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El corazon de Harry(Larry)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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El corazon de Harry(Larry)
Prologo:
Harry,un joven amish,vive en un entrono rural que aún hoy sigue las normas del siglo XVII.
El mismo día en que cumple dieciséis años,su comunidad permite,por primera vez en décadas la llegada de un forastero,Louis,un joven fotógrafo de Seattle.
El amor no tardará en surgir entre Harry y Louis,y con él la oposición de quienes rodean al chico,obligado a elegir entre un mundo y la felicidad lejos de cuanto siempre a conocido
Harry,un joven amish,vive en un entrono rural que aún hoy sigue las normas del siglo XVII.
El mismo día en que cumple dieciséis años,su comunidad permite,por primera vez en décadas la llegada de un forastero,Louis,un joven fotógrafo de Seattle.
El amor no tardará en surgir entre Harry y Louis,y con él la oposición de quienes rodean al chico,obligado a elegir entre un mundo y la felicidad lejos de cuanto siempre a conocido
titasheilus
Re: El corazon de Harry(Larry)
Capitulo 1
"La puerta azul"
(Todo lo que vale la pena hacer,vale la pena que se haga bien.)
Alguien dijo alguna vez que no podemos estar seguros de que el sol volverá a salir solo por el hecho de que haya amanecido los días precedentes.Lo que siempre ha sucedido de cierta manera puede dejar de hacerlo y,con ellos,arrastrarnos a un mundo desconocido,lleno de promesas y peligros.
Harry pensó en esto al desvelarse justo antes de que el primer rayo de sol entrara por el ángulo superior de su ventana.Un cambio en la temperatura del aire y el suave trino de un pájaro la alertaron de que la primera mañana del verano pronto iba a comenzar.
Se tranquilizo al comprobar que amanecía a pesar de todo,completamente ignorante de que su vida no volvería ser la misma al terminar aquella jornada.
Sin hacer ruido para no despertar a su hermana,con quien compartía dormitorio y cama,se deshizo de la sábana y puso los pies en el suelo.Estiró los brazos hacia arriba para dejar atrás los últimos restos de sueño y,descalzo,dio unos pasos precavidos.La vieja tarima de nogal emitió un crujido y la pequeña Marian,de once años,se removió en el lecho mientras murmuraba algo incompresible.
Harry volvió a su lado y posó su mano fresca sobre la frente de la niña para tranquilizarla.Luego bajó de puntillas los escalones hasta la planta baja.
La gastada mesa que presidía la cocina-comedor de los Styles estaba puesta con la mejor vajilla de la casa sobre un mantel de lino.Harry sonrió al descubrir que su madre le había preparado un gran desayuno de fiesta. Su estómago rugió al pensar en el pastel de melocotón y el pan de la amistad con mantequilla fresca que degustaría con su familia al cabo de un rato.
Aunque no se había levantado de madrugada por la comida.
Había llegado el día de su cumpleaños.Y no era un cumpleaños cualquiera: aquel 21 de junio Harry cumplía dieciséis,la edad oficial en que los amish comienzan la RUMSPRINGA.
Se dirigió sigilosamente hacia la entrada y acarició el pomo de madera de la puerta,sin atreverse aún a salir.Como era habitual,no estaba cerrada con llave ni con ningún tipo de cerrojo.
Harry contuvo el aliento al girar el pomo hacia la derecha.Su corazón latía a toda velocidad.
Salió al jardín y se quedó paralizado ante la cara exterior de la puerta.Su padre debía de haberla pintado durante la noche,se dijo,mientras en casa todos dormian.
Harry contempló la vieja puerta de madera de roble,teñida ahora de un luminoso azul añil que con la luz del amanecer parecía una prolongación del cielo.Una sonrisa se abrió paso en su cara poco a poco,tensando sus labios delicados a la vez que hinchaba las mejillas.Sentía una mezcla de orgullo y miedo.
Sabía que a partir de ese momento sus padres y todos los demás dejarían de tratarlo como un niño,pero no alcanzaba a comprender lo que eso significaba.
¿Quería decir ¿Quería decir que ya no podría jugar con Marian a perseguir a las gallinas? ¿Dejarían de hacer
agujeros bajo el porche para encontrar lombrices? ¿Tendría que ponerse zapatos a partir de ahora y
hablar con las chicas?
Solo de pensar en ello se sonrojaba.
Su amiga Ruth le había contado algunas historias acerca de las Rumspringa de sus hermanos
mayores. Celia, la mayor, que ahora vivía con su marido y sus tres hijos en una granja cercana a los abuelos de Harry, se había comprado ropa inglesa y durante un tiempo se paseó con pantalones y los labios pintados por las calles del pueblo. Su hermano Aaron consiguió un teléfono móvil y, aunque no lo
utilizaba en casa, se le podía ver hablando o tecleando a todas horas, encaramado en cualquier valla.
Todo el mundo se escandalizaba, pero la mayoría de amish miraba hacia otro lado ante aquellos comportamientos, que se habrían considerado intolerables para un adulto. Hacían la vista gorda porque
se suponía que los jóvenes debían experimentar primero para decidir por ellos mismos si querían seguir viviendo como amish el resto de su vida. Los que decidían no bautizarse eran expulsados de la comunidad y apenas podían mantener contacto con sus familias desde ese momento.
Harry sabía que sus padres jamás le concederían semejantes licencias. Su familia era estricta y cultivaba la obediencia y la discreción con el mismo ahínco con el que araba la tierra dura de sus campos
de cultivo. La familia Styles era especialmente prolija en el seguimiento de las leyes.
A el le aterraba la sola idea de llevar la contraria a los suyos y al entorno que la había visto crecer.
En Gerodom County solo se conocía el caso de un joven que había decidido alejarse de la comunidad y se había ido a vivir con los ingleses. Desde entonces, nadie, ni siquiera su familia, había vuelto a hablar
con él.
El gallo de la granja cantó de forma estridente, alejando de el aquel triste recuerdo. Harry supo que faltaba muy poco para que su familia se pusiera en pie. Deseoso de tener un instante de paz antes de que empezara la fiesta, salió al porche y se sentó en un desvencijado balancín de madera con las piernas
cruzadas, pensativo.
¿Y ahora, cómo se suponía que debía comportarse?
En su interior no se sentía diferente y deseaba poder seguir con su vida tal y como había sido hasta entonces.
Le gustaba levantarse el primero y beber un vaso de agua fresca antes de dar de comer a los animales. Luego ayudaba a su madre en la cocina, cosía ropa para sus hermanos, recolectaba hierbas aromáticas, moras y otras bayas para hacer tartas
Aunque lo que más le gustaba era vagar por algún rincón apartado del bosque, donde nadie pudiera escucharlo, y cantar a pleno pulmón los himnos de la iglesia. Se divertía imitando las voces y los gestos
de sus mayores. La voz cascada y aguda de la anciana Hettie, la voz clara, grave y natural de su padre…
A menudo se le pasaban las horas sin darse cuenta y se veía en un apuro a la hora de explicar en casa dónde había pasado la tarde.
Harry se mordió el labio con preocupación. Quizá aquella vida familiar y previsible, llena de trabajo pero también de placeres sencillos, se estuviera acabando. Algún día, no muy lejano, se le exigiría que tomase una decisión por sí mismo.
¿De verdad podía cambiar tanto su mundo? Se apartó un rizo de la cara y lo tomó entre sus dedos. Mientras lo enrollaba alrededor del índice con expresión soñadora, se dijo que no imaginaba nada mejor que las paredes de su granja.
Pero el azul en la puerta no dejaba lugar a dudas. Los cambios ya habían empezado porque en casa de los Styles vivía, desde aquel día, un chico casadero.
Un ruido repentino la hizo enderezarse de golpe. Asustado, escuchó cómo la hierba seca que tapizaba los laterales del camino crujía repetidamente. Alguien se acercaba a toda prisa por el lateral de la casa.
¿Quién podía ser a aquellas horas?
Harry dejó de balancearse y saltó al suelo, dispuesto a refugiarse dentro de la granja. Era indecoroso dejarse ver por cualquiera en pijama y con el cabello descubierto. Si algún vecino lo sorprendía de aquella guisa la reprimenda de su madre sería segura.
Ya tenía la mano sobre el picaporte de la puerta, cuando una voz cantarina lo detuvo:
—¡Hola,rizos! ¿Hay algún lugar por aquí donde se pueda tomar un café decente?
Harry se dio la vuelta y sus ojos se abrieron como platos al descubrir la figura desgarbada de un forastero. Se trataba de un inglés, eso estaba claro por su vestimenta, compuesta por una camisa de cuadros arremangada hasta los codos y unos vaqueros. Debía de tener más o menos su edad. Su pelo era
de un color castaño claro parecido al de Harry.
Los ojos azules del forastero se pasearon por el rostro de Harry, resiguiendo sus contornos con admiración. El estaba paralizado. No recordaba ni una sola ocasión en que alguien de fuera hubiera campado por el pueblo. Y menos de madrugada.
Atemorizado, se preguntó si tendría malas intenciones aquel forastero, que volvió a hablarle con un tono alegre:
—Ya que no me respondes, al menos me dejarás hacerte una foto. ¿A que sí?
Sin esperar respuesta, la encañonó con un artefacto negro con muchos botones y un tubo alargado que acababa en un cristal. Se oyó un suave chirrido metálico y luego un clic.
Harry ahogó un grito de horror y se cubrió la cara con las manos, totalmente avergonzado. Sus
padres le habían advertido a el y a sus hermanos que, si alguna vez iban a la ciudad para vender telas,pasteles o quesos hechos en casa, debían ser muy cuidadosos: a los ingleses les encanta tomar fotografías de los amish.
En cambio a la «gente sencilla», como a veces llamaban a su pueblo, no les gusta nada aparecer en imágenes. Tratan de mantenerse alejados de las cámaras, como si éstas pudieran robarles el alma. Unos pocos se dejan fotografiar solo de espaldas.
Harry recordó el pasaje del Éxodo que el pastor Sweitzer les había leído el domingo anterior:
No harás escultura ni imagen alguna de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra.
Temblando de miedo ante las consecuencias que podía tener para el aquel encuentro, abrió la boca para rogarle al forastero que se la devolviese. No tenía ni idea de cómo funcionaba aquella máquina,pero no podía permitir que un extraño se llevara una parte de el con intenciones desconocidas. ¡Si ni
siquiera iba vestido!
Con la mano aún en el pomo de la puerta, Harry sintió una fuerte sacudida. Su madre acababa de abrir la puerta y lo arrastró hacia el interior de la casa.
—Pero ¿qué haces aquí fuera sin vestir, chiquillo? Espabila, que es tarde y el desayuno ya está listo
— la apremió.
Su madre sí había tenido tiempo de ponerse el vestido amish de tergal sólido, el delantal blanco y una impoluta cofia que cubría sus cabellos.
Harry se dio la vuelta para señalarle a aquel extraño que acababa de robarle el alma pero,asombrado, se encontró mirando hacia la nada, con un dedo vacilante suspendido en el aire.
El chico de cabello castaño y ojos azules había desaparecido entre las sombras del amanecer sin hacer ningún ruido. Harry tardó un momento en entrar y, al cerrar la puerta de casa, sacudió la cabeza, dudando de si lo que acababa de vivir había sido un sueño.
"La puerta azul"
(Todo lo que vale la pena hacer,vale la pena que se haga bien.)
Alguien dijo alguna vez que no podemos estar seguros de que el sol volverá a salir solo por el hecho de que haya amanecido los días precedentes.Lo que siempre ha sucedido de cierta manera puede dejar de hacerlo y,con ellos,arrastrarnos a un mundo desconocido,lleno de promesas y peligros.
Harry pensó en esto al desvelarse justo antes de que el primer rayo de sol entrara por el ángulo superior de su ventana.Un cambio en la temperatura del aire y el suave trino de un pájaro la alertaron de que la primera mañana del verano pronto iba a comenzar.
Se tranquilizo al comprobar que amanecía a pesar de todo,completamente ignorante de que su vida no volvería ser la misma al terminar aquella jornada.
Sin hacer ruido para no despertar a su hermana,con quien compartía dormitorio y cama,se deshizo de la sábana y puso los pies en el suelo.Estiró los brazos hacia arriba para dejar atrás los últimos restos de sueño y,descalzo,dio unos pasos precavidos.La vieja tarima de nogal emitió un crujido y la pequeña Marian,de once años,se removió en el lecho mientras murmuraba algo incompresible.
Harry volvió a su lado y posó su mano fresca sobre la frente de la niña para tranquilizarla.Luego bajó de puntillas los escalones hasta la planta baja.
La gastada mesa que presidía la cocina-comedor de los Styles estaba puesta con la mejor vajilla de la casa sobre un mantel de lino.Harry sonrió al descubrir que su madre le había preparado un gran desayuno de fiesta. Su estómago rugió al pensar en el pastel de melocotón y el pan de la amistad con mantequilla fresca que degustaría con su familia al cabo de un rato.
Aunque no se había levantado de madrugada por la comida.
Había llegado el día de su cumpleaños.Y no era un cumpleaños cualquiera: aquel 21 de junio Harry cumplía dieciséis,la edad oficial en que los amish comienzan la RUMSPRINGA.
Se dirigió sigilosamente hacia la entrada y acarició el pomo de madera de la puerta,sin atreverse aún a salir.Como era habitual,no estaba cerrada con llave ni con ningún tipo de cerrojo.
Harry contuvo el aliento al girar el pomo hacia la derecha.Su corazón latía a toda velocidad.
Salió al jardín y se quedó paralizado ante la cara exterior de la puerta.Su padre debía de haberla pintado durante la noche,se dijo,mientras en casa todos dormian.
Harry contempló la vieja puerta de madera de roble,teñida ahora de un luminoso azul añil que con la luz del amanecer parecía una prolongación del cielo.Una sonrisa se abrió paso en su cara poco a poco,tensando sus labios delicados a la vez que hinchaba las mejillas.Sentía una mezcla de orgullo y miedo.
Sabía que a partir de ese momento sus padres y todos los demás dejarían de tratarlo como un niño,pero no alcanzaba a comprender lo que eso significaba.
¿Quería decir ¿Quería decir que ya no podría jugar con Marian a perseguir a las gallinas? ¿Dejarían de hacer
agujeros bajo el porche para encontrar lombrices? ¿Tendría que ponerse zapatos a partir de ahora y
hablar con las chicas?
Solo de pensar en ello se sonrojaba.
Su amiga Ruth le había contado algunas historias acerca de las Rumspringa de sus hermanos
mayores. Celia, la mayor, que ahora vivía con su marido y sus tres hijos en una granja cercana a los abuelos de Harry, se había comprado ropa inglesa y durante un tiempo se paseó con pantalones y los labios pintados por las calles del pueblo. Su hermano Aaron consiguió un teléfono móvil y, aunque no lo
utilizaba en casa, se le podía ver hablando o tecleando a todas horas, encaramado en cualquier valla.
Todo el mundo se escandalizaba, pero la mayoría de amish miraba hacia otro lado ante aquellos comportamientos, que se habrían considerado intolerables para un adulto. Hacían la vista gorda porque
se suponía que los jóvenes debían experimentar primero para decidir por ellos mismos si querían seguir viviendo como amish el resto de su vida. Los que decidían no bautizarse eran expulsados de la comunidad y apenas podían mantener contacto con sus familias desde ese momento.
Harry sabía que sus padres jamás le concederían semejantes licencias. Su familia era estricta y cultivaba la obediencia y la discreción con el mismo ahínco con el que araba la tierra dura de sus campos
de cultivo. La familia Styles era especialmente prolija en el seguimiento de las leyes.
A el le aterraba la sola idea de llevar la contraria a los suyos y al entorno que la había visto crecer.
En Gerodom County solo se conocía el caso de un joven que había decidido alejarse de la comunidad y se había ido a vivir con los ingleses. Desde entonces, nadie, ni siquiera su familia, había vuelto a hablar
con él.
El gallo de la granja cantó de forma estridente, alejando de el aquel triste recuerdo. Harry supo que faltaba muy poco para que su familia se pusiera en pie. Deseoso de tener un instante de paz antes de que empezara la fiesta, salió al porche y se sentó en un desvencijado balancín de madera con las piernas
cruzadas, pensativo.
¿Y ahora, cómo se suponía que debía comportarse?
En su interior no se sentía diferente y deseaba poder seguir con su vida tal y como había sido hasta entonces.
Le gustaba levantarse el primero y beber un vaso de agua fresca antes de dar de comer a los animales. Luego ayudaba a su madre en la cocina, cosía ropa para sus hermanos, recolectaba hierbas aromáticas, moras y otras bayas para hacer tartas
Aunque lo que más le gustaba era vagar por algún rincón apartado del bosque, donde nadie pudiera escucharlo, y cantar a pleno pulmón los himnos de la iglesia. Se divertía imitando las voces y los gestos
de sus mayores. La voz cascada y aguda de la anciana Hettie, la voz clara, grave y natural de su padre…
A menudo se le pasaban las horas sin darse cuenta y se veía en un apuro a la hora de explicar en casa dónde había pasado la tarde.
