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Cazadores de sombras
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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LOS ORÍGENES- ÁNGEL MECÁNICO
Capitulo 20
Horrible maravilla
A pesar de todo, cada hombre mata lo que ama,
Para cada uno, oigan esto,
Algunos lo hacen con una mirada amarga,
Algunos con una palabra adulatoria,
El cobarde lo hace con un beso,
¡El hombre valiente con una espada!
—Oscar Wilde, “La Balada de la Lectura Encarcelada”
Las Marcas que indicaban luto eran rojas para los Cazadores de Sombras. El color de la
muerte era el blanco.
Tessa no había sabido eso, no lo había leído en el Código, así que se había quedado
pasmada al ver las cinco figuras de los Cazadores de Sombras del Instituto salir del carruaje
vestidos completamente de blanco como en una banquete de bodas, mientras Sophie y ella
los observaban desde la ventana de la biblioteca.
Varios miembros de la Enclave habían sido asesinados limpiando el nido vampiro de De
Quincey. El funeral era en nombre de ellos, aunque también enterraron a Thomas y Agatha.
Charlotte había explicado que los entierros de los Nefilim generalmente eran sólo para
Nefilims, pero una excepción podía ser hecha por aquellos que habían muerto en servicio
por la Clave.
A Sophie y Tessa, sin embargo, les habían prohibido ir. La ceremonia en sí, aún estaba
cerrada para ellas. Sophie le había dicho a Tessa que era lo mejor de todos modos, que no
quería ver arder a Thomas y sus cenizas ser esparcidas en la Ciudad Silenciosa. “Prefiero
recordarlo como era,” dijo, “y también a Agatha.”
La Enclave había dejado a una guardia tras ellos, varios Cazadores de Sombras quienes se
habían presentado voluntarios para quedarse y vigilar el Instituto. Pasaría mucho tiempo,
pensó Tessa, antes de que volvieran a dejar el lugar sin vigilancia.
Durante su ausencia había pasado el tiempo leyendo en el hueco de la ventana—nada que
ver con Nefilim o demonios o Submundos, sino que una copia de Historia de Dos Ciudades
que había encontrado en el estante de Charlotte de libros de Dickens. Se había obligado a sí
misma resueltamente a no pensar en Mortmain, en Thomas y Agatha, acerca de las cosas
que Mortmain le dijo en el Santuario… y muy especialmente, no pensar en Nathaniel o
dónde podría estar ahora. Cada pensamiento de su hermano hacía que su estómago se
apretara y que la parte posterior de sus ojos picara.
Tampoco era que todo estuviera en su mente. Dos días antes, había sido obligada a aparecer
ante la Clave en la biblioteca del Instituto. Un hombre al que los otros llaman el Inquisidor
la había interrogado sobre su tiempo con Mortmain, una y otra vez, alerta por cualquier
cambio en su historia, hasta que estuvo exhausta. La habían interrogado acerca del reloj que
él había querido darle, y si sabía a quién había pertenecido, o qué podían significar las
iniciales J.T.S. No lo sabía, y si se lo había llevado con él cuando desapareció, señaló, eso
era improbable que cambiara. Había interrogado a Will, también, acerca de qué le había
dicho Mortmain antes de desaparecer. Will había contestado a las pesquisas con hosca
impaciencia, para la sorpresa de nadie, y eventualmente había sido desestimado com
sanciones, por grosería e insubordinación.
El Inquisidor incluso demandó que Tessa se desnudara, que debía ser examinada por una
marca de brujo, pero Charlotte puso un rápido alto a eso. Cuando a Tessa le permitieron
irse, se precipitó por el corredor siguiendo a Will, pero él se había ido. Habían pasado dos
días desde entonces, y en ese tiempo apenas lo había visto, ni habían hablado más allá del
cortés intercambio ocasional de palabras en frente de otros. Cuando lo había mirado, él
había apartado la mirada. Cuando ella había dejado la habitación, esperando que él la
siguiera, no lo había hecho. Había sido enloquecedor.
No pudo evitar preguntarse si era la única que pensaba que algo significativo había pasado
entre ellos en el suelo del Santuario. Había despertado de la oscuridad más profunda que
cualquiera que se hubiera encontrado antes durante un Cambio, para encontrar a Will
sosteniéndola, la mirada más francamente perturbadora que ella pudiera imaginar en su
rostro.
¿Y seguramente no podría haber imaginado la forma en que él había dicho su nombre, o la
forma en que la miraba?
No. No podría haber imaginado eso. Will se preocupaba por ella, estaba segura de eso. Sí,
había sido grosero casi desde que la había conocido, pero además, eso pasaba en las
novelas todo el tiempo. Vean cuan grosero había sido Darcy con Elizabeth Bennet antes de
que pidiera su mano, y realmente, también muy grosero durante. Y Heathcliff nunca fue
nada más que grosero con Cathy.
Aunque tenía que admitir que en Historia de Dos Ciudades, tanto Sydney Carton como
Charles Darnay habían sido muy amables con Lucie Manette. Pero todavía siento la
debilidad de desear que sepas con qué fuerza encendiste en mí algunas chispas a pesar de
no ser yo más que ceniza, chispas que se convirtieron en fuego…
El hecho preocupante era que desde esa noche en el Santuario, Will no la había mirado ni
dicho su nombre de nuevo. Creía saber la razón de eso; lo había adivinado por la forma en
que Charlotte la había mirado, la forma en que todos estaban siendo tan reservados a su
alrededor.
Era evidente. Los Cazadores de Sombras la iban a echar.
¿Y por qué no habrían de hacerlo? El Instituto era para los Nefilim, no para los
Submundos. Había traído muerte y destrucción sobre el lugar en el poco tiempo que había
estado aquí; sólo Dios sabía qué pasaría si se quedaba. Por supuesto, no tenía donde ir, y nadie con quien ir, ¿pero por qué habría de importarles? Las Leyes de la Alianza no podían
ser cambiadas o quebradas. Tal vez terminaría viviendo con Jessamine después de todo, en
alguna casa en la ciudad de Belgravia75. Había cosas peores.
El traqueteo de las ruedas del carruaje sobre el empedrado exterior, señalando el regreso de
los otros de la Ciudad Silenciosa, la sacó de su sombrío ensimismamiento. Sophie se
precipitó por las escaleras para recibirlos mientras Tessa observaba a través de la ventana
como bajaban del carruaje uno a uno.
Henry tenía el brazo alrededor de Charlotte, quien se inclinaba contra él. Después vino
Jessamine, con flores pálidas puestas a través de su cabello rubio. Tessa admiró como se
veía, no pudo evitar la leve sospecha de que Jessamine probablemente disfrutaba los
funerales porque sabía que se veía especialmente bonita en blanco. Luego vino Jem, y
luego Will, viéndose como dos piezas de ajedrez de algún extraño juego, tanto el cabello
plateado de Jem como el negro enmarañado de Will resaltaban por la palidez de sus ropas.
Caballero Blanco y Caballero Negro, pensó Tessa cuando subieron los escalones y
desaparecieron dentro del Instituto. Acababa de dejar su libro en el asiento junto a ella
cuando la puerta de la biblioteca se abrió y entró Charlotte, aún quitándose los guantes. Su
sombrero se había ido, su cabello castaño caía alrededor de su rostro en rizos húmedos.
“Pensé que te encontraría aquí,” dijo, cruzando la habitación hasta hundirse en la silla
opuesta al asiento de la ventana en Tessa. Tiró los guantes blancos en la mesa cercana y
suspiró.
“¿Fue…?” comenzó Tessa.
“¿Horrible? Sí. Odio los funarales, aunque el Ángel sabe que he estado en decenas.”
Charlotte se pausó y mordió su labio. “Soné como Jessamine. Olvida que dije eso, Tessa. El
sacrificio y la muerte son parte del la vida Cazando Sombras, y siempre he aceptado eso.”
“Lo sé.” Estaba muy silecioso. Tessa imaginó que podía sentir su corazón latiendo en el
vacío, como el tic-tac de un reloj de péndulo en una gran habitación vacía.
“Tessa…,” comenzó Charlotte.
“Ya sé lo que vas a decir, Charlotte, y está muy bien.”
Charlotte parpadeó. “¿Lo sabes? ¿Está…bien?”
“Quieres que me vaya,” dijo Tessa. “Sé que te reuniste con la Clave antes del funeral. Jem
me lo dijo. No me puedo imaginar que crean que debas permitir que me quede. Después de
todos los problemas y el espanto que les he traído. Nate. Thomas y Agatha…”
“A la Clave no le importan Thomas y Agatha.”
“Las Pyxis, entonces.”
“Sí,” dijo Charlotte lentamente. “Tessa, creo que tienes la idea completamente equivocada.
No vine a pedirte que te vayas; vine a pedirte que te quedes.”
“¿Me quede?” las palabras parecían estar desconectadas de cualquier significado.
Seguramente Charlotte no había querido decir lo que había dicho. “Pero la Clave… deben
estar furiosos…”
“Están furiosos,” dijo Charlotte. “Con Henry y conmigo. Fuimos totalmente engañados por
Mortmain. Nos usó como instrumentos, y se lo permitimos. Estaba tan orgullosa de la
forma inteligente y práctica en que me había hecho cargo de él que nunca me detuve a
pensar que tal vez él era el único haciéndose cargo. Nunca me detuve a pensar que ninguna
criatura viviente que no fuera Mortmain y tu hermano había confirmado que de Quincey
era el Maestro. La otra evidencia era toda circunstancial, y aún así me dejé ser convencida.”
“Era muy convincente.” Tessa se apresuró a tranquilizar a Charlotte. “El sello que
encontramos en el cuerpo de Miranda. Las criaturas en el puente.”
Charlotte hizo un sonido amargo. “Todos personajes en una obra que Mortmain armó para
nuestro beneficio. Sabes que, buscando como lo hicimos, ¿no fuimos capaces de encontrar
una pizca de evidencia en cuanto a qué otros Submundos controlaba el Club
Pandemónium? Ninguno de los miembros mundanos tenía una pista, y ya que destruímos el
clan de De Quincey, los Submundos están más desconfiados de nosotros que nunca.”
“Pero sólo han pasado unos días. A Will le tomó seis semanas encontrar a las Hermanas
Oscuras. Si siguen buscando…”
“No tenemos ese tiempo. Si lo que Nathaniel le dijo a Jem era verdad, y Mortmain planea
usar la energía demoniaca dentro de las Pyxis para animar sus maniquíes mecánicos, sólo
tendremos el tiempo que le tomará aprender a abrir la caja.” Se encogió de hombros. “Por
supuesto, la Clave cree que eso es imposible. Las Pyxis sólo pueden ser abiertas con runas,
y sólo un Cazador de Sombras puede dibujarlas. Pero luego otra vez, sólo los Cazadores de
Sombras se supone deberían haber sido capaces de obtener acceso al Instituto.”
“Mortmain es muy inteligente.”
“Sí.” Las manos de Charlotte estaban fuertemente anudadas en su regazo. “¿Sabías que
Henry es quien le dijo a Mortmain sobre las Pyxis? ¿Cómo se llamaban, y qué hacían?”
“No…” las palabras tranquilizadoras de Tessa la habían abandonado.
“No podías. Nadie sabe eso. Sólo yo, y Henry. Él quería que le dijera a la Clave, pero no lo
haré. Ellos ya lo tratan tan mal, y yo…” la voz de Charlotte se sacudió, pero su pequeño
rostro estaba firme. “La Clave está convocando un tribunal. Mi conducta, y la de Henry,
será examinada y sometida a votación. Es posible que perdamos el Instituto.”
Tessa estaba horrorizada. “¡Pero si eres maravillosa con el funcionamiento del Instituto! La
forma en que mantienes todo organizado y en su lugar, la forma en que lo manejas todo.”
Los ojos de Charlotte estaban húmedos. “Gracias, Tessa. El hecho es que Benedict
Lightwood siempre ha querido el lugar de cabecera del Instituto para sí mismo, o para su
hijo. Los Lightwoods tienen un gran orgullo familiar y desprecian aceptar órdenes. Si no
fuera por el hecho de que el propio Consul Wayland nos nombró a mi esposo y a mí como
los sucesores de mi padre, estoy segura de que Benedict hubiera estado en el cargo. Todo lo
que he querido alguna vez es dirigir el Instituto,
Tessa. Haré cualquier cosa para mantenerlo. Si sólo me ayudaras…”
“¿Yo? ¿Pero qué puedo hacer? No sé nada de las políticas de los Cazadores de Sombras.”
“Las alianzas que forjamos con los Submundos son algunos de nuestros activos más
valiosos, Tessa. Parte de la razón por la que todavía estoy donde estoy es mi afiliación con
brujos como Magnus Banes y vampiros tales como Camille Belcourt. Y tú, eres una
preciosa mercancía. Lo que puedes hacer ya ha ayudado a la Enclave una vez; la ayuda que
nos podrías ofrecer en el futuro podría ser incalculable. Y si tu eres conocida por ser una
firme aliada mía, eso sólo me va a ayudar.”
Tessa contuvo la respiración. En su mente vio a Will—Will cómo había lucido en el
Santuario—pero, casi para su sorpresa, él no era todo lo que sus pensamientos contenían.
Estaba Jem, con su bondad y manos suaves; y Henry haciéndola reír con sus extrañas ropas
y divertidas invenciones; e incluso Jessamine, con su peculiar fiereza y ocasional
sorprendente valentía.
“Pero la Ley,” dijo ella en una vocecita.
“No hay una Ley en contra de que te quedes aquí como nuestra invitada,” dijo Charlotte.
“He buscado en los archivos y no he encontrado nada que te impida quedarte, si consientes.
Así que, ¿consientes, Tessa? ¿Te quedarás?”
Tessa subió de prisa los escalones al ático; por primera vez en lo que se sentía como por
siempre, su corazón estaba casi ligero. El ático en sí era tal como lo recordaba, las ventanas
altas y pequeñas dejando entrar un poco de luz del atardecer, que era casi crepúsculo ahora.
Había un cubo volcabo en el suelo; maniobró alrededor de éste en su camino a las estrechas
escalera que llevaban a la azotea.
A menudo puedes encontrarlo ahí cuando está en problemas, Charlotte había dicho. Y
pocas veces he visto a Will tan aproblemado. La pérdida de Thomas y Agatha ha sido más
difícil para él de lo que preveía.
Los escalones terminaban en una cuadrada puerta basculante, que colgaba de un lado. Tessa
empujó la puerta trampilla abriéndola, y salió a la azotea del Instituto.
Enderezándose, miró alrededor. Se puso de pie en el techo ancho y plano, el cual estaba
rodeado por una barandilla de hierro forjado hasta la cintura. Las barras de la barandilla terminaban en remates con forma de afiladas flores de lis 76. En el extremo del techo estaba
Will, inclinado contra la barandilla. No se giró, incluso cuando la puerta trampilla se cerró
tras ella y dio un paso adelante, frotando sus palmas rasguñadas contra la tela de su vestido.
“Will,” dijo.
Él no se movió. El sol había comenzaba a ponerse en un torrente de fuego. A través del
Támesis, las chimeneas de las fábricas arrojaban humo que trepaba como dedos negros a
través del cielo rojo. Will estaba inclinado contra la barandilla como si estuviera exhausto,
como si tuviera la intención de caer hacia adelante a través de los remates de jabalina
afilados y terminar con todo. No dio señal de haber escuchado a Tessa mientras ella se
aproximaba y movía hasta estar junto a él. Desde aquí el empinado techo caía en una
vertiginosa visión de los adoquines debajo
“Will,” dijo de nuevo. “¿Qué estás haciendo?”
No la miró. Estaba mirando la ciudad, un contorno negro contra el enrojecido cielo. La
cúpula de San Pablo brillaba a través del aire sucio, y el Támesis corría como fuerte té
oscuro bajo ésta, interrumpido aquí y allá con las líneas negras de los puentes. Formas
oscuras se movían por las orillas del río; rapiñadores buscando a través de la inmundicia
arrojada por el agua, esperando encontrar algo valioso para vender.
“Ahora recuerdo,” dijo Will sin mirarla, “lo que estaba intentado recordar el otro día. Era
Blake. „Y he aquí en Londres, una horrible maravilla Humana de Dios.‟” Miró por sobre el
paisaje. “Milton pensó que Infierno era una ciudad, ya sabes. Pienso que tal vez tenía media
razón. Tal vez Londres es sólo la entrada al Infierno, y somos almas condenadas
negándonos a pasar, temiendo que lo que vamos a encontrar al otro lado será peor que el
horror que ya conocemos.”
“Will.” Tessa estaba desconcertada. “Will, ¿qué es?, ¿qué está mal?”
Él agarró la barandilla con las dos manos, sus dedos blanqueándose. Sus manos estaban
cubiertas por cortes y rasguños, sus nudillos estaban raspados, rojos y negros. Había
moretones en su rostro también, oscureciendo la línea de su mandíbula, la piel bajo sus ojos
estaba púrpura. Su labio inferior estaba rojo e hinchado, y no había hecho nada para curar
nada de eso. No podía imaginar por qué.
“Debí haberlo sabido,” dijo él. “Que era una trampa. Que Mortmain estaba mintiendo
cuando vino aquí. Charlotte tan a menudo ha hecho alarde mis habilidades tácticas, pero un
buen táctico no confía ciegamente. Fui un tonto.”
“Charlotte cree que es su culpa. Henry cree que es su culpa. Yo creo que es mi culpa,” dijo
Tessa impacientemente. “No podemos tener el lujo de culparnos a nosotros mismos ahora,
¿verdad?”
“¿Tu culpa?” Will sonaba perplejo. “¿Porque Mortmain está obsesionado contigo? Eso no
parece…”
“Por traer a Nathaniel aquí,” dijo Tessa. Sólo decirlo en en voz alta la hacía sentir como si
su pecho estuviera siendo exprimido. “Por impulsarlos a confiar en él.”
“Lo amabas,” dijo Will. “Era tu hermano.”
“Todavía lo es,” dijo Tessa. “Y todavía lo amo. Pero ahora sé lo que es. Siempre supe lo
que era. Sólo que no quería creerlo. Supongo que todos nos mentimos a nosotros mismos a
veces.”
“Sí.” Will sonaba hermético y distante. “Supongo que lo hacemos.”
Tessa rápidamente dijo, “Subí aquí porque tengo buenas noticias, Will. ¿No me dejarás
contarte cuáles son?”
“Cuéntame.” Su voz estaba muerta.
“Charlotte dijo que puedo permanecer aquí,” dijo Tessa. “En el Instituto.” Will no dijo
nada. “Dijo que no hay ninguna Ley contra eso,” continuó Tessa, un poco desconcertada
ahora. “Así que no es necesario que me vaya.”
“Charlotte nunca hubiera hecho que te fueras, Tessa. No puede abandonar ni a una mosca
atrapada en una tela de araña. No te habría abandonado.”
No había vida en la voz de Will ni tampoco sentimiento. Siemplemente estaba constatando
un hecho.
“Pensé…” la euforia de Tessa se estaba desvaneciendo rápidamente. “Que estarías al
menos un poco complacido. Pensé que nos estábamos haciendo amigos.” Vio la línea de su
garganta moverse cuando tragó duramente, sus manos tensándose nuevamente en la
barandilla. “Como una amiga,” continuó ella, su voz disminuyendo, “he llegado a
admirarte, Will. A preocuparme por tí.” Se estiró, queriendo tocar su mano, pero retrocedió,
sorprendida por la tensión en su postura, la blancura de los nudillos que apretaban la
barandilla de metal. Las Marcas rojas de luto destacaban escarlatas contra la blancura de su
piel, como si hubieran sido cortadas ahí con cuchillos.
“Pensé que tal vez… ”
Finalmente Will se giró a mirarla directamente. Tessa se sorprendió al ver la expresión en
su rostro. Las sombras bajo sus ojos eran muy oscuras, éstos parecían huecos.
Se quedó ahí y lo miró, deseando que dijera lo que un héroe de un libro hubiera dicho
ahora, en este momento. Tessa, mis sentimientos por ti han crecido más allá de los meros
sentimientos de amistad. Son mucho más raros y preciosos que eso…
“Ven aquí,” dijo él en cambio. No había nada acogedor en su voz, o en la forma en que
estaba de pie. Tessa luchó contra su instinto de huir, y se movió hacia él, lo suficientemente
cerca para que él la tocara. Él extendió sus manos y tocó su cabello suavemente, cepillando
hacia atrás los rizos extraviados alrededor de su rostro. “Tess.”
Ella alzó la mirada hacia él. Sus ojos eran del mismo color del cielo manchado de humo;
incluso magullado, su rostro era hermoso. Quería ser tocada por él, lo quería en alguna
manera rudimentaria, instintiva, que ni siquiera podía explicar ni controlar. Cuando él se
inclinó a besarla, todo que pudo hacer fue refrenarse a sí misma hasta que sus labios
encontraron los de ella. Su boca cepilló la suya y probó la sal en él, el sabor picante de su
magulladura y la piel sensible donde su labio estaba cortado. La tomó por lo hombros y la
acercó a él, sus dedos pasando por la tela de su vestido.
Incluso más que en el ático, se sentía atrapada en el remolino de una ola poderosa que
amenazaba con arrastrala arriba y abajo, apretarla y quebrarla, desgastarla hasta dejarla
suave como el mar podría desgastar un trozo de cristal.
Se estiró para posar sus manos en sus hombros, y él retrocedió, mirándola hacia abajo,
respirando con mucha dificultad. Sus ojos estaban brillantes, sus labios ahora rojos e
inflamados por los besos como por las heridas.
“Tal vez,” dijo él, “luego debamos discutir nuestros arreglos.”
Tessa, todavía sintiéndose como si se hubiera ahogado, susurró, “¿Arreglos?”
“Si vas a quedarte,” dijo él, “sería para nuestro provecho ser discretos. Tal vez sea mejor
usar tu habitación. Jem tiende a entrar y salir de la mía como si viviera en el lugar, y podría
estar perplejo de encontrar la puerta bloqueda. Tus cuartos, por otra parte…”
“¿Usar mi habitación?” repitió ella. “¿Para qué?”
La boca de Will se arqueó hacia arriba en la esquina; a Tessa, quien había estado pensando
cuan hermosamente formados eran sus labios, le tomó un momento darse cuenta con un
sentimiento de distante sorpresa que la sonrisa era una muy fría. “No puedes pretender que
no sabes… Creo que no eres totalmente ignorante del mundo, Tessa. No con ese hermano
tuyo.”
“Will.” El entusiasmo se estaba yendo de Tessa como el mar retrocediendo de la tierra; se
sentía fría, a pesar del aire de verano. “No soy como mi hermano.”
“Te preocupas por mí,” dijo Will. Su voz era fría y segura. “Y sabes que te admiro, en la
forma en que todas las mujeres saben cuando un hombre las admira. Ahora has venido a decirme que estarás aquí, disponible para mí, durante el tiempo que pueda desearlo. Te
estoy ofreciendo lo que pensé que querías.”
“No puedes querer decir eso.”
“Y tú no puedes haber imaginado que quisiera decir algo más,” dijo Will, “No hay futuro
para un Cazador de Sombras que pierde el tiempo con brujos. Uno puede ser amigo de
ellos, emplearlos, pero no…”
“¿Casarse con ellos?” dijo Tessa. Había una clara imagen del mar en su cabeza. Se había
retirado completamente de la costa, y podía ver las pequeñas criaturas que había dejado a su
paso, jeadeando, aleteando y muriendo en la arena desnuda.
“Qué atrevida.” Sonrió Will; ella quería abofetear la expresión de su cara. “¿Qué es lo que
realmente esperabas, Tessa?”
“No esperaba que me insultaras.” La voz de Tessa amenazó con temblar; de alguna forma,
se mantuvo firme.
“No puede ser que las consecuencias no deseadas de un coqueteo te preocupen,” reflexionó
Will. “Ya que los brujos son incapaces de tener hijos…”
“¿Qué?” Tessa dio un paso atrás como si él la hubiera empujado. El suelo se sentía
inestable bajo sus pies.
Will la miró. El sol se había ido del cielo casi completamente. En la cercana oscuridad los
huesos de su rostro se veían prominentes y las líneas de las esquinas de su boca eran tan
duras como si estuviera atormentado por un dolor físico. Pero su voz cuando habló era
imperturbable “¿No sabías eso? Pensé que alguien te lo había dicho.”
“No,” dijo Tessa suavemente. “Nadie me dijo.”
Su mirada se mantenía estable. “Si no estás interesada en mi oferta…”
“Detente,” dijo ella. Este momento, pensó, era como el borde de un pedacito de vidrio roto,
claro y afilado y doloroso. “Jem dice que mientes para hacerte parecer malo,” dijo ella. “Y
tal vez eso es verdad, o tal vez él simplemente desea creer eso de ti. Pero no hay razón o
excusa para una crueldad como esta.”
Por un momento él se vio realmente desconcertado, como si de verdad lo hubiera
sorprendido. La expresión se fue en un instante, como la forma cambiante de una nube.
“Entonces no hay nada más que decir, ¿verdad?”
Sin otra palabra giró en sus talones y caminó alejándose de él, hacia los escalones que la
conducían abajo de vuelta al Instituto. No giró para verlo observándola, una negra silueta
inmóvil contra las últimas ascuas del cielo ardiente.
***
Los Hijos de Lilith, conocidos también por el nombre de brujos, son, al igual que las mulas
y los otros cruces, estériles. No pueden producir descendencia.
No se han observado excepciones a esta regla…
Tessa levantó la vista del Código y miró fijamente, sin ver, fuera de la ventana de la sala de
música, aunque estaba demasiado oscuro para mucha vista. Se había refugiado aquí, no
queriendo volver a su propia habitación, donde eventualmente sería descubierta abatida por
Sophie, o peor, Charlotte. La fina capa de polvo sobre todo en esta habitación le aseguró
que era mucho menos probable que la encontraran aquí.
Se preguntó como antes se había perdido este hecho acerca de los brujos. Para ser justos, no
estaba en la sección de brujos en el Código, sino más bien en la sección más adelante de
cruces de Submundos, como las medio hadas y los medio hombrelobos. No había medio
brujos, aparentemente. Los brujos no podían tener hijos. Will no había estado mintiendo
para herirla; le había estado diciendo la verdad. Lo que parecía peor, de cierta forma. Él
habría sabido que sus palabras no eran un golpe ligro, fácil de resover.
Tal vez había estado en lo correcto. ¿Qué más había pensado que realmente pasaría? Will
era Will, y no debía haber esperado que fuera algo más. Sophie le había advertido, y aún así
no había escuchado. Sabía lo que hubiera dicho Tía Harriet acerca de las chicas que no
escuchaban un buen consejo.
Un débil sonido susurrante interrumpió su ensimismamiento. Se giró y primero no vio
nada.
La única luz en la habitación venía de un solitario candelabro de luz mágica en la pared.
Su luz parpadeante jugaba sobre la forma del piano, la oscura masa curvada del arpa
cubierta con una lona pesada. Mientras miraba, dos puntos brillantes de luz se disiparon,
cerca del suelo, un extraño color verde-amarillo. Se estaban moviendo hacia ella, ambos al
mismo tiempo, como gemelos fuegos fatuos.
Repentinamente Tessa expulsó el aliento contenido. Por supuesto. Se inclinÓ hacia
adelante. “Aquí, gatito.” Hizo un ruido de persuasión. “¡Aquí, gatito, gatito!”
El maullido del gato en respuesta se perdió en el ruido de la puerta abriéndose. Luz se
derramó dentro de la habitación, y por un momento la figura en la puerta fue sólo una
sombra. “¿Tessa? Tessa, ¿eres tu?”
Tessa conoció la voz inmediatamente; era tan cercana a la primera cosa que le había dicho,
la noche que ella había entrado en su habitación: ¿Will? Will, ¿eres tú?
“Jem,” dijo resignadamente. “Sí, soy yo. Tu gato parece haber vagado por aquí.”
“No puedo decir que esté sorprendido.” Jem sonaba divertido. Podía verlo claramente ahora
mientras entraba a la habitación; la luz mágica del corredor se desbordó en el interior, e
incluso el gato era claramente visible, sentado en el suelo y lavando su cara con una pata.
Se veía enojado, de la forma en que los gatos persas siempre se ven. “Parece ser un poco vagabundo. Como si demandara ser presentado a todos…” Jem se interrumpió entonces,
sus ojos en el rostro de Tessa. “¿Qué está mal?”
Tessa estaba tan sorprendida que tartamudeó. “¿P-por qué me preguntas eso?”
“Puedo verlo en tu rostro. Algo pasó.” Se sentó en el taburete del piano frente a ella.
“Charlotte me contó las buenas noticias,” dijo mientras el gato se ponía de pie y se
escabullía através de la habitación hasta él. “O al menos, pensé que eran buenas noticias.
¿No estás complacida?”
“Por supuesto que estoy complacida.”
“Hm.” Jem no se vio convencido. Agachándose, le tendió la mano al gato, quien frotó la
cabeza contra la parte posterior de sus dedos. “Buen gato, Iglesia.”
“¿Iglesia? ¿Ese es el nombre del gato?” Tessa se divertía a su pesar. “Dios mío, ¿no solía
ser familiar77 de la Sra. Dark o algo como eso? ¡Tal vez Iglesia no sea el mejor nombre para
éste!”
“Él,” la corrigió Jem con burlona severidad, “no era un familiar, sino que una pobre criatura
que ella planeaba sacrificar como parte de su lanzamiento del hechizo negromántico. Y
Charlotte ha estado diciendo que debemos conservarlo porque es de buena suete tener un
gato en una iglesia. Así que comenzamos a llamarlo „el gato de la iglesia,‟ y de eso…” se
encogió de hombros. “Iglesia. Y si el nombre lo ayuda a mantenerse fuera de problemas,
tanto mejor.”
“Creo que me mira de manera superior.”
“Probablemente. Los gatos creen que son superiores a todos.” Jem rascó a Iglesia detrás de
las orejas. “¿Qué estás leyendo?”
Tessa le mostró el Código. “Will me lo dio…”
Jem se estiró y tomó el libro de ella, con tan agilidad que Tessa no tuvo tiempo de retirar su
mano. Todavía estaba abierto en la página que había estado estudiando. Jem bajo la vista
hacia éste, y luego volvió a subirla hacia ella, su expresión cambiando. “¿Sabías esto?”
Ella sacudió la cabeza. “No es tanto que soñara con tener hijos,” dijo. “No había pensado
tan adelante en mi vida. Es más, que parece otra cosa que me separa de la humanidad. Eso
me hace un monstruo. Algo aparte.”
Jem estuvo silencioso por un largo momento, sus largos dedos acariciando el pelaje gris del
gato.
“Tal vez,” dijo, “no sea una cosa mala estar apartado.” Se inclinó hacia adelante. “Tessa, tú
sabes que aunque pareces una bruja, tienes una habilidad que nunca habíamos visto antes.
No llevas marca de demonio. Con tanto incierto acerca de ti, no puedes permitir que esta
pieza de información te conduzca a la desesperación.”
“No estoy desesperada,” dijo Tessa. “Es sólo… He estado despierta estas últimas noches.
Pensando acerca de mis padres. Apenas los recuerdo, ya ves. Y sin embargo, no puedo
evitar preguntarme. Mortmain dijo que mi madre no sabía que mi padre era un demonio,
¿pero estaba él mintiendo? Dijo que ella no sabía lo que era ella, ¿pero qué significa eso?
¿Supo alguna vez lo que yo era, que no era humana? ¿Es por eso que dejaron Londres como
lo hicieron, tan secretamente, al amparo de la oscurisad? Si soy el resultado de algo… algo
espantoso; eso le fue hecho a mi madre sin su conocimiento, ¿entonces cómo pudo haberme
amado?”
“Te escondieron de Mortmain,” dijo Jem. “Debían saber que él te quería. Todos esos años
te buscó, y ellos te mantuvieron segura; primero tus padres, luego tu tía. Ese no es el acto
de una familia falta de amor.” Su mirada estaba atenta en su rostro. “Tessa, no quiero
hacerte promesas que no puedo mantener, pero si tu verdaderamente deseas saber la verdad
acerca de tu pasado, podemos buscarla. Después de todo lo que has hecho por nosotros, te
debemos mucho. Si hay secretos que hay que aprender sobre como llegaste a ser lo que
eres, entonces podemos aprenderlos, si eso es lo que deseas.”
“Sí. Eso es lo que quiero.”
“Puede que no,” dijo Jem, “te guste lo que descubras.”
“Es mejor saber la verdad.” Tessa se sorprendió por la convicción en su propia voz. “Sé la
verdad acerca de Nate, ahora, y doloroso como es, es mejor que el que te mientan. Es mejor
que ir amando a alguien quien no puede amarme también. Mejor que gastar todos esos
sentimientos.” Su voz tembló.
“Creo que lo hizo,” dijo Jem, “y te ama, a su manera, pero no puedes preocuparte con eso.
Es una gran cosa amar y ser amado. El amor no es algo que pueda ser desaprovechado.”
“Es difícil. Eso es todo.” Tessa sabía que estaba siendo autocompasiva, pero parecía no
poder quitárselo de encima. “Estar tan sola.”
Jem se inclinó hacia adelante y la miró. Las Marcas rojas destacaban como fuego en su
pálida piel, haciéndola pensar en los patrones que trazaban los bordes de las túnicas de los
Hermanos Silenciosos.
“Mis padres, como los tuyos, están muertos. También los de Will, y los de Jessie, e incluso
los de Henry y los de Charlotte. No estoy seguro de que haya alguien en el Instituto que no
sea huérfano. De lo contrario no estaríamos aquí.”
Tessa abrió la boca, y luego la cerró otra vez. “Lo sé,” dijo. “Lo siento. Estaba siendo
perfectamente egoísta al no pensar…”
Él levanto una delgada mano. “No te estoy culpando,” dijo. “Tal vez estás aquí porque de
otra manera estás sola, pero yo también. También lo está Will. También lo está Jessamine.
E incluso, en medida, Charlotte y Henry. ¿Dónde más tendría Henry su laboratorio?
¿Dónde más podría Charlotte poner su mente brillante a trabajar de la forma en que puede
aquí? Y aunque Jessamine finge odiar todo, y Will nunca admitiría necesitar algo, ambos
han hecho hogares para sí mismos aquí. En cierta forma, no estamos aquí sólo porque no
tenemos otro lugar; no necesitamos otro lugar, porque tenemos el Instituto, y aquellos
quienes estén en él, son nuestra familia.”
“Pero no mi familia.”
“Podrían serlo,” dijo Jem. “Cuando por primera vez llegué aquí, tenía doce años.
Decididamente no se sentía como casa para mí entonces. Sólo vi cómo Londres no era
como Shangai, y estaba nostálgico. Entonces Will fue a una tienda en el East End y me
compró esto.” Sacó la cadena que colgaba alrededor de su cuello, y Tessa vio que el
destello verde que había notado antes era un colgante de piedra verde en forma de una
mano cerrada. “Creo que le gustaba porque le recordaba a un puño. Pero era jade, y él
sabía que el jade viene de China, así que lo trajo de vuelta para mí y lo colgó de una cadena
para llevarlo. Todavía lo llevo.”
La mención de Will hizo que el corazón de Tessa se contrajera. “Supongo que es bueno
saber que puede ser amable aveces.”
Jem la miró con perspicaces ojos plateados. “Cuando entré… esa mirada en tus ojos, no era
sólo por lo que acabas de leer en el Código, ¿no? Era por Will. ¿Qué te dijo?”
Tessa vaciló. “Hizo muy claro que no me quiere aquí,” dijo finalmente. “Que mi
permanencia en el Instituto no es la feliz oportunidad que pensé que era. No en su punto de
vista.”
“Y después de que justo terminé de decirte por qué deberías considerarlo familia,” dijo
Jem, un poco tristemente. “No me extraña que te veas como si acabara de decirte que algo
horrible ha pasado.”
“Lo siento,” susurró Tessa.
“No lo hagas. Es Will quien debe sentirlo.” Los ojos de Jem se oscurecieron. “Vamos a
echarlo a la calle,” proclamó. “Te prometo que se irá por la mañana.”
Tessa se sorprendió y se sentó erguida. “Oh…no, no puedes querer decir eso…”
Él sonrió. “Por supuesto que no. Pero te sentiste mejor por un momento, ¿no? ”
“Fue como un hermoso sueño,” dijo Tessa gravemente, pero sonrió cuando lo dijo, lo que la
sorprendió.
“Will es… difícil,” dijo Jem. “Pero la familia es deifícil. Si no pensara que el Instituto es el
mejor lugar para ti, Tessa, no te hubiera dicho que lo era. Y uno puede construir su propia
familia. Sé que te sientes inhumana, como si estuvieras apartada, alejada de la vida y el
amor, pero…” su voz se quebró un poco, la primera vez que Tessa lo había escuchado
sonar inseguro. Él aclaró su garganta. “Te prometo, al hombre adecuado no le importará.”
Antes de que Tessa pudiera responder, hubo un fuerte golpe en el cristal de la ventana.
Miró hacia Jem, quien se encogió de hombros. Lo había oído también. Cruzando la
habitación, vio que en efecto había algo fuera… una oscura figura alada, como un ave
pequeña luchando por entrar. Trató de levantar el marco de la ventana, pero parecía
atascado.
Se giró, pero Jem ya había aparecido a su lado, y abrió la ventana. Cuando la oscura figura
revoloteó en el interior, voló directamente a Tessa. Levantó las manos y la cogió en el aire,
sintiendo las afiladas alas de metal revolotear contra sus palmas. Cuando las sostuvo, se
cerraron, y sus ojos se cerraron también. Una vez más sostenía su espada de metal
tranquilamente, como si esperara ser despertado de nuevo. Su corazón mecánico hizo Tictac
contra sus dedos.
Jem se volvió de la venta abierta, el viento alborotaba su cabello. A la luz amarilla, éste
brillaba como oro blanco. “¿Qué es?”
Tessa sonrió. “Mi ángel,” dijo.
StephRG14
LOS ORÍGENES- ÁNGEL MECÁNICO
Epilogo
Se había hecho tarde, y los párpados de Magnus Bane se caían de agotamiento. Puso las
Odas de Horacio sobre el final de la mesa y miró pensativo la lluvia que dejaba corría por
las ventanas que daban a la plaza.
Esta era la casa de Camille, pero esta noche no estaba en ella, a Magnus le parecía poco
probable que ella estuviera en casa de nuevo por muchas noches más, si no fuera por más
tiempo. Había dejado la ciudad después de esa noche desastrosa en el De Quincey, y
aunque él le había enviado un mensaje diciéndole que era seguro regresar, dudaba de que lo
hiciera. No podía dejar de preguntarse si, ahora que había cobrado venganza contra su clan
vampiro, seguiría deseando su compañía. Tal vez sólo había sido algo para lanzar al rostro
de De Quincey.
Siempre podía marcharse; empacar e irse, dejar todo este lujo prestado a sus espaldas. Esta
casa, los sirvientes, los libros, incluso su ropa, eran de ella, había llegado a Londres sin
nada. No era como si Magnus no pudiera ganar su propio dinero. Había sido muy rico en el
pasado, en ocasiones, a pesar de tener demasiado dinero por lo general lo aburría. Pero,
permanecer aquí, no obstante la molestia, seguía siendo el camino más probable de ver a
Camille de nuevo.
Un golpe en la puerta lo sacó de su ensoñación, y se volvió para ver a Archer, el lacayo, de
pie en la puerta. Archer había sido el subyugado de Camille durante años, y observaba a
Magnus con desprecio, probablemente porque sentía que una relación con un brujo no era
el tipo adecuado de acoplamiento para su amada señora.
"Hay alguien que lo quiere ver, señor." Archer se retardó sobre la palabra "señor" el tiempo
suficiente para que fuera un insulto.
"¿A esta hora? ¿Quién es?"
"Uno de los Nefilim." Un débil disgusto tiñó las palabras de Archer. "Dice que su asunto
con usted es urgente."
Así que no era Charlotte, la única de los Nefilim de Londres que Magnus podría haber
esperado ver. Desde hace varios días había estado ayudando a la Enclave, observando
mientras ellos interrogaban a aterrorizados mundanos que habían sido miembros del Club
Pandemónium, y usando magia para eliminar los recuerdos de las ordalías de los mundanos
cuando habían terminado. Un trabajo desagradable, pero la Clave siempre pagaba bien, y era prudente permanecer a su favor.
"Está," agregó Archer, con un profundizado disgusto, “muy mojado también."
"¿Mojado?"
"Está lloviendo, señor, y el caballero no lleva puesto un sombrero. Me ofrecí para secar sus
ropas, pero él se negó."
"Muy bien. Déjalo entrar"
Los labios de Archer se afinaron. "Le está esperando en el salón. Pensé que tal vez deseara
calentarse junto al fuego."
Magnus suspiró para sus adentros. Podía, por supuesto, mandar que Archer condujera al
invitado a la biblioteca, una habitación que él prefería. Pero parecía un gran esfuerzo por
poco a cambio, y además, si lo hacía, el lacayo estaría de mal humor durante los próximos
tres días. "Muy bien."
Satisfecho, Archer desapareció, dejando a Magnus hacer su propio camino al salón. La
puerta estaba cerrada, pero podía ver por la luz que brillaba bajo la puerta que había un
fuego, y luz, dentro de la habitación. Abrió la puerta.
El salón había sido la habitación favorita de Camille y le había dado sus toques de
decoración. Las paredes estaban pintadas de un color vino exuberante, los muebles de palo
de rosa eran importados de China. Las ventanas que de otro modo habrían mirado a la plaza
estaban cubiertas con cortinas de terciopelo que colgaba rectas desde el suelo hasta el
techo, bloqueando cualquier luz.
Alguien estaba de pie delante de la chimenea, con las manos detrás de su espalda; una
persona delgada, con pelo oscuro. Cuando se volvió, Magnus lo reconoció inmediatamente.
Will Herondale.
Estaba, como Archer había dicho, mojado, de la manera en que a alguien que no le
importaba de una u otra forma si llovía sobre él o no. Su ropa estaba empapada, su cabello
colgaba sobre sus ojos. Agua corría por su rostro como lágrimas.
"William," dijo Magnus, honestamente sorprendido. "¿Qué diablos estás haciendo aquí?
¿Ha pasado algo en el Instituto?"
"No," la voz de Will sonó como si se estuviera ahogando. "Estoy aquí por mi propia cuenta.
Necesito tu ayuda. No hay…no hay absolutamente nadie más a quien pueda preguntarle."
"¿De verdad?" Magnus miró al chico más de cerca. Will era hermoso; Magnus había estado
enamorado muchas veces a través de los años, y normalmente la belleza de cualquier clase lo movía, pero la de Will nunca lo hizo. Había algo oscuro en el chico, algo oculto y
extraño que era difícil de apreciar. Parecía que no mostraba nada real al mundo. Sin
embargo, ahora, bajo su chorreante cabello, estaba tan blanco como el pergamino, sus
manos apretadas a los costados con tanta fuerza que temblaban. Parecía claro que alguna
terrible confusión lo estaba desgarrando desde adentro hacia afuera.
Magnus alcanzó el seguro detrás él y cerró la puerta del salón. "Muy bien," dijo. "¿Por qué
no me dices cuál es el problema?"
Una nota sobre el Londres de Tessa
El Londres de Ángel Mecánico es, tanto como yo lo podía hacer, una mezcla de lo real y lo
irreal, lo famoso y lo olvidado. La geografía real del Londres victoriano se conserva tanto
como sea posible, pero había veces que no era posible. Para los que preguntan sobre el
Instituto: Había realmente una iglesia llamada Todos los Santos-el-menor que se quemó en
el Gran Incendio de Londres en 1666, fue localizada, sin embargo, en el Upper Thames
Street, no donde lo he puesto, sólo fuera de la calle Fleet. Quienes están familiarizados con
Londres reconocerán la ubicación del Instituto, y la forma de su torre, como el de la famosa
Iglesia de San Bride, amado por periodistas, que no se menciona en Clockwork como el
Instituto que ha tomado su lugar. No hay un Carleton Square, en realidad, aunque hay un
Carlton Square, el Puente Blackfriars, Hyde Park, la Strand, incluso la tienda de helados
Gunther, todo existe y son presentados de lo mejor en mis habilidades de investigación. A
veces pienso que todas las ciudades tienen una sombra de sí mismo, donde el recuerdo de
los grandes acontecimientos y lugares estupendos persiste después de que esos lugares se
han ido. Con ese fin, hubo una Taberna del Diablo en Fleet Street y Chancery, donde
Samuel Pepys y el Dr. Samuel Johnson bebían, pero a pesar de que fue demolida en 1787,
me gusta pensar que Will puede visitar su sombra en 1878.
Una nota sobre la poesía
Las citas de poesía al comienzo de cada capítulo son por lo general tomados de la poesía
que Tessa estaba familiarizada, ya sea de su época, o una materia prima de antes. Las
excepciones son los poemas de Kipling, Wilde y todavía poetas victorianos, pero que data
antes de la década de 1870 y el poema de Elka Cloke al comienzo del volumen, "Canción
del Río Támesis", que fue escrito específicamente para este libro.
StephRG14
LOS ORÍGENES- Principe MECÁNICO
Sinopsis
Con la esperanza de salvar a Charlotte, y al Instituto, Will, Jem, y Tessa se
proponen revelar los secretos del pasado de Mortmain... y descubrir las perturbadoras conexiones de los Cazadores de Sombras que tienen la
llave de no solo las motivaciones del enemigo, sino también, del secreto de la
identidad de Tessa. Tessa, ya atrapada entre los afectos de Will y Jem, se
encuentra a sí misma con otra elección que hacer cuando aprende cómo los
Cazadores de Sombras la ayudaron a hacerla un “monstruo”. ¿Les dará la
espalda por su hermano, Nate, que ha estado rogándole para unirse a él al lado
de Mortmain? ¿Dónde yacerá su lealtad y amor? Tessa solo puede elegir salvar
a los Cazadores de sombras de Londres... o ponerles a fin a ellos para siempre.
“Deseo decirle que ha sido el último sueño de mi alma... Desde que la
conocí, me turba el remordimiento que no creí ya vivo y he oído voces, que
creía silenciosas, que me incitan a recobrar el ánimo. He tenido ideas vagas de
volver a esforzarme, de empezar de nuevo la vida, de arrojar de mí la pereza y
la sensualidad y volver a la abandonada lucha. Pero todo eso no es más que un
sueño, que no conduce a nada y que deja al dormido donde estaba, aunque
deseo decirle que estos sueños los inspiró usted.”
—Charles Dickens, Historia de Dos Ciudades.
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LOS ORÍGENES- PRINCIPE MECÁNICO
Prologo
La difunta desheredada
La niebla era espesa, amortiguando los sonidos y la visión. Allá donde
ésta se disipaba, Will Herondale podía ver el principio de la calle ante él, resbaladiza, húmeda y negruzca a causa de la lluvia, y escuchó las voces
de la muerte.
No todos los Cazadores de Sombras podían oír a los fantasmas, a menos que
estos decidieran ser oídos, pero Will era uno de los pocos cazadores que podía.
A medida que se aproximaba al viejo cementerio, oía elevarse las voces en un
coro rasgado: gemidos y súplicas, llantos y gruñidos. Este no era un campo
santo en paz, pero Will ya sabía eso; no era su primera visita al Cementerio de
Cross Bones cerca del Puente de Londres. Hizo todo lo posible por apartar las
voces, encorvando los hombros y agachando la cabeza para que el cuello le
cubriese las orejas, mientras una fina llovizna le humedecía el cabello negro.
La entrada estaba a medio camino de la manzana donde un par de puertas
de hierro forjado se empotraban en un alto muro de piedra. Todo mundano que
pasara por allí podía ver la gruesa cadena que mantenía las puertas cerradas y
la inscripción que declaraba clausurado el lugar,; habían pasado quince años de
la última vez que un cuerpo fuera enterrado allí. Cuando Will se acercó a las
puertas, algo no mundano se materializó fuera de la niebla: una gran aldaba de
bronce en forma de mano, con los dedos huesudos y esqueléticos. Con una
mueca, Will extendió una de sus manos enguantadas y levantó la aldaba,
dejándola caer una, dos, tres veces. A través de la noche resonó el hueco sonido
metálico.
Más allá de las puertas la niebla se alzaba como vaho de la tierra, ocultando
las inscripciones de las sepulturas y las alargadas e irregulares parcelas de tierra
que se extendían entre ellas. Con gran lentitud, la bruma empezó a fusionarse,
asumiendo un inquietante resplandor azul. Will puso las manos sobre los
barrotes de las puertas y el frío del metal se filtró a través de sus guantes hasta
entrar en sus huesos. Will se estremeció. Hacía algo más que un frío común:
cuando los fantasmas se levantaban, extraían la energía de su alrededor,privando de calor al aire y al espacio que los rodeaba. A Will se le erizó el pelo
de la nuca y se puso en guardia cuando la niebla azul lentamente tomó la forma
de una anciana con la cabeza inclinada, que vestía un traje andrajoso con
delantal blanco.
—¡Hola, Mol! —saludó Will—. Esta noche se te ves particularmente bien, si
me permites decirlo.
La fantasma levantó la cabeza. La vieja Molly era un espíritu fuerte, uno de
los más fuertes con los que Will se había topado. Incluso con la luz de la luna
arponeando una brecha entre las nubes, ella apenas se veía transparente: su
cuerpo era sólido, su cabello se retorcía en un grueso moño gris leonado sobre
un hombro y sus ásperas manos rojas se apoyaban sobre sus caderas. Sólo sus
ojos se veían huecos, con dos llamas azules gemelas parpadeando en sus
profundidades.
—William Herondale —respondió—. ¿De regreso tan pronto?
Ella se movió hacia las puertas con ese deslizamiento característico de los
fantasmas. Estaba descalza y tenía los pies sucios a pesar del hecho de que
jamás tocaran el suelo.
—Sabes que extrañaba tu bello rostro —dijo Will, inclinándose contra las
puertas.
Ella sonrío burlona, con sus ojos parpadeando, y Will pudo atisbar brevemente
su cráneo bajo su piel translúcida. Sobre sus cabezas las nubes se habían vuelto
a apretar unas contra otras, negras y amenazantes, ocultando totalmente la
luna. Will se preguntaba ociosamente, qué había hecho la Vieja Molly para
conseguir que la enterraran allí, lejos de tierra consagrada. La mayoría de las
voces susurrantes de la muerte pertenecían a prostitutas, suicidas y niños que
nacían muertos… Aquellos muertos marginados que no podían ser enterrados
en lugar sagrado. Aunque Molly había conseguido que la situación le fuese
bastante provechosa, así que tal vez no le importaba.
Ella se rió con satisfacción.—¿Entonces qué es lo que quieres, joven Cazador de Sombras? ¿Veneno de
Malphas1? Tengo la garra de un demonio Morax, pulida con esmero, con el
veneno en la punta completamente invisible…
—No —dijo Will—. Eso no es lo que necesito. Lo que necesito son polvos de
demonio Foraii, finamente molido.
Molly volvió la cabeza a un lado y escupió una bocanada de fuego azul.
—Pero bueno… ¿Qué hace un buen joven como tú pidiendo cosas como esa?
Will sólo se limitó a suspirar para sus adentros. Las protestas de Molly eran
parte del proceso de negociación. Magnus ya le había enviado varias veces a la
Vieja Mol, una vez a por hediondas velas negras, que se le pegaron a la piel
como alquitrán, otra vez a por los huesos de un nonato y otra a por un saquito
de ojos de hada, que le había goteado sangre sobre la camisa. El polvo de
demonio Foraii sonaba agradable en comparación.
—Crees que soy tonta —continuó Molly—. Esto es una trampa, ¿verdad? Tú,
Nefilim, me pillas vendiendo ese tipo de cosas, y culpas a la Vieja Mol, ¿no es
así?
—Tú ya estás muerta. —Will se esforzó por no sonar irritado—. No sé qué crees
que pueda hacerte la Clave ahora.
—¡Ja! —Sus ojos vacíos llamearon—. La prisión de los Hermanos Silenciosos,
bajo tierra, puede guardar tanto a los vivos como a los muertos. Sabes eso, Will
Herondale.
Will levantó las manos.
—Sin trucos, vieja. Seguro que has debido de oír los rumores que corren
sobre el Submundo. La Clave tiene mejores cosas en mente que buscar
fantasmas que trafiquen con polvos de demonio y sangre de hada. —Él se echó
hacia delante —. Te pagaré bien.
Sacó una bolsa de popelina del bolsillo y la dejó pendiendo en el aire.
Tintineó como monedas chocando entre sí.—Todos ellos se ajustan a tu descripción, Mol.
Una mirada de deseo se apoderó del rostro de la muerta, que se hizo lo
bastante sólida para tomar la bolsa que él le tendía. Metió la mano en la talega y
sacó un puñado de anillos, anillos dorados de boda, cada uno de ellos rematado
con un nudo de amantes2 en su centro. La Vieja Mol, como otros muchos
fantasmas, siempre estaba buscando ese talismán, esa pieza perdida de su
pasado que finalmente le permitiría morir, el ancla que la mantenía atrapada en
el mundo. En su caso, era su anillo de bodas. Era bien sabido, según le había
contado Magnus a Will, que el anillo hacía largo tiempo que yacía enterrado
bajo el limoso lecho del Támesis, y entretanto, ella tomaría cualquier bolsita de
anillos encontrados con la esperanza de que alguno resultara ser el suyo. Hasta
el momento no había sucedido así.
Ella dejó caer los anillos de vuelta a la bolsa, que desapareció en algún lugar
de su difunta persona, y a cambio le entregó a Will una bolsita doblada con
polvo. Él la deslizó en el bolsillo de su chaqueta justo cuando la fantasma
comenzaba a titilar y desvanecerse.
—Aguarda ahí, Mol. Eso no es lo único a por lo que he venido esta noche.
El espíritu parpadeó mientras la avaricia combatía contra su impaciencia y el
esfuerzo por mantenerse visible. Finalmente, gruñó:
—Muy bien. ¿Qué más quieres?
Will vaciló. Esto no era algo a por lo que le hubiera enviado Magnus. Era
algo que él quería saber para sí mismo.
—Las pócimas de amor…
La Vieja Mol soltó una carcajada estridente.
—¿Pócimas de amor? ¿Para Will Herondale? No es que sea mi estilo rechazar
un pago, pero cualquier hombre que tenga tu aspecto no tiene necesidad de
pócimas de amor, eso es un hecho.
—No —replicó Will con un poco de desesperación en la voz—. Estaba
buscando lo contrario en realidad… Algo que pueda poner fin a estar
enamorado.—¿Una pócima de odio? —Mol aún sonaba divertida.
—¿Estaba pensando en algo más parecido a la indiferencia? ¿Tolerancia...?
Ella hizo un sonido de resoplido increíblemente humano para ser un
fantasma.
—No es que me guste decirte esto, Nefilim, pero si quieres que una chica te
odie hay formas más sencillas de conseguirlo. No necesitas mi ayuda con la
pobrecita.
Y con eso se desvaneció con un giro que la confundió con la niebla que había
entre las sepulturas. Will suspiró mirando hacia donde había estado ella.
—No es para ella —musitó, aunque ya no había nadie que lo oyera—. Es
para mí... —Y apoyó la cabeza contra las frías puertas de hierro.
StephRG14
Los orígenes- Príncipe mecánico
Capitulo 1
La cámara del consejo
Arriba, el hermoso techo del salón se asienta majestuoso.
Muchos hicieron que se alzara en lo alto con un gran arco,
Y los ángeles elevándose y descendiendo se encontraban
Con regalos que se intercambiaban.
— Lord Alfred Tennyson, “El Palacio del Arte”
Oh, sí. Realmente luce como me la imaginaba —dijo Tessa, y se giró para
sonreír al chico que estaba junto a ella, quien la acaba de ayudar a pasar
sobre un charco. Su mano todavía descansaba cortésmente sobre su
brazo, justo encima de la curvatura de su codo.
James Carstairs le devolvió la sonrisa. Estaba elegante con su traje oscuro, y
su cabello blanco plateado agitándose al viento. Su otra mano descansaba sobre
un bastón con cabeza de jade, y si alguien de la gran multitud de personas que
daba vueltas alrededor de ellos pensaba que era extraño que alguien tan joven
necesitara un bastón, o encontraba cualquier cosa inusual acerca de su
‘colorido’ o la forma de sus facciones, no se detenía para mirar.
—Debería contar eso como una bendición —dijo Jem—. Estaba comenzando
a preocuparme, ya sabes, de que todo lo que encontraras en Londres fuera a ser
una decepción.
Una decepción. El hermano de Tessa, Nate, una vez le había prometido todo
en Londres: un nuevo comienzo, un maravilloso lugar para vivir, una ciudad de
edificios inmensos y hermosos parques. En cambio, lo que Tessa había
encontrado había sido horror y traición, y peligro más allá de cualquier cosa
que hubiera imaginado. Y aun así…
—No todo ha sido una decepción. —Le sonrió a Jem.
—Me alegra oír eso. —Su tono era serio, no burlón.
Apartó la mirada de él y miró hacia el gran edificio que se elevaba ante ellos:
la Abadía de Westminster, con sus grandes agujas góticas que casi tocaban el
cielo. El sol había hecho su mejor esfuerzo por salir de las nubes, y la abadía
estaba bañada en una débil luz solar.
—¿Realmente está aquí? —preguntó ella, mientras Jem la guiaba hacia
adelante, hacia la entrada de la abadía—. Parece tan…
—¿Mundana?
—Había querido decir atestada. —Hoy, la Abadía estaba abierta a los
turistas, y grupos de éstos pululaban afanosamente dentro y fuera de las
enormes puertas, la mayoría llevando guías Baedeker3 en sus manos. Un grupo
de turistas estadounidenses (mujeres de mediana edad con ropa pasada de
moda, murmurando en un acento que hacía que Tessa sintiera una ligera
nostalgia) los pasaron mientras subían las escaleras, corriendo detrás de un
profesor que estaba ofreciendo una visita guiada por la Abadía. Jem y Tessa se
fundieron sin esfuerzo tras ellos.
El interior de la abadía olía a piedra fría y metal. Tessa miraba de arriba
abajo, maravillándose por el tamaño del lugar. Hacía que el Instituto luciera
como la iglesia de una aldea.
—Noten la triple división de la nave —decía un guía, monótonamente,
continuando con la explicación de que las capillas más pequeñas se alineaban
en los pasillos este y oeste de la abadía. Alguien pidió silencio, incluso aunque
no se estaba haciendo ningún servicio religioso. Mientras Tessa dejaba que Jem
la condujera hacia el lado este de la iglesia, se dio cuenta de que estaba pasando
por encima de piedras talladas con nombres y fechas. Había sabido que había
reyes famosos, reinas, soldados y poetas sepultados en la Abadía de
Westminster, pero no había esperado estar de pie encima de ellos.
Ella y Jem se detuvieron, finalmente, en el rincón sudeste de la iglesia. La luz
acuosa del día se derramaba a través del rosetón4 en lo alto.
—Sé que debemos apresurarnos para llegar a la reunión del Concejo —dijo
Jem— pero quería que vieras esto. —Hizo un gesto alrededor de ellos—. El
Rincón de los Poetas.
Tessa había leído del lugar, por supuesto, donde estaban sepultados los
grandes escritores de Inglaterra.
Estaba la tumba de piedra gris de Chaucer, con su pabellón, y otros nombres
familiares: —Edmund Spenser, oh, y Samuel Johnson —jadeó ella— y
Coleridge, y Robert Burns, y Shakespeare…
—En realidad, no está sepultado aquí —dijo Jem rápidamente—. Es sólo un
monumento. Como el de Milton.
—Oh, lo sé, pero… —Ella lo miró y sintió que se sonrojaba—. No puedo
explicarlo. Es como estar entre amigos, en medio de estos nombres. Es tonto, lo
sé…
—No es tonto en absoluto.
Ella le sonrió. —¿Cómo supiste justo lo que me gustaría ver?
—¿Cómo no podría? —dijo él—. Cuando pienso en ti, y no estás ahí, siempre
te veo en mi mente con un libro en la mano. —Apartó la mirada de ella cuando
lo dijo, pero no antes de que ella viera el ligero rubor en sus pómulos. Era tan
pálido, que ni siquiera podía ocultar el más mínimo rubor, pensó ella, y se
sorprendió por lo cariñoso del pensamiento.
Le había tomado mucho cariño a Jem en la pasada quincena. Will había
estado evitándola estudiadamente, Charlotte y Henry estaban atrapados con
problemas de la Clave y el Concejo y manejar el Instituto, e incluso Jessamine
parecía estar ocupada. Pero Jem siempre estaba ahí. Parecía tomar su rol como su guía por Londres muy seriamente. Habían ido a Hyde Park y los Jardines
Kew, a la Galería Nacional y al Museo Británico, la Torre de Londres y la Verja
de los Traidores. Fueron a ver la ordeña de vacas en St. James’s Park, y a los
vendedores de frutas y verduras pregonando sus mercancías en Covent
Garden. Habían observados los botes navegando en el Támesis iluminado por
el sol desde el Embarcadero, y habían comido cosas llamadas “trabapuertas” lo
que sonaba horrible pero resultó ser mantequilla, azúcar y pan. Y a medida que
los días pasaban, Tessa sentía que se desplegaba lentamente de su silenciosa
infelicidad acumulada sobre Nate y Will y la pérdida de su antigua vida, como
una flor saliendo del suelo congelado. Incluso se había encontrado riendo.
Tenía que agradecerle a Jem por eso.
—Eres un buen amigo —exclamó. Y cuándo para su sorpresa él no dijo nada
ante eso, dijo—: Al menos espero que seamos buenos amigos. Tú también lo
crees, ¿no, Jem?
Él se giró para mirarla, pero antes de que pudiera responder, una voz
sepulcral habló desde las sombras:
“‘¡Mortalidad, observa y teme! Qué
cambio de carne hay aquí: Piensa
cuántos huesos reales Duermen en
estas pilas de piedra.’”
Una forma oscura salió de entre dos monumentos. Mientras Tessa
parpadeaba sorprendida, Jem, en un tono de diversión resignada, dijo:
—Will. ¿Decidiste honrarnos con tu presencia después de todo?
—Nunca dije que no iba a venir. —Will avanzó, y la luz del rosetón cayó
sobre él, iluminando su rostro. Incluso ahora, Tessa no podía mirarlo sin que su
pecho se apretara con un tartamudeo doloroso de su corazón.
Cabello negro, pómulos elegantes, abundantes pestañas oscuras, boca llena;
hubiera sido guapo si no hubiera sido tan alto y tan musculoso. Ella había
pasado sus manos sobre esos brazos; sabía cómo se sentían: hierro, bordeado de músculos; sus manos, cuando ahuecaron la parte de atrás de su cabeza, eran
esbeltas y flexibles, pero duras por los callos…
Arrancó su mente de esos recuerdos. Los recuerdos no hacían ningún bien,
no cuando una sabía la verdad en el presente. Will era hermoso, pero no era
suyo; no era de nadie. Algo en él estaba roto, y a través de esa grieta, se
derramaba una crueldad ciega, una necesidad de herir y alejar.
—Llegas tarde a la reunión del Concejo —dijo Jem con buen humor. Él era el
único al que la malicia traviesa de Will nunca parecía tocar.
—Tuve que hacer un recado —dijo Will.
De cerca, Tessa podía ver que lucía cansado. Sus ojos estaban bordeados con
rojo, las sombras bajo éstos eran casi púrpuras. Su ropa parecía arrugada, como
si hubiera dormido con ella puesta, y su pelo necesitaba un corte. Pero no tiene
nada que ver contigo, se dijo duramente a sí misma, apartando la mirada de las
suaves ondas oscuras que se rizaban alrededor de sus orejas, y la parte de atrás
de su cuello. No importa lo que pienses sobre cómo se ve o cómo ha elegido pasar su
tiempo. Dejó eso muy claro.
—Y ustedes no están exactamente a la hora.
—Quería mostrarle a Tessa el Rincón de los Poetas —dijo Jem—. Pensé que le
gustaría. —Hablaba tan simple y llanamente, que nunca nadie podría dudar o
imaginar que no dijera nada más que la verdad. En el rostro de su simple deseo
por complacer, ni siquiera Will parecía ser capaz de pensar en algo
desagradable que decir; simplemente se encogió de hombros y caminó por
delante de ellos a un ritmo acelerado a través de la abadía y hacia fuera del
Claustro Este.
Había un jardín cuadrado rodeado por las paredes del convento, y las
personas estaban caminando por los bordes del jardín, murmurando en voz
baja como si todavía estuvieran en la iglesia. Ninguno de ellos parecía notar a
Tessa y a sus acompañantes, mientras se aproximaban al conjunto de puertas
dobles de roble montadas en una de las paredes.
Will, después de mirar alrededor, sacó la estela de su bolsillo y pasó la punta
a través de la madera. La puerta centelleó con una breve luz azul y se abrió.
Will entró, con Jem y Tessa justo detrás de él. La puerta era gruesa, y cerró con
un golpe resonante detrás de Tessa, casi atrapando sus faldas; se alejó justo a
tiempo, y dio un paso atrás rápidamente, girando alrededor en lo que era casi
una oscuridad como la brea.
—¿Jem?
