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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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Naviad Magica (Nick y Tu) Adaptacion
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Naviad Magica (Nick y Tu) Adaptacion
Nombre:Navidad magica
Adaptacion:Si
Genero:Contempraneo
Advertencias:No
Otras Paginas:que yo sepa no
Argumento:
Quizá perder el control no fuera muy sensato, pero… ¿cuándo ha sido divertido ser sensata?
La abogada de Chicago ______ Trent siempre había seguido las normas de su madre para ser práctica. Pero así no iba a conseguir atraer a Nick Compton, el guapísimo fiscal que desearía tener como regalo de Navidad.
Entonces los enviaron a Manhattan para trabajar en un caso. Mientras él hablaba de trabajo ella fantaseaba con él. Así que decidió llamar a una agencia en la que le prometieron darle un nuevo yo.
Con aquel traje rojo y su nueva actitud, _______ acorraló al sorprendido abogado bajo el muérdago…
tefisasias
Re: Naviad Magica (Nick y Tu) Adaptacion
primera lectora seve muy interesante
debes subir pronto el primer cap porfavor
debes subir pronto el primer cap porfavor
Nani Jonas
Re: Naviad Magica (Nick y Tu) Adaptacion
Capítulo 1
«Qué alivio estar en casa».
_____ Trent salió del ascensor en la planta cincuenta y tres del Edificio Hamilton situado en el Loop de Chicago y miró con expresión cariñosa la placa de latón que había junto a las sólidas puertas dobles de nogal. Ponía Sensuous, Inc., y debajo de eso, Departamento Legal. Después de la experiencia horrible de la que acababa de escapar, esa placa parecía una bienvenida a las nacaradas puertas del Cielo.
La horrible experiencia había tenido lugar en St. John's Island en el Caribe. Algunas personas podrían considerar que cinco días allí representaban unas vacaciones. Al parecer, algunas personas disfrutaban quemándose bajo el sol, viendo escorpiones y teniendo arena en los pies todo el día. Ella no era una de esas personas. Se sentía más feliz en el trabajo. No le importaba sentir el viento helado que soplaba a través del Lago Michigan. Tenía una buena calefacción que la mantenía abrigada. Y podía comprar mangos y piñas en el supermercado. Y tenía Sensuous, la empresa de cosméticos cuyas oficinas llenaban las últimas cinco plantas del edificio y que representaban su Cielo en la tierra.
-Hola, Cassie -saludó a la primera de sus compañeras con la que se cruzó en el vestíbulo.
Cassie, una mujer bonita de piel suave, con un cabello negro lustroso y ondulado, y capaz de abrir cajas selladas con su lengua afilada, la miró con sus ojos oscuros y asombrados.
-Al fin has vuelto -susurró-. A Bill está a punto de darle un ataque.
-Si no tenía que regresar hasta... -comenzó _____.
-Luego -cortó Cassie, apresurándose-. He de averiguar si está en el edificio.
-¿Quién? ¿Bill? Imagino que está... -pero le hablaba al aire; y acercándose a ella desde la dirección de Cassie, vio a Ned Caldwell, otro de los miembros intermedios del equipo que proporcionaba asesoría interna a Sensuous. Ned era lo opuesto de Cassie, un hombre con gafas que hablaba de forma pausada y se tomaba tiempo para reflexionar. La vio, aminoró el paso y se dirigió hacia ella con una expresión cada vez más fúnebre.
-Si es algo serio -murmuró-, hazme saber cómo puedo ayudarte.
-Ayudarme... -pero también él siguió de largo con inusual velocidad, como si _____ transmitiera un virus fatal. Contuvo el impulso de regresar a su apartamento, tomarse dos aspirinas y presentarse en las oficinas al día siguiente. Pero siguió hacia su despacho y observó con cautela a la ayudante administrativa, cuyos servicios compartía con Cassie y Ned-. Buenos días, Hilda -saludó con firmeza, retando a la mujer a comentar algo fuera de lo corriente.
-¡Has vuelto! -exclamó Hilda en un susurro alto, llevándose una mano a su amplio pecho-. Bill Decker quiere verte de inmediato.
-¿Cómo sabe que estoy aquí? -fue la respuesta de _____-. ¿Y por qué susurramos?
Hilda alzó un poco la voz.
-No lo sabe. El viernes llamó cada treinta minutos para preguntar si ya te había localizado, y cada treinta minutos le recordé que estabas de vacaciones, y... y... ¡mentí! -puso los ojos en blanco-. Le dije que te habías negado a revelarme dónde se te podía localizar.
-¡Hilda! -no le extrañó que Bill estuviera histérico-. ¡Él sabe que yo jamás, jamás, haría eso!
-Sólo quería que tuvieras unas vacaciones por una vez en la vida... -sonó el teléfono-. Oh, diablos, apuesto a que es él otra vez.
Hilda jamás juraba. «¿Qué es lo que pone tan tenso a todo el mundo?»
-Sí, señor Decker -Hilda había recuperado la calma tras el pequeño exabrupto-. Ella, ah, ella... -miró a ______.
Ésta asintió.
-Dile que acabo de llegar. Dos días antes -añadió, sin poder contenerse.
-Estará allí en breve -al cortar, miró a ______-. Quiero que sepas... -volvía a susurrar- que estoy de tu parte, pase lo que pase.
_______ apretó los labios, enderezó los hombros, recogió su agenda electrónica y tiró del bajo de la impecable chaqueta del traje negro. Avanzó por el pasillo en dirección al despacho del jefe del departamento legal, Bill Decker, con el porte seguro de una aristócrata. En ese caso, podía parecer que la aristócrata iba camino de la guillotina, pero si su cabeza rodaba, su pelo brillaría con buena salud y luciría un corte reciente. Moriría con la agenda en la mano y las uñas perfectamente cuidadas.
Por el modo en que se comportaban sus compañeros, sólo podía inferir que había hecho algo terrible, desastrosamente mal. Algo cuya naturaleza ni siquiera podía adivinar.
Quizá estuviera a punto de que la despidieran. Durante un segundo, eso la frenó en seco. De todas las cosas que había imaginado que podían sucederle, que la despidieran figuraba al final de su lista.
-Al fin has vuelto.
Bill Decker, que debería de estar contento de verla, frunció el ceño.
-He vuelto dos días antes -era algo que consideraba que no debía dejar de repetir. No tenía derecho a esperarla antes del miércoles. Estaban a lunes, el lunes después del día de Acción de Gracias, un lunes que había planeado pasar tumbada en la playa... hasta que descubrió lo enloquecedoramente aburrido, improductivo e ineficaz que era eso. Incluso había pagado cien dólares a la compañía aérea por el privilegio de regresar antes.
El gesto impaciente de la mano de él le impidió deletreárselo.
-Sensuous está en serios problemas -anunció-. El caso Verde es más de lo que podemos llevar nosotros. Hemos contratado un asesoramiento externo. El bufete al que hemos recurrido es Rendell & Renfro, y a un joven abogado llamado... -calló para alzar un auricular-. Nancy, ¿está Compton en el edificio hoy?
______ sintió un escalofrío helado subirle por la espalda, congelando la sonrisa evasiva que exhibía en la cara.
-Pídele que venga un momento -dijo Decker.
¿Podría haber más de un Compton en Rendell & Renfro?
La voz de Decker pareció reverberar por la bruma que había en su mente.
-Como iba diciendo, el caso lo va a llevar Nick Compton. Tengo entendido que es un poco canalla -emitió una risita indulgente-. Va a Nueva York a machacar a los testigos de los demandantes. Consideramos que era una buena idea tener una mujer en su equipo, y desde luego tú eres la elección idónea. Ah, aquí está.
A pesar de sus esfuerzos, _____ no estaba preparada para que Nick Compton entrara por esa puerta. El corazón le martilleó. La boca se le resecó. Necesitó toda su energía para ponerse de pie.
-¡_____! Es estupendo saber que vamos a trabajar juntos -con un destello de dientes blancos, Nick avanzó y en vez de estrecharle la mano, enlazó los dedos con los de ella.
La intimidad del contacto le provocó una descarga de electricidad por todo el cuerpo. Era un hombre con presencia, un hombre poderoso, alto y musculoso, y la mano era grande y cálida, con dedos largos y anchos. La invadieron recuerdos de su legendaria fama de donjuán. Habían ido juntos a la facultad de Derecho, habían estudiado juntos, trabajado juntos en la revista de Derecho. De hecho...
Ese recuerdo que llevaba años bloqueando se precipitó a la primera fila de su mente. Antes de los exámenes del segundo semestre, Nick y ella habían pasado una noche juntos estudiando en el apartamento de él... y no le había hecho ninguna insinuación.
-¿Dónde has estado todo este tiempo? -preguntó él-. Nunca te veo.
La miró desconcertado y ella se preguntó cuánto tiempo llevaba mirándolo, boquiabierta y con los ojos desorbitados.
-He estado aquí -repuso, recuperando la mano-. Ocupada.
En el pasado, el pelo oscuro de él había estado largo y rebelde. Durante los últimos años, cuando lo había visto de lejos en las fiestas de trabajo, para escapar de inmediato al rincón opuesto de la sala, había notado que lo llevaba corto. Cada año vestía de manera más elegante. En ese momento, llevaba un traje gris marengo con rayas finas y una impecable camisa blanca. Una corbata negra y un pañuelo blanco almidonado en el bolsillo de la pechera completaban el aspecto refinado. Había progresado mucho de los vaqueros y las cazadoras que había lucido en sus tiempos de estudiante.
Qué sexy había estado con aquellos vaqueros ceñidos. Sintió que un peso ardiente descendía hasta su centro a medida que la imagen se cristalizaba en su mente.
Lo que no había cambiado en absoluto era el índigo brillante de sus ojos, con el borde de pestañas largas y densas. Con esos ojos centrados en ella, reconoció las otras cosas que no habían cambiado. Aún lo deseaba, con toda la sofisticación de una colegiala sumida en su primer enamoramiento.
Al darse cuenta de que volvía a mirarlo con fijeza, el calor ascendió a su cara.
-Y supongo que voy a estar más ocupada -deseó que su voz sonara ecuánime v firme-. Pero aún no estoy segura de que sea un hecho consumado que vayamos a trabajar juntos.
Bill rió.
-Lo es en lo que a mí se refiere. Sentaos, los dos. Trazaremos los planes ahora mismo.
______ se dejó caer sobre su silla.
-Me halaga que se me pregunte, desde luego -le dijo a Bill-. He dedicado bastante tiempo al caso. ¿Has dicho que vamos a tomar las declaraciones en Nueva York?
Si iba a trabajar codo a codo con Nick, ¿cómo iba a lograr mantener las manos alejadas de él? ¿Cómo iba a poder trabajar en un estado de continua excitación?
-Sí.
Mantendría el control. Tenía que hacerlo.
Resultaría demasiado humillante hacerle insinuaciones y ser rechazada, y mucho más humillante que ni siquiera se diera cuenta de que se insinuaba.
-¿Cuándo nos vamos? -necesitaba un poco de tiempo para controlar la situación.
-Mañana -indicó Bill.
-Oh, mañana -con enorme alivio, vio una salida-. Pues yo no puedo.
-¿Por qué no? -Decker frunció el ceño.
«Qué alivio estar en casa».
_____ Trent salió del ascensor en la planta cincuenta y tres del Edificio Hamilton situado en el Loop de Chicago y miró con expresión cariñosa la placa de latón que había junto a las sólidas puertas dobles de nogal. Ponía Sensuous, Inc., y debajo de eso, Departamento Legal. Después de la experiencia horrible de la que acababa de escapar, esa placa parecía una bienvenida a las nacaradas puertas del Cielo.
