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"El diablo enamorado"(Nick Jonas y Tu) Terminada
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "El diablo enamorado"(Nick Jonas y Tu) Terminada
ARRRRRRRRRRR!
LO ODIOO!
PERO LA NOVE ME ENCANTA!
PERO VA A CAMBIAR LO SE...
SIGUELA!!!!
LO ODIOO!
PERO LA NOVE ME ENCANTA!
PERO VA A CAMBIAR LO SE...
SIGUELA!!!!
Just Me! Melissa! :)
Re: "El diablo enamorado"(Nick Jonas y Tu) Terminada
:happy: ¡¡SIGUELAA!! :happy:
.Lu' Anne Lovegood.
Re: "El diablo enamorado"(Nick Jonas y Tu) Terminada
Chicas!! como estan?? yo super enferma!!! por eso no habia podido subirles caps :roll: pero ya estoy un poko mejor y para compesarles subire el kap kompleto ok :D espero q les guste saludos a todas y espero q esten bien :hug:
CAPITULO 4
____, que se había dormido llorando, despertó a la mañana siguiente con un terrible dolor de cabeza. En cuanto fue consciente de dónde se encontraba, la tristeza se apoderó de ella. Estaba en casa de él. Por desgracia, nada había cambiado durante la noche, de modo que tendría que pedirle que la devolviese a América. A él le bastaba con el condenado dote y la liquidación de las deudas del capitán. Podía quedárselo todo, que ella jamás llamaría de nuevo a su puerta, ni volvería a mentar su nombre. No sería difícil persuadir al vicario para que olvidase la «ceremonia» de la noche anterior. De mala gana, se levantó y buscó entre sus cosas un vestido sencillo. Al poco la sobresaltó una mujer joven de pelo rubio que asomaba por debajo de una cofia. La doncella parecía igual de sorprendida y en seguida le hizo una reverencia.
—Buenos días, señora. No esperaba que estuviese despierta tan temprano. Me llamo Sarah. Lord Darfield me ha ordenado que le sirva —dijo nerviosa.
____ nunca había tenido sirvientes, y aquello la incomodó.
—Buenos días, Sarah. ¿Serías tan amable de abrocharme estos botones y después indicarme cómo llegar al salón de los desayunos? —le propuso ____ con idéntico nerviosismo.
—Claro, señora. —Sarah se apresuró a abrocharle el vestido. —Si me lo permite, señora, es usted más joven de lo que imaginaba. Cuando nos enteramos de que lord Darfield iba a casarse, ¡cielos!, no nos lo podíamos creer, jamás me ha parecido de los que se casan. Lleva solo tantos años, ¿sabe?, y siempre prefiere el mar —espetó Sarah. Le dio un golpecito en la espalda a ____ para indicarle que ya había terminado. —Withers casi me había convencido de que era usted poco agraciada —prosiguió mientras se acercaba a la cama para retirar las sábanas. —Me dijo que mi señor no se casaría salvo por dinero, y sólo las damas poco agraciadas tienen dinero. La verdad, no sé por qué le hago caso.
— ¿Withers? —A la vez que se preguntaba qué necio llegaría a una conclusión tan ridícula, pensó que el nombre le resultaba familiar.
—El el jardinero jefe, señora.
Al oír aquello, ____ se irguió. Nunca había disfrutado tanto como cuidando de su jardín en Virginia.
— ¿El jardinero jefe? ¿Es que hay más de uno?
—Ah, si, por supuesto, señora. Hay tres, y también peones.
— ¿Tres?
—Ésta es una casa grande, señora, con jardines grandes, sólo que no se ven con tanta nieve. En primavera, tendrá una vista preciosa desde su ventana. En invierno, Withers se mete en el invernadero. Si quiere, se lo enseño.
—Había pensado en desayunar con lord Darfield —repuso ____ tímidamente.
Más le valía hacer frente a su situación cuanto antes en lugar de explorar una finca que tenía intención de abandonar de inmediato, por magnífica que fuese.
—Ay, señora, el señor ya ha salido. Desayuna muy temprano cuando está en la casa; sale antes de que amanezca. —Sarah soltó una risita tontorrona. —A la cocinera no le gustan mucho las mañanas. Se pone muy nerviosa cuando llega él. Dice que desayunar tan temprano no es bueno para el organismo. Lleva toda la mañana protestando. No estaría tan enfadada si el señor no la hubiese despertado en plena noche para preguntarte dónde se guardaba el queso.
____ no cayó en que Nicholas había pasado la noche en vela.
— ¿Lord Darfield se ha marchado?
—Hace una hora, señora, con lord Hunt.
____ se sintió muy decepcionada. Necesitaba urgentemente poner fin a aquel asunto tan feo. Al menos podía haberle dicho cuándo iban a tener ocasión de volver a hablar, si es que tenía intención de volver a hablar con ella. Sarah terminó de hacer la cama e, irguiéndose, miró detenidamente a ____.
—Cielos, es usted muy hermosa, señora. ¡Lo sorprendido que se va a quedar Withers!
Azorada, ____ se encogió de hombros y se dirigió a la puerta.
Sarah se le adelantó animosa.
—Desharé sus baúles lo primero de todo —declaró mientras abría la puerta y le hacia un gesto para que pasase antes que ella.
El pasillo podía haber servido de salón de baile de lo ancho que era. El día anterior, ____ no había observado que era muy parecido al de la planta baja, con mesitas pequeñas y jarrones de flores recién cortadas a ambos lados. Abundaban también las pinturas, así como los artefactos de épocas antiguas Sarah, que iba delante de ella, le señaló una puerta grande de roble al otro lado del descansillo.
—Ése es su salón, señora, y ésa es la biblioteca.
— ¿La biblioteca? Creí que estaba abajo.
—Sí, señora, la biblioteca principal está abajo. Ésta es su biblioteca. —____ miró perpleja a la doncella. —El señor ha ordenado que tenga usted sus propias habitaciones. Su biblioteca aún no tiene muchos libros, pero Sebastián me ha dicho que puede comprar usted los que quiera. —La chica arrugó la nariz y le susurró: —las lecturas del señor son un poco complicadas para una dama, están en latín y cosas así.
A ____ le dio un vuelco el corazón. No debía preocuparse, al contrario, debía estar feliz. No quería estar con él, aunque le dolía que hubiese planificado una vida completamente independiente para ella. Pretendía que ella habitase la primera planta mientras él ocupaba la planta baja.
—Menudo arrogante —musitó.
Los ojos claros de Sarah se abrieron mucho cuando oyó aquel comentario.
— ¿Cómo dice, señora?
— ¿Supongo que debo comer y dormir aquí sola, como una prisionera? —inquino sin esforzarse por ocultar su amargura.
Las pálidas mejillas de Sarah se sonrojaron levemente.
—Bueno, no, señora. El comedor está en la planta baja y, como es lógico, los aposentos del señor están junto a los suyos.
____ no se esperaba aquello y, de pronto, recordó la puerta de su cuarto que daba a otro dormitorio. ¿Habría dormido Nicholas allí aquella noche mientras ella lloraba hasta caer rendida? Apartó la mirada de inmediato y, con el fin de poder recomponerse, fingió examinar un valioso jarrón chino. A veces era tan es tupida... ¿Cómo no iban a estar los aposentos de él junto a los de ella? Para eso sí que la quería. Buscaba el ayuntamiento carnal necesario para engendrar un heredero. Aparte de eso, no quería tener que ver con ella. ¿Cuándo exactamente debía esperar que eso sucediera? ¿Antes o después de que volviese a hablar con ella? ¿Irrumpiría en su cuarto alegando que también ella le pertenecía, como la casa, el cuarto y la puerta?
Mientras seguía a Sarah por la espléndida escalera de caracol hasta la planta baja, ____ tuvo que detenerse varias veces y pestañear para deshacerse de las lágrimas de frustración que le impedían ver dónde pisaba. Delante de ella, Sarah cotorreaba, señalando aquí y allá para familiarizarla con el entorno. Sin embargo, no oía nada, la realidad de su triste situación la abrumaba tanto que no podía concentrarse.
Una vez en la planta baja, Sarah se acercó a la estancia del último rincón y, cuando ____ cruzó el umbral, la encontró ocupada en el aparador con Jones. Sebastián, el secretario del diablo, estaba sentado a la mesa, sorbiendo una taza de té. El sol, que se colaba por una ventana, iluminaba el rincón. Dominaba el centro de la sala una mesa grande y redonda, rodeada de cuatro sillas tapizadas de damasco amarillo, a juego con unos tulipanes recién cortados. El fuego calentaba la estancia desde la chimenea de mármol y, junto a una de las paredes, se había dispuesto un aparador lleno de comida. Cualquier otra mañana, en cualesquiera otras circunstancias, ____ habría disfrutado en aquella sala tan acogedora.
Le alegró ver a Sebastián; al menos a él le preocupaba su bienestar. Había ido a verla un par de veces la noche anterior, y se había mostrado terriblemente preocupado cuando ella le había pedido que se fuera. Se dijo que debía ser fuerte y respiró hondo.
—Buenos días, señor Sebastián —se obligó a decir.
Éste la recibió con una sonrisa sincera.
— ¡Milady! La veo muy descansada de su largo viaje —señaló, eludiendo hábilmente cualquier alusión a su «boda» de la noche anterior y a su solitaria noche. — ¿Quiere que Jones le sirva un poco de té?
— ¿No habrá café?
—Ah, sí. Tengo entendido que los americanos prefieren el café —observó sonriente.
____ se instaló al lado del secretario mientras el mayordomo le servía una taza de café, unas tostadas y un plato de fruta.
—El caso es que yo no soy americana, señor. He vivido allí algunos años, con mi tía, pero nací en Inglaterra, cerca de York.
—Perdóneme, señora —se disculpó Sebastián. —Con su acento, se me olvida.
—Ah, es eso. Bueno, supongo que es porque llevaba muchos años sin venir a Inglaterra.
El hombre sonrió cortés mientras ____ bebía un sorbo de café caliente. Logró evitar la arcada; una cucharilla podría mantenerse en pie dentro de aquella taza. Sebastián volvió a sonreír y despreocupadamente empezó a relatarle una anécdota sobre su sistema digestivo y el café de Oriente. Al cabo de un rato, ¬¬¬¬____ ya había empezado a sentirse a gusto con el secretario e intercambiaba anécdotas con él.
—Sarah me ha dicho que lord Darfield va a pasar el día fuera... —inquirió como si nada.
El secretario miró de reojo a la espalda de Jones antes de responder.
—Se ha ido a Brighton —contestó con desaprobación. —No estará fuera más de uno o dos días.
¡A Brighton! A ____ le sorprendió su repentino enfado y, precisamente por ello, se disgustó aún más.
— ¡No me dijo nada de que fuera a irse! —espetó. Pero lo había hecho, Le había dejado muy claro que se proponía vivir allí y dejarla en Blessing Park, pero ¿iba a marcharse sin siquiera un frio adiós o un merecido «te lo advertí»?
—El señor tiene un barco en el puerto de allí y algunos negocios que atender. Negocios ineludibles —le aclaró Sebastián.
____ apartó el plato de fruta y se arrellanó en la silla, toqueteando sin darse cuenta la servilleta que tenía en el regazo. El que la hubiese abandonado al día siguiente de la boda la enfurecía. Puede que la despreciase, pero que la dejase como a una fulana, sin mediar palabra, le parecía intolerable. ¡No sólo era un imbécil arrogante, sino también un libertino!
