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''Ella quiere ser mala'' (Nick & tu) Adaptada-TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Página 5 de 21. • 1, 2, 3, 4, 5, 6 ... 13 ... 21
Re: ''Ella quiere ser mala'' (Nick & tu) Adaptada-TERMINADA
por cierto se me olvidaba decir que....¡SIGUELA PLIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIISSSSSSS :D!
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
SIGUELA
Maly
Re: ''Ella quiere ser mala'' (Nick & tu) Adaptada-TERMINADA
marattttooooooooooooonnnnnnn
porfisss!!
xoxo
porfisss!!
xoxo
Belencita
Re: ''Ella quiere ser mala'' (Nick & tu) Adaptada-TERMINADA
claro que queremos MARATON :lol!: :lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!::lol!:
aranzhitha
Re: ''Ella quiere ser mala'' (Nick & tu) Adaptada-TERMINADA
jajajajjajajajaja jugaremos contogo nick... asi que preparetteeeee
chelis
Re: ''Ella quiere ser mala'' (Nick & tu) Adaptada-TERMINADA
Siigueelaa
'tendre que suceder solo...'
Jajja me mate de la risa alli
'tendre que suceder solo...'
Jajja me mate de la risa alli
#Fire Rouge..*
Re: ''Ella quiere ser mala'' (Nick & tu) Adaptada-TERMINADA
Gracias chicas hermosas por comntar :D
uhhhh siento la tardansa U.U pero
Ahora subo el Maratón :cheers:
uhhhh siento la tardansa U.U pero
Ahora subo el Maratón :cheers:
yessi jobrOss
Re: ''Ella quiere ser mala'' (Nick & tu) Adaptada-TERMINADA
Maratón 1/6
Frunció las cejas.
La había llamado en el último momento; quizá ése era el obstáculo. Salvo que hasta esa última semana nunca había sido obstáculo.
Su voz sonaba susurrante al disculparse, al explicar que ya había quedado con Greg para ir a nadar al club de campo y después a cenar. A Joe le costaba imaginarla retozando en la piscina con Greg, el tiburón. Probablemente la incitaría a usar la bañera caliente. Y tal vez incluso se saltaran la cena.
Sintió que su temperatura iba en aumento. Mientras Demi salía de juerga con otro tío él estaba ahí, rodeado de viejos pelmazos. Su padre lo corregiría inmediatamente: no eran viejos pelmazos, sino posibles votantes.
Durante la entusiasmada presentación que de él hacía el presidente, Joe ahogó un suspiro y puso su mejor cara. Debía analizar la seguridad social. Y por cierto, pensaba hacerlo con el discurso más breve de la historia.
Cuarenta y cinco minutos después cruzaba la entrada del club de campo rumbo a la piscina. Sabía que en el club había dos: la más grande estaba llena de nadadores que se entrenaban para las competiciones o hacían aeróbic acuático. Estaba atestada y ruidosa; allí buscó en vano a Demi.
Mientras caminaba hacia la otra piscina, sintió que se le retorcían las entrañas. Era más antigua, más pequeña y no tan popular como la primera, mejor iluminada y de dimensiones olímpicas. El calor y la humedad nublaban las ventanas del sitio; eso le impidió espiar…, mejor dicho, ver a los ocupantes.
Al empujar la puerta oyó voces graves y risillas femeninas.
—No, Greg, de verdad. No me gusta la idea —dijo Demi, con un dejo de incomodidad en la voz.
—Será divertido. Nadie nos ve. Volvamos al agua. Si eres demasiado tímida, puedo echarte una mano —se ofreció su compañero.
Joe sintió una descarga de alarma. Había acertado: Greg era un tiburón.
—¡No, Greg, basta! ¡No quiero!
No necesitaba oír más: no permitiría que ese asqueroso presionara a Demi. Entró dando grandes zancadas a la zona de baños donde Greg arrinconaba a la muchacha contra la pared; ella lo empujaba en vano. Arrebatado por un impulso primitivo, apartó al hombre de un tirón.
Greg lo miró boquiabierto.
—Pero qué…
—¡Joe! —exclamó la chica, sorprendida.
—La señorita te ha dicho que no. Te ha dicho basta —apuntó él. Y empujó al otro a la piscina.
El corazón le palpitaba a toda velocidad. Una exclamación ahogada de Demi hizo que girara, acomodándose la chaqueta con un tirón seco.
—¿Salimos de aquí?
Ella tragó saliva sonoramente.
—Sí. Espera a que me cambie.
Joe contempló el traje de baño de dos piezas; los pezones rígidos empujaban contra la tela negra, adherente. La piel de Demi era blanca; su cuerpo, esbelto; sus piernas, largas; sus muslos, incitadores. Sorprendido por el rumbo que cogía su pensamiento, arrebató una toalla y se la puso en las manos.
—Date prisa. Te esperaré fuera. —En cuanto ella se hubo retirado, le dijo a Greg—: Déjala en paz.
—Y si no, ¿qué? —preguntó el otro—. Es obvio que no tienes la exclusividad. Hoy ha salido conmigo.
La tensión arterial de Joe subió otro punto.
—Tenga o no tenga la exclusividad, no permitiré que la manosee un gusano como tú.
—¿Y si ella quiere que la manoseen? —sugirió Greg, con una mirada ladina.
—Si te ha dicho que no, que basta, es porque no quiere. Pero supongo que no te alcanza la inteligencia para entender eso.
Joe salió de la zona de baños y fue a pasearse ante los vestuarios de las damas. Luchaba por entender su reacción al ver a Demi con otro. Lo había vuelto loco. Para él siempre había sido una chica dulce y atractiva, aunque no muy seductora. En realidad, la inocencia era parte de su atractivo.
«¿Y si ella quiere que la manoseen?»
Hizo un gesto ceñudo. Le parecía muy difícil que Demi quisiera ser manoseada. Y en todo caso, nadie la manosearía sino él.
La idea lo dejó atónito. Juró por lo bajo al ver que Demi, con el pelo todavía húmedo y las mejillas encendidas, salía de los vestuarios.
—¿Estás lista? —gruñó.
Ella se mordió el labio.
—Creo que sí.
La acompañó en silencio hasta su coche para llevarla a su casa. En el trayecto ella le hizo algunas preguntas sobre su discurso en el Ruritan Club. Joe, que todavía estaba perturbado, respondía con frases muy breves.
—¿Puedes parar aquí, por favor? —pidió ella.
Él estaba tan enfurruñado que casi no la escuchó. Miró de soslayo el letrero de comidas rápidas.
—¿Para qué?
—Tengo hambre. No he cenado.
Tenía hambre porque Greg la había hecho sudar. Con otra punzada en el estómago, Joe desvió el coche hacia la entrada del local.
—¿Qué quieres?
—Una hamburguesa con queso, mostaza y pepinillos, sin cebolla ni mayonesa. Patatas fritas y un granizado.
—Nunca te he visto tan decidida —comentó él, después de repetírselo todo al empleado.
La chica se encogió de hombros con una leve sonrisa.
—Supongo que es efecto del hambre canina.
Él respondió con otra sonrisa mientras recogía el paquete. Durante el resto del trayecto no pudo dejar de pensar en las distintas clases de hambre canina que puede experimentar una persona. Su padre, por ejemplo, le había prohibido el sexo mientras durara la campaña. Como Joe no mantenía mucha actividad sexual, estaba habituado a aliviarse solo cada tantas noches para no trastornarse.
Si había escogido a Demi como acompañante era, en parte, porque ella no provocaba tanto su aspecto carnal. Le hacía sentirse protector, quizá como uno se sentía con una hermana pequeña. Pero tras haberla visto con Greg, tras haber echado un buen vistazo a su cuerpo medio desnudo, probablemente pasaría el resto de la noche imaginando ideas carnales como meterse entre sus piernas o jugar con sus pezones. Se preguntó cómo se comportaría ella al hacer el amor, si gritaba, si gemía.
Como esas imágenes prohibidas lo estaban excitando, lanzó un taco para sus adentros mientras aparcaba el coche.
—Gracias por traerme —dijo Demi. Y abrió la portezuela.
—Te acompañaré hasta la puerta. —Él se le unió.
—Gracias otra vez —repitió la chica cuando llegaron a la puerta de la casa.
—¿Quieres que te acompañe mientras comes?
Por los ojos de Demi cruzó un «No, para qué».
—No tiene sentido —suspiró—. Es obvio que estás enfadado. Desde que llegaste al club no has dejado de echarme miradas fulminantes.
—No es verdad.
Ella lo miró con incredulidad.
—Entremos —propuso Joe—. Tenemos que hablar.
—Vale. —Pero no parecía muy entusiasmada por la perspectiva.
Él la siguió desde el vestíbulo a la cocina. Demi encendió la luz.
—Podrías haber pedido a tu ama de llaves que te preparara algo de cenar, ¿verdad?
—Ya no se queda por las noches. Me daba la sensación de tener una niñera. —Ella se sentó y se llevó una patata frita a los labios.
—Anda, come —dijo Joe. Que ella no quisiera tener niñera lo inquietaba.
—Preferiría que me dijeras de una vez lo que estás pensando.
Él se ajustó el nudo de la corbata.
—Vale. Cuando te fuiste, Greg dijo algo que me ha hecho dudar.
—¿Dudar de qué?
Joe se encogió de hombros.
—Pues dudar, simplemente. Ha dicho que quizá tú querías que te manosearan.
Demi se quedó callada. Él la observó con mucha atención. Tenía las mejillas encendidas de rubor. Por fin carraspeó.
—Yo no utilizaría esa palabra, desde luego. Toda mujer quiere ser tratada como mujer —musitó, apartando la vista.
—¿Y qué es ser tratada como mujer?
Demi se llevó una mano al cuello.
—Pues mira, yo quiero que los hombres me encuentren atractiva. —Vaciló—. Deseable —agregó en voz baja.
Joe digirió esa respuesta.
—¿Y Greg te trataba así?
Ella movió los hombros en un gesto de incomodidad.
—Me llamaba, coqueteaba conmigo. Me invitaba a salir con varios días de antelación.
Joe habría podido jurar que, en ese último comentario, su voz sonaba más cortante. «Supongo que me lo merezco», pensó, agrio.
—¿De verdad te gustaba su manera de tratarte?
Demi se mordió los labios.
—Podría haberme gustado —reconoció—. Con el hombre adecuado.
Una pequeña explosión de calor corrió por Joe. ¡Conque la pequeña Blancanieves quería un poco de acción! Sintió una extraña mezcla de hormonas culpabilidad, pues de pronto quería ser él mismo quien se la brindara.
—¿Querías que él te besara? —preguntó, mientras la cogía de la mano para atraerla hacia sí antes de que ella pudiera responder.
La sorpresa dilató los ojos de la chica.
—Yo…, yo…
—¿Querías que te tocara? ¿Por todas partes?
Si acaso era posible, los ojos se dilataron aún más.
—Se te marcaban los pezones contra el traje de baño —apuntó él.
Demi parpadeó.
—Acababa de salir del agua caliente. Estaba cogiendo frío.
—¿Necesitas que alguien te mantenga caliente? —susurró Joe.
Capítulo 9 1/2
El recuerdo de los dolores de parto puede borrarse
muy pronto, pero el recuerdo de haber cambiado
un pañal no se borra jamás.
Aforismo de _____
Joe consultó su reloj por décima vez, mientras el tesorero del Ruritan Club hablaba y hablaba. Había invitado a Demi a acompañarlo a esa reunión, donde él sería el orador invitado, pero ella tenía otro compromiso.muy pronto, pero el recuerdo de haber cambiado
un pañal no se borra jamás.
Aforismo de _____
Frunció las cejas.
La había llamado en el último momento; quizá ése era el obstáculo. Salvo que hasta esa última semana nunca había sido obstáculo.