La horrible experiencia había tenido lugar en St. John's Island en el Caribe. Algunas personas podrían considerar que cinco días allí representaban unas vacaciones. Al parecer, algunas personas disfrutaban quemándose bajo el sol, viendo escorpiones y teniendo arena en los pies todo el día. Ella no era una de esas personas. Se sentía más feliz en el trabajo. No le importaba sentir el viento helado que soplaba a través del Lago Michigan. Tenía una buena calefacción que la mantenía abrigada. Y podía comprar mangos y piñas en el supermercado. Y tenía Sensuous, la empresa de cosméticos cuyas oficinas llenaban las últimas cinco plantas del edificio y que representaban su Cielo en la tierra.
-Hola, Cassie -saludó a la primera de sus compañeras con la que se cruzó en el vestíbulo.
Cassie, una mujer bonita de piel suave, con un cabello negro lustroso y ondulado, y capaz de abrir cajas selladas con su lengua afilada, la miró con sus ojos oscuros y asombrados.
-Al fin has vuelto -susurró-. A Bill está a punto de darle un ataque.
-Si no tenía que regresar hasta... -comenzó _____.
-Luego -cortó Cassie, apresurándose-. He de averiguar si está en el edificio.
-¿Quién? ¿Bill? Imagino que está... -pero le hablaba al aire; y acercándose a ella desde la dirección de Cassie, vio a Ned Caldwell, otro de los miembros intermedios del equipo que proporcionaba asesoría interna a Sensuous. Ned era lo opuesto de Cassie, un hombre con gafas que hablaba de forma pausada y se tomaba tiempo para reflexionar. La vio, aminoró el paso y se dirigió hacia ella con una expresión cada vez más fúnebre.
-Si es algo serio -murmuró-, hazme saber cómo puedo ayudarte.
-Ayudarme... -pero también él siguió de largo con inusual velocidad, como si _____ transmitiera un virus fatal. Contuvo el impulso de regresar a su apartamento, tomarse dos aspirinas y presentarse en las oficinas al día siguiente. Pero siguió hacia su despacho y observó con cautela a la ayudante administrativa, cuyos servicios compartía con Cassie y Ned-. Buenos días, Hilda -saludó con firmeza, retando a la mujer a comentar algo fuera de lo corriente.
-¡Has vuelto! -exclamó Hilda en un susurro alto, llevándose una mano a su amplio pecho-. Bill Decker quiere verte de inmediato.
-¿Cómo sabe que estoy aquí? -fue la respuesta de _____-. ¿Y por qué susurramos?
Hilda alzó un poco la voz.
-No lo sabe. El viernes llamó cada treinta minutos para preguntar si ya te había localizado, y cada treinta minutos le recordé que estabas de vacaciones, y... y... ¡mentí! -puso los ojos en blanco-. Le dije que te habías negado a revelarme dónde se te podía localizar.
-¡Hilda! -no le extrañó que Bill estuviera histérico-. ¡Él sabe que yo jamás, jamás, haría eso!
-Sólo quería que tuvieras unas vacaciones por una vez en la vida... -sonó el teléfono-. Oh, diablos, apuesto a que es él otra vez.
Hilda jamás juraba. «¿Qué es lo que pone tan tenso a todo el mundo?»
-Sí, señor Decker -Hilda había recuperado la calma tras el pequeño exabrupto-. Ella, ah, ella... -miró a ______.
Ésta asintió.
-Dile que acabo de llegar. Dos días antes -añadió, sin poder contenerse.
-Estará allí en breve -al cortar, miró a ______-. Quiero que sepas... -volvía a susurrar- que estoy de tu parte, pase lo que pase.
_______ apretó los labios, enderezó los hombros, recogió su agenda electrónica y tiró del bajo de la impecable chaqueta del traje negro. Avanzó por el pasillo en dirección al despacho del jefe del departamento legal, Bill Decker, con el porte seguro de una aristócrata. En ese caso, podía parecer que la aristócrata iba camino de la guillotina, pero si su cabeza rodaba, su pelo brillaría con buena salud y luciría un corte reciente. Moriría con la agenda en la mano y las uñas perfectamente cuidadas.
Por el modo en que se comportaban sus compañeros, sólo podía inferir que había hecho algo terrible, desastrosamente mal. Algo cuya naturaleza ni siquiera podía adivinar.
Quizá estuviera a punto de que la despidieran. Durante un segundo, eso la frenó en seco. De todas las cosas que había imaginado que podían sucederle, que la despidieran figuraba al final de su lista.
-Al fin has vuelto.
Bill Decker, que debería de estar contento de verla, frunció el ceño.
-He vuelto dos días antes -era algo que consideraba que no debía dejar de repetir. No tenía derecho a esperarla antes del miércoles. Estaban a lunes, el lunes después del día de Acción de Gracias, un lunes que había planeado pasar tumbada en la playa... hasta que descubrió lo enloquecedoramente aburrido, improductivo e ineficaz que era eso. Incluso había pagado cien dólares a la compañía aérea por el privilegio de regresar antes.
El gesto impaciente de la mano de él le impidió deletreárselo.
-Sensuous está en serios problemas -anunció-. El caso Verde es más de lo que podemos llevar nosotros. Hemos contratado un asesoramiento externo. El bufete al que hemos recurrido es Rendell & Renfro, y a un joven abogado llamado... -calló para alzar un auricular-. Nancy, ¿está Compton en el edificio hoy?
______ sintió un escalofrío helado subirle por la espalda, congelando la sonrisa evasiva que exhibía en la cara.
-Pídele que venga un momento -dijo Decker.
¿Podría haber más de un Compton en Rendell & Renfro?
La voz de Decker pareció reverberar por la bruma que había en su mente.
-Como iba diciendo, el caso lo va a llevar Nick Compton. Tengo entendido que es un poco canalla -emitió una risita indulgente-. Va a Nueva York a machacar a los testigos de los demandantes. Consideramos que era una buena idea tener una mujer en su equipo, y desde luego tú eres la elección idónea. Ah, aquí está.
A pesar de sus esfuerzos, _____ no estaba preparada para que Nick Compton entrara por esa puerta. El corazón le martilleó. La boca se le resecó. Necesitó toda su energía para ponerse de pie.
-¡_____! Es estupendo saber que vamos a trabajar juntos -con un destello de dientes blancos, Nick avanzó y en vez de estrecharle la mano, enlazó los dedos con los de ella.
La intimidad del contacto le provocó una descarga de electricidad por todo el cuerpo. Era un hombre con presencia, un hombre poderoso, alto y musculoso, y la mano era grande y cálida, con dedos largos y anchos. La invadieron recuerdos de su legendaria fama de donjuán. Habían ido juntos a la facultad de Derecho, habían estudiado juntos, trabajado juntos en la revista de Derecho. De hecho...
Ese recuerdo que llevaba años bloqueando se precipitó a la primera fila de su mente. Antes de los exámenes del segundo semestre, Nick y ella habían pasado una noche juntos estudiando en el apartamento de él... y no le había hecho ninguna insinuación.
-¿Dónde has estado todo este tiempo? -preguntó él-. Nunca te veo.
La miró desconcertado y ella se preguntó cuánto tiempo llevaba mirándolo, boquiabierta y con los ojos desorbitados.
-He estado aquí -repuso, recuperando la mano-. Ocupada.
En el pasado, el pelo oscuro de él había estado largo y rebelde. Durante los últimos años, cuando lo había visto de lejos en las fiestas de trabajo, para escapar de inmediato al rincón opuesto de la sala, había notado que lo llevaba corto. Cada año vestía de manera más elegante. En ese momento, llevaba un traje gris marengo con rayas finas y una impecable camisa blanca. Una corbata negra y un pañuelo blanco almidonado en el bolsillo de la pechera completaban el aspecto refinado. Había progresado mucho de los vaqueros y las cazadoras que había lucido en sus tiempos de estudiante.
Qué sexy había estado con aquellos vaqueros ceñidos. Sintió que un peso ardiente descendía hasta su centro a medida que la imagen se cristalizaba en su mente.
Lo que no había cambiado en absoluto era el índigo brillante de sus ojos, con el borde de pestañas largas y densas. Con esos ojos centrados en ella, reconoció las otras cosas que no habían cambiado. Aún lo deseaba, con toda la sofisticación de una colegiala sumida en su primer enamoramiento.
Al darse cuenta de que volvía a mirarlo con fijeza, el calor ascendió a su cara.
-Y supongo que voy a estar más ocupada -deseó que su voz sonara ecuánime v firme-. Pero aún no estoy segura de que sea un hecho consumado que vayamos a trabajar juntos.
Bill rió.
-Lo es en lo que a mí se refiere. Sentaos, los dos. Trazaremos los planes ahora mismo.
______ se dejó caer sobre su silla.
-Me halaga que se me pregunte, desde luego -le dijo a Bill-. He dedicado bastante tiempo al caso. ¿Has dicho que vamos a tomar las declaraciones en Nueva York?
Si iba a trabajar codo a codo con Nick, ¿cómo iba a lograr mantener las manos alejadas de él? ¿Cómo iba a poder trabajar en un estado de continua excitación?
-Sí.
Mantendría el control. Tenía que hacerlo.
Resultaría demasiado humillante hacerle insinuaciones y ser rechazada, y mucho más humillante que ni siquiera se diera cuenta de que se insinuaba.
-¿Cuándo nos vamos? -necesitaba un poco de tiempo para controlar la situación.
-Mañana -indicó Bill.
-Oh, mañana -con enorme alivio, vio una salida-. Pues yo no puedo.
-¿Por qué no? -Decker frunció el ceño.
tefisasias
Re: Naviad Magica (Nick y Tu) Adaptacion
-Acabo de regresar, puedes imaginarte cómo tengo la mesa después de unos días fuera del despacho -miró a Nick, quien al fin se había sentado, reduciendo el impacto físico.
-Hilda puede encargarse de tus papeles. Solucionado.
-Hilda no puede ocuparse del caso de la patente Thornton -aseveró, aferrándose con desesperación a su última tabla de salvación-. Redactar ese sumario es la máxima prioridad que tengo. No querrás que deje en la estacada al departamento de Desarrollo de Productos -miró otra vez a NIck.
Tenía una ceja enarcada.
-Patentes -Decker descartó el tema con un gesto de la mano-. Cassie puede escribir ese sumario.
Nick asintió.
______ consideraba a Cassie como una de sus mejores amigas, pero era altamente competitiva. Podía imaginar lo contenta que se iba a poner cuando se enterara de que le habían dado uno de los restos de su trabajo.
-Eso no sería justo para ella. Dije que yo...
-_______ -la voz de Decker adoptó un nuevo nivel de autoridad.
-¿Sí, señor? -tragó saliva.
-Te necesito en Nueva York. ¿Estás diciendo que no vas a ir?
-No, señor. No es eso lo que digo -no pudo evitarlo. Su temprano entrenamiento le había enseñado a diferenciar a los generales de los soldados rasos.
-Bien -dijo-. Entonces, arreglado.
-¿Dónde vives? -preguntó Nick. Era lo último que había esperado.
-Ah. Yo, mmm, vivo, ah... -sin duda sería capaz de recordar su dirección. Al final pudo darla.
-Pensaba que podríamos ir juntos al aeropuerto, pero me desvío mucho de tu dirección. ¿Te parece bien que quedemos en la puerta de embarque? Mi secretaria ha hecho las reservas. Tu ayudante puede llamarla y apuntar los detalles.
-Puerta de embarque -______ tartamudeó, asintiendo.
Un adiós rápido a Bill, una sonrisa a ella y desapareció. ______ se reclinó en el sillón. Bill exhibía una expresión satisfecha. -Sabía que tú eras la persona adecuada para el trabajo.
-¿Por qué? -suspiró.
Le sonrió con expresión radiante.
