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En mi opinión, aceptar ésta beca para estudiar Bellas Artes en la mismísima Francia, específicamente en París, había sido mucho más que un impulso para mi carrera. Había salido del país escapando y lo único que conseguí fue encontrarme.
Si miraba hacía atrás por un momento, vería a una Frances sumisa, carente de personalidad y estilo.
No estaba mal, me gustaba ser así. Pero cuando finalmente descubrí quien era y lo que podía hacer con eso, me había intoxicado por completo al punto en el que ya no quería volver a ser esa chica perfecta que mis padres me habían obligado a ser.
Pero por más cambios en mi vida, seguía manteniendo mi esencia.
Esa es la explicación de porque estaba volviendo a casa después de pasar dos años grandiosos.
En un ataque de nervios, llevé una de mis manos a mi boca y comencé a mordisquear mis uñas. Algunas cosas se habían mantenido intactas.

—Tranquila hermana, te quedarás sin uñas si sigues así— comentó Cassy, mi compañera de habitación y la principal causa de su primera borrachera en Francia, el primer día de clases.
Le miré de soslayo desafiándola a decirme algo, de nuevo. Ese era mi método de relajación, aunque sabia que mis uñas no estaban contentas con eso, funcionaba de alguna extraña manera.
Cassy era todo lo contrario a mi. Rubia, con unos hermosos ojos verdes que te miraban siempre con diversión, y un extraño fetiche por los años 80, ella había venido a Francia directo desde Irlanda con el objetivo de divertirse y le había tocado la peor persona de compañera.
Pero como buena niña mimada que era, se limitó prestarme unos zapatos de tacón con los cuales podría haberme roto el cuello y adentrarme junto con ella a la extravagante viva nocturna francesa.
La Frances de ante lo hubiese desaprobado y hasta pensaría que era algo impropio de una dama, pero ahora era todo lo contrario.
¿Quién iba a decir que ir a un lugar llenos de música sin sentido a un volumen que tranquilamente podría romperme los tímpanos, con ropa un tanto provocadora y zapatos de muerte, podría ser tan divertido?
Si lo analizaba bien, tampoco había sobrepasado la línea. Solo había sido un poco más salvaje en Francia y eso me había enseñado cosas que antes desconocía o ignoraba por completo.

Habíamos llegado al aeropuerto con una hora de anticipación para realizar todo el papeleo correspondiente, dándonos con que el vuelo estaba atrasado.
Odiaba esperar, y más si era con Cassy.
No era porque fuese mala persona, a decir verdad, era una de mis mejores amigas, pero tenía un problema: No dejaba de hablar nunca.
Había llegado a querer mucho a esa chica, pero de vez en cuando lograba hacerme perder la paciencia.

—Recuerdame porqué decidiste aceptar ese boleto de avión y volver a tu casa con tus padres estirados y todo eso— soltó Cassy.
—Por que hace mucho tiempo que no veo a mis padres y...
—¡Por favor!— me interrumpió— ¿Esa es tu escusa? Si mal no recuerdo, detestas a tus padres y no quieres volver a verlos.
—¡Yo nunca dije eso! Dije que no tenía ganas de verlos, pero eso no significa que no los quiera— aclaré.
— Dijiste que odiabas la persona que eras con ellos y que te gustaba más esta Frances alocada— dijo la rubia haciendo un pequeño baile que llamó la atención de algunas personas que estaban sentadas junto a nosotras.
— ¡Eso no justifica nada!
— ¿Entonces? — Me quede pensando unos minutos. No tenia ni la mínima idea de porque había aceptado cuando me llegó el mail de mi madre pidiéndome volver a casa esas vacaciones.
— Creo... Creo que los extraño.— confesé.— Extraño mi hogar, mi habitación, el olor a las tartas de limón de Lana. Extraño a mis amigos, y también a mis padres. Siento que ya no soy la misma Frances y que puedo con eso.
— Claro que no eres la misma. Ahora te gusta el tequila y la música electrónica.— bromeó.  
— ¿Por quién me tomas, Cassy?— pregunté conteniendo mi risa. Una señora que acababa de pasar se le había quedado mirando como si fuese un bicho raro. — Esa eres tú. Yo soy más del estilo clásico, aunque no me desagrada la música electrónica.
— No te atrevas a criticarme, Frances.
— Créeme, ya lo he hecho y no te gustará saber que he dicho.— Ambas reímos recordando la noche anterior. Cassy y yo, junto con un par de amigos, habíamos asistido a un pequeño pub irlandés para despedirse de mi. Solo me iba un par de semanas, quizás un mes, pero ellos habian insistido y yo no había dicho que no.
—Te extrañaré mucho. No se que haré sin ti. ¡¿Quien me va a acompañar a fiestas?! ¡¿Quien me hará la segunda para conseguir chicos?!— dramatizó. Yo me reí más fuerte, pero tuve que callarme cuando una señora me miró mal.
— Cassy, no llores por mi. Aun podemos comunicarnos por teléfono. Prometo llamarte todos los días— La rubia me abrazó como si no me fuese a volver a ver— Ademas, tú te iras a tu casa en una semana y ya no estarás sola en la habitación.
— Lo sé —respondió rompiendo el abrazo para brindarme una de sus hermosas sonrisas. — Ignorame, me pongo sentimental de vez en cuando. Solo me cuesta creer que nos vamos a separar por primera vez en dos años.