Harry se mordió el labio con preocupación. Quizá aquella vida familiar y previsible, llena de trabajo pero también de placeres sencillos, se estuviera acabando. Algún día, no muy lejano, se le exigiría que tomase una decisión por sí mismo.
¿De verdad podía cambiar tanto su mundo? Se apartó un rizo de la cara y lo tomó entre sus dedos. Mientras lo enrollaba alrededor del índice con expresión soñadora, se dijo que no imaginaba nada mejor que las paredes de su granja.
Pero el azul en la puerta no dejaba lugar a dudas. Los cambios ya habían empezado porque en casa de los Styles vivía, desde aquel día, un chico casadero.
Un ruido repentino la hizo enderezarse de golpe. Asustado, escuchó cómo la hierba seca que tapizaba los laterales del camino crujía repetidamente. Alguien se acercaba a toda prisa por el lateral de la casa.
¿Quién podía ser a aquellas horas?
Harry dejó de balancearse y saltó al suelo, dispuesto a refugiarse dentro de la granja. Era indecoroso dejarse ver por cualquiera en pijama y con el cabello descubierto. Si algún vecino lo sorprendía de aquella guisa la reprimenda de su madre sería segura.
Ya tenía la mano sobre el picaporte de la puerta, cuando una voz cantarina lo detuvo:
—¡Hola,rizos! ¿Hay algún lugar por aquí donde se pueda tomar un café decente?
Harry se dio la vuelta y sus ojos se abrieron como platos al descubrir la figura desgarbada de un forastero. Se trataba de un inglés, eso estaba claro por su vestimenta, compuesta por una camisa de cuadros arremangada hasta los codos y unos vaqueros. Debía de tener más o menos su edad. Su pelo era
de un color castaño claro parecido al de Harry.
Los ojos azules del forastero se pasearon por el rostro de Harry, resiguiendo sus contornos con admiración. El estaba paralizado. No recordaba ni una sola ocasión en que alguien de fuera hubiera campado por el pueblo. Y menos de madrugada.
Atemorizado, se preguntó si tendría malas intenciones aquel forastero, que volvió a hablarle con un tono alegre:
—Ya que no me respondes, al menos me dejarás hacerte una foto. ¿A que sí?
Sin esperar respuesta, la encañonó con un artefacto negro con muchos botones y un tubo alargado que acababa en un cristal. Se oyó un suave chirrido metálico y luego un clic.
Harry ahogó un grito de horror y se cubrió la cara con las manos, totalmente avergonzado. Sus
padres le habían advertido a el y a sus hermanos que, si alguna vez iban a la ciudad para vender telas,pasteles o quesos hechos en casa, debían ser muy cuidadosos: a los ingleses les encanta tomar fotografías de los amish.
En cambio a la «gente sencilla», como a veces llamaban a su pueblo, no les gusta nada aparecer en imágenes. Tratan de mantenerse alejados de las cámaras, como si éstas pudieran robarles el alma. Unos pocos se dejan fotografiar solo de espaldas.
Harry recordó el pasaje del Éxodo que el pastor Sweitzer les había leído el domingo anterior:
No harás escultura ni imagen alguna de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra.
Temblando de miedo ante las consecuencias que podía tener para el aquel encuentro, abrió la boca para rogarle al forastero que se la devolviese. No tenía ni idea de cómo funcionaba aquella máquina,pero no podía permitir que un extraño se llevara una parte de el con intenciones desconocidas. ¡Si ni
siquiera iba vestido!
Con la mano aún en el pomo de la puerta, Harry sintió una fuerte sacudida. Su madre acababa de abrir la puerta y lo arrastró hacia el interior de la casa.
—Pero ¿qué haces aquí fuera sin vestir, chiquillo? Espabila, que es tarde y el desayuno ya está listo
— la apremió.
Su madre sí había tenido tiempo de ponerse el vestido amish de tergal sólido, el delantal blanco y una impoluta cofia que cubría sus cabellos.
Harry se dio la vuelta para señalarle a aquel extraño que acababa de robarle el alma pero,asombrado, se encontró mirando hacia la nada, con un dedo vacilante suspendido en el aire.
El chico de cabello castaño y ojos azules había desaparecido entre las sombras del amanecer sin hacer ningún ruido. Harry tardó un momento en entrar y, al cerrar la puerta de casa, sacudió la cabeza, dudando de si lo que acababa de vivir había sido un sueño.
titasheilus
Re: El corazon de Harry(Larry)
Capitulo 2. El inglés
«Por amor somos capaces de caminar sin miedo,
correr con confianza y vivir una vida victoriosa.»
Harry se afanó en recoger los últimos restos del desayuno. Los gemelos David y Marian habían echado a correr apenas se habían levantado de la mesa y se les oía jugar alborozados en el jardín desde hacía un buen rato.
—¡Chicos, no os ensuciéis! ¡En diez minutos salimos hacia el servicio dominical y ya no habrá tiempo para cambiarse! —les advirtió su madre con los brazos en jarras, observando sus carreras desde una ventana de la sala.
Cuando Harry terminaba de secar el último vaso, su padre se acercó a el por detrás y le puso una mano sobre la cabeza, acariciando suavemente sus cabellos, ocultos bajo el sombrero.El se dio la vuelta y sonrió con los ojos bajos. John Miller era un hombre de pocas palabras. Aun así, Harry sabía que con aquella mano áspera que ahora temblaba levemente al tocarlo, su padre le estaba diciendo sin hablar que lo quería y estaba orgulloso de el.
Harry recordó un gesto parecido el día que acabó el colegio, hacía dos años, y le dedicó una sonrisa tímida. Los ojos verde petróleo de su padre se encontraron con los suyos, tan parecidos, y se humedecieron al instante. A Harry le dio un vuelco el corazón al verlo tan emocionado, y por segunda
vez aquella mañana sintió que la vida tal y como la conocía hasta ese instante estaba a punto de cambiar.
Su madre los interrumpió apremiándolos para que se arreglaran antes de ir a la iglesia. John Styles se dio la vuelta, enjugándose una lágrima furtiva, tomó su sombrero de los domingos y los esperó de pie en la puerta, echando los hombros hacia atrás como si quisiera darse ánimo.
Los servicios religiosos se celebraban cada domingo en casa de algún vecino. De vez en cuando, si el predicador lo requería, el pueblo se reunía en el granero comunal de Gerodom County, que casi todos llamaban «la iglesia». El local también se usaba para otras reuniones y fiestas del pueblo.
La familia Styles se dirigió hacia allí a pie, puesto que las instalaciones estaban bastante cerca de su
granja. Harry se alisó la camisa azul oscura y acomodó dentro del sombrero un rizo rebelde. Su madre asintió con aprobación, y los tres juntos salieron a buscar a sus hermanos.
Los niños estaban enfrascados en sus juegos pero, en cuanto los vieron, se levantaron del suelo con presteza y se sacudieron la ropa. Luego salieron corriendo delante de sus padres, esta vez en dirección a las afueras del pueblo.
Nada más llegar, Harry recibió las felicitaciones de varios vecinos. Su amiga Ruth, a quien le faltaban solo dos meses para cumplir los dieciséis, lo abrazó hasta dejarlo casi sin respiración. El se sentía extrañamente fuera de lugar, incapaz de vivir aquel momento con la alegría o la sabiduría prudente que sentía que requería.
Los Styles ocuparon uno de los toscos bancos de madera habilitados como asientos durante la reunión. Harry se sentó entre los gemelos y su padre, y tomó distraídamente uno de los Ausbund encuadernado en cuero negro. Los cánticos que tenían lugar al principio y al final del servicio eran su parte favorita. A pesar de que solían contar historias tristes y de que a veces se le hacían muy largos,
pues algunos duraban más de veinte minutos, Harry encontraba paz en sus monótonas tonadas.
Los sermones del pastor Sweitzer eran apasionados y siempre la hacían meditar, pero a menudo hacían que se sintiera imperfecto y culpable de todos los males del mundo. Cuando empezaba a pensar de
ese modo, entonaba una canción, y la melodía, aunque solo pudiera cantarla dentro de su cabeza, le servía de consuelo inmediato.
Harry, como la mayoría de los miembros de su familia, tenía una voz clara y bien afinada, y no tenía que esforzarse demasiado por aprender las canciones que el predicador elegía para el oficio. Una vez al mes los jóvenes de Gerodom County se reunían para ensayarlas, y Harry disfrutaba mucho con aquellos
encuentros.
Un quejido lúgubre inundó el aire de granero. Se trataba de la voz de Grayson, el diácono del pueblo,que entonaba el principio del himno número treinta y seis.
Ewiger Vater vom Himmelreich, ich ruf zu
Dir gar inniglich,
lass mich von Dir nicht wenden,
erhalt mich in der Wahrheit Dein bis an mein letztes Ende
Las palabras en alto alemán resonaron con fuerza dentro de Harry. Aquel era uno de los himnos favoritos de su abuela. La anciana había muerto cuando el tenía diez años, pero todavía la echaba de menos todos los días. Su madre siempre le recordaba que había heredado de ella los rizos y su buena
mano con la repostería. Cuando Harry pensaba en ella le venían a la memoria dos olores: vainilla y lavanda, el primero relacionado con las horas que su abuela pasaba en la cocina, y el segundo por los saquitos de olor con los que perfumaba la ropa de los armarios.
Todos empezaron a cantar y Harry se unió al coro de voces. No entendía muchas de las palabras y los giros de aquel idioma, al igual que la mayoría de los amish, pero conocía bien la historia del cántico compuesto por Úrsula, una joven anabaptista del siglo XVI que fue arrestada a los diecisiete años. Su abuela le había contado que la habían encadenado en una prisión junto a su gran amor, un chico anabaptista, para tratar de violentarla y de tentarlo a él con la presencia femenina. Los dos habían resistido y se habían mantenido castos, ofreciéndose amable consuelo el uno al otro en aquella fría cárcel. Finalmente Úrsula había huido hasta Italia y se había salvado. La canción era en verdad una
oración para que Dios la mantuviera a salvo de todo mal.
0 Gott, bewahr mein Herz und Mund, Herr,
wach ob mir zu aller Stund,
lass mich von Dir nicht scheiden,
es sei durch Trübsal, Angst und Not,
erhalt mich rein in Freuden.
Ewiger Herr und Vater mein,
ich bin Dein unwürdig's Kindelein.
Todos siguieron el himno. Era también uno de los favoritos de Harry, puesto que tenía un final feliz y le hacía pensar en un Dios tierno que protegía a las personas. A el le gustaba más imaginarlo como un padre bondadoso que como el ser exigente y puntilloso que a veces les describía el pastor Sweitzer en
sus sermones.
A media canción se oyó un golpe en la puerta de entrada del granero y Harry volvió la cabeza con curiosidad. No era habitual que nadie se retrasara durante los servicios religiosos.
Dos figuras altas vestidas de negro avanzaban con pasos rápidos por el pasillo central que se formaba entre las dos hileras de bancos. La figura de la izquierda era la del mismo predicador Sweitzer.
Harry se extrañó al verlo entrar de aquella manera cuando ya debería estar ocupando su lugar en el púlpito hacía rato.
Poco antes de llegar a su altura se detuvo un instante y Harry se dio cuenta con horror de que la persona que lo acompañaba y que ahora estaba ocupando un lugar en un banco, justo detrás de el, no era otro que el inglés que lo había fotografiado aquella mañana.
Cuando sus miradas se encontraron, Harry volvió la cabeza hacia el frente con rapidez, disimulando su asombro. Las hileras de bancos estaban tan cerca las unas de las otras que pudo percibir perfectamente el olor del forastero, fresco y peligroso como una tormenta a punto de estallar. La congregación siguió
cantando mientras el trataba de que no se notara su turbación:
¡Cuida de mi corazón y de mi boca!
De repente, Harry distinguió entre la multitud de voces conocidas una nueva,suave,profunda y masculina,teñida de una vibración tan pura que le hizo estremecerse. Era un canto alegre que desprendía tal despreocupación y confianza en el mundo que tuvo que dejar de cantar, deseoso de perderse en aquel sonido inaudito. Los ojos se le llenaron de lágrimas mientras su corazón vibraba al ritmo de la cadencia de la melodía.
Harry se volvió con disimulo y comprobó que se trataba del extranjero, que cantaba sin vacilaciones un salmo que a el le había costado años aprender:
¡Sostenme con tu amor!
Algo de ese amor viaja ya conmigo.
El trago del sufrimiento se muestra ante nosotros
pero también lo hacen las falsas enseñanzas.
Son muchos los que tratan de apartarnos
de Cristo nuestro Señor.
Por eso, te entrego mi alma. No permitas que me avergüence.
No dejes que el enemigo se exalte gracias a mí.
El himno acabó y Harry se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración. Jamás había oído a nadie entonar de aquel modo. Los cánticos de los amish eran lúgubres y extraños. La letra ni siquiera rimaba, pero en boca de aquel extranjero la música había cobrado otra dimensión. Su pronunciación era curiosa, pero aun así… Soltó todo el aire que acumulaba en los pulmones,
maravillado.
El pastor Sweitzer tomó unos papeles de un banco cercano y procedió con el sermón. Harry no podía concentrarse en sus palabras, pues todavía estaba conmocionado, y ahora sentía como si su espalda y su nuca ardieran. Giró levemente la cabeza y se encontró de nuevo con la mirada del chico de ojos azules.A diferencia de la primera vez que lo había visto,ahora el pelo lo llevaba peinados hacia atrás con pulcritud.
Aunque sus ojos chispeaban de la misma manera y se detenían alternativamente entre los de el y su boca, Harry no pudo evitar fijarse en la de él, que se curvó en una media sonrisa. Avergonzado, volvió a mirar hacia adelante. El rizo rebelde había vuelto a salirse del sombrero y Harry lo recolocó
recatadamente. Su piel se erizó involuntariamente al pensar que aquel chico había visto mucho más que un mechón obstinado.
Mientras el pastor Sweitzer disertaba acerca de un pasaje del Sermón de la Montaña, Harry consideró sus posibilidades. Podía confesar todo el asunto a sus padres, pero algo le decía que no se
libraría de una buena reprimenda. Por otra parte, ¿qué hacía aquel extraño sentado en un banco de la iglesia como si fuera uno más en la comunidad? Harry se fijó en que no era el único que se hacía aquella pregunta. Casi todas las miradas de los presentes se dirigían, de forma más o menos disimulada,
hacia donde estaba sentado. ¿Era él la causa de que los hubieran convocado aquella mañana?
El pastor Sweitzer pareció darse cuenta de que aquel día su auditorio no estaba precisamente atento a la charla y decidió abreviarla. Tras concluir el sermón con un par de admoniciones generales se aclaró la garganta y empezó a hablar sin rodeos:
—Queridos amigos. Algunos de vosotros ya conocéis a Louis.
Se oyó un murmullo general y muchas cabezas se volvieron en dirección al inglés. Varias voces cuchichearon con desaprobación.
—Los demás, dejadme que os cuente primero el motivo de su presencia entre nosotros. Ya conocéis las polémicas que nos han perseguido durante los últimos meses y que se han reflejado semana tras semana en los periódicos locales. De nuestro pueblo han dicho falsedades abominables, como que
nuestros jóvenes carecen de libertad y que les alejamos del mundo exterior sin permitirles elegir. Los cabezas de familia de Gerodom County y yo mismo hemos llegado a la conclusión de que necesitamos que nuestros vecinos ingleses nos conozcan mejor: de ese modo dejarán de juzgarnos y acabaremos para siempre con los malentendidos.
Se oyó otro murmullo de aprobación.
—Para ello ha venido Louis hasta aquí. Este joven va a quedarse con nosotros durante algunos días.
No es uno de los nuestros, pero tiene la confianza y la recomendación del pastor Coblentz, de la comunidad del sudeste de Seattle. Incluso ha tenido la deferencia de aprender algunos de los himnos del
Ausbund. Ha venido desde muy lejos para escribir un reportaje sobre nosotros. Una semblanza sobre nuestro pueblo, con unas pocas fotografías tomadas con el debido recato, que se publicará en el periódico local y también en el de su ciudad. Creo que no me equivoco al pensar que ha sido el Señor
mismo quien ha puesto a este joven en nuestro camino.
El pastor Sweitzer le lanzó una mirada de reconocimiento desde el púlpito. Desde su asiento, Harry adivinó que él le había correspondido con una sonrisa. Algunas cabezas asintieron en silencio y también
se oyeron nuevos murmullos escandalizados, a los que el pastor replicó:
—Como os decía, este joven tomará algunas fotografías de nuestras granjas, de nuestra comida, de los animales… A las personas que aparezcan en ellas no se les verá la cara, por supuesto. Louis es una persona respetuosa y ha prometido adaptarse a nuestras costumbres mientras viva en Gerodom County.
