ya estaba en la habitación. La puerta se cerró firmemente detrás de él con el chasquido del seguro. Él le sonrió.
—¿Finalmente despierta, madre?
—He estado despierta —dijo ella. Puso un pie cuidadosamente detrás del otro, dándose equilibrio y apalancamiento.
Él soltó un bufido.
—No te molestes —dijo—. No tengo ninguna intención de atacarte.
Ella no dijo nada, sólo lo observó mientras se paseaba cerca. La luz que inundaba a través de las estrechas ventanas era lo suficientemente brillante como para reflejar su pelo blanco pálido, para iluminar los planos de su rostro. Pudo ver un poco de sí misma allí. Él era todo Valentine. La cara de Valentine, los ojos negros, los gestos de un bailarín o de un asesino. Sólo su cuerpo, alto y delgado, era de ella.
—Tu hombre lobo está seguro —dijo—. Por ahora.
Jocelyn ignoró resueltamente el rápido salto que hizo su corazón. No debía mostrar nada en su cara. Las emociones son debilidad… había sido la lección de Valentine.
—Y Clary —dijo—. Clary también está segura. Si te preocupa, por supuesto. —Se paseó a su alrededor, lentamente, dando un círculo—. Nunca podría estar completamente seguro. Después de todo, con una madre lo suficientemente despiadada como para abandonar a uno de sus hijos…
—¡No eres mi hijo! —le espetó, y luego cerró la boca bruscamente. No se lo pongas fácil, pensó. No vuelvas a mostrar debilidad. No le des lo que quiere.
—Y sin embargo, guardaste la caja —dijo—. Sabes a qué caja me refiero. La dejé en la cocina de Amatis para ti; un pequeño regalo, algo que te recuerde a mí. ¿Cómo te sentiste cuando te enteraste de eso? —Sonrió, y no había nada en su sonrisa de Valentine, tampoco. Valentine había sido humano, él había sido un monstruo humano. Sebastian era otra cosa.
»Sé que la sacabas todos los años, que llorabas sobre ella —dijo—. ¿Por qué hacías eso?
Ella no dijo nada, y él alcanzó por encima del hombro la empuñadura de la espada Morgenstern, atada a su espalda.
—Te sugiero que me contestes —dijo—. No tengo ningún reparo en cortarte los dedos, uno por uno, y utilizarlos como el borde de una pequeña alfombra.
Tragó saliva.
—Lloré sobre la caja, porque mi hijo me fue robado.
—Un niño que nunca te importó.
—Eso no es verdad —dijo—. Antes de que nacieras, yo te amaba, a la idea de ti. Te amé cuando sentí los latidos de tu corazón en mi interior. Entonces naciste y eras…
—¿Un monstruo?
—Tú alma estaba muerta —dijo—. Pude verlo en tus ojos cuando te miré. —Cruzó los brazos sobre el pecho, reprimiendo el impulso de temblar—. ¿Por qué estoy aquí?
Sus ojos brillaban.
—Dímelo tú, ya que me conoces tan bien, madre.
—Meliorn nos drogó —dijo—. Deduzco que a partir de sus acciones las Hadas son tus aliados. Lo han sido durante algún tiempo. Ellos creen que vas a ganar la guerra contra los Cazadores de Sombras y desean estar en el lado ganador; además, han estado resentidos con los Nefilim durante más tiempo y
con más fuerza que cualquier otro subterráneo. Ellos han ayudado en los ataques a los Institutos; han incrementado sus filas, mientras que tú has reclutado nuevos Cazadores de Sombras con la Copa Infernal. Al final, cuando hayas crecido lo suficiente, los traicionaras y destruirás, porque los desprecias de corazón. —Hubo una larga pausa, mientras lo miraba desapasionadamente—. ¿Estoy en lo cierto?
Ella vio el salto del pulso en su garganta mientras exhalaba, y supo que había acertado.
—¿Cuándo has adivinado todo eso? —dijo entre dientes.
—No me lo imagino. Te conozco. Conocí a tu padre, y eres como él, es su crianza, no tu naturaleza.
Él todavía la estaba mirando, sus ojos insondables y negros.
—Si no hubieras pensado que estaba muerto —dijo—, si hubieras sabido que estaba vivo, ¿te hubieses preocupado por mí? ¿Me habrías protegido?
—Yo quería tenerte —dijo—. Quería intentar criarte, enseñarte las cosas correctas, cambiarte. Me culpo a mí misma por lo que eres. Siempre lo hago.
—¿Me habrías criado? —parpadeó, casi somnoliento—. ¿Me criarías aún odiándome?
Ella asintió con la cabeza.
—¿Crees que yo habría sido diferente, entonces? ¿Más como ella?
Le tomó un momento antes de darse cuenta.
—Clary —dijo ella—. ¿Te refieres a Clary? —le hizo daño decir el nombre de su hija; echaba mucho de menos a Clary, y al mismo tiempo estaba aterrorizada por ella. Sebastian la amaba, pensó, si él amaba a alguien. Amaba a su hermana, y si había alguien que sabía lo mortal que era ser amado por alguien como Sebastian, era Jocelyn—. Nunca lo sabremos —dijo finalmente—. Valentine te alejó de nosotras.
—Deberías haberme amado —dijo, y ahora sonaba petulante—. Yo soy tu hijo. Tú me tienes que amar ahora, no importa lo que yo diga, si soy como ella o no…
—¿En serio? —a Jocelyn se le entrecorto el aliento—. ¿Me amas? ¿Sólo porque soy tu madre?
—Tú no eres mi madre —dijo, con una mueca en sus labios—. Ven. Mira esto. Te voy a enseñar lo que mi verdadera madre me ha dado el poder de hacer.
Tomó una estela de su cinturón. Eso envió una sacudida a través de Jocelyn, se olvidaba, a veces, que era un Cazador de Sombras , y podría usar las herramientas de uno de ellos. Con la estela dibujó en la pared de piedra de la sala. Runas, un diseño que reconoció. Algo que todos los Cazadores de Sombras sabían hacer. La piedra empezó a volverse transparente, y Jocelyn se preparó para ver lo que estaba más allá de las paredes.
En cambio, vio la habitación del Cónsul en el Gard, en Alicante. Jia estaba sentada detrás de su enorme escritorio cubierto de montones de archivos. Parecía exhausta, con el pelo negro generosamente salpicado de hebras de color blanco. Tenía un expediente abierto sobre la mesa delante de ella. Jocelyn podía ver fotografías de una playa: arena, el cielo azul grisáceo.
—Jia Penhallow —dijo Sebastian.
La cabeza de Jia se alzó. Ella se puso en pie, el archivo se deslizó al suelo formando un lio de papeles
—¿Quién es? ¿Quién está ahí?
—¿No me reconoces? —dijo Sebastian, con una sonrisa en su voz.
Jia miró desesperadamente delante de ella. Era obvio que cualquier cosa que estuviese viendo, la imagen no era clara.
—Sebastian —suspiró ella—. Pero no han pasado dos días todavía.
Jocelyn pasó junto a él.
—Jia —dijo—. Jia, no hagas caso a nada de lo que dice. Es un mentiroso…
—Es demasiado pronto —dijo Jia, como si Jocelyn no hubiese hablado, y ella se dio cuenta, para su horror, que Jia no podía verla o escucharla. Era como si no estuviera allí.
—Puede que no tenga una respuesta para ti, Sebastian.
—Oh, yo creo que sí —dijo Sebastian—. ¿No es así?
Jia enderezó los hombros.
—Si insistes —dijo ella con frialdad—. La Clave ha discutido tu solicitud. No te entregaremos ni a Jace Lightwood ni a Clarissa Fairchild…
—Clarissa Morgenstern —dijo Sebastian, con un espasmo en el musculo de su mejilla—. Ella es mi hermana.
—Yo la llamo por el nombre que ella prefiera, así como a ti —dijo Jia—. No vamos a hacer un trato de sangre contigo. No porque creamos que sea más valiosa que la sangre de un subterráneo. No porque no queramos a nuestros prisioneros de vuelta. Es porque no podemos tolerar tus tácticas de terror.
—Como si yo buscara tu aprobación —Sebastian se burló—. ¿Entiendes lo que significa? Te podría mandar la cabeza de Luke Garroway en un palo.
Jocelyn sintió como si alguien le hubiera dado un puñetazo en el estómago.
—Lo harías —dijo Jia—. Pero si le haces daño a cualquiera de los prisioneros, será una guerra a muerte. Y créeme que tienes tanto que temer de una guerra con nosotros como nosotros de una guerra con vosotros.
—Crees incorrectamente —dijo Sebastian—. Y creo que, si nos fijamos, descubrirás que poco importa que no hayas decidido no darme a Jace y Clary envueltos como un regalo de Navidad.
—¿Qué quieres decir? —la voz de Jia se agudizó.
—Oh, hubiera sido más conveniente si hubieras decidido entregarlos —dijo Sebastian—. Menos problemas para mí. Menos problemas para todos nosotros. Pero es demasiado tarde ahora, ya ves… ya se han ido.
Hizo girar su estela, y la ventana que se había abierto al mundo de Alicante se cerró en la cara asombrada de Jia. La pared era un suave lienzo de piedra blanca una vez más.
—Bueno —dijo, deslizando la estela en el cinturón de armas—. Eso fue divertido, ¿no crees?
Jocelyn tragó contra su garganta seca.
—Si Jace y Clary no se encuentran en Alicante, ¿dónde están? ¿Dónde están, Sebastian?
Él la miró por un momento, y luego se echó a reír: una risa tan pura y fría como el agua helada. Él seguía riendo cuando fue a la puerta y salió de ella, dejándola bloqueada detrás de él.
StephRG14
StephRG14


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Cazadores de sombras - Página 3 Empty RE: CIUDAD DEL FUEGO CELESTIAL