Su voz sonaba susurrante al disculparse, al explicar que ya había quedado con Greg para ir a nadar al club de campo y después a cenar. A Joe le costaba imaginarla retozando en la piscina con Greg, el tiburón. Probablemente la incitaría a usar la bañera caliente. Y tal vez incluso se saltaran la cena.
Sintió que su temperatura iba en aumento. Mientras Demi salía de juerga con otro tío él estaba ahí, rodeado de viejos pelmazos. Su padre lo corregiría inmediatamente: no eran viejos pelmazos, sino posibles votantes.
Durante la entusiasmada presentación que de él hacía el presidente, Joe ahogó un suspiro y puso su mejor cara. Debía analizar la seguridad social. Y por cierto, pensaba hacerlo con el discurso más breve de la historia.
Cuarenta y cinco minutos después cruzaba la entrada del club de campo rumbo a la piscina. Sabía que en el club había dos: la más grande estaba llena de nadadores que se entrenaban para las competiciones o hacían aeróbic acuático. Estaba atestada y ruidosa; allí buscó en vano a Demi.
Mientras caminaba hacia la otra piscina, sintió que se le retorcían las entrañas. Era más antigua, más pequeña y no tan popular como la primera, mejor iluminada y de dimensiones olímpicas. El calor y la humedad nublaban las ventanas del sitio; eso le impidió espiar…, mejor dicho, ver a los ocupantes.
Al empujar la puerta oyó voces graves y risillas femeninas.
—No, Greg, de verdad. No me gusta la idea —dijo Demi, con un dejo de incomodidad en la voz.
—Será divertido. Nadie nos ve. Volvamos al agua. Si eres demasiado tímida, puedo echarte una mano —se ofreció su compañero.
Joe sintió una descarga de alarma. Había acertado: Greg era un tiburón.
—¡No, Greg, basta! ¡No quiero!
No necesitaba oír más: no permitiría que ese asqueroso presionara a Demi. Entró dando grandes zancadas a la zona de baños donde Greg arrinconaba a la muchacha contra la pared; ella lo empujaba en vano. Arrebatado por un impulso primitivo, apartó al hombre de un tirón.
Greg lo miró boquiabierto.
—Pero qué…
—¡Joe! —exclamó la chica, sorprendida.
—La señorita te ha dicho que no. Te ha dicho basta —apuntó él. Y empujó al otro a la piscina.
El corazón le palpitaba a toda velocidad. Una exclamación ahogada de Demi hizo que girara, acomodándose la chaqueta con un tirón seco.
—¿Salimos de aquí?
Ella tragó saliva sonoramente.
—Sí. Espera a que me cambie.
Joe contempló el traje de baño de dos piezas; los pezones rígidos empujaban contra la tela negra, adherente. La piel de Demi era blanca; su cuerpo, esbelto; sus piernas, largas; sus muslos, incitadores. Sorprendido por el rumbo que cogía su pensamiento, arrebató una toalla y se la puso en las manos.
—Date prisa. Te esperaré fuera. —En cuanto ella se hubo retirado, le dijo a Greg—: Déjala en paz.
—Y si no, ¿qué? —preguntó el otro—. Es obvio que no tienes la exclusividad. Hoy ha salido conmigo.
La tensión arterial de Joe subió otro punto.
—Tenga o no tenga la exclusividad, no permitiré que la manosee un gusano como tú.
—¿Y si ella quiere que la manoseen? —sugirió Greg, con una mirada ladina.
—Si te ha dicho que no, que basta, es porque no quiere. Pero supongo que no te alcanza la inteligencia para entender eso.
Joe salió de la zona de baños y fue a pasearse ante los vestuarios de las damas. Luchaba por entender su reacción al ver a Demi con otro. Lo había vuelto loco. Para él siempre había sido una chica dulce y atractiva, aunque no muy seductora. En realidad, la inocencia era parte de su atractivo.
«¿Y si ella quiere que la manoseen?»
Hizo un gesto ceñudo. Le parecía muy difícil que Demi quisiera ser manoseada. Y en todo caso, nadie la manosearía sino él.
La idea lo dejó atónito. Juró por lo bajo al ver que Demi, con el pelo todavía húmedo y las mejillas encendidas, salía de los vestuarios.
—¿Estás lista? —gruñó.
Ella se mordió el labio.
—Creo que sí.
La acompañó en silencio hasta su coche para llevarla a su casa. En el trayecto ella le hizo algunas preguntas sobre su discurso en el Ruritan Club. Joe, que todavía estaba perturbado, respondía con frases muy breves.
—¿Puedes parar aquí, por favor? —pidió ella.
Él estaba tan enfurruñado que casi no la escuchó. Miró de soslayo el letrero de comidas rápidas.
—¿Para qué?
—Tengo hambre. No he cenado.
Tenía hambre porque Greg la había hecho sudar. Con otra punzada en el estómago, Joe desvió el coche hacia la entrada del local.
—¿Qué quieres?
—Una hamburguesa con queso, mostaza y pepinillos, sin cebolla ni mayonesa. Patatas fritas y un granizado.
—Nunca te he visto tan decidida —comentó él, después de repetírselo todo al empleado.
La chica se encogió de hombros con una leve sonrisa.
—Supongo que es efecto del hambre canina.
Él respondió con otra sonrisa mientras recogía el paquete. Durante el resto del trayecto no pudo dejar de pensar en las distintas clases de hambre canina que puede experimentar una persona. Su padre, por ejemplo, le había prohibido el sexo mientras durara la campaña. Como Joe no mantenía mucha actividad sexual, estaba habituado a aliviarse solo cada tantas noches para no trastornarse.
Si había escogido a Demi como acompañante era, en parte, porque ella no provocaba tanto su aspecto carnal. Le hacía sentirse protector, quizá como uno se sentía con una hermana pequeña. Pero tras haberla visto con Greg, tras haber echado un buen vistazo a su cuerpo medio desnudo, probablemente pasaría el resto de la noche imaginando ideas carnales como meterse entre sus piernas o jugar con sus pezones. Se preguntó cómo se comportaría ella al hacer el amor, si gritaba, si gemía.
Como esas imágenes prohibidas lo estaban excitando, lanzó un taco para sus adentros mientras aparcaba el coche.
—Gracias por traerme —dijo Demi. Y abrió la portezuela.
—Te acompañaré hasta la puerta. —Él se le unió.
—Gracias otra vez —repitió la chica cuando llegaron a la puerta de la casa.
—¿Quieres que te acompañe mientras comes?
Por los ojos de Demi cruzó un «No, para qué».
—No tiene sentido —suspiró—. Es obvio que estás enfadado. Desde que llegaste al club no has dejado de echarme miradas fulminantes.
—No es verdad.
Ella lo miró con incredulidad.
—Entremos —propuso Joe—. Tenemos que hablar.
—Vale. —Pero no parecía muy entusiasmada por la perspectiva.
Él la siguió desde el vestíbulo a la cocina. Demi encendió la luz.
—Podrías haber pedido a tu ama de llaves que te preparara algo de cenar, ¿verdad?
—Ya no se queda por las noches. Me daba la sensación de tener una niñera. —Ella se sentó y se llevó una patata frita a los labios.
—Anda, come —dijo Joe. Que ella no quisiera tener niñera lo inquietaba.
—Preferiría que me dijeras de una vez lo que estás pensando.
Él se ajustó el nudo de la corbata.
—Vale. Cuando te fuiste, Greg dijo algo que me ha hecho dudar.
—¿Dudar de qué?
Joe se encogió de hombros.
—Pues dudar, simplemente. Ha dicho que quizá tú querías que te manosearan.
Demi se quedó callada. Él la observó con mucha atención. Tenía las mejillas encendidas de rubor. Por fin carraspeó.
—Yo no utilizaría esa palabra, desde luego. Toda mujer quiere ser tratada como mujer —musitó, apartando la vista.
—¿Y qué es ser tratada como mujer?
Demi se llevó una mano al cuello.
—Pues mira, yo quiero que los hombres me encuentren atractiva. —Vaciló—. Deseable —agregó en voz baja.
Joe digirió esa respuesta.
—¿Y Greg te trataba así?
Ella movió los hombros en un gesto de incomodidad.
—Me llamaba, coqueteaba conmigo. Me invitaba a salir con varios días de antelación.
Joe habría podido jurar que, en ese último comentario, su voz sonaba más cortante. «Supongo que me lo merezco», pensó, agrio.
—¿De verdad te gustaba su manera de tratarte?
Demi se mordió los labios.
—Podría haberme gustado —reconoció—. Con el hombre adecuado.
Una pequeña explosión de calor corrió por Joe. ¡Conque la pequeña Blancanieves quería un poco de acción! Sintió una extraña mezcla de hormonas culpabilidad, pues de pronto quería ser él mismo quien se la brindara.
—¿Querías que él te besara? —preguntó, mientras la cogía de la mano para atraerla hacia sí antes de que ella pudiera responder.
La sorpresa dilató los ojos de la chica.
—Yo…, yo…
—¿Querías que te tocara? ¿Por todas partes?
Si acaso era posible, los ojos se dilataron aún más.
—Se te marcaban los pezones contra el traje de baño —apuntó él.
Demi parpadeó.
—Acababa de salir del agua caliente. Estaba cogiendo frío.
—¿Necesitas que alguien te mantenga caliente? —susurró Joe.
yessi jobrOss
Re: ''Ella quiere ser mala'' (Nick & tu) Adaptada-TERMINADA
Maratón 2/6
Ella lo miró a los ojos, pero sin hallar palabras. Joe creyó ver una soledad que se parecía a la que él mismo sentía a veces. Bajó la boca hacia la de la muchacha. Sabía a sal; luego, cuando deslizó la lengua dentro, a dulce. Quería saborearla por completo, en cada centímetro, sentirla y asegurarse de que ella lo sintiera. Demi curvó la lengua en torno a la suya, en un gesto de invitación, y él se excitó aún más. Esa chica podía carecer de experiencia, pero era apasionada. Y era suya, si quería cogerla.
La idea de aprovecharse de ella le provocó otra punzada de culpa. Sería tan fácil… Pero se quedaría con la sensación de ser un mierda. Le apretaba el pecho una ternura extraña. No quería que Demi se sintiera usada. Era tan dulce, estaba tan deseosa de complacer…
Tal vez no era tan mala idea, casarse con ella.
El pensamiento lo sacudió como un terremoto; inmediatamente se echó atrás, maldiciendo para sus adentros, y miró fijamente a la chica. Tendría que pensarlo bien.
—Será mejor que me vaya.
Ella tragó saliva.
—Vale.
—No vuelvas a salir con Greg —dijo él. E hizo una mueca ante la arrogancia de su propio tono—. Preferiría que no volvieras a salir con Greg. ¿Vendrás conmigo mañana por la noche?
—Sí. ¿Qué harás?
—No sé —confesó Joe; de pronto sentía la mente turbia—. Aburrirme en una cena o en una fiesta, probablemente. Pero quizá después podamos hacer algo.
Demi se pasó la lengua por los labios. Él ahogó un gemido.
—Sería un placer.
Ni siquiera imaginaba cuánto placer, se dijo Joe, mientras salía de la casa con una erección más dura que una cabeza de martillo. Pero le gustó la idea de ser él quien se lo fuera a enseñar.
—El primer lote de libros ya ha llegado y está colocado —anunció Sara desde la puerta.
_____, que estudiaba un informe financiero con Willy en su regazo, cambió al niño de posición y levantó la vista, complacida. Como a veces los clientes del instituto debían esperar entre una cita y otra, ella había decidido añadir un par de estanterías con libros.
—Ah, qué bien. ¿Qué ha llegado?
—Un poco de todo. Misterio, romance, literatura… Y algunas de esas «guías para tontos» que usted mencionó, ¿recuerda? Shakespeare explicado para idiotas, Ópera para tontos.
