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"La Estacion Del Arcoiris" Joe Jonas [TERMINADA]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "La Estacion Del Arcoiris" Joe Jonas [TERMINADA]
chelis escribió:pobre de jooooooeeeeeeee!!!!!
y pobre de _____!!!!!
cada uno sufre
aaaiiiii
cuando llegaran a ser felices???
lo mismo pense pero mas pena me da Joe, debe ser un infierno vivir entremedio de gente que te juzga sin saber nada :x
amo esta novela. Seguilaaa
Patu
Re: "La Estacion Del Arcoiris" Joe Jonas [TERMINADA]
Perdón por no subir CAP mañana la sigo claro si aun la quieren leer
Suzzey
Re: "La Estacion Del Arcoiris" Joe Jonas [TERMINADA]
CAP 4
Joe se despertó y miró a su alrededor sin saber dónde estaba. Se oyó de nuevo un ligero golpecito en la puerta, luego ésta se abrió tímidamente y _____ asomó la cabeza.
-¿Joe?
-Señorita McGowan -contestó él, asustado al percatarse de pronto de que estaba completamente desnudo bajo las sábanas.
-Buenos días -y entró sonriente con una bandeja en las manos-. ¿Cómo te encuentras esta mañana? Te traigo el desayuno.
-Estoy muy bien.
Ella se acercó y se detuvo junto a la cama, mientras él se sentía más y más ridículo, allí acostado, mirándola, atrapado en su desnudez.
-¿Puedes incorporarte para que pueda darte la bandeja? -preguntó la joven, y él se vio obligado a sentarse intentando torpemente impedir que se le cayeran las sábanas. Ella se inclinó y le puso a bandeja en el regazo. Sentirla tan cerca, oler el aroma de lavanda que exhalaba y el hecho de que depositara la bandeja sobre la parte más íntima de su cuerpo, separado sólo de ella por una simple sábana, todo combinado hizo que el deseo vibrara dentro de él. Dio en silencio las gracias por la protección que le prestaba la bandeja.
_______ se sentó y esperó a que acabara el desayuno para llevarse la bandeja. No tenía sentido hacer tal cosa, pero en cierto modo era incapaz de marcharse. Estaba fascinada por la desnudez de su pecho y de sus brazos, por las piernas que se adivinaban bajo las sábanas y por la sospecha de que estaba completamente desnudo. La adormecida mirada de sus claros ojos azules y sus abundantes y despeinados cabellos la excitaban, al tiempo que la hacían sentir como si las paredes fueran a aplastarla, como si le faltara el aliento; deseaba romper el hechizo y echar a correr. Una embriagadora sensación de poder la invadió ante la evidente turbación de él, y sintió un extraño deseo de acariciarlo largamente. Su vientre vibró de excitación, pero permaneció sentada contemplándolo con aparente calma.
¿Por qué no se marcha?, pensaba Joe al borde de la desesperación, arrastrado por emociones confusas: temor, lujuria, vergüenza, humillación porque le consideraban demasiado inferior como para que comiera con ellos, gratitud por una amabilidad para él desconocida, cólera hacia sí mismo por encontrarse en tal situación y resentimiento contra su humilde gratitud y la cristiana generosidad de ellos.
-¿No le da miedo a su madre que usted venga sola aquí? -se mofó.
-No -respondió ella con toda tranquilidad, aunque el corazón le dio un vuelco-. ¿Por qué tendría que tener miedo?
Los ojos de Joe se clavaron en ella.
-¿No sabe usted lo que se supone que hice?
La joven contuvo el aliento y buscó las palabras adecuadas para cortarlo.
-Creo que podría correr más que tú, dado que tienes un pie hecho trizas.
Él enrojeció y se dispuso a comer en silencio, insultándola mentalmente con todos los improperios que conocía. Al poco rato, _____ rompió el silencio.
-Papá cree que deberías descansar todo el día.
-¿Cómo dice?
-Cree que deberías permanecer aquí, descansar y mantener inmovilizado el pie.
-Pero mi trabajo...
-Por un día no importa.
-No estoy inútil -protestó él con enfado-. No voy a quedarme aquí y dejar que su padre haga el trabajo para el que me contrató.
-No seas tonto, Joe. Debes cuidarte el pie.
Él apretó la mandíbula y su mirada se hizo inexpresiva y lejana.
-Le prometí que trabajaría y lo haré.
-Pero, ¿por qué?
-Yo no falto a mi palabra. No soy un vago. No soy... -se interrumpió de pronto y le tendió la bandeja.
-Tenga.
-Pero no has acabado de comer.
-Ya no quiero más -mintió, porque era el mejor desayuno que jamás había probado, pero le había invadido la súbita convicción de que debía darse prisa en cumplir con su trabajo antes de que de alguna forma se le escapara de las manos.
-Joe Jonas -dijo _____ cogiendo la bandeja -, eres un insensato y un tozudo. Todas las cosas seguirán en el mismo sitio mañana. La granja no va a echar a correr, ya sabes. Por lo menos, acaba de desayunar.
-Voy a levantarme -manifestó él con terquedad-. Y como estoy desnudo, le sugiero que se vaya...
_______ puso unos ojos desorbitados ante aquel tono rudo y se apresuró a salir de la habitación pensando con enfado que podía entender por qué todo el mundo le tenía antipatía.
Joe trabajó con empeño toda la jornada; Henry protestó al principio, pero luego ya no trató de disuadirlo. Era evidente que el muchacho se había empecinado y no valía la pena discutir. ¡Vaya cambio: un Jonas que se negaba a dejar de trabajar! Cuando Edna los llamó para la cena y dejaron a un lado los aperos que estaban reparando, el muchacho estaba muy pálido por el dolor y el cansancio, aunque jamás lo admitiría.
-Directo a la cama -le ordenó McGowan-. Haré que ______ te lleve la cena. Lo único que falta es que camines en balde.
Joe tragó saliva porque la boca se le había llenado de un sabor amargo ante aquella forma de recordarle que no era digno de sentarse con ellos a la mesa, pese a que el viejo se había esforzado por disfrazar la cruda verdad. Se encogió de hombros. ¿Qué le importaba? Tampoco él deseaba tener que sentarse con ellos, pues lo mirarían fijamente y lo juzgarían. Que la chica cargara con la tarea de tener que llevarle la bandeja. Se levantó y se dirigió cojeando a su habitación.
Esta vez, ______ dejó la bandeja y no esperó a que acabara de comer, sino que volvió después de cenar para recogerla. Ninguno de los dos habló demasiado, aunque a Joe le hubiera gustado que se quedara y le permitiera así mirarla y oír su voz. Pero no se le ocurría nada que decir... ¿Qué podía contarle a una mujer tan bonita como ella? En cualquier caso, no las acariciadoras y seductoras cosas que decía a las chicas que conocía. Ni las ordinarias y masculinas conversaciones de cazadores y bebedores que acostumbraba a mantener con chicos como los Sloan. Por eso permaneció callado, vio cómo se marchaba y luego se dejó caer sobre la colcha, exhausto y desconsolado.
Pero, una vez en la cama, no podía conciliar el sueño y permaneció despierto hundido en sus preocupaciones. Le parecía que siempre había estado solo, que siempre había sido un solitario: en casa, en la escuela, en la cárcel, incluso de parranda con los amigos o con una muchacha entre sus brazos. La gente decente de la ciudad no quería tratos con él. Sus amigos y amantes eran “morralla”, como él mismo, pero aunque compartía con ellos las mismas pautas de comportamiento, a misma manera de hablar -había que coquetear con las chicas y ser rudo y salvaje con los chicos-, se sentía separado de ellos porque pensaba y sentía algunas cosas que a ellos ni se les pasaban por la cabeza. No podía confiarles sus más recónditos sueños, temores y emociones, y por eso siempre se sentía en cierto modo aislado, solo. Su padre lo odiaba y también su abuela, simplemente porque había nacido y en el parto había muerto su frágil y rubia madre. Además, el abismo que existía entre ellos se había ido ensanchado a medida que crecía, pues su padre no podía soportar verse humillado por la capacidad de trabajo de Joe y su abuela le echaba en cara sus deplorables y salvajes modales. Sólo Julie lo quería y lo defendía, pero agobiada como estaba desde su más tierna infancia por los quehaceres de la casa, nunca había tenido tiempo de convertirse en su compañera. Y desde que se había casado, durante el juicio, durante los años de cárcel, y a su regreso la soledad lo había consumido. Siempre solo, como si un muro de piedra lo rodeara.
La mayoría de las veces aceptaba tal situación, pues apenas se daba cuenta de su aislamiento, pero otras, como ahora, se cernía sobre él abatiéndolo como las alas de un enorme pajarraco negro. Normalmente la bebida le deparaba algún alivio, pero en aquellos momentos no tenía licor. Lo único que podía hacer era yacer acurrucado en la cama y esperar que pasara; no tenía más remedio que seguir aguantando.
_______ bajó los escalones de la cocina cargada con e cesto de la ropa para tender. Desde el tendedero veía a Joe cortando leña como si le fuera en ello la vida. Era un loco, se dijo; ninguna otra cosa podía explicar aquella forma frenética de trabajar. Aquella mañana había hecho todos los quehaceres de su padre y ahora estaba cortando leña más que suficiente para varias semanas. Era un muchacho bien extraño, muy distinto a lo que de él se decía. Un violador de mujeres..., que enrojeció de vergüenza cuando ella lo vio parcialmente desnudo. Un insolente y salvaje rebelde..., que la llamaba a ella “señorita” y a su padre “señor” y que se brindaba a satisfacer todos los deseos del patrón. Un Jonas vago y holgazán..., que trabajaba como un demonio. No encajaba. ¿Acaso la cárcel lo había hecho cambiar tanto? ¿O era que la gente que lo criticaba no lo conocía, como tampoco realmente la conocían a ella? Sólo que la situación era inversa, porque a ella todos la consideraban una muchacha dulce y buena cuando en realidad ocultaba en su interior una ______ perversa que nadie imaginaba.
Pensó en su modo de trabajar en casa de Jenny, con tanto ahínco como en su casa; a veces tenía la impresión de que lo hacía para castigarse, para ocultar los celos que sentía por su hermana. Como si el trabajar tanto la fuera a poner al mismo nivel que los demás. Contempló cómo Joe atravesaba el patio con una brazada de leña; tenía que hacer más viajes de lo normal porque no podía cargar con demasiado peso. Se preguntó si también él trabajaba tan duramente para castigarse por la opinión que los demás tenían de él.
-Tengo que ser mucho mejor que los demás porque soy mucho peor -murmuró; luego se quedó sobrecogida; sonrió imaginando qué diría su madre si la oyera sopesar las afinidades que tenía con Digger Jonas.
_____ dejó a un lado sus reflexiones y se dedicó de nuevo a tender las sábanas. E1 miércoles era día de colada; los lunes y jueves, días de hacer el pan; los martes y sábados, días de limpieza; y los viernes, días de plancha. Su madre restregaba la ropa en la tabla de lavar y la metía en el cubo de aclarado; luego _____ la escurría Y la tendía. Su trabajo era el menos pesado, porque le permitía moverse, en tanto que Edna tenía que permanecer inclinada sobre la tabla. Pero después de horas de escurrir y tender, estaba cansada y con la espalda hecha polvo. Hizo un alto en e! trabajo, se puso las manos a la espalda con el femenino gesto de las viejas fatigadas y contempló a Jonas.
Él nunca parecía cansado; era como una máquina, un hacha que se levantaba y caía rítmicamente, sin cesar. No se había quitado la camisa, pese al calor, y ella supuso que era porque estaba trabajando cerca de la casa; pero sí se la había des brochado y se le veía el pecho. Al mirarlo, se acordó del lunes, cuando había visto el dibujo de sus músculos bajo la piel suave casi sin pelo; luego le asaltó el recuerdo de la víspera por la mañana. Estaba desnudo bajo las sábanas; se acordó de la firmeza de sus piernas. Con tal pensamiento. se le hizo un nudo en la garganta y le resultaba difícil respirar.
_____ se apartó del tendedero y se dirigió de prisa al pozo para sacar un cubo de agua. Tenía la boca reseca y necesitaba beber. Llenó el cazo con agua, lo enjuagó derramando el contenido sobre la tierra, lo volvió a llenar y bebió con avidez. Un chasquido de ramitas la sobresaltó y se dio la vuelta para encontrarse a Jonas a pocos pasos de distancia.
-¡Hola, Joe! -dijo, aparentando más seguridad de la que sentía.
-Señorita...
-¿Quieres agua? -le preguntó, tendiéndole el cazo.
El cogió el cazo pero primero se echó agua por la cabeza y la cara. Luego lo llenó otra vez, echó la cabeza hacia atrás y bebió con ansia.
Ella vio que llevaba la camisa desabrochada y le miró hurtadillas el pecho mientras bebía. La piel le brillaba por el sudor y contempló cómo dos gotas le iban resbalando por el esternón y por el estómago hasta desaparecer absorbidas por el tejido de los pantalones. Sintió un extraño apasionado deseo de seguirlas con sus dedos; pero apretó firmemente los puños tras la espalda.
Por fin él dejó de beber, devolvió el cazo a su sitio comenzó a hacer bajar el cubo. ____ era consciente de que debía parecer imbécil allí quieta, mirándolo; no tenía ningún motivo para seguir haraganeando.
-¿Cómo está tu pie? -preguntó buscando una excusa
-Supongo que bien -contestó él encogiéndose de hombros.
Ambos permanecían uno frente a otro mirándose con embarazo.
-¿Sabes? -continuó _____- he estado pensando que tu familia debe de estar preocupada porque hace dos días que no vas a tu casa. Quizá deberías coger a México para ir verlos y contarles lo que te ha sucedido.
-¿Preocupados? -rió él con sorna-. Nunca he tenido madre; sólo tengo padre y abuela y seguro que los de están allí sentados esperando que haya muerto.
-¡Digger! -con el asombro se le había escapado el mote-. No puede ser cierto lo que dices.
-¿Que no puede ser? -dijo él con la cara sombría por la amargura-. Señorita, usted desconoce las cosas más elementales de la gente. Ha sido usted criada entre algodones, siempre protegida por sus padres.
Tan pronto como hubo pronunciado aquellas palabra se arrepintió. No quería ofenderla; la había visto junto al pozo y se había acercado a ella porque quería hablarle, estar a su lado. ¿Por qué tenía que portarse así, hacer lo posible por espantarla cuando lo que en realidad quería es que permaneciera junto a él?
_______ se sintió dolida por aquellas palabras, pero más por él que por sí misma.
-Estoy segura que crees realmente lo que has dicho, ¿verdad? Un padre quiere a sus hijos; a veces quiere más a uno que a otro, pero su amor alcanza a todos. Seguro que te equivocas.
-Habla usted como una criatura.
-No, eres tú quien habla como una criatura. Sólo los niños creen que las cosas son tan absolutas. Blanco o negro, arriba o abajo, verdad o mentira.
Por un momento, algo brilló en los ojos de él, pero se desvaneció enseguida.
-A veces las cosas son absolutas.
-Se diría que disfrutas dejando que tus heridas permanezcan siempre abiertas -insistió ella, compadecida de Joe y al mismo tiempo irritada.
Sus palabras lo hirieron; ella pensaba que era como una sensiblera hermana mayor, contando siempre sus desgracias para despertar compasión.
-No es cierto -dijo-. Nunca había hablado de tales cosas.
-Pues entonces, quizá deberías hacerlo. Deberías hablar de ellas y luego olvidarlas. A veces lo que realmente hiere es guardar las cosas para uno mismo -aconsejó la joven, pensando que, al fin y al cabo, era una autoridad en el tema.
Él esbozó una mueca. ¿Acaso ella creía que no tenía orgullo y podía hablar como si tal cosa de las palizas y humillaciones que había recibido de su padre? Eso era como admitir que todo aquello le hacía daño y que lo que había dicho el viejo era cierto. Ella quería que se lo contara, para poder curiosear y hurgar con el dedo en sus heridas abiertas. Miró al suelo, debatiéndose entre el deseo de desahogarse, y quizá ser consolado, y el impulso de ocultar su vergüenza.
De pronto, ante la sorpresa de ambos, rompió a hablar en voz tan baja que sonaba como un llanto sordo.
-¡No soy un malvado! Nunca hice lo que dijeron... Nunca obligué a Tessa Jackson a... No hubiera podido...
Se interrumpió y apretó las mandíbulas tensando los músculos de las mejillas, hasta que fue capaz de controlar la voz.
-Nunca hubiera podido hacer daño a una mujer, juro, ni a ningún ser débil, pequeño o indefenso. Sé perfectamente lo que se siente.
A _____ le pareció vislumbrar por un instante aquella alma magnífica, fuerte y honrada, antes de ser arrastrada, pervertida y torturada por la vida, y sintió deseos de llorar por su desgracia, por la forma en que entre todos habían hundido lo que hubiera podido ser una buena persona.
-Te creo -confesó, e instintivamente le tocó una manga. Él levantó la cabeza sin dar crédito a tales palabras- Nunca creí que... violaras a Tessa. No tenía sentido -continuó diciendo ella en tono solemne-. El juicio fue un completo error. Sé que eras inocente; siempre lo supe.
Él la miró, con el rostro confuso por emociones encontradas, y de pronto se dio la vuelta y se alejó, casi corriendo como si tuviera miedo de que ella lo creyera, o quizá como si temiera creer que la joven le creía. _______ contempló con asombro cómo se alejaba. Había sido amable con él y él escabullía como un conejo. Tuvo la sensación de que si hubiera sido desagradable se habría quedado junto a ella. No había forma de entender a aquel hombre.
Lo primero que Joe pensó fue que jamás se atrevería a volver a mirarla a la cara; se había comportado como imbécil, como un completo estúpido, como un ser débil. Estaba tan confundido que no podía seguir contemplándola mientras tendía la ropa, como había estado haciendo todo el día. Pero poco a poco se fue tranquilizando y pudo pensar en lo que ella le había dicho. Le creía, todos aquellos años había pensado que era inocente. Resultaba raro imaginar que en medio de todo aquel odio concertado había habido una persona, un extraño, que no lo había odiado, que había creído en él. Y no uno sino dos, puesto q McGowan también había dicho que no creía que hubiera violado a Tessa. Estaba conmovido y confundido; se sentía a punto de estallar de inesperada felicidad, y, sin embargo estaba mortalmente asustado de que ella creyera en él... No sabía cómo reaccionar ante la amabilidad, nunca le habían enseñado a hacerlo. ¿Cómo tenía que comportarse: de forma educada, amistosa, humilde, ceremoniosa, tranquila? Lo único que deseaba era cogerla entre sus brazos y estrujarla hasta que le estallaran las costillas, o levantarla en alto y dar vueltas con ella una y otra vez. Pero aunque no sabía nada de nada, por lo menos sí reconocía lo que no podía hacer. La incertidumbre que lo embargaba alternaba con momentos de reverencial alegría. Ella creía en él. No lo odiaba ni lo temía; creía en él. Cuando lo pensaba, se decía a sí mismo que no podía ser verdad, que en algún lado había una trampa. Pero ¿por qué iba ella a mentir? Sin duda debía haber querido decir lo que había dicho. Naturalmente, se recordó a sí mismo, eso no significaba que tuviera de él una buena opinión. Seguramente todavía pensaba que era un trasto inútil, sucio y borracho. Todavía..., se dijo sin poder evitar que su ánimo se sobreexcitara..., todavía, pero al menos no lo juzgaba un pervertido maníaco. Por lo menos no lo temía.
