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Mensaje por @ntonella Vie 21 Mar 2014, 8:23 pm

Cap
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Mensaje por Monse_Jonas Vie 21 Mar 2014, 10:53 pm

Capítulo Veinticuatro
Cuando Joe entró en casa no había nadie. Al principio se alarmó, pero enseguida recordó que _____ le había dicho que iría a comer con su hermana. Se sirvió una cerveza y, a pesar del frío, salió a la terraza y encendió un puro. Le dolía un poco que _____ no lo hubiera apoyado más en un día tan importante para él. Sabía que ella no estaba de acuerdo con que dimitiera, pero irse a comer con su hermana como si nada la preocupara… Ni siquiera lo había llamado para ver como le iban las cosas. En fin, de todos modos no tenía derecho a quejarse: aún seguía con él, que ya era bastante en sus circunstancias. Pero la veía triste, inquieta, y esa mañana había tenido la sensación de que le ocultaba algo. Sabía que pensaba abandonarlo y no se lo reprochaba. Esperaba que, si lo iba a hacer, se decidiera cuanto antes, pues esa incertidumbre estaba acabando con él.
Aún no había anochecido, pero era la hora en que está a punto de oscurecer y las sombras se confunden, creando sobre los objetos una nebulosa de misterio que propicia la melancolía. Joe contempló las copas de los árboles del Retiro confundiéndolas con sombras tenebrosas. Mientras fumaba, se sentía tranquilo, relajado y, sí, un poco melancólico. Había hecho lo que tenía que hacer y no se arrepentía. Pero resultaba duro renunciar a algo que había deseado durante tanto tiempo. Lo había hecho movido por sus remordimientos, aunque no sólo por eso, se dijo, también por su sentido del honor.
No podía soportar ser presa de las murmuraciones, que su nombre estuviera en boca de todos y que lo juzgaran de la peor forma posible. Después de todo, los rumores tenían una base cierta, y aunque él jamás había pensado siquiera ceder al chantaje de Marga, no podía defenderse, máxime cuando había tardado tanto tiempo en decidirse.
Había tenido un día muy ajetreado. No sólo se había dedicado al papeleo y los trámites burocráticos, también había hablado con algunas personas, y todos le habían expresado su perplejidad. Incluso había hablado con ese fiscal amigo de _____, un hombre amable, muy listo, que veía más allá de lo que uno explicaba, lo cual resultaba inquietante. Según él, los rumores habían partido del bufete de _____. Joe supo que Antonio tenía algo que ver en el asunto. No podía explicarse cómo había llegado a esa conclusión, pero lo tenía muy claro. _____ lo sabía. Y no le había dicho nada. ¿Cuándo dejarían de mentirse el uno al otro? ¿Cuándo se sentirían tan libres como para ser sinceros de una vez por todas?
_____ no podía creerlo. Joe tenía que saber todo aquello cuanto antes. Pero ¿cómo decírselo?
Cuando entró en la casa, él no salió a recibirla, lo cual significaba que aún no había llegado. Tenía tiempo para pensar en cómo darle la noticia. Entonces vio su abrigo en el perchero. Pues sí, Joe estaba en casa, pero ¿dónde? «Claro», se dijo al fijarse en que las cortinas de la terraza estaban abiertas, y corrió hacia allí. No podía esperar ni un minuto más.
Oyó un ruido y se volvió. _____ daba golpecitos sobre el cristal de la puerta. Al fin abrió una rendija y asomó la cabeza.
—Pasa, aquí hace mucho frío.
—Sí, pero ya sabes que me gusta pensar mientras me fumo un puro y me congelo. Es otra de mis extravagantes manías.
Joe se levantó y entró en la casa con la lata de cerveza en una mano y el puro en la otra. _____ se apresuró a cerrar la puerta de la terraza.
—Deja eso ahí —le quitó la lata, que depositó sobre la mesa, y el puro, que apagó en un cenicero—. Y abrázame.
—Ese puro es muy caro —dijo él al ver que se había roto al apagarlo.
—Pues te compraré una caja.
—Te tomo la palabra —la abrazó.
—¿Qué tal te ha ido todo? —le preguntó ella.
—Ya está hecho, y me siento muy bien, así que no me sermonees.
—No pienso hacerlo.
Le extrañó que no hiciera ningún comentario ni lo asediara con una ráfaga de preguntas. Pero estaba tan cariñosa, abrazada a él, con la cabeza apoyada en su pecho, que decidió perdonarla, aunque le dolía su aparente desinterés.
—Y tú, ¿qué tal con tu hermana? —le preguntó.
—No he estado con mi hermana. Creo que hemos roto, aunque espero que podamos arreglarlo alguna vez. De momento está demasiado colada por Antonio.
—Estoy harto de ese tío, por todas partes aparece su nombre…
—Déjalo, no pienses ahora en Antonio.
_____ se apartó de él y lo miró muy seria.
—Si no has comido en casa de tu hermana, ¿dónde has estado? —insistió.
—Ven —lo tomó de la mano y lo llevó hasta el sofá—. Siéntate.
Se sentó. _____ estaba muy rara esa tarde y Joe se temió lo peor: se marchaba, iba a decírselo, por eso le pedía que se sentara.
