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El corazon de Harry(Larry)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: El corazon de Harry(Larry)
7. Tormenta de verano
«Dios habla a aquellos que guardan
silencio ante Él.»
Harry retrocedió avergonzado. Tenía la sensación de que lo habían sorprendido haciendo algo terrible.
Louis se frotó los ojos, soñoliento, y le habló con naturalidad:
—No te quedes ahí. Ven, siéntate a mi lado y cuéntame por qué estoy aquí —dijo palmeando con la mano la hierba.
—Ya me iba —dijo él, incapaz de mirarlo—. Solo me he acercado un momento a traerte una cosa.Además, parece que va a llover.
Él alzó la cabeza hacia el cielo, donde justo entonces se estaban congregando unas gruesas nubes de color acero. Louis ignoró sus reparos con un sonoro bostezo.
—Este lugar es increíble. Se está muy fresco. Quedémonos un rato a charlar. Además, no puedes ir siempre corriendo a todas partes. Desde que te conozco, no te he visto hacer otra cosa.
El forastero parecía estar tan relajado que Harry sintió un pellizco de envidia.
Reticente, se sentó sobre una piedra cercana con las piernas muy juntas y los brazos cruzados sobre el pecho. El viento, que comenzaba a soplar con fuerza, le agitó la ropa. Louis volvió a apoyarse en el tronco con los ojos entrecerrados y ´él
para sacar aquello que la había llevado hasta allí.
Sin decir nada se lo alargó. Él despertó de golpe al verlo.
—¡Mi iPod! ¿Cómo es que lo tenías tú? Ya lo daba por perdido…
—Se te debió de caer el otro día en la iglesia. ¿Qué es un iPod?
Louis lo miró extrañado, pero enseguida comprendió.
—Es un aparato para escuchar música. Por aquí no usáis estas cosas, ¿verdad?
—No. Mi gente no cree demasiado en las cosas modernas. —Harry esbozó una sonrisa tímida.
—Pues te advierto que este cacharro de moderno no tiene nada. Ni siquiera puede leer mp4 —bromeó Daniel.
Harry levantó las cejas, sin comprender.
—Da igual, son cosas técnicas. —De repente se quedó pensativo—. Lo que no sé es dónde voy a enchufarlo para recargar las baterías…
—Podrías ir a la granja de los Abbot. Está a tres kilómetros de aquí. Ellos son ingleses y sí tienen electricidad.
—Así que es verdad, ¡nos llamáis ingleses! —exclamó Louis, divertido.
Harry enrojeció y sonrio y sus hoyuelos destacaron con fuerza sobre su piel blanca. Confundido, bajó la vista y examinó los pies descalzos de Louis, que jugueteaban con una piedrecilla. Las uñas eran cortas, cuadradas, y parecían bien cuidadas.Harry olvidó su recato por un momento y fue subiendo la mirada por
las pantorrillas del inglés, enfundadas en unos jeans tan ajustados que se pegaban a su piel.
—¿No te quitas nunca ese sombrero, Harry? —preguntó él tomándolo por sorpresa—. Con este calor debe de molestarte mucho.
Harry se sobresaltó al oír aquella pregunta extravagante, pero le gustó cómo sonaba su nombre en boca de Louis. Era la primera vez que lo pronunciaba.
—No me molesta, al contrario. Además, todos los hombres la llevan, incluso los niños lo hacen. Es nuestra costumbre,ademas ahora en verano nos tapa del sol. —respondió orgulloso.
Louis sonrió con cautela y calló. Lo último que deseaba era ofenderlo. Estaba seguro de que él no era consciente de su belleza y precisamente aquello lo hacía todavía más hermoso. No le resultaba nada fácil dejarlo marchar.
Harry se fijó en el contraste entre sus dientes blancos y su piel bronceada. Sin remedio, volvió a poner los ojos sobre su torso desnudo. Se preguntó qué tacto tendría aquella piel. Parecía tan suave…
Bajó la vista y se obligó a apartar aquellos pensamientos pecaminosos de su mente, recordándose el objetivo de aquel encuentro.
—Esa música que oí… ¿Cómo se llama? —preguntó turbado.
—¿Cuál? ¿Esta? —inquirió Louis mientras se acercaba a él para prestarle un auricular.
Al hacerlo le rozó accidentalmente el lóbulo de la oreja y Harry se estremeció sin poder evitarlo.
Sí, su piel era tan suave como había imaginado.
—Es esta —respondió él ruborizado, pero reconociendo de inmediato la pieza.
—Vaya, tienes buen gusto. Es Verdi. Se trata de un dueto muy famoso de La Traviata. Se llama «Un dì, felice, eterea». Dicen que es dificilísimo de cantar.
Los ojos de Harry se abrieron como platos al oírle pronunciar aquellos nombres tan raros.
—¿Conoces la historia? —siguió él.
Harry negó con la cabeza.
—Es una ópera romántica, aunque muy trágica. Está basada en una novela de Dumas. ¿Te gusta leer?
—Sí, pero no tengo a mano muchos libros —contestó él, avergonzado.
—Da igual. La Traviata cuenta la historia de Alfredo y Violeta. Él es un caballero y ella una…cortesana. Pertenecen a mundos muy distintos, pero, a pesar de ello, él se enamora de ella en el instante en que la ve. El dueto que escuchaste es justo el momento en el que le confiesa su amor.
Al pronunciar estas últimas palabras, Louis se puso repentinamente serio. Harry lo miraba, muy interesado en la historia, aunque también un poco avergonzado al escuchar términos como «cortesana»,«amor»… No eran temas apropiados para conversar con un extraño en un paraje solitario como aquel. Y menos aún si se trataba de alguien tan guapo como aquel inglés. A pesar de ello, quería saber más. Se dio cuenta de que respiraba agitadamente, excitado de nuevo por la cercanía de su cuerpo. Deseó con todas sus fuerzas que Louis no se diera cuenta.
Entonces él recitó las palabras que tanto la habían conmovido cuando había escuchado el aria:
Un dì, felice, eterea,
Mi balenaste innante,
E da quel dì tremante
Vissi d'ignoto amor.
Di quell'amor ch'è palpito
Dell'universo, Dell'universo intero,
Misterioso, altero,
Croce e delicia cor.
Misterioso, Misterioso altero,
Croce e delizia al cor.
—Es italiano —aclaró Louis.
—¿Y qué quiere decir? Aunque no lo estuvieras cantando, suena como música —preguntó Harry preso de una extraña emoción.
—Alfredo le cuenta a Violeta cómo un día la vio aparecer ante sus ojos, feliz y etérea, y cómo desde entonces ha vivido para el amor, un amor que es el latido del universo. Misterioso, exaltado… Dolor y placer a la vez.
—Es maravilloso —suspiró Harry.
—Sí, lo es.
Louis parecía súbitamente apesadumbrado y Harry se preguntó qué recuerdos le traía aquella misteriosa canción. Decidió preguntarle:
—¿Y tú cómo sabes tanto de música?
—Estudié en el conservatorio de Seattle hasta los quince años. Mi madre toca el piano y se empeñó en que aprendiera. Nunca seré un gran pianista, pero allí me aficioné a la ópera. —La expresión de Louis volvió a ensombrecerse—. ¿No te ahogas en un sitio donde no puedes escuchar música, Harry?
—No se puede echar de menos lo que no se conoce.
—Pero ahora todo ha cambiado —continuó él con cautela.
—Sí, todo ha cambiado.
Harry olvidó por un momento su recato y le miró abiertamente por primera vez. Louis, que parecía estar librando una dura batalla consigo mismo, acercó una mano hasta su mentón. Lo hizo tan lentamente que parecía que el brazo le pesaba una tonelada.
Casi estaba rozando el rostro de Harry cuando una repentina ráfaga de viento agitó los cabellos oscuros del inglés, despeinándolos aún más.
Los dos levantaron la cabeza justo a tiempo para ver cómo un rayo caía al otro lado del río. Al fogonazo lo siguió un chasquido y el estallido de un tremendo trueno. Gruesas gotas empezaron a mojar el pantalon y los zapatos de Harry, que se dio cuenta de que se preparaba una gran tormenta.
—Vamos, refugiémonos bajo ese árbol grande —propuso Louis.
—¿Estás loco? Se trata de una tormenta eléctrica. Tenemos que alejarnos de los árboles y encontrar otro refugio. ¡Sígueme! —gritó Harry para hacerse entender en el fragor de la tempestad.
Echó a correr por la orilla del río hasta un puentecillo improvisado con unas cuantas piedras que les permitió cruzarlo sin mojarse los pies. Aunque la lluvia caía tan fuerte que en pocos minutos aquello no iba a importar.
Corrieron campo a través durante cinco minutos hasta llegar a una zona montañosa algo escarpada.
Allí Harry señaló una abertura en la roca y Louis comprendió que era una cueva.
—¡Vamos, entremos! —gritó Harry mientras retiraba unas piedras de la boca de la cueva.Louis lo siguió con cierta dificultad, ya que el hueco era estrecho. Una vez dentro, la gruta se ensanchaba lo suficiente como para que pudieran ponerse de pie dos personas.
—¿Adónde me has traído? —preguntó Louis asombrado al mirar a su alrededor.
Las paredes estaban pintadas con dibujos infantiles hechos con tiza. Había un juego de té en miniatura y lo que parecía un montón de hojas secas.
Harry se sentó sobre una piedra, jadeando a causa del esfuerzo de la carrera.
—Es mi refugio secreto. Venía aquí cuando era un niño y quería estar solo… —Sonrió con nostalgia—. Aún ahora vengo a veces. Se está fresco y tranquilo.
Louis se sentó junto a él y su pie tropezó con algo blando. Se agachó a recoger algo que parecía un juguete.
—¿Qué es esto?
—Es Waneta, mi oso de peluche. Lo traje conmigo aquí hace muchos años… Fue una vez que me enfadé con mis padres y decidí que iba a quedarme a vivir en la cueva para siempre. También me traje un balde con agua, el libro de oraciones de papá y un trozo del pastel de manzana de la merienda —puntualizó Harry.
—Suficiente para sobrevivir al menos una semana —rio él.
—Al final decidí volver, porque se hizo de noche y me daba miedo la oscuridad.
Harry le devolvió la sonrisa a Louis. El rostro del inglés se transformaba por completo cuando reía y Harry pensó que, de proponérselo, aquel chico podría iluminar la estancia sin esfuerzo con uno de aquellos destellos de alegría.
Louis hurgó en su mochila y sacó un encendedor y unos cuantos papeles arrugados. Apiló unas cuantas ramas secas y Harry, al comprender sus intenciones, le alargó un montoncito de leña seca que había guardado en una ocasión anterior.
—Dame tu ropa, Harry. Tenemos que secarnos o pillaremos una pulmonía.
—No es necesario —dijo asustado cruzando los brazos frente a su pecho en actitud defensiva—, ya me secaré junto al fuego.
—Será más rápido si colgamos la ropa en este tendedero. Veo que lo tenías todo organizado para tu vida de ermitaña, ¿eh?
