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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
Hola chicas.... mil disculpas por no haberme pasado por aqui antes.... esto de la música y la adicción a la literatura no deja nada bueno:¬¬: ..... ok, si lo deja:jojojo: , pero me ha quitado vastante tiempo esta ultima semana:why: ... pero prometo que no volvera a suceder, en fin, les dejo aqui un capitulo, a partir de mañana, seguire con los siguientes... besos, y de nuevo lo siento mucho
CAPÍTULO 8
Parte 1
Una vena palpitó en las sienes de Joe mientras gritaba.
—¡Fenster! ¡En la línea treinta y dos tienes que ir por la izquierda! ¡Si no habríamos dicho en la línea treinta y dos por la jodida derecha! —Tiró el portapapeles contra el suelo.
Alguien se paró a su lado, pero él observaba el atasco del juego tan fijamente que tardó varios minutos en levantar la vista. Cuando lo hizo, por un instante no reconoció al hombre y ya estaba a punto de decirle que saliera de su campo de entrenamiento cuando se dio cuenta de quien era.
—¿Ronald?
—Entrenador.
No parecía el mismo; parecía un gigoló sudamericano. Su pelo estaba engominado hacia atrás y llevaba gafas de sol, bermudas y camiseta y una de esas chaquetas de deportista europeo con el cuello subido y las mangas por los codos.
—Jesús, Ronald, ¿de que vas?
—Estoy en paro. No tengo porqué ponerme traje.
Joe miró el cigarrillo que llevaba en la mano.
—¿Desde cuándo fumas?
—Fumo de vez en cuando. Pero claro, nunca pensé que fuese una buena idea hacerlo cerca de los chicos. —Puso el cigarrillo en la comisura de su boca y señaló el campo con la cabeza—. Tienes un buen atasco en el campo.
—Mientras Fenster no distinga la derecha de la izquierda.
—Bucker parece bueno.
Joe estaba aún alucinado por los cambios que observaba en Ronald, no sólo lo diferente de su apariencia sino su inusual seguridad en sí mismo.
—Lo es.
—¿Eligió ______al nuevo presidente? —preguntó Ronald.
—Joder, no.
—Eso creía.
Joe bufó con repulsión. ______tenía la lista de candidatos desde el día en que había llegado hacía más de una semana, pero en vez de elegir, le había dicho que quería volver a contratar a Ronald. Él le recordó que tenían un acuerdo y le dijo que o elegía un presidente adecuado o se buscaba un nuevo entrenador. Cuando ella se dio cuenta de lo que él quería decir, dejo de discutir. Pero aún no había elegido presidente en el partido de pretemporada del último fin de semana y teniendo encima el partido de apertura de liga del domingo, aún no había entrevistado ni a uno sólo de los candidatos.
En vez de trabajar, ella se sentaba al escritorio en la vieja oficina de Ronald y leía revistas de modas. Decía que no usaba la oficina de Bert porque no le gustaba la decoración. Cuando alguien le daba incluso lo más sencillo para
firmar, su nariz se arrugaba y decía que lo haría más tarde, pero nunca lo hacía. El lunes, cuando la abordó porque de alguna manera había evitado firmar los cheques de los sueldos de todo el mundo, ¡estaba pintándose sus malditas uñas! Entonces él se había enfadado, pero apenas había comenzado a gritar cuando el labio superior de ______había comenzado a temblar y le había dicho que no le podía hablar así porque estaba con síndrome premenstrual.
En algún momento de la semana anterior ______había adelantado como un relámpago a Valerie en habilidad para sacarle de quicio. Se suponía que los dueños de los equipos de la NFL ofrecían una combinación de respeto, temor y
alarma en sus empleados. Incluso los entrenadores más veteranos se doblegaban con precaución alrededor de un hombre como Al Davis, el dueño de fuerte voluntad de los Raiders. Joe sabía que nunca podría volver a levantar
cabeza si alguien sabía que el dueño de su equipo no soportaba gritos porque estaba con ¡síndrome premenstrual!
Era, sin duda, la excusa más pobre, irrazonable y absurda que un ser humano había puesto en la vida.
Al principio se había preguntado si ella no sería más lista de lo que parecía, pero ahora sabía que era todavía más tonta; la chica más bonita y tonta del mundo se estaba cargando su equipo de fútbol.
Si no tuviera ese cuerpo tan tentador. Era duro ignorarlo, incluso para alguien como él, que ya estaba de vuelta en lo que las mujeres podían ofrecer antes de tener veintiún años. Sabía que la vida de los jugadores profesionales
era como pensar en una gran orgía, con todo a su alcance. Incluso ahora, cuando el sexo era demasiado peligroso, la mujeres, desde vestíbulos de hoteles a aparcamientos de estadios acosaban a los jugadores, con sus
números de teléfono escritos en sus estómagos desnudos, o algunas veces incluso en otros sitios.
Recordó sus comienzos, cuando había apuntado alguno, algunas veces incluso dos y se había dado el gusto, pasando las noches perdido entre whisky Cutty Sark y sexo. Había hecho cosas en las que el resto de la población
masculina se conformaba con soñar, pero cuando la novedad había pasado, había comenzado a encontrar algo patético en esos encuentros. Cuando llegó a los treinta, sustituyó a las fans del fútbol por mujeres que tenían algo más que
un cuerpo caliente y el sexo otra vez había sido entretenido. Luego había encontrado a Valerie y había comenzado la espiral descendente en la que estaba en estos momentos. Pero esa espiral estaba a punto de remontar ahora que Sharon Anderson había entrado en su vida.
La tarde del martes había visitado la guardería para verla otra vez con los niños e invitarla a tomar café cuando acabó. Tenía algunas manchas en sus ropas que le hicieron querer abrazarla: Zumo de uva, pasta, suciedad del
campo de juegos. Era tranquila y simpática, exactamente lo que él quería en una mujer, lo cual hacía que su respuesta física a ______Somerville fuera aún más irritante. Era una mujer del tipo “botas altas y liguero”, lo más alejado
posible de un montón de niños inocentes.
Ronald puso un pie en la grada y se quedó mirando el campo de entrenamiento.
—______continúa pidiéndome que le diga quién es el mejor candidato para presidente.
Joe le echó una mirada especulativa.
—¿La has visto?
—Nosotros pasamos… un montón de tiempo juntos.
—¿Por qué?
Ronald se encogió de hombros.
—Confía en mí.
Joe no mostró nada, ocultando su desasosiego. ¿Tenía ______algo que ver con los cambios en Ronald?
—Supongo que no me di cuenta de que erais amigos.
—No somos exactamente amigos. —Ronald dio una calada al cigarrillo—. Las mujeres dicen que soy majo, supongo que ______no es la excepción.
—¿Cómo que majo?
—Es por el aire que tengo a lo Cruise. La mayoría de hombres no se Joe cuenta, pero las mujeres creen que me parezco a Tom Cruise.
Joe resopló enojado. Primero Bobby Tom decía que se parecía a una estrella de cine y ahora Ronald. Pero entonces, mientras estudiaba a Ron más de cerca, no pudo negar que había un vago parecido.
—Bueno, supongo que os parecéis algo. Nunca me había fijado.
—Hace que las mujeres sientan que pueden confiar en mí. Entre otras cosas. —Tomó una profunda calada a su cigarrillo—. Hace que mi vida amorosa sea un infierno, si yo te contara…
Los instintos que advertían a Joe del peligro y que estaban tan adecuadamente entrenados como los soldados para una batalla, hicieron que se le erizara el pelo de la nuca.
—¿Qué quieres decir? —dijo suavemente.
—Las mujeres pueden llegar a ser muy dominantes.
—Creo que nunca pensé que tuvieras tanto éxito con las mujeres.
—Me va bastante bien. —Arrojó al suelo su cigarrillo y lo pisó con su
zapato—. Me tengo que ir. Buena suerte con Phoebe. Es realmente una gata salvaje, te va a dar trabajo meterla en vereda.
Joe ya había oído bastante. Levantando el brazo, cogió a Ronald por el hombro, haciéndolo casi caer.
—Ve al grano. ¿Qué demonios pasa?
—¿Con respecto a qué?
—Tú y Phoebe.
—Es una mujer inusual.
—¿Qué le has dicho sobre los candidatos a presidente?
A pesar del apretón de Joe , la mirada de Ronald era tranquila y desconcertantemente confiada.
—Te diré lo que no le he dicho. No le he dicho que Andy Carruthers es
ideal para el puesto.
—Sabes que lo es.
—No, si no puede manejar a Phoebe.
Joe lentamente le soltó y su voz sonó peligrosamente calmada.
—Exactamente, ¿qué quieres decir?
—Lo que digo, Joe , es que tienes el culo al aire, porque ahora mismo, la única persona en la que ella confía y que sabe alguna maldita cosa de fútbol soy yo. Y a mí me despedisteis.
—¡Merecías ser despedido! No estabas haciendo tu trabajo.
—Hice que firmara esos contratos el primer día, ¿no? Por lo que he oído, nadie más ha podido hacer que firme algo.
—Tuviste tiempo después de la muerte de Bert para hacerlo, y no lo hiciste. Ni ninguna otra cosa.
—No tenía autoridad para actuar porque ______no devolvía mis llamadas.
—Encendió un nuevo pitillo y tuvo el descaro de sonreír—. Pero te puedo asegurar que ahora si lo hace.
El temperamento de Joe comenzó a arder y cogió a Ronald por las solapas de la chaqueta.
—Eres un hijo de puta. Te acuestas con ella, ¿no?
Tuvo que apreciar el valor del chico. Su tez estaba un poco pálida, pero se mantenía firme.
—Eso no es asunto tuyo.
—No más juegos. ¿Qué quieres?
—No eres estúpido, Joe . Averígualo por ti mismo.
—No recuperarás tu trabajo.
—Entonces tienes un gran problema porque ______no hará nada a no ser que yo se lo diga.
Joe apretó los dientes.
—Te voy a romper la cara.
Ronald tragó saliva.
—No creo que a ella le gustase. Está loca por mi cara.
Joe pensó enfurecido, pero sólo había una conclusión. Ronald lo tenía cogido por los huevos, él y nadie más. Iba contra todas sus creencias, pero no parecía tener otra opción. Gradualmente, le soltó la camiseta.
—Bueno, has recuperado tu trabajo por ahora. Pero como no la controles, te colgaré del marcador con el culo al aire. ¿Me has entendido?
Ronald le dio un golpecito a su cigarrillo y luego levantó la solapa de la chaqueta con los pulgares.
—Me lo pensaré.
Joe le observó marcharse totalmente atónito.
Cuando Ronald alcanzó su coche, tenía sudada hasta la chaqueta. ¡Joe !
Había llamado Joe al entrenador y todavía estaba vivo. Oh, Dios Mío. Oh, Válgame Dios.
Entre los cigarrillos y la arritmia, había comenzado a hiperventilar. Al mismo tiempo, nunca se había sentido mejor en su vida. Se sentó en el asiento del conductor y cogió el teléfono. Después de tocar nerviosamente los botones durante unos momentos, ______descolgó.
Sin aliento empujó el video de “Los riesgos de los negocios” que ella le había dejado, de debajo de su cadera.
—Lo conseguimos, Phoebe.
—¡Estás de broma! —Él podía imaginarse su gran sonrisa.
—Hice exactamente lo que dijiste —se le entrecortó la respiración— y dio resultado. Pero creo que ahora estoy teniendo un ataque al corazón.
—Respira profundamente; No quiero perderte ahora —se rió ella—. No me lo puedo creer.
—Ni yo. —Comenzaba a sentirse mejor—. Déjame que me quite esta ropa y me lave el pelo y estaré en plena forma.
—No será demasiado pronto. Tenemos un montón de trabajo y no tengo ni la más remota idea de cómo hacerlo. —Hubo un momento de silencio—. Oh, oh, viene para aquí. Oigo un furioso ruido de pasos por el pasillo.
Rápidamente colgó el teléfono, agarró un espejito de maquillaje con mano temblorosa y lo elevó hasta sus cejas justo en el mismo momento que Joe abría ruidosamente la puerta de su oficina. Vio por un momento la alarmada cara de su secretaria detrás de él antes de que cerrase Joe do un portazo.
La ventana de su oficina daba a los campos de entrenamiento, así que ella sabía como estaba él a esas alturas. Lo había visto tirar el portapapeles y cargar sobre el campo cuando alguien hacía algo que no le gustaba. Lo había visto lanzar su cuerpo sin protección sobre un jugador totalmente equipado para demostrar algún misterioso movimiento de fútbol. Y alguna vez, cuándo ya era tarde y los demás jugadores se habían marchado, lo había observado correr
por la pista con una camiseta manchada de sudor y unos grises pantalones
cortos de deporte que dejaban al descubierto un par de piernas poderosamente
musculosas.
Tragando saliva, lo miró inocentemente.
—Oh, Dios mío. El gran lobo malo acaba de derribar mi puerta. ¿Qué hice ahora?
—Tú ganas.
—Vale. ¿Cuál es el premio?
—Ronald. —Le chirriaron los dientes—. He decidido que no me marcharé si decides volver a contratarle.
—Eso es maravilloso.
—No desde mi punto de vista.
—Ron no es en realidad el incompetente que pareces pensar que es.
—Es una salchichita.
—Estupendo, y tú eres un Hot Dog, por eso deberíais llevaros de maravilla.
La miró con el ceño fruncido y luego dejó que sus ojos vagaran sobre ella con una insolencia que nunca había exteriorizado antes.
—Ronald asegura que sabe como obtener de ti lo que quiere. Pero tal vez hay algo que deberías saber. Las mujeres de negocios no se acuestan con los hombres que trabajan para ellas.
Aunque no había hecho nada malo, la puya le dolió y se obligó a darle la respuesta con mucha suavidad.
—¿Celoso porque no te escogí a ti?
—No. Solo me temo que luego sigas con mis jugadores.
Ella apretó los puños, pero antes de que pudiera responderle, ya había abandonado la oficina.
*****
Ray Hardesty se mantuvo en las sombras de los pinos al otro lado de la valla del campo de entrenamiento y observó las zancadas de Joe Jonas sobre la pista. Ray tenía que dejar ese lugar pronto, pero no hizo ningún movimiento para irse. En vez de eso, tosió y apagó otro cigarrillo, aplastándolo en la hierba bajo sus pies. Parte de la hierba estaba verde, pero otra parte se había quemado con las tormentas de la pasada semana, dejando solo algunos
hierbajos amarillentos.
Todos los días se decía a sí mismo que no iba a volver allí otra vez, pero de todos modos regresaba. Y todos los días cuándo su esposa le preguntaba donde iba, le decía que al True Value. Nunca llevaba nada a casa, pero ella seguía preguntando. Había llegado a un punto que casi no podía soportar verla delante Ray se frotó con el dorso de la mano la mandíbula cubierta de barba y no le sorprendió no sentir nada. La mañana que la policía había llegado a su casa
para notificarle que Ray Junior había muerto en un accidente automovilístico, había dejado de notar la diferencia entre caliente y frío. Su esposa decía que era temporal, pero Ray sabía que no, de la misma manera que sabía que nunca
podría volver a ver como su hijo jugaba con los Stars otra vez. Toda su vida había dado un vuelco desde esa mañana. Miraba la televisión durante horas sólo para percatarse que no se oía. Echaba sal en su café en vez de azúcar y no
advertía el sabor hasta que taza estaba vacía.
Ahora nada iba bien. Él había sido alguien importante cuando Ray Junior jugaba para los Stars. Para los tíos del trabajo, para los vecinos, para los niños del parque, todo el mundo le trataba con respeto. Ahora le miraban con piedad.
Ahora era insignificante y toda era culpa de Jonas . Si Ray Junior no hubiera estado tan contrariado porque lo habían echado de los Stars, no habría estrellado el coche contra esa pared. Por culpa de Jonas , Ray Sr. no podría levantar cabeza nunca más.
Ray Junior le había contado como Jonas lo había señalado durante un mes, acusándole de beber en exceso y algo sobre jodidas drogas solo porque tomaba algo de esteroides como todos los demás en la NFL. Tal vez Ray Junior
se había comportado de manera salvaje, pero eso era lo que hacía que fuera un jugador genial. Sin duda alguna no había sido un maldito drogadicto. Brewster, el anterior entrenador de los Stars, nunca se había quejado. Fue cuando
Brewster había sido despedido y Jonas había asumido el control que los problemas comenzaron.
Todo el mundo había comentado siempre cuánto se parecían él y su hijo.
Ray Junior también había tenido la cara deformada como un boxeador profesional, con nariz grande, ojos pequeños y cejas pobladas. Pero su hijo no había vivido el tiempo suficiente para sacar panza a la altura de la cintura y no había ni un pelo gris en su cabeza cuando lo enterraron.
La vida de Ray Sr. había estado llena de desilusiones. Pensó en cuando había querido ser policía, pero cuando lo había intentado, parecía que no querían tener negros. Había querido casarse con una mujer bella, pero había acabado con Ellen. Al principio incluso Ray Junior había sido una desilusión.
Pero su viejo lo había endurecido y el último año de la escuela secundaria, Ray se había sentido como un rey cuando se sentaba en las grada y observaba a su niño jugar a la pelota.
Ahora era un don nadie otra vez.
Comenzó a toser y le llevó casi un minuto controlar los espasmos. Los doctores le habían dicho hacía un año que debía dejar de fumar porque tenía mal el corazón y problemas en los pulmones. No le habían dicho directamente que se estaba muriendo, pero él lo sabía de todas maneras y ni siquiera se cuidaba. Todo lo que le preocupaba era ajustar cuentas con Joe Jonas .
Ray Senior disfrutaba de cada partido que los Stars perdían porque probaba que el equipo no valía una mierda sin su niño. Había grabado en su mente que iba a vivir hasta el día en que todo el mundo supiera el error que aquel bastardo había cometido al despedir a Ray Junior. Iba a vivir hasta el día que Jonas se tuviera que comer toda la mierda por lo que había hecho.
*****
El olor a whisky y puros caros envolvió a ______cuando entró en el palco del dueño el domingo siguiente. Estaba haciendo lo que había jurado que nunca haría, asistía a un partido de fútbol ya que Ron la había convencido de que la dueña de los Stars no podía perderse el primer partido de la temporada.
El Midwest Sports Domo que tenía forma hexagonal en realidad se había construido en una presa abandonada rellenada de grava que se asentaba en el centro de cientos de acres del territorio al norte de Tollway. Cuando los Stars no jugaban, la cubierta del domo de vidrio y acero se alquilaba para distintas celebraciones religiosas donde se trasladaba arrastrada por tractores. Tenía instalaciones para banquetes, un elegante restaurante y asientos para ochenta y cinto mil personas.
—Esto es un despilfarro. —Le murmuró ______a Ron cuando entró en el palco de vidrio del dueño, con sus dos televisores y su pared de ventanas sobresaliendo en voladizo encima del campo. Se acababa de enterar de que los
palcos del Midwest Sports Dome se alquilaban por ochenta mil dólares al año.
—Los palcos son de las pocas cosas que nos proporcionan ganancias de este miserable estadio que contrató Bert —dijo Ron mientras cerraba la puerta detrás de ellos—. De hecho este son dos en uno.
Ella miró a través del humo de los cigarros la lujosa decoración dorada y azul: gruesa alfombra, confortable salón con una barra de caoba bien surtida.
Había nueve o diez hombres presentes, no sabía si eran colegas de su padre o los dueños del quince por ciento de los Stars que Bert había tenido que vender hacía varios años, cuando necesitó dinero en efectivo.
—Ron, ¿no ves nada raro?
—¿Cómo qué?
—A mí. Soy la única mujer. ¿No tiene esposa algunos de estos hombres?
—Bert no dejaba que las mujeres entraran en el palco del dueño durante los partidos. —Sus ojos brillaron con picardía—. Demasiada charla.
—Estás bromeando.
—Las esposas tienen asientos en el palco de fuera. No es algo raro en la NFL.
—Un club de chicos.
—Exactamente.
Un hombre demasiado gordo que vagamente recordaba haberse encontrado en el entierro de su padre fue hacia ella, con los ojos saliéndose de las órbitas cuando se fijaron en su ropa. Llevaba puesto un vestido que Simone llamaba “fregona” porque la parte de la falda estaba cortada en anchos listones desde un poco por encima de la rodilla hasta la bastilla. Con cada paso que daba sus piernas se entreveían entre los listones rosados. El corpiño “palabra de honor” se pegaba a sus pechos. El hombre sujetaba una copa de cristal tallado totalmente llena de licor y su saludo efusivo le hizo sospechar que no era la primera.
—Espero que nos traiga buena suerte, señorita. —Miró fijamente sus pechos—. Tuvimos una mala temporada el año pasado y algunos de nosotros no estábamos seguros de que Jonas fuera el hombre adecuado para el equipo. Fue un quarterback genial, pero eso no significaba que supiera entrenar. ¿Por qué no utiliza esa cara bonita para convencerle de darle un nuevo rumbo a la ofensiva? Con un receptor como Bobby Tom, se necesitan lanzadores poderosos. Tiene que poner a Bryzski en lugar de Reynolds. Le dice todo eso, ¿entiende?
El hombre era insufrible y dijo quedamente con voz ronca:
—Se lo murmuraré en la almohada esta misma noche.
Ronald rápidamente la alejó del alarmado hombre antes de que pudiera hacer más daño y se la presentó a los demás. La mayor parte de ellos le sugirieron diversos ajustes, querían que Joe hiciera su alineación como ellos decían y que planteara las jugadas a su manera. Se preguntó si todos los hombres aspirarían en secreto a ser entrenadores de fútbol.
Coqueteó con ellos hasta que se cansó y luego se dirigió a las ventanas y miró al campo. Faltaban menos de diez minutos para que comenzara el partido y había demasiados asientos vacíos, a pesar de que los Stars jugaban su primer
partido contra los populares Denver Broncos. No era extraño que el equipo tuviera tantos problemas financieros. Si algo no cambiaba pronto, esos despidos que Joe había mencionado iban a hacerse realidad.
Un hombre del palco observaba sus piernas mientras ella miraba como un comentarista de la televisión explicaba que los Broncos iban darle una paliza a los Stars. Ron apareció a su lado. Cambiaba su peso con nerviosismo de un pie a otro y se dio cuenta de que parecía algo nervioso desde que la había recogido.
—¿Pasa algo?
—¿Te importaría mucho venir conmigo?
—Por supuesto que no. —Ella recogió su pequeño bolso y le siguió hasta fuera del palco, al vestíbulo—. ¿Ha pasado algo que debería saber?
—No exactamente. Es solo… —La guió hacia uno de los ascensores privados y presionó el botón—. Phoebe, es algo realmente gracioso —las puertas se abrieron y entraron— probablemente has oído que los deportistas son muy supersticiosos. Algunos insisten en llevar puestos los mismos calcetines toda la temporada o ponerse el uniforme exactamente en el mismo orden. Muchos han desarrollado elaborados rituales previos al juego durante años, como que puertas usan para entrar en el estadio. Se meten amuletos en los bolsillos del uniforme. Son cosas tontas, la verdad, pero les da confianza y no hacen ningún daño.
Ella le miró suspicazmente cuando el ascensor comenzó a descender.
—¿Qué tiene eso que ver conmigo?
—No contigo exactamente. En realidad con Bert y ciertos miembros del equipo. —Miró con nerviosismo su reloj—. Implica también a los Bears. Y a Mike McCaskey.
McCaskey era el nieto de George Halas, el legendario fundador de los Chicago Bears. Que era también el controvertido presidente de los Bears y del CEO. Pero, a diferencia de sí misma, McCaskey sabía algo sobre fútbol, así que
______no veía la conexión.
Las puertas se abrieron. Cuando Ron y ella salieron, vio la luz del sol, a pesar de que sabía que estaban bajo el estadio. Se percató que estaban en un vestíbulo al final del gran túnel que conducía al campo. Ron la guió hacia allí.
—Ron, estás empezando a ponerme muy nerviosa.
Se sacó un pañuelo blanco del bolsillo del pecho y se lo presionó en la frente.
—Mike McCaskey al principio de cada tiempo del partido pisa el campo de los Bears. No interfiere en el juego, pero siempre lo hace y eso es un ritual. — Volvió a meter el pañuelo en el bolsillo—. A Bert no le gustaba el hecho que
McCaskey pisara el campo mientras él permanecía en el palco de los Stars, así que unos cuantos años después comenzó a hacer lo mismo, es una especie de rutina. Los jugadores se han vuelto supersticiosos con eso.
Un desasosiego distinto la atravesó.
—Ron…
—Tienes que estar el campo con el equipo durante el primer cuarto —le dijo a la carrera.
—¡No puedo hacer eso! ¡Ni siquiera quiero estar en el palco para encima ponerme a pisar el campo!
—Tienes que hacerlo. Los hombres lo esperan. Jim Biederot es el quarterback y es uno de los deportistas más supersticiosos que me he encontrado. Los quarterback son como los tenores; se molestan con facilidad. Y Bobby Tom también quiere las cosas bien hechas antes del partido. No quiere tener el karma trastocado.
—¡Me da igual su karma!
—¿También los ocho millones de dólares?
—No pienso salir ahí.
—Si no lo haces, estás eludiendo tus responsabilidades y no eres la persona que creía que eras.
Esto último lo dijo deprisa y luego se calló. Pero la idea de salir al campo le daba un miedo al que no quería enfrentarse. Buscó una excusa plausible aparte del pánico.
—Mi ropa no es adecuada.
Sus ojos brillaron con admiración mientras la estudiaba.
—Estás preciosa.
Le mostró las rodillas y una buena porción de muslo a través de los listones rosas cuando levantó un pie para mostrarle a Ron una sandalia de tiras con unos tacones de diez centímetros.
—¡Mike McCaskey no saldría al campo vestido así! Además, se me hundirán los tacones.
—Es astroturf ; Phoebe, estás buscando excusas. Francamente, esperaba algo mejor de ti.
—En realidad disfrutas haciendo esto, ¿verdad?
—Debo admitir que cuando te vi el vestido, se me ocurrió que tu apariencia podría hacer subir la venta de entradas. Quizá podrías saludar a la gente con la mano.
______dijo una palabra que casi nunca usaba.
Él le dirigió una mirada de tierna reprimenda.
—Déjame recordarte el principio fundamental de nuestro trato. Yo te suministro el conocimiento y tú suministras las agallas. Ahora mismo, no estás cumpliendo el trato.
—¡No quiero salir al campo! —exclamó ella desesperadamente
—Lo entiendo. Desafortunadamente, tienes que hacerlo. —Con amabilidad cogió su brazo por el codo, conduciéndola por la leve pendiente que llevaba al final del túnel.
Ella trató de disimular su pánico detrás de un comentario sarcástico.
—Hace dos semanas eras una “persona estupenda” sin cualidades de liderazgo.
—Todavía soy una “persona estupenda”. —La guió hacia la salida del túnel bajo la luz resplandeciente del sol—. Y tú me ayudas a desarrollar mis cualidades de liderazgo.
La escoltó hasta el camino de hormigón, justo al lado de la valla y algo por debajo del nivel del campo, guiándola por detrás de los jugadores apiñados hasta una zona justo al final del banquillo. Sabía que estaba suJoe do y una oleada de cólera hacia su padre la atravesó. Este equipo era su juguete, no el de ella. Mientras observaba a los jugadores, con sus cuerpos acolchados de tamaño sobrehumano, estaba tan asustada que casi se volvió loca.
Los rayos de sol penetraban a través del hexágono de cristal del techo del domo iluminando su vestido rosa y parte del público la llamó por su nombre. La asombró que supieran quien era hasta que recordó que el contenido del testamento de Bert se había hecho público. Ya había rechazado docenas de peticiones de entrevistas a todos los medios de comunicación locales. Se obligó a sí misma a imprimir una radiante sonrisa en su cara, esperando que nadie se diera cuenta de lo insegura que estaba.
Se percató de que Ron se preparaba para dejarla sola y lo agarró del brazo.
—¡No te vayas!
—Tengo que hacerlo. Los jugadores creen que doy mala suerte. —Le metió algo en la mano—. Te estaré esperando en el palco. Estarás bien. Y, esto… Bert siempre le daba una palmadita en el trasero a Bobby Tom.
