The Connection.

aclaración de suma importancia: El code es creado y suministrado por Sykesual. Su uso es únicamente y exclusivamente para ésta novela colectiva. Cualquier otra modificación de éste, utilización sin autorización previa y/o actitudes similiares serán sancionadas como corresponde.

“...Y estamos honrados de haber llegado a nuestras metas, de haber vencido los obstáculos, de seguir después de todo. Porque somos una nación unida, que no demuestra abulia alguna ante cualquier peligro, que estamos orgullosos de prevalecer, aún después de semejante caída. Estoy orgulloso de presentarles y de, eventualmente, otorgarles el presente del gobierno hacia nuestros ciudadanos. Aquella solución que volverá a convertir nuestra ciudad en un Jardín del Edén. No volveremos a caer, se los juro por mi vida, por mi razón y por el sano juicio de todo aquel que contempló alguna vez sus vida en vuestras manos.
Es un honor suministrarles el primer vistazo al mayor logro de la humanidad, las muletas de los débiles y el incentivo de los más fuertes: Hoy, desde ahora, conocerán a La Conexión...”
Un discurso motivador, diverso, pero con una sola meta: Otorgar un pantallazo de lo que era la nueva y más grande esperanza en años. Las luces de toda la Nueva América se habían encendido, todo noticiero, programa y/o anuncio publicitario había sido interrumpido desde hace horas, por ese discurso de veinte minutos. Corto, e intenso, aquellos segundos habían prendido la ilusión y, en pocas ocasiones, las molestias. Todo se detuvo: El tráfico, los trámites, e incluso prohibieron salir vuelos y trenes, entre otros transportes. Nadie se podía perder lo que sería el anuncio más grande del último centenario.
 La desconfianza y el desconcierto eran sentimientos que gobernaban en las cabezas de los ciudadanos, más la ilusión se había despertado para no irse. Al menos no hasta comprobar que era realmente lo que sucedía. Con esas palabras, parecía intensificar aquel deseo solitario de salir adelante y no retener. No seguir retrasando la evolución y dar un pase libre a la extinción de todo por lo que habían trabajado.
La Conexión fue algo más que una cura, fue más que un simple empujón; durante instantes, fue todo. Sin embargo, todo tiene su final. 
Por supuesto que antes del conflicto, el principio abarcó todo una nueva era. El “producto” se llevó hacia todos los hogares, y toda la nueva generación. Ésto contenía nada más que a las mujeres embarazadas, sus bebés serían el futuro. Sus hijos sacarían a toda ciudad adelante. La espera parecía hacerse eterna; mientras que cada ser dentro de una persona de sexo femenino era registrado, las semanas pasaban. El sol murió y nació durante meses, las estaciones fueron bienvenidas y despedidas por años, hasta que un 1 de enero de 2020, la primera generación cumplió su décimo sexto cumpleaños. Y todo comenzó oficialmente. 
Las conexiones se empezaron a encender, al principio todo era bastante torpe. Se conocía equis chico con equis chicas y, obligados, se emparejaban eventualmente. La educación sexual se empezó a fortalecer en los establecimientos, pues los embarazos adolescentes -de dieciseis a diecisiete años- aumentaron un cuarenta y dos por ciento ese año. El conocimiento prematuro acerca de la conexión, llevó a creer a muchos chicos y chicas -cada uno con su conector, por supuesto- que debían formar una familia inmediatamente. Claro, sus creencias sumadas a la insistencia de parte de padres mal informados y gente paranoica, que creía que si no otorgaban un ser durante aquel verano, todo se iría cuesta abajo. 
Pequeños asuntos, convenientes diminutos y efectos colaterales. Nada importante parecía tomar lugar en aquel acontecimiento que asombraba a la humanidad y los resguardaba bajo el ala de lo que parecían ser siglos y siglos de vida asegurados. Pero no todo podía durar para siempre. 
Comenzó como... como el sida se presentó en su tiempo de mayor fama: Pequeños casos aislados. Algunos salían a la luz, y el gobierno simplemente contestaba con un “Es solamente un caso único y raro, nada de que preocuparse”. Pero los casos únicos ya no eran de una uni-procedencia. A ese suceso se le sumó uno, después otro, y otro más y... todo comenzó a derrumbarse. Lo que parecía que iba a ser una democracia pasiva, terminó siendo un totalitarismo repugnante. 
Las “fallas” comenzaron a hacerse cada vez más y más famosas. Gente que no encontraba nunca a su conector, gente a la cual se le moría el susodicho por razones extrañas -y nunca explicadas-, entre otros. Las personas víctimas de éste proceso vulnerabilizado comenzó a ser vista como una escoria, como alguien infectado u de baja clase, aún si pertenecían a los más ricos. Y cuando pensaron que la discriminación no podía pasar a mayores, el gobierno se les “unió” de alguna manera: Las fallas eran llevados a centros del gobierno, los *CAT -fuerzas del gobierno- aparecían de la nada y los retiraban con violencia. La gente con fallas empezó a esconderse, ocultarse; y aquellos que estaban en contra, más allá de cualquier error en el programa, empezaron a rebelarse. 
Hoy, vivimos en un mundo dividido. La solución quedó atrás, muy enterrada en el pasado. Vivimos con La Conexión siempre presente, las estadísticas indican que la mayoría vota por vivir de la manera en que el gobierno alaba. Sin embargo, sabemos que las mentiras suelen ser un factor a tomar en cuenta, y las variables indican todo lo contrario: Hay más allá afuera. El cambio está a la vuelta de la esquina y el temor se desvanece. La historia está a punto de dar un giro nuevamente, y estamos dispuestos a hacer lo que sea por tomar de vuelta lo que es nuestro: El control de nuestras vidas y el de la nación. 