Mientras bromeaba, Louis se libró de su camisa con naturalidad y la puso sobre un hilo que atravesaba la cueva. Harry recordó que lo había tendido hacía tiempo para secar flores. La espalda ancha y morena del inglés brillaba en la oscuridad de la cueva.Él sintió que las paredes de piedra se achicaban por momentos: aquel espacio era demasiado pequeño para los dos.
—No voy a quitarme la ropa —insistió, obstinado, frunciendo los labios.
—Venga, ¡no seas terco!¡Que los dos somos chicos!—Quizás ese es el problema—Además me daré la vuelta y te prometo que no miraré mientras no estés vestido.Puedes confiar en mi palabra.
Harry estaba helado. La ropa empapada se le pegaba a la piel y su cuerpo temblaba sin control.
Fuera seguía lloviendo y la temperatura había bajado unos cuantos grados. Si seguía así, iba a agarrar un buen resfriado. Finalmente se rindió.
El golpeteo rítmico del agua sobre las rocas acompañó sus movimientos cautelosos. Louis guardaba silencio mientras le daba la espalda en un rincón de la cueva. Harry lo observó en la semipenumbra mientras se deshacía de los zapatos, el pantalon y la camisa.
A pesar de la sensación de fatalidad que la envolvía, convencido de que iba a ir derecho al infierno,por sentir aquello por un hombre,no podía dejar de lado su curiosidad.Louis tenía las piernas largas y, al igual que en el resto de su
cuerpo, los músculos se le marcaban. Pensó que debía de ser uno de esos chicos a los que les gusta el deporte.
Por último, se quitó el sombrero que cubría su cabello, para que se secara delante del fuego. Se sacudió el cabello suelto, salpicando unas cuantas gotas que chisporrotearon sobre el fuego.
Luego habló a Louis con un hilo de voz:
—Puedes acercarte un poco más. Si te quedas en esa piedra te morirás de frío de todos modos.
—De acuerdo —repuso él temblando—. Me moveré solo un poco. Pero no temas, lo haré con los ojos cerrados.
Harry se hizo un ovillo para evitar que él la viera en ropa interior, pero Louis no abrió los ojos en ningún momento, a pesar de que tropezó con una roca y se hizo daño en un pie. Mientras el fuego le calentaba la piel, Harry se sorprendió al darse cuenta de que era la primera vez que compartía su refugio secreto con alguien.
Y de alguna manera le pareció que Louis era la persona adecuada para hacerlo.
«Dios habla a aquellos que guardan
silencio ante Él.»
Harry retrocedió avergonzado. Tenía la sensación de que lo habían sorprendido haciendo algo terrible.
Louis se frotó los ojos, soñoliento, y le habló con naturalidad:
—No te quedes ahí. Ven, siéntate a mi lado y cuéntame por qué estoy aquí —dijo palmeando con la mano la hierba.
—Ya me iba —dijo él, incapaz de mirarlo—. Solo me he acercado un momento a traerte una cosa.Además, parece que va a llover.
Él alzó la cabeza hacia el cielo, donde justo entonces se estaban congregando unas gruesas nubes de color acero. Louis ignoró sus reparos con un sonoro bostezo.
—Este lugar es increíble. Se está muy fresco. Quedémonos un rato a charlar. Además, no puedes ir siempre corriendo a todas partes. Desde que te conozco, no te he visto hacer otra cosa.
El forastero parecía estar tan relajado que Harry sintió un pellizco de envidia.
Reticente, se sentó sobre una piedra cercana con las piernas muy juntas y los brazos cruzados sobre el pecho. El viento, que comenzaba a soplar con fuerza, le agitó la ropa. Louis volvió a apoyarse en el tronco con los ojos entrecerrados y ´él
para sacar aquello que la había llevado hasta allí.
Sin decir nada se lo alargó. Él despertó de golpe al verlo.
—¡Mi iPod! ¿Cómo es que lo tenías tú? Ya lo daba por perdido…
—Se te debió de caer el otro día en la iglesia. ¿Qué es un iPod?
Louis lo miró extrañado, pero enseguida comprendió.
—Es un aparato para escuchar música. Por aquí no usáis estas cosas, ¿verdad?
—No. Mi gente no cree demasiado en las cosas modernas. —Harry esbozó una sonrisa tímida.
—Pues te advierto que este cacharro de moderno no tiene nada. Ni siquiera puede leer mp4 —bromeó Daniel.
Harry levantó las cejas, sin comprender.
—Da igual, son cosas técnicas. —De repente se quedó pensativo—. Lo que no sé es dónde voy a enchufarlo para recargar las baterías…
—Podrías ir a la granja de los Abbot. Está a tres kilómetros de aquí. Ellos son ingleses y sí tienen electricidad.
—Así que es verdad, ¡nos llamáis ingleses! —exclamó Louis, divertido.
Harry enrojeció y sonrio y sus hoyuelos destacaron con fuerza sobre su piel blanca. Confundido, bajó la vista y examinó los pies descalzos de Louis, que jugueteaban con una piedrecilla. Las uñas eran cortas, cuadradas, y parecían bien cuidadas.Harry olvidó su recato por un momento y fue subiendo la mirada por
las pantorrillas del inglés, enfundadas en unos jeans tan ajustados que se pegaban a su piel.
—¿No te quitas nunca ese sombrero, Harry? —preguntó él tomándolo por sorpresa—. Con este calor debe de molestarte mucho.
Harry se sobresaltó al oír aquella pregunta extravagante, pero le gustó cómo sonaba su nombre en boca de Louis. Era la primera vez que lo pronunciaba.
—No me molesta, al contrario. Además, todos los hombres la llevan, incluso los niños lo hacen. Es nuestra costumbre,ademas ahora en verano nos tapa del sol. —respondió orgulloso.
Louis sonrió con cautela y calló. Lo último que deseaba era ofenderlo. Estaba seguro de que él no era consciente de su belleza y precisamente aquello lo hacía todavía más hermoso. No le resultaba nada fácil dejarlo marchar.
Harry se fijó en el contraste entre sus dientes blancos y su piel bronceada. Sin remedio, volvió a poner los ojos sobre su torso desnudo. Se preguntó qué tacto tendría aquella piel. Parecía tan suave…
Bajó la vista y se obligó a apartar aquellos pensamientos pecaminosos de su mente, recordándose el objetivo de aquel encuentro.
—Esa música que oí… ¿Cómo se llama? —preguntó turbado.
—¿Cuál? ¿Esta? —inquirió Louis mientras se acercaba a él para prestarle un auricular.
Al hacerlo le rozó accidentalmente el lóbulo de la oreja y Harry se estremeció sin poder evitarlo.
Sí, su piel era tan suave como había imaginado.
—Es esta —respondió él ruborizado, pero reconociendo de inmediato la pieza.
—Vaya, tienes buen gusto. Es Verdi. Se trata de un dueto muy famoso de La Traviata. Se llama «Un dì, felice, eterea». Dicen que es dificilísimo de cantar.
Los ojos de Harry se abrieron como platos al oírle pronunciar aquellos nombres tan raros.
—¿Conoces la historia? —siguió él.
Harry negó con la cabeza.
—Es una ópera romántica, aunque muy trágica. Está basada en una novela de Dumas. ¿Te gusta leer?
—Sí, pero no tengo a mano muchos libros —contestó él, avergonzado.
—Da igual. La Traviata cuenta la historia de Alfredo y Violeta. Él es un caballero y ella una…cortesana. Pertenecen a mundos muy distintos, pero, a pesar de ello, él se enamora de ella en el instante en que la ve. El dueto que escuchaste es justo el momento en el que le confiesa su amor.
Al pronunciar estas últimas palabras, Louis se puso repentinamente serio. Harry lo miraba, muy interesado en la historia, aunque también un poco avergonzado al escuchar términos como «cortesana»,«amor»… No eran temas apropiados para conversar con un extraño en un paraje solitario como aquel. Y menos aún si se trataba de alguien tan guapo como aquel inglés. A pesar de ello, quería saber más. Se dio cuenta de que respiraba agitadamente, excitado de nuevo por la cercanía de su cuerpo. Deseó con todas sus fuerzas que Louis no se diera cuenta.
Entonces él recitó las palabras que tanto la habían conmovido cuando había escuchado el aria:
Un dì, felice, eterea,
Mi balenaste innante,
E da quel dì tremante
Vissi d'ignoto amor.
Di quell'amor ch'è palpito
Dell'universo, Dell'universo intero,
Misterioso, altero,
Croce e delicia cor.
Misterioso, Misterioso altero,
Croce e delizia al cor.
—Es italiano —aclaró Louis.
—¿Y qué quiere decir? Aunque no lo estuvieras cantando, suena como música —preguntó Harry preso de una extraña emoción.
—Alfredo le cuenta a Violeta cómo un día la vio aparecer ante sus ojos, feliz y etérea, y cómo desde entonces ha vivido para el amor, un amor que es el latido del universo. Misterioso, exaltado… Dolor y placer a la vez.
—Es maravilloso —suspiró Harry.
—Sí, lo es.
Louis parecía súbitamente apesadumbrado y Harry se preguntó qué recuerdos le traía aquella misteriosa canción. Decidió preguntarle:
—¿Y tú cómo sabes tanto de música?
—Estudié en el conservatorio de Seattle hasta los quince años. Mi madre toca el piano y se empeñó en que aprendiera. Nunca seré un gran pianista, pero allí me aficioné a la ópera. —La expresión de Louis volvió a ensombrecerse—. ¿No te ahogas en un sitio donde no puedes escuchar música, Harry?
—No se puede echar de menos lo que no se conoce.
—Pero ahora todo ha cambiado —continuó él con cautela.
—Sí, todo ha cambiado.
Harry olvidó por un momento su recato y le miró abiertamente por primera vez. Louis, que parecía estar librando una dura batalla consigo mismo, acercó una mano hasta su mentón. Lo hizo tan lentamente que parecía que el brazo le pesaba una tonelada.
Casi estaba rozando el rostro de Harry cuando una repentina ráfaga de viento agitó los cabellos oscuros del inglés, despeinándolos aún más.
Los dos levantaron la cabeza justo a tiempo para ver cómo un rayo caía al otro lado del río. Al fogonazo lo siguió un chasquido y el estallido de un tremendo trueno. Gruesas gotas empezaron a mojar el pantalon y los zapatos de Harry, que se dio cuenta de que se preparaba una gran tormenta.
—Vamos, refugiémonos bajo ese árbol grande —propuso Louis.
—¿Estás loco? Se trata de una tormenta eléctrica. Tenemos que alejarnos de los árboles y encontrar otro refugio. ¡Sígueme! —gritó Harry para hacerse entender en el fragor de la tempestad.
Echó a correr por la orilla del río hasta un puentecillo improvisado con unas cuantas piedras que les permitió cruzarlo sin mojarse los pies. Aunque la lluvia caía tan fuerte que en pocos minutos aquello no iba a importar.
Corrieron campo a través durante cinco minutos hasta llegar a una zona montañosa algo escarpada.
Allí Harry señaló una abertura en la roca y Louis comprendió que era una cueva.
