Conectarse
Últimos temas
miembros del staff
Beta readers
|
|
|
|
Equipo de Baneo
|
|
Equipo de Ayuda
|
|
Equipo de Limpieza
|
|
|
|
Equipo de Eventos
|
|
|
Equipo de Tutoriales
|
|
Equipo de Diseño
|
|
créditos.
Skin hecho por Hardrock de Captain Knows Best. Personalización del skin por Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
Página 2 de 7. • Comparte
Página 2 de 7. • 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
DIOS POR FAVOR TIENES QUE SEGUIRLA
cuando comienzan la rubia y el gruñon a gustarse eh?
SÍGUELA!
cuando comienzan la rubia y el gruñon a gustarse eh?
SÍGUELA!
fernanda
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
chicas, se que a veces resulta ser desesperante el leer tanto y no legar a la parte a la que quieres llegar, pero les recuerdo que los caps de esta novela son bastante largos y tarda un poco en llegar al momento en que se enamoran, pero tratare de hacer que la nove llegue hasta ese momento lo mas rápido posible, solo les pido un poquito de paciencia :D besos
Parte 2
****
El partido de pretemporada de la tarde del domingo contra los Jets fue un desastre. Si los Stars hubieran jugado contra un equipo respetable, la pérdida no habría sido tan humillante, pero llegar a marcar 25-10 contra los caraculo de los Jets, incluso en pretemporada, era más de lo que Joe podía soportar, especialmente cuando pensaba en los tres jugadores que aún no habían firmado el contrato, repantigados en sus bañera de agua caliente en Chicago y viendo el partido en una pantalla de plasma Jim Biederot, el quarterback de los Stars, había sido lesionado en su última jugada y su sustituto tenía una contractura en el abductor desde hacía una semana, así que Joe se vio forzado a sacar a C.J. Brown, un veterano con quince años de experiencia cuyas rodillas apenas funcionaban. Si Bobby Tom hubiera estado jugando, habría conseguido salir pitando cuando C.J. le hiciera el pase, pero Bobby Tom no jugaba.
Para empeorar las cosas, la nueva dueña de los Stars parecía haber vuelto de sus vacaciones, pero no atendía las llamadas. Joe había dado una patada a la pared del vestuario del equipo visitante cuando Ronald McDermitt le transmitió en persona esa información, pero no había solucionado nada. Nunca hubiera imaginado que podía odiar algo, más de lo que odiaba perder partidos de fútbol, pero eso fue antes de que ______Somerville entrara en su vida.
Con todo esto, había sido una semana deprimente. Ray Hardesty, el antiguo defensa final de los Stars, que Joe había despedido a principios de agosto, había conducido borracho una vez más y se había estrellado contra un muro en el Calumet Expressway. Había muerto al instante, junto con la chica de dieciocho años que lo acompañaba. En el entierro, cuando Joe había observado las caras de los padres de Ray, se volvió a preguntar si hubiera podido hacer algo más. Racionalmente, sabía que no, pero era una tragedia de todos modos.
Lo único bueno de la semana había ocurrido en una guardería del DuPage County donde había ido a filmar un anuncio sobre los servicios públicos para United Way. Cuando había entrado por la puerta, lo primero que advirtió fue a un duendecillo pelirrojo, era la maestra leyendo un cuento en el suelo a un grupo de niños de cuatro años. Algo en su interior se había vuelto suave y cálido mientras estudiaba su nariz pecosa y las manchas de pintura verde de dedos en sus pantalones.
Cuando el rodaje terminó, la invitó a tomar una taza de café. Su nombre era Sharon Anderson y era callada y tímida, un bienvenido contraste con todas las mujeres de ojos atrevidos a las que estaba acostumbrado. Aunque era demasiado pronto para asegurarlo, se dijo que podía haber encontrado la mujer sencilla que buscaba para ser la madre de sus hijos.
Pero el fulgor residual de su salida con Sharon se había desvanecido el día del partido contra los Jets y continuó furioso por haber perdido mientras realizaba las tareas de después del partido. No fue hasta que estuvo esperando en la pista de despegue para subir al vuelo charter que los devolvería a O'Hare que estalló.
-¡Hija de puta!
Se giró abruptamente y se tropezó con Ronald McDermitt, al golpearlo hizo que cayera sin querer el libro que llevaba. Era lo que se merecía el niñato, pensó Joe insensiblemente, por haber nacido así de enclenque. Aunque Ronald medía uno ochenta y no era feo, lo consideraba demasiado limpio, educado y joven para dirigir a los Chicago Stars.
En todos los equipos profesionales el presidente era el que se encargaba de todo, desde los traslados, a la contratación de vehículos, así que Joe en teoría, trabajaba para Ronald. Pero Ronald estaba tan intimidado por él que su autoridad era puramente simbólica.
El gerente recogió su libro y lo miró con expresión cautelosa que volvió loco a Joe .
—Lo siento, Entrenador.
—Yo tropecé contigo, por Cristo bendito.
—Sí, bueno.
Joe puso bruscamente su maletín de viaje en los brazos de Ronald.
—Haz que dejen esto en mi casa. Cogeré un vuelo más tarde.
Ronald pareció preocupado.
—¿Dónde vas?
—Verás, Ronald. Voy a hacer tu trabajo.
—Lo siento, entrenador, pero no sé que quieres decir.
—Lo que digo es que voy a ir a ver a nuestra nueva dueña y la voy a poner al corriente de algunos hechos sobre la vida en la gran y mala NFL.
Ronald tragó e hizo que su manzana de Adán oscilara de arriba abajo.
—Eh, Entrenador, eso no es una buena idea. Ella no parece querer involucrase con el equipo.
—Ahora es solo una mala idea —dijo Joe alargando las palabras y poniéndose en camino— pero yo lo voy a convertir en algo mucho peor.
Parte 2
****
El partido de pretemporada de la tarde del domingo contra los Jets fue un desastre. Si los Stars hubieran jugado contra un equipo respetable, la pérdida no habría sido tan humillante, pero llegar a marcar 25-10 contra los caraculo de los Jets, incluso en pretemporada, era más de lo que Joe podía soportar, especialmente cuando pensaba en los tres jugadores que aún no habían firmado el contrato, repantigados en sus bañera de agua caliente en Chicago y viendo el partido en una pantalla de plasma Jim Biederot, el quarterback de los Stars, había sido lesionado en su última jugada y su sustituto tenía una contractura en el abductor desde hacía una semana, así que Joe se vio forzado a sacar a C.J. Brown, un veterano con quince años de experiencia cuyas rodillas apenas funcionaban. Si Bobby Tom hubiera estado jugando, habría conseguido salir pitando cuando C.J. le hiciera el pase, pero Bobby Tom no jugaba.
Para empeorar las cosas, la nueva dueña de los Stars parecía haber vuelto de sus vacaciones, pero no atendía las llamadas. Joe había dado una patada a la pared del vestuario del equipo visitante cuando Ronald McDermitt le transmitió en persona esa información, pero no había solucionado nada. Nunca hubiera imaginado que podía odiar algo, más de lo que odiaba perder partidos de fútbol, pero eso fue antes de que ______Somerville entrara en su vida.
Con todo esto, había sido una semana deprimente. Ray Hardesty, el antiguo defensa final de los Stars, que Joe había despedido a principios de agosto, había conducido borracho una vez más y se había estrellado contra un muro en el Calumet Expressway. Había muerto al instante, junto con la chica de dieciocho años que lo acompañaba. En el entierro, cuando Joe había observado las caras de los padres de Ray, se volvió a preguntar si hubiera podido hacer algo más. Racionalmente, sabía que no, pero era una tragedia de todos modos.
Lo único bueno de la semana había ocurrido en una guardería del DuPage County donde había ido a filmar un anuncio sobre los servicios públicos para United Way. Cuando había entrado por la puerta, lo primero que advirtió fue a un duendecillo pelirrojo, era la maestra leyendo un cuento en el suelo a un grupo de niños de cuatro años. Algo en su interior se había vuelto suave y cálido mientras estudiaba su nariz pecosa y las manchas de pintura verde de dedos en sus pantalones.
Cuando el rodaje terminó, la invitó a tomar una taza de café. Su nombre era Sharon Anderson y era callada y tímida, un bienvenido contraste con todas las mujeres de ojos atrevidos a las que estaba acostumbrado. Aunque era demasiado pronto para asegurarlo, se dijo que podía haber encontrado la mujer sencilla que buscaba para ser la madre de sus hijos.
Pero el fulgor residual de su salida con Sharon se había desvanecido el día del partido contra los Jets y continuó furioso por haber perdido mientras realizaba las tareas de después del partido. No fue hasta que estuvo esperando en la pista de despegue para subir al vuelo charter que los devolvería a O'Hare que estalló.
-¡Hija de puta!
Se giró abruptamente y se tropezó con Ronald McDermitt, al golpearlo hizo que cayera sin querer el libro que llevaba. Era lo que se merecía el niñato, pensó Joe insensiblemente, por haber nacido así de enclenque. Aunque Ronald medía uno ochenta y no era feo, lo consideraba demasiado limpio, educado y joven para dirigir a los Chicago Stars.
En todos los equipos profesionales el presidente era el que se encargaba de todo, desde los traslados, a la contratación de vehículos, así que Joe en teoría, trabajaba para Ronald. Pero Ronald estaba tan intimidado por él que su autoridad era puramente simbólica.
El gerente recogió su libro y lo miró con expresión cautelosa que volvió loco a Joe .
—Lo siento, Entrenador.
—Yo tropecé contigo, por Cristo bendito.
—Sí, bueno.
Joe puso bruscamente su maletín de viaje en los brazos de Ronald.
—Haz que dejen esto en mi casa. Cogeré un vuelo más tarde.
Ronald pareció preocupado.
—¿Dónde vas?
—Verás, Ronald. Voy a hacer tu trabajo.
—Lo siento, entrenador, pero no sé que quieres decir.
—Lo que digo es que voy a ir a ver a nuestra nueva dueña y la voy a poner al corriente de algunos hechos sobre la vida en la gran y mala NFL.
Ronald tragó e hizo que su manzana de Adán oscilara de arriba abajo.
—Eh, Entrenador, eso no es una buena idea. Ella no parece querer involucrase con el equipo.
—Ahora es solo una mala idea —dijo Joe alargando las palabras y poniéndose en camino— pero yo lo voy a convertir en algo mucho peor.
D.A. Torrez.
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
CAPÍTULO 5
Pooh se distrajo por un dálmata cuando cruzaban la Quinta Avenida justo a la altura del Metropolitan. ______tiró con fuerza de la correa.
—Vamos, matadora. No tenemos tiempo de coquetear. Viktor nos espera.
—Afortunado Víktor —contestó el dueño del dálmata con una amplia sonrisa aborJoe do a ______y Pooh desde la acera.
______le echó una mirada a través de sus gafas de sol Annie Sullivan y vio que era un inofensivo yuppie. El recorrió con la mirada su vestido ceñido de color verde limón y sus ojos se detuvieron abruptamente en el escote entrecruzado del corpiño abierto. Se le abrió la boca.
—¿Oye? ¿No eres Madonna?
—No esta semana.
______cruzó. Una vez que alcanzó la acera opuesta, se quitó las gafas de sol para que nadie cometiera ese error otra vez. Señor… Madonna, qué barbaridad. Un día de estos, tenía que empezar a vestirse respetablemente.
Pero su amiga Simone, que había diseñado ese vestido, iba a estar en la fiesta a la que la llevaba Viktor esa noche y ______quería animarla.
Pooh y ella dejaron atrás la Quinta Avenida y alcanzaron las calles superiores a la dieciocho, mucho más tranquilas. Unos pendientes de aros demasiados grandes golpeaban sus orejas, los brazaletes de oro se agitaban en ambas muñecas, sus sandalias de tacón golpeaban ligeramente la acera y los hombres comenzaron a mirarla mientras pasaba. Sus curvilíneas caderasmarcaban un ritmo que parecía tener lenguaje propio:
Hot cha cha
Hot cha cha
Hot hot
Cha cha cha cha
Era sábado por la noche y los neoyorquinos adinerados ya vestidos para cena y teatro comenzaban a emerger de las casas señoriales de ladrillo y piedra, tan a la moda, que limitaban las calles angostas. Se acercó a Madison Avenue y al edificio de granito gris que le subarrendaba, muy barato, un amigo de Viktor.
Tres días antes, cuándo regresó a la ciudad desde Montauk, se había encontrado docenas de mensajes en el contestador. La mayor parte de ellos de la oficina de los Stars y los ignoró. Ninguno era de Molly diciéndole que había
cambiado de idea sobre ir directamente al colegio al terminar el campamento.
Frunció el ceño al recordar sus tensas llamadas telefónicas semanales. No importaba lo que dijera, no daba hecho una grieta en la hostilidad de su hermana.
—Buenas tardes, Señorita Somerville. Hola, Pooh.
—Hola, Tony. —Le dirigió al portero una sonrisa deslumbrante cuando entró en el edificio de apartamentos.
Él tragó saliva, luego rápidamente se bajó para palmear el pompón de Pooh.
—Dejé entrar a su invitado como me pidió.
—Gracias. Eres un príncipe —Cruzó el vestíbulo, taconeando sobre el suelo de mármol rosa y oprimió el botón del ascensor.
—No podía creer que fuera tan agradable —dijo el portero desde atrás de ella—. Es como cualquier otra persona.
—Por supuesto que es “como cualquier otra persona”.
—Me hace sentir culpable por todas las cosas que solía llamarle.
______se erizó mientras seguía a Pooh al ascensor. Siempre le había gustado Tony, pero esto era algo que no podía ignorar.
—Deberías sentirte mal. Sólo porque un hombre sea gay no significa que no sea humano ni que no merezca el respeto de los demás.
Tony se alarmó.
—¿Es gay?
Las puertas correderas se cerraron.
Ella golpeó con la sandalia el suelo rosa del ascensor. Viktor seguía diciendo que no fuera su defensora, pero la mayoría de la gente que le importaba era homosexual y no podía hacer la vista gorda a la discriminación que sufrían.
Pensó en Arturo y en todo lo que había hecho por ella. Esos años con él en Sevilla había recorrido un largo camino para volver a tener fe en la bondad de los seres humanos. Recordó su rechoncho cuerpo delante del atril, con una mancha de pintura en su calva cuando él distraídamente frotaba la mano sobre la parte superior de su cabeza mientras la llamaba—: Phoebe, querida , ¿vienes aquí y me dices que opinas?
Arturo había sido un hombre con gracia y elegancia, un aristócrata de la vieja escuela, que con su sentido innato de la privacidad se negaba a dejar conocer al mundo su homosexualidad. Aunque nunca lo habían discutido, sabía que la utilizaba para que la gente pensara que era su amante y ella estaba encantada de poder devolverle, al menos en parte, todo lo que él le había dado.
Las puertas del ascensor se abrieron. Cruzó el vestíbulo alfombrado y abrió la puerta mientras Pooh tiraba de la correa, ladrando de excitación.
Inclinándose, le desabrochó la correa.
—Prepárate psicológicamente, Viktor. Terminator ataca de nuevo.
Cuando Pooh salió disparada, se metió los dedos en el cabello rubio para ahuecarlo. No se lo había secado después de la ducha, dejando que se rizara naturalmente con el aire y haciéndola parecer junto con el vestido de Simone deliciosamente sexy.
Una voz masculina no familiar con arrastrado acento sureño salió de su sala de estar.
—¡Baja, chucho! ¡Baja, maldita sea!
Ella jadeó, luego corrió, las suelas de sus sandalias pasaban rápidamente del negro al blanco en el ajedrezado del suelo mientras se acercaba. Con el pelo alborotado, se detuvo secamente cuando vio a Joe Jonas de pie en medio de su sala de estar. Lo reconoció inmediatamente, aunque sólo había tenido una breve conversación con él en el entierro de su padre. No era el tipo de hombre que se podía olvidar fácilmente y aunque habían pasado seis semanas su cara había surgido en su mente más de una vez.
Rubio, bien parecido y más grande de lo que recordaba, parecía haber nacido para crear problemas. En lugar de unos pantalones de algodón y una camisa, debería llevar un arrugado traje blanco y conducir por alguna carretera del sur en un viejo Cadillac, con latas de cerveza sobre el techo. O permanecer parado sobre el césped delantero de una mansión de antes de la guerra, aullando a la luna, mientras una joven Elizabeth Taylor permanecía dentro, en una cama de latón, esperando que volviera a casa.
Sintió el mismo desasosiego que había experimentado en su primer encuentro. Aunque él no se parecía nada al jugador de fútbol que la había violado tantos años atrás, tenía un miedo muy arraigado a los hombres físicamente poderosos. En el entierro había logrado disimular su intranquilidad con coquetería, una barrera protectora que, años atrás, había desarrollado como si fuera un arte. Pero en el entierro, no habían estado solos.
Pooh, que se tomaba el rechazo como un desafío personal, lo rodeaba, con la lengua fuera y el pompón de su cola marcando el ritmo de una cadencia que decía: amameamameamameamameamame.
Él miró del perro a Phoebe.
—Si me orina encima, la asesino.
______se echó hacia delante para agarrar rápidamente a su mascota.
—¿Qué hace aquí? ¿Cómo entró?
Él estudió su cara en vez de sus curvas, lo cual inmediatamente lo distinguió de otros hombres.
—El portero es un gran seguidor de los Giants. Es un buen tío.
Seguramente disfrutó con las historias que le conté de mis encuentros con L.T.
______no tenía ni idea de quién era L.T., pero recordó las frívolas instrucciones que le había dado a Tony cuando sacó a pasear a Pooh.
—Espero un invitado —había dicho— le abrirás el apartamento, ¿verdad?
La conversación que acababa de mantener con su portero cobró un sentido totalmente nuevo.
—¿Quien es L.T.? —le preguntó, mientras trataba de calmar a Pooh, que luchaba por escapar de sus brazos.
Joe la miró como si acabara de caer del espacio exterior. Metiendo las manos en los bolsillos de sus chinos, le dijo con suavidad:
—Señora, preguntas como esa le traerán un montón de problemas en las reuniones con otros dueños de equipos.
—No voy a asistir a ninguna reunión de dueños de equipos —contestó ella con la suficiente dulzura como para satisfacer una reunión de pesos pesados— así que no será un problema.
—¿Con que esas tenemos? —Su gran sonrisa no llegaba a sus ojos y le produjo un escalofrío—. Le diré señora, que Lawrence Taylor era el capellán del los New York Giants. Un caballero realmente afable que nos dirigía en la
oración antes de los partidos.
Ella supo que se estaba perdiendo algo, pero no iba a preguntar otra vez.
Su aparición en el apartamento la había sorprendido y quería despacharle tan rápido como fuera posible.
—Sr. Jonas , estoy encantada de que me haya dado esta sorpresa, pero me temo que no tengo tiempo para charlar.
—No tardaré mucho.
Se dio cuenta de que él no se iba a marchar hasta que hubiera explicado su presencia, así que asumió lo mejor que pudo una pose de estudiado aburrimiento.
—Sólo cinco minutos entonces, pero tengo que encerrar antes a mi perrita.—Se dirigió a la cocina para dejar a Pooh. La caniche se mostró muy tristecuando ______se fue.
Cuando regresó con su inoportuna visita, él estaba parado en mitad de la habitación estudiando la moderna decoración. Las sillas endebles, moldeadas como ramitas de metal acompañaban a sofás demasiados grandes tapizados con loneta gris. Las paredes pintadas y el suelo de terrazo enfatizaban la frialdad casi extrema de la habitación. Sus muebles eran más confortables y considerablemente más baratos, pero los tenía todos en un guardamuebles con excepción de la gran pintura que colgaba en la única pared libre de la estancia.
El lánguido desnudo era el primero que Arturo le había pintado, y aunque era muy valioso, nunca se separaría de él. En la pintura aparecía tumbada en una sencilla cama de madera de la casa de campo de Arturo al lado de una ventana, su cabello rubio se derramaba por la almohada mientras contemplaba el techo. El sol moteaba su piel desnuda con la luz que entrando por la ventana se reflejaba sobre la pared blanca de estuco.
No había colgado la pintura en la habitación más pública del apartamento por vanidad, sino porque la luz natural de las ventanas grandes la iluminaba mejor. Este retrato había sido ejecutado de una manera más realista que los
posteriores y mirar las suaves curvas de la figura y las ligeras pinceladas le daban un sentido de paz. Una pincelada coral coronaba el montículo de su pecho y un brillante parche amarillo limón iluminaba las delicadas sombras de color de lavanda de su vello púbico como si fueran pálidos hilos tejidos en seda.
Rara vez pensaba en la figura de la pintura como en sí misma, sino como alguien mucho mejor, una mujer a quien no le hubieran robado su sexualidad como a ella.
Joe estaba de espaldas a ella, estudiando abiertamente la pintura y haciéndola consciente de la exactitud con la que se exhibía su cuerpo. Cuando comenzó a girarse, ella se preparó psicológicamente para un comentario soez.
—Realmente bonito. —Él se dirigió a una de las frágiles sillas—. ¿Aguantará esta cosa?
—Si se rompe, le mandaré la factura.
Cuando se sentó, ella vio que él finalmente se fijaba en las sensuales curvas que el vestido de Simone tan manifiestamente exhibía y mentalmente suspiró de alivio. Éste, al menos, era territorio familiar
Ella sonrió cruzando los brazos y le dejó mirar hasta hartarse. Años atrás había descubierto que podía controlar las relaciones con hombres heterosexuales mucho mejor jugando a la sirena erótica que a la tímida ingenua. Ser la agresora sexual le daba sutilmente el mando. Era la que marcaba las reglas del juego en lugar del hombre y cuando los rechazaba, asumían que era porque no habían podido competir con los otros hombres de su vida. Ninguno de ellos se daba cuenta de que hubiera algo mal en ella.
