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Solo los miercoles (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Solo los miercoles (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
Nombre: Solo los miercoles
Autor: NiinnyJonas
Adaptación: Si, De Jo Leigh
Género: Hot
Advertencias: Ninguna por ahora
Otras Páginas: No
Autor: NiinnyJonas
Adaptación: Si, De Jo Leigh
Género: Hot
Advertencias: Ninguna por ahora
Otras Páginas: No
Prologo
La mujer que Joseph Jonas conoció por casualidad en la sección de bufandas era más que atractiva, era excitante. Además, ___________ era radiante como el sol y suave como la seda... era puro sexo... y Joseph se moría de ganas de hacerla suya.
___________ Carrington estaba harta de ser una buena chica que nunca se arriesgaba por miedo a que le rompieran el corazón. Lo único que quería era una aventura, por eso le susurró a Joseph al oído que salieran juntos el miércoles por la noche.
Aquella fue una cita apasionante, intensa... Como lo fueron todos los miércoles siguientes.
El problema fue cuando Joseph empezó a querer tener a ___________ los siete días de la semana.
___________ Carrington estaba harta de ser una buena chica que nunca se arriesgaba por miedo a que le rompieran el corazón. Lo único que quería era una aventura, por eso le susurró a Joseph al oído que salieran juntos el miércoles por la noche.
Aquella fue una cita apasionante, intensa... Como lo fueron todos los miércoles siguientes.
El problema fue cuando Joseph empezó a querer tener a ___________ los siete días de la semana.
Espero les guste,
Con Cariño
Niinny Jonas
Con Cariño
Niinny Jonas
Última edición por NiinnyJonas el Jue 08 Dic 2011, 7:10 pm, editado 2 veces
NiinnyJonas
Re: Solo los miercoles (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
Primera lectora!!!!!!
Siguela, ya quiero leerla!!!!
Siguela, ya quiero leerla!!!!
StayMemiFaither
Re: Solo los miercoles (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
Gracias a mis primeras dos lectoras :D les dejare el primer cap
NiinnyJonas
Re: Solo los miercoles (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
Capítulo I
Lo sabía muy bien. Comprarse zapatos nuevos solo era un alivio temporal. La animaría durante cuánto tiempo, ¿una hora? ¿Dos? Después, volvería a estar por los suelos.
___________ Carrington levantó la mirada del escaparate y se obligó a seguir andando. Ella era mucho más fuerte que la atracción que le producían aquellos zapatos, ¿o no? Aunque fueran un diseño de Jimmy Choo. O aunque fueran de color rosa y con tacón de aguja y le conjuntaran a las mil maravillas con su chaqueta de raso de Dolce & Gabbana.
No. Ya tenía suficientes zapatos. Aquel pensamiento la hizo sonreír. Como si alguna vez una mujer pudiera tener suficientes zapatos. Sin embargo, a pesar de la alegría y los dolores de pies que le causaban y de las miradas de envidia de las desconocidas, los zapatos no lo eran todo. Por ejemplo, no podían evitar que deseara que las cosas fueran diferentes. En algún lugar de Manhattan debía de existir el hombre perfecto. Si no podía encontrar a su media naranja, entonces se conformaría con alguien apasionado, fuerte y dotado. Hacía mucho tiempo desde la última vez que estuvo con un hombre y su cuerpo se resentía. Llevaba inquieta toda la semana. Y no solo un poco inquieta. Quería... algo. Lujuria, peligro, excitación... Solo con los zapatos no le bastaba. Deseaba a un hombre. Un hombre agradable, fuerte, excitante. Alguien con cerebro. Alguien que supiera encenderla tan fácilmente como a una bombilla... ¿No sería maravilloso si aquel tipo fuera también su media naranja? Era improbable, pero podía soñar, ¿no?
Mientras bajaba por la Quinta Avenida, dejó que su imaginación volara. Casi podía verlo. Sería alto, al menos de un metro ochenta para que pudiera superar su metro setenta y cinco. Moreno, no porque los rubios no pudieran ser monos, sino porque le gustaba el contraste y dado que ella era rubia... Sería guapo, pero no demasiado.
De rasgos fuertes y masculinos, pero con una sonrisa que lo cambiara todo. Tendría ojos expresivos, manos grandes, pies grandes, y, aunque sabía que el tamaño no importaba, tendría una impresionante herramienta. ¿Por qué no? Después de todo, era el hombre de sus sueños, así que podía decorarlo como quisiera. Cruzó la calle, como siempre asombrada del número de peatones. Era lunes. Gracias a Dios, las vacaciones ya se habían terminado y, sin embargo, el bullicio a la una y cuarto de la tarde era casi tan grande como en hora punta. No era que le importara. Le encantaba el ritmo de Manhattan, el pulso de la ciudad. Ningún lugar de La Tierra estaba más vivo. Incluso en los peores momentos, aquella era su casa. Al ver el escaparate de una librería, aminoró el paso. Miró los nuevos bestsellers y frunció el ceño al no encontrar nada que la atrajera. Aquello significaba que tenía que entrar. Trató de recordar la última vez que había pasado por delante de una librería y no había entrado. Inútil. Nunca podía resistirse. La música hizo que se detuviera en el umbral de la puerta. Conocía aquella melodía. Cerró los ojos y escuchó atentamente la sinfonía. Tenía el nombre en la punta de la lengua.
—¡Scherezade! —exclamó, en voz alta, muy orgullosa de sí misma.
Siempre le había gustado la música de... Rimsky Korsakov. Eso era. ¡Ja! Era una pena que ninguno de sus amigos estuviera con ella. Dudaba que nadie, aparte de Peter, hubiera sabido el nombre de la pieza, y mucho menos del compositor. Volvió a abrir los ojos y sorprendió a un joven mirándola. El muchacho se enrojeció y apartó la mirada. ___________ se olvidó de aquello rápidamente. Le había ocurrido muchas veces antes. En otro tiempo, le había parecido algo maravilloso. Sin embargo, al poco, se había dado cuenta de que las miradas no iban dirigidas a ella, sino a su cabello, a su altura, a sus senos o a sus rasgos. Tenía que admitir que había tenido suerte en la lotería de la genética, pero la enojaba que no consideraran que había algo más que belleza. Al menos, ella no quería que fuera así. Se dirigió a uno de los pasillos, preguntándose si podría evitar hojear los libros de autoayuda. Quería narrativa, no transformación. Novelas. Ficción. Historias.
La música seguía sonando, lo que la hizo pensar en Scherezade, la mujer que había salvado su vida relatando mil y un cuentos: Alí Babá y los cuarenta ladrones, Simbad el marino, Aladino y la lámpara maravillosa... ___________ sabía, exactamente lo que le pediría a un genio. En vez de tres deseos, se conformaría solo con uno. Amor de verdad, de la clase que dura para siempre...
Desgraciadamente, le haría falta una lámpara maravillosa para conseguir su deseo. El amor y ella no estaban hechos el uno para el otro. Su única experiencia había terminado catastróficamente cuando descubrió que el hombre al que le había dado su corazón no había sentido ningún interés por ella, sino solo por su físico. Y su dinero. Principalmente su dinero. Suspiró y se puso a mirar los libros, aunque decidió dejarlo cuando vio que no se podía centrar. Aquello era grave. Normalmente, no era tan sentimental, pero ver a Katy y a Lee a la hora de desayunar la había hecho pensar. Habían hablado de lo mal que se sentían, de cómo deseaban que llegara la hora, de que estar embarazada casi de nueve meses no era nada fácil... ___________ se había echado a reír, pero los celos la habían comido por dentro. Adoraba a Katy y a Lee y a sus esposos Ben y Trevor. Junto con Peter, ellos eran sus mejores amigos. Su familia. Se habían conocido todos en la universidad y nunca habían perdido el contacto. Los seis seguían siendo uña y carne y habían pasado juntos todas las tribulaciones del trabajo, del amor y de las rupturas sentimentales. Sin embargo, cuando las otras dos mujeres se habían quedado embarazadas, ___________ se habían sentido distanciada. Había hecho todo lo posible por no demostrarlo, pero ellas lo sabían. Era la pieza discordante, se sentía aislada... Y lo odiaba. Quería sentir que un niño crecía dentro de ella. Quería un marido que la amara por lo que era. En vez de comprarse libros, debería estar buscando lámparas maravillosas y rezando para encontrar a un genio. Dada la suerte que tenía con los hombres y su habilidad para encontrar canallas hambrientos de dinero, la magia era su única esperanza.
El doctor Joe miró la selección de echarpes y chales que había en las estanterías. Debería haberlo pensado mejor antes de encaminarse a la pequeña boutique. No sabía nada sobre ropa femenina. Su secretaria le había dicho que ganaría muchos puntos regalándole a su hermana un chal para su cumpleaños, pero tal vez unos cuantos CDs o DVDs tuvieran el mismo efecto. Tomó una pañoleta de seda y descubrió que el diseño era demasiado complicado para Karen. Comprobó la etiqueta del precio y dobló rápidamente la prenda. ¿Ochocientos dólares? ¿Por un chal? No se había imaginado que serían tan caros. No era que su hermana pequeña no se mereciera un buen regalo, pero ochocientos dólares... Fue a otra estantería. Era de pashminas. Nunca había oído hablar de ellas. Eran chales tejidos, con un aspecto increíblemente suave. En el mostrador de al lado había un montón muy similar de chales de cachemir. No parecía haber mucha diferencia, solo que las pashminas eran mucho más caras.
—Cierre los ojos.
Joe se sorprendió al escuchar aquella voz, muy cerca de él, a sus espaldas. Empezó a girarse, pero una mano se lo impidió.
—Adelante. Cierre los ojos.
La voz sonaba tan sedosa como el cachemir, tan sensual como la seda, pero cerrar los ojos...
—No pasa nada —susurró la mujer. Aquella vez estaba tan cerca de él que casi sintió que el aliento le acariciaba la nunca. Joe obedeció. La idea de hacer lo que le pedía una desconocida, sin saber quién era o qué era lo que pretendía era casi tan erótica como el aroma de la mujer que había tras de él. Sintió que ella se movía y tuvo que controlarse para no abrir los ojos. Era alta. Eso lo intuía porque el aliento... Algo le acarició la mejilla y lo hizo sobresaltarse. Después, ella le colocó la mano sobre el hombro y lo tranquilizó.
—No piense. No analice. Solo sienta...
Una tela le tocó la mejilla izquierda. Era delicada, suave, como la piel del interior del muslo de una mujer. Entonces, desapareció súbitamente. Cuando estaba a punto de protestar, sintió que una tela diferente le acariciaba la mejilla derecha. Era más fresca y ligeramente más gruesa. A medida que la tela le acariciaba la cara, se dio cuenta del efecto que aquella actividad estaba teniendo en una parte muy diferente de su rostro. Estaba excitado. No era nada como para alarmarse, al menos por el momento, pero entre el tacto del cachemir y el misterio de aquella mujer, estaba cada vez más incómodo.
Cuando la tela se retiró, dudó, esperando para ver si había más.
—Ahora puede abrir los ojos.
Una vez más, obedeció. Ella estaba directamente delante de él, sonriendo con labios perfectos. Efectivamente, la mujer era alta. Sin embargo, su imaginación no había conseguido imaginarse el resto. Tenía el cabello rubio muy claro, algo alborotado y recogido con un pasador, y enormes ojos azules... Bellísima.
—¿Cuál le ha gustado más? —le preguntó. Joe parpadeó, sin comprender—. ¿La mejilla derecha o la izquierda?
—Oh... la izquierda.
—Era la pashmina. La lana es de Nepal y se obtiene de las cabras del Himalaya. Es mucho más fina que el cachemir. Esta —añadió, mostrándole un chal negro—, es una mezcla del ochenta por ciento.
—De acuerdo.
Ella se echó a reír. Aquel gesto empeoró aún más la situación de Joe. Se movió un poco, pero no consiguió nada. Los pantalones se le apretaban cada vez más.
—¿Es para su esposa?
—Para mi hermana.
—¡Qué considerado!
—Es muy buena.
La mujer asintió lentamente, sin apartar los ojos de los de él. Era una situación descaradamente sexual. No había posibilidad de que estuviera interpretando mal sus intenciones. La mujer sabía lo que aquella mirada le estaba haciendo.
—Bueno, ¿cuál se lleva?
—¿Cómo dice?
—¿La pashmina o el cachemir?
—Es usted muy buena.
—¿Cómo dice?
—En su trabajo. Espero que trabaje con comisiones.
—No trabajo aquí —comentó ella, riendo.
Había vuelto a hacerlo, a sorprenderlo. Casi nada sorprendía a Joe. Ser psiquiatra en Nueva York solía endurecer a una persona.
—Y sin embargo, lo sabe todo sobre las cabras del Himalaya.
—Soy una fuente interminable de datos insignificantes —dijo ella, sin dejar de reír—. Sin embargo, soy a los conocimientos reales lo que una cebolla es a un Martini.
Joe extendió la mano y agarró la pashmina que ella tenía en los dedos. Un error. La sorda amenaza que tenía en la entrepierna se convirtió en algo peligroso. No recordaba la última vez que le había ocurrido algo similar. ¿En la universidad? Seguramente. No es que no le gustaran las mujeres, pero nunca reaccionaba de un modo tan volátil. Utilizó el echarpe para cubrir su vergüenza...
—Imagino que sabe usted bastantes cosas, señorita...
—Scherezade —susurró ella, tras mirarlo descaradamente durante unos minutos.
—¿Está hablando en serio?
—Por supuesto.
—¿Se llama Scherezade? —preguntó Joe. Ella se encogió de hombros—. ¿Y quién se supone que soy yo? ¿Simbad? ¿Aladino?