Mensaje por StephRG14 Mar 19 Mayo 2015, 5:18 pm

Capitulo 16
Los terrores de la tierra


La noche cayó sobre Alicante, las estrellas brillaban como radiantes centinelas, haciendo que las torres de demonios, y el agua en el canal, medio congelado ahora, titilaran. Emma se sentó en el alfeizar de la habitación de los mellizos y echó un vistazo a la ciudad. Siempre había pensado que iría a Alicante por primera vez con sus padres, que su madre le mostraría los lugares que había conocido al crecer, la ahora cerrada Academia donde había ido a la escuela, la casa de sus abuelos. Que su padre le enseñaría el monumento de la familia Carstairs del que siempre había hablado orgullosamente. Ella nunca se hubiera imaginado que miraría primero las torres de demonios de Alicante con su corazón tan aumentado en pena, que a veces sentía que la estaba asfixiando.
La luz de la luna se derramaba por las ventanas del ático, iluminando a los mellizos. Tiberius se pasó el día en un violento berrinche, pateando las barras de la cuna del bebé cuando le dijeron que no podía dejar la casa, chillando por Mark cuando Julian trató de calmarlo, y finalmente rompiendo su puño con una caja con joyas de vidrio. Era muy pequeño para curarse con runas, por lo que Livyy envolvió su brazo alrededor de él para mantenerlo quieto mientras Julian retiraba el vidrio de la sangrienta mano de su hermano menor con unas pinzas, y después lo vendó cuidadosamente.
Ty colapsó finalmente en su cama, aunque no se durmió hasta que Livyy, calmada como siempre, se tendió a su lado y puso su mano sobre la que él tenía vendada. Él estaba dormido ahora, con la cabeza en la almohada, y la barriga hacia su hermana. Era solo cuando Ty estaba dormido cuando podías ver cuán
poco común era la hermosura del chico, con su cabeza de oscuros rizos Botticelli y delicados rasgos, furia y desesperación calmados por el cansancio.
Desesperación, pensó Emma. Esa era la palabra correcta, para la soledad en los gritos de Tavyy, para el vacío en el corazón del furioso Ty y la inquietante calma de Livyy. Nadie que tuviera diez debería sentirse desesperado, pero ella supuso que no había otra manera de describir las palabras que latían por su sangre cuando pensaba en sus padres, cada latido, una apenada letanía: muerto, muerto, muerto.
—Hey —Emma levantó la vista hacia el sonido de una tranquila voz desde la puerta, y vio a Julian parado en la entrada de la habitación. Sus oscuros rizos, eran más claros que los negros de Ty, estaban enmarañados, y su cara era pálida y cansada a la luz de la luna. Se veía flaco, delgadas muñecas sobresalían desde el puño de su suéter. Sostenía algo peludo entre sus manos—. Están…
Emma asintió.
—Dormidos. Sí.
Julian clavó los ojos en la cama de los mellizos. De cerca Emma podía ver las sangrientas huellas de las manos de Ty en la remera de Jules; no había tenido tiempo de cambiarse de ropa. Cargaba una gran abeja de peluche que Helen había recuperado del Instituto cuando la Clave había regresado a investigar el lugar. Había sido de Tiberius desde que Emma tenía memoria. Ty había gritado por el antes de dormirse. Julian cruzó la habitación y se agachó para colocarlo sobre el pecho de su hermano pequeño, y luego paró para desenredar suavemente uno de los rulos de Ty, que volvió a su forma anterior.
Emma tomó su mano mientras la movía, y él se lo permitió. Su piel estaba fría, como si hubiera estado inclinado fuera de la ventana hacia el aire de la noche. Ella giró su mano y dibujó con sus dedos sobre la piel de su antebrazo. Era algo que hacían desde que eran pequeños niños y no querían ser vistos mientras hablaban en clase. Con los años se volvieron tan buenos en eso que podían escribir detallados mensajes sobre la mano, el brazo o incluso los hombros del otro, a través de la remera.
—¿C—O—M—I—S—T—E? —Emma deletreó.
Julian negó con la cabeza, aún mirando a Livvy y Ty. Sus rizos estaban pegados en mechones como si hubiera estado pasando su mano por su cabello. Sintió sus dedos, moverse sobre la piel de su brazo. N—O—T—E—N—G—O—H—A—M—B—R—E.
—Bien. —Emma se deslizó fuera del alfeizar—. Vamos.
Lo echó fuera de la habitación, hacia el vestíbulo. Era un espacio pequeño, con un empinado juego de escaleras que descendía hasta la parte central de la casa. Los Penhallows habían dejado claro que los niños tenían acceso a la comida en el momento que ellos lo desearan, pero no había hora de comidas, ni tampoco comidas familiares. Todo se comía apresuradamente en las mesas del ático, con Tavvy y hasta Dru cubriéndose de comida, y solo Jules era responsable de limpiarnos después, lavar sus ropas e incluso para asegurarse de que comieran todo.
En el momento en que la puerta se cerró detrás de ellos, Julian se desplomó contra la pared, llevando su cabeza hacia atrás, con sus ojos cerrados. Su delgado pecho rozó y calló rápidamente debajo de su remera. Emma frenó, sin saber qué hacer.
—¿Jules? —preguntó.
Él miró hacia ella. Sus ojos eran oscuros con la poca luz, bordeados por gruesas líneas. Ella podía decir que estaba peleando por no llorar.
Julian era parte de los recuerdos más jóvenes de Emma. Sus padres los pusieron en la misma cuna; aparentemente ella gateaba, y había mordido su labio al caer al suelo. No había llorado pero Julian gritó al verla sangrar, hasta que sus padres corrieron hacia ellos. Dieron sus primeros pasos juntos: Emma como siempre primero, Julian después, agarrado determinante su mano. Empezaron su entrenamiento al mismo tiempo, obtuvieron sus primeras runas juntas: Voyance en la mano derecha de él, y en la izquierda de ella. Julian nunca quería mentir, pero si ella estaba en problema, el mentía por Emma.
Ahora perdieron a sus padres, juntos. La madre de Julian había muerto 2 años antes, y ver a los Blackthorn pasar por esa pérdida fue terrible, pero esta era una experiencia completamente diferente. Era devastador, y Emma sentía su quiebra, sentía como se separaban los pedazos y los pegaba juntos nuevamente de una manera diferente. Se estaban convirtiendo en otra cosa, algo que era más que mejores amigos pero no familia.
—Jules —dijo, y tomó su mano. Por un momento permaneció dura y fría en la de ella; luego sujetó su muñeca firmemente.
—No sé qué hacer. No puedo cuidar de ellos. Tavyy es solo un bebé, Ty me odia…
—Es tu hermano, y solo tiene diez años. No te odia.
Julian suspiró.
—Puede ser.
—Algo se les ocurrirá. Tu tío sobrevivió al ataque de Londres. Cuando esto acabe, se mudarán con él, y cuidará de vosotros. No será tu responsabilidad.
Él se encogió de hombros.
—Apenas recuerdo al tío Arthur. Nos envía libros en latín y a veces viene desde Londres para navidad. El único de nosotros que puede leer latín es Ty, y solo lo aprendió para molestar a todos.
—Entonces da malos regalos. Pero se acuerda de ti en navidad. Se preocupa lo suficiente para cuidarte. No van a tener que mandate a un Instituto aleatorio o a Idris…
Julian giró quedando frente a ella.
—No es eso lo que crees que va a pasarte a ti, ¿verdad? —cuestionó—. Porque no pasara, te quedaras con nosotros.
—No necesariamente —respondió ella. Sintió como si estuvieran estrujando su corazón. El pensamiento de dejar a Jules, Livyy, Dru, Tavyy,
incluso a Ty, la hacía sentir pérdida y enferma, como si fuera arrastra hacia el océano, sola—. Depende de tu tío, ¿o no lo hace? Tanto si él me quiere en el Instituto, como si está dispuesto a tomarme.
La voz de Julian era feroz. Raramente era violento, pero cuando sí lo era, sus ojos se volvían oscuros y temblaba, como si se estuviera congelado.
—No depende de él. Te vas a quedar con nosotros.
—Jules… —Emma comenzó, frenando mientras las voces aumentaban desde la planta baja. Jia y Patrick Penhallow pasaban por el pasillo inferior. No estaba segura de porque estaba nerviosa; no era como si no tuvieran libertad en toda la casa, pero la idea de que el Cónsul los encontrara deambulando a esas horas la hacía sentir incomoda.
—…pequeño egocéntrico bastardo tenía razón, por supuesto —dijo Jia. Sonaba crispada—. No solamente se fueron Jace y Clary, sino que Alec y Isabelle están con ellos. Los Lightwoods son absolutamente frenéticos.
Patrick murmuró con su profunda voz.
—Bueno, Alec es un adulto técnicamente. Con suerte está cuidando del resto de ellos.
Jia susurró un impaciente sonido como respuesta. Emma se adelantó intentando escucharla.
—… pudieron dejar una nota al menos —decía—, estaban claramente furiosos cuando huyeron.
—Probablemente creyeron que los íbamos a entregar a Sebastian.
Jia suspiró.
—Irónico, considerando cuan duro hemos peleado contra eso. Asumimos que Clary hizo un Portal para sacarlos de aquí, pero de cómo nos bloquearon de rastrearlos, no sabemos. No están en ningún lugar sobre el mapa, como si hubieran desaparecido de la faz de la tierra.
—Igual que lo hizo Sebastian —respondió Patrick—. ¿Tiene sentido asumir que ellos están donde quiera que él este? ¿Que el lugar por si solo los está escondiendo, no runas u otro tipo de magia?
Emma se inclinó más lejos, pero el resto de sus palabras se perdieron en la distancia. Creyó escuchar la mención del Laberinto en Espiral, pero no estaba segura. Cuando se enderezó devuelta vio que Julian la miraba.
—Sabes dónde están, ¿no es cierto? —le preguntó.
Emma puso un dedo sobre sus labios y negó. No preguntes.
Julian resoplo una carcajada.
—Solo tú. Cómo lo… No, no me lo digas, no quiero ni saberlo. —La miró inquisitivamente, la manera en que la miraba cuando estaba intentando decidir si estaba mintiendo o no—. Mira, hay una manera en la que ellos no puedan mandarte lejos de nuestro Instituto. Tendrían que dejarte quedarte.
Emma levantó una ceja.
—Escuchémosla, genio.
—Podríamos… —empezó, pero luego se detuvo, suspiró y empezó de nuevo—, podrías volvernos parabatai.
Lo dijo tímidamente, medio volteando su cara de ella, de manera que las sombras escondieran parcialmente su expresión.
—Así no podrían separarnos —agregó—. Nunca.
Emma sintió su corazón retorcerse.
—Jules, ser parabatai es una gran responsabilidad. Es… es para siempre.
Miró hacia ella, su rostro mostraba inocencia. No había maldad en Jules, ni oscuridad.
—¿Nosotros no somos para siempre?
Emma pensó, no podía imaginar su vida sin él. Era un tipo de pozo negro de terrible soledad: nadie nunca la entendería como él lo hacía, se
tomaría sus bromas de la misma manera que él, nadie la protegería tanto físicamente como sus sentimientos, su corazón. Nadie con quien estar enojada o feliz o con quien tener ideas ridículas. Nadie que complete sus oraciones, o sacar todos los pepinos de su ensalada porque los odiaba, o comerse los bordes de su tostada, o encontrar su llave cuando la perdía.
—Yo… —empezó, pero fue interrumpida por un repentino golpe desde la habitación. Intercambiaron miradas de pánico, antes de entrar devuelta al cuarto de Ty y Livyy. Livia sentada en la cama, se veía dormida y mareada. Ty estaba en la ventana, con un hurgón en las manos. La ventana tenía un agujero en el medio de ella, y el vidrio estaba desparramado por el piso.
—¡Ty! —dijo Julian, aterrado por los vidrios rotos que había alrededor de los pies descalzos de su pequeño hermano—. No te muevas. Voy a conseguir una escoba para el vidrio…
Ty los fulminó a ambos con la mirada por debajo de su oscuro y salvaje cabello. Levantó algo con su mano derecha. Emma entrecerró los ojos en la oscuridad, ¿era una bellota?
—Es un mensaje —dijo Ty, dejando caer el hurgón—. Las Hadas a menudo elijen objetos de la naturaleza para mandar sus mensajes, como bellotas, hojas o flores.
—¿Estás diciendo que es un mensaje de las Hadas? —preguntó Julian dudoso.
—No seas estúpido, por supuesto que no es un mensaje de las Hadas. Es un mensaje de Mark, y esta enviado para el Cónsul.
***
Debe ser de día acá, pensó Luke, por Raphael que estaba enrollado en un rincón de la habitación de piedra, su cuerpo estaba tenso incluso mientras dormía, sus oscuros rizos caían sobre su brazo. Era difícil de decir, dado que se podía ver poco por la niebla.
—Tiene que alimentarse —dijo Magnus mirando a Raphael con ternura, lo que sorprendió a Luke. No había pensado que había tanto amor perdido
entre el Brujo y el Vampiro. Habían circulado juntos desde que los conocía, educados, ocupando sus diferentes ámbitos en el poder de los Subterráneos de Nueva York.
—Os conoceis entre vosotros —dijo Luke dándose cuenta. Seguía inclinado sobre la pared por la angosta ventana de piedra, como si la vista de afuera, nubes y veneno amarillento, le pudiera decir algo.
Magnus levantó una ceja, la manera en la que lo hacía cuando alguien preguntaba algo estúpido y obvio.
—Me refiero, se conocían. Antes —aclaró Luke.
—¿Antes de que? ¿De que tú nacieras? Déjame aclararte algo, hombre lobo; Casi todo en mi vida pasó antes de que tu nacieras —Sus ojos se detuvieron sobre el dormido Raphael; Ignorando la dureza en su voz, su expresión era casi amable—. Cincuenta años atrás, en Nueva York, una mujer vino y me pidió que salvara a su hijo de un vampiro.
—¿Y el vampiro era Raphael?
—No. Su hijo era Raphael. No pude salvarlo. Era muy tarde. Ya estaba Convertido. —Magnus suspiró, y de pronto Luke pudo ver en sus ojos su gran, gran edad. La sabiduría y la pena de centenares—. El vampiro ha matado a todos sus amigos. No entiendo porque cambió a Raphael, en eso. Vio algo en él. Voluntad, fuerza, belleza. No lo sé. Era un niño cuando lo encontré, un ángel Caravaggio pintado en sangre.
—Sigue viéndose como un niño. —Raphael siempre le había recordado a un niño de coro que le había ido mal, con su joven y dulce cara, y sus negros ojos más viejos que la luna
—No para mí —dijo Magnus. Suspiró—. Espero que sobreviva a esto, los vampiros de Nueva York necesitan a alguien con sentido para comandar su clan, y Maureen difícilmente es esa.
—¿Esperas que Raphael sobreviva a esto? —dijo Luke—. Vamos… ¿cuántas personas ha matado?
Magnus lo miró con ojos fríos.
—¿Quién de nosotros tiene las manos limpias? ¿Qué has hecho, Lucian Graymark, para ganarte una manada, dos manadas de hombres lobo?
—Eso fue diferente. Era necesario.
—¿Qué hiciste cuando estabas en el Círculo? —exigió Magnus.
En ese momento, Luke se quedó en silencio. Esos eran días en los que odiaba pensar. Días de sangre y plata. Días de Valentine a su lado, diciéndole que todo estaba bien, acallando su conciencia.
—Estoy preocupado por mi familia ahora —dijo—. Estoy preocupado por Clary, Jocelyn y Amatis. No puedo preocuparme por Raphael también. Y tú… Pensé que estarías preocupado por Alec.
Magnus exhaló con los dientes apretados.
—No quiero hablar de Alec.
—Muy bien. —Luke no dijo nada más, sólo se apoyó en la fría pared de piedra y observó a Magnus juguetear con sus cadenas. Un momento después, Magnus volvió a hablar.
—Cazadores de Sombras. Se meten en tu sangre, debajo de la piel. He estado con vampiros, hombres lobo, Hadas, brujos como yo, y con los seres humanos, muchos frágiles seres humanos. Pero siempre me dije que no iba a dar mi corazón a un Cazador de Sombras. He estado a punto de amarlos, estuve encantado por ellos, generaciones de ellos, a veces: Edmund y Will y James y Lucie. . . los que yo salvé y los que no pude. —Su voz se ahogó por un segundo, y Luke mirando con asombro, se dio cuenta que estas eran más de las verdaderas emociones de Magnus Bane que había visto nunca—. Y Clary, también, me encantó, porque yo la vi crecer. Pero nunca he estado enamorado de un Cazador de Sombras, no hasta Alec. Porque ellos tienen la sangre de los ángeles, y el amor de los ángeles es una cosa alta y sagrada.
—¿Es eso tan malo? —preguntó Luke.
Magnus se encogió de hombros.
—A veces todo se reduce a una elección entre salvar a una persona y salvar al mundo entero. He visto que esto suceda, y soy lo suficientemente egoísta para desear que la persona que me ama me elija. Pero los Nefilim siempre elegirán el mundo. Miro a Alec y me siento como Lucifer en Paradise Lost. “Avergonzado el diablo se puso de pie, y sintió lo horrible que es la bondad." Lo decía en serio en el sentido clásico. “Terrible " como impresionante. Y el temor está muy bien, pero es veneno para el amor. El amor tiene que ser entre iguales.
—Es sólo un niño, Alec… no es perfecto. Y no estás perdido.
—Todos estamos perdidos —dijo Magnus, y se envolvió en sus cadenas, quedó en silencio.
***
—Tienes que estar bromeando —dijo Maia—. ¿Aquí? ¿En serio?
Bat se frotó los dedos sobre la parte posterior de su cuello, agitando su corto pelo.
—¿Eso es una rueda de la fortuna?
Maia se dio la vuelta lentamente. Estaban de pie en el interior de la oscura tienda de jugueterías en la calle Cuarenta y dos. Fuera de las ventanas las luces de neón de Times Square iluminaban la noche con azul, rojo y verde. La tienda se estiró hacia arriba, el nivel en el nivel de los juguetes: los superhéroes de plástico brillantes, los osos de peluche de peluche, rosas y Barbies brillantes. La rueda de la fortuna se elevó por encima de ellos, cada puntal de metal lleva un carro de plástico colgando decorado con calcomanías. Maia tenía un vago recuerdo de su madre llevándola a ella y a su hermano a viajar en la rueda cuando tenían diez años. Daniel había intentado empujar a Maia sobre el borde y la había hecho llorar.
—Esto es. . . loco —susurró.
—Maia. —Era uno de los lobos más jóvenes, flaca y nerviosa, con rastas. Maia había trabajado para sacarles a todos ellos la costumbre de llamarla "señora" o cualquier otra cosa, que no fuera Maia, aunque ella era la líder
temporal—. Hemos barrido el lugar. Si había guardias de seguridad, alguien se los ha llevado ya.
—Genial. Gracias —Maia miró a Bat, quien se encogió de hombros. Había unos quince lobos con ellos, buscando incongruente entre las muñecas de princesas de Disney y los renos de peluche—. Podrías…
La rueda de la fortuna comenzó de repente con un chirrido y un gemido. Maia dio un salto atrás, casi tirando a Bat, quien la tomó por los hombros. Ambos miraron como la rueda comenzó a girar y la música empezó a tocar…
—Es un mundo pequeño —Maia estaba bastante segura, aunque no había palabras, sólo instrumentales de hojalata.
—¡Lobos! ¡¡Oooh!! Looobos —cantó una voz, y Maureen, viéndose como una princesa de Disney en un vestido rosa y una tiara arco iris, tropezó descalza hacia fuera de una apilada cartelera de bastones de caramelo. Era seguida por una veintena de vampiros, con la cara pálida como los muñecos o maniquíes en la luz enfermiza. Lily entró justo detrás de ella, con el cabello negro de nuevo a la perfección, taconeando en el suelo. Miró a Maia de arriba a abajo, como si nunca la hubiera visto antes—. Hola, ¡hola! Estoy tan contenta de conocerte.
—Me alegro de conocerte también —dijo Maia con rigidez. Llevó una mano hacia fuera para que Maureen la tomara, pero esta sólo se rió y tomó una varita brillante de un cartón de cerca. Saludó con la mano en el aire.
—Lamento mucho lo de Sebastian matando a todos tus amigos lobitos. Es un chico, malo.
Maia se estremeció ante la visión de la cara de Jordán, el recuerdo del gran impotente peso de él en sus brazos.
Se armó de valor.
—Acerca de eso quería hablar contigo, Sebastian. Está tratando de amenazar a los Subterráneos... —Hizo una pausa mientras Maureen, murmullando comenzó a subir a la cima de una pila de cajas de Barbies de Navidad, cada una vestida con un minifalda roja y blanca de Santa—. Trata de conseguir que nos volvamos contra los Cazadores de Sombras —continuó, un
poco desconcertada. ¿Estaba Maureen incluso prestando atención?—. Si nos unimos...
—Oh, sí —dijo Maureen, que se posaba encima de la caja más alta—. Debemos unirnos contra los Cazadores de Sombras. Por supuesto.
—No, yo dije…
—Escuché lo que dijiste —Le brillaron los ojos—. Fue una tontería. Ustedes los hombres lobo están siempre llenos de ideas tontas. Sebastian no es muy agradable, pero los Cazadores de Sombras son peores. Ellos constituyen reglas estúpidas y nos hacen seguirlas. Ellos nos roban.
—¿Robar?—Maia estiró la cabeza hacia atrás para ver a Maureen.
—Me robaron a Simon. Lo tenía, y ahora se ha ido. Yo sé quién se lo llevó. Cazadores de Sombras.
Maia encontró los ojos de Bat. Él la estaba mirando. Se dio cuenta de que había olvidado decirle sobre el enamoramiento de Maureen sobre Simon. Tendría que hablar con él más tarde, si hubiera un después. Los vampiros detrás de Maureen se veían más que un poco hambrientos.
—Te pedí que vinieras a verme para que pudiéramos formar una alianza —dijo Maia, tan suavemente como si estuviera tratando de no asustar a un animal.
—Me encantan las alianzas —dijo Maureen, y saltó de la parte superior de las cajas. En algún lugar se había apoderado de una enorme piruleta, del tipo con remolinos multicolores.
Empezó a pelar la envoltura.
—Si formamos una alianza, podemos ser parte de la invasión.
—¿La invasión? —Maia alzó las cejas.
—Sebastian va a invadir Idris —dijo Maureen, dejando caer el envoltorio de plástico—. Va a luchar contra ellos y va a ganar, y luego vamos a dividir el mundo, todos nosotros, él nos dará todas las personas que queramos comer... —
Mordió la piruleta, e hizo una mueca—. Ugh. Asqueroso —Escupió los dulces, pero ya se había pintado los labios de color rojo y azul.
—Ya veo. En ese caso… absolutamente, aliémonos contra los Cazadores de Sombras.
Sintió a Bat tensarse a su lado.
—Maia…
No le hizo caso, dando un paso adelante, ofreció su muñeca.
—La sangre une una alianza. Así dicen las antiguas leyes. Bebe mi sangre para sellar nuestro pacto.
—Maia, no —dijo Bat; ella le lanzó una mirada de reproche.
—Esta es la forma en que se tiene que hacer —dijo Maia.
Maureen sonreía. Dejó a un lado los dulces que se hicieron añicos en el suelo.
—Oh, divertido. Como hermanas de sangre.
—Igual que eso —dijo Maia, preparándose cuando la chica más joven se apoderó de su brazo. Los pequeños dedos de Maureen se entrelazaron con los de ella. Estaban fríos y pegajosos con azúcar. Se oyó un chasquido como los colmillos de Maureen salieron—. Igual…
Los dientes de Maureen se hundieron en la muñeca de Maia. No estaba haciendo ningún esfuerzo para ser amable: el dolor recorrió el brazo de Maia, y se quedó sin aliento. Los lobos detrás de ella se agitaron inquietos. Podía oír a Bat, respirando con dificultad por el esfuerzo de no arremeter contra Maureen y apártala.
Maureen tragó, sonriendo, sus dientes todavía bien encajados en el brazo de Maia. Los vasos sanguíneos en su brazo palpitaban de dolor; se encontró los ojos de Lily sobre la cabeza de Maureen. Lily sonrió con frialdad.