- ¡Joe!
Levantó la cabeza al oír la voz de ____. Estaba en el porche trasero, con una mano sobre los ojos para protegerlos del sol y la otra en la cadera. El viento le agitaba la falda sobre las piernas y le revolvía el cabello.
-¡Joe!, la cena está casi lista. Será mejor que dejes el trabajo y vayas a lavarte.
Como él se quedó mirándola sin decir nada, añadió en son de burla:
-¿O es que estás tan mal acostumbrado a que te lleven la comida en bandeja que no tienes la menor intención de venir a sentarte a la mesa?
Él sonrió.
-No, señorita, ahora mismo voy.
La broma lo había desconcertado. Todo lo desconcertaba. ¿Por qué habían decidido de repente que podía comer con ellos? Nunca se le había ocurrido pensar que le llevaban la comida como un favor, para evitar que caminara con el pie lesionado.
De pronto, se sintió poseído por una especie de ataque de nervios. ¿Cómo tenía que comportarse? Lo observarían, lo juzgarían por su falta de modales, y cuando se hubiera marchado lo harían picadillo y cuchichearían sobre su ordinariez. Se apresuró a dejar el hacha en el estante de las herramientas y corrió a lavarse en el aljibe. Tan deseoso estaba de librarse del polvo que se quitó la camisa y se echó el agua por la cabeza y el pecho. Se restregó para eliminar el sudor y la mugre, deseando disponer de jabón y desesperándose por el hecho de que sus uñas estuvieran siempre negras. Se alisó los cabellos húmedos lo mejor que pudo y volvió a ponerse la camisa. Se le quedó pegada a la piel mojada y tuvo la abrumadora certeza de que parecía un imbécil. Le pasó por la cabeza la idea de salir huyendo. Luego se echó a reír ante semejante insensatez... Demonios, si no podía ni andar, mucho menos aún correr. Además no huía de nada ni de nadie. Los demás le habían causado un daño endiablado durante años y años, y él siempre lo había devuelto, ¿no? No había razón para comportarse ahora como un cobarde. Todavía recordaba una vez, cuando era pequeño, que el viejo señor Harper, el suegro de Jennifer, se había inclinado sobre el mostrador de la tienda y le había ofrecido un pedazo de regaliz, según acostumbraba a hacer con todos los niños. Joe había negado tozudamente con la cabeza, aunque se moría de ganas de agarrar la golosina, y el viejo había exhalado un exasperado suspiro y le había dicho: “Muchacho, eres un rato largo resentido”. Bueno, ¿y qué si lo era? Eso lo había protegido de los demás, ¿no? Se dio ánimos y se encaminó hacia la casa.
Descubrió que, después de todo, aquello no era tan malo. _____ y la señora McGowan estaban demasiado ocupadas terminando la comida y poniendo la mesa como para prestarle atención; se limitaron a señalarle la silla donde debía sentarse. El señor McGowan ya ocupaba su sitio habitual a la cabecera de la mesa, e inmediatamente se sumergió en el monólogo interminable sobre la tozudez de las mulas y los problemas que había tenido durante el día arando. Las mujeres se reunieron con ellos; _____ se sentó frente a él y su madre frente a McGowan. Joe miró a Edna por el rabillo del ojo; podía jurar que no le gustaba que él estuviera allí. Pero ninguno de ellos notó, o al menos no lo evidenció, su inseguridad mientras bendecían la mesa, tampoco lo miraron mientras comía. Poco a poco se fue tranquilizando: era casi como si no estuviera allí; no tenía que hablar, ni disculparse, ni defenderse.
Más tarde, cuando acabaron de cenar y se hubo despedido y retirado a su habitación, oyó una ligera llamada en la puerta y la señora McGowan entró trayendo una jofaina, una jarra, toallas y jabón.
-Te vi lavándote en el pozo -dijo-. Por eso te traigo todo esto. Dios sabe por qué ______ se olvidó. No sé qué voy a hacer con esa chica: olvidaría la cabeza si no la llevara pegada al cuerpo.
Su tono era áspero, pero dejaba entrever una afable amabilidad.
-Gracias -tartamudeó él atónito. Apenas podía creer que se hubiera tomado aquella molestia por él.
De pronto, ella sonrió, y el joven se dio cuenta de que _______ se le parecía mucho. Se dispuso a marcharse; luego se detuvo y dijo con tono vacilante:
-Conocí a tu madre. Todavía me parece verla trajinando en la iglesia. Era encantadora. Lo siento mucho.
Y luego se perdió en la noche.
Joe la miró mientras atravesaba el patio. Deseaba llamarla y preguntarle cosas sobre su madre, pero ella se metió en la casa y Jonas se encogió de hombros y tomó la jarra para ir a buscar agua.
Joe se despertó y miró a su alrededor sin saber dónde estaba. Se oyó de nuevo un ligero golpecito en la puerta, luego ésta se abrió tímidamente y _____ asomó la cabeza.
-¿Joe?
-Señorita McGowan -contestó él, asustado al percatarse de pronto de que estaba completamente desnudo bajo las sábanas.
-Buenos días -y entró sonriente con una bandeja en las manos-. ¿Cómo te encuentras esta mañana? Te traigo el desayuno.
-Estoy muy bien.
Ella se acercó y se detuvo junto a la cama, mientras él se sentía más y más ridículo, allí acostado, mirándola, atrapado en su desnudez.
-¿Puedes incorporarte para que pueda darte la bandeja? -preguntó la joven, y él se vio obligado a sentarse intentando torpemente impedir que se le cayeran las sábanas. Ella se inclinó y le puso a bandeja en el regazo. Sentirla tan cerca, oler el aroma de lavanda que exhalaba y el hecho de que depositara la bandeja sobre la parte más íntima de su cuerpo, separado sólo de ella por una simple sábana, todo combinado hizo que el deseo vibrara dentro de él. Dio en silencio las gracias por la protección que le prestaba la bandeja.
_______ se sentó y esperó a que acabara el desayuno para llevarse la bandeja. No tenía sentido hacer tal cosa, pero en cierto modo era incapaz de marcharse. Estaba fascinada por la desnudez de su pecho y de sus brazos, por las piernas que se adivinaban bajo las sábanas y por la sospecha de que estaba completamente desnudo. La adormecida mirada de sus claros ojos azules y sus abundantes y despeinados cabellos la excitaban, al tiempo que la hacían sentir como si las paredes fueran a aplastarla, como si le faltara el aliento; deseaba romper el hechizo y echar a correr. Una embriagadora sensación de poder la invadió ante la evidente turbación de él, y sintió un extraño deseo de acariciarlo largamente. Su vientre vibró de excitación, pero permaneció sentada contemplándolo con aparente calma.
¿Por qué no se marcha?, pensaba Joe al borde de la desesperación, arrastrado por emociones confusas: temor, lujuria, vergüenza, humillación porque le consideraban demasiado inferior como para que comiera con ellos, gratitud por una amabilidad para él desconocida, cólera hacia sí mismo por encontrarse en tal situación y resentimiento contra su humilde gratitud y la cristiana generosidad de ellos.
-¿No le da miedo a su madre que usted venga sola aquí? -se mofó.
-No -respondió ella con toda tranquilidad, aunque el corazón le dio un vuelco-. ¿Por qué tendría que tener miedo?
Los ojos de Joe se clavaron en ella.
-¿No sabe usted lo que se supone que hice?
La joven contuvo el aliento y buscó las palabras adecuadas para cortarlo.
-Creo que podría correr más que tú, dado que tienes un pie hecho trizas.
Él enrojeció y se dispuso a comer en silencio, insultándola mentalmente con todos los improperios que conocía. Al poco rato, _____ rompió el silencio.
-Papá cree que deberías descansar todo el día.
-¿Cómo dice?
-Cree que deberías permanecer aquí, descansar y mantener inmovilizado el pie.
-Pero mi trabajo...
-Por un día no importa.
-No estoy inútil -protestó él con enfado-. No voy a quedarme aquí y dejar que su padre haga el trabajo para el que me contrató.
-No seas tonto, Joe. Debes cuidarte el pie.
Él apretó la mandíbula y su mirada se hizo inexpresiva y lejana.
-Le prometí que trabajaría y lo haré.
-Pero, ¿por qué?
-Yo no falto a mi palabra. No soy un vago. No soy... -se interrumpió de pronto y le tendió la bandeja.
-Tenga.
-Pero no has acabado de comer.
-Ya no quiero más -mintió, porque era el mejor desayuno que jamás había probado, pero le había invadido la súbita convicción de que debía darse prisa en cumplir con su trabajo antes de que de alguna forma se le escapara de las manos.
-Joe Jonas -dijo _____ cogiendo la bandeja -, eres un insensato y un tozudo. Todas las cosas seguirán en el mismo sitio mañana. La granja no va a echar a correr, ya sabes. Por lo menos, acaba de desayunar.
-Voy a levantarme -manifestó él con terquedad-. Y como estoy desnudo, le sugiero que se vaya...
_______ puso unos ojos desorbitados ante aquel tono rudo y se apresuró a salir de la habitación pensando con enfado que podía entender por qué todo el mundo le tenía antipatía.
Joe trabajó con empeño toda la jornada; Henry protestó al principio, pero luego ya no trató de disuadirlo. Era evidente que el muchacho se había empecinado y no valía la pena discutir. ¡Vaya cambio: un Jonas que se negaba a dejar de trabajar! Cuando Edna los llamó para la cena y dejaron a un lado los aperos que estaban reparando, el muchacho estaba muy pálido por el dolor y el cansancio, aunque jamás lo admitiría.
-Directo a la cama -le ordenó McGowan-. Haré que ______ te lleve la cena. Lo único que falta es que camines en balde.
Joe tragó saliva porque la boca se le había llenado de un sabor amargo ante aquella forma de recordarle que no era digno de sentarse con ellos a la mesa, pese a que el viejo se había esforzado por disfrazar la cruda verdad. Se encogió de hombros. ¿Qué le importaba? Tampoco él deseaba tener que sentarse con ellos, pues lo mirarían fijamente y lo juzgarían. Que la chica cargara con la tarea de tener que llevarle la bandeja. Se levantó y se dirigió cojeando a su habitación.
Esta vez, ______ dejó la bandeja y no esperó a que acabara de comer, sino que volvió después de cenar para recogerla. Ninguno de los dos habló demasiado, aunque a Joe le hubiera gustado que se quedara y le permitiera así mirarla y oír su voz. Pero no se le ocurría nada que decir... ¿Qué podía contarle a una mujer tan bonita como ella? En cualquier caso, no las acariciadoras y seductoras cosas que decía a las chicas que conocía. Ni las ordinarias y masculinas conversaciones de cazadores y bebedores que acostumbraba a mantener con chicos como los Sloan. Por eso permaneció callado, vio cómo se marchaba y luego se dejó caer sobre la colcha, exhausto y desconsolado.
Pero, una vez en la cama, no podía conciliar el sueño y permaneció despierto hundido en sus preocupaciones. Le parecía que siempre había estado solo, que siempre había sido un solitario: en casa, en la escuela, en la cárcel, incluso de parranda con los amigos o con una muchacha entre sus brazos. La gente decente de la ciudad no quería tratos con él. Sus amigos y amantes eran “morralla”, como él mismo, pero aunque compartía con ellos las mismas pautas de comportamiento, a misma manera de hablar -había que coquetear con las chicas y ser rudo y salvaje con los chicos-, se sentía separado de ellos porque pensaba y sentía algunas cosas que a ellos ni se les pasaban por la cabeza. No podía confiarles sus más recónditos sueños, temores y emociones, y por eso siempre se sentía en cierto modo aislado, solo. Su padre lo odiaba y también su abuela, simplemente porque había nacido y en el parto había muerto su frágil y rubia madre. Además, el abismo que existía entre ellos se había ido ensanchado a medida que crecía, pues su padre no podía soportar verse humillado por la capacidad de trabajo de Joe y su abuela le echaba en cara sus deplorables y salvajes modales. Sólo Julie lo quería y lo defendía, pero agobiada como estaba desde su más tierna infancia por los quehaceres de la casa, nunca había tenido tiempo de convertirse en su compañera. Y desde que se había casado, durante el juicio, durante los años de cárcel, y a su regreso la soledad lo había consumido. Siempre solo, como si un muro de piedra lo rodeara.
La mayoría de las veces aceptaba tal situación, pues apenas se daba cuenta de su aislamiento, pero otras, como ahora, se cernía sobre él abatiéndolo como las alas de un enorme pajarraco negro. Normalmente la bebida le deparaba algún alivio, pero en aquellos momentos no tenía licor. Lo único que podía hacer era yacer acurrucado en la cama y esperar que pasara; no tenía más remedio que seguir aguantando.
_______ bajó los escalones de la cocina cargada con e cesto de la ropa para tender. Desde el tendedero veía a Joe cortando leña como si le fuera en ello la vida. Era un loco, se dijo; ninguna otra cosa podía explicar aquella forma frenética de trabajar. Aquella mañana había hecho todos los quehaceres de su padre y ahora estaba cortando leña más que suficiente para varias semanas. Era un muchacho bien extraño, muy distinto a lo que de él se decía. Un violador de mujeres..., que enrojeció de vergüenza cuando ella lo vio parcialmente desnudo. Un insolente y salvaje rebelde..., que la llamaba a ella “señorita” y a su padre “señor” y que se brindaba a satisfacer todos los deseos del patrón. Un Jonas vago y holgazán..., que trabajaba como un demonio. No encajaba. ¿Acaso la cárcel lo había hecho cambiar tanto? ¿O era que la gente que lo criticaba no lo conocía, como tampoco realmente la conocían a ella? Sólo que la situación era inversa, porque a ella todos la consideraban una muchacha dulce y buena cuando en realidad ocultaba en su interior una ______ perversa que nadie imaginaba.
Pensó en su modo de trabajar en casa de Jenny, con tanto ahínco como en su casa; a veces tenía la impresión de que lo hacía para castigarse, para ocultar los celos que sentía por su hermana. Como si el trabajar tanto la fuera a poner al mismo nivel que los demás. Contempló cómo Joe atravesaba el patio con una brazada de leña; tenía que hacer más viajes de lo normal porque no podía cargar con demasiado peso. Se preguntó si también él trabajaba tan duramente para castigarse por la opinión que los demás tenían de él.
-Tengo que ser mucho mejor que los demás porque soy mucho peor -murmuró; luego se quedó sobrecogida; sonrió imaginando qué diría su madre si la oyera sopesar las afinidades que tenía con Digger Jonas.
_____ dejó a un lado sus reflexiones y se dedicó de nuevo a tender las sábanas. E1 miércoles era día de colada; los lunes y jueves, días de hacer el pan; los martes y sábados, días de limpieza; y los viernes, días de plancha. Su madre restregaba la ropa en la tabla de lavar y la metía en el cubo de aclarado; luego _____ la escurría Y la tendía. Su trabajo era el menos pesado, porque le permitía moverse, en tanto que Edna tenía que permanecer inclinada sobre la tabla. Pero después de horas de escurrir y tender, estaba cansada y con la espalda hecha polvo. Hizo un alto en e! trabajo, se puso las manos a la espalda con el femenino gesto de las viejas fatigadas y contempló a Jonas.
Él nunca parecía cansado; era como una máquina, un hacha que se levantaba y caía rítmicamente, sin cesar. No se había quitado la camisa, pese al calor, y ella supuso que era porque estaba trabajando cerca de la casa; pero sí se la había des brochado y se le veía el pecho. Al mirarlo, se acordó del lunes, cuando había visto el dibujo de sus músculos bajo la piel suave casi sin pelo; luego le asaltó el recuerdo de la víspera por la mañana. Estaba desnudo bajo las sábanas; se acordó de la firmeza de sus piernas. Con tal pensamiento. se le hizo un nudo en la garganta y le resultaba difícil respirar.
_____ se apartó del tendedero y se dirigió de prisa al pozo para sacar un cubo de agua. Tenía la boca reseca y necesitaba beber. Llenó el cazo con agua, lo enjuagó derramando el contenido sobre la tierra, lo volvió a llenar y bebió con avidez. Un chasquido de ramitas la sobresaltó y se dio la vuelta para encontrarse a Jonas a pocos pasos de distancia.
-¡Hola, Joe! -dijo, aparentando más seguridad de la que sentía.
-Señorita...
-¿Quieres agua? -le preguntó, tendiéndole el cazo.
El cogió el cazo pero primero se echó agua por la cabeza y la cara. Luego lo llenó otra vez, echó la cabeza hacia atrás y bebió con ansia.
Ella vio que llevaba la camisa desabrochada y le miró hurtadillas el pecho mientras bebía. La piel le brillaba por el sudor y contempló cómo dos gotas le iban resbalando por el esternón y por el estómago hasta desaparecer absorbidas por el tejido de los pantalones. Sintió un extraño apasionado deseo de seguirlas con sus dedos; pero apretó firmemente los puños tras la espalda.
Por fin él dejó de beber, devolvió el cazo a su sitio comenzó a hacer bajar el cubo. ____ era consciente de que debía parecer imbécil allí quieta, mirándolo; no tenía ningún motivo para seguir haraganeando.
-¿Cómo está tu pie? -preguntó buscando una excusa
-Supongo que bien -contestó él encogiéndose de hombros.
Ambos permanecían uno frente a otro mirándose con embarazo.
-¿Sabes? -continuó _____- he estado pensando que tu familia debe de estar preocupada porque hace dos días que no vas a tu casa. Quizá deberías coger a México para ir verlos y contarles lo que te ha sucedido.
-¿Preocupados? -rió él con sorna-. Nunca he tenido madre; sólo tengo padre y abuela y seguro que los de están allí sentados esperando que haya muerto.
-¡Digger! -con el asombro se le había escapado el mote-. No puede ser cierto lo que dices.
-¿Que no puede ser? -dijo él con la cara sombría por la amargura-. Señorita, usted desconoce las cosas más elementales de la gente. Ha sido usted criada entre algodones, siempre protegida por sus padres.
Tan pronto como hubo pronunciado aquellas palabra se arrepintió. No quería ofenderla; la había visto junto al pozo y se había acercado a ella porque quería hablarle, estar a su lado. ¿Por qué tenía que portarse así, hacer lo posible por espantarla cuando lo que en realidad quería es que permaneciera junto a él?
_______ se sintió dolida por aquellas palabras, pero más por él que por sí misma.
-Estoy segura que crees realmente lo que has dicho, ¿verdad? Un padre quiere a sus hijos; a veces quiere más a uno que a otro, pero su amor alcanza a todos. Seguro que te equivocas.
-Habla usted como una criatura.
-No, eres tú quien habla como una criatura. Sólo los niños creen que las cosas son tan absolutas. Blanco o negro, arriba o abajo, verdad o mentira.
Por un momento, algo brilló en los ojos de él, pero se desvaneció enseguida.
-A veces las cosas son absolutas.
-Se diría que disfrutas dejando que tus heridas permanezcan siempre abiertas -insistió ella, compadecida de Joe y al mismo tiempo irritada.
Sus palabras lo hirieron; ella pensaba que era como una sensiblera hermana mayor, contando siempre sus desgracias para despertar compasión.
-No es cierto -dijo-. Nunca había hablado de tales cosas.