—¿Quién le gustaría ser? —quiso saber ella, acercándose un poco más a él.
—En estos momentos, no me gustaría ser nadie más que yo.
—Excelente respuesta.
—¿Y cómo la llama la gente? ¿Sher?
—No, pero usted puede hacerlo.
Joe estaba a punto de responder cuando un esbelto dedo le acarició los labios. Aquel fue un gesto increíblemente íntimo, algo que solo haría un amante, no una desconocida con nombre falso. No una mujer tan hermosa que casi dolía. Ella se inclinó un poco más hasta que colocó los labios muy cerca de la oreja de Joe, lo suficiente como para que él pudiera sentir una vez más su aliento.
—¿Por qué no hablamos sobre esto el miércoles por la noche en el bar del hotel Versalles, a las ocho?
Entonces, le mordió suavemente el lóbulo de la oreja. Solo duró un segundo, pero fue la sensación más erótica que Joe hubo sentido nunca.
Para cuando se recuperó, la mujer había desaparecido. Al darse la vuelta, vio cómo salía por la puerta de la tienda. ¿Qué diablos había sido aquello? ¿Habría hablado en serio?
El miércoles por la noche tenía una cena con sus amigos Charley y Jane. Los apreciaba mucho y sus cenas con ellos eran siempre lo más destacado de la semana. Nunca las cancelaba. Frotó el chal entre las manos. Seguro que no les importaría.
A cinco manzanas de allí, ___________ se metió dentro de una cafetería y se sentó a una mesa vacía. El corazón le latía de un modo alarmante, bombeando suficiente adrenalina como para arrancar una batería descargada... ¿Qué demonios había hecho? Efectivamente, era muy guapo, pero en Manhattan había hombres guapos a montones. Que fuera guapo no explicaba aquel comportamiento tan escandaloso. Además, estaba aquel labio inferior, grueso donde tenía que serlo. Digno de besarse. Y los ojos. Castaño verdosos. Eso, por no mencionar unas hermosas y largas manos...
¡Aquello no era lo importante! En absoluto. ¿Acaso no había estado quejándose de que lo único que los hombres veían en ella era su fisico? ¿Acababa de insinuarse a un desconocido solo porque era guapo? No. Que fuera atractivo era un extra, pero no la razón. No podía especificar cuál había sido su motivación real, al menos no con palabras. Había sido más como un sentimiento. En el momento en el que había puesto los ojos sobre él, había sentido... algo.
La camarera se le acercó. ___________ pidió un café y un bollo y, cuando volvió a estar sola, sacó el teléfono móvil del bolso y marcó un número.
—¿Sí?
—Lee, soy yo.
—Hola —respondió su amiga. ___________ abrió la boca para contarle lo que acababa de hacer, pero no consiguió pronunciar ni una palabra—. ¿___________?
¿Por qué dudaba? Se lo contaba todo a sus amigas, con todo lujo de detalles, entonces, ¿cuál era el problema?
—___________, ¿te encuentras bien?
—Sí, estoy bien —respondió, al notar la preocupación en la voz de Lee—. Solo me había distraído un momento. ¿Cómo estás?
—Enorme.
—Eso pasará.
—Dentro de unos dos meses.
—___________, ¿qué te pasa? No pareces tú misma.
—Hoy no me he comprado un par de mules de Jimmy Choo. Ni siquiera me los he probado.
—Ahhh...Ahora lo comprendo. Has sido muy valiente.
—¿Valiente? Una porra. Eran del mismo color que mi chaqueta de Dolce & Gabbana.
—Si es así como te sientes, ¿por qué no vuelves a la tienda y te los compras?
—No, no. Puedo ser fuerte.
—Buena chica.
En aquel momento, llegó la camarera con lo que había pedido.
—Me traen mi comida. Te llamaré más tarde— dijo, antes de colgar.
—De acuerdo. Adiós.
___________ apretó el botón y miró el teléfono durante algunos segundos. ¡Qué raro! Nunca antes se había inventado una excusa para colgar el teléfono cuando hablaba con Lee ni con ninguna de sus amigas. Sin embargo, no podía dejar de pensar en el hombre de la tienda.
Alto, esbelto, de anchos hombros, con espeso cabello castaño que ansiaba acariciar. Se llevó la taza a los labios. Tras tomar un sorbo, estuvo a punto de escupir lo que había bebido...
¡Le había mordido la oreja! A un perfecto desconocido. No era un amante, ni siquiera un amigo. Y ella se la había mordido.
Seguramente aquel hombre habría pensado que ella era una lunática. O una prostituta...
Se le había insinuado. Poco más o menos, se le había ofrecido en bandeja de plata, lo que era una locura. No podía ir el miércoles por la noche al hotel Versalles. A pesar de la actitud que había demostrado en la tienda, el sexo no era un juego fácil para ella. Tendía a confundirlo con el amor, solía confiar en el hombre y, como resultado, acababa casi siempre con el corazón roto. Su trayectoria en asuntos amorosos era razón suficiente como para abandonar la idea. Aquel hombre era un desconocido. Muy guapo, pero no por ello dejaba de ser un desconocido. Podría ser un ladrón, un espía... Al recordar el nombre que le había dado, sonrió. Scherezade. Solo había sido producto de la música que había escuchado en la tienda, pero tenía que admitir que la idea de ser otra persona tenía atractivo. ¿La habría cortejado Larry tan insistentemente si no hubiera sabido que era ___________ Carrington, la heredera de la fortuna de los Carrington? Probablemente no. Seguro que no. Aquella herencia había sido su sentencia de muerte en todas las relaciones que había tenido desde la universidad. Incluso cuando había salido con hombres ricos, el dinero siempre había sido un problema. Por eso, había decidido que todos sus amigos serían personas normales. Sin embargo, aquello no importaba. Cada vez que conocía a un hombre y él descubría su apellido, ___________ veía cómo su personalidad se veía por el símbolo del dólar. Al menos, había conseguido atemperar parte de su amargura. No era que hubiera dejado de ser cínica, pero ya no quería castrar a la población masculina. Además, no era que todos fueran malos. Tan solo los que ella escogía. Lo peor de todo era que no se podía quejar. Lo tenía todo. Belleza, dinero... pero lo único que había conseguido con ello era sentirse diferente. Se sentía protegida con sus amigos, pero nada más. Sin embargo, Bene estaba casado con Katy, Trevor con Lee y Peter era homosexual y tenía novio. En ese sentido, no podía esperar un final feliz. Ellos habían tratado de buscarle pareja una y otra vez, pero no conseguían nada.
Con veintisiete años, no tenía perspectivas. Se podía comprar todos los Jimmy Choo del mundo y no iba a conseguir nada. Todo giraba en torno al dinero. Tenerlo, gastarlo, preocuparse por él... Una vez, Lee le había preguntado por qué no se deshacía de todo su dinero si este era un problema tan grande para ella. ___________ no había sabido qué responder y había cambiado de tema. La verdad era que el dinero era su bendición y su maldición al mismo tiempo. No sabría qué hacer sin él. Francamente, la asustaba pensar que podría faltarle. De repente, decidió salir del agujero de autocompasión en el que se había metido. En realidad, no había problemas para ella. Era guapa y estaba forrada. Además, los ricos se casaban todos los días de la semana, tenían hijos... como la gente normal. Pensó en todas las parejas felices que conocía... Tenía que haber al menos una que fuera feliz. Se terminó el café y el bollo y siguió sin encontrar ni una sola. En su círculo, los matrimonios eran más bien fusiones. Incestos. El hombre de la tienda no pertenecía a ese círculo, lo que era muy bueno. No tenía ni idea de quién era ella, lo que era mejor todavía. ___________ sonrió. ¿Y quién decía que tendría que saber alguna vez quién era ella? ¿Por qué no podía ser Scherezade, al menos por una noche? Tal vez, como aquella mujer, podría envolverlo con sus cuentos, encantarlo con la magia de sus historias.
Se dio cuenta de que quería volver a verlo. No quería saber lo que hacía para ganarse la vida, ni si era rico. Solo quería lo que habían compartido en la tienda durante aquellos minutos. Cuando le rozó el dedo, ___________ se había sentido como si una descarga eléctrica se abriera paso a través de ella. Un impulso puramente sexual. Tal vez él no acudiera, pero tal vez sí. ___________ se mordió el labio inferior y se removió en el asiento. ¿Quién sabía? Tal vez los dos acudieran a la cita.
___________ Carrington levantó la mirada del escaparate y se obligó a seguir andando. Ella era mucho más fuerte que la atracción que le producían aquellos zapatos, ¿o no? Aunque fueran un diseño de Jimmy Choo. O aunque fueran de color rosa y con tacón de aguja y le conjuntaran a las mil maravillas con su chaqueta de raso de Dolce & Gabbana.
No. Ya tenía suficientes zapatos. Aquel pensamiento la hizo sonreír. Como si alguna vez una mujer pudiera tener suficientes zapatos. Sin embargo, a pesar de la alegría y los dolores de pies que le causaban y de las miradas de envidia de las desconocidas, los zapatos no lo eran todo. Por ejemplo, no podían evitar que deseara que las cosas fueran diferentes. En algún lugar de Manhattan debía de existir el hombre perfecto. Si no podía encontrar a su media naranja, entonces se conformaría con alguien apasionado, fuerte y dotado. Hacía mucho tiempo desde la última vez que estuvo con un hombre y su cuerpo se resentía. Llevaba inquieta toda la semana. Y no solo un poco inquieta. Quería... algo. Lujuria, peligro, excitación... Solo con los zapatos no le bastaba. Deseaba a un hombre. Un hombre agradable, fuerte, excitante. Alguien con cerebro. Alguien que supiera encenderla tan fácilmente como a una bombilla... ¿No sería maravilloso si aquel tipo fuera también su media naranja? Era improbable, pero podía soñar, ¿no?
Mientras bajaba por la Quinta Avenida, dejó que su imaginación volara. Casi podía verlo. Sería alto, al menos de un metro ochenta para que pudiera superar su metro setenta y cinco. Moreno, no porque los rubios no pudieran ser monos, sino porque le gustaba el contraste y dado que ella era rubia... Sería guapo, pero no demasiado.
De rasgos fuertes y masculinos, pero con una sonrisa que lo cambiara todo. Tendría ojos expresivos, manos grandes, pies grandes, y, aunque sabía que el tamaño no importaba, tendría una impresionante herramienta. ¿Por qué no? Después de todo, era el hombre de sus sueños, así que podía decorarlo como quisiera. Cruzó la calle, como siempre asombrada del número de peatones. Era lunes. Gracias a Dios, las vacaciones ya se habían terminado y, sin embargo, el bullicio a la una y cuarto de la tarde era casi tan grande como en hora punta. No era que le importara. Le encantaba el ritmo de Manhattan, el pulso de la ciudad. Ningún lugar de La Tierra estaba más vivo. Incluso en los peores momentos, aquella era su casa. Al ver el escaparate de una librería, aminoró el paso. Miró los nuevos bestsellers y frunció el ceño al no encontrar nada que la atrajera. Aquello significaba que tenía que entrar. Trató de recordar la última vez que había pasado por delante de una librería y no había entrado. Inútil. Nunca podía resistirse. La música hizo que se detuviera en el umbral de la puerta. Conocía aquella melodía. Cerró los ojos y escuchó atentamente la sinfonía. Tenía el nombre en la punta de la lengua.
—¡Scherezade! —exclamó, en voz alta, muy orgullosa de sí misma.
Siempre le había gustado la música de... Rimsky Korsakov. Eso era. ¡Ja! Era una pena que ninguno de sus amigos estuviera con ella. Dudaba que nadie, aparte de Peter, hubiera sabido el nombre de la pieza, y mucho menos del compositor. Volvió a abrir los ojos y sorprendió a un joven mirándola. El muchacho se enrojeció y apartó la mirada. ___________ se olvidó de aquello rápidamente. Le había ocurrido muchas veces antes. En otro tiempo, le había parecido algo maravilloso. Sin embargo, al poco, se había dado cuenta de que las miradas no iban dirigidas a ella, sino a su cabello, a su altura, a sus senos o a sus rasgos. Tenía que admitir que había tenido suerte en la lotería de la genética, pero la enojaba que no consideraran que había algo más que belleza. Al menos, ella no quería que fuera así. Se dirigió a uno de los pasillos, preguntándose si podría evitar hojear los libros de autoayuda. Quería narrativa, no transformación. Novelas. Ficción. Historias.
La música seguía sonando, lo que la hizo pensar en Scherezade, la mujer que había salvado su vida relatando mil y un cuentos: Alí Babá y los cuarenta ladrones, Simbad el marino, Aladino y la lámpara maravillosa... ___________ sabía, exactamente lo que le pediría a un genio. En vez de tres deseos, se conformaría solo con uno. Amor de verdad, de la clase que dura para siempre...
Desgraciadamente, le haría falta una lámpara maravillosa para conseguir su deseo. El amor y ella no estaban hechos el uno para el otro. Su única experiencia había terminado catastróficamente cuando descubrió que el hombre al que le había dado su corazón no había sentido ningún interés por ella, sino solo por su físico. Y su dinero. Principalmente su dinero. Suspiró y se puso a mirar los libros, aunque decidió dejarlo cuando vio que no se podía centrar. Aquello era grave. Normalmente, no era tan sentimental, pero ver a Katy y a Lee a la hora de desayunar la había hecho pensar. Habían hablado de lo mal que se sentían, de cómo deseaban que llegara la hora, de que estar embarazada casi de nueve meses no era nada fácil... ___________ se había echado a reír, pero los celos la habían comido por dentro. Adoraba a Katy y a Lee y a sus esposos Ben y Trevor. Junto con Peter, ellos eran sus mejores amigos. Su familia. Se habían conocido todos en la universidad y nunca habían perdido el contacto. Los seis seguían siendo uña y carne y habían pasado juntos todas las tribulaciones del trabajo, del amor y de las rupturas sentimentales. Sin embargo, cuando las otras dos mujeres se habían quedado embarazadas, ___________ se habían sentido distanciada. Había hecho todo lo posible por no demostrarlo, pero ellas lo sabían. Era la pieza discordante, se sentía aislada... Y lo odiaba. Quería sentir que un niño crecía dentro de ella. Quería un marido que la amara por lo que era. En vez de comprarse libros, debería estar buscando lámparas maravillosas y rezando para encontrar a un genio. Dada la suerte que tenía con los hombres y su habilidad para encontrar canallas hambrientos de dinero, la magia era su única esperanza.
