A New House {NC}

Cuando crees en ti misma, no tienes por qué pisotear a los demás

Escuché cómo la puerta de la entrada se cerraba. Miré el reloj. Era temprano. Comencé a desperezarme y me levanté. Me miré al espejo, tenía un aspecto horrible. Ojos pequeños, nariz roja, ojeras y mejillas pálidas. Estaba hecha un desastre. Me coloqué enfrente de mi tocador y empecé a aplicarme una capa de base, seguí con el rumor y terminé con un poco de rímel en mis pestañas. Agarré mi cepillo y comencé a peinar mi sedoso cabello rubio. Lo dejé suelto y pequeñas ondas comenzaron a notarse. Estaba demasiado largo y necesitaba un buen corte.
Dejando mis pensamientos de lado, me levanté y alisé mi vestido floreado que aún se encontraba sobre mi cama. Abrí la puerta y caminé, aún en pijama, hasta las escaleras. Bajé lentamente y me dirigí hacia un largo pasillo. Seguí caminando hasta que entré en el comedor, allí me esperaban unos hot cakes recién hechos junto a una enorme y caliente taza de café. Sonreí. Me senté en la silla de la cabecera y comencé a deleitar mi desayuno. Me levanté, luego de terminar, y caminé con los platos y la taza hacia el fregadero. Me detuve al ver una nota en el desayunador, apoyé las cosas en la mesada y leí la nota. Sonreí. Era una pequeña carta de mis padres deseándome éxitos y un buen comienzo dentro de la casa. Me guardé la nota y seguí con mi tarea de limpieza.
Al terminar, miré el reloj de la cocina. Era tardísimo. Seguramente, en menos de cinco minutos el auto que la agencia nos enviaba para llegar a la casa ya estaría en la puerta. Corrí por el pasillo hasta llegar a las escaleras y subí lo más rápido que pude. Entré a mi cuarto, agarré mi vestido y comencé a cambiarme. Me coloqué una chaqueta, por las dudas, y agarré mis valijas. Revisé por décima y última vez mi bolso de mano, no quería olvidarme de nada. Fotos, lentes, pañuelos descartables, maquillajes, libro. Tenía todo lo que necesitaba para sobrevivir a siete meses encerrada con gente famosa y, seguramente, engreída. Escuché el timbre de la entrada, agarré mis cosas y salí por la puerta. Observé por última vez mi cuarto. Se veía vacío sin las fotos pegadas en las paredes, sin los libros en las estanterías, sin mis productos de belleza desparramados por el tocador y sin los perfumes en la cómoda. Le faltaba el toque especial que lo caracterizaba. Lo único que demostraba mi habitual presencia en ese cuarto eran los posters de mis bandas preferidas. Mis ojos comenzaron a aguarse. No quería llorar. Salí rápidamente de ese lugar y bajé las escaleras. Abrí la puerta y me dirigí al hall de entrada. Miré por última vez y caminé entre el camino de piedra hasta llegar a la vereda. Vi a un hombre en traje, planté mi mejor sonrisa y le entregué mis maletas. Entré al auto y saqué mi libro. Comencé a leer mientras íbamos por las carreteras. El viaje era largo y necesitaba algo para distraerme.

