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"Bajo una Sangrienta Luna Roja (Joe&Tu)" [TERMINADA]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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"Bajo una Sangrienta Luna Roja (Joe&Tu)" [TERMINADA]
Nombre: Bajo una Sangrienta Luna Roja
Autor: karely jonatika
Adaptación: Si, autor: SHANNON DRAKE
Género: Solo Para mayores
Advertencias: Contiene palabras un tanto obsenas para personas.
Otras Páginas: Ninguno.
Autor: karely jonatika
Adaptación: Si, autor: SHANNON DRAKE
Género: Solo Para mayores
Advertencias: Contiene palabras un tanto obsenas para personas.
Otras Páginas: Ninguno.
Última edición por ♥Karely Jonatika♥ el Vie 02 Mar 2012, 9:40 pm, editado 1 vez
Karely Jonatika
Re: "Bajo una Sangrienta Luna Roja (Joe&Tu)" [TERMINADA]
"Bajo una sangrienta luna Roja"
ARGUMENTO:
___(Tn) Montgomery, la propietaria de Magdalena’s, una elegante boutique de Nueva Orleans, se sorprendió al conocer
la misteriosa decapitación de una persona de la zona, y el reguero de sangre que dejó el cadáver hasta su edificio. Su conmoción se convirtió en confusión cuando conoció a Joseph Jonas, el oficial de policía que fue a interrogarla… y que le inspiró un deseo peligroso.
Algo poderoso ―y más allá de la razón―reunió a ___(Tn) y a Joseph. Algo que habla de un pasado entrelazado y de un apasionado tormento que comenzó generaciones pasadas bajo una sangrienta luna roja.
Porque en esa noche, desde hace cientos de años, han venido ocurriendo acontecimientos preocupantes dentro de la familia Montgomery, y ahora ___(Tn) debe empezar una búsqueda para encontrar al hombre cuyo amor sea lo suficientemente puro para salvarla de su oscuridad interior...
REVELACIÓN:
Joseph se despertó con el peso terrible de la responsabilidad colgando por encima de él. El asesino estaba ahí todavía. Creciendo más audaz; creciendo más peligroso.
Con sus ojos entreabiertos, miró como ___(Tn) despertaba. Ella, también, pareció despertar apesadumbrada, a pesar de la noche de amor que habían compartido.
Se incorporó, mirando fijamente el sol matutino afuera a través de una hendidura entre las cortinas, mirando cómo, despacio, comenzaba a trepar más alto en el cielo. Aparentemente, sabía que él estaba despierto, y era consciente de que la estaba observando.
―¿Joseph? —dijo en voz baja. ―Escucha, tienes que escucharme. Es la única manera en la que puedes atrapar a tu asesino.
Él frunció el ceño.
―¿Sabes quién es el asesino?
Ella asintió con la cabeza.
―¿Y el asesino es un vampiro?
―Sí ―dijo suavemente. ―Y... ¿Joseph?
―Sí, ¿___(Tn)?
―Yo... Yo soy un vampiro.
Bueno chicas, nueva novela, espero que les guste (:
Karely Jonatika
Re: "Bajo una Sangrienta Luna Roja (Joe&Tu)" [TERMINADA]
Ö Tu diicees vampiro ii yoo digo: ¡PRESENTEEE!
hahaha oh diooos, yo vampiraa *O* Mueero! ¡SIGUEEEL KARY!
Aca tiieneez new ii peerver readeer jojojo!
¡SIGUUEEEE!
hahaha oh diooos, yo vampiraa *O* Mueero! ¡SIGUEEEL KARY!
Aca tiieneez new ii peerver readeer jojojo!
¡SIGUUEEEE!
Kat
Re: "Bajo una Sangrienta Luna Roja (Joe&Tu)" [TERMINADA]
Kareee!!!!! Debes poner primer capi pronto!
WOW otra nove de vampiros y en ella Joseph? Eso solo dice:
Mas trauma para Jane y mas perversidad. Muajajajaj
Siguela rapido!
WOW otra nove de vampiros y en ella Joseph? Eso solo dice:
Mas trauma para Jane y mas perversidad. Muajajajaj
Siguela rapido!
Jane JB ILU Joe
Re: "Bajo una Sangrienta Luna Roja (Joe&Tu)" [TERMINADA]
wue me reporto y bueno seguila k este promete :D
Invitado
Invitado
Re: "Bajo una Sangrienta Luna Roja (Joe&Tu)" [TERMINADA]
Ahora subó el primer cap, espero no se aburran ya que es una parte para seguir la historia xD
Karely Jonatika
Re: "Bajo una Sangrienta Luna Roja (Joe&Tu)" [TERMINADA]
PRÓLOGO
Nueva Orleans 1840.
―No hay nada malo con el Conde DeVereaux ―dijo Magdalena. Se sentó en el sofá del imponente salón de la gran mansión de su padre en la ciudad de Nueva Orleans. Sus pies estaban firmemente asentados sobre el piso, su espalda resueltamente recta.
Observando a su única hija, Jason Montgomery suspiró y agitó su cabeza tristemente. Odiaba lastimarla, pero el daño era necesario. A decir verdad, viéndola allí, con su rico pelo oscuro con relucientes indicios de rojo por encima de su cabeza, y solamente algunos zarcillos delicados escapándose, sintió un estremecimiento repentino de temor. Debía ser firme. Era su hija única, y la veía a través de los ojos parciales de un padre, pero era hermosa. Tenía la perfección clásica de cara y figura que pertenecían a las leyendas. Su suave piel era tan tersa y perfecta como el alabastro; sus ojos tenían destellos de avellana dorada. Tenía una increíble dignidad, una voluntad de acero y una inteligencia sorprendente, aunque tenía la gracia de una gacela, cada movimiento suyo era naturalmente elegante, y en los momentos descuidados, podía parecer tan suave, tierna y dulcemente seductora como la más ingenua de las muchachas inocentes. Era joven, impresionable, apasionada. La había enseñado a ser fuerte; era su hija, su heredera, y debía serlo.
Él, Jason Montgomery, era el soberano de todo lo que le rodeaba, aquí, en el mundo de su plantación, y era respetado por todos los hombres en Luisiana, hombres que eran ahora estadounidenses ―ya fuera su ascendencia francesa o británica. Era un hombre sabio, un hombre erudito, efectivamente un hombre fuerte, y él había luchado muy duro para dar a su hija todas las cosas que hicieron de ella lo que era ahora.
Ahora, ella solía ir contra él.
―No te gusta el Conde porque es francés. ―Magdalena acusó a su padre con un suave reproche.
―No me gusta el Conde, no porque sea francés, sino porque él es… ―Jason dejó de hablar justo a tiempo. No la tendría pensando en él como un loco, la quería respetando su opinión y sus mandatos porque era su padre.
―¡He decidido vivir en este sitio, donde mis compañeros, lo más probable es que sean franceses! ―balbuceó. Sí, había elegido este lugar por una sola razón. Aquí había hombres y mujeres de ascendencia estadounidense colonial; había franceses, británicos. Había isleños, criollos. Había personas de sangre mezclada, ancianos de color café, jóvenes, poderosas bellezas oscuras que sabían... sobre la oscuridad.
Esto no lo haría. Levantó un puño ante él, agitándolo hacia su hija.
―Soy tu padre. No verás a Alec DeVereaux de nuevo. He decidido que te casarás con Robert Jonas y lo harás en los próximos meses, tan pronto como pueda ser organizada la ceremonia.
―¡No! ―Magdalena lloró, lanzándose a sus pies. La pasión y la cólera llenaban sus ojos. La belleza y la gracia de sus movimientos nunca eran más visibles que cuando estaba enfadada de este modo. ―¡No lo haré, papá! ―repentinamente se estaba ahogando, sollozando. ―¡Nunca me has tratado de este modo! ¡Me has enseñado a pensar y a sentir!
—¡Pero no estás pensando! ―Jason gritó. ―Si estuvieras pensando, te preguntarías sobre este hombre, Conde Alec DeVereaux. Querrías conocer a sus padres, querrías una prueba de quién es, de dónde ha venido.
―¡Papá, me estás sonando como un tonto arrogante! ―Magdalena exclamó. ¡Escúchate a ti mismo! Me has dicho que ahora eres de los Estados Unidos de América. No nos doblegamos ante reyes y reinas, un hombre forja su propio destino.
―¡Y las niñas todavía se desmayan ante hombres misteriosos con títulos altisonantes!
―Papá, no soy una niña tonta, nunca me he desmayado, y no estoy impresionada con los títulos. Porque, mi propio padre, es llamado Barón del Bayou, y ¡Eso es suficiente para mí! ―ella trató de mofarse. Pero luego se volvió seria. ―No lo conoces, papá. ¡Alec es tan instruido, Padre! ¡Él abre el mundo para mí! Me hace ver lugares distantes, me hace comprender la historia y los hombres y las mujeres, y las cosas que han sido, y las cosas que vendrán. Estoy enamorada de él porque…
―¡No! ―Jason jadeó.
―Estoy enamorada de él porque es valiente, porque es a veces tan serio. Porque puede ser feroz y tan tierno. Porque…
―¡Él trata de seducirte!
―Papá, es un hombre honesto, desea casarse conmigo.
―¡Nunca! ―Jason juró incondicionalmente.―Nunca, ¿Me has oído? ¡Nunca!.―Jason bramó.
―¡Tyrone! Acompaña mi hija a su habitación. ¡No debe salir! ―ordenó, levantando su voz para llamar al criado que rondaba con tristeza por el pasillo, escuchando el argumento. Tyrone era un negro raro, nacido en el bayou, un hombre libre. Sus padres eran naturales de las islas, y antes de eso, sus antepasados habían venido desde la lejana sección sur de África. Medía buenamente más de 1,82 de estatura y era puro músculo brillante de pies a cabeza. Él se dirigió a Magdalena con tristeza.
―Lo siento, señorita Magdalena, ―Tyrone le dijo.
Magdalena miró fijamente a la cara del apuesto y triste hombre que era la mano derecha de su padre. Un defecto de Tyrone era la total lealtad a su padre. La llevaría físicamente arriba si era necesario.
Volvió a observar a su padre, todavía incapaz creer en su odio inquebrantable hacia el joven a quien había llegado a amar.
―¡Ni reyes ni reinas, papá! Ningún hombre o mujer poderoso que nos ordene, esto es América. ¡No me inclinaré ante la voluntad de otro!
Giró con ferocidad, yendo hacia la escalera con Tyrone muy cerca detrás de ella.
―¡Magdalena! ―Su padre la llamó.
Él era su padre. Pero antes de esto, su cariño, su mejor amigo. Regresó.
―¿Y el amor, niña? ¿Te someterías a mi voluntad porque viene con el amor de un padre?
―Te querré durante toda mi vida, papá. Toda mi vida. Pero debe haber otro amor, y es por eso por lo que debo desafiarte.
―Te casarás con Robert Jonas dentro de los próximos dos meses.
―Papá, no lo haré.
―Niña, lo harás.
Ella arqueó una elegante ceja.
―¿Me mantendrás en mi habitación hasta entonces?
―Efectivamente, hija, por la oscuridad que llega cada noche, ¡Lo juro por eso!
Lo miró, permaneciendo de pie con una increíble dignidad.
―No me llames hija. ―dijo suavemente, y empezó a subir las escaleras otra vez.
Esta vez Magdalena no miró atrás. Su corazón estaba roto. Lo quería tanto, con su barba recortada y encanecida, con su apostura alta y enjuta. Había estado ahí para ella, siempre. Bramando a veces, apacible más a menudo. Adoraba su país, pero adoraba más sus libros, invirtiendo el tiempo en su estudio, examinando detenidamente sus textos antiguos, observando siempre, aprendiendo y compartiendo. Tenía sus amigotes, algunos de ellos graciosos, hombres raros que encontraban ocasiones para encerrarse con Jason y sus libros. Eran todos apacibles, amables y rápidos en saludarla, estudiarla a veces, como hacían con sus textos antiguos. Toda su vida la habían brindado su tibieza, un reflejo quizás de la adoración hacia su padre. Su padre y sus amigos siempre la habían animado a aprender, a pensar, a tomar sus propias decisiones.
Y ahora...
Las lágrimas parecieron brotar desde muy hondo dentro de sí misma. Otros padres determinaban los matrimonios de sus hijas. Jason no. Había sido padre y amigo toda su vida. Había sido todo para ella.
¿Cómo podía ser que no comprendiera ahora? Había conocido el amor una vez él mismo. Se lo había dicho lo suficientemente a menudo. Le describió a su madre tantas veces con tan vívido detalle que casi podía ver el pasado. Jason había adorado a Marie d'Arbanville, la conquistó totalmente, y la había traído a su casa. Se había instalado en Nueva Orleans, Magdalena creía, para hacer sentir a Marie como si estuviera de regreso a casa con su gente, cerca de París.
Bien, no es que pareciera importar ahora. Si había conocido el amor, lo había olvidado. Su corazón empezó a retumbar en su pecho. Robert Jonas era un hombre excelente, un buen hombre, un viudo joven apuesto con un bigote café de rizos leonados, y miradas castañas sensuales. Era atento, simpático, a veces demasiado grave y sabio, pero se preocupaba por él, demasiado. Casi lo había amado. Podría haberse casado con él una vez; no podía hacerlo ahora. Alec la había tocado.
Había sentido su susurro, sentido sus ojos. Incluso había sentido el amor con el que podía, de alguna manera, envolverla. Desde la primera vez que había venido a Nueva Orleans, desde que habían bailado en el baile del Gobernador, desde que se habían reído, charlado, montado juntos, no podía haber nadie más. Nadie más con los ojos del fuego, con un susurro para despertar tal hambre dentro de ella.
Tembló, incluso mientras entraba en su habitación y cerraba de golpe la puerta, apoyándose contra ella. Le había dicho que iría. Que montaría a través del bayou, volando con la noche si fuera necesario para alcanzarlo. Miró fijamente al otro lado de la habitación hacia las puertas del balcón. Tenía que moverse rápidamente.
Deshizo su cama, moldeando con las almohadas la forma de un cuerpo, cubriéndolo con las sábanas y el cubrecama. Caminó de puntillas hacia la puerta del pasillo y escuchó. Pudo escuchar a Tyrone acomodarse contra la pared donde se quedaría para protegerla, toda la noche. Soltó su capa de terciopelo del gancho junto a su cama y caminó de forma silenciosa hacia a las puertas del balcón.
¡Magdalena!
Se frenó, sobresaltada, como si casi pudiera escucharle ―¡A Alec! ―susurrando afligido en su oreja. Como si estuviera cerca, llamándola. Haciéndola señas.
La brisa de la noche la rozó al pasar, levantando su pelo y la suave seda azul de su traje.
—¡Voy, mi amor!—Pensó a su vez.
Desde el balcón de hierro forjado se agarró a una rama del viejo roble. La había servido cuando era una niña y quería escabullirse en la noche. La serviría ahora.
Bajó del árbol fácilmente, saltando los últimos metros al suelo. Podía ver a su padre en el gran salón todavía, con la cabeza agachada y los hombros encorvados, mientras permanecía de pie delante del fuego. Su corazón lloró. Él era muy querido para ella.
—Mi amor, mi amor...
Podía escuchar el susurro otra vez. Sintiéndolo acariciarla. Rodeó la casa, y se apresuró con pasos silenciosos fuera de la casa hacia los establos. Dentro, deslizó una brida sobre Demon, su semental favorito, y lo llevó afuera en la noche.
Una nube cambió. La luna estaba llena esta noche. Cabalgaba los cielos, tocada con un beso de un rojo sobrecogedor en el cielo aterciopelado de la noche. Quizás estaba llegando una tormenta. Era hermoso; un poco atemorizante. Se veía casi como si la luna hubiera estado bañada en sangre.
Fuera de la casa, se dijo a sí misma, que su amor no debería de conocer el miedo. Una vez que se viera obligado a darse cuenta de que ella amaba a Alec y que se había comprometido ella misma con él, su padre se ablandaría. Aceptaría su matrimonio.
Saltó encima de Demon y cabalgó a través de los campos, escogiendo su camino cuidadosamente a través del pantano que abrazaba la orilla. Conocía el camino, conocía el bayou. Había nacido en él, y no le tenía miedo, ni a ninguna de las criaturas de la noche.
Parecía como si la luz de la luna enrojecida le sirviera bien de guía, como si Demon corriera con las pezuñas aladas. Mientras se preocupaba con pesar por su padre, irrumpió sobre Stone Manor, la vieja mansión en el bayou que Alec había comprado a su llegada a Nueva Orleans. Debajo de la extraña luna, él, también, parecía fundido en un resplandor rojo de sangre. Las altas columnas blancas parecían de color carmesí con una sombra roja, y el humo que se derivaba de la chimenea parecía tocado con chispas rojo―doradas.
La esperaba.
Esperaba...
Desde la ventana de su dormitorio, Alec DeVereaux sintió una aceleración que endureció su cuerpo y envió dulces estremecimientos apoderándose de él.
La había esperado una eternidad. Esperado desde siempre. Y había sabido, desde el momento en que la vio reírse al otro lado de la habitación, que la quería. Luego la había tocado. La sujetó mientras bailaron. Y la había deseado. La quería con una angustia que superaba el deseo. La deseaba tanto que estuvo tendido atormentado en la noche. Podía llevársela, seducirla. Era un maestro de la astucia. Pero ella tenía que quererlo tanto como él la amaba. Así que había esperado.
Hasta esta noche.
Esta noche...
Esta noche ella había venido. Apareció repentinamente sobre la elevación, sentada encima de Demon, su caballo negro como el demonio, bañado por el brillo de la luna. Ella miró hacia la casa, y él anheló tocar su cara.
El negro caballo empezó a correr a través del abandonado césped de la casa. Alec miró, fascinado, como ella saltó del caballo. La escuchó hablar con Thomas abajo, en la entrada, y luego escuchó el sonido suave de sus pasos mientras subía las escaleras.
Él abrió la puerta de su dormitorio, y ella estaba ahí. Levantó su mano para tocarla por fin, y la capucha de su capa cayó.
―Has venido—susurró, y caminando hacia atrás, la arrastró a sus dominios. Su mano parecía tan pequeña dentro de la suya. Pequeña, delicada, elegante. Desabrochó su capa, y la dejó caer sobre el piso, y sus ojos la devoraron entera, la columna delgada de su garganta, el nacimiento de su pecho, la esbelta gracia de su cuerpo mientras giraba dentro de la habitación, atrayendo el rojo fuego que ardía en la chimenea debajo de la repisa de mármol. Estiró sus manos para sentir la tibieza del fuego y él la siguió, agarrando sus hombros tanto ferozmente como suavemente, inhalando el olor de su pelo.
―¿Dónde piensa tu padre que estás? ―Preguntó.
―En la cama, durmiendo ―respondió.
El observó su pulso latiendo furiosamente contra su garganta. Lo tocó con el beso más ligero.
Ella se dio media vuelta, apasionada, vivaz.
―Alec, ¡No podía mentir! Peleamos terriblemente. Yo…
―Está bien.
―Le dije que deseábamos casarnos.
―Ma belle, está bien.
Suspiró y luego lanzó sus brazos alrededor de él.
―Debe aceptarnos. Porque te quiero.
―¿De veras? ¿Realmente me amas? ―susurró. —Esto significa mucho para mí. No puedes ni empezar a comprender.
Ella se alejó de él, desconcertada, como lo estaba a veces. Dios querido, pero era un hombre extraordinario. Tan alto, imponente con su pelo oscuro como la tinta y sus ojos casi negros. Sus hombros eran espléndidamente anchos, su cintura enjuta, su mandíbula firme y cuadrada. No había una mujer en Luisiana que hubiera bailado con él, que no lo considerara el hombre más peligrosamente apuesto a quien alguna vez hubiera conocido. Ella le conocía un poco por las cosas que la había contado. Gran parte de su familia había fallecido en la Revolución Francesa, pero hubo algunos supervivientes también, que desafiaron a la guillotina. Él mismo había peleado en la Batalla de Nueva Orleans ―como un niño, por supuesto, un fugitivo empleado por el pirata Jean Lafitte. Había viajado mucho e incluso admitió haber librado duelos con pistolas y espadas. Era un tirador excelente. Por la misma naturaleza de todo lo que era, todo que hizo, era magnífico.
