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Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
Capítulo Veintidós
Ambos estuvieron de acuerdo en que la ducha había resultado reconfortante, y muy larga. Cuando salieron _____ se puso a hacer un café y Joe fue al ordenador a mirar su correo.—Tengo un montón de mensajes. Mira: uno del juez Robles.
—¿Qué dice? —gritó _____ desde la cocina.
—Me invita a comer —Joe leyó en voz baja, luego se levantó y fue donde estaba ella—. Dice que vaya a su casa a eso de la una, quiere comer conmigo y charlar. ¿Ves como yo tenía razón? Tú crees que estoy paranoico, pero no es así, todos lo saben… Qué barbaridad, soy la comidilla de los juzgados. Este asunto ha llegado demasiado lejos, lo manejé mal desde el principio y ahora se me ha ido de las manos…—la miró. Ya habían hablado muchas veces de eso y _____ sabía que no iban a llegar a ningún lado si seguían en esa dirección.
—Ya no puedes arreglarlo. Tuviste miedo, es comprensible. Pensaste que podrías convencerla de que abandonara, lo cual también es comprensible. De todos modos no creo que lo haya contado, apuesto a que nadie sabe nada. Quizá alguien sospeche que piensas prevaricar en el caso de Lucas Salcedo, porque se han enterado de que su hermana fue novia tuya. Es lo único, y ni siquiera de eso pueden estar seguros. Dile a Robles que mañana te vas a inhibir y punto, todo solucionado.
—No me voy a inhibir, voy a dimitir.
Seguía en sus trece y ______ decidió dejarlo estar; esa mañana Joe estaba empeñado en verlo todo negro.
—¿Y Marga? ¿Ha vuelto a llamarte? —le preguntó fingiendo indiferencia.
—No, desde la famosa cita en el Círculo de Bellas Artes no he vuelto a verla.
—Aún no me has dicho qué quería, aunque me lo imagino.
—Lo de siempre, ¿qué va a ser? Sólo desea que le dé la seguridad de que haré lo que me pide; no para de llamarme y quiere quedar conmigo sólo para eso, y como yo nunca le digo nada concreto, insiste. Siempre le digo que lo pensaré… Intento alargarlo lo más posible. Pero mañana acabará por fin esta pesadilla, al menos en lo que se refiere a su chantaje. Si luego habla, mira, ya no me importa…
—No lo hará. Ya te lo he dicho, no sacaría ningún beneficio de ello.
Joe meneó la cabeza con incredulidad, tenía sus dudas.
—Y las veces que os habéis visto… ¿Nunca le has preguntado por aquella noche?
_____ se sintió mal interrogándolo de esa manera, pero a él no parecía molestarle, o al menos no daba señales de ello, aunque tampoco le seguía el juego y se limitaba a responder a sus preguntas de la manera más escueta posible.
—¡No! ¿Qué hay que saber de aquella noche? Lo único que me interesa ya lo sé, lo vi con mis propios ojos.
—Nunca me has contado qué pasó aquella vez que nos vimos en el restaurante, cuando yo iba con Antonio.
—Fue la primera vez que la vi después de aquello. Esa mañana yo estaba feliz pensando en ti, en que íbamos a pasar el fin de semana juntos; planeaba qué hacer… cuando sonó el teléfono. La reconocí nada más oír su voz, aunque no podía creerlo, ¿qué querría después de tanto tiempo después de haber desaparecido sin darme ninguna explicación y dejarme tirado en el peor momento de mi vida? En fin, quedamos… y, bueno, ahí empezó todo, precisamente en ese restaurante. Se había enterado de que el caso de su hermano había caído en mi juzgado, y ya conoces el resto, para qué seguir.
—No debiste decirle que lo pensarías. Debiste decirle desde el principio que no ibas a permitir que te chantajeara.
—Sí, pero no lo hice porque de pronto ese episodio de mi vida que creía tener bajo control volvió a asediarme y… Sí, tienes razón, el sentimiento de culpa me impidió razonar. Ése fue uno de los motivos, pero había algo más…
—¿Qué?
—Tú.
—¿Yo? Tendrás que explicarte mejor, porque no te entiendo.
—Quería conocerte, tenía tantos deseos de salir contigo, de estar contigo, que pensé que, si hacía lo que me ordenaba la razón, que era inhibirme del caso en ese mismo instante, ella lo contaría y yo estaría perdido. Tú y yo habríamos terminado antes de empezar siquiera… Te manipulé, _____. Sabía que cuanto más tiempo pasáramos juntos más difícil te sería dejarme. Pensaba que si te enamorabas de mí ya no me abandonarías. Por eso le daba largas a Marga, para que tú tuvieras tiempo. La verdad es que me porté como un canalla.
—Sí, en eso estoy de acuerdo contigo, eres un canalla.
Se abrazaron y durante unos minutos sólo se oyó el ritmo de sus respiraciones mientras se besaban.
Al fin, reacia, ______ lo apartó. Empezaban a sincerarse de verdad; esta vez no iba a permitir la distracción en la que ambos estaban pensando en ese momento. Tenían que hablar.
—¿Y qué vas a decirle hoy al juez Robles?
—Que mañana voy a presentar mi dimisión.
—¡No lo hagas! Dile que es cierto, que Marga fue tu novia y que por esa razón vas a inhibirte en el caso de su hermano. Eso es verdad, no le mentirías si se lo dijeras.
—No, ya no puedo seguir así. Tengo que cortar con todo esto.
No dijo más y _____ decidió callar. Tenía sus propios planes, pero de momento no pensaba comentarle nada a Joe, porque no sabía si al final se atrevería a llevarlos a cabo.
—Se fastidió nuestro domingo… ¿Te importa?
—Claro que no, tenemos muchos domingos por delante. Todos los domingos de nuestra vida.
—Al menos todos los domingos que aguantes conmigo, que no sé cuántos serán —le dio un beso en la frente—. Voy a vestirme, ya es muy tarde y no quiero hacer esperar al juez Robles.
_____ se quedó pensando en sus últimas palabras. Sí, la situación no mejoraba, como ella había pensado que sucedería. Por el contrario, iba a peor.
No le quedaba más remedio, tenía que intentarlo. Se le había ocurrido un plan bastante arriesgado del que no quería hablar a Joe, pues él estaría en completo desacuerdo y le impediría llevarlo a cabo. Lo haría sin decirle nada. Si todo salía mal, Joe nunca se iba a enterar de lo que había hecho, pero si salía bien… No quería hacerse ilusiones. Seguro que todo acabaría siendo un desastre.
Media hora después se despedían con un beso en la puerta.
—¿Qué vas a hacer? ¿Vas a quedarte en casa todo el día?