-Pues entonces, quizá deberías hacerlo. Deberías hablar de ellas y luego olvidarlas. A veces lo que realmente hiere es guardar las cosas para uno mismo -aconsejó la joven, pensando que, al fin y al cabo, era una autoridad en el tema.
Él esbozó una mueca. ¿Acaso ella creía que no tenía orgullo y podía hablar como si tal cosa de las palizas y humillaciones que había recibido de su padre? Eso era como admitir que todo aquello le hacía daño y que lo que había dicho el viejo era cierto. Ella quería que se lo contara, para poder curiosear y hurgar con el dedo en sus heridas abiertas. Miró al suelo, debatiéndose entre el deseo de desahogarse, y quizá ser consolado, y el impulso de ocultar su vergüenza.
De pronto, ante la sorpresa de ambos, rompió a hablar en voz tan baja que sonaba como un llanto sordo.
-¡No soy un malvado! Nunca hice lo que dijeron... Nunca obligué a Tessa Jackson a... No hubiera podido...
Se interrumpió y apretó las mandíbulas tensando los músculos de las mejillas, hasta que fue capaz de controlar la voz.
-Nunca hubiera podido hacer daño a una mujer, juro, ni a ningún ser débil, pequeño o indefenso. Sé perfectamente lo que se siente.
A _____ le pareció vislumbrar por un instante aquella alma magnífica, fuerte y honrada, antes de ser arrastrada, pervertida y torturada por la vida, y sintió deseos de llorar por su desgracia, por la forma en que entre todos habían hundido lo que hubiera podido ser una buena persona.
-Te creo -confesó, e instintivamente le tocó una manga. Él levantó la cabeza sin dar crédito a tales palabras- Nunca creí que... violaras a Tessa. No tenía sentido -continuó diciendo ella en tono solemne-. El juicio fue un completo error. Sé que eras inocente; siempre lo supe.
Él la miró, con el rostro confuso por emociones encontradas, y de pronto se dio la vuelta y se alejó, casi corriendo como si tuviera miedo de que ella lo creyera, o quizá como si temiera creer que la joven le creía. _______ contempló con asombro cómo se alejaba. Había sido amable con él y él escabullía como un conejo. Tuvo la sensación de que si hubiera sido desagradable se habría quedado junto a ella. No había forma de entender a aquel hombre.
Lo primero que Joe pensó fue que jamás se atrevería a volver a mirarla a la cara; se había comportado como imbécil, como un completo estúpido, como un ser débil. Estaba tan confundido que no podía seguir contemplándola mientras tendía la ropa, como había estado haciendo todo el día. Pero poco a poco se fue tranquilizando y pudo pensar en lo que ella le había dicho. Le creía, todos aquellos años había pensado que era inocente. Resultaba raro imaginar que en medio de todo aquel odio concertado había habido una persona, un extraño, que no lo había odiado, que había creído en él. Y no uno sino dos, puesto q McGowan también había dicho que no creía que hubiera violado a Tessa. Estaba conmovido y confundido; se sentía a punto de estallar de inesperada felicidad, y, sin embargo estaba mortalmente asustado de que ella creyera en él... No sabía cómo reaccionar ante la amabilidad, nunca le habían enseñado a hacerlo. ¿Cómo tenía que comportarse: de forma educada, amistosa, humilde, ceremoniosa, tranquila? Lo único que deseaba era cogerla entre sus brazos y estrujarla hasta que le estallaran las costillas, o levantarla en alto y dar vueltas con ella una y otra vez. Pero aunque no sabía nada de nada, por lo menos sí reconocía lo que no podía hacer. La incertidumbre que lo embargaba alternaba con momentos de reverencial alegría. Ella creía en él. No lo odiaba ni lo temía; creía en él. Cuando lo pensaba, se decía a sí mismo que no podía ser verdad, que en algún lado había una trampa. Pero ¿por qué iba ella a mentir? Sin duda debía haber querido decir lo que había dicho. Naturalmente, se recordó a sí mismo, eso no significaba que tuviera de él una buena opinión. Seguramente todavía pensaba que era un trasto inútil, sucio y borracho. Todavía..., se dijo sin poder evitar que su ánimo se sobreexcitara..., todavía, pero al menos no lo juzgaba un pervertido maníaco. Por lo menos no lo temía.
- ¡Joe!
Levantó la cabeza al oír la voz de ____. Estaba en el porche trasero, con una mano sobre los ojos para protegerlos del sol y la otra en la cadera. El viento le agitaba la falda sobre las piernas y le revolvía el cabello.
-¡Joe!, la cena está casi lista. Será mejor que dejes el trabajo y vayas a lavarte.
Como él se quedó mirándola sin decir nada, añadió en son de burla:
-¿O es que estás tan mal acostumbrado a que te lleven la comida en bandeja que no tienes la menor intención de venir a sentarte a la mesa?
Él sonrió.
-No, señorita, ahora mismo voy.
La broma lo había desconcertado. Todo lo desconcertaba. ¿Por qué habían decidido de repente que podía comer con ellos? Nunca se le había ocurrido pensar que le llevaban la comida como un favor, para evitar que caminara con el pie lesionado.
De pronto, se sintió poseído por una especie de ataque de nervios. ¿Cómo tenía que comportarse? Lo observarían, lo juzgarían por su falta de modales, y cuando se hubiera marchado lo harían picadillo y cuchichearían sobre su ordinariez. Se apresuró a dejar el hacha en el estante de las herramientas y corrió a lavarse en el aljibe. Tan deseoso estaba de librarse del polvo que se quitó la camisa y se echó el agua por la cabeza y el pecho. Se restregó para eliminar el sudor y la mugre, deseando disponer de jabón y desesperándose por el hecho de que sus uñas estuvieran siempre negras. Se alisó los cabellos húmedos lo mejor que pudo y volvió a ponerse la camisa. Se le quedó pegada a la piel mojada y tuvo la abrumadora certeza de que parecía un imbécil. Le pasó por la cabeza la idea de salir huyendo. Luego se echó a reír ante semejante insensatez... Demonios, si no podía ni andar, mucho menos aún correr. Además no huía de nada ni de nadie. Los demás le habían causado un daño endiablado durante años y años, y él siempre lo había devuelto, ¿no? No había razón para comportarse ahora como un cobarde. Todavía recordaba una vez, cuando era pequeño, que el viejo señor Harper, el suegro de Jennifer, se había inclinado sobre el mostrador de la tienda y le había ofrecido un pedazo de regaliz, según acostumbraba a hacer con todos los niños. Joe había negado tozudamente con la cabeza, aunque se moría de ganas de agarrar la golosina, y el viejo había exhalado un exasperado suspiro y le había dicho: “Muchacho, eres un rato largo resentido”. Bueno, ¿y qué si lo era? Eso lo había protegido de los demás, ¿no? Se dio ánimos y se encaminó hacia la casa.
Descubrió que, después de todo, aquello no era tan malo. _____ y la señora McGowan estaban demasiado ocupadas terminando la comida y poniendo la mesa como para prestarle atención; se limitaron a señalarle la silla donde debía sentarse. El señor McGowan ya ocupaba su sitio habitual a la cabecera de la mesa, e inmediatamente se sumergió en el monólogo interminable sobre la tozudez de las mulas y los problemas que había tenido durante el día arando. Las mujeres se reunieron con ellos; _____ se sentó frente a él y su madre frente a McGowan. Joe miró a Edna por el rabillo del ojo; podía jurar que no le gustaba que él estuviera allí. Pero ninguno de ellos notó, o al menos no lo evidenció, su inseguridad mientras bendecían la mesa, tampoco lo miraron mientras comía. Poco a poco se fue tranquilizando: era casi como si no estuviera allí; no tenía que hablar, ni disculparse, ni defenderse.
Más tarde, cuando acabaron de cenar y se hubo despedido y retirado a su habitación, oyó una ligera llamada en la puerta y la señora McGowan entró trayendo una jofaina, una jarra, toallas y jabón.
-Te vi lavándote en el pozo -dijo-. Por eso te traigo todo esto. Dios sabe por qué ______ se olvidó. No sé qué voy a hacer con esa chica: olvidaría la cabeza si no la llevara pegada al cuerpo.
Su tono era áspero, pero dejaba entrever una afable amabilidad.
-Gracias -tartamudeó él atónito. Apenas podía creer que se hubiera tomado aquella molestia por él.
De pronto, ella sonrió, y el joven se dio cuenta de que _______ se le parecía mucho. Se dispuso a marcharse; luego se detuvo y dijo con tono vacilante:
-Conocí a tu madre. Todavía me parece verla trajinando en la iglesia. Era encantadora. Lo siento mucho.
Y luego se perdió en la noche.
Joe la miró mientras atravesaba el patio. Deseaba llamarla y preguntarle cosas sobre su madre, pero ella se metió en la casa y Jonas se encogió de hombros y tomó la jarra para ir a buscar agua.
Suzzey
Re: "La Estacion Del Arcoiris" Joe Jonas [TERMINADA]
wuuuaaauuu yo te ayudoooo.. joeeeee....
jejejeje
siguela porfaaaaa
chelis
Re: "La Estacion Del Arcoiris" Joe Jonas [TERMINADA]
Los días iban pasando y el pie mejoraba, aunque no con la rapidez que le habían hecho creer los McGowan. Empezó a utilizarlo tan pronto como pudo pese al dolor, pues estaba deseando trabajar en el campo. No se daba cuenta de que sus esfuerzos se evidenciaban en las arrugas de dolor y fatiga que aparecían en su rostro por las noches; los otros sí que lo advertían, pero se guardaban de hacer comentarios Joe se habría asombrado si hubiera podido saber hasta que punto admiraban su fuerza de voluntad. Incluso Edna habría admitido ahora que en aquel muchacho había más de lo que se veía a simple vista.
Durante la semana ayudó en la casa: reparó la barandilla rota del porche principal, limpió los canalones, movió lo muebles pesados para que las mujeres pudieran hacer cómodamente la limpieza de primavera, puso las telas metálicas en las ventanas para el verano, reemplazó una bisagra estropeada en uno de los armarios de la cocina. Así llegó el domingo, día de descanso, truncado sólo por el hecho de tener que aguantar la mirada de desaprobación de Stu Harper, aunque casi le había pasado desapercibida ante la suerte de poder contemplar durante una hora a la hermosa Jennifer. El lunes salió a arar con el señor McGowan aunque el hombre le insistió para que dejara pronto el trabajo. El martes pudo trabajar todo el día, y, cuando llegó el sábado, el pie apenas le dolía. Entonces se dio cuenta de que pronto tendría que volver a su casa; cuando el pie hubiera sanado del todo ya no tendría excusa para quedarse en la granja de los McGowan.
Durante toda la noche del sábado estuvo obsesionado por la idea de que debía marcharse. Miraba su habitación, saboreaba aquella soledad que le pertenecía sólo a él, admiraba su plácida y agradable limpieza. Se dio cuenta de que se sentía apegado a aquel lugar como no lo había estado en su vida a ningún otro. ¡Y la comida! Era deliciosa; a menudo se avergonzaba del apetito con que comía, aunque era la única cualidad que la señora McGowan admiraba en él, pues constantemente le insistía para que repitiera una y otra vez y le sonreía cuando él aceptaba. Incluso ya casi consideraba normal sentarse a la mesa con ellos.
Pero lo peor de marcharse era que tenía que volver a su casa: dejar la compañía de _____ y la afabilidad natural y amigable de los McGowan, para volver a aquella pocilga inhabitable, junto a un padre borracho y una abuela embrutecida. La sola idea de tener que regresar lo llenaba de desánimo.
-¡Eh, muchacho! ¿Qué andas haciendo por aquí?
Joe levantó la mirada y vio la larguirucha y desgalichada silueta de Zach Sloan.
-¡Zach! -exclamó, alegrándose de la inesperada distracción-. ¿Y tú? ¿Qué andas haciendo por aquí?
Sloan soltó una risotada y entró en la habitación.
-Simplemente te buscaba. Fui a tu casa esta noche para ver si querías salir de parranda. Tu padre me dijo que debías de haberte largado, porque hacía dos semanas que no te veía.
Hoe se encogió de hombros y dijo:
-Me hice daño en un pie, no podía ir a casa.
Zach hizo una mueca.
-Bueno, no está nada mal estar aquí descansando, viendo a la monada de aquella casa.
Sloan era un buen compañero, quizá su mejor amigo, siempre alegre y contento, siempre dispuesto a ir de juerga, pero Joe sintió unas repentinas ganas de darle un puñetazo para borrar de su cara aquella mirada maliciosa. Se controló como pudo y soltó un evasivo gruñido. Se sentía como un condenado imbécil, considerando el hecho de que sus pensamientos sobre ______ en aquellas tres semanas habían sido de lo más puro. Pero aquello lo perturbaba; ella debería estar fuera del alcance de los malos pensamientos de Zach... y también de los suyos.
Sloan, sin sospechar ni de lejos lo que pasaba por la cabeza de Joe, se sacó alegremente del bolsillo una botella y se la tendió, enarcando las cejas en señal de muda invitación. Jonas echó un trago; el líquido le abrasó la garganta. Su amigo se sentó desmañadamente en el suelo y hablaron y bebieron tranquilamente. Al cabo de un rato, Sloan se aburrió de aquel tranquilo panorama y fue a reunirse con sus hermanos, pero dejó la botella, afirmando que le serviría de más consuelo a Digger que a él.
Joe estuvo de acuerdo: la necesitaba para mantener el mundo a raya.
Cuando ____ entró en la cocina el jueves por la mañana, se sobresaltó un tanto al ver la cara de su madre. Presagiaba tormenta.
-Mamá, ¿qué pasa?
-¿Qué pasa? ¿Es que debería pasar algo? Simplemente, tu padre se ha vuelto loco de remate. Deberían encerrarlo, lo juro, antes de que se haga daño a sí mismo.
_____ se esforzó por adoptar una expresión seria.
- ¿Qué ha sucedido ahora, mamá?
- ¿Sabes lo que me dijo anoche? “Edna, ¿te gustaría darte un garbeíto por Dallas la semana que viene?”
-¡Vaya, mamá!, eso es magnífico.
-Magnífico cariño; no tienes más sentido común que tu padre, desde luego. Quiere ir a una subasta para comprar una yegua de cría. Una yegua de cría... ¡Sólo nos faltaba dedicarnos a la cría de caballos!
-¡Mamá, por Dios! Vas a ir a Dallas, verás escaparates y a lo mejor puedes comprarte algo. Piénsalo: puedes comprar un sombrero, una blusa, unos guantes, algo de Dallas para ponerte. Apuesto a que pasaréis allí una noche, porque el viaje lleva toda una jornada; a lo mejor dos. Imagínate, tres días sin tener que trabajar.
-Ésa es precisamente la cuestión. Es justo lo que le dije a tu padre: “Henry, eso significa que tendríamos que pasar dos noches fuera de casa, ¿y qué pasa con _____? No podemos dejarla aquí sola. ¿Qué pasaría si algo le sucediera?" ¿Y sabes qué me contestó?
-¡Por Dios, mamá! ¡No te preocupes por eso! Puedo cuidar de mí misma. Soy una mujer, ya sabes..., de veinticinco años. Cerraré bien puertas y ventanas y estaré perfectamente a salvo.
-Me dijo -continuó la señora McGowan sin hacer caso de la interrupción-, me dijo: “Ya he pensado en eso, Edna. Hoy Jonas me dijo que suponía que debería volver a su casa a dormir, pero lo convencí para que se quedara hasta el domingo que viene, que es cuando volveremos de Dallas. Así Digger le servirá de protección".-La mujer hizo una pausa, ofuscada de indignación. -Digger le servirá de protección -repitió con sarcasmo.
-Bueno, puede hacerlo perfectamente, mamá. Me parece una excelente idea.
-Porque eres una inocentona, lo mismo que Henry. ¿Cómo es posible que un hombre hecho y derecho no tenga más seso que la criatura que tengo delante? Santo Dios, muchacha, ¿de quién crees que necesitas protección, sino de hombres como Digger Jonas?
-Eres injusta -exclamó la joven-. Sabes tan bien como yo que Joe nunca...
-Tessa Jackson no es ahora la cuestión. Aunque él no fuera culpable..., y fíjate bien, he dicho aunque, siempre tuvo una pésima reputación. Piensa en cómo se presentó aquí hace dos o tres semanas, con un ojo morado y apestando a whisky.
-Bueno, también me acuerdo de que papá ha llegado tarde y apestando a whisky algunos sábados por la noche.
-¿Cómo puedes comparar a tu padre con ese vago...?
-Y -siguió diciendo _____ imperturbable- me inclinaría a pensar que su habilidad para las peleas debería demostrarle que es capaz de estar al quite y salvarme si ocurriera algo.
La madre recibió aquella última puntualización con una mirada de hielo.
-No frivolices.
-¡Oh, mamá!, hasta a ti ha llegado a gustarte Joe. Estoy segura de que no piensas en serio que es capaz de hacerme algún daño.
-Siento compasión por el muchacho, y no creo que sea tan malvado como dice la gente -reconoció la madre a regañadientes-. Pero eso no significa en absoluto que estuviera dispuesta a confiarle a mi hija. ______, él ha estado en la cárcel; ha crecido con las peores compañías de todo el condado. Su hermano es un ladrón y su hermana tuvo que casarse de penalty. A demás ha estado metido en problemas toda su vida.
- ¿Todavía sigues dándole vueltas a ese asunto? -se oyó decir a Henry desde la puerta-. Sabes perfectamente que el muchacho nunca le haría daño a nuestra hija.
-Yo no sé nada de eso. E incluso aunque lo supiera, piensa simplemente en lo que parecería ante los ojos de la gente. ¡_____ aquí sola con Digger jonas! Perdería su reputación.
-No seas simple, mamá -dijo la joven-. ¿Quién va a enterarse? Además, creo que mi reputación es lo suficientemente buena como para no arrumarse si paso un par de noches cerca de Joseph Jonas.
-Por otra parte, ya he hablado con él -manifestó el señor MeGowan-. Si ahora te niegas a marcharte, se dará cuenta del porqué.
-No puedes hacerle eso, mamá. Creo que necesita que confíen en él.
-Me preocupa más tu seguridad que herir los sentimientos de Digger -respondió la mujer volviéndose hacia la cocina.
-Edna, te estás comportando como una tonta. Insisto en que me acompañes -intervino Henry con firmeza, con un tono tan determinante que su esposa lo miró asombrada-. Ni más ni menos, Edna. No voy a dejar que hieras el orgullo del muchacho por uno de tus caprichos.
-¡Caprichos! -murmuró la señora McGowan, con un tono mucho menos seguro-. Bueno, quizá ______ pueda marcharse unos días con Jenny.
-¿Y dejar la casa sin atender durante dos o tres días? ¿Quién va a hacerle la comida a Jod? ¿Quién va a cuidar de las gallinas? No, me quedaré aquí -contestó la muchacha con resolución, acercándose a su madre-. Mamá, creo que esto es importante. Por favor, no te preocupes en absoluto.
La señora McGowan miró alternativamente a su hija y a su marido. Suspiró.
-No podré tener ni un momento de descanso en Dallas de lo preocupada que voy a estar.
_____ y su padre intercambiaron una sonrisa; sabían que habían ganado. Y cuando Digger entró más tarde en la cocina y la joven observó la seguridad de sus andares, se sintió satisfecha y reconoció que había hecho lo que debía.
