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"Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada

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"Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada - Página 2 Empty Re: "Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada

Mensaje por Cande Luque Jue 22 Dic 2011, 11:53 am

Ahora la sigo :)
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"Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada - Página 2 Empty Re: "Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada

Mensaje por Cande Luque Jue 22 Dic 2011, 11:59 am

BIENVENIDAS NUEVAS LECTORAS

Capítulo 1

Venecia, 1840.
—¡MALDICIÓN!
—¿Qué ocurre?
Francesca di Buorini levantó repentinamente la cabeza del libro que estaba leyendo al escuchar maldecir a su sobrina. ____ tenía un genio muy vivo y a veces la boca la traicionaba.
—Lo que ocurre es esta carta.
—¿Qué?
—Es de mi padre. Dice que es hora de que vuelva a casa.
—¿A casa? ¿Qué casa? Ese hombre no sabe qué es eso. Mi hermana vivió y murió en un infierno. Ese es el único hogar que Andrew conoce.
____ leía una y otra vez las líneas que lord Bright le había escrito como si de esa manera pudiera cambiar su sentido.
—Creí que ya no me haría volver.
—Yo también —dijo Francesca frunciendo el ceño—. Cuando murió tu madre pensé que te llamaría para que regresaras, pero no lo hizo, así que me pregunto: ¿por qué ahora?
—No lo dice, solo me ordena que tome el primer barco que vaya a Inglaterra.
—Pues no irás.
—No puedo negarme y lo sabes. Hasta que cumpla veintiún años es mi tutor legal.
—Ni siquiera es tu verdadero padre.
—A los efectos legales, sí lo es. Nadie sabe la verdad, solo tú y yo, y así debe ser. Es mi padre, así consta en mi partida de nacimiento y por lo tanto no se conseguiría nada sacándolo a la luz, solo que el nombre de mi madre acabara arrastrado por el fango. Ya en vida tuvo que aguantar que unieran su nombre a uno de los peores insultos que una mujer puede soportar. Sabes de lo que él sería capaz si me negara a regresar a Inglaterra, y no quiero que te ocurra nada por mi culpa.
—No soy una niña, ____ Bright. Sé cuidarme sola y tu padre, o lo que sea, no me da miedo, es más, tengo ganas de retorcer su aristocrático cuello desde hace demasiado tiempo.
—Sé que no le tienes miedo, tía, pero deberías respetarlo, y yo no voy a arriesgarme. Iré a Londres y haré aquello para lo que Kate me preparó.
—¿Crees que lograrás engañarlo? Es muy astuto, ____.
—Yo seré aún más astuta.
—Deberás tener mucho cuidado. Si lo que desea es lo mismo que imaginamos, tendrás que ser muy convincente.
—¿Lo dudas?
—No —sonrió Francesca—, pero mírate en el espejo. Sé que no eres consciente de tu belleza, pero nada más tienes que ver cómo te miran los hombres para comprender lo que te digo. Vas a tener que hacer un milagro para disimularlo.
—¿Te acuerdas de la anciana que hace dos días te pidió una limosna en la plaza de San Marcos?
—¿A qué viene eso ahora? Te juro, ____, que a veces me desconciertas.
____ tomó el chal que su tía llevaba sobre los hombros e interrumpió con una mano lo que iba a ser una protesta.
Se dirigió hacia el espejo y se colocó el pañuelo sobre la cabeza. Después tomó unos pastelitos de encima de la mesita del té y se los metió en la boca. Del bolsillo izquierdo de su delantal de trabajo, que utilizaba para pintar acuarelas, extrajo unos pigmentos especiales. En menos de cinco minutos, se dio la vuelta imitando el andar de una anciana cansada por el paso de los años.
Con una voz rasgada y acento alemán, tendió una mano hacia su perpleja tía.
—¿Podría darme unas monedas Fräulein.
—¡Por los clavos de Cristo! —exclamó Francesca llevándose la mano al pecho—. ¡Es increíble! ¿Eras tú?
—Exacto.
—El otro día no hubiese podido reconocerte ni tu propia madre. Parecías una anciana que no tenía ni para comer.
—¿Aún sigues pensando que no soy capaz de engañarlo?
—No, para nada. Pero debes tener en cuenta que no estarás unos pocos minutos con él, sino que vivirás bajo su mismo techo. No podrás cometer ni un solo error.
—No me descubrirá. Ten fe en mí. Además, espero que mi estancia allí sea breve. En cuanto comprenda que no sirvo para sus propósitos, me enviará de vuelta, ya verás.
Su tía desvió la mirada que se le había ensombrecido visiblemente. ____ se acercó a ella y arrodillándose tomó sus manos.
—¿Qué te preocupa, tía?
—Me preocupa todo. Me he esforzado para prepararte lo mejor posible, pero eres joven y todavía no has visto la cara amarga de la vida. Hay personas que son crueles, egoístas, ambiciosas, que no temen las consecuencias de sus actos porque no tienen conciencia. Mi hermana se casó con una persona así y créeme, tu madre también era una mujer muy inteligente.
—Pero tú misma lo has dicho, tía, me has preparado. He viajado contigo por todo el continente. Sé hablar cuatro idiomas perfectamente. He estudiado filosofía, ciencia, historia, literatura y he leído todo aquello que ha caído en mis manos. He hablado con amigos tuyos, grandes hombres y mujeres, científicos, artistas que cambiarán con sus logros este mundo, y Kate me enseñó el arte del transformismo. Me enseñó a adoptar distintas identidades y a interpretar un personaje como si fuera yo misma. Tía, mírame. No puedo estar mejor preparada.
—¿Pero qué experiencia tienes tú? Me hablas de teoría, pero ¿qué ocurrirá cuando tengas que enfrentarte a una situación real, a un hombre de carne y hueso?
—Pues rezar, tía —dijo ____ sonriendo.
—¡No estoy para bromas, jovencita! —exclamó Francesca.
—Ya lo sé, pero quería que dejaras de fruncir el ceño como si quisieras matar a alguien. Me has llamado jovencita y eso me ha puesto nerviosa. No lo hacías desde que cumplí quince años y me metí disfrazada en la fiesta que diste en Bruselas.
Francesca tuvo que sonreír a su pesar.
—Sí, es verdad, pero es que aquel día te hubiese dado de buena gana unos azotes. Hacerte pasar por un joven conde francés... Lady Bascombe babeó por ti durante toda la noche y su marido estuvo a punto de retarte a duelo cuando le dijiste que debería controlar mejor a esa vieja arpía que tenía por esposa, y para rematarlo discutiste con el coronel Von Friedrich sobre la política del príncipe Klemens von Metternich-Winneburg.
____ soltó una carcajada al recordar la cara del pobre Coronel.
—Sí, creí que aquel día le daría un ataque. Me dijo que no había crítica posible al hombre que había sido el alma del Congreso de Viena y que restauró el equilibrio político, pero ¿qué iba a hacer yo? Estaba haciéndome pasar por un joven e impetuoso conde francés.
—Sí. He de confesar que a veces te metes tanto en el papel que me das miedo.
—Si te digo la verdad —le dijo ____ con una mirada picara—, aquel día no lo hice porque me dejara llevar por el personaje. Lo hice porque quería sacar de sus casillas al Coronel. Siempre con esa cara de pescado, imperturbable, y ese mostachón... —____ hizo un mohín con los labios simulando que se tocaba el gran bigote que Von Friedrich lucía con tanto orgullo.
—Pues lo conseguiste. No sabía que ese caballero tenía un tic nervioso en el ojo derecho hasta aquella noche. Al principio, pensé que estaba intentando seducir a todo lo que llevaba faldas, con tanto guiño. Pero bueno, no nos desviemos del tema. Compréndeme, ____, tu madre te dejó en mis manos. Confiaba en que yo te cuidaría y te protegería, y en estos momentos no siento que esté haciendo ninguna de las dos cosas.
____ miró fijamente a su tía, que se veía angustiada. Siempre parecía tan segura de sí y tan serena, que verla así la hizo dudar por unos instantes de su propia determinación. Quizá su tía tuviera razón y ella fuera una ingenua. Se creía lo suficientemente preparada como para salir airosa de aquella farsa, pero la verdad es que Francesca estaba en lo cierto. Al preguntarle sobre la experiencia que tenía, había dado en el blanco, porque a pesar de haber viajado, de haber conocido a gente fascinante y de haber atravesado situaciones que muchas chicas de su edad nunca hubiesen considerado posibles, la verdad era que nunca había tenido que enfrentarse a un verdadero peligro. Su tía siempre había estado a su lado. Incluso en las ocasiones en que su propia temeridad la había llevado a desafiar las convenciones sociales y el buen juicio, no había sentido ningún temor. Todo ese arrojo que algunos llamaban valentía, y que su tía denominaba estupidez, por primera vez le flaqueaba y, a su pesar, no sin fundamento. Realmente, ¿sabría engañar al hombre que arruinó a su madre? Intentando tranquilizar a su tía e incluso a sí misma, ____ respiró profundamente antes de hablar.
—Tía Francesca, tú nunca me has fallado. Me has cuidado y me has protegido. Me has preparado y me has convertido en la mujer que soy, y por ello te estaré eternamente agradecida. Has sido una madre para mí y te quiero por ello, pero sabíamos que tarde o temprano esto ocurriría. Ahora solo queda levantar el telón y esperar que la representación sea perfecta.
—¿Cómo lo consigues?
—¿Qué cosa?
—Que todo parezca sencillo.
—No lo sé, pero así es como lo veo, y de verdad siento que todo va a salir bien. Confía en mí.
—De acuerdo. Cuéntame exactamente que es lo que tienes pensado.
____ sonrió pícaramente.


