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Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por aranzhitha Mar 11 Mar 2014, 9:25 pm

Síguela!
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Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por Monse_Jonas Miér 12 Mar 2014, 8:47 am

Hoy les subo capi chicas perdonen la demore pero andaba ocupada zD
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Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por aranzhitha Miér 12 Mar 2014, 9:10 am

Pero queremos maratón!
Aunque sean tres capítulos!
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Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por Juulii1D Miér 12 Mar 2014, 1:37 pm

siguelaaaaaaaaa me encantaaaa!!!!!
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Mensaje por aranzhitha Miér 12 Mar 2014, 7:05 pm

Síguela!
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Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por Monse_Jonas Miér 12 Mar 2014, 10:19 pm

Capitulo Cinco
Al día siguiente, cuando llego a la oficina y entro en el despacho de mi jefa para buscar unos archivos, suspiro al recordar lo ocurrido allí el día antes. Casi no he dormido. Mi mente no ha parado de pensar en el señor Zimmerman y en lo sucedido entre nosotros. La noche anterior, cuando llegué a casa, vi en diferido el partido Alemania-Italia. ¡Vaya partidazo de Italia! Estoy deseando refregarle por la cara a ese listillo la eliminación de su país.
Miguel aparece y nos vamos juntos a desayunar. Allí se nos unen Paco y Raúl y charlamos divertidos, mientras yo observo la puerta de la  entrada a la espera de que Joe, el jefazo, el hombre que me invitó a cenar y me puso como una moto, aparezca. Pero no lo hace. Eso me desilusiona, así que, en cuanto acabamos de desayunar, regresamos a nuestros puestos de trabajo.
Al llegar al despacho, Miguel se marcha a administración. Tiene que solucionar algo que el señor Zimmerman le pidió el día anterior.
Dispuesta a enfrentarme a un nuevo día, enciendo mi ordenador cuando suena mi teléfono. Es de recepción para indicarme que un joven con un ramo de flores pregunta por mí. ¡¿Flores?! Nerviosa, me levanto de mi silla. Nunca nadie me ha mandado flores y tengo clarísimo de quién son: Zimmerman.
Con el corazón latiendo a mil por hora veo que se abren las puertas del ascensor y un joven con una gorra roja y un precioso ramo mira la numeración de los despachos. Pero, al darse cuenta de que lo estoy mirando, aprieta el paso.
—¿Es usted la señorita Flores? —pregunta al llegar frente a mí.
Quiero gritar: «¡Sí! ¡Diosssssssssss…!».
El ramo es espectacular. Rosas amarillas preciosas. ¡Divinas!
El joven de la gorra roja me mira y, finalmente, asiento a su pregunta. Me tiende el ramo y dice:
—Firme aquí y, por favor, entréguele este ramo a la señora Mónica Sánchez.
La mandíbula se me cae al suelo.
¿¡Es para mi jefa!?
Mi gozo en un pozo. Mis breves segundos de felicidad por creerme alguien especial se han borrado de un plumazo. Pero sin querer dar a entender mi decepción cojo el ramo, lo miro y casi lloro. Hubiera sido tan bonito que hubiera sido para mí…
Dejo el ramo sobre mi mesa y firmo el papel que el chico me tiende. Una vez se va el mensajero, llevo las preciosas flores hasta el despacho de mi jefa. Las dejo encima de su mesa y me doy la vuelta para marcharme. Pero entonces siento que me puede la curiosidad, así que me giro, busco entre las flores la tarjeta. La abro y leo: «Mónica,
la próxima vez, ¿repetimos? Joe Zimmerman».
Leer eso me pone furiosa. ¿Cómo que «repetimos»?
¡Por Dios! Pero si parece el anuncio de las Natillas: «¿Repetimos?».
Rápidamente dejo la notita en su sitio y salgo del despacho. Mi humor ahora es negro. Espero que nadie me tosa en las próximas horas o lo va a pagar muy caro. Me conozco y soy una mala arpía cuando me enfado.
Sin poder quitarme ese «¿Repetimos?» de la cabeza, comienzo a teclear un informe en mi ordenador, cuando aparece mi jefa.
—Buenos días, Judith. Pasa a mi despacho —me dice, sin mirarme.
¡No! Ahora no. Pero me levanto y la sigo.
Cuando entro y cierro la puerta ella ve el ramo de flores. Lo coge. Saca la tarjeta y la veo sonreír. ¡Será imbécil! Me pica el cuello. Jodido sarpullido.
—He hablado con Roberto, de personal —me dice.
¡Ay, madre! ¿Me va a despedir?
—Va a haber cambios en la empresa. Ayer tuve una reunión muy interesante con el señor Zimmerman y van a cambiar algunas cosas en muchas de las delegaciones españolas.
Escuchar que tuvo una reunión interesante me molesta. Pero entonces, suena el teléfono y lo cojo rápidamente.
—Buenos días. Despacho de la señora Mónica Sánchez. Le atiende su secretaria, la señorita Flores. ¿En qué puedo ayudarlo?
—Buenos días, señorita Flores —¡Es Zimmerman!—. ¿Me podría pasar con su jefa?
Con el corazón a mil por hora, consigo balbucear:
—Un momento, por favor.
Ni que decir tiene que mi jefa, en cuanto le digo que es él, aplaude, no sólo con las manos, y me indica que salga del despacho. Aunque antes de salir la oigo decir:
—Holaaaaaaaaaaa. ¿Llegaste bien a tu hotel anoche?
¿Anoche? ¡¿Anoche?! ¿Cómo que anoche?
Cierro la puerta.
Pero ¡si anoche estuvo conmigo!
Entonces, rápidamente, mi prodigiosa mente imagina lo que ocurrió. Ella era la mujer con la que hablaba en el coche. Me dejó en casa y se fue con ella. ¿Volvería al Moroccio?
Cada segundo que pasa estoy más enfadada. Pero ¿por qué? El señor Zimmerman y yo no tenemos nada. Sólo cenamos, me metió mano por encima de la ropa y presenciamos juntos un espectáculo sexual. ¿Eso me da derecho a estar enfadada?
Regreso a mi silla y vuelvo a teclear en el ordenador. Tengo que trabajar. No quiero pensar. En ocasiones, pensar no es bueno, y ésta es una de esas ocasiones. A la una, mi jefa sale del despacho y, tras una mirada con Miguel, él se levanta y se marchan juntos. Sé lo que van a hacer. Fornicarán como conejos durante las dos horas para comer, vete a saber dónde.
Trabajo, trabajo y más trabajo. Me centro en mi trabajo.
Estoy tan cabreada que me pongo a hacerlo con mucho ímpetu y me quito de encima un montón de papeleo. Sobre las dos y media llega Óscar, uno de los vigilantes jurado que hay en la puerta de la empresa.
—Esto lo ha dejado para ti el chófer del señor Zimmerman —dice, entregándome un sobre.
Boquiabierta, miro el sobre cerrado con mi nombre escrito. Asiento a Óscar, y éste se va. Me quedo un rato observando el sobre y, sin saber por qué, abro un cajón y lo guardo en él. No pienso abrirlo hasta el lunes. Es viernes. Tengo jornada continua y salgo a las tres.
El teléfono suena. Lo cojo y, tras soltar toda la parafernalia de siempre, escucho al otro lado:
—¿Has abierto el paquete que te he enviado?
¡Zimmerman! No respondo y él añade:
—Te oigo respirar. Contesta.
Por mi mente pasa decirle mil cosas. La primera: «¡Mandón!». La segunda es peor.
—Señor Zimmerman, me acaba de llegar y he decidido dejarlo para el lunes —respondo finalmente.
—Es un regalo para ti.
—No quiero ningún regalo suyo —murmuro con un hilo de voz, sorprendida por sus palabras.
—¿Por qué?
—Porque no.
—¡Ah! Señorita Flores, esa contestación no me vale. Ábralo por favor.
—No —insisto.
Lo oigo resoplar… Lo estoy enfadando.
—Por favor, ábrelo.
—¿Y por qué tengo que abrirlo?
—_____, porque es un regalo que he comprado pensando en ti.
Vaya… ¿Vuelvo a ser _____?
Y como soy una blanda, una tonta y además una curiosa de remate, al final abro el cajón, saco el sobre y tras rasgarlo miro en su interior.
—¿Qué es esto?
Lo oigo reír.
—Dijiste que estabas dispuesta a todo.
—¿Eh? Bueno… yo…
—Te gustarán, pequeña, te lo aseguro —me interrumpe—. Uno es para casa y otro para que lo lleves en el bolso y lo puedas utilizar en cualquier lugar y en cualquier momento.
Al escuchar el tono de su voz al decir «en cualquier momento», se me corta la respiración. ¡Dios, ya estamos otra vez!
—Estaré en tu casa a las seis —afirma antes de que yo pueda contestarle—. Te enseñaré para qué sirven.
—No, no estaré. Voy al gimnasio.
—A las seis.
La comunicación se corta y yo me quedo con cara de tonta.
Mientras oigo el pitido de la línea al otro lado del teléfono, deseo soltar por mi boca cientos de improperios. Pero sólo los escucharía yo. Él ya no está.
Enfadada, cuelgo el teléfono. Miro de nuevo dentro del sobre y leo «Vibrador Fairy. Estrella en Japón». En ese momento, mi cuerpo reacciona y resoplo. Finalmente lo guardo en el bolso y apoyo los codos en la mesa y mi cabeza entre mis manos.