«¿Respetuoso? ¿Adaptarse a las costumbres?» Harry punto estuvo de gritarle al pastor Sweitzer que se equivocaba de medio a medio con aquel descarado que iba robando fotos sin pedir permiso.
Finalmente se impusieron la modestia y la sumisión que le habían inculcado sus padres desde su nacimiento, así que de su boca solo salió un suspiro de impotencia.
Louis eligió aquel momento para darle un toquecito en el hombro. Harry se estremeció con el contacto y se volvió con cautela hacia él, que le entregó un libro de himnos idéntico al que el había apoyado sobre el respaldo del banco delantero.
Los dedos de Louis tocaron los suyos durante un segundo más de lo necesario al pasarle el libro, y el sintió un fogonazo de calor que empezó en su estómago y fue bajando hasta los dedos de sus pies.
Instintivamente, miró a su padre y comprobó que no se había percatado de nada, absorto como estaba en las palabras del reverendo Sweitzer. Marian, que estaba acunando a su muñeca de trapo, tampoco había
notado nada.
¿Para qué le daba aquel libro? Harry respiró hondo y afirmó los pies en el suelo, pues empezaba a sentir que sus rodillas flaqueaban. Puso el volumen sobre el respaldo del banco y, al moverlo, se fijó en que de entre las páginas sobresalía la punta de un papel de color crema.
Lo sacó y sus ojos se abrieron como platos al leer el contenido de una nota manuscrita:
"Encontrémonos en este mismo sitio al
anochecer y te devolveré lo que es tuyo."
«Por amor somos capaces de caminar sin miedo,
correr con confianza y vivir una vida victoriosa.»
Harry se afanó en recoger los últimos restos del desayuno. Los gemelos David y Marian habían echado a correr apenas se habían levantado de la mesa y se les oía jugar alborozados en el jardín desde hacía un buen rato.
—¡Chicos, no os ensuciéis! ¡En diez minutos salimos hacia el servicio dominical y ya no habrá tiempo para cambiarse! —les advirtió su madre con los brazos en jarras, observando sus carreras desde una ventana de la sala.
Cuando Harry terminaba de secar el último vaso, su padre se acercó a el por detrás y le puso una mano sobre la cabeza, acariciando suavemente sus cabellos, ocultos bajo el sombrero.El se dio la vuelta y sonrió con los ojos bajos. John Miller era un hombre de pocas palabras. Aun así, Harry sabía que con aquella mano áspera que ahora temblaba levemente al tocarlo, su padre le estaba diciendo sin hablar que lo quería y estaba orgulloso de el.
Harry recordó un gesto parecido el día que acabó el colegio, hacía dos años, y le dedicó una sonrisa tímida. Los ojos verde petróleo de su padre se encontraron con los suyos, tan parecidos, y se humedecieron al instante. A Harry le dio un vuelco el corazón al verlo tan emocionado, y por segunda
vez aquella mañana sintió que la vida tal y como la conocía hasta ese instante estaba a punto de cambiar.
Su madre los interrumpió apremiándolos para que se arreglaran antes de ir a la iglesia. John Styles se dio la vuelta, enjugándose una lágrima furtiva, tomó su sombrero de los domingos y los esperó de pie en la puerta, echando los hombros hacia atrás como si quisiera darse ánimo.
Los servicios religiosos se celebraban cada domingo en casa de algún vecino. De vez en cuando, si el predicador lo requería, el pueblo se reunía en el granero comunal de Gerodom County, que casi todos llamaban «la iglesia». El local también se usaba para otras reuniones y fiestas del pueblo.
La familia Styles se dirigió hacia allí a pie, puesto que las instalaciones estaban bastante cerca de su
granja. Harry se alisó la camisa azul oscura y acomodó dentro del sombrero un rizo rebelde. Su madre asintió con aprobación, y los tres juntos salieron a buscar a sus hermanos.
Los niños estaban enfrascados en sus juegos pero, en cuanto los vieron, se levantaron del suelo con presteza y se sacudieron la ropa. Luego salieron corriendo delante de sus padres, esta vez en dirección a las afueras del pueblo.
Nada más llegar, Harry recibió las felicitaciones de varios vecinos. Su amiga Ruth, a quien le faltaban solo dos meses para cumplir los dieciséis, lo abrazó hasta dejarlo casi sin respiración. El se sentía extrañamente fuera de lugar, incapaz de vivir aquel momento con la alegría o la sabiduría prudente que sentía que requería.
Los Styles ocuparon uno de los toscos bancos de madera habilitados como asientos durante la reunión. Harry se sentó entre los gemelos y su padre, y tomó distraídamente uno de los Ausbund encuadernado en cuero negro. Los cánticos que tenían lugar al principio y al final del servicio eran su parte favorita. A pesar de que solían contar historias tristes y de que a veces se le hacían muy largos,
pues algunos duraban más de veinte minutos, Harry encontraba paz en sus monótonas tonadas.
Los sermones del pastor Sweitzer eran apasionados y siempre la hacían meditar, pero a menudo hacían que se sintiera imperfecto y culpable de todos los males del mundo. Cuando empezaba a pensar de
ese modo, entonaba una canción, y la melodía, aunque solo pudiera cantarla dentro de su cabeza, le servía de consuelo inmediato.
Harry, como la mayoría de los miembros de su familia, tenía una voz clara y bien afinada, y no tenía que esforzarse demasiado por aprender las canciones que el predicador elegía para el oficio. Una vez al mes los jóvenes de Gerodom County se reunían para ensayarlas, y Harry disfrutaba mucho con aquellos
encuentros.
Un quejido lúgubre inundó el aire de granero. Se trataba de la voz de Grayson, el diácono del pueblo,que entonaba el principio del himno número treinta y seis.
Ewiger Vater vom Himmelreich, ich ruf zu
Dir gar inniglich,
lass mich von Dir nicht wenden,
erhalt mich in der Wahrheit Dein bis an mein letztes Ende
Las palabras en alto alemán resonaron con fuerza dentro de Harry. Aquel era uno de los himnos favoritos de su abuela. La anciana había muerto cuando el tenía diez años, pero todavía la echaba de menos todos los días. Su madre siempre le recordaba que había heredado de ella los rizos y su buena
mano con la repostería. Cuando Harry pensaba en ella le venían a la memoria dos olores: vainilla y lavanda, el primero relacionado con las horas que su abuela pasaba en la cocina, y el segundo por los saquitos de olor con los que perfumaba la ropa de los armarios.
Todos empezaron a cantar y Harry se unió al coro de voces. No entendía muchas de las palabras y los giros de aquel idioma, al igual que la mayoría de los amish, pero conocía bien la historia del cántico compuesto por Úrsula, una joven anabaptista del siglo XVI que fue arrestada a los diecisiete años. Su abuela le había contado que la habían encadenado en una prisión junto a su gran amor, un chico anabaptista, para tratar de violentarla y de tentarlo a él con la presencia femenina. Los dos habían resistido y se habían mantenido castos, ofreciéndose amable consuelo el uno al otro en aquella fría cárcel. Finalmente Úrsula había huido hasta Italia y se había salvado. La canción era en verdad una
oración para que Dios la mantuviera a salvo de todo mal.
0 Gott, bewahr mein Herz und Mund, Herr,
wach ob mir zu aller Stund,
lass mich von Dir nicht scheiden,
es sei durch Trübsal, Angst und Not,
erhalt mich rein in Freuden.
Ewiger Herr und Vater mein,
ich bin Dein unwürdig's Kindelein.
Todos siguieron el himno. Era también uno de los favoritos de Harry, puesto que tenía un final feliz y le hacía pensar en un Dios tierno que protegía a las personas. A el le gustaba más imaginarlo como un padre bondadoso que como el ser exigente y puntilloso que a veces les describía el pastor Sweitzer en
sus sermones.
A media canción se oyó un golpe en la puerta de entrada del granero y Harry volvió la cabeza con curiosidad. No era habitual que nadie se retrasara durante los servicios religiosos.
Dos figuras altas vestidas de negro avanzaban con pasos rápidos por el pasillo central que se formaba entre las dos hileras de bancos. La figura de la izquierda era la del mismo predicador Sweitzer.
Harry se extrañó al verlo entrar de aquella manera cuando ya debería estar ocupando su lugar en el púlpito hacía rato.
Poco antes de llegar a su altura se detuvo un instante y Harry se dio cuenta con horror de que la persona que lo acompañaba y que ahora estaba ocupando un lugar en un banco, justo detrás de el, no era otro que el inglés que lo había fotografiado aquella mañana.
Cuando sus miradas se encontraron, Harry volvió la cabeza hacia el frente con rapidez, disimulando su asombro. Las hileras de bancos estaban tan cerca las unas de las otras que pudo percibir perfectamente el olor del forastero, fresco y peligroso como una tormenta a punto de estallar. La congregación siguió
cantando mientras el trataba de que no se notara su turbación:
¡Cuida de mi corazón y de mi boca!
De repente, Harry distinguió entre la multitud de voces conocidas una nueva,suave,profunda y masculina,teñida de una vibración tan pura que le hizo estremecerse. Era un canto alegre que desprendía tal despreocupación y confianza en el mundo que tuvo que dejar de cantar, deseoso de perderse en aquel sonido inaudito. Los ojos se le llenaron de lágrimas mientras su corazón vibraba al ritmo de la cadencia de la melodía.
Harry se volvió con disimulo y comprobó que se trataba del extranjero, que cantaba sin vacilaciones un salmo que a el le había costado años aprender:
¡Sostenme con tu amor!
Algo de ese amor viaja ya conmigo.
El trago del sufrimiento se muestra ante nosotros
pero también lo hacen las falsas enseñanzas.
Son muchos los que tratan de apartarnos
de Cristo nuestro Señor.
Por eso, te entrego mi alma. No permitas que me avergüence.
No dejes que el enemigo se exalte gracias a mí.
El himno acabó y Harry se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración. Jamás había oído a nadie entonar de aquel modo. Los cánticos de los amish eran lúgubres y extraños. La letra ni siquiera rimaba, pero en boca de aquel extranjero la música había cobrado otra dimensión. Su pronunciación era curiosa, pero aun así… Soltó todo el aire que acumulaba en los pulmones,
maravillado.
El pastor Sweitzer tomó unos papeles de un banco cercano y procedió con el sermón. Harry no podía concentrarse en sus palabras, pues todavía estaba conmocionado, y ahora sentía como si su espalda y su nuca ardieran. Giró levemente la cabeza y se encontró de nuevo con la mirada del chico de ojos azules.A diferencia de la primera vez que lo había visto,ahora el pelo lo llevaba peinados hacia atrás con pulcritud.
Aunque sus ojos chispeaban de la misma manera y se detenían alternativamente entre los de el y su boca, Harry no pudo evitar fijarse en la de él, que se curvó en una media sonrisa. Avergonzado, volvió a mirar hacia adelante. El rizo rebelde había vuelto a salirse del sombrero y Harry lo recolocó
recatadamente. Su piel se erizó involuntariamente al pensar que aquel chico había visto mucho más que un mechón obstinado.
Mientras el pastor Sweitzer disertaba acerca de un pasaje del Sermón de la Montaña, Harry consideró sus posibilidades. Podía confesar todo el asunto a sus padres, pero algo le decía que no se
libraría de una buena reprimenda. Por otra parte, ¿qué hacía aquel extraño sentado en un banco de la iglesia como si fuera uno más en la comunidad? Harry se fijó en que no era el único que se hacía aquella pregunta. Casi todas las miradas de los presentes se dirigían, de forma más o menos disimulada,
hacia donde estaba sentado. ¿Era él la causa de que los hubieran convocado aquella mañana?
El pastor Sweitzer pareció darse cuenta de que aquel día su auditorio no estaba precisamente atento a la charla y decidió abreviarla. Tras concluir el sermón con un par de admoniciones generales se aclaró la garganta y empezó a hablar sin rodeos:
—Queridos amigos. Algunos de vosotros ya conocéis a Louis.
Se oyó un murmullo general y muchas cabezas se volvieron en dirección al inglés. Varias voces cuchichearon con desaprobación.
—Los demás, dejadme que os cuente primero el motivo de su presencia entre nosotros. Ya conocéis las polémicas que nos han perseguido durante los últimos meses y que se han reflejado semana tras semana en los periódicos locales. De nuestro pueblo han dicho falsedades abominables, como que
nuestros jóvenes carecen de libertad y que les alejamos del mundo exterior sin permitirles elegir. Los cabezas de familia de Gerodom County y yo mismo hemos llegado a la conclusión de que necesitamos que nuestros vecinos ingleses nos conozcan mejor: de ese modo dejarán de juzgarnos y acabaremos para siempre con los malentendidos.
Se oyó otro murmullo de aprobación.
—Para ello ha venido Louis hasta aquí. Este joven va a quedarse con nosotros durante algunos días.
No es uno de los nuestros, pero tiene la confianza y la recomendación del pastor Coblentz, de la comunidad del sudeste de Seattle. Incluso ha tenido la deferencia de aprender algunos de los himnos del
Ausbund. Ha venido desde muy lejos para escribir un reportaje sobre nosotros. Una semblanza sobre nuestro pueblo, con unas pocas fotografías tomadas con el debido recato, que se publicará en el periódico local y también en el de su ciudad. Creo que no me equivoco al pensar que ha sido el Señor
mismo quien ha puesto a este joven en nuestro camino.
El pastor Sweitzer le lanzó una mirada de reconocimiento desde el púlpito. Desde su asiento, Harry adivinó que él le había correspondido con una sonrisa. Algunas cabezas asintieron en silencio y también
se oyeron nuevos murmullos escandalizados, a los que el pastor replicó:
—Como os decía, este joven tomará algunas fotografías de nuestras granjas, de nuestra comida, de los animales… A las personas que aparezcan en ellas no se les verá la cara, por supuesto. Louis es una persona respetuosa y ha prometido adaptarse a nuestras costumbres mientras viva en Gerodom County.
«¿Respetuoso? ¿Adaptarse a las costumbres?» Harry punto estuvo de gritarle al pastor Sweitzer que se equivocaba de medio a medio con aquel descarado que iba robando fotos sin pedir permiso.
Finalmente se impusieron la modestia y la sumisión que le habían inculcado sus padres desde su nacimiento, así que de su boca solo salió un suspiro de impotencia.
Louis eligió aquel momento para darle un toquecito en el hombro. Harry se estremeció con el contacto y se volvió con cautela hacia él, que le entregó un libro de himnos idéntico al que el había apoyado sobre el respaldo del banco delantero.
Los dedos de Louis tocaron los suyos durante un segundo más de lo necesario al pasarle el libro, y el sintió un fogonazo de calor que empezó en su estómago y fue bajando hasta los dedos de sus pies.
Instintivamente, miró a su padre y comprobó que no se había percatado de nada, absorto como estaba en las palabras del reverendo Sweitzer. Marian, que estaba acunando a su muñeca de trapo, tampoco había
notado nada.
¿Para qué le daba aquel libro? Harry respiró hondo y afirmó los pies en el suelo, pues empezaba a sentir que sus rodillas flaqueaban. Puso el volumen sobre el respaldo del banco y, al moverlo, se fijó en que de entre las páginas sobresalía la punta de un papel de color crema.
Lo sacó y sus ojos se abrieron como platos al leer el contenido de una nota manuscrita:
"Encontrémonos en este mismo sitio al
anochecer y te devolveré lo que es tuyo."
titasheilus
Re: El corazon de Harry(Larry)
Capitulo 3. Gerodom County
«Necesitamos viejos amigos que nos ayuden a envejecer
y nuevos amigos que nos ayuden a permanecer jóvenes.»
Louis pasó el resto del día vagando por los alrededores, consciente de que la gente de Gerodom County aún necesitaría tiempo para hacerse a la idea de su presencia. Había salido del granero en cuanto acabó el servicio y se había apostado junto a las puertas para ver salir, en parejas o por grupos, a todo el
pueblo. Se había sentido solo y algo desalentado al comprobar que todos evitaban hablarle e incluso mirarlo.
Al parecer, el sermón del pastor Sweitzer pidiendo colaboración no había hecho mella entre la gente sencilla.
El joven con el pelo rizado y su familia habían salido casi los últimos.Louis posó sus ojos en el, que se esforzaba en mirar hacia el suelo todo el tiempo como si fuera a tropezar con una piedra imaginaria.
Tuvo que obligarse a apartar la mirada, temeroso de llamar la atención de los padres del chico que, a diferencia de los demás amish, lo observaban abiertamente.
Al final había salido el predicador, que se dirigió a él con una sonrisa condescendiente:
—Bienvenido a Gerodom County —dijo mientras le ponía una mano sobre el hombro.
—Muchas gracias, pastor Sweitzer —respondió Louis, todavía turbado por la visión de Harry.
Aun vestido con sus sencillos ropajes amish y con el pelo oculto bajo el sobrero, aquel chico era tan guapo que cortaba la respiración.
—Nuestro pueblo no está acostumbrado a las novedades —se había excusado el pastor, dirigiendo la mirada hacia el río de gente que se marchaba apresurada hacia sus carros y sus caballos.