-Eres inmune a los encantos masculinos de Nick Compton. Puedo confiar en ti. En cualquier parte. Con cualquiera -adelantó el torso y su rostro rebosó sinceridad-. Puedo leer a una persona como si fuera un libro, y acabo de verlo, mientras charlabas con Compton. Tus colegas te consideran una abogada, no una mujer.
-Un gran cumplido -musitó con labios fríos-. Gracias otra vez, Bill -se puso de pie-. Estaré preparada para salir mañana.
De camino a su despacho, pensó: «Bill también lo vio. Nick no me ve como una mujer». Encendida de pronto por la frustración, aceleró el paso y abrió la puerta que daba a su despacho, donde encontró a Hilda, Cassie y Ned esperando.
-¿Qué ha pasado? -preguntaron al unísono.
-¿Te ha despedido? -añadió Ned, con una expresión adecuadamente lúgubre.
-¿Has averiguado qué hace aquí? -todos sabían a quién se refería Cassie.
-¿Debería pedir cajas para desalojar tu despacho? -inquirió Hilda con voz ansiosa.
Aún aturdida, miró a uno y a otro.
-No, Hilda, deberías llamar a la secretaria de NIck Compton para conseguirme un billete de avión -oyó el jadeó de Cassie, pero continuó-: Va a encargarse del caso Verde. Bill me ha mandado ir a Nueva York con él a interrogar a los testigos del demandante.
En el silencio atronador, los ojos de Cassie se abrieron mucho mientras la boca se cerraba en una línea fina.
-¡Te odio! -gritó-. Me moría, moría, por ese caso -entró en su despacho, del que de inmediato llegaron los sonidos de objetos que golpeaban la pared.
-Llévate preservativos suficientes para un par de días -sugirió Ned, que desvió la mirada de la puerta de Cassie para clavarla en la cara de _____-. Nick es el donjuán del siglo xxi, una leyenda. ¿Sigues tomando la píldora?
-No abras las rodillas -indicó Hilda, encogiéndose cuando los sonidos de los golpes incrementaron su volumen.
Como a cámara lenta, miró primero a Ned y luego a Hilda.
-Veréis -comentó con la serenidad de alguien completamente aturdida-, por eso me envía Bill. Porque no necesito la píldora y tampoco voy a necesitar los preservativos. Mis rodillas ya están permanentemente cerradas. No soy una mujer. Soy una abogada.
Entró en su despacho y cerró la puerta justo a tiempo de ver cómo el diploma enmarcado de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chicago se soltaba del gancho por el impacto de lo que hubiera tirado Cassie contra la pared divisoria. El cristal se fragmentó en pedazos pequeños.
Abrió la agenda electrónica y apuntó en su lista de cosas para hacer: Enmarcar diploma.
Nick regresó a la biblioteca del departamento legal con un estado de ánimo reflexivo. Le alegraba mucho que _____ fuera con él a Nueva York. Con ella en el trabajo, no tendría que dedicar la mitad del tiempo a un intercambio de estocadas sexuales, como le sucedería con la mayoría de las mujeres.
Empezaba a cansarse de eso, empezaba a desear algo real, a pensar en sentar la cabeza. Con Paige, quizá. Bueno, no, Paige, no. No algo a largo plazo. Hasta un fin de semana largo parecía excesivo.
Había eliminado a Diana el fin de semana anterior.
Andrea, entonces. Mmmm. Nunca había terminado por conectar con ella, nunca había llegado a sentir que hablaban el mismo idioma.
Lo dominó un inaudito estado de insatisfacción. Salía con docenas de chicas, y docenas más deseaban que las hubiera invitado o aceptado sus invitaciones apenas veladas. Una de ellas tenía que ser la idónea.
Mientras tanto, le encantaba su trabajo, y ese era el caso más descabellado con el que jamás se había topado. Sólo pensar en él le aligeró el ánimo. Su nombre correcto era Kevin Kingston et al contra Sensuous. Informalmente, lo llamaban el caso Verde, porque el último mes de marzo unas cien mujeres y algunos hombres habían intentado teñirse el pelo con Sensuous Flaming Red, y a cambio se lo habían teñido, junto con todo lo demás que la solución había tocado, de un verde guisante, tal como lo describía el sumario.
No les pareció que fuera gracioso. Tenía que cerciorarse de no transmitir ni un atisbo de que a él sí le resultaba gracioso. Desde luego, ______ no lo consideraría divertido. Podría contar con que ella lo ayudaría a mantener la expresión seria.
Podía contar con ella para todo, tal como había hecho en la facultad. Aquella ocasión en que habían estudiado toda la noche... algo en su cabeza había hecho clic y al final había encajado. Había requerido un trabajo arduo, pero aquella noche había logrado que su expediente cambiara de tendencia.
Se había sentido muy tentado de acabar la noche con ______ en su cama, al menos para tener a esa mujer alta y esbelta en brazos y darle un beso que dijera: «Gracias, y reunámonos alguna vez». Un beso que hiciera que ella quisiera que se reunieran alguna vez.
¿Por qué no lo había hecho?
Lo que había pasado era que se había concentrado en los estudios, que había sacado la segunda mejor nota de aquel examen. _____, por supuesto, había sacado la mejor.
Había olvidado lo bonita que era con esos ojo-s azul verdosos y ese increíble pelo rubio plateado.
Su tiempo era demasiado valioso para desperdiciarlo de esa manera. Había estado pensando en el caso, que era lo único en lo que podía permitirse pensar hasta alcanzar un acuerdo. Sensuous había retirado del mercado todo ese lote de tinte al recibir la primera queja, y había enviado a abogados a negociar generosas indemnizaciones con los primeros quince o veinte de los primeros cientos de clientes insatisfechos. Por desgracia, un par de ellos había encontrado una abogada ambiciosa, o al revés, que había conseguido reunir a todos para que presentaran una única demanda. No iban a conformarse con un tratamiento para el pelo, una manicura semanal, fregaderos nuevos, paredes repintadas y un cambio de suelos. Iban detrás de todo lo que tenía Sensuous.
Y todo porque un aburrido empleado de la cadena de montaje había decidido que sería divertido añadir un tinte verde permanente a un lote de tinte en honor del Día de San Patricio.
Su primera prioridad era evitar que el caso llegara a los tribunales, que era una de las ironías de ser un abogado litigante. Se esforzaría al máximo en convencer a esos demandantes de pelo verde guisante de que unas manicuras semanales y unos fregaderos nuevos era la única compensación que necesitaban.
-¿Señor Compton?
Alzó la vista para ver a una de las pasantes de la empresa en la puerta de la biblioteca.
-Sé que tiene autorización para acceder a los ficheros del caso Verde en nuestra red, pero le he hecho una copia en CD por si se encuentra en alguna parte sin conexión con la red -las manos de la joven temblaron al entregarle el disco.
-Gracias -dijo, poniéndose de pie y ofreciéndole una sonrisa. Durante un segundo, temió que fuera a desmayarse. Pero ella logró mostrar cierta ecuanimidad y devolverle la sonrisa, antes de agitar las pestañas y mover las caderas de forma seductora al salir de la biblioteca.
En la puerta se detuvo, le dedicó más caídas de ojos y dijo:
-Me llamo Lisa, y si hay algo más que pueda hacer para ayudarlo, o si necesita a alguna pasante en Nueva York...
Era la historia de su vida. No podía evitarlo. No era nada que hiciera adrede. Algún elemento químico en su cuerpo... en realidad, testosterona, debió de tener una filtración durante su nacimiento y había estado manando de él desde entonces, atrayendo a mujeres como el alcohol a las peleas.
Si pretendía sentar la cabeza, tenía que cerrar esa filtración. Debía volverse irresistible sólo para una mujer. No había mejor momento que ése para ponerlo a prueba. Se preguntó qué podría decir que no dejara ninguna duda en la mente de Lisa de que no iba a convocarla para ir a Nueva York a pasar un fin de semana desenfrenado. Y mientras él reflexionaba y ella esperaba, se le ocurrió una idea brillante.
-Gracias, Lisa -dijo-. Le pasaré el ofrecimiento a _____ Trent. Ella va a necesitar mucho respaldo del departamento.
Se sintió aliviado al oír que el tono sensual desaparecía de la voz de la joven.
-Desde luego -liberó el cuerpo de la posición con la espalda arqueada que hacía que tanto los pechos como el trasero sobresalieran al mismo tiempo-. Estaré encantada de proporcionarle a ______ la ayuda que necesite.
Cuando se marchó, cerrando de un portazo, Nick sintió que había hecho progresos. Mientras regresaba a su despacho elegante en Rendell & Renfro, pensó que había descubierto que era rentable tener a una mujer en su equipo, la cual podría establecer interferencias entre otras mujeres y él.
Durante la estancia en Nueva York, _____ sería un muro estupendo.
Por supuesto, no quería quedar bloqueado por completo. En su agenda tenía a varias mujeres que vivían en Nueva York. Y cuando las viera, determinaría si podría tener una relación estable con alguna. Arreglaría las citas con un par de ellas en ese mismo instante, antes de que se le olvidara.
Llegó al edificio, firmó el registro y subió a su despacho. Era una pena que las demandantes no tuvieran el cabello de ______. Nadie con un cabello como el de ella querría teñírselo de rojo.
tefisasias
Re: Naviad Magica (Nick y Tu) Adaptacion
Hola me presento me llamo Stephanie esta es mi tercera adaptacion en este foro. Si quieren saber algo de mi me preguntan.
Espero que les guste la nove y son todas bienvenidas
Espero que les guste la nove y son todas bienvenidas
tefisasias
Re: Naviad Magica (Nick y Tu) Adaptacion
Capítulo 2
______ no volvió a abrir la puerta de su despacho hasta que no oyó que sus compañeros se marchaban al finalizar el día. Por ese entonces, sentía que había logrado aislar cada faceta de su vida, incluida la de Nick. Y así permanecería, al menos hasta que tuviera que volver a verlo por la mañana en el aeropuerto. Pero por la mañana ya habría vuelto a ser la misma. Bajo control.
Cuando el taxista la dejó ante su rascacielos situado en el Carl Sandburg Village en Old Town, le dio una buena propina. Al cruzar la puerta, encontró su apartamento, como siempre, silencioso, cálido, impoluto y perfectamente ordenado, tal como debería ser y sería, a menos que, inconscientemente, cayera en la senilidad... y aún viviera en ese apartamento.
Una lóbrega resignación la invadió cuando ese pensamiento recorrió su mente, pero ese no era el momento de atacarlo y desmontarlo. Apoyó el maletín negro de piel sobre el escritorio en el despacho que tenía en casa. El correo de ese día fue a parar detrás del que había llegado mientras soportaba con estoicismo sus vacaciones. Su regla era que los primeros en llegar eran los primeros en abrirse.
«Repasad el correo.
Pagad las facturas. Responded a las invitaciones y peticiones.
Leed, tirad o archivad todo lo demás».
Esa lista, extraída de uno de los libros de su madre, surgió en su mente. No le extrañó que el encuentro sorpresivo con Nick la hubiera hecho perder el equilibrio. La noche anterior había llegado demasiado tarde y había estado demasiado traumatizada con el calor y la arena como para relajarse y seguir la habitual rutina del correo. Una vida feliz, aseveraba su madre en cada uno de sus libros, radicaba en una serie de rutinas o hábitos aprendidos. Y una leve desviación de una de dichas rutinas representaba el primer paso hacia el descenso al caos y la desdicha.
Como siempre, su madre tenía razón. Se había desviado, su estado mental se hallaba en el caos y se sentía desdichada. De modo que el correo sería su máxima prioridad en cuanto finalizara la rutina del regreso a casa. No más desvíos.