Un rato después, en la soledad de su habitación, ____ miraba las aguas del Adriático intentando desterrar la sensación de alarma que se había apoderado de ella desde el momento en que leyó la carta de su padre. Su padre... ¡Qué ironía! Esa palabra que debería de sonar hermosa en sus oídos no significaba nada para ella, solo la dejaba vacía. Cuando salía de sus labios le confería un sabor amargo imposible de evitar y, a pesar de acordarse apenas de él, lo odiaba por lo que le había hecho.
Kate solo le había contado retazos de una historia cargada de dolor: la de su madre, que había tenido que sufrir por la ambición desmedida de un hombre inescrupuloso. Y ahora ese desvergonzado reclamaba que ella volviera para darle una vida de la que todos habían intentado protegerla, pero para la que también le habían enseñado a defenderse. Había llegado el momento de hacer uso de todas esas enseñanzas.
¿La obligaría a hacer las mismas cosas que a su madre? Pues no se lo permitiría. Su madre no había tenido más remedio que someterse a su mando para protegerla, pero no dejaría que hiciera lo mismo con ella. No fallaría así a su memoria y al sacrificio que había hecho para que ella tuviera una oportunidad.
Tomó el colgante que descansaba sobre su pecho con dedos trémulos, como hacía siempre que quería acordarse de su mamá. Era lo único que tenía de ella, porque ni siquiera los recuerdos, a pesar de sus esfuerzos por no olvidar, permanecían fieles en su memoria. Habían ido diluyéndose con el transcurrir de los años sin que nada pudiera hacer por retenerlos. Lo único que le quedaba eran pequeños destellos. Una canción, un olor, alguna sensación.
Habían transcurrido quince años, pero algunas veces todavía se sentía como la niña que buscaba los brazos de su madre para acurrucarse, sabedora de que nada malo podía ocurrirle entre ellos.
Había desplegado todo su optimismo y seguridad ante su tía, pero calló la punzada de temor que sentía. "Debo tener fe en mí misma", se dijo por centésima vez. Podía hacerlo, es más, debía hacerlo. ____ sacudió la cabeza a ambos lados como si despertara de un mal sueño. Pero ¿qué le sucedía? Ella nunca había sentido miedo ante un reto, por el contrarío, siempre la estimulaba el riesgo, la hacía sentirse viva. "Un momento de debilidad lo tiene cualquiera", pensó.
Corrió las cortinas que enmarcaban la ventana de su cuarto mientras volvía a repasar su plan. Miró hacia la cama sobre la que tenía las maletas preparadas para el viaje. Ya no había vuelta atrás y con un leve suspiro terminó de recoger sus cosas.


Londres, unas semanas después.
—Estoy muy contento de que estés de nuevo en casa. Aquí es donde debes estar, con tu verdadera familia.
____ contempló a través de sus enormes gafas a lord Andrew Bright, séptimo conde de Kensington. Esas habían sido las dos primeras frases coherentes que su padre había podido articular desde que se sentaron los dos en el estudio hacía ya más de quince minutos.
____ había conseguido su objetivo principal: impresionar a su padre hasta dejarlo mudo. Había creado un personaje durante mucho tiempo solo para ese momento, y el resultado no podía ser más alentador. La expresión de lord Bright cuando la vio entrar no tuvo precio.
Gracias a la receta de Kate, su color de pelo había pasado de ser rojo granate a convertirse en un castaño apagado que llevaba recogido austeramente en la nuca. Sus cejas oscurecidas eran más anchas en su totalidad, y había alargado su nacimiento hasta casi juntarlas. Los ojos, ocultos tras las gafas, eran apenas definibles. Su cara mortalmente pálida y salpicada de pecas completaba sin duda el cuadro que había fulminado las intenciones, fueran cuales fuesen, que tenía su padre. El vestido, más holgado que lo habitual, no definía su figura y le daba una falsa sensación de desgarbo que no trató de disimular.
—Gracias, padre —le dijo ____ con una voz suavizada, apenas audible.
Lord Bright se removió inquieto en la silla pensando en cómo una niña que a la tierna edad de cinco años ya despuntaba como una futura beldad podía haber cambiado tanto y tan desfavorablemente en los últimos años. Eso desde luego dificultaba sus planes, pero con un poco de suerte y de persuasión no los truncaría.
—Lo primero que debes hacer es ir de compras. Ese vestido no es el más aconsejable para resaltar tus cualidades. Veo con cierto pesar que tu tía ha descuidado tu imagen.
—No es eso, papá. Tía Francesca ha sido como una madre para mí, pero no me interesa mucho la moda. Siempre he pensado que una mujer debe ser práctica. ¿Para qué esos vestidos? No son nada cómodos, y además tampoco me hacen mucha falta porque, ¿a dónde voy a ir?
— ¿Tu tía no te llevaba a actos sociales?
—Uff, lo intentó, pero yo siempre tenía muchas cosas que hacer. Entre las causas de caridad, el asilo para los pobres y el orfanato no me quedaba mucho tiempo.
— ¡Maldición!
— ¿Qué has dicho, padre? —le preguntó ____ con un tono de voz que fingía manifestar que lo que había escuchado la había escandalizado.
—He dicho "maldición".
Lord Bright apartó los papeles de encima de su escritorio para demostrar su evidente molestia.
— ¡No debes decir esas cosas! ¡Es pecado!
—Pero por Dios... ¿Qué ha hecho tu tía contigo?
— ¿Por qué estás enojado?
____ tuvo que contener un grito de júbilo al ver las reacciones del gran lord Bright. Estaba siendo más fácil de lo que pensaba sacarlo de sus casillas, pero tampoco debía excederse. No sabía si había exagerado el disfraz y el papel sobremanera, pero había tenido que jugársela y por el momento parecía que había acertado y que lo había engañado sin que sospechara nada. Además, su padre apenas había estado con ella en los cinco años que estuvo viviendo en esa misma casa, así que ¿por qué iba a notar algo? Para Andrew Bright las mujeres pasaban inadvertidas hasta que tenían suficiente edad para poder utilizarlas.
Era comprensible que no desconfiara de su actuación. Se había marchado siendo una niña pequeña para volver como una mujer. Todo el mundo sabía que a veces las grandes bellezas pierden todo su potencial en la adolescencia tras los cambios normales de la edad.
—No estoy enfadado, ____ —le dijo lord Bright mesándose los cabellos y suavizando el tono de voz, lo que le recordó a ____ a un encantador de serpientes—. Simplemente me duele ver cómo han descuidado tu educación, pero no te preocupes, que aquí subsanaremos esa falla. Por lo pronto, quiero que salgas con Cassie, la doncella que te he asignado, y que compres algún vestido para mañana por la noche.
____ le había contado a su padre que había viajado hasta Londres con una vieja amiga de su tía Francesca, de ahí que no fuese acompañada por una doncella personal.
—¿Qué sucede mañana por la noche?
—No está bien que una joven demuestre curiosidad.
Los ojos de su padre brillaron de tal modo al decir eso que ____ sintió escalofríos.
—Pero ya que lo preguntas, mañana en la noche vendrá un invitado a cenar. Quiero que lo conozcas. Es un viejo amigo de la familia, y un gran hombre.
Le resultaba familiar esa situación. Kate se la había descrito en numerosas ocasiones. Le había contado el modo en que su padre hacía los negocios y cómo había conseguido amasar una fortuna de esa manera. Había rezado para que esa no fuera la razón de su forzada vuelta al hogar, pero si no se equivocaba, algo no muy probable, lo que tenía pensado para ella distaba mucho de ser lo que un padre desea y espera para su hija. Su farsa, su disfraz, su actuación, todo había sido preparado durante largo tiempo por si alguna vez tenía que enfrentarse a una situación así, lo que su madre, Kate y Francesca tanto habían temido. Podía equivocarse, pero su instinto le gritaba que no y le daba señales de alarma en todo momento. Lo que le hizo a su madre, al utilizarla para sus mezquinos fines, humillándola, arruinándola, seguramente había comenzado con el mismo comentario: "Ven querida, voy a presentarte a un amigo". Si creía que a ella podía engañarla tan fácilmente, iba a llevarse una gran sorpresa.
—Claro, padre —le dijo al recordar que no había hecho ningún comentario acerca de comprarse un vestido—. Si ese es tu deseo...
—Lo es, y ya que estamos, si puedes hacer algo con tu peinado te lo agradecería.
— ¿Qué hay de malo con mi peinado?
— ¡Harás lo que yo te diga! —bramó lord Bright dando un paso hacia ella.
—No intentaba contradecirte, padre.
____ bajó la cabeza sumisamente para no provocar más su furia. Sabía que él había estado conteniéndose desde que ella entró por la puerta. Su paciencia, que no parecía ser mucha, había llegado a su fin. Kate se lo había advertido en numerosas ocasiones, pero al ver cómo le latía el pulso en la vena hinchada del cuello, la ira que desprendían sus ojos fríos como el acero y los cambios radicales de humor, se había quedado sin aliento. Debía ser más lista y simular que bailaba al son que él quisiera tocar. No debía hacerle perder el control. No todavía.
El conde de Kensington volvió a sentarse tras su escritorio y, como si ella fuera un insignificante mosquito, la despidió con un gesto despectivo.
____ se levantó y antes de salir de la habitación hizo una última pregunta a sabiendas de que aquello no era nada aconsejable. Sin embargo, no deseaba tener que pasar ni un solo minuto más con él ese día, y eso merecía el riesgo.
—Padre, estoy muy cansada. Si no le molesta, ¿podría retirarme a mi habitación?
—Sí. Así estarás mejor para mañana.
____ cerró la puerta del estudio tras de sí y soltó por fin el aire que había estado conteniendo y que durante todo el día le había provocado un nudo en el estómago hasta sentir calambres. Subió las escaleras que daban al primer piso y cruzó el pasillo hasta la penúltima habitación. Entró en ella sintiendo que por fin podía relajarse durante un rato. Era la alcoba que había pertenecido a su madre. Tenía pocos recuerdos de su niñez en aquella casa, pero aquel dormitorio le traía recuerdos que ni siquiera el tiempo había podido borrar. Su madre cepillándose la larga cabellera hasta dejarla suave como la seda, el crepitar del fuego en el hogar y su perfume a jazmín que impregnaba cada rincón de la estancia. Todavía se acordaba de los momentos en que su madre la dejaba quedarse con ella mientras se arreglaba para asistir a esas largas veladas con su padre. A ella le fascinaba verla. Cuando terminaba con los últimos retoques y se giraba para que le diera su opinión, a ella siempre le parecía una princesa, como las de los cuentos que Kate le leía antes de dormir. Sin embargo, algo se repetía siempre en aquellas ocasiones y era la tristeza que desprendían los hermosos ojos de su madre, imposible de esconder incluso a una niña. Solo mucho después había descubierto el porqué de esa mirada vacía, perdida y derrotada. Con ella no iban a hacer lo mismo. No lo permitiría. Su madre, Kate, tía Francesca, todas habían luchado para librarla de ese destino y no iba a defraudarlas.
Había imaginado a Andrew Bright de muchas maneras, pero la realidad era aún peor. Sus recuerdos de él eran nulos, ya que en los escasos años que pasó allí apenas lo había visto. Siempre fue como una sombra. No lo veía, pero notaba su presencia cuando estaba cerca. Era como si su cuerpo presintiera el peligro que la acompañaba. La había tratado como si no hubiesen pasado quince años, como si hubiese estado allí desde siempre. Por lo que se veía, él también sabía actuar y era bueno en ello. Cualquier persona que no conociera su naturaleza podía caer rendida ante sus falsos encantos; sin embargo, había cosas que no podía esconder, como esos gélidos ojos que miraban llenos de ambición, la boca apretada en una delgada línea, dura como el mármol, y su genio incontrolable que saltaba si no conseguía lo que deseaba. Gracias a Dios su primera entrevista con él había sido corta, porque, aunque se sentía con fuerzas para luchar contra lo que le tuviera preparado, había estado nerviosa como una chiquilla ante su presentación en sociedad. Cuando llegó la noche, estaba tan cansada del viaje y tan agotada de darle vueltas a los posibles planes de su padre que se fue a la cama sin cenar y se durmió prácticamente al instante.