—Llamaré a Celia. Si no piensa salir, iré a verla.
_____ se quedó un rato apoyada en la puerta después de que se cerrara tras él. Por fin se había decidido. Sabía lo que debía hacer, pero no las tenía todas consigo. Bueno, lo iba a intentar de todos modos. Lo primero era volver a leer el relato de Sergio, porque había algo que no encajaba, un detalle fuera de lugar. Lo leería, pero ahora sin apasionamiento, analizando las palabras.
Acababa de sentarse y estaba conectando el ordenador, cuando sonó el timbre.
Se sobresaltó. No hacía ni cinco minutos que Joe había salido, ¿sería él? Debía de haber olvidado algo, seguro que se había dejado las llaves del coche.
—Vaya despis…
Las palabras murieron en sus labios al ver quién era la persona que estaba al otro lado de la puerta.
—¡Antonio! Pero… ¿qué haces aquí? ¿Cómo sabes…?
—¿Me dejas pasar? —la interrumpió.
_____ estaba tan asombrada que no supo qué hacer y se apartó para franquearle el paso.
Cuando lo vio dentro de la casa sintió miedo. Pero ya era demasiado tarde, la puerta se había cerrado tras él.
—No entiendo cómo sabes dónde vivo…
—Sé dónde vives, y no es aquí.
—Entonces cómo…
—He visto salir a tu novio, sabía que estarías sola.
—¿Nos estás vigilando? —_____ no podía creerlo.
—Más o menos… _____, he venido a advertirte. Ese tipo es un delincuente, no es bueno. Vas a meterte en muchos problemas si sigues con él, no sabes las cosas que he averiguado…
_____ sintió que el corazón daba un vuelco en su pecho. ¿Qué había averiguado Antonio? Estaba aterrada, ¿lo sabría?
—¿Qué dices? ¿Qué es lo que has averiguado?
Antonio equivocó la razón de su interés y se sintió optimista. Al ver la reacción de _____ se dijo que quizá no le fuera a resultar tan difícil desenmascarar a Joe como había pensado.
—Mientras tú estás aquí, en casita, él se va a ver a otra. Dentro de poco estará con ella y, créeme, es toda una mujer, yo la he visto.
—¿Cómo sabes todas esas cosas?
—He hecho algunas investigaciones…
—Investigaciones… —lo interrumpió—. ¡Qué fuerte! —dijo con sorna—. ¿Y qué más?
—¿Cómo que qué más?
—Sí, ¿qué más has averiguado?
—Que te engaña, ¿te parece poco? Y no sólo a ti. Engaña a todo el mundo, porque su otra novia es la hermana de un acusado, y él lleva su caso, ¿qué te parece? ¿Es eso ético?
_____ respiró aliviada. Por un momento había temido que Antonio estuviera enterado de lo sucedido hacía doce años.
—Fuiste tú, ¿verdad?
—¿De qué me hablas?
—Tú le dijiste a don Tomás que me despidiera.
Antonio vaciló.
—Bueno… Yo…
De pronto pareció más seguro. La miró a los ojos con decisión.
—Sí, fui yo. Pensé que si te veías sola, desamparada, acudirías a mí. Y ahora no te queda más remedio que hacerlo. Estás sola, desamparada, tu novio te miente, no tienes trabajo… Como verás, necesitas ayuda. Y yo estoy aquí para lo que necesites, sabes que siempre estaré a tu lado.
—Tú difundiste los rumores sobre Joe. Contaste en el bufete lo que habías averiguado sobre él, sabiendo que alguno caería en la trampa y no dudaría en poner en marcha la máquina de las murmuraciones. ¿Contrataste a un detective privado para que averiguara sus trapos sucios?
—Más o menos…
—¡Eres increíble!
Antonio la miró muy seguro de sí mismo. Estaba convencido de que la información que tenía para ella la dejaría conmocionada y la haría huir de aquella casa y de Joe para siempre.
—Comencé a investigarlo el día que lo vi en tu casa —prosiguió sin hacer caso de su interrupción—, cuando me dijo que era tu novio… No me pareció trigo limpio y estaba en lo cierto. Tienes que dejarlo, _____. No es bueno. Yo te cuidaré. Daniel me hizo prometerle…
—¡Calla! Estás loco. Si Daniel hubiera sabido cómo eres en realidad, jamás te habría hecho prometerle nada. Tú no tienes que cuidarme, ni espiarme ni conspirar para que me echen del trabajo y hundir a mi novio —lo miró muy seria—. Escucha con atención, Antonio: no quiero que te metas más en mi vida. ¡Déjame en paz! ¿Lo pillas?—Antonio la miraba perplejo. —Ahora entiendo por qué te dejó tu mujer, por qué se fue a vivir tan lejos de ti y por qué no quiere que veas a tu hija. Ella debe conocerte mejor que nadie.
—No sigas por ese camino…
—Te denunciaré —lo interrumpió _____—. Si sigues espiándome, te denunciaré por acoso. Soy abogada, sé lo que tengo que hacer en un caso como éste. Así que déjame en paz, no vuelvas a llamarme, y por supuesto no vuelvas a espiarnos, ni a mí ni a Joe… ¡Ah! Y deja también en paz a Celia. Ella no sabe cómo eres pero ya me encargaré yo de que te conozca. No vuelvas a llamarla para sonsacarle información. Déjanos en paz a todos, desaparece de nuestras vidas.
—No sabes lo que estás diciendo. Cuando ese hombre te deje tirada, volverás a mí.
—No volvería a ti aunque me fuera la vida en ello. Y ahora vete, lárgate, no vuelvas a aparecer por aquí, porque la próxima vez que te vea siguiéndome llamaré a la policía.
Antonio le lanzó una mirada de odio tal que _____ sintió miedo. Por primera vez en el transcurso de esa entrevista temió que la atacara y estuvo a punto de retroceder unos pasos. Pero no lo hizo, permaneció erguida frente a él sosteniéndole la mirada.
—Márchate —repitió.
Antonio la miró unos segundos más y luego abrió la puerta. Cerró con un portazo que hizo temblar toda la casa.
Cuando él se marchó, la abandonó toda su entereza y se desinfló como un globo. Las piernas le temblaban y el corazón latía desbocado en su pecho mientras se dirigía, tambaleante, a sentarse en el sofá. Apoyó la cabeza en el respaldo y empezó a respirar hondo, como siempre hacía para tranquilizarse.
Poco a poco se fue calmando y al cabo de diez minutos ya era capaz de pensar con cierta claridad.