Antes de que ella pudiera absorber esa inoportuna información, él se apresuró fuera del campo, dejándola sola con docenas de hombres gruñones, sudorosos y endurecidos en mil batallas, un infierno cercano al caos total. Ella abrió el puño y miró fijamente su mano con desconcierto. ¿Por qué le había dado Ron un paquete chicles de menta verde de Wrigley?
Joe apareció a su lado y tuvo que reprimir el alocado deseo de meterse en sus brazos y pedirle que la ocultara. El deseo se desvaneció cuando la miró con ojos poco amistosos.
—No te puedes mover de este lugar hasta el final del primer cuarto. ¿Lo sabes?
Ella sólo pudo inclinar la cabeza.
—No vayas arriba. Lo digo en serio, Phoebe. Tienes responsabilidades y es mejor que te hagas cargo de ellas. Tú y yo podríamos pensar que las supersticiones de los jugadores son ridículas, pero ellos no lo hacen. —Sin ninguna explicación más, se marchó.
El encuentro sólo había durado unos segundos, pero sintió como si hubiera sido aplastada por un bulldozer. Antes de poder recuperarse, uno de los hombres fue hacia ella con la careta de su casco protector levantada. Aunque se había mantenido a distancia de los jugadores, reconoció a Bobby Tom Denton por su foto: El cabello rubio, los pómulos marcados, la boca ancha. Él parecía tenso y con los nervios de punta.
—Señorita Somerville, no nos conocemos, pero necesito que me golpee el
trasero.
—Tú… tú eres Bobby Tom. —Un Bobby Tom muy rico.
—Sí, señora.
Ella no podía hacer eso. Tal vez algunas mujeres, nacieran para golpear traseros, pero no era una de ellas. Rápidamente levantó la mano, se besó las puntas de los dedos y las presionó contra sus labios.
—¿Qué te parece una tradición nueva, Bobby Tom?
Ella esperó con aprensión si había hecho algo irreversible para su karma y, de paso, arruinado ocho millones de dólares. Él empezó a fruncir el ceño y lo siguiente que supo fue que los listones rosas batieron contra sus piernas
cuando él la agarró por los brazos y elevándola rápidamente le plantó un beso que retumbó en sus labios.
Él sonrió ampliamente y la bajó.
—Esta tradición es mucho mejor.
CAPÍTULO 8
Parte 1
Una vena palpitó en las sienes de Joe mientras gritaba.
—¡Fenster! ¡En la línea treinta y dos tienes que ir por la izquierda! ¡Si no habríamos dicho en la línea treinta y dos por la jodida derecha! —Tiró el portapapeles contra el suelo.
Alguien se paró a su lado, pero él observaba el atasco del juego tan fijamente que tardó varios minutos en levantar la vista. Cuando lo hizo, por un instante no reconoció al hombre y ya estaba a punto de decirle que saliera de su campo de entrenamiento cuando se dio cuenta de quien era.
—¿Ronald?
—Entrenador.
No parecía el mismo; parecía un gigoló sudamericano. Su pelo estaba engominado hacia atrás y llevaba gafas de sol, bermudas y camiseta y una de esas chaquetas de deportista europeo con el cuello subido y las mangas por los codos.
—Jesús, Ronald, ¿de que vas?
—Estoy en paro. No tengo porqué ponerme traje.
Joe miró el cigarrillo que llevaba en la mano.
—¿Desde cuándo fumas?
—Fumo de vez en cuando. Pero claro, nunca pensé que fuese una buena idea hacerlo cerca de los chicos. —Puso el cigarrillo en la comisura de su boca y señaló el campo con la cabeza—. Tienes un buen atasco en el campo.
—Mientras Fenster no distinga la derecha de la izquierda.
—Bucker parece bueno.
Joe estaba aún alucinado por los cambios que observaba en Ronald, no sólo lo diferente de su apariencia sino su inusual seguridad en sí mismo.
—Lo es.
—¿Eligió ______al nuevo presidente? —preguntó Ronald.
—Joder, no.
—Eso creía.
Joe bufó con repulsión. ______tenía la lista de candidatos desde el día en que había llegado hacía más de una semana, pero en vez de elegir, le había dicho que quería volver a contratar a Ronald. Él le recordó que tenían un acuerdo y le dijo que o elegía un presidente adecuado o se buscaba un nuevo entrenador. Cuando ella se dio cuenta de lo que él quería decir, dejo de discutir. Pero aún no había elegido presidente en el partido de pretemporada del último fin de semana y teniendo encima el partido de apertura de liga del domingo, aún no había entrevistado ni a uno sólo de los candidatos.
En vez de trabajar, ella se sentaba al escritorio en la vieja oficina de Ronald y leía revistas de modas. Decía que no usaba la oficina de Bert porque no le gustaba la decoración. Cuando alguien le daba incluso lo más sencillo para
firmar, su nariz se arrugaba y decía que lo haría más tarde, pero nunca lo hacía. El lunes, cuando la abordó porque de alguna manera había evitado firmar los cheques de los sueldos de todo el mundo, ¡estaba pintándose sus malditas uñas! Entonces él se había enfadado, pero apenas había comenzado a gritar cuando el labio superior de ______había comenzado a temblar y le había dicho que no le podía hablar así porque estaba con síndrome premenstrual.
En algún momento de la semana anterior ______había adelantado como un relámpago a Valerie en habilidad para sacarle de quicio. Se suponía que los dueños de los equipos de la NFL ofrecían una combinación de respeto, temor y
alarma en sus empleados. Incluso los entrenadores más veteranos se doblegaban con precaución alrededor de un hombre como Al Davis, el dueño de fuerte voluntad de los Raiders. Joe sabía que nunca podría volver a levantar
cabeza si alguien sabía que el dueño de su equipo no soportaba gritos porque estaba con ¡síndrome premenstrual!
Era, sin duda, la excusa más pobre, irrazonable y absurda que un ser humano había puesto en la vida.
Al principio se había preguntado si ella no sería más lista de lo que parecía, pero ahora sabía que era todavía más tonta; la chica más bonita y tonta del mundo se estaba cargando su equipo de fútbol.
Si no tuviera ese cuerpo tan tentador. Era duro ignorarlo, incluso para alguien como él, que ya estaba de vuelta en lo que las mujeres podían ofrecer antes de tener veintiún años. Sabía que la vida de los jugadores profesionales
era como pensar en una gran orgía, con todo a su alcance. Incluso ahora, cuando el sexo era demasiado peligroso, la mujeres, desde vestíbulos de hoteles a aparcamientos de estadios acosaban a los jugadores, con sus
números de teléfono escritos en sus estómagos desnudos, o algunas veces incluso en otros sitios.
Recordó sus comienzos, cuando había apuntado alguno, algunas veces incluso dos y se había dado el gusto, pasando las noches perdido entre whisky Cutty Sark y sexo. Había hecho cosas en las que el resto de la población
masculina se conformaba con soñar, pero cuando la novedad había pasado, había comenzado a encontrar algo patético en esos encuentros. Cuando llegó a los treinta, sustituyó a las fans del fútbol por mujeres que tenían algo más que
un cuerpo caliente y el sexo otra vez había sido entretenido. Luego había encontrado a Valerie y había comenzado la espiral descendente en la que estaba en estos momentos. Pero esa espiral estaba a punto de remontar ahora que Sharon Anderson había entrado en su vida.
La tarde del martes había visitado la guardería para verla otra vez con los niños e invitarla a tomar café cuando acabó. Tenía algunas manchas en sus ropas que le hicieron querer abrazarla: Zumo de uva, pasta, suciedad del
campo de juegos. Era tranquila y simpática, exactamente lo que él quería en una mujer, lo cual hacía que su respuesta física a ______Somerville fuera aún más irritante. Era una mujer del tipo “botas altas y liguero”, lo más alejado
posible de un montón de niños inocentes.
Ronald puso un pie en la grada y se quedó mirando el campo de entrenamiento.
—______continúa pidiéndome que le diga quién es el mejor candidato para presidente.
Joe le echó una mirada especulativa.
—¿La has visto?
—Nosotros pasamos… un montón de tiempo juntos.
—¿Por qué?
Ronald se encogió de hombros.
—Confía en mí.
Joe no mostró nada, ocultando su desasosiego. ¿Tenía ______algo que ver con los cambios en Ronald?
—Supongo que no me di cuenta de que erais amigos.
—No somos exactamente amigos. —Ronald dio una calada al cigarrillo—. Las mujeres dicen que soy majo, supongo que ______no es la excepción.
—¿Cómo que majo?
—Es por el aire que tengo a lo Cruise. La mayoría de hombres no se Joe cuenta, pero las mujeres creen que me parezco a Tom Cruise.
Joe resopló enojado. Primero Bobby Tom decía que se parecía a una estrella de cine y ahora Ronald. Pero entonces, mientras estudiaba a Ron más de cerca, no pudo negar que había un vago parecido.
—Bueno, supongo que os parecéis algo. Nunca me había fijado.
—Hace que las mujeres sientan que pueden confiar en mí. Entre otras cosas. —Tomó una profunda calada a su cigarrillo—. Hace que mi vida amorosa sea un infierno, si yo te contara…
Los instintos que advertían a Joe del peligro y que estaban tan adecuadamente entrenados como los soldados para una batalla, hicieron que se le erizara el pelo de la nuca.
—¿Qué quieres decir? —dijo suavemente.
—Las mujeres pueden llegar a ser muy dominantes.
—Creo que nunca pensé que tuvieras tanto éxito con las mujeres.
—Me va bastante bien. —Arrojó al suelo su cigarrillo y lo pisó con su
zapato—. Me tengo que ir. Buena suerte con Phoebe. Es realmente una gata salvaje, te va a dar trabajo meterla en vereda.
Joe ya había oído bastante. Levantando el brazo, cogió a Ronald por el hombro, haciéndolo casi caer.
—Ve al grano. ¿Qué demonios pasa?
—¿Con respecto a qué?
—Tú y Phoebe.
—Es una mujer inusual.
—¿Qué le has dicho sobre los candidatos a presidente?
A pesar del apretón de Joe , la mirada de Ronald era tranquila y desconcertantemente confiada.
—Te diré lo que no le he dicho. No le he dicho que Andy Carruthers es
ideal para el puesto.
—Sabes que lo es.
—No, si no puede manejar a Phoebe.
Joe lentamente le soltó y su voz sonó peligrosamente calmada.
—Exactamente, ¿qué quieres decir?
—Lo que digo, Joe , es que tienes el culo al aire, porque ahora mismo, la única persona en la que ella confía y que sabe alguna maldita cosa de fútbol soy yo. Y a mí me despedisteis.
—¡Merecías ser despedido! No estabas haciendo tu trabajo.
—Hice que firmara esos contratos el primer día, ¿no? Por lo que he oído, nadie más ha podido hacer que firme algo.
—Tuviste tiempo después de la muerte de Bert para hacerlo, y no lo hiciste. Ni ninguna otra cosa.
—No tenía autoridad para actuar porque ______no devolvía mis llamadas.
—Encendió un nuevo pitillo y tuvo el descaro de sonreír—. Pero te puedo asegurar que ahora si lo hace.
El temperamento de Joe comenzó a arder y cogió a Ronald por las solapas de la chaqueta.
—Eres un hijo de puta. Te acuestas con ella, ¿no?
Tuvo que apreciar el valor del chico. Su tez estaba un poco pálida, pero se mantenía firme.
—Eso no es asunto tuyo.
—No más juegos. ¿Qué quieres?
—No eres estúpido, Joe . Averígualo por ti mismo.
—No recuperarás tu trabajo.
—Entonces tienes un gran problema porque ______no hará nada a no ser que yo se lo diga.
Joe apretó los dientes.
—Te voy a romper la cara.
Ronald tragó saliva.
—No creo que a ella le gustase. Está loca por mi cara.
Joe pensó enfurecido, pero sólo había una conclusión. Ronald lo tenía cogido por los huevos, él y nadie más. Iba contra todas sus creencias, pero no parecía tener otra opción. Gradualmente, le soltó la camiseta.
—Bueno, has recuperado tu trabajo por ahora. Pero como no la controles, te colgaré del marcador con el culo al aire. ¿Me has entendido?
Ronald le dio un golpecito a su cigarrillo y luego levantó la solapa de la chaqueta con los pulgares.
—Me lo pensaré.
Joe le observó marcharse totalmente atónito.
Cuando Ronald alcanzó su coche, tenía sudada hasta la chaqueta. ¡Joe !
Había llamado Joe al entrenador y todavía estaba vivo. Oh, Dios Mío. Oh, Válgame Dios.
Entre los cigarrillos y la arritmia, había comenzado a hiperventilar. Al mismo tiempo, nunca se había sentido mejor en su vida. Se sentó en el asiento del conductor y cogió el teléfono. Después de tocar nerviosamente los botones durante unos momentos, ______descolgó.
Sin aliento empujó el video de “Los riesgos de los negocios” que ella le había dejado, de debajo de su cadera.
—Lo conseguimos, Phoebe.
—¡Estás de broma! —Él podía imaginarse su gran sonrisa.
—Hice exactamente lo que dijiste —se le entrecortó la respiración— y dio resultado. Pero creo que ahora estoy teniendo un ataque al corazón.
—Respira profundamente; No quiero perderte ahora —se rió ella—. No me lo puedo creer.
—Ni yo. —Comenzaba a sentirse mejor—. Déjame que me quite esta ropa y me lave el pelo y estaré en plena forma.
—No será demasiado pronto. Tenemos un montón de trabajo y no tengo ni la más remota idea de cómo hacerlo. —Hubo un momento de silencio—. Oh, oh, viene para aquí. Oigo un furioso ruido de pasos por el pasillo.
Rápidamente colgó el teléfono, agarró un espejito de maquillaje con mano temblorosa y lo elevó hasta sus cejas justo en el mismo momento que Joe abría ruidosamente la puerta de su oficina. Vio por un momento la alarmada cara de su secretaria detrás de él antes de que cerrase Joe do un portazo.
La ventana de su oficina daba a los campos de entrenamiento, así que ella sabía como estaba él a esas alturas. Lo había visto tirar el portapapeles y cargar sobre el campo cuando alguien hacía algo que no le gustaba. Lo había visto lanzar su cuerpo sin protección sobre un jugador totalmente equipado para demostrar algún misterioso movimiento de fútbol. Y alguna vez, cuándo ya era tarde y los demás jugadores se habían marchado, lo había observado correr
por la pista con una camiseta manchada de sudor y unos grises pantalones
cortos de deporte que dejaban al descubierto un par de piernas poderosamente
musculosas.
Tragando saliva, lo miró inocentemente.
—Oh, Dios mío. El gran lobo malo acaba de derribar mi puerta. ¿Qué hice ahora?
—Tú ganas.
—Vale. ¿Cuál es el premio?
—Ronald. —Le chirriaron los dientes—. He decidido que no me marcharé si decides volver a contratarle.
—Eso es maravilloso.
—No desde mi punto de vista.
—Ron no es en realidad el incompetente que pareces pensar que es.
—Es una salchichita.
—Estupendo, y tú eres un Hot Dog, por eso deberíais llevaros de maravilla.
La miró con el ceño fruncido y luego dejó que sus ojos vagaran sobre ella con una insolencia que nunca había exteriorizado antes.
—Ronald asegura que sabe como obtener de ti lo que quiere. Pero tal vez hay algo que deberías saber. Las mujeres de negocios no se acuestan con los hombres que trabajan para ellas.
Aunque no había hecho nada malo, la puya le dolió y se obligó a darle la respuesta con mucha suavidad.
—¿Celoso porque no te escogí a ti?
—No. Solo me temo que luego sigas con mis jugadores.
Ella apretó los puños, pero antes de que pudiera responderle, ya había abandonado la oficina.
*****
Ray Hardesty se mantuvo en las sombras de los pinos al otro lado de la valla del campo de entrenamiento y observó las zancadas de Joe Jonas sobre la pista. Ray tenía que dejar ese lugar pronto, pero no hizo ningún movimiento para irse. En vez de eso, tosió y apagó otro cigarrillo, aplastándolo en la hierba bajo sus pies. Parte de la hierba estaba verde, pero otra parte se había quemado con las tormentas de la pasada semana, dejando solo algunos
hierbajos amarillentos.
Todos los días se decía a sí mismo que no iba a volver allí otra vez, pero de todos modos regresaba. Y todos los días cuándo su esposa le preguntaba donde iba, le decía que al True Value. Nunca llevaba nada a casa, pero ella seguía preguntando. Había llegado a un punto que casi no podía soportar verla delante Ray se frotó con el dorso de la mano la mandíbula cubierta de barba y no le sorprendió no sentir nada. La mañana que la policía había llegado a su casa
para notificarle que Ray Junior había muerto en un accidente automovilístico, había dejado de notar la diferencia entre caliente y frío. Su esposa decía que era temporal, pero Ray sabía que no, de la misma manera que sabía que nunca
podría volver a ver como su hijo jugaba con los Stars otra vez. Toda su vida había dado un vuelco desde esa mañana. Miraba la televisión durante horas sólo para percatarse que no se oía. Echaba sal en su café en vez de azúcar y no
advertía el sabor hasta que taza estaba vacía.
Ahora nada iba bien. Él había sido alguien importante cuando Ray Junior jugaba para los Stars. Para los tíos del trabajo, para los vecinos, para los niños del parque, todo el mundo le trataba con respeto. Ahora le miraban con piedad.
Ahora era insignificante y toda era culpa de Jonas . Si Ray Junior no hubiera estado tan contrariado porque lo habían echado de los Stars, no habría estrellado el coche contra esa pared. Por culpa de Jonas , Ray Sr. no podría levantar cabeza nunca más.
Ray Junior le había contado como Jonas lo había señalado durante un mes, acusándole de beber en exceso y algo sobre jodidas drogas solo porque tomaba algo de esteroides como todos los demás en la NFL. Tal vez Ray Junior
se había comportado de manera salvaje, pero eso era lo que hacía que fuera un jugador genial. Sin duda alguna no había sido un maldito drogadicto. Brewster, el anterior entrenador de los Stars, nunca se había quejado. Fue cuando
Brewster había sido despedido y Jonas había asumido el control que los problemas comenzaron.
Todo el mundo había comentado siempre cuánto se parecían él y su hijo.
Ray Junior también había tenido la cara deformada como un boxeador profesional, con nariz grande, ojos pequeños y cejas pobladas. Pero su hijo no había vivido el tiempo suficiente para sacar panza a la altura de la cintura y no había ni un pelo gris en su cabeza cuando lo enterraron.
La vida de Ray Sr. había estado llena de desilusiones. Pensó en cuando había querido ser policía, pero cuando lo había intentado, parecía que no querían tener negros. Había querido casarse con una mujer bella, pero había acabado con Ellen. Al principio incluso Ray Junior había sido una desilusión.
Pero su viejo lo había endurecido y el último año de la escuela secundaria, Ray se había sentido como un rey cuando se sentaba en las grada y observaba a su niño jugar a la pelota.
Ahora era un don nadie otra vez.
Comenzó a toser y le llevó casi un minuto controlar los espasmos. Los doctores le habían dicho hacía un año que debía dejar de fumar porque tenía mal el corazón y problemas en los pulmones. No le habían dicho directamente que se estaba muriendo, pero él lo sabía de todas maneras y ni siquiera se cuidaba. Todo lo que le preocupaba era ajustar cuentas con Joe Jonas .
Ray Senior disfrutaba de cada partido que los Stars perdían porque probaba que el equipo no valía una mierda sin su niño. Había grabado en su mente que iba a vivir hasta el día en que todo el mundo supiera el error que aquel bastardo había cometido al despedir a Ray Junior. Iba a vivir hasta el día que Jonas se tuviera que comer toda la mierda por lo que había hecho.
*****
El olor a whisky y puros caros envolvió a ______cuando entró en el palco del dueño el domingo siguiente. Estaba haciendo lo que había jurado que nunca haría, asistía a un partido de fútbol ya que Ron la había convencido de que la dueña de los Stars no podía perderse el primer partido de la temporada.
El Midwest Sports Domo que tenía forma hexagonal en realidad se había construido en una presa abandonada rellenada de grava que se asentaba en el centro de cientos de acres del territorio al norte de Tollway. Cuando los Stars no jugaban, la cubierta del domo de vidrio y acero se alquilaba para distintas celebraciones religiosas donde se trasladaba arrastrada por tractores. Tenía instalaciones para banquetes, un elegante restaurante y asientos para ochenta y cinto mil personas.
—Esto es un despilfarro. —Le murmuró ______a Ron cuando entró en el palco de vidrio del dueño, con sus dos televisores y su pared de ventanas sobresaliendo en voladizo encima del campo. Se acababa de enterar de que los
palcos del Midwest Sports Dome se alquilaban por ochenta mil dólares al año.
—Los palcos son de las pocas cosas que nos proporcionan ganancias de este miserable estadio que contrató Bert —dijo Ron mientras cerraba la puerta detrás de ellos—. De hecho este son dos en uno.
Ella miró a través del humo de los cigarros la lujosa decoración dorada y azul: gruesa alfombra, confortable salón con una barra de caoba bien surtida.
Había nueve o diez hombres presentes, no sabía si eran colegas de su padre o los dueños del quince por ciento de los Stars que Bert había tenido que vender hacía varios años, cuando necesitó dinero en efectivo.
—Ron, ¿no ves nada raro?
—¿Cómo qué?
—A mí. Soy la única mujer. ¿No tiene esposa algunos de estos hombres?
—Bert no dejaba que las mujeres entraran en el palco del dueño durante los partidos. —Sus ojos brillaron con picardía—. Demasiada charla.
—Estás bromeando.
—Las esposas tienen asientos en el palco de fuera. No es algo raro en la NFL.
—Un club de chicos.
—Exactamente.
Un hombre demasiado gordo que vagamente recordaba haberse encontrado en el entierro de su padre fue hacia ella, con los ojos saliéndose de las órbitas cuando se fijaron en su ropa. Llevaba puesto un vestido que Simone llamaba “fregona” porque la parte de la falda estaba cortada en anchos listones desde un poco por encima de la rodilla hasta la bastilla. Con cada paso que daba sus piernas se entreveían entre los listones rosados. El corpiño “palabra de honor” se pegaba a sus pechos. El hombre sujetaba una copa de cristal tallado totalmente llena de licor y su saludo efusivo le hizo sospechar que no era la primera.
—Espero que nos traiga buena suerte, señorita. —Miró fijamente sus pechos—. Tuvimos una mala temporada el año pasado y algunos de nosotros no estábamos seguros de que Jonas fuera el hombre adecuado para el equipo. Fue un quarterback genial, pero eso no significaba que supiera entrenar. ¿Por qué no utiliza esa cara bonita para convencerle de darle un nuevo rumbo a la ofensiva? Con un receptor como Bobby Tom, se necesitan lanzadores poderosos. Tiene que poner a Bryzski en lugar de Reynolds. Le dice todo eso, ¿entiende?
El hombre era insufrible y dijo quedamente con voz ronca:
—Se lo murmuraré en la almohada esta misma noche.
Ronald rápidamente la alejó del alarmado hombre antes de que pudiera hacer más daño y se la presentó a los demás. La mayor parte de ellos le sugirieron diversos ajustes, querían que Joe hiciera su alineación como ellos decían y que planteara las jugadas a su manera. Se preguntó si todos los hombres aspirarían en secreto a ser entrenadores de fútbol.
Coqueteó con ellos hasta que se cansó y luego se dirigió a las ventanas y miró al campo. Faltaban menos de diez minutos para que comenzara el partido y había demasiados asientos vacíos, a pesar de que los Stars jugaban su primer
partido contra los populares Denver Broncos. No era extraño que el equipo tuviera tantos problemas financieros. Si algo no cambiaba pronto, esos despidos que Joe había mencionado iban a hacerse realidad.
Un hombre del palco observaba sus piernas mientras ella miraba como un comentarista de la televisión explicaba que los Broncos iban darle una paliza a los Stars. Ron apareció a su lado. Cambiaba su peso con nerviosismo de un pie a otro y se dio cuenta de que parecía algo nervioso desde que la había recogido.
—¿Pasa algo?
—¿Te importaría mucho venir conmigo?
—Por supuesto que no. —Ella recogió su pequeño bolso y le siguió hasta fuera del palco, al vestíbulo—. ¿Ha pasado algo que debería saber?
—No exactamente. Es solo… —La guió hacia uno de los ascensores privados y presionó el botón—. Phoebe, es algo realmente gracioso —las puertas se abrieron y entraron— probablemente has oído que los deportistas son muy supersticiosos. Algunos insisten en llevar puestos los mismos calcetines toda la temporada o ponerse el uniforme exactamente en el mismo orden. Muchos han desarrollado elaborados rituales previos al juego durante años, como que puertas usan para entrar en el estadio. Se meten amuletos en los bolsillos del uniforme. Son cosas tontas, la verdad, pero les da confianza y no hacen ningún daño.
Ella le miró suspicazmente cuando el ascensor comenzó a descender.
—¿Qué tiene eso que ver conmigo?
—No contigo exactamente. En realidad con Bert y ciertos miembros del equipo. —Miró con nerviosismo su reloj—. Implica también a los Bears. Y a Mike McCaskey.
McCaskey era el nieto de George Halas, el legendario fundador de los Chicago Bears. Que era también el controvertido presidente de los Bears y del CEO. Pero, a diferencia de sí misma, McCaskey sabía algo sobre fútbol, así que
______no veía la conexión.
Las puertas se abrieron. Cuando Ron y ella salieron, vio la luz del sol, a pesar de que sabía que estaban bajo el estadio. Se percató que estaban en un vestíbulo al final del gran túnel que conducía al campo. Ron la guió hacia allí.
—Ron, estás empezando a ponerme muy nerviosa.
Se sacó un pañuelo blanco del bolsillo del pecho y se lo presionó en la frente.
—Mike McCaskey al principio de cada tiempo del partido pisa el campo de los Bears. No interfiere en el juego, pero siempre lo hace y eso es un ritual. — Volvió a meter el pañuelo en el bolsillo—. A Bert no le gustaba el hecho que
McCaskey pisara el campo mientras él permanecía en el palco de los Stars, así que unos cuantos años después comenzó a hacer lo mismo, es una especie de rutina. Los jugadores se han vuelto supersticiosos con eso.
Un desasosiego distinto la atravesó.
—Ron…
—Tienes que estar el campo con el equipo durante el primer cuarto —le dijo a la carrera.
—¡No puedo hacer eso! ¡Ni siquiera quiero estar en el palco para encima ponerme a pisar el campo!
—Tienes que hacerlo. Los hombres lo esperan. Jim Biederot es el quarterback y es uno de los deportistas más supersticiosos que me he encontrado. Los quarterback son como los tenores; se molestan con facilidad. Y Bobby Tom también quiere las cosas bien hechas antes del partido. No quiere tener el karma trastocado.
—¡Me da igual su karma!
—¿También los ocho millones de dólares?
—No pienso salir ahí.
—Si no lo haces, estás eludiendo tus responsabilidades y no eres la persona que creía que eras.
Esto último lo dijo deprisa y luego se calló. Pero la idea de salir al campo le daba un miedo al que no quería enfrentarse. Buscó una excusa plausible aparte del pánico.
—Mi ropa no es adecuada.
Sus ojos brillaron con admiración mientras la estudiaba.
—Estás preciosa.
Le mostró las rodillas y una buena porción de muslo a través de los listones rosas cuando levantó un pie para mostrarle a Ron una sandalia de tiras con unos tacones de diez centímetros.
—¡Mike McCaskey no saldría al campo vestido así! Además, se me hundirán los tacones.
—Es astroturf ; Phoebe, estás buscando excusas. Francamente, esperaba algo mejor de ti.
—En realidad disfrutas haciendo esto, ¿verdad?
—Debo admitir que cuando te vi el vestido, se me ocurrió que tu apariencia podría hacer subir la venta de entradas. Quizá podrías saludar a la gente con la mano.
______dijo una palabra que casi nunca usaba.
Él le dirigió una mirada de tierna reprimenda.
—Déjame recordarte el principio fundamental de nuestro trato. Yo te suministro el conocimiento y tú suministras las agallas. Ahora mismo, no estás cumpliendo el trato.
—¡No quiero salir al campo! —exclamó ella desesperadamente
—Lo entiendo. Desafortunadamente, tienes que hacerlo. —Con amabilidad cogió su brazo por el codo, conduciéndola por la leve pendiente que llevaba al final del túnel.
Ella trató de disimular su pánico detrás de un comentario sarcástico.
