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"Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada
Capítulo 7
LA CENA HABÍA TRANSCURRIDO SIN PENA NI GLORIA entre un soporífero discurso de la señora Fairbank sobre las cualidades de su hijo Eric y la falsa modestia de este ante los halagos de su madre.
Joe se había mordido más de una vez la lengua para no decir lo que pensaba realmente de ese malcriado. Generalmente no prestaba atención a esas tonterías, pero esa noche había sido diferente. A lo largo de los años había adquirido el don de mantenerse impasible ante todo aquello que no consideraba importante, deslizándose entre la sociedad con una naturalidad pasmosa. La indiferencia ante sus juegos era bien conocida entre sus colegas y conocidos, lo que le valía las críticas de unos y los halagos de otros. A él realmente le daba igual. Sin embargo, esa noche el hijo de la señora Fairbank le había parecido más insoportable que nunca. Un vividor engreído que disfrutaba ridiculizando a otros. Había que admitir que era hábil para hacerlo, ya que nunca traspasaba el límite de lo correcto.
Después de que se hubieran ido los Fairbank, todos se habían retirado a dormir, menos él, que se sentía algo inquieto. La copa de coñac que tenía entre las manos no lo había calmado lo suficiente como para retirarse a descansar. Decidió subir a ver a su hermano, que sin duda se sentiría más inquieto que él. Apenas habían hablado desde la noche anterior. Esa misma mañana le había hecho una corta visita para informarle de la llegada de la institutriz. Sus ojos llenos de interrogantes se prepararon para obtener respuestas, pero él lo dejó con las ganas al decirle que en ese momento no tenía tiempo para sus habladurías, el rugido que escuchó desde fuera de la habitación había dejado claro que a Kevin no le había hecho gracia el comentario.
—Buenas noches —le dijo mientras entraba a la habitación.
—Conque ahora sí tienes tiempo, ¿eh?, pues resulta que estoy cansado y deseo dormir.
—No te hagas el ofendido. Sé que estás aburrido y deseando verme para que te cuente qué tal va todo.
—A veces te odio, ¿sabes?
—Sí —le dijo Joe con una sonrisa que dejaba ver sus perfectos dientes blancos.
—Bueno, pues cuenta.
Joe se quedó callado con una picara mirada que dejaba claro que se estaba divirtiendo.
—Te lo pasas bien haciéndome sufrir, ¿verdad? ¿Vas a hacer que te suplique?
—Bueno, pensándolo bien...
Kevin le pegó un manotazo en el brazo izquierdo que hizo soltar un aullido a Joe.
—Eso te pasa por ser un imbécil.
Joe soltó una carcajada. Su hermano se estaba recuperando a pasos agigantados y no había nada que lo hiciera sentirse tan bien como eso.
—Y ahora en serio, cuéntame qué tal va todo. Estas mujeres me tienen incomunicado. Dicen que tengo que estar tranquilo para que mi recuperación sea satisfactoria. Y yo digo que una cosa es estar tranquilo y otra estar muerto.
—Sí, en eso te doy la razón. Y no te digo más, ahora que han encontrado a otra aliada. Estamos rodeados de mujeres mandonas y sabelotodo.
—Te encuentro algo alterado. Eso es algo refrescante.
—No te aproveches, que sabes que no puedo darte tu merecido estando convaleciente.
—Algo bueno tendría que tener estar aquí tirado.
—¿Qué es eso de una aliada?
—La institutriz. No sé cómo lo ha hecho, pero en un día se ha in ido a todas las mujeres de esta casa. Tendrías que conocerla. Es una pesadilla de mujer.
—No sé por qué, pero está empezando a gustarme a mí también.
Joe lo miró con cara de pocos amigos.
—¿Y los niños?
—Hoy apenas los he visto, pero Sarah me ha dicho que ____ ha pasado la tarde con ellos, y que yo sepa no han salido gritando.
—Bueno, eso es un avance. Umm, ¿____?
—La señorita Greyson.
—¿La llamamos ____? —le preguntó Kevin irónicamente.
—Si la vieras, ni siquiera preguntarías eso.
—¿Por qué? ¿Es fea?
—Es una institutriz, arrogante y sabionda.
—Sí, imagino que debe ser todo un personaje para sacarte de tus casillas en tan solo unas horas. Esa mujer goza de toda mi admiración.
—Déjalo. Y tú, ¿cómo estás?
—Esto va demasiado lento hermano, pero no puedo quejarme.
—Bueno, es hora de que me vaya y te deje descansar.
—De eso nada. Saca la baraja y dame un poco de ese coñac que hay en la biblioteca, que este hermano va a darte un buen escarmiento.
—De acuerdo, pero después no me lloriquees cuando te deje limpio.
—Eso te va a costar caro.
—¿Ah, sí? ¿Como cuánto?
—Como la preciosa yegua que desde esta tarde está en las caballerizas.
—¿Qué yegua?
—Aquella que tanto deseabas, pero que Martin Henderson se rehusaba a vender.
—¿Cómo lo has conseguido?
—Le di preferencia en la compra de esos terrenos de los que quiero desprenderme.
—¿Pero por qué?
—Porque vi tu expresión cuando viste a ese caballo.
Joe se quedó mudo.
—No pongas esa cara. Simplemente no sabía qué regalarte por tu cumpleaños.
—Mi cumpleaños es dentro de cinco meses.
—Bueno, qué más da.
—Kevin...
—¿Es que tu hermano no puede regalarte algo sin que tengamos que hacer un análisis del tema?
Joe sonrió abiertamente.
—Gracias.
—No creo que digas lo mismo cuando acabe contigo esta noche —le dijo Kevin restándole importancia al asunto.
—De acuerdo, flacucho, baraja.
Habían trascurrido varios días desde su llegada a Cravencross, y por primera vez podía permitirse pensar que estaba a salvo. Había hecho todo lo posible para no dejar ninguna pista que pudiera llevar a los hombres de su padre hasta ella, pero nunca se podía estar totalmente segura de no haber cometido algún error. Se sentía contenta de estar allí, a pesar de que al principio pensó que era la mayor estupidez de su vida. Salvo el conde de Ashford, a quien a veces le hubiese gustado arrancarle la piel a tiras, los demás la habían aceptado como a una más, y era una sensación reconfortante cuando se estaba a una gran distancia del hogar y de las personas a las que quería y añoraba.
Los niños habían comenzado las clases y la sorprendían a cada momento. Eran inteligentes e imaginativos, y mostraban una energía desbordante.
Esa tarde habían decidido ir al lago. Desde la casa, podían verse sus cristalinas aguas, así que Amelia no puso ninguna objeción. Convencieron a Sarah para que los acompañara. Al principio se mostró algo reticente, pero cuando Lizzy se aferró a sus piernas suplicándole que los acompañara, no tuvo más remedio que acceder. Lo que no sabía era que ellos le habían dicho a la pequeña que hiciera exactamente eso. Era un truco que no fallaba. Era por su bien, porque desde que ella llegó, siempre la había visto ocupada sin tiempo alguno ni siquiera para pasear, y ____ estaba dispuesta a arreglarlo, aunque fuera utilizando una artimaña.
—¿Echamos una carrera hasta el lago? —preguntó ____ animada.
Sarah la miró con cara espantada, como si le hubiese propuesto ir desnuda al baile de la reina.
—¿Correr?
—Sí, eso que se hace poniendo un pie delante del otro con velocidad.
—Qué graciosa...
—Eso sería genial —dijo Anthony con una sonrisa en los labios.
—¿Para qué vamos a echar una carrera? —preguntó Margareth.
—En primer lugar, porque es sano hacer algo de ejercicio; en segundo lugar, porque es divertido y, por último y no menos importante, porque sería la oportunidad perfecta para darle su merecido a cierto caballerete.
Un destello pícaro asomó a los ojos de Margareth. Eso de bajarle los humos a su hermano, que pensaba que las mujeres no podían vanarle en nada, parecía haberle gustado.
—Está bien.
—Pero yo no puedo correr tan deprisa como vosotros... —dijo la pequeña Lizzy entre pucheros.
____ tornó a la niña entre sus brazos mientras le daba un sonoro beso en la mejilla.
—No te preocupes, preciosa, tú irás conmigo a caballito. ¿Estáis preparados?
—¡Sí! —dijeron todos a la vez.
—De acuerdo. Una, dos y... ¡tres!
No acabó de decir la última palabra cuando salió corriendo y sacó al menos tres cuerpos de ventaja a los demás.
____ pensó que la pequeña la estrangularía. Se agarraba firmemente a su cuello, pero al oír sus carcajadas le fue imposible detenerse. La primera en llegar fue Margareth, que no ocultaba su alegría. Después Sarah y ____ con Lizzy a sus espaldas. Sarah era todo un espectáculo. Se había recogido el vestido con las manos para así poder correr sin que la ropa le estorbara, dejando al descubierto sus blanquísimas enaguas. El pelo desordenado le caía en cascada por la espalda y daba la sensación de haber pasado por medio de una ventisca. Estaba muerta de risa, encogiéndose como una colegiala para poder amortiguar las carcajadas. El último en llegar fue Anthony, lleno de barro y escupiendo hojas secas. Sin lugar a dudas, la hilaridad de Sarah se debía a que había visto caer a su sobrino sin ninguna elegancia encima de un gran barrizal.
—¿Te estás riendo de mí, tía?
—No cariño, qué va —le contestó Sarah mientras se apretaba las costillas ante un nuevo ataque de risa.
—¡No tiene gracia! Y además no es justo. Me he caído en mitad de la carrera y usted, señorita Greyson, ha hecho trampas.
—Yo siento que no estuvieras preparado —le dijo, también incapaz de aguantar la risa que le producía el aspecto del niño.
—Buff..., mujeres —contestó Anthony mientras se alejaba hacia la orilla para quitarse parte de la suciedad.
Sus hermanas fueron con el sin dejar de bromear a su costa. Anthony se hacía el ofendido, pero ____ había visto asomar una sonrisa de sus labios cuando vio a sus hermanas y a su tía reír.
Mientras, Sarah y ella intentaban recomponer en algo su atuendo, ya que parecían cualquier cosa menos dos damas.
—Hay que ver las ideas que se te ocurren, ____.
—Sí, mi tía siempre me decía que no sabía cómo podía meterme en tantos líos.
Sarah la miró fijamente como si quisiera descifrar algún acertijo.
—La verdad es que no das ese aspecto.
—¿Cuál? ¿El de una institutriz loca de atar?
—No, el de una mujer imaginativa y poco convencional.
—Lo que yo te he dicho.
Sarah sonrió abiertamente.
—¿Sabes? Tienes un don. A mí me convenciste a los dos minutos de verme y, créeme, eso es un milagro. No sé cómo lo haces, pero creas una sensación de seguridad y confianza difícil de ignorar.
____ se sintió como una impostora. No es que no fuera sincera en su trato con ellos, sino que no era la persona que fingía ser. Los estaba engañando, y en ese momento deseó con toda su alma no tener que seguir haciéndolo.
—La risa se echaba de menos en esta casa. Es maravilloso volver a verlos sonreír —le dijo Sarah mirando a sus sobrinos.
—¿Cómo está el Marqués?
—Kevin está mejor, aunque es un testarudo. A tía Amelia y a mí nos toca vigilarlo constantemente. Si por él fuera, estaría en pie haciéndose cargo de todo. Menos mal que está Joe con nosotros.
—Tengo ganas de conocerlo. ¿Se parece al conde de Ashford?
Sarah soltó una risa ante esa idea.
—No, son muy diferentes. Kevin es un hombre transparente mientras que Joe es una caja de sorpresas.
—¿Es una cebolla?
—¿Qué dices, ____?
—Que si es como una cebolla. Le quitas una capa y te encuentras con otra, y otra, y otra...
—Dios mío, si se entera de que lo has comparado con una cebolla no me gustaría estar en tu lugar.
—Pues es una de las mejores comparaciones que se me han ocurrido al pensar en él.
—¿No te agrada, verdad?
—No es eso, es que tiene la virtud de hacerme perder la paciencia.
—Pues posiblemente seas la única mujer en el mundo que piensa eso. Todas las mujeres lo adoran.
—No sé por qué, pero eso no me extraña.
—Parece que es un hombre duro y no voy a engañarte, lo es, pero tiene un gran corazón. Hay poca gente que llega a conocerlo de verdad porque suele levantar una coraza a su alrededor; sin embargo, cuando lo sorprendes con la guardia baja, por ejemplo cuando está con sus sobrinos o cuando mira a su hermano con cariño y admiración, entonces te das cuenta de que hay mucho más de lo que ves. En cuanto se enteró de que Kevin estaba enfermo, dejó todo y vino hasta aquí sin perder tiempo. Tenías que haberlo visto, estaba totalmente destrozado, sin embargo, tenía ánimos para cada uno de nosotros. Sí pasaba todo el día y toda la noche junto a su cama basta que el médico nos dijo que lo peor había pasado. Fue la primera vez que se permitió salir de la habitación. Mucha gente pensó que no se llevaban bien por que Joe estuvo muchos años fuera y porque eran solo hermanos ele padre, pero la verdad es que han estado siempre muy unidos.
____ intuía que Sarah tenía razón. Eso no lo exculpaba ante sus ojos, porque seguía pensando que era un presuntuoso, arrogante sabelotodo, pero con mucho más para descubrir de lo que ella hubiese deseado. Había visto ternura en sus ojos al mirar a los niños y cariño al tratar a Sarah y Amelia. Lo sabía esconder muy bien, pero para alguien acostumbrado a disfrazarse continuamente, no era difícil reconocer otro disfraz.
—No sabía que su padre hubiese tenido dos esposas.
—Todo el mundo las conocía y las admiraba. Eran dos damas hermosas y únicas. La madre de Kevin era Virginia Wilton. Amelia dice que era una mujer serena y elegante. Se casó muy joven con el Marqués. La madre de Joe era Vallerie de Clare, única hija del conde de Ashford. —Sarah dio un suspiro antes de continuar—. Lo más maravilloso es que ambos matrimonios fueron por amor.
—¿Cómo fallecieron?
—Virginia dando a luz y Vallerie de unas fiebres. Fue un duro golpe para ambos, porque Vallerie los había criado a los dos. Cuando ocurrió, Kevin tenía 15 años.
—Entonces Joe era solo un niño.
—Sí. Por eso cuando Kevin se puso enfermo...
—Sí, me imagino.
____ podía hacerse una idea del miedo que debió sentir Joe, la posibilidad de perder a su hermano de la misma manera que a su madre. Postrado en una cama consumido por la fiebre.
—¿Estoy mejor?
Anthony sacó a ambas de sus pensamientos mientras se frotaba el mentón con la manga de su camisa.
—Cariño, no tienes arreglo —le dijo Sarah conteniendo la sonrisa Anthony, no corras que quiero ver cómo te chorrea el barro de las orejas —gritaba Lizzy mientras intentaba tomarse de la mano su hermano.
—Pequeña granuja —le dijo Anthony levantándola en brazos.
El cielo empezó a oscurecerse con nubarrones que ocultaban la luz del sol. En menos de un minuto, estaban marchando camino a Cravencross.
VOLVÍ!
LA CENA HABÍA TRANSCURRIDO SIN PENA NI GLORIA entre un soporífero discurso de la señora Fairbank sobre las cualidades de su hijo Eric y la falsa modestia de este ante los halagos de su madre.
Joe se había mordido más de una vez la lengua para no decir lo que pensaba realmente de ese malcriado. Generalmente no prestaba atención a esas tonterías, pero esa noche había sido diferente. A lo largo de los años había adquirido el don de mantenerse impasible ante todo aquello que no consideraba importante, deslizándose entre la sociedad con una naturalidad pasmosa. La indiferencia ante sus juegos era bien conocida entre sus colegas y conocidos, lo que le valía las críticas de unos y los halagos de otros. A él realmente le daba igual. Sin embargo, esa noche el hijo de la señora Fairbank le había parecido más insoportable que nunca. Un vividor engreído que disfrutaba ridiculizando a otros. Había que admitir que era hábil para hacerlo, ya que nunca traspasaba el límite de lo correcto.
Después de que se hubieran ido los Fairbank, todos se habían retirado a dormir, menos él, que se sentía algo inquieto. La copa de coñac que tenía entre las manos no lo había calmado lo suficiente como para retirarse a descansar. Decidió subir a ver a su hermano, que sin duda se sentiría más inquieto que él. Apenas habían hablado desde la noche anterior. Esa misma mañana le había hecho una corta visita para informarle de la llegada de la institutriz. Sus ojos llenos de interrogantes se prepararon para obtener respuestas, pero él lo dejó con las ganas al decirle que en ese momento no tenía tiempo para sus habladurías, el rugido que escuchó desde fuera de la habitación había dejado claro que a Kevin no le había hecho gracia el comentario.
—Buenas noches —le dijo mientras entraba a la habitación.
—Conque ahora sí tienes tiempo, ¿eh?, pues resulta que estoy cansado y deseo dormir.
—No te hagas el ofendido. Sé que estás aburrido y deseando verme para que te cuente qué tal va todo.
—A veces te odio, ¿sabes?
—Sí —le dijo Joe con una sonrisa que dejaba ver sus perfectos dientes blancos.
—Bueno, pues cuenta.
Joe se quedó callado con una picara mirada que dejaba claro que se estaba divirtiendo.
—Te lo pasas bien haciéndome sufrir, ¿verdad? ¿Vas a hacer que te suplique?
—Bueno, pensándolo bien...
Kevin le pegó un manotazo en el brazo izquierdo que hizo soltar un aullido a Joe.
—Eso te pasa por ser un imbécil.
Joe soltó una carcajada. Su hermano se estaba recuperando a pasos agigantados y no había nada que lo hiciera sentirse tan bien como eso.
—Y ahora en serio, cuéntame qué tal va todo. Estas mujeres me tienen incomunicado. Dicen que tengo que estar tranquilo para que mi recuperación sea satisfactoria. Y yo digo que una cosa es estar tranquilo y otra estar muerto.
—Sí, en eso te doy la razón. Y no te digo más, ahora que han encontrado a otra aliada. Estamos rodeados de mujeres mandonas y sabelotodo.
—Te encuentro algo alterado. Eso es algo refrescante.
—No te aproveches, que sabes que no puedo darte tu merecido estando convaleciente.
—Algo bueno tendría que tener estar aquí tirado.
—¿Qué es eso de una aliada?
—La institutriz. No sé cómo lo ha hecho, pero en un día se ha in ido a todas las mujeres de esta casa. Tendrías que conocerla. Es una pesadilla de mujer.
—No sé por qué, pero está empezando a gustarme a mí también.
Joe lo miró con cara de pocos amigos.
—¿Y los niños?
—Hoy apenas los he visto, pero Sarah me ha dicho que ____ ha pasado la tarde con ellos, y que yo sepa no han salido gritando.
—Bueno, eso es un avance. Umm, ¿____?
—La señorita Greyson.
—¿La llamamos ____? —le preguntó Kevin irónicamente.
—Si la vieras, ni siquiera preguntarías eso.
—¿Por qué? ¿Es fea?
—Es una institutriz, arrogante y sabionda.
—Sí, imagino que debe ser todo un personaje para sacarte de tus casillas en tan solo unas horas. Esa mujer goza de toda mi admiración.
—Déjalo. Y tú, ¿cómo estás?
—Esto va demasiado lento hermano, pero no puedo quejarme.
—Bueno, es hora de que me vaya y te deje descansar.
—De eso nada. Saca la baraja y dame un poco de ese coñac que hay en la biblioteca, que este hermano va a darte un buen escarmiento.
—De acuerdo, pero después no me lloriquees cuando te deje limpio.
—Eso te va a costar caro.
—¿Ah, sí? ¿Como cuánto?
—Como la preciosa yegua que desde esta tarde está en las caballerizas.
—¿Qué yegua?
—Aquella que tanto deseabas, pero que Martin Henderson se rehusaba a vender.
—¿Cómo lo has conseguido?
—Le di preferencia en la compra de esos terrenos de los que quiero desprenderme.
—¿Pero por qué?
—Porque vi tu expresión cuando viste a ese caballo.
Joe se quedó mudo.
—No pongas esa cara. Simplemente no sabía qué regalarte por tu cumpleaños.
—Mi cumpleaños es dentro de cinco meses.
—Bueno, qué más da.
—Kevin...
—¿Es que tu hermano no puede regalarte algo sin que tengamos que hacer un análisis del tema?
Joe sonrió abiertamente.
—Gracias.
—No creo que digas lo mismo cuando acabe contigo esta noche —le dijo Kevin restándole importancia al asunto.
—De acuerdo, flacucho, baraja.
Habían trascurrido varios días desde su llegada a Cravencross, y por primera vez podía permitirse pensar que estaba a salvo. Había hecho todo lo posible para no dejar ninguna pista que pudiera llevar a los hombres de su padre hasta ella, pero nunca se podía estar totalmente segura de no haber cometido algún error. Se sentía contenta de estar allí, a pesar de que al principio pensó que era la mayor estupidez de su vida. Salvo el conde de Ashford, a quien a veces le hubiese gustado arrancarle la piel a tiras, los demás la habían aceptado como a una más, y era una sensación reconfortante cuando se estaba a una gran distancia del hogar y de las personas a las que quería y añoraba.
Los niños habían comenzado las clases y la sorprendían a cada momento. Eran inteligentes e imaginativos, y mostraban una energía desbordante.
Esa tarde habían decidido ir al lago. Desde la casa, podían verse sus cristalinas aguas, así que Amelia no puso ninguna objeción. Convencieron a Sarah para que los acompañara. Al principio se mostró algo reticente, pero cuando Lizzy se aferró a sus piernas suplicándole que los acompañara, no tuvo más remedio que acceder. Lo que no sabía era que ellos le habían dicho a la pequeña que hiciera exactamente eso. Era un truco que no fallaba. Era por su bien, porque desde que ella llegó, siempre la había visto ocupada sin tiempo alguno ni siquiera para pasear, y ____ estaba dispuesta a arreglarlo, aunque fuera utilizando una artimaña.
—¿Echamos una carrera hasta el lago? —preguntó ____ animada.
Sarah la miró con cara espantada, como si le hubiese propuesto ir desnuda al baile de la reina.
—¿Correr?
—Sí, eso que se hace poniendo un pie delante del otro con velocidad.
—Qué graciosa...
—Eso sería genial —dijo Anthony con una sonrisa en los labios.
—¿Para qué vamos a echar una carrera? —preguntó Margareth.
—En primer lugar, porque es sano hacer algo de ejercicio; en segundo lugar, porque es divertido y, por último y no menos importante, porque sería la oportunidad perfecta para darle su merecido a cierto caballerete.
Un destello pícaro asomó a los ojos de Margareth. Eso de bajarle los humos a su hermano, que pensaba que las mujeres no podían vanarle en nada, parecía haberle gustado.
—Está bien.
—Pero yo no puedo correr tan deprisa como vosotros... —dijo la pequeña Lizzy entre pucheros.
____ tornó a la niña entre sus brazos mientras le daba un sonoro beso en la mejilla.
—No te preocupes, preciosa, tú irás conmigo a caballito. ¿Estáis preparados?
—¡Sí! —dijeron todos a la vez.
—De acuerdo. Una, dos y... ¡tres!
No acabó de decir la última palabra cuando salió corriendo y sacó al menos tres cuerpos de ventaja a los demás.
____ pensó que la pequeña la estrangularía. Se agarraba firmemente a su cuello, pero al oír sus carcajadas le fue imposible detenerse. La primera en llegar fue Margareth, que no ocultaba su alegría. Después Sarah y ____ con Lizzy a sus espaldas. Sarah era todo un espectáculo. Se había recogido el vestido con las manos para así poder correr sin que la ropa le estorbara, dejando al descubierto sus blanquísimas enaguas. El pelo desordenado le caía en cascada por la espalda y daba la sensación de haber pasado por medio de una ventisca. Estaba muerta de risa, encogiéndose como una colegiala para poder amortiguar las carcajadas. El último en llegar fue Anthony, lleno de barro y escupiendo hojas secas. Sin lugar a dudas, la hilaridad de Sarah se debía a que había visto caer a su sobrino sin ninguna elegancia encima de un gran barrizal.
—¿Te estás riendo de mí, tía?
—No cariño, qué va —le contestó Sarah mientras se apretaba las costillas ante un nuevo ataque de risa.
—¡No tiene gracia! Y además no es justo. Me he caído en mitad de la carrera y usted, señorita Greyson, ha hecho trampas.
—Yo siento que no estuvieras preparado —le dijo, también incapaz de aguantar la risa que le producía el aspecto del niño.
—Buff..., mujeres —contestó Anthony mientras se alejaba hacia la orilla para quitarse parte de la suciedad.
Sus hermanas fueron con el sin dejar de bromear a su costa. Anthony se hacía el ofendido, pero ____ había visto asomar una sonrisa de sus labios cuando vio a sus hermanas y a su tía reír.
Mientras, Sarah y ella intentaban recomponer en algo su atuendo, ya que parecían cualquier cosa menos dos damas.
—Hay que ver las ideas que se te ocurren, ____.
—Sí, mi tía siempre me decía que no sabía cómo podía meterme en tantos líos.
Sarah la miró fijamente como si quisiera descifrar algún acertijo.
—La verdad es que no das ese aspecto.
—¿Cuál? ¿El de una institutriz loca de atar?
—No, el de una mujer imaginativa y poco convencional.
—Lo que yo te he dicho.
Sarah sonrió abiertamente.
—¿Sabes? Tienes un don. A mí me convenciste a los dos minutos de verme y, créeme, eso es un milagro. No sé cómo lo haces, pero creas una sensación de seguridad y confianza difícil de ignorar.
____ se sintió como una impostora. No es que no fuera sincera en su trato con ellos, sino que no era la persona que fingía ser. Los estaba engañando, y en ese momento deseó con toda su alma no tener que seguir haciéndolo.
—La risa se echaba de menos en esta casa. Es maravilloso volver a verlos sonreír —le dijo Sarah mirando a sus sobrinos.
—¿Cómo está el Marqués?
—Kevin está mejor, aunque es un testarudo. A tía Amelia y a mí nos toca vigilarlo constantemente. Si por él fuera, estaría en pie haciéndose cargo de todo. Menos mal que está Joe con nosotros.
—Tengo ganas de conocerlo. ¿Se parece al conde de Ashford?
Sarah soltó una risa ante esa idea.
—No, son muy diferentes. Kevin es un hombre transparente mientras que Joe es una caja de sorpresas.
—¿Es una cebolla?
—¿Qué dices, ____?
—Que si es como una cebolla. Le quitas una capa y te encuentras con otra, y otra, y otra...
—Dios mío, si se entera de que lo has comparado con una cebolla no me gustaría estar en tu lugar.
—Pues es una de las mejores comparaciones que se me han ocurrido al pensar en él.
—¿No te agrada, verdad?
—No es eso, es que tiene la virtud de hacerme perder la paciencia.
—Pues posiblemente seas la única mujer en el mundo que piensa eso. Todas las mujeres lo adoran.
—No sé por qué, pero eso no me extraña.
—Parece que es un hombre duro y no voy a engañarte, lo es, pero tiene un gran corazón. Hay poca gente que llega a conocerlo de verdad porque suele levantar una coraza a su alrededor; sin embargo, cuando lo sorprendes con la guardia baja, por ejemplo cuando está con sus sobrinos o cuando mira a su hermano con cariño y admiración, entonces te das cuenta de que hay mucho más de lo que ves. En cuanto se enteró de que Kevin estaba enfermo, dejó todo y vino hasta aquí sin perder tiempo. Tenías que haberlo visto, estaba totalmente destrozado, sin embargo, tenía ánimos para cada uno de nosotros. Sí pasaba todo el día y toda la noche junto a su cama basta que el médico nos dijo que lo peor había pasado. Fue la primera vez que se permitió salir de la habitación. Mucha gente pensó que no se llevaban bien por que Joe estuvo muchos años fuera y porque eran solo hermanos ele padre, pero la verdad es que han estado siempre muy unidos.
____ intuía que Sarah tenía razón. Eso no lo exculpaba ante sus ojos, porque seguía pensando que era un presuntuoso, arrogante sabelotodo, pero con mucho más para descubrir de lo que ella hubiese deseado. Había visto ternura en sus ojos al mirar a los niños y cariño al tratar a Sarah y Amelia. Lo sabía esconder muy bien, pero para alguien acostumbrado a disfrazarse continuamente, no era difícil reconocer otro disfraz.
—No sabía que su padre hubiese tenido dos esposas.
—Todo el mundo las conocía y las admiraba. Eran dos damas hermosas y únicas. La madre de Kevin era Virginia Wilton. Amelia dice que era una mujer serena y elegante. Se casó muy joven con el Marqués. La madre de Joe era Vallerie de Clare, única hija del conde de Ashford. —Sarah dio un suspiro antes de continuar—. Lo más maravilloso es que ambos matrimonios fueron por amor.
—¿Cómo fallecieron?
—Virginia dando a luz y Vallerie de unas fiebres. Fue un duro golpe para ambos, porque Vallerie los había criado a los dos. Cuando ocurrió, Kevin tenía 15 años.
—Entonces Joe era solo un niño.
—Sí. Por eso cuando Kevin se puso enfermo...
—Sí, me imagino.
____ podía hacerse una idea del miedo que debió sentir Joe, la posibilidad de perder a su hermano de la misma manera que a su madre. Postrado en una cama consumido por la fiebre.
—¿Estoy mejor?
Anthony sacó a ambas de sus pensamientos mientras se frotaba el mentón con la manga de su camisa.
—Cariño, no tienes arreglo —le dijo Sarah conteniendo la sonrisa Anthony, no corras que quiero ver cómo te chorrea el barro de las orejas —gritaba Lizzy mientras intentaba tomarse de la mano su hermano.
—Pequeña granuja —le dijo Anthony levantándola en brazos.
El cielo empezó a oscurecerse con nubarrones que ocultaban la luz del sol. En menos de un minuto, estaban marchando camino a Cravencross.
VOLVÍ!
Cande Luque
Re: "Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada
Capítulo 8
____ SE FUE TEMPRANO A DESCANSAR. Había cenado tranquilamente con Amelia y Sarah. No había visto al conde de Ashford desde que por la tarde este saliera a visitar las parcelas de alguno de los arrendatarios.
La verdad es que la conversación de esa tarde con Sarah la había hecho pensar y no quería hacerlo, porque ese hombre ya la ponía suficientemente nerviosa tal y como estaban las cosas. Había podido aminorar eso gracias a lo furiosa que la ponía cada vez que estaba cerca, pero si empezaba a creer que después de todo el conde de Ashford tenía corazón, entonces tendría un serio problema.
Llevaba una hora leyendo La Odisea sin que el sueño la venciera. Demasiadas cosas en qué pensar y pocas ganas de ahondar en ello. Estaba por cerrar el libro y ponerse a dar vueltas en la cama, cuando un quejido parecido a un llanto llegó hasta ella. Aguzó el oído para comprobar que lo que había oído no era fruto de su imaginación, cuando de nuevo un sonido lastimero la empujó a levantarse, tomar su bata y salir de la habitación. Menos mal que no se había quitado todavía el maquillaje.
Ahora que estaba en el pasillo, el quejido se oía más claramente. Provenía de una de las habitaciones de los niños. Anduvo varios pasos hasta que se encontró frente a la puerta de la habitación de Margareth y Lizzy, y la abrió sin más demora. Dejó la lámpara que llevaba en su mano encima de la mesa que separaba las camas de las niñas y miró ambos lados. Lizzy estaba durmiendo como un angelito mientras que Margareth empezaba a gritar en sueños.
—Por favor, mamá, por favor, no me dejes. ____ se sentó en el borde de la cama y con mucho cuidado movió a la niña llamándola en un susurro.