Ella comenzó a hablar Joe do a su voz naturalmente ronca un matiz a lo Kathleen Turner.
—¿En qué está pensando Sr. Jonas ? Aparte de lo obvio.
—¿Lo obvio?
—El fútbol, por supuesto —contestó inocentemente—. No puedo ni imaginarme que un hombre como usted piense en alguna otra cosa. Lo mismo que mi padre.
—Le podría sorprender lo que piensa un hombre como yo.
Su voz arrastrada y cálida como una noche de verano recorrió su cuerpo, haciendo saltar todas sus campanas de alarma. Ella inmediatamente apoyó la cadera encima de la esquina de una pequeña consola de níquel, haciendo que su falda ceñida subiera más por sus muslos. Dejando colgar una sandalia del dedo del pie, dejó caer la mentira con su voz más sedosa.
—Lo siento, Sr. Jonas , pero ya tengo tantos suspensorios colgando de los postes de mi cama que no sé que hacer con ellos.
—¿De veras?
Ella inclinó la cabeza y lo contempló a través del pelo rubio que rozaba la comisura de uno de sus ojos, pose que llevaba años perfeccionando.
—Demasiadooos deportistas agotados. Ahora prefiero otro tipo de hombres, los que usan boxers.
—¿Los de Wall Street?
—Del congreso.
Él se rió.
—Mucho me temo que mis días más salvajes quedaron atrás.
—Que pena. ¿Una conversión religiosa?
—Nada tan interesante. Se supone que los entrenadores tenemos que adaptarnos a un papel.
—Qué aburrido.
—Y los propietarios de los equipos también.
Ella se apartó de la consola, situándose cuidadosamente para que él pudiera disfrutar de las curvas interiores de sus pechos a través de los cordones dorados del vestido.
—Oh, cariño. ¿Por qué creo que ahora viene el sermón?
—Puede que porque es lo único que se merece.
Ella quiso envolverse en su bata de felpa más vieja y gruesa. En lugar de eso, se lamió el labio con la lengua.
—Los gritos me molestan, así que por favor sea tierno.
Sus ojos se ensombrecieron con aversión.
—Señora, no lo merece. Tengo buenas razones para gritar, viendo la manera en que arrastra a la ruina a mi equipo.
—¿Su equipo? Caramba, Sr. Jonas , creía que era mío.
—Ahora mismo, cariño, parece que no es de nadie.
Él se levantó tan abruptamente de la silla que la hizo saltar hacia atrás. Trató de recobrarse fingiendo que quería sentarse. El ceñido vestido verde limón se subió aún más cuando ella se hundió encima del sofá. Lánguidamente
cruzó las piernas, exhibiendo la fina pulsera de oro del tobillo, pero él prestó poca atención. Lo que hizo fue comenzar a pasearse.
—Parece que no tiene ni la más remota idea de los problemas del equipo.
Su padre está muerto, Carl Pogue se ha despedido y el presidente interino es un cero a la izquierda. Tiene a los jugadores sin firmar, las facturas sin pagar, el contrato del estadio listo para ser renovado. De hecho, parece que es la
única persona que no sabe que el equipo está al borde del colapso.
—No sé nada de fútbol, Sr. Jonas . Tienen suerte de que los deje a su aire. —Tanteó el cordón sobre sus pechos, pero él ni miró.
—¡No se puede dejar a su aire a un equipo de la NFL!
—No veo por qué no.
—Déjeme darle una idea aproximada. Uno de los mejores talentos que tiene es un chico llamado Bobby Tom Denton. Bert le fichó cuando formaba parte del equipo de la universidad de Texas hace tres años y lo hizo porque Bobby Tom tenía potencial para ser uno de los mejores.
—¿Por qué me cuenta esto?
—Porque, Señorita Somerville, Bobby Tom es de Telarosa, Texas, y verse forzado a vivir en el estado de Illinois parte del año va contra su virilidad. Su padre lo sabía, así que se puso a renegociar el contrato de Bobby Tom antes de que el chico comenzase a pensar demasiado en cómo le gustaría vivir en Dallas todo el año. Las negociaciones se completaron poco antes de que Bert muriese.
—Metió los dedos a través de su despeinado pelo rubio—. Ahora mismo posee a Bobby Tom Denton, a un línea ofensiva bastante desagradable llamado Darnell Pruitt y a un línea secundaria al que le encanta obligar a los tíos más impresionantes a ponerse de rodillas. Desafortunadamente, no saca provecho de lo que ha pagado por ninguno de ellos porque no juegan. ¿Y sabe por qué que no juegan? ¡Porque está demasiado ocupada con todos esos tíos de los
boxers para firmar su jodido contrato!
Una llamarada ardiente de cólera la atravesó como un relámpago y ella saltó del sofá.
—Acabo de tener una revelación muy clarificadora, Sr. Jonas . Acabo de darme cuenta de que Bobby Tom Denton no es la única persona que poseo. Corríjame si me equivoco, ¿pero no es verdad que también soy su jefa?
—Eso es cierto, señora.
—Entonces, está despedido.
Pooh se distrajo por un dálmata cuando cruzaban la Quinta Avenida justo a la altura del Metropolitan. ______tiró con fuerza de la correa.
—Vamos, matadora. No tenemos tiempo de coquetear. Viktor nos espera.
—Afortunado Víktor —contestó el dueño del dálmata con una amplia sonrisa aborJoe do a ______y Pooh desde la acera.
______le echó una mirada a través de sus gafas de sol Annie Sullivan y vio que era un inofensivo yuppie. El recorrió con la mirada su vestido ceñido de color verde limón y sus ojos se detuvieron abruptamente en el escote entrecruzado del corpiño abierto. Se le abrió la boca.
—¿Oye? ¿No eres Madonna?
—No esta semana.
______cruzó. Una vez que alcanzó la acera opuesta, se quitó las gafas de sol para que nadie cometiera ese error otra vez. Señor… Madonna, qué barbaridad. Un día de estos, tenía que empezar a vestirse respetablemente.
Pero su amiga Simone, que había diseñado ese vestido, iba a estar en la fiesta a la que la llevaba Viktor esa noche y ______quería animarla.
Pooh y ella dejaron atrás la Quinta Avenida y alcanzaron las calles superiores a la dieciocho, mucho más tranquilas. Unos pendientes de aros demasiados grandes golpeaban sus orejas, los brazaletes de oro se agitaban en ambas muñecas, sus sandalias de tacón golpeaban ligeramente la acera y los hombres comenzaron a mirarla mientras pasaba. Sus curvilíneas caderasmarcaban un ritmo que parecía tener lenguaje propio:
Hot cha cha
Hot cha cha
Hot hot
Cha cha cha cha
Era sábado por la noche y los neoyorquinos adinerados ya vestidos para cena y teatro comenzaban a emerger de las casas señoriales de ladrillo y piedra, tan a la moda, que limitaban las calles angostas. Se acercó a Madison Avenue y al edificio de granito gris que le subarrendaba, muy barato, un amigo de Viktor.
Tres días antes, cuándo regresó a la ciudad desde Montauk, se había encontrado docenas de mensajes en el contestador. La mayor parte de ellos de la oficina de los Stars y los ignoró. Ninguno era de Molly diciéndole que había
cambiado de idea sobre ir directamente al colegio al terminar el campamento.
Frunció el ceño al recordar sus tensas llamadas telefónicas semanales. No importaba lo que dijera, no daba hecho una grieta en la hostilidad de su hermana.
—Buenas tardes, Señorita Somerville. Hola, Pooh.
—Hola, Tony. —Le dirigió al portero una sonrisa deslumbrante cuando entró en el edificio de apartamentos.
Él tragó saliva, luego rápidamente se bajó para palmear el pompón de Pooh.
—Dejé entrar a su invitado como me pidió.
—Gracias. Eres un príncipe —Cruzó el vestíbulo, taconeando sobre el suelo de mármol rosa y oprimió el botón del ascensor.
—No podía creer que fuera tan agradable —dijo el portero desde atrás de ella—. Es como cualquier otra persona.
—Por supuesto que es “como cualquier otra persona”.
—Me hace sentir culpable por todas las cosas que solía llamarle.
______se erizó mientras seguía a Pooh al ascensor. Siempre le había gustado Tony, pero esto era algo que no podía ignorar.
—Deberías sentirte mal. Sólo porque un hombre sea gay no significa que no sea humano ni que no merezca el respeto de los demás.
Tony se alarmó.
—¿Es gay?
Las puertas correderas se cerraron.
Ella golpeó con la sandalia el suelo rosa del ascensor. Viktor seguía diciendo que no fuera su defensora, pero la mayoría de la gente que le importaba era homosexual y no podía hacer la vista gorda a la discriminación que sufrían.
Pensó en Arturo y en todo lo que había hecho por ella. Esos años con él en Sevilla había recorrido un largo camino para volver a tener fe en la bondad de los seres humanos. Recordó su rechoncho cuerpo delante del atril, con una mancha de pintura en su calva cuando él distraídamente frotaba la mano sobre la parte superior de su cabeza mientras la llamaba—: Phoebe, querida , ¿vienes aquí y me dices que opinas?
Arturo había sido un hombre con gracia y elegancia, un aristócrata de la vieja escuela, que con su sentido innato de la privacidad se negaba a dejar conocer al mundo su homosexualidad. Aunque nunca lo habían discutido, sabía que la utilizaba para que la gente pensara que era su amante y ella estaba encantada de poder devolverle, al menos en parte, todo lo que él le había dado.
Las puertas del ascensor se abrieron. Cruzó el vestíbulo alfombrado y abrió la puerta mientras Pooh tiraba de la correa, ladrando de excitación.
Inclinándose, le desabrochó la correa.
—Prepárate psicológicamente, Viktor. Terminator ataca de nuevo.
Cuando Pooh salió disparada, se metió los dedos en el cabello rubio para ahuecarlo. No se lo había secado después de la ducha, dejando que se rizara naturalmente con el aire y haciéndola parecer junto con el vestido de Simone deliciosamente sexy.
Una voz masculina no familiar con arrastrado acento sureño salió de su sala de estar.
—¡Baja, chucho! ¡Baja, maldita sea!
Ella jadeó, luego corrió, las suelas de sus sandalias pasaban rápidamente del negro al blanco en el ajedrezado del suelo mientras se acercaba. Con el pelo alborotado, se detuvo secamente cuando vio a Joe Jonas de pie en medio de su sala de estar. Lo reconoció inmediatamente, aunque sólo había tenido una breve conversación con él en el entierro de su padre. No era el tipo de hombre que se podía olvidar fácilmente y aunque habían pasado seis semanas su cara había surgido en su mente más de una vez.
Rubio, bien parecido y más grande de lo que recordaba, parecía haber nacido para crear problemas. En lugar de unos pantalones de algodón y una camisa, debería llevar un arrugado traje blanco y conducir por alguna carretera del sur en un viejo Cadillac, con latas de cerveza sobre el techo. O permanecer parado sobre el césped delantero de una mansión de antes de la guerra, aullando a la luna, mientras una joven Elizabeth Taylor permanecía dentro, en una cama de latón, esperando que volviera a casa.
Sintió el mismo desasosiego que había experimentado en su primer encuentro. Aunque él no se parecía nada al jugador de fútbol que la había violado tantos años atrás, tenía un miedo muy arraigado a los hombres físicamente poderosos. En el entierro había logrado disimular su intranquilidad con coquetería, una barrera protectora que, años atrás, había desarrollado como si fuera un arte. Pero en el entierro, no habían estado solos.
Pooh, que se tomaba el rechazo como un desafío personal, lo rodeaba, con la lengua fuera y el pompón de su cola marcando el ritmo de una cadencia que decía: amameamameamameamameamame.
Él miró del perro a Phoebe.
—Si me orina encima, la asesino.
______se echó hacia delante para agarrar rápidamente a su mascota.
—¿Qué hace aquí? ¿Cómo entró?
Él estudió su cara en vez de sus curvas, lo cual inmediatamente lo distinguió de otros hombres.
—El portero es un gran seguidor de los Giants. Es un buen tío.
Seguramente disfrutó con las historias que le conté de mis encuentros con L.T.
______no tenía ni idea de quién era L.T., pero recordó las frívolas instrucciones que le había dado a Tony cuando sacó a pasear a Pooh.
—Espero un invitado —había dicho— le abrirás el apartamento, ¿verdad?
La conversación que acababa de mantener con su portero cobró un sentido totalmente nuevo.
—¿Quien es L.T.? —le preguntó, mientras trataba de calmar a Pooh, que luchaba por escapar de sus brazos.
Joe la miró como si acabara de caer del espacio exterior. Metiendo las manos en los bolsillos de sus chinos, le dijo con suavidad:
—Señora, preguntas como esa le traerán un montón de problemas en las reuniones con otros dueños de equipos.
—No voy a asistir a ninguna reunión de dueños de equipos —contestó ella con la suficiente dulzura como para satisfacer una reunión de pesos pesados— así que no será un problema.
—¿Con que esas tenemos? —Su gran sonrisa no llegaba a sus ojos y le produjo un escalofrío—. Le diré señora, que Lawrence Taylor era el capellán del los New York Giants. Un caballero realmente afable que nos dirigía en la
oración antes de los partidos.
Ella supo que se estaba perdiendo algo, pero no iba a preguntar otra vez.
Su aparición en el apartamento la había sorprendido y quería despacharle tan rápido como fuera posible.
—Sr. Jonas , estoy encantada de que me haya dado esta sorpresa, pero me temo que no tengo tiempo para charlar.
—No tardaré mucho.
Se dio cuenta de que él no se iba a marchar hasta que hubiera explicado su presencia, así que asumió lo mejor que pudo una pose de estudiado aburrimiento.
—Sólo cinco minutos entonces, pero tengo que encerrar antes a mi perrita.—Se dirigió a la cocina para dejar a Pooh. La caniche se mostró muy tristecuando ______se fue.
Cuando regresó con su inoportuna visita, él estaba parado en mitad de la habitación estudiando la moderna decoración. Las sillas endebles, moldeadas como ramitas de metal acompañaban a sofás demasiados grandes tapizados con loneta gris. Las paredes pintadas y el suelo de terrazo enfatizaban la frialdad casi extrema de la habitación. Sus muebles eran más confortables y considerablemente más baratos, pero los tenía todos en un guardamuebles con excepción de la gran pintura que colgaba en la única pared libre de la estancia.
El lánguido desnudo era el primero que Arturo le había pintado, y aunque era muy valioso, nunca se separaría de él. En la pintura aparecía tumbada en una sencilla cama de madera de la casa de campo de Arturo al lado de una ventana, su cabello rubio se derramaba por la almohada mientras contemplaba el techo. El sol moteaba su piel desnuda con la luz que entrando por la ventana se reflejaba sobre la pared blanca de estuco.
No había colgado la pintura en la habitación más pública del apartamento por vanidad, sino porque la luz natural de las ventanas grandes la iluminaba mejor. Este retrato había sido ejecutado de una manera más realista que los
posteriores y mirar las suaves curvas de la figura y las ligeras pinceladas le daban un sentido de paz. Una pincelada coral coronaba el montículo de su pecho y un brillante parche amarillo limón iluminaba las delicadas sombras de color de lavanda de su vello púbico como si fueran pálidos hilos tejidos en seda.
Rara vez pensaba en la figura de la pintura como en sí misma, sino como alguien mucho mejor, una mujer a quien no le hubieran robado su sexualidad como a ella.
Joe estaba de espaldas a ella, estudiando abiertamente la pintura y haciéndola consciente de la exactitud con la que se exhibía su cuerpo. Cuando comenzó a girarse, ella se preparó psicológicamente para un comentario soez.
—Realmente bonito. —Él se dirigió a una de las frágiles sillas—. ¿Aguantará esta cosa?
—Si se rompe, le mandaré la factura.
Cuando se sentó, ella vio que él finalmente se fijaba en las sensuales curvas que el vestido de Simone tan manifiestamente exhibía y mentalmente suspiró de alivio. Éste, al menos, era territorio familiar
Ella sonrió cruzando los brazos y le dejó mirar hasta hartarse. Años atrás había descubierto que podía controlar las relaciones con hombres heterosexuales mucho mejor jugando a la sirena erótica que a la tímida ingenua. Ser la agresora sexual le daba sutilmente el mando. Era la que marcaba las reglas del juego en lugar del hombre y cuando los rechazaba, asumían que era porque no habían podido competir con los otros hombres de su vida. Ninguno de ellos se daba cuenta de que hubiera algo mal en ella.
Ella comenzó a hablar Joe do a su voz naturalmente ronca un matiz a lo Kathleen Turner.
—¿En qué está pensando Sr. Jonas ? Aparte de lo obvio.
—¿Lo obvio?
—El fútbol, por supuesto —contestó inocentemente—. No puedo ni imaginarme que un hombre como usted piense en alguna otra cosa. Lo mismo que mi padre.
—Le podría sorprender lo que piensa un hombre como yo.
Su voz arrastrada y cálida como una noche de verano recorrió su cuerpo, haciendo saltar todas sus campanas de alarma. Ella inmediatamente apoyó la cadera encima de la esquina de una pequeña consola de níquel, haciendo que su falda ceñida subiera más por sus muslos. Dejando colgar una sandalia del dedo del pie, dejó caer la mentira con su voz más sedosa.
—Lo siento, Sr. Jonas , pero ya tengo tantos suspensorios colgando de los postes de mi cama que no sé que hacer con ellos.
—¿De veras?
Ella inclinó la cabeza y lo contempló a través del pelo rubio que rozaba la comisura de uno de sus ojos, pose que llevaba años perfeccionando.
—Demasiadooos deportistas agotados. Ahora prefiero otro tipo de hombres, los que usan boxers.
—¿Los de Wall Street?
—Del congreso.
Él se rió.
—Mucho me temo que mis días más salvajes quedaron atrás.
—Que pena. ¿Una conversión religiosa?
—Nada tan interesante. Se supone que los entrenadores tenemos que adaptarnos a un papel.
—Qué aburrido.
—Y los propietarios de los equipos también.
Ella se apartó de la consola, situándose cuidadosamente para que él pudiera disfrutar de las curvas interiores de sus pechos a través de los cordones dorados del vestido.
—Oh, cariño. ¿Por qué creo que ahora viene el sermón?
—Puede que porque es lo único que se merece.
Ella quiso envolverse en su bata de felpa más vieja y gruesa. En lugar de eso, se lamió el labio con la lengua.
—Los gritos me molestan, así que por favor sea tierno.
Sus ojos se ensombrecieron con aversión.
—Señora, no lo merece. Tengo buenas razones para gritar, viendo la manera en que arrastra a la ruina a mi equipo.
—¿Su equipo? Caramba, Sr. Jonas , creía que era mío.
—Ahora mismo, cariño, parece que no es de nadie.
Él se levantó tan abruptamente de la silla que la hizo saltar hacia atrás. Trató de recobrarse fingiendo que quería sentarse. El ceñido vestido verde limón se subió aún más cuando ella se hundió encima del sofá. Lánguidamente
cruzó las piernas, exhibiendo la fina pulsera de oro del tobillo, pero él prestó poca atención. Lo que hizo fue comenzar a pasearse.
—Parece que no tiene ni la más remota idea de los problemas del equipo.
Su padre está muerto, Carl Pogue se ha despedido y el presidente interino es un cero a la izquierda. Tiene a los jugadores sin firmar, las facturas sin pagar, el contrato del estadio listo para ser renovado. De hecho, parece que es la
única persona que no sabe que el equipo está al borde del colapso.
—No sé nada de fútbol, Sr. Jonas . Tienen suerte de que los deje a su aire. —Tanteó el cordón sobre sus pechos, pero él ni miró.
—¡No se puede dejar a su aire a un equipo de la NFL!
—No veo por qué no.
—Déjeme darle una idea aproximada. Uno de los mejores talentos que tiene es un chico llamado Bobby Tom Denton. Bert le fichó cuando formaba parte del equipo de la universidad de Texas hace tres años y lo hizo porque Bobby Tom tenía potencial para ser uno de los mejores.
—¿Por qué me cuenta esto?
—Porque, Señorita Somerville, Bobby Tom es de Telarosa, Texas, y verse forzado a vivir en el estado de Illinois parte del año va contra su virilidad. Su padre lo sabía, así que se puso a renegociar el contrato de Bobby Tom antes de que el chico comenzase a pensar demasiado en cómo le gustaría vivir en Dallas todo el año. Las negociaciones se completaron poco antes de que Bert muriese.
—Metió los dedos a través de su despeinado pelo rubio—. Ahora mismo posee a Bobby Tom Denton, a un línea ofensiva bastante desagradable llamado Darnell Pruitt y a un línea secundaria al que le encanta obligar a los tíos más impresionantes a ponerse de rodillas. Desafortunadamente, no saca provecho de lo que ha pagado por ninguno de ellos porque no juegan. ¿Y sabe por qué que no juegan? ¡Porque está demasiado ocupada con todos esos tíos de los
boxers para firmar su jodido contrato!
Una llamarada ardiente de cólera la atravesó como un relámpago y ella saltó del sofá.
—Acabo de tener una revelación muy clarificadora, Sr. Jonas . Acabo de darme cuenta de que Bobby Tom Denton no es la única persona que poseo. Corríjame si me equivoco, ¿pero no es verdad que también soy su jefa?
—Eso es cierto, señora.
—Entonces, está despedido.
D.A. Torrez.
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
Parte 2:
Él la miró durante un largo momento antes de inclinar bruscamente la cabeza.