—Hace dos semanas eras una “persona estupenda” sin cualidades de liderazgo.
—Todavía soy una “persona estupenda”. —La guió hacia la salida del túnel bajo la luz resplandeciente del sol—. Y tú me ayudas a desarrollar mis cualidades de liderazgo.
La escoltó hasta el camino de hormigón, justo al lado de la valla y algo por debajo del nivel del campo, guiándola por detrás de los jugadores apiñados hasta una zona justo al final del banquillo. Sabía que estaba suJoe do y una oleada de cólera hacia su padre la atravesó. Este equipo era su juguete, no el de ella. Mientras observaba a los jugadores, con sus cuerpos acolchados de tamaño sobrehumano, estaba tan asustada que casi se volvió loca.
Los rayos de sol penetraban a través del hexágono de cristal del techo del domo iluminando su vestido rosa y parte del público la llamó por su nombre. La asombró que supieran quien era hasta que recordó que el contenido del testamento de Bert se había hecho público. Ya había rechazado docenas de peticiones de entrevistas a todos los medios de comunicación locales. Se obligó a sí misma a imprimir una radiante sonrisa en su cara, esperando que nadie se diera cuenta de lo insegura que estaba.
Se percató de que Ron se preparaba para dejarla sola y lo agarró del brazo.
—¡No te vayas!
—Tengo que hacerlo. Los jugadores creen que doy mala suerte. —Le metió algo en la mano—. Te estaré esperando en el palco. Estarás bien. Y, esto… Bert siempre le daba una palmadita en el trasero a Bobby Tom.
Antes de que ella pudiera absorber esa inoportuna información, él se apresuró fuera del campo, dejándola sola con docenas de hombres gruñones, sudorosos y endurecidos en mil batallas, un infierno cercano al caos total. Ella abrió el puño y miró fijamente su mano con desconcierto. ¿Por qué le había dado Ron un paquete chicles de menta verde de Wrigley?
Joe apareció a su lado y tuvo que reprimir el alocado deseo de meterse en sus brazos y pedirle que la ocultara. El deseo se desvaneció cuando la miró con ojos poco amistosos.
—No te puedes mover de este lugar hasta el final del primer cuarto. ¿Lo sabes?
Ella sólo pudo inclinar la cabeza.
—No vayas arriba. Lo digo en serio, Phoebe. Tienes responsabilidades y es mejor que te hagas cargo de ellas. Tú y yo podríamos pensar que las supersticiones de los jugadores son ridículas, pero ellos no lo hacen. —Sin ninguna explicación más, se marchó.
El encuentro sólo había durado unos segundos, pero sintió como si hubiera sido aplastada por un bulldozer. Antes de poder recuperarse, uno de los hombres fue hacia ella con la careta de su casco protector levantada. Aunque se había mantenido a distancia de los jugadores, reconoció a Bobby Tom Denton por su foto: El cabello rubio, los pómulos marcados, la boca ancha. Él parecía tenso y con los nervios de punta.
—Señorita Somerville, no nos conocemos, pero necesito que me golpee el
trasero.
—Tú… tú eres Bobby Tom. —Un Bobby Tom muy rico.
—Sí, señora.
Ella no podía hacer eso. Tal vez algunas mujeres, nacieran para golpear traseros, pero no era una de ellas. Rápidamente levantó la mano, se besó las puntas de los dedos y las presionó contra sus labios.
—¿Qué te parece una tradición nueva, Bobby Tom?
Ella esperó con aprensión si había hecho algo irreversible para su karma y, de paso, arruinado ocho millones de dólares. Él empezó a fruncir el ceño y lo siguiente que supo fue que los listones rosas batieron contra sus piernas
cuando él la agarró por los brazos y elevándola rápidamente le plantó un beso que retumbó en sus labios.
Él sonrió ampliamente y la bajó.
—Esta tradición es mucho mejor.
D.A. Torrez.
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
Parte 2
Centenares de personas del público habían percibido el intercambio y cuando él se fue, ella oyó risas. Joe también había observado el beso, pero él definitivamente no se reía.
Otro monstruo fue hacia ella. Mientras se acercaba se giró para hablar con alguien detrás de él y ella vio el nombre "Biederot" en la espalda de su camiseta azul. Éste debía ser su temperamental quarterback.
Cuando él finalmente se paró al lado de ella, se fijó en su pelo negro azulado, su nariz de alcayata y su pequeña boca casi femenina.
—Señorita Somerville, su padre… —él miró un punto justo encima de su oreja izquierda y bajó la voz—. Antes de cada juego, él siempre decía: comemierda, imbécil.
Su corazón se hundió.
—¿No sería mejor que te golpeara el trasero en vez de decir eso?
Él negó con la cabeza, con expresión feroz.
Ella se apuró y dijo las palabras tan rápido como pudo.
El quarterback hizo un audible signo de alivio.
—Gracias, Señorita Somerville. —Y se fue corriendo.
Los Stars ganaron el lanzamiento de moneda y ambos equipos se colocaron para comenzar. Para su súbita desilusión, Joe empezó a correr hacia ella de lado dejando los ojos firmemente fijos en el campo. Estaba limitado por el largo cable del auricular de su casco, pero no parecía impedir sus movimientos. Se paró al lado de ella, con los ojos todavía fijos en el campo.
—¿Tienes el chicle?
—¿El chicle?
—¡El chicle!
Ella repentinamente recordó los Wrigley que Ron había metido en su mano y aflojó los dedos, que estaban rígidamente cerrados a su alrededor.
—Aquí mismo.
—Me lo das cuando el kicker golpee el balón. Usa tu mano derecha. Y desde la espalda. ¿Entiendes? Pero no lo hagas ahora. Mano derecha. Espalda. Cuando el kicker golpee el balón.
Ella clavó los ojos en él.
—¿Quien es el kicker?
Él pareció volverse ligeramente loco.
—¡El tío pequeño de la mitad del campo! ¿No sabes nada? Lo vas a fastidiar todo, ¿no es cierto?
—¡No voy a fastidiar nada! —Sus ojos volaron por el campo tratando frenéticamente de identificar al kicker. Escogió el más pequeño de los jugadores y esperó haber acertado. Cuando se inclinó para situar la pelota, puso su mano derecha detrás de la espalda y pasó el chicle con la palma abierta a la mano de Joe . Él gruñó, se la metió en el bolsillo y se fue corriendo sin siquiera dar las gracias. Se recordó a sí misma que sólo unos minutos antes, él había dicho que las supersticiones de los jugadores eran ridículas.
Segundos más tarde, la pelota surcó el aire y el pandemónium se manifestó ante ella. Nada la podía haber preparado para los horripilantes sonidos de veintidós cuerpos masculinos luchando unos contra otros y tratando de matarse
los unos a los otros. Los cascos crujían, los hombros almohadillados se golpeaban y el aire se llenó de maldiciones, gruñidos y gemidos.
Ella presionó las orejas con las manos y gritó cuando un pelotón de hombres uniformados se abalanzó hacia ella. Se quedó paralizada mientras el jugador de los Stars que llevaba la pelota se dirigía hacia ella. Ella abrió la boca
para gritar, pero no salió ningún sonido. La multitud vitoreó como loca mientras él corría perseguido por un jugador blanco y naranja que parecía un monstruo del infierno. Le pareció que no iba a poder pararse, que iba a arrollarla
directamente pero que no podría salvarse porque sus rodillas no respondían. En el último momento hizo un quiebro y arremetió contra sus compañeros de equipo.
Tenía el corazón en la garganta y creyó que se desmayaría. Tocando nerviosamente el cierre de su diminuto bolso de bandolera, buscó dentro sus gafas de sol de diamantes falsos, estando a punto de dejarlas caer mientras se
las ponía rápidamente para protegerse.
El primer cuarto pasó con una lentitud martirizante. Podía oler el sudor de los jugadores, veía sus expresiones algunas veces aturdidas, algunas veces rotas, oía las obscenidades que gritaban, una profanación tras otra hasta que la
repetición las despojó de cualquier significado. En algún momento, se percató que estaba allí de pie no ya porque hubiera recibido instrucciones, sino como prueba de su fuerza, su propia prueba de coraje. Puede que si manejaba este
desafío, pudiera comenzar a manejar el resto de su vida.
Nunca los segundos le habían parecido tan largos como minutos, los minutos como horas. A través del rabillo del ojo, observó a las animadoras de los Star con sus uniformes dorados de mala calidad con lentejuelas azules
animando a todos a aplaudir. Ella obedientemente aplaudió cuando Bobby Tom atrapó un pase después de otro contra lo que oiría más tarde que era la defensa de los Broncos. Y con más frecuencia de la que le gustaría, encontró que sus ojos se desviaban hacia Joe Jonas .
Él se paseaba de arriba abajo por los laterales, su pelo trigueño brillaba bajo la brillante luz del sol que fluía por el centro del domo. Sus bíceps estiraban las mangas cortas de su camisa de punto y las venas latían en su cuello musculoso mientras gritaba las instrucciones. Nunca estaba quieto.
Paseaba, se enfurecía, hablaba a voz en grito, perforaba el aire con su puño.
Cuando una jugada al final del cuarto le enojó, se sacó bruscamente el auricular del casco y lo tiró contra el campo. Tres de sus jugadores brincaron en el banquillo y medio se escondieron, su respuesta era tan adecuadamente orquestada que tuvo el presentimiento de que lo habían hecho antes. Si bien este equipo era legalmente de ella durante los meses siguientes, supo que le pertenecía a él. La aterrorizaba y fascinaba. Habría dado cualquier cosa por ser tan valiente.
El silbido finalmente sonó, señalando el final del primer cuarto. Para sorpresa de todo el mundo, los Chicago Stars estaban empatados a los Broncos, 7-7.
Bobby Tom se acercó a ella, con una expresión tan jubilosa que ella no pudo más que sonreírle.
—Espero que esté cerca cuando juguemos contra los Chargers la semana próxima, Señorita Somerville. Es mi amuleto de la suerte.
—Creo que es tu talento el que te da suerte.
La voz de Joe rugió furiosa.
—¡Denton, ven acá! Tenemos tres cuartos más, ¿o te has olvidado de eso?
Bobby Tom parpadeó y corrió afuera.
Centenares de personas del público habían percibido el intercambio y cuando él se fue, ella oyó risas. Joe también había observado el beso, pero él definitivamente no se reía.
Otro monstruo fue hacia ella. Mientras se acercaba se giró para hablar con alguien detrás de él y ella vio el nombre "Biederot" en la espalda de su camiseta azul. Éste debía ser su temperamental quarterback.
Cuando él finalmente se paró al lado de ella, se fijó en su pelo negro azulado, su nariz de alcayata y su pequeña boca casi femenina.
—Señorita Somerville, su padre… —él miró un punto justo encima de su oreja izquierda y bajó la voz—. Antes de cada juego, él siempre decía: comemierda, imbécil.
Su corazón se hundió.
—¿No sería mejor que te golpeara el trasero en vez de decir eso?
Él negó con la cabeza, con expresión feroz.
Ella se apuró y dijo las palabras tan rápido como pudo.
El quarterback hizo un audible signo de alivio.
—Gracias, Señorita Somerville. —Y se fue corriendo.
Los Stars ganaron el lanzamiento de moneda y ambos equipos se colocaron para comenzar. Para su súbita desilusión, Joe empezó a correr hacia ella de lado dejando los ojos firmemente fijos en el campo. Estaba limitado por el largo cable del auricular de su casco, pero no parecía impedir sus movimientos. Se paró al lado de ella, con los ojos todavía fijos en el campo.
—¿Tienes el chicle?
—¿El chicle?
—¡El chicle!
Ella repentinamente recordó los Wrigley que Ron había metido en su mano y aflojó los dedos, que estaban rígidamente cerrados a su alrededor.
—Aquí mismo.
—Me lo das cuando el kicker golpee el balón. Usa tu mano derecha. Y desde la espalda. ¿Entiendes? Pero no lo hagas ahora. Mano derecha. Espalda. Cuando el kicker golpee el balón.
Ella clavó los ojos en él.
—¿Quien es el kicker?
Él pareció volverse ligeramente loco.
—¡El tío pequeño de la mitad del campo! ¿No sabes nada? Lo vas a fastidiar todo, ¿no es cierto?
—¡No voy a fastidiar nada! —Sus ojos volaron por el campo tratando frenéticamente de identificar al kicker. Escogió el más pequeño de los jugadores y esperó haber acertado. Cuando se inclinó para situar la pelota, puso su mano derecha detrás de la espalda y pasó el chicle con la palma abierta a la mano de Joe . Él gruñó, se la metió en el bolsillo y se fue corriendo sin siquiera dar las gracias. Se recordó a sí misma que sólo unos minutos antes, él había dicho que las supersticiones de los jugadores eran ridículas.
Segundos más tarde, la pelota surcó el aire y el pandemónium se manifestó ante ella. Nada la podía haber preparado para los horripilantes sonidos de veintidós cuerpos masculinos luchando unos contra otros y tratando de matarse
los unos a los otros. Los cascos crujían, los hombros almohadillados se golpeaban y el aire se llenó de maldiciones, gruñidos y gemidos.
Ella presionó las orejas con las manos y gritó cuando un pelotón de hombres uniformados se abalanzó hacia ella. Se quedó paralizada mientras el jugador de los Stars que llevaba la pelota se dirigía hacia ella. Ella abrió la boca
para gritar, pero no salió ningún sonido. La multitud vitoreó como loca mientras él corría perseguido por un jugador blanco y naranja que parecía un monstruo del infierno. Le pareció que no iba a poder pararse, que iba a arrollarla
directamente pero que no podría salvarse porque sus rodillas no respondían. En el último momento hizo un quiebro y arremetió contra sus compañeros de equipo.
Tenía el corazón en la garganta y creyó que se desmayaría. Tocando nerviosamente el cierre de su diminuto bolso de bandolera, buscó dentro sus gafas de sol de diamantes falsos, estando a punto de dejarlas caer mientras se
las ponía rápidamente para protegerse.
El primer cuarto pasó con una lentitud martirizante. Podía oler el sudor de los jugadores, veía sus expresiones algunas veces aturdidas, algunas veces rotas, oía las obscenidades que gritaban, una profanación tras otra hasta que la
repetición las despojó de cualquier significado. En algún momento, se percató que estaba allí de pie no ya porque hubiera recibido instrucciones, sino como prueba de su fuerza, su propia prueba de coraje. Puede que si manejaba este
desafío, pudiera comenzar a manejar el resto de su vida.
Nunca los segundos le habían parecido tan largos como minutos, los minutos como horas. A través del rabillo del ojo, observó a las animadoras de los Star con sus uniformes dorados de mala calidad con lentejuelas azules
animando a todos a aplaudir. Ella obedientemente aplaudió cuando Bobby Tom atrapó un pase después de otro contra lo que oiría más tarde que era la defensa de los Broncos. Y con más frecuencia de la que le gustaría, encontró que sus ojos se desviaban hacia Joe Jonas .
Él se paseaba de arriba abajo por los laterales, su pelo trigueño brillaba bajo la brillante luz del sol que fluía por el centro del domo. Sus bíceps estiraban las mangas cortas de su camisa de punto y las venas latían en su cuello musculoso mientras gritaba las instrucciones. Nunca estaba quieto.
Paseaba, se enfurecía, hablaba a voz en grito, perforaba el aire con su puño.
Cuando una jugada al final del cuarto le enojó, se sacó bruscamente el auricular del casco y lo tiró contra el campo. Tres de sus jugadores brincaron en el banquillo y medio se escondieron, su respuesta era tan adecuadamente orquestada que tuvo el presentimiento de que lo habían hecho antes. Si bien este equipo era legalmente de ella durante los meses siguientes, supo que le pertenecía a él. La aterrorizaba y fascinaba. Habría dado cualquier cosa por ser tan valiente.
El silbido finalmente sonó, señalando el final del primer cuarto. Para sorpresa de todo el mundo, los Chicago Stars estaban empatados a los Broncos, 7-7.
Bobby Tom se acercó a ella, con una expresión tan jubilosa que ella no pudo más que sonreírle.
—Espero que esté cerca cuando juguemos contra los Chargers la semana próxima, Señorita Somerville. Es mi amuleto de la suerte.
—Creo que es tu talento el que te da suerte.
La voz de Joe rugió furiosa.
—¡Denton, ven acá! Tenemos tres cuartos más, ¿o te has olvidado de eso?
Bobby Tom parpadeó y corrió afuera.
D.A. Torrez.
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
Mierda! PEro que caracter que se carga joseph ahahahahah tenes que seguirla!!
helado00
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
CAPÍTULO 9
______permaneció en las sombras, fuera de la iluminación de los focos que se habían colocados alrededor de la piscina de la Mansión Somerville y observó como cinco mujeres, que reían tontamente, rodeaban a Bobby Tom Denton. Ninguna de las gestiones de los Stars, ni el consejo administrativo que gestionaba el patrimonio tras la muerte de Bert, ni el hecho de que Phoebe pronto se mudaría de la casa habían servido como excusa para cancelar la fiesta que se celebraba allí cada año para celebrar el comienzo de temporada.
Mientras ______había acudido al partido, su secretaria había supervisado el catering de todo el acontecimiento. ______había reemplazado el vestido “fregona” por otro ligeramente menos provocativo, color melocotón, con la parte superior de encaje.
La pérdida del partido ante los Broncos había empañado la reunión al principio, pero como el alcohol había comenzado a fluir libremente, el humor había mejorado. Era casi medianoche y las bandejas de carne, jamón y colas de langosta se habían agotado. ______había sido presentada a todos los jugadores, sus esposas y sus novias según fueron llegando. Los jugadores fueron escrupulosamente educados con su nueva dueña, pero tener alrededor a tantos deportistas le había traído malos recuerdos, así que se había alejado a un banco de madera oculto por unos arbustos de rosales japoneses adecuadamente alejados de la piscina.
Oyó una voz familiar y sintió un extraño estremecimiento cuando miró hacia el patio y vio a Joe . Ron le había contado que la noche de los domingos era una de las más ocupadas para los entrenadores, ya que calificaban a los jugadores según su trayectoria durante el partido y preparaban el plan de juego para la semana entrante. Pero aun así, se había encontrado buscándole toda la tarde.
Ella observó desde las sombras como él se movía de un grupo a otro.
Gradualmente, se dio cuenta de que estaba cada vez más cerca. Vio que él llevaba puestas un par de gafas de montura metálica y el contraste entre esas gafas de estudioso y su ruda y buena presencia hicieron cosas extrañas en sus
entrañas.
Ella cruzó las piernas cuando se acercó a ella.
—Nunca te había visto con gafas.
—Las lentillas me molestan después de catorce horas. —Bebió un sorbo de la lata de cerveza que llevaba en la mano y puso el pie en el banco al lado de ella.
Este hombre era realmente como un involuntario orgasmo nocturno a lo Tennessee Williams, pensó ella, mientras lentamente imaginaba la película en su cabeza. Lo podía ver en la envejecida biblioteca de una decadente casa de plantación, con la camisa blanca humedecida por el sudor provocado por un lujurioso encuentro con una joven Elizabeth en una cama de latón. Sujetaba un puro entre sus dientes al tiempo que examinaba impaciente y rápidamente un viejo diario para intentar descubrir dónde había enterrado su bisabuela la plata de la familia.
Sentía su cuerpo caliente y lánguido y tuvo que reprimir el deseo de rozarse contra él como un gato.
Una carcajada procedente de la piscina la trajo de regreso a la realidad.
Miró hacia allí a tiempo de ver como una de las cinco mujeres que rodeaban a Bobby Tom lo empujaba al agua completamente vestido. Cuando él no subió inmediatamente para tomar aire, ella rechinó los dientes.
—Estoy esforzándome para no tirarme y rescatarle.
Joe se rió entre dientes y bajó su pie del banco.
—Relájate. Tienes aún más dinero invertido en Jim Biederot que en Bobby
Tom y Jim acaba de echar un cabo a una de las chimeneas de la casa para ponerse a escalarla.
—Definitivamente no valgo para este trabajo.
Bobby Tom salió de la piscina, resopló y empujó a dos de las mujeres que estaban con él. Se alegró de que el dormitorio de Molly diera al otro lado de la casa.
—Tully me dijo que Jim escala la casa cada año —dijo Joe —. Aparentemente, la fiesta no sería lo mismo sino lo hiciera.
—¿Y no se puede poner un gorrito de fiesta en la cabeza como todos los
demás?
—Está orgulloso de su originalidad.
Un corpulento guardalínea defensivo se dejó caer en el cemento al lado de la piscina y agarró a una joven que se puso a chillar. Joe apuntó su lata de cerveza hacia ellos.
—Ahora es cuando empiezan realmente los problemas.
Ella se levantó para echar una mirada y luego deseó no haberlo hecho.
—Espero que no la lastime.
—Eso no tendría importancia sino fuera porque no es su esposa.
En ese momento una especie de diminuta bola de fuego con una melena brillante a lo Diana Ross surgió de la parte posterior del patio hacia Webster Greer, el guardalínea defensivo de ciento cuarenta kilos. Joe se rió entre dientes.
—Observa y aprende, Phoebe. “Bola de fuego” se detuvo sobre un par de tacones de aguja.
—¡Webster Greer, deja a esa chica en este momento o te patearé el culo!
—Ay, cariño —dijo, dejando a la pelirroja encima de una tumbona.
—No me llames “cariño” —gritó “bola de fuego”—. Parece que quieres pasar la noche en esa bolera que te construiste en el sótano, lo cual me parece maravilloso, porque sin duda alguna no te acostarás conmigo.
—Pero cariño...
—Y ni se te ocurra llorar en mi hombro cuando lleve tu culo al tribunal para divorciarme y sacarte cada penique que has ganado.
—Krystal, cariño, estaba simplemente divirtiéndome un poco.
—¡Divirtiéndote un poco! ¡Verás lo que es divertirse un poco! —Levantó el brazo y comenzó a darle puñetazos en el estómago todo lo fuerte que podía.
Él frunció el ceño.
—Pero, cariño, ¿por qué haces eso? La última vez que me golpeaste, te lastimaste la mano.
Seguro que era lo que pasaba porque Krystal acunó la mano con la otra, pero eso no detuvo su boca.
—No te preocupes por mi mano. ¡Sólo preocúpate por tu culo! ¡Y de cualquier manera me voy a ir para siempre y no verás a tus hijos otra vez!
—Ven, cariño. Vamos a ponerte un poco de hielo.
—¡El único sitio que necesita hielo es tu polla!
Con un dramático tirón de pelo, se apartó de él y fue directamente hacia ______y Joe . ______no estaba segura de querer conocer a esa diminuta arpía, pero Joe no parecía preocupado.
Cuando la mujer se paró delante de ellos, él envolvió la mano herida alrededor de su lata de cerveza.
—Todavía está fría, Krys. Quizá baje la hinchazón.
—Gracias.
—Tienes que dejar de golpearlo, cariño. Un día de estos vas a romperte la mano.
—No para de volverme loca —replicó ella.
—Esa mujer probablemente ha estado dándole la vara toda la noche. Sabes que Webster es el último hombre del equipo que haría el loco con otra mujer.
—Eso es porque lo mantengo bajo control.
Su tono era tan engreído que ______no pudo reprimirse y soltó una carcajada. En lugar de sentirse ofendida, Krystal se volvió hacia ella.
—Nunca dejes saber a un hombre que tiene ventaja si quieres tener un matrimonio feliz.
—Lo recordaré.
Joe negó con la cabeza, luego se volvió a Phoebe.
—Lo más espeluznante es que Webster y Krystal tienen uno de los mejores matrimonios del equipo.
—Supongo que será mejor que vaya con él antes de que monte una pelea con alguien. —Krystal rodó la lata de cerveza sobre su mano herida—. ¿Te importa si me la llevo para que me sirva de hielo?
—Te ayudará.
Ella sonrió a ______y luego se puso de puntillas para plantar un beso en la mandíbula de Joe .
—Gracias, colega. Pasa por casa en alguna ocasión y te haré una buena hamburguesa.
—Lo haré.
Cuando Krystal regresó con su marido, Joe se sentó en el banco. Phoebe se sentó al lado de él, manteniendo tanto espacio entre ellos como podía.
—¿Hace mucho que conoces a Krystal?
—Webster y yo fuimos compañeros de equipo antes de que me retirara y éramos bastante amigos. A ninguno de ellos les gustaba demasiado mi ex- esposa, con excepción de la política, y Krystal solía venir a mi puerta con leche y galletas cuando me estaba divorciando. No hemos podido vernos demasiado desde que trabajo en los Stars.
—¿Y eso por qué?
—Ahora soy el entrenador de Webster.
—¿Y eso qué importa?
—Tengo que seleccionar a los jugadores para todas las jugadas. Tengo que mantener las distancias.
—Extraña manera de mantener las amistades.
—Es simplemente así. Todo el mundo lo entiende.
Aunque los demás estaban a la vista, el banco estaba lo suficiente lejos y tan oculto por las sombras del espeso rosal japonés que ella había comenzado a sentir como si estuvieran a solas y era consciente de él con cada cosquilleo de
su piel. Agradeció la distracción que supuso un grito de mujer, y, mirando atentamente a la valla de protección, vio a una mujer sin la parte superior del bikini. Los gritos y silbidos eran tan fuertes que esperó que no despertasen a
Molly y la asustasen.
—La fiesta se está poniendo un poco salvaje.
—En realidad no. Todo el mundo se portará bien mientras las carabinas estén aquí.
—¿Quiénes son las carabinas?
—Tú y yo. Los chicos no van a desmadrarse mientras la dueña y el entrenador anden por aquí, sobre todo habiendo perdido hoy. Recuerdo que algunas fiestas de mis días de jugador duraban hasta el martes.
—Suenas nostálgico.
—Era divertido.
—¿Tirarse a la piscina y jugar a “camisetas mojadas” era divertido?
—No me digas que tienes algo en contra de los concursos de “camisetas mojadas”. Es lo más cerca que están en su vida, la mayoría de los jugadores de fútbol, de un acontecimiento cultural.
Ella se rió. Pero entonces su risa se desvaneció cuando observó la manera en que él la miraba. A través de las lentes de sus gafas, sus ojos verdemar eran enigmáticos, pero algo pareció crujir entre ellos, una chispa que no debería
haber estado allí. Estaba excitada y asustada. Inclinando la cabeza, tomó rápidamente un sorbo de vino.
Él dijo en voz baja:
—Para ser alguien que coquetea con todo lo que tiene pantalones, pareces bastante nerviosa conmigo.
—¡No lo estoy!
—Eres una mentirosa, querida. Te pongo condenadamente nerviosa.
A pesar del vino, se le secó la boca. Ella forzó una sonrisa taimada en sus labios.
—En tus sueños, cariño. —Apoyándose lo suficientemente cerca como para oler su aftershave, añadió con voz ronca—: Devoro hombres como tú en el desayuno y todavía me tomo cinco más en la comida.
Él resopló burlón.
—Maldita sea, Phoebe, desearía que nos hubiéramos conocido en otro momento mejor, si así fuera, hubiéramos podido pasarlo realmente bien.
Ella sonrió, intentó decir algo erótico y frívolo solo para descubrir que no se le ocurría nada. En su mente los muelles de la cama de latón habían comenzado a rechinar, sólo que esta vez ella yacía allí en lugar de la joven
Elizabeth. Era a ella a quien se le deslizaba la tira de encaje del hombro. Se imaginó observándole de pie debajo de un ventilador con la camisa desabotonada.
—Maldita sea. —La maldición suave y ronca que se oyó, no era parte del sueño, sino que salió de los labios del hombre real.
Mientras la miraba fijamente a los ojos, sintió como si su cuerpo desterrara años de telarañas mohosas para ponerse húmedo y cubierto de rocío. La sensación era tan extraña, que quiso escapar de allí, pero al mismo tiempo,
quería quedarse para siempre. Estaba sobrecogida por la tentación que suponía inclinarse y tocar sus labios con los de ella. ¿Y por qué no? Él creía que ella era la mejor de las come-hombres. No tenía manera de saber qué extraño sería ese
gesto en ella.
—Estás aquí, Phoebe.
Las dos cabezas giraron hacia Ron que apareció entre los setos. Ella inhaló rápida e inestablemente.
Desde que Ron había sido recontratado, Joe y él se llevaban mejor y hasta ahora no habían discutido. Ella esperaba que eso no estuviera a punto de cambiar.