Le dio la espalda repentinamente y se alejó de ella. Había una bandeja de plata que sujetaba una botella de vino sobre una mesa pequeña. Vertió dos vasos, dándole todavía su espalda. Ella miró alrededor de la habitación, su morada privada. El cubrecama había sido retirado. Era de raso negro, un contraste sorprendente con las sábanas blancas de debajo. Numerosas almohadas habían sido puestas a gran altura contra la cabecera. Más vino se enfriaba en un balde de plata junto a la cama. Champán, pensó, champán francés. No había fingimiento respecto a por qué la había querido aquí. Estaba vestido con una larga bata negra con un forro de raso rojo. Estaba segura de que no llevaba nada más. Aunque parecía que se había apartado de ella.
―Quizás tu padre tiene razón. Quizás no deberías quererme.
―¿Tu me quieres? ―ella susurró.
Se volvió hacia ella, muy solemne.
―Con todo mi corazón. Por toda mi… no, por toda la eternidad.
―Entonces no puede haber ninguna razón por la que no debería quererte.
―¿Y si fuera un monstruo? ―Preguntó.
―¿Por ser francés? ―Ella se mofó.
Sonrío ligeramente, y ella lo quiso aún más.
―Por embrujar la oscuridad. ―dijo suavemente.―Por embrujar la noche. He matado…
―¡Muchos hombres han matado! ―Le recordó.
Él sonrío ligeramente otra vez, mirándola. Sintió sus ojos. Los sintió. El fuego de su tacto parecía filtrarse en ella, en su sangre. Se sentía mareada, hambrienta, deliciosa. Lo deseaba más que a nada que hubiera querido en su vida; tanto, que sufría por él. Dolía. Tenía que sentirlo. Sus manos sobre su cuerpo. Sus labios besándola por todas partes. Sí. Dentro de ella. Una parte de ella.
Apenas podía respirar. Humedeció sus labios. Sus dedos parecían subir y bajar por voluntad propia por los botones de su vestido.
―¡Ma belle amie, ma petite cherie! ―susurró muy suavemente. Sonando en el aire. Sonido que la tocó. Sonido que parecía barrer a su alrededor como una suave neblina roja, elevándose desde el fuego, cayendo desde la luz de la luna. ―Tú no ves maldad en nadie.
―Sé que no hay maldad en ti.
Botón por botón, soltó su corpiño, dejando caer al piso la prenda de brocado, sujetándose ligeramente en su corsé y sus faldas. La neblina roja era como un cálido y suave susurro de la brisa; ella necesitaba sentirlo contra su piel desnuda, tanto como necesitaba sentir el contacto de sus ojos. —No estás pensando—, su padre le había dicho, y era verdad, no estaba pensando.
Alec estaba extraño esta noche; era casi como si quisiera evitarla. Y a ella no parecía importarle. Ella sabía que él estaba mal y, que Dios la ayudara, quería ese mal. Aunque, ¿Podría estar equivocada al amarlo tan profundamente?
Él atravesó la habitación hacia ella y presionó un cáliz de plata de vino entre sus dedos. Tan cerca de él, vio el tormento en sus ojos, la pasión angustiada. Un mechón extraviado de pelo negro se posó en su frente. Ella miró fijamente a sus ojos. Levantó su vaso de vino hasta sus labios. Bebió. La brisa de la noche que parecía girar dentro de la habitación aumentó y entró en oleadas de ondeante rojo.
―¿Y si yo fuera malvado? ―susurró
―No lo eres
―Nunca deseé serlo...
La neblina creció. El cáliz de vino desaparecido de sus dedos. No podía recordar haberlo dejado. Parpadeó. Su bata había desaparecido también. Contra los suaves remolinos y volutas de humo y el resplandor de la luna que permanecía, él estaba desnudo. Con sus manos extendidas, la miraba fijamente con sus ojos de color de ébano. Un temblor comenzó dentro de ella, en su sangre, sus miembros, su alma, su esencia. Lo había anhelado y había tenido hambre, pero no había sabido qué estaba hambrienta. Ahora lo sabía. Su carne estaba brillante. Su cuerpo era perfecto, poderoso y fuerte. Sus piernas estaban fuertemente musculadas, su cintura y sus caderas estrechas y elegantes partiendo desde la amplitud de sus hombros y su torso. Pasó fijamente de sus ojos a la extensión de su excitación sexual, y sintió como si girara y diera vueltas con la neblina que parecía aumentar de nuevo.
―¡No me importa lo que seas! ―gritó. ―¡No me importa!
―Podría traerte dolor.
―Estoy en agonía ahora. ―juró.
No podía soportarlo más, y adelantándose, lanzó sus brazos alrededor de él, atrayendo sus labios a los suyos. Apenas había besado antes, aunque supo cómo devorar su boca, buscar con su lengua, seducir, excitar. Él levantó sus brazos, librando una lucha feroz consigo mismo, y aplastándola contra él. Levantó su barbilla. La besó. Su lengua parecía barrer su garganta, lavar sus labios, su boca, llenarla con fuego. Estaba en sus brazos, volando con la noche, con el terciopelo de la oscuridad. Estaba tendida sobre las sábanas de raso, sentía su frescor, sentía su calor. Sus dedos, largos y flexibles, desgarraron los cordones de su corsé, y fue liberado de su cuerpo. Cerró los ojos y lo sintió retirar sus zapatos, sus voluminosas enaguas, los pololos y las medias. Rasgó y desgarró cada uno con urgencia, porque estaba tan deseoso de su tacto que despojarla de las vestiduras le parecía que tomaba una eternidad. Cada prenda de vestir que le quitaba dejaba mayor cantidad de ella desnuda, desnuda al calor de su susurro y sus caricias. Sus dedos, tan elocuentemente largos, la acariciaron. Sus besos mojados, abrasadores y ardientes siguieron a cada caricia. Tocó su rodilla, su muslo interior. Un redoble comenzó dentro de ella. Un pulso. Creció a un paso desesperado. La neblina roja se extendió por su carne. Tembló, y estaba ligeramente asustada. Tenía hambre, demasiado profundamente, e hizo caso omiso del miedo. La palma de él se movió de manera erótica sobre el triángulo castaño entre sus piernas. La humedad la quemó. Luego el toque terriblemente íntimo de un dedo...
Su pulso se aceleró. Gritó. Estaba a su lado otra vez, con sus ojos oscuros tan rojos como la luz de la luna, con palabras intensas, angustiado.
―¿Puedes amarme? ―exigió.―¿Puedes querer a una bestia?
―¡Oh, querido Dios!, ¿Por qué no puedes creerme? Te quiero, ¡Quiero al hombre! ¡Un hombre que me ha hecho reír, que me hace sentirme viva, que me hace anhelar más de lo que sé! Un hombre que ha vivido, luchado, aprendido. Un hombre que ordena, que escucha, que es duro, que es tierno. ¡Te quiero!
Ella no podía comprenderlo. Lo quería, quería la neblina y la promesa del éxtasis que la llenaba. Quería sujetarlo, quitar la angustia de sus ojos, asegurarle...
―Bestia, ―él la dijo. ―¡Y no sé si Dios se acuerda de mí!
Ella empujo su cabeza hacia abajo, su boca hacia la suya, besó sus labios, los excitó. Puso sus dedos sobre su pecho, se retorció para estar incluso más cerca de él, una parte de él.
―Dios nos enseñó a amar, y yo te quiero. ¡No hay mal que no pueda superar! ¿Qué es esto, qué es esa bestia que te llamas a ti mismo?
―¡Vampiro! ―Charles Godwin, el catedrático alemán aseveró. Había llegado a la casa de Montgomery esa noche al mismo tiempo que Gene Courtemarch, el doctor criollo, y el joven Robert Jonas, quien adoraba a la hermosa joven hija de Jason Montgomery.
Jonas era nuevo en esto; un no―creyente. Godwin y Courtemarch habían estado conmovidos por los temas de la oscuridad antes, y durante años, habían guardado vigilia con Montgomery. La hermosa Marie se había ido, pero la oscuridad se quedó, y lo haría siempre, y por eso, Magdalena había estado siempre en peligro.
―Sí, eso creo, ―Jason dijo, exhausto de preocupación y dolor. Había llamado a sus amigos poco después de que Magdalena se hubiera ido arriba. Siempre había tenido miedo al mal; había sabido que existía. Habían esperado y observado. Habían rogado que no viniera. Y ahora...
―Debemos atacarle con el amanecer, ―dijo Courtemarch.―Luego podremos descubrir la verdad.
―Caballeros, ―dijo Robert Jonas firmemente, ―¡No puedo consentir esta locura, esta acción imprudente que ustedes proponen! ¡Nos colgarán a todos, uno por uno! Y aunque moriría gustosamente por su hija, Jason, me gustaría que mi muerte la sirviera bien. El conde está recién llegado, misterioso si ustedes quieren, pero ha sido un caballero en todas las ocasiones.
―¿Está usted tonto, jovencito? ―estalló Godwin, con su pelo y su mostacho blanco.―Ha tomado a la mujer que ama.
Robert exhaló despacio.
―Dios me ayude, si, ¡La quiero! Pero no puedo asesinar a un hombre por querer a la mujer que me gustaría tener ―y tenerla mientras ella lo ama a él.
―¿No lo entiende? ―Jason Montgomery gritó exasperado.
Fueron interrumpidos al escuchar unos pesados pasos corriendo deprisa por las escaleras.
―¡Señor... Montgomery, Señor... Montgomery! ―Tyrone gritó. Tenía los nudillos blancos mientras se sujetaba a la escalera. ―¡Nos engañó, señor!
―¿Nos engañó?
―Las sábanas cubren sus almohadas; se marchó.
―¡Se fue! ―jadeó.
―¡La seguiremos! ―gritó Godwin.―¡La seguiremos! Tyrone, es la hora. Traiga las estacas, las espadas. Rápidamente. ¡Dios, ayúdanos!, ¡Permítenos llegar a tiempo!
―¡Caballeros! ¡Incluso si decide quererlo, aun así no podemos cometer un asesinato! ―dijo Robert Jonas, tratando de razonar con los otros hombres en vano. Mi querido Dios, ¿Es que éstos viejos tontos no se dan cuenta? Nadie sentía esta traición más que él. La amaba, la deseaba. Habría sido su esposa. El dolor era como un cuchillo enroscándose una y otra vez dentro de él. Pero ella amaba al francés.
―¡Condenado Robert! ―Jason protestó.―¡Usted no escucha!
―A un grupo de viejos tontos…
―¡Al viento! ¡A la luna, a la neblina, al sonido de las olas! ¿Ha mirado por encima de usted? El mismo cielo llora lágrimas de sangre. Usted no comprende.
―¡Y debería de hacerlo! ―afirmó Godwin.
―¡Por el amor de Dios, usted debe hacerlo! ―Courtemarch insistió.
―Él es… ―comenzó Jason.
―¡Un vampiro! ―Courtemarch terminó.―Por todo lo que es sagrado, usted debe darse cuenta de ello. ¡El amante de ella es un vampiro!
Su amante se elevó por encima de ella, montándose a horcajadas. Elegante, fuerte, hermoso, pensó ella, con sus facciones tan masculinas, aunque definidas y alineadas, con sus ojos tan oscuros que parecían emitir destellos con el fuego más extraño.
―Vampiro. ―dijo él muy suavemente.
Ella sonrío despacio al principio. Luego agitó su cabeza.
―No. Alguien te ha hecho pensar que eres malvado.
―Soy una criatura de la oscuridad, de la noche. ―insistió él.
Una tiritona comenzó dentro de ella. Él la miró con gravedad. Ella tembló cuando él tocó su cara.
―Quizás el amor pueda liberarme: ésa es la promesa, la leyenda. Y te quiero tan ferozmente. He esperado cientos de años para escuchar tu susurro más suave, para experimentar este dulzor. Debes comprender, estoy asustado, temeroso de que la leyenda sea una mentira, de que la promesa sea falsa. No podría soportar lastimarte.
―Mi amor, no lo comprendo, ¡Debes de dejar esto! ―Se sentó enfrente de él, presionando un dedo contra sus labios.―¡No puedes ser malvado, no puedes! ¡No lo creeré! ¡No lo hare! ―Lo empujó alejándolo de ella; luego cayó sobre sus rodillas y se apretó contra él. Besó su cara, su garganta, su pecho. Las puntas de sus dedos le acariciaron, adorando el tacto suave de su carne. Un quejido de angustia se le escapó y, de nuevo, la aplastó contra él.
―Podría causar el fuego del infierno, la condenación…
―Cáusalos entonces, mi amor, porque no te dejaré, ¡No podría soportarlo! ¡No me apartarán de ti y no me importa lo que venga!
A ella no le importaba...
No, no la importaba. El mundo estaba desapareciendo con su grito severo y disonante, y fue rodeada con el tacto fresco y sensual del raso otra vez, mientras era presionada contra él. Ah, Dios querido, el dulzor de su tacto, tan liviano como una brisa, como un susurro, y luego fuego. Sus brazos, duros, absorbentes. Sus labios, por todos lados a lo largo de sus miembros, dentro de su corazón. Redobles pulsando, golpeando, aumentando. Su sangre comenzó a fundirse. La tocó íntimamente hasta que chilló y suplicó y juró que lo querría siempre. Entonces, repentinamente, se elevó por encima de ella, mirándola fijamente a los ojos, mientras entraba en su cuerpo. Despacio. Ella se estremeció contra el dolor, sujetándolo, mirando sus ojos, retorciéndose con la sorpresa cuando el dolor de su ataque aumentó... y disminuyó.
—Bésame... —susurró.
El bajó su cabeza y se apoderó de sus labios. Un dulce pulso comenzó de nuevo con su movimiento creciente. Los labios de él cayeron sobre los suyos. Besó su boca abierta. Con sus dedos enredados en su pelo y sus labios rozando su mejilla, bajando por su garganta.
Los redobles eran explosivos. Voló alto en un vuelo mágico, se retorció en una angustia extraña, queriendo más. Podía llegar casi, tocarlo. Cada vez que él se movía.
Sintió sus dientes contra su garganta. Un dolor pequeño y agudo...
Un grito salió de los labios de ella mientras se estremecía, jadeando, sacudiéndola. El dolor y el placer combinados, y la tempestad reinando, dulce y deliciosa. Tan bueno que vio una oscuridad de terciopelo, el rojo del cielo de la noche, un estallido de estrellas contra todo. Todo se volvió negro por momentos, luego las estrellas regresaron. El dolor, el placer.
Había invadido su cuerpo, haciéndola suya. Extrayendo su hambre, extrayendo su vida, extrayendo su sangre.
Vampiro... La había dicho.
Vampiro...
Si tocara su garganta, encontraría sangre. Por Dios, quizás...
¡No era malvado! Su corazón gritó. Oh, Señor, ella todavía podía sentirlo, sentir el asombro, la emoción, la satisfacción de la necesidad. Se extendió por ella, la meció. La había llevado a tan gran altura, acunándola luego hacia abajo con una gentil y sublime caricia. Estremecimiento tras estremecimiento se apoderó de ella. Lo sintió, el cuerpo de él, dándole calor, dándole la vida.
Casi había muerto placer. Había llegado a tal éxtasis que se había desmayado. Había experimentado los fuegos punzantes del infierno, y fueron esplendorosos. Una dicha dulce la había envuelto, sacudido, explotado en ella. Su susurro todavía parecía encontrarse alrededor de ella, su peso y su fuerza aplastándola.
―¡Te quiero! ―susurró.
Él empezó a responder. Ella vio sus ojos de color de ébano con un impresionante brillo, los espléndidos planos de su cara, la lenta, dulce y sensual curva de su sonrisa...
Luego se quedó en silencio, quieto.
Muerto, inmóvil.
Ella le miró fijamente sin comprender durante muchos segundos, cuando vio la afilada estaca. Había sido introducida en su espalda. Sobresalía a través de su pecho. Un tinte carmesí se extendió ahora al otro lado de su cuerpo y goteó hacia abajo.
Sobre ella.
―¡Vampiro! ―Alguien gritó.
Luego el grito que había brotado dentro de ella arrancó histéricamente, alto, frenético. Alec había empezado a desintegrarse encima de ella; luego paró. Por el rabillo de su ojo ella vio como lo arrancaban hacia atrás. Vio el resplandor de un sable, lo vio balancearse.
¡Lo estaban decapitando!
Afortunadamente, el instinto la advirtió que cerrara los ojos. Lo hizo.
Sintió su sangre, caliente y pegajosa, derramarse sobre ella, y empezó a gritar otra vez.
El cuerpo le fue retirado de encima. Ella se elevó poco a poco sobre la cama con asombro, escandalizada, pasmada, gritando de incredulidad. Mirando ahora, sin poder creer lo que estaba viendo. Su padre estaba ahí, con sus pequeños y graciosos amigotes ―Godwin ―con su pelo blanco ―Courtemarch ―alto y flaco. Y Robert estaba ahí. Grave, triste, con el corazón en sus ojos mientras la miraba. Robert, alcanzándola, con los brazos fuertes, resuelto.
Era una pesadilla, no podía estar ocurriendo. Podía sentir la sangre de su amante gotear de la herida de su cuello sobre su pecho, al igual que podía sentirlo ella misma, goteando desde la herida del suyo. Esto era demasiado horrible para ser comprendido; quizás no lo estaba entendiendo. Y con todo, la sangre era real.
La muerte de Alec era real.
―¡Magdalena, Magdalena! ―Robert gritó, prácticamente arrancándose la levita para cubrirla con ella, abrazándola una vez más. Estaba fría, muy fría, pero ella no podía aceptar su consuelo. Se abstuvo de gritar. Él la sujetó más fuerte.
―¡Ella es también un vampiro ahora! ―Godwin insistió, tensando las manos sobre su sable.
―¡Déjela en paz! ―gritó Robert roncamente, ferozmente. ―¡Maldita sean todos ustedes!, ¿Podrían lastimarla más? ―Su voz era un rugido, fuerte, de la misma manera que el sonido del agua corriendo con fuerza.
―¡Ella es mi hija, no está muerta!, ¡No es un vampiro!, ¡Puedo curarla! ―Jason bramó.
Cúrela...
Nada alguna vez podría curarla. No después de esta noche. Había conocido el amor, y ahora estaban llamando monstruo a su amante, y le colocaban muerto a sus pies, cubierto de sangre, con la cabeza separada de su cuello. Lo habían matado, y este pequeño hombre horrible, Godwin, también le había separado la cabeza de su cuerpo con el sable, tan pronto como Courtemarch lo hubo atravesado con una de sus estacas. No sabía si preocuparse o no.
Había conocido la magia, y la magia permanecía tendida muerta. La vida no importaba...
A decir verdad, parecía estar emprendiendo el vuelo. Volando hacia fuera, sobre el hilo rojo que se filtraba despacio hacia abajo desde su cuello. Era bueno. Se estaba quedando entumecida. Solamente el adormecimiento, solamente la muerte, podía llevarse su horrible agonía. Intentó ponerse de pie, empujando a Robert, tratando de ver a su amante una última vez.
Su padre también se aproximó a su lado, abrazándola.
―¡No, Magdalena! ―Le susurró.
Pero pudo ver.
Oh, Señor.
No había ningún cadáver. Ningún cadáver.
Ningún cuerpo, ninguna sangre. Donde su amante debía de haber estado tendido, el piso parecía quemado, solamente quedaba ceniza negra en la forma de una criatura herida.