Era verdad. No me había percatado de eso hasta que lo mencionó. Ni ella ni yo habíamos tomado las vacaciones que la Universidad nos daba desde que habíamos llegado a Francia. Ella por cuestiones económicas y yo porque simplemente no tenia ganas de ver a mi familia para entonces. Ahora todo era distinto.
Una voz anuncio mi vuelo, finalmente.
Cassy me miró con algo de tristeza y también alegría. La abrace una vez más, lo más fuerte que puede. Nos volveríamos a ver, claro. Ninguna de las dos habíamos terminado con nuestra carrera, pero esa pequeña separación parecía ser dolorosa para ambas. Después de todo, habíamos compartido mucho juntas. Podría jurar que conocía a mi familia tan bien aun si haberla visto nunca, y viceversa.  
Dos largos años se estaban por romper en ese preciso instante.

— Llámame cuando llegues— me dijo.
— Lo haré, no te preocupes— Tomé mi bolsa de viaje puesto que mi maleta ya había sido despachada. Volvieron a anunciar mi vuelo cuando Cassy me abrazó por tercera vez.  
—Tengo que irme—le dije obligandola a soltarme. La rubia hizo un puchero y fingió llorar.
— Prométeme que en un mes volverás y saldremos las dos juntas como siempre. — La miré dudándolo por un momento. Quizás la parte de salir no se iba a cumplir puesto que se venia la etapa más difícil y debía estudiar si quería seguir manteniendo mi beca.
— Lo prometo a medias.— dije y luego de un beso me encamine a la puerta que me llevaría directo al avión y este mismo, a mi casa.


Trace una ultima linea justo cuando el avión aterrizó. Por suerte, la escala era directa, aunque el vuelo no me resultó extenso puesto que había pasado la mayor parte del tiempo durmiendo y otra parte, haciendo garabatos en mi cuaderno. Quizás el hecho de viajar en primera clase había influido. Una de las ventajas eran los asientos que no provocaban que tu trasero se entumeciera a la mitad del viaje.
La primera vez que viaje en avión, no la había pasado tan bien como en esta.
Me recordé que debía agradecerles a mi padre luego mientras me ponía de pie para salir por fin de ese lugar y respirar aire puro.

Muchas personas esperaban al otro lado. Algunos sostenían carteles de diferentes formas y tamaños, otros lucían patéticas caras de emoción casi al borde del llanto, esperando reencontrarse con algún familiar que hacía tiempo no veían.
A mi no me esperaba nadie. Tampoco me importaba porque sabia que mi madre no vendría a recogerme así como no había venido a traerme cuando me fui a Francia.
Esa era nuestra relación. Aparentábamos ser perfecta y no lo eramos. Apenas hablábamos dos o tres veces al año y por lo general era para los cumpleaños o para Navidad.
Una parte de mi sabia a la perfección por que ella me trataba a si, y la otro quería creer que esa era la típica relación madre e hija.
Con mi padre, ya era otra cosa. Eramos inseparables.
Desde pequeña él había sido mi favorito, y no solo porque compartíamos el mismo amor por el arte o la música clásica. Él era quien me leía antes de ir a dormir o quien me llevaba al parque los domingos.  
Suspiré dándome cuanta que a él si lo había extrañado horrores y que esperaba ansiosa para verlo.

Una vez que retire mi maleta y realice los controles necesarios, salí del aeropuerto para luego subir a un taxi me me llevara directo hasta mi casa.
Un montón de preguntas daban vueltas en mi cabeza. ¿Que habría sido de la vida de mis amigos? La ultima vez que hable con ellos fue para mi cumpleaños y ya había pasado dos meses de eso. Debía organizar para verlos.
Definitivamente tenia mucho que hacer para recuperar el tiempo perdido.

El taxi me dejo frente al jardín de mi casa. Los arboles que la rodeaban eran más altos y podía ver que había un cuidado especial en cada planta que yacía en el mismo. Quizás mamá había contratado finalmente un jardinero.  
El color blanco de la paredes había sido reemplazado por un color tierra muy suave que contrastaba a la perfección con todo el verde del jardín, y la puerta de roble que antes daba la bienvenida había sido reemplazada por una más moderna.
Bajé del auto respire profundo sintiendo mi hogar.