Ron inclinó la cabeza hacia Joe , luego se dirigió a Phoebe.
—Me voy ya para casa. Los de la limpieza comenzarán pronto.
Joe echó un vistazo a su reloj y se levantó.
—Yo también me voy. ¿Trajo Paul esas películas para mí?
—No lo he visto.
—Mierda. Tenía que darme un video al que quería echar un vistazo antes de irme a la cama.
Ron sonrió a Phoebe.
—Joe es conocido por sobrevivir con sólo cuatro horas de sueño por noche. Es como un mulo de carga.
El interludio de ______con Joe la había estremecido porque sintió como si hubiera mostrado demasiado de sí misma. Levantándose, se metió los dedos entre el pelo.
—Es una satisfacción saber que saco provecho de lo que pago.
—¿Quieres que mande la cinta a tu casa tan pronto como llegue? — preguntó Ron.
—No. No te molestes. Pero dile que la quiero en mi escritorio a las siete, mañana por la mañana. Quiero echarle un vistazo antes de ver a mis ayudantes. —Se volvió a Phoebe—. Necesito hacer una llamada. ¿Hay algún teléfono dentro que pueda usar?
Estaba tan serio que ella se preguntó si se habría imaginado la atracción que había surgido entre ellos hacía un rato. Ella no quería que él supiera cómo la había desestabilizado, así es que le habló con ligereza.
—¿No tienes uno en esa chatarra que conduces?
—Hay dos lugares en los que no tengo teléfono. Uno es mi coche y el otro mi dormitorio.
Él acababa de ganar por goleada y ella trató de recuperarse señalando con un gesto perezoso hacia una puerta del otro lado de la casa.
—El del salón es el que te queda más cerca.
—Gracias bizcochito.
Cuando él se marchó, Ron la miró.
—No deberías dejar que te tratara tan irrespetuosamente. Eres la dueña del equipo.
—¿Y exactamente cómo se supone que debo pararle los pies? —replicó ella, volcando su frustración sobre Ron—. Y no quiero oír nada sobre cómo lo hace Al Davis o Eddie nosequé Delaware.
—Edward DeBartolo, Jr. —dijo él con paciencia—. El dueño de los San Francisco players.
—¿No es ese el que le regala a sus jugadores y esposas esos regalos tan fantásticos?
—Ese mismo. El de los viajes a Hawai. Grandes vales-regalo para Nieman Marcus.
—Odio todo esto.
Le palmeó el brazo.
—Sólo es trabajo, Phoebe. Nos vemos por la mañana.
______permaneció en las sombras, fuera de la iluminación de los focos que se habían colocados alrededor de la piscina de la Mansión Somerville y observó como cinco mujeres, que reían tontamente, rodeaban a Bobby Tom Denton. Ninguna de las gestiones de los Stars, ni el consejo administrativo que gestionaba el patrimonio tras la muerte de Bert, ni el hecho de que Phoebe pronto se mudaría de la casa habían servido como excusa para cancelar la fiesta que se celebraba allí cada año para celebrar el comienzo de temporada.
Mientras ______había acudido al partido, su secretaria había supervisado el catering de todo el acontecimiento. ______había reemplazado el vestido “fregona” por otro ligeramente menos provocativo, color melocotón, con la parte superior de encaje.
La pérdida del partido ante los Broncos había empañado la reunión al principio, pero como el alcohol había comenzado a fluir libremente, el humor había mejorado. Era casi medianoche y las bandejas de carne, jamón y colas de langosta se habían agotado. ______había sido presentada a todos los jugadores, sus esposas y sus novias según fueron llegando. Los jugadores fueron escrupulosamente educados con su nueva dueña, pero tener alrededor a tantos deportistas le había traído malos recuerdos, así que se había alejado a un banco de madera oculto por unos arbustos de rosales japoneses adecuadamente alejados de la piscina.
Oyó una voz familiar y sintió un extraño estremecimiento cuando miró hacia el patio y vio a Joe . Ron le había contado que la noche de los domingos era una de las más ocupadas para los entrenadores, ya que calificaban a los jugadores según su trayectoria durante el partido y preparaban el plan de juego para la semana entrante. Pero aun así, se había encontrado buscándole toda la tarde.
Ella observó desde las sombras como él se movía de un grupo a otro.
Gradualmente, se dio cuenta de que estaba cada vez más cerca. Vio que él llevaba puestas un par de gafas de montura metálica y el contraste entre esas gafas de estudioso y su ruda y buena presencia hicieron cosas extrañas en sus
entrañas.
Ella cruzó las piernas cuando se acercó a ella.
—Nunca te había visto con gafas.
—Las lentillas me molestan después de catorce horas. —Bebió un sorbo de la lata de cerveza que llevaba en la mano y puso el pie en el banco al lado de ella.
Este hombre era realmente como un involuntario orgasmo nocturno a lo Tennessee Williams, pensó ella, mientras lentamente imaginaba la película en su cabeza. Lo podía ver en la envejecida biblioteca de una decadente casa de plantación, con la camisa blanca humedecida por el sudor provocado por un lujurioso encuentro con una joven Elizabeth en una cama de latón. Sujetaba un puro entre sus dientes al tiempo que examinaba impaciente y rápidamente un viejo diario para intentar descubrir dónde había enterrado su bisabuela la plata de la familia.
Sentía su cuerpo caliente y lánguido y tuvo que reprimir el deseo de rozarse contra él como un gato.
Una carcajada procedente de la piscina la trajo de regreso a la realidad.
Miró hacia allí a tiempo de ver como una de las cinco mujeres que rodeaban a Bobby Tom lo empujaba al agua completamente vestido. Cuando él no subió inmediatamente para tomar aire, ella rechinó los dientes.
—Estoy esforzándome para no tirarme y rescatarle.
Joe se rió entre dientes y bajó su pie del banco.
—Relájate. Tienes aún más dinero invertido en Jim Biederot que en Bobby
Tom y Jim acaba de echar un cabo a una de las chimeneas de la casa para ponerse a escalarla.
—Definitivamente no valgo para este trabajo.
Bobby Tom salió de la piscina, resopló y empujó a dos de las mujeres que estaban con él. Se alegró de que el dormitorio de Molly diera al otro lado de la casa.
—Tully me dijo que Jim escala la casa cada año —dijo Joe —. Aparentemente, la fiesta no sería lo mismo sino lo hiciera.
—¿Y no se puede poner un gorrito de fiesta en la cabeza como todos los
demás?
—Está orgulloso de su originalidad.
Un corpulento guardalínea defensivo se dejó caer en el cemento al lado de la piscina y agarró a una joven que se puso a chillar. Joe apuntó su lata de cerveza hacia ellos.
—Ahora es cuando empiezan realmente los problemas.
Ella se levantó para echar una mirada y luego deseó no haberlo hecho.
—Espero que no la lastime.
—Eso no tendría importancia sino fuera porque no es su esposa.
En ese momento una especie de diminuta bola de fuego con una melena brillante a lo Diana Ross surgió de la parte posterior del patio hacia Webster Greer, el guardalínea defensivo de ciento cuarenta kilos. Joe se rió entre dientes.
—Observa y aprende, Phoebe. “Bola de fuego” se detuvo sobre un par de tacones de aguja.
—¡Webster Greer, deja a esa chica en este momento o te patearé el culo!
—Ay, cariño —dijo, dejando a la pelirroja encima de una tumbona.
—No me llames “cariño” —gritó “bola de fuego”—. Parece que quieres pasar la noche en esa bolera que te construiste en el sótano, lo cual me parece maravilloso, porque sin duda alguna no te acostarás conmigo.
—Pero cariño...
—Y ni se te ocurra llorar en mi hombro cuando lleve tu culo al tribunal para divorciarme y sacarte cada penique que has ganado.
—Krystal, cariño, estaba simplemente divirtiéndome un poco.
—¡Divirtiéndote un poco! ¡Verás lo que es divertirse un poco! —Levantó el brazo y comenzó a darle puñetazos en el estómago todo lo fuerte que podía.
Él frunció el ceño.
—Pero, cariño, ¿por qué haces eso? La última vez que me golpeaste, te lastimaste la mano.
Seguro que era lo que pasaba porque Krystal acunó la mano con la otra, pero eso no detuvo su boca.
—No te preocupes por mi mano. ¡Sólo preocúpate por tu culo! ¡Y de cualquier manera me voy a ir para siempre y no verás a tus hijos otra vez!
—Ven, cariño. Vamos a ponerte un poco de hielo.
—¡El único sitio que necesita hielo es tu polla!
Con un dramático tirón de pelo, se apartó de él y fue directamente hacia ______y Joe . ______no estaba segura de querer conocer a esa diminuta arpía, pero Joe no parecía preocupado.
Cuando la mujer se paró delante de ellos, él envolvió la mano herida alrededor de su lata de cerveza.
—Todavía está fría, Krys. Quizá baje la hinchazón.
—Gracias.
—Tienes que dejar de golpearlo, cariño. Un día de estos vas a romperte la mano.
—No para de volverme loca —replicó ella.
—Esa mujer probablemente ha estado dándole la vara toda la noche. Sabes que Webster es el último hombre del equipo que haría el loco con otra mujer.
—Eso es porque lo mantengo bajo control.
Su tono era tan engreído que ______no pudo reprimirse y soltó una carcajada. En lugar de sentirse ofendida, Krystal se volvió hacia ella.
—Nunca dejes saber a un hombre que tiene ventaja si quieres tener un matrimonio feliz.
—Lo recordaré.
Joe negó con la cabeza, luego se volvió a Phoebe.
—Lo más espeluznante es que Webster y Krystal tienen uno de los mejores matrimonios del equipo.
—Supongo que será mejor que vaya con él antes de que monte una pelea con alguien. —Krystal rodó la lata de cerveza sobre su mano herida—. ¿Te importa si me la llevo para que me sirva de hielo?
—Te ayudará.
Ella sonrió a ______y luego se puso de puntillas para plantar un beso en la mandíbula de Joe .
—Gracias, colega. Pasa por casa en alguna ocasión y te haré una buena hamburguesa.
—Lo haré.
Cuando Krystal regresó con su marido, Joe se sentó en el banco. Phoebe se sentó al lado de él, manteniendo tanto espacio entre ellos como podía.
—¿Hace mucho que conoces a Krystal?
—Webster y yo fuimos compañeros de equipo antes de que me retirara y éramos bastante amigos. A ninguno de ellos les gustaba demasiado mi ex- esposa, con excepción de la política, y Krystal solía venir a mi puerta con leche y galletas cuando me estaba divorciando. No hemos podido vernos demasiado desde que trabajo en los Stars.
—¿Y eso por qué?
—Ahora soy el entrenador de Webster.
—¿Y eso qué importa?
—Tengo que seleccionar a los jugadores para todas las jugadas. Tengo que mantener las distancias.
—Extraña manera de mantener las amistades.
—Es simplemente así. Todo el mundo lo entiende.
Aunque los demás estaban a la vista, el banco estaba lo suficiente lejos y tan oculto por las sombras del espeso rosal japonés que ella había comenzado a sentir como si estuvieran a solas y era consciente de él con cada cosquilleo de
su piel. Agradeció la distracción que supuso un grito de mujer, y, mirando atentamente a la valla de protección, vio a una mujer sin la parte superior del bikini. Los gritos y silbidos eran tan fuertes que esperó que no despertasen a
Molly y la asustasen.
—La fiesta se está poniendo un poco salvaje.
—En realidad no. Todo el mundo se portará bien mientras las carabinas estén aquí.
—¿Quiénes son las carabinas?
—Tú y yo. Los chicos no van a desmadrarse mientras la dueña y el entrenador anden por aquí, sobre todo habiendo perdido hoy. Recuerdo que algunas fiestas de mis días de jugador duraban hasta el martes.
—Suenas nostálgico.
—Era divertido.
—¿Tirarse a la piscina y jugar a “camisetas mojadas” era divertido?
—No me digas que tienes algo en contra de los concursos de “camisetas mojadas”. Es lo más cerca que están en su vida, la mayoría de los jugadores de fútbol, de un acontecimiento cultural.
Ella se rió. Pero entonces su risa se desvaneció cuando observó la manera en que él la miraba. A través de las lentes de sus gafas, sus ojos verdemar eran enigmáticos, pero algo pareció crujir entre ellos, una chispa que no debería
haber estado allí. Estaba excitada y asustada. Inclinando la cabeza, tomó rápidamente un sorbo de vino.
Él dijo en voz baja:
—Para ser alguien que coquetea con todo lo que tiene pantalones, pareces bastante nerviosa conmigo.
—¡No lo estoy!
—Eres una mentirosa, querida. Te pongo condenadamente nerviosa.
A pesar del vino, se le secó la boca. Ella forzó una sonrisa taimada en sus labios.
—En tus sueños, cariño. —Apoyándose lo suficientemente cerca como para oler su aftershave, añadió con voz ronca—: Devoro hombres como tú en el desayuno y todavía me tomo cinco más en la comida.
Él resopló burlón.
—Maldita sea, Phoebe, desearía que nos hubiéramos conocido en otro momento mejor, si así fuera, hubiéramos podido pasarlo realmente bien.
Ella sonrió, intentó decir algo erótico y frívolo solo para descubrir que no se le ocurría nada. En su mente los muelles de la cama de latón habían comenzado a rechinar, sólo que esta vez ella yacía allí en lugar de la joven
Elizabeth. Era a ella a quien se le deslizaba la tira de encaje del hombro. Se imaginó observándole de pie debajo de un ventilador con la camisa desabotonada.
—Maldita sea. —La maldición suave y ronca que se oyó, no era parte del sueño, sino que salió de los labios del hombre real.
Mientras la miraba fijamente a los ojos, sintió como si su cuerpo desterrara años de telarañas mohosas para ponerse húmedo y cubierto de rocío. La sensación era tan extraña, que quiso escapar de allí, pero al mismo tiempo,
quería quedarse para siempre. Estaba sobrecogida por la tentación que suponía inclinarse y tocar sus labios con los de ella. ¿Y por qué no? Él creía que ella era la mejor de las come-hombres. No tenía manera de saber qué extraño sería ese
gesto en ella.
—Estás aquí, Phoebe.
Las dos cabezas giraron hacia Ron que apareció entre los setos. Ella inhaló rápida e inestablemente.
Desde que Ron había sido recontratado, Joe y él se llevaban mejor y hasta ahora no habían discutido. Ella esperaba que eso no estuviera a punto de cambiar.
Ron inclinó la cabeza hacia Joe , luego se dirigió a Phoebe.
—Me voy ya para casa. Los de la limpieza comenzarán pronto.
Joe echó un vistazo a su reloj y se levantó.
—Yo también me voy. ¿Trajo Paul esas películas para mí?
—No lo he visto.
—Mierda. Tenía que darme un video al que quería echar un vistazo antes de irme a la cama.
Ron sonrió a Phoebe.
—Joe es conocido por sobrevivir con sólo cuatro horas de sueño por noche. Es como un mulo de carga.
El interludio de ______con Joe la había estremecido porque sintió como si hubiera mostrado demasiado de sí misma. Levantándose, se metió los dedos entre el pelo.
—Es una satisfacción saber que saco provecho de lo que pago.
—¿Quieres que mande la cinta a tu casa tan pronto como llegue? — preguntó Ron.
—No. No te molestes. Pero dile que la quiero en mi escritorio a las siete, mañana por la mañana. Quiero echarle un vistazo antes de ver a mis ayudantes. —Se volvió a Phoebe—. Necesito hacer una llamada. ¿Hay algún teléfono dentro que pueda usar?
Estaba tan serio que ella se preguntó si se habría imaginado la atracción que había surgido entre ellos hacía un rato. Ella no quería que él supiera cómo la había desestabilizado, así es que le habló con ligereza.
—¿No tienes uno en esa chatarra que conduces?
—Hay dos lugares en los que no tengo teléfono. Uno es mi coche y el otro mi dormitorio.
Él acababa de ganar por goleada y ella trató de recuperarse señalando con un gesto perezoso hacia una puerta del otro lado de la casa.
—El del salón es el que te queda más cerca.
—Gracias bizcochito.
Cuando él se marchó, Ron la miró.
—No deberías dejar que te tratara tan irrespetuosamente. Eres la dueña del equipo.
—¿Y exactamente cómo se supone que debo pararle los pies? —replicó ella, volcando su frustración sobre Ron—. Y no quiero oír nada sobre cómo lo hace Al Davis o Eddie nosequé Delaware.
—Edward DeBartolo, Jr. —dijo él con paciencia—. El dueño de los San Francisco players.
—¿No es ese el que le regala a sus jugadores y esposas esos regalos tan fantásticos?
—Ese mismo. El de los viajes a Hawai. Grandes vales-regalo para Nieman Marcus.
—Odio todo esto.
Le palmeó el brazo.
—Sólo es trabajo, Phoebe. Nos vemos por la mañana.
D.A. Torrez.
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
Parte 2
Cuando se quedó sola, miró hacia la casa en la dirección en que Joe había desaparecido. ¿De todos los hombres que habían pasado por su vida, por qué tenía que ser éste el que la atrajera? Qué irónico era que se encontrara tan
profundamente atraída por lo mismo que temía: Un hombre fuerte y en inmejorable forma. Un hombre, se recordó a sí misma, que era todavía más peligroso por su mente rápida y su extraño sentido del humor.
Si no se hubiera ido tan pronto. Desde que había llegado a Chicago, se había sentido como si hubiera estado extasiada en una tierra exótica donde o no conocía el idioma o no lo entendía y su encuentro con él esa noche sólo había intensificado esa sensación. Estaba confundida pero también llena de una extraña sensación de anticipación, el presentimiento de que si él no se hubiera ido tan rápido podría haber ocurrido algo mágico.
****
Molly dobló las rodillas y plegó sobre ellas su camisón de algodón azul.
Estaba sentada y arrebujada en el asiento junto a la ventana del oscuro salón mirando hacia afuera a través de la ventana desde la que se podía ver la fiesta.
Peg, el ama de llaves, la había mandado a la cama hacía una hora, pero el ruido no la dejaba dormir. Además estaba preocupada por el miércoles, cuando comenzaría la escuela pública secundaria, donde los demás niños la odiarían.
De repente, algo mojado rozó contra su pierna desnuda.
—Hola, Pooh. —Cuando Molly extendió la mano para acariciar el suave pelo de la perra, Pooh se levantó sobre las dos patas de atrás, colocando las delanteras sobre el muslo de la adolescente.
Molly subió a la perra a su regazo e inclinó la cabeza para hablarle dulcemente como si fuera un niño.
—Eres una buena chica, lo eres, Pooh. Una chica buena, una perrita simpática. ¿Quieres a Molly? Molly te quiere, perrita.
Los mechones oscuros de su pelo se entremezclaron con el pelaje blanco de Pooh. Cuando Molly colocó la mejilla sobre la blanda borla de su cabeza,
Pooh le lamió la barbilla. Había pasado mucho tiempo desde que alguien la había besado y mantuvo la cara donde estaba para que Pooh lo pudiera hacer otra vez.
La puerta se abrió. Un hombre grande entró, y ella rápidamente colocó a Pooh sobre el suelo. La habitación estaba débilmente iluminada y él no vio a
Molly cuando se acercó al teléfono de la mesita al lado del sofá. Sin embargo, antes de que él pudiera marcar, Pooh trotó alegremente a saludarle.
—Mierda. ¡Abajo, chucho!
Para evitar cualquier torpeza social, Molly suavemente aclaró su garganta y se levantó.
—No le morderá.
El hombre colgó el teléfono y la miró. Ella vio que tenía una sonrisa bonita.
—¿Está segura? Me parece bastante feroz.
—Su nombre es Pooh.
—Puede que ese sea el problema, ella y yo ya nos hemos encontrado, pero creo que aún no nos habían presentado. —Él se acercó a ella—. Soy Joe Jonas .
—Encantada. Soy Molly Somerville. —Ella extendió la mano, y él la movió solemnemente.
—Hola, Señorita Molly. Debes ser la hermana de Phoebe.
—Soy hermanastra de ______—corrigió—. Tenemos madres diferentes y no nos parecemos nada.
—Eso puedo verlo. ¿No deberías estar en la cama?
—No podía dormir.
—Demasiado ruido. ¿No podrías haber bajado a conocer a los jugadores y a su familia?
—______no me dejaría. —No estaba segura de que la impulsaba a mentir, pero no quería decirle que había sido ella la que se negó a salir.
—¿Por qué no?
—Es muy estricta. Además, no me gustan los dulces. Realmente, soy una persona solitaria. Planeo ser escritora cuando crezca.
—¿En serio?
—Ahora estoy leyendo a Dostoyevski.
—No me digas.
Ella estaba quedándose sin conversación e intentó sacar otro tema que mantuviera su atención.
—No me puedo ni imaginar que estudien a Dostoyevski en mi nueva escuela. Comienzo allí el miércoles. Es una escuela pública, sabes. Hay chicos.
—¿No has ido nunca a la escuela con niños?
—No.
—Una chica guapa como tú debería adaptarse muy bien.
—Gracias, pero sé que no soy realmente guapa. No como Phoebe.
—Por supuesto que no eres guapa como Phoebe. Tú eres guapa a tu manera. Eso es lo mejor de las mujeres. Cada una es de una manera.
¡Él la había llamado mujer! Guardó el emocionante cumplido para saborearlo cuando estuviera sola.
—Gracias por ser tan amable, pero conozco mis limitaciones.
—Soy un experto en cuestión de mujeres, Señorita Molly. Deberías escucharme.
Ella quería creerle, pero no podía.
—¿Es usted un jugador de fútbol, Sr. Jonas ?
—Lo era, pero ahora soy el entrenador de los Stars.
—Me temo que no sé nada de fútbol.
—Eso parece frecuente en las mujeres de tu familia. —Él cruzó los brazos—. ¿No te llevó tu hermana al partido esta tarde?
—No.
—Es una pena. Debería llevarte.
Creyó detectar desaprobación en su voz, y se le ocurrió que a lo mejor a él ______tampoco le gustaba. Se decidió a tantear el terreno.
—Mi hermanastra no quiere perder el tiempo conmigo. Ella tiene que cargar conmigo, sabes, porque mis padres están muertos. Pero ella realmente no me quiere. —Eso, al menos, era cierto. Ahora tenía toda su atención y como no quería perderla, comenzó a mentir—. No me deja volver a mi vieja escuela y esconde las cartas que escribo a mis amigas.
—¿Y por qué hace algo así?
La imaginación de Molly fue más allá.
—Una veta de crueldad, quizá. Algunas personas nacen así, sabes. Nunca me deja salir de casa y si no le gusta lo que hago, sólo me da pan y agua. —
Siguió inspiradamente—. Y algunas veces me pega.
—¿Qué?
Ella temió haber ido demasiado lejos, así que rápidamente agregó—: Pero no me duele.
—Me cuesta imaginar a tu hermana haciendo eso.
No le gustó oírlo defender a Phoebe.
—Usted es un hombre, así que su aspecto físico ha afectado su juicio.
Él ahogó una risa.
—¿Quieres explicarme eso?
Su conciencia le dijo que no siguiera, pero él era tan agradable y quería eso ya que no podía tener más.
—Actúa de distinta manera con los hombres que conmigo. Es como Rebecca, la primera Señora de Winter. Los hombres la adoran, pero realmente no es como se muestra. —Otra vez creyó haber ido demasiado lejos, así que le quitó hierro al asunto. No es que sea realmente mala, por supuesto, sólo es un
poco retorcida.
Él se frotó la barbilla.
—Te voy a decir una cosa, Molly. Los Stars son parte de tu herencia familiar y necesitas saber algo sobre el equipo. ¿Por qué no le pides a Phoebe que te lleve a los entrenamientos algún día después de la escuela la semana próxima? Puedes conocer a los jugadores y te enseñaría algo sobre el juego.
—¿Harías eso?
—Claro.
La gratitud hacia él, bloqueó la culpa.
—Gracias. Me gustaría mucho.
En ese momento Peg metió la cabeza por la puerta y regañó duramente a Molly por no estar en su habitación. Se despidió de Joe y regresó a su cuarto.
Después de que Peg se fuera, rescató al Sr. Brown de su escondite y se acurrucó bajo las sábanas con él, aunque era demasiado mayor para acostarse con un peluche.
Quizá ahora se quedaría dormida por fin. Oyó una suave rascadura en su puerta y sonrió en la almohada. No podía abrir la puerta porque no quería que ______descubriera que había dejado que Pooh entrara en su dormitorio. Pero, bueno, era bonito que la buscara.
Cuando se quedó sola, miró hacia la casa en la dirección en que Joe había desaparecido. ¿De todos los hombres que habían pasado por su vida, por qué tenía que ser éste el que la atrajera? Qué irónico era que se encontrara tan
profundamente atraída por lo mismo que temía: Un hombre fuerte y en inmejorable forma. Un hombre, se recordó a sí misma, que era todavía más peligroso por su mente rápida y su extraño sentido del humor.
Si no se hubiera ido tan pronto. Desde que había llegado a Chicago, se había sentido como si hubiera estado extasiada en una tierra exótica donde o no conocía el idioma o no lo entendía y su encuentro con él esa noche sólo había intensificado esa sensación. Estaba confundida pero también llena de una extraña sensación de anticipación, el presentimiento de que si él no se hubiera ido tan rápido podría haber ocurrido algo mágico.
****
Molly dobló las rodillas y plegó sobre ellas su camisón de algodón azul.
Estaba sentada y arrebujada en el asiento junto a la ventana del oscuro salón mirando hacia afuera a través de la ventana desde la que se podía ver la fiesta.
Peg, el ama de llaves, la había mandado a la cama hacía una hora, pero el ruido no la dejaba dormir. Además estaba preocupada por el miércoles, cuando comenzaría la escuela pública secundaria, donde los demás niños la odiarían.
De repente, algo mojado rozó contra su pierna desnuda.
—Hola, Pooh. —Cuando Molly extendió la mano para acariciar el suave pelo de la perra, Pooh se levantó sobre las dos patas de atrás, colocando las delanteras sobre el muslo de la adolescente.
Molly subió a la perra a su regazo e inclinó la cabeza para hablarle dulcemente como si fuera un niño.
—Eres una buena chica, lo eres, Pooh. Una chica buena, una perrita simpática. ¿Quieres a Molly? Molly te quiere, perrita.
Los mechones oscuros de su pelo se entremezclaron con el pelaje blanco de Pooh. Cuando Molly colocó la mejilla sobre la blanda borla de su cabeza,
Pooh le lamió la barbilla. Había pasado mucho tiempo desde que alguien la había besado y mantuvo la cara donde estaba para que Pooh lo pudiera hacer otra vez.
La puerta se abrió. Un hombre grande entró, y ella rápidamente colocó a Pooh sobre el suelo. La habitación estaba débilmente iluminada y él no vio a
Molly cuando se acercó al teléfono de la mesita al lado del sofá. Sin embargo, antes de que él pudiera marcar, Pooh trotó alegremente a saludarle.
—Mierda. ¡Abajo, chucho!
Para evitar cualquier torpeza social, Molly suavemente aclaró su garganta y se levantó.
—No le morderá.
El hombre colgó el teléfono y la miró. Ella vio que tenía una sonrisa bonita.
—¿Está segura? Me parece bastante feroz.
—Su nombre es Pooh.
—Puede que ese sea el problema, ella y yo ya nos hemos encontrado, pero creo que aún no nos habían presentado. —Él se acercó a ella—. Soy Joe Jonas .
—Encantada. Soy Molly Somerville. —Ella extendió la mano, y él la movió solemnemente.
—Hola, Señorita Molly. Debes ser la hermana de Phoebe.
—Soy hermanastra de ______—corrigió—. Tenemos madres diferentes y no nos parecemos nada.
—Eso puedo verlo. ¿No deberías estar en la cama?
—No podía dormir.
—Demasiado ruido. ¿No podrías haber bajado a conocer a los jugadores y a su familia?
—______no me dejaría. —No estaba segura de que la impulsaba a mentir, pero no quería decirle que había sido ella la que se negó a salir.
—¿Por qué no?
—Es muy estricta. Además, no me gustan los dulces. Realmente, soy una persona solitaria. Planeo ser escritora cuando crezca.
—¿En serio?
—Ahora estoy leyendo a Dostoyevski.
—No me digas.