Mientras metía los guantes negros de piel en los bolsillos del abrigo negro de cachemira, su vista se posó en el paquete rectangular que había encima del correo. Era un ejemplar de regalo del último libro de Ellen Trent. Justo lo que necesitaba en ese momento... un curso rápido que le refrescara todas las nociones.
Colgó el abrigo en el armario del recibidor, con la bufanda negra debajo del cuello, y centró el sombrero negro en la estantería que había justo encima del colgador. Después de dejar las botas para la nieve secándose en una caja especial al lado de la puerta de entrada, llevó al dormitorio la bolsa de franela negra que contenía los zapatos aún resplandecientes.
Los zapatos también eran negros, igual que las botas para la nieve. Se preguntó por qué no tenía nada de color... ¿Rojo?
«Siempre es más fácil ceñirse al negro básico en el clima frío y a los beige en los entornos más cálidos».
Otra cita de uno de los libros de su madre. Eso lo explicaba. Pero no explicaba un peculiar nudo de rebelión que la recorrió desde la coronilla hasta los pies. Tenía algo rojo. Un vino tinto. Fue directamente a la cocina y se sirvió una copa, luego regresó a su despacho para comenzar con la rutina del correo.
Hizo girar el vino en la copa, admiró su color, lo olió, analizó el buqué y luego bebió un trago. La calidez descendió por su garganta, sobresaltándola y haciendo que se cuestionara cómo había llegado hasta allí. El vino y el papeleo no casaban. Todo el mundo lo sabía, al menos todo el mundo que prefería tener unas cuentas bien cuadradas. ¡Había vuelto a desviarse! ¿Qué le sucedía? Nada que una dosis de sabiduría materna no pudiera curar. Abrió el paquete que contenía el libro nuevo.
Viaje Eficiente de la A a la Z era el título predecible, y unido a la carátula con un clip había una hoja con el membrete de su madre. El mensaje estaba mecanografiado: Saludos de Ellen Trent.
No muy cálido ni maternal. En el interior había una carta, también mecanografiada, aunque un poco más cálida y maternal:
Queridísima hija,
Éste es una compilación de todos mis consejos de viajes más algunas ideas nuevas y estimulantes. Espero que te ayuden a recordar la Regla Dorada de Ellen: la Eficiencia es la clave para una vida feliz.
Tu madre.
Sin encontrar un abrazo en ninguna parte del mensaje, a menos que queridísima quisiera representarlo, estudió el índice. Adelante. Borrar, ésa es la clave... los títulos de esos capítulos sonaban familiares y probablemente habían aparecido en revistas para mujeres. Pero Regreso a la Serenidad, que con astucia llenaba dos letras del alfabeto, era nuevo. Abrió el libro en ese capítulo.
Dejad todo el papeleo en orden.
Eso ya tenía prioridad en su lista de cosas por hacer.
No dejéis detrás ropa sucia.
Por supuesto que no. La tintorería de al lado de su casa abría a las siete. Dejaría toda la ropa que había llevado para sus vacaciones de camino al aeropuerto al día siguiente.
Limpiad bien la nevera y prestad especial atención al compartimento de las verduras. Una verdura podrida os estropeará el regreso al calor del hogar.
Ahí no había problemas.
Comprobad la fecha de caducidad de los alimentos perecederos: envasados, enlatados, congelados y refrigerados... y también la de los medicamentos. Tirad todos los artículos que caduquen durante vuestra ausencia.
Clavó la vista en la página y durante unos instantes consideró la posibilidad de que su madre finalmente hubiera perdido la cabeza. Pero millones de mujeres compraban esos libros, mujeres que buscaban la misma clase de felicidad de la que disfrutaba su madre, con la que ella contaba y de la que extraía consuelo.
Entregadle vuestro itinerario a una buena amiga o a un familiar.
Eso la hizo reflexionar. Si llamaba a sus padres, la conversación sería de horas. Su madre la haría pasar por una comprobación verbal de su lista y podrían llegar a pelearse por el punto de la fecha de caducidad. Tenía amigas. Amigas íntimas. Las amigas con las que había realizado el viaje a St. John, por ejemplo, que la miraron con incredulidad cuando anunció su intención de adelantar el regreso. Se burlarían sin piedad si les contara que había cambiado sol y playa por pecado y sexo con Nick Compton.
Alzó la cabeza con brusquedad. Iba a Nueva York por asuntos de la empresa, no para dedicarse al sexo y al pecado.
De pronto recordó que tenía un hermano en Nueva York a quien podía enviarle su itinerario.
No le sorprendió que recordara en ese momento que Macon se hallaba en Nueva York. Macon era la clase de persona cuyo emplazamiento era vago, no tanto un hermano como un ciberhermano. Se comunicaba con la familia mediante correos electrónicos. Enviaba tarjetas de felicitación de cumpleaños por Internet y regalos que había comprado en la Red. De vez en cuando iba a casa a pasar alguna navidad, pero más a menudo dedicaba esas fiestas a supervisar algún sistema informático público o privado. Macon era un as de los ordenadores. Vivía y respiraba ordenadores. Marcó su número. Como cabía esperar, el teléfono sonó una vez y saltó un mensaje grabado.
-Trent Computer Consultants -anunció la voz familiar de Macon-. No estoy aquí. Envíe un correo electrónico a macontrent, todo una palabra, en trent punto com.
-Mi hermano el robot -musitó ______. Cuya hermana no es una mujer, sino una abogada.
tefisasias
Re: Naviad Magica (Nick y Tu) Adaptacion
La similitud era demasiado grande. Al levantarse del ordenador tras enviarle un correo a su hermano para decirle que deberían reunirse en Nueva York, se sentía exhausta. Era mejor que hiciera las maletas antes de ponerse a comprobar la fecha de caducidad de las cajas de galletas y de las latas de ostras ahumadas que guardaba para canapés de emergencia.
Nick Compton cerró los dedos en torno a su taza de café más reciente, bebió un sorbo e hizo una mueca. Era el peor café que jamás había probado. Había tenido que recurrir a la máquina expendedora del sótano, ya que el personal de la firma hacía horas que se había marchado.
Dejó la taza y recogió la pluma, con la que estuvo jugando entre los dedos. Pensó que si trabajaba hasta las nueve, podría comprar una pizza de camino a casa, comérsela mientras preparaba la maleta y meterse en la cama a las diez. Su secretaria había contratado los servicios de una limusina para que lo recogiera a las seis y media de la mañana. Eso no dejaba tiempo para pensar. Tal como a él le gustaba.
Ese día algo había causado una perturbación en su atmósfera. Pero, no ser capaz de localizar qué la había provocado, resultaba más perturbador que la misma perturbación.
Tenía la impresión de que era algo sobre ______.
Los ficheros de Sensuous acerca del caso Verde lo habían mantenido ocupado varias horas. Tal como era ______, sin duda querría hablar del caso durante el vuelo, y él quería dar la impresión de que le había dedicado tiempo de reflexión.
Su vida rebosaba de mujeres, y ahí estaba, tratando de impresionar a _______. Se levantó, se dirigió a los ventanales y contempló el resplandor de Chicago, donde ya se notaba la proximidad de la navidad. En el elegante barrio de Kenilworth donde había crecido, sus padres siempre habían tenido el árbol más grande de Navidad y colocaban montañas de regalos, todo lo que había querido más cosas que no sabía que quería. Y, siempre, una estuche diminuto de su padre a su madre, que contenía un diamante levemente mayor que el que le había regalado el año anterior.
Había sido un niño rico consentido que desconocía el significado de las reglas. Con todas las ventajas que podía ofrecer la vida a su favor, en vez de aprovecharlas, se había vuelto salvaje. En dos ocasiones había perdido el carné de conducir por superar el límite de velocidad, había destrozado tres coches deportivos y, sin poder imaginar cómo, sin herir nunca a nadie. Las únicas dos cosas con las que no había experimentado eran el robo y las drogas.
Las buenas notas habrían arruinado su fama en el instituto: Había jugado al fútbol, pero el entrenador era un diplomático acostumbrado a tratar con los padres ricos de los niños ricos consentidos, y mientras el equipo realizara una exhibición decente, tampoco él establecía demasiadas reglas.
De modo que había conseguido entrar en la Northwestern University en Evanston por jugar al fútbol. Allí el entrenador lo había obligado a dejar de fumar, beber y comer comida basura. Pero nadie había averiguado lo inteligente que era hasta que hizo el examen de acceso a la carrera de Derecho.
Bastó un simple vistazo a sus calificaciones para que la Facultad de Derecho de la Universidad de Chicago se lo llevara en un abrir y cerrar de ojos. Lo que no sabían era que él no sabía estudiar, y ahí era donde _______ había cambiado su vida. No recordaba exactamente cómo había sucedido, sólo que la había llamado, había reconocido que daba tumbos y solicitado su ayuda. Y ella había sido su tutora extraoficial y gratuita. Y él nunca la había llevado siquiera a cenar. Le había dado miedo pedírselo.
¿Recordaría lo imbécil que él había sido? Frunció el ceño. Lo mejor que podía hacer era familiarizarse un poco más con los detalles, pensar en algunas preguntas inteligentes que hacerle a ______ y, aún mejor, en un par de comentarios inteligentes. Resumiendo, lo mejor que podía hacer era desterrar esa vena nostálgica y centrarse en los malditos archivos.
El teléfono sonó justo en el momento en que ______ terminaba de guardar la ropa discreta que durante años su madre había afirmado que ayudaría a una mujer en cualquier situación durante cualquier extensión de tiempo.
-¿______? Nick -anunció una voz de hombre.
Esa voz profunda y cálida fue como un golpe en el estómago.
-Hola, Nick -mantuvo la suya fría. Era un homenaje al impacto que habían tenido en ella los libros de su madre. Entonces supo que le iría bien en ese viaje.
-Te llamo con una pregunta -dijo él-. ¿Por qué verde guisante? ¿Por qué no simplemente verde?
______ parpadeó.
-Bueno... -estaba segura de que había una razón, pero el sonido de su voz, el hecho de que la hubiera llamado, invadía su yo por lo normal cuerdo. Resultaba enloquecedor-. Hay numerosas tonalidades de verde. Verde lima, verde bosque, verde musgo...
-¿Te sentirías menos molesta si tu pelo estuviera verde lima en vez de verde guisante?
-Mmm. No, supongo que no.
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Re: Naviad Magica (Nick y Tu) Adaptacion
-Entonces, el uso de «verde guisante», que tiene una connotación negativa, en lugar de sólo «verde que es más neutral, es un intento deliberado de parte de los demandantes de hacer que verde suene lo más desagradable posible -concluyó con tono triunfal.
-Pero acabo de decir que no importaría...
-Es algo en lo que vale la pena pensar. De acuerdo. Nos vemos mañana en la puerta de embarque.
-Muy bien, yo...
Pero él ya no seguía al teléfono. Era la primera vez que la llamaba desde la facultad de Derecho, y lo único de lo que había querido hablar era del impacto que tendría un verde guisante sobre un verde normal en un posible jurado.
Giró para mirarse en el espejo. Quizá no fuera preciosa, pero le desconcertaba que sus compañeros no la consideraran como mujer. En realidad, los compañeros no le importaban. Lo que contaba era saber por qué NIck no la veía como una mujer.
Tuvo que reconocer que no estaba demasiado sexy con los dientes apretados. Le dio la espalda al espejo y clavó la vista en la maleta. Aún disponía de espacio. ¿Qué podía llevar que fuera un poco más estimulante que negro, más negro y un toque de blanco?
Con dedos nerviosos, recorrió la austera colección de ropa que tenía en el armario, al tiempo que se preguntaba por qué se molestaba. Conocía lo que tenía. Más negro, más blanco, unas pocas prendas de color azul marino y la extraordinaria variedad de un traje gris y otro beige. Allí no se ocultaba ninguna sorpresa.