—Lo sé —había dicho Louis recuperando lentamente la compostura—. Pero me gustaría empezar el reportaje ahora mismo, si es posible. ¿Cree que alguien querrá hablar conmigo esta mañana?
Por toda respuesta, el pastor lo había tomado del brazo para conducirlo de nuevo al granero. La vieja Hettie estaba pasando con esmero un paño por los bancos de la primera fila. Sweitzer los presentó y Louis se alegró al comprobar que la anciana no parecía amedrentada por su presencia. Ella pareció leer
sus pensamientos al admitir:
—A mi edad ya he visto demasiadas cosas, joven. No le temo a nada, ya ni siquiera a la muerte. ¿Qué quieres saber?
Louis le hizo algunas preguntas básicas acerca de la vida de los amish. La anciana le contó muchos detalles curiosos acerca de su infancia en la granja, también de su bautizo como miembro de la comunidad, más de medio siglo atrás. Se lamentó de que a los jóvenes en la actualidad se les permitieran «demasiadas cosas» y luego explicó que, alcanzada cierta edad, los amish ceden su granja y las tierras a sus hijos y se retiran a vivir a una casa más pequeña cerca de los suyos, a los que ayudan en lo que pueden además de ofrecer su consejo. Por desgracia, el marido de Hettie ya no vivía, y ella pasaba sus días entre las tareas de la iglesia, el cuidado de sus nietos y el cultivo de un minúsculo jardín de rosas en la parte trasera de su casa.
El joven periodista había tomado nota de todo y se había despedido, muy satisfecho, de la entrañable Hettie.
Tuvo que pensar con nostalgia en su abuela, fallecida el año anterior tras pasar los últimos años de su vida en una residencia de ancianos de Seattle. A ella, que había nacido en el campo, le habría gustado Gerodom County.
Louis arrancó distraídamente una hoja de un arbusto cercano y decidió seguir el camino que proseguía por detrás de la iglesia. Al fondo se veían grandes extensiones de campos cultivados y una mancha azul ovalada que parecía un pequeño lago.
Vagabundeó cerca de allí durante el resto de la mañana, haciendo fotos. El lugar merecía con creces la excursión. Junto a la orilla, sentado bajo la sombra de un árbol frondoso, comió un trozo de pan con queso que le había dado la mujer del pastor y se maravilló por el sabor dulce y cremoso de un refrigerio
tan frugal. Los amish de Gerodom eran conocidos en la comarca por fabricar los mejores quesos, y Louis estaba comprobando por sí mismo que su fama era completamente merecida.
«Buen queso y chicos guapos», se dijo, pensando otra vez en el joven del pijama. Bostezó y se frotó los ojos al notar que el sueño lo vencía. Había viajado toda la noche en autocar desde Springfield, y apenas había dormido dos horas. El cansancio, su estómago saciado y la brisa fresca que levantaba minúsculas olas en el agua lo sumieron en un agradable sopor, y Louis se durmió sin remedio durante dos horas.
Despertó con la certeza de que había soñado con alguien conocido pero, cada vez que intentaba atrapar algún recuerdo de la historia, la bruma del sueño lo alejaba. Echó de menos su casa y se sintió extraño al abrir los ojos en un lugar desconocido. Tan solo veinticuatro horas antes estaba en el
apartamento familiar en Seattle, tomando un sándwich de pastrami con su madre y su hermano pequeño, y oyendo la televisión de los vecinos a través de las finas paredes del comedor.
Para sacudirse la modorra, se estiró como un gato y suspiró mientras se preguntaba cuánto tiempo pasaría hasta que volviera a ver a su familia.
Antes de eso, tenía que hacer el reportaje de su vida. Para eso había gastado sus últimos ahorros en aquel viaje. Estaba seguro de que la historia de aquella comunidad amish, que vivía detenida en el tiempo, podía darle cierto nombre en el mundo del periodismo. Cuando Richard Lowenstein, el jefe de
redacción de la revista Reporter, lo leyera, por fin le daría la oportunidad que tanto había soñado.
Presentía que su madre pondría el grito en el cielo cuando se enterara de que se trasladaba a Nueva York para hacer carrera. Ya le había costado hacerse a la idea de que, tras acabar el bachillerato, no iría directamente a la universidad para estudiar medicina como su padre. Louis no podía entender la adoración que su madre aún tenía hacia aquel hombre. Desde que había cumplido los catorce había discutido muchas veces con ella por ese motivo.
Su padre les había abandonado cuando él tenía cinco años.
Antes de eso, su madre había descubierto que los viajes cada vez más frecuentes que realizaba con la excusa de acudir a congresos de cardiología eran falsos. Lo cierto era que llevaba una vida paralela.
Tras muchas broncas, gritos y lágrimas se descubrió que Robert Tomlinson tenía otra familia en Dallas. Otra casa, otro perro, incluso otros dos hijos. Al parecer había coincidido con un amor de juventud en uno de
sus viajes y ahí había empezado todo.
La madre de Louis no se había recuperado jamás de la traición. No había sido capaz de rehacer su vida. Aun así, siempre lo disculpaba y decía que si aquello había pasado era porque se habían casado demasiado jóvenes.
El día de su décimo cumpleaños su padre reapareció. Se presentó en su fiesta con una bicicleta carísima, un montón de globos y expresión arrepentida.Louis odió a su madre por permitir que le amargara la fiesta con su presencia. Ella le explicó que él tenía derecho a visitarlos.Georgie, su hermano pequeño, se había vuelto loco de alegría, a pesar de que no lo conocía, pues cuando se había marchado de casa él apenas era un bebé. Louis, en cambio, se había negado en rotundo a hablarle.
El aspirante a periodista había crecido odiando todo lo que tenía que ver con su padre. Sus estudios de Harvard, los congresos médicos, su afición al golf. Lo odiaba por haber hecho infeliz a su madre y, de paso, a sus dos hijos.
Georgie y su padre mantenían una buena relación. Louis toleraba su presencia en casa, cada vez más anecdótica puesto que era su hermano pequeño quien se desplazaba hasta Dallas casi siempre, pero nunca le había perdonado su marcha. Lo consideraba un cobarde y cada vez que su madre sugería que se hiciera médico, como él, se soliviantaba. No quería parecerse a su padre en nada.
Tras muchas discusiones, había hecho un pacto con su madre:Louis tendría un año para tomar una decisión sobre sus estudios. El período sabático estaba tocando a su fin y él ya estaba seguro de lo que quería: iba a ser reportero.
Su sueño era trabajar para la revista de periodismo de investigación número uno del país, con sede en Nueva York. Tras meses probando diferentes oficios, desde la carpintería hasta podar jardines, se había convencido de que su futuro y su felicidad estaban en aquella publicación que coleccionaba desde hacía
años.Louis se levantó y se sacudió el polvo de la ropa. Llevaba unos pantalones de algodón oscuros y una camisa marrón, un atuendo discreto para destacar lo menos posible entre los amish. Se cargó la mochila al hombro y empezó a caminar en dirección al pueblo. Miró su reloj de pulsera y se dijo que tenía que
darse prisa si quería estar de vuelta antes de que anocheciera.
¿Aparecería el chico? Mientras caminaba, Louis lo contempló por enésima vez en el visor de su cámara réflex. Y de nuevo se quedó sin aliento. Su cabello castaño de rizos sueltos. Bajo el tosco pijama blanco se intuía un cuerpo sublime de miembros alargados, con los hombros esbeltos.
La expresión de su cara, atrapada para siempre por el disparador de la cámara en un momento de encantadora sorpresa, se intensificaba por la profundidad del verde de sus ojos, que parecían beber del tono añil de la puerta. Tenía la piel blanca, salpicada por algunas pecas rojizas en la nariz y las mejillas.
A Louis le entraron ganas de ponerse a contarlas.
«¡Olvida eso ahora mismo!», se regañó a sí mismo mientras movía la cabeza a ambos lados sin darse cuenta. Se recordó que no debía importunar a los amish en ningún aspecto, a riesgo de que no le permitieran concluir su trabajo. Estaba en Gerodom County gracias a que había falsificado una carta de
recomendación del pastor Coblentz, de quien había oído hablar una vez a través de un amigo.Louis necesitaba aquel reportaje y lo iba a conseguir como fuera. No podía permitir que unos cuantos rizos bien colocadas lo apartaran de su objetivo. En adelante se comportaría como el profesional que quería
ser, y se aseguraría de que aquel chico viera cómo borraba la fotografía robada, para que nadie pudiera acusarlo de falta de decoro.
La había tomado siguiendo un impulso instintivo del que se había arrepentido hacía apenas unas horas, justo cuando el pastor Sweitzer le había recordado que bajo ningún concepto debía importunar la decencia de la gente del pueblo.
Mientras Louis enfilaba el último trecho del sendero que conducía a la iglesia, se dijo que era una lástima que aquella foto no viera jamás la luz. La calidad de la composición, la belleza del chico y la luz mágica del amanecer la hacían parecer, más que una foto, un cuadro renacentista.
Ahuyentó de su mente aquellos pensamientos peligrosos y se preparó para su encuentro con el chico amish. La puerta del granero estaba abierta y de su interior emanaba el tenue resplandor de una lámpara de queroseno.
«Necesitamos viejos amigos que nos ayuden a envejecer
y nuevos amigos que nos ayuden a permanecer jóvenes.»
Louis pasó el resto del día vagando por los alrededores, consciente de que la gente de Gerodom County aún necesitaría tiempo para hacerse a la idea de su presencia. Había salido del granero en cuanto acabó el servicio y se había apostado junto a las puertas para ver salir, en parejas o por grupos, a todo el
pueblo. Se había sentido solo y algo desalentado al comprobar que todos evitaban hablarle e incluso mirarlo.
Al parecer, el sermón del pastor Sweitzer pidiendo colaboración no había hecho mella entre la gente sencilla.
El joven con el pelo rizado y su familia habían salido casi los últimos.Louis posó sus ojos en el, que se esforzaba en mirar hacia el suelo todo el tiempo como si fuera a tropezar con una piedra imaginaria.
Tuvo que obligarse a apartar la mirada, temeroso de llamar la atención de los padres del chico que, a diferencia de los demás amish, lo observaban abiertamente.
Al final había salido el predicador, que se dirigió a él con una sonrisa condescendiente:
—Bienvenido a Gerodom County —dijo mientras le ponía una mano sobre el hombro.
—Muchas gracias, pastor Sweitzer —respondió Louis, todavía turbado por la visión de Harry.
Aun vestido con sus sencillos ropajes amish y con el pelo oculto bajo el sobrero, aquel chico era tan guapo que cortaba la respiración.
—Nuestro pueblo no está acostumbrado a las novedades —se había excusado el pastor, dirigiendo la mirada hacia el río de gente que se marchaba apresurada hacia sus carros y sus caballos.
—Lo sé —había dicho Louis recuperando lentamente la compostura—. Pero me gustaría empezar el reportaje ahora mismo, si es posible. ¿Cree que alguien querrá hablar conmigo esta mañana?
Por toda respuesta, el pastor lo había tomado del brazo para conducirlo de nuevo al granero. La vieja Hettie estaba pasando con esmero un paño por los bancos de la primera fila. Sweitzer los presentó y Louis se alegró al comprobar que la anciana no parecía amedrentada por su presencia. Ella pareció leer
sus pensamientos al admitir:
—A mi edad ya he visto demasiadas cosas, joven. No le temo a nada, ya ni siquiera a la muerte. ¿Qué quieres saber?
Louis le hizo algunas preguntas básicas acerca de la vida de los amish. La anciana le contó muchos detalles curiosos acerca de su infancia en la granja, también de su bautizo como miembro de la comunidad, más de medio siglo atrás. Se lamentó de que a los jóvenes en la actualidad se les permitieran «demasiadas cosas» y luego explicó que, alcanzada cierta edad, los amish ceden su granja y las tierras a sus hijos y se retiran a vivir a una casa más pequeña cerca de los suyos, a los que ayudan en lo que pueden además de ofrecer su consejo. Por desgracia, el marido de Hettie ya no vivía, y ella pasaba sus días entre las tareas de la iglesia, el cuidado de sus nietos y el cultivo de un minúsculo jardín de rosas en la parte trasera de su casa.
El joven periodista había tomado nota de todo y se había despedido, muy satisfecho, de la entrañable Hettie.
Tuvo que pensar con nostalgia en su abuela, fallecida el año anterior tras pasar los últimos años de su vida en una residencia de ancianos de Seattle. A ella, que había nacido en el campo, le habría gustado Gerodom County.
Louis arrancó distraídamente una hoja de un arbusto cercano y decidió seguir el camino que proseguía por detrás de la iglesia. Al fondo se veían grandes extensiones de campos cultivados y una mancha azul ovalada que parecía un pequeño lago.
Vagabundeó cerca de allí durante el resto de la mañana, haciendo fotos. El lugar merecía con creces la excursión. Junto a la orilla, sentado bajo la sombra de un árbol frondoso, comió un trozo de pan con queso que le había dado la mujer del pastor y se maravilló por el sabor dulce y cremoso de un refrigerio
tan frugal. Los amish de Gerodom eran conocidos en la comarca por fabricar los mejores quesos, y Louis estaba comprobando por sí mismo que su fama era completamente merecida.
«Buen queso y chicos guapos», se dijo, pensando otra vez en el joven del pijama. Bostezó y se frotó los ojos al notar que el sueño lo vencía. Había viajado toda la noche en autocar desde Springfield, y apenas había dormido dos horas. El cansancio, su estómago saciado y la brisa fresca que levantaba minúsculas olas en el agua lo sumieron en un agradable sopor, y Louis se durmió sin remedio durante dos horas.
Despertó con la certeza de que había soñado con alguien conocido pero, cada vez que intentaba atrapar algún recuerdo de la historia, la bruma del sueño lo alejaba. Echó de menos su casa y se sintió extraño al abrir los ojos en un lugar desconocido. Tan solo veinticuatro horas antes estaba en el
apartamento familiar en Seattle, tomando un sándwich de pastrami con su madre y su hermano pequeño, y oyendo la televisión de los vecinos a través de las finas paredes del comedor.
Para sacudirse la modorra, se estiró como un gato y suspiró mientras se preguntaba cuánto tiempo pasaría hasta que volviera a ver a su familia.
Antes de eso, tenía que hacer el reportaje de su vida. Para eso había gastado sus últimos ahorros en aquel viaje. Estaba seguro de que la historia de aquella comunidad amish, que vivía detenida en el tiempo, podía darle cierto nombre en el mundo del periodismo. Cuando Richard Lowenstein, el jefe de
redacción de la revista Reporter, lo leyera, por fin le daría la oportunidad que tanto había soñado.
Presentía que su madre pondría el grito en el cielo cuando se enterara de que se trasladaba a Nueva York para hacer carrera. Ya le había costado hacerse a la idea de que, tras acabar el bachillerato, no iría directamente a la universidad para estudiar medicina como su padre. Louis no podía entender la adoración que su madre aún tenía hacia aquel hombre. Desde que había cumplido los catorce había discutido muchas veces con ella por ese motivo.
Su padre les había abandonado cuando él tenía cinco años.
Antes de eso, su madre había descubierto que los viajes cada vez más frecuentes que realizaba con la excusa de acudir a congresos de cardiología eran falsos. Lo cierto era que llevaba una vida paralela.
Tras muchas broncas, gritos y lágrimas se descubrió que Robert Tomlinson tenía otra familia en Dallas. Otra casa, otro perro, incluso otros dos hijos. Al parecer había coincidido con un amor de juventud en uno de
sus viajes y ahí había empezado todo.
La madre de Louis no se había recuperado jamás de la traición. No había sido capaz de rehacer su vida. Aun así, siempre lo disculpaba y decía que si aquello había pasado era porque se habían casado demasiado jóvenes.
El día de su décimo cumpleaños su padre reapareció. Se presentó en su fiesta con una bicicleta carísima, un montón de globos y expresión arrepentida.Louis odió a su madre por permitir que le amargara la fiesta con su presencia. Ella le explicó que él tenía derecho a visitarlos.Georgie, su hermano pequeño, se había vuelto loco de alegría, a pesar de que no lo conocía, pues cuando se había marchado de casa él apenas era un bebé. Louis, en cambio, se había negado en rotundo a hablarle.
El aspirante a periodista había crecido odiando todo lo que tenía que ver con su padre. Sus estudios de Harvard, los congresos médicos, su afición al golf. Lo odiaba por haber hecho infeliz a su madre y, de paso, a sus dos hijos.
Georgie y su padre mantenían una buena relación. Louis toleraba su presencia en casa, cada vez más anecdótica puesto que era su hermano pequeño quien se desplazaba hasta Dallas casi siempre, pero nunca le había perdonado su marcha. Lo consideraba un cobarde y cada vez que su madre sugería que se hiciera médico, como él, se soliviantaba. No quería parecerse a su padre en nada.