CAPITULO 4
____, que se había dormido llorando, despertó a la mañana siguiente con un terrible dolor de cabeza. En cuanto fue consciente de dónde se encontraba, la tristeza se apoderó de ella. Estaba en casa de él. Por desgracia, nada había cambiado durante la noche, de modo que tendría que pedirle que la devolviese a América. A él le bastaba con el condenado dote y la liquidación de las deudas del capitán. Podía quedárselo todo, que ella jamás llamaría de nuevo a su puerta, ni volvería a mentar su nombre. No sería difícil persuadir al vicario para que olvidase la «ceremonia» de la noche anterior. De mala gana, se levantó y buscó entre sus cosas un vestido sencillo. Al poco la sobresaltó una mujer joven de pelo rubio que asomaba por debajo de una cofia. La doncella parecía igual de sorprendida y en seguida le hizo una reverencia.
—Buenos días, señora. No esperaba que estuviese despierta tan temprano. Me llamo Sarah. Lord Darfield me ha ordenado que le sirva —dijo nerviosa.
____ nunca había tenido sirvientes, y aquello la incomodó.
—Buenos días, Sarah. ¿Serías tan amable de abrocharme estos botones y después indicarme cómo llegar al salón de los desayunos? —le propuso ____ con idéntico nerviosismo.
—Claro, señora. —Sarah se apresuró a abrocharle el vestido. —Si me lo permite, señora, es usted más joven de lo que imaginaba. Cuando nos enteramos de que lord Darfield iba a casarse, ¡cielos!, no nos lo podíamos creer, jamás me ha parecido de los que se casan. Lleva solo tantos años, ¿sabe?, y siempre prefiere el mar —espetó Sarah. Le dio un golpecito en la espalda a ____ para indicarle que ya había terminado. —Withers casi me había convencido de que era usted poco agraciada —prosiguió mientras se acercaba a la cama para retirar las sábanas. —Me dijo que mi señor no se casaría salvo por dinero, y sólo las damas poco agraciadas tienen dinero. La verdad, no sé por qué le hago caso.
— ¿Withers? —A la vez que se preguntaba qué necio llegaría a una conclusión tan ridícula, pensó que el nombre le resultaba familiar.
—El el jardinero jefe, señora.
Al oír aquello, ____ se irguió. Nunca había disfrutado tanto como cuidando de su jardín en Virginia.
— ¿El jardinero jefe? ¿Es que hay más de uno?
—Ah, si, por supuesto, señora. Hay tres, y también peones.
— ¿Tres?
—Ésta es una casa grande, señora, con jardines grandes, sólo que no se ven con tanta nieve. En primavera, tendrá una vista preciosa desde su ventana. En invierno, Withers se mete en el invernadero. Si quiere, se lo enseño.
—Había pensado en desayunar con lord Darfield —repuso ____ tímidamente.
Más le valía hacer frente a su situación cuanto antes en lugar de explorar una finca que tenía intención de abandonar de inmediato, por magnífica que fuese.
—Ay, señora, el señor ya ha salido. Desayuna muy temprano cuando está en la casa; sale antes de que amanezca. —Sarah soltó una risita tontorrona. —A la cocinera no le gustan mucho las mañanas. Se pone muy nerviosa cuando llega él. Dice que desayunar tan temprano no es bueno para el organismo. Lleva toda la mañana protestando. No estaría tan enfadada si el señor no la hubiese despertado en plena noche para preguntarte dónde se guardaba el queso.
____ no cayó en que Nicholas había pasado la noche en vela.
— ¿Lord Darfield se ha marchado?
—Hace una hora, señora, con lord Hunt.
____ se sintió muy decepcionada. Necesitaba urgentemente poner fin a aquel asunto tan feo. Al menos podía haberle dicho cuándo iban a tener ocasión de volver a hablar, si es que tenía intención de volver a hablar con ella. Sarah terminó de hacer la cama e, irguiéndose, miró detenidamente a ____.
—Cielos, es usted muy hermosa, señora. ¡Lo sorprendido que se va a quedar Withers!
Azorada, ____ se encogió de hombros y se dirigió a la puerta.
Sarah se le adelantó animosa.
—Desharé sus baúles lo primero de todo —declaró mientras abría la puerta y le hacia un gesto para que pasase antes que ella.
El pasillo podía haber servido de salón de baile de lo ancho que era. El día anterior, ____ no había observado que era muy parecido al de la planta baja, con mesitas pequeñas y jarrones de flores recién cortadas a ambos lados. Abundaban también las pinturas, así como los artefactos de épocas antiguas Sarah, que iba delante de ella, le señaló una puerta grande de roble al otro lado del descansillo.
—Ése es su salón, señora, y ésa es la biblioteca.
— ¿La biblioteca? Creí que estaba abajo.
—Sí, señora, la biblioteca principal está abajo. Ésta es su biblioteca. —____ miró perpleja a la doncella. —El señor ha ordenado que tenga usted sus propias habitaciones. Su biblioteca aún no tiene muchos libros, pero Sebastián me ha dicho que puede comprar usted los que quiera. —La chica arrugó la nariz y le susurró: —las lecturas del señor son un poco complicadas para una dama, están en latín y cosas así.
A ____ le dio un vuelco el corazón. No debía preocuparse, al contrario, debía estar feliz. No quería estar con él, aunque le dolía que hubiese planificado una vida completamente independiente para ella. Pretendía que ella habitase la primera planta mientras él ocupaba la planta baja.
—Menudo arrogante —musitó.
Los ojos claros de Sarah se abrieron mucho cuando oyó aquel comentario.
— ¿Cómo dice, señora?
— ¿Supongo que debo comer y dormir aquí sola, como una prisionera? —inquino sin esforzarse por ocultar su amargura.
Las pálidas mejillas de Sarah se sonrojaron levemente.
—Bueno, no, señora. El comedor está en la planta baja y, como es lógico, los aposentos del señor están junto a los suyos.
____ no se esperaba aquello y, de pronto, recordó la puerta de su cuarto que daba a otro dormitorio. ¿Habría dormido Nicholas allí aquella noche mientras ella lloraba hasta caer rendida? Apartó la mirada de inmediato y, con el fin de poder recomponerse, fingió examinar un valioso jarrón chino. A veces era tan es tupida... ¿Cómo no iban a estar los aposentos de él junto a los de ella? Para eso sí que la quería. Buscaba el ayuntamiento carnal necesario para engendrar un heredero. Aparte de eso, no quería tener que ver con ella. ¿Cuándo exactamente debía esperar que eso sucediera? ¿Antes o después de que volviese a hablar con ella? ¿Irrumpiría en su cuarto alegando que también ella le pertenecía, como la casa, el cuarto y la puerta?
Mientras seguía a Sarah por la espléndida escalera de caracol hasta la planta baja, ____ tuvo que detenerse varias veces y pestañear para deshacerse de las lágrimas de frustración que le impedían ver dónde pisaba. Delante de ella, Sarah cotorreaba, señalando aquí y allá para familiarizarla con el entorno. Sin embargo, no oía nada, la realidad de su triste situación la abrumaba tanto que no podía concentrarse.
Una vez en la planta baja, Sarah se acercó a la estancia del último rincón y, cuando ____ cruzó el umbral, la encontró ocupada en el aparador con Jones. Sebastián, el secretario del diablo, estaba sentado a la mesa, sorbiendo una taza de té. El sol, que se colaba por una ventana, iluminaba el rincón. Dominaba el centro de la sala una mesa grande y redonda, rodeada de cuatro sillas tapizadas de damasco amarillo, a juego con unos tulipanes recién cortados. El fuego calentaba la estancia desde la chimenea de mármol y, junto a una de las paredes, se había dispuesto un aparador lleno de comida. Cualquier otra mañana, en cualesquiera otras circunstancias, ____ habría disfrutado en aquella sala tan acogedora.
Le alegró ver a Sebastián; al menos a él le preocupaba su bienestar. Había ido a verla un par de veces la noche anterior, y se había mostrado terriblemente preocupado cuando ella le había pedido que se fuera. Se dijo que debía ser fuerte y respiró hondo.
—Buenos días, señor Sebastián —se obligó a decir.
Éste la recibió con una sonrisa sincera.
— ¡Milady! La veo muy descansada de su largo viaje —señaló, eludiendo hábilmente cualquier alusión a su «boda» de la noche anterior y a su solitaria noche. — ¿Quiere que Jones le sirva un poco de té?
— ¿No habrá café?
—Ah, sí. Tengo entendido que los americanos prefieren el café —observó sonriente.
____ se instaló al lado del secretario mientras el mayordomo le servía una taza de café, unas tostadas y un plato de fruta.
—El caso es que yo no soy americana, señor. He vivido allí algunos años, con mi tía, pero nací en Inglaterra, cerca de York.
—Perdóneme, señora —se disculpó Sebastián. —Con su acento, se me olvida.
—Ah, es eso. Bueno, supongo que es porque llevaba muchos años sin venir a Inglaterra.
El hombre sonrió cortés mientras ____ bebía un sorbo de café caliente. Logró evitar la arcada; una cucharilla podría mantenerse en pie dentro de aquella taza. Sebastián volvió a sonreír y despreocupadamente empezó a relatarle una anécdota sobre su sistema digestivo y el café de Oriente. Al cabo de un rato, ¬¬¬¬____ ya había empezado a sentirse a gusto con el secretario e intercambiaba anécdotas con él.
—Sarah me ha dicho que lord Darfield va a pasar el día fuera... —inquirió como si nada.
El secretario miró de reojo a la espalda de Jones antes de responder.
—Se ha ido a Brighton —contestó con desaprobación. —No estará fuera más de uno o dos días.
¡A Brighton! A ____ le sorprendió su repentino enfado y, precisamente por ello, se disgustó aún más.
— ¡No me dijo nada de que fuera a irse! —espetó. Pero lo había hecho, Le había dejado muy claro que se proponía vivir allí y dejarla en Blessing Park, pero ¿iba a marcharse sin siquiera un frio adiós o un merecido «te lo advertí»?
—El señor tiene un barco en el puerto de allí y algunos negocios que atender. Negocios ineludibles —le aclaró Sebastián.
____ apartó el plato de fruta y se arrellanó en la silla, toqueteando sin darse cuenta la servilleta que tenía en el regazo. El que la hubiese abandonado al día siguiente de la boda la enfurecía. Puede que la despreciase, pero que la dejase como a una fulana, sin mediar palabra, le parecía intolerable. ¡No sólo era un imbécil arrogante, sino también un libertino!
Andrea P. Jonas:)
Re: "El diablo enamorado"(Nick Jonas y Tu) Terminada
Hacia las diez, ____ se abrigó bien y salió a pasear. Tras analizar sus circunstancias, decidió que lo mejor que podía hacer era ignorar su condenada situación y seguir adelante como lo habría hecho en circunstancias normales. No podía huir de aquella finca rural y embarcar para América; para eso tendría que esperar el regreso de su exaltado esposo. De momento, estaba atrapada en Blessing Park y, por consiguiente, debía procurar que su estancia allí fuera lo más placentera posible. El Diablo de Darfield no iba a tenerla recluida en una habitación, añorando a su tía.
Se serviría de los momentos más felices de su vida para soportar la situación; los vividos en América. Cuatro mujeres a cargo de una pequeña granja disfrutaban de una libertad que ninguna de ella habría tenido estando casada. Pasaban los días trabajando, y las noches reunidas en torno al fuego, entretenidas con muy diversas actividades sencillas. No salían a divertirse, no iban a la ciudad a conocer a jóvenes solteros. Se limitaban a existir. En paz, en libertad y sin limitaciones. Si quería sobrevivir a aquella horrible situación, tendría que hacer lo mismo allí. ¿Por qué no? El no estaría allí para impedírselo; además, por lo visto, le daba igual lo que hiciese con su tiempo.