Era demasiado tarde para ir de compras, pero no para llamar a su amiga Carol(asi se llama mi prima,pero en el libro sale asi), que vivía en el quinto piso. Carol también había regresado antes de St. John, pero por un motivo que sus amigas entendían: saquear las rebajas prenavideñas de Marshall Field. Tendría algo viejo que estuviera dispuesta a prestarle.
-Carol -comenzó-. Me voy a Nueva York.
-______ la viajera -dijo Carol-. No sabía que tuvieras esa predisposición.
______ apretó los dientes.
-Es por trabajo -explicó con sequedad-. Me preguntaba si podrías prestarme una chaqueta.
-Lo que quieras -afirmó Carol con vehemencia-. Si te pones otra cosa que no sea un traje y unos zapatos ortopédicos de tacón mediano, te doy acceso a todo mi armario. Todos mis armarios -corrigió-. ¿Qué clase de chaqueta tenías en mente?
-Algo que vaya bien con el negro -indicó, dándose cuenta de que no era la primera vez que una amiga comentaba algo sobre su tendencia a los trajes y los zapatos sosos. Pero sí era la primera vez que le había molestado.
Por su mente pasó un pensamiento peligroso. Se vio con un top de escote bajo y color escarlata, con los dedos de _______ acercándose a la unión de sus pechos para luego introducirse por debajo de la tela...
-Pensaba en algo... rojo -tartamudeó. Había vuelto a desviarse. Cada vez resultaba más fácil. No seleccionaba el correo, luego bebía vino, y en ese momento quería algo rojo.
-Oooh -dijo Carol-. Tengo una chaqueta roja que te quedará estupenda. Te la subiré y la dejaré en tu puerta. Sé que estás ocupada haciendo las maletas.
_____ ya empezaba a arrepentirse, pero una chaqueta roja parecía un desvío tan leve, que apenas merecía su preocupación.
-Gracias, Carol. Te devolveré el favor en cuanto sea posible.
-Puedes devolvérmelo ahora. ¿Tienes algún sello?
-Desde luego -tenía los artículos básicos de la vida cotidiana en cantidades industriales, tal como haría la mujer eficiente-. Te los dejaré en la mesa del recibidor. Y ¿Carol?
-¿Mmm?
-¿Puedo dejarte una copia de mi itinerario?
-Claro. Pero has mencionado Nueva York. Sólo dime dónde te vas a alojar.
-En el St. Regis -repuso-, pero hay más información que ésa. Números de los vuelos, a quién llamar en caso de...
-Y el traje con el que te gustaría ser enterrada -cortó Carol con un suspiro-. Esperaré quince minutos antes de subirte la chaqueta -hizo una pausa, y cuando volvió a hablar, la voz había adquirido un tono nuevo-. Te va a encantar esta chaqueta.
Se preguntó si la voz de su amiga tenía un deje malicioso o si simplemente lo imaginaba. Al recoger la chaqueta del pomo de la puerta, descubrió que no lo había imaginado.
La estudió y luego, consternada, se la puso. ¿Había ganado peso? Carol y ella siempre habían tenido la misma talla. Pero esa chaqueta le ceñía la cintura, le alzaba los pechos y le potenciaba las caderas, terminando demasiado pronto, como para ocultarle el trasero, que consideraba la mejor razón para ponerse una chaqueta.
Sin duda la intención de su amiga había sido magnífica, pero tuvo la certeza de que jamás podría tener el valor de ponerse esa chaqueta. No obstante, no quería parecer desagradecida. La plegó y la colocó en el espacio libre de su maleta. Si ese anhelo demencial por el rojo duraba, en Nueva York se compraría una chaqueta apropiada.
Cerró el libro de su madre, lo sostuvo un momento en la mano y luego lo metió en la maleta. Llevarlo consigo sería como disponer de ajo para repeler la enfermedad o alzar una cruz para defenderse del diablo en su faceta humana.
Nick.
NIck martilleó su escritorio con el bolígrafo, que sostenía igual que solía sostener un cigarrillo. Había pensado que la pregunta del verde guisante había sido buena, pero por el titubeo de ______ notó que ella pensaba que había sido una pregunta bastante estúpida y que probablemente así se lo habría dicho de no ser una chica muy educada.
Ya no era una chica. Era una mujer.
Metió todo en el maletín y fue a su apartamento, situado en Lake Shore Drive. Estaba hecho un desastre. Le alegró marcharse y que el servicio de limpieza se ocupara de él antes de que regresara. Había olvidado recoger la pizza y tuvo que pedir una. No llegó hasta que terminó de hacer la maleta, de modo que la comió en la cama mientras veía las noticias.
Al terminar, intentó dormir. Al rato el agotamiento se apoderó de él y lo siguiente que supo fue que se encontraba en el aeropuerto esperando a ______.
¿Dónde diablos estaba?
Había llegado a la puerta de embarque a una hora que consideraba un cortés compromiso entre las ridículas exigencias de la compañía aérea y la realidad de la situación, pero ya llevaba allí quince minutos y no había rastro de ella.
Con más alivio del que quiso reconocer, la vio avanzar hacia él, alta, elegante, vestida toda de negro, con ese cabello rubio platino oscilando sobre los hombros.
Por lo que él sabía, era su color de pelo natural, y dio por hecho que, a medida que se hiciera mayor, realizaría una transición suave de rubio platino a gris. Apenas se notaría. En especial porque ______ era una mujer que apenas se hacía notar.
Se puso de pie, comenzó a sonreírle y luego notó que fruncía el ceño al preguntarse por qué su corazón se había acelerado un poco. Se dijo que tenía que reducir los cafés.
Tenía tanta adrenalina bombeando por su cuerpo en todo momento, que apenas necesitaba la cafeína.
Era una mujer muy atractiva. El hombre que tenía enfrente la miró con ojos interesados cuando ella se situó entre los dos.
-Hola -fue todo lo que dijo _______.
La palabra salió de unos labios plenos y levemente rosados, con una voz rica y ronca. Algo al respecto, o quizá por cómo la seguía
tefisasias
Re: Naviad Magica (Nick y Tu) Adaptacion
mirando ese hombre, hizo que la rodeara con un brazo y sintió que el corazón le daba un vuelco. Se dijo que era absurdo. Apartó el brazo de inmediato y comentó:
-______, ¿qué te ha hecho llegar tarde?
-¡Tú has llegado tan pronto! ¿Cómo puedes trabajar aquí? Debes poder concentrarte mucho mejor que yo. Siempre espero hasta el último segundo para presentarme ante la puerta de embarque, porque...
Cuando el hombre al fin volvió a centrar la mirada en el periódico que leía, _____ tuvo un recuerdo del motivo por el que no había tratado de hacerle el amor durante los años de facultad. Era evidente que ella no quería. Aunque la voz sonaba un poco jadeante, sin duda por las prisas, todo lo demás en ella decía «No tocar».
-Yo acabo de llegar -y en esa ocasión logró sonreír-. Supongo que te demoraste facturando las maletas.
-No -aseguró _____-. Esto es todo -señaló la maleta plegable.
_____ observó la maleta con curiosidad renovada. ¿Qué tenía ahí, prendas deshidratadas que se expandían en cuanto entraban en contacto con el agua? El fin de semana anterior se había llevado a Diana a Acapulco... a Diana y cuatro maletas... y allí descubrió que estar con esa mujer era sumamente aburrido. Había sido un fin de semana desperdiciado, algo que lamentó, ya que disponía de muy pocos libres.
-¿Planeas ir de compras? -le preguntó. Con una simple mirada de esos ojos azul verdosos, tan pálidos como el pelo y el lápiz de labios, lo hizo sentir como el peor y más odioso machista.
-Claro que no. Voy a Nueva York a trabajar, no a hacer compras.
Se preguntó si era siempre así o sólo con él. Eso la convertiría en la única mujer del mundo que se comportaba de esa manera con él.
-Bienvenidos al vuelo cuatro, cero, tres de United Airlines -entonó una voz femenina-. Comenzaremos con el embarque de los pasajeros de Primera Clase y Premier.
-______, ¿qué te ha hecho llegar tarde?
-¡Tú has llegado tan pronto! ¿Cómo puedes trabajar aquí? Debes poder concentrarte mucho mejor que yo. Siempre espero hasta el último segundo para presentarme ante la puerta de embarque, porque...
Cuando el hombre al fin volvió a centrar la mirada en el periódico que leía, _____ tuvo un recuerdo del motivo por el que no había tratado de hacerle el amor durante los años de facultad. Era evidente que ella no quería. Aunque la voz sonaba un poco jadeante, sin duda por las prisas, todo lo demás en ella decía «No tocar».
-Yo acabo de llegar -y en esa ocasión logró sonreír-. Supongo que te demoraste facturando las maletas.
-No -aseguró _____-. Esto es todo -señaló la maleta plegable.
_____ observó la maleta con curiosidad renovada. ¿Qué tenía ahí, prendas deshidratadas que se expandían en cuanto entraban en contacto con el agua? El fin de semana anterior se había llevado a Diana a Acapulco... a Diana y cuatro maletas... y allí descubrió que estar con esa mujer era sumamente aburrido. Había sido un fin de semana desperdiciado, algo que lamentó, ya que disponía de muy pocos libres.
-¿Planeas ir de compras? -le preguntó. Con una simple mirada de esos ojos azul verdosos, tan pálidos como el pelo y el lápiz de labios, lo hizo sentir como el peor y más odioso machista.
-Claro que no. Voy a Nueva York a trabajar, no a hacer compras.
Se preguntó si era siempre así o sólo con él. Eso la convertiría en la única mujer del mundo que se comportaba de esa manera con él.
-Bienvenidos al vuelo cuatro, cero, tres de United Airlines -entonó una voz femenina-. Comenzaremos con el embarque de los pasajeros de Primera Clase y Premier.
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Re: Naviad Magica (Nick y Tu) Adaptacion
Capítulo 3
En cuanto se acomodaran en el avión, iba a permitirse respirar. En cuanto se sentaron lado a lado en los generosos asientos de primera, comenzó a temer que nunca más podría volver a respirar.
Un pequeño abrazo y, los discursos que se había dado a sí misma la noche anterior, habían volado. Durante todos esos años había hecho lo correcto al esconderse en el otro extremo de la sala al verlo en reuniones profesionales. ¡En un cóctel podría haberla besado! El beso no habría sido más apasionado que el abrazo que le había dado, pero a su libido no parecía importarle en que estado se hallaba la de él. Un beso y habría caído sobre él como un Bloody Mary vertido. Ese primer contacto de la mano había revivido todos los anhelos juveniles con plena potencia.
Un palpitar pesado se asentó entre sus muslos. No era posible. Jamás sería posible, porque...
-¿Desea algo para beber antes del despegue, señor? -preguntó una auxiliar de vuelo. Los ojos líquidos se deslizaron suavemente por toda la extensión de Nick.
-¿______? -la miró a ella, y no a la azafata.
-Cicuta -salió como un gemido suave. Nick y la auxiliar de vuelo la miraron-. Avellana -dijo con rapidez-. Café de avellana si lo tienen.
-Me temo que no -fue la respuesta de la azafata.
-Un café corriente será perfecto -concedió-. Descafeinado -no podía aguantar otra sacudida. De nada.
-Zumo de naranja -pidió Nick tras una breve pausa-. No, que sea de tomate.
-¿Podríamos dedicar el tiempo del vuelo a hablar del caso? -le preguntó, sabiendo que sonaba circunspecta y carente de imaginación comparada con el bombón de uniforme-. Encenderé mi ordenador portátil en cuanto hayamos despegado para poder conectar con los interrogatorios.
-Oh, claro -convino él-, cuanto antes nos pongamos a trabajar, mejor.
