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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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EL MARQUÉS DESNUDO-nick & tu- adaptacion TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: EL MARQUÉS DESNUDO-nick & tu- adaptacion TERMINADA
Cap!! 12
Nick estaba en medio de un sueño muy gratificante. Tenía a ______ Peterson en su cama. Su cabello rubio miel se extendía sobre la almohada; las manos de él se extendían sobre sus magníficos senos. Sentía sus dedos acariciándole el brazo. Humm. Otra parte de su cuerpo ansiaba sentir el delicioso contacto de esos dedos. Cuando ella lo golpeó con fuerza en el hombro, con la mano abierta, él se detuvo. Nunca había recurrido a ese tipo de juegos…
—¡Papá Nick, despierta!
Los ojos de Nick se abrieron de golpe. Miró la cara de Claire, a sólo unos centímetros de su nariz.
—Eh… Claire. —él tenía plena conciencia de estar completamente desnudo bajo las sábanas. No debía olvidar cerrar con llave la puerta de su cuarto si la niñita tenía la costumbre de caminar dormida—. ¿Hay alguna razón para que estés aquí?
—Claro, papá Nick. Tienes que venir rápido. Hay un fantasma en nuestro cuarto.
—Vaya, Claire, probablemente acabas de tener una pesadilla. ¿Se lo has dicho a Nana?
Claire negó con la cabeza, haciendo rebotar los rizos alrededor de su carita.
—Nana está gritando demasiado fuerte.
¿Nana? ¿La tranquila y sensata Nana?
—¿Por qué está gritando Nana?
Claire puso los ojos en blanco y le dio otra palmada en el hombro.
—Ya te lo he dicho. Hay un fantasma. Mamá Peterson me ha enviado a buscarte. Vamos, date prisa, papá Nick. Debes atrapar al fantasma.
—Está bien.
Claire recurrió a tironearlo del brazo. No había tiempo de ponerse los pantalones —ni la niña parecía dispuesta a concederle la privacidad para hacerlo— así que arrancó la sábana de la cama y se envolvió en ella. A la carrera tomó un alfiler de corbata para ajustar su improvisada toga mientras Claire lo sacaba de la habitación a empujones. En el corredor se encontraron con la tía Bea, que llevaba una bata de color castaño rojizo con borlas doradas, un gorro de dormir escarlata y una expresión de reproche en la cara. Reina Bess, que parecía tan enojada como su dueña, sacudió la cola a los pies de la tía Beatrice.
—En nombre de Dios, ¿qué es todo este alboroto? ¿No pueden dejarme morir en paz?
—Por lo visto esta noche nadie descansa en paz, tía… y si antes no hubieses llegado tan cerca del fondo de la botella de brandy, ahora no te sentirías tan cerca de la muerte.
—¿Y supongo que nunca te has entonado?
—¿Entonado? Yo diría que hiciste mucho más que entonarte.
Otra vez Claire, tironeándole del brazo.
—Vamos, papá Nick. El fantasma va a escapar.
Nicholas se fue con Claire. Tía Bea y Reina Bess los siguieron.
—¿Cómo te ha llamado Claire?
—No importa.
—Qué fantástico atuendo el tuyo.
Nick emitió un gruñido. Avanzar rápido se hacía difícil: las piernas se le enredaban en la sábana todo el tiempo. Y en las escaleras se haría imposible.
—¿Cómo os las arregláis vosotras las mujeres? —preguntó, después de tropezar por cuarta vez.
—Mejor que tú, obviamente. Oh, quítate del camino y déjame pasar, ¿quieres?
—¿Y si realmente hay un fantasma?
—Estoy segura de que a estas alturas ya lo han espantado. Los chillidos de Nana pueden oírse desde aquí.
Por fin llegaron al cuarto de las niñas. La señorita Peterson —vestida con un largo camisón blanco que le cubría hasta el cuello, para desilusión de Nick—, estaba intentando calmar a Nana. Cerca de ella, estaba de pie Isabelle, con Prinny en brazos.
—He traído a papá Nick, mamá Peterson —anunció Claire.
Eso fue lo último coherente que se oyó durante un largo rato.
Nana miró a Nicholas y lanzó un grito. Reina Bess miró a Prinny y siseó. Prinny miró a Reina Bess y emitió un aullido.
La tía Bea contempló la escena y con la cabeza entre las manos murmuró:
—Dios mío, por favor, dime que estoy alucinando.
Prinny, ladrando salvajemente, embistió contra Reina Bess, que se erizó duplicando su tamaño y trató de huir trepando por la toga de Nick. Éste, un caballero en todo momento, asió con fuerza su sábana para evitar que lo separaran de ella y valientemente intentó reprimir la andanada de frases que pugnaban por salir de sus labios mientras su majestad le clavaba las garras en la piel. Supuso que su intento no había sido del todo exitoso, al ver los ojos redondos de Claire y oírle contener el aliento.
—Huy, mamá Peterson, papá Nick ha dicho una palabrota.
______ se lanzó a capturar las patas traseras de Prinny y al hacerlo obsequió a Nick con un atisbo de su bien torneado tobillo, antes de que aquél oyese el siniestro sonido de una tela rasgándose y sintiera en sus propios tobillos el contacto de pelo de gato y aire.
—Tía, ven y coge a tu estú… estupenda gata.
La tía Bea se destapó los ojos.
—Sabía que tenías buenas piernas, Nicholas. ¿Lo ve, señorita Peterson? Con piernas como esas no hacen falta pantorrillas falsas.
Nick no podía asegurar si el calor que sentía era efecto de la humillación o de la furia.
—Señora, acorrale a su animal.
—Realmente, Nicholas, esto no es un campo de batalla. Bueno, tal vez se parece un poco a uno, pero puedes bajar la voz. Estás asustando a su alteza.
—¡Haré más que asustar a esa jo…!
—¡Nicholas! Recuerda que eres un caballero.
—¡… juguetona gata tuya, tía, si no la coges ya!
La tía Bea cogió de la panza a Reina Bess y la levantó del suelo, acercándosela a la cara.
—Ya, ya, gatita. El hombre malo no ha querido decir eso.
—No he querido decir sólo eso —murmuró Nick.
Pasó revista a los daños… en sus piernas, que por cierto estaban a la vista: se veían arañazos y sangre, pero todas sus partes privadas estaban cubiertas. Y también lo estaban, por desgracia, todas las de la señorita Peterson. Aunque ella estaba mirándole las piernas.
—Ay, milord, sus pobres piernas. Traeré agua tibia para lavarlas, ¿quiere?
El pensar en la señorita Peterson lavándole las piernas provocó que la falda de su toga, ahora corta, sobresaliera ostensiblemente. Pudo ver que tía Bea abría la boca para lanzar un comentario al respecto.
Se volvió hacia Nana. Al menos ella tenía la cortesía de no comérselo con los ojos.
—¿Alguien puede decirme de qué se trata todo esto? ¿Nana?
Nana se estrujaba las manos.
—Ay, milord, en mi vida he estado tan asustada. Me ha parecido oír un ruido, así que he subido a ver a mis niñitas y entonces he visto algo en el pasillo. Cuando he gritado, esa cosa se ha elevado flotando sobre el suelo y ha desaparecido, justo ahí. —Señaló un punto cercano a los estantes de la sala de estudio—. He oído el chirrido y el repiqueteo de sus cadenas, de verdad.
—Ya veo. —Tía Bea aún sostenía a Reina Bess, pero la señorita Peterson ya había soltado a Prinny. El perro estaba olfateando en los alrededores del sitio que había indicado Nana—. Entonces, ¿usted ha visto que el fantasma desaparecía justo donde está ahora Prinny?
—¿Milord? —Nana parecía confundida.
—Ahí —repitió Nick—. Donde Prinny… el perro de la señorita Peterson… está ahora.
—¿El perro de la señorita Peterson? ¡Oh! Discúlpeme, milord. —Nana desapareció dentro de su habitación y salió en un instante con las gafas puestas—. Ah, así está mejor. Sí, creo que estaba exactamente donde está ahora nuestro querido perrito.
Nick miró fijamente a la anciana mujer.
—Nana, ¿por qué has gritado al verme aparecer?
—Pensaba que usted era el fantasma que había regresado, milord. —Lo miró con más atención—. Es que usted lleva un atuendo un tanto, eh, extraño, ¿no es cierto? ¿Es un disfraz? ¿Ha estado en un baile de máscaras, entonces, vestido como uno de esos señores romanos?
—No, Nana. —Él echó una ojeada a la señorita Peterson, muy interesada en examinar el suelo alrededor de sus propios pies (muy bonitos pies, notó Nick) y emitía extraños ruiditos, como si se estuviese ahogando, pero al menos ella sí llevaba sus gafas—. ¿Usted también ha visto esa aparición, señorita Peterson?