El doctor Joe miró la selección de echarpes y chales que había en las estanterías. Debería haberlo pensado mejor antes de encaminarse a la pequeña boutique. No sabía nada sobre ropa femenina. Su secretaria le había dicho que ganaría muchos puntos regalándole a su hermana un chal para su cumpleaños, pero tal vez unos cuantos CDs o DVDs tuvieran el mismo efecto. Tomó una pañoleta de seda y descubrió que el diseño era demasiado complicado para Karen. Comprobó la etiqueta del precio y dobló rápidamente la prenda. ¿Ochocientos dólares? ¿Por un chal? No se había imaginado que serían tan caros. No era que su hermana pequeña no se mereciera un buen regalo, pero ochocientos dólares... Fue a otra estantería. Era de pashminas. Nunca había oído hablar de ellas. Eran chales tejidos, con un aspecto increíblemente suave. En el mostrador de al lado había un montón muy similar de chales de cachemir. No parecía haber mucha diferencia, solo que las pashminas eran mucho más caras.
—Cierre los ojos.
Joe se sorprendió al escuchar aquella voz, muy cerca de él, a sus espaldas. Empezó a girarse, pero una mano se lo impidió.
—Adelante. Cierre los ojos.
La voz sonaba tan sedosa como el cachemir, tan sensual como la seda, pero cerrar los ojos...
—No pasa nada —susurró la mujer. Aquella vez estaba tan cerca de él que casi sintió que el aliento le acariciaba la nunca. Joe obedeció. La idea de hacer lo que le pedía una desconocida, sin saber quién era o qué era lo que pretendía era casi tan erótica como el aroma de la mujer que había tras de él. Sintió que ella se movía y tuvo que controlarse para no abrir los ojos. Era alta. Eso lo intuía porque el aliento... Algo le acarició la mejilla y lo hizo sobresaltarse. Después, ella le colocó la mano sobre el hombro y lo tranquilizó.
—No piense. No analice. Solo sienta...
Una tela le tocó la mejilla izquierda. Era delicada, suave, como la piel del interior del muslo de una mujer. Entonces, desapareció súbitamente. Cuando estaba a punto de protestar, sintió que una tela diferente le acariciaba la mejilla derecha. Era más fresca y ligeramente más gruesa. A medida que la tela le acariciaba la cara, se dio cuenta del efecto que aquella actividad estaba teniendo en una parte muy diferente de su rostro. Estaba excitado. No era nada como para alarmarse, al menos por el momento, pero entre el tacto del cachemir y el misterio de aquella mujer, estaba cada vez más incómodo.
Cuando la tela se retiró, dudó, esperando para ver si había más.
—Ahora puede abrir los ojos.
Una vez más, obedeció. Ella estaba directamente delante de él, sonriendo con labios perfectos. Efectivamente, la mujer era alta. Sin embargo, su imaginación no había conseguido imaginarse el resto. Tenía el cabello rubio muy claro, algo alborotado y recogido con un pasador, y enormes ojos azules... Bellísima.
—¿Cuál le ha gustado más? —le preguntó. Joe parpadeó, sin comprender—. ¿La mejilla derecha o la izquierda?
—Oh... la izquierda.
—Era la pashmina. La lana es de Nepal y se obtiene de las cabras del Himalaya. Es mucho más fina que el cachemir. Esta —añadió, mostrándole un chal negro—, es una mezcla del ochenta por ciento.
—De acuerdo.
Ella se echó a reír. Aquel gesto empeoró aún más la situación de Joe. Se movió un poco, pero no consiguió nada. Los pantalones se le apretaban cada vez más.
—¿Es para su esposa?
—Para mi hermana.
—¡Qué considerado!
—Es muy buena.
La mujer asintió lentamente, sin apartar los ojos de los de él. Era una situación descaradamente sexual. No había posibilidad de que estuviera interpretando mal sus intenciones. La mujer sabía lo que aquella mirada le estaba haciendo.
—Bueno, ¿cuál se lleva?
—¿Cómo dice?
—¿La pashmina o el cachemir?
—Es usted muy buena.
—¿Cómo dice?
—En su trabajo. Espero que trabaje con comisiones.
—No trabajo aquí —comentó ella, riendo.
Había vuelto a hacerlo, a sorprenderlo. Casi nada sorprendía a Joe. Ser psiquiatra en Nueva York solía endurecer a una persona.
—Y sin embargo, lo sabe todo sobre las cabras del Himalaya.
—Soy una fuente interminable de datos insignificantes —dijo ella, sin dejar de reír—. Sin embargo, soy a los conocimientos reales lo que una cebolla es a un Martini.
Joe extendió la mano y agarró la pashmina que ella tenía en los dedos. Un error. La sorda amenaza que tenía en la entrepierna se convirtió en algo peligroso. No recordaba la última vez que le había ocurrido algo similar. ¿En la universidad? Seguramente. No es que no le gustaran las mujeres, pero nunca reaccionaba de un modo tan volátil. Utilizó el echarpe para cubrir su vergüenza...
—Imagino que sabe usted bastantes cosas, señorita...
—Scherezade —susurró ella, tras mirarlo descaradamente durante unos minutos.
—¿Está hablando en serio?
—Por supuesto.
—¿Se llama Scherezade? —preguntó Joe. Ella se encogió de hombros—. ¿Y quién se supone que soy yo? ¿Simbad? ¿Aladino?
—¿Quién le gustaría ser? —quiso saber ella, acercándose un poco más a él.
—En estos momentos, no me gustaría ser nadie más que yo.
—Excelente respuesta.
—¿Y cómo la llama la gente? ¿Sher?
—No, pero usted puede hacerlo.
Joe estaba a punto de responder cuando un esbelto dedo le acarició los labios. Aquel fue un gesto increíblemente íntimo, algo que solo haría un amante, no una desconocida con nombre falso. No una mujer tan hermosa que casi dolía. Ella se inclinó un poco más hasta que colocó los labios muy cerca de la oreja de Joe, lo suficiente como para que él pudiera sentir una vez más su aliento.
—¿Por qué no hablamos sobre esto el miércoles por la noche en el bar del hotel Versalles, a las ocho?
Entonces, le mordió suavemente el lóbulo de la oreja. Solo duró un segundo, pero fue la sensación más erótica que Joe hubo sentido nunca.
Para cuando se recuperó, la mujer había desaparecido. Al darse la vuelta, vio cómo salía por la puerta de la tienda. ¿Qué diablos había sido aquello? ¿Habría hablado en serio?
El miércoles por la noche tenía una cena con sus amigos Charley y Jane. Los apreciaba mucho y sus cenas con ellos eran siempre lo más destacado de la semana. Nunca las cancelaba. Frotó el chal entre las manos. Seguro que no les importaría.
A cinco manzanas de allí, ___________ se metió dentro de una cafetería y se sentó a una mesa vacía. El corazón le latía de un modo alarmante, bombeando suficiente adrenalina como para arrancar una batería descargada... ¿Qué demonios había hecho? Efectivamente, era muy guapo, pero en Manhattan había hombres guapos a montones. Que fuera guapo no explicaba aquel comportamiento tan escandaloso. Además, estaba aquel labio inferior, grueso donde tenía que serlo. Digno de besarse. Y los ojos. Castaño verdosos. Eso, por no mencionar unas hermosas y largas manos...
¡Aquello no era lo importante! En absoluto. ¿Acaso no había estado quejándose de que lo único que los hombres veían en ella era su fisico? ¿Acababa de insinuarse a un desconocido solo porque era guapo? No. Que fuera atractivo era un extra, pero no la razón. No podía especificar cuál había sido su motivación real, al menos no con palabras. Había sido más como un sentimiento. En el momento en el que había puesto los ojos sobre él, había sentido... algo.
La camarera se le acercó. ___________ pidió un café y un bollo y, cuando volvió a estar sola, sacó el teléfono móvil del bolso y marcó un número.
—¿Sí?
—Lee, soy yo.
—Hola —respondió su amiga. ___________ abrió la boca para contarle lo que acababa de hacer, pero no consiguió pronunciar ni una palabra—. ¿___________?
¿Por qué dudaba? Se lo contaba todo a sus amigas, con todo lujo de detalles, entonces, ¿cuál era el problema?
—___________, ¿te encuentras bien?
—Sí, estoy bien —respondió, al notar la preocupación en la voz de Lee—. Solo me había distraído un momento. ¿Cómo estás?
—Enorme.
—Eso pasará.
—Dentro de unos dos meses.
—___________, ¿qué te pasa? No pareces tú misma.
—Hoy no me he comprado un par de mules de Jimmy Choo. Ni siquiera me los he probado.
—Ahhh...Ahora lo comprendo. Has sido muy valiente.
—¿Valiente? Una porra. Eran del mismo color que mi chaqueta de Dolce & Gabbana.
—Si es así como te sientes, ¿por qué no vuelves a la tienda y te los compras?
—No, no. Puedo ser fuerte.
—Buena chica.
En aquel momento, llegó la camarera con lo que había pedido.
—Me traen mi comida. Te llamaré más tarde— dijo, antes de colgar.
—De acuerdo. Adiós.
___________ apretó el botón y miró el teléfono durante algunos segundos. ¡Qué raro! Nunca antes se había inventado una excusa para colgar el teléfono cuando hablaba con Lee ni con ninguna de sus amigas. Sin embargo, no podía dejar de pensar en el hombre de la tienda.
Alto, esbelto, de anchos hombros, con espeso cabello castaño que ansiaba acariciar. Se llevó la taza a los labios. Tras tomar un sorbo, estuvo a punto de escupir lo que había bebido...
¡Le había mordido la oreja! A un perfecto desconocido. No era un amante, ni siquiera un amigo. Y ella se la había mordido.
Seguramente aquel hombre habría pensado que ella era una lunática. O una prostituta...
Se le había insinuado. Poco más o menos, se le había ofrecido en bandeja de plata, lo que era una locura. No podía ir el miércoles por la noche al hotel Versalles. A pesar de la actitud que había demostrado en la tienda, el sexo no era un juego fácil para ella. Tendía a confundirlo con el amor, solía confiar en el hombre y, como resultado, acababa casi siempre con el corazón roto. Su trayectoria en asuntos amorosos era razón suficiente como para abandonar la idea. Aquel hombre era un desconocido. Muy guapo, pero no por ello dejaba de ser un desconocido. Podría ser un ladrón, un espía... Al recordar el nombre que le había dado, sonrió. Scherezade. Solo había sido producto de la música que había escuchado en la tienda, pero tenía que admitir que la idea de ser otra persona tenía atractivo. ¿La habría cortejado Larry tan insistentemente si no hubiera sabido que era ___________ Carrington, la heredera de la fortuna de los Carrington? Probablemente no. Seguro que no. Aquella herencia había sido su sentencia de muerte en todas las relaciones que había tenido desde la universidad. Incluso cuando había salido con hombres ricos, el dinero siempre había sido un problema. Por eso, había decidido que todos sus amigos serían personas normales. Sin embargo, aquello no importaba. Cada vez que conocía a un hombre y él descubría su apellido, ___________ veía cómo su personalidad se veía por el símbolo del dólar. Al menos, había conseguido atemperar parte de su amargura. No era que hubiera dejado de ser cínica, pero ya no quería castrar a la población masculina. Además, no era que todos fueran malos. Tan solo los que ella escogía. Lo peor de todo era que no se podía quejar. Lo tenía todo. Belleza, dinero... pero lo único que había conseguido con ello era sentirse diferente. Se sentía protegida con sus amigos, pero nada más. Sin embargo, Bene estaba casado con Katy, Trevor con Lee y Peter era homosexual y tenía novio. En ese sentido, no podía esperar un final feliz. Ellos habían tratado de buscarle pareja una y otra vez, pero no conseguían nada.
Con veintisiete años, no tenía perspectivas. Se podía comprar todos los Jimmy Choo del mundo y no iba a conseguir nada. Todo giraba en torno al dinero. Tenerlo, gastarlo, preocuparse por él... Una vez, Lee le había preguntado por qué no se deshacía de todo su dinero si este era un problema tan grande para ella. ___________ no había sabido qué responder y había cambiado de tema. La verdad era que el dinero era su bendición y su maldición al mismo tiempo. No sabría qué hacer sin él. Francamente, la asustaba pensar que podría faltarle. De repente, decidió salir del agujero de autocompasión en el que se había metido. En realidad, no había problemas para ella. Era guapa y estaba forrada. Además, los ricos se casaban todos los días de la semana, tenían hijos... como la gente normal. Pensó en todas las parejas felices que conocía... Tenía que haber al menos una que fuera feliz. Se terminó el café y el bollo y siguió sin encontrar ni una sola. En su círculo, los matrimonios eran más bien fusiones. Incestos. El hombre de la tienda no pertenecía a ese círculo, lo que era muy bueno. No tenía ni idea de quién era ella, lo que era mejor todavía. ___________ sonrió. ¿Y quién decía que tendría que saber alguna vez quién era ella? ¿Por qué no podía ser Scherezade, al menos por una noche? Tal vez, como aquella mujer, podría envolverlo con sus cuentos, encantarlo con la magia de sus historias.