Pensó que jamás había dicho palabras más veraces. El avión despegó con suavidad, pero sintió como si se hubiera visto arrastrado al interior de un tornado. Sólo esperaba que lo soltara en un lugar seguro. Experimentó la extraña sensación de que con Mallory ya no se encontraba a salvo.
-¿Crees que es un enfoque que podríamos utilizar? Sé que es poco ortodoxo, pero podría funcionar en este caso en particular.
¿Qué diablos había estado diciendo mientras pensaba en ella?
-Ah, mmm.... Tendré que meditarlo -musitó, cayendo del tornado en un territorio extremadamente peligroso.
De hecho, directamente sobre hielo sólido. El hielo de sus ojos azules mientras lo miraba con expresión enojada.
-No me escuchabas.
-______, ______ -adoptó la expresión dolida que siempre había funcionado cuando se suponía que estaba seduciendo a una mujer y a cambio pensaba en un caso. Salvo que en esa ocasión era al revés-. ¿Cuándo no te he escuchado?
-Ahora mismo -afirmó ella.
Supuso que ella jamás olvidaría que sin la ayuda que le había prestado, habría fallado en el examen y probablemente habría abandonado la facultad de Derecho. La noche en que había estudiado con ella, lo había iniciado por el camino de la respetabilidad, pero ella jamás sería capaz de respetar su intelecto. Por eso nunca se había acercado a él. Mallory tendría que respetar a un hombre antes de sentir una atracción por él.
Se dijo que iba a tener que hacer algo para que cambiara la imagen que tenía de él. También sabía que sería duro ganársela. Por el momento, haría lo único que parecía apropiado.
Le sonrió.
Un instante volaba en línea horizontal por encima de las nubes, y al siguiente se veía transportada por su sonrisa hacia el espacio exterior. Esa sonrisa decía «mujer», no «abogada». Una extraña sensación se inició en la región de su abdomen... bueno, en realidad más abajo, y desde allí zumbó en todas las direcciones. Sentía el cuerpo caliente, húmedo y hormigueante mientras la boca se le resecaba.
También se le había quedado abierta. La cerró y luego volvió a abrirla.
-Lo que sugería era un poco de ironía en el proceso -manifestó. La voz le sonó alta a sus propios oídos, sin duda debido a la falta de oxígeno-. Como «¿Qué hay de malo en tener el pelo y las uñas de color verde guisante? Los adolescentes pagan mucho dinero por teñirse el pelo de verde».
La sonrisa de él se amplió. Aunque menos sugerente, incrementó el efecto que surtía en ella.
-Es una línea de defensa original -dijo Nick. Su voz parecía haberse tornado más profunda y suave. Sonó como el ronroneo de un motor Rolls-Royce-. Yo diría «Señora, el pelo verde le quita treinta años de encima».
-Entonces le dedicas esa sonrisa cautivadora y ganamos el caso.
Se sintió consternada al ver que la sonrisa desaparecía y que apretaba los labios. Durante un momento, había creído que al fin había
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Re: Naviad Magica (Nick y Tu) Adaptacion
provocado en él una reacción hombre-mujer; pero, de algún modo, la había apagado con la misma celeridad con que se podía apagar una batidora. Se preguntó qué diablos habría dicho.
Ahí estaba, la primera pista de que le habían asignado ese caso por sus habilidades personales, no profesionales. «No, maldita sea, no pienso hacerlo de esa manera. Presentaré un argumento irrefutable y ganaremos el caso. Mejor aún, aplastaré los testimonios de los demandantes y suplicarán llegar a un acuerdo en vez de ir a juicio».
Nick no podía imaginar por qué permitía que lo afectara de esa manera. Había sido el cuarto de su clase. Rendell & Renfro era una firma prestigiosa. Ya lo habían hecho socio, el más joven que habían tenido. No necesitaba una «sonrisa cautivadora» para realizar una buena defensa de Sensuous. ¿Por qué no podía reconocerlo _____?
La miró teclear en su ordenador portátil y se hizo un juramento. Podía tener sexo con un montón de mujeres. Lo que quería de esa mujer era su respeto, y lo conseguiría mientras trabajaban juntos en ese caso, costara lo que costara.
-Si tú te ocupas del taxi y del botones, yo nos registraré -le dijo Nick cuando pararon delante del hotel St. Regis. El vuelo había sido interminable. Cuanto antes _______ y él estuvieran en habitaciones separadas, mejor. Entró en el vestíbulo imponente del h-otel y se dirigió a la recepción-. Compton y Trent -le dijo a la mujer vestida con un traje azu-l marino que lo saludó.
-Sí, señor Compton -dijo después de haber tecleado las suficientes veces como para haber escrito un cuento corto-. Tenemos una suite estupenda para usted.
Lo miró como lo hacían todas las mujeres... con expresión especulativa.
Nick respondió con una tarjeta de crédito.
-¿Y para la señorita Trent?
Los dedos de la mujer avanzaron con lentitud. La seguridad que había exhibido hasta ese momento pareció flaquear.
-Usted y ella van a compartir la suite -repuso al final-. La persona que realizó la reserva dijo...
Demasiado tarde, NIck recordó lo que le había dicho a Brenda. «Es ______. Haz lo que te suene más apropiado«.
Lamentando profundamente su metedura de pata, se inclinó sobre la recepción.
-He cambiado de parecer -siseó, mirando atrás y viendo que______ se aproximaba-. Déle la suite a ella y encuentre otra habitación para mí.
-Oh. ¿Se han peleado en el avión? -a la recepcionista se le iluminó la cara.
El apretó los labios.
-No. Somos compañeros de trabajo. Creo que lo mejor es que tengamos cierta intimidad después de trabajar juntos todo el día.
Sus palabras se vieron seguidas por un torbellino en el teclado.
-Lo siento, señor Compton -anunció la mujer al final-, pero esta semana estamos llenos. Es la convención, ¿sabe? Hay cientos de delegados en la ciudad.
-¿Qué convención? -ladró Nick. Le robaría una habitación a un miembro demasiado borracho como para notarlo.
-De la Asociación Nacional del Rifle -alzó la vista del teclado.
-Oh.
_____ apareció junto a él.
-¿Necesito firmar por mi habitación? -preguntó.
-Mi secretaria nos reservó una suite -indicó Nick-. Cuartos y baños separados con un salón que podemos emplear como oficina. ¿Te parece bien?
Se puso pálida y él supo que no le parecía bien. Se puso rígido y esperó que lo hiciera salir por la puerta de la entrada.
En absoluto le parecía bien. Pero no por las causas que probablemente él se imaginaba. Ella había considerado que ya había pasado lo peor, que en un breve tiempo estaría en su habitación personal, con el ordenador portátil encendido y sin ninguna necesidad terrenal de torturarse con la visión de Nick hasta el día siguiente. Se saltaría el almuerzo, dedicaría la tarde al trabajo, se daría una ducha larga y fría, pediría que le subieran la cena a la habitación, se acurrucaría bajo la ligera bata de viaje y pasaría la velada en una espléndida soledad.
¿Y si él sugería que cenaran juntos? ¿Y si al sugerirlo le sonreía?
Las rodillas estuvieron a punto de cederle.
-¿Te encuentras bien? -le preguntó Nick.
-Perfectamente -mintió. Lo único que necesitaba era tiempo a solas para prepararse para el día siguiente.
La cabeza le daba vueltas. Se estaba volviendo loca.
No podía enloquecer. Los Trent encaraban las situaciones; no se volvían locos. ¿Qué diablos le sucedía?
Contó hasta diez a toda velocidad.
-Estoy bien y la suite es perfecta -musitó-. Será conveniente para trabajar hasta tarde en el caso.
-Será como estar otra vez en la facultad de Derecho, estudiando juntos toda la noche -indicó Nick.
Ahí estaba, la primera pista de que le habían asignado ese caso por sus habilidades personales, no profesionales. «No, maldita sea, no pienso hacerlo de esa manera. Presentaré un argumento irrefutable y ganaremos el caso. Mejor aún, aplastaré los testimonios de los demandantes y suplicarán llegar a un acuerdo en vez de ir a juicio».
Nick no podía imaginar por qué permitía que lo afectara de esa manera. Había sido el cuarto de su clase. Rendell & Renfro era una firma prestigiosa. Ya lo habían hecho socio, el más joven que habían tenido. No necesitaba una «sonrisa cautivadora» para realizar una buena defensa de Sensuous. ¿Por qué no podía reconocerlo _____?
La miró teclear en su ordenador portátil y se hizo un juramento. Podía tener sexo con un montón de mujeres. Lo que quería de esa mujer era su respeto, y lo conseguiría mientras trabajaban juntos en ese caso, costara lo que costara.
-Si tú te ocupas del taxi y del botones, yo nos registraré -le dijo Nick cuando pararon delante del hotel St. Regis. El vuelo había sido interminable. Cuanto antes _______ y él estuvieran en habitaciones separadas, mejor. Entró en el vestíbulo imponente del h-otel y se dirigió a la recepción-. Compton y Trent -le dijo a la mujer vestida con un traje azu-l marino que lo saludó.
-Sí, señor Compton -dijo después de haber tecleado las suficientes veces como para haber escrito un cuento corto-. Tenemos una suite estupenda para usted.
Lo miró como lo hacían todas las mujeres... con expresión especulativa.
Nick respondió con una tarjeta de crédito.
-¿Y para la señorita Trent?
Los dedos de la mujer avanzaron con lentitud. La seguridad que había exhibido hasta ese momento pareció flaquear.
-Usted y ella van a compartir la suite -repuso al final-. La persona que realizó la reserva dijo...
Demasiado tarde, NIck recordó lo que le había dicho a Brenda. «Es ______. Haz lo que te suene más apropiado«.
Lamentando profundamente su metedura de pata, se inclinó sobre la recepción.
-He cambiado de parecer -siseó, mirando atrás y viendo que______ se aproximaba-. Déle la suite a ella y encuentre otra habitación para mí.
-Oh. ¿Se han peleado en el avión? -a la recepcionista se le iluminó la cara.
El apretó los labios.
-No. Somos compañeros de trabajo. Creo que lo mejor es que tengamos cierta intimidad después de trabajar juntos todo el día.
Sus palabras se vieron seguidas por un torbellino en el teclado.
-Lo siento, señor Compton -anunció la mujer al final-, pero esta semana estamos llenos. Es la convención, ¿sabe? Hay cientos de delegados en la ciudad.
-¿Qué convención? -ladró Nick. Le robaría una habitación a un miembro demasiado borracho como para notarlo.
-De la Asociación Nacional del Rifle -alzó la vista del teclado.
-Oh.
_____ apareció junto a él.
-¿Necesito firmar por mi habitación? -preguntó.
-Mi secretaria nos reservó una suite -indicó Nick-. Cuartos y baños separados con un salón que podemos emplear como oficina. ¿Te parece bien?
Se puso pálida y él supo que no le parecía bien. Se puso rígido y esperó que lo hiciera salir por la puerta de la entrada.
En absoluto le parecía bien. Pero no por las causas que probablemente él se imaginaba. Ella había considerado que ya había pasado lo peor, que en un breve tiempo estaría en su habitación personal, con el ordenador portátil encendido y sin ninguna necesidad terrenal de torturarse con la visión de Nick hasta el día siguiente. Se saltaría el almuerzo, dedicaría la tarde al trabajo, se daría una ducha larga y fría, pediría que le subieran la cena a la habitación, se acurrucaría bajo la ligera bata de viaje y pasaría la velada en una espléndida soledad.
¿Y si él sugería que cenaran juntos? ¿Y si al sugerirlo le sonreía?
Las rodillas estuvieron a punto de cederle.
-¿Te encuentras bien? -le preguntó Nick.
-Perfectamente -mintió. Lo único que necesitaba era tiempo a solas para prepararse para el día siguiente.