—No, —intentó valientemente sofocar la risa—, milord. —Tragó—. Para cuando yo he salido de mi habitación ya había, eh, había desaparecido. —Apretándose los costados del cuerpo con las manos, la joven se inclinó, riendo con ganas.
—Me encanta que la situación le parezca tan divertida, señorita Peterson.
______ agitó la mano hacia él, obviamente incapaz de recuperar el aliento para hablar. Las lágrimas rodaban por sus mejillas.
—Sí que te ves extremadamente gracioso, Nicholas —dijo la tía Bea—, aunque me parece que la reacción de la señorita Peterson puede ser un poquito exagerada.
—Perdón, Lady Be Beatrice —dijo ______, rompiendo a reír con fuerza nuevamente. Isabelle y Claire también soltaban risitas entrecortadas.
—Humm.
Nick suponía que el «fantasma» había sido producto de la imaginación de Nana. Aun así, no podía ignorar el hecho de que, aunque para la señorita Peterson y las niñas la situación era divertida, no lo era para Nana. La anciana se esforzaba por sonreír pero se le notaba la tensión en los ojos y en la boca.
—Señoritas, si ustedes creen poder pasar aquí el resto de la noche —dijo Nick—, mañana les prepararemos habitaciones abajo. ¿Les parece bien?
La señorita Peterson finalmente logró dominarse.
—Por supuesto, milord. Estaremos bien.
—Tía, tenemos sitio abajo, ¿verdad?
—Sí. Seremos muchos, la mayoría de las alcobas las ocuparán los invitados; pero estoy segura de que podemos encontrarles un lugar.
—Excelente. Entonces les deseo buenas noches, señoritas.
Nick recogió del suelo el extremo hecho jirones de su sábana y con un gesto le indicó a la tía Bea y a Reina Bess que lo precedieran escaleras abajo. Apenas dobló desapareciendo de la vista de las mujeres, oyó la voz de Nana.
—Válgame Dios, señorita Peterson, su excelencia realmente tiene buenas piernas.
De pronto, el sol que entraba por la ventana le pareció demasiado fuerte y se sentó en la silla que había en el otro lado de la habitación.
¿Qué le sucedía? ¿Estaría enferma? Había soñado con Nick la noche entera. Bueno, no era la primera vez que él aparecía en sus sueños, aunque ahora podía incluir muchos más detalles. Pero no eran suficientes. No conocía su contacto. Se ruborizó. Qué lascivia: querer tocarlo. Que él la tocara. Sentir sus brazos rodeándola. Pasar los dedos por sus músculos, por el vello que le oscurecía el pecho. ¿Sería suave o áspero? Y su piel… toda esa magnífica piel… ¿cómo sería sentirla bajo sus dedos?
También había soñado con sus besos. El primero, un roce breve y tentador; el segundo, cálido, húmedo, donde había sentido sus labios, su boca, su len…
Se abanicó con la mano. El recuerdo de ese beso despertaba en su cuerpo sensaciones en verdad extrañas. La noche anterior realmente había sentido palpitar cierto lugar de su cuerpo en el que esa sensación era nueva. Ahora percibía una inquietante humedad en esa misma zona. Estaba húmeda y, bueno, necesitada.
Tal vez fuera hora de casarse. Hasta ese momento, nunca lo había pensado seriamente, pero, como había dicho Nick, Meg ya tenía diecisiete años. Seguramente su padre ya no la necesitaba. Tenía a la señora Graham, y, aunque él nunca lo había expresado, ______ estaba convencida de que se alegraría si ella se mudaba de la parroquia. Y sólo podría hacerlo si encontraba marido.
Tal vez el matrimonio también la curaría de sus nuevos… anhelos.
Pero no se casaría con Nick. No podía, aun cuando parecía ser la elegida por él y por su tía. Había creído morir de vergüenza en la cena la noche anterior. Lady Beatrice era demasiado franca para su propio bien… o para el de ______. ¡Seguramente no diría ese tipo de cosas delante de los invitados a su fiesta!
No, Nick había sugerido que se casasen solamente porque no quería tomarse la molestia de cortejar a una señorita de sociedad. Eso cambiaría ese mismo día. Ese día tendría a su disposición una selección de atractivas jóvenes de clase alta. No tendría que esforzarse en lo más mínimo. Podría sentarse en el salón y hacer que desfilasen ante él, como si se tratase de elegir un nuevo caballo para su cuadra. Seguramente iba a haber muchas dispuestas a venderse por un título.
Ella no era de ésas. Claro que no. Y de todos modos, era ridículo pensar que Nick iba a querer a una solterona madurita una vez que hubiese contemplado el abanico de posibilidades, todas candidatas más jóvenes.
Regresó junto a la ventana. Su nueva habitación tenía una buena vista del amplio camino de entrada a la casa. Ahora estaba vacío, pero en unas horas estaría lleno de carruajes que llegarían trayendo su ofrenda de mujeres. Seguramente asistiría también una variada colección de hombres sin compromiso. Nick podía elegir sólo una de las damas… así que tenía que haber otros hombres disponibles.
Tal vez alguno se fijara en ella: por ella misma, no porque podía darle hijos. Podía pasar. En cualquier caso, esto sería lo más cerca que iba a estar nunca de la Temporada y del Mercado Matrimonial londinense. Aprovecharía la oportunidad para mirar un poco.
Nick estaba en medio de un sueño muy gratificante. Tenía a ______ Peterson en su cama. Su cabello rubio miel se extendía sobre la almohada; las manos de él se extendían sobre sus magníficos senos. Sentía sus dedos acariciándole el brazo. Humm. Otra parte de su cuerpo ansiaba sentir el delicioso contacto de esos dedos. Cuando ella lo golpeó con fuerza en el hombro, con la mano abierta, él se detuvo. Nunca había recurrido a ese tipo de juegos…
—¡Papá Nick, despierta!
Los ojos de Nick se abrieron de golpe. Miró la cara de Claire, a sólo unos centímetros de su nariz.
—Eh… Claire. —él tenía plena conciencia de estar completamente desnudo bajo las sábanas. No debía olvidar cerrar con llave la puerta de su cuarto si la niñita tenía la costumbre de caminar dormida—. ¿Hay alguna razón para que estés aquí?
—Claro, papá Nick. Tienes que venir rápido. Hay un fantasma en nuestro cuarto.
—Vaya, Claire, probablemente acabas de tener una pesadilla. ¿Se lo has dicho a Nana?
Claire negó con la cabeza, haciendo rebotar los rizos alrededor de su carita.
—Nana está gritando demasiado fuerte.
¿Nana? ¿La tranquila y sensata Nana?
—¿Por qué está gritando Nana?
Claire puso los ojos en blanco y le dio otra palmada en el hombro.
—Ya te lo he dicho. Hay un fantasma. Mamá Peterson me ha enviado a buscarte. Vamos, date prisa, papá Nick. Debes atrapar al fantasma.
—Está bien.
Claire recurrió a tironearlo del brazo. No había tiempo de ponerse los pantalones —ni la niña parecía dispuesta a concederle la privacidad para hacerlo— así que arrancó la sábana de la cama y se envolvió en ella. A la carrera tomó un alfiler de corbata para ajustar su improvisada toga mientras Claire lo sacaba de la habitación a empujones. En el corredor se encontraron con la tía Bea, que llevaba una bata de color castaño rojizo con borlas doradas, un gorro de dormir escarlata y una expresión de reproche en la cara. Reina Bess, que parecía tan enojada como su dueña, sacudió la cola a los pies de la tía Beatrice.
—En nombre de Dios, ¿qué es todo este alboroto? ¿No pueden dejarme morir en paz?
—Por lo visto esta noche nadie descansa en paz, tía… y si antes no hubieses llegado tan cerca del fondo de la botella de brandy, ahora no te sentirías tan cerca de la muerte.
—¿Y supongo que nunca te has entonado?
—¿Entonado? Yo diría que hiciste mucho más que entonarte.
Otra vez Claire, tironeándole del brazo.
—Vamos, papá Nick. El fantasma va a escapar.
Nicholas se fue con Claire. Tía Bea y Reina Bess los siguieron.
—¿Cómo te ha llamado Claire?
—No importa.
—Qué fantástico atuendo el tuyo.
Nick emitió un gruñido. Avanzar rápido se hacía difícil: las piernas se le enredaban en la sábana todo el tiempo. Y en las escaleras se haría imposible.
—¿Cómo os las arregláis vosotras las mujeres? —preguntó, después de tropezar por cuarta vez.
—Mejor que tú, obviamente. Oh, quítate del camino y déjame pasar, ¿quieres?
—¿Y si realmente hay un fantasma?
—Estoy segura de que a estas alturas ya lo han espantado. Los chillidos de Nana pueden oírse desde aquí.
Por fin llegaron al cuarto de las niñas. La señorita Peterson —vestida con un largo camisón blanco que le cubría hasta el cuello, para desilusión de Nick—, estaba intentando calmar a Nana. Cerca de ella, estaba de pie Isabelle, con Prinny en brazos.