Monse_Jonas
Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
Capitulo Veintidós Segunda Parte
Joe no estaba tan paranoico después de todo. Antonio había visto a Marga, podía ponerse en contacto con ella, podían hablar, podían lanzar el rumor, y lo sucedido doce años antes se haría público, correría de boca en boca pero exagerado. La bola iría creciendo… ¿Quién sabía cómo acabaría todo? Y lo malo era que Joe no se iba a defender. Se sentía tan culpable que lo admitiría todo. Y aunque legalmente el asunto no podía tener consecuencias, sería fatal para él. ¿Qué podía hacer?Cerró los ojos. Todo el mundo la había manipulado: Daniel, Antonio, incluso Joe, esperando a que se enamorara de él antes de contarle lo que tenía derecho a saber. Pero Antonio… Lo de Antonio era lo peor, porque llevaba años siendo su gran amigo. Se sintió ligera de pronto al pensar que por fin se veía libre de él. Sí, era una maravillosa liberación no tener que darle explicaciones, no tener que soportar sus incesantes recordatorios sobre Daniel. ¡Era tan joven cuando se casó! Se había dejado manipular por todos… Bien, pues se acabó, a partir de ahora nadie la manipularía, ni siquiera Joe.
Sonrió con ternura al pensar en Joe. Él no quería manipularla, él simplemente estaba enamorado de ella. Y tenía que ayudarlo, pensó, volviendo a la tarea que había empezado antes de la interrupción de Antonio. Puso el portátil sobre la encimera de la cocina y se sentó en una de las banquetas.
En una primera lectura no vio nada, así que volvió a empezar desde el principio otra vez. De pronto, un párrafo llamó su atención… Sí… allí estaba: «Mi abuelo no volvió a ser el mismo conmigo desde entonces, aunque nunca me habló de aquella noche ni de la muerte de Carla. Supongo que para él era incluso más doloroso que para mí; sólo me dijo que habían hecho el viaje de un tirón, que habían parado una vez cinco minutos para echar gasolina y que habían llegado a eso de las tres de la madrugada…».
¡A eso de las tres de la madrugada! Pero Joe decía que Carla y él no oyeron las campanadas de medianoche, que el nuevo año entró mientras ellos estaban en esa habitación. Buscó la parte en que lo decía: «… allí no teníamos relojes y ni siquiera oímos las doce campanadas que daban paso al siglo XXI…» La verdad es que no era muy concreto y _____ se quedó pensativa unos instantes; era muy probable que Joe estuviese equivocado y pensara que era más tarde de lo que era en realidad.
También podía ser que su abuelo se confundiera al decirle a qué hora había llegado… Aun así… si Joe estaba en lo cierto, y a las doce Carla y él estaban inmersos en sus… _____ no quería ni pensar en ello, pero si la hora era la que Joe decía era imposible que sus abuelos llegaran a las tres de la madrugada. No se puede llegar desde Madrid a Peñíscola en menos de tres horas, a no ser que fueran volando… Lo cual no era tan descabellado, se dijo, porque los tres eran muy ricos y alguno podía tener un avión privado… Pero no, qué tonta, habían parado para echar gasolina. Luego iban en coche; y suponiendo que Marga hubiera llamado a su abuelo a las doce… ¿Cómo estaban allí a las tres?
Era muy poco, un detalle nimio, una simple discrepancia de horario para la que habría una sencilla explicación. Pero era lo único que tenía y se aferró a ello. Debía hablar con alguien que supiera exactamente qué pasó aquella noche. Joe no lo sabía, porque pudieron pasar muchas cosas desde que se desmayó hasta que despertó el 2 de enero, y tampoco se fiaba mucho de su interpretación de los hechos: con tanta droga en el cuerpo tendría delirios. Quizá había exagerado las cosas y no había sido todo tan horrible como él pretendía… En ese punto detuvo sus pensamientos, consciente de que su cerebro le estaba jugando una mala pasada intentando hacerle creer lo que quería creer. No, en ese punto todo estaba claro. El relato de Joe era el de un hombre que sabe lo que dice, no eran delirios. No debía apartarse de su línea de razonamiento. ¿Quién conocía lo sucedido en ese lapso en que Joe estuvo dormido? Marga, Lucas y Henry Roms, el abuelo de Carla. Marga y Lucas estaban descartados, a ellos no podía preguntarles, jamás le dirían la verdad, si es que había alguna verdad distinta a la que ya conocía.
Sólo le quedaba Henry Roms.
Pero ¿cómo ponerse en contacto con ese hombre? Hacía mucho tiempo que estaba fuera de circulación, lo sabía porque había leído la información que sobre él pudo encontrar en Internet. Hacía años que la corporación había pasado a manos de Lucas Salcedo, y Roms debía de vivir recluido en algún lugar, quizá fuera de España, pues por su nombre no parecía que fuera español. A Joe no le sería difícil localizarlo, pero no querría, se pondría hecho una furia si le decía algo. No. No podía pedirle ayuda. Tenía que actuar por su cuenta.
A veces la solución más sencilla es la acertada, eso era lo que siempre se decía cuando estaba en un dilema. Así que ¿por qué no probar? Buscó las páginas blancas en Google y apuntó el nombre Henry Roms en la casilla correspondiente. No podía haber mucha gente que se llamara así. Si había alguno, sería el hombre que ella buscaba.
—¡Bingo! —gritó, asombrada de su suerte. El nombre de Henry Roms aparecía junto con un número de teléfono.
¿Y qué hacía ahora? _____ dudó un momento con el móvil en la mano. Tenía que pensar qué iba a decirle, porque el hombre no querría hablar con una desconocida así por las buenas.
Los dedos le temblaban cuando marcó los números. Esperó.
Al fin oyó una voz al otro lado.
—Querría hablar con el señor Henry Roms, por favor.
—¿Quién lo llama? —el tono del hombre era de extrañeza, como si fuera de lo más raro que alguien llamara a esa casa alguna vez.
—Mi nombre es _____ de Santis, el señor Roms no me conoce, pero…
—El señor no concede entrevistas a la prensa, señorita.
—No quiero hacerle una entrevista, no soy periodista, en realidad… —«O todo o nada», se dijo _____. Había llegado el momento de poner en marcha la maquinaria de las mentiras—. Verá, tengo información importante para él. Yo fui muy amiga de su nieta, de Carla… Bueno, tengo que decirle algo muy importante sobre ella… Sé que él querrá saberlo… Le interesa.
Ya estaba. Trabucándose y todo, pero lo había hecho.
El hombre que se hallaba al otro lado permaneció unos segundos en silencio y _____ temió que colgara. No lo hizo, y finalmente habló.
—Tenga la bondad de dejarme su número. Se lo comunicaré al señor Roms y si él quiere hablar con usted la llamará —le dio su número y el hombre colgó sin más.