—Los pondremos en el bar y en la zona de espera, ¿de acuerdo? —sugirió _____. Y se dijo que bien podía hojear Opera para tontos cuando acabara de inspeccionar los informes y el inventario.
—Tal como usted dijo. ¿Por qué no va a echar un vistazo? Yo me ocuparé de Wills.
_____ sonrió. Sara había comenzado a llamar «Wills» al bebé, como el atractivo príncipe de Inglaterra. Se levantó para entregárselo a su secretaria.
—Si no te molesta… Pero si se descarga con una buena cagada, recuerda que tú te has ofrecido.
—No olvide que he pasado años enteros soportando otro tipo de cagadas. Esto, por comparación, es un jardín de rosas —aseguró Sara haciéndole una carantoña a Willy.
—Lástima que no hayas tenido hijos.
—¿Con el marido que escogí? No —replicó la secretaria, con firmeza—. Mala simiente si las hay.
—Me ha parecido oír que alguien necesita una donación de esperma —dijo Paul Woodward desde el hueco de la puerta.
Sara ahogó una exclamación.
_____, sonriente, miró con un meneo de cabeza al cautivador masajista. ¡Cómo flirteaba! Y a ella le encantaba; ése era el tipo de hombre con el que debía salir. Alguien que no le causara dolores de cabeza. Él sabría usar esas manos y ese cuerpo estupendo para brindarle alivio. ¿Por qué no lograba generar un poco de lascivia sana y buena por alguien así?
—¡Hombre, otra vez escandalizando a Sara con insinuaciones perversas! Un día de estos alguien te tomará la palabra. ¿Y qué harás entonces?
En los ojos de Paul hubo un chisporroteo travieso.
—Ya se me ocurrirá algo. —Echó un vistazo a Willy—. Pero veo que tengo un competidor. ¿Quién es?
Sara, ruborizada, puso los ojos en blanco.
—Se llama Wills. _____ es su tutora.
Él hizo un gesto de sorpresa.
—¡Conque ahora tendrás que ser responsable! ¿Y cómo lo llevas?
—Es una lucha constante. Acompáñame a ver los libros que han puesto en el bar. Volveré en seguida, Sara.
Los dos abandonaron el despacho.
—¿Qué le pasa a Sara? —preguntó él en voz baja—. Cada vez que la saludo me mira como si yo fuese el lobo feroz.
—Tuvo un mal matrimonio. Lo más probable es que esté loca por ti, como nos pasa a todas —dijo ella. Coquetear un poco le hacía bien. Y con Paul no había peligro.
—Hago lo que puedo, pero en las oficinas de administración nadie me da ni la hora. He ofrecido masajes gratuitos, invitaciones a tomar algo…
_____ captó tarde lo que acababa de oír.
—¿No me digas que le has ofrecido a Sara un masaje?
—Pues sí, un día que tenía el cuello algo rígido. Le dije que podía aliviarla y…
Ella agitó un dedo frente a su cara.
—Pudiste haberle provocado un infarto. Con Sara debes andar con cuidado. Ella es una señora, no como yo.
Paul se detuvo a mirarla con aire extrañado.
—¿Qué dices? Tú eres toda una señora.
Reconfortada por esa afirmación, _____ se cogió del brazo de Paul.
—Qué simpático eres. Lástima que no tenga ganas de acostarme contigo.
Él esbozó una sonrisa aviesa.
—A mí también me gustaría tener ganas, sí. Pero sería como hacerlo con mi hermana. Una verdadera lástima.
—Sin duda. —Ella se echó a reír—. Veamos esos libros.
Paul se puso en tensión.
—¿Libros? ¿Desde cuándo tenemos libros?
—Ha sido idea mía. A menudo nuestros clientes tienen tiempo libre mientras esperan aquí en el bar a que se fije el tinte o haga efecto la mascarilla. Un libro puede facilitarles la espera. ¿No te parece un buen detalle?
—Supongo que sí —dijo él.
_____ le dio un suave puñetazo en el hombro.
—¡Pero si es una idea estupenda! —Y se acercó a la llamativa exposición hasta llegar a las «guías para tontos».
—¿Qué miras? —preguntó él, a su lado.
Con un poco de azoramiento, ella mostró los libros.
—Pensaba leer uno.
—¡Pero si tú no eres tonta!
—bendito seas. —Disimuladamente retiró tres volúmenes distintos—. Pero con lo que ignoro se podrían llenar varias bibliotecas.
—¿Dónde encontrarás tiempo para leer todo eso?
_____ se encogió de hombros.
—Por la noche. Cuando Willy no me deja dormir.
Paul meneó la cabeza.
—Nunca lo habría imaginado, que a _____ se le acabaran las juergas en los bares y lo de bailar sobre las mesas.
Ella hizo un mohín.
—No me lo recuerdes. Esto de ser responsable se me hace muy difícil.
—Pues mira, si alguna vez necesitas una noche salvaje, pero sin peligro…
—Ya sé que puedo contar contigo —dijo _____—. Como siempre. Será mejor que vuelva al despacho antes de que Willy enloquezca a Sara. Adiós.
Encontró a Sara paseándose de lado a lado de a su oficina. Mientras balanceaba a Willy en la cadera, decía:
—Veré si la señorita Montague puede entrevistarla esta tarde.
—Si es Servicio de Niñeras, sí que puedo, sí —dijo ella.
—Pues mire, la señorita Montague ya está aquí. La pondré al teléfono. —Sara pulsó un botón—. Línea uno.
_____ corrió a su despacho y acordó una cita con la aspirante a niñera número novecientos noventa y nueve. En realidad era la novena, pero cualquiera habría dicho que habían sido casi mil. Estaba preparada para otra desilusión, pero hacia el final de la entrevista había una pizca de esperanza. Cuando María Leguzma se retiró, ella se puso a bailar con Willy por todo el despacho, al compás de una canción de Mary Poppins.
—¡La hemos encontrado, Sara! —anunció, asomando la cabeza por la puerta—. Es una versión española de Mary Poppins, pero sin paraguas. Gracias a Dios…
Pero se interrumpió al ver que Sara había desaparecido. Guy Crandall acababa de entrar y cerraba la puerta a su espalda. Luego se acercó a ella.
—Conque éste es, en carne y hueso, el oscuro secreto de Kevin Bradford.
Capítulo 9 2/2
Ella lo miró a los ojos, pero sin hallar palabras. Joe creyó ver una soledad que se parecía a la que él mismo sentía a veces. Bajó la boca hacia la de la muchacha. Sabía a sal; luego, cuando deslizó la lengua dentro, a dulce. Quería saborearla por completo, en cada centímetro, sentirla y asegurarse de que ella lo sintiera. Demi curvó la lengua en torno a la suya, en un gesto de invitación, y él se excitó aún más. Esa chica podía carecer de experiencia, pero era apasionada. Y era suya, si quería cogerla.
La idea de aprovecharse de ella le provocó otra punzada de culpa. Sería tan fácil… Pero se quedaría con la sensación de ser un mierda. Le apretaba el pecho una ternura extraña. No quería que Demi se sintiera usada. Era tan dulce, estaba tan deseosa de complacer…
Tal vez no era tan mala idea, casarse con ella.
El pensamiento lo sacudió como un terremoto; inmediatamente se echó atrás, maldiciendo para sus adentros, y miró fijamente a la chica. Tendría que pensarlo bien.
—Será mejor que me vaya.
Ella tragó saliva.
—Vale.
—No vuelvas a salir con Greg —dijo él. E hizo una mueca ante la arrogancia de su propio tono—. Preferiría que no volvieras a salir con Greg. ¿Vendrás conmigo mañana por la noche?
—Sí. ¿Qué harás?
—No sé —confesó Joe; de pronto sentía la mente turbia—. Aburrirme en una cena o en una fiesta, probablemente. Pero quizá después podamos hacer algo.
Demi se pasó la lengua por los labios. Él ahogó un gemido.
—Sería un placer.
Ni siquiera imaginaba cuánto placer, se dijo Joe, mientras salía de la casa con una erección más dura que una cabeza de martillo. Pero le gustó la idea de ser él quien se lo fuera a enseñar.
—El primer lote de libros ya ha llegado y está colocado —anunció Sara desde la puerta.
_____, que estudiaba un informe financiero con Willy en su regazo, cambió al niño de posición y levantó la vista, complacida. Como a veces los clientes del instituto debían esperar entre una cita y otra, ella había decidido añadir un par de estanterías con libros.
—Ah, qué bien. ¿Qué ha llegado?
—Un poco de todo. Misterio, romance, literatura… Y algunas de esas «guías para tontos» que usted mencionó, ¿recuerda? Shakespeare explicado para idiotas, Ópera para tontos.
—Los pondremos en el bar y en la zona de espera, ¿de acuerdo? —sugirió _____. Y se dijo que bien podía hojear Opera para tontos cuando acabara de inspeccionar los informes y el inventario.
—Tal como usted dijo. ¿Por qué no va a echar un vistazo? Yo me ocuparé de Wills.
_____ sonrió. Sara había comenzado a llamar «Wills» al bebé, como el atractivo príncipe de Inglaterra. Se levantó para entregárselo a su secretaria.
—Si no te molesta… Pero si se descarga con una buena cagada, recuerda que tú te has ofrecido.
—No olvide que he pasado años enteros soportando otro tipo de cagadas. Esto, por comparación, es un jardín de rosas —aseguró Sara haciéndole una carantoña a Willy.
—Lástima que no hayas tenido hijos.
—¿Con el marido que escogí? No —replicó la secretaria, con firmeza—. Mala simiente si las hay.
—Me ha parecido oír que alguien necesita una donación de esperma —dijo Paul Woodward desde el hueco de la puerta.
Sara ahogó una exclamación.
_____, sonriente, miró con un meneo de cabeza al cautivador masajista. ¡Cómo flirteaba! Y a ella le encantaba; ése era el tipo de hombre con el que debía salir. Alguien que no le causara dolores de cabeza. Él sabría usar esas manos y ese cuerpo estupendo para brindarle alivio. ¿Por qué no lograba generar un poco de lascivia sana y buena por alguien así?
—¡Hombre, otra vez escandalizando a Sara con insinuaciones perversas! Un día de estos alguien te tomará la palabra. ¿Y qué harás entonces?
En los ojos de Paul hubo un chisporroteo travieso.
—Ya se me ocurrirá algo. —Echó un vistazo a Willy—. Pero veo que tengo un competidor. ¿Quién es?
Sara, ruborizada, puso los ojos en blanco.
—Se llama Wills. _____ es su tutora.
Él hizo un gesto de sorpresa.
—¡Conque ahora tendrás que ser responsable! ¿Y cómo lo llevas?
—Es una lucha constante. Acompáñame a ver los libros que han puesto en el bar. Volveré en seguida, Sara.
Los dos abandonaron el despacho.
—¿Qué le pasa a Sara? —preguntó él en voz baja—. Cada vez que la saludo me mira como si yo fuese el lobo feroz.
—Tuvo un mal matrimonio. Lo más probable es que esté loca por ti, como nos pasa a todas —dijo ella. Coquetear un poco le hacía bien. Y con Paul no había peligro.
—Hago lo que puedo, pero en las oficinas de administración nadie me da ni la hora. He ofrecido masajes gratuitos, invitaciones a tomar algo…
_____ captó tarde lo que acababa de oír.
—¿No me digas que le has ofrecido a Sara un masaje?
—Pues sí, un día que tenía el cuello algo rígido. Le dije que podía aliviarla y…
Ella agitó un dedo frente a su cara.
—Pudiste haberle provocado un infarto. Con Sara debes andar con cuidado. Ella es una señora, no como yo.
Paul se detuvo a mirarla con aire extrañado.
—¿Qué dices? Tú eres toda una señora.
Reconfortada por esa afirmación, _____ se cogió del brazo de Paul.
—Qué simpático eres. Lástima que no tenga ganas de acostarme contigo.