La cabeza le daba vueltas. Se estaba volviendo loca.
No podía enloquecer. Los Trent encaraban las situaciones; no se volvían locos. ¿Qué diablos le sucedía?
Contó hasta diez a toda velocidad.
-Estoy bien y la suite es perfecta -musitó-. Será conveniente para trabajar hasta tarde en el caso.
-Será como estar otra vez en la facultad de Derecho, estudiando juntos toda la noche -indicó Nick.
tefisasias
Re: Naviad Magica (Nick y Tu) Adaptacion
Lo que menos deseaba ______ era que se pareciera a aquellas noches en que sólo existió el trabajo.
-Aquí tienen las llaves -dijo la recepcionista-. El botones subirá en seguida con sus maletas.
-Les mostraré la suite -anunció el botones-. Aquí tienen el termostato...
En ese momento _____ salió de su habitación para colocar el ordenador portátil sobre la mesa del salón. Se había quitado la chaqueta y llevaba una blusa negra sin mangas metida en los pantalones del mismo color. Aunque los pantalones eran amplios, le sentaban de maravilla. Y tenía brazos realmente bonitos. Que tentaban a acariciarlos. Brazos por los que subir y bajar las manos.
Notó que también el botones miraba a ______, olvidada ya su perorata. Apartó la vista de ella y volvió a mirarlo a él.
Y aquí -graznó el joven-, tienen la cocina.
Su voz continuó con la exposición. De hecho, Nick estudió el lugar. Había esperado un salón en el centro y una habitación a cada lado... la típica suite. Pero ahí había pasillos, arcos y entradas ocultas.
Estaba decorada con motivos florales, terciopelo, alfombras orientales y candelabros de cristal. Era un hogar lejos del hogar... no tan grande como su casa, pero mucho más ordenada, sin sus cosas diseminadas por todo el lugar.
Iba a estar encerrado ahí durante muchas noches, con una mujer que acababa de descubrir que era mucho más bonita y sexy que lo que había recordado. La oleada de calor que inflamó su ingle lo sobresaltó. De _____ anhelaba respeto, y desde luego no iba a obtenerlo como intentara seducirla.
-... hay servicio de habitaciones las veinticuatro horas del día -concluyó el botones-. Jamás tendrán que dejar la habitación si no lo desean.
Ante la mirada penetrante que le lanzó Nick, añadió:
-Oh, pero querrán hacerlo, y el St. Regis ofrece la mejor cena de Nueva York. Está el restaurante de cinco estrellas en la...
Nick sacó un billete y lo extendió en la dirección del otro.
-Oh, no hace falta, señor -dijo el hombre, secándose el sudor de la frente-. Ha sido un placer. ¿Puedo traerles hielo? ¿Algunas toallas adicionales?
Metió el billete en el bolsillo de la pechera del botones.
-Si se marcha, será una buena idea -dijo. Con numerosos «sí, señor», el hombre retrocedió hasta dejar la habitación.
-¿Qué le has hecho a ese pobre hombre? -preguntó Mallory, asomando la cabeza por la puerta de su habitación.
-Lo amenacé con dispararle con una pistola no registrada -respondió.
-¿Qué?
-Sólo bromeaba. ¿Quieres comer algo?
-No, gracias. Almorcé en el avión -pareció pensativa-. No fue bueno, pero sí suficiente.
-Sí... -también él se sentía pensativo-. No te importará cenar sola, ¿verdad? He concertado algunas citas, con mujeres a las que conozco desde hace tiempo, pensé que se sentirían dolidas si no las llamaba. Para empezar, Athena esta noche y Brie mañana.
-¿Y Calpurnia el jueves por la noche? ¿Cuál es tu plan, empezar por la A y descender por el alfabeto entero? -se obligó a sonreír como si bromeara.
Él se ruborizó.
-Mmmm, sí.
-Quizá alcancemos un acuerdo con los demandantes, antes de que llegues a Zelda -debería haberlo imaginado. ¿Es que había pensado que la invitaría a cenar con él? De lo contrario, ¿de dónde salía su decepción?-. Claro que no me importa -mintió- Que compartamos la suite no debe obligarnos a creer que debemos pasar algo de tiempo juntos socialmente.
-No quería dar a entender... Quiero decir... mi intención...
-De hecho, yo también tengo planes para esta noche -dijo. «Mientras tú te revuelcas con Athena, yo tomaré comida extraña con mi hermano extraño». La última vez que había visto a Macon, le había entusiasmado la cocina tibetana. La había descubierto en Internet.
-¿Vas a salir?
-Sí. Y también saldré otras noches. Así que no pienses que voy a ponerle trabas a tu estilo de vida. Estamos aquí para trabajar juntos -resumió.
Luego giró en redondo y regresó a su habitación. Al marcar el número de Macon, recibió el mismo consejo que la noche anterior, que le enviara un correo electrónico. Conectó el portátil a la red telefónica y abrió su correo.
Y ahí encontró un mensaje de Macon: querida mallory en este momento no me encuentro en nueva york estoy en pennsylvania lo siento ya nos reuniremos en otra ocasión. Sin mayúsculas, sin puntuación. Y sin firma. No sentía la necesidad de firmar un correo electrónico cuando su nombre completo figuraba en la dirección.
De modo que Macon no estaba para proporcionarle una excusa para salir esa noche, o un medio para competir con Nick por el premio a la «Vida Nocturna Más Activa»
tefisasias
Re: Naviad Magica (Nick y Tu) Adaptacion
Se hallaba medio de un profundo suspiro cuando la voz de Carter atronó desde ninguna parte.
-¡______! -gritó a través de la puerta cerrada.
-¡Qué!
-Olvidé traer calcetines.
Clavó la vista en la puerta un minuto.
-Yo no tejo.
Oyó un sonido similar al bufido de un toro. Pensó que si hubiera leído los libros de su madre, no se habría olvidado los calcetines. Le prestaría su ejemplar autografiado. Abrió la puerta para que no tuvieran que gritarse.
-Me voy a Bloomingdale's a comprar unos pares. Me preguntaba si habías olvidado algo y querías acompañarme.
Fue su turno de quedar sorprendida.
-Oh. Gracias, yo... -«claro que no he olvidado nada. Jamás olvido nada. Cuando haces una lista adecuada...». Claro -aceptó-. Iré contigo. Puede que encuentre algún regalo de navidad en la sección de hombres.
Sintió que ardía por dentro. De hecho, jadeaba. Nick la había invitado a salir.
«Te pidió que lo acompañaras a Bloomingdale's. Cálmate».
Por primera vez se le ocurrió pensar que no era menos discapacitada socialmente que su hermano. Debía de tratarse de alguna influencia de su infancia. Por otro lado, dominaba la organización y la eficacia como muy pocas personas podían alardear de hacerlo. Salvo que empezaba a preguntarse si era algo de lo que vanagloriarse.
Quince minutos más tarde, Nick elegía calcetines al azar de la amplia colección de la sección de hombres en la primera planta de Bloomingdale's. ______ mantenía un ojo en él mientras dudaba entre un jersey negro de cachemira de cuello vuelto y uno de cuello en V beige para Macon.
Cuando volvió a mirarlo, había construido una tambaleante torre de calcetines cerca de la caja. Ya no pudo soportarlo más. Con el fin de proporcionarse un motivo legítimo para ir también a la caja, agarró un jersey sin siquiera mirarlo.
-¿Nick?
-¿Mmmm? Siete, ocho, nueve...
-¿Esto será todo, señorita? -un dependiente joven e impecable se materializó ante ella y le quitó el jersey de las manos.
-Sí, gracias -comentó distraída, y sacó su única tarjeta de crédito de su bolso de mano-. Nick -repitió-, si me permites hacerte una sugerencia, en realidad sólo necesitas un par.
Con los calcetines apretados en el puño, se detuvo, giró la cabeza y la miró. La sonrisa que le dedicó no fue cálida, y el vendedor que lo ayudaba puso una expresión venenosa cuando la miró.
-Tal como yo lo veo, necesito una docena.
-No si lavas un par cada noche.
Su mirada se intensificó y sus palabras salieron más pausadas:
-¿Y por qué querría hacer eso?
-Porque es... -titubeó-. Es más eficiente. No tendrás que llevarte todos esos calcetines en la maleta. No tendrás que guardar tantos calcetines extra en casa. Y si compras calcetines iguales, podrás formar pares nuevos cuando alguno tenga un agujero.
-Pero tendré que lavar calcetines cada noche.
Parecía estar más cerca de ella que unos segundos atrás. Las palabras fueron soplos de aliento sobre su mejilla.
Tuvo que obligarse a mantener el contacto visual.
-Sí, así es.
-Si compro una docena, cuando me queden sólo cuatro pares, mandaré los demás a la lavandería del hotel.
La voz vibró por su columna vertebral cuando se acercó medio paso más. No era la dirección que había querido que tomara la conversación, pero no quería que terminara.
-Compara el coste dijo después de tragar saliva- de una docena de pares, más la tarifa de la lavandería, con el de un par que tendrás que lavar -molla misma se sintió como unos calcetines aclarándose en las aguas azules de sus ojos.
-Me cambio cuando salgo por la noche. Eso significa que tendré que lavar dos pares cada noche.
-Bueno, sí.
-¿Y si no están secos por la mañana?
-Lo estarán si los estrujas bien y les extraes casi toda la humedad envolviéndolos en una toalla, pero si te preocupa tanto eso, quizá necesites tres pares.
La miró largo rato, derritiéndola con sus ojos, con la boca apenas a unos centímetros de la de ella... hasta que se dio la vuelta.
-Póngalos todos -le dijo al vendedor.
_______ sintió que su columna vertebral se convertía en gelatina. Vio que el vendedor de Nick le dedicaba una expresión llena de triunfo. Por el rabillo del ojo vio que su propio vendedor guardaba un jersey anaranjado con rayas azules diagonales en una caja de regalo. Su visión la aturdió. ¿Cómo había llegado a elegir ese jersey? Lo más probable era que Macon terminara por creer que había perdido el juicio.
Lo cual era verdad. No sólo eso, sino que había vuelto a estropearlo con Nick. No tenía ni idea de cómo lograr que la viera como una mujer.
Mientras firmaba la tarjeta navideña para Macon, Nick se marchó con su bolsa llena de calcetines. Se preguntó por qué la madre de él no le había enseñado unas pocas cosas básicas sobre cómo hacer las maletas para los viajes. Quizá tuviera una madre que sabía otras cosas, como qué aria pertenecía a qué ópera.
En algún momento antes de la navidad, le pasaría su ejemplar del libro de su madre. Pero no pudo imaginarlo leyéndolo. No pudo imaginarlo saliendo con una mujer que leía los libros de su madre.
Sintió que el estado de ánimo se le tornaba sombrío como el cielo de la tarde. Cuando se reunió con Nick ante un expositor de camisas espantosamente caras, su vivacidad la deprimió.
-Dios mío, ¿puedes creer lo que la gente llega a pagar por estas cosas? Yo una vez lo hice. Tenía veinticinco años antes de averiguar que podías encargar una camisa en Land's End por cuarenta dólares que era exactamente igual que ésta -señaló una camisa de rayas azules y blancas con cuello y puños blancos-. ¿Hemos terminado aquí?
-Sí -respondió, preguntándose si sabía que las rayas de la camisa hacían juego con el color de sus ojos. Le quedaría fantástica.
-¿Qué te parece si vamos a ver a Santa Claus? -sugirió Nick-. A mí me gustan las navidades. ¿Y a ti?
-Por supuesto.
Cuando llegaron donde estaba Santa Claus, Nick la animó a acercarse y a sentarse en su regazo.
-¿Qué quieres para Navidad? -le preguntó Santa Claus.