_____ cruzó los dedos. ¿La llamaría? ¿O pensaría que era la treta de algún periodista para introducirse en su casa y pasaría de ella?
Estaba tan impaciente que no podía parar quieta. Se levantaba, se volvía a sentar, iba a la cocina, removía cualquier cacharro y luego de vuelta al sofá, sin soltar el teléfono, que apretaba en su mano como si tuviera miedo de que desapareciera si lo dejaba en algún sitio.
Por fin sonó. Era un móvil, no el número al que ella había llamado. Desconocido.
—El señor Roms la recibirá mañana a las cuatro de la tarde —dijo la voz que ya conocía.
—¡Gracias! —respiró, aliviada—. ¿Podría darme la dirección? —fue con el teléfono en la oreja hasta el escritorio de Joe, donde había una jarra con un montón de lápices y bolígrafos, y apuntó la dirección—. Estaré allí a las cuatro en punto.
El hombre colgó sin decir nada y _____ rasgó la hoja donde había apuntado la dirección y se la guardó en el bolsillo de los vaqueros.
Miró el reloj. Eran las tres de la tarde. ¡Aún quedaban más de veinticuatro horas! Se le iba a hacer eterno. Pero lo peor no era el tiempo que aún quedaba para su reunión con Roms. Lo peor era que iba a actuar a espaldas de Joe.
Cuando regresó Joe, a las seis de la tarde, _____ estaba en el sofá, con un libro abierto, simulando estar enfrascada en la lectura, aunque en realidad maquinaba una mentira creíble para soltarle a Roms cuando Joe la interrumpió.
—Hola, mi amor —tiró el abrigo de cualquier manera sobre un sillón y se sentó con ella. La abrazó y le dio un beso—. ¿Qué tal el día?
—Aquí, leyendo —mintió. Había decidido no hablarle de la visita de Antonio. Otra mentira más.
Últimamente tenía demasiados secretos y empezaba a comprender a Joe. A veces era mejor callar para no perjudicar a la persona que quieres proteger, y eso era lo que ella estaba haciendo. Al menos era lo que le gustaba pensar que hacía. De todos modos tenía la intención de contárselo. Más tarde…
—¿No has salido con tu hermana?
—No, ya tenía una cita —nueva mentira—. Hemos quedado para comer mañana. Como ella sale de trabajar a las tres, iré a su casa y tomaremos algo allí —otra. Tenía que llamar a Celia para que no la descubriera—. ¿Y tú? ¿Cómo te ha ido con Robles?
Joe se pasó las manos por el pelo y la miró con preocupación. Estaba pálido y tenía ojeras, y _____ sintió una inmensa ternura al mirarlo. No se merecía lo que le pasaba; aunque él creyera que sí, no se lo merecía.
—Bien. Está preocupado por esos rumores que corren sobre mí. Yo sólo le he dicho que Marga fue novia mía hace doce años y que mañana voy a presentar la dimisión.
—¿Y qué te ha dicho? —esperaba que el juez Robles hubiera metido un poco de sensatez en la testaruda cabeza de Joe.
—Lo mismo que tú, que basta con que me inhiba… —meneó la cabeza a un lado y a otro, negando—. No. Claro, a él no puedo explicarle mis razones, pero tú sabes que no es sólo por el chantaje de Marga. Ahora estoy convencido de que ése nunca ha sido el verdadero problema. Lo cierto es que jamás he superado lo sucedido. Creía que sí, pero me engañaba… _____: un hombre como yo, que vive obsesionado, traumatizado, como tú dices, aunque a mí no me gusta esa palabreja… un hombre así no puede desempeñar un cargo de tanta responsabilidad.
—No es cierto, tú eres un buen juez. Tienes fama de ser uno de los mejores y todos te respetan…
—Sí —la interrumpió—. Me respetan tanto que a la primera de cambio se ponen a cuchichear sobre mí a mis espaldas. Y lo más gracioso de todo es que tienen razón.
—No la tienen, tú nunca tuviste intención de ceder al chantaje de Marga. Si ahora dimites creerán que sí…
—Llevo varios días dándole vueltas a este asunto y he preparado un escrito en el que creo que dejo muy clara mi postura. Espero que eso los convenza de que, en efecto, la idea de tratar con favoritismo ese caso jamás pasó por mi imaginación —la miró a los ojos, muy serio—. No insistas más. Estoy decidido.
_____ no dijo nada. Opinaba que se precipitaba, que todos iban a pensar lo peor de él. Pero no había nada que hacer. Cuando se metía algo en esa dura cabezota no había quien pudiera hacerlo cambiar de opinión.
—¿Salimos a dar una vuelta y a tomar algo? Llevas todo el día aquí metida…
—Es verdad, necesito estirar las piernas y tomar un poco el aire. Me visto en un santiamén —_____ salió en dirección a la habitación. No porque tuviera prisa por vestirse, sino porque tenía los ojos llenos de lágrimas y no quería que la viese llorar.
—Abrígate, hace mucho frío —le oyó decir mientras abría el armario. Y esa frase tan corriente, tan simple, que tanta gente había dicho tantas veces, le pareció el colmo de la ternura y se echó a llorar como una tonta.
«Son los nervios por lo de mañana —se dijo—. Estoy muy sensible, eso es lo que pasa. _____, tranquilízate y respira hondo. ¿No querrás que de aquí a mañana te dé un infarto?».
Estaba muy alterada. No esperaba mucho de su cita del día siguiente. Seguramente no iba a ocurrir nada. Pero quizá pudiera aclarar algo… aunque en esos momentos ni siquiera supiera qué. Lo único que tenía claro era que, si no se despejaban sus dudas, su vida con Joe iba a estar llena de sospechas y recelos, y tarde o temprano acabarían separándose.
Y eso era lo último que quería que pasara.
Respiró hondo unas cuantas veces y luego se puso a buscar entre su ropa el jersey más gordo, la bufanda más grande y ese gorro de lana tan viejo y que tanto abrigaba.
Monse_Jonas
Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
y el cap? :wut:
tienes que seguirla mujer!!!
no la dejes asi...
tienes que seguirla mujer!!!
no la dejes asi...
@ntonella
Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
Capítulo Veintitrés
Esa mañana se movían silenciosos por la casa. _____ estaba muy preocupada, pero no quería que él se diera cuenta de hasta qué punto, y fingía un ánimo que estaba muy lejos de sentir. Hasta el día anterior había estado segura de que Marga jamás diría nada de lo sucedido la noche en que murió Carla, porque también ella saldría malparada. Pero después de su entrevista con Antonio se había dado cuenta de que no hacía falta publicar una noticia en los periódicos para darla a conocer, que era mucho más eficaz lanzar el rumor en el lugar adecuado y esperar escondido a ver qué pasaba.Joe se tomó de pie su taza de café. Por fin le había dicho a _____ que no le sentaba muy bien comer por las mañanas y la joven ya no lo agasajaba con sus fabulosos desayunos, una desilusión para ella y un alivio para él. Pero ahora ésa era la menor de sus preocupaciones.