—¡Cuidado! —gritaron a lo lejos. Mis ojos se abrieron de golpe justo a tiempo para esquivar un pequeño objeto que había caído de un enorme camión del cual no me había percatado hasta ahora. — ¿Te encuentras bien? —me preguntaron. Asentí incapaz de pronunciar palabra alguna.
¿Que era todo eso?
Un montón de personas uniformadas desfilaban de un lado a otro, descargando cosas del camión, ordenando, o simplemente revisando listas como si se tratase del evento más importante del año.
Seguramente, todo eso tenia una explicación.
Tomé mis maletas y camine hacia la entrada, dispuesta a encontrar a mi madre y preguntarle que demonios era todo eso, cuando me encontré con una sorpresa.
Entre la cantidad de personas que entraban y salían cargando cosas, pude divisar a Lana, mi niñera y una de mis personas favoritas en este mundo. Parecía estar sacudiendo un par de cosas en la entrada principal y también, quejarse del ruido que hacían las demás personas.
Sentí las lagrimas picar y no fue hasta que ella se dio vuelta y me vio ahí parada que me lance a sus brazos como cuando era pequeña y llegaba del colegio.

—¡Santo cielo! ¡Mi pequeña Frances!—sollozo. Olía a cera y también a limón, como siempre. — Mira cuanto haz crecido. —dijo rompiendo el abrazo para luego tomar mi mano y hacerme dar un giro sobre mi misma. — Estas hecha una mujer. —continuo. Mi pelo era más corto ahora y quizás tenia un poco más de curvas, pero ella... Lana estaba más vieja y sus arrugas y el color blanco en su pelo lo evidenciaban. La abrace de nuevo.
— Te extrañe muchísimo, Lana. No sabes cuanta falta me hiciste.
— Yo también mi pequeña, yo también. — contestó. Quería detener el tiempo o simplemente encontrar la forma de llevarme a esa mujer conmigo cuando tuviera que volver en un mes.
—Ahora cuéntame—dije separándome de ella— ¿Que es todo este alboroto?
—¡No puede ser!—me interrumpió una voz bastante conocida detrás de mi.—¡Mírate! Mi bella hija acaba de llegar y el cielo se iluminó. Todo es más que perfecto.— Giré sobre mis talones para encontrarme con una mujer muy distinta a mi progenitora. Tuve que cerra mis ojos y volverlos abrir para asegurarme de que no estaba delirando. Annette me miraba expectante, con los brazos abiertos y yo apenas podía asimilar su corte de cabello, el cambio de color del mismo, la pollera tubo varios centímetros por encima de su rodilla, y el botox que se había aplicado.  Parecía otra, mejor dicho, era otra. Mi madre hubiese considerado un pecado llevar la pollera de ese largo.
Caminé a ella y la abracé inundando mis fosas nasales de su perfume, uno nuevo seguramente, ya que tampoco era el que recordaba.

—Te extrañé— me atreví a revelar al mismo tiempo que me separaba un poco de ella. Me di cuenta que había crecido, ya que ahora podía mirarla directamente a los ojos, sin dificultad.
—Yo te extrañé mucho más, preciosa.— Besó cada una de mis mejillas de una manera maternal que me hizo sentir en casa finalmente.— ¡Qué suerte que decidiste aceptar el boleto!  Le dije Lana que no había de que preocuparse.- reprendió mi madre. Lana puso los ojos en blanco al mismo tiempo que agitaba el trapo con el que habia estado limpiando minutos antes.
—Confío en usted, señora. Solo me parecía algo descabellado. La señorita Frances podía estar ocupada, ya sabe, la Universidad es algo que lleva mucho tiempo y ...
—Está bien, Lana. Ya entendimos.— la corté. Ahí estaba la señora que me había educado desde pequeña cuando mis padres estaban ocupados con sus asuntos. La abracé porque realmente la había extrañado. Bueno, a ella y a sus tartas de limón.
— Lo que importa es que estas aquí  y que podrás asistir a la fiesta—dijo mi madre, recordándome todo el alboroto que había en la puerta.
—¿Fiesta?—pregunté. Ella asintió con una emoción de otro mundo.— ¿Fiesta de qué?
—De compromiso, claro.

Por un momento me sentí enferma. Quise creer que era por culpa de viaje, pero no.
Pude escuchar como mi madre seguía hablando, y de vez en cuando da alguna que otra indicación a los floristas y demás, sobre donde colocar tal y cual cosa.
Lana me dio aire con su mano, al parecer ella si había entendido o quizás el color de mi piel había alcanzado el punto máximo de palidez, delatandome.

—¿Con quién?— pregunté, interrumpiendo a mi madre en vaya a saber que cosa.
—Su nombre es William y trabajamos juntos. Ya lo conocerás, es encantador. Te agradara. Tiene un año menos que yo, pero llegamos a la conclusión de que eso no es un impedimento para nuestro amor...

Dejé de escucharla, otra vez. Mi madre se iba a casar y no me había dicho nada hasta ahora. ¡Ni siquiera conocía al sujeto!
Poco a poco todo iba tomando sentido. La insistencia de mi madre, los llamados de mi padre pidiéndome que lo considerara, y el boleto en primera clase. Todo tenia un porque.
Eso no podía estar pasando.