Se sintió menos segura el sábado por la noche, cuando fue despertada por un ruido estrepitoso procedente del exterior; se acercó con cautela a la ventana y vio a Joe apoyado en la barandilla del porche, indudablemente borracho. Mientras lo observaba, él se sacó del bolsillo del pantalón una botella, la destapó y echó un trago con movimientos lentos e inseguros. Luego se la metió en el bolsillo moviendo la cabeza y riéndose por algún motivo desconocido.
____ suspiró con exasperación. Tan pronto como le habían demostrado que confiaban en él, se había apresurado a comportarse como un irresponsable, saliendo y regresando borracho. Se preguntaba dónde había estado... ¿Con aquel Sloan que había venido a verlo la semana pasada? ¿Con alguna mujerzuela? ¿Se habría metido en otra pelea? ¿O se habría acostado en los bosques, sobre el suelo perfumado por la primavera, entre los brazos de alguna muchacha? ________ se lo imaginaba con alguna atractiva perdida, besándola, abrazándola, rodando con ella por el suelo.
Apartó tales pensamientos y se puso la bata. Sería mejor que bajara y lo hiciera alejarse de la casa, pensó, antes de que pudiera despertar a sus padres; si su madre lo viera en tal estado, se negaría a marcharse a Dallas. Con sigilo, bajó a oscuras las escaleras y salió al porche cerrando con cuidado la puerta tras ella.
-¡Joseph Jonas! -siseó, y él se volvió.
La luz de la luna hacía que sus cabellos parecieran de plata, pero tenía el rostro pálido y desdibujado, y sus ojos parecían charcas de oscuridad.
-Señorita McGowan -dijo él, mostrando los dientes al sonreír-, me siento muy honrado.
Le hizo una reverencia, y se tambaleó al incorporarse.
- ¿Te has vuelto loco? -lo riñó ella en un susurro-. ¿No sabes lo que hará mamá si la despiertas y te encuentra en tales condiciones?
Jonas la miró ceñudo balanceándose ligeramente mientras permanecía de pie en silencio. Maldita muchacha, no tenía ni idea del maravilloso y terrible peso que suponía el hecho de que confiaran en él. Se sentía orgulloso, pero a la vez tenía miedo de fallarles; un miedo que le había empujado a beber para escapar y que casi le hacía desear que la señora McGowan lo viera borracho. Finalmente, se encogió de hombros y adoptó una expresión dura e insolente, mirándola de arriba abajo.
De pronto, ______ cayó en la cuenta de que sólo llevaba el camisón y la bata, mientras permanecía allí, en medio de la oscuridad de la noche, a pocos pasos de Joe Jonas. Reprimió el instinto de arrebujarse en la bata para ocultar un poco más su cuerpo.
-Será mejor que vuelvas al granero antes de que te oigan.
Joe advirtió en su rostro una expresión de disgusto y miedo, y se sintió desgarrado por dentro. Subió los escalones que lo separaban de ella; la muchacha retrocedió involuntariamente y se apoyó en la barandilla. Se detuvo tan cerca que ella pudo sentir el calor y el olor de su cuerpo y también el aliento del whisky. Tenía el rostro muy pálido y sus ojos brillaban a la luz de la luna. Se sentía extrañamente atraída, experimentaba un loco deseo de acercarse aún más a él en lugar de huir. Inconscientemente, se mordió el labio inferior y vio que se apoderaba de él un repentino temblor.
-_______ -murmuró con voz ronca e insegura-. Muchacha, ¿no se da cuenta de que no es seguro estar aquí, sola conmigo, en plena noche?
Ella quiso darle una respuesta tranquila e indiferente, pero parecía haber perdido la voz. No podía pensar, sólo sentía la sensual cercanía del cuerpo dé él, su excitante, poderosa y salvaje fascinación, y se preguntó cómo sabrían aquellos labios sobre los suyos.
Él inclinó su rostro sobre el de ______.
-No soy su esclavo. Lo que haga las noches del sábado no es de su incumbencia. Si quiero emborracharme, lo haré, y al diablo lo que piense su madre. No me venga con sermones o tendré que bajarle los humos.
Ahora iba a besarla, pensó la joven, y se sintió un poco desilusionada al ver que, por el contrario, se separaba de ella. Luego se dio la vuelta, bajó la escalera y se dirigió al granero. De pronto, ella sintió que le fallaban las piernas y se apoyó en a barandilla para sostenerse en pie, mientras la cabeza le daba vueltas. ¡Oh!, se había equivocado al confiar en él, ¿qué pasaría cuando sus padres se marcharan? Pero no, lo que él había dicho era muy cierto: no tenía ningún derecho a censurarlo. Aunque en realidad no había tenido tal intención, sólo quería que su madre no lo viera en aquel estado. Ésa era la única razón por la que había salido de la casa, ¿no? ¿Por qué no la había besado? ¿Y por qué, oh, por qué era tan perversa para desear que lo hubiera hecho?
Con todo sigilo, volvió a entrar en la casa; por nada del mundo quería despertar a su madre y meter en líos a Joe. No se atrevió a mirar hacia el granero y por eso no vio que Jonas se había detenido en la puerta y estaba mirándola.
A la mañana siguiente, ni Joe ni _____ dieron la más mínima señal de que hubiera sucedido algo la noche del sábado, pero rehuyeron mirarse el uno al otro. A la salida de la iglesia, Stu, Jennifer y los niños fueron a comer, y Digger fue a hacer una visita a su casa en lugar de comer con ellos. Sarah sospechaba que rehuía a Stu, y no podía culparlo. Su cuñado era todo lo que no era Luke; sin duda, despertaba su envidia, del mismo modo en que, sólo con verlo, ella se agitaba de amor, desesperación y celos.
Pero deseaba que Jonas se hubiera quedado, pues así Stu no se habría atrevido a intentar disuadir a sus padres del viaje a Dallas.
- ¡No podéis hablar en serio! -había exclamado Stu distrayéndola de su fascinadora sensación de que estaba tan cerca de ella como la noche pasada lo había estado Joe-. No es posible que permitáis que _____ se quede aquí sola con ese...
-Oh, de ninguna manera. _____ debe venir a vivir con nosotros mientras estéis fuera -dijo Jennifer.
-Eso, eso -corroboraron las niñas, y ella sintió un repentino impulso de obedecerlas..., de estar otra vez con Jenny y las chiquillas, de jugar con el pequeño Jonathan, de estar cerca de Stu, oír su voz y ver su rostro. ¿Por qué no? La casa no iba a caerse porque ella se marchara dos días. Digger podría cuidar las gallinas y hacerse él mismo la comida... Pero no. Con firmeza, borró tales pensamientos.
No, Joe lo interpretaría mal, pensaría que ella lo temía por lo que había pasado la víspera. Sabía que se echaría a perder la poca confianza que tenía en sí mismo, y desde luego ella no era tan egoísta como para herir a aquel desgraciado sólo para satisfacer su deseo de languidecer junto a Stu.
-No, no puedo dejar la casa sola; tengo mucho que hacer. Estaré perfectamente; de verdad. Joeseph Jonas no es la persona endemoniada que todos creen.
-Bueno, los niños y yo vendremos a hacerte compañía -decidió Jenny.
_______ vaciló ante tal idea, pero Stu dijo rápidamente:
-De ninguna manera. No voy a permitir que te expongas tú también a tal peligro. No, creo que sería mejor que vinieras con nosotros a la ciudad, _____.
Inconscientemente, la joven sintió un ramalazo de cólera. ¿Por qué tenía él que arrebatarle la oportunidad de estar con su hermana sin sentirse culpable por desearlo a él? Además, ¿quién era él para adoptar aquel tono de ordeno y mando con ella?
-Yo no lo creo así, Stu -respondió con tono crispado, casi rudo.
Él la miró sorprendido, y ella inmediatamente se sintió culpable. ¿Cómo podía abrigar malos pensamientos sobre su querido y amado cuñado? Sobre todo cuando él sólo mostraba su preocupación por ella.
-Yo... lo siento, Stu, pero en verdad no creo que... -tartamudeó sin saber qué decir, incapaz de explicar por qué Joe iba a sentirse traicionado o por que importaba cómo pudiera sentirse.
-¿Qué es lo que no crees? -preguntó Harper perplejo.
-No creo que sea una buena idea -concluyó ________ sin demasiada convicción.
-Estoy de acuerdo con ella. Hace falta aquí y no hay ninguna razón por la que tenga que ir a la ciudad -dijo Henry.
-No puedo entender la fascinación que ha despertado en vosotros Digger Jonas -exclamó Stu casi enfadado-. Ese muchacho sólo es una fuente de problemas, siempre lo ha sido.
El señor McGowan se recostó en su asiento y miró a su yerno levantando una ceja en son de burla.
-¿Sabes cuál es tu problema, Stu? -dijo lenta e irónicamente-. Has sido siempre tan condenadamente perfecto que no puedes entender a un muchacho como Joe. No puedes sentir simpatía hacia él porque nunca has estado solo, nunca has sido injuriado, temido, marginado. Pero ______ y yo, bueno, a veces nos hemos sentido así... Oh, no tanto como Digger, pero sí un poquito, lo bastante como para desear ayudarlo, lo bastante como para no tenerle miedo.
Stu pareció disgustado ante la opinión que McGowan tenía de él, y Edna se apresuró a cambiar de conversación. Ya no volvió a hablarse de la posibilidad de que ______ fuera a la ciudad.
Suzzey
Re: "La Estacion Del Arcoiris" Joe Jonas [TERMINADA]
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me encanta tu novela!
siguelaaa!
Haay quiero accion entre Joe y la rayis :B ajaja!
siguelaaa
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Pepaa
Re: "La Estacion Del Arcoiris" Joe Jonas [TERMINADA]
5
Cuando se marcharon a Dallas llovía. Había empezado a llover por la noche, una persistente y agradable llovizna de primavera, y cuando acabaron de desayunar y se subieron a la calesa la tierra estaba completamente empapada. ______ les dijo adiós desde el porche; su madre la miró con expresión inquieta y preocupada.
Llovió durante todo el día. La tierra estaba demasiado húmeda como para poder ararla y Joe se vio obligado a ocuparse de diversas tareas en el patio y en el granero. _______, atareada con los innumerables quehaceres caseros, sonreía para sí misma... Si seguía lloviendo, ¿cómo se las apañaría Digger Jonas para encontrar cosas que hacer que lo mantuvieran alejado de ella? Era un hombre realmente singular, parecía tener dos o tres personalidades diferentes: a veces era hosco, luego asustadizo, después reservado y silencioso, a continuación repentinamente abatido y preocupado por la opinión de los demás. Nadie sabía qué hacer con él o cómo tratarlo.
Lo llamó para almorzar y él atravesó corriendo el patio, sorteando los charcos con la cabeza inclinada para protegerse la cara de la lluvia. En el porche se sacudió el agua de los cabellos. _______ notó que mojados parecían más oscuros.
Se sentaron en silencio a la mesa, en los sitios que habitualmente ocupaban. Resultaba extraño que los padres no estuvieran allí, sentados a la cabecera y al pie de la mesa. Durante las comidas, era Edna quien llevaba el peso de la conversación; ______ y su padre se limitaban a contestar, y joe permanecía en silencio, escuchando. Ahora que la señora McGowan se había marchado, el silencio era abrumador y embarazoso. joe devoraba la comida sin levantar los ojos del plato. _____ se preguntaba por qué rehuía su mirada, por qué no decía nunca nada y por qué a ella no se le ocurría nada que rompiera aquel opresivo silencio. Lo miró.. Con el calor de la cocina y del comedor sus cabellos se habían ido secando y ya no tenían el color del heno húmedo, sino el tono habitual de plata dorada. Trigo hecho seda, eso era, advirtió ella; sus cabellos tenían la tonalidad y la textura de la suave y fina pelusa que hay entre la almendra y la cáscara. Ni dorados, ni plateados, ni blancos; un original color brillante que no se parecía a ningún otro. Digger notó la mirada de ella y levantó inquieto los ojos. Ella se ruborizó al verse sorprendida.
-Ya se te han secado los cabellos -murmuró, e inmediatamente pensó que lo que acababa de decir era una solemne tontería.
-Se volverán a mojar -se encogió de hombros él-. Voy a subir para limpiar los canalones. Hay alguno que ha debido atascarse en el lado norte de la casa.
No parecía muy agradable, pensó ella, tener que subirse a una escalera bajo la lluvia y encaramarse al tejado para limpiar los canalones.
-Deberías ponerte un impermeable. Y también un sombrero.
Él volvió a encogerse de hombros y la joven se dio cuenta de que estaba avergonzada... No había caído en la cuenta de que no tenía.
-Puedes ponerte uno de los sombreros viejos de papá. Y supongo que te servirá su impermeable.
Era preferible que ella se sintiera avergonzada a que él cogiera una pulmonía. Antes de que pudiera protestar, se levantó de la mesa y fue a buscar aquellas prendas.
Su padre era un hombre muy alto, y Joe estaba un poco ridículo con el impermeable. Sonrió al verlo cruzar el patio con aquella flamante vestimenta y con el enorme sombrero inclinado hacia adelante para protegerse la cara de la lluvia. Parecía un niño que estuviera creciendo. Trató de recordarlo cuando era pequeño, pero sólo le venían a la cabeza imágenes de él cuando ya tenía catorce o quince años. Lo había tenido que ver en la escuela, aunque era un par de años más joven; debía de haber sido un auténtico cabeza de estopa, de otro modo ella se acordaría de aquellos cabellos casi blancos, seguramente aún más claros, y de aquellos ojos intensamente azules.
Se acordaba confusamente de la hermana, un poco más joven que ella. Una chiquilla de cabellos color ceniza y de mirada cauta, que llevaba siempre la ropa remendada, con torpes puntadas de una niña, no de una mujer. _______ frunció el entrecejo. ¿Por qué tenía una niña que remendarse la ropa? Edna le había dicho que la madre había muerto cuando eran muy pequeños, pero la abuela vivía con ellos. Debería haber sido ella quien la remendara y lavara. De repente, una escena irrumpió en sus recuerdos: los tres caminando por el patio de la escuela, con las ropas rotas y descoloridas y los cabellos largos y despeinados; delante, Earl con aire fanfarrón y golpeando el suelo con un palo, la niña unos pasos atrás y, junto a ella, cogido de su mano, un niño de claros cabellos y delgada cara. Debía de ser Joe. No se acordaba de cuándo había tenido lugar tal escena; ella debía estar todavía en las clases inferiores, por lo tanto él no podía tener más de ocho años. Quizá sólo seis, por la forma como se agarraba a su hermana. Quizás había sido su primer día de escuela.
______ frunció el entrecejo de nuevo. ¿Cómo se llamaba la niña? ¿Janet? Algo así. Era la típica chiquilla que pasa desapercibida, silenciosa y discreta. ______ no se acordaba tampoco de cuándo había dejado de ir a la escuela, pues su ausencia le había pasado por alto. Había sido mucho antes de que ella se graduara. Su madre afirmaba que la joven había tenido que casarse; de alguna forma aquello no encajaba en su manera de ser. Se podía esperar de Tessa Jackson, o de las chicas Sloan, o de Emma Whitehead. Recordaba que se había sorprendido mucho ante los rumores que corrían cuando la chica Jonas contrajo matrimonio. Naturalmente, no había que hacer caso a los rumores; la gente siempre pensaba en un embarazo cuando alguna chica de una familia problemática se casaba.
Sin embargo, creía sin lugar a dudas los rumores sobre Earl. Iba sólo un curso por debajo del de ella, y como la escuela era demasiado pequeña como para que cada clase tuviera su aula, habían compartido la misma. Ella lo tenía por un muchacho taimado y ladronzuelo. Uno de los recuerdos más vívidos de su infancia era el día en que lo habían azotado con una vara, antes de que empezara la clase, por alguna de sus triquiñuelas, por algún comentario ladino o alguna falta de respeto; sin duda se acordaba tan bien porque había sucedido en distintas ocasiones. Recordaba su rostro inexpresivo, con una determinación que no encajaba en aquella cara pecosa y chata, mordiéndose los labios para reprimir los gemidos. Ella había sentido admiración por su tenaz orgullo, pero también lo había aborrecido por la mezquina y detestable manera con que le tiraba del cabello. Siempre, cuando el castigo había acabado y volvía a su sitio, con la parte posterior de las piernas enrojecida por la azotaina, le hacía una mueca para demostrar qué poco le afectaba todo aquello. Y nunca había sabido por qué la elegía a ella para demostrarlo.
Su tía Betty, que era la maestra, decía que Joe se portaba en la escuela tan mal como Earl, o aun peor. Amargaba la vida de todo el mundo, peleándose con todos los niños, incluso con los mayores, contestando a los profesores, negándose rudamente a escucharlos o atormentándolos con sus triquiñuelas. Claro que tía Betty era profesora de los grados superiores, y hablaba por boca de otros. Contaba lo que había oído decir a los demás profesores, los cuales seguramente habían ido hinchando la historia.
El ruido de la escalera contra la pared la despertó de su ensueño. ¡Vaya tontería! Allí estaba ella perdida en los recuerdos, mientras la tarde iba transcurriendo y ni siquiera había quitado los platos del almuerzo de la mesa. Se puso manos a la obra decidida a que su madre encontrara a su regreso la casa tan limpia como la había dejado. Quizás aún más.
La cena se retrasó, pero estaba segura de que Joe no iba a quejarse por eso. Estaba en lo cierto; vino en cuanto lo llamó; ya se había lavado y seguro que llevaba esperando un rato; pero no hizo mención alguna del retraso.
-Es una magnífica primavera, ¿verdad? -comentó ella
Él asintió con la cabeza y murmuró algo. Se sintió exasperada; creía que ya había perdido aquella antipática costumbre de murmurar.
-¿Cómo dices? -le preguntó con amabilidad.
-He dicho que Crooked Creek baja muy crecido. El agua ha subido dos pies más de lo usual.
-Bueno, espero que pronto deje de llover y podamos sembrar el trigo.
-Sí -replicó él concentrándose en el plato, y de nuevo se hizo el silencio.
Se sentía como un imbécil. Allí estaba ella tratando de ser amable, pese a lo que había sucedido la otra noche, y él, en cambio, parecía haber perdido la capacidad de pensar y hablar. La miró de reojo. Estaba muy bonita vestida de rosa; el color le avivaba las mejillas y le resaltaba el pecho, Pero aquello no era precisamente la clase de cosas que a ella le gustaría oír. Se acordó del aspecto que tenía la otra noche, vestida sólo con la bata, con la trenza deshecha sobre la espalda y la cintura ceñida. Había estado a punto de besarla; sólo se lo había impedido una brizna de sentido común que aún le quedaba.
Y ahora estaba sentado a la mesa con ella, como un idiota, deseando deshacerle el moño sobre la nuca para que la mata de pelo le resbalara entre sus dedos. Desvió apresuradamente la mirada del cabello y observó su rostro. Era delicado, de una fragilidad que acentuaba los ojos color de avellana. Tenía algunas pecas en la nariz y en las mejillas; nunca las había visto, y deseaba acariciárselas con los dedos, y después con los labios y la lengua. Se preguntaba cómo reaccionaría ella... Probablemente le daría una bofetada y le enseñaría la puerta de la calle.
-Joe, ¿cómo se llamaba tu hermana? -Le arrancó de sus ensueños la voz de la joven.
-¿Por qué quiere saberlo? -dijo mirándola recelosamente, con expresión hosca.
Ella lo miró con asombro.