Él esbozó una sonrisa aviesa.
—A mí también me gustaría tener ganas, sí. Pero sería como hacerlo con mi hermana. Una verdadera lástima.
—Sin duda. —Ella se echó a reír—. Veamos esos libros.
Paul se puso en tensión.
—¿Libros? ¿Desde cuándo tenemos libros?
—Ha sido idea mía. A menudo nuestros clientes tienen tiempo libre mientras esperan aquí en el bar a que se fije el tinte o haga efecto la mascarilla. Un libro puede facilitarles la espera. ¿No te parece un buen detalle?
—Supongo que sí —dijo él.
_____ le dio un suave puñetazo en el hombro.
—¡Pero si es una idea estupenda! —Y se acercó a la llamativa exposición hasta llegar a las «guías para tontos».
—¿Qué miras? —preguntó él, a su lado.
Con un poco de azoramiento, ella mostró los libros.
—Pensaba leer uno.
—¡Pero si tú no eres tonta!
—bendito seas. —Disimuladamente retiró tres volúmenes distintos—. Pero con lo que ignoro se podrían llenar varias bibliotecas.
—¿Dónde encontrarás tiempo para leer todo eso?
_____ se encogió de hombros.
—Por la noche. Cuando Willy no me deja dormir.
Paul meneó la cabeza.
—Nunca lo habría imaginado, que a _____ se le acabaran las juergas en los bares y lo de bailar sobre las mesas.
Ella hizo un mohín.
—No me lo recuerdes. Esto de ser responsable se me hace muy difícil.
—Pues mira, si alguna vez necesitas una noche salvaje, pero sin peligro…
—Ya sé que puedo contar contigo —dijo _____—. Como siempre. Será mejor que vuelva al despacho antes de que Willy enloquezca a Sara. Adiós.
Encontró a Sara paseándose de lado a lado de a su oficina. Mientras balanceaba a Willy en la cadera, decía:
—Veré si la señorita Montague puede entrevistarla esta tarde.
—Si es Servicio de Niñeras, sí que puedo, sí —dijo ella.
—Pues mire, la señorita Montague ya está aquí. La pondré al teléfono. —Sara pulsó un botón—. Línea uno.
_____ corrió a su despacho y acordó una cita con la aspirante a niñera número novecientos noventa y nueve. En realidad era la novena, pero cualquiera habría dicho que habían sido casi mil. Estaba preparada para otra desilusión, pero hacia el final de la entrevista había una pizca de esperanza. Cuando María Leguzma se retiró, ella se puso a bailar con Willy por todo el despacho, al compás de una canción de Mary Poppins.
—¡La hemos encontrado, Sara! —anunció, asomando la cabeza por la puerta—. Es una versión española de Mary Poppins, pero sin paraguas. Gracias a Dios…
Pero se interrumpió al ver que Sara había desaparecido. Guy Crandall acababa de entrar y cerraba la puerta a su espalda. Luego se acercó a ella.
—Conque éste es, en carne y hueso, el oscuro secreto de Kevin Bradford.
yessi jobrOss
Re: ''Ella quiere ser mala'' (Nick & tu) Adaptada-TERMINADA
Maratón 3/6
—El pequeño Willy. Supongo que ese bombón de su madre se cansó de tenerlo, ¿eh?
Se acercó. Ella se puso detrás del escritorio. Quería interponer una barrera. Aunque para su total comodidad habría preferido un muro de acero.
—Me gustaría ver la reacción de los Jonas cuando se enteren de que Demi tiene un hermanito. ¿No le parece que eso afectaría a sus posibilidades de casarse con Joe?
_____ lo odió con toda el alma.
—¿No tiene nada mejor que hacer con su tiempo libre que meter la nariz en los asuntos ajenos?
—Es que mi trabajo es saberlo todo. Desde que Kevin me despidió, hace algunos años, esperaba una oportunidad de volver a trabajar con él. Y Willy me ha servido de billete. —Con una sonrisa oleosa alargó la mano hacia el bebé.
_____ retrocedió.
—No lo toque —dijo. Su expresión debió de revelar todo el asco que le inspiraba ese hombre, pues él detuvo el gesto y se apartó.
—El bebé no me interesa. Sólo quiero mi cheque. Con intereses.
La irritación de la muchacha ascendió un grado más.
—Pero si usted no aporta nada, ¿cómo quiere que le pague?
—Es que si no me paga, todos los diarios publicarán la noticia de que Demi Bradford tiene un hermano ilegítimo. Y el gran Joe Jonas se apresurará a dejarla plantada. Eso pondrá a funcionar las lenguas. Y la reputación de la chica quedará por los suelos.
—La reputación no es tan importante como se cree. —_____ se encogió de hombros—. A mí no me preocupa tanto.
—Tal vez la suya no, pero la de Demi sí. Págueme el salario semanal, más los intereses por el retraso, y no abriré la boca.
Ella apretó los dientes. Eso era horrible. Si le pagaba, ¿adónde podían llegar? Además, había eliminado a Guy del presupuesto; ¿cómo hacer para incluirlo otra vez, ahora que los contables de Demi lo inspeccionaban todo?
—Esto es extorsión.
—Pague —dijo él—. Págueme y me iré.
_____ puso a Willy en la sillita para bebés y sacó el talonario de cheques de su cuenta personal. Se le acalambraron los dedos al escribir la cifra.
—Aquí tiene —dijo mientras arrancaba el cheque para entregárselo.
—Ha olvidado los intereses.
—¿Qué intereses? —preguntó ella, hirviendo de impaciencia.
—Los intereses por demora. Doscientos dólares.
—¡Doscientos! ¡Usted está loco! Nadie cobra tanto por…
—Yo sí. —Él sonrió—. Pague, si no quiere que cante.
¡Santo Dios, cómo lo odiaba! Matar estaba condenado por los mandamientos, sí, pero hay gente que no se merece existir. Completó otro cheque y se lo arrojó.
—Muchas gracias, señorita _____. Me alegra ver que concuerda con mi manera de pensar. —El hombre se fue hacia la puerta.
«Jamás», pensó ella.
—Haría bien en cuidarse.
Él se detuvo para mirarla por encima del hombro.
—¿Me está amenazando?
—Sólo le informo que ahora está tratando con otro tipo de persona, no con Kevin ni con Demi Bradford —replicó _____, mientras lo desgarraba con los ojos.
Él agitó los hombros, incómodo.
—Gentuza —dijo.
—Algo así. Si me presiona demasiado, ya verá de qué soy capaz.
—Usted siga firmando esos cheques. Hágase la idea de que soy un impuesto confidencial que no se acaba —dijo él, con una sonrisa desagradable. Y se fue.
_____ hizo una mueca y se estremeció. Ese hombre le hacía sentirse contaminada, pero lo peor era que podía vaciarle la cuenta del banco.
Después de rehacer por décima vez su presupuesto personal, _____ se puso en la boca otro M&M's con un hondo suspiro. Eso no tenía buena pinta. Justo cuando lograba arreglar el asunto de la niñera, Guy Crandall aparecía para crear un gigantesco agujero negro.
¡Qué fuerte era la tentación de apuntarlo de nuevo en la nómina! Pero ella seguía decidida a abrir la segunda sucursal. Tan decidida estaba que se había rebajado el sueldo.
Grave error. La perdería la ambición. Lo que la mayoría ignoraba era que, en realidad, Kevin no le había regalado el apartamento. Aunque él había puesto una buena suma para la entrada, _____ cargaba con una hipoteca, como la mayoría de los norteamericanos. Hasta ese día las cuotas le habían parecido bastante razonables. Mordió otro M&M's. La situación era casi como para volver a fumar.
Se apretó el puente de la nariz, atenta al silencio absoluto. Era un sonido que últimamente no solía disfrutar a menudo. Willy dormía.
Se acercó a la cuna para asegurarse de que aún respiraba. Así era. La apacible escena del niño dormido le ablandó el corazón. Willy no tenía problemas de dinero; mientras estuviera seco, seguro y con la barriga llena, era feliz. A ella le aterraba la posibilidad de criarlo mal, pero verlo dormir la calmaba por dentro. Lo contempló un rato más, bebiendo esa rara y apacible sensación.
Abandonó sigilosamente la habitación y se detuvo en el pasillo. Ese apartamento nunca le había parecido un hogar. La atosigaba el miedo. Las cosas podrían estar peor, se dijo. Si vendía el apartamento podría comprar algo decente. No tan lujoso, claro, y probablemente sin jacuzzi.
Frunció el entrecejo. Ojalá no se hubiese reducido el sueldo. Ojalá Julia le hubiese dado parte de los fondos que Kevin, sin duda, debía haberle dejado para cuidar del bebé.
Pero con los ojalá no se va a ninguna parte, se obligó a recordar. Necesitaba un descanso, una pequeña pausa. Usar el jacuzzi, mientras aún lo tuviera, beber un cóctel de champán y acabar con la bolsa de M&M's.
Nick tocó dos veces a la puerta. Por no despertar a Willy, si acaso dormía, utilizó la llave que _____ le había dado y entró en el apartamento hasta escuchar dos ruidos: palpitantes chorros de agua y un tarareo femenino. Al girar en el recodo vio a _____ en el jacuzzi, con una copa de champán medio vacía en una mano y otra llena de M&M's en los azulejos de atrás. Tenía los ojos cerrados, la cabeza apoyada en una primorosa almohadilla y los hombros desnudos.
Cabía sospechar que el resto de su persona también estaba desnuda.
Supuestamente, lo que debía hacer un caballero era retirarse y dejarla en paz. Pero no se sentía muy caballero. En realidad, con cada día transcurrido se sentía más y más carnal en lo que a _____ Montague tocaba. Al ver que junto a ella flotaba un patito de goma sofocó una risa irónica.
Ya dentro del cuarto de baño esperó a que la muchacha cayera en la cuenta de que no estaba sola. Pero ella continuaba tarareando algo; de vez en cuando intercalaba unas palabras ininteligibles que sonaban como la canción de una campesina enfadada. Al terminar suspiró. Pasados unos segundos se abrió un párpado. El otro lo imitó perezosamente.
—Vete.
Nick contuvo una sonrisa.
—Buenas noches tengas tú también. Estás preciosa. ¿Cuántas copas de eso has bebido? —preguntó.
—No tantas como querría. Con un bebé a mi cargo no puedo emborracharme. Debo ser responsable. —Pronunció esa palabra como si le resultara detestable.
—Un destino peor que la muerte —comentó él, mientras se acercaba a la bañera para echar un vistazo dentro. Las aguas arremolinadas le ocultaron el cuerpo desnudo.
Ella sacudió la cabeza.
—No, aunque no es el que yo me imaginaba. Pero no hablemos de mí. Cuéntame cómo te ha ido hoy. Y luego puedes irte.
—Hoy me han ofrecido dos empleos. Uno para trabajar con grandes empresas. El otro, con un amigo de toda la vida.
—¿Cuál aceptarás? Déjame adivinar: el de las grandes empresas.
—No, estoy estudiando la propuesta de mi amigo. —Rio entre dientes—. Es probable que mi padre me desherede.
Ella dilató los ojos.
—Es grave, ¿no?
—Se le pasará con el tiempo. Necesito hacer lo que me gusta.
—Nada de transigir, ¿verdad? —observó ella, mientras metía una chocolatina verde en esa boca apetitosa y traviesa—. Es una de las diferencias entre los ricos y el resto de la gente. Los ricos no tenéis que transigir. Para nosotros, en cambio, no hay otra manera de vivir.
Él paseó la mirada por esa lujosa habitación.
—No me parece que sufras mucho.
La muchacha le arrojó una mirada sombría.
—Espera unos días. No me quedaré aquí toda la vida —murmuró.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Nick, con los ojos entrecerrados.
Ella agitó la mano como para restarle importancia al asunto.