Tras muchas discusiones, había hecho un pacto con su madre:Louis tendría un año para tomar una decisión sobre sus estudios. El período sabático estaba tocando a su fin y él ya estaba seguro de lo que quería: iba a ser reportero.
Su sueño era trabajar para la revista de periodismo de investigación número uno del país, con sede en Nueva York. Tras meses probando diferentes oficios, desde la carpintería hasta podar jardines, se había convencido de que su futuro y su felicidad estaban en aquella publicación que coleccionaba desde hacía
años.Louis se levantó y se sacudió el polvo de la ropa. Llevaba unos pantalones de algodón oscuros y una camisa marrón, un atuendo discreto para destacar lo menos posible entre los amish. Se cargó la mochila al hombro y empezó a caminar en dirección al pueblo. Miró su reloj de pulsera y se dijo que tenía que
darse prisa si quería estar de vuelta antes de que anocheciera.
¿Aparecería el chico? Mientras caminaba, Louis lo contempló por enésima vez en el visor de su cámara réflex. Y de nuevo se quedó sin aliento. Su cabello castaño de rizos sueltos. Bajo el tosco pijama blanco se intuía un cuerpo sublime de miembros alargados, con los hombros esbeltos.
La expresión de su cara, atrapada para siempre por el disparador de la cámara en un momento de encantadora sorpresa, se intensificaba por la profundidad del verde de sus ojos, que parecían beber del tono añil de la puerta. Tenía la piel blanca, salpicada por algunas pecas rojizas en la nariz y las mejillas.
A Louis le entraron ganas de ponerse a contarlas.
«¡Olvida eso ahora mismo!», se regañó a sí mismo mientras movía la cabeza a ambos lados sin darse cuenta. Se recordó que no debía importunar a los amish en ningún aspecto, a riesgo de que no le permitieran concluir su trabajo. Estaba en Gerodom County gracias a que había falsificado una carta de
recomendación del pastor Coblentz, de quien había oído hablar una vez a través de un amigo.Louis necesitaba aquel reportaje y lo iba a conseguir como fuera. No podía permitir que unos cuantos rizos bien colocadas lo apartaran de su objetivo. En adelante se comportaría como el profesional que quería
ser, y se aseguraría de que aquel chico viera cómo borraba la fotografía robada, para que nadie pudiera acusarlo de falta de decoro.
La había tomado siguiendo un impulso instintivo del que se había arrepentido hacía apenas unas horas, justo cuando el pastor Sweitzer le había recordado que bajo ningún concepto debía importunar la decencia de la gente del pueblo.
Mientras Louis enfilaba el último trecho del sendero que conducía a la iglesia, se dijo que era una lástima que aquella foto no viera jamás la luz. La calidad de la composición, la belleza del chico y la luz mágica del amanecer la hacían parecer, más que una foto, un cuadro renacentista.
Ahuyentó de su mente aquellos pensamientos peligrosos y se preparó para su encuentro con el chico amish. La puerta del granero estaba abierta y de su interior emanaba el tenue resplandor de una lámpara de queroseno.
titasheilus
Re: El corazon de Harry(Larry)
HIIII soy vicky y soy tu nueva fiel lectora!!!! me encanta la nove en serio!!! es fav por cierto tienes twitter?? el mio es @DLarioDeHarry ;) si quieres nos seguimos. mil besos!!!
FUTURESTYLES
Re: El corazon de Harry(Larry)
Hola :3
Me esta gustando bastante.
Una duda >:c
¿Harry no habla?
Es que como no hablo en ninguno
de los capitulo hm.
Bueno, siguela pronto,
Adiós <3
Me esta gustando bastante.
Una duda >:c
¿Harry no habla?
Es que como no hablo en ninguno
de los capitulo hm.
Bueno, siguela pronto,
Adiós <3
Amelie.
Re: El corazon de Harry(Larry)
Holis mi twitter es @sheilaonething sigueme :)
Jajajaja Harry si habla ya lo vereis :)
Jajajaja Harry si habla ya lo vereis :)
titasheilus
Re: El corazon de Harry(Larry)
Aqui esta el capitulo 4 :)
Capitulo 4.La cita
«No hay amor más grande que aquel que permanece
cuando ya no queda nada a lo que agarrarse.»
Harry había llegado al granero tan solo unos minutos antes. Había encendido una lámpara y se había sentado en uno de los bancos a esperar a Louis. Estaba muy nervioso, y se dio cuenta de que tenía los nudillos blancos de lo fuerte que agarraba los bordes del asiento. Tras muchas dudas, había decidido que lo mejor era acudir a la cita y asegurarse de que el inglés le devolvía el trozo de alma que le había arrancado con su foto. Sin embargo, ahora que estaba allí, se estaba arrepintiendo.
La iglesia tenía un aspecto siniestro a aquella hora de la noche, apenas iluminada por el resplandor vacilante de la llama del quinqué. Harry se estremeció.¿Quién le decía que las intenciones del chicoeran buenas? Al menos no había tenido que mentir para salir de casa, puesto que sus padres habían ido a visitar a unos vecinos. Estaba seguro de que, de haberlo intentado, su madre no habría tardado ni dos segundos en pillarlo.
No tenía mucho tiempo antes de que todos volvieran para cenar, así que Harry ansió que el inglés fuera puntual. Incapaz de estarse quieto, se levantó y se alisó el pantalon, pero enseguida oyó un rumor de pasos en la entrada de la iglesia. Volvió a sentarse de inmediato con la espalda muy recta.
Se oyó un crujido de madera y entró Louis, cerrando la puerta tras de sí con cuidado.
—Hola, chico amish. Al final has venido —dijo, mirándolo con seriedad.
—No puedo quedarme más que unos minutos… Dijiste que ibas a devolverme la foto —respondió Harry vacilante; tenía la boca seca y las palabras se le atascaban en la garganta de puro miedo.
—Sí. Aunque no sé si «devolver» es la palabra correcta. Ante todo, quisiera pedirte disculpas: no tenía que haberte retratado a traición —repuso él con aire contrito.
Harry olvidó su aprensión por un instante y se detuvo, fascinado, a observar los suaves movimientos de sus manos al hablar. Nunca antes había hablado con un inglés. De hecho, la última vez que recordaba haber cruzado más de tres palabras con un chico del pueblo había sido a los doce años,no sabia porque pero me relacionaba mas con las chicas.
Sus cabellos oscuros se habían despeinado desde la última vez que se habían visto, recuperando sus ondas naturales. Se había subido las mangas de la camisa, que estaba un poco arrugada, y llevaba un jersey negro sobre los hombros, por encima de la voluminosa mochila que cargaba a su espalda. Sus ojos lo miraban con una mezcla de curiosidad y arrepentimiento. No parecía en absoluto una persona peligrosa y los hombros de Harry se destensaron imperceptiblemente.
—No temas, enseguida la borramos —dijo él al notar que algo en el había cambiado y sin saber a qué atribuirlo—. ¿Quieres verla primero? Es una foto muy bonita.
Harry vaciló. ¿Era decoroso verla? ¿No sería mejor que la hiciera desaparecer ya? Antes de que pudiera decidir nada,Louis dio dos pasos rápidos y se plantó junto a el.
Estaba tan cerca que Harry podía sentir el calor que desprendía su cuerpo. Su estómago se agitó con un cosquilleo nuevo para el.Él se agachó un poco para ponerse a su altura e inmediatamente lo inundó el mismo aroma que ya había percibido durante el servicio de la mañana. ¿Cómo podía alguien oler así?
Le costaba poner palabras a aquel aroma que no se parecía a nada. Olía a aventura y paisajes remotos. El inglés juntó su cabeza con la suya para mostrarle el visor de la cámara. Harry contuvo la respiración,completamente azorado por su cercanía.
El aire salió de un golpe, vaciando sus pulmones, cuando vio su imagen dentro de aquel cuadradito brillante. La cámara había captado a la perfección el momento mágico en que noche y día luchan por imponer su reinado. ¿Cómo era posible? Su mano agarraba el pomo de la puerta recién pintada de azul y
sus cabellos parecían flotar por efecto de la luz. Era tan extraño contemplarse a sí mismo de aquel modo… Parecía que estuviera dentro de un espejo, congelado para siempre frente a la puerta recién pintada de azul.
—¿Te gusta? —preguntó él en un susurro.
Sus rostros estaban a punto de tocarse y Harry pudo notar su aliento fresco.
—Es preciosa —respondió con un hilo de voz.
—Tú lo eres —declaró él, tomándolo suavemente de la barbilla y mirándolo directamente a los ojos
—Disculpa, no quiero molestarte —añadió enseguida, apartándose de Harry con gesto arrepentido.
El sintió el aire repentinamente frío a su alrededor, como si su cuerpo protestara por estar lejos del de él. ¿Qué le estaba pasando? Tenía que asegurarse de que la foto desaparecía para siempre y marcharse de allí cuanto antes.
—¿Ahora vas a borrarla, Louis? —preguntó, en voz baja, llamándolo por su nombre por primera vez.
—Es lo correcto… —respondió él vacilando.
—Harry. Me llamo Harry —aclaró.
De repente él se arrimó a la ventana, alarmado. Fuera se oían pasos y unas voces amortiguadas. El corazón de Harry se aceleró. ¿Quién podía ser a aquellas horas? ¿Se habían dado cuenta sus padres de su ausencia y andaban buscándolo por el pueblo?
Louis apagó la lámpara y advirtió:
—Alguien viene. Tenemos que escondernos.
Harry sintió que le fallaban las piernas por la impresión. No podía imaginar un desenlace peor para su escapada nocturna. Pero pronto reaccionó.
—¡Sígueme! Hay otra salida en el lateral —recordó.
Louis lo tomó de la mano y juntos corrieron hacia el pasillo derecho del granero. En un extremo de la habitación había una puerta diminuta. Él no podía verla a causa de la oscuridad, pero Harry encontró enseguida la manivela y la abrió. Justo cuando estaban saliendo, agachados para no golpearse la cabeza
contra el marco, la intensidad de las voces aumentó y un haz de luz penetró en el granero.
Harry y Louis desaparecieron antes de comprobar de quién se trataba, pero Harry pudo distinguir las voces del pastor Sweitzer y la de su padre. Se apoyó contra la pared exterior del granero , respirando pesadamente a la vez que pensaba qué hacer a continuación. Estaba muy asustado.
Sin soltarlo de la mano, Louis tiró de él y lo obligó a retroceder un poco más.
—Tenemos que alejarnos de aquí o nos descubrirán —le advirtió el joven periodista.
—¿Y cómo iban a hacerlo?
—La lámpara. Todavía estará caliente y sabrán que acabamos de irnos -repuso él.
Harry pensó en las consecuencias terribles que podría tener para él que lo descubrieran en una cita furtiva con un chico —¡con un inglés!— y se dejó conducir hacia el bosquecillo cercano. Escogieron un escondite seguro tras un arbusto espeso y se agacharon el uno junto al otro, jadeando por la carrera.
Entonces Louis le soltó la mano y, de nuevo, Harry volvió a sentir frío al perder su contacto. Él le explicó que era mejor no marcharse de inmediato, puesto que el riesgo de encontrarse con los dos hombres era demasiado grande.
Los pensamientos de Harry viajaban a toda velocidad. ¿Cómo se había metido en semejante lío?
Aunque consiguiera salir del bosque sin que la descubrieran junto a Daniel, estaba seguro de que iban a castigarlo duramente por desaparecer sin avisar. Quizá lo mejor sería confesar de una vez todo el asunto.
Su padre no soportaba las mentiras, pero sabía apreciar una actitud de arrepentimiento sincera.
Louis pareció leerle los pensamientos.
—Por favor, Harry —suplicó, mirándolo con tal intensidad que Harry sintió que aquellos ojos podían agujerearle el corazón si se lo proponían—.No le cuentes a nadie que nos hemos visto hoy, ni tampoco lo de la foto.Si lo haces,me echarán de Gerodom County y no podré hacer el reportaje. Tú no lo entiendes, pero ese artículo es muy importante. ¿Lo harás por mí?
Harry no respondió. Apenas conocía a Louis y le parecía muy osado que el inglés le pidiera que contara mentiras por él. Aunque al fin y al cabo había sido él quien había decidido acudir a la cita.
Sin decir nada más, Harry salió corriendo en dirección a su casa. Tomó un atajo, pasando entre los campos de cultivo de sus vecinos, hasta llegar a la granja. Para su sorpresa, todas las luces estaban apagadas y no había ni rastro de su madre ni de sus hermanos.
Apenas unos minutos después, apareció su padre con expresión preocupada y Harry se preparó para
lo peor.
Capitulo 4.La cita
«No hay amor más grande que aquel que permanece
cuando ya no queda nada a lo que agarrarse.»
Harry había llegado al granero tan solo unos minutos antes. Había encendido una lámpara y se había sentado en uno de los bancos a esperar a Louis. Estaba muy nervioso, y se dio cuenta de que tenía los nudillos blancos de lo fuerte que agarraba los bordes del asiento. Tras muchas dudas, había decidido que lo mejor era acudir a la cita y asegurarse de que el inglés le devolvía el trozo de alma que le había arrancado con su foto. Sin embargo, ahora que estaba allí, se estaba arrepintiendo.
La iglesia tenía un aspecto siniestro a aquella hora de la noche, apenas iluminada por el resplandor vacilante de la llama del quinqué. Harry se estremeció.¿Quién le decía que las intenciones del chicoeran buenas? Al menos no había tenido que mentir para salir de casa, puesto que sus padres habían ido a visitar a unos vecinos. Estaba seguro de que, de haberlo intentado, su madre no habría tardado ni dos segundos en pillarlo.
No tenía mucho tiempo antes de que todos volvieran para cenar, así que Harry ansió que el inglés fuera puntual. Incapaz de estarse quieto, se levantó y se alisó el pantalon, pero enseguida oyó un rumor de pasos en la entrada de la iglesia. Volvió a sentarse de inmediato con la espalda muy recta.
Se oyó un crujido de madera y entró Louis, cerrando la puerta tras de sí con cuidado.
—Hola, chico amish. Al final has venido —dijo, mirándolo con seriedad.
—No puedo quedarme más que unos minutos… Dijiste que ibas a devolverme la foto —respondió Harry vacilante; tenía la boca seca y las palabras se le atascaban en la garganta de puro miedo.
—Sí. Aunque no sé si «devolver» es la palabra correcta. Ante todo, quisiera pedirte disculpas: no tenía que haberte retratado a traición —repuso él con aire contrito.
Harry olvidó su aprensión por un instante y se detuvo, fascinado, a observar los suaves movimientos de sus manos al hablar. Nunca antes había hablado con un inglés. De hecho, la última vez que recordaba haber cruzado más de tres palabras con un chico del pueblo había sido a los doce años,no sabia porque pero me relacionaba mas con las chicas.
Sus cabellos oscuros se habían despeinado desde la última vez que se habían visto, recuperando sus ondas naturales. Se había subido las mangas de la camisa, que estaba un poco arrugada, y llevaba un jersey negro sobre los hombros, por encima de la voluminosa mochila que cargaba a su espalda. Sus ojos lo miraban con una mezcla de curiosidad y arrepentimiento. No parecía en absoluto una persona peligrosa y los hombros de Harry se destensaron imperceptiblemente.
—No temas, enseguida la borramos —dijo él al notar que algo en el había cambiado y sin saber a qué atribuirlo—. ¿Quieres verla primero? Es una foto muy bonita.
Harry vaciló. ¿Era decoroso verla? ¿No sería mejor que la hiciera desaparecer ya? Antes de que pudiera decidir nada,Louis dio dos pasos rápidos y se plantó junto a el.
Estaba tan cerca que Harry podía sentir el calor que desprendía su cuerpo. Su estómago se agitó con un cosquilleo nuevo para el.Él se agachó un poco para ponerse a su altura e inmediatamente lo inundó el mismo aroma que ya había percibido durante el servicio de la mañana. ¿Cómo podía alguien oler así?
Le costaba poner palabras a aquel aroma que no se parecía a nada. Olía a aventura y paisajes remotos. El inglés juntó su cabeza con la suya para mostrarle el visor de la cámara. Harry contuvo la respiración,completamente azorado por su cercanía.
El aire salió de un golpe, vaciando sus pulmones, cuando vio su imagen dentro de aquel cuadradito brillante. La cámara había captado a la perfección el momento mágico en que noche y día luchan por imponer su reinado. ¿Cómo era posible? Su mano agarraba el pomo de la puerta recién pintada de azul y
sus cabellos parecían flotar por efecto de la luz. Era tan extraño contemplarse a sí mismo de aquel modo… Parecía que estuviera dentro de un espejo, congelado para siempre frente a la puerta recién pintada de azul.
—¿Te gusta? —preguntó él en un susurro.
Sus rostros estaban a punto de tocarse y Harry pudo notar su aliento fresco.
—Es preciosa —respondió con un hilo de voz.
—Tú lo eres —declaró él, tomándolo suavemente de la barbilla y mirándolo directamente a los ojos
—Disculpa, no quiero molestarte —añadió enseguida, apartándose de Harry con gesto arrepentido.