—He traído a papá Nick, mamá Peterson —anunció Claire.
Eso fue lo último coherente que se oyó durante un largo rato.
Nana miró a Nicholas y lanzó un grito. Reina Bess miró a Prinny y siseó. Prinny miró a Reina Bess y emitió un aullido.
La tía Bea contempló la escena y con la cabeza entre las manos murmuró:
—Dios mío, por favor, dime que estoy alucinando.
Prinny, ladrando salvajemente, embistió contra Reina Bess, que se erizó duplicando su tamaño y trató de huir trepando por la toga de Nick. Éste, un caballero en todo momento, asió con fuerza su sábana para evitar que lo separaran de ella y valientemente intentó reprimir la andanada de frases que pugnaban por salir de sus labios mientras su majestad le clavaba las garras en la piel. Supuso que su intento no había sido del todo exitoso, al ver los ojos redondos de Claire y oírle contener el aliento.
—Huy, mamá Peterson, papá Nick ha dicho una palabrota.
______ se lanzó a capturar las patas traseras de Prinny y al hacerlo obsequió a Nick con un atisbo de su bien torneado tobillo, antes de que aquél oyese el siniestro sonido de una tela rasgándose y sintiera en sus propios tobillos el contacto de pelo de gato y aire.
—Tía, ven y coge a tu estú… estupenda gata.
La tía Bea se destapó los ojos.
—Sabía que tenías buenas piernas, Nicholas. ¿Lo ve, señorita Peterson? Con piernas como esas no hacen falta pantorrillas falsas.
Nick no podía asegurar si el calor que sentía era efecto de la humillación o de la furia.
—Señora, acorrale a su animal.
—Realmente, Nicholas, esto no es un campo de batalla. Bueno, tal vez se parece un poco a uno, pero puedes bajar la voz. Estás asustando a su alteza.
—¡Haré más que asustar a esa jo…!
—¡Nicholas! Recuerda que eres un caballero.
—¡… juguetona gata tuya, tía, si no la coges ya!
La tía Bea cogió de la panza a Reina Bess y la levantó del suelo, acercándosela a la cara.
—Ya, ya, gatita. El hombre malo no ha querido decir eso.
—No he querido decir sólo eso —murmuró Nick.
Pasó revista a los daños… en sus piernas, que por cierto estaban a la vista: se veían arañazos y sangre, pero todas sus partes privadas estaban cubiertas. Y también lo estaban, por desgracia, todas las de la señorita Peterson. Aunque ella estaba mirándole las piernas.
—Ay, milord, sus pobres piernas. Traeré agua tibia para lavarlas, ¿quiere?
El pensar en la señorita Peterson lavándole las piernas provocó que la falda de su toga, ahora corta, sobresaliera ostensiblemente. Pudo ver que tía Bea abría la boca para lanzar un comentario al respecto.
Se volvió hacia Nana. Al menos ella tenía la cortesía de no comérselo con los ojos.
—¿Alguien puede decirme de qué se trata todo esto? ¿Nana?
Nana se estrujaba las manos.
—Ay, milord, en mi vida he estado tan asustada. Me ha parecido oír un ruido, así que he subido a ver a mis niñitas y entonces he visto algo en el pasillo. Cuando he gritado, esa cosa se ha elevado flotando sobre el suelo y ha desaparecido, justo ahí. —Señaló un punto cercano a los estantes de la sala de estudio—. He oído el chirrido y el repiqueteo de sus cadenas, de verdad.
—Ya veo. —Tía Bea aún sostenía a Reina Bess, pero la señorita Peterson ya había soltado a Prinny. El perro estaba olfateando en los alrededores del sitio que había indicado Nana—. Entonces, ¿usted ha visto que el fantasma desaparecía justo donde está ahora Prinny?
—¿Milord? —Nana parecía confundida.
—Ahí —repitió Nick—. Donde Prinny… el perro de la señorita Peterson… está ahora.
—¿El perro de la señorita Peterson? ¡Oh! Discúlpeme, milord. —Nana desapareció dentro de su habitación y salió en un instante con las gafas puestas—. Ah, así está mejor. Sí, creo que estaba exactamente donde está ahora nuestro querido perrito.
Nick miró fijamente a la anciana mujer.
—Nana, ¿por qué has gritado al verme aparecer?
—Pensaba que usted era el fantasma que había regresado, milord. —Lo miró con más atención—. Es que usted lleva un atuendo un tanto, eh, extraño, ¿no es cierto? ¿Es un disfraz? ¿Ha estado en un baile de máscaras, entonces, vestido como uno de esos señores romanos?
—No, Nana. —Él echó una ojeada a la señorita Peterson, muy interesada en examinar el suelo alrededor de sus propios pies (muy bonitos pies, notó Nick) y emitía extraños ruiditos, como si se estuviese ahogando, pero al menos ella sí llevaba sus gafas—. ¿Usted también ha visto esa aparición, señorita Peterson?
—No, —intentó valientemente sofocar la risa—, milord. —Tragó—. Para cuando yo he salido de mi habitación ya había, eh, había desaparecido. —Apretándose los costados del cuerpo con las manos, la joven se inclinó, riendo con ganas.
—Me encanta que la situación le parezca tan divertida, señorita Peterson.
______ agitó la mano hacia él, obviamente incapaz de recuperar el aliento para hablar. Las lágrimas rodaban por sus mejillas.
—Sí que te ves extremadamente gracioso, Nicholas —dijo la tía Bea—, aunque me parece que la reacción de la señorita Peterson puede ser un poquito exagerada.
—Perdón, Lady Be Beatrice —dijo ______, rompiendo a reír con fuerza nuevamente. Isabelle y Claire también soltaban risitas entrecortadas.
—Humm.
Nick suponía que el «fantasma» había sido producto de la imaginación de Nana. Aun así, no podía ignorar el hecho de que, aunque para la señorita Peterson y las niñas la situación era divertida, no lo era para Nana. La anciana se esforzaba por sonreír pero se le notaba la tensión en los ojos y en la boca.
—Señoritas, si ustedes creen poder pasar aquí el resto de la noche —dijo Nick—, mañana les prepararemos habitaciones abajo. ¿Les parece bien?
La señorita Peterson finalmente logró dominarse.
—Por supuesto, milord. Estaremos bien.
—Tía, tenemos sitio abajo, ¿verdad?
—Sí. Seremos muchos, la mayoría de las alcobas las ocuparán los invitados; pero estoy segura de que podemos encontrarles un lugar.
—Excelente. Entonces les deseo buenas noches, señoritas.
Nick recogió del suelo el extremo hecho jirones de su sábana y con un gesto le indicó a la tía Bea y a Reina Bess que lo precedieran escaleras abajo. Apenas dobló desapareciendo de la vista de las mujeres, oyó la voz de Nana.
—Válgame Dios, señorita Peterson, su excelencia realmente tiene buenas piernas.
De pronto, el sol que entraba por la ventana le pareció demasiado fuerte y se sentó en la silla que había en el otro lado de la habitación.
¿Qué le sucedía? ¿Estaría enferma? Había soñado con Nick la noche entera. Bueno, no era la primera vez que él aparecía en sus sueños, aunque ahora podía incluir muchos más detalles. Pero no eran suficientes. No conocía su contacto. Se ruborizó. Qué lascivia: querer tocarlo. Que él la tocara. Sentir sus brazos rodeándola. Pasar los dedos por sus músculos, por el vello que le oscurecía el pecho. ¿Sería suave o áspero? Y su piel… toda esa magnífica piel… ¿cómo sería sentirla bajo sus dedos?
También había soñado con sus besos. El primero, un roce breve y tentador; el segundo, cálido, húmedo, donde había sentido sus labios, su boca, su len…
Se abanicó con la mano. El recuerdo de ese beso despertaba en su cuerpo sensaciones en verdad extrañas. La noche anterior realmente había sentido palpitar cierto lugar de su cuerpo en el que esa sensación era nueva. Ahora percibía una inquietante humedad en esa misma zona. Estaba húmeda y, bueno, necesitada.
Tal vez fuera hora de casarse. Hasta ese momento, nunca lo había pensado seriamente, pero, como había dicho Nick, Meg ya tenía diecisiete años. Seguramente su padre ya no la necesitaba. Tenía a la señora Graham, y, aunque él nunca lo había expresado, ______ estaba convencida de que se alegraría si ella se mudaba de la parroquia. Y sólo podría hacerlo si encontraba marido.
Tal vez el matrimonio también la curaría de sus nuevos… anhelos.
Pero no se casaría con Nick. No podía, aun cuando parecía ser la elegida por él y por su tía. Había creído morir de vergüenza en la cena la noche anterior. Lady Beatrice era demasiado franca para su propio bien… o para el de ______. ¡Seguramente no diría ese tipo de cosas delante de los invitados a su fiesta!