Empezó a gritar otra vez.
Y su grito se fue apagando, y el mundo con él.
―¡Ella ha muerto, se convertirá en una de las criaturas! ―Godwin les dijo firmemente.
―¡Ella duerme! ―Jason protestó.
―El sueño de la muerte.
―¡Duerme! ―Robert Jonas bramó.
―El sueño de la vida. ¡Ella es mi hija, mi carne, mi sangre, yo la curaré!
Arrastró a su hija entre sus brazos, quitándosela a Robert.
Y se la llevó fuera. Salió fuera de la blanca casa solariega que parecía roja por el brillo de la luna. Tropezó, casi se cayó. Se puso de pie y la cogió otra vez. La luz de la luna roja parecía cegadora.
Miró hacia arriba entonces, y se dio cuenta de que la luz de la luna se estaba fundiendo. Era la línea roja del sol comenzando a estallar, atormentando su vista por eso.
El sol. El día estaba llegando.
Empezó a correr hacia su carruaje.
Estaba tendida en un extraño y helado mundo de oscuridad. Sabía que debía luchar contra la impresión de la completa negrura y el frío total que se asentaba a su alrededor de la misma manera que una manta espantosa. La gente la llamaba; sus voces parecían muy lejanas. De algún sitio ella podía ver un rayo distante de luz, pero no podía alcanzarlo. Se dio cuenta de que alguien la estaba sujetando. Quería gritar. Quería alcanzar la luz. Pero no podía. ¡Déjenme ir! Pensó. Pero era una declaración silenciosa en la inmensa oscuridad, en el vacío, en la soledad más allá de la muerte...
Una vez más, estaba esa sensación. Tan extraña. Pensaba que el escalofrío que se había apoderado de ella nunca desaparecería, pero había algo cálido a su alrededor, contrarrestando el profundo escalofrío que sentía en sus huesos. Incluso la negrura era diferente. Había tonos de gris dentro de ésta.
Tiempo, pensaba vagamente.
Tiempo...
Sombras, luz, oscuridad, sombras, luz, oscuridad...
Las noches... Llegaban y se iban.
Finalmente, llegó un momento en el que sintió las manos de su padre, y supo que estaba con ella. Sintió una líquido caliente bajar por su garganta. Sentía, si, ella sentía, y sentía cosas que eran reales, tangibles.
Tiempo...
Pasó más fácilmente. Ella creció más fuerte. Podía levantar su cabeza. Sentía la textura de la taza de la que bebía, el tacto de los dedos de su padre. Estaba tendida en su propia cama. Su blandura la rodeaba y la aceptaba. La luz de la vela parpadeaba, apacible sobre sus ojos. Dejó de beber, no reconociendo qué poción extraña le había dado mientras estuvo tendida tan enferma, qué tibieza era la que la había ayudado en su defensa del frío. Por fin, encontró la fuerza para comenzar a preguntar.
―¿Qué es? ―Susurró a su padre. ¿Qué es lo que estoy bebiendo?
―Sangre ―dijo Jason inexpresivamente.
Ella giró la cabeza en su almohada. Lloró, pero las lágrimas no llegaban.
―¡Por el amor de Dios, papá! ―Susurró.
―No ―dijo en voz baja, ―Por el amor de mi hija. Cállate, ahora, duerme.
Sus ojos se cerraron otra vez. Estaba tendida en un sufrimiento peor que la muerte.
Pero finalmente, como la había ordenado suavemente, ella se durmió.
Jason se puso de pie con un gran pesar y la arropó con las mantas. ¡Ella necesitaba ese calor tan desesperadamente!
Caminó escaleras abajo donde sus amigos esperaban y anduvo a zancadas hasta la repisa de la chimenea, donde se paró, inclinándose sobre la madera tallada, sujetándose, mientras observaba sus miradas fijas inquisitivas.
Sopesó sus palabras cuidadosamente.
―Creo que va a vivir ―dijo suavemente. Luego, vaciló, con los nudillos blancos mientras rogaba que estuviera haciendo el movimiento correcto al decir lo que iba a decir. Aspiró profundamente.
―Y creo que va a tener un niño.
Bueno chicas ese es el prologo, si veo comentarios subo el primer capitulo. Besos, bye. c(:
Nueva Orleans 1840.
―No hay nada malo con el Conde DeVereaux ―dijo Magdalena. Se sentó en el sofá del imponente salón de la gran mansión de su padre en la ciudad de Nueva Orleans. Sus pies estaban firmemente asentados sobre el piso, su espalda resueltamente recta.
Observando a su única hija, Jason Montgomery suspiró y agitó su cabeza tristemente. Odiaba lastimarla, pero el daño era necesario. A decir verdad, viéndola allí, con su rico pelo oscuro con relucientes indicios de rojo por encima de su cabeza, y solamente algunos zarcillos delicados escapándose, sintió un estremecimiento repentino de temor. Debía ser firme. Era su hija única, y la veía a través de los ojos parciales de un padre, pero era hermosa. Tenía la perfección clásica de cara y figura que pertenecían a las leyendas. Su suave piel era tan tersa y perfecta como el alabastro; sus ojos tenían destellos de avellana dorada. Tenía una increíble dignidad, una voluntad de acero y una inteligencia sorprendente, aunque tenía la gracia de una gacela, cada movimiento suyo era naturalmente elegante, y en los momentos descuidados, podía parecer tan suave, tierna y dulcemente seductora como la más ingenua de las muchachas inocentes. Era joven, impresionable, apasionada. La había enseñado a ser fuerte; era su hija, su heredera, y debía serlo.
Él, Jason Montgomery, era el soberano de todo lo que le rodeaba, aquí, en el mundo de su plantación, y era respetado por todos los hombres en Luisiana, hombres que eran ahora estadounidenses ―ya fuera su ascendencia francesa o británica. Era un hombre sabio, un hombre erudito, efectivamente un hombre fuerte, y él había luchado muy duro para dar a su hija todas las cosas que hicieron de ella lo que era ahora.
Ahora, ella solía ir contra él.
―No te gusta el Conde porque es francés. ―Magdalena acusó a su padre con un suave reproche.
―No me gusta el Conde, no porque sea francés, sino porque él es… ―Jason dejó de hablar justo a tiempo. No la tendría pensando en él como un loco, la quería respetando su opinión y sus mandatos porque era su padre.
―¡He decidido vivir en este sitio, donde mis compañeros, lo más probable es que sean franceses! ―balbuceó. Sí, había elegido este lugar por una sola razón. Aquí había hombres y mujeres de ascendencia estadounidense colonial; había franceses, británicos. Había isleños, criollos. Había personas de sangre mezclada, ancianos de color café, jóvenes, poderosas bellezas oscuras que sabían... sobre la oscuridad.
Esto no lo haría. Levantó un puño ante él, agitándolo hacia su hija.
―Soy tu padre. No verás a Alec DeVereaux de nuevo. He decidido que te casarás con Robert Jonas y lo harás en los próximos meses, tan pronto como pueda ser organizada la ceremonia.
―¡No! ―Magdalena lloró, lanzándose a sus pies. La pasión y la cólera llenaban sus ojos. La belleza y la gracia de sus movimientos nunca eran más visibles que cuando estaba enfadada de este modo. ―¡No lo haré, papá! ―repentinamente se estaba ahogando, sollozando. ―¡Nunca me has tratado de este modo! ¡Me has enseñado a pensar y a sentir!
—¡Pero no estás pensando! ―Jason gritó. ―Si estuvieras pensando, te preguntarías sobre este hombre, Conde Alec DeVereaux. Querrías conocer a sus padres, querrías una prueba de quién es, de dónde ha venido.
―¡Papá, me estás sonando como un tonto arrogante! ―Magdalena exclamó. ¡Escúchate a ti mismo! Me has dicho que ahora eres de los Estados Unidos de América. No nos doblegamos ante reyes y reinas, un hombre forja su propio destino.
―¡Y las niñas todavía se desmayan ante hombres misteriosos con títulos altisonantes!
―Papá, no soy una niña tonta, nunca me he desmayado, y no estoy impresionada con los títulos. Porque, mi propio padre, es llamado Barón del Bayou, y ¡Eso es suficiente para mí! ―ella trató de mofarse. Pero luego se volvió seria. ―No lo conoces, papá. ¡Alec es tan instruido, Padre! ¡Él abre el mundo para mí! Me hace ver lugares distantes, me hace comprender la historia y los hombres y las mujeres, y las cosas que han sido, y las cosas que vendrán. Estoy enamorada de él porque…
―¡No! ―Jason jadeó.
―Estoy enamorada de él porque es valiente, porque es a veces tan serio. Porque puede ser feroz y tan tierno. Porque…
―¡Él trata de seducirte!
―Papá, es un hombre honesto, desea casarse conmigo.
―¡Nunca! ―Jason juró incondicionalmente.―Nunca, ¿Me has oído? ¡Nunca!.―Jason bramó.
―¡Tyrone! Acompaña mi hija a su habitación. ¡No debe salir! ―ordenó, levantando su voz para llamar al criado que rondaba con tristeza por el pasillo, escuchando el argumento. Tyrone era un negro raro, nacido en el bayou, un hombre libre. Sus padres eran naturales de las islas, y antes de eso, sus antepasados habían venido desde la lejana sección sur de África. Medía buenamente más de 1,82 de estatura y era puro músculo brillante de pies a cabeza. Él se dirigió a Magdalena con tristeza.
―Lo siento, señorita Magdalena, ―Tyrone le dijo.
Magdalena miró fijamente a la cara del apuesto y triste hombre que era la mano derecha de su padre. Un defecto de Tyrone era la total lealtad a su padre. La llevaría físicamente arriba si era necesario.
Volvió a observar a su padre, todavía incapaz creer en su odio inquebrantable hacia el joven a quien había llegado a amar.
―¡Ni reyes ni reinas, papá! Ningún hombre o mujer poderoso que nos ordene, esto es América. ¡No me inclinaré ante la voluntad de otro!
Giró con ferocidad, yendo hacia la escalera con Tyrone muy cerca detrás de ella.
―¡Magdalena! ―Su padre la llamó.
Él era su padre. Pero antes de esto, su cariño, su mejor amigo. Regresó.
―¿Y el amor, niña? ¿Te someterías a mi voluntad porque viene con el amor de un padre?
―Te querré durante toda mi vida, papá. Toda mi vida. Pero debe haber otro amor, y es por eso por lo que debo desafiarte.
―Te casarás con Robert Jonas dentro de los próximos dos meses.
―Papá, no lo haré.
―Niña, lo harás.
Ella arqueó una elegante ceja.
―¿Me mantendrás en mi habitación hasta entonces?
―Efectivamente, hija, por la oscuridad que llega cada noche, ¡Lo juro por eso!
Lo miró, permaneciendo de pie con una increíble dignidad.
―No me llames hija. ―dijo suavemente, y empezó a subir las escaleras otra vez.
Esta vez Magdalena no miró atrás. Su corazón estaba roto. Lo quería tanto, con su barba recortada y encanecida, con su apostura alta y enjuta. Había estado ahí para ella, siempre. Bramando a veces, apacible más a menudo. Adoraba su país, pero adoraba más sus libros, invirtiendo el tiempo en su estudio, examinando detenidamente sus textos antiguos, observando siempre, aprendiendo y compartiendo. Tenía sus amigotes, algunos de ellos graciosos, hombres raros que encontraban ocasiones para encerrarse con Jason y sus libros. Eran todos apacibles, amables y rápidos en saludarla, estudiarla a veces, como hacían con sus textos antiguos. Toda su vida la habían brindado su tibieza, un reflejo quizás de la adoración hacia su padre. Su padre y sus amigos siempre la habían animado a aprender, a pensar, a tomar sus propias decisiones.
Y ahora...
Las lágrimas parecieron brotar desde muy hondo dentro de sí misma. Otros padres determinaban los matrimonios de sus hijas. Jason no. Había sido padre y amigo toda su vida. Había sido todo para ella.
¿Cómo podía ser que no comprendiera ahora? Había conocido el amor una vez él mismo. Se lo había dicho lo suficientemente a menudo. Le describió a su madre tantas veces con tan vívido detalle que casi podía ver el pasado. Jason había adorado a Marie d'Arbanville, la conquistó totalmente, y la había traído a su casa. Se había instalado en Nueva Orleans, Magdalena creía, para hacer sentir a Marie como si estuviera de regreso a casa con su gente, cerca de París.
Bien, no es que pareciera importar ahora. Si había conocido el amor, lo había olvidado. Su corazón empezó a retumbar en su pecho. Robert Jonas era un hombre excelente, un buen hombre, un viudo joven apuesto con un bigote café de rizos leonados, y miradas castañas sensuales. Era atento, simpático, a veces demasiado grave y sabio, pero se preocupaba por él, demasiado. Casi lo había amado. Podría haberse casado con él una vez; no podía hacerlo ahora. Alec la había tocado.
Había sentido su susurro, sentido sus ojos. Incluso había sentido el amor con el que podía, de alguna manera, envolverla. Desde la primera vez que había venido a Nueva Orleans, desde que habían bailado en el baile del Gobernador, desde que se habían reído, charlado, montado juntos, no podía haber nadie más. Nadie más con los ojos del fuego, con un susurro para despertar tal hambre dentro de ella.
Tembló, incluso mientras entraba en su habitación y cerraba de golpe la puerta, apoyándose contra ella. Le había dicho que iría. Que montaría a través del bayou, volando con la noche si fuera necesario para alcanzarlo. Miró fijamente al otro lado de la habitación hacia las puertas del balcón. Tenía que moverse rápidamente.
Deshizo su cama, moldeando con las almohadas la forma de un cuerpo, cubriéndolo con las sábanas y el cubrecama. Caminó de puntillas hacia la puerta del pasillo y escuchó. Pudo escuchar a Tyrone acomodarse contra la pared donde se quedaría para protegerla, toda la noche. Soltó su capa de terciopelo del gancho junto a su cama y caminó de forma silenciosa hacia a las puertas del balcón.
¡Magdalena!
Se frenó, sobresaltada, como si casi pudiera escucharle ―¡A Alec! ―susurrando afligido en su oreja. Como si estuviera cerca, llamándola. Haciéndola señas.
La brisa de la noche la rozó al pasar, levantando su pelo y la suave seda azul de su traje.
—¡Voy, mi amor!—Pensó a su vez.
Desde el balcón de hierro forjado se agarró a una rama del viejo roble. La había servido cuando era una niña y quería escabullirse en la noche. La serviría ahora.
Bajó del árbol fácilmente, saltando los últimos metros al suelo. Podía ver a su padre en el gran salón todavía, con la cabeza agachada y los hombros encorvados, mientras permanecía de pie delante del fuego. Su corazón lloró. Él era muy querido para ella.
—Mi amor, mi amor...
Podía escuchar el susurro otra vez. Sintiéndolo acariciarla. Rodeó la casa, y se apresuró con pasos silenciosos fuera de la casa hacia los establos. Dentro, deslizó una brida sobre Demon, su semental favorito, y lo llevó afuera en la noche.
Una nube cambió. La luna estaba llena esta noche. Cabalgaba los cielos, tocada con un beso de un rojo sobrecogedor en el cielo aterciopelado de la noche. Quizás estaba llegando una tormenta. Era hermoso; un poco atemorizante. Se veía casi como si la luna hubiera estado bañada en sangre.
Fuera de la casa, se dijo a sí misma, que su amor no debería de conocer el miedo. Una vez que se viera obligado a darse cuenta de que ella amaba a Alec y que se había comprometido ella misma con él, su padre se ablandaría. Aceptaría su matrimonio.
Saltó encima de Demon y cabalgó a través de los campos, escogiendo su camino cuidadosamente a través del pantano que abrazaba la orilla. Conocía el camino, conocía el bayou. Había nacido en él, y no le tenía miedo, ni a ninguna de las criaturas de la noche.
Parecía como si la luz de la luna enrojecida le sirviera bien de guía, como si Demon corriera con las pezuñas aladas. Mientras se preocupaba con pesar por su padre, irrumpió sobre Stone Manor, la vieja mansión en el bayou que Alec había comprado a su llegada a Nueva Orleans. Debajo de la extraña luna, él, también, parecía fundido en un resplandor rojo de sangre. Las altas columnas blancas parecían de color carmesí con una sombra roja, y el humo que se derivaba de la chimenea parecía tocado con chispas rojo―doradas.
La esperaba.
Esperaba...
Desde la ventana de su dormitorio, Alec DeVereaux sintió una aceleración que endureció su cuerpo y envió dulces estremecimientos apoderándose de él.
La había esperado una eternidad. Esperado desde siempre. Y había sabido, desde el momento en que la vio reírse al otro lado de la habitación, que la quería. Luego la había tocado. La sujetó mientras bailaron. Y la había deseado. La quería con una angustia que superaba el deseo. La deseaba tanto que estuvo tendido atormentado en la noche. Podía llevársela, seducirla. Era un maestro de la astucia. Pero ella tenía que quererlo tanto como él la amaba. Así que había esperado.
Hasta esta noche.
Esta noche...
Esta noche ella había venido. Apareció repentinamente sobre la elevación, sentada encima de Demon, su caballo negro como el demonio, bañado por el brillo de la luna. Ella miró hacia la casa, y él anheló tocar su cara.
El negro caballo empezó a correr a través del abandonado césped de la casa. Alec miró, fascinado, como ella saltó del caballo. La escuchó hablar con Thomas abajo, en la entrada, y luego escuchó el sonido suave de sus pasos mientras subía las escaleras.
Él abrió la puerta de su dormitorio, y ella estaba ahí. Levantó su mano para tocarla por fin, y la capucha de su capa cayó.
―Has venido—susurró, y caminando hacia atrás, la arrastró a sus dominios. Su mano parecía tan pequeña dentro de la suya. Pequeña, delicada, elegante. Desabrochó su capa, y la dejó caer sobre el piso, y sus ojos la devoraron entera, la columna delgada de su garganta, el nacimiento de su pecho, la esbelta gracia de su cuerpo mientras giraba dentro de la habitación, atrayendo el rojo fuego que ardía en la chimenea debajo de la repisa de mármol. Estiró sus manos para sentir la tibieza del fuego y él la siguió, agarrando sus hombros tanto ferozmente como suavemente, inhalando el olor de su pelo.
―¿Dónde piensa tu padre que estás? ―Preguntó.
―En la cama, durmiendo ―respondió.
El observó su pulso latiendo furiosamente contra su garganta. Lo tocó con el beso más ligero.
Ella se dio media vuelta, apasionada, vivaz.
―Alec, ¡No podía mentir! Peleamos terriblemente. Yo…
―Está bien.
―Le dije que deseábamos casarnos.
―Ma belle, está bien.
Suspiró y luego lanzó sus brazos alrededor de él.
―Debe aceptarnos. Porque te quiero.
―¿De veras? ¿Realmente me amas? ―susurró. —Esto significa mucho para mí. No puedes ni empezar a comprender.
Ella se alejó de él, desconcertada, como lo estaba a veces. Dios querido, pero era un hombre extraordinario. Tan alto, imponente con su pelo oscuro como la tinta y sus ojos casi negros. Sus hombros eran espléndidamente anchos, su cintura enjuta, su mandíbula firme y cuadrada. No había una mujer en Luisiana que hubiera bailado con él, que no lo considerara el hombre más peligrosamente apuesto a quien alguna vez hubiera conocido. Ella le conocía un poco por las cosas que la había contado. Gran parte de su familia había fallecido en la Revolución Francesa, pero hubo algunos supervivientes también, que desafiaron a la guillotina. Él mismo había peleado en la Batalla de Nueva Orleans ―como un niño, por supuesto, un fugitivo empleado por el pirata Jean Lafitte. Había viajado mucho e incluso admitió haber librado duelos con pistolas y espadas. Era un tirador excelente. Por la misma naturaleza de todo lo que era, todo que hizo, era magnífico.