—Joe… Hay un problema que… Bueno, no hago más que darle vueltas y…
Dudaba.
—Déjate de rodeos, _____, y habla de una vez.
—Está bien… Ya has visto cómo corrió el rumor sobre el caso de Lucas y Marga…
—Sí, ¿y qué?
—Pues… que Marga puede difundir… Vaya, que no tiene que llamar a las televisiones ni publicarlo en los periódicos… Con dejar caer la historia de la muerte de Carla… Ella no se vería involucrada, porque, como es lógico, lo contaría a su manera… La bola iría creciendo… Nadie conocería el origen del chisme, pero… No digo que vaya a hacerlo, sólo digo que cabe esa posibilidad.
—Lo he pensado y no me importa, ya te lo he dicho. Me enfrentaré a las consecuencias de mis actos, sean las que sean. Estoy harto de ocultarme como… —iba a decir «un criminal», pero calló.
—Fue un accidente…
—Déjalo, _____.
Le dio un beso y se marchó cerrando suavemente la puerta tras él.
_____ miró el reloj cuando lo vio marcharse. Eran las ocho. Faltaban ocho horas para las cuatro de la tarde. ¿Qué iba a hacer durante ese tiempo?
Tenía que llamar a Celia. Estaba segura de que Joe nunca llamaría a su hermana para preguntarle por ella, pero podía pasar cualquier cosa, cualquier estupidez que la delatara. Era mejor no dejar ni un cabo suelto.
—Pienso en todo —se dijo con una risita histérica, orgullosa de su previsión, mientras marcaba el número de su hermana.
Contestó a la segunda llamada.
—Hola, _____. Qué raro que me llames a estas horas. ¿Qué tal?
—¿Ya estás en el trabajo?
—Sí, acabo de llegar. ¿Pasa algo?
El retintín que ella tanto conocía, y temía, la alertó. Celia había hablado con Antonio… ¿Y si ella también los vigilaba? Ay, qué horror. Se estaba volviendo loca. Por muy enamorada que estuviera de Antonio, nunca haría nada que pudiera perjudicarla. ¡Era su hermana, por el amor de Dios! De todos
modos…
—Nada, sólo quiero saludarte.
—¿Seguro que no quieres hablar conmigo de… nada? Por lo que me ha contado Antonio, creo que tenemos muchas cosas de que hablar.
—Ahora no, Celia. No estoy para monsergas. Antonio está desequilibrado. Podría contarte muchas cosas sobre él. De hecho, pienso hacerlo, pero estoy muy cansada, y harta de Antonio. Necesito olvidarlo durante un tiempo. Quería saludarte, hablar con mi hermana, que cada vez, no sé por qué, se encuentra más lejos de mí.
Ya estaba otra vez. Si seguía así iba a echarse a llorar de nuevo. «Sensible —se dijo—. Estoy muy sensible. Son los nervios».
—¿No sabes por qué? _____, de verdad, no te entiendo. Primero nos engañas a todos haciéndonos creer que tienes un matrimonio ideal; luego pasas a ser la desconsolada viuda perfecta para tenernos a todos pendientes de ti, y después te enrollas con un sujeto que… Bueno, me he enterado de cosas horribles sobre ese tipo… Y quieres hacernos pensar que es el noviazgo perfecto, aunque creo que te has metido en un buen lío con ese tal Joe y ahora no sabes cómo salir de él…
—No hables así de Joe. Tú lo conoces, te lo presenté el sábado y parecías encantada.
—Sí, pero el sábado no sabía lo que sé ahora de él.
—Lo que te ha contado Antonio, querrás decir.
—Yo creo en lo que dice Antonio. Lo conocemos desde hace muchos años y nunca nos ha fallado. ¿Cuánto hace que conoces a este tipo? ¡Sólo unos días! Vamos, _____, déjame en paz. Ya estoy harta de ti, te metes en líos de los que luego no sabes salir y…
—Si de verdad crees que estoy metida en un lío, ¿por qué no me preguntas cómo puedes ayudarme a salir de él? Yo lo haría. Si tú estuvieras metida en un lío, te ofrecería mi ayuda… ¿Y sabes una cosa? Lo estás, Celia. Porque si sigues con Antonio tendrás problemas. ¿Prefieres creer a Antonio antes que a mí?—el silencio de su hermana fue la más elocuente de las respuestas—. Vale, lo entiendo, no necesitas hablar. Al menos acepta un consejo: ten cuidado, por favor. No me creas si no quieres, pero ten cuidado.
_____ colgó. Ya estaba. Por fin había roto con la única persona de su pasado con la que aún la unían lazos de amor y amistad. Si tan sólo un mes antes le hubieran dicho que acabaría así con Antonio y Celia, sus dos mejores amigos, no se lo habría creído. Aún le quedaba Luisa, pero su hermana pequeña era demasiado joven y estaba muy unida a Celia, que siempre había sido, más que una hermana mayor, una madre para ella. Las lágrimas acudieron de nuevo a sus ojos y parpadeó. No podía ir a contarle su verdad a Luisa porque sería como intentar enemistarla con Celia, y eso no estaría bien.
Esperaba que Celia recapacitara. Si no, la haría recapacitar ella. Pero ahora le parecía que llevaba el peso del mundo sobre sus hombros, y ya no podía con un gramo más. Lo único que sabía era que, al menos de momento, había perdido la confianza y el apoyo de Celia.
«Y mi coartada», se dijo.
El caso era que no podía contar con el apoyo de su familia.
¡Se sentía tan sola! Su mundo se había desmoronado en pocos días. No tenía a nadie, salvo a Joe.
Y no sabía durante cuánto tiempo iba a poder conservarlo.
De pronto oyó la puerta, pero no se asustó como la primera vez, porque en esta ocasión sabía que era Carmen. Se secó rápidamente las lágrimas que corrían por sus mejillas y parpadeó para evitar el llanto, de modo que cuando la mujer entró estaba ya algo más calmada, aunque no tanto como para que Carmen no se diera cuenta de que algo la preocupaba.