—Debo parar esto —digo en voz baja—. Pero ¡ya!
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por Monse_Jonas Miér 12 Mar 2014, 10:20 pm

Capitulo Seis
Cuando llego a casa, mi Curro me recibe. Es un encanto. Leo la nota en que mi hermana me explica que le ha dado la medicación y sonrío. Qué mona es.
Tras quitarme la ropa me pongo algo más cómodo y me preparo algo de comer. Cocino unos ricos macarrones a la carbonara, me lleno el plato y me siento en el sofá a ver la tele mientras los devoro.
Cuando acabo con todo el plato, me recuesto en el sofá y, sin darme cuenta, me sumerjo en un sueño profundo hasta que un sonido estridente me despierta de repente. Adormilada, me levanto
y el pitido vuelve a sonar. Es el telefonillo.
—¿Quién es? —pregunto, frotándome los ojos.
—_____. Soy Joe.
Entonces, me despierto rápidamente. Miro el reloj. Las seis en punto. ¡Por favor! Pero ¿cuánto he dormido? Me pongo nerviosa. Mi casa está hecha un desastre. El plato con los restos de la comida sobre la mesa, la cocina empantanada y yo tengo una pinta horrible.
—_____, ¿me abres? —insiste.
Quiero decirle que no. Pero no me atrevo y, tras resoplar, aprieto el botón. Rápidamente cuelgo el telefonillo. Sé que tengo un minuto y medio más o menos hasta que suene el timbre de la puerta de mi casa. Como Speedy González salto por encima del sillón. No me dejo los dientes en la mesa de milagro. Cojo el plato. Salto de nuevo el sillón. Llego a la cocina y, antes de que pueda hacer un movimiento más, oigo el timbre de mi puerta. Dejo el plato. Le echo agua para que no se vean los restos.
¡Oh, Dios, está todo sin fregar!
El timbre vuelve a sonar. Me miro en el espejo. Tengo el pelo enmarañado. Lo arreglo como puedo y corro a abrir la puerta.
Cuando abro, jadeo por las carreras que me he metido y me sorprendo al ver a Joe vestido con un vaquero y una camisa oscura. Está guapísimo. Siento cómo su mirada me recorre y pregunta:
—¿Estabas corriendo?
Como si fuera tonta, me apoyo en la puerta. Menudas carreras me acabo de meter. Él me mira de arriba abajo. Estoy a punto de gritarle: «¡Ya lo sé! Estoy horrible». Pero me sorprende cuando me dice:
—Me encantan tus zapatillas.
Me pongo roja como un tomate al mirar mis zapatillas de Bob Esponja que mi sobrina me regaló. Joe entra sin que yo lo invite. Curro se acerca. Para ser un gato es muy sociable. Joe se agacha y lo acaricia. A partir de ese momento Curro se convierte en su aliado.
Cierro la puerta y me apoyo en ella. Curro es tan maravilloso que no puedo dejar de sonreír. Joe me mira, se levanta y me entrega una botella.
—Toma, preciosa. Ábrela, ponla en una cubitera con bastante hielo y coge dos copas.
Asiento sin rechistar. Ya está dando órdenes.
Al llegar a la cocina, saco la cubitera que me regaló mi padre, echo hielo en ella, abro la botella y, al meterla en el hielo, me fijo con curiosidad en las pegatinas rosas y leo «Moët Chandon Rosado».
—Dijiste que te gustaba la fresa —escucho mientras siento cómo me pasa la mano por la cintura para acercarme a él—. En el aroma de ese champán domina el aroma de fresas silvestres. Te gustará.
Extasiada por su cercanía, cierro los ojos y asiento. Me pone como una moto. De pronto, me da la vuelta y quedo apoyada entre el frigorífico y él. Mi respiración se agita. Él me mira. Yo lo miro y entonces hace eso que tanto me gusta. Se agacha, acerca su lengua a mi labio superior y lo repasa.
¡Dios, qué bien sabe!
Abro mi boca a la espera de que ahora me repase el labio de abajo, pero no. Me equivoco. Me levanta entre sus brazos para tenerme a su altura y luego mete su lengua directamente en mi boca con una pasión voraz.
Incapaz de seguir colgada como un chorizo, enrosco mis piernas en su cintura y, cuando él pega su entrepierna en el centro de mi deseo, me derrito. Sentir su excitación dura y caliente sobre mí me hace querer desnudarlo. Pero entonces separa su boca de la mía y me pregunta:
—¿Dónde está lo que te he regalado hoy?
Vuelvo a ponerme colorada.
¿Este hombre sólo piensa en sexo? Vale, yo también.
Sin embargo, incapaz de no responder a sus inquisidores ojos, respondo:
—Allí.
Sin soltarme, mira en la dirección que le he dicho. Camina hacia allí conmigo enlazada a su cuerpo y me suelta. Abre el sobre, saca lo que hay en él y rompe el plástico del embalaje, primero de una cosa y luego de la otra. Mientras lo hace, no me quita ojo y eso que respira con más intensidad. Me agita.
—Coge el champán y las copas.
Lo hago. Este tío va al grano. Cuando acaba de sacar los artilugios de su embalaje camina hacia la cocina y los mete bajo el grifo. Luego, los seca con una servilleta de papel y vuelve de nuevo hacia mí y me coge de la mano.
—Llévame a tu habitación —me dice.
Dispuesta a llevarlo hasta el mismísimo cielo en mis brazos si fuera necesario, lo conduzco por el pasillo hasta llegar ante la puerta de mi habitación. La abro y ante nosotros queda expuesta mi bonita cama blanca comprada en Ikea. Entramos y me suelta la mano. Dejo el champán y las dos copas sobre la mesilla, mientras él se sienta en la cama.
—Desnúdate.
Su orden me hace salir del limbo de fresas y burbujitas en el que él me había sumergido y, todavía excitada, protesto:
—No.
Sin apartar su mirada de mí, repite sin cambiar su gesto:
—Desnúdate.
Chamuscada en el horno de emociones en el que me encuentro, niego con la cabeza. Él asiente. Se levanta con cara de mala leche. Tira los artilugios que lleva en su mano sobre la cama.
—Perfecto, señorita Flores.
¡Buenoooo!
¿Volvemos a las andadas?
Al verlo pasar por mi lado, reacciono y lo agarro por el brazo. Tiro de él con fuerza.
—¿Perfecto qué, señor Zimmerman? —le pregunto, envalentonada.
Con gesto altivo, mira mi mano en su brazo. Entonces, lo suelto.
—Cuando quiera comportarse como una mujer y no como una niña, llámeme.
Eso me enciende.
Me fastidia.
¿Quién se ha creído ese presuntuoso?
Yo soy una mujer. Una mujer independiente que sabe lo que quiere. Por ello respondo en los mismos términos:
—¡Perfecto!
Aquella contestación lo desconcierta. Lo veo en sus ojos y en su mirada.
—¿Perfecto qué, señorita Flores?
Sin cambiar mi semblante serio, lo miro e intento no desmayarme por la tensión que acumulo en mi cuerpo.
—Cuando quiera comportarse como un hombre y no creerse un ser todopoderoso al que no se le puede negar nada, quizá lo llame.
¿He dicho «quizá lo llame»? Madre mía, pero ¿qué es eso de «quizá»?
Deseo a aquel hombre.
Deseo desnudarme.
Deseo que se desnude.
Deseo tenerlo entre mis piernas y voy yo y le suelto: «Quizá lo llame».
Una tensión endemoniada se cierne entre los dos. Ninguno parece querer dar su brazo a torcer, cuando mi mano busca la de él y éste, sorprendiéndome, la agarra. Lentamente y con cara de mala leche, se acerca a mí y me besa. Me pone su gesto serio.
¡Vaya, me encanta!
Me succiona los labios con deleite y yo le respondo poniéndome de puntillas. De nuevo se separa y se sienta en la cama. No hablamos. Sólo nos miramos. Me quito las zapatillas de Bob Esponja. Sin pestañear, le sigue el pantalón corto que llevo y a continuación la camiseta. Me quedo ante él en ropa interior. Al ver que él respira con profundidad, me siento poderosa. Eso me gusta. Me excita. Nunca he hecho una cosa así con un desconocido, pero descubro que me encanta.
Instintivamente me acerco a él. Lo tiento. Veo que cierra los ojos y acerca su nariz a mis braguitas. Doy un paso atrás y noto que se mosquea. Sonrío con malicia y él me imita. Con una sensualidad que yo no sabía que tenía, me bajo un tirante del sujetador, luego el otro y  vuelvo a acercarme a él. Esta vez me agarra con fuerza por las nalgas y ya no puedo escapar. Vuelve a acercar su nariz a mis braguitas y me estremezco cuando siento su aliento y un dulce mordisco en mi depilado monte de Venus.
Sin hablar, levanta la cabeza y con una mano me saca del sujetador el pecho derecho. Me acerca más a él y se mete el pezón en su boca con un gesto posesivo. ¡Dios! Estoy tan excitada que voy a gritar. Juguetea con mi pecho mientras yo le revuelvo el pelo y lo aprieto contra mí. Vuelvo a sentirme poderosa. Sensual. Voluptuosa. Me miro en los espejos de mi armario y la imagen es, como poco, intrigante. Morbosa. Cuando creo que voy a explotar, me separa de él y, sin necesidad de que diga nada, sé lo que quiere. Me quito el sujetador y las bragas y quedo totalmente desnuda ante él. Durante unos segundos veo cómo me recorre con su mirada hasta que dice:
—Eres preciosa.
Oír su ronca voz cargada de erotismo me hace sonreír y, cuando él me tiende la mano, yo se la acepto. Se levanta. Me besa y siento sus poderosas manos por todo mi cuerpo. Me deleito. Me tumba en la cama y me siento pequeña. Pequeñita. Joe Zimmerman me mira altivo y un gemido sale de mi interior en el momento en que él me coge de las piernas y me las separa.
—Tranquila, _____, lo deseas.
Se quita la camisa y vuelvo a gemir. Aquel hombre es impresionante con su sensual torso. Aún con los pantalones puestos se pone a cuatro patas sobre mí y coge uno de los artilugios que me ha regalado.
—Cuando un hombre regala a una mujer un aparatito de éstos —murmura, mientras me lo enseña—, es porque quiere jugar con ella y hacerla vibrar. Desea que se deshaga entre sus manos y disfrutar plenamente de sus orgasmos, de su cuerpo y de toda ella. Nunca lo olvides. —Como siempre, asiento como una tonta y él prosigue—: Esto es un vibrador para tu clítoris. Ahora cierra los ojos y abre las piernas para mí —susurra—. Te aseguro que tendrás un maravilloso orgasmo.
No me muevo.
Estoy asustada.
Nunca he utilizado un vibrador para el clítoris y oír lo que él me dice me avergüenza, pero me excita. Joe ve la indecisión en mis ojos. Pasa su mano delicadamente por mi barbilla y me besa. Cuando se separa de mí pregunta:
—_____, ¿te fías de mí?
Lo miro durante unos segundos. Es mi jefe. ¿Debo fiarme de él?
Tengo miedo a lo desconocido. ¡No lo conozco! Ni sé lo que me va a hacer.
Pero estoy tan excitada que, finalmente, vuelvo a asentir. Me besa e, instantes después, desaparece de mi vista. Siento cómo se acomoda entre mis piernas mientras yo miro el techo y me muerdo los labios. Estoy muy nerviosa. Nunca he estado tan expuesta a un hombre. Mis relaciones hasta ese momento han sido de lo más normales y ahora, de repente, me encuentro desnuda en mi habitación, tumbada en la cama y abierta de piernas para un desconocido que encima ¡es mi jefe!
—Me encanta que estés totalmente depilada —susurra.
Me besa la cara interna de los muslos mientras con delicadeza me acaricia las piernas. Tiemblo. Luego me las dobla y cierro los ojos para no observar la imagen grotesca que debo dar. Entonces siento sus dedos por mi vagina. Eso vuelve a estremecerme y, cuando su caliente boca se posa en ella, doy un salto. Joe comienza a mover su lengua como cuando lo hace sobre mi boca. Primero un lengüetazo, después otro y mis piernas, inconscientemente, se abren más. Su lengua va a mi clítoris. Lo rodea. Lo estimula y, en el momento en que se hincha, lo coge con los labios y tira de él. Jadeo.
Escucho un runrún. Un extraño ruido que pronto identifico como el vibrador. Joe lo pasa por la cara interna de mis muslos y tiemblo de excitación. Y, cuando lo pasa por mis labios vaginales, un electrizante gemido me hace abrir los ojos.
—Pequeña, te gustará —lo oigo decirme.
Y tiene razón.
¡Me gusta!
Esa vibración, acompañada del morbo del momento, me enloquece. Con cuidado abre los pliegues de mi sexo y coloca aquel aparato sobre mi bultito, sobre mi clítoris. Me muevo. Es electrizante. Segundos después, lo retira y siento su lengua succionarme con avidez. Pocos después, su boca se retira y vuelvo a sentir la vibración. Esta vez no encima de mi clítoris, sino al lado. De pronto, un calor enorme comienza a subirme del estómago hacia arriba. Siento que voy a estallar de placer, cuando me doy cuenta de que la vibración ha subido de potencia. Ahora es más fuerte, más devastadora. Más intensa. El calor se concentra en mi cara y en mi sien. Respiro agitadamente. Nunca había sentido ese calor. Nunca me había sentido así. Me siento como una flor a punto de abrirse al mundo.
¡Voy a explotar!
Y cuando no puedo más, un gemido incontrolable sale de mi boca. Cierro las piernas y me arqueo, convulsionándome, mientras él retira el vibrador de mi clítoris. Durante unos segundos boqueo como un pez.
¿Qué ha pasado?
Al sentir que él se tumba sobre mí y toma mi boca resurjo de mis cenizas y lo beso. Lo deseo. Le devoro la boca en busca de más.
—Pídeme lo que quieras —escucho que me dice mientras me sigue besando.
Su voz, su tono al decir aquella insinuante frase me excita aún más. Le tomo la palabra y toco su cinturón.
—Necesito tenerte dentro ¡ya!
Mi petición parece convertirse en su urgencia.
—¿Tomas algún tipo de anticonceptivo? —pregunta.
—Sí. La píldora.
—Aun así —murmura—, me pondré preservativo.
Rápidamente se quita los pantalones y los calzoncillos. Se queda totalmente desnudo ante mí y me estremezco de placer. Joe es impresionante. Fuerte y varonil. Su pene escandalosamente duro y erecto está preparado para mí. Alargo mi mano y lo toco. Suave. Él cierra los ojos.
—Para un segundo o no podré darte lo que quieres.
Obediente, le hago caso mientras veo que rasga con los dientes el envoltorio de un preservativo. Se lo coloca con celeridad y se tumba sobre mí sin hablar. Me coloca las piernas sobre sus hombros y sin dejar de mirarme a los ojos me penetra lentamente hasta el fondo.
—Así, pequeña, así. Ábrete para mí.
Inmóvil bajo su peso, le permito entrar en mi interior.
¡Oh, sí, me gusta!
Su pene duro y rígido me enloquece y siento cómo busca refugio con desesperación dentro de mí. Me ensarta hasta el fondo y yo jadeo cuando bambolea las caderas.
—¿Te gusta así?
Asiento. Pero él exige que le hable y para hasta que respondo:
—Sí.
—¿Quieres que continúe?
Deseosa de más, estiro mis manos, agarro su culo y lo lanzo hacia mí. Sus ojos brillan, lo veo sonreír y yo me arqueo de placer. Joe es poderoso y posesivo. Su mirada, su cuerpo, su virilidad pueden conmigo y cuando comienza una serie de rápidas envestidas y siento su mirada ardiente me corro de placer. Instantes después me baja las piernas de sus hombros y me las pone a ambos lados de sus piernas. El juego continúa. Coge mis caderas con sus fuertes manos.
—Mírame, pequeña.
Abro los ojos y lo miro. Es un dios y yo me siento una simple mortal entre sus manos.
—Quiero que me mires siempre, ¿entendido?

No puedo evitar volver a asentir como una boba y no le quito el ojo de encima mientras, enardecida de nuevo, veo cómo se hunde una y otra vez en mi interior. Ver su expresión y su fuerza me enloquece. Abro mis piernas todo lo que puedo para darle más cabida y noto cómo mi útero se contrae. Tras varios envites que me rompen por dentro y me revuelven por completo, Joe cierra los ojos y se corre tras un gruñido sexy, mientras me aprieta contra él. Finalmente cae sobre mí.
Monse_Jonas
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Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por Monse_Jonas Miér 12 Mar 2014, 10:21 pm

Chicas, mañana les subo maratón de 5 capítulos ñ_ñ
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Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por aranzhitha Jue 13 Mar 2014, 6:59 am

Awww me encanta!
Aunque no quiero que Joe se enrede con la bruja de la jefa!
Síguela!
aranzhitha
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Mensaje por Monse_Jonas Jue 13 Mar 2014, 9:18 pm

Capitulo Siete
Desnuda y con su duro cuerpo sobre el mío, intento recuperar el control de mi respiración. Lo ocurrido ha sido ¡fantástico! Le acaricio la cabeza, que reposa sobre mi cuerpo, con mimo y aspiro su perfume. Es varonil y me gusta. Noto su boca sobre mi pecho y eso también me gusta. No quiero moverme. No quiero que él se mueva. Quiero disfrutar de ese momento un segundo más. Pero entonces, él rueda hacia el lado derecho de la cama y me mira.
—¿Todo bien, _____?
Digo que sí con la cabeza. Él sonríe.
Instantes después veo que se levanta y se marcha de la habitación. Oigo la ducha. Deseo ducharme con él pero no me ha invitado. Me siento en la cama sudorosa y veo en mi reloj digital que son las siete y media.
¿Cuánto tiempo hemos estado jugando?
Minutos después aparece desnudo y mojado. ¡Apetecible! Me sorprendo al darme cuenta de que coge los calzoncillos y se los pone.
—Anoche perdisteis el partido de fútbol contra Italia. ¡Lo siento! Os mandaron a casita.
Joe me mira y añade:
—Sabemos perder, te lo dije. Otra vez será.
Sigue vistiéndose sin inmutarse por lo que le acabo de decir.
—¿Qué haces? —le pregunto.
—Vestirme.
—¿Por qué?
—Tengo un compromiso —responde escuetamente.
¿Un compromiso? ¿Se va y me deja así?
Irritada por su falta de tacto, tras lo que ha ocurrido entre nosotros, me pongo la camiseta y las bragas.
—¿Vas a repetir con mi jefa? —le suelto, incapaz de morderme la lengua.
Eso lo sorprende.
¡Ay, Dios! Pero ¿qué he dicho?
Sin mover un solo músculo de su cara se acerca a mí, vestido únicamente con los calzoncillos.
—Sabía que eras curiosa, pero no tanto como para leer las tarjetas que no son para ti —me dice, escrutándome con su mirada.
Eso me avergüenza. Acabo de dejar constancia de que soy una fisgona. Pero sigo mostrándome incapaz de contener mi lengua.
—Lo que tú pienses me da igual —le digo.
—No debería darte igual, pequeña. Soy tu jefe.
Con un descaro increíble, lo miro, me encojo de hombros y respondo:
—Pues me lo da, seas mi jefe o no.
Me levanto de la cama y camino hacia la cocina.
Quiero agua, ¡agua! No champán con olor a fresas. Cuando me vuelvo está detrás de mí.
—¿Qué haces que no te vistes y te vas? —le pregunto sin inmutarme y levantando una ceja.
No responde. Sólo me mira, desafiante, con los ojos entornados.
Furiosa lo empujo y salgo de la cocina.
Camino de vuelta a mi habitación y siento que viene detrás de mí.
—Vístete y vete de mi casa —le grito, volviéndome hacia él—. ¡Fuera!
—_____… —oigo que me dice en voz baja.
—¡Ni _____, ni leches! Quiero que te vayas de mi casa. Pero, vamos a ver: ¿para qué has venido?
Me mira con un gesto que me impulsa a partirle la cara. Me contengo. Es mi jefe.
—Vine a lo que tú ya sabes.
—¡¿Sexo?!
—Sí. Quedé en que te enseñaría a utilizar el vibrador.
Dice eso y se queda tan pancho. ¡Flipante!
—Pero ¿es que me crees tan tonta como para no saber cómo se utiliza? —vuelvo a gritarle, presa de los nervios.
—No, _____ —comenta con aire distraído, mientras me sonríe—. Simplemente quería ser el primero en hacerlo.
—¿El primero?
—Sí, el primero. Porque estoy convencido de que a partir de hoy lo utilizarás muchas veces, mientras piensas en mí.
Esa seguridad chulesca me mata y, torciendo el gesto, replico, dispuesta a todo:
—Pero ¡serás creído! ¡Presumido! ¡Vanidoso y pretencioso! ¿Tú quién te crees que eres? ¿El ombligo del mundo y el hombre más irresistible de la Tierra?
Con una tranquilidad que me desconcierta, responde mientras se pone el pantalón:
—No, _____. No me creo nada de eso. Pero he sido el primero que ha jugado con un vibrador en tu cuerpo. Eso, te guste o no, nunca lo podrás obviar. Y aunque en un futuro juegues sola o con otros hombres, siempre… sabrás que yo fui el primero.
Escucharlo decir aquello me excita.
Me calienta.
¿Qué me pasa con ese hombre?
Pero no estoy dispuesta a caer en su influjo.
—Vale, habrás sido el primero. Pero la vida es muy larga y te aseguro que no serás el único. El sexo es algo estupendo en esta vida y siempre lo he disfrutado con quien he querido, cuando he querido y como he querido. Y tiene razón, señor Zimmerman. Le tengo que dar las gracias por algo. Gracias por no regalarme unas insulsas rosas y regalarme un vibrador que estoy segura que me resultará de gran ayuda cuando esté practicando sexo con otros hombres. Gracias por alegrar mi vida sexual.
Lo oigo resoplar. Bien. Lo estoy cabreando.
—Un consejo —me replica, contra todo pronóstico—. Lleva el otro vibrador que te he regalado siempre en el bolso. Tiene forma de barra de labios y reúne toda la discreción para que nadie, excepto tú, sepa lo que es. Estoy seguro de que te será de gran utilidad y que encontrarás sitios discretos para utilizarlo sola o en compañía.
Eso me descoloca. Esperaba que me mandara a freír espárragos, no aquello.
Malhumorada, me dispongo a sacar a la arpía mal hablada que hay en mí, cuando me coge por la cintura y me atrae hacia él. Lo miro y, por un momento, me siento tentada a subir la rodilla y darle donde más le duele. Pero no. No puedo hacer eso. Es el señor Zimmerman y me gusta mucho. Entonces, me coge de la barbilla y me hace mirarlo a los ojos. Y antes de que pueda hacer o decir nada, saca su lengua y me la pasa por el labio superior. Después me succiona el inferior y cuando siento la dureza de su pene contra mí, murmura:
—¿Quieres que te folle?
Quiero decirle que no.
Quiero que se vaya de mi casa.
¡Lo odio por cómo me utiliza!
Pero mi cuerpo no responde. Se niega a hacerme caso. Sólo puedo seguir mirándolo mientras un deseo inmenso crece con fuerza en mi interior y yo ya no me reconozco. ¿Qué me pasa?
—_____, responde —exige.
Convencida de que sólo puedo contestar que sí, asiento y él, sin miramientos, me da la vuelta entre sus brazos. Me hace caminar ante él hasta el aparador de mi habitación. Me planta las manos en él y me inclina hacia adelante. Después me arranca las bragas de un tirón y yo gimo. No puedo moverme mientras siento que saca la cartera de su pantalón y, de su interior, un preservativo. Se quita el pantalón y los calzoncillos con una mano, mientras con la otra me masajea las nalgas. Cierro los ojos, mientras imagino que se pone el preservativo. No sé qué estoy haciendo. Sólo sé que estoy a su merced, dispuesta a que haga lo que quiera conmigo.
—Separa las piernas —susurra en mi oído.
Mis piernas tienen vida propia y hacen lo que él pide mientras me acaricia el trasero con una mano y con la otra se enreda mi pelo para tenerme bien sujeta.
—Sí, pequeña, así.
Y, sin más, con una fuerte embestida me penetra y oigo un ahogado gemido en mi cuello. Eso me aviva. Luego, me da un azotito exigente. ¡Me gusta!
Me agarro al aparador y siento que las piernas me flojean. Él debe notar mi debilidad porque me agarra por la cintura con las dos manos de modo posesivo y comienza a bombear su erecto pene con una intensidad increíble dentro y fuera de mí. Una y otra vez. Una y otra vez.
En aquella posición y sin tacones, me siento pequeña ante él, es más, me siento como una muñeca a la que mueven en busca de placer. De pronto, las embestidas paran de ritmo y su mano abandona mi cadera y baja hasta mi vagina. Mete los dedos en mi hendidura y me busca el clítoris. Eso me hace jadear.
—Otro día —me dice—, te follaré mientras te masturbo con lo que te he regalado.
Le digo que sí. Quiero que lo haga.
Quiero que lo haga ya. No quiero que se vaya. Quiero… quiero…
Sus embestidas se hacen cada segundo más lentas y yo me muevo nerviosa, incitándolo a que suba el ritmo. Él lo sabe. Lo intuye y pregunta cerca de mi oreja con su voz ronca.
—¿Más?
—Sí… sí… Quiero más.
Una nueva embestida hasta el fondo. Jadeo por el placer.
—¿Qué más quieres? —añade, mientras aprieta los dientes.
—Más.
Grito de placer ante su nueva penetración.
—Sé clara, pequeña. Estás húmeda y caliente. ¿Qué quieres?
Mi mente funciona a una velocidad desbordante. Sé lo que quiero, así que, sin importarme lo que piense de mí, suplico:
—Quiero que me penetres fuerte. Quiero que…
Un grito escapa de mi boca al sentir cómo mis palabras lo avivan. Lo siento jadear. Lo vuelven loco. Sus embestidas fuertes y profundas comienzan de nuevo y yo me arqueo dispuesta a más y más, hasta que llega el clímax. Segundos después, él explota también y suelta un gemido de placer mientras me ensarta por última vez. Agotada y satisfecha, me agarro con fuerza al mueble. Lo siento apoyado en mi espalda y eso me reconforta.
Al cabo de un rato me incorporo y suspiro mientras me doy aire. Tengo calor. En esa ocasión soy yo la que se marcha directa a la ducha, donde disfruto en soledad de cómo el agua resbala por mi cuerpo.
Me demoro más de lo normal. Sólo espero que él no esté cuando salga. Sin embargo, cuando lo hago lo veo apaciblemente sentado en la cama con la copa de champán en la mano.
Mi gesto es un poema. Me doy cuenta de que mi ceño está fruncido y mi boca, tensa.
Lo miro. Me mira y, cuando veo que él va a decir algo, levanto la mano para interrumpirlo:
—Estoy cabreada. Y cuando estoy cabreada mejor que no hables. Por lo tanto, si no quieres que saque la Cruella de Vil que llevo dentro, coge tus cosas y márchate de mi casa.
Me toma de la mano.
—¡Suéltame!
—No. —Tira de mí hasta dejarme entre sus piernas—. ¿Quieres que me quede contigo?
—No.
—¿Estás segura?
—Sí.
—¿Vas a responder continuamente con monosílabos?
Lo carbonizo con la mirada.
Frunzo mis ojos y siseo con ganas de arrancarle aquella sonrisita de cabroncete de la boca:
—¿Qué parte de «Estoy cabreada» no has entendido?
Me suelta. Da un trago a su copa y, tras saborearla, susurra:
—¡Ah! Las españolas y vuestro maldito carácter.
¿Por qué seréis así?
Le voy a… Le voy a dar un guantazo.
Juro que como diga alguna perlita más le estampo la botella de etiqueta rosa en la cabeza, aunque sea mi jefe.
—De acuerdo, pequeña, me iré. Tengo una cita. Pero regresaré mañana a la una. Te invito a comer y, a cambio, tú me enseñarás algo de Madrid, ¿te parece?
Con un gesto serio que incluso el mismísimo Robert De Niro sería incapaz de poner, lo miró y gruño:
—No. No me parece. Que te enseñe Madrid otra española. Yo tengo cosas más importantes que hacer que estar contigo de turismo.
Y vuelve a hacerlo. Se acerca a mí, pone sus labios frente a mi boca, saca su lengua, recorre mi labio superior y añade:
—Mañana pasaré a buscarte a la una. No se hable más.
Abro la boca estupefacta y resoplo. Él sonríe.
Quiero mandarlo a que le den por donde amargan los pepinos, pero no puedo. El hipnotismo de sus ojos no me deja. Finalmente, mientras tira de mí en dirección a la puerta dice:
—Que pases una buena noche, _____. Y si me echas de menos, ya tienes con qué jugar.

Poco después se va de mi casa y yo me quedo como una imbécil mirando la puerta.
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Mensaje por Monse_Jonas Jue 13 Mar 2014, 9:18 pm

Capitulo Ocho
Estoy dormida como un tronco cuando oigo el sonido de la puerta de mi casa al abrirse. Salto de la cama ¿Qué hora es? Miro el reloj de mi mesilla. Las once y siete. Me tumbo de nuevo en la cama. No quiero saber quién es hasta que, de pronto, una pequeña bomba cae sobre mí y grita:
—¡Hola, titaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
Mi sobrina Luz.
Maldigo en silencio, pero luego miro a la pequeña y la agarro para besarla con amor.
Adoro a mi sobrina. Pero cuando mis ojos se cruzan con los de mi hermana, mi mirada dice de todo menos bonita. Veinte minutos después y recién salida de la ducha, entro en el comedor en pijama. Mi hermana está preparando algo de desayuno mientras mi pequeña Luz, espachurra entre sus brazos al pobre Curro y ve los dibujos de la televisión.
Entro en la cocina, me siento en la encimera y pregunto:
—¿Se puede saber qué haces en mi casa un sábado a las once de la mañana?
Mi hermana me mira y pone un café ante mí.
—Me engaña —cuchichea.
Sorprendida por sus palabras, me dispongo a contestarle, pero ella baja la voz para que Luz no la oiga y prosigue:
—Acabo de descubrir que el sinvergüenza de mi marido ¡me engaña! Me paso media vida a régimen, yendo al gimnasio, cuidándome para estar siempre estupenda y ¡ese desgraciado me engaña! Pero no, esto no va a quedar así. Te juro que voy a contratar al mejor abogado que encuentre y le voy a sacar hasta los higadillos por cabrón. Te juro que…
Necesito un segundo. Tiempo muerto. Levanto la mano y pregunto:
—¿Por qué sabes que te engaña?
—Lo sé y punto.
—No me vale esa respuesta —insisto cuando la pequeña entra en la cocina.
—Mami, voy al baño.
Raquel asiente y dice:
—Oye, no te olvides de limpiarte el petete con papel, ¿vale?
La pequeña desaparece de nuestra vista.
—Ayer Pili, la madre de la amiguita de Luz —continúa—, me confesó que descubrió que su marido la engañaba cuando éste comenzó a comprarse él mismo la ropa. Y justamente, Alfredo hace dos días se compró una camisa ¡y unos calzoncillos!
Eso me deja patitiesa. No sé qué decir. Efectivamente, se dice que uno de los síntomas para desconfiar en un hombre es ése. Pero claro, tampoco se puede decir que eso sea una tónica general en todos. Y menos en mi cuñado. Que no, que no me lo imagino.
—Pero, Raquel, eso no quiere decir nada mujer…
—Sí. Eso quiere decir mucho.
—¡Anda ya, exagerada!—río para quitarle importancia.
—De exagerada nada, cuchufleta. Me mira de forma extraña… como si quisiera decirme algo y… cuando hacemos el amor, él…
—No quiero saber más—la interrumpo. Pensar en mi cuñado en plan caliente no me apetece.
Entonces, mi sobrina irrumpe en la cocina y pregunta:
—Tita… ¿por qué este pintalabios no pinta pero tiembla?
Al escuchar eso creo morir. Rápidamente miro a la pequeña y veo que trae en las manos el vibrador en forma de pintalabios que Joe me ha regalado. Salto de la encimera y se lo quito. Mi hermana, como está en su mundo, ni se entera.
Menos mal. Me guardo el jodido pintalabios en el primer sitio que encuentro. En las bragas.
—Es un pintalabios de broma, pichurrina. ¿No lo has visto?
La pequeña suelta una risotada y yo me parto. Bendita inocencia. Mi hermana nos mira y mi sobrina dice:
—Tita, no te olvides de la fiesta del martes.
—No lo haré, cariño —murmuro, mientras le acaricio la cabeza con ternura.
Mi sobrina me mira con sus ojitos castaños, tuerce la boca y dice:
—He discutido otra vez con Alicia. Es tonta y no la pienso ajuntar en la vida.
Alicia es la mejor amiga de mi sobrina. Pero son tan diferentes que no paran de discutir, aunque luego no pueden vivir la una sin la otra. Yo soy su intermediaria.
—¿Por qué habéis discutido?
Luz resopla y pone sus ojitos en blanco.
—Porque le dejé una película y ella dice que es mentira —cuchichea—. Me llamó tonta y cosas peores y yo me enfadé. Pero ayer me trajo la película, me pidió perdón y yo no la perdoné.
Sonrío. Mi canija y sus grandes problemas.
—Luz, sabes que siempre te digo que cuando quieres a una persona hay que intentar solucionar los problemas, ¿no? ¿Tú quieres a Alicia?
—Sí.
—Y si te ha pedido perdón por su error, ¿por qué no la perdonas?
—Porque estoy enfadada con ella.
—Vale, entiendo tu enfado, pero ahora debes pensar si tu enfado es tan importante como para dejar de ser amiga de una persona a la que quieres y que encima te ha pedido disculpas. Piénsalo, ¿vale?
—De acuerdo, tita. Lo pensaré.
Segundos después la pequeña desaparece en el interior de mi piso.
—¿Se puede saber qué te has guardado en el pantalón? —pregunta Raquel.
—Ya lo he dicho. Un pintalabios de broma —río al recordar que está dentro de mis bragas.
Convencida o no, acepta lo dicho y no pide más explicaciones. Eso me alegra. Media hora después, tras haber despotricado todo lo habido y por haber contra mi cuñado, mi hermana y mi sobrina se van y me dejan tranquila en casa.
Miro el reloj. Las doce y cinco minutos.
Entonces recuerdo que Joe me vendrá a buscar y maldigo. No pienso salir con él. Que salga con la que tuvo la cita anoche. Voy a mi habitación, cojo mi móvil y, sorprendida, me doy cuenta de que tengo un mensaje. Es de Joe.
«Recuerda. A la una paso a buscarte.»
Eso me enfurece.
Pero ¿quién se ha creído éste que es para ocupar mi tiempo? Le respondo:
«No pienso salir.»
Tras enviárselo, suspiro aliviada, pero mi alivio dura poco cuando el teléfono suena y leo: «Pequeña, no me hagas enfadar».
¿Que no lo haga enfadar?
Este tío es de todo, menos bonito. Y, antes de que le conteste, mi móvil pita de nuevo.
«Por tu bien, te espero a la una.»
Leer aquello me hace sonreír.
¡Será impertinente…! Así que decido responderle: «Por su bien, señor Zimmerman, no venga. No estoy de humor».
Mi móvil inmediatamente pita de nuevo.
«Señorita Flores, ¿quiere enfadarme?»
Boquiabierta, miro la pantalla y respondo: «Lo que quiero es que se olvide de mí».
Dejo el móvil sobre la encimera, pero suena de nuevo. Rápidamente lo cojo.
«Tienes dos opciones. La primera, enseñarme Madrid y disfrutar del día conmigo. Y la segunda enfadarme y soy tu JEFE. Tú decides.»
Me atraganto. Su abuso de autoridad me enardece pero me excita.
¿Seré imbécil?
Con las manos temblorosas, vuelvo a dejarlo sobre la encimera. No pienso contestarle. Pero el móvil pita de nuevo y yo, curiosa de mí, leo lo que pone: «Elige opción».
Enfadada, maldigo por lo bajo.
Me lo imagino sonriendo mientras escribe aquello. Eso me enfada aún más. Suelto el teléfono. No pienso contestar y tres segundos después vuelve a pitar. Leo: «Estoy esperando y mi paciencia no es infinita».
Desesperada, me acuerdo de todos sus antepasados. Y al final contesto: «A la una estaré preparada».

Espero su respuesta, pero no llega. Convencida de que me estoy metiendo en un juego al que no debería jugar, me preparo otro café y, cuando miro el reloj del microondas, veo que marca la una menos veinte. Sin tiempo que perder, corro por la casa.
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Mensaje por Monse_Jonas Jue 13 Mar 2014, 9:19 pm

Capitulo Nueve
¿Qué me pongo?
Al final, me calzo unos vaqueros y una camiseta negra de los Guns’n’Roses que me regaló mi amiga Ana. Me sujeto el pelo en una coleta alta y a la una suena el telefonillo. ¡Qué puntual! Convencida de que es él, no contesto. Que vuelva a llamar. Diez segundos después lo hace. Sonrío. Descuelgo el telefonillo y pregunto distraída:
—¿Sí?
—Baja. Te espero.
¡Olé! Ni buenos días, ni nada.
¡Don Mandón ha regresado!
Tras besar a Curro en la cabeza, salgo de mi casa deseosa de que mi aspecto con vaqueros no le guste nada de nada y decida no salir conmigo. Pero me quedo a cuadros cuando llego a la calle y lo veo vestido con unos vaqueros y una camiseta negra junto a un impresionante Ferrari rojo que me deja patidifusa. ¡Si lo pilla mi padre!
La sonrisa vuelve a mi boca. ¡Me encanta!
—¿Es tuyo? —pregunto, acercándome hasta él.
Se encoge de hombros y no contesta.
Asumo que es alquilado y me enamoro a primera vista de aquella impresionante máquina. Lo acaricio con mimo mientras siento que él me mira.
—¿Me dejas conducirlo? —le pregunto.
—No.
—Venga, vaaaaaaaaaaaa —insisto—. No seas aguafiestas y déjame. Mi padre tiene un taller y te aseguro que sé hacerlo.
Joe me mira. Yo lo miro también.
Él resopla y yo sonrío. Finalmente niega con la cabeza.
—Enséñame Madrid y, si te portas bien, quizá luego te permita conducirlo. —Eso me emociona y prosigue—: Yo conduciré y tú me dirás dónde ir. Así que, ¿dónde vamos?
Me quedo pensando un rato, pero en seguida le contesto:
—¿Qué te parece si vamos a lo más guiri de Madrid? Plaza Mayor, Puerta del Sol, Palacio Real, ¿lo conoces?
No responde, así que le doy unas indicaciones y nos sumergimos en el tráfico. Mientras él conduce, disfruto del hecho de ir en un Ferrari. ¡Qué pasada! Subo la música de la radio. Me encanta esa canción de Juanes. Él la baja. Vuelvo a subirla. Él vuelve a bajarla.
—Vamos a ver, ¡que no escucho la canción! —protesto.
—¿Estás sorda?
—No… no estoy sorda, pero un poquito de vidilla a la música dentro de un coche no viene mal.
—¿Y también tienes que cantar?
Esa pregunta me pilla tan de sorpresa que respondo:
—¿Qué pasa? ¿que tú no cantas nunca?
—No.
—¿Por qué?
Tuerce el gesto mientras lo piensa… lo piensa… y lo piensa.
—Sinceramente, no lo sé —contesta, finalmente.
Sorprendida por aquello, lo miro y añado:
—Pues la música es algo maravilloso en la vida. Mi madre siempre decía que la música amansa las fieras y que las letras de muchas canciones pueden ser tan significativas para el ser humano que incluso nos pueden ayudar a aclarar muchos sentimientos.
—Hablas de tu madre en pasado. ¿Por qué?
—Murió de cáncer hace unos años.
Joe toca mi mano.
—Lo siento, _____ —murmura.
Le hago un gesto de comprensión con la cabeza, y, sin querer dejar de hablar de mi madre, añado:
—A ella le encantaba cantar y a mí me pasa igual.
—¿Y no te da vergüenza cantar delante de mí?
—No, ¿por qué? —respondo, encogiéndome de hombros.
—No lo sé, _____, quizá por pudor.
—¡Qué va! Soy una loca de la música y me paso el día canturreando. Por cierto, te lo recomiendo.
Vuelvo a subir la música y, demostrándole la poca vergüenza que tengo, muevo los hombros y canturreo:
Tengo la camisa negra, porque negra tengo el alma.
Yo por ti perdí la calma y casi pierdo hasta mi cama.
Cama cama caman baby, te digo con disimulo.
Que tengo la camisa negra y debajo tengo el difunto.
Finalmente, veo que la comisura de sus labios se curva. Eso me proporciona seguridad y continúo canturreando, canción tras canción. Al llegar al centro de Madrid, metemos el coche en un parking subterráneo y lo miro con tristeza mientras nos alejamos de él. Joe se da cuenta de ello y se acerca a mi oído.
—Recuerda. Si eres buena, te dejaré conducirlo —susurra.
Mi gesto cambia y un aleteo de felicidad me cubre por completo cuando lo oigo reír. ¡Vaya! ¡Sabe reír! Tiene una risa muy bonita. Algo que no utiliza mucho, pero que las pocas veces que lo hace me encanta. Tras salir del parking, me coge de la mano con seguridad. Eso me sorprende y, como me agrada, no la retiro. Caminamos por la calle del Carmen y desembocamos en la Puerta del Sol. Subimos por la calle Mayor y llegamos hasta la plaza Mayor. Veo que le maravilla todo lo que ve mientras continuamos nuestro camino hacia el Palacio Real. Cuando llegamos está cerrado y, como las tripas nos comienzan a rugir, le propongo comer en un restaurante italiano de unos amigos míos.
Cuando llegamos al restaurante, mis amigos nos saludan encantados. Rápidamente nos acomodan en una mesita algo alejada del resto y, tras pedir los platos, nos traen algo de beber.
—¿Es buena la comida de aquí?
—La mejor. Giovanni y Pepa cocinan muy bien. Y te aseguro que todos los productos vienen directamente desde Milán.
Diez minutos después, lo comprueba él mismo al degustar una mozzarella de búfala con tomate que sabe a gloria.
—Muy rico.
Pincha un nuevo trozo y me lo ofrece. Yo lo acepto.
—¿Lo ves? —trago—. Te lo dije…
Asiente. Pincha de nuevo y me vuelve a ofrecer. Vuelvo a aceptarlo y entro en su juego. Pincho yo y le ofrezco a él. Ambos comemos de la mano del otro sin importarnos lo que piensen a nuestro alrededor. Acabada la mozzarella, se limpia la boca con la servilleta y me mira.
—Tengo que hacerte una proposición —me dice.
—Mmmm… Conociéndote, seguro que será indecente.
Sonríe ante mi comentario. Me toca la punta de la nariz con su dedo y dice:
—Voy a estar en España durante un tiempo y después regresaré a Alemania. Me imagino que sabrás que mi padre murió hace tres semanas… Me quiero encargar de visitar todas las delegaciones que mi empresa tiene en España. Necesito saber la situación de las mismas, ya que quiero ampliar el negocio a otros países. Hasta el momento era mi padre quien se ocupaba de todo y… bueno… ahora el mando lo llevo yo.
—Siento lo de tu padre. Recuerdo haber oído…
—Escucha, _____ —me interrumpe. No me deja profundizar en su vida—. Tengo varias reuniones en distintas ciudades españolas y me gustaría que me acompañaras. Sabes hablar y escribir perfectamente en alemán y necesito que, tras las reuniones, envíes varios documentos a mi sede en Alemania. El jueves tengo que estar en Barcelona y…
—No puedo. Tengo mucho trabajo y…
—Por tu trabajo no te preocupes. El jefe soy yo.
—¿Me estás pidiendo que deje todo y te acompañe en tus viajes? —le pregunto, boquiabierta.
—Sí.
—¿Y por qué no se lo pides a Miguel? Él era el secretario de tu padre.
—Te prefiero a ti. —Y al ver mi gesto añade—: Vendrías en calidad de secretaria. Tus vacaciones se aplazarían hasta que regresáramos y después podrías cogerlas. Y, por supuesto, tus honorarios por este viaje serán los que tú marques.
—¡Ufff…! No me tientes con mis honorarios o me aprovecharé de ti.
Apoya los codos sobre la mesa. Junta las manos. Deja caer la barbilla sobre ellas y murmura:
—Aprovéchate de mí.
El labio me tiembla.
No quiero entender lo que él me está proponiendo. O al menos no quiero entenderlo como yo lo estoy entendiendo. Pero como soy incapaz de callar hasta debajo del agua, le pregunto:
—¿Me vas a pagar por estar conmigo?
Al decir aquello me mira fijamente y responde:
—Te voy a pagar por tu trabajo, _____. ¿Por quién me has tomado?
Nerviosa, el estómago se me cierra y vuelvo a preguntar. Esta vez en un susurro, para que nadie nos oiga:
—¿Y mi trabajo cuál se supone que será?
Sin inmutarse, clava sus impresionantes ojos en mí y aclara:
—Te lo acabo de explicar, pequeña. Serás mi secretaria. La persona que se ocupe de enviar a las oficinas centrales de Alemania todo lo que hablemos en esas reuniones.
Mi mente comienza a dar vueltas pero, antes de que pueda decir nada más, me coge de la mano.
—No te voy a negar que me atraes. Me excita sorprenderte y más aún oírte gemir. Pero créeme que lo que te estoy proponiendo es totalmente decente.
Eso me excita y me hace reír. De pronto, me siento como Demi Moore en la película Una proposición indecente.
—En los hoteles, ¿habitaciones separadas? —pregunto.
—Por supuesto. Ambos tendremos nuestro propio espacio. Tienes para pensarlo hasta el martes. Ese día necesito una respuesta o me buscaré a otra secretaria.
En ese momento llega Giovanni con una impresionante pizza cuatro estaciones y la coloca en el centro. Después se va. El olor a especias me abre el estómago y sonrío. Él me imita y a partir de ese momento no volvemos a mencionar la conversación. Se lo agradezco. Tengo que pensarlo. Así que nos limitamos a disfrutar de una estupenda comida.
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Mensaje por Monse_Jonas Jue 13 Mar 2014, 9:19 pm

Capitulo Diez
Tras salir del restaurante, Joe vuelve a cogerme de la mano con un gesto posesivo, y yo me dejo llevar. Cada vez me gustan más las sensaciones que me provoca, a pesar de que estoy algo desconcertada por su proposición.
Una parte de mí quiere rechazarla, pero otra parte quiere aceptarla. Me gusta Joe. Me gustan sus besos. Me gusta cómo me toca y sus juegos. Caminamos en busca de la sombra por los jardines del Palacio Real mientras hablamos de mil cosas, aunque de ninguna en profundidad.
—¿Te apetece venir a mi hotel? —me pregunta de repente.
—¿Ahora?
Me mira. Recorre mi cuerpo con lujuria y susurra con voz ronca:
—Sí. Ahora. Estoy alojado en el hotel Villa Magna.
El estómago se me contrae. Ir a una habitación con Joe supone ¡lo que supone! Sexo… sexo… y sexo. Y, tras mirarlo unos segundos, le digo que sí con la cabeza, convencida de que es eso lo que quiero con él. Sexo. Caminamos de la mano hasta el parking.
—¿Me dejarás conducir?
Me mira con sus inquietantes ojos azules y acerca su boca a mi oído.
—¿Has sido buena?
—Buenísima.
—¿Y vas a volver a cantar?
—Con toda seguridad.
Lo oigo reír, pero no contesta. Cuando llegamos al parking y paga el ticket, vuelve a mirarme y me entrega las llaves.
—Tus deseos son órdenes para mí, pequeña.
Emocionada, doy un salto a lo Rocky Balboa que vuelve a hacerlo sonreír. Me pongo de puntillas y lo beso en los labios. Esta vez soy yo quien le agarra de la mano y tira de él en busca del Ferrari.
—¡Uooooooooo! —grito, emocionada.
Joe se monta y se pone el cinturón.
—Bien, _____ —me dice—. Todo tuyo.
Dicho y hecho.
Arranco el motor y pongo la radio. En seguida, la música de Maroon 5 llena el interior del vehículo y, antes de que él toque el volumen, lo miro y murmuro:
—Ni se te ocurra bajarlo.
Pone los ojos en blanco, pero sonríe. Está de buen humor. Salimos del parking y me siento como si fuera una guerrera amazónica con aquel impresionante coche entre mis manos. Sé dónde está el hotel Villa Magna, pero antes decido darme una vueltecita por la M-30. Joe no habla, simplemente me observa y aguanta estoicamente el volumen de la radio y mis cánticos. Media hora después, cuando me doy por satisfecha, aminoro la marcha y salgo de la M-30 para dirigirme al hotel Villa Magna.
—¿Contenta por el paseo?
—Mucho —respondo, emocionada por haber conducido semejante coche.
Sus manos me cosquillean las piernas y noto que se paran sobre mi monte de Venus. Hace circulitos sobre él y me humedezco al instante. Escandalizada, quiero cerrar las piernas.
—Espero que dentro de media hora estés todavía más contenta —me dice.
Eso me hace reír mientras noto sus manos juguetonas apretando mi sexo a través del vaquero. Eso me pone más y más, y, cuando llegamos a la puerta del Villa Magna y nos bajamos del coche, me agarra de la mano, me quita las llaves y se las entrega al portero. Después tira de mí hasta llegar a los ascensores. Una vez en su interior, el ascensorista no necesita preguntarnos nada: sabe perfectamente dónde nos tiene que llevar. Al llegar a la última planta, se abren las puertas del ascensor y leo: «Suite Royal».
Al entrar, respiro el lujo y el glamur en estado puro. Muebles color café, jardín japonés… Entonces me doy cuenta de que hay dos puertas en la suite. Las abro y descubro dos fantásticas habitaciones con enormes camas king size.
—¿Por qué utilizas una suite doble?
Joe se acerca a mí y se apoya en la pared.
—Porque en una habitación juego y en la otra duermo —murmura.
De pronto, unos golpes en la puerta llaman mi atención y entra un hombre de mediana edad. Joe lo mira y dice:
—Tráiganos fresas, chocolate y un buen champán francés. Lo dejo a su elección.
El hombre asiente y se marcha. Yo todavía estoy en estado de shock mientras observo el placer de lo exclusivo. Nos alejamos unos metros de la puerta y caminamos por la habitación. Yo me dirijo directamente a una terraza. Abro las puertas y salgo.
Pronto siento a Joe detrás de mí. Me coge por la cintura y me aprieta contra él. Después baja su cabeza y siento sus labios repartir cientos de dulces besos por mi cuello. Cierro los ojos y me dejo llevar. Noto sus manos por debajo de mi camiseta y cómo éstas se agarran con fuerza a mis pechos. Los masajea y comienzo a vibrar. Ha sido entrar en la habitación y ya siento que me quiere poseer. Lo apremia la prisa. Lo apremia hacerlo ya.
—Joe, ¿puedo preguntarte algo?
—Sí.
A cada segundo que pasa me siento más húmeda por las cosas que me hace sentir.
—¿Por qué vas tan de prisa?
Me mira… me mira… me mira y, finalmente, dice:
—Porque no quiero perderme nada y menos aún tratándose de ti. —Un jadeo sale por mi boca y ahora es él quien pregunta—: ¿Llevas el vibrador en el bolso?
Al recordarlo maldigo en silencio.
—No —respondo.
Él no contesta y, sin que yo me mueva, noto que me desabrocha el botón del vaquero y me baja la cremallera. Introduce su mano bajo mis bragas, traspasa mi húmeda hendidura, posa un dedo sobre mi clítoris y comienza a moverlo. Lo estimula.
—Dije que siempre lo llevaras encima, ¿lo recuerdas?
—Sí.
—¡Ah, pequeña…! Debes recordar los consejos que te doy si quieres que podamos disfrutar plenamente del sexo.
Asiento, totalmente subyugada, cuando su dedo se para y lo saca lentamente de debajo de mis bragas. Quiero pedirle que continúe. En cambio, me acerca el dedo a la boca.
—Quiero que sepas cómo sabes. Quiero que entiendas por qué estoy loco por volver a devorarte.
Sin necesidad de nada más, muevo el cuello y meto su dedo en mi boca. El sabor de mi sexo es salado.
—Hoy, señorita Flores —vuelve a murmurar en mi oído—, pagarás por no haber traído el vibrador y haber frustrado uno de mis juegos.
—Lo siento y…
—No. No lo sientas, pequeña —murmura—. Jugaremos a otra cosa. ¿Te atreves?
—Sí… —suspiro, más excitada a cada instante que pasa.
—¿Estás segura?
—Sí…
—¿Sin límites?
—Sado no.
Lo oigo sonreír, cuando vuelven a escucharse unos golpes en la puerta. Joe se aparta de mí y, al volverme, veo que un camarero nos trae una preciosa mesa de cristal y plata con lo que había pedido. Joe descorcha el champán, sirve dos copas y, acercándome una, brinda conmigo.
—Brindemos por lo bien que lo vamos a pasar jugando, señorita Flores.
Lo miro. Me mira.
Siento cómo mi cuerpo reacciona ante la palabra «juego». Si viera esa mirada suya en Facebook no dudaría en darle al «Me gusta». Al final sonrío, choco mi copa contra la suya y asiento con toda la seguridad que puedo.