Una luz se encendió; era Will, sosteniendo su piedra de luz mágica. Estaban
en un enorme salón hecho de piedra con techos abovedados. El suelo parecía
ser de ladrillo, y había un altar al final de la habitación.
—Estamos en la Cámara Pyx —dijo él—. Solía ser una tesorería. Había cajas
de oro y plata por todas las paredes.
—¿Una tesorería de Cazadores de Sombras? —Tessa estaba completamente
desconcertada.
—No, la tesorería real Británica, por lo grueso de las paredes y las puertas —
dijo Jem—. Pero los Cazadores de Sombras siempre han tenido acceso. —Sonrió
ante la expresión de Tessa—. Las monarquías a través del tiempo le han dado
un diezmo5 a los Nefilim, en secreto, para mantener a salvo sus reinos de los
demonios.
—No en América —dijo Tessa con humor—. No tenemos monarquía…
—Tienen una rama del gobierno que trata con Nefilims, no temas —dijo Will,
cruzando el suelo hacia el altar—. Solía ser el Departamento de Guerra, pero
ahora es una rama del Departamento de Justicia…
Fue interrumpido cuando el altar se movió hacia el lado con un crujido,
revelando un agujero vacío y oscuro detrás de él. Tessa podía ver el débil parpadeo de las luces entre las sombras. Will entró agachado al agujero, su luz
mágica iluminaba la oscuridad.
Cuando Tessa lo siguió, se encontró en un largo corredor de piedra que
descendía. La piedra de las paredes, pisos, y techos era la misma, dando la
impresión de que el pasillo había sido cortado directamente en la roca, aunque
era suave en vez de áspera.
Cada pocos pasos había una luz mágica ardiendo en un aplique con forma de
mano humana presionada en la pared, con los dedos agarrando una antorcha.
El altar se deslizó cerrándose tras ellos, y se pusieron en camino. Mientras
pasaban, la pendiente del pasillo comenzó a hacerse más pronunciada hacia
abajo. Las antorchas ardían con un brillo verde azulado, iluminando tallados en
la roca: el mismo motivo, una y otra vez, de un ángel alzándose en fuego
ardiente de un lago, llevando una espada en una mano y una copa en la otra.
Al final se encontraron de pie ante dos grandes puertas plateadas. Cada
puerta estaba tallada con un diseño que Tessa había visto antes: cuatro letras C
entrelazadas. Jem las señaló. —Significan Clave y Concejo, Convenio y Cónsul
—dijo, antes de que ella pudiera preguntar.
—El Cónsul. ¿Él es… el líder de la Clave? ¿Como una especie de rey?
—No es tan innato como tu monarquía usual —dijo Will—. Él es elegido,
como el presidente o el primer ministro.
—¿Y el Concejo?
—Los verás muy pronto. —Will empujó las puertas para abrirlas.
La boca de Tessa cayó abierta; la cerró rápidamente, pero no antes de captar
la mirada divertida de Jem, que estaba de pie a su lado derecho. El salón más
allá era uno de los más grandes que ella hubiera visto, un enorme espacio
abovedado, cuyo cielorraso estaba pintado con un patrón de estrellas y
constelaciones. Una gran araña de luces con la forma de un ángel sosteniendo
antorchas brillantes, colgaba del punto más alto de la cúpula. El resto de la
habitación estaba establecido como un anfiteatro, con largas plataformas curvadas. Will, Jem, y Tessa estaban de pie en lo alto de una fila de escaleras
que pasaba a través del área de asientos, la cual estaba llena de gente en tres
cuartos. En lo más bajo de los escalones se alzaba una plataforma, y en esa
plataforma había varias sillas con respaldo de madera de aspecto incómodo.
En una de ellas estaba sentada Charlotte; junto a ella estaba Henry, mirando
con los ojos muy abiertos y nerviosos. Charlotte estaba sentada tranquilamente
con sus manos sobre el regazo; sólo alguien que la conocía bien podría haber
visto la tensión en sus hombros y lo rígida que estaba su boca.
Ante ellos, en una especie de atril de orador (era más ancho y largo de lo que
eran los atriles normalmente) se encontraba un hombre alto con largo cabello
rubio y barba espesa; sus hombros eran amplios, y usaba una túnica negra
sobre su ropa, como un juez, y las mangas brillaban con runas tejidas. Junto a él,
en una silla baja, se sentaba un hombre mayor, su cabello castaño estaba
veteado de gris, su rostro estaba afeitado pero hundido con líneas severas. Su
túnica era azul oscuro, y las joyas brillaban en sus dedos cuando movía la
mano. Tessa lo reconoció: era el Inquisidor Whitelaw, que tenía voz como el
hielo y ojos como el hielo, e interrogaba testigos en nombre de la Clave.
—Sr. Herondale —dijo el hombre rubio, mirando a Will, y su boca se arqueó
en una sonrisa—. Qué amable de su parte unirse a nosotros. Y el Sr. Carstairs,
también. Y su acompañante debe ser…
—Señorita Gray —dijo Tessa, antes de que él pudiera terminar—. Señorita
Theresa Gray de Nueva York.
Un murmullo se extendió por la habitación, como el sonido de una ola
retrocediendo. Sintió que Will se tensaba junto a ella, y Jem tomó aire como si
fuera a hablar. Interrumpir al Cónsul, pensó que escuchó que dijo alguien. Así
que este era el Cónsul Wayland, el líder de la Clave. Mirando alrededor de la
habitación, vio algunas caras familiares: Benedict Lightwood, con sus facciones
afiladas y ganchudas y porte rígido; y su hijo, el despeinado Gabriel
Lightwood, viéndose pétreamente recto. Lilian Highsmith, de ojos oscuros.
George Penhallow, de aspecto amigable; e incluso la formidable tía de
Charlotte, Callida, cuyo cabello se amontonaba en su cabeza en espesas ondas
grises. Había muchos otros rostros también, rostros que ella no conocía. Era como mirar un libro de fotografías con la intención de informarte sobre las
personas del mundo. Había Cazadores de Sombras rubios con aspecto de
vikingos, y un hombre de piel muy oscura que parecía un califa salido de su
copia ilustrada de Las Mil y Una Noches, y una mujer india vestida con un
hermoso sari bordado con runas plateadas. Ella estaba sentada junto a otra
mujer, que había girado la cabeza y los estaba mirando. Usaba un elegante
vestido de seda, y su rostro era como el de Jem: las mismas facciones
delicadamente hermosas, las mismas curvas en sus ojos y pómulos, aunque
donde el cabello y los ojos de Jem eran plateados, los de ella eran oscuros.
—Bienvenida entonces, Señorita Tessa Gray de New York —dijo el Cónsul,
sonando divertido—. Apreciamos que se una a nosotros hoy día. Entiendo que
ya ha contestado algunas preguntas para la Enclave de Londres. Había
esperado que estuviera dispuesta a contestar algunas más.
A través de la distancia que las separaba, los ojos de Tessa se encontraron
con los de Charlotte: ¿Debería? Charlotte le dio un asentimiento casi
imperceptible. Por favor.
Tessa cuadró los hombros. —Si esa es su petición, sin duda.
—Aproxímese a la plataforma del Concejo, entonces —dijo el Cónsul, y Tessa
se dio cuenta de que debía referirse a la larga y estrecha plataforma de madera
que se encontraba ante el atril—. Y sus caballeros acompañantes pueden
escoltarla —agregó.
Will murmuró algo, pero tan silenciosamente que incluso Tessa no pudo
oírlo. Flanqueada por Will a su izquierda y Jem a su derecha, Tessa bajó los
escalones hacia la plataforma ante el atril. Se quedó de pie detrás de éste,
insegura. Así de cerca, pudo ver que el Cónsul tenía amigables ojos azules, a
diferencia de los del Inquisidor, los que eran de un gris sombrío y tormentoso,
como un mar lluvioso.
—Inquisidor Whitelaw —le dijo el Cónsul al hombre de ojos grises—. La
Espada Mortal, si hace el favor.
El Inquisidor se puso de pie, y de su túnica sacó una enorme espada. Tessa la
reconoció al instante. Era larga, de plata deslustrada, su empuñadura estaba
tallada con forma de alas desplegadas. Era la espada del Código, la que portaba
el Ángel Raziel cuando salió del lago, y se le había dado a Jonathan Cazador de
Sombras, el primero de todos.
—Maellartach —dijo ella, dándole a la espada su nombre.
El Cónsul, tomando la espada, lució divertido de nuevo. —Ha estado
estudiando —dijo—. ¿Cuál de ustedes le ha estado enseñando? ¿William?
¿James?
—Tessa aprende las cosas por su cuenta, señor. —Will arrastraba las palabras
suave y alegremente, en contradicción con el sentimiento sombrío de la sala—.
Es muy curiosa.
—Con mayor razón no debería estar aquí. —Tessa no tuvo que girarse;
conocía la voz. Benedict Lightwood—. Esta es la Guarida del Concejo. No
traemos Submundos a este lugar. —Su voz era estricta—. La Espada Mortal no
puede ser utilizada para hacerla decir la verdad; ella no es una Cazadora de
Sombras. ¿De qué sirve la espada, o ella, aquí?
—Paciencia, Benedict. —El Cónsul Wayland sostenía la espada ligeramente,
como si no pesara nada. Su mirada en Tessa era más pesada. Ella sentía como si
él estuviera buscando en su cara, leyendo el miedo en sus ojos—. No vamos a
herirla, brujita —dijo—. Los Acuerdos lo prohíben.
—No debería llamarme bruja —dijo Tessa—. No tengo ninguna marca de
brujo. —Era extraño tener que decir esto de nuevo, pero cuando había sido
cuestionada antes, siempre había sido por miembros de la Clave, no por el
Cónsul en persona. Él era alto, un hombre de hombros anchos; exudaba una
sensación de poder y autoridad. Justo el tipo de poder y autoridad por el que
Benedict Lightwood resentía tanto a Charlotte por poseerlos.
—Entonces, ¿qué es usted? —preguntó él.—No lo sabe. —El tono del Inquisidor era seco—. Tampoco lo saben los
Hermanos Silenciosos.
—Puede que ella necesite sentarse —dijo el Cónsul—. Y dar evidencia, pero
su testimonio sólo será contado como la mitad del de un Cazador de Sombras.
—Se giró hacia los Branwell—. Mientras tanto, Henry, puede retirarse del
interrogatorio por el momento. Charlotte, por favor quédese.
Tessa se tragó su resentimiento y fue a sentarse en frente de la fila de
asientos, donde se unió a un Henry con aspecto estirado, cuyo pelo rojizo estaba
sobresaliendo salvajemente. Jessamine estaba ahí, con un vestido de alpaca
marrón pálido, luciendo aburrida y molesta. Tessa se sentó junto a ella, con Will
y Jem a su otro lado. Jem estaba justo a su lado, y como los asientos eran
estrechos, podía sentir el calor de su hombro contra el suyo.
Al principio, el Concejo procedió de forma muy parecida a como lo habían
hecho otras reuniones de la Enclave. Charlotte fue llamada para dar sus
recuerdos de la noche cuando la Enclave atacó la fortaleza del vampiro De
Quincey, matándolo y a aquellos de sus seguidores que habían estado
presentes, mientras el hermano de Tessa, Nate, había traicionado su confianza
en él y había permito que el Maestro, Axel Mortmain, entrara al Instituto,
donde había asesinado a dos de los sirvientes y casi había secuestrado a Tessa.
Cuando le pidieron a Tessa que subiera, dijo las mismas cosas que había dicho
antes, que ella no sabía dónde estaba Nate, que no había sospechado de él, que
no había sabido nada de sus propios poderes hasta que las Hermanas Oscuras
se los habían mostrado, y que ella siempre había pensado que sus padres eran
humanos.
—Richard y Elizabeth Gray han sido investigados a fondo —dijo el
Inquisidor—. No hay evidencia que sugiera que no fueran humanos. El chico,
el hermano, también es humano. Podría ser como Mortmain dio a entender, que
el padre de la chica sea un demonio; pero si lo es, está la cuestión de que ella no
tiene una marca de brujo.
—Es lo más curioso, todo sobre usted, incluyendo sus poderes —dijo el
Cónsul, mirando a Tessa con ojos que eran firmes y de un azul pálido—. ¿No
tiene idea de cuáles son los límites de su poder? ¿Sus construcciones? ¿Ha probado transformarse con un elemento de Mortmain? ¿Para ver si puede
acceder a sus recuerdos o pensamientos?
—Sí, lo… lo intenté. Con un botón que dejó atrás. Debería haber funcionado.
—¿Pero?
Ella sacudió la cabeza. —No pude hacerlo. No había chispa en el botón, no
había… vida. Nada con lo que pudiera conectar.
—Conveniente —murmuró Benedict, casi demasiado despacio para que lo
oyeran, pero Tessa lo oyó, y se sonrojó.
El Cónsul le indicó que podía tomar asiento. Ella vio el rostro de Benedict
Lightwood mientras lo hacía; sus labios estaban presionados en una línea
furiosa y delgada. Se preguntó que pudo haber dicho para encolerizarlo.
—Y nadie ha visto ni un pelo de este Mortmain desde el… altercado de la
Señorita Gray con él en el Santuario —continuó el Cónsul, mientras Tessa
tomaba asiento.
El Inquisidor agitó algunos papeles que estaban apilados en el atril. —Sus
casas han sido registradas y se han encontrado completamente vacías de
posesiones. Se registraron sus almacenes, con los mismos resultados. Incluso
nuestros amigos de Scotland Yard han investigado. El hombre se ha
desvanecido. Literalmente, como nos dice nuestro joven amigo, William
Herondale.
Will sonrió brillantemente como si hubiera sido un cumplido, aunque Tessa,
viendo la malicia bajo su sonrisa, pensó en la luz destellando en el filo de una
navaja.
—Mi sugerencia —dijo el Cónsul—, es que Charlotte y Henry Branwell sean
controlados, y que por los próximos tres meses sus acciones oficiales, realizadas
en nombre de la Clave, deberían pasar por mí para que las apruebe antes de…
—Mi señor Cónsul. —Una voz firme y clara habló desde la multitud. Las
cabezas se giraron para mirar; Tessa tuvo la impresión de que esto, que alguien
interrumpiera al Cónsul en medio de un discurso, no pasaba muy a menudo—.
Si puedo hablar.
Las cejas del Cónsul se alzaron. —Benedict Lightwood —dijo—. Tuviste tu
oportunidad de hablar antes, durante los testimonios.
—No tengo ningún argumento contra los testimonios que se han dado —dijo
Benedict Lightwood. Su perfil ganchudo y afilado se veía aun más agudo con la
luz mágica—. Es su sentencia con la que no estoy de acuerdo.
El Cónsul se inclinó hacia delante en el atril. Era un hombre grande, de cuello
grueso y pecho ancho, y por sus grandes manos parecía que podía abarcar el
cuello de Benedict con una sola. Tessa casi deseaba que lo hiciera. De lo que
había visto de Benedict Lightwood, no le agradaba.
—¿Y eso por qué?
—Creo que ha dejado que su larga amistad con la familia Fairchild lo ciegue
sobre las deficiencias de Charlotte como directora del Instituto —dijo Benedict,
y hubo una audible inhalación de aire en la sala—. Los errores cometidos en la
noche del cinco de julio hicieron más que avergonzar a la Clave y perder la
Pyxis. Hemos dañado nuestra relación con los Submundos de Londres por
atacar inútilmente a De Quincy.
—Ha habido un número de denuncias presentadas durante las
Compensaciones —retumbó el Cónsul—. Sin embargo, estos casos serán
tratados como la Ley crea conveniente. Las Compensaciones no son realmente
tu asunto, Benedict…
—Y —continúo Benedict, su voz estaba elevándose— lo peor de todo, es que
ella ha permitido que escape un criminal peligroso con planes de perjudicar y
destruir a los Cazadores de Sombras, y no tenemos idea de dónde pueda estar.
La responsabilidad de encontrarlo tampoco está siendo dirigida a donde
debería estar, ¡en los hombros de aquellos que lo perdieron!
Su voz se elevó. De hecho, la sala entera era un alboroto; Charlotte parecía
consternada, Henry confundido, y Will furioso. El Cónsul, cuyos ojos se habían
oscurecido alarmantemente cuando Benedict había mencionado a los Fairchild
(esa debía haber sido la familia de Charlotte, notó Tessa) permanecía en silencio
mientras el ruido se apagaba. Luego, dijo—: Tu hostilidad hacia el líder de tu
Enclave no te da crédito, Benedict.
—Mis disculpas, Cónsul. No creo que mantener a Charlotte Branwell como
directora del Instituto, ya que todos sabemos que la participación de Henry
Branwell es nominal al máximo, esté en los mejores intereses de la Clave. Creo
que una mujer no puede dirigir un Instituto; las mujeres no piensan con lógica y
prudencia, sino que con las emociones del corazón. No tengo duda de que
Charlotte es una mujer buena y decente, pero un hombre no habría sido
engañado por un espía débil como Nathaniel Gray…
—Yo fui engañado. —Will se había puesto de pie de un salto y giró
alrededor, con sus ojos brillando—. Todos lo fuimos. ¿Qué insinuaciones está
haciendo sobre mí, Jem y Henry, Sr. Lightwood?
—Tú y Jem son niños —dijo Benedict, cortante—. Y Henry nunca levanta la
mirada de su mesa de trabajo.
Will comenzó a pasar por encima del respaldo de su silla; Jem lo tiró de
vuelta a su asiento con una fuerza importante, siseando por lo bajo. Jessamine
aplaudió, sus ojos castaños estaban brillando.
—Esto se vuelve emocionante, finalmente —exclamó.
Tessa la miró asqueada. —¿Estás escuchando algo de esto? ¡Está insultando a
Charlotte! —susurró, pero Jessamine le quitó importancia con un gesto.
—¿Y a quién sugerirías para que dirigiera el Instituto en su lugar? —
demandó el Cónsul a Benedict, su voz estaba goteando sarcasmo—. ¿Tú, tal
vez?
Benedict extendió las manos en auto-desaprobación. —Si usted dice eso,
Cónsul…
Antes de que pudiera terminar de hablar, otras tres figuras se habían
levantado por propia voluntad; Tessa reconoció a dos como miembros del
Enclave de Londres, aunque no sabía sus nombres; la tercera era Lilian
Highsmith. Benedict sonrió. Todos lo estaban mirando ahora; junto a él se
sentaba su hijo más joven, Gabriel, y estaba mirando a su padre con ojos verdes
indescifrables. Sus esbeltos dedos estaban agarrando el respaldo de la silla
frente a él.
—Tres para apoyar mi reclamación —dijo Benedict—. Eso es lo que la Ley
requiere para que pueda retar formalmente a Charlotte Branwell por la posición
de líder del Enclave de Londres.
Charlotte soltó un pequeño jadeo, pero se sentó inmóvil en su asiento,
negándose a girar. Jem todavía sostenía a Will por la muñeca. Y Jessamine
todavía parecía que estuviera viendo el juego más emocionante.
—No —dijo el Cónsul.
—No me puede impedir que rete…
—Benedict, desafiaste el nombramiento de Charlotte desde el momento en
que lo hice. Siempre has querido el Instituto. Ahora, cuando la Enclave necesita
que trabajemos juntos, más que nunca, traes división y contienda a los
procedimientos del Concejo.
—El cambio no siempre se lleva a cabo pacíficamente, pero eso no lo hace
desventajoso. Mi reto permanece. —Benedict se agarró las manos.
El Cónsul tamborileó los dedos sobre el atril. Junto a él estaba el Inquisidor,
mirando fríamente. Finalmente, el Cónsul dijo: —Sugieres, Benedict, que la
responsabilidad de encontrar a Mortmain debería recaer en los hombros de
aquellos que tú clamas lo “perdieron”. ¿Estarías de acuerdo, creo, con que
encontrar a Mortmain es nuestra principal prioridad?
Benedict asintió secamente.
—Entonces, mi propuesta es ésta: Deja que Charlotte y Henry Branwell se
hagan cargo sobre la investigación del paradero de Mortmain. Si para al final de
dos semanas no lo han localizado, o al menos no tienen fuerte evidencia que
señale su localización, entonces el reto puede seguir adelante.
Charlotte salió disparada hacia adelante en su asiento. —¿Encontrar a
Mortmain? —dijo—. Solos, sólo Henry y yo… ¿sin ayuda del resto de la
Enclave?
Cuando los ojos del Cónsul descansaron sobre ella no eran hostiles, pero
tampoco eran completamente indulgentes. —Puede convocar a los otros
miembros de la Clave si tiene alguna necesidad específica, y por supuesto, los
Hermanos Silenciosos y las Hermanas de Hierro están a su disposición—dijo—.
Pero en cuanto a la investigación, sí, la tienen que llevar a cabo por su cuenta.
—No me gusta esto —se quejó Lilian Highsmith—. Está convirtiendo la
búsqueda de un hombre loco en un juego de poder…
—¿Desea retirar su apoyo a Benedict, entonces? —preguntó el Cónsul—. Su
reto habría terminado y no habría necesidad de que los Branwell se probaran a
sí mismos.
Lilian abrió su boca… y entonces, ante una mirada de Benedict, la cerró.
Sacudió la cabeza.
—Acabamos de perder a nuestros sirvientes —dijo Charlotte con voz tensa—
. Sin ellos…
—Se les proveerán nuevos sirvientes, como es la norma —dijo el Cónsul—.
Cyril, el hermano de Thomas, su último sirviente, está viajando hacia aquí
desde Brighton para unirse al mantenimiento de su casa, y el Instituto de
Dublín les ha dado su segundo cocinero. Ambos son luchadores bien
entrenados, lo cual, debo decir, los suyos también deberían haberlo estado,
Charlotte.
—Tanto Thomas como Agatha estaban entrenados —protestó Henry.
—Pero tienes muchos en tu casa que no lo están —dijo Benedict—. No sólo la
Señorita Lovelace está lamentablemente atrasada en su formación, sino que su
sirvienta, Sophie, y esa Submundo ahí… —señaló a Tessa—. Bueno, ya que
parecen empeñados en hacer de ella una adición permanente a su hogar, no
pasaría nada si ella, y la sirvienta, fueran entrenadas en defensa básica.
Tessa miró a Jem a su lado, sorprendida. —¿Se refiere a mí? —Jem asintió. Su
expresión era sombría—. No puedo… ¡me cortaría mi propio pie!
—Si vas a cortar el pie de alguien, que sea el de Benedict —murmuró Will.
—Estarás bien, Tessa. No hay nada que no puedas hacer —comenzó Jem,
pero el resto de sus palabras fueron ahogadas por Benedict.
—De hecho —dijo Benedict—, ya que ustedes dos estarán ocupados
investigando el paradero de Mortmain, sugiero prestarles a mis hijos, Gabriel, y
Gideon, quien regresa de España esta noche, como entrenadores. Ambos son
excelentes luchadores y podrían usar la experiencia de la enseñanza.
—¡Padre! —protestó Gabriel. Lucía horrorizado; claramente, esto no era algo
que Benedict hubiera discutido con él por adelantado.
—Podemos entrenar a nuestros propios sirvientes —chasqueó Charlotte,
pero el Cónsul sacudió la cabeza hacia ella.
—Benedict Lightwood le está ofreciendo un generoso regalo. Acéptelo.
El rostro de Charlotte estaba carmesí. Después de un largo momento inclinó
la cabeza, reconociendo las palabras del Cónsul. Tessa se sentía mareada. ¿Iba a
ser entrenada? ¿Entrenada para luchar, para lanzar cuchillos y balancear una
espada? Por supuesto, una de sus heroínas favoritas siempre había sido
Capitola en The Hidden Hand, quien podía luchar tan bien como un hombre… y
vestida como uno. Pero eso no quería decir que quisiera ser ella.
—Muy bien —dijo el Cónsul—. Esta sesión del Concejo se da por terminada,
para ser reconvocados aquí, en el mismo lugar, en una quincena. Todos pueden
retirarse.
Por supuesto, ninguno salió inmediatamente. Hubo un repentino clamor de
voces cuando las personas comenzaron a levantarse de sus asientos y a charlar
ansiosos con sus vecinos. Charlotte estaba sentada inmóvil; Henry estaba a su
lado, luciendo como si quisiera decir desesperadamente algo consolador, pero
no pudiera pensar en nada. Su mano flotaba insegura sobre el hombro de su
esposa. Will estaba mirando a través de la habitación a Gabriel Lightwood,
quien miraba fríamente en su dirección.
Lentamente, Charlotte se puso de pie. Henry tenía la mano en su espalda
ahora, y estaba murmurando. Jessamine ya estaba de pie, girando su nueva
sombrilla de encaje blanco. Henry había reemplazado la antigua que había sido
destruida en la batalla contra los autómatas de Mortmain. Su cabello estaba
tomado en mechones apretados sobre sus orejas, como uvas. Tessa se puso
rápidamente de pie, y el grupo se dirigió al pasillo central de la sala del
Concejo.
Tessa captó susurros a cada lado, pedazos de las mismas palabras, una y otra
vez: “Charlotte,” “Benedict,” “nunca encontrarán al Maestro,” “dos semanas,” “reto,”
“Cónsul,” “Mortmain,” “Enclave,” “humillación.”
Charlotte caminaba con la espalda recta, sus mejillas estaban rojas, y sus ojos
estaban mirando directamente hacia delante como si no pudiera oír las
habladurías. Will parecía a punto de abalanzarse hacia los susurrantes para
administrar justicia en términos generales, pero Jem tenía un agarre firme en la
parte de atrás del abrigo de su parabatai. Ser Jem, reflexionó Tessa, debía ser un
gran trabajo, como ser el dueño de un perro pura sangre al que le gusta morder
a sus invitados. Tiene que tener una mano en su collar constantemente.
Jessamine casi parecía aburrida otra vez. No estaba terriblemente interesada en
lo que el Enclave pensaba de ella, o cualquiera de ellos. Para el tiempo en que
habían alcanzado las puertas de la cámara del Concejo, estaban casi corriendo.
Charlotte se detuvo un momento para dejar que el resto del grupo la
alcanzara. La mayoría de la multitud iba hacia la izquierda, de donde habían
venido Tessa, Jem y Will, pero Charlotte giró a la derecha, marchó varios pasos
por el pasillo, giró alrededor de la esquina, y se detuvo abruptamente.
—¿Charlotte? —Henry, alcanzándola, sonaba preocupado—. Querida…
Sin advertencia, Charlotte tiró el pie hacia atrás y pateó la pared, tan fuerte
como pudo. Como la pared era de piedra, esto le hizo poco daño, aunque
Charlotte dejó salir un grito bajo.
—Oh, mi Dios —dijo Jessamine, girando su sombrilla.
—Si me permites hacer una sugerencia —dijo Will—. Unos veinte pasos
detrás de nosotros, en la sala del Concejo, está Benedict. Si quieres volver ahí e
intentar patearlo a él, recomendaría que apuntaras hacia arriba y un poco a la
izquierda…
—Charlotte. —La voz profunda y áspera fue inmediatamente reconocible.
Charlotte giró alrededor, sus ojos castaños se ampliaron. Era el Cónsul. Las
runas resaltaban en hilos de plata en el dobladillo y las mangas de su túnica y
brillaban a medida que se movía hacia el pequeño grupo del Instituto, con su
mirada en Charlotte. Con una mano contra la pared, ella no se movió.
—Charlotte —dijo el Cónsul Wayland de nuevo—, sabes lo que decía tu
padre acerca de perder tu temperamento.
—Decía eso. También decía que debería haber tenido un hijo —contestó
Charlotte, amargamente—. Si lo hubiera hecho, si yo fuera un hombre, ¿me
hubiera tratado como lo acaba de hacer?
Henry puso sus manos en el hombre de su esposa, murmurando algo, pero
ella se las sacudió. Sus enormes y heridos ojos castaños estaban fijos en el
Cónsul.
—¿Y cómo te traté? —preguntó él
—Como si fuera una niña, una niña pequeña que necesita ser regañada.
—Charlotte, yo soy el que te nombró como líder del Instituto y de la Enclave.
—El Cónsul sonaba exasperado—. Lo hice no sólo porque le tenía cariño a Granville Fairchild y sabía que él quería que su hija lo sucediera, sino porque
pensé que realizarías un buen trabajo.
—Nombró a Henry, también —dijo—. E incluso nos dijo cuando lo hizo, que
era porque la Enclave aceptaría a un matrimonio como su líder, pero no a una
mujer sola.
—Bueno, felicitaciones, Charlotte. No creo que ninguno de los miembros del
Enclave de Londres tenga la impresión de que están siendo dirigidos de alguna
forma por Henry.
—Es verdad —dijo Henry, mirando sus zapatos—. Todos saben que soy más
bien inútil. Es mi culpa todo esto que ha pasado, Cónsul…
—No lo es —dijo el Cónsul Wayland—. Es una combinación de satisfacción
generalizada de parte de la Clave, mala suerte y un mal momento, y algunas
decisiones pobres de tu parte, Charlotte. Sí, te estoy haciendo responsable de
ellas…
—¡Entonces está de acuerdo con Benedict! —gritó Charlotte.
—Benedict Lightwood es un canalla y un hipócrita —dijo el Cónsul con
cansancio—. Todos saben eso. Pero es políticamente poderoso, y es mejor
aplacarlo con este espectáculo de lo que sería enemistarse con él ignorándolo.
—¿Un espectáculo? ¿Así llama todo esto? —demandó Charlotte
amargamente—. Me ha encomendado una tarea imposible.
—Te he encomendado la tarea de localizar al Maestro —dijo el Cónsul
Wayland—. El hombre que irrumpió en el Instituto, mató a tus sirvientes, tomó
tú Pyxis, y planea construir un ejército de monstruos mecánicos para
destruirnos a todos nosotros; en resumen, un hombre que debe ser detenido.
Como líder de la Enclave, Charlotte, detenerlo es tú tarea. Si lo consideras
imposible, entonces tal vez deberías preguntarte a ti misma por qué quieres
tanto el trabajo, en primer lugar.
StephRG14
Los orígenes- príncipe mecánico
Capitulo 2
Compensaciones
Después, comparte tu dolor, permite ese alivio de tristeza;
¡Ah, más que compartirlo! dame todo tu dolor.
—Alexander Pope, “Eloisa a Abelard”
La luz mágica que iluminaba la Gran Biblioteca parecía estar brillando
muy bajo, como una vela consumiéndose en su soporte, aunque Tessa
sabía que sólo era su imaginación. La luz mágica, a diferencia del fuego
o gas, nunca parecía desvanecerse o consumirse.
Sus ojos, por otro lado, estaban comenzando a cansarse, y por como se veían
sus compañeros, ella no era la única. Estaban todos reunidos alrededor de una
de las largas mesas. Charlotte en la cabecera, Henry a la derecha de Tessa. Will
y Jem sentados más abajo, uno junto al otro, sólo Jessamine se había retirado
hasta el final de la mesa, separada de los demás. La superficie de la mesa estaba
completamente cubierta con documentos de todos los artículos de prensa:
artículos viejos, libros, hojas de pergamino cubiertas con fina escritura
garabateada.
Eran genealogías de varias familias Mortmain, historias de autómatas, libros
inconclusos de hechizos de invocación y de vinculación, y toda la investigación
sobre el Club Pandemónium que los Hermanos Silenciosos habían logrado
sacar de sus archivos.
A Tessa le habían dado la tarea de leer los artículos de prensa, buscando
historias sobre Mortmain y su empresa de transporte, sus ojos comenzaban a
ver borroso, las palabras bailaban en las páginas. Se sintió aliviada cuando
Jessamine rompió al fin el silencio, apartando el libro que estaba leyendo (En los
motores de la brujería) y dijo: —Charlotte, pienso que estamos perdiendo nuestro
tiempo.
Charlotte miró hacia arriba con una expresión de dolor. —Jessamine, no hay
necesidad de que te quedes si no quieres. Debo decir, que dudo que alguno de
nosotros estuviese esperando tu ayuda en este asunto, y como tú nunca has sido
muy aplicada a tus estudios, no puedo evitar preguntarme si sabes incluso lo
que estás buscando. ¿Podrías diferenciar un hechizo vinculante de uno de
invocación si pongo los dos frente a ti?
Tessa no pudo evitar sorprenderse. Charlotte raramente era tan dura con
alguno de ellos.
—Quiero ayudar —dijo Jessie de mala gana—. Esas cosas mecánicas de
Mortmain casi me matan. Lo quiero capturado y castigado.
—No, no quieres. —Will desenrolló un pergamino tan viejo que crujió,
mirando los símbolos negros en la página—. Quieres al hermano de Tessa
capturado y castigado, por hacerte pensar que estaba enamorado de ti cuando
no lo estaba.
Jessamine enrojeció. —No quiero. Quiero decir, no quería. Quiero decir…
¡ugh! Charlotte, Will está siendo molesto.
—Y el sol ha salido por el este —dijo Jem, a nadie en particular.
—No quiero ser expulsada del Instituto si no encontramos al Maestro —dijo
Jessamine— ¿Es eso tan difícil de entender?
—No serás expulsada del Instituto —aseguró Charlotte—. Estoy segura de
que los Lightwood dejarán que te quedes.
—Y Benedict tiene dos hijos por contraer matrimonio. Debes estar muy
contenta —dijo Will.
Jessamine hizo una morisqueta. —Cazadores de Sombras. Como si quisiera
casarme con uno de ellos.
—Jessamine, tú eres una Cazadora de Sombras.
Antes de que Jessamine pudiera responder, la puerta de la biblioteca se abrió
y entró Sophie, agachando su cabeza cubierta con un capuchón blanco. Le habló
a Charlotte en voz baja, quien se puso en pie. —El Hermano Enoch está aquí —
le dijo Charlotte al grupo reunido. —Debo hablar con él. Will, Jessamine, traten
de no matarse mientras no estoy… Henry, si pudieras…
Su voz se apagó. Henry estaba mirando un libro (El libro de conocimientos de
ingeniosos dispositivos mecánicos por Al-Jazari) y no le prestaba atención a nada
más. Charlotte alzó sus manos y dejó la habitación con Sophie.
En el momento en que la puerta se cerró detrás de Charlotte, Jessamine le
lanzó una mirada venenosa a Will.
—Si piensas que no tengo la experiencia para ayudar, entonces ¿por qué está
ella aquí? —Indicó a Tessa—. No quiero ser grosera, pero ¿piensas que ella
puede diferenciar un hechizo vinculante de uno de invocación? —Miró a
Tessa—. Y bien, ¿puedes? Y por si acaso, Will, prestas tan poca atención a las
lecciones, ¿puedes diferenciar un hechizo vinculante de una receta de soufflé?
Will se reclinó en su silla y calmadamente dijo: —Yo sólo estoy loco cuando
sopla el viento del noroeste. Pero cuando corre hacia el sur, distingo muy bien
un huevo de una castaña
—Jessamine, Tessa se ha ofrecido amablemente a ayudar, y necesitamos
todos los ojos que podamos conseguir ahora mismo —dijo Jem, severamente—.
Will, no cites a Hamlet. Henry. —Se aclaró la garganta—. HENRY.
Henry miró hacia arriba, parpadeando. —¿Sí, querida? —Parpadeó de
nuevo, mirando alrededor—. ¿Dónde está Charlotte?
—Fue a hablar con los Hermanos Silenciosos —dijo Jem, quien no parecía
estar molesto porque Henry lo confundiese con su esposa—. Mientras tanto,
temo… que estoy de acuerdo con Jessamine.
—Y el sol sale por el oeste —dijo Will, quien aparentemente había escuchado
el comentario anterior de Jem.
—Pero, ¿por qué? —preguntó Tessa—. No podemos rendirnos ahora. Sería
como entregarle el Instituto a ese horrible Benedict Lightwood.
—No estoy sugiriendo que no hagamos nada, tú entiendes. Pero estamos
tratando de descifrar qué es lo que va a hacer Mortmain. Estamos tratando de
predecir el futuro en vez de tratar de entender el pasado.
—Conocemos el pasado de Mortmain, y sus planes. —Will agitó su mano en
dirección a los periódicos—. Nacido en Devon, fue cirujano de un barco, se
convirtió en un rico comerciante, se vio envuelto en magia negra y ahora planea dominar el mundo con su gran ejército de criaturas mecánicas de su lado. Una
historia que no es atípica para un joven determinado…
—No creo que haya dicho algo sobre dominar el mundo —interrumpió
Tessa—. Sólo el Imperio Británico.
—Admirablemente literal —dijo Will—. Mi punto es, sabemos de dónde
viene Mortmain. Difícilmente es nuestra culpa que no sea tan interesante…. —
su voz se apagó—. Ah.
—Ah, ¿qué? —preguntó Jessamine, mirando de Will a Jem de una forma
molesta—. Declaro que la forma en que ustedes parecen leer la mente del otro
me da escalofríos.
—Ah —repitió Will—. Jem estaba pensando, y me inclino a estar de acuerdo
con él, que las historias de vida de Mortmain son, simplemente, tonterías.
Algunas son mentiras, algunas son verdad, pero probablemente no hay nada
aquí que pueda ayudarnos. Estas son sólo historias que inventó para darle a los
periódicos algo que imprimir sobre él. Además, no nos importa cuántos barcos
tiene; queremos saber dónde aprendió magia negra y de quién.
—Y por qué odia a los Cazadores de Sombras —dijo Tessa.
Los ojos azules de Will se deslizaron perezosamente hacia ella. —¿Es odio?
—dijo—. Asumí que era una simple codicia por dominación. Con nosotros
fuera del camino y un ejército mecánico de su lado, podría tomar el poder como
quisiera.
Tessa sacudió la cabeza. —No, es más que eso. Es difícil de explicar, pero…
él odia a los Nefilim. Es algo muy personal para él. Y tiene algo que ver con ese
reloj. Es… es como si deseara alguna recompensa por algún mal o daño que
ellos le hicieron.
—Compensaciones —dijo Jem repentinamente, bajando la pluma que estaba
sosteniendo.
Will lo miró perplejo. —¿Esto es un juego? ¿Sólo decimos cualquier palabra
que venga a nuestra mente? En ese caso, la mía es ‘genufobia.’ Significa un
miedo irracional a las rodillas.
—¿Cuál es la palabra para un perfecto y razonable miedo a los idiotas
molestos? —inquirió Jessamine.
—La sección de Compensaciones de los archivos —dijo Jem, ignorando a los
dos—. El Cónsul lo mencionó ayer, y desde entonces ha estado en mi cabeza.
No hemos visto ahí.
—¿Compensaciones? —preguntó Tessa.
—Cuando un Submundo o un mundano, alega que un Cazador de Sombras
ha roto la Ley en sus tratos con ellos, el Submundo presenta una denuncia a
través de Compensaciones. Habrá un juicio y al Submundo se le otorgará algún
tipo de pago, basado en si se puede aprobar su caso.
—Bien, parece un poco tonto mirar allí —dijo Will—. No es como si
Mortmain vaya a presentar una denuncia contra los Cazadores de Sombras
mediante los canales oficiales. ‘Cazadores de Sombras muy molestos se negaron
a morir cuando lo quería. Demanda recompensada. Por favor enviar cheque a,
A. Mortmain, 18 Kensington Road…’
—Basta de burlarse —dijo Jem—. Quizás no siempre ha odiado a los
Cazadores de Sombras. Tal vez hubo un tiempo en el que trató de ganar una
compensación a través del sistema oficial y le falló. ¿Qué hay de malo en
preguntar? Lo peor que puede pasar es que resulte en nada, que es exactamente
lo que tenemos ahora. —Se puso de pie, tirando su pelo hacia atrás—. Iré a
buscar a Charlotte antes de que el Hermano Enoch se vaya y le pediré que haga
que los Hermanos Silenciosos revisen los archivos.
Tessa se puso de pie. No le gustaba la idea de quedarse sola en la biblioteca
con Will y Jessamine, quienes siempre estaban discutiendo. Y claro que Henry
estaba allí, pero parecía estar tomando una cómoda siesta en una pila de libros
y no era un moderador de discusiones en el mejor de los casos. Estar cerca de
Will era incómodo la mayoría de las veces; sólo con Jem ahí era soportable. De
alguna manera, Jem era capaz de reducir el modo de ser áspero que tenía Will y
lo hacía casi humano. —Voy contigo, Jem —dijo ella—. Había… había algo que
quería hablar con Charlotte de todos modos.
Jem se mostró sorprendido, pero contento; Will miró a uno y después al otro
y empujó su silla hacia atrás. —Hemos estado entre estos libros mohosos por
días —dijo—. Mis hermosos ojos están cansados y tengo cortaduras de papel,
¿ves? —Extendió sus dedos—. Voy a dar un paseo.
Tessa no lo pudo evitar. —Tal vez podrías usar una iratze para cuidar de
ellos.
Él la miró, sus ojos eran hermosos. —Siempre útil, Tessa.
Ella igualó su mirada. —Mi único deseo es ser de ayuda.
Jem puso su mano en el hombro de ella, su voz preocupada. —Tessa, Will.
No creo que…
Pero Will se había ido, habiendo cogido su abrigo y golpeando el camino
mientras salía de la biblioteca, con tanta fuerza como para hacer vibrar el marco
de la puerta.
Jessamine se reclinó en la silla, entornando sus ojos marrones. —Qué
interesante.
Las manos de Tessa temblaban mientras metía un mechón de cabello detrás
de su oreja. Odiaba que Will tuviese ese efecto sobre ella. Lo odiaba. Lo sabía
bien. Sabía lo que él pensaba de ella. Que ella no era nada, no valía nada. Y aun
así, una mirada de él podía hacerla temblar con una mezcla de odio y nostalgia.
Era como un veneno en su sangre, para el cual Jem era la única cura. Sólo con
él, ella se sentía en tierra firme.
—Vamos. —Jem la tomó del brazo ligeramente. Un caballero normalmente
no tocaría a una señorita en público, pero aquí, en el Instituto, los Cazadores de
Sombras estaban más familiarizados unos con otros que con los mundanos del
exterior. Cuando ella se giró a mirarlo, él le sonrió. Jem ponía toda su fuerza en
cada sonrisa, de esa manera parecía que estuviera sonriendo con sus ojos, su
corazón, con todo su ser. —Vamos a encontrar a Charlotte.
—Y ¿qué se supone que tengo que hacer mientras ustedes no están? —dijo
Jessamine, enojada, mientras ellos iban hacia la puerta.
Jem miró sobre su hombro. —Siempre puedes despertar a Henry, parece que
está comiendo papel mientras duerme, de nuevo, y sabes cuánto odia eso
Charlotte.
—Oh, qué fastidio —dijo Jessamine con un suspiro de exasperación—. ¿Por
qué tengo las tareas tontas?
—Porque no quieres las serias —dijo Jem, sonando lo más exasperado que
Tessa alguna vez lo hubiera oído. Ninguno notó la fría mirada que ella les lanzó
mientras dejaban la biblioteca y se encaminaban por el corredor.
—El Sr. Bane ha estado esperando su llegada, señor —dijo el lacayo, y se hizo
a un lado para dejar entrar a Will. El nombre del lacayo era Archer, o Walker, o
algo así, pensó Will, y era uno de los humanos subyugados de Camille. Igual
que todos los que eran esclavos a la voluntad de un vampiro, era de aspecto
enfermizo, con la piel pálida y delgada pegada al rostro y pelo fibroso. Se veía
tan feliz de ver a Will como un invitado a una cena podría estarlo de ver a una
babosa saliendo de debajo de su lechuga.
En el momento en que Will entró a la casa, el olor lo golpeó. Era el olor de la
magia negra, como azufre mezclado con el Támesis en un día caluroso. Will
arrugó la nariz. El lacayo lo miró con más odio. —El Sr. Bane está en el salón—.
Su voz indicaba que no había ninguna posibilidad de que él acompañara a Will
hasta allí. —¿Tomo su abrigo?
—Eso no será necesario. —Con el abrigo todavía puesto, Will siguió el olor
de magia por el corredor. Se iba intensificando mientras se acercaba a la puerta
del salón, la cual estaba firmemente cerrada. Unos rastros de humo salían por
debajo de la puerta. Will tomó una profunda bocanada de aire agrio y abrió la
puerta.
El interior del salón se veía peculiarmente vacío. Después de un momento,
Will se dio cuenta de que eso era porque Magnus había llevado todos los
muebles grandes, incluido el piano, y los había dejado contra las paredes. Un
candelabro a gas colgaba desde el techo, pero la luz en la habitación provenía
de una docena de gruesas velas negras puestas en círculo en el centro de la
habitación. Magnus estaba parado al lado del círculo, con un libro abierto en
sus manos; su corbata pasada de moda estaba suelta y su pelo negro estaba
parado salvajemente sobre su cabeza como si estuviese cargado con
electricidad. Levantó la vista cuando Will entró y sonrió. —¡Justo a tiempo! —
gritó—. De verdad pienso que deberíamos tenerlo en esta ocasión. Will, te
presento a Thammuz, un demonio menor de la octava dimensión. Thammuz, te
presento a Will, un Cazador de Sombras menor de… Gales, ¿no?
—Voy a arrancarte los ojos —siseó la criatura sentada en el centro del círculo
en llamas. Ciertamente era un demonio, de no más de tres metros de altura, con
piel azul pálida, tres ojos negros y ardientes como el carbón, y largas garras rojo sangre en cada uno de sus ocho dedos de las manos—. Voy a desgarrar la piel de
tu cara.
—No seas mal educado, Thammuz —dijo Magnus y a pesar de que su tono
era ligero, el círculo de velas ardió repentinamente, brillando muy alto,
causando que el demonio se encogiera con un grito—. Will tiene preguntas. Tú
se las responderás.
Will sacudió la cabeza. —No lo sé, Magnus —dijo—. Para mí, él no parece ser
el correcto.
—Tú dijiste que era azul. Este es azul.
—Es azul —Will reconoció, acercándose al círculo en llamas—. Pero el
demonio que necesito… bueno, era más como azul cobalto. Este es más como…
azul bígaro.
—¿Cómo me llamaste? —El demonio rugió de rabia—. Acércate, pequeño
Cazador, ¡y déjame darme un festín con tu hígado! Voy a arrancártelo mientras gritas.
Will giró hacia Magnus. —Él no suena como el correcto tampoco. La voz es
diferente. Y el número de ojos.
—¿Estás seguro?
—Completamente seguro —dijo Will, con un tono que no permitía
contradicción—. No es algo que pudiera llegar a olvidar alguna vez.
Magnus suspiró y se giró hacia el demonio. —Thammuz —dijo, leyendo en
voz alta desde el libro—. Te ordeno, por el poder de la campana, del libro y la
vela, y por los grandes nombres de Sammael, Abbadon y Moloch, a decir la
verdad. ¿Alguna vez te habías encontrado con el Cazador de Sombras Will
Herondale antes de este día, o con cualquier otro de su sangre o linaje?
—No sé —dijo el demonio con petulancia—. Los humanos lucen todos iguales
para mí.
La voz de Magnus se elevó, fuerte y dominante. —¡Respóndeme!
—Oh, muy bien. Nunca lo he visto en toda mi vida. Lo recordaría. Se ve como si
tuviera buen sabor. —El demonio sonrió, mostrando sus dientes afilados como
navajas —. Ni siquiera he estado en este mundo en unos, oh, cien años, posiblemente
más. Nunca puedo recordar la diferencia entre cien y mil. Como sea, la última vez que estuve aquí, todo el mundo estaba viviendo en chozas de barro y comiendo insectos. Así
que dudo que él estuviese por aquí… —señaló a Will con uno de sus muchos
dedos— a pesar de que la raza humana ha vivido más tiempo del que llegaba a creer.
Magnus giró sus ojos. —Estás decidido a no ser de ayuda en absoluto,
¿cierto?
El demonio se encogió de hombros, un gesto peculiarmente humano. —Me
forzaste a decir la verdad. Te la dije.
—Bien, entonces, ¿alguna vez has oído de un demonio como el que acabo de
describir? —interrumpió Will con un matiz de desesperación en su voz—. Azul
oscuro, con una especia de voz áspera, como papel de lija… y tenía una larga
cola de púas.
El demonio lo miró con una expresión aburrida. —¿Tienes idea de cuántas
clases de demonio hay en el Vacío, Nefilim? Cientos y cientos de millones. La gran
ciudad demoníaca de Pandemónium hace que tu Londres se vea como una villa.
Demonios de todas las formas, tamaños y colores. Algunos pueden cambiar su
apariencia a voluntad…
—Oh, cállate entonces, si no vas a ser de ayuda alguna —dijo Magnus, y
cerró el libro. Al instante las velas se apagaron y el demonio se desvaneció con
un grito de asombro, dejando sólo un poco de humo mal oliente.
El brujo se volvió hacia Will. —Estaba tan seguro de que tenía al correcto esta
vez.
—No es tu culpa. —Will se dejó caer en uno de los divanes apoyados en la
pared. Sentía calor y frío al mismo tiempo, sus nervios pinchaban con una
decepción que estaba tratando de esconder, sin mucho éxito. Se sacó sus
guantes de descanso y los metió en los bolsillos de su abrigo todavía
abotonado—. Estás tratando. Thammuz tenía razón. No te he dado mucho para
que continúes.
—Supongo —dijo Magnus lentamente— que me dijiste todo lo que
recuerdas. Abriste una Pyxis y liberaste un demonio. Te maldijo. Quieres que
encuentre al demonio y ver si puede quitarte la maldición. ¿Y eso es todo lo que
puedes decirme?
—Es todo lo que puedo decirte —dijo Will—. Sería poco beneficioso para mí
ocultar algo cuando sé lo que estoy pidiendo. Te pido que encuentres una aguja
en… Dios, ni siquiera un pajar. Una aguja en una torre llena de otras agujas.
—Hunde tu mano en una torre de agujas —dijo Magnus—, y probablemente
te cortarás. ¿Estás seguro de que esto es lo que quieres?
—Estoy seguro de que la alternativa es peor —dijo Will, mirando el lugar
ennegrecido del suelo donde había estado el demonio. Estaba exhausto. La runa
de energía que se había dibujado esta mañana antes de ir a la reunión del
Concejo había desaparecido al medio día y su cabeza palpitaba—. He tenido
cinco años para vivir con ella. La idea de vivir con ella incluso por un año más
me asusta más que la idea de la muerte.
—Eres un Cazador de Sombras, no le tienes miedo a la muerte.
—Por supuesto que le tengo miedo —dijo Will—. Todos le tienen miedo a la
muerte. Podemos haber nacido de ángeles, pero no tenemos más conocimiento
de lo que viene después de la muerte que tú.
Magnus se acercó y se sentó al otro lado del diván. Sus ojos verde dorados
brillaban como los de un gato en la oscuridad. —No sabes que sólo hay olvido
después de la muerte.
—No sabes que ahí no lo hay, ¿cierto? Jem cree que renacemos, que la vida es
una rueda. Morimos, cambiamos y renacemos como merecemos renacer,
basado en nuestras acciones en este mundo. —Will miró sus uñas mordidas—.
Probablemente renaceré como una babosa a la que alguien le echará sal.
—La rueda de la reencarnación —dijo Magnus. Sus labios formaron una
sonrisa—. Bueno, piénsalo de este modo. Debiste haber hecho algo bueno en tu
vida pasada, para renacer como tú. Nefilim.
—Oh, sí —dijo Will con tono desanimado—. He sido muy afortunado. —Tiró
su cabeza hacia atrás contra el diván, agotado—. Supongo que vas a necesitar
más… ¿ingredientes? Creo que la vieja Mol de Cross Bones se está poniendo
enferma de tanto verme.
—Tengo otras conexiones —dijo Magnus, claramente teniendo compasión de
él—, y necesito hacer más investigación primero. Si me dijeras la naturaleza de
la maldición…
—No. —Will se enderezó en el asiento—. No puedo. Te lo dije antes, tomé un
gran riesgo incluso al hablarte de su existencia. Si te digo más…
—Entonces, ¿qué?... Déjame adivinar, no lo sabes, pero estás seguro de que
sería malo.
—No hagas que empiece a pensar que venir a ti fue un error…
—Esto tiene algo que ver con Tessa, ¿cierto?
En los últimos cinco años, Will se había entrenado para no mostrar sus
emociones, sorpresa, cariño, esperanza, alegría. Estaba bastante seguro de que
su expresión no había cambiado, pero escuchó la tensión en su voz cuando dijo:
—¿Tessa?
—Han pasado cinco años —dijo Magnus—. Pero de alguna manera, has
logrado manejarlo todo este tiempo, sin decirle a nadie. ¿Qué desesperación te
trajo a mí, en medio de la noche, en una tormenta? ¿Qué ha cambiado en el
Instituto? Sólo puedo pensar en una cosa… y una muy bonita, con grandes ojos
grises…
Will se puso de pie de manera abrupta, casi botando el diván. —Hay otras
cosas —dijo, luchando por mantener su voz constante—. Jem se está muriendo.
Magnus lo miró, fría y fijamente. —Ha estado muriéndose desde hace años
—dijo—. No hay ninguna maldición en ti que pueda empeorar o reparar su
condición.
Will se dio cuenta de que sus manos estaban tiritando; las apretó en puños.
—No lo entiendes…
—Sé que son parabatai —dijo Magnus—. Sé que su muerte será una gran
pérdida para ti, pero lo que no sé…
—Sabes lo que necesitas saber. —Will sintió frío a su alrededor, a pesar de
que la habitación estaba cálida y él todavía usaba su abrigo—. Puedo pagarte
más si eso hará que dejes de hacerme preguntas.
Magnus subió los pies al diván. —Nada hará que deje de hacerte preguntas
—dijo—. Pero haré lo mejor que pueda por respetar tu privacidad.
El alivio aflojó las manos de Will. —Entonces, todavía me ayudarás.
—Todavía te ayudaré. —Magnus puso sus manos detrás de la cabeza y se
echó hacia atrás, mirando a Will a través de sus parpados semi cerrados—.
Aunque te podría ayudar mejor si me dijeras la verdad, haré lo que pueda.
Curiosamente, me interesas, Will Herondale.
Will se encogió de hombros. —Eso será suficiente como una razón. ¿Cuándo
planeas intentarlo nuevo?
Magnus bostezó. —Probablemente este fin de semana. Debería enviarte un
mensaje el sábado si todo está… preparado.
Preparado. Verdad. Jem. Muriendo. Tessa. Tessa, Tessa, Tessa. Su nombre sonaba
en la mente de Will como el toque de una campana; se preguntó si algún otro
nombre en la tierra tenía tal resonancia ineludible en él. No podría haber tenido
un nombre horrible, cierto, como Mildred. No podía imaginarse despierto en la
noche, mirando el techo mientras voces invisibles susurraban “Mildred” en sus
oídos. Pero Tessa…
—Gracias —dijo abruptamente. Había pasado de estar muy frío a estar muy
cálido; se estaba sofocando en la habitación, todavía oliendo las velas
quemadas—. Estaré esperando oír de ti entonces.
—Sí, espera —dijo Magnus, y cerró sus ojos. Will no podía decir si estaba de
verdad dormido y si estaba esperando a que dejara la habitación; de cualquier
manera, era un claro indicio de que esperaba que Will se fuera. Él, con un poco
de alivio, lo tomó.
Sophie estaba de camino para la habitación de la Señorita Jessamine, para
barrer las cenizas y limpiar la rejilla de la chimenea, cuando escuchó voces en el
vestíbulo. En su antiguo trabajo le habían enseñado a “dar espacio”, a girar y
mirar la pared mientras pasaban sus empleadores y hacer lo mejor posible por
parecer un mueble, algo inanimado que ellos pudieran ignorar. Había estado
sorprendida cuando llegó al Instituto y descubrió que las cosas no eran así aquí.
En primer lugar, para una casa tan grande, tener tan pocos sirvientes la
sorprendió. Al principio no se había dado cuenta de que los Cazadores de
Sombras hacen más cosas ellos mismos que una típica familia de buena
educación: prendían sus propios fuegos, hacían algunas de sus compras,
mantenían sus habitaciones, como el área de entrenamiento y la habitación de armamento limpia y ordenada. Había estado sorprendida de la familiaridad con
la que Agatha y Thomas trataban a sus empleadores, sin darse cuenta de que
sus compañeros de servicio venían de familias que servían a los Cazadores de
Sombras por muchas generaciones… o que ellos mismos tenían magia.
Ella misma venía de una familia pobre, y había sido llamada “estúpida” y
había sido golpeada a menudo cuando recién había comenzado a trabajar como
empleada doméstica, porque no solía ser delicada con los muebles o la plata
real, o porcelana china tan delgada que se podía ver la oscuridad del té a través
de los lados. Pero había aprendido y cuando fue claro que iba a ser muy bonita,
fue ascendida a sirvienta de salón. Ser sirvienta de salón era muy precario. Ella
debía lucir preciosa para el hogar, y por eso, su salario había comenzado a bajar
con cada año que envejecía, hasta que cumplió los dieciocho. Había sido un
gran alivio venir a trabajar al Instituto, donde a nadie le importaba que
estuviese cerca de los veinte o donde nadie le exigía mirar a las paredes o
donde a nadie le importaba que ella hablara antes de que se lo permitieran…
casi había pensado que la mutilación de su cara bonita a manos de su último
empleador valía la pena.
Todavía evitaba mirarse en el espejo, si podía, pero el horror de la terrible
pérdida había desaparecido. Jessamine se burlaba de la gran cicatriz que
desfiguraba su mejilla, pero los otros parecían no notarlo, excepto Will, quien
ocasionalmente decía algo desagradable, pero casi de una manera rutinaria,
como si se esperase que hiciese eso, pero sin poner su corazón en ello.
Pero eso fue antes de que se enamorara de Jem.
Reconoció su voz, como si viniera del vestíbulo, alzándose en risas y
respondiéndole estaba la Señorita Tessa. Sophie sintió una extraña presión
sobre su pecho. Celos. Se odió a ella misma por ello, pero no lo pudo evitar. La
Señorita Tessa siempre era amable con ella, y había una gran vulnerabilidad en
sus grandes ojos grises, con tal necesidad de un amigo era imposible que no te
agradara. Y aun así, la forma en que el Señor Jem la miraba… y Tessa ni
siquiera parecía notarlo.
No. Sophie no podía soportar encontrarse con ellos en el vestíbulo, con Jem
mirando a Tessa en la forma en que lo había estado haciendo últimamente.
Sosteniendo una escobilla para barrer y un cubo contra su pecho, Sophie abrió
la puerta más cercana y entró, cerrando la puerta casi por completo. Era, como
la mayoría de las habitaciones del Instituto, un dormitorio sin usar, destinado para Cazadores de Sombras de visita. Debería darle un cambio dos veces al mes
o así, a menos que alguien la estuviese usando; de otro modo se quedan sin ser
molestadas. Ésta estaba bastante polvorienta, las pelusas bailaban en la luz de la
ventana y Sophie combatió el impulso de estornudar mientras apretaba su ojo
en la rendija de la puerta.
Estaba en lo correcto. Eran Jem y Tessa, viniendo hacia ella por el pasillo.
Parecían estar completamente atrapados el uno en el otro. Jem llevaba algo, un
traje doblado, parecía, y Tessa se estaba riendo de algo que él había dicho. Ella
estaba mirando hacia abajo y lejos de él, y él la estaba mirando en la forma en
que miras cuando sabes que no estás siendo visto. Tenía esa mirada, la mirada
que por lo general tenía cuando tocaba el violín, como si estuviera
completamente atrapado y en trance.
Su corazón le dolió. Él era tan hermoso, siempre lo había pensado. La
mayoría de las personas hablaba de Will, de lo apuesto que era, pero ella
pensaba que Jem era mil veces más apuesto. Tenía la apariencia etérea de los
ángeles en las pinturas, y aunque sabía que el color plateado de su cabello y piel
era el resultado de la medicina que tomaba para su enfermedad, no podía evitar
encontrarlo encantador también.
Y era dulce, firme y amable. El pensamiento de sus manos en su pelo,
apartándolo de su rostro, la hacía sentir reconfortada, mientras que usualmente
el pensamiento de un hombre, incluso un niño, tocándola la hacía sentir
vulnerable y enferma. Él tenía las manos más hermosas y bien construidas…
—No puedo creer que vendrán mañana —estaba diciendo Tessa, volviendo a
mirar a Jem—. Me siento como si Sophie y yo fuéramos lanzadas a Benedict
Lightwood para apaciguarlo, como un perro con un hueso. En realidad no le
importa si estamos capacitadas o no. Sólo quiere a sus hijos en la casa para
molestar a Charlotte.
—Eso es cierto —reconoció Jem—. Pero ¿por qué no tomar ventaja de la
información cuando se ofrece? Por eso Charlotte está tratando de alentar a
Jessamine a participar. En cuanto a ti, dado tu talento, incluso si, debo decir,
Mortmain ya no es más una amenaza, habrá otros atraídos por tu poder. Harías
bien en aprender a defenderte.
La mano de Tessa fue al colgante de ángel en su cuello, un gesto habitual que
Sophie sospechaba del que ella no se daba ni cuenta. —Sé lo que dirá Jessie.
Dirá que en lo único en lo que necesita asistencia de defensa es con los
pretendientes atractivos.
—¿No debería defenderse de los poco atractivos?
—No, si son mundanos. —Sonrió Tessa—. Estos días, prefiere un mundano
feo a un apuesto Cazador de Sombras.
—Eso me deja fuera de la carrera, ¿cierto? —dijo Jem con un disgusto
fingido, y Tessa rió de nuevo.
—Es una lástima —dijo ella—. Alguien tan bonita como Jessamine debería
tener elección, pero está tan determinada a que no sea un Cazador de
Sombras…
—Tú eres mucho más bonita —dijo Jem.
Tessa lo miró con sorpresa, con sus mejillas sonrojándose. Sophie sintió el
retorcijón de los celos en su pecho de nuevo, aunque estaba de acuerdo con Jem.
Jessamine era tradicionalmente bella, una Venus de bolsillo si es que alguna vez
hubo alguna, pero su habitual expresión de amargura opacaba sus encantos.
Tessa, por otro lado, tenía un cálido atractivo, con su rico, oscuro cabello
ondulado, y el mar de sus ojos grises, que crecía cuanto más se le iba
conociendo. Había inteligencia en su rostro y humor, lo que Jessamine no tenía,
o al menos no lo había mostrado.
Jem se detuvo en frente de la puerta de la Señorita Jessamine, y golpeó.
Cuando no hubo respuesta, se encogió de hombros, se inclinó y dejó una tela
oscura y doblada en frente de su puerta.
—Nunca la usará. —La cara de Tessa tenía hoyuelos.
Jem se enderezó. —Nunca acepté luchar con ella para que se la pusiera, sólo
entregarlo.
Empezó a caminar por el pasillo de nuevo, Tessa a su lado. —No sé cómo
Charlotte puede soportar hablar con el Hermano Enoch tan a menudo. Me
asusta mucho —dijo ella.
—Oh, no sé. Prefiero pensar que cuando están en casa, son más como
nosotros, jugándose bromas en la Ciudad Silenciosa, haciendo tostadas con
queso…
—Espero que jueguen a las imitaciones —dijo Tessa secamente—. Pareciera
que toman ventaja de su talento natural.
Jem estalló en risa, y luego doblaron la esquina y se perdieron de vista.
Sophie se apoyó en el marco de la puerta. No creía haber hecho reír a Jem de
esa manera alguna vez; no creía que alguien lo hubiese hecho alguna vez,
excepto Will. Tienes que conocer a alguien muy bien para hacerlo reír de esa
manera. Lo había amado por tanto tiempo, pensó. ¿Cómo era que ella no lo
conocía casi nada?
Con un suspiro de resignación se dispuso a salir de su escondite, cuando la
puerta de la Señorita Jessamine se abrió y salió su residente. Sophie se encogió
en la penumbra. La Señorita Jessamine estaba usando una larga capa de viaje de
terciopelo, que ocultaba la mayor parte de su cuerpo, desde el cuello hasta los
pies. Su pelo estaba fuertemente atado detrás de su cabeza, y llevaba un
sombrero de caballero en una mano. Sophie se congeló de sorpresa cuando
Jessamine miró hacia abajo, vio el traje a sus pies e hizo una morisqueta. Lo
pateó rápidamente hacia la habitación, dándole a Sophie una vista de su pie, el
que parecía estar en una bota de hombre, y cerró la puerta rápidamente detrás
de ella. Mirando de arriba hacia abajo el corredor, se puso el sombrero en la
cabeza, puso la barbilla bajo el abrigo y se escabulló entre las sombras, dejando
a Sophie mirando, desconcertada, detrás de ella.
StephRG14
Re: Cazadores de sombras
Capitulo 3
Muerte injustificada
¡Ay! Habían sido amigos en la juventud;
Pero las lenguas susurrando pueden envenenar la verdad;
Y la constancia vive en reinos en lo alto;
Y la vida es espinosa, y la juventud es vana;
Y llenarse de ira contra alguien que amamos,
Trabaja como locura en el cerebro.
—Samuel Taylor Coleridge, “Christabel"
Después del desayuno al día siguiente, Charlotte instruyó a Tessa y a
Sophie de que volvieran a sus cuartos, se vistieran con sus recién
adquiridos equipos, y se encontraran con Jem en la sala de
entrenamiento, donde esperarían a los hermanos Lightwood.
Jessamine no había bajado al desayuno, afirmando que tenía dolor de cabeza,
y Will, seguramente, estaba en cualquier lugar donde nadie lo encontrara. Tessa
sospechaba que se estaba escondiendo, en un intento de evitar ser forzado a ser
amable con Gabriel Lightwood y su hermano. Sólo lo podía culpar en parte.