—¡Vamos, entremos! —gritó Harry mientras retiraba unas piedras de la boca de la cueva.Louis lo siguió con cierta dificultad, ya que el hueco era estrecho. Una vez dentro, la gruta se ensanchaba lo suficiente como para que pudieran ponerse de pie dos personas.
—¿Adónde me has traído? —preguntó Louis asombrado al mirar a su alrededor.
Las paredes estaban pintadas con dibujos infantiles hechos con tiza. Había un juego de té en miniatura y lo que parecía un montón de hojas secas.
Harry se sentó sobre una piedra, jadeando a causa del esfuerzo de la carrera.
—Es mi refugio secreto. Venía aquí cuando era un niño y quería estar solo… —Sonrió con nostalgia—. Aún ahora vengo a veces. Se está fresco y tranquilo.
Louis se sentó junto a él y su pie tropezó con algo blando. Se agachó a recoger algo que parecía un juguete.
—¿Qué es esto?
—Es Waneta, mi oso de peluche. Lo traje conmigo aquí hace muchos años… Fue una vez que me enfadé con mis padres y decidí que iba a quedarme a vivir en la cueva para siempre. También me traje un balde con agua, el libro de oraciones de papá y un trozo del pastel de manzana de la merienda —puntualizó Harry.
—Suficiente para sobrevivir al menos una semana —rio él.
—Al final decidí volver, porque se hizo de noche y me daba miedo la oscuridad.
Harry le devolvió la sonrisa a Louis. El rostro del inglés se transformaba por completo cuando reía y Harry pensó que, de proponérselo, aquel chico podría iluminar la estancia sin esfuerzo con uno de aquellos destellos de alegría.
Louis hurgó en su mochila y sacó un encendedor y unos cuantos papeles arrugados. Apiló unas cuantas ramas secas y Harry, al comprender sus intenciones, le alargó un montoncito de leña seca que había guardado en una ocasión anterior.
—Dame tu ropa, Harry. Tenemos que secarnos o pillaremos una pulmonía.
—No es necesario —dijo asustado cruzando los brazos frente a su pecho en actitud defensiva—, ya me secaré junto al fuego.
—Será más rápido si colgamos la ropa en este tendedero. Veo que lo tenías todo organizado para tu vida de ermitaña, ¿eh?
Mientras bromeaba, Louis se libró de su camisa con naturalidad y la puso sobre un hilo que atravesaba la cueva. Harry recordó que lo había tendido hacía tiempo para secar flores. La espalda ancha y morena del inglés brillaba en la oscuridad de la cueva.Él sintió que las paredes de piedra se achicaban por momentos: aquel espacio era demasiado pequeño para los dos.
—No voy a quitarme la ropa —insistió, obstinado, frunciendo los labios.
—Venga, ¡no seas terco!¡Que los dos somos chicos!—Quizás ese es el problema—Además me daré la vuelta y te prometo que no miraré mientras no estés vestido.Puedes confiar en mi palabra.
Harry estaba helado. La ropa empapada se le pegaba a la piel y su cuerpo temblaba sin control.
Fuera seguía lloviendo y la temperatura había bajado unos cuantos grados. Si seguía así, iba a agarrar un buen resfriado. Finalmente se rindió.
El golpeteo rítmico del agua sobre las rocas acompañó sus movimientos cautelosos. Louis guardaba silencio mientras le daba la espalda en un rincón de la cueva. Harry lo observó en la semipenumbra mientras se deshacía de los zapatos, el pantalon y la camisa.
A pesar de la sensación de fatalidad que la envolvía, convencido de que iba a ir derecho al infierno,por sentir aquello por un hombre,no podía dejar de lado su curiosidad.Louis tenía las piernas largas y, al igual que en el resto de su
cuerpo, los músculos se le marcaban. Pensó que debía de ser uno de esos chicos a los que les gusta el deporte.
Por último, se quitó el sombrero que cubría su cabello, para que se secara delante del fuego. Se sacudió el cabello suelto, salpicando unas cuantas gotas que chisporrotearon sobre el fuego.
Luego habló a Louis con un hilo de voz:
—Puedes acercarte un poco más. Si te quedas en esa piedra te morirás de frío de todos modos.
—De acuerdo —repuso él temblando—. Me moveré solo un poco. Pero no temas, lo haré con los ojos cerrados.
Harry se hizo un ovillo para evitar que él la viera en ropa interior, pero Louis no abrió los ojos en ningún momento, a pesar de que tropezó con una roca y se hizo daño en un pie. Mientras el fuego le calentaba la piel, Harry se sorprendió al darse cuenta de que era la primera vez que compartía su refugio secreto con alguien.
Y de alguna manera le pareció que Louis era la persona adecuada para hacerlo.
titasheilus
Re: El corazon de Harry(Larry)
Este fic esta en mi top 5 , es tan fluffy :33. Lo amooooo<3
larrysupporter
Re: El corazon de Harry(Larry)
Lo primero gracias a las personas que leen el fic :) y aqui esta el nuevo capitulo:
8. El día más triste
«La mejor manera de escapar del
mal es perseguir el bien.»
Al día siguiente se despertó solo antes de la hora del ordeño. El aire fresco de la madrugada penetraba por la ventana abierta y llenaba la habitación con el aroma de la hierba húmeda. Harry se desperezó y Marian se removió en la cama, inquieta.
En la percha junto a la cómoda colgaba el traje de algodón azul que había usado el día anterior. Se levantó para ponérselo y al hacerlo la invadieron los olores y los recuerdos del día anterior. Olía a humo, y los pliegues de la manga todavía estaban un poco mojados. Tomó su sombrero y acercó la nariz a la
tela sin poder evitar una sonrisa soñadora:Louis. Sin duda se trataba de su peculiar aroma, entre dulce y almizclado.
Harry sonrió aún más al recordar que él la había tomado del brazo para vadear el río tras la tempestad. Pensó que era una suerte contar con las pruebas de su aventura porque a la luz del nuevo día las horas que había pasado junto al inglés le parecían un sueño. Uno de los buenos.Mientras se vestía, rememoró la charla que ambos habían mantenido sobre los orígenes de la ópera.
Harry había quedado impresionado por sus conocimientos sobre música. Estaba seguro de que, al lado de otra persona, se habría sentido un completo ignorante, pero Louis hacía que todo pareciera sencillo y natural.
Incluso escuchar música medio desnudos, el uno junto al otro.
Habían oído más piezas de La Traviata y de otro compositor italiano, Puccini, del que Louis le había contado que era famoso por su afición a los coches. Ante sus ojos y sus oídos asombrados se había
abierto un mundo completamente nuevo y, por primera vez en su vida, Harry había deseado viajar lejos de su hogar para conocer nuevos paisajes.
También le habían asaltado por primera vez otros deseos que lo asustaban. Louis se había comportado con toda la decencia posible en una situación tan singular, y quizá justo por eso le gustaba aún más. Harry se sintió languidecer al recordar las formas masculinas que había podido vislumbrar a la luz de la fogata.
Mientras se tocaba los rizos con cuidado deseó poder repetir cuanto antes un encuentro parecido con la música… y con él.
Al despedirse,él le había arrancado la promesa de que se reunirían muy pronto para seguir conversando. Pero cuando se habían dicho adiós en el camino, bastante lejos aún de la granja,Harry había sonreído y él le había devuelto una mirada apesadumbrada. Harry había comprobado que era un chico
muy respetuoso y pensó que tenía miedo de haberlo incomodado. O quizá su actitud seria se debía a que no quería que su familia se preocupara por su tardanza en medio de la tormenta.
Antes de salir de la habitación, Harry despertó por fin a Marian y le dijo que la esperaría en el establo. Pero la niña no acudió y, cuando Harry regresó con las cubas de leche llenas hasta arriba, tuvo que sacarla de la cama casi a la fuerza.
Los dos hermanos bajaron a desayunar, Marian todavía de mal humor después de la reprimenda.
Encontraron la mesa ya puesta y a su madre afanándose sobre los fogones. Aquel día había preparado tortitas con mermelada. Harry se relamió. Se sentía hambriento después de sus correrías nocturnas.
David y su padre llegaron de los campos y, tras asearse, todos se sentaron a comer. Harry quiso congraciarse con sus padres.
—¿Se te ha pasado el disgusto, papá? —preguntó con su mejor sonrisa, mientras le servía café.
—No hay preocupación que una buena noche de sueño y unas cuantas horas de trabajo en el campo no hagan desaparecer, hijo —repuso su padre, todavía serio.
—Lo siento. No quise preocuparos, pero si hubiera regresado en medio de la tormenta seguro que habría llegado a casa empapado o algo peor. Un rayo cayó muy cerca de donde estaba. Tuve suerte de estar cerca de la Cueva de los Niños —explicó Harry por enésima vez, sin mencionar que no se había refugiado allí solo.
John Styles dio un sorbo al café y gruñó por toda respuesta. Su madre aprovechó para cambiar de tema.—
¿Habéis oído lo del inglés? Hettie vino temprano a devolverme un molde de pasteles y me lo contó. ¡Parece que se ha ido!
Harry casi se atragantó con las tortitas. Tosió dos veces antes de conseguir articular:
—¿Qué ha pasado?
—El pastor Sweitzer está disgustadísimo —explicó su padre—. Al parecer ha desaparecido sin despedirse siquiera de su familia de acogida. Al levantarse hoy, han encontrado su cuarto vacío, sin una triste nota de agradecimiento.
Harry palideció.
—Pero eso no puede ser. ¿No tenía que quedarse tres semanas con el predicador? ¿Y… el reportaje?
—Sweitzer dice que ya no habrá tal reportaje. Cree que el chico era un alma inconstante y que debió de cambiar de idea a mitad de camino. Quién sabe, quizá la vida en Gerodom le parecía demasiado dura… o demasiado aburrida. Los ingleses están acostumbrados a vivir con muchas comodidades y
distracciones.
Harry no escuchó el resto del discurso de su padre. Su madre hizo alguna broma respecto a que los ingleses no se acostumbrarían jamás a los retretes en el exterior de los amish y todos la rieron con ganas.
Él trató de fingir una sonrisa pero le entraron náuseas y tuvo que levantarse de la mesa. Los oídos le zumbaban y se sentía mareado. ¿Cómo podía haberse marchado de aquella manera? Estaba seguro de que tenía que haber algún error.
Se excusó y se marchó a su habitación ante la extrañeza de su madre. Estaba temblando. Se sentía tan mal que decidió meterse de nuevo en la cama pero, al quitarse el pantalón, se encontró con la sorpresa de que el iPod de Louis había vuelto a su bolsillo. Estaba seguro de que se lo había devuelto.
¿Por qué se lo había dado de nuevo?
Entonces lloró al comprender que el inglés sabía que iba a marcharse desde el principio. Aquello eruna especie de regalo de despedida. No habría más charlas, ni canciones compartidas. Jamás volvería aestar a su lado.
Atrancó la puerta y se metió en la cama con los auriculares en los oídos. Pasó gran parte de la mañana escuchando «Un dì, felice, eterea» una y otra vez hasta caer dormido.
Al despertar comprobó, desilusionado, que el aparato ya no funcionaba. Louis ya le había advertido que había que conectarlo a la corriente para recargarlo. Ahora ya ni siquiera le quedaba la música como consolación.