El sintió el aire repentinamente frío a su alrededor, como si su cuerpo protestara por estar lejos del de él. ¿Qué le estaba pasando? Tenía que asegurarse de que la foto desaparecía para siempre y marcharse de allí cuanto antes.
—¿Ahora vas a borrarla, Louis? —preguntó, en voz baja, llamándolo por su nombre por primera vez.
—Es lo correcto… —respondió él vacilando.
—Harry. Me llamo Harry —aclaró.
De repente él se arrimó a la ventana, alarmado. Fuera se oían pasos y unas voces amortiguadas. El corazón de Harry se aceleró. ¿Quién podía ser a aquellas horas? ¿Se habían dado cuenta sus padres de su ausencia y andaban buscándolo por el pueblo?
Louis apagó la lámpara y advirtió:
—Alguien viene. Tenemos que escondernos.
Harry sintió que le fallaban las piernas por la impresión. No podía imaginar un desenlace peor para su escapada nocturna. Pero pronto reaccionó.
—¡Sígueme! Hay otra salida en el lateral —recordó.
Louis lo tomó de la mano y juntos corrieron hacia el pasillo derecho del granero. En un extremo de la habitación había una puerta diminuta. Él no podía verla a causa de la oscuridad, pero Harry encontró enseguida la manivela y la abrió. Justo cuando estaban saliendo, agachados para no golpearse la cabeza
contra el marco, la intensidad de las voces aumentó y un haz de luz penetró en el granero.
Harry y Louis desaparecieron antes de comprobar de quién se trataba, pero Harry pudo distinguir las voces del pastor Sweitzer y la de su padre. Se apoyó contra la pared exterior del granero , respirando pesadamente a la vez que pensaba qué hacer a continuación. Estaba muy asustado.
Sin soltarlo de la mano, Louis tiró de él y lo obligó a retroceder un poco más.
—Tenemos que alejarnos de aquí o nos descubrirán —le advirtió el joven periodista.
—¿Y cómo iban a hacerlo?
—La lámpara. Todavía estará caliente y sabrán que acabamos de irnos -repuso él.
Harry pensó en las consecuencias terribles que podría tener para él que lo descubrieran en una cita furtiva con un chico —¡con un inglés!— y se dejó conducir hacia el bosquecillo cercano. Escogieron un escondite seguro tras un arbusto espeso y se agacharon el uno junto al otro, jadeando por la carrera.
Entonces Louis le soltó la mano y, de nuevo, Harry volvió a sentir frío al perder su contacto. Él le explicó que era mejor no marcharse de inmediato, puesto que el riesgo de encontrarse con los dos hombres era demasiado grande.
Los pensamientos de Harry viajaban a toda velocidad. ¿Cómo se había metido en semejante lío?
Aunque consiguiera salir del bosque sin que la descubrieran junto a Daniel, estaba seguro de que iban a castigarlo duramente por desaparecer sin avisar. Quizá lo mejor sería confesar de una vez todo el asunto.
Su padre no soportaba las mentiras, pero sabía apreciar una actitud de arrepentimiento sincera.
Louis pareció leerle los pensamientos.
—Por favor, Harry —suplicó, mirándolo con tal intensidad que Harry sintió que aquellos ojos podían agujerearle el corazón si se lo proponían—.No le cuentes a nadie que nos hemos visto hoy, ni tampoco lo de la foto.Si lo haces,me echarán de Gerodom County y no podré hacer el reportaje. Tú no lo entiendes, pero ese artículo es muy importante. ¿Lo harás por mí?
Harry no respondió. Apenas conocía a Louis y le parecía muy osado que el inglés le pidiera que contara mentiras por él. Aunque al fin y al cabo había sido él quien había decidido acudir a la cita.
Sin decir nada más, Harry salió corriendo en dirección a su casa. Tomó un atajo, pasando entre los campos de cultivo de sus vecinos, hasta llegar a la granja. Para su sorpresa, todas las luces estaban apagadas y no había ni rastro de su madre ni de sus hermanos.
Apenas unos minutos después, apareció su padre con expresión preocupada y Harry se preparó para
lo peor.
titasheilus
Re: El corazon de Harry(Larry)
Oh yo creí que iban a besarse, me quedé con las ganas.
Y Louis todo coqueto diciendo que era hermoso
Me encantó u-u
Siguela pronto por favor,
Adiós<3
Y Louis todo coqueto diciendo que era hermoso
Me encantó u-u
Siguela pronto por favor,
Adiós<3
Amelie.
Re: El corazon de Harry(Larry)
5. Ensoñación
«Espera siempre lo mejor, prepárate para lo peor
y toma lo que venga con una sonrisa.»
La cena transcurrió en medio de un silencio aparentemente apacible, tan solo interrumpido por el ruido metálico de los cubiertos chocando contra los platos. Los niños parecían cansados y Harry se sentía tan extenuado que casi no podía con el peso del tenedor.
Al final resultó que su padre no había salido de casa para buscarlo, como Louis y el habían supuesto al verlo llegar al granero. Había ido a ver al predicador Sweitzer «para tratar unos asuntos del pueblo» mientras su madre y los gemelos visitaban a los vecinos.
Así pues, nadie había reparado en su ausencia, aunque su madre lo había reprendido duramente por no tener la cena lista a tiempo. Apenas pudo tomar un bocado de su ración de patatas cocidas y coles, excitado como estaba por la aventura que acababa de vivir. Su madre le tocó la frente con preocupación y
la mandó a la cama junto con sus hermanos pequeños.
—Ha sido un día muy intenso para ti, Harry. Un vaso de leche caliente y un poco de descanso te sentarán bien —le había dicho a modo de buenas noches.
David tropezó dos veces con una madera que estaba medio levantada en el pasillo. Harry lo cogió de la mano y lo acompañó hasta la puerta de su cuarto, y se aseguró de que llegaba a la cama sano y salvo. Su hermano era un niño más bien torpe, y no había día que no acabara con uno o dos rasguños en sus rodillas o codos. Al cerrar la puerta, vio que David se acostaba vestido y eso le arrancó una sonrisa fatigada.
Ya en su habitación, Harry se puso el pijama y ayudó a Marian a acostarse, pero no se metió enseguida en la cama.Primero se quitó el sombrero y se remobió el pelo lentamente, como estaba acostumbrado a hacer. Luego se sentó en una
silla junto a la ventana y abrió las cortinas, aspirando con fuerza el aire de la noche, que olía a hierba aún caliente. Marian respiraba pesadamente, ocupando toda la cama con los brazos abiertos como las alas de un pájaro.
Harry contempló la luna llena, que arrancaba reflejos plateados a los pastos que rodeaban su casa, y sintió que volvía a el la inquietud. No se sentía cómodo ocultando cosas a sus padres. Desde pequeño le habían enseñado que los secretos no eran buenos, y el había escogido justo aquel día para empezar a
romper las reglas.
¿Por qué lo estaba haciendo? Se pasó una mano por la cara, con gesto preocupado, y luego la posó sobre su cuello. Rememoró el calor de la mano de Louis apretando la suya con la urgencia del momento.
Sintió que el recuerdo de aquel contacto enviaba oleadas de vibraciones hacia sus brazos, sus piernas y su estómago.
¿Qué estaría haciendo él en aquel momento? ¿Estaría mirando la misma luna que él,sentado en el porche de los Sweitzer? Con ese pensamiento danzando en su cabeza se metió en la cama, apartó a Marian con cuidado y se deslizó hacia un sueño inquieto y agitado.
Despertó con un suave zarandeo, y al abrir los ojos se encontró con los de su madre, que la apremiaba en silencio para que saliera de la cama. Eran las cuatro, la hora del ordeño. Los Miller se turnaban en la dura tarea de cuidar de las seis vacas de la familia. Aquella semana le tocaba a Harry, quien a su vez debía instruir en la labor a la pequeña Marian. Se vistió, bostezando, y tras contemplar el
rostro de su hermana, perdido sin duda en algún sueño agradable, decidió que la dejaría dormir. Ya habría tiempo de seguir con las clases al día siguiente.
Harry salió al comedor, iluminado por la luz azulada de la lámpara de queroseno que su madre había dejado allí tras despertarlo, y bebió un vaso de agua de la jarra de porcelana. Tomó los cubos de ordeñar de la alacena y abrió la puerta. El aire era fresco para esa época del año, así que decidió echarse un chal ligero sobre los hombros.
Entonces lo notó. El olor de Louis volvió a inundar sus fosas nasales del mismo modo en que lo había hecho en el granero cuando sus rostros se habían acercado. Harry nunca había olido nada igual.
Su padre y los hombres de Gerodom olían a campo, a pasto fresco o a jabón. También olían a sudor cuando se esforzaban en las labores del campo. En cambio aquel inglés… Era incapaz de encontrar palabras para definir su olor. Había algo en él que le hacía pensar en un animal salvaje, bello y vigoroso,a punto de saltar sobre su presa.
Turbado, sacudió la cabeza y se quitó el chal. Lo colgó detrás de la puerta y echó a andar hacia el establo con grandes zancadas.
Pero el olor lo siguió hasta allí.
Pudo notarlo cuando acarició a Betty, su vaca frisona favorita, para tranquilizarla. Pudo notarlo cuando se agachó para colocar el cubo metálico bajo las enormes ubres. Ni siquiera el fuerte olor cremoso de la leche recién ordeñada que se iba acumulando en los cubos pudo alejarla del aroma de Louis, que le parecía fascinante y peligroso a la vez. Betty notó su nerviosismo y volvió la cabeza hacia
él. Los ojos oscuros del animal lo miraron con dulzura. Profundamente turbado, Harry se olfateó las mangas, pero ya no pudo notar nada. ¿Había imaginado que aquel olor lo perseguía?
Cuando por fin terminó la tarea, ya estaba amaneciendo. Siguiendo un impulso, decidió dar un paseo hasta el granero. Estaba inquieto y sentía la necesidad de volver al lugar donde se había encontrado con el inglés. Se dijo que quizá recuperaría un poco de serenidad si lo veía bajo la tranquilizadora luz del sol.
La gruesa puerta se abrió con el chirrido acostumbrado. Fue a sentarse al mismo lugar donde había esperado a Louis hacía unas pocas horas. El sol entraba a raudales a través de una rendija en las cortinas de la ventana y, absorta en sus pensamientos, Harry contempló durante un buen rato las partículas de polvo bailando alrededor de la luz. Estiró una mano para tocarlas y fue entonces cuando lo vio.
Un pequeño objeto plateado, semejante a una caja, brillaba bajo uno de los bancos cercanos a la entrada. La puerta abierta lo ocultaba y Harry imaginó que había sido por ello por lo que su padre y el pastor Sweitzer no lo habían visto.
Harry se levantó de su banco, se agachó y lo tomó entre las manos. Sin duda, el objeto pertenecía a Louis: debía de habérsele caído de la mochila. Pero ¿qué podía ser? Se trataba de un rectángulo de metal plateado con un botón circular de color blanco en el centro. Un hilo de plástico que salía de la base
se bifurcaba en el extremo, terminando en dos medias esferas blancas llenas de pequeños agujeros.
Harry se lo guardó con precaución en el bolsillo.
Ahora no tendría más remedio que encontrarle de nuevo para devolverle aquel aparato que parecía un insecto extraño. Su corazón se aceleró, sin poder decidir si la perspectiva de un nuevo encuentro le agradaba o le daba miedo.
Se dio cuenta de que su frente estaba perlada de sudor, y eso le hizo fijarse en que el sol ya había avanzado un buen trecho. Salió corriendo hacia la granja y se puso a preparar el desayuno para la familia. Su padre y David ya estaban segando en el campo a esa hora, así que le preparó a Marian una cesta con todo lo necesario para que les llevara un refrigerio.
Pasó el resto del día haciendo sus tareas habituales con la mente en otro lugar. Su madre lo reprendió porque puso demasiada sal en la comida y, ya por la tarde, echó a perder casi una jarra entera de leche al verterla sin cuidado en las tazas.
Sin darse cuenta, llegó la noche y Harry se retiró a su habitación para asearse antes de cenar.
Apreciaba mucho los pocos momentos de quietud y soledad que tenía su día. Quería lavarse la cara y cambiarse de delantal, puesto que se le había ensuciado, pero antes de hacerlo tanteó con cuidado en su bolsillo.
El aparato raro seguía allí. Lo tomó con mucho cuidado, asegurándose de que la puerta de su cuarto estaba bien cerrada antes de hacerlo, y lo puso sobre la cómoda. Escogió un delantal limpio del armario de su hermana y, cuando iba a meter el artefacto de nuevo en su bolsillo —el lugar más seguro que se le ocurría para guardarlo—, oyó un zumbido extraño que lo paralizó. ¿Qué era aquel ruido?
Sin duda procedía de la pequeña máquina que Daniel había perdido. ¿Por qué sonaba? ¿Lo había estropeado al tocarlo?
El zumbido parecía aumentar de volumen y Harry se asustó, pensando en cómo iba a poder ocultar aquella máquina diabólica de los oídos de su familia. Tomó una de las esferas blancas del extremo del hilo, sin saber qué hacer, y al acercar su cabeza para cogerlo le pareció que el sonido que provenía del aparato no era un simple ruido.
Harry vio que la pantallita cuadrada del aparato se iluminaba y pudo leer en ella unas palabras incomprensibles: «Un dì, felice, eterea». Con curiosidad y miedo a partes iguales, acercó la media esfera a su oreja. Entonces la oyó y se sintió paralizado.
Era música.
Una música sublime, nostálgica y extraña salía de aquel rectángulo plateado. Harry no comprendía las palabras, pronunciadas en un idioma sonoro y exótico, pero la melodía y las voces, poderosas y vibrantes como pájaros alzando el vuelo, eran de tal belleza que se preguntó si no procederían directamente del Cielo.
Se quedó allí quieto un par de minutos, escuchando embelesado aquella rara tonada, hasta que su madre la llamó para cenar. Entonces metió el aparato mágico debajo del colchón, a toda prisa, y comprobó que las gruesas capas de mantas amortiguaban el zumbido.
Mientras se dirigía al comedor, se dijo que ya no tenía otra opción. Al día siguiente buscaría a aquel inglés que tantos quebraderos de cabeza le estaba trayendo. Le devolvería su máquina sonora y no lo dejaría marcharse hasta averiguar de dónde procedía aquella música tan distinta de los himnos que hasta ahora había escuchado.
«Espera siempre lo mejor, prepárate para lo peor
y toma lo que venga con una sonrisa.»
La cena transcurrió en medio de un silencio aparentemente apacible, tan solo interrumpido por el ruido metálico de los cubiertos chocando contra los platos. Los niños parecían cansados y Harry se sentía tan extenuado que casi no podía con el peso del tenedor.
Al final resultó que su padre no había salido de casa para buscarlo, como Louis y el habían supuesto al verlo llegar al granero. Había ido a ver al predicador Sweitzer «para tratar unos asuntos del pueblo» mientras su madre y los gemelos visitaban a los vecinos.
Así pues, nadie había reparado en su ausencia, aunque su madre lo había reprendido duramente por no tener la cena lista a tiempo. Apenas pudo tomar un bocado de su ración de patatas cocidas y coles, excitado como estaba por la aventura que acababa de vivir. Su madre le tocó la frente con preocupación y
la mandó a la cama junto con sus hermanos pequeños.
—Ha sido un día muy intenso para ti, Harry. Un vaso de leche caliente y un poco de descanso te sentarán bien —le había dicho a modo de buenas noches.
David tropezó dos veces con una madera que estaba medio levantada en el pasillo. Harry lo cogió de la mano y lo acompañó hasta la puerta de su cuarto, y se aseguró de que llegaba a la cama sano y salvo. Su hermano era un niño más bien torpe, y no había día que no acabara con uno o dos rasguños en sus rodillas o codos. Al cerrar la puerta, vio que David se acostaba vestido y eso le arrancó una sonrisa fatigada.
Ya en su habitación, Harry se puso el pijama y ayudó a Marian a acostarse, pero no se metió enseguida en la cama.Primero se quitó el sombrero y se remobió el pelo lentamente, como estaba acostumbrado a hacer. Luego se sentó en una
silla junto a la ventana y abrió las cortinas, aspirando con fuerza el aire de la noche, que olía a hierba aún caliente. Marian respiraba pesadamente, ocupando toda la cama con los brazos abiertos como las alas de un pájaro.
Harry contempló la luna llena, que arrancaba reflejos plateados a los pastos que rodeaban su casa, y sintió que volvía a el la inquietud. No se sentía cómodo ocultando cosas a sus padres. Desde pequeño le habían enseñado que los secretos no eran buenos, y el había escogido justo aquel día para empezar a
romper las reglas.
¿Por qué lo estaba haciendo? Se pasó una mano por la cara, con gesto preocupado, y luego la posó sobre su cuello. Rememoró el calor de la mano de Louis apretando la suya con la urgencia del momento.