Hope you like it.
Cande Luque
Cande Luque


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"Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada - Página 2 Empty Re: "Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada

Mensaje por Let's Go Jue 22 Dic 2011, 5:07 pm

me gusto el cap
seguila!!!
Let's Go
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"Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada - Página 2 Empty Re: "Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada

Mensaje por Karli Jonas Jue 22 Dic 2011, 11:40 pm

Pliiis Siguela
Me gusta
quiero mas CAPS!!
Karli Jonas
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"Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada - Página 2 Empty Re: "Un disfraz para una dama" (Joseph & Tú) Terminada

Mensaje por Cande Luque Sáb 24 Dic 2011, 4:43 pm

Capítulo 2

ESTABA MÁS NERVIOSA DE LO QUE ESPERABA. Había cruzado su habitación más de veinte veces de un lado a otro, y todo por esa cena. Sí, por eso estaba inquieta. Siempre se había jactado de tener los nervios más templados del mundo, pero esta vez la estaban traicionando. Respiró hondo y se miró de nuevo en el espejo. Esa mañana había ido a Bond Street con Cassie a comprarse un vestido para la cena. Su padre no le había dejado alternativa. Durante el desayuno le había recordado que fuera a renovar su vestuario. Haberlo desoído hubiera sido como retarlo abiertamente y, la verdad, no quería comprobar qué ocurriría llegado a ese punto. No podía dejar salir su genio ni su rebeldía. Para que funcionase la farsa debía parecer la hija más devota, inocente y boba que un padre pudiera tener.
Cassie la llevó a ver a una de las modistas más cotizadas del momento. Se hacía llamar Madame Valentine, aunque quedó en claro nada más oírla hablar que de francesa solo tenía el nombre. Con un terrible acento intentaba hacerse pasar por alguien que no era. "Igual que yo", pensó ____ con cierta ironía. Sin embargo, no todo era falso porque con las manos era una auténtica artista.
Estuvo más de una vez tentada de elegir uno de los fabulosos vestidos que Madame Valentine le enseñó. Eran magníficos, pero total mente inadecuados para sus planes. Debía parecer desgarbada, sin gracia, tenía que disimular su figura, no realzarla.
Cuando fingió desinterés por las preciosas prendas que le enseñaban y que Cassie celebraba con una exclamación, le confesó entre susurros que nunca podría ponerse algo tan escandaloso.
Después de un buen rato, ya desesperada, le enseñó un vestido de muselina gris. Cuando lo vio, ____ pensó que sería perfecto. Era liso, de líneas sencillas, y le tapaba hasta el cuello. Solo una pequeña franja por encima del pecho y en las mangas evitaba que se lo pudiese considerar insulso y monótono. Parecía para una matrona. Justo lo que necesitaba.
Madame Valentine intentó ceñirlo en las costuras para ajustado a su figura, pero ____ se quejó constantemente de lo agobiada que se sentía en un vestido tan apretado, mientras fingía no poder respirar. Al final, la pobre modista, con gotas de sudor que le recorrían el cuello, optó por dejarlo un poco holgado, no sin que su ego sufriera a cada minuto de la visita. No le cabía duda de que la mujer había quedado agotada cuando, dos horas más tarde, abandonó su tienda con el vestido.
Aun así, había tenido que eludir a Cassie para que no le arreglara el pelo. Prácticamente tuvo que echarla de su habitación para que no le pusiera las manos encima. Se peinó ella misma recogiéndose el cabello tirante hacia atrás y soltando un pequeño tirabuzón a la altura de las sienes. No podía decirse que había mejorado mucho su aspecto, solo lo suficiente para que su padre quedara convencido de que había hecho caso a cada una de sus sugerencias. Respiró hondo, salió de mi habitación y bajó al comedor.
Kate siempre le decía que, para hacer una buena interpretación, primero debía olvidarse de sí misma y segundo disfrutar con lo que hacía. Sin embargo, en ese momento era incapaz de olvidarse de sui circunstancias y más aún de disfrutar. Sentía que las manos le sudaban y que un nudo le atenazaba el estómago.
Con aparente serenidad, entró en la salita contigua al comedor donde su padre y el misterioso invitado esperaban su llegada. Al instante detectó un reflejo en la mirada de su padre, que se acercó a ella con gesto decidido, inclinándose ligeramente para darle un beso en la mejilla.
—Buenas noches, hija. ¿No podías haberte arreglado mejor? —le susurró con evidente enfado.
____ no pudo reaccionar porque su padre ya se había girado hacia el invitado con una gran sonrisa, arrastrándola consigo.
—____, te presento al duque de Weston.
—Encantada, Excelencia —le dijo mientras hacía de manera algo torpe la debida reverencia.
Su padre la ayudó a mantener el equilibrio cuando pareció que de un momento a otro se caería sobre su trasero.
—____, parece que estás un poco torpe hoy. ¿Te encuentras bien?—le preguntó el conde de Kensington remarcando la última palabra.
—Por supuesto, padre. Solo estoy un poco cansada.
—Pobre niña. Es normal después de un viaje tan largo. Todos sabemos que las mujeres son de constitución débil. Deberías cuidarla Andrew.
¿Constitución débil? ¿Las mujeres? ____ pensó que si le daba una patada, quizá ese cavernícola se enterara de quién era el débil.
Hasta ese momento, el duque de Weston había permanecido perforándola con sus pequeños ojos sin vida. Su mirada no tenía ni expresión ni brillo. "Debe rondar los setenta años", pensó. Por lo menos era lo que aparentaba con la cara surcada de arrugas, y las manos temblorosas apoyadas en un bastón, que parecían a punto de resquebrajarse en cualquier instante.
El Duque le ofreció su brazo, cambiando su bastón de color marfil a la otra mano.
—Me concede el honor de acompañarla, milady?
____ accedió al instante. Su padre la miraba complacido. "Para él seguro que todo está saliendo a pedir de boca, pero la velada será muy larga", se dijo. Tendría tiempo de sobra para que aquel anciano, que no parecía sorprendido por su aspecto, terminara decepcionado.
Salvaron los escasos metros que había hasta el comedor y tomaron asiento alrededor de la gran mesa color caoba que dominaba la sala. Unos candelabros de plata iluminaban la estancia y conferían a la cena un ambiente más íntimo. El reloj de caja larga Tompion, uno de los principales fabricantes de relojes ingleses, marcaba los segundos como si fueran los latidos de su propio corazón. A su espalda, una repisa sostenía un jarrón de porcelana china, con docenas de rosas en su interior, e inundaba con su fragancia hasta el último rincón.
—Tu padre me ha hablado mucho de ti, y he de reconocer que ardía en deseos de conocerte.
____ detectó un guiño desagradable en esa mirada que creyó vacía. Se fijaba en ella como si fuese el primer plato de aquella cena. ¡Ese hombre debía de estar ciego! Bueno, si no le importaba su aspecto, quizá sí reparara en su comportamiento.
—Es muy amable, milord.
—Llámame Latham. Al fin y al cabo soy un viejo amigo de la familia.
—No creo que sea correcto.
—¿Por qué?
—Porque apenas lo conozco.
—El Duque te ha dado permiso, ____. No seas descortés.
La voz de su padre fue dura y las aletas de la nariz se le abrieron como si fuera un caballo furioso.
—De acuerdo. Lo llamaré Latham, si ese es su deseo.
El Duque se pasó la lengua por el labio inferior como un galo que se relame cuando contempla la leche.
—Es mi deseo. Que no te quepa duda de eso. Y ahora, ¿por qué no me cuentas cómo era tu vida en Venecia? ¿Qué tal es la sociedad?
—Pues no podría decirle. No conocía a mucha gente.
—¿No salías, querida?
____ dejó la deliciosa sopa de pescado que habían servido de primer plato para contestar al Duque mirándolo con suma inocencia.
—Oh, no tenía tiempo. Entre mis oraciones y los pobres a los que iba a visitar, terminaba terriblemente agotada. Verá, no soy di constitución fuerte, además sufro de constantes jaquecas. En ocasiones paso toda una semana en cama.
—¡Tonterías! —bramó el conde de Kensington.
El Duque también parecía contrariado por las últimas palabras de ____, y la furia que no había podido controlar su padre hizo que el ceño del viejo Duque se frunciera aún más. Con un breve temblor en el párpado izquierdo miró a Andrew.
—Me dijiste que era una mujer fuerte.
—Y lo es, Latham.
____ tuvo en ese momento la primera prueba de que no andaba muy descaminada en sus suposiciones.
—Todos sabemos que las mujeres siempre exageran —continuó— Bright en un intento de conformar a su amigo—. Díselo, ____.
—¿Qué, padre? —preguntó fingiendo inocencia—. No entendí bien lo que has dicho. Ya sabes que no oigo bien con el oído izquierdo.
El Duque pegó un salto de su silla como si se hubiese pinchado con un alfiler.
—¿Está sorda?
____ se apresuró a responder, porque su padre parecía cercano a una apoplejía.
—No, milord, oigo bien con el derecho.
—Ya basta de decir insensateces, ____.
Sintió que se le erizaba el pelo de la nuca. Su padre no había gritado. Ni siquiera parecía furioso, pero la fría calma con la que había azotado cada una de sus palabras la hizo estremecerse.
—Andrew, me temo que no llegaremos a un acuerdo. No es lo que me habías prometido.
Cuando la mandó llamar, había sospechado de sus intenciones sin lugar a dudas, porque un hombre así solo pensaba en las mujeres como mercancía que se trueca y se vende al mejor postor, así se tratara de su mujer o de su propia hija. Sin embargo, una cosa era saberlo y distinta, comprobarlo de primera mano. El sabor amargo que dejaba el rencor por años de injusticias acumuladas acudió a sus labios como el agua en un manantial. Había aprendido durante años a contenerse esos sentimientos, canalizando su furia, utilizándola para ser constante y fuerte. Para mantenerse firme y así poder cumplir con la promesa hecha a la mujer que le había dado la vida.