—¿Qué te pasa? No me has llamado en todo el día. No es que te lo reproche, no lo pienses, pero me hubiera gustado que te mostraras un poco más interesada por cómo me ha ido hoy. ¿No quieres que te lo cuente?
—Luego me lo cuentas, ahora toma —le tendió unos folios que Joe miró con extrañeza.
—¿Te encuentras bien?
—Estoy perfectamente. Toma, cógelos —blandió los folios frente a su cara—. Y lee —como viera que Joe estaba a punto de decir algo, lo cortó antes de que empezara—. No me hagas preguntas ahora, por favor. Cuando lo hayas leído te lo explicaré todo.
Por fin Joe cogió los folios. Estaban muy manoseados, porque ella los había leído unas veinte veces, luego los había doblado para meterlos en el bolso y después los había sacado y desdoblado para leerlos otra vez antes de doblarlos de nuevo para guardarlos. Aun así se leían con mucha claridad.
—¿Qué es esto?
—Tú lee.
Se sentó a su lado.
—Estás temblando. ¿De verdad estás bien?
—Sí. Muy bien.
—Entonces deja de morderte el labio, que te vas a hacer daño.
—No puedo evitarlo, estoy histérica. Lee.
Joe la miró una vez más muy intrigado y luego posó sus ojos sobre el escrito.
No entendía nada. ¿Qué significaba todo aquello? De todos modos, se puso a leer para contentar a _____ y porque a esas alturas ya estaba muy intrigado.
He desenmascarado a muchas personas en estas memorias. Espero que, si no a la ley, porque los delitos que cometieron ya han prescrito, tengan que enfrentarse al juicio de la opinión pública.
La gente sabrá quiénes y cómo son esos distinguidos próceres que se presentan ante ella inmaculados. A nadie le gusta morirse. Pero cuando sabes que tras tu muerte muchos recibirán su merecido, que aunque no comporte cárcel sí comportará el deshonor, te marchas más tranquilo.
—¿Qué es esto? No entiendo nada, ¿quién lo ha escrito?
—Son unas memorias. Sólo tenemos estas tres páginas. Pero no te preocupes, lo que pasa antes no nos interesa. Tú sigue leyendo. Lo importante es lo que viene ahora.
Joe obedeció, aunque no entendía adónde pretendía llegar _____.
Y ahora voy a hablar de la peor época de mi vida, aquellos días en que Lucas Salcedo y su hermana Marga, los nietos de mi buen amigo y socio René Salcedo, me hicieron objeto del más ruin de los chantajes, al que no me quedó más remedio que ceder. Cómo perdí el control de mis empresas es algo que desvelaré en el siguiente capítulo. Pero antes debo relatar los hechos que propiciaron las condiciones que me pusieron enteramente en sus manos. Ellos conocían un secreto mío y no dudaron en utilizarlo en mi contra.
Joe alzó la cabeza del papel y miró a _____, parecía consternado.
—¿De dónde has sacado esto? —temblaba.
—Me lo ha dado el secretario de Henry Roms. Son tres páginas de sus memorias.
—Pero… ¿cómo…?
—Sigue leyendo. Luego te lo explicaré todo. Por favor, acaba de leer —_____ juntó las palmas de las manos en señal de súplica.
Joe meneó la cabeza, negando, pero estaba intrigado y siguió leyendo con avidez.
Por aquella época yo vivía centrado en mis negocios, que iban viento en popa desde la exitosa operación de 1988. Llevábamos unos buenos diez años de crecientes beneficios y el negocio estaba totalmente consolidado. Mi socio René Salcedo y yo manteníamos una excelente relación y estábamos de acuerdo en la forma de llevar nuestras empresas. Sólo había un detalle en el que disentíamos. René quería dar cada vez más cabida a sus nietos en la empresa y estaba decidido a nombrar presidente a Lucas. Yo no estaba de acuerdo, porque no me parecía que el muchacho tuviera capacidad para semejante puesto. En realidad ninguno de nuestros nietos, Lucas, Marga y Carla, era un portento de las finanzas. Me parecía bien que siguieran cobrando beneficios y vivieran a cuerpo de rey, pero no creía sensato que alguno de ellos se hiciera cargo del negocio, y menos aún Lucas, que era un muchacho torpe y alocado. Pero esas discusiones no eran muy frecuentes y en todos los demás aspectos nuestras relaciones seguían siendo inmejorables. Por otra parte, hacía unos años que había empezado a coquetear con la política y esperaba que mis esfuerzos dieran fruto muy pronto.
Y entonces, a finales de diciembre de 1999, sucedió la desgracia.
No he vuelto a hablar de mi nieta Carla desde que relaté cómo vino a vivir conmigo tras la muerte de sus padres y lo que supuso para mí tenerla, cómo alegró mi enorme mansión con sus juegos y sus caprichos.
Joe levantó los ojos del escrito y la miró alarmado:
—Pero, bueno… ¿Qué es esto? ¿Cómo lo has conseguido? —repitió. Parecía que no sabía decir otra cosa, pensó _____, que estaba a punto de perder la paciencia.
—Sigue leyendo, por el amor de Dios, te lo explicaré todo con pelos y señales cuando acabes… Pero ¡ahora lee y termina de una vez porque me va a dar algo! Y no vuelvas a interrumpirte hasta el final.
El papel le temblaba tanto en las manos que Joe tenía dificultades para leer.
—Respira hondo —le dijo _____, que aplicaba ese remedio para todo.