No, Nick había sugerido que se casasen solamente porque no quería tomarse la molestia de cortejar a una señorita de sociedad. Eso cambiaría ese mismo día. Ese día tendría a su disposición una selección de atractivas jóvenes de clase alta. No tendría que esforzarse en lo más mínimo. Podría sentarse en el salón y hacer que desfilasen ante él, como si se tratase de elegir un nuevo caballo para su cuadra. Seguramente iba a haber muchas dispuestas a venderse por un título.
Ella no era de ésas. Claro que no. Y de todos modos, era ridículo pensar que Nick iba a querer a una solterona madurita una vez que hubiese contemplado el abanico de posibilidades, todas candidatas más jóvenes.
Regresó junto a la ventana. Su nueva habitación tenía una buena vista del amplio camino de entrada a la casa. Ahora estaba vacío, pero en unas horas estaría lleno de carruajes que llegarían trayendo su ofrenda de mujeres. Seguramente asistiría también una variada colección de hombres sin compromiso. Nick podía elegir sólo una de las damas… así que tenía que haber otros hombres disponibles.
Tal vez alguno se fijara en ella: por ella misma, no porque podía darle hijos. Podía pasar. En cualquier caso, esto sería lo más cerca que iba a estar nunca de la Temporada y del Mercado Matrimonial londinense. Aprovecharía la oportunidad para mirar un poco.
Pily....
Re: EL MARQUÉS DESNUDO-nick & tu- adaptacion TERMINADA
Hahahahhahahahaxd hahahhahaxd Nick como qe debe controlar sus sueños; y de ahora en adelante qe vaya acostumbrandose a dormir con alguito de ropa
pobre no sabe caminar con vestidos hahahahhahaxd qe gata ni mas ocurrente ._. por un poco.. Y al pobre Nick le hace pasar una verguenzaa.. Lmao
Muy divertido el capi; siguelaw' pronto hahahahhahahhahaha lmao
pobre no sabe caminar con vestidos hahahahhahaxd qe gata ni mas ocurrente ._. por un poco.. Y al pobre Nick le hace pasar una verguenzaa.. Lmao
Muy divertido el capi; siguelaw' pronto hahahahhahahhahaha lmao
Géne!
Re: EL MARQUÉS DESNUDO-nick & tu- adaptacion TERMINADA
Hahahahahaahahahahahahahahaha que capitulo mas divertido xD!
Estuvo genial :) siiguela
Estuvo genial :) siiguela
maiih* [:
Re: EL MARQUÉS DESNUDO-nick & tu- adaptacion TERMINADA
Cap!! 13
—Meg.
______ había visto llegar a su hermana y se había apresurado a bajar para recibirla.
Meg la miraba enojada.
—Qué mala eres, ______ —susurró.
—¡Meg! No imagino por qué me dices algo así.
La verdad, ______ no había esperado que la invitación a esa fiesta despertase el entusiasmo de Meg, pero tampoco una reacción así: era una maravillosa oportunidad para que la jovencita empezase a tener algo de relación social.
—Tú y sólo tú pusiste la abeja de la fiesta bajo el sombrero de papá*, ¿no es verdad?
______ se ahogó.
—Papá no usa sombrero.
A Meg no le hizo gracia el comentario.
—Entiendes perfectamente lo que quiero decir. ¿Has venido o no a la parroquia a invitarme a esa fiesta ridícula?
—Fue Lord Knightsdale quien nos invitó. Y no es una fiesta ridícula. Podrás soportar moverte unos días entre la «flor y nata».
—No hiles tan fino. Tú estabas ahí, ¿no es verdad? Podrías haberme evitado esto. Y no quiero moverme entre la «flor y nata». La «flor y nata» es sólo un grupo de fanfarrones con pocas luces y jovenzuelas consentidas. Deseo estar ahí afuera, en el campo norte del hacendado Begley. He encontrado una parcela muy interesante de… Jesús, ¿qué es eso?
Al volverse ______ vio a Lady Beatrice que se acercaba. Hoy iba ataviada con un impresionante vestido de color mora y verde y una selección de plumas de avestruz ondeando entre sus rizos grises.
La aparición indudablemente impactó a Meg. Con ojos dilatados de asombro lanzó una mirada incrédula en dirección a su hermana. ______ la miró con el ceño fruncido, deseando fervientemente que sus modales la disuadieran de hacer comentario alguno sobre el inusual sentido de la moda de su anfitriona.
—Lady Beatrice, ¿me permite presentarle a mi hermana Meg?
Meg hizo una reverencia.
—Le agradezco la invitación, Lady Beatrice.
—Bienvenida, querida. —Lady Beatrice se volvió al señor Lambert—. Lambert, dígale a George que suba el equipaje de la señorita Margaret Peterson al cuarto amarillo.
—Enseguida, milady.
Lady Beatrice sonrió y se volvió nuevamente a Meg.
—¿Sabe, señorita Peterson? Tengo maravillosos planes para su hermana.
______ se puso rígida.
—¿De verdad? —Meg sonrió abiertamente. Obviamente había notado la turbación de ______—. ¿Y qué planes serían esos?
______ rogó que la tierra se abriese y se la tragara, pero maravilla de maravillas, Lady Beatrice se contentó con una mirada picara.
—Decirlos sería un poco prematuro.
______ se permitió un pequeño suspiro de alivio.
—Pero sí que incluye…
—Lady Beatrice, eh, ¿ha dormido bien esta noche?
Interrumpir a la anfitriona era descortés, pero ______ estaba segura de que estrangularla era un desacierto peor. Aun así, pretender cambiar de tema hablando de los acontecimientos de la noche anterior no era una muy buena idea. Lady Beatrice frunció el ceño.
—No, claro que no. Casi no pegué ojo, pero qué podía esperar con ese molesto espectro y mi terrible dolor de cabeza. No beba brandy, Meg. Por lo menos no en exceso.
—¿Brandy? ¿Y un espectro molesto? —murmuró Meg mientras Lady Beatrice se frotaba la frente—. Quizás después de todo, esta fiesta no resulte tan aburrida.
—¡Ssh!
—¿Qué ha dicho, querida? Me temo que no estaba prestando atención.
—Nada, Lady Beatrice. Simplemente me alegra que el incidente de anoche haya resultado algo sin importancia.
______ pudo ver que los ojos de Meg brillaban de curiosidad, pero afortunadamente Nick eligió ese momento para hacer su aparición.
—Buenos días, señoritas. ¿La he oído decir que esta joven es su hermana, señorita Peterson?
—Así es, milord.
Nick tomó la mano de Meg.
—Es un placer conocerla, señorita Margaret. La última vez que nos vimos, usted todavía usaba andadores.
Meg puso los ojos en blanco, pero aun así sonrió.
—Por favor, Lord Knightsdale, llámeme Meg. Nadie me llama Margaret.
—Meg, entonces. Creo que encontrará a su perro en el cuarto de las niñas.
—¿Mi perro?
—Prinny —dijo ______—. Tu perro Prinny.
—No sé por qué insistes en que Prinny es mi perro, ______. Puede ser que yo le pusiera nombre cuando era un cachorrito, pero para él su dueña eres tú. Probablemente porque eres quien se acuerda de alimentarlo.
Esa era una discusión familiar. ______ dio un profundo suspiro e intentó hablar con calma.
—Bien sabes que se supone que Prinny está para acompañarte en esos largos paseos por el campo que insistes en dar. Él te protege cuando andas sola por ahí.
—Humm. ¿Y se lo has dicho a Prinny? En las raras ocasiones en que me acompaña, se va a perseguir conejos. No lo quiero conmigo. Pisotea los especímenes.
—¿Los especímenes? —preguntó Nick.
—Me interesan mucho las plantas, milord.
—Milady, acaba de llegar el señor Stockley —anunció el señor Lambert.
—Ah, el pretendiente. —Meg miró a su hermana con una amplia sonrisa—. Será un tanto difícil evitarlo si también está invitado, ¿no lo crees, ______?
—¿El pretendiente? —Nick levantó una ceja mientras Lady Beatrice los dejaba para ir a saludar al recién llegado.
Con gusto ______ le habría retorcido el cuello a su hermana.
—No le haga caso, milord. Meg sólo estaba bromeando. —Lanzó a la jovencita una mirada que le advertía sobre graves consecuencias si insistía en seguir con el tema. Meg la ignoró.
—Desde que se mudó a la casa del señor Atworthy el señor Stockley ha sido una visita frecuente (o más bien constante) en la parroquia. Desde que ______ se instaló aquí, extraño tropezarme con él. Está realmente muy enamorado.
—Ya veo. Cuánto me alegra, entonces, que nos lo encontráramos ayer en el camino e invitado a la fiesta.
—Sí, qué afortunada casualidad, ¿verdad? Ven, Meg, te ayudaré a instalarte en tu cuarto. —______ la cogió de un brazo y huyó escaleras arriba.