De vuelta en su habitación, recogiendo el equipo, sintió un temblor de
nervios en su estómago; era algo mucho más diferente a lo que jamás había
usado antes. Sophie no estaba ahí para ayudarle a ponerse su nueva ropa. Parte
del entrenamiento, por supuesto, era ser capaz de vestirse y familiarizarse uno
mismo con el equipo: zapatos de suela lisa; un par de pantalones sueltos hechos
con material grueso de color negro; y una larga túnica con cinturón que casi
llegaba a sus rodillas. Era la misma ropa con la que había visto antes luchar a
Charlotte, y la que también estaba ilustrada en el Código; entonces, ella había
pensado que ese traje era extraño, pero el hecho de en realidad usarlo era
incluso más extraño. Si la tía Harriet la hubiera visto ahora, pensó Tessa,
probablemente se habría desmayado.
Se encontró con Sophie a los pies de la escalera que guiaba a la sala de
entrenamiento del Instituto. Ni ella ni la otra chica intercambiaron una palabra, sólo sonrisas alentadoras. Después de un momento, Tessa fue la primera en
subir los escalones: un estrecho tramo de madera con barandillas tan viejas que
la madera había empezado a resquebrajarse. Era extraño, pensó Tessa, subir un
tramo de escaleras y no tener que preocuparse por tirar de la falda o tropezar
con el dobladillo. Aunque su cuerpo estaba completamente cubierto, se sentía
particularmente desnuda en su ropa de entrenamiento.
Ayudaba que Sophie estuviera con ella, obviamente igual de incómoda en su
propio equipo de Cazador de Sombras. Cuando llegaron a la parte superior de
la escalera, Sophie abrió la puerta y se dirigieron a la sala de entrenamiento en
silencio, juntas.
Obviamente estaban en la parte superior del Instituto, en una sala contigua al
ático, pensó Tessa, y casi del doble de tamaño. El suelo era de madera pulida
con varios patrones elaborados aquí y allá en tinta negra, eran círculos,
cuadrados, y algunos de ellos estaban numerados. Cuerdas largas y flexibles
colgaban de las vigas del techo, medio invisibles en las sombras. Antorchas con
luz mágica estaban prendidas a lo largo de las paredes, intercaladas con armas:
mazos, hachas y toda clase de objetos que parecían mortales.
—Ugh —dijo Sophie, mirándolas con un estremecimiento—. ¿Acaso no se
ven demasiado horribles?
—En realidad, reconozco algunas del Código —dijo Tessa, señalando—. Esa
de ahí es una espada larga, y ese de ahí es un estoque, y un florete, y aquel que
parece que necesitas dos manos para agarrarlo es un claymore, creo.
—Cerca —dijo una voz, muy desconcertante, desde encima de sus cabezas—.
Es una espada de verdugo. Mayormente usadas para decapitar. Te puedes dar
cuenta porque no tiene una punta afilada.
Sophie dio un gritito de sorpresa y retrocedió cuando una de las cuerdas
empezó a tambalearse y una figura oscura apareció sobre sus cabezas. Era Jem,
deslizándose por la cuerda con la agilidad agraciada de un pájaro. Aterrizó
silenciosamente al frente de ellas, y sonrió. —Mis disculpas. No fue mi
intención asustarlas.
El también estaba usando el equipo, aunque en vez de una túnica tenía una
camiseta que sólo llegaba a su cintura. Una simple correa de cuero pasaba a
través de su pecho, y la empuñadura de una espada sobresalía por detrás de su hombro. La oscuridad del traje hacía que su piel se viese más pálida de lo
normal, su cabello y ojos más plateados que nunca.
—Sí, lo hiciste —dijo Tessa con una pequeña sonrisa—, pero está bien. Estaba
empezando a preocuparme de que Sophie y yo fuéramos a quedarnos aquí para
entrenarnos entre nosotras.
—Oh, ya llegarán los Lightwood —dijo Jem—. Simplemente llegan tarde
para hacer un punto. No tienen que hacer lo que nosotros digamos, ni tampoco
lo que dice su padre.
—Desearía que tú nos entrenaras —dijo Tessa, impulsivamente.
Jem se veía sorprendido. —Yo no podría… Todavía no he completado mi
propio entrenamiento. —Pero sus miradas se encontraron, y en otro momento
de comunicación sin palabras, Tessa escuchó lo que él en verdad estaba
diciendo: no estoy lo suficientemente bien el tiempo suficiente como para entrenarte de
forma fiable. De repente le dolía la garganta, y trabó miradas con Jem, esperando
que pudiera leer la simpatía silenciosa en sus ojos. Ella no quería apartar la
mirada, y se encontró preguntándose si la manera en que se había amarrado el
cabello, cuidadosamente convirtiéndolo en un moño del cual no se escapaba
una hebra, se veía horriblemente poco favorecedor. No que importara, por
supuesto. Después de todo, sólo era Jem.
—No pasaremos por un ciclo completo de entrenamiento, ¿o sí? —dijo
Sophie, su voz preocupada interrumpió los pensamientos de Tessa—. El
Concejo sólo dijo que necesitábamos saber cómo defendernos un poco…
Jem apartó la mirada de Tessa; la conexión se rompió con un chasquido. —
No hay nada que temer, Sophie —dijo él con su voz amable—. Y te alegrarás;
siempre es útil que una joven hermosa pueda defenderse de la atención no
deseada de los caballeros.
La expresión de Sophie se tensó, la lívida cicatriz en su mejilla resaltando tan
roja como si hubiera estado pintada ahí. —No se burle —dijo ella—. No es
agradable.
Jem puso cara de sorpresa. —Sophie, no estaba… —La puerta de la sala de
entrenamiento se abrió. Tessa se volteó mientras Gabriel Lightwood entraba en
la habitación, seguido por un chico que ella no conocía. Mientras que Gabriel
era delgado y tenía el cabello oscuro, el otro muchacho era musculoso, con un cabello grueso color arena. Ambos estaban usando el equipo, con guantes
oscuros que se veían caros y estaban tachonados con metal en los nudillos.
Cada uno llevaba bandas plateadas alrededor de cada muñeca (vainas de
cuchillo, Tessa sabía) y tenían el mismo elaborado patrón blanco de runas
tejidos en sus mangas. Estaba claro, no sólo por la similitud de sus ropas, si no
por la forma de sus caras y el verde pálido luminoso de sus ojos, que estaban
relacionados, así que Tessa no estuvo ni un poco sorprendida cuando Gabriel
dijo, en su forma abrupta:
—Bueno, estamos aquí como dijimos que estaríamos. James, asumo que
recuerdas a mi hermano, Gideon. Señorita Gray, Señorita Collins…
—Encantado de conocerlas —murmuró Gideon, sin encontrar la mirada de
ninguna de ellas. El mal humor parecía correr por la familia, pensó Tessa,
recordando que Will había dicho que al lado de su hermano, Gabriel parecía
una dulzura.
—No te preocupes. Will no está aquí —le dijo Jem a Gabriel, quién estaba
mirando alrededor de la habitación. Gabriel le frunció el ceño, pero Jem ya se
había volteado para ver a Gideon—. ¿Cuándo volviste de Madrid? —Le
preguntó cortésmente.
—Padre me llamó para que volviera a casa hace un corto tiempo. —El tono
de Gideon era neutral—. Asuntos familiares.
—Sinceramente espero que todo esté bien…
—Todo está muy bien, gracias, James —dijo Gabriel, su tono cortante—.
Ahora, antes de pasar a la parte del entrenamiento de esta visita, hay dos
personas que probablemente deberían conocer. —Volteó la cabeza y gritó—: ¡Sr.
Tanner, Señorita Daly! Por favor vengan arriba.
Sonaron pisadas en la escalera, y dos desconocidos entraron, ninguno de
ellos tenía el equipo. Ambos usaban ropas de sirvientes. Una era una joven que
era la exacta definición de “huesuda,” sus huesos parecían demasiado grandes
para su delgada y torpe figura. Su cabello era de color escarlata brillante,
amarrado en un moño bajo un sombrero modesto. Sus manos desnudas estaban
rojas y se veían débiles. Tessa adivinó que debía tener unos veinte. Al lado de
ella, estaba un hombre joven con cabello rizado de color marrón oscuro, alto y
musculoso…
Sophie respiró profundamente. Se había puesto pálida. —Thomas…
El joven se veía terriblemente incómodo. —Soy el hermano de Thomas,
señorita. Cyril. Cyril Tanner.
—Ellos son el reemplazo prometido por el Concejo, de sus sirvientes
perdidos —dijo Gabriel—. Cyril Tanner y Bridget Daly. El Concejo nos
preguntó si podíamos traerlos de Kings Cross hasta aquí, y naturalmente lo
hicimos. Cyril reemplazará a Thomas, y Bridget reemplazará a su cocinera
perdida, Agatha. Ambos fueron entrenados en hogares de Cazadores de
Sombras y vienen con grandes recomendaciones.
Unos puntos rojos empezaron a aparecer en las mejillas de Sophie. Antes de
que ella pudiese decir nada, Jem dijo rápidamente —Nadie podría reemplazar a
Agatha o a Thomas para nosotros, Gabriel. Fueron amigos, como también
sirvientes. —Asintió en dirección a Bridget y Cyril—. Sin ánimos de ofender.
Bridget sólo parpadeó sus ojos marrones, pero, —No es ninguna ofensa —
dijo Cyril. Incluso su voz era como la de Thomas, casi igual de misteriosa—.
Thomas era mi hermano. Nadie puede reemplazarlo para mí, tampoco.
Un silencio incómodo cayó sobre la sala. Gideon se apoyó en una de las
paredes, cruzado de brazos, una leve mueca en su rostro. Era bastante apuesto,
como su hermano, pensó Tessa, pero la mueca lo echaba a perder.
—Muy bien —dijo Gabriel finalmente, en el silencio—. Charlotte nos había
pedido que los subiéramos para que ustedes los conocieran. Jem, si deseas
escoltarlos de vuelta al salón, Charlotte está esperando con instrucciones…
—Así que, ¿ninguno de ellos necesita entrenamiento adicional? —preguntó
Jem—. Ya que, a pesar de todo, estarán entrenando a Tessa y a Sophie, si
Bridget o Cyril…
—Como dijo el Concejo, han sido muy bien entrenados en sus hogares
anteriores —dijo Gideon—. ¿Te gustaría una demostración?
—No creo que eso sea necesario —respondió Jem.
Gabriel sonrió. —Vamos, Carstairs. Las chicas también podrían ver que un
mundano puede luchar casi como un Cazador de Sombras, con el tipo adecuado
de instrucción. ¿Cyril? —Él caminó a la pared, seleccionó dos espadas largas, y arrojó una en dirección a Cyril, quien la atrapó en el aire cómodamente y
avanzó hacia el centro de la sala, donde había un círculo pintado en el suelo.
—Ya sabemos eso —murmuró Sophie, en una voz lo suficientemente baja
que sólo Tessa podía oír—. Thomas y Agatha estaban entrenados.
—Gabriel sólo está tratando de molestarlos —dijo Tessa, también en un
susurro—. No le dejes ver que te molesta.
Sophie apretó la mandíbula mientras Gabriel y Cyril se encontraban en el
centro de la sala, mostrando espadas. Tessa tenía que admitir que había algo
hermoso en ello, la forma en que daban vueltas, las espadas silbando a través
del aire, una mancha de negro y plateado. El tintineo de metal sobre metal, la
manera en que se movían, tan rápido que su vista apenas los podía seguir. Y sin
embargo, Gabriel era mejor; eso era claro incluso para el ojo inexperto. Sus
reflejos eran más rápidos, sus movimientos más gráciles. No era una pelea justa;
Cyril, con su cabello pegado a la frente a causa del sudor, estaba claramente
dando todo lo que tenía, mientras que Gabriel simplemente estaba marcando el
tiempo. Al final, cuando Gabriel rápidamente desarmó a Cyril con un limpio
movimiento de su muñeca, enviando la espada del otro chico al piso, Tessa no
pudo evitar sentirse casi indignada por el comportamiento de Cyril. Ningún
humano podría superar a un Cazador de Sobras. ¿No era ese el punto?
La punta de la espada de Gabriel descansaba a un centímetro de la garganta
de Cyril. Cyril levantó sus manos en señal de rendición, una sonrisa, muy
parecida a la sonrisa fácil de su hermano, extendiéndose en su rostro. —Me
rindo.
Hubo una mancha de movimiento. Gabriel gritó y cayó, la espada
deslizándose de su mano. Su cuerpo golpeó el suelo, Bridget se arrodilló sobre
su pecho, mostrando sus dientes. Ella se había deslizado detrás de él y lo había
hecho caer mientras nadie estaba mirando. Ahora sacó una pequeña daga del
interior de su corpiño y la sostuvo en contra de su garganta. Gabriel miró hacia
arriba por un momento, aturdido, parpadeando sus ojos verdes. Luego se
empezó a reír.
A Tessa le agradaba más en ese momento que nunca. No que eso fuera
mucho decir.
—Muy impresionante —arrastró las palabras una voz familiar desde la
puerta. Tessa se volteó. Era Will, viéndose, como habría dicho su tía, como si
hubiera sido arrastrado a través de un seto vivo. Su camisa estaba rota, su
cabello revuelto y sus ojos azules estaban bordeados de rojo. Se agachó, agarró
la espada de Gabriel, y la estabilizó en la dirección de Bridget con una expresión
divertida. —Pero, ¿puede ella cocinar?
Bridget se puso de pie, sus mejillas de color rojo oscuro. Estaba mirando a
Will como las chicas siempre lo miraban: con la boca ligeramente abierta, como
si no pudiera creer la visión que se había materializado en frente de ella. Tessa
quería decirle que Will se veía mejor cuando estaba menos desaliñado, y que
estar fascinado con su belleza era como estar fascinado por una pieza afilada de
acero, era peligroso e imprudente. Pero, ¿cuál era el punto? Lo aprendería por sí
sola muy pronto. —Soy una buena cocinera, señor —dijo en un acento irlandés
cadencioso—. Mis empleadores anteriores no tenían quejas.
—Dios, usted es irlandesa —dijo Will—. ¿Puede preparar cosas que no
tengan patatas? Una vez tuvimos un cocinero irlandés cuando era un niño.
Pastel de patata, crema de patata, patatas con salsa de patatas…
Bridget pareció desconcertada. Mientras tanto, de alguna manera, Jem había
cruzado la sala y había tomado el brazo de Will. —Charlotte quiere ver a Cyril y
a Bridget en el salón. ¿Vamos a mostrarles dónde está?
Will dudó. Ahora estaba mirando a Tessa. Tragó en contra de su garganta
seca. Parecía que quería decirle algo. Gabriel, mirando entre ellos, sonrió. Los
ojos de Will se oscurecieron, y se volteó, la mano de Jem guiándolo hacia la
escalera, y salieron. Después de un momento de aturdimiento, Bridget y Cyril
los siguieron.
Cuando Tessa volvió al centro de la sala, vio que Gabriel había tomado una
de las espadas y se la daba a su hermano. —Ahora —dijo él—. Ya es hora de
empezar a entrenar, ¿no creen, señoritas?
Gideon agarró la espada. —Esta es la idea más estúpida que nuestro padre ha
tenido —dijo—. Nunca.
Sophie y Tessa intercambiaron miradas. Tessa no estaba segura exactamente
de qué había dicho Gideon, pero “estúpida” sonaba lo suficientemente familiar.
El resto del día iba ser muy largo.
Pasaron las siguientes pocas horas realizando ejercicios de equilibrio y
bloqueo. Gabriel se encargó de supervisar la instrucción de Tessa, mientras que
Gideon fue asignado a Sophie. Tessa no podía evitar sentir que Gabriel la había
elegido para molestar a Will de algún modo oscuro, así Will lo supiera o no. En
realidad, no era un mal profesor: bastante paciente, dispuesto a recoger armas
una y otra vez cuando ella las dejaba caer, hasta que él podía mostrarle cómo
agarrarlas correctamente, incluso la alababa cuando hacía algo bien. Ella se
estaba concentrando demasiado como para notar si Gideon era tan experto
entrenando a Sophie, aunque Tessa lo escuchó murmurar en español de vez en
cuando.
Para el momento que el entrenamiento se había acabado y Tessa se había
bañado y vestido para la cena, se estaba muriendo de hambre de la manera más
impropia para una dama. Afortunadamente, pese a los temores de Will, Bridget
sabía cocinar, y muy bien. Sirvió un asado caliente con verduras, y una tarta de
mermelada con crema, para Henry, Will, Tessa, y Jem en la cena. Jessamine
todavía estaba en su cuarto con un dolor de cabeza, y Charlotte había ido a la
Ciudad de Hueso para mirar directamente los archivos de las Compensaciones
por ella misma.
Era extraño, ver a Sophie y a Cyril salir y entrar de la sala de comedor con
platos de comida, Cyril trinchando el asado justo como lo habría hecho Thomas,
Sophie ayudando silenciosamente. Tessa difícilmente podía evitar pensar lo
difícil que tenía que ser para Sophie, cuyos compañeros más cercanos en el
Instituto habían sido Agatha y Thomas, pero cada vez que Tessa trataba de
captar la mirada de la otra chica, Sophie miraba para otro lado.
Tessa recordó la cara de Sophie la última vez que Jem había estado enfermo,
la forma en que había torcido su gorra con las manos, pidiendo noticias de él.
Tessa había ardido de deseos de hablar con Sophie sobre ello después, pero
sabía que nunca podría. Los romances entre mundanos y Cazadores de
Sombras estaban prohibidos; la madre de Will era una mundana, y su padre
había sido obligado a dejar a los Cazadores de Sombras para estar con ella.
Debía de haber estado terriblemente enamorado para estar dispuesto a hacerlo, y Tessa nunca había sentido que Jem sintiera afecto por Sophie de esa manera.
Y luego estaba el asunto de su enfermedad…
—Tessa —dijo Jem en voz baja—. ¿Estás bien? Te ves a un millón de
kilómetros.
Ella le sonrió. —Sólo estoy cansada. El entrenamiento… no estoy
acostumbrada. —Era la verdad. Sus brazos dolían por agarrar la pesada espada
de práctica, y aunque ella y Sophie no habían hecho mucho más que ejercicios
de equilibrio y bloqueo, sus piernas también le dolían.
—Hay un bálsamo que preparan los Hermanos Silenciosos, para el dolor de
músculos. Toca la puerta de mi habitación antes de que te vayas a dormir, y te
daré un poco.
Tessa se sonrojó ligeramente, luego se preguntó por qué se había sonrojado.
Los Cazadores de Sombras tenían sus métodos extraños. Ella había estado antes
en la habitación de Jem, incluso sola con él, incluso sola con él en su atuendo de
noche, y ningún alboroto se había hecho por eso. Todo lo que estaba haciendo
ahora era ofrecerle un poco de medicina, y, sin embargo, podía sentir el
aumento de calor en su cara. Él pareció verlo y también se sonrojó, el color muy
visible contra su piel pálida. Tessa apartó la mirada rápidamente y atrapó a Will
mirándolos, sus ojos azules uniformes y oscuros. Sólo Henry, persiguiendo
guisantes blandos alrededor del plato con un tenedor, parecía ajeno a lo que
pasaba.
—Estoy muy agradecida —dijo ella—. Iré…
Charlotte irrumpió en la habitación, su cabello oscuro escapando de sus
broches en un remolino de rizos, un largo rollo de papel apretado en su mano.
—¡Lo he encontrado! —gritó. Se desplomó sin aliento en el asiento al lado de
Henry, su cara normalmente pálida estaba rosa por el esfuerzo. Le sonrió a
Jem—. Tenías razón sobre los archivos de las Compensaciones, lo encontré
después de unas horas de búsqueda.
—Déjame ver —dijo Will, dejando el tenedor. Había comido sólo un poco de
su comida, Tessa no pudo evitar notarlo. El anillo con el diseño de pájaro brilló
en sus dedos cuando extendió la mano para agarrar el rollo de papel de la mano
de Charlotte.
Ella aplastó su mano de buen humor. —No. Todos deberíamos verlo al
mismo tiempo. De todas maneras, fue idea de Jem, ¿no?
Will frunció el ceño, pero no dijo nada; Charlotte extendió el rollo de papel
sobre la mesa, apartando tazas y platos vacíos para hacer espacio, y los otros se
levantaron y la rodearon, mirando hacia el documento. El papel era más como
pergamino grueso, con tinta roja oscura, como el color de las runas sobre las
túnicas de los Hermanos Silenciosos. La escritura estaba en inglés, pero era
pequeña y llena de abreviaturas; Tessa no podía encontrar ni pies ni cabeza de
lo que estaba viendo.
Jem se inclinó hacia ella, su brazo rozando el suyo, leyendo por encima de su
hombro, su expresión era pensativa.
Ella volteó su cabeza para mirarlo; un mechón de su pálido cabello le hacía
cosquillas en la cara. —¿Qué dice? —susurró.
—Se trata de una solicitud de una compensación —dijo Will, ignorando el
hecho de que ella había dirigido la pregunta a Jem—. Enviado al Instituto de
York en 1825 al nombre de Axel Hollingworth Mortmain, para obtener la
compensación de la muerte injustificada de sus padres, John Thaddeus y Anne
Evelyn Shade, casi una década antes.
—John Thaddeus Shade —dijo Tessa—. JTS, las iníciales en el reloj de
Mortmain. Pero si él era su hijo, ¿por qué no tiene el mismo apellido?
—Los Shade eran brujos —dijo Jem, leyendo más abajo en la página—.
Ambos lo eran. Él no podía haber sido su hijo de sangre; lo debieron haber
adoptado, y dejado mantener su nombre mundano. Lo que ocurre, de vez en
cuando. —Sus ojos volaron a Tessa, y luego se apartaron; ella se preguntó si
estaba recordando, como ella, su conversación en la sala de música sobre el
hecho de que los brujos no podían tener hijos.
—Dijo que comenzó a aprender sobre las artes oscuras durante sus viajes —
dijo Charlotte—. Pero si sus padres eran brujos…
—Padres adoptivos —dijo Will—. Sí, estoy seguro de que sabía muy bien a
quién del Submundo contactar para aprender las artes oscuras.
—Muerte injustificada —dijo Tessa en voz baja—. ¿Qué significa eso,
exactamente?
—Significa, que él cree que los Cazadores de Sombras mataron a sus padres a
pesar de que no habían quebrantado ninguna ley. —respondió Charlotte.
—¿Qué ley se supone que rompieron?
Charlotte frunció el ceño. —Dice algo aquí sobre relaciones antinaturales e
ilegales con demonios, que podría ser casi cualquier cosa, y que fueron
acusados por crear un arma que podía destruir a los Cazadores de Sombras. La
sentencia para eso habría sido la muerte. Hay que recordar, sin embargo, que
esto fue antes de los Acuerdos. Los Cazadores de Sombras podían matar
Submundos por la mera sospecha de mala conducta. Probablemente esa es la
razón por la que no hay información más detallada en este documento.
Mortmain declaró una compensación por el Instituto de York, bajo la égida de
Aloysius Starkweather. Él no estaba pidiendo dinero, sino que los individuos
culpables (Cazadores de Sombras) fueran juzgados y castigados. Pero el juicio
fue rechazado aquí en Londres, basándose en que los Shade eran “sin lugar a
dudas, culpables”. Y eso es realmente todo lo que hay. Esto es simplemente un
pequeño registro del evento, no los documentos completos. Esos aún están en el
Instituto de York. —Charlotte apartó su empapado cabello de su frente—. Y sin
embargo, eso explicaría el odio de Mortmain hacia los Cazadores de Sombras.
Tenías razón, Tessa. Era, es, personal.
—Y nos da un punto de partida. El Instituto de York —dijo Henry, apartando
la mirada de su plato—. Los Starkweather lo dirigen, ¿no? Ellos tendrán las
cartas completas, los papeles…
—Y Aloysius Starkweather tiene ochenta y nueve años —dijo Charlotte—. Él
habría sido un hombre joven cuando los Shade fueron asesinados. Tal vez
recuerda algo de lo que ocurrió. —Ella suspiró—. Será mejor que le envíe un
mensaje. Oh, querido. Esto será difícil.
—¿Por qué, cariño? —preguntó Henry, de manera gentil y ausente.
—Él y mi padre fueron amigos una vez, pero luego tuvieron un altercado,
algo terrible, hace años, pero nunca volvieron a hablarse.
—¿Cuál es el poema, otra vez? —Will, quién había estado haciendo girar su
taza de té vacía alrededor de sus dedos, se enderezó y declamó:
“Cada uno dijo palabras de alto desprecio
E insultaron al mejor hermano de su corazón…”
—Oh, por el Ángel, Will, haz silencio —dijo Charlotte, levantándose—. Debo
ir y escribir una carta a Aloysius Starkweather que gotee remordimiento y
súplicas. No necesito que me distraigas. —Y, recogiendo sus faldas, salió
corriendo de la habitación.
—No hay aprecio por las artes —murmuró Will, poniendo su tasa en la mesa.
Miró hacia arriba, y Tessa se dio cuenta de que había estado mirándolo
fijamente. Ella conocía el poema, por supuesto. Era Coleridge, uno de sus
favoritos. Había más que eso, era sobre amor, muerte y locura, pero no podía
recordar ningunas de las líneas; no ahora, con los ojos de Will sobre ella.
—Y por supuesto, Charlotte no ha comido ni un poco de la cena —dijo
Henry, levantándose—. Iré a ver si Bridget le puede hacer un plato de pollo
frío. En cuanto al resto de ustedes… —hizo una pausa por un momento, como
si estuviese a punto de darles una orden: tal vez, enviarlos a la cama, o de
vuelta a la biblioteca para que hicieran más investigación. El momento pasó, y
una mirada de perplejidad cruzó por su cara—. Maldita sea, no puedo recordar
lo que iba a decir —anunció, y se desvaneció en la cocina.
En el momento que Henry se fue, Will y Jem cayeron en una discusión seria
sobre Compensaciones, Submundos, Acuerdos, pactos y leyes que dejaron la
cabeza de Tessa dando vueltas. Silenciosamente, se levantó y abandonó la mesa,
haciendo su camino a la biblioteca.
A pesar de su inmenso tamaño, y el hecho de que casi ninguno de los libros
que se alineaban en sus paredes estaba en inglés, era su habitación preferida del
Instituto. Había algo sobre el olor de los libros, el aroma de tinta, papel y cuero,
en la manera en que el polvo en la biblioteca parecía comportarse de manera
diferente del polvo en cualquier otra habitación, era dorado a la luz mágica,
estableciéndose como polen a través de las superficies pulidas de las largas
mesas. Iglesia, el gato, estaba durmiendo en lo alto sobre un libro, su cola
enroscada en su cabeza; Tessa le dio un gran rodeo y se dirigió hacia la pequeña
sección de poesía a lo largo de la pared inferior derecha. Iglesia adoraba a Jem
pero había sido conocido por morder a otros, a menudo con poco aviso.
Encontró el libro que estaba buscando y se arrodilló al lado del estante,
dejando pasar las páginas hasta encontrar la correcta, la escena donde el
anciano en “Christabel” se da cuenta de que la chica de pie a su lado es la hija del que una vez fue su mejor amigo y ahora era su odiado enemigo, el hombre
que nunca puede olvidar.
¡Ay! Habían sido amigos en la juventud;
Pero las lenguas susurrando pueden envenenar la verdad;
Y la constancia vive en reinos en lo alto;
Y la vida es espinosa, y la juventud es vana;
Y llenarse de ira contra alguien que amamos,
Trabaja como locura en el cerebro.
…
Cada uno dijo palabras de alto desprecio
E insultaron al mejor hermano de su corazón:
Se separaron, ¡para nunca reunirse de nuevo!
La voz arrastrada que habló sobre su cabeza fue tan instantáneamente
familiar como lo era la luz. —¿Verificando la exactitud de mi cita?
El libro se deslizó de las manos de Tessa y golpeó el suelo. Ella se puso de pie
y observó, congelada, mientras Will se agachaba para recogerlo, y se lo tendía,
su única forma de mayor cortesía.
—Te aseguro —le dijo a ella—. Que mi memoria es perfecta.
La mía también lo es, pensó ella. Esta era la primera vez que había estado sola
con él en semanas. No desde esa horrible escena en el tejado cuando él le dio a
entender que pensaba que ella era poco mejor que una prostituta, y una estéril,
además. Nunca habían mencionado el momento otra vez. Habían seguido como
si todo fuese normal, educados entre ellos en compañía, nunca solos. De alguna
manera, cuando estaban con otras personas, ella era capaz de empujarlo al
fondo de su mente, olvidarlo. Pero ante Will, sólo Will, hermoso como siempre,
el cuello de su camisa abierto para mostrar las marcas negras en su clavícula y
subiendo por la piel blanca de su cuello, la luz parpadeante de la vela
rebotando en los planos elegantes y angulosos de su rostro, el recuerdo de su
vergüenza e ira se elevó por su garganta, ahogando sus palabras.
Él miró su mano, todavía sosteniendo el pequeño volumen encuadernado
con cuero verde. —¿Vas a tomar el Coleridge de regreso, o debo quedarme aquí
para siempre en esta posición bastante tonta?
Silenciosamente, Tessa extendió la mano y agarró el libro. —Si deseas usar la
biblioteca —dijo ella, preparándose para irse— sin duda puedes. Encontré lo
que estaba buscando, y se hace tarde…
—Tessa —dijo, extendiendo una mano para detenerla.
Ella lo miró, deseando poder pedirle que la volviera a llamar Señorita Gray.
Sólo la manera en que decía su nombre la deshacía, aflojaba algo apretado y
anudado por debajo de sus costillas, quitándole el aliento. Deseaba que él no
usara su nombre de pila, pero sabía lo ridículo que sonaría si hiciera la
solicitud. Sin duda, echaría a perder todo su trabajo entrenándose a ser
indiferente con él.
—¿Sí? —preguntó.
Había un poco de melancolía en su expresión mientras la miraba. Will,
¿melancólico? Tenía que estar actuando. —Nada. Yo… —sacudió su cabeza; un
mechón de cabello negro cayó sobre su frente, y lo apartó de sus ojos
impacientemente—. Nada —dijo de nuevo—. La primera vez que te mostré la
biblioteca, me dijiste que tu libro favorito era El Amplio, Amplio Mundo. Pensé
que tal vez quisieras saber que yo… lo leí. —Su cabeza estaba baja, sus ojos
azules miraban hacia arriba en su dirección a través de esas gruesas pestañas
oscuras; ella se preguntó cuantas veces había obtenido lo que quería sólo por
hacer eso.
Puso su voz educada y distante. —¿Y te pareció de tu agrado?
—En absoluto —dijo Will—. Tonterías sentimentales, pensé.
—Bueno, no hay nada escrito sobre gustos —dijo Tessa dulcemente, sabiendo
que él estaba tratando de incitarla, y negándose a tomar la carnada—. Lo que es
placer para una persona es veneno de otra, ¿no te parece?
Era su imaginación, o ¿él se veía decepcionado? —¿Tienes alguna otra
recomendación americana para mí?
—¿Por qué querrías una, cuando se burlas de mis gustos? Creo que tal vez
tenga que aceptar que estamos muy separados en la cuestión de material de
lectura, como también lo estamos en otras cosas, y encuentre sus
recomendaciones en otra parte, Señor Herondale. —Se mordió la lengua casi tan rápido como las palabras estuvieron fuera de su boca. Eso había sido
demasiado, lo sabía.
Y de hecho, Will estaba en ello, como una araña saltando sobre una mosca
muy sabrosa. —¿Señor Herondale? —demandó—. Tessa, pensé que…
—Pensaste ¿qué? —Su tono era glacial.
—Que al menos podríamos hablar sobre libros.
—Hablamos —dijo ella—. Insultaste mi gusto. Y deberías saber que, El
Amplio, Amplio Mundo no es mi libro favorito. Simplemente es una historia que
disfruté, como The Hidden Hand, o… Tú sabes, tal vez deberías sugerirme algo a
mí, así yo puedo juzgar tu gusto. Difícilmente es justo, de otra forma.
Will saltó a la mesa más cercana y se sentó, balanceando las piernas,
obviamente reflexionando sobre la petición. —El Castillo de Otranto…
—¿No es ese el libro en el cual el hijo del héroe es aplastado hasta la muerte
por un casco gigante que cae del cielo? ¡Y tú que dijiste que Historia de Dos
Ciudades era una tontería! —dijo Tessa, quien habría preferido morir antes de
admitir que había leído Otranto y le había encantado.
—Historia de Dos Ciudades —repitió Will—. Lo leí otra vez, sabes, porque
habíamos hablado sobre ello. Tenías razón. No es tonto en absoluto.
—¿No?
—No —dijo él—. Hay demasiada desesperación en él.
Ella se encontró con su mirada. Sus ojos eran tan azules como lagos; sintió
como si estuviera cayendo dentro de ellos. —¿Desesperación?
Él dijo firmemente: —No hay futuro para Sydney, ¿lo tiene, con o sin amor?
Él sabe que no se puede salvar sin Lucie, pero dejarla acercarse sería
degradarla.
Ella sacudió su cabeza. —Así no es como yo lo recuerdo. Su sacrificio es
noble…
—Es lo que le queda —dijo Will—. ¿No recuerdas lo que le dice a Lucie? ‘Si
hubiera sido posible… que tu pudieras haber regresado el amor del hombre que ves delante de ti, (arrojado lejos, perdido, borracho, pobre criatura de mal trato que sabes que es) él habría sido consciente este día y hora, a pesar de su
felicidad, que la llevaría a la miseria, la llevaría a la tristeza y al
arrepentimiento, que la frustraría, la desgraciaría, la llevaría con él…’
Un tronco cayó en la chimenea, provocando una lluvia de chispas,
sorprendiéndolos a ambos y silenciando a Will; el corazón de Tessa dio un
vuelco, y apartó la mirada de Will. Estúpida, se dijo así misma con enojo. Tan
estúpida. Recordaba como él la había tratado, las cosas que le había dicho, y
ahora estaba dejando que sus rodillas se volvieran gelatina por una simple línea
de Dickens.
—Bueno —dijo ella—. Seguro que te has aprendido de memoria una gran
parte del libro. Eso fue impresionante.
Will apartó a un lado el cuello de su camisa, revelando la agraciada curva de
su clavícula. Le tomó un momento darse cuenta de que él le estaba mostrando
una Marca algunos centímetro arriba de su corazón.
—Mnemosyne —dijo—. La runa de la memoria. Es permanente.
Tessa miró hacia otro lado rápidamente. —Es tarde. Debo retirarme, estoy
agotada. —Ella caminó más allá de él, y se movió hacia la puerta. Se preguntó si
se veía dolido, luego empujó el pensamiento de su mente. Este era Will; no
obstante lo vivaz y volátil que esté su humor, no obstante lo encantador que es
cuando está de uno bueno, él era veneno para ella, para cualquier persona.
—Vathek —dijo él, deslizándose de la mesa.
Ella hizo una pausa en la puerta, dándose cuenta de que todavía estaba
agarrando el libro Coleridge, pero luego decidió que era mejor llevarlo. Sería un
cambio agradable del Código. —¿Qué es eso?
—Vathek —repitió—. De William Beckford. Si has encontrado Otranto a tu
gusto —aunque, pensó ella, no había admitido que le había gustado—. Creo
que lo disfrutarás.
—Oh —dijo ella—. Bueno. Gracias. Recordaré eso.
Él no respondió; todavía estaba de pie en donde ella lo había dejado, cerca de
la mesa. Estaba mirando al suelo, su cabello oscuro escondiendo su rostro. Un
pequeño pedazo de su corazón se suavizó. Y antes de que pudiera evitarlo, dijo:
—Y buenas noches, Will.
Él miró hacia arriba. —Buenas noches, Tessa. —Sonó melancólico otra vez,
pero no tan triste como antes. Se acercó a Iglesia para acariciarlo, quien había
dormido durante toda su conversación y el sonido del tronco cayendo en la
chimenea, y todavía estaba acostado sobre el estante con las patas en el aire.
—Will… —empezó Tessa, pero era demasiado tarde. Iglesia aulló por ser
levantado, y atacó con sus garras. Will empezó a maldecir. Tessa se fue, incapaz
de esconder la más leve de las sonrisas mientras caminaba.
StephRG14
Los orígenes- príncipe mecánico
Capitulo 4
Un viaje
La amistad es una mente en dos cuerpos.
—Meng-tzu
Charlotte bajó de un golpe el papel sobre su escritorio con un grito de
rabia. —Aloysius Starkweather es el más terco, hipócrita, obstinado,
degenerado–– se interrumpió, claramente luchando por controlar su
temperamento. Tessa nunca había visto la boca de Charlotte convertida en una
firme línea.
—¿Quieres un diccionario? —preguntó Will. Se encontraba tumbado
desgarbadamente sobre uno de los sillones de orejas ubicado cerca de la
chimenea del salón, sus botas puestas sobre el otomano. Estaban cubiertas de
barro, y ahora también lo estaba el otomán. Normalmente, Charlotte le habría
estado reprendiendo por eso, pero la carta de Aloysius que ella había recibido
esa mañana, y por la cual los había invitado a entrar en el salón para hablar,
parecía haber absorbido toda su atención. —Pareces haberte quedado sin
palabras.
—¿Y de verdad es un degenerado? —preguntó Jem ecuánimemente desde las
profundidades del otro sillón. —Quiero decir, el vejete tiene casi noventa años,
seguramente pasó la desviación real.
—No sé —expresó Will. —Te sorprenderías de lo que se han convertido
algunos viejos en la Taberna del Diablo.
—Nada de lo que tú sepas nos sorprendería, Will —añadió Jessamine, quien
yacía sobre la tumbona, con un paño húmedo sobre su frente; todavía no había
logrado sobreponerse a su dolor de cabeza.
—Querida —dijo Henry ansiosamente, rodeando la mesa donde estaba
sentada su esposa—. ¿Te sientes bien? Te ves un poco… manchada.
Él no estaba equivocado. Unas manchas rojas de furia habían salido en la
cara y garganta de Charlotte.
—Pienso que es encantador —dijo Will. —He oído que los lunares son la
última moda esta temporada.
Henry palmeó el hombro de Charlotte ansiosamente. —¿Te gustaría un paño
frío? ¿Qué puedo hacer para ayudarte? 65
—Podrías ir en coche hasta Yorkshire y cortar de un tajo la cabeza de esa
vieja cabra. —Charlotte sonó rebelde.
—¿No haría eso las cosas más difíciles con la Clave? —preguntó Henry—.
No son generalmente muy receptivos acerca de, ya sabes, decapitaciones y esas
cosas.
—¡Oh! —exclamó Charlotte, desesperada. —Todo es culpa mía, ¿verdad? No
sé por qué pensé que podría persuadirlo. El hombre es una pesadilla.
—¿Qué dijo exactamente? —interpeló Will—. En la carta, digo.
—Se rehúsa a verme, o a Henry —explicó Charlotte. —Dice que nunca
perdonará a mi familia por lo que mi hizo papá. Mi papá… —Ella suspiró. –Él
fue un hombre difícil, pero absolutamente fiel a la Ley, y los Starkweather
siempre han interpretado las leyes de manera más flexible. Mi papá creía que
ellos vivían de manera desenfrenada allá arriba en el norte, como salvajes, y no
fue tímido a la hora de decirlo. No sé qué más hizo, pero el viejo Aloysius
todavía parece personalmente insultado. Sin mencionar que también dijo que si
a mí de verdad me importaba algo de lo que él pensaba, lo habría invitado a la
última reunión del Concejo. ¡Como si yo me encargase de ese tipo de cosas!
—¿Por qué no fue invitado? —preguntó Jem.
—Es demasiado viejo, lo que quiere decir que no pueda dirigir un Instituto
en absoluto. Sólo se rehúsa a dar un paso al costado, y hasta ahora el Cónsul
Wayland no lo ha hecho renunciar, pero el Cónsul no lo invita a las reuniones
del Concejo, tampoco. Creo que espera que Aloysius se dé por aludido o simplemente muera de viejo. Pero el padre de Aloysius vivió hasta los ciento
cuatro años. Podríamos experimentar otros quince años con él. —Charlotte
negó con la cabeza, desesperada.
—Pues bien, si se niega a verte a ti o a Henry, ¿no puedes enviar a alguien
más? —consultó Jessamine, aburrida. —Tú diriges al Instituto; se supone que
los miembros de la Enclave hacen lo que les digas.
—Pero muchos de ellos están de lado de Benedict —dijo Charlotte. —
Quieren verme fallar. Sólo no sé en quién puedo confiar.
—Puedes confiar en nosotros —añadió Will—. Envíame. Y a Jem.
—¿Qué sobre mí? —explotó Jessamine, indignada.
—¿Qué sobre ti? realmente no quieres ir, ¿verdad?
Jessamine levantó una de las esquinas del húmedo paño de sus ojos para
mirarlo encolerizadamente. —¿En algún tren maloliente todo el trayecto hasta
Yorkshire, mortalmente aburrida? No, claro que no. Sólo quería decirle a
Charlotte que puede confiar en mí.
—Puedo confiar en ti, Jessie, pero claramente no estás lo bastante bien para
ir. Lo que es una desgracia, ya que Aloysius siempre tuvo debilidad por una
cara bonita.
—Una razón más del por qué yo debería ir —dijo Will.
—Will, Jem… —Charlotte se mordió los labios. —¿Estás seguro? El Concejo
estuvo apenas satisfecho por las acciones independientes que llevaste a cabo en
el asunto de la Sra. Dark.
—Pues bien, debería estarlo. ¡Matamos a un demonio peligroso! —protestó
Will.
—Y salvamos a Iglesia —añadió Jem.
—En cierta forma, dudo que eso cuente a nuestro favor —expresó Will—.
Aquel gato me mordió tres veces la otra noche.
—Eso probablemente cuenta a su favor —añadió Tessa. —O al de Jem, al
menos.
Will le hizo una cara, pero no parecía enojado; era el tipo de cara que le
habría hecho a Jem si el otro muchacho lo hubiera molestado. Quizás realmente
podrían ser corteses el uno con el otro, pensó Tessa. Realmente había sido
amable con ella en la biblioteca la noche anterior.
—Parece una empresa descabellada —declaró Charlotte. Las manchas rojas
en su piel comenzaban a desvanecerse, pero parecía miserable. —
Probablemente no les dirá nada si sabe que los envié. Si sólo…
—Charlotte —interrumpió Tessa—, hay una forma que podríamos usar para
que nos lo diga.
Charlotte la miró perpleja. —Tessa, de qué… —Se interrumpió entonces, y
sus ojos se iluminaron al comprenderla. —Oh, ya veo. Tessa, qué idea tan
excelente.
–Oh, ¿qué? —exigió Jessamine desde la tumbona. –¿Qué idea?
—Si pueden recuperar algo suyo—dijo Tessa—, y si me lo dan, puedo
cambiar en él. Y quizá tenga acceso a sus memorias. Te podría decir todo lo que
recuerda sobre Mortmain y los Shade, cualquier cosa.
—Entonces, vendrás con nosotros a Yorkshire —anunció Jem.
Repentinamente, todas las miradas de la habitación estaban sobre Tessa.
Completamente alarmada, por un momento no dijo nada.
—Ella no necesita acompañarnos —dijo Will—. Podemos recuperar un objeto
y traérselo aquí.
—Pero Tessa dijo antes que necesita usar algo que tenga una fuerte asociación con el dueño —expresó Jem. —Si lo que seleccionáramos resulta ser
insuficiente…
—También dijo que puede usar un pedazo de uña, o una hebra de pelo…
—Entonces sugieres que abordemos el tren hasta York, encontremos a un
hombre de noventa años, saltemos sobre él, ¿y le arranquemos un mechón de
pelo? Estoy seguro de que la Clave estará eufórica.
—Sólo dirán que estás desquiciado —declaró Jessamine. —Ya lo piensan,
¿entonces cual es la diferencia, en realidad?
—Es decisión de Tessa —interrumpió Charlotte—. Es su poder el que estás
pidiendo utilizar; debería ser su decisión.
—¿Dices que tomaríamos el tren? —preguntó Tessa, mirando a Jem.
Él asintió con la cabeza, sus ojos plateados estaban bailando. —En Gran
Northern parten trenes a Kings Cross durante todo el día —explicó—. Es sólo
cuestión de horas.
—Entonces, iré —dijo Tessa—. Nunca he estado en un tren.
Will levantó sus manos. —¿Eso es todo? ¿Irás porque nunca antes has estado
en un tren?
—Sí —respondió ella, sabiendo lo mucho que lo enloquecía su conducta
calmada. —Me gustaría muchísimo viajar en uno.
—Los trenes son unas cosas grandes, humeantes y sucias —añadió Will—.
No te gustarán.
Tessa no se inmutó. —No lo sabré hasta que lo pruebe, ¿verdad?
—Nunca he nadado desnudo en el Támesis, pero sé que no me gustaría
hacerlo.
—Pero piensa cuan entretenido sería para los turistas —dijo Tessa, y vio a
Jem agachar la cabeza para esconder el destello rápido de su sonrisa—. De
todos modos, eso no importa. Deseo ir, y lo haré. ¿Cuándo salimos?
Will puso sus ojos en blanco, pero Jem aún sonreía. —Mañana por la
mañana. De esa forma llegaremos mucho antes de que oscurezca.
—Tendré que enviarle a Aloysius un mensaje para que los espere —anunció
Charlotte, recogiendo su pluma. Hizo una pausa, y los contempló—. ¿Es una
idea atroz? Yo… me siento como si no pudiese estar segura.
Tessa la miró inquieta. Ver a Charlotte así, dudando de sus instintos, la hizo
odiar a Benedict Lightwood y sus cohortes aun más de lo que ella ya lo hacía.
Fue Henry quien dio un paso acercándose y puso una mano suavemente en
el hombro de su esposa. —La única alternativa, parece, es no hacer nada,
querida Charlotte —dijo—. Y con no hacer nada, me parece, raras veces se logra
algo. Además, ¿qué podría salir mal?
—Oh, por el Ángel, desearía que no me hubieras preguntado eso —le
contestó Charlotte con fervor, pero se inclinó sobre el papel y comenzó a
escribir.
***
Esa tarde fue la segunda sesión de entrenamiento de Tessa y Sophie con los
Lightwood. Después de haberse cambiado, Tessa dejó su cuarto para encontrar
que Sophie la esperaba en el corredor. Ella estaba vestida para entrenar
también, su pelo anudado expertamente detrás de su cabeza, y una expresión
sombría en su rostro.
—Sophie, ¿qué pasa? —preguntó Tessa, yendo a la par de la chica. —Te ves
realmente de mal semblante.
—Pues bien, si quiere saberlo… —Sophie bajo el volumen de su voz—. Es
Bridget.
—¿Bridget? —La chica irlandesa había sido casi invisible en la cocina desde
que llegó, a diferencia de Cyril, quien había estado aquí y allá en la casa,
haciendo mandados como Sophie. El último recuerdo que tenía Tessa de
Bridget la evocaba sentada sobre Gabriel Lightwood con un cuchillo. Trató de
pensar en eso por un momento—. ¿Qué ha hecho?
—Ella solo… —Sophie dejó escapar un suspiro impetuoso—. No es muy
amable. Agatha fue mi amiga, pero Bridget… pues bien, tenemos una forma de
hablar, entre nosotros los sirvientes, ya sabe, en general, pero Bridget se niega a
hacerlo. Cyril es bastante amistoso, pero Bridget sólo se mantiene aislada en la
cocina, cantando esas horribles baladas irlandesas suyas. Apuesto a que está
cantando una ahora.
Estaban pasando no muy lejos de la puerta de la antecocina7; Sophie
gesticuló para que Tessa la siguiera, y juntas se arrastraron cerca y miraron
atentamente. La antecocina era muy grande, con puertas que daban tanto a la
cocina como a la despensa. El estante estaba abarrotado de alimentos
destinados para la cena: pescado y verduras, éstas últimas limpias y
preparadas. Bridget estaba de pie en el fregadero, su pelo destacaba en su
cabeza en rizos rojos salvajes, rizados por la humedad del agua. Estaba
cantando también; Sophie había tenido toda la razón sobre esto. Su voz yendo a
la deriva sobre el sonido del agua era alta y dulce.
“Oh, su padre la llevó por la escalera,
Su madre peinó su rubia cabellera.
Su hermana, Ann, la condujo a la cruz, Y
su hermano, John, a su caballo la subió.
‘Ahora tú eres alta y yo soy bajo,
Dame un beso antes de que te vayas.'
Ella se inclinó hasta darle un beso,
Él le hizo un corte profundo y no falló.
Y con un cuchillo tan afilado como un dardo,
Su hermano la apuñaló en el corazón.”
El rostro de Nate destelló delante de los ojos de Tessa, y se estremeció.
Sophie, que miraba por delante de ella, no pareció notarlo. —Eso es lo único sobre lo que canta —susurró—. Asesinato y traición. Sangre y dolor. Es
horrendo.
Compasivamente, la voz de Sophie cubrió el final de la canción. Bridget
había comenzado a secar platos y a cantar una nueva balada, la melodía aun
más melancólica que la primera.
“Por qué su espada gotea con sangre,
Edward, ¿Edward?
¿Por qué su espada gotea con sangre?
¿Y por qué tan triste estás?”
—Es suficiente. —Sophie dio vuelta y comenzó a caminar hacia el vestíbulo;
seguida por Tessa—. ¿Ve a lo que me refiero? Es tan horriblemente morbosa, y
es horrible compartir un cuarto con ella. Nunca dice una sola palabra en la
mañana o por la noche, sólo gime…
—¿Compartes un cuarto con ella? —Tessa estaba asombrada—. Pero el
Instituto tiene muchísimos cuartos…
—Para los visitantes Cazadores de Sombras —explicó Sophie—, no para los
sirvientes. —Ella habló del asunto con la mayor naturalidad, como si nunca se
le hubiese ocurrido dudar o quejarse sobre el hecho de que habían docenas de
grandes habitaciones desocupadas, mientras ella compartía un cuarto con
Bridget, la cantante de baladas asesinas.
—Podría hablar con Charlotte… —comenzó Tessa.
—Oh, no. Por favor no lo haga. —Habían alcanzado la puerta del cuarto de
entrenamiento. Sophie la miró, toda angustiada—. No quiero que ella piense
que me he estado quejando de los otros sirvientes. Realmente no lo quiero,
Señorita Tessa.
Tessa estaba a punto de reconfortar a la otra chica sobre que no le diría nada
a Charlotte si eso era lo que Sophie realmente quería, cuando oyeron voces
desde el otro lado de la puerta del cuarto de entrenamiento. Haciéndole señas a
Sophie para que guardara silencio, se apoyó en la puerta y escuchó.
Las voces eran claramente la de los hermanos Lightwood. Reconoció los
tonos más graves y ásperos de la voz Gideon cuando dijo: —Habrá una hora de
la verdad, Gabriel. Puedes apostar a ello. Lo que importará es dónde estaremos
cuándo llegue.
Gabriel contestó, su voz estaba tensa. —Estaremos de pie al lado de Padre,
por supuesto. ¿Dónde si no?
Hubo una pausa. Entonces: —No conoces todo acerca de él, Gabriel. No
sabes todo lo que ha hecho.
—Sé que somos Lightwood y que él es nuestro padre. Sé que él esperaba ser
nombrado director del Instituto cuándo Granville Fairchild murió…
—Tal vez el Cónsul sabe más acerca de él de lo que tú sabes. Y más sobre
Charlotte Branwell. Ella no es la tonta que crees que es.
—¿En serio? —La voz de Gabriel era de mofa—. Dejarnos venir aquí a
entrenar a sus chicas preciosas, ¿no la pone en ridículo? ¿No debería haber
supuesto que espiaríamos para nuestro Padre?
Sophie y Tessa se miraron una a la otra, sorprendidas.
—Ella accedió porque el Cónsul forzó su mano. Y además, nos traen hasta
aquí, nos escoltan hacia este cuarto, y nos escoltan de vuelta. Y las Señoritas
Collins y Gray no saben nada importante. Qué daño hace nuestra presencia
aquí, realmente, ¿me dirías?
Hubo un silencio a través del cual Tessa casi podría oír a Gabriel mal
humorado. Por fin, él dijo: —Si desprecias tanto a Padre, ¿por qué volviste de
España?
Gideon, sonando exasperado, contestó: —Volví por ti…
Sophie y Tessa habían estado apoyándose contra la puerta, sus orejas
presionadas a la madera. En ese momento la puerta cedió y se abrió. Ambas se Gabriel y Gideon estaban de pie en un parche de luz en el centro de la
habitación, frente a frente. Tessa notó algo en lo que no se había fijado antes:
Gabriel, a pesar de ser el hermano menor, era larguiruchamente más alto que
Gideon por algunos centímetros. Gideon era más musculoso, más amplio de
hombros. Él pasó una mano por su pelo arenoso, saludando bruscamente con la
cabeza a las chicas cuando aparecieron en el umbral. —Buenos días.
Gabriel Lightwood dio grandes zancadas a través del cuarto para reunirse
con ellas. Realmente era muy alto, pensó Tessa, estirando el cuello para
contemplarlo. Ella, como una muchacha alta, no se encontraba a menudo
inclinando la cabeza hacia atrás para mirar a los hombres, aunque Will y Jem
eran más altos que ella.
—¿La señorita Lovelace aún se encuentra lamentablemente ausente? —les
preguntó sin molestarse en saludarlas. Su cara era tranquila, la única señal de
su anterior agitación era el pulso que martilleaba bajo el tatuaje de una runa
Coraje en Combate en su garganta.
—Continúa teniendo dolor de cabeza —respondió Tessa, siguiéndolo a la
sala de entrenamiento—. No sabemos cuánto tiempo estará indispuesta.
—Hasta que estas sesiones de entrenamiento se hayan acabado, sospecho —
dijo Gideon, tan secamente que Tessa se sorprendió cuando Sophie rió. Sophie
inmediatamente compuso sus rasgos otra vez, pero no antes de que Gideon le
hubiera dado una mirada sorprendida, casi apreciativa, como si él no estuviese
acostumbrado a que sus bromas causaran risa.
Con un suspiro, Gabriel se acercó y liberó dos largas varas de sus fundas en
la pared. Le entregó una a Tessa. —Hoy —comenzó—, estaremos trabajando
esquivar y bloquear…
Como siempre, Tessa yació mucho tiempo despierta esa noche antes de que
el sueño llegase. Las pesadillas la habían molestado recientemente; usualmente eran sobre Mortmain, sus fríos ojos grises, y su voz aun más fría diciendo con
mucha compostura que él la había hecho, que no existía Tessa Gray.
Había estado cara a cara con él, el hombre que buscaban, y aún no sabía lo
que quería de ella. Casarse con ella, pero ¿por qué? Reclamar su poder, ¿con
qué fin? El pensar en sus ojos fríos de lagarto la hacía temblar; el pensar que él
podría haber tenido algo que ver con su nacimiento era incluso peor. No creía
que nadie, ni siquiera Jem, el maravilloso y comprensivo Jem, realmente
comprendiese su ardiente necesidad por saber lo que ella era, o el temor de que
fuera una especie de monstruo, un miedo que la despertaba en medio de la
noche, jadeando y arañándose la piel, como si se la pudiera arrancar para
revelar la piel de un demonio debajo.
En ese momento, oyó un susurro en su puerta, y el débil sonido de algo
siendo empujado suavemente contra ella. Luego de un momento de silencio, se
deslizó de la cama y caminó por la habitación.
Abrió la puerta para encontrar un corredor vacío, el murmullo apenas
perceptible del sonido de un violín provenía desde el cuarto de Jem a través del
vestíbulo. A sus pies se encontraba un pequeño libro verde. Lo recogió y
contempló las doradas palabras estampadas en su lomo: “Vathek, por William
Beckford.”
Cerró la puerta y llevó el libro a su cama, sentándose para poder examinarlo.
Will debió de habérselo dejado. Obviamente, no pudo haber sido nadie más.
Pero ¿por qué? ¿Por qué dejaba este extraño y pequeño detalle en la oscuridad,
hablaba de libros, y la trataba con indiferencia el resto de tiempo?
Abrió el libro en la portada. Will había garabateado unas palabras para ella
allí; no simplemente una nota. Un poema, de hecho.
Para Tessa Gray, con motivo de darle
una copia de Vathek para que lea:
El califa Vathek y su horda oscura
Están destinados al Infierno, ¡no te aburrirás!
Tu fe en mí estará recuperada…
A menos que esta señal encuentres desafortunada
Y a mi pobre regalo ignores.
– Will.
Tessa se echó a reír, luego puso una mano sobre su boca. Maldito Will, porser siempre capaz de hacerla reír, incluso cuando no quería, aun cuando ella
sabía que abrirle su corazón incluso un centímetro era como tomar una pizca de
alguna droga mortal. Dejó caer la copia de Vathek, cabal con el poema
deliberadamente terrible de Will, encima de su mesa de noche y rodó sobre la
cama, hundiendo su cara en las almohadas. Todavía podía oír la música del
violín de Jem, dulcemente triste, por debajo de su puerta. Tan fuerte como
pudo, intentó empujar sus pensamientos, de expulsarlos de su mente. Y en
efecto, cuando se durmió y por fin soñó, por una vez, él no apareció.
Llovió al día siguiente, y a pesar de su paraguas, Tessa podía sentir que el
fino sombrero que le había pedido prestado a Jessamine comenzaba a ladearse
como un pájaro empapado alrededor de sus orejas, cuando ellos (Jem, Will, ella
y Cyril, llevando su equipaje) se apresuraron hacia el vagón de pasajeros en la
Estación Kings Cross. A través de la cortina de lluvia gris, sólo era consciente de
un alto edificio imponente, un gran campanario se elevaba en el frente. Estaba
coronado con una veleta que indicaba que el viento soplaba hacia el norte, y no
suavemente, salpicando frías gotas de lluvia en su rostro.
Adentro, la estación era un caos: gente apresurándose de acá para allá, niños
vendiendo periódicos pregonando sus mercancías, hombres caminando a
grandes pasos de arriba abajo con cartelones atados a sus pechos, anunciando
de todo, desde tónicos para el cabello hasta jabones. Un pequeño niño con una
chaqueta Norfolk corría de un lado a otro, su madre persiguiéndolo
encarnizadamente. Con una palabra a Jem, Will desapareció inmediatamente en
la muchedumbre.
—¿Se marchó y nos abandonó? —preguntó Tessa, luchando con su paraguas,
que se rehusaba a cerrar.
—Déjame hacer eso. —Hábilmente, Jem lo alcanzó y le dio un golpecito en el
mecanismo; el paraguas se cerró con un fuerte chasquido. Apartando su pelo húmedo de sus ojos, Tessa le sonrió, al tiempo que Will regresaba con un
maletero de aspecto ofendido que aligeró a Cyril del equipaje y les espabiló
para que se apresurasen, pues el tren no iba a esperar todo el día.
Will miró del maletero al bastón de Jem, y de vuelta nuevamente. Sus ojos
azules se estrecharon—. Nos esperará —expresó Will con una sonrisa mortífera.
El maletero pareció desconcertado pero respondió “Señor” en un tono
decididamente menos agresivo y procedió a conducirlos hacia el andén de
partida. La gente (¡tanta gente!) fluía junto a Tessa mientras ella se abría paso
entre la muchedumbre, sujetándose de Jem con una mano y al sombrero de
Jessamine con la otra. Lejos, al final de la estación, donde el camino acababa en
terreno abierto, pudo ver el acerado cielo gris, manchado por el hollín.
Jem la ayudó a subir en su compartimento; hubo mucho alboroto por el
equipaje, y Will le pagó al maletero entre los gritos y silbidos mientras el tren se
preparaba para irse. La puerta se balanceó cerrándose detrás de ellos justo
cuando el tren tomó impulso hacia adelante, con el vapor ingresando por las
ventanas como río blanco a la deriva, y las ruedas chasqueando alegremente.
—¿Trajiste algo para leer durante el viaje? —le consultó Will, instalado en el
asiento frente a Tessa; Jem estaba al lado de ella, con su bastón apoyado contra
la pared.
Ella pensó en la copia de Vathek y el poema en ella; lo había dejado en el
Instituto para evitar la tentación, del modo que uno podía dejar una caja de
confites si fueras donde Banting8 y no quisieras subir de peso. —No —le
respondió—. No me he encontrado nada sobre lo que desee leer últimamente.
Will apretó la mandíbula, pero no dijo nada.
—Siempre hay algo muy excitante en iniciar un viaje, ¿no crees? —Tessa
continuó, su nariz pegada a la ventana, aunque pudiera ver poco por el humo,
el hollín y la lluvia gris; Londres era una sombra oscura en la niebla.
—No —respondió Will, mientras se recostaba y ponía su sombrero sobre sus
ojos.
Tessa mantuvo su cara contra el cristal, el gris de Londres comenzó a
desaparecer detrás de ellos, y con eso la lluvia. Pronto rodaban a través de
campos verdes salpicados de ovejas blancas aquí y allá, y con la punta de algún
campanario de algún pueblo a lo lejos. El cielo había cambiado de un gris acero
a un azul húmedo con pequeñas nubes negras, que se deslizaban rápidamente.
Tessa observó todo esto fascinada.
—¿No has estado nunca antes en el campo? —le preguntó Jem, sin embargo,
a diferencia de Will, su pregunta tuvo el sabor de real curiosidad.
Tessa negó con la cabeza. —No recuerdo nunca salir de Nueva York, excepto
para ir a Coney Island, y eso no es realmente el campo. Supongo que debí de
haberlo cruzado cuando vine de Southampton con las Hermanas Oscuras, pero
estaba oscuro, y además, mantuvieron las cortinas cerradas. —Se quitó el
sombrero, que chorreaba agua, y lo puso sobre el asiento entre ellos para que se
secara—. Pero siento como si lo hubiera visto antes. En los libros. Sigo creyendo
que veré Thornfield Hall elevándose más allá de los árboles, o Cumbres
Borrascosas encaramado sobre un peñasco pedregoso…
—Cumbes Borrascosas está en Yorkshire —interrumpió Will, desde debajo
de su sombrero—, y no estamos en ninguna parte cerca de Yorkshire aún. Ni
siquiera hemos llegado a Grantham. Y no hay nada impresionante sobre
Yorkshire. Colinas y valles, ninguna de las montañas que tenemos en Gales.
—¿Echas de menos Gales? —le preguntó Tessa. Ella no estaba segura de por
qué lo hizo, ya que sabía que preguntarle a Will sobre su pasado era como
golpear a un perro con la cola lastimada, pero no pudo evitarlo.
Will se encogió ligeramente de hombros. —¿Qué hay que extrañar? Las
ovejas y el canto —dijo—. Y el lenguaje ridículo. Fe hoffwn yo fod mor feddw,
fyddai ddim yn cofio fy enw.
—¿Qué quiere decir?
—Quiere decir ‘tengo el deseo de ponerme tan borracho que ya no recuerde
mi nombre,’ sumamente útil.
—No suenas muy patriótico —observó Tessa—. ¿No acababas de estar
recordando las montañas?
—¿Patriótico? —Will se vio satisfecho—. Te diré que es patriótico—dijo—. En
honor a mi lugar de nacimiento, tengo al dragón de Gales tatuado en mi…
—Estás de un humor encantador, ¿no es así William? —lo interrumpió Jem,
aunque sin aspereza en su voz. Sin embargo, habiéndolos observado ahora por
un tiempo; juntos y separados, Tessa sabía que significaba algo cuando se
llamaban el uno al otro por sus nombres de pila completos, en lugar de las
formas familiares acortadas. —Recuerda, Starkweather no soporta a Charlotte,
así que si éste es el estado de ánimo con el que vas a estar…
—Te prometo usar mi endemoniado encanto con él —expresó Will,
sentándose y reajustando su sombrero aplastado. —Lo encantaré con tal fuerza
que cuando termine, él quedará tirado en el piso, tratando de recordar su
nombre.
—El hombre tiene ochenta y nueve años —masculló Jem—. Bien puede tener
ese problema, de todos modos.
—¿Supongo que estás almacenando todo ese encanto ahora? —le preguntó
Tessa—. ¿No querrías gastar algo de eso en nosotros?
—Exactamente. —Will sonó contento—. Y no es a Charlotte a quien no
soportan los Starkweather, Jem. Es a su padre.
—Los pecados de los padres —exclamó Jem—. No les agrada ninguno de los
Fairchild, o a alguien asociado con uno. Charlotte ni siquiera dejó que viniera
Henry…
—Eso es porque cada vez que uno deja que Henry salga de casa, nos
arriesgamos a un incidente internacional —replicó Will—. Pero sí, para
contestar tu pregunta no formulada, entiendo la confianza que Charlotte ha puesto en nosotros, y tengo la intención de comportarme. No quiero ver al
bizco Benedict Lightwood y a sus horrendos hijos dirigiendo el Instituto más
que algún otro.
—No son horrendos —replicó Tessa.
Will parpadeó hacia ella. —¿Qué?
—Gideon y Gabriel —dijo Tessa—. Realmente son apuestos, no son horribles
en absoluto.
—Me refería —explicó Will, en un tono sepulcral— a la profundidad interior
de sus almas color carbón.