Sintiéndose terriblemente desdichado, Harry se vistió y salió a pasear por el pueblo. Quería hablar con el pastor Sweitzer y convencerse por él mismo de que la historia que habían contado sus padres y Hettie era verdad. Solo de pensarlo, los ojos se le llenaban otra vez de lágrimas. Su madre, que cuando
la veía meditabundo o triste tendía a pensar que incubaba alguna enfermedad, se preocupó, pero lo dejó marchar tras comprobar que no tenía fiebre.
Harry caminó sin rumbo por el pueblo arrastrando los pies y con las manos dentro del pantalon. De vez en cuando tocaba el iPod y, al hacerlo, trataba de imaginar que Louis no se había ido.
Pasó por la carpintería y recordó la expresión de asombro en su cara cuando leyó su mensaje escrito en el serrín. Luego se sentó en un banco de la plazoleta. En aquella rotonda confluían dos calles y era el lugar de más tránsito de todo Gerodom County. Aun así, aquel miércoles se estaba bastante tranquilo y
Harry agradeció que el banco estuviera a la sombra.
Como si lo hubiera conjurado con el pensamiento, pasó por allí el predicador Sweitzer. Harry lo saludó con la mano y él se acercó. Parecía abatido y cansado. Harry se sentía tan desesperado que olvidó los rodeos y fue directo al grano.
—Pastor, ¿es cierto lo que dicen? ¿Se ha marchado el inglés?
—Sí, Harry, a estas horas no se habla de otra cosa en todo el pueblo. Ha sido una gran decepción para mí.
Harry guardó silencio.Él sí se sentía decepcionado.
—Ese chico me ha hecho perder el tiempo miserablemente. Ojalá no hubiera confiado en él —continuó, amargado.
El joven asintió y pensó para sí que quizá ese había sido también su error. Justo cuando había empezado a confiar en el extranjero, él lo había traicionado.Louis ya sabía que al día siguiente no estaría en Gerodom, pero a pesar de ello le había hecho creer que habría una próxima vez y que volverían a encontrarse en el Bosque de los Sauces.
Lo peor de todo era… ¿Cómo lo había expresado el día anterior? No se puede echar de menos aquello que no se conoce. Pero ahora, por desgracia, lo conocía. Y ya lo estaba echando de menos.
Desesperadamente. Ojalá nunca hubiera escuchado aquella música. Ojalá no lo hubiera conocido.
Se despidió del predicador sintiéndose vacío y desdichado. Volvió a casa con pasos lentos, arrastrando sus zapatos viejos por el suelo polvoriento y rojizo de las calles de Gerodom County.
Su madre lo esperaba con un vaso de leche y un trozo de pastel de albaricoque.
—Te he guardado un poco de postre. Es tu preferido.
Harry detectó en su voz un matiz de ansiedad y se disculpó por haberse saltado la comida. No se había dado cuenta de que hubiera pasado tanto tiempo.
—¿Qué te sucede, hijo? Estás muy raro desde el día de tu cumpleaños. No pareces el Harry de siempre. Tu padre y yo estamos preocupados.
Su madre se había sentado a la mesa y se sirvió un poco de leche de la jarra. Harry trató de parecer animoso, pero no quería mentir más.
—Lo siento mucho, mamá. Ni yo mismo me reconozco. Pero no quiero que os preocupéis.
—Ya sabes que puedes contar con nosotros para lo que sea, hijo— continuó.
—Creo que lo que necesito es rezar un rato, mamá. Tú siempre dices que te ayuda cuando te sientes perdida.
Su madre asintió en silencio y lo dejó marchar a su cuarto. Harry la oyó trajinar con los cacharros.
Una vez en su cuarto, se quitó los zapatos y se sentó sobre la cama abrazándose las rodillas. A su mente acudieron los primeros acordes del dueto de La Traviata. ¡Maldita canción! Se le había metido en la cabeza y ya no podía sacársela de encima.
Acunándose sobre el colchón, Harry lloró las lágrimas más amargas de su vida. Se sentía ridículo por haber alimentado la vana esperanza de una amistad con aquel chico que venía de tan lejos. Recordó las palabras que él había utilizado para explicarle el argumento de la ópera, cómo le había contado que
los protagonistas pertenecían a mundos muy diferentes y cómo, a pesar de ello, se habían enamorado.
Se mordió el labio para contener un sollozo. También él había creído que entre ellos podía surgir el amor,pero claro eran dos hombres y eso estaba muy mal. De repente entendía lo que Louis había dicho acerca de que amar podía ser a la vez fuente de placer y de dolor. Ahora sentía sobre todo dolor, un dolor lacerante que le atravesaba el corazón y amenazaba con rompérselo en mil pedazos.
Sin saber qué más hacer, se arrodilló junto a la cama y se puso a rezar. Al principio le costó encontrar las palabras. ¿Cómo podía dirigirse a Dios después de haber cometido tantos pecados? No era digno de pedirle nada. Aun así, empezó a rezar. Ni siquiera sabía si su arrepentimiento era sincero, pero
pidió perdón de todos modos. Pidió perdón por haberse encontrado a solas con un chico. Pidió perdón por haberse atrevido a hablar con él, por haber encontrado placer en contemplarlo, casi desnudo, a la luz de la fogata. Por haberse desnudado él también en aquella cueva oscura.
Cuando terminó su rezo, volvió a meterse en la cama, exhausto. Se dijo que era una suerte que todo hubiera acabado y que Louis se hubiera marchado. Era difícil de prever qué camino peligroso habría emprendido él si hubiera continuado viéndolo.
Con los ojos todavía húmedos y el corazón encogido por la pena, Harry se sumió en un sueño ligero.
8. El día más triste
«La mejor manera de escapar del
mal es perseguir el bien.»
Al día siguiente se despertó solo antes de la hora del ordeño. El aire fresco de la madrugada penetraba por la ventana abierta y llenaba la habitación con el aroma de la hierba húmeda. Harry se desperezó y Marian se removió en la cama, inquieta.
En la percha junto a la cómoda colgaba el traje de algodón azul que había usado el día anterior. Se levantó para ponérselo y al hacerlo la invadieron los olores y los recuerdos del día anterior. Olía a humo, y los pliegues de la manga todavía estaban un poco mojados. Tomó su sombrero y acercó la nariz a la
tela sin poder evitar una sonrisa soñadora:Louis. Sin duda se trataba de su peculiar aroma, entre dulce y almizclado.
Harry sonrió aún más al recordar que él la había tomado del brazo para vadear el río tras la tempestad. Pensó que era una suerte contar con las pruebas de su aventura porque a la luz del nuevo día las horas que había pasado junto al inglés le parecían un sueño. Uno de los buenos.Mientras se vestía, rememoró la charla que ambos habían mantenido sobre los orígenes de la ópera.
Harry había quedado impresionado por sus conocimientos sobre música. Estaba seguro de que, al lado de otra persona, se habría sentido un completo ignorante, pero Louis hacía que todo pareciera sencillo y natural.
Incluso escuchar música medio desnudos, el uno junto al otro.
Habían oído más piezas de La Traviata y de otro compositor italiano, Puccini, del que Louis le había contado que era famoso por su afición a los coches. Ante sus ojos y sus oídos asombrados se había
abierto un mundo completamente nuevo y, por primera vez en su vida, Harry había deseado viajar lejos de su hogar para conocer nuevos paisajes.
También le habían asaltado por primera vez otros deseos que lo asustaban. Louis se había comportado con toda la decencia posible en una situación tan singular, y quizá justo por eso le gustaba aún más. Harry se sintió languidecer al recordar las formas masculinas que había podido vislumbrar a la luz de la fogata.
Mientras se tocaba los rizos con cuidado deseó poder repetir cuanto antes un encuentro parecido con la música… y con él.
Al despedirse,él le había arrancado la promesa de que se reunirían muy pronto para seguir conversando. Pero cuando se habían dicho adiós en el camino, bastante lejos aún de la granja,Harry había sonreído y él le había devuelto una mirada apesadumbrada. Harry había comprobado que era un chico
muy respetuoso y pensó que tenía miedo de haberlo incomodado. O quizá su actitud seria se debía a que no quería que su familia se preocupara por su tardanza en medio de la tormenta.
Antes de salir de la habitación, Harry despertó por fin a Marian y le dijo que la esperaría en el establo. Pero la niña no acudió y, cuando Harry regresó con las cubas de leche llenas hasta arriba, tuvo que sacarla de la cama casi a la fuerza.
Los dos hermanos bajaron a desayunar, Marian todavía de mal humor después de la reprimenda.
Encontraron la mesa ya puesta y a su madre afanándose sobre los fogones. Aquel día había preparado tortitas con mermelada. Harry se relamió. Se sentía hambriento después de sus correrías nocturnas.
David y su padre llegaron de los campos y, tras asearse, todos se sentaron a comer. Harry quiso congraciarse con sus padres.
—¿Se te ha pasado el disgusto, papá? —preguntó con su mejor sonrisa, mientras le servía café.
—No hay preocupación que una buena noche de sueño y unas cuantas horas de trabajo en el campo no hagan desaparecer, hijo —repuso su padre, todavía serio.
—Lo siento. No quise preocuparos, pero si hubiera regresado en medio de la tormenta seguro que habría llegado a casa empapado o algo peor. Un rayo cayó muy cerca de donde estaba. Tuve suerte de estar cerca de la Cueva de los Niños —explicó Harry por enésima vez, sin mencionar que no se había refugiado allí solo.
John Styles dio un sorbo al café y gruñó por toda respuesta. Su madre aprovechó para cambiar de tema.—
¿Habéis oído lo del inglés? Hettie vino temprano a devolverme un molde de pasteles y me lo contó. ¡Parece que se ha ido!
Harry casi se atragantó con las tortitas. Tosió dos veces antes de conseguir articular:
—¿Qué ha pasado?
—El pastor Sweitzer está disgustadísimo —explicó su padre—. Al parecer ha desaparecido sin despedirse siquiera de su familia de acogida. Al levantarse hoy, han encontrado su cuarto vacío, sin una triste nota de agradecimiento.
Harry palideció.
—Pero eso no puede ser. ¿No tenía que quedarse tres semanas con el predicador? ¿Y… el reportaje?
—Sweitzer dice que ya no habrá tal reportaje. Cree que el chico era un alma inconstante y que debió de cambiar de idea a mitad de camino. Quién sabe, quizá la vida en Gerodom le parecía demasiado dura… o demasiado aburrida. Los ingleses están acostumbrados a vivir con muchas comodidades y
distracciones.
Harry no escuchó el resto del discurso de su padre. Su madre hizo alguna broma respecto a que los ingleses no se acostumbrarían jamás a los retretes en el exterior de los amish y todos la rieron con ganas.
Él trató de fingir una sonrisa pero le entraron náuseas y tuvo que levantarse de la mesa. Los oídos le zumbaban y se sentía mareado. ¿Cómo podía haberse marchado de aquella manera? Estaba seguro de que tenía que haber algún error.