____ salió a la nieve que cubría la gran entrada circular, declinando ruborizada las propuestas de ayuda de diversos criados a los que parecía alarmarles el simple hecho de que saliese. Los tranquilizó a la vez que se presentaba y les preguntaba su nombre. Mirándose con recelo unos a otros, le contestaron de mala gana. Luego les pidió que le enseñaran el trabajo que hacían en la finca.
A continuación entró en las cuadras, donde los mozos se miraron incómodos al verla acariciar a los caballos y acercarse a una vaca lechera preñada para darle una palmadita cariñosa en el vientre abultado.
Otros criados, que habían seguido a su nueva marquesa con gran curiosidad, la convencieron de que no podían enseñarle los jardines de la finca debido a la nieve. Además, se negaron en redondo a llevarla al invernadero cuando ella lo pidió, jurando que Withers les cortaría la cabeza si se atrevían a entrar siquiera.
Inmune al desaliento, ____ insistió en que después la llevasen a las perreras. El responsable de las mismas se quedó mirando, pasmado, cómo la marquesa hacía amistad con un perro de caza mutilado por una trampa. El señor había ordenado que lo sacrificaran, le comentó el hombre, pero ____ descartó horrorizada la idea. El perro tullido no tardó en empezar a seguirla a todas partes y ___ incluso llegó a anunciar que el perro se llamaría Harry en honor a un marinero de andares parecidos que ella había conocido. Ante semejante declaración, el responsable de la perrera le lanzó una mirada desesperada al mozo de cuadra. Lord Darfield jamás, en ninguna circunstancia, le había puesto nombre a sus perros.
Tras pasar la mañana con los animales y con un grupo de sirvientes encantados pero confusos, la joven decidió visitar el invernadero por su cuenta. Se rió de sus advertencias y, con un gesto desenfadado y la promesa de regresar (viva, les aseguró), se dispuso a cruzar la inmensa extensión de un espléndido paisaje invernal que, sin duda, escondía los jardines. Parecía ocupar varios acres. Un muro alto de arbustos recortados en forma de diversas figuras bordeaba todo el jardín. Amplios senderos permitían el acceso entre parcelas perfectamente arregladas. Al fondo, había dos grandes extensiones de césped con bancos de hierro que acotaban su perímetro. ____ estaba segura de no haber visto en su vida algo tan magnífico e imaginó que debía de ser espectacular en plena floración.
Exclamó satisfecha al entrar en el invernadero. La recibió una explosión de color: rosas en flor, margaritas, geranios, gardenias y tulipanes por todas partes. Tremendamente complacida, ____ acarició un pétalo de una rosa de un blanco prístino.
— ¡Eh, tú, no toquetees mis rosas! —bramó una voz grave.
Al volverse, ____ se encontró con uno de los hombres más grandes y más feos que había visto en su vida. Tenía una gruesa mata de pelo cano en lo alto de su enorme cabeza. Sus ojos redondos y pequeños la miraron furiosos entre numerosas arrugas. Tenía la nariz muy desfigurada, y los labios gruesos y húmedos. Sus manos, apoyadas en la pala que tenía delante, eran descomunales. La camisa y el chaleco estaban a punto de reventarle por la presión de su inmenso pecho y su enorme barriga.
____ lo reconoció de inmediato; recordaba con mucho cariño al primer compañero de su padre. Siempre había tenido una apariencia severa, pero un corazón tan grande como el océano.
— ¡Withers! —gritó contenta y lo abrazó con vehemencia.
Sorprendido, éste dejó caer la pala y retrocedió tambaleándose.
— ¡Venga ya! —protestó él, zafándose de ____.
—Withers, ¿no me reconoces? ¡Soy _________!
— ¿Quién? —Le escudriñó la cara, luego, muy despacio, una sonrisa poco habitual empezó a dibujarse en sus labios—. Pero ¿cómo? ¿La pequeña _________? ¿El terror de altamar?
Riendo, ella asintió enérgicamente con la cabeza.
— ¡La misma! ¡Ay, Withers, cuánto me alegra volver a verte!
Un rubor fue instalándose poco a poco en las mejillas rollizas del jardinero.
— ¿No serás tú la que se ha casado con lord Darfield? —preguntó vacilante.
____ se estremeció.
—Eh... Bueno... En realidad, sí —confesó con toda la alegría de que fue capaz.
—Vaya. He oído decir que se casaba, pero no tenía ni idea de que... —Observó pensativo. —Jamás pensé que fuera a ser testigo de algo así. No, señor, en mi vida lo habría imaginado —se maravilló, riendo. —Cuando no eras más que una cría, al marqués no le importabas nada. Siempre andabas detrás de él. Creo que, si tu padre no te hubiera bajado del barco, ¡el pobre hombre habría terminado saltando por la borda! —Rió.
La joven notó que se sonrojaba de vergüenza. Que le confirmaran que él la había detestado, aún entonces, le resultaba humillante.
— ¡Eso fue hace mucho tiempo! —declaró con voz temblorosa.
—Sí, ciertamente. Mírate ahora, muchacha. ¡Io más hermoso que he visto nunca! —señaló con cariño. Luego su gesto se tornó sombrío. —Ahora bien, señorita _________, yo no trabajo de sol a sol para que llegues tú y me estropees las flores toqueteándolas.
—Lo siento mucho, Withers, ¡es que son tan bonitas...! —exclamó ____.
Las mejillas carnosas del hombre se agitaron como la gelatina cuando meneó la cabeza para expresar su absoluto desacuerdo.
—Me da igual que seas la reina de Inglaterra, ¡no puedes tocar mis flores sin permiso!
____ no pudo evitar sonreír de oreja a oreja. Siempre había admirado a aquel viejo cascarrabias, y su tenaz protección de los jardines era algo que entendía muy bien.
—No volveré a tocarte las flores sin permiso, Withers —le concedió ella.
—Más te vale no hacerlo —murmuró él y pasó por delante de ella para examinar la rosa que había tocado. Satisfecho al ver que no se había estropeado, se volvió y le echó un vistazo de arriba abajo. — ¿De modo que ahora eres la marquesa?
—Supongo.
—No me lo esperaba.
—Ya me lo has dicho.
Withers alzó una enjuta ceja cana.
— ¿Aún sabes hacer tallas?
—Hace mucho que no lo hago, pero no creo que se me haya olvidado. ¿Y tú, aún sabes? —lo pinchó.
Withers frunció el cejo.
—Pues claro —refunfuñó, luego cogió la pala y empezó a avanzar por el pasillo de gravilla. ____ lo siguió de cerca.
— ¿Sabes, Withers? Yo podría ayudarte aquí —sugirió esperanzada mientras se detenía a examinar las hojas pálidas de una hiedra que colgaba del techo.
—Aquí no dejo entrar a nadie. Bailey y Hans llevan mucho tiempo conmigo —se apresuró a responder.
—Tendré mucho cuidado. Tengo experiencia, ya lo sabes. Tuve un jardín bastante grande... Bueno, no tan grande como éste, claro, pero grande para el estándar de Virginia. También estaba precioso.
Withers descansó el peso de su cuerpo en una sola cadera y apoyó sus grandes manos en la pala.
—Virginia no tiene el mismo clima. Aquí se cultivan las rosas casi todo el año. Son de una variedad muy resistente y no voy a permitir que ningún aprendiz las debilite.
—Claro que no —concedió alegre.
—No son fáciles de cultivar. Cuesta trabajo.
—Por supuesto. Mucho trabajo.
—Tampoco se puede hacer a ratos. Hay que tener constancia.
—SI, naturalmente. Hay que ser muy constante. Llueva o haga sol, necesitan sus cuidados.
Withers se rascó la espesa mata de pelo cano mientras la miraba.
—Bueno —gruñó. —Igual te dejo que vengas a verme, pero tendrás que hacer lo que te digamos Hans y yo. Y no le hagas ni caso a Bailey; es tan simple que vete a saber qué te pedirá que hagas.
—Lo prometo —dijo ____con una sonrisa de oreja a oreja. La aspereza del semblante de Withers se desvaneció y él se irguió.
—Tengo que trabajar. No toques nada, ¿eh? —murmuró mientras se alejaba.
____ sonrió a aquella inmensa espalda que se alejaba y, contenta, empezó a explorar todo el invernadero, con muchísimo cuidado de no tocar nada, era consciente de que Withers la observaba de cerca, como lo había hecho a bordo del barco de su padre durante tantos años, sin decir nunca una palabra. Cuando ____ al fin decidió volver a la casa, el jardinero apareció de pronto a la puerta del invernadero y le plantó delante una rosa blanca.
—Toma —dijo, luego se alejó.
____ sonrió cariñosa mientras la olía. Aquel aroma celestial le produjo un efecto sedante. Allí dentro, podía olvidar sus circunstancias, olvidar que Nicholas, por lo visto, la había detestado incluso de niña. Pero no quería pensar en eso. Se había organizado el día para no tener que pensar en él y, de momento, le había ido muy bien. No iba a empezar de repente. Colocándose la rosa detrás de la oreja, volvió a la casa, decidida a redecorar aquella horrenda estancia a la que llamaban salón.
Nicholas no regresó, como se esperaba, y a ____ le vino muy bien. Los siguientes días pasaron volando mientras se deleitaba explorando su entorno. Se acercaba a los establos todas las mañanas con su perro tullido, Harry, pisándole los talones, y al final consiguió que el mozo de cuadras le prometiera que le enseñaría a montar a uno de los fabulosos caballos. Aunque había pasado algunos ratos a lomos de una mula en Virginia, nunca había aprendido a montar, pero suponía que no podía ser muy distinto. También se interesó por la vaca lechera preñada. Le pidió al muchacho que atendía la lechería que la avisara cuando el animal se pusiera de parto. A fin de cuentas, ella había ayudado a traer al mundo a otros terneros y podían contar con su ayuda cuando llegase el momento. El lechero se había puesto pálido cuando ____ se había ofrecido voluntaria, pero le había dado su palabra de honor.
Por las tardes, ____ visitaba el invernadero. Withers le había asignado una sección pequeña de rosas para que trabajara con ellas, bajo su estricta supervisión, claro. Todos los días aparecía con una falda negra, una sencilla blusa blanca y un sombrero de paja atrozmente decorado que se asemejaba a una especie de cesta de fruta desfigurada. Le explicaba con paciencia a todo aquel que se extrañaba de verlo que se lo había hecho su prima Demi expresamente y, por eso, no le quedaba más remedio que ponérselo, aun sabiendo que era horrendo.
A mitad de semana empezó a hacer un tiempo más cálido y seco, y decidió explorar Blessing Park. Aquellas tierras eran las más hermosas que hubiese visto: abundaban las exuberantes alfombras de hierba y los árboles altos y majestuosos. Más allá de los muros de aquel extenso jardín había un pequeño lago y un mirador y, detrás de aquél, unos montes de suave pendiente se vertían sobre el valle. Un día, mientras exploraba los alrededores, ____ se tropezó con las ruinas de un castillo y pasó los dos días siguientes sondeando todos sus rincones y recovecos mientras Harry dormía al sol.
A veces incluso imaginaba al Nicholas de sus recuerdos merodeando por aquellas ruinas. Por más que lo intentaba, no lograba olvidar el anhelo que había sentido durante años, la imagen de aquel hombre, tan indisoluble del hombre real. El Nicholas de verdad se parecía al de sus recuerdos, se movía como él e incluso sonaba como él, pero las palabras que salían de su boca no encajaban en su recuerdo. Por suerte, en las ruinas, podía sustituir aquellas palabras desalmadas por las que ella quisiera.