Ella estaba quedándose sin conversación e intentó sacar otro tema que mantuviera su atención.
—No me puedo ni imaginar que estudien a Dostoyevski en mi nueva escuela. Comienzo allí el miércoles. Es una escuela pública, sabes. Hay chicos.
—¿No has ido nunca a la escuela con niños?
—No.
—Una chica guapa como tú debería adaptarse muy bien.
—Gracias, pero sé que no soy realmente guapa. No como Phoebe.
—Por supuesto que no eres guapa como Phoebe. Tú eres guapa a tu manera. Eso es lo mejor de las mujeres. Cada una es de una manera.
¡Él la había llamado mujer! Guardó el emocionante cumplido para saborearlo cuando estuviera sola.
—Gracias por ser tan amable, pero conozco mis limitaciones.
—Soy un experto en cuestión de mujeres, Señorita Molly. Deberías escucharme.
Ella quería creerle, pero no podía.
—¿Es usted un jugador de fútbol, Sr. Jonas ?
—Lo era, pero ahora soy el entrenador de los Stars.
—Me temo que no sé nada de fútbol.
—Eso parece frecuente en las mujeres de tu familia. —Él cruzó los brazos—. ¿No te llevó tu hermana al partido esta tarde?
—No.
—Es una pena. Debería llevarte.
Creyó detectar desaprobación en su voz, y se le ocurrió que a lo mejor a él ______tampoco le gustaba. Se decidió a tantear el terreno.
—Mi hermanastra no quiere perder el tiempo conmigo. Ella tiene que cargar conmigo, sabes, porque mis padres están muertos. Pero ella realmente no me quiere. —Eso, al menos, era cierto. Ahora tenía toda su atención y como no quería perderla, comenzó a mentir—. No me deja volver a mi vieja escuela y esconde las cartas que escribo a mis amigas.
—¿Y por qué hace algo así?
La imaginación de Molly fue más allá.
—Una veta de crueldad, quizá. Algunas personas nacen así, sabes. Nunca me deja salir de casa y si no le gusta lo que hago, sólo me da pan y agua. —
Siguió inspiradamente—. Y algunas veces me pega.
—¿Qué?
Ella temió haber ido demasiado lejos, así que rápidamente agregó—: Pero no me duele.
—Me cuesta imaginar a tu hermana haciendo eso.
No le gustó oírlo defender a Phoebe.
—Usted es un hombre, así que su aspecto físico ha afectado su juicio.
Él ahogó una risa.
—¿Quieres explicarme eso?
Su conciencia le dijo que no siguiera, pero él era tan agradable y quería eso ya que no podía tener más.
—Actúa de distinta manera con los hombres que conmigo. Es como Rebecca, la primera Señora de Winter. Los hombres la adoran, pero realmente no es como se muestra. —Otra vez creyó haber ido demasiado lejos, así que le quitó hierro al asunto. No es que sea realmente mala, por supuesto, sólo es un
poco retorcida.
Él se frotó la barbilla.
—Te voy a decir una cosa, Molly. Los Stars son parte de tu herencia familiar y necesitas saber algo sobre el equipo. ¿Por qué no le pides a Phoebe que te lleve a los entrenamientos algún día después de la escuela la semana próxima? Puedes conocer a los jugadores y te enseñaría algo sobre el juego.
—¿Harías eso?
—Claro.
La gratitud hacia él, bloqueó la culpa.
—Gracias. Me gustaría mucho.
En ese momento Peg metió la cabeza por la puerta y regañó duramente a Molly por no estar en su habitación. Se despidió de Joe y regresó a su cuarto.
Después de que Peg se fuera, rescató al Sr. Brown de su escondite y se acurrucó bajo las sábanas con él, aunque era demasiado mayor para acostarse con un peluche.
Quizá ahora se quedaría dormida por fin. Oyó una suave rascadura en su puerta y sonrió en la almohada. No podía abrir la puerta porque no quería que ______descubriera que había dejado que Pooh entrara en su dormitorio. Pero, bueno, era bonito que la buscara.
D.A. Torrez.
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
La verdad la hermana de ___ ME harta. Digo si se diera la oportunidad de concoer a su heranastra, porque phoebe no hace nada malo ¬¬'
helado00
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
Hola como han estado?, espero y muy bien :) ... chicas, me he dado cuenta de que en algunos capituos ha aparecido el nombre original de la chica del libro, asi que aclaro, Phoebe es _____, digo, por si se me vuelve a pasar, Eeeeen Fiiiin, les dejo aqui otro cap, espero y lo disfruten. besos y no olviden dejar sus comentarios. hasta pronto!!!!
CAPÍTULO 10
Parte 1
______miró de reojo la cinta de video que reposaba en el asiento del pasajero a su lado, sabía que presentarse sin anunciar en casa de Joe Jonas era la cosa más estúpida que había hecho en su vida. Pero en vez de dar la vuelta con el Cadillac de Bert y regresar a su casa, desvió la vista del resplandor de los faros delanteros hacia los lados de la calle tratando de encontrar el buzón de madera que Krystal Greer le había indicado que buscara. Mientras lo hacía, siguió pensando en que diría cuando lograra llegar.
Intentaría parecer informal, le diría a Joe que Paul había aparecido con la cinta no mucho después de que él hubiera dejado la fiesta. Como sabía que Joe quería verla antes de irse a la cama, había decidido llevársela para disfrutar de la hermosa noche con un paseo en coche. En realidad, nada extraño.
Frunció el ceño. Era la una de la madrugada, quizá no debería decir nada sobre una noche hermosa y un paseo en coche. Quizá simplemente diría que no tenía sueño y que había creído que un paseo en coche la relajaría.
La verdad era que quería verlo otra vez antes de perder el valor. Se había sentido profundamente afectada aquel momento cuando había sentido un deseo tan abrumador de besarle. Ahora necesitaba verlo a solas, donde nadie los interrumpiría para tratar de descubrir lo que significaban esas sensaciones.
Se le ocurrían un millón de razones por las que no debería sentirse atraída por él, pero ninguna de esas razones explicaba cómo la había hecho sentir esa noche, como si su cuerpo lentamente cobrara vida. La sensación era aterradora y estimulante. Él no había mantenido en secreto el hecho de que ella le desagradaba, pero al mismo tiempo, estaba segura de que se sentía atraído por ella.
Sin previo aviso, sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Durante todos esos años no se había permitido a sí misma soñar que algo así podría ocurrir. ¿Estaba siendo rematadamente tonta o era esa la oportunidad para que
recuperara su feminidad?
Sus faros delanteros iluminaron el buzón de madera y parpadeó. No había ningún nombre, pero el número era el correcto, redujo la velocidad para virar por la estrecha senda cubierta de grava. La noche estaba nublada, con lo que
apenas había luz suficientemente para insinuar un jardín bastante antiguo.
Atravesó un pequeño puente de madera y dio una curva bastante cerrada antes de ver luces.
La granja de piedra no era la residencia de soltero que se había imaginado.
Construida de madera y piedra, contaba con tres chimeneas y un ala hacia un lado. Las escaleras llevaban hasta un porche delantero pasado de moda que estaba rodeado de una barandilla tallada. Iluminado por una luz acogedora que
se escapaba por las ventanas delanteras, notó que los postigos y la puerta principal estaban pintados de gris perla.
Sus llantas hicieron crujir la grava cuando se detuvo delante de la casa y apagó el motor. Abruptamente, las luces exteriores desaparecieron al apagarse las interiores. Ella vaciló. Debía haberlo pillado justo cuando se metía en la
cama. Quizá, aún no estaba dormido.
Agarrando apresuradamente el video del asiento antes de perder el valor, abrió la puerta del coche y salió enseguida. Un búho ululó a lo lejos, un extraño sonido que la hizo inquietarse aún más. Mientras caminaba cautelosamente hacia el porche delantero, deseó que no estuviera tan oscuro.
Apoyando la mano sobre la barandilla, subió cautelosamente los cuatro escalones de piedra. En la espesa oscuridad el sonido de sus pasos resonó siniestro en lugar de acogedor, como si estuviera entrando en una casa embrujada. No pudo encontrar el timbre de la puerta, sólo una pesada aldaba de hierro. La levantó para sobresaltarse cuando chocó con un ruido sordo.
Los segundos pasaron lentamente, pero nadie le contestó. Poniéndose cada vez más nerviosa, golpeó otra vez, luego deseó no haberlo hecho porque sabía que había cometido un error terrible. Era embarazoso. No había manera de
explicar su presencia. ¿En qué había pensado? Estaba a punto de dar la vuelta
para irse y… Se quedó sin aliento cuando una mano presionó sobre su boca. Antes de que pudiera reaccionar, un brazo poderoso le envolvió la cintura desde atrás.
Toda la sangre se fue de su cabeza y sus piernas se doblaron cuando se encontró prisionera.
Una voz amenazadora murmuró en su oído.
—Te voy a llevar al jardín.
Se quedó paralizada por la impresión. Trató de gritar pero no pudo emitir ningún sonido. Era como aquella noche cuando tenía dieciocho años. Sus pies dejaron de sentir el suelo y él la llevó escaleras abajo como si no pesara nada.
La oscuridad y el pánico la sofocaron. La arrastró hacia los árboles manteniendo la boca contra su oído.
—Lucha conmigo. —Murmuró él—. Lucha, pero sabes que eso no vale para nada.
El sonido de ese acento familiar atravesó su pánico, y se percató de que ¡era Joe el que la mantenía prisionera! Su mente se bloqueó. ¡Ocurría de nuevo! ¡Se había sentido atraída por él, había coqueteado con él y ahora la iba
a violar! Su parálisis se desbloqueó. No podía dejar que ocurriera una segunda vez.
Comenzó a luchar desesperadamente para recobrar la libertad, pateando y tratando de alcanzarle con los codos, pero él era fuerte, mucho más fuerte que ella, con músculos modelados por años de duro entrenamiento. La llevó al jardín como si no pesara más que un niño. Ella intentó gritar, pero la presión de la mano en su boca era despiadada.
—Eso está bien. Dame una buena pelea, corazón. Haz que me lo gane.
Ella se retorció entre sus brazos intentando gritar bajo la presión de su mano, pero él la sostenía sin esfuerzo. Débilmente vislumbró una estructura redonda de madera más adelante, y cuando él la arrastró más cerca, se dio cuenta de que era un mirador.
—Va a ser muy bueno —murmuró él—. Justo como te gusta. Te daré eso que quieres tanto. —La llevó escaleras arriba a través de un arco en una de las enrejadas paredes. Ni siquiera respiraba agitadamente.
—No vas a poder evitarlo. Puedo hacerte cualquier cosa que quieras y no podrás detenerme.
Él la introdujo en el mismo corazón de la oscuridad y el terror la envolvió de la misma manera que si se metiera en una oscura y caliente caseta de piscina como hacía tanto tiempo. Manteniendo una mano sobre su boca, él metió la otra bajo su falda y alcanzó el borde de sus bragas.
—Antes de nada te voy a quitar esto.
Unos horribles sonidos salieron de lo más profundo de su garganta ahogándose contra la presión de su palma. Ella no había querido eso. Por favor,
Dios, no dejes que esto ocurra otra vez. Otra vez, ella oyó ese horrible susurro en su oído.
—O quizá debería empezar por aquí. ¿Es eso lo que quieres?
Él le soltó la boca y agarró el corpiño de su vestido con el puño. Con un tirón duro, lo rasgó.
Dos cosas ocurrieron simultáneamente. Un grito violento salió de sus labios. Y la mano que tocaba su pecho se detuvo.
—¿Val?
Él tanteó el pecho. Se le paralizó todo el cuerpo. Y luego se alejó de un salto como si ella fuera radiactiva.
Ella comenzó a sollozar. La incandescencia ámbar de la luz de farol que había prendido inundó repentinamente el interior del pequeño mirador, iluminando el mobiliario, la alfombra de sisal y los ojos que él clavaba en ella con horror.
—¡_____! Jesús, _____, lo siento, no sabía que eras tú. Se suponía que Val…
Sus dientes temblaban y su cuerpo entero había comenzado a estremecerse. Donde él había desgarrado su vestido, el corpiño abierto revelaba sus pechos. Ella sujetó la tela rota y comenzó a caminar hacia atrás con las lágrimas cayendo por sus mejillas.
—______—se intentó acercar a ella.
Ella dio un salto hacia atrás, agarrando frenética y firmemente el vestido roto.
—¡No me toques! —sollozó.
Él se paró y se echó atrás, deteniendo sus manos.
—No voy a lastimarte. Te lo puedo explicar. Es todo un error. No sabía que eras tú. Creía que eras mi ex-esposa. Tenía que encontrarme con ella…
¿Se suponía que eso debería de hacer que se sintiera mejor? Sus dientes no dejaban de temblar y tuvo un espasmo en el pecho cuando trató de tragarse los sollozos.
Él dio otro paso y otra vez ella se echó hacia atrás. Él inmediatamente se detuvo.
—No lo entiendes.
—¡Bastardo! ¡Pervertido bastardo!
—¡Joe !
______se detuvo cuando oyó el sonido de la voz de una mujer.
—¡Joe ! ¿Dónde estás?
El alivio la atravesó cuando se percató de que ya no estaban solos. Luego vio la expresión de advertencia de sus ojos y observó como él presionaba un dedo sobre los labios, pidiendo silencio.
—¡Aquí! —gritó ella—. ¡Por aquí!
Él inclinó la cabeza.
—Joder.
—¿Joe ? —Una mujer delgada y atractiva que llevaba un sencillo y floreado vestido de algodón llegó al mirador—. Oí que alguien…
Se interrumpió cuando vio a _____. Su mirada voló hacia Joe .
—¿Qué tenemos aquí?
—Lo que tenemos aquí —dijo él con pesar— es un caso de identidad equivocada.
La mujer miró el vestido roto de ______y su pelo desordenado. Sus ojos se abrieron con consternación.
—Oh, Dios mío.
Cuando el terror de ______comenzó a remitir, se percató de que había algo que no entendía.
—Estaba oscuro —dijo Joe a la mujer— y pensé que eras tú.
La mujer presionó la sien con los dedos.
—¿Es discreta?
—¡Condenada discreción! ¡Está muerta de miedo! ¿No puedes suponer lo que le he hecho?
La voz de la mujer era tan fría y seria que ______inmediatamente la odió.
—¿Quién es?
—______Somerville —contestó él, dándose cuenta aparentemente de que ______estaba tan indispuesta que no podía contestar por ella misma.
—¿La dueña de los Stars?
—La misma. —Él se volvió a ______y le dijo— ______, esta es Valerie Jonas , mi ex-esposa. Es también congresista de los Estados Unidos, pero, a pesar de eso, puedes confiar en ella. Valerie va a explicarte que no trataba de lastimarte y va a decirte exactamente por qué pasó.
La frente de Valerie se arrugó súbitamente.
—Joe , no puedo.
—¡Hazlo! —le espetó con expresión homicida—. No está en condiciones de escucharme ahora mismo.
Ella eligió sus palabras cuidadosamente, con expresión fría.
—Señorita Somerville, aunque Joe y yo estamos divorciados, mantenemos una relación íntima. Somos amantes bastante fantasiosos y…
—Habla sólo en tu nombre, Val. Yo sería feliz con una cama ancha y una cinta de Johnny Mathis.
—¿Estás echándome la culpa?
—No —suspiró él—. Fue culpa mía. Las dos tenéis el pelo claro y casi la misma altura. Estaba oscuro…
—Joe y yo habíamos quedado aquí esta noche. Había una recepción oficial a la que tuve que asistir así que llegué un poco tarde. Desafortunadamente, Señorita Somerville, la confundió conmigo.
Lentamente, ______comenzó a comprender lo que había sucedido, pero sólo podía clavar los ojos en la mujer con desconcierto.
—¿Quieres decir que te gusta que te trate así?
Valerie se negó a mirarla a los ojos.
—Me temo que me tengo que ir. Lamento que se asustara. Sólo espero que entienda lo delicada que es esta situación. Como congresista electa, sería sumamente difícil para mí que alguien se enterara…
—Por Cristo bendito, Val.
Ella se giró hacia él.
—Cállate, Joe . Esto pondría fin a mi carrera. Quiero tener la seguridad de que no dirá nada.
—¿Y a quien se lo iba a decir? —dijo ______con impotencia—. De todas maneras nadie me creería.
—Lo siento. —Valerie la saludó con la cabeza y rápidamente dejó el mirador.
______no quería estar a solas con él. Inmediatamente tuvo conciencia de su opresivo tamaño físico, de los músculos que ponían tirantes las mangas de su camisa de punto. Manteniendo la parte delantera de su vestido apretada,
comenzó a moverse hacia el arco del enrejado del mirador.
—Haz el favor de sentarte —le dijo con suavidad— te juro que no me acercaré a ti, pero tenemos que hablar.
—¿Es un juego para ti? —murmuró ella—. ¿Así es como lo llamas?
—Si.
—No fue un juego para mí.
—Lo sé, lo siento.
—¿Cómo te puede gustar eso?
—Es lo que le gusta a ella.
—¿Pero por qué?
—Es una mujer fuerte. Poderosa. Algunas veces se cansa de tener el mando.
—¡Está enferma, y tú también!
—No la juzgues, _____. Ella no está enferma, y hasta esta noche, lo que había entre nosotros sólo era cosa nuestra.
Ella comenzó a estremecerse otra vez.
—Tú estabas… ¿Y si no te hubieras detenido?
—Me había detenido. En el mismo momento que toqué tu… —se aclaró la voz—. Valerie es algo más plana que tú.
Sus rodillas ya no la sujetaban y se dejó caer en el asiento más cercano. Él se aproximó a ella cautelosamente, como si tuviera miedo de que comenzara a gritar otra vez.
—¿Qué haces aquí?
Ella respiró temblorosamente.
—Paul apareció en la fiesta apenas te fuiste. Te traje el video que querías. —Hizo un gesto indefenso al percatase que lo había dejado caer.
—Pero le dije a Ronald que no lo mandara esta noche.
—Pensé: no tengo sueño y …, déjalo, fue una idea estúpida.
—Y que lo digas.
—Me voy. —Apoyando las manos en los brazos de la silla, logró ponerse de pie.
—Necesitas estar unos minutos más sentada antes de tratar de conducir. Tengo una idea. No comí nada en la fiesta y tengo hambre. Déjame hacer unos sándwiches. ¿Qué te parece?
Había tal ansiedad por complacerla en su expresión, que se aligeró el miedo residual que aún sentía. Pero era demasiado grande y fuerte, y ella no se había recobrado de esos minutos cuando el pasado pareció repetirse.
—Es mejor que me vaya.
—¿Tienes miedo a estar sola conmigo?
—Sólo estoy cansada, eso es todo.
—Tienes miedo.
—Estaba completamente indefensa. Tú eres un hombre fuerte. No puedes imaginar nada parecido.
—No, no puedo. Pero ya pasó. No te lastimaré. Lo sabes, ¿no?
Ella inclinó la cabeza lentamente. Lo sabía, pero era duro bajar las defensas. Él le sonrió.
—Sé por qué quieres llegar a casa. Vas a despertar a tu hermana pequeña para poder golpearla.
Alucinada, clavó los ojos en él.
—¿De qué estás hablando?
—La Señorita Molly y yo tuvimos una conversación interesante esta noche. Pero no voy a contártela a menos que te quedes mientras preparo algo de comer.
Ella vio la chispa de desafío en sus ojos. Ahora era el entrenador, probando su temple, igual que probaba a sus hombres. Sabía que no iba a lastimarla. ¿Si se escapaba esta vez, se detendría en algún momento?
—Bueno. Sólo un rato.
CAPÍTULO 10
Parte 1
______miró de reojo la cinta de video que reposaba en el asiento del pasajero a su lado, sabía que presentarse sin anunciar en casa de Joe Jonas era la cosa más estúpida que había hecho en su vida. Pero en vez de dar la vuelta con el Cadillac de Bert y regresar a su casa, desvió la vista del resplandor de los faros delanteros hacia los lados de la calle tratando de encontrar el buzón de madera que Krystal Greer le había indicado que buscara. Mientras lo hacía, siguió pensando en que diría cuando lograra llegar.
Intentaría parecer informal, le diría a Joe que Paul había aparecido con la cinta no mucho después de que él hubiera dejado la fiesta. Como sabía que Joe quería verla antes de irse a la cama, había decidido llevársela para disfrutar de la hermosa noche con un paseo en coche. En realidad, nada extraño.
Frunció el ceño. Era la una de la madrugada, quizá no debería decir nada sobre una noche hermosa y un paseo en coche. Quizá simplemente diría que no tenía sueño y que había creído que un paseo en coche la relajaría.
La verdad era que quería verlo otra vez antes de perder el valor. Se había sentido profundamente afectada aquel momento cuando había sentido un deseo tan abrumador de besarle. Ahora necesitaba verlo a solas, donde nadie los interrumpiría para tratar de descubrir lo que significaban esas sensaciones.
Se le ocurrían un millón de razones por las que no debería sentirse atraída por él, pero ninguna de esas razones explicaba cómo la había hecho sentir esa noche, como si su cuerpo lentamente cobrara vida. La sensación era aterradora y estimulante. Él no había mantenido en secreto el hecho de que ella le desagradaba, pero al mismo tiempo, estaba segura de que se sentía atraído por ella.
Sin previo aviso, sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Durante todos esos años no se había permitido a sí misma soñar que algo así podría ocurrir. ¿Estaba siendo rematadamente tonta o era esa la oportunidad para que
recuperara su feminidad?
Sus faros delanteros iluminaron el buzón de madera y parpadeó. No había ningún nombre, pero el número era el correcto, redujo la velocidad para virar por la estrecha senda cubierta de grava. La noche estaba nublada, con lo que
apenas había luz suficientemente para insinuar un jardín bastante antiguo.
Atravesó un pequeño puente de madera y dio una curva bastante cerrada antes de ver luces.
La granja de piedra no era la residencia de soltero que se había imaginado.
Construida de madera y piedra, contaba con tres chimeneas y un ala hacia un lado. Las escaleras llevaban hasta un porche delantero pasado de moda que estaba rodeado de una barandilla tallada. Iluminado por una luz acogedora que
se escapaba por las ventanas delanteras, notó que los postigos y la puerta principal estaban pintados de gris perla.
Sus llantas hicieron crujir la grava cuando se detuvo delante de la casa y apagó el motor. Abruptamente, las luces exteriores desaparecieron al apagarse las interiores. Ella vaciló. Debía haberlo pillado justo cuando se metía en la
cama. Quizá, aún no estaba dormido.
Agarrando apresuradamente el video del asiento antes de perder el valor, abrió la puerta del coche y salió enseguida. Un búho ululó a lo lejos, un extraño sonido que la hizo inquietarse aún más. Mientras caminaba cautelosamente hacia el porche delantero, deseó que no estuviera tan oscuro.
Apoyando la mano sobre la barandilla, subió cautelosamente los cuatro escalones de piedra. En la espesa oscuridad el sonido de sus pasos resonó siniestro en lugar de acogedor, como si estuviera entrando en una casa embrujada. No pudo encontrar el timbre de la puerta, sólo una pesada aldaba de hierro. La levantó para sobresaltarse cuando chocó con un ruido sordo.
Los segundos pasaron lentamente, pero nadie le contestó. Poniéndose cada vez más nerviosa, golpeó otra vez, luego deseó no haberlo hecho porque sabía que había cometido un error terrible. Era embarazoso. No había manera de
explicar su presencia. ¿En qué había pensado? Estaba a punto de dar la vuelta
para irse y… Se quedó sin aliento cuando una mano presionó sobre su boca. Antes de que pudiera reaccionar, un brazo poderoso le envolvió la cintura desde atrás.
Toda la sangre se fue de su cabeza y sus piernas se doblaron cuando se encontró prisionera.
Una voz amenazadora murmuró en su oído.
—Te voy a llevar al jardín.
Se quedó paralizada por la impresión. Trató de gritar pero no pudo emitir ningún sonido. Era como aquella noche cuando tenía dieciocho años. Sus pies dejaron de sentir el suelo y él la llevó escaleras abajo como si no pesara nada.
La oscuridad y el pánico la sofocaron. La arrastró hacia los árboles manteniendo la boca contra su oído.
—Lucha conmigo. —Murmuró él—. Lucha, pero sabes que eso no vale para nada.
El sonido de ese acento familiar atravesó su pánico, y se percató de que ¡era Joe el que la mantenía prisionera! Su mente se bloqueó. ¡Ocurría de nuevo! ¡Se había sentido atraída por él, había coqueteado con él y ahora la iba
a violar! Su parálisis se desbloqueó. No podía dejar que ocurriera una segunda vez.
Comenzó a luchar desesperadamente para recobrar la libertad, pateando y tratando de alcanzarle con los codos, pero él era fuerte, mucho más fuerte que ella, con músculos modelados por años de duro entrenamiento. La llevó al jardín como si no pesara más que un niño. Ella intentó gritar, pero la presión de la mano en su boca era despiadada.
—Eso está bien. Dame una buena pelea, corazón. Haz que me lo gane.
Ella se retorció entre sus brazos intentando gritar bajo la presión de su mano, pero él la sostenía sin esfuerzo. Débilmente vislumbró una estructura redonda de madera más adelante, y cuando él la arrastró más cerca, se dio cuenta de que era un mirador.
—Va a ser muy bueno —murmuró él—. Justo como te gusta. Te daré eso que quieres tanto. —La llevó escaleras arriba a través de un arco en una de las enrejadas paredes. Ni siquiera respiraba agitadamente.
—No vas a poder evitarlo. Puedo hacerte cualquier cosa que quieras y no podrás detenerme.
Él la introdujo en el mismo corazón de la oscuridad y el terror la envolvió de la misma manera que si se metiera en una oscura y caliente caseta de piscina como hacía tanto tiempo. Manteniendo una mano sobre su boca, él metió la otra bajo su falda y alcanzó el borde de sus bragas.
—Antes de nada te voy a quitar esto.
Unos horribles sonidos salieron de lo más profundo de su garganta ahogándose contra la presión de su palma. Ella no había querido eso. Por favor,
Dios, no dejes que esto ocurra otra vez. Otra vez, ella oyó ese horrible susurro en su oído.
—O quizá debería empezar por aquí. ¿Es eso lo que quieres?
Él le soltó la boca y agarró el corpiño de su vestido con el puño. Con un tirón duro, lo rasgó.
Dos cosas ocurrieron simultáneamente. Un grito violento salió de sus labios. Y la mano que tocaba su pecho se detuvo.
—¿Val?
Él tanteó el pecho. Se le paralizó todo el cuerpo. Y luego se alejó de un salto como si ella fuera radiactiva.
Ella comenzó a sollozar. La incandescencia ámbar de la luz de farol que había prendido inundó repentinamente el interior del pequeño mirador, iluminando el mobiliario, la alfombra de sisal y los ojos que él clavaba en ella con horror.
—¡_____! Jesús, _____, lo siento, no sabía que eras tú. Se suponía que Val…
Sus dientes temblaban y su cuerpo entero había comenzado a estremecerse. Donde él había desgarrado su vestido, el corpiño abierto revelaba sus pechos. Ella sujetó la tela rota y comenzó a caminar hacia atrás con las lágrimas cayendo por sus mejillas.
—______—se intentó acercar a ella.
Ella dio un salto hacia atrás, agarrando frenética y firmemente el vestido roto.
—¡No me toques! —sollozó.
Él se paró y se echó atrás, deteniendo sus manos.
—No voy a lastimarte. Te lo puedo explicar. Es todo un error. No sabía que eras tú. Creía que eras mi ex-esposa. Tenía que encontrarme con ella…
¿Se suponía que eso debería de hacer que se sintiera mejor? Sus dientes no dejaban de temblar y tuvo un espasmo en el pecho cuando trató de tragarse los sollozos.
Él dio otro paso y otra vez ella se echó hacia atrás. Él inmediatamente se detuvo.
—No lo entiendes.
—¡Bastardo! ¡Pervertido bastardo!
—¡Joe !
______se detuvo cuando oyó el sonido de la voz de una mujer.
—¡Joe ! ¿Dónde estás?
El alivio la atravesó cuando se percató de que ya no estaban solos. Luego vio la expresión de advertencia de sus ojos y observó como él presionaba un dedo sobre los labios, pidiendo silencio.
—¡Aquí! —gritó ella—. ¡Por aquí!