El Duque de Weston se levantó de la silla con esfuerzo e indico de ese modo que daba por terminada aquella pérdida de tiempo. Lord Bright lo tomó del brazo rogándole que se quedara. ____ debía de imaginarlo. Todas las serpientes se arrastran.
—Latham, no sé lo que le ocurre a mi hija esta noche. Quizá sea el cansancio, o los nervios, pero te prometo que servirá perfectamente a tus propósitos.
Por lo que se veía, su padre no tenía tiempo para sutilezas. Ni siquiera le importaba que ella estuviese allí escuchándolo todo. Era tan arrogante que le dieron ganas de estrangularlo con sus propias manos.
—No creo que sea correcto hablar de esto delante de tu hija.
—No te preocupes. Mi hija es una dama abnegada y sumisa que sabe que indefectiblemente deberá casarse pronto.
—Sí, desde luego, pero pensé que le comentarías este asunto en privado, antes de conocernos esta noche.
____ tuvo que apretar la servilleta entre los dedos para no estallar en ese mismo instante.
—Padre, no puedo casarme. Eso es imposible. Hace años que decidí consagrar mi vida a Dios.
—¿Que vas a hacer qué? —preguntó el duque de Weston absolutamente perplejo.
____ hizo un pequeño mohín con los labios.
—Veo que usted también sufre del oído.
Su padre le tomó el brazo con tanta fuerza que supo que le quedarían marcas por un tiempo.
—Tú no vas a ir a ninguna parte, ¿entiendes?
—No, padre. Es la primera noticia que tengo.
____ vio en sus ojos las ganas que tenía de abofetearla y sabía que si se contenía era por la presencia del Duque.
—Bueno, yo me voy, y cuando lo hayan decidido me lo comunican. Sin embargo, Andrew, tengo que decirte que no estoy nada contento. No me importa que sea fea, sorda o boba, ¡pero necesito un hijo!
El duque de Weston parecía también haber olvidado su presencia.
La manera de apretar el bastón entre los nudosos dedos demostraba que había llegado al límite de su paciencia y de su autocontrol.
Un minuto más y ____ estaba segura de que el viejo Duque perdería la compostura.
Lord Bright se levantó inmediatamente y le lanzó a su hija una mirada cargada de odio. La hizo sentir como si le atravesara el pecho con diez cuchillos. Después de eso se marchó tras el duque de Weston deshaciéndose en mil disculpas, mientras ella pensaba que quizá había llegado demasiado lejos con su farsa. Había azuzado demasiado a su padre haciéndole perder los estribos. ¿Pero qué podía hacer? ¡La quería casar con aquel vejestorio para conseguir quién sabe qué! Además tenía que admitir que una parte de ella había disfrutado mucho viendo al gran conde de Kensington morderse la lengua y casi morir envenenado por ello.
Se levantó de la silla para salir de allí y subir a su habitación. Parecía que estaba huyendo, pero francamente no creía que quedarse allí esperando el regreso de su padre fuese la mejor idea. Con un poco de suerte, quizá pudiese esquivarlo hasta que se hubiese calmado. Nada más pensarlo, apresuró el paso. Cuando ya estaba subiendo la escalera, una voz fría y cortante como la hoja de su estilete la detuvo al instante.
—¿A dónde crees que vas?
____ levantó la mirada hacia el techo buscando algo de inspiración divina, pero al parecer por esa noche no iba a recibir más. Como si no hubiese sucedido nada especial momentos antes, se giró hacia su padre con una expresión de pura inocencia en el rostro. —Iba a subir a mi cuarto. ¿Quiere algo, padre?
—Ven aquí.
____ se acercó lentamente al hombre que se creía con todo el derecho a disponer de su vida.
De un metro ochenta de altura por lo menos, su aspecto no reflejaba fielmente su verdadera edad. Debía de tener al menos cincuenta años, pero el pelo desprovisto de canas y el cuerpo esbelto y atlético que había conservado sin duda debido al adecuado y constante ejercicio lo hacían parecer mucho más joven.
Cuando estuvo cerca, se detuvo en seco esperando que fuera suficiente.
—Acércate más.
Esa última palabra había sonado como el silbido de un látigo al cortar el aire. Cuando había dado tan solo dos pasos, se vio arrojada al suelo. Había sido tan rápido que de no ser por el dolor palpitante en la mejilla y el sabor metálico de la sangre en los labios, no hubiese podido decir qué le había ocurrido.
—¡Levántate, puta!
____ sintió que temblaba como una hoja, pero no se dejó intimidar. En esos momentos en los que el miedo la acorralaba como un sabueso insaciable, debía mantener la calma. Se levantó lentamente apoyándose en la pared.
—¿Quién te crees que eres? Yo te lo diré: no eres nadie. ¿Me entiendes? ¡Harás lo que te ordene! ¿Me escuchas?
____ alzó el mentón manteniendo la boca cerrada. Sabía que con ese gesto lo estaba desafiando, pero la furia que sentía hizo desvanecer toda su cautela. Demasiado tarde se dio cuenta de que esa demostración de orgullo la hacía vulnerable. Kate siempre la había prevenido sobre eso: «Nunca demuestres tus verdaderas emociones. Actúa». Cuando se quiso incorporar, ya se encontraba de nuevo en el suelo con la otra mejilla lacerada.
—¿Te atreves a desafiarme? Si es así como debe ser, así será. Parece que verdaderamente eres una estúpida.
—¿Milord?
El conde de Kensington se volvió con cara de pocos amigos hacia el viejo mayordomo que llevaba sirviendo en esa misma casa desde que era apenas un adolescente.
—Livingston, ahora no es el momento.
—Sí, milord —dijo el mayordomo como si el hecho de que ____ estuviese tirada en el suelo no fuera algo anormal.
Livingston no se movió de su sitio y arrancó con ello un gruñido de los labios de lord Andrew Bright.
—¿Qué ocurre? —preguntó con impaciencia. —Mientras estaba cenando recibió este mensaje, milord. —¿Por qué no me lo has dicho antes? —bramó el Conde.
Livingston permaneció impasible ante esa muestra de ferocidad. El señor le había ordenado que no se lo molestara durante la cena, bajo ningún concepto, pero recordárselo no haría más que empeorar la situación. Ya era viejo y llevaba suficiente tiempo en aquella casa como para no saber que el Conde siempre debía llevar la razón, aunque dijese que el sol brillaba por la noche.
Había pasado junto a la puerta en el mismo instante en que la muchacha desafiaba a su padre con un gesto intolerable. Había que reconocer que la chiquilla tenía agallas. Le dolió aquella bofetada que sabía de antemano que le propinaría, conociendo a aquel hombre como lo conocía desde que era un niño de pecho. Siempre había sido igual de cabrón. Pensaba que ya estaba demasiado cansado y cuarteado por la edad como para que algo lo sorprendiera, pero esa jovencita durante unos escasos y maravillosos segundos lo había hecho sentir orgulloso. Algo muy valioso para quien había tenido que vivir bajo el mandato de un hombre sin escrúpulos.
Admiraba el valor de la joven, aunque desde el punto de vista lógico hubiese sido una soberana estupidez. Pero qué locura tan hermosa. Ojalá él hubiese sido solo una décima parte de lo valiente que había sido ella. Eso lo hizo sentir incómodo. Ya había sido sobradas veces el espectador que se queda inmóvil sin hacer nada. Había pagado un alto precio por no haber ayudado aquella vez a la madre de la muchacha. No podía seguir echando más leña a su conciencia. En ese momento, supo que debía hacer algo y así lo hizo, apresurándose a cumplir con su determinación cuando vio que lady Bright intentaba levantarse de nuevo. "¡Qué jovencita tan testaruda!", pensó con admiración.
Lord Bright alargó la mano y le arrebató de un tirón la nota que el viejo mayordomo ya le estaba tendiendo. Sin mirar hacia atrás, se retiró a su estudio, no sin antes dejar unas palabras en el aire.
—Livingston, recoge la basura del suelo antes de retirarte.
Lord Bright tiró la nota junto a las otras, dentro del cajón del escritorio que dominaba su estudio. Estaba más que harto de esas sanguijuelas, de esos buitres que lo merodeaban sin cesar esperando la ocasión para caer sobre él. Las malas inversiones realizadas en los últimos años lo habían llevado a una situación económica insostenible. ¿Cómo se atrevió Vittoria a morirse? Todo había ido bien mientras la tuvo a ella.
Todas las mujeres eran unas putas, no se podía confiar en ellas, pero con una mano lo suficientemente fuerte como para dominarlas podían ser muy útiles. Vittoria lo había sido. La había mandado a los dormitorios y ella había vuelto con la información: inversiones, política, influencias, chantaje. Había tenido el mundo en las manos, y esa maldita había tenido la desfachatez de morir, ¡desgraciada!
Vittoria había sido muy hermosa. Lo suficiente como para que todos los hombres la desearan nada más verla. Era divertido comprobar como todos soltaban la lengua cuando el deseo los cegaba.
Su esposa..., qué inocente parecía cuando la conoció. No resultó difícil conquistarla. Tras la desgraciada muerte de sus padres, estaba conmocionada y muy vulnerable. La noche de bodas lloró como una niña cuando la penetró sin ningún tipo de preparación. Todavía se excitaba cuando se acordaba de sus ruegos para que se detuviera. Después de unos meses, ya ni siquiera luchaba. Se mantenía quieta mientras él buscaba alivio, y eso acabó con toda la diversión.
Cuando le ordenó por primera vez que sedujera a un político de un cargo importante, lo miró con absoluto odio y desprecio. Pero le duró muy poco. Comprendió quién era el que mandaba y tuvo que someterse a él. La amenazó con hacer daño a su única familia, su hermana Francesca, y después cuando llegó ____ todo fue mucho más fácil. Solo tenía que mirar a la niña para que Vittoria bajara la cabeza y preguntara qué quería que hiciese.
Sí, era fácil. Sabía cómo manejar a las mujeres. No le ocurriría lo mismo que a su padre, un pobre cornudo que se quitó la vida por una mujer adúltera y mentirosa. Una puta, que abandonó a su propio hijo para escapar con uno de sus amantes y no volver jamás. El había aprendido muy bien la lección.
Cerró el cajón con tanta fuerza que hizo que oscilara la luz de las velas que iluminaban parcialmente la habitación.