-¿Por qué quiere saberlo? -repitió con tono sarcástico.- ¿Acaso va de incógnito o algo parecido?
-No sé lo que quiere decir usted con eso -añadió él con voz ruda.
-Que quiere ocultar su verdadera identidad.
-Claro que no.
-Entonces, ¿por qué ese gran secreto sobre su nombre?
-No es ningún secreto. Se llama Julie -sus ojos chispearon un poco, pero no añadió nada más.
-Julie. Claro. Creía que se llamaba Janet. Estaba tratando de recordar cómo erais de pequeños.
-Bueno, estoy seguro de que usted y ella no pertenecían al mismo círculo -se burló Joe.
De pronto, soltó el tenedor; no tenía apetito. «Como diga algo despreciativo de Julie -pensó-, me marcharé de aquí y dejaré que se cuide por sí misma.»
-No, supongo que no éramos de la misma edad. Pero me acuerdo de tu hermano Earl. En la escuela venía a mi clase.
-No durante mucho tiempo -se limitó a decir él, todavía dispuesto a saltar.
-Acostumbraba a tirarme de las trenzas, pero dejó de hacerlo al cabo de unos meses.
-No debías de gritar lo suficiente.
-Oh, nunca gritaba. Tenía miedo de causarle problemas.
-¿Causarle problemas? -repitió sin poder creerle, pero con una voz un tanto suavizada.
-Bueno, no quería causarle problemas porque él siempre..., quiero decir..., bueno, no quería meterme en problemas.
-Pero a usted no le hubieran hecho nada. Créame, se las hubiera cargado Earl.
-Ya, ahora lo sé, pero en aquella época no estaba demasiado segura de lo que podían pensar; creía que quizá me considerarían culpable. Tenía miedo de que me castigaran..., ya sabes, dé que me humillaran delante de toda la clase.
Él esbozó una sonrisa.
-Bueno, pronto se hubiera usted acostumbrado.
Ella le devolvió la sonrisa.
-Supongo que sí. Recuerdo que sentía una secreta admiración por tu hermano porque no lloraba cuando lo castigaban; hacía una cosa muy extraña: cuando volvía a su sitio me hacía una mueca.
-Para mostrar que le importaba una jodida mierda. Oh, perdóneme, señorita.
- ¿Pero por qué a mí? -preguntó aparentando no haber oído ni el taco ni la disculpa.
-Probablemente la elegía a usted porque no lloraba cuando él le tiraba del pelo -dijo él, pensando que era más prudente no mencionar qué había en ella que había impresionado tanto a Earl cuando se hizo mayor-. Mi hermano no respetaba a nadie a menos que le demostrasen su superioridad. Siempre solía pegarme, me odiaba, hasta el día en que yo le pegué con un tablón en la cabeza. Desde entonces me tuvo bastante consideración.
Inmediatamente después de haber hablado, deseó poder retirar las palabras... ¡Vaya cosas de explicar a una señorita! Pero ella se echó a reír, y ante el sonido de su risa él se sintió embargado de un extraño calor. Hubiera deseado que se le ocurriera algo más que la hiciera reír.
- ¿Tú también eras un diablo? -le preguntó con tono divertido.
-Algo así.
-¿Por qué?
Él se removió inquieto en la silla.
-¿Qué quiere usted decir?
-Quiero decir que por qué hacías travesuras, te metías en líos y te peleabas siempre.
La mirada de él se hizo inexpresiva, vacía.
-Porque soy un Jonas, supongo.
-Oh, vaya, nunca oí decir que Julie hiciera algo malo, y ella también es una Jonas.
Joe la miró fijamente y entonces ella recordó los rumores que habían circulado sobre la muchacha y se ruborizó. Al verla enrojecer, él sonrió fríamente.
-¿Ya se acuerda? La buena de Julie madrugó demasiado,¿verdad? -Una repentina furia le ensombreció el rostro y pegó un tremendo puñetazo sobre la mesa. -¡Maldita sea su estampa!
- ¡Joe! Dios, eso no es tan terrible, ni siquiera infrecuente.
-Oh, no, no es infrecuente en muchachas como ella, ¿verdad? Al fin y al cabo, era sólo “morralla”.
-No lo es en nadie en general -añadió ella tercamente. Él se uso en pie con tanta brusquedad que la silla cayó al suelo con gran estrépito. _____ sintió una punzada de temor ante la salvaje y acerada expresión de sus ojos azules.
-Y menos en una chica Jonas. ¿Cree usted que Jimmy Banks se hubiera atrevido a agazaparse por aquí para tratar de levantarle las faldas, llevarla entre los árboles y...?
-¡Jimmy Banks! -exclamó ella boquiabierta.
-Claro, Jimmy Banks. ¿Por qué cree que le pegué aquella paliza? Julie embarazada de un Banks y él tan fresco, allí bailando con una chica como Dios manda.
-Pero yo creí...
-Ya; ella se casó con Will Dobson, cargó con semejante hijo de puta para el resto de su vida para que su hijo por lo menos no fuera un bastardo. Pero el padre es Jimmy Banks. Sabía que podía conseguirla; era una perdida simplemente porque era morralla. Con usted hubiera tenido que portarse como un caballero, como es debido, pero con Julie Jonas, demonios..., encima debería sentirse honrada por el hecho de que se hubiera fijado en ella.
-Quizá -dijo ______ en tono ecuánime- la razón por la que Jimmy nunca trató de llevarme al bosque por la noche era porque yo tenía en casa un padre que podía pararle los pies en cuanto lo intentara. Y quizá pudo hacerlo con Julie porque ambos, tanto él como ella, sabían que no había en casa ni hermanos ni padre que la protegieran, porque estaban ocupados también en llevarse otras chicas al bosque.
Él se puso blanco como si hubiera recibido un golpe en el estómago, se dio la vuelta y se perdió en la oscuridad. _____ se quedó quieta en la silla; se sentía ligeramente mareada. A duras penas se puso de pie y comenzó a despejar la mesa. Él había dejado su plato medio lleno. De pronto, las lágrimas anegaron sus ojos y le cayeron por las mejillas.
______ lavó los platos desmayadamente y luego se dispuso a acostarse. No se sentía con ánimos de sentarse un rato a leer. Cuando estaba a punto de meterse en la cama, oyó una fuerte llamada en la puerta y se sobresaltó. Luego, cautelosamente, se dirigió a la puerta. Si habían llamado, pensó, no había peligro alguno. Finalmente, abrió.
Grady Snowden estaba en el porche, mojado y con aire contrariado. Ella lanzó un suspiro de alivio.
-¡Grady! ¿Qué haces aquí a estas horas?
-Es que he oído decir algo que no puedo creer.
- ¿Sí?
-Stu Harper me dijo que tus padres se habían ido a Dallas y que te habían dejado sola
-No estoy sola.
-¡Entonces es cierto que ese Jonas está aquí! -Parecía estupefacto.
La joven sintió una repentina irritación. ¿Por qué demonios su cuñado había tenido que contárselo a Grady?
-______, no puedo permitirlo.
-¿Que no puedes qué? -y las cejas de ella se enarcaron ante aquel tono perentorio.
-No has caído en la cuenta de que todo este asunto arruinará tu reputación.
-No digas tonterías. Estoy perfectamente segura aquí, y no tengo la más mínima intención de cabalgar en plena noche bajo la lluvia.
-_______, sé razonable. Estás aquí totalmente indefensa.
-No es verdad. Tengo a Joseph Jonas para que me defienda.
-Eso mismo.
Ambos se volvieron al oír la tercera voz. Joe estaba al fondo del porche. Se apartó lentamente de la barandilla y se acercó a ellos.
-¡Hola, Joe! -saludó ______ con perfecta calma, reprimiendo los deseos de echarse a reír. ¡Digger Jonas protegiéndola de Grady Snowden!
-Hola, señoríta. ¿La está molestando? ¿Quiere que lo eche?
Grady se había ofendido. Joe parecía contento, le brillaban los ojos; ______ imaginó que se alegraba de que se le presentara la ocasión de descargar su furia en el desventurado Grady.
-No, Joe, gracias. Creo que el señor Snowden ya se marchaba.
Éste comenzó a farfullar con irritación.
-Ya ve; Snowden -dijo -Jonas con voz perezosa-, nunca hubiera sospechado que fuera usted de esos tipos que se apresuran a presentarse en casa de una muchacha tan pronto se enteran de que sus padres están fuera.
A Grady los ojos se le salían de las órbitas y de su garganta surgían estrangulados sonidos. _____ tuvo que morderse los labios para reprimir las ganas de echarse a reír.
-Bien -continuó Joe en tono indulgente-. Comprendo que haya podido hacer una cosa así, sobre todo teniendo en cuenta lo guapa que es la señorita McGowan. Por eso creo que no debemos hablar más de este asunto, con la condición de que se vaya ahora mismo.
Grady miró a la joven.
-_______, no puedes decir en serio que quieres quedarte.
-Ni más ni menos.
-¿Acaso te ha amenazado? ¿Te ha obligado a decir que quieres quedarte?
-¿Por qué no...? -empezó a decir Digger con enfado.
-Joe -______ lo retuvo tomándolo del brazo-. Grady, no seas absurdo. ¿Cómo podría obligarme a decir tal cosa? Ni siquiera sabíamos que te ibas a presentar aquí.
El abogado permanecía en el porche con aspecto dubitativo. No podía llevarse a _____ a rastras de allí, pero se resistía a dejarla sola con Joe Jonas. Por fin, con un gruñido de disgusto, se dio la vuelta y se dirigió a la calesa. Joe y _____ contemplaron cómo se alejaba.
Luego él la miró sonriente.
-¿Ha perdido usted un novio?
-Me temo que sí.
Él se encogió de hombros.
-Al fin y al cabo, no valía un pimiento. Señorita, escúcheme, voy a cerrar la puerta principal y la trasera y luego comprobaré que todas las ventanas están también cerradas, ¿De acuerdo?
-¡Vaya por Dios!
-No hay nada que discutir -rió él-. Yo soy el encargado de protegerla.
-De acuerdo -rió también ella.
-Señorita... -hizo una pausa y miró hacia la oscuridad- Siento mucho haber perdido los estribos hace un rato.
-Y yo siento haber dicho lo que dije.
-No se preocupe, probablemente es verdad -la miró de nuevo sonriendo-. Usted no es partidaria de endulzar las medicinas, ¿verdad?
-Siempre veo con claridad lo que deberían hacer los demás -bromeó ______, logrando que sonriera otra vez
Él hizo ademán de marcharse.
-Ahora, ciérrese con llave, ¿eh? Yo voy a hacer la ronda para comprobar que las ventanas están bien cerradas.
-Muy bien -dijo ella.
Luego entró en la casa y cerró la puerta; después fue a la cocina y cerró también la puerta de atrás. Oía cómo él iba comprobando por fuera que las ventanas estaban bien cerradas. Cogió una luz y ella lo comprobó a su vez desde dentro, ventana por ventana; luego hizo lo mismo con las del piso de arriba. Por último comprobó la ventana de su dormitorio, y desde allí vio que Joe la observaba desde abajo, soportando impasible la lluvia; había esperado hasta ver que ella comprobaba todas las ventanas una por una. _____ le hizo una seña, él levantó la mano y luego se dirigió al granero. La joven se sentó en la cama sonriendo para sí.
Cuando se marcharon a Dallas llovía. Había empezado a llover por la noche, una persistente y agradable llovizna de primavera, y cuando acabaron de desayunar y se subieron a la calesa la tierra estaba completamente empapada. ______ les dijo adiós desde el porche; su madre la miró con expresión inquieta y preocupada.
Llovió durante todo el día. La tierra estaba demasiado húmeda como para poder ararla y Joe se vio obligado a ocuparse de diversas tareas en el patio y en el granero. _______, atareada con los innumerables quehaceres caseros, sonreía para sí misma... Si seguía lloviendo, ¿cómo se las apañaría Digger Jonas para encontrar cosas que hacer que lo mantuvieran alejado de ella? Era un hombre realmente singular, parecía tener dos o tres personalidades diferentes: a veces era hosco, luego asustadizo, después reservado y silencioso, a continuación repentinamente abatido y preocupado por la opinión de los demás. Nadie sabía qué hacer con él o cómo tratarlo.
Lo llamó para almorzar y él atravesó corriendo el patio, sorteando los charcos con la cabeza inclinada para protegerse la cara de la lluvia. En el porche se sacudió el agua de los cabellos. _______ notó que mojados parecían más oscuros.
Se sentaron en silencio a la mesa, en los sitios que habitualmente ocupaban. Resultaba extraño que los padres no estuvieran allí, sentados a la cabecera y al pie de la mesa. Durante las comidas, era Edna quien llevaba el peso de la conversación; ______ y su padre se limitaban a contestar, y joe permanecía en silencio, escuchando. Ahora que la señora McGowan se había marchado, el silencio era abrumador y embarazoso. joe devoraba la comida sin levantar los ojos del plato. _____ se preguntaba por qué rehuía su mirada, por qué no decía nunca nada y por qué a ella no se le ocurría nada que rompiera aquel opresivo silencio. Lo miró.. Con el calor de la cocina y del comedor sus cabellos se habían ido secando y ya no tenían el color del heno húmedo, sino el tono habitual de plata dorada. Trigo hecho seda, eso era, advirtió ella; sus cabellos tenían la tonalidad y la textura de la suave y fina pelusa que hay entre la almendra y la cáscara. Ni dorados, ni plateados, ni blancos; un original color brillante que no se parecía a ningún otro. Digger notó la mirada de ella y levantó inquieto los ojos. Ella se ruborizó al verse sorprendida.
-Ya se te han secado los cabellos -murmuró, e inmediatamente pensó que lo que acababa de decir era una solemne tontería.
-Se volverán a mojar -se encogió de hombros él-. Voy a subir para limpiar los canalones. Hay alguno que ha debido atascarse en el lado norte de la casa.
No parecía muy agradable, pensó ella, tener que subirse a una escalera bajo la lluvia y encaramarse al tejado para limpiar los canalones.
-Deberías ponerte un impermeable. Y también un sombrero.
Él volvió a encogerse de hombros y la joven se dio cuenta de que estaba avergonzada... No había caído en la cuenta de que no tenía.
-Puedes ponerte uno de los sombreros viejos de papá. Y supongo que te servirá su impermeable.
Era preferible que ella se sintiera avergonzada a que él cogiera una pulmonía. Antes de que pudiera protestar, se levantó de la mesa y fue a buscar aquellas prendas.
Su padre era un hombre muy alto, y Joe estaba un poco ridículo con el impermeable. Sonrió al verlo cruzar el patio con aquella flamante vestimenta y con el enorme sombrero inclinado hacia adelante para protegerse la cara de la lluvia. Parecía un niño que estuviera creciendo. Trató de recordarlo cuando era pequeño, pero sólo le venían a la cabeza imágenes de él cuando ya tenía catorce o quince años. Lo había tenido que ver en la escuela, aunque era un par de años más joven; debía de haber sido un auténtico cabeza de estopa, de otro modo ella se acordaría de aquellos cabellos casi blancos, seguramente aún más claros, y de aquellos ojos intensamente azules.
Se acordaba confusamente de la hermana, un poco más joven que ella. Una chiquilla de cabellos color ceniza y de mirada cauta, que llevaba siempre la ropa remendada, con torpes puntadas de una niña, no de una mujer. _______ frunció el entrecejo. ¿Por qué tenía una niña que remendarse la ropa? Edna le había dicho que la madre había muerto cuando eran muy pequeños, pero la abuela vivía con ellos. Debería haber sido ella quien la remendara y lavara. De repente, una escena irrumpió en sus recuerdos: los tres caminando por el patio de la escuela, con las ropas rotas y descoloridas y los cabellos largos y despeinados; delante, Earl con aire fanfarrón y golpeando el suelo con un palo, la niña unos pasos atrás y, junto a ella, cogido de su mano, un niño de claros cabellos y delgada cara. Debía de ser Joe. No se acordaba de cuándo había tenido lugar tal escena; ella debía estar todavía en las clases inferiores, por lo tanto él no podía tener más de ocho años. Quizá sólo seis, por la forma como se agarraba a su hermana. Quizás había sido su primer día de escuela.
______ frunció el entrecejo de nuevo. ¿Cómo se llamaba la niña? ¿Janet? Algo así. Era la típica chiquilla que pasa desapercibida, silenciosa y discreta. ______ no se acordaba tampoco de cuándo había dejado de ir a la escuela, pues su ausencia le había pasado por alto. Había sido mucho antes de que ella se graduara. Su madre afirmaba que la joven había tenido que casarse; de alguna forma aquello no encajaba en su manera de ser. Se podía esperar de Tessa Jackson, o de las chicas Sloan, o de Emma Whitehead. Recordaba que se había sorprendido mucho ante los rumores que corrían cuando la chica Jonas contrajo matrimonio. Naturalmente, no había que hacer caso a los rumores; la gente siempre pensaba en un embarazo cuando alguna chica de una familia problemática se casaba.
Sin embargo, creía sin lugar a dudas los rumores sobre Earl. Iba sólo un curso por debajo del de ella, y como la escuela era demasiado pequeña como para que cada clase tuviera su aula, habían compartido la misma. Ella lo tenía por un muchacho taimado y ladronzuelo. Uno de los recuerdos más vívidos de su infancia era el día en que lo habían azotado con una vara, antes de que empezara la clase, por alguna de sus triquiñuelas, por algún comentario ladino o alguna falta de respeto; sin duda se acordaba tan bien porque había sucedido en distintas ocasiones. Recordaba su rostro inexpresivo, con una determinación que no encajaba en aquella cara pecosa y chata, mordiéndose los labios para reprimir los gemidos. Ella había sentido admiración por su tenaz orgullo, pero también lo había aborrecido por la mezquina y detestable manera con que le tiraba del cabello. Siempre, cuando el castigo había acabado y volvía a su sitio, con la parte posterior de las piernas enrojecida por la azotaina, le hacía una mueca para demostrar qué poco le afectaba todo aquello. Y nunca había sabido por qué la elegía a ella para demostrarlo.
Su tía Betty, que era la maestra, decía que Joe se portaba en la escuela tan mal como Earl, o aun peor. Amargaba la vida de todo el mundo, peleándose con todos los niños, incluso con los mayores, contestando a los profesores, negándose rudamente a escucharlos o atormentándolos con sus triquiñuelas. Claro que tía Betty era profesora de los grados superiores, y hablaba por boca de otros. Contaba lo que había oído decir a los demás profesores, los cuales seguramente habían ido hinchando la historia.
El ruido de la escalera contra la pared la despertó de su ensueño. ¡Vaya tontería! Allí estaba ella perdida en los recuerdos, mientras la tarde iba transcurriendo y ni siquiera había quitado los platos del almuerzo de la mesa. Se puso manos a la obra decidida a que su madre encontrara a su regreso la casa tan limpia como la había dejado. Quizás aún más.
La cena se retrasó, pero estaba segura de que Joe no iba a quejarse por eso. Estaba en lo cierto; vino en cuanto lo llamó; ya se había lavado y seguro que llevaba esperando un rato; pero no hizo mención alguna del retraso.
-Es una magnífica primavera, ¿verdad? -comentó ella
Él asintió con la cabeza y murmuró algo. Se sintió exasperada; creía que ya había perdido aquella antipática costumbre de murmurar.
-¿Cómo dices? -le preguntó con amabilidad.