Él inclinó la cabeza.
—Joder.
—¿Joe ? —Una mujer delgada y atractiva que llevaba un sencillo y floreado vestido de algodón llegó al mirador—. Oí que alguien…
Se interrumpió cuando vio a _____. Su mirada voló hacia Joe .
—¿Qué tenemos aquí?
—Lo que tenemos aquí —dijo él con pesar— es un caso de identidad equivocada.
La mujer miró el vestido roto de ______y su pelo desordenado. Sus ojos se abrieron con consternación.
—Oh, Dios mío.
Cuando el terror de ______comenzó a remitir, se percató de que había algo que no entendía.
—Estaba oscuro —dijo Joe a la mujer— y pensé que eras tú.
La mujer presionó la sien con los dedos.
—¿Es discreta?
—¡Condenada discreción! ¡Está muerta de miedo! ¿No puedes suponer lo que le he hecho?
La voz de la mujer era tan fría y seria que ______inmediatamente la odió.
—¿Quién es?
—______Somerville —contestó él, dándose cuenta aparentemente de que ______estaba tan indispuesta que no podía contestar por ella misma.
—¿La dueña de los Stars?
—La misma. —Él se volvió a ______y le dijo— ______, esta es Valerie Jonas , mi ex-esposa. Es también congresista de los Estados Unidos, pero, a pesar de eso, puedes confiar en ella. Valerie va a explicarte que no trataba de lastimarte y va a decirte exactamente por qué pasó.
La frente de Valerie se arrugó súbitamente.
—Joe , no puedo.
—¡Hazlo! —le espetó con expresión homicida—. No está en condiciones de escucharme ahora mismo.
Ella eligió sus palabras cuidadosamente, con expresión fría.
—Señorita Somerville, aunque Joe y yo estamos divorciados, mantenemos una relación íntima. Somos amantes bastante fantasiosos y…
—Habla sólo en tu nombre, Val. Yo sería feliz con una cama ancha y una cinta de Johnny Mathis.
—¿Estás echándome la culpa?
—No —suspiró él—. Fue culpa mía. Las dos tenéis el pelo claro y casi la misma altura. Estaba oscuro…
—Joe y yo habíamos quedado aquí esta noche. Había una recepción oficial a la que tuve que asistir así que llegué un poco tarde. Desafortunadamente, Señorita Somerville, la confundió conmigo.
Lentamente, ______comenzó a comprender lo que había sucedido, pero sólo podía clavar los ojos en la mujer con desconcierto.
—¿Quieres decir que te gusta que te trate así?
Valerie se negó a mirarla a los ojos.
—Me temo que me tengo que ir. Lamento que se asustara. Sólo espero que entienda lo delicada que es esta situación. Como congresista electa, sería sumamente difícil para mí que alguien se enterara…
—Por Cristo bendito, Val.
Ella se giró hacia él.
—Cállate, Joe . Esto pondría fin a mi carrera. Quiero tener la seguridad de que no dirá nada.
—¿Y a quien se lo iba a decir? —dijo ______con impotencia—. De todas maneras nadie me creería.
—Lo siento. —Valerie la saludó con la cabeza y rápidamente dejó el mirador.
______no quería estar a solas con él. Inmediatamente tuvo conciencia de su opresivo tamaño físico, de los músculos que ponían tirantes las mangas de su camisa de punto. Manteniendo la parte delantera de su vestido apretada,
comenzó a moverse hacia el arco del enrejado del mirador.
—Haz el favor de sentarte —le dijo con suavidad— te juro que no me acercaré a ti, pero tenemos que hablar.
—¿Es un juego para ti? —murmuró ella—. ¿Así es como lo llamas?
—Si.
—No fue un juego para mí.
—Lo sé, lo siento.
—¿Cómo te puede gustar eso?
—Es lo que le gusta a ella.
—¿Pero por qué?
—Es una mujer fuerte. Poderosa. Algunas veces se cansa de tener el mando.
—¡Está enferma, y tú también!
—No la juzgues, _____. Ella no está enferma, y hasta esta noche, lo que había entre nosotros sólo era cosa nuestra.
Ella comenzó a estremecerse otra vez.
—Tú estabas… ¿Y si no te hubieras detenido?
—Me había detenido. En el mismo momento que toqué tu… —se aclaró la voz—. Valerie es algo más plana que tú.
Sus rodillas ya no la sujetaban y se dejó caer en el asiento más cercano. Él se aproximó a ella cautelosamente, como si tuviera miedo de que comenzara a gritar otra vez.
—¿Qué haces aquí?
Ella respiró temblorosamente.
—Paul apareció en la fiesta apenas te fuiste. Te traje el video que querías. —Hizo un gesto indefenso al percatase que lo había dejado caer.
—Pero le dije a Ronald que no lo mandara esta noche.
—Pensé: no tengo sueño y …, déjalo, fue una idea estúpida.
—Y que lo digas.
—Me voy. —Apoyando las manos en los brazos de la silla, logró ponerse de pie.
—Necesitas estar unos minutos más sentada antes de tratar de conducir. Tengo una idea. No comí nada en la fiesta y tengo hambre. Déjame hacer unos sándwiches. ¿Qué te parece?
Había tal ansiedad por complacerla en su expresión, que se aligeró el miedo residual que aún sentía. Pero era demasiado grande y fuerte, y ella no se había recobrado de esos minutos cuando el pasado pareció repetirse.
—Es mejor que me vaya.
—¿Tienes miedo a estar sola conmigo?
—Sólo estoy cansada, eso es todo.
—Tienes miedo.
—Estaba completamente indefensa. Tú eres un hombre fuerte. No puedes imaginar nada parecido.
—No, no puedo. Pero ya pasó. No te lastimaré. Lo sabes, ¿no?
Ella inclinó la cabeza lentamente. Lo sabía, pero era duro bajar las defensas. Él le sonrió.
—Sé por qué quieres llegar a casa. Vas a despertar a tu hermana pequeña para poder golpearla.
Alucinada, clavó los ojos en él.
—¿De qué estás hablando?
—La Señorita Molly y yo tuvimos una conversación interesante esta noche. Pero no voy a contártela a menos que te quedes mientras preparo algo de comer.
Ella vio la chispa de desafío en sus ojos. Ahora era el entrenador, probando su temple, igual que probaba a sus hombres. Sabía que no iba a lastimarla. ¿Si se escapaba esta vez, se detendría en algún momento?
—Bueno. Sólo un rato.
D.A. Torrez.
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
Parte 2
El poco familiar camino era difícil de seguir a oscuras. Ella tropezó una vez, pero él levantó el brazo para ayudarla y se preguntó si sabría que habría sufrido una crisis nerviosa si la hubiera tocado a oscuras.
Mientras caminaban, él trató de tranquilizarla contándole cosas sobre la granja.
—Compré este lugar el año pasado y lo rehabilité. Hay un huerto y un establo donde puedo meter un par de caballos si quiero. En este lugar hay árboles que tienen cien años.
Alcanzaron el porche delantero. Él se inclinó para recuperar el video que ella había dejado caer, luego abrió la puerta principal y encendió una luz antes de dejarla entrar. Ella vislumbró una escalera a la izquierda y un pasillo abovedado a la derecha que conducía al ala lateral de la casa. Ella lo siguió a través de un espacio manifiestamente rústico y acogedor.
La piedra de la pared más larga iba iluminándose por la luz de las lámparas que él encendía al pasar. La habitación abarcaba un salón con dos alturas y una cocina acogedora y anticuada con una zona con cubierta inclinada donde coincidían los aleros. Sobre el suelo de pino había bastantes muebles incluyendo un sofá verde con cuadros rojos y amarillos, sillas suaves, demasiados grandes y una alacena vieja de pino. Un banco de madera lleno de muescas y cicatrices servía de mesa para café y sostenía un tablero de ajedrez y un montón de libros. Candeleros de madera labrada, piedra arenisca y varios bancos antiguos de metal estaban próximos a la chimenea. Había esperado que viviera rodeado de estatuas de mármol de mujeres desnudas, no en este confortable refugio rural que parecía parte de la pradera de Illinois.
Le pasó una suave camisa de algodón azul.
—A lo mejor quieres ponerte esto. Hay un cuarto de baño al lado de la cocina.
Ella se percató de que todavía agarraba con firmeza la parte delantera de su vestido. Tomando la camisa de él, se excusó y entró en el cuarto de baño.
Cuando contempló su reflejo en el espejo, vio que sus ojos eran ventanas grandes y vulnerables, que mostraban todo. Se arregló el pelo con los dedos y se quitó los churretones de rimel con un poco de papel higiénico. Sólo cuando se sintió razonablemente tranquila dejó el cuarto de baño.
La camisa que le había dado le llegaba por la mitad del muslo, se enrolló las mangas mientras entraba en la cocina donde cortaba una barra de pan integral y un rollo de carne para sándwiches que había sacado de la nevera.
—¿Te gusta la carne en rollo?
—No como demasiada carne roja.
—Tengo salami o pechuga de pavo.
—Con algo de queso me llega.
—¿Queso fundido? Me sale realmente bien.
Él se mostraba tan complaciente, que no pudo más que sonreír.
—De acuerdo.
—¿Quieres vino o cerveza? También tengo algo de té helado.
—Té helado, por favor. —Tomó asiento en una vieja mesa plegable.
Sirvió dos vasos y luego comenzó a preparar los sándwiches. Una copia de “Historia del tiempo” de Stephen Hawking reposaba sobre la mesa. Ella lo usó como excusa para reestablecer algo de normalidad entre ellos.
—Bonita y densa lectura para un deportista.
—Si entiendo todas las palabras, no está demasiado mal.
Ella sonrió.
Puso los sándwiches sobre una sartén plana.
—Es un libro interesante. Te da bastante en lo que pensar: Quarks, ondas gravitatorias, agujeros negros. Siempre me gustó la astronomía cuando estaba en el colegio.
—Creo que esperaré a la película. —Tomando un sorbo de té helado, dejó el libro a un lado—. Dime qué sucedió con Molly.
Él apoyó la cadera contra el borde de la estufa.
—Esa chica es un as. Me la encontré dentro cuando fui a hacer la llamada. Me dijo algunas cosas horribles sobre ti.
—¿Cómo qué?
—Como que la encierras en la casa. Rompes su correo, la pones a pan y agua cuando te enfadas con ella. Y la golpeas con frecuencia.
—¡Qué! —______casi tiró el té helado.
—Pero me dijo que no le dolía.
______se quedó con la boca abierta.
—¿Por qué diría algo así?
—Parece que no le gustas demasiado.
—Lo sé. Es como un grano en el culo. Desaprueba la forma en que me visto; No le hacen gracia mis chistes. Y ni siquiera le gusta Pooh.
—Eso puede ser un rasgo de su buen juicio.
Le echó una mirada de advertencia.
Él sonrió.
—De hecho, tu perra se enroscaba suavemente alrededor de sus tobillos casi todo el rato mientras hablábamos. Parecían viejos amigos.
—No me lo puedo creer.
—Bueno, a lo mejor estoy equivocado.
—¿En serio que te dijo que la golpeo?
—Sí, madam. Pero dijo que no eras mala, solo algo retorcida. Creo que te comparó con alguien llamado Rebecca. La primera Señora de Winter.
—¿Rebecca? —Comenzó a entender y negó con la cabeza—. Todo eso que habla sobre Dostoyevski y la pequeña arpía lee a Daphne Du Maurier. —Por un momento se quedó pensativa—. ¿Cómo sabes que no te decía la verdad? Los
adultos golpean a los niños muchas veces.
—_____, cuándo estabas viendo el partido, parecía como si te fueras a desmayar cuando alguien se llevaba un golpe duro. Además, no tienes instinto asesino. —Comenzó a darle la vuelta a los sándwiches—. Corrígeme si me equivoco, pero supongo que era algo más que poco apetito lo que tenías el día que comimos con Víktor en tu cocina, sin mencionar ese rico rollo de carne que tengo en la nevera.
Este hombre definitivamente veía demasiado.
—Todos esos nitratos no son saludables.
—Ya. Vamos, cariño, le puedes decir a Papa Joe tu pequeño secreto desagradable. Eres vegetariana, ¿verdad?
—Hay un montón de gente que no come carne —dijo a la defensiva.
—Bueno, pero la mayoría de los que lo hacen, lo proclaman. Tú no dices nada.
—No es asunto de nadie. Es simplemente que no me gusta atascarme las arterias, eso es todo.
—Ahora, _____, porque no lo intentas de nuevo pero diciéndome la verdad. Tengo el presentimiento de que tus hábitos alimentarios no tienen nada que ver con tus arterias.
—No sé de qué hablas.
—Vamos, dime la verdad.
—¡Vale! Me gustan los animales. ¡No es un delito! Ni siquiera cuando era niña podía aguantar la idea de comer animales.
—¿Por qué lo ocultas?
—No es que tenga la intención de ser reservada. Es sólo que no lo hago por filosofía. No llevo pieles, pero tengo un armario lleno de zapatos de piel y cinturones y odio todos esos debates en los que las personas tratan de convencerte a la fuerza. Una parte de mi reticencia es hábito, supongo. La tutora de mi viejo internado solía meterse conmigo por eso.
—¿Y eso?
—Una vez tuvimos una discusión sobre una chuleta de cerdo cuando tenía once años. Acabé sentada a la mesa del comedor la mayor parte de la noche.
—Pensando en Piglet, supongo.
—¿Cómo lo supiste?
—Es obvio que eres una gran fan de A.A. Milne , cariño. —Sus ojos brillaban de diversión—. Sigue. ¿Qué sucedió?
—Mi tutora por supuesto llamó a Bert. Me gritó, pero no lo podía comer. Luego, las demás chicas me rescataron. Fueron poniendo trozos de la carne en sus platos.
—Eso no explica enteramente la reserva que tienes ahora.
—La mayoría de la gente piensa que los vegetarianos están un poco locos y ya se piensan que estoy bastante loca.
—Creo que nunca me encontré con alguien aparte de los jugadores de fútbol que invirtiera tanta energía en fingir algo.
—Soy una luchadora.
—Estoy seguro.
Su gran sonrisa la molestó.
—El que no fuera lo suficientemente fuerte para rechazarte esta noche no significa que no sea buena luchadora.
Él inmediatamente pareció tan afligido que deseó haber guardado silencio.
—Realmente lo siento. Nunca he lastimado a una mujer en mi vida. Bueno, con excepción de Valerie, pero eso fue…
—No quiero oírlo.
Él cerró el fuego de la sartén y caminó hacia la mesa.
—Te he explicado lo que sucedió y me he disculpado de todas las maneras posibles. Vas a aceptar mi sincera disculpa, ¿o este accidente saldrá a la palestra cada vez que estemos juntos?
Sus ojos estaban tan llenos de preocupación que ella tuvo un deseo casi incontrolable de deslizarse entre sus brazos y pedirle que la abrazara durante unos minutos.
—Acepto tu disculpa.
—¿La aceptas con sinceridad o es una de esas cosas de mujeres donde una mujer le dice a un hombre que le perdona algo, pero luego se pasa todo su tiempo libre buscando maneras de hacerle sentir culpable?
—¿Valerie hacía eso?
—Querida, cada mujer con la que he estado ha hecho eso.
Ella trató de volver sigilosamente a su viejo rol.
—La vida es difícil cuando se es irresistible para el "sexo contrario".
—Dicho por alguien a quien le pasa lo mismo.
Cuando trató de contestarle, no se le ocurrió nada y se dio cuenta de que si no tenía cuidado iba a llegar a esa parte de ella que siempre había tenido bajo llave.
—Esos emparedados ya deben estar hechos a estas alturas.
Él regresó a la cocina, dónde comprobó la parte de debajo de los sándwiches con una espátula, luego los sacó de la sartén. Después de dividirlos pulcramente en dos, regresó a la mesa con dos platos de porcelana y se sentó en una de las sillas.
Durante varios minutos comieron en silencio. Finalmente, él lo rompió.
—¿No quieres hablarme sobre el partido de hoy?
—En realidad, no.
—¿No vas a preguntarme nada sobre el juego doble? Los periodistas van a despellejarme por eso.
—¿Qué es un juego doble?
Él sonrió abiertamente.
—Comienzo a ver definitivamente algunas ventajas en lo de trabajar para ti.
—¿Por qué no tengo ningún deseo oculto de entrenar al equipo yo misma?
Él inclinó la cabeza y le hincó el diente al sándwich.
—Nunca haría eso. Aunque creo que deberías darle un nuevo rumbo a la ofensiva y poner a Bryzski en lugar de Reynolds.
Él clavó los ojos en ella, y ella sonrió.
—Algunos de los colegas de Bert se acercaron a mí en el palco.
Él la miró a la cara.
—Los periodistas estaban molestos de que no aparecieras en la rueda de prensa de después del partido. Tienen curiosidad por ti.
—Pues van a tener que aguantarse. He visto alguna de esas ruedas de prensa. Una persona tiene que saber algo de fútbol para contestar a las preguntas.
—Tendrás que hablar con la prensa tarde o temprano. Ronald no puede excusarte siempre.
Recordó aquello que suponía Joe de que el presidente y ella estuvieran personalmente involucrados.
—Desearía que no fueras tan negativo con él. Está haciendo un buen trabajo y ciertamente no podría trabajar sin él.
—¿En serio?
—Es una persona maravillosa.
Él la miró fijamente mientras cogía una servilleta de la mesa y se limpiaba la boca con ella.
—Debe serlo. Una mujer como tú tiene muchísimo donde escoger.
Ella se encogió de hombros y como con miedo tomó un poco de su sándwich.
—Maldición. Parece como si te hubiera pateado un mulo.
—Caramba, gracias.
Él hizo una bola con la servilleta y la puso a un lado.
—No me puedo creer que seas tú. ¿Dónde están tus agallas, _____? ¿Dónde está la mujer que me enredó para que volviera a contratar a Ronald de presidente?
Ella se puso rígida.
—No sé de qué hablas.
—Joder, claro que lo sabes. Me engañaste. Me llevó un par de días darme cuenta de lo bien perfilado que estaba tu plan. Ronald y tú me pusisteis una trampa. Incluso me llegó a convencer de que erais amantes.
A ella le sorprendió ver que él no parecía molesto ni enojado, pero eligió sus palabras con mucho cuidado.
—No sé por qué te cuesta tanto creerlo. Es un hombre muy atractivo.
—Tendré que creerte. Pero el hecho es, que vosotros no sois amantes.
—¿Cómo lo sabes?
—Sólo lo sé, eso es todo. He visto la manera en que lo tratas cuando crees que no te observo: caídas de ojos, te mordisqueas el labio inferior, voz ronca al hablar.
—¿Y no es esa la manera en que las mujeres se comportan con sus amantes?
—Es justo así. Pero tú te comportas de la misma manera hasta con el encargado de la limpieza.
—No lo hago.
—Te comportas así casi con cada hombre que conoces.
—¿Cómo que casi?
—Con todo el mundo salvo conmigo.
Él apartó el trozo de sándwich que no había comido.
—Tratas de tentarme con ese cuerpo de come-hombres que tienes, pero no puedes hacerlo y lo siguiente que sé es que clavas los ojos en tus pies o que disfrutas mirándote las uñas. —Él se reclinó en la silla—. No ignoro que tú sacas
pecho a todo lo que lleve pantalones, pero últimamente me da la impresión que apenas puedo intercambiar dos frases contigo antes de que encojas los hombros. Lo que no sé es por qué.
—Tienes una imaginación muy activa.
—No lo creo.
Ella se levantó.
—Es tarde. Me tengo que ir.
Él se levantó, también y rodeó la mesa para tocarla por primera vez desde el incidente en el mirador. Se sorprendió cuando ella no se sobresaltó, pero su estómago todavía se tensaba con fuerza cuando pensaba lo que le había hecho.
Mientras se ponía de pie ante él con su vieja camisa azul, parecía hermosa y frágil; y no podía recordar haber encontrado en toda su vida una mujer tan llena de contradicciones. No quería que le gustara, pero cada vez era más difícil que no lo hiciera.
Él cerró la mano sobre su hombro.
—¿Todavía estás asustada de mí?
—Por supuesto que no.
Puede que no tuviera miedo, pero algo ocultaba y su conciencia no podía tolerarlo. Bajando la mano, insinuó una caricia muy suavemente frotando su brazo sobre la suave manga de algodón.
—Creo que lo estás. Creo que eres tan tonta que piensas que me voy a convertir en alguna clase de pervertido y que te voy a atacar otra vez.
—No.
—¿Estás segura?
—Por supuesto que lo estoy.
—Pruébamelo
—¿Cómo sugirieres que lo haga?
Él no sabía que demonios lo empujaba; Sólo sabía que sus bromas la hacían sonreír y que le encantaba ver como sus ojos se llenaban de arruguitas en las esquinas cuando ocurría. Con una sonrisa traviesa, señaló su propia mandíbula.
—Dame un beso. Aquí mismo. Un besito amistoso y sonoro de los que se Joe los amigos.
—No seas ridículo.
Sus ojos se llenaban de arruguitas y él no podía resistirse a bromear con ella un poco para que volviera a suceder, aunque realmente no bromeaba cuando comenzó a pensar en cómo se sentiría ese increíble cuerpo presionado contra el suyo, lo que, considerando su anterior encuentro, no era la mejor idea del mundo.
—Venga. Te desafío. No estamos hablando de uno de esos besos antihigiénicos con lengua. Sólo un beso amistoso en la mejilla.
—No quiero besarte.
Él se dio cuenta que ella había tardado demasiado en protestar y que esos
ojos dorados eran tan suaves como sus labios. Él ya no estaba de humor para
bromear y su voz sonó ronca.
—Mentirosa. Todo este calor no es sólo mío.
Él inclinó la cabeza y lo siguiente que supo era que estaba acariciando con la nariz un lado de su cuello, encontrando el lugar suave justo debajo de la oreja. No la cogió entre sus brazos, pero las puntas de sus pechos rozaron su pecho.
Él oyó su suspiro.
—No nos gustamos.
—No tenemos que gustarnos, cariño. Esto no es una relación. Es atracción animal. —Él besó el atrayente lunar de debajo de su ojo—.Y se siente bien. Tú te sientes bien.
Ella gimió y se apoyó contra él. Él suavemente la envolvió con sus brazos y sus besos se desplazaron más abajo hasta que encontró su boca.
Sus labios eran suaves, ni abiertos ni cerrados, solo suaves y perfectos. Ella sabía bien, olía bien, como a bebé y flores. Se sintió como un patán de dieciséis años y cuando deslizó su lengua sobre la gruesa curva de su labio inferior, se
recordó a sí mismo que había madurado y no estaba con ese tipo de mujeres desde hacía años. Desafortunadamente, su cuerpo parecía haber olvidado ese hecho.
Él ahondó más el beso, puede que ella comenzara a gustarle, pero no la respetaba, ni confiaba en ella y si no podía tocar esos pechos pronto, iba a explotar. Sabía que después de lo sucedido en el mirador, necesitaba moverse despacio, pero, Dios mío, lo estaba volviendo loco.
Ella se estrechó contra él y su suave gemido fue como un rudo río de whisky directamente en las venas. Se olvidó de moverse despacio. Se olvidó de todo excepto de su calor, de su suavidad, de su cuerpo “cómeme-nene” y “ven-con- papá”.
Sus labios se abrieron y él se zambulló dentro de su boca caliente, pero quería más. La apretó duramente entre sus brazos, sintiendo esos cremosos pechos presionando contra su pecho y perdió la cabeza. Entonces bajó la mano
a la curva del más dulce y bello culo que hubiera tocado en su vida y profundizó más con su lengua, pero no era suficiente porque quería curvarla alrededor de sus pezones y bajar entre sus piernas y lamer el azúcar directamente de ella. Estaba duro y loco, y sus manos la recorrían de arriba abajo, su locura se nutría de los gemidos guturales que ella emitía y del frenesí de sus movimientos contra él.
Él quería que ella le tocara. La quería sobre sus rodillas, sobre su cama, montada a horcajadas, de cualquier forma que la pudiera tomar, allí mismo donde el calor de sus cuerpos fundiría las tablas del entarimado haciéndoles caer en picado hacia el ardiente centro de la tierra.
Él podía sentir su fiereza haciendo juego con la de él, sus manos apretando sus brazos, sus caderas empujando y embistiendo contra él, retorciéndose. Ella estaba loca, tan loca como él y tan necesitada. Y sus sonidos, casi como de
miedo, casi como…
Él se puso rígido cuando se dio cuenta de que ella trataba de apartarse de él, y él la estaba reteniendo contra su voluntad.
—¡Por el amor de Dios! —Él se apartó, echándose para atrás con fuerza, tirando una silla con el apuro.
Su boca estaba hinchada y roja por sus besos. Sus pechos se elevaban y su pelo estaba despeinado, como si él lo hubiera revuelto con sus manos, aunque no lo sabía porque sin duda alguna no tenía ni idea de qué había hecho.
Cuando la miró a los ojos, estaba mareado. Había estado con un montón de mujeres, y ésta era la primera vez que se enfrentaba a que le dijeran no en vez de si. La acusación en esos ojos rasgados lo hizo sentirse como un criminal y eso no era justo porque habían empezado los dos juntos.
—¡No me voy a disculpar otra vez, maldita sea! —gritó—. ¡Si no querías que te besara, todo lo que tenías que hacer era decir que no!
En lugar de discutir con él, ella levantó su mano en un gesto pequeño e indefenso que lo hizo sentirse como el mayor criminal del mundo.
—Lo siento —murmuró ella.
—_____.
Ella agarró el bolso y salió corriendo de la cocina, de su casa, del calor peligroso de sus dos cuerpos en llamas.
El poco familiar camino era difícil de seguir a oscuras. Ella tropezó una vez, pero él levantó el brazo para ayudarla y se preguntó si sabría que habría sufrido una crisis nerviosa si la hubiera tocado a oscuras.
Mientras caminaban, él trató de tranquilizarla contándole cosas sobre la granja.
—Compré este lugar el año pasado y lo rehabilité. Hay un huerto y un establo donde puedo meter un par de caballos si quiero. En este lugar hay árboles que tienen cien años.
Alcanzaron el porche delantero. Él se inclinó para recuperar el video que ella había dejado caer, luego abrió la puerta principal y encendió una luz antes de dejarla entrar. Ella vislumbró una escalera a la izquierda y un pasillo abovedado a la derecha que conducía al ala lateral de la casa. Ella lo siguió a través de un espacio manifiestamente rústico y acogedor.
La piedra de la pared más larga iba iluminándose por la luz de las lámparas que él encendía al pasar. La habitación abarcaba un salón con dos alturas y una cocina acogedora y anticuada con una zona con cubierta inclinada donde coincidían los aleros. Sobre el suelo de pino había bastantes muebles incluyendo un sofá verde con cuadros rojos y amarillos, sillas suaves, demasiados grandes y una alacena vieja de pino. Un banco de madera lleno de muescas y cicatrices servía de mesa para café y sostenía un tablero de ajedrez y un montón de libros. Candeleros de madera labrada, piedra arenisca y varios bancos antiguos de metal estaban próximos a la chimenea. Había esperado que viviera rodeado de estatuas de mármol de mujeres desnudas, no en este confortable refugio rural que parecía parte de la pradera de Illinois.
Le pasó una suave camisa de algodón azul.
—A lo mejor quieres ponerte esto. Hay un cuarto de baño al lado de la cocina.
Ella se percató de que todavía agarraba con firmeza la parte delantera de su vestido. Tomando la camisa de él, se excusó y entró en el cuarto de baño.
Cuando contempló su reflejo en el espejo, vio que sus ojos eran ventanas grandes y vulnerables, que mostraban todo. Se arregló el pelo con los dedos y se quitó los churretones de rimel con un poco de papel higiénico. Sólo cuando se sintió razonablemente tranquila dejó el cuarto de baño.
La camisa que le había dado le llegaba por la mitad del muslo, se enrolló las mangas mientras entraba en la cocina donde cortaba una barra de pan integral y un rollo de carne para sándwiches que había sacado de la nevera.
—¿Te gusta la carne en rollo?
—No como demasiada carne roja.
—Tengo salami o pechuga de pavo.
—Con algo de queso me llega.
—¿Queso fundido? Me sale realmente bien.
Él se mostraba tan complaciente, que no pudo más que sonreír.
—De acuerdo.