—Por ejemplo: si esta noche quieres cenar chuletas, comes chuletas y ya está. Si yo quiero chuletas, estudio mi presupuesto y a veces acabo comiendo hamburguesas. Otro ejemplo: si tú quieres un Jaguar, compras un Jaguar nuevo. Si yo quiero un BMW, compro uno de segunda mano… siempre que encuentre una buena oportunidad.
—Pues no parece que hayas transigido mucho al amueblar el apartamento.
—Eso lo hizo Dinero. Contrató a un decorador. Fue un regalo suyo. —_____ bebió otro sorbo de champán—. Lo que viene fácil, fácil se va. ¿Sabes de alguien que quiera comprar un apartamento?
Él dio un respingo de sorpresa.
—¿Vas a venderlo? ¿De verdad?
—Las niñeras y los bebés no son baratos. —_____ se mordió el labio.
—Pero ganas un buen sueldo en el instituto, ¿no? —preguntó él. Las cuentas no le encajaban.
—Bastante bueno, pero tengo un gasto inesperado que me provocará estrecheces.
—Willy.
—No. —Ella sacudió la cabeza—. Es algo que no tiene remedio. Ahora tienes que irte; quiero salir del jacuzzi.
—¿Y si no me voy?
—Lo lamentarás.
—¿Por qué?
—Porque te recrearás la vista con lo que no puedes poseer. —Y ella emergió del agua burbujeante.
Nick parpadeó: piel sonrosada por el calor, pechos regordetes, de puntas rojizas. El abdomen se redondeaba con suavidad; las caderas se curvaban en una invitación muy femenina. El remolino de rizos en la entrepierna era muy tentador. Y esos muslos torneados le hacían la boca agua.
—Te lo has buscado —señaló ella, mientras bebía el último sorbo de cóctel. Después de pasarse la lengua por los labios, cogió la copa de M&M's y salió de la bañera. Apretó una toalla contra el costado de su cuerpo, sin que le importara su desnudez—. Vete, si no quieres quedarte ciego —lo provocó, mientras pasaba a su lado para salir al pasillo.
Nick, con la temperatura corporal por las nubes, la siguió con la vista. Tal vez se convirtiera en estatua de sal, pero ¡qué manera de salir! No pudo contener el comentario:
—¡Qué culo!
—Gracias —dijo ella. Y desapareció tras la puerta de su dormitorio.
Él se quedó allí un momento, con el cuerpo en plena agitación. Esa mujer le hacía sentirse como si nunca hubiera mantenido relaciones sexuales. Sacudió la cabeza; luego respiró hondo y salió del cuarto de baño. Como aún tenía la mayor parte de la sangre alojada en la entrepierna, en vez de girar hacia la puerta principal, entró en la cocina.
Al darse cuenta del error lanzó un taco. En la mesa había un montón de papeles, uno de los cuales tenía dibujada una bandera pirata. Lo cogió. Era una cuenta de gastos. La bandera pirata estaba bajo la inicial G. Al pie de la página se veía con claridad que los fondos eran menores que los gastos. Tomó la segunda hoja; bajo la inicial G, una víbora con los colmillos al aire.
¿Qué o quién era G?
Llevado por la curiosidad, regresó hacia la puerta del dormitorio y la abrió. En el cuarto a oscuras se oyó un sollozo; luego, otro. Eso le oprimió el corazón. ¿Lloraba?
—_____.
Otro sollozo.
—Te he dicho que te fueras —dijo ella con voz vacilante.
—¿Qué te pasa?
—Nada. Vete.
Nick se acercó; sus ojos se iban acostumbrando a la oscuridad. La chica tenía la cara vuelta hacia el otro lado y apretaba la toalla contra el pecho dejando a la vista su notable trasero. Él hizo un esfuerzo por apartar los ojos de allí.
—Algo te pasa.
—Nada que puedas entender.
—¿Es algo relacionado con tu presupuesto?
Ella se puso tensa.
—No quiero hablar de eso contigo.
—¿Y si yo pudiera ayudarte?
—No puedes, a menos que sepas de alguien interesado en comprar mi apartamento.
—¿Y en ese caso?
_____ sollozó de nuevo y lo miró a los ojos en la oscuridad.
—Me alegraría —susurró. Algo se derritió dentro de él.
—¿Recuerdas la noche que nos conocimos? —preguntó.
Ella tragó saliva.
—¿Cuando estabas usando el taladro y yo te chillé a través del muro?
Nick, riendo entre dientes, negó con la cabeza.
—No. La primera vez que nos vimos cara a cara.
Hubo un silencio. Luego ella asintió.
—En cuanto descubriste que yo era tu vecino cambiaste tu manera de tratarme.
—No eras un vecino cualquiera —aclaró ella, con voz cortante—. Eras el vecino que me impedía dormir.
—Pero no he vuelto a hacerlo. Y tú sigues siendo agresiva conmigo. ¿Por qué, dime? ¿Es porque mi familia es rica y la tuya no?
—No, no es eso.
—¿Qué es entonces? —insistió él, acercándose un paso más.
—Ya te lo he dicho: tú y yo venimos de dos mundos diferentes.
—¿Y eso es todo? —inquirió Nick, seguro de que había algo más.
—Una parte. —Ella levantó el mentón—. ¿No tengo derecho a que no me gustes?
—Claro que sí. Pero dime por qué.
_____ se sentía frustrada, tentada y solitaria, todo a la vez. La mirada de su vecino la desafiaba y la tranquilizaba. Ella ansiaba ese efecto sedante. Le escocían los dedos por sentir su fuerza corriendo dentro de ella. Ceder a la tentación seductora de Nick Jonas podía causarle muchos problemas. O resolver unos cuantos; esa ardiente sensación de falta, por ejemplo. Una vez que a él se le quitasen las ganas tal vez la dejaría en paz.
La idea fue como un pellizco, pero ella la apartó. Una vez que a ella se le quitasen las ganas tal vez podría desecharlo. Tomó una decisión instantánea, basada en la necesidad y en una intuición visceral. Había descubierto que a veces hace falta rendirse para obtener la victoria final.
—Creo que hablamos demasiado —dijo. Al momento vio que él había interpretado correctamente su cambio de actitud.
—¿Por qué esta noche sí?
_____ luchó contra un microsegundo de vacilación. No quería que él la rechazara; esa noche no.
—Es hora de apagar el fuego —dijo, dejando caer la toalla. Se acercó un paso más, levantó los brazos y le rodeó la nuca con ellos—. No te preocupes. —Se puso de puntillas para apretar su boca contra la suya y deslizarle la lengua por el labio inferior—. Seré suave.
Él meneó la cabeza con una risa sofocada.
—Mira que eres rápida para cambiar de idea.
_____ sintió otra astilla de vacilación. Él no era como los otros hombres con los que había hecho el amor. Aunque no le gustara quedar excitado e insatisfecho, era capaz de volver a su casa y darse una ducha fría. Esa fuerza de voluntad y de mente lo convertían en una gran incertidumbre.
—Cambiar de idea es prerrogativa femenina. ¿Vas a quejarte?
—No, pero si entendiese tu mente me sería más fácil darle placer a tu cuerpo.
—Yo te diré qué quiero. Un condón.
Nick cedió a la tentación de pasarle los nudillos por los pezones para ponerlos en posición de firmes. La chica soltó una exclamación seductora.
—Y no me hagas esperar.
Le quitó la ropa con su ayuda. Mientras tanto las bocas se fundían y separaban, buscaban y hallaban. El torso de Nick le frotaba deliciosamente los pechos. Cuando él bajó la boca hacia un pezón ella suspiró. Su temperatura subió un grado más. Eso era lo que necesitaba: brazos fuertes, una boca ávida y manos hábiles. Alguien que la abrazase y le hiciese olvidar por un tiempo.
La mano que se deslizaba por su espalda, por la cintura, más abajo, hacía que fuese fácil olvidarlo todo, salvo ese momento, ese hombre. Respiró ese aroma que le fundía los muslos y, frotándose contra él, apretó la boca abierta contra su cuello para percibir su sabor. Al sentir la presión del miembro erecto contra el bajo vientre deslizó la mano hacia allí.[/size]
Capítulo 10 1/2
Que un hombre descubra tus secretos puede ser la peor
de las pesadillas… o un sueño hecho realidad.
Aforismo de _____
_____ apartó al bebé. No quería que Willy respirara el mismo aire que ese hombre repugnante.de las pesadillas… o un sueño hecho realidad.
Aforismo de _____
—El pequeño Willy. Supongo que ese bombón de su madre se cansó de tenerlo, ¿eh?
Se acercó. Ella se puso detrás del escritorio. Quería interponer una barrera. Aunque para su total comodidad habría preferido un muro de acero.
—Me gustaría ver la reacción de los Jonas cuando se enteren de que Demi tiene un hermanito. ¿No le parece que eso afectaría a sus posibilidades de casarse con Joe?
_____ lo odió con toda el alma.
—¿No tiene nada mejor que hacer con su tiempo libre que meter la nariz en los asuntos ajenos?
—Es que mi trabajo es saberlo todo. Desde que Kevin me despidió, hace algunos años, esperaba una oportunidad de volver a trabajar con él. Y Willy me ha servido de billete. —Con una sonrisa oleosa alargó la mano hacia el bebé.
_____ retrocedió.
—No lo toque —dijo. Su expresión debió de revelar todo el asco que le inspiraba ese hombre, pues él detuvo el gesto y se apartó.
—El bebé no me interesa. Sólo quiero mi cheque. Con intereses.
La irritación de la muchacha ascendió un grado más.
—Pero si usted no aporta nada, ¿cómo quiere que le pague?
—Es que si no me paga, todos los diarios publicarán la noticia de que Demi Bradford tiene un hermano ilegítimo. Y el gran Joe Jonas se apresurará a dejarla plantada. Eso pondrá a funcionar las lenguas. Y la reputación de la chica quedará por los suelos.
—La reputación no es tan importante como se cree. —_____ se encogió de hombros—. A mí no me preocupa tanto.
—Tal vez la suya no, pero la de Demi sí. Págueme el salario semanal, más los intereses por el retraso, y no abriré la boca.
Ella apretó los dientes. Eso era horrible. Si le pagaba, ¿adónde podían llegar? Además, había eliminado a Guy del presupuesto; ¿cómo hacer para incluirlo otra vez, ahora que los contables de Demi lo inspeccionaban todo?
—Esto es extorsión.
—Pague —dijo él—. Págueme y me iré.
_____ puso a Willy en la sillita para bebés y sacó el talonario de cheques de su cuenta personal. Se le acalambraron los dedos al escribir la cifra.
—Aquí tiene —dijo mientras arrancaba el cheque para entregárselo.
—Ha olvidado los intereses.
—¿Qué intereses? —preguntó ella, hirviendo de impaciencia.
—Los intereses por demora. Doscientos dólares.
—¡Doscientos! ¡Usted está loco! Nadie cobra tanto por…
—Yo sí. —Él sonrió—. Pague, si no quiere que cante.
¡Santo Dios, cómo lo odiaba! Matar estaba condenado por los mandamientos, sí, pero hay gente que no se merece existir. Completó otro cheque y se lo arrojó.
—Muchas gracias, señorita _____. Me alegra ver que concuerda con mi manera de pensar. —El hombre se fue hacia la puerta.
«Jamás», pensó ella.
—Haría bien en cuidarse.
Él se detuvo para mirarla por encima del hombro.
—¿Me está amenazando?
—Sólo le informo que ahora está tratando con otro tipo de persona, no con Kevin ni con Demi Bradford —replicó _____, mientras lo desgarraba con los ojos.
Él agitó los hombros, incómodo.
—Gentuza —dijo.
—Algo así. Si me presiona demasiado, ya verá de qué soy capaz.
