The Connection.

Richard “Richie” Sullivan
Grupo de los Rebeldes. Pennsylvania. 1030 horas.
¿Qué diferencia había para mí una misión a otra? La verdad, seguía sin encontrar esa respuesta, aunque sentía que cada misión, cada paso que dábamos, era para ir hacia el final o hacia donde quiera que iba esta rebelión. Jure por mi vida hacer todo por este movimiento, y lo haré.
Siento muy nervioso a Seth a mi lado y lo comprendo; algo dentro de mi mente me advierte, me grita y se pasea de un lado a otro, algo va a suceder y estoy casi seguro de ello. Muchos dicen que cuento con una muy buena intuición, pero casi siempre ignoro sus comentarios, tanto buenos como malos.
Algo en los planos no encaja y por mi experiencia sé que es la primera vez que algo falla en un plan, tengo la certeza de que estos cuatro días de preparación no fueron suficientes para un golpe a un hospital tan vigilado.
Veo el centro de control, el centro de vigilancia y la farmacia, que es una meta fija, necesitamos medicamentos, las reservas están demasiado bajas y es alarmante, más ahora que han llegado personas nuevas al grupo.

— Deja de ver esos planos – una voz ruge detrás de mí, pero no puedo ponerle nombre – das miedo y lo sabes.
— Algo no encaja – trato de explicar con una mueca de fastidio.

Estoy seguro de que si me piden que trace los planos, los puedo hacer de memoria y sin fallar, y sí, tengo un problema de obsesión en las cosas.

— Tú aprobaste la misión, entonces no tienes de que estarte quejando – una mujer, sin duda, me ladra con fastidio.
— Crees que me hubiera negado después de ver cómo llegan heridos y no se les puede dar algo para el dolor.

Los que se encuentran en la sala callan y saben que una vez más, todos están de acuerdo en lo que he dicho.


1050 horas…

— Yo me quedaré a cargo de las cámaras – habla Rick pausado, aunque su mirada refleja fiereza y un tanto de determinación – Sebastián se encargara de los que rodeen el perímetro y la vigilancia de afuera, Seth y Richie ustedes se encargan del resto.

Todos asienten a las órdenes que da el jefe y seguido de esto nos ponemos en movimiento. Sigo con la extraña sensación pero la ignoro cuando todos suben al camión de traslado.
Los de fuerzas se encuentran en silencio, como si estuvieran esperando algo, algunos revisan sus armas o cargan municiones. La tensión de tener que disparar a las personas es demasiada y la entiendo, nunca se quieren bajas civiles, muchos dicen que son consecuencias de la guerra, pero un día fuiste parte de esa sociedad.
Aunque en este momento yo la odie.
Knox se sienta enseguida de mí y pone su semblante más serio, no quiero molestar a nadie en sus pensamientos así que decido seguir con la vista al frente y perdida en recuerdos que ya no tiene caso tener.
Ruedo la pulsera que tengo en la brazo derecho por pura costumbre viendo fijamente a un soldado que rehúye mi mirada, no soy el líder como para que hagan eso y en cierto grado me entristece y me hace sentir mejor que tengan cierta incomodidad, en estos tiempos te tienes que entretener hasta con lo mínimo que se presente.
Dos golpes en la cabina resuenan por toda la parte trasera, una señal que todos saben de memoria por muchas misiones atrás, lo que provoca que todos se queden tensos de un momento a otro.
Me levanto de un salto y siento como el camión se estaciona en un lugar discreto.

— Todos listos, ya saben qué hacer, sigan al líder de grupo – subo la voz solo para que los presentes escuchen.
— Y sobre todo, no queremos bajas civiles – finaliza Seth a mi lado.

Bajamos de poco a poco para no llamar tanto la atención, es decir, ¿A quién se le va a hacer normal ver bajar a más de quince personas de un camión? Y para rematar, todos vestidos de negro. Una sonrisa cínica aparece en mi rostro y un chico que está a mi lado se me queda viendo con incredulidad. La reacción simple me da ganas de soltar una carcajada, pero teniendo en cuenta el lugar y lo que estamos a punto de hacer, resultaría muy inapropiado.
Cuando los últimos bajan del camión seguimos caminando de manera sigilosa.

— Sincronicen relojes, todos, esto debe salir limpio y en menos de veinticinco minutos, las grabaciones no duran demasiado.