—De acuerdo. —Sin otra palabra, se dirigió a la salida de la habitación.
Tan rápidamente como llegó, su cólera se disipó y la alarma tomó su lugar.
¿Qué había hecho? Incluso un tonto que no tenía ni idea de fútbol sabía que no se debería despedir al entrenador principal. Éste era exactamente el tipo de comportamiento impulsivo del que Viktor siempre la advertía.
Ella oyó sus firmes pisada en el suelo de mármol y salió precipitadamente detrás de él al vestíbulo.
—Sr. Jonas , yo…
Él se giró hacia ella y su voz arrastrada exudó veneno.
—Mis cinco minutos terminaron, señora.
—Pero es que yo…
—Fue usted quien puso el límite de tiempo.
Al mismo tiempo que cogía el picaporte, una llave penetró en el cerrojo y la puerta se abrió para revelar a Viktor de pie al otro lado. Tenía puesta una camiseta negra de seda con pantalones de camuflaje, tirantes naranjas de cuero y botas de motociclista. Su pelo oscuro caía liso y pesado sobre sus hombros y llevaba una bolsa de papel en sus manos. Era guapo y seguro y ella no pudo recordar cuándo había estado tan contenta de ver a alguien.
Durante unos segundos, sus ojos parecieron tomar nota de su expresión frenética y de la mirada enfadada de Joe Jonas . Les dirigió a ambos su gran sonrisa.
—¡Una fiesta! Traje pasteles de arroz y col kimchi, Phoebe, junto con chapch'ae y pulgogi para mí. Ya sabes lo mala que será la comida esta noche, así que pensé que deberíamos comer antes de ir. ¿Le gusta la comida coreana, entrenador Jonas ?
—No creo que la haya comido nunca. Ahora, si me excusáis…
Viktor, con más coraje que la mayoría de hombres que se ponía delante de Joe le dijo:
—Por favor. Realmente debo insistir. Tenemos el mejor restaurante coreano de Nueva York a apenas tres manzanas de aquí. —Extendió su brazo para darle la mano—. Soy Viktor Szabo. Creo que nos conocimos en ese horrible entierro, pero soy un gran aficionado al fútbol americano. Sin embargo, aún estoy aprendiendo y agradecería la oportunidad de preguntar algunas cosas a un experto. El ataque sorpresa, por ejemplo… ¡Phoebe, tenemos cerveza! Cuando los americanos hablan de fútbol, beben cerveza. Miller, ¿no?
Viktor gradualmente había introducido a Joe unos pasos en el apartamento, pero ahora el entrenador se detuvo, obviamente no se iba a mover más allá.
—Gracias por la invitación, Viktor, pero voy a pasar. La Señorita Somerville acaba de despedirme y no estoy de humor para tener compañía.
Viktor se rió mientras dejaba caer la bolsa con comida en los brazos de Phoebe.
—Debería empezar a saber cuando se debe hacer caso a ______y cuando se la debe ignorar. Es lo que los americanos llaman… —vaciló, buscando la frase correcta— una cagada.
—¡Viktor!
Él se inclinó hacia adelante y plantó un beso rápido en su frente.
—Dile al entrenador Jonas que no tuviste intención de despedirle.
Ella lo golpeó con orgullo ofendido.
—Tuve intención de despedirle.
Viktor chasqueó la lengua.
—Ahora dile la verdad.
Ella iba a matarle por esto. Recogiendo los trozos de su dignidad, dijo consuavidad:
—Tuve intención de despedirle, pero quizá no debería haberlo hecho. Lamento mi temperamento explosivo, Sr. Jonas , aunque me provocó. Considérese readmitido.
Él clavó los ojos en ella. Ella le devolvió la mirada, pero los olores de las especias de la comida coreana le cosquilleaban en la nariz y hacían lagrimear los ojos, así que supo que no causaba demasiada impresión.
—El trabajo no me atrae demasiado en este momento —dijo.
Viktor suspiró.
—Ya veo que hay que discutir las cosas con calma, lo haremos mientras comemos. Sólo puedo tratar con una persona terca cada vez, Entrenador Jonas . ¿Compartirá la comida con nosotros, verdad?
—No creo.
—Por favor. Por el bien del fútbol. Y del futuro victorioso de los Chicago Stars.
Joe se tomó tiempo antes de asentir abruptamente con la cabeza.
—De acuerdo.
Viktor pareció un padre orgulloso, alborotando el pelo de ______y dándole un empujón hacia la cocina.
—Haz tu trabajo de mujer. Nosotros los hombres tenemos hambre.
______abrió la boca para regañarle furiosamente, pero entonces se contuvo y la cerró. No sólo era que Viktor fuera su amigo, sino calaba bien a las personas y tenía que confiar en él. Lo miró de reojo, castigar al entrenador era como tener un swing extra a tiro y nunca tener oportunidad de tirarlo.
Cuando los hombres se metieron en la cocina azul y blanca detrás de ella, Pooh se volvió loca, pero como la perra concentró su atención en Viktor en lugar de en el Entrenador, ______no necesitó ir al rescate.
Diez minutos más tarde los tres estaban sentados en las metálicas sillas blancas alrededor de la mesa redonda del pequeño comedor de la cocina. Ella sirvió la comida coreana en platos blancos de porcelana, cada uno de ellos estaba pintada con una carpa estilizada azul marino que era del mismo color que los mantelitos individuales de tela. Sólo el hecho que hubiera dejado la cerveza en las botellas, como decía Viktor que hacían los machos , arruinaba la combinación de colores azul y blanco.
—Pulgogi es la expresión coreana de barbacoa —aclaró Viktor, después de que el hombre terminara una explicación incomprensible sobre el ataque sorpresa. Cogió otra fajita de carne adobada en sésamo con el tenedor.
—A ______no le gusta, pero yo soy totalmente adicto. ¿Qué le parece a usted?
—Dudo que vaya a dejar a McDonald fuera del negocio, pero no está tan mal.
______había estado observando secretamente a Joe buscando signos sutiles de homofobia y la desilusionó que no mostrara ninguno porque no le daba una excusa para echarle de su casa. Estudió su cara. Él ciertamente no era tan guapo como muchos de los amigos de Viktor. Tenía ese pequeño bulto en el puente de la nariz y la delgada cicatriz blanca en la barbilla. Pero, se mentiría a si misma si negara que era un hombre increíblemente atractivo.
Incluso podía ser encantador cuando lo intentaba y varias veces ella había tenido que esforzarse para no sonreír con su excéntrico sentido del humor.
Viktor colocó sobre el plato su tenedor y se limpió la boca con una servilleta.
—Ahora, Joe , quizá pueda explicarme los motivos de su discusión con mi
Phoebe. Le aviso, es de las personas que más quiero.
—Será la costumbre. Como esa carne coreana.
Viktor suspiró.
—Joe , Joe . Así no funcionará, lo sabe. Ella es muy sensible. Si los dos deben trabajar hombro con hombro, tienen que lograr una especie de tregua.
Ella abrió la boca para decirle a Viktor que estaba loco, pero sintió la dura presión de su mano en el muslo.
—El problema es, Viktor, que no vamos a trabajar hombro con hombro porque su ______no asumirá su responsabilidad con su "equipo de fútbol".
Viktor palmeó el brazo de Phoebe.
—Es una suerte, Joe , que actúe así. No sabe nada de deportes.
La tensión provocada por la condescendencia masculina se palpaba en el aire hasta tal punto que ella apenas podía respirar, pero guardó silencio.
Joe le dio una patada a Pooh con su pie derecho. El caniche se puso al lado del izquierdo.
—No necesita saber nada de deportes. Sólo necesita despedir al actual presidente, contratar a alguien con más experiencia y firmar los contratos que la esperan. —Brevemente, perfiló las dificultades que los Stars habían tenido
desde la muerte de Bert.
Viktor, que tenía buena cabeza para los negocios y era notablemente tacaño con el dinero, frunció el ceño.
—Phoebe, cariñín, me temo que tiene razón.
—Sabes las condiciones del testamento de mi padre. Me dejó los Stars sólo para darme una lección. No juego a su son.
—Algunos juegos no se pueden dejar de jugar, Señorita Somerville, sin
lastimar a un gran número de personas.
—No voy a perder el sueño por un montón de hombres crecidos gritando y bebiendo cerveza porque no están ganando unos partidos de fútbol.
—¿Y por todos los empleados de las instalaciones que van a perder su trabajo? La venta de entradas disminuyó el año pasado y eso significa despidos.
¿Qué pasa con su familia, Señorita Somerville. ¿Perderá el sueño por ellos?
La hizo sentir como un gusano egoísta. Había estado tan absorta en sus sentimientos que no se había molestado en considerar el efecto que su decisión de darle la espalda a los Stars, podría tener en otras personas. Pero no podía encontrar la manera de ser fiel a sí misma sin lastimar a nadie. Pasaron varios segundos mientras consideraba sus opciones. Finalmente, hizo un gesto indolente.
—Bueno, Sr. Jonas . Finalmente me ha convencido. No voy a Chicago, pero me puede enviar los contratos aquí y los firmaré.
—Me temo que eso no vale, madam. Por si se había olvidado, me despidió. Si quiere que vuelva, entonces va a tener que aceptar algunas de mis condiciones.
—¿Qué condiciones? —preguntó con mucha cautela.
Él se repantigó en su silla como un señorón después de una cena de siete platos, pero los señorones eran gordos y feos en vez de ser deportistas con músculos duros, pechos poderosos y enormes sonrisas letales.
—Estas. Quiero que vaya a las oficinas de los Stars el martes al mediodía y firme esos tres contratos. Luego nos sentaremos con Steve Kovak, su jefe de personal y pensaremos en candidatos capacitados para ser presidentes.
Contratará a uno de ellos el fin de semana y desde ese momento el equipo no será su responsabilidad, pero se presentará al trabajo como todos los demás y firmará todos los documentos que sea necesario.
Sólo la advertencia en los ojos de Viktor la detuvo de vaciar los restos de pulgogi en el regazo del entrenador. Podía notar como la trampa de su padre se cerraba alrededor de ella y pensó en esas semanas en las que había estado en Montauk caminando por la playa y tratando de devolver la paz a su vida. ¿Pero cómo podía ella estar en paz consigo misma si personas inocentes sufrían por su terco orgullo?
Consideró los cien mil dólares. A la vista de lo qué Joe Jonas le había dicho, ya no le parecía como si fuera dinero manchado. Todo lo que tenía que hacer para ganarlos era resistir los tres o cuatro meses siguientes. Cuando pasaran, tendría la conciencia tranquila y el dinero que necesitaba para abrir su propia galería de arte.
Con un cierto sentimiento de inevitabilidad, le dirigió una sonrisa brillante y falsa.
—Me ha convencido Sr. Jonas . Pero ya se lo advierto ahora. No iré a ver ningún partido de fútbol.
—Eso probablemente será lo mejor.
Viktor extendió los brazos y les dirigió a cada uno una sonrisa aprobatoria.
—Así. ¿Ven lo fácil que es la vida cuando las personas tercas como mulas están dispuestas a llegar a un compromiso?
Antes de que ______pudiera responder, el teléfono comenzó a sonar.
Aunque lo podía haber contestado allí mismo, aprovechó la oportunidad de escapar y se excusó. Pooh trotó tras ella mientras salía de la cocina.
La puerta se cerró detrás de ella y los dos hombres se estudiaron durante un largo rato. Viktor habló primero.
—Debe prometerme, entrenador, que no la lastimará.
—Lo prometo.
—Lo ha dicho demasiado rápido para mi gusto. La verdad es que no le creo.
—Soy un hombre de palabra, y le prometo que no la lastimaré. —Flexionó las manos—. Cuando la asesine, lo haré tan rápido que no sentirá nada.
Viktor suspiró.
—Eso es exactamente lo que me temía.
Él la miró durante un largo momento antes de inclinar bruscamente la cabeza.
—De acuerdo. —Sin otra palabra, se dirigió a la salida de la habitación.
Tan rápidamente como llegó, su cólera se disipó y la alarma tomó su lugar.
¿Qué había hecho? Incluso un tonto que no tenía ni idea de fútbol sabía que no se debería despedir al entrenador principal. Éste era exactamente el tipo de comportamiento impulsivo del que Viktor siempre la advertía.
Ella oyó sus firmes pisada en el suelo de mármol y salió precipitadamente detrás de él al vestíbulo.
—Sr. Jonas , yo…
Él se giró hacia ella y su voz arrastrada exudó veneno.
—Mis cinco minutos terminaron, señora.
—Pero es que yo…
—Fue usted quien puso el límite de tiempo.
Al mismo tiempo que cogía el picaporte, una llave penetró en el cerrojo y la puerta se abrió para revelar a Viktor de pie al otro lado. Tenía puesta una camiseta negra de seda con pantalones de camuflaje, tirantes naranjas de cuero y botas de motociclista. Su pelo oscuro caía liso y pesado sobre sus hombros y llevaba una bolsa de papel en sus manos. Era guapo y seguro y ella no pudo recordar cuándo había estado tan contenta de ver a alguien.
Durante unos segundos, sus ojos parecieron tomar nota de su expresión frenética y de la mirada enfadada de Joe Jonas . Les dirigió a ambos su gran sonrisa.
—¡Una fiesta! Traje pasteles de arroz y col kimchi, Phoebe, junto con chapch'ae y pulgogi para mí. Ya sabes lo mala que será la comida esta noche, así que pensé que deberíamos comer antes de ir. ¿Le gusta la comida coreana, entrenador Jonas ?
—No creo que la haya comido nunca. Ahora, si me excusáis…
Viktor, con más coraje que la mayoría de hombres que se ponía delante de Joe le dijo:
—Por favor. Realmente debo insistir. Tenemos el mejor restaurante coreano de Nueva York a apenas tres manzanas de aquí. —Extendió su brazo para darle la mano—. Soy Viktor Szabo. Creo que nos conocimos en ese horrible entierro, pero soy un gran aficionado al fútbol americano. Sin embargo, aún estoy aprendiendo y agradecería la oportunidad de preguntar algunas cosas a un experto. El ataque sorpresa, por ejemplo… ¡Phoebe, tenemos cerveza! Cuando los americanos hablan de fútbol, beben cerveza. Miller, ¿no?
Viktor gradualmente había introducido a Joe unos pasos en el apartamento, pero ahora el entrenador se detuvo, obviamente no se iba a mover más allá.
—Gracias por la invitación, Viktor, pero voy a pasar. La Señorita Somerville acaba de despedirme y no estoy de humor para tener compañía.
Viktor se rió mientras dejaba caer la bolsa con comida en los brazos de Phoebe.
—Debería empezar a saber cuando se debe hacer caso a ______y cuando se la debe ignorar. Es lo que los americanos llaman… —vaciló, buscando la frase correcta— una cagada.
—¡Viktor!
Él se inclinó hacia adelante y plantó un beso rápido en su frente.
—Dile al entrenador Jonas que no tuviste intención de despedirle.
Ella lo golpeó con orgullo ofendido.
—Tuve intención de despedirle.
Viktor chasqueó la lengua.
—Ahora dile la verdad.
Ella iba a matarle por esto. Recogiendo los trozos de su dignidad, dijo consuavidad:
—Tuve intención de despedirle, pero quizá no debería haberlo hecho. Lamento mi temperamento explosivo, Sr. Jonas , aunque me provocó. Considérese readmitido.
Él clavó los ojos en ella. Ella le devolvió la mirada, pero los olores de las especias de la comida coreana le cosquilleaban en la nariz y hacían lagrimear los ojos, así que supo que no causaba demasiada impresión.
—El trabajo no me atrae demasiado en este momento —dijo.
Viktor suspiró.
—Ya veo que hay que discutir las cosas con calma, lo haremos mientras comemos. Sólo puedo tratar con una persona terca cada vez, Entrenador Jonas . ¿Compartirá la comida con nosotros, verdad?
—No creo.
—Por favor. Por el bien del fútbol. Y del futuro victorioso de los Chicago Stars.
Joe se tomó tiempo antes de asentir abruptamente con la cabeza.
—De acuerdo.
Viktor pareció un padre orgulloso, alborotando el pelo de ______y dándole un empujón hacia la cocina.
—Haz tu trabajo de mujer. Nosotros los hombres tenemos hambre.
______abrió la boca para regañarle furiosamente, pero entonces se contuvo y la cerró. No sólo era que Viktor fuera su amigo, sino calaba bien a las personas y tenía que confiar en él. Lo miró de reojo, castigar al entrenador era como tener un swing extra a tiro y nunca tener oportunidad de tirarlo.
Cuando los hombres se metieron en la cocina azul y blanca detrás de ella, Pooh se volvió loca, pero como la perra concentró su atención en Viktor en lugar de en el Entrenador, ______no necesitó ir al rescate.
Diez minutos más tarde los tres estaban sentados en las metálicas sillas blancas alrededor de la mesa redonda del pequeño comedor de la cocina. Ella sirvió la comida coreana en platos blancos de porcelana, cada uno de ellos estaba pintada con una carpa estilizada azul marino que era del mismo color que los mantelitos individuales de tela. Sólo el hecho que hubiera dejado la cerveza en las botellas, como decía Viktor que hacían los machos , arruinaba la combinación de colores azul y blanco.
—Pulgogi es la expresión coreana de barbacoa —aclaró Viktor, después de que el hombre terminara una explicación incomprensible sobre el ataque sorpresa. Cogió otra fajita de carne adobada en sésamo con el tenedor.
—A ______no le gusta, pero yo soy totalmente adicto. ¿Qué le parece a usted?
—Dudo que vaya a dejar a McDonald fuera del negocio, pero no está tan mal.
______había estado observando secretamente a Joe buscando signos sutiles de homofobia y la desilusionó que no mostrara ninguno porque no le daba una excusa para echarle de su casa. Estudió su cara. Él ciertamente no era tan guapo como muchos de los amigos de Viktor. Tenía ese pequeño bulto en el puente de la nariz y la delgada cicatriz blanca en la barbilla. Pero, se mentiría a si misma si negara que era un hombre increíblemente atractivo.
Incluso podía ser encantador cuando lo intentaba y varias veces ella había tenido que esforzarse para no sonreír con su excéntrico sentido del humor.
Viktor colocó sobre el plato su tenedor y se limpió la boca con una servilleta.
—Ahora, Joe , quizá pueda explicarme los motivos de su discusión con mi
Phoebe. Le aviso, es de las personas que más quiero.
—Será la costumbre. Como esa carne coreana.
Viktor suspiró.
—Joe , Joe . Así no funcionará, lo sabe. Ella es muy sensible. Si los dos deben trabajar hombro con hombro, tienen que lograr una especie de tregua.
Ella abrió la boca para decirle a Viktor que estaba loco, pero sintió la dura presión de su mano en el muslo.
—El problema es, Viktor, que no vamos a trabajar hombro con hombro porque su ______no asumirá su responsabilidad con su "equipo de fútbol".
Viktor palmeó el brazo de Phoebe.
—Es una suerte, Joe , que actúe así. No sabe nada de deportes.
La tensión provocada por la condescendencia masculina se palpaba en el aire hasta tal punto que ella apenas podía respirar, pero guardó silencio.
Joe le dio una patada a Pooh con su pie derecho. El caniche se puso al lado del izquierdo.
—No necesita saber nada de deportes. Sólo necesita despedir al actual presidente, contratar a alguien con más experiencia y firmar los contratos que la esperan. —Brevemente, perfiló las dificultades que los Stars habían tenido
desde la muerte de Bert.
Viktor, que tenía buena cabeza para los negocios y era notablemente tacaño con el dinero, frunció el ceño.
—Phoebe, cariñín, me temo que tiene razón.
—Sabes las condiciones del testamento de mi padre. Me dejó los Stars sólo para darme una lección. No juego a su son.
—Algunos juegos no se pueden dejar de jugar, Señorita Somerville, sin
lastimar a un gran número de personas.
—No voy a perder el sueño por un montón de hombres crecidos gritando y bebiendo cerveza porque no están ganando unos partidos de fútbol.
—¿Y por todos los empleados de las instalaciones que van a perder su trabajo? La venta de entradas disminuyó el año pasado y eso significa despidos.
¿Qué pasa con su familia, Señorita Somerville. ¿Perderá el sueño por ellos?
La hizo sentir como un gusano egoísta. Había estado tan absorta en sus sentimientos que no se había molestado en considerar el efecto que su decisión de darle la espalda a los Stars, podría tener en otras personas. Pero no podía encontrar la manera de ser fiel a sí misma sin lastimar a nadie. Pasaron varios segundos mientras consideraba sus opciones. Finalmente, hizo un gesto indolente.
—Bueno, Sr. Jonas . Finalmente me ha convencido. No voy a Chicago, pero me puede enviar los contratos aquí y los firmaré.
—Me temo que eso no vale, madam. Por si se había olvidado, me despidió. Si quiere que vuelva, entonces va a tener que aceptar algunas de mis condiciones.
—¿Qué condiciones? —preguntó con mucha cautela.
Él se repantigó en su silla como un señorón después de una cena de siete platos, pero los señorones eran gordos y feos en vez de ser deportistas con músculos duros, pechos poderosos y enormes sonrisas letales.
—Estas. Quiero que vaya a las oficinas de los Stars el martes al mediodía y firme esos tres contratos. Luego nos sentaremos con Steve Kovak, su jefe de personal y pensaremos en candidatos capacitados para ser presidentes.
Contratará a uno de ellos el fin de semana y desde ese momento el equipo no será su responsabilidad, pero se presentará al trabajo como todos los demás y firmará todos los documentos que sea necesario.