—Usted siga firmando esos cheques. Hágase la idea de que soy un impuesto confidencial que no se acaba —dijo él, con una sonrisa desagradable. Y se fue.
_____ hizo una mueca y se estremeció. Ese hombre le hacía sentirse contaminada, pero lo peor era que podía vaciarle la cuenta del banco.
Después de rehacer por décima vez su presupuesto personal, _____ se puso en la boca otro M&M's con un hondo suspiro. Eso no tenía buena pinta. Justo cuando lograba arreglar el asunto de la niñera, Guy Crandall aparecía para crear un gigantesco agujero negro.
¡Qué fuerte era la tentación de apuntarlo de nuevo en la nómina! Pero ella seguía decidida a abrir la segunda sucursal. Tan decidida estaba que se había rebajado el sueldo.
Grave error. La perdería la ambición. Lo que la mayoría ignoraba era que, en realidad, Kevin no le había regalado el apartamento. Aunque él había puesto una buena suma para la entrada, _____ cargaba con una hipoteca, como la mayoría de los norteamericanos. Hasta ese día las cuotas le habían parecido bastante razonables. Mordió otro M&M's. La situación era casi como para volver a fumar.
Se apretó el puente de la nariz, atenta al silencio absoluto. Era un sonido que últimamente no solía disfrutar a menudo. Willy dormía.
Se acercó a la cuna para asegurarse de que aún respiraba. Así era. La apacible escena del niño dormido le ablandó el corazón. Willy no tenía problemas de dinero; mientras estuviera seco, seguro y con la barriga llena, era feliz. A ella le aterraba la posibilidad de criarlo mal, pero verlo dormir la calmaba por dentro. Lo contempló un rato más, bebiendo esa rara y apacible sensación.
Abandonó sigilosamente la habitación y se detuvo en el pasillo. Ese apartamento nunca le había parecido un hogar. La atosigaba el miedo. Las cosas podrían estar peor, se dijo. Si vendía el apartamento podría comprar algo decente. No tan lujoso, claro, y probablemente sin jacuzzi.
Frunció el entrecejo. Ojalá no se hubiese reducido el sueldo. Ojalá Julia le hubiese dado parte de los fondos que Kevin, sin duda, debía haberle dejado para cuidar del bebé.
Pero con los ojalá no se va a ninguna parte, se obligó a recordar. Necesitaba un descanso, una pequeña pausa. Usar el jacuzzi, mientras aún lo tuviera, beber un cóctel de champán y acabar con la bolsa de M&M's.
Nick tocó dos veces a la puerta. Por no despertar a Willy, si acaso dormía, utilizó la llave que _____ le había dado y entró en el apartamento hasta escuchar dos ruidos: palpitantes chorros de agua y un tarareo femenino. Al girar en el recodo vio a _____ en el jacuzzi, con una copa de champán medio vacía en una mano y otra llena de M&M's en los azulejos de atrás. Tenía los ojos cerrados, la cabeza apoyada en una primorosa almohadilla y los hombros desnudos.
Cabía sospechar que el resto de su persona también estaba desnuda.
Supuestamente, lo que debía hacer un caballero era retirarse y dejarla en paz. Pero no se sentía muy caballero. En realidad, con cada día transcurrido se sentía más y más carnal en lo que a _____ Montague tocaba. Al ver que junto a ella flotaba un patito de goma sofocó una risa irónica.
Ya dentro del cuarto de baño esperó a que la muchacha cayera en la cuenta de que no estaba sola. Pero ella continuaba tarareando algo; de vez en cuando intercalaba unas palabras ininteligibles que sonaban como la canción de una campesina enfadada. Al terminar suspiró. Pasados unos segundos se abrió un párpado. El otro lo imitó perezosamente.
—Vete.
Nick contuvo una sonrisa.
—Buenas noches tengas tú también. Estás preciosa. ¿Cuántas copas de eso has bebido? —preguntó.
—No tantas como querría. Con un bebé a mi cargo no puedo emborracharme. Debo ser responsable. —Pronunció esa palabra como si le resultara detestable.
—Un destino peor que la muerte —comentó él, mientras se acercaba a la bañera para echar un vistazo dentro. Las aguas arremolinadas le ocultaron el cuerpo desnudo.
Ella sacudió la cabeza.
—No, aunque no es el que yo me imaginaba. Pero no hablemos de mí. Cuéntame cómo te ha ido hoy. Y luego puedes irte.
—Hoy me han ofrecido dos empleos. Uno para trabajar con grandes empresas. El otro, con un amigo de toda la vida.
—¿Cuál aceptarás? Déjame adivinar: el de las grandes empresas.
—No, estoy estudiando la propuesta de mi amigo. —Rio entre dientes—. Es probable que mi padre me desherede.
Ella dilató los ojos.
—Es grave, ¿no?
—Se le pasará con el tiempo. Necesito hacer lo que me gusta.
—Nada de transigir, ¿verdad? —observó ella, mientras metía una chocolatina verde en esa boca apetitosa y traviesa—. Es una de las diferencias entre los ricos y el resto de la gente. Los ricos no tenéis que transigir. Para nosotros, en cambio, no hay otra manera de vivir.
Él paseó la mirada por esa lujosa habitación.
—No me parece que sufras mucho.
La muchacha le arrojó una mirada sombría.
—Espera unos días. No me quedaré aquí toda la vida —murmuró.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Nick, con los ojos entrecerrados.
Ella agitó la mano como para restarle importancia al asunto.
—Por ejemplo: si esta noche quieres cenar chuletas, comes chuletas y ya está. Si yo quiero chuletas, estudio mi presupuesto y a veces acabo comiendo hamburguesas. Otro ejemplo: si tú quieres un Jaguar, compras un Jaguar nuevo. Si yo quiero un BMW, compro uno de segunda mano… siempre que encuentre una buena oportunidad.
—Pues no parece que hayas transigido mucho al amueblar el apartamento.
—Eso lo hizo Dinero. Contrató a un decorador. Fue un regalo suyo. —_____ bebió otro sorbo de champán—. Lo que viene fácil, fácil se va. ¿Sabes de alguien que quiera comprar un apartamento?
Él dio un respingo de sorpresa.
—¿Vas a venderlo? ¿De verdad?
—Las niñeras y los bebés no son baratos. —_____ se mordió el labio.
—Pero ganas un buen sueldo en el instituto, ¿no? —preguntó él. Las cuentas no le encajaban.
—Bastante bueno, pero tengo un gasto inesperado que me provocará estrecheces.
—Willy.
—No. —Ella sacudió la cabeza—. Es algo que no tiene remedio. Ahora tienes que irte; quiero salir del jacuzzi.
—¿Y si no me voy?
—Lo lamentarás.
—¿Por qué?
—Porque te recrearás la vista con lo que no puedes poseer. —Y ella emergió del agua burbujeante.
Nick parpadeó: piel sonrosada por el calor, pechos regordetes, de puntas rojizas. El abdomen se redondeaba con suavidad; las caderas se curvaban en una invitación muy femenina. El remolino de rizos en la entrepierna era muy tentador. Y esos muslos torneados le hacían la boca agua.
—Te lo has buscado —señaló ella, mientras bebía el último sorbo de cóctel. Después de pasarse la lengua por los labios, cogió la copa de M&M's y salió de la bañera. Apretó una toalla contra el costado de su cuerpo, sin que le importara su desnudez—. Vete, si no quieres quedarte ciego —lo provocó, mientras pasaba a su lado para salir al pasillo.
Nick, con la temperatura corporal por las nubes, la siguió con la vista. Tal vez se convirtiera en estatua de sal, pero ¡qué manera de salir! No pudo contener el comentario:
—¡Qué culo!
—Gracias —dijo ella. Y desapareció tras la puerta de su dormitorio.
Él se quedó allí un momento, con el cuerpo en plena agitación. Esa mujer le hacía sentirse como si nunca hubiera mantenido relaciones sexuales. Sacudió la cabeza; luego respiró hondo y salió del cuarto de baño. Como aún tenía la mayor parte de la sangre alojada en la entrepierna, en vez de girar hacia la puerta principal, entró en la cocina.
Al darse cuenta del error lanzó un taco. En la mesa había un montón de papeles, uno de los cuales tenía dibujada una bandera pirata. Lo cogió. Era una cuenta de gastos. La bandera pirata estaba bajo la inicial G. Al pie de la página se veía con claridad que los fondos eran menores que los gastos. Tomó la segunda hoja; bajo la inicial G, una víbora con los colmillos al aire.
¿Qué o quién era G?
Llevado por la curiosidad, regresó hacia la puerta del dormitorio y la abrió. En el cuarto a oscuras se oyó un sollozo; luego, otro. Eso le oprimió el corazón. ¿Lloraba?
—_____.
Otro sollozo.
—Te he dicho que te fueras —dijo ella con voz vacilante.
—¿Qué te pasa?
—Nada. Vete.
Nick se acercó; sus ojos se iban acostumbrando a la oscuridad. La chica tenía la cara vuelta hacia el otro lado y apretaba la toalla contra el pecho dejando a la vista su notable trasero. Él hizo un esfuerzo por apartar los ojos de allí.
—Algo te pasa.
—Nada que puedas entender.
—¿Es algo relacionado con tu presupuesto?
Ella se puso tensa.
—No quiero hablar de eso contigo.
—¿Y si yo pudiera ayudarte?
—No puedes, a menos que sepas de alguien interesado en comprar mi apartamento.
—¿Y en ese caso?
_____ sollozó de nuevo y lo miró a los ojos en la oscuridad.
—Me alegraría —susurró. Algo se derritió dentro de él.
—¿Recuerdas la noche que nos conocimos? —preguntó.
Ella tragó saliva.
—¿Cuando estabas usando el taladro y yo te chillé a través del muro?
Nick, riendo entre dientes, negó con la cabeza.
—No. La primera vez que nos vimos cara a cara.
Hubo un silencio. Luego ella asintió.
—En cuanto descubriste que yo era tu vecino cambiaste tu manera de tratarme.
—No eras un vecino cualquiera —aclaró ella, con voz cortante—. Eras el vecino que me impedía dormir.
—Pero no he vuelto a hacerlo. Y tú sigues siendo agresiva conmigo. ¿Por qué, dime? ¿Es porque mi familia es rica y la tuya no?
—No, no es eso.
—¿Qué es entonces? —insistió él, acercándose un paso más.
—Ya te lo he dicho: tú y yo venimos de dos mundos diferentes.
—¿Y eso es todo? —inquirió Nick, seguro de que había algo más.
—Una parte. —Ella levantó el mentón—. ¿No tengo derecho a que no me gustes?
—Claro que sí. Pero dime por qué.
_____ se sentía frustrada, tentada y solitaria, todo a la vez. La mirada de su vecino la desafiaba y la tranquilizaba. Ella ansiaba ese efecto sedante. Le escocían los dedos por sentir su fuerza corriendo dentro de ella. Ceder a la tentación seductora de Nick Jonas podía causarle muchos problemas. O resolver unos cuantos; esa ardiente sensación de falta, por ejemplo. Una vez que a él se le quitasen las ganas tal vez la dejaría en paz.
La idea fue como un pellizco, pero ella la apartó. Una vez que a ella se le quitasen las ganas tal vez podría desecharlo. Tomó una decisión instantánea, basada en la necesidad y en una intuición visceral. Había descubierto que a veces hace falta rendirse para obtener la victoria final.
—Creo que hablamos demasiado —dijo. Al momento vio que él había interpretado correctamente su cambio de actitud.
—¿Por qué esta noche sí?
_____ luchó contra un microsegundo de vacilación. No quería que él la rechazara; esa noche no.
—Es hora de apagar el fuego —dijo, dejando caer la toalla. Se acercó un paso más, levantó los brazos y le rodeó la nuca con ellos—. No te preocupes. —Se puso de puntillas para apretar su boca contra la suya y deslizarle la lengua por el labio inferior—. Seré suave.