—Margareth, despierta..., es una pesadilla. Margareth abrió los ojos mirándola fijamente. —Tranquila, ha sido una pesadilla, ¿estás bien? ____ intentó que la niña reaccionara. Parecía tan asustada e indefensa con sus enormes ojos mirándola sin comprender, que antes de pensarlo la abrazó fuerte acunándola en sus brazos. Margareth empezó a decir: "Lo siento, lo siento", mientras unos sollozos desgarradores salían de su garganta.
—Shh..., tranquila, ya ha pasado.
—Ella estaba allí tumbada y tan pálida, y yo la llamaba, pero no me contestaba. Quería que me perdonara.
____ sabía que estaba hablando de la muerte de su madre.
—¿Por qué querías que te perdonara?
Margareth se abrazó más fuerte a ella.
—Por mi culpa se puso enferma.
—Eso no es cierto.
La niña se apartó de ____ sin poder mirarla a los ojos.
—Margareth, mírame, ¿por qué crees eso?
La niña negó con la cabeza enérgicamente.
—Nosotros le rogamos que nos llevara a casa de la señora Milton.
____ se sobresaltó al oír la voz de Anthony a sus espaldas.
—Ella no quería ir, pero al final accedió porque le pedimos una y otra vez que nos llevara. Nosotros solo queríamos jugar con sus hijos.
En ese momento, Anthony le pareció un hombre y no el niño de siete años que era. La expresión siempre risueña que hacía brillar constantemente sus ojos había desaparecido para dar lugar a una tristeza que hacía que se le encogiese el corazón. Sabía que Anthony todavía no había terminado. No quería interrumpirlo cuando, por fin, parecía que iba a sacar todo aquello que le venía corroyendo el alma desde hacía tiempo, y que sumía su infancia en un profundo pesar.
Anthony se acercó a su hermana, la tomó de la mano y miró a ____.
—La doncella de la señora Milton estaba enferma de unas fiebres. A los pocos días, mamá enfermó.
—¿Y creéis que vosotros tenéis la culpa de ello?
—Si no la hubiésemos hecho ir allí, ella no se hubiese puesto enferma —dijo Margareth mientras intentaba reprimir un sollozo.
—Por el amor de Dios, solo sois unos niños. No podíais saber que la doncella estaba enferma, ni que pasaría lo que después ocurrió. Además, ¿quién os dice que vuestra madre se contagió de esa mujer? Pudo haberse contagiado en cualquier otro lugar. Incluso vosotros podíais haber caído enfermos y entonces, ¿también vuestra madre tendría que haberse sentido culpable por haberos llevado allí? Estoy segura de que os quería más a que nada en el mundo, y sufriría enormemente si supiera como os culpáis por su muerte. ¿Qué crees, Anthony? ¿Qué crees que le gustaría a tu madre, ver cómo te castigas o ver cómo amas la vida que tienes por delante aprovechándola para convertirte en el hombre que siempre esperó que fueras? ¿Cómo la honrarías más? Y tu, Margareth, ¿qué opinas? ¿Qué querría ella?
—Mamá siempre estaba alegre. Decía que había que saborear cada día corno si fuera una gran taza de chocolate —dijo Anthony esbozando una sonrisa.
—¿Lo ves?
—____ —dijo Margareth casi en un susurro—, ¿entonces tú crees que ella nos ha perdonado?
—Creo que no tiene nada que perdonar. Vosotros erais su vida y por nada del mundo os hubiese culpado de nada de lo que ocurrió. Fue una desgracia que nada tuvo que ver con vosotros. En la vida esas cosas suceden. Son dolorosas y frustrantes, y siempre tendemos a buscar un culpable porque nos cuesta entender que algo así pueda acontecer, pero no es culpa vuestra, no lo es. Y ahora, venid aquí y dadme un abrazo.
—¡Puaj! —dijo Anthony levantando una ceja, haciendo que su hermana sonriera.
—Yo sí quiero un abrazo —dijo la pequeña Lizzy estrujándose los ojos con los nudillos.
—¿Qué haces despierta?
—No dejáis de hablar.
—Sí, es verdad. Ven aquí, cariño.
____ la tomó en brazos mientras se le ocurría una idea.
—Ya que estamos todos despiertos y por lo que veo con pocas ganas de dormir, ¿por qué no hacemos una travesura?
—¿Como qué? —preguntó Anthony que siempre se apuntaba a todo lo que no fuera hacer lo debido.
—Cuando no podía dormir, mi tía siempre me llevaba a la cocina y preparaba un chocolate bien caliente.
—Pero es medianoche, y no habrá nadie levantado —dijo Margareth.
—Por eso es divertido —le contestó Anthony.
—Entonces, ¿nos adentramos en el peligroso mundo de lo desconocido?
Anthony hizo una reverencia con una elegancia inusual para su corta edad.
—Desde luego, mi capitana.
—Este chocolate está delicioso —dijo Margareth mientas tomaba una segunda taza.
Les había costado más de un cuarto de hora encontrar el chocolate y un recipiente para prepararlo, pero había merecido la pena. Todos habían cooperado como si el hecho de estar haciendo algo indebido realzara el sabor de ese chocolate hasta convertirlo en un delicioso manjar.
—¿Todas las institutrices son como tú? —le preguntó Lizzy. Anthony miró a su hermana pequeña mientras le sostenía el tazón que la niña apenas podía levantar.
—No lo creo.
—¿Por qué? ¿No te gusta como soy? —le pregunto ____ divertida.
—Claro que me gusta, señorita Greyson, solo es que si todas las institutrices son como usted, entonces no entiendo por qué Tony y Margareth no querían que se quedara.
A Anthony se le escapó el tazón de Lizzy, con lo que manchó el camisón de su hermana desde al cuello hasta los pies.
—Lizzy, nunca aprenderás a mantener la boca cerrada.
—¿Qué he hecho ahora?
Margareth tocó la mano de ____ para que le prestara atención.
—Señorita Greyson, eso era antes, cuando no la conocíamos, pero ahora nos alegramos de que esté aquí.
Anthony asintió con la cabeza, mientras intentaba limpiar a Lizzy.
—Gracias —dijo ____ emocionada—. Anthony, déjame a mí le dijo alzando a la niña—. Esto no tiene arreglo, así que será mejor que subamos a cambiarte, hace horas que deberíais estar durmiendo.
Todos salieron de la cocina atravesando el pasillo que llevaba hasta el vestíbulo. Anthony se escurrió mientras corría detrás de ellas y el descubrimiento lo fascinó.
—Eh, señorita Greyson, por aquí se puede patinar.
En un santiamén, todos estaban deslizándose sobre el finísimo piso lustrado camino a las escaleras.
Joe parpadeó varias veces para cerciorarse de que no estaba viendo visiones. Había previsto llegar para la cena, pero el molino del viejo Dickins, al que se le había roto un eje, lo había retrasado lo indecible. Al llegar era ya medianoche y todos parecían estar dormidos. Se había detenido en el estudio unos minutos para: beber una copa de coñac y poder tomarse un momento antes de subir a su habitación cuando unos sonidos de risas entrecortadas le llegaron desde el vestíbulo. Creyendo que algún criado coqueteaba abiertamente con una de las sirvientas, se levantó y vio algo parecido a su sobrino, en camisón, deslizándose por el suelo mientras hacía aspavientos con los brazos en un intento desesperado por no chocar contra la baranda de la escalera principal. Con una rápida reacción, lo tomó al vuelo y evitó que el niño se estampara contra la madera.
Antes de poder decir nada, Margareth y Lizzy chocaron con su espalda, sobresaltadas al darse cuenta de que las habían descubierto en plena acción.
—¿Pero qué...?
No pudo terminar la frase porque la institutriz, la que debía ser modelo de disciplina y autoridad para sus sobrinos, estaba en bata patinando detrás de los niños como una colegiala.
—Allá voy, niños...
A ____ se le cortó la respiración. Allí delante, a tan solo unos metros, estaba el conde de Ashford mirándola primero con estupefacción y después con una frialdad extrema. Hizo todo lo posible por frenar, pero fue inútil. Se estampó contra él, lo que hizo que perdiera el equilibrio y quedara despatarrada en el suelo junto a sus pies. Hubiese querido que la tierra se la tragara y de buena gana se hubiese encerrado en un calabozo oscuro y frío y hubiese tirado la llave.
Joe estaba controlándose para no ponerse a gritar allí mismo. Dejó a Anthony en el suelo, respirando lentamente para calmarlas ganas que tenía de estrangular a aquella mujer. Se pasó la mano por la cara sintiendo que algo pringoso se le pegaba a la mejilla.
—¿Pero qué demonios...?
—Chocolate —dijo Anthony en un susurro. La voz se le había ido apagando al ver la expresión de su tío, hasta quedar finalmente en nada.
____ vio como el párpado del Conde empezaba a temblar. Nunca había visto un volcán en erupción, pero podía imaginar que sería algo parecido a eso.
—Niños, subid a acostaros. La señorita Greyson se quedará un rato. Ella y yo tenemos que hablar.
Las palabras de Joe habían sido pronunciadas con una calma que erizaba los pelos de la nuca. Cada sílaba cortaba el aire como una espada bien afilada. Los tres niños se quedaron mirándola como si esperaran que ella les dijese lo que debían hacer, lo que provocó que el otro párpado del Conde empezara a temblar sin ningún reparo.
—Haced lo que os ha dicho vuestro tío. Después subiré a veros.
—No contéis con ello. La conversación que mantendré con vuestra institutriz será bastante larga —dijo Joe entre dientes.
Los niños subieron las escaleras hasta el piso superior mientras la miraban con cara de pena, como si fuera un condenado a muerte, en sus últimos minutos de vida. ____ sentía a lo lejos el redoble del tambor a la espera de la señal. ¿O es que escuchaba los latidos de su corazón en los oídos? Más bien sería eso último, porque lo sentía como un caballo desbocado dentro de su pecho. De todas maneras, no se iba dejar intimidar, porque si bien había cometido una imprudencia que la había llevado a sufrir la peor humillación de su vida, tampoco era para que la mirara como si ella sólita hubiese provocado una crisis política. ____ miró a Joe de reojo. Estaba apoyado en la puerta del estudio esperando a que ella entrase. Quedaba claro que no la iba a dejar escapar. La verdad era que la idea de huir se le había pasado por la imaginación, porque la escalera estaba tentadoramente cerca, pero, era demasiada distancia hasta su cuarto como para cubrirla sin que le diera alcance. Y si así fuera, no creía que el Conde fuera muy gentil en maneras. Seguramente la arrastraría de nuevo hasta abajo, donde le daría el sermón del siglo.
Ella era una mujer adulta y no una niña de dos años, se recordó para infundirse seguridad. La misma seguridad que empezó a flaquear cuando el conde de Ashford soltó una blasfemia al mirarse en el espejo que había frente al estudio.
La verdad es que tenía el rostro manchado de chocolate, lo que hacía que su imagen pareciera un poco menos fiera. ____ no pudo evitar sonreír ante la cara de fastidio que puso mientras intentaba quitarse los manchones marrones con un pañuelo. En ese momento la miró e hizo que la sonrisa se le atragantara. Extendiendo su brazo izquierdo hacia el interior de la habitación, dijo como una tetera a punto de explotar:
—Pase o no respondo de mí.
____ hubiese jurado que incluso había tartamudeado la parte final. Eso era muy mala señal. Pasó al interior del estucho intentando mantenerse a distancia del hombre de las cavernas.
Joe sabía que no era para tanto, pero esa mujer tenía algo que hacía que perdiera los estribos de una manera alarmante. Había que reconocer que era muy buena en eso. La miró largo rato antes de pedirle que se sentara en uno de los sillones que había cerca del hogar. Ella tuvo la osadía de negar con la cabeza. Era el colmo. Parecía que disfrutaba llevándole la contraria. Hubiese sido el arma perfecta para Napoleón. Seguramente sus enemigos se hubiesen rendido con tal de tener que soportarla.
—Siéntese ya.
—Estoy mejor de pie, milord.
Joe dio un paso al frente, y antes de que pudiera saber que había ocurrido, se encontraba sentada, con el Conde a escasos centímetros de su cara, quien apoyaba las manos en los brazos del sillón y cubría el frente con el cuerpo.
—Escúcheme bien, señorita Greyson. Hoy ya ha cubierto el cupo de impertinencias. Una más y la estrangulo.
—Deduzco que está enfadado.
—¡Qué perspicaz! Tanta observación me deja abrumado. ¿Cómo habrá podido darse cuenta?
Estaba claro que eso no era una pregunta, simplemente estaba siendo sarcástico y se le notaba francamente bien.
—De acuerdo, está enfadado. ¿Y qué quiere que haga? ¿Que me ponga de rodillas y le pida perdón?
Una siniestra sonrisa se dibujó en los labios del Conde.
—Ni lo piense.
Emilia contuvo el aliento solo unos segundos antes de continuar. Sabía que el conde de Ashford tenía toda la razón del mundo para estar enfadado. No era normal ver a sus sobrinos a esas horas de la noche correteando por el vestíbulo, y menos, animados por la institutriz.
—Sé que he cometido un error y lo lamento. Solo puedo prometerle que no volverá a ocurrir.
—¡Un error! ¿Qué ha sido exactamente un error? ¿Que los niños estuviesen de juerga a la madrugada o que su institutriz pareciera una chiflada?
—¿Las dos cosas?
—____, no estoy para bromas.
El sonido de su nombre en sus labios tuvo un efecto en ella difícil de ignorar. Era la primera vez que la llamaba así. Hasta ese momento siempre se había dirigido a ella como señorita Greyson, un apellido que no era el suyo, sino el de la mujer cuyo papel estaba representando Sin embargo, al escucharlo decir su nombre...
—¿Qué le ocurre? ¿Se ha quedado muda de repente?
____ tuvo que reconocer que parte del encanto se había disipado porque ¿no era verdad que la primera vez que la llamaba ____ era porque estaba enfadado, a punto de que se le saltaran las venas del cuello?
—No es que no quisiera decir algo que haga que su vena de ahí estalle en mil pedazos. Joe cerró los ojos un momento pidiendo al cielo que le diera la paciencia necesaria.
—Por favor, arriésguese.
—De acuerdo, pero ¿podría dejarme un poco de espacio?
Joe se alejó unos pasos y se sentó en el sillón de enfrente, apoyando en las rodillas e inclinándose levemente hacia delante.
—Margareth tuvo una pesadilla. Yo ya estaba en mi cama intentando dormir cuando la oí quejarse. Fui al cuarto, la desperté y estuvimos hablando.
—¿Y…?
____ puso cara de póquer, y Joe empezó a desesperarse.
—¿Cómo demonios acabó aquí abajo con los tres niños?
—Anthony y Lizzy se despertaron al oír a su hermana. Después, como no podían dormir, se me ocurrió que un chocolate bien caliente les haría conciliar el sueño.
—Dígame —le dijo Joe levantando una ceja—, ¿bebieron el chocolate o se lo tiraron por encima?
—Eso fue un accidente. A la pobre Lizzy se le escapó la taza y...
—¡Está bien, déjelo!
—Usted quiso que se lo explicara. —____ vio que Joe apretaba los dientes mientras se llevaba una mano a la cabeza para luego bajarla hasta el cuello. Cuando la miró, un los ojos como si la luz le molestara. Durante la conversación lo había hecho varias veces, pero pensaba que era producto del enfado… ahora no estaba muy segura. —¿Está bien?
—Si, perfectamente. Es muy tarde, así que váyase a dormir. ____ se levantó y, deseándole buenas noches, se dispuso abandono la habitación. Desde la puerta lo miró y sus sospechas se incrementándose. El conde de Ashford se sujetaba la cabeza con ambas manos frotándose las sienes. Era una jaqueca y de las fuertes. Sabía reconocerlas porque durante toda su vida había convivido con las de su tía.
Sin saber por qué, le angustiaba verlo así. Su tía utilizaba un remedio casero a base de hierbas. A Francesca, con lo despistada que era, siempre se le olvidaban y para ____ se hizo una costumbre llevar varias encima. Subió a su habitación lo más rápido que pudo esperaba que esta vez no las hubiese dejado atrás. Miró en su bolso y suspira ver que allí estaban. Hizo una infusión con ellas y volvió al estudio, Joe había echado la cabeza hacia atrás apoyándola en el sillón, en un intento de calmar el insistente dolor. Esa jaqueca lo había tomado por sorpresa. Generalmente empezaba con un leve malestar, que a veces se pasaba sin más y otras le producía la jaqueca que tanto odiaba. No iba a echarle la culpa a la institutriz, pero estaba claro que su enfrentamiento no había hecho nada por calmar el dolor, era una mujer desesperante que tenía las agallas de hacerle frente. Muchos hombres curtidos se habían sentido intimidados por su mirada, mientras que la señorita Greyson se había atrevido a bromear sobre su evidente irritación. A su pesar, tuvo que sonreír porque esa mujer exasperante, impertinente y sabelotodo, en el fondo, lo intrigaba, porque como estaba empezando a descubrir, había cosas en ella que no eran lo que parecían. Se había quedado de piedra al verla patinar en bata por el vestíbulo. ¡Dios mío, y solo llevaba allí una semana!
—Tómese esto.
Se sobresaltó al oír la voz de la señorita Greyson. Al abrir los ojos la vio a su lado ofreciéndole un vaso con un líquido de color verde de no muy buen aspecto.
—¿Intenta envenenarme?
—Es una buena idea, pero no. No creo que quedara muy bien en mi carta de recomendación.
—Muy graciosa. ¿Qué es? —Es para su jaqueca. —¿Cómo ha sabido que...?
—Es fácil. Entorna los ojos, se mesa los cabellos, se masajea el cuello y las sienes.
—Entiendo.
—Mi tía sufría fuertes jaquecas y nada le servía hasta que un boticario le dio unas hierbas. Desde entonces nunca le faltan. No se le quitará del todo, pero le aliviará el dolor.
Joe tomó el vaso con dos dedos y acercándoselo a la boca lo bebió de un tirón .
—Espero que esto funcione, señorita Greyson, porque es lo más horrible que he probado en mi vida.
—Sí —dijo ____ riendo—, eso mismo decía mi tía.
El Conde la miró fijamente durante unos segundos antes de apoyar nuevamente la cabeza en el respaldo del sillón.
—¿Desde cuándo sufre estas jaquecas? Joe hizo una mueca al recordar la travesura infantil. Cuando era solo un niño siempre estaba andando detrás de Kevin. Un día quise hacer lo mismo que él y me subí a un árbol. Me caí de una altura considerable y desde entonces tengo estos dolores.
—Tiene suerte. Podría haberse matado.
—Sí, eso mismo dijo mi padre. Primero me abrazó, después dejó que me recuperara y cuando el médico le dijo que estaba bien me castigo casi de por vida. Nunca olvidaré su cara al levantarme del suelo. Nunca lo había visto tan asustado.
—Debía de quererlo mucho.
Joe percibió una nota de pesar en sus palabras. La miró fijamente. Con la bata fuertemente anudada, su silueta era casi exquisita. Nunca hubiese podido imaginarlo después de haberla visto con esos vestidos anchos y sobrios. Sus ojos, que ocultaba tras gruesas gafas, parecían querer esquivar los suyos en un intento de no dejarle ver algo que la hacía vulnerable. «En eso nos parecemos», se dijo mientras empezaba a sentir una extraña necesidad de saber más cosas de ella.
—Imagino que su padre la mimaría.
____ apartó la mirada. Ese hombre parecía leer en sus ojos.
—No llegué a conocer a mi padre.
—Lo lamento.
—No importa. No se puede echar en falta algo que no se tiene.
—Yo creo que sí —le dijo suavemente.
Parecía que la comprendía más de lo que ella pudiese esperar y eso la asustaba. Aun interpretando un papel, Joe parecía poder ver a la verdadera ____.
—Lamento sinceramente lo de esta noche —le dijo intentando cambiar de tema—. No tenía la intención de montar el número del patinaje, pero intentaba que los niños se sintieran mejor. ¿Sabía que se culpan de la muerte de su madre?
Joe se inclinó hacia ella prestándole toda su atención.
— No, no lo sabía. ¿Por qué se culpan?
— Quiero que me prometa que esto no saldrá de aquí. Esos niños han confiado en mí y no quiero que crean que los traiciono.
—Entonces, ¿por qué me lo cuenta?
—Anthony lo admira y Margareth siempre está pendiente de sus palabras. No pueden contarle a su padre que se culpan. Quizá Margareth podría decírselo a Amelia o a Sarah, pero Anthony no. Quiere hacerse el fuerte tanto por él como por sus hermanas. Necesita hablar con alguien y creo que usted sería la persona adecuada.
—Hablaré con él.
—Gracias. ¿Sabe que hemos estado más de un minuto sin discutir?
—Sí, y eso me lleva a preguntarle, ¿qué diablos llevaba esa infusión?
____ no pudo evitar soltar una carcajada.
—Debería reír más —dijo Joe en un susurro—, no parecería tan estirada.
—Veo que las hierbas están empezando a surtir efecto.
—Así es —le contestó con una sonrisa en los labios.
—Debo irme a la cama. Espero que descanse bien.
Al pasar por su lado, Joe le tomó la muñeca, con lo que ____ Sintió como todo Su cuerpo se estremecía al contacto de su mano.
—Gracias.
—¿Qué? —dijo ____.
—Por las hierbas.
—De nada. Buenas noches.
Antes de un segundo, ya estaba subiendo las escaleras hacia la primera planta. Había salido de allí como si en ello le fuese la vida. Ya no podía mentirse más. Tenía un serio problema.
____ SE FUE TEMPRANO A DESCANSAR. Había cenado tranquilamente con Amelia y Sarah. No había visto al conde de Ashford desde que por la tarde este saliera a visitar las parcelas de alguno de los arrendatarios.
La verdad es que la conversación de esa tarde con Sarah la había hecho pensar y no quería hacerlo, porque ese hombre ya la ponía suficientemente nerviosa tal y como estaban las cosas. Había podido aminorar eso gracias a lo furiosa que la ponía cada vez que estaba cerca, pero si empezaba a creer que después de todo el conde de Ashford tenía corazón, entonces tendría un serio problema.
Llevaba una hora leyendo La Odisea sin que el sueño la venciera. Demasiadas cosas en qué pensar y pocas ganas de ahondar en ello. Estaba por cerrar el libro y ponerse a dar vueltas en la cama, cuando un quejido parecido a un llanto llegó hasta ella. Aguzó el oído para comprobar que lo que había oído no era fruto de su imaginación, cuando de nuevo un sonido lastimero la empujó a levantarse, tomar su bata y salir de la habitación. Menos mal que no se había quitado todavía el maquillaje.
Ahora que estaba en el pasillo, el quejido se oía más claramente. Provenía de una de las habitaciones de los niños. Anduvo varios pasos hasta que se encontró frente a la puerta de la habitación de Margareth y Lizzy, y la abrió sin más demora. Dejó la lámpara que llevaba en su mano encima de la mesa que separaba las camas de las niñas y miró ambos lados. Lizzy estaba durmiendo como un angelito mientras que Margareth empezaba a gritar en sueños.
—Por favor, mamá, por favor, no me dejes. ____ se sentó en el borde de la cama y con mucho cuidado movió a la niña llamándola en un susurro.
—Margareth, despierta..., es una pesadilla. Margareth abrió los ojos mirándola fijamente. —Tranquila, ha sido una pesadilla, ¿estás bien? ____ intentó que la niña reaccionara. Parecía tan asustada e indefensa con sus enormes ojos mirándola sin comprender, que antes de pensarlo la abrazó fuerte acunándola en sus brazos. Margareth empezó a decir: "Lo siento, lo siento", mientras unos sollozos desgarradores salían de su garganta.
—Shh..., tranquila, ya ha pasado.
—Ella estaba allí tumbada y tan pálida, y yo la llamaba, pero no me contestaba. Quería que me perdonara.
____ sabía que estaba hablando de la muerte de su madre.
—¿Por qué querías que te perdonara?
Margareth se abrazó más fuerte a ella.
—Por mi culpa se puso enferma.
—Eso no es cierto.
La niña se apartó de ____ sin poder mirarla a los ojos.
—Margareth, mírame, ¿por qué crees eso?
La niña negó con la cabeza enérgicamente.
—Nosotros le rogamos que nos llevara a casa de la señora Milton.
____ se sobresaltó al oír la voz de Anthony a sus espaldas.
—Ella no quería ir, pero al final accedió porque le pedimos una y otra vez que nos llevara. Nosotros solo queríamos jugar con sus hijos.
En ese momento, Anthony le pareció un hombre y no el niño de siete años que era. La expresión siempre risueña que hacía brillar constantemente sus ojos había desaparecido para dar lugar a una tristeza que hacía que se le encogiese el corazón. Sabía que Anthony todavía no había terminado. No quería interrumpirlo cuando, por fin, parecía que iba a sacar todo aquello que le venía corroyendo el alma desde hacía tiempo, y que sumía su infancia en un profundo pesar.
Anthony se acercó a su hermana, la tomó de la mano y miró a ____.
—La doncella de la señora Milton estaba enferma de unas fiebres. A los pocos días, mamá enfermó.
—¿Y creéis que vosotros tenéis la culpa de ello?
—Si no la hubiésemos hecho ir allí, ella no se hubiese puesto enferma —dijo Margareth mientras intentaba reprimir un sollozo.
—Por el amor de Dios, solo sois unos niños. No podíais saber que la doncella estaba enferma, ni que pasaría lo que después ocurrió. Además, ¿quién os dice que vuestra madre se contagió de esa mujer? Pudo haberse contagiado en cualquier otro lugar. Incluso vosotros podíais haber caído enfermos y entonces, ¿también vuestra madre tendría que haberse sentido culpable por haberos llevado allí? Estoy segura de que os quería más a que nada en el mundo, y sufriría enormemente si supiera como os culpáis por su muerte. ¿Qué crees, Anthony? ¿Qué crees que le gustaría a tu madre, ver cómo te castigas o ver cómo amas la vida que tienes por delante aprovechándola para convertirte en el hombre que siempre esperó que fueras? ¿Cómo la honrarías más? Y tu, Margareth, ¿qué opinas? ¿Qué querría ella?
—Mamá siempre estaba alegre. Decía que había que saborear cada día corno si fuera una gran taza de chocolate —dijo Anthony esbozando una sonrisa.
—¿Lo ves?
—____ —dijo Margareth casi en un susurro—, ¿entonces tú crees que ella nos ha perdonado?
—Creo que no tiene nada que perdonar. Vosotros erais su vida y por nada del mundo os hubiese culpado de nada de lo que ocurrió. Fue una desgracia que nada tuvo que ver con vosotros. En la vida esas cosas suceden. Son dolorosas y frustrantes, y siempre tendemos a buscar un culpable porque nos cuesta entender que algo así pueda acontecer, pero no es culpa vuestra, no lo es. Y ahora, venid aquí y dadme un abrazo.
—¡Puaj! —dijo Anthony levantando una ceja, haciendo que su hermana sonriera.
—Yo sí quiero un abrazo —dijo la pequeña Lizzy estrujándose los ojos con los nudillos.
—¿Qué haces despierta?
—No dejáis de hablar.
—Sí, es verdad. Ven aquí, cariño.
____ la tomó en brazos mientras se le ocurría una idea.
—Ya que estamos todos despiertos y por lo que veo con pocas ganas de dormir, ¿por qué no hacemos una travesura?
—¿Como qué? —preguntó Anthony que siempre se apuntaba a todo lo que no fuera hacer lo debido.
—Cuando no podía dormir, mi tía siempre me llevaba a la cocina y preparaba un chocolate bien caliente.
—Pero es medianoche, y no habrá nadie levantado —dijo Margareth.
—Por eso es divertido —le contestó Anthony.
—Entonces, ¿nos adentramos en el peligroso mundo de lo desconocido?
Anthony hizo una reverencia con una elegancia inusual para su corta edad.
—Desde luego, mi capitana.
—Este chocolate está delicioso —dijo Margareth mientas tomaba una segunda taza.
Les había costado más de un cuarto de hora encontrar el chocolate y un recipiente para prepararlo, pero había merecido la pena. Todos habían cooperado como si el hecho de estar haciendo algo indebido realzara el sabor de ese chocolate hasta convertirlo en un delicioso manjar.
—¿Todas las institutrices son como tú? —le preguntó Lizzy. Anthony miró a su hermana pequeña mientras le sostenía el tazón que la niña apenas podía levantar.
—No lo creo.
—¿Por qué? ¿No te gusta como soy? —le pregunto ____ divertida.
—Claro que me gusta, señorita Greyson, solo es que si todas las institutrices son como usted, entonces no entiendo por qué Tony y Margareth no querían que se quedara.
A Anthony se le escapó el tazón de Lizzy, con lo que manchó el camisón de su hermana desde al cuello hasta los pies.
—Lizzy, nunca aprenderás a mantener la boca cerrada.
—¿Qué he hecho ahora?
Margareth tocó la mano de ____ para que le prestara atención.
—Señorita Greyson, eso era antes, cuando no la conocíamos, pero ahora nos alegramos de que esté aquí.
Anthony asintió con la cabeza, mientras intentaba limpiar a Lizzy.
—Gracias —dijo ____ emocionada—. Anthony, déjame a mí le dijo alzando a la niña—. Esto no tiene arreglo, así que será mejor que subamos a cambiarte, hace horas que deberíais estar durmiendo.
Todos salieron de la cocina atravesando el pasillo que llevaba hasta el vestíbulo. Anthony se escurrió mientras corría detrás de ellas y el descubrimiento lo fascinó.
—Eh, señorita Greyson, por aquí se puede patinar.
En un santiamén, todos estaban deslizándose sobre el finísimo piso lustrado camino a las escaleras.
Joe parpadeó varias veces para cerciorarse de que no estaba viendo visiones. Había previsto llegar para la cena, pero el molino del viejo Dickins, al que se le había roto un eje, lo había retrasado lo indecible. Al llegar era ya medianoche y todos parecían estar dormidos. Se había detenido en el estudio unos minutos para: beber una copa de coñac y poder tomarse un momento antes de subir a su habitación cuando unos sonidos de risas entrecortadas le llegaron desde el vestíbulo. Creyendo que algún criado coqueteaba abiertamente con una de las sirvientas, se levantó y vio algo parecido a su sobrino, en camisón, deslizándose por el suelo mientras hacía aspavientos con los brazos en un intento desesperado por no chocar contra la baranda de la escalera principal. Con una rápida reacción, lo tomó al vuelo y evitó que el niño se estampara contra la madera.
Antes de poder decir nada, Margareth y Lizzy chocaron con su espalda, sobresaltadas al darse cuenta de que las habían descubierto en plena acción.
—¿Pero qué...?
No pudo terminar la frase porque la institutriz, la que debía ser modelo de disciplina y autoridad para sus sobrinos, estaba en bata patinando detrás de los niños como una colegiala.
—Allá voy, niños...
A ____ se le cortó la respiración. Allí delante, a tan solo unos metros, estaba el conde de Ashford mirándola primero con estupefacción y después con una frialdad extrema. Hizo todo lo posible por frenar, pero fue inútil. Se estampó contra él, lo que hizo que perdiera el equilibrio y quedara despatarrada en el suelo junto a sus pies. Hubiese querido que la tierra se la tragara y de buena gana se hubiese encerrado en un calabozo oscuro y frío y hubiese tirado la llave.
Joe estaba controlándose para no ponerse a gritar allí mismo. Dejó a Anthony en el suelo, respirando lentamente para calmarlas ganas que tenía de estrangular a aquella mujer. Se pasó la mano por la cara sintiendo que algo pringoso se le pegaba a la mejilla.
—¿Pero qué demonios...?
—Chocolate —dijo Anthony en un susurro. La voz se le había ido apagando al ver la expresión de su tío, hasta quedar finalmente en nada.
____ vio como el párpado del Conde empezaba a temblar. Nunca había visto un volcán en erupción, pero podía imaginar que sería algo parecido a eso.