—¿Quieres vino o cerveza? También tengo algo de té helado.
—Té helado, por favor. —Tomó asiento en una vieja mesa plegable.
Sirvió dos vasos y luego comenzó a preparar los sándwiches. Una copia de “Historia del tiempo” de Stephen Hawking reposaba sobre la mesa. Ella lo usó como excusa para reestablecer algo de normalidad entre ellos.
—Bonita y densa lectura para un deportista.
—Si entiendo todas las palabras, no está demasiado mal.
Ella sonrió.
Puso los sándwiches sobre una sartén plana.
—Es un libro interesante. Te da bastante en lo que pensar: Quarks, ondas gravitatorias, agujeros negros. Siempre me gustó la astronomía cuando estaba en el colegio.
—Creo que esperaré a la película. —Tomando un sorbo de té helado, dejó el libro a un lado—. Dime qué sucedió con Molly.
Él apoyó la cadera contra el borde de la estufa.
—Esa chica es un as. Me la encontré dentro cuando fui a hacer la llamada. Me dijo algunas cosas horribles sobre ti.
—¿Cómo qué?
—Como que la encierras en la casa. Rompes su correo, la pones a pan y agua cuando te enfadas con ella. Y la golpeas con frecuencia.
—¡Qué! —______casi tiró el té helado.
—Pero me dijo que no le dolía.
______se quedó con la boca abierta.
—¿Por qué diría algo así?
—Parece que no le gustas demasiado.
—Lo sé. Es como un grano en el culo. Desaprueba la forma en que me visto; No le hacen gracia mis chistes. Y ni siquiera le gusta Pooh.
—Eso puede ser un rasgo de su buen juicio.
Le echó una mirada de advertencia.
Él sonrió.
—De hecho, tu perra se enroscaba suavemente alrededor de sus tobillos casi todo el rato mientras hablábamos. Parecían viejos amigos.
—No me lo puedo creer.
—Bueno, a lo mejor estoy equivocado.
—¿En serio que te dijo que la golpeo?
—Sí, madam. Pero dijo que no eras mala, solo algo retorcida. Creo que te comparó con alguien llamado Rebecca. La primera Señora de Winter.
—¿Rebecca? —Comenzó a entender y negó con la cabeza—. Todo eso que habla sobre Dostoyevski y la pequeña arpía lee a Daphne Du Maurier. —Por un momento se quedó pensativa—. ¿Cómo sabes que no te decía la verdad? Los
adultos golpean a los niños muchas veces.
—_____, cuándo estabas viendo el partido, parecía como si te fueras a desmayar cuando alguien se llevaba un golpe duro. Además, no tienes instinto asesino. —Comenzó a darle la vuelta a los sándwiches—. Corrígeme si me equivoco, pero supongo que era algo más que poco apetito lo que tenías el día que comimos con Víktor en tu cocina, sin mencionar ese rico rollo de carne que tengo en la nevera.
Este hombre definitivamente veía demasiado.
—Todos esos nitratos no son saludables.
—Ya. Vamos, cariño, le puedes decir a Papa Joe tu pequeño secreto desagradable. Eres vegetariana, ¿verdad?
—Hay un montón de gente que no come carne —dijo a la defensiva.
—Bueno, pero la mayoría de los que lo hacen, lo proclaman. Tú no dices nada.
—No es asunto de nadie. Es simplemente que no me gusta atascarme las arterias, eso es todo.
—Ahora, _____, porque no lo intentas de nuevo pero diciéndome la verdad. Tengo el presentimiento de que tus hábitos alimentarios no tienen nada que ver con tus arterias.
—No sé de qué hablas.
—Vamos, dime la verdad.
—¡Vale! Me gustan los animales. ¡No es un delito! Ni siquiera cuando era niña podía aguantar la idea de comer animales.
—¿Por qué lo ocultas?
—No es que tenga la intención de ser reservada. Es sólo que no lo hago por filosofía. No llevo pieles, pero tengo un armario lleno de zapatos de piel y cinturones y odio todos esos debates en los que las personas tratan de convencerte a la fuerza. Una parte de mi reticencia es hábito, supongo. La tutora de mi viejo internado solía meterse conmigo por eso.
—¿Y eso?
—Una vez tuvimos una discusión sobre una chuleta de cerdo cuando tenía once años. Acabé sentada a la mesa del comedor la mayor parte de la noche.
—Pensando en Piglet, supongo.
—¿Cómo lo supiste?
—Es obvio que eres una gran fan de A.A. Milne , cariño. —Sus ojos brillaban de diversión—. Sigue. ¿Qué sucedió?
—Mi tutora por supuesto llamó a Bert. Me gritó, pero no lo podía comer. Luego, las demás chicas me rescataron. Fueron poniendo trozos de la carne en sus platos.
—Eso no explica enteramente la reserva que tienes ahora.
—La mayoría de la gente piensa que los vegetarianos están un poco locos y ya se piensan que estoy bastante loca.
—Creo que nunca me encontré con alguien aparte de los jugadores de fútbol que invirtiera tanta energía en fingir algo.
—Soy una luchadora.
—Estoy seguro.
Su gran sonrisa la molestó.
—El que no fuera lo suficientemente fuerte para rechazarte esta noche no significa que no sea buena luchadora.
Él inmediatamente pareció tan afligido que deseó haber guardado silencio.
—Realmente lo siento. Nunca he lastimado a una mujer en mi vida. Bueno, con excepción de Valerie, pero eso fue…
—No quiero oírlo.
Él cerró el fuego de la sartén y caminó hacia la mesa.
—Te he explicado lo que sucedió y me he disculpado de todas las maneras posibles. Vas a aceptar mi sincera disculpa, ¿o este accidente saldrá a la palestra cada vez que estemos juntos?
Sus ojos estaban tan llenos de preocupación que ella tuvo un deseo casi incontrolable de deslizarse entre sus brazos y pedirle que la abrazara durante unos minutos.
—Acepto tu disculpa.
—¿La aceptas con sinceridad o es una de esas cosas de mujeres donde una mujer le dice a un hombre que le perdona algo, pero luego se pasa todo su tiempo libre buscando maneras de hacerle sentir culpable?
—¿Valerie hacía eso?
—Querida, cada mujer con la que he estado ha hecho eso.
Ella trató de volver sigilosamente a su viejo rol.
—La vida es difícil cuando se es irresistible para el "sexo contrario".
—Dicho por alguien a quien le pasa lo mismo.
Cuando trató de contestarle, no se le ocurrió nada y se dio cuenta de que si no tenía cuidado iba a llegar a esa parte de ella que siempre había tenido bajo llave.
—Esos emparedados ya deben estar hechos a estas alturas.
Él regresó a la cocina, dónde comprobó la parte de debajo de los sándwiches con una espátula, luego los sacó de la sartén. Después de dividirlos pulcramente en dos, regresó a la mesa con dos platos de porcelana y se sentó en una de las sillas.
Durante varios minutos comieron en silencio. Finalmente, él lo rompió.
—¿No quieres hablarme sobre el partido de hoy?
—En realidad, no.
—¿No vas a preguntarme nada sobre el juego doble? Los periodistas van a despellejarme por eso.
—¿Qué es un juego doble?
Él sonrió abiertamente.
—Comienzo a ver definitivamente algunas ventajas en lo de trabajar para ti.
—¿Por qué no tengo ningún deseo oculto de entrenar al equipo yo misma?
Él inclinó la cabeza y le hincó el diente al sándwich.
—Nunca haría eso. Aunque creo que deberías darle un nuevo rumbo a la ofensiva y poner a Bryzski en lugar de Reynolds.
Él clavó los ojos en ella, y ella sonrió.
—Algunos de los colegas de Bert se acercaron a mí en el palco.
Él la miró a la cara.
—Los periodistas estaban molestos de que no aparecieras en la rueda de prensa de después del partido. Tienen curiosidad por ti.
—Pues van a tener que aguantarse. He visto alguna de esas ruedas de prensa. Una persona tiene que saber algo de fútbol para contestar a las preguntas.
—Tendrás que hablar con la prensa tarde o temprano. Ronald no puede excusarte siempre.
Recordó aquello que suponía Joe de que el presidente y ella estuvieran personalmente involucrados.
—Desearía que no fueras tan negativo con él. Está haciendo un buen trabajo y ciertamente no podría trabajar sin él.
—¿En serio?
—Es una persona maravillosa.
Él la miró fijamente mientras cogía una servilleta de la mesa y se limpiaba la boca con ella.
—Debe serlo. Una mujer como tú tiene muchísimo donde escoger.
Ella se encogió de hombros y como con miedo tomó un poco de su sándwich.
—Maldición. Parece como si te hubiera pateado un mulo.
—Caramba, gracias.
Él hizo una bola con la servilleta y la puso a un lado.
—No me puedo creer que seas tú. ¿Dónde están tus agallas, _____? ¿Dónde está la mujer que me enredó para que volviera a contratar a Ronald de presidente?
Ella se puso rígida.
—No sé de qué hablas.
—Joder, claro que lo sabes. Me engañaste. Me llevó un par de días darme cuenta de lo bien perfilado que estaba tu plan. Ronald y tú me pusisteis una trampa. Incluso me llegó a convencer de que erais amantes.
A ella le sorprendió ver que él no parecía molesto ni enojado, pero eligió sus palabras con mucho cuidado.
—No sé por qué te cuesta tanto creerlo. Es un hombre muy atractivo.
—Tendré que creerte. Pero el hecho es, que vosotros no sois amantes.
—¿Cómo lo sabes?
—Sólo lo sé, eso es todo. He visto la manera en que lo tratas cuando crees que no te observo: caídas de ojos, te mordisqueas el labio inferior, voz ronca al hablar.
—¿Y no es esa la manera en que las mujeres se comportan con sus amantes?
—Es justo así. Pero tú te comportas de la misma manera hasta con el encargado de la limpieza.
—No lo hago.
—Te comportas así casi con cada hombre que conoces.
—¿Cómo que casi?
—Con todo el mundo salvo conmigo.
Él apartó el trozo de sándwich que no había comido.
—Tratas de tentarme con ese cuerpo de come-hombres que tienes, pero no puedes hacerlo y lo siguiente que sé es que clavas los ojos en tus pies o que disfrutas mirándote las uñas. —Él se reclinó en la silla—. No ignoro que tú sacas
pecho a todo lo que lleve pantalones, pero últimamente me da la impresión que apenas puedo intercambiar dos frases contigo antes de que encojas los hombros. Lo que no sé es por qué.
—Tienes una imaginación muy activa.
—No lo creo.
Ella se levantó.
—Es tarde. Me tengo que ir.
Él se levantó, también y rodeó la mesa para tocarla por primera vez desde el incidente en el mirador. Se sorprendió cuando ella no se sobresaltó, pero su estómago todavía se tensaba con fuerza cuando pensaba lo que le había hecho.
Mientras se ponía de pie ante él con su vieja camisa azul, parecía hermosa y frágil; y no podía recordar haber encontrado en toda su vida una mujer tan llena de contradicciones. No quería que le gustara, pero cada vez era más difícil que no lo hiciera.
Él cerró la mano sobre su hombro.
—¿Todavía estás asustada de mí?
—Por supuesto que no.
Puede que no tuviera miedo, pero algo ocultaba y su conciencia no podía tolerarlo. Bajando la mano, insinuó una caricia muy suavemente frotando su brazo sobre la suave manga de algodón.
—Creo que lo estás. Creo que eres tan tonta que piensas que me voy a convertir en alguna clase de pervertido y que te voy a atacar otra vez.
—No.
—¿Estás segura?
—Por supuesto que lo estoy.
—Pruébamelo
—¿Cómo sugirieres que lo haga?
Él no sabía que demonios lo empujaba; Sólo sabía que sus bromas la hacían sonreír y que le encantaba ver como sus ojos se llenaban de arruguitas en las esquinas cuando ocurría. Con una sonrisa traviesa, señaló su propia mandíbula.
—Dame un beso. Aquí mismo. Un besito amistoso y sonoro de los que se Joe los amigos.
—No seas ridículo.
Sus ojos se llenaban de arruguitas y él no podía resistirse a bromear con ella un poco para que volviera a suceder, aunque realmente no bromeaba cuando comenzó a pensar en cómo se sentiría ese increíble cuerpo presionado contra el suyo, lo que, considerando su anterior encuentro, no era la mejor idea del mundo.
—Venga. Te desafío. No estamos hablando de uno de esos besos antihigiénicos con lengua. Sólo un beso amistoso en la mejilla.
—No quiero besarte.
Él se dio cuenta que ella había tardado demasiado en protestar y que esos
ojos dorados eran tan suaves como sus labios. Él ya no estaba de humor para
bromear y su voz sonó ronca.
—Mentirosa. Todo este calor no es sólo mío.
Él inclinó la cabeza y lo siguiente que supo era que estaba acariciando con la nariz un lado de su cuello, encontrando el lugar suave justo debajo de la oreja. No la cogió entre sus brazos, pero las puntas de sus pechos rozaron su pecho.
Él oyó su suspiro.
—No nos gustamos.
—No tenemos que gustarnos, cariño. Esto no es una relación. Es atracción animal. —Él besó el atrayente lunar de debajo de su ojo—.Y se siente bien. Tú te sientes bien.
Ella gimió y se apoyó contra él. Él suavemente la envolvió con sus brazos y sus besos se desplazaron más abajo hasta que encontró su boca.
Sus labios eran suaves, ni abiertos ni cerrados, solo suaves y perfectos. Ella sabía bien, olía bien, como a bebé y flores. Se sintió como un patán de dieciséis años y cuando deslizó su lengua sobre la gruesa curva de su labio inferior, se
recordó a sí mismo que había madurado y no estaba con ese tipo de mujeres desde hacía años. Desafortunadamente, su cuerpo parecía haber olvidado ese hecho.
Él ahondó más el beso, puede que ella comenzara a gustarle, pero no la respetaba, ni confiaba en ella y si no podía tocar esos pechos pronto, iba a explotar. Sabía que después de lo sucedido en el mirador, necesitaba moverse despacio, pero, Dios mío, lo estaba volviendo loco.
Ella se estrechó contra él y su suave gemido fue como un rudo río de whisky directamente en las venas. Se olvidó de moverse despacio. Se olvidó de todo excepto de su calor, de su suavidad, de su cuerpo “cómeme-nene” y “ven-con- papá”.
Sus labios se abrieron y él se zambulló dentro de su boca caliente, pero quería más. La apretó duramente entre sus brazos, sintiendo esos cremosos pechos presionando contra su pecho y perdió la cabeza. Entonces bajó la mano
a la curva del más dulce y bello culo que hubiera tocado en su vida y profundizó más con su lengua, pero no era suficiente porque quería curvarla alrededor de sus pezones y bajar entre sus piernas y lamer el azúcar directamente de ella. Estaba duro y loco, y sus manos la recorrían de arriba abajo, su locura se nutría de los gemidos guturales que ella emitía y del frenesí de sus movimientos contra él.
Él quería que ella le tocara. La quería sobre sus rodillas, sobre su cama, montada a horcajadas, de cualquier forma que la pudiera tomar, allí mismo donde el calor de sus cuerpos fundiría las tablas del entarimado haciéndoles caer en picado hacia el ardiente centro de la tierra.
Él podía sentir su fiereza haciendo juego con la de él, sus manos apretando sus brazos, sus caderas empujando y embistiendo contra él, retorciéndose. Ella estaba loca, tan loca como él y tan necesitada. Y sus sonidos, casi como de
miedo, casi como…
Él se puso rígido cuando se dio cuenta de que ella trataba de apartarse de él, y él la estaba reteniendo contra su voluntad.
—¡Por el amor de Dios! —Él se apartó, echándose para atrás con fuerza, tirando una silla con el apuro.
Su boca estaba hinchada y roja por sus besos. Sus pechos se elevaban y su pelo estaba despeinado, como si él lo hubiera revuelto con sus manos, aunque no lo sabía porque sin duda alguna no tenía ni idea de qué había hecho.
Cuando la miró a los ojos, estaba mareado. Había estado con un montón de mujeres, y ésta era la primera vez que se enfrentaba a que le dijeran no en vez de si. La acusación en esos ojos rasgados lo hizo sentirse como un criminal y eso no era justo porque habían empezado los dos juntos.
—¡No me voy a disculpar otra vez, maldita sea! —gritó—. ¡Si no querías que te besara, todo lo que tenías que hacer era decir que no!
En lugar de discutir con él, ella levantó su mano en un gesto pequeño e indefenso que lo hizo sentirse como el mayor criminal del mundo.
—Lo siento —murmuró ella.
—_____.
Ella agarró el bolso y salió corriendo de la cocina, de su casa, del calor peligroso de sus dos cuerpos en llamas.
D.A. Torrez.
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
Dios mio!!!!!
._.
Sin palabras!!! Por favor siguela!!
._.
Sin palabras!!! Por favor siguela!!
helado00
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
DIOS TIENES QUE SEGUIRLA POR FAVOR!!!!!
fernanda
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
CAPÍTULO 11
Parte 1
______se sentía confundida y deprimida mientras tomaba su primera taza de café matutino. Lentamente daba vueltas con su silla, miraba hacia afuera a través de las ventanas de su oficina, situada encima de los campos vacíos de
entrenamiento. Era lunes, día de lamerse las heridas, de que los jugadores supieran si habían dado la talla durante el partido como quería su entrenador, pasaran revisiones físicas y vieran películas. No volvían a entrenar hasta el
miércoles y ella estaba profundamente agradecida de no tener que pasarse el día mirando como Joe corría de arriba abajo por los campos de entrenamiento con una camiseta y pantalones cortos, gritando y tirando portapapeles como si
así pudiera impulsar a su equipo hacia la gloria del fútbol, utilizando sólo la pura fuerza de voluntad.
¿Por qué le había dejado que la besara anoche sabiendo como sabía que ella no era lo suficiente mujer para llevarlo a cabo? No lo podía culpar por su cólera; Los dos sabían que había caído en sus brazos voluntariamente. Pero cuando oyó la áspera respiración caliente, sintió su fuerza y se dio cuenta de que no lo podía controlar, se había aterrorizado.
Se miró el cuerpo que era una farsa. Si su exterior correspondiera con su interior, tendría que tener el pecho plano, ser flaca y huesuda y quebradiza por falta de humedad. ¿De qué servían las caderas curvilíneas y la amplitud de sus
pechos si no podía soportar la caricia de un hombre en ellos, si nunca traerían al mundo un bebé, ni alimentarían una nueva vida?
Ella no quería ser así. Quería volver a esos momentos antes de que el miedo la invadiera, cuándo el beso de Joe había hecho que una nueva sabia atravesara su cuerpo. Quería volver a esos momentos cuando se había sentido joven otra vez e infinitamente mujer.
Oyó un golpe y la puerta de la oficina se abrió.
—_____ , no te molestes. —Ron cruzó la alfombra hacia ella, con un montón de periódicos en las manos.
—Un comienzo ominoso.
—Bueno, eso es…, supongo que depende del punto de vista. —Esparció los periódicos delante de ella.
—Oh, no.
Fotos a color de ______con su vestido rosa y provocador y las gafas de sol con diamantes falsos brillaban intensamente en las páginas de los periódicos que él esparció delante de ella. En una de las fotos, se metía los nudillos en la boca. En otra, su mano reposaba sobre su cintura y sus pechos presionaban hacia fuera haciéndola parecer una mujer de los pósters de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la mayor parte, mostraban su beso a Bobby Tom Denton.
—Particularmente, esta portada es mi favorita. —Ron apuntó hacia uno de los diarios.
LA DUEÑA DE LOS STARS COMPLETA UN PASE EN PROFUNDIDAD
—Aunque este tiene una cierta calidad poética.
BOBBY BOMBARDEA A LA JEFA
______gimió.
—Hacen que parezca tonta.
—Esa es una manera de interpretarlo. Por otro lado…
—Es bueno para vender entradas. —No tuvo ningún problema para leerle la mente. Se sentó frente a ella.
—_____, estoy seguro de que entiendes lo deprimente que es nuestro estado financiero ahora, ¿no? Este tipo de publicidad llena asientos, y necesitamos cualquier cosa que genere dinero inmediatamente. Sobre todo con ese contrato de alquiler del estadio tan brutal que tenemos.
—Has vuelto a mencionar el contrato del estadio. ¿Por qué no me informas?
—Supongo que debería empezar por el principio. —Ron se quedó pensando—. ¿Eres consciente que los días de los equipos de fútbol propiedad de una familia exclusivamente, están casi extinguidos?
—¿Cuántos quedan ?
—Sólo Dos. Los Pittsburgh Steelers, propiedad de la familia Rooney y los Phoenix Cardinals, propiedad de los Bidwells. Es simple, el fútbol es demasiado caro para que lo sostenga un solo propietario. Tim Mara se deshizo de la mitad de los Giants a finales de los ochenta, los McCaskeys hicieron lo propio con parte de los Bears, y, claro está, Bert vendió el quince por ciento de los Stars a algunos de sus amigos.
—¿Algunos de esos hombres que siguen dejándome mensajes en el contestador que no respondo?
—Esos mismos. Por ahora, que sean propiedad de una corporación viola las reglas de la liga, pero ahí es probablemente donde se dirige todo esto a la larga. ¿Cómo pueden los Green Bay Packers, por ejemplo, que es un equipo público, competir con terratenientes, petróleo y fortunas del automóvil como las que suministran el dinero de los Chiefs y los Cowboys, los Lions, los Saints y todos los demás?
Él negó con la cabeza.
—Los equipos tienen gastos astronómicos y sólo formas limitadas de generar efectivo: La televisión por cable, venta de entradas, contratos de publicidad, y, para algunos de los equipos, los negocios de sus estadios. No vendemos ni un penique de comida o bebida en el domo. No aceptamos ni un pequeño anuncio de publicidad en los partidos, nuestra renta es astronómica y tenemos que pagar nosotros seguridad y limpieza.
—¿Cómo pudo Bert permitir que ocurriera algo así?
—Pensó con el corazón en vez de con la cabeza, me temo. Al principio de los ochenta cuando la franquicia de los Stars estaba disponible, Bert quería tenerlo tan desesperadamente que no negoció demasiado con la corporación de negocios que estaba detrás del equipo. Supongo que también esperaba renegociar el contrato con algunas amenazas y algo de fuerza.
—Aparentemente no pensó de manera correcta.
—La corporación que posee el estadio está bajo la dirección de Jason Keane. Es un hueso duro de roer.
—He oído hablar de él. Es conocido en algunos ambientes de Manhattan.
—No dejes que te engañe su reputación como playboy. Keane es listo y no tiene intención de ablandar el corazón por los Stars. El contrato de renovación será en diciembre, y, hasta ahora no hemos hecho ningún progreso en las
condiciones.
Apoyando el codo sobre su escritorio, pasó una mano a través de su pelo y la volvió a apoyar en su mejilla. Los Stars habían perdido los tres últimos partidos de exhibición así como el de inauguración de la temporada, había pocas posibilidades de que el equipo se clasificara para jugar la copa de campeón de la AFC. Todos los periodistas deportivos se inclinaban por que los Portland Sabers jugarían la Super Bowl otra vez ese año, y no se podía olvidar que los Sabers habían ganado su partido inagural por 25-20 contra los Buffalo Bills.
El contrato del estadio iba a ser problema de Reed y no había ninguna razón por la que ella debería de perder el tiempo pensando en ello, excepto por una necesidad inexplicable de lograr algo que su padre no había podido hacer.
¿Pero como podía remediar ella una situación que Bert no había podido arreglar, sobre todo teniendo en cuenta que ella no sabía nada de todas esas cosas?
Reed la había llamado por teléfono varias veces desde la noche que la había visitado. Incluso le había enviado flores antes del partido inaugural. Cada vez que habían hablado se había mostrado infaliblemente educado, aunque no estaba demasiado contento del contrato de dos años que había firmado con Ron. Sabía que temía que pudiese destruir al equipo antes de que él pudiera asumir el control. Él nunca entendería que su necesidad de ser algo más que el testaferro que su padre había imaginado, pesaba más que cualquier deseo de venganza que pudiera tener por su acosamiento infantil.
Ella observó el ordenador que ocupaba una esquina del escritorio.
—¿Podrías mandar a alguien que me pueda enseñar a manejar esa cosa?
—¿Quieres aprender a manejar un ordenador?
—¿Por qué no? Estoy dispuesta a probar cualquier cosa que no engorde. Además, podría ser entretenido volver a usar mi cerebro.
—Mandaré a alguien. —Ron se levantó para salir—. _____ , ¿estás segura de que no quieres instalarte en la oficina de Bert? Me remuerde la conciencia tener tanto espacio para mi solo.
—Tú lo necesitas más que yo.
Después de que Ron se fuera, miró las paredes azules y grises, el escritorio de acero y las filigranas de fútbol. Había decidido que no iba a estar lo suficiente como para tomarse la molestia de personalizar la que fuera oficina de Ron, con sus pertenencias. Toda esa decoración práctica era un marcado contraste con el lujoso alojamiento al que Molly y ella se iban a mudar. Una de las amantes de Bert obviamente había tenido mejor gusto en decoración que en
hombres.
Peg Kowalski, el ama de llaves de Bert, estaba supervisando la muJoe za de la ropa de Molly y ______y demás bienes personales. Peg, de casi sesenta años estaba cansada de dirigir una casa grande, así que inmediatamente había estado de acuerdo en echar una mano con la limpieza, ropa y compra de comida así como también de pasar la noche con Molly si ______necesitaba estar de viaje.
Molly había mostrado algo de interés en la muJoe za. Pero no había aceptado la invitación de ______para salir de compras y así poder actualizar su soso vestuario antes de comenzar el miércoles en la escuela. ______había decidido no sacar a colación el tema de las mentiras que Molly le había dicho a Joe . Sólo empeoraría la mala situación.
Tenía que leer informes, devolver llamadas telefónicas, pero, en lugar de eso, hizo girar su silla otra vez para mirar fijamente por la ventana. Llevaba jugando con los hombres tanto tiempo que no tenía ni idea de cómo hacer saber a uno que estaba sinceramente atraída por él. Mezclado con sus sentimientos de vergüenza y tristeza, había arrepentimiento. Si únicamente hubiera sido lo suficiente mujer para dejar que Joe Jonas le hiciera el amor, quizá pudiera haberse curado.
Parte 1
______se sentía confundida y deprimida mientras tomaba su primera taza de café matutino. Lentamente daba vueltas con su silla, miraba hacia afuera a través de las ventanas de su oficina, situada encima de los campos vacíos de
entrenamiento. Era lunes, día de lamerse las heridas, de que los jugadores supieran si habían dado la talla durante el partido como quería su entrenador, pasaran revisiones físicas y vieran películas. No volvían a entrenar hasta el
miércoles y ella estaba profundamente agradecida de no tener que pasarse el día mirando como Joe corría de arriba abajo por los campos de entrenamiento con una camiseta y pantalones cortos, gritando y tirando portapapeles como si
así pudiera impulsar a su equipo hacia la gloria del fútbol, utilizando sólo la pura fuerza de voluntad.
¿Por qué le había dejado que la besara anoche sabiendo como sabía que ella no era lo suficiente mujer para llevarlo a cabo? No lo podía culpar por su cólera; Los dos sabían que había caído en sus brazos voluntariamente. Pero cuando oyó la áspera respiración caliente, sintió su fuerza y se dio cuenta de que no lo podía controlar, se había aterrorizado.
Se miró el cuerpo que era una farsa. Si su exterior correspondiera con su interior, tendría que tener el pecho plano, ser flaca y huesuda y quebradiza por falta de humedad. ¿De qué servían las caderas curvilíneas y la amplitud de sus
pechos si no podía soportar la caricia de un hombre en ellos, si nunca traerían al mundo un bebé, ni alimentarían una nueva vida?
Ella no quería ser así. Quería volver a esos momentos antes de que el miedo la invadiera, cuándo el beso de Joe había hecho que una nueva sabia atravesara su cuerpo. Quería volver a esos momentos cuando se había sentido joven otra vez e infinitamente mujer.
Oyó un golpe y la puerta de la oficina se abrió.
—_____ , no te molestes. —Ron cruzó la alfombra hacia ella, con un montón de periódicos en las manos.
—Un comienzo ominoso.
—Bueno, eso es…, supongo que depende del punto de vista. —Esparció los periódicos delante de ella.
—Oh, no.