Se dio cuenta de que quería volver a verlo. No quería saber lo que hacía para ganarse la vida, ni si era rico. Solo quería lo que habían compartido en la tienda durante aquellos minutos. Cuando le rozó el dedo, ___________ se había sentido como si una descarga eléctrica se abriera paso a través de ella. Un impulso puramente sexual. Tal vez él no acudiera, pero tal vez sí. ___________ se mordió el labio inferior y se removió en el asiento. ¿Quién sabía? Tal vez los dos acudieran a la cita.
Espero les guste,
Con cariño
Niinny Jonas
Con cariño
Niinny Jonas
NiinnyJonas
Re: Solo los miercoles (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
HOLA...!!! tercera y fiel lectora....!!! estoy de nuevo aqui y dejame decirte que me ha encatado jaja uuuufff ahora con joe..? dios estos jonas nos daran un infarto cualquier dia de estos .....espero quesigas pronto saludos me encanta eeeh saludos
Bianca
Re: Solo los miercoles (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
aaaaaaaaa
me encantoooooooooooooo
sigueeeeeeeeeeeeeeeeeeee
me encantoooooooooooooo
sigueeeeeeeeeeeeeeeeeeee
next to you
Re: Solo los miercoles (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
OMJ!! TIENES QUE SEGUIRLA ENSEGUIDA!!
AMO LA NOVE! JAJA
AMO LA NOVE! JAJA
StayMemiFaither
Re: Solo los miercoles (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
OK! mE ENCANTOOOOOOOOOOOOOO! Pfff! Tu mujer siempre pones las mejores noves! :)
MaferCastilloJonas
Re: Solo los miercoles (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
Nueva lectora!
Ame el primer cap!
Me quede re Wow
Jaja,siguela
Ame el primer cap!
Me quede re Wow
Jaja,siguela
Lulajonatica
Re: Solo los miercoles (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
Que pasoooooo! siguela! Pon cap! Please!!! dale mujer pon CAPPP! HAHHAHAH!
MaferCastilloJonas
Re: Solo los miercoles (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
Capítulo II
—¿Quién tiene cita hoy, Phyllis? –preguntó Joe alegremente el martes por la mañana. Tras dejar su maletín bajo el escritorio, se había vuelto para hablar con su secretaria.
—El señor Travolta ha tenido que posponer su cita para dentro de dos semanas. Se marcha a California. Tiene al señor Broderick a las once, luego un almuerzo con su hermana a la una y el señor Warren a las tres.
—Estupendo. Dame media hora y luego te dictaré algunas cartas, ¿de acuerdo?
—Bien. ¿Le apetece un café?
—Sí, gracias.
Phyllis sonrió y salió enseguida del despacho de Joe. En cuando la mujer cerró la puerta, él marcó el teléfono de Charley. Tuvo que dejar un mensaje y cuando probó a llamar a Jane, le salió el contestador. Sinceramente, se sentía aliviado. Tenía que decidir lo que les iba a decir para explicar que no podía cenar con ellos al día siguiente por la noche. No quería mentir, pero se imaginaba la cara de Charley cuando le dijera que iba a romper una tradición tan larga para irse con una mujer desconocida a un hotel. Una mujer de la que ni siquiera conocía el nombre. A los pocos minutos, Phyllis regresó con el café y se marchó silenciosamente. Phyllis era una mujer de unos cincuenta años, pero que parecía mucho más joven. Siempre mantenía la compostura, a pesar de tener que tratar a tantos clientes famosos.
Ni siquiera Joe estaba seguro de cómo había terminado teniendo tantas celebridades entre sus clientes. Todo había empezado dos años y medio antes, con una actriz de culebrón. Ella le había recomendado sus servicios a un amigo, un actor muy afamado, y así había comenzado todo. A Joe no le importaba. Le resultaba fascinante explorar los problemas que derivaban de la fama y de la riqueza. Lo único que realmente lo molestaba eran los paparazzi. A Phyllis también la molestaban, pero ella era una experta en ahuyentarlos. Joe tomó un sorbo de su café y se giró para admirar la vista. Desde allí, era espectacular. Se dio cuenta de que últimamente no había tenido tiempo ni siquiera de disfrutarlo. El parque estaba cubierto de nieve. Enero era un mes muy propicio para Nueva York. Daba a la ciudad una apariencia inocente. En marzo, cuando el manto blanco diera paso al cemento, la magia se habría desvanecido.
Dirigió la mirada hacia el hotel Versalles. ¿De verdad iba a encontrarse allí con ella? ¿Con una completa desconocida? ¿Y si era alguna periodista que solo quería obtener información sobre algún cliente?
Se llevó la mano a la oreja y se frotó justamente la parte que ella le había mordido. Entonces, cerró los ojos y recordó la impresión que ella le había producido.
Se notaba que tenía clase. Iba muy bien vestida, con un maquillaje sutil y perfecto. Los diamantes que llevaba en las orejas le habían parecido auténticos, pero, mucho más que todo eso, era que se comportaba con la audacia y la seguridad en sí misma que delataba la educación y el linaje de una familia de dinero. Lo había visto muy a menudo y reconocía perfectamente los indicios. Se dio cuenta de que había empezado a frotarse de nuevo la oreja. Scherezade. Era un nombre ridículo, pero también muy intrigante. Por supuesto, Joe conocía la historia. La princesa .Scherezade había sido sentenciada a muerte por un rey malvado, pero consiguió embelesar al rey con sus cuentos nocturnos. Como siempre se detenía antes del final, él se veía obligado a dejarla vivir un día más.
¿Era aquello lo que esa mujer misteriosa pensaba hacer con él? ¿Contarle cuentos, mantenerlo en suspense? La idea lo atraía. Le gustaba la sorpresa. Aunque la noche anterior se había visto turbada por sueños febriles, se sentía aquel día más vivo de lo que se había sentido desde hacía años. Las ocho de la tarde del día siguiente. No podía esperar.
No iba a acudir. La idea era descabellada. Además, seguramente él no iba a presentarse. ___________ se miró al espejo, aunque no pudo verse demasiado bien porque tenía el rostro cubierto de una mascarilla de barro verde. Sin embargo, los ojos quedaban al descubierto y fue eso lo que estudió.
Se decía que eran las ventanas del alma, ¿no? Entonces, ¿qué estaba tratando de decirle su alma, que sí o que no?
Maldita fuera. Sus ojos no le decían nada. Salió del cuarto de baño y se metió en la cama. Sabía que tenía demasiadas almohadas encima de la cama, pero no le importaba a nadie. Recordó que Larry había odiado tener tantas almohadas. Habían tenido frecuentes peleas y, al final, ella había cedido y había tirado las almohadas. Su gesto no había salvado el matrimonio. De hecho, nada podría haberlo hecho. Él solo había querido ordeñarle hasta la última gota. No había amor ni nunca lo había habido, al menos por parte de él.
Deseó tener a alguien como Trevor. Hacía un año y medio, Lee había decidido añadir sexo a su relación y aquello había resultado ser lo mejor que su amiga podría haber hecho jamás. Su matrimonio era un modelo para todos.
Encendió la televisión para tratar de deshacerse de aquellos pensamientos. En uno de los canales, había una vieja película de Bette Davis. En ella, la excelente actriz pasaba de ser un patito feo para convertirse en un hermoso cisne. Sin embargo, mientras contemplaba el final, ___________ sacudió la cabeza al escuchar la última frase de la actriz:
—Oh, Jerry, no pidamos la luna. Tenemos las estrellas.
—Tonterías —comentó ___________—. Te mereces la luna —añadió, mientras se acurrucaba contra las almohadas—. Todos nos merecemos la luna.
En aquel momento, decidió que acudiría a la cita. De hecho... Tomó el teléfono y llamó al hotel. Entonces, tras un momento de duda, reservó una suite.
Cuando colgó, los nervios parecieron adquirir vida propia, demostrando perfectamente el conflicto que había entre el cuerpo, que le pedía prudencia, y el alma, que la animaba a buscar la aventura.
Iba a acudir. Al día siguiente por la noche, a un encuentro con un atractivo desconocido. Y al diablo con todo lo demás.
—¿Qué le pasa a ___________?
—¿A qué te refieres? —preguntó Lee, mientras se tomaba unas natillas con gusto, a pesar de que siempre se quejaba de su estado de gravidez. Después de saborear la cucharada, miró a Katy, que estaba más enorme que ella, dado que estaba de ocho meses.
—¿Has hablado con ella últimamente? Se comporta de un modo muy raro.
—¿Y cómo lo sabes?
—Bueno, de un modo raro para ella —respondió Katy, riendo—. Tiene planes para esta noche, pero no dice de qué se trata.
—¿Crees que tiene que ver con Larry?
—No lo sé.
—Probablemente no sea nada.
—¿Tú crees? ¿Cuándo fue la última vez que nos ocultó algo?
—La vez que estaba saliendo con aquel poeta.
—¿Crees entonces que está saliendo con alguien? —preguntó Katy, levantando una ceja.
—Bueno...
—Dios, ¿te acuerdas de lo horrible que era? No habría estado tan mal si sus poemas no hubieran sido tan malos.
—O si no hubiera estado tan orgulloso de su pobreza.
—O si no hubiera tenido cara de mono.
—Somos horribles —comentó Lee, con una sonrisa.
—No, somos unas cotillas. Él era horrible.
—___________ se olvidó de él bastante rápidamente.
—Creo que una cita con ese hombre es ya demasiado.
—¿Crees que podría haber encontrado a un hombre?
—Tal vez. Prometió que le daría otra oportunidad al amor, aunque no estoy del todo convencida de que esté preparada.
—¿Crees que deberíamos presionarla?
—Todavía no. Tal vez sea algo de un día, un experimento o algo así. Si ese es el caso, no hay necesidad de preocuparse.
—En lo que se refiere a ___________, siempre hay necesidad de preocuparse.
—Lo sé, en especial últimamente. Ha estado algo deprimida.
—Sí. Yo creo que se siente algo excluida.
—Sí —comentó Katy, mientras se acariciaba el vientre.
—Por eso, creo que es mejor que no nos metamos, ¿sabes?
—De acuerdo —dijo Katy, tomando otra porción de su ensalada—. Lo dejaremos estar a ver qué es lo que pasa.
—y mantendremos los ojos bien abiertos.
—y la llamaremos a primera hora de mañana por la mañana.
Lee asintió. Entonces, las natillas capturaron toda su atención.
Joe iba andando por una calle de Manhattan. Hacía mucho frío, pero al menos no estaba nevando, por lo que las bajas temperaturas no eran suficientes para impedir que los neoyorquinos salieran a pasear. Se detuvo en el exterior del Versalles. En cuanto entró en el vestíbulo, no pudo evitar preguntarse qué era lo que estaba haciendo allí. Aparte del hecho de que no había hecho el amor desde hacía mucho tiempo, la mujer en cuestión era bellísima, misteriosa y osada. Y había sido ella quien se lo había pedido. El hotel no era muy grande, pero derrochaba lujo por todas partes, lo que decía algo sobre la mujer que lo había elegido. Sofisticación, dinero...
Rápidamente, interrumpió aquellos pensamientos. Ninguno de aquellos conceptos era lo que lo había llevado allí. Echó a andar, pero se detuvo enseguida. Entonces, miró el reloj. Había llegado con un minuto de antelación. Lo único que tenía que hacer era dirigirse al bar. O ella lo estaba ya esperando o no. No había más posibilidades. Y no estaba del todo seguro de cuál de ellas prefería. Después de mesarse el cabello, respiró profundamente y se maldijo por ser tan tonto. ¿Qué le ocurría? ¿Acaso se había vuelto tan viejo que ni siquiera podía entrar en un bar para perseguir lo que podría ser una extraordinaria aventura? En la universidad había sido muy alocado. Había estudiado, pero había explorado y se había arriesgado. Muchas veces había fallado, pero no le había importado. Había querido todo lo que la vida podía ofrecerle. ¿Qué era lo que quería en aquellos momentos? ¿Seguridad? Sí, pero también ansiaba algo de calor, de pasión... Mucha... Se dirigió hacia el bar. Lo peor que podría ocurrir era... En realidad, no tenía ni idea de qué era lo peor que podría ocurrir. Sin embargo, se podía imaginar con mucha claridad qué sería lo mejor. .
___________ se llevó el Martini a los labios y se alegró de ver que las manos casi no le temblaban. Sin embargo, en su interior, estaba deshecha. En el exterior, tal y como le habían enseñado su madre y su abuela, se mostraba fría y tranquila. Le había costado mucho dominar aquella habilidad, pero tenía mucha práctica. Recordó que aquella era su fiesta. Ella había extendido la invitación, había preparado la habitación y todos los demás detalles. Solo dependía de ella que todo saliera tal y como estaba planeado. No había problema. Excepto un detalle. No tenía ni idea de lo que iba a hacer con él cuando llevara a la suite. Seguramente, él esperaba acostarse con ella, pero ¿era eso lo que ella quería? Tal vez. Sin embargo, algo le decía que, si se metían inmediatamente en la cama, ambos se estarían engañando. Ese hombre, del que no sabía el nombre, tenía algo especial. No era algo que se pudiera concretar, ni tenía nada que ver con su aspecto fisico. Era algo que vio en sus ojos, algo del modo en que sonreía. Recordó que tenía los dientes muy blancos, aunque no eran del todo iguales. Aquella pequeña tara lo hacía aún más atractivo, aunque ___________ no estaba segura de por qué. Recordó la música de la librería y se le ocurrió una idea. Un modo de conseguir que aquella noche fuera perfecta. Scherezade. Ella era la respuesta. ___________ sonrió al imaginarse la velada. Sería perfecto. Si él accedía...