Oigo los chillidos que emiten los relojes y todos asienten.
Cinco minutos después la “carnada” esta lista y entran con cabezas gachas y haciendo muecas. Se pierden de vista en cuanto varias enfermeras los arrinconan y los llevan a un cuarto.
Sebastián hace un gesto con la mano y nos da la señal, el grupo se deshace en partes y algunos nos siguen a Seth y a mí a la parte trasera del Hospital.
Esperamos un poco con nuestros rostros serios e inmutables. Ya es tiempo suficiente para que hayan llegado y eso en cierto punto pone a todos de piel de gallina. La puerta se abre de golpe y aparece el rostro de Knox con una sonrisa burlona.

— Rick, las grabaciones – un chico, creo llamado Bobbie susurra al comunicador de su mano derecha.
— Iniciadas – afirma una voz, la voz de Jai, me cuesta concentrarme con ese chico en la línea, recuerdo cuando dijo, o más bien, afirmo en mi cara ser mejor, desde ese día no lo tolero.

Entramos en silencio mientras avanzamos con cautela por los pasillos, algunos despejados y otros haciendo a un lado a las enfermeras con la mera indicación. Los rebeldes se han forjado una reputación no muy agradable, algo que no me enorgullece pero es lo que hay.
Saco un pequeño cuchillo de mi tobillo y avanzo junto con todo el grupo. No soy de fuerzas pero todos están obligados a recibir un poco de entrenamiento por mera precaución.
Subimos las escaleras de manera rápida y apresurada, quince minutos, es lo que queda.
Al llegar a la puerta de la farmacia Seth se adelanta ligeramente para abrir, pero vaya, sorpresa que mi intuición de porquería tenía más poder sobre las cosas.

— Empújala más fuerte – un chico rubio está más nervioso que el grupo entero.

Volteo nervioso viendo como la puerta no cede, es como si el destino no quisiera vernos salir de este lugar, pero debe de haber una manera, una maldita manera.

— ¿Tiene un sensor? – pregunto más para Seth que para todos los niños que no saben para donde mirar.
— Si – responde jadeando por el esfuerzo.
— Necesita una llave – digo lo obvio y quiero estrellar mi cabeza contra la pared, debimos de prever este problema.
— ¿Una llave?
— Si, una llave – un grito desesperado sale de mi garganta, pero no me importa en este momento – una que pasas por el maldito sensor y se abre.

El chico rubio se encoge al ver el tono un tanto rojizo en mi cara.
Una llave, ¿Quién puede tener una? Los médicos, pero solo hay dos en planta y no queremos llamar la atención subiendo por uno, así que solo las enfermeras pueden tener una.
Estoy avanzando por el pasillo antes de darme cuenta, Seth me voltea a ver y escucho sus gritos pero lo ignoro, doy vuelta por la dirección contraria en la que venimos y me concentro en lo que necesito.
Rastreo con la mirada de un lado a otro. Este lugar siempre está repleto de enfermeras y me enfurece que no esté ni una a la vista.
Una chica castaña se cruza por mi camino y choca conmigo sin previo aviso o antes de que la viera aparecer, me estabilizo antes de perder el equilibrio, gracias entrenamiento.
Bajo rápidamente la mirada y encuentro una pequeña tarjeta en su bolsillo, eso es suficiente para que de una sola sacudida, la levante y comience a arrastrarla por el pasillo. La chica suelta algunos chillidos de terror por la escena y en cuanto logra abrir los ojos y verme simplemente se queda con una incredulidad palpable.
Cuando llego al pasillo donde están los demás la empujo por delante y choca contra la puerta en medio de un impulso.

— Pasa la tarjeta – la veo fijamente mientras ella la saca de manera nerviosa y la pasa con manos temblorosas.

Los demás entran en cuanto la puerta se abre, solo ella y yo nos quedamos en el pasillo, ella viéndome fijamente como transmitiéndome algo con la mirada, yo vigilando que no escape para decirle a los de seguridad o que comience a gritar.

— Tú – susurra con la voz queda y suave.
— Si claro, seguramente viste mi foto en las noticias – gruño de manera sonora viendo el reloj y comprobar que queda un poco más de tiempo del que pensaba.
— No, es diferente créeme tú…
— Si como digas, soy más bajo en imágenes de la pantalla – ruedo los ojos al recordar lo que me dijo una iniciada el mes pasado.
— No – eleva la voz, aunque al final recorre mi cuerpo con la mirada – es solo que, vaya como te lo digo – el humor cambia entre nosotros.