Fotos a color de ______con su vestido rosa y provocador y las gafas de sol con diamantes falsos brillaban intensamente en las páginas de los periódicos que él esparció delante de ella. En una de las fotos, se metía los nudillos en la boca. En otra, su mano reposaba sobre su cintura y sus pechos presionaban hacia fuera haciéndola parecer una mujer de los pósters de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la mayor parte, mostraban su beso a Bobby Tom Denton.
—Particularmente, esta portada es mi favorita. —Ron apuntó hacia uno de los diarios.
LA DUEÑA DE LOS STARS COMPLETA UN PASE EN PROFUNDIDAD
—Aunque este tiene una cierta calidad poética.
BOBBY BOMBARDEA A LA JEFA
______gimió.
—Hacen que parezca tonta.
—Esa es una manera de interpretarlo. Por otro lado…
—Es bueno para vender entradas. —No tuvo ningún problema para leerle la mente. Se sentó frente a ella.
—_____, estoy seguro de que entiendes lo deprimente que es nuestro estado financiero ahora, ¿no? Este tipo de publicidad llena asientos, y necesitamos cualquier cosa que genere dinero inmediatamente. Sobre todo con ese contrato de alquiler del estadio tan brutal que tenemos.
—Has vuelto a mencionar el contrato del estadio. ¿Por qué no me informas?
—Supongo que debería empezar por el principio. —Ron se quedó pensando—. ¿Eres consciente que los días de los equipos de fútbol propiedad de una familia exclusivamente, están casi extinguidos?
—¿Cuántos quedan ?
—Sólo Dos. Los Pittsburgh Steelers, propiedad de la familia Rooney y los Phoenix Cardinals, propiedad de los Bidwells. Es simple, el fútbol es demasiado caro para que lo sostenga un solo propietario. Tim Mara se deshizo de la mitad de los Giants a finales de los ochenta, los McCaskeys hicieron lo propio con parte de los Bears, y, claro está, Bert vendió el quince por ciento de los Stars a algunos de sus amigos.
—¿Algunos de esos hombres que siguen dejándome mensajes en el contestador que no respondo?
—Esos mismos. Por ahora, que sean propiedad de una corporación viola las reglas de la liga, pero ahí es probablemente donde se dirige todo esto a la larga. ¿Cómo pueden los Green Bay Packers, por ejemplo, que es un equipo público, competir con terratenientes, petróleo y fortunas del automóvil como las que suministran el dinero de los Chiefs y los Cowboys, los Lions, los Saints y todos los demás?
Él negó con la cabeza.
—Los equipos tienen gastos astronómicos y sólo formas limitadas de generar efectivo: La televisión por cable, venta de entradas, contratos de publicidad, y, para algunos de los equipos, los negocios de sus estadios. No vendemos ni un penique de comida o bebida en el domo. No aceptamos ni un pequeño anuncio de publicidad en los partidos, nuestra renta es astronómica y tenemos que pagar nosotros seguridad y limpieza.
—¿Cómo pudo Bert permitir que ocurriera algo así?
—Pensó con el corazón en vez de con la cabeza, me temo. Al principio de los ochenta cuando la franquicia de los Stars estaba disponible, Bert quería tenerlo tan desesperadamente que no negoció demasiado con la corporación de negocios que estaba detrás del equipo. Supongo que también esperaba renegociar el contrato con algunas amenazas y algo de fuerza.
—Aparentemente no pensó de manera correcta.
—La corporación que posee el estadio está bajo la dirección de Jason Keane. Es un hueso duro de roer.
—He oído hablar de él. Es conocido en algunos ambientes de Manhattan.
—No dejes que te engañe su reputación como playboy. Keane es listo y no tiene intención de ablandar el corazón por los Stars. El contrato de renovación será en diciembre, y, hasta ahora no hemos hecho ningún progreso en las
condiciones.
Apoyando el codo sobre su escritorio, pasó una mano a través de su pelo y la volvió a apoyar en su mejilla. Los Stars habían perdido los tres últimos partidos de exhibición así como el de inauguración de la temporada, había pocas posibilidades de que el equipo se clasificara para jugar la copa de campeón de la AFC. Todos los periodistas deportivos se inclinaban por que los Portland Sabers jugarían la Super Bowl otra vez ese año, y no se podía olvidar que los Sabers habían ganado su partido inagural por 25-20 contra los Buffalo Bills.
El contrato del estadio iba a ser problema de Reed y no había ninguna razón por la que ella debería de perder el tiempo pensando en ello, excepto por una necesidad inexplicable de lograr algo que su padre no había podido hacer.
¿Pero como podía remediar ella una situación que Bert no había podido arreglar, sobre todo teniendo en cuenta que ella no sabía nada de todas esas cosas?
Reed la había llamado por teléfono varias veces desde la noche que la había visitado. Incluso le había enviado flores antes del partido inaugural. Cada vez que habían hablado se había mostrado infaliblemente educado, aunque no estaba demasiado contento del contrato de dos años que había firmado con Ron. Sabía que temía que pudiese destruir al equipo antes de que él pudiera asumir el control. Él nunca entendería que su necesidad de ser algo más que el testaferro que su padre había imaginado, pesaba más que cualquier deseo de venganza que pudiera tener por su acosamiento infantil.
Ella observó el ordenador que ocupaba una esquina del escritorio.
—¿Podrías mandar a alguien que me pueda enseñar a manejar esa cosa?
—¿Quieres aprender a manejar un ordenador?
—¿Por qué no? Estoy dispuesta a probar cualquier cosa que no engorde. Además, podría ser entretenido volver a usar mi cerebro.
—Mandaré a alguien. —Ron se levantó para salir—. _____ , ¿estás segura de que no quieres instalarte en la oficina de Bert? Me remuerde la conciencia tener tanto espacio para mi solo.
—Tú lo necesitas más que yo.
Después de que Ron se fuera, miró las paredes azules y grises, el escritorio de acero y las filigranas de fútbol. Había decidido que no iba a estar lo suficiente como para tomarse la molestia de personalizar la que fuera oficina de Ron, con sus pertenencias. Toda esa decoración práctica era un marcado contraste con el lujoso alojamiento al que Molly y ella se iban a mudar. Una de las amantes de Bert obviamente había tenido mejor gusto en decoración que en
hombres.
Peg Kowalski, el ama de llaves de Bert, estaba supervisando la muJoe za de la ropa de Molly y ______y demás bienes personales. Peg, de casi sesenta años estaba cansada de dirigir una casa grande, así que inmediatamente había estado de acuerdo en echar una mano con la limpieza, ropa y compra de comida así como también de pasar la noche con Molly si ______necesitaba estar de viaje.
Molly había mostrado algo de interés en la muJoe za. Pero no había aceptado la invitación de ______para salir de compras y así poder actualizar su soso vestuario antes de comenzar el miércoles en la escuela. ______había decidido no sacar a colación el tema de las mentiras que Molly le había dicho a Joe . Sólo empeoraría la mala situación.
Tenía que leer informes, devolver llamadas telefónicas, pero, en lugar de eso, hizo girar su silla otra vez para mirar fijamente por la ventana. Llevaba jugando con los hombres tanto tiempo que no tenía ni idea de cómo hacer saber a uno que estaba sinceramente atraída por él. Mezclado con sus sentimientos de vergüenza y tristeza, había arrepentimiento. Si únicamente hubiera sido lo suficiente mujer para dejar que Joe Jonas le hiciera el amor, quizá pudiera haberse curado.
D.A. Torrez.
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
Parte 2
*****
Joe se dio cuenta de que Valerie le miraba suspicazmente cuando entró en la oficina que ella tenía en uno de los edificios de granito y cristal de Oak Brook.
Ella señaló a las sillas tapizadas en rosas que estaban situadas alrededor de la pequeña mesa de reuniones.
—¿Quieres café?
—No, Gracias.
Él se sentó, colocando la silla hacia atrás para poder estirar las piernas.
Cuando ella se levantó del escritorio y se acercó a él, se percató de su conservador traje azul marino y su camisa blanca de seda abotonada hasta el cuello. Conociendo a Valerie, probablemente llevaba debajo una diminuta prenda de ropa interior.
—Oí que perdisteis otra vez el domingo —dijo ella, sentándose al lado de él—. Lo siento.
—Son cosas que ocurren. —Había querido hacer esto bien, así que le había dicho a ella que necesitaban hablar y le preguntó si podían encontrarse en el centro para cenar en Gordon, su restaurante favorito. Cuando se negó y le dijo
en cambio que fuera a su oficina, supuso que ella sabía qué tenía en mente y quería acabar cuanto antes.
Ella cogió un paquete de cigarrillos del centro de la mesa.
—Ese incidente de tu casa anoche fue abrumador. Espero que mantenga la boca cerrada.
—Probablemente lo hará.
Valerie soltó una risa sarcástica.
—Mi vida entera pasó por delante de mí cuando me di cuenta de lo que había sucedido.
—Supongo que a ella también le pasó lo mismo; cuando la arrastré al bosque, a diferencia de ti, ella no sabía que en realidad no la iba a lastimar.
—Lograste calmarla.
—Hablamos un poco.
Dio una profunda calada al cigarrillo que acababa de encender y de forma no tan delicada fue directamente al grano.
—No va a beneficiar ningún plan de seducción que tengas para ella.
—Créeme, Val, el único plan que tengo para ______es quedarme tan lejos de ella como pueda.
Y pensaba hacerlo. Él estaba furioso consigo mismo por haber dejado que las cosas con ______fueran tan lejos. Nunca debería haberla besado y se prometió a sí mismo que no volvería a perder el control otra vez. Por fin, tenía sus prioridades totalmente claras.
Val le miró con precaución.
—Entonces, ¿de que va todo esto?
Supo que no iba a gustarle lo que tenía que decir y se lo dijo en voz baja.
—He encontrado a alguien.
Ella era buena disimulando, tenía que admitirlo, y si no la hubiera conocido tan bien, hubiese creído que no estaba afectada por sus noticias.
—¿Alguien que conozca?
—No. Trabaja en una guardería. —Val no lo entendería si le dijese que aún no había invitado a salir a Sharon, pero después del incidente de la última noche, sabía que no podía permitirse más juegos sexuales con su ex-esposa, no
cuando se preparaba para un cortejo en serio.
—¿Cuánto tiempo hace que os veis la de la guardería y tú? —Ella tomó otra calada rápida y furiosa.
—No demasiado.
—Y ella, claro está, es todo lo que yo no soy. —Apretó la boca mientras clavaba el cigarrillo en el cenicero.
Valerie tenía un ego de buen tamaño y normalmente no se irritaba con facilidad, pero se dio cuenta de que estaba herida.
—Estoy seguro que no es tan lista como tú, Valerie. Ni tan sexy. Pero la cosa es que es realmente buena con los niños.
—Ya veo. Ha pasado tu prueba de madre abnegada. —Le dirigió una sonrisa brillante y fría—. En realidad Joe , me alegro de que haya surgido esto, porque hace tiempo que quiero decirte algo.
—¿Qué?
—Nuestro acuerdo ya no me va bien.
Él fingió sorprenderse.
—¿Quieres romperlo?
—Lo siento, pero sí. No sabía como hacerlo sin herirte.
Él se levantó de un salto de su silla y le brindó la pequeña satisfacción que sabía que necesitaba.
—¿Quién es? ¿Tienes otro hombre, Val?
—Fue inevitable, Joe . No hagas ninguna escena.
Él miró hacia abajo. Se puso en pie bruscamente.
—Joder, Valerie, te aseguro que sabes como poner a un hombre en su sitio. No sé por qué trato siquiera de tener la última palabra contigo. Aquí estoy yo intentando romper contigo, y todo este tiempo tú intentabas hacer lo mismo.
Ella lo miró suspicazmente, tratando de ver si mentía, pero él no lo permitió, puso en su cara la misma expresión sincera que usaba en las entrevistas de después de los partidos de los domingo cuando decía lo bien que
habían jugado los Broncos y como habían merecido ganar.
Ella tamborileó en la mesa y se levantó.
—Supongo, entonces, que no queda nada más que decir.
—Supongo que no.
Cuando la miró, recordó las cosas buenas en vez de las malas. La mayor parte habían tenido lugar en la cama, pero supuso que eso era más de lo que muchas parejas divorciadas podían decir. No estaba seguro de quién se movió
primero, pero lo siguiente que supo es que ambos se rodeaban con los brazos.
—Cuídate, ¿lo harás? —dijo él.
—Que la vida te vaya bien —murmuró ella.
Veinte minutos más tarde cuando entró en el aparcamiento de la guardería Sunny Days, él ya no pensaba en Valerie. En vez de eso, fruncía el ceño a su espejo retrovisor. El vehículo gris que lo seguía parecía el mismo que había visto detrás de él un par de veces la semana anterior. Tenía el guardabarros derecho abollado. Si lo seguía un periodista, las cosas iban a ponerse difíciles.
Trató de ver al conductor mientras el vehículo pasaba delante de la entrada a la guardería, pero tenía las ventanas tintadas.
Sin hacer caso del incidente, aparcó el Ferrari y entró en la construcción baja de ladrillo, sonriendo al oír los diversos ruidos de la escuela: Chillidos de alegría, cantos desentonados, ruidos de sillas. Tenía que estar en Wheaton en
media hora para dar un discurso en un almuerzo en Rotario, pero no se pudo resistir a detenerse unos pocos minutos. Tal vez aclararía la confusión sobre lo que había sucedido con ______la noche anterior.
La puerta del aula de Sharon estaba abierta y cuando miró dentro, su pecho se hinchó. ¡Horneaban galletas! En ese mismo momento, estaba dispuesto a ponerse de rodillas y proponerle matrimonio. Lo que no habría dado cuando era niño por tener una madre que horneara galletas.
Desafortunadamente, había estado demasiado ocupada emborrachándose. No la culpaba. Vivir con un bastardo como su padre habría llevado a cualquiera a beber.
Sharon lo miró desde la batidora y dejó caer la cuchara que tenía en la mano cuando lo vio. Su cara enrojeció. Él sonrió cuando se percató del desorden que la rodeaba.
Su rizado pelo rojizo estaba lleno de harina y una veta de colorante azul cruzaba su mejilla. Si él fuera el dueño del Cosmopolitan, la habría puesto en la portada tal y como estaba. En su mente, Sharon, con la cara de duendecillo y la
nariz pecosa, era bastante más encantadora que esas rubias de grandes pechos con lentejuelas y lycra.
Una imagen de ______Somerville pasó como un relámpago por su mente, pero la apartó con fuerza. No iba a dejar que la lujuria interfiriera en la búsqueda de la madre de sus hijos.
Sharon recogió la cuchara de madera que se le había caído.
—Ah, hola. Entra.
Su nerviosismo le atrajo. Era bonito estar con una mujer que no fuera capaz de estar con un hombre como él.
—Solo pasé un minuto para ver como se desenvolvía mi amigo Robert con su brazo roto.
—Robert, aquí hay alguien que quiere verte.
Un niño negro y guapo con camiseta y pantalones cortos se acercó corriendo para enseñarle su molde. Joe admiró todas las figuras, incluyendo la de él, que era de las peores.
—¿Conoces a Michael? —preguntó finalmente el niño.
En un sitio como Chicago, no había ninguna duda a qué Michael se refería, ni aunque fuera un niño de cuatro años.
—Claro. Me deja jugar al baloncesto con él algunas veces.
—Apuesto que te dará buenas palizas.
—No, me tiene miedo.
—Michael no tiene miedo de nadie —dijo el niño solemnemente.
Eso por tratar de bromear sobre Jordan , aunque estuviera retirado.
—Tienes razón. Me da bastantes palizas.
Robert llevó a Joe a la mesa para admirar sus galletas, y al cabo de un rato el resto de los niños reclamaron su atención. Eran tan lindos que no se cansaba de ellos. Los niños le encantaban, puede que porque a él le gustaba hacer lo que ellos hacían: comer galletas, ver dibujos animados en la tele, generalmente las dos cosas a la vez. Pero aunque ya llevaba retraso, no podía resignarse a marcharse.
Sharon, mientras tanto, había dejado caer un vaso con azúcar y huevo. Él agarró una toalla de la mesa para ayudarle a limpiarlo y vio que ella se sonrojaba otra vez. A él le gustaba ese rizado pelo rojizo y la manera en que se movía hacia todas partes.
—Parece que se me cae todo —tartamudeó.
—Eso es algo que no se debe decir cerca de los quarterback, ni siquiera de los retirados.
Le gustó que tardara unos segundo en pillarlo, pero entonces ella sonrió.
—Tienes colorante en la mejilla.
—Estoy hecha un desastre. —Inclinó la cabeza y se frotó la mejilla con el hombro, para no terminar pintada en dos lugares en vez de en uno—. Honestamente lo estoy todo el tiempo.
—No te disculpes. Estás genial.
—Ethan me echó azúcar —gimió una niña.
Sharon inmediatamente fijó su atención en la niña que tiraba fuertemente de sus pantalones con los dedos muy sucios. Lo que más le gustaba de ella.
Incluso cuando hablaba con un adulto, los niños eran su prioridad. Él observó con admiración como negociaba un acuerdo que habría enorgullecido a un diplomático.
—Te contratarían en Oriente medio.
Ella sonrió.
—Creo que allí no rocían con azúcar.
Miró el reloj.
—Me tengo que ir. Tengo que dar un discurso en cinco minutos. Mi horario es ahora bastante apretado, pero cuando tenga algo de tiempo, tenemos que salir a cenar. ¿Te gustan los italianos?
Ella enrojeció otra vez.
—Si-i-i, un italiano será estupendo.
—Vale. Te llamaré.
—De acuerdo. —Pareció vagamente atontada.
Impulsivamente, él se inclinó hacia adelante y rozó su boca con un beso rápido. Cuando salía del aparcamiento, sonrió y se relamió los labios.
Tal vez fuera su imaginación, pero creyó saborear vainilla.
*****
Joe se dio cuenta de que Valerie le miraba suspicazmente cuando entró en la oficina que ella tenía en uno de los edificios de granito y cristal de Oak Brook.
Ella señaló a las sillas tapizadas en rosas que estaban situadas alrededor de la pequeña mesa de reuniones.
—¿Quieres café?
—No, Gracias.
Él se sentó, colocando la silla hacia atrás para poder estirar las piernas.
Cuando ella se levantó del escritorio y se acercó a él, se percató de su conservador traje azul marino y su camisa blanca de seda abotonada hasta el cuello. Conociendo a Valerie, probablemente llevaba debajo una diminuta prenda de ropa interior.
—Oí que perdisteis otra vez el domingo —dijo ella, sentándose al lado de él—. Lo siento.
—Son cosas que ocurren. —Había querido hacer esto bien, así que le había dicho a ella que necesitaban hablar y le preguntó si podían encontrarse en el centro para cenar en Gordon, su restaurante favorito. Cuando se negó y le dijo
en cambio que fuera a su oficina, supuso que ella sabía qué tenía en mente y quería acabar cuanto antes.
Ella cogió un paquete de cigarrillos del centro de la mesa.
—Ese incidente de tu casa anoche fue abrumador. Espero que mantenga la boca cerrada.
—Probablemente lo hará.
Valerie soltó una risa sarcástica.
—Mi vida entera pasó por delante de mí cuando me di cuenta de lo que había sucedido.
—Supongo que a ella también le pasó lo mismo; cuando la arrastré al bosque, a diferencia de ti, ella no sabía que en realidad no la iba a lastimar.
—Lograste calmarla.
—Hablamos un poco.
Dio una profunda calada al cigarrillo que acababa de encender y de forma no tan delicada fue directamente al grano.
—No va a beneficiar ningún plan de seducción que tengas para ella.
—Créeme, Val, el único plan que tengo para ______es quedarme tan lejos de ella como pueda.
Y pensaba hacerlo. Él estaba furioso consigo mismo por haber dejado que las cosas con ______fueran tan lejos. Nunca debería haberla besado y se prometió a sí mismo que no volvería a perder el control otra vez. Por fin, tenía sus prioridades totalmente claras.
Val le miró con precaución.
—Entonces, ¿de que va todo esto?
Supo que no iba a gustarle lo que tenía que decir y se lo dijo en voz baja.
—He encontrado a alguien.
Ella era buena disimulando, tenía que admitirlo, y si no la hubiera conocido tan bien, hubiese creído que no estaba afectada por sus noticias.
—¿Alguien que conozca?
—No. Trabaja en una guardería. —Val no lo entendería si le dijese que aún no había invitado a salir a Sharon, pero después del incidente de la última noche, sabía que no podía permitirse más juegos sexuales con su ex-esposa, no
cuando se preparaba para un cortejo en serio.
—¿Cuánto tiempo hace que os veis la de la guardería y tú? —Ella tomó otra calada rápida y furiosa.
—No demasiado.
—Y ella, claro está, es todo lo que yo no soy. —Apretó la boca mientras clavaba el cigarrillo en el cenicero.
Valerie tenía un ego de buen tamaño y normalmente no se irritaba con facilidad, pero se dio cuenta de que estaba herida.
—Estoy seguro que no es tan lista como tú, Valerie. Ni tan sexy. Pero la cosa es que es realmente buena con los niños.
—Ya veo. Ha pasado tu prueba de madre abnegada. —Le dirigió una sonrisa brillante y fría—. En realidad Joe , me alegro de que haya surgido esto, porque hace tiempo que quiero decirte algo.
—¿Qué?
—Nuestro acuerdo ya no me va bien.
Él fingió sorprenderse.
—¿Quieres romperlo?
—Lo siento, pero sí. No sabía como hacerlo sin herirte.
Él se levantó de un salto de su silla y le brindó la pequeña satisfacción que sabía que necesitaba.
—¿Quién es? ¿Tienes otro hombre, Val?
—Fue inevitable, Joe . No hagas ninguna escena.
Él miró hacia abajo. Se puso en pie bruscamente.
—Joder, Valerie, te aseguro que sabes como poner a un hombre en su sitio. No sé por qué trato siquiera de tener la última palabra contigo. Aquí estoy yo intentando romper contigo, y todo este tiempo tú intentabas hacer lo mismo.
Ella lo miró suspicazmente, tratando de ver si mentía, pero él no lo permitió, puso en su cara la misma expresión sincera que usaba en las entrevistas de después de los partidos de los domingo cuando decía lo bien que
habían jugado los Broncos y como habían merecido ganar.
Ella tamborileó en la mesa y se levantó.
—Supongo, entonces, que no queda nada más que decir.
—Supongo que no.
Cuando la miró, recordó las cosas buenas en vez de las malas. La mayor parte habían tenido lugar en la cama, pero supuso que eso era más de lo que muchas parejas divorciadas podían decir. No estaba seguro de quién se movió
primero, pero lo siguiente que supo es que ambos se rodeaban con los brazos.
—Cuídate, ¿lo harás? —dijo él.
—Que la vida te vaya bien —murmuró ella.
Veinte minutos más tarde cuando entró en el aparcamiento de la guardería Sunny Days, él ya no pensaba en Valerie. En vez de eso, fruncía el ceño a su espejo retrovisor. El vehículo gris que lo seguía parecía el mismo que había visto detrás de él un par de veces la semana anterior. Tenía el guardabarros derecho abollado. Si lo seguía un periodista, las cosas iban a ponerse difíciles.
Trató de ver al conductor mientras el vehículo pasaba delante de la entrada a la guardería, pero tenía las ventanas tintadas.
Sin hacer caso del incidente, aparcó el Ferrari y entró en la construcción baja de ladrillo, sonriendo al oír los diversos ruidos de la escuela: Chillidos de alegría, cantos desentonados, ruidos de sillas. Tenía que estar en Wheaton en
media hora para dar un discurso en un almuerzo en Rotario, pero no se pudo resistir a detenerse unos pocos minutos. Tal vez aclararía la confusión sobre lo que había sucedido con ______la noche anterior.
La puerta del aula de Sharon estaba abierta y cuando miró dentro, su pecho se hinchó. ¡Horneaban galletas! En ese mismo momento, estaba dispuesto a ponerse de rodillas y proponerle matrimonio. Lo que no habría dado cuando era niño por tener una madre que horneara galletas.
Desafortunadamente, había estado demasiado ocupada emborrachándose. No la culpaba. Vivir con un bastardo como su padre habría llevado a cualquiera a beber.
Sharon lo miró desde la batidora y dejó caer la cuchara que tenía en la mano cuando lo vio. Su cara enrojeció. Él sonrió cuando se percató del desorden que la rodeaba.
Su rizado pelo rojizo estaba lleno de harina y una veta de colorante azul cruzaba su mejilla. Si él fuera el dueño del Cosmopolitan, la habría puesto en la portada tal y como estaba. En su mente, Sharon, con la cara de duendecillo y la
nariz pecosa, era bastante más encantadora que esas rubias de grandes pechos con lentejuelas y lycra.
Una imagen de ______Somerville pasó como un relámpago por su mente, pero la apartó con fuerza. No iba a dejar que la lujuria interfiriera en la búsqueda de la madre de sus hijos.
Sharon recogió la cuchara de madera que se le había caído.
—Ah, hola. Entra.
Su nerviosismo le atrajo. Era bonito estar con una mujer que no fuera capaz de estar con un hombre como él.
—Solo pasé un minuto para ver como se desenvolvía mi amigo Robert con su brazo roto.
—Robert, aquí hay alguien que quiere verte.
Un niño negro y guapo con camiseta y pantalones cortos se acercó corriendo para enseñarle su molde. Joe admiró todas las figuras, incluyendo la de él, que era de las peores.
—¿Conoces a Michael? —preguntó finalmente el niño.
En un sitio como Chicago, no había ninguna duda a qué Michael se refería, ni aunque fuera un niño de cuatro años.
—Claro. Me deja jugar al baloncesto con él algunas veces.
—Apuesto que te dará buenas palizas.
—No, me tiene miedo.
—Michael no tiene miedo de nadie —dijo el niño solemnemente.
Eso por tratar de bromear sobre Jordan , aunque estuviera retirado.
—Tienes razón. Me da bastantes palizas.
Robert llevó a Joe a la mesa para admirar sus galletas, y al cabo de un rato el resto de los niños reclamaron su atención. Eran tan lindos que no se cansaba de ellos. Los niños le encantaban, puede que porque a él le gustaba hacer lo que ellos hacían: comer galletas, ver dibujos animados en la tele, generalmente las dos cosas a la vez. Pero aunque ya llevaba retraso, no podía resignarse a marcharse.
Sharon, mientras tanto, había dejado caer un vaso con azúcar y huevo. Él agarró una toalla de la mesa para ayudarle a limpiarlo y vio que ella se sonrojaba otra vez. A él le gustaba ese rizado pelo rojizo y la manera en que se movía hacia todas partes.
—Parece que se me cae todo —tartamudeó.
—Eso es algo que no se debe decir cerca de los quarterback, ni siquiera de los retirados.
Le gustó que tardara unos segundo en pillarlo, pero entonces ella sonrió.
—Tienes colorante en la mejilla.
—Estoy hecha un desastre. —Inclinó la cabeza y se frotó la mejilla con el hombro, para no terminar pintada en dos lugares en vez de en uno—. Honestamente lo estoy todo el tiempo.
—No te disculpes. Estás genial.
—Ethan me echó azúcar —gimió una niña.
Sharon inmediatamente fijó su atención en la niña que tiraba fuertemente de sus pantalones con los dedos muy sucios. Lo que más le gustaba de ella.
Incluso cuando hablaba con un adulto, los niños eran su prioridad. Él observó con admiración como negociaba un acuerdo que habría enorgullecido a un diplomático.
—Te contratarían en Oriente medio.
Ella sonrió.
—Creo que allí no rocían con azúcar.
Miró el reloj.
—Me tengo que ir. Tengo que dar un discurso en cinco minutos. Mi horario es ahora bastante apretado, pero cuando tenga algo de tiempo, tenemos que salir a cenar. ¿Te gustan los italianos?
Ella enrojeció otra vez.
—Si-i-i, un italiano será estupendo.
—Vale. Te llamaré.
—De acuerdo. —Pareció vagamente atontada.
Impulsivamente, él se inclinó hacia adelante y rozó su boca con un beso rápido. Cuando salía del aparcamiento, sonrió y se relamió los labios.
Tal vez fuera su imaginación, pero creyó saborear vainilla.
D.A. Torrez.
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
DIOS! no quiero que joe este con esa niña :C SÍGUELA
fernanda
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