—Niños, subid a acostaros. La señorita Greyson se quedará un rato. Ella y yo tenemos que hablar.
Las palabras de Joe habían sido pronunciadas con una calma que erizaba los pelos de la nuca. Cada sílaba cortaba el aire como una espada bien afilada. Los tres niños se quedaron mirándola como si esperaran que ella les dijese lo que debían hacer, lo que provocó que el otro párpado del Conde empezara a temblar sin ningún reparo.
—Haced lo que os ha dicho vuestro tío. Después subiré a veros.
—No contéis con ello. La conversación que mantendré con vuestra institutriz será bastante larga —dijo Joe entre dientes.
Los niños subieron las escaleras hasta el piso superior mientras la miraban con cara de pena, como si fuera un condenado a muerte, en sus últimos minutos de vida. ____ sentía a lo lejos el redoble del tambor a la espera de la señal. ¿O es que escuchaba los latidos de su corazón en los oídos? Más bien sería eso último, porque lo sentía como un caballo desbocado dentro de su pecho. De todas maneras, no se iba dejar intimidar, porque si bien había cometido una imprudencia que la había llevado a sufrir la peor humillación de su vida, tampoco era para que la mirara como si ella sólita hubiese provocado una crisis política. ____ miró a Joe de reojo. Estaba apoyado en la puerta del estudio esperando a que ella entrase. Quedaba claro que no la iba a dejar escapar. La verdad era que la idea de huir se le había pasado por la imaginación, porque la escalera estaba tentadoramente cerca, pero, era demasiada distancia hasta su cuarto como para cubrirla sin que le diera alcance. Y si así fuera, no creía que el Conde fuera muy gentil en maneras. Seguramente la arrastraría de nuevo hasta abajo, donde le daría el sermón del siglo.
Ella era una mujer adulta y no una niña de dos años, se recordó para infundirse seguridad. La misma seguridad que empezó a flaquear cuando el conde de Ashford soltó una blasfemia al mirarse en el espejo que había frente al estudio.
La verdad es que tenía el rostro manchado de chocolate, lo que hacía que su imagen pareciera un poco menos fiera. ____ no pudo evitar sonreír ante la cara de fastidio que puso mientras intentaba quitarse los manchones marrones con un pañuelo. En ese momento la miró e hizo que la sonrisa se le atragantara. Extendiendo su brazo izquierdo hacia el interior de la habitación, dijo como una tetera a punto de explotar:
—Pase o no respondo de mí.
____ hubiese jurado que incluso había tartamudeado la parte final. Eso era muy mala señal. Pasó al interior del estucho intentando mantenerse a distancia del hombre de las cavernas.
Joe sabía que no era para tanto, pero esa mujer tenía algo que hacía que perdiera los estribos de una manera alarmante. Había que reconocer que era muy buena en eso. La miró largo rato antes de pedirle que se sentara en uno de los sillones que había cerca del hogar. Ella tuvo la osadía de negar con la cabeza. Era el colmo. Parecía que disfrutaba llevándole la contraria. Hubiese sido el arma perfecta para Napoleón. Seguramente sus enemigos se hubiesen rendido con tal de tener que soportarla.
—Siéntese ya.
—Estoy mejor de pie, milord.
Joe dio un paso al frente, y antes de que pudiera saber que había ocurrido, se encontraba sentada, con el Conde a escasos centímetros de su cara, quien apoyaba las manos en los brazos del sillón y cubría el frente con el cuerpo.
—Escúcheme bien, señorita Greyson. Hoy ya ha cubierto el cupo de impertinencias. Una más y la estrangulo.
—Deduzco que está enfadado.
—¡Qué perspicaz! Tanta observación me deja abrumado. ¿Cómo habrá podido darse cuenta?
Estaba claro que eso no era una pregunta, simplemente estaba siendo sarcástico y se le notaba francamente bien.
—De acuerdo, está enfadado. ¿Y qué quiere que haga? ¿Que me ponga de rodillas y le pida perdón?
Una siniestra sonrisa se dibujó en los labios del Conde.
—Ni lo piense.
Emilia contuvo el aliento solo unos segundos antes de continuar. Sabía que el conde de Ashford tenía toda la razón del mundo para estar enfadado. No era normal ver a sus sobrinos a esas horas de la noche correteando por el vestíbulo, y menos, animados por la institutriz.
—Sé que he cometido un error y lo lamento. Solo puedo prometerle que no volverá a ocurrir.
—¡Un error! ¿Qué ha sido exactamente un error? ¿Que los niños estuviesen de juerga a la madrugada o que su institutriz pareciera una chiflada?
—¿Las dos cosas?
—____, no estoy para bromas.
El sonido de su nombre en sus labios tuvo un efecto en ella difícil de ignorar. Era la primera vez que la llamaba así. Hasta ese momento siempre se había dirigido a ella como señorita Greyson, un apellido que no era el suyo, sino el de la mujer cuyo papel estaba representando Sin embargo, al escucharlo decir su nombre...
—¿Qué le ocurre? ¿Se ha quedado muda de repente?
____ tuvo que reconocer que parte del encanto se había disipado porque ¿no era verdad que la primera vez que la llamaba ____ era porque estaba enfadado, a punto de que se le saltaran las venas del cuello?
—No es que no quisiera decir algo que haga que su vena de ahí estalle en mil pedazos. Joe cerró los ojos un momento pidiendo al cielo que le diera la paciencia necesaria.
—Por favor, arriésguese.
—De acuerdo, pero ¿podría dejarme un poco de espacio?
Joe se alejó unos pasos y se sentó en el sillón de enfrente, apoyando en las rodillas e inclinándose levemente hacia delante.
—Margareth tuvo una pesadilla. Yo ya estaba en mi cama intentando dormir cuando la oí quejarse. Fui al cuarto, la desperté y estuvimos hablando.
—¿Y…?
____ puso cara de póquer, y Joe empezó a desesperarse.
—¿Cómo demonios acabó aquí abajo con los tres niños?
—Anthony y Lizzy se despertaron al oír a su hermana. Después, como no podían dormir, se me ocurrió que un chocolate bien caliente les haría conciliar el sueño.
—Dígame —le dijo Joe levantando una ceja—, ¿bebieron el chocolate o se lo tiraron por encima?
—Eso fue un accidente. A la pobre Lizzy se le escapó la taza y...
—¡Está bien, déjelo!
—Usted quiso que se lo explicara. —____ vio que Joe apretaba los dientes mientras se llevaba una mano a la cabeza para luego bajarla hasta el cuello. Cuando la miró, un los ojos como si la luz le molestara. Durante la conversación lo había hecho varias veces, pero pensaba que era producto del enfado… ahora no estaba muy segura. —¿Está bien?
—Si, perfectamente. Es muy tarde, así que váyase a dormir. ____ se levantó y, deseándole buenas noches, se dispuso abandono la habitación. Desde la puerta lo miró y sus sospechas se incrementándose. El conde de Ashford se sujetaba la cabeza con ambas manos frotándose las sienes. Era una jaqueca y de las fuertes. Sabía reconocerlas porque durante toda su vida había convivido con las de su tía.
Sin saber por qué, le angustiaba verlo así. Su tía utilizaba un remedio casero a base de hierbas. A Francesca, con lo despistada que era, siempre se le olvidaban y para ____ se hizo una costumbre llevar varias encima. Subió a su habitación lo más rápido que pudo esperaba que esta vez no las hubiese dejado atrás. Miró en su bolso y suspira ver que allí estaban. Hizo una infusión con ellas y volvió al estudio, Joe había echado la cabeza hacia atrás apoyándola en el sillón, en un intento de calmar el insistente dolor. Esa jaqueca lo había tomado por sorpresa. Generalmente empezaba con un leve malestar, que a veces se pasaba sin más y otras le producía la jaqueca que tanto odiaba. No iba a echarle la culpa a la institutriz, pero estaba claro que su enfrentamiento no había hecho nada por calmar el dolor, era una mujer desesperante que tenía las agallas de hacerle frente. Muchos hombres curtidos se habían sentido intimidados por su mirada, mientras que la señorita Greyson se había atrevido a bromear sobre su evidente irritación. A su pesar, tuvo que sonreír porque esa mujer exasperante, impertinente y sabelotodo, en el fondo, lo intrigaba, porque como estaba empezando a descubrir, había cosas en ella que no eran lo que parecían. Se había quedado de piedra al verla patinar en bata por el vestíbulo. ¡Dios mío, y solo llevaba allí una semana!
—Tómese esto.
Se sobresaltó al oír la voz de la señorita Greyson. Al abrir los ojos la vio a su lado ofreciéndole un vaso con un líquido de color verde de no muy buen aspecto.
—¿Intenta envenenarme?
—Es una buena idea, pero no. No creo que quedara muy bien en mi carta de recomendación.
—Muy graciosa. ¿Qué es? —Es para su jaqueca. —¿Cómo ha sabido que...?
—Es fácil. Entorna los ojos, se mesa los cabellos, se masajea el cuello y las sienes.
—Entiendo.
—Mi tía sufría fuertes jaquecas y nada le servía hasta que un boticario le dio unas hierbas. Desde entonces nunca le faltan. No se le quitará del todo, pero le aliviará el dolor.
Joe tomó el vaso con dos dedos y acercándoselo a la boca lo bebió de un tirón .
—Espero que esto funcione, señorita Greyson, porque es lo más horrible que he probado en mi vida.
—Sí —dijo ____ riendo—, eso mismo decía mi tía.
El Conde la miró fijamente durante unos segundos antes de apoyar nuevamente la cabeza en el respaldo del sillón.
—¿Desde cuándo sufre estas jaquecas? Joe hizo una mueca al recordar la travesura infantil. Cuando era solo un niño siempre estaba andando detrás de Kevin. Un día quise hacer lo mismo que él y me subí a un árbol. Me caí de una altura considerable y desde entonces tengo estos dolores.
—Tiene suerte. Podría haberse matado.
—Sí, eso mismo dijo mi padre. Primero me abrazó, después dejó que me recuperara y cuando el médico le dijo que estaba bien me castigo casi de por vida. Nunca olvidaré su cara al levantarme del suelo. Nunca lo había visto tan asustado.
—Debía de quererlo mucho.
Joe percibió una nota de pesar en sus palabras. La miró fijamente. Con la bata fuertemente anudada, su silueta era casi exquisita. Nunca hubiese podido imaginarlo después de haberla visto con esos vestidos anchos y sobrios. Sus ojos, que ocultaba tras gruesas gafas, parecían querer esquivar los suyos en un intento de no dejarle ver algo que la hacía vulnerable. «En eso nos parecemos», se dijo mientras empezaba a sentir una extraña necesidad de saber más cosas de ella.
—Imagino que su padre la mimaría.
____ apartó la mirada. Ese hombre parecía leer en sus ojos.
—No llegué a conocer a mi padre.
—Lo lamento.
—No importa. No se puede echar en falta algo que no se tiene.
—Yo creo que sí —le dijo suavemente.
Parecía que la comprendía más de lo que ella pudiese esperar y eso la asustaba. Aun interpretando un papel, Joe parecía poder ver a la verdadera ____.
—Lamento sinceramente lo de esta noche —le dijo intentando cambiar de tema—. No tenía la intención de montar el número del patinaje, pero intentaba que los niños se sintieran mejor. ¿Sabía que se culpan de la muerte de su madre?
Joe se inclinó hacia ella prestándole toda su atención.
— No, no lo sabía. ¿Por qué se culpan?
— Quiero que me prometa que esto no saldrá de aquí. Esos niños han confiado en mí y no quiero que crean que los traiciono.
—Entonces, ¿por qué me lo cuenta?
—Anthony lo admira y Margareth siempre está pendiente de sus palabras. No pueden contarle a su padre que se culpan. Quizá Margareth podría decírselo a Amelia o a Sarah, pero Anthony no. Quiere hacerse el fuerte tanto por él como por sus hermanas. Necesita hablar con alguien y creo que usted sería la persona adecuada.
—Hablaré con él.
—Gracias. ¿Sabe que hemos estado más de un minuto sin discutir?
—Sí, y eso me lleva a preguntarle, ¿qué diablos llevaba esa infusión?
____ no pudo evitar soltar una carcajada.
—Debería reír más —dijo Joe en un susurro—, no parecería tan estirada.
—Veo que las hierbas están empezando a surtir efecto.
—Así es —le contestó con una sonrisa en los labios.
—Debo irme a la cama. Espero que descanse bien.
Al pasar por su lado, Joe le tomó la muñeca, con lo que ____ Sintió como todo Su cuerpo se estremecía al contacto de su mano.
—Gracias.
—¿Qué? —dijo ____.
—Por las hierbas.
—De nada. Buenas noches.
Antes de un segundo, ya estaba subiendo las escaleras hacia la primera planta. Había salido de allí como si en ello le fuese la vida. Ya no podía mentirse más. Tenía un serio problema.
Cande Luque
Re: "Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada
Capítulo 8
____ SE FUE TEMPRANO A DESCANSAR. Había cenado tranquilamente con Amelia y Sarah. No había visto al conde de Ashford desde que por la tarde este saliera a visitar las parcelas de alguno de los arrendatarios.
La verdad es que la conversación de esa tarde con Sarah la había hecho pensar y no quería hacerlo, porque ese hombre ya la ponía suficientemente nerviosa tal y como estaban las cosas. Había podido aminorar eso gracias a lo furiosa que la ponía cada vez que estaba cerca, pero si empezaba a creer que después de todo el conde de Ashford tenía corazón, entonces tendría un serio problema.
Llevaba una hora leyendo La Odisea sin que el sueño la venciera. Demasiadas cosas en qué pensar y pocas ganas de ahondar en ello. Estaba por cerrar el libro y ponerse a dar vueltas en la cama, cuando un quejido parecido a un llanto llegó hasta ella. Aguzó el oído para comprobar que lo que había oído no era fruto de su imaginación, cuando de nuevo un sonido lastimero la empujó a levantarse, tomar su bata y salir de la habitación. Menos mal que no se había quitado todavía el maquillaje.
Ahora que estaba en el pasillo, el quejido se oía más claramente. Provenía de una de las habitaciones de los niños. Anduvo varios pasos hasta que se encontró frente a la puerta de la habitación de Margareth y Lizzy, y la abrió sin más demora. Dejó la lámpara que llevaba en su mano encima de la mesa que separaba las camas de las niñas y miró ambos lados. Lizzy estaba durmiendo como un angelito mientras que Margareth empezaba a gritar en sueños.
—Por favor, mamá, por favor, no me dejes. ____ se sentó en el borde de la cama y con mucho cuidado movió a la niña llamándola en un susurro.
—Margareth, despierta..., es una pesadilla. Margareth abrió los ojos mirándola fijamente. —Tranquila, ha sido una pesadilla, ¿estás bien? ____ intentó que la niña reaccionara. Parecía tan asustada e indefensa con sus enormes ojos mirándola sin comprender, que antes de pensarlo la abrazó fuerte acunándola en sus brazos. Margareth empezó a decir: "Lo siento, lo siento", mientras unos sollozos desgarradores salían de su garganta.
—Shh..., tranquila, ya ha pasado.
—Ella estaba allí tumbada y tan pálida, y yo la llamaba, pero no me contestaba. Quería que me perdonara.
____ sabía que estaba hablando de la muerte de su madre.
—¿Por qué querías que te perdonara?
Margareth se abrazó más fuerte a ella.
—Por mi culpa se puso enferma.
—Eso no es cierto.
La niña se apartó de ____ sin poder mirarla a los ojos.
—Margareth, mírame, ¿por qué crees eso?
La niña negó con la cabeza enérgicamente.
—Nosotros le rogamos que nos llevara a casa de la señora Milton.
____ se sobresaltó al oír la voz de Anthony a sus espaldas.
—Ella no quería ir, pero al final accedió porque le pedimos una y otra vez que nos llevara. Nosotros solo queríamos jugar con sus hijos.
En ese momento, Anthony le pareció un hombre y no el niño de siete años que era. La expresión siempre risueña que hacía brillar constantemente sus ojos había desaparecido para dar lugar a una tristeza que hacía que se le encogiese el corazón. Sabía que Anthony todavía no había terminado. No quería interrumpirlo cuando, por fin, parecía que iba a sacar todo aquello que le venía corroyendo el alma desde hacía tiempo, y que sumía su infancia en un profundo pesar.
Anthony se acercó a su hermana, la tomó de la mano y miró a ____.
—La doncella de la señora Milton estaba enferma de unas fiebres. A los pocos días, mamá enfermó.
—¿Y creéis que vosotros tenéis la culpa de ello?
—Si no la hubiésemos hecho ir allí, ella no se hubiese puesto enferma —dijo Margareth mientras intentaba reprimir un sollozo.
—Por el amor de Dios, solo sois unos niños. No podíais saber que la doncella estaba enferma, ni que pasaría lo que después ocurrió. Además, ¿quién os dice que vuestra madre se contagió de esa mujer? Pudo haberse contagiado en cualquier otro lugar. Incluso vosotros podíais haber caído enfermos y entonces, ¿también vuestra madre tendría que haberse sentido culpable por haberos llevado allí? Estoy segura de que os quería más a que nada en el mundo, y sufriría enormemente si supiera como os culpáis por su muerte. ¿Qué crees, Anthony? ¿Qué crees que le gustaría a tu madre, ver cómo te castigas o ver cómo amas la vida que tienes por delante aprovechándola para convertirte en el hombre que siempre esperó que fueras? ¿Cómo la honrarías más? Y tu, Margareth, ¿qué opinas? ¿Qué querría ella?
—Mamá siempre estaba alegre. Decía que había que saborear cada día corno si fuera una gran taza de chocolate —dijo Anthony esbozando una sonrisa.
—¿Lo ves?
—____ —dijo Margareth casi en un susurro—, ¿entonces tú crees que ella nos ha perdonado?
—Creo que no tiene nada que perdonar. Vosotros erais su vida y por nada del mundo os hubiese culpado de nada de lo que ocurrió. Fue una desgracia que nada tuvo que ver con vosotros. En la vida esas cosas suceden. Son dolorosas y frustrantes, y siempre tendemos a buscar un culpable porque nos cuesta entender que algo así pueda acontecer, pero no es culpa vuestra, no lo es. Y ahora, venid aquí y dadme un abrazo.
—¡Puaj! —dijo Anthony levantando una ceja, haciendo que su hermana sonriera.
—Yo sí quiero un abrazo —dijo la pequeña Lizzy estrujándose los ojos con los nudillos.
—¿Qué haces despierta?
—No dejáis de hablar.
—Sí, es verdad. Ven aquí, cariño.
____ la tomó en brazos mientras se le ocurría una idea.
—Ya que estamos todos despiertos y por lo que veo con pocas ganas de dormir, ¿por qué no hacemos una travesura?
—¿Como qué? —preguntó Anthony que siempre se apuntaba a todo lo que no fuera hacer lo debido.
—Cuando no podía dormir, mi tía siempre me llevaba a la cocina y preparaba un chocolate bien caliente.
—Pero es medianoche, y no habrá nadie levantado —dijo Margareth.
—Por eso es divertido —le contestó Anthony.
—Entonces, ¿nos adentramos en el peligroso mundo de lo desconocido?
Anthony hizo una reverencia con una elegancia inusual para su corta edad.
—Desde luego, mi capitana.
—Este chocolate está delicioso —dijo Margareth mientas tomaba una segunda taza.
Les había costado más de un cuarto de hora encontrar el chocolate y un recipiente para prepararlo, pero había merecido la pena. Todos habían cooperado como si el hecho de estar haciendo algo indebido realzara el sabor de ese chocolate hasta convertirlo en un delicioso manjar.
—¿Todas las institutrices son como tú? —le preguntó Lizzy. Anthony miró a su hermana pequeña mientras le sostenía el tazón que la niña apenas podía levantar.
—No lo creo.
—¿Por qué? ¿No te gusta como soy? —le pregunto ____ divertida.
—Claro que me gusta, señorita Greyson, solo es que si todas las institutrices son como usted, entonces no entiendo por qué Tony y Margareth no querían que se quedara.
A Anthony se le escapó el tazón de Lizzy, con lo que manchó el camisón de su hermana desde al cuello hasta los pies.
—Lizzy, nunca aprenderás a mantener la boca cerrada.
—¿Qué he hecho ahora?
Margareth tocó la mano de ____ para que le prestara atención.
—Señorita Greyson, eso era antes, cuando no la conocíamos, pero ahora nos alegramos de que esté aquí.
Anthony asintió con la cabeza, mientras intentaba limpiar a Lizzy.
—Gracias —dijo ____ emocionada—. Anthony, déjame a mí le dijo alzando a la niña—. Esto no tiene arreglo, así que será mejor que subamos a cambiarte, hace horas que deberíais estar durmiendo.
Todos salieron de la cocina atravesando el pasillo que llevaba hasta el vestíbulo. Anthony se escurrió mientras corría detrás de ellas y el descubrimiento lo fascinó.
—Eh, señorita Greyson, por aquí se puede patinar.
En un santiamén, todos estaban deslizándose sobre el finísimo piso lustrado camino a las escaleras.
Joe parpadeó varias veces para cerciorarse de que no estaba viendo visiones. Había previsto llegar para la cena, pero el molino del viejo Dickins, al que se le había roto un eje, lo había retrasado lo indecible. Al llegar era ya medianoche y todos parecían estar dormidos. Se había detenido en el estudio unos minutos para: beber una copa de coñac y poder tomarse un momento antes de subir a su habitación cuando unos sonidos de risas entrecortadas le llegaron desde el vestíbulo. Creyendo que algún criado coqueteaba abiertamente con una de las sirvientas, se levantó y vio algo parecido a su sobrino, en camisón, deslizándose por el suelo mientras hacía aspavientos con los brazos en un intento desesperado por no chocar contra la baranda de la escalera principal. Con una rápida reacción, lo tomó al vuelo y evitó que el niño se estampara contra la madera.
Antes de poder decir nada, Margareth y Lizzy chocaron con su espalda, sobresaltadas al darse cuenta de que las habían descubierto en plena acción.
—¿Pero qué...?
No pudo terminar la frase porque la institutriz, la que debía ser modelo de disciplina y autoridad para sus sobrinos, estaba en bata patinando detrás de los niños como una colegiala.
—Allá voy, niños...
A ____ se le cortó la respiración. Allí delante, a tan solo unos metros, estaba el conde de Ashford mirándola primero con estupefacción y después con una frialdad extrema. Hizo todo lo posible por frenar, pero fue inútil. Se estampó contra él, lo que hizo que perdiera el equilibrio y quedara despatarrada en el suelo junto a sus pies. Hubiese querido que la tierra se la tragara y de buena gana se hubiese encerrado en un calabozo oscuro y frío y hubiese tirado la llave.
Joe estaba controlándose para no ponerse a gritar allí mismo. Dejó a Anthony en el suelo, respirando lentamente para calmarlas ganas que tenía de estrangular a aquella mujer. Se pasó la mano por la cara sintiendo que algo pringoso se le pegaba a la mejilla.
—¿Pero qué demonios...?
—Chocolate —dijo Anthony en un susurro. La voz se le había ido apagando al ver la expresión de su tío, hasta quedar finalmente en nada.
____ vio como el párpado del Conde empezaba a temblar. Nunca había visto un volcán en erupción, pero podía imaginar que sería algo parecido a eso.
—Niños, subid a acostaros. La señorita Greyson se quedará un rato. Ella y yo tenemos que hablar.
Las palabras de Joe habían sido pronunciadas con una calma que erizaba los pelos de la nuca. Cada sílaba cortaba el aire como una espada bien afilada. Los tres niños se quedaron mirándola como si esperaran que ella les dijese lo que debían hacer, lo que provocó que el otro párpado del Conde empezara a temblar sin ningún reparo.
—Haced lo que os ha dicho vuestro tío. Después subiré a veros.
—No contéis con ello. La conversación que mantendré con vuestra institutriz será bastante larga —dijo Joe entre dientes.
Los niños subieron las escaleras hasta el piso superior mientras la miraban con cara de pena, como si fuera un condenado a muerte, en sus últimos minutos de vida. ____ sentía a lo lejos el redoble del tambor a la espera de la señal. ¿O es que escuchaba los latidos de su corazón en los oídos? Más bien sería eso último, porque lo sentía como un caballo desbocado dentro de su pecho. De todas maneras, no se iba dejar intimidar, porque si bien había cometido una imprudencia que la había llevado a sufrir la peor humillación de su vida, tampoco era para que la mirara como si ella sólita hubiese provocado una crisis política. ____ miró a Joe de reojo. Estaba apoyado en la puerta del estudio esperando a que ella entrase. Quedaba claro que no la iba a dejar escapar. La verdad era que la idea de huir se le había pasado por la imaginación, porque la escalera estaba tentadoramente cerca, pero, era demasiada distancia hasta su cuarto como para cubrirla sin que le diera alcance. Y si así fuera, no creía que el Conde fuera muy gentil en maneras. Seguramente la arrastraría de nuevo hasta abajo, donde le daría el sermón del siglo.
Ella era una mujer adulta y no una niña de dos años, se recordó para infundirse seguridad. La misma seguridad que empezó a flaquear cuando el conde de Ashford soltó una blasfemia al mirarse en el espejo que había frente al estudio.
La verdad es que tenía el rostro manchado de chocolate, lo que hacía que su imagen pareciera un poco menos fiera. ____ no pudo evitar sonreír ante la cara de fastidio que puso mientras intentaba quitarse los manchones marrones con un pañuelo. En ese momento la miró e hizo que la sonrisa se le atragantara. Extendiendo su brazo izquierdo hacia el interior de la habitación, dijo como una tetera a punto de explotar:
—Pase o no respondo de mí.
____ hubiese jurado que incluso había tartamudeado la parte final. Eso era muy mala señal. Pasó al interior del estucho intentando mantenerse a distancia del hombre de las cavernas.
Joe sabía que no era para tanto, pero esa mujer tenía algo que hacía que perdiera los estribos de una manera alarmante. Había que reconocer que era muy buena en eso. La miró largo rato antes de pedirle que se sentara en uno de los sillones que había cerca del hogar. Ella tuvo la osadía de negar con la cabeza. Era el colmo. Parecía que disfrutaba llevándole la contraria. Hubiese sido el arma perfecta para Napoleón. Seguramente sus enemigos se hubiesen rendido con tal de tener que soportarla.
—Siéntese ya.
—Estoy mejor de pie, milord.
Joe dio un paso al frente, y antes de que pudiera saber que había ocurrido, se encontraba sentada, con el Conde a escasos centímetros de su cara, quien apoyaba las manos en los brazos del sillón y cubría el frente con el cuerpo.
—Escúcheme bien, señorita Greyson. Hoy ya ha cubierto el cupo de impertinencias. Una más y la estrangulo.
—Deduzco que está enfadado.
—¡Qué perspicaz! Tanta observación me deja abrumado. ¿Cómo habrá podido darse cuenta?
Estaba claro que eso no era una pregunta, simplemente estaba siendo sarcástico y se le notaba francamente bien.
—De acuerdo, está enfadado. ¿Y qué quiere que haga? ¿Que me ponga de rodillas y le pida perdón?
Una siniestra sonrisa se dibujó en los labios del Conde.
—Ni lo piense.
Emilia contuvo el aliento solo unos segundos antes de continuar. Sabía que el conde de Ashford tenía toda la razón del mundo para estar enfadado. No era normal ver a sus sobrinos a esas horas de la noche correteando por el vestíbulo, y menos, animados por la institutriz.
—Sé que he cometido un error y lo lamento. Solo puedo prometerle que no volverá a ocurrir.
—¡Un error! ¿Qué ha sido exactamente un error? ¿Que los niños estuviesen de juerga a la madrugada o que su institutriz pareciera una chiflada?
—¿Las dos cosas?
—____, no estoy para bromas.
El sonido de su nombre en sus labios tuvo un efecto en ella difícil de ignorar. Era la primera vez que la llamaba así. Hasta ese momento siempre se había dirigido a ella como señorita Greyson, un apellido que no era el suyo, sino el de la mujer cuyo papel estaba representando Sin embargo, al escucharlo decir su nombre...
—¿Qué le ocurre? ¿Se ha quedado muda de repente?
____ tuvo que reconocer que parte del encanto se había disipado porque ¿no era verdad que la primera vez que la llamaba ____ era porque estaba enfadado, a punto de que se le saltaran las venas del cuello?
—No es que no quisiera decir algo que haga que su vena de ahí estalle en mil pedazos. Joe cerró los ojos un momento pidiendo al cielo que le diera la paciencia necesaria.
—Por favor, arriésguese.
—De acuerdo, pero ¿podría dejarme un poco de espacio?
Joe se alejó unos pasos y se sentó en el sillón de enfrente, apoyando en las rodillas e inclinándose levemente hacia delante.
—Margareth tuvo una pesadilla. Yo ya estaba en mi cama intentando dormir cuando la oí quejarse. Fui al cuarto, la desperté y estuvimos hablando.
—¿Y…?
____ puso cara de póquer, y Joe empezó a desesperarse.
—¿Cómo demonios acabó aquí abajo con los tres niños?
—Anthony y Lizzy se despertaron al oír a su hermana. Después, como no podían dormir, se me ocurrió que un chocolate bien caliente les haría conciliar el sueño.
—Dígame —le dijo Joe levantando una ceja—, ¿bebieron el chocolate o se lo tiraron por encima?
—Eso fue un accidente. A la pobre Lizzy se le escapó la taza y...
—¡Está bien, déjelo!
—Usted quiso que se lo explicara. —____ vio que Joe apretaba los dientes mientras se llevaba una mano a la cabeza para luego bajarla hasta el cuello. Cuando la miró, un los ojos como si la luz le molestara. Durante la conversación lo había hecho varias veces, pero pensaba que era producto del enfado… ahora no estaba muy segura. —¿Está bien?
—Si, perfectamente. Es muy tarde, así que váyase a dormir. ____ se levantó y, deseándole buenas noches, se dispuso abandono la habitación. Desde la puerta lo miró y sus sospechas se incrementándose. El conde de Ashford se sujetaba la cabeza con ambas manos frotándose las sienes. Era una jaqueca y de las fuertes. Sabía reconocerlas porque durante toda su vida había convivido con las de su tía.
Sin saber por qué, le angustiaba verlo así. Su tía utilizaba un remedio casero a base de hierbas. A Francesca, con lo despistada que era, siempre se le olvidaban y para ____ se hizo una costumbre llevar varias encima. Subió a su habitación lo más rápido que pudo esperaba que esta vez no las hubiese dejado atrás. Miró en su bolso y suspira ver que allí estaban. Hizo una infusión con ellas y volvió al estudio, Joe había echado la cabeza hacia atrás apoyándola en el sillón, en un intento de calmar el insistente dolor. Esa jaqueca lo había tomado por sorpresa. Generalmente empezaba con un leve malestar, que a veces se pasaba sin más y otras le producía la jaqueca que tanto odiaba. No iba a echarle la culpa a la institutriz, pero estaba claro que su enfrentamiento no había hecho nada por calmar el dolor, era una mujer desesperante que tenía las agallas de hacerle frente. Muchos hombres curtidos se habían sentido intimidados por su mirada, mientras que la señorita Greyson se había atrevido a bromear sobre su evidente irritación. A su pesar, tuvo que sonreír porque esa mujer exasperante, impertinente y sabelotodo, en el fondo, lo intrigaba, porque como estaba empezando a descubrir, había cosas en ella que no eran lo que parecían. Se había quedado de piedra al verla patinar en bata por el vestíbulo. ¡Dios mío, y solo llevaba allí una semana!
—Tómese esto.
Se sobresaltó al oír la voz de la señorita Greyson. Al abrir los ojos la vio a su lado ofreciéndole un vaso con un líquido de color verde de no muy buen aspecto.
—¿Intenta envenenarme?