Por la noche, tras una cena temprana, ____ se retiró a su nuevo salón. Siempre llevaba a Sarah con ella, a veces incluso a la cocinera, y juntas pasaban las horas de forma muy similar a como ella lo había hecho en Virginia. Cuando una tarde dos doncellas más jóvenes le habían traído la ropa limpia y los periódicos de la semana de Londres, ____ les había insistido en que se quedaran. Al final de la semana, ____ se había convertido en la anfitriona de un salón lleno de sirvientas de Blessing Park.
Intentaron en vano enseñarle a coser. Osadamente, ____ empezó a bordar una imagen de Blessing Park para un biombo. Ninguna de las criadas fue capaz de insinuarle que se le daba fatal. Cuando se cansaba de coser, hacía reír a las otras leyéndoles los chismorreos escandalosos de los periódicos londinenses. O les leía alguno de los libros de historia de su cuarto o de su biblioteca privada. Al parecer, al Todopoderoso Darfield le gustaba comprar carísimos volúmenes de historia y, en cuestión de días, las mujeres estaban perfectamente familiarizadas con la histona de Persia.
También tocaba el violín para ellas. La primera vez que ____ había sacado el instrumento, les había dicho que era una solista bastante mediocre en comparación con los grandes virtuosos y que no sabía cantar ni tocar el piano como era de esperar. Sin embargo, las bellas notas que brotaban de aquellas cuerdas dejaron atónitas a las mujeres e hicieron que a Sarah se le saltasen las lágrimas. Todas las noches después de aquella, su deliciosa música se propagaba por la casa, y Sebastián, Jones y el asistente personal del señor, Damon, no tardaron en rondar el pasillo, extasiados, a veces en compañía de algún lacayo. Sebastián observó una mañana que no había nada que le gustase más al marques que la música, a lo que ____ había respondido arrugando la nariz (habría jurado que no tenían nada en común).
Pasaron algunos días más y el Diablo de Darfield seguía sin aparecer. ____ se sentía orgullosa de sí misma por haber logrado casi olvidar al rey de la grosería e instalarse cómodamente en el mundo que había creado para sí misma. Su existencia sencilla y bucólica iba gustándole más y más con el paso de los días. Empezaba a relajarse por primera vez desde su llegada a Inglaterra y decidió que podría vivir a gusto en Blessing Park si se veía obligada a hacerlo. Se convenció de que la ausencia de un marido cariñoso (y, claro, de hijos) no le resultaría tan difícil de soportar como temía, mientras tuviese Blessing Park y los múltiples entretenimientos que aquella finca le ofrecía.
Una mañana recibió dos cartas. La primera, para su deleite y sorpresa, era de su primo segundo, Galen Carrey. Aunque llevaba años sin saber de él, reconoció en seguida su letra. Emocionada de recibir una nota de su queridísimo (y único) primo varón, ____ bailó por el salón antes de romper el sello de lacre.
Querida ____:
¿Cómo te encuentras? Tenía previsto ir a verte a América, pero me enteré del repentino fallecimiento de tu padre justo antes de partir. Me entristece mucho la noticia, porque apreciaba mucho al capitán, casi tanto como a mi propio padre, que en paz descansen los dos. Tía Nan me dijo que te ibas a Inglaterra. Como mis negocios me han retenido en el continente hasta la fecha, no he tenido ocasión de ir a verte a pesar de lo mucho que deseo hacerlo.
No obstante, mis circunstancias han cambiado y muy pronto estaré de nuevo en las verdes costas de Inglaterra. Me gustaría mucho verte, tengo muchísimas cosas que contarte. Confío en que al recibo de esta misiva, te encuentres bien y espero ilusionado nuestro próximo encuentro.
Con cariño, tu primo Galen.
Ella se entusiasmó ante la perspectiva de una visita de Galen. Lo recordaba con mucho afecto. Hijo de un primo de su padre, si no recordaba mal, apenas unos años mayor que ella, había pasado algunos veranos a bordo del Dancing Maiden. Lo adoraba, siempre había estado muy pendiente de ella, sobre todo en aquellos largos viajes a Oriente. Había sido Galen quien le había dado su primer y prácticamente único beso a la luz de la luna, en el océano Índico. Suspiró al recordarlo, preguntándose distraída por qué no habría sabido nada de él en los últimos años.
Se encogió de hombros, contenta, mientras tomaba la segunda carta, que era de una vecina, lady Haversham, que los invitaba a ella y a lord Darfield a una comida el domingo, después del servicio religioso. Encantada, ____ les respondió que, si no les importaba, iría sola, porque su marido estaba de viaje.
Cuando el domingo llegó a la puerta de la casa un coche sencillo, Nicholas aún no había vuelto.
Retorciéndose las manos, Sebastián siguió a ____ a la puerta como una institutriz apurada.
—Lady Darfield, me veo en la obligación de comunicarle que al marqués no le gustará saber que ha ido a cenar a casa de los Haversham sin él. Insistió mucho en que no saliera de Blessing Park.
____ sonrió con dulzura al reflejo del secretario en el espejo mientras se ajustaba el sombrero.
—Sólo voy a misa y a una comida de amigos, Sebastián. El marqués no tiene por qué preocuparse.
— ¡Me ordeno expresamente que la retuviese en Blessing Park hasta que él tuviese el honor de presentada en sociedad!
— ¡Ja! —resopló ____ y se volvió hacia el hombre con los brazos en jarras. —Estoy segura de que, si verdaderamente quisiera tener ese honor, estaría aquí para hacerlo. ¡Créeme, no tiene motivos para oponerse! —le replicó satisfecha.
—Disculpe, lady Darfield, pero debo insistir...
____ ya había bajado los escalones hasta el vehículo que la esperaba. Con un suspiro de resignación, Sebastián se situó junto a Jones y la vio charlar amablemente con el lacayo de los Haversham, que se mostró angustiado por tan inusual familiaridad.
—Como lord Darfield no vuelva pronto, vamos a tener problemas —comentó el mayordomo con sequedad. Trató de reprimir una sonrisa cuando ____ le dio una palmadita en el brazo al lacayo antes de subirse al coche. El pobre hombre miró impotente a Jones y a Sebastián.
—La culpa será suya y sólo suya —replicó Sebastián cogiendo aire mientras el carruaje se alejaba de Blessing Park.
A los Haversham, una pareja de ancianos sin hijos, les encantó tener entre ellos a una marquesa, y más a una tan joven y guapa. A ____ le entusiasmaron sus anfitriones. Eran simpáticos y campechanos, y ____ se sorprendió hablando abiertamente de su vida mientras los Haversham la escuchaban con interés. Rieron a carcajadas con las anécdotas que les contó de su año en Egipto, donde había aprendido la vulgarísima danza del vientre. Ante la insistencia de sus anfitriones por que les hiciese una demostración, ____ accedió de mala gana, aun con la persistente sensación de estar haciendo algo muy indecoroso, y, al final de la tarde, fueron lord y lady Haversham los que ejecutaron tal danza.
Cuando volvió a Blessing Park a última hora de la noche (algo ebria, observó con tristeza Sebastián), ____ apenas podía contener su regocijo al contarle cómo se había contoneado lord Haversham, monóculo en ristre, y que lady Haversham, que no podía contonearse, había empezado a dar botes. El secretario la había escuchado cortésmente y, tras desearle buenas noches, había ido derecho a su despacho y se había servido un gran vaso de whisky bien fuerte.
Al día siguiente, los Haversham se plantaron en Blessing Park a recoger a____ para irse de excursión a Pemberheath. Una vez más, Sebastián le rogó que se quedase en casa, y una vez más ____ lo ignoró alegremente.
—Hay allí un viejo convento que quiero visitar. ¿Sabías que Simón de Monfort pasó allí quince días? —le preguntó con contagioso entusiasmo.
—SI, señora, estoy al tanto. Estoy seguro de que el convento seguirá allí cuando regrese lord Darfield. Por favor, ¿no podría posponer la visita?
—En serio, Sebastián, ¿tan ogro es que me va a negar una simple visita a un convento? —inquirió mientras se alisaba el pelo.
— ¡Ciertamente no! —respondió Sebastián sin pensarlo mucho.
— ¿Lo ves? Volveré antes de que anochezca, y no pasará nada, te lo prometo —le dijo contenta, y una vez más dio media vuelta y salió por la puerta, fingiendo no oír las persistentes objeciones del hombre.
Al cabo de varias horas y bastante después de que anocheciese, volvió ____, exhausta, y le explicó con paciencia a un atónito Sebastián por qué se había manchado de grasa el vestido. El coche de los Haversham se había topado con una carreta a la que se le había roto una rueda y que transportaba a una familia bastante numerosa. Como había varios niños pequeños en el grupo, no podían dejarlos tirados esperando ayuda, así que los Haversham les habían pedido a su cochero y a sus lacayos que subieran la carreta a un tocón para poder recolocar la rueda; al no tener fuerza suficiente, señaló ____, ella se había ofrecido a echar una mano. Tras mucho alboroto, habían conseguido recolocar la rueda. La recompensa de ____ había sido una cerveza que la familia accidentada había compartido en señal de agradecimiento con ellos. Confesó que tanto a ella como a la anciana lady Haversham, que había sujetado a la pareja de mulas durante el arreglo, les había gustado mucho aquel brebaje casero.
Mientras ____ subía cansada la escalera hacia su cuarto, Sebastián sintió que iba a desmayarse por primera vez en su vida. Confiaba desesperadamente en que lord Darfield volviese antes de que ocurriera algo que lo avergonzara más que lo que ya había sucedido.
A última hora de la noche, dos semanas después de su partida de Blessing Park, Nicholas entró al galope en Pemberheath y se detuvo en la posada del pueblo para beber algo que le aclarase el polvo de la garganta. Pasó al salón y se dirigió amablemente a sus arrendatarios, que lo recibieron con gran entusiasmo. Se quedó algo perplejo; su alegría de verlo era mayor que nunca y, sin duda, mucho mayor de lo que era de esperar. El orondo posadero se limpió las manos en el delantal manchado y le sirvió en seguida la cerveza que Nicholas había pedido.
— ¡Lord Darfield! Ya hacía tiempo que no nos obsequiaba con su presencia —dijo con voz ronca y el rostro sonrosado resplandeciente de alegría.
Nicholas hizo un gesto brusco con la cabeza y tiró dos monedas a la desgastada barra.
—Todo el pueblo habla de su preciosa esposa, milord. ¡Qué belleza! —prosiguió el posadero.
Nicholas paró la jarra antes de que le llegase a los labios y miró al hombre.
— ¿Mi esposa? —preguntó en voz baja.
— ¡Lady Darfield! ¡Ah, qué agradable es, milord! ¡Los muchachos aún comentan la partida! —añadió el hombre obeso meneando la cabeza satisfecha
Despacio, Nicholas dejó la jarra en la mesa.
— ¿Qué partida?
—La de dardos. Uno de sus puntos fuertes, ¿no le parece? Después de su primera noche aquí, los muchachos..., bueno, querían saber si había sido sólo suerte o se trataba de verdadero talento. En mi vida he visto nada igual, ¡cómo se puso en la línea e hizo diana sin pestañear siquiera! Cuando volvió, los chicos no la dejaron en paz hasta que aceptó jugar la revancha. Habría ganado también si Lindsay no hubiese hecho diana en el último momento —observó jovial.
Nicholas no podía creer lo que acababa de oír, debía de tratarse de algún error. Un terrible error.
— ¿Insinúas que mi mujer ha estado aquí jugando a los dardos? —preguntó sin alterarse.
La sonrisa permanente del posadero se esfumó.
—Sí, ha estado aquí, en compañía de lord Haversham, milord —replicó indignado
— ¿Con los Haversham? ¿Aquí? —inquirió Nicholas casi sin aliento.
El posadero frunció el cejo y alzó la papada.