Le dio la espalda repentinamente y se alejó de ella. Había una bandeja de plata que sujetaba una botella de vino sobre una mesa pequeña. Vertió dos vasos, dándole todavía su espalda. Ella miró alrededor de la habitación, su morada privada. El cubrecama había sido retirado. Era de raso negro, un contraste sorprendente con las sábanas blancas de debajo. Numerosas almohadas habían sido puestas a gran altura contra la cabecera. Más vino se enfriaba en un balde de plata junto a la cama. Champán, pensó, champán francés. No había fingimiento respecto a por qué la había querido aquí. Estaba vestido con una larga bata negra con un forro de raso rojo. Estaba segura de que no llevaba nada más. Aunque parecía que se había apartado de ella.
―Quizás tu padre tiene razón. Quizás no deberías quererme.
―¿Tu me quieres? ―ella susurró.
Se volvió hacia ella, muy solemne.
―Con todo mi corazón. Por toda mi… no, por toda la eternidad.
―Entonces no puede haber ninguna razón por la que no debería quererte.
―¿Y si fuera un monstruo? ―Preguntó.
―¿Por ser francés? ―Ella se mofó.
Sonrío ligeramente, y ella lo quiso aún más.
―Por embrujar la oscuridad. ―dijo suavemente.―Por embrujar la noche. He matado…
―¡Muchos hombres han matado! ―Le recordó.
Él sonrío ligeramente otra vez, mirándola. Sintió sus ojos. Los sintió. El fuego de su tacto parecía filtrarse en ella, en su sangre. Se sentía mareada, hambrienta, deliciosa. Lo deseaba más que a nada que hubiera querido en su vida; tanto, que sufría por él. Dolía. Tenía que sentirlo. Sus manos sobre su cuerpo. Sus labios besándola por todas partes. Sí. Dentro de ella. Una parte de ella.
Apenas podía respirar. Humedeció sus labios. Sus dedos parecían subir y bajar por voluntad propia por los botones de su vestido.
―¡Ma belle amie, ma petite cherie! ―susurró muy suavemente. Sonando en el aire. Sonido que la tocó. Sonido que parecía barrer a su alrededor como una suave neblina roja, elevándose desde el fuego, cayendo desde la luz de la luna. ―Tú no ves maldad en nadie.
―Sé que no hay maldad en ti.
Botón por botón, soltó su corpiño, dejando caer al piso la prenda de brocado, sujetándose ligeramente en su corsé y sus faldas. La neblina roja era como un cálido y suave susurro de la brisa; ella necesitaba sentirlo contra su piel desnuda, tanto como necesitaba sentir el contacto de sus ojos. —No estás pensando—, su padre le había dicho, y era verdad, no estaba pensando.
Alec estaba extraño esta noche; era casi como si quisiera evitarla. Y a ella no parecía importarle. Ella sabía que él estaba mal y, que Dios la ayudara, quería ese mal. Aunque, ¿Podría estar equivocada al amarlo tan profundamente?
Él atravesó la habitación hacia ella y presionó un cáliz de plata de vino entre sus dedos. Tan cerca de él, vio el tormento en sus ojos, la pasión angustiada. Un mechón extraviado de pelo negro se posó en su frente. Ella miró fijamente a sus ojos. Levantó su vaso de vino hasta sus labios. Bebió. La brisa de la noche que parecía girar dentro de la habitación aumentó y entró en oleadas de ondeante rojo.
―¿Y si yo fuera malvado? ―susurró
―No lo eres
―Nunca deseé serlo...
La neblina creció. El cáliz de vino desaparecido de sus dedos. No podía recordar haberlo dejado. Parpadeó. Su bata había desaparecido también. Contra los suaves remolinos y volutas de humo y el resplandor de la luna que permanecía, él estaba desnudo. Con sus manos extendidas, la miraba fijamente con sus ojos de color de ébano. Un temblor comenzó dentro de ella, en su sangre, sus miembros, su alma, su esencia. Lo había anhelado y había tenido hambre, pero no había sabido qué estaba hambrienta. Ahora lo sabía. Su carne estaba brillante. Su cuerpo era perfecto, poderoso y fuerte. Sus piernas estaban fuertemente musculadas, su cintura y sus caderas estrechas y elegantes partiendo desde la amplitud de sus hombros y su torso. Pasó fijamente de sus ojos a la extensión de su excitación sexual, y sintió como si girara y diera vueltas con la neblina que parecía aumentar de nuevo.
―¡No me importa lo que seas! ―gritó. ―¡No me importa!
―Podría traerte dolor.
―Estoy en agonía ahora. ―juró.
No podía soportarlo más, y adelantándose, lanzó sus brazos alrededor de él, atrayendo sus labios a los suyos. Apenas había besado antes, aunque supo cómo devorar su boca, buscar con su lengua, seducir, excitar. Él levantó sus brazos, librando una lucha feroz consigo mismo, y aplastándola contra él. Levantó su barbilla. La besó. Su lengua parecía barrer su garganta, lavar sus labios, su boca, llenarla con fuego. Estaba en sus brazos, volando con la noche, con el terciopelo de la oscuridad. Estaba tendida sobre las sábanas de raso, sentía su frescor, sentía su calor. Sus dedos, largos y flexibles, desgarraron los cordones de su corsé, y fue liberado de su cuerpo. Cerró los ojos y lo sintió retirar sus zapatos, sus voluminosas enaguas, los pololos y las medias. Rasgó y desgarró cada uno con urgencia, porque estaba tan deseoso de su tacto que despojarla de las vestiduras le parecía que tomaba una eternidad. Cada prenda de vestir que le quitaba dejaba mayor cantidad de ella desnuda, desnuda al calor de su susurro y sus caricias. Sus dedos, tan elocuentemente largos, la acariciaron. Sus besos mojados, abrasadores y ardientes siguieron a cada caricia. Tocó su rodilla, su muslo interior. Un redoble comenzó dentro de ella. Un pulso. Creció a un paso desesperado. La neblina roja se extendió por su carne. Tembló, y estaba ligeramente asustada. Tenía hambre, demasiado profundamente, e hizo caso omiso del miedo. La palma de él se movió de manera erótica sobre el triángulo castaño entre sus piernas. La humedad la quemó. Luego el toque terriblemente íntimo de un dedo...
Su pulso se aceleró. Gritó. Estaba a su lado otra vez, con sus ojos oscuros tan rojos como la luz de la luna, con palabras intensas, angustiado.
―¿Puedes amarme? ―exigió.―¿Puedes querer a una bestia?
―¡Oh, querido Dios!, ¿Por qué no puedes creerme? Te quiero, ¡Quiero al hombre! ¡Un hombre que me ha hecho reír, que me hace sentirme viva, que me hace anhelar más de lo que sé! Un hombre que ha vivido, luchado, aprendido. Un hombre que ordena, que escucha, que es duro, que es tierno. ¡Te quiero!
Ella no podía comprenderlo. Lo quería, quería la neblina y la promesa del éxtasis que la llenaba. Quería sujetarlo, quitar la angustia de sus ojos, asegurarle...
―Bestia, ―él la dijo. ―¡Y no sé si Dios se acuerda de mí!
Ella empujo su cabeza hacia abajo, su boca hacia la suya, besó sus labios, los excitó. Puso sus dedos sobre su pecho, se retorció para estar incluso más cerca de él, una parte de él.
―Dios nos enseñó a amar, y yo te quiero. ¡No hay mal que no pueda superar! ¿Qué es esto, qué es esa bestia que te llamas a ti mismo?
―¡Vampiro! ―Charles Godwin, el catedrático alemán aseveró. Había llegado a la casa de Montgomery esa noche al mismo tiempo que Gene Courtemarch, el doctor criollo, y el joven Robert Jonas, quien adoraba a la hermosa joven hija de Jason Montgomery.
Jonas era nuevo en esto; un no―creyente. Godwin y Courtemarch habían estado conmovidos por los temas de la oscuridad antes, y durante años, habían guardado vigilia con Montgomery. La hermosa Marie se había ido, pero la oscuridad se quedó, y lo haría siempre, y por eso, Magdalena había estado siempre en peligro.
―Sí, eso creo, ―Jason dijo, exhausto de preocupación y dolor. Había llamado a sus amigos poco después de que Magdalena se hubiera ido arriba. Siempre había tenido miedo al mal; había sabido que existía. Habían esperado y observado. Habían rogado que no viniera. Y ahora...
―Debemos atacarle con el amanecer, ―dijo Courtemarch.―Luego podremos descubrir la verdad.
―Caballeros, ―dijo Robert Jonas firmemente, ―¡No puedo consentir esta locura, esta acción imprudente que ustedes proponen! ¡Nos colgarán a todos, uno por uno! Y aunque moriría gustosamente por su hija, Jason, me gustaría que mi muerte la sirviera bien. El conde está recién llegado, misterioso si ustedes quieren, pero ha sido un caballero en todas las ocasiones.
―¿Está usted tonto, jovencito? ―estalló Godwin, con su pelo y su mostacho blanco.―Ha tomado a la mujer que ama.
Robert exhaló despacio.
―Dios me ayude, si, ¡La quiero! Pero no puedo asesinar a un hombre por querer a la mujer que me gustaría tener ―y tenerla mientras ella lo ama a él.
―¿No lo entiende? ―Jason Montgomery gritó exasperado.
Fueron interrumpidos al escuchar unos pesados pasos corriendo deprisa por las escaleras.
―¡Señor... Montgomery, Señor... Montgomery! ―Tyrone gritó. Tenía los nudillos blancos mientras se sujetaba a la escalera. ―¡Nos engañó, señor!
―¿Nos engañó?
―Las sábanas cubren sus almohadas; se marchó.
―¡Se fue! ―jadeó.
―¡La seguiremos! ―gritó Godwin.―¡La seguiremos! Tyrone, es la hora. Traiga las estacas, las espadas. Rápidamente. ¡Dios, ayúdanos!, ¡Permítenos llegar a tiempo!
―¡Caballeros! ¡Incluso si decide quererlo, aun así no podemos cometer un asesinato! ―dijo Robert Jonas, tratando de razonar con los otros hombres en vano. Mi querido Dios, ¿Es que éstos viejos tontos no se dan cuenta? Nadie sentía esta traición más que él. La amaba, la deseaba. Habría sido su esposa. El dolor era como un cuchillo enroscándose una y otra vez dentro de él. Pero ella amaba al francés.
―¡Condenado Robert! ―Jason protestó.―¡Usted no escucha!
―A un grupo de viejos tontos…
―¡Al viento! ¡A la luna, a la neblina, al sonido de las olas! ¿Ha mirado por encima de usted? El mismo cielo llora lágrimas de sangre. Usted no comprende.
―¡Y debería de hacerlo! ―afirmó Godwin.
―¡Por el amor de Dios, usted debe hacerlo! ―Courtemarch insistió.
―Él es… ―comenzó Jason.
―¡Un vampiro! ―Courtemarch terminó.―Por todo lo que es sagrado, usted debe darse cuenta de ello. ¡El amante de ella es un vampiro!
Su amante se elevó por encima de ella, montándose a horcajadas. Elegante, fuerte, hermoso, pensó ella, con sus facciones tan masculinas, aunque definidas y alineadas, con sus ojos tan oscuros que parecían emitir destellos con el fuego más extraño.
―Vampiro. ―dijo él muy suavemente.
Ella sonrío despacio al principio. Luego agitó su cabeza.
―No. Alguien te ha hecho pensar que eres malvado.
―Soy una criatura de la oscuridad, de la noche. ―insistió él.
Una tiritona comenzó dentro de ella. Él la miró con gravedad. Ella tembló cuando él tocó su cara.
―Quizás el amor pueda liberarme: ésa es la promesa, la leyenda. Y te quiero tan ferozmente. He esperado cientos de años para escuchar tu susurro más suave, para experimentar este dulzor. Debes comprender, estoy asustado, temeroso de que la leyenda sea una mentira, de que la promesa sea falsa. No podría soportar lastimarte.
―Mi amor, no lo comprendo, ¡Debes de dejar esto! ―Se sentó enfrente de él, presionando un dedo contra sus labios.―¡No puedes ser malvado, no puedes! ¡No lo creeré! ¡No lo hare! ―Lo empujó alejándolo de ella; luego cayó sobre sus rodillas y se apretó contra él. Besó su cara, su garganta, su pecho. Las puntas de sus dedos le acariciaron, adorando el tacto suave de su carne. Un quejido de angustia se le escapó y, de nuevo, la aplastó contra él.
―Podría causar el fuego del infierno, la condenación…
―Cáusalos entonces, mi amor, porque no te dejaré, ¡No podría soportarlo! ¡No me apartarán de ti y no me importa lo que venga!
A ella no le importaba...
No, no la importaba. El mundo estaba desapareciendo con su grito severo y disonante, y fue rodeada con el tacto fresco y sensual del raso otra vez, mientras era presionada contra él. Ah, Dios querido, el dulzor de su tacto, tan liviano como una brisa, como un susurro, y luego fuego. Sus brazos, duros, absorbentes. Sus labios, por todos lados a lo largo de sus miembros, dentro de su corazón. Redobles pulsando, golpeando, aumentando. Su sangre comenzó a fundirse. La tocó íntimamente hasta que chilló y suplicó y juró que lo querría siempre. Entonces, repentinamente, se elevó por encima de ella, mirándola fijamente a los ojos, mientras entraba en su cuerpo. Despacio. Ella se estremeció contra el dolor, sujetándolo, mirando sus ojos, retorciéndose con la sorpresa cuando el dolor de su ataque aumentó... y disminuyó.
—Bésame... —susurró.
El bajó su cabeza y se apoderó de sus labios. Un dulce pulso comenzó de nuevo con su movimiento creciente. Los labios de él cayeron sobre los suyos. Besó su boca abierta. Con sus dedos enredados en su pelo y sus labios rozando su mejilla, bajando por su garganta.
Los redobles eran explosivos. Voló alto en un vuelo mágico, se retorció en una angustia extraña, queriendo más. Podía llegar casi, tocarlo. Cada vez que él se movía.
Sintió sus dientes contra su garganta. Un dolor pequeño y agudo...
Un grito salió de los labios de ella mientras se estremecía, jadeando, sacudiéndola. El dolor y el placer combinados, y la tempestad reinando, dulce y deliciosa. Tan bueno que vio una oscuridad de terciopelo, el rojo del cielo de la noche, un estallido de estrellas contra todo. Todo se volvió negro por momentos, luego las estrellas regresaron. El dolor, el placer.
Había invadido su cuerpo, haciéndola suya. Extrayendo su hambre, extrayendo su vida, extrayendo su sangre.
Vampiro... La había dicho.
Vampiro...
Si tocara su garganta, encontraría sangre. Por Dios, quizás...
¡No era malvado! Su corazón gritó. Oh, Señor, ella todavía podía sentirlo, sentir el asombro, la emoción, la satisfacción de la necesidad. Se extendió por ella, la meció. La había llevado a tan gran altura, acunándola luego hacia abajo con una gentil y sublime caricia. Estremecimiento tras estremecimiento se apoderó de ella. Lo sintió, el cuerpo de él, dándole calor, dándole la vida.
Casi había muerto placer. Había llegado a tal éxtasis que se había desmayado. Había experimentado los fuegos punzantes del infierno, y fueron esplendorosos. Una dicha dulce la había envuelto, sacudido, explotado en ella. Su susurro todavía parecía encontrarse alrededor de ella, su peso y su fuerza aplastándola.
―¡Te quiero! ―susurró.
Él empezó a responder. Ella vio sus ojos de color de ébano con un impresionante brillo, los espléndidos planos de su cara, la lenta, dulce y sensual curva de su sonrisa...
Luego se quedó en silencio, quieto.
Muerto, inmóvil.
Ella le miró fijamente sin comprender durante muchos segundos, cuando vio la afilada estaca. Había sido introducida en su espalda. Sobresalía a través de su pecho. Un tinte carmesí se extendió ahora al otro lado de su cuerpo y goteó hacia abajo.
Sobre ella.
―¡Vampiro! ―Alguien gritó.
Luego el grito que había brotado dentro de ella arrancó histéricamente, alto, frenético. Alec había empezado a desintegrarse encima de ella; luego paró. Por el rabillo de su ojo ella vio como lo arrancaban hacia atrás. Vio el resplandor de un sable, lo vio balancearse.
¡Lo estaban decapitando!
Afortunadamente, el instinto la advirtió que cerrara los ojos. Lo hizo.
Sintió su sangre, caliente y pegajosa, derramarse sobre ella, y empezó a gritar otra vez.
El cuerpo le fue retirado de encima. Ella se elevó poco a poco sobre la cama con asombro, escandalizada, pasmada, gritando de incredulidad. Mirando ahora, sin poder creer lo que estaba viendo. Su padre estaba ahí, con sus pequeños y graciosos amigotes ―Godwin ―con su pelo blanco ―Courtemarch ―alto y flaco. Y Robert estaba ahí. Grave, triste, con el corazón en sus ojos mientras la miraba. Robert, alcanzándola, con los brazos fuertes, resuelto.
Era una pesadilla, no podía estar ocurriendo. Podía sentir la sangre de su amante gotear de la herida de su cuello sobre su pecho, al igual que podía sentirlo ella misma, goteando desde la herida del suyo. Esto era demasiado horrible para ser comprendido; quizás no lo estaba entendiendo. Y con todo, la sangre era real.
La muerte de Alec era real.
―¡Magdalena, Magdalena! ―Robert gritó, prácticamente arrancándose la levita para cubrirla con ella, abrazándola una vez más. Estaba fría, muy fría, pero ella no podía aceptar su consuelo. Se abstuvo de gritar. Él la sujetó más fuerte.
―¡Ella es también un vampiro ahora! ―Godwin insistió, tensando las manos sobre su sable.
―¡Déjela en paz! ―gritó Robert roncamente, ferozmente. ―¡Maldita sean todos ustedes!, ¿Podrían lastimarla más? ―Su voz era un rugido, fuerte, de la misma manera que el sonido del agua corriendo con fuerza.
―¡Ella es mi hija, no está muerta!, ¡No es un vampiro!, ¡Puedo curarla! ―Jason bramó.
Cúrela...
Nada alguna vez podría curarla. No después de esta noche. Había conocido el amor, y ahora estaban llamando monstruo a su amante, y le colocaban muerto a sus pies, cubierto de sangre, con la cabeza separada de su cuello. Lo habían matado, y este pequeño hombre horrible, Godwin, también le había separado la cabeza de su cuerpo con el sable, tan pronto como Courtemarch lo hubo atravesado con una de sus estacas. No sabía si preocuparse o no.
Había conocido la magia, y la magia permanecía tendida muerta. La vida no importaba...
A decir verdad, parecía estar emprendiendo el vuelo. Volando hacia fuera, sobre el hilo rojo que se filtraba despacio hacia abajo desde su cuello. Era bueno. Se estaba quedando entumecida. Solamente el adormecimiento, solamente la muerte, podía llevarse su horrible agonía. Intentó ponerse de pie, empujando a Robert, tratando de ver a su amante una última vez.
Su padre también se aproximó a su lado, abrazándola.
―¡No, Magdalena! ―Le susurró.
Pero pudo ver.
Oh, Señor.
No había ningún cadáver. Ningún cadáver.
Ningún cuerpo, ninguna sangre. Donde su amante debía de haber estado tendido, el piso parecía quemado, solamente quedaba ceniza negra en la forma de una criatura herida.
Empezó a gritar otra vez.
Y su grito se fue apagando, y el mundo con él.
―¡Ella ha muerto, se convertirá en una de las criaturas! ―Godwin les dijo firmemente.
―¡Ella duerme! ―Jason protestó.
―El sueño de la muerte.
―¡Duerme! ―Robert Jonas bramó.
―El sueño de la vida. ¡Ella es mi hija, mi carne, mi sangre, yo la curaré!
Arrastró a su hija entre sus brazos, quitándosela a Robert.