—Es una buena idea, pero no. No creo que quedara muy bien en mi carta de recomendación.
—Muy graciosa. ¿Qué es? —Es para su jaqueca. —¿Cómo ha sabido que...?
—Es fácil. Entorna los ojos, se mesa los cabellos, se masajea el cuello y las sienes.
—Entiendo.
—Mi tía sufría fuertes jaquecas y nada le servía hasta que un boticario le dio unas hierbas. Desde entonces nunca le faltan. No se le quitará del todo, pero le aliviará el dolor.
Joe tomó el vaso con dos dedos y acercándoselo a la boca lo bebió de un tirón .
—Espero que esto funcione, señorita Greyson, porque es lo más horrible que he probado en mi vida.
—Sí —dijo ____ riendo—, eso mismo decía mi tía.
El Conde la miró fijamente durante unos segundos antes de apoyar nuevamente la cabeza en el respaldo del sillón.
—¿Desde cuándo sufre estas jaquecas? Joe hizo una mueca al recordar la travesura infantil. Cuando era solo un niño siempre estaba andando detrás de Kevin. Un día quise hacer lo mismo que él y me subí a un árbol. Me caí de una altura considerable y desde entonces tengo estos dolores.
—Tiene suerte. Podría haberse matado.
—Sí, eso mismo dijo mi padre. Primero me abrazó, después dejó que me recuperara y cuando el médico le dijo que estaba bien me castigo casi de por vida. Nunca olvidaré su cara al levantarme del suelo. Nunca lo había visto tan asustado.
—Debía de quererlo mucho.
Joe percibió una nota de pesar en sus palabras. La miró fijamente. Con la bata fuertemente anudada, su silueta era casi exquisita. Nunca hubiese podido imaginarlo después de haberla visto con esos vestidos anchos y sobrios. Sus ojos, que ocultaba tras gruesas gafas, parecían querer esquivar los suyos en un intento de no dejarle ver algo que la hacía vulnerable. «En eso nos parecemos», se dijo mientras empezaba a sentir una extraña necesidad de saber más cosas de ella.
—Imagino que su padre la mimaría.
____ apartó la mirada. Ese hombre parecía leer en sus ojos.
—No llegué a conocer a mi padre.
—Lo lamento.
—No importa. No se puede echar en falta algo que no se tiene.
—Yo creo que sí —le dijo suavemente.
Parecía que la comprendía más de lo que ella pudiese esperar y eso la asustaba. Aun interpretando un papel, Joe parecía poder ver a la verdadera ____.
—Lamento sinceramente lo de esta noche —le dijo intentando cambiar de tema—. No tenía la intención de montar el número del patinaje, pero intentaba que los niños se sintieran mejor. ¿Sabía que se culpan de la muerte de su madre?
Joe se inclinó hacia ella prestándole toda su atención.
— No, no lo sabía. ¿Por qué se culpan?
— Quiero que me prometa que esto no saldrá de aquí. Esos niños han confiado en mí y no quiero que crean que los traiciono.
—Entonces, ¿por qué me lo cuenta?
—Anthony lo admira y Margareth siempre está pendiente de sus palabras. No pueden contarle a su padre que se culpan. Quizá Margareth podría decírselo a Amelia o a Sarah, pero Anthony no. Quiere hacerse el fuerte tanto por él como por sus hermanas. Necesita hablar con alguien y creo que usted sería la persona adecuada.
—Hablaré con él.
—Gracias. ¿Sabe que hemos estado más de un minuto sin discutir?
—Sí, y eso me lleva a preguntarle, ¿qué diablos llevaba esa infusión?
____ no pudo evitar soltar una carcajada.
—Debería reír más —dijo Joe en un susurro—, no parecería tan estirada.
—Veo que las hierbas están empezando a surtir efecto.
—Así es —le contestó con una sonrisa en los labios.
—Debo irme a la cama. Espero que descanse bien.
Al pasar por su lado, Joe le tomó la muñeca, con lo que ____ Sintió como todo Su cuerpo se estremecía al contacto de su mano.
—Gracias.
—¿Qué? —dijo ____.
—Por las hierbas.
—De nada. Buenas noches.
Antes de un segundo, ya estaba subiendo las escaleras hacia la primera planta. Había salido de allí como si en ello le fuese la vida. Ya no podía mentirse más. Tenía un serio problema.
Capítulo 9
DESPUÉS DE LA NOCHE ANTERIOR, CUANDO POR EL INTERVALO DE UNOS MINUTOS se permitió bajar la guardia con el conde de Ashford, debía tener más cuidado que nunca. Empezaba a descubrir cosas en ese hombre que le hacían cada vez más difícil mantener su firme determinación de ignorar su presencia. Al contrario de todo lo que había decidido hacer, se encontraba buscándolo a la hora de la comida, mirándolo furtivamente cuando él estaba descuidado, analizando sus gestos, y prestando atención a cada una de sus palabras. Era peor de lo que había pensado.
Durante toda la noche, en la que dio vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño, llegó a la lastimera conclusión de que lo que sentía por el Conde no era exactamente antipatía y mucho menos indiferencia. A cada momento se acordaba de la forma en que la había observado durante su conversación, como si pudiese desnudarla con su intensa mirada. Eso ponía en peligro su estancia allí y debía poner freno a todo contacto con él. Todavía sentía el contacto de sus dedos sobre su piel, porque el breve instante en que le tomó la muñeca fue como andar descalza sobre la hierba, sintiéndose más segura y asustada que nunca.
Esa mañana había decidido no volver a estar a solas con él. No pensaba exponerse a sentir algo más de lo que empezaba a admitir. Se vistió un poco más austera que de costumbre, si es que eso era posible, con un vestido marrón oscuro de cuello alto y cintura ancha. El cabello, del tono oscuro sin brillo que tanto le costaba conseguir, se lo recogió tirante en un moño y usó el maquillaje de siempre, con unas ojeras más pronunciadas, que por una vez no tuvo que fingir.
Ese era su día libre. No habría clases con los niños, por lo que estaba en total libertad para salir. Algunos de los empleados utilizaban ese día para ir al pueblo, otros para visitar a sus familiares y otros para estar junto a su pareja. Ella no podía hacer ninguna de las tres cosas. La familia estaba demasiado lejos, al igual que sus posibles pretendientes, que no habían sido muchos. En cuanto conocían su vena rebelde y su afilada lengua ponían tierra de por medio. Por lo visto, ser una mujer inteligente y capaz de defenderse por sí misma no estaba muy bien visto. En cuanto al pueblo, era demasiado pronto para ir, además de arriesgado. Su padre podía haber hecho llegar anuncios sobre su desaparición, y, aunque nadie que la viera podría relacionarla con aquella muchacha de unas semanas atrás en Londres; la aparición de alguien nuevo en las mismas fechas podía despertar sospechas.
Podía hacer otras cosas como leer, caminar por los jardines de la propiedad y escribir la carta que estaba retrasando a Fräulein Strauch, una vieja amiga de su tía. Vivía en Viena, aunque al igual que Francesca siempre andaba viajando de un lado a otro. Confiaba en ella para que le comunicara a su tía que estaba bien y que no había tenido ningún problema en su trabajo. Francesca entendería a qué se refería y se quedaría algo más tranquila.
Después de un copioso desayuno con huevos y jamón, dejó a Sarah y a Amelia, que junto con los niños iban al pueblo a hacer unas compras. Intentaron convencerla de que los acompañara, pero al final desistieron, no sin antes hacerle prometer que la próxima vez iría con ellas.
Cuando caminó por el sendero que bordeaba la parte posterior de la casa, inspiró profundamente para llenar sus pulmones del aire limpio del campo y de la asombrosa y exquisita fragancia de las flores que se extendían más allá de donde llegaba su vista. Un movimiento detrás de un seto le hizo reducir el paso. Inclinándose hacia un lado para ver mejor, observó a un hombre que intentaba recuperar el aliento dejándose caer contra un árbol. Parecía respirar con dificultad mientras se doblaba lentamente hacia delante apoyando una de sus manos en la rodilla izquierda.
Era un hombre relativamente joven y desconocido para ella. Llevaba unos pantalones de color marrón que le quedaban anchos, como si fuesen de otra persona. Una camisa blanca remangada en los brazos y abierta en el cuello completaba su indumentaria. Iba inapropiadamente vestido, pero estaba claro que pertenecía a la alta sociedad. Sus prendas eran de la mejor calidad. Una sospecha se instaló como un rayo en su mente e hizo que se apresurara a ir junto a aquel hombre. Si no estaba equivocada, y algo le decía que no, ese desconocido no podía ser otro que el marqués de Stamford.
—¿Se encuentra usted bien?
El hombre levantó la cabeza mirándola fijamente a los ojos. Las marcas de la enfermedad aún se le reflejaban en la cara, demasiado angulosa y pálida para un hombre sano.
—Sí —dijo demasiado rápido y demasiado brusco, para después de un suspiro de fastidio decirle—. No, la verdad es que me encuentro mal.
—Eso me parecía —le dijo ____ mientras se acercaba—. Si promete no morderme, le ayudaré a sentarse en aquel banco.
El Marqués la miró divertido esbozando una amplia sonrisa.
—Usted debe ser la institutriz.
—Sí, y usted, el marqués de Stamford.
—Sí, así es. De acuerdo, ayúdeme a sentarme antes de que haga el peor ridículo de mi vida desvaneciéndome en mitad del jardín.
____ lo acompañó hasta el banco de piedra ofreciéndole el brazo para que Kevin se apoyara en ella, lo suficiente para que su orgullo no quedara del todo magullado.
—¿Sabe alguien que ha salido a dar un paseo? —le dijo una vez que estuvieron sentados.
—Me ha parecido detectar un tono de reproche en su pregunta.
—Lo siento —le dijo ____ deseando morderse de vez en cuando la lengua—. Es que Sarah y Amelia me dijeron que todavía no estaba bien como para levantarse, pero que usted no compartía esa opinión.
—Sí, es el modo que tienen de decir que soy testarudo.
—No creo que ellas... Kevin la miró con una ceja levantada. —Está bien, sí, querían decir eso —le dijo ____ con expresión divertida.
—No las culpo. Lo de hoy les da la razón. Estoy demasiado débil como para poder dar siquiera una vuelta —dijo entre dientes.
____ pudo sentir en sus palabras la frustración que le causaba ese hecho. Con seguridad, por su complexión, antes de su enfermedad debió de ser un hombre fuerte y robusto. Debía de haber adelgazado al menos diez kilos. Por lo menos eso era lo que denotaban sus pantalones tres tallas más grandes y su camisa holgada. Lo que la enfermedad no había podido destruir era su atractivo, porque era un hombre guapo. No tanto como Joe, ni tampoco con esa apariencia peligrosa que tan nerviosa la ponía, pero sí uno de los hombres más guapos que había conocido.
—Ha esperado a que se fueran para poder salir de la habitación, ¿verdad?
—A cualquiera que se lo cuente le sonaría patético. Un hombre de mi edad y posición haciendo travesuras como si fuese un crío, pero si conoce a Sarah y a Amelia, comprenderá que era mi única opción. Estando como estoy, sin tuerzas, no puedo enfrentarme a las dos sin salir claramente derrotado.
____ rió abiertamente, lo que hizo que el Marqués también esbozara una sonrisa.
—¿Le hace gracia mi situación?
—No, es que Anthony suele poner la misma cara cuando no se sale con la suya.
La sola mención del nombre de su hijo hizo que los ojos del Marqués brillaran con luz propia.
—¿Ese pequeño le da muchos problemas?
—No, es un encanto, al igual que Margareth y Lizzy. Tiene usted unos hijos encantadores.
—Lo sé. Ellos también hablan maravillas de usted.
____ se atragantó pensando en lo que le habrían contado los niños.
—Tenía mis dudas cuando fui a la agencia, pero después de ver a mis hijos y escucharlos, sé que tomé la decisión acertada. Se los ha sabido ganar y no son nada fáciles. Se lo agradezco.
—Es mi trabajo, milord.
—No lo crea. Mi hermano y yo tuvimos institutrices que eran más parecidas a un general de caballería que mujeres amables y comprensivas.
—Sí, eso me ha quedado claro.
—¿Lo dice por Joe?
____ no pudo evitar hacer una mueca ante la mención de su nombre, lo que hizo que el marqués de Stamford soltara una carcajada.
—Es un cascarrabias, ¿verdad?
—Yo no diría tal...
El Marqués volvió a levantar la ceja. A ese hombre tampoco se le escapaba una.
—Sí, lo es —dijo ____ totalmente resignada a que el Marqués la despidiera por hablar mal de su hermano.
Contrario a eso, volvió a soltar otra carcajada.
—¿Le parece divertido?
—No, es que creo que por fin Joe ha dado con la horma de su zapato. Conozco a mi hermano, señorita Greyson, y sé que a veces puede ser autoritario, intimidante y sumamente molesto. —____ hubiese añadido a la lista unos cuantos calificativos más—. Pero es el mejor hombre que he conocido en toda mi vida.
A ____ le llegó al alma la vehemencia con que el Marqués había dicho esa última frase. Sarah le había dicho que Joe quería y admiraba a su hermano mayor. Ahora estaba en posición de afirmar que el marqués de Stamford sentía lo mismo hacia su hermano menor.
—Creo que él opina lo mismo de usted.
—Su cara adquirió una expresión cálida.
—Sí, ese cascarrabias me quiere. Tengo suerte.
—No tengo claro si eso es tener suerte —le dijo ____ con un brillo de picardía en sus ojos.
Antes de que Kevin pudiera contestar a eso, unos pasos enérgicos llenaron el silencio que los envolvía y los obligaron a girar la cabeza.
Joe apareció por el extremo del jardín con cara de pocos amigos y echando chispas por sus enormes ojos negros. Cuando llegó junto a ellos, parecía quedarle muy poca paciencia.
—¿Qué demonios estás haciendo levantado?
—No aguantaba ni un minuto más tendido en la cama. Además, ¿a qué viene esa cara?
—Viene a que he subido a tu habitación y no estabas. Viene a que te he buscado por toda la casa y tampoco estabas. Viene a que nadie sabía dónde te habías metido. Viene...
—Entiendo lo que quieres decir, pero recuerda que ya soy mayorcito como para tomar decisiones sin consultar a nadie —dijo Kevin mientras levantaba una mano en señal de disculpa.
____ se movió en el banco, lo que hizo que Joe la mirara.
—Debí imaginarme que usted estaría metida.
—Yo no tengo nada que ver.
Joe la miraba fijamente como si pudiera traspasarla, arqueando una ceja con incredulidad.
—No sé cómo lo hace, pero cada vez que hay algún problema está metida en medio. Y ahora encima quiere que crea que esto ocurre por casualidad. No soy imbécil, señorita Greyson.
A ____ la situación estaba empezando a irritarla. El hecho de que la culpara de algo que no había hecho era injusto.
—En este caso tengo que disentir —dijo ____ levantándose enérgicamente y colocándose frente a él con la barbilla en alto y los puños apretados a ambos lados de su cuerpo—. Es usted un imbécil.
Joe estaba perplejo. Esa mujer a la que sacaba más de una cabeza de estatura estaba haciéndole frente. Y además lo había insultado. No pudo más que sonreír.
—¿Y puede saberse por qué sonríe ahora? —preguntó ____ al límite de su autocontrol.
Joe miró a su hermano y ambos estallaron en carcajadas.
____ pegó una patada muy poco femenina al suelo mientras los dejaba allí plantados, no sin que antes ambos la escucharan maldecirlos. Cuando ____ hubo desaparecido de su vista, Joe se sentó junto a su hermano.
—Creí que iba a explotar —le dijo Kevin en un intento de no volver a reír.
—Sí, tiene muy mal genio.
—Lamento haberme perdido estos días. Me hubiese entretenido con vosotros dos.
—No lo dudes. Esa mujer me saca de quicio.
—Ya lo veo, aunque en tu defensa tengo que decir que pareces tener el mismo efecto sobre ella.
Joe hizo una mueca con la cara mientras se quedaba mirando a su hermano.
—No vuelvas a hacerlo.
—¿Qué cosa? —preguntó Kevin como si no entendiese de qué le estaba hablando.
—Salir por ahí sin que nadie lo sepa. No hay más que verte para saber que no estás del todo recuperado. Sé que estás harto, pero debes tener paciencia. Si intentas hacerte el valiente, lo único que conseguirás es una recaída, y si eso ocurre juro que entonces el que te mato soy yo.
—De acuerdo.
—Está bien, volvamos a la casa. Empieza a refrescar.
—No me trates como si fuese una viejecita achacosa —le dijo Kevin entre dientes.
—Desde luego, es lo que mereces.
—Joe.
—Dime.
—La señorita Greyson no te mintió —le dijo mientras soltaba otra carcajada.
—¿Qué quieres decir?
—Pues que ella no tuvo nada que ver.
—Explícate.
—Estaba dando un paseo cuando, tengo que confesarlo, el cansancio pudo conmigo. Me apoyé en ese árbol para descansar. Fue entonces cuando me vio y me ayudó a sentarme. También me censuró por haberme ido sin avisar.
Joe miraba a su hermano, que parecía divertido ante la situación.
—¿Y por qué no dijiste nada?
—No quería estropear el momento —le dijo mientras pasaba por su lado guiñándole un ojo—. ¿Sabes, Joe? Tendrás que pedirle disculpas.
—Cuando el infierno se congele.
Las carcajadas de su hermano mayor le dijeron que eso era exactamente lo que pensó que diría.
Después de dejar a Kevin en su habitación para que descansara un rato, Joe bajó al estudio para terminar de examinar el correo y las cuentas de la propiedad. Sin embargo, por el momento, eso iba a ser algo difícil, ya que la señorita Greyson se encontraba esperándolo. La observó mientras cerraba la puerta. Al contrario de otras veces, parecía nerviosa o al menos daba esa impresión por el movimiento de sus manos, que no paraba de retorcer sobre su regazo. Nada más verlo, se levantó dando un paso hacia él.
—Quiero que sepa que recogeré mis cosas y me iré. Solo le pido que me deje despedirme de los niños y de Amelia y Sarah.
—¿De qué demonios está hablando? —le preguntó Joe acercándose a ella.
____ desvió la mirada del Conde bajando la cabeza en un intento desesperado de terminar cuanto antes, y siguió hablando como si no hubiese escuchado la pregunta de Joe.
—Lamento profundamente mi comportamiento de hace unos minutos. No tengo excusa posible. Lo insulté y delante de su hermano. He olvidado por un momento mi sitio en esta casa y eso es algo imperdonable. Yo...
Joe estaba perplejo. ____ Greyson, una mujer de armas tomar, estaba arrepentida. Sabía cuanto le habría costado pedirle perdón. Hacia escasamente un momento le había dicho a su hermano que se excusaría ante ____ cuando el infierno se congelara, y eso que no tenía razón, sin embargo, ella sí lo estaba haciendo, incluso castigándose más allá de lo que él hubiese imaginado. Siempre lo sorprendía y eso era algo que empezaba a gustarle, y mucho.
—No diga tonterías, ____. Usted no va a ir a ningún sitio.
—¡Pero no puedo quedarme después de lo que le he dicho!
—¿Qué me ha dicho? ¿Qué soy un imbécil? No se preocupe, en este caso tenía razón.
____ cerró la boca que se le había quedado abierta al escuchar las últimas palabras del conde de Ashford.
—De todas maneras, a pesar de que tuviera razón, no debí decírselo nunca. Yo soy la institutriz y debo comportarme según mi posición.
—¿Se está creyendo realmente lo que me dice? Porque si es así, me decepciona. No voy a mentir diciendo que a veces no me saca de quicio, que es una sabelotodo irritante y mandona —____ se había puesto más erguida que nunca al oír esas palabras, mientras su pie había empezado a dar toquecitos en la maravillosa alfombra de Aubusson que decoraba el piso del estudio—, pero no por eso se va a ir. Los niños la necesitan, y Amelia y Sarah sentirían su marcha. Es verdad que tiene que revisar la manera de expresar su opinión, sobre todo cuando habla conmigo, pero por lo demás no tengo nada que objetar.
—¿Está seguro?
—Sí.
—Gracias.
____ ya se retiraba cuando Joe la llamó.
—____.
—¿Sí?
—Gracias por ayudar a Kevin.
____ asintió con la cabeza. Joe la había sorprendido. No solo había reconocido ante ella que había sido injusto, sino que le había pedido que se quedara a pesar de no soportarla. Ese hombre podía ser muchas cosas, pero era un hombre noble. Que Dios la ayudara, porque esa era otra cualidad que nunca hubiese deseado descubrir en él.
Joe revisó las cuentas hasta tarde. Había intentado estar ocupado para no pensar en las noticias que le habían llegado de Londres. Otro de sus barcos había sido saboteado sin tener ninguna pista del origen del incidente. Richard debería llegar en los próximos días. Se obligó a tener paciencia. En cuanto su amigo regresara, él se encargaría de supervisar e investigar sobre el asunto. Lo que lo tenía más nervioso era no poder hacerse cargo él mismo de la situación, pero lo de esa mañana le había demostrado que su hermano aún lo necesitaba. Había escrito una carta al detective para que le mandara un informe sobre lo que hubiese descubierto hasta entonces. Quizá si lo estudiaba detenidamente pudiese encontrar algo que se les hubiese pasado por alto. Estaban investigando a la Sea Star, y había puesto a Vince Grant tras la pista de varios hombres que por una u otra razón podían querer vengarse tanto de Richard como de él.
Una sonrisa acudió a sus labios cuando pensó en ello. Seguramente la señorita Greyson sería la que encabezaría esa lista. Sabía que no podía ni verlo y eso lo irritaba. Lo que no tenía claro era por qué el hecho de que la institutriz, una mujer sin gracia y estirada, pensase lo peor de él lo enfurecía tanto. Era algo ilógico e inaudito, pero cierto. La cuestión es que tenía un carácter que le gustaba. No era bonita ni dulce como la inmensa mayoría de las mujeres que conocía. La verdad es que carecía de encantos, pero era abrir la boca y fascinarlo. Lo cautivaba su ingenio, la forma directa y sincera de decir las cosas, tan opuesta a los engaños y artimañas que solían utilizar la mayoría de las muchachas. A pesar de hacerle perder la paciencia, se encontraba muchas veces desafeándola solo para ver cómo dejaba a un lado su fachada de inalterable institutriz para convertirse en toda una fiera. Parecía ser una mujer apasionada. Nada más pensar en esto último, echó un vistazo a la copa de coñac que tenía encima de la mesa. Debía de habérsele subido a la cabeza, porque era imposible que se estuviese planteando la naturaleza de esa mujer.
Salió del estudio y se fue a descansar, porque el agotamiento le estaba empezando a pasar factura; de otro modo, no podría explicarse que la mujer que ocupaba la mayoría de sus pensamientos fuera una altiva, insufrible y fea institutriz.
HOPE YOU LIKE IT.
Gracias por comentar.
____ SE FUE TEMPRANO A DESCANSAR. Había cenado tranquilamente con Amelia y Sarah. No había visto al conde de Ashford desde que por la tarde este saliera a visitar las parcelas de alguno de los arrendatarios.
La verdad es que la conversación de esa tarde con Sarah la había hecho pensar y no quería hacerlo, porque ese hombre ya la ponía suficientemente nerviosa tal y como estaban las cosas. Había podido aminorar eso gracias a lo furiosa que la ponía cada vez que estaba cerca, pero si empezaba a creer que después de todo el conde de Ashford tenía corazón, entonces tendría un serio problema.
Llevaba una hora leyendo La Odisea sin que el sueño la venciera. Demasiadas cosas en qué pensar y pocas ganas de ahondar en ello. Estaba por cerrar el libro y ponerse a dar vueltas en la cama, cuando un quejido parecido a un llanto llegó hasta ella. Aguzó el oído para comprobar que lo que había oído no era fruto de su imaginación, cuando de nuevo un sonido lastimero la empujó a levantarse, tomar su bata y salir de la habitación. Menos mal que no se había quitado todavía el maquillaje.
Ahora que estaba en el pasillo, el quejido se oía más claramente. Provenía de una de las habitaciones de los niños. Anduvo varios pasos hasta que se encontró frente a la puerta de la habitación de Margareth y Lizzy, y la abrió sin más demora. Dejó la lámpara que llevaba en su mano encima de la mesa que separaba las camas de las niñas y miró ambos lados. Lizzy estaba durmiendo como un angelito mientras que Margareth empezaba a gritar en sueños.
—Por favor, mamá, por favor, no me dejes. ____ se sentó en el borde de la cama y con mucho cuidado movió a la niña llamándola en un susurro.
—Margareth, despierta..., es una pesadilla. Margareth abrió los ojos mirándola fijamente. —Tranquila, ha sido una pesadilla, ¿estás bien? ____ intentó que la niña reaccionara. Parecía tan asustada e indefensa con sus enormes ojos mirándola sin comprender, que antes de pensarlo la abrazó fuerte acunándola en sus brazos. Margareth empezó a decir: "Lo siento, lo siento", mientras unos sollozos desgarradores salían de su garganta.
—Shh..., tranquila, ya ha pasado.
—Ella estaba allí tumbada y tan pálida, y yo la llamaba, pero no me contestaba. Quería que me perdonara.
____ sabía que estaba hablando de la muerte de su madre.
—¿Por qué querías que te perdonara?
Margareth se abrazó más fuerte a ella.
—Por mi culpa se puso enferma.
—Eso no es cierto.
La niña se apartó de ____ sin poder mirarla a los ojos.
—Margareth, mírame, ¿por qué crees eso?
La niña negó con la cabeza enérgicamente.
—Nosotros le rogamos que nos llevara a casa de la señora Milton.
____ se sobresaltó al oír la voz de Anthony a sus espaldas.
—Ella no quería ir, pero al final accedió porque le pedimos una y otra vez que nos llevara. Nosotros solo queríamos jugar con sus hijos.
En ese momento, Anthony le pareció un hombre y no el niño de siete años que era. La expresión siempre risueña que hacía brillar constantemente sus ojos había desaparecido para dar lugar a una tristeza que hacía que se le encogiese el corazón. Sabía que Anthony todavía no había terminado. No quería interrumpirlo cuando, por fin, parecía que iba a sacar todo aquello que le venía corroyendo el alma desde hacía tiempo, y que sumía su infancia en un profundo pesar.
Anthony se acercó a su hermana, la tomó de la mano y miró a ____.
—La doncella de la señora Milton estaba enferma de unas fiebres. A los pocos días, mamá enfermó.
—¿Y creéis que vosotros tenéis la culpa de ello?
—Si no la hubiésemos hecho ir allí, ella no se hubiese puesto enferma —dijo Margareth mientras intentaba reprimir un sollozo.
—Por el amor de Dios, solo sois unos niños. No podíais saber que la doncella estaba enferma, ni que pasaría lo que después ocurrió. Además, ¿quién os dice que vuestra madre se contagió de esa mujer? Pudo haberse contagiado en cualquier otro lugar. Incluso vosotros podíais haber caído enfermos y entonces, ¿también vuestra madre tendría que haberse sentido culpable por haberos llevado allí? Estoy segura de que os quería más a que nada en el mundo, y sufriría enormemente si supiera como os culpáis por su muerte. ¿Qué crees, Anthony? ¿Qué crees que le gustaría a tu madre, ver cómo te castigas o ver cómo amas la vida que tienes por delante aprovechándola para convertirte en el hombre que siempre esperó que fueras? ¿Cómo la honrarías más? Y tu, Margareth, ¿qué opinas? ¿Qué querría ella?
—Mamá siempre estaba alegre. Decía que había que saborear cada día corno si fuera una gran taza de chocolate —dijo Anthony esbozando una sonrisa.
—¿Lo ves?
—____ —dijo Margareth casi en un susurro—, ¿entonces tú crees que ella nos ha perdonado?
—Creo que no tiene nada que perdonar. Vosotros erais su vida y por nada del mundo os hubiese culpado de nada de lo que ocurrió. Fue una desgracia que nada tuvo que ver con vosotros. En la vida esas cosas suceden. Son dolorosas y frustrantes, y siempre tendemos a buscar un culpable porque nos cuesta entender que algo así pueda acontecer, pero no es culpa vuestra, no lo es. Y ahora, venid aquí y dadme un abrazo.
—¡Puaj! —dijo Anthony levantando una ceja, haciendo que su hermana sonriera.
—Yo sí quiero un abrazo —dijo la pequeña Lizzy estrujándose los ojos con los nudillos.
—¿Qué haces despierta?
—No dejáis de hablar.
—Sí, es verdad. Ven aquí, cariño.
____ la tomó en brazos mientras se le ocurría una idea.
—Ya que estamos todos despiertos y por lo que veo con pocas ganas de dormir, ¿por qué no hacemos una travesura?
—¿Como qué? —preguntó Anthony que siempre se apuntaba a todo lo que no fuera hacer lo debido.
—Cuando no podía dormir, mi tía siempre me llevaba a la cocina y preparaba un chocolate bien caliente.
—Pero es medianoche, y no habrá nadie levantado —dijo Margareth.
—Por eso es divertido —le contestó Anthony.
—Entonces, ¿nos adentramos en el peligroso mundo de lo desconocido?
Anthony hizo una reverencia con una elegancia inusual para su corta edad.
—Desde luego, mi capitana.
—Este chocolate está delicioso —dijo Margareth mientas tomaba una segunda taza.
Les había costado más de un cuarto de hora encontrar el chocolate y un recipiente para prepararlo, pero había merecido la pena. Todos habían cooperado como si el hecho de estar haciendo algo indebido realzara el sabor de ese chocolate hasta convertirlo en un delicioso manjar.
—¿Todas las institutrices son como tú? —le preguntó Lizzy. Anthony miró a su hermana pequeña mientras le sostenía el tazón que la niña apenas podía levantar.
—No lo creo.
—¿Por qué? ¿No te gusta como soy? —le pregunto ____ divertida.
—Claro que me gusta, señorita Greyson, solo es que si todas las institutrices son como usted, entonces no entiendo por qué Tony y Margareth no querían que se quedara.
A Anthony se le escapó el tazón de Lizzy, con lo que manchó el camisón de su hermana desde al cuello hasta los pies.
—Lizzy, nunca aprenderás a mantener la boca cerrada.
—¿Qué he hecho ahora?
Margareth tocó la mano de ____ para que le prestara atención.
—Señorita Greyson, eso era antes, cuando no la conocíamos, pero ahora nos alegramos de que esté aquí.
Anthony asintió con la cabeza, mientras intentaba limpiar a Lizzy.
—Gracias —dijo ____ emocionada—. Anthony, déjame a mí le dijo alzando a la niña—. Esto no tiene arreglo, así que será mejor que subamos a cambiarte, hace horas que deberíais estar durmiendo.
Todos salieron de la cocina atravesando el pasillo que llevaba hasta el vestíbulo. Anthony se escurrió mientras corría detrás de ellas y el descubrimiento lo fascinó.
—Eh, señorita Greyson, por aquí se puede patinar.
En un santiamén, todos estaban deslizándose sobre el finísimo piso lustrado camino a las escaleras.
Joe parpadeó varias veces para cerciorarse de que no estaba viendo visiones. Había previsto llegar para la cena, pero el molino del viejo Dickins, al que se le había roto un eje, lo había retrasado lo indecible. Al llegar era ya medianoche y todos parecían estar dormidos. Se había detenido en el estudio unos minutos para: beber una copa de coñac y poder tomarse un momento antes de subir a su habitación cuando unos sonidos de risas entrecortadas le llegaron desde el vestíbulo. Creyendo que algún criado coqueteaba abiertamente con una de las sirvientas, se levantó y vio algo parecido a su sobrino, en camisón, deslizándose por el suelo mientras hacía aspavientos con los brazos en un intento desesperado por no chocar contra la baranda de la escalera principal. Con una rápida reacción, lo tomó al vuelo y evitó que el niño se estampara contra la madera.