—Sí, con los Haversham. Ya han estado aquí otras veces, milord —replicó con arrogancia.
Nicholas no daba crédito No había pasado años de su vida recuperando el buen nombre de su familia para que aquella niña malcriada lo destruyera relacionándose con marineros y jugando a los dardos. No sabía a quién iba a estrangular primero: a Sebastián, a quien había dado instrucciones precisas de que vigilase a ____ en todo momento, o a los Haversham, por llevarla a Pemberheath, ¡O a esa niña malcriada, su preciosidad de mujer cuyo fuerte eran los dardos! Apuró la cerveza y salió de la posada sin mediar palabra, ignorando la mirada contrariada del posadero.
Condujo despiadadamente a su caballo, Samson, a Blessing Park, incapaz de contener la ira. Se había marchado a la mañana siguiente de su noche de bodas porque no había podido pegar ojo, pensando en aquella mujer increíblemente hermosa que estaba al otro lado de la puerta, llorando. Su sabor y lo que sentía al estrecharla en sus brazos no se habían esfumado y eso lo había alarmado. Pero había sido imbécil de marcharse, porque ¡no podía confiarse en aquella niña malcriada! En las dos semanas que había estado fuera, había recuperado el control de sí mismo (con cierta dificultad) y estaba preparado para hacerle frente de nuevo. Controlaba tan bien sus emociones inusualmente alborotadas que estaba listo para el rapapolvo que le esperaba por haberla dejado. Claro que las tornas habían cambiado. De pronto era él quien le iba a echar un rapapolvo a ella por haber pasado el rato en una posada como una cualquiera, jugando a los dardos.
Mientras recorría el camino que conducía a la casa, lo alivió ver sólo unas pocas luces. Si la mayoría de los criados se había retirado a sus cuartos, podría estrangularla sin interrupciones. Bajó del caballo de un salto, ignorando al mozo que salió a su encuentro. Entró airado en la casa, le entregó a un lacayo el sombrero, los guantes y la fusta, y respondió al saludo de éste con un mero movimiento de cabeza. Sin decir una palabra, se dirigió aprisa al despacho verde y abrió la puerta.
Dentro se encontraba Sebastián, sentado, con la cabeza entre las manos.
— ¿Dónde está? —preguntó Nicholas bruscamente. El hombre levantó la vista e hizo una mueca.
—Buenas noches, milord. Cuánto me alegro de que haya vuelto...
— ¿Dónde está, Sebastián?
—En su salón, milord.
Nicholas miró a su secretario con un odio tal que éste se estremeció.
—Dejé bien claro que no quería que saliese de Blessing Park hasta mi regreso, de modo que estoy seguro de que tienes una explicación perfectamente razonable de por qué ha estado rondando Pemberheath con los Haversham, ¿no es así, Sebastián?
Este se derrumbó:
—Le juro por mi difunta madre que he hecho cuanto he podido —se excusó hastiado. Nicholas arqueó una ceja ante el comentario de su secretario, de natural bastante apático. Sebastián miró con cautela a su señor. —Verá, milord, al fin, hoy ha parido la vaca, y los Haversham, que, como es lógico, se habían contagiado del entusiasmo de la señora por el inminente nacimiento, han seguido muy de cerca los progresos. Sin que yo lo supiese, ha mandado decir a lady Haversham esta mañana que, si de verdad le interesaba asistir al parto, algo en lo que, por lo visto, lady Darfield está muy versada, que viniese en seguida. Pues bien, lady Haversham ha venido y entre las dos han ayudado a la vaca lechera a tener un ternero sano, y ahora, naturalmente, lo están celebrando —señaló atemorizado.
— ¡Naturalmente! —bramó Nicholas. —Como me estés diciendo lo que creo que me estás diciendo, me voy a pensar seriamente el mandarte en el La Belle como grumete la semana que viene.
—He hecho cuanto he podido, milord —gruñó Sebastián, —pero ella es... muy voluntariosa a veces, y lo cierto es que disfruta tanto de los pequeños placeres de la vida que a uno se le hace verdaderamente difícil resistirse a ella...
—Dejando a un lado, por un momento, el hecho de que es marquesa y, por consiguiente, se espera que respete ciertas normas de conducta, confío en que no hayas pasado por alto que, además es una mujer joven. ¿Insinúas que no está en tus manos el evitar que una mujer joven vaya por ahí atendiendo a vacas parturientas y jugando a los dardos? —preguntó el marqués con mordacidad.
—O cambiando ruedas de carreta —musitó el hombre compungido.
Nicholas apretó con fuerza la mandíbula para no estallar. La angustia de Sebastián era patente. Su secretario, que llevaba con él toda la vida, que siempre había sido tan condenadamente imperturbable, estaba diciéndole ¡que no había sido capaz de controlar a una jovencita! Suspiró y trató de ser un poco compasivo.
A fin de cuentas, ____ era una niña malcriada. Nadie lo sabía mejor que él.
—Quiero verla inmediatamente después de desayunar, Sebastián. ¿Crees que podrás persuadirla para que me complazca en eso?
Sebastián suspiró hondo.
—Sin duda, lo intentaré, milord —murmuro descorazonado.
El marqués hizo un gesto brusco con la cabeza.
—Y ahora, si me disculpas, me gustaría bañarme y acostarme —espetó, y salió del despacho. Una vez solo, el secretario apuró su oporto y se dejó caer agotado en los cojines de su silla.
Cuando Nicholas puso el pie en el último peldaño de las escaleras, le pareció oír una risa contenida. Se detuvo en seco y escuchó un instante, pero no oyó nada. Meneando la cabeza, enfiló el camino a sus aposentos, y entonces volvió a oírlo: provenía de la biblioteca que tenía justo delante. Escuchó detenidamente y pudo oír unas risas femeninas tras la robusta puerta de roble. Por lo visto, la niña malcriada había organizado una velada allí.
Impulsivamente llamó con los nudillos. Se hizo el silencio, luego se oyó el frufrú de un vestido. Cada vez más furioso, llamó con mayor vehemencia. La puerta se abrió un poco, sólo una rendija, y ____ asomó por ella con sus risueños ojos violeta y una sonrisa en los labios que se esfumó de inmediato al verlo a él.
— ¿Te lo estás pasando bien? —le preguntó él con frialdad.
La joven pestañeó sorprendida.
—Eh…, bueno, sí... gracias. No... no... te esperábamos.
—Eso es evidente —observó él con sarcasmo, e introdujo el pie entre la puerta y el marco.
— ¿Se te ofrece algo? —preguntó ella con cautela.
—Tú y yo vamos a tener una charla por la mañana, señorita —respondió cortante.
— ¡Ah, muy bien! —dijo ella cortésmente, luego sonrió encantadora. Tan potente era el efecto de aquella sonrisa en él que igual podía haberle dado un puñetazo en el estómago.
Nicholas tragó saliva y se asomó un poco, intentando averiguar con quién estaba. Apoyó la mano en la puerta y empujó levemente, pero ____ mantuvo su posición.
— ¿Qué estás haciendo? —quiso saber.
____ miró un instante por encima de su hombro, luego se volvió a él y lo miró de nuevo.
—Nada de interés. Estamos cosiendo.
— ¿Quiénes «estamos»? —preguntó Nicholas mientras volvía a empujar, esa vez logrando abrir la puerta un poco más. ____ retrocedió un paso, pero no se retiró de la puerta. —Pues está... está Sarah. Sí, Sarah. Y también lady Haversham. Y luego hemos invitado a la cocinera... —rió nerviosa.
« ¿A la cocinera?» Atónito, Nicholas logró interponer un hombro entre la puerta y el marco y se asomó dentro. Lo sorprendió inmensamente lo que encontró allí. Sarah estaba sentada con las piernas cruzadas en un butacón, con la cabeza inclinada sobre su labor de costura, como si fuese de lo más normal que una doncella pasara el rato ociosa con su señora. Para mayor sorpresa, lady Haversham estaba sentada a una mesa, y la mujer de anchas espaldas que estaba apostada frente a ella era nada más y nada menos que la cocinera.
La antigua biblioteca se había reconvertido en salón, y parecía que por allí hubiese pasado un huracán. Había papeles, libros y revistas esparcidos por todas las superficies imaginables. En el suelo, junto al sofá verde, había un costurero abierto cuyo contenido rebosaba. Había cojines tirados en el suelo y al menos una docena de velas iluminaban titilantes la estancia. Dos jarrones atestados de flores de invernadero adornaban una mesita baja situada entre las sillas. Aquella estancia tenía un algo tan femenino que no quiso entrar; le parecía casi un sanctasanctórum. Fin vez de ello, saludó secamente a lady Haversham con la cabeza.
— ¡Lord Darfield! Debo decir que ya casi empezaba a dudar de que fuera a volver con su encantadora esposa —le gritó, y lo saludo agitando un pañuelo.
—Como puede ver, señora, he vuelto —espetó él, luego miró a ____. Sus ojos violeta centelleaban como si ocultase algún secreto maravilloso.
—Espero hablar contigo mañana inmediatamente después del desayuno —le dijo muy seco.
—Sí, eso ya me lo has dicho —le contestó ella amablemente. Nicholas echó un vistazo otra vez al salón, luego se despidió con una sacudida brusca de la cabeza y retrocedió. En un momento de duda, cambió de pronto de opinión y volvió a acercarse con la intención de comunicarle exactamente a qué hora quería verla, pero ella cerró la puerta tan de prisa que le dio con ella en las narices.
— ¡Maldita sea! —masculló furioso, frotándose la frente. Se oyeron carcajadas al otro lado de la hoja, y Nicholas alzó la cabeza de pronto, creyendo sin motivo que aquellas mujeres se reían de él. — ¡Maldita sea! —volvió a mascullar mientras recorría el pasillo en dirección a su cuarto.
Se serviría de los momentos más felices de su vida para soportar la situación; los vividos en América. Cuatro mujeres a cargo de una pequeña granja disfrutaban de una libertad que ninguna de ella habría tenido estando casada. Pasaban los días trabajando, y las noches reunidas en torno al fuego, entretenidas con muy diversas actividades sencillas. No salían a divertirse, no iban a la ciudad a conocer a jóvenes solteros. Se limitaban a existir. En paz, en libertad y sin limitaciones. Si quería sobrevivir a aquella horrible situación, tendría que hacer lo mismo allí. ¿Por qué no? El no estaría allí para impedírselo; además, por lo visto, le daba igual lo que hiciese con su tiempo.
____ salió a la nieve que cubría la gran entrada circular, declinando ruborizada las propuestas de ayuda de diversos criados a los que parecía alarmarles el simple hecho de que saliese. Los tranquilizó a la vez que se presentaba y les preguntaba su nombre. Mirándose con recelo unos a otros, le contestaron de mala gana. Luego les pidió que le enseñaran el trabajo que hacían en la finca.
A continuación entró en las cuadras, donde los mozos se miraron incómodos al verla acariciar a los caballos y acercarse a una vaca lechera preñada para darle una palmadita cariñosa en el vientre abultado.
Otros criados, que habían seguido a su nueva marquesa con gran curiosidad, la convencieron de que no podían enseñarle los jardines de la finca debido a la nieve. Además, se negaron en redondo a llevarla al invernadero cuando ella lo pidió, jurando que Withers les cortaría la cabeza si se atrevían a entrar siquiera.
Inmune al desaliento, ____ insistió en que después la llevasen a las perreras. El responsable de las mismas se quedó mirando, pasmado, cómo la marquesa hacía amistad con un perro de caza mutilado por una trampa. El señor había ordenado que lo sacrificaran, le comentó el hombre, pero ____ descartó horrorizada la idea. El perro tullido no tardó en empezar a seguirla a todas partes y ___ incluso llegó a anunciar que el perro se llamaría Harry en honor a un marinero de andares parecidos que ella había conocido. Ante semejante declaración, el responsable de la perrera le lanzó una mirada desesperada al mozo de cuadra. Lord Darfield jamás, en ninguna circunstancia, le había puesto nombre a sus perros.