Sólo la advertencia en los ojos de Viktor la detuvo de vaciar los restos de pulgogi en el regazo del entrenador. Podía notar como la trampa de su padre se cerraba alrededor de ella y pensó en esas semanas en las que había estado en Montauk caminando por la playa y tratando de devolver la paz a su vida. ¿Pero cómo podía ella estar en paz consigo misma si personas inocentes sufrían por su terco orgullo?
Consideró los cien mil dólares. A la vista de lo qué Joe Jonas le había dicho, ya no le parecía como si fuera dinero manchado. Todo lo que tenía que hacer para ganarlos era resistir los tres o cuatro meses siguientes. Cuando pasaran, tendría la conciencia tranquila y el dinero que necesitaba para abrir su propia galería de arte.
Con un cierto sentimiento de inevitabilidad, le dirigió una sonrisa brillante y falsa.
—Me ha convencido Sr. Jonas . Pero ya se lo advierto ahora. No iré a ver ningún partido de fútbol.
—Eso probablemente será lo mejor.
Viktor extendió los brazos y les dirigió a cada uno una sonrisa aprobatoria.
—Así. ¿Ven lo fácil que es la vida cuando las personas tercas como mulas están dispuestas a llegar a un compromiso?
Antes de que ______pudiera responder, el teléfono comenzó a sonar.
Aunque lo podía haber contestado allí mismo, aprovechó la oportunidad de escapar y se excusó. Pooh trotó tras ella mientras salía de la cocina.
La puerta se cerró detrás de ella y los dos hombres se estudiaron durante un largo rato. Viktor habló primero.
—Debe prometerme, entrenador, que no la lastimará.
—Lo prometo.
—Lo ha dicho demasiado rápido para mi gusto. La verdad es que no le creo.
—Soy un hombre de palabra, y le prometo que no la lastimaré. —Flexionó las manos—. Cuando la asesine, lo haré tan rápido que no sentirá nada.
Viktor suspiró.
—Eso es exactamente lo que me temía.
D.A. Torrez.
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
Cchaaan!! que pasará!! akshdkhdksaf siguela porfavor!!
helado00
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
CAPÍTULO 6
Parte 1
—Ya llegamos, Señorita Somerville.
El Buick modelo Park Avenue dejó la carretera principal y tomó un camino de acceso de dos carriles marcado con un letrero azul y blanco de madera donde se podía leer: Stars Drive. Annette Miles, la conductora que había recogido a ______en O'Hare, había sido la secretaria de Bert durante varios años. Era cuarentona, demasiado gorda y su pelo era corto y canoso. Aunque educada, no era particularmente comunicativa y había habido poca conversación entre ellas.
______estaba cansada por haberse levantado de madrugada para tomar un vuelo muy temprano y se sentía tensa por lo que se avecinaba. Tratando de relajarse, miró por la ventana del pasajero al paisaje arbolado. Bosques de robles, nogales, arces y pinos jalonaban ambos lados del camino de acceso y entre los árboles a su derecha, vislumbraba un torbellino tras una valla.
—¿Qué pasa allí?
—Es un campo de entrenamiento de hierba de tamaño reglamentario, mide setenta yardas. Los árboles protegen el área privada de los curiosos más descarados. —Tomó un desvío marcado con una señal rectangular azul y blanco indicando el área de entrada—. Su padre le compró esta tierra a la iglesia católica en 1980. Antes había aquí un monasterio. El complejo no es lo que uno se imagina, no tiene las comodidades del de los Cowboys o de los Forty Niners, pero es funcional, y el Midwest Sports Dome no está demasiado lejos. Existe un poco de controversia sobre la situación del Dome, pero supone una gran fuente de dinero para el DuPage County.
La carretera giraba a la derecha y subía una suave pendiente hacia un edificio arquitectónicamente poco impresionante de dos plantas, de acero y vidrio. Su aspecto más agradable era la forma en que el cristal reflejaba los árboles circunJoe tes, suavizando la apariencia utilitaria del edificio.
Annette apuntó hacia un área pavimentada marcada como estacionamiento reservado.
—Traje el coche de su padre como le dije. Está estacionado en la entrada lateral. Supongo que querrá usarlo, pero hoy entraremos a través del vestíbulo.
Se dirigió a la zona de aparcamiento más cercana a la entrada delantera y apagó el motor. ______salió. Cuando se acercó al edificio, deseó haber llevado a Pooh con ella en lugar de dejarla con Viktor. Divisó su reflejo en las puertas
dobles de cristal. Su traje de chaqueta gris perla, era lo más cercano que tenía a un traje de negocios. Llevaba una blusa de seda color añil bajo la chaqueta corta y unas sandalias color índigo a juego que se cerraban con unas delicadas correas doradas. Su rizado pelo rubio, suave y brillante, estaba retirado de su cara. La única frivolidad que se había permitido era un broche púrpura y blanco en la solapa de su chaqueta. Y sus gafas de sol de diamantes falsos.
Annette le abrió una de las puertas dobles de cristal. Cada puerta tenía el logotipo del equipo de tres estrellas doradas entrelazadas dentro de un círculo color azul. Subiendo las gafas de sol a la parte superior de su cabeza, Phoebe
entró en el mundo de su padre.
El vestíbulo semicircular, como era de esperar, alfombrado en azul, tenía sillas de plástico doradas y un mostrador curvo de rayas blancas, azules y doradas. En un extremo había una vitrina con trofeos, periódicos, pósters y un entramado formado por los logotipos de todos los equipos de la NFL entremezclados.
Annette señaló una silla.
—¿Puede esperar ahí sólo un momento?
—Por supuesto. —______se quitó las gafas de sol y las guardó en su bolso. Apenas pasó un minuto antes de que un hombre saliera precipitadamente de la sala de la izquierda.
—Señorita Somerville. Bienvenida.
Ella clavó los ojos en él.
Era adorable, un pequeño y aburrido Tom Cruise con expresión acogedora y servil que sirvió para apaciguar los nervios de su estómago. Aunque probablemente era de su edad, parecía mucho más joven, casi un adolescente.
Tomó la mano que le ofreció y se miró en un par de gloriosos ojos azules, parecidos a los de Cruise, que estaban casi al nivel de los de ella.
—Supongo que estará cansada del vuelo. —Poseía las pestañas más espesas que había visto en un hombre—. Lamento que no haya tenido la posibilidad de descansar antes de venir.
Su voz era suave, su comportamiento tan comprensivo, que experimentó su primer rayo de esperanza desde que Joe Jonas la había chantajeado.
Quizá esto no sería tan malo después de todo.
—Estoy bien —le aseguró.
—¿Está segura? Sé que hay muchas personas esperando para verla, pero intentaré entretenerlas si quiere.
Ella quiso atarle un lazo y ponerlo bajo su árbol de Navidad. Su radar interno no emitía ninguna señal de alerta advirtiéndole sobre él, algo que generalmente ocurría cuando tenía alrededor hombres de buen ver. Su estatura y su comportamiento amistoso impedían que se sintiera amenazada.
Ella habló tan bajo que era el único que la podía oír.
—¿Por qué en vez de hacer eso, no te mantienes a mi lado? Tengo la sensación de que voy a querer tener cerca una cara amiga.
—Encantado. —Intercambiaron sonrisas y ella sintió una conexión con él, como si se conocieran desde hacía años.
La condujo a través de un pasillo abovedado que atravesaba una zona de oficinas decoradas con recuerdos, insignias y tazas del equipo llenas de lápices.
Según pasaban la presentó a un gran número de hombres, con polos con la insignia de los Stars y que parecían tener título: director, gerente, asistente.
A diferencia de sus uniformados compañeros de trabajo, su nuevo aliado llevaba un traje de rayas finas color gris, camisa blanca almidonada con doble puño, corbata color Borgoña y zapatos de suela.
—Aun no me has dicho tu nombre.
—Caramba. —Se golpeó la frente con la palma de la mano y le dirigió una gran sonrisa, haciendo que se le formaran un par de hoyuelos—. Estaba tan nervioso que olvidé presentarme. Soy Ron McDermitt, señorita Somerville.
—Por favor, Ron, llámame Phoebe.
—Será un honor.
Atravesaron otra área ocupada con zonas de trabajo separadas por particiones, luego giraron en la esquina hacia el ala posterior y más larga del edificio. Estaba decorado con poca imaginación igual que el vestíbulo: alfombra azul, paredes blancas cubiertas de fotos y pósters del equipo en sencillos marcos de cromo.
El miró su reloj y frunció el ceño.
—Ahora estamos al lado de la oficina de Steve Kovak. Es el director de personal y quiere tener los contratos firmados tan pronto como sea posible.
—El entrenador Jonas habló de esos contratos como si fuera cosa de vida o muerte.
—Lo son, Phoebe. Por lo menos para los Stars. —Se paró delante de una puerta que tenía una pequeña placa de latón donde decía que era la oficina del jefe de personal—. La última temporada, el equipo tuvo uno de los peores
resultados de la liga. Los aficionados nos han abandonado y hemos estado jugando en un estadio que llena apenas media entrada. Si perdemos a Bobby Tom Denton, habrá aun más asientos vacíos.
—Me estás diciendo que debo firmar.
—Oh, no. Eres la dueña. Te puedo aconsejar, pero es tu equipo y tú tomas la decisión.
Él habló tan seriamente que ella quiso rodearlo con sus brazos y darle un gran beso sonoro en su pequeña boca. Pero lo que hizo fue atravesar la puerta que él abrió para que entrase.
Steve Kovak era un curtido veterano con años de luchas tras sus espaldas.
Estaba en mangas de camisa, tenía escaso pelo castaño, una mandíbula cuadrada y tez colorada. ______lo encontró totalmente aterrador, y cuando fueron presentados, deseó no haberse puesto pantalones.
Como no podía enseñar las piernas, se abrió la chaqueta cuando tomó asiento en una silla frente al escritorio.
—Creo que es necesario que firme algunos contratos.
—Sí. —Él separó los ojos de sus pechos y empujó un montón de documentos hacia ella. Ella sacó unas gafas de leer con montura de leopardo de su bolso y se las puso.
La puerta se abrió detrás de ella y se tensó. No necesitó girar la cabeza para saber quien había entrado; Había algo en el aire. Quizá era el sutil perfume cítrico que había advertido cuando estuvo en su apartamento, quizá simplemente eran las ondas de energía que transmitía un macho dominante. La idea de que todavía recordaba como olía la asustó y dejó que su chaqueta se abriera un poco más.
—Estoy realmente contento de verla hacer eso, señorita Somerville. —El toque sarcástico se apreció en su voz arrastrada de Alabama. Hasta ahora, ella nunca había encontrado que el acento sureño le pareciera particularmente
atractivo, pero se vio obligada a admitir que había algo definitivamente seductor en esa manera de alargar las vocales.
Ella centró su atención en los documentos que estaba estudiando.
—Sea agradable, Sr. Jonas , o haré que Pooh le ataque. —Antes de que él pudiera responderle, su cabeza se elevó rápidamente del contrato de Bobby Tom Denton—. ¿Ocho millones de dólares? ¡Se le pagan ocho millones de dólares a alguien por jugar al fútbol! Creía que el equipo tenía problemas financieros.
Joe se apoyó contra la pared de su izquierda, cruzó los brazos y se metió los dedos bajo las axilas del polo azul de los Stars que llevaba puesto con unos pantalones grises.
—Un buen receptor no es barato. Pero fíjese que el contrato es por cuatro años.
Ella todavía trataba de recobrar el aliento.
—Esto es mucho dinero.
—Él vale cada penique —replicó Steve Kovak—. De cualquier manera, su padre aprobó este contrato.
—¿Antes o después de morir?
Joe sonrió. Instintivamente, ______miró al único hombre de la habitación en el que confiaba para confirmar que su padre, ciertamente, había conocido ese escandaloso contrato. Ron inclinó la cabeza.
La silla de Kovak chirrió cuando se giró en dirección a Joe , dejándola eficazmente fuera de la conversación.
—¿Sabes que los Colts le pagaron a Johnny Unitas sólo diez mil dólares al año? Y eso fue después de que les hiciera ganar dos campeonatos.
Estos hombres estaban definitivamente chiflados y decidió que ella sería la voz de la cordura.
—¿Entonces por qué no despiden a Bobby Tom Denton y contratan a ese tal Unitas? Pueden triplicar la oferta de los Colts y todavía se ahorran unos millones.
Joe Jonas se rió. Inclinando la cabeza, mantuvo los brazos cruzados mientras su pecho se estremecía. Steve Kovak clavó los ojos en ella con una expresión que estaba a medias entre la repulsión y el horror.
Sus ojos se dirigieron a Ron, que tenía una sonrisa tierna en su cara.
—¿En qué me he equivocado?—preguntó. Inclinándose hacia adelante, Ron palmeó su mano y murmuró—: Johnny
Unitas está jubilado ahora. Tiene sesenta años. Y era quarterback.
—Ah.
—Pero si todavía jugase y fuera joven, esa sería una sugerencia excelente.
—Gracias —contestó ella con dignidad.
Con la cabeza todavía inclinada, Joe se enjugó las lágrimas con los pulgares.
—Johnny Unitas. Jajaja…
Completamente irritada ahora, ella giró las piernas hacia él mientras se quitaba las gafas y las ponía sobre los contratos sin firmar.
—¿Ganó tanto dinero cuando jugaba?
La miró con ojos húmedos.
—Para empezar los quarterbacks están mejor pagados, sobre todo cuando
llevan unos años en la liga.
—¿Mejor que ocho millones de dólares?
—Si.
Ella golpeó los contratos sobre el escritorio.
—Estupendo. ¡Entonces fírmelos usted! —Poniéndose de pie, se dirigió hacia fuera.
Estaba a medio camino del vestíbulo cuando se dio cuenta de que no sabía donde ir. Había una oficina vacía a su izquierda. Entró y cerró la puerta, deseando haber controlado su temperamento. Otra vez, había dejado que su boca asumiera el control de su cerebro.
Metiendo las gafas en el bolsillo de su chaqueta, se dirigió a las ventanas que se extendían entre el suelo y el techo detrás del escritorio y miró hacia fuera, a los campos vacíos de entrenamiento. ¿Qué sabía ella de receptores y contratos de ocho millones de dólares? Podía mantener conversaciones sobre arte en cuatro idiomas distintos, pero eso ahora no le valía de nada.
La puerta se abrió detrás de ella.
—¿Estás bien? —preguntó Ron suavemente.
—Estoy bien. —Cuando se giró, notó la preocupación en sus ojos.
—Tienes que comprenderlos. Es el fútbol.
—Odio ese juego. No quiero entenderlo.
—Me temo que tendrás que hacerlo si vas a dedicarte a esto. —Le dirigió una sonrisa amarga—. Pero no hacen prisioneros. El fútbol es el club de chicos más exclusivo del mundo.
—¿Qué quieres decir?
—Es algo muy cerrado para la gente ajena. Hay contraseñas secretas y tienen rituales que sólo ellos pueden entender. No hay ninguna regla escrita, y si preguntas que hacen, te ignoran. Es una sociedad cerrada. Las mujeres se que Joe fuera. Y algunos hombres no Joe la talla.
Ella se alejó de la ventana y lo miró con curiosidad.
—¿Estás hablando de ti mismo?
Se rió con vergüenza.
—¿Es tan obvio? Tengo treinta y cuatro años. Le digo a todo el mundo que paso de uno ochenta, pero apenas mido uno setenta y seis. Y todavía trato de entrar en el equipo. Lo seguiré intentando toda mi vida.
—¿Cómo puede ser todavía tan importante para ti?
—Simplemente lo es. Cuando era niño, no podía pensar en nada más. Leía sobre fútbol, soñaba con él, veía todos los partidos que podía, en la escuela secundaria, en la universidad, no importaba. Amaba las jugadas, los ritmos, la ambigüedad moral. Incluso amaba su violencia porque en cierta manera no era violento, no dejaba cadáveres. Hice todo menos jugar. Era demasiado bajo y torpe. Estaba seguro que lo haría mal, por eso tenía claro que nunca cogería una pelota.
Él metió una mano en el bolsillo de sus pantalones.
—Mi último año de secundaria, fui premio nacional escolar y me aceptaron en Yale. Pero lo habría dejado todo en ese momento si hubiese podido estar en el equipo. Si, aunque fuera una sola vez, hubiera podido traspasar la línea de
fondo.
Ella entendió su anhelo aunque no podía entender su pasión por el fútbol.
¿Cómo podía este dulce y gentil hombre tener una obsesión tan poco saludable?
Ella señaló con la cabeza los contratos que él llevaba.
—¿Quieres que los firme, no es cierto?
Él se acercó, con los ojos brillantes de excitación.
—Todo lo que puedo hacer es aconsejarte, pero creo que este equipo tiene un futuro brillante. Joe es temperamental y exigente. Algunas veces es demasiado duro con los jugadores, pero es un gran entrenador y tenemos un montón de jóvenes talentos. Sé que estos contratos representan una fortuna, pero en el fútbol, los campeonatos Joe dinero. Creo que es una buena inversión a largo plazo.
Parte 1
—Ya llegamos, Señorita Somerville.
El Buick modelo Park Avenue dejó la carretera principal y tomó un camino de acceso de dos carriles marcado con un letrero azul y blanco de madera donde se podía leer: Stars Drive. Annette Miles, la conductora que había recogido a ______en O'Hare, había sido la secretaria de Bert durante varios años. Era cuarentona, demasiado gorda y su pelo era corto y canoso. Aunque educada, no era particularmente comunicativa y había habido poca conversación entre ellas.
______estaba cansada por haberse levantado de madrugada para tomar un vuelo muy temprano y se sentía tensa por lo que se avecinaba. Tratando de relajarse, miró por la ventana del pasajero al paisaje arbolado. Bosques de robles, nogales, arces y pinos jalonaban ambos lados del camino de acceso y entre los árboles a su derecha, vislumbraba un torbellino tras una valla.
—¿Qué pasa allí?
—Es un campo de entrenamiento de hierba de tamaño reglamentario, mide setenta yardas. Los árboles protegen el área privada de los curiosos más descarados. —Tomó un desvío marcado con una señal rectangular azul y blanco indicando el área de entrada—. Su padre le compró esta tierra a la iglesia católica en 1980. Antes había aquí un monasterio. El complejo no es lo que uno se imagina, no tiene las comodidades del de los Cowboys o de los Forty Niners, pero es funcional, y el Midwest Sports Dome no está demasiado lejos. Existe un poco de controversia sobre la situación del Dome, pero supone una gran fuente de dinero para el DuPage County.
La carretera giraba a la derecha y subía una suave pendiente hacia un edificio arquitectónicamente poco impresionante de dos plantas, de acero y vidrio. Su aspecto más agradable era la forma en que el cristal reflejaba los árboles circunJoe tes, suavizando la apariencia utilitaria del edificio.
Annette apuntó hacia un área pavimentada marcada como estacionamiento reservado.
—Traje el coche de su padre como le dije. Está estacionado en la entrada lateral. Supongo que querrá usarlo, pero hoy entraremos a través del vestíbulo.
Se dirigió a la zona de aparcamiento más cercana a la entrada delantera y apagó el motor. ______salió. Cuando se acercó al edificio, deseó haber llevado a Pooh con ella en lugar de dejarla con Viktor. Divisó su reflejo en las puertas
dobles de cristal. Su traje de chaqueta gris perla, era lo más cercano que tenía a un traje de negocios. Llevaba una blusa de seda color añil bajo la chaqueta corta y unas sandalias color índigo a juego que se cerraban con unas delicadas correas doradas. Su rizado pelo rubio, suave y brillante, estaba retirado de su cara. La única frivolidad que se había permitido era un broche púrpura y blanco en la solapa de su chaqueta. Y sus gafas de sol de diamantes falsos.
Annette le abrió una de las puertas dobles de cristal. Cada puerta tenía el logotipo del equipo de tres estrellas doradas entrelazadas dentro de un círculo color azul. Subiendo las gafas de sol a la parte superior de su cabeza, Phoebe
entró en el mundo de su padre.
El vestíbulo semicircular, como era de esperar, alfombrado en azul, tenía sillas de plástico doradas y un mostrador curvo de rayas blancas, azules y doradas. En un extremo había una vitrina con trofeos, periódicos, pósters y un entramado formado por los logotipos de todos los equipos de la NFL entremezclados.
Annette señaló una silla.
—¿Puede esperar ahí sólo un momento?
—Por supuesto. —______se quitó las gafas de sol y las guardó en su bolso. Apenas pasó un minuto antes de que un hombre saliera precipitadamente de la sala de la izquierda.
—Señorita Somerville. Bienvenida.
Ella clavó los ojos en él.
Era adorable, un pequeño y aburrido Tom Cruise con expresión acogedora y servil que sirvió para apaciguar los nervios de su estómago. Aunque probablemente era de su edad, parecía mucho más joven, casi un adolescente.
Tomó la mano que le ofreció y se miró en un par de gloriosos ojos azules, parecidos a los de Cruise, que estaban casi al nivel de los de ella.
—Supongo que estará cansada del vuelo. —Poseía las pestañas más espesas que había visto en un hombre—. Lamento que no haya tenido la posibilidad de descansar antes de venir.
Su voz era suave, su comportamiento tan comprensivo, que experimentó su primer rayo de esperanza desde que Joe Jonas la había chantajeado.
Quizá esto no sería tan malo después de todo.
—Estoy bien —le aseguró.
—¿Está segura? Sé que hay muchas personas esperando para verla, pero intentaré entretenerlas si quiere.
Ella quiso atarle un lazo y ponerlo bajo su árbol de Navidad. Su radar interno no emitía ninguna señal de alerta advirtiéndole sobre él, algo que generalmente ocurría cuando tenía alrededor hombres de buen ver. Su estatura y su comportamiento amistoso impedían que se sintiera amenazada.