La misión está llegando a su fin y eso me alivia pero me causa intriga lo que me quiere decir, vaya es la primera vez que me intereso en un charla con alguien que no es rebelde.

— Oh vamos, dime que paso con tus padres – una sonrisa socarrona se posa en mi rostro antes de evitarlo.
— No es eso – defiende nuevamente – bueno es que hace tiempo, bastante, fui a hacer la prueba, ya sabes la de conexión.

El hilo de la conversación logra eliminar cualquier rastro de humor en mi rostro, de pronto la misión queda lejana, me quedo viendo a la extraña en cómo se debate al decirme, muchos de esta sociedad sufren, y no exagero, sufren por tener un conector rebelde, es decir, es como si no tuvieran y eso los convierte en un sin conexión.
Algo peor que todo, las torturas a los que no tienen conectores, un escalofrío e ira recorren mi cuerpo entero al recordar el pasado.

— Bueno el punto es que… - sigue hablando con nerviosismo.
— Ve al grano – exijo de manera tajante, mi espalda está tensa y mi cabeza corre frenética.
— Si tú eres Richard Sullivan – habla despacio, midiendo mi reacción – eso quiere decir que eres mi conector.

Algo me dice que ya sabía que iba a decir pero no quiero admitir que tengo conector.

— Mi nombre es Audrey Prescott, se supone que somos conectores.
— No, yo no tengo conector – trato de afirmar con la voz temblorosa de rabia

Me había convencido toda mi existencia de que no tendría conector, odio a las personas que se conforman con hacer lo que el gobierno de mierda les dice, las cosas no tienen que ser así y está en claro mi posición sobre vivir con un conector, repugnante.

— Si, tienes, me dieron mi resultado y salió tu nombre en mi prueba, y vaya sorpresa que me llevo al ver que mi conector es nada más que un rebelde.
— No tengo conector y no lo voy a tener – afirmo cerca de la histeria.
— Sabes que les sucede a las personas que no tienen conectores – igual que yo, ella está al borde de la histeria por completo.
— Lo sé – respondo escuchando como suelta el aire contenido, pensando que iré con ella y seré su feliz pareja – pero ese no es mi problema.

Los chicos salen del cuarto con cajas en las manos, algunas repletas de medicamentos hasta el tope.
Seth es el primero y asiente con la cabeza para darme la señal. Comienzo a caminar un poco aturdido detrás de todos ellos, no quiero seguir viendo a la chica ni un segundo más.

— ¡Por favor! – grita antes de que demos la vuelta al pasillo.

Algo dentro de mí se siente mal, siento como quiero decirle que va a estar todo bien, pero el gobierno no perdonaría algo así, una compasión avanza por mí y me detengo de un momento a otro.

— Escúchame con atención – hablo de manera baja, seguro de que no escuche nadie – un día, no se cual, ni tu tampoco, vendré a esta misma hora, no lo hago porque tengo ganas de querer un conector, odio a los conectores, pero algo que no tolero aparte de eso, es que otras personas mueran por algo tan estúpido.
— De acuerdo.

Siento que le estoy dando una ligera esperanza y eso no me gusta en lo más mínimo.
Me apresuro por el pasillo antes de que mi grupo me deje. Salimos del hospital justo a tiempo y con un cargamento mejor que cualquiera que hemos tenido de medicamentos, todos están felices por la victoria pero el nombre de la chica no deja de rondar por mi cabeza y menos cuando es nada más y nada menos, que mi conectora.


Dejamos la carga lo más rápido que nos permiten nuestros cuerpos y varios suben al camión, otros se repliegan.

— Vámonos Richie – grita Sebastián subiéndose en el camión.
— Los veo allá, necesito caminar – doy una respuesta rápida y antes de que me discutan mi decisión comienzo a caminar sin rumbo fijo y con la cabeza agachada.

Algo que verdaderamente quiero es caminar, en este momento no estoy para miradas que quieren saber qué me pasa. No me molesta compartir lo que pienso, pero en asuntos de la causa; mis cosas personales nadie se inmiscuye y con eso estoy bien conmigo y con todos. No hay preguntas, no hay respuestas para nadie.
Las personas siguen caminando a mi lado y nadie se pregunta porque estoy solitario. Me pongo la capucha antes de llamar la atención, estoy solo con la cabeza gacha y eso no me da ninguna seguridad sobre las personas, además de que los rostros de los chicos rebeldes ya habían dado la vuelta al país, en especial la de Rick.
Entro a un mercado de las veinticuatro horas, doy gracias al cielo por haber encontrado uno, creo con toda razón que he estado caminando por más de una hora.
Tomo una taza y lo lleno hasta el tope de café, unos cigarrillos y un encendedor, camino al mostrador y dejo las tres cosas. La muchacha ni si quiera me mira.