______ colgó el último vestido en el armario. El traje de baile. Era ridículo haberlo traído, pero…
Nunca debería haber comprado la tela. Había sido escandalosamente complaciente consigo misma. Una extravagancia irracional. Eso había sido. Al ver ese satén azul en la tienda del señor Ashford, había enloquecido. Tenía que comprarlo. Bueno, incluso a Meg le había gustado el color: dijo que le recordaba el cielo vespertino a principios del otoño. Eso había sido hacía… ¿cuánto?, ¿unos cuatro años?
______ deslizó los dedos por la tela sedosa, siguiendo el contorno del angosto corsé, de la cintura alta, de la falda recta. Bueno, quizás era comprensible que hubiese comprado ese género tan hermoso. Pero el haber dejado que la señora Croft, la costurera del pueblo, le hiciera un vestido como ése, sin duda había sido una locura. ¿En qué había estado pensando? ¿En qué había estado pensando la señora Croft? El vestido era demasiado atrevido para la hija de un párroco, especialmente si se trataba de una firme candidata a solterona. La tela apenas le cubría los senos y se adhería a todo lo demás como una segunda piel. Al probárselo se había escandalizado… y también se había sentido encantada. El espejo le había devuelto la imagen de una extraña: una sofisticada, voluptuosa y magnífica extraña.
Había colgado el vestido al fondo de su armario. No pensaba usarlo. Podía mirarlo, quizás; soñar con él, indudablemente. Pero, ¿usarlo? Jamás.
Hasta ahora. ______ acarició el vestido por última vez antes de cerrar la puerta del armario. Se lo pondría para el baile. Ya estaba lastimosamente pasado de moda y sin duda no se destacaría entre las galas londinenses que se exhibirían en la fiesta, pero eso era inevitable.
¿Luciría como la mujer del espejo de cuatro años atrás? No. No se haría ilusiones. Después de cuatro años ya no era la misma y además estaba segura de que el tiempo había embellecido el recuerdo. Qué absurdo pensar que ella podía ser tan hermosa… La del espejo era el tipo de mujer que Nick admiraría, la que no veía nada de malo en permitir que los hombres pusieran la len… ______ se ruborizó y respiró profundo. La clase de mujer para la que el arte de besar no tenía secretos.
Indudablemente ella no pertenecía a esa clase.
Se sentó junto a la ventana, mientras el sol matinal le calentaba la espalda. Su nueva habitación no era mucho más amplia que la del piso de arriba, pero estaba mejor amueblada. La cama no era de simple madera de haya, sino de caoba, y el armario, el lavamanos y el escritorio eran mucho más bonitos que los de su cuarto de la parroquia. Y ésta era una de las habitaciones más pequeñas, destinadas a alojar invitados de último momento, como ella. Nana y las niñas estaban instaladas en una más grande al otro lado del corredor.
Cerró los ojos, dejando que el calor del sol le relajase el cuello. No había dormido bien la noche anterior a causa del ridículo incidente del fantasma. ¿Por qué no había advertido que Nana no llevaba sus gafas? Se sintió tan tonta. Pero había temido que realmente hubiese un intruso en el cuarto de las niñas y no podía arriesgar la seguridad de las pequeñas. De modo que había hecho lo único que se le había ocurrido: mandar corriendo a Claire a buscar a Nick.
Sonrió al recordar su atuendo. Se veía tan gracioso… Gracioso e increíblemente atractivo. Nana y Lady Beatrice tenían razón: Nick tenía buenas piernas. Unas piernas maravillosas. Por supuesto, nunca había visto otras piernas de hombre desnudas.
Y sus piernas no eran lo único que su mirada llena de interés había podido observar. También los brazos, el cuello, los hombros, una parte del pecho. Parecía la estatua viviente de un dios griego. Cálida. De carne y hueso.
—¿Qué ha sido eso?
—¿Qué ha sido el qué? —______ recorrió con la vista la habitación de Meg. Era apenas más grande que la que le habían dado a ella.
—Ese galope escaleras arriba. Casi no puedo respirar.
—Te aseguro que no sé de qué hablas.
La habitación de Meg daba a la parte trasera de la casa. Tenía una vista muy agradable de los jardines y el lago.
—______, ¿qué está pasando entre tú y el marqués?
—¡Nada! —¿Acaso esa negativa había sonado como un chillido? Seguro que no—. ¿Por qué piensas que está pasando algo entre Lord Knightsdale y yo?
—______, puede faltarme experiencia para desenvolverme socialmente, pero no soy idio-ta. Generalmente eres tan formal como un arzobispo, pero hace un momento ahí abajo actuabas como si estuvieras bailando un vals descalza sobre carbones ardiendo. ¿Te gustaría explicármelo?
—No. Es decir, no hay nada que explicar. Soy simplemente la institutriz suplente.
—¿Sí? ¿Y dónde están los niños?
—¿Cómo?
Meg prosiguió, ahora con las manos en las caderas.
—Los niños. Las institutrices por lo general cuidan niños, ¿no es así?
—Oh. Oh, sí. Isabelle y Claire. Tú las conoces, Meg.
—Por supuesto que las conozco, hermana querida. Si eres su institutriz, aunque sea temporalmente, ¿por qué no estás cumpliendo con tus obligaciones?
—Tienes razón. Me voy ahora mismo. Bienvenida a Knightsdale.
______ cerró la puerta mientras Meg reía.
Así que a Stockley le gustaba ______… Por primera vez Nick se alegró de tener un título de nobleza para poder hacérselo tragar a ese afeminado. Lo observó sacar su monóculo para examinar una gran urna floreada que estaba junto a la puerta, llegando incluso a levantar la tapa de la urna y mirar dentro.
—¿Busca algo, Stockley?
El pequeño petimetre se sobresaltó, haciendo que el jarrón se tambaleara sobre su pedestal. Nick lo sostuvo en su lugar.
—Milord, me ha asustado. Sólo estaba admirando este trabajo tan delicado. ¿Sabe usted si pertenece a la dinastía Ming?
—Ni la menor idea. ¿Le interesa la loza?
—El arte, milord. El arte. Sí, me interesa mucho todo lo que es valioso: esculturas, pinturas, joyas.
—¿En serio? —Nick se preguntaba si debería guardar en lugar seguro la plata. ¿En qué había estado pensando el padre de ______ al dejar a ese pillo traspasar el umbral de la parroquia?
¿En qué había estado pensando él? ¿Acaso no era él quien había invitado a este tipo a venir a Knightsdale? Ahora no podría perder de vista a ______. Ni un instante. Era su deber como anfitrión.
—Nicholas, las damas de la Sociedad están aquí.
—Bien. Voy enseguida, tía. —Nick se volvió hacia Stockley—. Espero que disfrute de su estancia en Knightsdale. ¿Necesita que le muestren dónde está su alcoba?
—Oh no, milord. Puedo encontrarla yo mismo. —Los labios de Stockley se movieron nerviosamente y se inclinó.
Nick lo observó subir las escaleras.
—Tía, no le has dado a Stockley una alcoba cercana a la de ______, ¿verdad?
—Por supuesto que no, Nicholas. ¿Por qué clase de tonta me tomas? Lo he cambiado a la habitación de la señorita Russell esta mañana, cuando trasladamos a la señorita Peterson del cuarto de las niñas al piso de abajo. Él está en el extremo más alejado del ala este. No quisiéramos que se equivoque de puerta por la noche, ¿verdad?
—No, sin lugar a dudas.
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mil perdones por el atraso pero no tenia intert pero ya les dejo los cap kuidense disfruten .....
—Meg.
______ había visto llegar a su hermana y se había apresurado a bajar para recibirla.
Meg la miraba enojada.
—Qué mala eres, ______ —susurró.
—¡Meg! No imagino por qué me dices algo así.
La verdad, ______ no había esperado que la invitación a esa fiesta despertase el entusiasmo de Meg, pero tampoco una reacción así: era una maravillosa oportunidad para que la jovencita empezase a tener algo de relación social.
—Tú y sólo tú pusiste la abeja de la fiesta bajo el sombrero de papá*, ¿no es verdad?
______ se ahogó.
—Papá no usa sombrero.
A Meg no le hizo gracia el comentario.
—Entiendes perfectamente lo que quiero decir. ¿Has venido o no a la parroquia a invitarme a esa fiesta ridícula?
—Fue Lord Knightsdale quien nos invitó. Y no es una fiesta ridícula. Podrás soportar moverte unos días entre la «flor y nata».
—No hiles tan fino. Tú estabas ahí, ¿no es verdad? Podrías haberme evitado esto. Y no quiero moverme entre la «flor y nata». La «flor y nata» es sólo un grupo de fanfarrones con pocas luces y jovenzuelas consentidas. Deseo estar ahí afuera, en el campo norte del hacendado Begley. He encontrado una parcela muy interesante de… Jesús, ¿qué es eso?
Al volverse ______ vio a Lady Beatrice que se acercaba. Hoy iba ataviada con un impresionante vestido de color mora y verde y una selección de plumas de avestruz ondeando entre sus rizos grises.