Él meneó la cabeza con una risa sofocada.
—Mira que eres rápida para cambiar de idea.
_____ sintió otra astilla de vacilación. Él no era como los otros hombres con los que había hecho el amor. Aunque no le gustara quedar excitado e insatisfecho, era capaz de volver a su casa y darse una ducha fría. Esa fuerza de voluntad y de mente lo convertían en una gran incertidumbre.
—Cambiar de idea es prerrogativa femenina. ¿Vas a quejarte?
—No, pero si entendiese tu mente me sería más fácil darle placer a tu cuerpo.
—Yo te diré qué quiero. Un condón.
Nick cedió a la tentación de pasarle los nudillos por los pezones para ponerlos en posición de firmes. La chica soltó una exclamación seductora.
—Y no me hagas esperar.
Le quitó la ropa con su ayuda. Mientras tanto las bocas se fundían y separaban, buscaban y hallaban. El torso de Nick le frotaba deliciosamente los pechos. Cuando él bajó la boca hacia un pezón ella suspiró. Su temperatura subió un grado más. Eso era lo que necesitaba: brazos fuertes, una boca ávida y manos hábiles. Alguien que la abrazase y le hiciese olvidar por un tiempo.
La mano que se deslizaba por su espalda, por la cintura, más abajo, hacía que fuese fácil olvidarlo todo, salvo ese momento, ese hombre. Respiró ese aroma que le fundía los muslos y, frotándose contra él, apretó la boca abierta contra su cuello para percibir su sabor. Al sentir la presión del miembro erecto contra el bajo vientre deslizó la mano hacia allí.[/size]
yessi jobrOss
Re: ''Ella quiere ser mala'' (Nick & tu) Adaptada-TERMINADA
Maratón 4/6
Nick se puso tieso.
—No tan deprisa —murmuró.
—Pero quiero…
Él le apresó la boca en un beso con lengua que acalló toda protesta. _____ saboreó su esencia oscura, sensual, en tanto se iba humedeciendo en las regiones inferiores. Nick la tocó entre las piernas. Hubo un gruñido de aprobación.
—Ya estás caliente.
Ella le apretó los músculos del brazo, gimiendo, mientras movía la pelvis contra la de su compañero. Él buscó el punto sensible y lo hizo florecer. Su pulgar se movía con un vaivén mesmérico.
El corazón de _____ volaba como un colibrí; la tensión interior se volvía insoportable. Con impresionante velocidad y potencia, se corrió; el clímax fue un estallido de necesidad y frustración acumuladas.
Se dejó caer contra él, sofocada, sorprendida. Apretó la boca contra el centro de su pecho y movió la lengua para saborear su piel. El corazón de Nick palpitaba a un ritmo gratificantemente acelerado. Ella bajó la cabeza y deslizó la boca hasta su vientre; luego, más abajo. Después de rozar su erección con la mejilla, le pasó la lengua.
Al notar que él contenía el aliento, cargado de expectación, esperó un segundo antes de cogerlo en la boca. La exclamación sorda de Nick fue el sonido más seductor que ella hubiera oído en su vida. Envalentonada por esa reacción, lo atrajo con los labios hasta metérselo bien dentro de la boca. Él dejó escapar un gemido grave y le enredó los dedos en el pelo para inmovilizarle la cabeza.
—No me digas que no te gusta —murmuró ella, deslizando los labios por aquella vara.
—No lo diré. —Nick se retiró con un suspiro. Luego tiró de ella para ponerla de pie y la hizo retroceder contra la cama.
En vez de luchar contra la gravedad, _____ se dejó caer hacia atrás. Él la siguió para brindarle otro placer secreto en la oscuridad. Su peso, apoyado en los codos, le hacía sentirse extrañamente protegida.
—¿Por qué no me has dejado continuar?
—Tengo una norma —explicó él entre gemidos, pues la sentía mover los pechos contra él.
—Una norma —repitió _____. Cabía esperar de él algo tan estúpido e irritante como tener normas para el sexo.
—Primero las damas.
—Pero si ya me he corrido —señaló ella, sorprendida ante la oleada de calor que la inundó al sentir los labios de Nick contra la suave cara interior de su muñeca.
—Tres veces para ti. Luego, una para mí.
_____ parpadeó.
—¿Tres?
Hubo una risa ahogada:
—Una, dos, tres. Luego, yo.
Ella negó con la cabeza llena de escepticismo.
—Anda, que no resistirías. No es posible.
—Tendré que esforzarme —admitió él. Y lanzó una maldición, pues ella le había rodeado la entrepierna con una mano. Deslizó la lengua desde su muñeca hasta la cara interior del codo. _____ sintió que se le endurecían los pezones.
Nick se puso fuera del alcance de la mano que lo buscaba para aplicar el mismo tratamiento al otro brazo. La caricia fue tan suave y a la vez tan estimulante que ella no quiso moverse. Él deslizó el dedo por el mismo camino.
—Otra vez —susurró la chica.
Su compañero rio entre dientes; fue un sonido grave, íntimo, excitante. Luego deslizó ese dedo hipnótico hasta la base de los pechos; dentro de ella surgió un vivo desasosiego. Se sentía lánguida, pero al mismo tiempo sus terminaciones nerviosas parecían aceite en una sartén caliente.
—¿Te gusta? —preguntó él, mientras rodeaba el pezón con el dedo.
_____ no pudo resistir el impulso de arquear la espalda.
—Sííííí. Pero es demasiado…
—¿Demasiado qué? —Nick bajó los labios para meterse el pezón en la boca.
«Gracias a Dios», pensó ella, mientras gemía de alivio parcial. Él le deslizó una mano entre las piernas para provocarla suavemente. _____ separó los muslos; quería más. Sabía que era una invitación flagrante, pero no recordaba haber sentido tanto deseo en muchísimo tiempo. Ya estaba nuevamente hinchada y viscosa.
Él bajó la boca por su vientre para besarle los muslos; luego apretó los labios contra su feminidad. Esa lengua hacía cosas mágicas: lamía, empujaba, disparaba balas de sensaciones salvajes. _____ apenas podía respirar.
Pero cuando ya creía no poder soportar más, él volvió a acariciarla y la puso a volar. _____ lanzó un grito de liberación, trémula y conmovida.
Nick volvió a ascender por su cuerpo sin dejar de estrecharla contra sí para evitar que se hiciera añicos. Al mirar en aquellos ojos tan oscuros, _____ se sintió sacudida por un estremecimiento. Había pensado que acabaría por tener el control de ese pequeño juego, pero todo estaba patas arriba. Él sabía leer en su cuerpo como en un libro. No se conformaba con follar y dejarla en paz. Se le veía en los ojos; se percibía en sus manos.
Lo haría con ternura y cuidado, con técnica exquisita. Pero la poseería como nunca hasta entonces había sido poseída.
—Van dos —dijo él. Y ella sintió su erección contra el muslo—. ¿Nunca te han dicho lo divertido que es hacerte…?
—Últimamente no. Creo que dos a uno ya está bien.
—No, si puedo hacerlo mejor. —Nick abrió el cajón de la mesilla de noche para sacar un condón y se lo puso. Luego descendió hasta quedar justo ante la abertura de la muchacha, provocativamente cerca.
_____ se retorció, pero él le sujetó las caderas con las manos, negando con la cabeza.
—Cuanto más lento, mejor —señaló, mientras penetraba apenas.
Cuando iba a retirarse ella protestó:
—Nooooo…
Él penetró de nuevo, un poco más, pero no lo suficiente. _____ gimió de frustración. Luego ahogó un sollozo al sentir que se retiraba.
Entonces él empujó hasta el fondo, estirándola hasta dejarla sin aliento. Vigilaba atentamente su expresión. Levantó las manos para entrelazar sus dedos con los de la chica.
—¿Es demasiado?
Esa combinación de ternura y posesión total la perdió. Abrió la boca para responder, pero no pudo emitir sonido alguno. Inundada por todo tipo de sensaciones que no esperaba, movió la cabeza en círculo.
—No tanto.
Él la devoró con la mirada mientras comenzaba a moverse en un ritmo que la henchía y la estiraba. Su cuerpo la reclamaba. El poder de la pasión se arremolinaba como una niebla. Oh, cómo lo deseaba, hasta el último centímetro, hasta…
Se esforzó por absorberlo, moviendo la pelvis contra la de él para recibirlo bien dentro, para estrujarlo íntimamente con cada embestida.
La respiración agitada de Nick se ajustaba a la suya. Sus dedos la ceñían. Su cuerpo brillaba de pasión. Ella jadeó al sentir el salvaje tirón del placer dentro de sí; el orgasmo llegó en oleadas. Cuando alcanzaba una cima, la siguiente la cogía por sorpresa.
Gritó en voz alta el nombre de Nick.
—Ya van tres —murmuró él. Y por fin se lanzó al abismo junto con ella.
_____ no habría podido decir cuántos minutos pasaron antes de recobrar el aliento. El corazón le palpitaba con tanta fuerza que lo notaba hasta en el cerebro. En la escala de Richter del sexo, eso habría marcado… No parecía haber cifras lo bastante altas.
«¡Joder…!» Había contado con que su vecino fuera mal amante, egoísta e insensible. En cambio la había hecho estallar. Mientras pensaba toda una sarta de maldiciones, cerró los ojos y lo empujó, como para insinuarle sin mucha delicadeza que se apartara; con un poco de suerte se iría.
Él se dejó caer a un costado.
Por suerte se estaba quieto. _____ le echó un vistazo; parecía que alguien acababa de golpearlo en la cabeza con un ladrillo. Ella no supo si alegrarse o no.
Se sentía vulnerable, increíblemente bien servida; se preguntó cuándo dejarían de temblarle las rodillas. «Sólo ha sido sexo», se dijo. Pero no sonaba a verdad. Y eso le asustó mortalmente.
Tenía que sacarlo de allí.
Por lo general, los halagos surtían un efecto mágico. Respiró hondo para calmarse.
—Has estado asombroso. Increíble. ¡Uf! —Se abanicó—. No creo tener fuerzas para acompañarte hasta la puerta.
Él se tumbó de costado para verla.
_____ no pudo sostenerle la mirada.
—¿Me estás insinuando que me vaya? —preguntó Nick con tono de incredulidad.
—Pues mira, sé que a los hombres no os gusta mucho quedaros una vez que la cosa está hecha. Y si he de serte sincera, la verdad es que me has agotado. Supongo que tú también estás cansado. O al menos deberías…
Nick rio entre dientes. Fue un sonido a la vez excitante y molesto.
—Qué.
—Te gusto más de lo que quieres admitir —denunció él, estudiándola.
—Eso querrías tú. —_____ lo miró de soslayo.
—Te cuesta creer que funcionemos tan bien juntos. Me deseas de nuevo.
Ella rio, pero su risa sonó algo desafinada, algo incómoda.
—Te doy mi palabra: no quiero volver a hacer el amor.
—¿Estás segura? —Nick le pasó el índice por la cara interior del brazo. Ya conocía algunos de sus secretos y quería descubrir el resto.
_____ se estremeció. Luego se frotó el brazo allí donde él la había tocado, como para quitarse el efecto. Su compañero sintió una extraña punzada.
—Pues bien, ¿quieres saber la verdad? En este último mes he acumulado mucha frustración. Acabas de ayudarme a eliminarla. Muchísimas gracias. Sé que tú querías lo mismo: una noche de sexo apasionado. Y aquí tienes otra verdad: no buscas más que una aventura en los barrios bajos. La próxima vez búscate a otra. No han de faltarte, sin duda.
Nick sintió una oleada de furia. Si no hubiese percibido el tinte de vulnerabilidad de sus ojos, la habría abandonado con una palabrota.
—Mis intenciones no son del todo nobles, pero no es cierto que busque sólo una aventura en los barrios bajos.
—No soy como las mujeres con las que sueles salir.