Joe respiró hondo y prosiguió.
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Mensaje por aranzhitha Sáb 22 Mar 2014, 8:30 am

Ahhhh no como te atreves a dejarme así!
Estoy muriendo por saber lo que pasó!
Y tu me dejas en la mejor parte!?
Me va a dar algo!!
Síguela!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por @ntonella Sáb 22 Mar 2014, 12:22 pm

Ohhhhh....!!!  Mujer.. como la dejas en la mejor parte... ash!!!
Pronto.. continuaaaaa
@ntonella
@ntonella


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Mensaje por aranzhitha Sáb 22 Mar 2014, 10:40 pm

Síguela!
aranzhitha
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Mensaje por Monse_Jonas Dom 23 Mar 2014, 10:40 pm

Capitulo Veinticuatro Segunda Parte
La llevé a los mejores colegios, y con el tiempo se convirtió en una guapa mujer, culta, educada. Para mí era perfecta, era la niña de mis ojos. Por eso sufrí un terrible mazazo cuando se declaró su enfermedad. Le hicieron muchas pruebas y por fin mi médico de toda la vida, el doctor López, me recomendó que acudiera a un eminente neurocirujano. Me aseguró que era el mejor y que, si alguien podía hacer algo por mi nieta, era él. Así lo hicimos mi nieta y yo, que nos pusimos enteramente en sus manos. Tras otras muchas pruebas, la conclusión del doctor fue desoladora: el tumor era muy grande y el cáncer estaba muy extendido, de manera que había que operar cuanto antes. Estábamos a finales de diciembre y la operación se programó para enero del año 2000. El cirujano no era optimista y, aunque como todos los médicos era parco en explicaciones, sus palabras me dieron a entender que, a pesar de que mi nieta estaba en las mejores manos, no había muchas esperanzas de curación. «De todos modos, ya se verá —decía siempre—. A ver con qué nos encontramos cuando la operemos».
Yo traté de ocultarle a Carla el pesimismo de los médicos, pero ella era una mujer inteligente y no le fue difícil adivinar que estaba mucho más grave de lo que todos pretendíamos darle a entender, con lo que se sumió en una tremenda depresión. No quería salir, y siempre andaba triste vagando por la casa como alma en pena. Yo estaba desolado e incluso llegué a descuidar mis negocios a causa de mi preocupación por ella. Era una chica orgullosa y no soportaba que los demás la miraran con lástima, que sus amigos sintieran pena por ella le resultaba casi tan terrible como su enfermedad. Así que, para no alterarla, le prometí que no se lo diría a nadie; mi nieta tampoco se lo contó a nadie, salvo a su mejor amiga, Marga Salcedo, que supo guardar el secreto.
Yo no sabía qué hacer. Faltaban unos pocos días para la operación, pero estaban resultando angustiosos, sobre todo porque yo veía cómo desaparecían la alegría y la juventud de mi pequeña sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Por eso me alegré tanto cuando me pidió que le dejara nuestra casa de Peñíscola para dar una fiesta de fin de año. Dijo que necesitaba animarse, ¿y qué mejor que divertirse con sus amigos para olvidarse, aunque sólo fuera por una noche, de sus problemas? Naturalmente, le di permiso y los días anteriores a la fiesta la vi muy contenta, haciendo los preparativos, cursando las invitaciones… El día 30 de diciembre mi chófer la llevó a la mansión, pues quería dormir allí y pasar todo el día 31 ocupándose de los detalles, disponiéndolo todo para que su fiesta fuera perfecta. No quiso llevarse a ninguno de nuestros empleados. Prefería preparar ella sola la sorpresa para sus amigos. Me pareció extraño, porque mi nieta estaba acostumbrada a contar siempre con la ayuda de los criados y no sabía qué hacer sin ellos, pero lo acepté sin replicar: cualquier cosa con tal de que mi niña fuera feliz.
La noche del 31 de diciembre cenaban en mi casa mi socio Salcedo y mis grandes amigos Mendizábal y el doctor López. Nada especial, sólo una cena de cuatro hombres tranquilos y mayores. No necesitaba a todo el servicio y esa tarde le había dicho a la doncella que podía marcharse y pasar la Nochevieja con su hija. Estábamos los cuatro tomando una copa antes de pasar a cenar cuando entró la doncella, ya preparada para marcharse. Me dijo que quería hablar conmigo un momento a solas y salimos del salón. Entonces me contó que el día anterior había recibido un encargo de mi nieta. Recuerdo sus palabras, no podré olvidarlas nunca.
«La señorita Carla me dijo que se lo diera el día 1, es decir, mañana —extendió la mano en la que llevaba un sobre rosa, de los que usaba Carla—. Pero como mañana tengo el día libre he pensado que será mejor que se lo entregue ahora, no vaya a ser algo urgente».
Un terrible presentimiento me asaltó al recoger el sobre. Las manos me temblaban mientras lo abría y tuve que sentarme para leer la nota que contenía.