Se excusó y se marchó a su habitación ante la extrañeza de su madre. Estaba temblando. Se sentía tan mal que decidió meterse de nuevo en la cama pero, al quitarse el pantalón, se encontró con la sorpresa de que el iPod de Louis había vuelto a su bolsillo. Estaba seguro de que se lo había devuelto.
¿Por qué se lo había dado de nuevo?
Entonces lloró al comprender que el inglés sabía que iba a marcharse desde el principio. Aquello eruna especie de regalo de despedida. No habría más charlas, ni canciones compartidas. Jamás volvería aestar a su lado.
Atrancó la puerta y se metió en la cama con los auriculares en los oídos. Pasó gran parte de la mañana escuchando «Un dì, felice, eterea» una y otra vez hasta caer dormido.
Al despertar comprobó, desilusionado, que el aparato ya no funcionaba. Louis ya le había advertido que había que conectarlo a la corriente para recargarlo. Ahora ya ni siquiera le quedaba la música como consolación.
Sintiéndose terriblemente desdichado, Harry se vistió y salió a pasear por el pueblo. Quería hablar con el pastor Sweitzer y convencerse por él mismo de que la historia que habían contado sus padres y Hettie era verdad. Solo de pensarlo, los ojos se le llenaban otra vez de lágrimas. Su madre, que cuando
la veía meditabundo o triste tendía a pensar que incubaba alguna enfermedad, se preocupó, pero lo dejó marchar tras comprobar que no tenía fiebre.
Harry caminó sin rumbo por el pueblo arrastrando los pies y con las manos dentro del pantalon. De vez en cuando tocaba el iPod y, al hacerlo, trataba de imaginar que Louis no se había ido.
Pasó por la carpintería y recordó la expresión de asombro en su cara cuando leyó su mensaje escrito en el serrín. Luego se sentó en un banco de la plazoleta. En aquella rotonda confluían dos calles y era el lugar de más tránsito de todo Gerodom County. Aun así, aquel miércoles se estaba bastante tranquilo y
Harry agradeció que el banco estuviera a la sombra.
Como si lo hubiera conjurado con el pensamiento, pasó por allí el predicador Sweitzer. Harry lo saludó con la mano y él se acercó. Parecía abatido y cansado. Harry se sentía tan desesperado que olvidó los rodeos y fue directo al grano.
—Pastor, ¿es cierto lo que dicen? ¿Se ha marchado el inglés?
—Sí, Harry, a estas horas no se habla de otra cosa en todo el pueblo. Ha sido una gran decepción para mí.
Harry guardó silencio.Él sí se sentía decepcionado.
—Ese chico me ha hecho perder el tiempo miserablemente. Ojalá no hubiera confiado en él —continuó, amargado.
El joven asintió y pensó para sí que quizá ese había sido también su error. Justo cuando había empezado a confiar en el extranjero, él lo había traicionado.Louis ya sabía que al día siguiente no estaría en Gerodom, pero a pesar de ello le había hecho creer que habría una próxima vez y que volverían a encontrarse en el Bosque de los Sauces.
Lo peor de todo era… ¿Cómo lo había expresado el día anterior? No se puede echar de menos aquello que no se conoce. Pero ahora, por desgracia, lo conocía. Y ya lo estaba echando de menos.
Desesperadamente. Ojalá nunca hubiera escuchado aquella música. Ojalá no lo hubiera conocido.
Se despidió del predicador sintiéndose vacío y desdichado. Volvió a casa con pasos lentos, arrastrando sus zapatos viejos por el suelo polvoriento y rojizo de las calles de Gerodom County.
Su madre lo esperaba con un vaso de leche y un trozo de pastel de albaricoque.
—Te he guardado un poco de postre. Es tu preferido.
Harry detectó en su voz un matiz de ansiedad y se disculpó por haberse saltado la comida. No se había dado cuenta de que hubiera pasado tanto tiempo.
—¿Qué te sucede, hijo? Estás muy raro desde el día de tu cumpleaños. No pareces el Harry de siempre. Tu padre y yo estamos preocupados.
Su madre se había sentado a la mesa y se sirvió un poco de leche de la jarra. Harry trató de parecer animoso, pero no quería mentir más.
—Lo siento mucho, mamá. Ni yo mismo me reconozco. Pero no quiero que os preocupéis.
—Ya sabes que puedes contar con nosotros para lo que sea, hijo— continuó.
—Creo que lo que necesito es rezar un rato, mamá. Tú siempre dices que te ayuda cuando te sientes perdida.
Su madre asintió en silencio y lo dejó marchar a su cuarto. Harry la oyó trajinar con los cacharros.
Una vez en su cuarto, se quitó los zapatos y se sentó sobre la cama abrazándose las rodillas. A su mente acudieron los primeros acordes del dueto de La Traviata. ¡Maldita canción! Se le había metido en la cabeza y ya no podía sacársela de encima.
Acunándose sobre el colchón, Harry lloró las lágrimas más amargas de su vida. Se sentía ridículo por haber alimentado la vana esperanza de una amistad con aquel chico que venía de tan lejos. Recordó las palabras que él había utilizado para explicarle el argumento de la ópera, cómo le había contado que
los protagonistas pertenecían a mundos muy diferentes y cómo, a pesar de ello, se habían enamorado.
Se mordió el labio para contener un sollozo. También él había creído que entre ellos podía surgir el amor,pero claro eran dos hombres y eso estaba muy mal. De repente entendía lo que Louis había dicho acerca de que amar podía ser a la vez fuente de placer y de dolor. Ahora sentía sobre todo dolor, un dolor lacerante que le atravesaba el corazón y amenazaba con rompérselo en mil pedazos.
Sin saber qué más hacer, se arrodilló junto a la cama y se puso a rezar. Al principio le costó encontrar las palabras. ¿Cómo podía dirigirse a Dios después de haber cometido tantos pecados? No era digno de pedirle nada. Aun así, empezó a rezar. Ni siquiera sabía si su arrepentimiento era sincero, pero
pidió perdón de todos modos. Pidió perdón por haberse encontrado a solas con un chico. Pidió perdón por haberse atrevido a hablar con él, por haber encontrado placer en contemplarlo, casi desnudo, a la luz de la fogata. Por haberse desnudado él también en aquella cueva oscura.
Cuando terminó su rezo, volvió a meterse en la cama, exhausto. Se dijo que era una suerte que todo hubiera acabado y que Louis se hubiera marchado. Era difícil de prever qué camino peligroso habría emprendido él si hubiera continuado viéndolo.
Con los ojos todavía húmedos y el corazón encogido por la pena, Harry se sumió en un sueño ligero.
titasheilus
Re: El corazon de Harry(Larry)
Nueva lectora, la idea de este fic me ah gustado mucho. :D
Louis se ah ido... ¿Por que? y rompió el corazón de Harry... (?
Tan siquiera le hubiera dejado el cargador del ipod No (? Ah que no. xD
Pero bueno, sigue pronto.
Quiero ver que pasa.
Nos leemos luego.
BooBearGirl:3
Re: El corazon de Harry(Larry)
9. Para Harry.
«Solo se vive una vez pero, si tus obras son
correctas, una vez es suficiente.»
Despertó cuando el sol ya estaba alto. Primero sintió extrañeza por no encontrar a su lado el cuerpo cálido de Marian. Luego recordó. La noche había sido larga. Harry había tenido pesadillas varias veces
y su hermana, harta de recibir patadas, se había mudado a la cama de sus padres.
A pesar de lo triste que estaba, se dio cuenta de que las lágrimas no acudían ya a sus ojos: las había gastado todas el día anterior. Aun así, el dolor reapareció, agudo como la hoja de un cuchillo. Parecía
que la oscuridad lo había apaciguado por momentos y ahora despertaba con más brío.
Harry sintió un gran vacío en su interior, y al mirar por la ventana el mundo le pareció un lugar gris,como si alguien le hubiera robado todos los colores mientras dormía. Unas nubes pálidas enturbiaban el
sol, y hasta el canto matutino de los pájaros parecía amortiguado y falto de vida aquella mañana.
Bajó al comedor, pero ya no había nadie. Supuso que su madre debía de estar en el huerto o en el establo y que Marian, su padre y David ya estarían en los campos a aquella hora. Se preparó un desayuno
frugal: copos de avena con leche y azúcar.Sentado a la mesa con el tazón entre las manos, se sintió incapaz de tragar nada.
Entonces empezó a enfadarse consigo mismo. ¿Por qué se lo tomaba tan a pecho? Al fin y al cabo, se trataba de un desconocido. No tendría que haber confiado en él, para empezar. Sus padres siempre se lo advertían: los ingleses no son de fiar.
Apartó el tazón con rabia y, siguiendo un impulso, echó a andar en dirección a la Cueva de los Niños.
Acababa de decidirlo: abandonaría allí el iPod de Louis. El aparato ya no le servía más que como recordatorio de su estupidez, y la cueva le parecía un lugar seguro para dejarlo. Casi nadie lo conocía y
él siempre se sentía bien entre sus frías paredes.
Tardó más de la cuenta en llegar. Notaba las piernas débiles y la respiración agitada, como si estuviera convaleciente de alguna enfermedad, pero resistió la fatiga y por fin avistó la abertura, resuelta
de una vez por todas a empezar de nuevo y dejar atrás todo lo que tuviera que ver con Louis.
Al entrar tropezó con Waneta y l0 cogió del suelo. Abrazado al oso de peluche, fue a sentarse en una de las piedras que habían sido testigos de su charla con el inglés dos días atrás.
Aquel parecía un buen sitio.
Harry sacó el iPod del bolsillo y lo puso sobre una piedra negra. El aparato plateado resplandecía y él se quedó contemplando sus destellos durante unos segundos. Empezó a rezar para infundirse
ánimos y entonces se fijó mejor… ¿Cómo le había pasado inadvertido al entrar?
Junto a los restos de la fogata, encima de la piedra que Louis había utilizado para sentarse, había un sobre de color blanco.
Temblando, Harry se acercó y lo tomó con las dos manos. En el anverso del sobre, escritas con una caligrafía enérgica y clara, había unas palabras:
PARA HARRY
Abrió el sobre con tanto ímpetu que casi rasgó el papel que contenía. Dentro había una carta, tres hojas escritas en renglones apretados y un poco torcidos hacia abajo. Su corazón dio un salto.
La cueva estaba en semipenumbra, así que salió al exterior a toda prisa y se acomodó bajo un árbol para leer aquella carta que no podía ser de nadie más sino de Louis.
Querido Harry,
Te escribo poco después de despedirme de ti junto al camino. Me siento tan agitado que hasta me cuesta sostener el bolígrafo, así que te pido que seas benévolo con mi espantosa caligrafía.
Te imagino leyendo estas líneas, sentado en la piedra que ahora mismo ocupo a la luz del fuego.
Seguramente fruncirás el ceño y pensarás que soy un caradura que, en cierta manera, ha traicionado tu confianza. Aunque lo más probable es que creas que no merece la pena seguir leyendo el mensaje
de un extranjero que ni siquiera se tomó la molestia de despedirse de ti.
Por favor, no me juzgues con severidad por haber desaparecido de Gerodom County sin previo aviso. Si he obrado así es porque no podía resistirlo ni un minuto más.