Maureen se atragantó de repente y se apartó. Se llevó una mano a la boca; sus labios estaban hinchados, como alguien que había tenido una reacción alérgica a las picaduras de abeja.
—Duele —dijo, y luego salieron fisuras fuera de su boca, en su cara. Su cuerpo convulsionó—. Mamá —susurró en voz baja, y empezó a desmoronarse: Su cabello flotaba en cenizas, y luego la piel, escamándose para mostrar los huesos debajo. Maia dio un paso atrás, su muñeca palpitaba, mientras el vestido de Maureen se plegaba en el suelo, de color rosa y espumoso y. . . vacío.
—Santo… ¿Qué pasó? —exigió Bat, y atrapó a Maia mientras se tambaleaba. Su muñeca rota ya estaba empezando a sanar, pero se sentía un poco mareada. La manada de lobos murmuraba a su alrededor. Más preocupante, los vampiros se habían reunido, susurrando, su frente pálida y venenosa, llena de odio.
—¿Qué hiciste? —preguntó uno de ellos, un muchacho rubio, con voz aguda—. ¿Qué le hiciste a nuestra líder?
Maia miró a Lily. La expresión de la otra chica era fresca y blanca. Por primera vez, Maia sintió un hilo de pánico debajo de su caja torácica. Lily...
—Agua bendita —dijo Lily—. En sus venas. Lo puso ahí con una jeringa, antes, por lo que Maureen se envenenó con ella.
El vampiro rubio mostró los dientes, los colmillos chasqueaban en su lugar.
—La traición tiene consecuencias, hombres lobo.
—Detente —dijo Lily—. Ella lo hizo porque se lo pedí.
Maia suspiró, casi sorprendida por el alivio que la golpeó. Lily estaba mirando alrededor a los otros vampiros, que estaban mirándola con confusión.
—Sebastian Morgenstern es nuestro enemigo, ya que es el enemigo de todos los Subterráneos —dijo Lily—. Si él destruye a los Cazadores de Sombras, lo siguiente que va a hacer es volver la atención sobre nosotros. Su ejército de guerreros Cazadores Oscuros asesinaría a Raphael y luego arrasaría con todos
los Hijos de la Noche. Maureen nunca lo había previsto. Ella nos habría conducido a todos a nuestra destrucción.
Maia sacudió su muñeca, y se volvió hacia la manada.
—Lily y yo estuvimos de acuerdo. Esta era la única manera. La alianza entre nosotros, eso es verdad. Ahora es nuestra oportunidad, cuando los ejércitos de Sebastian están en su punto más pequeño y los Cazadores de Sombras son todavía poderosos; ahora es el momento donde podemos hacer una diferencia. Ahora es el momento de que podamos vengar a los que murieron en el Pretor.
—¿Quién nos va liderar? —Se quejó el vampiro rubio—. El que mata al anterior líder asume el manto de liderazgo, pero no puede ser conducido por un hombre lobo —Él miró a Maia—. Sin ánimo de ofender.
—No hay problema —murmuró.
—Yo soy la que mató a Maureen —dijo Lily—. Maia fue el arma que esgrimía, pero era mi plan, mi mano estaba detrás de ello. Yo los lideraré. A menos que alguien se oponga.
Los vampiros se miraron unos a otros en la confusión. Bat, para sorpresa y regocijo de Maia, hizo crujir los nudillos con fuerza en el silencio.
Los labios rojos de Lily se curvaron.
—Bien. —Dio un paso hacia Maia, evitando con delicadeza el vestido de tul y la pila de cenizas que eran todo lo que quedaba de Maureen—. Ahora, ¿Por qué no hablamos de esta alianza?
***
—No hice un pastel —anunció Alec cuando Jace y Clary volvieron a la gran sala central de la cueva. Estaba tumbado sobre su espalda, sobre una manta desenrollada, con la cabeza apoyada en una chaqueta arrugada. Había fuego de fumar en el foso, las llamas proyectaban sombras alargadas contra las paredes.
Había extendido las provisiones: pan y chocolate, nueces y barras de granola, agua y manzanas magulladas. Clary sintió un nudo en el estómago, dándose cuenta sólo entonces lo hambrienta que estaba. Había tres botellas de plástico al lado de la comida: dos de agua, y una más oscuro de vino.
—No hice un pastel —repitió Alec, gesticulando expresivamente con una mano—, por tres razones. Uno, porque no tengo ningún ingrediente para hacer el pastel. Dos, porque yo en realidad no sé cómo hacer un pastel.
Hizo una pausa, claramente esperando.
Removiendo su espada e inclinándose contra la pared de la cueva, Jace dijo con cautela:
—¿Y tres?
—Porque no soy tu zorra —respondió Alec, claramente complacido consigo mismo.
Clary no pudo evitar sonreír. Se desabrochó el cinturón de armas y lo puso con cuidado por la pared; Jace, desabrochó los suyos, rodando los ojos.
—Sabes que el vino se supone que es para fines antisépticos —dijo Jace, expandiéndose con elegancia en el suelo junto a Alec. Clary se sentó junto a él. Cada músculo de su cuerpo protestó, incluso meses de formación no la habían preparado para la sangría caminata del día a través de la arena ardiente.
—No hay suficiente alcohol en el vino para ser capaz de utilizarlo con fines antisépticos —dijo Alec—. Además, no estoy borracho. Estoy contemplativo.
—Así es. —Jace robó una manzana, cortándola con pericia en dos, y ofreció la mitad a Clary. Ella dio un mordisco a la fruta, recordando. Su primer beso había sabido a manzanas.
—Entonces —dijo ella—. ¿Qué estás pensando?
—Lo que está pasando en casa —dijo Alec—. Ahora que probablemente han notado que nos hemos ido y todo eso. Me siento mal por Aline y Helen, me hubiera gustado advertirles.
—¿No te sientes mal por tus padres? —dijo Clary.
—No —contestó Alec luego de una larga pausa—. Tuvieron su oportunidad para hacer lo correcto. —rodó sobre su costado y los miró. Tenía los ojos muy azules a la luz del fuego—. Siempre pensé que ser un Cazador de Sombras significaba que tenía que aprobar lo que la Clave hacía —dijo—. Pensé que de otro modo yo no era leal. Inventé excusas para ellos. Siempre lo he hecho. Pero siento que cada vez que tenemos que luchar, estamos luchando una guerra en dos frentes. Luchamos con el enemigo y luchamos con la Clave, también. Yo no… solo que ya no sé lo que siento.
Jace le sonrió con cariño a través del fuego.
—Rebelde —dijo.
Alec hizo una mueca y se apoyó sobre sus codos.
—No te burles de mí —le espetó, con suficiente fuerza que Jace pareció sorprendido. Las expresiones de Jace eran difíciles de leer para la mayoría de las personas, pero Clary lo conocía tan bien como para reconocer el rápido destello de dolor en su rostro, y la ansiedad mientras se inclinaba hacia adelante para responderle a Alec, justo cuando Isabelle y Simon irrumpieron en la habitación. Isabelle parecía sonrojada, pero al estilo de una persona que había estado corriendo en lugar de alguien que había estado cediendo a la pasión. Pobre Simon, pensó Clary con diversión, diversión que desapareció casi al instante al ver la expresión de sus rostros.
—El corredor este termina en una puerta —dijo Isabelle sin preámbulo—. Una puerta, como por la que entramos, pero está rota. Y hay demonios, de los que vuelan. No vendrán cerca de aquí, pero se puede ver. Alguien probablemente debería vigilar, sólo para estar seguros.
—Yo lo haré —dijo Alec, poniéndose de pie—. No voy a dormir de todos modos.
—Yo tampoco —Jace se puso de pie—. Además, alguien debe hacerte compañía —miró a Clary, quien ofreció una sonrisa alentadora. Sabía que Jace odiaba cuando Alec estaba molesto con él. No estaba segura si podía sentir la
discordia por el vínculo parabatai o si era solo empatía ordinaria o un poco de ambas.
—Hay tres lunas —dijo Isabelle y se sentó junto a la comida alcanzando una barra de granola—. Y Simon creyó ver una ciudad. Una ciudad demonio.
—No estaba seguro —añadió Simon rápidamente.
—En los libros, Edom tiene una capital, llamada Idumea —dijo Alec—. Podría haber algo, vamos a estar atentos —Se inclinó para recuperar su arco y comenzó a andar por el corredor este, Jace cogió un cuchillo serafín, besó a Clary rápidamente, y se fue tras él; Clary se acomodó a su lado, mirando al fuego, dejando que el suave murmullo de la conversación de Isabelle y Simon la arrullara hasta dormir.
***
Jace sintió crujir con cansancio los nervios en su espalda y cuello mientras se agachaba entre las rocas, deslizándose hasta que estuvo sentado de espaldas contra una de las más grandes, tratando de no respirar muy profundamente en el aire amargo. Escuchó a Alec colocarse junto a él, el material áspero de su equipo arañando contra el suelo. El brillo de la luna iluminó su arco cuando lo puso en su regazo y contempló el panorama.
Las tres lunas colgaban bajas en el cielo; cada fragmento se veía hinchado y enorme, del color del vino, y teñían el paisaje con su sangriento resplandor.
—¿Vas a hablar? —preguntó Jace—. ¿O es éste uno de esos momentos en los que estás enojado conmigo así que no dices nada?
—No estoy enojado contigo —respondió Alec. Pasó una mano enguantada en cuero sobre su arco, golpeando ociosamente los dedos contra la madera.
—Pensé que podrías estarlo —dijo Jace—. Si hubiera accedido a buscar refugio, no habría sido atacado. Nos puse a todos en peligro.
Alec respiró hondo y soltó el aire lentamente. Las lunas se encontraban ligeramente más alto en el cielo, y echaban su brillo oscuro en su cara. Parecía joven, con el cabello sucio y enredado, con la camisa rota.
—Sabíamos los riesgos que tomábamos al venir aquí contigo. Nos apuntamos para morir. Quiero decir, obviamente prefiero sobrevivir. Pero todos nosotros elegimos.
—La primera vez que me viste —dijo Jace, mirando sus manos, envueltas alrededor de sus rodillas—. Apuesto a que no pensaste: él va a hacer que me maten.
—La primera vez que te vi, deseaba que regresaras a Idris. —Jace miró a Alec con incredulidad, Alec se encogió de hombros—. Sabes que no me gustan los cambios.
—Sin embargo, crecí contigo —declaró Jace con confianza.
—Eventualmente, —convino Alec—, al igual que el musgo, o una enfermedad de la piel.
—Me quieres —Jace inclinó la cabeza contra la roca, mirando a través del paisaje muerto con ojos cansados—. ¿Crees que deberíamos haber dejado una nota para Maryse y Robert?
Alec rió secamente.
—Creo que van a averiguar dónde fuimos. Eventualmente. Tal vez no me importa si Papá nunca lo descubre. —Echó atrás la cabeza y suspiró—. Oh, Dios, soy un cliché —dijo desesperado—. ¿Por qué me importa? Si papá decide que me odia, porque no soy heterosexual, no vale la pena el dolor, ¿cierto?
—No me mires —dijo Jace—. Mi padre adoptivo era un asesino de masas. Y todavía me preocupé por lo que él pensaba. Es para lo que estamos programados. Tu padre siempre parecía bastante bueno en comparación.
—Claro, le caes bien. —dijo Alec—. Eres heterosexual y tienes bajas expectativas de las figuras paternales.
—Probablemente pondrán eso en mi lápida “Era Heterosexual y Tenía Bajas Expectativas.”
Alec sonrió, un breve y forzado destello de una sonrisa. Jace lo miró con los ojos entrecerrados.
—¿Estás seguro de que no estás enojado? Pareces un poco enojado.
Alec miró hacia el cielo sobre ellos. No había estrellas visibles a través de la capa de nubes. Sólo una mancha de negro amarillento.
—No todo es sobre ti.
—Si no estás bien, deberías decirme —dijo Jace—. Estamos todos bajo estrés, pero tenemos que seguir juntos tanto como…
Alec se volvió hacia él. Había incredulidad en sus ojos.
—¿Estar bien? ¿Cómo estarías tú? —exigió— ¿Cómo estarías si fuera Clary a quien Sebastian se hubiese llevado? ¿Si fuera ella a quien íbamos a rescatar, sin saber si estaba viva o muerta? ¿Cómo estarías pasándola?
Jace sintió como si Alec le hubiera abofeteado. También sintió que se lo merecía. Le tomó varios intentos antes de que pudiera decir las siguientes palabras:
—Yo… estaría en pedazos.
Alec se puso de pie. Estaba perfilado contra el cielo de color oscuro, con el brillo de las lunas rotas reflejándose en el suelo; Jace podía ver cada faceta de su expresión, todo lo que había estado manteniendo reprimido, acumulado. Pensó en la forma en que Alec había matado al caballero de las Hadas en la Corte; fría, rápida y sin piedad. Nada de eso era como Alec. Y sin embargo, Jace no se había detenido a pensar en ello, pensar en lo que impulsó esa frialdad: el dolor, la ira, el miedo.
—Éste —dijo Alec, señalando hacia sí mismo—. Éste soy yo en pedazos.
—Alec…
—No soy como tú —dijo Alec—. No soy capaz de crear la fachada perfecta en todo momento. Puedo contar chistes, puedo intentar, pero hay límites. No puedo…
Jace se levantó tambaleándose.
—Pero, no tienes que crear una fachada —dijo, desconcertado—. No tienes que fingir. Puedes…
—¿Puedo romperme, derribarme, destrozarme? Ambos sabemos que eso no es cierto. Tenemos que resistir, y todos esos años que te vi, te vi resistiendo, te observé después que pensaste que tu padre había muerto, te observé cuando pensabas que Clary era tu hermana, te miraba, y así es como sobreviviste, por lo que si tengo que sobrevivir, voy a hacer lo mismo.
—Pero tú no eres como yo —dijo Jace. Sintió como si el suelo firme debajo de él se rompiera por la mitad. Cuando tenía diez años, había edificado su vida sobre la base de los Lightwood, Alec sobre todo. Siempre había pensado que como parabatai habían estado ahí el uno para el otro, que había estado ahí para el corazón roto de Alec tanto como Alec había estado para el suyo, pero ahora se daba cuenta, y horriblemente, que le había dado poca atención a Alec desde que los prisioneros habían sido llevados, no había pensado en cómo cada hora, cada minuto, debía ser para él, sin saber si Magnus estaba vivo o muerto—. Eres mejor.
Alec lo miró fijamente, su pecho subía y bajaba rápidamente.
—¿Qué imaginaste? —preguntó bruscamente—. ¿Cuando llegamos a este mundo? Vi tu expresión cuando te encontramos. No imaginaste “nada”. “Nada” no te habría hecho ver así.
Jace negó con la cabeza.
—¿Qué has visto?
—Vi el Salón de los Acuerdos. Había un enorme banquete de victoria, y todos estaban ahí. Max… estaba ahí. Tú, y Magnus, y todos, y papá estaba dando un discurso sobre como yo era el mejor guerrero que había conocido… —Su voz se apagó—. Nunca pensé que quería ser el mejor guerrero —dijo—. Siempre pensé que era feliz siendo la estrella oscura de tu supernova. Quiero decir, tienes el don del Ángel. Podría entrenar y entrenar. Nunca podría ser tú.
—Nunca querrías —dijo Jace—. Ese no eres tú.
La respiración de Alec se había desacelerado.
—Lo sé —dijo—. No estoy celoso. Siempre supe, desde el inicio, que todos pensaban que eras mejor que yo. Mi papá lo pensaba. La Clave lo pensaba. Izzy y Max te admiraban como el gran guerrero que querían ser. Pero el día que me pediste que fuera tu parabatai, supe que confiabas en mí lo suficiente como para pedirme ayuda. Me estabas diciendo que no eras el guerrero solitario y autosuficiente capaz de hacerlo todo solo. Me necesitabas. Me di cuenta de que había una persona que no asumía que eras mejor que yo. Tú.
—Hay muchas formas de ser mejor —dijo Jace—. Lo sabía incluso entonces. Puede que sea más fuerte físicamente, pero tú tienes el corazón más auténtico que cualquiera que haya conocido, y la fe más fuerte en otras personas, y en ese sentido eres mejor de lo que yo podía alguna vez esperar ser.
Alec lo miró con expresión de sorpresa.
—Lo mejor que Valentine hizo por mí fue enviarme a ti —añadió Jace—. A tus padres, claro, pero principalmente a ti. Tú, Izzy y Max. De no ser por ti, yo sería como… Sebastian. Queriendo esto —Hizo un gesto hacia el páramo frente a ellos—. Queriendo ser rey de una tierra de cráneos y cadáveres.
Jace se interrumpió, escudriñando en la distancia.
—¿Viste eso?
Alec sacudió la cabeza.
—No veo nada.
—Luz, destellando de algo. —Jace buscó entre las sombras del desierto. Sacó un cuchillo serafín de su cinturón. Bajo la luz de la luna, aún sin activar, el claro adamás resplandecía con un brillo rubí—. Espera aquí —dijo— Vigila la entrada. Echaré un vistazo.
—Jace… —comenzó Alec, pero Jace ya estaba avanzando por la pendiente, saltando de roca en roca. Mientras se acercaba al pie de la colina, las rocas se volvían de un color más pálido, y se derrumbaron bajo sus pies al aterrizar en ellas. Eventualmente dieron paso a una arena fina, salpicada de masivas rocas arqueadas. Habían unas pocas cosas creciendo en el paisaje:
árboles que parecían haber sido fosilizados en su lugar por una explosión repentina, una llamarada solar.
Detrás de él estaba Alec y la entrada hacia los túneles. Por delante era desolación. Jace comenzó a elegir cuidadosamente su camino entre las rocas quebradas y árboles muertos. Mientras se movía, lo vió otra vez, una chispa, algo vivo entre la mortandad. Se volvió hacia ella, colocando cada pie, cuidadosamente, directamente, uno frente al otro.
—¿Quién está ahí? —llamó, luego frunció el ceño—. Claro —añadió, haciendo frente a la oscuridad a su alrededor—. Incluso yo, como Cazador de Sombras , he visto suficientes películas como para saber que cualquiera que grite “¿Quién está ahí?” va a ser asesinado instantáneamente.
Un ruido hizo eco a través del aire, un grito ahogado, un trago de aliento roto. Jace se tensó y avanzó con rapidez. Ahí estaba: una sombra, formándose de la oscuridad en una forma humana. Una mujer, en cuclillas y de rodillas, vistiendo con una túnica pálida manchada con tierra y sangre. Parecía estar llorando.
Jace apretó con más fuerza la empuñadura de su cuchillo. Se había acercado a suficientes demonios en su vida que fingían impotencia o que disfrazaban su verdadera naturaleza que sintió menos simpatía que sospecha. “Dumah” susurró, y el cuchillo se encendió en luz. Pudo ver a la mujer más claramente ahora. Tenía cabello largo que caía hasta el suelo y se mezclaba con la tierra quemada, y un círculo de hierro alrededor de su frente. Su cabello era rojizo en las sombras, el color de sangre vieja, y por un momento, antes de que ella se levantara y se volviera hacia él, pensó en la Reina Seelie…
Pero no era ella. Esta mujer era una Cazadora de Sombras. Era más que eso. Llevaba las vestiduras blancas de una Hermana de Hierro, ligadas bajo los pechos, y sus ojos eran del naranja de las llamas. Marcas oscuras desfiguraban sus mejillas y frente. Tenía las manos sobre el pecho. Las liberó, y las dejó caer a sus costados, y Jace sintió el aire en sus pulmones enfriarse cuando vio la enorme herida en su pecho, la sangre esparciéndose a través de la tela blanca de su vestido.
—Tú me conoces, ¿verdad, Cazador de Sombras? —dijo—. Soy la hermana Magdalena de las Hermanas de Hierro, a quien mataste.
Jace tragó por su garganta seca.
—No es ella. Eres un demonio.
Ella negó con la cabeza.
—Fui maldecida, por mi traición a la Clave. Cuando me mataste, vine aquí. Éste es mi Infierno. Nunca sano y siempre estoy sangrando. —Ella señaló hacia atrás, él vio los pasos detrás de ella que conducían hasta ese lugar, las huellas de pies descalzos dibujadas en sangre—. Esto es lo que me hiciste.
—No era yo. —dijo él con voz ronca.
Ella inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿No lo eras? —dijo—. ¿No lo recuerdas?
Y él lo recordaba, el pequeño estudio de artista en Paris, la Copa de adamas, Magdalena sin esperar el ataque cuando él desenvainó su cuchillo y la apuñaló, la expresión de su rostro cuando cayó contra la mesa de trabajo, muriendo…
Sangre en su cuchillo, en sus manos, en su ropa. No sangre de demonio o icor. No la sangre de un enemigo. La sangre de un Cazador de Sombras.
—Lo recuerdas —dijo Magdalena, inclinando la cabeza hacia un lado con una pequeña sonrisa—. ¿Cómo podría un demonio saber las cosas que sé, Jace Herondale?
—No… mi nombre —susurró Jace. Sintió la sangre caliente en sus venas, apretando su garganta, asfixiando sus palabras. Pensó en la caja plateada con pájaros, agraciadas garzas en el aire, la historia de una de las grandes familias de Cazadores de Sombras expuesta en libros y cartas y reliquias, y como había sentido que no merecía tocar el contenido.
Su expresión se crispó, como si no entendiera muy bien lo que él había dicho, pero ella continuó suavemente, dando un paso hacia él por el suelo roto.
—¿Entonces que eres? No tienes una demanda real en el nombre Lightwood. ¿Eres un Morgenstern? ¿Cómo Jonathan?
Jace tomó un aliento que quemó su garganta como fuego. Su cuerpo estaba resbaladizo por el sudor, le temblaban las manos. Todo en él gritaba que debía lanzarse hacia adelante, que debía perforar la criatura Magdalena con su cuchillo serafín, pero la seguía viendo caer, morir, en Paris, y a él mismo de pie sobre ella, dándose cuenta de lo que había hecho, que era un asesino, y como se podría matar a la misma persona dos veces…
—¿Te gustó, no es así? —susurró—. ¿Estar ligado a Jonathan, ser uno con él? Te liberó. Te puedes decir a ti mismo ahora que todo lo que hiciste fue obligado, que tú no eras el que actuaba, que tú no dirigiste ese cuchillo hacia mí, pero los dos sabemos la verdad. El lazo de Lilith fue solo una excusa para que hicieras las cosas que deseabas hacer de todos modos.
«Clary,» pensó, dolorosamente. Si ella estuviera aquí, tendría su convicción inexplicable para aferrarse, su creencia de que él era intrínsecamente bueno, la creencia de que sirvió como una fortaleza a través del cual, sin duda, podría viajar. Pero ella no estaba aquí, estaba solo en una tierra quemada, muerta, la misma tierra muerta…
—¿Lo viste, no es cierto? —siseó Magdalena, y estaba casi encima de él ahora, sus ojos saltando y flameando naranja y rojo—. ¿Esta tierra quemada, destruida y tú gobernándola? ¿Esa fue tu visión? ¿El deseo de tu corazón? —Ella cogió su muñeca, y su voz se elevó, exultante, ya no del todo humana—. Piensas que tu oscuro secreto es que quieres ser como Jonathan, pero te diré el verdadero secreto, el más oscuro secreto. Ya lo eres.
—¡No! —exclamó Jace, y alzó su cuchillo, en un arco de fuego en el cielo. Ella se echó hacia atrás, y por un momento Jace pensó que el fuego de la hoja había atrapado la punta de su túnica encendida, la llama explotó a través de su visión. Sintió la quemadura y torcedura de las venas y los músculos en sus brazos, escuchó el grito de Magdalena transformarse en gutural e inhumano. Se tambaleó hacia atrás.
Y se dio cuenta de que el fuego se derramaba de él, que había estallado de sus manos y sus dedos, en ondas que corrían a través del desierto, explotando todo delante de él. Vio a Magdalena girar y retorcerse, convirtiéndose en algo horrendo, con tentáculos y repulsivo, antes de estremecerse hasta convertirse en cenizas con un grito.
Vio el suelo ennegrecerse y brillar mientras caía de rodillas, su cuchillo serafín fundiéndose en las llamas que se alzaban rodeándolo. Pensó: «me quemaré hasta morir aquí,» mientras el fuego rugía a través de la llanura, tapando el cielo.
No tenía miedo.
StephRG14
StephRG14


