strange {colectiva.

El cielo se mostraba alegremente con un potente color azulado, apenas un par de nubes lo cubrían sin tapar el color. La luna aún permanecía allí arriba. Parecía que se estuviera despidiendo del sol antes de desaparecer, como amantes prohibidos con tan solo un instante para verse, ese instante que hacía que ambos vieran las estrellas.

La mano de Caleb se puso en mi hombro erizando mi piel, con aquél gesto dejé de mirar al cielo para verle a él. Caleb Walters, mi marido. Seguía sonando por alguna razón estúpido y infantil, tal vez por el hecho de que fue una locura pero que más daba. Él era mi capitán y yo su sirena.

Here comes the sun sonaba, no podía haber otra canción más perfecta para el momento. Mientras nos abríamos camino hasta nuestro destino, la casa de un amigo de Caleb, al parecer nos invitaba a pasar el fin de semana cosa que en parte me resultaba un tanto incómoda por que no le conocía. En la carretera mis ojos se ocupaban de admirar el paisaje que nos rodeaba, no solo un esplendido día soleado, si no una malea de arboles a nuestro alrededor que jugaba con el sol a contra luz. Me hacía recordar al día que nos fugamos para casarnos.

Fue el mismo día que me lo pidió, se arrodilló en el parque de atracciones mientras yo comía mi algodón de azúcar y me lo preguntó: ¿Malina Jenna Pray, me concederías el placer de convertirme en tu esposo y tu mi esposa? No podía decir otra cosa que sí, estaba enamorada o al menos creía estarlo, quería hacerlo cuanto antes. Eramos mayores de edad si hacíamos una locura podía ser cuando quisiéramos. Veinte minutos después nos abríamos paso con el coche hasta el primer lugar donde pudiéramos casarnos. Dos meses después me dio el verdadero anillo, a sabiendas de que odiaba los diamantes grandes y el oro prefirió una alianza sencilla de oro blanco con un dibujo gravado y dentro nuestras iniciales.

Recuerdo que cuando se lo anuncié a mi madre casi se desmaya, aun que más bien recibí una charla sobre la estupidez cometida y el hecho más egoísta; no le había avisado para que asistiera —una madre nunca cambia— pero tan solo fui capaz de responder: Estoy enamorada. Y después de eso ella me abrazó e me sirvió el té.

— Dime una cosa Leb, ¿desde cuando conoces a tu amigo? —le pregunté con curiosidad.
— Ryan, se llama Ryan —me corrigió— Pues desde el instituto.
— ¿Fue tu primera pareja? —le interrumpí con mi estúpida broma y el rió.
— ¿Recuerdas que te dije que tenía un amigo con el que te llevarías bien, que él también  era amante del arte? —me preguntó y yo asentí mirándole su perfíl, él con la mirada en la carretera— Pues ese es él, fue el primer amigo que hice.

Por su voz noté que era una persona importante, por lo que no podía entender por aquél entonces que no me lo hubiera presentado antes, conocía a sus otros amigos pero sin duda este parecía ser su mejor amigo. Entonces supe después del breve silencio que algo había pasado, pero yo ya había empezado a hablar:

— Nunca me lo presentaste.
— Perdimos el contacto, él se fue con su novia a Paris y dejé de saber de él. Pero el otro día me llamó y al charlar pensé que ya que nos veíamos de nuevo después de dos años sería buena idea que le presentara a mi mujer.

No sabía si era realmente la verdad, no sabía si me ocultaba algo o si se sentía un tanto como yo, desconcertada. Pero simplemente evoqué un oh y devolví mi mirada al paisaje.

Empezamos a subir una pequeña cuesta y allí se encontraba una pequeña villa de casas, probablemente uno de los lugares con más paz en el mundo. Fuimos avanzando hasta la tercera o cuarta más cerca del bosque y con un gran jardín. La casa era de piedra con varias enredaderas en ella y unas amplias ventanas de madera y cristal al igual que la puerta. Nunca había visto una casa igual, era no solo hermosa si no que ya desde fuera se podía respirar el ambiente mezclado de soledad y armonía.

Un joven con postura relajada miraba al suelo con las manos en los bolsillos, en el instante que el coche se estacionó alzó su mirada. Agradecí que saliera antes Caleb, yo le seguí cogiéndolo de la mano. Probablemente debería haber escogido otro atuendo ya que hacía algo de frío y yo iba simplemente con mi vestido amarillo, menos mal que en mi mini-maletita había agregado algo más abrigado. Tragué saliva cuando él me miró, era estúpido pero sentía como los nervios me comían por dentro y me preguntaba a mi misma como era posible. Cuando vi sus ojos lo entendí, ya los conocía. Aun que solo fue de un instante los seguía recordando en mi memoria, semejante color no se olvida nunca.
— ¡Ryan tío cuanto tiempo! —exclamó mi esposo— Te has dejado barba, todo un bohemio. —el castaño rió y le respondió:Si. —Esta es mi esposa Malina Walters.
— Es un placer, Caleb me ha hablado mucho de tí— le dije aquella típica frase.
— Miedo me da lo que te haya contado, nada malo espero —dijo sonriendo de medio lado y reí tímidamente— Pasad por favor.

Malina Walters, la chica que tardó en creer en el destino. La vida me había regalado volver a ver esos ojos y me había castigado con que no fueran los de mi marido.

sorry T.T: