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Mensaje por vicj directioner Miér 02 Abr 2014, 6:25 pm

CAPITULO 13

Mi primer impulso es bajar corriendo del árbol, pero estoy atada con el cinturón. Consigo soltar la hebilla de algún modo y caigo al suelo, todavía envuelta en mi saco de dormir. No hay tiempo para empaquetar nada. Por suerte, ya tengo la mochila y la botella dentro del saco, así que meto el cinturón, me cuelgo el saco al hombro y huyo.
El mundo se ha transformado en un infierno de llamas y humo. Las ramas ardiendo caen de los árboles convertidas en lluvias de chispas a mis pies. No puedo hacer más que seguir a los otros, a los conejos y ciervos, e incluso a una jauría de perros salvajes que corren por el bosque. Confío en su dirección porque sus instintos están más desarrollados que los míos. Sin embargo, ellos son mucho más rápidos, vuelan por el bosque con gran agilidad, mientras que mis botas no dejan de tropezar con raíces y ramas caídas, y no puedo seguir su ritmo de ninguna manera.
El calor es horrible, pero lo peor es el humo que amenaza con ahogarme en cualquier momento. Me subo la camisa para taparme la nariz y me alegro de que esté mojada de sudor, ya que eso me ofrece una pequeña protección. Y sigo corriendo, ahogándome, con el saco dándome golpes en la espalda y la cara llena de cortes por las ramas que se materializan delante de mí sin avisar, surgidas de la niebla gris, porque se supone que tengo que correr.
Esto no ha sido una hoguera que se le haya descontrolado a un tributo, ni tampoco un suceso accidental; las llamas que me acechan tienen una altura antinatural, una uniformidad que las delata como artificiales, creadas por humanos, creadas por los Vigilantes. Hoy ha estado todo demasiado tranquilo; no ha habido muertes y quizá ni siquiera peleas, así que la audiencia del Capitolio empezaba a aletargarse y a comentar que estos juegos resultaban casi aburridos. Y los Juegos del Hambre no pueden ser aburridos.
Es fácil entender la motivación de los Vigilantes. Hay una manada de
profesionales y después estamos los demás, seguramente repartidos a lo largo y ancho del estadio. Este incendio está diseñado para juntarnos, para que nos encontremos. Aunque puede que no sea el dispositivo más original que haya visto, es muy, muy eficaz.
Salto por encima de un tronco ardiendo, pero no salto lo suficiente; la parte de atrás de la chaqueta se quema, y tengo que detenerme para quitármela y apagar las llamas. Sin embargo, no me atrevo a abandonar la chaqueta, aunque esté achicharrada y caliente; me arriesgo a meterla en el saco de dormir, esperando que la falta de aire termine de extinguir el fuego. Lo que llevo en la mochila es lo único que tengo, y ya es bastante poco para sobrevivir.
En cuestión de minutos noto la garganta y la nariz ardiendo. Las tos empieza poco después, y me da la impresión de que se me fríen los pulmones. La incomodidad se convierte en angustia, hasta que cada vez que respiro noto una puñalada de dolor que me atraviesa el pecho. Consigo refugiarme debajo de un saliente rocoso justo cuando empiezan los vómitos, y pierdo mi escasa cena y todo lo demás que me quedase en el estómago. Me pongo a cuatro patas y sigo con las arcadas hasta que no hay nada más que echar.
Sé que tengo que seguir moviéndome, pero estoy temblando y mareada, jadeando por la falta de aire. Me permito tomar una gota de agua para enjuagarme la boca y escupir, y después le doy un par de tragos más a la botella.
«Tienes un minuto --me digo--. Un minuto para descansar.» Me tomo ese tiempo para reordenar mis provisiones, enrollar el saco y meter todo a lo bruto en la mochila. Se me acaba el minuto. Sé que ha llegado el momento de moverse, pero el humo me ha dejado atontada. Los veloces animales que me guiaban me han dejado atrás y sé que no he estado antes en esta parte del bosque, que no había visto rocas grandes como ésta en mis anteriores excursiones. ¿Adónde me llevan los Vigilantes? ¿De vuelta al lago? ¿A un nuevo terreno lleno de nuevos peligros? El ataque comenzó justo cuando por fin lograba tener unas cuantas horas de paz. ¿Habrá alguna forma de avanzar en paralelo al estanque y regresar después, al menos a por agua? La pared de fuego debe terminar en alguna parte y no puede arder para siempre. No porque los Vigilantes no puedan hacerlo, sino porque, de nuevo, la audiencia se quejaría. Si pudiera meterme detrás de la línea de fuego, evitaría encontrarme con los profesionales. Cuando por fin decido intentar dar la vuelta dando un rodeo, aunque eso conllevase varios kilómetros de viaje para alejarme de este infierno y otros cuantos para volver, la primera bola de fuego se estrella
contra la roca, a medio metro de mi cabeza. Salgo corriendo del saliente. El miedo me da energía renovada.
El juego ha dado un giro inesperado: el incendio es una excusa para hacer que nos movamos, para que la audiencia vea diversión de verdad. Cuando oigo el siguiente siseo, me tiro al suelo boca abajo sin entretenerme en mirar atrás, y la bola de fuego da en un árbol a mi izquierda y lo envuelve en llamas. Quedarse quieta significa morir; apenas me he puesto en pie cuando la tercera bola golpea el lugar en el que estaba tumbada y levanta una columna de fuego a mis espaldas. El tiempo pierde significado mientras intento esquivar los ataques. No puedo ver desde dónde los lanzan, aunque no es un aerodeslizador, pues los ángulos no son lo bastante extremos. Seguramente han armado toda esta zona del bosque con lanzadores de precisión escondidos en árboles o rocas. En algún lugar, en una habitación fresca e inmaculada, hay un Vigilante sentado delante de unos mandos, disparando los gatillos que podrían acabar con mi vida en cuestión de segundos; sólo hace falta un blanco directo.
Corro en zigzag, me agacho, me levanto de un salto y, entre unas cosas y otras, me quito de la cabeza el vago plan de regresar al estanque. Las bolas de fuego son del tamaño de manzanas, pero liberan una potencia enorme al hacer contacto. Tengo que utilizar todos mis sentidos al máximo para sobrevivir, no hay tiempo para juzgar si un movimiento es correcto o no: si oigo un siseo, o actúo o muero.
Sin embargo, algo me hace seguir adelante; después de toda una vida viendo los Juegos del Hambre en la tele, sé que hay algunas zonas del estadio que están preparadas para ciertos ataques y que, si consigo salir de esta zona, quizá pueda alejarme del alcance de los lanzacohetes. También es posible que acabe dentro de un nido de víboras, pero ahora no puedo preocuparme por eso.
Aunque no sé cuánto tiempo he pasado esquivando bolas de fuego, finalmente, los ataques empiezan a decaer, lo que me parece estupendo, porque vuelvo a sentir arcadas. Esta vez se trata de una sustancia ácida que me quema la garganta y se me mete en la nariz. Me veo obligada a parar, entre convulsiones, intentando desesperadamente librarme de los venenos que he absorbido durante el ataque. Espero al siguiente siseo, a la siguiente señal para salir corriendo, pero no llega. La violencia de las arcadas ha hecho que se me salten las lágrimas, y me pican los ojos. Tengo la ropa empapada en sudor y, de algún modo, a pesar del humo y el vómito, me llega el olor a pelo quemado. Me llevo la mano a la trenza y descubro que una bola de fuego me ha achicharrado al menos quince
centímetros; los mechones de pelo ennegrecido se me deshacen entre los dedos y me quedo mirándolos, fascinada por la transformación, hasta que, de repente, vuelven los siseos.
Mis músculos reaccionan, aunque esta vez no son lo bastante rápidos y la bola de fuego cae al suelo junto a mí, no sin antes deslizarse por mi pantorrilla derecha. Ver la pernera del pantalón en llamas me hace perder los nervios: me retuerzo y retrocedo a gatas, chillando, intentando apartarme del horror. Cuando por fin recupero el sentido común, hago rodar la pierna por el suelo, lo que sirve para apagarlo casi todo. Sin embargo, en ese momento, sin pensar, me arranco la tela que queda con las manos desnudas.
Me siento en el suelo, a pocos metros del incendio que ha causado la bola. La pantorrilla me arde y tengo las manos llenas de ampollas rojas; tiemblo demasiado para moverme. Si los Vigilantes quieren acabar conmigo, éste es el momento.
Oigo la voz de Cinna, que me trae imágenes de telas lujosas y gemas resplandecientes: «_____, la chica en llamas». Los Vigilantes deben de estar muertos de risa con esto. Aún peor, puede que los bellos trajes de Cinna sean la razón de esta tortura concreta. Sé que él no podía preverlo y que debe de estar pasándolo mal porque, de hecho, creo que le importo. A pesar de todo, en perspectiva, quizá me habría ido mejor si hubiese salido desnuda en el carro.
El ataque ha terminado. Está claro que los Vigilantes no me quieren muerta, al menos todavía. Todos saben que podrían destruirnos en cuanto suena el gong, pero el verdadero entretenimiento de los juegos es ver cómo los tributos se matan entre ellos. De vez en cuando matan a uno para que los demás jugadores sepan que pueden hacerlo, aunque, en general, lo que intentan es manipularnos para que tengamos que enfrentarnos cara a cara. Eso significa que, si ya no me disparan, hay al menos un tributo cerca.
Me arrastraría hasta un árbol para refugiarme si pudiera, pero el humo todavía es lo bastante espeso para matarme. Me obligo a levantarme y me alejo cojeando del muro de llamas que ilumina el cielo. Parece que ya no me persigue, salvo con sus apestosas nubes negras.
Otra luz, la luz del día, empieza a surgir poco a poco, y los rayos de sol caen sobre los remolinos de humo. Tengo mala visibilidad, puedo ver a una distancia de unos trece metros a mi alrededor; cualquier tributo podría esconderse de mí fácilmente. Debería sacar el cuchillo como protección, pero dudo de mi capacidad para sostenerlo durante mucho rato. El dolor de las manos no puede compararse con el de la pantorrilla. Odio las
quemaduras, siempre las he odiado, incluso las pequeñas de sacar una sartén de pan del horno; para mí es la peor clase de dolor, aunque nunca había experimentado nada como esto.
Estoy tan cansada que ni siquiera noto que me encuentro en el estanque hasta que el agua me llega a los tobillos. El agua viene del arroyo que sale de una grieta en las rocas y está fresca, así que meto las manos dentro y siento un alivio instantáneo. ¿No es lo que siempre dice mi madre? ¿Qué el primer tratamiento para una quemadura es el agua fría? ¿Que así se absorbe el calor? Pero ella se refería a quemaduras leves, como las de mis manos. ¿Qué pasa con la pantorrilla? Aunque todavía no he reunido el valor suficiente para examinarla, creo que se trata de una herida completamente distinta.
Me tumbo boca abajo al borde del estanque durante un rato, con las manos en el agua, y examino las llamitas de las uñas, que ya empiezan a descascarillarse. Bien, he tenido fuego de sobra para toda una vida.
Me limpio la sangre y la ceniza de la cara e intento recordar todo lo que sé sobre quemaduras. Son heridas comunes en la Veta, donde cocinamos y calentamos las casas con carbón; además, están los accidentes de las minas... Una vez, una familia nos trajo a un joven inconsciente y le suplicó a mi madre que lo ayudase. El médico del distrito, responsable de tratar a los mineros, lo había dado por perdido y le había dicho a la familia que se lo llevase a casa a morir, pero ellos no lo aceptaban. Estaba tumbado en la mesa de la cocina, inconsciente. Vi de reojo la herida de su muslo, la carne abierta y achicharrada que dejaba el hueso al aire; después, salí corriendo de la casa, me metí en el bosque y cacé todo el día, perseguida por la imagen de aquella pierna espantosa y los recuerdos de la muerte de mi padre. Lo más divertido era que Prim, la que teme a su propia sombra, se quedó para ayudar. Mi madre dice que un sanador nace, no se hace. Lo ayudaron en lo que pudieron, aunque el hombre murió, tal y como había dicho el médico.
Mi pierna necesita atenciones, pero no me atrevo a mirarla. ¿Y si está tan mal como la de aquel hombre y puedo verme el hueso? Entonces recuerdo a mi madre decir que, si una herida es grave, la víctima a veces no siente el dolor, porque los nervios quedan destrozados. Animada por la idea, me siento y me pongo la pierna delante.
Casi me desmayo al ver la pantorrilla: la carne está de un rojo brillante, cubierta de ampollas. Me obligo a respirar lenta y profundamente, segura de que las cámaras están emitiendo un primer plano de mi cara; no puedo parecer débil si quiero patrocinadores. Lo que te consigue ayuda no es la lástima, sino la admiración cuando te niegas a rendirte. Corto los
restos de la pernera del pantalón a la altura de la rodilla y examino la herida más de cerca. El área quemada es del tamaño aproximado de mi mano y la piel no está ennegrecida. Me da la impresión de que puedo mojarla, así que la estiro con cuidado y la meto en el estanque, apoyando el talón de la bota en una roca, de modo que el cuero no se empape demasiado; después suspiro, porque el agua me alivia un poco. Sé que existen hierbas que acelerarían la curación, si las encontrase, aunque no logro recordarlas. Es probable que el agua y el tiempo sean mis mejores alternativas.
¿Debería seguir moviéndome? El humo empieza a clarear, pero sigue siendo demasiado espeso. Si continúo alejándome del fuego, ¿no iré directa a las armas de los profesionales? Además, cada vez que levanto la pierna del agua, el dolor vuelve con energía renovada y tengo que meterla de nuevo. Las manos están un poco mejor, pueden salir del estanque de vez en cuando, así que vuelvo a ordenar mis cosas. Primero, lleno la botella de agua del estanque, la trato y, cuando pasa el tiempo necesario, empiezo a hidratarme. Al cabo de un rato, me obligo a mordisquear una galleta salada, lo que me ayuda a asentar el estómago. Desenrollo el saco de dormir y, excepto algunas marcas negras, está bastante bien. La chaqueta es otra historia: apesta y está achicharrada, y hay al menos treinta centímetros en la espalda que no tienen solución. Corto la zona dañada y me quedo con una prenda que me llega justo debajo de las costillas. Sin embargo, la capucha está intacta, y eso es mucho mejor que nada.
A pesar del dolor, empiezo a adormecerme. Si me subiera a un árbol para intentar descansar sería un objetivo demasiado fácil. Además, me resulta imposible abandonar el estanque. Ordeno mis provisiones, incluso llego a ponerme la mochila a la espalda, pero no consigo alejarme. Veo algunas plantas acuáticas con raíces comestibles y me preparo una comida ligera con lo que me queda de conejo. Bebo un poco de agua y observo cómo el sol traza su lento arco por el cielo. ¿Acaso puedo ir a algún sitio más seguro que éste? Me dejo caer sobre la mochila, vencida por el sueño. «Si los profesionales me quieren, que me encuentren --pienso antes de quedarme dormida--. Que me encuentren.»
Y vaya que si me encuentran. Por suerte, cuando oigo los pasos ya estoy lista para moverme, porque tengo menos de un minuto de ventaja. Ha empezado a caer la noche. En cuanto me despierto, me levanto y corro por el estanque, para después meterme entre los arbustos. La pierna me frena, pero me da la impresión de que mis perseguidores tampoco son tan veloces como antes del fuego. Los oigo toser y llamarse entre ellos con
voces roncas.
En cualquier caso, están acercándose como una jauría de perros salvajes, así que hago lo que he hecho siempre en tales circunstancias: escojo un árbol alto y empiezo a trepar. Si correr duele, trepar es atroz, porque no sólo requiere esfuerzo, sino contacto directo de las manos en la corteza. Sin embargo, soy rápida, y cuando llegan a la base del tronco yo ya estoy a seis metros de altura. Durante un momento nos detenemos todos y nos observamos; espero que no oigan cómo me late el corazón.
«Éste podría ser el final», pienso. ¿Qué posibilidades tengo frente a ellos? Han venido los seis, es decir, los cinco tributos profesionales y Niall, y mi único consuelo es que ellos también están bastante maltratados. Sonríen y gruñen, seguros de que soy una presa fácil; aunque mi situación parece desesperada, de repente me doy cuenta de otra cosa: ellos son más fuertes y grandes que yo, sin duda, pero también pesan más. Hay una razón por la que soy yo y no Harry la que sube a coger las frutas más altas o a robar los nidos más remotos: peso unos veinte o treinta kilos menos que el tributo más pequeño.
Ahora soy yo la que sonríe.
--¿Cómo va eso? --les grito, en tono alegre.
Eso los sorprende, aunque sé que al público le habrá encantado.
--Bastante bien --responde el chico del Distrito 2--. ¿Y a ti?
--Un clima demasiado cálido para mi gusto --respondo; casi puedo oír las risas en el Capitolio--. Aquí arriba se respira mejor. ¿Por qué no suben?
--Creo que lo haré --contesta el mismo chico.
--Toma esto, Cato --le dice la chica del Distrito 1, ofreciéndole el arco plateado y el carcaj con las flechas.
¡Mi arco! ¡Mis flechas!
Verlos me pone tan furiosa que deseo gritar, gritarme a mí y al traidor de Niall por distraerme y evitar que los cogiese. Intento mirarlo a los ojos, pero él parece evitarlo a propósito y se dedica a sacarle brillo a su cuchillo con el borde de la camisa.
--No --dice Cato, apartando el arco--. Me irá mejor con la espada.
Veo el arma, una hoja corta y pesada que lleva colgada al cinturón.
Le doy tiempo para que se suba al tronco antes de seguir trepando. Harry siempre dice que le recuerdo a una ardilla por la forma en que corro sobre las ramas, incluso sobre las más finas. Parte de la razón es mi peso, y la otra parte se debe a la práctica; hay que saber dónde colocar manos y pies. Cuando llevo otros nueve metros oigo una rama que se rompe y veo que Cato agita los brazos al caer, con rama incluida. Se da un buen golpe en el suelo y, mientras cruzo los dedos para que se haya roto el cuello, se
pone en pie soltando palabrotas como un loco.
La chica de las flechas, a la que llaman Karen , trepa por el árbol hasta que las ramas empiezan a crujirle bajo los pies y es lo bastante sensata para pararse. Ya estoy a veinticuatro metros, como mínimo. Intenta dispararme flechas, pero resulta evidente que no sabe utilizar el arco. Sin embargo, una de las flechas se clava en el árbol, a mi lado, y logro cogerla. La agito en el aire, para burlarme de ella, como si ése fuera mi único propósito al cogerla, cuando en realidad pretendo usarla si alguna vez se me presenta la oportunidad. Podría matarlos, matarlos a todos, si esas armas de plata cayesen en mis manos.
Los profesionales se reagrupan y los oigo gruñir conspiraciones entre ellos, furiosos porque los he hecho parecer idiotas, pero ya ha llegado el crepúsculo y su ventana de oportunidad para atacarme se cierra. Por fin oigo a Niall decir, en tono duro:
--Vengan, vamos a dejarla ahí arriba. Tampoco puede ir a ninguna parte; nos encargaremos de ella mañana.
Bueno, tiene razón en una cosa: no puedo ir a ninguna parte. El alivio que me proporcionó el agua del estanque ha desaparecido y siento toda la gravedad de mis quemaduras. Bajo un poco hasta una rama en horquilla y me preparo la cama como puedo. Me pongo la chaqueta, extiendo el saco, me ato con el cinturón e intento no gemir. El calor del saco es demasiado para mi pierna, así que hago un corte en la tela y saco la pantorrilla al aire. Me echo agua en la herida y en las manos.
Se me ha acabado la bravuconería; el dolor y el hambre me han debilitado, pero no consigo comer. Aunque aguante toda la noche, ¿qué pasará por la mañana? Me quedo mirando las hojas intentando obligarme a descansar, aunque sin éxito; las quemaduras no me lo permiten. Los pájaros se acuestan y cantan nanas a sus polluelos; salen las criaturas de la noche; oigo a un búho y el débil olor de una mofeta atraviesa el humo; los ojos de algún animal me observan desde el árbol vecino (quizá sea una zarigüeya), reflejando la luz de las antorchas de los profesionales. De repente, me enderezo, apoyada en un codo: no son ojos de zarigüeya, sé muy bien cómo brillan. De hecho, no son los ojos de ningún animal. La distingo gracias a los últimos rayos de luz apagada, me observa en silencio desde un hueco entre las ramas. Es Rue.
¿Cuánto tiempo lleva ahí? Probablemente desde el principio, inmóvil e invisible mientras se desarrollaba la acción a sus pies. Quizá subiera a su árbol justo antes que yo, al oír que se acercaba la manada.
Nos miramos durante un rato y después, sin mover ni una hoja, las
manitas de la chica salen al descubierto y apuntan a algo por encima de mi cabeza. Los Juegos del Hambre(Niall,Harry y tu) AVISO - Página 8 3229597093
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Mensaje por happy*eva Jue 03 Abr 2014, 8:32 am

Aaaaaaaa en serioo lo siento por atrasarmeee muchooo por prblemass en verdad lo sientooo
esto cada ves se pusooo mas buenoo ayy que sera lo que esta arriba de su cabesaaa
yyyyy ayy ya wnpesaron los.juegosss ayyy siguelaaaa
sigela
pprpofissss
happy*eva
happy*eva


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Mensaje por vicj directioner Jue 03 Abr 2014, 6:15 pm

CAPITULO 14 

Sigo la dirección de sus dedos; al principio, no tengo ni idea de qué me señala, pero entonces veo una vaga forma unos cinco metros más arriba. ¿Qué es? ¿Alguna clase de animal? Parece del tamaño de un mapache, aunque cuelga del fondo de una rama y se balancea ligeramente. Hay algo más; entre los familiares sonidos nocturnos, noto un suave zumbido. Entonces lo entiendo: es un nido de avispas.
Estoy muerta de miedo, pero tengo el sentido común suficiente para quedarme quieta. Al fin y al cabo, no sé de qué tipo de avispas se trata; podrían ser las normales, las de «déjanos tranquilas y te dejaremos tranquila». Sin embargo, estoy en los Juegos del Hambre y lo normal no es encontrarse con algo normal. Lo más probable es que se trate de una de esas mutaciones del Capitolio, las rastrevíspulas. Como los charlajos, estas avispas asesinas se crearon en laboratorio y se colocaron estratégicamente en los distritos, como minas, durante la guerra. Son más grandes que las avispas normales, tienen un inconfundible cuerpo dorado y un aguijón que provoca un bulto del tamaño de una ciruela con solo tocarlo. Casi nadie tolera más de unas cuantas picaduras y algunos mueren al instante. Si vives, las alucinaciones producidas por el veneno han llevado a algunos a la locura; además, estas avispas persiguen a cualquiera que las haya molestado e intentan asesinarlo. De ahí viene el rastreadoras que forma parte de su nombre.
Después de la guerra, el Capitolio destruyó todos los nidos que rodeaban la ciudad, pero los que estaban cerca de los distritos se quedaron, supongo que como un recordatorio más de nuestra debilidad, igual que los Juegos del Hambre. Son otra razón para quedarse dentro de los límites de la alambrada del Distrito 12. Cuando Harry y yo nos topamos con un nido de rastrevíspulas, cambiamos de dirección inmediatamente.
Entonces, ¿es eso lo que tengo encima? Miro a Rue, en busca de ayuda, pero se ha fundido con el árbol.
Teniendo en cuenta mis circunstancias, supongo que da igual qué clase de avispas sean, ya que estoy herida y atrapada. La oscuridad me
ha dado un ligero respiro, pero, cuando salga el sol, los profesionales ya tendrán un plan para matarme. No pueden hacer otra cosa después de que los dejara en ridículo. Puede que este nido sea mi única opción; si puedo dejarlo caer sobre ellos, quizá logre escapar, aunque me jugaría la vida en el proceso.
Por supuesto, no puedo acercarme al nido lo suficiente como para cortarlo; tendré que serrar la rama del tronco y dejar que caiga todo. La sierra de mi cuchillo debería bastarme, aunque ¿me dejarán mis manos? ¿Y despertaré al enjambre con la vibración? ¿Y si los profesionales descubren lo que estoy haciendo y trasladan su campamento? Eso lo fastidiaría todo.
Me doy cuenta de que mi mejor opción para cortar la rama sin que nadie se entere es durante el himno, que podría empezar en cualquier momento. Salgo a rastras del saco, me aseguro de tener el cuchillo en el cinturón y empiezo a subir por el árbol. Esto es ya de por sí peligroso, porque las ramas son finas hasta para mí, pero sigo adelante. Cuando llego a la rama que soporta el nido, el zumbido se hace más claro, aunque sigue siendo algo suave para tratarse de rastrevíspulas. «Es el humo --pienso--, las ha sedado.» Era la única defensa que encontraron los rebeldes para luchar contra ellas.
El sello del Capitolio brilla sobre mí y empieza a atronar el himno. «Ahora o nunca», pienso, y comienzo a serrar. Conforme arrastro el cuchillo adelante y atrás se me revientan las ampollas de la mano derecha. Una vez hecha la ranura, el trabajo es menos pesado, aunque sigue siendo casi más de lo que puedo soportar. Aprieto los dientes y sigo cortando, mirando al cielo de vez en cuando para comprobar que no ha habido muertes. No pasa nada, la audiencia estará satisfecha con mi herida, el árbol y la manada que tengo debajo. Sin embargo, el himno se acaba y todavía me queda un cuarto de rama cuando se acaba la música, se oscurece el cielo y me veo obligada a parar.
¿Y ahora qué? Podría terminar el trabajo a ciegas, pero quizá no sea lo más inteligente. Si las avispas están demasiado atontadas, si el nido se queda enganchado en la caída, si intento escapar, todo esto podría ser una mortífera pérdida de tiempo. Creo que lo mejor es volver aquí arriba al alba y lanzarles el nido a mis enemigos.
A la escasa luz de las antorchas de los profesionales, voy bajando hasta mi rama y me encuentro con la mejor sorpresa posible: sobre mi saco de dormir hay un botecito de plástico unido a un paracaídas plateado. ¡Mi primer regalo de un patrocinador! Zayn debe de haberlo enviado durante el himno. El botecito me cabe en la palma de la mano. ¿Qué
puede ser? Comida no, seguro. Abro la tapa y sé, por el olor, que es medicina. Toco con precaución la superficie del ungüento y desaparece el dolor de la punta del dedo.
--Oh, Zayn --susurro--. Gracias.
No me ha abandonado, no me ha dejado para que me las apañe sola. La medicina debe de haberle supuesto un gasto astronómico, seguro que han hecho falta unos cuantos patrocinadores para comprar este botecito diminuto. Para mí, no tiene precio.
Meto dos dedos en el tarro y me embadurno con cuidado la pantorrilla. El efecto es casi mágico, borra el dolor con sólo tocarla y deja una agradable sensación de frescor. No se trata de uno de los remedios de hierbas de mi madre, de esos que consigue machacando las plantas del bosque, sino una medicina de alta tecnología creada en los laboratorios del Capitolio. Cuando termino con la pantorrilla, me echo un poquito en las manos. Después envuelvo el bote en el paracaídas y me lo guardo en la mochila. Como ya no me duele tanto, consigo colocarme en posición y quedarme dormida.
·
Un pájaro que se ha colocado a pocos metros de mí me avisa de que está amaneciendo. Bajo la luz gris de la mañana, me examino las manos: la medicina ha transformado los parches rojo intenso en una suave piel rosa de bebé. La pierna sigue inflamada, porque esa quemadura era mucho más profunda. Le pongo otra capa de pomada y guardo mis cosas en silencio. Pase lo que pase, tengo que moverme deprisa. También me como una galleta y un trozo de cecina, y bebo unas cuantas tazas de agua. Ayer lo vomité casi todo y ya empiezo a notar los efectos del hambre.
Los profesionales y Niall siguen dormidos en el suelo. Por su posición, apoyada en el tronco del árbol, creo que Karen era la encargada de montar guardia, pero el cansancio ha podido con ella.
Aunque entrecierro los ojos para intentar examinar el árbol que tengo al lado, no veo a Rue. Como fue ella la que me dio el aviso, lo justo parece avisarla; además, si muero hoy, quiero que gane ella. Por mucho que signifique algo de comida extra para mi familia, la idea de que Niall sea declarado vencedor me resulta insoportable.
Susurro el nombre de Rue y los ojos aparecen de inmediato, abiertos y alerta. Me señala de nuevo el nido, yo levanto el cuchillo y hago el movimiento de serrar, y ella asiente y desaparece. Se oye un susurro en un árbol cercano y después en otro más allá; me doy cuenta de que está saltando de un árbol a otro. Apenas logro contener la risa. ¿Es esto lo que
les enseñó a los Vigilantes? Me la imagino volando sobre el equipo de entrenamiento sin llegar a tocar el suelo; se merecía por lo menos un diez.
Por el este empiezan a llegar unos rayos de sol rosados, no puedo permitirme esperar más. Comparado con el dolor atroz de la subida al árbol de anoche, esto es facil; cuando llego a la rama que sostiene el nido, coloco el cuchillo en la ranura. Estoy a punto de serrarla cuando veo que se mueve algo dentro del nido: es el reluciente brillo dorado de una rastrevíspula que sale con aire perezoso a la apergaminada superficie gris. No cabe duda de que está algo atontada, pero la avispa está despierta, lo que significa que las demás saldrán pronto. Me sudan las palmas de las manos a través de la pomada y hago lo que puedo por secármelas en la camisa. Si no termino de cortar la rama en cuestión de segundos, todo el enjambre podría echárseme encima.
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Mensaje por vicj directioner Vie 04 Abr 2014, 8:34 am

AVISO:CREO QUE EL CAPITULO ES UN POCO FUERTE Y LA CANCION NO TIENE QUE VER NADA CON EL CAP BUENO LA LETRA NO PERO EL RITMO CREO QUE SI PERO ME GUSTO


CAPITULO 14 SEGUNDA PARTE
 
No tiene sentido retrasarlo, así que respiro hondo, cojo el cuchillo por el mango y corto con todas mis fuerzas. «¡Adelante, atrás, adelante, atrás!» Las rastrevíspulas empiezan a zumbar y las oigo salir. «¡Adelante, atrás, adelante, atrás!» Noto una puñalada de dolor en la rodilla, y sé que una de ellas me ha encontrado y que las otras se le unirán. «Adelante, atrás, adelante, atrás.» Y, justo cuando el cuchillo llega al final, empujo el extremo de la rama lo más lejos de mí que puedo. Se estrella contra las ramas inferiores, enganchándose un instante en algunas de ellas, pero cayendo después hasta dar en el suelo con un buen golpe. El nido se abre como un huevo y un furioso enjambre de rastrevíspulas alzan el vuelo.
Siento una segunda picadura en la mejilla, una tercera en el cuello, y su veneno me deja mareada casi al instante. Me agarro al árbol con un brazo mientras me arranco los aguijones dentados con la otra. Por suerte, sólo esas tres avispas me identifican antes de la caída del nido, así que el resto de los insectos se dirigen a los enemigos del suelo.
Es el caos. Los profesionales se han despertado con un ataque a gran escala de rastrevíspulas. Niall y unos cuantos más tienen la sensatez suficiente para soltarlo todo y salir corriendo. Oigo gritos de «¡Al lago, al lago!», e imagino que esperan perder a las avispas metiéndose en el agua. Debe de estar cerca si creen que pueden llegar allí antes que los furiosos insectos. Karen y otra chica, la del Distrito 4, no tienen tanta suerte; reciben muchas picaduras antes de perderse de vista. Parece que Karen se ha vuelto completamente loca, chilla e intenta apartar las avispas dándoles con el arco, lo que no sirve de nada. La chica del Distrito 4 se aleja tambaleándose, aunque diría que no tiene muchas posibilidades de llegar al lago. Veo caer a Karen, que se retuerce en el suelo como una histérica durante unos minutos y después se queda inmóvil.
El nido ya no es más que una carcasa vacía. Los insectos han salido en persecución de los otros y no creo que vuelvan, aunque no quiero arriesgarme. Bajo a toda prisa del árbol y salgo corriendo en dirección opuesta al lago. El veneno de los aguijones me marea, pero logro regresar a mi pequeño estanque y sumergirme en el agua, sólo por si las avispas todavía me siguen la pista. Al cabo de cinco minutos me arrastro hasta las rocas. La gente no exageraba sobre el efecto de estas picaduras; de hecho, el bulto de mi rodilla tiene el tamaño de una naranja, más que de una ciruela, y los agujeros dejados por los aguijones rezuman un líquido verde apestoso.
Hinchazón, dolor, líquido verde; Karen retorciéndose en el suelo hasta morir; son muchas cosas por asimilar y ni siquiera ha amanecido del todo. No quiero ni pensar en el aspecto que tendrá la chica ahora: el cuerpo desfigurado, los dedos hinchados endureciéndose sobre el arco...
¡El arco! En algún lugar de mi mente embotada dos ideas logran conectarse y hacen que me ponga en pie para volver con paso tambaleante a través de los árboles. El arco, las flechas, tengo que cogerlos. Todavía no he oído los cañones, así que quizá Karen esté en una especie de coma, con el corazón luchando contra el veneno de las avispas. Sin embargo, en cuanto se pare y el cañon certifique su muerte, un aerodeslizador bajará para llevarse su cadáver, y con él el único arco y las únicas flechas que he visto hasta ahora en los juegos. ¡Me niego a dejarlos escapar de nuevo!
Llego hasta Karen justo cuando suena el cañon. No hay rástrevíspulas a la vista y esta chica, la que una vez estuvo tan bella con su vestido dorado en la noche de las entrevistas, ha quedado irreconocible. Han borrado sus facciones, tiene las extremidades el triple de grandes de lo normal y los bultos de los aguijones han empezado a estallar, supurando líquido verde pútrido sobre ella. Tengo que romperle varios dedos con una piedra para soltar el arco. El carcaj de flechas está atrapado debajo de ella, así que intento darle la vuelta al cuerpo tirando de un brazo, pero la carne se desintegra al tocarla y me caigo de culo.
¿Es esto real? ¿O han empezado las alucinaciones? Aprieto los ojos con fuerza, intento respirar por la boca y me ordeno no vomitar. El desayuno debe quedarse dentro, quizá no sea capaz de cazar hasta dentro de varios días. Suena un segundo cañon, supongo que la chica del Distrito 4 acaba de morir. Me doy cuenta de que los pájaros se callan y después dejan escapar una sola nota, lo que significa que el aerodeslizador está a punto de aparecer. Desconcertada, creo que viene
por Karen, aunque no tiene sentido del todo, porque yo sigo aquí, todavía luchando por las flechas. Me pongo de rodillas y los árboles empiezan a girar sobre mí. Veo el aerodeslizador en el cielo, así que me lanzo sobre el cadáver de Karen como si deseara protegerlo, pero veo que se llevan por los aires a la chica del Distrito 4.
--¡Hazlo ya! --me grito.
Aprieto la mandíbula, meto las manos debajo de Karen, agarro lo que deberían ser sus costillas y consigo ponerla boca abajo. Estoy hiperventilando, no puedo evitarlo, es todo una pesadilla y estoy perdiendo el sentido de la realidad. Tiro del carcaj plateado, pero está enganchado en algo, enganchado en su omóplato, en algo; por fin se suelta. Justo cuando tengo el carcaj en mis manos oigo pasos, varios pies que se acercan a través de la maleza, y me doy cuenta de que han vuelto los profesionales. Vuelven para matarme, para recuperar sus armas o para ambas cosas.
Sin embargo, es demasiado tarde para correr. Cojo una de las finas flechas del carcaj e intento colocarla en la cuerda del arco, pero, en vez de una cuerda, veo tres, y el hedor de las picaduras es tan asqueroso que no consigo hacerlo. No puedo hacerlo.
Me siento impotente cuando llega el primer cazador, con la lanza en alto, listo para atacar. La sorpresa de Niall no me dice nada; me quedo esperando el golpe, pero él baja el brazo.
--¿Por qué sigues aquí? --me sisea. Lo miro sin entender nada mientras observo la gota de agua que cae de la picadura que tiene bajo la oreja. Todo su cuerpo empieza a brillar, como si se hubiese empapado de rocío--. ¿Te has vuelto loca? --Me empuja con la empuñadura de la lanza--. ¡Levantate, levantate! --Me levanto, y él sigue empujándome. ¿Qué? ¿Qué está pasando? Me pega un buen empujón para alejarme--. ¡Corre! --grita--. ¡Corre!
Detrás de él, Cato se abre camino a través de los arbustos. Él también está húmedo y tiene una picadura muy fea bajo un ojo. Veo un rayo de sol reflejándose en su espada y hago lo que me dice Niall; agarro con fuerza arco y flechas, y salgo disparada entre tropezones hacia los árboles que han surgido de la nada. Dejo atrás mi estanque y me adentro en bosques desconocidos. El mundo empieza a doblarse de forma alarmante. Una mariposa se hincha hasta alcanzar el tamaño de una casa y después estalla en un millón de estrellas; los árboles se transforman en sangre y me salpican las botas; me salen hormigas de las ampollas de las manos y no puedo quitármelas de encima; me suben por los brazos y por el cuello. Alguien grita, un grito agudo que no se interrumpe para respirar; tengo la vaga sensación de que soy yo. Tropiezo y me caigo en un pequeño pozo
recubierto de burbujitas naranja que zumban como el nido de rastrevíspulas. Me hago un ovillo, con las rodillas bajo la barbilla, y espero la muerte.
Enferma y desorientada, sólo se me ocurre una cosa: «Niall Horan me acaba de salvar la vida».
Entonces las hormigas se me meten en los ojos y me desmayo.


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Mensaje por vicj directioner Vie 04 Abr 2014, 3:02 pm

Dentro de un rato sumo mas Los Juegos del Hambre(Niall,Harry y tu) AVISO - Página 8 2686721104  Los Juegos del Hambre(Niall,Harry y tu) AVISO - Página 8 2686721104  Los Juegos del Hambre(Niall,Harry y tu) AVISO - Página 8 2686721104  Los Juegos del Hambre(Niall,Harry y tu) AVISO - Página 8 2686721104  :muack:  :bye:
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Mensaje por vicj directioner Vie 04 Abr 2014, 5:36 pm

CAPITULO 15

Me meto en una pesadilla de la que despierto sólo para encontrarme con algo aún peor. Las cosas que más miedo me dan, las cosas que más temo que le sucedan a los demás, se manifiestan con unos detalles tan vividos que me parecen reales. Cada vez que me despierto pienso que por fin se ha acabado todo, pero no, tan sólo es el comienzo de un nuevo capítulo de torturas. ¿De cuántas formas he visto morir a Prim? ¿Cuántas veces he revivido los últimos momentos de mi padre? ¿Cuántas veces he sentido que me desgarraban el cuerpo? Así funciona el veneno de las avispas, especialmente creado para atacar el punto del cerebro encargado del miedo.
Cuando por fin vuelvo en mí, me quedo tumbada, esperando a la siguiente ola de imágenes. Sin embargo, al cabo de un rato acepto que mi cuerpo ha expulsado el veneno, dejándome destrozada y débil. Sigo tumbada de lado, en posición fetal. Me llevo una mano a los ojos y compruebo que están enteros, sin rastro de las hormigas que nunca existieron. El mero hecho de estirar las extremidades me supone un esfuerzo enorme; me duelen tantas cosas que no merece la pena hacer inventario. Consigo sentarme muy, muy despacio. Estoy en un agujero poco profundo que no está lleno de las ruidosas burbujas naranja de mis alucinaciones, sino de viejas hojas muertas. Tengo la ropa húmeda, pero no sé si es de agua, rocío, lluvia o sudor. Me paso un buen rato sin poder hacer nada más que darle traguitos a la botella y observar un escarabajo que se arrastra por el lateral de un arbusto de madreselva.
¿Cuánto tiempo llevo inconsciente? Era por la mañana cuando perdí la razón y ahora es por la tarde, aunque tengo las articulaciones tan rígidas que me parece que ha pasado más de un día, quizá dos. Si es así, no tengo forma de saber qué tributos han sobrevivido al ataque de las rastrevíspulas. Está claro que Karen y la chica del Distrito 4 no siguen
vivas, pero estaban el chico del Distrito 1, los dos del Distrito 2 y Niall. ¿Han muerto por las picaduras? Si están vivos, deben de haberlo pasado tan mal estos días como yo. ¿Y qué pasa con Rue? Es tan pequeña que no haría falta mucho veneno para acabar con ella. Sin embargo..., las avispas tendrían que atraparla primero, y la niña les llevaba cierta ventaja.
Noto un sabor asqueroso a podrido en la boca, y el agua poco puede hacer por eliminarlo. Me arrastro hasta el arbusto de madreselva y arranco una flor; le quito con cuidado el estambre y me dejo caer la gota de néctar en la lengua. El dulzor se extiende por la boca, me pasa por la garganta y me calienta las venas con recuerdos del verano, los bosques de mi hogar y la presencia de Harry a mi lado. Por algún motivo, recuerdo la discusión que tuvimos la última mañana.
«--¿Sabes qué? Podríamos hacerlo.
»--¿El qué?
»--Dejar el distrito, huir, vivir en el bosque. Tú y yo podríamos hacerlo.»
Y, de repente, dejo de pensar en Haarry y me acuerdo de Niall... ¡Niall! ¡Me ha salvado la vida!, o eso creo. Porque, cuando nos encontramos, ya no distinguía bien qué era real y qué me había hecho imaginar el veneno de las avispas. Sin embargo, si lo hizo, y mi instinto me dice que así es. ¿Por qué? ¿Se limita a explotar la idea del chico enamorado que puso en marcha en la entrevista? ¿O de verdad intentaba protegerme? Y, si lo hacía, ¿por qué se había unido a los profesionales? No tenía ningún sentido.
Durante un instante me pregunto cómo verá Harry el incidente, pero después me lo quito de la cabeza, porque, por algún motivo, Harry y Niall no coexisten bien en mis pensamientos.
Así que me centro en la única cosa buena que me ha pasado desde que llegué al estadio: ¡tengo arco y flechas! Una docena completa de flechas, si contamos la que saqué del árbol. No tienen ni rastro de la nociva baba verde que salió del cadáver de Karen (lo que me lleva a pensar que quizá no fuera del todo real), aunque sí bastante sangre seca. Las puedo limpiar después, pero decido entretenerme un minuto disparando a un árbol. Se parecen más a las armas del Centro de Entrenamiento que a las que tengo en casa; en cualquier caso, ¿qué más da? Puedo soportarlo.
Las armas me dan una perspectiva completamente nueva de los juegos. Aunque sé que tengo que enfrentarme a unos oponentes duros, ya no soy la presa que corre y se esconde o que adopta medidas desesperadas. Si Cato surgiera ahora de entre los árboles, no huiría,
dispararía. Me doy cuenta de que espero con impaciencia ese momento.
Sin embargo, primero debo ponerme fuerte, porque vuelvo a estar muy deshidratada y mi reserva de agua está en niveles peligrosos. He perdido los kilos de más que conseguí engordar atiborrándome en el Capitolio, además de otros cuantos kilos propios. No recuerdo haber tenido tan marcados los huesos de las caderas y las costillas desde aquellos horribles meses que siguieron a la muerte de mi padre. Además, están las heridas: quemaduras, cortes y moratones por caerme entre los árboles, y tres picaduras de avispa, que están tan irritadas e hinchadas como al principio. Me echo la pomada en las quemaduras e intento hacer lo mismo en los bultos, pero no surte efecto. Mi madre conocía un tratamiento para esto, un tipo de hoja que podía extraer el veneno; como apenas solía usarlo, no recuerdo ni su nombre, ni su apariencia.
«Primero, el agua --pienso--. Ahora puedes cazar mientras avanzas.»
Me resulta fácil seguir la dirección por la que vine, gracias a la senda de destrucción que abrió mi cuerpo enloquecido a través del follaje. De modo que me alejo en dirección contraria, esperando que mis enemigos sigan encerrados en el mundo surrealista del veneno de las rastrevíspulas.
No puedo andar demasiado deprisa, pues mis articulaciones se niegan a hacer movimientos abruptos, pero mantengo el paso lento del cazador, el que uso cuando rastreo animales. En pocos minutos diviso un conejo y mato mi primera presa con el arco. Aunque no es uno de mis tiros limpios de siempre, lo acepto. Al cabo de una hora encuentro un arroyo poco profundo y ancho, más que suficiente para lo que necesito. El sol cae con fuerza, así que, mientras espero a que se purifique el agua, me quedo en ropa interior y me meto en la corriente. Estoy mugrienta de pies a cabeza. Intento echarme agua encima, pero al final acabo tumbándome en el agua unos minutos, dejando que lave el hollín, la sangre y la piel que ha empezado a desprenderse de las heridas. Después de enjuagar la ropa y colgarla en unos arbustos para que se seque, me siento en la orilla durante un rato y me desenredo el pelo con los dedos. Recupero el apetito, y me como una galleta y una tira de cecina. Después le limpio la sangre a mis armas plateadas con un poco de musgo.
Más fresca, me vuelvo a tratar las quemaduras, me trenzo el pelo y me pongo la ropa mojada; sé que el sol la secará rápidamente. Seguir el curso del arroyo contracorriente parece lo más apropiado. Ahora estoy avanzando cuesta arriba, cosa que prefiero, con una fuente de agua no sólo para mí, sino también para posibles presas. Derribo fácilmente un extraño pájaro que debe de ser una especie de pavo silvestre; en cualquier caso, me parece bastante comestible. A última hora de la tarde decido
encender un pequeño fuego para cocinar la carne, suponiendo que el crepúsculo ayudará a ocultar el humo y que tendré la hoguera apagada cuando caiga la noche. Limpio las piezas, prestando especial atención al pájaro, pero no veo que tenga nada alarmante. Una vez arrancadas las plumas, no es más grande que un pollo, y está gordito y firme. Cuando pongo el primer montón sobre los carbones, oigo una rama que se rompe.
Me vuelvo hacia el sonido, y saco arco y flecha con un solo movimiento. No hay nadie; al menos, que yo vea. Entonces distingo la punta de una bota de niña asomando por detrás del tronco de un árbol; me relajo y sonrío. Esta niña puede moverse por los bosques como una sombra, hay que reconocerlo. Si no, ¿cómo podría haberme seguido? Las palabras surgen antes de poder detenerlas.
--¿Sabes que ellos no son los únicos que pueden aliarse? --digo.
No obtengo respuesta durante un momento, pero entonces uno de los ojos de Rue sale del cobijo del árbol.
--¿Quieres que seamos aliadas?
--¿Por qué no? Me has salvado de esas rastrevíspulas, eres lo bastante lista para seguir viva y, de todos modos, no me libro de ti. --Ella parpadea, intentando decidirse--. ¿Tienes hambre? --Veo que traga saliva de forma visible y observa la carne--. Pues ven, hoy he matado dos presas.
--Puedo curarte las picaduras --dice la niña, dando un paso vacilante hacia mí.
--¿De verdad? ¿Cómo? --Ella mete la mano en su mochila y saca un puñado de hojas. Estoy casi segura de que son las que usa mi madre--. ¿Dónde las has encontrado?
--Por ahí. Todos las llevamos cuando trabajamos en los huertos; allí dejaron muchos nidos. Aquí también hay muchos.
--Es verdad, eres del Distrito 11. Agricultura. Huertos, ¿eh? Por eso eres capaz de volar por los árboles como si tuvieses alas. --Rue sonríe. He dado con una de las pocas cosas que admite con orgullo--. Bueno, vamos, cúrame.
Me dejo caer junto al fuego y me remango la pernera para descubrir la picadura de la rodilla. Rue me sorprende metiéndose un puñado de hojas en la boca y masticándolas. Mi madre usaría otros métodos, pero tampoco me quedan muchas opciones. Al cabo de un minuto, Rue comprime un buen montón de hojas masticadas y me lo escupe en la rodilla.
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Mensaje por vicj directioner Sáb 05 Abr 2014, 9:21 am

CAPITULO 15 SEGUNDA PARTE

Me dejo caer junto al fuego y me remango la pernera para descubrir la picadura de la rodilla. Rue me sorprende metiéndose un puñado de hojas en la boca y masticándolas. Mi madre usaría otros métodos, pero tampoco me quedan muchas opciones. Al cabo de un minuto, Rue comprime un buen montón de hojas masticadas y me lo escupe en la rodilla.
--Ohhh --digo, sin poder evitarlo. Es como si las hojas filtrasen el dolor de la picadura y lo expulsasen.
--Menos mal que tuviste la sensatez de sacarte los aguijones
--comenta Rue, después de soltar unas risillas--. Si no, estarías mucho peor.
--¡El cuello! ¡La mejilla! --exclamo, casi suplicante.
Rue se mete otro puñado de hojas en la boca y, al cabo de un momento, me río a carcajadas, porque el alivio es maravilloso. Veo que la niña tiene una larga quemadura en el brazo.
--Tengo algo para eso. --Dejo a un lado las armas y le extiendo la pomada en el brazo.
--Tienes buenos patrocinadores --dice ella, anhelante.
--¿Te han enviado algo? --pregunto, y ella sacude la cabeza--. Pues lo harán, ya verás. Cuanto más cerca estemos del final, más gente se dará cuenta de lo lista que eres.
Le doy la vuelta a la carne.
--No estabas bromeando, ¿verdad? Sobre lo de aliarnos.
--No, lo decía en serio.
Casi oigo los gruñidos de Zayn al ver que me junto con esta niña, pero la quiero a mi lado porque es una superviviente, porque confío en ella y, por qué no admitirlo, porque me recuerda a Prim.
--si --responde, y me ofrece la mano. Le doy la mía--. Trato hecho.
Por supuesto, este tipo de trato sólo puede ser temporal, pero ninguna de las dos lo menciona.
Rue aporta a la comida un buen puñado de una especie de raíces con aspecto de tener almidón. Al asarlas al fuego saben agridulces, como la chirivía. Además, la niña reconoce el pájaro, un ave silvestre a la que llaman «granso» en su distrito. Dice que a veces una bandada llega al huerto y ese día todos comen bien. La conversación se detiene un momento mientras nos llenamos el estomago. El granso tiene una carne deliciosa, tan jugosa que te caen gotitas de grasa por la cara cuando la muerdes.
--Oh --dice Rue, suspirando--. Nunca había tenido un muslo para mí sola.
Ya me lo imagino; seguro que apenas consigue comer carne.
--Coge otro.
--¿En serio?
--Coge todo lo que quieras. Ahora que tengo arco y flechas, puedo cazar más. Además, tengo trampas y puedo enseñarte a ponerlas. --Rue sigue mirando el muslo con incertidumbre--. Vamos, cógelo --insisto, poniéndole la pata en las manos--. De todos modos, se pondrá malo en unos días, y tenemos todo el pájaro y el conejo. --Una vez le pone la mano encima al muslo, su apetito gana la batalla y le pega un buen mordisco--.
Creía que en el Distrito 11 tendrían un poco más para comer que nosotros. Ya sabes, como cultivan la comida...
--Oh, no, no se nos permite alimentarnos de los cultivos --responde Rue, con los ojos muy abiertos.
--¿Te detienen o algo?
--Te azotan delante de todo el mundo. El alcalde es muy estricto con eso.
Por su expresión deduzco que no es algo poco común. En el Distrito 12 no suele haber flagelaciones públicas, aunque suceden de vez en cuando. En teoría, a Harry y a mí podrían azotarnos todos los días por ser cazadores furtivos (bueno, en teoría podrían hacernos algo mucho peor), pero todos los funcionarios compran nuestra carne. Además, al alcalde, el padre de Madge, no parecen gustarle mucho ese tipo de acontecimientos. Tal vez ser el distrito más desprestigiado, pobre y ridiculizado del país tiene sus ventajas, como, por ejemplo, que el Capitolio no nos haga apenas caso, siempre que produzcamos nuestro cupo de carbón.
--¿Ustedes tienen todo el carbón que quieran? --me pregunta Rue.
--No, sólo lo que compramos y lo que se nos enganche en las botas.
--A nosotros nos dan un poco más de comida en tiempo de cosecha, para que aguantemos más.
--¿No tienes que ir al colegio?
--Durante la cosecha, no, todos trabajamos --me explica.
Es interesante oír cosas sobre su vida. Tenemos muy poca comunicación con los que viven fuera de nuestro distrito. De hecho, me pregunto si los Vigilantes estarán bloqueando nuestra conversación, porque, aunque la información parece inofensiva, no quieren que la gente de un distrito sepa lo que pasa en los otros.
Siguiendo la sugerencia de Rue, sacamos toda la comida que tenemos, para organizamos. Ella ya ha visto casi toda la mía, pero añado el último par de galletas saladas y las tiras de cecina a la pila. Ella ha recogido una buena colección de raíces, nueces, vegetales y hasta algunas bayas.
Cojo una baya que no me resulta familiar.
--¿Estás segura de que es inofensiva?
--Oh, sí, en casa tenemos. Llevo varios días comiéndolas --responde, metiéndose un puñado en la boca.
Le doy un mordisco de prueba a una y sabe tan bien como nuestras moras. Cada vez estoy más segura de que aliarme con Rue ha sido buena idea. Dividimos la comida; así, si nos separamos, estaremos abastecidas durante unos días. Aparte de la comida, ella tiene una pequeña bota con
agua, una honda casera y un par de calcetines de recambio. También lleva un trozo de roca afilada que utiliza como cuchillo.
--Sé que no es gran cosa --dice, como si se avergonzara--, pero tenía que salir de la Cornucopia a toda prisa.
--Hiciste bien --respondo.
Cuando saco todo mi equipo, ella ahoga un grito al ver las gafas de sol.
--¿Cómo las has conseguido?
--Estaban en la mochila. Hasta ahora no me han servido de nada, no bloquean el sol y hacen que resulte difícil ver con ellas --respondo, encogiéndome de hombros.
--No son para el sol, son para la oscuridad --exclama Rue--. A veces, cuando cosechamos de noche, nos dan unos cuantos pares a los que estamos en la parte más alta de los árboles, donde no llega la luz de las antorchas. Una vez, un chico, Martin, intentó quedarse las suyas; se las escondió en los pantalones. Lo mataron en el acto.
--¿Mataron a un chico por llevarse una cosa de éstas?
--Sí, y todos sabían que Martin no era peligroso. No estaba bien de la cabeza, es decir, seguía comportándose como un niño de tres años. Sólo quería las gafas para jugar.
Oír esto hace que el Distrito 12 me parezca una especie de refugio. Está claro que la gente muere de hambre sin parar, pero no me imagino a los agentes de la paz asesinando a un niño simplón. Hay una niñita, una de las nietas de Sae la Grasienta, que siempre está dando vueltas por el Quemador. No está del todo bien de la cabeza, pero la tratan como una mascota; la gente le da las sobras y cosas así.
--¿Y para qué sirven? --le pregunto a Rue, cogiendo las gafas.
--Te permiten ver a oscuras. Pruébalas esta noche, cuando se vaya el sol.
Le doy a Rue algunas cerillas y ella se asegura de que tenga hojas de sobra, por si se me hinchan otra vez las picaduras. Apagamos la hoguera y nos dirigimos arroyo arriba hasta que está a punto de anochecer.
--¿Dónde duermes? --le pregunto--. ¿En los árboles? --Ella asiente--. ¿Abrigada con la chaqueta, nada más?
--Tengo esto para las manos --responde, enseñándome los calcetines de repuesto.
--Puedes compartir el saco de dormir conmigo, si quieres --le ofrezco; me acuerdo bien de lo frías que han sido las noches--. Las dos cabemos de sobra. --Se le ilumina la cara y sé que es más de lo que se atrevía a desear.
Elegimos una rama de la parte alta de un árbol y nos acomodamos para pasar la noche justo cuando empieza a sonar el himno. Hoy no ha muerto nadie.
--Rue, acabo de despertarme hoy. ¿Cuántas noches me he perdido?
El himno debería ahogar nuestras palabras, pero, aun así, susurro. Incluso tomo la precaución de taparme los labios con la mano, porque no quiero que la audiencia sepa lo que estoy pensando contarle sobre Niall. Ella se da cuenta y hace lo mismo.
--Dos. Las chicas de los distritos 1 y 4 están muertas. Quedamos diez.
--Pasó una cosa muy rara. Al menos, eso creo, aunque puede que el veneno de las rastrevíspulas me hiciese imaginar cosas. ¿Sabes quién es el chico de mi distrito? ¿Niall? Creo que me ha salvado la vida, pero estaba con los profesionales.
--Ya no está con ellos. Los he espiado en su campamento, junto al lago. Regresaron antes de derrumbarse por el veneno, pero él no iba con ellos. Quizá te salvara de verdad y tuviera que huir.
No respondo. Si, de hecho, Niall me salvó, vuelvo a estar en deuda con él, y esta deuda no puedo pagársela.
--Si lo hizo, seguramente sería parte de su actuación. Ya sabes, para que la gente se crea que me quiere.
--Oh --dice Rue, pensativa--. A mí no me pareció una actuación.
--Claro que sí, lo preparó con nuestro mentor. --El himno acaba y el cielo se oscurece--. Vamos a probar esas gafas. --Las saco y me las pongo; Rue no bromeaba, lo veo todo, desde las hojas de los árboles hasta una mofeta que se pasea entre los arbustos a unos quince metros de nosotras. Podría matarla desde aquí si me lo propusiera, podría matar a cualquiera--. Me pregunto quién más tendrá unas de éstas.
--Los profesionales tienen dos, pero lo guardan todo en el lago. Y son muy fuertes.
--Nosotras también, aunque de una forma distinta.
--Tú eres fuerte. Eres capaz de disparar. ¿Qué puedo hacer yo?
--Puedes alimentarte. ¿Y ellos?
--No les hace falta, tienen un montón de suministros.
--Supón que no los tuvieran. Supón que los suministros desapareciesen. ¿Cuánto durarían? Es decir, estamos en los Juegos del Hambre, ¿no?
--Pero, ______, ellos no tienen hambre.
--No, es verdad, ése es el problema --reconozco, y, por primera vez desde que llegamos, se me ocurre un plan, un plan que no está motivado por la necesidad de huir; un plan de ataque--. Creo que vamos a tener que
solucionar eso, Rue. :meh:
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Mensaje por vicj directioner Mar 08 Abr 2014, 6:53 am

CAPITULO 16

Rue ha decidido confiar en mí sin reservas. Lo sé porque, en cuanto se termina el himno, se acurruca a mi lado y se queda dormida. Yo tampoco recelo, ya que no tomo ninguna precaución especial. Si quisiera verme muerta, le habría bastado con desaparecer de aquel árbol sin avisarme de la presencia del nido de rastrevíspulas. Sin embargo, muy en el fondo de mi conciencia, noto la presión de lo obvio: no podemos ganar estos juegos las dos. En cualquier caso, como lo más probable es que no sobrevivamos ninguna, consigo no hacer caso de ese pensamiento. Además, me distrae mi última idea sobre los profesionales y sus provisiones. Rue y yo debemos encontrar la forma de destruir su comida. Estoy bastante segura de que a ellos les costaría una barbaridad alimentarse solos. La estrategia tradicional de los tributos profesionales consiste en reunir toda la comida posible y avanzar a partir de ahí. Cuando no la protegen bien, pierden los juegos (un año la destruyó una manada de reptiles asquerosos y otro una inundación creada por los Vigilantes). El hecho de que los profesionales hayan crecido con una alimentación mejor juega en su contra, ya que no están acostumbrados a pasar hambre; todo lo contrario que Rue y yo.
Sin embargo, estoy demasiado cansada para empezar a tramar un plan detallado esta noche. Mis heridas están sanando, sigo un poco embotada por culpa del veneno, y el calor de Rue a mi lado, su cabeza apoyada en mi hombro, hacen que me sienta segura. Por primera vez, me doy cuenta de lo sola que me he sentido desde que llegué al campo de batalla, de lo reconfortante que puede ser la presencia de otro ser humano. Me dejo vencer por el sueño y decido que mañana se volverán las tornas. Mañana serán los profesionales los que tengan que guardarse las espaldas.
Me despierta el cañon; unos rayos de luz atraviesan el cielo y los pájaros ya están trinando. Rue está encaramada a una rama frente a mí, con algo en la mano. Esperamos por si se producen más disparos, pero no oímos ninguno.
--¿Quién crees que ha sido?
No puedo evitar pensar en Niall.
--No lo sé, podría haber sido cualquiera de los otros --responde Rue--.
Supongo que nos enteraremos esta noche.
--¿Me puedes repetir quién queda?
--El chico del Distrito 1, los dos del Distrito 2, el chico del Distrito 3, Thresh y yo, y Niall y tú. Eso hacen ocho. Espera, y el chico del Distrito 10, el de la pierna mala. Él es el noveno. --Hay alguien más, pero ninguna de las dos conseguimos recordarlo--. Me pregunto cómo habrá muerto el último.
--No hay forma de saberlo, pero nos viene bien. Una muerte servirá para entretener un poco a las masas. Quizá nos dé tiempo a preparar algo antes de que los Vigilantes decidan que la cosa va demasiado lenta. ¿Qué tienes en las manos?
--El desayuno --responde Rue; las abre y me enseña dos grandes huevos.
--¿De qué son?
--No estoy segura; hay una zona pantanosa por allí, una especie de ave acuática.
Estaría bien cocinarlos, pero no queremos arriesgarnos a encender un fuego. Supongo que el tributo muerto habrá sido una víctima de los profesionales, lo que significa que se han recuperado lo bastante para volver a los juegos. Nos dedicamos a sorber el contenido de los huevos, y a comernos un muslo de conejo y algunas bayas. Es un buen desayuno se mire por donde se mire.
--¿Lista para hacerlo? --pregunto, colgándome la mochila.
--¿Hacer el qué? --pregunta Rue a su vez; por la forma en que se ha apresurado a responder, está dispuesta a hacer cualquier cosa que le proponga.
--Hoy vamos a quitarle la comida a los profesionales.
--¿Sí? ¿Cómo?
Veo que los ojos le brillan de emoción. En ese sentido, es justo lo contrario que Prim: para mi hermana, las aventuras son un calvario.
--Ni idea. Ven, se nos ocurrirá algo mientras cazamos.
No cazamos mucho porque estoy demasiado ocupada sacándole a Rue toda la información posible sobre la base de los profesionales. Sólo se ha acercado a espiar un poco, pero es muy observadora. Han montado el campamento junto al lago, y su alijo de suministros está a unos veinticinco metros. Durante el día dejan montando guardia a otro tributo, el chico del Distrito 3.
--¿El chico del Distrito 3? --pregunto--. ¿Está trabajando con ellos?
--Sí, se queda todo el tiempo en el campamento. A él también le picaron las rastrevíspulas cuando los siguieron hasta el lago --responde
Rue--. Supongo que acordaron dejarlo vivir a cambio de que les hiciese de guardia, pero no es un chico muy grande.
--¿Qué armas tiene?
--No muchas, por lo que vi. Una lanza. Puede que consiga espantarnos a unos cuantos con ella, pero Thresh podría matarlo con facilidad.
--¿Y la comida está ahí, sin más? --pregunto, y ella asiente--. Hay algo que no encaja en ese esquema.
--Lo sé, pero no pude averiguar el qué. _____, aunque lograses llegar hasta la comida, ¿cómo te librarías de ella?
--La quemaría, la tiraría al lago, la empaparía de combustible... --Le doy con el dedo en la tripa, como hacía con Prim--. ¡Me la comería! --Ella suelta una risita--. No te preocupes, pensaré en algo. Destruir cosas es mucho más fácil que construirlas.
Nos pasamos un rato desenterrando raíces, recogiendo bayas y vegetales, y elaborando una estrategia entre susurros. Así acabo conociendo a Rue, la mayor de seis niños, tan protectora de sus hermanos que les da sus raciones a los más pequeños, tan valiente que rebusca en las praderas de un distrito cuyos agentes de la paz son mucho menos complacientes que los nuestros. Rue, la niña que, cuando le preguntas por lo que más ama en el mundo, contesta que la música, nada más y nada menos.
--¿La música? --repito. En nuestro mundo, la música está al mismo nivel que los lazos para el pelo y los arco iris, en cuando a utilidad se refiere. Al menos los arco iris te dan una pista sobre el clima--. ¿Tienes mucho tiempo para eso?
--Cantamos en casa y también en el trabajo. Por eso me encanta tu insignia --añade, señalando el sinsajo; yo me había vuelto a olvidar de su existencia.
--¿Tienen sinsajos?
--Oh, sí, algunos son muy amigos míos. Nos dedicamos a cantar juntos durante horas y llevan los mensajes que les doy.
--¿Qué quieres decir?
--Suelo ser la que está más alto, así que soy la primera que ve la bandera que señala el fin de la jornada. Canto una cancioncilla especial --dice; entonces abre la boca y canta una melodía de cuatro notas con una voz clara y dulce--, y los sinsajos la repiten por todo el huerto. Así la gente sabe cuándo parar. Sin embargo, pueden ser peligrosos si te acercas demasiado a sus nidos, aunque es lógico.
--Toma, quédatelo tú --le digo, quitándome la insignia--. Significa más
para ti que para mí.
--Oh, no --contesta ella, cerrándome los dedos sobre la insignia que tengo en la mano--. Me gusta vértelo puesto, por eso decidí que eras de confianza. Además, tengo esto. --Se saca de debajo de la camisa un collar tejido con una especie de hierba. De él cuelga una estrella de madera tallada toscamente; o quizá sea una flor--. Es un amuleto de la buena suerte.
--Bueno, por ahora funciona --respondo, volviendo a prenderme el sinsajo a la camisa--. Quizá te vaya mejor sólo con él.
A la hora de la comida ya tenemos un plan; lo llevaremos a cabo a media tarde. Ayudo a Rue a recoger y colocar la madera para la primera de dos fogatas, aunque la tercera tendrá que prepararla ella sola. Decidimos reunimos después en el sitio donde hicimos nuestra primera comida juntas, ya que el arroyo debería facilitarme la tarea de encontrarlo. Antes de partir me aseguro de que la niña esté bien provista de comida y cerillas, incluso insisto en que se lleve mi saco de dormir, por si no logramos encontrarnos antes de que caiga la noche.
--¿Y tú qué? ¿No pasarás frío? --me pregunta.
--No si cojo otro saco en el lago --respondo--. Ya sabes, aquí robar no es ilegal --añado, sonriendo.
En el último minuto, Rue decide enseñarme su señal de sinsajo, la que canta para anunciar que ha terminado la jornada.
--Quizá no funcione, pero, si oyes a los sinsajos cantarla, sabrás que estoy bien, aunque no pueda regresar en ese momento.
--¿Hay muchos sinsajos por aquí?
--¿No los has visto? Tienen nidos por todas partes --responde. Reconozco que no me he dado cuenta.
--Pues entonces. Si todo va según lo previsto, te veré para la cena --le digo.
De repente, Rue me rodea el cuello con los brazos; vacilo un instante, pero acabo devolviéndole el abrazo.
--Ten cuidado --me pide.
--Y tú --respondo; después me vuelvo y me dirijo al arroyo, algo preocupada. Preocupada por que Rue acabe muerta, por que Rue no acabe muerta y nos quedemos las dos hasta el final, por dejar a Rue sola, por haber dejado a Prim sola en casa. No, Prim tiene a mi madre, a Harry y a un panadero que me ha prometido que no la dejará pasar hambre. Rue sólo me tiene a mí.
Una vez en el arroyo, no hay más que seguir su curso colina abajo hasta el lugar en que empecé a recorrerlo, después del ataque de las
avispas. Tengo que moverme con precaución por el agua, porque no dejo de hacerme preguntas sin respuesta, la mayoría sobre Niall. Esta mañana ha sonado el cañon. ¿Era para anunciar su muerte? Si es así, ¿cómo ha muerto? ¿A manos de un profesional? ¿Y habrá sido para vengarse de que me dejase escapar? Intento recordar de nuevo aquel momento junto al cadáver de Karen, cuando apareció entre los árboles. Sin embargo, el hecho de que estuviese brillando me hace dudar de todo lo que sucedió.
Tardo pocas horas en llegar a la zona poco profunda donde me bañé, lo que significa que ayer tuve que moverme muy despacio. Hago un alto para llenar la botella de agua y añado otra capa de barro a la mochila, que parece decidida a seguir siendo naranja, independientemente de la cantidad de camuflaje que le ponga.
Mi proximidad al campamento de los profesionales hace que se me agucen los sentidos y, cuanto más me acerco a ellos, más alerta estoy; me detengo con frecuencia para prestar atención a ruidos extraños, con una flecha preparada en la cuerda del arco. No veo a otros tributos, pero sí que descubro algunas de las cosas que ha mencionado Rue: arbustos de bayas dulces; otro con las hojas que me curaron las picaduras; grupos de nidos de rastrevíspulas cerca del árbol en el que me quedé atrapada; y, de cuando en cuando, el parpadeo blanco y negro del ala de un sinsajo en las ramas que tengo encima.
Llego al árbol que tiene el nido abandonado en el suelo y me detengo un momento para reunir valor. Rue me ha dado instrucciones específicas para llegar desde este punto al mejor escondite desde el que espiar el lago. «Recuerda --me digo--, tú eres la cazadora, no ellos.»
Cojo el arco con decisión y sigo adelante. Llego hasta el bosquecillo del que me ha hablado Rue y, de nuevo, admiro su astucia: está justo al borde del bosque, pero el frondoso follaje es tan espeso por abajo que puedo observar fácilmente el campamento de los profesionales sin que ellos me vean. Entre nosotros está el amplio claro en el que comenzaron los juegos.
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Mensaje por vicj directioner Miér 09 Abr 2014, 8:28 am

CAPITULO 16 SEGUNDA PARTE

Hay cuatro tributos: el chico del Distrito 1, Cato y la chica del Distrito 2, y un chico escuálido y pálido que debe de ser del Distrito 3. No me causó ninguna impresión durante el tiempo que pasamos en el Capitolio; no recuerdo casi nada de él, ni su traje, ni su puntuación en el entrenamiento, ni su entrevista. Incluso ahora que lo tengo sentado delante, jugueteando con una especie de caja de plástico, resulta fácil no hacerle caso al lado de sus compañeros, más grandes y dominantes. Sin embargo, algún valor tendrá para ellos, porque, si no, no se habrían
molestado en dejarlo vivir. En cualquier caso, verlo sólo sirve para hacerme sentir más incómoda sobre los motivos de los profesionales para ponerlo de guardia, para no matarlo.
Los cuatro tributos parecen seguir recuperándose del ataque de las avispas. Aunque estoy un poco lejos, distingo los bultos hinchados de las picaduras. Seguramente no habrán tenido la sensatez necesaria para quitarse los aguijones o, si lo han hecho, no saben nada de las hojas curativas. Al parecer, las medicinas que encontraron en la Cornucopia no les han servido de nada.
La Cornucopia sigue donde estaba, aunque sin nada en el interior. La mayoría de las provisiones, metidas en cajas, sacos de arpillera y contenedores de plástico, están apiladas en una ordenada pirámide a una distancia bastante cuestionable del campamento. Otras cosas se han quedado diseminadas por el perímetro de la pirámide, como si imitaran la disposición de suministros alrededor de la Cornucopia al principio de los juegos. Una red cubre la pirámide en sí, aunque no le veo otra utilidad que alejar a los pájaros.
La configuración en su conjunto me resulta desconcertante. La distancia, la red y la presencia del chico del Distrito 3. Lo que está claro es que destruir estos suministros no va a ser tan sencillo como parece; tiene que haber otro factor en juego, y será mejor que me quede quieta hasta descubrir cuál es. Mi teoría es que la pirámide tiene algún tipo de trampa; se me ocurren pozos escondidos, redes que caen sobre los incautos o un cable que, al romperse, lanza un dardo venenoso directo al corazón. Las posibilidades son infinitas, claro.
Mientras le doy vueltas a mis opciones, oigo a Cato gritar algo. Está señalando al bosque, lejos de mí, y, sin necesidad de mirar, sé que Rue habrá encendido ya la primera hoguera. Nos aseguramos de recoger la suficiente madera verde para que el humo se viese bien. Los profesionales empiezan a armarse de inmediato.
Se inicia una pelea; gritan tan fuerte que oigo que discuten si el chico del Distrito 3 debe quedarse o acompañarlos.
--Se viene. Lo necesitamos en el bosque y aquí ya ha terminado su trabajo. Nadie puede tocar los suministros --dice Cato.
--¿Y el chico amoroso? --pregunta el chico del Distrito 1.
--Ya te he dicho que te olvides de él. Sé dónde le di el corte. Es un milagro que todavía no se haya desangrado. De todos modos, ya no está en condiciones de robarnos.
Así que Niall está en el bosque, malherido. Sin embargo, sigo sin saber qué lo llevó a traicionar a los profesionales.
--Vamos. --Insiste Cato, y le pasa una lanza al chico del Distrito 3; después se alejan en dirección a la fogata. Lo último que oigo cuando entran en el bosque es:-- Cuando la encontremos, la mato a mi manera, y que nadie se meta.
Por algún motivo, dudo que se refiera a Rue; no fue ella la que les tiró el nido encima.
Me quedo donde estoy una media hora, intentando decidir qué hacer con las provisiones. Mi ventaja con el arco y las flechas es la distancia, podría disparar sin problemas una flecha ardiendo a la pirámide (con mi puntería puedo meterla por uno de los agujeros de la red), pero eso no me garantiza que prenda. Lo más probable es que se apague sola y, entonces, ¿qué? No lograría nada y les habría dado demasiado información sobre mí; que estoy aquí, que tengo un cómplice y que sé usar el arco con precisión.
No tengo alternativa: habrá que acercarse más y ver si descubro qué está protegiendo los suministros. De hecho, estoy a punto de salir al descubierto cuando un movimiento me llama la atención. A varios metros a mi derecha, veo a alguien salir del bosque. Durante un momento creo que es Rue, hasta que reconozco a la chica del 5 (es la que no lograba recordar esta mañana), que se acerca a rastras al alijo. Cuando por fin decide que no hay peligro, corre hacia la pirámide dando pasitos rápidos. Justo antes de llegar al círculo de suministros que hay esparcidos alrededor, se detiene, mira por el suelo y coloca los pies con cuidado en un punto. Después se acerca a la pirámide dando unos extraños saltitos, a veces a la pata coja, otras balanceándose un poco y otras arriesgándose a dar unos cuantos pasos. En cierto momento se lanza por el aire por encima de un barrilito y aterriza de puntillas. Sin embargo, se ha dado demasiado impulso y cae hacia adelante, dando un chillido al tocar el suelo con las manos. Como ve que no pasa nada, se pone rápidamente de pie y sigue adelante hasta llegar a las cosas.
Por lo visto, tengo razón con respecto a las trampas, aunque parece algo más complicado de lo que me imaginaba. También tenía razón acerca de la chica: debe de ser muy astuta para haber descubierto el camino seguro hasta la comida y ser capaz de reproducirlo con tanta precisión. Se llena la mochila sacando algunos artículos de varios contenedores: galletas saladas de una caja, un puñado de manzanas de un saco de arpillera colgado en el lateral de un cubo. Procura no coger demasiado, para que nadie note que falta comida, para que nadie sospeche. Después repite su extraño baile hasta abandonar el círculo y sale corriendo de nuevo por el bosque, sana y salva.
Me doy cuenta de que tengo los dientes apretados por la frustración; Britanny me ha confirmado lo que ya suponía, pero ¿qué clase de trampa requerirá tanta destreza y tendrá tantos puntos de disparo? ¿Por qué chilló la chica cuando tocó el suelo con las manos? Cualquiera habría pensado..., entonces empiezo a entenderlo..., cualquiera habría pensado que iba a estallar.
--Está minado --susurro.
Eso lo explica todo: lo poco que les importaba a los profesionales dejar los suministros sin vigilancia, la reacción de Britanny, la participación del chico del Distrito 3, el distrito de las fábricas, donde producían televisores, automóviles y explosivos. ¿Y de dónde los habrá sacado? ¿De las provisiones? No es el tipo de arma que suelen proporcionar los Vigilantes, ya que prefieren ver a los tributos destrozarse cara a cara. Salgo de los arbustos y me acerco a las placas metálicas redondas que suben a los tributos al estadio. Se nota que han escarbado el suelo a su alrededor para después volver a aplanarlo. Las minas se desactivan después de los sesenta segundos que tenemos que pasar encima de las plataformas, pero el chico del Distrito 3 debe de haber conseguido reactivarlas. Nunca había visto algo así en los juegos, seguro que hasta los Vigilantes están sorprendidos.
Bueno, pues un hurra por el chico del Distrito 3, que ha sido capaz de superarlos, pero ¿qué hago yo? Está claro que no puedo meterme en ese laberinto sin acabar volando por los aires. En cuanto a lanzar una flecha ardiendo, sería una tontería. Las minas se activan con la presión, y no tiene que ser una presión muy grande. Un año a una chica se le cayó su símbolo, una pelotita de madera, cuando todavía estaba en la plataforma, y tuvieron que raspar sus restos del suelo, literalmente.
Tengo los brazos fuertes, podría lanzar algunas piedras y luego... ¿qué? ¿Activar una mina, quizá? Eso iniciaría una reacción en cadena. ¿O no? ¿Habrá puesto el chico del Distrito 3 las minas de forma que el estallido de una sola no afecte a las otras? Así se aseguraría de la muerte del invasor sin poner el peligro los suministros. Aunque sólo hiciese estallar una mina, seguro que los profesionales volverían corriendo a por mí. De todos modos, ¿en qué estoy pensando? Está la red, precisamente colocada para evitar un ataque por el estilo. Además, lo que de verdad necesito es lanzar unas treinta rocas a la vez, disparar una reacción en cadena y destruirlo todo.
Vuelvo la vista atrás, hacia el bosque: el humo de la segunda fogata de Rue sube por el cielo. Los profesionales deben de haber empezado a sospechar que se trata de una trampa. Se me agota el tiempo.
Sé que todo esto tiene solución, y que sólo tengo que concentrarme a fondo. Me quedo mirando la pirámide, los cubos y las cajas, todo ello demasiado pesado como para derribarlo de un flechazo. Quizá alguno contenga aceite para cocinar; a punto de revivir la idea de la flecha ardiendo, me doy cuenta de que podría acabar perdiendo las doce flechas sin darle a un contenedor de aceite, ya que estaría tirando a ciegas. Estoy pensando en intentar recrear el camino de la Comadreja hacia la pirámide, con la esperanza de encontrar nuevas formas de destrucción, cuando me fijo en el saco de manzanas. Podría cortar la cuerda de un flechazo, como en el Centro de Entrenamiento. Es una bolsa grande, aunque puede que sólo disparase una explosión. Si pudiera soltar todas las manzanas...
Ya sé qué hacer. Me pongo a tiro y me doy un límite de tres flechas para conseguirlo. Coloco los pies con cuidado, me aislo del resto del mundo y afino la puntería. La primera flecha rasga el lateral del saco, cerca de la parte de arriba, y deja una raja en la arpillera. La segunda la convierte en un agujero. Veo que una de las manzanas empieza a tambalearse justo cuando disparo la tercera flecha, acierto en el trozo rasgado de arpillera y lo arranco de la bolsa.
Todo parece paralizarse durante un segundo. Después, las manzanas se esparcen por el suelo y yo salgo volando por los aires.
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Mensaje por happy*eva Miér 09 Abr 2014, 8:17 pm

Santo dios me as dejado sin palabras
me disculpo por la demora
leee todito detaye a deayee aaa esto esta muy bueno asta lei en clases qr de seguro en la peueba me ira mal jajajja todo por que me encanta el libro ;) huyyy y ahora que le abra pasado a ella eee se abra lastimado ayyy me dejate con la intrigaaa a demas quieri saver xomo le fue a la niñitaa aaaa dibloss ya sigela plissss
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Mensaje por vicj directioner Jue 10 Abr 2014, 2:40 pm

happy*eva escribió:Santo dios me as dejado sin palabras
me disculpo por la demora
leee todito detaye a deayee aaa esto esta muy bueno asta lei en clases qr de seguro en la peueba me ira mal jajajja todo por que me encanta el libro ;)   huyyy y ahora que le abra pasado a ella eee se abra lastimado ayyy me dejate con la intrigaaa a demas quieri saver xomo le fue a la niñitaa aaaa dibloss ya sigela plissss
Seguro te ira bien en la prueba ¿no te encontraro leyendo? hoy la sigo el cap va a estar de infarto :jiji:  Los Juegos del Hambre(Niall,Harry y tu) AVISO - Página 8 2871837316  Los Juegos del Hambre(Niall,Harry y tu) AVISO - Página 8 3229597093
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Mensaje por vicj directioner Jue 10 Abr 2014, 7:17 pm

CAPITULO 17

El impacto con la dura tierra de la llanura me deja sin aliento, y la mochila no hace mucho por suavizar el golpe. Por suerte, el carcaj se me ha quedado colgado del codo, por lo que se libran tanto él como mi hombro; además, no he soltado el arco. El suelo sigue temblando por los estallidos, pero no los oigo, en estos momentos no oigo nada. Sin embargo, las manzanas deben de haber activado las minas suficientes y los escombros están disparando las demás. Consigo protegerme la cara con los brazos de una lluvia de trocitos de materia, algunos ardiendo. Un humo acre lo llena todo, lo que no resulta muy adecuado para alguien que intenta recuperar la respiración.
Al cabo de un minuto, el suelo deja de vibrar, ruedo por el suelo y me permito un momento de satisfacción ante las ruinas ardientes de lo que antes fuera la pirámide. Los profesionales no van a conseguir salvar nada.
«Será mejor que salga de aquí, seguro que vienen corriendoEl impacto con la dura tierra de la llanura me deja sin aliento, y la mochila no hace mucho por suavizar el golpe. Por suerte, el carcaj se me ha quedado colgado del codo, por lo que se libran tanto él como mi hombro; además, no he soltado el arco. El suelo sigue temblando por los estallidos, pero no los oigo, en estos momentos no oigo nada. Sin embargo, las manzanas deben de haber activado las minas suficientes y los escombros están disparando las demás. Consigo protegerme la cara con los brazos de una lluvia de trocitos de materia, algunos ardiendo. Un humo acre lo llena todo, lo que no resulta muy adecuado para alguien que intenta recuperar la respiración.
Al cabo de un minuto, el suelo deja de vibrar, ruedo por el suelo y me permito un momento de satisfacción ante las ruinas ardientes de lo que antes fuera la pirámide. Los profesionales no van a conseguir salvar nada.
«Será mejor que salga de aquí, seguro que vienen pitando», pienso.
Sin embargo, al ponerme de pie, me doy cuenta de que escapar no va a ser tan fácil. Estoy mareada, no sólo algo tambaleante, sino con un mareo de esos que hacen que los árboles te den vueltas alrededor y la tierra se mueva bajo los pies. Doy unos pasos y, de algún modo, acabo a cuatro patas. Espero unos minutos a que se me pase, pero no se me pasa.
Empieza a entrarme el pánico. No debo quedarme aquí, la huida resulta indispensable, pero no puedo ni andar, ni oír. Me llevo una mano a la oreja izquierda, la que estaba vuelta hacia la explosión, y veo que se mancha de sangre. ¿Me he quedado sorda? La idea me asusta porque, como cazadora, confío en mis oídos tanto como en mis ojos, quizá más algunas veces. En cualquier caso, no dejaré que se me note el miedo; estoy completa y absolutamente segura de que me están sacando en directo en todas las pantallas de televisión de Panem.
«Nada de rastros de sangre», me digo, y consigo echarme la capucha y atarme el cordón bajo la barbilla con unos dedos que no se puede decir que ayuden mucho. Eso servirá para absorber un poco de sangre. No puedo caminar, pero ¿puedo arrastrarme? Intento avanzar; sí, si voy muy despacio, puedo arrastrarme. Casi todas las zonas del bosque resultarían insuficientes para ocultarme. Mi única esperanza es llegar al bosquecillo de Rue y ocultarme entre la vegetación. Si me quedo aquí, a cuatro patas, en campo abierto, no sólo me matarán, sino que Cato se asegurará de que sea una muerte lenta y dolorosa. La mera idea de que Prim lo vea todo hace que me dirija obstinadamente, centímetro a centímetro, a mi escondite.
Otro estallido me hace caer de morros; una mina alejada que se habrá disparado al caerle encima una caja. Pasa otras dos veces más, lo que me recuerda a los últimos granos que saltan cuando Prim y yo hacemos palomitas en la chimenea.
Decir que lo consigo en el último momento es decir poco: justo cuando llego a rastras hasta el enredo de arbustos al pie de los árboles, aparece Cato en el llano, seguido de sus compañeros. Su rabia es tan exagerada que podría resultar cómica (así que es cierto que la gente se tira de los pelos y golpea el suelo con los puños...), si no supiera que iba dirigida a mí, a lo que le he hecho. Si a ello le añadimos que estoy cerca y que no soy capaz de salir corriendo, ni de defenderme, lo cierto es que estoy aterrada. Me alegro de que mi escondite no permita a las cámaras verme de cerca, porque estoy mordiéndome las uñas como loca, arrancándome los últimos trocitos de esmalte para que no me castañeteen los dientes.
El chico del Distrito 3 ha estado tirando piedras al destrozo y debe de haber concluido que se han activado todas las minas, porque los
profesionales se acercan.
Cato ha terminado con la primera fase de su rabieta y descarga su ira en los restos quemados, dándoles patadas a los contenedores. Los otros tributos examinan el desastre en busca de algo que pueda salvarse, pero no hay nada. El chico del Distrito 3 ha hecho su trabajo demasiado bien; a Cato debe de habérsele ocurrido la misma idea, porque se vuelve hacia el chico y parece gritarle. El pobre sólo tiene tiempo de volverse y empezar a correr antes de que Cato lo coja por el cuello desde atrás. Veo cómo se le hinchan los músculos de los brazos mientras sacude la cabeza del chico de un lado a otro.
Así de rápida es la muerte del chico del Distrito 3.
Los otros dos profesionales parecen intentar calmar a Cato. Me doy cuenta de que él quiere volver al bosque, pero ellos no dejan de señalar al cielo, lo que me desconcierta, hasta que me doy cuenta.
«Claro, creen que el que ha provocado las explosiones está muerto.»
No saben lo de las flechas y las manzanas. Han dado por supuesto que la trampa estaba mal y que el tributo que la activó ha volado en pedazos. El cañonazo podría haberse perdido fácilmente entre los estallidos. Los restos destrozados del ladrón se los habría llevado un aerodeslizador. Los tributos se retiran al otro lado del lago para dejar que los Vigilantes se lleven el cadáver del chico del Distrito 3. Y esperan.
Supongo que se oye un cañonazo, porque aparece un aerodeslizador y se lleva al chico muerto. El sol se pone en el horizonte. Cae la noche. En el cielo veo el sello y sé que debe de haber empezado el himno. Un momento de oscuridad y después ponen la imagen del chico del Distrito 3; también la del chico del Distrito 10, que debe de haber muerto esta mañana. Después reaparece el sello. Bueno, ya lo saben, el saboteador ha sobrevivido. A la luz del sello veo que Cato y la chica del Distrito 2 se ponen las gafas de visión nocturna. El chico del Distrito 1 prende una rama de árbol a modo de antorcha, lo que ilumina sus rostros lúgubres y decididos. Los profesionales vuelven a los bosques para cazar.
El mareo ha remitido y, aunque el oído izquierdo sigue sordo, puedo oír un zumbido en el derecho; buena señal. Sin embargo, no tiene sentido salir de aquí, en la escena del crimen estoy todo lo segura que puedo estar. Seguro que piensan que el saboteador les lleva dos o tres horas de ventaja. De todos modos, pasa un buen rato hasta que me arriesgo a moverme.
Lo primero que hago es sacar mis gafas y ponérmelas, lo que me relaja un poco, porque así, al menos, cuento con uno de mis sentidos de cazadora. Bebo un poco de agua y me lavo la sangre de la oreja. Como
me da miedo que el olor a carne atraiga a depredadores no deseados (ya es bastante malo que huelan la sangre fresca), me alimento con los vegetales, raíces y bayas que Rue y yo recogimos esta mañana.
¿Dónde está mi pequeña aliada? ¿Habrá conseguido llegar al punto de encuentro? ¿Estará preocupada por mí? Al menos, el cielo ha dejado claro que las dos seguimos vivas.
Cuento con los dedos los tributos que quedan: el chico del 1, los dos del 2, la Comadreja, los dos del 11 y el 12. Sólo ocho; las apuestas deben de estar poniéndose interesantes en el Capitolio, seguro que estarán emitiendo reportajes especiales sobre todos nosotros, y probablemente entrevisten a nuestros amigos y familiares. Hace ya mucho tiempo que no había un tributo del Distrito 12 entre los ocho finalistas, y ahora estamos dos, aunque, por lo que ha dicho Cato, Peeta no durará. Tampoco es que importe mucho lo que diga Cato. ¿Acaso no acaba de perder toda su reserva de provisiones?
«Que empiecen los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre, Cato --pienso--. Que empiecen de verdad.»», pienso.

Sin embargo, al ponerme de pie, me doy cuenta de que escapar no va a ser tan fácil. Estoy mareada, no sólo algo tambaleante, sino con un mareo de esos que hacen que los árboles te den vueltas alrededor y la tierra se mueva bajo los pies. Doy unos pasos y, de algún modo, acabo a cuatro patas. Espero unos minutos a que se me pase, pero no se me pasa.
Empieza a entrarme el pánico. No debo quedarme aquí, la huida resulta indispensable, pero no puedo ni andar, ni oír. Me llevo una mano a la oreja izquierda, la que estaba vuelta hacia la explosión, y veo que se mancha de sangre. ¿Me he quedado sorda? La idea me asusta porque, como cazadora, confío en mis oídos tanto como en mis ojos, quizá más algunas veces. En cualquier caso, no dejaré que se me note el miedo; estoy completa y absolutamente segura de que me están sacando en directo en todas las pantallas de televisión de Panem.
«Nada de rastros de sangre», me digo, y consigo ponerme la capucha y atarme el cordón bajo la barbilla con unos dedos que no se puede decir que ayuden mucho. Eso servirá para absorber un poco de sangre. No puedo caminar, pero ¿puedo arrastrarme? Intento avanzar; sí, si voy muy despacio, puedo arrastrarme. Casi todas las zonas del bosque resultarían insuficientes para ocultarme. Mi única esperanza es llegar al bosquecillo de Rue y ocultarme entre la vegetación. Si me quedo aquí, a cuatro patas, en campo abierto, no sólo me matarán, sino que Cato se asegurará de que sea una muerte lenta y dolorosa. La mera idea de que Prim lo vea todo hace que me dirija obstinadamente, centímetro a centímetro, a mi escondite.
Otro estallido me hace caer de morros; una mina alejada que se habrá disparado al caerle encima una caja. Pasa otras dos veces más, lo que me recuerda a los últimos granos que saltan cuando Prim y yo hacemos palomitas en la chimenea.
Decir que lo consigo en el último momento es decir poco: justo cuando llego a rastras hasta el enredo de arbustos al pie de los árboles, aparece Cato en el llano, seguido de sus compañeros. Su rabia es tan exagerada que podría resultar cómica (así que es cierto que la gente se tira de los pelos y golpea el suelo con los puños...), si no supiera que iba dirigida a mí, a lo que le he hecho. Si a ello le añadimos que estoy cerca y que no soy capaz de salir corriendo, ni de defenderme, lo cierto es que estoy aterrada. Me alegro de que mi escondite no permita a las cámaras verme de cerca, porque estoy mordiéndome las uñas como loca, arrancándome los últimos trocitos de esmalte para que no me castañeteen los dientes.
El chico del Distrito 3 ha estado tirando piedras al destrozo y debe de haber concluido que se han activado todas las minas, porque los
profesionales se acercan.
Cato ha terminado con la primera fase de su rabieta y descarga su ira en los restos quemados, dándoles patadas a los contenedores. Los otros tributos examinan el desastre en busca de algo que pueda salvarse, pero no hay nada. El chico del Distrito 3 ha hecho su trabajo demasiado bien; a Cato debe de habérsele ocurrido la misma idea, porque se vuelve hacia el chico y parece gritarle. El pobre sólo tiene tiempo de volverse y empezar a correr antes de que Cato lo coja por el cuello desde atrás. Veo cómo se le hinchan los músculos de los brazos mientras sacude la cabeza del chico de un lado a otro.
Así de rápida es la muerte del chico del Distrito 3.
Los otros dos profesionales parecen intentar calmar a Cato. Me doy cuenta de que él quiere volver al bosque, pero ellos no dejan de señalar al cielo, lo que me desconcierta, hasta que me doy cuenta.
«Claro, creen que el que ha provocado las explosiones está muerto.»
No saben lo de las flechas y las manzanas. Han dado por supuesto que la trampa estaba mal y que el tributo que la activó ha volado en pedazos. El cañon podría haberse perdido fácilmente entre los estallidos. Los restos destrozados del ladrón se los habría llevado un aerodeslizador. Los tributos se retiran al otro lado del lago para dejar que los Vigilantes se lleven el cadáver del chico del Distrito 3. Y esperan.
Supongo que se oye el cañon, porque aparece un aerodeslizador y se lleva al chico muerto. El sol se pone en el horizonte. Cae la noche. En el cielo veo el sello y sé que debe de haber empezado el himno. Un momento de oscuridad y después ponen la imagen del chico del Distrito 3; también la del chico del Distrito 10, que debe de haber muerto esta mañana. Después reaparece el sello. Bueno, ya lo saben, el saboteador ha sobrevivido. A la luz del sello veo que Cato y la chica del Distrito 2 se ponen las gafas de visión nocturna. El chico del Distrito 1 prende una rama de árbol a modo de antorcha, lo que ilumina sus rostros lúgubres y decididos. Los profesionales vuelven a los bosques para cazar.
El mareo ha remitido y, aunque el oído izquierdo sigue sordo, puedo oír un zumbido en el derecho; buena señal. Sin embargo, no tiene sentido salir de aquí, en la escena del crimen estoy todo lo segura que puedo estar. Seguro que piensan que el saboteador les lleva dos o tres horas de ventaja. De todos modos, pasa un buen rato hasta que me arriesgo a moverme.
Lo primero que hago es sacar mis gafas y ponérmelas, lo que me relaja un poco, porque así, al menos, cuento con uno de mis sentidos de cazadora. Bebo un poco de agua y me lavo la sangre de la oreja. Como
me da miedo que el olor a carne atraiga a depredadores no deseados (ya es bastante malo que huelan la sangre fresca), me alimento con los vegetales, raíces y bayas que Rue y yo recogimos esta mañana.
¿Dónde está mi pequeña aliada? ¿Habrá conseguido llegar al punto de encuentro? ¿Estará preocupada por mí? Al menos, el cielo ha dejado claro que las dos seguimos vivas.
Cuento con los dedos los tributos que quedan: el chico del 1, los dos del 2, Britanny, los dos del 11 y el 12. Sólo ocho; las apuestas deben de estar poniéndose interesantes en el Capitolio, seguro que estarán emitiendo reportajes especiales sobre todos nosotros, y probablemente entrevisten a nuestros amigos y familiares. Hace ya mucho tiempo que no había un tributo del Distrito 12 entre los ocho finalistas, y ahora estamos dos, aunque, por lo que ha dicho Cato, Niall no durará. Tampoco es que importe mucho lo que diga Cato. ¿Acaso no  acaba de perder toda su reserva de provisiones?
«Que empiecen los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre, Cato --pienso--. Que empiecen de verdad.» Los Juegos del Hambre(Niall,Harry y tu) AVISO - Página 8 2787663562  :bang:  Los Juegos del Hambre(Niall,Harry y tu) AVISO - Página 8 3229597093  Los Juegos del Hambre(Niall,Harry y tu) AVISO - Página 8 3229597093  Los Juegos del Hambre(Niall,Harry y tu) AVISO - Página 8 3229597093
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Mensaje por vicj directioner Vie 11 Abr 2014, 6:09 pm