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Sentí cómo el auto frenaba lentamente. Señalé la página de mi libro y levanté la vista. Una enorme mansión se alzaba ante mí. Guardé mis cosas y abrí la puerta. Observé cómo una mujer me sonreía y esperara a que llegara hasta la puerta. Esperé mis maletas, sin dejar de observarla, y caminé hacia ella.
- Buenos días, Grace – Me saludó la señora desconocida. Debía estar cerca de los cuarenta, casi rozando los cincuenta.
- Buenos días. – Contesté alargando mi mano. Sonreí.
- Ven, te enseñaré la casa. – Comentó luego de estrechar mi mano y devolverme la sonrisa. En ocasiones normales, le hubiera preguntado el nombre pero en este momento sólo quería llegar a mi cuarto y desempacar mis cosas. Esperaba no cruzarme con nadie hasta la hora de comer, necesitaba tiempo a solas para habituarse a la continua compañía. Estaba acostumbrada a estar sola, casi nunca veía a mis padres. Trabajaban en importantes compañías y no tenían tiempo para mí. Cuando era niña, me molestaba y me dolía estar tanto tiempo sola pero con el paso del tiempo, me adapté a la continua falta de compañía. En el colegio, siempre estaba rodeada de gente. A veces, era porque solía ser animadora y ser popular pero jamás pensé que era superior al resto por el simple hecho de ser conocida. Me molestaba ver cómo los más grandes molestaban a los más pequeños e indefensos del instituto. Jamás me sumé a las bromas pesadas, yo tenía los pies bien puestos sobre la tierra y sabía que era injusto divertirse a costa de otros.
- El pasillo que encontrarás a tu derecha te llevará a las habitaciones, mientras que el de la izquierda te guiará a las salas de juegos y a otros cuartos. Recuerda, sube las escaleras. –Me dijo la señora mientras me señalaba los lugares. Eché un vistazo al living, pero no había nadie a la vista. Perfecto. Agarré mis maletas y comencé a subir. – En una de las puertas dirá tu apellido junto con el de tu pareja, él llegará en aproximadamente una hora. Espero que te pongas cómoda y disfrutes de tu estadía. Mucha suerte.
Seguí ascendiendo por las enormes y lujosas escaleras. Llegué a la planta alta y me detuve. Derecha, habitaciones e izquierda, entretenimiento. Sin dudarlo, seguí por el pasillo derecho. Caminé por el pasillo hasta ver mi placa correspondiente. “Coleman/Styles”. Abrí cuidadosamente la puerta y me deslicé en su interior. El cuarto era espacioso y las paredes estaban pintadas de suaves tonos otoñales. Sin duda, este cuarto era hermoso. Me paré en medio de la habitación y contemplé todo con minucioso detalle. Observé dos puertas, una a la derecha y otra a la izquierda. Opté por entrar en la primera. Era un hermoso baño de baldosas blancas, una gran bañera, un inmenso y reluciente espejo y una enorme mesada con un pequeño lavabo en ella. En el costado derecho del mueble, había unas hermosas flores mientras que en el costado izquierdo, se encontraba un estuche para los cepillos de dientes y un botiquín de primeros auxilios.
Salí del cuarto de baño y me dirigí hacia la otra puerta. Un enorme vestidor se elevaba ante mis ojos. Había dos percheros gigantescos, uno con mi nombre y el otro con el de mi pareja. Recorrí todo el espacio. Era hora de desempacar. Comencé a sacar la ropa de mi valija y la coloqué en los percheros. Vestidos, jeans, tapados y camperas ocupaban la mayor parte de mi perchero asignado. Coloqué mis remeras, pulóveres, buzos, poleras y demás cosas en los estantes superiores. Busqué un cajón, entre mi lado del vestidor, para colocar mis cosas más íntimas. Me daba mucha vergüenza el sólo pensar ver a mi pareja mirando mi ropa interior. Agarré mis perfumes y los coloqué en un pequeño mueble que se encontraba en el medio de los dos percheros. Eso, seguramente, debía ser lo que delimitaba nuestro espacio.  Acomodé las cosas, observé el lugar por última vez y apagué la luz. Cerré la puerta y observé un tocador blanco fuera del vestidor. Coloqué mis maquillajes en él y me senté a observarlo. Tenía pequeños detalles en dorado y cinco luces a su alrededor, como el camerino de una estrella. Pegué mis fotos en la pared, puse mis libros en unos pequeños estantes que encontré, y saqué mi posesión más preciada. La caja musical de mi abuela. Sonreí mientras la sostuve en mi mano. La coloqué junto con mis libros y la abrí. La dulce melodía invadió mis oídos llenándome de recuerdos. En el medio, había una pequeña figura de una pareja de bailarines. Disfruté de la música hasta que la pieza terminó para volver a empezar. Decidí cerrarla y sentarme en la inmensa cama. Recorrí el lugar, con mi mirada, y sonreí. Todas mis cosas estaban listas y pulcramente ordenadas Todo estaba listo, ahora sólo faltaba esperar la llegada de mi pareja. Sólo espero que sea agradable.