Se pegó a la asombrada mujer como una lapa; quería ayudarla a limpiar, cosa que Carmen no se tomó muy bien, acostumbrada a ser dueña y señora de la casa por las mañanas durante tantos años. Pero lo soportó, intrigada por el comportamiento de la joven. Y le dio palique, que era lo que _____ más necesitaba. Luego quiso ir a la compra. A Carmen le pareció poco menos que un pecado tal sugerencia, pero aceptó, porque parecía que la señorita no se encontraba muy bien. Una joven extraña, sí, muy rara, pensó cuando una entusiasta _____ salió dispuesta a arrasar el supermercado.
—No compre mucho. Hay bastantes cosas en el congelador y la nevera está casi llena…
_____ no la oyó porque ya se había marchado. Sabía que la mujer iba a pensar que estaba loca. Pero no podía evitarlo. Tenía que estar ocupada hasta las tres, hora en que había decidido salir para llegar puntual a su entrevista con Henry Roms.
El conserje la saludó con una sonrisa. Siempre la miraba así, con un brillo de sarcasmo en los ojos, seguramente porque recordaba la primera vez que la había visto, cuando estaba hablando con Marga y _____ casi se había caído en el portal. Parecía que habían pasado siglos desde aquel día.
Cuando volvió de la compra, ya estaba más tranquila y Carmen se sintió aliviada al ver el cambio que había experimentado. No era cómodo estar acompañada por un ciclón cuando una ya tiene sus costumbres, invariadas durante años.
—Perdóneme, hoy estoy un poco nerviosa.
—No se preocupe, es agradable tener con quien hablar —la señora sonrió.
—Usted conoció a Marga, la novia que tuvo Joe hace años… —lo dejó caer como si tal cosa, aunque le costó mucho formular la pregunta.
—Sí, la vi algunas veces. Era una señorita muy guapa, pero dejó de venir por aquí cuando Joe enfermó.
—¿Ni siquiera para preguntar cómo estaba?
—No, aunque una vez, unos días después de que se declarara la enfermedad de Joe, la vi hablando con el conserje. Supongo que vendría a preguntar por él, pero aquí no subió. Durante casi un año puede decirse que prácticamente viví aquí. Y nunca la vi…, salvo ese día que le digo. Pero no es de extrañar, porque creo que se marchó al extranjero con su hermano —miró a _____ con suspicacia, como si de pronto hubiera comprendido el interés de la joven—. ¿Ha vuelto?
—Sí.
—No se preocupe, señorita, usted vale mil veces más que ella, se lo digo yo.
La pobre mujer había confundido el motivo de su preocupación y pensaba que estaba celosa. _____ sonrió, conmovida por su amabilidad. Y como estaba tan sensible, casi echa unas lagrimitas. Casi, porque, afortunadamente, se contuvo a tiempo.
Las horas transcurrían con irritante lentitud. Carmen se marchó. _____ se duchó y se cambió de ropa.
¿Cómo vestirse para esa entrevista? Formal, se dijo, no le convenía aparecer como una jovencita asustada, sino como una mujer seria, segura de sí misma, de manera que se puso su traje pantalón gris, con tacones para parecer más alta, y se recogió el pelo. Su inquietud por la entrevista de esa tarde había hecho que olvidara a Joe y ahora miró el teléfono con preocupación. No la había llamado. ¿Sería buena o mala señal? No lo sabía, pero resistió la tentación de llamarlo ella. Ya se enteraría de cómo le había ido cuando hablaran más tarde.
Monse_Jonas
Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
Capitulo Veintitrés Segunda Parte
Le costó bastante encontrar la dirección, porque el señor Roms vivía en un barrio de las afueras, en la zona norte de Madrid, difícil de localizar, al menos para ella que no tenía lo que se dice un fino sentido de la orientación. Así que se perdió y dio varias vueltas sin sentido durante veinte minutos antes de aparcar frente a la casa a las cuatro menos siete minutos de la tarde. Menos mal que había salido con tiempo, pensó mientras admiraba la imponente mansión, cuya parte superior aparecía sobre una enorme valla de ladrillo que rodeaba el perímetro de la casa. La puerta era negra, de hierro, y _____ se sintió vigilada al acercarse. Seguro que había cámaras, aunque ella no vio ninguna. Pulsó el timbre del telefonillo y esperó.Pasados unos segundos, una voz metálica salió del aparato.
—¿Sí?
—Soy _____ de Santis, el señor Roms me espera.
Oyó un clic cuando se abrió la puerta y entró a un enorme jardín, con un sendero de baldosas que conducía hasta unas escaleras que daban paso a la vivienda. _____ estaba temblando y tuvo que respirar hondo varias veces antes de ponerse en marcha. Mientras avanzaba, la casa iba acercándose a ella, aunque, pensó _____, debía de ser ella quien se aproximaba a la casa. Pero estaba tan alterada que no sabía exactamente cuál de las dos era la que se movía. Por fin, cuando llegó al pie de las escaleras, se abrió la puerta, y un hombre con uniforme de mayordomo la saludó desde arriba.
—Por favor… —dijo, abriendo del todo para franquearle el paso.
_____ subió las escaleras y entró a un imponente vestíbulo.
«Tengo que controlarme», se dijo. «Esta casa es como para poner de los nervios a cualquiera, y yo no necesito mucho estímulo para eso». Sonrió al hombre. Era la primera vez que estaba en una casa con mayordomo y se sintió rara, como si al atravesar esa puerta hubiera entrado en el túnel del tiempo para aparecer en otro siglo.
—Sígame —el hombre era bastante mayor, y no parecía conservar ni un atisbo de la energía de la juventud. Sus pasos eran torpes y lentos, y _____ llegó a temer que de repente se desplomara frente a ella.
La condujo a una salita, con muebles estilo art déco, antiguos y probablemente muy valiosos, pero a _____ le parecieron fuera de lugar. Lo que allí pegaba, a juzgar por el individuo que la había recibido, eran unas cuantas telarañas y fantasmas arrastrando cadenas.
En el momento en que el reloj de pared movía su péndulo al dar las cuatro, la puerta se abrió de nuevo, esta vez para dar paso a un hombre de unos sesenta años, pulcramente vestido con un traje de corte impecable. Se acercó a ella y le tendió la mano.
—Soy Ramón Sanz, el secretario del señor Roms.
—Mucho gusto.
—Es necesario que le haga algunas advertencias antes de conducirla a su habitación. El señor Roms está muy enfermo, se encuentra postrado en la cama, conectado a una bombona de oxígeno, y debido a una reciente operación de garganta apenas puede hablar. Una enfermera lo cuida día y noche, es de toda confianza y me gustaría que estuviera presente en la entrevista por si el señor Roms necesita sus cuidados. ¿Tiene algún inconveniente?