Antes de poder decir nada, Margareth y Lizzy chocaron con su espalda, sobresaltadas al darse cuenta de que las habían descubierto en plena acción.
—¿Pero qué...?
No pudo terminar la frase porque la institutriz, la que debía ser modelo de disciplina y autoridad para sus sobrinos, estaba en bata patinando detrás de los niños como una colegiala.
—Allá voy, niños...
A ____ se le cortó la respiración. Allí delante, a tan solo unos metros, estaba el conde de Ashford mirándola primero con estupefacción y después con una frialdad extrema. Hizo todo lo posible por frenar, pero fue inútil. Se estampó contra él, lo que hizo que perdiera el equilibrio y quedara despatarrada en el suelo junto a sus pies. Hubiese querido que la tierra se la tragara y de buena gana se hubiese encerrado en un calabozo oscuro y frío y hubiese tirado la llave.
Joe estaba controlándose para no ponerse a gritar allí mismo. Dejó a Anthony en el suelo, respirando lentamente para calmarlas ganas que tenía de estrangular a aquella mujer. Se pasó la mano por la cara sintiendo que algo pringoso se le pegaba a la mejilla.
—¿Pero qué demonios...?
—Chocolate —dijo Anthony en un susurro. La voz se le había ido apagando al ver la expresión de su tío, hasta quedar finalmente en nada.
____ vio como el párpado del Conde empezaba a temblar. Nunca había visto un volcán en erupción, pero podía imaginar que sería algo parecido a eso.
—Niños, subid a acostaros. La señorita Greyson se quedará un rato. Ella y yo tenemos que hablar.
Las palabras de Joe habían sido pronunciadas con una calma que erizaba los pelos de la nuca. Cada sílaba cortaba el aire como una espada bien afilada. Los tres niños se quedaron mirándola como si esperaran que ella les dijese lo que debían hacer, lo que provocó que el otro párpado del Conde empezara a temblar sin ningún reparo.
—Haced lo que os ha dicho vuestro tío. Después subiré a veros.
—No contéis con ello. La conversación que mantendré con vuestra institutriz será bastante larga —dijo Joe entre dientes.
Los niños subieron las escaleras hasta el piso superior mientras la miraban con cara de pena, como si fuera un condenado a muerte, en sus últimos minutos de vida. ____ sentía a lo lejos el redoble del tambor a la espera de la señal. ¿O es que escuchaba los latidos de su corazón en los oídos? Más bien sería eso último, porque lo sentía como un caballo desbocado dentro de su pecho. De todas maneras, no se iba dejar intimidar, porque si bien había cometido una imprudencia que la había llevado a sufrir la peor humillación de su vida, tampoco era para que la mirara como si ella sólita hubiese provocado una crisis política. ____ miró a Joe de reojo. Estaba apoyado en la puerta del estudio esperando a que ella entrase. Quedaba claro que no la iba a dejar escapar. La verdad era que la idea de huir se le había pasado por la imaginación, porque la escalera estaba tentadoramente cerca, pero, era demasiada distancia hasta su cuarto como para cubrirla sin que le diera alcance. Y si así fuera, no creía que el Conde fuera muy gentil en maneras. Seguramente la arrastraría de nuevo hasta abajo, donde le daría el sermón del siglo.
Ella era una mujer adulta y no una niña de dos años, se recordó para infundirse seguridad. La misma seguridad que empezó a flaquear cuando el conde de Ashford soltó una blasfemia al mirarse en el espejo que había frente al estudio.
La verdad es que tenía el rostro manchado de chocolate, lo que hacía que su imagen pareciera un poco menos fiera. ____ no pudo evitar sonreír ante la cara de fastidio que puso mientras intentaba quitarse los manchones marrones con un pañuelo. En ese momento la miró e hizo que la sonrisa se le atragantara. Extendiendo su brazo izquierdo hacia el interior de la habitación, dijo como una tetera a punto de explotar:
—Pase o no respondo de mí.
____ hubiese jurado que incluso había tartamudeado la parte final. Eso era muy mala señal. Pasó al interior del estucho intentando mantenerse a distancia del hombre de las cavernas.
Joe sabía que no era para tanto, pero esa mujer tenía algo que hacía que perdiera los estribos de una manera alarmante. Había que reconocer que era muy buena en eso. La miró largo rato antes de pedirle que se sentara en uno de los sillones que había cerca del hogar. Ella tuvo la osadía de negar con la cabeza. Era el colmo. Parecía que disfrutaba llevándole la contraria. Hubiese sido el arma perfecta para Napoleón. Seguramente sus enemigos se hubiesen rendido con tal de tener que soportarla.
—Siéntese ya.
—Estoy mejor de pie, milord.
Joe dio un paso al frente, y antes de que pudiera saber que había ocurrido, se encontraba sentada, con el Conde a escasos centímetros de su cara, quien apoyaba las manos en los brazos del sillón y cubría el frente con el cuerpo.
—Escúcheme bien, señorita Greyson. Hoy ya ha cubierto el cupo de impertinencias. Una más y la estrangulo.
—Deduzco que está enfadado.
—¡Qué perspicaz! Tanta observación me deja abrumado. ¿Cómo habrá podido darse cuenta?
Estaba claro que eso no era una pregunta, simplemente estaba siendo sarcástico y se le notaba francamente bien.
—De acuerdo, está enfadado. ¿Y qué quiere que haga? ¿Que me ponga de rodillas y le pida perdón?
Una siniestra sonrisa se dibujó en los labios del Conde.
—Ni lo piense.
Emilia contuvo el aliento solo unos segundos antes de continuar. Sabía que el conde de Ashford tenía toda la razón del mundo para estar enfadado. No era normal ver a sus sobrinos a esas horas de la noche correteando por el vestíbulo, y menos, animados por la institutriz.
—Sé que he cometido un error y lo lamento. Solo puedo prometerle que no volverá a ocurrir.
—¡Un error! ¿Qué ha sido exactamente un error? ¿Que los niños estuviesen de juerga a la madrugada o que su institutriz pareciera una chiflada?
—¿Las dos cosas?
—____, no estoy para bromas.
El sonido de su nombre en sus labios tuvo un efecto en ella difícil de ignorar. Era la primera vez que la llamaba así. Hasta ese momento siempre se había dirigido a ella como señorita Greyson, un apellido que no era el suyo, sino el de la mujer cuyo papel estaba representando Sin embargo, al escucharlo decir su nombre...
—¿Qué le ocurre? ¿Se ha quedado muda de repente?
____ tuvo que reconocer que parte del encanto se había disipado porque ¿no era verdad que la primera vez que la llamaba ____ era porque estaba enfadado, a punto de que se le saltaran las venas del cuello?
—No es que no quisiera decir algo que haga que su vena de ahí estalle en mil pedazos. Joe cerró los ojos un momento pidiendo al cielo que le diera la paciencia necesaria.
—Por favor, arriésguese.
—De acuerdo, pero ¿podría dejarme un poco de espacio?
Joe se alejó unos pasos y se sentó en el sillón de enfrente, apoyando en las rodillas e inclinándose levemente hacia delante.
—Margareth tuvo una pesadilla. Yo ya estaba en mi cama intentando dormir cuando la oí quejarse. Fui al cuarto, la desperté y estuvimos hablando.
—¿Y…?
____ puso cara de póquer, y Joe empezó a desesperarse.
—¿Cómo demonios acabó aquí abajo con los tres niños?
—Anthony y Lizzy se despertaron al oír a su hermana. Después, como no podían dormir, se me ocurrió que un chocolate bien caliente les haría conciliar el sueño.
—Dígame —le dijo Joe levantando una ceja—, ¿bebieron el chocolate o se lo tiraron por encima?
—Eso fue un accidente. A la pobre Lizzy se le escapó la taza y...
—¡Está bien, déjelo!
—Usted quiso que se lo explicara. —____ vio que Joe apretaba los dientes mientras se llevaba una mano a la cabeza para luego bajarla hasta el cuello. Cuando la miró, un los ojos como si la luz le molestara. Durante la conversación lo había hecho varias veces, pero pensaba que era producto del enfado… ahora no estaba muy segura. —¿Está bien?
—Si, perfectamente. Es muy tarde, así que váyase a dormir. ____ se levantó y, deseándole buenas noches, se dispuso abandono la habitación. Desde la puerta lo miró y sus sospechas se incrementándose. El conde de Ashford se sujetaba la cabeza con ambas manos frotándose las sienes. Era una jaqueca y de las fuertes. Sabía reconocerlas porque durante toda su vida había convivido con las de su tía.
Sin saber por qué, le angustiaba verlo así. Su tía utilizaba un remedio casero a base de hierbas. A Francesca, con lo despistada que era, siempre se le olvidaban y para ____ se hizo una costumbre llevar varias encima. Subió a su habitación lo más rápido que pudo esperaba que esta vez no las hubiese dejado atrás. Miró en su bolso y suspira ver que allí estaban. Hizo una infusión con ellas y volvió al estudio, Joe había echado la cabeza hacia atrás apoyándola en el sillón, en un intento de calmar el insistente dolor. Esa jaqueca lo había tomado por sorpresa. Generalmente empezaba con un leve malestar, que a veces se pasaba sin más y otras le producía la jaqueca que tanto odiaba. No iba a echarle la culpa a la institutriz, pero estaba claro que su enfrentamiento no había hecho nada por calmar el dolor, era una mujer desesperante que tenía las agallas de hacerle frente. Muchos hombres curtidos se habían sentido intimidados por su mirada, mientras que la señorita Greyson se había atrevido a bromear sobre su evidente irritación. A su pesar, tuvo que sonreír porque esa mujer exasperante, impertinente y sabelotodo, en el fondo, lo intrigaba, porque como estaba empezando a descubrir, había cosas en ella que no eran lo que parecían. Se había quedado de piedra al verla patinar en bata por el vestíbulo. ¡Dios mío, y solo llevaba allí una semana!
—Tómese esto.
Se sobresaltó al oír la voz de la señorita Greyson. Al abrir los ojos la vio a su lado ofreciéndole un vaso con un líquido de color verde de no muy buen aspecto.
—¿Intenta envenenarme?
—Es una buena idea, pero no. No creo que quedara muy bien en mi carta de recomendación.
—Muy graciosa. ¿Qué es? —Es para su jaqueca. —¿Cómo ha sabido que...?
—Es fácil. Entorna los ojos, se mesa los cabellos, se masajea el cuello y las sienes.
—Entiendo.
—Mi tía sufría fuertes jaquecas y nada le servía hasta que un boticario le dio unas hierbas. Desde entonces nunca le faltan. No se le quitará del todo, pero le aliviará el dolor.
Joe tomó el vaso con dos dedos y acercándoselo a la boca lo bebió de un tirón .
—Espero que esto funcione, señorita Greyson, porque es lo más horrible que he probado en mi vida.
—Sí —dijo ____ riendo—, eso mismo decía mi tía.
El Conde la miró fijamente durante unos segundos antes de apoyar nuevamente la cabeza en el respaldo del sillón.
—¿Desde cuándo sufre estas jaquecas? Joe hizo una mueca al recordar la travesura infantil. Cuando era solo un niño siempre estaba andando detrás de Kevin. Un día quise hacer lo mismo que él y me subí a un árbol. Me caí de una altura considerable y desde entonces tengo estos dolores.
—Tiene suerte. Podría haberse matado.
—Sí, eso mismo dijo mi padre. Primero me abrazó, después dejó que me recuperara y cuando el médico le dijo que estaba bien me castigo casi de por vida. Nunca olvidaré su cara al levantarme del suelo. Nunca lo había visto tan asustado.
—Debía de quererlo mucho.
Joe percibió una nota de pesar en sus palabras. La miró fijamente. Con la bata fuertemente anudada, su silueta era casi exquisita. Nunca hubiese podido imaginarlo después de haberla visto con esos vestidos anchos y sobrios. Sus ojos, que ocultaba tras gruesas gafas, parecían querer esquivar los suyos en un intento de no dejarle ver algo que la hacía vulnerable. «En eso nos parecemos», se dijo mientras empezaba a sentir una extraña necesidad de saber más cosas de ella.
—Imagino que su padre la mimaría.
____ apartó la mirada. Ese hombre parecía leer en sus ojos.
—No llegué a conocer a mi padre.
—Lo lamento.
—No importa. No se puede echar en falta algo que no se tiene.
—Yo creo que sí —le dijo suavemente.
Parecía que la comprendía más de lo que ella pudiese esperar y eso la asustaba. Aun interpretando un papel, Joe parecía poder ver a la verdadera ____.
—Lamento sinceramente lo de esta noche —le dijo intentando cambiar de tema—. No tenía la intención de montar el número del patinaje, pero intentaba que los niños se sintieran mejor. ¿Sabía que se culpan de la muerte de su madre?
Joe se inclinó hacia ella prestándole toda su atención.
— No, no lo sabía. ¿Por qué se culpan?
— Quiero que me prometa que esto no saldrá de aquí. Esos niños han confiado en mí y no quiero que crean que los traiciono.
—Entonces, ¿por qué me lo cuenta?
—Anthony lo admira y Margareth siempre está pendiente de sus palabras. No pueden contarle a su padre que se culpan. Quizá Margareth podría decírselo a Amelia o a Sarah, pero Anthony no. Quiere hacerse el fuerte tanto por él como por sus hermanas. Necesita hablar con alguien y creo que usted sería la persona adecuada.
—Hablaré con él.
—Gracias. ¿Sabe que hemos estado más de un minuto sin discutir?
—Sí, y eso me lleva a preguntarle, ¿qué diablos llevaba esa infusión?
____ no pudo evitar soltar una carcajada.
—Debería reír más —dijo Joe en un susurro—, no parecería tan estirada.
—Veo que las hierbas están empezando a surtir efecto.
—Así es —le contestó con una sonrisa en los labios.
—Debo irme a la cama. Espero que descanse bien.
Al pasar por su lado, Joe le tomó la muñeca, con lo que ____ Sintió como todo Su cuerpo se estremecía al contacto de su mano.
—Gracias.
—¿Qué? —dijo ____.
—Por las hierbas.
—De nada. Buenas noches.
Antes de un segundo, ya estaba subiendo las escaleras hacia la primera planta. Había salido de allí como si en ello le fuese la vida. Ya no podía mentirse más. Tenía un serio problema.
Capítulo 9
DESPUÉS DE LA NOCHE ANTERIOR, CUANDO POR EL INTERVALO DE UNOS MINUTOS se permitió bajar la guardia con el conde de Ashford, debía tener más cuidado que nunca. Empezaba a descubrir cosas en ese hombre que le hacían cada vez más difícil mantener su firme determinación de ignorar su presencia. Al contrario de todo lo que había decidido hacer, se encontraba buscándolo a la hora de la comida, mirándolo furtivamente cuando él estaba descuidado, analizando sus gestos, y prestando atención a cada una de sus palabras. Era peor de lo que había pensado.
Durante toda la noche, en la que dio vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño, llegó a la lastimera conclusión de que lo que sentía por el Conde no era exactamente antipatía y mucho menos indiferencia. A cada momento se acordaba de la forma en que la había observado durante su conversación, como si pudiese desnudarla con su intensa mirada. Eso ponía en peligro su estancia allí y debía poner freno a todo contacto con él. Todavía sentía el contacto de sus dedos sobre su piel, porque el breve instante en que le tomó la muñeca fue como andar descalza sobre la hierba, sintiéndose más segura y asustada que nunca.
Esa mañana había decidido no volver a estar a solas con él. No pensaba exponerse a sentir algo más de lo que empezaba a admitir. Se vistió un poco más austera que de costumbre, si es que eso era posible, con un vestido marrón oscuro de cuello alto y cintura ancha. El cabello, del tono oscuro sin brillo que tanto le costaba conseguir, se lo recogió tirante en un moño y usó el maquillaje de siempre, con unas ojeras más pronunciadas, que por una vez no tuvo que fingir.
Ese era su día libre. No habría clases con los niños, por lo que estaba en total libertad para salir. Algunos de los empleados utilizaban ese día para ir al pueblo, otros para visitar a sus familiares y otros para estar junto a su pareja. Ella no podía hacer ninguna de las tres cosas. La familia estaba demasiado lejos, al igual que sus posibles pretendientes, que no habían sido muchos. En cuanto conocían su vena rebelde y su afilada lengua ponían tierra de por medio. Por lo visto, ser una mujer inteligente y capaz de defenderse por sí misma no estaba muy bien visto. En cuanto al pueblo, era demasiado pronto para ir, además de arriesgado. Su padre podía haber hecho llegar anuncios sobre su desaparición, y, aunque nadie que la viera podría relacionarla con aquella muchacha de unas semanas atrás en Londres; la aparición de alguien nuevo en las mismas fechas podía despertar sospechas.
Podía hacer otras cosas como leer, caminar por los jardines de la propiedad y escribir la carta que estaba retrasando a Fräulein Strauch, una vieja amiga de su tía. Vivía en Viena, aunque al igual que Francesca siempre andaba viajando de un lado a otro. Confiaba en ella para que le comunicara a su tía que estaba bien y que no había tenido ningún problema en su trabajo. Francesca entendería a qué se refería y se quedaría algo más tranquila.
Después de un copioso desayuno con huevos y jamón, dejó a Sarah y a Amelia, que junto con los niños iban al pueblo a hacer unas compras. Intentaron convencerla de que los acompañara, pero al final desistieron, no sin antes hacerle prometer que la próxima vez iría con ellas.
Cuando caminó por el sendero que bordeaba la parte posterior de la casa, inspiró profundamente para llenar sus pulmones del aire limpio del campo y de la asombrosa y exquisita fragancia de las flores que se extendían más allá de donde llegaba su vista. Un movimiento detrás de un seto le hizo reducir el paso. Inclinándose hacia un lado para ver mejor, observó a un hombre que intentaba recuperar el aliento dejándose caer contra un árbol. Parecía respirar con dificultad mientras se doblaba lentamente hacia delante apoyando una de sus manos en la rodilla izquierda.
Era un hombre relativamente joven y desconocido para ella. Llevaba unos pantalones de color marrón que le quedaban anchos, como si fuesen de otra persona. Una camisa blanca remangada en los brazos y abierta en el cuello completaba su indumentaria. Iba inapropiadamente vestido, pero estaba claro que pertenecía a la alta sociedad. Sus prendas eran de la mejor calidad. Una sospecha se instaló como un rayo en su mente e hizo que se apresurara a ir junto a aquel hombre. Si no estaba equivocada, y algo le decía que no, ese desconocido no podía ser otro que el marqués de Stamford.
—¿Se encuentra usted bien?
El hombre levantó la cabeza mirándola fijamente a los ojos. Las marcas de la enfermedad aún se le reflejaban en la cara, demasiado angulosa y pálida para un hombre sano.
—Sí —dijo demasiado rápido y demasiado brusco, para después de un suspiro de fastidio decirle—. No, la verdad es que me encuentro mal.
—Eso me parecía —le dijo ____ mientras se acercaba—. Si promete no morderme, le ayudaré a sentarse en aquel banco.
El Marqués la miró divertido esbozando una amplia sonrisa.
—Usted debe ser la institutriz.
—Sí, y usted, el marqués de Stamford.
—Sí, así es. De acuerdo, ayúdeme a sentarme antes de que haga el peor ridículo de mi vida desvaneciéndome en mitad del jardín.
____ lo acompañó hasta el banco de piedra ofreciéndole el brazo para que Kevin se apoyara en ella, lo suficiente para que su orgullo no quedara del todo magullado.
—¿Sabe alguien que ha salido a dar un paseo? —le dijo una vez que estuvieron sentados.
—Me ha parecido detectar un tono de reproche en su pregunta.
—Lo siento —le dijo ____ deseando morderse de vez en cuando la lengua—. Es que Sarah y Amelia me dijeron que todavía no estaba bien como para levantarse, pero que usted no compartía esa opinión.
—Sí, es el modo que tienen de decir que soy testarudo.
—No creo que ellas... Kevin la miró con una ceja levantada. —Está bien, sí, querían decir eso —le dijo ____ con expresión divertida.
—No las culpo. Lo de hoy les da la razón. Estoy demasiado débil como para poder dar siquiera una vuelta —dijo entre dientes.
____ pudo sentir en sus palabras la frustración que le causaba ese hecho. Con seguridad, por su complexión, antes de su enfermedad debió de ser un hombre fuerte y robusto. Debía de haber adelgazado al menos diez kilos. Por lo menos eso era lo que denotaban sus pantalones tres tallas más grandes y su camisa holgada. Lo que la enfermedad no había podido destruir era su atractivo, porque era un hombre guapo. No tanto como Joe, ni tampoco con esa apariencia peligrosa que tan nerviosa la ponía, pero sí uno de los hombres más guapos que había conocido.
—Ha esperado a que se fueran para poder salir de la habitación, ¿verdad?
—A cualquiera que se lo cuente le sonaría patético. Un hombre de mi edad y posición haciendo travesuras como si fuese un crío, pero si conoce a Sarah y a Amelia, comprenderá que era mi única opción. Estando como estoy, sin tuerzas, no puedo enfrentarme a las dos sin salir claramente derrotado.
____ rió abiertamente, lo que hizo que el Marqués también esbozara una sonrisa.
—¿Le hace gracia mi situación?
—No, es que Anthony suele poner la misma cara cuando no se sale con la suya.
La sola mención del nombre de su hijo hizo que los ojos del Marqués brillaran con luz propia.
—¿Ese pequeño le da muchos problemas?
—No, es un encanto, al igual que Margareth y Lizzy. Tiene usted unos hijos encantadores.
—Lo sé. Ellos también hablan maravillas de usted.
____ se atragantó pensando en lo que le habrían contado los niños.
—Tenía mis dudas cuando fui a la agencia, pero después de ver a mis hijos y escucharlos, sé que tomé la decisión acertada. Se los ha sabido ganar y no son nada fáciles. Se lo agradezco.
—Es mi trabajo, milord.
—No lo crea. Mi hermano y yo tuvimos institutrices que eran más parecidas a un general de caballería que mujeres amables y comprensivas.
—Sí, eso me ha quedado claro.
—¿Lo dice por Joe?
____ no pudo evitar hacer una mueca ante la mención de su nombre, lo que hizo que el marqués de Stamford soltara una carcajada.
—Es un cascarrabias, ¿verdad?
—Yo no diría tal...
El Marqués volvió a levantar la ceja. A ese hombre tampoco se le escapaba una.
—Sí, lo es —dijo ____ totalmente resignada a que el Marqués la despidiera por hablar mal de su hermano.
Contrario a eso, volvió a soltar otra carcajada.
—¿Le parece divertido?
—No, es que creo que por fin Joe ha dado con la horma de su zapato. Conozco a mi hermano, señorita Greyson, y sé que a veces puede ser autoritario, intimidante y sumamente molesto. —____ hubiese añadido a la lista unos cuantos calificativos más—. Pero es el mejor hombre que he conocido en toda mi vida.
A ____ le llegó al alma la vehemencia con que el Marqués había dicho esa última frase. Sarah le había dicho que Joe quería y admiraba a su hermano mayor. Ahora estaba en posición de afirmar que el marqués de Stamford sentía lo mismo hacia su hermano menor.
—Creo que él opina lo mismo de usted.
—Su cara adquirió una expresión cálida.
—Sí, ese cascarrabias me quiere. Tengo suerte.
—No tengo claro si eso es tener suerte —le dijo ____ con un brillo de picardía en sus ojos.
Antes de que Kevin pudiera contestar a eso, unos pasos enérgicos llenaron el silencio que los envolvía y los obligaron a girar la cabeza.
Joe apareció por el extremo del jardín con cara de pocos amigos y echando chispas por sus enormes ojos negros. Cuando llegó junto a ellos, parecía quedarle muy poca paciencia.
—¿Qué demonios estás haciendo levantado?
—No aguantaba ni un minuto más tendido en la cama. Además, ¿a qué viene esa cara?
—Viene a que he subido a tu habitación y no estabas. Viene a que te he buscado por toda la casa y tampoco estabas. Viene a que nadie sabía dónde te habías metido. Viene...
—Entiendo lo que quieres decir, pero recuerda que ya soy mayorcito como para tomar decisiones sin consultar a nadie —dijo Kevin mientras levantaba una mano en señal de disculpa.
____ se movió en el banco, lo que hizo que Joe la mirara.
—Debí imaginarme que usted estaría metida.
—Yo no tengo nada que ver.
Joe la miraba fijamente como si pudiera traspasarla, arqueando una ceja con incredulidad.
—No sé cómo lo hace, pero cada vez que hay algún problema está metida en medio. Y ahora encima quiere que crea que esto ocurre por casualidad. No soy imbécil, señorita Greyson.
A ____ la situación estaba empezando a irritarla. El hecho de que la culpara de algo que no había hecho era injusto.
—En este caso tengo que disentir —dijo ____ levantándose enérgicamente y colocándose frente a él con la barbilla en alto y los puños apretados a ambos lados de su cuerpo—. Es usted un imbécil.
Joe estaba perplejo. Esa mujer a la que sacaba más de una cabeza de estatura estaba haciéndole frente. Y además lo había insultado. No pudo más que sonreír.
—¿Y puede saberse por qué sonríe ahora? —preguntó ____ al límite de su autocontrol.
Joe miró a su hermano y ambos estallaron en carcajadas.
____ pegó una patada muy poco femenina al suelo mientras los dejaba allí plantados, no sin que antes ambos la escucharan maldecirlos. Cuando ____ hubo desaparecido de su vista, Joe se sentó junto a su hermano.
—Creí que iba a explotar —le dijo Kevin en un intento de no volver a reír.
—Sí, tiene muy mal genio.
—Lamento haberme perdido estos días. Me hubiese entretenido con vosotros dos.
—No lo dudes. Esa mujer me saca de quicio.
—Ya lo veo, aunque en tu defensa tengo que decir que pareces tener el mismo efecto sobre ella.
Joe hizo una mueca con la cara mientras se quedaba mirando a su hermano.
—No vuelvas a hacerlo.
—¿Qué cosa? —preguntó Kevin como si no entendiese de qué le estaba hablando.
—Salir por ahí sin que nadie lo sepa. No hay más que verte para saber que no estás del todo recuperado. Sé que estás harto, pero debes tener paciencia. Si intentas hacerte el valiente, lo único que conseguirás es una recaída, y si eso ocurre juro que entonces el que te mato soy yo.
—De acuerdo.
—Está bien, volvamos a la casa. Empieza a refrescar.
—No me trates como si fuese una viejecita achacosa —le dijo Kevin entre dientes.
—Desde luego, es lo que mereces.
—Joe.
—Dime.
—La señorita Greyson no te mintió —le dijo mientras soltaba otra carcajada.
—¿Qué quieres decir?
—Pues que ella no tuvo nada que ver.
—Explícate.
—Estaba dando un paseo cuando, tengo que confesarlo, el cansancio pudo conmigo. Me apoyé en ese árbol para descansar. Fue entonces cuando me vio y me ayudó a sentarme. También me censuró por haberme ido sin avisar.
Joe miraba a su hermano, que parecía divertido ante la situación.
—¿Y por qué no dijiste nada?
—No quería estropear el momento —le dijo mientras pasaba por su lado guiñándole un ojo—. ¿Sabes, Joe? Tendrás que pedirle disculpas.
—Cuando el infierno se congele.
Las carcajadas de su hermano mayor le dijeron que eso era exactamente lo que pensó que diría.
Después de dejar a Kevin en su habitación para que descansara un rato, Joe bajó al estudio para terminar de examinar el correo y las cuentas de la propiedad. Sin embargo, por el momento, eso iba a ser algo difícil, ya que la señorita Greyson se encontraba esperándolo. La observó mientras cerraba la puerta. Al contrario de otras veces, parecía nerviosa o al menos daba esa impresión por el movimiento de sus manos, que no paraba de retorcer sobre su regazo. Nada más verlo, se levantó dando un paso hacia él.
—Quiero que sepa que recogeré mis cosas y me iré. Solo le pido que me deje despedirme de los niños y de Amelia y Sarah.
—¿De qué demonios está hablando? —le preguntó Joe acercándose a ella.
____ desvió la mirada del Conde bajando la cabeza en un intento desesperado de terminar cuanto antes, y siguió hablando como si no hubiese escuchado la pregunta de Joe.
—Lamento profundamente mi comportamiento de hace unos minutos. No tengo excusa posible. Lo insulté y delante de su hermano. He olvidado por un momento mi sitio en esta casa y eso es algo imperdonable. Yo...
Joe estaba perplejo. ____ Greyson, una mujer de armas tomar, estaba arrepentida. Sabía cuanto le habría costado pedirle perdón. Hacia escasamente un momento le había dicho a su hermano que se excusaría ante ____ cuando el infierno se congelara, y eso que no tenía razón, sin embargo, ella sí lo estaba haciendo, incluso castigándose más allá de lo que él hubiese imaginado. Siempre lo sorprendía y eso era algo que empezaba a gustarle, y mucho.
—No diga tonterías, ____. Usted no va a ir a ningún sitio.
—¡Pero no puedo quedarme después de lo que le he dicho!
—¿Qué me ha dicho? ¿Qué soy un imbécil? No se preocupe, en este caso tenía razón.
____ cerró la boca que se le había quedado abierta al escuchar las últimas palabras del conde de Ashford.
—De todas maneras, a pesar de que tuviera razón, no debí decírselo nunca. Yo soy la institutriz y debo comportarme según mi posición.
—¿Se está creyendo realmente lo que me dice? Porque si es así, me decepciona. No voy a mentir diciendo que a veces no me saca de quicio, que es una sabelotodo irritante y mandona —____ se había puesto más erguida que nunca al oír esas palabras, mientras su pie había empezado a dar toquecitos en la maravillosa alfombra de Aubusson que decoraba el piso del estudio—, pero no por eso se va a ir. Los niños la necesitan, y Amelia y Sarah sentirían su marcha. Es verdad que tiene que revisar la manera de expresar su opinión, sobre todo cuando habla conmigo, pero por lo demás no tengo nada que objetar.
—¿Está seguro?
—Sí.
—Gracias.
____ ya se retiraba cuando Joe la llamó.
—____.
—¿Sí?
—Gracias por ayudar a Kevin.
____ asintió con la cabeza. Joe la había sorprendido. No solo había reconocido ante ella que había sido injusto, sino que le había pedido que se quedara a pesar de no soportarla. Ese hombre podía ser muchas cosas, pero era un hombre noble. Que Dios la ayudara, porque esa era otra cualidad que nunca hubiese deseado descubrir en él.
Joe revisó las cuentas hasta tarde. Había intentado estar ocupado para no pensar en las noticias que le habían llegado de Londres. Otro de sus barcos había sido saboteado sin tener ninguna pista del origen del incidente. Richard debería llegar en los próximos días. Se obligó a tener paciencia. En cuanto su amigo regresara, él se encargaría de supervisar e investigar sobre el asunto. Lo que lo tenía más nervioso era no poder hacerse cargo él mismo de la situación, pero lo de esa mañana le había demostrado que su hermano aún lo necesitaba. Había escrito una carta al detective para que le mandara un informe sobre lo que hubiese descubierto hasta entonces. Quizá si lo estudiaba detenidamente pudiese encontrar algo que se les hubiese pasado por alto. Estaban investigando a la Sea Star, y había puesto a Vince Grant tras la pista de varios hombres que por una u otra razón podían querer vengarse tanto de Richard como de él.