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Cazadores de sombras - Página 3 Empty RE: Ciudad del fuego celestial

Mensaje por StephRG14 Mar 19 Mayo 2015, 5:24 pm

Capitulo 17
Holocausto


Clary soñaba con fuego, una columna de fuego barriendo a través de un paisaje desierto, abrasando todo lo que había delante de él: árboles, maleza, personas gritando. Sus cuerpos volviéndose negros, desmoronándose ante la intensidad de las llamas, y sobre todos ellos, colgaba una runa, flotando como un ángel, una forma de dos alas unidas por una sola barra.
Un grito cortó a través del humo y las sombras, despertando a Clary de sus pesadillas. Sus ojos se abrieron y vio fuego frente a ella, brillante y caliente, se espantó, buscando a Eósforo.
Con la espada en su mano, el latino de su corazón decayendo lentamente. Este fuego no estaba fuera de control. Estaba contenido, el humo flotaba hacia el enorme techo de la cueva. Se iluminó el espacio a su alrededor. Ella pudo ver a Isabelle y Simon en el resplandor, Izzy levantándose del regazo de Simon y viendo alrededor, confundida.
—¿Qué…?
Clary ya estaba sobre sus pies.
—Alguien gritó —dijo—. Ustedes quédense aquí, iré a ver qué pasa.
—No… no —Isabelle se puso de pie al mismo momento que Alec entraba en la cámara, jadeando.
—Jace —dijo él—. Algo le está pasando, Clary, trae tu estela y ven. —Él se giró y se lanzó de nuevo por el túnel. Clary atoró a Eósforo a través de su cinturón y corrió tras él. Corrió por el pasillo, sus botas deslizándose sobre las rocas irregulares, y explotó en la noche, su estela ahora en su mano.
La noche estaba ardiendo. La meseta con rocas grises inclinada hacia el desierto, y donde las rocas se reunían en la arena había fuego, fuego en el aire, transformando al cielo dorado, quemando la tierra. Miró a Alec.
—¿Dónde está Jace? —Ella gritó por encima del crujido de las llamas.
Él aparto la vista de ella, viendo hacia el corazón del fuego.
—Allí —dijo—. Dentro de eso. Vi al fuego salir de él y tragarlo.
Clary sintió que su corazón se paralizaba; se tambaleó hacia atrás, lejos de Alec como si la hubiera golpeado, y entonces él se volvió hacia ella, diciendo,
—Clary. No está muerto. Si así fuera, lo sabría. Sabría…
Isabelle y Simon llegaron corriendo de la entrada de la cueva detrás de ellos; Clary vio su reacción ante el Fuego Celestial, los ojos de Isabelle se ampliaron, y Simon retrocedió con horror ante el fuego, el fuego y los vampiros no se mezclaban, incluso si él era un vampiro diurno. Isabelle lo abrazó como si pudiera protegerlo; Clary la podía escuchar gritando, sus palabras perdiéndose en el rugido de las llamas. El brazo de Clary ardiendo y picando. Miró abajo para darse cuenta de que había estado dibujando sobre su piel, el acto reflejo tomando control de su mente consiente. Ella vio una runa pyro, una runa de protección contra el fuego, aparecer en su muñeca, intensa y negra contra su piel. Era una runa fuerte: podía sentir la fuerza de la misma, irradiando de ella.
Ella empezó a bajar la pendiente, volteándose cuando sintió a Alec detrás de ella.
—¡No te acerques! —Le gritó, y levantó su muñeca, mostrándole la runa—. No sé si funcionara —dijo—. Quédate aquí; protege a Simon y a Izzy, el fuego celestial mantendrá a los demonios lejos, pero sólo por si acaso. —Y luego
se alejó, lanzándose suavemente entre las rocas, cerrando la distancia entre ella y el fuego, Alec de pie en el camino detrás de ella, sus manos en puños a sus costados.
De cerca el fuego era una pared dorada, un movimiento cambiante, colores cambiando en su centro: rojo ardiente, lenguas de naranja y verde. Clary no podía ver nada más que flamas; el calor que emanaba de la hoguera hacía que su piel picara y sus ojos se humedecieran.
Ella tomó un respiro y tuvo la sensación de que su garganta ardía, y entró en el fuego.
La envolvió como un abrazo. El mundo se volvió rojo, dorado, naranja, y cruzó frente a sus ojos. Su cabello se levantó y voló en el aire caliente, y no pudo distinguir cuales eran las hebras ardientes y cuál era el fuego en sí mismo. Ella dio un paso cuidadosamente, tambaleándose como si estuviera caminando contra un viento masivo de frente, podía sentir la runa palpitando en su brazo con cada paso que daba, mientras que las flamas se arremolinaban encima y alrededor de ella.
Ella tomó otro respiro ardiente y empujó hacia adelante, sus hombros curvados como si estuviera llevando una carga pesada. No había nada a su alrededor excepto fuego. Moriría en el fuego, pensó, ardiendo como una pluma, ni siquiera habría una huella izquierda en la suciedad de este mundo para demostrar que ella había estado allí.
Jace, pensó, y dio un paso final. Las llamas se separaron a su alrededor como una cortina retrocediendo, y ella se quedó sin aliento, cayendo hacia delante, golpeando fuertemente sus rodillas contra la dura tierra. La runa en su brazo se estaba desvaneciendo, volviéndose blanca, drenando su energía junto con su potencia. Ella levantó su cabeza y se quedó mirando.
El fuego se elevó a su alrededor en un círculo, las llamas alcanzando a quemar el cielo demoníaco. En el centro del círculo de flamas estaba Jace; no era tocado por el fuego, estaba en sus rodillas, su cabeza dorada bajada, sus ojos medio cerrados. Tenía las manos en el suelo, y desde sus palmas caía un río de
lo que parecía oro fundido. Este se había abierto paso a través de la tierra como pequeños riachuelos de lava, iluminando el suelo. No, ella pensó, estaba haciendo más que iluminarlo. Estaba cristalizando la tierra, convirtiéndolo en algo rígido, un material dorado que lucía como….
Como adamas. Se arrastró hacia adelante, hacía Jace, el suelo debajo de ella convirtiéndose de un suelo lleno de baches a una sustancia resbaladiza cristalina, como adamas, pero de color dorado en vez de blanco. Jace no se movía: Al igual que el Ángel Raziel saliendo de la corriente del lago Lyn, él permaneció inmóvil mientras el fuego brotaba de él, y todo alrededor del suelo se había endurecido y convertido en oro.
Adamas. Su poder hizo estremecer a Clary, haciendo temblar sus huesos. Imágenes surgieron en su mente: runas, apareciendo y desvaneciéndose como fuegos artificiales, y ella lloró su perdida, tantas runas de las que nunca iba a saber su significado, su uso, pero entonces ella estaba a centímetros de Jace, y la primera runa que había imaginado, la runa que había estado soñando en los últimos días, apareció en su mente. Alas, conectadas por una sola barra, no, no eran alas, la empuñadura de una espada, siempre había sido la empuñadura de una espada.
—¡Jace! —Ella gritó, y sus ojos se abrieron. Eran dorados, incluso más que el fuego. Él la miró con incredulidad, y ella se dio cuenta inmediatamente de lo que había estado haciendo, arrodillado y esperando la muerte, esperando ser consumido por el fuego como un santo medieval.
Quería abofetearlo.
—Clary, cómo…
Ella se lanzó a coger su muñeca, pero él fue más rápido que ella, y esquivó su agarre.
—¡No! No me toques. No es seguro…
—Jace, detente. —Ella levantó su brazo, con la runa pyr en el, brillando plateada contra el sobrenatural dorado—. Atravesé al fuego para llegar a ti —
dijo ella a través del sonido de las flamas—. Estamos aquí. Los dos estamos aquí ahora, ¿entiendes?
Sus ojos se veían frenéticos, desesperados.
—Clary, vete.
—¡No! —Ella se aferró a sus hombros, y esta vez él no la evitó—. ¡Sé cómo arreglar esto! —Ella gritó, y se inclinó para presionar sus labios con los de él.
Su boca estaba caliente y seca, su piel ardiente mientras ella pasaba sus manos desde su cuello hasta los lados de su cara. Ella saboreó fuego, carbón y sangre en su boca y se preguntó si él saborearía el mismo sabor en su boca.
—Confía en mí —susurró ella contra sus labios, y aunque las palabras fueron tragadas por el caos a su alrededor, sintió que él se relajaba minuciosamente e inclinaba la cabeza, apoyándose en ella, dejando pasar el fuego entre ellos al igual que su respiración, probando las chispas en los labios del otro.
—Confía en mí —susurró ella de nuevo, y cogió su espada.
***
Isabelle tenía sus brazos alrededor de Simon, sosteniéndolo. Ella sabía que si lo soltaba, el bajaría la pendiente hacia el fuego, donde Clary había desaparecido, y se arrojaría dentro de el.
Y se encendería como yesca, como yesca empapada de gasolina. Él era un vampiro. Isabelle lo retuvo, sus manos entrelazadas sobre su pecho, y creyó poder sentir el vacío detrás de sus costillas, el lugar donde su corazón no latía. El suyo latía. Su cabello se elevó y voló por el aire caliente que venía de la inmensa hoguera que estaba en la base del altiplano. Alec estaba en la mitad del camino, merodeando; él era una silueta negra contra las llamas.
Y las flamas… Estas saltaban hacia el cielo, cubriendo la luna rota. Moviéndose y cambiando, una hermosa pared dorada. Mientras las llamas temblaban, Isabelle pudo ver sombras moviéndose dentro del fuego, la sombra de alguien arrodillándose, y luego otra, una más pequeña, doblándose y gateando. Clary, pensó, gateando hacia Jace, hacia el corazón del incendio. Ella sabía que Clary se había dibujado una runa pyr en su brazo, pero Isabelle nunca había oído de una runa Fireproof26 que pudiera soportar este tipo de fuego.
—Iz —murmuró Simon—. Yo no…
—Shh —Lo abrazó más fuerte, lo sostuvo como si sosteniéndolo pudiera evitar que fuera herido. Jace estaba allí, en el corazón de las llamas, ella no podía perder a otro hermano, ella no podía—. Ellos están bien —dijo ella—. Si Jace fuera herido, Alec lo sabría. Y si él está bien, entonces Clary está bien.
—Arderán hasta morir —dijo Simon, sonando perdido.
Isabelle gritó cuando las llamas saltaron de repente. Alec dio un paso vacilante y luego cayó en sus rodillas, poniendo sus manos en la tierra. La curva de su espalda era un arco de dolor. El cielo era un espiral de fuego, vertiginoso y girando.
Isabelle soltó a Simon y se fue al lado de su hermano. Se inclinó sobre él, agarrando la parte posterior de su chaqueta, y tratando de levantarlo.
—Alec, Alec…
Alec se levantó, su rostro pálido, excepto por las manchas de hollín que tenía. Él giró, dándole la espalda a Isabelle, quitándose su chaqueta.
— Mi runa parabatai, ¿puedes verla?
Isabelle sintió su estómago caer; por un momento sintió que iba a desmayarse. Agarró el cuello de la camisa de Alec y tiró de este hacia abajo, y exhaló un duro suspiro de alivio.
—Sigue allí.
Alec volvió a ponerse su chaqueta.
—Siento que algo cambió; es como si algo en mi haya cambiado. —Su voz se elevó—. Voy a bajar.
—¡No! —Isabelle cogió su brazo, y luego Simon dijo a su lado bruscamente:
—Mira.
Estaba apuntando hacia el fuego. Isabelle miró sin comprender por un momento antes de entender lo que estaba indicando. El fuego se estaba extinguiendo. Ella agitó su cabeza como para despejarla, su mano seguía en el brazo de Alec, pero eso no era una ilusión. El fuego se estaba apagando. Las llamas se redujeron por debajo de los altísimos pilares naranjas, atenuándose a amarillo, rizándose hacia adentro como dedos. Dejó ir a Alec, los tres estaban de pie en una línea, hombro con hombro, mientras el fuego se reducía iba revelando un círculo de tierra quemada donde las llamas habían ardido, y dentro de ella, dos figuras. Clary y Jace.
Los dos eran difíciles de distinguir a través del humo y el rojo resplandor de las llamas aún ardientes, pero estaba claro que estaban vivos e ilesos. Clary estaba parada, Jace arrodillado al frente de ella, sus manos en las de ella, casi como si él estuviera siendo nombrado caballero.
Había algo ceremonial sobre la posición, algo que hablaba de extraña, y antigua magia. Mientras el humo se despejaba, Isabelle pudo ver el destello brillante del cabello de Jace mientras él se ponía de pie. Ambos comenzaron a caminar por el sendero.
Isabelle, Simon y Alec rompieron la formación y bajaron a encontrarse con ellos. Isabelle se arrojó contra Jace, quien la atrapó y la abrazó, él se estiro para apretar la mano de Alec mientras sostenía a Isabelle fuertemente. Su piel era fresca contra la de ella, casi fría. Su equipo estaba sin un rasguño o marca de
quemadura, al igual que el desierto detrás de ellos tampoco mostraba lo que había sucedido hace unos momentos, un gran incendio que había quemado allí.
Isabelle giró la cabeza contra el pecho de Jace y vio a Simon abrazando a Clary. Estaba abrazándola con fuerza, sacudiendo la cabeza, y Clary dándole una sonrisa radiante, Isabelle se dio cuenta de que no sentía ni una sola chispa de celos. Allí no había nada diferente a la forma en la que Simon abrazaba a Clary de como ella estaba abrazando a Jace. Había amor, así de claro, pero era un amor fraternal.
Ella rompió el abrazo con Jace y le lanzó una sonrisa a Clary, quien sonrió tímidamente de vuelta. Alec se movió para abrazar a Clary, Simon y Jace se miraron con recelo. De repente Simon sonrió, repentina, e inesperada sonrisa que brillaba aun en las peores circunstancias, una que Isabelle amó, y sostuvo los brazos extendidos para Jace.
Jace sacudió la cabeza.
—No me interesa si acabo de prenderme fuego a mí mismo —dijo—. No te abrazaré.
Simon suspiró y bajó sus brazos.
—Tú te lo pierdes —dijo—. Si lo hubieras querido, te hubiera dejado abrazarme, pero honestamente hubiera sido un abrazo de lastima.
Jace se volvió hacia Clary, quien ya no estaba abrazando a Alec pero que ahora tenía una expresión divertida, con su mano en la empuñadura de Eósforo. Que parecía brillar, como si hubiera atrapado un poco de la luz del fuego.
— ¿Escuchaste eso? —preguntó Jace—. ¿Un abrazo de lastima?
Alec levantó una mano. Sorprendentemente, Jace se quedó en silencio.
—Reconozco que todos estamos llenos con la alegría vertiginosa de la supervivencia, lo que explica su estúpido comportamiento —dijo Alec—. Pero
primero —Él levanto un dedo—, creo que a tres de nosotros se nos debe una explicación. ¿Qué pasó? ¿Cómo perdiste el control del fuego? ¿Fuiste atacado?
—Era un demonio —dijo Jace luego de una pausa—. Tomo la forma de una mujer que yo… de alguien que herí, cuando estaba bajo el control de Sebastian. Me provocó hasta que perdí el control sobre el Fuego Celestial. Clary me ayudó a recuperar el control.
—¿Eso es todo? ¿Los dos están bien? —dijo Isabelle, incrédula—. Creí, cuando vi lo que estaba pasando, creí que era Sebastian. Que el él había venido por nosotros de alguna manera. Que tú trataste de quemarlo y tú te quemaste a ti mismo…
—Eso no va a pasar —Jace tocó el rostro de Isabelle cariñosamente—. Tengo el fuego bajo control ahora. Sé cómo usarlo y cómo no usarlo. Cómo manejarlo.
—¿Cómo? —dijo Alec, sorprendido.
Jace vaciló. Sus ojos se movieron hacia Clary, y se volvieron más oscuros, como si una persiana hubiera caído sobre ellos.
—Sólo van a tener que confiar en mí.
—¿Eso es todo? —dijo Simon con incredulidad—. ¿Solamente confiar en ti?
— ¿No confían en mí? —preguntó Jace.
— Yo… —Simon miró a Isabelle, quien miró a su hermano.
Después de un momento Alec asintió.
—Confiamos lo suficiente en ti como para haber venido aquí —dijo él—. Confiaremos en ti hasta el final.
—Aunque sería realmente bueno si nos dijeras el plan, ya sabes, un poco antes —dijo Isabelle—. Quiero decir, antes del final.
Alec levantó una ceja hacia ella. Ella se encogió de hombros inocentemente.
—Sólo un poco antes —dijo—. Me gusta tener un poco de preparación.
Los ojos de su hermano se quedaron en ella y luego, con voz ronca, como si casi hubiera olvidado como hacerlo, comenzó a reír.