_____ pensó que no era necesario que la enfermera permaneciera en la habitación, bastaba con que se situara fuera, al otro lado de la puerta. Pero se dijo que era mejor no poner trabas, y ese detalle no le parecía tan grave.
—Ninguno…
—Por supuesto, yo también estaré presente.
—Por supuesto.
—Bien, sígame.
Salieron nuevamente al vestíbulo y entraron por unas puertas dobles a un enorme salón. _____ seguía a su cicerone como un autómata, sin fijarse esta vez en la decoración ni en nada que no fuera la espalda de su guía, tras el que andaba con cierta congoja. Atravesaron otras puertas dobles y entraron a una gran sala rectangular al fondo de la cual había una enorme cama. Según se acercaban, ______ pudo ver que sobre la cama había una menuda figurilla. Era un hombre escuálido. Sus bracitos asomaban por entre las sábanas y sostenía un pequeño ordenador cuyas teclas dejó de pulsar cuando los vio. Unas gomas lo conectaban a una bombona que había en el suelo y _____ pensó que era el oxígeno del que le había hablado su acompañante. Sus cuatro pelos blancos aparecían peinados con esmero sobre su pequeña cabeza y su rostro apergaminado era pálido y apagado. Sólo los cansados movimientos de sus brazos al teclear y sus ojos, que brillaban con extraordinaria agudeza, daban fe de que aún estaba vivo.
En una silla junto a uno de los grandes ventanales había una mujer vestida con una bata blanca haciendo punto. Miró a _____ con curiosidad y dejó las agujas sobre su regazo, dispuesta a no perderse una sola palabra de la conversación, que anticipaba interesante.
______ saludó con una inclinación de cabeza a la enfermera y se detuvo junto a la cama, sin decir nada, mientras el hombrecillo la miraba de arriba abajo. Tras unos segundos de intenso escrutinio que a la joven le parecieron horas, escribió algo en el ordenador. Una voz de mujer salió de la máquina y _____ se sobresaltó.
—Usted no pudo ser amiga de Carla. Es muy joven.
Ahora venía lo peor. Había entrado en esa casa con una mentira y tenía que explicarse. De cómo lo hiciera dependía el éxito o el fracaso de su empresa.
—Es cierto, yo no llegué a conocer a Carla, pero sé muchas cosas de ella. Un buen amigo mío la conoció muy bien y… bueno, puede decirse que vengo en su nombre. Se llamaba Juan Cobos.
Lo miró con expectación. Había decidido que no debía nombrar a Joe, así que se inventó a alguien. Roms no podía conocer a todos los amigos de su nieta, y el nombre de Juan Cobos le pareció tan bueno como cualquier otro.
—¿Lo conoció usted? —insistió _____.
El anciano esta vez no pulsó ninguna tecla de su ordenador. Sólo negó con la cabeza y le hizo un ademán con la mano para que continuara.
—Sé que es muy doloroso para usted recordar ese episodio de su vida…
El hombre la contemplaba expectante, sus ojillos brillaban por la curiosidad y las manos le temblaban. Cerró los puños y miró a su secretario.
—Quiere que continúe usted. Por favor, no se interrumpa y procure hablar sin titubeos, con voz clara para que él la entienda.
_____ se puso roja tras esta recomendación, que asumió como una pequeña reprimenda, y continuó, esforzándose por hablar con claridad y sin titubeos.
—La noche en que murió su nieta Juan estaba en la fiesta. Sólo sabe que les dijeron a todos los invitados que se marcharan. Dos días después leyó en el periódico que Carla había muerto y había sido incinerada. Pero nadie habló con él, nadie le dio ninguna explicación y sus numerosas preguntas no obtuvieron ninguna respuesta. Intentó descubrir qué había pasado y llamó a todos sus amigos. Pero nada, nadie sabía nada… Y como era tan joven y sana…
«Ahora o nunca», se dijo. Tenía que echarse el farol, iría a por todas y a ver qué pasaba. De todas formas, las cosas no podían estar peor de lo que estaban..
—Perdone… Lo siento —dijo, refiriéndose a su titubeo y mirando con reparos al secretario. Volvió a posar su mirada en el señor Roms—. Juan no cree que haya muerto. Sospecha que sucedió algo de lo que él no está enterado; duda que Carla muriera. Estaba enamorado de ella y piensa que usted la obligó a marcharse por alguna razón; dice que tenía medios e influencias suficientes para hacerlo y que Carla debe de andar por ahí, escondida en algún sitio… Está obsesionado y temo que acabe volviéndose loco —aquí _____ puso freno a su imaginación. No le convenía exagerar, no fuera a ser que se dieran cuenta—. Incluso ha contratado a un detective privado para que la busque, ya que las pesquisas que ha hecho por su cuenta no han dado resultado… En fin. No dejará de buscarla y yo quiero impedir a toda costa que siga, porque vamos a casarnos y no quisiera vivir con un hombre obsesionado por otra mujer. Por eso necesito que alguien que sepa lo que ocurrió me lo cuente, para que él se convenza. Si le digo que he hablado con usted y que usted mismo me ha confirmado que Carla murió de un infarto aquella noche, estoy segura de que se quedará tranquilo y dejará de buscarla. A usted le creerá. Si lo prefiere, puedo venir con él. Estoy segura de que al verlo lo recordará, porque era muy amigo de su nieta…
Ese farol sí que era peligroso. Como el hombre dijera que sí, estaba perdida. Pero necesitaba proporcionar a su sarta de mentiras el aspecto de la más respetable de las verdades.
Lo miró atenta, rezando para que su historia hubiera colado, y esperó.
El anciano permaneció en silencio, contemplándola consternado. Luego apoyó la cabeza sobre la almohada y cerró los ojos.
—Todo esto es muy doloroso para él, señorita. Será mejor que se marche —el secretario le puso la mano en la espalda y la empujó suavemente hacia la puerta. Entonces una voz femenina e impersonal
dijo:—No.
Ambos se quedaron inmóviles a mitad de camino y se volvieron. El señor Roms escribía con gran energía para sus pocas fuerzas y _____ esperó con la respiración entrecortada durante lo que le pareció una eternidad, y lo fue, porque el hombre se tiró escribiendo sus buenos cinco minutos.
Al fin la voz metálica empezó a sonar de nuevo.
—No recuerdo a ese hombre del que me habla. No me interesa lo que haya sido de él, y me da igual cómo sea su vida. Usted me mintió, dijo que tenía algo que contarme sobre Carla.
Dejó de escribir y esperó a que _____ hablara.
—Yo… En realidad no la conocí, lo dije porque quería hablar con usted y… —_____ se interrumpió pues estaba tan asustada que no podía pensar en nada.
