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El día soleado y brillante era gris y fúnebre para Katrina. Desde hace tiempo, su sonrisa rara vez veía la luz del sol. Las nubes pintadas de naranja y rosado flotaban alrededor del avión en el cual viajaba. El hermoso atardecer se veía majestuoso e increíblemente cerca para todos los pasajeros. John, su padre, tomó la mano de su hija tratando de darle fuerzas y esperanzas, aunque supo desde el primer momento que aquella sonrisa era totalmente forzada y nada auténtica. La castaña trató de esconder ese sentimiento de melancolía y sufrimiento que la llenaba a cada instante para demostrarle a su padre que podía con ello. Podía soportarlo y que era fuerte. Aunque en su interior su corazón se derrumbaba terminando con cada sentimiento de paz.

Hace aproximadamente dos años, su madre Peige falleció misteriosamente frente a la puerta de la mansión Roberts. Desde aquel entonces, Katrina descubre secretos sobre su pasado, sobre su padre y sobre toda su familia cada día. John Roberts se vio involucrado en un peligroso negocio el cual manejaba grandes cantidades de dinero por todo el mundo. Estafado y más que indignado se entrometió en planes que no eran suyos, temas exclusivos para verdaderos mafiosos. Sin quedarle de otra, consiguió un equipo para al menos mantener su vida y la de su familia a salvo. Trabaja en el bando de los "buenos". Aunque su esfuerzo no sirvió de mucho, ya que como manera de saldar cuentas, la paga fue el fallecimiento de su adorada esposa, Peige.

No le quedó otra que contarle la verdad a su hija. Sabía que Katrina era diferente y mucho más madura que todas las demás chicas. Centrada y reservada, descargó su plena confianza en una adolescente. La pequeña se vio obligada a mantener la frente en alto por el honor de la familia Roberts y más que nada para velar la salud de su padre. Ella era lo único que él tenía. Podría ser un mafioso, ladrón, asesino o lo que sea. Pero seguía siendo su padre. Katrina era la única fortaleza que le quedaba, y gracias al cielo ella aprendió a llevar aquel gran peso sobre sus hombros.

Claro está que desde entonces, mucho le costaba ser una chica normal, alegre y entusiasta. Creció precozmente y abandonó la chispa de la juventud. Cada un par de meses, ella y John se mudaban para crear una nueva identidad, totalmente diferente a la anterior sin dejar rastro de existencia. Lo que le enseñó a Katrina a no encariñarse con nadie, no crear lazos afectivos, no generar relaciones de ningún tipo y no proporcionar datos importantes acerca de su familia. Como John bien decía “Nuestros enemigos están en todas partes, no sabes quién puede atacar primero”.

Por primera vez en mucho tiempo, volvían a Londres. Pisaron tierra inglesa y respiraron el mismo aire que hace dos años. En la misma ciudad en la que Katrina creció como una princesa, consentida y mal criada. Disfrutó de aquellas costumbres y juró lealtad a Inglaterra. La nostalgia la llenó de pies a cabeza al salir del aeropuerto. Con su valija en mano, lágrimas amenazando sus ojos y su labio inferior temblando levemente, miles de recuerdos la invadieron, recordando los tiempos en los que vivía tranquilamente.

Según John, su estadía allí iba a ser más duradera que las demás. Tal vez, y solo tal vez, los problemas comenzarían a solucionarse, y la alegría volvería a la pequeña familia Roberts. Mientras tanto, Katrina debería mezclarse entre sus ex-compañeros, volviendo el tiempo atrás, luciendo como una chica común que quiere revivir momentos con sus amigos. Cuando en realidad, la pobre castaña estaba sometida por un inmenso temor. ¿Sospechará alguno acerca de su pasado? ¿Sabrá alguien del peligro que la rodea?

Las flores rozaban mis brazos y piernas. Solo podía prestarle atención al cielo totalmente azul claro, sin ninguna nube interfiriendo. El sol iluminaba a todos allí, y me sentí la chica más dichosa. Recostada sobre las margaritas, aspiré aire puro.
—Eres tan hermosa. —Quizá nunca nadie comprendería cuánto yo amaba esa dulce y ronca voz. Me ocuparía para que fuera un secreto.
Reí de la manera más idiota y observé atentamente sus ojos verdes y brillantes. ¿Cómo en tan poco tiempo había logrado enamorarme de esos ojos? ¿Cómo pude dejar que ese verde tan hipnotizarte jugara con mi subconsciente? Se inclinó hacia donde yo estaba y besó la punta de mi nariz, dejando caer algunos de sus rizos castaños sobre mi rostro. —Charlotte…
—¿Uhm? —Miraba cada delicado rasgo de su rostro y comprendí lo afortunada que era.
—Te amo.
—También te amo, Harry.