—Puede que haya estado saliendo con las mujeres que no me convenían.
—No soy el tipo de chica que puedes presentar a tus padres.
—Mis padres te aburrirían una barbaridad. Hasta a mí me aburren mortalmente muchas veces. ¿Sabes lo qué te digo, _____? Se te ha movido la tierra tanto como a mí, pero tienes miedo de reconocerlo.
Ella levantó el mentón con los ojos entornados.
—Si tuviera miedo no lo habría hecho contigo.
—Pues quizá deberías asustarte. Y yo también. Nunca lo había hecho con alguien como tú. Y algo me dice que tú tampoco.
Tenía razón. _____ nunca había estado con un hombre como él, pero se cosería los labios antes que admitirlo. En ese momento necesitaba dominarse. Y eso le resultaría imposible mientras lo tuviera en su cama, desnudo.
Capítulo 10 2/2
Nick se puso tieso.
—No tan deprisa —murmuró.
—Pero quiero…
Él le apresó la boca en un beso con lengua que acalló toda protesta. _____ saboreó su esencia oscura, sensual, en tanto se iba humedeciendo en las regiones inferiores. Nick la tocó entre las piernas. Hubo un gruñido de aprobación.
—Ya estás caliente.
Ella le apretó los músculos del brazo, gimiendo, mientras movía la pelvis contra la de su compañero. Él buscó el punto sensible y lo hizo florecer. Su pulgar se movía con un vaivén mesmérico.
El corazón de _____ volaba como un colibrí; la tensión interior se volvía insoportable. Con impresionante velocidad y potencia, se corrió; el clímax fue un estallido de necesidad y frustración acumuladas.
Se dejó caer contra él, sofocada, sorprendida. Apretó la boca contra el centro de su pecho y movió la lengua para saborear su piel. El corazón de Nick palpitaba a un ritmo gratificantemente acelerado. Ella bajó la cabeza y deslizó la boca hasta su vientre; luego, más abajo. Después de rozar su erección con la mejilla, le pasó la lengua.
Al notar que él contenía el aliento, cargado de expectación, esperó un segundo antes de cogerlo en la boca. La exclamación sorda de Nick fue el sonido más seductor que ella hubiera oído en su vida. Envalentonada por esa reacción, lo atrajo con los labios hasta metérselo bien dentro de la boca. Él dejó escapar un gemido grave y le enredó los dedos en el pelo para inmovilizarle la cabeza.
—No me digas que no te gusta —murmuró ella, deslizando los labios por aquella vara.
—No lo diré. —Nick se retiró con un suspiro. Luego tiró de ella para ponerla de pie y la hizo retroceder contra la cama.
En vez de luchar contra la gravedad, _____ se dejó caer hacia atrás. Él la siguió para brindarle otro placer secreto en la oscuridad. Su peso, apoyado en los codos, le hacía sentirse extrañamente protegida.
—¿Por qué no me has dejado continuar?
—Tengo una norma —explicó él entre gemidos, pues la sentía mover los pechos contra él.
—Una norma —repitió _____. Cabía esperar de él algo tan estúpido e irritante como tener normas para el sexo.
—Primero las damas.
—Pero si ya me he corrido —señaló ella, sorprendida ante la oleada de calor que la inundó al sentir los labios de Nick contra la suave cara interior de su muñeca.
—Tres veces para ti. Luego, una para mí.
_____ parpadeó.
—¿Tres?
Hubo una risa ahogada:
—Una, dos, tres. Luego, yo.
Ella negó con la cabeza llena de escepticismo.
—Anda, que no resistirías. No es posible.
—Tendré que esforzarme —admitió él. Y lanzó una maldición, pues ella le había rodeado la entrepierna con una mano. Deslizó la lengua desde su muñeca hasta la cara interior del codo. _____ sintió que se le endurecían los pezones.
Nick se puso fuera del alcance de la mano que lo buscaba para aplicar el mismo tratamiento al otro brazo. La caricia fue tan suave y a la vez tan estimulante que ella no quiso moverse. Él deslizó el dedo por el mismo camino.
—Otra vez —susurró la chica.
Su compañero rio entre dientes; fue un sonido grave, íntimo, excitante. Luego deslizó ese dedo hipnótico hasta la base de los pechos; dentro de ella surgió un vivo desasosiego. Se sentía lánguida, pero al mismo tiempo sus terminaciones nerviosas parecían aceite en una sartén caliente.
—¿Te gusta? —preguntó él, mientras rodeaba el pezón con el dedo.
_____ no pudo resistir el impulso de arquear la espalda.
—Sííííí. Pero es demasiado…
—¿Demasiado qué? —Nick bajó los labios para meterse el pezón en la boca.
«Gracias a Dios», pensó ella, mientras gemía de alivio parcial. Él le deslizó una mano entre las piernas para provocarla suavemente. _____ separó los muslos; quería más. Sabía que era una invitación flagrante, pero no recordaba haber sentido tanto deseo en muchísimo tiempo. Ya estaba nuevamente hinchada y viscosa.
Él bajó la boca por su vientre para besarle los muslos; luego apretó los labios contra su feminidad. Esa lengua hacía cosas mágicas: lamía, empujaba, disparaba balas de sensaciones salvajes. _____ apenas podía respirar.
Pero cuando ya creía no poder soportar más, él volvió a acariciarla y la puso a volar. _____ lanzó un grito de liberación, trémula y conmovida.
Nick volvió a ascender por su cuerpo sin dejar de estrecharla contra sí para evitar que se hiciera añicos. Al mirar en aquellos ojos tan oscuros, _____ se sintió sacudida por un estremecimiento. Había pensado que acabaría por tener el control de ese pequeño juego, pero todo estaba patas arriba. Él sabía leer en su cuerpo como en un libro. No se conformaba con follar y dejarla en paz. Se le veía en los ojos; se percibía en sus manos.
Lo haría con ternura y cuidado, con técnica exquisita. Pero la poseería como nunca hasta entonces había sido poseída.
—Van dos —dijo él. Y ella sintió su erección contra el muslo—. ¿Nunca te han dicho lo divertido que es hacerte…?
—Últimamente no. Creo que dos a uno ya está bien.
—No, si puedo hacerlo mejor. —Nick abrió el cajón de la mesilla de noche para sacar un condón y se lo puso. Luego descendió hasta quedar justo ante la abertura de la muchacha, provocativamente cerca.
_____ se retorció, pero él le sujetó las caderas con las manos, negando con la cabeza.
—Cuanto más lento, mejor —señaló, mientras penetraba apenas.
Cuando iba a retirarse ella protestó:
—Nooooo…
Él penetró de nuevo, un poco más, pero no lo suficiente. _____ gimió de frustración. Luego ahogó un sollozo al sentir que se retiraba.
Entonces él empujó hasta el fondo, estirándola hasta dejarla sin aliento. Vigilaba atentamente su expresión. Levantó las manos para entrelazar sus dedos con los de la chica.
—¿Es demasiado?
Esa combinación de ternura y posesión total la perdió. Abrió la boca para responder, pero no pudo emitir sonido alguno. Inundada por todo tipo de sensaciones que no esperaba, movió la cabeza en círculo.
—No tanto.
Él la devoró con la mirada mientras comenzaba a moverse en un ritmo que la henchía y la estiraba. Su cuerpo la reclamaba. El poder de la pasión se arremolinaba como una niebla. Oh, cómo lo deseaba, hasta el último centímetro, hasta…
Se esforzó por absorberlo, moviendo la pelvis contra la de él para recibirlo bien dentro, para estrujarlo íntimamente con cada embestida.
La respiración agitada de Nick se ajustaba a la suya. Sus dedos la ceñían. Su cuerpo brillaba de pasión. Ella jadeó al sentir el salvaje tirón del placer dentro de sí; el orgasmo llegó en oleadas. Cuando alcanzaba una cima, la siguiente la cogía por sorpresa.
Gritó en voz alta el nombre de Nick.
—Ya van tres —murmuró él. Y por fin se lanzó al abismo junto con ella.
_____ no habría podido decir cuántos minutos pasaron antes de recobrar el aliento. El corazón le palpitaba con tanta fuerza que lo notaba hasta en el cerebro. En la escala de Richter del sexo, eso habría marcado… No parecía haber cifras lo bastante altas.
«¡Joder…!» Había contado con que su vecino fuera mal amante, egoísta e insensible. En cambio la había hecho estallar. Mientras pensaba toda una sarta de maldiciones, cerró los ojos y lo empujó, como para insinuarle sin mucha delicadeza que se apartara; con un poco de suerte se iría.
Él se dejó caer a un costado.
Por suerte se estaba quieto. _____ le echó un vistazo; parecía que alguien acababa de golpearlo en la cabeza con un ladrillo. Ella no supo si alegrarse o no.
Se sentía vulnerable, increíblemente bien servida; se preguntó cuándo dejarían de temblarle las rodillas. «Sólo ha sido sexo», se dijo. Pero no sonaba a verdad. Y eso le asustó mortalmente.
Tenía que sacarlo de allí.
Por lo general, los halagos surtían un efecto mágico. Respiró hondo para calmarse.
—Has estado asombroso. Increíble. ¡Uf! —Se abanicó—. No creo tener fuerzas para acompañarte hasta la puerta.
Él se tumbó de costado para verla.
_____ no pudo sostenerle la mirada.
—¿Me estás insinuando que me vaya? —preguntó Nick con tono de incredulidad.
—Pues mira, sé que a los hombres no os gusta mucho quedaros una vez que la cosa está hecha. Y si he de serte sincera, la verdad es que me has agotado. Supongo que tú también estás cansado. O al menos deberías…
Nick rio entre dientes. Fue un sonido a la vez excitante y molesto.
—Qué.
—Te gusto más de lo que quieres admitir —denunció él, estudiándola.
—Eso querrías tú. —_____ lo miró de soslayo.
—Te cuesta creer que funcionemos tan bien juntos. Me deseas de nuevo.
Ella rio, pero su risa sonó algo desafinada, algo incómoda.
—Te doy mi palabra: no quiero volver a hacer el amor.
—¿Estás segura? —Nick le pasó el índice por la cara interior del brazo. Ya conocía algunos de sus secretos y quería descubrir el resto.
_____ se estremeció. Luego se frotó el brazo allí donde él la había tocado, como para quitarse el efecto. Su compañero sintió una extraña punzada.
—Pues bien, ¿quieres saber la verdad? En este último mes he acumulado mucha frustración. Acabas de ayudarme a eliminarla. Muchísimas gracias. Sé que tú querías lo mismo: una noche de sexo apasionado. Y aquí tienes otra verdad: no buscas más que una aventura en los barrios bajos. La próxima vez búscate a otra. No han de faltarte, sin duda.
Nick sintió una oleada de furia. Si no hubiese percibido el tinte de vulnerabilidad de sus ojos, la habría abandonado con una palabrota.
—Mis intenciones no son del todo nobles, pero no es cierto que busque sólo una aventura en los barrios bajos.
—No soy como las mujeres con las que sueles salir.
—Puede que haya estado saliendo con las mujeres que no me convenían.
—No soy el tipo de chica que puedes presentar a tus padres.
—Mis padres te aburrirían una barbaridad. Hasta a mí me aburren mortalmente muchas veces. ¿Sabes lo qué te digo, _____? Se te ha movido la tierra tanto como a mí, pero tienes miedo de reconocerlo.
Ella levantó el mentón con los ojos entornados.
—Si tuviera miedo no lo habría hecho contigo.
—Pues quizá deberías asustarte. Y yo también. Nunca lo había hecho con alguien como tú. Y algo me dice que tú tampoco.
Tenía razón. _____ nunca había estado con un hombre como él, pero se cosería los labios antes que admitirlo. En ese momento necesitaba dominarse. Y eso le resultaría imposible mientras lo tuviera en su cama, desnudo.
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