Estaba pálida. El corazón le latía con tanta fuerza que pensó que los demás podrían oírlo y era incapaz de dejar de temblar. Aun en la enfermedad, a las puertas de la muerte, ese hombre era terrible.
Mientras permanecía en silencio, aterrada sin saber qué decir, el hombre seguía escribiendo. Los minutos parecían horas.
—Usted ha venido a mi casa con engaños —dijo al fin la femenina voz impersonal— y se merece que la echen a patadas de aquí. Márchese. Ramón, eche a esta mujer de mi casa —y con el mismo tono impersonal la voz metálica añadió—: Fuera de aquí.
Entonces el anciano se incorporó y la miró con ojos furiosos. No era la mirada de un moribundo, por unos segundos apareció el hombre que debió de haber sido, duro e implacable, y ______ sintió verdadero terror. Se alegraba de no haber tenido jamás nada que ver con él. Hay personas a las que es mejor no haber conocido y el señor Roms era una de ellas.
La voz del secretario la sacó de su ensimismamiento.
—Sígame, por favor.
_____ se sintió abatida, con unas tremendas ganas de llorar. No había servido de nada, jamás sabría si había algo más en toda aquella historia.
Siguió al secretario sin darse cuenta de por dónde iban hasta que pensó que no se dirigían a la salida.
—Venga conmigo, señorita. Y no llore —el hombre se detuvo y puso sus manos sobre los hombros de la chica. Gruesos lagrimones en los que ella no había reparado corrían por sus mejillas—. ¿Está decepcionada, verdad? No se preocupe, sígame.
Un rayito de esperanza brilló en el corazón de _____, que lo siguió sin rechistar.
Entraron en un despacho. Una habitación pequeña en comparación con el resto de la casa. A _____ le pareció más acogedora y se sintió algo más tranquila.
—Siéntese y tómese su tiempo para tranquilizarse, está usted muy alterada. Relájese.
______ le dirigió una sonrisa para agradecérselo en silencio. En ese momento aún no podía hablar sin echarse a llorar.
El secretario se sentó en una silla frente a ella, mirándola con interés, y cuando le pareció que estaba más calmada, comenzó a hablar.
—Verá, el señor Roms ha escrito sus memorias… Bueno, las escribí yo, pero él me las dictó hace unos años, por eso conozco muy bien su contenido. Desenmascara a mucha gente: políticos, empresarios, incluso actores… gente que usted jamás habría pensado que fuera capaz de hacer lo que él cuenta. Pero así es, y en muchos casos incluso aporta pruebas. La cuestión es que esas memorias no pueden publicarse hasta su muerte; es una de las condiciones que puso para firmar el contrato con la editorial. Como verá, está en las últimas. Sin embargo yo no me fío, es capaz de vivir aún mucho tiempo, pues recibe muy buenos cuidados y tiene un enorme coraje que lo ayuda a resistir, como ha podido comprobar usted misma. ¿Usted no puede esperar, verdad?
_____ indicó que no con la cabeza.
—Me ha caído usted bien y estoy dispuesto a hacerle un favor…
—Gracias… —balbuceó _____ con una voz muy finita—. Se lo agradezco.
—Mire, vamos a hacer una cosa: usted me promete que sólo se las enseñará a su novio y yo le doy las páginas en que habla de la muerte de la señorita Carla. Vea lo que arriesgo: si se entera de que lo he desobedecido, me despedirá y me borrará de su testamento, y sé que me deja un buen pellizco —sonrió, como dando a entender que, si no fuera por esa esperanza, haría ya mucho tiempo que no estaría allí—. No creo estar haciendo nada malo. Distinto sería que le diera todo el manuscrito; sería muy grave que la información se filtrara a la prensa antes de que el libro saliera. Pero sólo le daré lo que le interesa a usted, y sólo si me promete solemnemente que nadie, salvo su novio y usted misma, leerá esas páginas.
—Se lo prometo. Nadie las leerá salvo él y yo. Esté seguro de ello, no podría decepcionarlo después de lo que está haciendo por mí.
—Bien, la creo. Yo soy muy bueno juzgando a las personas, y usted me cae bien. Y no piense que soy desleal. Si lo fuera ya habría vendido el documento; sé que algunos medios me pagarían muy bien. Pero no. Firmé un contrato de confidencialidad con el señor Roms y pienso respetarlo, salvo en este punto.
Espero que sea consciente de lo que hago por usted.
—Lo soy, y se lo agradezco de todo corazón.
_____ estaba a punto de sufrir un ataque de nervios. Ese hombre le estaba haciendo un gran favor y se sentía muy culpable por haberle mentido. «Pero en la guerra todo vale», se dijo para animarse.
Ramón Sanz se acercó al ordenador y estuvo toqueteando teclas durante unos minutos.
—Tendré que tachar algunos nombres y quitar algunas referencias, así que espere un momento.
_____ lo contemplaba con angustia, preguntándose cómo acabaría todo aquello, y se sobresaltó cuando, de repente, la impresora se puso en marcha con un ruidillo. El secretario cogió las tres páginas impresas y se las dio.
—Se lo agradezco tanto…
—Nada, nada —la interrumpió él—. Déjese de agradecimientos. Lo único que le pido es que cumpla su promesa. Nadie debe saber que el señor Roms ha escrito sus memorias. Esa información debe quedar entre su novio, usted y yo.
—Por supuesto, así será. Pero… Bueno, me sentiría mal si no le dijera que mi novio no es… quien yo he dicho que era. Aunque básicamente la historia es cierta —se apresuró a añadir, arrepentida de su impulsivo ataque de sinceridad.
—Ya sé que se ha permitido usted ciertas… «licencias», por llamarlo de algún modo. Miente usted muy mal, señorita, pero me gusta. Y la creo cuando dice que sólo enseñará estos papeles a su novio.
—De eso puede estar usted completamente seguro.
Ramón Sanz la acompañó hasta la salida y se despidieron con un apretón de manos.
_____ atravesó casi corriendo el caminito hasta la puerta de hierro y, cuando la cerró tras de sí, libre al fin de la opresiva atmósfera de esa casa, respiró varias veces para que el aire fresco reemplazara en sus pulmones al enrarecido aire de la mansión. Corrió hasta su coche. No podía esperar para leer las páginas, que crujían en sus manos temblorosas. Pero no se atrevía a leerlas allí, porque, aunque sabía que era imposible, le parecía que el terrible y maligno viejo la observaba. Así que arrancó y se alejó varias calles, hasta que pensó que estaba a salvo.
Aparcó y se puso a leer con avidez.
Monse_Jonas
Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
Ohhh cada vez se pone mas interesante!
Ya casi termina?
Síguela!
Ya casi termina?
Síguela!
aranzhitha
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