La aparición indudablemente impactó a Meg. Con ojos dilatados de asombro lanzó una mirada incrédula en dirección a su hermana. ______ la miró con el ceño fruncido, deseando fervientemente que sus modales la disuadieran de hacer comentario alguno sobre el inusual sentido de la moda de su anfitriona.
—Lady Beatrice, ¿me permite presentarle a mi hermana Meg?
Meg hizo una reverencia.
—Le agradezco la invitación, Lady Beatrice.
—Bienvenida, querida. —Lady Beatrice se volvió al señor Lambert—. Lambert, dígale a George que suba el equipaje de la señorita Margaret Peterson al cuarto amarillo.
—Enseguida, milady.
Lady Beatrice sonrió y se volvió nuevamente a Meg.
—¿Sabe, señorita Peterson? Tengo maravillosos planes para su hermana.
______ se puso rígida.
—¿De verdad? —Meg sonrió abiertamente. Obviamente había notado la turbación de ______—. ¿Y qué planes serían esos?
______ rogó que la tierra se abriese y se la tragara, pero maravilla de maravillas, Lady Beatrice se contentó con una mirada picara.
—Decirlos sería un poco prematuro.
______ se permitió un pequeño suspiro de alivio.
—Pero sí que incluye…
—Lady Beatrice, eh, ¿ha dormido bien esta noche?
Interrumpir a la anfitriona era descortés, pero ______ estaba segura de que estrangularla era un desacierto peor. Aun así, pretender cambiar de tema hablando de los acontecimientos de la noche anterior no era una muy buena idea. Lady Beatrice frunció el ceño.
—No, claro que no. Casi no pegué ojo, pero qué podía esperar con ese molesto espectro y mi terrible dolor de cabeza. No beba brandy, Meg. Por lo menos no en exceso.
—¿Brandy? ¿Y un espectro molesto? —murmuró Meg mientras Lady Beatrice se frotaba la frente—. Quizás después de todo, esta fiesta no resulte tan aburrida.
—¡Ssh!
—¿Qué ha dicho, querida? Me temo que no estaba prestando atención.
—Nada, Lady Beatrice. Simplemente me alegra que el incidente de anoche haya resultado algo sin importancia.
______ pudo ver que los ojos de Meg brillaban de curiosidad, pero afortunadamente Nick eligió ese momento para hacer su aparición.
—Buenos días, señoritas. ¿La he oído decir que esta joven es su hermana, señorita Peterson?
—Así es, milord.
Nick tomó la mano de Meg.
—Es un placer conocerla, señorita Margaret. La última vez que nos vimos, usted todavía usaba andadores.
Meg puso los ojos en blanco, pero aun así sonrió.
—Por favor, Lord Knightsdale, llámeme Meg. Nadie me llama Margaret.
—Meg, entonces. Creo que encontrará a su perro en el cuarto de las niñas.
—¿Mi perro?
—Prinny —dijo ______—. Tu perro Prinny.
—No sé por qué insistes en que Prinny es mi perro, ______. Puede ser que yo le pusiera nombre cuando era un cachorrito, pero para él su dueña eres tú. Probablemente porque eres quien se acuerda de alimentarlo.
Esa era una discusión familiar. ______ dio un profundo suspiro e intentó hablar con calma.
—Bien sabes que se supone que Prinny está para acompañarte en esos largos paseos por el campo que insistes en dar. Él te protege cuando andas sola por ahí.
—Humm. ¿Y se lo has dicho a Prinny? En las raras ocasiones en que me acompaña, se va a perseguir conejos. No lo quiero conmigo. Pisotea los especímenes.
—¿Los especímenes? —preguntó Nick.
—Me interesan mucho las plantas, milord.
—Milady, acaba de llegar el señor Stockley —anunció el señor Lambert.
—Ah, el pretendiente. —Meg miró a su hermana con una amplia sonrisa—. Será un tanto difícil evitarlo si también está invitado, ¿no lo crees, ______?
—¿El pretendiente? —Nick levantó una ceja mientras Lady Beatrice los dejaba para ir a saludar al recién llegado.
Con gusto ______ le habría retorcido el cuello a su hermana.
—No le haga caso, milord. Meg sólo estaba bromeando. —Lanzó a la jovencita una mirada que le advertía sobre graves consecuencias si insistía en seguir con el tema. Meg la ignoró.
—Desde que se mudó a la casa del señor Atworthy el señor Stockley ha sido una visita frecuente (o más bien constante) en la parroquia. Desde que ______ se instaló aquí, extraño tropezarme con él. Está realmente muy enamorado.
—Ya veo. Cuánto me alegra, entonces, que nos lo encontráramos ayer en el camino e invitado a la fiesta.
—Sí, qué afortunada casualidad, ¿verdad? Ven, Meg, te ayudaré a instalarte en tu cuarto. —______ la cogió de un brazo y huyó escaleras arriba.
______ colgó el último vestido en el armario. El traje de baile. Era ridículo haberlo traído, pero…
Nunca debería haber comprado la tela. Había sido escandalosamente complaciente consigo misma. Una extravagancia irracional. Eso había sido. Al ver ese satén azul en la tienda del señor Ashford, había enloquecido. Tenía que comprarlo. Bueno, incluso a Meg le había gustado el color: dijo que le recordaba el cielo vespertino a principios del otoño. Eso había sido hacía… ¿cuánto?, ¿unos cuatro años?
______ deslizó los dedos por la tela sedosa, siguiendo el contorno del angosto corsé, de la cintura alta, de la falda recta. Bueno, quizás era comprensible que hubiese comprado ese género tan hermoso. Pero el haber dejado que la señora Croft, la costurera del pueblo, le hiciera un vestido como ése, sin duda había sido una locura. ¿En qué había estado pensando? ¿En qué había estado pensando la señora Croft? El vestido era demasiado atrevido para la hija de un párroco, especialmente si se trataba de una firme candidata a solterona. La tela apenas le cubría los senos y se adhería a todo lo demás como una segunda piel. Al probárselo se había escandalizado… y también se había sentido encantada. El espejo le había devuelto la imagen de una extraña: una sofisticada, voluptuosa y magnífica extraña.
Había colgado el vestido al fondo de su armario. No pensaba usarlo. Podía mirarlo, quizás; soñar con él, indudablemente. Pero, ¿usarlo? Jamás.
Hasta ahora. ______ acarició el vestido por última vez antes de cerrar la puerta del armario. Se lo pondría para el baile. Ya estaba lastimosamente pasado de moda y sin duda no se destacaría entre las galas londinenses que se exhibirían en la fiesta, pero eso era inevitable.
¿Luciría como la mujer del espejo de cuatro años atrás? No. No se haría ilusiones. Después de cuatro años ya no era la misma y además estaba segura de que el tiempo había embellecido el recuerdo. Qué absurdo pensar que ella podía ser tan hermosa… La del espejo era el tipo de mujer que Nick admiraría, la que no veía nada de malo en permitir que los hombres pusieran la len… ______ se ruborizó y respiró profundo. La clase de mujer para la que el arte de besar no tenía secretos.
Indudablemente ella no pertenecía a esa clase.
Se sentó junto a la ventana, mientras el sol matinal le calentaba la espalda. Su nueva habitación no era mucho más amplia que la del piso de arriba, pero estaba mejor amueblada. La cama no era de simple madera de haya, sino de caoba, y el armario, el lavamanos y el escritorio eran mucho más bonitos que los de su cuarto de la parroquia. Y ésta era una de las habitaciones más pequeñas, destinadas a alojar invitados de último momento, como ella. Nana y las niñas estaban instaladas en una más grande al otro lado del corredor.
Cerró los ojos, dejando que el calor del sol le relajase el cuello. No había dormido bien la noche anterior a causa del ridículo incidente del fantasma. ¿Por qué no había advertido que Nana no llevaba sus gafas? Se sintió tan tonta. Pero había temido que realmente hubiese un intruso en el cuarto de las niñas y no podía arriesgar la seguridad de las pequeñas. De modo que había hecho lo único que se le había ocurrido: mandar corriendo a Claire a buscar a Nick.
Sonrió al recordar su atuendo. Se veía tan gracioso… Gracioso e increíblemente atractivo. Nana y Lady Beatrice tenían razón: Nick tenía buenas piernas. Unas piernas maravillosas. Por supuesto, nunca había visto otras piernas de hombre desnudas.
Y sus piernas no eran lo único que su mirada llena de interés había podido observar. También los brazos, el cuello, los hombros, una parte del pecho. Parecía la estatua viviente de un dios griego. Cálida. De carne y hueso.
—¿Qué ha sido eso?
—¿Qué ha sido el qué? —______ recorrió con la vista la habitación de Meg. Era apenas más grande que la que le habían dado a ella.
—Ese galope escaleras arriba. Casi no puedo respirar.
—Te aseguro que no sé de qué hablas.