Querido abuelo:
Espero que me perdones por lo que he hecho, pero ni siquiera me atrevo a pensar en lo que será mi vida si salgo de la operación. Si muriera, no sería tan grave. Pero no puedo estar segura de que eso pase y sé que, si sobrevivo, mi existencia será un calvario que sólo terminará, de todas formas, con la muerte. Por eso prefiero irme a mi manera: mi última noche sobre la tierra la pasaré a mi modo, en una fiesta con mis amigos, porque quiero que todos me recuerden como soy y morir feliz.
Perdóname, pero entiéndelo. Tú siempre me has dicho que hay que ser valiente y saber decidir qué es lo que más nos conviene en cada momento de la vida. En este momento yo lo sé.
Te quiero mucho.
Carla
Mi niña iba a acabar con su vida. Era horrible, pero yo estaba acostumbrado a enfrentarme a situaciones difíciles. Aunque no perdí la calma, como es lógico me alteré bastante y mis tres amigos se alarmaron mucho cuando me vieron entrar nuevamente en el salón, pálido y descompuesto, y me preguntaron si había recibido malas noticias. Les dije que teníamos que ir a buscar a los chicos, pues había recibido una llamada muy rara de Marga, que se había cortado y que temía que algo pasara. Fue lo primero que se me ocurrió, porque no quería hablarles de la nota que me había dejado mi niña y Marga era la responsable del grupo, por así decirlo, la que siempre nos consultaba y nos tenía al tanto de las idas y venidas de nuestros nietos. Aún tenía esperanzas de salvar a Carla, puesto que la carta me había sido entregada mucho antes de lo que ella había calculado. Si salíamos enseguida podríamos llegar entre las tres y las cuatro de la mañana, esperaba que antes de que ella tuviera tiempo de llevar a cabo sus planes. Me tranquilizó que mi buen amigo el doctor me acompañara, ¿quién sabía con lo que me iba a encontrar?
Llamé a Carla al móvil, pero no respondió. Salcedo y Mendizábal llamaron a sus nietos, pero tampoco éstos contestaron las llamadas, que repetimos con intervalos de pocos minutos sin ningún resultado. Pensamos que, con el ruido de la fiesta, no nos oían y decidí salir para Peñíscola cuanto antes. Mis amigos, alarmados por mi preocupación, estuvieron de acuerdo. Salcedo y
Mendizábal se ofrecieron a acompañarme. El primero sugirió que cogiéramos la avioneta de la empresa, pero lo descartamos porque habría que movilizar a demasiada gente para ponerla en marcha y al final íbamos a tardar casi lo mismo. Decidimos, pues, ir en mi coche.
Me pasé todo el viaje llamando a Carla, pero seguía sin contestar y no pude comunicarme con ella. Así que, cuando sonó mi móvil y vi que no era mi nieta quien llamaba, sino Marga, la inquietud que sentía se multiplicó por cien. Me dijo que Carla estaba muy mal y que no sabía qué hacer. Yo le respondí que iba en camino y el doctor me acompañaba. Le extrañó, pero no preguntó nada y yo tampoco estaba en condiciones de dar ninguna explicación, pues la preocupación no me dejaba razonar.
Cuando llegamos, la fiesta estaba en todo su apogeo. La música estaba muy alta y un montón de jovencitos despreocupados bailaban y se divertían de una manera que no me atrevo a calificar.
Nos recibió Marga, que nos dijo que Joe y Carla estaban muy mal. Mendizábal, pálido, le preguntó dónde estaba su nieto y Marga lo condujo a su habitación. Yo corrí hasta el cuarto de Carla, donde mi niña estaba tendida en su cama, vestida con una bata que su amiga le había puesto para que se encontrara más cómoda, porque el vestido de fiesta le apretaba bastante. El doctor la examinó y dijo que estaba muy bebida, pero que no era necesario llevarla a un hospital. Le puso una inyección, un relajante, para que durmiera, porque estaba despierta. Sí, mi niña hablaba, aunque no articulaba bien las palabras y no entendíamos lo que decía. La inyección hizo su efecto enseguida y Carla se calmó; el doctor aseguró que dormiría y que cuando despertara estaría mejor. Al día siguiente la llevaríamos a Madrid, a la clínica, donde la dejaríamos ingresada hasta su operación, que quizá iba a tener que aplazarse uno o dos días, dependiendo de su estado. El doctor salió para ver a Joe y Marga, y yo salí al pasillo, donde Lucas Salcedo le explicaba a su abuelo lo que había sucedido. Al parecer, Carla y Joe habían consumido más droga y bebido más alcohol que el resto, y su organismo se había rebelado. ¿Qué podía haberlos inducido a adoptar semejante comportamiento? Mi nieta estaba desesperada. Después de leer la nota que me había dejado, yo tenía claro que sufría algún tipo de perturbación mental. Estaba metida en una espiral de autodestrucción, lo que explicaba su comportamiento. Pero ¿Joe? Era un muchacho con mucho talento. Yo lo conocía y admiraba, incluso envidiaba a su abuelo porque la inteligencia de ese joven le auguraba un brillante futuro. Nunca llegamos a conocer de verdad a las personas que más cerca tenemos, me dije.