CAPITULO 17 SEGUNDA PARTE

 Se ha levantado una brisa fría, así que me dispongo a coger el saco de dormir..., hasta que me doy cuenta de que se lo dejé a Rue. Se suponía que yo iba a coger otro, pero, con todo el lío de las minas, se me olvidó. Empiezo a temblar; como, de todos modos, pasar la noche subida a un árbol no sería sensato, escarbo un agujero bajo los arbustos, y me cubro con hojas y agujas de pino.
Sigo estando helada; me echo el trozo de plástico en la parte de arriba y coloco la mochila de forma que bloquee el viento. La cosa mejora un poco y empiezo a comprender a la chica del Distrito 8, la que encendió la fogata la primera noche. Sin embargo, ahora soy yo la que tiene que apretar los dientes y aguantar hasta que se haga de día. Más hojas, más agujas de pino. Meto los brazos dentro de la chaqueta, me hago un ovillo y, de algún modo, consigo dormirme.
Cuando abro los ojos, el mundo sigue pareciéndome algo fracturado, y tardo un minuto en darme cuenta de que el sol debe de estar muy alto y las gafas hacen eso con mi vista. Me siento para quitármelas y, justo entonces, oigo unas risas en algún lugar cerca del lago; me quedo quieta. Las risas están distorsionadas, pero el hecho de que las oiga quiere decir que estoy recuperando la audición. Sí, mi oído derecho vuelve a funcionar, aunque sigue zumbándome. En cuanto al izquierdo, bueno, al menos ya no sangra.
Me asomo entre los arbustos, temiendo que hayan regresado los profesionales y esté atrapada durante un tiempo indefinido. No, es Britanny, de pie entre los escombros y muerta de risa. Es más lista que los profesionales, porque logra encontrar unos cuantos artículos útiles entre las cenizas: una olla metálica y un cuchillo. Me desconcierta su alegría hasta que caigo en que la eliminación de los profesionales le da una posibilidad de supervivencia, igual que al resto de nosotros. Se me pasa por la cabeza salir de mi escondite y reclutarla como segunda aliada, pero lo descarto. Su sonrisa maliciosa tiene algo que me deja claro que si me hiciera amiga de Britanny acabaría con un puñal clavado en la espalda. Si tuviera eso en cuenta, éste sería el momento perfecto para dispararle una flecha; sin embargo, la chica oye algo que no soy yo, porque vuelve la cabeza en dirección contraria, hacia el lugar donde nos soltaron, y vuelve corriendo al bosque. Espero. Nada, no aparece nadie. Sea como fuere, si a ella le ha parecido peligroso, quizás haya llegado el momento de que me marche yo también. Además, estoy deseando contarle a Rue lo de la pirámide.
Como no tengo ni idea de dónde están los profesionales, la ruta de regreso por el arroyo parece tan buena como cualquier otra. Me apresuro, con el arco preparado en una mano y un trozo de granso frío en la otra; ahora estoy muerta de hambre, y no me vale con hojas y bayas, sino que me faltan la grasa y las proteínas de la carne. La excursión hasta el arroyo transcurre sin incidentes. Una vez allí, recojo agua y me lavo, prestando especial atención a la oreja herida. Después avanzo colina arriba utilizando el arroyo como guía. En cierto momento descubro huellas de botas en el barro de la orilla; los profesionales han estado aquí, aunque no ha sido hace poco. Las huellas son profundas porque se hicieron en barro húmedo, pero ahora están casi secas por el calor del sol. Yo no he tenido mucho cuidado con mis propias huellas, creía que unas pisadas ligeras y la ayuda de las agujas de pino ayudarían a esconderlas. Ahora me quito las botas y los calcetines, y camino descalza por la orilla.
El agua fresca tiene un efecto revitalizante, tanto en mi cuerpo como en mi ánimo. Cazo dos peces fácilmente en las lentas aguas del arroyo y me como uno crudo, aunque acabo de tomarme el granso. El segundo lo guardaré para Rue.
Poco a poco, sutilmente, el zumbido del oído derecho disminuye hasta desaparecer por completo. De vez en cuando me toco la oreja izquierda intentando limpiar cualquier cosa que me esté impidiendo detectar sonidos, pero, si hay mejoría, no la detecto. No me adapto a la sordera de un oído, hace que me sienta desequilibrada e indefensa por la izquierda, incluso ciega. No dejo de volver la cabeza hacia ese lado, mientras mi oído derecho intenta compensar el muro de vacío por el que ayer entraba un
flujo constante de información. Cuanto más tiempo pasa, menos esperanzas me quedan de que la herida pueda curarse.
Cuando llego al lugar de nuestro primer encuentro, estoy segura de que no ha venido nadie. No hay ni rastro de Rue, ni en el suelo, ni en los árboles. Qué raro, ya debería haber regresado: es mediodía. Está claro que ha pasado la noche en un árbol de alguna otra parte. ¿Qué otra cosa podía hacer sin luz y con los profesionales recorriendo los bosques con sus gafas de visión nocturna? Además, la tercera fogata que tenía que encender era la que estaba más lejos de nuestro campamento, aunque se me olvidó comprobar si la encendía. Seguramente intenta hacer el camino de vuelta con sigilo; ojalá se diera prisa, porque no quiero quedarme demasiado tiempo por aquí, quiero pasar la tarde avanzando hacia un terreno más alto y cazar por el camino. En cualquier caso, no me queda más remedio que esperar.
Me lavo la sangre de la chaqueta y el pelo, y limpio mi creciente lista de heridas. Las quemaduras están mucho mejor, pero, aun así, me echo un poco de pomada. Lo prioritario ahora es evitar una infección. Me como el segundo pez, porque no va a durar mucho con este calor y no me resultará difícil cazar algunos más para Rue..., si aparece de una vez.
Como me siento muy vulnerable en el suelo, con un oído menos, me subo a un árbol a esperar. Si aparecen los profesionales, será un buen punto desde el que dispararles. El sol se mueve lentamente y hago lo que puedo por pasar el tiempo: mastico hojas y me las aplico a las picaduras, que ya se han desinflado, pero siguen doliendo un poco; me peino el pelo mojado con los dedos y lo trenzo; me ato los cordones de las botas; compruebo el arco y las flechas que me quedan; hago pruebas con el oído izquierdo, agitando una hoja al lado de la oreja para ver si da señales de vida, pero sin buenos resultados.
A pesar del granso y los peces, me empieza a rugir el estómago y sé que voy a tener lo que en el Distrito 12 llamamos un día hueco. Son esos días en los que da igual lo mucho que te llenes la tripa, porque nunca es suficiente. Como estar en el árbol sin hacer nada empeora las cosas, decido rendirme. Al fin y al cabo, he perdido mucho peso en el estadio, necesito más calorías y tener el arco me da confianza en mis posibilidades.
Abro lentamente un puñado de nueces y me las como; mi última galleta; el cuello del granso, que me viene bien, porque tardo un rato en dejarlo limpio; después me trago una ala y el pájaro es historia. Sin embargo, como es un día hueco, a pesar de todo, sueño despierta con más comida, sobre todo con las recetas decadentes que sirven en el
Capitolio: el pollo en salsa de naranja, las tartas y el pudin, el pan con mantequilla, los fideos en salsa verde, el estofado de cordero y ciruelas pasas. Chupo unas cuantas hojas de menta y me digo que tengo que superarlo; la menta es buena, porque a menudo bebemos té con menta después de la cena, así que sirve para engañar a mi estómago y hacerle pensar que ya ha terminado la hora de comer; más o menos.
Colgada del árbol, con el calor del sol, la boca llena de menta, el arco y las flechas a mano..., es el momento más relajado que he tenido desde que llegué al estadio. Si apareciese Rue y pudiéramos marcharnos... Conforme crecen las sombras, también lo hace mi inquietud. A última hora de la tarde ya he decidido salir en su busca; al menos, puedo pasarme por el lugar en que encendió el tercer fuego y ver si encuentro pistas sobre su ubicación.
Antes de irme esparzo algunas hojas de menta alrededor de nuestra antigua fogata. Como las recogimos a cierta distancia de aquí, Rue entenderá que he estado aquí, mientras que para los profesionales no significaría nada.
En menos de una hora me encuentro en el lugar donde acordamos hacer la tercera fogata y noto que algo va mal. La madera está bien colocada, mezclada de forma experta con yesca, pero no se ha encendido. Aunque Rue preparó el fuego, no volvió para prenderlo. En algún momento posterior a la segunda columna de humo que vi antes de la explosión, ella se metió en problemas.
Tengo que recordarme que sigue viva, ¿o no? A lo mejor el cañon que señalaba su muerte sonó de madrugada, cuando mi oído bueno estaba demasiado dolorido para captarlo. ¿Aparecerá esta noche en el cielo? No, me niego a creerlo, podría haber un centenar de explicaciones diferentes: se ha perdido, o se ha encontrado con una jauría de depredadores o con otro tributo, como Thresh, y ha tenido que esconderse. Pasara lo que pasara, estoy casi segura de que está por alguna parte, en algún lugar entre el segundo fuego y el que tengo al lado; algo la mantiene encaramada a un árbol.
Creo que iré a por ese algo.
Es un alivio estar en movimiento después de pasar toda la tarde sentada. Me arrastro en silencio por las sombras, dejando que me oculten, pero no veo nada sospechoso; no hay signos de lucha, ni agujas rotas en el suelo. Me paro un momento y lo oigo, aunque tengo que inclinar la cabeza para asegurarme: ahí está otra vez, es la melodía de cuatro notas de Rue, cantada por un sinsajo. La melodía que me dice que sigue viva.
Sonrío y avanzo hacia el pájaro. Otro repite un puñado de notas un
poco más allá, lo que significa que Rue ha estado cantándoles hace poco; si no, ya habrían pasado a otra canción. Levanto la mirada en busca de la niña, trago saliva y canto la melodía en voz baja, esperando que ella sepa que es seguro reunirse conmigo. Un sinsajo la repite y, entonces, oigo el grito.
Es un grito infantil, un grito de niña, y en el estadio no puede pertenecer a nadie más que a Rue. Empiezo a correr sabiendo que puede ser una trampa, sabiendo que los tres profesionales pueden estar preparados para atacarme, pero no puedo evitarlo. Oigo otro grito agudo, aunque esta vez es mi nombre:
--¡_____, _____!
--¡Rue! --respondo, para que sepa que estoy cerca, para que ellos sepan que estoy cerca y, con suerte, la idea de que está cerca la chica que los ha atacado con rastrevíspulas y que ha conseguido un once que todavía no se explican baste para que dejen en paz a la niña--. ¡Rue! ¡Ya voy!
Cuando llego al claro, ella está en el suelo, atrapada por una red. Tiene el tiempo justo de sacar la mano a través de la malla y gritar mi nombre antes de que la atraviese la lanza.
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Mensaje por vicj directioner Lun 14 Abr 2014, 12:14 pm

Les quiero decir que estoy otra vez enferma(Si me enfermo mucho tengo falcemia) pero tratare de subir cap hoy
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Mensaje por vicj directioner Miér 16 Abr 2014, 9:06 pm

Mañana si subo cap :chkt:
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