Al Cónsul:


Las Hadas no son sus aliados. Ellos son sus enemigos. Ellos odian a los Nefilim y planean traicionarlos y aniquilarlos. Han cooperado con Sebastian Morgenstern atacando y destruyendo institutos. No confíen en Meliorn o cualquier otro consejero de la corte. La Reina Seelie es su enemigo. No traten de responder este mensaje. Estoy con la Caza Salvaje ahora, y ellos me matarán si sospechan que les dije algo.


Mark Blackthorn.

Jia Penhallow miró sobre sus gafas a Emma y Julián, quienes permanecían de pie nerviosamente frente al escritorio de la biblioteca de su casa. Había un largo ventanal abierto detrás del Cónsul, y Emma pudo ver la vista de Alicante extenderse: Casas establecidas en las colinas, canales corriendo hacia el Salón de los Acuerdos, la Colina del Gard levantándose contra el cielo.Jia ojeó de nuevo el papel que le habían entregado. Había sido doblado con astucia casi diabólica dentro de una bellota, había tomado siglos, y los dedos hábiles de Ty para poder sacarlo.
—¿Tu hermano escribió algo más además de esto? ¿Un mensaje privado para vosotros?
—No —dijo Julián, y hubo algo en el tono herido de su voz que hizo que Jia le creyera, por eso ella no insistió más.
—Entiendes lo que eso significa —dijo—. El Concejo no va a querer creerlo, dirán que es un truco.
—Es la letra de Mark —dijo Julián—. Y la forma en que lo firmó —Señaló la marca en la parte inferior de la página: Una clara impresión de espinas, hecho con lo que parecía tinta de un color rojo-marrón—. Él unto su anillo familiar con sangre y lo usó para hacer eso —dijo Julian, su cara ruborizada—. Él me enseño como hacerlo una vez. Nadie más tendría el anillo familiar Blackthorn, o sabe cómo hacerlo como él.
Jia vio los puños apretados de Julián en conjunto con el rostro de Emma, Y asintió.
—¿Estáis bien? —dijo suavemente—. ¿Sabeis lo que es la Caza Salvaje?
Ty les había hablado extensamente sobre ello, pero Emma se dio cuenta que ahora, con la mirada oscura compasiva del Cónsul en ella, que no podía encontrar palabras. Fue Julián quien habló.
—Hadas que son cazadoras —dijo él—. Viajan a través del cielo. La gente piensa que si los sigues, ellos te pueden guiar a la tierra de los muertos, o de las Hadas.
—Gwyn ap Nudd los guía —dijo Jia—. Él no tiene lealtad, él es parte de una magia salvaje. Es llamado el recolector de la muerte. A pesar de que es un Hada, él y sus cazadores no están involucrados con los acuerdos. Ellos no tienen ningún trato con los Cazadores de Sombras y no reconocen nuestra jurisdicción, ellos no obedecerán leyes, ningunas leyes. ¿Entendeis?
Ellos la miraron sin expresión. Ella suspiró.
—Si Gwyn tomó a tu hermano como uno de sus cazadores, sería imposible.
—Estas diciendo que no podrás traerlo de vuelta —dijo Emma, y vio algo en los ojos de Julián destruirse. Eso la hizo querer saltar sobre el escritorio y
aplastar al Cónsul con su pila de archivos prolijamente etiquetados, cada uno con un nombre diferente.
Uno saltó a la vista de Emma como un letrero en neón. CARSTAIRS: FALLECIDOS. Ella trató de que el reconocimiento del nombre de su familia no se mostrara en su rostro.
—Estoy diciendo que no lo sé. —El Cónsul extendió sus manos por la superficie del escritorio—. Hay mucho que no sabemos en este momento —dijo, su voz sonó tranquila y un poco quebrada—. Perder a las Hadas como aliados es un severo golpe. De todos los Subterráneos ellos son los enemigos más ingeniosos, y los más peligrosos. —Ella se puso de pie—. Esperen aquí un momento.
Ella dejo la habitación a través de una puerta de madera, y después de unos momentos de silencio, Emma escuchó el sonido de pies y el murmullo de la voz de Patrick. Ella captó algunas palabras, “juicio” y “mortal” y ”traición”.
Ella podía sentir a Julián a su lado, su herida tan fuertemente apretada como una ballesta de muelle.
Ella levantó la mano para tocar suavemente su espalda, y trazó entre sus omoplatos: ¿E-S-T-Á-S B-I-E-N?
Él sacudió su cabeza, sin mirarla. Emma miró hacia la pila de archivos sobre el escritorio, después hacia la puerta, después a Julian, silencioso e inexpresivo, y decidió. Se lanzó contra el escritorio, sumiendo su mano en la pila de archivos, y tiro afuera la que tenía la etiqueta CARSTAIRS.
Tenía cubierta dura, nada pesado, Emma extendió la mano para levantar la camiseta de Julián. Ella amortiguó su grito de sorpresa poniendo una mano sobre su boca, y usó la otra mano para meter el archivo en la parte trasera de sus pantalones. Ella puso la camisa de nuevo en su lugar al tiempo que la puerta se abría y Jia entraba.
—¿Estarían dispuestos a testificar ante el consejo una última vez? —preguntó, mirando desde Emma, quien suponía que estaba probablemente
sonrojada, a Julián, quien lucía como si hubiera sido electrificado. Su mirada se endureció y Emma se maravilló. Julián era tan gentil, que ella a veces se olvidaba que esos ojos del color del mar podían convertirse en las frías olas de la costa en el invierno.
—Sin la espada Mortal —dijo el Cónsul—. Sólo quiero decirles a ellos lo que sabeis.
—Si prometes intentar traer a Mark de vuelta —dijo Julián—. Y no simplemente lo dirás, lo harás.
Jia lo miró solemnemente.
—Prometo que los Nefilim no abandonarán a Mark Blackthorn, no mientras él viva.
Los hombros de Julián se relajaron sólo una fracción.
—Está bien, entonces.
***
Floreció como una flor contra el nublado cielo negro: una repentina y silenciosa explosión de llamas. Luke, de pie junto a la ventana, retrocedió sorprendido, antes de volver a presionarse contra la estrecha abertura, tratando de identificar la fuente del resplandor.
—¿Qué es? —Raphael levantó la vista desde donde estaba arrodillado junto a Magnus. Magnus parecía dormido, sus parpados con sombreadas medias lunas contra su oscura piel. Se había acurrucado incómodamente alrededor de las cadenas que lo sujetaban, y lucia enfermo o exhausto.
—No estoy seguro —dijo Luke, y se quedó en su lugar aun cuando el chico vampiro se reunió con él en la ventana. Nunca se había sentido realmente cómodo alrededor de Raphael. Raphael tenía un parecido con Loki o con cualquier otro dios embaucador, a veces trabajando del lado bueno y otras del malo, pero siempre por su propio interés.
Raphael murmuró algo en español y pasó junto a Luke. Las llamas se reflejaban en las pupilas de sus oscuros ojos, rojo y dorado.
—Obra de Sebastian, ¿tú qué crees? —preguntó Luke.
—No. —La mirada de Raphael era distante, y Luke recordó que el chico frente a él, que parecía siempre joven, de angelicales catorce años, era en realidad mayor de lo que parecía, más viejo de lo que los padres de Luke hubieran sido, si hubieran vivido- o en el caso de su madre, si ella hubiera permanecido mortal—. Hay algo sagrado acerca de esas llamas. Las obras de Sebastian, son obras demoníacas. Esta es la forma en la que Dios aparece ante los vagabundos en el desierto. “En el día el Señor pasó por encima de ellos como un pilar de nubes para guiarlos en su camino y en la noche como un pilar de fuego para iluminarlos, así ellos podían viajar de día o de noche”.
Luke levantó una ceja hacia él.
Raphael se encogió de hombros.
—Me crié como un buen chico católico. —Él inclinó la cabeza hacia un lado—. Creo que a nuestro amigo Sebastian no le gustará esto, sea lo que sea.
¿Puedes ver algo más? —preguntó Luke; la visión de los vampiros era más poderosa incluso que la de un hombre lobo.
—Algo; ruinas, tal vez, como una ciudad muerta —Raphael sacudió su cabeza con frustración—. Mira donde el fuego se desvanece. Esta extinguiéndose.
Hubo un suave murmullo desde el suelo, y Luke miró hacia abajo. Magnus había girado sobre su espalda. Sus cadenas eran largas, dándole la suficiente libertan para entrelazar sus manos sobre su estómago, como si le doliera. Sus ojos estaban abiertos.
—Hablando de deteriorarse…
Raphael regresó a su lugar junto a Magnus.
—Debes decirnos, brujo —dijo él—, si hay algo que podamos hacer por ti. No te había visto tan enfermo.
—Raphael… —Magnus pasó una mano por su sudoroso cabello negro. Sus cadenas se sacudieron—. Es mi padre —dijo—. Este es su reino, Bueno, uno de ellos.
—¿Tú padre?
—Él es un demonio —dijo Magnus poco después—. Lo que no debería ser una sorpresa. No esperen más información que eso.
—Bien, ¿pero por qué estar en el reino de tu padre te enfermaría?
—Está tratando de conseguir que lo llame —dijo Magnus, apoyándose en sus codos—. Él puede llegar a mí aquí fácilmente. No puedo hacer magia en este reino, así que no puedo protegerme. Él puede hacerme enfermar o curarme. Él me está poniendo enfermo porque cree que si estoy lo suficientemente desesperado, lo llamaré por ayuda.
—¿Lo harás?
Magnus sacudió su cabeza e hizo un gesto de dolor.
—No. No valdría la pena el precio. Con mi padre, siempre hay un precio.
Luke se tensó. Él y Magnus no eran cercanos, pero siempre le había gustado el brujo, lo respetaba. Respetaba a Magnus o a brujos como Catarina Loss y Ragnor Fell y los demás, aquellos que habían trabajado con los Cazadores de Sombras por generaciones. No le gustaba el tono de desesperanza en la voz de Magnus, o la mirada que había en sus ojos.
—¿No pagarías por eso? ¿Si la elección fuera tu vida?
Magnus miró a Luke con cansancio, y se dejó caer contra el suelo de piedra.
—Es posible que yo no sea el que pague por ello —dijo y cerró sus ojos.
—Yo… —Empezó a decir Luke, pero Raphael agitó su cabeza hacia él, un gesto de reprimenda. Estaba encorvado, sus manos envueltas alrededor de sus rodillas. Venas oscuras eran visibles en sus sienes y garganta, señales de que había pasado demasiado tiempo desde que se había alimentado. Luke podía imaginar la extraña imagen que formaban: El vampiro hambriento, el mago moribundo, y el hombre lobo viendo por la ventana.
—No sabes nada sobre su padre —dijo Raphael en voz baja. Magnus estaba claramente dormido de nuevo, su respiración entrecortada.
—¿Supongo que sabes quién es el padre de Magnus? —dijo Luke.
—Pague una gran cantidad de dinero una vez para averiguarlo.
—¿Por qué? ¿Qué bien podría traerte saberlo?
—Me gusta saber cosas —dijo Raphael—. Puede ser útil. Él conocía a mi madre; Parecía justo que supiera quien es su padre. Magnus salvó mi vida una vez —Agregó Raphael, con una voz carente de emoción—. Cuando me convertí en vampiro, quería morir. Pensé que estaba maldito. Él me detuvo de salir a la luz del sol… Magnus me enseñó como caminar en suelo sagrado, como decir el nombre de Dios, como llevar una cruz. No era magia lo que me dio, solamente paciencia, pero me salvó a pesar de todo.
—Así que le debes —dijo Luke.
Raphael se quitó la chaqueta y en un rápido movimiento, la empujó debajo de la cabeza de Magnus. Magnus se agitó pero no se despertó.
—Piensa sobre eso como quieras —dijo—. No voy a renunciar a sus secretos.
—Respóndeme una cosa —dijo Luke, la fría pared de piedra contra su espalda—. ¿El padre de Magnus es alguien que podría ayudarnos?
Raphael se rió: un corto y agudo ladrido sin ningún tipo real de diversión en ella.
—Eres realmente gracioso, hombre lobo —dijo—. Sigue viendo por la ventana, y si eres del tipo de persona que reza, entonces tal vez debas rezar para que el padre de Magnus no decida ayudarnos. Si confías en mí como me aprecias, al menos confía en mí sobre eso.
***
—¿Acabas de comer tres pizzas? —Lily estaba mirando a Bat con una mezcla de disgusto y asombro.
—Cuatro —dijo Bat, poniendo una ahora vacía caja de la pizzería de Joe’s encima de una pila de otras cajas, y sonriendo serenamente. Maia sintió un arrebato de afecto por él. Ella no lo había incluido en su plan del encuentro con Maureen, y él no se había quejado una vez, sólo la había felicitado con su rostro impasible. Él había aceptado sentarse con ella y con Lily para discutir la alianza, a pesar de que sabía que no le gustaban mucho los vampiros.
Y él había guardado para ella la pizza que solamente tenía queso, desde él se enteró que a ella no le gustaban los demás ingredientes. Ella iba en su cuarta rebanada. Lily, posada delicadamente en el borde de la mesa en el vestíbulo en la estación de policía, fumando un largo cigarrillo, Maia supuso que el cáncer de pulmón no era una gran preocupación cuando ya estabas muerto, y viendo a la pizza sospechosamente. A Maia no le importaba demasiado todo lo que Bat comiera, algo tenía que alimentar todos esos músculos, siempre y cuando luciera feliz de hacerle compañía en la reunión. Lily se había apegado a su acuerdo sobre Maureen, pero ella seguía produciéndole a Maia escalofríos.
—Sabes —dijo Lily, balanceando su pie calzado—. Debo decir que estaba esperando algo un poco más…emocionante, menos un banco de teléfonos. —Ella arrugó su nariz. Maia suspiró y miró a su alrededor. El lobby de la estación de policía estaba lleno de hombres lobo y vampiros, probablemente por primera vez desde que fue construido.
Había pilas de documentos que contenían la información de Subterráneos importantes que habían logrado pedir prestado, robado y
desenterrado, había resultado muy impresionante que los vampiros tenían registros de quien estuvo a cargo y en donde, y todo el mundo estaba en los teléfonos celulares o computadoras, llamando, enviando mensajes y correos electrónicos a las cabezas de los clanes y pandillas y también a cada brujo que podían localizar.
—Gracias a Dios que las Hadas están centralizadas —dijo Bat—. Una Corte Seelie, una Corte deshecha.
Lily sonrió con suficiencia.
—La tierra debajo de la colina se extiende a lo largo y ancho —dijo—. Las cortes son todo lo que podemos llegar a alcanzar en ese mundo, eso es todo.
—Bueno, este mundo es lo que nos interesa por el momento —dijo Maia, extendiéndose y frotando la parte trasera de su cuello. Había estado llamando y enviando mensajes durante todo el día, y estaba exhausta. Los vampiros se les habían unido cuando cayó la noche, y esperaban trabajar durante la noche hasta la madrugada mientras los hombres lobos dormían.
—Te das cuenta de lo que Sebastian Morgenstern no hará si su equipo gana —dijo Lily, mirando alrededor de la sala llena—. Dudo que perdone a cualquier persona que trabaje en su contra.
—Tal vez nos matará primero —dijo Maia—. Pero nos mataría de todas formas. Sé que a los vampiros os encanta la razón y la lógica, alianzas inteligentes, pero así no es como funciona. Él quiere quemar el mundo. Eso es todo lo que él desea.
Lily exhaló humo.
—Bueno —dijo—. Eso sería un inconveniente, considerando como se siente sobre el fuego.
—¿No estas teniendo otro tipo de pensamientos, o sí? —dijo Maia, tratando que su voz sonará preocupada—. Te veías bastante segura cuando acordamos estar en contra de Sebastian antes.
—Caminamos sobre líneas muy peligrosas, eso es todo —dijo Lily—. ¿Alguna vez escuchaste la frase “Cuando el gato no está, los ratones hacen fiesta”?
—Por supuesto —dijo Maia, mirando hacia Bat, quien murmuró algo oscuramente en español.
—Por cientos de años los Nefilim han tenido sus reglas, y se han asegurado que las cumplamos —dijo Lily—. Por eso, hay muchos resentidos. Ahora que se han ido a esconderse a Idris, no podemos pretender que los Subterráneos no disfrutaran ciertas… ventajas mientras no están.
—¿Ser capaz de comer personas? —preguntó Bat, doblando una pizza por la mitad.
—No solamente los vampiros —dijo Lily con frialdad—. Las Hadas aman provocar y atormentar a los humanos; sólo los Cazadores de Sombras los detienen. Ellos volverán a robar bebés humanos. Los brujos venderán su magia por un alto precio, como…
—¿Prostitutas mágicas? —Todos se veían sorprendidos; Malcom Fade había aparecido en la puerta, quitando copos blancos de su cabello blanco—. Es lo que ibas a decir, ¿no es verdad?
—No lo es —dijo Lily, claramente atrapada con la guardia baja.
—Oh, di lo que quieras. No tiene importancia para mí —dijo Malcolm alegremente—. No tengo nada en contra de la prostitución. Mantiene a la civilización en marcha. —Sacudió la nieve de su abrigo. Estaba usando un traje negro y un abrigo desgastado; no había nada del eclecticismo brillante de Magnus en él—. ¿Cómo es que vosotros las personas soportais la nieve? —preguntó.
—¿Tu persona? —Bat enfureció—. ¿Te refieres a los hombres lobo?
—Me refiero a los de la Costa Este —dijo Malcolm—. ¿Quién soportaría un clima como ese si lo pudieran evitar? Nieve, granizo, lluvia. Me mudaría a
Los Ángeles en un santiamén. ¿Sabían que un santiamén es una medición del tiempo real? Es una sexagésima parte de un segundo. No se puede hacer nada en un santiamén, no en realidad.
—Sabes —dijo Maia—. Catarina dijo que eras bastante inofensivo…
Malcom lució complacido.
—¿Catarina dijo que yo era bonito?
—¿Podemos ir al grano? —preguntó Maia—. Lily, si lo que te preocupa es lo que los Cazadores de Sombras decidan hacer con todos los Subterráneos si alguno de nosotros hace algo mientras ellos están en Idris, bueno, por eso estamos haciendo esto. Asegurando a los Subterráneos que los acuerdos siguen en pie, que los Cazadores de Sombras están tratando de traer a nuestros representantes de regreso, que Sebastian es nuestro verdadero enemigo, minimizando el caos que podría haber en Idris afectando lo que podría pasar en caso de una batalla, o cuando todo termine…
—¡Catarina! —anunció Malcolm de repente, como si recordara algo agradable—. Casi olvido por lo que vine aquí. Catarina me pidió ponerme en contacto con vosotros. Está en la morgue del hospital Beth Israel, quiere que vayáis lo más rápido posible. Oh, y dijo que llevaran una jaula.
***
Uno de los ladrillos en la pared junto a la ventana estaba flojo. Jocelyn había pasado el rato utilizando el clip de metal de su pasador para poder sacarlo. No era tan tonta como para creer que podría crear una vía de escape, pero tenía la esperanza que liberando al liberar un ladrillo podría usarlo como un arma.
Algo que podría chocar contra la cabeza de Sebastian.
Ella había vacilado cuando él era un bebé. Pero si ahora tuviera la oportunidad. No lo dudaría.
Ella lo había sostenido en sus brazos y había sabido que había algo mal en él, algo irreparablemente dañado, pero no había hecho nada. Había creído en un rinconcito de su corazón que podía ser salvado.
La puerta se sacudió, y ella se giró, poniendo el pasador de vuelta en su cabello. Era un pasador de Clary, algo que había tomado del escritorio de su hija cuando había necesitado alejar su cabello de la pintura. No se lo había devuelto porque le recordaba a su hija, pero se sentía mal pensar en su hija aquí, frente a su otro hijo, a pesar de que la extrañaba tanto, tanto que dolía.
La puerta se abrió y Sebastian entró.
Usaba una camiseta tejida blanca, y ella recordó a su padre. A Valentine le gustaba usar cosas blancas. Lo hacía parecer más pálido, su cabello más blanco, sólo un poco más inhumano, hacia lo mismo con Sebastian. Sus ojos lucían como gotas de pintura negra contra un lienzo blanco. Él le sonrió.
—Madre —dijo.
Ella cruzó sus brazos sobre su pecho.
—¿Qué estás haciendo aquí, Jonathan?
Él sacudió su cabeza, seguía con la misma sonrisa en su rostro, y sacó una daga de su cinturón. Era estrecha, con un fino filo como un punzón.
—Si me llamas así de nuevo —dijo—, te sacaré los ojos con esto.
Tragó saliva. Oh, mi bebé. Se recordó sosteniéndolo, frío y todavía en sus brazos, para nada como un chico normal. Él no había llorado. Ni una vez.
—¿Eso es lo que viniste a decirme?
Él se encogió de hombros.
—Vine a preguntarte algo. —Miró alrededor de la sala, con expresión aburrida—. Y a mostrarte algo. Ven. Camina conmigo.
Ella se reunió con él cuando salía de la habitación, con una mezcla de repugnancia y alivio. Odiaba su celda, y seguramente ¿sería mejor para ella ver donde estaba siendo retenida? ¿Su tamaño? ¿Las salidas?
El pasillo fuera de la habitación era de piedra, grandes bloques de piedra caliza posicionados juntos con concreto. El piso era liso, desgastado por pasos. Pero había una sensación polvorienta sobre el lugar, como si nadie hubiera entrado por décadas, incluso siglos.
Había puertas en las paredes en intervalos aleatorios. Jocelyn empezó a sentir que su corazón latía más rápido. Luke podía estar detrás de cualquiera de esas puertas. Quería lanzarse contra ellas, pero la daga seguía en la mano de Sebastian, y no dudó por un instante que él sabía como usarla mejor que ella.
El pasillo empezó a curvarse, y Sebastian habló.
—Qué —dijo—, si te digo que te amé.
Jocelyn junto las manos delante de ella.
—Supongo —dijo ella cuidadosamente—, que diría que no podrías amarme más de lo que yo podría amarte.
Habían llegado a un conjunto de puertas dobles. Se detuvieron frente a ellas.
—¿No se supone que debes fingir, al menos?
Jocelyn dijo:
—¿Podrías? Una parte tuya es mía, ya sabes. La sangre de demonio te cambió, ¿pero en serio creíste que todo lo que hay en ti viene de Valentine?
Sin responder, Sebastian empujó las puertas con su hombro, estas se abrieron y entró. Después de un momento Jocelyn lo siguió, y se detuvo en seco.
La habitación era enorme y semicircular. El suelo de mármol se estiro hasta una plataforma construida en piedra y madera elevándose en contra de la pared occidental. En el centro de la plataforma había dos tronos. No había otra palabra para ello, sillas de marfil superpuestas con oro; cada una tenía un espaldar redondeado y seis escalones frente a ellos. Una ventana enorme, vidrio reflejando nada más que oscuridad, una detrás de cada trono. Algo acerca del cuarto era extrañamente familiar, pero Jocelyn no podía decir exactamente que era. Sebastian subió corriendo a la plataforma y le hizo señas para que lo siguiera. Jocelyn se dio unos pocos pasos hasta reunirse con su hijo. Que estaba de pie delante de los dos tronos con una expresión de triunfo.
Había visto la misma expresión en la cara de su padre, cuando había mirado hacia la Copa Mortal.
—“Él será grande —Entonó Sebastian—, y será llamado el hijo del Máximo, y el diablo le entregará a él el trono de su padre. Y él regirá sobre el Infierno para siempre, y no habrá fin para su reino”.
—No entiendo —dijo Jocelyn, su voz sonó desolada y muerta hasta para sus propios oídos—. ¿Quieres gobernar este mundo? ¿Un mundo muerto de demonios y destrucción? ¿Quieres darle órdenes a cadáveres?
Sebastian se rió. Tenía la risa de Valentine: áspera y musical.
—Oh, no —dijo—. No me has entendido del todo. —Hizo un pequeño símbolo con sus dedos, algo que ella había visto hacer a Valentine cuando había estado involucrado con magia, y repentinamente las dos ventanas detrás de los tronos ya no eran negras.
Una mostraba un paisaje arruinado: árboles marchitos, tierra chamuscada, criaturas malvadas dando vueltas delante de la luna rota. Una meseta árida de rocas se extendía ante las ventanas. Estaba poblada con figuras oscuras, permaneciendo a poca distancia de las demás, y Jocelyn se dio cuenta de que eran los Cazadores Oscuros, vigilando.
La otra ventana mostró Alicante, lucia pacifico a la luz de la luna. Una curva de luna, un cielo lleno de estrellas, el resplandor del agua en los canales. La vista era una que Jocelyn había visto antes, y se dio cuenta por qué la habitación en la que estaba le parecía familiar.
Era el Salón del Concejo en el Gard. Transformado de un anfiteatro a una sala de trono, pero seguía teniendo el mismo techo arqueado, del mismo tamaño, la misma vista de la Ciudad de Cristal. Solo una ventana mostraba al mundo que ella conocía, Idris, de donde había venido. Y la ora mostraba el mundo donde ella estaba.
—Esta es mi fortaleza, tiene puertas para ambos mundos —dijo Sebastian, con tono petulante—. Este mundo esta drenado en seco, sí. Un cadáver drenado de un lugar. Oh, pero tu mundo está listo para ser gobernado. Sueño con eso en los días al igual que en las noches. ¿Quemo el mundo lentamente, con plagas y hambre, o la masacre debería ser más rápida y dolorosa?, ¡toda la vida, extinguiéndose rápidamente, imagínate como ardería! —Sus ojos eran febriles—. ¡Imagina lo alto que podría ascender, elevarme sobre los gritos de billones de personas, elevarme sobre el humo de millones de corazones quemándose! —Él se giró hacia ella—. Ahora —dijo—, dime que tengo eso de ti. Dime que algo de eso viene de ti.
La cabeza de Jocelyn estaba zumbando.
—Hay dos tronos —dijo.
Un pequeño pliegue apareció entre sus cejas.
—¿Qué?
—Dos tronos —dijo ella—. Y no soy tonta; Sé que intentas sentarla a tu lado. La necesitas allí; la quieres allí. Tu triunfo no significa nada si ella no está ahí para observarlo. Y eso…esa necesidad de alguien que te amé… eso viene de mí.
Él la miro fijamente. Estaba mordiendo su labio tan fuerte, que estaba segura de que sangraría.
—Debilidad —dijo, casi para si mismo—. Es una debilidad.
—Es humano —dijo ella—, ¿Pero en realidad crees que Clary se sentará a tu lado y estará feliz y dispuesta?
Por un momento ella creyó ver una chispa en sus ojos, pero un momento eran negros de nuevo.
—Preferiría tenerla feliz y dispuesta aquí, pero simplemente la tomaré aquí —dijo—. No me interesa demasiado su buena voluntad.
Algo parecía a punto de estallar en el interior del cerebro de Jocelyn. Ella se lanzó hacia adelante, tratando de alcanzar la daga en su mano, él se movió, evadiéndola, y él con un grácil y rápido movimiento golpeó sus piernas haciéndola perder la estabilidad. Ella cayó al suelo, giró y se puso de cuclillas. Antes de que pudiera levantarse, encontró una mano agarrando su chaqueta, tirándola para ponerla de pie.
—Perra estúpida —gruñó Sebastian, a pulgadas de su cara, los dedos de su mano izquierda hundiéndose en la piel debajo de su clavícula—. ¿Crees que puedes herirme? Mi verdadera madre hizo un hechizo para protegerme.
Jocelyn se echó hacia atrás.
—¡Déjame ir!
La ventana izquierda explotó con luz. Sebastian se tambaleó hacia atrás, sorpresa floreció en su rostro mientras miraba. El paisaje muerto de había encendido repentinamente con fuego, fuego ardiente de color dorado, el pilar aumentando hacia el cielo roto. Los Cazadores Oscuros corrían de aquí para allá sobre la tierra como hormigas. Las estrellas eran chispeantes, reflejando el fuego de vuelta, rojo, dorado, azul y naranja. Era hermoso y terrible como un Ángel.
Jocelyn sintió el inicio de una sonrisa tocar las comisuras de su boca. Su corazón estaba latiendo con esperanza, la primera que había sentido desde que había despertado en este mundo.
—Fuego Celestial —susurró ella.
—Ciertamente —Una sonrisa se dibujó en el rostro de Sebastian. Ella había esperado que estuviera horrorizado, pero en su lugar parecía exaltado—. Como el Buen Libro dice: Esta es la ley del Holocausto, porque la llama sobre el altar en la noche arderá hasta la mañana, y el fuego del altar arderá en el —gritó y levantó ambos brazos, como si tuviera la intención de abrazar el fuego que ardía tan alto y tan brillante más allá de la ventana—. ¡Gasta tu fuego en el aire del desierto, mi hermano! —gritó él—. Deja que se vierta en las arenas como sangre o agua, y nunca te detengas, no te detengas hasta que estemos cara a cara.
StephRG14
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Mensaje por StephRG14 Mar 19 Mayo 2015, 5:38 pm