Ella habló tan bajo que era el único que la podía oír.
—¿Por qué en vez de hacer eso, no te mantienes a mi lado? Tengo la sensación de que voy a querer tener cerca una cara amiga.
—Encantado. —Intercambiaron sonrisas y ella sintió una conexión con él, como si se conocieran desde hacía años.
La condujo a través de un pasillo abovedado que atravesaba una zona de oficinas decoradas con recuerdos, insignias y tazas del equipo llenas de lápices.
Según pasaban la presentó a un gran número de hombres, con polos con la insignia de los Stars y que parecían tener título: director, gerente, asistente.
A diferencia de sus uniformados compañeros de trabajo, su nuevo aliado llevaba un traje de rayas finas color gris, camisa blanca almidonada con doble puño, corbata color Borgoña y zapatos de suela.
—Aun no me has dicho tu nombre.
—Caramba. —Se golpeó la frente con la palma de la mano y le dirigió una gran sonrisa, haciendo que se le formaran un par de hoyuelos—. Estaba tan nervioso que olvidé presentarme. Soy Ron McDermitt, señorita Somerville.
—Por favor, Ron, llámame Phoebe.
—Será un honor.
Atravesaron otra área ocupada con zonas de trabajo separadas por particiones, luego giraron en la esquina hacia el ala posterior y más larga del edificio. Estaba decorado con poca imaginación igual que el vestíbulo: alfombra azul, paredes blancas cubiertas de fotos y pósters del equipo en sencillos marcos de cromo.
El miró su reloj y frunció el ceño.
—Ahora estamos al lado de la oficina de Steve Kovak. Es el director de personal y quiere tener los contratos firmados tan pronto como sea posible.
—El entrenador Jonas habló de esos contratos como si fuera cosa de vida o muerte.
—Lo son, Phoebe. Por lo menos para los Stars. —Se paró delante de una puerta que tenía una pequeña placa de latón donde decía que era la oficina del jefe de personal—. La última temporada, el equipo tuvo uno de los peores
resultados de la liga. Los aficionados nos han abandonado y hemos estado jugando en un estadio que llena apenas media entrada. Si perdemos a Bobby Tom Denton, habrá aun más asientos vacíos.
—Me estás diciendo que debo firmar.
—Oh, no. Eres la dueña. Te puedo aconsejar, pero es tu equipo y tú tomas la decisión.
Él habló tan seriamente que ella quiso rodearlo con sus brazos y darle un gran beso sonoro en su pequeña boca. Pero lo que hizo fue atravesar la puerta que él abrió para que entrase.
Steve Kovak era un curtido veterano con años de luchas tras sus espaldas.
Estaba en mangas de camisa, tenía escaso pelo castaño, una mandíbula cuadrada y tez colorada. ______lo encontró totalmente aterrador, y cuando fueron presentados, deseó no haberse puesto pantalones.
Como no podía enseñar las piernas, se abrió la chaqueta cuando tomó asiento en una silla frente al escritorio.
—Creo que es necesario que firme algunos contratos.
—Sí. —Él separó los ojos de sus pechos y empujó un montón de documentos hacia ella. Ella sacó unas gafas de leer con montura de leopardo de su bolso y se las puso.
La puerta se abrió detrás de ella y se tensó. No necesitó girar la cabeza para saber quien había entrado; Había algo en el aire. Quizá era el sutil perfume cítrico que había advertido cuando estuvo en su apartamento, quizá simplemente eran las ondas de energía que transmitía un macho dominante. La idea de que todavía recordaba como olía la asustó y dejó que su chaqueta se abriera un poco más.
—Estoy realmente contento de verla hacer eso, señorita Somerville. —El toque sarcástico se apreció en su voz arrastrada de Alabama. Hasta ahora, ella nunca había encontrado que el acento sureño le pareciera particularmente
atractivo, pero se vio obligada a admitir que había algo definitivamente seductor en esa manera de alargar las vocales.
Ella centró su atención en los documentos que estaba estudiando.
—Sea agradable, Sr. Jonas , o haré que Pooh le ataque. —Antes de que él pudiera responderle, su cabeza se elevó rápidamente del contrato de Bobby Tom Denton—. ¿Ocho millones de dólares? ¡Se le pagan ocho millones de dólares a alguien por jugar al fútbol! Creía que el equipo tenía problemas financieros.
Joe se apoyó contra la pared de su izquierda, cruzó los brazos y se metió los dedos bajo las axilas del polo azul de los Stars que llevaba puesto con unos pantalones grises.
—Un buen receptor no es barato. Pero fíjese que el contrato es por cuatro años.
Ella todavía trataba de recobrar el aliento.
—Esto es mucho dinero.
—Él vale cada penique —replicó Steve Kovak—. De cualquier manera, su padre aprobó este contrato.
—¿Antes o después de morir?
Joe sonrió. Instintivamente, ______miró al único hombre de la habitación en el que confiaba para confirmar que su padre, ciertamente, había conocido ese escandaloso contrato. Ron inclinó la cabeza.
La silla de Kovak chirrió cuando se giró en dirección a Joe , dejándola eficazmente fuera de la conversación.
—¿Sabes que los Colts le pagaron a Johnny Unitas sólo diez mil dólares al año? Y eso fue después de que les hiciera ganar dos campeonatos.
Estos hombres estaban definitivamente chiflados y decidió que ella sería la voz de la cordura.
—¿Entonces por qué no despiden a Bobby Tom Denton y contratan a ese tal Unitas? Pueden triplicar la oferta de los Colts y todavía se ahorran unos millones.
Joe Jonas se rió. Inclinando la cabeza, mantuvo los brazos cruzados mientras su pecho se estremecía. Steve Kovak clavó los ojos en ella con una expresión que estaba a medias entre la repulsión y el horror.
Sus ojos se dirigieron a Ron, que tenía una sonrisa tierna en su cara.
—¿En qué me he equivocado?—preguntó. Inclinándose hacia adelante, Ron palmeó su mano y murmuró—: Johnny
Unitas está jubilado ahora. Tiene sesenta años. Y era quarterback.
—Ah.
—Pero si todavía jugase y fuera joven, esa sería una sugerencia excelente.
—Gracias —contestó ella con dignidad.
Con la cabeza todavía inclinada, Joe se enjugó las lágrimas con los pulgares.
—Johnny Unitas. Jajaja…
Completamente irritada ahora, ella giró las piernas hacia él mientras se quitaba las gafas y las ponía sobre los contratos sin firmar.
—¿Ganó tanto dinero cuando jugaba?
La miró con ojos húmedos.
—Para empezar los quarterbacks están mejor pagados, sobre todo cuando
llevan unos años en la liga.
—¿Mejor que ocho millones de dólares?
—Si.
Ella golpeó los contratos sobre el escritorio.
—Estupendo. ¡Entonces fírmelos usted! —Poniéndose de pie, se dirigió hacia fuera.
Estaba a medio camino del vestíbulo cuando se dio cuenta de que no sabía donde ir. Había una oficina vacía a su izquierda. Entró y cerró la puerta, deseando haber controlado su temperamento. Otra vez, había dejado que su boca asumiera el control de su cerebro.
Metiendo las gafas en el bolsillo de su chaqueta, se dirigió a las ventanas que se extendían entre el suelo y el techo detrás del escritorio y miró hacia fuera, a los campos vacíos de entrenamiento. ¿Qué sabía ella de receptores y contratos de ocho millones de dólares? Podía mantener conversaciones sobre arte en cuatro idiomas distintos, pero eso ahora no le valía de nada.
La puerta se abrió detrás de ella.
—¿Estás bien? —preguntó Ron suavemente.
—Estoy bien. —Cuando se giró, notó la preocupación en sus ojos.
—Tienes que comprenderlos. Es el fútbol.
—Odio ese juego. No quiero entenderlo.
—Me temo que tendrás que hacerlo si vas a dedicarte a esto. —Le dirigió una sonrisa amarga—. Pero no hacen prisioneros. El fútbol es el club de chicos más exclusivo del mundo.
—¿Qué quieres decir?
—Es algo muy cerrado para la gente ajena. Hay contraseñas secretas y tienen rituales que sólo ellos pueden entender. No hay ninguna regla escrita, y si preguntas que hacen, te ignoran. Es una sociedad cerrada. Las mujeres se que Joe fuera. Y algunos hombres no Joe la talla.
Ella se alejó de la ventana y lo miró con curiosidad.
—¿Estás hablando de ti mismo?
Se rió con vergüenza.
—¿Es tan obvio? Tengo treinta y cuatro años. Le digo a todo el mundo que paso de uno ochenta, pero apenas mido uno setenta y seis. Y todavía trato de entrar en el equipo. Lo seguiré intentando toda mi vida.
—¿Cómo puede ser todavía tan importante para ti?
—Simplemente lo es. Cuando era niño, no podía pensar en nada más. Leía sobre fútbol, soñaba con él, veía todos los partidos que podía, en la escuela secundaria, en la universidad, no importaba. Amaba las jugadas, los ritmos, la ambigüedad moral. Incluso amaba su violencia porque en cierta manera no era violento, no dejaba cadáveres. Hice todo menos jugar. Era demasiado bajo y torpe. Estaba seguro que lo haría mal, por eso tenía claro que nunca cogería una pelota.
Él metió una mano en el bolsillo de sus pantalones.
—Mi último año de secundaria, fui premio nacional escolar y me aceptaron en Yale. Pero lo habría dejado todo en ese momento si hubiese podido estar en el equipo. Si, aunque fuera una sola vez, hubiera podido traspasar la línea de
fondo.
Ella entendió su anhelo aunque no podía entender su pasión por el fútbol.
¿Cómo podía este dulce y gentil hombre tener una obsesión tan poco saludable?
Ella señaló con la cabeza los contratos que él llevaba.
—¿Quieres que los firme, no es cierto?
Él se acercó, con los ojos brillantes de excitación.
—Todo lo que puedo hacer es aconsejarte, pero creo que este equipo tiene un futuro brillante. Joe es temperamental y exigente. Algunas veces es demasiado duro con los jugadores, pero es un gran entrenador y tenemos un montón de jóvenes talentos. Sé que estos contratos representan una fortuna, pero en el fútbol, los campeonatos Joe dinero. Creo que es una buena inversión a largo plazo.
D.A. Torrez.
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
Parte 2
Ella le arrebató los contratos y rápidamente garabateó su nombre en los lugares que él indicó. Cuando lo hizo, se mareó ante la seguridad de que acababa de regalar millones de dólares. Pero, eso finalmente sería problema de Reed, ¿de que debería preocuparse?
La puerta se abrió y Joe entró. Él vio la pluma en su mano y como le devolvía los contratos a Ron, y como él asentía la cabeza en su dirección.
Joe pareció relajarse visiblemente.
—Ronald, ¿por qué no se los devuelves ahora a Steve?
Ron inclinó la cabeza y salió de la habitación antes de que ella pudiera detenerle. La oficina pareció considerablemente más pequeña cuando la puerta se cerró otra vez y se quedaron a solas. Ella se había sentido segura con Ron, pero ahora había algo muy peligroso crepitando en el aire.
Joe caminó detrás del escritorio y tomó asiento, ella se percató de que ésta era su oficina. A diferencia de otras partes del edificio, esta habitación no tenía las paredes llenas de condecoraciones y fotos. Las estanterías metálicas estaban llenas de cintas de video y libros y los archivadores situados frente al sofá estaban en orden. El escritorio estaba desordenado, pero no desorganizado. Una televisión ocupaba la esquina opuesta junto con un video.
Ella evitó mirar un feo hueco en la pared que daba la impresión de que podía haber sido hecho con su puño.
Ella casi esperaba verlo sacar latas vacías de cerveza de las papeleras y aplastarlas con los puños, pero él señaló con la cabeza hacia una de las sillas azules de cromo. Tomó asiento en el sofá porque era lo que estaba más alejado.
La silla chirrió cuando él se reclinó.
—Ya comí, así que no necesita estar tan asustada. No voy a comerla.
Ella levantó la barbilla y le dirigió una sonrisa ardiente.
—Qué pena, Entrenador. Esperaba que estuviera hambriento.
Él sonrió.
—Me alegro de haberla conocido con treinta y siete años en lugar de
diecisiete.
—¿Por qué?
—Porque soy bastante más listo ahora de lo que era entonces y es exactamente el tipo de mujer sobre el que me advirtió mi madre.
—Una madre perspicaz.
—¿Ha sido una come-hombres toda su vida o sólo recientemente?
—Conseguí mi primera victima cuando sólo tenía ocho años. Un boyscout llamado Kenny.
—Ocho años. —Silbó con admiración—. Ni siquiera quiero imaginarme lo que hacía con la población masculina cuando tenía diecisiete.
—No era algo bonito. —Jugar con este hombre era exasperante y ella buscó la manera de cambiar de tema. Recordando los campos de entrenamiento vacíos, ella inclinó la cabeza hacia la ventana.
—¿Por qué no están entrenando? Creía que no querían perder.
—Es martes. Es el único día de la semana que los jugadores tienen libre.
Algunos lo utilizan para aparecer en actos comunitarios, hablar en comidas, ya sabe, ese tipo de cosas. Los entrenadores también. El último martes por ejemplo, pasé la tarde roJoe do un anuncio de servicios sociales para United
Way en una guardería del condado.
—Ya veo.
Dejó de bromear y deslizó sobre la mesa del escritorio una carpetilla hacia ella.
—Éstos son los currículos de los tres hombres que Steve Kovak y yo pensamos que son los más capacitados para ocupar el cargo de presidente, también van nuestros comentarios. ¿Por qué no lo examina esta noche? Nos puede decir cual es su decisión mañana o puede que quiera hablar con Reed.
—Mientras yo sea la dueña, entrenador, tomaré mis propias decisiones.
—Estupendo. Pero necesita hacerlo rápidamente.
Ella recogió la carpeta.
—¿Qué pasa con el presidente actual? ¿Está despedido?
—Todavía no.
Cuando él no dijo nada más, su estómago se hundió. No podía ni imaginarse algo peor que despedir a alguien, ni siquiera a una persona que no conocía.
—¡Pues yo no le despido! Me gustan los hombres vivitos y coleando.
—Normalmente sería trabajo del dueño, pero supuse que se sentiría así, así que le pedí a Steve que se encargara de ello por ti. Debe estar haciéndolo ahora.
______soltó un suspiro de alivio.
Joe insistió en mostrarle los alrededores de las instalaciones y la guió por el edificio de dos plantas con forma de L durante la hora siguiente. Ella se sorprendió por el número de aulas que vio y se lo mencionó a Joe .
—Las reuniones y ver cintas de partidos forma parte del entrenamiento— explicó—. Los jugadores tienen que aprender las jugadas. Criticar y oír todas las informaciones. El fútbol es más que sudor.
—Creeré su palabra.
La sala de juntas de los entrenadores tenía una pizarra en un extremo, con las palabras King, Joker y Jay Hawk garabateadas, así como algunos diagramas.
La cerrada sala olía a goma y tenía una báscula para pesar elefantes del tamaño de Toledo, además había un laboratorio de vídeo con estanterías desde el suelo al techo llenas de cintas y un equipo caro de filmación de alta
tecnología.
—¿Por qué se necesita un equipo de filmación?
—Entrenar implica un montón de cintas para analizarlo todo. Tenemos nuestro propio equipo de filmación y filman desde tres ángulos diferentes. En la NFL, cada equipo tiene que enviar cintas de sus tres últimos partidos a su siguiente adversario exactamente una semana antes de jugar.
Ella miró a través de las ventanas de la sala de entrenamiento, la única verdaderamente ordenada que había visto en su recorrido. Las paredes estaban llenas de archivos. Había bancos acolchados, varias papeleras de acero inoxidable, un dispensador de Gatorade, un barril de plástico rojo que ponía: “contagioso” y una mesa con docenas de cintas en montones de gran altura.
Ella apuntó hacia allí.
—¿Por qué hay tantas?
—Los jugadores tienen que ser grabados en cinta antes de cada entrenamiento, normalmente dos veces al día. Usamos bastantes.
—Eso debe llevar mucho tiempo.
—Hay cinco videos en el complejo, tres más durante la temporada.
Siguieron adelante. Se fijo en que se encontraban con pocas mujeres y que se quedaban visiblemente perturbadas cuando veían a Joe , en cambio los hombres lo saludaban con distintos grados de deferencia. Ella recordó lo qué Ron le había dicho sobre que el fútbol era un club de chicos, y se dio cuenta de que Joe era su presidente.
En el vestuario de veteranos, los casilleros abiertos estaban llenos de zapatos, calcetines, camisetas y almohadillas. Algunos de los jugadores habían pegado fotos en sus casillas. Había una máquina que dispensaba bebidas en un
extremo, junto a varios teléfonos y taquillas de madera llenas de correo de seguidores.
Después de prometerle que volvería antes de las diez de la mañana siguiente, Joe la dejó en el vestíbulo. Se sintió aliviada de haberse apartado de él sin haber sufrido lesiones. Ya había cogido de su bolso la llave que Annette
Miles le había dado del Cadillac de Bert, cuando recordó que no le había agradecido a Ron que la ayudara ese día. También quería pedirle consejo para elegir al nuevo presidente.
Se dirigió hacia el ala que llevaba la gestión de los Stars, un hombre regordete con un equipo de filmación se dirigía hacia ella.
—Perdón. ¿Dónde puedo encontrar la oficina de Ron?
—¿Ron? El hombre se quedó perplejo.
—Ron McDermitt.
—Ah, quiere decir Ronald. La última puerta.
Recorrió el pasillo, pero cuando llegó al final, creyó que se había equivocado porque la puerta tenía una placa de metal que ponía “Presidente”.
Desconcertada, clavó los ojos en ella.
Y luego su corazón dio un vuelco. Atravesó una pequeña antecámara, con el escritorio de una secretaria y algunas sillas. El teléfono estaba repicando con todos los botones brillando intermitentemente, pero allí no había nadie. Ella mantuvo algunos alocados segundos la esperanza de que Ron fuera alguna clase de asistente, pero esa esperanza murió cuando se acercó a la puerta de la oficina.
Ron se sentaba detrás del escritorio, la silla daba la espalda a la puerta y él miraba por la ventana. Estaba en mangas de camisa, con los codos apoyados en los brazos de la silla.
Ella entró cautelosamente.
—¿Ron?
Él se dio la vuelta.
—Hola, Phoebe.
Su corazón casi se rompió cuando él le dirigió una sonrisa de pesar. A pesar de su actitud resignada, ella se permitió un parpadeo de esperanza.
—¿Ya has hablado con Steve Kovak?
—¿Quieres saber si me ha despedido? Sí, lo hizo.
Ella sintió una súbita desilusión.
—No me di cuenta de que eras el Presidente. ¿Por qué no me lo dijiste?
—Creía que lo sabías.
—Si lo supiera, nunca habría dejado que esto ocurriera. —Al mismo tiempo que decía las palabras, recordó su acuerdo con Joe . Parte del contrato había sido la promesa de despedir al presidente.
—Está bien. En serio. Era inevitable.
—Pero Ron…
—Sólo obtuve el trabajo como asistente del presidente porque mi padre y Bert eran buenos amigos. Tu padre nunca estuvo satisfecho conmigo y me habría despedido a los seis meses si Carl Pogue no me hubiera ayudado.
Ella se hundió en una silla.
—Al menos alguien te respaldaba.
—Me encantaba trabajar con Carl. Nos complementábamos perfectamente, con lo cual Carl no quería que Bert me despidiera.
—¿De qué manera?
—Carl tiene buenos instintos en el fútbol y es un líder fuerte, pero no es excepcionalmente inteligente. Tengo cualidades de las que él carecía en organización, una buena cabeza para los negocios pero soy un absoluto fracaso como líder. Carl y yo llegamos al acuerdo de que yo planificaría el trabajo y las estrategias y él las llevaría a cabo.
—¿Me estás diciendo que tú dirigías el equipo?
— Oh, No. Lo hacía Carl.
—Ejecutando tus ideas.
—Eso es cierto.
Ella se frotó la frente.
—Eso es terrible.
—Si te sirve de consuelo, despedirme fue la decisión correcta. Si uno es presidente de un equipo profesional, todo el mundo, desde el cuerpo administrativo hasta los entrenadores deberían de temerle un poco. Los hombres no me respetan, ni me temen. Tengo cerebro para hacer el trabajo, pero parece que no tengo el carácter. O quizá sea que no tengo las agallas.
—Yo las tengo. —Ella se enderezó en la silla, tan asombrada como Ron de haber dicho en voz alta las palabras que sólo había pensado.
—Perdón.
Su mente trabajaba a toda velocidad. Bert había querido que ella fuera un testaferro. Había esperado que se pasase los días sentada en su vieja oficina, firmando obedientemente los contratos que le pusieran delante y haciendo lo
que le dijeran. Nunca se le habría ocurrido que ella podría tratar de aprender algo sobre el trabajo.
Había jurado que no iba a jugar el juego de su padre y ahora veía una manera de cumplir las condiciones del testamento pero conservando el respeto de sí misma.
—Tengo las agallas —repitió— pero no tengo los conocimientos.
—¿Qué quieres decir?
—Hasta ahora, lo único que sabía sobre el fútbol es cuánto lo odio. Si mi padre hubiera sospechado que Carl Pogue lo dejaría, nunca me habría dejado siquiera acercarme a los Stars, ni por unos pocos meses. Me sentía atrapada al hacer esto, primero por Bert y luego por Joe Jonas , pero eso no significa que lo tenga que hacer a su manera.
—Sigo sin comprender nada.