Tomó otro sorbo del Martini y se estiró el vestido. De repente, sintió que los nervios se apoderaban de ella. Oh, no... ¿Y si todo salía mal? ¿Y si aquel plan era ridículo y descabellado? Decidió marcharse y olvidarse de que alguna vez...
—Hola.
___________ se sobresaltó y se dio cuenta de que él estaba a pocos centímetros de ella.
—Hola —replicó con seguridad, a pesar de que el corazón estaba a punto de salírsele del pecho.
—Me llamo Joseph Jonas.
—Su...
—¿Sue?
—Sí. Por ahora.
—¿Ya no eres Scherezade?
___________ deslizó la mano entre los dedos de él. Cuando Joe se los apretó, sintió que se había dejado caer un poco más por aquella pendiente de pura locura.
—No, pero hay similitudes.
—¿Te está molestando de nuevo el rey de Persia? Se lo he dicho una y otra vez, pero...
___________ se echó a reír. Cuando vio que él tragaba saliva, se dio cuenta de que estaba tan nervioso como ella. Era tan guapo... Sabía que no era lo importante, pero no hacía daño.
—¿Puedo? —le preguntó, soltándola por fin, para señalar un taburete que había al lado del suyo.
Inmediatamente, el camarero se acercó para ver qué quería tomar. Pidió un whisky solo. ___________ rechazó un segundo Martini. Solo estar a su lado. Resultaba embriagador. Si le confesaba que tenía una suite reservada...
—¿Te encuentras bien?
—Sí. Es que no creí que vinieras...
—De hecho, no estoy seguro de por qué lo he hecho. Normalmente no...
—¿Sales con mujeres que te muerden la oreja?
A pesar de la tenue luz del bar, Su san pudo apreciar que se había sonrojado. ¡Un hombre que se sonrojaba! Aquello era todo un regalo, una rareza. Delicioso...
—Confieso que es la primera vez para mí.
—Para mí también.
—Entonces, ¿morder las orejas no es el modo habitual con el que rompes el hielo?
—No.
—Mmm... ¿Cómo he tenido tanta suerte?
___________ tomó un lento sorbo de su bebida, tratando de ganar tiempo mientras decidía lo que iba a hacer en los próximos minutos. Le gustaba. La química que había entre ellos era innegable y tenía sentido del humor. De hecho, no era la clase de hombre que ella deseara para una aventura de una noche, pero tal vez no tuviera por qué ser así. Tal vez, si jugaba bien sus cartas, aquello podría ser un preludio. De qué, no estaba del todo segura, pero, a pesar de los riesgos, o tal vez a causa de ellos, estaba dispuesta a descubrir lo. Dejó la copa en la barra y le dedicó la más sugerente y atractiva de sus sonrisas.
—Si crees que eso fue tener suerte...
Joe se tomó el whisky de un solo trago y se las arregló para no atragantarse. Las palabras de ___________ todavía flotaban en el aire. Luchó para centrarse y solo lo encontró cuando sus ojos observaron los increíbles labios de ___________. Seria maravilloso verlos rodeándole el...
—Tal vez no tanto —comentó ella, con cierto tono de humor.
—De acuerdo —susurró Joe, turbado al notar que su expresión había sido tan transparente—. ¿Cómo de afortunado?
—Ya lo verás —dijo ___________.
Tras atraer la atención del camarero, asintió y se bajó del taburete. Entonces, recogió el bolso y el abrigo y se volvió hacia Joe. Durante unos minutos, lo contempló con timidez. Entonces, tras entornar los ojos, lo miró directamente. La invitación que había en aquella mirada dijo a Joe la mayor parte de lo que necesitaba saber. Se puso de pie y se dispuso a sacar la cartera.
—Ya me he ocupado yo de eso —lo informó ella.
—Un momento...
—No tienes por qué preocuparte. Esta noche invito yo. Después de todo, yo organicé esta cita.
—Yo no...
___________ le colocó un dedo sobre los labios.
—Podemos hablar de dinero durante tanto tiempo como quieras... O podemos subir.
Joe la agarró por la muñeca y la llevó hacia los ascensores, tratando de no echar a correr. Estaba metido en aquello hasta el cuello, comprometido con lo que fuera a ocurrir.
Charley se quedaría atónito. Jane lo comprendería completamente. Aquel no era el modo habitual en el que él funcionaba. Cuando salía con una mujer, lo que, de todos modos, no era tan frecuentemente, siempre hacía lo adecuado. Tal vez un beso en la primera cita. Flores. Entonces, tres o tal vez cuatro citas más tarde, si se llegaba hasta ese momento, habría sexo. Sexo seguro, y no solo porque utilizara un preservativo. Seguro en todos los sentidos. Nunca se dejaba llevar totalmente. Tenía miedo de molestar a las mujeres con las que salía. Algunas veces, se soltaban un poco y lo hacían en la ducha o sobre la mesa de la cocina.
Sin embargo, el sexo, hasta cuando era bueno, nunca había sido suficiente. No había sido porque las mujeres a las que había conocido no fueran estupendas, pero ninguna de ellas había sido la adecuada.
Aquella noche, eso no importaba. Aquella noche no era el doctor Joe. Era un desconocido. Y podría ser cualquiera. Las ideas le daban vueltas en la cabeza. Ya estaba excitado y todavía seguían en el vestíbulo. Tendría que aminorar la marcha si quería que aquella noche fuera lo que prometía. Rezó en silencio. «Por favor...».
___________ fue consciente de que, en pocos minutos, estaría en un dormitorio con un hombre al que apenas conocía. Un hombre cuyo contacto hacía que se produjeran sensaciones imprevisibles en su interior.
Cruzaron el vestíbulo en un abrir y cerrar de ojos. Entonces, él apretó el botón del ascensor. No la había soltado. ___________ era muy consciente de la mano que le rodeaba la muñeca. Era muy larga y fuerte. Sin embargo, la sujetaba con cuidado, como si tuviera miedo de que fuera a romperla.
—Sue —susurró él, suavemente.
—En realidad, prefiero que me llames ___________ —confesó. Odiaba profundamente el diminutivo.
—Mucho mejor...
El ascensor llegó por fin. Joe la hizo pasar. Estaban solos. Podrían haber hablado, pero no lo hicieron. Lo único que ocurrió fue que Joe le frotaba constantemente la parte interior de la muñeca con el pulgar. No era nada muy excitante, pero las sensaciones que aquella ligera caricia evocaban eran en realidad muy grandes.
La tensión se rompió cuando las puertas se abrieron en el piso número quince. Entonces, fue ella la que tuvo que guiarlo. Cuando hubieron recorrido una buena parte del pasillo, Joe la soltó para que ella pudiera sacarse la tarjeta del bolso. Los dedos le temblaban cuando introdujo la tarjeta en la ranura, por lo que estuvo a punto de echarse a reír.
Joe empujó la puerta para que ella pudiera entrar en la hermosa suite. A continuación, la siguió y cerró la puerta. Al otro lado del salón, se veía el dormitorio, con una enorme cama, suficientemente grande para tres personas. Tal vez aquello había sido un error. Un error colosal. Todavía había tiempo para echarse atrás. Se volvió a Joe. La excitación de él era muy evidente. Efectivamente, aquel juego era excitante y peligroso. ___________ decidió que si iba a dejar que alguien la encendiera, quería que fuera Joe. Era muy guapo, pero muy masculino. Tenía la mandíbula demasiado cuadrada y la nariz demasiado grande, pero aquello añadía atractivo a su belleza.
Él le quitó el abrigo del brazo.
—¿Quieres que pida algo para beber?
—¿Champán? —sugirió ___________.
—Bien. ¿Algo más?
—No, a menos que tú tengas hambre —respondió ella. Los labios de Joe se curvaron en una sonrisa—. ¿Qué?
—Esta es una noche poco usual.
—En eso, tengo que estar de acuerdo contigo.
—¿En qué estabas pensando cuando sugeriste que viniéramos a la habitación?
—Hemos llegado hasta aquí —dijo ella—. Creo que igualmente podríamos ir hasta el fin —añadió ella—. Ve a llamar al servicio de habitaciones.
—Lo haré, dentro de un momento, pero primero, hay algo que necesito hacer.
Lanzó el abrigo de ___________ sobre una de las butacas. Luego, hizo lo mismo con su propio abrigo y con la chaqueta del traje. ___________ abrió los ojos al notar el contraste que había entre caderas y hombros. Además, tenía un trasero estupendo, tanto que deseaba tocarlo, recorrerlo con la mano...
En aquel momento, Joe se giró y se acercó a ella. Le hizo levantar la barbilla con un dedo hasta que ___________ lo miró a los ojos. Entonces, muy lentamente, la besó. Ella cerró los ojos al sentir la ternura de sus labios. Fue un beso muy tierno, casi una breve caricia. Se apoyó sobre él, deseando más. Joe le concedió sus deseos, pero a su debido tiempo.
—___________ —susurró.
Después, volvió a besarla suavemente, profundizando el beso a medida que pasaban los segundos, a medida que la noche se transformaba de duda en promesa. Joe utilizó sus propios labios para hacer que ella abriera los suyos. Entonces, la acarició suavemente con la lengua, una, dos veces. Cuando ella entreabrió más la boca, él aprovechó la situación y la exploró más plenamente, sin apresurarse, lánguidamente, como si necesitara aprender cada sabor, cada matiz de sus labios. ___________ le colocó la mano en el cuello y realizó su propia exploración. Aquellas sensaciones eran completamente nuevas. Le acarició el cabello con los dedos, sin poder creer lo suave que era. Gimió entre sus brazos cuando él la estrechó contra su cuerpo y cuando movió las caderas para que ella pudiera sentir cómo la larga columna de su masculinidad se le apretaba contra el vientre.
___________ tembló al sentir aquel contacto. Joe le introdujo la lengua una vez más y ella la capturó, chupándola con fuerza. Aquella vez fue él quien gimió. Joe tenía los ojos medio cerrados, llenos de deseo. ___________ podía imaginarse con él, en la cama, desnuda, haciendo y tocando todo lo que el placer le indicara. Sin embargo, aquel no era su plan. Si no hacía algo inmediatamente, se perdería. Aquella era su fiesta e iba a hacer que siguiera siendo así. Mientras él se disponía a tomarle la boca una vez más, ___________ dio un paso atrás y negó con la cabeza.
—Champán —susurró.
Joe la miró a los ojos y le hizo así saber que no había terminado todavía con ella. La soltó y se acercó al teléfono que había al lado del sofá. La firme silueta del pene se destacaba contra la fina lana de los pantalones. Mientras hablaba con el servicio de habitaciones, se dio la vuelta. ___________ se sonrojó al darse cuenta de que él la había sorprendido mirándola. Afortunadamente, su deseo no era tan evidente. Era lo único que hacía que su plan fuera factible. Si supiera las sensaciones que estaba provocando en ella...
Agarró el bolso y se dirigió al cuarto de baño. Tras cerrar la puerta con llave, se apoyó contra la fría madera y expiró el aliento que, sin darse cuenta, había estado conteniendo.
Aquello era increíble. Nunca había experimentado nada semejante. Había estado con otros hombres, hombres de los que no estaba enamorada. Tiempo atrás, había aceptado su sexualidad. Le gustaba el sexo duro, rápido y sin complicaciones, pero aquello... Era una experiencia seductora, erótica y emocionante.
Se apartó de la puerta y se dirigió al lavabo. Allí, se retocó el maquillaje y se cepilló los dientes, utilizando en realidad el tiempo para calmar su acelerado corazón. Aunque no lo consiguió, pudo al menos planear los siguientes pasos. Llegaría el champán, hablarían... No se tocarían. Necesitaba que él se mostrara humilde y obediente. Después de ver su erección, estaba segura de que aquello no le resultaría difícil. Entonces, ella comenzaría. Conseguiría que ninguno de ellos dos olvidara aquella noche.
Cuando regresó al salón, Joe estaba al lado de la ventana, mirando el tráfico de la calle. Se había aflojado la corbata, pero no se la había quitado.
Lentamente, se giró y la cuestionó con la mirada.
—¿A qué se debe esa mirada? —preguntó ella.
—Solo estaba pensando.
—¿Sobre qué?
—Sobre nosotros.
—Tú dirás.
—No tengo dudas con respecto a esto, lo que es muy raro. Es decir, somos unos completos desconocidos. Ni siquiera sabemos el apellido del otro. Tú podrías ser...
—Cualquiera. Lo sé.
—En realidad, no puede ser así. Solo podemos ser quienes somos.
___________ atravesó el salón hasta que estuvo muy cerca de él.
—Ah, pero eso deja de soslayo la pregunta de quién somos realmente. ¿Somos las mismas personas con las luces apagadas? ¿Con un desconocido en el piso número quince?
—No conozco la respuesta a esas preguntas.
—Yo tampoco, pero va a ser muy interesante descubrirlo.
Joe le estudió el rostro muy atentamente.
—Creo que todos tenemos muchas naturalezas en uno mismo. Algunas son más oscuras de lo que realmente nos gustaría admitir.
___________ extendió la mano y le trazó con suavidad la mandíbula. Él tenía la piel cálida y suave. Parecía que se había afeitado recientemente. Aquella exploración fue agradable, pero no suficiente. Encontró que deseaba saborearlo, lamerle la cara como un gato después de comer.
—¿Qué te ha hecho sonreír?