Sintió que el recuerdo de aquel contacto enviaba oleadas de vibraciones hacia sus brazos, sus piernas y su estómago.
¿Qué estaría haciendo él en aquel momento? ¿Estaría mirando la misma luna que él,sentado en el porche de los Sweitzer? Con ese pensamiento danzando en su cabeza se metió en la cama, apartó a Marian con cuidado y se deslizó hacia un sueño inquieto y agitado.
Despertó con un suave zarandeo, y al abrir los ojos se encontró con los de su madre, que la apremiaba en silencio para que saliera de la cama. Eran las cuatro, la hora del ordeño. Los Miller se turnaban en la dura tarea de cuidar de las seis vacas de la familia. Aquella semana le tocaba a Harry, quien a su vez debía instruir en la labor a la pequeña Marian. Se vistió, bostezando, y tras contemplar el
rostro de su hermana, perdido sin duda en algún sueño agradable, decidió que la dejaría dormir. Ya habría tiempo de seguir con las clases al día siguiente.
Harry salió al comedor, iluminado por la luz azulada de la lámpara de queroseno que su madre había dejado allí tras despertarlo, y bebió un vaso de agua de la jarra de porcelana. Tomó los cubos de ordeñar de la alacena y abrió la puerta. El aire era fresco para esa época del año, así que decidió echarse un chal ligero sobre los hombros.
Entonces lo notó. El olor de Louis volvió a inundar sus fosas nasales del mismo modo en que lo había hecho en el granero cuando sus rostros se habían acercado. Harry nunca había olido nada igual.
Su padre y los hombres de Gerodom olían a campo, a pasto fresco o a jabón. También olían a sudor cuando se esforzaban en las labores del campo. En cambio aquel inglés… Era incapaz de encontrar palabras para definir su olor. Había algo en él que le hacía pensar en un animal salvaje, bello y vigoroso,a punto de saltar sobre su presa.
Turbado, sacudió la cabeza y se quitó el chal. Lo colgó detrás de la puerta y echó a andar hacia el establo con grandes zancadas.
Pero el olor lo siguió hasta allí.
Pudo notarlo cuando acarició a Betty, su vaca frisona favorita, para tranquilizarla. Pudo notarlo cuando se agachó para colocar el cubo metálico bajo las enormes ubres. Ni siquiera el fuerte olor cremoso de la leche recién ordeñada que se iba acumulando en los cubos pudo alejarla del aroma de Louis, que le parecía fascinante y peligroso a la vez. Betty notó su nerviosismo y volvió la cabeza hacia
él. Los ojos oscuros del animal lo miraron con dulzura. Profundamente turbado, Harry se olfateó las mangas, pero ya no pudo notar nada. ¿Había imaginado que aquel olor lo perseguía?
Cuando por fin terminó la tarea, ya estaba amaneciendo. Siguiendo un impulso, decidió dar un paseo hasta el granero. Estaba inquieto y sentía la necesidad de volver al lugar donde se había encontrado con el inglés. Se dijo que quizá recuperaría un poco de serenidad si lo veía bajo la tranquilizadora luz del sol.
La gruesa puerta se abrió con el chirrido acostumbrado. Fue a sentarse al mismo lugar donde había esperado a Louis hacía unas pocas horas. El sol entraba a raudales a través de una rendija en las cortinas de la ventana y, absorta en sus pensamientos, Harry contempló durante un buen rato las partículas de polvo bailando alrededor de la luz. Estiró una mano para tocarlas y fue entonces cuando lo vio.
Un pequeño objeto plateado, semejante a una caja, brillaba bajo uno de los bancos cercanos a la entrada. La puerta abierta lo ocultaba y Harry imaginó que había sido por ello por lo que su padre y el pastor Sweitzer no lo habían visto.
Harry se levantó de su banco, se agachó y lo tomó entre las manos. Sin duda, el objeto pertenecía a Louis: debía de habérsele caído de la mochila. Pero ¿qué podía ser? Se trataba de un rectángulo de metal plateado con un botón circular de color blanco en el centro. Un hilo de plástico que salía de la base
se bifurcaba en el extremo, terminando en dos medias esferas blancas llenas de pequeños agujeros.
Harry se lo guardó con precaución en el bolsillo.
Ahora no tendría más remedio que encontrarle de nuevo para devolverle aquel aparato que parecía un insecto extraño. Su corazón se aceleró, sin poder decidir si la perspectiva de un nuevo encuentro le agradaba o le daba miedo.
Se dio cuenta de que su frente estaba perlada de sudor, y eso le hizo fijarse en que el sol ya había avanzado un buen trecho. Salió corriendo hacia la granja y se puso a preparar el desayuno para la familia. Su padre y David ya estaban segando en el campo a esa hora, así que le preparó a Marian una cesta con todo lo necesario para que les llevara un refrigerio.
Pasó el resto del día haciendo sus tareas habituales con la mente en otro lugar. Su madre lo reprendió porque puso demasiada sal en la comida y, ya por la tarde, echó a perder casi una jarra entera de leche al verterla sin cuidado en las tazas.
Sin darse cuenta, llegó la noche y Harry se retiró a su habitación para asearse antes de cenar.
Apreciaba mucho los pocos momentos de quietud y soledad que tenía su día. Quería lavarse la cara y cambiarse de delantal, puesto que se le había ensuciado, pero antes de hacerlo tanteó con cuidado en su bolsillo.
El aparato raro seguía allí. Lo tomó con mucho cuidado, asegurándose de que la puerta de su cuarto estaba bien cerrada antes de hacerlo, y lo puso sobre la cómoda. Escogió un delantal limpio del armario de su hermana y, cuando iba a meter el artefacto de nuevo en su bolsillo —el lugar más seguro que se le ocurría para guardarlo—, oyó un zumbido extraño que lo paralizó. ¿Qué era aquel ruido?
Sin duda procedía de la pequeña máquina que Daniel había perdido. ¿Por qué sonaba? ¿Lo había estropeado al tocarlo?
El zumbido parecía aumentar de volumen y Harry se asustó, pensando en cómo iba a poder ocultar aquella máquina diabólica de los oídos de su familia. Tomó una de las esferas blancas del extremo del hilo, sin saber qué hacer, y al acercar su cabeza para cogerlo le pareció que el sonido que provenía del aparato no era un simple ruido.
Harry vio que la pantallita cuadrada del aparato se iluminaba y pudo leer en ella unas palabras incomprensibles: «Un dì, felice, eterea». Con curiosidad y miedo a partes iguales, acercó la media esfera a su oreja. Entonces la oyó y se sintió paralizado.
Era música.
Una música sublime, nostálgica y extraña salía de aquel rectángulo plateado. Harry no comprendía las palabras, pronunciadas en un idioma sonoro y exótico, pero la melodía y las voces, poderosas y vibrantes como pájaros alzando el vuelo, eran de tal belleza que se preguntó si no procederían directamente del Cielo.
Se quedó allí quieto un par de minutos, escuchando embelesado aquella rara tonada, hasta que su madre la llamó para cenar. Entonces metió el aparato mágico debajo del colchón, a toda prisa, y comprobó que las gruesas capas de mantas amortiguaban el zumbido.
Mientras se dirigía al comedor, se dijo que ya no tenía otra opción. Al día siguiente buscaría a aquel inglés que tantos quebraderos de cabeza le estaba trayendo. Le devolvería su máquina sonora y no lo dejaría marcharse hasta averiguar de dónde procedía aquella música tan distinta de los himnos que hasta ahora había escuchado.
titasheilus
Re: El corazon de Harry(Larry)
Me encanta, me encanta, me encantaaaaaaaaaaaaaaaa!
Lo que más me gusta es que no se parece a ninguna novela que haya leído antes.
Tenes que seguila por favor!!!!!
No me voy a cansar de repetirlo, ME ENCANTA!:love: :love:
Besos
Lo que más me gusta es que no se parece a ninguna novela que haya leído antes.
Tenes que seguila por favor!!!!!
No me voy a cansar de repetirlo, ME ENCANTA!:love: :love:
Besos
I'mLarryShipper
Re: El corazon de Harry(Larry)
6. El Bosque de los Sauces
«Dios no te conducirá allá donde
su gracia no pueda cuidar de ti.»
La carpintería se encontraba en la calle principal de Gerodom County.
Harry,que aquella mañana estaba a cargo de su hermana,había vagado durante más de una hora por el pueblo y sus alrededores tratando de localizar a Louis.
Ya casi había desistido de encontrarlo cuando oyó por casualidad una conversación entre dos mujeres,que comentaban que el inglés estaba husmeando en el taller de los carpinteros. Se dirigió hacia allí con Marian de la mano, preguntándose cómo iba a entrar sin llamar la atención.
Entonces se le ocurrió una idea.
—Marian, creo que ya es hora de que le arreglemos el pelo a Sadie, ¿no te parece? —declaró mientras señalaba la maltrecha muñeca de trapo de su hermana.
Marian no respondió, pero detuvo su paso y agarró a Sadie por los brazos. La levantó delante de sus ojos y la evaluó como si la viera por primera vez. Luego volvió a abrazar a la muñeca, miró a Harry y asintió lentamente.
—Sí, su pelo no está tan bonito como antes… —admitió.
—Creo que sé dónde podemos conseguirle unos rizos nuevos —insistió Harry, haciéndola avanzar por la calle polvorienta.
Marian emitió unos grititos de júbilo y la siguió, sin rechistar, con su muñeca apretada contra el pecho. Sadie estaba hecha de retales de tela de distintos colores cosidos por el mismo Harry y luego rellenos con algodón. No tenía rostro, siguiendo el precepto amish que prohíbe reproducir figuras humanas de cualquier forma. Los cabellos, que Harry había hecho en su día con hebras de lana, se habían ido perdiendo con el uso y, aunque estaba limpio, el juguete ofrecía un aspecto más bien triste.
Harry y Marian entraron en la carpintería, donde varios hombres se afanaban cortando y puliendo tablones en tres bancos de trabajo. Un fuerte olor a cola y a barniz impregnaba el ambiente.
Enseguida divisó a Louis, que se encontraba al fondo del taller. El inglés estaba agachado fotografiando unas herramientas en el suelo, y ni siquiera se dio cuenta de que la puerta se había abierto.
—Buenos días, señor Lambright —saludó Harry tímidamente.
El capataz levantó la vista de su labor, mientras los demás seguían cortando y claveteando sin desviar la mirada. Louis sí le oyó y ancló sus ojos azules en los del joven. Incluso sin apartar la vista del señor Lambright,él podía notar la intensidad de aquella mirada.
—Hola, Harry. Tu padre no está hoy por aquí —repuso el capataz mientras comprobaba el filo de una herramienta cortante.
—Lo sé. Estaba paseando con mi hermana y me preguntaba… Me preguntaba si podrían darnos algunas virutas de madera. Son para su muñeca.
—Claro. Coged las que queráis —dijo señalando distraídamente un montón de restos de madera.
Marian se lanzó hacia allí, alborozada, y empezó a recoger virutas. Las mejores eran las más largas, que se rizaban en forma de bucles al desprenderse de los tablones recién lijados. Hannah aprovechó que su hermana estaba entretenida para acercarse con disimulo hacia donde estaba Louis.
El inglés seguía tomando fotos, ahora de las manos de uno de los ebanistas, absorto en el remate de una preciosa silla de nogal.
Los hombres de Gerodom County eran conocidos en todo el país por sus extraordinarios trabajos de ebanistería. Los muebles que fabricaban eran tan apreciados que recibían pedidos incluso de fuera del Estado.
Harry se acercó al inglés por la espalda y reparó en un montoncito de serrín. Lo alisó con el zapato y luego se agachó con disimulo para escribir sobre él con el dedo:
"Espérame en el Bosque de los Sauces.Tengo algo que es tuyo."
Louis miró las palabras escritas sobre el serrín con las cejas alzadas en una expresión de mudo desconcierto. Harry observó a los hombres que trabajaban y se aseguró de que nadie había visto su maniobra. Luego posó su mirada expectante en el inglés y, tras asegurarse de que este había tenido tiempo
de leer su mensaje, lo barrió con la palma de la mano y se marchó con Marian por donde había venido.
El sol empezaba a apretar. Harry y su hermana llegaron a casa totalmente empapados de sudor. Sus ropas de verano estaban confeccionadas en algodón liviano para protegerlas de las altas temperaturas pero, aun así,era demasiado para un día de intenso calor como aquel.
Harry hubiera deseado con todas sus fuerzas darse un baño, pero en su comunidad no había agua corriente, así que estos se reservaban para los sábados por la tarde. Se mojó la frente con un paño frío,suspiró y empezó a preparar la comida.
La verdad no lo entendia,se suponia que yo era un hombre pero en fin se me daba bien la cocina.
Marian puso la mesa mientras su madre, sentada en una mecedora, cosía unos pantalones nuevos para David, que había vuelto a dar un estirón. Las cigarras cantaban con todas sus fuerzas, y a Harry le pareció que sobre la granja flotaba una atmósfera espesa y cargada, como si algo importante estuviera a punto de suceder. Sentía un peso extraño en el pecho y, mientras se enjugaba el sudor de la frente, trató de
concentrarse sin éxito en el guiso.
Su mente volaba una y otra vez hacia Louis, la carpintería, aquel aparato extraño lleno de música que le quemaba en el bolsillo… ¿Sabría él dónde encontrar el Bosque de los Sauces?
Apenas podía esperar a que llegara la hora de la siesta para escaparse hasta allí y descubrir el misterio de aquella música mágica.
Por fin llegaron su padre y su hermano y se sentaron todos a comer.
El patriarca elogió el estofado y la sopa de melocotón con leche que la muchacha había preparado para el postre.
Una vez terminado el almuerzo, como era costumbre, Harry y su madre sirvieron café. Mientras sus padres y él mismo bebían, John Sryles empezó a narrar una historia ejemplar. Aquel día tocaba la de
«El hombre colgado de un pulgar».
Harry soltó la cucharilla con la que estaba removiendo el café a la espera de que se enfriara y se estremeció al oír las primeras palabras del relato. Lo había escuchado centenares de veces antes, puesto que era una de las historias favoritas de su padre. La había aprendido de su padre, y este del suyo. Según
aseguraba el abuelo de Harry, Peete Styles, una parte de la familia de Harry procedía del escenario de aquella narración. El relato se situaba en Klundert, una aldea holandesa a medio camino entre Breda y Rotterdam.
—El sol brillaba con fuerza en aquella mañana fatídica del 5 de agosto de 1571. Los campos de flores y hierba fresca relucían, y unas pocas nubes blancas se enredaban entre las altas ramas de los álamos, que se repartían en dos hileras ordenadas alrededor del canal de Noord Brabant. La paz que se
respiraba en aquel idílico lugar no hacía presagiar la tragedia sangrienta que sus planicies iban a presenciar al caer la noche.
Harry y sus hermanos tragaron saliva, pues sabían que a partir de aquel momento el relato iba a desplegar toda su crueldad.
—Como ya sabéis, durante el siglo XVI nuestros primeros hermanos se reunían en Klundert en secreto.
Lo hacían en los campos, generalmente, y trataban de pasar desapercibidos, pues nuestro culto era considerado una herejía —continuó el padre de Harry—. Aquel día, sin embargo, todo fue distinto. Dos jóvenes de la comunidad iban a casarse mientras tenía lugar el culto, así que un centenar de anabaptistas
acudieron a Klundert para celebrar la ocasión especial. De manera excepcional decidieron reunirse en casa de Jan Peetersz, servidor de la Palabra. Algunos llegaron de Haarlem, otros de Leuven y algunos de otros pueblos cercanos. Aquella boda no llegó a celebrarse jamás.
»El magistrado del pueblo y su ayudante estaban bebiendo en la taberna de la aldea. Ya sabéis que el
alcohol es el combustible que el demonio necesita para llevar a cabo sus acciones diabólicas…
En este punto de la narración, Marian acercó su silla a la de Harry y le agarró la mano, asustada. Le daba mucho miedo todo lo que tenía que ver con el demonio y a menudo tenía pesadillas con el infierno.
David, en cambio, parecía encantado, y escuchaba a su padre embelesado con los codos encima de la mesa.—
Alguien les habló de la reunión de los amish y, azuzados por el alcohol, los dos reunieron a un grupo de hombres. «¡Acabemos de una vez con ese nido de víboras herejes!», gritó el magistrado. Envió a dos espías a la casa de Jan Peetersz y, pasadas las nueve de la noche, los hombres observaron que la
reunión estaba iluminada con la luz de muchas velas.
»Armados con hachas, palos, lanzas y otras armas, el magistrado y los demás hombres de Klundert
entraron en la reunión. Aprehendieron a varios hermanos, aunque la mayoría de ellos, prevenidos contra situaciones como aquella, escaparon por un agujero del tejado. Cuando la redada terminó, el magistrado había detenido a seis hombres y varias mujeres. Los mantuvo en la casa hasta mediodía y luego los llevó a Breda para torturarlos.