—Necesito aprender algo sobre como dirigir un equipo de fútbol. Incluso aunque sólo vaya estar a cargo unos meses, quiero tomar mis propias decisiones. Pero no lo puedo hacer sin tener una persona de confianza
aconsejándome. —Señaló los documentos que aún tenía en la mano—. No sé nada sobre estos hombres.
—¿Son los candidatos para ser presidente?
Ella inclinó la cabeza.
—Estoy seguro que puedes confiar en que Joe y Steve hayan escogidos los más capacitados.
—¿Pero cómo lo sé?
—Quizá tu primo Reed te pueda aconsejar.
—¡No! —Se obligó a hablar con serenidad—. Reed y yo nunca nos llevamos bien. No le pediré nada bajo ningún concepto. Te necesito.
—No te puedo decir cuanto me halaga tu confianza en mí.
Ella se dejó caer en la silla.
—Desafortunadamente, le prometí a Joe que me desharía de ti.
—Su petición no era irrazonable. He estado haciendo un trabajo deprimente.
—Eso es sólo porque él no sabe que eres capaz de hacerlo. No te conoce como yo.
—Conozco a Joe desde hace años —le recordó amablemente—, tú y yo nos conocemos desde hace sólo dos horas.
Ella no tenía paciencia para ese tipo de lógica.
—El tiempo no es importante. Tengo buenos instintos sobre la gente.
—Joe Jonas no es el tipo de hombre con quien deberías enfrentarte y ahora mismo, lo necesitas bastante más que a mi. Ganar partidos es lo único que le importa en la vida. Sabía eso cuando convencí a Carl para que se lo quitara a los Bears.
—¿Eres quien lo contrató?
A esas alturas, conocía a Ron lo suficiente como para anticipar qué iba a contestar.
—Oh, no. Bert y Carl tomaron la decisión final. Basado en el arduo trabajo de Ron.
—Necesito algún tiempo para pensar.
—No creo que tengas mucho que pensar. ¿Le diste tu palabra a Joe , no es cierto?
—Lo hice, pero…
—Pues ahí lo tienes.
Ron tenía razón en una cosa, pensó sombría. No le gustaba nada la idea de enfrentarse a Joe Jonas .
Ella le arrebató los contratos y rápidamente garabateó su nombre en los lugares que él indicó. Cuando lo hizo, se mareó ante la seguridad de que acababa de regalar millones de dólares. Pero, eso finalmente sería problema de Reed, ¿de que debería preocuparse?
La puerta se abrió y Joe entró. Él vio la pluma en su mano y como le devolvía los contratos a Ron, y como él asentía la cabeza en su dirección.
Joe pareció relajarse visiblemente.
—Ronald, ¿por qué no se los devuelves ahora a Steve?
Ron inclinó la cabeza y salió de la habitación antes de que ella pudiera detenerle. La oficina pareció considerablemente más pequeña cuando la puerta se cerró otra vez y se quedaron a solas. Ella se había sentido segura con Ron, pero ahora había algo muy peligroso crepitando en el aire.
Joe caminó detrás del escritorio y tomó asiento, ella se percató de que ésta era su oficina. A diferencia de otras partes del edificio, esta habitación no tenía las paredes llenas de condecoraciones y fotos. Las estanterías metálicas estaban llenas de cintas de video y libros y los archivadores situados frente al sofá estaban en orden. El escritorio estaba desordenado, pero no desorganizado. Una televisión ocupaba la esquina opuesta junto con un video.
Ella evitó mirar un feo hueco en la pared que daba la impresión de que podía haber sido hecho con su puño.
Ella casi esperaba verlo sacar latas vacías de cerveza de las papeleras y aplastarlas con los puños, pero él señaló con la cabeza hacia una de las sillas azules de cromo. Tomó asiento en el sofá porque era lo que estaba más alejado.
La silla chirrió cuando él se reclinó.
—Ya comí, así que no necesita estar tan asustada. No voy a comerla.
Ella levantó la barbilla y le dirigió una sonrisa ardiente.
—Qué pena, Entrenador. Esperaba que estuviera hambriento.
Él sonrió.
—Me alegro de haberla conocido con treinta y siete años en lugar de
diecisiete.
—¿Por qué?
—Porque soy bastante más listo ahora de lo que era entonces y es exactamente el tipo de mujer sobre el que me advirtió mi madre.
—Una madre perspicaz.
—¿Ha sido una come-hombres toda su vida o sólo recientemente?
—Conseguí mi primera victima cuando sólo tenía ocho años. Un boyscout llamado Kenny.
—Ocho años. —Silbó con admiración—. Ni siquiera quiero imaginarme lo que hacía con la población masculina cuando tenía diecisiete.
—No era algo bonito. —Jugar con este hombre era exasperante y ella buscó la manera de cambiar de tema. Recordando los campos de entrenamiento vacíos, ella inclinó la cabeza hacia la ventana.
—¿Por qué no están entrenando? Creía que no querían perder.
—Es martes. Es el único día de la semana que los jugadores tienen libre.
Algunos lo utilizan para aparecer en actos comunitarios, hablar en comidas, ya sabe, ese tipo de cosas. Los entrenadores también. El último martes por ejemplo, pasé la tarde roJoe do un anuncio de servicios sociales para United
Way en una guardería del condado.
—Ya veo.
Dejó de bromear y deslizó sobre la mesa del escritorio una carpetilla hacia ella.
—Éstos son los currículos de los tres hombres que Steve Kovak y yo pensamos que son los más capacitados para ocupar el cargo de presidente, también van nuestros comentarios. ¿Por qué no lo examina esta noche? Nos puede decir cual es su decisión mañana o puede que quiera hablar con Reed.
—Mientras yo sea la dueña, entrenador, tomaré mis propias decisiones.
—Estupendo. Pero necesita hacerlo rápidamente.
Ella recogió la carpeta.
—¿Qué pasa con el presidente actual? ¿Está despedido?
—Todavía no.
Cuando él no dijo nada más, su estómago se hundió. No podía ni imaginarse algo peor que despedir a alguien, ni siquiera a una persona que no conocía.
—¡Pues yo no le despido! Me gustan los hombres vivitos y coleando.
—Normalmente sería trabajo del dueño, pero supuse que se sentiría así, así que le pedí a Steve que se encargara de ello por ti. Debe estar haciéndolo ahora.
______soltó un suspiro de alivio.
Joe insistió en mostrarle los alrededores de las instalaciones y la guió por el edificio de dos plantas con forma de L durante la hora siguiente. Ella se sorprendió por el número de aulas que vio y se lo mencionó a Joe .
—Las reuniones y ver cintas de partidos forma parte del entrenamiento— explicó—. Los jugadores tienen que aprender las jugadas. Criticar y oír todas las informaciones. El fútbol es más que sudor.
—Creeré su palabra.
La sala de juntas de los entrenadores tenía una pizarra en un extremo, con las palabras King, Joker y Jay Hawk garabateadas, así como algunos diagramas.
La cerrada sala olía a goma y tenía una báscula para pesar elefantes del tamaño de Toledo, además había un laboratorio de vídeo con estanterías desde el suelo al techo llenas de cintas y un equipo caro de filmación de alta
tecnología.
—¿Por qué se necesita un equipo de filmación?
—Entrenar implica un montón de cintas para analizarlo todo. Tenemos nuestro propio equipo de filmación y filman desde tres ángulos diferentes. En la NFL, cada equipo tiene que enviar cintas de sus tres últimos partidos a su siguiente adversario exactamente una semana antes de jugar.
Ella miró a través de las ventanas de la sala de entrenamiento, la única verdaderamente ordenada que había visto en su recorrido. Las paredes estaban llenas de archivos. Había bancos acolchados, varias papeleras de acero inoxidable, un dispensador de Gatorade, un barril de plástico rojo que ponía: “contagioso” y una mesa con docenas de cintas en montones de gran altura.
Ella apuntó hacia allí.
—¿Por qué hay tantas?
—Los jugadores tienen que ser grabados en cinta antes de cada entrenamiento, normalmente dos veces al día. Usamos bastantes.
—Eso debe llevar mucho tiempo.
—Hay cinco videos en el complejo, tres más durante la temporada.
Siguieron adelante. Se fijo en que se encontraban con pocas mujeres y que se quedaban visiblemente perturbadas cuando veían a Joe , en cambio los hombres lo saludaban con distintos grados de deferencia. Ella recordó lo qué Ron le había dicho sobre que el fútbol era un club de chicos, y se dio cuenta de que Joe era su presidente.
En el vestuario de veteranos, los casilleros abiertos estaban llenos de zapatos, calcetines, camisetas y almohadillas. Algunos de los jugadores habían pegado fotos en sus casillas. Había una máquina que dispensaba bebidas en un
extremo, junto a varios teléfonos y taquillas de madera llenas de correo de seguidores.
Después de prometerle que volvería antes de las diez de la mañana siguiente, Joe la dejó en el vestíbulo. Se sintió aliviada de haberse apartado de él sin haber sufrido lesiones. Ya había cogido de su bolso la llave que Annette
Miles le había dado del Cadillac de Bert, cuando recordó que no le había agradecido a Ron que la ayudara ese día. También quería pedirle consejo para elegir al nuevo presidente.
Se dirigió hacia el ala que llevaba la gestión de los Stars, un hombre regordete con un equipo de filmación se dirigía hacia ella.
—Perdón. ¿Dónde puedo encontrar la oficina de Ron?
—¿Ron? El hombre se quedó perplejo.
—Ron McDermitt.
—Ah, quiere decir Ronald. La última puerta.
Recorrió el pasillo, pero cuando llegó al final, creyó que se había equivocado porque la puerta tenía una placa de metal que ponía “Presidente”.
Desconcertada, clavó los ojos en ella.
Y luego su corazón dio un vuelco. Atravesó una pequeña antecámara, con el escritorio de una secretaria y algunas sillas. El teléfono estaba repicando con todos los botones brillando intermitentemente, pero allí no había nadie. Ella mantuvo algunos alocados segundos la esperanza de que Ron fuera alguna clase de asistente, pero esa esperanza murió cuando se acercó a la puerta de la oficina.
Ron se sentaba detrás del escritorio, la silla daba la espalda a la puerta y él miraba por la ventana. Estaba en mangas de camisa, con los codos apoyados en los brazos de la silla.
Ella entró cautelosamente.
—¿Ron?
Él se dio la vuelta.
—Hola, Phoebe.
Su corazón casi se rompió cuando él le dirigió una sonrisa de pesar. A pesar de su actitud resignada, ella se permitió un parpadeo de esperanza.
—¿Ya has hablado con Steve Kovak?
—¿Quieres saber si me ha despedido? Sí, lo hizo.
Ella sintió una súbita desilusión.
—No me di cuenta de que eras el Presidente. ¿Por qué no me lo dijiste?
—Creía que lo sabías.
—Si lo supiera, nunca habría dejado que esto ocurriera. —Al mismo tiempo que decía las palabras, recordó su acuerdo con Joe . Parte del contrato había sido la promesa de despedir al presidente.
—Está bien. En serio. Era inevitable.
—Pero Ron…
—Sólo obtuve el trabajo como asistente del presidente porque mi padre y Bert eran buenos amigos. Tu padre nunca estuvo satisfecho conmigo y me habría despedido a los seis meses si Carl Pogue no me hubiera ayudado.
Ella se hundió en una silla.
—Al menos alguien te respaldaba.
—Me encantaba trabajar con Carl. Nos complementábamos perfectamente, con lo cual Carl no quería que Bert me despidiera.
—¿De qué manera?
—Carl tiene buenos instintos en el fútbol y es un líder fuerte, pero no es excepcionalmente inteligente. Tengo cualidades de las que él carecía en organización, una buena cabeza para los negocios pero soy un absoluto fracaso como líder. Carl y yo llegamos al acuerdo de que yo planificaría el trabajo y las estrategias y él las llevaría a cabo.
—¿Me estás diciendo que tú dirigías el equipo?
— Oh, No. Lo hacía Carl.
—Ejecutando tus ideas.
—Eso es cierto.
Ella se frotó la frente.
—Eso es terrible.
—Si te sirve de consuelo, despedirme fue la decisión correcta. Si uno es presidente de un equipo profesional, todo el mundo, desde el cuerpo administrativo hasta los entrenadores deberían de temerle un poco. Los hombres no me respetan, ni me temen. Tengo cerebro para hacer el trabajo, pero parece que no tengo el carácter. O quizá sea que no tengo las agallas.
—Yo las tengo. —Ella se enderezó en la silla, tan asombrada como Ron de haber dicho en voz alta las palabras que sólo había pensado.
—Perdón.
Su mente trabajaba a toda velocidad. Bert había querido que ella fuera un testaferro. Había esperado que se pasase los días sentada en su vieja oficina, firmando obedientemente los contratos que le pusieran delante y haciendo lo
que le dijeran. Nunca se le habría ocurrido que ella podría tratar de aprender algo sobre el trabajo.
Había jurado que no iba a jugar el juego de su padre y ahora veía una manera de cumplir las condiciones del testamento pero conservando el respeto de sí misma.
—Tengo las agallas —repitió— pero no tengo los conocimientos.
—¿Qué quieres decir?
—Hasta ahora, lo único que sabía sobre el fútbol es cuánto lo odio. Si mi padre hubiera sospechado que Carl Pogue lo dejaría, nunca me habría dejado siquiera acercarme a los Stars, ni por unos pocos meses. Me sentía atrapada al hacer esto, primero por Bert y luego por Joe Jonas , pero eso no significa que lo tenga que hacer a su manera.
—Sigo sin comprender nada.
—Necesito aprender algo sobre como dirigir un equipo de fútbol. Incluso aunque sólo vaya estar a cargo unos meses, quiero tomar mis propias decisiones. Pero no lo puedo hacer sin tener una persona de confianza
aconsejándome. —Señaló los documentos que aún tenía en la mano—. No sé nada sobre estos hombres.
—¿Son los candidatos para ser presidente?
Ella inclinó la cabeza.
—Estoy seguro que puedes confiar en que Joe y Steve hayan escogidos los más capacitados.
—¿Pero cómo lo sé?
—Quizá tu primo Reed te pueda aconsejar.
—¡No! —Se obligó a hablar con serenidad—. Reed y yo nunca nos llevamos bien. No le pediré nada bajo ningún concepto. Te necesito.
—No te puedo decir cuanto me halaga tu confianza en mí.
Ella se dejó caer en la silla.
—Desafortunadamente, le prometí a Joe que me desharía de ti.
—Su petición no era irrazonable. He estado haciendo un trabajo deprimente.
—Eso es sólo porque él no sabe que eres capaz de hacerlo. No te conoce como yo.
—Conozco a Joe desde hace años —le recordó amablemente—, tú y yo nos conocemos desde hace sólo dos horas.
Ella no tenía paciencia para ese tipo de lógica.
—El tiempo no es importante. Tengo buenos instintos sobre la gente.
—Joe Jonas no es el tipo de hombre con quien deberías enfrentarte y ahora mismo, lo necesitas bastante más que a mi. Ganar partidos es lo único que le importa en la vida. Sabía eso cuando convencí a Carl para que se lo quitara a los Bears.
—¿Eres quien lo contrató?
A esas alturas, conocía a Ron lo suficiente como para anticipar qué iba a contestar.
—Oh, no. Bert y Carl tomaron la decisión final. Basado en el arduo trabajo de Ron.
—Necesito algún tiempo para pensar.
—No creo que tengas mucho que pensar. ¿Le diste tu palabra a Joe , no es cierto?
—Lo hice, pero…
—Pues ahí lo tienes.
Ron tenía razón en una cosa, pensó sombría. No le gustaba nada la idea de enfrentarse a Joe Jonas .
D.A. Torrez.
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
AWWWWWW tienes que seguirla por favor , por favor por favor!
fernanda
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
CAPÍTULO 7
Parte 1
La brisa húmeda de la noche infló las cortinas y agitó el pelo castaño oscuro de Molly que sentada en una mecedora ante la ventana del dormitorio leía Rebecca de Daphne Du Maurier. Aunque Molly sabía que iba en contra de la crítica literaria, pensaba que Daphne Du Maurier era una escritora mucho mejor que Fyodor Dostoyevski.
Pero le gustaba Danielle Steel todavía más y también era mejor que Dostoyevski, principalmente porque las protagonistas de sus libros sobrevivían a tantas experiencias terribles que le daban valor a Molly. Sabía que en la vida
real Danielle Steel tenía niños, y cuando Molly pasó la gripe en el campamento, había tenido sueños maravillosos debido a la fiebre en los cuales, Danielle era su madre. Incluso cuando estuvo despierta, se había imaginado a Danielle sentada a su lado sobre la cama acariciándole el pelo mientras leía uno de sus libros. Sabía que pensar eso era algo infantil, pero no lo podía evitar.
Cogió un kleenex y se sonó la nariz. La gripe ya había pasado, pero aún tenía una pequeña infección respiratoria. Como consecuencia, la directora de Crayton no la dejaba ir al colegio antes del comienzo del curso. Habían avisado a ______y Molly fue forzada a volver a casa unos cuantos días después de que su hermana regresara a Chicago. No era que sintiera esa horrible casa como su casa.
Deseaba que ______la dejase sola. Continuaba sugiriendo que vieran películas o jugaran a las cartas juntas, pero Molly sabía que sólo lo hacía por qué debía hacerlo. Molly odiaba a Phoebe, no sólo por la manera en que se vestía, sino porque su padre había amado a Phoebe. Y sabía que su padre no la había amado. Él le había dicho más de una vez que no le daba más que “jodidos disgustos”.
—¡Al menos tu hermana tiene las agallas para hacerme frente! Tú en cambio parece con si fueras a desmayarte cada vez que te hablo. —Le había dicho cada vez que volvía a casa. Había criticado la forma pausada en que ella hablaba, la manera en que miraba, todo lo que hacía y ella sabía que él en secreto la comparaba con su bella y segura hermana mayor. Durante años, su odio por ______fue formando una dura concha alrededor de su corazón.
En la distancia, oyó sonar un reloj repicando nueve tonos y haciendo que la gran casa pareciera aun más vacía y que ella se sintiera más pequeña y sola.
Fue al lado de la cama y se arrodilló para sacar el objeto que escondía allí.
Sentándose sobre sus piernas, abrazó un mono oscuro manchado de barro al que le faltaba un ojo contra su pecho.
Apoyó la mejilla sobre una calva del pelaje entre las orejas del mono y murmuró—: Estoy asustada, Sr. Brown. ¿Qué nos va a pasar?
—¿Molly?
Ante el sonido de la voz de su hermana, Molly volvió a meter al Sr. Brown bajo su cama, cogió de encima de la cama Los hermanos Karamazov, metió Rebecca de Daphne Du Maurier bajo la almohada, y se volvió a sentar en la mecedora.
—¿Molly, estás ahí?
Ella pasó la página.
La puerta se abrió y ______entró.
—¿No me oíste?
Molly con cuidado ocultó los celos mientras miraba los vaqueros rosas de su hermana y el suéter a juego. El suéter tenía un profundo escote en V con el borde bordado que se curvaba sobre los pechos de Phoebe. Molly quiso apretar
firmemente el Dostoyevski contra su pecho para ocultar su falta de forma. No era justo. ______era vieja y ya no necesitaba ser bonita. No necesitaba todo ese cabello rubio y esos ojos rasgados. ¿Por qué no podía Molly ser bonita en
vez de parecer una vara delgada y fea con el pelo oscuro?
—Leía.
—Ya veo.
—Me temo que no estoy de humor para hablar, Phoebe.
—No tardaré mucho. La escuela comienza dentro de poco y hay algunas cosas que necesitamos discutir.
El caniche de ______entró con mucho alboroto por la puerta y saltó encima de Molly, que se echó atrás y miró a su hermana.
—¿De dónde salió la perra?
—Como voy a tener que vivir aquí algún tiempo, le dije a Viktor que la pusiera en un avión.
Molly alejó sus pies del caniche cuando comenzó a comerse sus zapatillas amarillas.
—Me gustaría que no la dejases entrar en mi habitación. Soy alérgica.
______estaba sentada en el borde de la cama de Molly y chasqueó los dedos para que Pooh viniera a su lado.
—A los caniches no se les cae el pelo. Son los perros ideales para personas con alergia.
—No me gusta tener animales en mi dormitorio.
—¿Eres así de desagradable todo el tiempo o es sólo conmigo?
Los labios de Molly formaron una línea testaruda.
—Estoy cansada y quiero dormir.
—Sólo son las nueve.
—He estado enferma.
______observó como Molly inclinaba la cabeza sobre su libro, pasando de ella con toda deliberación. Otra vez experimentó la familiar combinación de frustración y simpatía que la embargaba cada vez que hablaba con un niño. Ni
siquiera llevaba una semana en Chicago cuando habían enviado a Molly a casa desde el campamento para recuperarse de la gripe. Encima, su relación había empeorado en los dos días que habían pasado en vez de mejorar.
Pasó la mano sobre el cubrecama.
—Esta casa va a cerrarse pronto para ponerla en venta.
Desafortunadamente, parece que voy a estar aquí durante los próximos meses, así que he decidido mudarme a un alojamiento que Bert poseía no demasiado lejos del Complejo de los Stars. Los abogados dicen que puedo quedarme allí
hasta el principio del próximo año. —También le pagaban un sueldo para sus gastos, lo cual era bueno porque su cuenta corriente estaba casi en números rojos.
—Cómo me vuelvo a Crayton, no veo de que manera me pueden importar tus planes.
Ella ignoró el malhumor de Molly.
—No te envidio que vuelvas allí. Yo odiaba estar allí.
—¿Tengo otra elección?