*CAT: Control Autoritario y Totalitario. Fuerzas del gobierno, sustituyentes de las antiguas autoridades policiales.

abrid:

Bobbie Lightwave.
«Grupo de los Rebeldes. Perímetro del Refugio. Hotel Academic»
El frío ataca silenciosamente la noche, parece ser una compañía semi-agradable, por supuesto, a todo aquel que tiene un abrigo de buena calidad. Suspiro con detenimiento, haciendo pausas entre ellos. Me ha tocado la guardia ésta noche, y por más helada que se presente, disfruto de cuidar a todo aquel que está durmiendo bajo una sábana allá dentro. 
—Linda noche, ¿no?— giro mi cabeza hacia atrás y me encuentro con la mirada pasiva e intensa de Knox. Bufo por lo bajo, ya que no quiero admitir que ha logrado que me asuste un poco.
—De una temperatura infernal— admito con sarcasmo. Una risa grave proviene de su boca, mientras se acerca. Ambos llevamos remeras y camperas negras, es nuestro uniforme que nos identifica y nos separa de los demás. Las botas militares no son tan abrigadas como desearía que fueran, pero es lo que hay.
—Stephany por allá dijo algo parecido, pero no podemos dispararle al frío para darle un poco de calor— río, más que nada por su chiste patético, pero ingenioso. 
Ambos nos conocemos hace unos meses, sin embargo, al llegar al mismo tiempo a éste lugar, nos unimos. No teníamos a nadie, nada, absolutamente nada. Pero nos aferramos a ese deseo de seguir viviendo, y de paso servir por una buena causa. 
Acomodo mi coleta y las estrangulo con el colín de color blanco que le he colocado. Coloco mi arma -una Israeli TAR-21- por un momento en mi espalda y refriego mis manos en busca de calor. Decido sentarme en una banquina de baja estatura que se encuentra en la esquina y relajarme por un momento. No creo que justo ahora, que decido colocar mi parte trasera en un lugar agradable, venga alguien a causar disturbios.
—He pensado en lo que me dijiste— suelto, optando por contarle lo que había decidido hace unos minutos. Knox me mira confundido con sus ojos de color miel y me arriesgo a soltar unas palabras más para aclararle la noche. —Lo que Sebastian te mandó a decirme— alza una ceja y supongo que sus dudas han sido contestadas. Pienso que la charla tomaría más distancia, sin embargo, acata ante mi invitación visual y se acerca ara sentarse.
—¿Y qué es lo que has decidido?— Inhalo, exhalo y suelto toda aquella presión que tenía contenida. Es la primera vez que voy a hacer algo así, sé que tengo la valentía para hacerlo. Entiendo que es arriesgado, pero es por el bien de todos. Cuando vine, me prometí a mi misma y a los demás que haría todo por éste grupo. No re-evaluaría ningún asunto e iría directamente a lo necesario. Aunque me guste guardar en un fondo oscuro mis miedos, si no tuviera miedo, no sería persona. Y estoy dispuesta a dejar atrás todo nerviosismo posible para lograr los objetivos de la rebelión.
—Lo haré.