Tras pasar la mañana con los animales y con un grupo de sirvientes encantados pero confusos, la joven decidió visitar el invernadero por su cuenta. Se rió de sus advertencias y, con un gesto desenfadado y la promesa de regresar (viva, les aseguró), se dispuso a cruzar la inmensa extensión de un espléndido paisaje invernal que, sin duda, escondía los jardines. Parecía ocupar varios acres. Un muro alto de arbustos recortados en forma de diversas figuras bordeaba todo el jardín. Amplios senderos permitían el acceso entre parcelas perfectamente arregladas. Al fondo, había dos grandes extensiones de césped con bancos de hierro que acotaban su perímetro. ____ estaba segura de no haber visto en su vida algo tan magnífico e imaginó que debía de ser espectacular en plena floración.
Exclamó satisfecha al entrar en el invernadero. La recibió una explosión de color: rosas en flor, margaritas, geranios, gardenias y tulipanes por todas partes. Tremendamente complacida, ____ acarició un pétalo de una rosa de un blanco prístino.
— ¡Eh, tú, no toquetees mis rosas! —bramó una voz grave.
Al volverse, ____ se encontró con uno de los hombres más grandes y más feos que había visto en su vida. Tenía una gruesa mata de pelo cano en lo alto de su enorme cabeza. Sus ojos redondos y pequeños la miraron furiosos entre numerosas arrugas. Tenía la nariz muy desfigurada, y los labios gruesos y húmedos. Sus manos, apoyadas en la pala que tenía delante, eran descomunales. La camisa y el chaleco estaban a punto de reventarle por la presión de su inmenso pecho y su enorme barriga.
____ lo reconoció de inmediato; recordaba con mucho cariño al primer compañero de su padre. Siempre había tenido una apariencia severa, pero un corazón tan grande como el océano.
— ¡Withers! —gritó contenta y lo abrazó con vehemencia.
Sorprendido, éste dejó caer la pala y retrocedió tambaleándose.
— ¡Venga ya! —protestó él, zafándose de ____.
—Withers, ¿no me reconoces? ¡Soy _________!
— ¿Quién? —Le escudriñó la cara, luego, muy despacio, una sonrisa poco habitual empezó a dibujarse en sus labios—. Pero ¿cómo? ¿La pequeña _________? ¿El terror de altamar?
Riendo, ella asintió enérgicamente con la cabeza.
— ¡La misma! ¡Ay, Withers, cuánto me alegra volver a verte!
Un rubor fue instalándose poco a poco en las mejillas rollizas del jardinero.
— ¿No serás tú la que se ha casado con lord Darfield? —preguntó vacilante.
____ se estremeció.
—Eh... Bueno... En realidad, sí —confesó con toda la alegría de que fue capaz.
—Vaya. He oído decir que se casaba, pero no tenía ni idea de que... —Observó pensativo. —Jamás pensé que fuera a ser testigo de algo así. No, señor, en mi vida lo habría imaginado —se maravilló, riendo. —Cuando no eras más que una cría, al marqués no le importabas nada. Siempre andabas detrás de él. Creo que, si tu padre no te hubiera bajado del barco, ¡el pobre hombre habría terminado saltando por la borda! —Rió.
La joven notó que se sonrojaba de vergüenza. Que le confirmaran que él la había detestado, aún entonces, le resultaba humillante.
— ¡Eso fue hace mucho tiempo! —declaró con voz temblorosa.
—Sí, ciertamente. Mírate ahora, muchacha. ¡Io más hermoso que he visto nunca! —señaló con cariño. Luego su gesto se tornó sombrío. —Ahora bien, señorita _________, yo no trabajo de sol a sol para que llegues tú y me estropees las flores toqueteándolas.
—Lo siento mucho, Withers, ¡es que son tan bonitas...! —exclamó ____.
Las mejillas carnosas del hombre se agitaron como la gelatina cuando meneó la cabeza para expresar su absoluto desacuerdo.
—Me da igual que seas la reina de Inglaterra, ¡no puedes tocar mis flores sin permiso!
____ no pudo evitar sonreír de oreja a oreja. Siempre había admirado a aquel viejo cascarrabias, y su tenaz protección de los jardines era algo que entendía muy bien.
—No volveré a tocarte las flores sin permiso, Withers —le concedió ella.
—Más te vale no hacerlo —murmuró él y pasó por delante de ella para examinar la rosa que había tocado. Satisfecho al ver que no se había estropeado, se volvió y le echó un vistazo de arriba abajo. — ¿De modo que ahora eres la marquesa?
—Supongo.
—No me lo esperaba.
—Ya me lo has dicho.
Withers alzó una enjuta ceja cana.
— ¿Aún sabes hacer tallas?
—Hace mucho que no lo hago, pero no creo que se me haya olvidado. ¿Y tú, aún sabes? —lo pinchó.
Withers frunció el cejo.
—Pues claro —refunfuñó, luego cogió la pala y empezó a avanzar por el pasillo de gravilla. ____ lo siguió de cerca.
— ¿Sabes, Withers? Yo podría ayudarte aquí —sugirió esperanzada mientras se detenía a examinar las hojas pálidas de una hiedra que colgaba del techo.
—Aquí no dejo entrar a nadie. Bailey y Hans llevan mucho tiempo conmigo —se apresuró a responder.
—Tendré mucho cuidado. Tengo experiencia, ya lo sabes. Tuve un jardín bastante grande... Bueno, no tan grande como éste, claro, pero grande para el estándar de Virginia. También estaba precioso.
Withers descansó el peso de su cuerpo en una sola cadera y apoyó sus grandes manos en la pala.
—Virginia no tiene el mismo clima. Aquí se cultivan las rosas casi todo el año. Son de una variedad muy resistente y no voy a permitir que ningún aprendiz las debilite.
—Claro que no —concedió alegre.
—No son fáciles de cultivar. Cuesta trabajo.
—Por supuesto. Mucho trabajo.
—Tampoco se puede hacer a ratos. Hay que tener constancia.
—SI, naturalmente. Hay que ser muy constante. Llueva o haga sol, necesitan sus cuidados.
Withers se rascó la espesa mata de pelo cano mientras la miraba.
—Bueno —gruñó. —Igual te dejo que vengas a verme, pero tendrás que hacer lo que te digamos Hans y yo. Y no le hagas ni caso a Bailey; es tan simple que vete a saber qué te pedirá que hagas.
—Lo prometo —dijo ____con una sonrisa de oreja a oreja. La aspereza del semblante de Withers se desvaneció y él se irguió.
—Tengo que trabajar. No toques nada, ¿eh? —murmuró mientras se alejaba.
____ sonrió a aquella inmensa espalda que se alejaba y, contenta, empezó a explorar todo el invernadero, con muchísimo cuidado de no tocar nada, era consciente de que Withers la observaba de cerca, como lo había hecho a bordo del barco de su padre durante tantos años, sin decir nunca una palabra. Cuando ____ al fin decidió volver a la casa, el jardinero apareció de pronto a la puerta del invernadero y le plantó delante una rosa blanca.
—Toma —dijo, luego se alejó.
____ sonrió cariñosa mientras la olía. Aquel aroma celestial le produjo un efecto sedante. Allí dentro, podía olvidar sus circunstancias, olvidar que Nicholas, por lo visto, la había detestado incluso de niña. Pero no quería pensar en eso. Se había organizado el día para no tener que pensar en él y, de momento, le había ido muy bien. No iba a empezar de repente. Colocándose la rosa detrás de la oreja, volvió a la casa, decidida a redecorar aquella horrenda estancia a la que llamaban salón.
Nicholas no regresó, como se esperaba, y a ____ le vino muy bien. Los siguientes días pasaron volando mientras se deleitaba explorando su entorno. Se acercaba a los establos todas las mañanas con su perro tullido, Harry, pisándole los talones, y al final consiguió que el mozo de cuadras le prometiera que le enseñaría a montar a uno de los fabulosos caballos. Aunque había pasado algunos ratos a lomos de una mula en Virginia, nunca había aprendido a montar, pero suponía que no podía ser muy distinto. También se interesó por la vaca lechera preñada. Le pidió al muchacho que atendía la lechería que la avisara cuando el animal se pusiera de parto. A fin de cuentas, ella había ayudado a traer al mundo a otros terneros y podían contar con su ayuda cuando llegase el momento. El lechero se había puesto pálido cuando ____ se había ofrecido voluntaria, pero le había dado su palabra de honor.
Por las tardes, ____ visitaba el invernadero. Withers le había asignado una sección pequeña de rosas para que trabajara con ellas, bajo su estricta supervisión, claro. Todos los días aparecía con una falda negra, una sencilla blusa blanca y un sombrero de paja atrozmente decorado que se asemejaba a una especie de cesta de fruta desfigurada. Le explicaba con paciencia a todo aquel que se extrañaba de verlo que se lo había hecho su prima Demi expresamente y, por eso, no le quedaba más remedio que ponérselo, aun sabiendo que era horrendo.
A mitad de semana empezó a hacer un tiempo más cálido y seco, y decidió explorar Blessing Park. Aquellas tierras eran las más hermosas que hubiese visto: abundaban las exuberantes alfombras de hierba y los árboles altos y majestuosos. Más allá de los muros de aquel extenso jardín había un pequeño lago y un mirador y, detrás de aquél, unos montes de suave pendiente se vertían sobre el valle. Un día, mientras exploraba los alrededores, ____ se tropezó con las ruinas de un castillo y pasó los dos días siguientes sondeando todos sus rincones y recovecos mientras Harry dormía al sol.
A veces incluso imaginaba al Nicholas de sus recuerdos merodeando por aquellas ruinas. Por más que lo intentaba, no lograba olvidar el anhelo que había sentido durante años, la imagen de aquel hombre, tan indisoluble del hombre real. El Nicholas de verdad se parecía al de sus recuerdos, se movía como él e incluso sonaba como él, pero las palabras que salían de su boca no encajaban en su recuerdo. Por suerte, en las ruinas, podía sustituir aquellas palabras desalmadas por las que ella quisiera.
Por la noche, tras una cena temprana, ____ se retiró a su nuevo salón. Siempre llevaba a Sarah con ella, a veces incluso a la cocinera, y juntas pasaban las horas de forma muy similar a como ella lo había hecho en Virginia. Cuando una tarde dos doncellas más jóvenes le habían traído la ropa limpia y los periódicos de la semana de Londres, ____ les había insistido en que se quedaran. Al final de la semana, ____ se había convertido en la anfitriona de un salón lleno de sirvientas de Blessing Park.
Intentaron en vano enseñarle a coser. Osadamente, ____ empezó a bordar una imagen de Blessing Park para un biombo. Ninguna de las criadas fue capaz de insinuarle que se le daba fatal. Cuando se cansaba de coser, hacía reír a las otras leyéndoles los chismorreos escandalosos de los periódicos londinenses. O les leía alguno de los libros de historia de su cuarto o de su biblioteca privada. Al parecer, al Todopoderoso Darfield le gustaba comprar carísimos volúmenes de historia y, en cuestión de días, las mujeres estaban perfectamente familiarizadas con la histona de Persia.