-He dicho que Crooked Creek baja muy crecido. El agua ha subido dos pies más de lo usual.
-Bueno, espero que pronto deje de llover y podamos sembrar el trigo.
-Sí -replicó él concentrándose en el plato, y de nuevo se hizo el silencio.
Se sentía como un imbécil. Allí estaba ella tratando de ser amable, pese a lo que había sucedido la otra noche, y él, en cambio, parecía haber perdido la capacidad de pensar y hablar. La miró de reojo. Estaba muy bonita vestida de rosa; el color le avivaba las mejillas y le resaltaba el pecho, Pero aquello no era precisamente la clase de cosas que a ella le gustaría oír. Se acordó del aspecto que tenía la otra noche, vestida sólo con la bata, con la trenza deshecha sobre la espalda y la cintura ceñida. Había estado a punto de besarla; sólo se lo había impedido una brizna de sentido común que aún le quedaba.
Y ahora estaba sentado a la mesa con ella, como un idiota, deseando deshacerle el moño sobre la nuca para que la mata de pelo le resbalara entre sus dedos. Desvió apresuradamente la mirada del cabello y observó su rostro. Era delicado, de una fragilidad que acentuaba los ojos color de avellana. Tenía algunas pecas en la nariz y en las mejillas; nunca las había visto, y deseaba acariciárselas con los dedos, y después con los labios y la lengua. Se preguntaba cómo reaccionaría ella... Probablemente le daría una bofetada y le enseñaría la puerta de la calle.
-Joe, ¿cómo se llamaba tu hermana? -Le arrancó de sus ensueños la voz de la joven.
-¿Por qué quiere saberlo? -dijo mirándola recelosamente, con expresión hosca.
Ella lo miró con asombro.
-¿Por qué quiere saberlo? -repitió con tono sarcástico.- ¿Acaso va de incógnito o algo parecido?
-No sé lo que quiere decir usted con eso -añadió él con voz ruda.
-Que quiere ocultar su verdadera identidad.
-Claro que no.
-Entonces, ¿por qué ese gran secreto sobre su nombre?
-No es ningún secreto. Se llama Julie -sus ojos chispearon un poco, pero no añadió nada más.
-Julie. Claro. Creía que se llamaba Janet. Estaba tratando de recordar cómo erais de pequeños.
-Bueno, estoy seguro de que usted y ella no pertenecían al mismo círculo -se burló Joe.
De pronto, soltó el tenedor; no tenía apetito. «Como diga algo despreciativo de Julie -pensó-, me marcharé de aquí y dejaré que se cuide por sí misma.»
-No, supongo que no éramos de la misma edad. Pero me acuerdo de tu hermano Earl. En la escuela venía a mi clase.
-No durante mucho tiempo -se limitó a decir él, todavía dispuesto a saltar.
-Acostumbraba a tirarme de las trenzas, pero dejó de hacerlo al cabo de unos meses.
-No debías de gritar lo suficiente.
-Oh, nunca gritaba. Tenía miedo de causarle problemas.
-¿Causarle problemas? -repitió sin poder creerle, pero con una voz un tanto suavizada.
-Bueno, no quería causarle problemas porque él siempre..., quiero decir..., bueno, no quería meterme en problemas.
-Pero a usted no le hubieran hecho nada. Créame, se las hubiera cargado Earl.
-Ya, ahora lo sé, pero en aquella época no estaba demasiado segura de lo que podían pensar; creía que quizá me considerarían culpable. Tenía miedo de que me castigaran..., ya sabes, dé que me humillaran delante de toda la clase.
Él esbozó una sonrisa.
-Bueno, pronto se hubiera usted acostumbrado.
Ella le devolvió la sonrisa.
-Supongo que sí. Recuerdo que sentía una secreta admiración por tu hermano porque no lloraba cuando lo castigaban; hacía una cosa muy extraña: cuando volvía a su sitio me hacía una mueca.
-Para mostrar que le importaba una jodida mierda. Oh, perdóneme, señorita.
- ¿Pero por qué a mí? -preguntó aparentando no haber oído ni el taco ni la disculpa.
-Probablemente la elegía a usted porque no lloraba cuando él le tiraba del pelo -dijo él, pensando que era más prudente no mencionar qué había en ella que había impresionado tanto a Earl cuando se hizo mayor-. Mi hermano no respetaba a nadie a menos que le demostrasen su superioridad. Siempre solía pegarme, me odiaba, hasta el día en que yo le pegué con un tablón en la cabeza. Desde entonces me tuvo bastante consideración.
Inmediatamente después de haber hablado, deseó poder retirar las palabras... ¡Vaya cosas de explicar a una señorita! Pero ella se echó a reír, y ante el sonido de su risa él se sintió embargado de un extraño calor. Hubiera deseado que se le ocurriera algo más que la hiciera reír.
- ¿Tú también eras un diablo? -le preguntó con tono divertido.
-Algo así.
-¿Por qué?
Él se removió inquieto en la silla.
-¿Qué quiere usted decir?
-Quiero decir que por qué hacías travesuras, te metías en líos y te peleabas siempre.
La mirada de él se hizo inexpresiva, vacía.
-Porque soy un Jonas, supongo.
-Oh, vaya, nunca oí decir que Julie hiciera algo malo, y ella también es una Jonas.
Joe la miró fijamente y entonces ella recordó los rumores que habían circulado sobre la muchacha y se ruborizó. Al verla enrojecer, él sonrió fríamente.
-¿Ya se acuerda? La buena de Julie madrugó demasiado,¿verdad? -Una repentina furia le ensombreció el rostro y pegó un tremendo puñetazo sobre la mesa. -¡Maldita sea su estampa!
- ¡Joe! Dios, eso no es tan terrible, ni siquiera infrecuente.
-Oh, no, no es infrecuente en muchachas como ella, ¿verdad? Al fin y al cabo, era sólo “morralla”.
-No lo es en nadie en general -añadió ella tercamente. Él se uso en pie con tanta brusquedad que la silla cayó al suelo con gran estrépito. _____ sintió una punzada de temor ante la salvaje y acerada expresión de sus ojos azules.
-Y menos en una chica Jonas. ¿Cree usted que Jimmy Banks se hubiera atrevido a agazaparse por aquí para tratar de levantarle las faldas, llevarla entre los árboles y...?
-¡Jimmy Banks! -exclamó ella boquiabierta.
-Claro, Jimmy Banks. ¿Por qué cree que le pegué aquella paliza? Julie embarazada de un Banks y él tan fresco, allí bailando con una chica como Dios manda.
-Pero yo creí...
-Ya; ella se casó con Will Dobson, cargó con semejante hijo de puta para el resto de su vida para que su hijo por lo menos no fuera un bastardo. Pero el padre es Jimmy Banks. Sabía que podía conseguirla; era una perdida simplemente porque era morralla. Con usted hubiera tenido que portarse como un caballero, como es debido, pero con Julie Jonas, demonios..., encima debería sentirse honrada por el hecho de que se hubiera fijado en ella.
-Quizá -dijo ______ en tono ecuánime- la razón por la que Jimmy nunca trató de llevarme al bosque por la noche era porque yo tenía en casa un padre que podía pararle los pies en cuanto lo intentara. Y quizá pudo hacerlo con Julie porque ambos, tanto él como ella, sabían que no había en casa ni hermanos ni padre que la protegieran, porque estaban ocupados también en llevarse otras chicas al bosque.
Él se puso blanco como si hubiera recibido un golpe en el estómago, se dio la vuelta y se perdió en la oscuridad. _____ se quedó quieta en la silla; se sentía ligeramente mareada. A duras penas se puso de pie y comenzó a despejar la mesa. Él había dejado su plato medio lleno. De pronto, las lágrimas anegaron sus ojos y le cayeron por las mejillas.
______ lavó los platos desmayadamente y luego se dispuso a acostarse. No se sentía con ánimos de sentarse un rato a leer. Cuando estaba a punto de meterse en la cama, oyó una fuerte llamada en la puerta y se sobresaltó. Luego, cautelosamente, se dirigió a la puerta. Si habían llamado, pensó, no había peligro alguno. Finalmente, abrió.
Grady Snowden estaba en el porche, mojado y con aire contrariado. Ella lanzó un suspiro de alivio.
-¡Grady! ¿Qué haces aquí a estas horas?
-Es que he oído decir algo que no puedo creer.
- ¿Sí?
-Stu Harper me dijo que tus padres se habían ido a Dallas y que te habían dejado sola
-No estoy sola.
-¡Entonces es cierto que ese Jonas está aquí! -Parecía estupefacto.
La joven sintió una repentina irritación. ¿Por qué demonios su cuñado había tenido que contárselo a Grady?
-______, no puedo permitirlo.
-¿Que no puedes qué? -y las cejas de ella se enarcaron ante aquel tono perentorio.
-No has caído en la cuenta de que todo este asunto arruinará tu reputación.
-No digas tonterías. Estoy perfectamente segura aquí, y no tengo la más mínima intención de cabalgar en plena noche bajo la lluvia.
-_______, sé razonable. Estás aquí totalmente indefensa.
-No es verdad. Tengo a Joseph Jonas para que me defienda.
-Eso mismo.
Ambos se volvieron al oír la tercera voz. Joe estaba al fondo del porche. Se apartó lentamente de la barandilla y se acercó a ellos.
-¡Hola, Joe! -saludó ______ con perfecta calma, reprimiendo los deseos de echarse a reír. ¡Digger Jonas protegiéndola de Grady Snowden!
-Hola, señoríta. ¿La está molestando? ¿Quiere que lo eche?
Grady se había ofendido. Joe parecía contento, le brillaban los ojos; ______ imaginó que se alegraba de que se le presentara la ocasión de descargar su furia en el desventurado Grady.
-No, Joe, gracias. Creo que el señor Snowden ya se marchaba.
Éste comenzó a farfullar con irritación.
-Ya ve; Snowden -dijo -Jonas con voz perezosa-, nunca hubiera sospechado que fuera usted de esos tipos que se apresuran a presentarse en casa de una muchacha tan pronto se enteran de que sus padres están fuera.
A Grady los ojos se le salían de las órbitas y de su garganta surgían estrangulados sonidos. _____ tuvo que morderse los labios para reprimir las ganas de echarse a reír.
-Bien -continuó Joe en tono indulgente-. Comprendo que haya podido hacer una cosa así, sobre todo teniendo en cuenta lo guapa que es la señorita McGowan. Por eso creo que no debemos hablar más de este asunto, con la condición de que se vaya ahora mismo.
Grady miró a la joven.
-_______, no puedes decir en serio que quieres quedarte.
-Ni más ni menos.
-¿Acaso te ha amenazado? ¿Te ha obligado a decir que quieres quedarte?
-¿Por qué no...? -empezó a decir Digger con enfado.
-Joe -______ lo retuvo tomándolo del brazo-. Grady, no seas absurdo. ¿Cómo podría obligarme a decir tal cosa? Ni siquiera sabíamos que te ibas a presentar aquí.
El abogado permanecía en el porche con aspecto dubitativo. No podía llevarse a _____ a rastras de allí, pero se resistía a dejarla sola con Joe Jonas. Por fin, con un gruñido de disgusto, se dio la vuelta y se dirigió a la calesa. Joe y _____ contemplaron cómo se alejaba.
Luego él la miró sonriente.
-¿Ha perdido usted un novio?
-Me temo que sí.
Él se encogió de hombros.
-Al fin y al cabo, no valía un pimiento. Señorita, escúcheme, voy a cerrar la puerta principal y la trasera y luego comprobaré que todas las ventanas están también cerradas, ¿De acuerdo?
-¡Vaya por Dios!
-No hay nada que discutir -rió él-. Yo soy el encargado de protegerla.
-De acuerdo -rió también ella.
-Señorita... -hizo una pausa y miró hacia la oscuridad- Siento mucho haber perdido los estribos hace un rato.
-Y yo siento haber dicho lo que dije.
-No se preocupe, probablemente es verdad -la miró de nuevo sonriendo-. Usted no es partidaria de endulzar las medicinas, ¿verdad?
-Siempre veo con claridad lo que deberían hacer los demás -bromeó ______, logrando que sonriera otra vez
Él hizo ademán de marcharse.
-Ahora, ciérrese con llave, ¿eh? Yo voy a hacer la ronda para comprobar que las ventanas están bien cerradas.
-Muy bien -dijo ella.
Luego entró en la casa y cerró la puerta; después fue a la cocina y cerró también la puerta de atrás. Oía cómo él iba comprobando por fuera que las ventanas estaban bien cerradas. Cogió una luz y ella lo comprobó a su vez desde dentro, ventana por ventana; luego hizo lo mismo con las del piso de arriba. Por último comprobó la ventana de su dormitorio, y desde allí vio que Joe la observaba desde abajo, soportando impasible la lluvia; había esperado hasta ver que ella comprobaba todas las ventanas una por una. _____ le hizo una seña, él levantó la mano y luego se dirigió al granero. La joven se sentó en la cama sonriendo para sí.
Suzzey
Re: "La Estacion Del Arcoiris" Joe Jonas [TERMINADA]
claro qe qeremos cap porfavor no la dejes me encanta
tu nove perdon por no haber comentado
siguela pronto plis
tu nove perdon por no haber comentado
siguela pronto plis
Nani Jonas
Re: "La Estacion Del Arcoiris" Joe Jonas [TERMINADA]
Durante la noche, dejó de llover, y el día amaneció claro y sin nubes. _______ canturreaba mientras bajaba a la cocina para hacer el desayuno. Se sentía casi como si estuviera en su propio hogar, mientras su marido ordeñaba las vacas y los hijos correteaban por el piso de arriba; era muy fácil imaginárselo mientras estaba allí sola, en la cocina, cortando el pan, cocinando las salchichas en la cacerola de hierro colado y friendo los huevos. Cuando Joe entró en la cocina con un cubo de leche, se sonrió a sí misma imaginando qué pensaría si supiera que le había correspondido el papel de marido en la pretendida familia.
Joe le dirigió una sonrisa contagiosa y traviesa que suavizó las facciones de su rostro y trazó unas profundas marcas a ambos lados de la boca. Eran unas arrugas largas y profundas, las arrugas de todo un hombre; imaginó cómo sería Digger Jonas con arrugas. Le entraron ganas de reír ante lo cómico de la situación. De pronto, le pareció excitante, hasta escandaloso, estar a solas con él, participar en una escena que era curiosamente íntima, como si fueran marido y mujer y hubieran bajado juntos a la cocina al romper el alba, después de haber pasado la noche juntos. Pensaba que no se habría sorprendido, y mucho menos indignado, si él le hubiera dado un beso de buenos días.
Naturalmente, Digger no hizo tal cosa; se limitó a sentarse para desayunar. Había desaparecido la tirantez de las primeras comidas en común y desayunaron en silencio, especulando de vez en cuando sobre lo que harían los señores McGowan en Dallas. Luego él se marchó y ella se dispuso a despejar la mesa, sintiendo una punzada de dolor.
Aquella mañana había vislumbrado cómo podía ser la vida si se olvidaba de su amor por Stu. Al diablo con el amor y el sexo; lo que ella deseaba era la compañía, la amable conversación con alguien de su edad que no fuera de su familia, y que no la considerara una hija, una hermana, una sobrina o una tía, sino simplemente una persona. De pronto deseó desesperadamente tener una casa, un marido, unos hijos a quienes cuidar, por quienes trabajar y con quienes disfrutar. Su vida en el futuro le parecía carente de todo eso. Casi deseaba no haberse mostrado tan enfadada la pasada noches ante el comportamiento autoritario y perentorio de Grady. Había espantado para siempre su única posibilidad de casarse. Luego se imaginó sentada a la mesa con Grady, quien sin duda le organizaría la jornada, y sonrió. No, no debería lamentar haberlo rechazado. Con un suspiro pensó en Stu. Se imaginaba sentada a la mesa con él, listo y preparado para marcharse al almacén y sorbiendo una taza de café. Mientras _____ le hablara, él se inclinaría hacia ella ladeando la cabeza con aquel aire divertido y cariñoso que adoptaba cuando escuchaba a Jenny, con los ojos brillantes y una tierna sonrisa en los labios. Sintió un nudo en la garganta ante tales pensamientos y se dejó caer en una silla. ¿Por qué, oh, por qué todo tenía que ser tan injusto?
A la hora de cenar, aparecieron por el oeste nubes de tormenta y el cielo fue ennegreciéndose. Parecía como si la tormenta fuera a estallar por la noche, pensó ______ al salir al porche para llamar a Joe. Para confirmar tal impresión, se levantó repentinamente un viento que le revolvió las faldas. Se estremeció de frío y se apresuró a entrar en la casa; la temperatura le hizo pensar en el viento que precede a las granizadas.
-Parece que va a haber tormenta esta noche -dijo Joe entrando en la cocina y haciéndose eco de sus pensamientos.
-Seguro. Espero que no eche a perder el viaje de papá y mamá.
Jonas se sentó muy satisfecho a la mesa.
-¡Estofado! Mi plato favorito.
- ¿De verdad?
-Entre otros muchos. Su madre y usted van a conseguir que engorde.
-Te vendría muy bien.
Ella lo miró pensando que tenía mucho mejor aspecto que cuando había llegado, hacía ya un mes. Semanas de trabajo al sol habían hecho desaparecer la palidez de su rostro y la buena comida lo había fortalecido. Todavía tenía el mismo aire de desaliño y pobreza, pero por lo menos ya no ofrecía el aspecto del que acaba de padecer una larga enfermedad.
-Estás comiendo un estofado valiosísimo -explicó con humor, y él la miró interrogativamente-. Por poco me corto un dedo mientras lo hacía.
El joven inmediatamente frunció el entrecejo y le rogó que le dejara ver el dedo.
-Creo que sobrevivirá usted -le dijo mientras sostenía la mano entre las suyas y le acariciaba el dedo; él hubiera deseado retener más tiempo la mano, pero hizo un esfuerzo por soltarla.
-Me lo vendé, pero es imposible hacer las tareas de la casa con un dedo así. La venda se va humedeciendo y desprendiéndose -continuó en tono festivo-. Además, en la cocina es frecuente cortarse. Mi madre tiene tantas cicatrices que parece un veterano de guerra.
Él sonrió y se sintió embargado de felicidad; casi podía creer que ella le pertenecía, que se hallaba sentado a la mesa de su propia casa, junto a su bella, dulce y graciosa esposa. Después de cenar, se retirarían a la sala para conversar; él se sentaría en un confortable sillón y la cogería en su regazo; ella se acurrucaría apoyando la cabeza en su hombro. Y más tarde, la llevaría al dormitorio y la vería desnudarse y cepillarse el pelo... Hizo un esfuerzo por alejar tales pensamientos y se dispuso a comer.
Cuando hubieron terminado, _____ retiró los platos sucios y trajo el postre, un caliente y apetitoso pastel de arándanos, y el café. Él se acomodó satisfecho en la silla, sintiéndose como un niño mimado. Así es como acostumbraban a sentirse Stu Harper, Henry McGowan o Grady Snowden; y sin duda lo consideraban algo natural. Pero Joe Jonas no lo veía así. Nadie, ni siquiera Julie, lo había tratado nunca como si fuera un hombre como los demás, al que valiera la pena mimar. Deseaba desperezarse como un gato holgazán Y abrazarla para expresarle su agradecimiento. Pero se limitó a repetir del pastel y a alabarlo con tanto entusiasmo que ella se echó a reír y lo tachó de exagerado.