Permanecimos charlando unos pocos minutos y luego volví a la habitación para ver a Carla. Seguía durmiendo. La contemplé con tristeza, ¿habría atentado contra su vida como anunciaba en su carta o, como decía el nieto de Salcedo, el colapso se debía al abuso de las drogas y el alcohol? Entonces me fijé en que había cambiado de postura; sus brazos estaban extendidos.
Seguí con la vista la dirección que señalaba su mano abierta y vi un frasquito en el suelo; cuando me agaché para cogerlo, leí una marca en la etiqueta. Eran barbitúricos. El cajón de la mesilla estaba abierto y supe que Carla aún había tenido fuerzas después de la inyección para sacarlo y tomarse todas las pastillas. ¡Si no la hubiera dejado sola! Grité con todas mis fuerzas llamando al doctor. Salcedo, Lucas y Marga entraron enseguida. López, unos segundos después.
El doctor sólo tuvo que mirarla para decirnos lo que todos sabíamos ya. Mi nieta había logrado su propósito; se había suicidado delante de nosotros sin que pudiéramos hacer nada por evitarlo.
Yo quería entrañablemente a mi nieta y me quedé conmocionado, incapaz de hilvanar un solo pensamiento coherente; me parecía que todo era un mal sueño, que Carla despertaría para estar a mi lado, tan joven, tan guapa… Por fortuna, había otras personas que pensaban por mí, como mi socio y amigo Salcedo, quien, pasadas unas horas, cuando ya me encontraba algo más tranquilo, me habló de la necesidad de ocultar el suicidio. Carla había muerto, ya no se podía hacer nada por ella, pero sí se podía evitar el escándalo. Solía aparecer en las revistas del corazón y sabíamos que su vida sería diseccionada en esos panfletos y en programas de televisión. Salcedo y López ya lo habían hablado y el doctor estaba de acuerdo en firmar que se había tratado de una muerte natural por paro cardíaco y en llevar a cabo todo el papeleo; yo no estaba en condiciones de razonar, pero me mostré de acuerdo con ellos porque quería evitar el deshonor a toda costa.
Además, ¿qué habríamos ganado contando la verdad? Nada. Los invitados ni siquiera se habían enterado; estaban borrachos en otra parte. Tampoco se lo dijimos a Mendizábal, que no se había movido en todo ese tiempo de la habitación de su nieto. Para qué preocuparlo, bastante tenía con un nieto toxicómano. Agradecí a mis buenos amigos lo que estaban dispuestos a hacer por mí y les di carta blanca. Así, a partir de ese momento, incluso entre nosotros, nos comportamos como si la muerte de Carla hubiera sobrevenido por causas naturales. El doctor López se hizo cargo de todo…
Aquí terminaba la tercera página y ya no había más.
Cuando acabó de leer, Joe miró a _____ con gesto de incredulidad. No podía hablar. Quería formularle muchas preguntas, pero los sonidos no salían de su garganta. La joven lo contemplaba expectante, atenta al más mínimo de sus gestos, esperando que fuera él quien dijera la primera palabra.
Por fin Joe dijo:
—¿Es cierto lo que dice este papel?
Blandía el último folio que había leído como un arma, moviéndolo delante de los ojos de _____.
—Sí —respondió ella—. Es cierto.
—Pero ¿cómo…? No entiendo nada… ¿Carla se suicidó?
—Sí.
Entonces _____ le contó todo: que le había llamado la atención la discrepancia en los horarios; también que él hubiera permanecido dormido más de un día, tiempo durante el cual habían podido ocurrir muchas cosas de las que no se habría enterado. De nuevo sintió un escalofrío cuando le habló de su visita
a la casa del señor Roms y de ese hombre extraño, que esperaba su muerte casi con ilusión porque sabía que ella traería el deshonor para muchas personas. Su voz se volvió más amable cuando habló del secretario, sin cuya indiscreción ahora no conocerían la verdad.
Joe la escuchaba con atención y con bastante asombro. Miles de ideas pasaban por su cabeza mientras la oía. Tantos años de remordimientos, viviendo con un sentimiento de culpabilidad que en ocasiones había llegado a ser insoportable… Sufriendo por algo que no había sucedido.
Él no había matado a Carla. Y ahora que al fin conocía la verdad no sabía cómo asimilarlo.
—Ya ves, en tu relato estaba la clave. Pensé que si Roms, Salcedo y tu abuelo habían llegado a
Peñíscola a las tres de la mañana tenían que haber salido antes de que los llamara Marga, pues Carla y tú aún estabais… —tosió—… eso… cuando dieron las doce campanadas. Si estabas en lo cierto con respecto al horario, Marga debió de llamarlos pasadas las doce. Seguramente sería mucho más tarde, pero pongamos las doce…