Y se la llevó fuera. Salió fuera de la blanca casa solariega que parecía roja por el brillo de la luna. Tropezó, casi se cayó. Se puso de pie y la cogió otra vez. La luz de la luna roja parecía cegadora.
Miró hacia arriba entonces, y se dio cuenta de que la luz de la luna se estaba fundiendo. Era la línea roja del sol comenzando a estallar, atormentando su vista por eso.
El sol. El día estaba llegando.
Empezó a correr hacia su carruaje.
Estaba tendida en un extraño y helado mundo de oscuridad. Sabía que debía luchar contra la impresión de la completa negrura y el frío total que se asentaba a su alrededor de la misma manera que una manta espantosa. La gente la llamaba; sus voces parecían muy lejanas. De algún sitio ella podía ver un rayo distante de luz, pero no podía alcanzarlo. Se dio cuenta de que alguien la estaba sujetando. Quería gritar. Quería alcanzar la luz. Pero no podía. ¡Déjenme ir! Pensó. Pero era una declaración silenciosa en la inmensa oscuridad, en el vacío, en la soledad más allá de la muerte...
Una vez más, estaba esa sensación. Tan extraña. Pensaba que el escalofrío que se había apoderado de ella nunca desaparecería, pero había algo cálido a su alrededor, contrarrestando el profundo escalofrío que sentía en sus huesos. Incluso la negrura era diferente. Había tonos de gris dentro de ésta.
Tiempo, pensaba vagamente.
Tiempo...
Sombras, luz, oscuridad, sombras, luz, oscuridad...
Las noches... Llegaban y se iban.
Finalmente, llegó un momento en el que sintió las manos de su padre, y supo que estaba con ella. Sintió una líquido caliente bajar por su garganta. Sentía, si, ella sentía, y sentía cosas que eran reales, tangibles.
Tiempo...
Pasó más fácilmente. Ella creció más fuerte. Podía levantar su cabeza. Sentía la textura de la taza de la que bebía, el tacto de los dedos de su padre. Estaba tendida en su propia cama. Su blandura la rodeaba y la aceptaba. La luz de la vela parpadeaba, apacible sobre sus ojos. Dejó de beber, no reconociendo qué poción extraña le había dado mientras estuvo tendida tan enferma, qué tibieza era la que la había ayudado en su defensa del frío. Por fin, encontró la fuerza para comenzar a preguntar.
―¿Qué es? ―Susurró a su padre. ¿Qué es lo que estoy bebiendo?
―Sangre ―dijo Jason inexpresivamente.
Ella giró la cabeza en su almohada. Lloró, pero las lágrimas no llegaban.
―¡Por el amor de Dios, papá! ―Susurró.
―No ―dijo en voz baja, ―Por el amor de mi hija. Cállate, ahora, duerme.
Sus ojos se cerraron otra vez. Estaba tendida en un sufrimiento peor que la muerte.
Pero finalmente, como la había ordenado suavemente, ella se durmió.
Jason se puso de pie con un gran pesar y la arropó con las mantas. ¡Ella necesitaba ese calor tan desesperadamente!
Caminó escaleras abajo donde sus amigos esperaban y anduvo a zancadas hasta la repisa de la chimenea, donde se paró, inclinándose sobre la madera tallada, sujetándose, mientras observaba sus miradas fijas inquisitivas.
Sopesó sus palabras cuidadosamente.
―Creo que va a vivir ―dijo suavemente. Luego, vaciló, con los nudillos blancos mientras rogaba que estuviera haciendo el movimiento correcto al decir lo que iba a decir. Aspiró profundamente.
―Y creo que va a tener un niño.
Bueno chicas ese es el prologo, si veo comentarios subo el primer capitulo. Besos, bye. c(:
Última edición por karely jonatika el Sáb 19 Mar 2011, 8:17 pm, editado 1 vez
Karely Jonatika
Re: "Bajo una Sangrienta Luna Roja (Joe&Tu)" [TERMINADA]
Pervertida Llegando xD
Nueva Lectora *---*
Sube el 1er capi ¿sisisi?
Se ve que estara super genial :D
Nueva Lectora *---*
Sube el 1er capi ¿sisisi?
Se ve que estara super genial :D
#Just_InLove[Ori]
Re: "Bajo una Sangrienta Luna Roja (Joe&Tu)" [TERMINADA]
Ohh ya lo subiste :$
Me tarde mucho en comentar xD
Ya lo leere :D
Me tarde mucho en comentar xD
Ya lo leere :D
#Just_InLove[Ori]
Re: "Bajo una Sangrienta Luna Roja (Joe&Tu)" [TERMINADA]
Oh Dios! Voy a morir si si si morire.
Qedo embarzada? Dios y dijiste qe no nos aburrieramos.
Haha tas loca esta nove ya me atrpo.
Me encanto Kare. Sube mas plizz
Siguela
Qedo embarzada? Dios y dijiste qe no nos aburrieramos.
Haha tas loca esta nove ya me atrpo.
Me encanto Kare. Sube mas plizz
Siguela
Jane JB ILU Joe
Re: "Bajo una Sangrienta Luna Roja (Joe&Tu)" [TERMINADA]
CAPÍTULO 01
―¡Oh, Jesús! ―Nicholas Delaney juró, dándose la vuelta desde el cadáver que estaba entre los brazos de su compañero, mientras su cara presentaba un extraño y pálido tono de verde.
Era un poli joven, sólo pasaba de los veinte y cinco, con una buena apariencia, 1,82 de alto, con luminosos ojos castaños y el pelo castaño.
―Dejen al novato, chicos, tengan piedad de él, ―dijo Joseph Jonas, respaldando por un momento a su nuevo compañero. ― ¿Vas a estar bien? ―le preguntó rápidamente y en voz baja, para que lo escuchara solamente Nicholas.
Por un momento breve, Nicholas se apoyó en Joseph, el poli más mayor, dos pulgadas más alto que él, sobre los treinta uno, ancho de hombros, con músculos tensos y una figura impresionante, de pelo oscuro color castaño y puntiagudo, de ojos café claro. Joseph mantenía a raya sus emociones generalmente, prefiriendo trabajar su frustración en el gimnasio.
Nicholas aspiró rápidamente, agradeciendo la interrupción. Tomo su valor del de Joseph, asintió con la cabeza, y supo que las burlas que recibiría de los otros hombres serían livianas porque Joseph lo había respaldado.
―Estoy bien, ―dijo Nicholas.
Joseph asintió con la cabeza.
―Dejar pasó ahí, chicos. Delaney tiene que empezar a hacer algunas preguntas en el vecindario. ¡Asegúrense de que hayamos conseguido hombres para peinar estas calles; alguien debe haber visto algo! ―Joseph dijo firmemente, asegurándose de que su compañero lograra pasar a través de las hileras de policías que en su marcha rodeaban el trecho de la angosta calzada donde el cuerpo había sido encontrado. La zona estaba ahora acordonada con la cinta amarilla de delitos. Nicholas había llegado al lugar apenas unos momentos antes de que Joseph hubiera alcanzado el cadáver, y lo hubiera girado. Nicholas era nuevo en homicidios, solamente llevaba algunos años en el cuerpo, un joven irlandés que se unió a Joseph porque el capitán había dicho su nombre. Pongan a los "Irlanduchos" juntos, había sido el comentario del capitán Daniels. Joseph no negaba sus raíces irlandesas ―era, simplemente, de algún sitio ―excepto el irlandés que había traído el nombre de Jonas a Nueva Orleans hacía casi dos siglos. Joseph mismo era una mezcla de las muchas mezclas que hizo la ciudad. Tenía sangre francesa, inglesa, cajún, y ¿Quién sabía? Probablemente un poco de mezcla caribeña también. No importaba. A Joseph le gustaba Nicholas Delaney, y sabía que al capitán le gustaba también. Y por eso era qué Nicholas le había sido asignado a Joseph.
―Hagan sitio al novato, ―otra persona gritó, mientras Nicholas se dirigía al otro lado de las barreras. No importaba lo qué hubiera dicho Nicholas, Joseph tenía la certeza de que su compañero estaba a punto de enfermar.
―Esto fue duro, pequeño, ―gritó otro tipo de uniforme, y Joseph se alegró de ver que los hombres se lo pusieran fácil a Nicholas.
Realmente no había nada semejante como un buen cuerpo después de un asesinato. Aunque algunos eran peores que otros.
Joseph anduvo a zancadas hacia donde Pierre LePont estaba doblado sobre el cuerpo, decidido a estudiar el cadáver. Se agachó al lado del médico forense, que estaba estudiando los dedos del cadáver. Le hizo una leve inclinación de cabeza de reconocimiento a Pierre, y luego prestó atención al cadáver.
A diferencia de Nicholas, él había visto su buena porción de cadáveres. Demasiados ―cuerpos hinchados del Mississippi, cuerpos humanos apenas identificables como tales. El muerto de ahora, el reciente asesinato, la forma en que sangró sobre en el pavimento así como el cadáver que había logrado permanecer oculto hasta que el olor insoportable lo había sacado a la luz y el cadáver que había permanecido oculto tanto tiempo que no tenía nada más que huesos.
Y así, había algo increíblemente extraño sobre éste.
El hombre no había muerto hacía mucho tiempo ―infiernos, no podía haber pasado, no justo al lado de Bourbon Street. Acababa de empezar el día de trabajo; eran solo poco más de las nueve, así que el hombre podía haber sido asesinado justo antes del amanecer. Las personas sin hogar dormían en la calle pero en la oscuridad podrían no haberlo notado. Ni tampoco el desorden ―ninguna sangre esparcida sobre el pavimento, ningún cerebro salpicando la pared de la tienda al lado de la que estaba tendido. Este tipo estaba simplemente blanco ―excepto por la línea roja que daba la vuelta entera a su garganta y cuello. No estaba solo pálido, ni grisáceo. Estaba blanco como una hoja. Se veía casi como una caricatura de la vida. Una cosa horrible sobre él ―que seguramente es lo que había hecho a Nicholas ponerse tan verde ―era el hecho de que sus ojos estaban abiertos de par en par, y parecían reflejar un terror total. Había tal mirada de horror en ellos que estuvo tentado de volver y tratar de ver lo que esos ojos habían visionado en los minutos finales de su vida.
―Dios. ―Joseph resopló.
―Sí. ―Pierre estuvo de acuerdo. ― ¿Y quieres saber una cosa graciosa?
― ¿Hay algo divertido aquí?
Pierre hizo una mueca.
―Peculiar, ¿Sí? No hubo ninguna pelea. Este tipo estaba aterrorizado, tan aterrorizado que podría haber muerto solo de eso. Pero no ofreció ninguna oposición. Bien, he obtenido algunas muestras para analizar en la morgue, no puedo darte garantías ahora mismo, pero no parece que hubiera levantado un dedo para rechazar a su atacante.
― ¿Piensas que murió de terror?
―Podría haberse ido de un paro cardíaco… pero no lo hizo.
― ¿No? ¿Cuál fue la lesión mortal? ¿La herida de la garganta? ―Joseph agitó su cabeza incluso mientras realizaba la pregunta. Una herida en la garganta, obvio, si el pavimento hubiera estado manchado. Pero de la forma en que se veía, sin sangre, el corte de la garganta debería de haberse producido después la muerte. ― ¿Dónde está la sangre?
Pierre, un hombre pequeño, delgado y parcialmente calvo y uno de los mejores en su trabajo, agitó su cabeza también.
―Tan seguro como que hay infierno que no hay sangre aquí y, a propósito, no es solo una herida en la garganta. Este tipo ha sido decapitado.―Hizo rodar la cabeza sólo un poco, mostrando a Joseph que la cabeza había sido cuidadosamente separada totalmente del cuerpo.
Joseph sintió su estómago estremecerse.
Sacó su libreta.
― ¿Cuál es su edad? ¿Al final de la veintena?
Mike Hays, un oficial uniformado, caminó acercándose a ellos.
―Su nombre era Anthony Beale, Teniente Jonas. Oriundo de Nueva Orleans, veintinueve años. Tiene antecedentes, pequeños, cosas de poca monta. Cinco arrestos, tres por robo, uno por robo de casas, y uno por proveer de prostitutas. Solamente fue encerrado por uno de los robos, cumplió dieciocho meses por ello. Ningún medio visible de vida. Parecía que lo llevaba bien, ¿No, Teniente Jonas? Viste un traje de Armani.
―Armani, ¿No? ―Joseph dijo, y se encogió de hombros.―No muchas de personas sin hogar duermen con trajes de Armani.
―Sí, bonito traje. ―comentó Pierre peculiarmente.
―Hey, Joseph, necesito algunas fotografías más. ―le gritó Bill Smith, el fotógrafo de la policía.
Joseph y Pierre se pusieron de pie servicialmente.
Joseph observó la calle arriba y abajo. Era una sección decente del Vieux Carre, el famoso French Quarter de Nueva Orleans ―si alguna palabra pudiera ser usada para una calle que alojaba docenas de tiendas de relaciones sexuales. Sobre estos bloques especiales, sin embargo, había empresas y residencias. Dos costosos hoteles de turistas estaban solo bajando la calle al otro lado desde donde se encontraba él. Tiendas de arte, tiendas de antigüedades y boutiques se alineaban en los edificios calle abajo, con hermosas ventanas que mostraban sus productos. Se volvió hacia atrás. Oficinas, salas de baile, un gimnasio, y un salón de bronceado estaban anunciados en algunas de las habitaciones de arriba. La calle estaba revestida con un tipo de estructura que había hecho que el French Quarter fuera conocido alrededor del mundo, apuestos edificios con ventanas arqueadas y balcones de hierro forjado, contrafuertes, y otros detalles distintivos.
Miró fijamente el cuerpo del suelo. Nueva Orleans, N’Awleans, su ciudad. La adoraba. Había nacido aquí mismo, en la ciudad, literalmente en la antesala de uno de los viejos hoteles residenciales más finos, desde que su madre había encontrado deplorable lloriquear por los dolores de parto antes de que fuera necesario. Había ido a la universidad, había tratado de ver el mundo. Volvió.
Había algo en este sitio. Era el suyo. No estaba libre de crímenes. Era desobediente, chabacano. Era jazz, era la belleza, era las poderosas aguas oscuras del Mississippi. Eran los cangrejos de río ―la mejor maldita comida en el mundo entero, ―una ciudad plagada de historias de fantasmas, cuentos de reinas de vudú, y más. Había entrado en la era contemporánea con los mismos infortunios y los mismos disturbios creados en los tiempos difíciles de otras grandes ciudades ―drogas, delitos, la falta de vivienda, la inflación, el desempleo. Algunos la llamaban una ciudad de perversidad, una ciudad maldita. Bien, podría serlo, pero era su ciudad, su maldita ciudad. Lo que fuera que pudiera hacer para lograr salvarla de los actuales agarres de infierno, lo iba a hacer.
Este parecía un bonito y seco corte. Anthony Beale, matón a tiempo parcial, próspero alcahuete a otro. Se habría metido con alguien más grande; era un mal hombre que ha tenido un mal final. Uno más para los registros.
―Me hace pensar en el fiambre del cementerio, ―Pierre dijo repentinamente, incluso cuando la idea ya se le había ocurrido a Joseph.
―El cuerpo de la mujer, ―Joseph dijo. ―Y cortada en pedazos. ―Incluso tal descripción era un eufemismo. ―Jane Doe, mujer caucásica, de veinticinco a treinta años de edad, 1,68 de altura, de 57 kgs ―, había sido encontrada en el viejo cementerio de superficie fuera del French Quarter la semana pasada. Había sido encontrada tendida encima de una de las tumbas, desnuda y destripada, casi como si un moderno Jack el Destripador la hubiera tomado con ella. Algunas partes del cuerpo y sus órganos internos habían sido colocados prolijamente al lado de ella. La ciudad aún no se había recuperado del choque; todavía era el tema de conversación para residentes y turistas por igual. Naturalmente, tal delito ―sin sospechoso alguno bajo arresto ―condujo a la especulación desenfrenada y a un alto grado de temor.
―Todos estos cortes, y casi ninguna sangre, ―Pierre dijo tristemente, haciendo referencia a su Jane Doe.
―Decapitada, ―Joseph continuó con un silbido suave. ―Tal vez hemos encontrado una conexión aquí.
―Una prostituta y un alcahuete, ―Pierre asintió. ―Tendremos que rogar que haya solamente un tipo tan malvado que pueda hacer tales actos en la ciudad. Déjenme llevar a este tipo a la morgue, y veré qué más puedo encontrar.
― ¿Tienes todavía a nuestra Jane Doe en la nevera? ―Joseph preguntó.
Pierre asintió con la cabeza.
―Sí, aún está con nosotros.
―Tal vez podamos echar un vistazo a los dos juntos. Poner a nuestras cabezas juntas.
―Por supuesto, ―Pierre estuvo de acuerdo. Se encogió de hombros. ―Poner sus cabezas juntas, ―dijo irónicamente, sin humor. ―Puedo decirte algo ahora mismo.
― ¿El qué?
―Nuestro asesino utilizó la mano izquierda. Era zurdo.
― ¿Qué?
―En ambas víctimas, ―Pierre continuó. De nuevo, el tocó la cabeza cortada con un dedo enguantado. ― ¿Ves la forma en que la garganta fue seccionada? Tuvo que haber sido un cuchillo sumamente afilado empuñado con una potencia considerable. En realidad, no es fácil cortar una cabeza humana.
―Eso es bueno de escuchar, ―dijo Joseph.
Pierre asintió con la cabeza, poniéndose de pie. Joseph se puso de pie al mismo tiempo que él.
―Caballeros, ¿Estamos listos aquí? ―Pierre preguntó a Bill Smith y a los otros policías congregados. ― ¿Puedo llevar a este tipo a la morgue?
―Joseph es el superior de homicidios aquí, ―dijo Bill. ―Ya he obtenido todas mis fotografías, Joseph. Si estás listo, LePont puede llevarse el cadáver.
―Es todo tuyo, Pierre ―dijo Joseph.
LePont hizo un ademán a sus ayudantes. Se trajo una bolsa hermética para cadáveres, y Pierre se acercó a Joseph.
―Dame unas horas, luego ven a verme. Te daré lo que tenga.
―Gracias ―le dijo Joseph.
―Días como este hacen que me alegre de ser el fotógrafo ―dijo Bill.
Joseph arqueó una ceja.
― ¿Bonitas fotografías? ―preguntó escépticamente.
Bill agitó su cabeza.
―Las fotografías te persiguen. Se quedan contigo. Te puedes despertar en medio de la noche viendo esas malditas fotografías en frente tuyo. Pero por lo menos no tengo que encontrar al chiflado que hizo esto.
― ¿Chiflado? ―Joseph resonó pensativamente. ―No había pensado en nuestro tipo en tales términos, para ser sincero.
Bill lo miró fijamente con incredulidad.
―Muy bien, ¿Así que crees que alguien considerado y cito normal podría haber hecho algo así?
Joseph se encogió de hombros.
―Define normal. Mi primer instinto fue que este tipo contrarió a alguien más grande. Parece una destrucción muy metódica. Cortar la cabeza no es una cosa fácil de hacer ―Pierre acaba de asegurármelo ―y esta cabeza no sólo fue cortada, sino que se hizo con habilidad. No hay sangre. Debería de haber charcos de sangre aquí. Lo obvio sería decir que el tipo fue asesinado en otro lugar, y depositado aquí. La cabeza fue cortada con un propósito, y puesta en su sito de nuevo tan perfectamente que no me di cuenta de que no estaba unida hasta que Pierre empezó a moverla. Hay algún sistema y una razón aquí.
―Los chiflados hacen uso del sistema y la razón, ―Bill le recordó. ―Me dijiste eso mismo después de que asististe a ese curso sobre asesinos en serie en la academia del F.B.I. en Quántico. ¿Recuerdas? ―Bill le recordó.