—Brindo por ello, señor Zimmerman.
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por Monse_Jonas Jue 13 Mar 2014, 9:20 pm

Capitulo Once
Entre risas, insinuaciones y tocamientos nos bebemos casi toda la botella de champán mientras estamos en la bonita y enorme terraza de la suite. Madrid está a mis pies y me encanta mirar a mi alrededor. Todavía le doy vueltas a la proposición que me hizo en el restaurante.
¿Debería aceptarla o rechazarla por lo que significa?
Me encuentro algo achispada. No estoy acostumbrada a beber y menos aún champán. Joe habla con alguien por el móvil y lo observo. Vestido con esos vaqueros de cintura baja y la camiseta negra me pone a cien. Es fuerte y atlético. El típico hombre de ojos claros y pelo corto que, si lo ves, no puedes evitar mirarlo. Me sorprendo al ver que no lleva ningún tatuaje. Hoy casi todos los hombres de su edad tienen uno. Aunque casi que me alegro, porque, con lo que me gustan a mí los tatuajes, se lo estaría chupando todo el día.
Recorro con lascivia su cuerpo. Me detengo en la parte superior de sus vaqueros y entonces me doy cuenta de que tiene desabrochado el primer botón. Me pone. Me excita. Me incita. Me provoca. Instantes después, suelta el móvil y se dirige hacia la cubitera. Me mira y sonríe. Calor. Tengo mucho calor. Sirve unas últimas copas y deja la botella vacía boca abajo. Se acerca a mí, me entrega mi copa y murmura besándome la frente:
—Pasemos al dormitorio.
Los nervios de nuevo se apoderan de mí y siento que mi sexo se contrae. Voy a ponerme los tacones pero él dice que no, así que le hago caso.
Ha llegado el momento que llevo deseando, anhelando e imaginando desde que lo vi esperándome en la puerta de mi casa con el
Ferrari.
Cuando entramos en uno de los preciosos y espaciosos dormitorios, clavo mis ojos en la enorme cama. Una king size. Joe se mueve por la habitación y, de repente, una sensual música nos envuelve. Se sienta y apoya una mano en la cama. Con la otra sujeta la copa y le da un trago.
—¿Estás preparada para jugar, pequeña?
Mis partes bajas se contraen por la anticipación y siento cómo me humedezco. Viéndolo así, tan sexy, tan varonil… Estoy dispuesta para todo lo que él quiera y consigo responder:
—Sí.
Lo veo asentir.
Se levanta. Abre un cajón.
Saca dos pañuelos de seda negros, una cámara de vídeo y unos guantes. Eso me sorprende y me asusta al mismo tiempo. Pero, incapaz de moverme, me quedo parada a la espera de que se acerque a mí. Lo hace. Pasa su lengua con provocación por mi boca y me aprieta el trasero con su mano.
—Tienes un culito precioso. Estoy deseando poseerlo.
Asustada, doy un paso atrás.
¡Nunca he practicado sexo anal!
Joe entiende mi callada respuesta. Da un paso hacia mí. Me agarra de nuevo del trasero y mientras vuelve a apretarme contra él murmura, excitándome:
—Tranquila, pequeña. Hoy no penetraré tu bonito trasero. Me excita saber que seré el primero, pero quiero hacerte disfrutar y, cuando lo hagamos, será poco a poco y estimulándote para que sientas placer, no dolor. Confía en mí.
Trago el nudo de emociones que tengo atascadas en mi garganta con la intención de decir algo.
—Hoy jugaremos con los sentidos —prosigue—. Pondré esta cámara sobre aquel mueble para grabarlo todo. Así luego podremos ver juntos lo ocurrido, ¿te parece?
—No me gustan las grabaciones… —consigo decir.
Esboza una cautivadora sonrisa. Los ojos le brillan y me mira desde su altura.
—Tranquila, _____. El primer interesado en que no se vea por ahí nada de lo que tú y yo hacemos soy yo, ¿no crees?
Lo pienso durante unos instantes y llego a la conclusión de que tiene razón.
Él es el rico y poderoso. Quien tiene más que perder de los dos. Acepto y él deja la cámara sobre el mueble que había dicho y veo que pulsa un botón. Se acerca de nuevo hacia mí.
—Te taparé los ojos con este pañuelo. ¡Tócalo!
Lo obedezco sin rechistar y siento la suavidad de la tela. Seda.
—Lo que vas a sentir cuando te tenga desnuda en la cama es la misma suavidad que has sentido al tocar el pañuelo.
Escuchar eso me activa de nuevo. Asiento.
—Me encantan tus ojos —murmuro, sin poder contenerme—. Tu mirada.
Joe me mira unos segundos y, sin hacer referencia a lo que acabo de decir, prosigue:
—Además de taparte los ojos, como sé que te fías de mí, te ataré las manos y las sujetaré al cabecero para que no puedas tocarme. —Cuando voy a protestar me pone un dedo en la boca y añade—: Es su castigo, señorita Flores, por haber olvidado el vibrador.
Eso me hace sonreír y miro los guantes con curiosidad. Se los pone y me toca los brazos. La suavidad que siento me encanta. No noto sus dedos. Sólo noto la suavidad que aquellos guantes me proporcionan.
Sin hablar, se sienta sobre la cama y me mira. Rápidamente entiendo lo que quiere y lo hago. Me desnudo. Me quito el vaquero y la camiseta. Repito la misma operación que el día anterior. Me acerco a él vestida con el sujetador y las bragas y siento cómo de nuevo apoya su frente en mi estómago y posa su boca sobre mis bragas. La sensación atiza mi clítoris y lo siento vibrar. Se quita los guantes y los deja sobre la cama. Me agarra la cintura con sus fuertes manos y me sienta a horcajadas sobre él. Me mira y susurra mientras siento su duro pene entre mis muslos y su aliento sobre mis pechos:
—¿Estás preparada para jugar a lo que yo quiero?
—Sí —respondo aguijoneada por el deseo.
—¿De verdad?
—De verdad.
—¿Para lo que sea? —murmura acercándose a mi boca.
Poso mis manos en su corto cabello y le masajeo la cabeza.
—A todo excepto a…
—Sado —puntualiza, y yo sonrío.
Me desabrocha el sujetador y mis turgentes pechos quedan libres ante él. Con avidez, se los lleva a la boca. Primero uno y después otro. Me endurece los pezones con su lengua y sus dedos y eso me impulsa a gemir.
—Ofréceme tus pechos —pide con voz ronca.
Sentada a horcajadas sobre él, me los agarro con las manos y los acerco a su boca. Cuando va a chuparlos se los alejo y él me da un azote en el trasero. Ambos nos miramos y las chispas que hay entre los dos parece que vayan a provocar un cortocircuito. Joe me da otro azote. Pica. Y, no dispuesta a recibir un tercero, le acerco mis pechos a la boca y los toma. Los mordisquea y los succiona mientras yo se los entrego.
Miro hacia la cámara.
Me parece increíble que yo esté haciendo eso, pero ni puedo ni quiero parar. Esa sensación me gusta. Joe y su arrolladora personalidad pueden conmigo y en un momento así estoy dispuesta a hacer todo lo que él me pida.
De pronto, siento sus dedos hurgar por debajo de mis bragas y eso todavía me calienta más.
—Ponte de pie —me ordena.
Le hago caso y veo que él se escurre y se sienta en el suelo entre mis piernas. Lentamente me quita las bragas y, cuando me las saca por los pies, me los separa, posa sus manos en mis caderas y me hace flexionar las rodillas. Mi sexo. Mi chorreante vagina. Mi clítoris y toda yo quedo expuesta ante él.
Su exigente boca sonríe y me incita con la mirada para que pose mi vagina en su boca. Lo hago y exploto y jadeo nada más notar su contacto. Joe me agarra por las caderas y me hace apretar mi vagina contra su boca. Me siento extraña. Perversa en aquella postura.
Joe está sentado en el suelo y yo me encuentro sobre él, moviendo mi sexo sobre su boca. Me gusta. Me enloquece. Me fustiga. Noto cómo el orgasmo crece en mí mientras me agarra por la parte superior de mis muslos y me devora con devoción. Su lengua entra y sale de mí para luego rodear mi clítoris y conseguir que jadee mientras me lo mordisquea con los dientes. Mil sensaciones toman mi cuerpo y me dejo hacer. Soy suya. Mi cuerpo es suyo. Me lo hace saber con su posesión. Y cuando coge mi clítoris con cuidado entre sus dientes y noto que tira de él grito y enloquezco.
El calor de mi vagina se extiende por todo mi cuerpo. Entonces, siento que ese ardor queda localizado en mi cara y creo que me voy a correr.
—Túmbate sobre la cama, _____ —me dice, parándose.
Con la respiración entrecortada lo hago. Quiero que continúe.
—Ponte más arriba… más. Abre las piernas para que yo pueda ver lo que deseo. —Hago caso y jadea enloquecido—. Así, pequeña… así… enséñamelo todo.
Se quita la camiseta negra y la tira en un lateral de la cama. Sus bíceps son impresionantes. Después los pantalones y, mientras abro las piernas y veo cómo observa la humedad que le enseño, me fijo en que los guantes están a mi lado junto a una caja abierta de preservativos. Con seguridad, coge uno de los pañuelos de seda y se sienta a horcajadas sobre mí.
—Dame tus manos.
Se las doy.
Las une y las ata por las muñecas.
Me besa y después me estira las manos atadas por encima de la cabeza y ata el pañuelo a una varilla del cabezal. Respiro con dificultad. Es la primera vez que me dejo atar las manos y estoy nerviosa y excitada. Cuando ve que me tiene bien sujeta acerca su cara a la mía y me besa primero un ojo y después el otro. Instantes después, pone ante mí el otro pañuelo oscuro y me lo ata en la cabeza. No veo nada. Sólo oigo la música swing e imagino lo que sucede.
Desnuda y expuesta totalmente a él, siento su boca en mi barbilla. La besa. Quiero moverme pero no puedo. Las ataduras me impiden hacerlo. Su boca baja por mis pechos. Se entretiene en mis pezones hasta endurecerlos de nuevo y después utiliza sus dedos para excitarlos. Su recorrido sigue bajando hasta llegar a mi ombligo y mi respiración vuelve a acelerarse. Noto cómo su boca llega hasta mi vagina, la besa y me abre más las piernas. Sus dedos juegan en mi hendidura y siento que resbalan por mi humedad. Su boca vuelve a posarse en mí. Me chupa. Me succiona y yo jadeo mientras me abro de piernas totalmente para que tome todo lo que quiera de mí.
—Me encanta cómo sabes… —lo oigo decir tras saquear durante unos pequeños segundos mi hinchado clítoris.
Tras decir aquello siento su respiración entre mis muslos hasta que un reguero de dulces besos comienza a bajar hacia mis tobillos. La cama se mueve. Lo oigo alejarse y escucho de repente que la música suena más alta. Respiro más agitada. Deseo que siga, pero me asusta el hecho de no saber qué ocurrirá. Instantes después, siento que la cama se mueve y, por los movimientos, percibo que se está poniendo los guantes. Acierto. Sus manos enfundadas en los guantes comienzan a recorrer despacio mis piernas.