______se vio completamente envuelta por un extraño hormigueo que le
subió por la columna. La cara de Molly estaba tensa e inexpresiva excepto por
el pequeño temblor en la comisura de su boca. Reconoció ese gesto de
terquedad, que implicaba negarse a pedir ayuda o admitir cualquier debilidad.
Ella había adoptado esas mismas estrategias para sobrevivir al sufrimiento y
soledad de su infancia. Mientras la observaba, se convenció todavía más de que
la idea que había estado cavilando desde el día anterior era buena.
—Crayton es una escuela pequeña —dijo con suavidad—. Siempre creí que
sería más feliz en una escuela más grande con más diversidad de estudiantes.
Quizá a ti te pase lo mismo. Tal vez te gustaría ir a otro lado.
La cabeza de Molly se elevó rápidamente.
—¿Una escuela con chicos?
—No veo por qué no.
—No me puedo imaginar como sería tener chicos en clase. ¿No serían
peleones?
______se rió.
—Nunca estudié con ellos, así es que no tengo ni idea. Probablemente. — Molly mostraba el primer gesto de animación que ella había visto y Phoebe continuó cautelosamente—. Hay unas escuelas públicas muy buenas en esta zona.
—¿Una escuela pública? —se mofó—. La calidad de la educación es inferior.
—No necesariamente. Además, alguien con tu inteligencia probablemente aprenda sola, ¿qué diferencia habría? —Miró a su hermana con compasión y dijo suavemente—, me parece que tener amigos y disfrutar de la adolescencia sería más importante ahora mismo que saber matemáticas.
La concha protectora de Molly se cerró.
—Tengo docenas de amigos. Docenas de ellos. Y disfruto con las matemáticas. Nunca me sometería a una educación inferior solo para conocer a algunos tontos adolescentes, los cuales, estoy segura, no serían tan maduros como todas mis amigas de Connecticut.
______le tendió la mano. Estaba dispuesta a mantener el tipo hasta el final.
El labio inferior de Molly se curvó con desdén.
—No lo puedes entender a no ser que seas superdotada.
—Me fastidia desilusionarte Mol, pero mi inteligencia no es precisamente baja.
—No te creo.
—Coge entonces papel. Vamos a hacer unas integrales.
Molly tragó saliva.
—Aún no he dado eso.
______ocultó su alivio. No había hecho integrales desde hacía años, y no se acordaba de nada.
—No juzgues un libro por su cubierta, Mol. Por ejemplo, si la gente te juzgara sólo por las apariencias podría decir que eres poco amistosa y bastante cursi. ¿Y no sabemos las dos que eso no es cierto? —Quería hacer que Molly pensase, que se enfrentase a ella, que sacara el aguijón ante sus palabras con una sonrisa. No hizo eso.
—¡No soy una esnob! Soy una persona bastante agradable con docenas de amigas y… —se quedó sin aliento.
______siguió la dirección de su mirada afligida y vio como Pooh sacaba un mono de peluche manchado de barro de debajo de la cama de Molly.
Rápidamente sacó el juguete de la boca del caniche.
—Está bien. Pooh no rompió tu juguete. Mira.
La cara de Molly se puso de color escarlata.
—¡No quiero volver a ver ese perro en mi dormitorio otra vez! ¡Nunca! Y no es mío. No juego con juguetes. No sé cómo llegó hasta ahí. ¡Es estúpido! ¡Tíralo!
______siempre había tenido debilidad por las almas perdidas y el rechazo del mono, tan obviamente amado por su hermana, la afectó de una manera que nada más lo podría haber hecho. En ese momento, nada podía haber hecho que dejara marchar a esa muchachita confundida y asustada.
Con un gesto casual lanzó el peluche a los pies de la cama.
—Acabo de decidir que no vuelvas a Crayton. Voy a matricularte en una escuela pública para el semestre que viene.
—¡Qué! ¡No puedes hacer eso!
—Soy tu tutora y claro que lo puedo hacer. —Levantando en brazos a Pooh, se encaminó a la puerta—. Nos mudaremos al condominio la semana próxima. Si finalmente la escuela no te vale, podrás volver a Crayton el semestre siguiente.
—¿Por qué haces eso? ¿Por qué eres tan odiosa?
Ella sabía que la niña nunca se creería la verdad, así que se encogió de hombros.
—¿No es mejor sufrir en compañía? Yo tengo que quedarme aquí. ¿Por qué no te ibas a quedar tú?
No fue hasta que llegó al final de la escalera que las implicaciones de lo que acababa de hacer la golpearon. Ya estaba sepultada por problemas que no sabía tan solucionar y acababa de añadir otro. ¿Cuándo iba a aprender a no ser
tan impulsiva?
Parte 1
La brisa húmeda de la noche infló las cortinas y agitó el pelo castaño oscuro de Molly que sentada en una mecedora ante la ventana del dormitorio leía Rebecca de Daphne Du Maurier. Aunque Molly sabía que iba en contra de la crítica literaria, pensaba que Daphne Du Maurier era una escritora mucho mejor que Fyodor Dostoyevski.
Pero le gustaba Danielle Steel todavía más y también era mejor que Dostoyevski, principalmente porque las protagonistas de sus libros sobrevivían a tantas experiencias terribles que le daban valor a Molly. Sabía que en la vida
real Danielle Steel tenía niños, y cuando Molly pasó la gripe en el campamento, había tenido sueños maravillosos debido a la fiebre en los cuales, Danielle era su madre. Incluso cuando estuvo despierta, se había imaginado a Danielle sentada a su lado sobre la cama acariciándole el pelo mientras leía uno de sus libros. Sabía que pensar eso era algo infantil, pero no lo podía evitar.
Cogió un kleenex y se sonó la nariz. La gripe ya había pasado, pero aún tenía una pequeña infección respiratoria. Como consecuencia, la directora de Crayton no la dejaba ir al colegio antes del comienzo del curso. Habían avisado a ______y Molly fue forzada a volver a casa unos cuantos días después de que su hermana regresara a Chicago. No era que sintiera esa horrible casa como su casa.
Deseaba que ______la dejase sola. Continuaba sugiriendo que vieran películas o jugaran a las cartas juntas, pero Molly sabía que sólo lo hacía por qué debía hacerlo. Molly odiaba a Phoebe, no sólo por la manera en que se vestía, sino porque su padre había amado a Phoebe. Y sabía que su padre no la había amado. Él le había dicho más de una vez que no le daba más que “jodidos disgustos”.
—¡Al menos tu hermana tiene las agallas para hacerme frente! Tú en cambio parece con si fueras a desmayarte cada vez que te hablo. —Le había dicho cada vez que volvía a casa. Había criticado la forma pausada en que ella hablaba, la manera en que miraba, todo lo que hacía y ella sabía que él en secreto la comparaba con su bella y segura hermana mayor. Durante años, su odio por ______fue formando una dura concha alrededor de su corazón.
En la distancia, oyó sonar un reloj repicando nueve tonos y haciendo que la gran casa pareciera aun más vacía y que ella se sintiera más pequeña y sola.
Fue al lado de la cama y se arrodilló para sacar el objeto que escondía allí.
Sentándose sobre sus piernas, abrazó un mono oscuro manchado de barro al que le faltaba un ojo contra su pecho.
Apoyó la mejilla sobre una calva del pelaje entre las orejas del mono y murmuró—: Estoy asustada, Sr. Brown. ¿Qué nos va a pasar?
—¿Molly?
Ante el sonido de la voz de su hermana, Molly volvió a meter al Sr. Brown bajo su cama, cogió de encima de la cama Los hermanos Karamazov, metió Rebecca de Daphne Du Maurier bajo la almohada, y se volvió a sentar en la mecedora.
—¿Molly, estás ahí?
Ella pasó la página.
La puerta se abrió y ______entró.
—¿No me oíste?
Molly con cuidado ocultó los celos mientras miraba los vaqueros rosas de su hermana y el suéter a juego. El suéter tenía un profundo escote en V con el borde bordado que se curvaba sobre los pechos de Phoebe. Molly quiso apretar
firmemente el Dostoyevski contra su pecho para ocultar su falta de forma. No era justo. ______era vieja y ya no necesitaba ser bonita. No necesitaba todo ese cabello rubio y esos ojos rasgados. ¿Por qué no podía Molly ser bonita en
vez de parecer una vara delgada y fea con el pelo oscuro?
—Leía.
—Ya veo.
—Me temo que no estoy de humor para hablar, Phoebe.
—No tardaré mucho. La escuela comienza dentro de poco y hay algunas cosas que necesitamos discutir.
El caniche de ______entró con mucho alboroto por la puerta y saltó encima de Molly, que se echó atrás y miró a su hermana.
—¿De dónde salió la perra?
—Como voy a tener que vivir aquí algún tiempo, le dije a Viktor que la pusiera en un avión.
Molly alejó sus pies del caniche cuando comenzó a comerse sus zapatillas amarillas.
—Me gustaría que no la dejases entrar en mi habitación. Soy alérgica.
______estaba sentada en el borde de la cama de Molly y chasqueó los dedos para que Pooh viniera a su lado.
—A los caniches no se les cae el pelo. Son los perros ideales para personas con alergia.
—No me gusta tener animales en mi dormitorio.
—¿Eres así de desagradable todo el tiempo o es sólo conmigo?
Los labios de Molly formaron una línea testaruda.
—Estoy cansada y quiero dormir.
—Sólo son las nueve.
—He estado enferma.
______observó como Molly inclinaba la cabeza sobre su libro, pasando de ella con toda deliberación. Otra vez experimentó la familiar combinación de frustración y simpatía que la embargaba cada vez que hablaba con un niño. Ni
siquiera llevaba una semana en Chicago cuando habían enviado a Molly a casa desde el campamento para recuperarse de la gripe. Encima, su relación había empeorado en los dos días que habían pasado en vez de mejorar.
Pasó la mano sobre el cubrecama.
—Esta casa va a cerrarse pronto para ponerla en venta.
Desafortunadamente, parece que voy a estar aquí durante los próximos meses, así que he decidido mudarme a un alojamiento que Bert poseía no demasiado lejos del Complejo de los Stars. Los abogados dicen que puedo quedarme allí
hasta el principio del próximo año. —También le pagaban un sueldo para sus gastos, lo cual era bueno porque su cuenta corriente estaba casi en números rojos.
—Cómo me vuelvo a Crayton, no veo de que manera me pueden importar tus planes.
Ella ignoró el malhumor de Molly.
—No te envidio que vuelvas allí. Yo odiaba estar allí.
—¿Tengo otra elección?
______se vio completamente envuelta por un extraño hormigueo que le
subió por la columna. La cara de Molly estaba tensa e inexpresiva excepto por
el pequeño temblor en la comisura de su boca. Reconoció ese gesto de
terquedad, que implicaba negarse a pedir ayuda o admitir cualquier debilidad.
Ella había adoptado esas mismas estrategias para sobrevivir al sufrimiento y
soledad de su infancia. Mientras la observaba, se convenció todavía más de que
la idea que había estado cavilando desde el día anterior era buena.
—Crayton es una escuela pequeña —dijo con suavidad—. Siempre creí que
sería más feliz en una escuela más grande con más diversidad de estudiantes.
Quizá a ti te pase lo mismo. Tal vez te gustaría ir a otro lado.
La cabeza de Molly se elevó rápidamente.
—¿Una escuela con chicos?
—No veo por qué no.
—No me puedo imaginar como sería tener chicos en clase. ¿No serían
peleones?
______se rió.
—Nunca estudié con ellos, así es que no tengo ni idea. Probablemente. — Molly mostraba el primer gesto de animación que ella había visto y Phoebe continuó cautelosamente—. Hay unas escuelas públicas muy buenas en esta zona.
—¿Una escuela pública? —se mofó—. La calidad de la educación es inferior.
—No necesariamente. Además, alguien con tu inteligencia probablemente aprenda sola, ¿qué diferencia habría? —Miró a su hermana con compasión y dijo suavemente—, me parece que tener amigos y disfrutar de la adolescencia sería más importante ahora mismo que saber matemáticas.
La concha protectora de Molly se cerró.
—Tengo docenas de amigos. Docenas de ellos. Y disfruto con las matemáticas. Nunca me sometería a una educación inferior solo para conocer a algunos tontos adolescentes, los cuales, estoy segura, no serían tan maduros como todas mis amigas de Connecticut.
______le tendió la mano. Estaba dispuesta a mantener el tipo hasta el final.
El labio inferior de Molly se curvó con desdén.
—No lo puedes entender a no ser que seas superdotada.
—Me fastidia desilusionarte Mol, pero mi inteligencia no es precisamente baja.
—No te creo.
—Coge entonces papel. Vamos a hacer unas integrales.
Molly tragó saliva.
—Aún no he dado eso.
______ocultó su alivio. No había hecho integrales desde hacía años, y no se acordaba de nada.
—No juzgues un libro por su cubierta, Mol. Por ejemplo, si la gente te juzgara sólo por las apariencias podría decir que eres poco amistosa y bastante cursi. ¿Y no sabemos las dos que eso no es cierto? —Quería hacer que Molly pensase, que se enfrentase a ella, que sacara el aguijón ante sus palabras con una sonrisa. No hizo eso.
—¡No soy una esnob! Soy una persona bastante agradable con docenas de amigas y… —se quedó sin aliento.
______siguió la dirección de su mirada afligida y vio como Pooh sacaba un mono de peluche manchado de barro de debajo de la cama de Molly.
Rápidamente sacó el juguete de la boca del caniche.
—Está bien. Pooh no rompió tu juguete. Mira.
La cara de Molly se puso de color escarlata.
—¡No quiero volver a ver ese perro en mi dormitorio otra vez! ¡Nunca! Y no es mío. No juego con juguetes. No sé cómo llegó hasta ahí. ¡Es estúpido! ¡Tíralo!
______siempre había tenido debilidad por las almas perdidas y el rechazo del mono, tan obviamente amado por su hermana, la afectó de una manera que nada más lo podría haber hecho. En ese momento, nada podía haber hecho que dejara marchar a esa muchachita confundida y asustada.
Con un gesto casual lanzó el peluche a los pies de la cama.
—Acabo de decidir que no vuelvas a Crayton. Voy a matricularte en una escuela pública para el semestre que viene.
—¡Qué! ¡No puedes hacer eso!
—Soy tu tutora y claro que lo puedo hacer. —Levantando en brazos a Pooh, se encaminó a la puerta—. Nos mudaremos al condominio la semana próxima. Si finalmente la escuela no te vale, podrás volver a Crayton el semestre siguiente.
—¿Por qué haces eso? ¿Por qué eres tan odiosa?
Ella sabía que la niña nunca se creería la verdad, así que se encogió de hombros.
—¿No es mejor sufrir en compañía? Yo tengo que quedarme aquí. ¿Por qué no te ibas a quedar tú?
No fue hasta que llegó al final de la escalera que las implicaciones de lo que acababa de hacer la golpearon. Ya estaba sepultada por problemas que no sabía tan solucionar y acababa de añadir otro. ¿Cuándo iba a aprender a no ser
tan impulsiva?
D.A. Torrez.
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
Parte 2
Tratando de escapar deprisa de sus pensamientos, llegó hasta la puerta corredera de detrás de la casa y salió. Era una noche tranquila y llena del perfume de pinos y rosas. La iluminación del lateral de la casa iluminaba el margen más profundo del bosque al borde del patio, incluyendo el arce viejo que había sido su refugio cuando era una niña. Ella se encontró dirigiéndose hacia allí. Cuando llegó al árbol, vio que las ramas más bajas estaban demasiado altas para alcanzarlas. Apoyándose contra el tronco, miró hacia la casa.
A pesar de lo apacible de la noche, no podía quitarse de encima sus preocupaciones. No sabía nada de adolescentes. ¿Cómo se suponía que iba a vencer la hostilidad de Molly? Metió las manos en los bolsillos de los pantalones.
Sus problemas con su hermana no era todo lo que la molestaba. Echaba de menos a Viktor y al resto de sus amigos. Se había sentido como un fenómeno cuando pasó la puerta del complejo de los Stars. Y pasaba demasiado tiempo
pensando en Joe Jonas . ¿Por qué tenía que ser tan inflexible en su negativa de volver a readmitir a Ron?
Ella suspiró. Era algo más que su actitud hacia Ron lo que hacía que pensara en él. Era demasiado consciente de él. Algunas veces cuando él estaba cerca, experimentaba una emoción que estaba muy cerca del terror. Sus latidos
se aceleraban, su pulso era superficial y tenía la inquietante sensación de que su cuerpo despertaba después de una larguísima hibernación. Era un pensamiento ridículo. Sabía demasiado bien que estaba permanentemente dañada en lo referente a los hombres.
Aunque esa noche hacía calor, sacó las manos de los bolsillos y frotó los brazos ante un repentino escalofrío. Los recuerdos la inundaron y la envolvieron como los sonidos de la noche, podía sentir como si fuera hoy mismo todo lo
que había pasado los primeros meses en París.
Cuando llegó, localizó a una amiga de Crayton y se alojó con ella en un diminuto apartamento, un tercer piso en Montparnasse, no lejos del llamativo cruce entre el bullicioso Boulevard Du Montparnasse y el Boulevard Raspail.
Durante semanas, rara vez había dejado la cama. Se había quedado con la mirada fija en el techo mientras gradualmente se convencía de que en cierta manera había tenido la culpa de su propia violación. Nadie la había obligado a bailar con Craig. Nadie la había obligado a reírse de sus chistes y coquetear con él. Había hecho todo lo que había podido para gustarle.
Lentamente se convenció de que lo sucedido había sido por su culpa. Su compañera de cuarto, alarmada por su apatía, le rogó que saliera y con el tiempo se volvió más fácil seguir que resistir. Empezó a pasarse las tardes bebiendo vino barato y fumando maría con las pandillas de estudiantes que frecuentaban las aceras y brasseries de Montparnasse. Su sufrimiento había destruido su apetito y la grasa de infancia que le quedaba se evaporó, sus piernas adelgazaron y se le marcaron los pómulos. Pero sus pechos permanecieron tan llenos como siempre y a pesar de su ropa informe, los chicos comenzaron a mirarla. Su atención hizo que todavía se odiara más a sí misma. Sabían qué tipo de chica era. Por eso no la dejaban sola.
Sin saber cómo ocurrió, se castigó a sí misma acostándose con uno de ellos, un joven soldado alemán que había ido a París para trabajar en la UNESCO. Luego dejó que un barbudo estudiante sueco de arte entrara en su cama, y después de él, un melenudo fotógrafo de Liverpool. Permanecía inmóvil bajo ellos, los dejó hacer lo que quisieron porque sabía en su corazón que no se merecía nada mejor. Nada más que sus cuerpos sudorosos invadiéndola, odiándose a sí misma.
Gradualmente volvió a sentir. Consternada por lo que había permitido que ocurriera, se desesperó buscando la manera de arreglarlo. Los hombres eran sus enemigos. Olvidarse de eso era ponerse en peligro.
Comenzó a observar a las jóvenes francesas que pasaban las tardes paseando por el Boulevard Du Montparnasse. Se sentó en las brasseries y las observó inclinar las caras hacia sus amantes, seduciéndolos con sus ojos perspicaces. Se fijó en la forma que caminaban con sus vaqueros apretados marcando sus caderas cimbreantes y como mostraban sus pechos. Una noche observó como una joven belleza de cara ardiente abría los labios para que su amante, contra el que se presionaba seductoramente, pudiera volcar el dulce contenido de una concha de mejillón entre ellos, en ese momento tuvo una revelación. Esas jóvenes francesas usaban el sexo para controlar a los hombres y los hombres estaban indefensos para defenderse de ellas.
Fue cuando empezó su transformación.
Cuando Arturo Flores la conoció en una galería de arte cerca de la Madeleine, las ropas que ocultaban su figura, habían dado paso a los apretados vaqueros franceses y camisetas diminutas y sexys, que exhibían sus pechos.
Las mechas platino volcaban las miradas de los hombres en su pelo largo y sedoso que se ensortijaba sobre sus hombros. Con los ojos pintados, parecía que les dijera a cada uno de ellos—: Puedes mirar, si, pero no eres lo suficiente
hombre para tocar.
El alivio que experimentaba cuando coqueteaban con ella, sólo para retirarse con el rabo entre las piernas cuando los rechazaba, casi la mareaba.
Finalmente había encontrado la manera de defenderse por sí misma.
Arturo Flores no era como el resto. Era muy mayor, un hombre solitario gentil y brillante que sólo quería su amistad. Cuando le preguntó si la podía pintar, estuvo de acuerdo sin titubear, nunca soñó con permanecer siete años con él.
Arturo pertenecía a un círculo muy cerrado de hombres europeos ricos y prominentes que mantenían en secreto su homosexualidad y sus amigos cuidadosamente seleccionados se convirtieron en sus amigos. Eran divertidos, cultivados, frecuentemente sarcásticos, generalmente amables y las demandas que le planteaban no eran físicas. Querían su atención, su simpatía y su afecto.
A cambio, le enseñaron sobre el arte y música, historia y política. Recibió una educación mejor de las amistades de Arturo de la que había recibido en su viejo internado y de la que hubiera recibido en la universidad.
Pero no pudieron hacer que olvidase. Su trauma estaba profundamente arraigado para poder ser conquistado, y así, ella continuó castigando a los hombres heterosexuales con pequeñas crueldades: Sonrisas tentadoras, ropa provocativa, coquetería mordaz. Aprendió que podía controlarlos a todos haciendo promesas con su cuerpo que nunca cumpliría.
Lo siento Monsieur, Herr, Señor, pero no eres lo suficientemente hombre como para tocar.
Y se alejaba de todos con sus caderas cimbrando con el ritmo de las chicas francesas que recorrían el Boulevard Du Montparnasse.