Una sonrisa acudió a sus labios cuando pensó en ello. Seguramente la señorita Greyson sería la que encabezaría esa lista. Sabía que no podía ni verlo y eso lo irritaba. Lo que no tenía claro era por qué el hecho de que la institutriz, una mujer sin gracia y estirada, pensase lo peor de él lo enfurecía tanto. Era algo ilógico e inaudito, pero cierto. La cuestión es que tenía un carácter que le gustaba. No era bonita ni dulce como la inmensa mayoría de las mujeres que conocía. La verdad es que carecía de encantos, pero era abrir la boca y fascinarlo. Lo cautivaba su ingenio, la forma directa y sincera de decir las cosas, tan opuesta a los engaños y artimañas que solían utilizar la mayoría de las muchachas. A pesar de hacerle perder la paciencia, se encontraba muchas veces desafeándola solo para ver cómo dejaba a un lado su fachada de inalterable institutriz para convertirse en toda una fiera. Parecía ser una mujer apasionada. Nada más pensar en esto último, echó un vistazo a la copa de coñac que tenía encima de la mesa. Debía de habérsele subido a la cabeza, porque era imposible que se estuviese planteando la naturaleza de esa mujer.
Salió del estudio y se fue a descansar, porque el agotamiento le estaba empezando a pasar factura; de otro modo, no podría explicarse que la mujer que ocupaba la mayoría de sus pensamientos fuera una altiva, insufrible y fea institutriz.
HOPE YOU LIKE IT.
Gracias por comentar.
Cande Luque
Re: "Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada
siiiiiiiiiii
perdon por no aver pasado antes
si seguila
quiero cap :D
perdon por no aver pasado antes
si seguila
quiero cap :D
Let's Go
Re: "Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada
Capítulo 10
—_____.
—¿Si?
—Te encuentro algo distraída, ¿has escuchado lo que te he dicho?
—No, lo siento, Amelia, pero es que hoy estoy un poco cansada.
—¿No has dormido bien, querida?
—La verdad es que no.
—Un vaso de leche antes de acostarse hace milagros. Bueno, lo que te estaba diciendo es que el viernes estamos invitadas al baile que da la señora Fairbank, y queremos que vengas con nosotros.
—Pero Amelia, no podría, no sería nada apropiado.
—No digas tonterías. En la ciudad tal vez no, pero aquí en el campo las normas no son tan estrictas. La misma señora Fairbank te ha incluido en la invitación, y tanto Sarah como yo insistimos en que vengas.
—Pero Amelia...
—No se hable más.
—¿Sabe que es usted muy obstinada?
—Ya sé que estás encantada, pero no hace falta que me des las gracias.
_____ pensaba que lady Amelia Bruce tenía una sordera selectiva. Siempre parecía no oír aquello que no le convenía. La había observado y había notado ciertas cosas que no concordaban con la fuerte sordera que ella sostenía padecer. No se inclinaba hacia delante moviendo la cabeza hacia un lado para oír mejor, ni tampoco intentaba mirar a los labios como hacían muchas de las personas cuya audición estaba por debajo de lo normal. Algunas veces parecía oír un susurro mientras que otras no parecía enterarse de un ladrido. Era algo bastan te sospechoso. Convencida de que nada haría que Amelia cambiara de opinión, decidió no discutir más. Esa mujer era imposible.
—¿Qué tal les va a los niños?
—Muy bien. Esta mañana empezamos con geografía y nos hemos divertido bastante.
—¿Ah, sí?
—Sí, me he dado cuenta de que los niños suelen prestar más atención cuando las lecciones se mezclan con temas que les son fascinantes.
—¿Cómo es eso?
—Les dije que cada uno me hiciera una ruta del viaje que siempre hubiesen deseado. Debían buscar información acerca de cómo era la cultura, el territorio y el clima de los lugares que fueran a incluir.
—¿Y eso les fascina?
—Sí, tenían que contarme ese viaje con una historia que ellos mismos debían inventar.
—Ya veo —sonrió Amelia—, y hablando de historias ¿tienes algo que contarme?
_____ intentó disimular su reacción ante las palabras de Amelia. ¿Es que la había descubierto? ¿Pero cómo? Trató de no parecer alterada mientras le sostenía la mirada.
—No sé de qué habla.
—De lo que ocurrió ayer. Me he enterado de que Kevin salió al jardín cuando nosotras nos fuimos. Ese muchacho nos va a matar de un susto. No está recuperado aún y se pone a hacer tonterías como un crío.
_____ soltó el aliento que había estado conteniendo.
—Debe de ser difícil para el Marqués estar tanto tiempo postrado en una cama.
—Eso no te lo discuto, pero Kevin no puede permitirse tener una recaída, y si sigue así es lo que se va a buscar.
—¿Se preocupa mucho por él, verdad?
Amelia disfrazó la tristeza que asomó a sus ojos con una tenue sonrisa.
—Es un buen hombre, _____. Mi sobrina no pudo escoger mejor cuando se casó con él. La hizo una mujer muy feliz y eso a mí me basta. Danielle era como una hija para mí y cuando vi lo feliz que estaba y cuánto la amaba su marido, Kevin se ganó mi respeto y mi afecto. Después, cuando lo conocí mejor, comprendí que no solo era un caballero, sino una gran persona.
—Debió de ser horrible para él perder a Danielle.
—Todos sufrimos terriblemente: el padre de Danielle, que es mi hermano Alan; Sarah, los niños, yo, pero Kevin fue el que peor lo llevó. Se encerró en la biblioteca durante días sin dejar que nadie entrase. Jamás había visto a un hombre tan hundido. Hubo un momento en que pensé que se volvería loco. Ya no sabíamos qué hacer. Menos mal que llegó Joe. Entró en la habitación con él y estuvo allí durante horas. No sé lo que le dijo, pero fue el único que lo hizo reaccionar. Después de eso, todo mejoró.
—Es horrible cuando se pierde a alguien a quien se ama. Amelia la miró fijamente como si intentara determinar algo.
—Tú también has perdido a alguien, ¿verdad? —afirmó Amelia.
—Así es, pero era muy niña. Debe de ser más difícil cuando se es adulto.
—No, pequeña —dijo Amelia con dulzura—, no lo es.
Durante un momento las miradas de ambas se cruzaron, reconociendo cada una en la otra la verdad de esas palabras y el dolor que llevaban aparejadas.
—Bueno —dijo _____ intentando cambiar de tema—. Creo que ya es hora de que suba con los niños.
—¿_____?
—¿Sí? —le contestó cuando iba camino a la puerta.
—No te busques ninguna excusa porque irás a ese baile.
—Es usted increíble, Amelia.
—Lo sé, querida, pero qué le voy a hacer.
_____ cerró la puerta con la sensación de que el baile no iba a ser para nada la dulce y tranquila velada que Amelia le había descrito.
Cuando _____ llegó a la sala de estudio, se encontró con toda una escena. Lizzy estaba llorando desconsoladamente mientras Anthony, colgando de la ventana, intentaba quitarse de encima a Margareth, que lo sujetaba de los pantalones tirando con todas sus fuerzas de él hacia el interior de la habitación.
—¿Pero qué está ocurriendo aquí?
Al verla, Lizzy salió corriendo hacia ella y abrazándose a sus piernas empezó a llorar aún más fuerte. _____ la apartó delicadamente mientras corría hacia la ventana. Quitó a Margareth y de un tirón metió a Anthony dentro.
—¿Se puede saber qué demonios estabas haciendo colgando de la ventana? ¡Podías haberte matado!
—Intentaba salvar a mi pequeño —le dijo Lizzy con un hipido.
—¿Qué pequeño?
—Su gato —dijo Margareth asintiendo con la cabeza.
—Y todavía puedo hacerlo si ustedes dos me dejan tranquilo —dijo Anthony con el ceño fruncido.
—De eso ni hablar —le dijo _____ mientras sacaba la cabeza por la ventana para saber exactamente dónde se encontraba el dichoso gato.
El minino estaba en una de las copas más altas del árbol que daba a la ventana de esa habitación. El gato, que solo era una cría, se movía inquieto, lo bastante asustado como para no poder bajar de allí por sí solo.
_____ se giró hacia los niños y los grandes ojos de Lizzy la miraron suplicantes e inocentes, como si pusiese toda su fe en ella para traer a salvo a su pequeña mascota. Eso pudo más que toda su lógica y sensatez. Hacía mucho tiempo que no se subía aun árbol, pero siempre había sido buena trepando. Sin pensarlo más, y para asombro de sus pupilos, se pasó el extremo posterior de su vestido hacia delante enganchándolo a la cinturilla, haciendo que las faldas quedaran lo más parecidas posible a unos pantalones.
—No me irá a decir que usted va a treparse para buscar al gato le dijo Margareth como si creyera que se había vuelto loca de repente.
—Así es.
—Señorita Greyson, cada día me asombra más —le dijo Anthony con un brillo de respeto en la mirada.
—Gracias, señorita, gracias —decía Lizzy mientras no dejaba de pegar saltitos.
_____ pensó en todas las tonterías que había cometido desde que había llegado allí, y la que estaba a punto de hacer era sin dudas la mayor.
—Allá vamos.
Pasando la otra pierna por la ventana, quedó sentada mirando hacia fuera. La rama del árbol estaba justo a su lado, a la altura de sus rodillas. Por lo menos sería relativamente fácil subirse a él. Decirlo lúe más sencillo que hacerlo. Basta decir que los niños contuvieron la respiración vanas veces y que Anthony lanzó una exclamación muy poco alentadora. Al final, consiguió acercarse al gato, que no paraba de acurrucarse junto al tronco para no verse acorralado por ella.
Intentó tomarlo con la mano, pero el animal, asustado, la arañó sin piedad, lo que hizo que perdiese momentáneamente el equilibrio... y su zapato izquierdo. El rugido que oyó procedente del suelo cortó la maldición que sus labios iban a proferir. Su error fue mirar hacia abajo, porque era el mismísimo Joe Fitzpatrick el que sostenía su zapato en una mano, mientras se frotaba la cabeza en el lugar exacto donde parecía haber aterrizado. También fue un error poner los ojos en él, porque su mirada gélida como las aguas del océano Antártico la estaban perforando sin ninguna compasión.
—¡Bájese inmediatamente de ese árbol! ¿Es que quiere matarse?
—¡Nadie le ha pedido opinión! —le gritó _____ mientras intentaba de nuevo tomar al gato. Una de sus piernas resbaló, lo que hizo que por unos instantes quedara colgando de la rama.
—Maldición. ¡No se mueva! —oyó gritar a Joe.
_____ no pensaba dejarlo. No hubiese perdido el equilibrio si el Conde no la hubiese desconcentrado. La estaba tratando como si fuera una inútil cuando ella ya trepaba a árboles mucho más grandes que esos a la tierna edad de siete años.
Por fin el gato se dejó tomar acurrucándose contra su regazo. _____ metió al animal en un bolsillo del vestido. Dio media vuelta y se encaminó de nuevo a la ventana. Estuvo otra vez a punto de caer. Allí plantado estaba el Conde con las manos apoyadas en el alféizar de la ventana y una expresión más que intimidante en el rostro.
Seguramente esta vez no toleraría semejante impertinencia. Joe estaba alucinando. Sabía que la señorita Greyson no era una institutriz común, pero de ahí a que fuese una loca chiflada había un trecho. Había tenido que parpadear varias veces para cerciorarse de que no estaba viendo alucinaciones cuando al caerle el zapato encima de la cabeza había mirado hacia el árbol. Al principio negó que aquel revoltijo de enaguas que hacía equilibrio sobre tan precaria superficie fuera la institutriz, pero rápidamente tuvo que rendirse ante la evidencia porque, dado los antecedentes de la mujer desde que había puesto los pies en la casa, ¿qué otra persona hubiese sido capaz de hacer semejante estupidez? Le había dicho que se mantuviera quieta, pero ¿lo había escuchado acaso? ¡No!, la señorita lo había ignorado con una tranquilidad pasmosa. Cuando vio que no esperaría a que la ayudase, subió las escaleras a toda velocidad intentando llegar antes de que aquella arrogante acabara en el suelo hecha añicos. Al entrar, pasó junto a los niños que se apelotonaban en la ventana tratando de animar a la que debería ser el ejemplo de la corrección y la sensatez. Mandó a los niños a su cuarto y se asomó a la ventana para poder alzarla, ya que solo le faltaba medio metro para llegar hasta él. Cuando estuvo al alcance de sus manos, Joe la tomó sin ceremonias y la metió de un tirón en la habitación.
A _____ solo le dio tiempo de contar hasta tres antes de escuchar la explosión del Conde.
—¿Qué pretendía? ¿Matarse?
_____ intentó hablar, pero Joe la cortó en seco.
—¡Ni una palabra! ¡Ahora va a escucharme! Lo que ha hecho es lo más estúpido que he podido ver en toda mi vida y créame que he visto bastantes cosas. Si vuelve a hacer algo remotamente parecido, le juro que no respondo de mí. ¿Me ha entendido?
_____ se fijó en la mandíbula del Conde, que se contraía sin disimulo apretando los dientes en un vano intento por controlar su mal genio. Pensó que en ese momento era mejor no decir nada que pudiese hacerle perder la escasa paciencia que le quedaba.
—Sí, milord.
Ese fue el momento que escogió el gato para sacar la cabeza de entre las faldas de _____. ¡Había arriesgado su vida para rescatar a un minino! A Joe se le hacía cada vez más difícil conciliar la imagen de la institutriz con aspecto recatado y enfermizo con el de la mujer orgullosa, terca y vital que a veces dejaba entrever. Era un enigma que no estaba dispuesto a ignorar.
—Y ahora vaya a darle el gato a Lizzy. Lloraba como una condenada cuando la mandé con sus hermanos al cuarto —le dijo Joe con un brillo peligroso en los ojos.
_____ estaba paralizada por la mirada del Conde. En ese momento parecía un animal salvaje, sin embargo, sentía con absoluta certeza que no debía tenerle miedo. Sabía que jamás le haría daño por mucho que frunciera el ceño y por mucho que le hiciera perder el control.
—¿De verdad estaba preocupado por mí o es que no quería tener que recoger mis pedacitos del suelo? —le preguntó _____ con un intenso deseo de saber su respuesta.
La sola mención de que se hubiese caído del árbol hizo que algo dentro de Joe se contrajera de miedo. Eso lo tomó por sorpresa y lo irritó sobremanera.
—Hubiese detestado haber tenido que contratar a otra institutriz.
_____ sonrió a pesar de sí misma, porque esa era la respuesta que había estado esperando. Era su manera de decirle que se había preocupado por ella.
—Me ha dicho Amelia que vendrá con nosotros al baile —le dijo Joe cambiando de tema.
—Sí. Lady Bruce no me ha dejado mucha opción. ¿Usted va ir?
—Ahora sí.
_____ vio un destello en los ojos de Joe que hizo que tragara como si se le hubiese quedado un trozo de pastel en la garganta.
—Amelia me dijo que a usted no le gustaban ese tipo de veladas y que casi nunca iba a ellas —dijo _____ en un vano intento de auto convencerse de que Joe no iría.
—Es verdad, pero esta no me la perdería por nada del mundo.
—¿Por qué? —le preguntó sabedora de que no le iba a gustar nada su respuesta.
—Nunca vi bailar a una institutriz.
La sonrisa que se extendió por los labios de Joe le hizo sospechar de sus verdaderos motivos. Si lo que quería era reírse a costa suya, no lo permitiría.
—Ni lo verá, milord —le dijo en tono cortante y brusco.
Joe cruzó los brazos a la altura del pecho descansando su peso en una de sus largas piernas. Ese día estaba francamente atractivo. Llevaba unos pantalones ajustados de color marrón oscuro y las botan de montar. La camisa remangada y abierta un par de botones permitiendo ver como el pelo se le ensortijaba levemente en el cuello. _____ sintió la tentación de enredar sus dedos en ellos.
—¿De qué tiene miedo, señorita Greyson?
La pregunta de Joe la sacó de sus ensoñaciones.
—Si está insinuando que tengo miedo de usted, debo decirle que sus suposiciones no pueden ser más equivocadas.
—Me alegro de ello, _____.
La forma en que había arrastrado su nombre entre los labios, como si fuese algo prohibido hizo que se estremeciese de la cabeza a los pies. Nunca había podido imaginar que las palabras pudiesen tener tanta fuerza cuando eran dichas por la persona adecuada.
Joe la miró de una manera muy extraña antes de irse, como si supiese algo que ella desconocía. Tendrían que arrastrarla a la fuerza para hacerla bailar, se prometió a sí misma.
Joe acababa de bajar las escaleras cuando O'Connell le informó que Richard estaba esperándolo en el estudio. Por fin había llegado de ese viaje interminable.
Cuando entró y cerró la puerta tras de sí, su amigo se levantó del sillón con cara de preocupación.
—He ido a tu casa y me han dicho que estabas aquí. También me han dicho que es debido a que tu hermano está enfermo.
—Así es. Por unos días temimos por su vida, pero ya está fuera de peligro. Lo único es que su recuperación se hace lenta. Demasiado para su paciencia.
—Me lo imagino. Siempre fue muy testarudo —le dijo Richard más relajado. Deben haber sido unos días muy duros.
Joe no tuvo que decir nada. Richard lo miró a los ojos y asintió con la cabeza. Eran amigos desde hacía tanto tiempo que se conocían lo suficiente como para no necesitar de las palabras.
—Lo único que puedo decirte es que me alegro de que por fin huyas vuelto —le dijo Joe acercándose a Richard y dándole una fuerte palmada en la espalda.
—Me valoras más cuando estoy fuera. Debería irme con más frecuencia.
—¿Lo ves?, por eso no te digo nada, porque comienzas con tus alardes.
Richard soltó una carcajada. Se alegraba de que Kevin estuviese bien. Sabía que para Joe su hermano significaba mucho.
—El viaje ha sido todo un éxito. Me entrevisté con Archer y tengo un contrato para transportar su madera.
—Eso es perfecto.
—¿Perfecto? Vamos, Joe, es increíble. Cualquier compañía estaría encantada con ese contrato y en cambio tú no pareces muy entusiasmado.
—No es eso, es que en tu ausencia hemos tenido problemas.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué clase de problemas?
—Sabotaje. En tres de nuestros barcos.
—¿Qué se sabe?
—Nada. Empecé a investigar, pero poco después sucedió lo de Kevin, así que no tuve más remedio que contratar a un detective. El mejor de Londres, pero por ahora no hay ninguna pista. Estaba deseando que llegaras para que te hicieras cargo. Yo todavía no puedo irme de aquí.
—Lo entiendo. No te preocupes. Me ocuparé de ello mañana mismo. Pero va a ser difícil. Hemos acumulado una lista nada despreciable de enemigos que desearían vernos fracasar. Además también está la Sea Star. Esa empresa ha tenido bastantes pérdidas desde que nosotros entramos en escena.
—Sí, yo le dije lo mismo al detective. El director de la Star encabeza mi lista. El nombre del detective es Vince Grant, y me dijo que se ausentaría un par de días de la ciudad para comprobar unos datos.
—Está bien. Aprovecharé ese tiempo para investigar por mi cuenta. Te mantendré al corriente.
Joe sabía que Richard estaba preocupado, pero había algo diferente en él, lo había notado sobre todo cuando había hablado sobre el empresario estadounidense. Esa cara de embobado que había puesto solamente podía significar una cosa.
—Bueno, cuéntame —le dijo Joe cambiando de tema, con una mirada especulativa.
—No sé de qué estás hablando.
—Conozco esa sonrisita que has puesto al hablar antes del señor Archer. Deduzco que tiene una hija o bien algún familiar femenino que te ha hecho perder un poco la cabeza.
—Sabes, a veces te odio.
Joe soltó una carcajada ante la cara de fastidio de su amigo.
—Sabes que tarde o temprano me enteraré.
—De acuerdo, conocí a una mujer.
Joe levantó una ceja ante la cara de empalagoso enamorado que su amigo había puesto.
—Y ahora me dirás que es la mujer de tu vida. Una criatura angelical. Un dechado de virtudes.
—El sarcasmo nunca te sentó bien, amigo. Pero es verdad. Es todo lo que has dicho y más.
—¿Sabes cuántas veces me has contado lo mismo en los últimos años?
—Esta vez es diferente, Joe. Ella es diferente. No todas son como Elinor.
Joe endureció su expresión al oír el nombre de esa mujer.
—Lo siento no debería haberla nombrado.
—No, no deberías.
Richard lamentó no haberse mordido la lengua a tiempo. Sabía que aquella mujer había dejado algunas cicatrices en su amigo. Desde entonces, Joe había tenido muchas aventuras, pero siempre con la misma clase de mujeres. Aquellas que no le exigían nada, salvo el efímero placer de una noche. Richard sabía que Joe solo había admirado a una mujer, la esposa de Kevin, a la que quiso como a una hermana. Solo podía esperar que algún día alguien pudiera atravesar la coraza que su amigo tan celosamente había construido en torno a su corazón. Ojalá alguien le hiciera perder la cabeza y ese autodominio que a veces tanto lo sacaba de quicio. Joe merecía ser feliz.
—Bueno, quizá tengas razón y ella sea diferente —le dijo Joe—, aunque no sé qué habrá visto en ti. Debe estar ciega.
Richard soltó una carcajada.
—Soy un hombre afortunado.
—¿Me vas a decir cómo se llama?
—Melissa.
—¿Y?
—Sabes, el estar rodeado de mujeres te está convirtiendo en un chismoso.
Joe alzó una ceja en señal de protesta.
—Si no fuera porque sé que tu mente está trastornada por los efectos del amor, te haría tragar esas palabras.
Richard soltó el aire que había inhalado con cierta brusquedad como muestra de rendición.
—De acuerdo, la conocí en casa de los Archer. Estaba de visita. Es prima segunda de la esposa del empresario y es inglesa. Vinimos el mismo barco.
Joe soltó un silbido.
—¿Qué significa eso?
—¿Qué cosa?
—Ese silbido.
—Nada.
—¿Cómo que nada? Vamos, te conozco.
—Es que ya te estoy viendo camino al altar.
—Creo que es demasiado pronto para decir algo así. Estamos conociéndonos —le respondió algo ceñudo.
—Me invitarás, ¿no?
—¿Te quieres callar, Joe?
—Siempre me ha sentado bien el negro, creo que me compraré un traje para la ocasión.
—A veces te retorcería el cuello.
Joe soltó una carcajada. Siempre le resultaba fácil sacar de sus casillas a Richard.
—¿Cuándo conoceré a la afortunada?
—Cuando vengas a Londres. Pero te advierto, nada de desplegar ese encanto tuyo que hace que las mujeres se arrojen a tus pies.
—Yo no hago nada para que eso ocurra, créeme.
—Sí, y por eso eres odioso. Todavía no he perdido la esperanza de que alguna mujer consiga que babees por amor.
Joe lo miró con sorna.
—Antes verás volar a los cerdos —le dijo mientras una sonrisa se extendía por sus labios.
Hope you like it.
—_____.
—¿Si?
—Te encuentro algo distraída, ¿has escuchado lo que te he dicho?
—No, lo siento, Amelia, pero es que hoy estoy un poco cansada.
—¿No has dormido bien, querida?
—La verdad es que no.
—Un vaso de leche antes de acostarse hace milagros. Bueno, lo que te estaba diciendo es que el viernes estamos invitadas al baile que da la señora Fairbank, y queremos que vengas con nosotros.
—Pero Amelia, no podría, no sería nada apropiado.
—No digas tonterías. En la ciudad tal vez no, pero aquí en el campo las normas no son tan estrictas. La misma señora Fairbank te ha incluido en la invitación, y tanto Sarah como yo insistimos en que vengas.
—Pero Amelia...
—No se hable más.
—¿Sabe que es usted muy obstinada?
—Ya sé que estás encantada, pero no hace falta que me des las gracias.
_____ pensaba que lady Amelia Bruce tenía una sordera selectiva. Siempre parecía no oír aquello que no le convenía. La había observado y había notado ciertas cosas que no concordaban con la fuerte sordera que ella sostenía padecer. No se inclinaba hacia delante moviendo la cabeza hacia un lado para oír mejor, ni tampoco intentaba mirar a los labios como hacían muchas de las personas cuya audición estaba por debajo de lo normal. Algunas veces parecía oír un susurro mientras que otras no parecía enterarse de un ladrido. Era algo bastan te sospechoso. Convencida de que nada haría que Amelia cambiara de opinión, decidió no discutir más. Esa mujer era imposible.
—¿Qué tal les va a los niños?
—Muy bien. Esta mañana empezamos con geografía y nos hemos divertido bastante.
—¿Ah, sí?
—Sí, me he dado cuenta de que los niños suelen prestar más atención cuando las lecciones se mezclan con temas que les son fascinantes.
—¿Cómo es eso?
—Les dije que cada uno me hiciera una ruta del viaje que siempre hubiesen deseado. Debían buscar información acerca de cómo era la cultura, el territorio y el clima de los lugares que fueran a incluir.
—¿Y eso les fascina?
—Sí, tenían que contarme ese viaje con una historia que ellos mismos debían inventar.
—Ya veo —sonrió Amelia—, y hablando de historias ¿tienes algo que contarme?
_____ intentó disimular su reacción ante las palabras de Amelia. ¿Es que la había descubierto? ¿Pero cómo? Trató de no parecer alterada mientras le sostenía la mirada.
—No sé de qué habla.
—De lo que ocurrió ayer. Me he enterado de que Kevin salió al jardín cuando nosotras nos fuimos. Ese muchacho nos va a matar de un susto. No está recuperado aún y se pone a hacer tonterías como un crío.
_____ soltó el aliento que había estado conteniendo.
—Debe de ser difícil para el Marqués estar tanto tiempo postrado en una cama.
—Eso no te lo discuto, pero Kevin no puede permitirse tener una recaída, y si sigue así es lo que se va a buscar.
—¿Se preocupa mucho por él, verdad?
Amelia disfrazó la tristeza que asomó a sus ojos con una tenue sonrisa.
—Es un buen hombre, _____. Mi sobrina no pudo escoger mejor cuando se casó con él. La hizo una mujer muy feliz y eso a mí me basta. Danielle era como una hija para mí y cuando vi lo feliz que estaba y cuánto la amaba su marido, Kevin se ganó mi respeto y mi afecto. Después, cuando lo conocí mejor, comprendí que no solo era un caballero, sino una gran persona.
—Debió de ser horrible para él perder a Danielle.
—Todos sufrimos terriblemente: el padre de Danielle, que es mi hermano Alan; Sarah, los niños, yo, pero Kevin fue el que peor lo llevó. Se encerró en la biblioteca durante días sin dejar que nadie entrase. Jamás había visto a un hombre tan hundido. Hubo un momento en que pensé que se volvería loco. Ya no sabíamos qué hacer. Menos mal que llegó Joe. Entró en la habitación con él y estuvo allí durante horas. No sé lo que le dijo, pero fue el único que lo hizo reaccionar. Después de eso, todo mejoró.
—Es horrible cuando se pierde a alguien a quien se ama. Amelia la miró fijamente como si intentara determinar algo.
—Tú también has perdido a alguien, ¿verdad? —afirmó Amelia.
—Así es, pero era muy niña. Debe de ser más difícil cuando se es adulto.
—No, pequeña —dijo Amelia con dulzura—, no lo es.
Durante un momento las miradas de ambas se cruzaron, reconociendo cada una en la otra la verdad de esas palabras y el dolor que llevaban aparejadas.
—Bueno —dijo _____ intentando cambiar de tema—. Creo que ya es hora de que suba con los niños.
—¿_____?
—¿Sí? —le contestó cuando iba camino a la puerta.
—No te busques ninguna excusa porque irás a ese baile.
—Es usted increíble, Amelia.
—Lo sé, querida, pero qué le voy a hacer.
_____ cerró la puerta con la sensación de que el baile no iba a ser para nada la dulce y tranquila velada que Amelia le había descrito.
Cuando _____ llegó a la sala de estudio, se encontró con toda una escena. Lizzy estaba llorando desconsoladamente mientras Anthony, colgando de la ventana, intentaba quitarse de encima a Margareth, que lo sujetaba de los pantalones tirando con todas sus fuerzas de él hacia el interior de la habitación.
—¿Pero qué está ocurriendo aquí?
Al verla, Lizzy salió corriendo hacia ella y abrazándose a sus piernas empezó a llorar aún más fuerte. _____ la apartó delicadamente mientras corría hacia la ventana. Quitó a Margareth y de un tirón metió a Anthony dentro.
—¿Se puede saber qué demonios estabas haciendo colgando de la ventana? ¡Podías haberte matado!
—Intentaba salvar a mi pequeño —le dijo Lizzy con un hipido.
—¿Qué pequeño?
—Su gato —dijo Margareth asintiendo con la cabeza.
—Y todavía puedo hacerlo si ustedes dos me dejan tranquilo —dijo Anthony con el ceño fruncido.
—De eso ni hablar —le dijo _____ mientras sacaba la cabeza por la ventana para saber exactamente dónde se encontraba el dichoso gato.
El minino estaba en una de las copas más altas del árbol que daba a la ventana de esa habitación. El gato, que solo era una cría, se movía inquieto, lo bastante asustado como para no poder bajar de allí por sí solo.
_____ se giró hacia los niños y los grandes ojos de Lizzy la miraron suplicantes e inocentes, como si pusiese toda su fe en ella para traer a salvo a su pequeña mascota. Eso pudo más que toda su lógica y sensatez. Hacía mucho tiempo que no se subía aun árbol, pero siempre había sido buena trepando. Sin pensarlo más, y para asombro de sus pupilos, se pasó el extremo posterior de su vestido hacia delante enganchándolo a la cinturilla, haciendo que las faldas quedaran lo más parecidas posible a unos pantalones.
—No me irá a decir que usted va a treparse para buscar al gato le dijo Margareth como si creyera que se había vuelto loca de repente.
—Así es.
—Señorita Greyson, cada día me asombra más —le dijo Anthony con un brillo de respeto en la mirada.
—Gracias, señorita, gracias —decía Lizzy mientras no dejaba de pegar saltitos.
_____ pensó en todas las tonterías que había cometido desde que había llegado allí, y la que estaba a punto de hacer era sin dudas la mayor.
—Allá vamos.
Pasando la otra pierna por la ventana, quedó sentada mirando hacia fuera. La rama del árbol estaba justo a su lado, a la altura de sus rodillas. Por lo menos sería relativamente fácil subirse a él. Decirlo lúe más sencillo que hacerlo. Basta decir que los niños contuvieron la respiración vanas veces y que Anthony lanzó una exclamación muy poco alentadora. Al final, consiguió acercarse al gato, que no paraba de acurrucarse junto al tronco para no verse acorralado por ella.
Intentó tomarlo con la mano, pero el animal, asustado, la arañó sin piedad, lo que hizo que perdiese momentáneamente el equilibrio... y su zapato izquierdo. El rugido que oyó procedente del suelo cortó la maldición que sus labios iban a proferir. Su error fue mirar hacia abajo, porque era el mismísimo Joe Fitzpatrick el que sostenía su zapato en una mano, mientras se frotaba la cabeza en el lugar exacto donde parecía haber aterrizado. También fue un error poner los ojos en él, porque su mirada gélida como las aguas del océano Antártico la estaban perforando sin ninguna compasión.
—¡Bájese inmediatamente de ese árbol! ¿Es que quiere matarse?
—¡Nadie le ha pedido opinión! —le gritó _____ mientras intentaba de nuevo tomar al gato. Una de sus piernas resbaló, lo que hizo que por unos instantes quedara colgando de la rama.
—Maldición. ¡No se mueva! —oyó gritar a Joe.
_____ no pensaba dejarlo. No hubiese perdido el equilibrio si el Conde no la hubiese desconcentrado. La estaba tratando como si fuera una inútil cuando ella ya trepaba a árboles mucho más grandes que esos a la tierna edad de siete años.
Por fin el gato se dejó tomar acurrucándose contra su regazo. _____ metió al animal en un bolsillo del vestido. Dio media vuelta y se encaminó de nuevo a la ventana. Estuvo otra vez a punto de caer. Allí plantado estaba el Conde con las manos apoyadas en el alféizar de la ventana y una expresión más que intimidante en el rostro.