Capitulo 18
Por las aguas de Babilonia


Las runas de energía estuvieron muy bien, Clary estaba exhausta cuando llegó a la parte superior del otro lugar de la arena, pero no empezaría a competir por una taza de café. Estaba segura de que podría enfrentar otro penoso día de caminata, a veces resbalándose con los pies y los tobillos en montones de ceniza, si acaba de tener cafeína dulce bombeando por sus venas.
—¿Estás pensando lo mismo que yo? —dijo Simon, acercándose a su lado. Se veía exhausto y cansado, con los pulgares enganchados en las correas de su mochila. Todos estaban cansados. Alec e Isabelle, después del incidente con el fuego celestial, habían vigilado en las inmediaciones de su escondite y no habían reportado demonios o Cazadores de Sombras. Aun así, todos estaban nerviosos, y ninguno había tenido más que un par de horas de sueño. Jace parecía estar corriendo por los nervios y la adrenalina, siguiendo el hilo del hechizo de rastreo del brazalete alrededor de su muñeca, a veces olvidando hacer una pausa y esperar a los demás en su loca carrera hacia Sebastian, hasta que gritábamos y corríamos a alcanzarlo.
—¿Un enorme latte del Mud Truck haría todo más brillante justo ahora?
—Hay un lugar para vampiros no muy lejos de Union Square, donde se mezcla la cantidad justa de sangre en el café —dijo Simon—. No tan dulce, ni tan salado.
Clary se detuvo; una rama seca se había enredado en los cordones de sus botas.
—¿Recuerdas cuando hablamos de no compartir?
—Isabelle me escucha hablar acerca de cosas de vampiros.
Clary sacó a Eósforo. La espada, con la nueva runa negra tallada en la hoja, parecía brillar en su mano. Usó la punta para hacer palanca en la rama dura y espinosa.
—Isabelle es tu novia —dijo—. Ella tiene que escucharte.
—¿Lo es? —Simon lucía sorprendido.
Clary alzó las manos y empezó a bajar la colina. El suelo estaba inclinado, con hoyos y pozos agrietados aquí y allá, todo cubierto con el apagado brillo interminable del polvo. El aire estaba quieto y pesado, el cielo de un verde pálido. Podía ver a Alec e Isabelle de pie cerca de Jace, al pie de la colina; él estaba tocando el brazalete de su muñeca con el ceño fruncido en la distancia.
Algo brillaba en la esquina de la visión de Clary, y se detuvo de repente. Entrecerró los ojos, tratando de ver lo que era. El brillo de algo plateado en la lejanía, más allá de las piedras y el montón de escombro del desierto. Sacó su estela y dibujó una runa Hipermétrope rápida en el brazo, la quemadura y el pinchazo de la punta redondeada de la estela corto a través del nubloso agotamiento de su mente, agudizando su visión.
—¡Simon! —dijo mientras él se encontraba con ella—. ¿Ves eso?
Él siguió su mirada.
—Alcancé a verlo anoche. ¿Recuerdas cuando Isabelle dijo que pensaba que había visto una ciudad?
—Clary. —Era Jace, mirando hacia ellos, con el rostro pálido. Ella hizo un gesto de señas—. ¿Qué está pasando?
Señaló una vez más, hacia lo que ahora definitivamente podía ver brillar, un conjunto de formas, en la distancia.
—Hay algo ahí —gritó hacia abajo—. Simon piensa que es una ciudad.
Se interrumpió, porque Jace había comenzado a correr en dirección a lo que había señalado. Isabelle y Alec parecían sorprendidos antes de empezar a seguirlo; Clary exhaló un suspiro de exasperación y, con Simon a su lado, los siguió.
Comenzaron bajando por la pendiente, que estaba cubierta de piedras sueltas, medio corriendo y medio deslizándose, dejando que dichas piedras los guiaran. No era la primera vez, que Clary realmente apreciaba sus herramientas: Sólo se podía imaginar lo difícil que habría sido pasar esta grava, normalmente se habrían hecho pedazos los zapatos y pantalones.
Ella golpeó la parte inferior de la pendiente corriendo. Jace estaba a cierta distancia por delante, con Alec e Isabelle justo detrás de él, moviéndose rápido, trepando por los montones de rocas, saltando pequeños riachuelos de escoria fundida. Cuando Clary se acercaba, vio que se dirigían hacia un lugar donde el desierto parecía caer lejos, ¿al borde de una meseta? o ¿era un acantilado?
Clary aceleró, luchando con las últimas pilas de rocas y definitivamente casi rodando. Ella aterrizó en sus pies, Simon, mucho más elegante, justo por delante de ella, y vio que Jace estaba de pie en el borde de un enorme acantilado que caía ante él como del Gran Cañón. Alec e Isabelle se habían puesto a ambos lados de él. Los tres estaban inquietantemente silenciosos, mirando al frente, a la magullada tenue luz.
Algo en la postura de Jace, la forma en que se puso de pie, le dijo a Clary que algo no estaba bien. Entonces ella vio su expresión y su alteración mental “no está bien” o “muy mal hecho.”
Él estaba mirando hacia abajo en el valle, como si estuviera mirando la tumba de alguien a quien hubiera amado. En el valle estaban las ruinas de una ciudad. Una antigua ciudad, que alguna vez había sido construida en torno a una colina. La parte superior de la colina estaba rodeada de nubes grises y niebla. Montones de rocas eran todo lo que quedaba de las casas, y la ceniza se había apoderado de las calles y las ruinas de los edificios. Caídos entre las ruinas, como cerillas desechadas, estaban rotos pilares hechos de piedra brillante pálida, incongruentemente hermosos en esta tierra de ruinas.
—Torres demonio —susurró.
Jace asintió con gravedad.
—No sé cómo —dijo—, pero de alguna manera esto es Alicante.
***
—Es una carga terrible, asumir tal responsabilidad de visitar a aquellos tan jóvenes —dijo Zachariah cuando la puerta de la sala del Concejo se cerró detrás de Emma Carstairs y Julian Blackthorn. Aline y Helen habían ido con ellos, para escoltarlos de vuelta a la casa donde se alojaban. Ambos niños estaban casi balanceándose en sus pies por el cansancio al final de su interrogatorio por el Concejo, con sombras pesadas y oscuras bajo los ojos.
Sólo unos pocos miembros del Concejo aún quedaban en la habitación: Jia y Patrick, Maryse y Robert Lightwood, Kadir Safar, Diana Wrayburn, Tomas Rosales, y una dispersión de Hermanos Silenciosos y jefes de institutos. La mayoría estaban charlando entre ellos, pero Zachariah estaba junto al atril de Jia, mirándola con una profunda tristeza en sus ojos.
—Han sufrido una gran pérdida —dijo Jia—, pero nosotros somos Cazadores de Sombras, muchos de nosotros sufrimos grandes pérdidas a una edad temprana.
—Tienen a Helen, y a su tío —dijo Patrick, de pie, no muy lejos con Robert y Maryse, ambos se veían tensos y cansados—. Ellos estarán bien atendidos, y Emma Carstairs, además, claramente es considerada de la familia Blackthorn.
—A menudo son criados por nuestros guardianes, no son de nuestra sangre —dijo Zachariah. Jia pensó que había visto una suavidad especial en sus ojos cuando se posaron en Emma, casi un lamento. Pero tal vez lo había imaginado—. Ellos nos aman y los amamos. Así que están conmigo. Mientras ella no se aparte de los Blackthorns, o el chico, Julian, esto es lo más importante.
Jia oía lejanamente a su marido tranquilizar al ex Hermano Silencioso, pero su mente estaba en Helen. Abajo, en el fondo de su corazón, Jia a veces se preocupada por su hija, quien había entregado su corazón completamente a una
chica que era parte de las Hadas, una raza conocida por su falta de credibilidad. Ella sabía que Patrick no estaba feliz de que Aline hubiera elegido a una chica en lugar de un chico, eso lo entristecía —egoísta, pensó— porque él veía que era el final de la rama de los Penhallows. Ella estaba más preocupada de que Helen Blackthorn le rompiera el corazón a su hija.
—¿Cuánto crédito le da a la reclamación de traición de las Hadas? —preguntó Kadir.
—Todo el crédito —dijo Jia—. En ello se explica mucho. ¿Cómo las Hadas pudieron entrar a Alicante y huir con los presos que eran los representantes de las casas de las Hadas? ¿Cómo Sebastian fue capaz de ocultar las tropas de nosotros a la ciudadela? ¿Por qué se salvó Marcos Blackthorn? no por miedo a enojar a las Hadas, pero por respeto a su alianza. Mañana voy a enfrentar a la Reina de las Hadas y…
—Con todo el debido respeto —dijo Zachariah con voz suave—. No creo que deba hacer eso.
—¿Por qué no? —exigió Patrick.
«Debido a que ahora tiene información que la Reina de las Hadas no sabe que tienes» dijo el hermano Enoc. «Es raro que eso suceda. En la guerra hay ventajas de poder, pero las ventajas también están en el conocimiento. No desperdicie esta.»
Jia vaciló.
—Las cosas pueden ser peor de lo que sabes —dijo, y sacó algo del bolsillo de su abrigo. Era un mensaje de fuego, se dirigió a ella desde el Laberinto en Espiral. Ella se lo dio a Zachariah.
Él pareció congelarse en el lugar. Por un momento, él simplemente la miró; luego pasó un dedo sobre el papel, y ella se dio cuenta que no estaba leyendo sino trazando la firma del autor de la carta, una firma que claramente lo golpeó como una flecha al corazón.
Theresa Gray.
—Tessa dice —dijo él finalmente, y luego se aclaró la garganta, su voz había surgido irregular y desigual—. Ella dice que los brujos del Laberinto en Espiral han examinado el cuerpo de Amalric Kriegsmesser. Que su corazón se encogió, sus órganos están desecados. Dice que lo siente, pero no hay absolutamente nada que se pueda hacer para curar al Cazador Oscuro. La Necromancia podría hacer que sus cuerpos se muevan de nuevo, pero sus almas se han ido para siempre.
—Sólo el poder de la Copa Infernal los mantiene con vida —dijo Jia, su voz palpitante de dolor—. Están muertos por dentro.
—Si la propia Copa Infernal pudiera ser destruida… —reflexionó Diana.
—Entonces podría matarlos a todos, sí —dijo Jia—, pero no tenemos la Copa Infernal. Sebastian la tiene.
—Matar a todos en un solo movimiento, parece equivocado —dijo Tomas, mirando horrorizado—. Ellos son Cazadores de Sombras.
—Ellos no lo son —dijo Zachariah, con una voz mucho menos suave de la que Jia había llegado a asociar con él. Ella lo miró con sorpresa—. Sebastian cuenta con nosotros pensando en ellos como Cazadores de Sombras. Él sabe sobre nuestra vacilación, nuestra incapacidad para matar a los monstruos que llevan caras humanas.
—Es por nuestra misericordia —dijo Kadir.
—Si me Convierto, me gustaría poner fin a mi sufrimiento —dijo Zachariah—. Esa es la misericordia. Eso es por lo que Edward Longford dio su parabatai, antes morir por su espada. Es por eso que lo respeto. —Tocó la runa desvanecida en su garganta.
—Entonces ¿le pedimos al Laberinto en Espiral que se den por vencidos? —preguntó Diana—. ¿Que cese la búsqueda de una cura?
—Ellos ya se han dado por vencidos. ¿No escuchaste lo que escribió Tessa? —dijo Zachariah—. Una cura no siempre se puede encontrar. Al menos, no a tiempo. Lo sé, esto es lo he aprendido, que no se puede confiar en ese plan. No puede ser nuestra única esperanza. Debemos llorar al Cazador Oscuro como
un muerto, y confiar en lo que somos: Cazadores de Sombras, guerreros. Debemos hacer lo que nos hicieron hacer. Luchar.
—Pero, ¿cómo nos defendemos contra Sebastian? ¡Ya era bastante malo cuando solo con sus Cazadores Oscuros, ahora tenemos que luchar contra el pueblo de las Hadas también! —espetó Tomas—.Y tú eres sólo un chico…
—Tengo ciento cuarenta y seis años de edad —dijo Zachariah—. Y esta no es mi primera guerra imposible de ganar. Creo que podemos convertir la traición de las Hadas en una ventaja. Pediremos la ayuda del Laberinto en Espiral para hacerlo, pero solo si van a escucharme y les diré cómo.
***
Clary, Simon, Jace, Alec e Isabelle siguieron su camino en silencio a través de las ruinas misteriosas de Alicante. Pero Jace tenía razón: Era Alicante, sin lugar a dudas. Habían pasado demasiadas cosas familiares para que fueran otra cosa. Las paredes de la ciudad, ahora estaban derrumbadas; las puertas, corroídas con las cicatrices de la lluvia ácida. La Plaza de la Cisterna. Los canales vacíos, llenos de musgo esponjoso negro.
La colina estaba arruinada, un simple montón de rocas. Las marcas donde antes habían estado los caminos ahora eran claramente visibles a un lado a lo largo como cicatrices. Clary sabía que el Gard debía estar en la parte superior de la misma, pero si seguía en pie, era invisible, oculto por la niebla gris.
Por fin se encaramaron en un montículo de escombros y se encontraron en la Plaza del Ángel. Clary dio un soplo de sorpresa, aunque la mayoría de los edificios que habían pasado se habían caído, la plaza estaba sorprendentemente ilesa, adoquines se extendían en la luz amarillenta. El Salón de los Acuerdos seguía en pie.
No era de piedra blanca, sin embargo. En la dimensión humana, se veía como un templo griego, pero en este mundo era de metal lacado. Un alto edificio cuadrado, si algo que se veía como el oro fundido que se había derramado desde el cielo podría ser llamado un edificio. Grandes grabados
corrían alrededor de la estructura, como la cinta de embalaje de una caja; todo brillaba débilmente bajo la luz naranja.
—El Salón de los Acuerdos. —Isabelle se puso de pie con el látigo enrollado alrededor de su muñeca, miro hacia arriba—. Increíble.
Empezaron a subir los escalones, que eran de oro manchado con el negro de la ceniza y la corrosión. En la parte superior de las escaleras, se detuvieron para mirar las enormes puertas dobles. Estaban cubiertas con cuadros de un metal martillado. Cada uno tenía un panel grabado que mostraba una imagen.
—Es una historia —dijo Jace, acercándose y tocando los grabados con el dedo. Escribiendo en un idioma desconocido, desplazándolo a lo largo de la parte inferior de cada ilustración. Él miró a Alec—. ¿Puedes leer?
—¿Soy la única persona que presta atención en las clases de idiomas? —Demandó Alec con cansancio, pero se acercó a mirar más de cerca los garabatos—. Bueno, en primer lugar, los paneles —dijo—, son una historia —Señaló la primera, que mostraba a un grupo de gente, con garras llegando hacia ellos—. Los seres humanos vivieron aquí, o algo así como seres humanos —dijo Alec, señalando a las figuras—. Ellos vivían en paz, y luego vinieron los demonios. Y entonces... —Se interrumpió, con la mano en un panel cuya imagen era tan familiar para Clary como la palma de su propia mano. El ángel Raziel, saliendo del Lago Lyn, con el Instrumento Mortal en mano—. Por el Ángel.
—Literalmente —dijo Isabelle—. ¿Cómo… es ese nuestro Ángel? ¿Nuestro lago?
—No lo sé. Dice que los demonios llegaron, y los Cazadores de Sombras fueron creados para luchar contra ellos. —Alec continuó, moviéndose a lo largo de la pared, los paneles progresaron. Él señaló con el dedo a los garabatos—. Esta palabra, aquí, significa "Nefilim-" Pero los Cazadores de Sombras rechazaron la ayuda de los Subterráneos. Los brujos y las Hadas se unieron con sus padres infernales. Se aliaron con los demonios. Los Nefilim fueron derrotados y masacrados. En sus últimos días, crearon un arma que estaba destinada a mantener a los demonios fuera. —Indicó un panel que muestra a
una mujer sosteniendo una especie de barra de hierro con una piedra ardiendo puesta en la final de la misma—. Ellos no tenían cuchillos serafines, no habían sido desarrollados. No se ve como si tuvieran Hierro de las Hermanas o existieran los Hermanos Silenciosos, tampoco. Tenían herreros, y desarrollaron algún tipo de arma, algo que ellos pensaban que les podría ayudar. La palabra aquí es “skeptron,” pero eso no significa nada para mí. De todos modos el skeptron no fue suficiente. —Se movió al siguiente panel, que mostró la destrucción: los Nefilim que yacían muertos, la mujer con la barra de hierro rota en el suelo, la propia barra echada a un lado—. Los demonios, son llamados asmodei aquí, incendiando ciudades y llenando el cielo de cenizas y nubes. Prendieron el fuego y arrasaron las ciudades de la tierra. Mataron a todo lo que se movía y respiraba. Drenaron los mares hasta que todo en el agua también estaba muerto.
—Asmodei —hizo eco de Clary—. Lo he escuchado antes. Era algo que Lilith dijo acerca de Sebastian. Antes de que él naciera. «El niño que nacerá con esta sangre en él superará en poder a los Demonios Mayores de los abismos entre los mundos. Él será más poderoso que el asmodei».
—Asmodeus es uno de los Demonios Mayores de los abismos entre los mundos —dijo Jace, encontrando la mirada de Clary. Ella sabía que él recordó el discurso de Lilith, así como ella lo recordó. Había compartido la misma visión, que les fue mostrada a ellos por el ángel Ithuriel.
—¿Al igual que Abbadon? —Simon preguntó—. Él era un Demonio Mayor.
—Mucho más poderoso que eso. Asmodeus es un príncipe del infierno, hay nueve de ellos. El Fati. Los Cazadores de Sombras no tienen esperanzas de derrotarlos. Pueden destruir a los ángeles en el combate. Ellos pueden rehacer mundos —dijo Jace.
—Los asmodei son hijos de Asmodeus. Demonios poderosos. Ellos drenaron este mundo y luego lo dejaron para otros demonios, más débiles para habitarlo —Alec sonaba enfermo—. Este ya no es el Salón de los Acuerdos. Es una tumba. Una tumba para la vida de este mundo.
—¿Pero este nuestro mundo? —Isabelle levantó la voz—. ¿Nos vamos adelantando? Si la Reina nos engañó…
—No lo hizo. Por lo menos, no se trata de dónde estamos —dijo Jace—. No estamos adelantando, hemos tomado un camino diferente. Esta es una dimensión espejo de nuestro mundo. Un lugar donde la historia fue un poco diferente. —Él metió los pulgares en el cinturón y miró a su alrededor—. Un mundo sin los Cazadores de Sombras.
—Es como El planeta de los Simios —dijo Simon—. Excepto que eso era en el futuro.
—Sí, bueno, esto podría ser nuestro futuro si Sebastian consigue lo que quiere —dijo Jace. Tocó el panel de la mujer estaba sosteniendo el skeptron ardiendo y frunció el ceño, y luego empujó con fuerza la puerta.
La puerta se abrió con un chirrido de bisagras cortando el aire como un cuchillo. Clary se estremeció. Jace sacó su espada y miró con cautela por el hueco de la puerta. Había una habitación más allá, llena de una luz grisácea. Empujó aún más la puerta con su hombro y entró entre la brecha, haciendo un gesto a los demás para que esperaran.
Isabelle, Alec, Clary y Simon se miraron, y sin decir una palabra, lo siguieron inmediatamente. Alec fue primero, el arco abajo; luego Isabelle con su látigo, Clary con su espada, y Simon, los ojos le brillaban como los de un gato en la oscuridad.
El interior del Salón de los Acuerdos era a la vez familiar y desconocido. El suelo era de mármol, agrietado y roto. En muchos lugares grandes manchas negras se distribuían en la piedra, restos de manchas de sangre antiguas. El techo por encima, el de su Alicante era de cristal, se había ido, sólo quedan fragmentos, como cuchillas claras contra el cielo.
La habitación en sí estaba vacía, excepto por una estatua en el centro. El lugar estaba lleno de una enfermiza luz amarillenta grisácea. Jace, de pie frente a la estatua, se dio la vuelta mientras se acercaban.
—Les dije que esperaran —le espetó a Alec—. ¿Nunca hacen nada que lo digo?
—Técnicamente no dijiste nada en realidad —dijo Clary—. Sólo un gesto.
—Gesticular cuenta —dijo Jace—. Yo hago gestos muy expresivamente.
—No estás a cargo —dijo Alec, bajando su arco. Parte de la tensión se había salido de su postura. Claramente no había demonios escondidos en las sombras: Nada bloqueaba su visión de las paredes corroídas, y nada más que la estatua permaneció de pie en la habitación—. No necesitas protegernos.