Tessa bufó. —¿Y de qué color supones que es la profundidad interior de tu
alma, Will Herondale?
—Malva —sentenció Will.
Tessa miró a Jem buscando ayuda, pero él sólo sonrió. —Quizá deberíamos
discutir la estrategia —les dijo él—. Starkweather odia a Charlotte pero sabe
que ella nos envía. Entonces, ¿como lograremos conquistar su buena voluntad?
—Tessa puede utilizar sus artimañas femeninas —afirmó Will—. Charlotte
insinuó que él disfruta de una cara bonita.
—¿Cómo explicó Charlotte mi presencia? —preguntó Tessa, dándose cuenta
tarde de que debió haber preguntado esto antes.
—No lo hizo, realmente; sólo le dio nuestros nombres. Fue muy brusca —dijo
Will—. Creo que nos compete elaborar en secreto una historia plausible.
—No podemos decir que soy una Cazadora de Sombras; él sabrá
inmediatamente que no lo soy. No hay marcas.
—Y no hay marcas de brujo. Pensará que es una mundana —añadió Jem—.
Ella podría cambiar, pero…
Will la miró especulativamente. Aunque Tessa sabía que no significaba nada,
peor que nada, realmente, aun así sintió su mirada fija en ella como el roce de
un dedo en su nuca, lo que la hizo temblar. Se obligó a devolver su mirada
glacialmente. —Quizá podríamos decir que es una loca tía solterona que insiste
en hacer de nuestra chaperona a todas partes.
—¿Mi tía o la tuya? —inquirió Jem.
—Sí, realmente no se parece a ninguno de nosotros, ¿verdad? Quizá es una
chica que se ha enamorado locamente de mí y me sigue a dondequiera que voy.
—Mi talento es cambiar de forma, Will, no la actuación —dijo Tessa, y Jem
soltó una carcajada. Will lo fulminó con la mirada.
—Fue mejor que tú, Will —dijo—. Eso ocurre algunas veces, ¿verdad? Quizá
debería presentar a Tessa como mi prometida. Le podemos decir al loco y viejo
Aloysius que su Ascensión está en marcha.
—¿Ascensión? —Tessa no recordaba nada acerca del término en el Código.
Jem explicó: —Es cuándo un Cazador de Sombras tiene el deseo de casarse
con un mundano…
—¿Pero pensé que eso no estaba prohibido? —interrogó Tessa, mientras el
tren se deslizaba hacia un túnel. Su compartimento se oscureció
repentinamente, aunque ella tuvo la sensación de que Will la observaba, esa
sensación temblorosa que su mirada le provocaba en cierta forma.
—Lo es. A menos que la Copa Mortal se use para convertir a un mundano en
un Cazador de Sombras. No es un resultado común, pero esto realmente ocurre.
Si el Cazador de Sombras antes mencionado le presenta a la Clave una
Ascensión para su compañero, la Clave está obligada a considerarlo por al
menos tres meses. Entretanto, el mundano se embarca en un curso de estudio
para aprender sobre la cultura de los Cazadores de Sombras…
La voz de Jem fue ahogada completamente por el silbido del tren cuando la locomotora salió del túnel. Tessa miró a Will, pero él estaba mirando fijamente
fuera de la ventana, sin mirarla en absoluto. Debió de haberlo imaginado.
—No es una mala idea, supongo —respondió Tessa—. Yo sé bastante; he
terminado casi todo el Código.
—Parecería razonable que te trajese conmigo —continuó Jem—. Como una
posible Ascendente, podrías querer aprender sobre los Institutos además del
que se encuentra en Londres. —Él volteó hacia Will—. ¿Qué piensas?
—Parece una idea tan buena como cualquiera. —Will aún miraba por la
ventana. El campo se había puesto menos verde, más inhóspito. No había
pueblos visibles, sólo las largas franjas de hierba color gris verdoso y oscuros
afloramientos rocosos.
—¿Cuantos Institutos hay, aparte del de Londres? —consultó Tessa.
Jem los contó con los dedos de la mano. —¿En Gran Bretaña? Londres, York,
uno en Cornwall (cerca de Tintagel) uno en Cardiff, y otro en Edimburgo.
Todos son más pequeños, sin embargo, e informan al Instituto londinense, el
cual a su vez se reporta con Idris.
—Gideon Lightwood dijo que él estaba en el Instituto en Madrid. ¿Qué rayos
estaba haciendo allí?
—Matando el tiempo, probablemente —dijo Will.
—Una vez que terminamos nuestra formación, a los dieciocho —explicó Jem,
como si Will no hubiera hablado—, somos animados a viajar, pasar tiempo en
otros Institutos, experimentar algo de la cultura de los Cazadores de Sombras
en lugares nuevos. Siempre hay técnicas diferentes, trucos locales que aprender.
Gideon estuvo ausente sólo por unos pocos meses. Si Benedict lo llamó tan
pronto, debe pensar que su adquisición del Instituto está asegurada. —Jem se
vio preocupado.
—Pero está equivocado —dijo Tessa firmemente, y cuando la mirada afligida
no desapareció de los ojos grises de Jem, ella buscó algo para cambiar el tema.
—¿Dónde está el Instituto en Nueva York?
—No nos hemos aprendido de memoria todas las direcciones, Tessa. —Hubo
algo en la voz de Will, un trasfondo peligroso. Jem lo miró con los ojos
entrecerrados, y preguntó:
—¿Está todo bien?
Will se quitó su sombrero y lo puso sobre el asiento junto a él. Los miró a
ambos fijamente por un momento, directamente. Como siempre, era hermoso
para mirarlo, pensó Tessa, pero se veía algo gris, casi descolorido. Para alguien
que a menudo parecía arder muy brillantemente, la luz en él ahora parecía
agotada, como si hubiera estado rodando una roca cuesta arriba como Sísifo9. —
Bebí demasiado anoche —dijo finalmente.
En verdad, ¿por qué te molestas, Will? ¿No te das cuenta de que ambos sabemos que
estás mintiendo? Tessa casi lo dijo, pero una mirada a Jem la detuvo. Su mirada
mientras observaba a Will indicaba que estaba preocupado, muy preocupado
realmente, aunque Tessa sabía que él no le creía a Will sobre la bebida, más que
ella. Pero: —Bien —fue todo lo que dijo, a la ligera—. Si sólo hubiera un runa de
sobriedad.
—Sí. —Will le devolvió la mirada, y la tensión en su expresión disminuyó
ligeramente—. Si volvemos a discutir tu plan, James. Es bueno, salvo por una
cosa. —Él se inclinó hacia adelante—. Si va a ser tu prometida, Tessa necesitará
un anillo.
—Había pensado en eso —le respondió Jem, asustando a Tessa, quien
imaginó que él había pensado en esta idea de la Ascendente en el momento. Él
deslizó su mano en el bolsillo de su chaleco y extrajo un anillo de plata, el cuál
le tendió a Tessa en su palma. Ese no era diferente al anillo de plata que Will a
menudo llevaba puesto, aunque donde el de Will tenía un diseño de aves en
vuelo, este tenía un cuidadoso grabado de las almenas de una torre de castillo a
su alrededor—. El anillo de la familia Carstairs —dijo—. Si quisieras…
Ella lo tomó y lo deslizó en su dedo anular izquierdo, donde pareció encajar
mágicamente. Sintió como si debiera decir algo encantador como es precioso, o
gracias, pero por supuesto, ésta no era una propuesta, o siquiera un regalo. Era
simplemente una actuación. —Charlotte no usa un anillo de boda —dijo ella—.
No me había percatado de que los Cazadores de Sombras los usaran.
—No los usamos —dijo Will—. Por lo general a la chica se le da el anillo
familiar cuando uno se compromete, pero la ceremonia matrimonial real
implica intercambiar runas en lugar de anillos. Una en el brazo, y otra sobre el
corazón.
—‘Ponme como un sello en tu corazón, como un sello en tu brazo: pues el
amor es fuerte como la muerte; los celos son crueles como la tumba’ —añadió
Jem—. La Canción de Salomón.
—¿Los celos son crueles como la tumba? —Tessa levantó sus cejas—. Eso no
es… muy romántico.
—‘Los carbones por esa razón son brazas ardientes, que generan la flama
más vehemente’ —explicó Will, elevando su ceja—. Siempre pensé que las
féminas encontraban romántica la idea de los celos. Hombres, luchando por
conseguirlas…
—Bien, no hay ninguna tumba en las ceremonias matrimoniales mundanas
—replicó Tessa—. Aunque su habilidad de citar la Biblia es impresionante.
Mejor que la de mi tía Harriet.
—¿Oíste eso, James? Acaba de compararnos con su tía Harriet.
Jem, como siempre, estaba imperturbable. —Debemos conocer los términos
familiares de todos los textos religiosos —dijo—. Para nosotros, son manuales
de instrucción.
—¿Así que se los aprenden de memoria en la escuela? —Se percató de que no
había visto ni a Will ni a Jem en sus estudios desde que estaba en el Instituto—.
Mejor dicho, ¿cuándo son tutelados?
—Sí, aunque Charlotte se ha estado más bien escapando últimamente, como
puedes suponer —indicó Will—. Uno o tiene a un tutor o es entrenado en Idris,
y eso es, hasta que uno alcanza la mayoría de edad a los dieciocho. Que será
pronto, por suerte, para nosotros dos.
—¿Cuál de ustedes es el mayor?
—Jem —respondió Will.
—Yo lo soy —dijo Jem a la vez. Se rieron al unísono también, y Will añadió:
—Aunque sólo por tres meses.
—Sabía que te sentirías obligado a señalar eso —le dijo Jem con una gran
sonrisa.
Tessa miró de uno al otro. No podrían dos muchachos verse más diferentes,
o tener temperamentos más diferentes. Y, aun así… —¿Eso es lo que significa
ser parabatai? —les preguntó—. ¿Terminan las frases el uno del otro y esas cosas
por el estilo? Porque no hay mucho de eso en el Código.
Will y Jem se miraron. Will fue el primero que se encogió de hombros,
casualmente. —Es algo difícil de explicar —dijo con altanería—. Si uno no lo ha
experimentado…
—Quise decir —dijo Tessa—. No pueden, no sé, ¿leer los pensamiento del
otro, o algo parecido?
Jem hizo un ruido balbuceante. El brillo suave de los ojos azules de Will se
extendió. —¿Leer la mente el uno al otro? Horror, no.
—Entonces, ¿cuál es el punto? Juran protegerse el uno al otro, comprendo
eso, ¿pero no están todos los Cazadores de Sombras destinados a hacer eso el
uno por el otro?
—Es más que eso —respondió Jem, quien había dejado de balbucear y había comenzado a hablar sombríamente—. La idea de parabatai proviene de un viejo
cuento, la historia de Jonathan y David. ‘Y sucedió… que el alma de Jonathan
fue tejida con el alma de David, y Jonathan le amó como a su alma… Entonces
Jonathan y David hicieron un pacto, porque él le amó como a su propia alma.’
Fueron dos guerreros, y sus almas fueron tejidas juntas por el Cielo, y de eso
Jonathan Cazador de Sombras tomó la idea de los parabatai, y codificó la
ceremonia a la Ley.
—Pero no tienen que ser solamente dos hombres. ¿Puede ser un hombre y 85
una mujer? ¿O dos mujeres?
—Por supuesto. —Jem asintió con la cabeza—. Sólo tienes dieciocho años
para encontrar y escoger un parabatai. Una vez que pasas esa edad, el ritual ya
no es accesible. Y no es simplemente el asunto de protegerse el uno al otro.
Debes situarte ante el Concejo y declarar bajo juramento a dar tu vida por tu
parabatai. Ir a donde vaya, ser sepultado donde será sepultado. Si hubiera una
flecha dirigiéndose hacia Will, estaría atado por el juramento a interponerme.
—Eso es útil —habló Will.
—Y él, por supuesto, debe hacer lo mismo por mí —añadió Jem—.
Independientemente de que pueda decir lo contrario, Will no quebranta sus
juramentos, o las Leyes. —Miró fijamente a Will, quien sonrió débilmente y
miró fijamente fuera de la ventana.
—¡Válgame Dios! —exclamó Tessa—. Eso es muy conmovedor, pero no veo
realmente cómo confiere alguna ventaja.
—No todo el mundo tiene a un parabatai —explicó Jem—. Muy pocos de
nosotros, en realidad, encuentran uno en el tiempo asignado. Pero los que sí lo
logran, pueden recurrir a la fuerza de su parabatai en combate. Una runa hecha
por un parabatai siempre es más potente que una hecha por uno mismo, o una
hecha por otro. Y hay algunas runas que podemos utilizar que ningún otro
Cazador de Sombras puede, porque se basa en nuestro poder duplicado.
—Pero ¿qué ocurre si uno decide que ya no quiere ser un parabatai? —
preguntó Tessa con curiosidad—. ¿El ritual puede romperse?
—Por Dios, mujer —exclamó Will—. ¿Hay alguna pregunta de la que no
quieras saber la respuesta?
—No veo el problema en contárselo. —Las manos de Jem estaban dobladas
encima de su bastón—. Mientras más sepa, mejor podrá disimular que planea
Ascender. —Se volvió hacia Tessa—. El ritual no puede romperse salvo en
algunas situaciones. Si uno de nosotros se fuera a convertir en un Submundo o
en un mundano, entonces la unión sería cortada. Y por supuesto, si uno de
nosotros fuera a morir, el otro sería libre. Pero no para escoger otro parabatai. Un
solo Cazador de Sombras no puede tomar parte en el ritual más de una vez.
—Es como estar casado, ¿no es así? —dijo Tessa plácidamente— por la
Iglesia Católica. Como Enrique Octavo; tuvo que crear una nueva religión
únicamente para poder escapar de sus votos.
—Hasta que la muerte nos separe —sentenció Will, su mirada aún estaba en
el campo que pasaba velozmente fuera de la ventana.
—Bueno, Will no tendrá que crear una nueva religión solamente para librarse
de mí —añadió Jem—. Será libre muy pronto.
Will lo miró bruscamente, pero fue Tessa la que habló. —No digas eso —
reprendió a Jem—. Todavía podemos encontrar una cura. No veo ninguna
razón para abandonar toda esperanza.
Ella casi se echó atrás por la mirada que Will le lanzó: azul, resplandeciente,
y furiosa. Jem pareció no notarlo mientras le contestaba, serenamente y sin
remilgos. —No he abandonado la esperanza —dijo—. Sólo espero cosas
diferentes a las que tú esperas, Tessa Gray.
Las horas pasaron después de eso, horas durante las cuales Tessa durmió,
con la cabeza sostenida contra su mano, el ruido sordo de las ruedas del tren
girando su camino en sus sueños. Despertó al fin con Jem sacudiéndola
suavemente por los hombros, el silbido del tren resoplaba, y el guarda
anunciaba en alta voz el nombre de la estación York. En una oleada de bolsos, sombreros y maleteros, descendieron hasta la plataforma. No estaba tan
concurrida como Kings Cross, y estaba cubierta por un impresionante arco de
cristal y hierro, a través del cual se podía vislumbrar el cielo gris oscuro.
Las plataformas se extendían hasta donde alcanzaba la vista; Tessa, Jem, y
Will estaban en el más cercano al cuerpo principal de la estación, donde los
grandes relojes del ferrocarril proclamaban que eran las seis. Fueron más al
norte ahora, el cielo ya había comenzado a oscurecerse con el crepúsculo. 87
Apenas se habían reunido debajo de uno de los relojes cuando un hombre
salió de las sombras. Tessa apenas contuvo un respingo al verlo. Estaba
pesadamente cubierto, llevaba puesto un sombrero negro de aspecto
impermeabilizado, y botas como las de un viejo marinero. Su barba era blanca y
larga, sus ojos coronados con pobladas cejas blancas. Él extendió la mano y la
puso sobre el hombro de Will. —¿Nefilim? —dijo, su voz ronca y densamente
acentuada—. ¿Eres tú?
—Estimado Dios —exclamó Will, poniendo su mano sobre su corazón en un
gesto teatral—. Es el Antiguo Marinero quien se detuvo de uno cada tres10.
—Ah, aquí está quien solicitó ver a Aloysius Starkweather. ¿Eres uno de los
nuestros sí o no? Ah no, él no se acostó por recibirlos.
—¿Tiene una importante cita con un albatros11? —le preguntó Will—. No
deje que lo demoremos.
—Lo que mi alocado amigo quiere decir —explicó Jem— es que somos
ciertamente Cazadores de Sombras del Instituto londinense. Charlotte Branwell
nos envió. ¿Y usted es…?
—Gottshall —respondió el hombre bruscamente—. Yo y mi familia hemos
estado sirviéndoles a los Cazadores de Sombras del Instituto York por casi tres
siglos ahora. Puedo ver a través de ese glamur, jóvenes. Excepto por ésta —
añadió, y giró sus ojos a Tessa—. Si hay un glamur en la chica, es algo que
nunca he visto antes.
—Es un mundana, una Ascendiente —respondió Jem rápidamente—. Pronto
será mi esposa. —Tomó la mano de Tessa protectoramente, y la giró a fin de
que Gottshall pudiese ver el anillo en su mano—. El Concejo pensó que sería
beneficioso para ella ver otro Instituto además del de Londres.
—¿No le han informado al señor Starkweather nada sobre esto? —interrogó
Gottshall, sus penetrantes ojos negros asomándose por debajo de borde de su
sombrero.
—Depende de lo que la Señora Branwell le dijo —respondió Jem.
—Bueno, espero que ella le dijese algo, por su bien —añadió el viejo criado,
levantando sus cejas—. Si existe un hombre en todo el mundo que odie más las
sorpresas que Aloysius Starkweather, ah, aún no he encontrado al maldito
bastardo. Le ruego su perdón, señorita.
Tessa sonrió e inclinó su cabeza, pero por dentro, su estómago revoloteaba.
Miró de Jem a Will, pero ambos muchachos estaban calmados y sonrientes.
Estaban acostumbrados a esta clase de subterfugio, pensó y ella no. Había
actuado antes, pero nunca como ella misma, nunca llevando puesto su rostro y
no el de otro. Por alguna razón, el pensar en mentir sin una falsa imagen en la
cual ocultarse la aterrorizó. Sólo podía esperar que Gottshall exagerara, aunque
algo (el destello en sus ojos cuando la contempló, quizás) le insinuó que no
exageraba.
StephRG14
Los orígenes- Príncipe mecánico
Capitulo 5
Sombras del pasado
Pero malditos seres con túnica de pesar
Asaltaron el claro reino del monarca.
¡Oh, desolémonos!, pues ningún mañana,
Se alzará sobre su suelo
Y en los dominios del rey, la gloria
Que floreció enrojecida,
No es sino una débil remembranza
En el viejo tiempo sepultada.
-Edgar Allan Poe, "El Palacio Embrujado"
Tessa apenas notó el interior de la estación, mientras seguían al sirviente
de Starkweather a través del vestíbulo de entrada lleno de gente. El
ajetreo y el bullicio, la gente tropezando con ella, el olor de humo de
carbón y la cocción de alimentos, borraba los signos de la compañía Great
Northern Railway, York y las líneas North Midland. Pronto estuvieron fuera de
la estación, bajo un cielo gris que se arqueaba sobre ellos, amenazando con
lluvia. Un gran hotel se alzaba contra el cielo crepuscular en un extremo de la
estación; Gottshall los apresuró corriendo hacia él, donde un carruaje negro con
las cuatro letras C de la Clave pintadas en la puerta esperaba cerca de la
entrada. Después de subir el equipaje y trepar en el interior, partieron, el
transporte dirigiéndose hacia Tanner Row para unirse al tráfico circulante.
Will estuvo en silencio la mayor parte del camino, tamborileando los dedos
sobre las rodillas de sus delgados pantalones negros; sus ojos estaban azules
distantes y pensativos. Fue Jem quien habló, inclinándose sobre Tessa para
correr las cortinas de su lado del carruaje. Señaló elementos de interés, el
cementerio, donde habían sido enterradas las víctimas de una epidemia de
cólera, y las antiguas murallas grises de la ciudad que se levantaban frente a
ellos, almenadas en la parte superior, como el patrón en su anillo. Una vez que
atravesaron las paredes, las calles se estrecharon. Era como Londres, pensó
Tessa, pero a escala reducida, e incluso las tiendas que pasaban: una carnicería, una mercería, parecían más pequeñas. Los peatones, en su mayoría hombres
que se movían rápido, con las barbillas enterradas en sus cuellos para bloquear
la ligera lluvia que había empezado a caer, no estaban tan elegantemente
vestidos, parecían “del campo”, como los agricultores que iban a Manhattan, en
ocasiones, reconocibles por el enrojecimiento de sus grandes manos, la piel dura
de sus caras quemadas por el sol.
El carruaje giró desde una calle estrecha a una gran plaza; Tessa contuvo el
aliento. Ante ellos se elevaba una magnífica catedral, sus torres góticas
perforaban el cielo gris, como si San Sebastián lo hubiese atravesado con
flechas. Una enorme torre de piedra caliza coronaba la estructura, y unos nichos
a lo largo del frente del edificio contenían estatuas esculpidas, cada una
diferente. —¿Es ese el Instituto? Dios mío, es mucho más grande que el de
Londres…
Will echó a reír. —A veces una iglesia es sólo una iglesia, Tess.
—Esa es la catedral de York —dijo Jem—. El orgullo de la ciudad. No es el
Instituto. El Instituto está en Goodramgate Street. —Sus palabras fueron
confirmadas cuando el carruaje se apartó de la catedral, por Deangate, y al
camino estrecho, empedrado de Goodramgate, donde se sacudió debajo de una
pequeña puerta de hierro entre dos edificios Tudor.
Cuando emergieron al otro lado de la puerta, Tessa vio por qué se había
reído Will. Lo que se levantaba delante de ellos era una iglesia bastante
simpática, rodeada entre paredes y césped suave, no tenía nada de la grandeza
de la catedral de York. Cuando Gottshall se dio la vuelta para abrir la puerta del
carruaje y ayudar a Tessa a bajar, vio unas cuantas lápidas que se alzaban desde
el césped mojado por la lluvia, como si alguien hubiera tenido la intención de
iniciar un cementerio aquí y hubiera perdido el interés a la mitad del proceso.
El cielo estaba casi negro ahora, plateado aquí y allá con nubes casi
transparentes por la luz estelar. Detrás de ella, las voces familiares de Jem y
Will murmuraban, ante ella, las puertas de la iglesia estaban abiertas, y a través
de ellas pudo ver velas encendidas. De pronto se sintió sin cuerpo, como si
fuera el fantasma de Tessa, apareciéndose en este lugar extraño tan lejos de la
vida que había conocido en Nueva York. Se estremeció, y no sólo por el frío.
Sintió el roce de una mano sobre su brazo, y un cálido aliento agitó su cabello.
Supo quién era, sin girar. —¿Entramos, mi prometida? —dijo Jem suavemente
en su oído. Podía sentir la risa en él, vibrando a través de sus huesos,
comunicándosela a ella. Casi sonrió—. Vamos juntos a acariciar al león en su
guarida.
Ella puso la mano a través de su brazo. Se abrieron paso por las escaleras de
la iglesia. Miró hacia atrás a la parte superior, y vio a Will mirando hacia ellos,
al parecer, sin prestarle atención a Gottshall mientras le daba un golpecito en el
hombro, diciéndole algo al oído. Sus ojos se encontraron, pero ella apartó
rápidamente la mirada; trabar miradas con Will era confuso en el mejor de los
casos, y provocaba mareos en el peor.
El interior de la iglesia era pequeño y oscuro comparado con la del Instituto de
Londres. Unos bancos oscurecidos por la edad corrían a lo largo de las paredes,
y sobre ellos ardían lámparas de luz mágica en soportes de hierro ennegrecido.
En la parte delantera de la iglesia, frente a una verdadera cascada de velas
encendidas, se encontraba un anciano vestido completamente del negro de los
Cazadores de Sombras. Su pelo y barba eran gruesos y grises, destacando
salvajemente alrededor de su cabeza, sus ojos color gris-negro medio ocultos
bajo unas pobladas cejas, su piel con marcas de la edad. Tessa adivinó que tenía
casi noventa años, pero su espalda estaba recta, con el pecho tan grueso como el
tronco de un árbol.
—Eres el joven Herondale, ¿verdad? —ladró mientras Will daba un paso
adelante para presentarse—. Mitad mundano, mitad galés, y los peores rasgos
de ambos, he oído.
Will sonrió cortésmente. —Diolch12.
Starkweather se erizó. —Lengua mestiza —murmuró, y volvió su mirada a Jem.
—James Carstairs —dijo—. Otro mocoso del Instituto. Casi había decidido
decirles a todos ustedes que se fueran al infierno. Esa presuntuosa pedazo de
niña, Charlotte Fairchild, endilgándomelos a todos ustedes sin ni siquiera pedir permiso. —Tenía un poco de acento de Yorkshire igual que su criado, aunque
mucho más débil—. Ninguno de esa familia ha tenido ni un poco de modales.
Podía hacerlo sin su padre, y puedo hacerlo sin…
Sus ojos brillantes se posaron sobre Tessa entonces, y se detuvo bruscamente,
con la boca abierta, como si hubiera recibido una bofetada en la cara en mitad
de frase. Tessa miró a Jem, que se veía tan sorprendido como ella por el silencio
repentino de Starkweather. Pero allí, en la pausa, estuvo Will.
—Esta es Tessa Gray, señor —dijo—. Es una chica mundana, pero es la
prometida de Carstairs aquí, y una Ascendente.
—¿Mundana, dices? —exigió Starkweather, con los ojos muy abiertos.
—Ascendente —dijo Will, en su voz más calmada y relajante—. Ha sido una
amiga fiel al Instituto de Londres, y esperamos darle pronto la bienvenida en
nuestras filas.
—Una mundana —repitió el viejo, y se interrumpió con un ataque de tos—.
Bueno, los tiempos han… Sí, supongo entonces… —Sus ojos saltaron a la cara
de Tessa de nuevo, y se volvió hacia Gottshall, que miraba martirizado entre el
equipaje—. Trae a Cedric y Andrew para ayudarte a llevar las pertenencias de
nuestros huéspedes a sus habitaciones —dijo—. Y di a Ellen que instruya a
Cook para poner tres nuevos lugares para la cena de esta noche. Puede que me
haya olvidado de recordarle que tendríamos huéspedes.
El sirviente miró a su amo antes de asentir pareciendo aturdido; Tessa no
pudo culparlo. Estaba claro que Starkweather tenía la intención de enviarlos a
empacar y había cambiado de opinión en el último momento. Echó un vistazo a
Jem, que parecía tan desconcertado como se sentía ella, y sólo Will, con sus ojos
azules y cara tan inocente como la de un niño de coro, parecía como si no
hubiera esperado nada menos.
—Bueno, vamos, entonces—dijo Starkweather bruscamente sin mirar a Tessa—.
No tienen que quedarse parados allí. Síganme, y yo les mostraré sus
habitaciones.
***
—Por el Ángel —dijo Will, raspando el tenedor a través del desorden color
marrón en su plato—. ¿Qué es esta cosa?
Tessa tuvo que admitir que era difícil de decir.
Los sirvientes de Starkweather, en su mayoría hombres y mujeres doblados
por la edad y un ama de llaves de cara agria, habían hecho lo que había pedido
y había establecido tres nuevos lugares para la cena, que consistía en un guiso
oscuro lleno de grumos servido de una cacerola de plata por una mujer con un
vestido negro y gorra blanca, tan encorvada y vieja que Tessa tuvo que
físicamente impedirse saltar a ayudarla. Cuando la mujer terminó, se volvió y
se fue arrastrando los pies, dejando a Jem, Tessa, y Will solos en el comedor
para mirarse las caras en la mesa.
Había sido preparado un lugar para Starkweather también, pero él no estaba
en allí. Tessa tuvo que admitir que si fuera él, no se apresuraría a comer el
estofado tampoco. Pesado con verduras sobre cocidas y carne dura, era aun
menos apetecible a la vista en la penumbra del comedor. Sólo unas pocas velas
iluminaban el espacio reducido: el papel mural era de color marrón oscuro, el
espejo sobre la chimenea apagada, manchada y descolorida. Tessa se sentía
terriblemente incómoda en su traje de noche de un rígido tafetán azul que le
había prestado Jessamine y que Sophie había ensanchado, pues se había
convertido en el color de un moretón a la insalubre luz.
Aun así, era un comportamiento espantosamente peculiar para un anfitrión,
ser tan insistente en que se reunieran con él para la cena y luego no aparecer.
Un sirviente tan frágil y viejo como la que había servido el estofado llevó a
Tessa a su habitación más temprano, una gran caverna oscura llena de pesados
muebles tallados. También estaba en penumbra, como si Starkweather estuviera
tratando de ahorrar dinero en aceite o velas, aunque por lo que Tessa sabía, las
luces mágicas no costaban nada. Tal vez simplemente le gustaba la oscuridad.
Había encontrado su cuarto frío y oscuro, y más que un poco ominoso. El
pequeño fuego en la chimenea había hecho muy poco por calentar la habitación.
En ambos lados de la chimenea había tallado un rayo irregular. El mismo símbolo estaba en la jarra blanca llena de agua fresca, que Tessa había utilizado
para lavarse las manos y la cara. Se había secado rápidamente, preguntándose
por qué no podía recordar el símbolo del Código. Debía significar algo
importante.
Todo en el Instituto de Londres estaba decorado con símbolos de la Clave,
como el Ángel alzándose de un lago, o el enclavamiento de las cuatro letras C
del Concejo, el Convenio, la Clave, y el Cónsul. Unos pesados retratos viejos
estaban en todas partes, en su dormitorio, en los pasillos, el revestimiento de la
escalera. Después de cambiarse a su traje de noche y escuchar el timbre de la
cena, Tessa había hecho su camino por la escalera, una monstruosa jacobea
tallada, sólo para hacer una pausa en el rellano parra mirar el retrato de una
muchacha muy joven con el pelo largo y rubio, con un vestido de niña pasado
de moda y una gran cinta sobre su pequeña cabeza.
Su rostro era delgado, pálido y enfermizo, pero le brillaban los ojos. Lo único
que brillaba en este lugar oscuro, pensó Tessa.
—Adele Starkweather. —Había llegado una voz a su lado, leyendo la placa
en el marco del retrato—. 1842.
Se había vuelto a mirar a Will, que estaba de pie con los pies separados, las
manos detrás de la espalda, mirando el retrato con el ceño fruncido.
—¿Qué pasa? Parece como si no te gustara, pero lo prefiero. Ella debe ser la hija
de Starkweather, no su nieta, creo.
Will había sacudido la cabeza, mirando del retrato de Tessa. —No hay duda.
Este lugar está decorado como una casa de familia. Está claro que ha habido
Starkweathers en el Instituto de York durante generaciones. ¿Has visto los
rayos por todas partes?
Tessa asintió.
—Ese es el símbolo de la familia Starkweather. Hay tanto de los Starkweather
aquí, como de la Clave. Es una mala forma de comportarse si uno posee un lugar como éste. No puedes heredar un instituto. El director del Instituto es
nombrado por el Cónsul. El lugar en sí le pertenece a la Clave.
—Los padres de Charlotte dirigían el Instituto de Londres antes que ella.
—Parte de la razón de por qué el viejo Lightwood está de un humor tan
explosivo por todo el asunto —respondió Will—. Los Institutos no permanecen
necesariamente en las familias. Sin embargo, el Cónsul no le habría dado a
Charlotte el puesto si pensara que no era la persona adecuada para ello. Y es
sólo una generación. Este… —Extendió el brazo como para abarcar los retratos,
el paisaje, y al extraño y solitario Aloysius Starkweather, todo en un solo gesto
—. Bueno, no es de extrañar que el viejo piense que tiene derecho a echarnos
del lugar.
—Loco como un cojo, habría dicho mi tía. ¿Vamos a cenar?
En una rara muestra de gentileza, Will le había ofrecido su brazo. Tessa no lo
había mirado cuando lo había tomado. Will vestido para la cena era lo bastante
guapo para quitarle el aliento, y tenía la sensación de que necesitaba su ingenio
con ella.
Jem ya estaba esperando en el comedor cuando llegaron, y Tessa se había
ubicado a su lado a la espera de su anfitrión.
Habían establecido su lugar, su plato ya estaba llenado de estofado, incluso su
copa estaba llena de vino de color rojo oscuro, pero no había rastro de él. Fue
Will quien se encogió de hombros primero y comenzó a comer, aunque pronto
se vio como si quisiera no haberlo hecho.
—¿Qué es esto? —prosiguió ahora, pinchando un objeto lamentable con el
tenedor y llevándolo a nivel de los ojos—. ¿Esta... esta... cosa?
—¿Una pastinaca? —sugirió Jem.
—Una pastinaca del mismísimo jardín de Satanás —dijo Will. Miró a su
alrededor—. No creo que haya un perro al que pudiera alimentar con esto.
—No parece haber ninguna mascota —observó Jem, que amaba a todos los
animales, incluso al indignante y de mal genio Iglesia.
—Probablemente todos envenenados por las pastinacas —dijo Will.
—Oh, Dios mío —dijo Tessa con tristeza, dejando su tenedor en el plato—. Y yo
tenía tanta hambre.
—Siempre hay rollos de la cena —dijo Will, apuntando a una cesta cubierta—.
Aunque te advierto, son tan duros como piedras. Podrías utilizarlos para matar
escarabajos negros, en caso de que cualquiera te moleste en medio de la noche.
Tessa hizo una mueca y bebió un trago de su vino. Era tan ácido como el
vinagre.
Will puso su tenedor en la mesa y comenzó con alegría, en la forma de Edward
Lear del Libro del Sinsentido:
“Había una vez una chica de Nueva York
Que se encontró hambrienta en York.
Pero el pan era como rocas,
Las pastinacas tenían forma de…”
—No puedes rimar “York” con “York” —interrumpió Tessa—. Es hacer
trampa.
—Ella tiene razón, ya sabes —dijo Jem, sus delicados dedos jugando con la base
de su copa de vino—. Especialmente con “tenedor”13 siendo tan evidentemente
la correcta elección…
—Buenas noches. —La sombra descomunal de Aloysius Starkweather apareció
de repente en la puerta, Tessa se preguntó con un rubor de vergüenza, cuánto
tiempo había estado allí.
—Sr. Herondale, Sr. Carstairs, Señorita, ah…
—Gray —dijo Tessa—. Theresa Gray.
—Por supuesto. —Starkweather no presentó ninguna disculpa, simplemente se
acomodó pesadamente a la cabeza de la mesa. Llevaba una caja cuadrada y
plana, del tipo que los banqueros utilizaban para mantener sus papeles, que
puso al lado de su plato.
Con un destello de emoción, Tessa vio que había un año marcado en ella; 1825,
y aun mejor, tres conjuntos de iniciales. JTS, AES, AHM.
—Sin duda, su joven señora estará encantada de saber que he aceptado sus
demandas y buscado en los archivos todo el día y la mitad de anoche, además
—comenzó Starkweather, en un tono ofendido. Le tomó a Tessa un momento
darse cuenta de que en este caso, “joven señora” significaba Charlotte—. Tiene
suerte, ella, de que mi padre nunca tirara nada. Y el momento en que vi los
periódicos, lo recordé. —Se tocó la sien—. Ochenta y nueve años, y nunca he
olvidado una cosa. Dile eso al viejo Wayland cuando hable sobre buscarme un
reemplazo.
—Con seguridad lo haremos, señor —dijo Jem, con sus ojos danzando.
Starkweather bebió un largo trago de su vino e hizo una mueca. —Por el Ángel,
esta cosa es asquerosa. —Dejó la copa y empezó a sacar los papeles de la caja—.
Lo que tenemos aquí es una aplicación de Compensaciones a favor de dos
brujos. John y Anne Shade. Una pareja casada.
Ahora, aquí está lo extraño —continuó el anciano—. La aplicación fue hecha
por su hijo, Axel Hollingworth Mortmain, de veintidós años de edad. Ahora,
por supuesto, los brujos son estériles…
Will se movió incómodo en su asiento, sus ojos moviéndose lejos de Tessa.
—Este hijo fue adoptado —dijo Jem.
—Eso no debería ser permitido —dijo Starkweather, tomando otro trago de
vino que había pronunciado como asqueroso. Sus mejillas estaban empezando a enrojecer—. Es como darle un niño humano a los lobos para criarlo. Antes de
los Acuerdos…
—Si hay alguna pista sobre su paradero —dijo Jem, con cuidado tratando de
desviar la conversación de vuelta al punto—. Tenemos muy poco tiempo…
—Muy bien, muy bien —espetó Starkweather—. Hay poca información
acerca de su querido Mortmain aquí. Hay más acerca de los padres. Al parecer,
las sospechas cayeron sobre ellos cuando se descubrió que el brujo masculino,
John Shade, estaba en posesión del Libro del Blanco. Un libro de hechizos
poderoso, entenderán. Desapareció de la biblioteca del Instituto de Londres en
circunstancias sospechosas en 1752. El libro se especializa en hechizos de
vinculación y desvinculación, para atar el alma al cuerpo, o para desvincularla,
según el caso. Resultó que el brujo estaba tratando de animar cosas. Estaba
exhumando cadáveres o los compraba a estudiantes de medicina y reemplazaba
las partes más dañadas con partes mecánicas. Luego, trataba de traerlos a la
vida. La nigromancia, está muy en contra de la Ley. Y no teníamos los Acuerdos
en esos días. Un grupo de la Enclave barrió y masacró a los brujos.
—¿Y el niño? —inquirió Will—. ¿Mortmain?
—Ningún escondite, ni un pelo de él —dijo Starkweather—. Buscamos, pero
nada. Supusimos que había muerto, hasta que esto se presentó, descarado,
exigiendo compensaciones. Incluso su dirección…
—¿Su dirección? —Will exigió. Esa información no había sido incluida en el libro
que habían visto en el Instituto—. ¿En Londres?
—No. Aquí mismo, en Yorkshire. —Starkweather apuntó la página con un dedo
arrugado. —La mansión Ravenscar. Una vieja pila enorme al norte de aquí. Está
abandonada ahora, creo que desde hace décadas. Ahora que lo pienso, no
puedo entender cómo pudo haberlo costeado en primer lugar. No es donde
vivían los Shade.
—Aun así —dijo Jem—. Un excelente punto de partida para buscar. Si ha sido
abandonado desde su tenencia, puede haber cosas que haya dejado atrás. De
hecho, es muy posible que todavía utilice el lugar.
—Supongo. —Starkweather sonó poco entusiasta sobre el tema—. La
mayoría de las pertenencias de los Shade fueron tomadas como botín.
—Botín —se hizo eco Tessa débilmente. Recordaba el término del Código.
Cualquier cosa que un Cazador de Sombras tomara de un Submundo que había
sido atrapado quebrantando la Ley, le pertenecía al cazador. Esos eran los
botines de guerra. Ella miró a través de la mesa a Jem y Will; los ojos dulces de
Jem descansaban sobre ella con preocupación, los embrujados ojos azules de
Will guardando todos sus secretos. ¿Realmente ella pertenecía a una raza de
criaturas que estaba en guerra con lo que eran Jem y Will?
—Botín —retumbó Starkweather. Había terminado su vino y comenzado con el
vaso intacto de Will—. ¿Son de tu interés, niña? Tenemos aquí una buena
colección en el Instituto. Deja la colección de Londres en vergüenza, o eso me
han dicho. —Se puso de pie, casi derribando su silla—. Vengan conmigo, se los
mostraré, y les contaré el resto de esta triste historia, aunque no hay mucho más
que eso.
Tessa miró rápidamente a Will y Jem por una señal, pero ya estaban de pie,
siguiendo al viejo fuera de la habitación. Starkweather hablaba mientras
caminaba, su voz a la deriva por encima de su hombro, haciendo que ellos se
apresuraran para igualar sus largas zancadas.
—Nunca pensé mucho sobre este negocio de Compensaciones —dijo al pasar
por otro oscuro pasillo de piedra interminablemente largo—. Hace arrogantes a
los Submundos, pensando que tienen derecho a obtener algo de nosotros. Todo
el trabajo que hacemos y nada de gracias, sólo extienden las manos por más,
más, más. ¿No lo creen así, señores?
—Bastardos, todos ellos —dijo Will, que parecía como si su mente estuviera a
miles de kilómetros de distancia. Jem lo miró de reojo.
—¡Absolutamente! —Starkweather ladró, claramente satisfecho—. No es que
uno deba usar tal lenguaje frente a una dama, por supuesto. Como iba diciendo,
este Mortmain estaba protestando por la muerte de Anne Shade, la esposa del brujo, dijo que ella no había tenido nada que ver con los proyectos de su
marido, que no sabía acerca de ellos, afirmó. Su muerte no era merecida. Quería
un juicio para los culpables de lo que él llamaba su “asesinato,” y las
pertenencias de sus padres de vuelta.
—¿Estaba el Libro del Blanco entre lo que él pedía? —preguntó Jem—. Sé que es
un crimen que un brujo posea tal volumen...
—Lo estaba. Se recuperó y fue ubicado en la biblioteca del Instituto de Londres,
donde, sin duda, sigue estando todavía. Ciertamente, nadie se lo va a dar a él.
Tessa hizo un rápido cálculo mental en su cabeza. Si él tenía ochenta y nueve
años, Starkweather habría tenido veintiséis en el momento de la muerte de los
Shade.
—¿Estaba usted allí?
Sus ojos inyectados en sangre bailaron sobre ella, se dio cuenta de que incluso
ahora, un poco borracho, no parecía querer mirarla demasiado directamente.
—¿Estaba dónde?
—Usted dijo que un grupo de la Enclave fue enviado para hacer frente a los
Shade. ¿Estaba usted entre ellos?
Vaciló, y luego se encogió de hombros. —Sí —dijo él, con su acento de
Yorkshire haciéndose más fuerte por un momento—. A Dinna le tomó mucho
tiempo atraparlos. No estaban preparados. Ni un poco. Los recuerdo yaciendo
sobre su sangre. Fue la primera vez que vi brujos muertos, me sorprendió que
sangraran de color rojo. Habría jurado que sería de otro color, azul o verde o
algo así. —Él se encogió de hombros—. Les quitamos sus capas, como pieles de
tigre. Me dieron la custodia de ellas, o más bien, a mi padre. Gloria, gloria.
Aquellos eran los días. —Sonrió como una calavera, y Tessa pensó en la cámara
de Barba Azul, donde guardaba los restos de las esposas que había matado. Se
sentía a la vez muy cálida y muy fría por todas partes.
—Mortmain nunca tuvo ninguna oportunidad —dijo ella en voz baja—.
Presentando esa denuncia como lo hizo. Nunca iba a conseguir su
compensación.
—¡Por supuesto que no! —ladró Starkweather—. Basura, todo ello, alegando
que la esposa no estaba involucrada. ¿Qué mujer no está hasta el cuello en el
negocio de su marido? Además, ni siquiera era su hijo de sangre, no podría
haberlo sido. Probablemente era más como una mascota para ellos que
cualquier otra cosa. Apostaría a que el padre lo habría utilizado para piezas de
repuesto, si llegaba a esa situación. Él estaba mejor sin ellos. Tendría que haber
estado agradeciéndonos, no pidiendo un juicio…
El anciano se interrumpió cuando llegó a una pesada puerta al final del
corredor y puso el hombro sobre ella, sonriéndoles por debajo de sus pobladas
cejas. —¿Han estado alguna vez en el Palacio de Cristal? Bueno, esto es aún
mejor.
Abrió la puerta con el hombro, la luz brilló a su alrededor a medida que
pasaban a la habitación contigua. Estaba claro que era la única habitación bien
iluminada en el lugar.
El cuarto estaba lleno de armarios con frente de vidrio, y sobre cada gabinete
había montada una lámpara de luz mágica, iluminando el contenido en su
interior. Tessa vio tensarse la espalda de Will, y Jem llegó hasta ella, su mano
apretándole el brazo con un apretón casi doloroso.
—No… —comenzó, pero la había empujado hacia adelante, y estaba mirando el
contenido de los armarios.
Botín. Un relicario de oro, abierto con un daguerrotipo de un niño riendo. El
relicario estaba salpicado con sangre seca. Detrás de ella, Starkweather estaba
hablando de cómo sacar balas de plata de los cuerpos de los hombres lobos
recién muertos y fundirlas para reutilizarlas. Había un plato de esas balas, de
hecho, en uno de los armarios, llenando un recipiente manchado de sangre.
Juegos de colmillos de vampiro, filas y filas de ellos.
Lo que parecía trozos de gasa o alguna delicada tela, estaba presionado bajo
el cristal. Sólo con un examen más detallado, Tessa se dio cuenta de que eran
alas de hadas. Un duende, como el que ella había visto con Jessamine en Hyde
Park, flotando con los ojos abiertos en una gran jarra llena de líquido
conservante. Y los restos de los brujos. Manos en garras momificadas, como las
de la Sra. Black. Un cráneo desnudo, completamente falto de carne, de aspecto
humano salvo que tenía colmillos en lugar de dientes. Viales con sangre de
aspecto lodoso. Starkweather estaba hablando de la cantidad de partes de brujo,
especialmente partes “marcadas,” que se podían vender en el mercado
Submundo. Tessa se sintió mareada y caliente, con los ojos ardiendo.
Se dio la vuelta, le temblaban las manos.
Jem y Will estaban de pie, mirando a Starkweather con expresiones de horror
mudo, el viejo estaba levantando otro trofeo de caza; una cabeza de aspecto
humano montada en un soporte. La piel se había arrugado y encanecido,
presionándose contra los huesos. Unos cuernos en espiral sobresalían de la
parte superior de su cráneo.
—Obtuve esto de un brujo que maté por Leeds —dijo—. No se imaginan la
lucha que opuso…
La voz de Starkweather se alejó y Tessa se sintió repentinamente libre y
flotando. La oscuridad se precipitó, y luego había brazos a su alrededor, y la
voz de Jem.
Las palabras flotaban sobre ella en trozos irregulares. —Mi prometida, nunca
antes había visto un botín; no puede soportar la sangre; es muy delicada…
Tessa quería pelear para liberarse de Jem, quería correr hacia Starkweather y
golpear al anciano, pero sabía que arruinaría todo si lo hacía. Cerró los ojos con
fuerza y apretó la cara contra el pecho de Jem, respirando. Olía a jabón y a
sándalo.
Luego hubo otras manos sobre ella, alejándola de Jem. Las sirvientas de
Starkweather. Oyó a Starkweather diciéndoles que la llevaran arriba y la
ayudaran a acostarse. Abrió los ojos para ver la cara preocupada de Jem mientras la veía irse, hasta que la puerta de la habitación del botín se cerró entre
ellos.
Le tomó a Tessa mucho tiempo conciliar el sueño esa noche, y cuando lo hizo,
tuvo una pesadilla. En el sueño estaba esposada a la cama de bronce en la casa
de las Hermanas Oscuras...
La luz como fina sopa gris se filtraba por las ventanas. Se abrió la puerta y la Sra.
Dark entró, seguida por su hermana, que no tenía cabeza, sólo el hueso blanco de su
columna que sobresalía de su cuello cortado irregularmente.
—Aquí está, la bonita, bonita princesa —dijo la Sra. Dark, aplaudiendo.
—Sólo piensa en lo que vamos a obtener por todas sus partes. Cien por cada una de sus
pequeñas manos blancas, y mil por sus ojos. Obtendríamos más si fueran azules, por
supuesto, pero no se puede tener todo.
Ella se rió entre dientes, y la cama empezó a girar mientras Tessa gritaba y golpeaba en
la oscuridad. Rostros aparecieron por encima de ella: Mortmain, sus rasgos estrechos y
arrugados por la diversión. —Y dicen que el valor de una buena mujer está muy por
encima de los rubíes —dijo—. ¿Qué tal el valor de un brujo?
—Ponla en una jaula, digo yo, y deja que la gente la mire por unos centavos —dijo
Nate, y de repente los barrotes de una jaula se elevaron a su alrededor y él se reía
de ella desde el otro lado, su linda cara torcida con desprecio. Henry también estaba allí,
sacudiendo la cabeza.
—He tomado todas sus partes —dijo—. Y no puedo ver lo que hace que lata su
corazón. Aun así, es bastante curioso, ¿no? —Abrió la mano, y había algo de color rojo
y carnoso en su palma, pulsando y contrayéndose como un pez fuera del agua,
faltándole el aire.
—Ve cómo se divide en dos partes iguales…
—Tess —dijo una voz, con urgencia, en su oído—. Tess, estás soñando.
Despierta. Despierta.
Había manos sobre sus hombros, moviéndola, sus ojos se abrieron, y estaba
jadeando en su gris y horrible habitación en penumbras del Instituto de York.
Las sábanas estaban enredadas a su alrededor, y el camisón pegado a su
espalda por el sudor. Su piel se sentía como si estuviera ardiendo.
Seguía viendo a las Hermanas Oscuras, vio a Nate que se reía de ella, Henry
diseccionando su corazón.
—¿Fue un sueño? —dijo—. Se sentía tan real, tan absolutamente real—. Se
interrumpió—. Will —susurró. Todavía llevaba su ropa de la cena, a pesar de
que estaban arrugadas, su pelo negro enredado, como si se hubiera quedado
dormido sin cambiarse de ropa. Sus manos permanecieron sobre sus hombros,
calentando su piel fría a través de la tela de su camisón.
—¿Qué soñaste? —dijo. Su tono era tranquilo y normal, como si no hubiera
nada extraño en que él la despertara y encontrar que estaba sentado en el borde
de su cama.
Ella se estremeció ante el recuerdo.
—Soñé que estaba siendo desarmada; que se estaban poniendo en muestra
pedazos de mí para que los Cazadores de Sombras se rieran…
—Tess. —Él le acarició el pelo con suavidad, poniendo sus enredados rizos
detrás de las orejas. Se sentía atraída hacia él, como limaduras de hierro a un
imán.
Su brazos dolían por estar a su alrededor, su cabeza por descansar en el hueco
de su hombro.
—Dios maldiga a ese diablo Starkweather por mostrarte esas cosas, pero debes
saber que ya no es así. Los Acuerdos han prohibido el botín. Fue sólo un sueño.
Pero no, pensó. Éste es el sueño.
Sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad, la luz gris de la habitación
hacía brillar sus ojos de un azul casi irreal, como los de un gato. Cuando soltó
un suspiro tembloroso, sus pulmones se sintieron llenos del olor de él: Will, sal,
trenes, humo, lluvia, y se preguntó si él había estado fuera, caminando por las
calles de York como lo hacía en Londres.
—¿Dónde has estado? —susurró—. Hueles como la noche.
—Fuera, buscando rastros. Como de costumbre. —Le tocó la mejilla con los
dedos cálidos y duros—. ¿Puedes dormir ahora? Debemos salir mañana
temprano. Starkweather nos prestará su carruaje para que podamos investigar
en la mansión Ravenscar. Tú, por supuesto, eres bienvenida a quedarte aquí.
No es necesario que nos acompañes.
Ella se estremeció. —¿Quedarme aquí sin ustedes? ¿En este lugar tan grande y
sombrío? Preferiría no hacerlo.
—Tess. —Su voz nunca fue tan amable—. Esa debe haber sido una horrible
pesadilla, para dejarte así. Por lo general, no tienes miedo de muchas cosas.
—Fue horrible. Incluso Henry estaba en mi sueño. Estaba desarmando mi
corazón como si fuera mecánico.
—Bueno, eso lo arregla —dijo Will—. Pura fantasía. Como si Henry fuera un
peligro para alguien, sólo para sí mismo. —Cuando ella no sonrió, añadió,
fieramente: —Yo nunca dejaría que nadie tocara un pelo de tu cabeza. ¿Lo
sabes, verdad Tess?
Sus miradas se encontraron. Pensó en la ola que parecía atraparla cada vez que
estaba cerca de Will, cómo se sentía atraída fuertemente hacia él, por fuerzas
que parecían fuera de su control; en el ático, en la azotea del Instituto.
Como si él sintiera la misma fuerza, se inclinó hacia ella. Se sentía natural,
tan correcto como respirar, el levantar la cabeza, para encontrar sus labios con
los suyos. Ella sintió la suave exhalación de él contra su boca, aliviada, como si
un gran peso hubiera sido quitado de sus hombros. Sus manos se elevaron para
tomar su cara. A pesar de que sus ojos se cerraron, oyó su voz en la cabeza, de nuevo, inesperadamente: No hay futuro para un Cazador de Sombras que pierde el
tiempo con brujos.
Volvió el rostro rápidamente, y sus labios rozaron su mejilla en vez de su boca.
Se echó hacia atrás, y vio sus ojos azules abiertos, sorprendidos y heridos. —No
—dijo—. No, no lo sé, Will. —Ella bajó su voz. —Lo dejaste muy claro —dijo—
qué tipo de uso tienes para mí. Crees que soy un juguete para tus diversiones.
No deberías haber venido aquí, no es correcto.
Dejó caer las manos. —Tú gritaste…
—No por ti.
Se quedó en silencio a excepción de su respiración entrecortada.
—¿Te arrepientes de lo que me dijiste esa noche en el tejado, Will? ¿La noche
del funeral de Thomas y Agatha? —Era la primera vez que cualquiera de ellos
se había referido al incidente, desde que había sucedido—. ¿Me puedes decir
que no decías en serio lo que dijiste?
Inclinó la cabeza, el cabello le cayó hacia delante, ocultando su rostro. Apretó
sus manos en puños a los costados parar no acercarlas a él y empujarlo hacia
atrás.
—No —dijo, muy bajo—. No, que el Ángel me perdone, pero no puedo decir
eso.
Tessa se retiró, volviendo la cara. —Por favor vete, Will.
—Tessa…
—Por favor.
Hubo un largo silencio. Se levantó entonces, la cama crujiendo debajo de él
cuando se movió. Ella oyó sus suaves pasos en el piso, y luego la puerta de la
habitación cerrándose tras él. Como si el sonido hubiera roto un trozo de cuerda
que le sujetaba en posición vertical, volvió a caer sobre las almohadas. Se quedó mirando el techo por mucho tiempo, luchando en vano contra las preguntas
que se agolpaban en su mente; ¿qué pretendía Will, yendo a su habitación así?
¿Por qué había demostrado dulzura cuando ella sabía que él la despreciaba? ¿Y
por qué, aunque sabía que él era la peor cosa en el mundo para ella, enviarlo
lejos parecía un error tan terrible?
***
La mañana siguiente amaneció inesperadamente azul y hermosa, un bálsamo
para el dolor de cabeza y el cuerpo agotado de Tessa. Después de arrastrarse
desde la cama, donde había pasado casi toda la noche dando vueltas, se vistió,
incapaz de soportar la idea de la ayuda de una de las viejas sirvientas medio
ciegas. Mientras abrochaba los botones de su chaqueta, se vio a sí misma en el
viejo y manchado espejo de la habitación. Había medias lunas de sombra bajo
sus ojos, como si hubieran sido pintadas allí con tiza.
Will y Jem se habían reunido en la sala para un desayuno de tostadas a medio
quemar, té suave, mermelada y sin mantequilla. Para el momento en que Tessa
llegó, Jem ya había comido, y Will estaba ocupado cortando sus tostadas en
tiras finas y formando pictogramas groseros con ellas.
—¿Qué se supone que es eso? —preguntó Jem con curiosidad—. Parece casi
como un… —Miró hacia arriba, vio a Tessa, y se interrumpió con una sonrisa—.
Buenos días.
—Buenos días. —Ella se deslizó en el asiento al otro lado de Will, él la miró una
vez cuando se sentó, pero no había nada en sus ojos o expresión para indicar
que recordara que algo había pasado entre ellos la noche anterior.
Jem la miró con preocupación. —Tessa, ¿cómo te sientes? Después de la noche
anterior —se interrumpió luego, alzando la voz—. Buenos días, Sr.
Starkweather —dijo rápidamente, empujando el hombro de Will con tanta
fuerza que él dejó caer el tenedor, y los trozos de tostadas se desparramaron
sobre su plato.
El Sr. Starkweather, que se había arrastrado a la sala, todavía envuelto en el
manto oscuro que había llevado la noche anterior, lo miró torvamente.
—El carruaje les está esperando en el patio —dijo, su dicción recortada tan
firme como siempre—. Es mejor que corten un palo si desean volver antes de la
cena, voy a necesitar el coche esta noche. Le he dicho a Gottshall que les deje
directamente en la estación para su regreso, no hay necesidad de que se queden.
Confío en que hayan conseguido todo lo que necesitan.
No era una pregunta. Jem asintió con la cabeza. —Sí, señor. Usted ha sido muy
amable.
Los ojos de Starkweather barrieron a Tessa de nuevo, una última vez, antes de
que se volviera y saliera de la habitación, con su capa ondeando detrás de él.
Tessa no pudo sacar la imagen de un gran pájaro negro (un buitre, tal vez), de
su mente. Pensó en las cajas de trofeos llenas de “botines,” y se estremeció.
—Come rápido, Tessa, antes de que cambie de opinión sobre el transporte —le
aconsejó Will, pero Tessa negó con la cabeza.
—No tengo hambre.
—Por lo menos toma algo de té. —Will lo sirvió para ella, le agregó leche y
azúcar, aunque estaba mucho más dulce de lo que a Tessa le hubiera gustado,
pero era tan raro que Will tuviera un gesto como ese, incluso si sólo era para
apresurarla; se lo bebió de todos modos, y comió unos cuantos bocados de pan
tostado. Los muchachos fueron por los abrigos y equipaje; la capa de viaje de
Tessa, su sombrero y guantes puestos, y pronto se encontraron en la escalinata
del Instituto de York, parpadeando a la luz del sol acuoso.
Starkweather había sido tan bueno como su palabra. Su carruaje estaba allí,
esperándolos, las cuatro C de la Clave pintadas a través de la puerta. El viejo
cochero con larga barba y pelo blanco ya estaba en el asiento del conductor,
fumando un cigarrillo. Lo echó a un lado cuando los vio, y se hundió más en su
asiento, sus ojos negros mirando por debajo de sus caídos párpados.
—Por todos los demonios, es el antiguo marinero de nuevo —dijo Will,
aunque parecía más entretenido que cualquier otra cosa. Saltó hasta en el
carruaje y ayudó a Tessa detrás de él, Jem subió último, cerrando la puerta detrás de él y asomándose a la ventana para decir al cochero que partiera.
Tessa, sentándose al lado de Will en el estrecho asiento, sintió sus hombros
rozarse, y él inmediatamente se tensó, y se apartó, mordiéndose el labio. Era
como si la noche anterior no hubiese sucedido y él volviera a comportarse como
si ella fuera veneno.
El carruaje comenzó a moverse de un tirón que casi arrojó a Tessa sobre Will
de nuevo, pero se apoyó contra la ventana y se quedó dónde estaba. Los tres
permanecieron en silencio mientras el carruaje rodaba por la estrecha y
empedrada Stonegate Street, bajo un amplio cartel publicitando el Old Star Inn.
Tanto Jem como Will estaban en silencio, Will reviviendo sólo para decirle con
un regocijo morboso que estaban pasando por las antiguas murallas, en la
entrada de la ciudad donde una vez las cabezas de los traidores habían sido
exhibidas en estacas. Tessa hizo una mueca, pero no dio respuesta.
Una vez que pasaron las murallas, la ciudad rápidamente dio paso a la
campiña. El paisaje no era suave, sino duro e imponente. Había colinas verdes
salpicadas de gris tojo seguían hacia riscos de piedra oscura. Largas filas de
muros de piedra sin mortero, destinados a mantener al ganado ovino, recorrían
el verde, aquí y allá había solitarias casas de campo. El cielo parecía una
interminable extensión de azul, pintado con pinceladas de largas nubes grises.
Tessa no habría podido decir cuánto tiempo habían estado viajando cuando
las chimeneas de piedra de una gran casa señorial aparecieron en la distancia.
Jem sacó la cabeza por la ventana y avisó al conductor, el carruaje se detuvo.
—Pero no estamos ahí todavía —dijo Tessa, perpleja—. Si eso es la mansión
Ravenscar…
—No podemos llegar hasta la puerta principal, sé sensible, Tess —dijo Will
mientras Jem saltaba del carruaje y llegaba para ayudar a Tessa a bajar. Sus
botas chapotearon en el suelo húmedo y fangoso cuando bajó, Will bajó
ligeramente a su lado.
—Tenemos que echar un vistazo al lugar. Utilizar el dispositivo de Henry
para registrar presencias demoníacas. Asegurarnos de que no estamos cayendo
en una trampa.
—¿El dispositivo de Henry en realidad funciona?
Tessa levantó su falda para mantenerla lejos del barro mientras los tres
comenzaban a avanzar por el camino. Mirando hacia atrás, vio que el cochero al
parecer ya estaba dormido, recostado en el asiento del conductor con el
sombrero inclinado hacia adelante sobre su rostro. A su alrededor, el campo era
un mosaico de colinas grises y verdes que se elevan marcadamente, sus lados
enfrentados con exquisito gris, alimento para ovejas, y aquí y allá, bosquetes de
árboles retorcidos, entrelazados. Había una belleza severa en todo, pero Tessa
se estremeció ante la idea de vivir aquí, tan lejos de cualquier cosa.
Jem, al verla estremecerse, le dio una sonrisa de lado. —Muchacha citadina.
Tessa se echó a reír. —Estaba pensando en lo extraño que sería crecer en un
lugar como este, tan lejos de cualquier pueblo.
—Donde yo crecí no era tan diferente a esto —dijo Will inesperadamente,
sorprendiendo a los dos—. No es tan solitario como piensas. En el campo,
puedes estar segura, las personas se visitan mucho los unos a los otros. Sólo
tienen una mayor distancia que recorrer de lo que sería en Londres. Y una vez
que llegan, a menudo tienen una larga estancia. Después de todo, ¿para qué
hacer el viaje para quedarse sólo una noche o dos? A menudo tuvimos
huéspedes que se quedaban durante semanas.
Tessa miró desorbitada a Will de forma silenciosa. Era tan raro que alguna vez
se refiriera a cualquier cosa con respecto a su vida anterior que a veces pensaba
en él como alguien sin pasado en absoluto. Jem parecía estar haciendo lo
mismo, aunque se recuperó primero.
—Comparto la opinión de Tessa. Nunca he vivido en otra cosa que una ciudad.
No sé cómo podría dormir por la noche, sin saber que estoy rodeado por miles
de otras almas soñando.
—Y suciedad por todas partes, y todo el mundo respirando sobre el cuello de
los demás —respondió Will—. Cuando llegué por primera vez a Londres, me
cansé muy pronto de estar rodeado de tanta gente que sólo con gran dificultad,
me abstuve de aprovechar la desgracia de quien se cruzara en mi camino y
cometer actos violentos contra su persona.
—Algunos podrían decir que mantienes ese problema —dijo Tessa, pero Will
simplemente se rió, un sonido de diversión corto y casi sorprendido y luego se
detuvo, mirando hacia delante a la mansión Ravenscar.
Jem silbó mientras Tessa se daba cuenta de por qué antes sólo había sido
capaz de ver la parte superior de las chimeneas. La mansión estaba construida
en el centro de un declive profundo entre tres colinas, sus lados oblicuos se
levantaban sobre él, sostenido como si estuviera en la palma de una mano.
Tessa, Jem, y Will se ubicaron en el borde de una de las colinas, mirando hacia
abajo a la mansión. El edificio en sí era muy grande, una gran pila de piedra
gris que daba la impresión de que había estado allí durante siglos. Un gran
disco circular se curvaba frente a las puertas enormes.
Nada en el lugar insinuaba abandono o mal estado, no había malas hierbas
creciendo sobre el camino que conducía a las dependencias de piedra, no
faltaban vidrios en las ventanas.
—Alguien está viviendo aquí —dijo Jem, haciéndose eco de los pensamientos
de Tessa. Comenzó a la bajar la colina. La hierba aquí era más larga, llegando
casi hasta la cintura—. Tal vez si…
Se interrumpió cuando el traqueteo de ruedas se hizo audible, por un momento,
Tessa pensó que el conductor del carruaje había venido detrás de ellos, pero no,
este era un tipo diferente de carruaje, un coche de aspecto robusto que dobló
hacia la puerta y comenzó a rodar hacia la mansión. Jem se agachó de
inmediato en la hierba, y Will y Tessa cayeron a su lado.
Vieron que el carruaje se detuvo ante la casa, y el conductor dio un salto
hacia abajo para abrir la puerta del coche.
Una joven salió, de catorce o quince años, supuso Tessa, no tenía la edad suficiente para llevar el pelo recogido, ya que se movía a su alrededor como una
cortina de seda negra. Llevaba un vestido azul, sencillo pero elegante. Asintió
con la cabeza al conductor, y luego, cuando empezó a subir la escalera señorial,
hizo una pausa, y miró hacia donde Jem, Will, y Tessa estaba agachados, casi
como si los viera, aunque Tessa estaba segura de que estaban bien ocultos por la
hierba.
La distancia era demasiado grande para que Tessa distinguiera sus rasgos, en
realidad, sólo el pálido óvalo de su cara por debajo del pelo oscuro. Estaba a
punto de preguntar a Jem si tenía un telescopio con él, cuando Will hizo un
ruido, un ruido que jamás había escuchado a nadie hacer antes, un grito
enfermo, terrible, como si un golpe le hubiese sacado todo el aire de los
pulmones.