Hope you like it.
Cande Luque
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Mensaje por Let's Go Dom 25 Dic 2011, 2:45 pm

#ola
¡¡¡FELIZ NAVIAD!!!
odio a su padre como puede hacer eso
me encanto el cap
seguila!!!
Let's Go
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Mensaje por Let's Go Lun 26 Dic 2011, 7:24 pm

seguila!!!
Let's Go
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Mensaje por Let's Go Miér 28 Dic 2011, 1:58 pm

seguila!!!
Let's Go
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Mensaje por Let's Go Jue 29 Dic 2011, 9:21 pm

SEGUILA!!!! :D
Let's Go
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Mensaje por Cande Luque Vie 30 Dic 2011, 9:21 am

A PEDIDO DE MI ÚNICA LECTORA, JAJA.

Capítulo 3

____ SOLTÓ UNA EXCLAMACIÓN MUY POCO FEMENINA cuando el vestido se le enganchó en la enredadera que trepaba hasta su ventana. A un metro del suelo, sentía el frío de la noche en las piernas solo cubiertas por tan delicadas enaguas. Al tirar del borde de la falda, desgarró el dobladillo, pero la liberó para seguir descendiendo.
Después de que su padre se encerrara en su estudio, Livingston la ayudó a levantarse y la acompaño hasta su habitación. El viejo mayordomo no le dijo ni una palabra, pero su mirada expresaba su pesar por lo que acababa de presenciar. La verdad es que la había salvado de una paliza con esa oportuna aparición. ____ se lo agradeció con un beso en la mejilla. Livingston había abierto los ojos desmesuradamente ante tal atrevimiento, pero ella hubiese jurado que, cuando el anciano mayordomo se dio vuelta para retirarse, una sonrisa se le asomó en los labios.
Después de eso, empaquetó sus cosas en la bolsa de viaje y esperó pacientemente a que la casa quedara sumida en el más absoluto silencio. Se cambió el vestido gris perla por uno azul marino abrochado por delante con una tira de botones. Era el más oscuro que tenía y el más maltrecho. A esas horas de la madrugada, le convenía pasar lo mas inadvertida posible.
Antes de llegar a Londres, había visitado a Adela Main, una escritora inglesa amiga de su tía. Ella la había puesto al día de la vida de Londres, de su enrevesada sociedad y también de sus peligros. Y uno de ellos, desde luego, era caminar sola por las calles de la ciudad a altas horas de la noche. Y, más aún, si quien se atrevía a hacerlo, era una mujer.
Por si acaso, llevaba su estilete en el botín derecho. Eso le daba una cierta sensación de seguridad. Aún se acordaba de la cara de su tía cuando descubrió que Angelo, el maestro espadachín, la estaba instruyendo en el arte de la esgrima. Francesca estuvo a punto de romperle la crisma, pero Angelo con una sola sonrisa desbarató todas sus intenciones. Aún no comprendía por qué su tía no se había casado con él, cuando saltaba a la vista el amor que existía entre los dos. Un día se atrevió a preguntárselo y ella con un encogimiento de hombros le dijo que así eran felices.
Angelo siempre le había dicho que tenía aptitudes y la animaba a continuar con su entrenamiento. Después, Roberto, el mayordomo de Angelo y ex-contrabandista, le enseñó a lanzar el estilete y a defenderse con él, cuerpo a cuerpo.
Con la sonrisa torcida y la nariz rota, Roberto tenía más pinta de boxeador que de otra cosa. ____ lo persiguió durante más de un mes sin darle descanso, hasta que el pobre Roberto, exclamando que en toda su vida no había conocido peor tortura que ella, le dijo con voz lastimera: "Me rindo. Si el señor Angelo le deja tomar una espada, no sé por qué yo no puedo enseñarle a utilizar el puñal. Es un arma que como mujer podrá utilizar si algún día debe defenderse".
Dejando atrás los recuerdos, aligeró más el paso arrebujándose bajo el abrigo. Debía encontrar pronto un coche y salir de la ciudad. El traqueteo de unas ruedas sobre los adoquines de la carretera fue como música para sus oídos.
Tuvo que convencer al cochero para que la llevara fuera de la ciudad. Al principio se negó, pero cuando le enseñó las monedas que tintineaban en su mano, el cochero no puso ninguna otra objeción.
No había ningún plan. Lo único que tenía en claro en ese momento era que debía alejarse de Londres y poner la mayor distancia posible entre su padre y ella. No podía volver a Venecia. No por el momento. Con toda seguridad, en pocas horas el puerto estaría vigilado y el siguiente barco a Venecia tardaría varios días en salir. Podía intentar pasar inadvertida, con algún tipo de disfraz, pero no conocía la ciudad y prefería no arriesgarse. Iría hacia el norte hasta decidir un destino en donde esconderse por un tiempo. También tenía que cambiar su aspecto. En cuanto llegara a una posada, se instalaría por unas horas, el tiempo suficiente para comer algo y meterse en la piel de un nuevo personaje.
Miró por la ventanilla del coche un poco más tranquila. El sol todavía no despuntaba por el horizonte, aún quedaban varias horas para que amaneciera. Seguramente para entonces ya habrían descubierto su desaparición.
Ese era el primer momento, desde que dejó atrás la casa de su padre, en que se permitió relajarse, recostándose sobre el sillón gastado y maloliente del coche mientras cerraba lentamente los ojos. Le escocían por dentro como si alguien le hubiese tirado un puñado de arena. Aunque eso no era lo peor. Tenía las mejillas doloridas. Había tenido que disimular con maquillaje el moretón que rápidamente se le había extendido a lo largo de la mejilla. El labio le dolía, sobre todo allí donde se le habían clavado los dientes, y le habían dejado una pequeña, pero escandalosa herida.
Había sido demasiado ingenua al pensar que podía controlar por sí sola la situación, y no era que hubiese subestimado a su padre, pues le habían contado hasta la saciedad lo que ese hombre era capaz de hacer, sino más bien que se había sobrestimado a sí misma.
Kate le había dicho que siempre esperara lo inesperado, y ella, cabezota de por sí, había confiado en lo evidente, porque ¿quién querría a una chica tonta y fea? Pues no podía haber estado más equivocada y así estaba ahora, huyendo en la noche como una fugitiva y con un lío descomunal al que enfrentarse.
Se durmió durante un rato y al despertar por un bache nada caritativo descubrió que ya había amanecido. Le había dicho al cochero que condujera hasta al amanecer y entonces la dejara en la posada más cercana. En todas ellas pasaban coches con distintos destinos. Con un poco de suerte, desde allí podría enlazar con alguno que se dirigiera más al norte. La posada más cercana resultó ser The Red Rose.
Antes de entrar, despidió al conductor pagándole un poco más de lo acordado, para comprar implícitamente su silencio.
La posada, aunque no muy grande, era entrañablemente acogedora.
Su nombre bien podía deberse al gran número de rosales que adornaban a ambos lados el camino de la entrada. Pintada de color rojo, tenía grandes ventanales por los que se filtraba la luz para iluminar las dependencias.
Lo primero que vio al atravesar la puerta fue el mostrador. Tras él se encontraba un hombre grande y robusto, con cara de pocos amigos, que miraba unos papeles como si fueran su peor enemigo.
—¡Linore! ¡Ven aquí!
____ dio un respingo al escuchar el vozarrón que desgarró el silencio.
Una mujer de mediana estatura y redondeada en aquellos lugares que más atraían a los hombres salió por el pasillo con las manos apoyadas en la cadera, los brazos en jarra y el ceño fruncido.
—¿Quieres no gritar? ¡Vas a asustar a nuestros clientes!
—A nuestros clientes les importa un comino lo que hagamos —le dijo el hombre entre dientes.
—Desde luego que así nunca conseguiremos tener clase.
—¿Clase? ¡Dios mío! Ahora se cree que es la reina de Inglaterra.
—Bueno, ¿qué quieres? —le espetó la mujer dando golpecitos con la puntera del zapato en el suelo.
—Que me digas dónde está el pedido de vino que debía haber llegado esta mañana.
—No lo sé. ¿Contento?
El hombre le enseñó los dientes de tal manera que a ____ le erizó los pelos de la nuca. Una vez vio hacer lo mismo a un mastín antes de dejar al pobre señor Cagliani sin medio pantalón y con ocho puntos de sutura en la pierna derecha.
—El vino debería estar ya aquí, pero echando una ojeada a los papeles, ¿con qué me encuentro?
—¿Es una pregunta, Will?
—¿A ti qué te parece?
—Me parece que estás un poco alterado.
—¡Maldición, mujer! ¿Cómo no voy a estarlo? La hoja del pedido sigue aquí, no la mandaste y te dije que lo hicieras el jueves.
—¿Y qué? ¿Es que tengo que hacerlo todo yo?
—¿Todo? Linore, haz el favor de irte si no quieres que pierda la poca calma que me queda y te dé la zurra que mereces.
—Tú no te atrevas a tocarme, porque si lo haces no te meterás nunca más en mi cama. ¿Entiendes?
____ carraspeó para hacerse notar, porque presenciar una conversación privada que estaba adquiriendo un tono bastante íntimo le parecía descortés, aunque sumamente divertido.
La mujer, que pareció percatarse de su presencia, relajó la postura y con una sonrisa deslumbrante se acercó a ella.
—Hola, buenos días y bienvenida a The Red Rose.
—Gracias —le dijo ____.
—Will, atiende a la señorita y por lo que más quieras, compórtate.
Will puso los ojos en blanco ante la blasfemia. Linore quería clase cuando ella misma hablaba como un marinero en medio de un burdel.
—¿Desea una habitación?
—Sí, por favor —le contestó desde el otro lado del mostrador. —¿Podría decirme si pasa algún coche por aquí que vaya al norte?