—Ya —la interrumpió Joe—, no se puede viajar en coche de Madrid a Peñíscola en tres horas. Y según me contó mi abuelo ellos habían ido en coche.
—Exacto, porque tu abuelo, al hablar de la llamada de Marga, se refería a la primera, a la que Roms se había inventado y que nunca se hizo. La llamada de Marga se produjo mucho más tarde. No sabemos a qué hora, pero después de las doce, cuando vio el estado en que Carla y tú os encontrabais. Y luego está el hecho de que te desmayaras. Podían haber sucedido muchas cosas sin que tú te enteraras desde que te quedaste fuera de combate hasta que despertaste en una casa vacía con la sola compañía de tu abuelo. No tenía muchas esperanzas, pero debía intentarlo; estaba segura de que tú sólo conocías una parte de lo sucedido, de que había algo más, algo que no sabías… Y precisamente eso era lo que quería averiguar… Aunque, para serte sincera, jamás pensé que fuera algo así.
—Según esto, yo no maté a Carla… —parecía que empezaba a entenderlo por fin, porque había un brillo de esperanza e ilusión en sus ojos que conmovió a _____. Pero se apagó enseguida, sustituido por un velo de sospechas—. ¿Cómo podemos estar seguros de que esto es auténtico? ¿No pueden haberte gastado una broma? ¿No puede habérselo inventado ese secretario?
—No.
Y _____ volvió a hablarle de las memorias que pronto verían la luz.
—Cuando el viejo muera, se harán públicas sus memorias. La editorial ya las tiene listas. Qué macabro, ¿no?
Joe asintió, estaba como ido. ¿Por qué no se ponía a dar saltos de alegría? _____ no entendía nada.
—¡Y Marga lo sabía! Tengo que llamarla, tengo que decirle…
—El secretario de Roms me hizo prometerle que sólo lo leeríamos tú y yo.
—No digo que le vayamos a dar estos papeles para que los lea. Pero tengo que decirle que lo sé… Joder, ______, no me niegues esa satisfacción. ¡Ella lo sabía todo desde el principio!
—Espera un poco, ya se lo dirás. De momento ya sabemos lo que queríamos saber, lo único que importa: que tú no mataste a Carla.
—¿Por qué lo haría?
—Supongo que Marga estaba muy dolida por el trato que le diste esa última noche y ésa fue su forma de vengarse: dejar que creyeras lo peor de ti.
Lo tomó de los hombros y lo sacudió mientras lo miraba a los ojos.
—¿No lo entiendes? ¡Tú no mataste a Carla! ¿Por qué no te pones a dar saltos de alegría?
—Y yo que estaba seguro de que ibas a dejarme… Estabas tan rara… Sabía que planeabas algo, pero esto… ¿Por qué no me lo contaste?
—Porque no sabía con qué me iba a encontrar. Y sobre todo porque estaba segura de que tú no me permitirías hacerlo si te lo decía.
—En eso tienes razón, no te lo habría permitido.
Se quedó callado unos instantes. Parecía que, poco a poco, iba asimilando la noticia, se dijo _____, que lo examinaba conteniendo la respiración.
—Al principio yo estaba convencido de que Marga me rehuía porque se sentía aterrorizada después de lo que había hecho, y creí que a mi abuelo le pasaba algo parecido… Él me dijo que Carla había muerto de un paro cardíaco, y eso fue lo que leí en los periódicos, así que me monté mi propia historia: que Roms, Salcedo y mi abuelo habían conseguido tapar los hechos para que el escándalo no saliera a la luz. Estaba seguro de que Roms debía de odiarme, y ahora resulta que ni siquiera ha pensado en mí en todos estos años. Los viejos no sabían lo que había ocurrido entre Carla y yo… ¿Por qué no me lo dijo
Marga? No lo entiendo. ¡Es increíble! He vivido un infierno por nada. ¿Y todavía quieres que no hable con ella?
—No, esa mujer te ha amargado la vida, y te mereces una satisfacción. Sólo te pido que no le digas cómo lo sabes… Lo prometí.
—¿Por qué lo haría? En fin… —miró a _____, muy serio—. Al menos nos daremos el gusto de verla en la cárcel, a ella y a Lucas.
—¿Los vas a denunciar?
—No, eso no puedo hacerlo. Pero irán a la cárcel. He revisado muy bien la denuncia contra Lucas y es una bomba. En cuanto empiecen a tirar del hilo, van a salir cosas muy graves, y Marga está metida hasta el cuello.
—¡Vaya dos elementos! Cuando se enteraron de que la denuncia de Lucas había caído en tu juzgado vieron el cielo abierto. Sólo ella y su hermano sabían que tú creías que habías matado a Carla, así que pensaron que no sería difícil manipularte, como hicieron con Roms… Por cierto, ¿a qué se referirá Roms cuando dice que Marga y Lucas le hicieron chantaje? Estoy intrigada, pero supongo que tendré que esperar a que salgan las memorias para saberlo.
—No hace falta. Eso sí lo sé. Bueno, al menos me lo puedo imaginar sin ninguna dificultad. Mi abuelo solía hablar mucho de ello, y siempre me decía que Roms consideraba a Lucas un inútil. Lo has visto tú misma, el propio Roms lo cuenta.