El padre de Harry continuó explicando los tormentos a los que se vieron sometidos los primeros amish. El momento álgido del relato llegó cuando les contó con todo lujo de detalles cómo colgaron a Geleyn Cornelis de un dedo, en concreto de su pulgar derecho, con un peso en el pie contrario. Marian se
tapó los ojos con las manos, horrorizada, y Harry le acarició el cabello para tranquilizarla.
Por más que le insistieran en que fuera muy consciente de los sufrimientos que habían experimentado sus predecesores para llevar adelante su fe, Harry no tenía estómago para escuchar aquellas historias sangrientas. Se sintió muy aliviado cuando, por fin, su padre terminó y los dejó marchar.
Cuando los hermanos fueron a su habitación, la niña no tenía sueño,excitada como estaba después de oír la historia de los amish de Klundert, y se puso a jugar en un rincón. Harry decidió quitarse la ropa y se la cambió por otra recién lavada. Repasó su peinado, asegurándose de que su mechón rebelde quedaba bien oculto bajo del sombrero, y tomó su cesta de mimbre.
—¿Puedo ir contigo al bosque, Harry? —preguntó Marian, de repente, interrumpiendo su juego.
—Es mejor que te quedes. Madre se enfadará si descubre que te has saltado la siesta —respondió Harry.
La niña hizo un mohín de disgusto.
—Está bien, pero ¿me traerás unas fresas? —preguntó.
—Todas las que encuentre, y luego haremos un pastel.
Prometió Harry, dejándola de nuevo enfrascada en su juego.
Pronto lamentó no haberse acordado de coger su sombrero. El sol le hacía arder el pelo y la piel de los brazos, y le recalentaba los hombros y la espalda por debajo de la ropa. La luz era tan intensa que lo cegaba y lo obligaba a entrecerrar los ojos al andar.
Tomó el recodo del camino que llevaba hasta el Bosque de los Sauces y enseguida notó que se levantaba una brisa suave. Harry suspiró,aliviado. Todavía era junio y aquel verano prometía ser uno de los más calurosos de los últimos años, si hacía caso de las predicciones alarmistas de Hettie.
Afortunadamente, en el bosquecillo y sus alrededores siempre se estaba fresco.
El padre de Harry contaba que habían sido los primeros amish que poblaron Gerodom County quienes lo habían plantado. Habían traído los sauces consigo desde la lejana Arizona. Desde entonces habían pasado más de cincuenta años y los árboles se alzaban altísimos en el margen derecho del río,testigos majestuosos del paso del tiempo. A Harry le gustaban desde que era muy pequeño porque, a pesar de su espectacular altura, sus ramas siempre colgaban hacia abajo, como si no quisieran perder nunca el contacto con la tierra. En los días de viento, las hojas alargadas se balanceaban y parecía que
cantaban, agitadas por el aire en movimiento.
Oyó un rumor de agua y dobló el último recodo del camino. Allí comenzaba el claro donde tantas veces había acudido siendo un niño a recoger fresas, setas y moras, y también a bañarse en el río.Allí estaba Louis.
Harry hizo visera con la mano para observarlo mejor y vio que estaba tumbado sobre la hierba, con la cabeza apoyada en un grueso tronco y los ojos cerrados. Se acercó con pasos vacilantes y, al llegar a su altura, comprobó que estaba dormido. Se había desabrochado la camisa a causa del calor, dejando su torso moreno al descubierto. Tenía el ceño fruncido como si no estuviera del todo a gusto con su sueño.
Harry no lograba apartar los ojos de su pecho desnudo, totalmente fascinado. Nunca había contemplado uno con total libertad que no fuese el suyo. El de Louis estaba bronceado por el sol y cubierto por un suave vello claro,en cambio el suyo era blanco y no tenia nada de vello.
Los músculos de su vientre se tensaban y destensaban al compás de su respiración.Harry tragó saliva y apartó la vista, convencido de que estaba cometiendo un terrible pecado. Entonces Louis abrió los ojos y lo descubrió.
«Dios no te conducirá allá donde
su gracia no pueda cuidar de ti.»
La carpintería se encontraba en la calle principal de Gerodom County.
Harry,que aquella mañana estaba a cargo de su hermana,había vagado durante más de una hora por el pueblo y sus alrededores tratando de localizar a Louis.
Ya casi había desistido de encontrarlo cuando oyó por casualidad una conversación entre dos mujeres,que comentaban que el inglés estaba husmeando en el taller de los carpinteros. Se dirigió hacia allí con Marian de la mano, preguntándose cómo iba a entrar sin llamar la atención.
Entonces se le ocurrió una idea.
—Marian, creo que ya es hora de que le arreglemos el pelo a Sadie, ¿no te parece? —declaró mientras señalaba la maltrecha muñeca de trapo de su hermana.
Marian no respondió, pero detuvo su paso y agarró a Sadie por los brazos. La levantó delante de sus ojos y la evaluó como si la viera por primera vez. Luego volvió a abrazar a la muñeca, miró a Harry y asintió lentamente.
—Sí, su pelo no está tan bonito como antes… —admitió.
—Creo que sé dónde podemos conseguirle unos rizos nuevos —insistió Harry, haciéndola avanzar por la calle polvorienta.
Marian emitió unos grititos de júbilo y la siguió, sin rechistar, con su muñeca apretada contra el pecho. Sadie estaba hecha de retales de tela de distintos colores cosidos por el mismo Harry y luego rellenos con algodón. No tenía rostro, siguiendo el precepto amish que prohíbe reproducir figuras humanas de cualquier forma. Los cabellos, que Harry había hecho en su día con hebras de lana, se habían ido perdiendo con el uso y, aunque estaba limpio, el juguete ofrecía un aspecto más bien triste.
Harry y Marian entraron en la carpintería, donde varios hombres se afanaban cortando y puliendo tablones en tres bancos de trabajo. Un fuerte olor a cola y a barniz impregnaba el ambiente.
Enseguida divisó a Louis, que se encontraba al fondo del taller. El inglés estaba agachado fotografiando unas herramientas en el suelo, y ni siquiera se dio cuenta de que la puerta se había abierto.
—Buenos días, señor Lambright —saludó Harry tímidamente.
El capataz levantó la vista de su labor, mientras los demás seguían cortando y claveteando sin desviar la mirada. Louis sí le oyó y ancló sus ojos azules en los del joven. Incluso sin apartar la vista del señor Lambright,él podía notar la intensidad de aquella mirada.
—Hola, Harry. Tu padre no está hoy por aquí —repuso el capataz mientras comprobaba el filo de una herramienta cortante.
—Lo sé. Estaba paseando con mi hermana y me preguntaba… Me preguntaba si podrían darnos algunas virutas de madera. Son para su muñeca.
—Claro. Coged las que queráis —dijo señalando distraídamente un montón de restos de madera.
Marian se lanzó hacia allí, alborozada, y empezó a recoger virutas. Las mejores eran las más largas, que se rizaban en forma de bucles al desprenderse de los tablones recién lijados. Hannah aprovechó que su hermana estaba entretenida para acercarse con disimulo hacia donde estaba Louis.
El inglés seguía tomando fotos, ahora de las manos de uno de los ebanistas, absorto en el remate de una preciosa silla de nogal.
Los hombres de Gerodom County eran conocidos en todo el país por sus extraordinarios trabajos de ebanistería. Los muebles que fabricaban eran tan apreciados que recibían pedidos incluso de fuera del Estado.
Harry se acercó al inglés por la espalda y reparó en un montoncito de serrín. Lo alisó con el zapato y luego se agachó con disimulo para escribir sobre él con el dedo:
"Espérame en el Bosque de los Sauces.Tengo algo que es tuyo."
Louis miró las palabras escritas sobre el serrín con las cejas alzadas en una expresión de mudo desconcierto. Harry observó a los hombres que trabajaban y se aseguró de que nadie había visto su maniobra. Luego posó su mirada expectante en el inglés y, tras asegurarse de que este había tenido tiempo
de leer su mensaje, lo barrió con la palma de la mano y se marchó con Marian por donde había venido.
El sol empezaba a apretar. Harry y su hermana llegaron a casa totalmente empapados de sudor. Sus ropas de verano estaban confeccionadas en algodón liviano para protegerlas de las altas temperaturas pero, aun así,era demasiado para un día de intenso calor como aquel.
Harry hubiera deseado con todas sus fuerzas darse un baño, pero en su comunidad no había agua corriente, así que estos se reservaban para los sábados por la tarde. Se mojó la frente con un paño frío,suspiró y empezó a preparar la comida.
La verdad no lo entendia,se suponia que yo era un hombre pero en fin se me daba bien la cocina.
Marian puso la mesa mientras su madre, sentada en una mecedora, cosía unos pantalones nuevos para David, que había vuelto a dar un estirón. Las cigarras cantaban con todas sus fuerzas, y a Harry le pareció que sobre la granja flotaba una atmósfera espesa y cargada, como si algo importante estuviera a punto de suceder. Sentía un peso extraño en el pecho y, mientras se enjugaba el sudor de la frente, trató de
concentrarse sin éxito en el guiso.
Su mente volaba una y otra vez hacia Louis, la carpintería, aquel aparato extraño lleno de música que le quemaba en el bolsillo… ¿Sabría él dónde encontrar el Bosque de los Sauces?
Apenas podía esperar a que llegara la hora de la siesta para escaparse hasta allí y descubrir el misterio de aquella música mágica.
Por fin llegaron su padre y su hermano y se sentaron todos a comer.
El patriarca elogió el estofado y la sopa de melocotón con leche que la muchacha había preparado para el postre.
Una vez terminado el almuerzo, como era costumbre, Harry y su madre sirvieron café. Mientras sus padres y él mismo bebían, John Sryles empezó a narrar una historia ejemplar. Aquel día tocaba la de
«El hombre colgado de un pulgar».
Harry soltó la cucharilla con la que estaba removiendo el café a la espera de que se enfriara y se estremeció al oír las primeras palabras del relato. Lo había escuchado centenares de veces antes, puesto que era una de las historias favoritas de su padre. La había aprendido de su padre, y este del suyo. Según
aseguraba el abuelo de Harry, Peete Styles, una parte de la familia de Harry procedía del escenario de aquella narración. El relato se situaba en Klundert, una aldea holandesa a medio camino entre Breda y Rotterdam.
—El sol brillaba con fuerza en aquella mañana fatídica del 5 de agosto de 1571. Los campos de flores y hierba fresca relucían, y unas pocas nubes blancas se enredaban entre las altas ramas de los álamos, que se repartían en dos hileras ordenadas alrededor del canal de Noord Brabant. La paz que se
respiraba en aquel idílico lugar no hacía presagiar la tragedia sangrienta que sus planicies iban a presenciar al caer la noche.
Harry y sus hermanos tragaron saliva, pues sabían que a partir de aquel momento el relato iba a desplegar toda su crueldad.
—Como ya sabéis, durante el siglo XVI nuestros primeros hermanos se reunían en Klundert en secreto.
Lo hacían en los campos, generalmente, y trataban de pasar desapercibidos, pues nuestro culto era considerado una herejía —continuó el padre de Harry—. Aquel día, sin embargo, todo fue distinto. Dos jóvenes de la comunidad iban a casarse mientras tenía lugar el culto, así que un centenar de anabaptistas
acudieron a Klundert para celebrar la ocasión especial. De manera excepcional decidieron reunirse en casa de Jan Peetersz, servidor de la Palabra. Algunos llegaron de Haarlem, otros de Leuven y algunos de otros pueblos cercanos. Aquella boda no llegó a celebrarse jamás.
»El magistrado del pueblo y su ayudante estaban bebiendo en la taberna de la aldea. Ya sabéis que el
alcohol es el combustible que el demonio necesita para llevar a cabo sus acciones diabólicas…
En este punto de la narración, Marian acercó su silla a la de Harry y le agarró la mano, asustada. Le daba mucho miedo todo lo que tenía que ver con el demonio y a menudo tenía pesadillas con el infierno.
David, en cambio, parecía encantado, y escuchaba a su padre embelesado con los codos encima de la mesa.—
Alguien les habló de la reunión de los amish y, azuzados por el alcohol, los dos reunieron a un grupo de hombres. «¡Acabemos de una vez con ese nido de víboras herejes!», gritó el magistrado. Envió a dos espías a la casa de Jan Peetersz y, pasadas las nueve de la noche, los hombres observaron que la
reunión estaba iluminada con la luz de muchas velas.
»Armados con hachas, palos, lanzas y otras armas, el magistrado y los demás hombres de Klundert
entraron en la reunión. Aprehendieron a varios hermanos, aunque la mayoría de ellos, prevenidos contra situaciones como aquella, escaparon por un agujero del tejado. Cuando la redada terminó, el magistrado había detenido a seis hombres y varias mujeres. Los mantuvo en la casa hasta mediodía y luego los llevó a Breda para torturarlos.
El padre de Harry continuó explicando los tormentos a los que se vieron sometidos los primeros amish. El momento álgido del relato llegó cuando les contó con todo lujo de detalles cómo colgaron a Geleyn Cornelis de un dedo, en concreto de su pulgar derecho, con un peso en el pie contrario. Marian se
tapó los ojos con las manos, horrorizada, y Harry le acarició el cabello para tranquilizarla.
Por más que le insistieran en que fuera muy consciente de los sufrimientos que habían experimentado sus predecesores para llevar adelante su fe, Harry no tenía estómago para escuchar aquellas historias sangrientas. Se sintió muy aliviado cuando, por fin, su padre terminó y los dejó marchar.
Cuando los hermanos fueron a su habitación, la niña no tenía sueño,excitada como estaba después de oír la historia de los amish de Klundert, y se puso a jugar en un rincón. Harry decidió quitarse la ropa y se la cambió por otra recién lavada. Repasó su peinado, asegurándose de que su mechón rebelde quedaba bien oculto bajo del sombrero, y tomó su cesta de mimbre.
—¿Puedo ir contigo al bosque, Harry? —preguntó Marian, de repente, interrumpiendo su juego.
—Es mejor que te quedes. Madre se enfadará si descubre que te has saltado la siesta —respondió Harry.
La niña hizo un mohín de disgusto.
—Está bien, pero ¿me traerás unas fresas? —preguntó.
—Todas las que encuentre, y luego haremos un pastel.
Prometió Harry, dejándola de nuevo enfrascada en su juego.
Pronto lamentó no haberse acordado de coger su sombrero. El sol le hacía arder el pelo y la piel de los brazos, y le recalentaba los hombros y la espalda por debajo de la ropa. La luz era tan intensa que lo cegaba y lo obligaba a entrecerrar los ojos al andar.
Tomó el recodo del camino que llevaba hasta el Bosque de los Sauces y enseguida notó que se levantaba una brisa suave. Harry suspiró,aliviado. Todavía era junio y aquel verano prometía ser uno de los más calurosos de los últimos años, si hacía caso de las predicciones alarmistas de Hettie.
Afortunadamente, en el bosquecillo y sus alrededores siempre se estaba fresco.
El padre de Harry contaba que habían sido los primeros amish que poblaron Gerodom County quienes lo habían plantado. Habían traído los sauces consigo desde la lejana Arizona. Desde entonces habían pasado más de cincuenta años y los árboles se alzaban altísimos en el margen derecho del río,testigos majestuosos del paso del tiempo. A Harry le gustaban desde que era muy pequeño porque, a pesar de su espectacular altura, sus ramas siempre colgaban hacia abajo, como si no quisieran perder nunca el contacto con la tierra. En los días de viento, las hojas alargadas se balanceaban y parecía que
cantaban, agitadas por el aire en movimiento.
Oyó un rumor de agua y dobló el último recodo del camino. Allí comenzaba el claro donde tantas veces había acudido siendo un niño a recoger fresas, setas y moras, y también a bañarse en el río.Allí estaba Louis.
Harry hizo visera con la mano para observarlo mejor y vio que estaba tumbado sobre la hierba, con la cabeza apoyada en un grueso tronco y los ojos cerrados. Se acercó con pasos vacilantes y, al llegar a su altura, comprobó que estaba dormido. Se había desabrochado la camisa a causa del calor, dejando su torso moreno al descubierto. Tenía el ceño fruncido como si no estuviera del todo a gusto con su sueño.
Harry no lograba apartar los ojos de su pecho desnudo, totalmente fascinado. Nunca había contemplado uno con total libertad que no fuese el suyo. El de Louis estaba bronceado por el sol y cubierto por un suave vello claro,en cambio el suyo era blanco y no tenia nada de vello.
Los músculos de su vientre se tensaban y destensaban al compás de su respiración.Harry tragó saliva y apartó la vista, convencido de que estaba cometiendo un terrible pecado. Entonces Louis abrió los ojos y lo descubrió.
titasheilus
Re: El corazon de Harry(Larry)
Me encanta Harry, es tan inocente :3
Pero yo quiero saber que iba a decir Louis
cuando lo descubriera u-u
Siguela pronto porfavor,
Adiós<3
Pero yo quiero saber que iba a decir Louis
cuando lo descubriera u-u
Siguela pronto porfavor,
Adiós<3
Amelie.
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