Y de pronto supo lo que quería para Navidad. Lo supo con una seguridad que no dejaba lugar a dudas. Haría que Nick la viera como una mujer, una mujer femenina, deseable e irresistible, o moriría en el intento.
-¡______! -gritó a través de la puerta cerrada.
-¡Qué!
-Olvidé traer calcetines.
Clavó la vista en la puerta un minuto.
-Yo no tejo.
Oyó un sonido similar al bufido de un toro. Pensó que si hubiera leído los libros de su madre, no se habría olvidado los calcetines. Le prestaría su ejemplar autografiado. Abrió la puerta para que no tuvieran que gritarse.
-Me voy a Bloomingdale's a comprar unos pares. Me preguntaba si habías olvidado algo y querías acompañarme.
Fue su turno de quedar sorprendida.
-Oh. Gracias, yo... -«claro que no he olvidado nada. Jamás olvido nada. Cuando haces una lista adecuada...». Claro -aceptó-. Iré contigo. Puede que encuentre algún regalo de navidad en la sección de hombres.
Sintió que ardía por dentro. De hecho, jadeaba. Nick la había invitado a salir.
«Te pidió que lo acompañaras a Bloomingdale's. Cálmate».
Por primera vez se le ocurrió pensar que no era menos discapacitada socialmente que su hermano. Debía de tratarse de alguna influencia de su infancia. Por otro lado, dominaba la organización y la eficacia como muy pocas personas podían alardear de hacerlo. Salvo que empezaba a preguntarse si era algo de lo que vanagloriarse.
Quince minutos más tarde, Nick elegía calcetines al azar de la amplia colección de la sección de hombres en la primera planta de Bloomingdale's. ______ mantenía un ojo en él mientras dudaba entre un jersey negro de cachemira de cuello vuelto y uno de cuello en V beige para Macon.
Cuando volvió a mirarlo, había construido una tambaleante torre de calcetines cerca de la caja. Ya no pudo soportarlo más. Con el fin de proporcionarse un motivo legítimo para ir también a la caja, agarró un jersey sin siquiera mirarlo.
-¿Nick?
-¿Mmmm? Siete, ocho, nueve...
-¿Esto será todo, señorita? -un dependiente joven e impecable se materializó ante ella y le quitó el jersey de las manos.
-Sí, gracias -comentó distraída, y sacó su única tarjeta de crédito de su bolso de mano-. Nick -repitió-, si me permites hacerte una sugerencia, en realidad sólo necesitas un par.
Con los calcetines apretados en el puño, se detuvo, giró la cabeza y la miró. La sonrisa que le dedicó no fue cálida, y el vendedor que lo ayudaba puso una expresión venenosa cuando la miró.
-Tal como yo lo veo, necesito una docena.
-No si lavas un par cada noche.
Su mirada se intensificó y sus palabras salieron más pausadas:
-¿Y por qué querría hacer eso?
-Porque es... -titubeó-. Es más eficiente. No tendrás que llevarte todos esos calcetines en la maleta. No tendrás que guardar tantos calcetines extra en casa. Y si compras calcetines iguales, podrás formar pares nuevos cuando alguno tenga un agujero.
-Pero tendré que lavar calcetines cada noche.
Parecía estar más cerca de ella que unos segundos atrás. Las palabras fueron soplos de aliento sobre su mejilla.
Tuvo que obligarse a mantener el contacto visual.
-Sí, así es.
-Si compro una docena, cuando me queden sólo cuatro pares, mandaré los demás a la lavandería del hotel.
La voz vibró por su columna vertebral cuando se acercó medio paso más. No era la dirección que había querido que tomara la conversación, pero no quería que terminara.
-Compara el coste dijo después de tragar saliva- de una docena de pares, más la tarifa de la lavandería, con el de un par que tendrás que lavar -molla misma se sintió como unos calcetines aclarándose en las aguas azules de sus ojos.
-Me cambio cuando salgo por la noche. Eso significa que tendré que lavar dos pares cada noche.
-Bueno, sí.
-¿Y si no están secos por la mañana?
-Lo estarán si los estrujas bien y les extraes casi toda la humedad envolviéndolos en una toalla, pero si te preocupa tanto eso, quizá necesites tres pares.
La miró largo rato, derritiéndola con sus ojos, con la boca apenas a unos centímetros de la de ella... hasta que se dio la vuelta.
-Póngalos todos -le dijo al vendedor.
_______ sintió que su columna vertebral se convertía en gelatina. Vio que el vendedor de Nick le dedicaba una expresión llena de triunfo. Por el rabillo del ojo vio que su propio vendedor guardaba un jersey anaranjado con rayas azules diagonales en una caja de regalo. Su visión la aturdió. ¿Cómo había llegado a elegir ese jersey? Lo más probable era que Macon terminara por creer que había perdido el juicio.
Lo cual era verdad. No sólo eso, sino que había vuelto a estropearlo con Nick. No tenía ni idea de cómo lograr que la viera como una mujer.
Mientras firmaba la tarjeta navideña para Macon, Nick se marchó con su bolsa llena de calcetines. Se preguntó por qué la madre de él no le había enseñado unas pocas cosas básicas sobre cómo hacer las maletas para los viajes. Quizá tuviera una madre que sabía otras cosas, como qué aria pertenecía a qué ópera.
En algún momento antes de la navidad, le pasaría su ejemplar del libro de su madre. Pero no pudo imaginarlo leyéndolo. No pudo imaginarlo saliendo con una mujer que leía los libros de su madre.
Sintió que el estado de ánimo se le tornaba sombrío como el cielo de la tarde. Cuando se reunió con Nick ante un expositor de camisas espantosamente caras, su vivacidad la deprimió.
-Dios mío, ¿puedes creer lo que la gente llega a pagar por estas cosas? Yo una vez lo hice. Tenía veinticinco años antes de averiguar que podías encargar una camisa en Land's End por cuarenta dólares que era exactamente igual que ésta -señaló una camisa de rayas azules y blancas con cuello y puños blancos-. ¿Hemos terminado aquí?
-Sí -respondió, preguntándose si sabía que las rayas de la camisa hacían juego con el color de sus ojos. Le quedaría fantástica.
-¿Qué te parece si vamos a ver a Santa Claus? -sugirió Nick-. A mí me gustan las navidades. ¿Y a ti?
-Por supuesto.
Cuando llegaron donde estaba Santa Claus, Nick la animó a acercarse y a sentarse en su regazo.
-¿Qué quieres para Navidad? -le preguntó Santa Claus.
Y de pronto supo lo que quería para Navidad. Lo supo con una seguridad que no dejaba lugar a dudas. Haría que Nick la viera como una mujer, una mujer femenina, deseable e irresistible, o moriría en el intento.
tefisasias
Re: Naviad Magica (Nick y Tu) Adaptacion
-Lo quiero a él -susurró al oído de Santa Claus-. Quiero a Nick de regalo. Y necesito una nueva imagen más sexy.
-Sé exactamente dónde enviarte -sacó una tarjeta de su bolsillo y se la dio-. Llama a este número de teléfono. Feliz Navidad
tefisasias
Re: Naviad Magica (Nick y Tu) Adaptacion
Capítulo 4
De regreso al hotel, Nick se mostró inusualmente silencioso. Aunque ______ tampoco habría podido oírlo si hubiera estado hablando. Al salir de Bloomingdale's se encontraron con las calles atestadas de coches y las aceras llenas de gente de compras.
Con ojos entrecerrados, captó las miradas que las mujeres le lanzaban a Nick a medida que éste se abría paso sin esfuerzo entre la multitud, mientras los copos de nieve moteaban su gabardina azul marino y su pelo negro; _____ tenía que esforzarse para seguir su ritmo.
De vez en cuando echaba un vistazo en su propia bolsa con el jersey para Macon. Anaranjado. Rayas azules. Experimentó un escalofrío. ¿Qué iba a hacer con un...?
«Guardad los recibos al menos tres meses. Nunca se sabe cuándo vais a tener que devolver un regalo inapropiado o un artículo defectuoso, o exigir que un trabajo que no se ha hecho bien se complete con competencia».
Otra vez Ellen Trent. Una de las principales reglas para una vida bien dirigida. En ese momento, la invadió la preocupación de haber olvidado el recibo.
Con disimulo, comenzó a tantear en la bolsa. Cuando Nick lanzó una mirada en su dirección, suspendió la búsqueda, para reanudarla cuando dejó de mirar. No quería que supiera que la obsesionaba un recibo ni que descubriera que había estado lo bastante nerviosa como para comprar un jersey que ya pensaba en devolver.
Al final metió la mano hasta el fondo de la bolsa, donde las puntas de los dedos enguantados atraparon el extremo de un papel.
El recibo. Lo miró, se quedó boquiabierta y se detuvo en seco en la esquina de la Cincuenta y Nueve. La multitud se abrió como el Mar Rojo y le lanzó miradas desagradables al rodearla. Nick, que había estado a punto de girar la esquina, se separó de la manada y se abrió paso de vuelta hasta ella.
-¿Qué ha pasado? ¿Adónde vas? -preguntó mientras ella giraba en redondo.
-De vuelta a Bloomingdale's -respondió.
La observó un momento.
-Te atraen los Santa Claus, ¿verdad?
Los copos de nieve remolinearon en el aire y se posaron en sus pestañas; parpadeó con fuerza para quitárselos. Al ver que él tenía la vista clavada en ella, repitió el movimiento, en esa ocasión con gesto deliberado.
-Es posible.
Lo vio apretar la mandíbula.
-Te veré en el hotel.
-Puede que hayas salido con Athena cuando vuelva, así...
-¿Quién? Oh, Athena.
-Así que deberíamos decidir ahora una hora para quedar por la mañana.
-Tenemos que estar en el despacho de Phoebe Angell a las nueve. ¿Qué te parece si vamos a desayunar a las siete y media?
-Estaré lista. ¿Habrás llegado al hotel por ese entonces? -preguntó.
La miró otra vez unos momentos antes de decir:
-Es posible -con un ligero gesto de la mano, se despidió de ella para unirse al rebaño que avanzaba hacia el este, en dirección al St. Regis en la Quinta Avenida.
Lo observó irse, alto entre la multitud, con paso seguro. No le extrañó que hubiera pagado cuatrocientos veinticinco dólares más impuestos por el jersey más feo del universo. La proximidad con Nick le dificultaba recordar cualquier cosa, incluso cómo gastar el dinero con inteligencia.
«Todo el mundo debería tener un presupuesto y ceñirse a él. Las preocupaciones financieras reducen la eficacia y....»
-Cállate, madre -musitó, y se dirigió entre la multitud a Bloomingdale's.
-Recupero mi fe en la humanidad -dijo el dependiente cuando devolvió el jersey. Lo recogió con dos dedos y con una expresión de disgusto en la cara lo guardó-. Buena decisión.
Al salir de la sección masculina, aminoró el paso. Realmente no quería volver a la suite. Escuchar a través de la puerta cerrada cómo Nick se preparaba para su cita con Athena sería deprimente. Fingir que ella se preparaba para una cita imaginaria sería aún más deprimente.
Despacio, sacó del bolsillo la tarjeta que le había dado Santa Claus. Ponía: M. Ewing. ImageMakers.
Frunció el ceño. Las palabras estaban grabadas sobre un papel grueso y caro. La dirección era en el Upper East Side, un distrito de viviendas y locales caros.
______ sabía lo que hacía un creador de imagen. ¿Era eso lo que necesitaba? ¿Alguien que la ayudara a mostrarle al mundo exterior que era una mujer... una mujer apasionada?
No importaba el mundo exterior. Tenía la mira puesta en una única persona. Había fijado su objetivo. Lo que necesitaba en ese momento era justo un creador de imagen que la cambiara de la noche a la mañana. Si M.Ewing resultaba ser un charlatán, ¿qué podía perder?
tefisasias
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