_____ asintió. Recordaba la frase en que Roms decía que ése era el único punto de discrepancia entre él y su socio.
—Cuando Salcedo murió, recuerdo que me extrañó que su nieto pasara a ser el presidente de la compañía. Pero no le di mayor importancia, pensé que el pobre Roms estaba acabado y ya le daba todo igual. Ahora, después de leer esto, sospecho que no fue exactamente así. Lucas y Marga debieron amenazarlo con contar la verdad sobre la muerte de Carla si no cedía. Que Carla se había suicidado y que él y el doctor López habían falsificado el certificado de defunción… Ya sabes que ése es un delito grave, y Roms tenía dos buenas razones para claudicar: no quería que trascendiera el suicidio de Carla y tampoco deseaba perjudicar al doctor, que había falsificado el certificado para hacerle un favor. Luego, cuando les salió bien el chantaje, debieron pensar que era muy conveniente para ellos tener ese as en la manga por si alguna vez podían usarlo conmigo. De todos modos, no entiendo cómo ese secretario tuyo se ha dejado ese párrafo.
—Yo creo que lo ha hecho a propósito. Esos dos no deben de caerle muy simpáticos… No sé lo que pasaría por su cabeza; el caso es que nos ha hecho un gran favor. De todos modos, le prometí que no haría pública esa información y él me creyó. No puedo faltar a mi palabra.
—Le diré a Marga que lo sé, pero no cómo he obtenido la información. Al menos así me dejará en paz.
—¡Vaya par de chantajistas! Pero tú no caíste en su trampa. Estoy orgullosa de ti.
—¿Estás orgullosa de mí? ¿Cómo puedes decir eso? Lo que tú has descubierto en unos días a mí ni siquiera se me pasó por la imaginación durante todos estos años… ¡Estaba tan seguro de que la había matado! ¡Yo la vi muerta!
—Eso creíste.
—Si mi abuelo me hubiera hablado… Pero ya estaba muy enfermo, pobre hombre… Lo decepcioné, aunque no por las razones que yo creía. ¿Cómo he podido ser tan estúpido?
—No has sido estúpido. Estabas traumatizado, no pensabas con claridad. Además, estabas seguro de saber lo que había pasado… Y nunca hablaste de ello con nadie. Ése fue tu error. Estabas muy implicado y no contaste con la opinión de alguien que viera las cosas desde fuera, con perspectiva, con racionalidad. Tú no podías ser racional.
—Me parece imposible que ese peso con el que he vivido todos estos años haya desaparecido por fin. Y te lo debo a ti.
Se quedaron callados, atenta _____ a las reacciones de Joe, que estaba inmóvil, aparentemente sereno. ¿Qué estaría pensando? Aún les quedaba mucho camino por recorrer, pero lo peor ya había pasado. Ahora podían empezar de nuevo. Libres.
—Te quiero…
_____ apoyó la cabeza en su hombro y le apretó la mano.
—Pues no lo entiendo. ¿Cómo puedes querer a alguien como yo? Ahora mismo soy un paria social: he dimitido, así que no tengo trabajo; corren por ahí siniestros rumores sobre mí, que no van a parar aunque le calle la boca a Marga, ya sabes que cuando la bola empieza sigue creciendo sin control… Sigamos… Ah, sí, no tengo amigos, soy un misántropo, un ser huraño que odia las relaciones sociales… —iba haciendo recuento con los dedos mientras hablaba.
—Y yo —lo interrumpió— estoy en el paro, y no porque haya dimitido, sino porque me han despedido, que es aún peor; no tengo amigos y mi propia hermana me ha dado la espalda y está dispuesta a creer a otros en lugar de a mí.
—Yo he perdido doce años de mi vida obsesionado por algo que luego ha resultado no ser cierto, sin relaciones, llevando una vida solitaria y vacía, mintiendo a todo el mundo, con un terrible secreto en mi conciencia…
—Yo he perdido diez, desde el día en que conocí a Daniel hasta cierto lunes en que decidí entrar a desayunar a una cafetería que hay enfrente de los juzgados. No tardé mucho tiempo en darme cuenta de que no quería al hombre con el que me había casado, pero no se lo dije a nadie, lo mantuve en secreto, fingiendo ser la perfecta y enamorada esposa y después la desconsolada viuda. Tampoco yo tengo amigos y, como ya te he dicho, incluso mi hermana está dispuesta a creer lo peor de mí sin concederme siquiera el beneficio de la duda. ¿Y sabes por qué? —lo miró fijamente a los ojos—. Por no confiarme a nadie, por vivir mi mentira, por no ser sincera. Más o menos lo mismo que tú. Como verás, estamos hechos el uno para el otro, somos iguales.
—Sí y no.
—¿Cómo?
—Sí estamos hechos el uno para el otro, pero no somos iguales, en absoluto. ¿Nunca has oído hablar de la «diferencia»? Sale en muchos libros y películas; hablan de ella en la tele y en los periódicos… Todo el mundo la conoce.
—¡Ah, sí, esa famosa diferencia! He oído hablar de ella, pero no sé si existe… Necesitaría una demostración empírica.
—Pues existe, créeme.
—No basta con creerlo. Tendrá usted que demostrármelo, señor mío.