¿Recuerdas el primer día que nos encontramos? Te apareciste ante mí como salido de un sueño.
Parecías un ángel con tu pijama blanco y el cabello despeinado frente a aquella puerta azul. Jamás hubiera imaginado que podía existir en el mundo tanta belleza.
¿Te acuerdas de lo que te conté después acerca de Verdi y de «Un dì, felice, eterea»? Yo también pude sentir el latido del mundo cuando nuestros ojos se encontraron por primera vez. Ya entonces me
entraron unas ganas irresistibles de abrazarte, de cubrir tus ojos de besos y de acariciar cada una de tus deliciosos lunares. Pero no te conocía, así que hice la primera estupidez que se me ocurrió: tomarte
una foto.
Espero que me perdones también por esto, pero todavía no he borrado aquella imagen. No temas,jamás se la enseñaré a nadie, pero me siento muy afortunado de poder tenerla conmigo ahora. No me
canso de mirarla, y créeme si te digo que será para mí un consuelo en mis peores horas.
Un pájaro canta ahí fuera y no sé distinguir su canto. Parece un búho, aunque suena un poco diferente. Seguro que tú podrías decirme de cuál se trata si estuvieras aquí.
Me he resignado a pasar lejos de ti el resto de mis noches, pero no puedo olvidar las pocas horas que hemos compartido. La primera vez acudí al granero temblando por dentro, y haciendo mil esfuerzos para que tú no lo notaras. Jamás me he sentido así con un chico, y fue entonces cuando me di cuenta de que ya no había vuelta atrás.
Voy a decírtelo ya, Harry, porque a pesar de todo lo que puedas pensar necesito darte una explicación: me he enamorado de ti. Y precisamente por eso tengo que marcharme sin esperar ni un
minuto más. Si me quedo, no podré aguantarlo y la próxima vez que te vea tendré que abrazarte sin remedio.
Espero no parecer arrogante, pero algo me dice que también sientes algo por mí. Tengo la esperanza, por absurda que parezca, de que si has encontrado y estás leyendo esta carta es porque en realidad también has empezado a amarme.
Menuda ironía… Como Violeta y Alfredo, nuestros mundos son demasiado diferentes y el sufrimiento que nos causaríamos a nosotros mismos y a los que nos rodean sería demasiado. No tengo
miedo al dolor, pero no soporto la idea de hacerte sufrir a ti y a los tuyos. Por eso, aunque me cueste,tengo que marcharme ahora.
No te olvidaré, y espero que la música que te he dejado como regalo de despedida te haga recordarme —mientras dure la batería— con una sonrisa. Sigue con tu vida sencilla, Harry, y no
mires atrás.
Con amor,
Louis.
«Solo se vive una vez pero, si tus obras son
correctas, una vez es suficiente.»
Despertó cuando el sol ya estaba alto. Primero sintió extrañeza por no encontrar a su lado el cuerpo cálido de Marian. Luego recordó. La noche había sido larga. Harry había tenido pesadillas varias veces
y su hermana, harta de recibir patadas, se había mudado a la cama de sus padres.
A pesar de lo triste que estaba, se dio cuenta de que las lágrimas no acudían ya a sus ojos: las había gastado todas el día anterior. Aun así, el dolor reapareció, agudo como la hoja de un cuchillo. Parecía
que la oscuridad lo había apaciguado por momentos y ahora despertaba con más brío.
Harry sintió un gran vacío en su interior, y al mirar por la ventana el mundo le pareció un lugar gris,como si alguien le hubiera robado todos los colores mientras dormía. Unas nubes pálidas enturbiaban el
sol, y hasta el canto matutino de los pájaros parecía amortiguado y falto de vida aquella mañana.
Bajó al comedor, pero ya no había nadie. Supuso que su madre debía de estar en el huerto o en el establo y que Marian, su padre y David ya estarían en los campos a aquella hora. Se preparó un desayuno
frugal: copos de avena con leche y azúcar.Sentado a la mesa con el tazón entre las manos, se sintió incapaz de tragar nada.
Entonces empezó a enfadarse consigo mismo. ¿Por qué se lo tomaba tan a pecho? Al fin y al cabo, se trataba de un desconocido. No tendría que haber confiado en él, para empezar. Sus padres siempre se lo advertían: los ingleses no son de fiar.
Apartó el tazón con rabia y, siguiendo un impulso, echó a andar en dirección a la Cueva de los Niños.
Acababa de decidirlo: abandonaría allí el iPod de Louis. El aparato ya no le servía más que como recordatorio de su estupidez, y la cueva le parecía un lugar seguro para dejarlo. Casi nadie lo conocía y
él siempre se sentía bien entre sus frías paredes.
Tardó más de la cuenta en llegar. Notaba las piernas débiles y la respiración agitada, como si estuviera convaleciente de alguna enfermedad, pero resistió la fatiga y por fin avistó la abertura, resuelta
de una vez por todas a empezar de nuevo y dejar atrás todo lo que tuviera que ver con Louis.
Al entrar tropezó con Waneta y l0 cogió del suelo. Abrazado al oso de peluche, fue a sentarse en una de las piedras que habían sido testigos de su charla con el inglés dos días atrás.
Aquel parecía un buen sitio.
Harry sacó el iPod del bolsillo y lo puso sobre una piedra negra. El aparato plateado resplandecía y él se quedó contemplando sus destellos durante unos segundos. Empezó a rezar para infundirse
ánimos y entonces se fijó mejor… ¿Cómo le había pasado inadvertido al entrar?
Junto a los restos de la fogata, encima de la piedra que Louis había utilizado para sentarse, había un sobre de color blanco.
Temblando, Harry se acercó y lo tomó con las dos manos. En el anverso del sobre, escritas con una caligrafía enérgica y clara, había unas palabras:
PARA HARRY
Abrió el sobre con tanto ímpetu que casi rasgó el papel que contenía. Dentro había una carta, tres hojas escritas en renglones apretados y un poco torcidos hacia abajo. Su corazón dio un salto.
La cueva estaba en semipenumbra, así que salió al exterior a toda prisa y se acomodó bajo un árbol para leer aquella carta que no podía ser de nadie más sino de Louis.
Querido Harry,
Te escribo poco después de despedirme de ti junto al camino. Me siento tan agitado que hasta me cuesta sostener el bolígrafo, así que te pido que seas benévolo con mi espantosa caligrafía.
Te imagino leyendo estas líneas, sentado en la piedra que ahora mismo ocupo a la luz del fuego.
Seguramente fruncirás el ceño y pensarás que soy un caradura que, en cierta manera, ha traicionado tu confianza. Aunque lo más probable es que creas que no merece la pena seguir leyendo el mensaje
de un extranjero que ni siquiera se tomó la molestia de despedirse de ti.
Por favor, no me juzgues con severidad por haber desaparecido de Gerodom County sin previo aviso. Si he obrado así es porque no podía resistirlo ni un minuto más.
¿Recuerdas el primer día que nos encontramos? Te apareciste ante mí como salido de un sueño.
Parecías un ángel con tu pijama blanco y el cabello despeinado frente a aquella puerta azul. Jamás hubiera imaginado que podía existir en el mundo tanta belleza.
¿Te acuerdas de lo que te conté después acerca de Verdi y de «Un dì, felice, eterea»? Yo también pude sentir el latido del mundo cuando nuestros ojos se encontraron por primera vez. Ya entonces me
entraron unas ganas irresistibles de abrazarte, de cubrir tus ojos de besos y de acariciar cada una de tus deliciosos lunares. Pero no te conocía, así que hice la primera estupidez que se me ocurrió: tomarte
una foto.
Espero que me perdones también por esto, pero todavía no he borrado aquella imagen. No temas,jamás se la enseñaré a nadie, pero me siento muy afortunado de poder tenerla conmigo ahora. No me
canso de mirarla, y créeme si te digo que será para mí un consuelo en mis peores horas.
Un pájaro canta ahí fuera y no sé distinguir su canto. Parece un búho, aunque suena un poco diferente. Seguro que tú podrías decirme de cuál se trata si estuvieras aquí.
Me he resignado a pasar lejos de ti el resto de mis noches, pero no puedo olvidar las pocas horas que hemos compartido. La primera vez acudí al granero temblando por dentro, y haciendo mil esfuerzos para que tú no lo notaras. Jamás me he sentido así con un chico, y fue entonces cuando me di cuenta de que ya no había vuelta atrás.
Voy a decírtelo ya, Harry, porque a pesar de todo lo que puedas pensar necesito darte una explicación: me he enamorado de ti. Y precisamente por eso tengo que marcharme sin esperar ni un
minuto más. Si me quedo, no podré aguantarlo y la próxima vez que te vea tendré que abrazarte sin remedio.
Espero no parecer arrogante, pero algo me dice que también sientes algo por mí. Tengo la esperanza, por absurda que parezca, de que si has encontrado y estás leyendo esta carta es porque en realidad también has empezado a amarme.
Menuda ironía… Como Violeta y Alfredo, nuestros mundos son demasiado diferentes y el sufrimiento que nos causaríamos a nosotros mismos y a los que nos rodean sería demasiado. No tengo
miedo al dolor, pero no soporto la idea de hacerte sufrir a ti y a los tuyos. Por eso, aunque me cueste,tengo que marcharme ahora.
No te olvidaré, y espero que la música que te he dejado como regalo de despedida te haga recordarme —mientras dure la batería— con una sonrisa. Sigue con tu vida sencilla, Harry, y no
mires atrás.
Con amor,
Louis.
titasheilus
Re: El corazon de Harry(Larry)
Joder que triste estoy llorando enserio. ¡Tienes que seguirla pronto!
LidiaStyles
Re: El corazon de Harry(Larry)
10. Los baúles
«Los remordimientos acerca del ayer y el miedo al mañana
son ladrones gemelos que nos roban el hoy.»
Louis estaba agotado cuando divisó las caravanas. Aparecieron después de una curva de la carretera comarcal que estaba siguiendo a pie desde la madrugada. Había dejado Gerodom County cuando todavía
era de noche.
Sentía remordimientos por no haberse despedido del pastor Sweitzer y de su mujer. Los dos habían sido muy amables y le habían abierto sin reservas las puertas de su casa y las de la comunidad amish.
Aun así,Louis no se había sentido capaz de dar explicaciones a nadie. Le parecía más seguro desaparecer cuanto antes y evitar comentarios que pudieran poner a Harry en un compromiso.
Harry.
Louis suspiró y su rostro se tensó en una mueca de dolor al pensar en los ojos ilusionados de él.
cuando se habían despedido al borde del camino. A aquellas horas ya debía de haberse corrido la voz de su desaparición. ¿Qué pensaría de él? Seguramente creería que era un patán desconsiderado y lo
olvidaría pronto. Al escaparse en mitad de la noche, como si fuera un fugitivo, había apagado para siempre la chispa que había prendido entre los dos.
Se había enamorado perdidamente de él en cuanto lo había visto, aunque había tratado de ocultárselo a sí mismo. También había notado cómo crecía la atracción que Harry sentía hacia él.