Digger trató de buscar una excusa para quedarse un rato más y charlar mientras ella lavaba los platos, pero fue incapaz y se decidió a retirarse a su solitaria habitación del granero. _____ pensó que saldría para disfrutar de la noche del sábado y deseó con cierta envidia poder también salir de la rutina por una noche y olvidarse de los problemas. Se preguntaba qué debía significar ser hombre, poder hacer tantas cosas, beber, jugar a cartas, comportarse ruda y ruidosamente. ¿Cómo se sentiría uno? ¿Qué significaría? Jamás había probado el licor; no podía imaginarse su sabor ni lo que desencadenaba. Hasta cierto punto, podía imaginar lo que sentía un hombre por una mujer; se había sentido así algunas veces, incluso ante desconocidos. Podía pensar en varios hombres a los que le hubiera gustado besar, pero no había pasado de ahí.
Se dirigió a la sala a zurcir la ropa. A las nueve sé decidió a acostarse, pero primero cerró las puertas y repasó las ventanas. Cuando ya se había desnudado y se había metido en la cama, la sobresaltó un leve ruido que sonó abajo. Al cabo de unos instantes, volvió a oírlo. Se deslizó con sigilo de la cama y se asomó a la ventana; vio que Joe atravesaba despacio el patio en dirección al granero, suspiró aliviada. Claro. Era él, que había estado comprobando si las puertas estaban bien cerradas. Vio que entraba en el graneo y poco después se apagó la luz del cuarto. Así pues, no había ido a la ciudad para pasar la velada del sábado Sonrió; realmente, se estaba tomando muy en serio la responsabilidad de protegerla.
Más tarde la despertó el sonoro retumbar de un trueno La amenazadora tormenta había estallado. Se acercó a la. ventana. Llovía torrencialmente. De nuevo retumbó un trueno y un relámpago iluminó el cielo. El resplandor le permitió ver que la puerta del cuarto de Joe estaba abierta y él se encontraba allí, sin camisa, mirando hacia la casa. Se preguntó si el relámpago había permitido que la viera junto a la ventana, en camisón. La tormenta continuaba y ella se estremeció, aunque no de miedo, más bien era una reacción anticipada. Las tormentas la excitaban; ciertos anhelos atávicos respondían al viento, la lluvia y los truenos, del mismo modo en que un indio respondía al resonar de los tambores.
Por un enloquecido momento, sintió deseos de salir en medio de la tormenta y dejarse empapar por la lluvia. Se preguntaba si Joe se reuniría con ella si hiciera tal cosa, y si repararía en su camisón húmedo y pegado al cuerpo. Cerró los ojos y se apoyó contra el frío cristal de la ventana, imaginando las rudas manos de él sobre su cuerpo, los labios sobre los suyos, los brazos atrayéndola y apretándola contra él.
Enfadada consigo misma, se apartó de la ventana. ¡Como si Joe pudiera desear hacer tales cosas! Nunca había mostrado el más mínimo interés por ella; sin duda, a sus ojos era sólo una solterona, demasiado vieja para él y en modo alguno seductora. “No”, se dijo a sí misma con determinación, tampoco ella deseaba que él hiciera tales cosas. Ya no estaba demasiado bien pensar en Stu en tales términos, pero todavía era más perverso pensarlo de un hombre al que no amaba, al que apenas conocía. Hundió el rostro en la almohada y trató de conciliar el sueño.
La tormenta pasó por fin, pero continuó lloviendo torrencialmente toda la mañana, con tanta violencia que no pudo ir a la iglesia. Sus padres se habían llevado la calesa, y se habría empapado completamente si se hubiera atrevido a ir en la carreta. La lluvia fue haciéndose más débil durante el día y Stu y Jenny acudieron a comer según lo acostumbrado. Harper tenía un aire desaprobador, pero no dijo nada, porque Joe estaba también sentado a la mesa.
-Gracias al cielo que la lluvia ha aflojado. Temía que no habríamos podido venir si hubiera seguido lloviendo tan fuerte -dijo alegremente Jenny.
Estaba muy guapa, con los cabellos húmedos y rizados enmarcándole el rostro. La expresión de Stu se suavizaba al mirarla y los ojos de Joe la contemplaban con admiración. ______ sintió una punzada de celosa irritación. Así pues, incluso el resentido Joe, que jamás la había mirado a ella de aquel modo, se había dejado hechizar por Jenny.
-Compadezco a tus padres, que tienen que regresar a casa bajo semejante lluvia. Seguro que los caminos están enfangados y puede que los puentes estén impracticables. He oído decir que incluso las aguas del Little Elm han llegado a cubrir prácticamente el puente -comentó Stu.
-¿Supones que pueden haberse encontrado aislados? -preguntó ______ con sorpresa.
-Creo que podrán atravesar el Little Elm; pero no tengo ni idea de cómo bajan los torrentes. Ya sabes, tendrán que cruzarlo más al norte. Temo que lleguen con retraso.
-¡Oh! -exclamó Jennifer-. Yo esperaba que llegaran antes de que nos marcháramos a casa.
-Bueno, a lo mejor sí, Jen -la consoló el marido.
Pero la tarde fue transcurriendo y no llegaban. Inmediatamente después de comer, Joe se retiró a su cuarto del granero. _____ y Jenny lavaron los platos y acostaron a los niños para que hicieran la siesta mientras Stu leía en el sillón del señor McGowan. A las tres, arreció la lluvia, cosa que los abatió y apagó la conversación.
Al cabo de dos horas, Stu se levantó y dijo:
-Parece como si escampara un poco. Creo que será más prudente que nos vayamos antes de que el tiempo empeore aún más, Jenny.
Ella miró pensativamente por la ventana; su rostro se iluminó unos instantes.
-¡Oh!, ya están aquí. Espera, no; no son ellos.
Stu y _____ se asomaron también a la ventana. Poco después, pudieron distinguir con claridad que se acercaban dos hombres a caballo. Una repentina inquietud invadió a ______, que salió corriendo al porche. Harper y Jennifer la siguieron.
-¡Vaya!, es el señor Hefner, ¿verdad? -identificó Jenny a uno de los hombres. -Y Cal Weatherly.
______ se agarró crispadamente a la barandilla del porche, embargada por un inexplicable temor, mientras los hombres bajaban de los caballos y subían apresuradamente las escaleras.
-Bien, ¿qué tal, señor Hef...? -empezó a decir Stu, pero la joven lo interrumpió con una voz aguda por la ansiedad.
-¿Qué pasa? ¿Qué ha sucedido?
Los dos hombres, ya en el porche, se quitaron los sombreros, y dejaron al descubierto unos rostros ojerosos e impresionados.
-Se ha hundido el puente sobre el río -empezó el señor Weatherly.
-¿El Little Elm?
-Oh, entonces papá y mamá no llegarán esta noche -dijo Jenny con tono desilusionado.
-No, señorita.
Los dos hombres se miraron sin saber qué decir. _____ hubiera podido rematar las palabras, pero tenía un nudo en la garganta que le impedía hablar e incluso respirar.
-El hecho es, señora Harper, señorita McGowan, que sus padres estaban atravesando el río cuando el puente se hundió.
-¿Cómo? -exclamó Stu mientras Jennifer los miraba sin decir palabra, con una mano en la garganta y el rostro súbitamente pálido.
Por el rabillo del ojo, ______ vio que Joe se acercaba, intrigado por aquellos inesperados visitantes; advirtió que no llevaba ni sombrero ni impermeable. Reparaba absolutamente en todo, lo veía todo con sorprendente claridad.
Pero de alguna forma parecía que el cerebro se le había desconectado del cuerpo.
-Temo que se han ahogado. Estábamos en la iglesia; acabábamos de llegar para el oficio, cuando lo oímos decir. Sacamos a Henry, pero la señora McGowan... -la voz le falló y bajó la mirada.
-Papá -dijo ______, y su propia voz la sobresaltó como si hubiera sonado sin que ella se diera cuenta-. Entonces, ¿está vivo?
-No, señorita, se desnucó. Las rocas...
-Debo ir allí. ¿Dónde están?
-Junto al puente, señorita, ya sabe, en Curry Road. Pero creo que es mejor que no vaya. Los traeremos aquí. Sin duda, no querría usted ver...
Ella los miró atontada ante la implacable negativa que leyó en sus rostros. Se volvió hacia su cuñado.
-Stu, ¿me llevarás?
De alguna forma, no podía serenarse hasta el punto de ser consciente de lo que había que hacer para llegar hasta el puente.
-______, Jenny, creo que el señor Weatherly tiene razón. Debéis quedaros en casa. -Stu parecía haberse recobrado lo suficiente como para empujarlas hacia la puerta.
-Yo iré. Vosotras necesitáis descansar.
-¡No! -se rebeló _______ empujándolo.
Sólo era capaz de pensar en una cosa: tenía que ir con ellos. Con expresión suplicante, miró a su cuñado y luego a los dos hombres.
-¡Joe! -exclamó desviando la vista hacia el lugar donde se había quedado en el porche.
Allí estaba todavía, con el rostro inexpresivo, pero familiar. Él le tendió una mano.
- ¡Vamos!
La joven pasó de largo junto a Stu, sin hacer caso de su llamada. Se agarró a la mano que le tendía y se sintió arrastrada hasta el granero. Rápidamente, Joe puso las bridas a México y subió al caballo sin perder tiempo en ensillarlo. Luego se inclinó y ayudó a _____ a montar en la grupa.
-Agárrese -dijo, y ella obedeció abrazándose a él y hundiendo el rostro en su espalda, como si así pudiera defenderse del mundo.
Jonas espoleó al caballo y éste emprendió el galope aunque torpemente, a causa del lodo. Había dos millas hasta el puente sobre el Little Elm, junto a Curry Road, y el camino se hizo difícil por el barro abundante la lluvia persistente como para que la idea de que sus padres habían muerto penetrara en su cerebro.
Cuando se detuvieron, la joven se dio cuenta de que habían llegado a Curry Road y levantó la cabeza para mirar por encima del hombro de Joe. Lo primero que vio fueron los restos del puente de madera; el espectáculo la dejo sin respiración. Había cruzado tantas veces aquel puente en su vida que verlo de aquella manera la impresionaba y hacía repentinamente real la muerte de sus queridos padres. Joe se bajó del caballo y lo ató a un arbusto; luego ayudó a ______ a desmontar. Ella se apoyó en un brazo mientras se dirigían hacia el grupo de personas que se había reunido junto a la orilla del río. Un hombre levantó la mirada al oírlos y su rostro registró una enorme sorpresa
-¡Señorita _____! No debería haber venido -protestó. Pero la muchacha pasó de largo junto a él y se abrió paso entre la gente hasta llegar al lugar donde yacía un cuerpo inerte, que alguien había cubierto con una chaqueta.
Las rodillas le fallaron y cayó a tierra. Con manos temblorosas, retiró la chaqueta. El cadáver tenía el rostro lleno de magulladuras y cortes, y los ojos sin vida abiertos.
-¡Papá, oh, papá! -Cogió entre las suyas aquellas manos frías y húmedas-. ¡Papa, oh, papá!
En cierto modo, no esperaba verle muerto. Una mujer se inclinó y le acarició el cabello.
-Ya pasó, _____, ya pasó todo.
Ella no pareció oírla, pero a Joe le entraron ganas de separarla de la muchacha. Deseaba gritarles a todos que la dejaran a solas con su padre. Se retiró y contempló impasible la búsqueda del cadáver de la señora McGowan. Unos hombres sostenían el extremo de una cuerda, que para mayor seguridad habían atado a un árbol. Al otro extremo un individuo se sumergía una y otra vez buceando y luchando contra la violenta corriente del agua. Mientras Joe lo miraba, el buceador hizo una señal y nadó hacia la orilla. Los hombres lo ayudaron a salir, lo envolvieron en una manta y hablaron con él. Luego el grupo se fue separando uno de los hombres se dirigió hacia _____.
-¿Señorita McGowan?
Ella lo miró con ojos extraviados.
-Me temo que sea inútil.
-¿El qué?
-No podemos recuperar el cadáver de su madre. Creo que la corriente se lo ha llevado río abajo.
-No pueden recuperar... -se interrumpió mirando sin ver-. Pero tienen que hacerlo. No pueden..., no pueden dejarla en el agua. ¿Joe? -lo buscó con la mirada-. Házselo comprender. Tienen que recuperarlo.
En el interior de él algo se rompió ante aquella mirada de salvaje desesperación; se agachó junto a ella cogiéndole la cara entre las manos.
-Yo la encontraré, señorita ______. ¿De acuerdo? No se inquiete. La sacaré.
-Se lo digo yo, no tiene sentido -protestaba el hombre mientras seguía a Joe hasta la orilla del río.
-Tengo que hacerlo -dijo él lacónicamente.
Se quitó los zapatos y se desnudó. El otro se encogió de hombros y le ató la cuerda a la cintura. Joe empezó a buscar junto al puente y fue bajando, buceando en ambas orillas. No tenía sentido buscar en medio del río, como habían hecho los otros, pues si el cuerpo hubiera caído allí habría sido arrastrado por la violenta corriente. Sólo si había quedado enredado en las ramas o en las rocas habría podido resistirla.
Se sumergió una y otra vez, mientras caía la tarde y se hacía de noche. Los mirones empezaron a disgregarse y marcharse. Él seguía buceando. Era joven, fuerte y un excelente nadador, pero a menudo lo arrastraba la corriente o lo hacía chocar contra las peñas, y la lucha con el agua iba minándole las fuerzas. Sólo lo sostenían la tozudez y el hecho de mantener el pensamiento y las emociones aislados del cuerpo, de tal modo que sus movimientos eran mecánicos y el cerebro no registraba el dolor que debían producirle los pulmones y los músculos.
El agua estaba turbia y removida, y era casi imposible distinguir algo en el fondo. Tal circunstancia se veía empeorada por los nubarrones que cubrían el cielo y por la caída de la noche. Casi estuvo a punto de abandonar una de las veces que emergió a la superficie, pero, mientras estaba agarrado a una raíz de la orilla intentando recobrar el aliento, vio brillar algo en el fondo. Escrutó cuidadosamente y de nuevo vislumbró el brillo. Buceó abriéndose paso entre la maraña de ramas hasta que sus dedos tocaron algo suave. Instintivamente, retiró la mano. Una confusa silueta se movía en las aguas, una cosa pálida y redonda que podía ser una cara. Otra vez vislumbró el brillo de oro y pudo asirlo. Se trataba de algo redondo, plano y pesado, sujeto a una cadena. Un medallón. Tiró con fuerza, pero el cuerpo no se movió.. Tuvo que soltarlo y subir a la superficie para respirar. Le costó varias zambullidas soltar el cuerpo, porque los cabellos se habían enredado en las ramas del fondo. En uno de los intentos, casi quedó atrapado él mismo y por un momento temió que le fueran a estallar los pulmones y se ahogara en las tenebrosas aguas, pero por fin logró liberar el cadáver de Edna McGowan y llevarlo hasta la superficie.
Con celeridad, unas manos lo libraron de la pesada carga y lo ayudaron a salir del agua. Cayó de rodillas en tierra, exhausto, con los pulmones doloridos y el cuerpo magullado por ramas y piedras, temblando convulsivamente por el frío de la noche. Vio que dos hombres llevaban el cadáver, más pesado si cabe a causa de las ropas empapadas, hasta donde todavía estaba _____, arrodillada junto a su padre. La muchacha retiró tristemente los cabellos del rostro de su madre. Alguien se acercó a ella, la cogió por los hombros y la obligó a levantarse; vio que era Stu.
«Imbéciles -pensó-, no la van a dejar a solas con su dolor.»
-Debes ser fuerte -le dijo Stu sosteniéndola. Por fin había logrado que se levantara después de intentarlo varias veces.
-Sí, ya lo sé. Por Jenny y los niños
-Y también por ti misma.
-Sí -respondió ella. Le resultaba difícil pensar. Si por lo menos pudiera apoyarse en Stu, como Jenny, abandonarse entre sus brazos y dejar que pensara por ella.
-No deberías haber venido. Ese Jonas ha sido un insensato al traerte.
-Tenía que venir.
Contemplaron cómo los hombres cargaban los cadáveres en el carro que su cuñado había traído.
-Señor Harper -dijo uno acercándose a Stu y llevando dos caballos por la brida.
-Es el tiro de la calesa -explicó _____.
-Sí, señorita. Pudieron alcanzar la orilla sin sufrir daño por suerte para ellos, el arnés se rompió y pudieron soltar de la calesa. Había otro caballo, pero se rompió las pata Hemos tenido que rematarlo. Lo siento.
Debía de tratarse de la yegua de cría que habían ido comprar a Dallas.
Joe le dirigió una sonrisa contagiosa y traviesa que suavizó las facciones de su rostro y trazó unas profundas marcas a ambos lados de la boca. Eran unas arrugas largas y profundas, las arrugas de todo un hombre; imaginó cómo sería Digger Jonas con arrugas. Le entraron ganas de reír ante lo cómico de la situación. De pronto, le pareció excitante, hasta escandaloso, estar a solas con él, participar en una escena que era curiosamente íntima, como si fueran marido y mujer y hubieran bajado juntos a la cocina al romper el alba, después de haber pasado la noche juntos. Pensaba que no se habría sorprendido, y mucho menos indignado, si él le hubiera dado un beso de buenos días.
Naturalmente, Digger no hizo tal cosa; se limitó a sentarse para desayunar. Había desaparecido la tirantez de las primeras comidas en común y desayunaron en silencio, especulando de vez en cuando sobre lo que harían los señores McGowan en Dallas. Luego él se marchó y ella se dispuso a despejar la mesa, sintiendo una punzada de dolor.
Aquella mañana había vislumbrado cómo podía ser la vida si se olvidaba de su amor por Stu. Al diablo con el amor y el sexo; lo que ella deseaba era la compañía, la amable conversación con alguien de su edad que no fuera de su familia, y que no la considerara una hija, una hermana, una sobrina o una tía, sino simplemente una persona. De pronto deseó desesperadamente tener una casa, un marido, unos hijos a quienes cuidar, por quienes trabajar y con quienes disfrutar. Su vida en el futuro le parecía carente de todo eso. Casi deseaba no haberse mostrado tan enfadada la pasada noches ante el comportamiento autoritario y perentorio de Grady. Había espantado para siempre su única posibilidad de casarse. Luego se imaginó sentada a la mesa con Grady, quien sin duda le organizaría la jornada, y sonrió. No, no debería lamentar haberlo rechazado. Con un suspiro pensó en Stu. Se imaginaba sentada a la mesa con él, listo y preparado para marcharse al almacén y sorbiendo una taza de café. Mientras _____ le hablara, él se inclinaría hacia ella ladeando la cabeza con aquel aire divertido y cariñoso que adoptaba cuando escuchaba a Jenny, con los ojos brillantes y una tierna sonrisa en los labios. Sintió un nudo en la garganta ante tales pensamientos y se dejó caer en una silla. ¿Por qué, oh, por qué todo tenía que ser tan injusto?
A la hora de cenar, aparecieron por el oeste nubes de tormenta y el cielo fue ennegreciéndose. Parecía como si la tormenta fuera a estallar por la noche, pensó ______ al salir al porche para llamar a Joe. Para confirmar tal impresión, se levantó repentinamente un viento que le revolvió las faldas. Se estremeció de frío y se apresuró a entrar en la casa; la temperatura le hizo pensar en el viento que precede a las granizadas.