—¡Srta. Russel! —Salté de mi pupitre estando al borde de la caída. Las risas de mis compañeros sonaron como un murmuro mal disimulado haciéndome sentir desorientada. Observé a la maestra Perkins quien estaba parada frente a mí y me dirigía una mirada no muy amigable. —Le hice una pregunta.

—¿Me la repite? —Esa era yo, soñando despierta en medio de la clase de Literatura con el chico que en un par de semanas había robado mis suspiros.
Charlotte Russel era conocida como la chica nueva, tímida e introvertida que no le gustaba hacer amigos y desde que llegó lo único que hacía era leer en el rincón detrás de la Cafetería. La preparatoria era un infierno para mí. Lo único que me interesaba era pasar de año. Hace poco me mudé con mi padre y mi hermana a esta ciudad y resultó ser tan mediocre como las demás. Los jóvenes se juzgan entre ellos por lo que usan, por las notas que sacan y por la audacia que tienen con sus demás compañeros. Un par de días bastaron para pasar de ser la “nueva” a ser la “rara”. Exactamente igual fue en mi ex-instituto.

Ser callada significaba ser buena escuchando. Conocí a muchos de mis compañeros solo con rumores, aunque prefiero no guiarme por ello. Entre ellos, Harry Styles es el que da más que hablar. Según las chicas es un chico encantador, el mejor en la cama y quien está cerca de romper el récord de más novias en un año. Por otro lado los muchachos lo califican como un buen amigo, un tanto engreído pero muy bueno en deportes.
En mi opinión, sigue escondiendo tantos secretos que lo único que puedo hacer es crear una imagen propia de él. Con las pocas miradas que he intercambiado, palabras como “¿Tienes un lápiz para prestarme?” y demás.
Mi autoestima no es de las mejores, por lo que llegué a la conclusión que un chico tan superficial nunca podría fijarse en mí. Hay una gran diferencia entre las chicas con las que pasa el rato y yo. Pero admito que soy feliz observándolo en silencio detrás de mi libro.
Después del papelón de la clase de Literatura, junté todas mis cosas y acompañé a los demás al receso.
Mi hombro impactó contra una pared provocando que un quejido saliera de mis labios mientras observaba caer todos mis libros de la hora siguiente. Me pregunté cómo podía ser tan distraída.
—Lo siento mucho, no te vi. —La disculpa me desconcertó por lo que caí en la cuenta de que choqué contra una persona. La voz era tan familiar para mí que solo pude observar con ojos bien abiertos al causante de mi golpe. —Déjame ayudarte, bonita. —Sentí el calor correr desde mi cuello hasta mis pómulos en una milésima de segundo viendo atentamente cómo Harry se inclinaba a recoger mis libros. Con un nerviosismo de mil demonios y una sonrisa estúpida en el rostro junté más de mis pertenencias. Al terminar, tuve que lidiar con una de sus magníficas sonrisas dirigida hacia mí. ¿Debía agradecer? ¿Sonreír y asentir? Cualquier cosa que volaba en mi mente desapareció dejando solo un vacío con la imagen de su perfecto rostro.
Los días y las oportunidades pasaban y cada vez me enamoraba más de ese chico. En mi ingenuidad rogaba porque fuera tan bello por dentro como por fuera…
—Espero no haberte lastimado. —Una pequeña pero audible carcajada brotó grave desde lo profundo de su garganta. Le respondí de igual manera y negué despreocupándolo.
—Descuida, estoy bien. —Finalmente las palabras se dignaron a salir de mi garganta y para mi suerte, eran coherentes y con sentido. Conociéndome bien, no podía confiar en mí misma estando en ese estado.
—Yo te conozco…— Grande fue mi sorpresa al saber que nuestra pequeña pero memorable conversación no terminaría allí. —Eres mi compañera de Química, ¿Cierto? Charlotte. —Me sentí como una idiota de quince años, presentando la emoción de mi hermana menor al ver a su artista preferido. Coloqué un mechón de cabello rebelde tras mi oreja y asentí. No sabía qué agregar o responder. El silencio no parecía molestarle, pero a mí me llevaba al borde del pánico. Estaba quedando como una total ridícula, hasta que por fin lo oí: —Bien, nos vemos en Química, Charlie.