—Un pensamiento algo pícaro –respondió ella—. En realidad, creo que es cierto. Todos tenemos un lado oscuro. No quiero decir con ello que sea malo, aunque supongo que la maldad también forma parte de todos. Es más bien travieso. Son deseos que nunca admitiríamos a otra persona por miedo a que esta saliera corriendo, completamente horrorizada. O, al menos, nunca nos volvería a invitar a otra fiesta.
—¿Y si le pudieras decir a otra persona esos pensamientos? ¿Y si supieras, completamente y sin reserva alguna que no habría malas consecuencias? ¿Y si todo estuviera bien?
—Podría ser muy excitante —contestó ella. Joe asintió—. Y muy satisfactorio —añadió. Él volvió a asentir—, pero también daría miedo.
—De eso se trata, ¿no te parece?
___________ no pudo responder porque, en ese momento, el camarero llamó a la puerta. Ella se dirigió a abrir, tratando de no mostrar lo mucho que le temblaba el cuerpo. A los pocos minutos, volvía a estar a solas con Joe. Los dos tomaron una copa de cristal, llena de una buena cosecha de Dom Perignon.
—Por el deseo —dijo Joe, tocando suavemente con su copa la de ella
—Por el deseo...
___________ saboreó la bebida y el momento. Había llegado la hora de levantar el telón, como se decía en Broadway.
Joe se dio cuenta de que lo más extraordinario de aquel momento era que estaba más excitado de lo que lo había estado a lo largo de sus treinta y dos años y, a pesar de todo, era todavía capaz de tener una copa entre los dedos. Sin embargo, no creía que pudiera conseguir que aquella situación durara para siempre. Todo su ser deseaba tomar el control, hacerla suya, aunque también sabía que no era aquello lo que ___________ deseaba. Al menos, no por el momento. Ella llevaba la voz cantante en aquella situación. Nunca había estado con una mujer como ___________. Más que nunca, estaba seguro de que la primera impresión que había tenido sobre ella había sido correcta. Provenía de una familia rica y poderosa. La seguridad que tenía sobre sí misma resultaba muy sensual y el modo en el que las posibilidades brillaban en sus ojos casi lo volvía loco. No podía esperar a ver lo que ella iba a hacer. ¿Desnudarlo? ¿Colocarse encima de él? Aquello era algo que no había hecho nunca antes. A muchos de sus clientes les gustaba verse dominados. Cuanto más éxito tenían, más les apetecía la idea de dejar que otra persona se hiciera con el control, al menos en el dormitorio. Había escuchado historias e incluso había tenido fantasías al respecto.
No le cabía la menor duda de que, si le gustaba la dominación, ___________ lo haría muy bien. Se la imaginó vestida de cuero negro. Con aquel cabello tan rubio, la imagen era casi demasiado buena.
Entonces, la fantasía desapareció y la vio tal como era. Bellísima... Tenía el cabello recogido con un pasador, que él ansiaba por soltarle. El vestido mostraba sus curvas, sus piernas... Especialmente le encantaban los tacones altos.
___________ le quitó la copa de la mano y la dejó encima de la mesa. Entonces, lo llevó al dormitorio. Le gustaba. Aquello se estaba poniendo interesante... Oh, sí...
—Túmbate —susurró ella. Joe fue a quitarse la corbata, pero ___________ se lo impidió—. Tal cual estás.
Joe no replicó. En aquellos momentos, si ella le pedía que se pusiera de pie encima de la cama y que cantara el himno nacional, lo haría. Mientras ella apagaba la luz del techo, se tumbó en la cama, de espaldas, con las manos debajo de la nuca. La única luz provenía de una lámpara al otro lado de la sala. Era suficiente. La podía ver claramente, leer la anticipación que había en sus ojos. La próxima vez, lo harían a su manera, con las luces encendidas. Aquella noche, las sombras parecían lo más apropiado. ___________ se acercó a los pies de la cama y se quitó los zapatos. El pene de Joe palpitó, anhelando verse libre. La restricción de espacio estaba empezando a molestarlo.
Entonces, ella se acercó al otro lado de la cama, pero no se sentó. No hizo nada más que mirarlo durante lo que a Joe le parecieron minutos, aunque podrían haber sido segundos.
—Ponte en el centro de la cama —le ordenó.
—¿En el centro?
___________ asintió y esperó hasta que él obedeció. A pesar de que pareció satisfecha, siguió sin moverse ni para desnudarse ni para quitarle a él la ropa.
—¿Conoces la verdadera historia de Scherezade? —le preguntó, con la voz tan seductora como la de una sirena.
—Conozco lo de las mil y una noches.
—Ah. Esa es la otra versión, la autorizada para todos los públicos.
—De acuerdo —dijo Joe, preguntándose que estaría tramando.
—Bueno —prosiguió ___________—, en realidad, Scherezade no contaba historias sobre lámparas maravillosas o astutos marinos, al menos no las historias que aparecen en todos los libros. Sus cuentos eran mucho más... eróticos.
___________ se inclinó sobre la cama y le tocó los labios con un delicado beso. Joe sacó la lengua, pero entonces ella se apartó.
—Eres muy travieso —susurró, negando con la cabeza.
Joe gruñó de frustración, pero a ella no pareció importarle. Volvió a besarlo con la misma delicadeza. Él aspiró su esencia, encontrándola completamente embriagadora y peligrosa. Cuando ___________ le quitó la corbata, Joe no pudo contenerse más. Le tocó el cabello con una mano mientras con la otra le acariciaba la nuca. La quería cerca de sí, desnuda, viendo cómo aquella gloriosa melena rubia se extendía por la almohada.
Sin embargo, se dio cuenta de que no iba a conseguir lo que deseaba. Ella se apartó rápidamente y fue al vestidor, sin dejar la corbata. Cuando regresó a la cama, Joe no pudo distinguir qué era lo que llevaba en las manos.
—Veo que vas a necesitar un poco de ayuda— dijo ella. Al oír aquellas palabras, Joe se miró los pantalones. La presión era ya casi imposible de soportar. Le parecía que las costuras iban a ceder en cualquier momento. Cuando vio cómo él había interpretado sus palabras, ___________ se echó a reír—. No con eso, al menos, todavía no.
Le agarró la mano entre las de ella. Entonces, le dio la vuelta y le besó suavemente la palma y las yemas de los dedos. Era agradable, pero...Entonces, se metió en la boca el dedo índice. Aquella sensación de cálido terciopelo lo hizo echarse a temblar. Era imposible quedarse quieto, soportando aquella increíble tortura. Al cabo de un segundo, la boca se apartó de la mano. En aquel momento, Joe cayó en la cuenta de que lo iba a atar a la cama. El cuerpo se le tensó. La idea de estar indefenso ante ella lo excitaba profundamente, aunque también le hizo disparar las señales de alarma.
Ella le anudó la corbata suavemente alrededor de la muñeca. Joe tiró para probar la consistencia del nudo y descubrió que podría soltarse en cualquier momento. Sus preocupaciones se disiparon, al menos un poco. Seguramente ella quería que él tomara la decisión de soltarse o de permanecer como estaba. Decidió dejarse llegar. Saber que podía escapar en cualquier momento lo tranquilizaba.
___________ utilizó otra cosa para atarle la otra muñeca. Cuando terminó, Joe suspiró profundamente. Había comprendido al fin parte del juego. No tenía que moverse hasta que ella se lo permitiera. Entonces, ___________ se subió encima de la cama y se colocó a su lado, de rodillas. De repente, se puso encima de él, a horcajadas, dejando que la íntima unión de sus muslos encajara directamente con la erección de Joe.
—Ahora, podemos comenzar —susurró ella.
Joe cerró los ojos y respiró profundamente. No podía alcanzar el clímax. Todavía no. No de ese modo. Necesitó toda su fuerza de voluntad para no hacerlo cuando sintió cómo el calor que emanaba de ella le atravesaba los pantalones. Aquello solo era una brasa que se convertiría en fogata antes de que hubiera acabado la noche.
—El señor Travolta ha tenido que posponer su cita para dentro de dos semanas. Se marcha a California. Tiene al señor Broderick a las once, luego un almuerzo con su hermana a la una y el señor Warren a las tres.
—Estupendo. Dame media hora y luego te dictaré algunas cartas, ¿de acuerdo?
—Bien. ¿Le apetece un café?
—Sí, gracias.
Phyllis sonrió y salió enseguida del despacho de Joe. En cuando la mujer cerró la puerta, él marcó el teléfono de Charley. Tuvo que dejar un mensaje y cuando probó a llamar a Jane, le salió el contestador. Sinceramente, se sentía aliviado. Tenía que decidir lo que les iba a decir para explicar que no podía cenar con ellos al día siguiente por la noche. No quería mentir, pero se imaginaba la cara de Charley cuando le dijera que iba a romper una tradición tan larga para irse con una mujer desconocida a un hotel. Una mujer de la que ni siquiera conocía el nombre. A los pocos minutos, Phyllis regresó con el café y se marchó silenciosamente. Phyllis era una mujer de unos cincuenta años, pero que parecía mucho más joven. Siempre mantenía la compostura, a pesar de tener que tratar a tantos clientes famosos.
Ni siquiera Joe estaba seguro de cómo había terminado teniendo tantas celebridades entre sus clientes. Todo había empezado dos años y medio antes, con una actriz de culebrón. Ella le había recomendado sus servicios a un amigo, un actor muy afamado, y así había comenzado todo. A Joe no le importaba. Le resultaba fascinante explorar los problemas que derivaban de la fama y de la riqueza. Lo único que realmente lo molestaba eran los paparazzi. A Phyllis también la molestaban, pero ella era una experta en ahuyentarlos. Joe tomó un sorbo de su café y se giró para admirar la vista. Desde allí, era espectacular. Se dio cuenta de que últimamente no había tenido tiempo ni siquiera de disfrutarlo. El parque estaba cubierto de nieve. Enero era un mes muy propicio para Nueva York. Daba a la ciudad una apariencia inocente. En marzo, cuando el manto blanco diera paso al cemento, la magia se habría desvanecido.
Dirigió la mirada hacia el hotel Versalles. ¿De verdad iba a encontrarse allí con ella? ¿Con una completa desconocida? ¿Y si era alguna periodista que solo quería obtener información sobre algún cliente?
Se llevó la mano a la oreja y se frotó justamente la parte que ella le había mordido. Entonces, cerró los ojos y recordó la impresión que ella le había producido.
Se notaba que tenía clase. Iba muy bien vestida, con un maquillaje sutil y perfecto. Los diamantes que llevaba en las orejas le habían parecido auténticos, pero, mucho más que todo eso, era que se comportaba con la audacia y la seguridad en sí misma que delataba la educación y el linaje de una familia de dinero. Lo había visto muy a menudo y reconocía perfectamente los indicios. Se dio cuenta de que había empezado a frotarse de nuevo la oreja. Scherezade. Era un nombre ridículo, pero también muy intrigante. Por supuesto, Joe conocía la historia. La princesa .Scherezade había sido sentenciada a muerte por un rey malvado, pero consiguió embelesar al rey con sus cuentos nocturnos. Como siempre se detenía antes del final, él se veía obligado a dejarla vivir un día más.
¿Era aquello lo que esa mujer misteriosa pensaba hacer con él? ¿Contarle cuentos, mantenerlo en suspense? La idea lo atraía. Le gustaba la sorpresa. Aunque la noche anterior se había visto turbada por sueños febriles, se sentía aquel día más vivo de lo que se había sentido desde hacía años. Las ocho de la tarde del día siguiente. No podía esperar.
No iba a acudir. La idea era descabellada. Además, seguramente él no iba a presentarse. ___________ se miró al espejo, aunque no pudo verse demasiado bien porque tenía el rostro cubierto de una mascarilla de barro verde. Sin embargo, los ojos quedaban al descubierto y fue eso lo que estudió.
Se decía que eran las ventanas del alma, ¿no? Entonces, ¿qué estaba tratando de decirle su alma, que sí o que no?
Maldita fuera. Sus ojos no le decían nada. Salió del cuarto de baño y se metió en la cama. Sabía que tenía demasiadas almohadas encima de la cama, pero no le importaba a nadie. Recordó que Larry había odiado tener tantas almohadas. Habían tenido frecuentes peleas y, al final, ella había cedido y había tirado las almohadas. Su gesto no había salvado el matrimonio. De hecho, nada podría haberlo hecho. Él solo había querido ordeñarle hasta la última gota. No había amor ni nunca lo había habido, al menos por parte de él.
Deseó tener a alguien como Trevor. Hacía un año y medio, Lee había decidido añadir sexo a su relación y aquello había resultado ser lo mejor que su amiga podría haber hecho jamás. Su matrimonio era un modelo para todos.
Encendió la televisión para tratar de deshacerse de aquellos pensamientos. En uno de los canales, había una vieja película de Bette Davis. En ella, la excelente actriz pasaba de ser un patito feo para convertirse en un hermoso cisne. Sin embargo, mientras contemplaba el final, ___________ sacudió la cabeza al escuchar la última frase de la actriz:
—Oh, Jerry, no pidamos la luna. Tenemos las estrellas.
—Tonterías —comentó ___________—. Te mereces la luna —añadió, mientras se acurrucaba contra las almohadas—. Todos nos merecemos la luna.
En aquel momento, decidió que acudiría a la cita. De hecho... Tomó el teléfono y llamó al hotel. Entonces, tras un momento de duda, reservó una suite.
Cuando colgó, los nervios parecieron adquirir vida propia, demostrando perfectamente el conflicto que había entre el cuerpo, que le pedía prudencia, y el alma, que la animaba a buscar la aventura.
Iba a acudir. Al día siguiente por la noche, a un encuentro con un atractivo desconocido. Y al diablo con todo lo demás.
—¿Qué le pasa a ___________?