—Pasan algunos, señorita. Mañana debería llegar el que se dirige a York, y el viernes el que va a Norwich. Y luego casi a diario pasan loches con destino a Bath y a Londres.
____ guardó esa información para analizarla después. Lo primero, ya que era imposible que su padre pudiese localizarla tan pronto, era refrescarse y descansar un rato.
La tensión acumulada durante las últimas horas y el hecho de mi haber dormido prácticamente nada la habían dejado extenuada. También el estómago se rebelaba ante la falta de alimento.
—Melinda, acércate.
____ se giró para ver a una muchacha de corta edad, delgada y vivaracha, que se acercaba a pasos apresurados.
—Sí, señor.
—Acompaña a la señorita a la habitación de arriba, la que está más alejada del pasillo, y asegúrate de que tenga todo lo que necesite.
Melinda asintió vigorosamente con la cabeza, por lo que varios mechones de un rubio platino casi irreal se le soltaron del recogido.
____ subió las escaleras tras la muchacha, mientras sus piernas protestaban con cada escalón. La posición en el carruaje sin poder apenas moverse había hecho que los músculos se le agarrotasen. Al llegar a la habitación se apresuró a entrar.
La jovencita constató que todo estuviese bien y se marchó prometiendo subir agua caliente en unos pocos instantes.
Cuando oyó cerrarse la puerta, dedicó unos segundos a contemplar la habitación que le habían dado. Era pequeña, pero a simple vista cómoda. Y en ese momento eso era un tesoro para su cuerpo dolorido. Un gran ventanal entreabierto, para refrescar la habitación, hacía que pareciera más grande y luminosa y la dotaba de un aire casi acogedor. Había una pequeña cómoda situada al lado de la puerta y, frente al ventanal, se encontraba la cama grande y tentadora. Unos suaves golpes en la puerta la sacaron de su estupor. Era Melinda con el cubo de agua caliente. Tendría que ser suficiente para asearse un poco.
—¿Desea que le suba algo para cenar, señorita, o prefiere bajar al comedor?
No estaba bien visto que una mujer viajara sola, y menos que comiera sin acompañante en una posada.
—La verdad es que estoy cansada y preferiría comer aquí.
—¿Le parece bien un poco de pastel de carne?
—Eso suena delicioso, gracias.
Melinda sonrió enseñando unos dientes diminutos y algo torcidos que le daban un aire travieso.
Cuando la muchacha se hubo marchado, se acercó a la ventana para deleitarse con la esplendorosa belleza de los rosales. Manchas de diversos tonos rojos, blancos, rosados, violetas y amarillos asomaban por encima de los tallos como si compitiesen entre ellas estirando el cuello para poder ver sobre todas las demás, empujándose entre sí sin ningún pudor.
Le hubiese gustado poder disfrazarse de un joven caballero y haber bajado a la taberna de la posada, pero eso no era muy prudente. Hasta que no se alejara de allí con un nuevo aspecto no podía llamar la atención. Aunque su apariencia de institutriz la hacía prácticamente invisible, no podía contar con que pasaría totalmente inadvertida, porque siempre podía haber alguien observándola que pudiera recordarla. Cuanto menos la vieran, menos se acordarían si preguntaran por ella. Se había confiado ya una vez y, si de algo podía presumir, era de aprender deprisa de sus errores.
Se quitó los guantes y los dejó encima de la cómoda. Después de refrescarse un poco, sacó el espejo que siempre llevaba consigo y analizó su aspecto, pensando qué arreglos hacer en su atuendo y en sus facciones.
Melinda subió con el pastel de carne, medio vaso de vino y una tarta de frutas. A ____ le pareció un verdadero festín. En la cena de la noche anterior casi no había probado bocado, por lo que llevaba veinticuatro horas sin tomar nada. Había intentado acallar los rugidos de su estómago, pero al ver y oler el aroma de la comida, estos se revelaron en tropel. En apenas diez minutos devoró todo. Eso era impropio de una dama, pero muy oportuno para una mujer hambrienta.
Nunca había sido remilgada para comer ni tampoco le había hecho falta. Al contrario que otras chicas de su edad, no había tenido que vigilar constantemente su figura. Su tía Francesca, a la que un dulce le hacía estragos en las caderas, siempre le había recordado la suerte que tenía al poder comer de todo sin preocuparse por los kilos de más. Entonces pensó que quizá podía simular ser un poco regordeta. Eso no sería difícil de conseguir. Con una prenda gruesa debajo de sus vestidos holgados, en un santiamén obtendría el efecto deseado.
Con un suspiro entrecortado se sentó en la cama, que se hundió parcialmente bajo su peso. Era una tentación que la invitaba a acurrucarse bajo sus sábanas para dejar pasar las horas. Sin embargo, eso debía esperar. Tenía que decidir qué hacer. Había pensado en viajar a Escocia. Allí conocía a un amigo de su tía, el viejo MacLaren. Era un erudito raro y bohemio, pero sumamente encantador. Con un poco de suerte, lo encontraría en casa y no en el continente como era habitual en él en esa época del año. Sí, tomaría el coche que se dirigía a York y desde allí continuaría hasta Escocia.
Con un plan ya esbozado en mente, decidió dar un pequeño paseo. Cerró la puerta con cuidado y atravesó el pasillo camino a las escaleras. Un llanto desgarrador proveniente del interior de una de las habitaciones la hizo detenerse a mitad de camino.
"No es asunto mío", se dijo mientras reanudaba el paso. No había andado ni un metro cuando su conciencia la aguijoneó como si fuera una avispa. Parecía una mujer joven la que lloraba, y por la falta de voces y ruidos en la habitación, apostaría a que estaba sola. Su tía Francesca siempre le decía que se entrometía y que tenía un don especial para meterse en problemas; sin embargo, por mucho que lo intentaba, no podía cambiar. ¿Qué se le iba a hacer? Era su naturaleza.
Sabiendo que seguramente estaba cometiendo un error, alzó la mano enguantada y golpeó dos veces en la puerta. Los sollozos cesaron al instante y dieron paso a un profundo silencio. Durante varios segundos que le parecieron siglos, no se oyó nada al otro lado. Cuando pensaba que ya no obtendría ninguna respuesta, una voz débil y temblorosa le contestó desde el otro lado de la puerta.
—¿Quién es? ¿Qué desea?
—Hola, me llamo ____. Ocupo una habitación cercana a la suya. La he oído llorar y me preguntaba si podría serle de ayuda.
—No, váyase.
____ retrocedió un paso. ¿Qué esperaba? ¿Que le abriera la puerta y le contara su vida?
—No quiero molestarla, pero me pareció que necesitaba ayuda.
—¿Es que no me escucha? ¡Le he dicho que se fuera! Por favor —exclamó llorando de nuevo.
Ahora sí que no le cabía duda de que algo iba mal. La mujer parecía desesperada, o por lo menos eso era lo que denotaba su tono de voz. Por enésima vez se dijo que aquello no era de su incumbencia, pero su instinto la hacía mantenerse allí, de pie, quieta mirando la puerta, dándose un montón de razones que justificasen lo que iba a hacer. Quitándose una de las horquillas que le sujetaban el pelo en un prieto moño, se agachó hasta quedar a la altura de la cerradura.
Miró a ambos lados del pasillo para comprobar que no había nadie y tomando aire se dispuso a cometer un delito. En menos de un minuto sintió que la cerradura cedía ante sus manos que, como una vez le dijera Roberto, eran muy hábiles para una damita.
La verdad es que en aquellos tiempos en los que era una ansiosa pupila del contrabandista, jamás pensó que sus enseñanzas poco convencionales y nada éticas la ayudarían a entrar en la habitación de una joven llorosa que no quería que nadie la molestara.
Entró en la habitación con sigilo y cerró la puerta tras de sí. Había una mujer apoyada en el alféizar de la ventana intentando ahogar sus sollozos con la mano. Temblaba ligeramente moviendo los hombros como si fuese a romperse en mil pedazos. ____ sintió el impulso de acercarse a ella. No sabía cómo, pero en la medida en que le fuera posible, decidió en ese mismo momento que intentaría ayudar a esa joven. Por su aspecto parecía tener más o menos su misma edad.
—Hola.
La mujer cortó un hipido muy poco femenino en su sobresalto al oír a ____. Se volvió hacia ella con rapidez mientras se llevaba una mano al pecho y agrandaba los ojos de manera exagerada.
____ sabía que debía decir algo y pronto. Alguna cosa para calmarla porque parecía que se pondría a gritar como una loca en cualquier momento.
—No se asuste —le dijo ____ mientras daba un paso hacia ella.
La joven retrocedió en un acto reflejo, lo que hizo que ____ se parase en seco, enseñándole las manos como si así le mostrara que no debía temer nada.
—Soy yo quien llamó hace un momento a la puerta. Sí, ya sé que me dijo que la dejara tranquila, pero oí que lloraba y la conciencia no me permitió alejarme sin comprobar que realmente se encontraba bien.
____ notó que la muchacha parecía un poco menos tensa.
—No pretendía entrometerme, pero parecía tan desesperada desde el otro lado de la puerta que...
Si no fuera porque veía el pecho de la mujer subir y bajar, inhalando y exhalando aire, pensaría que estaba ante una estatua de piedra. Juraría que ni siquiera había pestañeado. Por una vez en su vida, tuvo que reconocer que no sabía qué hacer. Balbuceó sus últimas palabras pensando en la estupidez que había cometido.
Por lo menos, la joven aparentaba estar bien físicamente, lo que la llevaba a pensar que su angustia se debía a otra cosa. Retrocedía en busca de un lugar donde sentarse cuando una sola palabra de la muchacha la dejó clavada en el sitio.
—¡No!