Pero no fue sólo un grito de asombro, se dio cuenta. Era una palabra, y no sólo
una palabra, un nombre, y no sólo un nombre, era un nombre que ella le había
oído decir antes.
—Cecily.
StephRG14
Los orígenes- príncipe mecánico
Capitulo 6
Sellado en silencio
El corazón humano tiene tesoros ocultos,
Mantenidos en secreto, sellados en silencio;
Los pensamientos, las esperanzas, los sueños, los placeres,
que si se revelaran, sus encantos se romperían.
—Charlotte Brontë, “Consuelo Vespertino”
La puerta de la gran casa se abrió; la chica desapareció en su interior. El
carruaje traqueteó rodeando la casa solariega hacia la cochera mientras
Will se ponía en pie, tambaleándose. Se había puesto de un enfermizo
color gris, como las cenizas de un fuego apagado.
—Cecily —dijo otra vez. Su voz denotaba asombro, y horror.
—¿Quién demonios es Cecily? —Tessa se incorporó hasta ponerse de pie,
sacudiendo la hierba y los cardos de su vestido—. Will…
Jem ya estaba al lado de Will, con la mano en el hombro de su amigo. —Will,
debes hablar con nosotros. Luces como si hubieses visto un fantasma.
Will arrastró un largo suspiro. —Cecily…
—Sí, ya has dicho eso —dijo Tessa. Oyó la severidad en su propia voz, y la
suavizó con un esfuerzo. Era cruel hablarle así a alguien tan obviamente
consternado, incluso si insistía en quedarse mirando a la nada y murmurando
“Cecily” a intervalos.
Apenas importaba; Will parecía no haberla oído. —Mi hermana —dijo—.
Cecily. Ella tenía… Cristo, ella tenía nueve años cuando me fui.
—Tu hermana —dijo Jem y Tessa sintió que algo apretado se soltaba
alrededor de su corazón, y se maldijo interiormente por ello. ¿Qué importaba si
Cecily era la hermana de Will o alguien de quien estaba enamorado? No tenía
nada que ver con ella.
Will comenzó a bajar la colina, sin buscar un camino, sólo vagando a ciegas
por entre los brezos y tojos. Después de un rato, Jem fue tras él, agarrándolo por
la manga. —Will, no…
Will trató de zafar su brazo. —Si Cecily está aquí, entonces el resto de ellos,
mi familia, debe estar aquí también.
Tessa se apresuró para alcanzarlos, haciendo una mueca de dolor cuando
casi se torció un tobillo con una roca suelta —Pero no tiene ningún sentido que
tu familia esté aquí, Will. Esta era la casa de Mortmain. Starkweather lo dijo.
Estaba en los papeles…
—Yo sé eso —medio gritó Will.
—Cecily podría estar visitando a alguien aquí…
Will la miró incrédulo. —¿En medio de Yorkshire, sola? Y ese era nuestro
carruaje. Lo reconocí. No hay otro carruaje en la cochera. No, mi familia está
metida en esto de alguna forma. Han sido arrastrados a este asunto sangriento y
yo… tengo que advertirles. —Comenzó a bajar la colina otra vez.
—¡Will! —gritó Jem, y fue tras él, cogiéndolo de la parte posterior de su
abrigo; Will se giró y empujó a Jem, no muy fuerte; Tessa oyó a Jem decir algo
sobre el hecho de que Will se estuvo reprimiendo todos estos años y sobre no
desperdiciarlo ahora, y luego todo se volvió borroso: Will maldiciendo, y Jem
tirándole hacia atrás, y Will deslizándose en el suelo húmedo, y ambos cayendo
juntos, una maraña rodante de brazos y piernas, hasta que dieron contra una
gran roca, Jem sujetando a Will contra el suelo, su codo en la garganta del otro
chico.
—Suéltame. —Will lo empujó—. Tú no entiendes. Tu familia está muerta…
—Will. —Jem tomó a su amigo por la pechera y lo sacudió—. Yo sí entiendo.
Y a menos que también quieras a tu familia muerta, me escucharás.
Will se quedó muy quieto. Con una voz ahogada, dijo: —James, no hay
forma en que puedas… Yo nunca he…
—Mira. —Jem levantó la mano que no estaba agarrando la camisa de Will, y
señaló—. Ahí. Mira.
Tessa miró a donde estaba apuntando… y sintió que su interior se congelaba.
Estaban a casi medio camino bajando el cerro sobre la casa solariega, y ahí,
sobre ellos, había un autómata, de pie como una especie de centinela en la cima
de la colina. Supo inmediatamente lo que era, aunque no lo lucía como los
autómatas que Mortmain había enviado contra ellos antes. Esos habían hecho
un superficial intento de parecer humanos. Este era una criatura de metal alta y
delgada, con largas piernas con bisagras, un torso metálico trenzado, y brazos
en forma de sierra.
Estaba completamente quieto, sin moverse, de alguna forma más aterrador
por su inmovilidad y silencio. Tessa ni siquiera podía decir si estaba
mirándolos. Parecía estar vuelto hacia ellos, pero aunque tenía una cabeza, esa
cabeza no tenía rasgos distintivos salvo por la barra oblicua que hacía de boca;
unos dientes de metal brillaban en su interior. Parecía no tener ojos.
Tessa sofocó el grito que se formaba en su garganta. Era un autómata. Los
había enfrentado antes. No gritaría. Will, estaba mirando apoyado en el codo. —
Por el Ángel…
—Esa cosa nos ha estado siguiendo; estoy seguro —dijo Jem en voz baja y
urgente—. Vi un destello de metal, desde el carruaje, pero no estaba seguro.
Ahora lo estoy. Si te vas corriendo colina abajo, te arriesgas a conducir a esa
cosa directo hacia la puerta de la casa de tu familia.
—Ya veo —dijo Will. El tono medio histérico había desaparecido de su voz—
. No iré cerca de la casa. Deja que me levante.
Jem vaciló.
—Lo juro por el nombre de Raziel. —Will rechinó los dientes—. Ahora deja
que me levante.
Jem se quitó y se puso de pie; Will dio un salto, empujando a Jem a un lado,
y, sin dirigirle ni una mirada a Tessa se fue corriendo, no hacia la casa, sino lejos
de ella, hacia la criatura mecánica en la cima. Jem lo siguió con la mirada por un
momento, boquiabierto, maldijo, y se lanzó tras él.
—¡Jem! —gritó Tessa. Pero él ya estaba casi fuera del alcance del oído,
corriendo tras Will. El autómata había desaparecido de vista. Tessa dijo una
palabra impropia de una dama, se subió las faldas y se lanzó en su persecución.
No era fácil correr en subida por una húmeda colina de Yorkshire usando
faldas pesadas, con zarzas arañándola mientras avanzaba. Practicar con su ropa
de entrenamiento le había dado a Tessa una nueva apreciación del por qué los
hombres podían moverse tan rápida y limpiamente, y podían correr tan
deprisa. El material de su vestido pesaba una tonelada, los tacones de sus botas
se quedaban atrapados en las rocas mientras corría, y el corsé le cortaba
incómodamente la respiración.
Para el momento en que llegó a la cima, sólo tuvo tiempo para ver a Jem,
muy por delante de ella, desaparecer en un oscuro bosque de árboles. Miró a su
alrededor frenéticamente pero no pudo ver ni el camino ni el carruaje de los
Starkweather. Con el corazón acelerado, se precipitó tras él.
El bosque era amplio, se extendía a lo largo de la colina. En el momento en
que Tessa se metió entre los árboles, la luz se desvaneció; gruesas ramas de
árbol se entrelazaban sobre ella bloqueando el sol. Sintiéndose como Blanca
Nieves huyendo por el bosque, buscó impotente a su alrededor, cualquier signo
que indicara por dónde se habían ido los chicos: ramas quebradas, hojas
pisoteadas, y captó un brillo de luz en metal mientras el autómata surgía del
espacio oscuro entre dos árboles y se abalanzaba sobre ella.
Gritó, alejándose de un salto, y pronto tropezó con sus faldas. Se fue hacia
atrás, golpeándose dolorosamente con la tierra lodosa. La criatura extendió uno
de sus largos brazos de insecto hacia ella. Rodó hacia un costado y el brazo de metal se deslizó en la tierra a su lado. Había una rama de árbol caída cerca de
ella; sus dedos la buscaron, se cerraron a su alrededor, y la levantaron justo
cuando el otro brazo de la criatura se balanceaba en su dirección. Ella arrastró la
rama entre ellos, concentrándose en las lecciones sobre esquivar y bloquear que
le había dado Gabriel.
Pero era solamente una rama. El brazo de metal del autómata la cortó por la
mitad. El final de su brazo se abrió de golpe en una garra con múltiples dedos
de metal y se inclinó a por su garganta. Antes de que pudiera tocarla, Tessa
sintió una violenta agitación contra su clavícula. Su ángel. Yacía congelada
cuando la criatura tiró de su garra hacia atrás, uno de sus “dedos” supurando
líquido negro. Un momento después, dio un gemido agudo y colapsó hacia
atrás, con un río de más líquido negro brotando del agujero que había sido
cortado limpiamente en su pecho.
Tessa se sentó y se quedó mirando.
Will estaba de pie con una espada en las manos, su empuñadura
embadurnada de negro. Llevaba la cabeza descubierta, su cabello grueso y
oscuro estaba revuelto y enredado con hojas y restos de hierba. Jem estaba de
pie a su lado, con una piedra de luz mágica ardiendo entre sus dedos. Mientras
Tessa observaba, Will lo acuchilló con la espada de nuevo, cortando al autómata
casi por la mitad. Éste se desplomó en el suelo embarrado. Sus interiores eran
feos, horriblemente similares a un biológico enredo de tubos y cables.
Jem levantó la vista. Su mirada se encontró con la de Tessa. Sus ojos eran tan
plateados como espejos. Will, a pesar de haberla salvado, no parecía notar que
ella estaba ahí en absoluto; echó su pie hacia atrás y le dio una patada salvaje en
un costado a la criatura metálica. Su bota sonó contra el metal.
—Dinos —dijo él tras sus dientes apretados—. ¿Qué estás haciendo aquí?
¿Por qué nos estás siguiendo?
La boca como una línea afilada del autómata se abrió. Su voz cuando habló
sonó como el zumbido y rechinar de una máquina defectuosa. —Yo… soy…
una… advertencia… del Maestro.
—¿Una advertencia para quién? ¿Para la familia en la mansión? ¡Dime! —
Will lucía como si fuera a patear a la criatura de nuevo; Jem puso una mano
sobre su hombro.
—No siente dolor, Will —dijo en voz baja—. Y dice que tiene un mensaje.
Deja que lo entregue.
—Una advertencia… para ti, Will Herondale… y para todos los Nefilim… —La
voz quebrada de la criatura recitó—: El Maestro dice… que debes cesar tu
investigación. El pasado… es el pasado. Deja a Mortmain enterrado, o tu familia pagará
el precio. No te atrevas a acercarte o advertirles. Si lo haces, ellos serán destruidos.
Jem estaba mirando a Will; Will aún estaba pálido como la ceniza, pero sus
mejillas estaban encendidas por la rabia. —¿Cómo trajo Mortmain a mi familia
aquí? ¿Los amenazó? ¿Qué ha hecho?
La criatura zumbó y chirrió, luego comenzó a hablar otra vez. —Soy… una...
advertencia…de…
Will gruñó como un animal y lo cortó brutalmente con la espada. Tessa
recordó a Jessamine, en Hyde Park, haciendo trizas a una criatura de las hadas
con su delicada sombrilla. Will cortó al autómata hasta que fue poco más que
tiras de metal; Jem lo detuvo finalmente, agarrando con los brazos a su amigo y
empujándolo con fuerza hacia atrás.
—Will —dijo—. Will, suficiente. —Miró hacia arriba, y los otros dos
siguieron su mirada. En la distancia, a través de los árboles, otras figuras se
movían, más autómatas como aquél—. Debemos irnos —dijo Jem—. Si
queremos llevárnoslos de aquí, lejos de tu familia, debemos irnos.
Will vaciló.
—Will, tú sabes que no puedes acercarte a ellos —dijo Jem con
desesperación—. Aparte de cualquier otra cosa, es la Ley. Si les ponemos en
peligro, la Clave no se moverá para ayudarlos de ninguna forma. Ellos ya no
son Cazadores de Sombras. Will.
Lentamente, Will bajó su brazo a un costado. Se puso de pie, con uno de los
brazos de Jem aún rodeando sus hombros, mirando hacia la pila de chatarra a
sus pies. Líquido negro goteaba del filo de la espada que colgaba de su mano, y
quemaba la hierba de abajo.
Tessa exhaló. No se había dado cuenta de que había estado conteniendo el
aliento hasta ese momento. Will debía haberla oído, porque levantó su cabeza y
su mirada se encontró con la de ella al otro lado del claro. Algo en ésta la hizo
apartar la mirada. Tenía una agonía tan cruda que era difícil de mirar.
***
Al final escondieron los restos del autómata destruido tan rápidamente como
les fue posible, enterrándolos en la suave tierra bajo un tronco podrido. Tessa
ayudó lo mejor que pudo, obstaculizada por sus faldas. Para cuando
terminaron, sus manos estaban tan negras con suciedad como estaban las de
Will y Jem.
Ninguno de ellos habló; trabajaron en un extraño silencio. Cuando hubieron
terminado, Will se abrió camino fuera de la arboleda, guiado por la runa de
piedra de luz mágica de Jem. Emergieron del bosque cerca del camino, donde
esperaba el carruaje de Starkweather. Gottshall estaba dormitando en el asiento
del conductor como si solo hubiesen pasado unos cuantos momentos desde que
llegaron.
Si sus apariencias (inmundos, manchados con barro, y con hojas atrapadas en
su cabello) sorprendieron en algo al viejo, no lo demostró, ni siquiera les
preguntó si habían encontrado lo que habían venido a buscar. Sólo gruñó un
hola y esperó a que se montaran en el carro antes de hacerles una seña a los
caballos con un chasquido de su lengua para que dieran la vuelta y empezaran
el largo viaje de regreso a York.
Las cortinas en el interior del carruaje estaban corridas hacia atrás; el cielo
estaba cargado de nubes negruzcas, presionándose contra el horizonte.
—Va a llover —dijo Jem, apartándose el húmedo cabello plateado de los ojos.
Will no dijo nada. Estaba mirando hacia fuera por la ventana. Sus ojos eran
del color del océano Ártico en la noche.
—Cecily —dijo Tessa, en una voz mucho más amable que la que estaba
acostumbrada a usar con Will en esos días. Él lucía tan miserable… tan sombrío
y duro como los páramos por los que estaban pasando—. Tu hermana… ella se
parece a ti.
Will permaneció en silencio. Tessa, sentada junto a Jem en el duro asiento,
tembló un poco. Sus ropas estaban húmedas por la tierra mojada y las ramas, y
el interior del carruaje era frío. Jem se agachó y, encontrando una manta algo
harapienta, la extendió sobre ambos. Ella podía sentir el calor que irradiaba el
cuerpo de él, como si estuviera afiebrado, y luchó contra la urgencia de
acercarse a él para entrar en calor.
—¿Tienes frío, Will? —preguntó ella, pero él solo sacudió la cabeza, sus ojos
aún mirando, sin ver, el campo por el que pasaban. Ella miró a Jem con
desesperación.
Jem habló, su voz directa y clara —Will —dijo—. Pensé… pensé que tu
hermana estaba muerta.
Will arrastró su mirada desde la ventana y los miró a ambos. Cuando sonrió,
fue horrible. —Mi hermana está muerta —dijo.
Y eso fue todo lo que dijo. Recorrieron todo el resto del camino de regreso a
York en silencio.
Habiendo dormido apenas la noche anterior, Tessa entraba y salía de un
sopor intermitente que duró hasta que llegaron a la estación de trenes de York.
En una niebla descendió del carro y siguió a los otros a la plataforma de
Londres; estaban retrasados para tomar el tren, y casi lo pierden. Jem sostuvo la
puerta abierta para ella, para ella y para Will, mientras ambos tropezaban
escaleras arriba y entraban en el compartimiento después de él. Después, ella
recordaría la forma en que lucía, sosteniendo la puerta, sin sombrero,
llamándolos a ambos, y recordaría el mirar por la ventana del tren mientras se alejaba, viendo a Gottshall de pie en la plataforma mirándolos con sus
inquietantes ojos oscuros y su sombrero calado. Todo lo demás estaba borroso.
No hubo conversación esta vez mientras el tren recorría su camino a través
del campo cada vez más oscurecido por las nubes, solamente silencio. Tessa
descansó su barbilla en la palma de su mano, apoyando su cabeza contra el
duro vidrio de la ventana. Las colinas verdes volaron al pasar, y también
ciudades pequeñas y villas, cada una con su propia estación pequeña y limpia,
el nombre de ésta recogido en una señal roja y dorada. Las agujas de las iglesias
se elevaban a la distancia; las ciudades crecían y desaparecían, y Tessa estaba
consciente de que Jem le susurraba a Will, en latín, eso creía: “Me specta, me
specta,”14 y Will no respondía. Después, fue consciente de que Jem había dejado
el compartimento, y miró a Will al otro lado del pequeño espacio oscurecido
entre ellos. El sol había comenzado a bajar, y le daba un color rosado a su piel,
contrastando la mirada en blanco de sus ojos.
—Will —dijo ella suavemente, adormilada—. Anoche… —Fuiste bueno
conmigo, iba a decir. Gracias.
La miraba de sus ojos azules la atravesó. —No hubo anoche —dijo él entre
dientes.
Ante eso, ella se sentó derecha, casi despierta. —Oh, ¿en serio? ¿Simplemente
fuimos directo desde una tarde hasta la mañana siguiente? Cuán raro es que
nadie más lo haya comentado. Debería pensar que fue alguna clase de milagro,
un día sin noche…
—No me pongas a prueba, Tessa. —Las manos de Will estaban cerradas con
fuerza sobre sus rodillas, sus uñas, con medias lunas de mugre bajo ellas, se
hundían en la tela de sus pantalones.
—Tu hermana está viva —dijo, sabiendo perfectamente que estaba
provocándolo—. ¿No deberías estar contento?
Él palideció. —Tessa… —comenzó, y se inclinó hacia delante como si quisiera
hacer algo que ella ignoraba, golpear la ventana y romperla, sacudirla por los hombros, o abrazarla como si nunca quisiera dejarla ir, era todo un gran
misterio con él, ¿no? Entonces la puerta del compartimento se abrió y entró Jem
que llevaba un paño húmedo.
Miró de Will a Tessa y elevó sus cejas plateadas. —Un milagro —dijo—. Lo
has hecho hablar.
—Solo gritarme, en realidad —dijo Tessa—. Nada de pan y pescado15.
Will había vuelto a mirar por la ventana, y no miró a ninguno de los dos
mientras hablaban.
—Es un comienzo —dijo Jem, y se sentó al lado de ella—. Aquí. Dame tus
manos.
Sorprendida, Tessa extendió sus manos hacia el y se aterrorizó. Estaban
inmundas, las uñas rotas y resquebrajadas y gruesas con medias lunas de
mugre donde había arañado la tierra de Yorkshire. Había incluso un rasguño
con sangre atravesando sus nudillos, aunque no se recordaba habérselo hecho.
No eran las manos de una dama. Pensó en las perfectas uñas rosas y blancas
de Jessamine. —Jessie estaría horrorizada —dijo tristemente—. Me habría dicho
que tenía manos de mujer de limpieza.
—Y, por favor dime, ¿qué hay de deshonroso en ello? —dijo Jem mientras
suavemente limpiaba la suciedad de sus rasguños—. Te vi persiguiéndonos, y a
esa criatura autómata. Si Jessamine no sabe ahora que hay honor en la sangre y
la suciedad, nunca lo comprenderá.
El paño frío se sentía bien en sus dedos. Miró a Jem, quien estaba
concentrado en su tarea, sus pestañas eran una franja de plata. —Gracias —dijo
ella—. Dudo que fuera de alguna ayuda, y probablemente fui un obstáculo,
pero gracias de todos modos.
Él le sonrió, el sol estaba saliendo de detrás de las nubes. —Para eso te
estamos entrenando, ¿no?
Ella bajó la voz. —¿Tienes alguna idea de lo que pudo haber pasado? ¿Por
qué la familia de Will estaría viviendo en la casa que alguna vez fue de
Mortmain?
Jem miró hacia Will, quien aún estaba mirando amargamente por la ventana.
Habían entrado a Londres, y los edificios grises estaban comenzando a elevarse
a su alrededor por todos lados. La mirada que Jem le dio a Will fue una algo
cariñosa y cansada, una mirada familiar, y Tessa se dio cuenta de que, aun
cuando los había imaginado como hermanos, siempre había imaginado a Will
como el mayor, el protector, y a Jem como el más joven, y la realidad era mucho
más complicada que eso.
—No lo sé —dijo—. Aunque me hace pensar que este juego al que está
jugando Mortmain es uno de los largos. De alguna forma sabía exactamente
donde nos llevarían nuestras investigaciones, y arregló que este “encuentro”
nos conmocionara tanto como fuera posible. Él desea que recordemos quién es
el que tiene el poder.
Tessa se estremeció. —No sé lo que quiere de mí, Jem —dijo en voz baja—.
Cuando me dijo que él me hizo, fue como si estuviera diciendo que podía
deshacerme igual de fácil.
El brazo cálido de Jem tocó el de ella. —No puedes ser deshecha —dijo muy
suavemente—. Y Mortmain te subestima. Vi como usaste esa rama contra el
autómata…
—No fue suficiente. Si no hubiese sido por mi ángel… —Tessa tocó el
colgante en su garganta—. El autómata lo tocó y retrocedió. Otro misterio que
no entiendo. Me protegió antes, y de nuevo esta vez, pero en otras situaciones
yace inactivo. Es un misterio tal como mi talento.
—El que, afortunadamente, no necesitaste usar para Cambiar y transformarte
en Starkweather. Parecía bastante feliz de simplemente darnos los archivos de
las Sombras.
—Gracias a Dios —dijo Tessa—. No me lo esperaba. Parecía un hombre tan
desagradable y amargado. Pero si alguna vez resulta ser necesario… —Sacó algo de su bolsillo y lo extendió, algo que brillaba en la tenue luz del carruaje—.
Un botón —dijo con aire de suficiencia—. Se cayó de la manga de su chaqueta
esta mañana y yo lo recogí.
Jem sonrió. —Muy inteligente, Tessa. Sabía que nos alegraríamos de haberte
traído con nosotros…
Se interrumpió con una tos. Tessa lo miró alarmada, e incluso Will se
despertó de su silencioso abatimiento, girando para mirar a Jem, estrechando
los ojos. Jem tosió de nuevo, su mano presionó su boca, pero cuando la quitó,
no había sangre visible. Tessa vio cómo se relajaban los hombros de Will.
—Sólo algo de polvo en mi garganta —les aseguró Jem. No lucía enfermo,
sino cansado, aunque su cansancio solamente servía para resaltar la delicadeza
de sus rasgos. Su belleza no ardía como la de Will en fieros colores y fuego
reprimido, pero tenía su propia perfección muda, el encanto de la nieve que cae
contra un cielo gris plateado.
—¡Tu anillo! —ella se puso de pie de repente cuando recordó que aún estaba
usándolo. Puso el botón de vuelta en su bolsillo, y luego se inclinó para quitar el
anillo Carstairs de su mano—. Había querido devolvértelo antes —dijo,
depositando la argolla plateada en la palma de su mano—. Me olvidé…
Él envolvió con sus dedos los de ella. A pesar de sus ideas de nieve y cielos
grises, su mano era sorprendentemente cálida—. Está bien —dijo en voz baja—
me gusta como luce en ti.
Sintió que sus mejillas se acaloraban. Antes de que pudiera responder, el
silbato del tren sonó. Las voces gritaron que estaban en Londres, en la estación
de King Cross. El tren comenzó a bajar la velocidad al tiempo que la plataforma
aparecía a la vista. El alboroto de la estación aumentó hasta saturar los oídos de
Tessa, junto con el sonido del frenado del tren. Jem dijo algo, pero sus palabras
se perdieron en el ruido; sonó como una advertencia, pero Will ya estaba de pie,
su mano fue a alcanzar el pestillo de la puerta del compartimento. La abrió de
golpe, saltó afuera y bajó. Si no fuera un Cazador de Sombras, pensó Tessa,
hubiera caído, y terriblemente, pero como lo era, simplemente aterrizó con
suavidad en sus pies y comenzó a correr, haciéndose camino entre el hacinamiento de los porteros, los viajeros, la nobleza viajando al norte por el fin
de semana con sus enormes camiones y perros de casa atados con correas, los
chicos del periódico, carteristas y vendedores ambulantes y todo el resto del
tráfico humano de la gran estación.
Jem se puso de pie, alcanzando la puerta con la mano, pero se volvió y miró
a Tessa, y ella vio una expresión cruzar su rostro, una expresión que decía que
se había dado cuenta de que si él corría tras Will, ella no podría seguirlos. Con
otra larga mirada hacia ella, cerró y trabó la puerta y se hundió en el asiento
opuesto al de ella mientras el tren se detenía.
—Pero Will… —comenzó ella.
—Él estará bien —dijo Jem con convicción—. Tú sabes como es. A veces
solamente quiere estar solo. Y dudo que desee tomar parte en el recuento de las
experiencias de hoy con Charlotte y los otros. —Cuando ella no apartó sus ojos
de los suyos, repitió suavemente: —Will puede cuidarse a sí mismo, Tessa.
Ella pensó en la triste mirada en los ojos de Will cuando le había hablado,
más marcada que los páramos de Yorkshire que acababan de dejar atrás. Esperó
que Jem tuviera razón.
StephRG14
Los orígenes- Príncipe mecánico
Capitulo 7
La maldición
La maldición de un huérfano arrastraría al infierno
A un espíritu desde lo alto;
Pero ¡oh!, más horrible que eso
¡Es la maldición en el ojo de un hombre muerto!
Siete días, siete noches, vi esa maldición,
Y sin embargo no podía morir.
—Samuel Taylor Coleridge, “La rima del Antiguo Marinero”
Magnus oyó el sonido de la puerta delantera abriéndose y el siguiente
estrépito de las fuertes voces, y pensó inmediatamente en Will. Y
luego le dio gracia haber pensado en él. El chico Cazador de
Sombras se estaba convirtiendo en algo como un pariente molesto, pensó,
mientras doblaba una página del libro que estaba leyendo (Diálogos de Lucian de
los Dioses). Camille se pondría furiosa porque estaba manoseando su volumen,
alguien del que conoces bien sus hábitos, pero no los puedes cambiar. Alguien
cuya presencia podrías reconocer por el sonido de sus botas en el corredor.
Alguien que se sentía libre de discutir con el criado, cuando se le había dado
órdenes de decirles a todos que no estabas en casa.
La puerta del salón se abrió de golpe, y Will se paró en el umbral, viéndose
mitad triunfante y mitad desgraciado, una hazaña.
—Sabía que estabas aquí —anunció, mientras Magnus se erguía en el sofá,
balanceando sus botas en el suelo—. Ahora, ¿le dirás a este… a este murciélago
sobrevestido que deje de rondar sobre mis hombros? —Señaló a Archer, el
subyugado de Camille y el criado temporal de Magnus; que estaba, de hecho,
acechando al costado de Will. Su rostro reflejaba una mirada de desaprobación,
pero de todos modos siempre lucía así. —Dile que quieres verme.
Magnus puso su libro en la mesa junto a él. —Pero tal vez no quiero verte —
dijo razonablemente—. Le dije a Archer que no dejara pasar a nadie, no que no
dejara pasar a nadie excepto tú.
—Me amenazó —dijo Archer con su voz no del todo humana—. Le diré a mi
señora.
—Tú haz eso —dijo Will, pero sus ojos estaban puestos en Magnus, azules y
ansiosos—. Por favor. Tengo que hablar contigo.
Al diablo el niño, pensó Magnus. Después de un agotador día eliminando un
hechizo bloqueador de memoria a un miembro de la familia Penhallow, sólo
quería descansar. Ya había dejado de prestar atención para escuchar los pasos
de Camille en el corredor, o de esperar un mensaje, pero todavía prefería esta
habitación sobre otras… esta habitación, donde el toque personal de ella parecía
aferrarse a las rosas espinosas del empapelado, al suave perfume que salía de
las cortinas. Había estado anhelando pasar la noche sentado junto al fuego; con
un vaso de vino, un libro y quedarse estrictamente solo.
Pero ahora ahí estaba Will Herondale, con una expresión entre el dolor y la
desesperación, queriendo la ayuda de Magnus. Realmente iba a tener que hacer
algo sobre este compasivo impulso de ayudar a los desesperados, pensó
Magnus. Eso y su debilidad por los ojos azules.
—Muy bien —dijo con un suspiro de mártir—. Puedes quedarte y hablar
conmigo. Pero te advierto, no voy a contactar a un demonio. No antes de haber
cenado. A menos que hayas obtenido alguna clase de prueba...
—No. —Will entró con entusiasmo a la habitación, cerrando la puerta en la
cara de Archer. La rodeó y le echó llave, por si acaso, y luego se acercó al fuego.
Hacía mucho frío. Lo poco que se veía por la ventana, que no estaba tapado por
las cortinas, mostraba un atardecer oscuro en la plaza, hojas volando con un
traqueteo sobre el pavimento por un fuerte viento. Will se quitó los guantes, los
puso sobre la repisa de la chimenea y estiró las manos hacia las llamas—. No
quiero que contactes a un demonio.
—Ah. —Magnus puso sus botas sobre la pequeña mesa de palo rosa en
frente del sofá, otro gesto que hubiera enfurecido a Camille de haber estado
allí—. Esa es una buena noticia, supongo...
—Quiero que me envíes al reino de los demonios.
Magnus se ahogó. —¿Quieres que haga qué?
El perfil de Will era negro contra el fuego parpadeante. —Crea un portal al
mundo de los demonios y envíame a través de él. Puedes hacer eso, ¿no?
—Eso es magia negra —dijo Magnus—. No es nicromacia, pero...
—Nadie necesita saber.
—En serio. —El tono de Magnus era ácido—. Estas cosas tienen un modo de
salir. Y si la Clave descubre que mandé a uno de los suyos, el más prometedor,
a que lo destrocen demonios en otra dimensión...
—La Clave no me considera prometedor. —La voz de Will era fría—. Yo no
soy prometedor. No soy nada, ni nunca lo voy a ser. No sin tu ayuda.
—Estoy empezando a preguntarme si has sido enviado a ponerme a prueba,
Will Herondale.
Will soltó un pequeño grito de risa. —¿Por Dios?
—Por la Clave. Que bien podría ser Dios. Tal vez simplemente tratan de
averiguar si estoy dispuesto a romper la Ley.
Will se dio vuelta y lo miró fijamente. —Voy mortalmente en serio —dijo—.
Esto no es algún tipo de prueba. No puedo seguir así, invocando demonios al
azar, nunca el correcto, interminable esperanza, interminable decepción. Cada
día amanece más negro, y la perderé para siempre si tú...
—¿Perderla? —La mente de Magnus se fijó en la palabra, se sentó con la
espalda recta, entrecerrando los ojos—. Esto es sobre Tessa. Sabía que lo era.
Will se ruborizó, un poco de color en toda la palidez de su rostro. —No sólo
ella.
—Pero la amas.
Will se lo quedó mirando. —Por supuesto que la amo —dijo finalmente—.
Había llegado a pensar que nunca amaría nadie, pero la amo.
—¿Se supone que esta maldición te quitaría tu capacidad para amar? Porque
esa es la tontería más grande si alguna vez he oído una. Jem es tu parabatai. Te
he visto con él. Lo amas, ¿no?
—Jem es mi gran pecado —dijo Will—. No me hables de él.
—Que no te hable de Jem. Que no te hable de Tessa. Quieres que abra un
portal al mundo de los demonios para ti, ¿y no vas a hablar conmigo o decirme
por qué? No lo haré, Will. —Magnus cruzó lo brazos sobre su pecho.
Will puso una mano sobre la chimenea. Estaba muy tranquilo, las llamas
mostrando su perfil, su perfil hermoso y claro, la gracia de sus largas y
delgadas manos. —Vi a mi familia hoy —dijo, luego se corrigió rápidamente—.
A mi hermana. Vi a mi hermana menor. Cecily. Sabía que vivían, pero nunca
pensé que los volvería ver. No pueden estar cerca de mí.
—¿Por qué? —dijo Magnus con su voz suave; sintió que estaba al borde de
algo, algún tipo de descubrimiento con este extraño, exasperante, dañado y
destruido chico—. ¿Qué hicieron ellos que fue tan terrible?
—¿Qué hicieron? —Will levantó la voz—. ¿Qué hicieron? Nada. Soy yo. Yo soy
veneno. Veneno para ellos. Veneno para todo aquel que me ama.
—Will...
—Te mentí —dijo, volviéndose de pronto lejos del fuego.
—Sorprendente —murmuró Magnus, pero Will se había ido, a sus recuerdos,
que quizás era lo mejor. Había comenzado a pasearse, raspando sus botas
contra la hermosa alfombra persa de Camille.
—Sabes lo que te he dicho. Estaba en la biblioteca en la casa de mis padres en
Gales. Era un día lluvioso; estaba aburrido, mirando las cosas viejas de mi
padre. Él había guardado un par de cosas de su antigua vida como Cazador de
Sombras, cosas a las que no había querido renunciar, por sentimientos, quizás.
Una vieja estela, aunque yo no sabía lo que era en ese momento, y una pequeña
caja gravada en un cajón falso en su escritorio. Supongo que él asumió que sería
suficiente para mantenernos fuera, pero nada es suficiente para mantener
alejado a niños curiosos. Por supuesto que lo primero que hice cuando encontré
la caja fue abrirla. Una niebla salió de ella en una explosión, formándose casi al
instante en un demonio viviente. En el momento en que vi a la criatura comencé
a gritar. Sólo tenía doce años, nunca había visto algo así: enorme, mortífero,
todos sus dientes afilados y con cola de púas, y yo no tenía nada. Sin armas.
Cuando rugió caí en la alfombra. La cosa se movía sobre mí, silbando. Luego,
mi hermana irrumpió en la habitación.
—¿Cecily?
—No, Ella, mi hermana mayor, tenía algo resplandeciente en la mano. Ahora
sé lo que era, una espada serafín; no tenía idea entonces. Grité para que ella
saliera, pero se puso entre la criatura y yo. No tenía ningún miedo, mi hermana.
Nunca lo tuvo. No tenía miedo de subir al árbol más alto, de montar el caballo
más salvaje, y no tuvo ningún miedo ahí, en la biblioteca. Le dijo a la cosa que
se fuera. Eso se estaba moviendo como un insecto grande y feo. Ella dijo “Te
destierro.” Luego eso se echó a reír.
Por supuesto que lo hizo. Magnus sintió un extraño y conmovedor
sentimiento de piedad y simpatía por la niña, criada sin saber nada acerca de
los demonios, cómo se convocan o se destierran, y sin embargo, parada allí sin
importarle.
—Se rió, y la golpeó con su cola, tirándola al suelo. Luego fijó sus ojos en mí.
Eran completamente rojos, sin nada de blanco. Dijo: “Es a tu padre a quién
debería destruir, pero como él no está aquí, tú tendrás que servir.” Yo estaba
tan sorprendido, todo lo que podía hacer era mirar. Ella estaba arrastrándose
sobre la alfombra, buscando la espada serafín que se había caído. “Te maldigo,”
dijo la criatura. “Todo aquel que te ame, morirá. Su amor será su destrucción.
Puede tomar instantes, puede tomar años, pero cualquiera que te mire con amor
morirá por él, a menos que te alejes de ellos para siempre. Comenzaré con ella.”
Gruñó en dirección a Ella, y desapareció.
Magnus estaba fascinado, a pesar de sí mismo. —¿Y cayó muerta?
—No. —Will todavía se estaba paseando. Se quitó la chaqueta y la colgó
sobre una silla. Su negro cabello bien largo había empezado a rizarse con el
calor de su cuerpo, combinado con el calor del fuego; se le había pegado al
cuello—. Salió ilesa. Me tomó en sus brazos, y me consoló. Me dijo que las
palabras de los demonios no significaban nada. Admitió que había leído
algunos de los libros prohibidos de la biblioteca, y que así fue como supo que
era una espada serafín y cómo usarla, y que la cosa que había abierto se llamaba
Pyxis, pero no podía imaginar por qué mi padre habría guardado una. Me hizo
prometer que no tocaría nada de las cosas de mis padres a menos que ella
estuviera ahí, y luego me llevó a la cama, se sentó leyendo mientras me quedé
dormido. Yo estaba agotado por la sorpresa de todo, creo. Recuerdo haber
escuchado susurrarle a mi madre, algo acerca cómo había caído enfermo
mientras ellos habían salido, alguna clase de fiebre infantil. Para ese momento,
yo había comenzado a disfrutar el alboroto que se estaba haciendo sobre mí, y el demonio había empezado a parecer un recuerdo más emocionante. Recuerdo
haber planeado cómo decirle a Cecily sobre eso, sin admitir, por supuesto, que
Ella me había salvado mientras yo había gritado como un niño...
—Eras un niño —señaló Magnus.
—Ya tenía la edad suficiente —dijo Will—. Edad suficiente para saber qué
significaba cuando la mañana siguiente me despertó el aullido de dolor de mi
madre. Estaba en la habitación de Ella, y Ella estaba muerta en su cama.
Hicieron todo lo posible por mantenerme afuera, pero vi lo que necesitaba ver.
Ella estaba hinchada, de un color negro verdoso, como si algo la hubiera
podrido desde adentro. Ya no se parecía a mi hermana. No parecía humana.
Sabía lo que había pasado, incluso si ellos no. “Todo aquel que te ame morirá. Y
comenzaré con ella.” Era mi maldición funcionando. Sabía que tenía que alejarme
de ellos, de mi familia, antes de que trajera el mismo horror sobre ellos. Me fui
esa misma noche, siguiendo los caminos hacia Londres.
Magnus abrió la boca, luego la cerró de nuevo. Por primera vez, no sabía qué
decir.
—Así que, ya ves —dijo Will—, mi maldición difícilmente puede ser llamada
una tontería. La vi funcionar, y desde ese día me he esforzado por estar seguro
de que lo que le pasó a Ella no le pase a nadie más en mi vida. ¿Puedes
imaginarlo? ¿Puedes? —Se pasó las manos por su pelo negro, dejando que las
hebras enredadas volvieran a caer sobre sus ojos—. Nunca dejar que nadie se te
acerque. Hacer que todos, que tal vez de otra forma te hubieran amado, te
odien. Dejé mi familia para alejarme de ellos, para que ellos quizás me olviden.
Cada día debo mostrar crueldad a aquellos con los que he elegido vivir, para
que no sientan demasiado afecto hacia mí.
—Tessa... —La mente de Magnus se llenó de repente de la cara seria de ojos
grises que había mirado a Will como si fuera un nuevo sol amaneciendo sobre
el horizonte. —¿Crees que ella no te ama?
—No lo creo. He sido bastante malo con ella. —La voz de Will era de tristeza,
miseria y odio a sí mismo, todos combinados—. Creo que hubo un momento en
el que casi... creí que ella había muerto, ya ves, y le mostré... dejé que viera lo
que sentía. Creo que ella hubiera regresado mis sentimientos después de eso.
Pero la aplasté, tan brutalmente como pude. Imagino que simplemente me odia
ahora.
—Y Jem —dijo Magnus, temiendo la respuesta, sabiéndola.
—Jem se está muriendo de todos modos —dijo Will con voz ahogada—. Jem
es lo que me he permitido. Me digo a mí mismo que si muere, no es mi culpa.
Se está muriendo de todas formas, y dolorosamente. Al menos la muerte de Ella
fue rápida. Tal vez a través de mí, él puede conseguir una buena muerte. —
Miró hacia arriba miserablemente, encontrándose con los ojos acusadores de
Magnus—. Nadie puede vivir sin nada —susurró—. Jem es todo lo que tengo.
—Tendrías que haberle dicho —dijo Magnus—. El habría elegido ser tu
parabatai de todas formas, aun conociendo los riesgos.
—¡No podía hacerle cargar con ese conocimiento! Él habría guardado el
secreto si se lo pedía, pero lo lastimaría saberlo... y el dolor que le causé a otros
lo lastimaría aún más. Incluso si le dijera a Charlotte, para que le dijera a Henry
y al resto, que mi comportamiento es una farsa... que cada cosa cruel que he
dicho es una mentira, que deambulo por las calles sólo para dar la impresión de
que he estado afuera bebiendo y en busca de prostitutas, cuando en realidad no
tengo ningún deseo de hacer algo de eso... entonces habría dejado de alejarlos.
—¿Así que nunca le dijiste a nadie sobre esta maldición? ¿Nadie más que a
mí, desde que tenías doce años?
—No podía —dijo Will—. ¿Cómo podía estar seguro que no se sentirían
apegados a mí, una vez que supieran la verdad? Una historia como ésta podría
generar compasión, la compasión podría convertirse en apego, y entonces...
Magnus levantó las cejas. —¿Y no estás preocupado por mí?
—¿De que tal vez me ames? —Will sonaba genuinamente sorprendido—.
No, porque tu odias a los Nefilim, ¿cierto? Y además, me imagino que los brujos
tienen formas de protegerse de emociones no deseadas. Pero para aquellos
como Charlotte, como Henry; si ellos supieran que el personaje que les presenté
es falso, si conocieran mi verdadero corazón... se podrían preocupar por mí.
—Y entonces morirían —dijo Magnus.
***
Charlotte levantó la cara de sus manos poco a poco. —¿No tienen la menos
idea de dónde está? —preguntó por tercera vez—. ¿Will simplemente se... fue?
—Charlotte. —La voz de Jem era tranquilizadora. Estaban en el salón, con su
papel tapiz de flores y vides. Sophie estaba junto al fuego, usando el atizador
para provocar más llamas sobre el carbón. Henry estaba sentado detrás del
escritorio, manipulando una serie de instrumentos de cobre; Jessamine estaba
en la tumbona y Charlotte estaba en un sillón junto al fuego. Tessa y Jem
estaban sentados un tanto decorosamente lado a lado en el sofá, lo que
particularmente hacía sentir a Tessa como una invitada. Estaba llena por los
sándwiches que Bridget había traído en una bandeja, y el calor del té calentaba
lentamente sus entrañas—. No es como si fuera inusual. ¿Cuándo hemos sabido
a dónde va Will en la noche?
—Pero esto es diferente. Él vio a su familia, o a su hermana por lo menos.
Oh, pobre Will. —La voz de Charlotte tembló con ansiedad—. Había pensado
que quizás, finalmente había empezado a olvidarse de ellos.
—Nadie se olvida de su familia —dijo Jessamine bruscamente. Estaba
sentada en la tumbona con un caballete de acuarelas y papeles apoyados ante
ella; recientemente había tomado la decisión de que había rezagado en la
búsqueda de artes de doncella, y había comenzado a pintar, cortar siluetas,
presionar flores y tocar el clavecín en la sala de música, aunque Will dijo que su
voz para el canto le hacía pensar en Iglesia cuando estaba de un humor
particularmente reclamante.
—Bueno, por supuesto que no —dijo Charlotte a toda prisa—, pero tal vez no
vivir con el recuerdo constante, como una especie de peso terrible sobre ti.
—Como si supiéramos qué hacer con Will si no tuviera sus insensateces
todos los días —dijo Jessamine—. De todos modos, no pudo haberse
preocupado mucho por su familia en primer lugar o no los habría dejado.
Tessa soltó un grito ahogado. —¿Cómo puedes decir eso? No sabes por qué
se fue. Tú no viste su cara en la mansión Ravenscar…
—La mansión Ravenscar. —Charlotte estaba mirando ciegamente a la
chimenea—. De todos los lugares a los que pensé que irían...
—Basura —dijo Jessamine, mirando con enojo a Tessa—. Por lo menos su
familia está con vida. Además, apuesto a que no estaba triste en absoluto,
apuesto a que estaba fingiendo. Siempre lo está.
Tessa miró a Jem por apoyo, pero él estaba mirando a Charlotte, y su mirada
era dura como una moneda de plata. —¿Qué quieres decir con —dijo—, de
todos los lugares a los que pensaste que irían? ¿Sabías que la familia de Will se
había mudado?
Charlotte comenzó suspirando. —Jem...
—Es importante, Charlotte.
Charlotte miró la lata que había sobre la mesa, que contenía su bebida de
limón favorita. —Después de que los padres de Will vinieron a verlos, cuando
él tenía doce y los envió lejos… le rogué que hablara con ellos, sólo por un
momento, pero él no quiso. Traté de hacerle entender que si se iban, entonces él
no podría volver a verlos, y yo no podría darle noticias suyas. El tomó mi mano
y dijo “Por favor sólo prométeme que me dirás si mueren, Charlotte.
Prométemelo.” —Ella miró hacia abajo, con sus dedos haciendo nudos con la
tela de su vestido—. Fue una petición muy extraña hecha por un niño pequeño.
Tu… tuve que decir que sí.
—¿Así que has estado mirando por el bienestar de la familia de Will? —
preguntó Jem.
—Contraté a Ragnor Fell para hacerlo —dijo Charlotte—. Por los primeros
tres años. El cuarto año vino a decirme que los Herondale se habían mudado.
Edmund Herondale, el padre de Will, había perdido su casa apostando. Eso fue
todo lo que Ragnor fue capaz de recoger. Los Herondale habían sido forzados a
mudarse. No pudo encontrar ningún otro rastro de ellos.
—¿Alguna vez se lo dijiste a Will? —dijo Tessa.
—No. —Charlotte sacudió la cabeza. —Me había hecho prometerle decirle si
morían, eso fue todo. ¿Por qué agregar a su infelicidad el conocimiento de que
habían perdido su casa? Nunca los mencionó. Yo había mantenido la esperanza
de que pudiera haber olvidado...
—Él nunca olvidó. —Había una fuerza en las palabras de Jem que detuvo el
movimiento nervioso de los dedos de Charlotte.
—No debería haberlo hecho —dijo Charlotte—. Nunca debería haber hecho
esa promesa. Era una violación a la Ley...
—Cuando Will realmente quiere algo —dijo Jem en voz baja—, cuando siente
algo, puede romper tu corazón.
Se hizo silencio. Los labios de Charlotte estaban apretados, sus ojos
sospechosamente brillantes. —¿Dijo algo sobre a dónde iba cuando se fue de
Kings Cross?
—No —dijo Tessa—. Llegamos y él sólo se levantó y se evaporó... lo siento,
se levantó y corrió —se corrigió a si misma, sus miradas en blanco alertándola
del hecho de que estaba usando jerga americana.
—Se levantó y se evaporó —dijo Jem—. Me gusta. Lo hace sonar como si
hubiera dejado una nube de polvo tras él. No dijo nada, no, sólo se abrió paso a
codazos entre la multitud y se fue. Casi derribando a Cyril que venía por
nosotros.
—Nada de esto tiene sentido —se quejó Charlotte—. ¿Por qué la familia de
Will habría de vivir en una casa que pertenecía a Mortmain? ¿En Yorkshire, de
todos los lugares? Esto no es a dónde creí que nos llevaría este camino.
Buscamos a Mortmain y encontramos a los Shade; lo buscamos otra vez y
encontramos la familia de Will. Nos rodea, como el ouroboros maldito que es su
símbolo.
—Hiciste que Ragnor Fell mirara antes por la familia de Will—dijo Jem—.
¿Puedes hacerlo otra vez? Si de alguna manera Mortmain está relacionado con
ellos... por cualquier razón...
—Sí, sí, por supuesto —dijo Charlotte—. Le escribiré de inmediato.
—Hay algo que no entiendo —dijo Tessa—. La demanda de compensaciones
fue presentada en 1825, y la edad del demandante fue listada como veintidós. Si
tenía veintidós entonces, tendría setenta y cinco ahora, y no se ve tan viejo. Tal
vez unos cuarenta...
—Hay formas —dijo Charlotte lentamente— para los mundanos que se
meten en la magia oscura, de prolongar sus vidas. Justo el tipo de hechizo que,
por cierto, uno puede encontrar en el Libro del Blanco. La cual es la razón que la posesión del libro por cualquier otro que no sea la Clave, es considerado un
crimen.
—Todos esos negocios del periódico de que Mortmain heredó una compañía
marítima de su padre —dijo Jem—. ¿No creen que usó el truco de los vampiros?
—¿El truco de los vampiros? —se hizo eco Tessa, tratando de recordar en
vano tal cosa del Código.
—Es una forma que los vampiros tienen para conservar su dinero con el
tiempo —dijo Charlotte—. Cuando han estado demasiado tiempo en un lugar,
tiempo suficiente para que la gente haya empezado a notar que no envejecen,
fingen su propia muerte y dejan su herencia a un hijo o sobrino perdido hace
mucho tiempo. Y ¡voila!, el sobrino se presenta, con un extraño parecido a su
padre o tío, pero ahí está y se lleva el dinero. Y siguen así a veces durante
generaciones. Mortmain pudo fácilmente haberse dejado la compañía a sí
mismo para disfrazar el hecho de que no estaba envejeciendo.
—Así que fingió ser su propio hijo —dijo Tessa—. Lo que también pudo
haberle dado una razón de ser visto cambiar la dirección de la empresa, de
volver a Gran Bretaña y empezar a interesarse por los mecanismos y ese tipo
de cosas.
—Y probablemente es también por qué dejó la casa en Yorkshire —dijo
Henry.
—Aunque eso no explica por qué está hablando con la familia de Will —
reflexionó Jem.
—O dónde está Will —añadió Tessa.
—O dónde está Mortmain —agregó Jessamine, con una especie de alegría
oscura—. Sólo nueve días más, Charlotte.
Charlotte volvió a poner la cabeza en sus manos. —Tessa —dijo—, odio tener
que pedirte esto, pero, después de todo, es el por qué te mandamos a Yorkshire,
y no debemos dejar ninguna piedra sin mover. ¿Todavía tienes el botón del saco
de Starkweather?
Sin decir palabra, Tessa tomó el botón de su bolsillo. Era redondo, de perla y
plata, y se sentía extrañamente frío en su mano. —¿Quieres que me transforme
en él?
—Tessa —dijo Jem rápidamente—. Si no quieres hacer esto, Charlotte,
nosotros, nunca te lo pediremos.
—Lo sé —dijo Tessa—. Pero yo me ofrecí, y no faltaré a mi palabra.
—Gracias Tessa. —Charlotte parecía aliviada—. Tenemos que saber si hay
algo que esconde de nosotros, si estaba mintiéndote acerca cualquier parte de
este negocio. Su implicación en lo que les pasó a los Shade...
Henry frunció el ceño. —Será un día oscuro cuando no puedes confiar en tus
compañeros Cazadores de Sombras, Lottie.
—Ya es un día oscuro, Henry —respondió Charlotte sin mirarlo.
***
—Entonces no me vas a ayudar —dijo Will con una voz plana. Usando
magia, Magnus había hecho crecer el fuego en la chimenea. En el resplandor de
las llamas saltando, el brujo podía ver más detalles de Will, su cabello oscuro
rizado cerca de la nuca, sus delicados pómulos y su fuerte mandíbula, la
sombra de sus pestañas. A Magnus le recordaba a alguien; el recuerdo le hacía
cosquillas en el fondo de su mente, negándose a aclararse. Después de tantos
años, a veces era difícil recoger recuerdos individuales, incluso de aquellos a los
que había amado. Ya no podía recordar el rostro de su madre, aunque sabía que
se había parecido a él, una mezcla de su abuelo holandés y su abuela de
Indonesia.
—Si tu definición de “ayuda” consiste en dejarte caer en los reinos de los
demonios como a una rata en una fosa llena de terriers, entonces no, no voy a
ayudarte —dijo Magnus—. Esto es una locura, lo sabes. Ve a casa. Duerme la
borrachera.
—No estoy borracho.
—Bien podrías estarlo. —Magnus pasó ambas manos por su grueso cabello y
pensó, de repente y de manera irracional, en Camille. Y estaba encantado. Aquí
en esta habitación, con Will, había estado casi dos horas sin pensar en ella en lo absoluto. Progreso—. ¿Crees que eres la única persona que alguna vez ha
perdido a alguien?
La cara de Will se retorció. —No lo hagas sonar así, como si fuera una clase
común de dolor. No es así. Dicen que el tiempo cura todas las heridas, pero eso
supone que el origen del dolor es finito. Terminado. Esto es una nueva herida
todos los días.
—Sí —dijo Magnus, recostándose contra los almohadones—. Esa es la
genialidad de las maldiciones, ¿no es verdad?
—Sería una cosa si hubiera sido maldecido para que muriera cualquiera al
que ame—dijo Will—. Podría evitar amar. Evitar que otros se preocupen por
mí, es un proceso extraño y agotador. —Sonaba exhausto, pensó Magnus, y
dramático en la forma en la que sólo alguien de diecisiete años puede serlo.
También puso en duda la verdad de la declaración de Will de que podría evitar
amar, pero entendió por qué el chico podría querer contarle esta historia—.
Tengo que representar el papel de otra persona todo el día, cada día, amargo,
vicioso y cruel.
—Me gustas más de esa manera. Y no me digas que no lo disfrutas por lo
menos un poco, interpretando al malvado Will Herondale.
—Dicen que lo llevamos en la sangre, ese tipo de humor amargo —dijo Will,
mirando a las llamas—. Ella lo tenía. También Cecily. Nunca pensé que lo tenía
hasta que me di cuenta de que lo necesitaba. He aprendido buenas lecciones de
cómo ser odioso todos estos años. Pero me encuentro perdido... —Buscó las
palabras—. Me siento disminuido, partes de mí yendo en espiral hacia la
oscuridad, esas partes que son honestas y verdaderas... Si lo mantienes alejado
de ti el tiempo suficiente, ¿lo pierdes por completo? Si nadie en el mundo se
preocupa por ti en lo absoluto, ¿realmente existes?
Esto último lo dijo en voz tan baja que Magnus tuvo que esforzarse para
oírlo. —¿Qué fue eso?
—Nada. Algo que leí en alguna parte una vez. —Will se volvió hacia él—.
Me estarías haciendo un favor, mandándome a los reinos de los demonios.
Podría encontrar lo que estoy buscando. Es mi única oportunidad... y sin esa
posibilidad, mi vida no tiene valor para mí de todos modos.
—Es bastante fácil decirlo a los diecisiete años —dijo Magnus, no sin una
pequeña cantidad de frialdad—. Estás enamorado y crees que es todo lo que
hay en el mundo. Pero el mundo es más grande que tú, Will, y pueden llegar a
necesitarte. Eres un Cazador de Sombras, sirves a una causa mayor. Tu vida no
es tuya para desperdiciarla.
—Entonces nada es mío —dijo Will, y se empujó lejos de la chimenea,
tambaleándose un poco como si realmente estuviera borracho—. Si ni siquiera
poseo mi propia vida...
—¿Quién dijo que se nos debía felicidad? —dijo Magnus en voz baja, y en su
mente vio la casa de su infancia, y a su madre irse lejos de él con miedo en sus
ojos, y a su marido, que no era su padre, ardiendo—. ¿Qué pasa con lo que le
debemos a los demás?
—Ya les he dado todo lo que tenía —dijo Will, alcanzando su abrigo del
respaldo de la silla—. Ya han obtenido suficiente de mí, y si esto es lo que tienes
que decirme, entonces tú también... brujo.
Escupió la última palabra como una maldición. Lamentando su dureza,
Magnus comenzó a ponerse de pie, pero Will se abrió paso hacia la puerta. Se
cerró con fuerza tras él. Momentos más tarde, Magnus lo vio pasar por la
ventana del frente, luchando con su abrigo mientras caminaba, con la cabeza
inclinada hacia abajo contra el viento.
***
Tessa estaba sentada delante de su tocador, envuelta en su bata y haciendo
rodar el pequeño botón en la palma de la mano. Había pedido que la dejen sola
para hacer lo que Charlotte le había pedido. No era la primera vez que se había
transformado en un hombre; las Hermanas Oscuras la habían forzado a hacerlo,
más de una vez, y aunque era una sensación peculiar, no era lo que alimentaba
su renuencia. Era la oscuridad que había visto en los ojos de Starkweather, el
ligero brillo de locura en su voz cuando habló de los botines que había tomado.
No era una mente con la que quería familiarizarse.
No tenía que hacerlo, pensó. Podía salir y decirles que había tratado pero no
había funcionado. Pero sabía que aunque el pensamiento pasara por su cabeza,
no podía hacer eso. De alguna manera, había llegado a pensar que estaba ligada
por lealtad al Instituto de los Cazadores de Sombras. Ellos la habían protegido,
le habían mostrado su bondad, le enseñaron lo que era de verdad, y tenían el
mismo objetivo que ella: encontrar a Mortmain y destruirlo. Pensó en los
amables ojos de Jem sobre ella, firmes, grises y llenos de fe. Respiró hondo y
cerró los dedos alrededor del botón.
La oscuridad vino y la envolvió, encerrándola en su frío silencio. El débil
sonido del crepitar del fuego en la chimenea, el viento contra los cristales de la
ventana, desaparecieron. Oscuridad y silencio. Sintió su cuerpo cambiar: sus
manos se sentían largas e hinchadas, atravesadas por el dolor de la artritis. Su
espalda le dolía, su cabeza se sentía pesada, sus pies estaban punzantes y le
dolían, y había un sabor amargo en su boca. Dientes en descomposición, pensó
y se sintió enferma, tan enferma que tuvo que forzar su mente a que volviera a
la oscuridad que la rodeaba, buscando la luz, la conexión.
Llegó, pero no como lo hacía la luz usualmente, tan firme como un faro.
Llegó en fragmentos rotos, como si estuviera viendo un espejo roto en pedazos.
Cada pedazo sujetaba una imagen que la azotaba, algunas a una velocidad
aterradora. Vio la imagen de un caballo, una colina cubierta de nieve, la sala
negro basalto del Concejo de la Clave, una lápida rota. Hizo un esfuerzo para
apoderarse de una sola imagen. Aquí había una, un recuerdo: Starkweather
bailando en un baile con una mujer riéndose con un vestido de baile de cintura
imperial. Tessa la descartó, buscando otro recuerdo:
La casa era pequeña, situada en las sombras entre dos colinas. Starkweather
observaba desde la oscuridad de un bosque mientras la puerta principal se
abría y salía un hombre. Incluso en el recuerdo, Tessa sintió el corazón de
Starkweather empezar a latir más rápido. El hombre era alto, de hombros
anchos, y de piel color verde como un lagarto. Su cabello era negro. El chico que
él llevaba de la mano, por el contrario, parecía tan normal como un niño puede
ser, pequeño, regordete y de piel rosada…
Tessa sabía el nombre del hombre porque Starkweather lo sabía.
John Shade.
Shade alzó al niño sobre sus hombros mientras que por la puerta de la casa
salían una serie de criaturas de metal de aspecto extraño, como muñecos de
niños articulados, pero del tamaño de humanos y con la piel de metal brillante.
Las criaturas no tenían facciones. Sin embargo, curiosamente, llevaban puesto
ropa, los overoles de los trabajadores agrícolas de Yorkshire algunos, otros
vestidos simplemente de muselina. Los autómatas se tomaron de la mano y
empezaron a balancearse como si estuvieran en algún baile campestre. El niño
rió y aplaudió.
—Mira bien esto, mi hijo —dijo el hombre de piel verde—, porque un día voy
a gobernar un reino de estos seres mecánicos, y tú serás su príncipe.
—¡John! —una voz vino desde el interior de la casa, una mujer se asomó por
la ventana. Tenía el pelo largo y del color de un cielo sin nubes—. John, entra.
¡Alguien te va a ver! ¡Y vas a asustar al niño!
—Él no tiene miedo en lo absoluto, Anne. —El hombre se rió, y dejó al niño
en el suelo, agitando su cabello—. Mi pequeño príncipe mecánico.
Una oleada de odio se elevó en el corazón de Starkweather en el recuerdo,
tan violento que arrancó a Tessa del recuerdo, mandándola dando vueltas en la
oscuridad otra vez. Empezó a darse cuenta de lo que estaba sucediendo.
Starkweather se estaba volviendo senil, perdiendo el hilo que conecta el
pensamiento y la memoria. Lo que iba y venía en su mente era aparentemente
al azar. Con un esfuerzo trató de visualizar la familia Shade otra vez, y capturó
el breve borde de un recuerdo... una habitación destrozada, engranajes y levas,
y metal destrozado por todas partes, un líquido tan negro como la sangre, y el
hombre de la piel verde y la mujer del cabello azul muertos entre las ruinas.
Luego esto también se había ido, y vio una y otra vez el rostro de la chica del
portarretratos en el hueco de la escalera... la niña con el cabello rubio y la
expresión obstinada... la vio montar un pequeño pony, con su rostro
determinado, la vio con su cabello volando por el viento en los páramos... la vio
gritando y retorciéndose de dolor mientras una estela era puesta contra su piel
y Marcas negras teñían su piel. Por último, Tessa vio su propio rostro,
apareciendo desde el oscuro glamour de la nave del Instituto de York, y sintió
la onda de su choque a través de ella, tan fuerte que la echó del cuerpo de él y
de vuelta al suyo.
Hubo un débil ruido cuando el botón se cayó de su mano y golpeó el suelo.
Tessa levantó la cabeza y se miró en el espejo que había sobre su tocador. Era ella otra vez, y el sabor amargo en su boca ahora era sangre de donde se había
mordido el labio. Se puso de pie, sintiéndose enferma, y se acercó a la ventana,
abriéndola para sentir el aire fresco de la noche sobre su piel sudorosa. La
noche afuera estaba cargada con sombras; había un poco de viento, y las
puertas negras del Instituto parecían amenazantes frente a ella, su lema
hablando ahora más que nunca de la mortalidad y la muerte. Un atisbo de
movimiento le llamó la atención. Miró hacia abajo y vio una forma blanca
mirarla desde el patio de piedra de abajo. Un rostro, torcido pero reconocible. El
de la Sr. Dark.
Jadeó y se echó hacia atrás instintivamente, fuera de la vista de la ventana.
Una ola de vértigo se apoderó de ella. Se la sacudió con fuerza, sus manos
agarrando el alféizar, y se empujó hacia delante de nuevo, mirando hacia abajo
con temor...
Pero el patio estaba vacío, no había nada moviéndose excepto las sombras.
Cerró los ojos, luego los volvió a abrir poco a poco, y luego puso su mano en el
ángel en su garganta. No había habido nada allí, se dijo a sí misma, sólo los
harapos de su imaginación salvaje. Se dijo a sí misma que mejor controlara sus
ensoñaciones o terminaría tan loca como el viejo Starkweather, y deslizó la
ventana para cerrarla.
StephRG14
Los orígenes- Príncipe mecánico
Capitulo 8
Una Sombra en el alma
Oh, sólo, ¡sutil y poderoso opio! Que los corazones de los pobres como a los ricos, por las
heridas que nunca sanan, y por “los dolores que tientan al espíritu a rebelarse,” traes un
apaciguante bálsamo; ¡elocuente opio! Que con tu potente elocuencia te llevas los efectos
de la ira; y al hombre culpable de la noche le devuelves la esperanza de su juventud, y
manos lavadas puras de sangre.
—Thomas De Quincey, “Confesiones de un Comedor-de-Opio Inglés”
En la mañana, cuando Tessa bajó para el desayuno, encontró para su
sorpresa, que Will no estaba allí. No había notado cuán completamente
había esperado que él regresara durante la noche, y se encontró a sí
misma deteniéndose en el marco de la puerta, escaneando los asientos
alrededor de la mesa como si de alguna manera, accidentalmente, lo hubiera
saltado. No fue hasta que su mirada se posó sobre Jem, quien le devolvió la
mirada con una expresión compungida y preocupada, que supo que era
verdad. Will todavía no había regresado.
—Oh, por el amor de Dios, él regresará —dijo Jessamine, enfadada,
golpeando su taza de té en su plato—. Siempre viene a casa arrastrándose.
Mírense ustedes dos, como si hubieran perdido a su cachorro favorito.
Tessa le disparó a Jem una mirada casi culpable, de complicidad cuando se
sentó frente a él y tomó una rebanada de pan de la rejilla para las tostadas.
Henry estaba ausente; Charlotte, en la cabecera de la mesa, estaba claramente
intentando no parecer nerviosa y preocupada, y fracasando.
—Por supuesto que lo hará —dijo—. Will puede cuidarse solo.
—¿Crees que podría haber regresado a Yorkshire? —dijo Tessa—. ¿Para
advertir a su familia?
—Yo… no lo creo —respondió Charlotte—. Will ha evadido a su familia
durante años. Y conoce la Ley, sabe que no puede hablar con ellos. Sabe lo que
perderá. —Sus ojos se posaron brevemente sobre Jem, que estaba jugando
diligentemente con su cuchara.
—Cuando dijo que vio a Cecily, en la mansión, intentó correr tras ella… —
dijo Jem.
—En el calor del momento —dijo Charlotte—. Pero volvió contigo a Londres;
estoy segura de que regresará al Instituto también. Sabe que has obtenido ese
botón, Tessa. Va a querer descubrir lo que sabía Starkweather.