—¿A qué te refieres? —preguntó Lee, mientras se tomaba unas natillas con gusto, a pesar de que siempre se quejaba de su estado de gravidez. Después de saborear la cucharada, miró a Katy, que estaba más enorme que ella, dado que estaba de ocho meses.
—¿Has hablado con ella últimamente? Se comporta de un modo muy raro.
—¿Y cómo lo sabes?
—Bueno, de un modo raro para ella —respondió Katy, riendo—. Tiene planes para esta noche, pero no dice de qué se trata.
—¿Crees que tiene que ver con Larry?
—No lo sé.
—Probablemente no sea nada.
—¿Tú crees? ¿Cuándo fue la última vez que nos ocultó algo?
—La vez que estaba saliendo con aquel poeta.
—¿Crees entonces que está saliendo con alguien? —preguntó Katy, levantando una ceja.
—Bueno...
—Dios, ¿te acuerdas de lo horrible que era? No habría estado tan mal si sus poemas no hubieran sido tan malos.
—O si no hubiera estado tan orgulloso de su pobreza.
—O si no hubiera tenido cara de mono.
—Somos horribles —comentó Lee, con una sonrisa.
—No, somos unas cotillas. Él era horrible.
—___________ se olvidó de él bastante rápidamente.
—Creo que una cita con ese hombre es ya demasiado.
—¿Crees que podría haber encontrado a un hombre?
—Tal vez. Prometió que le daría otra oportunidad al amor, aunque no estoy del todo convencida de que esté preparada.
—¿Crees que deberíamos presionarla?
—Todavía no. Tal vez sea algo de un día, un experimento o algo así. Si ese es el caso, no hay necesidad de preocuparse.
—En lo que se refiere a ___________, siempre hay necesidad de preocuparse.
—Lo sé, en especial últimamente. Ha estado algo deprimida.
—Sí. Yo creo que se siente algo excluida.
—Sí —comentó Katy, mientras se acariciaba el vientre.
—Por eso, creo que es mejor que no nos metamos, ¿sabes?
—De acuerdo —dijo Katy, tomando otra porción de su ensalada—. Lo dejaremos estar a ver qué es lo que pasa.
—y mantendremos los ojos bien abiertos.
—y la llamaremos a primera hora de mañana por la mañana.
Lee asintió. Entonces, las natillas capturaron toda su atención.
Joe iba andando por una calle de Manhattan. Hacía mucho frío, pero al menos no estaba nevando, por lo que las bajas temperaturas no eran suficientes para impedir que los neoyorquinos salieran a pasear. Se detuvo en el exterior del Versalles. En cuanto entró en el vestíbulo, no pudo evitar preguntarse qué era lo que estaba haciendo allí. Aparte del hecho de que no había hecho el amor desde hacía mucho tiempo, la mujer en cuestión era bellísima, misteriosa y osada. Y había sido ella quien se lo había pedido. El hotel no era muy grande, pero derrochaba lujo por todas partes, lo que decía algo sobre la mujer que lo había elegido. Sofisticación, dinero...
Rápidamente, interrumpió aquellos pensamientos. Ninguno de aquellos conceptos era lo que lo había llevado allí. Echó a andar, pero se detuvo enseguida. Entonces, miró el reloj. Había llegado con un minuto de antelación. Lo único que tenía que hacer era dirigirse al bar. O ella lo estaba ya esperando o no. No había más posibilidades. Y no estaba del todo seguro de cuál de ellas prefería. Después de mesarse el cabello, respiró profundamente y se maldijo por ser tan tonto. ¿Qué le ocurría? ¿Acaso se había vuelto tan viejo que ni siquiera podía entrar en un bar para perseguir lo que podría ser una extraordinaria aventura? En la universidad había sido muy alocado. Había estudiado, pero había explorado y se había arriesgado. Muchas veces había fallado, pero no le había importado. Había querido todo lo que la vida podía ofrecerle. ¿Qué era lo que quería en aquellos momentos? ¿Seguridad? Sí, pero también ansiaba algo de calor, de pasión... Mucha... Se dirigió hacia el bar. Lo peor que podría ocurrir era... En realidad, no tenía ni idea de qué era lo peor que podría ocurrir. Sin embargo, se podía imaginar con mucha claridad qué sería lo mejor. .
___________ se llevó el Martini a los labios y se alegró de ver que las manos casi no le temblaban. Sin embargo, en su interior, estaba deshecha. En el exterior, tal y como le habían enseñado su madre y su abuela, se mostraba fría y tranquila. Le había costado mucho dominar aquella habilidad, pero tenía mucha práctica. Recordó que aquella era su fiesta. Ella había extendido la invitación, había preparado la habitación y todos los demás detalles. Solo dependía de ella que todo saliera tal y como estaba planeado. No había problema. Excepto un detalle. No tenía ni idea de lo que iba a hacer con él cuando llevara a la suite. Seguramente, él esperaba acostarse con ella, pero ¿era eso lo que ella quería? Tal vez. Sin embargo, algo le decía que, si se metían inmediatamente en la cama, ambos se estarían engañando. Ese hombre, del que no sabía el nombre, tenía algo especial. No era algo que se pudiera concretar, ni tenía nada que ver con su aspecto fisico. Era algo que vio en sus ojos, algo del modo en que sonreía. Recordó que tenía los dientes muy blancos, aunque no eran del todo iguales. Aquella pequeña tara lo hacía aún más atractivo, aunque ___________ no estaba segura de por qué. Recordó la música de la librería y se le ocurrió una idea. Un modo de conseguir que aquella noche fuera perfecta. Scherezade. Ella era la respuesta. ___________ sonrió al imaginarse la velada. Sería perfecto. Si él accedía...
Tomó otro sorbo del Martini y se estiró el vestido. De repente, sintió que los nervios se apoderaban de ella. Oh, no... ¿Y si todo salía mal? ¿Y si aquel plan era ridículo y descabellado? Decidió marcharse y olvidarse de que alguna vez...
—Hola.
___________ se sobresaltó y se dio cuenta de que él estaba a pocos centímetros de ella.
—Hola —replicó con seguridad, a pesar de que el corazón estaba a punto de salírsele del pecho.
—Me llamo Joseph Jonas.
—Su...
—¿Sue?
—Sí. Por ahora.
—¿Ya no eres Scherezade?
___________ deslizó la mano entre los dedos de él. Cuando Joe se los apretó, sintió que se había dejado caer un poco más por aquella pendiente de pura locura.
—No, pero hay similitudes.
—¿Te está molestando de nuevo el rey de Persia? Se lo he dicho una y otra vez, pero...
___________ se echó a reír. Cuando vio que él tragaba saliva, se dio cuenta de que estaba tan nervioso como ella. Era tan guapo... Sabía que no era lo importante, pero no hacía daño.
—¿Puedo? —le preguntó, soltándola por fin, para señalar un taburete que había al lado del suyo.
Inmediatamente, el camarero se acercó para ver qué quería tomar. Pidió un whisky solo. ___________ rechazó un segundo Martini. Solo estar a su lado. Resultaba embriagador. Si le confesaba que tenía una suite reservada...
—¿Te encuentras bien?
—Sí. Es que no creí que vinieras...
—De hecho, no estoy seguro de por qué lo he hecho. Normalmente no...
—¿Sales con mujeres que te muerden la oreja?
A pesar de la tenue luz del bar, Su san pudo apreciar que se había sonrojado. ¡Un hombre que se sonrojaba! Aquello era todo un regalo, una rareza. Delicioso...
—Confieso que es la primera vez para mí.
—Para mí también.
—Entonces, ¿morder las orejas no es el modo habitual con el que rompes el hielo?
—No.
—Mmm... ¿Cómo he tenido tanta suerte?
___________ tomó un lento sorbo de su bebida, tratando de ganar tiempo mientras decidía lo que iba a hacer en los próximos minutos. Le gustaba. La química que había entre ellos era innegable y tenía sentido del humor. De hecho, no era la clase de hombre que ella deseara para una aventura de una noche, pero tal vez no tuviera por qué ser así. Tal vez, si jugaba bien sus cartas, aquello podría ser un preludio. De qué, no estaba del todo segura, pero, a pesar de los riesgos, o tal vez a causa de ellos, estaba dispuesta a descubrir lo. Dejó la copa en la barra y le dedicó la más sugerente y atractiva de sus sonrisas.
—Si crees que eso fue tener suerte...
Joe se tomó el whisky de un solo trago y se las arregló para no atragantarse. Las palabras de ___________ todavía flotaban en el aire. Luchó para centrarse y solo lo encontró cuando sus ojos observaron los increíbles labios de ___________. Seria maravilloso verlos rodeándole el...
—Tal vez no tanto —comentó ella, con cierto tono de humor.
—De acuerdo —susurró Joe, turbado al notar que su expresión había sido tan transparente—. ¿Cómo de afortunado?
—Ya lo verás —dijo ___________.
Tras atraer la atención del camarero, asintió y se bajó del taburete. Entonces, recogió el bolso y el abrigo y se volvió hacia Joe. Durante unos minutos, lo contempló con timidez. Entonces, tras entornar los ojos, lo miró directamente. La invitación que había en aquella mirada dijo a Joe la mayor parte de lo que necesitaba saber. Se puso de pie y se dispuso a sacar la cartera.
—Ya me he ocupado yo de eso —lo informó ella.
—Un momento...
—No tienes por qué preocuparte. Esta noche invito yo. Después de todo, yo organicé esta cita.
—Yo no...
___________ le colocó un dedo sobre los labios.
—Podemos hablar de dinero durante tanto tiempo como quieras... O podemos subir.
Joe la agarró por la muñeca y la llevó hacia los ascensores, tratando de no echar a correr. Estaba metido en aquello hasta el cuello, comprometido con lo que fuera a ocurrir.
Charley se quedaría atónito. Jane lo comprendería completamente. Aquel no era el modo habitual en el que él funcionaba. Cuando salía con una mujer, lo que, de todos modos, no era tan frecuentemente, siempre hacía lo adecuado. Tal vez un beso en la primera cita. Flores. Entonces, tres o tal vez cuatro citas más tarde, si se llegaba hasta ese momento, habría sexo. Sexo seguro, y no solo porque utilizara un preservativo. Seguro en todos los sentidos. Nunca se dejaba llevar totalmente. Tenía miedo de molestar a las mujeres con las que salía. Algunas veces, se soltaban un poco y lo hacían en la ducha o sobre la mesa de la cocina.
Sin embargo, el sexo, hasta cuando era bueno, nunca había sido suficiente. No había sido porque las mujeres a las que había conocido no fueran estupendas, pero ninguna de ellas había sido la adecuada.
Aquella noche, eso no importaba. Aquella noche no era el doctor Joe. Era un desconocido. Y podría ser cualquiera. Las ideas le daban vueltas en la cabeza. Ya estaba excitado y todavía seguían en el vestíbulo. Tendría que aminorar la marcha si quería que aquella noche fuera lo que prometía. Rezó en silencio. «Por favor...».
___________ fue consciente de que, en pocos minutos, estaría en un dormitorio con un hombre al que apenas conocía. Un hombre cuyo contacto hacía que se produjeran sensaciones imprevisibles en su interior.
Cruzaron el vestíbulo en un abrir y cerrar de ojos. Entonces, él apretó el botón del ascensor. No la había soltado. ___________ era muy consciente de la mano que le rodeaba la muñeca. Era muy larga y fuerte. Sin embargo, la sujetaba con cuidado, como si tuviera miedo de que fuera a romperla.
—Sue —susurró él, suavemente.
—En realidad, prefiero que me llames ___________ —confesó. Odiaba profundamente el diminutivo.
—Mucho mejor...
El ascensor llegó por fin. Joe la hizo pasar. Estaban solos. Podrían haber hablado, pero no lo hicieron. Lo único que ocurrió fue que Joe le frotaba constantemente la parte interior de la muñeca con el pulgar. No era nada muy excitante, pero las sensaciones que aquella ligera caricia evocaban eran en realidad muy grandes.
La tensión se rompió cuando las puertas se abrieron en el piso número quince. Entonces, fue ella la que tuvo que guiarlo. Cuando hubieron recorrido una buena parte del pasillo, Joe la soltó para que ella pudiera sacarse la tarjeta del bolso. Los dedos le temblaban cuando introdujo la tarjeta en la ranura, por lo que estuvo a punto de echarse a reír.
Joe empujó la puerta para que ella pudiera entrar en la hermosa suite. A continuación, la siguió y cerró la puerta. Al otro lado del salón, se veía el dormitorio, con una enorme cama, suficientemente grande para tres personas. Tal vez aquello había sido un error. Un error colosal. Todavía había tiempo para echarse atrás. Se volvió a Joe. La excitación de él era muy evidente. Efectivamente, aquel juego era excitante y peligroso. ___________ decidió que si iba a dejar que alguien la encendiera, quería que fuera Joe. Era muy guapo, pero muy masculino. Tenía la mandíbula demasiado cuadrada y la nariz demasiado grande, pero aquello añadía atractivo a su belleza.
Él le quitó el abrigo del brazo.
—¿Quieres que pida algo para beber?
—¿Champán? —sugirió ___________.
—Bien. ¿Algo más?
—No, a menos que tú tengas hambre —respondió ella. Los labios de Joe se curvaron en una sonrisa—. ¿Qué?
—Esta es una noche poco usual.
—En eso, tengo que estar de acuerdo contigo.
—¿En qué estabas pensando cuando sugeriste que viniéramos a la habitación?
—Hemos llegado hasta aquí —dijo ella—. Creo que igualmente podríamos ir hasta el fin —añadió ella—. Ve a llamar al servicio de habitaciones.
—Lo haré, dentro de un momento, pero primero, hay algo que necesito hacer.