La habitación de Meg daba a la parte trasera de la casa. Tenía una vista muy agradable de los jardines y el lago.
—______, ¿qué está pasando entre tú y el marqués?
—¡Nada! —¿Acaso esa negativa había sonado como un chillido? Seguro que no—. ¿Por qué piensas que está pasando algo entre Lord Knightsdale y yo?
—______, puede faltarme experiencia para desenvolverme socialmente, pero no soy idio-ta. Generalmente eres tan formal como un arzobispo, pero hace un momento ahí abajo actuabas como si estuvieras bailando un vals descalza sobre carbones ardiendo. ¿Te gustaría explicármelo?
—No. Es decir, no hay nada que explicar. Soy simplemente la institutriz suplente.
—¿Sí? ¿Y dónde están los niños?
—¿Cómo?
Meg prosiguió, ahora con las manos en las caderas.
—Los niños. Las institutrices por lo general cuidan niños, ¿no es así?
—Oh. Oh, sí. Isabelle y Claire. Tú las conoces, Meg.
—Por supuesto que las conozco, hermana querida. Si eres su institutriz, aunque sea temporalmente, ¿por qué no estás cumpliendo con tus obligaciones?
—Tienes razón. Me voy ahora mismo. Bienvenida a Knightsdale.
______ cerró la puerta mientras Meg reía.
Así que a Stockley le gustaba ______… Por primera vez Nick se alegró de tener un título de nobleza para poder hacérselo tragar a ese afeminado. Lo observó sacar su monóculo para examinar una gran urna floreada que estaba junto a la puerta, llegando incluso a levantar la tapa de la urna y mirar dentro.
—¿Busca algo, Stockley?
El pequeño petimetre se sobresaltó, haciendo que el jarrón se tambaleara sobre su pedestal. Nick lo sostuvo en su lugar.
—Milord, me ha asustado. Sólo estaba admirando este trabajo tan delicado. ¿Sabe usted si pertenece a la dinastía Ming?
—Ni la menor idea. ¿Le interesa la loza?
—El arte, milord. El arte. Sí, me interesa mucho todo lo que es valioso: esculturas, pinturas, joyas.
—¿En serio? —Nick se preguntaba si debería guardar en lugar seguro la plata. ¿En qué había estado pensando el padre de ______ al dejar a ese pillo traspasar el umbral de la parroquia?
¿En qué había estado pensando él? ¿Acaso no era él quien había invitado a este tipo a venir a Knightsdale? Ahora no podría perder de vista a ______. Ni un instante. Era su deber como anfitrión.
—Nicholas, las damas de la Sociedad están aquí.
—Bien. Voy enseguida, tía. —Nick se volvió hacia Stockley—. Espero que disfrute de su estancia en Knightsdale. ¿Necesita que le muestren dónde está su alcoba?
—Oh no, milord. Puedo encontrarla yo mismo. —Los labios de Stockley se movieron nerviosamente y se inclinó.
Nick lo observó subir las escaleras.
—Tía, no le has dado a Stockley una alcoba cercana a la de ______, ¿verdad?
—Por supuesto que no, Nicholas. ¿Por qué clase de tonta me tomas? Lo he cambiado a la habitación de la señorita Russell esta mañana, cuando trasladamos a la señorita Peterson del cuarto de las niñas al piso de abajo. Él está en el extremo más alejado del ala este. No quisiéramos que se equivoque de puerta por la noche, ¿verdad?
—No, sin lugar a dudas.
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mil perdones por el atraso pero no tenia intert pero ya les dejo los cap kuidense disfruten .....
Pily....
Re: EL MARQUÉS DESNUDO-nick & tu- adaptacion TERMINADA
Cap!! 14
Nick estaba de pie junto a una de las ventanas del despacho, contemplando los jardines y el lago. Ya habían llegado todos los invitados. Indudablemente era un grupo extraño. Es decir, las madres cazamaridos, sus hijas y la variada colección de caballeros sin compromiso no eran tan raras. Era la incorporación de las damas de la Sociedad de ______ lo que hacía interesante la lista de invitados. Con el agregado de un poco de brandy, la «flor y nata» podía ya no ser la misma.
—Nick, ¿son las gemelas Farthington las damas que acabo de ver en el corredor?
Nick sonrió mientras Joe Hamilton, el conde de Westbrooke, se deslizaba dentro del despacho.
—Las mismas.
—Dios. Necesito brandy. ¿Dónde lo guardáis?
—En aquella caja… si es que queda algo. Sólo asegúrate de no dejar que las gemelas lo huelan siquiera.
Joe se detuvo, con la mano en el corcho.
—¿Brandy y las gemelas Farthington?
Nick rió.
—Tazas llenas. Encontré en mi salón a toda la Sociedad para el Perfeccionamiento de las Mujeres (menos la señorita Peterson) embebida en brandy. Tuve que arrojar a todas esas damas en mi carruaje y llevarlas a casa.
—La sola idea me deja alucinado. —Joe llenó dos vasos y le pasó uno a Nick—. ¿Cómo has encontrado las cosas por aquí, amigo mío… aparte de hallar achispadas a tus mayores?
—Bien, creo. —Nick sorbió el líquido ambarino, saboreando la tibieza que le recorrió desde la lengua hasta el pecho—. Al parecer Kevin hizo buenas inversiones, así que hasta donde yo sé estoy bien de dinero. Me ocupé de todo eso cuando estuve en Londres.
—Eso es un alivio. ¿Y la propiedad en sí?
Nick se encogió de hombros.
—Coles, el administrador de la finca, parece ser competente. Ayer mismo llegué aquí y he tenido otros, eh… asuntos de que ocuparme. Le prometí que hablaríamos mañana por la mañana.
Frunció el ceño, mirando dentro del vaso mientras agitaba lentamente el brandy. Sintió sobre el hombro la solidez de la mano de Joe.
—Sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites.
Nick movió la cabeza en señal de asentimiento.
—Lo sé, Joe. —Apretó brevemente el brazo de su amigo—. Lo sé.
Joe sonrió.
—Es sólo que tengo más experiencia en esto de ser un lord. Y en administrar mis bienes, por supuesto.
—Por supuesto.
—¿Qué más te dijo Coles?
—Sólo eso. Supongo que Kevin estaba ausente la mayor parte del tiempo y se desentendió bastante de la propiedad después de casarse con Cecilia. Coles me dijo sin rodeos que esperaba que yo tuviese la intención de venir más a menudo a Knightsdale.
—A Cecilia sí que le gustaba Londres.
—Y aparentemente cualquier otra finca que no fuera Knightsdale.
Joe se arrellanó en una de las sillas junto al fuego.
—Necesitaba la atención constante de la sociedad.
—Dejando a sus hijas con muy poca de la suya propia.
—Así es. Pero muchos niños crecen educados sólo por la servidumbre. Me atrevo a decir que yo no veía a mis padres más de cinco o seis veces al año… y supongo que tú tampoco pasabas mucho tiempo con los tuyos, ¿me equivoco?
—No. —Nick también se acercó al fuego—. Yo a mi padre no quería verlo. Tú deberías recordar su mal carácter.
Joe asintió.
—¿Y tu madre?
—No era tan distinta de Cecilia —dijo Nick con un suspiro.
—¿Y a ti te importaba?
—No que yo recuerde. Pero mis sobrinas… —Nicholas tomó otro sorbo de brandy—, la más pequeña me llama papá Nick.
—¿Qué tenemos aquí? —dijo un hombre desde la puerta—. ¿Conque ya eres padre, Nick? Mis felicitaciones, aunque sería aconsejable que consiguieras una esposa antes de comenzar a llenar el cuarto de los niños.
—¡James! —Nick se puso de pie para saludar al duque de Alvord—. ¿Cómo está Sarah?
—Bastante bien, gracias.
—Esperando al próximo duque, tengo entendido —dijo Joe.
James sonrió abiertamente.
—Quizás.
—¿De verdad? —Nick le ofreció a James la botella de brandy—. Eso se merece un trago.
—Sólo asegúrate de haber cerrado la puerta del despacho, James. Nick dice que las gemelas Farthington tienen debilidad por el brandy.
—¿En serio? Nunca lo habría adivinado. ¿Y era la señorita Russell a quien vi arriba examinando la colección de estatuas?
—Es muy probable —dijo Nick—. ¿Había un hombrecito con ella?
James levantó las cejas.
—¡No me digas que la señorita Russell tiene un pretendiente!
Joe soltó una carcajada.
—Si es así, esta va a ser sin duda una fiesta interesante. ¿Sabías que Nick emborrachó a las damas?
—No las emborraché yo, Joe. Fue la tía Bea. Yo no estaba en casa cuando me robaron el brandy.
—Entiendo, —James sonrió—. O mejor dicho, no entiendo. ¿Quién es el hombrecito que está cortejando a la señorita Russell?