—Pienso pasarme toda la vida haciéndolo.
Monse_Jonas
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Mensaje por Monse_Jonas Dom 23 Mar 2014, 10:41 pm

Chicas mañana les subo el epilogo xD
Monse_Jonas
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Mensaje por aranzhitha Dom 23 Mar 2014, 11:02 pm

Ohhh al fin nos enteramos del secreto!
SÍGUELA,
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por @ntonella Lun 24 Mar 2014, 4:17 am

Wiiii... ya se sabe la verdad!!
Continuaaaaaa... please
@ntonella
@ntonella


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Mensaje por @ntonella Lun 24 Mar 2014, 6:23 pm

Cap
Cap
Cap
Cap
Cap
Cap
Cap
@ntonella
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Mensaje por Monse_Jonas Lun 24 Mar 2014, 11:43 pm

Epílogo
Un mes más tarde
Joe estaba ante el ordenador, escribiendo muy concentrado. Quería acabar cuanto antes su libro, que auguraba trabajoso, porque requería una ardua labor de investigación. _____ tenía sus propios planes, aunque, por supuesto, aún no se lo había dicho a Joe, pues lo de abrir un bufete entre los dos resultaba más complicado de lo que había pensado en un principio, y quería estudiar las opciones y tenerlo todo controlado cuando se lo propusiera.
Tampoco le había dado aún una noticia muy importante, con la que ella estaba encantada, aunque no sabía cómo se la iba a tomar él. Sonrió, acariciándose el vientre y mirando con ternura a Joe, que, en su bendita ignorancia, sólo pensaba en el libro que escribía, sin saber que su original familia de dos pronto contaría con tres miembros. Esa noche pensaba decírselo porque, por muy despistado que fuera, si tardaba más acabaría dándose cuenta.
Y allí estaba, en el sofá, organizando el viaje a París que planeaban para el verano, con un montón de folletos frente a ella y maquinando cómo comunicarle la noticia, sin hacer caso a la televisión, donde una señora hablaba sin parar.
De pronto un nombre llamó su atención y miró la pantalla.
«… Roms. La muerte del magnate…».
—¡Joe, ven, corre! ¡Date prisa!
«… ayer a las catorce treinta».
—¿Qué pasa? —Joe se sentó a su lado en el sofá.
—¡Escucha!
«… Ramón Sanz, secretario del señor Roms, ha anunciado que en breve saldrán a la venta las memorias del magnate, que ha calificado como “un bombazo”. Al parecer, el señor Sanz posee documentos que probarán muchas de las acusaciones que Roms vierte en sus memorias contra importantes personalidades del mundo de los negocios y la política, pero no ha querido precisar más.
Según hemos sabido, el señor Sanz ha vendido la exclusiva a una importante cadena privada…».

_____ y Joe ya no escuchaban. Se miraban con los ojos muy abiertos y, a la vez, se echaron a reír.
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Mensaje por Monse_Jonas Lun 24 Mar 2014, 11:46 pm

Chicas, espero y les haya gustado a nove tanto como a mí.
Iban a tener un bebé!!!


Bueno, espero verlas en:
pídeme lo que quieras
Matrimonio de papel
Una noche lo cambio todo.


Las quiero chicas y gracias por haber leído la nove xD
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Mensaje por aranzhitha Mar 25 Mar 2014, 5:29 am

Aw me encanto!!!
Van a tener un bebe!!!
Gracias por subirla!
No hay continuación?!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por @ntonella Mar 25 Mar 2014, 12:58 pm

Ame la nove...
@ntonella
@ntonella


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Mensaje por Monse_Jonas Mar 25 Mar 2014, 10:29 pm

No, no hay continuación U_U 
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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