Lanzó el abrigo de ___________ sobre una de las butacas. Luego, hizo lo mismo con su propio abrigo y con la chaqueta del traje. ___________ abrió los ojos al notar el contraste que había entre caderas y hombros. Además, tenía un trasero estupendo, tanto que deseaba tocarlo, recorrerlo con la mano...
En aquel momento, Joe se giró y se acercó a ella. Le hizo levantar la barbilla con un dedo hasta que ___________ lo miró a los ojos. Entonces, muy lentamente, la besó. Ella cerró los ojos al sentir la ternura de sus labios. Fue un beso muy tierno, casi una breve caricia. Se apoyó sobre él, deseando más. Joe le concedió sus deseos, pero a su debido tiempo.
—___________ —susurró.
Después, volvió a besarla suavemente, profundizando el beso a medida que pasaban los segundos, a medida que la noche se transformaba de duda en promesa. Joe utilizó sus propios labios para hacer que ella abriera los suyos. Entonces, la acarició suavemente con la lengua, una, dos veces. Cuando ella entreabrió más la boca, él aprovechó la situación y la exploró más plenamente, sin apresurarse, lánguidamente, como si necesitara aprender cada sabor, cada matiz de sus labios. ___________ le colocó la mano en el cuello y realizó su propia exploración. Aquellas sensaciones eran completamente nuevas. Le acarició el cabello con los dedos, sin poder creer lo suave que era. Gimió entre sus brazos cuando él la estrechó contra su cuerpo y cuando movió las caderas para que ella pudiera sentir cómo la larga columna de su masculinidad se le apretaba contra el vientre.
___________ tembló al sentir aquel contacto. Joe le introdujo la lengua una vez más y ella la capturó, chupándola con fuerza. Aquella vez fue él quien gimió. Joe tenía los ojos medio cerrados, llenos de deseo. ___________ podía imaginarse con él, en la cama, desnuda, haciendo y tocando todo lo que el placer le indicara. Sin embargo, aquel no era su plan. Si no hacía algo inmediatamente, se perdería. Aquella era su fiesta e iba a hacer que siguiera siendo así. Mientras él se disponía a tomarle la boca una vez más, ___________ dio un paso atrás y negó con la cabeza.
—Champán —susurró.
Joe la miró a los ojos y le hizo así saber que no había terminado todavía con ella. La soltó y se acercó al teléfono que había al lado del sofá. La firme silueta del pene se destacaba contra la fina lana de los pantalones. Mientras hablaba con el servicio de habitaciones, se dio la vuelta. ___________ se sonrojó al darse cuenta de que él la había sorprendido mirándola. Afortunadamente, su deseo no era tan evidente. Era lo único que hacía que su plan fuera factible. Si supiera las sensaciones que estaba provocando en ella...
Agarró el bolso y se dirigió al cuarto de baño. Tras cerrar la puerta con llave, se apoyó contra la fría madera y expiró el aliento que, sin darse cuenta, había estado conteniendo.
Aquello era increíble. Nunca había experimentado nada semejante. Había estado con otros hombres, hombres de los que no estaba enamorada. Tiempo atrás, había aceptado su sexualidad. Le gustaba el sexo duro, rápido y sin complicaciones, pero aquello... Era una experiencia seductora, erótica y emocionante.
Se apartó de la puerta y se dirigió al lavabo. Allí, se retocó el maquillaje y se cepilló los dientes, utilizando en realidad el tiempo para calmar su acelerado corazón. Aunque no lo consiguió, pudo al menos planear los siguientes pasos. Llegaría el champán, hablarían... No se tocarían. Necesitaba que él se mostrara humilde y obediente. Después de ver su erección, estaba segura de que aquello no le resultaría difícil. Entonces, ella comenzaría. Conseguiría que ninguno de ellos dos olvidara aquella noche.
Cuando regresó al salón, Joe estaba al lado de la ventana, mirando el tráfico de la calle. Se había aflojado la corbata, pero no se la había quitado.
Lentamente, se giró y la cuestionó con la mirada.
—¿A qué se debe esa mirada? —preguntó ella.
—Solo estaba pensando.
—¿Sobre qué?
—Sobre nosotros.
—Tú dirás.
—No tengo dudas con respecto a esto, lo que es muy raro. Es decir, somos unos completos desconocidos. Ni siquiera sabemos el apellido del otro. Tú podrías ser...
—Cualquiera. Lo sé.
—En realidad, no puede ser así. Solo podemos ser quienes somos.
___________ atravesó el salón hasta que estuvo muy cerca de él.
—Ah, pero eso deja de soslayo la pregunta de quién somos realmente. ¿Somos las mismas personas con las luces apagadas? ¿Con un desconocido en el piso número quince?
—No conozco la respuesta a esas preguntas.
—Yo tampoco, pero va a ser muy interesante descubrirlo.
Joe le estudió el rostro muy atentamente.
—Creo que todos tenemos muchas naturalezas en uno mismo. Algunas son más oscuras de lo que realmente nos gustaría admitir.
___________ extendió la mano y le trazó con suavidad la mandíbula. Él tenía la piel cálida y suave. Parecía que se había afeitado recientemente. Aquella exploración fue agradable, pero no suficiente. Encontró que deseaba saborearlo, lamerle la cara como un gato después de comer.
—¿Qué te ha hecho sonreír?
—Un pensamiento algo pícaro –respondió ella—. En realidad, creo que es cierto. Todos tenemos un lado oscuro. No quiero decir con ello que sea malo, aunque supongo que la maldad también forma parte de todos. Es más bien travieso. Son deseos que nunca admitiríamos a otra persona por miedo a que esta saliera corriendo, completamente horrorizada. O, al menos, nunca nos volvería a invitar a otra fiesta.
—¿Y si le pudieras decir a otra persona esos pensamientos? ¿Y si supieras, completamente y sin reserva alguna que no habría malas consecuencias? ¿Y si todo estuviera bien?
—Podría ser muy excitante —contestó ella. Joe asintió—. Y muy satisfactorio —añadió. Él volvió a asentir—, pero también daría miedo.
—De eso se trata, ¿no te parece?
___________ no pudo responder porque, en ese momento, el camarero llamó a la puerta. Ella se dirigió a abrir, tratando de no mostrar lo mucho que le temblaba el cuerpo. A los pocos minutos, volvía a estar a solas con Joe. Los dos tomaron una copa de cristal, llena de una buena cosecha de Dom Perignon.
—Por el deseo —dijo Joe, tocando suavemente con su copa la de ella
—Por el deseo...
___________ saboreó la bebida y el momento. Había llegado la hora de levantar el telón, como se decía en Broadway.
Joe se dio cuenta de que lo más extraordinario de aquel momento era que estaba más excitado de lo que lo había estado a lo largo de sus treinta y dos años y, a pesar de todo, era todavía capaz de tener una copa entre los dedos. Sin embargo, no creía que pudiera conseguir que aquella situación durara para siempre. Todo su ser deseaba tomar el control, hacerla suya, aunque también sabía que no era aquello lo que ___________ deseaba. Al menos, no por el momento. Ella llevaba la voz cantante en aquella situación. Nunca había estado con una mujer como ___________. Más que nunca, estaba seguro de que la primera impresión que había tenido sobre ella había sido correcta. Provenía de una familia rica y poderosa. La seguridad que tenía sobre sí misma resultaba muy sensual y el modo en el que las posibilidades brillaban en sus ojos casi lo volvía loco. No podía esperar a ver lo que ella iba a hacer. ¿Desnudarlo? ¿Colocarse encima de él? Aquello era algo que no había hecho nunca antes. A muchos de sus clientes les gustaba verse dominados. Cuanto más éxito tenían, más les apetecía la idea de dejar que otra persona se hiciera con el control, al menos en el dormitorio. Había escuchado historias e incluso había tenido fantasías al respecto.
No le cabía la menor duda de que, si le gustaba la dominación, ___________ lo haría muy bien. Se la imaginó vestida de cuero negro. Con aquel cabello tan rubio, la imagen era casi demasiado buena.
Entonces, la fantasía desapareció y la vio tal como era. Bellísima... Tenía el cabello recogido con un pasador, que él ansiaba por soltarle. El vestido mostraba sus curvas, sus piernas... Especialmente le encantaban los tacones altos.
___________ le quitó la copa de la mano y la dejó encima de la mesa. Entonces, lo llevó al dormitorio. Le gustaba. Aquello se estaba poniendo interesante... Oh, sí...
—Túmbate —susurró ella. Joe fue a quitarse la corbata, pero ___________ se lo impidió—. Tal cual estás.
Joe no replicó. En aquellos momentos, si ella le pedía que se pusiera de pie encima de la cama y que cantara el himno nacional, lo haría. Mientras ella apagaba la luz del techo, se tumbó en la cama, de espaldas, con las manos debajo de la nuca. La única luz provenía de una lámpara al otro lado de la sala. Era suficiente. La podía ver claramente, leer la anticipación que había en sus ojos. La próxima vez, lo harían a su manera, con las luces encendidas. Aquella noche, las sombras parecían lo más apropiado. ___________ se acercó a los pies de la cama y se quitó los zapatos. El pene de Joe palpitó, anhelando verse libre. La restricción de espacio estaba empezando a molestarlo.
Entonces, ella se acercó al otro lado de la cama, pero no se sentó. No hizo nada más que mirarlo durante lo que a Joe le parecieron minutos, aunque podrían haber sido segundos.
—Ponte en el centro de la cama —le ordenó.
—¿En el centro?
___________ asintió y esperó hasta que él obedeció. A pesar de que pareció satisfecha, siguió sin moverse ni para desnudarse ni para quitarle a él la ropa.
—¿Conoces la verdadera historia de Scherezade? —le preguntó, con la voz tan seductora como la de una sirena.
—Conozco lo de las mil y una noches.
—Ah. Esa es la otra versión, la autorizada para todos los públicos.
—De acuerdo —dijo Joe, preguntándose que estaría tramando.
—Bueno —prosiguió ___________—, en realidad, Scherezade no contaba historias sobre lámparas maravillosas o astutos marinos, al menos no las historias que aparecen en todos los libros. Sus cuentos eran mucho más... eróticos.
___________ se inclinó sobre la cama y le tocó los labios con un delicado beso. Joe sacó la lengua, pero entonces ella se apartó.
—Eres muy travieso —susurró, negando con la cabeza.
Joe gruñó de frustración, pero a ella no pareció importarle. Volvió a besarlo con la misma delicadeza. Él aspiró su esencia, encontrándola completamente embriagadora y peligrosa. Cuando ___________ le quitó la corbata, Joe no pudo contenerse más. Le tocó el cabello con una mano mientras con la otra le acariciaba la nuca. La quería cerca de sí, desnuda, viendo cómo aquella gloriosa melena rubia se extendía por la almohada.
Sin embargo, se dio cuenta de que no iba a conseguir lo que deseaba. Ella se apartó rápidamente y fue al vestidor, sin dejar la corbata. Cuando regresó a la cama, Joe no pudo distinguir qué era lo que llevaba en las manos.
—Veo que vas a necesitar un poco de ayuda— dijo ella. Al oír aquellas palabras, Joe se miró los pantalones. La presión era ya casi imposible de soportar. Le parecía que las costuras iban a ceder en cualquier momento. Cuando vio cómo él había interpretado sus palabras, ___________ se echó a reír—. No con eso, al menos, todavía no.
Le agarró la mano entre las de ella. Entonces, le dio la vuelta y le besó suavemente la palma y las yemas de los dedos. Era agradable, pero...Entonces, se metió en la boca el dedo índice. Aquella sensación de cálido terciopelo lo hizo echarse a temblar. Era imposible quedarse quieto, soportando aquella increíble tortura. Al cabo de un segundo, la boca se apartó de la mano. En aquel momento, Joe cayó en la cuenta de que lo iba a atar a la cama. El cuerpo se le tensó. La idea de estar indefenso ante ella lo excitaba profundamente, aunque también le hizo disparar las señales de alarma.
Ella le anudó la corbata suavemente alrededor de la muñeca. Joe tiró para probar la consistencia del nudo y descubrió que podría soltarse en cualquier momento. Sus preocupaciones se disiparon, al menos un poco. Seguramente ella quería que él tomara la decisión de soltarse o de permanecer como estaba. Decidió dejarse llegar. Saber que podía escapar en cualquier momento lo tranquilizaba.
___________ utilizó otra cosa para atarle la otra muñeca. Cuando terminó, Joe suspiró profundamente. Había comprendido al fin parte del juego. No tenía que moverse hasta que ella se lo permitiera. Entonces, ___________ se subió encima de la cama y se colocó a su lado, de rodillas. De repente, se puso encima de él, a horcajadas, dejando que la íntima unión de sus muslos encajara directamente con la erección de Joe.
—Ahora, podemos comenzar —susurró ella.
Joe cerró los ojos y respiró profundamente. No podía alcanzar el clímax. Todavía no. No de ese modo. Necesitó toda su fuerza de voluntad para no hacerlo cuando sintió cómo el calor que emanaba de ella le atravesaba los pantalones. Aquello solo era una brasa que se convertiría en fogata antes de que hubiera acabado la noche.
Espero les guste
Con cariño
Niinny Jonas
Con cariño
Niinny Jonas
NiinnyJonas
Re: Solo los miercoles (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
DIOS! MIO!!! Niinny Jonas Niinny Jonas Niinny Jonas HURRAAAAAAAAAAA! hey eres la mejor nena ! Porfavor MAS MAS MAS MASSSSSSSSSSS! :)
MaferCastilloJonas
Re: Solo los miercoles (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
Oh my god!
No la dejes ahi!
Siguela dios mio!
No la dejes ahi!
Siguela dios mio!
Lulajonatica
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