―Mi postura es que no vamos a estar buscando a alguien obvio ―ningún espíritu maligno babeando o algo semejante que persiga la ciudad.
―Esto es condenadamente espeluznante. Justo en Bourbon Street, ―dijo Bill, agitando su cabeza con disgusto. Dejó caer su voz a un susurro. ―La chica del cementerio tenía su garganta tan cortada que la cabeza se soltó también.
―Sí.
―Recuerda, ―Bill dijo, moviendo un dedo ante Joseph ―Jack el Destripador fue supuestamente, extraordinariamente metódico con las partes del cuerpo.
―Los asesinos en serie pueden ser clasificados como organizados o desorganizados, o pueden ser una combinación, ―Joseph murmuró. ―Un asesinato estilo ejecución suele ser pre planeado, ordenado. La muerte es el objetivo final. Para algunos asesinos, es el preludio a la muerte lo que más importa. Las partes del cuerpo de Jack el Destripador tenían sangre en ellas, ―Joseph reflexionó. ―Por lo menos alguna.
―Como dije, tomar fotografías es más fácil que ir después tras los chiflados. ―Otra vez, la voz del Bill bajó. ―Deben de atrapar a este rápido, amigo. Mi esposa está profundamente asustada. ¿Han visto los titulares? No solo en el Times/Picayune. El asesinato del cementerio fue tan sensacionalista, que ha sido publicado a través del país.
Joseph exhaló un largo suspiro. Lo sabía. El asesinato del cementerio había sido horrible, sensacionalista, y admitámoslo, del estilo del Destripador. El mundo entero lo vio como un evento despiadado y terrorífico. Lo que no vieron fue que la policía no tenía nada para seguir. La chica no había peleado, no tenía ni una célula de la carne de su asesino debajo de sus uñas, ningún solitario pelo o fibra se hubiera encontrado sobre su cuerpo. Había tenido relaciones sexuales antes de su muerte, pero de acuerdo con Pierre, no habían sido forzadas. Tenían muestras de esperma, pero ningún sospechoso con quién comparar ese esperma. La prueba de ADN se estaba realizando en el F.B.I., pero los resultados podrían llevar días o semanas, y Joseph se temía ahora que su asesino podía atacar muchas veces antes de que la ciencia forense pudiera ayudarlos.
Habían encontrado miles de huellas de dedos sobre la tumba donde la asesinada prostituta fue encontrada. Lo mismo con las pisadas ―había trozos parciales casi por todos lados. No había nada en absoluto para continuar, excepto el cuerpo patético y no llorado de una puta muerta a quien nadie había aún podido nombrar.
―Asesino en serie, como dijiste, ―sugirió Bill.
Joseph tenía ese sentimiento incómodo él mismo.
―No dije exactamente eso; no lo sabemos aún. ―Dos cadáveres decapitados. Una conexión que parecía probable.
―Hey, no me hace feliz.
―Bill, no sabemos nada aún con seguridad. Todavía hay algunas diferencias aquí. Cuando consigamos más información verificable de Pierre...
―Joseph, no eres un poli que siga normas estrictas, eres un poli que se guía por el instinto. Eso es por lo que eres un buen policía. Y tú sabes que estos asesinatos son diferentes.
―Tenemos que cuidar lo que decimos alrededor de los medios de comunicación, ―Joseph insistió.
―Nueva Orleans se va a poner por las nubes.―Vio a Nicholas sobre el hombro de Bill y le dirigió una sonrisa abierta. ―Este es mi chico. Voy a recogerlo y haremos una puerta a puerta para buscar testigos nosotros mismos. Te veo después, Bill. Y recuerda, discreción sobre esto, ¿eh?
Bill asintió con la cabeza tristemente.
―Seguro.
Joseph siguió adelante. Nicholas estaba todavía ceniciento, pero recuperado excepcionalmente ―y avergonzado.
―Sólo fueron los ojos, ―le dijo a Joseph. ―Lo miré y sentí como si girará y viera lo que reflejaban sus ojos, que iba a ver lo que el monstruo le había hecho.
―Está todo bien, Nicholas. He visto a más hombres muertos que lo que me gustaría admitir, pero ese tipo es uno de los que pegan un susto a cualquiera. ¿Conseguiste información en la calle?
Nicholas asintió con la cabeza.
―En realidad, podré no ser muy bueno con los cadáveres, pero he hecho un descubrimiento que puede interesarte… y salvar un poco de mi dignidad ―le dijo Nicholas.
―No necesitas salvar tu dignidad, pero estoy intrigado por cualquier descubrimiento. ¿Qué es?
―Sígueme ―dijo Nicholas.
Con curiosidad, y esperanzado, Joseph lo hizo.
―¡Oh, Jesús! ―Nicholas Delaney juró, dándose la vuelta desde el cadáver que estaba entre los brazos de su compañero, mientras su cara presentaba un extraño y pálido tono de verde.
Era un poli joven, sólo pasaba de los veinte y cinco, con una buena apariencia, 1,82 de alto, con luminosos ojos castaños y el pelo castaño.
―Dejen al novato, chicos, tengan piedad de él, ―dijo Joseph Jonas, respaldando por un momento a su nuevo compañero. ― ¿Vas a estar bien? ―le preguntó rápidamente y en voz baja, para que lo escuchara solamente Nicholas.
Por un momento breve, Nicholas se apoyó en Joseph, el poli más mayor, dos pulgadas más alto que él, sobre los treinta uno, ancho de hombros, con músculos tensos y una figura impresionante, de pelo oscuro color castaño y puntiagudo, de ojos café claro. Joseph mantenía a raya sus emociones generalmente, prefiriendo trabajar su frustración en el gimnasio.
Nicholas aspiró rápidamente, agradeciendo la interrupción. Tomo su valor del de Joseph, asintió con la cabeza, y supo que las burlas que recibiría de los otros hombres serían livianas porque Joseph lo había respaldado.
―Estoy bien, ―dijo Nicholas.
Joseph asintió con la cabeza.
―Dejar pasó ahí, chicos. Delaney tiene que empezar a hacer algunas preguntas en el vecindario. ¡Asegúrense de que hayamos conseguido hombres para peinar estas calles; alguien debe haber visto algo! ―Joseph dijo firmemente, asegurándose de que su compañero lograra pasar a través de las hileras de policías que en su marcha rodeaban el trecho de la angosta calzada donde el cuerpo había sido encontrado. La zona estaba ahora acordonada con la cinta amarilla de delitos. Nicholas había llegado al lugar apenas unos momentos antes de que Joseph hubiera alcanzado el cadáver, y lo hubiera girado. Nicholas era nuevo en homicidios, solamente llevaba algunos años en el cuerpo, un joven irlandés que se unió a Joseph porque el capitán había dicho su nombre. Pongan a los "Irlanduchos" juntos, había sido el comentario del capitán Daniels. Joseph no negaba sus raíces irlandesas ―era, simplemente, de algún sitio ―excepto el irlandés que había traído el nombre de Jonas a Nueva Orleans hacía casi dos siglos. Joseph mismo era una mezcla de las muchas mezclas que hizo la ciudad. Tenía sangre francesa, inglesa, cajún, y ¿Quién sabía? Probablemente un poco de mezcla caribeña también. No importaba. A Joseph le gustaba Nicholas Delaney, y sabía que al capitán le gustaba también. Y por eso era qué Nicholas le había sido asignado a Joseph.
―Hagan sitio al novato, ―otra persona gritó, mientras Nicholas se dirigía al otro lado de las barreras. No importaba lo qué hubiera dicho Nicholas, Joseph tenía la certeza de que su compañero estaba a punto de enfermar.
―Esto fue duro, pequeño, ―gritó otro tipo de uniforme, y Joseph se alegró de ver que los hombres se lo pusieran fácil a Nicholas.
Realmente no había nada semejante como un buen cuerpo después de un asesinato. Aunque algunos eran peores que otros.
Joseph anduvo a zancadas hacia donde Pierre LePont estaba doblado sobre el cuerpo, decidido a estudiar el cadáver. Se agachó al lado del médico forense, que estaba estudiando los dedos del cadáver. Le hizo una leve inclinación de cabeza de reconocimiento a Pierre, y luego prestó atención al cadáver.
A diferencia de Nicholas, él había visto su buena porción de cadáveres. Demasiados ―cuerpos hinchados del Mississippi, cuerpos humanos apenas identificables como tales. El muerto de ahora, el reciente asesinato, la forma en que sangró sobre en el pavimento así como el cadáver que había logrado permanecer oculto hasta que el olor insoportable lo había sacado a la luz y el cadáver que había permanecido oculto tanto tiempo que no tenía nada más que huesos.
Y así, había algo increíblemente extraño sobre éste.
El hombre no había muerto hacía mucho tiempo ―infiernos, no podía haber pasado, no justo al lado de Bourbon Street. Acababa de empezar el día de trabajo; eran solo poco más de las nueve, así que el hombre podía haber sido asesinado justo antes del amanecer. Las personas sin hogar dormían en la calle pero en la oscuridad podrían no haberlo notado. Ni tampoco el desorden ―ninguna sangre esparcida sobre el pavimento, ningún cerebro salpicando la pared de la tienda al lado de la que estaba tendido. Este tipo estaba simplemente blanco ―excepto por la línea roja que daba la vuelta entera a su garganta y cuello. No estaba solo pálido, ni grisáceo. Estaba blanco como una hoja. Se veía casi como una caricatura de la vida. Una cosa horrible sobre él ―que seguramente es lo que había hecho a Nicholas ponerse tan verde ―era el hecho de que sus ojos estaban abiertos de par en par, y parecían reflejar un terror total. Había tal mirada de horror en ellos que estuvo tentado de volver y tratar de ver lo que esos ojos habían visionado en los minutos finales de su vida.
―Dios. ―Joseph resopló.
―Sí. ―Pierre estuvo de acuerdo. ― ¿Y quieres saber una cosa graciosa?
― ¿Hay algo divertido aquí?
Pierre hizo una mueca.
―Peculiar, ¿Sí? No hubo ninguna pelea. Este tipo estaba aterrorizado, tan aterrorizado que podría haber muerto solo de eso. Pero no ofreció ninguna oposición. Bien, he obtenido algunas muestras para analizar en la morgue, no puedo darte garantías ahora mismo, pero no parece que hubiera levantado un dedo para rechazar a su atacante.
― ¿Piensas que murió de terror?
―Podría haberse ido de un paro cardíaco… pero no lo hizo.
― ¿No? ¿Cuál fue la lesión mortal? ¿La herida de la garganta? ―Joseph agitó su cabeza incluso mientras realizaba la pregunta. Una herida en la garganta, obvio, si el pavimento hubiera estado manchado. Pero de la forma en que se veía, sin sangre, el corte de la garganta debería de haberse producido después la muerte. ― ¿Dónde está la sangre?
Pierre, un hombre pequeño, delgado y parcialmente calvo y uno de los mejores en su trabajo, agitó su cabeza también.
―Tan seguro como que hay infierno que no hay sangre aquí y, a propósito, no es solo una herida en la garganta. Este tipo ha sido decapitado.―Hizo rodar la cabeza sólo un poco, mostrando a Joseph que la cabeza había sido cuidadosamente separada totalmente del cuerpo.
Joseph sintió su estómago estremecerse.
Sacó su libreta.
― ¿Cuál es su edad? ¿Al final de la veintena?
Mike Hays, un oficial uniformado, caminó acercándose a ellos.
―Su nombre era Anthony Beale, Teniente Jonas. Oriundo de Nueva Orleans, veintinueve años. Tiene antecedentes, pequeños, cosas de poca monta. Cinco arrestos, tres por robo, uno por robo de casas, y uno por proveer de prostitutas. Solamente fue encerrado por uno de los robos, cumplió dieciocho meses por ello. Ningún medio visible de vida. Parecía que lo llevaba bien, ¿No, Teniente Jonas? Viste un traje de Armani.
―Armani, ¿No? ―Joseph dijo, y se encogió de hombros.―No muchas de personas sin hogar duermen con trajes de Armani.
―Sí, bonito traje. ―comentó Pierre peculiarmente.
―Hey, Joseph, necesito algunas fotografías más. ―le gritó Bill Smith, el fotógrafo de la policía.
Joseph y Pierre se pusieron de pie servicialmente.
Joseph observó la calle arriba y abajo. Era una sección decente del Vieux Carre, el famoso French Quarter de Nueva Orleans ―si alguna palabra pudiera ser usada para una calle que alojaba docenas de tiendas de relaciones sexuales. Sobre estos bloques especiales, sin embargo, había empresas y residencias. Dos costosos hoteles de turistas estaban solo bajando la calle al otro lado desde donde se encontraba él. Tiendas de arte, tiendas de antigüedades y boutiques se alineaban en los edificios calle abajo, con hermosas ventanas que mostraban sus productos. Se volvió hacia atrás. Oficinas, salas de baile, un gimnasio, y un salón de bronceado estaban anunciados en algunas de las habitaciones de arriba. La calle estaba revestida con un tipo de estructura que había hecho que el French Quarter fuera conocido alrededor del mundo, apuestos edificios con ventanas arqueadas y balcones de hierro forjado, contrafuertes, y otros detalles distintivos.
Miró fijamente el cuerpo del suelo. Nueva Orleans, N’Awleans, su ciudad. La adoraba. Había nacido aquí mismo, en la ciudad, literalmente en la antesala de uno de los viejos hoteles residenciales más finos, desde que su madre había encontrado deplorable lloriquear por los dolores de parto antes de que fuera necesario. Había ido a la universidad, había tratado de ver el mundo. Volvió.
Había algo en este sitio. Era el suyo. No estaba libre de crímenes. Era desobediente, chabacano. Era jazz, era la belleza, era las poderosas aguas oscuras del Mississippi. Eran los cangrejos de río ―la mejor maldita comida en el mundo entero, ―una ciudad plagada de historias de fantasmas, cuentos de reinas de vudú, y más. Había entrado en la era contemporánea con los mismos infortunios y los mismos disturbios creados en los tiempos difíciles de otras grandes ciudades ―drogas, delitos, la falta de vivienda, la inflación, el desempleo. Algunos la llamaban una ciudad de perversidad, una ciudad maldita. Bien, podría serlo, pero era su ciudad, su maldita ciudad. Lo que fuera que pudiera hacer para lograr salvarla de los actuales agarres de infierno, lo iba a hacer.
Este parecía un bonito y seco corte. Anthony Beale, matón a tiempo parcial, próspero alcahuete a otro. Se habría metido con alguien más grande; era un mal hombre que ha tenido un mal final. Uno más para los registros.
―Me hace pensar en el fiambre del cementerio, ―Pierre dijo repentinamente, incluso cuando la idea ya se le había ocurrido a Joseph.
―El cuerpo de la mujer, ―Joseph dijo. ―Y cortada en pedazos. ―Incluso tal descripción era un eufemismo. ―Jane Doe, mujer caucásica, de veinticinco a treinta años de edad, 1,68 de altura, de 57 kgs ―, había sido encontrada en el viejo cementerio de superficie fuera del French Quarter la semana pasada. Había sido encontrada tendida encima de una de las tumbas, desnuda y destripada, casi como si un moderno Jack el Destripador la hubiera tomado con ella. Algunas partes del cuerpo y sus órganos internos habían sido colocados prolijamente al lado de ella. La ciudad aún no se había recuperado del choque; todavía era el tema de conversación para residentes y turistas por igual. Naturalmente, tal delito ―sin sospechoso alguno bajo arresto ―condujo a la especulación desenfrenada y a un alto grado de temor.
―Todos estos cortes, y casi ninguna sangre, ―Pierre dijo tristemente, haciendo referencia a su Jane Doe.
―Decapitada, ―Joseph continuó con un silbido suave. ―Tal vez hemos encontrado una conexión aquí.
―Una prostituta y un alcahuete, ―Pierre asintió. ―Tendremos que rogar que haya solamente un tipo tan malvado que pueda hacer tales actos en la ciudad. Déjenme llevar a este tipo a la morgue, y veré qué más puedo encontrar.
― ¿Tienes todavía a nuestra Jane Doe en la nevera? ―Joseph preguntó.
Pierre asintió con la cabeza.
―Sí, aún está con nosotros.
―Tal vez podamos echar un vistazo a los dos juntos. Poner a nuestras cabezas juntas.
―Por supuesto, ―Pierre estuvo de acuerdo. Se encogió de hombros. ―Poner sus cabezas juntas, ―dijo irónicamente, sin humor. ―Puedo decirte algo ahora mismo.
― ¿El qué?
―Nuestro asesino utilizó la mano izquierda. Era zurdo.
― ¿Qué?
―En ambas víctimas, ―Pierre continuó. De nuevo, el tocó la cabeza cortada con un dedo enguantado. ― ¿Ves la forma en que la garganta fue seccionada? Tuvo que haber sido un cuchillo sumamente afilado empuñado con una potencia considerable. En realidad, no es fácil cortar una cabeza humana.
―Eso es bueno de escuchar, ―dijo Joseph.
Pierre asintió con la cabeza, poniéndose de pie. Joseph se puso de pie al mismo tiempo que él.
―Caballeros, ¿Estamos listos aquí? ―Pierre preguntó a Bill Smith y a los otros policías congregados. ― ¿Puedo llevar a este tipo a la morgue?
―Joseph es el superior de homicidios aquí, ―dijo Bill. ―Ya he obtenido todas mis fotografías, Joseph. Si estás listo, LePont puede llevarse el cadáver.
―Es todo tuyo, Pierre ―dijo Joseph.
LePont hizo un ademán a sus ayudantes. Se trajo una bolsa hermética para cadáveres, y Pierre se acercó a Joseph.
―Dame unas horas, luego ven a verme. Te daré lo que tenga.
―Gracias ―le dijo Joseph.
―Días como este hacen que me alegre de ser el fotógrafo ―dijo Bill.
Joseph arqueó una ceja.
― ¿Bonitas fotografías? ―preguntó escépticamente.
Bill agitó su cabeza.
―Las fotografías te persiguen. Se quedan contigo. Te puedes despertar en medio de la noche viendo esas malditas fotografías en frente tuyo. Pero por lo menos no tengo que encontrar al chiflado que hizo esto.
― ¿Chiflado? ―Joseph resonó pensativamente. ―No había pensado en nuestro tipo en tales términos, para ser sincero.
Bill lo miró fijamente con incredulidad.
―Muy bien, ¿Así que crees que alguien considerado y cito normal podría haber hecho algo así?
Joseph se encogió de hombros.
―Define normal. Mi primer instinto fue que este tipo contrarió a alguien más grande. Parece una destrucción muy metódica. Cortar la cabeza no es una cosa fácil de hacer ―Pierre acaba de asegurármelo ―y esta cabeza no sólo fue cortada, sino que se hizo con habilidad. No hay sangre. Debería de haber charcos de sangre aquí. Lo obvio sería decir que el tipo fue asesinado en otro lugar, y depositado aquí. La cabeza fue cortada con un propósito, y puesta en su sito de nuevo tan perfectamente que no me di cuenta de que no estaba unida hasta que Pierre empezó a moverla. Hay algún sistema y una razón aquí.
―Los chiflados hacen uso del sistema y la razón, ―Bill le recordó. ―Me dijiste eso mismo después de que asististe a ese curso sobre asesinos en serie en la academia del F.B.I. en Quántico. ¿Recuerdas? ―Bill le recordó.
―Mi postura es que no vamos a estar buscando a alguien obvio ―ningún espíritu maligno babeando o algo semejante que persiga la ciudad.
―Esto es condenadamente espeluznante. Justo en Bourbon Street, ―dijo Bill, agitando su cabeza con disgusto. Dejó caer su voz a un susurro. ―La chica del cementerio tenía su garganta tan cortada que la cabeza se soltó también.
―Sí.
―Recuerda, ―Bill dijo, moviendo un dedo ante Joseph ―Jack el Destripador fue supuestamente, extraordinariamente metódico con las partes del cuerpo.