— Creo que esa combinación no es buena ni para la salud ni para la cena – intenta bromear un poco tomando el dinero que le tiendo sin decir nada.

Saco un cigarro y lo prendo sin si quiera hablar. Ella me entrega el cambio.

— Y yo creo, que nadie en verdad tiene una buena combinación con algo – tomo el café caminando hacia afuera, dejando a una chica atónita a mis espaldas.

Keilin “Kay” Winslet
Casa de los Winslet, Chicago, 700 horas.

Los días se están convirtiendo en una maldita rutina que es exactamente lo mismo una y otra vez. Era como ver una película mil veces, ya sabes cuál es el siguiente movimiento, y en mi caso ya sé exactamente cuál es mi siguiente en la lista de repeticiones.
Saco las sabanas de mi cuerpo y me cambio la ropa lo más rápido que puedo, estoy cansada de lo mismo pero debe de ser así o al menos es lo que siempre me dicen mis padres en sus “charlas”.
Bajo las escaleras de poco a poco, mi padre esta entretenido en el periódico con el ceño fruncido, señal de que algo lo molesta o paso algo. Me pongo tensa de imaginar que recibió el llamado de la escuela, pero por algún motivo me relajo de recordar que esta vez no he hecho nada que ocasione una llamada de atención.
Mi madre está esperando ver algo en la televisión, igual que mi padre con el ceño fruncido.

— ¿Qué sucede ahora? – la pregunta flota por la sala y nadie responde.

Me encojo de hombros y tomo una manzana del cesto, debo de irme en treinta minutos a la escuela pero tengo que averiguar que sucede.
Tomo la mochila del suelo cansada de esperar después de quince minutos, debo de ir a casa de Key antes de que ella me llame porque se me hizo tarde.

— Y en seguida les presentamos las imágenes de Pennsylvania… - la voz chillona de la presentadora de las noticias resuena en mis oídos

Regreso sobre mis pasos y me quedo viendo la pantalla. Algo resuena en mis oídos y me doy cuenta de que es nervios o un presentimiento de algo grande, lo sé.

— Varios medicamentos del Hospital General han sido robados por un grupo de personas, se sospecha que son una célula grande de rebeldes pero nada ha sido confirmado – se ve la sala de medicinas con muchos espacios vacios – consiguieron una tarjeta de entrada a la farmacia y se llevaron consigo una gran carga, no hay videos ya que de alguna manera lograron hackear la seguridad.
— Horrible – doy un respingo al escuchar la voz de mi madre, llena de asco y enfado.
— Se cree que también tienen infiltrados en el hospital por lo que el sistema CAT se está ocupando de interrogar a todos los trabajadores e incluso revisar sus conectores.

Doy otro respingo al escuchar sobre los conectores, no es que los odie porque finalmente mis padres son conectores, pero no quiero saber con quién estaré atada toda mi vida.

— Se alerta a todos los ciudadanos permanecer atentos ya que CAT estará dando rondines a las casa, no se sabe cuándo pero ya lo confirmo el jefe de la fuerza.

Mi padre apaga la televisión, los siguientes minutos son puras protestas y comentarios enfadados hacia los rebeldes. Yo simplemente me imagino cómo será ser uno de ellos.
Salgo de la casa con el celular vibrando, sabía que Key me llamaría.

— ¡Keilin! ¿Dónde diablos estas? – su voz suena molesta y ya se me hizo tarde para el colegio.
— Voy de camino, me entretuve viendo las noticias – la excusa es la de siempre que sale algo referente a los rebeldes.
— ¿Crees que con eso me voy a calmar?
— No, pero necesito hablar contigo sobre algo, te veo en quince minutos.

Le cuelgo el teléfono antes de cualquier cosa, necesito saber si estoy loca o si mi instinto me está llevando a otro tipo de destino. Apresuro el paso en cuanto mi cabeza está hecha un lío de pensamientos.

Holo, leed(?):