Hot cha cha
Hot cha cha
Hot hot
Cha cha cha cha
Tenía veintiséis años antes de permitir que otro hombre la tocara, el joven doctor que asistió a Arturo durante su enfermedad. Era bien parecido y amable, y las caricias de sus manos habían sido tranquilas. Había disfrutado de la
cercanía, pero cuándo él había tratado de profundizar la intimidad, se había quedado helada. Él había sido paciente, pero cada vez que sus manos se metían bajo su ropa, se veía asaltada por los recuerdos de una noche en la caseta al lado de la piscina, por los recuerdos de los jóvenes a los que había permitido acostarse con ella. El médico había sido demasiado caballeroso al decirle que no era lo suficientemente mujer para él y desapareció de su vida.
Se obligó a aceptar el hecho que estaba irreparablemente dañada con respecto al sexo y se obligó a no dejarse caer en la amargura. Después de la angustia por la muerte de Arturo, buscó otras salidas para sus emociones más suaves.
En Manhattan, se rodeó de homosexuales, gays, a los que consoló cuando se murieron. Esos hombres fueron los receptores del amor y afecto que poseía en tanta abunJoe cia. Fueron esos hombres que ocuparon el lugar de los
amantes que no podía soportar.
—Hola, prima.
Ella dio una boqueada estrangulada y se giró para ver a Reed Chandler delante de la piscina al borde del césped, a apenas dos metros.
—¿Quieres subir a los árboles, Pulga barriguda?
—¿Qué haces aquí?
—Simplemente te presento mis respetos.
Ya no era una niña indefensa y luchó contra el miedo que él todavía le inspiraba. Durante el entierro ella había estado demasiada anonadada para fijarse en los cambios de su apariencia, pero ahora vio que, aunque sus rasgos mostraban los años que habían pasado, él casi estaba igual que en sus días en la universidad. Supuso que las mujeres todavía se sentían atraídas por su atractivo tipo gángster: El pelo espeso, negro azulado, la piel aceitunada y el cuerpo firme y compacto. Seguro que sus labios llenos parecían sensuales a sus novias, pero a ella siempre le había parecido solamente ávidos. Una boca avariciosa que le recordaba todo lo que Reed había querido siempre de la vida y que todo eso le pertenecía a ella.
Observó que ahora vestía más como un banquero que como un gángster.
Llevaba una camisa oxford de rayas azules y blancas y pantalones azul marino hechos a medida y con el resplandor del cigarrillo, vio el destello de un reloj caro en su muñeca. Recordó que su padre le había dicho que Reed trabajaba para una asesoría. Al principio se había sorprendido de que no trabajara para los Stars, pero entonces se dio cuenta de que Reed tampoco quería darle a Bert demasiado control sobre su vida.
—¿Cómo me has encontrado?
—Siempre supe encontrarte, Pulga Barriguda. Incluso a oscuras, con ese cabello rubio es difícil no verte.
—No quiero que me llames así.
Él sonrió.
—Siempre pensé que era bonito, pero si no te agrada, te prometo que no lo diré. ¿Puedo llamarte Phoebe, o quieres que te llame de otra forma más formal?
Su tono era tierno y ella relajó un poco.
—______me parece maravilloso.
Él sonrió y le ofreció un cigarrillo. Ella negó con la cabeza.
—Deberías dejarlo.
—Lo he hecho. Muchas veces —Cuando dio otra calada, ella tuvo otro vislumbre de sus labios llenos y ávidos.
—¿Qué tal va todo? ¿Te trata bien todo el mundo?
—Son educados.
—Si alguien te hace pasar un mal rato, dímelo.
—Estoy segura de que todo irá bien. —Ella nunca había estado menos segura de algo, pero no lo iba a admitir.
—Que Carl Pogue se despidiera fue una desgracia. Si Bert hubiera imaginado que había alguna posibilidad de que pasara, sé que no hubierahecho esto. ¿Has contratado un nuevo presidente?
—Todavía no.
—No esperes demasiado tiempo. McDermitt es demasiado inexperto para el trabajo. Probablemente sea una buena idea dejar que Steve Kovak tome la decisión final. Si no, me encantaría ayudar.
—Lo recordaré. —Su voz mantuvo con todo cuidado un tono evasivo.
—A Bert le gustaba manipular a la gente. No nos lo ha facilitado nada, ¿verdad?
—No.
Él metió la mano en el bolsillo y luego la sacó, parecía inquieto. El silencio se extendió entre ellos. Cambió el peso de pie, dio una larga calada a su cigarrillo y expulsó el humo en una fina espiral.
—Mira Phoebe, hay algo que necesito decirte.
—¿Ah?
—Te lo debería haber dicho hace mucho tiempo, pero lo he estado evitando.
Ella esperó.
Él apartó la vista.
—Un par de años después de graduarnos, Craig Jenkins y yo estábamos en
una fiesta…
Cada músculo en su cuerpo se tensó. La noche repentinamente pareció muy oscura y la casa demasiado lejos.
—Craig se emborrachó y me contó lo qué realmente ocurrió esa noche. Me dijo que te había violado.
Una pequeña exclamación escapó de sus labios. En lugar de sentir alivio, se sintió tosca y expuesta. No quería hablar de eso con nadie y menos con Reed.
Él se aclaró la voz.
—Lo siento; Siempre creí que mentías. Fui a ver a Bert de inmediato, pero no quiso hablar de eso. Supongo que debería haberlo intentado más, pero ya sabes como era.
Ella no podía decidirse a hablar. ¿Estaba él diciendo la verdad? No tenía ni idea de si era sincero o simplemente estaba intentando ganarse su confianza para poder influir en sus decisiones mientras ella era la dueña de Los Stars. No quería creer que su padre había sabido la verdad pero que no le había importado. Todos los viejos sentimientos de dolor y traición la envolvieron.
—Siento como si de alguna manera te lo debiera y quiero que sepas que estoy aquí para cualquier cosa. Tal y como yo lo veo, tengo una deuda contigo.
Si hay cualquier cosa que pueda hacer para facilitarte las cosas, quiero que me prometas que me lo harás saber.
—Gracias, Reed. Lo haré. —Sus palabras sonaron forzadas y antinaturales.
Se sentía como si estuviera tan apretada por una cuerda, que sintió que explotaría si no se apartaba de él. A pesar de su evidente interés, ella nunca podría confiar en él.
—Es mejor que entre ahora. No quiero dejar sola a Molly demasiado tiempo.
—Por supuesto.
Caminaron en tenso silencio hacia la casa. Cuando llegaron al borde del césped, él se detuvo y la miró.
—Estoy preocupado, estamos en esto juntos, prima. Lo digo en serio. De
verdad.
Inclinándose, rozó con sus ávidos labios su mejilla y se giró para marcharse.
Tratando de escapar deprisa de sus pensamientos, llegó hasta la puerta corredera de detrás de la casa y salió. Era una noche tranquila y llena del perfume de pinos y rosas. La iluminación del lateral de la casa iluminaba el margen más profundo del bosque al borde del patio, incluyendo el arce viejo que había sido su refugio cuando era una niña. Ella se encontró dirigiéndose hacia allí. Cuando llegó al árbol, vio que las ramas más bajas estaban demasiado altas para alcanzarlas. Apoyándose contra el tronco, miró hacia la casa.
A pesar de lo apacible de la noche, no podía quitarse de encima sus preocupaciones. No sabía nada de adolescentes. ¿Cómo se suponía que iba a vencer la hostilidad de Molly? Metió las manos en los bolsillos de los pantalones.
Sus problemas con su hermana no era todo lo que la molestaba. Echaba de menos a Viktor y al resto de sus amigos. Se había sentido como un fenómeno cuando pasó la puerta del complejo de los Stars. Y pasaba demasiado tiempo
pensando en Joe Jonas . ¿Por qué tenía que ser tan inflexible en su negativa de volver a readmitir a Ron?
Ella suspiró. Era algo más que su actitud hacia Ron lo que hacía que pensara en él. Era demasiado consciente de él. Algunas veces cuando él estaba cerca, experimentaba una emoción que estaba muy cerca del terror. Sus latidos
se aceleraban, su pulso era superficial y tenía la inquietante sensación de que su cuerpo despertaba después de una larguísima hibernación. Era un pensamiento ridículo. Sabía demasiado bien que estaba permanentemente dañada en lo referente a los hombres.
Aunque esa noche hacía calor, sacó las manos de los bolsillos y frotó los brazos ante un repentino escalofrío. Los recuerdos la inundaron y la envolvieron como los sonidos de la noche, podía sentir como si fuera hoy mismo todo lo
que había pasado los primeros meses en París.
Cuando llegó, localizó a una amiga de Crayton y se alojó con ella en un diminuto apartamento, un tercer piso en Montparnasse, no lejos del llamativo cruce entre el bullicioso Boulevard Du Montparnasse y el Boulevard Raspail.
Durante semanas, rara vez había dejado la cama. Se había quedado con la mirada fija en el techo mientras gradualmente se convencía de que en cierta manera había tenido la culpa de su propia violación. Nadie la había obligado a bailar con Craig. Nadie la había obligado a reírse de sus chistes y coquetear con él. Había hecho todo lo que había podido para gustarle.
Lentamente se convenció de que lo sucedido había sido por su culpa. Su compañera de cuarto, alarmada por su apatía, le rogó que saliera y con el tiempo se volvió más fácil seguir que resistir. Empezó a pasarse las tardes bebiendo vino barato y fumando maría con las pandillas de estudiantes que frecuentaban las aceras y brasseries de Montparnasse. Su sufrimiento había destruido su apetito y la grasa de infancia que le quedaba se evaporó, sus piernas adelgazaron y se le marcaron los pómulos. Pero sus pechos permanecieron tan llenos como siempre y a pesar de su ropa informe, los chicos comenzaron a mirarla. Su atención hizo que todavía se odiara más a sí misma. Sabían qué tipo de chica era. Por eso no la dejaban sola.
Sin saber cómo ocurrió, se castigó a sí misma acostándose con uno de ellos, un joven soldado alemán que había ido a París para trabajar en la UNESCO. Luego dejó que un barbudo estudiante sueco de arte entrara en su cama, y después de él, un melenudo fotógrafo de Liverpool. Permanecía inmóvil bajo ellos, los dejó hacer lo que quisieron porque sabía en su corazón que no se merecía nada mejor. Nada más que sus cuerpos sudorosos invadiéndola, odiándose a sí misma.
Gradualmente volvió a sentir. Consternada por lo que había permitido que ocurriera, se desesperó buscando la manera de arreglarlo. Los hombres eran sus enemigos. Olvidarse de eso era ponerse en peligro.
Comenzó a observar a las jóvenes francesas que pasaban las tardes paseando por el Boulevard Du Montparnasse. Se sentó en las brasseries y las observó inclinar las caras hacia sus amantes, seduciéndolos con sus ojos perspicaces. Se fijó en la forma que caminaban con sus vaqueros apretados marcando sus caderas cimbreantes y como mostraban sus pechos. Una noche observó como una joven belleza de cara ardiente abría los labios para que su amante, contra el que se presionaba seductoramente, pudiera volcar el dulce contenido de una concha de mejillón entre ellos, en ese momento tuvo una revelación. Esas jóvenes francesas usaban el sexo para controlar a los hombres y los hombres estaban indefensos para defenderse de ellas.
Fue cuando empezó su transformación.
Cuando Arturo Flores la conoció en una galería de arte cerca de la Madeleine, las ropas que ocultaban su figura, habían dado paso a los apretados vaqueros franceses y camisetas diminutas y sexys, que exhibían sus pechos.
Las mechas platino volcaban las miradas de los hombres en su pelo largo y sedoso que se ensortijaba sobre sus hombros. Con los ojos pintados, parecía que les dijera a cada uno de ellos—: Puedes mirar, si, pero no eres lo suficiente
hombre para tocar.
El alivio que experimentaba cuando coqueteaban con ella, sólo para retirarse con el rabo entre las piernas cuando los rechazaba, casi la mareaba.
Finalmente había encontrado la manera de defenderse por sí misma.
Arturo Flores no era como el resto. Era muy mayor, un hombre solitario gentil y brillante que sólo quería su amistad. Cuando le preguntó si la podía pintar, estuvo de acuerdo sin titubear, nunca soñó con permanecer siete años con él.
Arturo pertenecía a un círculo muy cerrado de hombres europeos ricos y prominentes que mantenían en secreto su homosexualidad y sus amigos cuidadosamente seleccionados se convirtieron en sus amigos. Eran divertidos, cultivados, frecuentemente sarcásticos, generalmente amables y las demandas que le planteaban no eran físicas. Querían su atención, su simpatía y su afecto.
A cambio, le enseñaron sobre el arte y música, historia y política. Recibió una educación mejor de las amistades de Arturo de la que había recibido en su viejo internado y de la que hubiera recibido en la universidad.
Pero no pudieron hacer que olvidase. Su trauma estaba profundamente arraigado para poder ser conquistado, y así, ella continuó castigando a los hombres heterosexuales con pequeñas crueldades: Sonrisas tentadoras, ropa provocativa, coquetería mordaz. Aprendió que podía controlarlos a todos haciendo promesas con su cuerpo que nunca cumpliría.
Lo siento Monsieur, Herr, Señor, pero no eres lo suficientemente hombre como para tocar.
Y se alejaba de todos con sus caderas cimbrando con el ritmo de las chicas francesas que recorrían el Boulevard Du Montparnasse.
Hot cha cha
Hot cha cha
Hot hot
Cha cha cha cha
Tenía veintiséis años antes de permitir que otro hombre la tocara, el joven doctor que asistió a Arturo durante su enfermedad. Era bien parecido y amable, y las caricias de sus manos habían sido tranquilas. Había disfrutado de la
cercanía, pero cuándo él había tratado de profundizar la intimidad, se había quedado helada. Él había sido paciente, pero cada vez que sus manos se metían bajo su ropa, se veía asaltada por los recuerdos de una noche en la caseta al lado de la piscina, por los recuerdos de los jóvenes a los que había permitido acostarse con ella. El médico había sido demasiado caballeroso al decirle que no era lo suficientemente mujer para él y desapareció de su vida.
Se obligó a aceptar el hecho que estaba irreparablemente dañada con respecto al sexo y se obligó a no dejarse caer en la amargura. Después de la angustia por la muerte de Arturo, buscó otras salidas para sus emociones más suaves.
En Manhattan, se rodeó de homosexuales, gays, a los que consoló cuando se murieron. Esos hombres fueron los receptores del amor y afecto que poseía en tanta abunJoe cia. Fueron esos hombres que ocuparon el lugar de los
amantes que no podía soportar.
—Hola, prima.
Ella dio una boqueada estrangulada y se giró para ver a Reed Chandler delante de la piscina al borde del césped, a apenas dos metros.
—¿Quieres subir a los árboles, Pulga barriguda?
—¿Qué haces aquí?
—Simplemente te presento mis respetos.
Ya no era una niña indefensa y luchó contra el miedo que él todavía le inspiraba. Durante el entierro ella había estado demasiada anonadada para fijarse en los cambios de su apariencia, pero ahora vio que, aunque sus rasgos mostraban los años que habían pasado, él casi estaba igual que en sus días en la universidad. Supuso que las mujeres todavía se sentían atraídas por su atractivo tipo gángster: El pelo espeso, negro azulado, la piel aceitunada y el cuerpo firme y compacto. Seguro que sus labios llenos parecían sensuales a sus novias, pero a ella siempre le había parecido solamente ávidos. Una boca avariciosa que le recordaba todo lo que Reed había querido siempre de la vida y que todo eso le pertenecía a ella.
Observó que ahora vestía más como un banquero que como un gángster.
Llevaba una camisa oxford de rayas azules y blancas y pantalones azul marino hechos a medida y con el resplandor del cigarrillo, vio el destello de un reloj caro en su muñeca. Recordó que su padre le había dicho que Reed trabajaba para una asesoría. Al principio se había sorprendido de que no trabajara para los Stars, pero entonces se dio cuenta de que Reed tampoco quería darle a Bert demasiado control sobre su vida.
—¿Cómo me has encontrado?
—Siempre supe encontrarte, Pulga Barriguda. Incluso a oscuras, con ese cabello rubio es difícil no verte.
—No quiero que me llames así.
Él sonrió.
—Siempre pensé que era bonito, pero si no te agrada, te prometo que no lo diré. ¿Puedo llamarte Phoebe, o quieres que te llame de otra forma más formal?
Su tono era tierno y ella relajó un poco.
—______me parece maravilloso.
Él sonrió y le ofreció un cigarrillo. Ella negó con la cabeza.
—Deberías dejarlo.
—Lo he hecho. Muchas veces —Cuando dio otra calada, ella tuvo otro vislumbre de sus labios llenos y ávidos.
—¿Qué tal va todo? ¿Te trata bien todo el mundo?
—Son educados.
—Si alguien te hace pasar un mal rato, dímelo.
—Estoy segura de que todo irá bien. —Ella nunca había estado menos segura de algo, pero no lo iba a admitir.
—Que Carl Pogue se despidiera fue una desgracia. Si Bert hubiera imaginado que había alguna posibilidad de que pasara, sé que no hubierahecho esto. ¿Has contratado un nuevo presidente?
—Todavía no.
—No esperes demasiado tiempo. McDermitt es demasiado inexperto para el trabajo. Probablemente sea una buena idea dejar que Steve Kovak tome la decisión final. Si no, me encantaría ayudar.
—Lo recordaré. —Su voz mantuvo con todo cuidado un tono evasivo.
—A Bert le gustaba manipular a la gente. No nos lo ha facilitado nada, ¿verdad?
—No.
Él metió la mano en el bolsillo y luego la sacó, parecía inquieto. El silencio se extendió entre ellos. Cambió el peso de pie, dio una larga calada a su cigarrillo y expulsó el humo en una fina espiral.
—Mira Phoebe, hay algo que necesito decirte.
—¿Ah?
—Te lo debería haber dicho hace mucho tiempo, pero lo he estado evitando.
Ella esperó.
Él apartó la vista.
—Un par de años después de graduarnos, Craig Jenkins y yo estábamos en
una fiesta…
Cada músculo en su cuerpo se tensó. La noche repentinamente pareció muy oscura y la casa demasiado lejos.
—Craig se emborrachó y me contó lo qué realmente ocurrió esa noche. Me dijo que te había violado.
Una pequeña exclamación escapó de sus labios. En lugar de sentir alivio, se sintió tosca y expuesta. No quería hablar de eso con nadie y menos con Reed.
Él se aclaró la voz.
—Lo siento; Siempre creí que mentías. Fui a ver a Bert de inmediato, pero no quiso hablar de eso. Supongo que debería haberlo intentado más, pero ya sabes como era.
Ella no podía decidirse a hablar. ¿Estaba él diciendo la verdad? No tenía ni idea de si era sincero o simplemente estaba intentando ganarse su confianza para poder influir en sus decisiones mientras ella era la dueña de Los Stars. No quería creer que su padre había sabido la verdad pero que no le había importado. Todos los viejos sentimientos de dolor y traición la envolvieron.
—Siento como si de alguna manera te lo debiera y quiero que sepas que estoy aquí para cualquier cosa. Tal y como yo lo veo, tengo una deuda contigo.
Si hay cualquier cosa que pueda hacer para facilitarte las cosas, quiero que me prometas que me lo harás saber.
—Gracias, Reed. Lo haré. —Sus palabras sonaron forzadas y antinaturales.
Se sentía como si estuviera tan apretada por una cuerda, que sintió que explotaría si no se apartaba de él. A pesar de su evidente interés, ella nunca podría confiar en él.
—Es mejor que entre ahora. No quiero dejar sola a Molly demasiado tiempo.
—Por supuesto.
Caminaron en tenso silencio hacia la casa. Cuando llegaron al borde del césped, él se detuvo y la miró.
—Estoy preocupado, estamos en esto juntos, prima. Lo digo en serio. De
verdad.
Inclinándose, rozó con sus ávidos labios su mejilla y se giró para marcharse.
D.A. Torrez.
Re: Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
oh por dios esta nove es tan buena!
tienes que poner mas caps , por favor!!!!!!
tienes que poner mas caps , por favor!!!!!!
fernanda
Página 2 de 7. • 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
Temas similares
» ¿Te acuerdas de mí? Joe y Tu Adaptación TERMINADA
» La Ley Del Lobo (Nick y tu) [ADAPTACIÓN] HOT!!
» ¡Ladrón! |HarryStyles&Tu| Adaptación *HOT* (TERMINADA)
» Remy - NicholasJ&TU (Adaptación) - TERMiNADA!!
» Solo los miercoles (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
» La Ley Del Lobo (Nick y tu) [ADAPTACIÓN] HOT!!
» ¡Ladrón! |HarryStyles&Tu| Adaptación *HOT* (TERMINADA)
» Remy - NicholasJ&TU (Adaptación) - TERMiNADA!!
» Solo los miercoles (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
Página 2 de 7.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér 20 Nov 2024, 12:51 am por SweetLove22
» My dearest
Lun 11 Nov 2024, 7:37 pm por lovesick
» Sayonara, friday night
Lun 11 Nov 2024, 12:38 am por lovesick
» in the heart of the circle
Dom 10 Nov 2024, 7:56 pm por hange.
» air nation
Miér 06 Nov 2024, 10:08 am por hange.
» life is a box of chocolates
Mar 05 Nov 2024, 2:54 pm por 14th moon
» —Hot clown shit
Lun 04 Nov 2024, 9:10 pm por Jigsaw
» outoflove.
Lun 04 Nov 2024, 11:42 am por indigo.
» witches of own
Dom 03 Nov 2024, 9:16 pm por hange.