Seth Banner.
«Grupo de Los Rebeldes. Pennsylvania. 1400 horas«
La arboleda de Paraísos se sacude con el viento encima mío. Las copas frondosas sirven de protección contra los rayos del Sol, los cuales se encuentran en su punto más agresivo. Coloco ambas manos en mi cadera y traspaso todo el peso de mi cuerpo al otro pie. 
Salí hace una hora a caminar y despejarme, me gusta recorrer en solitario todo aquel ecosistema que me rodea. No estoy acompañado por más que un silencio sepulcral y el sonido ocasional de ciertos grillos. Sin embargo, todo ésta calma es interrumpida casi al instante. 
Una rama se quiebra detrás mío, aprieto mi puño al instante al mismo tiempo que inhalo y exhalo. Mi mano se dirige automáticamente hacia la navaja que cuelga en mi bolsillo derecho. Pienso por un momento agarrar la pistola que posa silenciosa en mi espalda baja, sujeta por mis pantalones, pero al final decido que no. Calculo que el sujeto está a unos dos metros -como mucho- detrás mío, será mucho más seguro atacarlo con el arma blanca. Sé que se encuentra allí, pero no sé en que posición. Sería estúpido arriesgarme por unas balas, por más buena puntería que tenga. El cuchillo de acero reforzado logrará una muerte directa, corta u concisa. Doy un paso hacia atrás y me giro, tirando al ser que me acecha al piso y colocando el objeto filoso en su garganta.
—Mierda— murmuro. Debajo mío, Beth está tirada en el piso, agitada y riéndose. Es la segunda vez que hace ésto en la semana. —Jodida— Pronuncio, severamente. La castaña alza una ceja y se levanta con mi ayuda, para luego sacudirse las hojas de su pantalón. Parezco serio, pero no puedo evitar dirigir una mirada divertida ante el hecho que tomó lugar hace instantes. —Podría haberte matado, fue imprudente de tu parte— le reprocho. Beth se acomoda su trenza y suspira.
—Sebastian te mataría si viera el blanco fácil que eres— blanqueo los ojos mientras guardo mi navaja de vuelta en su lugar. El viento sopla una vez más y me estremezco. 
—No soy un blanco fácil, sino hubieras sido tu, te hubiera asesinado— La oji-miel asiente, mientras leo sus labios y veo que pronuncia un "suficientemente justo".
Siento una tranquilidad peligrosa, me acecha desde lejos. Beth achica los ojos y me observa. Ambos somos conectores. A mis 16 años, me escapé sin llegar a saber quien era la persona con quien supuestamente iba a compartir mi vida. Llegué al grupo de Los Rebeldes, por más difícil que fuera encontrarlos. Ella llegó después, tan solo con unas semanas de diferencia. Había tomado la misma decisión, sin tener en cuenta esas cosas curiosas del destino. Decidimos un día buscar entre las redes del gobierno quien se suponía que era nuestra "pareja" y 
sorpresa, ambos éramos conectores. La tensión al principio era tan palpable como la corteza de un árbol anciano. Sin embargo, con el tiempo aprendimos a aceptarnos, nos dimos cuenta que no éramos tan distintos como pensábamos. Desarrollamos un lazo, no uno como para tener hijos y casarnos, pero si para ser tan unidos como una familia. 
Juntos, caminamos a través de las ramas y los obstáculos naturales hasta llegar a nuestro refugio. Éste consta de un antiguo hotel abandonado, en las afueras de la ciudad, donde las autoridades pocas veces se atreven a ir. Sus paredes están demacradas, sucias y agrietadas, pero para nosotros es un paraíso de oro. Es un buen lugar, sin embargo, debemos estar siempre en completo movimiento; llegamos hace un mes y medio acá, y en  mes y medio deberemos partir. No nos podemos arriesgar a quedarnos demasiado en un sitio.
Las Fuerzas están custodiando el perímetro, cada uno posee un rango de diez metros cuadrados que vigilar Cuando arribamos, reconozco de lejos a Marion rondando por los límites. La observo y cuando cruzamos miradas nos saludamos con un simple asentimiento de cabeza. Traspaso las puertas de entrada y observo todo a mi alrededor. Niños corriendo y riéndose, despreocupados de todo lo que hay alrededor. Sus padres, por otro lado, están haciendo lo suyo. Cocinando, limpiando -aunque ésto parece una actividad bastante inútil, ya que nos iremos de acá en pocos día-, entre otras actividades. La suciedad parece ser una simple capa protectora contra todo aquello que les preocupa. Lo veo en sus miradas: Ansiedad, estrés. La mayoría debe estar fantaseando con una vida tres mil veces mejor, y me arriesgo a opinar que se arrepienten de haber renunciado a La Conexión. Pero ya es tarde. Aunque no llevan una vida de lujo, es mi deber y del de los otros cuidarlos. Protegerlos de todo aquello que los quiera lastimar. Es lo mínimo que haría.