―Los asesinos en serie pueden ser clasificados como organizados o desorganizados, o pueden ser una combinación, ―Joseph murmuró. ―Un asesinato estilo ejecución suele ser pre planeado, ordenado. La muerte es el objetivo final. Para algunos asesinos, es el preludio a la muerte lo que más importa. Las partes del cuerpo de Jack el Destripador tenían sangre en ellas, ―Joseph reflexionó. ―Por lo menos alguna.
―Como dije, tomar fotografías es más fácil que ir después tras los chiflados. ―Otra vez, la voz del Bill bajó. ―Deben de atrapar a este rápido, amigo. Mi esposa está profundamente asustada. ¿Han visto los titulares? No solo en el Times/Picayune. El asesinato del cementerio fue tan sensacionalista, que ha sido publicado a través del país.
Joseph exhaló un largo suspiro. Lo sabía. El asesinato del cementerio había sido horrible, sensacionalista, y admitámoslo, del estilo del Destripador. El mundo entero lo vio como un evento despiadado y terrorífico. Lo que no vieron fue que la policía no tenía nada para seguir. La chica no había peleado, no tenía ni una célula de la carne de su asesino debajo de sus uñas, ningún solitario pelo o fibra se hubiera encontrado sobre su cuerpo. Había tenido relaciones sexuales antes de su muerte, pero de acuerdo con Pierre, no habían sido forzadas. Tenían muestras de esperma, pero ningún sospechoso con quién comparar ese esperma. La prueba de ADN se estaba realizando en el F.B.I., pero los resultados podrían llevar días o semanas, y Joseph se temía ahora que su asesino podía atacar muchas veces antes de que la ciencia forense pudiera ayudarlos.
Habían encontrado miles de huellas de dedos sobre la tumba donde la asesinada prostituta fue encontrada. Lo mismo con las pisadas ―había trozos parciales casi por todos lados. No había nada en absoluto para continuar, excepto el cuerpo patético y no llorado de una puta muerta a quien nadie había aún podido nombrar.
―Asesino en serie, como dijiste, ―sugirió Bill.
Joseph tenía ese sentimiento incómodo él mismo.
―No dije exactamente eso; no lo sabemos aún. ―Dos cadáveres decapitados. Una conexión que parecía probable.
―Hey, no me hace feliz.
―Bill, no sabemos nada aún con seguridad. Todavía hay algunas diferencias aquí. Cuando consigamos más información verificable de Pierre...
―Joseph, no eres un poli que siga normas estrictas, eres un poli que se guía por el instinto. Eso es por lo que eres un buen policía. Y tú sabes que estos asesinatos son diferentes.
―Tenemos que cuidar lo que decimos alrededor de los medios de comunicación, ―Joseph insistió.
―Nueva Orleans se va a poner por las nubes.―Vio a Nicholas sobre el hombro de Bill y le dirigió una sonrisa abierta. ―Este es mi chico. Voy a recogerlo y haremos una puerta a puerta para buscar testigos nosotros mismos. Te veo después, Bill. Y recuerda, discreción sobre esto, ¿eh?
Bill asintió con la cabeza tristemente.
―Seguro.
Joseph siguió adelante. Nicholas estaba todavía ceniciento, pero recuperado excepcionalmente ―y avergonzado.
―Sólo fueron los ojos, ―le dijo a Joseph. ―Lo miré y sentí como si girará y viera lo que reflejaban sus ojos, que iba a ver lo que el monstruo le había hecho.
―Está todo bien, Nicholas. He visto a más hombres muertos que lo que me gustaría admitir, pero ese tipo es uno de los que pegan un susto a cualquiera. ¿Conseguiste información en la calle?
Nicholas asintió con la cabeza.
―En realidad, podré no ser muy bueno con los cadáveres, pero he hecho un descubrimiento que puede interesarte… y salvar un poco de mi dignidad ―le dijo Nicholas.
―No necesitas salvar tu dignidad, pero estoy intrigado por cualquier descubrimiento. ¿Qué es?
―Sígueme ―dijo Nicholas.
Con curiosidad, y esperanzado, Joseph lo hizo.
Karely Jonatika
Re: "Bajo una Sangrienta Luna Roja (Joe&Tu)" [TERMINADA]
___(Tn) Montgomery miró a través de la ventana de su oficina en el segundo piso. Desde su posición dominante podía ver la zona calle abajo, que había sido acordonaba por la policía. Podía ver las docenas de policías y los ciudadanos y turistas que estaban rondando en ambas partes de la línea. Un pequeño escalofrío serpenteó por su espina dorsal. No es que Nueva Orleans fuera una ciudad sin delitos, ―¡Lejos de ello! ―e, indudablemente, no en el Vieux Carre mismo. Pero esto tenía la apariencia de algo más allá de la norma. Los robos eran suficientemente comunes; los turistas eran advertidos por los tenderos y la dirección de los hoteles para evitar ciertas calles. Nueva Orleans no había evitado los crímenes por drogas que atormentaban el país, y no había ninguna manera, fuera del hecho de que los delitos ilegales, carnales y otros, estaban fácilmente a la venta. Con el paso de los años, la zona había visto homicidios extraños, misteriosos, y demás. Pero aún...
―¡Es un cuerpo! ―Angie Taylor, la ayudante de ___(Tn), dijo con su voz suave, arrastrando las palabras, llena de ambos, temor y fascinación, mientras atravesaba la oficina, trayendo a ___(Tn) una taza de un rico café aromatizado con achicoria. ―Un cuerpo asesinado, ―añadió enfáticamente. Angie era una dínamo, cuarenta y cinco pies con sus tacones más altos, hermosamente y apretadamente desarrollada. Era de ascendencia cajún, con un magnífico pelo oscuro y ojos inmensos, conmovedores y sensuales. Tenía una fascinación por la vida, una energía, que no la abandonaba.
Era la mejor amiga de ___(Tn), además de la asistente más competente del mundo.
―Ha habido otros asesinatos aquí anteriormente, ―___(Tn) murmuró, frunciendo el ceño mientras trataba de mirar a través de la multitud. Incluso desde su posición aquí por encima de la calle, había poco que poder ver. El cadáver estaba en una bolsa hermética para cadáveres, sobre una camilla, siendo empujado hacia la ambulancia que lo conduciría a la morgue. La multitud estaba empezando a dispersarse. Los oficiales todavía estaban ocupados detrás de la cinta del delito, especialistas y técnicos buscando pistas.
―El rumor ya es endémico en la calle. Este cuerpo fue decapitado.
___(Tn) sintió otra pequeña serpiente de escalofrío a lo largo de su columna.
―¿Cuerpo femenino o masculino?
―Masculino. Un alcahuete, si la conversación en el Café La Petite Fleur es correcta ―Angie dijo
despacio. El Café se encontraba en la puerta de al lado de ellas. Muy conveniente. Era nuevo, pero los propietarios ―marido y mujer ―eran criollos, con una historia familiar que se remontaba a los orígenes de la ciudad. Sus beignets y su café con leche estaban fuera de este mundo.
Angie continuó, hablando más despacio.
―La víctima del homicidio era un hombre joven, un tipo apuesto. Dicen que era un alcahuete que trabajaba al tipo adecuado de chicas.
―¿No era como el asesinato que llenó los periódicos el otro día? ―___(Tn) preguntó, sujetando las cortinas de encaje para mantener su vigilancia de la calle.
―No, no. El cuerpo no fue mutilado, sólo decapitado.
―Sólo decapitado, ―___(Tn) murmuró.
Angie se rió tontamente, nerviosa.
―Supongo que eso es suficientemente horrible, ¿no? Sólo fue la descripción de la manera en que esa pobre muchacha fue encontrada en el cementerio... Bien, era una pobre chica joven. Un ángel caído, si quieres. Ahora este tipo, parece ser, estaba viviendo del dolor de otros.
___(Tn) le lanzó una mirada irónica.
―Angie, no creo que todas las prostitutas sufran dolor actualmente. Algunas deciden hacer lo que hacen porque pueden sacar lo que ellas consideran un buen dinero. ―Se encogió de hombros.
―¡Algunas mujeres incluso han hecho una carrera de ser madamas!
Angie arrugó su nariz.
―Nadie se acuesta con hombres repugnantes, groseros, asquerosos y peludos sin estar sufriendo. Mi opinión aquí es que el tipo que fue asesinado anoche ―o donde fuera que fuera asesinado ―estaba vendiendo la carne de otra persona y haciendo su dinero así. No puedo imaginar nada más despreciable. ―Miró a ___(Tn) y suspiró otra vez. ―___(Tn), es sólo un poquito mejor porque era malo, malvado si quieres. Y tal vez una cosa malvada le pasó a una persona malvada, y eso es sólo un poquito más justo que lo que le pasó a esa pobre y pérdida jovencita. ¿No piensas que el mal se paga con el mal?
―No, no siempre, ―dijo ___(Tn). Luego sonrío, agitando su cabeza. ―Angie, tú estás buscando un mundo perfecto. Si hubiera un mundo perfecto, maravillosas y amables personas no estarían lisiadas y en sillas de ruedas. Los bebés no morirían de SIDA.
Angie suspiró con inmensa impaciencia.
―Es sólo mi opinión. ¿No queda bien cuando es a una persona mala a la que le pasa algo malo?
___(Tn) tuvo que sonreír ligeramente.
―¿Y qué si no fuera tan malo? ¿Y si hubiera sufrido abusos o hubiera sido maltratado cuando era un niño? ¿Y si tuviera un profundo odio psicológico hacia las mujeres…
―¡___(Tn), él era malo! ―Angie anunció con impaciencia ―el prostituyó a mujeres por dinero. ¡Y lo que es, es!
___(Tn) levantó sus manos, todavía sonriente.
―Muy bien. No tiene ninguna excusa. Ya has hecho tu observación. Aunque...
―Aunque ¿qué?
―Dos personas decapitadas en una semana.
―¿Piensas que es el mismo asesino? Una de las víctimas era un hombre, la otra una mujer. Uno fue descuartizado en pedazos y la otra, simplemente, perdió su cabeza.
___(Tn) vaciló.
―La decapitación no es algo muy común, ―dijo tranquilamente. ―Y es espeluznante. Nueva Orleans se va a volver loca. Los turistas empezarán a largarse si la policía no puede hacer un arresto rápidamente.
―Los turistas están llenando la tienda abajo ahora mismo a pesar de la policía. O puede ser que debido a ellos, ―dijo Angie con una advertencia tajante y profesional.
―Si Allie y Gema necesitan apoyo, llamarán por teléfono, ―la aseguró ___(Tn), dejando la ventana y regresando a su escritorio, arrellanándose cansadamente en el sillón giratorio de detrás.
Allie y Gema eran las vendedoras que manejaban la sección de la boutique de abajo de Magdalena's. El negocio había permanecido en la familia de ___(Tn) por años. Desde antes de la Guerra Civil, mujeres Montgomery habían estado diseñando hermosa ropa de moda. Habían sido largos trajes de etiqueta al principio, y una gran parte de las prendas de diseño exclusivo que ___(Tn) diseñó, recordaban a los trajes de noche. Pero durante los últimos años, se había encontrado a si misma trabajando también en ropa funcional y en lencería, yendo a la par de los tiempos, ella asumía. Pero junto con sus diseños únicos hechos de encargo, mantenía una boutique donde aquellos que no dispusieran de unas carteras para comprar un diseño exclusivo, pudieran encontrar artículos no corrientes, a precios especiales. Al mismo tiempo que Gema y Allie, tenía una plantilla de veinte costureras, dos supervisoras con dos ayudantes cada una, un recepcionista y un contable para manejar los tejemanejes del negocio. Ella creaba los diseños ―la lencería, la ropa de diario, incluso las joyas ―y ella y Allie, generalmente, creaban las exposiciones que se veían a través de las ventanas en la tienda de abajo. Las oficinas estaban en el segundo piso, la producción en el tercero. El edificio tenía ciento cincuenta años, encantador en su arquitectura, modernizado solo lo suficiente para hacerlo cómodo y conveniente, pero conservando su carácter.
Cissy Spillane, la recepcionista, una chica alta, cuarterona, con una figura delgada y unas facciones deslumbrantes, golpeaba suavemente sobre la puerta abierta de ___(Tn).
―___(Tn), hay dos policías en el área de recepción. Quieren hablar contigo.
―¿Conmigo? ―dijo ___(Tn), sorprendida.
Cissy se encogió de hombros.
―También me hicieron algunas preguntas, y quieren hablar con Angie. Pero parecen principalmente interesados ti.
―¿Por qué?
―Porque eres la dueña del edificio ―dijo Cissy ―Por lo menos, eso es lo que me parece a mí.
___(Tn) echó un vistazo a su reloj, molesta por sentir esa inquietud.
―Tengo una cita a las diez ―murmuró.
―Es con la Sra. Rochfort. ¡Sujetaré el viejo hacha de guerra acorralándola! ―Angie prometió.
No había ninguna manera de que pudiera negarse a ver a la policía. Volverían con profundas sospechas y órdenes de registro si lo hiciera.
―Muy bien. Acompáñalos, por favor, Cissy ―___(Tn) le dijo.
Angie salió un momento por la puerta a la oficina de ___(Tn) detrás de Cissy. Menos de treinta segundos después, Cissy volvía seguida por dos hombres. Ninguno vestía uniforme.
___(Tn) se puso de pie desde su sillón giratorio y caminó alrededor de su gran escritorio de roble, inspeccionando a los dos rápidamente. Eran un par impresionante. El hombre más joven era un alto y fornido castaño, con una sonrisa rápida y cálidos ojos marrones afectuosos, que parecieron intensificarse mientras la miraba aproximarse. Era apuesto, en la flor de la vida, pensó ___(Tn), y se preguntaba si su esposa o su novia temían por él por su trabajo.
El segundo hombre parecía ser más veterano, definitivamente más viejo, pero aun increíblemente atractivo. Por una extraña razón, le causó un pequeño revoloteo moviéndose dentro de su corazón. Él había estado observando a su alrededor, pensó ella, estudiando los enigmáticos y perspicaces ojos castaños que la analizaron tan abiertamente a cambio. Era un hombre alto, al menos 1,83 cm, de amplios hombros, con el pelo muy oscuro que ya empezaba a adquirir algunas líneas de plata en las sienes. Sus cejas eran muy oscuras, agradablemente arqueadas. Su piel estaba bronceada por la exposición al sol y tenía finas arrugas alrededor de su boca y sus ojos. Estas añadían carácter a una cara que era llamativa, más de rasgos duros que apuesta, pero esculpida limpiamente, con energía. Había fluidez en sus movimientos, algo sobre sus ojos, e incluso la curva de su boca, que era elementalmente sensual. Había un poder sobre él, una fuerza de voluntad, que eran totalmente irresistibles.
―¿La señorita Montgomery? ―preguntó. Tenía una voz profunda. Era resonante. Sintió otro pequeño estremecimiento dentro de ella.
―Sí, ¿En qué puedo ayudarlo?
―Soy Nicholas Delaney, señorita Montgomery, ―el hombre más joven se dirigió rápidamente a ofrecerla un apretón de manos. ―Éste es mi compañero, Joseph Jonas. Tenemos…
―¿Jonas? ―Repitió, volviendo sus ojos hacia el hombre más viejo. Joseph.
Él asintió con la cabeza, mirándola a cambio. Sonrío. Era una sonrisa bonita, triste, cortada a través de su bronceada cara. Añadió un encanto e incluso una mayor sensualidad a sus rasgos duramente tallados.
―Un nombre de los viejos tiempos, lo sé. Como lo es el suyo.
Ella también asintió con la cabeza, y le preguntó.
―¿No hay una estatua de uno de sus antepasados en una esquina no lejos de aquí?
―Un tatara-tatara abuelo, creo. Otro Joseph. Formó una compañía de caballería para Dixie y dirigió a muchos en una valiente carga contra los yanquis, o por lo menos, es lo que dice en la placa debajo de la estatua.
―¡Ah, sí! Recuerdo las historias sobre él. Podía viajar como un relámpago, al menos, así decían.
Jonas sonrío.
―Y es cierto, estoy encantado de conocerla. Magdalena’s ya estaba aquí cuando Joseph estaba defendiendo su ciudad.
___(Tn) asintió con la cabeza.
―Hemos cambiado durante todos estos años, pero sí, todo comenzó antes que eso.
―Sentimos molestarla, ―dijo Nicholas ―pero desafortunadamente, tenemos algunas cuestiones que debemos preguntarle.
―Muy bien, ―___(Tn) les dijo. ―¿Querrían sentarse? ¿Les puedo ofrecer un poco de café?
―No ―comenzó Joseph.
―Si ―dijo Nicholas. Miró a Joseph. ___(Tn) decidió que era evidente, que, aunque no se habían presentado con ninguna orden, Joseph era el superior aquí.
Pero Joseph parecía totalmente a gusto con su autoridad y no necesitaba demostrar nada. Sonrió con gusto a Nicholas.
―Sí. Un café estaría bien.
___(Tn) volvió detrás de su escritorio y presionó el intercomunicador, pidiendo a Cissy que trajera café para los caballeros. Luego se sentó, barriendo una mano hacia los sillones victorianos suntuosamente tapizados que miraban hacia su escritorio, agradablemente tallado. Los hombres tomaron asiento, Joseph en frente de ella a la izquierda y Nicholas en frente de ella a su derecha.
―¿Es este un asunto de negocios, caballeros? ―preguntó. Trató de mirarlos a los dos a la vez. Pero se encontró a si misma mirando fijamente a los ojos de Joseph Jonas.
Él asintió con la cabeza con gravedad, mirándola. Tenía el presentimiento de que en los pocos minutos en que habían estado juntos, él había hecho una valoración total de ella ―la manera en que ella se veía, la manera en que se movía, la forma de hablar, las cosas que dijo. Anotaría los detalles. Todos los pequeños detalles.
―¿Es usted consciente de que ha habido otro asesinato? ―dijo Nicholas.
Se las arregló para arrancar su mirada fija de Joseph y mirar a Nicholas Delaney.
―¿Otro asesinato? No es por insultar los esfuerzos de la policía, caballeros, pero soy consciente de que hay muchos homicidios todos los años en Nueva Orleans.
―Desafortunadamente, eso es cierto ―dijo Joseph. Echó un vistazo a su compañero, quizás sólo un poco irritado. ―Expresemos la pregunta de otra manera. ¿Es usted consciente de que fue encontrado un cuerpo en la calle, justo a dos bloques de aquí?
Asintió con la cabeza.
―Un joven. Un proxeneta ―por lo menos esa fue la conversación en el café de al lado.
Se escuchó un golpeteo en la puerta, y Cissy asomó su cabeza.
―Café. ¿Puedo entrarlo?
___(Tn) asintió con la cabeza.
―Gracias, Cissy, en el escritorio estará bien.
Cissy depositó la bandeja sobre la mesa, mostrando rápidamente a los oficiales el azúcar, la leche, y el edulcorante artificial. Nicholas añadió leche. Joseph tomó el suyo negro. De algún modo, ella sabía que sería así. Tenía la mirada de un hombre dedicado. Uno que se saldría fuera de su casa con una madalena en una mano y una taza de café negro en la otra. No malgastaría el tiempo en comer cuando el tiempo era crucial, y aunque necesitaría la cafeína suficientemente a menudo para continuar, no perdería el tiempo en echarse leche o azúcar. Nicholas podría llegar a ser como él algún día ―sólo que no había dado la vuelta a la manzana tantas veces como Joseph.
Se dio cuenta de que Jonas le estaba devolviendo su mirada fija. Se preguntaba si él estaba imaginando su estilo de vida, justo como ella estaba imaginando el suyo. Esos ojos castaño oscuros la estaban estudiando. Eran inquietantes. Se preguntaba, con una sombra de inquietud, que veía en ellos. Y aunque pareciera extraño, sintió esa pequeña oleada de revuelo dentro de su pecho de nuevo. Era esa clase de hombre que podía hacer eso a una mujer. Se preguntaba si era consciente de su encanto. Era un hombre atractivo. Endurecido, sensato, madurando. Y era molesto darse cuenta de cuán profundamente era atraída hacia él. Casi dolorosamente.