Seguramente esta vez no toleraría semejante impertinencia. Joe estaba alucinando. Sabía que la señorita Greyson no era una institutriz común, pero de ahí a que fuese una loca chiflada había un trecho. Había tenido que parpadear varias veces para cerciorarse de que no estaba viendo alucinaciones cuando al caerle el zapato encima de la cabeza había mirado hacia el árbol. Al principio negó que aquel revoltijo de enaguas que hacía equilibrio sobre tan precaria superficie fuera la institutriz, pero rápidamente tuvo que rendirse ante la evidencia porque, dado los antecedentes de la mujer desde que había puesto los pies en la casa, ¿qué otra persona hubiese sido capaz de hacer semejante estupidez? Le había dicho que se mantuviera quieta, pero ¿lo había escuchado acaso? ¡No!, la señorita lo había ignorado con una tranquilidad pasmosa. Cuando vio que no esperaría a que la ayudase, subió las escaleras a toda velocidad intentando llegar antes de que aquella arrogante acabara en el suelo hecha añicos. Al entrar, pasó junto a los niños que se apelotonaban en la ventana tratando de animar a la que debería ser el ejemplo de la corrección y la sensatez. Mandó a los niños a su cuarto y se asomó a la ventana para poder alzarla, ya que solo le faltaba medio metro para llegar hasta él. Cuando estuvo al alcance de sus manos, Joe la tomó sin ceremonias y la metió de un tirón en la habitación.
A _____ solo le dio tiempo de contar hasta tres antes de escuchar la explosión del Conde.
—¿Qué pretendía? ¿Matarse?
_____ intentó hablar, pero Joe la cortó en seco.
—¡Ni una palabra! ¡Ahora va a escucharme! Lo que ha hecho es lo más estúpido que he podido ver en toda mi vida y créame que he visto bastantes cosas. Si vuelve a hacer algo remotamente parecido, le juro que no respondo de mí. ¿Me ha entendido?
_____ se fijó en la mandíbula del Conde, que se contraía sin disimulo apretando los dientes en un vano intento por controlar su mal genio. Pensó que en ese momento era mejor no decir nada que pudiese hacerle perder la escasa paciencia que le quedaba.
—Sí, milord.
Ese fue el momento que escogió el gato para sacar la cabeza de entre las faldas de _____. ¡Había arriesgado su vida para rescatar a un minino! A Joe se le hacía cada vez más difícil conciliar la imagen de la institutriz con aspecto recatado y enfermizo con el de la mujer orgullosa, terca y vital que a veces dejaba entrever. Era un enigma que no estaba dispuesto a ignorar.
—Y ahora vaya a darle el gato a Lizzy. Lloraba como una condenada cuando la mandé con sus hermanos al cuarto —le dijo Joe con un brillo peligroso en los ojos.
_____ estaba paralizada por la mirada del Conde. En ese momento parecía un animal salvaje, sin embargo, sentía con absoluta certeza que no debía tenerle miedo. Sabía que jamás le haría daño por mucho que frunciera el ceño y por mucho que le hiciera perder el control.
—¿De verdad estaba preocupado por mí o es que no quería tener que recoger mis pedacitos del suelo? —le preguntó _____ con un intenso deseo de saber su respuesta.
La sola mención de que se hubiese caído del árbol hizo que algo dentro de Joe se contrajera de miedo. Eso lo tomó por sorpresa y lo irritó sobremanera.
—Hubiese detestado haber tenido que contratar a otra institutriz.
_____ sonrió a pesar de sí misma, porque esa era la respuesta que había estado esperando. Era su manera de decirle que se había preocupado por ella.
—Me ha dicho Amelia que vendrá con nosotros al baile —le dijo Joe cambiando de tema.
—Sí. Lady Bruce no me ha dejado mucha opción. ¿Usted va ir?
—Ahora sí.
_____ vio un destello en los ojos de Joe que hizo que tragara como si se le hubiese quedado un trozo de pastel en la garganta.
—Amelia me dijo que a usted no le gustaban ese tipo de veladas y que casi nunca iba a ellas —dijo _____ en un vano intento de auto convencerse de que Joe no iría.
—Es verdad, pero esta no me la perdería por nada del mundo.
—¿Por qué? —le preguntó sabedora de que no le iba a gustar nada su respuesta.
—Nunca vi bailar a una institutriz.
La sonrisa que se extendió por los labios de Joe le hizo sospechar de sus verdaderos motivos. Si lo que quería era reírse a costa suya, no lo permitiría.
—Ni lo verá, milord —le dijo en tono cortante y brusco.
Joe cruzó los brazos a la altura del pecho descansando su peso en una de sus largas piernas. Ese día estaba francamente atractivo. Llevaba unos pantalones ajustados de color marrón oscuro y las botan de montar. La camisa remangada y abierta un par de botones permitiendo ver como el pelo se le ensortijaba levemente en el cuello. _____ sintió la tentación de enredar sus dedos en ellos.
—¿De qué tiene miedo, señorita Greyson?
La pregunta de Joe la sacó de sus ensoñaciones.
—Si está insinuando que tengo miedo de usted, debo decirle que sus suposiciones no pueden ser más equivocadas.
—Me alegro de ello, _____.
La forma en que había arrastrado su nombre entre los labios, como si fuese algo prohibido hizo que se estremeciese de la cabeza a los pies. Nunca había podido imaginar que las palabras pudiesen tener tanta fuerza cuando eran dichas por la persona adecuada.
Joe la miró de una manera muy extraña antes de irse, como si supiese algo que ella desconocía. Tendrían que arrastrarla a la fuerza para hacerla bailar, se prometió a sí misma.
Joe acababa de bajar las escaleras cuando O'Connell le informó que Richard estaba esperándolo en el estudio. Por fin había llegado de ese viaje interminable.
Cuando entró y cerró la puerta tras de sí, su amigo se levantó del sillón con cara de preocupación.
—He ido a tu casa y me han dicho que estabas aquí. También me han dicho que es debido a que tu hermano está enfermo.
—Así es. Por unos días temimos por su vida, pero ya está fuera de peligro. Lo único es que su recuperación se hace lenta. Demasiado para su paciencia.
—Me lo imagino. Siempre fue muy testarudo —le dijo Richard más relajado. Deben haber sido unos días muy duros.
Joe no tuvo que decir nada. Richard lo miró a los ojos y asintió con la cabeza. Eran amigos desde hacía tanto tiempo que se conocían lo suficiente como para no necesitar de las palabras.
—Lo único que puedo decirte es que me alegro de que por fin huyas vuelto —le dijo Joe acercándose a Richard y dándole una fuerte palmada en la espalda.
—Me valoras más cuando estoy fuera. Debería irme con más frecuencia.
—¿Lo ves?, por eso no te digo nada, porque comienzas con tus alardes.
Richard soltó una carcajada. Se alegraba de que Kevin estuviese bien. Sabía que para Joe su hermano significaba mucho.
—El viaje ha sido todo un éxito. Me entrevisté con Archer y tengo un contrato para transportar su madera.
—Eso es perfecto.
—¿Perfecto? Vamos, Joe, es increíble. Cualquier compañía estaría encantada con ese contrato y en cambio tú no pareces muy entusiasmado.
—No es eso, es que en tu ausencia hemos tenido problemas.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué clase de problemas?
—Sabotaje. En tres de nuestros barcos.
—¿Qué se sabe?
—Nada. Empecé a investigar, pero poco después sucedió lo de Kevin, así que no tuve más remedio que contratar a un detective. El mejor de Londres, pero por ahora no hay ninguna pista. Estaba deseando que llegaras para que te hicieras cargo. Yo todavía no puedo irme de aquí.
—Lo entiendo. No te preocupes. Me ocuparé de ello mañana mismo. Pero va a ser difícil. Hemos acumulado una lista nada despreciable de enemigos que desearían vernos fracasar. Además también está la Sea Star. Esa empresa ha tenido bastantes pérdidas desde que nosotros entramos en escena.
—Sí, yo le dije lo mismo al detective. El director de la Star encabeza mi lista. El nombre del detective es Vince Grant, y me dijo que se ausentaría un par de días de la ciudad para comprobar unos datos.
—Está bien. Aprovecharé ese tiempo para investigar por mi cuenta. Te mantendré al corriente.
Joe sabía que Richard estaba preocupado, pero había algo diferente en él, lo había notado sobre todo cuando había hablado sobre el empresario estadounidense. Esa cara de embobado que había puesto solamente podía significar una cosa.
—Bueno, cuéntame —le dijo Joe cambiando de tema, con una mirada especulativa.
—No sé de qué estás hablando.
—Conozco esa sonrisita que has puesto al hablar antes del señor Archer. Deduzco que tiene una hija o bien algún familiar femenino que te ha hecho perder un poco la cabeza.
—Sabes, a veces te odio.
Joe soltó una carcajada ante la cara de fastidio de su amigo.
—Sabes que tarde o temprano me enteraré.
—De acuerdo, conocí a una mujer.
Joe levantó una ceja ante la cara de empalagoso enamorado que su amigo había puesto.
—Y ahora me dirás que es la mujer de tu vida. Una criatura angelical. Un dechado de virtudes.
—El sarcasmo nunca te sentó bien, amigo. Pero es verdad. Es todo lo que has dicho y más.
—¿Sabes cuántas veces me has contado lo mismo en los últimos años?
—Esta vez es diferente, Joe. Ella es diferente. No todas son como Elinor.
Joe endureció su expresión al oír el nombre de esa mujer.
—Lo siento no debería haberla nombrado.
—No, no deberías.
Richard lamentó no haberse mordido la lengua a tiempo. Sabía que aquella mujer había dejado algunas cicatrices en su amigo. Desde entonces, Joe había tenido muchas aventuras, pero siempre con la misma clase de mujeres. Aquellas que no le exigían nada, salvo el efímero placer de una noche. Richard sabía que Joe solo había admirado a una mujer, la esposa de Kevin, a la que quiso como a una hermana. Solo podía esperar que algún día alguien pudiera atravesar la coraza que su amigo tan celosamente había construido en torno a su corazón. Ojalá alguien le hiciera perder la cabeza y ese autodominio que a veces tanto lo sacaba de quicio. Joe merecía ser feliz.
—Bueno, quizá tengas razón y ella sea diferente —le dijo Joe—, aunque no sé qué habrá visto en ti. Debe estar ciega.
Richard soltó una carcajada.
—Soy un hombre afortunado.
—¿Me vas a decir cómo se llama?
—Melissa.
—¿Y?
—Sabes, el estar rodeado de mujeres te está convirtiendo en un chismoso.
Joe alzó una ceja en señal de protesta.
—Si no fuera porque sé que tu mente está trastornada por los efectos del amor, te haría tragar esas palabras.
Richard soltó el aire que había inhalado con cierta brusquedad como muestra de rendición.
—De acuerdo, la conocí en casa de los Archer. Estaba de visita. Es prima segunda de la esposa del empresario y es inglesa. Vinimos el mismo barco.
Joe soltó un silbido.
—¿Qué significa eso?
—¿Qué cosa?
—Ese silbido.
—Nada.
—¿Cómo que nada? Vamos, te conozco.
—Es que ya te estoy viendo camino al altar.
—Creo que es demasiado pronto para decir algo así. Estamos conociéndonos —le respondió algo ceñudo.
—Me invitarás, ¿no?
—¿Te quieres callar, Joe?
—Siempre me ha sentado bien el negro, creo que me compraré un traje para la ocasión.
—A veces te retorcería el cuello.
Joe soltó una carcajada. Siempre le resultaba fácil sacar de sus casillas a Richard.
—¿Cuándo conoceré a la afortunada?
—Cuando vengas a Londres. Pero te advierto, nada de desplegar ese encanto tuyo que hace que las mujeres se arrojen a tus pies.
—Yo no hago nada para que eso ocurra, créeme.
—Sí, y por eso eres odioso. Todavía no he perdido la esperanza de que alguna mujer consiga que babees por amor.
Joe lo miró con sorna.
—Antes verás volar a los cerdos —le dijo mientras una sonrisa se extendía por sus labios.
Hope you like it.
Cande Luque
Re: "Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada
Ohhhh me encanta
Plis siguelaaaaa
Gracias por subir CAP
La amo!!
Siguelaaaaaa!!
Plis siguelaaaaa
Gracias por subir CAP
La amo!!
Siguelaaaaaa!!
Karli Jonas
Re: "Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada
JAJAJAJ, de nada, sos una de las únicas lectoras, gracias por leer :)
Cande Luque
Re: "Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada
Ohhh nena
Eres genial en verdad me encanta
SIGUELA pronto!!
Eres genial en verdad me encanta
SIGUELA pronto!!
Karli Jonas
Re: "Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada
Noooo!! es tan tan linda esta novela!!
La novelas de epoca son las MEJORES!!!
Lo tienen todo, y mas si son escritoras inglesas. Les tengo todo mi respeto.
Muchas gracias por subir la novela. Encerio :D
I just can't wait any longer! xD
La novelas de epoca son las MEJORES!!!
Lo tienen todo, y mas si son escritoras inglesas. Les tengo todo mi respeto.
Muchas gracias por subir la novela. Encerio :D
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Augustinesg
Re: "Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada
Capítulo 11
EL BAILE DE LA SEÑORA FAIRBANK ERA ESA MISMA NOCHE Y NO SABÍA QUÉ PONERSE. Todos sus vestidos eran de una fealdad imposible de superar. El único un poco más pasable era el que se había comprado en Londres para la cena con su padre y su anciano prometido. Sin duda, el vestido no le traía buenos recuerdos, pero era lo único decente dada la ocasión.
Se peinó con un moño tirante, como era su costumbre, dejando sueltos algunos mechones al lado de las sienes, lo que hacía que su expresión se suavizara levemente. Por lo demás, no podía hacer gran cosa Echaba en falta poder ser ella misma. En muchas ocasiones había presentado diversos papeles, pero solo por unas pocas horas, tras las cuales recuperaba su vida y su propia imagen Este era el personaje más difícil de interpretar no solo porque no le permitía bajar en ningún momento la guardia, sino porque sus sentimientos se estaban entrelazando sin poder evitarlo con los miembros de esa familia. No había sido consciente de ello hasta que fue demasiado tarde para acotarlo. El deseo de ser quien realmente era se le hacía cada vez más intenso, golpeando sin piedad en su conciencia. La farsa que estaba, obligada a mantener la hacía cada vez más prisionera de sus sentimientos, intensificados por la necesidad de guardar silencio. Era como si tuviera que interpretar dos papeles, el de la institutriz y el de la mujer que finge ante sí misma que nada ha cambiado. Pero esa era la mayor de sus mentiras y su representación más audaz. Sabía que estar allí ya la había cambiado. Sabía que el día que tuviera que dejar atrás para siempre aquella casa y a quienes habitaban en ella, su corazón sufriría intensamente. Todos ellos, desde Amelia hasta O'Connell se habían ganado su afecto en tan solo unas semanas.
Sarah le había brindado su amistad, no como aquellas mujeres de la alta sociedad entre quienes las sonrisas, las frases recargadas y los gestos eran un mero escaparate para obtener mejores influencias; un puro teatro en el que el final de una función siempre coincidía con el inicio de otra. Una conducta aprendida y perfeccionada de la que todos hacían su segunda piel. Sarah era sincera, sin subterfugios ni artimañas. Una verdadera amiga.
Después estaban los niños. Esos pequeños sí que la habían conquistado con sus travesuras, sus sonrisas y su cariño, que le entregaban sin que ella lo esperara. La habían sorprendido por su espontaneidad, su desinteresado afecto y su confianza.
Y..., luego estaba Joe. Jamás pensó que sentiría algo así por un hombre. No sabía exactamente qué nombre ponerle a ese sentimiento, pero era demasiado perturbador para ignorar por más tiempo su existencia. Aceptaba lo que le hacía sentir cuando estaba cerca, embriagando sus sentidos como una inexperta debutante que bebe por primera vez una copa de champaña, pero lo que la asustaba era no poder controlar esas sensaciones que parecían intensificarse con el paso de los días y que inevitablemente la llevaban a un terreno totalmente desconocido que la asustaba y excitaba a la vez.
Debía tener cuidado con todos los sentimientos que la amenazaban con hacerle olvidar por qué estaba allí.
Cuando bajó, todos estaban preparados para partir. Incluso el Marqués estaba sentado en la biblioteca tomándole el pelo a su hermano sobre el hecho de que este último tuviera que asistir a un baile en donde la mayoría de las mujeres lo perseguirían por pertenecer a la lista de los solteros de oro, cosa que a Joe no le hizo demasiada gracia.
Fueron en carruaje hasta la propiedad de la señora Fairbank. Amelia y Joe en un asiento y Sarah, y ella compartiendo el otro.
Sintió los ojos de Joe encima durante todo el trayecto. Esa velada iba a ser demasiado larga. Todavía no sabía cómo se había dejado arrastrar hasta allí. Aquel no era su sitio. Una institutriz, y encima con su aspecto, en medio de un baile, no cabía duda de que sería el blanco de algunos cotillees.
La rigidez de las normas por la que se regía la sociedad londinense era flexiblemente ignorada en la campiña, pero a pesar de que sentía que estaba fuera de lugar. La testarudez de Amelia la había metido en ese lío. Tenía claro qué hacer. Entraría en el salón, vería como se acomodaban las viejas matronas y se sentaría a su lado para pasar inadvertida durante toda la velada. Sería como si no estuviese allí.
La casa, que se veía ya desde lejos, era una enorme construcción que parecía sacada de una de las novelas góticas de la señora Radcliffe. En la entrada, un criado les abrió la puerta del coche. Joe se apeó primero y ayudó luego a que bajaran las damas. Cuando toco su mano, ____ sintió un hormigueo de calor que ascendía por el brazo hasta entumecerle los sentidos. Demasiado rápido retiró la mano, como si se hubiese quemado, lo que hizo que el Conde la mirara con una interrogación en los ojos negros.
La entrada de la mansión estaba custodiada por enormes columnas corintias que la hacían sentirse devorada por las grandes fauces de algún mítico animal.
La señora Fairbank los recibió con una efusividad desmedida mientras los invitaba a pasar al salón. ____, que apenas había podido reparar en nada, se quedó fascinada con la decoración de aquella enorme habitación. Casi todos los invitados habían llegado ya, dada la cantidad de personas que colmaban la sala y que se detenían a cada paso para hablar con el resto de los invitados, como si fuese una danza de antemano preparada. En una de las esquinas, la orquesta se disponía para empezar con su concierto, y en el centro de la pared opuesta, unas grandes puertas se abrían hacia el jardín y dejaban entrar la brisa de la noche, así como el embriagador aroma de las flores que, mezclado con el perfume de las damas, conformaba una maravillosa esencia.
Grandes arañas de cristal descendían del techo y hacían que la sala estuviese iluminada como si fuese de día. Los espejos que cubrían por entero las paredes multiplicaban por diez las personas que en ellos se reflejaban, por lo que el espacio se dilataba dando la sensación de ser mucho más amplio. Grandes jarrones con flores exóticas se encontraban estratégicamente situados para engrandecer visualmente el entorno con su colorido.
Las damas iban a la última moda, muy distintas a la recatada y anticuada institutriz que ella representaba. Amelia le había dicho que iba a ser una velada aburrida y sencilla. Además de testaruda, había que añadir mentirosa a su lista de cualidades. Desde luego, aquello no tenía nada de sencillo y, por la cantidad de invitados, estaba claro que además de vecinos había también quienes provenían de Londres.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Sarah apoyando una mano en su brazo—. Estás más pálida de lo normal.
Sarah estaba deslumbrante esa noche. Había visto el brillo de reconocimiento en los ojos de Kevin antes de salir de la casa, al igual que el rubor en las mejillas de su amiga cuando el Marqués le había dicho lo encantadora que se veía. Había notado algo extraño en la conducta de Sarah cada vez que se encontraba cerca del Marqués, pero hasta esa noche no había comprendido la razón. Eso era algo que debía analizar con detenimiento.
—Estoy bien, no te preocupes, es que no acostumbro a asistir a este tipo de veladas.
—Querida, siempre he pensado que hay mucho más dentro de ti. No me defraudes esta noche —le dijo Amelia apareciendo como por arte de magia a su lado.
____ la miró con recelo. Amelia siempre hacía unos comentarios que le ponían los pelos de punta, como si supiera que escondía algo.
—Intentaré estar a la altura —le dijo con una sonrisa.
Amelia le guiñó un ojo antes de perderse entre los invitados.
Joe estaba unos pasos detrás de ellas hablando con el señor Fairbank, que al parecer no pensaba soltarlo. Era el centro de atención de muchas de las féminas que se encontraban en el salón. ____ sintió que se enfurecía. Todas aquellas mujeres lo devoraban con la mirada como si fuera un dulce. Juraría que más de una, en ese momento, se estaba relamiendo, y muy a su pesar no podía culparlas, porque ella misma era víctima de su felina atracción, pero ¡no hacía falta que fuera tan evidente que babeaban por él! ¿Acabaría ella mirándolo de la misma manera? No, eso era imposible.
Se enderezó, y alzó la barbilla con determinación. Estaba pensando más de la cuenta en ese Conde que parecía dejar embobada a toda mujer que se le ponía por delante.
—Señorita Bruce, qué placer verla.
Eric, el hijo de la señora Fairbank, tomó la mano de Sarah antes de que ella pudiese siquiera reaccionar. ____ no sabía por qué, pero además de parecerle un mequetrefe presuntuoso, sentía que ese hombre no era sincero. Miraba a Sarah con evidente lascivia, como si la desnudara impúdicamente en medio del salón. Su amiga reaccionó soltando su mano lo más rápido que pudo y distanciándose de él unos pasos.
—Espero que me conceda un baile esta noche.
—Lamentablemente, los tengo comprometidos todos —le dijo Sarah en un intento de librarse de su compañía.
—¿Y no puede declinar alguno y concedérmelo a mí?
—Eso no sería correcto, señor.
—¿Y es más correcto dejar hecho pedazos a un hombre? Usted no puede dejarme así, Sarah —le dijo deslizando el nombre en sus labios como si fuera una orden—. Le pido que lo reconsidere.
A ____ se le estaba acabando la paciencia con ese imbécil. Estaba claro que a Sarah le desagradaba, pero era tan correcta que no se atrevía a desairarlo. Si hubiese sido por ella, Fairbank ya habría recibido su merecido.
—Perdone, pero no me había dado cuenta de que usted estaba sordo al igual que su padre —le dijo ____ con una representación muy teatral. Sarah no pudo evitar soltar una risa ante la ocurrencia de ____ y la cara de pocos amigos de Eric Fairbank.
—¿De qué está hablando? —le preguntó el hombre entre dientes. —De su sordera. ¿Cómo, si no, se explica que no la haya escuchado decirle dos veces que no bailará con usted? Francamente es una lástima, tan joven...
—Yo no estoy sordo, señorita Greyson.
—Ah, perdone, entonces debe de ser otra cosa.
—¿Se puede saber quién la ha invitado a usted?
Sarah se puso tensa ante la clara insinuación del hijo de la señora Fairbank de que ____ no era bien recibida.
—¿Hay algún problema con que la señorita Greyson nos halla acompañado? —Las palabras de Joe retumbaron en los oídos de Eric como una advertencia. Lo miraba como el halcón que vuela directo a su presa esperando que haga un movimiento en falso para caer sobre ella sin piedad.
—No, claro que no.
Eric Fairbank no hacía más que tragar saliva. Acababan de bajarle los humos y ____ no pudo sino alegrarse por ello.
—Entonces discúlpese por haber sido tan grosero —dijo Joe con una calma escalofriante.
—Yo no lo habría expresado mejor —le dijo ____ a Joe ni un susurro.
—No quepo en mí de gozo al saber que cuento con su aprobación —le contestó Joe con una sonrisa en los labios que hizo que ____ le sonriera a su vez.
Eric se había puesto de color escarlata, ya fuera de furia o de vergüenza ante el intercambio de comentarios delante de sus narices, sin embargo, ante un hombre como Joe, la retirada era la salida más inteligente.
—Siento haberla ofendido, señorita Greyson.
—Acepto sus disculpas, señor.
Haciendo una suave inclinación, Fairbank desapareció entre los invitados sin atreverse a mirar de nuevo a Sarah.
—Ese hombre no se da por vencido, me pone los pelos de punta.
—La próxima vez que sea tan pesado prueba atizarlo —le dijo ____ a su amiga olvidando por un momento su papel.
Sarah la miró con la boca abierta, mientras que Joe soltó una carcajada.
—Me encantaría ver eso, ____ —le dijo el Conde mirándola fijamente a los ojos—. La verdad es que las institutrices están llenas de recursos que yo desconocía por completo.
____ había detectado un tono de admiración en sus últimas palabras. No podía explicar por qué, pero que él pensara así la hacía sentirse maravillosamente bien. Esa noche estaba demasiado guapo. Allí plantado con sus largas piernas enfundadas en ese pantalón negro y sus anchos hombros sin artificio alguno en la chaqueta para realzarlos, era una figura imponente e inquietante. La profundidad de sus ojos negros la estremecían. ¿Qué se ocultaría tras ellos? ¿Cómo serían cuando miraran con ternura? ¿Y con pasión? Ella nunca lo sabría. Las mujeres lo admiraban y los hombres lo respetaban, escuchándolo hablar atentamente. Ese era el efecto que causaba la tremenda seguridad que desprendía.
—Todo está en el manual —dijo ____ con ironía, haciendo eco de las últimas palabras de Joe.
—¿Existe un manual para institutrices? —preguntó Sarah inocentemente.
Joe soltó otra carcajada, lo que hizo que varios de los invitados volvieran su atención hacia ellos.
—¿Pero se puede saber de qué os reís? —preguntó Amelia acercándose a ellos.
—La señorita Greyson nos estaba ilustrando sobre las infinitas cualidades que debe poseer alguien de su profesión.
—Joe, te juro que cada vez te entiendo menos —le dijo Amelia con una mueca.
—Pues ya somos dos —dijo ____ entre dientes.
En ese momento, Amelia sonrió a una mujer mayor que intentaba mantener el cuello derecho a pesar del enorme tocado que llevaba en la cabeza.
—La señora Decket está desvariando. Se cree que todavía es una jovencita y así lo único que va a conseguir es sacarle un ojo a alguien —dijo en un susurro ya que la señora en cuestión se estaba aproximando.
—Amelia, ¡qué placer verte! Estás estupenda. Y tú, Joe, muchacho, hacía mucho tiempo que no te dejabas ver.
____ no pudo sino sorprenderse ante la parafernalia de esa señora. Con un ademán incansable de manos, gesticulaba como si fuese la presentadora de un espectáculo. Las arrugas en los ojos, cansados por el tiempo, pero chispeantes aún, evidenciaban sus años. No seguía las directrices de la moda, sino que prefería el atuendo de una jovencita. Amelia no había exagerado con lo del peinado, era monstruosamente alto. Difícilmente podía circular por el salón sin que alguien saliera lesionado. Joe había sonreído al verla, a pesar de que lo había llamado "muchacho". Debía de caerle bien, porque francamente, no imaginaba a alguien con la suficiente osadía como para referirse a él de esa manera y salir indemne. La mujer lo tomó del brazo dándole unas palmadas.
—¿Cuándo vas a acabar con ese estado de soltería?
—Señora Decket, no creo que eso ocurra pronto. No he conocido todavía a la mujer que sea capaz de soportarme.
—Eso es evidente.
Esas palabras, que ____ creía haber pensado, salieron de sus labios con el volumen suficiente para que cuatro pares de ojos la miraran sin pestañear. Los de Joe no tenían desperdicio. Nunca había sentido la necesidad de querer ser invisible hasta ese momento en el que el silencio era como un martilleo constante en sus oídos.
—Quiero decir —dijo ____ intentando salvar la situación— que es evidente que la mujer que sea la esposa de lord Fitzpatrick de Clare debe ser paciente, dulce y atenta.
La picardía brilló en los ojos del Conde.
—¿De verdad cree eso, señorita Greyson? Porque una mujer así me aburriría hasta la médula.
—Ningún hombre quiere una mujer que le haga frente —le dijo ____ algo agitada.
—Parece olvidar una cosa, ____, y es que yo no soy cualquier hombre.
—Eso está claro —dijo la señora Decket paliando la tensión que se había instalado entre ellos dos en apenas unos segundos.
____ tuvo que darle la razón. Él no era cualquier hombre. Era el hombre que la enfurecía hasta tal punto que le hacía olvidar su papel, sus modales, y que zarandeaba su autodominio sin el más mínimo esfuerzo. Era el que estaba despertando en ella sensaciones que la hacían sentir vulnerable, alegre, extraña, excitada y tremendamente confusa. Era el hombre que la hacía sentir viva y a la vez segura.
—Si vienes a Londres, ya me encargaré yo de presentarte a algunas jovencitas maravillosas —le dijo la señora Decket guiñándole un ojo.
—Prudence, no creo que Joe sea precisamente tímido con las mujeres —le dijo Amelia a la mujer, que no se soltaba del brazo de Joe.
«De eso tampoco me cabe duda», se dijo ____. Esta vez no había expresado sus pensamientos en voz alta, aunque había tenido que morderse la lengua para evitarlo.
—Señora Decket, es usted muy amable, pero creo que es mejor que yo mismo me encargue de encontrar a mi futura esposa —le dijo Joe poniendo su mano encima de la de ella, lo que hizo que la dama se sonrojase como una debutante.
Pero bueno, ¿es que no había ni una sola mujer que no cayera rendida a sus pies? ¿Es que era ella la única que conocía su lado cínico y pedante?
Después de unos minutos más de conversación trivial, Amelia se marchó con la señora Decket, a la que tuvo que arrancar del lado del Conde. A Sarah la sacó a bailar Joe, y ella, con la excusa de tomar un poco de ponche, se escabulló hacia una esquina donde unos asientos libres, al lado de una enorme palmera, eran el refugio perfecto para observar sin ser visto.
Qué distinta era su situación de la que había vivido tan solo unos meses atrás. En Venecia había acudido a muchas de las más célebres fiestas de la ciudad. Había ido como ____ Bright, vestida como una joven de su edad y rodeada de aquellos a los que más quería.
Muchas de aquellas declaraciones las había tomado por lo que eran, caprichos sin ningún sentimiento profundo que lo respaldase, sin embargo, una de ellas había sido diferente y había sufrido al tener que rechazarla. Era de un muchacho belga no mucho mayor que ella que la había seguido a todos los bailes, soirées y eventos a los que había acudido. La había esperado fuera, bajo una lluvia incesante durante horas para darle unas flores en pleno invierno. Había sido un buen amigo, pero no había despertado en ella ningún sentimiento de mujer, ninguna emoción más allá de un sincero afecto. Aquello le enseñó que el amor no entiende de razones. Jean era un hombre sincero, tierno, y parecía que sus sentimientos hacia ella habían sido verdaderos. Entonces, ¿por qué no había podido corresponderlo? ¿Por qué no se había sentido atraída por él y sí por aquel hombre que no hacía más que desafiarla? Cada vez estaba más convencida de que el corazón era ciego. Era como navegar en medio del océano sin brújula ni estrellas, totalmente a la deriva, esperanzada y confiada en que el instinto consiguiera llevarla a buen puerto, liso, para una mujer que intentaba controlar todas las situaciones, era como pedirle que viajara a la Luna.
—¿De verdad cree que escondiéndose va a evitar que la saque a bailar?
____ sintió que se le erizaban los pelos de la nuca. ¿De dónde había salido? ¿No estaba bailando con Sarah? ¿Cómo demonios la había localizado tan pronto?
—No me estoy escondiendo, no tengo por qué hacerlo, y desde ya, le anticipo que no voy a bailar —contestó ____ mirándolo tras sus gruesas gafas.