Isabelle puso los ojos en los dos y se acercó a la estatua, estirando la cabeza hacia atrás. Era la estatua de un hombre con armadura; sus pies, en las botas con correas, se posaban sobre un pedestal de oro. Llevaba una cota de malla compleja de círculos de piedra vinculados, decorado con un motivo de alas de ángel en el pecho. En la mano llevaba una réplica de hierro de un skeptron, inclinado por un adorno de metal circular, en la que una joya roja se había fijado.
Los que habían tallado la estatua habían sido muy calificado. El rostro era guapo, de mandíbula cuadrada, con una mirada clara y distante. Pero habían capturado más que belleza: Había una cierta dureza en el conjunto de sus ojos y la mandíbula, una vuelta de tuerca a su boca que hablaba de egoísmo y crueldad.
Había palabras escritas en el zócalo, y aunque no estaban en inglés, Clary podía leerlos.
JONATHAN CAZADOR DE SOMBRAS. PRIMER Y ÚLTIMO NEFILIM.
—El primero y él último —susurró Isabelle—. Este lugar es una tumba.
Alec se puso en cuclillas. Había más palabras en el zócalo, bajo el nombre de Jonathan Cazador de Sombras. Las leyó:
—“Y al vencedor, al que guardare mis obras hasta el final, yo le daré autoridad sobre las naciones; y las regirá con vara de hierro, y le daré la Estrella de la Mañana.”
—¿Qué se supone que significa? —preguntó Simon.
—Que Jonathan Cazador de Sombras era engreído —dijo Alec—. Creo que él pensó que este skeptron no solo los salvaría, sino que le dejaría gobernar el mundo.
—«Y le daré la Estrella de la Mañana» —dijo Clary—. Eso es de la Biblia. Nuestra Biblia. Y “Morgenstern” significa “estrella de la mañana.”
—Estrella de la mañana, puede ser un montón de cosas —dijo Alec—. Puede significar “la estrella más brillante en el cielo”, o puede significar "fuego del cielo", o también puede significar “el fuego que cae con los ángeles cuando son arrojados del cielo”. Es también el nombre de Lucifer, el portador de la luz, el demonio de la soberbia. —Se enderezó.
—De cualquier manera, esto significa que lo que la estatua está sosteniendo es un arma de verdad —dijo Jace—. Al igual que en los grabados de las puertas. Dijiste que el skeptron es lo que ellos desarrollaron aquí, en vez de cuchillos serafín, para mantener a raya a los demonios. Mira las marcas en el mango. Ha estado en la batalla.
Isabelle tocó el colgante alrededor de su garganta.
—Y la piedra roja. Parece que está hecha del mismo material que el collar.
Jace asintió.
—Creo que es la misma piedra. —Clary sabía lo que iba a decir a continuación antes de que él lo dijera—. Esa arma. Yo la quiero.
—Bueno, no puedes tenerla —dijo Alec—. Está agarrada a la estatua.
—No lo está. —Señaló Jace—. Mira, la estatua la agarra, pero en realidad son dos piezas totalmente independientes. Ellos tallaron la estatua y luego pusieron el cetro en sus manos. Se supone que debe ser desmontable.
—No estoy seguro de que eso es exactamente cierto… —empezó Clary, pero Jace ya se estaba poniendo un pie en el zócalo, y se preparaba para subir. Tenía el brillo en sus ojos que ella tanto amaba y temía, el que decía, hago lo que quiero, y al diablo las consecuencias.
—¡Espera! —Simon se lanzó a bloquear a Jace evitando que subiera más—. Lo siento, pero ¿es que nadie más ve lo que está pasando aquí?
—Nooo —Jace, dijo arrastrando las palabras—. ¿Por qué no nos dices? Quiero decir, no tenemos nada más que tiempo.
Simon cruzó los brazos sobre el pecho.
—He estado en un montón de campañas.
—¿Campañas? —Isabelle repitió desconcertada.
—Lo que quiere decir al juego Dragones y Mazmorras —explicó Clary.
—¿Juego? —Alec hizo eco de incredulidad—. En caso de que no lo hayas notado, este no es un juego.
—Ese no es el punto —dijo Simon—. El punto es que cuando estás jugando y tu grupo se encuentra con un montón de tesoros, o una gran gema brillante, o una calavera dorada mágica, nunca debes tomarla. Es siempre una trampa. —Descruzó sus brazos y les hizo señas frenéticamente—. Esto es una trampa.
Jace se quedó en silencio. Estaba mirando a Simon pensativamente, como si nunca lo hubiera visto antes, o por lo menos nunca lo consideró tan de cerca.
—Ven aquí —dijo.
Simon se acercó a él, con las cejas levantadas.
—¿Qué? ¡Uf!
Jace había dejado caer su espada en manos de Simon.
—Espera por mí mientras yo subo —dijo Jace, y saltó hacia arriba sobre la camilla. Las protestas de Simon fueron ahogadas por el ruido de las botas de Jace que golpean contra la piedra mientras se trepaba a la estatua, estirándose hacia arriba mano sobre mano. Él llegó a la mitad de la estatua, donde la cota tallada ofreció puntos de apoyo, y se preparó, llegando a través de la piedra para cerrar la mano alrededor de la manija del skeptron.
Podría haber sido una ilusión, pero Clary creyó ver la sonrisa tocar la boca de la estatua en una mueca aún más cruel La piedra roja se encendió de repente; Jace se echó hacia atrás, pero la habitación ya estaba llena de un ruido ensordecedor, la terrible combinación de una alarma de incendio y un grito humano, que sigue y sigue y sigue.
—¡Jace! —Clary corrió a la estatua; él ya había bajado al suelo, haciendo una mueca al oír el ruido horrible. La luz de la piedra roja iba en aumento, llenando la habitación con una iluminación sangrienta.
—Maldita sea —Jace gritó por encima del ruido—. Odio cuando Simon tiene razón.
Con una mirada Simon le devolvió la espada a Jace; éste miró a su alrededor con cautela. Alec había levantado su arco otra vez; Isabelle estaba lista con su látigo. Clary sacó una daga de su cinturón.
—Será mejor que salgamos de aquí —Alec gritó—. Podría no ser nada, pero…
Isabelle gritó, y se llevó la mano al pecho. Su colgante había empezado a parpadear, lentos y constantes pulsos brillantes como un latido del corazón.
—¡Demonios! —gritó ella, al igual que el cielo se llenó de cosas voladoras. Y eran cosas, tenían cuerpos redondos y pesados, como enormes gusanos pálidos, llenas de filas de ventosas. No tenían caras: Ambos extremos terminaban en enormes bocas circulares rosadas bordeadas con dientes de tiburón. Filas de alas rechonchas alineaban sus cuerpos, cada ala inclinada con una garra, como una afilada daga. Y había un montón de ellas.
Incluso Jace palideció.
—¡Por el Ángel, corred!
Corrieron, pero las criaturas, a pesar de su circunferencia, eran más rápidas: Ellos estaban aterrizando a su alrededor, con asquerosos sonidos húmedos. Clary irremediablemente pensó que sonaban como bolitas de papel gigantes que caían del cielo. La luz que brotaba del skeptron había desaparecido
el momento en que ellos habían aparecido, y la habitación estaba ahora bañado por el resplandor amarillento del feo cielo.
—¡Clary! —gritó Jace cuando una de las criaturas se lanzó hacia ella, con su boca circular abierta. Cuerdas de baba amarilla colgaban de ella.
Una flecha se incrustó en el techo en la boca del demonio. La criatura se echó hacia atrás, escupiendo sangre negra. Clary vio a Alec apoderarse de otra flecha, ajustando, dejando que vuele. Otro demonio se tambaleó hacia atrás, y luego Isabelle estaba con él, su látigo rozando de un lado a otro, cortándolo en tiras. Simon se había apoderado de otro demonio y lo sostenía, sus manos se hundían en su cuerpo gris carnoso, y Jace hundió su espada en ella. El demonio se desplomó, golpeando a Simon en la espalda: aterrizó en su mochila. Clary creyó oír un sonido como el de cristales rompiéndose, pero un momento después Simon estaba de vuelta sobre sus pies, Jace lo estabilizo con una mano en el hombro antes de que ambos volvieran a la lucha.
Hielo había descendido sobre Clary: el frío silencio de la batalla. El demonio al que Alec había disparado se retorcía, tratando de escupir la flecha alojada en su boca; ella se acercó a él y hundió la daga en su cuerpo, salpicó sangre negra por las heridas, empapando su equipo. La habitación estaba llena del hedor putrefacto, basura de los demonios, atada a través con el picor del ácido; ella lo amordazo mientras el demonio daba un último espasmo y se desplomaba.
Alec estaba retrocediendo, dejando constantemente una flecha tras otra, él dejado a los demonios tambaleándose, heridos. Mientras luchaban, Jace e Isabelle cayeron sobre ellos, cortándolos en pedazos con la espada y el látigo. Clary siguió su ejemplo, saltando sobre otro demonio herido, aserrando desde la distancia con una suave banda de carne bajo su boca, su mano, estaba cubierta de aceitosa sangre de demonio, resbalando por la empuñadura de su daga. El demonio se derrumbó sobre sí mismo con un siseo, estrellándose contra el suelo. La hoja se deslizó de su mano, y ella se lanzó tras esta, apoderándose de ella, rodó a un lado justo cuando otro demonio se abalanzaba contra ella con su poderoso cuerpo.
Golpeó en el espacio contra ella, y se enroscó en torno, silbaba, por lo que Clary se encontró frente a dos bocas abiertas. Preparó su espada para mandarlo a volar, cuando un destello de plata–oro y el látigo de Isabelle bajó, cortando la cosa por la mitad.
Cayo partido en dos piezas, en un revoltijo de humeantes órganos internos derramándose. Incluso a través del frio de la batalla, Clary estaba casi enferma. Generalmente los demonios morían y desaparecían antes de ver gran parte de sus entrañas. Éste todavía se retorcía, incluso partido, se sacudía hacia adelante y atrás. Isabelle hizo una mueca y levantó el látigo otra vez, y la contracción se convirtió en una repentina sacudida violenta, el monstruo se retorció hacia atrás y hundió sus dientes en la pierna de Isabelle.
Izzy gritó, lo golpeo con el látigo, y la soltó; ella cayó hacia atrás, su pierna salió de debajo de ella. Clary saltó hacia adelante, apuño la otra mitad del demonio, hundiendo la daga en la espalda de la criatura hasta que se derrumbó debajo de ella y se encontró de rodillas en un mar de sangre de demonio, con su mano empapada, jadeando.
Hubo un silencio. El sonido de la alarma se había detenido, y los demonios se habían ido. Todos ellos habían sido sacrificados, pero no había alegría por la victoria. Isabelle estaba en el suelo, su látigo curvaba alrededor de su muñeca, la sangre brotaba de un corte en forma de media luna en su pierna izquierda. Ella jadeaba, sus párpados se movían rápidamente.
—Izzy —Alec dejó caer su arco y se lanzó por al suelo donde sangraba su hermana. Cayendo de rodillas, tiro de ella hacia arriba en su regazo. Tiró de la estela de su cinturón—. Iz , Izzy , espera…
Jace, que había recogido el arco caído de Alec, parecía que iba a vomitar o caer; Clary vio con sorpresa que Simon tenía la mano en el brazo de Jace, sus dedos se clavaban en el, como si estuviera a punto de levantarlo.
Alec desgarró el tejido cortado del equipo de Isabelle, saco el pantalón de su pierna abriendo su rodilla. Clary ahogó un grito. La pierna de Isabelle estaba encintada: era como si un tiburón la hubiera mordido, la sangre y el tejido estaban envueltos por una profunda pulpa.
Alec puso su estela en la piel de la rodilla y sacó una iratze, y luego la puso una pulgada más abajo. Sus hombros temblaban, pero su mano era firme. Clary envolvió su mano alrededor de la de Jace y la apretó. La suya estaba helada.
—Izzy —susurró Alec mientras los iratzes se desvanecían y se hundían en su piel, dejando restos blancos atrás. Clary recordó a Hodge, cómo ellos le habían dibujado una runa de curación después de una runa de curación sobre él, pero sus heridas habían sido demasiado grandes: las runas se habían desvanecido, y se había desangrado y muerto a pesar del poder de las runas.
Alec levantó la mirada. La forma de su cara era turbada, retorcida; había sangre en su mejilla: de Isabelle, pensó Clary.
—Clary —dijo él—. Tal vez si intentas…
Simon de repente se puso rígido.
—Tenemos que salir de aquí —dijo—. Puedo escuchar alas. No podemos con más de ellos.
Isabelle ya no estaba jadeando. El sangrado del corte en su pierna se había detenido, pero Clary podía ver, con el corazón encogido, que las heridas aún estaban allí, de un rojo hinchado e inflamado.
Alec se levantó, sosteniendo el cuerpo inerte de su hermana en sus brazos, su pelo negro colgando como una bandera.
—¿A dónde? —dijo con dureza—. Si corremos, ellos vendrán.
Jace se dio la vuelta.
—Clary.
Sus ojos estaban llenos de súplica. El corazón de Clary se rompió por él. Jace, que casi nunca le suplicaba por nada. Por Isabelle, la más valiente de todos.
Alec miró de la estatua a Jace, con el rostro pálido de su hermana inconsciente.
—Alguien —dijo, con la voz quebrada—. Haga algo…
Clary giró sobre sus talones y corrió hacia la pared. Ella medio se lanzó en contra de ella, tirando de la estela libre de su bota, y fue a por la piedra. El contacto de la punta del instrumento con el mármol envió una onda de choque por su brazo, pero ella siguió adelante, con los dedos vibrando mientras dibujaba. Líneas negras fisuraban la piedra, grietas con la forma de una puerta; los bordes de las líneas comenzaron a brillar. Detrás de ella Clary podía oír a los demonios: el bramido de sus voces, el choque de las alas con sus garras, sus silbantes llamados llegaban a gritos cuando la puerta se encendió como una luz.
Era un rectángulo plateado, tan profundo como el agua, pero no era agua, enmarcado con runas de fuego. Un Portal. Clary alargó una mano, tocó la superficie. Cada parte de su mente se concentraba en la visualización de un solo lugar.
—¡Vamos! —gritó, con los ojos fijos en ellos, no se movían como Alec, llevando a su hermana, corrió junto a ella y desapareció en él, cuando desapareció por completo. Simon le siguió, y luego Jace, cogiendo su mano libre mientras lo hacía. Clary sólo tuvo un momento para volverse y mirar detrás de ella, una gran ala negra se extendió por toda su visión, una visión de aterradores dientes chorreando veneno antes de que la tormenta del Portal la tomara y la hiciera alejarse del caos.
Clary se estrelló contra el suelo duro, amoratándose las rodillas. El Portal la había separado de Jace; rodó a sus pies rápidamente y miró a su alrededor, respirando con dificultad, ¿y si el Portal no había funcionado? ¿y si los había llevado al lugar equivocado?
Pero el techo de la cueva se elevó por encima, familiar y altísimo, marcado con runas. Allí estaba el pozo de fuego, las marcas de desgaste en el suelo, donde todos habían dormido la noche anterior. Jace se puso de pie, el arco de Alec cayó a su lado, Simon y Alec, de rodillas junto a Isabelle. Cualquier satisfacción que Clary sintió por su éxito con el Portal estalló como un globo. Isabelle estaba inmóvil y con el aspecto agotado, jadeando respiraciones superficiales. 
Jace se dejó caer junto a Alec y le tocó el pelo a Isabelle suavemente.
Jace Clary sintió el broche de la muñeca de Simon. Su voz estaba entrecortada.
—Si tú pudieras hacer cualquier cosa…
Ella se movió hacia adelante era como si estuviera en un sueño, se arrodilló al otro lado de Isabelle, frente a Jace, deslizó la estela entre sus dedos ensangrentados. Puso la punta en la muñeca de Izzy, recordando lo que había hecho afuera de la Ciudadela Adamant, cuando había vertido en sí misma la curación de Jace. Cura, cura, cura, rezó, y, finalmente, la estela se sacudió a la vida y las líneas negras empezaron a girar lentamente a través del antebrazo de Izzy. Izzy gimió y se sacudió en los brazos de Alec. Tenía la cabeza gacha, con la cara enterrada en el cabello de su hermana.
—Izzy, por favor —susurró—. No después de Max. Izzy, por favor, quédate conmigo.
Isabelle estaba sin aliento, sus párpados revoloteaban. Ella se arqueó hacia arriba y luego se dejó caer cuando el iratze desapareció en su piel. Un pulso sin vida manaba lentamente de la herida en la pierna: la sangre parecía estar teñida de negro. La mano de Clary apretaba con tanta fuerza su estela que sintió doblarse en su mano.
—No puedo hacerlo —susurró ella—. No estoy lo suficientemente fuerte.
—No eres tú; es el veneno —dijo Jace—. El veneno del demonio. En su sangre. A veces, las runas no pueden ayudar.
—Inténtalo de nuevo —dijo Alec a Clary; sus ojos estaban apagados, pero con un terrible brillo—. Con el iratze. O con una nueva runa; podrías crear una runa.
La boca de Clary estaba seca. Nunca había querido tanto crear una runa, pero la estela ya no se sentía como la extensión de su brazo; se sentía como una cosa muerta en su mano. Nunca se había sentido tan impotente.
Isabelle estaba tomando respiraciones ásperas.
—¡Algo tiene que ayudar! —gritó Simon de pronto, su voz hizo eco en las paredes—. Son Cazadores de Sombras, luchan con demonios todo el tiempo. Tienen que ser capaz de hacer algo…
—¡Y nos morimos todo el tiempo! —gritó Jace y de repente se desplomó sobre el cuerpo de Isabelle, doblándose como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago—. Isabelle, Dios, lo siento, lo siento mucho.
—Muévanse —dijo Simon, y de repente se puso de rodillas junto a Isabelle, todos ellos agrupados a su alrededor, y Clary se acordó del terrible cuadro en el Salón de los Acuerdos cuando los Lightwood se habían reunido alrededor del cadáver de Max, no podía estar sucediendo de nuevo, no podía.
—Déjala en paz —gruñó Alec—. No eres su familia, vampiro.
—No —dijo Simon—, no lo soy. —Y sacó sus colmillos, se veían fuertes y blancos. Clary contuvo el aliento mientras Simon llevaba su muñeca a la boca y rasgaba, rebanando las venas la sangre que corría en riachuelos por su brazo.
Los ojos de Jace se agrandaron. Se puso de pie y se alejó; tenía las manos en puños, pero no se movió para detener a Simon, quien puso su muñeca sobre la herida en la pierna de Isabelle y dejaba que su sangre corriera por sus dedos, salpicando sobre la de ella, cubriendo su herida.
—¿Qué…estás… haciendo? —rechinó entre dientes Alec, pero Jace puso una mano sobre él, scon us ojos sobre Simon.
—Déjalo —dijo Jace, casi en un susurro—. Puede funcionar, he oído hablar de que funciona…
Isabelle, todavía inconsciente, arqueó la espalda hacía los brazos de su hermano. Su pierna se retorcía. El talón de su bota se clavó en el suelo mientras su piel encintada comenzaba a tejerse de nuevo junta. La sangre de Simon se vertía en un flujo constante, cubría la lesión, pero aún por debajo de la sangre Clary pudo ver que nueva piel rosada cubría el lío desgarrado.
Los ojos de Isabelle se abrieron. Eran grandes y oscuros. Sus labios habían estado casi blancos, pero el color fue empezando a entrar de nuevo en ellos. Ella miró sin comprender a Simon, y luego abajo hacia su pierna.
La piel que se había desgarrado y triturado se veía limpia y pálida, sólo una media luna tenue, una cicatriz blanca con perfectos espacios a la izquierda para mostrar donde los dientes del demonio habían estado, la sangre de Simon todavía goteaba lentamente por sus dedos, aunque la herida en su muñeca se había curado en su mayoría. Estaba pálido, Clary se dio cuenta con ansiedad, mucho más pálido que de costumbre, y sus venas se veían oscurecido contra su piel. Levantó la muñeca a su boca, con los dientes al descubierto.
—¡Simon, no! —dijo Isabelle, luchando para sentarse contra Alec, que estaba mirando hacia ella con ojos azules sorprendido.
Clary cogió la muñeca de Simon.
—Está bien —dijo. La sangre manchaba la manga de su camisa, las comisuras de la boca. Su piel estaba fría bajo su toque, el pulso de su muñeca—. Está bien, Isabelle está bien —dijo ella, y levantó a Simon—. Vamos a darles un segundo —dijo en voz baja, y se lo llevó a donde podía apoyarse en el muro. Jace y Alec estaban inclinados sobre Isabelle, con la voz baja y murmurando. Clary sostuvo a Simon por la muñeca mientras se desplomaba contra la piedra, con los ojos cerrados por el agotamiento.
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Cazadores de sombras - Página 3 Empty RE: Ciudad del fuego celestial