Quizá se tratara solo de curiosidad. Era tan inocente… Tan bello…
Harry no tenía ninguna experiencia, pero él era muy consciente de las consecuencias que podía traerle aquella historia y no quería poner su vida patas arriba.
Lo había leído en un libro acerca de los amish que había robado en la biblioteca antes de empezar su viaje. La gente sencilla no permitía intrusiones en su comunidad, y cualquier miembro que se saltara las
reglas se convertía en un proscrito. Dejaban de hablarle y actuaban como si no existiera. Muchos de ellos no resistían el castigo y terminaban suicidándose, consumidos por la pena.
Harry no se daba cuenta de ello, pero vivía una existencia muy afortunada.Louis envidiaba su vida familiar,la cálida protección que le brindaba su comunidad, la seguridad de saber quién era y lo que
podía esperar de la vida.
Él nunca había tenido eso. Su madre había hecho lo que había podido para sacarlos adelante a él y a su hermano, pero toda su vida había sentido una especie de vacío en su interior. Había acudido hasta
Gerodom County persiguiendo un sueño, algo que le ayudara a rellenar ese hueco. Ahora sabía que no podría hacerlo solo con sus fotos, aunque eso ya no le importaba. Se sentía demasiado apenado y
confundido, aunque en el fondo sabía que había hecho lo correcto.
Miró hacia el frente y observó que en un descampado junto a la carretera había cuatro caravanas formando una especie de círculo. En medio ardía una buena fogata. Desde la distancia Louis pudo oler a
café recién hecho y pan caliente.
Se le hizo la boca agua, pues llevaba más de doce horas sin comer. No había querido llevarse nada de la despensa de los Sweitzer, así que había recorrido un gran trecho de camino solo bebiendo sorbitos
de agua de una cantimplora.
Decidió acercarse hasta el pequeño campamento. Con un poco de suerte conseguiría un bollo y una taza de café. Una pequeña bola de pelo gris le salió al encuentro ladrando con fiereza. Tras el perrillo
corría una niña rubia con trenzas que alcanzó al animal y lo arrastró por el collar hacia el interior de una de las caravanas.
—Smokie,¡perro malo! —alcanzó a oír Louis.
Una figura alta y delgada contemplaba la escena desde la puerta abierta de otra caravana. El hombre llevaba el torso desnudo, unos jeans apretados y un sombrero de cowboy. Por su aspecto parecía que
acababa de levantarse.Louis lo saludó con la cabeza y él le devolvió el saludo inclinándose un poco y poniéndose una mano en el corazón.
El gesto le extrañó, pero la expresión del hombre parecía amistosa, así que decidió hablar con él.
Debía de tener unos sesenta años, quizá más, y sus brazos delgados exhibían unos coloridos tatuajes. No eran los típicos tatuajes que Louis había visto hasta entonces, sino unas intrincadas cenefas verdes,
rojas y azules que se enroscaban desde las muñecas hasta los hombros. Sus cabellos grises estaban recogidos por debajo del sombrero en una coleta baja y llevaba unas patillas largas al más puro estilo rockabilly.
—¡Buenos días! ¿Podría decirme si estoy muy lejos del siguiente pueblo? —preguntó Louis a aquel hombre de aspecto estrafalario.
—Eso depende. ¿Cuándo necesitas llegar?
—No tengo prisa por llegar a ninguna parte, pero no he desayunado y me preguntaba si podrían invitarme a una taza de café —se sinceró Louisl.
—Eso podemos arreglarlo —dijo mientras se dirigía al fogón y tomaba una taza.
Louis aprovechó para mirar a su alrededor. El aspecto del campamento, a medio camino entre una comuna hippy y una reunión de fanáticos de las Harley Davidson, era sorprendente. Una docena de
personas lo contemplaban con curiosidad. La mayoría de ellos estaban sentados junto al fuego que Louis había divisado desde lejos. Algunos iban vestidos al estilo del hombre que,diligente,ya le estaba
sirviendo un café y una tostada recién hecha de una gran fuente metálica. Otros iban vestidos con túnicas de algodón de tonos claros y pantalones anchos. Abundaban las melenas largas, el color azafrán y los estampados de flores. Una mujer y una niña lo saludaron juntando las manos sobre el pecho e inclinándose.Louis sonrió,sin saber cómo corresponderles.Aquella gente parecía salida de un documental de los años setenta.
La mujer, que llevaba el cabello recogido con una diadema de colores, se sentó junto al fuego y tomó una especie de cítara. Se puso a cantar algo que parecía country mientras tañía las cuerdas del
instrumento con bastante habilidad.
El cowboy, que entretanto se había puesto una camisa de cuadros sin mangas, lo invitó a unirse al grupo.Louis se sentó a su lado con las piernas cruzadas y la taza entre las manos. ¿De dónde había
salido aquella gente?
Dio un trago largo a su café y se acabó el bollo en dos mordiscos, dispuesto a marcharse cuanto antes.
—¿Ya te vas, chico? ¿No dijiste que no tenías prisa? —preguntó el hombre del sombrero con una gran sonrisa.
Louis no sabía qué contestar.
—Así es, pero no quiero abusar de su hospitalidad. Es obvio que están… están ocupados en algo.
—Solo estamos ensayando para el concierto de esta noche —aclaró el cowboy, con la misma sonrisa beatífica.
—Entonces,¿ustedes tocan?¿Son músicos?
—Somos almas libres.Y con nuestra música conectamos con la verdad, con lo divino.
—¿Son ustedes una especie de secta? —preguntó un asustado Louis, que desde el principio se había temido algo así.
El cowboy soltó una carcajada.
—¿Cómo te llamas?
—Louis.
—Yo me llamo Lee. Mi gente y yo somos baúles.Vivimos siguiendo una tradición religiosa que se inició en la India hace quinientos años.Somos músicos mendigos,o artistas itinerantes si prefieres llamarnos así.No tenemos dogmas ni rituales, solo la música.
—Nunca había oído ese nombre —titubeó Louis,que empezaba a estar interesado en aquella gente
—¿Y creen en un solo dios o en muchos?
—Creemos que Dios está presente en todas las cosas —afirmó Lee de forma enigmática.
—¿Y qué clase de música toca… su gente?
—Somos una banda de rock y blues. Nos llamamos Chocolate.
Louis levantó las cejas, sorprendido.
—Es un nombre raro para un grupo de rock, ¿verdad? Nos llamamos así por mi lema. Los legionarios franceses decían: «Come, caga, muere». Yo digo:come buen chocolate y ¡vive! —aclaró antes de estallar
en una enorme risotada.
Su risa era contagiosa, y Louis se sorprendió riendo también a carcajada limpia.
—Ese es el primer paso para tu curación,Louis —dijo Lee de repente.
—¿De qué tengo que curarme? ¿Y cuál es ese paso?
—Mientras ríes no estás pensando en tus problemas, eres libre. A más risa, más libertad, hazme caso—dijo, palmeándole la espalda.
A Louis no se le escapó que solo había respondido a una de las dos preguntas que le había hecho.
—Si no tienes prisa, podemos llevarte al pueblo después del ensayo. Quizá te apetezca oírnos tocar.No cobramos entrada, solo la voluntad.
El chico meditó su oferta unos minutos, mientras acababa su taza de café.
Tres horas más tarde partía con la comitiva de caravanas hacia el pueblo.
Iba sentado al lado de Lee, en la parte delantera del desvencijado vehículo del baúl. Sonaba a todo volumen un disco de Dolly Parton.
Lee cantaba a pleno pulmón el estribillo, mientras el aire que entraba por las ventanillas abiertas le alborotaba la coleta. Louis se sentía extrañamente en paz a su lado. Sin embrago, no dejaba de pensar
que,en unas pocas horas, había renunciado a las dos cosas que más le importaban en la vida: su reportaje sobre los amish, pasaporte para su soñado trabajo como reportero en Nueva York… y Harry.
Su rostro se ensombreció al pensar en él. Sacó la cámara de fotos de su mochila y lo contempló en el visor. Al menos tenía la fotografía. Lee pareció detectar un cambio en su estado de ánimo y lo miró de
reojo mientras bajaba el volumen del equipo de música.
—Ahí está,chico, nuestro próximo destino. Y ahora, también el tuyo —siguió con su estilo misterioso.
—Lee —preguntó Louis intrigado—¿no echas de menos echar raíces en algún sitio?
—No soy de esos. Lo intenté un par de veces, pero siempre lo acababa fastidiando todo. Supongo que la estabilidad no iba conmigo —formuló, pensativo—O quizá es que mi misión en el mundo es otra.
—Pero vives como un mendigo… Y también los que te acompañan. Os he oído tocar en el ensayo y estoy seguro de que si ficharais por una discográfica podríais llegar a tener éxito.
—Si ficháramos por esa discográfica que dices ya no seríamos libres.
—¿Y no es una locura vivir de esta manera… a tu edad?
Louis enseguida se arrepintió de haber preguntado eso. Lee respondió con naturalidad:
—Yo soy un creyente de la sabiduría loca.
—¿Y eso qué es?
—Si lo cuerdo es perseguir el dinero, la vanidad, la neurosis del triunfo, la solemnidad de la apariencia, las adicciones, las dependencias, las obsesiones, el orgullo, la agresividad… Si eso es la
cordura, lo contrario a todo eso es loca sabiduría. Así que yo soy un loco.
Dicho esto, Lee rompió a reír a carcajadas y paró el motor.
Habían llegado a un aparcamiento destartalado donde los baúles instalarían su campamento.
Louis bajó de la caravana y ayudó a descargar los instrumentos. Mientras sudaba bajo el peso de un enorme amplificador, se dijo que estar rodeado de gente tan distinta le estaba haciendo bien. Por lo
menos no pensaba en Harry a todas horas.Y tampoco en la herida palpitante de su corazón que, con el paso de las horas, se iba haciendo más y más profunda.
«Los remordimientos acerca del ayer y el miedo al mañana
son ladrones gemelos que nos roban el hoy.»
Louis estaba agotado cuando divisó las caravanas. Aparecieron después de una curva de la carretera comarcal que estaba siguiendo a pie desde la madrugada. Había dejado Gerodom County cuando todavía
era de noche.
Sentía remordimientos por no haberse despedido del pastor Sweitzer y de su mujer. Los dos habían sido muy amables y le habían abierto sin reservas las puertas de su casa y las de la comunidad amish.
Aun así,Louis no se había sentido capaz de dar explicaciones a nadie. Le parecía más seguro desaparecer cuanto antes y evitar comentarios que pudieran poner a Harry en un compromiso.
Harry.
Louis suspiró y su rostro se tensó en una mueca de dolor al pensar en los ojos ilusionados de él.
cuando se habían despedido al borde del camino. A aquellas horas ya debía de haberse corrido la voz de su desaparición. ¿Qué pensaría de él? Seguramente creería que era un patán desconsiderado y lo
olvidaría pronto. Al escaparse en mitad de la noche, como si fuera un fugitivo, había apagado para siempre la chispa que había prendido entre los dos.
Se había enamorado perdidamente de él en cuanto lo había visto, aunque había tratado de ocultárselo a sí mismo. También había notado cómo crecía la atracción que Harry sentía hacia él.