Joe no estaba dispuesto a que se saliera con la suya. Lo había retado y todo el mundo sabía que nunca le daba la espalda a un desafío. Además, no sabía por qué y no trataba de averiguarlo a esas alturas, pero hacer que ____ saltara constantemente con aquellos destellos de mal genio lo divertía demasiado como para dejarlo. Sus enfrentamientos verbales con la institutriz se estaban volviendo toda una adicción.
En ese momento era un placer observarla. Estaba envarada, con la barbilla levantada y la nariz encogida, desafiante.
—Debería aceptar que tarde o temprano, esta noche, bailará conmigo.
—¿Pero qué le ocurre? ¿Ha hecho una apuesta o algo así? ¿O es que está usted también cegato? No entiendo a qué viene ese interés en que baile.
—Nunca se ha dicho que yo desatendiese a las damas a las que acompaño. Sería una falta de cortesía bailar con Sarah y Amelia y no hacerlo con usted.
Una sonrisa ganadora apareció en los labios de ____, lo que hizo que Joe alzara una ceja.
—No se preocupe que yo lo libero de tal sacrificio. Puede dedicar su tiempo al resto de las damas de este salón, que por cierto parecen deseosas de su compañía.
—¿Está celosa, señorita Greyson? —le preguntó Joe con sorna.
—Ni mucho menos —le dijo entre dientes—, solo lo decía porque realmente no entiendo qué ven en usted.
—Eso ha dolido —le dijo Joe poniéndose una mano en el pecho de manera teatral.
—No lo suficiente.
—Es usted demasiado dura, lo que me hace pensar que quizá lo sea porque esté a la defensiva. ¿De qué tiene miedo? ¿Es que no sabe bailar?
—Por supuesto que sé bailar —le dijo ____ poniéndose en pie de un salto.
—De acuerdo, entonces vamos.
—No creo que sea correcto. Al fin y al cabo soy la institutriz.
Joe la tomó del brazo arrastrándola con él antes de que la última sílaba saliera de sus labios. Ni siquiera podía decirle nada porque estaban rodeados de invitados ávidos de conseguir cualquier tipo de cotilleo. Atravesaron el salón y salieron a la terraza. La noche era fresca, pero deliciosamente agradable.
—Aquí no hay público y se escucha perfectamente la música —le dijo acercándose a ella—. Así que me pregunto... ¿Qué otra excusa me va a poner?
—¡Dios mío, usted es exasperante!
____ se tapó la boca en un intento de hacer desaparecer lo que acababa de decir. Joe, por otro lado, en vez de parecer escandalizado por su expresión, estaba desternillándose de risa, doblado en dos y sujetándose a la baranda para no caerse al suelo.
____ estaba estupefacta. Jamás lo había visto reírse de esa manera y, muy a su pesar, tenía que reconocer que le encantaba. Parecía un pilluelo. Su rostro estaba relajado y sus ojos chispeaban con magia propia. Su risa era ronca y fluida y le hacía cosquillear el estómago. Era la música más hermosa que había escuchado en mucho tiempo. Pero estaba enfadada con él, se reprendió mentalmente, intentando olvidar lo que le hacía sentir.
—Venga aquí —le dijo Joe cuando paró de reír. —Ni lo sueñe.
—¿Cuántas veces puede equivocarse por noche? —le preguntó Joe con la misma cara que ponía Anthony cuando estaba ideando alguna de sus travesuras.
—Con usted es imposible llevar la cuenta, pero si no le molesta, puede apuntar una más. No bailaré con usted.
—¡Dios mío!, acaba usted de firmar su sentencia.
—¿De muerte? —preguntó ____ con burla.
Antes de que tuviera ni siquiera tiempo para pestañear, se vio atrapada entre los brazos de Joe, que la sostenía con fuerza suficiente como para que no pudiese moverse.
—Suélteme, cretino —le dijo entre dientes.
—Jamás pensé que sería una cobarde.
—Y no lo soy.
—Demuéstrelo.
—Oh, está bien, pero suélteme primero.
Joe la soltó despacio. Aunque había que reconocer que era poco agraciada, la figura que había sentido bajo sus manos no encajaba con la que parecía perfilarse en esos vestidos anchos y toscos que solía ponerse. Había percibido unas curvas inquietantes, bien delineadas y esbeltas. Este jueguecito con la institutriz debía acabar porque le estaba afectando la cordura, si no, ¿cómo se entendía que estuviese pensando en el cuerpo de esa mujer?
____ le ofreció su mano con delicadeza cuando las notas de un vals empezaron a filtrarse por las puertas de la terraza.
Joe estrechó su mano con la de ella y posó la otra sobre su cintura.
—Ponga la otra mano sobre mi hombro, ____.
—Sé como se baila un vals —le dijo a la vez que colocaba su mano sobre él. En ese momento podía dar fe de que la chaqueta no llevaba ninguna hombrera de esas que solían usarse para que las espaldas parecieran más anchas. Lo que ella palpaba eran sus músculos fuertes y atléticos, que se dibujaban bajo su palma con cada movimiento.
Joe empezó a deslizarse por la esquina de la terraza al son de la música, llevando a ____ casi en volandas en cada giro. Una sonrisa de triunfo apareció en sus labios, lo que hizo que ____ soltara un gemido poco femenino. Antes de que se diese cuenta de que no iba a quedarse tan tranquila mientras él hacía gala de su victoria, ____ le propinó un pisotón con su botín que le hizo rechinar los dientes.
—Oh, perdone —le dijo sospechosamente consternada.
—No hay de qué preocuparse —le dijo Joe entre dientes, intentando contener el dolor que se había extendido ya por todo el pie. ¿Pero esa mujer qué llevaba en el zapato, una plancha de hierro?
Joe imprimió más velocidad en cada vuelta, lo que hizo que al terminar la pieza ____ quedase mareada. Se permitió apoyarse un momento en él, mientras recuperaba el equilibrio.
—Oh, perdone, he ido demasiado rápido —le dijo Joe repitiendo el tono de la disculpa que ella le había dado con anterioridad.
El cretino no estaba arrepentido en absoluto, sino que estaba disfrutándolo.
____ tomó impulso y le pegó una patada en la espinilla. Joe maldijo en tres idiomas diferentes antes de poder volver a apoyar el pie en el suelo.
—Me ha encantado bailar con usted —le dijo ____ desde la distancia.
—De esta no va a librarse tan fácilmente, ____.
—Eso ya lo veremos, milord —le contestó levantando la cabeza.
—Sí, eso ya lo veremos —dijo Joe en un susurro mientras una sonrisa acudía a sus labios.
Hope you like it.
EL BAILE DE LA SEÑORA FAIRBANK ERA ESA MISMA NOCHE Y NO SABÍA QUÉ PONERSE. Todos sus vestidos eran de una fealdad imposible de superar. El único un poco más pasable era el que se había comprado en Londres para la cena con su padre y su anciano prometido. Sin duda, el vestido no le traía buenos recuerdos, pero era lo único decente dada la ocasión.
Se peinó con un moño tirante, como era su costumbre, dejando sueltos algunos mechones al lado de las sienes, lo que hacía que su expresión se suavizara levemente. Por lo demás, no podía hacer gran cosa Echaba en falta poder ser ella misma. En muchas ocasiones había presentado diversos papeles, pero solo por unas pocas horas, tras las cuales recuperaba su vida y su propia imagen Este era el personaje más difícil de interpretar no solo porque no le permitía bajar en ningún momento la guardia, sino porque sus sentimientos se estaban entrelazando sin poder evitarlo con los miembros de esa familia. No había sido consciente de ello hasta que fue demasiado tarde para acotarlo. El deseo de ser quien realmente era se le hacía cada vez más intenso, golpeando sin piedad en su conciencia. La farsa que estaba, obligada a mantener la hacía cada vez más prisionera de sus sentimientos, intensificados por la necesidad de guardar silencio. Era como si tuviera que interpretar dos papeles, el de la institutriz y el de la mujer que finge ante sí misma que nada ha cambiado. Pero esa era la mayor de sus mentiras y su representación más audaz. Sabía que estar allí ya la había cambiado. Sabía que el día que tuviera que dejar atrás para siempre aquella casa y a quienes habitaban en ella, su corazón sufriría intensamente. Todos ellos, desde Amelia hasta O'Connell se habían ganado su afecto en tan solo unas semanas.
Sarah le había brindado su amistad, no como aquellas mujeres de la alta sociedad entre quienes las sonrisas, las frases recargadas y los gestos eran un mero escaparate para obtener mejores influencias; un puro teatro en el que el final de una función siempre coincidía con el inicio de otra. Una conducta aprendida y perfeccionada de la que todos hacían su segunda piel. Sarah era sincera, sin subterfugios ni artimañas. Una verdadera amiga.
Después estaban los niños. Esos pequeños sí que la habían conquistado con sus travesuras, sus sonrisas y su cariño, que le entregaban sin que ella lo esperara. La habían sorprendido por su espontaneidad, su desinteresado afecto y su confianza.
Y..., luego estaba Joe. Jamás pensó que sentiría algo así por un hombre. No sabía exactamente qué nombre ponerle a ese sentimiento, pero era demasiado perturbador para ignorar por más tiempo su existencia. Aceptaba lo que le hacía sentir cuando estaba cerca, embriagando sus sentidos como una inexperta debutante que bebe por primera vez una copa de champaña, pero lo que la asustaba era no poder controlar esas sensaciones que parecían intensificarse con el paso de los días y que inevitablemente la llevaban a un terreno totalmente desconocido que la asustaba y excitaba a la vez.
Debía tener cuidado con todos los sentimientos que la amenazaban con hacerle olvidar por qué estaba allí.
Cuando bajó, todos estaban preparados para partir. Incluso el Marqués estaba sentado en la biblioteca tomándole el pelo a su hermano sobre el hecho de que este último tuviera que asistir a un baile en donde la mayoría de las mujeres lo perseguirían por pertenecer a la lista de los solteros de oro, cosa que a Joe no le hizo demasiada gracia.
Fueron en carruaje hasta la propiedad de la señora Fairbank. Amelia y Joe en un asiento y Sarah, y ella compartiendo el otro.
Sintió los ojos de Joe encima durante todo el trayecto. Esa velada iba a ser demasiado larga. Todavía no sabía cómo se había dejado arrastrar hasta allí. Aquel no era su sitio. Una institutriz, y encima con su aspecto, en medio de un baile, no cabía duda de que sería el blanco de algunos cotillees.
La rigidez de las normas por la que se regía la sociedad londinense era flexiblemente ignorada en la campiña, pero a pesar de que sentía que estaba fuera de lugar. La testarudez de Amelia la había metido en ese lío. Tenía claro qué hacer. Entraría en el salón, vería como se acomodaban las viejas matronas y se sentaría a su lado para pasar inadvertida durante toda la velada. Sería como si no estuviese allí.
La casa, que se veía ya desde lejos, era una enorme construcción que parecía sacada de una de las novelas góticas de la señora Radcliffe. En la entrada, un criado les abrió la puerta del coche. Joe se apeó primero y ayudó luego a que bajaran las damas. Cuando toco su mano, ____ sintió un hormigueo de calor que ascendía por el brazo hasta entumecerle los sentidos. Demasiado rápido retiró la mano, como si se hubiese quemado, lo que hizo que el Conde la mirara con una interrogación en los ojos negros.
La entrada de la mansión estaba custodiada por enormes columnas corintias que la hacían sentirse devorada por las grandes fauces de algún mítico animal.
La señora Fairbank los recibió con una efusividad desmedida mientras los invitaba a pasar al salón. ____, que apenas había podido reparar en nada, se quedó fascinada con la decoración de aquella enorme habitación. Casi todos los invitados habían llegado ya, dada la cantidad de personas que colmaban la sala y que se detenían a cada paso para hablar con el resto de los invitados, como si fuese una danza de antemano preparada. En una de las esquinas, la orquesta se disponía para empezar con su concierto, y en el centro de la pared opuesta, unas grandes puertas se abrían hacia el jardín y dejaban entrar la brisa de la noche, así como el embriagador aroma de las flores que, mezclado con el perfume de las damas, conformaba una maravillosa esencia.
Grandes arañas de cristal descendían del techo y hacían que la sala estuviese iluminada como si fuese de día. Los espejos que cubrían por entero las paredes multiplicaban por diez las personas que en ellos se reflejaban, por lo que el espacio se dilataba dando la sensación de ser mucho más amplio. Grandes jarrones con flores exóticas se encontraban estratégicamente situados para engrandecer visualmente el entorno con su colorido.
Las damas iban a la última moda, muy distintas a la recatada y anticuada institutriz que ella representaba. Amelia le había dicho que iba a ser una velada aburrida y sencilla. Además de testaruda, había que añadir mentirosa a su lista de cualidades. Desde luego, aquello no tenía nada de sencillo y, por la cantidad de invitados, estaba claro que además de vecinos había también quienes provenían de Londres.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Sarah apoyando una mano en su brazo—. Estás más pálida de lo normal.
Sarah estaba deslumbrante esa noche. Había visto el brillo de reconocimiento en los ojos de Kevin antes de salir de la casa, al igual que el rubor en las mejillas de su amiga cuando el Marqués le había dicho lo encantadora que se veía. Había notado algo extraño en la conducta de Sarah cada vez que se encontraba cerca del Marqués, pero hasta esa noche no había comprendido la razón. Eso era algo que debía analizar con detenimiento.
—Estoy bien, no te preocupes, es que no acostumbro a asistir a este tipo de veladas.
—Querida, siempre he pensado que hay mucho más dentro de ti. No me defraudes esta noche —le dijo Amelia apareciendo como por arte de magia a su lado.
____ la miró con recelo. Amelia siempre hacía unos comentarios que le ponían los pelos de punta, como si supiera que escondía algo.
—Intentaré estar a la altura —le dijo con una sonrisa.
Amelia le guiñó un ojo antes de perderse entre los invitados.
Joe estaba unos pasos detrás de ellas hablando con el señor Fairbank, que al parecer no pensaba soltarlo. Era el centro de atención de muchas de las féminas que se encontraban en el salón. ____ sintió que se enfurecía. Todas aquellas mujeres lo devoraban con la mirada como si fuera un dulce. Juraría que más de una, en ese momento, se estaba relamiendo, y muy a su pesar no podía culparlas, porque ella misma era víctima de su felina atracción, pero ¡no hacía falta que fuera tan evidente que babeaban por él! ¿Acabaría ella mirándolo de la misma manera? No, eso era imposible.
Se enderezó, y alzó la barbilla con determinación. Estaba pensando más de la cuenta en ese Conde que parecía dejar embobada a toda mujer que se le ponía por delante.
—Señorita Bruce, qué placer verla.
Eric, el hijo de la señora Fairbank, tomó la mano de Sarah antes de que ella pudiese siquiera reaccionar. ____ no sabía por qué, pero además de parecerle un mequetrefe presuntuoso, sentía que ese hombre no era sincero. Miraba a Sarah con evidente lascivia, como si la desnudara impúdicamente en medio del salón. Su amiga reaccionó soltando su mano lo más rápido que pudo y distanciándose de él unos pasos.
—Espero que me conceda un baile esta noche.
—Lamentablemente, los tengo comprometidos todos —le dijo Sarah en un intento de librarse de su compañía.
—¿Y no puede declinar alguno y concedérmelo a mí?
—Eso no sería correcto, señor.
—¿Y es más correcto dejar hecho pedazos a un hombre? Usted no puede dejarme así, Sarah —le dijo deslizando el nombre en sus labios como si fuera una orden—. Le pido que lo reconsidere.
A ____ se le estaba acabando la paciencia con ese imbécil. Estaba claro que a Sarah le desagradaba, pero era tan correcta que no se atrevía a desairarlo. Si hubiese sido por ella, Fairbank ya habría recibido su merecido.
—Perdone, pero no me había dado cuenta de que usted estaba sordo al igual que su padre —le dijo ____ con una representación muy teatral. Sarah no pudo evitar soltar una risa ante la ocurrencia de ____ y la cara de pocos amigos de Eric Fairbank.
—¿De qué está hablando? —le preguntó el hombre entre dientes. —De su sordera. ¿Cómo, si no, se explica que no la haya escuchado decirle dos veces que no bailará con usted? Francamente es una lástima, tan joven...
—Yo no estoy sordo, señorita Greyson.
—Ah, perdone, entonces debe de ser otra cosa.
—¿Se puede saber quién la ha invitado a usted?
Sarah se puso tensa ante la clara insinuación del hijo de la señora Fairbank de que ____ no era bien recibida.
—¿Hay algún problema con que la señorita Greyson nos halla acompañado? —Las palabras de Joe retumbaron en los oídos de Eric como una advertencia. Lo miraba como el halcón que vuela directo a su presa esperando que haga un movimiento en falso para caer sobre ella sin piedad.
—No, claro que no.
Eric Fairbank no hacía más que tragar saliva. Acababan de bajarle los humos y ____ no pudo sino alegrarse por ello.
—Entonces discúlpese por haber sido tan grosero —dijo Joe con una calma escalofriante.
—Yo no lo habría expresado mejor —le dijo ____ a Joe ni un susurro.
—No quepo en mí de gozo al saber que cuento con su aprobación —le contestó Joe con una sonrisa en los labios que hizo que ____ le sonriera a su vez.
Eric se había puesto de color escarlata, ya fuera de furia o de vergüenza ante el intercambio de comentarios delante de sus narices, sin embargo, ante un hombre como Joe, la retirada era la salida más inteligente.
—Siento haberla ofendido, señorita Greyson.
—Acepto sus disculpas, señor.
Haciendo una suave inclinación, Fairbank desapareció entre los invitados sin atreverse a mirar de nuevo a Sarah.
—Ese hombre no se da por vencido, me pone los pelos de punta.
—La próxima vez que sea tan pesado prueba atizarlo —le dijo ____ a su amiga olvidando por un momento su papel.
Sarah la miró con la boca abierta, mientras que Joe soltó una carcajada.
—Me encantaría ver eso, ____ —le dijo el Conde mirándola fijamente a los ojos—. La verdad es que las institutrices están llenas de recursos que yo desconocía por completo.
____ había detectado un tono de admiración en sus últimas palabras. No podía explicar por qué, pero que él pensara así la hacía sentirse maravillosamente bien. Esa noche estaba demasiado guapo. Allí plantado con sus largas piernas enfundadas en ese pantalón negro y sus anchos hombros sin artificio alguno en la chaqueta para realzarlos, era una figura imponente e inquietante. La profundidad de sus ojos negros la estremecían. ¿Qué se ocultaría tras ellos? ¿Cómo serían cuando miraran con ternura? ¿Y con pasión? Ella nunca lo sabría. Las mujeres lo admiraban y los hombres lo respetaban, escuchándolo hablar atentamente. Ese era el efecto que causaba la tremenda seguridad que desprendía.
—Todo está en el manual —dijo ____ con ironía, haciendo eco de las últimas palabras de Joe.
—¿Existe un manual para institutrices? —preguntó Sarah inocentemente.
Joe soltó otra carcajada, lo que hizo que varios de los invitados volvieran su atención hacia ellos.
—¿Pero se puede saber de qué os reís? —preguntó Amelia acercándose a ellos.
—La señorita Greyson nos estaba ilustrando sobre las infinitas cualidades que debe poseer alguien de su profesión.
—Joe, te juro que cada vez te entiendo menos —le dijo Amelia con una mueca.
—Pues ya somos dos —dijo ____ entre dientes.
En ese momento, Amelia sonrió a una mujer mayor que intentaba mantener el cuello derecho a pesar del enorme tocado que llevaba en la cabeza.
—La señora Decket está desvariando. Se cree que todavía es una jovencita y así lo único que va a conseguir es sacarle un ojo a alguien —dijo en un susurro ya que la señora en cuestión se estaba aproximando.
—Amelia, ¡qué placer verte! Estás estupenda. Y tú, Joe, muchacho, hacía mucho tiempo que no te dejabas ver.
____ no pudo sino sorprenderse ante la parafernalia de esa señora. Con un ademán incansable de manos, gesticulaba como si fuese la presentadora de un espectáculo. Las arrugas en los ojos, cansados por el tiempo, pero chispeantes aún, evidenciaban sus años. No seguía las directrices de la moda, sino que prefería el atuendo de una jovencita. Amelia no había exagerado con lo del peinado, era monstruosamente alto. Difícilmente podía circular por el salón sin que alguien saliera lesionado. Joe había sonreído al verla, a pesar de que lo había llamado "muchacho". Debía de caerle bien, porque francamente, no imaginaba a alguien con la suficiente osadía como para referirse a él de esa manera y salir indemne. La mujer lo tomó del brazo dándole unas palmadas.
—¿Cuándo vas a acabar con ese estado de soltería?
—Señora Decket, no creo que eso ocurra pronto. No he conocido todavía a la mujer que sea capaz de soportarme.
—Eso es evidente.
Esas palabras, que ____ creía haber pensado, salieron de sus labios con el volumen suficiente para que cuatro pares de ojos la miraran sin pestañear. Los de Joe no tenían desperdicio. Nunca había sentido la necesidad de querer ser invisible hasta ese momento en el que el silencio era como un martilleo constante en sus oídos.
—Quiero decir —dijo ____ intentando salvar la situación— que es evidente que la mujer que sea la esposa de lord Fitzpatrick de Clare debe ser paciente, dulce y atenta.
La picardía brilló en los ojos del Conde.
—¿De verdad cree eso, señorita Greyson? Porque una mujer así me aburriría hasta la médula.
—Ningún hombre quiere una mujer que le haga frente —le dijo ____ algo agitada.
—Parece olvidar una cosa, ____, y es que yo no soy cualquier hombre.
—Eso está claro —dijo la señora Decket paliando la tensión que se había instalado entre ellos dos en apenas unos segundos.
____ tuvo que darle la razón. Él no era cualquier hombre. Era el hombre que la enfurecía hasta tal punto que le hacía olvidar su papel, sus modales, y que zarandeaba su autodominio sin el más mínimo esfuerzo. Era el que estaba despertando en ella sensaciones que la hacían sentir vulnerable, alegre, extraña, excitada y tremendamente confusa. Era el hombre que la hacía sentir viva y a la vez segura.
—Si vienes a Londres, ya me encargaré yo de presentarte a algunas jovencitas maravillosas —le dijo la señora Decket guiñándole un ojo.
—Prudence, no creo que Joe sea precisamente tímido con las mujeres —le dijo Amelia a la mujer, que no se soltaba del brazo de Joe.
«De eso tampoco me cabe duda», se dijo ____. Esta vez no había expresado sus pensamientos en voz alta, aunque había tenido que morderse la lengua para evitarlo.
—Señora Decket, es usted muy amable, pero creo que es mejor que yo mismo me encargue de encontrar a mi futura esposa —le dijo Joe poniendo su mano encima de la de ella, lo que hizo que la dama se sonrojase como una debutante.
Pero bueno, ¿es que no había ni una sola mujer que no cayera rendida a sus pies? ¿Es que era ella la única que conocía su lado cínico y pedante?
Después de unos minutos más de conversación trivial, Amelia se marchó con la señora Decket, a la que tuvo que arrancar del lado del Conde. A Sarah la sacó a bailar Joe, y ella, con la excusa de tomar un poco de ponche, se escabulló hacia una esquina donde unos asientos libres, al lado de una enorme palmera, eran el refugio perfecto para observar sin ser visto.
Qué distinta era su situación de la que había vivido tan solo unos meses atrás. En Venecia había acudido a muchas de las más célebres fiestas de la ciudad. Había ido como ____ Bright, vestida como una joven de su edad y rodeada de aquellos a los que más quería.
Muchas de aquellas declaraciones las había tomado por lo que eran, caprichos sin ningún sentimiento profundo que lo respaldase, sin embargo, una de ellas había sido diferente y había sufrido al tener que rechazarla. Era de un muchacho belga no mucho mayor que ella que la había seguido a todos los bailes, soirées y eventos a los que había acudido. La había esperado fuera, bajo una lluvia incesante durante horas para darle unas flores en pleno invierno. Había sido un buen amigo, pero no había despertado en ella ningún sentimiento de mujer, ninguna emoción más allá de un sincero afecto. Aquello le enseñó que el amor no entiende de razones. Jean era un hombre sincero, tierno, y parecía que sus sentimientos hacia ella habían sido verdaderos. Entonces, ¿por qué no había podido corresponderlo? ¿Por qué no se había sentido atraída por él y sí por aquel hombre que no hacía más que desafiarla? Cada vez estaba más convencida de que el corazón era ciego. Era como navegar en medio del océano sin brújula ni estrellas, totalmente a la deriva, esperanzada y confiada en que el instinto consiguiera llevarla a buen puerto, liso, para una mujer que intentaba controlar todas las situaciones, era como pedirle que viajara a la Luna.
—¿De verdad cree que escondiéndose va a evitar que la saque a bailar?
____ sintió que se le erizaban los pelos de la nuca. ¿De dónde había salido? ¿No estaba bailando con Sarah? ¿Cómo demonios la había localizado tan pronto?
—No me estoy escondiendo, no tengo por qué hacerlo, y desde ya, le anticipo que no voy a bailar —contestó ____ mirándolo tras sus gruesas gafas.
Joe no estaba dispuesto a que se saliera con la suya. Lo había retado y todo el mundo sabía que nunca le daba la espalda a un desafío. Además, no sabía por qué y no trataba de averiguarlo a esas alturas, pero hacer que ____ saltara constantemente con aquellos destellos de mal genio lo divertía demasiado como para dejarlo. Sus enfrentamientos verbales con la institutriz se estaban volviendo toda una adicción.
En ese momento era un placer observarla. Estaba envarada, con la barbilla levantada y la nariz encogida, desafiante.
—Debería aceptar que tarde o temprano, esta noche, bailará conmigo.
—¿Pero qué le ocurre? ¿Ha hecho una apuesta o algo así? ¿O es que está usted también cegato? No entiendo a qué viene ese interés en que baile.
—Nunca se ha dicho que yo desatendiese a las damas a las que acompaño. Sería una falta de cortesía bailar con Sarah y Amelia y no hacerlo con usted.
Una sonrisa ganadora apareció en los labios de ____, lo que hizo que Joe alzara una ceja.
—No se preocupe que yo lo libero de tal sacrificio. Puede dedicar su tiempo al resto de las damas de este salón, que por cierto parecen deseosas de su compañía.
—¿Está celosa, señorita Greyson? —le preguntó Joe con sorna.
—Ni mucho menos —le dijo entre dientes—, solo lo decía porque realmente no entiendo qué ven en usted.
—Eso ha dolido —le dijo Joe poniéndose una mano en el pecho de manera teatral.
—No lo suficiente.
—Es usted demasiado dura, lo que me hace pensar que quizá lo sea porque esté a la defensiva. ¿De qué tiene miedo? ¿Es que no sabe bailar?
—Por supuesto que sé bailar —le dijo ____ poniéndose en pie de un salto.
—De acuerdo, entonces vamos.
—No creo que sea correcto. Al fin y al cabo soy la institutriz.
Joe la tomó del brazo arrastrándola con él antes de que la última sílaba saliera de sus labios. Ni siquiera podía decirle nada porque estaban rodeados de invitados ávidos de conseguir cualquier tipo de cotilleo. Atravesaron el salón y salieron a la terraza. La noche era fresca, pero deliciosamente agradable.
—Aquí no hay público y se escucha perfectamente la música —le dijo acercándose a ella—. Así que me pregunto... ¿Qué otra excusa me va a poner?
—¡Dios mío, usted es exasperante!
____ se tapó la boca en un intento de hacer desaparecer lo que acababa de decir. Joe, por otro lado, en vez de parecer escandalizado por su expresión, estaba desternillándose de risa, doblado en dos y sujetándose a la baranda para no caerse al suelo.
____ estaba estupefacta. Jamás lo había visto reírse de esa manera y, muy a su pesar, tenía que reconocer que le encantaba. Parecía un pilluelo. Su rostro estaba relajado y sus ojos chispeaban con magia propia. Su risa era ronca y fluida y le hacía cosquillear el estómago. Era la música más hermosa que había escuchado en mucho tiempo. Pero estaba enfadada con él, se reprendió mentalmente, intentando olvidar lo que le hacía sentir.
—Venga aquí —le dijo Joe cuando paró de reír. —Ni lo sueñe.
—¿Cuántas veces puede equivocarse por noche? —le preguntó Joe con la misma cara que ponía Anthony cuando estaba ideando alguna de sus travesuras.
—Con usted es imposible llevar la cuenta, pero si no le molesta, puede apuntar una más. No bailaré con usted.
—¡Dios mío!, acaba usted de firmar su sentencia.
—¿De muerte? —preguntó ____ con burla.
Antes de que tuviera ni siquiera tiempo para pestañear, se vio atrapada entre los brazos de Joe, que la sostenía con fuerza suficiente como para que no pudiese moverse.
—Suélteme, cretino —le dijo entre dientes.
—Jamás pensé que sería una cobarde.
—Y no lo soy.
—Demuéstrelo.
—Oh, está bien, pero suélteme primero.
Joe la soltó despacio. Aunque había que reconocer que era poco agraciada, la figura que había sentido bajo sus manos no encajaba con la que parecía perfilarse en esos vestidos anchos y toscos que solía ponerse. Había percibido unas curvas inquietantes, bien delineadas y esbeltas. Este jueguecito con la institutriz debía acabar porque le estaba afectando la cordura, si no, ¿cómo se entendía que estuviese pensando en el cuerpo de esa mujer?
____ le ofreció su mano con delicadeza cuando las notas de un vals empezaron a filtrarse por las puertas de la terraza.
Joe estrechó su mano con la de ella y posó la otra sobre su cintura.
—Ponga la otra mano sobre mi hombro, ____.
—Sé como se baila un vals —le dijo a la vez que colocaba su mano sobre él. En ese momento podía dar fe de que la chaqueta no llevaba ninguna hombrera de esas que solían usarse para que las espaldas parecieran más anchas. Lo que ella palpaba eran sus músculos fuertes y atléticos, que se dibujaban bajo su palma con cada movimiento.
Joe empezó a deslizarse por la esquina de la terraza al son de la música, llevando a ____ casi en volandas en cada giro. Una sonrisa de triunfo apareció en sus labios, lo que hizo que ____ soltara un gemido poco femenino. Antes de que se diese cuenta de que no iba a quedarse tan tranquila mientras él hacía gala de su victoria, ____ le propinó un pisotón con su botín que le hizo rechinar los dientes.
—Oh, perdone —le dijo sospechosamente consternada.
—No hay de qué preocuparse —le dijo Joe entre dientes, intentando contener el dolor que se había extendido ya por todo el pie. ¿Pero esa mujer qué llevaba en el zapato, una plancha de hierro?
Joe imprimió más velocidad en cada vuelta, lo que hizo que al terminar la pieza ____ quedase mareada. Se permitió apoyarse un momento en él, mientras recuperaba el equilibrio.
—Oh, perdone, he ido demasiado rápido —le dijo Joe repitiendo el tono de la disculpa que ella le había dado con anterioridad.
El cretino no estaba arrepentido en absoluto, sino que estaba disfrutándolo.
____ tomó impulso y le pegó una patada en la espinilla. Joe maldijo en tres idiomas diferentes antes de poder volver a apoyar el pie en el suelo.
—Me ha encantado bailar con usted —le dijo ____ desde la distancia.
—De esta no va a librarse tan fácilmente, ____.
—Eso ya lo veremos, milord —le contestó levantando la cabeza.
—Sí, eso ya lo veremos —dijo Joe en un susurro mientras una sonrisa acudía a sus labios.
Hope you like it.
Cande Luque
Re: "Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada
Waaaaaaaaa
Sabes en verdad me encanta tu nove
La amo es súper genial
SIGUELA ya!!
Plis quiero mas CAPS!!
SIGUELA!!
Sabes en verdad me encanta tu nove
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Karli Jonas
Re: "Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada
Love it!, No puedo decir mas, Me encanta.
Augustinesg
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