Y su nombre era Jonas.
Dobló sus dedos ante ella sobre su escritorio. ¿Qué le pasaba a ella? Era adulta también.
―Caballeros, soy consciente de que un cadáver fue encontrado cerca de aquí esta mañana. El de un hombre joven.
―Y era un conocido proxeneta y un delincuente menor ―Nicholas agregó.
―Sí, también escuché eso.
―¿Sí? ―Joseph preguntó.
Ella se encogió de hombros.
―Usted sabe que las noticias viajan rápido ―tenemos un pequeño café al otro lado de la puerta. En realidad, nos hemos estado preguntando aquí esta mañana si hay alguna conexión con la pobre muchacha encontrada la semana pasada.
―Obviamente, nos estamos preguntando nosotros lo mismo ―dijo Nicholas.
___(Tn) levantó sus manos.
―¿Cómo puedo ayudarlos? ¿Por qué han venido aquí?
Fue Joseph quien se inclinó hacia adelante, con sus afilados y profundos ojos castaños explorando los suyos.
―Porque, señorita Montgomery… ¿Es señorita?
Ella asintió con la cabeza.
―¿Por qué…?
―Porque, es bastante curioso que nuestro cadáver parece haber perdido la mayor parte de su sangre ―dijo Nicholas.
―Pero ―añadió Joseph suavemente, observándola, siempre observándola ―había un rastro pequeño de gotas de sangre, diminuto, casi minúsculo. Y conducía hasta aquí. Hasta la entrada arqueada que sube desde la calle hasta las oficinas del segundo piso de Empresas Montgomery.
Bueno chicas ahi esta el primer capitulo, espero que les haya gustado. Y espero ver mas firmas para poder subir el siguiente capitulo (:
P.D.
Hice unos pequeños cambios en el prologo. Simplemente cuestion de apellidos. Las quiero, besos y bienvenidas a todas, y gracias por pasarse Katita y Jane (: pero sobre todo a todas (:
―¡Es un cuerpo! ―Angie Taylor, la ayudante de ___(Tn), dijo con su voz suave, arrastrando las palabras, llena de ambos, temor y fascinación, mientras atravesaba la oficina, trayendo a ___(Tn) una taza de un rico café aromatizado con achicoria. ―Un cuerpo asesinado, ―añadió enfáticamente. Angie era una dínamo, cuarenta y cinco pies con sus tacones más altos, hermosamente y apretadamente desarrollada. Era de ascendencia cajún, con un magnífico pelo oscuro y ojos inmensos, conmovedores y sensuales. Tenía una fascinación por la vida, una energía, que no la abandonaba.
Era la mejor amiga de ___(Tn), además de la asistente más competente del mundo.
―Ha habido otros asesinatos aquí anteriormente, ―___(Tn) murmuró, frunciendo el ceño mientras trataba de mirar a través de la multitud. Incluso desde su posición aquí por encima de la calle, había poco que poder ver. El cadáver estaba en una bolsa hermética para cadáveres, sobre una camilla, siendo empujado hacia la ambulancia que lo conduciría a la morgue. La multitud estaba empezando a dispersarse. Los oficiales todavía estaban ocupados detrás de la cinta del delito, especialistas y técnicos buscando pistas.
―El rumor ya es endémico en la calle. Este cuerpo fue decapitado.
___(Tn) sintió otra pequeña serpiente de escalofrío a lo largo de su columna.
―¿Cuerpo femenino o masculino?
―Masculino. Un alcahuete, si la conversación en el Café La Petite Fleur es correcta ―Angie dijo
despacio. El Café se encontraba en la puerta de al lado de ellas. Muy conveniente. Era nuevo, pero los propietarios ―marido y mujer ―eran criollos, con una historia familiar que se remontaba a los orígenes de la ciudad. Sus beignets y su café con leche estaban fuera de este mundo.
Angie continuó, hablando más despacio.
―La víctima del homicidio era un hombre joven, un tipo apuesto. Dicen que era un alcahuete que trabajaba al tipo adecuado de chicas.
―¿No era como el asesinato que llenó los periódicos el otro día? ―___(Tn) preguntó, sujetando las cortinas de encaje para mantener su vigilancia de la calle.
―No, no. El cuerpo no fue mutilado, sólo decapitado.
―Sólo decapitado, ―___(Tn) murmuró.
Angie se rió tontamente, nerviosa.
―Supongo que eso es suficientemente horrible, ¿no? Sólo fue la descripción de la manera en que esa pobre muchacha fue encontrada en el cementerio... Bien, era una pobre chica joven. Un ángel caído, si quieres. Ahora este tipo, parece ser, estaba viviendo del dolor de otros.
___(Tn) le lanzó una mirada irónica.
―Angie, no creo que todas las prostitutas sufran dolor actualmente. Algunas deciden hacer lo que hacen porque pueden sacar lo que ellas consideran un buen dinero. ―Se encogió de hombros.
―¡Algunas mujeres incluso han hecho una carrera de ser madamas!
Angie arrugó su nariz.
―Nadie se acuesta con hombres repugnantes, groseros, asquerosos y peludos sin estar sufriendo. Mi opinión aquí es que el tipo que fue asesinado anoche ―o donde fuera que fuera asesinado ―estaba vendiendo la carne de otra persona y haciendo su dinero así. No puedo imaginar nada más despreciable. ―Miró a ___(Tn) y suspiró otra vez. ―___(Tn), es sólo un poquito mejor porque era malo, malvado si quieres. Y tal vez una cosa malvada le pasó a una persona malvada, y eso es sólo un poquito más justo que lo que le pasó a esa pobre y pérdida jovencita. ¿No piensas que el mal se paga con el mal?
―No, no siempre, ―dijo ___(Tn). Luego sonrío, agitando su cabeza. ―Angie, tú estás buscando un mundo perfecto. Si hubiera un mundo perfecto, maravillosas y amables personas no estarían lisiadas y en sillas de ruedas. Los bebés no morirían de SIDA.
Angie suspiró con inmensa impaciencia.
―Es sólo mi opinión. ¿No queda bien cuando es a una persona mala a la que le pasa algo malo?
___(Tn) tuvo que sonreír ligeramente.
―¿Y qué si no fuera tan malo? ¿Y si hubiera sufrido abusos o hubiera sido maltratado cuando era un niño? ¿Y si tuviera un profundo odio psicológico hacia las mujeres…
―¡___(Tn), él era malo! ―Angie anunció con impaciencia ―el prostituyó a mujeres por dinero. ¡Y lo que es, es!
___(Tn) levantó sus manos, todavía sonriente.
―Muy bien. No tiene ninguna excusa. Ya has hecho tu observación. Aunque...
―Aunque ¿qué?
―Dos personas decapitadas en una semana.
―¿Piensas que es el mismo asesino? Una de las víctimas era un hombre, la otra una mujer. Uno fue descuartizado en pedazos y la otra, simplemente, perdió su cabeza.
___(Tn) vaciló.
―La decapitación no es algo muy común, ―dijo tranquilamente. ―Y es espeluznante. Nueva Orleans se va a volver loca. Los turistas empezarán a largarse si la policía no puede hacer un arresto rápidamente.
―Los turistas están llenando la tienda abajo ahora mismo a pesar de la policía. O puede ser que debido a ellos, ―dijo Angie con una advertencia tajante y profesional.
―Si Allie y Gema necesitan apoyo, llamarán por teléfono, ―la aseguró ___(Tn), dejando la ventana y regresando a su escritorio, arrellanándose cansadamente en el sillón giratorio de detrás.
Allie y Gema eran las vendedoras que manejaban la sección de la boutique de abajo de Magdalena's. El negocio había permanecido en la familia de ___(Tn) por años. Desde antes de la Guerra Civil, mujeres Montgomery habían estado diseñando hermosa ropa de moda. Habían sido largos trajes de etiqueta al principio, y una gran parte de las prendas de diseño exclusivo que ___(Tn) diseñó, recordaban a los trajes de noche. Pero durante los últimos años, se había encontrado a si misma trabajando también en ropa funcional y en lencería, yendo a la par de los tiempos, ella asumía. Pero junto con sus diseños únicos hechos de encargo, mantenía una boutique donde aquellos que no dispusieran de unas carteras para comprar un diseño exclusivo, pudieran encontrar artículos no corrientes, a precios especiales. Al mismo tiempo que Gema y Allie, tenía una plantilla de veinte costureras, dos supervisoras con dos ayudantes cada una, un recepcionista y un contable para manejar los tejemanejes del negocio. Ella creaba los diseños ―la lencería, la ropa de diario, incluso las joyas ―y ella y Allie, generalmente, creaban las exposiciones que se veían a través de las ventanas en la tienda de abajo. Las oficinas estaban en el segundo piso, la producción en el tercero. El edificio tenía ciento cincuenta años, encantador en su arquitectura, modernizado solo lo suficiente para hacerlo cómodo y conveniente, pero conservando su carácter.
Cissy Spillane, la recepcionista, una chica alta, cuarterona, con una figura delgada y unas facciones deslumbrantes, golpeaba suavemente sobre la puerta abierta de ___(Tn).
―___(Tn), hay dos policías en el área de recepción. Quieren hablar contigo.
―¿Conmigo? ―dijo ___(Tn), sorprendida.
Cissy se encogió de hombros.
―También me hicieron algunas preguntas, y quieren hablar con Angie. Pero parecen principalmente interesados ti.
―¿Por qué?
―Porque eres la dueña del edificio ―dijo Cissy ―Por lo menos, eso es lo que me parece a mí.
___(Tn) echó un vistazo a su reloj, molesta por sentir esa inquietud.
―Tengo una cita a las diez ―murmuró.
―Es con la Sra. Rochfort. ¡Sujetaré el viejo hacha de guerra acorralándola! ―Angie prometió.
No había ninguna manera de que pudiera negarse a ver a la policía. Volverían con profundas sospechas y órdenes de registro si lo hiciera.
―Muy bien. Acompáñalos, por favor, Cissy ―___(Tn) le dijo.
Angie salió un momento por la puerta a la oficina de ___(Tn) detrás de Cissy. Menos de treinta segundos después, Cissy volvía seguida por dos hombres. Ninguno vestía uniforme.
___(Tn) se puso de pie desde su sillón giratorio y caminó alrededor de su gran escritorio de roble, inspeccionando a los dos rápidamente. Eran un par impresionante. El hombre más joven era un alto y fornido castaño, con una sonrisa rápida y cálidos ojos marrones afectuosos, que parecieron intensificarse mientras la miraba aproximarse. Era apuesto, en la flor de la vida, pensó ___(Tn), y se preguntaba si su esposa o su novia temían por él por su trabajo.
El segundo hombre parecía ser más veterano, definitivamente más viejo, pero aun increíblemente atractivo. Por una extraña razón, le causó un pequeño revoloteo moviéndose dentro de su corazón. Él había estado observando a su alrededor, pensó ella, estudiando los enigmáticos y perspicaces ojos castaños que la analizaron tan abiertamente a cambio. Era un hombre alto, al menos 1,83 cm, de amplios hombros, con el pelo muy oscuro que ya empezaba a adquirir algunas líneas de plata en las sienes. Sus cejas eran muy oscuras, agradablemente arqueadas. Su piel estaba bronceada por la exposición al sol y tenía finas arrugas alrededor de su boca y sus ojos. Estas añadían carácter a una cara que era llamativa, más de rasgos duros que apuesta, pero esculpida limpiamente, con energía. Había fluidez en sus movimientos, algo sobre sus ojos, e incluso la curva de su boca, que era elementalmente sensual. Había un poder sobre él, una fuerza de voluntad, que eran totalmente irresistibles.
―¿La señorita Montgomery? ―preguntó. Tenía una voz profunda. Era resonante. Sintió otro pequeño estremecimiento dentro de ella.
―Sí, ¿En qué puedo ayudarlo?
―Soy Nicholas Delaney, señorita Montgomery, ―el hombre más joven se dirigió rápidamente a ofrecerla un apretón de manos. ―Éste es mi compañero, Joseph Jonas. Tenemos…
―¿Jonas? ―Repitió, volviendo sus ojos hacia el hombre más viejo. Joseph.
Él asintió con la cabeza, mirándola a cambio. Sonrío. Era una sonrisa bonita, triste, cortada a través de su bronceada cara. Añadió un encanto e incluso una mayor sensualidad a sus rasgos duramente tallados.
―Un nombre de los viejos tiempos, lo sé. Como lo es el suyo.
Ella también asintió con la cabeza, y le preguntó.
―¿No hay una estatua de uno de sus antepasados en una esquina no lejos de aquí?
―Un tatara-tatara abuelo, creo. Otro Joseph. Formó una compañía de caballería para Dixie y dirigió a muchos en una valiente carga contra los yanquis, o por lo menos, es lo que dice en la placa debajo de la estatua.
―¡Ah, sí! Recuerdo las historias sobre él. Podía viajar como un relámpago, al menos, así decían.
Jonas sonrío.
―Y es cierto, estoy encantado de conocerla. Magdalena’s ya estaba aquí cuando Joseph estaba defendiendo su ciudad.
___(Tn) asintió con la cabeza.
―Hemos cambiado durante todos estos años, pero sí, todo comenzó antes que eso.
―Sentimos molestarla, ―dijo Nicholas ―pero desafortunadamente, tenemos algunas cuestiones que debemos preguntarle.
―Muy bien, ―___(Tn) les dijo. ―¿Querrían sentarse? ¿Les puedo ofrecer un poco de café?
―No ―comenzó Joseph.
―Si ―dijo Nicholas. Miró a Joseph. ___(Tn) decidió que era evidente, que, aunque no se habían presentado con ninguna orden, Joseph era el superior aquí.
Pero Joseph parecía totalmente a gusto con su autoridad y no necesitaba demostrar nada. Sonrió con gusto a Nicholas.
―Sí. Un café estaría bien.
___(Tn) volvió detrás de su escritorio y presionó el intercomunicador, pidiendo a Cissy que trajera café para los caballeros. Luego se sentó, barriendo una mano hacia los sillones victorianos suntuosamente tapizados que miraban hacia su escritorio, agradablemente tallado. Los hombres tomaron asiento, Joseph en frente de ella a la izquierda y Nicholas en frente de ella a su derecha.
―¿Es este un asunto de negocios, caballeros? ―preguntó. Trató de mirarlos a los dos a la vez. Pero se encontró a si misma mirando fijamente a los ojos de Joseph Jonas.
Él asintió con la cabeza con gravedad, mirándola. Tenía el presentimiento de que en los pocos minutos en que habían estado juntos, él había hecho una valoración total de ella ―la manera en que ella se veía, la manera en que se movía, la forma de hablar, las cosas que dijo. Anotaría los detalles. Todos los pequeños detalles.
―¿Es usted consciente de que ha habido otro asesinato? ―dijo Nicholas.
Se las arregló para arrancar su mirada fija de Joseph y mirar a Nicholas Delaney.
―¿Otro asesinato? No es por insultar los esfuerzos de la policía, caballeros, pero soy consciente de que hay muchos homicidios todos los años en Nueva Orleans.
―Desafortunadamente, eso es cierto ―dijo Joseph. Echó un vistazo a su compañero, quizás sólo un poco irritado. ―Expresemos la pregunta de otra manera. ¿Es usted consciente de que fue encontrado un cuerpo en la calle, justo a dos bloques de aquí?
Asintió con la cabeza.
―Un joven. Un proxeneta ―por lo menos esa fue la conversación en el café de al lado.
Se escuchó un golpeteo en la puerta, y Cissy asomó su cabeza.
―Café. ¿Puedo entrarlo?
___(Tn) asintió con la cabeza.
―Gracias, Cissy, en el escritorio estará bien.
Cissy depositó la bandeja sobre la mesa, mostrando rápidamente a los oficiales el azúcar, la leche, y el edulcorante artificial. Nicholas añadió leche. Joseph tomó el suyo negro. De algún modo, ella sabía que sería así. Tenía la mirada de un hombre dedicado. Uno que se saldría fuera de su casa con una madalena en una mano y una taza de café negro en la otra. No malgastaría el tiempo en comer cuando el tiempo era crucial, y aunque necesitaría la cafeína suficientemente a menudo para continuar, no perdería el tiempo en echarse leche o azúcar. Nicholas podría llegar a ser como él algún día ―sólo que no había dado la vuelta a la manzana tantas veces como Joseph.
Se dio cuenta de que Jonas le estaba devolviendo su mirada fija. Se preguntaba si él estaba imaginando su estilo de vida, justo como ella estaba imaginando el suyo. Esos ojos castaño oscuros la estaban estudiando. Eran inquietantes. Se preguntaba, con una sombra de inquietud, que veía en ellos. Y aunque pareciera extraño, sintió esa pequeña oleada de revuelo dentro de su pecho de nuevo. Era esa clase de hombre que podía hacer eso a una mujer. Se preguntaba si era consciente de su encanto. Era un hombre atractivo. Endurecido, sensato, madurando. Y era molesto darse cuenta de cuán profundamente era atraída hacia él. Casi dolorosamente.
Y su nombre era Jonas.
Dobló sus dedos ante ella sobre su escritorio. ¿Qué le pasaba a ella? Era adulta también.
―Caballeros, soy consciente de que un cadáver fue encontrado cerca de aquí esta mañana. El de un hombre joven.
―Y era un conocido proxeneta y un delincuente menor ―Nicholas agregó.
―Sí, también escuché eso.
―¿Sí? ―Joseph preguntó.
Ella se encogió de hombros.
―Usted sabe que las noticias viajan rápido ―tenemos un pequeño café al otro lado de la puerta. En realidad, nos hemos estado preguntando aquí esta mañana si hay alguna conexión con la pobre muchacha encontrada la semana pasada.
―Obviamente, nos estamos preguntando nosotros lo mismo ―dijo Nicholas.
___(Tn) levantó sus manos.
―¿Cómo puedo ayudarlos? ¿Por qué han venido aquí?
Fue Joseph quien se inclinó hacia adelante, con sus afilados y profundos ojos castaños explorando los suyos.
―Porque, señorita Montgomery… ¿Es señorita?
Ella asintió con la cabeza.
―¿Por qué…?
―Porque, es bastante curioso que nuestro cadáver parece haber perdido la mayor parte de su sangre ―dijo Nicholas.
―Pero ―añadió Joseph suavemente, observándola, siempre observándola ―había un rastro pequeño de gotas de sangre, diminuto, casi minúsculo. Y conducía hasta aquí. Hasta la entrada arqueada que sube desde la calle hasta las oficinas del segundo piso de Empresas Montgomery.
Bueno chicas ahi esta el primer capitulo, espero que les haya gustado. Y espero ver mas firmas para poder subir el siguiente capitulo (:
P.D.
Hice unos pequeños cambios en el prologo. Simplemente cuestion de apellidos. Las quiero, besos y bienvenidas a todas, y gracias por pasarse Katita y Jane (: pero sobre todo a todas (:
Karely Jonatika
Re: "Bajo una Sangrienta Luna Roja (Joe&Tu)" [TERMINADA]
new reader!
esta novela esta genial!en serio!
siguela porfa!
esta novela esta genial!en serio!
siguela porfa!
Lulajonatica
Re: "Bajo una Sangrienta Luna Roja (Joe&Tu)" [TERMINADA]
Dios! Mori, resucite, emocione y el final del capi
me mato de nuevo.
Siguela mi Kare. Esta nove Rockea (?
M E E N C A N T A
me mato de nuevo.
Siguela mi Kare. Esta nove Rockea (?
M E E N C A N T A
Jane JB ILU Joe
Página 1 de 8. • 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8
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