Quizá se tratara solo de curiosidad. Era tan inocente… Tan bello…
Harry no tenía ninguna experiencia, pero él era muy consciente de las consecuencias que podía traerle aquella historia y no quería poner su vida patas arriba.
Lo había leído en un libro acerca de los amish que había robado en la biblioteca antes de empezar su viaje. La gente sencilla no permitía intrusiones en su comunidad, y cualquier miembro que se saltara las
reglas se convertía en un proscrito. Dejaban de hablarle y actuaban como si no existiera. Muchos de ellos no resistían el castigo y terminaban suicidándose, consumidos por la pena.
Harry no se daba cuenta de ello, pero vivía una existencia muy afortunada.Louis envidiaba su vida familiar,la cálida protección que le brindaba su comunidad, la seguridad de saber quién era y lo que
podía esperar de la vida.
Él nunca había tenido eso. Su madre había hecho lo que había podido para sacarlos adelante a él y a su hermano, pero toda su vida había sentido una especie de vacío en su interior. Había acudido hasta
Gerodom County persiguiendo un sueño, algo que le ayudara a rellenar ese hueco. Ahora sabía que no podría hacerlo solo con sus fotos, aunque eso ya no le importaba. Se sentía demasiado apenado y
confundido, aunque en el fondo sabía que había hecho lo correcto.
Miró hacia el frente y observó que en un descampado junto a la carretera había cuatro caravanas formando una especie de círculo. En medio ardía una buena fogata. Desde la distancia Louis pudo oler a
café recién hecho y pan caliente.
Se le hizo la boca agua, pues llevaba más de doce horas sin comer. No había querido llevarse nada de la despensa de los Sweitzer, así que había recorrido un gran trecho de camino solo bebiendo sorbitos
de agua de una cantimplora.
Decidió acercarse hasta el pequeño campamento. Con un poco de suerte conseguiría un bollo y una taza de café. Una pequeña bola de pelo gris le salió al encuentro ladrando con fiereza. Tras el perrillo
corría una niña rubia con trenzas que alcanzó al animal y lo arrastró por el collar hacia el interior de una de las caravanas.
—Smokie,¡perro malo! —alcanzó a oír Louis.
Una figura alta y delgada contemplaba la escena desde la puerta abierta de otra caravana. El hombre llevaba el torso desnudo, unos jeans apretados y un sombrero de cowboy. Por su aspecto parecía que
acababa de levantarse.Louis lo saludó con la cabeza y él le devolvió el saludo inclinándose un poco y poniéndose una mano en el corazón.
El gesto le extrañó, pero la expresión del hombre parecía amistosa, así que decidió hablar con él.
Debía de tener unos sesenta años, quizá más, y sus brazos delgados exhibían unos coloridos tatuajes. No eran los típicos tatuajes que Louis había visto hasta entonces, sino unas intrincadas cenefas verdes,
rojas y azules que se enroscaban desde las muñecas hasta los hombros. Sus cabellos grises estaban recogidos por debajo del sombrero en una coleta baja y llevaba unas patillas largas al más puro estilo rockabilly.
—¡Buenos días! ¿Podría decirme si estoy muy lejos del siguiente pueblo? —preguntó Louis a aquel hombre de aspecto estrafalario.
—Eso depende. ¿Cuándo necesitas llegar?
—No tengo prisa por llegar a ninguna parte, pero no he desayunado y me preguntaba si podrían invitarme a una taza de café —se sinceró Louisl.
—Eso podemos arreglarlo —dijo mientras se dirigía al fogón y tomaba una taza.
Louis aprovechó para mirar a su alrededor. El aspecto del campamento, a medio camino entre una comuna hippy y una reunión de fanáticos de las Harley Davidson, era sorprendente. Una docena de
personas lo contemplaban con curiosidad. La mayoría de ellos estaban sentados junto al fuego que Louis había divisado desde lejos. Algunos iban vestidos al estilo del hombre que,diligente,ya le estaba
sirviendo un café y una tostada recién hecha de una gran fuente metálica. Otros iban vestidos con túnicas de algodón de tonos claros y pantalones anchos. Abundaban las melenas largas, el color azafrán y los estampados de flores. Una mujer y una niña lo saludaron juntando las manos sobre el pecho e inclinándose.Louis sonrió,sin saber cómo corresponderles.Aquella gente parecía salida de un documental de los años setenta.
La mujer, que llevaba el cabello recogido con una diadema de colores, se sentó junto al fuego y tomó una especie de cítara. Se puso a cantar algo que parecía country mientras tañía las cuerdas del
instrumento con bastante habilidad.
El cowboy, que entretanto se había puesto una camisa de cuadros sin mangas, lo invitó a unirse al grupo.Louis se sentó a su lado con las piernas cruzadas y la taza entre las manos. ¿De dónde había
salido aquella gente?
Dio un trago largo a su café y se acabó el bollo en dos mordiscos, dispuesto a marcharse cuanto antes.
—¿Ya te vas, chico? ¿No dijiste que no tenías prisa? —preguntó el hombre del sombrero con una gran sonrisa.
Louis no sabía qué contestar.
—Así es, pero no quiero abusar de su hospitalidad. Es obvio que están… están ocupados en algo.
—Solo estamos ensayando para el concierto de esta noche —aclaró el cowboy, con la misma sonrisa beatífica.
—Entonces,¿ustedes tocan?¿Son músicos?
—Somos almas libres.Y con nuestra música conectamos con la verdad, con lo divino.
—¿Son ustedes una especie de secta? —preguntó un asustado Louis, que desde el principio se había temido algo así.
El cowboy soltó una carcajada.
—¿Cómo te llamas?
—Louis.
—Yo me llamo Lee. Mi gente y yo somos baúles.Vivimos siguiendo una tradición religiosa que se inició en la India hace quinientos años.Somos músicos mendigos,o artistas itinerantes si prefieres llamarnos así.No tenemos dogmas ni rituales, solo la música.
—Nunca había oído ese nombre —titubeó Louis,que empezaba a estar interesado en aquella gente
—¿Y creen en un solo dios o en muchos?
—Creemos que Dios está presente en todas las cosas —afirmó Lee de forma enigmática.
—¿Y qué clase de música toca… su gente?
—Somos una banda de rock y blues. Nos llamamos Chocolate.
Louis levantó las cejas, sorprendido.
—Es un nombre raro para un grupo de rock, ¿verdad? Nos llamamos así por mi lema. Los legionarios franceses decían: «Come, caga, muere». Yo digo:come buen chocolate y ¡vive! —aclaró antes de estallar
en una enorme risotada.
Su risa era contagiosa, y Louis se sorprendió riendo también a carcajada limpia.
—Ese es el primer paso para tu curación,Louis —dijo Lee de repente.
—¿De qué tengo que curarme? ¿Y cuál es ese paso?
—Mientras ríes no estás pensando en tus problemas, eres libre. A más risa, más libertad, hazme caso—dijo, palmeándole la espalda.
A Louis no se le escapó que solo había respondido a una de las dos preguntas que le había hecho.
—Si no tienes prisa, podemos llevarte al pueblo después del ensayo. Quizá te apetezca oírnos tocar.No cobramos entrada, solo la voluntad.
El chico meditó su oferta unos minutos, mientras acababa su taza de café.
Tres horas más tarde partía con la comitiva de caravanas hacia el pueblo.
Iba sentado al lado de Lee, en la parte delantera del desvencijado vehículo del baúl. Sonaba a todo volumen un disco de Dolly Parton.
Lee cantaba a pleno pulmón el estribillo, mientras el aire que entraba por las ventanillas abiertas le alborotaba la coleta. Louis se sentía extrañamente en paz a su lado. Sin embrago, no dejaba de pensar
que,en unas pocas horas, había renunciado a las dos cosas que más le importaban en la vida: su reportaje sobre los amish, pasaporte para su soñado trabajo como reportero en Nueva York… y Harry.
Su rostro se ensombreció al pensar en él. Sacó la cámara de fotos de su mochila y lo contempló en el visor. Al menos tenía la fotografía. Lee pareció detectar un cambio en su estado de ánimo y lo miró de
reojo mientras bajaba el volumen del equipo de música.
—Ahí está,chico, nuestro próximo destino. Y ahora, también el tuyo —siguió con su estilo misterioso.
—Lee —preguntó Louis intrigado—¿no echas de menos echar raíces en algún sitio?
—No soy de esos. Lo intenté un par de veces, pero siempre lo acababa fastidiando todo. Supongo que la estabilidad no iba conmigo —formuló, pensativo—O quizá es que mi misión en el mundo es otra.
—Pero vives como un mendigo… Y también los que te acompañan. Os he oído tocar en el ensayo y estoy seguro de que si ficharais por una discográfica podríais llegar a tener éxito.
—Si ficháramos por esa discográfica que dices ya no seríamos libres.
—¿Y no es una locura vivir de esta manera… a tu edad?
Louis enseguida se arrepintió de haber preguntado eso. Lee respondió con naturalidad:
—Yo soy un creyente de la sabiduría loca.
—¿Y eso qué es?
—Si lo cuerdo es perseguir el dinero, la vanidad, la neurosis del triunfo, la solemnidad de la apariencia, las adicciones, las dependencias, las obsesiones, el orgullo, la agresividad… Si eso es la
cordura, lo contrario a todo eso es loca sabiduría. Así que yo soy un loco.
Dicho esto, Lee rompió a reír a carcajadas y paró el motor.
Habían llegado a un aparcamiento destartalado donde los baúles instalarían su campamento.
Louis bajó de la caravana y ayudó a descargar los instrumentos. Mientras sudaba bajo el peso de un enorme amplificador, se dijo que estar rodeado de gente tan distinta le estaba haciendo bien. Por lo
menos no pensaba en Harry a todas horas.Y tampoco en la herida palpitante de su corazón que, con el paso de las horas, se iba haciendo más y más profunda.
titasheilus
Re: El corazon de Harry(Larry)
Eh estado así de Aaaahhh!
Enloquecer.
Me ah gustado el capítulo mucho. :3
Tienes que seguirle, no me puedes dejar con las ansias. :D
Besos y cuídate.
Enloquecer.
Me ah gustado el capítulo mucho. :3
Tienes que seguirle, no me puedes dejar con las ansias. :D
Besos y cuídate.
BooBearGirl:3
Re: El corazon de Harry(Larry)
Adoro esta novela, la forma en la que escribes es tan pulcra. Muero de ansiedad por saber cómo sera el reencuentro entre Harry y Louis, o cual es la perspectiva de Harry antes su carta. Siguela en cuanto puedas.
Una vieja lectora.
JezabelW
Re: El corazon de Harry(Larry)
ME VOY A MORIR SI NO LA SIGUES
SIGUELAA!
Amo esta novela con el corazón, te lo juro. La amo *-*
Ya quiero saber que va a pasar con Harry u-u Pobre ;-;
Espero con ansias el próximo!
Lots of love!♥
SIGUELAA!
Amo esta novela con el corazón, te lo juro. La amo *-*
Ya quiero saber que va a pasar con Harry u-u Pobre ;-;
Espero con ansias el próximo!
Lots of love!♥
KaroLovesOneDirection
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