También tocaba el violín para ellas. La primera vez que ____ había sacado el instrumento, les había dicho que era una solista bastante mediocre en comparación con los grandes virtuosos y que no sabía cantar ni tocar el piano como era de esperar. Sin embargo, las bellas notas que brotaban de aquellas cuerdas dejaron atónitas a las mujeres e hicieron que a Sarah se le saltasen las lágrimas. Todas las noches después de aquella, su deliciosa música se propagaba por la casa, y Sebastián, Jones y el asistente personal del señor, Damon, no tardaron en rondar el pasillo, extasiados, a veces en compañía de algún lacayo. Sebastián observó una mañana que no había nada que le gustase más al marques que la música, a lo que ____ había respondido arrugando la nariz (habría jurado que no tenían nada en común).
Pasaron algunos días más y el Diablo de Darfield seguía sin aparecer. ____ se sentía orgullosa de sí misma por haber logrado casi olvidar al rey de la grosería e instalarse cómodamente en el mundo que había creado para sí misma. Su existencia sencilla y bucólica iba gustándole más y más con el paso de los días. Empezaba a relajarse por primera vez desde su llegada a Inglaterra y decidió que podría vivir a gusto en Blessing Park si se veía obligada a hacerlo. Se convenció de que la ausencia de un marido cariñoso (y, claro, de hijos) no le resultaría tan difícil de soportar como temía, mientras tuviese Blessing Park y los múltiples entretenimientos que aquella finca le ofrecía.
Una mañana recibió dos cartas. La primera, para su deleite y sorpresa, era de su primo segundo, Galen Carrey. Aunque llevaba años sin saber de él, reconoció en seguida su letra. Emocionada de recibir una nota de su queridísimo (y único) primo varón, ____ bailó por el salón antes de romper el sello de lacre.
Querida ____:
¿Cómo te encuentras? Tenía previsto ir a verte a América, pero me enteré del repentino fallecimiento de tu padre justo antes de partir. Me entristece mucho la noticia, porque apreciaba mucho al capitán, casi tanto como a mi propio padre, que en paz descansen los dos. Tía Nan me dijo que te ibas a Inglaterra. Como mis negocios me han retenido en el continente hasta la fecha, no he tenido ocasión de ir a verte a pesar de lo mucho que deseo hacerlo.
No obstante, mis circunstancias han cambiado y muy pronto estaré de nuevo en las verdes costas de Inglaterra. Me gustaría mucho verte, tengo muchísimas cosas que contarte. Confío en que al recibo de esta misiva, te encuentres bien y espero ilusionado nuestro próximo encuentro.
Con cariño, tu primo Galen.
Ella se entusiasmó ante la perspectiva de una visita de Galen. Lo recordaba con mucho afecto. Hijo de un primo de su padre, si no recordaba mal, apenas unos años mayor que ella, había pasado algunos veranos a bordo del Dancing Maiden. Lo adoraba, siempre había estado muy pendiente de ella, sobre todo en aquellos largos viajes a Oriente. Había sido Galen quien le había dado su primer y prácticamente único beso a la luz de la luna, en el océano Índico. Suspiró al recordarlo, preguntándose distraída por qué no habría sabido nada de él en los últimos años.
Se encogió de hombros, contenta, mientras tomaba la segunda carta, que era de una vecina, lady Haversham, que los invitaba a ella y a lord Darfield a una comida el domingo, después del servicio religioso. Encantada, ____ les respondió que, si no les importaba, iría sola, porque su marido estaba de viaje.
Cuando el domingo llegó a la puerta de la casa un coche sencillo, Nicholas aún no había vuelto.
Retorciéndose las manos, Sebastián siguió a ____ a la puerta como una institutriz apurada.
—Lady Darfield, me veo en la obligación de comunicarle que al marqués no le gustará saber que ha ido a cenar a casa de los Haversham sin él. Insistió mucho en que no saliera de Blessing Park.
____ sonrió con dulzura al reflejo del secretario en el espejo mientras se ajustaba el sombrero.
—Sólo voy a misa y a una comida de amigos, Sebastián. El marqués no tiene por qué preocuparse.
— ¡Me ordeno expresamente que la retuviese en Blessing Park hasta que él tuviese el honor de presentada en sociedad!
— ¡Ja! —resopló ____ y se volvió hacia el hombre con los brazos en jarras. —Estoy segura de que, si verdaderamente quisiera tener ese honor, estaría aquí para hacerlo. ¡Créeme, no tiene motivos para oponerse! —le replicó satisfecha.
—Disculpe, lady Darfield, pero debo insistir...
____ ya había bajado los escalones hasta el vehículo que la esperaba. Con un suspiro de resignación, Sebastián se situó junto a Jones y la vio charlar amablemente con el lacayo de los Haversham, que se mostró angustiado por tan inusual familiaridad.
—Como lord Darfield no vuelva pronto, vamos a tener problemas —comentó el mayordomo con sequedad. Trató de reprimir una sonrisa cuando ____ le dio una palmadita en el brazo al lacayo antes de subirse al coche. El pobre hombre miró impotente a Jones y a Sebastián.
—La culpa será suya y sólo suya —replicó Sebastián cogiendo aire mientras el carruaje se alejaba de Blessing Park.
A los Haversham, una pareja de ancianos sin hijos, les encantó tener entre ellos a una marquesa, y más a una tan joven y guapa. A ____ le entusiasmaron sus anfitriones. Eran simpáticos y campechanos, y ____ se sorprendió hablando abiertamente de su vida mientras los Haversham la escuchaban con interés. Rieron a carcajadas con las anécdotas que les contó de su año en Egipto, donde había aprendido la vulgarísima danza del vientre. Ante la insistencia de sus anfitriones por que les hiciese una demostración, ____ accedió de mala gana, aun con la persistente sensación de estar haciendo algo muy indecoroso, y, al final de la tarde, fueron lord y lady Haversham los que ejecutaron tal danza.
Cuando volvió a Blessing Park a última hora de la noche (algo ebria, observó con tristeza Sebastián), ____ apenas podía contener su regocijo al contarle cómo se había contoneado lord Haversham, monóculo en ristre, y que lady Haversham, que no podía contonearse, había empezado a dar botes. El secretario la había escuchado cortésmente y, tras desearle buenas noches, había ido derecho a su despacho y se había servido un gran vaso de whisky bien fuerte.
Al día siguiente, los Haversham se plantaron en Blessing Park a recoger a____ para irse de excursión a Pemberheath. Una vez más, Sebastián le rogó que se quedase en casa, y una vez más ____ lo ignoró alegremente.
—Hay allí un viejo convento que quiero visitar. ¿Sabías que Simón de Monfort pasó allí quince días? —le preguntó con contagioso entusiasmo.
—SI, señora, estoy al tanto. Estoy seguro de que el convento seguirá allí cuando regrese lord Darfield. Por favor, ¿no podría posponer la visita?
—En serio, Sebastián, ¿tan ogro es que me va a negar una simple visita a un convento? —inquirió mientras se alisaba el pelo.
— ¡Ciertamente no! —respondió Sebastián sin pensarlo mucho.
— ¿Lo ves? Volveré antes de que anochezca, y no pasará nada, te lo prometo —le dijo contenta, y una vez más dio media vuelta y salió por la puerta, fingiendo no oír las persistentes objeciones del hombre.
Al cabo de varias horas y bastante después de que anocheciese, volvió ____, exhausta, y le explicó con paciencia a un atónito Sebastián por qué se había manchado de grasa el vestido. El coche de los Haversham se había topado con una carreta a la que se le había roto una rueda y que transportaba a una familia bastante numerosa. Como había varios niños pequeños en el grupo, no podían dejarlos tirados esperando ayuda, así que los Haversham les habían pedido a su cochero y a sus lacayos que subieran la carreta a un tocón para poder recolocar la rueda; al no tener fuerza suficiente, señaló ____, ella se había ofrecido a echar una mano. Tras mucho alboroto, habían conseguido recolocar la rueda. La recompensa de ____ había sido una cerveza que la familia accidentada había compartido en señal de agradecimiento con ellos. Confesó que tanto a ella como a la anciana lady Haversham, que había sujetado a la pareja de mulas durante el arreglo, les había gustado mucho aquel brebaje casero.
Mientras ____ subía cansada la escalera hacia su cuarto, Sebastián sintió que iba a desmayarse por primera vez en su vida. Confiaba desesperadamente en que lord Darfield volviese antes de que ocurriera algo que lo avergonzara más que lo que ya había sucedido.
A última hora de la noche, dos semanas después de su partida de Blessing Park, Nicholas entró al galope en Pemberheath y se detuvo en la posada del pueblo para beber algo que le aclarase el polvo de la garganta. Pasó al salón y se dirigió amablemente a sus arrendatarios, que lo recibieron con gran entusiasmo. Se quedó algo perplejo; su alegría de verlo era mayor que nunca y, sin duda, mucho mayor de lo que era de esperar. El orondo posadero se limpió las manos en el delantal manchado y le sirvió en seguida la cerveza que Nicholas había pedido.
— ¡Lord Darfield! Ya hacía tiempo que no nos obsequiaba con su presencia —dijo con voz ronca y el rostro sonrosado resplandeciente de alegría.
Nicholas hizo un gesto brusco con la cabeza y tiró dos monedas a la desgastada barra.
—Todo el pueblo habla de su preciosa esposa, milord. ¡Qué belleza! —prosiguió el posadero.
Nicholas paró la jarra antes de que le llegase a los labios y miró al hombre.
— ¿Mi esposa? —preguntó en voz baja.
— ¡Lady Darfield! ¡Ah, qué agradable es, milord! ¡Los muchachos aún comentan la partida! —añadió el hombre obeso meneando la cabeza satisfecha
Despacio, Nicholas dejó la jarra en la mesa.
— ¿Qué partida?
—La de dardos. Uno de sus puntos fuertes, ¿no le parece? Después de su primera noche aquí, los muchachos..., bueno, querían saber si había sido sólo suerte o se trataba de verdadero talento. En mi vida he visto nada igual, ¡cómo se puso en la línea e hizo diana sin pestañear siquiera! Cuando volvió, los chicos no la dejaron en paz hasta que aceptó jugar la revancha. Habría ganado también si Lindsay no hubiese hecho diana en el último momento —observó jovial.
Nicholas no podía creer lo que acababa de oír, debía de tratarse de algún error. Un terrible error.
— ¿Insinúas que mi mujer ha estado aquí jugando a los dardos? —preguntó sin alterarse.
La sonrisa permanente del posadero se esfumó.
—Sí, ha estado aquí, en compañía de lord Haversham, milord —replicó indignado
— ¿Con los Haversham? ¿Aquí? —inquirió Nicholas casi sin aliento.
El posadero frunció el cejo y alzó la papada.
—Sí, con los Haversham. Ya han estado aquí otras veces, milord —replicó con arrogancia.
Nicholas no daba crédito No había pasado años de su vida recuperando el buen nombre de su familia para que aquella niña malcriada lo destruyera relacionándose con marineros y jugando a los dardos. No sabía a quién iba a estrangular primero: a Sebastián, a quien había dado instrucciones precisas de que vigilase a ____ en todo momento, o a los Haversham, por llevarla a Pemberheath, ¡O a esa niña malcriada, su preciosidad de mujer cuyo fuerte eran los dardos! Apuró la cerveza y salió de la posada sin mediar palabra, ignorando la mirada contrariada del posadero.
Condujo despiadadamente a su caballo, Samson, a Blessing Park, incapaz de contener la ira. Se había marchado a la mañana siguiente de su noche de bodas porque no había podido pegar ojo, pensando en aquella mujer increíblemente hermosa que estaba al otro lado de la puerta, llorando. Su sabor y lo que sentía al estrecharla en sus brazos no se habían esfumado y eso lo había alarmado. Pero había sido imbécil de marcharse, porque ¡no podía confiarse en aquella niña malcriada! En las dos semanas que había estado fuera, había recuperado el control de sí mismo (con cierta dificultad) y estaba preparado para hacerle frente de nuevo. Controlaba tan bien sus emociones inusualmente alborotadas que estaba listo para el rapapolvo que le esperaba por haberla dejado. Claro que las tornas habían cambiado. De pronto era él quien le iba a echar un rapapolvo a ella por haber pasado el rato en una posada como una cualquiera, jugando a los dardos.