—¿Qué? —preguntó ____ pensando que lo que le estaba diciendo era que no buscara donde sentarse, porque la echaría de allí en ese mismo instante de una patada.
—¡No se vaya, por favor!
____ comprendió que aquella joven de grandes ojos azules había malinterpretado su gesto creyendo que se marchaba. Le había pedido que se quedase. Eso era un adelanto. Quizá con un poco de suerte pudiese tranquilizarla.
—No, claro que no. Solo iba a sentarme, si no le importa. ¿Cómo se llama?
—____.
—¡Vaya, eso sí que es casualidad! Yo también me llamo así.
—____ Greyson —le contestó mientras sorbía por la nariz y se secaba torpemente las lágrimas que le brillaban sobre las mejillas.
—Encantada, señorita Greyson. Yo soy ____... ____ Dickinson —le dijo, recordando que ese era el apellido con el que se había registrado en la posada.
En ese momento, la señorita Greyson pareció algo confusa.
—¿Cómo ha entrado? —le preguntó.
—La puerta no estaba cerrada con llave —le mintió ____ esperanzada de que la señorita Greyson en su estado de congoja no se hubiese percatado de ese detalle.
—¡Ah! —dijo como si así estuviese todo claro.
—¿Quiere sentarse y contarme qué le preocupa? A veces contar lo que nos perturba nos libera de ello o hace la carga menos pesada. A menudo magnificamos nuestros problemas y los vemos más grandes de lo que en realidad son.
La joven movió la cabeza con feroz determinación, negando esa posibilidad como si le fuera la vida en ello.
—Bueno —dijo ____—, quizá podamos hablar de otra cosa. ¿De dónde es usted?
—De Reading —le contestó la señorita Greyson rápidamente—, pero llevo vanos años en Londres.
—¿Tiene familia allí?
—N... no —farfulló ____ Greyson.
____ intentaba entablar una conversación porque desde que entró por la puerta parecía que la estaba interrogando y no quería que se asustase.
—Yo también he estado en Londres —le dijo—. Señorita Greyson, no quiero parecer una entrometida, pero claramente hay algo que la hace sufrir. No hace falta que hablemos de ello ahora si no se siente con fuerzas, pero muchas veces las cosas no son tan horribles como mis parecen a simple vista.
____ Greyson levantó el mentón y la miró con desolación.
—Yo no estoy de acuerdo con usted, señorita Dickinson.
—Ya veo. Usted no ve salida porque está muy involucrada, pero, quizá una persona ajena a su problema podría ver su situación con Objetividad y ofrecerle una alternativa.
Greyson soltó un fuerte sollozo, a la vez que se levantaba como un resorte de la silla. "¡Bravo!", se dijo ____ a sí misma. "Si es así como vas a tranquilizarla, te estás luciendo".
—¡Es que no lo entiende! ¡Yo no tengo ninguna alternativa!
____ se levantó, incapaz de verla sufrir de esa manera por más tiempo. Se acercó lentamente a ella y le tomó una mano entre las suyas. Estaba helada.
No se desespere, por favor. No se rinda. No hasta que haya hablado. Ahora voy a pedir un té. Creo que nos vendrá bien a las dos. Siéntese mientras vuelvo.
No tardó más de unos minutos en encontrar a Melinda. Le encargó una tetera bastante grande como para nadar en ella y unas galletas. Cuando subió, la señorita Greyson parecía más calmada, aunque su mirada permanecía fija en el vacío.
Melinda subió prácticamente detrás de ____. Dejó la bandeja y después se marchó haciendo un pequeño gesto con la cabeza.
____ sirvió dos tazas de té e hizo que su acompañante tomara una entre las manos, animándola con un leve empujoncito a llevársela a los labios.
El té caliente pareció relajar a las dos, que suspiraron a la vez cuando bebieron el primer sorbo.
—Puede llamarme Grey —le dijo la señorita Greyson sin levantar la mirada de su taza.
—¿Grey?
—Sí, eso es. Mi madre se llamaba ____, al igual que mi abuela que vivía con nosotros. Era un lío. Cada vez que llamaban a alguna de nosotras acudíamos todas a la vez, así que me empezaron a llamar Grey, por mi apellido, y ahora todos me llaman así.
____ pudo contemplar como los rasgos de Grey se suavizaban al hablar de su familia.
—Grey, de acuerdo. A mí puede llamarme ____.
—Uff... será difícil recordarlo.
____ sonrió abiertamente. Grey le había hecho una pequeña broma y eso, en ese momento, era más de lo que esperaba. Parecía que lo peor había pasado.
—Sé que quiere ayudarme y le estoy muy agradecida por ello, pero no puede. Nadie puede.
—No hable así y deje que sea yo misma quien decida si puedo ayudarla o no. Cuénteme lo que le ocurre. Yo no puedo pedirle que confíe en mí puesto que apenas me conoce, pero déjeme intentarlo.
En ese momento, Grey pareció tomar una decisión. Esa mujer que había aporreado su puerta incapaz de dejarla en paz, con su determinación, su amabilidad y su optimismo la había hecho pensar por solo unos segundos que su vida no estaba acabada. Eso no era verdad, porque sabía que no había vuelta atrás para ella. Sin embargo, la señorita Dickinson con su sola presencia le daba paz y le transmitía confianza.
No le había contado a nadie lo que le ocurría. Sentía demasiada vergüenza, pero por una ilógica razón o porque sencillamente se encontraba al límite de sus fuerzas, algo en su interior le decía que aquella mujer no la juzgaría, y sabía que no podía soportar aquella carga sola por más tiempo.
—Yo...
—¿Sí?
—Yo soy institutriz. Llevo dos años trabajando para la agencia Wakefield. Es la más prestigiosa de Londres y prácticamente de toda Inglaterra. A la agencia acuden las mejores familias del país para contratar los servicios de las institutrices para sus hijos. Para mí fue un golpe de suerte. Mis padres habían muerto. Ya no me quedaba familia y tenía escasos amigos. ¡Ya sabe! Una buena familia venida a menos. Nadie quería relacionarse conmigo. Con mi excelente educación y mi procedencia me contrataron sin reservas.
____ vio que Grey tomaba aire varias veces como si estuviera reuniendo fuerzas para seguir con su historia.
—Continúe, por favor.
—Al principio todo iba muy bien. Me escogieron para ser la institutriz de una niña de siete años. Charlotte Wyatt. La hija de Charles Wyatt.
Grey miró con atención a ____ como si esta tuviese que reconocer ese nombre.
—Perdón, pero he estado fuera del país durante muchos años.
Grey asintió con comprensión.
—El duque de Huntington.
—¡Ah! —exclamó ____.
—Al principio todo iba bien. La niña era adorable y por primera vez en mi vida me vi disfrutando de mi trabajo. Un trabajo del que, al principio, pensé que sería una desgracia.
Al decir la última palabra su voz había disminuido considerablemente, y dio a entender a ____ que era eso exactamente lo que había ocurrido. Una desgracia.
—A los pocos meses volvió de Oxford el primogénito del duque, Radley. En unas pocas semanas nos hicimos amigos. Yo sabía que eso era algo prohibido. Una empleada jamás debe entablar amistad con sus señores, pero Radley se presentaba en la puerta de la habitación de la niña siempre que terminaba las clases, cuando salía a dar un paseo o cuando estaba leyendo un libro en el jardín durante mi tiempo libre. Parecía tan amable y comprensivo que no vi nada malo en hablar con él. Después de un tiempo, tengo que confesar muy a mi pesar que me vi deseando que llegasen esos momentos, porque como una estúpida me había enamorado de él. Sabía que no debía quedarme allí por más tiempo, que debía irme enseguida, pero me mentía a mí misma diciéndome que al día siguiente hablaría con el duque para dejar el puesto. Una noche... —exclamó mientras empezaba a llorar de nuevo.
____ se acercó a ella intentando consolarla.
—Tranquila.
Mordiéndose el labio, ____ le hizo una pregunta que era la culminación de todas sus sospechas.
—¿Él te sedujo?
—No lo sé, porque como te he dicho yo estaba enamorada de él.
—Él te sedujo —dijo firmemente ____ sin dejar resquicio alguno de duda—. ¿Qué ocurrió después?
—Después nos vimos en secreto varias veces hasta que no pude soportar la situación por más tiempo. Nos podrían haber descubierto en cualquier momento y yo sabía...
—¿Qué?
—Yo sabía que Radley no me defendería. Cuando empecé a encontrarme mal, creí que me moría y así es como me sentí exactamente el día que descubrí que estaba embarazada. Se lo dije a él y me dijo que ya pensaría en algo, que lo dejara todo en sus manos. Ese algo fue su padre, a quien acudió sin esperar ni siquiera un minuto. El duque me invitó cortésmente a salir de su casa a cambio de guardar silencio sobre mi conducta licenciosa. Yo debía comprometerme a no volver jamás por allí. Le daba exactamente igual que llevara un nieto suyo creciendo en mis entrañas. La verdad es que después de todo salí bien parada en comparación con lo que les ocurre a otras chicas en la misma situación. Volví a la agencia, y pronto me encontraron otro trabajo. Al parecer no les resultó raro que no permaneciera en mi anterior puesto. Por lo visto, lord Wyatt ya había contratado a cuatro institutrices en un año. Me dieron una nueva oportunidad y aquí estoy, de camino a Cravencross Park, sin saber qué hacer. En unos meses mi estado no podrá esconderse. Me despedirán y la agencia me echará a la calle. Me dirán que soy una furcia que no supo tener bien cerradas las piernas. Lo sé perfectamente, porque lo he visto con otras chicas de la agencia. Entonces estaré deshonrada, tirada en la calle con un hijo en el vientre y sin nada con qué mantenernos. Preferiría estar muerta.
—¡No diga eso!
Grey levantó la cabeza, muda ante la explosión de ____.
—Deje que lo piense un rato.
____ caminó a lo largo de la habitación mientras una idea empezaba a tomar forma. Era una idea lo suficientemente descabellada como para que se le ocurriese a ella.