—Muy poco, en realidad —dijo Tessa. Todavía se sentía oscuramente
culpable por no haber encontrado información más útil en los recuerdos de
Starkweather. Había intentado explicar cómo era estar en la mente de alguien
cuyo cerebro estaba en decadencia, pero había sido difícil encontrar las
palabras, y recordaba fundamentalmente la mirada de decepción en el rostro de
Charlotte cuando dijo que no había descubierto nada útil sobre la mansión
Ravenscar. Les había contado todos los recuerdos de Starkweather sobre la
familia Shade, y que, de hecho, si sus muertes habían sido el impulso del deseo
de justicia y venganza de Mortmain, sí parecía ser uno muy poderoso. Ella se
había guardado su sorpresa al verse a sí misma; era desconcertante todavía, y
en cierto modo, parecía privado.
—¿Qué pasa si Will decide dejar la Clave para siempre? —preguntó Tessa—.
¿Regresaría con su familia para protegerlos?
—No —respondió Charlotte, un poco brusca—. No. No creo que vaya a
hacer eso. —Extrañaría a Will si se hubiera ido, pensó Tessa con sorpresa. Will
siempre eran tan desagradable (y a menudo también con Charlotte) que Tessa
algunas veces olvidaba el obstinado amor que Charlotte parecía sentir por todos
los que estaban a su cargo.
—Pero si están en peligro… —protestó Tessa, entonces cayó el silencio
cuando Sophie entró en la habitación cargando una olla con agua caliente, y la
dejó. Charlotte se iluminó al verla.
—Tessa, Sophie, Jessamine —dijo—. Al parecer lo olvidaron, todas tienen
entrenamiento esta mañana con Gabriel y Gideon Lightwood.
—No puedo hacerlo —dijo Jessamine inmediatamente.
—¿Por qué no? Pensé que te habías recuperado de tu dolor de cabeza
—Sí, pero no quiero que vuelva, ¿verdad? —Jessamine se levantó a toda
prisa—. Prefiero ayudarte, Charlotte.
—No necesito tu ayuda para escribirle a Ragnor Fell, Jessie. Realmente me
gustaría que aprovecharas el entrenamiento
—Pero hay docenas de repuestas que se acumulan en la biblioteca de los
Submundos que hemos consultado sobre el paradero de Mortmain —
argumentó Jessamine—. Puedo ayudarte a ordenar esos.
Charlotte suspiró. —Muy bien. —Se giró hacia Tessa y Sophie—. Mientras
tanto, no les digan nada a los chicos Lightwood sobre Yorkshire, ¿o sobre Will?
Me vendría bien no tenerlos en el Instituto ahora mismo, pero no hay nada que
hacer. Es una muestra de buena fe y confianza continuar el entrenamiento.
Deben comportarse en todos los sentidos como si no pasara nada. ¿Pueden
hacer eso, chicas?
—Por supuesto que podemos, Sra. Branwell —dijo Sophie inmediatamente.
Sus ojos brillaban y estaba sonriendo. Tessa suspiró para sus adentros, sin saber
cómo sentirse. Sophie adoraba a Charlotte, y haría cualquier cosa para
complacerla. También detestaba a Will y era poco probable que estuviera
preocupada por su ausencia. Tessa miró a través de la mesa a Jem. Sintió un
vacío en el estomago, el dolor de no saber en dónde estaba Will, y se preguntó
si él lo sentía también. Su rostro normalmente expresivo estaba calmado e
ilegible, aunque cuando atrapó su mirada, embozó una sonrisa amable y
alentadora. Jem era el parabatai de Will, su hermano de sangre; seguramente si
había algo por lo que realmente preocuparse sobre en lo que Will estaba
involucrado, Jem no sería capaz de ocultarlo, ¿no?
Desde la cocina, la voz de Bridget se desplegó en un dulce canto ululante:
¿Debo estar unida mientras tú vas libre
Debo amar a un hombre que no me ama
Debo haber nacido con tan poca arte
Como para amar a un hombre que me romperá el corazón?
Tessa empujó su silla de la mesa. —Creo que es mejor que vaya y me vista.
Habiéndose cambiando de su vestido de día, Tessa se sentó en el borde de su
cama y tomó la copia de Vathek que Will le había dado. Eso no trajo a su mente
el pensamiento de Will sonriendo, sino otras imágenes de Will: Will inclinado
sobre ella en el Santuario, cubierto de sangre; Will entrecerrando los ojos por el
sol en el tejado del Instituto; Will rodando cuesta abajo en Yorkshire con Jem,
salpicándose de lodo sin importarle; Will yéndose de la mesa en el comedor;
Will sosteniéndola en la oscuridad. Will, Will, Will.
Tiró el libro. Golpeó la repisa de la chimenea y rebotó, aterrizando en el
suelo. Si sólo hubiera una manera de raspar a Will de su mente, como raspar el
barro de su zapato. Si sólo supiera dónde estaba. El preocuparse lo hacía peor, y
ella no podía dejar de preocuparse. No podía olvidar la mirada en su rostro
cuando había visto a su hermana.
La distracción la hizo llegar tarde al cuarto de entrenamiento;
afortunadamente, cuando llegó, la puerta estaba abierta y no había nadie ahí
excepto Sophie, sosteniendo un largo cuchillo en su mano y examinándolo
pensativamente como podría examinar a un trapeador para decidir si todavía
servía o si era hora de deshacerse de él.
Levantó la mirada cuando Tessa entró en la habitación. —Bueno, se ve un
poco miserable, señorita —dijo ella con una sonrisa—. ¿Está todo bien? —Ladeó
la cabeza a un lado mientras Tessa asentía—. ¿Es el amo Will? Ya ha
desaparecido antes por uno o dos días. Volverá, no tema.
—Es amable de tu parte decir eso, Sophie, especialmente sabiendo que no le
tienes mucho cariño.
—Yo pensaba que usted tampoco —dijo Sophie—, por lo menos, ya no…
Tessa la miró bruscamente. No había tenido una conversación real con
Sophie sobre Will desde el incidente del tejado, pensó, y además, Sophie le
había advertido sobre él, comparándolo con una serpiente venenosa. Antes de
que Tessa pudiera decir algo más en respuesta, la puerta se abrió y Gabriel y
Gideon Lightwood entraron, seguidos por Jem. Le guiñó a Tessa antes de
desaparecer, cerrado la puerta detrás de él.
Gideon fue directamente hacia Sophie. —Una buena elección de espada —
dijo, una leve sorpresa subrayando sus palabras. Ella se sonrojó, viéndose
complacida.
—Entonces —dijo Gabriel, que, de alguna manera, se las había arreglado
para ponerse detrás de Tessa, sin que ella lo notara. Después de examinar los
bastidores de armas a lo largo de las paredes, él atrajo un cuchillo y se lo
entregó—. Sienta el peso de la hoja.
Tessa intentó sentir su peso, luchando por recordar lo que le había dicho
sobre dónde y cómo se debía balancear en su palma.
—¿Qué piensa? —preguntó Gabriel. Ella lo miró. De los dos chicos,
ciertamente, él se parecía más a su padre, con sus facciones aguileñas y la tenue
sombra de arrogancia en su expresión. Su delgada boca se curvó en las
esquinas—. ¿O está demasiado ocupada preocupándose del paradero de
Herondale como practicar hoy?
Tessa casi dejó caer el cuchillo. —¿Qué?
—Las he oído a ustedes y a la Señorita Collins cuando subía las escaleras.
Desaparecido, ¿verdad? No es de extrañar, considerando que no creo que Will
Herondale y el sentido de la responsabilidad estén, siquiera, en buenos
términos.
Tessa levantó la barbilla. En conflicto, como lo estaba acerca de Will, había
algo sobre alguien, fuera de la pequeña familia del Instituto, criticándolo que
fijaba sus dientes al borde. —Es un hecho bastante común, nada sobre qué
alborotarse —dijo—. Will es un… espíritu libre. Regresará pronto.
—Espero que no —dijo Gabriel—. Espero que esté muerto.
La mano de Tessa se tensó alrededor del cuchillo. —Quiere decir eso,
¿verdad? ¿Qué le hizo a su hermana para que lo odie tanto?
—¿Por qué no le pregunta a él?
—Gabriel. —La voz de Gideon fue cortante—. ¿Podemos comenzar la
instrucción, por favor, y dejar de perder el tiempo?
Gabriel miró fijamente a su hermano mayor, que estaba parado
apaciblemente con Sophie, pero obedientemente cambió su atención de Will al
día de entrenamiento. Hoy estaban practicando cómo sostener las espadas, y
cómo balancearlas mientras las extendían por el aire sin que la punta de la
espada cayera hacia delante o que el mango se deslizara de la mano. Era más
difícil de lo que parecía, y hoy, Gabriel, no era paciente. Ella envidió a Sophie, a
quien le enseñaba Gideon, que siempre era un instructor cuidadoso y metódico,
aunque sí tenía el hábito de deslizarse al español cuando Sophie hacía algo mal.
“Ay, Dios mío”16 diría, sacando la espada de dónde se habría atascado,
señalando hacia abajo, al suelo—. ¿Deberíamos intentar eso otra vez?
—Párese derecha —le estaba diciendo Gabriel a Tessa mientras tanto,
impacientemente—. No, derecha. Así. —Se lo demostró. Ella quería espetarle
que, a diferencia de él, no tenía toda una vida de ser enseñada a cómo pararse y
moverse; que los Cazadores de Sombras eran acróbatas naturales, y que ella no
era para nada de ese tipo.
—Hmph —dijo ella—. ¡Me gustaría verlo a ustedes aprender cómo manejar el
sentarse y pararse derecho en corsé y enaguas y un vestido con treinta
centímetros de cola!
—También a mí —dijo Gideon desde el otro lado del cuarto.
—Oh, por el Ángel —dijo Gabriel, y la tomó por los hombros, volteándola,
así estaba de pie con su espalda hacia él. Puso sus brazos a su alrededor,
enderezando su columna vertebral, arreglando el cuchillo en su mano. Ella
podía sentir su respiración en la parte de atrás de su cuello, y eso la hizo
temblar… y la llenó de fastidio. Si la estaba tocando, era sólo porque él
presumía que podía hacerlo, sin preguntar, y porque pensaba que eso irritaría a
Will.
—Suélteme —dijo, bajo su aliento.
—Esto es parte del entrenamiento —respondió Gabriel con voz aburrida—. A
parte, mire a mi hermano y a la Señorita Collins. Ella no se está quejando.
Miró a través de la habitación a Sophie, que parecía seriamente
comprometida en su lección con Gideon. Él estaba detrás de ella, un brazo a su alrededor desde atrás, mostrándole cómo sostener un cuchillo de punta de
aguja de lanzamiento. Su mano estaba gentilmente ahuecada alrededor de las
de ella, y él parecía estar hablándole a la parte posterior de su cuello, donde su
oscuro cabello se escapaba de su apretado moño y se rizaba decorosamente.
Cuando él vio a Tessa mirándolos, se sonrojó.
Tessa estaba asombrada. ¡Gideon Lightwood, ruborizándose! ¿Había estado
admirando a Sophie? Salvo por su cicatriz, que Tessa apenas notaba, ella era
preciosa, pero era una mundana, y una sirvienta, y los Lightwood eran
horriblemente snobs. El interior de Tessa de repente se sintió apretado. Sophie
había sido tratada abominablemente por su empleador anterior. Lo último que
necesitaba era que un lindo chico Cazador de Sombras se aprovechara de ella.
Tessa miró alrededor, a punto de decirle algo al chico con sus brazos a su
alrededor… y se detuvo. Había olvidado que era Gabriel el que estaba a su
lado, no Jem. Se había acostumbrado tanto a la presencia de Jem, la facilidad
con la que con la que podía conversar con él, la comodidad de su mano sobre su
brazo al caminar, el hecho de que él era la única persona en el mundo, ahora,
que sentía que podía decirle absolutamente cualquier cosa. Se dio cuenta con
sorpresa de que, aunque ella lo había visto durante el desayuno, lo extrañaba,
con lo que se sentía casi como un dolor interior.
Estaba tan atrapada en esta mezcla de sentimientos: extrañando a Jem, y un
sentido de apasionada protección sobre Sophie, que su siguiente tiro salió
desviado por varios metros, volando por la cabeza de Gideon y revotando en el
alféizar de la ventana.
Gideon observó calmadamente desde el cuchillo caído hasta su hermano.
Nada parecía molestarlo, ni siquiera su propia casi decapitación. —Gabriel,
¿cuál es el problema, exactamente?
Gabriel volvió su mirada a Tessa. —Ella no me escucha —dijo con rencor—.
No puedo instruir a una persona que no escucha.
—Tal vez si fueras un mejor instructor, ella sería una mejor oyente.
—Y tal vez tú habrías visto venir al cuchillo —dijo Gabriel—, si prestaras
más atención a lo que pasa alrededor y menos a la parte de atrás de la cabeza de
la Señorita Collins.
Así que, incluso Gabriel lo notó, pensó Tessa, mientras Sophie se sonrojaba.
Gideon le dio a su hermano una mirada larga, firme (presentía que habría
palabras entre ellos dos en casa) después se giró hacia Sophie y dijo algo en voz
baja, muy baja como para que Tessa escuchara.
—¿Qué pasó con usted? —le dijo a Gabriel bajo su aliento, y lo sintió
tensarse.
—¿Qué quiere decir?
—Es paciente por lo general —dijo ella—. Es un buen maestro, Gabriel, la
mayor parte del tiempo, pero hoy está irritable e impaciente y… —Miró la
mano de él sobre su brazo—. Fuera de lugar.
Tuvo la cortesía de liberarla, viéndose avergonzado de sí mismo. —Mil
perdones. No debería haberla tocado de esa forma.
—No, no debía. Y después de la forma en que criticó a Will…
Sus pómulos se ruborizaron. —Me disculpé, Señorita Gray. ¿Qué más quiere
de mí?
—Un cambio de comportamiento, quizás. Una explicación de su desagrado
hacia Will.
—¡Se lo he dicho! ¡Si desea saber por qué me desagrada, puede preguntárselo
a él! —Gabriel se volvió y salió de la habitación.
Tessa miró las navajas clavadas en la pared y suspiró. —Así termina mi
lección.
—Trate de no estar tan disgustada —dijo Gideon, acercándose con Sophie a
su lado. Era muy extraño, pensó Tessa; Sophie usualmente parecía intranquila
alrededor de los hombres, cualquier hombre, incluso del amable Henry. Con
Will era como un gato escaldado, y con Jem, sonrojada y atenta, pero al lado de
Gideon parecía… Bueno, era difícil de definir, pero era muy peculiar.
—No es su culpa que esté así hoy —continuó Gideon. Sus ojos sobre Tessa
eran firmes. A esta cercanía, pudo notar que no eran, precisamente, del mismo
color que los de su hermano. Eran más de un gris verdoso, como el océano bajo
un cielo nublado—. Las cosas han estado… difíciles para nosotros en casa con Padre, y Gabriel se está desquitando con usted, o, en realidad, con quien sea
que resulte estar cerca.
—Casi lamento oír eso. Espero que su padre esté bien —murmuró Tessa,
rezando no salir afectada en este acto de mentira descarada.
—Supongo que será mejor que vaya por mi hermano —dijo Gideon sin
responder su pregunta—. Si no lo hago, tomará el carruaje y me dejará varado.
Espero tenerlo de vuelta para nuestra próxima sesión con un mejor humor. —Le
hizo una reverencia a Sophie, luego a Tessa—. Señorita Collins, Señorita Gray.
Y se había ido, dejando a ambas chicas mirándolo con una mezcla de
confusión y sorpresa.
Con el entrenamiento misericordiosamente terminado, Tessa se encontró a sí
misma apresurada para cambiarse de vuelta a su ropa normal, y luego para el
almuerzo, ansiosa por ver si Will había regresado. No lo había hecho. Su silla,
entre Jessamine y Henry, seguía vacía; pero había alguien nuevo en la
habitación, alguien que hizo que Tessa se detuviera en el marco de la puerta,
intentando no mirar fijamente. Un hombre alto se sentaba cerca del la cabecera
de la mesa al lado de Charlotte, y era verde. No un verde muy oscuro: su piel
tenía un brillo tenue de color verdoso, como la luz que se refleja en el océano, y
su cabello era blanco como la nieve. De su frente se curvaban dos pequeños
cuernos elegantes.
—Señorita Tessa Gray —dijo Charlotte, haciendo las presentaciones—, este
es el Brujo Superior de Londres, Ragnor Fell. Sr. Fell, la Señorita Gray.
Después de murmurar que estaba encantada de conocerlo, Tessa se sentó a la
mesa al lado de Jem, en diagonal de Fell, y trató no mirarlo fijamente por el
rabillo del ojo. Como los ojos de gato de Magnus eran su marca de brujo, la de
Fell serían sus cuernos y piel teñida. Ella todavía no podía evitar estar fascinada
por los Submundos, los brujos en particular. ¿Por qué estaban marcados y ella
no?
—¿Qué hay en la alfombra, entonces, Charlotte? —Estaba diciendo Ragnor—
. ¿De verdad me llamó aquí para hablar de hechos oscuros en los páramos de
Yorkshire? Tenía la impresión de que nada de gran interés ha pasado en
Yorkshire, nunca. De hecho, tenía la impresión de que no había nada en
Yorkshire, excepto ovejas y minería.
—Así que, ¿nunca conoció a los Shade? —inquirió Charlotte—. La población
de brujos de Gran Bretaña no es tan grande…
—Los conocía. —Mientras Fell cortaba el jamón en su plato, Tessa vio que él
tenía una articulación extra para cada dedo. Pensó en la Sra. Black, con sus
manos alargadas en garras, y reprimió un escalofrió—. Shade estaba un poco
loco, con su obsesión por la relojería y los mecanismos. Su muerte fue una
sorpresa para el Submundo. Las ondas de la misma pasaron por la comunidad,
e incluso hubo una discusión sobre venganza, sin embargo, ninguna, creo yo,
fue llevada a cabo, nunca.
Charlotte se inclinó hacia delante. —¿Recuerda a su hijo? ¿Su hijo adoptado?
—Sabía de él. Una pareja de brujos casados es raro. Una que adopta a un
niño humano de un orfanato es aún más raro. Pero nunca vi al chico. Los
brujos, vivimos por siempre. Un espacio de treinta, incluso cincuenta años entre
algún encuentro no es inusual. Por supuesto, ahora que sé lo que el chico llegó a
ser, desearía haberlo conocido. ¿Cree que hay un valor en intentar descubrir
quiénes fueron sus verdaderos padres?
—Ciertamente, si puede ser descubierto. Cualquier información que
podamos obtener sobre Mortmain podría ser útil.
—Puedo decirle que él se dio ese nombre —dijo Fell—. Suena como un
nombre de un Cazador de Sombras. Es el tipo de nombre que alguien con
resentimiento contra los Nefilim, y un oscuro sentido del humor, tomaría. Mort
main.
—Mano de la muerte —suministró Jessamine, que estaba orgullosa de su
francés.
—Le hace a uno preguntarse —dijo Tessa—. ¿Si la Clave le hubiera dado a
Mortmain lo que quería, compensaciones, aun así se hubiera convertido en lo
que hizo? ¿Habría existido alguna vez el Club Pandemónium en absoluto?
—Tessa —comenzó Charlotte, pero Ragnor Fell la silenció con un gesto. Él
miró divertidamente hacia la mesa, a Tessa—. Usted es la cambia-forma, ¿no es
así? —dijo—. Magnus Bane me contó sobre usted. Absolutamente ninguna
marca sobre usted, dicen.
Tessa tragó y lo miró directamente a los ojos. Eran unos ojos
discordantemente humanos, ordinarios en su rostro extraordinario. —No. Sin
marca.
Él sonrió en torno a su tenedor. —¿Supongo que han buscado por todos lados?
—Estoy segura de que Will lo intentó —dijo Jessamine en un tono aburrido.
El cubierto de Tessa cayó en el plato. Jessamine, que había estado machacando
sus guisantes con el costado de su cuchillo, levantó la mirada cuando Charlotte
dejó salir un horrorizado: ¡Jessamine!
Jessamine se encogió de hombros. —Bueno, él es así. —Fell regresó a su plato
con una leve sonrisa en el rostro—. Recuerdo al padre de Will. Bastante
mujeriego, era él. Ellas no podían resistirlo. Hasta que conoció a la madre de
Will, por supuesto. Entonces se deshizo de todo y se fue a vivir a Gales sólo
para estar con ella. Qué caso que era.
—Cayó enamorado —dijo Jem—. Eso no es tan peculiar.
—Cayó enamorado —dijo el brujo, todavía con la misma leve sonrisa—. Se
estrelló, querrás decir. Chocó de cabeza. Aun así, siempre hay algunos hombres
así, sólo una mujer para ellos, y sólo ella servirá, o nada.
Charlotte miró a Henry, pero él parecía completamente perdido en sus
pensamientos, contando algo con sus dedos, aunque quien sabe qué. Hoy
estaba usando un chaleco rosa y violeta, y tenía salsa en la manga. Los hombros
de Charlotte cayeron visiblemente, y suspiró. —Bueno —dijo ella—. Según
todo, fueron muy felices juntos.
—Hasta que perdieron a dos de sus tres hijos y Edmund Herondale se jugó
todo lo que tenían —dijo Fell—. Pero imagino que nunca le contaste al joven
Will sobre eso.
Tessa intercambió una mirada con Jem. Mi hermana está muerta, había dicho
Will. —¿Tenían tres hijos, entonces? —dijo—. ¿Will tenía dos hermanas?
—Tessa. Por favor. —Charlotte se veía incómoda—. Ragnor… nunca lo
contraté para invadir la privacidad de los Herondale, o la de Will. Lo hice
porque le prometí a Will que le diría si algún peligro llegaba a su familia.
Tessa pensó en Will, un Will de doce años, aferrándose a la mano de
Charlotte, rogando que le dijeran si su familia moría. ¿Por qué huir? Pensó por
centésima vez. ¿Por qué ponerlos detrás de ti? Ella había pensado que, quizás, a él
no le importaba, pero claramente le importaba. Todavía le importaba. Ella no
podía detener el endurecimiento de su corazón cuando pensó en él llamando a
su hermana. Si él amó a Cecily como ella una vez amó a Nate…
Mortmain le había hecho algo a su familia, pensó ella. Tal como se lo había
hecho a la de ella. Eso los unía de una manera peculiar, Will y ella. Así él lo
supiera o no.
—Sea lo que sea que Mortmain ha estado planeando —se escuchó decir—, lo
ha estado planeando por mucho tiempo. Desde antes que yo naciera, cuando
engañó o forzó a mis padres para que me “hicieran.” Y ahora saben que años
atrás se involucró a sí mismo con la familia de Will y los movió hacia la
mansión Ravenscar. Me temo que somos pequeñas piezas de ajedrez que él
desliza sobre un tablero, y que el resultado del juego él ya lo conoce.
—Eso es lo que él desea me pensemos, Tessa —dijo Jem—. Pero es sólo un
hombre. Y cada descubrimiento que hacemos sobre él lo hace más vulnerable.
Si no fuéramos una amenaza, no habría enviado a ese autómata para
advertirnos.
—Él sabía exactamente dónde estaríamos.
—No hay nada más peligroso que un hombre inclinado por la venganza —
dijo Ragnor—. Un hombre que ha estado inclinado por ella durante tres años,
que la ha nutrido desde una semilla pequeña y venenosa a una flor viviente y
sofocante. Él verá a través de ella, a menos que ustedes lo acaben primero.
—Entonces, vamos a acabar con él —dijo Jem, cortante. Fue lo más cercano a
una amenaza que Tessa lo había oído hacer.
Tessa observó sus manos. Eran de un blanco más pálido del que lo habían
sido cuando vivía en Nueva York, pero eran sus manos, familiares, el dedo
índice ligeramente más largo que el del medio, las pronunciadas media-lunas
de sus uñas. Puedo cambiarlas, pensó. Puedo convertirme en cualquier cosa, en
cualquiera. Nunca se había sentido más mutable, más fluida, o más perdida.
—De hecho. —El tono de Charlotte era firme—. Ragnor, quiero saber por qué
la familia Herondale está en esa casa, esa casa que le pertenecía a Mortmain, y
quiero ver que estén a salvo. Y quiero hacerlo sin Benedict Lightwood o el resto
de la Clave escuchando sobre eso.
—Entiendo. Quiere que cuide de ellos lo más silenciosamente posible
mientras, también, hago preguntas sobre Mortmain en el área. Si los trasladó
allí, tiene que haber sido con un propósito.
Charlotte exhaló. —Sí.
Ragnor giró su tenedor. —Eso será costoso.
—Sí —dijo Charlotte—. Estoy preparada para pagar.
Fell sonrió. —Entonces, estoy preparado para soportar las ovejas.
El resto del almuerzo pasó en una conversación incómoda, con Jessamine
malhumoradamente destruyendo su comida sin comerla, Jem inusualmente
callado, Henry murmurando ecuaciones para sí mismo, y Charlotte y Fell
finalizando sus planes para la protección de la familia de Will. Por mucho que
Tessa aprobara la idea, y lo hacía, había algo sobre el brujo que la ponía
incómoda de una manera en la que Magnus nunca lo había hecho, y se alegró
cuando el almuerzo había terminado y pudo escapar hacia su habitación con
una copia de ‘La Inquilina de Wildfell Hall.’
No era su favorito de los libros de las hermanas Brontë, ese honor iba para
Jane Eyre, y luego Cumbres Borrascosas, con La Inquilina en un distante tercer
lugar; pero había leído los otros dos tantas veces que ninguna sorpresa se
encontraba entre las páginas, sólo frases tan familiares para ella que se habían
convertido en viejas amigas. Lo que quería leer en realidad era Historia de Dos
Ciudades, pero Will le había citado a Sydney Carton tantas veces que tenía
miedo de que al recogerlo le hiciera pensar en él, y que el peso de su
nerviosismo creciera. Después de todo, nunca citó a Darnay, sólo a Sydney,
borracho, destrozado y disipado. Sydney, quien murió por amor.
Estaba oscuro afuera, y el viento soplaba ráfagas de una lluvia ligera contra
los cristales de la ventana cuando llamaron a su puerta. Era Sophie, con una
carta en una bandeja de plata. —Una carta para usted, señorita.
Tessa bajó el libro con asombro. —¿Correo para mí?
Sophie asintió con la cabeza y se acercó, sosteniendo la bandeja. —Sí, pero no
dice de quién es. La Señorita Lovelace casi me la arrebató, pero me las arreglé
para mantenerla alejada de ella, cosa curiosa.
Tessa tomó el sobre. Estaba dirigida a ella, efectivamente, en una letra
inclinada y desconocida, impresa en un pesado papel de color crema. Le dio la
vuelta una vez, comenzó a abrirlo, y vio los ojos de Sophie muy abiertos por la
curiosidad reflejados en la ventana. Se giró y le sonrió. —Eso sería todo, Sophie
—dijo. Era la forma en la que había leído a heroínas despedir a los sirvientes en
las novelas, y parecía ser correcto. Con una mirada decepcionada, Sophie tomó
su bandeja y se retiró del cuarto.
Tessa desdobló la carta y la extendió sobre su regazo.
Estimada razonable Señorita Gray.
Me dirijo a usted en nombre de un amigo mutuo, un tal William Herondale. Sé que
es su hábito ir y venir, más a menudo ir, del Instituto como le plazca, y que por lo tanto,
puede pasar algún tiempo antes de que cualquier alarma se levante ante su ausencia.
Pero le pido, como alguien con un buen sentido de estima, que no asuma que esta
ausencia es del tipo ordinario. Lo vi yo mismo anoche, y él estaba, por decir lo menos,
loco cuando dejó mi residencia. Tengo razones para pensar que podría lastimarse a sí
mismo, y por lo tanto, sugiero que su paradero sea buscado y su seguridad cerciorada. Él
es un joven difícil de agradar, pero creo que usted ve lo bueno en él, como yo, Señorita
Gray, y es por eso que, humildemente, le dirijo mi carta,
Su sirviente,
Magnus Bane
Posdata: Si fuera usted, no compartiría los contenidos de esta carta con la Sra.
Branwell. Sólo una sugerencia.
M.B.
Aunque leer la carta de Magnus le hizo sentir que sus venas estaban llenas
de fuego, de alguna manera, Tessa sobrevivió el resto de la tarde, y la cena
también, sin, pensó, traicionar ningún signo exterior de su angustia. A Sophie
pareció tomarle un tiempo terriblemente largo el ayudarla a salir de su vestido,
peinar su cabello, avivar el fuego, y contarle el chisme del día. (El primo de
Cyril trabajaba en la casa de los Lightwood y había informado que Tatiana, la
hermana de Gabriel y Gideon, debía regresar de su luna de miel en el
Continente con su nuevo esposo en cualquier momento. El grupo familiar
estaba muy alborotado mientras se rumoreaba que ella tendría la más
desagradable disposición.)
Tessa murmuró algo sobre cómo había salido a su padre en ese sentido. La
impaciencia hizo a su voz croar, y Sophie sólo fue detenida de salir corriendo a
conseguirle una tisana de menta por la insistencia de Tessa de que estaba
exhausta, y necesitaba dormir más de lo que necesitaba un té.
En el momento que la puerta se cerró detrás de Sophie, Tessa estaba de pie,
deshaciéndose de su ropa de noche y poniéndose un vestido, atándoselo ella
misma lo mejor que pudo y echándose encima una chaqueta corta. Después de
una mirada cautelosa por el corredor, salió de su dormitorio y por el pasillo
hacia la puerta de Jem, donde tocó lo más silenciosamente posible. Por un
momento no pasó nada, y tuvo la preocupación pasajera de que él ya se hubiera
ido a dormir, pero entonces, la puerta se abrió y Jem estaba en el umbral.
Ella, claramente, lo había atrapado en el medio de su preparación para ir a la
cama; sus zapatos y chaqueta no estaban, su camisa abierta en el cuello, su
cabello un adorable desastre revuelto de plata. Quería acercarse y alisarlo. Él
parpadeó hacia ella. —¿Tessa?
Sin una palabra, le entregó la nota. Él miró arriba y abajo por el corredor,
luego hizo un gesto hacia el interior del cuarto. Ella cerró la puerta detrás de él
mientras leía los garabatos de Magnus una vez, y después otra, antes de
hacerlos una pelota en su mano, el papel chisporroteó ruidoso en la habitación.
—Lo sabía —dijo.
Fue el turno de Tessa de parpadear. —¿Sabías, qué?
—Que este no era un tipo normal de ausencia. —Él se sentó en el arcón a los
pies de su cama y metió los pies en sus zapatos—. Lo sentí. Aquí. —Puso la
mano sobre su pecho—. Sabía que había algo extraño. Lo sentí como una
sombra en mi alma.
—No crees que en realidad vaya a lastimarse, ¿verdad?
—Lastimarse, no lo sé. Ponerse a sí mismo en una situación en donde podría
salir lastimado… —Jem se levantó—. Debería ir.
—¿No querrás decir ‘deberíamos’? No estarás pensando en ir a buscar a Will
sin mí, ¿o sí? —preguntó socarronamente, y cuando él se quedó callado, ella
dijo: —Esa carta estaba dirigida a mí, James. No tenía que enseñártela.
Él entrecerró los ojos por un momento, y cuando los abrió, estaba sonriendo
torcidamente. —James —dijo—. Por lo general, sólo Will me llama así.
—Lo siento.
—No. No lo sientas. Me gusta cómo suena en tus labios.
Labios. Había algo extraño y delicadamente indelicado acerca de la palabra,
como un beso mismo. Parecía flotar en el aire entre ellos mientras ambos
dudaban. Pero era Jem, pensó Tessa con perplejidad. Jem. No Will, quien podía
hacerla sentir como si estuviera pasando sus dedos por su piel desnuda con
sólo mirarla
—Tienes razón —dijo Jem, aclarándose la garganta—. Magnus no te habría
enviado la carta si no tuviera la intención de que fueras parte de la búsqueda de
Will. Quizás piense que tu poder sería útil. En cualquier caso… —Se apartó de
ella, yendo a su armario y abriéndolo de golpe—. Espérame en tu cuarto. Estaré
allí en un momento.
Tessa no estaba segura de si había asentido, pensó que lo había hecho, y
momentos después, se encontró de nuevo en su dormitorio, recostándose contra
la puerta. Su rostro se sentía caliente, como si hubiera estando parada muy
cerca del fuego. Miró a su alrededor. ¿Cuándo había empezado a pensar en este
cuarto como su dormitorio? El gran espacio, con ventanales y velas de luz
mágica que brillaban suavemente, era tan diferente de su habitación del tamaño
de una pequeña caja en el que dormía en el piso de Nueva York, con sus charcos de cera en la mesita de luz, causados por quedarse leyendo hasta tarde
a la luz de las velas, y la cama con un barato marco de madera con sus delgadas
mantas. En el invierno, las ventanas, mal colocadas, traqueteaban en sus marcos
cuando el viento soplaba.
Un suave golpe en la puerta la sacó de su ensimismamiento, y se volvió,
abriéndola para encontrar a Jem en el umbral. Estaba completamente vestido
con el vestuario de Cazador de Sombras: el saco negro y los pantalones de cuero
duro, las botas pesadas. Puso un dedo en sus labios y le hizo un gesto para que
lo siguiera.
Probablemente eran las diez de la noche, adivinó Tessa, y la luz mágica ardía
baja. Tomaron un camino curioso y serpenteante a través de los corredores, no
el que ella estaba acostumbrada a tomar para llegar a las puertas frontales. Su
confusión fue respondida cuando alcanzaron un conjunto de puertas al final de
un largo pasillo. Había un aspecto redondeado en el espacio en el que estaban,
y Tessa supuso que, probablemente, estaban dentro de uno de las torres góticas
que se encontraban en cada esquina del Instituto.
Jem abrió la puerta de un empujón y la condujo detrás de él; cerró la puerta
firmemente detrás de ellos, deslizando la llave que había utilizado de vuelta en
su bolsillo. —Este —dijo—, es el cuarto de Will.
—Gracioso —dijo Tessa—. Nunca he estado aquí. Estaba empezando a
pensar que dormía de cabeza, como un murciélago.
Jem se rió y pasó junto a ella, hacia un buró de madera, y empezó a hurgar
en el contenido de la parte superior mientras Tessa echaba un vistazo alrededor.
Su corazón latía rápido, como si estuviera viendo algo que no debiera; una
parte de Will, secreta y escondida. Se dijo a sí misma que no fuera tonta, era
sólo una habitación, con los mismos muebles oscuros como todos los otros
cuartos del Instituto. Era un desastre, también: cobertores pateados a los pies de
la cama; ropa colgada en el respaldo de las sillas, tazas de té medio llenas de
líquido aún sin disipar, balanceadas precariamente en la mesa de noche. Y
libros por todos lados; libros en las mesas laterales, libros en la cama, libros
apilados en el suelo, dobles líneas de libros en estantes a lo largo de las paredes.
Mientras Jem rebuscaba, Tessa vagó por los estantes y miró curiosamente los
títulos.
No estaba sorprendida de encontrar que casi todos eran de ficción y poesía.
Algunos eran títulos en idiomas que no sabía leer. Reconoció latín y el alfabeto
griego. También había libros de cuentos de hadas, Las Mil y Una Noches, obra de
James Payn, El Vicario de Bullhampton de Anthony Trollope, Remedios
Desesperados de Thomas Hardy, una pila de Wilkie Collins: La Nueva Magdalena,
La Ley y la Dama, Dos Destinos, y una nueva novela de Julio Verne titulada El
Niño de la Caverna que moría por tener en sus manos. Y entonces, ahí estaba:
Historia de Dos Ciudades. Con una sonrisa triste, se estiró para tomarlo del
estante. Cuando lo levantó, varios garabatos en papeles presionados entre las
cubiertas cayeron al suelo. Se arrodilló para recogerlos… y se congeló.
Reconoció la letra instantáneamente. Era la suya.
Su garganta se tensó mientras hojeaba las páginas. Querido Nate, leyó. Hoy
intenté Cambiar, y fracasé. Era una moneda que me dieron, y no puede sacar nada de
ella. Ya sea que nunca fue de una persona, o que mi poder se está debilitando. No me
importaría, pero que me hayan azotado… ¿has sido azotado antes? No, es una pregunta
tonta. Por supuesto que no. Se siente como fuego apoyado en líneas a través de tu piel.
Me avergüenza decir que lloré, y tú sabes cuánto odio llorar… Y querido Nate, te
extrañé tanto hoy, pensé que iba a morir. Si tú te no estás, no hay nadie en el mundo al
que le importe si yo vivo o muero. Siento que me estoy disolviendo, desapareciendo en la
nada, porque si no hay nadie en el mundo que se preocupe en lo absoluto por ti,
¿realmente existes?
Eran cartas que ella le había escrito a su hermano desde la Casa Oscura, sin
esperar que Nate las leyera, sin esperar que nadie las leyera. Eran más un diario
que cartas, el único lugar donde podía derramar su horror, su tristeza, y su
miedo. Ella sabía que las habían encontrado, que Charlotte las había leído, pero,
¿qué estaban haciendo en el cuarto de Will, de todos los lugares, escondidas
entre las páginas de un libro?
—Tessa. —Era Jem. Se giró rápidamente, metiendo las cartas en el bolsillo de
su abrigo mientras lo hacía. Jem estaba junto al buró, sosteniendo un cuchillo de
plata en su mano—. Por el Ángel, este lugar es un basurero, no estaba seguro de
ser capaz de encontrarlo. —Lo giró en sus manos—. Will no trajo mucho de su
casa cuando vino aquí, pero sí trajo esto. Es una daga que su padre le dio. Tiene
las marcas de aves de los Herondale en la hoja. Debe tener una impresión lo
suficientemente fuerte de él para que podamos rastrearlo con ella.
A pesar de las alentadoras palabras, él estaba frunciendo el ceño.
—Encontré algo más —dijo—. Will siempre fue el que compraba mi… mi
medicina por mí. Él sabía que yo despreciaba toda la transacción, encontrar
Submundos dispuestos a venderla, pagar por las cosas… —Su pecho se elevó y
cayó rápidamente, como si sólo hablar de ello lo enfermara—. Yo le daría el
dinero, y allá iría. Encontré una factura, sin embargo, por la última transacción.
Parece ser que las drogas, la medicina, no costaban lo que yo pensaba.
—¿Quieres decir que Will ha estado engañando por dinero? —Tessa estaba
sorprendida. Will podía ser horrible y cruel, pensó, pero de alguna manera
había pensado que su crueldad tenía un orden más refinado que ese. Menos
mezquino. Y hacerle eso a Jem, de todas las personas…
—Todo lo contrario. Las drogas cuestan mucho más de lo que dijo que
costaban. Debe haber estado pagando la diferencia de alguna forma. —Todavía
frunciendo el ceño, deslizó la daga en su cinturón—. Lo conozco mejor que
nadie más en el mundo —dijo con total naturalidad—. Y aún así, todavía
encuentro que Will tiene secretos que me sorprenden.
Tessa pensó en las cartas metidas en el libro de Dickens, y lo que pretendía
decirle a Will sobre ellas cuando lo volviera a ver. —En efecto —dijo ella—.
Aunque no es tan misterioso, ¿verdad? Will haría cualquier cosa por ti.
—No estoy seguro de llevarlo tan lejos. —El tono de Jem era irónico.
—Por supuesto que lo haría —dijo Tessa—. Cualquiera lo haría. Eres tan
amable y tan bueno.
Ella se calló, pero los ojos de Jem ya se habían ampliado. Se veía sorprendido,
como si no estuviera acostumbrado a tales elogios, pero seguramente debía
estarlo, pensó Tessa, confundida. Seguramente todo el que lo conocía, sabía
cuán afortunados eran. Sintió que sus mejillas se calentaban otra vez, y se
maldijo. ¿Qué estaba pasando?
Un débil traqueteo venía de la ventana; Jem se volvió después de una breve
pausa. —Ese debe ser Cyril —dijo él, y había un trasfondo ligero y áspero en su
voz—. Yo… le pedí que trajera el carruaje. Será mejor que vayamos.
Tessa asintió, sin palabras, y lo siguió desde la habitación.
***
Cuando Jem y Tessa salieron del Instituto, el viento seguía sopando en el
patio, enviando hojas secas a deslizarse en círculos como hadas bailarinas. El
cielo estaba cargado con una nieve amarilla, la luna era un disco dorado detrás
de ella. Las palabras en latín sobre las puertas del Instituto parecían brillar,
remarcadas por la luz de la luna: Somos polvo y sombras.
Cyril, esperando con el carruaje y los dos caballos, Balios y Xanthos, parecía
aliviado de verlos; ayudó a Tessa a subir al coche, Jem la siguió, y después se
lanzó al asiento del conductor. Tessa, sentada del lado opuesto al de Jem,
observó con fascinación mientras sacaba ambas, la daga y la estela de su
cinturón; manteniendo la daga en la mano derecha, trazó una runa en la parte
posterior de esa mano con la punta de su estela. Para Tessa se veía como se
veían todas las Marcas, una onda de líneas ondulantes ilegibles, dando vueltas
hasta conectarse unas con otras en pronunciados patrones negros.
Él bajó la mirada hacia sus manos, luego cerró los ojos, su rostro quieto con
intensa concentración. Justo cuando los nervios de Tessa comenzaban a cantar
con impaciencia, abrió los ojos de golpe. —Brick Lane, cerca de Whitechapel
High Street —dijo medio para sí mismo; regresando la daga y la estela a su
cinturón, se inclinó fuera de la ventana, y ella lo escuchó repetirle las palabras a
Cyril. Un momento después, Jem estaba de nuevo en el carruaje, cerrando la
ventana contra el aire frío, y se estaban deslizando y chocando hacia delante
sobre los adoquines.
Tessa respiró hondo. Había estado dispuesta a ir a buscar a Will durante
todo el día, preocupada por él, preguntándose dónde estaba; pero ahora que
estaban rodando en el oscuro corazón de Londres, todo lo que ella podía sentir
era miedo.
StephRG14
LOS ORÍGENES- PRÍNCIPE MECÁNICO
Capitulo 9
Media noche salvaje
Medianoches salvajes y días hambrientos,
Y amores que complementan y controlan Todos
los placeres de la carne, todos los dolores Que
desgastan el alma.
—Algernon Charles Swinburne, "Dolores"
Tessa mantuvo la cortina corrida en su lado del carruaje, con los ojos fijos
en el cristal de la ventana, mientras pasaban a lo largo de la calle Fleet
hacia Ludgate Hill. La niebla amarilla se había espesado, y podía
distinguir muy poco a través de ella: las formas oscuras de la gente corriendo
de aquí para allá, las palabras confusas de los carteles de publicidad pintados
en las paredes de los edificios. De vez en cuando, la niebla se disipaba y obtenía
una visión clara de algo: una niña con racimos marchitos de lavanda, exhausta,
apoyada contra una pared, un afilador cansado empujando su carro camino a
casa, un caja de fósforos con el emblema de la Bryant&May’s17 brillando de
repente en la oscuridad.
—Arrójalos lejos —dijo Jem. Recostándose nuevamente sobre el asiento
frente a ella, sus ojos brillaban en la oscuridad. Se preguntó si había tomado
algo de su droga antes de salir, y si así era, cuánta.
—¿Perdón?
Él imitó el acto de encender un fósforo, soplando para apagarlo, tirando el
resto por encima del hombro. —Es así como les llaman a los fósforos aquí
“arrójalos lejos”, ya después de usarlos los lanzas lejos. Es también como les
dicen a las chicas que trabajan en las fábricas de fósforos.
Tessa pensó en Sophie, y en lo fácil en que habría podido convertirse en una
de esas "arrójalos lejos", si Charlotte no la hubiera encontrado. —Eso es cruel.
—Estamos entrando a la parte cruel de esta ciudad, llegamos al East End. Los
barrios pobres. —Se inclinó hacia adelante—. Quiero que seas cuidadosa y te
mantengas cerca de mí.
—¿Sabes lo que Will estaba haciendo aquí? —preguntó Tessa, medio
asustada de la posible respuesta. Pasaban justamente por la gran edificación de
San Pablo, que se alzaba por encima de ellos como una reluciente lápida de
mármol gigante.
Jem negó con la cabeza. —No lo sé. Sólo tengo un presentimiento, una
imagen fugaz de la calle, gracias al hechizo de rastreo. Te diré, sin embargo, que
hay pocas razones inofensivas por las que un caballero quiera ir "detrás de la
Capilla" por la noche.
—Él podría estar apostando...
—Podría estarlo —coincidió Jem, aunque sonaba como si lo dudara.
—Dijiste que lo habías sentido. Aquí. —Tessa se tocó el corazón—. Que algo
le había sucedido. ¿Eso es porque eres su parabatai?
—Sí.
—Así que hay mucho más en ser parabatai que simplemente jurar cuidar uno
del otro. Hay algo místico en ello.
Jem le sonrió, y su sonrisa fue como una luz que al encenderse iluminaba
todas las habitaciones de una casa. —Somos Nefilims. Cada uno de los pasajes
de nuestra vida tiene un cierto componente místico, nuestros nacimientos,
nuestras muertes, nuestros matrimonios, todo tiene una ceremonia. Hay una
que debes realizar, si deseas convertirte en el parabatai de alguien. Le debes
preguntar primero, por supuesto. No es un compromiso pequeño.
—Se lo preguntaste a Will —adivinó Tessa.
Jem negó con la cabeza, sin dejar de sonreír. —Él me lo preguntó a mí —
dijo—. O mejor dicho, me lo exigió. Estábamos entrenando con espadas, en la
sala de armas. Él me lo preguntó y yo le dije que no, que se merecía a alguien
que fuera a vivir, para que pudiera cuidar de él toda su vida. Me apostó que conseguiría desarmarme, y que si lo lograba, tendría que ser su hermano de
sangre.
—¿Y lo consiguió?
—En nueve segundos. —Jem sonrío—. Me acorraló contra la pared. Debió
haber estado practicando sin que yo lo supiera, porque nunca habría aceptado
de haber sabido que era tan bueno con la espada. Las dagas siempre han sido
sus armas. —Se encogió de hombros—. Teníamos trece años. Hicimos la
ceremonia cuando cumplimos los catorce. Ahora han pasado tres años y no
puedo imaginar no tener un parabatai.
—¿Por qué no quisiste hacerlo? —preguntó Tessa un poco vacilante—. La
primera vez que te lo preguntó.
Jem se pasó una mano por el cabello plateado. —La ceremonia que te une—
dijo—. Te hace más fuerte. Cada uno puede aprovechar la fuerza del otro. Te
haces más consciente de la presencia del otro, por lo que puedes moverte sin
problemas en una batalla. Hay runas que puedes usar si eres parte de una
pareja parabatai que de otra manera no podrías utilizar. Pero... puedes elegir
sólo un parabatai en tu vida. No puedes tener un segundo, incluso si el primero
muere. Considerándolo, no creo ser una muy buena opción.
—Me parece una regla dura.
Jem dijo algo, entonces, en un idioma que no entendía. Sonaba como khalepa
ta kala.
Ella frunció el ceño. —¿Eso es latín?
—Griego —dijo—. Tiene dos significados. Significa que las cosas que valen la
pena tener; las cosas buenas, puras, honestas y nobles, son las más difíciles de
obtener. —Se inclinó hacia delante, más cerca de ella. Podía oler el dulce aroma
de la droga en él, y el sabor de debajo de su piel—. Significa también otra cosa.
Tessa pasó saliva. —¿Y qué es?
—Significa “La belleza es dolorosa”.
Ella bajó la vista hacia sus manos. Manos delgadas, finas, capaces, de uñas
cortas y cicatrices en los nudillos. ¿Habría algún Nefilim sin cicatrices? —Estas Estaba lo suficientemente cerca de ella que sintió su aliento cálido en la
mejilla cuando exhaló. —No puedo estar seguro —dijo—. Aunque creo que
tiene algo que ver con la claridad que hay en ellas. Griego, latín, sánscrito;
contienen verdades puras, en vez del desorden de nuestro idioma por tantas
palabras inútiles.
—¿Pero cuál de tus idiomas? —dijo ella en voz baja—. ¿Es el que creciste
hablando?
Sus labios temblaron. —Crecí hablando inglés y chino mandarín —dijo—. Mi
padre hablaba inglés, y un mal chino. Después de mudarnos a Shanghai, fue
aún peor. El dialecto era apenas entendible para una persona que hablara
mandarín.
—Di algo en mandarín —dijo Tessa con una sonrisa.
Jem dijo algo rápido, que sonaba como una gran cantidad de vocales y
consonantes entrecortada y dichas juntas, su voz subía y bajaba melódicamente.
—Ni henpiaoliang.
—¿Qué dijiste?
—Dije que un mechón de tu pelo esta suelto. Mira —dijo, y extendió la mano
y acomodó el rizo suelto detrás de su oreja. Tessa sintió que el rubor inundaba
sus mejillas, y se alegró de la poca luz que había en el carruaje—. Debes de
tener cuidado —dijo, retirando su mano lentamente, con sus dedos rozando su
mejilla—. No querrías que el enemigo te sujete de él
—Oh, sí, por supuesto. —Tessa volteó rápidamente hacia la ventana y miró.
La espesa niebla amarilla se había retirado un poco de las calles, pero aún no
podía distinguir suficientemente bien. Estaban en una estrecha calle, aunque,
para los estándares de Londres, tal vez era amplia. El aire se sentía espeso y
grasoso por la niebla y el polvo del carbón, las calles estaban llenas de gente.
Sucios y vestidos con harapos, se apoyaban contra las paredes de los edificios
aparentemente ebrios, con los ojos fijos en los carruajes que transitaban por ahí,
mirándolos como perros hambrientos tras el rastro de un hueso. Tessa vio a una
mujer envuelta en un chal, con una cesta de flores colgando a un lado, un bebé
sobresalía por la esquina de uno de sus hombros envuelto en el chal. Sus ojos staban cerrados, su piel tan pálida como la nata, se veía enfermo, o muerto.
Niños descalzos, tan sucios como los gatos sin hogar, jugaban juntos por las
calles, las mujeres se sentaban apoyadas unas contra otras en las escalinatas de
los edificios, evidentemente ebrias. Los hombres eran los peores de todos, se
desplomaban contra las paredes de las casas, suciamente vestidos con abrigos y
sombreros remendados, la desesperación se reflejaba en sus rostros, como las
marcas en las lápidas.
—Los londinenses ricos de Mayfair y de Chelsea suelen realizar excursiones
a medianoche por distritos como este —dijo Jem, con su voz inusualmente
amarga—. Los llaman los barrios bajos.
—¿No se detienen para ayudar de alguna manera?
—La mayoría de ellos, no. Sólo quieren mirar, para que al volver a casa
puedan hablar en sus fiestas de té de cómo se ven en la vida real los "cargadores
“o a las "prostitutas" o a los "Temblorosos Jemmys". La mayoría de ellos nunca
salen de los carruajes.
—¿Qué es un Tembloroso Jemmy?
Jem la miró con sus ojos plateados. —Un mendigo congelándose —dijo—.
Alguien que se está muriendo por el frío.
Tessa pensó en el grueso papel pegado sobre las grietas en las ventanas de su
apartamento en Nueva York. Al menos había tenido un dormitorio, un lugar
para descansar, y tía Harriet siempre tenía té o sopa caliente en la pequeña
cocina. Había sido afortunada.
El carruaje se detuvo en una desagradable esquina. En la acera de enfrente
las luces de una taberna se derramaban en la calle, al igual que un grupo de
borrachos, algunos apoyaban los brazos en mujeres, que portaban sus vestidos
de colores brillantes manchados y sucios con gran cantidad de maquillaje en las
mejillas. En alguna parte, alguien cantaba "La Cruel Lizzie Vicker."
Jem la tomó de la mano. —No puedo protegerte con el glamour de las
miradas de los mundanos —dijo—. Así que mantén tu cabeza baja y mantente
cerca de mí.
Tessa sonrió sarcásticamente, pero no retiró su mano de la suya. —Ya me lo
habías dicho.
Él se inclinó y le susurró al oído. Su respiración le produjo un escalofrío por
todo el cuerpo. —Es que es muy importante.
Pasó a su lado hacia la puerta y la abrió. Saltó a la acera y la ayudó a bajar
después de él, atrayéndola a su lado. Tessa miró hacia ambos lados de la calle.
Recibieron algunas miradas curiosas de entre la multitud, pero a la mayoría les
fueron indiferentes. Se dirigieron hacia una puerta estrecha, pintada de rojo.
Tenía algunos escalones, pero a diferencia de los demás escalones de la zona,
éstos estaban vacíos. Nadie estaba sentado en ellos. Jem los subió rápidamente,
arrastrándola detrás de él, y golpeó fuertemente la puerta.
Tras un momento fue abierta por una mujer que portaba un largo vestido
rojo, tan entallado que los ojos de Tessa se agrandaron. Recogía y sujetaba el
pelo negro en su cabeza con un par de palillos de oro. Tenía la piel muy pálida,
y el borde de sus ojos con maquillaje oscuro, pero tras un examen más
minucioso, Tessa se dio cuenta de que era blanca y no extranjera. Su boca un
trazo malhumorado en rojo. Miro a ambos lados antes de posar su mirada en
Jem.
—No. —dijo—. Nefilims no.
Intentó cerrar la puerta, pero Jem había atravesado su bastón, sacando su
hoja afilada y dejando la funda, para mantener la puerta abierta. —No hay
problema —dijo—. No estamos aquí por la Clave. Es personal.
Ella entrecerró los ojos.
—Estamos buscando a alguien — dijo—. Un amigo. Si nos lleva hasta él, no
la molestaremos más.
En ese momento, echó la cabeza hacia atrás y se rió. —Sé a quién está
buscando —dijo—. Sólo hay uno de su clase aquí. —Se retiró de la puerta con
un gesto de desprecio. Con un silbido, el arma de Jem se deslizó nuevamente en
su funda, entró y esperó bajo el dintel, a que Tessa se uniera a él.
Más allá de la puerta se extendía un estrecho corredor. Un olor dulce y fuerte
se cernía en el aire, como el que se desprendía de la ropa de Jem después de
haber tomado su medicamento. Su mano apretó involuntariamente la suya. —
Aquí es donde Will viene a comprar mi… donde compra lo que necesito —le
susurró, inclinando tanto la cabeza que sus labios casi le tocan la oreja—.
Aunque no sé por qué estaría aquí ahora...
La mujer que había abierto la puerta los miró por encima del hombro
mientras avanzaba por el pasillo. Tenía una abertura en la parte de atrás del
vestido, que mostraba gran parte de sus piernas, y el final de una larga y
delgada cola en forma de horquilla, con líneas negras y blancas como las
escamas de una serpiente. Ella era una bruja, Tessa meditó sobre esto y sintió
un gran peso en el corazón. Ragnor, las Hermanas Oscuras y esta mujer, ¿por
qué los brujos siempre parecían tan siniestros? Quizás con excepción de
Magnus, pero tenía la sensación de que Magnus era una excepción a muchas
reglas.
El pasillo desembocaba en una gran sala, con las paredes pintadas de un rojo
intenso. Grandes lámparas colgaban del techo, sus caras talladas y pintadas con
tracería delicada arrojaban luz y creaban dibujos en las paredes. A lo largo de
las paredes se alzaban literas, como el interior de un barco. Una gran mesa
redonda dominaba el centro de la habitación. En ella se encontraba un grupo de
hombres, con la piel del mismo color rojo sangre de las paredes, y el pelo negro
recortado casi al ras de sus cabezas. Sus manos terminaban en garras de color
negro azulado que también habían sido recortadas, probablemente para
maniobrar con mayor facilidad al seleccionar y mezclar los diversos polvos y
pócimas que se encontraban extendidos ante ellos. Los polvos parecían brillar y
centellar bajo la luz de la lámpara, como joyas pulverizadas.
—¿Esto es un fumadero de opio? —susurró Tessa al oído de Jem.
Sus ojos recorrían la sala con ansiedad. Podía sentir la tensión en él, como un
repiqueteo debajo de la piel, como el rápido latir del corazón de un colibrí.
—No. —Él parecía distraído—. En realidad no, en su mayoría son drogas
demoniacas y polvos de hada. Los hombres en la mesa, son efrits. Brujos sin
poderes.
La mujer del vestido rojo se inclinó sobre el hombro de uno de los efrits.
Juntos miraron de arriba abajo a Tessa y a Jem, pero sus ojos permanecieron en
Jem. A Tessa no le gustaba la forma en que lo miraban. La bruja estaba
sonriendo, la mirada del efrit era calculadora. La mujer se enderezó y se dirigió
hacia ellos, moviendo las caderas como si trajera un metrónomo debajo de su
ajustado vestido de satén.
—Madran dice que tenemos lo que quieres, chico de plata —dijo la bruja,
acariciando con su uña rojo sangre la mejilla de Jem—. No hay necesidad de fingir.
Jem se estremeció de nuevo, apartándose de su contacto. Tessa nunca lo
había visto tan nervioso.
—Ya lo dije, estamos aquí por un amigo —le espetó—. Un Nefilim. De ojos
azules y pelo negro —Su voz se elevó—. ¿Ta xianzaizaina li? "Donde esta?"
Ella lo miró por un momento, luego sacudió la cabeza. —Usted es un tonto
—dijo—. Queda muy poco yin fen, y en cuento se acabe, morirá. Nos
esforzamos para obtener más, pero últimamente es muy demandado.
—Ahórrenos sus intentos de vendernos mercancía —dijo Tessa,
repentinamente enfadada. No podía soportar mirar la cara de Jem, parecía
como si cada palabra lo cortara como un cuchillo. No le extrañaba que Will
tuviera que comprar su remedio—. ¿Dónde está nuestro amigo?
La bruja silbó, se encogió de hombros y señaló hacia una de las literas
atornilladas en la pared.
—Allí.
Jem palideció mientras Tessa comenzaba a mirar. Los ocupantes estaban tan
tranquilos que al principio había pensado que las camas estaban vacías, pero
ahora al mirar más de cerca, se dio cuenta de que cada una estaba ocupada por
una figura tendida. Algunos sobre sus costados, otros con los brazos al borde de
la cama, o con las manos extendidas, la mayoría estaban tendidos de espaldas,
con los ojos abiertos, mirando al techo o la litera por encima de ellos.
Sin decir una palabra, Jem comenzó a avanzar a través de la habitación, con
Tessa pisándole los talones. A medida que se acercaba a las camas, se dio
cuenta de que no todos los ocupantes eran humanos. Pieles azules, violetas,
rojas y verdes brillaban mientras pasaba, un pelo verde, y entrelazado como
una red de algas descansaba contra una almohada sucia, unos dedos con garras
se apoderaron de los costados de madera de una cama cuando otra persona se
quejó. Alguien más se reía en voz baja, sin esperanza, un sonido más triste que
si estuviera llorando, otra voz repetía una canción para niños una y otra y otra
vez:
"Naranjas y limones
Dicen las campanas de San Clemente
¿Cuando me podrán pagar?
Tocan las campanas de Old Bailey
Cuando me haga rico
Dicen las campanas de Shoreditch…"
—Will —susurró Jem. Él se había detenido en una litera a mitad de la pared,
y se apoyó contra ella, como si sus piernas amenazaran con ceder.
Acostado en la cama estaba Will, medio enredado en una manta oscura.
Llevaba sólo unos pantalones y una camisa, el cinturón de armas colgaba de un
clavo en el interior de la litera. Sus pies estaban descalzos, con los ojos
entrecerrados, el color azul apenas era visible por debajo de sus oscuras
pestañas. Su pelo estaba empapado en sudor, y se le pegaba a la frente, las
mejillas estaban de un rojo brillante y con fiebre. Su pecho subía y bajaba
entrecortadamente, como si estuviera teniendo problemas para tomar aliento.
Tessa extendió la mano y puso el dorso en la frente. —Está ardiendo, Jem —
dijo en voz baja—. Jem, hay que sacarlo de aquí.
El hombre en la litera de al lado seguía cantando. No es que él fuera un
hombre, exactamente. Su cuerpo era corto y retorcido, sus pies descalzos
terminaban en pezuñas.
"¿Cuándo será eso?
Dicen las campanas de Stepney
No lo sé,
Contesta la gran campana de Bow."
Jem sin moverse, no aparataba la mirada de Will. Parecía congelado. Su
rostro cambiaba de blanco a rojo.
—¡Jem! —susurró Tessa—. Por favor. Ayúdame a ponerlo de pie. — Cuando
Jem no se movió, ella extendió la mano, hasta el hombro de Will y lo sacudió—.
Will, Will despierta, por favor.
Will sólo gimió y se apartó de ella, enterrando la cabeza en su brazo. Él era
un Cazador de Sombras, pensó, un metro ochenta de huesos y músculos,
demasiado pesado para que ella lo levantara. A menos que…
—Si no me ayudas —dijo Tessa a Jem—. Te lo juro, me transformaré en ti, y
lo llevaré yo misma. Y entonces todo el mundo aquí verá como luces en un
vestido. —Ella le clavó una mirada—. ¿Lo entiendes?
Muy despacio, levantó los ojos y los fijó en los de Tessa. No se perturbó por
la idea de que los efrits lo vieran portando un vestido, no demostró que le
importara en absoluto. Era la primera vez que recordaba haber visto sus ojos de
plata sin ningún tipo de luz detrás de ellos. —¿En serio? —dijo, y metió la mano
en la litera, sujetando a Will por el brazo y arrastrándolo de costado, teniendo
tan poco cuidado que golpeó duramente la cabeza de Will, contra la baranda de
la cama.
Will se quejó y abrió los ojos. —Déjame ir.
—Ayúdame con él —dijo Jem, sin mirar a Tessa, y juntos lucharon para sacar
a Will de la litera. Estuvo a punto de caer, y deslizó su brazo alrededor de Tessa
para mantener el equilibrio, mientras que Jem recuperaba su cinturón de armas
que colgaba del clavo al lado de él.
—Dime que esto no es un sueño —murmuró Will, recostando la cara al lado
de su cuello. Tessa dio un salto. Se sentía febrilmente caliente contra su piel. Sus
labios le rozaron los pómulos, eran tan suaves como los recordaba.
—Jem —dijo Tessa desesperadamente, y Jem los miró, había estado
abrochando el cinturón de Will por encima del suyo, y parecía claro que no
había oído nada de lo que él había dicho. Se arrodilló para poner las botas en
los pies de Will, luego se levantó para tomar por el brazo a su parabatai. Will
parecía encantado con todo esto.
—Oh, qué bien —dijo—. Ahora estamos los tres juntos.
—Cállate —dijo Jem.
Will rió. —Escucha, Carstairs, traes lo suficiente contigo, ¿verdad? Estoy
hasta el cuello, pero estoy seco.
—¿Qué te dijo? —Tessa estaba desconcertada.
—Él quiere que pague por sus medicamentos. —La voz de Jem era dura—.
Ven. Lo llevaremos al carruaje, y volveré con el dinero.
Mientras se dirigían hacia la puerta, Tessa oyó la voz del hombre de las
pezuñas hendidas detrás de ellos, tan suave y clara como un soplo de música a
través de los juncos, terminando en una sonora carcajada.
"Aquí viene una vela para iluminar tu
cama,
¡Y aquí viene un hacha para cortar
Tu cabeza!"
***
Incluso el aire sucio de Whitechapel parecía limpio y fresco después de la
peste del incienso dulzón del fumadero de drogas de hada. Tessa casi tropezó al
bajar las escaleras. El carruaje por suerte aún estaba en la acera, y Cyril ya
estaba descendiendo del asiento, en dirección a ellos, la preocupación se
reflejaba abiertamente en su gran rostro.
—¿Está bien, entonces? —dijo, tomando el brazo que Will había posado
sobre los hombros de Tessa y echándolo sobre los suyos. Tessa se deslizó a un
lado con gratitud, su espalda había empezado a doler.
Como era de esperar, a Will no le gustó esto. —Déjame ir —dijo con
repentina irritación—. Déjame ir. Puedo mantenerme en pie.
Jem y Cyril se miraron y luego se separaron. Will se tambaleó, pero se
mantuvo en posición vertical. Alzó la cabeza, el viento frío levantó el pelo
sudoroso de su cuello y frente, llevándolo hasta sus ojos. Tessa pensó en él de
pie en la azotea del Instituto: Y he aquí en Londres, una horrible maravilla Humana
de Dios.
Él miró a Jem. Sus ojos de un profundo azul, sus mejillas encendidas, sus
rasgos parecían angelicales. —No tenías que haber venido a buscarme como si
fuera un niño. Me la estaba pasando muy bien.
Jem le devolvió la mirada. —Maldito seas —dijo, golpeándolo en la cara,
haciendo que Will perdiera el equilibrio. No cayó, pero tuvo que recostarse
contra el carruaje, con su mano en la mejilla. Su boca sangraba, y miraba a Jem
totalmente asombrado.
—Haz que entre al carruaje —dijo Jem a Cyril, y dándose la vuelta, regresó
por la puerta roja para pagar por cualquier cosa que Will hubiera tomado,
pensó Tessa. Will aún lo miraba, mientras la sangre enrojecía su boca.
—¿James? —dijo.
—Vamos, entonces —dijo Cyril, con amabilidad. Realmente era muy como
Thomas, pensó Tessa mientras abría la puerta del coche y ayudaba a Will y
luego a ella a pasar a su interior. Él le dio un pañuelo de bolsillo. Era cálido y
olía a agua de colonia barata. Ella sonrió y le dio las gracias mientras cerraba la
puerta.