Caminamos entre pasillos y pasillos, la gente me mira y algunos sonríen. Con el tiempo aprendimos a ganarnos el cariño de las personas, su confianza y respeto. Saben que todo lo que hacemos, lo hacemos por ellos. Y entre tanta decepción, tranquilidad por vivir es un regalo.
Entro a la habitación 112, y me encuentro a Sebastian, fortachón, ojos verdes y pelo castaño, está hablando con Rick, el líder de Los Rebeldes. Ambos están de brazos cruzados, mientras que el último solo agrega un ceño fruncido a la situación. Al ingresar, ambos se percatan de mi presencia y me piden que me acerque con un movimiento de manos. Beth se acomoda al lado de Richie, que está apoyado en la mesa con un mapa debajo de él. La habitación se encuentra iluminada por solamente un par de focos, agregándole dramatismo a la situación, por más que sea algo bastante cotidiano.
—¿Qué sucede?— todos se acomodan alrededor del objeto de metal rectangular y salen de sus propios pensamientos.
—Te estábamos esperando— indica rígidamente Rick. Cuando frunzo el ceño y estoy a punto de preguntar el por qué, Richie me mira y habla. 
—Ya sabemos nuestra próxima parada— Achico los ojos, inhalo y exhalo. Cierro mis puños y los apoyo contra la mesa, otorgándome un pantallazo de lo que hay y habrá. Muevo mi pierna con rapidez, una especia de tic que he tenido desde la adolescencia.
—¿Donde será?— pregunto con intriga. Rick señala un gran círculo rojo dibujado en el mapa, observo con detención y leo el nombre "Hospital General de Pennsylvania". Suspiro y asiento con rendición. —Será difícil. Es un lugar bastante custodiado, demasiados civiles, ¿No hay otra opción?— Como bien dicen, sin riesgo no hay fortuna. Pero a veces arriesgarse demasiado lleva a peores resultados. Hay una fina línea entre usar y abusar. Tenemos armas, soldados, somos fuertes, pero nuestro método nunca ha sido el de efectos colaterales. No acabaremos con ninguna vida, ni con las de mi gente ni las de otros inocentes. 
—Necesitamos remedios, vacunas, y otros suministros. Ese lugar es nuestra mejor oportunidad. Llevaré a nuestros mejores hombres y atacaremos lo más limpiamente posible— suspiro y mi cabeza se mueve, asintiendo ante la propuesta entregada. Me siento tranquilo, pero ante éstas cosas, el peligro de los demás y el resguardo de los míos es lo que me pone nervioso.
—¿Cómo lo haremos?— Pregunto, ésta vez, Beth toma la delantera y me explica corto y conciso el plan.
—Jai y los demás ingresarán en el sistema del hospital, las cámaras serán apagadas durante un instante y vueltas a encender. Hemos grabado previamente videos de lenta y baja resolución de la actividad del hospital, las reemplazaremos por los videos y el gobierno no tendrá idea de lo que está sucediendo.
—Bien, eso está bien, ¿Pero cómo entraremos?— El área tecnológica y el camuflaje estan listos, pero no podemos entrar como acto de magia. Beth alza una comisura de su boca y sonríe.
—Carnada— Contesta con simplicidad. Frunzo el ceño.
—¿Quién?— Demando.
—Bobbie Lightwave, James Marden y Know Murs— Una muchedumbre de pensamientos invaden mi cabeza. Los conozco un poco, buenos soldados y por lo que veo, buenas personas. —Irán, ingresarán y abrirán desde la puerta trasera, estará custodiada, ellos se encargarán de bajarlos. Tomaremos lo que necesitamos, y nos iremos, tan simple como eso— No me siento muy confiado. El movimiento está elaborado de una forma simple y directa. Va hacia el punto, no da ninguna clase de vueltas. Por mi preferencia, los planes toman más tiempo, éste duró solamente cuatro días. Pero estamos hasta la cabeza, no podemos perdernos más desperdicio de tiempo. Hay necesidades y estas deben ser cumplidos. El instinto y la fuerza son un buen factor, y la cabeza también. Me quedo en silencio durante unos segundos con todas las miradas puestas en mí. Mipuño está sostenido por mi brazo y a su vez el primero sostiene mi cabeza. Miro a Rick, a Beth, Sebastian y Richie. Por último suspiro y asiento, sentenciando el futuro.
—Bien. ¿Qué dices Rick?— El observa el mapa una vez más y comienza a dirigirse hacia la puerta. Antes de salir por completo del cuarto, pronuncia una vez más el incentivo necesario.
—Saldremos a las 1100 horas.

leer, porfas(?):