Hope you like it.
Cande Luque
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Mensaje por Let's Go Vie 30 Dic 2011, 6:56 pm

#OLA :hi:
GRACIAS POR EL CAPI :D
que bueno que se escapo de su padre
cual es la idea que tiene en mente
seguila!!!
Let's Go
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Mensaje por Cande Luque Dom 01 Ene 2012, 5:03 pm

Nadie le da pelota a mi novela :( Me voy a tomar unos días para pensar si la sigo.
Cande Luque
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Mensaje por Let's Go Dom 01 Ene 2012, 6:32 pm

Cande Luque escribió:Nadie le da pelota a mi novela :( Me voy a tomar unos días para pensar si la sigo.

SIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII SEGUILA
PORFIS!!! PORFIS!!! PORFIS!!! PORFIS!!! PORFIS!!! PORFIS!!! PORFIS!!!
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SEGUILA!!! :D
Let's Go
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Mensaje por Let's Go Dom 01 Ene 2012, 6:32 pm

¡¡¡HAPY NEW YEAR!!!
Let's Go
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Mensaje por Cande Luque Dom 01 Ene 2012, 9:42 pm

AJAJAJAA. BUENO, SÓLO POR VOS. MAÑANA MARATÓN DE TRES CAPIS :) GRACIAS POR COMENTAR.
Cande Luque
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