Recostada sobre el ventanal de mi nueva casa, recordé una y otra vez la escena vivida con el chico del que estaba enamorada. Suspiré y observé mi sonrisa ensanchada en el vidrio tras la cortina.
—¡Me dijo bonita y me llamó…!
—Y te llamó Charlie, lo sé. —Olvidé por completo la presencia de mi hermana Megan a mi lado cuando me perdí en los recuerdos. La cara de indiferencia e irritación eran muy notables, mientras que por otro lado mi rostro solo delataba lo enamoradiza que podía llegar a ser. —Hermana, te quiero y por eso te digo que… Debes dejar de ser tan ilusa.
—¿Disculpa?
—¿Acaso tu última relación no te enseñó a avivarte un poco? Los chicos se aprovecharán de tu ingenuidad y saldrás muy lastimada, créeme. —La pequeña quinceañera habló como toda una profesional en tanto yo no salía de mi desconcierto.
—¿Qué sabes tú de chicos? Tienes quince años, Megan.
—No necesito ser una adulta para notar la manera estúpida en la que te entregas al amor. Tengo quince, no soy idiota. Te he visto sufrir por las mismas razones, creí que aprenderías, hermana…
—¿Qué haces en mi cuarto? ¡Vete! Si no dirás nada útil, vete. —Un cojín en forma de estrella estampó contra su espalda mientras se retiraba de mi habitación refunfuñando como lo haría mi madre.
Suspiré notablemente irritada, por el simple hecho de que ella tenía razón y yo odiaba que la tuviera. Traer a memoria mi última relación solo ayudaba a lograr su cometido y hacerme sentir pésimamente. Jason había sido mi vecino durante años. Me había enamorado de su apariencia de chico malo tal y como solía hacerlo. Fue muy extraña la manera en la que comenzó a interesarse en mí, casi cuando comenzaba a entrar en la pubertad.
Megan repetía que era gracias al desarrollo de mi cuerpo, pero yo siempre creí en las palabras de él. Las que decían que siempre había sido hermosa para él. Caí en su juego y el resultado fue el peor. El no tener madre intensificaba mi dolor en aquellas noches de llanto, cuando no podía hablar con nadie.
Mi hermana y mis amigas solo me decían lo estúpida que había sido al caer, mientras que incontable cantidad de veces mi padre quiso buscarlo y golpearlo. Supuse que solo una madre podía apoyarme y consolarme como lo necesitaba. Pero yo no tenía una.
Ahora, tan solo un par de años luego, en una ciudad totalmente diferente como Londres me encuentro en una situación peligrosamente similar. ¿Qué necesitaba yo para cambiar tanta inocencia por un poco de perspicacia?
Mirando mi propio reflejo me encogí de hombros, y volví a lo mío. Las posibilidades de caer en las trampas seductoras de Harry eran inexistentes para mí, ya que a mi opinión nunca querría tener nada que ver conmigo. Luego, la idea de que él fuera alguien similar a Jeason no me convencía. Tan caballero, educado… No, era una total improbabilidad.


—¿Vieron a la nueva chica… Charlotte? —En el lado sur de la ciudad, en la casa de uno de los alumnos de la preparatoria, el chico rizado bebía con despreocupación de su cerveza. Sus ojos se posaban en cada cabellera larga y rubia que pasaba frente suyo y sin pudor dejaba vagar sus ojos por el cuerpo de sus compañeras.
—Sí, la traga-libros. —Uno de sus amigos, estaba a punto de golpear la bola ocho. Soltó una carcajada tan sonora que se oyó sobre el fuerte volumen de la música. Todos los demás lo acompañaron.
—No lo sé, es linda. —Opinó el de ojos verdes recordando lo ocurrido esa mañana. Se había mostrado tan nerviosa que fue inevitable olvidarlo.
—Hasta la Srta. Livanock, la biblotecaria, es linda para ti, Harry. —Opinó un castaño sentado en el respaldo del sofá, logrando hacer reír a todos con su chiste.
—Amigo, oí que esa chica está “profundamente enamorada” de ti. —El tono burlón que usó causó más gracia en sus compañeros, ellos disfrutaron molestar al chico de ojos verdes haciendo ridículas imitaciones de la pobre Charlotte.
—Entonces será más fácil. —Sus esmeraldas se perdían en la nada navegando en sus pensamientos. O quizás observaba las esbeltas piernas de su compañera de Historia.
—¿Fácil? ¿Qué planeas hacer? —El juego de billar terminó cuando centraron su atención en él.
—Tranquilo, Liam. Harry tiene novia ¿Recuerdas? —Ahora fue el turno de Harry para reír de sus palabras. Una novia jamás impediría o estorbaría en sus planes de seducción. Harry no se consideraba un joven de compromisos.
—Creo que es hora de dejar ir a Blaire. Charlotte será mi nueva conquista y les apuesto lo que quieran…
—Cállate, ella está enamorada de ti, no tardará en caer. —Interrumpió uno de sus amigos con gracia y sarcasmo.
—Pobre Charlotte.