-Parece que va a haber tormenta esta noche -dijo Joe entrando en la cocina y haciéndose eco de sus pensamientos.
-Seguro. Espero que no eche a perder el viaje de papá y mamá.
Jonas se sentó muy satisfecho a la mesa.
-¡Estofado! Mi plato favorito.
- ¿De verdad?
-Entre otros muchos. Su madre y usted van a conseguir que engorde.
-Te vendría muy bien.
Ella lo miró pensando que tenía mucho mejor aspecto que cuando había llegado, hacía ya un mes. Semanas de trabajo al sol habían hecho desaparecer la palidez de su rostro y la buena comida lo había fortalecido. Todavía tenía el mismo aire de desaliño y pobreza, pero por lo menos ya no ofrecía el aspecto del que acaba de padecer una larga enfermedad.
-Estás comiendo un estofado valiosísimo -explicó con humor, y él la miró interrogativamente-. Por poco me corto un dedo mientras lo hacía.
El joven inmediatamente frunció el entrecejo y le rogó que le dejara ver el dedo.
-Creo que sobrevivirá usted -le dijo mientras sostenía la mano entre las suyas y le acariciaba el dedo; él hubiera deseado retener más tiempo la mano, pero hizo un esfuerzo por soltarla.
-Me lo vendé, pero es imposible hacer las tareas de la casa con un dedo así. La venda se va humedeciendo y desprendiéndose -continuó en tono festivo-. Además, en la cocina es frecuente cortarse. Mi madre tiene tantas cicatrices que parece un veterano de guerra.
Él sonrió y se sintió embargado de felicidad; casi podía creer que ella le pertenecía, que se hallaba sentado a la mesa de su propia casa, junto a su bella, dulce y graciosa esposa. Después de cenar, se retirarían a la sala para conversar; él se sentaría en un confortable sillón y la cogería en su regazo; ella se acurrucaría apoyando la cabeza en su hombro. Y más tarde, la llevaría al dormitorio y la vería desnudarse y cepillarse el pelo... Hizo un esfuerzo por alejar tales pensamientos y se dispuso a comer.
Cuando hubieron terminado, _____ retiró los platos sucios y trajo el postre, un caliente y apetitoso pastel de arándanos, y el café. Él se acomodó satisfecho en la silla, sintiéndose como un niño mimado. Así es como acostumbraban a sentirse Stu Harper, Henry McGowan o Grady Snowden; y sin duda lo consideraban algo natural. Pero Joe Jonas no lo veía así. Nadie, ni siquiera Julie, lo había tratado nunca como si fuera un hombre como los demás, al que valiera la pena mimar. Deseaba desperezarse como un gato holgazán Y abrazarla para expresarle su agradecimiento. Pero se limitó a repetir del pastel y a alabarlo con tanto entusiasmo que ella se echó a reír y lo tachó de exagerado.
Digger trató de buscar una excusa para quedarse un rato más y charlar mientras ella lavaba los platos, pero fue incapaz y se decidió a retirarse a su solitaria habitación del granero. _____ pensó que saldría para disfrutar de la noche del sábado y deseó con cierta envidia poder también salir de la rutina por una noche y olvidarse de los problemas. Se preguntaba qué debía significar ser hombre, poder hacer tantas cosas, beber, jugar a cartas, comportarse ruda y ruidosamente. ¿Cómo se sentiría uno? ¿Qué significaría? Jamás había probado el licor; no podía imaginarse su sabor ni lo que desencadenaba. Hasta cierto punto, podía imaginar lo que sentía un hombre por una mujer; se había sentido así algunas veces, incluso ante desconocidos. Podía pensar en varios hombres a los que le hubiera gustado besar, pero no había pasado de ahí.
Se dirigió a la sala a zurcir la ropa. A las nueve sé decidió a acostarse, pero primero cerró las puertas y repasó las ventanas. Cuando ya se había desnudado y se había metido en la cama, la sobresaltó un leve ruido que sonó abajo. Al cabo de unos instantes, volvió a oírlo. Se deslizó con sigilo de la cama y se asomó a la ventana; vio que Joe atravesaba despacio el patio en dirección al granero, suspiró aliviada. Claro. Era él, que había estado comprobando si las puertas estaban bien cerradas. Vio que entraba en el graneo y poco después se apagó la luz del cuarto. Así pues, no había ido a la ciudad para pasar la velada del sábado Sonrió; realmente, se estaba tomando muy en serio la responsabilidad de protegerla.
Más tarde la despertó el sonoro retumbar de un trueno La amenazadora tormenta había estallado. Se acercó a la. ventana. Llovía torrencialmente. De nuevo retumbó un trueno y un relámpago iluminó el cielo. El resplandor le permitió ver que la puerta del cuarto de Joe estaba abierta y él se encontraba allí, sin camisa, mirando hacia la casa. Se preguntó si el relámpago había permitido que la viera junto a la ventana, en camisón. La tormenta continuaba y ella se estremeció, aunque no de miedo, más bien era una reacción anticipada. Las tormentas la excitaban; ciertos anhelos atávicos respondían al viento, la lluvia y los truenos, del mismo modo en que un indio respondía al resonar de los tambores.
Por un enloquecido momento, sintió deseos de salir en medio de la tormenta y dejarse empapar por la lluvia. Se preguntaba si Joe se reuniría con ella si hiciera tal cosa, y si repararía en su camisón húmedo y pegado al cuerpo. Cerró los ojos y se apoyó contra el frío cristal de la ventana, imaginando las rudas manos de él sobre su cuerpo, los labios sobre los suyos, los brazos atrayéndola y apretándola contra él.
Enfadada consigo misma, se apartó de la ventana. ¡Como si Joe pudiera desear hacer tales cosas! Nunca había mostrado el más mínimo interés por ella; sin duda, a sus ojos era sólo una solterona, demasiado vieja para él y en modo alguno seductora. “No”, se dijo a sí misma con determinación, tampoco ella deseaba que él hiciera tales cosas. Ya no estaba demasiado bien pensar en Stu en tales términos, pero todavía era más perverso pensarlo de un hombre al que no amaba, al que apenas conocía. Hundió el rostro en la almohada y trató de conciliar el sueño.
La tormenta pasó por fin, pero continuó lloviendo torrencialmente toda la mañana, con tanta violencia que no pudo ir a la iglesia. Sus padres se habían llevado la calesa, y se habría empapado completamente si se hubiera atrevido a ir en la carreta. La lluvia fue haciéndose más débil durante el día y Stu y Jenny acudieron a comer según lo acostumbrado. Harper tenía un aire desaprobador, pero no dijo nada, porque Joe estaba también sentado a la mesa.
-Gracias al cielo que la lluvia ha aflojado. Temía que no habríamos podido venir si hubiera seguido lloviendo tan fuerte -dijo alegremente Jenny.
Estaba muy guapa, con los cabellos húmedos y rizados enmarcándole el rostro. La expresión de Stu se suavizaba al mirarla y los ojos de Joe la contemplaban con admiración. ______ sintió una punzada de celosa irritación. Así pues, incluso el resentido Joe, que jamás la había mirado a ella de aquel modo, se había dejado hechizar por Jenny.
-Compadezco a tus padres, que tienen que regresar a casa bajo semejante lluvia. Seguro que los caminos están enfangados y puede que los puentes estén impracticables. He oído decir que incluso las aguas del Little Elm han llegado a cubrir prácticamente el puente -comentó Stu.
-¿Supones que pueden haberse encontrado aislados? -preguntó ______ con sorpresa.
-Creo que podrán atravesar el Little Elm; pero no tengo ni idea de cómo bajan los torrentes. Ya sabes, tendrán que cruzarlo más al norte. Temo que lleguen con retraso.
-¡Oh! -exclamó Jennifer-. Yo esperaba que llegaran antes de que nos marcháramos a casa.
-Bueno, a lo mejor sí, Jen -la consoló el marido.
Pero la tarde fue transcurriendo y no llegaban. Inmediatamente después de comer, Joe se retiró a su cuarto del granero. _____ y Jenny lavaron los platos y acostaron a los niños para que hicieran la siesta mientras Stu leía en el sillón del señor McGowan. A las tres, arreció la lluvia, cosa que los abatió y apagó la conversación.
Al cabo de dos horas, Stu se levantó y dijo:
-Parece como si escampara un poco. Creo que será más prudente que nos vayamos antes de que el tiempo empeore aún más, Jenny.
Ella miró pensativamente por la ventana; su rostro se iluminó unos instantes.
-¡Oh!, ya están aquí. Espera, no; no son ellos.
Stu y _____ se asomaron también a la ventana. Poco después, pudieron distinguir con claridad que se acercaban dos hombres a caballo. Una repentina inquietud invadió a ______, que salió corriendo al porche. Harper y Jennifer la siguieron.
-¡Vaya!, es el señor Hefner, ¿verdad? -identificó Jenny a uno de los hombres. -Y Cal Weatherly.
______ se agarró crispadamente a la barandilla del porche, embargada por un inexplicable temor, mientras los hombres bajaban de los caballos y subían apresuradamente las escaleras.
-Bien, ¿qué tal, señor Hef...? -empezó a decir Stu, pero la joven lo interrumpió con una voz aguda por la ansiedad.
-¿Qué pasa? ¿Qué ha sucedido?
Los dos hombres, ya en el porche, se quitaron los sombreros, y dejaron al descubierto unos rostros ojerosos e impresionados.
-Se ha hundido el puente sobre el río -empezó el señor Weatherly.
-¿El Little Elm?
-Oh, entonces papá y mamá no llegarán esta noche -dijo Jenny con tono desilusionado.
-No, señorita.
Los dos hombres se miraron sin saber qué decir. _____ hubiera podido rematar las palabras, pero tenía un nudo en la garganta que le impedía hablar e incluso respirar.
-El hecho es, señora Harper, señorita McGowan, que sus padres estaban atravesando el río cuando el puente se hundió.
-¿Cómo? -exclamó Stu mientras Jennifer los miraba sin decir palabra, con una mano en la garganta y el rostro súbitamente pálido.
Por el rabillo del ojo, ______ vio que Joe se acercaba, intrigado por aquellos inesperados visitantes; advirtió que no llevaba ni sombrero ni impermeable. Reparaba absolutamente en todo, lo veía todo con sorprendente claridad.
Pero de alguna forma parecía que el cerebro se le había desconectado del cuerpo.
-Temo que se han ahogado. Estábamos en la iglesia; acabábamos de llegar para el oficio, cuando lo oímos decir. Sacamos a Henry, pero la señora McGowan... -la voz le falló y bajó la mirada.
-Papá -dijo ______, y su propia voz la sobresaltó como si hubiera sonado sin que ella se diera cuenta-. Entonces, ¿está vivo?
-No, señorita, se desnucó. Las rocas...
-Debo ir allí. ¿Dónde están?
-Junto al puente, señorita, ya sabe, en Curry Road. Pero creo que es mejor que no vaya. Los traeremos aquí. Sin duda, no querría usted ver...
Ella los miró atontada ante la implacable negativa que leyó en sus rostros. Se volvió hacia su cuñado.
-Stu, ¿me llevarás?
De alguna forma, no podía serenarse hasta el punto de ser consciente de lo que había que hacer para llegar hasta el puente.
-______, Jenny, creo que el señor Weatherly tiene razón. Debéis quedaros en casa. -Stu parecía haberse recobrado lo suficiente como para empujarlas hacia la puerta.
-Yo iré. Vosotras necesitáis descansar.
-¡No! -se rebeló _______ empujándolo.
Sólo era capaz de pensar en una cosa: tenía que ir con ellos. Con expresión suplicante, miró a su cuñado y luego a los dos hombres.
-¡Joe! -exclamó desviando la vista hacia el lugar donde se había quedado en el porche.
Allí estaba todavía, con el rostro inexpresivo, pero familiar. Él le tendió una mano.
- ¡Vamos!
La joven pasó de largo junto a Stu, sin hacer caso de su llamada. Se agarró a la mano que le tendía y se sintió arrastrada hasta el granero. Rápidamente, Joe puso las bridas a México y subió al caballo sin perder tiempo en ensillarlo. Luego se inclinó y ayudó a _____ a montar en la grupa.
-Agárrese -dijo, y ella obedeció abrazándose a él y hundiendo el rostro en su espalda, como si así pudiera defenderse del mundo.
Jonas espoleó al caballo y éste emprendió el galope aunque torpemente, a causa del lodo. Había dos millas hasta el puente sobre el Little Elm, junto a Curry Road, y el camino se hizo difícil por el barro abundante la lluvia persistente como para que la idea de que sus padres habían muerto penetrara en su cerebro.
Cuando se detuvieron, la joven se dio cuenta de que habían llegado a Curry Road y levantó la cabeza para mirar por encima del hombro de Joe. Lo primero que vio fueron los restos del puente de madera; el espectáculo la dejo sin respiración. Había cruzado tantas veces aquel puente en su vida que verlo de aquella manera la impresionaba y hacía repentinamente real la muerte de sus queridos padres. Joe se bajó del caballo y lo ató a un arbusto; luego ayudó a ______ a desmontar. Ella se apoyó en un brazo mientras se dirigían hacia el grupo de personas que se había reunido junto a la orilla del río. Un hombre levantó la mirada al oírlos y su rostro registró una enorme sorpresa
-¡Señorita _____! No debería haber venido -protestó. Pero la muchacha pasó de largo junto a él y se abrió paso entre la gente hasta llegar al lugar donde yacía un cuerpo inerte, que alguien había cubierto con una chaqueta.
Las rodillas le fallaron y cayó a tierra. Con manos temblorosas, retiró la chaqueta. El cadáver tenía el rostro lleno de magulladuras y cortes, y los ojos sin vida abiertos.
-¡Papá, oh, papá! -Cogió entre las suyas aquellas manos frías y húmedas-. ¡Papa, oh, papá!
En cierto modo, no esperaba verle muerto. Una mujer se inclinó y le acarició el cabello.
-Ya pasó, _____, ya pasó todo.
Ella no pareció oírla, pero a Joe le entraron ganas de separarla de la muchacha. Deseaba gritarles a todos que la dejaran a solas con su padre. Se retiró y contempló impasible la búsqueda del cadáver de la señora McGowan. Unos hombres sostenían el extremo de una cuerda, que para mayor seguridad habían atado a un árbol. Al otro extremo un individuo se sumergía una y otra vez buceando y luchando contra la violenta corriente del agua. Mientras Joe lo miraba, el buceador hizo una señal y nadó hacia la orilla. Los hombres lo ayudaron a salir, lo envolvieron en una manta y hablaron con él. Luego el grupo se fue separando uno de los hombres se dirigió hacia _____.
-¿Señorita McGowan?
Ella lo miró con ojos extraviados.
-Me temo que sea inútil.
-¿El qué?
-No podemos recuperar el cadáver de su madre. Creo que la corriente se lo ha llevado río abajo.
-No pueden recuperar... -se interrumpió mirando sin ver-. Pero tienen que hacerlo. No pueden..., no pueden dejarla en el agua. ¿Joe? -lo buscó con la mirada-. Házselo comprender. Tienen que recuperarlo.
En el interior de él algo se rompió ante aquella mirada de salvaje desesperación; se agachó junto a ella cogiéndole la cara entre las manos.
-Yo la encontraré, señorita ______. ¿De acuerdo? No se inquiete. La sacaré.
-Se lo digo yo, no tiene sentido -protestaba el hombre mientras seguía a Joe hasta la orilla del río.
-Tengo que hacerlo -dijo él lacónicamente.
Se quitó los zapatos y se desnudó. El otro se encogió de hombros y le ató la cuerda a la cintura. Joe empezó a buscar junto al puente y fue bajando, buceando en ambas orillas. No tenía sentido buscar en medio del río, como habían hecho los otros, pues si el cuerpo hubiera caído allí habría sido arrastrado por la violenta corriente. Sólo si había quedado enredado en las ramas o en las rocas habría podido resistirla.
Se sumergió una y otra vez, mientras caía la tarde y se hacía de noche. Los mirones empezaron a disgregarse y marcharse. Él seguía buceando. Era joven, fuerte y un excelente nadador, pero a menudo lo arrastraba la corriente o lo hacía chocar contra las peñas, y la lucha con el agua iba minándole las fuerzas. Sólo lo sostenían la tozudez y el hecho de mantener el pensamiento y las emociones aislados del cuerpo, de tal modo que sus movimientos eran mecánicos y el cerebro no registraba el dolor que debían producirle los pulmones y los músculos.
El agua estaba turbia y removida, y era casi imposible distinguir algo en el fondo. Tal circunstancia se veía empeorada por los nubarrones que cubrían el cielo y por la caída de la noche. Casi estuvo a punto de abandonar una de las veces que emergió a la superficie, pero, mientras estaba agarrado a una raíz de la orilla intentando recobrar el aliento, vio brillar algo en el fondo. Escrutó cuidadosamente y de nuevo vislumbró el brillo. Buceó abriéndose paso entre la maraña de ramas hasta que sus dedos tocaron algo suave. Instintivamente, retiró la mano. Una confusa silueta se movía en las aguas, una cosa pálida y redonda que podía ser una cara. Otra vez vislumbró el brillo de oro y pudo asirlo. Se trataba de algo redondo, plano y pesado, sujeto a una cadena. Un medallón. Tiró con fuerza, pero el cuerpo no se movió.. Tuvo que soltarlo y subir a la superficie para respirar. Le costó varias zambullidas soltar el cuerpo, porque los cabellos se habían enredado en las ramas del fondo. En uno de los intentos, casi quedó atrapado él mismo y por un momento temió que le fueran a estallar los pulmones y se ahogara en las tenebrosas aguas, pero por fin logró liberar el cadáver de Edna McGowan y llevarlo hasta la superficie.
Con celeridad, unas manos lo libraron de la pesada carga y lo ayudaron a salir del agua. Cayó de rodillas en tierra, exhausto, con los pulmones doloridos y el cuerpo magullado por ramas y piedras, temblando convulsivamente por el frío de la noche. Vio que dos hombres llevaban el cadáver, más pesado si cabe a causa de las ropas empapadas, hasta donde todavía estaba _____, arrodillada junto a su padre. La muchacha retiró tristemente los cabellos del rostro de su madre. Alguien se acercó a ella, la cogió por los hombros y la obligó a levantarse; vio que era Stu.
«Imbéciles -pensó-, no la van a dejar a solas con su dolor.»
-Debes ser fuerte -le dijo Stu sosteniéndola. Por fin había logrado que se levantara después de intentarlo varias veces.
-Sí, ya lo sé. Por Jenny y los niños
-Y también por ti misma.
-Sí -respondió ella. Le resultaba difícil pensar. Si por lo menos pudiera apoyarse en Stu, como Jenny, abandonarse entre sus brazos y dejar que pensara por ella.
-No deberías haber venido. Ese Jonas ha sido un insensato al traerte.
-Tenía que venir.
Contemplaron cómo los hombres cargaban los cadáveres en el carro que su cuñado había traído.
-Señor Harper -dijo uno acercándose a Stu y llevando dos caballos por la brida.
-Es el tiro de la calesa -explicó _____.
-Sí, señorita. Pudieron alcanzar la orilla sin sufrir daño por suerte para ellos, el arnés se rompió y pudieron soltar de la calesa. Había otro caballo, pero se rompió las pata Hemos tenido que rematarlo. Lo siento.
Debía de tratarse de la yegua de cría que habían ido comprar a Dallas.
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