Will se había desplomado en la esquina del carruaje, abrazándose a sí mismo,
y con los ojos entre abiertos. La sangre le goteaba por la barbilla. Ella se inclinó
y apretó el pañuelo en su boca, él se acercó y puso su mano sobre la suya,
dejándola allí. —He provocado un lío —dijo—. ¿No?
—Y uno terrible, me temo —dijo Tessa, tratando de no notar el calor de su
mano sobre la suya. Incluso en la oscuridad del carruaje, sus ojos eran
luminosamente azules. ¿Qué fue lo que Jem había dicho, sobre la belleza? La
belleza es dolorosa. ¿La gente perdonaría a Will las cosas que hacía si fuera feo?
¿Y esto le ayudaría, al final, a ser perdonado? Sin embargo, no podía evitar
sentir que él hacía las cosas que hacía, no porque se quisiera demasiado, sino
porque se odiaba. Y ella no sabía por qué.
Cerró los ojos. —Estoy tan cansado, Tess —dijo—. Sólo quería tener sueños
agradables, por una sola vez.
—Esta no es la manera de obtenerlos, Will —dijo en voz baja—. No se puede
comprar drogas o sueños para escapar del dolor.
Su mano apretó la suya.
La puerta del coche se abrió. Tessa se retiró a toda prisa de Will. Era Jem, su
cara parecía una tormenta, le dirigió una curiosa mirada a Will, se recostó en el
asiento, llevó su bastón hasta el techo. —Cyril, vamos a casa —gritó, y después
de un momento, el carruaje se precipitó hacia delante en la noche. Jem extendió
la mano y corrió las cortinas de las ventanas. En la penumbra, Tessa deslizó el
pañuelo en su manga. Todavía estaba húmedo con la sangre de Will.
Jem no dijo nada en todo el camino de regreso de Whitechapel, simplemente
miró fríamente hacia delante con los brazos cruzados mientras que Will,
apoyado en la esquina del carruaje, dormía con una leve sonrisa en su rostro. A
Tessa, en medio de los dos, no se le ocurrió nada que decir para romper el
silencio de Jem. Esto era tan completamente a diferente a él. Jem, que siempre
era dulce, siempre amable, siempre optimista. Su expresión era peor ahora,
totalmente en blanco, sus uñas exploraban la tela de su equipo, tenía los
hombros rígidos por la rabia.
En el momento en que se detuvieron delante del Instituto, abrió la puerta y
salió. Ella le oyó gritar algo a Cyril acerca de ayudar a Will a llegar a su
habitación, y luego se alejó por las escaleras, sin cruzar ni una palabra con ella.
Tessa estaba tan sorprendida, que por un momento sólo podía mirar cómo se
marchaba. Se trasladó a la puerta del coche; Cyril ya estaba allí, alzando la
mano para ayudarla a bajar. Apenas sus zapatos habían tocado los adoquines
Tessa salió de prisa tras Jem, llamándolo por su nombre, pero él ya estaba en el
interior del Instituto. Había dejado la puerta abierta para ella, y se precipitó tras
él, sólo después de echar un breve vistazo para confirmar que Will estaba
siendo ayudado por Cyril. Corrió por las escaleras, bajando la voz cuando se
dio cuenta de que, por supuesto, todos dormían en el Instituto, las antorchas de
luz mágicas brillaban tenuemente.
Primero fue a la habitación de Jem y llamó a la puerta, y cuando no hubo
respuesta, lo buscó en los sitios que solía frecuentar: la sala de música, la
biblioteca, pero al no encontrarlo, volvió desconsolada a su habitación para
prepararse e ir a la cama. Vestía un camisón, su vestido satinado colgaba de la
percha, se metió entre las sábanas de su cama y miró al techo. Incluso tomó del
piso la copia de Vathek perteneciente a Will, pero por primera vez, la portada
del poema no pudo causarle una sonrisa, y no podía concentrarse en la historia.
Se sobresaltó ante su propia angustia. Jem estaba enojado con Will, no con
ella. Aun así, pensó, tal vez era la primera vez que había perdido los estribos
frente a ella. La primera vez que la había tratado bruscamente, sin dirigirle
palabras bondadosas, sin pensar en ella antes que en sí mismo...
Lo había dado por sentado, pensó con sorpresa y vergüenza, viendo la luz de
las velas parpadeantes. Había asumido la bondad como algo tan natural e
innato en él, que nunca se había preguntado si le costaba algún esfuerzo. Todo
el esfuerzo que requería para estar entre Will y el mundo, protegiéndolos a uno del otro. El esfuerzo para aceptar la pérdida de su familia con ecuanimidad. El
esfuerzo por seguir siendo alegre y tranquilo cuando estaba de cara a su propia
muerte.
Un ruido desgarrador, el sonido de algo siendo despedazado en la distancia,
atravesó la habitación. Tessa se sentó de golpe. ¿Qué fue eso? Parecía haber
venido de la puerta al otro lado del pasillo.
—¿Jem?
Se levantó de un salto y cogió su bata del perchero. Se apresuró a entrar en
ella, y se lanzó por la puerta hacia el pasillo.
Había estado en lo correcto, el ruido venía del cuarto de Jem. Recordó la
noche en que lo había conocido, y como por su puerta se derramaba la hermosa
música de su violín. Este ruido no sonaba en nada como la música de Jem.
Podía oír el arco contra la cuerda, sin embargo, sonaba como un grito, como
una persona gritando por un dolor horrible. Anhelaba entrar pero sentía miedo
de hacerlo, finalmente se apoderó de la perilla y abrió la puerta, se metió
cerrando la puerta rápidamente después de ella.
—Jem —susurró.
Las antorchas ardían tenuemente en las paredes. Jem estaba sentado en el
baúl a los pies de su cama, vestía apenas su camisa y los pantalones, con su pelo
plateado alborotado y el violín apoyado en su hombro. Raspaba las cuerdas
violentamente con el arco, produciendo sonidos horribles, como gritos.
Mientras Tessa lo contemplaba, una de las cuerdas del violín se rompió con un
chillido.
—¡Jem! —gritó otra vez, y cuando él no levantó la vista, cruzó la habitación y
le arrebató el arco de las manos—. Jem, ¡detente! Tu violín, arruinarás tú amado
violín.
Él la miró. Sus pupilas eran enormes, la plata de sus ojos sólo era un delgado
anillo alrededor del negro. Respiraba con dificultad, con la camisa abierta por el
cuello, el sudor caía sobre su clavícula. Sus mejillas estaban rojas. —¿Qué
importa? —dijo en una voz tan baja que era casi un susurro—. ¿Qué me puede
importar? Me estoy muriendo. No voy a sobrevivir a esta década. ¿Qué importa
si el violín desaparece antes que yo?
Tessa estaba horrorizada. Nunca había hablado así acerca de su enfermedad,
nunca.
Se puso de pie, se apartó de ella, y se dirigió a la ventana. Abriéndose paso a
través de la niebla sólo un poco de luz de luna entraba en la habitación, podía
percibir formas en la niebla blanca que se apretaba contra la ventana,
fantasmas, sombras, rostros de burla. —Sabes que es verdad.
—Nada está decidido. —Su voz estaba sacudida—. Nada es inevitable. Una
cura…
—No hay cura. —Ya no sonaba enojado, sólo resignado, que era casi peor—.
Voy a morir, y tú lo sabes, Tess. Probablemente el próximo año. Me estoy
muriendo, y no tengo familia en el mundo, y la única persona en la que confío
más que en nadie, hace como deporte aquello que me está matando.
—Pero, Jem, no creo que eso sea lo que Will haya querido hacer en absoluto.
—Tessa apoyó el arco contra los pies de la cama y se acercó a él, tímidamente,
como si fuera un animal al que tuviera miedo de sorprender—. Estaba tratando
de escapar. Está huyendo de algo, algo oscuro y terrible. Sabes cómo es, Jem. Ya
has visto cómo se puso después de… después de lo de Cecily.
Se puso de pie justo detrás de él, lo suficientemente cerca para alcanzarlo y
tocarle tentativamente el brazo, pero no lo hizo. Su camisa blanca estaba pegada
a sus omóplatos por el sudor. Podía ver las Marcas en su espalda a través de la
tela. Dejó caer el violín casi descuidadamente en el baúl y se volvió para
mirarla. —Él sabe lo que significa para mí —dijo—. El verlo jugar incluso con lo
que ha destruido mi vida…
—Pero él no estaba pensando en ti.
—Ya lo sé —Sus ojos casi eran negros ahora—. Siempre me digo que es mejor
de lo que él mismo nos permite ver, pero, Tessa, ¿y si no lo es? Siempre he
pensado, que si no tenía a nadie más, tenía a Will. Que si no tenía en mi vida
nada más importante, al menos estaría siempre a su lado. Pero tal vez no debí
hacerlo.
Su pecho subía y bajaba tan rápido, que la alarmó, puso el dorso de la mano
en su frente y exclamó. —Estás ardiendo. Deberías estar descansando.
Él se estremeció y se apartó de ella, y ella dejó caer la mano, dolida. —Jem,
¿qué pasa? ¿No quieres que te toque?
—No así —estalló él, y luego enrojeció aun más que antes.
—¿Cómo? —Ella estaba desconcertada, honestamente, éste era el
comportamiento que podría haber esperado de Will, pero no de Jem, este
misterio, este enojo.
—Como si fueras una enfermera y yo tu paciente. —Su voz era firme, pero
desigual—. ¿Crees que porque estoy enfermo, no quiero…? —Respiró
entrecortadamente—. ¿Crees que no sé —dijo—, que cuando tomas mi mano,
sólo lo haces para poder sentir mi pulso? ¿Crees que no sé qué cuando me miras
a los ojos, sólo lo haces para ver la cantidad de droga que he tomado? Si yo
fuera otro hombre, un hombre normal, podría tener esperanzas, incluso
pretensiones, podría… —Sus palabras parecían atorarse, ya sea porque se dio
cuenta de que había dicho demasiado o porque se había quedado sin aliento,
estaba jadeando, sus mejillas sonrojadas.
Ella sacudió la cabeza, sus trenzas le hicieron cosquillas en el cuello. —Es la
fiebre quien está hablando ahora, no tú.
Sus ojos se oscurecieron, y comenzó a alejarse de ella. —Ni siquiera puedes
creer que te deseo —dijo en un susurro—. Que estoy suficientemente vivo,
suficientemente sano.
—No. —Sin pensarlo, ella lo cogió del brazo. Se puso rígido—. James, no es
en absoluto lo que quería decir.
Cerró los dedos alrededor de la mano que ella tenía en su brazo. Su mano
quemaba su piel como fuego. Y entonces le dio la vuelta y la atrajo hacia sí.
Quedaron cara a cara, pecho a pecho. Su respiración le agitó el cabello. Sentía
que la fiebre aumentaba en él como la niebla en el Támesis, sintió el golpeteo de
la sangre a través de su piel, vio con una extraña claridad el pulso de su
garganta, la luz pálida de su pelo en contraste con su pálido cuello. Aguijonazos
de calor subían y bajaban por su piel, desconcertándola. Este era Jem, su amigo,
tan constante y seguro como un latido del corazón. Jem no provocaba que su
piel quemara o que su sangre corriera tan rápido por sus venas provocándole
vértigo.
—Tessa —dijo. Lo miró. No había nada estable o confiable en su expresión.
Sus ojos eran oscuros, sus mejillas sonrosadas. Cuando levantó la cara, él se
inclinó, y puso sus labios entre los de ella. Se quedó paralizada por la sorpresa,
se besaban. Jem. Estaba besando a Jem. Si los besos de Will eran fuego, los de
Jem eran como el aire puro después de mucho tiempo de haber estado
encerrada en la oscuridad. Su boca era suave y firme, una de sus manos
acariciaba su cuello suavemente, guiando su boca a la suya. La otra mano
sujetaba su cara, rozando gentilmente con el pulgar su mejilla. Sus labios sabían
a azúcar quemada; por la dulzura de la droga, supuso. Su toque, sus labios,
eran indecisos, y ella sabía por qué. A diferencia de Will, él se daba cuenta de
que esto era impropio, que no debía tocarla, ni besarla, que ella debería
apartarlo.
Pero no quería apartarlo. Ni siquiera mientras se preguntaba por qué razón
estaba besándolo. Jem movió su cabeza rozándole los aretes, sintió que sus
brazos se alzaban, como si tuvieran voluntad propia, enganchándose alrededor
de su cuello, acercándolo.
Jadeó contra su boca. Él debió haber estado seguro de que ella lo alejaría ya
que por un momento se quedó inmóvil. Sus manos se deslizaron sobre sus
hombros, animándolo con toques suaves, murmurando contra sus labios que no
se detuviera. Vacilante, le devolvió las caricias, y luego con mayor fuerza la
besó una y otra vez, cada vez con mayor urgencia, ahuecando su cara entre sus
ardientes manos, sus delgados dedos de violinista acariciaban su piel,
haciéndola temblar. Sus manos se desplazaron por su espalda hacia su cintura,
apretándola contra él, sus pies descalzos se deslizaron sobre la alfombra, y se
tambalearon cayendo de espaldas sobre la cama.
Aferrando los dedos con fuerza en su camisa, Tessa hizo se pusiera sobre
ella, soportando el peso de Jem encima de su cuerpo tuvo la sensación de que le
estaba siendo devuelto algo que le había pertenecido desde siempre, algo que
había perdido sin saberlo hace tiempo. Jem era liviano como un ave y su
corazón latía con la misma velocidad; pasó las manos por su cabello, y era tan
suave como imaginó que sería en sus más profundos sueños, igual que plumas
entre sus dedos. Él no podía dejar de pasar sus manos sobre ella, asombrado.
Trazaba un camino por su cuerpo, cuando se encontró con el lazo de su bata,
lanzó una respiración entrecortada y se detuvo allí, con dedos temblorosos.
Su incertidumbre hizo que Tessa sintiera que el corazón se le expandía
dentro de su pecho, su ternura era tan grande que no había nada más en su
interior. Quería que Jem la viera, tal y como era, ella, Tessa Gray, sin ningún
Cambio. Se agachó y soltó el lazo, deslizando la bata de sus hombros para que
él la viera tan sólo con el blanco camisón de batista.
Ella lo miró, sin aliento, retirando el pelo suelto de su cara. Incorporándose
sobre ella, él la miró y volvió a decir con voz ronca lo que le había dicho antes
en el carruaje, cuando había tocado su cabello. —Ni henpiaoliang.
—¿Qué significa? —susurró ella, y esta vez él sonrió y dijo—: Significa que
eres hermosa. No quise decírtelo antes, no quería que pensaras que me estaba
tomando demasiadas libertades.
Ella extendió la mano y tocó su mejilla, luego la frágil piel de su garganta,
donde la sangre latía con fuerza bajo la superficie. Sus pestañas como lluvia
plateada, revolotearon hacia abajo, mientras seguía el movimiento de su dedo
con los ojos.
—Tómatelas —susurró.
Se inclinó hacia ella, sus labios se encontraron de nuevo, y el choque de la
sensación fue tan fuerte, tan poderoso, que ella cerró los ojos como si con esto
pudiera ocultarse en la oscuridad. Murmuró algo, y la atrajo hacia él. Rodaron
hacia un costado, con las piernas de ella alrededor de su cintura, sus cuerpos
estrechándose más y más cerca, haciéndoles difícil el respirar, y sin embargo, no
podían detenerse. Ella encontró los botones de su camisa, pero incluso cuando
abrió los ojos, sus manos temblaban tanto que le dificultaban abrirlos.
Torpemente, los liberó, rasgando la tela. Cuando él se encogió de hombros la
camisa se le deslizó, y vio que sus ojos volvían a ser un rayo de plata pura. Sin
embargo, sólo tuvo un momento para maravillarse por eso, ya que estaba
demasiado ocupada admirando el resto de su cuerpo. Era delgado, en
comparación a la musculatura de Will; pero había algo en su fragilidad que lo
hacía hermoso, como las líneas suaves de un poema. Como el Oro que late en la
delgadez del aire19. A pesar de que una capa de músculo aún le cubría el pecho,
pudo ver las sombras en sus costillas. El colgante de jade que Will le había dado
colgaba por debajo de su clavícula formando un ángulo.
—Lo sé —dijo, mirándose a sí mismo, conscientemente de cómo lucía—. Yo
no… quiero decir… me veo…
—Hermoso —dijo, y lo decía en serio—. Eres hermoso, James Carstairs.
Sus ojos se agrandaron cuando ella lo volvió a tocar. Sus manos habían
dejado de temblar. Y comenzaron a explorarlo, con fascinación. Su madre había
tenido una copia muy antigua de un libro, recordó, sus páginas eran tan frágiles
que podrían convertirse en polvo cuando se les tocaba, ahora sentía esa misma
responsabilidad y ponía el mismo cuidado al pasar los dedos sobre las Marcas
de su pecho, a través del hueco entre sus costillas y por la pendiente de su
abdomen, estremeciéndose bajo su tacto, era tan frágil como maravilloso.
Él tampoco parecía capaz de dejar de tocarla. Sus manos de músico experto
rozaron sus costados, y acariciaron sus piernas desnudas por debajo de su
camisón. Él la tocaba como cuando sostenía a su amado violín, con una gracia
suave y urgente que la dejó sin aliento.
Parecían compartir la fiebre ahora, y sus cuerpos ardían, su pelo estaba
empapado en sudor, y se les pegaba en la frente y el cuello. A Tessa no le
importaba, quería este calor, este dolor íntimo. Esta no era ella, se trataba de
otra Tessa, la Tessa de un sueño que se comportaba así, y recordó el sueño de
Jem en una cama rodeada por las llamas. Nunca había soñado que se quemaba
con él. Quería más de este sentimiento, más de éste fuego, pero ninguna de las
novelas que había leído decían lo que pasaría ahora. ¿Él lo sabía? Will lo sabría,
pensó, pero presintió que Jem, como ella, había estado siguiendo un instinto
que corría en lo profundo de sus huesos. Sus dedos se desplazaron dentro del
inexistente espacio entre ellos, buscando los botones que mantenían su camisón
cerrado, se inclinó para besarle el hombro que había quedado al descubierto
cuando la tela se deslizó a un lado. Nadie jamás le había besado la piel desnuda,
y la sensación fue tan sorprendente que extendió una mano hacia la cabecera,
tirando una almohada de la cama, golpeando con ella la pequeña a un costado.
Se oyó el ruido de un choque. Un repentino olor dulce y oscuro, como de
especias, llenó la habitación.
Con una sacudida Jem retiró sus manos, con expresión de horror en su
rostro. Tessa se sentó, tirando de su camisón para cerrarlo, de repente
consciente de sí misma. Jem miraba a un lado de la cama, y ella siguió su línea
de visión. La caja de laca que contenía sus drogas se había caído y abierto. Una gruesa capa de polvo brillante yacía en el suelo. Una tenue bruma plateada
parecía surgir de ella, esparciendo el olor dulce y picante.
Jem la apartó, su brazo aún la rodeaba, pero ya no había pasión en su rostro,
sino una expresión de horror. —Tess —dijo en voz baja—. No puedes tocar esas
cosas. Podría ser peligroso para tu piel si lo tocas. Incluso si sólo lo respiras,
Tessa, debes irte.
Pensó en Will, ordenándole salir del ático. ¿Esta sería siempre la forma, un
chico la besaría y luego la despediría como se despide a un sirviente indeseado?
—No me iré —estalló—. Jem, puedo ayudarte a limpiarlo. Yo soy…
Tu amiga, estuvo a punto de decir. Pero lo que habían estado haciendo no era
lo que hacían los amigos. ¿Qué era ella para él?
—Por favor —dijo en voz baja. Tenía la voz ronca. Ella reconoció la emoción.
Era vergüenza—. No quiero que me veas de rodillas, recogiendo del piso la
droga que necesito para vivir. Es algo que ningún hombre querría que la chica
que él... —Respiró temblando—. Lo siento, Tessa.
¿La chica que él qué? Pero no pudo preguntarlo; estaba abrumada, con lástima,
con simpatía, en shock por lo que habían estado haciendo. Se inclinó y le besó
en la mejilla. Él no se movió mientras se deslizaba de la cama, recogía su bata, y
salía en silencio de la habitación.
***
El corredor era el mismo que había sido cuando Tessa había cruzado hace
unos ¿momentos, horas, minutos? antes: la penumbra y la suave luz se
extendían a lo largo y en ambos sentidos. Había entrado en su dormitorio y
estaba a punto de cerrar la puerta cuando sus ojos captaron un destello de
movimiento en el extremo del pasillo. El instinto la mantuvo en su lugar, con la
puerta casi cerrada, pegando el ojo a la grieta apenas abierta.
El destello lo producía una persona que caminaba por el pasillo. Un chico de
pelo rubio, pensó por un momento, en la confusión, pero no, era Jessamine,
Jessamine vestida de chico. Llevaba un pantalón y una chaqueta abierta sobre
un chaleco, y un sombrero en la mano, su largo cabello rubio atado detrás de la
cabeza. Ella miró hacia atrás mientras se apresuraba por el pasillo, como si
tuviera miedo de que la siguieran.
Unos momentos más tarde había desaparecido por una esquina, perdiéndose
de vista.
Tessa cerró la puerta, con la mente acelerada. ¿Qué demonios fue eso? ¿Qué
hacía Jessamine en la oscuridad de la noche, vagando por el Instituto y vestida
como un chico? Después de colgar la bata, Tessa fue a acostarse. Se sentía
cansada hasta la médula de los huesos, el tipo de cansancio que había sentido la
noche en que su tía murió, como si su cuerpo hubiera agotado la capacidad de
sentir emociones. Cuando cerró los ojos, vio la cara de Jem, y luego, la de Will
cuando puso la mano en su boca ensangrentada. Recuerdos de los dos se
arremolinaban en su cabeza hasta que cayó finalmente dormida, y no estaba
segura de sí estaba soñando con besar a uno de ellos, o a los dos.
StephRG14
LOS ORÍGENES- PRÍNCIPE MECÁNICO
Capitulo 10
La virtud de los Ángeles
La virtud de los ángeles es que no pueden decaer; su defecto es que no pueden mejorar.
El defecto del hombre es que puede decaer; y su virtud es que puede mejorar.
—Dicho Hasidic
Supongo que todos saben a estas horas —señaló Will en el desayuno a la
mañana siguiente— que fui a un antro de opio anoche.
Era una mañana apagada. Había amanecido lluvioso y gris, y el Instituto se
sentía sobrecargado, como si el cielo estuviera presionándolo. Sophie entraba y
salía de la cocina llevando humeantes bandejas de comida, su pálida cara lucía
afligida y humilde; Jessamine estaba decaída sobre su té; Charlotte se veía
fatigada e indispuesta por su noche en la biblioteca; y los ojos de Will estaban
hundidos, su mejilla amoratada allí donde Jem lo había golpeado. Sólo Henry,
leyendo el periódico con una mano mientras atacaba a sus huevos con la otra,
parecía tener energía.
Jem resaltaba por su ausencia. Cuando Tessa había despertado esa mañana,
había flotado por un momento en un dichoso estado de olvido, los eventos de la
noche anterior estaban detrás de una cortina empañada. Luego, se había
sentado rápido, con el horror absoluto cayendo sobre ella como una ola de agua
hirviendo.
¿Realmente había hecho todas esas cosas con Jem? Su cama, sus manos sobre
ella, las drogas desparramadas. Ella había levantado su mano y tocado su
cabello. Caía libre sobre sus hombros, donde Jem lo había acomodado
desarmando su trenza. Oh, Dios, pensó. Realmente hice todo eso; esa era yo. Había
presionado sus manos sobre sus ojos, sintiendo una abrumadora mezcla de
confusión, aterradora felicidad, por la que no podía negar que había sido maravilloso a su manera, horror ante ella misma, y espantosa y total
humillación.
Jem pensaría que ella había perdido completamente el control de su persona.
No era de extrañar que no pudiera enfrentarla en el desayuno. Apenas podía
enfrentarse a ella misma en el espejo.
—¿Me escucharon? —dijo Will de nuevo, claramente decepcionado por la
reacción ante su anuncio—. Dije que fui a un antro de opio anoche.
Charlotte levantó la vista de su tostada. Lentamente dobló su periódico, lo
puso en la mesa a su lado y bajó sus lentes de lectura sobre su nariz respingada.
—No —dijo ella—. Ese indudablemente glorioso aspecto de tus recientes
actividades nos era desconocido, de hecho.
—¿Así que allí habías estado todo este tiempo? —preguntó Jessamine,
indiferente, tomando un cubo de azúcar del platillo y mordiéndolo—. ¿Eres
ahora uno de esos adictos sin esperanzas? Dicen que sólo se necesitan una dosis
o dos.
—No era en realidad un antro de opio —protestó Tessa, antes de que pudiera
refrenarse—. Es decir, parecían tener más un negocio de polvos mágicos y cosas
así.
—Entonces tal vez no un antro de opio precisamente —dijo Will—. Pero aún
así un antro. ¡De vicio! —agregó, resaltando esta última parte clavando su dedo
en el aire.
—Oh, cariño, no uno de esos lugares que manejan ifrits21 —Charlotte
suspiró—. En serio, Will.
—Exactamente uno de esos lugares —dijo Jem, entrando en la habitación del
desayuno y deslizándose en una silla al lado de Charlotte, lo más lejos posible
de Tessa, notó ella, con un sentimiento punzante en su pecho. Él tampoco la
miró. —En Whitechapel Hight Street.
—¿Y cómo es que tú y Tessa saben tanto al respecto? —preguntó Jessamine,
quien parecía revitalizada o por su ingesta de azúcar o por la promesa de algún
buen chisme, o por las dos.
—Usé un hechizo de rastreo para encontrar a Will anoche —dijo Jem—. Me
estaba preocupando por su ausencia. Pensé que tal vez había olvidado el
camino de regreso al Instituto.
—Te preocupas demasiado —dijo Jessamine—. Es tonto.
—Estás en lo correcto. No cometeré ese error nuevamente —dijo Jem,
estirándose por el plato de kedgeree22—. Y resultó ser que Will no estaba
necesitando mi ayuda en lo absoluto.
Will miró a Jem pensativo. —Parece que he despertado con lo que llaman un
lunes negro —dijo, señalando su piel amoratada debajo de su ojo—. ¿Alguna
idea de dónde lo obtuve?
—Ninguna —Jem se sirvió algo de té.
—Huevos —dijo Henry, soñador, mirando a su plato—. Sí que amo lo
huevos. Podría comerlos todo el día.
—¿Era realmente necesario llevar a Tessa contigo a Whitechapel? —preguntó
Charlotte a Jem, sacándose sus anteojos y poniéndolos sobre el periódico. Sus
ojos marrones estaban llenos de reproche.
—Tessa no está hecha de porcelana fina —dijo Jem—. No se romperá.
Por alguna razón esta afirmación, aunque la dijo sin mirarla todavía, envió
una corriente de imágenes a través de la mente de Tessa de la noche anterior: de
aferrarse a Jem en las sombras de su cama, sus manos apretando sus hombros,
sus bocas feroces sobre la del otro. No, no la había tratado como si se pudiera
romper entonces. Una corriente de intenso calor subió a sus mejillas, y miró
hacia abajo rápidamente, rogando que su sonrojo se fuera.
—Tal vez les sorprenda saber —dijo Will— que vi algo bastante interesante
en el antro de opio.
—Estoy segura de que lo viste —dijo Charlotte con aspereza.
—¿Era un huevo? —preguntó Henry.
—Submundos —dijo Will—. Casi todos hombres lobos.
—No hay nada interesante en los hombres lobos. —Jessamine sonaba
afligida—. Estamos concentrados en encontrar a Mortmain ahora, Will, por si lo
has olvidado, no a unos Submundos drogadictos.
—Estaban comprando yin fen —dijo Will—. Baldes de eso.
Ante eso, Jem levantó la cabeza de golpe y se encontró con los ojos de Will.
—Ya han comenzado a cambiar de color —dijo Will—. Muchos tienen el
cabello u ojos plateados. Incluso su piel ha empezado ponerse plateada.
—Esto es muy preocupante. —Charlotte frunció el seño—. Deberíamos
hablar con Woolsey Scott tan pronto como este asunto con Mortmain se aclare.
Si hay un problema de adicción a polvos de brujo en su manada, él querrá saber
al respecto.
—¿No crees que ya lo sabe? —dijo Will, recostándose en su silla. Se veía
complacido por haber conseguido finalmente una reacción ante sus noticias—.
Es su manada, después de todo.
—Su manada son todos los lobos de Londres —reprochó Jem—. No es
posible que pueda seguirles los pasos a todos.
—No estoy seguro de que quieras esperar —dijo Will—. Si puedes ubicar a
Scott, hablaré con él lo más pronto posible.
Charlotte inclinó su cabeza hacia un lado. —¿Y por qué es eso?
—Porque — dijo Will— uno de los ifrits le preguntó a un hombre lobo por
qué necesitaba tanto yin fen. Aparentemente, funciona como un estimulante
para los hombres lobos. La respuesta fue que le complacía al Maestro que la
droga los mantuviera trabajando toda la noche.
La taza de té de Charlotte chocó contra su plato. —¿Trabajando en qué?
Will sonrió, claramente complacido por el efecto que estaba obteniendo. —
No tengo ni idea. Perdí la consciencia por ese entonces. Estaba teniendo un
hermoso sueño sobre una joven mujer que había extraviado casi toda su ropa…
Charlotte estaba pálida. —Dios santo, espero que Scott no esté envuelto con
el Maestro. Primero De Quincey, ahora los lobos, todos nuestros aliados. Los
Acuerdos…
—Estoy seguro de que todo estará bien, Charlotte —dijo Henry
suavemente—. Scott no parece del tipo que se mezcla con Mortmain.
—Tal vez deberías estar allí cuando hable con él —dijo Charlotte—.
Nominalmente, tú eres el director del Instituto
—Oh, no —dijo Henry, con una mirada de horror—. Querida, estarías muy
bien sin mí. Eres una genio en lo que concierne a estas negociaciones, y yo
simplemente no lo soy. Además, ¡el invento en el que estoy trabajando ahora
podría reducir a todo el ejército mecánico en pedazos si hago las fórmulas
correctamente!
Él sonrió de alegría en la mesa, orgulloso. Charlotte lo observó por un largo
rato, luego empujó su silla lejos de la mesa, se levantó, y salió del salón sin una
palabra más.
Will miró a Henry con los ojos medio cerrados. —Nada perturba nunca tus
círculos, ¿no, Henry?
Henry pestañeó. —¿Qué quieres decir?
—Arquímedes —dijo Jem, como siempre entendiendo lo que Will quería
decir, pero sin mirarlo—. Estaba dibujando un diagrama matemático en la
arena cuando su ciudad fue atacada por los romanos. Estaba tan concentrado en
lo que estaba haciendo que no vio al soldado acercándose a sus espaldas. Sus
últimas palabras fueron ‘no perturbes mis círculos’. Por supuesto, era un
hombre viejo para ese entonces.
—Y probablemente nunca se casó —dijo Will y le sonrió a Jem al otro lado de
la mesa. Jem no le devolvió la sonrisa. Sin mirar ni a Will ni a Tessa, sin mirar a
ninguno de ellos, se levantó y salió de la habitación detrás de Charlotte.
—Oh, qué fastidio —dijo Jessamine—. ¿Es este uno de esos días en que todos
nos vamos hechos unas furias? Porque yo simplemente no tengo la energía para
eso. —Apoyó la cabeza en sus brazos y cerró los ojos.
Henry miró desconcertado de Will a Tessa. —¿Qué pasa? ¿Qué he hecho
mal?
Tessa suspiró. —Nada terrible, Henry. Es sólo que, creo que Charlotte quería
que fueras con ella.
—¿Entonces por qué no lo dijo? —Los ojos de Henry estaban tristes. Su
alegría por sus huevos e inventos parecía haberse desvanecido. Tal vez no
debería haberse casado con Charlotte, pensó Tessa, con su humor tan sombrío
como el clima. Tal vez, como Arquímedes, él hubiera sido más feliz dibujando
círculos en la arena.
—Porque las mujeres nunca dicen lo que piensan —dijo Will. Sus ojos se
desviaron a la cocina, donde Bridget estaba limpiando lo que quedaba de la
comida. Su canto flotaba lúgubremente hasta el salón comedor.
“Me temo que estás envenenado, mi lindo muchacho, me temo que estás envenenado,
¡mi consuelo y mi alegría!
Oh sí, estoy envenenado; madre, has mi cama pronto, Hay un dolor en mi corazón y
quiero recostarme.”
—Juro que esa mujer solía trabajar como cazadora de la muerte vendiendo
baladas trágicas en Seven Dials23 —dijo Will—. Y sí, desearía que no cantara
sobre envenenamiento justo después de comer. — Miró a Tessa de costado—.
¿No deberías estar ya poniéndote tu equipo? ¿No tienes entrenamiento con los
lunáticos Lightwood hoy?
—Sí, pero no necesito cambiarme de ropa. Sólo vamos a practicar
lanzamiento de cuchillos —dijo Tessa, de alguna manera sorprendida de que
fuera capaz de tener esta relajada y civilizada conversación con Will después de
los eventos de la noche anterior. El pañuelo de Cyril, con la sangre de Will, aún
estaba en su vestidor; recordó la calidez de sus labios en sus dedos, y quitó sus
ojos de los de él.
—Qué fortuna que tengo buena mano en el lanzamiento de cuchillos. —Will
se levantó y le ofreció su brazo—. Ven conmigo. Volverá locos a Gideon y a
Gabriel si observo el entrenamiento, y me vendría bien un poco de locura esta
mañana.
Will estaba en lo cierto. Su presencia durante la sesión de entrenamiento
pareció haber molestado a Gabriel por lo menos, pero Gideon, como parecía
hacer con todo, tomó su intrusión de forma impasible. Will se sentó en un banco
de madera bajo que estaba contra una de las paredes y comió una manzana, sus
largas piernas estiradas en frente de él, ocasionalmente daba pequeños consejos
que Gideon ignoraba y Gabriel tomaba como golpes al pecho.
—¿Tiene que estar aquí? —le gruñó Gabriel a Tessa la segunda vez que casi
dejó caer un cuchillo al pasárselo a ella. Puso una mano en su hombro,
mostrándole la línea de visión para el objetivo al que estaba apuntando, un
círculo negro dibujado en la pared. Ella sabía cuanto quería que le estuviera
apuntando a Will en cambio—. ¿No puede decirle que se vaya?
—A ver, ¿por qué haría eso? —preguntó Tessa razonablemente—. Will es mi
amigo, y usted es alguien que ni siquiera me cae bien.
Ella lanzó el cuchillo. Falló su blanco por varios metros, clavándose abajo en
la pared cerca del suelo.
—No, aún está sopesando demasiado el punto, ¿y qué quiere decir con que
no le caigo bien? —exigió Gabriel, dándole otro cuchillo como si fuera un
reflejo, pero por su expresión estaba muy sorprendido, de hecho.
—Bueno —dijo Tessa, observando a lo largo de la línea del cuchillo—. Se
comporta como si yo no le cayera bien. De hecho, se comporta como si no le
cayéramos bien ninguno de nosotros.
—No es así —dijo Gabriel—. Solamente él no me cae bien. —Señaló a Will.
—Pobre de mí —dijo Will y le dio otro mordisco a su manzana—. ¿Es porque
soy más atractivo que tú?
—Los dos, estense callados —gritó Gideon desde el otro lado del salón—. Se
supone que estamos trabajando, no atacándonos por desacuerdos
insignificantes de hace añares.
—¿Insignificante? —gruñó Gabriel—. Me rompió el brazo.
Will le dio otro mordisco a su manzana. —Apenas puedo creer que sigas
enojado por eso.
Tessa lanzó el cuchillo. Este tiro estuvo mejor. Dio dentro del círculo negro, si
es que no era el centro mismo. Gabriel miró alrededor buscando otro cuchillo, al
no ver ninguno, dejó salir un suspiro de fastidio.
—Cuando nosotros dirijamos el Instituto —dijo, alzando su voz lo suficiente
como para que Will lo escuchara—. Esta sala de entrenamiento estará mucho
mejor mantenida y equipada.
Tessa lo miró enojada. —Es increíble que no me caiga bien, ¿no?
El apuesto rostro de Gabriel se torció en una fea mirada de desprecio. —No
veo qué tiene que ver esto con usted, brujita; este Instituto no es su hogar. No
pertenece a este lugar. Créame, estaría mejor con mi familia dirigiendo las cosas
aquí; podríamos encontrar usos para su… talento. Trabajos que la harían rica.
Podría vivir donde quisiera. Y Charlotte puede dirigir el Instituto en York,
donde hará considerablemente menos daño.
Will se había enderezado en el asiento, la manzana olvidada. Gideon y
Sophie habían cesado en su práctica y estaban observando la conversación,
Gideon cauteloso, Sophie con los ojos muy abiertos. —Por si no lo has notado
—dijo Will— ya hay alguien que dirige el Instituto de York.
—Aloysius Starkweather es un viejo senil. —Gabriel lo descartó con un
movimiento de su mano—. Y no tiene ningún descendiente como para que
pueda rogar al Cónsul que lo ponga en su lugar. Desde el asunto con su nieta,
su hijo y nuera empacaron y se fueron a Idris. No volverán ni por amor ni por
dinero.
—¿Qué asuntos con su nieta? —preguntó Tessa, recordando el retrato de la
niña con aspecto enfermo en las escaleras del Instituto de York.
—Sólo vivió hasta los diez años, más o menos —dijo Gabriel—. Nunca fue
muy sana, por decir algo, y cuando la marcaron por primera vez… Bueno, debe
haber estado mal entrenada. Se volvió loca, repudiada y murió. La conmoción
mató a la esposa del viejo Starkweather y mandó a sus hijos corriendo a Idris.
No sería mucho problema hacerlo reemplazar por Charlotte. El Cónsul debe ver
que él no es bueno… está demasiado apegado a los métodos antiguos.
Tessa miró a Gabriel con incredulidad. Su voz había mantenido su fría
indiferencia cuando contaba la historia de los Starkweather, como si fuera un
cuanto de hadas. Y ella, ella no quería compadecerse del viejo con los ojos astutos y la habitación sangrienta llena de los restos de Submundos muertos,
pero no pudo evitarlo. Sacó a Aloysius Starkweather de su mente.
—Charlotte dirige este Instituto —dijo ella—. Y su padre no se lo quitará.
—Ella merece que se lo quiten.
Will arrojó el corazón de su manzana al aire, sacando al mismo tiempo un
cuchillo de su cinturón y lanzándolo. El cuchillo y la manzana volaron juntos a
través de la habitación, de alguna manera arreglándoselas para enterrarse en la
pared justo al lado de la cabeza de Gabriel; el cuchillo atravesó limpiamente el
corazón de la manzana y la madera. —Di eso de nuevo —dijo Will—. Y apagaré
las luces del día por ti.
La cara de Gabriel se tensó. —No tienes ni idea de lo que está hablando.
Gideon dio un paso hacia delante, la advertencia en cada línea de su postura.
—Gabriel…
Pero su hermano lo ignoró. —Ni siquiera sabes lo que el padre de tu preciosa
Charlotte le hizo al mío, ¿no? Yo sólo me enteré hace algunos días. Mi padre
finalmente se quebró y nos lo dijo. Él había protegido a los Fairchild hasta
entonces.
—¿Tu padre? —el tono de Will era incrédulo—. ¿Protegió a los Fairchild?
—Nos estaba protegiendo a nosotros también. —Las palabras de Gabriel se
precipitaban unas sobre otras—. El hermano de mi madre, mi tío Silas, fue uno
de los amigos más cercanos de Granville Fairchild. Entonces el tío Silas rompió
la Ley, una cosa pequeña, una infracción menor, y Fairchild lo descubrió. Todo
lo que le importaba era la Ley, no la amistad, no la lealtad. Fue derecho a la
Clave. —La voz de Gabriel se alzó—. Mi tío se suicidó por la vergüenza, y mi
madre murió de la pena. ¡Los Fairchild no se preocupan por nadie más que por
ellos mismos y la Ley!
Por un momento, la habitación se quedó en silencio; incluso Will estaba sin
habla, luciendo completamente sorprendido. Fue Tessa quien habló al fin.
—Pero eso es culpa del padre de Charlotte. No de ella.
Gabriel estaba blanco de la ira, sus ojos verdes resaltaban contra su piel
pálida.
—Usted no entiende —dijo rencoroso—. No es una Cazadora de Sombras.
Tenemos orgullo por la sangre. Orgullo familiar. Granville Fairchild quería el
Instituto para su hija, y el Cónsul lo hizo posible. Pero a pesar de que Fairchild
está muerto, aún no podemos quitárselo. Él era odiado, tan odiado que nadie se
hubiera casado con Charlotte si él no hubiera pagado a los Branwell para que le
dieran a Henry. Todos lo saben. Todos saben que él no la ama realmente. Cómo
podría…
Hubo un golpe seco, como el sonido del disparo de un rifle y Gabriel
enmudeció. Sophie le había dado una bofetada. Su piel pálida ya había
empezado a enrojecerse. Sophie lo estaba mirando fijamente, respirando fuerte,
una mirada incrédula en su cara, como si no pudiera creer lo que acababa de
hacer.
Las manos se Gabriel se tensaron a su lado, pero no se movió. No podía,
Tessa lo sabía. No podía golpear a una chica, una chica que ni siquiera era una
Cazadora de Sombras o una Submundo, sino, meramente una mundana. Él
miró a su hermano pero Gideon, sin expresión alguna, captó su mirada y negó
con la cabeza lentamente; con un sonido ahogado, Gabriel giró sobre sus pies y
salió a zancadas del salón.
—¡Sophie! —exclamó Tessa, alcanzándola—. ¿Estás bien?
Pero Sophie estaba mirando ansiosamente a Gideon. —Lo siento tanto, señor
—dijo—. No hay excusas, perdí la cabeza y yo…
—Fue un golpe bien puesto —dijo Gideon calmadamente—. Veo que
estuviste prestando atención a mi entrenamiento.
Will estaba sentado derecho en el banco, sus ojos azules vivos y curiosos. —
¿Era verdad? —dijo—. Esa historia que Gabriel nos acaba de contar.
Gideon se encogió de hombros. —Gabriel adora a nuestro padre —dijo—.
Cualquier cosa que Benedict diga es como una declaración de un ser supremo.
Sabía que mi tío se había suicidado, pero no las circunstancias, hasta el día
después de la primera vez que volvimos de entrenarlos a ustedes. Padre
preguntó como parecía estar el Instituto y le dije que parecía en buenas
condiciones, no diferente del Instituto de Madrid. De hecho, le dije que no pude
ver evidencia de que Charlotte estuviera haciendo un mal trabajo. Ahí fue
cuando nos contó la historia.
—Si no le molesta que pregunte —dijo Tessa— ¿qué fue lo que hizo su tío?
—¿Silas? Se enamoró de su parabatai. En realidad, no era una infracción
menor como dijo Gabriel, sino una grave. Las relaciones románticas entre
parabatai están absolutamente prohibidas. Aunque incluso el Cazador de
Sombras mejor entrenado puede caer presa de las emociones. La Clave los
hubiera separado y eso Silas no lo podía enfrentar. Ese es el por qué se suicidó.
Mi madre se consumió por la rabia y la pena. Puedo creer muy bien que su
último deseo en el lecho de muerte fuera que recuperásemos el Instituto de los
Fairchild. Gabriel era más joven que yo cuando nuestra madre murió, sólo cinco
años, aún agarrado a sus faldas, y me parece que sus sentimientos le son muy
abrumadores como para entenderlos. Como sea, yo creo que los pecados de los
padres no deberían recaer sobre los hijos.
—O las hijas —dijo Will.
Gideon lo miró y le dio una sonrisa torcida. No había ninguna antipatía ahí;
de hecho, era más bien la mirada de alguien que entendía a Will, y por qué se
comportaba como lo hacía. Incluso Will parecía un poco sorprendido. —
Tenemos el problema de que Gabriel nunca volverá aquí, por supuesto —dijo
Gideon—. No después de esto.
Sophie, cuyo color había empezado a volver, empalideció de nuevo. —La
Sra. Branwell estará furiosa…
Tessa frotó su espalda. —Iré detrás de él y pediré disculpas, Sophie. Todo
estará bien.
Escuchó a Gideon llamarla, pero ya se estaba apresurando por el salón.
Odiaba admitirlo, pero sentía una chispa de simpatía por Gabriel cuando
Gideon había estado contando su historia. El perder a tu madre cuando eres tan
joven que apenas puedes recordarla después, era algo con lo que ella se sentía
familiarizada. Si alguien le hubiera dicho que su madre tenía un último deseo,
no estaba segura de que no hubiera hecho todo en su poder para cumplirlo…
tuviera sentido o no.
—¡Tessa! —Ella ya estaba a medio camino del pasillo cuando escuchó a Will
llamándola. Se dio la vuelta y lo vio dando pasos largos por el salón en su
dirección, una media sonrisa en su cara.
Sus próximas palabras borraron su sonrisa.
—¿Por qué me estas siguiendo? ¡Will, no deberías haberlos dejado solos!
Debes volver a la sala de entrenamiento de inmediato.
Will se puso firme. —¿Por qué?
Tessa alzó sus manos. —¿Es que los hombres no notan nada? Gideon tiene
intenciones con Sophie…
—¿Con Sophie?
—Ella es una chica muy hermosa —se encendió Tessa—. Eres un idiota si no
has notado la manera en que la mira, pero no quiero que se aproveche de ella.
Ya ha tenido suficientes problemas en su vida, y además si estás conmigo,
Gabriel no me hablará. Sabes que no.
Will murmuró algo sin aliento y tomó su muñeca. —Por aquí. Ven conmigo.
La calidez de su piel contra la suya envió un escalofrío por su brazo. Él la
llevó a la sala de estar hasta las grandes ventanas que daban hacia el patio. Le
soltó la muñeca justo a tiempo para que se inclinara a ver el carruaje de los
Lightwood sacudiéndose furiosamente a través del piso de piedra y debajo de
los portones de hierro.
—Ahí lo tienes —dijo Will—. Gabriel ya se fue de todas formas, a menos que
quieras perseguir el carruaje. Y Sophie es perfectamente sensata. No le dejará a
Gideon hacer lo que quiera. Además, él es tan encantador como un buzón de
correo.
Tessa, sorprendiéndose incluso a ella misma, dejó salir una risa. Levantó su
mano para cubrir su boca, pero era muy tarde; ya se estaba riendo, inclinándose
un poco contra la ventana.
Will la miró, sus ojos azules burlones, su boca sólo empezando a curvarse en
una sonrisa. —Debo ser más divertido de lo que pensé. Lo que me hace muy
divertido en verdad.
—No me estoy riendo de ti —le dijo entre risitas—. Es sólo que, ¡oh! La
mirada en la cara de Gabriel cuando Sophie lo golpeó. Mi Dios. —Se sacó el
cabello de la cara y dijo—. Realmente no debería estarme riendo. La mitad del
por qué estaba tan enojado es que lo estabas provocando. Debería estar enojada
contigo.
—Oh, deberías —dijo Will, dándose la vuelta para caer en una silla cerca del
fuego y estirar sus largas piernas hacia las llamas. Como toda habitación en
Inglaterra, hacía frío aquí excepto justo en frente del fuego. Uno se tostaba por
el frente y se congelaba por detrás como un pavo mal cocinado—. Ninguna
buena frase incluye la palabra ’debería’. Yo debería haber pagado la cuenta del
bar; ahora vienen a romperme las piernas. No debería haber huido con la esposa
de mi amigo; ahora ella me molesta todo el tiempo. Debería…
—Deberías —dijo Tessa suavemente— pensar en el modo en que afectan a
Jem las cosas que haces.
Will apoyó su cabeza en el cuero de la silla y la contempló. Se veía soñoliento
y cansado. Podría haber sido algún Apollo pre-Rafaelino. —¿Es esta una
conversación seria, Tessa? —Su voz aún guardaba humor, pero era afilada,
como una daga de oro afilada en una hoja de afeitar.
Tessa fue y se sentó en el sofá opuesto al de él. —¿No te preocupa que esté
enojado contigo? Es tu parabatai. Y es Jem. Nunca está enojado.
—Tal vez es lo mejor que esté enojado conmigo —dijo Will—. Tanta
paciencia de santo no puede ser buena para nadie.
—No te burles de él. —El tono de Tessa era afilado.
—Nada está más allá de la burla, Tess.
—Jem lo está. Siempre ha sido bueno contigo. Él no es nada más que bondad.
El que te golpeara anoche sólo muestra lo capaz que eres de volver locos hasta
los santos.
—¿Jem me golpeó? —Will, tocándose la mejilla, se veía sorprendido—. Debo
confesar, recuerdo muy poco de anoche. Sólo que ustedes dos me despertaron,
aunque yo quería permanecer dormido. Recuerdo a Jem gritándome y tú
sosteniéndome. Sabía que era tú. Siempre hueles a lavanda.
Tessa ignoró esto. —Bueno, Jem te golpeó. Y te lo merecías.
—Tú sí te ves insolente, como Raziel en todas esas pinturas, como si
estuviera rebajándonos. Así que dime, ángel insolente, ¿qué es lo que hice para
merecer que James me golpeara en la cara?
Tessa buscó las palabras, pero estas la eludían; recurrió al idioma que ella y
Will compartían: la poesía. —Sabes, en ese ensayo de Donne, lo que él dice…
—¿’Disculpa a mis manos errantes y déjalas ir’? —citó Will, mirándola.
—Me refiero al ensayo sobre que ningún hombre es una isla. Todo lo que
haces toca a otros. Te comportas como si vivieras en algún tipo de isla Will y
como si ninguna de tus acciones pudiera tener alguna consecuencia. Pero sí las
tienen.
—¿Cómo es que el que yo vaya a una guarida de brujos afecta a Jem? —
preguntó Will—. Supongo que tenía que venir y sacarme de allí, pero ha hecho
cosas más peligrosas en el pasado por mí. Nos protegemos el uno al otro…
—No, tú no —gritó Tessa, frustrada—. ¿Crees que le importa el peligro? ¿Eso
crees? Toda su vida ha sido destruida por esta droga, este yin fen, y ahí vas a un
antro de brujos y te drogas como si nada más importara y es sólo un juego para
ti. Él debe tomar esta cosa tonta todos los días sólo para poder vivir, pero
mientras tanto, está matándolo. Odia ser dependiente. Ni siquiera puede
obligarse a comprarlo; te tiene a ti para hacer eso. —Will hizo un sonido de
protesta, pero Tessa levantó una mano—. Y entonces tú vas hasta Whitechapel y
le das tu dinero a la gente que hace esta droga y hace a otras personas adictas a
ella, como si fuera algún tipo de vacaciones en el continente para ti. ¿Qué
estabas pensando?
—Pero no tiene nada que ver con Jem…
—No pensaste en él —dijo Tessa—. Pero tal vez debiste hacerlo. ¿No
entiendes que él cree que hiciste una burla de lo que lo está matando? Y se
supone que debes ser su hermano.
Will se había puesto blanco. —No puede pensar eso.
—Lo piensa —dijo ella—. Él entiende que no te importe lo que la demás
gente piense de ti. Pero creo que él siempre esperó que si te importara lo que él
piense. Lo que él siente.
Will se inclinó hacia delante. La luz del fuego dibujaba raros patrones en su
piel, oscureciendo el machucón de su mejilla hasta el negro. —Si me importa lo
que otra gente piense —dijo con una sorprendente intensidad, mirando
fijamente las llamas—. Es todo en lo que pienso, lo que los otros piensan, lo que sienten sobre mí, y lo que yo siento sobre ellos; me vuelve loco. Quería
escapar…
—No puedes decirlo en serio. Will Herondale, ¿importándole lo que otros
piensan de él? —Tessa intentó hacer su voz lo más ligera posible.
La mirada en su cara la alarmó. No era cerrada, sino abierta, como si hubiera
sido atrapado medio enredado en un pensamiento que desesperadamente
quería compartir, pero no se atrevía. Este es el chico que tomó mis cartas privadas y
las escondió en su cuarto, pensó, pero ya no pudo enojarse por ello. Ella había
pensado que estaría furiosa cuando lo viera de nuevo, pero no lo estaba, sólo
confundida y asombrada. Seguramente… ¿mostraba una curiosidad sobre otras
personas que eran bastante no-como-Will, para querer leerlas en primer lugar?
Había algo áspero en su cara, en su voz. —Tess —dijo—. Es eso en todo lo
que pienso. Nunca te miro sin pensar en qué es lo que sientes por mí y
temiendo…
Se interrumpió cuando la puerta de la sala de estar se abrió y entró Charlotte,
seguida de un hombre alto cuyo brillante pelo rubio resplandecía como un
girasol a la débil luz. Will se dio la vuelta rápidamente, su cara tensa. Tessa lo
miró fijo. ¿Qué es lo que había estado por decir?
—¡Oh! —Charlotte estaba claramente sorprendida de verlos a los dos—.
Tessa, Will, no me di cuenta de que estaban aquí.
Las manos de Will estaban cerradas en puños a su lado, su cara en las
sombras, pero su voz estaba nivelada cuando contestó: —Vimos el fuego
prendido. Está tan frío como el hielo en el resto de la casa.
Tessa se levantó. —Ya nos estamos yendo…
—Will Herondale, es excelente ver que está bien. ¡Y Tessa Gray! —El hombre
rubio se separó de Charlotte y fue hasta Tessa, sonriendo como si la conociera
—. La cambia formas, ¿correcto? Encantado de conocerla. Qué curiosidad.
Charlotte suspiró. —Sr. Woolsey Scott, esta es la Señorita Tessa Gray. Tessa,
este es el Sr. Woolsey Scott, jefe de la manada de hombre lobos de Londres y un
viejo amigo de la Clave.
—Muy bien, entonces —dijo Gideon cuando la puerta se cerró detrás de
Tessa y Will. Se dio la vuelta hacia Sophie, quien estaba de repente muy
consciente de la extensión de la habitación y de lo pequeña que se sentía dentro
de ella—. ¿Continuamos con el entrenamiento?
Le ofreció un cuchillo, brillante como una varita de plata en la penumbra del
salón. Sus ojos verdes estaban serenos. Todo en Gideon era sereno, su mirada, su
voz, su postura. Ella recordó lo que se sintió el tener esos brazos tranquilos a su
alrededor y tembló involuntariamente. Nunca había estado sola con él antes y
la asustó. —No creo que pueda concentrarme, Sr. Lightwood —dijo—. Aprecio
la oferta de todas formas, pero…
Bajó sus brazos lentamente. —¿Cree que no tomo el entrenarla seriamente?
—Creo que está siendo muy generoso. Pero debería enfrentar los hechos,
¿no? Este entrenamiento nunca fue sobre Tessa o sobre mí. Era sobre su padre y
el Instituto. Y ahora que he golpeado a su hermano. —Sintió que su garganta se
tensaba—. La Sra. Branwell estaría tan decepcionada de mí si supiera.
—Tonterías. Se lo merecía. Y el pequeño asunto de esa enemistad heredada
entre nuestras familias sí viene al caso. —Gideon giró el cuchillo sin cuidado
sobre su dedo y lo metió en su cinturón—. Charlotte probablemente le daría un
aumento de salario si supiera.
Sophie negó con la cabeza. Estaban sólo a unos pasos de un banco; se sentó
en él, sintiéndose exhausta. —No conoce a Charlotte. Se sentiría moralmente
obligada a disciplinarme.
Gideon se ubicó en el banco, no junto a ella, sino del lado opuesto, tan lejos
de ella como le fuera posible. Sophie no podía decidir si estaba contenta con eso
o no. —Srta. Collins —dijo él —. Hay algo que debería saber.
Ella entrelazó sus dedos. —¿Qué es eso?
Él se inclinó hacia delante un poco, sus anchos hombros se encorvaron. Ella
pudo ver líneas de gris en sus ojos verdes. —Cuando mi padre me llamó a
Madrid —dijo— yo no quería venir. Nunca he sido feliz en Londres. Nuestra
casa ha sido un lugar miserable desde que mi madre murió.
Sophie sólo lo miró fijamente. No podía pensar en ninguna palabra. Él era un
Cazador de sombras y un caballero, y aun así, parecía estar aliviando su alma
con ella. Incluso Jem, por toda su amable bondad, nunca había hecho eso.
—Cuando me dijeron de estas lecciones, pensé que iban a ser una horrible
pérdida de mi tiempo. Me imaginé a dos chicas muy tontas sin ningún interés
en cualquier clase de entrenamiento. Pero eso no las describe ni a la Señorita
Gray ni a usted. Debería decirle, solía entrenar a jóvenes Cazadores de Sombras
en Madrid, y eran bastantes los que no tenían la habilidad natural que tiene
usted. Es una estudiante talentosa y es un placer enseñarle.
Sophie se sintió enrojecer de color escarlata. —No puede hablar en serio.
—Es así. Estaba felizmente sorprendido la primera vez que vine aquí, y de
nuevo la vez siguiente y la siguiente. Me di cuenta de que lo esperaba con
ansias. De hecho, sería justo decir que desde que volví a casa, he odiado todo en
Londres excepto estas horas aquí, con usted.
—Pero usted decía ‘ay Dios mío’24 cada vez que tiraba mi daga.
Él sonrió, lo que iluminó su cara, la cambió. Sophie lo miró fijo. No era
hermoso como lo era Jem, pero era muy apuesto, especialmente cuando sonreía.
La sonrisa parecía estirarse y tocar su corazón, haciendo que acelerara su ritmo.
Es un Cazador de Sombras, pensó ella. Y un caballero. Esta no es la forma de pensar
sobre él. Para ya. Pero no podía parar, no más de lo que podía mantener a Jem
fuera de su mente. Aunque, cuando con Jem se había sentido segura, con
Gideon sintió un acaloramiento como la luz que viajaba de arriba abajo por sus
venas, sacudiéndola. Y aun así, no quería dejarlo ir.
—Hablo en español cuando estoy de buen humor —dijo—. También debería
saber eso sobre mí.
—¿Así que eso no era que usted se sentía tan agotado por mi ineptitud que
estaba deseando colgarse del techo?
—Justo lo opuesto. —Él se inclinó más cerca de ella. Sus ojos con el color
verde grisáceo de un mar tormentoso—. ¿Sophie? ¿Puedo preguntarle algo?
Ella sabía que debía corregirlo, pedirle que la llame Señorita Collins, pero no
lo hizo.
—Yo... ¿sí?
—Lo que sea que pase con la lección, ¿podría verla de nuevo?
Will se puso de pie, pero Woolsey Scott todavía estaba examinando a Tessa,
con su mano debajo de su mentón, estudiándola como si fuera algo debajo de
un vidrio en una exhibición de historia natural. No era para nada como ella
hubiera imaginado que se vería el líder de una manada. Probablemente estaba
en sus veinte-pocos, alto pero delgado al punto de la fragilidad, con cabello
rubio casi hasta los hombros, vestido con una chaqueta de terciopelo, un
pantalón hasta las rodillas y una bufanda colgando con un estampado a
cuadros. Un monóculo tintado oscurecía un ojo verde pálido. Se veía como los
dibujos que había visto en Polichinela de esos que se llamaban a sí mismos
“estetas25”.
—Adorable —declaró él, finalmente—. Charlotte, insisto en que se queden
mientras hablamos. Qué pareja más encantadora que hacen. Observa cómo el
cabello oscuro de él resalta la piel pálida de ella.
—Gracias —dijo Tessa, sus voz varias octavas más alta de lo normal—. Sr.
Scott, eso es muy cortés, pero no hay unión alguna entre Will y yo, no sé lo que
habrá escuchado.
—¡Nada! —declaró él, tirándose en una silla y arreglando su bufanda a su
alrededor—. Nada de nada, le aseguro, aunque su sonrojo contradice tus
palabras. Vengan aquí, todos siéntense. No hay necesidad de estar intimidados
por mí. Charlotte, pide el té. Estoy agotado.
Tessa miró a Charlotte, quien se encogió de hombros como diciendo que no
había nada que hacer al respecto. Lentamente, Tessa se sentó de nuevo. Will se
sentó también. Ella no lo miró; no podía, con Woolsey Scott sonriéndoles a
ambos como si él supiera algo que ella no.
—¿Y dónde está el joven Sr. Carstairs? —preguntó—. Un chico adorable. Una
coloración tan interesante. Y tan talentoso con el violín. Por supuesto, escuché a
Garcin en persona cuando tocó en la Ópera de París y después de eso, bueno,
todo simplemente suena como polvo de carbón raspando los tímpanos. Lástima
lo de su enfermedad.
Charlotte, que había ido al otro lado de la habitación para llamar a Bridget,
regresó y se sentó, acomodando sus faldas. —En cierto modo, es de eso de lo
que quería hablarle…
—Oh, no, no, no. —De la nada Scott sacó una caja mayólica26, que movió en
dirección a Charlotte—. Ninguna conversación seria, por favor, hasta que haya
fumado y tomado mi té. ¿Cigarrillo egipcio? —Le ofreció la caja—. Son los
mejores disponibles.
—No, gracias. —Charlotte lució ligeramente horrorizada ante la idea de
fumar un cigarrillo; era cierto, difícil de imaginar y Tessa sintió a Will, a su
lado, riéndose silenciosamente. Scott se encogió de hombros y regresó a sus
preparaciones para fumar. La caja mayólica era una cosita ingeniosa con
compartimentos para cigarros, atados en un paquete con un lazo de seda,
fósforos nuevos y viejos y un lugar para tirar las cenizas. Observaron mientras
el hombre lobo encendía su cigarro con evidente placer, y la dulce esencia del
tabaco llenó la habitación.
—Ahora —dijo él — dime cómo has estado Charlotte, querida. Y ese esposo
abstraído tuyo. ¿Todavía deambula por la cripta inventando cosas que
explotan?
—Algunas veces —dijo Will— incluso se supone que deben explotar.
Hubo un sonido de traqueteo y Bridget llegó con una bandeja de té,
ahorrándole a Charlotte la necesidad de contestar. Puso las cosas del té en la
mesa de marquetería entre las sillas, mirando ansiosamente de aquí para allá. —
Lo siento, Sra. Branwell, creí que sólo iban a ser dos para el té…
—Está todo bien, Bridget —dijo Charlotte, su tono firmemente displicente—.
Llamaré si necesitamos algo más.
Bridget hizo una reverencia y se fue, dándole una mirada curiosa sobre su
hombro a Woolsey Scott mientras se iba. Él no la notó. Ya había agregado leche
a su taza de té y estaba mirando con reproche a su anfitriona.
—Oh, Charlotte.
Ella lo miró confusa. —¿Si?
—Las pinzas, las pinzas del azúcar —dijo Scott tristemente, con la voz de
alguien haciendo énfasis en la trágica muerte de un conocido—. Son de plata.
—¡Oh! —Charlotte parecía perpleja. La plata, recordó Tessa, era peligrosa
para los hombres lobos—. Lo siento tanto…
Scott suspiró. —Está todo bien. Afortunadamente, siempre llevo la mía. —De
otro bolsillo de su chaqueta de terciopelo, que estaba abotonada sobre un
chaleco de seda con un estampado de lirios acuáticos que hubiera puesto en
ridículo a uno de los de Henry, sacó un rollo de seda; desenrollándolo, reveló
un juego de pinzas y cucharitas de té de oro. Las puso en la mesa, tomó la tapa
de la tetera y pareció complacido—. ¡Té pólvora!27 ¿De Ceilán, me imagino?
¿Alguna vez lo has comprado en Marrakech? Ellos secan el té en azúcar y
miel…
—¿Pólvora? —dijo Tessa, quien nunca había podido evitar hacer preguntas
aunque sabía perfectamente que era mala idea—. No hay pólvora en el té
¿verdad?
Scott se rió y puso de nuevo la tapa. Se recostó en su silla mientras Charlotte,
con su boca hecha una línea fina, servía el té en su taza. —¡Qué encantador! No,
lo llaman así porque las hojas del té están enrolladas en perdigones como las de
la pólvora.
Charlotte dijo: —Sr. Scott, realmente debemos discutir la situación que
tenemos entre manos.
—Sí, sí, leí tu carta. —Suspiró—. Política Submundo. Qué aburrido. ¿No creo
que me dejes contarte de que Alma-Tadema pintó mi retrato? Estaba vestido
como soldado romano…
—Will —dijo Charlotte firmemente—. Tal vez debas compartir con el Sr.
Scott lo que viste en Whitechapel anoche.
Will, de alguna forma sorprendiendo a Tessa, hizo lo que le pidieron
obedientemente, manteniendo las observaciones sarcásticas a un mínimo. Scott
lo observó por encima del borde de su taza de té mientras Will hablaba. Sus ojos
eran de tal verde pálido, casi amarillos.
—Lo siento, mi muchacho —dijo, cuando Will terminó de hablar—. No veo
por qué esto requiere una reunión urgente. Todos estamos al tanto de la
existencia de esos antros de ifrit y no puedo cuidar de cada miembro de mi
manada en todo momento. Si algunos de ellos deciden compartir el vicio… —se
inclinó más cerca—. ¿Sabías que tus ojos son casi del mismo tono de los pétalos
de los pensamientos? No totalmente azules, no totalmente violetas.