Jadeo… jadeo… jadeo…
¡Sólo puedo jadear!
Cuando me dobla las piernas y me separa las rodillas… ¡Oh, Dios! Su boca, de nuevo exigente, se posa en mi sexo en busca de mi hinchado clítoris. Lo mordisquea y yo grito. Lo estimula con la lengua y yo jadeo. Siento que de nuevo lo coge entre sus dientes pero esta vez no tira de él. Esta vez, apresado entre sus dientes, le da toquecitos con la lengua y vuelvo a gritar. La presión que sus manos ejercen sobre mí, acompañada de los movimientos de su boca, me vuelve loca.
Jadeo… jadeo… jadeo e intento cerrar las piernas.
No me lo permite.
Sus dientes ahora me mordisquean uno de mis labios internos y yo creo morir. Me arqueo, gimo enloquecida y abro más las piernas. Su juego me gusta y me excita. Deseo más y él me lo da. De pronto, siento que en mi vagina introduce algo. Es suave, frío y duro. Lo introduce con cuidado, lo rota y lo saca y vuelve a repetir la operación. Me siento enloquecer de placer y mis caderas se levantan en busca de más. Su boca vuelve a mi vagina mientras mete una y otra vez aquello dentro de mí.
Durante unos minutos, mi cuerpo es su cuerpo. Soy su esclava sexual. Deseo que no pare y, cuando saca de mi interior lo que me ha metido y su boca vuelve a posarse en busca de mi hinchado clítoris, grito de satisfacción al notar que tira de él. Me gusta. Su mano enfundada y suave pasea ahora por mi trasero. Me coge de las nalgas y me aprieta contra su boca. Voy a explotar, mientras uno de sus dedos juega en mi orificio anal. Hace circulitos sobre él y yo pido más.
El objeto que antes me volvió loca se pasea sobre el orificio de mi ano. Me excita pero no lo mete. Sólo lo pasea, como si quisiera indicarme que algún día ya no se limitará sólo a pasearlo por allí. De pronto, un orgasmo toma todo mi cuerpo y me convulsiono por la satisfacción, mientras siento que él me suelta las piernas.
—Me encanta tu sabor, pequeña —repite mientras aprieto mis muslos y oigo cómo rasga el preservativo.
Avivada por el deseo más increíble que nunca pudiera imaginar, toda yo ardo. Me quemo. Noto que la cama se hunde y siento su poderoso y musculoso cuerpo a cuatro patas sobre el mío.
—Abre las piernas para mí.
Su voz ordenándome aquello en aquel momento es música celestial para mis oídos. Su cuerpo encaja con el mío. Siento su pene duro contra mi húmeda vagina.
—Pídeme lo que quieras —me dice.
¡Dios! ¡¡¡Qué frase!!! Me pirra cuando la dice.
Mi impaciencia me hace moverme en la cama. No respondo y él exige:
—Pídeme lo que quieras. Habla o no continuaré.
Parapetada tras el pañuelo, respiro con dificultad.
—¡Penétrame! —consigo decir ante su orden.
Lo oigo sonreír. Noto sus manos sobre mi vagina. ¡Calor! Me toca y me abre los labios vaginales para introducir la totalidad de su pene en mi interior. Me arqueo. No se mueve, pero siento el latido de su corazón dentro de mí cuando me susurra al oído:
—¿Te gusta así?
Asiento. No puedo hablar. Tengo la boca tan seca que casi no puedo articular palabras.
—¿Te has corrido con lo ocurrido anteriormente?
—Sí.
—¿Has sentido placer?
—Sí…
Lo oigo resoplar y me da un azotito en la nalga.
—Perfecto, pequeña… Ahora me toca a mí.
Contengo un gemido mientras siento que mi cuerpo vuelve a arder. Me pellizca suavemente los pezones.
—Estas húmeda y dispuesta… Me encanta.
Siento que la cama se mueve de nuevo. Y sin sacar su pene de mi interior se pone de rodillas sobre la cama. Me sujeta las caderas con las manos y comienza un bombeo infernal. Dentro… fuera… dentro… fuera.
Fuerte… fuerte…
Me da la sensación de que me va a partir en dos, pero por el placer.
—¿Te gusta que te folle así? —me pregunta entre susurros.
—Sí… sí…
Dentro… fuera… dentro… fuera.
Mi cuerpo vuelve a ser suyo. No quiero que pare.
Oigo sus gruñidos, su respiración entrecortada a escasos metros de mí. Su fuerza me puede y, a pesar de que sus manos, ahora sin guantes, me aprietan las caderas, no me quejo y abro mis piernas para él. Me corro. Sin poder ver la escena, me la imagino y eso me vuelve más loca todavía. Soy como una muñeca entre sus manos y paladeo la plenitud de su posesión. Entonces se inclina sobre mí y, tras una salvaje embestida final, oigo su gruñido de satisfacción.
Instantes después y aún con las respiraciones entrecortadas, me da un beso fuerte y posesivo. Cuando se separa de mí, me desata las manos. Después las coge con mimo y me besa las muñecas. Me retira el pañuelo de los ojos y nos miramos.
—¿Todo bien, pequeña?
Ensimismada y algo dolorida por la penetración tan profunda, asiento.
—Sí.
Me doy cuenta que yo sólo digo sí… sí… sí… pero es que no puedo decir otra cosa excepto
«¡sí!».
Él sonríe. Se levanta de la cama. Se quita el preservativo y se marcha hacia el baño.
—Me alegra saberlo.
Su rara frialdad en un momento como aquél me desconcierta. Lo veo desaparecer y miro la habitación. Mis ojos se paran en la cámara de vídeo. Me muero por ver lo grabado. Encojo las piernas y me levanto. Camino desnuda hacia el baño. Escucho la ducha.
¡Quiero ducharme!
Joe me ve entrar en el baño. Está junto a un neceser y, al verme reflejada en el espejo, se molesta y lo cierra.
—¿Qué haces aquí?
Su voz me paraliza. ¿Qué le pasa?
—Tengo calor y quería ducharme.
Con el ceño fruncido responde:
—¿Te he pedido que te duches conmigo?
Lo miro extrañada.
Pero ¿qué le ocurre?
Sin contestarle y enfadada, me doy la vuelta. ¡Que le den! Pero entonces siento su mano húmeda sujetando la mía. Me suelto y gruño:
—¿Sabes? Odio cuando te pones tan borde. Ya sé que lo nuestro es sólo sexo, pero no entiendo que estés bien conmigo y, de pronto, en una fracción de segundo, todo cambie y te vuelvas un insensible. Pero, bueno, ¿por qué me tienes que hablar así?
Joe me mira. Veo que cierra los ojos y finalmente me acerca a él. Me dejo abrazar.
—Lo siento, _____… Tienes razón. Disculpa mi tono de voz.
Estoy enfadada.
Intento soltarme pero él no me deja. Me coge en volandas, me lleva hasta el interior de la enorme ducha, me suelta y dice mientras el agua nos moja:
—Date la vuelta.
Veo sus intenciones y me niego, furiosa.
—¡No!
Él sonríe. Tuerce la cabeza y murmura cogiéndome de nuevo entre sus brazos:
—De acuerdo.
Al estar en volandas sobre él siento su pene duro contra mis piernas. Lo miro y él acerca su boca hasta la mía. Rápidamente me echo hacia atrás.
—¿Qué haces?
—La cobra.
—¿La cobra? —repite, sorprendido.
Su cara de desconcierto me hace gracia. Mi mala leche se disipa.
—En España se llama «hacer la cobra» cuando alguien te va a besar y te retiras —le aclaro.
Eso le hace reír y su risa de nuevo puede conmigo. Inconscientemente rodeo su cintura con mis piernas.
—Si te beso, ¿me harás la cobra de nuevo? —me pregunta, sin acercarse a mí.
Pongo cara de pensar, pero cuando siento su duro pene murmuro:
—No… si me follas.
¡Dios! ¿Qué he dicho?
¿He dicho follar? Si mi padre me escuchara, me lavaría la boca con jabón durante un mes entero.
Según suelto la frase toda yo me siento mediocre, pero ese sentimiento me lo quita de un plumazo Joe cuando lo veo sonreír y, con una mano, coge su pene y lo pasea por mi vagina. Perversa. En ese momento me siento perversa. Mala. Malota. Me apoya contra la pared y yo me sujeto a una barra de metal.
—¿Qué me has pedido, pequeña?
Mi pecho sube y baja de lo excitada que estoy con ver su mirada y repito:
—¡Fóllame!
Mis palabras le gustan. Lo atizan. Lo veo en su mirada.
Le gusta utilizar ese término y le pone más duro. Más bestia.
Sin preservativo y sin precauciones, bajo el chorro de la ducha siento cómo mi carne se abre al introducir su maravilloso y mojado pene en mí. ¡Sí! Es la primera vez que su piel y mi piel se restriegan sin preservativo y es maravilloso. Alucinante.
Mi perversión aumenta. Y cuando siento que sus testículos se restriegan contra mí, me agarro a sus hombros con la intención de marcar el movimiento. Pero Joe, como siempre, no me deja. Pone sus manos en mis nalgas, las agarra con fuerza y, tras darme un leve azote que hace que lo mire a los ojos, me mueve en busca de nuestro placer.
El sonido de nuestros cuerpos al chocar unido al del agua me consume. Cierro los ojos y me dejo llevar mientras nuestros jadeos retumban en el precioso baño.
—Mírame —exige—. Si te gustan mis ojos, mírame.
Abro los ojos y los clavo en él.
Veo su mandíbula en tensión, pero su azulada mirada es la que me hechiza. El esfuerzo que siento en su rostro y su boca entreabierta me excita más. Entonces cambia el ritmo de las embestidas y yo grito y echo la cabeza para atrás.
—Mírame. Mírame siempre —vuelve a exigir.
Con los ojos vidriosos por el momento, me agarro con fuerza a sus hombros y lo miro. Me dejo manejar mientras su mirada me habla. Me pide a gritos que me corra. Me exige que se lo haga ver y, cuando no puedo más, le clavo las uñas en los hombros y un grito agónico pero lleno de placer sale de mi boca.
—Sí… así… córrete para mí.
Mi vagina se contrae y mis espasmos internos consiguen lo que quiero. Darle placer. Lo veo en sus ojos. Lo disfruta. Tras una embestida brutal, saca su pene de mi interior y lo oigo soltar el aire entre los dientes, mientras me muerde en el hombro por el esfuerzo hecho.
El agua recorre nuestros cuerpos mientras jadeamos por lo ocurrido. Lo nuestro es sexo en estado puro. Y reconozco que me gusta tanto como a él. Joe abre un poco más el agua fría. Eso me hace gritar y, como dos tontos, comenzamos a jugar bajo la ducha del hotel.
Monse_Jonas
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Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por Monse_Jonas Jue 13 Mar 2014, 9:21 pm

Chicas gracias por sus comentarios, espero y les guste el maratón.  :enamorado:  :enamorado:  :enamorado:  :enamorado:  :enamorado:  :enamorado:  :enamorado:  :enamorado:  :enamorado:  :enamorado:  :enamorado:  :enamorado:  :enamorado:  :enamorado: 
Monse_Jonas
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