Mientras recorría el camino que conducía a la casa, lo alivió ver sólo unas pocas luces. Si la mayoría de los criados se había retirado a sus cuartos, podría estrangularla sin interrupciones. Bajó del caballo de un salto, ignorando al mozo que salió a su encuentro. Entró airado en la casa, le entregó a un lacayo el sombrero, los guantes y la fusta, y respondió al saludo de éste con un mero movimiento de cabeza. Sin decir una palabra, se dirigió aprisa al despacho verde y abrió la puerta.
Dentro se encontraba Sebastián, sentado, con la cabeza entre las manos.
— ¿Dónde está? —preguntó Nicholas bruscamente. El hombre levantó la vista e hizo una mueca.
—Buenas noches, milord. Cuánto me alegro de que haya vuelto...
— ¿Dónde está, Sebastián?
—En su salón, milord.
Nicholas miró a su secretario con un odio tal que éste se estremeció.
—Dejé bien claro que no quería que saliese de Blessing Park hasta mi regreso, de modo que estoy seguro de que tienes una explicación perfectamente razonable de por qué ha estado rondando Pemberheath con los Haversham, ¿no es así, Sebastián?
Este se derrumbó:
—Le juro por mi difunta madre que he hecho cuanto he podido —se excusó hastiado. Nicholas arqueó una ceja ante el comentario de su secretario, de natural bastante apático. Sebastián miró con cautela a su señor. —Verá, milord, al fin, hoy ha parido la vaca, y los Haversham, que, como es lógico, se habían contagiado del entusiasmo de la señora por el inminente nacimiento, han seguido muy de cerca los progresos. Sin que yo lo supiese, ha mandado decir a lady Haversham esta mañana que, si de verdad le interesaba asistir al parto, algo en lo que, por lo visto, lady Darfield está muy versada, que viniese en seguida. Pues bien, lady Haversham ha venido y entre las dos han ayudado a la vaca lechera a tener un ternero sano, y ahora, naturalmente, lo están celebrando —señaló atemorizado.
— ¡Naturalmente! —bramó Nicholas. —Como me estés diciendo lo que creo que me estás diciendo, me voy a pensar seriamente el mandarte en el La Belle como grumete la semana que viene.
—He hecho cuanto he podido, milord —gruñó Sebastián, —pero ella es... muy voluntariosa a veces, y lo cierto es que disfruta tanto de los pequeños placeres de la vida que a uno se le hace verdaderamente difícil resistirse a ella...
—Dejando a un lado, por un momento, el hecho de que es marquesa y, por consiguiente, se espera que respete ciertas normas de conducta, confío en que no hayas pasado por alto que, además es una mujer joven. ¿Insinúas que no está en tus manos el evitar que una mujer joven vaya por ahí atendiendo a vacas parturientas y jugando a los dardos? —preguntó el marqués con mordacidad.
—O cambiando ruedas de carreta —musitó el hombre compungido.
Nicholas apretó con fuerza la mandíbula para no estallar. La angustia de Sebastián era patente. Su secretario, que llevaba con él toda la vida, que siempre había sido tan condenadamente imperturbable, estaba diciéndole ¡que no había sido capaz de controlar a una jovencita! Suspiró y trató de ser un poco compasivo.
A fin de cuentas, ____ era una niña malcriada. Nadie lo sabía mejor que él.
—Quiero verla inmediatamente después de desayunar, Sebastián. ¿Crees que podrás persuadirla para que me complazca en eso?
Sebastián suspiró hondo.
—Sin duda, lo intentaré, milord —murmuro descorazonado.
El marqués hizo un gesto brusco con la cabeza.
—Y ahora, si me disculpas, me gustaría bañarme y acostarme —espetó, y salió del despacho. Una vez solo, el secretario apuró su oporto y se dejó caer agotado en los cojines de su silla.
Cuando Nicholas puso el pie en el último peldaño de las escaleras, le pareció oír una risa contenida. Se detuvo en seco y escuchó un instante, pero no oyó nada. Meneando la cabeza, enfiló el camino a sus aposentos, y entonces volvió a oírlo: provenía de la biblioteca que tenía justo delante. Escuchó detenidamente y pudo oír unas risas femeninas tras la robusta puerta de roble. Por lo visto, la niña malcriada había organizado una velada allí.
Impulsivamente llamó con los nudillos. Se hizo el silencio, luego se oyó el frufrú de un vestido. Cada vez más furioso, llamó con mayor vehemencia. La puerta se abrió un poco, sólo una rendija, y ____ asomó por ella con sus risueños ojos violeta y una sonrisa en los labios que se esfumó de inmediato al verlo a él.
— ¿Te lo estás pasando bien? —le preguntó él con frialdad.
La joven pestañeó sorprendida.
—Eh…, bueno, sí... gracias. No... no... te esperábamos.
—Eso es evidente —observó él con sarcasmo, e introdujo el pie entre la puerta y el marco.
— ¿Se te ofrece algo? —preguntó ella con cautela.
—Tú y yo vamos a tener una charla por la mañana, señorita —respondió cortante.
— ¡Ah, muy bien! —dijo ella cortésmente, luego sonrió encantadora. Tan potente era el efecto de aquella sonrisa en él que igual podía haberle dado un puñetazo en el estómago.
Nicholas tragó saliva y se asomó un poco, intentando averiguar con quién estaba. Apoyó la mano en la puerta y empujó levemente, pero ____ mantuvo su posición.
— ¿Qué estás haciendo? —quiso saber.
____ miró un instante por encima de su hombro, luego se volvió a él y lo miró de nuevo.
—Nada de interés. Estamos cosiendo.
— ¿Quiénes «estamos»? —preguntó Nicholas mientras volvía a empujar, esa vez logrando abrir la puerta un poco más. ____ retrocedió un paso, pero no se retiró de la puerta. —Pues está... está Sarah. Sí, Sarah. Y también lady Haversham. Y luego hemos invitado a la cocinera... —rió nerviosa.
« ¿A la cocinera?» Atónito, Nicholas logró interponer un hombro entre la puerta y el marco y se asomó dentro. Lo sorprendió inmensamente lo que encontró allí. Sarah estaba sentada con las piernas cruzadas en un butacón, con la cabeza inclinada sobre su labor de costura, como si fuese de lo más normal que una doncella pasara el rato ociosa con su señora. Para mayor sorpresa, lady Haversham estaba sentada a una mesa, y la mujer de anchas espaldas que estaba apostada frente a ella era nada más y nada menos que la cocinera.
La antigua biblioteca se había reconvertido en salón, y parecía que por allí hubiese pasado un huracán. Había papeles, libros y revistas esparcidos por todas las superficies imaginables. En el suelo, junto al sofá verde, había un costurero abierto cuyo contenido rebosaba. Había cojines tirados en el suelo y al menos una docena de velas iluminaban titilantes la estancia. Dos jarrones atestados de flores de invernadero adornaban una mesita baja situada entre las sillas. Aquella estancia tenía un algo tan femenino que no quiso entrar; le parecía casi un sanctasanctórum. Fin vez de ello, saludó secamente a lady Haversham con la cabeza.
— ¡Lord Darfield! Debo decir que ya casi empezaba a dudar de que fuera a volver con su encantadora esposa —le gritó, y lo saludo agitando un pañuelo.
—Como puede ver, señora, he vuelto —espetó él, luego miró a ____. Sus ojos violeta centelleaban como si ocultase algún secreto maravilloso.
—Espero hablar contigo mañana inmediatamente después del desayuno —le dijo muy seco.
—Sí, eso ya me lo has dicho —le contestó ella amablemente. Nicholas echó un vistazo otra vez al salón, luego se despidió con una sacudida brusca de la cabeza y retrocedió. En un momento de duda, cambió de pronto de opinión y volvió a acercarse con la intención de comunicarle exactamente a qué hora quería verla, pero ella cerró la puerta tan de prisa que le dio con ella en las narices.
— ¡Maldita sea! —masculló furioso, frotándose la frente. Se oyeron carcajadas al otro lado de la hoja, y Nicholas alzó la cabeza de pronto, creyendo sin motivo que aquellas mujeres se reían de él. — ¡Maldita sea! —volvió a mascullar mientras recorría el pasillo en dirección a su cuarto.
Andrea P. Jonas:)
Re: "El diablo enamorado"(Nick Jonas y Tu) Terminada
jajajajajajajajajajajaja
eso se saca por dejarla solaaaaa!!!!1
jajajajaja me gustaron mucho los capiiiss ´porfaaaa sube maaaassss
ya quiero saber la reaccion que tendran!!!
eso se saca por dejarla solaaaaa!!!!1
jajajajaja me gustaron mucho los capiiiss ´porfaaaa sube maaaassss
ya quiero saber la reaccion que tendran!!!
chelis
Re: "El diablo enamorado"(Nick Jonas y Tu) Terminada
jajajaja que bueno se meresia el golpe con la puerta me lo imaguine y por dios es chistoso =)
siguelaa
siguelaa
Dorin
Re: "El diablo enamorado"(Nick Jonas y Tu) Terminada
NEW READER...!!! sigueee porfavor esta realmente genial...amo tu nove...n.n amm...y oye tengo una duda...xS Sebastian es Joe....?? o me equivoco.....bueeeh espero cap saludosoooh y por cierto soy Bianca pero llamame Bia....xD
Bianca
Re: "El diablo enamorado"(Nick Jonas y Tu) Terminada
Andy he de ser sincera contigo :zz: , he leido todos los capitulos :study: y lamentablemente debo decirte que...
ME ENAMORE DE TU NOVELA!!!!! :L: :love: :inlove:
WOW ES GENIAL!
LA MEJOR!
TIENE DE TODOOOOOOOOO!!
TIENES QUE SEGUIRLA PRONTO ANDY PORQUE DE VERDAD ME VOY A VOLVER LOCA SI NO LO HACES!!!
ESTA NOVE ES TAN... ESPECTACULAR!!
LA AMO, LA AMO, LA AMO :arre: :arre: :arre:
Y LO DIGO CON TODA LA SINCERIDAD DEL MUNDO!!!
SIGUELA PRONTO POR FAVOR!!!!
TE QUIEROO!! :hug:
BESIIITOS!
ME ENAMORE DE TU NOVELA!!!!! :L: :love: :inlove:
WOW ES GENIAL!
LA MEJOR!
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ESTA NOVE ES TAN... ESPECTACULAR!!
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Y LO DIGO CON TODA LA SINCERIDAD DEL MUNDO!!!
SIGUELA PRONTO POR FAVOR!!!!
TE QUIEROO!! :hug:
BESIIITOS!
valenlizzie
Re: "El diablo enamorado"(Nick Jonas y Tu) Terminada
AWWWWW NIÑA!
PERO QUE NOVELA!!!
ME ENCANTA!!!
BN MERECIDO SE TIENE LO Q ESTA HACIENDO LA RAYIS!!!
ESPERO Q T MEJORES!!!
ME ENCANTO LO Q HIZO LA RAYIS!!!
SIGUELA!!!!
PERO QUE NOVELA!!!
ME ENCANTA!!!
BN MERECIDO SE TIENE LO Q ESTA HACIENDO LA RAYIS!!!
ESPERO Q T MEJORES!!!
ME ENCANTO LO Q HIZO LA RAYIS!!!
SIGUELA!!!!
Just Me! Melissa! :)
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