Extraordinario.
Will abrió más sus extraordinarios ojos e hizo un gesto burlón. —Creo que
fue la mención del Maestro lo que preocupó a Charlotte.
—Ah. —Scott miró a Charlotte—. Estás preocupada de que esté traicionando
de la manera que crees que De Quincey lo hizo. Que estoy aliado con el Maestro
(vamos a llamarlo por su nombre ¿sí?, Mortmain), y que estoy dejándolo usar a
mis lobos para hacer lo que se le antoje.
—Yo había pensado —dijo Charlotte, vacilante—. Que tal vez los
Submundos de Londres se sentían traicionados por el Instituto, después de lo
que pasó con De Quincey. Su muerte…
Scott ajustó su monóculo. Mientras lo hacía, la luz se reflejó a lo largo de la
banda de oro alrededor de su dedo índice. Las palabras brillaron en él: L’art
pour l’art28. —Fue la mejor sorpresa que he tenido desde que descubrieron los
Baños Turcos en la calle Jermyn. Odiaba a De Quincey. Lo detestaba con cada
fibra de mi ser.
—Bueno, los Hijos de la Noche y los Hijos de la Luna nunca han…
—De Quincey hizo matar a un hombre lobo —dijo Tessa de repente, sus
recuerdos mezclándose con los de Camille, con la memoria de un par de ojos
verdes amarillentos como los de Scott—. Por su relación con Camille Belcourt.
Woolsey le dio una larga y curiosa mirada a Tessa. —Ése —dijo él — era mi
hermano. Mi hermano mayor. Él era líder de manada antes que yo, como ve, y
heredé el puesto. Por lo general, uno debe matar para convertirse en líder de
manada. En mi caso, fue puesto a votación, y la tarea de vengar a mi hermano
en el nombre de la manada fue mía. Sólo que ahora, como ve —hizo un gesto
con su elegante mano—, usted se ha hecho cargo de De Quincey por mí. No tiene ni idea de lo agradecido que estoy. —Inclinó su cabeza hacia un lado—.
¿Murió bien?
—Murió gritando. —La aspereza de Charlotte sobresaltó a Tessa.
—Que cosa más hermosa para escuchar. —Scott bajó su taza de té—. Por esto
se han ganado un favor. Les diré lo que sé, aunque no es mucho. Mortmain vino
a mí en los primeros días, queriendo que me uniera a él en el club
Pandemónium. Me negué, De Quincey ya se había unido y yo no sería parte de
un club que lo incluyera a él. Mortmain me dijo que había un lugar para mí si
cambiaba de opinión…
—¿Le habló de sus objetivos? —Will lo interrumpió—. ¿Del propósito final
del club?
—La destrucción de todos los Cazadores de Sombras —dijo Scott—. Yo creí
que ya sabían eso. No es un club de jardinería.
—Él guarda rencor, creemos —dijo Charlotte—. Contra la Clave. Unos
Cazadores de sombras mataron a sus padres hace algunos años. Eran brujos,
metidos en los estudios de las artes oscuras.
—Más que rencor, un idée fixe —dijo Scott—. Una obsesión. Quiere ver que
los de su clase sean eliminados, aunque parece contentarse con empezar por
Inglaterra y avanzar desde allí. Un tipo de loco paciente y metódico. El peor
tipo. —Se echó atrás en su silla y suspiró—. Me han llegado noticias de un
grupo de jóvenes lobos, no pertenecientes a ninguna manada, que han estado
haciendo algún tipo de trabajo clandestino y les han estado pagando muy bien
por ello. Presumiendo su metal entre los lobos de manada y creando
animosidad. No sabía de la droga.
—Los mantendrá trabajando para él, día y noche, hasta que se caigan del
cansancio o la droga los mate —dijo Will—. Y no hay cura para esa adicción. Es
mortal.
Los ojos amarillo verdosos se encontraron con los de él. —Este yin fen, este
polvo de plata, es a lo que tu amigo James Carstairs es adicto, ¿no? Y él está
vivo.
—Jem lo sobrevive porque es un Cazador de Sombras, y porque usa lo
menos posible y tan infrecuentemente como sea posible. Y aun así, lo matará al final. —La voz de Will era letalmente monótona—. Como también lo haría el
quitársela.
—Bueno, bueno —dijo el hombre lobo, airoso—. Espero que el Maestro esté
comprando felizmente esa cosa no cree un desabastecimiento, en ese caso.
Will se puso blanco. Era claro que eso no se le había ocurrido. Tessa se volvió
hacia Will, pero él ya estaba de pie, moviéndose hacia la puerta. Se cerró detrás
de él con un golpe.
Charlotte frunció el ceño. —Señor, ya salió hacia Whitechapel de nuevo —
dijo ella —. ¿Eso era necesario, Woolsey? Creo que acabas de aterrorizar al
pobre chico, y probablemente por nada.
—No hay nada malo con un poco de prevención —dijo Scott—. Yo di a mi
propio hermano por sentado hasta que De Quincey lo mató.
—De Quincey y el Maestro eran del tipo despiadado —dijo Charlotte—. Si
usted pudiera ayudarnos…
—Toda la situación es ciertamente brutal —observó Scott—.
Desafortunadamente, los licántropos que no son miembros de mi manada no
son mi responsabilidad.
—Si pudiera simplemente hacer sondeos, Sr. Scott. Cualquier información
sobre dónde están trabajando o lo que están haciendo puede ser invaluable. La
Clave estaría agradecida.
—Oh, la Clave —dijo Scott, como si estuviera mortalmente aburrido—. Muy
bien. Ahora, Charlotte. Vamos a hablar sobre usted.
—Oh, pero yo soy muy aburrida —dijo Charlotte, y ella, muy a propósito,
Tessa estaba segura, tiró la tetera. Golpeó la mesa con un gratificante bang,
derramando el agua caliente. Scott saltó con un grito, sacando a su bufanda
fuera de la zona de peligro. Charlotte se levantó, cloqueando. —Woolsey,
querido —dijo, poniendo una mano sobre su brazo—. Ha sido de tanta ayuda.
Déjeme acompañarlo a la salida. Hay un keris29 antiguo que nos han enviado
desde el Instituto de Bombay que he estado ansiando mostrarle…
StephRG14
Los orígenes- Príncipe mecánico
Capitulo 11
Salvaje Desasosiego
Su aflicción ha sido mi angustia; sí, he desesperado
Y perecí en su desafortunado perecer
Y he buscado las alturas y
profundidades, el alcance
de todo nuestro universo, con ansiosa esperanza
para encontrar algo de solaz para tu salvaje desasosiego.
—James Thompson, “La Ciudad de la Noche Espantosa”
Para mi querida señora Branwell:
Debe estar sorprendida de recibir una carta mía, a tan poco de mi partida de Londres,
pero a pesar de la modorra de la campiña, los eventos aquí han continuado a un ritmo
acelerado y pesé que era mejor mantenerla al tanto de los acontecimientos.
El clima continúa bueno, concediéndome gran cantidad de tiempo para explorar la
zona en los alrededores de la mansión Ravenscar, que, de hecho, es un refinado edificio
antiguo. La familia Herondale parece vivir sola, aquí: únicamente están el padre,
Edmund, la madre y la hija más joven, Cecily, que tiene cerca de quince años y es muy
parecida a su hermano, en el carácter impaciente, en los modales y en la mirada. Llegaré
a cómo averigüé todo eso, en un momento.
La misma Ravenscar, está cerca de un pequeño pueblo. Me hospedé en la posada
local, el Cisne Negro, y me hice pasar por un caballero interesado en adquirir una
propiedad en el área. Los lugareños han sido pródigos con la información, y cuando no
fue así, un hechizo de persuasión o dos, les ayudó a considerar el asunto desde mi punto
de vista.
Parece ser que los Herondale se mezclan muy poco con la sociedad local. Al pesar de
(o quizás, debido a) esta tendencia, abundan los rumores sobre ellos. Aparentemente,
ellos no son los propietarios de la mansión Ravenscar, pero, de hecho y por medio de su
custodia, velan por su verdadero dueño: Axel Mortmain, por supuesto. Mortmain no
aparenta ser una de esas personas, sino un rico propietario, quien adquirió una mansión en el país, la cual visita rara vez. No encontré ningún rumor sobre cualquier conexión
entre él y los Shade, cuyo legado, aquí, parece largamente olvidado.
Los propios Herondale son materia de una curiosa especulación. Es sabido que tenían
un hijo, que murió, y que Edmund, a quien conocí en una ocasión, se dio a la bebida y a
los juegos de azar. Eventualmente, apostó y perdió su casa en Gales, quedando en la
indigencia, por lo que su propio dueño les ofreció ocupar esta casa en Yorkshire. Eso fue
hace dos años.
Tenía todo esto confirmado por mis propios medios, cuando, observando la mansión a
la distancia, me vi sorprendido por la aparición de una niña. Supe, inmediatamente,
quién era ella. La había visto entrar y salir de la casa, y su parecido con su hermano
Will, como dije, es pronunciado. Ella se plantó frente a mí en una ocasión, exigiendo
saber por qué estaba espiando a su familia. No parecía estar enfadada al principio, pero
sí esperanzada. “¿Lo envía mi hermano?”, preguntó. “¿Tiene alguna noticia de mi
hermano?”
Fue bastante doloroso, pero conozco la Ley, y sólo pude decirle que su hermano estaba
bien, y que quería saber que ellos estaban a salvo. Allí fue cuando ella se enfadó y opinó
que la mejor forma para que Will garantizara la seguridad de su familia, era regresar
con ellos. También dijo que no fue la muerte de su hermana (¿usted conocía la existencia
de esa hermana?), lo que había destruido a su padre, sino más bien, la deserción de Will.
Dejo a su criterio el transmitir o no esta información al joven amo Herondale, ya que
parecen noticias que le causarían más daño que bienestar.
Cuando le hablé de Mortmain, ella se explayó con facilidad de él: un amigo de la
familia, dijo, que había intervenido, ofreciéndoles esa casa cuando no tenían nada.
Mientras ella hablaba, empecé a tener una idea de cómo piensa Mortmain. Él sabe que
va en contra de la Ley Nefilim el interferir con los Cazadores de Sombras que han
elegido abandonar la Clave, y que, por lo tanto, ésta evitaría la mansión Ravenscar. Sabe
también que la ocupación por parte de los Herondale de la misma, hace que los objetos en
su interior les pertenezcan y, por lo tanto, nadie puede utilizarlos para rastrearlo. Y, por
último, sabe que el poder que ostenta sobre los Herondale, puede transferirse en un
poder sobre Will. ¿Él necesitará tener poder sobre Will? Quizás no, por ahora, pero
puede llegar un momento en que lo desee, y cuando lo haga, lo tendrá a mano. Él es un
hombre bien preparado, y los hombres como ésos, son peligrosos.
Si yo fuera usted, y no lo soy, le aseguraría al amo Will que su familia está a salvo y
que estoy vigilándoles; evitaría hablarle de Mortmain hasta que pueda obtener más
información. Por lo que pude deducir de Cecily, los Herondale no saben dónde está Mortmain. Ella dice que se encuentra en Shanghai, y que, en ocasiones, reciben
correspondencia de su compañía aquí, toda timbrada con sellos peculiares. A mi
entender, sin embargo, el Instituto de Shanghai no cree que él estuviera allí.
Le dije a la señorita Herondale que su hermano la extrañaba; me pareció lo menos que
podía hacer. Ella pareció complacida. Creo que permaneceré un buen tiempo en esta
zona. Se me ha despertado la curiosidad por saber, de qué manera, las desgracias de los
Herondale están entrelazadas con los planes de Mortmain. Aún hay secretos por ser
descubiertos aquí, bajo el pacífico verdor de la campiña de Yorkshire, y mi objetivo es
descubrirlos.
—Ragnor Fell.
Charlotte leyó la carta dos veces, para asegurarse de retener los detalles en su
memoria y luego, después de haberla plegado en un pequeño rectángulo, la
arrojó al fuego de la sala de estar. Se puso de pie con cansancio, apoyándose
contra la chimenea y observó cómo la llama devoraba el papel en líneas de
negro y oro.
No podía asegurar si estaba sorprendida, alterada o simplemente le pesaban
los huesos, por el contenido de la carta. Tratar de encontrar a Mortmain era
como estirarse para aplastar una araña, sólo para darte cuenta que has sido
atrapada, sin remedio, entre los hilos pegajosos de su red. Y Will… odiaba
hablar de ello con él. Observó el fuego con la mirada perdida.
A veces, pensaba que Will le había sido enviado por el Ángel,
específicamente para probar su paciencia. Él era amargo, tenía una lengua como
el azote de un látigo, y enfrentaba todos sus intentos de demostrarle amor y
afecto con veneno o desprecio. Y aun así, cuando lo miraba, veía al muchacho
que había sido a los doce años, acurrucado en un rincón de su dormitorio con
las manos sobre las orejas, mientras sus padres gritaban su nombre desde los
pisos inferiores, rogándole que saliera para regresar con ellos.
Ella se había arrodillado a su lado, después de que los Herondale se
marcharon. Recordaba haberle levantado el rostro hacia ella: blanco, pequeño y
determinado, con aquellos ojos azules y oscuras pestañas; en aquel entonces,
era tan bello como una niña, esbelto y delicado, antes de lanzarse al
entrenamiento de los Cazadores de Sombra con tanta resolución que, en dos años, toda esa delicadeza se había esfumado, cubierta por músculos, cicatrices y
Marcas. En esa ocasión, ella le había tomado la mano y él la dejó yacer entre las
de ella, como algo muerto. Se había mordido el labio inferior, aunque no
parecía notarlo, y la sangre le cubría la barbilla, goteando sobre su camisa.
Charlotte, tú me lo contarás, ¿no? Tú me contarás, si algo les sucede.
Will, no puedo…
Conozco la Ley. Sólo quiero saber si están vivos. Le habían suplicado sus ojos.
Charlotte, por favor…
—¿Charlotte?
Ella levantó la vista del fuego. Jem estaba de pie, en la puerta de la sala de
estar. Charlotte, aún medio cautiva por la telaraña del pasado, parpadeó.
Cuando él llegó de Shanghai, al principio, sus cabellos y ojos eran tan negros
como la tinta. Con el tiempo, se habían vuelto plateados, como el cobre
oxidándose a verde-gris, mientras la droga se abría paso a través de su sangre,
cambiándolo, matándolo lentamente.
—James —dijo ella—. Ya es tarde, ¿no?
—Las once en punto. —Él ladeó la cabeza, estudiándola—. ¿Estás bien? Te
ves como si la paz de tu mente se hubiera truncado.
—No, yo sólo… —Hizo un gesto vago—. Es todo este asunto de Mortmain.
—Tengo una pregunta —dijo Jem, adentrándose más en la sala, mientras
bajaba la voz—. Y no es completamente ajena. Gabriel dijo algo hoy, durante el
entrenamiento…
—¿Estabas allí?
Él sacudió la cabeza —Sophie me lo dijo. No le gusta llevar cuentos, pero
estaba en problemas y no puedo culparla. Gabriel afirmó que su tío se había
suicidado y su madre había muerto de pena, a causa… bueno, a causa de tu
padre.
—¿Mi padre? —dijo Charlotte, inexpresivamente.
—Aparentemente, el tío de Gabriel, Silas, cometió alguna infracción contra la
Ley, y tu padre lo descubrió. Acudió a la Clave. El tío se suicidó por la vergüenza, y la señora Lightwood murió de pena. De acuerdo a Gabriel, “Los
Fairchild no se preocupan por nada más, que por sí mismos y por la Ley”.
—¿Y tú me estás diciendo esto por…?
—Me preguntaba si es verdad —dijo Jem—. Y, si es así, quizás sería útil
comunicar al Cónsul que el motivo de Benedict quiera el Instituto, es la
venganza, no el deseo altruista de ver que funcione mejor.
—No es verdad. No puede ser. —Charlotte sacudió la cabeza—. Silas
Lightwood se suicidó… porque estaba enamorado de su parabatai… pero no
porque mi padre se lo haya dicho a la Clave. La primera vez que la Clave supo
de ello, fue por la nota de suicidio de Silas. De hecho, el padre de Silas le pidió
ayuda a mi padre, para escribir el panegírico30 de Silas. ¿Suena eso como propio
de un hombre que culpara a mi padre, por la muerte de su hijo?
Los ojos de Jem se oscurecieron. —Eso es interesante.
—¿Crees que Gabriel simplemente está siendo desagradable, o piensas que
su padre le mintió…?
Charlotte nunca terminó su oración. Jem se dobló de repente, como si le
hubieran dado un puñetazo en el estómago, con un ataque de tos tan grave que
sus delgados hombros temblaron. Un rocío de sangre roja salpicó la manga de
su chaqueta, cuando levantó el brazo para cubrirse el rostro.
—Jem… —Charlotte empezó a acercarse con los brazos tendidos, pero él se
enderezó tambaleante y se alejó, alzando la mano como para protegerse de ella.
—Todo está bien —dijo, con la voz entrecortada—. Me encuentro bien. —Se
limpió la sangre del rostro, con la manga de su chaqueta—. Por favor,
Charlotte… —añadió, con tono derrotado, cuando ella se movió hacia él—. No.
Charlotte se detuvo, con el corazón adolorido. —¿No hay nada…?
—Tú sabes que no hay nada. —Él bajó el brazo, como si la sangre en su
manga fuera una acusación y le dirigió una sonrisa dulce—. Querida Charlotte
—dijo—. Siempre has sido la mejor clase de hermana mayor que pude haber
esperado. Lo sabes, ¿no es así?
Charlotte sólo lo miró, con la boca abierta. Eso sonaba tan parecido a una
despedida, que no se veía capaz de responder. Él se dio la vuelta, con su
habitual paso ligero, y salió de la habitación. Ella lo observó marcharse,
diciéndose que no significaba nada, que no era peor de lo que había sido, que
aún tenía tiempo. Amaba a Jem, como amaba a Will, no podía menos que
amarlos a todos, y la idea de perderlo le destrozaba el corazón. No sólo por su
propia pérdida, sino por la de Will. Si Jem moría, ella presentía que se llevaría
todo lo que aún era humano de Will con él, cuando se fuera.
***
Era casi medianoche cuando Will regresó al Instituto. Había empezado a
llover cuando estaba a medio camino de Threadneedle Street. Se acurrucó bajo
el toldo de Dean&Son Publishers, para abotonarse la chaqueta y ajustarse la
bufanda, pero la lluvia ya se le había metido en la boca; grandes y heladas
gotas, que sabían a carbón y sedimentos. Optó por encogerse de hombros ante
los agudos aguijonazos, así que abandonó el abrigo del toldo y se encaminó,
pasando el Banco, hacia el Instituto.
Incluso tras los años pasados en Londres, la lluvia le hacía pensar en su casa.
Aún recordaba el modo con que llovía en la campiña, en Gales, el fresco sabor
verde de la misma, cómo se sentía rodar una y otra vez por una ladera húmeda,
llenándote de hierba el cabello y las ropas. Si cerraba los ojos, podía escuchar las
risas de sus hermanas, haciendo eco en sus oídos. Will, te arruinarás las ropas.
Will, mamá se pondrá furiosa…
Will se preguntaba si puedes llegar a ser un verdadero londinense, mientras
tengas eso en tu sangre: el recuerdo de los grandes espacios abiertos, la
amplitud del cielo, el aire claro. No estas estrechas calles abarrotadas de gente,
con el polvo de Londres que se mete en todas partes: en tus ropas, una fina
espolvoreada sobre tu cabello y la parte posterior de tu cuello; el olor viciado
del río.
Había llegado a Fleet Street. El Temple Bar era visible a través de la niebla, en
la distancia; la calle estaba resbaladiza por la lluvia. Un carruaje se sacudió ruidosamente cuando se introdujo en un callejón entre dos edificios, las ruedas
salpicaron agua sucia contra la acera.
A lo lejos, ya podía divisar las agujas del Instituto. Seguramente, ya habían
terminado de cenar, pensó Will. Todo el mundo se habría retirado. Bridget
estaría dormida, así que podía meterse en la cocina e improvisar una comida de
pan, queso y pastel frío. Se había perdido una gran cantidad de comidas
últimamente y, si era sincero consigo mismo, sólo había una razón para ello:
estaba evitando a Tessa.
No quería evitarla; de hecho, esa tarde había fracasado estrepitosamente en
su propósito, acompañándola no sólo al entrenamiento, sino también a la sala
más tarde. A veces, se preguntaba si hacía esas cosas sólo para probarse, para
ver si los sentimientos se habían ido. No era así. Cuando la veía, quería estar
con ella; cuando estaba con ella, ardía en deseos de tocarla; cuando la tocaba,
aunque sólo fuera su mano, quería abrazarla. Quería sentirla contra él, como esa
vez en el ático. Quería conocer el sabor de su piel y el olor de su cabello. Quería
hacerla reír. Quería sentarse y escucharla hablar de libros hasta que se le
cayeran las orejas. Pero todas ésas eran cosas que él no podía querer, porque
eran cosas que no podía hacer, y querer lo que uno no puede hacer, te conduce
a la miseria y a la locura.
Llegó a la casa. La puerta del Instituto se abrió bajo su tacto, dándole paso a
un vestíbulo lleno de antorchas parpadeantes. Pensó en el estupor al que las
drogas lo habían llevado, en el cochambroso cuarto de Whitechapel High Street.
Un bienaventurado indulto de querer o necesitar algo. Había soñado que estaba
acostado en una colina de Gales, con el cielo alto y azul sobre su cabeza, y que
Tessa llegaba escalando la colina hacia él, y se sentaba a su lado. Te amo, le había
dicho y la había besado, como si fuera la cosa más natural del mundo. ¿Tú me
amas?
Ella le sonrió. Siempre serás el primero en mi corazón, dijo.
Dime que esto no es un sueño, le había susurrado él mientras ella lo abrazaba y
entonces, ya no supo cuándo estaba despierto y cuándo durmiendo.
Se quitó la chaqueta mientras subía las escaleras, sacudiendo su cabello
mojado. El agua fría corría por la espalda de su camisa, empapando su columna
vertebral y haciéndolo temblar. El precioso paquete que le había comprado a los ifrits estaba en el bolsillo del pantalón. Deslizó su mano por éste, palpándolo,
sólo para estar seguro.
Los corredores brillaban con una baja luz mágica; estaba a mitad del primero,
cuando hizo una pausa. La puerta de la habitación de Tessa estaba allí, lo sabía,
frente a la de Jem. Y allí, frente a su puerta, estaba parado Jem, aunque “estar
parado” quizás no fueran las palabras correctas. Estaba paseándose, de ida y
vuelta; “haciendo un surco sobre la alfombra”, como diría Charlotte.
—James —dijo Will, más sorprendido que otra cosa.
La cabeza de Jem se alzó con brusquedad y se apartó al instante de la puerta
de Tessa, retirándose hacia la suya. Su rostro quedó en blanco—. Supongo que
no debería sorprenderme de encontrarte vagando por los pasillos a estas horas.
—Creo que podemos estar de acuerdo en que, lo contrario, está más fuera de
lugar —dijo Will—. ¿Por qué estás despierto? ¿Estás bien?
Jem lanzó una mirada hacia la puerta de Tessa, y luego giró el rostro hacia
Will. —Vine a disculparme con Tessa —dijo—. Creo que el sonido de mi violín
la mantenía despierta. ¿Dónde has estado? ¿Una cita con Nigel Seis-Dedos, otra
vez?
Will sonrió, pero Jem no le devolvió la sonrisa. —Tengo algo para ti, en
realidad. Vamos, déjame entrar en tu habitación. No quiero pasar la noche
parado en el pasillo.
Tras un momento de vacilación, Jem se encogió de hombros y abrió su
puerta. Entró, seguido por Will. Éste cerró la puerta y la aseguró, mientras Jem
se arrojaba sobre un sillón. Había un fuego en la chimenea, pero ardía bajo, con
brasas rojo-doradas.
Jem miró a Will. —¿Qué es, entonces…? —empezó, y se dobló casi por la
mitad, sacudido por una fuerte tos. Pasó con rapidez, antes de que Will pudiera
moverse y hablar, pero cuando Jem se enderezó y frotó el dorso de la mano
sobre su boca, ésta se manchó de rojo. Miró la sangre, inexpresivamente.
Will se sintió enfermo. Se aproximó a su parabatai, ofreciéndole un pañuelo
de mano, que Jem tomó y luego, el polvo plateado que había comprado en
Whitechapel. —Aquí tienes —dijo, sintiéndose incómodo. No se había sentido incómodo cerca de Jem en cinco años, pero allí estaba—. Regresé a Whitechapel,
conseguí esto para ti.
Jem, una vez limpiada la sangre de su mano con el pañuelo de Will, tomó el
paquete y se quedó mirando el yin fen. —Tengo suficiente de esto —dijo—.
Para, al menos, un mes más. —Entonces levantó la mirada, con un repentino
titilar en los ojos—. ¿O es que Tessa te ha dicho…?
—¿Decirme qué?
—Nada. Derramé algo del polvo el otro día. Me las arreglé para recuperar la
mayor parte —Jem dejó el paquete en la mesa, junto a él—. Esto no era
necesario.
Will se sentó sobre la baranda, a los pies de la cama de Jem. Odiaba sentarse
allí; sus piernas eran tan largas que siempre se sentía como un adulto tratando
de apachurrarse tras el pupitre de un salón de clases, pero quería que sus ojos
estuvieran a la misma altura que los de Jem.
—Los secuaces de Mortmain han estado comprando todas las existencias de
yin fen en el East End —dijo—. Lo confirmé. Si se te agota y él fuera el único
que tuviera una provisión…
—Nos tendría en su poder —dijo Jem—. A menos que estuvieran dispuestos
a dejarme morir, por supuesto, lo cual sería el curso de acción más sensato.
—Yo no estaría dispuesto —la voz de Will sonó aguda—. Tú eres mi
hermano de sangre. He realizado un voto, bajo juramento, de no permitir que
algo te haga daño…
—Dejando de lado los votos —dijo Jem—. Y los juegos de poder, ¿algo de
todo esto tiene que ver conmigo?
—No sé qué es lo que quieres decir…
—He empezado a preguntarme, si eres capaz de desear ahorrarle el
sufrimiento a alguien.
Will se echó ligeramente hacia atrás, como si Jem lo hubiera empujado —
Yo… —Tragó saliva, buscando las palabras. Había pasado tanto tiempo desde
que tuvo que buscar las palabras que le harían ganarse su perdón y no su odio,
tanto tiempo desde que intentara no presentarse a sí mismo bajo la peor luz posible, que se preguntó, por un momento de pánico, si se trababa de algo que
ya ni siquiera era capaz de hacer.
—Hablé hoy con Tessa—dijo Will finalmente, sin notar que la palidez se hizo
más marcada en el rostro de Jem—. Ella me hizo entender… que lo que hice la
otra noche, fue imperdonable. Sin embargo… —agregó, a toda prisa— Aún
tengo la esperanza de que me perdones. —Por el Ángel, soy malo en esto.
Jem levantó una ceja. —¿Por qué?
—Fui a ese antro, porque no podía dejar de pensar en mi familia, y quería…
necesitaba… dejar de pensar —dijo Will—. No se me cruzó por la cabeza que lo
verías como si me estuviera mofando de tu enfermedad. Supongo que estoy
pidiendo tu perdón por mi falta de consideración. —Bajó la voz—. Todo el
mundo comete errores, Jem.
—Sí —dijo Jem—. Sólo que tú cometes más que la mayoría de las personas.
—Yo…
—Lastimas a todo el mundo —dijo Jem—. A toda persona cuya vida tocas.
—No a ti —susurró Will—. Lastimo a todo el mundo, menos a ti. Nunca
quise hacerte daño.
Jem levantó las manos, apretando las palmas contra sus ojos. —Will…
—No puedes no perdonarme jamás —dijo Will, con el pánico tiñendo su
propia voz—. Me quedaré…
—¿Solo? —Jem bajó las manos, pero ahora sonreía torcidamente— ¿Y de
quién es la culpa? —Se dejó caer contra su asiento, con los ojos entrecerrados
por el cansancio—. Yo siempre te he perdonado —dijo—. Lo hubiera hecho,
aunque no te disculparas. De hecho, no lo esperaba. Sólo puedo suponer que
fue la influencia de Tessa.
—No estoy aquí a petición suya. James, tú eres la única familia que tengo. —
La voz de Will se sacudió—. Moriría por ti. Lo sabes. Me moriría sin ti. Si no
fuera por ti, habría muerto más de cien veces durante estos últimos cinco años.
Te debo todo, y no puedes creer que tenga empatía, quizás al menos, deberías
creer que conozco el honor… el honor y el deber…
Jem parecía realmente alarmado ahora —Will, tu desconcierto es mayor que
mi ira justificada. Mi temperamento se ha enfriando; ya sabes que nunca tuve
mucho.
Su tono era suave, pero algo en Will no podía ser suavizado. —Fui a
conseguirte la medicina, porque no podía soportar el pensamiento de que
mueras o que sufras dolor, ciertamente, no si yo podía hacer algo para evitarlo.
Y lo hice, porque estaba asustado. Si Mortmain viniera y nos dijera que es el
único que tiene la droga que te podría salvar la vida, debes saber que yo le
daría todo lo que él quisiera, para poder conseguírtela. Ya le he fallado antes a
mi familia, James. No te fallaría a ti…
—Will —Jem se puso de pie; cruzó la habitación hasta donde estaba Will, y
se arrodilló, levantando la vista hacia el rostro de su amigo—. Estás empezando
a preocuparme. Tu arrepentimiento te da un prestigio admirable, pero debes
saber que…
Will bajó la mirada hacia él. Recordó a Jem, como había sido cuando acababa
de llegar de Shanghai, y le pareció ver aquellos grandes ojos oscuros en un
enjuto rostro blanco. No había sido fácil hacerlo reír entonces, pero Will se
había propuesto intentarlo. —¿Saber qué?
—Que voy a morir —dijo James. Sus ojos estaban dilatados y brillantes de
fiebre; aún había un resto de sangre en la comisura de su boca. Las sombras
bajo sus ojos eran casi azules.
Will hundió los dedos en la muñeca de Jem, arrugando la tela de su camisa.
Jem no hizo ningún gesto de dolor.
—Juraste que te quedarías conmigo —dijo él—. Cuando hicimos nuestro
voto como parabatai. Nuestras almas están unidas. Somos una sola persona,
James.
—Somos dos personas —dijo Jem—. Dos personas con un pacto que nos une.
Will sabía que sonaba como un niño, pero no podía evitarlo. —Un pacto que
dice que no puedes marcharte a donde yo no pueda acompañarte.
—Hasta la muerte —respondió Jem, suavemente—. Ésas son las palabras del
voto. ‘Hasta que la muerte nos separe a ti y a mí’. Algún día, Will, me iré a donde nadie puede seguirme, y creo que será más temprano que tarde. ¿Alguna
vez te has preguntado por qué acepté ser tu parabatai?
—¿No había una mejor oferta en el futuro cercano? —Will trató de bromear,
pero su voz se quebró como el cristal.
—Pensé que tú me necesitabas —dijo Jem—. Hay una pared que has
construido alrededor tuyo, Will, y nunca te he preguntado el por qué. Pero
nadie debe asumir toda la carga por sí solo. Pensé que me dejarías entrar, si me
convertía en tu parabatai, y entonces, tendrías por lo menos a alguien en quien
apoyarte. Pregunté qué significaría mi muerte para ti. Solía tenerle miedo, por
tu propio bien. Tenía miedo de que te quedaras solo, en el interior del muro.
Pero ahora… algo ha cambiado. No sé por qué. Pero sé que es verdad.
—¿Qué es lo que es verdad? —Los dedos de Will aún se hundían en la
muñeca de Jem.
—Que el muro se está viniendo abajo.
Tessa no podía conciliar el sueño. Yacía inmóvil sobre su espalda, mirando
hacia el techo. Había una grieta en el yeso, que a veces parecía una nube, y a
veces una navaja, dependiendo de la inclinación en la luz de las velas.
La cena había sido tensa. Aparentemente, Gabriel le había dicho a Charlotte
que se negaba a regresar y que no formaría parte del entrenamiento nunca más,
así que, a partir de ahora, sólo Gideon trabajaría con ella y Sophie. Gabriel había
rehusado explicar el por qué, pero estaba claro que Charlotte culpaba a Will.
Tessa, viendo cuán exhausta parecía Charlotte ante la perspectiva de más
conflictos con Benedict, se sintió fuertemente culpable, por haber llevado a Will
al entrenamiento con ella, y por haberse reído de Gabriel.
No ayudó el que Jem no estuviera en la cena. Ella había deseado tanto hablar
hoy con él. Después de que él evitara sus ojos durante el desayuno, y luego se
“enfermara” en la cena, su estómago estaba retorcido por el pánico. ¿Acaso él
estaba horrorizado por lo que había ocurrido entre ellos la noche anterior?… o
peor aún, ¿asqueado? Tal vez, en el rincón más íntimo de su corazón, sentía al
igual que Will, que los brujos estaban por debajo de él. O quizás, eso no tenía
nada que ver con lo que era ella. Tal vez, simplemente se había sentido repelido
por su lascivia. Ella había aceptado de buen grado su abrazo, y no lo había alejado de un empujón, ¿y acaso la tía Harriet no había dicho siempre que los
hombres son débiles en cuanto se trata de deseo, y son las mujeres quienes
tienen que actuar con moderación?
Ella no lo había puesto mucho en práctica la noche anterior. Se recordaba
tendida debajo de Jem, sus suaves manos sobre ella. Sabía, con una dolorosa
honestidad interna, que si las cosas hubieran continuado, ella hubiera hecho lo
que él quisiera. Incluso ahora, al pensar en ello, su cuerpo se sentía caliente y
excitado. Se giró en la cama, dándole un puñetazo a una de las almohadas. Si
había destruido la familiaridad que compartía con Jem, al haber permitido lo
que sucedió la noche anterior, nunca se lo perdonaría.
Estaba a punto de enterrar la cara en la almohada, cuando oyó el ruido. Un
raspar suave sobre la puerta. Se quedó inmóvil. El sonido volvió, insistente. Jem.
Con las manos temblorosas, saltó de la cama, corrió hacia la puerta y la abrió de
golpe.
En el umbral estaba Sophie. Llevaba su uniforme negro de criada, pero su
cofia blanca estaba torcida y sus rizos oscuros empezaban a desmoronarse. Su
rostro estaba muy blanco y había una mancha de sangre en su cuello. Se veía
aterrorizada y casi enferma.
—Sophie… —la voz de Tessa traicionaba su sorpresa— ¿Estás bien?
Sophie miró a su alrededor, temerosa. —¿Puedo entrar, señorita?
Tessa asintió con la cabeza, y mantuvo la puerta abierta para ella. Cuando
ambas estuvieron seguras en el interior, ella echó el cerrojo y se sentó en el
borde de su cama; la aprehensión pesaba como plomo en su pecho. Sophie se
quedó de pie, retorciéndose las manos frente a ella.
—Sophie, por favor, ¿qué pasa?
—Es la señorita Jessamine —estalló Sophie.
—¿Qué pasa con Jessamine?
—Ella… sólo quiero decir que la he visto… —se interrumpió, viéndose
acongojada—. Ella ha estado escapándose por las noches, señorita.
—¿Lo ha hecho? La vi ayer por la noche en el corredor, vestida como un
muchacho y con un aspecto muy furtivo…
Sophie pareció aliviada. No le gustaba Jessamine, eso Tessa lo sabía bastante
bien, pero era una criada bien entrenada, y una criada bien entrenada no va con
chismes sobre su ama.
—Sí —dijo, con entusiasmo—. Lo he estado observando desde hace días. Su
cama parecía como si, directamente, no hubiera dormido en ella, el barro en las
alfombras por las mañana, cuando la noche anterior no estaba allí. Se lo hubiera
dicho a la señora Branwell, pero ya tiene tantas cosas terribles en mente, que no
podía soportarlo.
—¿Entonces, por qué me lo estás diciendo a mí? —preguntó Tessa—. Suena
como si Jessamine hubiera hallado un pretendiente por su cuenta. No puedo
decir que apruebe su comportamiento, pero… —tragó, pensando en su propia
conducta la noche anterior—. Ninguno de nosotros es responsable por eso. Y
quizás, haya alguna explicación inofensiva.
—Oh, pero, señorita… —Sophie introdujo una mano en el bolsillo de su
uniforme y sacó una tarjeta rígida, color crema, apretada entre los dedos—. Esta
noche, encontré esto. En el bolsillo de su nueva chaqueta de terciopelo. Usted
sabe, la que tiene la franja de encaje crudo.
A Tessa no le preocupaba la franja de encaje crudo. Sus ojos estaban fijos en
la tarjeta. Lentamente, se acercó y la tomó, girándola sobre su mano. Era una
invitación a un baile.
20 de julio de 1878
El SEÑOR BENEDICT LIGHTWOOD
saluda atentamente a
la SEÑORITA JESSAMINE LOVELACE
y solicita el honor de su compañía
en un baile de máscaras, que se llevará
a cabo el próximo martes
27 de Julio.
RSVP31
La invitación daba detalles de la dirección y la hora a la que empezaba el
baile, pero era lo que estaba escrito en el dorso, lo que hizo que a Tessa se le
helara la sangre. En una caligrafía informal, tan familiar para ella como la suya
propia, estaban garabateadas las palabras: Mi Jessie. Mi corazón a pleno estalla con
la idea de verte mañana por la noche, en el “gran evento”. Sin importar lo grande que
sea, sólo tendré ojos para ti, y nada más que para ti. Lleva el vestido blanco, mi amor,
como sabes que me gusta… “en brillos de satén y destellos de perlas”, como dice el
poeta32. Tuyo, por siempre. N. G.
—Nate —dijo Tessa, aturdida, mirando la nota—. Nate escribió esto. Y citó a
Tennyson.
Sophie soltó el aliento con fuerza. —Me lo temía… pero pensé que no podía
ser. No después de lo que él hizo.
—Conozco la letra de mi hermano. —La voz de Tessa era sombría—. Planea
encontrarse con ella, esta noche, en este… este baile secreto. ¿Dónde está
Jessamine, Sophie? Debo hablar con ella, en este instante.
Las manos de Sophie empezaron a retorcerse con más rapidez. —Verá, ésa es
la cosa, señorita…
—Oh, Dios, ¿ya se ha marchado? Tenemos que acudir a Charlotte. No veo
otra forma…
—Ella no se ha marchado. Está en su habitación —la interrumpió Sophie.
—Así que no sabe que tú has hallado esto —Tessa agitó la tarjeta.
Sophie tragó fuerte, visiblemente —Yo… ella me encontró con eso en la
mano, señorita. Intenté esconderlo, pero ella ya lo había visto. Tenía una mirada
tan amenazante en su rostro, cuando se lanzó a por esto, que no pude evitarlo.
Todas las sesiones de entrenamiento que realicé con el amo Gideon, pues sólo
surgieron y, bueno…
—¿Bueno, qué? Sophie…
—La golpeé en la cabeza con un espejo —dijo Sophie, desesperada—. Uno de
ésos que tienen marco de plata, así que era bastante pesado. Ella se desplomó
como una piedra, señorita. Así que yo… la amarré a la cama y vine a buscarla.
—Déjame ver si he comprendido todo correctamente —dijo Tessa, tras una
pausa—. Jessamine te encontró con la invitación en la mano, así que tú le
golpeaste la cabeza con un espejo y la ataste a la cama.
Sophie asintió con la cabeza.
—Buen Dios —dijo Tessa—. Sophie, vamos a tener que ir a por alguien. Ese
baile no puede seguir siendo un secreto, y Jessamine…
—Que no sea la señora Branwell —gimió Sophie—. Ella me despedirá.
Tendrá que hacerlo.
—Jem…
—¡No! —La mano de Sophie voló a su cuello, donde estaba la mancha de
sangre. Sangre de Jessamine, se percató Tessa, con un sobresalto—. No podría
soportar que él supiera que soy capaz de hacer una cosa como ésa… él es tan
gentil. Por favor, no me haga decírselo, señorita.
Por supuesto, pensó Tessa. Sophie estaba enamorada de Jem. Con todo el lío
de los últimos días, casi lo había olvidado. Una oleada de vergüenza la inundó
al pensar en la noche anterior. Se rehízo y dijo, con determinación: —Entonces,
hay una sola persona, Sophie, a quien podamos acudir. ¿Lo entiendes?
—El amo Will —dijo Sophie con desprecio, y suspiró—. Muy bien, señorita.
Supongo que no me importa lo que él piense de mí.
Tessa se levantó, recogió su salto de cama y se envolvió con él. —Mira el lado
positivo, Sophie. Al menos, Will no se sorprenderá. Dudo que Jessamine sea la
primera mujer inconsciente con la que ha tratado y tampoco que ella vaya a ser
la última.
Tessa se había equivocado en, al menos, una cosa: Will estaba sorprendido.
—¿Sophie hizo esto? —dijo, no por primera vez.
Estaban parados a los pies de la cama de Jessamine. Ella yacía sobre ésta, su
pecho subía y bajaba lentamente, como la Bella Durmiente, la famosa escultura
de cera de Madame du Barry33. Su cabello rubio estaba esparcido sobre la
almohada, y un largo verdugón sangriento cruzaba su frente. Cada una de sus
muñecas estaba atada a un poste de la cama.
—¿Nuestra Sophie?
Tessa le echó una mirada a Sophie, quien estaba sentada en una silla, junto a
la puerta. Tenía la cabeza gacha y la vista fija en sus manos. Evitaba,
cuidadosamente, mirar a Tessa o a Will.
—Sí —dijo Tessa—. Y deja de repetirlo.
—Creo que podría enamorarme de ti, Sophie —dijo Will—. El matrimonio
podría estar en las cartas de nuestro destino.
Sophie gimió.
—Ya basta —siseó Tessa—. Creo que estás asustando a la pobre chica, más
de lo que ya estaba asustada.
—¿De qué está asustada? ¿De Jessamine? Por lo que parece, Sophie ganó ese
pequeño altercado con facilidad. —Will tenía problemas para reprimir una
sonrisa—. Sophie, querida, no tienes nada por lo que preocuparte. Son muchos
los momentos en los que yo mismo he querido golpear a Jessamine en la cabeza.
Nadie podría culparte.
—Ella teme que Charlotte la despida —dijo Tessa.
—¿Por golpear a Jessamine? —Will se apaciguó—. Tessa, si esta invitación es
lo que parece, y Jessamine en verdad se está reuniendo con tu hermano en
secreto, ella pudo traicionarnos a todos. Por no mencionar lo que está haciendo
Benedict Lightwood, celebrando fiestas de las que ninguno de nosotros está
enterado. ¿Fiestas en las que Nate está invitado? Lo que hizo Sophie fue
heroico. Charlotte se lo agradecerá.
Ante eso, Sophie levantó la cabeza. —¿Usted cree eso?
—Yo lo sé —dijo Will.
Por un momento, Sophie y él se sostuvieron la mirada el uno al otro a través
de la habitación. Sophie fue la primera en apartar la vista, pero si Tessa no se
equivocaba, no hubo (por primera vez) ningún disgusto en sus ojos cuando
miró a Will.
Will extrajo la estela de su cinturón. Se sentó en la cama junto a Jessamine y
le apartó el cabello con gentileza. Tessa se mordió el labio, conteniendo el
impulso de preguntarle qué estaba haciendo.
Él apoyó su estela en la garganta de Jessamine, y, rápidamente, esbozó dos
runas. —Una iratze —dijo, sin que Tessa tuviera que preguntar—. Es decir, una
runa curativa, y una runa para Dormir Ahora. Esto debería mantenerla quieta,
al menos, hasta mañana. Tu habilidad con un espejo de mano es digna de ser
admirada, Sophie, pero la de hacer nudos, se podría mejorar.
Sophie murmuró algo por lo bajo en respuesta. La tregua en su aversión por
Will parecía haber terminado.
—La pregunta… —dijo Will—… es qué debemos hacer ahora.
—Tenemos que decirle a Charlotte…
—No —dijo Will, firmemente—. No debemos hacerlo.
Tessa le miró con asombro.
—¿Por qué no?
—Dos razones —dijo Will—. En primer lugar, ella tendría el deber de
decírselo a la Clave, y si Benedict Lightwood es el anfitrión de este baile, eso me
hace suponer que algunos de sus seguidores estarán allí. Pero podrían no ser
todos. Si la Clave es advertida, serían capaces de tener unas palabras con él,
antes que cualquiera pueda llegar a observar qué está ocurriendo en realidad.
En segundo lugar, el baile comenzó hace una hora. No sabemos en qué
momento llegará Nate buscando a Jessamine, y si no la ve, podría marcharse. Él
es la mejor conexión con Mortmain que tenemos. No tenemos tiempo que
perder o desperdiciar en despertar a Charlotte, para decirle qué haremos.
—¿Jem, entonces?
Algo titiló en los ojos de Will. —No. Esta noche, no. Jem no está lo
suficientemente bien, pero él dirá que sí. Después de lo de anoche, se lo debo.
Lo dejaré fuera de esto.
Tessa lo miró con dureza. —¿Entonces, qué te propones hacer?
La boca de Will se curvó en ambas comisuras.
—Señorita Gray —dijo—. ¿Sería capaz de persuadirla para que asistiera a un
baile conmigo?
—¿Recuerdas la última fiesta a la que acudimos juntos? —preguntó Tessa.
La sonrisa de Will se mantuvo. Él tenía esa mirada de increíble intensidad, la
que aparecía cuando estaba planeando una estrategia. —No me digas que no
estabas pensando lo mismo que yo, Tessa.
Tessa suspiró. —Sí —dijo—. Cambiaré a Jessamine e iré en su lugar. Es el
único plan que tiene sentido —se giró hacia Sophie—. ¿Conoces el vestido del
que habla Nate? ¿Un vestido de Jessamine, de color blanco?
Sophie asintió.
—Tenlo repasado y listo para usar —dijo Tessa—. También tendrás que
peinarme, Sophie. ¿Estás lo suficientemente tranquila?
—Sí, señorita. —Sophie se puso de pie, y trotó por la habitación hacia el
armario, el cual abrió. Will aún estaba observando a Tessa, con una sonrisa cada
vez más amplia.
Tessa bajó la voz. —Will, ¿se te ha pasado por la cabeza que Mortmain
podría estar allí?
La sonrisa desapareció del rostro de Will. —No irás a ninguna parte cerca de
él, si es así.
—Tú no vas a decirme qué hacer.
Will frunció el ceño. No estaba reaccionando, de ningún modo, en la forma
en que Tessa sentía que debía hacerlo. Cuando Capitola en The Hidden Hand34 se vistió como un muchacho y empezó a merodear a Black Donald para probar su
valor, nadie la cuestionó.
—Tu poder es impresionante, Tessa, pero no estás en condiciones de
capturar un poderoso adulto usuario de la magia, como Mortmain. Me dejarás
eso a mí —dijo él.
Ella le dirigió una mirada ceñuda. —¿Y cómo planeas hacer que no te
reconozcan a ti en el baile? Benedict conoce tu rostro…
Will le quitó la invitación de la mano y la agitó frente a ella. —Es un baile de
máscaras.
—Y tengo que suponer que, casualmente, tú tienes una máscara.
—De hecho, la tengo —dijo Will—. Nuestra última fiesta de Navidad tuvo
como tema el desarrollo del Carnaval de Venecia —sonrió torcidamente—.
Díselo, Sophie.
Sophie, que estaba ocupada con lo que parecía una mezcla de telas de araña
y rayos de luna sobre la bandeja de repaso, suspiró. —Es cierto, señorita. Y
usted dejará que él trate con Mortmain, ¿me oye? Lo contrario es muy
peligroso. ¡Y estará todo el tiempo en Chiswick!
Will miró triunfante a Tessa. —Si incluso Sophie está de acuerdo conmigo, ni
siquiera puedes pensar en decir que no.
—Podría —dijo Tessa, puntillosamente—. Pero no lo haré. Muy bien. Pero
debes mantenerte fuera del camino de Nate, mientras yo hablo con él. No es
ningún idiota; si nos ve juntos, es muy capaz de sumar dos más dos. No le
encuentro sentido, por su nota, a que vaya a esperar que Jessamine esté
acompañada.
—Yo no le encuentro sentido a su nota en absoluto —dijo Will, saltando
sobre sus pies—. Excepto que puede citar algo de la poesía menor de Tennyson.
¿Sophie, en cuánto tiempo puedes tener lista a Tessa?
—Media hora —dijo Sophie, sin levantar la mirada del vestido.
—Nos vemos en el patio de atrás en media hora, entonces —dijo Will—. Voy
a despertar a Cyril. Y prepárate para desmayarte, cuando veas mi exquisita
elegancia.
La noche era fría, y Tessa se estremeció cuando cruzó las puertas del Instituto
y se encaminó hacia los peldaños superiores de la escalera exterior. Allí era
donde se habían sentado, pensó, aquella noche en que ella y Jem habían
caminado juntos hasta el Puente Blackfriars, aquella noche en que fueron
atacados por las criaturas mecánicas. Esta noche era una noche clara, a pesar del
día lluvioso. La luna arrastraba festones de nubes dispersas a través de un cielo
negro, de otro modo imperceptible.
El carruaje estaba allí, al pie de los escalones. Will esperaba frente a éstos. Él
levantó la mirada cuando la puerta del Instituto se cerró detrás de ella. Por un
momento, ellos simplemente se quedaron allí, mirándose mutuamente. Tessa
sabía lo que él estaba viendo; se había visto a sí misma, en el espejo del cuarto
de Jessamine.
Ella era Jessamine hasta el último centímetro, engalanada en un vestido de
delicada seda color marfil. Tenía un escote bajo, revelando una gran cantidad
del blanco pecho de Jessamine, con una cinta de seda en el cuello, para dar
énfasis a la forma estilizada de su garganta. Las mangas eran cortas, dejando
sus brazos vulnerables al aire nocturno. Incluso si el escote no hubiera sido tan
bajo, Tessa se hubiera sentido desnuda sin su ángel, pero no podía llevarlo;
seguramente, Nate lo notaría. La falda caía como una cascada, acampanándose
detrás de ella a partir de una estrecha cintura, con un lazo; su cabello estaba
peinado alto, con una hilera de perlas sujetas en su lugar por alfileres de perlas,
y llevaba una media máscara de dorado dominó, que combinaba casi a la
perfección, con la palidez y el cabello rubio de Jessamine.
Me veo tan delicada, había pensado ella con desapego, observando la plateada
superficie del espejo, mientras Sophie expresaba su inconformidad al respecto.
Como una princesa de cuentos de hada. Era fácil pensar en esas cosas, cuando el
reflejo no era el propio, en realidad.
Pero Will… Will. Él le había dicho que tendría que estar lista para
desmayarse ante su elegancia, y ella había puesto los ojos en blanco; pero en su
traje de noche, blanco y negro, él se veía más apuesto de lo que nunca habría imaginado. Los colores austeros y simples ponían de manifiesto la angulosa
perfección de su fisonomía. Su oscuro cabello caía sobre una media máscara
negra, que destacaba el azul de los ojos tras ésta. Ella sintió que su corazón se
encogía, y se odió instantáneamente por ello.
Desvió la mirada hacia Cyril, en el asiento del conductor del carruaje. Los
ojos de él se estrecharon, confusos, cuando la vio. Llevó la mirada desde ella
hacia Will, y viceversa, luego se encogió de hombros. Tessa se preguntó qué
terruños le habría dicho Will que estaban haciendo, para explicar el hecho de
que él estaba llevando a Jessamine a Chiswick, en mitad de la noche. Debía ser
toda una historia.
—Ah —fue todo lo que Will dijo cuando ella descendió los escalones y se
envolvió con su abrigo. Esperaba que él atribuyera al frío el temblor
involuntario que la sacudió, cuando le tomó la mano—. Ahora veo por qué tu
hermano ha citado esa abominable poesía. Estás determinada a ser Maud, ¿o
no? ‘Rosa reina del jardín, lleno de pimpollos, de las niñas’35
—Tú sabes… —dijo Tessa, mientras él la ayudaba a subirse al carruaje—. No
me preocupo por el poema que sea.
Él saltó tras ella y cerró la puerta del carruaje. —Jessamine lo adora.
El carruaje comenzó a traquetear a través de los adoquines, y por las hojas
abiertas del portón. Tessa descubrió que su corazón latía muy rápido. Se dijo
que se debía al miedo a ser atrapados por Charlotte y Henry. Que no tenía nada
que ver con el hecho de estar sola, con Will, en el carruaje.
—Yo no soy Jessamine.
Él la miró, impasible. Había algo en sus ojos, una suerte de burlona
admiración. Ella se preguntó si él estaría, simplemente, admirando el aspecto
de Jessamine.
—No —dijo él—. No, incluso cuando eres la imagen perfecta de Jessamine,
puedo ver a Tessa a través de ésta, de algún modo… como si, una vez que
hubiera raspado una capa de pintura, allí estuviera mi Tessa, bajo ella.
—No soy tu Tessa, tampoco.
La luz que titilaba en los ojos de Will se apagó.
—Es razonable —dijo él—. Supongo que no lo eres. ¿Cómo es, ser Jessamine,
entonces? ¿Puedes descubrir sus pensamientos? ¿Percibir lo que ella siente?
Tessa tragó y acarició la cortina de terciopelo del carruaje con una mano
enguantada. En el exterior, podría ver las luces de gas que pasaban frente a ella,
como un borrón amarillo; dos niños estaban sentados en el umbral de una
puerta, apoyados uno contra el otro, ambos dormidos. Pasaron de largo el
Temple Bar.
—Lo he intentado —dijo ella—. Arriba, en su dormitorio. Pero hay algo que
está mal. Yo… yo no puedo sentir nada en ella.
—Bueno, supongo que es difícil meterse en el cerebro de alguien, si no hay
cerebro para empezar.
Tessa hizo una mueca —Sé todo lo frívolo al respecto que te guste, pero hay
algo malo con Jessamine. Intentar tocar su mente es como tratar de tocar… un
nido de serpientes, o una nube venenosa. Puedo percibir un poco de sus
emociones. Una gran cantidad de ira, anhelo y amargura. Pero no puedo captar
pensamientos individuales entre ellos. Es como intentar retener el agua.
—Eso es curioso. ¿Alguna vez habías pasado por algo así, antes?
Tessa negó con la cabeza. —Me preocupa. Tengo miedo de que Nate espere
que yo sepa alguna cosa, e ignorar o no tener la respuesta correcta.
Will se inclinó hacia delante. En los días húmedos, como eran casi todos los
días, su normalmente lacio cabello tendía a rizarse. Había algo de
vulnerabilidad en la forma con que se rizaba su húmedo cabello contra las
sienes, que hacía que el corazón de Tessa doliera.
—Eres una buena actriz y conoces a tu hermano —dijo él—. Tengo entera
confianza en ti.
Ella lo miró, sorprendida —¿La tienes?
—Y… —continuó él, sin responder a su pregunta—. En el eventual caso de
que algo salga mal, yo estaré allí. Incluso si no me ves, Tess, yo estaré allí.
Recuérdalo.
—De acuerdo —ella inclinó la cabeza hacia un lado—. ¿Will?
—¿Sí?
—Había una tercera razón por la cual no querías despertar a Charlotte y
decirle lo que íbamos a hacer, ¿no es así?
Él la miró, entornando sus ojos azules. —¿Y cuál sería?
—Porque aún no sabes si esto es, simplemente, un coqueteo absurdo por
parte de Jessamine o algo más profundo y oscuro. Una verdadera conexión con
mi hermano, y hacia Mortmain. Y tú sabes que, si fuera lo segundo, esto
rompería el corazón de Charlotte.
Un músculo se contrajo en la comisura de la boca de Will —¿Y por qué me
importaría, si le pasa? Si ella es lo suficientemente tonta como para encariñarse
con Jessamine…
—Te importa —dijo Tessa—. No eres un inhumano bloque de hielo, Will. Te
he visto con Jem… Te he visto cuando observabas a Cecily. Y tenías otra
hermana, ¿no?
Él la miró con aire rudo. —¿Qué te hace pensar que tenía… tengo… más de
una hermana?
—Jem dijo que creía que tu hermana había muerto —dijo ella—. Y tú dijiste:
“Mi hermana está muerta”. Pero, claramente, Cecily está muy viva. Lo que me
hizo pensar que tenías una hermana, que murió. Una que no es Cecily.
Will dejó escapar un largo y lento suspiro. —Eres muy lista.
—¿Pero soy lista y estoy en lo correcto, o lista y estoy equivocada?
Will se veía como si se alegrara de que la máscara ocultara la expresión de su
rostro. —Su nombre era Ella —dijo él—. Dos años mayor que yo. Y Cecily, tres
años menor. Mis hermanas.
—Y Ella…
Will apartó la mirada, pero no antes de que ella percibiera el dolor en sus
ojos. Así que Ella estaba muerta.
—¿Cómo era? —preguntó Tessa, recordando cuán agradecida se sintió
cuando Jem le preguntó lo mismo sobre Nate—. ¿Ella? ¿Y Cecily, qué tipo de
chica es?
—Ella era protectora —dijo Will—. Como una madre. Hubiera hecho
cualquier cosa por mí. Y Cecily era una criaturita loca. Sólo tenía nueve años
cuando yo me marché. No podría decir si aún sigue siendo la misma, pero era…
como Cathy, en Cumbres Borrascosas. No tenía miedo de nada y exigía todo.
Podía luchar como un demonio y blasfemar como una pescadera de Bilingsgate
—había diversión en su voz, y admiración, y… amor. Ella nunca lo había oído
hablar de ese modo, de nadie, excepto de Jem tal vez.
—¿Me permitirías preguntarte…? —empezó ella.
Will suspiró. —Sabes que preguntarás igual, ya sea que te diga que sí o que
no.
—Tienes una hermana menor —dijo ella—. ¿Entonces, qué le hiciste,
exactamente a la hermana de Gabriel para que te odie tanto?
Él se enderezó. —¿Estás hablando en serio?
—Sí —dijo ella—. Me veo obligada a pasar una gran cantidad de tiempo con
los Lightwood y Gabriel, claramente, te desprecia. Y tú le has roto un brazo.
Sería un alivio para mi mente si pudiera saber la razón.
Sacudiendo la cabeza, Will se pasó los dedos por el cabello —Santo Dios —
dijo—. Su hermana, su nombre es Tatiana, por cierto; la llamaron así por la
mejor amiga de su madre, que era rusa, tenía doce años, creo.
—¿Doce? —Tessa estaba horrorizada.
Will exhaló con brusquedad —Veo que ya has decidido por tu propia cuenta
lo que sucedió —dijo él—. ¿El alivio para tu mente sería mayor al saber que yo
mismo tenía doce años? Tatiana, ella… se creía enamorada de mí. En el modo
en que lo hacen las chiquillas. Ella me seguía a todas partes, soltaba risitas
nerviosas y se escondía tras las columnas para observarme.
—Uno hace cosas tontas cuando tiene doce años.
—Era la primera fiesta de Navidad en el Instituto a la que acudía yo —dijo
él—. Los Lightwood estaban allí, todos con sus mejores galas. Tatiana llevaba
cintas de plata en los cabellos. Tenía un pequeño libro que llevaba con ella a
todas partes. Se le debe haber caído aquella noche. Lo encontré, entremetido en
la parte de atrás de uno de los divanes. Era su diario. Lleno de poemas sobre mí, sobre el color de mis ojos, la boda que tendríamos. Había escrito ‘Tatiana
Herondale’ por todas partes.
—Eso suena bastante adorable.
—Yo lo encontré en la sala de estar, pero regresé al salón de baile con el
diario. Elise Penhallow recién terminaba de tocar la espineta. Me senté junto a
ella y comencé a leer el diario de Tatiana.
—Oh, Will… ¡no lo hiciste!
—Lo hice —dijo él—. Ella había rimado ‘William’ con ‘millones36’, como en
‘Nunca sabrás, dulce William/cuántas son las millones/ de formas en las que te
amo’. Eso tenía que acabarse.
—¿Qué sucedió?
—Oh, Tatiana salió corriendo de salón, llorando, y Gabriel saltó al escenario
y trató de estrangularme. Gideon simplemente se quedó allí, con los brazos
cruzados. Habrás notado que es todo lo que hace.
—Supongo que Gabriel no tuvo éxito —dijo Tessa—. En estrangularte, quiero
decir.
—No, porque antes le rompí el brazo —dijo Will, con deleite—. Así que, allí
lo tienes. Ésa es la razón por la que me odia. Humillé a su hermana en público,
y lo que no quiere mencionar, es que lo humillé también a él. Pensó que podría
sobrepasarme con facilidad. Yo tenía muy poco entrenamiento formal y lo oí
llamarme ‘muy cerca de un mundano’ a mis espaldas. En lugar de ello, le di una
profunda paliza; le quebré el brazo, de hecho. Sin duda, fue un sonido más
agradable que el de Elise aporreando la espineta.
Tessa frotó sus manos enguantadas para calentarlas, y suspiró. No estaba
segura de qué pensar. No era, para nada, la historia de seducción y traición que
esperaba, pero tampoco mostraba a Will bajo una luz admirable.
—Sophie dijo que ella está casada ahora —dijo Tessa—. Tatiana. Acaba de
regresar de un viaje al continente, con su nuevo esposo.
—Estoy seguro de que ella es tan torpe y estúpida ahora como lo era
entonces. —Will sonaba como si estuviera quedándose dormido. Tiró de la
cortina para cerrarla y se quedaron a oscuras.
Tessa podía oír su respiración, sentir el calor de Will, sentado frente a ella.
Podía ver por qué una joven decente nunca viajaba en un coche, con un
caballero que no estaba relacionado con ella. Había algo extrañamente íntimo
en ello. Por supuesto, ella había roto las reglas para las jóvenes decentes desde
lo que ahora parecía mucho tiempo.
—Will —dijo ella, de nuevo.
—La dama tiene otra pregunta. Puedo oírlo en su tono. ¿Nunca te cansas de
hacer preguntas, Tess?
—No, hasta que consiga las respuestas que quiero —dijo ella—. Will, si los
brujos se hacen, por tener un padre demonio y un padre humano, ¿qué sucede
si uno de esos padres es un Cazador de Sombras?
—Un Cazador de Sombras nunca permitiría que eso sucediera —dijo Will,
rotundamente.
—Pero, en el Código, dice que la mayoría de los brujos son el resultado de…
de una violación —dijo Tessa, su voz entorpecida por la fea palabra—. O de
demonios cambia-formas, que toman la forma del ser querido, y llevan a cabo la
seducción por medio de un truco. Jem me dijo que la sangre de Cazador de
Sombras es siempre dominante. El Código dice que los descendientes de
Cazadores de Sombras y hombres-lobo o hadas, siempre son Cazadores de
sombra. Por lo tanto, ¿la sangre de ángel, en un Cazador de Sombras, no podría
cancelar lo que era demoníaco y producir…?
—Lo que produce es nada. —Will tiró de la cortina de la ventana—. El niño
nacería muerto. Siempre lo hacen. Nacen muertos, quiero decir. La
descendencia de un padre demonio y un Cazador de Sombras es muerte. —Bajo
la tenue luz, él la miró—. ¿Por qué quieres sabes estas cosas?
—Quiero saber qué soy yo —dijo ella—. Creo que soy alguna… combinación
que no se ha visto antes. Parte hada o parte…
—¿Alguna vez has pensado en transformarte en uno de tus padres? —
preguntó Will—. ¿Tu madre o tu padre? Eso te daría acceso a sus memorias,
¿no es así?
—Lo he considerado, por supuesto que lo hice. Pero no tengo nada de mi
padre o de mi madre. Todo lo que había empacado en mis baúles para mi viaje
hasta aquí, fue desechado por las Hermanas Oscuras.
—¿Y qué hay de tu collar del ángel? —preguntó Will—. ¿Eso no era de tu
madre?
Tessa sacudió la cabeza. —Lo intenté. No… no pude llegar a nada de ella, en
él. Ha sido mío por tanto tiempo, que creo que, lo que lo hacía suyo, se ha
evaporado como el agua.
Los ojos de Will destellaron en la oscuridad. —Tal vez, eres una chica
mecánica. Tal vez, el padre brujo de Mortmain te construyó, y ahora Mortmain
busca el secreto de cómo crear una imitación tan perfecta de la vida, cuando
todo lo que él puede construir son monstruosidades horripilantes. Tal vez, todo
lo que late bajo tu pecho, es un corazón hecho de metal.
Tessa soltó el aliento, sintiéndose momentáneamente mareada. Su voz suave
era tan convincente y, sin embargo… —¡No! —dijo ella, bruscamente—. Olvidas
que recuerdo mi infancia. Las criaturas mecánicas no pueden cambiar o crecer.
Eso tampoco explicaría mi habilidad.
—Lo sé —dijo Will, con una sonrisa que brilló blanca en la oscuridad—. Sólo
quería ver si podía convencerte.
Tessa lo miró fijamente. —No soy la única que no tiene corazón.
Estaba demasiado oscuro en el carruaje para que ella pudiera asegurarlo,
pero sintió que él se ruborizaba, oscuramente. Antes de que pudiera decir nada
en respuesta, las ruedas se detuvieron con una sacudida. Habían llegado.
StephRG14
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Miér 20 Nov 2024, 12:51 am por SweetLove22
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