Mensaje por StephRG14 Mar 19 Mayo 2015, 6:02 pm

Capitulo 19
En la tierra en silencio


La mujer Nefilim Oscura tenía la piel pálida y el pelo largo y cobrizo. Podría haber sido atractiva una vez, pero ahora enredada con tierra y ramas, no parecía importante, acababa de colocar el alimento en los platos, avena, y un caldo de aspecto gris, para Magnus y Luke, y una botella de sangre para Raphael, en el suelo y se alejó de los prisioneros.
Ni Luke ni Magnus se movieron hacia su comida. Magnus se sentía demasiado enfermo como para tener apetito. Además, él vagamente sospechaba que Sebastian hubiera envenenado la avena, drogado o ambas cosas. Raphael, sin embargo, tomó la botella y bebió con avidez, tragando hasta que la sangre corría por la comisura de sus labios.
—Ahora, ahora, Raphael —dijo una voz desde las sombras, y Sebastian Morgenstern apareció en la puerta abierta. La Nefilim oscura inclinó la cabeza y se apresuró a salir por delante de él, cerrando la puerta detrás de ella.
Realmente se veía asombrosamente igual a su padre cuando tenía su edad, pensó Magnus. Esos extraños ojos negros, totalmente negros sin una pizca de color marrón o avellana, el tipo de característica que es hermosa porque es inusual. La misma sonrisa fanática al contraerse. Jace nunca había tenido esa imprudencia y alegría anárquica de auto aniquilación que él se había imaginado, mucho menos un fanático. Lo cual, Magnus pensó, era precisamente la razón por lo que Valentine lo había despedido. Para aplastar a su oposición, se necesitaba un martillo, y Jace era un arma mucho más delicada que eso.
—¿Dónde está Jocelyn? —dijo Luke, por supuesto, su voz era un gruñido, con las manos en puños a los costados. Magnus se preguntaba cómo era que Luke podía mirar a Sebastian, si era tan parecido a Valentine, él había sido una vez su parabatai, debió ser doloroso, o esa era una pérdida que había desaparecido hace mucho tiempo—. ¿Dónde está ella?
Sebastian se rió, y eso era algo diferente en él; Valentine nunca había sido un hombre que se reía fácilmente. El humor sarcástico de Jace parecía haber nacido en su sangre, un rasgo claramente Herondale.
—Ella está bien —dijo—. Muy bien, y me refiero a que aún está viva. Qué es lo que mejor se puede esperar, ¿verdad?
—Quiero verla —dijo Luke.
—Uhmm… —dijo Sebastian, como si lo considerara—. No. No veo como eso me beneficie.
—Es tu madre —dijo Luke—. Podrías ser amable con ella.
—No es tu asunto, perro —por primera vez, había una sombra de juventud en la voz de Sebastian, un borde de petulancia—. Tú, pusiste tus manos sobre mi madre, por lo que Clary cree que eres su familia.
—Soy más familia de la que tú eres —dijo Luke, y Magnus le lanzó una mirada de advertencia cuando Sebastian se volteó, sus dedos se retorcieron hacia su cinturón, la empuñadura de la espada Morgenstern era visible.
—No —dijo Magnus en voz baja, y luego, más fuerte—: ¿Sabes que si tocas a Luke, Clary te odiará? Jocelyn, también.
Sebastian sacó su mano de la espada con un esfuerzo visible.
—Dije que no tengo la intención de hacerles daño.
—No, simplemente se resiste el rehén —dijo Magnus—. ¿Quieres algo… algo de la Clave, o algo de Clary y Jace. Yo diría que de este último; la Clave nunca te ha interesado mucho, pero te importa lo que piense tu hermana. Ella y yo somos muy cercanos, por cierto —añadió.
—No tan cercanos —el tono de Sebastian fue marchito—. Tú casi siempre intentas salvar la vida de todas las personas que conoces. No estoy tan loco.
—Tu pareces muy loco —dijo Raphael, que había permanecido en silencio hasta este momento.
—Raphael —dijo Magnus en tono de advertencia, pero Sebastian no parecía enojado. Fue hacia Raphael con una mirada de consideración.
—Raphael Santiago —dijo—. Líder del clan de Nueva York ¿O ya no? No, fue Camille quien ocupó esa posición, y ahora es la niña loca. Eso debe ser muy frustrante para ti. Realmente me parece que los Cazadores de Sombras de Manhattan deberían haber intervenido antes. Ni Camille ni la pobre Maureen Brown eran aptas para ser líderes. Rompieron los Acuerdos no les importaba nada de la ley. Pero lo hacían. Me parece que de todas las razas de Submundos, los vampiros han sido los más maltratados por los Cazadores de Sombras. Uno solo tiene que mirar su situación.
—Raphael —dijo Magnus otra vez, y trató de inclinarse hacia adelante, para captar la atención del vampiro, pero las cadenas de Magnus se estiraron, haciéndolas vibrar. Hizo una mueca de dolor por sus muñecas.
Raphael estaba sentado sobre sus talones, con las mejillas sonrojadas por su reciente alimentación. Su cabello estaba despeinado; se veía tan joven como cuando lo había conocido.
—No veo por qué tú me estás diciendo esto —dijo.
—No puedes decir que te he maltratado más que tus líderes vampiros —dijo Sebastian—. Te he alimentado. No te he puesto en una jaula. Sabes que voy a ganar; todos lo saben. Y ese día voy a ser feliz para asegurarme de que, Raphael, gobiernes todos los vampiros en Nueva York, de hecho, todos los vampiros en América del Norte. Eres bienvenido a ello. Todo lo que necesito es que traigas Hijos de la Noche a mi lado. La Reina de las Hadas ya se ha unido a mí. La Corte siempre escoge el lado ganador. ¿Y cuando no es así?
Raphael se puso de pie. Había sangre en sus manos; frunció el ceño hacia ellos. Raphael se veía fastidiado.
—Eso parece razonable —dijo—. Me reuniré contigo.
Luke dejó caer su rostro entre sus manos. A través de sus dientes Magnus dijo:
—Raphael, lo que hemos vivido, las expectativas que tenía de ti se han caído.
—Magnus, no importa —dijo Luke; él se estaba protegiendo, Magnus lo sabía. Raphael ya se había ido al lado de Sebastian—. Que se vaya. No es una pérdida.
Raphael resopló.
—No hay pérdida, tú lo has dicho —dijo—. Estaré bien deja de ser idiota, dejándote caer sobre esta celda, quejándote de tus amigos y amantes. Eres débil y siempre has sido débil.
—Debería haber dejado que entrara la luz del día —dijo Magnus, y su voz era como el hielo.
Raphael se estremeció, era apenas un movimiento, pero Magnus lo vio. No es que le trajera mucha satisfacción.
Sebastian vio el estremecimiento, sin embargo, la mirada de sus ojos oscuros se intensificó. De su cinturón sacó un cuchillo delgado, con una hoja estrecha. Misericordia, una “muerte misericordiosa," el tipo de hoja que estaba destinada a perforar a través de los huecos en la armadura y entregar un golpe mortal.
Raphael, al ver el destello del metal, retrocedió rápidamente, pero Sebastian solo sonrió y volteó la hoja en la mano. Se la ofreció a Raphael, empuñándola primero.
—Toma —dijo.
Raphael extendió una mano, con una mirada sospechosa. Tomó el cuchillo y lo sostuvo, apretándolo débilmente, los vampiros tenían poca utilidad para las armas. Eran sus propias armas.
—Muy bien —dijo Sebastian—. Ahora vamos a sellar nuestro acuerdo con sangre. Mata al brujo.
La hoja cayó de la mano de Raphael y tocó al suelo. Con una mirada de irritación Sebastian se inclinó y la cogió, volviéndola a colocar en la mano del vampiro.
—Nosotros no matamos con cuchillos —dijo Raphael, mirando desde la hoja hasta la fría expresión de Sebastian.
—Ahora sí —dijo Sebastian—. No quiero que le arranques la garganta; demasiado asqueroso, fácilmente puedes hacerlo mal. Haz lo que te digo. Ve donde el brujo y apuñálalo hasta la muerte. Cortarle la garganta, perfora su corazón, como tú quieras.
Raphael se volvió hacia Magnus. Luke dio un paso adelante; Magnus levantó una mano para advertirle.
—Luke —dijo—. No lo hagas.
—Raphael, si tú haces esto, no habrá paz entre el Clan y los Hijos de la Noche, ni ahora ni nunca más —dijo Luke, con los ojos destellando con un brillo verde.
Sebastian se rió.
—No te podrás imaginar nunca lo que es tener un Clan nuevo, ¿Verdad, Lucian Graymark? Cuando gane esta guerra, y lo haré, voy a gobernar con mi hermana a mi lado, y te mantendré en una jaula para que ella te lance huesos cuando la divierta.
Raphael dio otro paso hacia Magnus. Sus ojos eran enormes. Su garganta había sido besada tantas veces por el crucifijo que llevaba que la cicatriz nunca se iría. La hoja brillaba en su mano.
—Si piensas que Clary toleraría… —comenzó Luke, y luego dio media vuelta. Se acercó a Raphael, pero Sebastian ya estaba frente a él, bloqueando su camino con la hoja Morgenstern.
Con una extraña indiferencia Magnus miró como Raphael se le acercaba. El corazón de Magnus le latía en su pecho, era consciente de que había pasado mucho, pero que no sentía miedo. Había estado cerca de la muerte muchas veces; tantas, que la idea ya no le asustaba. A veces pensaba, una parte de él deseaba que ese país desconocido, fuera un lugar al que nunca hubiera ido, una experiencia aún no vivida.
La punta del cuchillo tocó el cuello. La mano de Raphael estaba temblando; Magnus sintió el pinchazo cuando la hoja tocó el hueco de su garganta.
—Así es —dijo Sebastian con una sonrisa salvaje—. Córtale la garganta. Deja que la sangre corra por el suelo. Él ha vivido demasiados años.
Magnus entonces pensó en Alec, sus ojos azules y su sonrisa constante. Pensó en cuando se alejó de Alec en los túneles debajo de Nueva York. Pensó en qué lo había hecho. Sí, ver a Alec con Camille le había enfurecido, pero era más que eso.
Recordó a Tessa llorando en sus brazos, en París, pensando que nunca había conocido la pérdida que ella sentía, porque nunca había querido lo que ella tenía, y que tenía miedo de que algún día iba como Tessa a perder su amor mortal. Y que era mejor ser el que murió, que el que vivió sucesivamente.
Lo había descartado, más tarde, como una fantasía mórbida, y no se había acordado de nuevo de Alec. Había roto con él para alejarse. Porque para un inmortal amar a un mortal había sido la destrucción de los Dioses, y si los Dioses se habían destruido por él, Magnus apenas podía esperar lo mejor. Miró a Raphael a través de sus pestañas.
—¿Te acuerdas? —dijo en voz baja, tan baja que dudaba que Sebastian pudiera oírlo—. ¿Sabes lo que me debes?
—Tú me salvaste la vida —dijo Raphael, pero su voz era insensible—. Una vida que nunca quise.
—Muéstrame que lo dices en serio, Santiago —dijo Sebastian—. Mata al brujo.
La mano de Raphael se tensó sobre la empuñadura del cuchillo. Sus nudillos estaban blancos. Habló con Magnus:
—No tengo alma —dijo—. Pero te hice una promesa en la puerta de mi madre, y ella era sagrada para mí.
—Santiago —comenzó Sebastian.
—Yo era un niño entonces. Ya no lo soy ahora —el cuchillo cayó al suelo. Raphael se volvió y miró a Sebastian, sus grandes ojos oscuros muy claros—. No puedo —dijo—. No lo haré. Le debo una deuda de hace muchos años.
Sebastian estaba muy quieto.
—Me decepcionas, Raphael —dijo, y envainó la espada Morgenstern. Dio un paso adelante y cogió el cuchillo a los pies de Raphael, dándole vueltas en su mano. Un poco de luz salió a lo largo de la hoja, el canto de una lágrima de fuego—. Me decepcionas mucho —dijo, y luego demasiado rápido para que el ojo lo siguiera, clavó la hoja en el corazón de Raphael.
***
Hacía mucho frío en el interior de la morgue del hospital. Maia no estaba temblando, pero podía sentirlo, como agujas contra su piel.
Catarina estaba de pie contra el banco de los compartimentos de acero que sostenían los cadáveres, que se extendían a lo largo de una pared. Las luces fluorescentes amarillas hicieron su mirada descolorida, una mancha restregada de color azul claro en verde. Ella estaba murmurando en voz baja en un idioma extraño que hizo correr escalofríos por la columna vertebral de Maia.
—¿Dónde está? —preguntó Bat. Tenía un cuchillo de caza de aspecto siniestro en una mano y una jaula de la perrera de gran tamaño en la otra. Él la dejo caer con un sonido estruendoso, su mirada barrió la habitación.
Dos mesas de acero desnudas de pie en el centro de la morgue. Como miraba fijamente a Maia, uno de ellos comenzó avanzando poco a poco. Sus ruedas arrastrándose por el suelo de baldosas.
Catarina señaló:
—No —dijo. Su mirada estaba en la jaula; ella hizo un gesto con los dedos y la jaula pareció vibrar y chispar—. Debajo de la mesa.
—¡No me digas! —dijo Lily arrastrando las palabras, chasqueando sus talones delante del otro. Se inclinó para mirar por debajo de la mesa, luego saltó hacia atrás con un grito. Voló por los aires y aterrizó en uno de los mostradores, donde se alzó como un murciélago, con el pelo negro cayéndole debajo de su cola de caballo—. Es horrible —dijo.
—Es un demonio —dijo Catarina. La mesa había dejado de moverse—. Probablemente un Dantalion o algún otro tipo de ghoul. Se alimentan de los muertos.
—Oh, por el amor de Dios —dijo Maia, dando un paso hacia adelante; antes de llegar a la mesa, Bat pateó con una bota. Se acercó con un ruidoso sonido, revelando a la criatura de debajo.
Lily tenía razón: era horrible. Era aproximadamente del tamaño de un perro grande, pero se parecía a una bola de color grisáceo, sus intestinos pulsaban, tenía incrustaciones de riñones malformados y nodos de pus y sangre. Un solo ojo amarillo lloroso miró de entre el amasijo de órganos.
—Ew —dijo Bat.
—Te lo dije —dijo Lily, mientras que una larga cuerda de intestino salía disparada del demonio y se envolvía alrededor del tobillo de Bat, tirando con fuerza. Él estrepitosamente cayó al suelo con una mueca de dolor.
—¡Bat! —gritó Maia, pero antes de poder moverse, él dio media vuelta y cortó con su cuchillo a través de la pulsante materia que lo sostenía. Se volvió al mismo tiempo que el demonio esparcía su veneno a través del suelo.
—Muy asqueroso —dijo Lily. Ahora estaba sentada en el mostrador, apropiándose de un rectangular objeto de metal, su teléfono, como si fuera a alejar al demonio.
Bat se puso de pie mientras el demonio se deslizaba hacia Maia. Ella lo pateó fuera, y se deshizo con un ruido enojado. Bat miró el cuchillo. El metal se estaba derritiendo, disuelto por el icor. Lo dejó caer con un ruido de disgusto.
—Armas —dijo, buscando alrededor—. Necesito un arma.
Maia cogió un bisturí de una mesa cercana y lo arrojó. Se hundió en la criatura con un ruido viscoso. El demonio chilló. Un momento después, el bisturí replicó fuera de él, como si hubiera sido expulsado de una particularmente poderosa tostadora. Se deslizó por el suelo, fundiéndose y chisporreando.
—¡Las armas normales no funcionan en ellos! —Catarina dio un paso adelante, levantando su mano derecha. Estaba rodeada por la llama azul—. Solo cuchillas con runas.
—¡Entonces vamos a conseguir algunas de esas! —jadeó Bat y retrocedió mientras la criatura pulsante se deslizaba hacia él.
—¡Solo los Cazadores de Sombras pueden usarlas! —gritó Catarina, y un rayo azul de fuego se disparó de su mano. Golpeando a la criatura en un ángulo recto, enviándolo a rodar una y otra vez. Bat se apoderó de la jaula y la golpeó en frente del demonio, tirando hacia arriba de la escotilla mientras que el demonio entraba en el interior.
Maia cerró de golpe la escotilla y arrojó el perno, bloqueó al demonio dentro. Todos se echaron atrás, mirando con horror como silbaba y se lanzaba en torno a los límites de su prisión mágicamente reforzada. Todos excepto Lily, que seguía con su teléfono.
—¿Estás grabando esto? —exigió Maia.
—Tal vez —dijo Lily.
Catarina se sacó la manga de la frente. —Gracias por la ayuda —dijo—. Incluso la magia del brujo no puede matar Dantalions; son resistentes.
—¿Por qué estás filmando esto?—dijo Maia a Lily.
La chica vampiro se encogió de hombros.
—Cuando el gato no está, los ratones se divierten… Siempre es bueno recordar los ratones en este caso, cuando el gato no está, los ratones serán todos consumidos por los demonios. Voy a enviar el archivo de video a cada uno de
nuestros contactos Submundo de todo el mundo. Solo un recordatorio de que hay demonios y que necesitamos a los Cazadores de Sombras para destruirlos. Por eso es que existen.
—No van a existir por mucho tiempo —susurró el demonio Dantalion. Bat gritó y saltó hacia atrás con otro pie. Maia no lo culpaba. La boca de la cosa se había abierto. Se veía como un túnel negro manchado con alineados dientes—. Mañana por la noche es el ataque. Mañana por la noche es la guerra.
—¿Qué guerra ? —exigió Catarina—. Dinos criatura o cuando llegue a casa, te torturaré con todo lo que puedas imaginar.
—Sebastian Morgenstern —dijo el demonio—. Mañana por la noche atacara Alicante. Mañana por la noche los Cazadores de Sombras dejarán de existir.
***
Un fuego ardía en el centro de la cueva, el humo se enrollaba hacia lo alto del techo abovedado, perdiéndose en la sombra. Simon podía sentir el calor del fuego, un crepitar tenso contra su piel más que una verdadera sensación de calidez. Supuso que hacía frío en la cueva por el hecho de que Alec hubiera incluido para sí mismo un suéter abultado y cuidadosamente envuelto en una manta a Isabelle, que dormía tendida sobre el suelo, con la cabeza en el regazo de su hermano. Pero Simon no podía sentirlo, no realmente.
Clary y Jace habían ido a comprobar los túneles y asegurarse de que estaban todavía libres de demonios y otra posible desagradable sorpresa callejera. Alec no había querido dejar a Isabelle y Simon había estado demasiado débil y mareado para poder moverse mucho. No es que él hubiera dejado que se supiera, de hecho. Técnicamente él estaba de guardia, atento a cualquier cosa que pueda venir contra ellos desde las sombras.
Alec estaba mirando a las llamas. La luz amarilla le daba un aspecto cansado, más viejo.
—Gracias —dijo, de repente.
Simon casi saltó. Alec no le había dicho ni una palabra desde ¿Qué estás haciendo?
—¿Por qué?
—Salvaste a mi hermana —dijo Alec. Pasó una mano por el cabello oscuro de Isabelle—. Lo sabía —dijo, un poco vacilante—. Quiero decir, yo sabía, cuando vinimos aquí, que esto podría ser una misión suicida. Sé que es peligroso. Sé que no puedo esperar que todos nosotros sobrevivamos. Pero pensé que podría ser yo, no Izzy…
—¿Por qué? —dijo Simon. Su cabeza le latía, su boca estaba seca.
—Porque preferiría ser yo —dijo Alec—. Ella es Isabelle. Es inteligente, fuerte y una buena luchadora. Mejor que yo. Merece estar bien, ser feliz —miró a Simon a través del fuego—. Tú tienes una hermana, ¿verdad?
Simon fue sacudido por la pregunta. Nueva York parecía un mundo, una vida en la distancia.
—Rebecca —dijo—. Ese es su nombre.
—¿Y qué harías con alguien que la hiciera infeliz?
Simon miró a Alec con cautela.
—Razonaría con ellos —dijo—. Hablar sobre el tema. Tal vez un abrazo de entendimiento.
Alec resopló y pareció a punto de responder; a continuación, su cabeza giró bruscamente, como si hubiera oído algo. Simon levantó una ceja. No era a menudo que un hombre escuchara algo antes que un vampiro lo hiciera. Un momento después reconoció el sonido, y entendió: Era la voz de Jace. La Iluminación bailaba al final del túnel, y Clary y Jace aparecieron, Clary llevaba una luz mágica en la mano.
Incluso con sus botas Clary apenas le llegaba al hombro a Jace. Ellos no se estaban tocando, pero se quedaron juntos en el fuego. Simon pensó que, si bien habían parecido una pareja desde el primer momento en que volvieron de Idris, se veían como algo más ahora. Parecían un equipo.
—¿Algo interesante? —preguntó Alec a Jace cuando vino a sentarse junto al fuego.
—Clary puso runas de glamour en las entradas de las cuevas. Nadie debería ser capaz de ver que hay algo aquí.
—¿Cuánto tiempo durarán?
—Toda la noche, probablemente hasta mañana —dijo Clary, mirando a Izzy—. Puede que las runas desaparezcan más rápido aquí, voy a tener que comprobar más tarde.
—Y yo tengo una mejor idea de donde estamos posicionados en términos de Alicante. Estoy bastante seguro de que la rocosa tierra baldía donde estábamos anoche —Jace señaló el túnel de la derecha—, se ve a lo largo de lo que creo que solía ser el Bosque Brocelind.
Alec medio cerró los ojos.
—Eso es deprimente. El bosque era hermoso.
—Ya no más —negó Jace con la cabeza—. Solo un páramo, por lo que se puede ver —se inclinó y tocó el cabello de Isabelle y Simon sintió una pequeña llamarada sin sentido de celos de que podía tocarla tan descuidadamente, mostrando su afecto sin pensar—. ¿Cómo está?
—Bueno. Durmiendo.
—¿Crees que va a estar lo suficientemente bien como para irnos por la mañana? —la voz de Jace sonaba ansiosa—. No podemos quedarnos. Hemos enviado suficientes avisos de que estamos aquí. Si no llegamos a Sebastian, él nos encontrará a nosotros primero. Y nos estamos quedando sin comida.
Simon se perdió la respuesta que murmuró Alec; un dolor punzante repentino se disparó a través de él, y se dobló. Se sentía despojado de su aliento, salvo que él no respiraba. No obstante su pecho se sentía herido, como si algo hubiera sido arrancado de él.
—Simon. ¡Simon! —dijo Clary bruscamente, con la mano en su hombro, y él la miró, sus ojos llenos de lágrimas teñidas de sangre—. Dios, Simon, ¿qué pasa? —preguntó, frenética.
Él se incorporó lentamente. El dolor ya estaba empezando a menguar.
—No lo sé. Era como si alguien hubiese clavado un cuchillo en mi pecho.
Jace se puso rápidamente de rodillas delante de él, sus dedos debajo de la barbilla de Simon. Su mirada dorado pálido examinó su rostro.
—Raphael —dijo Jace finalmente, en una voz plana—. Él es tu padre, aquel cuya sangre te ha hecho un vampiro.
Simon asintió.
—¿Y?
Jace negó con la cabeza.
—Nada —murmuró—. ¿Cuándo fue la última vez que comiste?
—Estoy bien —dijo Simon, pero Clary ya había cogido su mano derecha y la levantó; el anillo dorado de Hadas brillaba en su dedo. Su mano en sí era blanco muerto, las venas bajo la piel luciendo negras, como una red de grietas en el mármol—. No estás bien; ¿no te has alimentado? ¡Perdiste toda esa sangre!
—Clary…
—¿Dónde están las botellas que trajiste? —se lanzó a su alrededor, en busca de su bolsa, y la encontró empujada contra la pared. Tiró de ella—. Simon, si no empiezas a cuidar mejor de ti mismo…
—No —él agarró la correa de la bolsa lejos de ella; ella lo miró—. Se rompieron —dijo—. Las botellas se rompieron, cuando estábamos luchando contra los demonios en el Salón de los Acuerdos. La sangre se ha ido.
Clary se puso de pie.
—Simon Lewis —dijo ella con furia—. ¿Por qué no dijiste algo?
—¿Decir algo sobre qué? —Jace se apartó de Simon.
—Simon muere de hambre —explicó Clary—. Perdió sangre curando a Izzy, y su suministro naufragó en el Salón.
—¿Por qué no dijiste algo? —preguntó Jace, levantándose y empujando hacia atrás un mechón de pelo rubio.
—Porque —dijo Simon—, no es como que haya animales de los que pueda alimentarme aquí.
—Estamos nosotros —dijo Jace.
—No quiero alimentarme de la sangre de mis amigos.
—¿Por qué no? —Jace dio un paso más allá del fuego y miró a Simon; su expresión era abierta y curiosa—. Hemos estado aquí antes, ¿no? La última vez que te morías de hambre, yo te di mi sangre. Fue un poco homoerótico, tal vez, pero estoy seguro de mi sexualidad.
Simon suspiró internamente; se daba cuenta de que bajo la frivolidad, Jace era completamente serio en su oferta. Probablemente menos porque era sexy que porque Jace tenía un deseo de muerte del tamaño de Brooklyn.
—No voy a morder a alguien cuyas venas están llenas de fuego celestial —dijo Simon—. No tengo ningún deseo de ser tostado de adentro hacia afuera.
Clary apartó su pelo hacia atrás, dejando al descubierto su garganta.
—Mira, bebe mi sangre. Siempre dije que eras bienvenido a ello.
—No —dijo Jace de inmediato, y Simon lo vio recordando la bodega del barco de Valentine, la forma en que Simon había dicho Te habría matado, y Jace había respondido, con asombro, Te habría dejado.
—Oh, por el amor de Dios. Yo lo haré —Alec se puso de pie, reposicionando cuidadosamente a Izzy en la manta. Metió el borde alrededor de ella y se enderezó.
Simon dejó caer la cabeza hacia atrás contra la pared de la cueva.
— Ni siquiera te agrado. ¿Y ahora estas ofreciéndome tu sangre?
—Salvaste a mi hermana. Te lo debo —Alec se encogió de hombros, su sombra larga y oscura a la luz de las llamas.
—Así es —Simon tragó torpemente—. Está bien.
Clary le acercó su mano. Después de un momento Simon la tomó y dejó que lo transportara a sus pies. No podía dejar de mirar a través de la habitación a Isabelle, dormida, medio envuelta en una manta azul de Alec. Ella respiraba, lento y constante. Izzy, respirando todavía, a causa de él.
Simon dio un paso hacia Alec, y tropezó. Alec lo atrapó y lo estabilizó. Su apretón en el hombro de era fuerte. Podía sentir la tensión de Alec en ello, y de repente se dio cuenta de lo extraña que era la situación: Jace y Clary sorprendidos abiertamente frente a ellos, Alec luciendo como si estuviera preparándose para tener un cubo de agua helada vertida sobre su cabeza.
Alec volvió un poco la cabeza hacia la izquierda, dejando al descubierto su garganta. Él estaba mirando fijamente a la pared de enfrente. Simon decidió que se parecía menos a alguien que estaba a punto de tener agua helada descargada en la cabeza y más como alguien a punto de sufrir un examen vergonzoso en el consultorio del médico.
—No estoy haciendo esto frente a todos —anunció Simon.
—No es el juego de la botella, Simon —dijo Clary—. Es solo la comida. No es que seas comida, Alec —añadió cuando él miró. Ella levantó las manos—. No importa.
—Oh, por el Ángel —comenzó Alec, y cerró la mano alrededor del brazo de Simon—. Vamos —dijo, y lo arrastró hasta la mitad del túnel que conducía hacia la puerta, justo lo suficiente para que los otros desaparecieran de la vista, desapareciendo detrás de una saliente rocosa.
Aunque Simon escuchó lo último que dijo Jace, justo antes de que se desvanecieron del alcance del oído.
—¿Qué? Necesitan privacidad. Es un momento íntimo.
—Creo que deberías dejar que me muera —dijo Simon.
—Cállate —dijo Alec, y lo empujó contra la pared de la cueva. Miró a Simon pensativamente—. ¿Tiene que ser mi cuello?
—No —dijo Simon, sintiéndose como si se hubiera extraviado en un sueño extraño—. Las muñecas están bien también.
Alec comenzó a empujar hacia arriba la manga de su suéter. Su brazo estaba desnudo y pálido, salvo por las marcas, y Simon podía ver las venas bajo la piel. A su pesar, sintió el aguijón del hambre, despertándolo del agotamiento: Podía oler la sangre, suave y salada, rica con la espiga de la luz del día. Sangre de Cazador de Sombras, como Izzy. Se pasó la lengua por los dientes superiores y solo se sorprendió un poco al sentir sus caninos endureciéndose y afilándose en colmillos.
—Solo quiero que sepas —dijo Alec mientras sostenía su muñeca hacia fuera—, que me doy cuenta de que para vosotros los vampiros este negocio de alimentarse a veces es igual a momentos sexys.
Los ojos de Simon se agrandaron.
—Mi hermana me ha dicho más de lo que quería saber —admitió Alec—. De todos modos, mi punto es que no me siento atraído hacia ti en lo más mínimo.
—Correcto —dijo Simon, y tomó la mano de Alec. Trató una especie de agarre fraternal, pero no funcionó del todo, teniendo en cuenta que tenía que doblar la mano de Alec hacia atrás para dejar al descubierto la parte vulnerable de su muñeca—. Bueno, no es que suenes mis campanas tampoco, así que supongo que estamos a mano. Aunque, podrías haber fingido por cinco…
—No, no podía —dijo Alec—. Odio cuando los hombres heterosexuales piensan que todos los gays se sienten atraídos por ellos. No me siento atraído a todos los hombres más de lo que te sientes atraído por todas las chicas.
Simon tomó una respiración profunda y determinada. Siempre era una sensación extraña, respirar cuando él no lo necesitaba, pero era tranquilizador.
—Alec —dijo—. Tranquilízate. No creo que estés enamorado de mí. De hecho, la mayoría de las veces creo que me odias.
Alec se detuvo.
—No te odio. ¿Por qué iba a odiarte?
—¿Porque soy un Subterráneo? ¿Porque soy un vampiro que está enamorado de tu hermana y crees que es demasiado buena para mí?
—¿Tú no lo crees? —dijo Alec, pero era sin rencor; después de un momento, sonrió un poco, esa sonrisa Lightwood que iluminaba su rostro e hizo a Simon pensar en Izzy—. Ella es mi hermana pequeña. Creo que es demasiado buena para todos. Pero tú, eres una buena persona, Simon. Sin importar si eres un vampiro, también. Eres leal y eres inteligente y haces a Isabelle feliz. No sé por qué, pero lo haces. Sé que no me agradabas cuando te conocí. Pero eso cambió. Y difícilmente juzgaría a mi hermana por salir con un Subterráneo.
Simon se quedó muy quieto. Alec estaba bien con los brujos, pensó. Eso era bastante obvio. Pero los brujos nacieron de lo que eran. Alec era el más conservador de los chicos Lightwood, no era caótico y amoroso o tomando riesgos como Jace e Isabelle, y Simon siempre había sentido en él, esa sensación de que un vampiro era un ser humano transformado en algo malo.
—No estarías de acuerdo en ser un vampiro —dijo Simon—. Ni siquiera para estar con Magnus siempre. ¿Cierto? Tú no quieres vivir para siempre; querías quitarle su inmortalidad. Es por eso que él rompió contigo.
Alec se estremeció.
—No —dijo—. No, no quiero ser un vampiro.
—Así que crees que soy menos que tú —dijo Simon.
La voz de Alec se agrietó.
—Estoy tratando —dijo, y Simon lo sintió, sintió cuánto Alec quería decirlo, tal vez incluso lo decía en serio un poco. Y después de todo, si Simon no hubiera sido un vampiro, él todavía habría sido un mundano, todavía inferior. Sintió el pulso de Alec en la muñeca que sostenía—. Adelante —dijo, exhalando sus palabras, claramente en agonía por la espera—. Solo hazlo.
—Prepárate —dijo Simon, y levantó la muñeca de Alec a su boca. A pesar de la tensión entre ellos, su cuerpo, el hambre y la privación, respondió. Sus músculos se tensaron y sus colmillos salieron por propia voluntad. Vio los ojos de Alec oscurecerse con la sorpresa y el miedo. El hambre se extendió como un incendio por el cuerpo de Simon, y habló de las profundidades del ahogamiento, luchando por tratar de decir algo humano a Alec. Esperaba que fuera lo suficientemente audible para entenderse en torno a sus colmillos—. Siento lo de Magnus.
—Yo también. Ahora muerde —dijo Alec, y Simon lo hizo, sus colmillos perforando rápido y limpio a través de la piel, la sangre explotando en su boca.
Oyó a Alec jadear, y Simon lo agarró involuntariamente con más fuerza, como si quisiera evitar que Alec tratara de alejarse. Pero Alec no lo intentó. Su latido del corazón salvaje era audible para Simon, golpeando a través de sus venas como el tañido de una campana. Junto con la sangre de Alec, Simon podía saborear el metal del miedo, la chispa de dolor, y la ansiosa llama de algo más, algo que había probado la primera vez que bebió la sangre de Jace en el suelo de metal sucio del barco de Valentine. Tal vez todos los Cazadores de Sombras tenían un deseo de muerte, después de todo.
StephRG14
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