—El señor Albert Stockley, pero no está cortejando a la señorita Russell. En cuanto llegó lo encontré examinando el jarrón del hall de entrada y se me ocurrió que quizás se había unido a la señorita Russell para apreciar el arte de Knightsdale.
—¿Crees que Stockley podría ser un amigo de lo ajeno? —preguntó James.
Nick se encogió de hombros.
—Puede ser. El tipo no me gusta nada.
—¿Y por qué lo has invitado? —preguntó Joe frunciendo el ceño—. ¿No es ese fanfarrón que ha alquilado la casa del señor Atworthy?
—Sí. ¿Sabes algo sobre él?
—No. ¿Y tú, James?
—No. —James los miró con una amplia sonrisa—. Mi mente ha estado concentrada en otras cosas.
—Apuesto a que sí. —Joe puso los ojos en blanco—. Las damas de Alvord huyeron a Brighton para dar a tu, eh… «mente» la oportunidad de lograr una concentración completa.
—Tenía que cumplir con mi deber, después de todo, y encargarme de la sucesión. Y te alegrará saber que tía Gladys, Lady Amanda y Lizzie ya están nuevamente en casa. Lizzie vendrá mañana a la fiesta.
—¿Entonces la pequeña Lizzie también se va a unir a la manada de jóvenes señoritas aullando detrás del marqués aquí presente?
—No creo que Lizzie esté interesada en Nick, Joe.
—Y a mí no me interesa ninguna de esas jóvenes señoritas —dijo Nick.
—¿No te interesan? ¿Entonces por qué has reunido a este cardumen de barracudas de salón de baile? Juro que he visto a Lady Dunlee y a la señorita Frampton lanzándose miradas feroces en el vestíbulo. Si no eres tú, ¿quién es el soltero que va a ser arrojado a sus fauces como un bocado? —Joe levantó la mano que no estaba sosteniendo el brandy—. No voy a ser yo.
—Bueno, no puedo ser yo, ¿verdad? —dijo James—. Y si Nick no está dispuesto…
—No. Yo soy muy joven para casarme.
—También han venido otros hombres sin compromiso —dijo Nick—, así que no hace falta que tengas miedo.
—¿Ah, no? Yo no estoy tan seguro. Si las damas no pueden tener un marqués, quizás persigan a un simple conde. No, cada noche, antes de retirarme a dormir haré que mi ayuda de cámara registre mi alcoba de arriba abajo para estar seguro de que no hay ninguna señorita extraviada. Y evitaré cuidadosamente todas las zonas de tu hermosa finca que se hallen algo apartadas. —Joe bebió otro sorbo—. Quizás me pegue a tu tía Bea… no tendrá problema en encaminar a las señoritas invasoras; además tengo entendido que es bastante generosa con la botella de brandy.
—Magnífica idea, Joe —aprobó James. Se reclinó en su silla—. Sin embargo aún no entiendo por qué has invitado a toda esa gente a venir a tu casa, Nick, si no te interesa elegir una novia. Estoy bastante seguro de que no ha sido por el paisaje que la adorable Lady Dunlee y la encantadora señora Frampton hayan arrastrado hasta Knightsdale a sus deliciosas hijas, ávidas de matrimonio. A menos, por supuesto, que el paisaje incluyese verte deslizando el anillo de compromiso de Knightsdale en el dedo de alguien de su progenie.
—Sí, entiendo. Es que yo estaba en el mercado, pero ya he hallado la novia apropiada.
—¡No me digas! ¿Y quién podría ser ese modelo de novia? —preguntó James.
—La señorita ______ Peterson.
—¿La hija del párroco?
—No es sólo la hija del párroco, James —dijo Joe, riendo por lo bajo—. Era «La Sombra».
—¿La Sombra? ¿Qué? Ah, sí, ya me acuerdo. La niñita que solía seguirle los pasos a Nick cuando éramos unos muchachos. Esa era la señorita Peterson, ¿verdad?
—Y por si no lo has notado —dijo con una sonrisa Joe— (y por supuesto que no lo has notado, siendo como eres, un hombre casado), la señorita Peterson ha dejado de ser una niñita.
—Cuidado, Joe. —Nick se sorprendió por la oleada de enojo que sintió ante el tono ligeramente lascivo de su amigo—. No toleraré ninguna falta de respeto hacia la señorita Peterson. [jajaja, esta celoso ]
—Oh, yo siempre respeto a mis mayores.
—¿Tus mayores? La señorita Peterson tiene sólo veintiséis años.
—Como yo, amigo mío. Tú eres el anciano de treinta. No, creo que la señorita Peterson es dos meses mayor que yo: recuerdo vagamente haber discutido con ella sobre el tema cuando cumplí diez años.
—Caballeros, no escuchemos a nuestra infancia. —James levantó su vaso—. Se imponen las felicitaciones. ¿Cuándo anunciarás tu compromiso, Nick?
—Pronto.
—¿En el baile? —quiso saber Joe—. Ese sería el momento más apropiado. Tal vez puedas mantener a las otras damas en la incertidumbre, así me dejarán en paz.
—Sí. En el baile. —Nick recordó el sonido del perro de porcelana haciéndose añicos contra la puerta de su despacho—. Espero. Todavía quedan algunos problemillas por solucionar.
—Si la Temporada londinense se parece a esto, me alegra habérmela perdido.
—Meg, baja la voz. —______ le dio a su hermana un discreto empujoncito en la espalda para hacerla entrar al salón.
Allí un mar de conversaciones vino a su encuentro. Elegantes damas londinenses con vestidos a la moda hablaban con caballeros que llevaban elaboradas corbatas y ajustadas chaquetas negras. ______ se sentía más que un poco desaliñada. Buscó una cara familiar… y vio a Lady Beatrice, deslumbrante en un vestido carmesí con lazos anudados color verde lima, riendo ruidosamente con el señor Begley. El líquido en sus copas era sospechosamente similar al brandy.
¿Dónde estaban las otras integrantes de la Sociedad para el Perfeccionamiento de las Mujeres? ______ localizó a las gemelas Farthington en la esquina más alejada, examinando una gran pintura que mostraba a una mujer desnuda, un hombre casi desnudo y querubines regordetes dispersos por la escena. La señorita Esther señaló los hombros desnudos del hombre y le dio un codazo en las costillas a su hermana. Por lo menos, ninguna de las damas estaba bebiendo. La señorita Russell ocupaba un sofá cercano, con las manos vacías, sin ningún vaso o taza a la vista. ______ sintió que algo de la tensión acumulada desaparecía de su cuello. No deseaba que los londinenses se entretuvieran con espectáculos lamentables a cargo de los lugareños.
—Mira a esa bandada de gansas vanidosas. —Meg señaló con la cabeza hacia el otro lado de la habitación, donde un grupo de jóvenes damas se apiñaban alrededor de Nick—. ¿O se dice manada de gansas vanidosas? Por fortuna Lord Knightsdale lleva el pelo corto, porque si no fuese así, sus lindos mechones castaños ya estarían enredados por el viento de tanto pestañeo junto.
______ pensaba lo mismo. Era muy desagradable ver cómo las muchachas adulaban a Nick. Sin duda eso no le haría bien a su ya exagerada autoestima. No es que no fuera cautivador. Se veía aún más apuesto —si eso era posible— con traje de etiqueta.
Él levantó la vista. Sus asombrosos ojos café encontraron los de ______ a través de la habitación y el extremo derecho de su boca se elevó en una media sonrisa.
Ella sintió que su vientre irradiaba un extraño calor.
—Y ahí viene tu admirador exclusivo, ______. Debe de haber estado vigilando la puerta para verte entrar.
—Mi admira… oh.
El señor Stockley se deslizaba hacia ella. Nunca antes lo había asociado con una serpiente pero esta noche le pareció que algo en él le recordaba a ese reptil. Quizás su inexpresividad. O su forma silenciosa —o más bien, furtiva— de moverse.
¡Qué ridícula idea! No había dormido lo suficiente la noche anterior. Era aquel extraño incidente en el cuarto de las niñas lo que estaba alimentando esa extravagante fantasía.
—Sigo esperando descubrir que su lengua es bífida —murmuró Meg—. Creo que iré a ayudar a la señorita Russell a calentar el sofá.
______ resistió el impulso de coger del brazo a Meg.
—Señorita Peterson, me complace ver que Lord Knightsdale le haya permitido acompañarnos en nuestra reunión. ¿Quién está cuidando a Lady Isabelle y a Lady Claire?
______ apretó los dientes.
—Nana está con las niñas, señor Stockley.
—Ah, Nana. Una mujer madura, de confianza. Su, eh… habitación está en el mismo piso que la de las niñas y la de Nana, supongo.
Este hombre suponía demasiado.
—No imagino por qué podría interesarle a usted dónde está mi habitación, señor Stockley.
Stockley sonrió con suficiencia.
—No es mi intención ser irrespetuoso, señorita Peterson. Confío en que una mujer sensata como usted pondrá el mayor cuidado en cuidar su reputación. Es sólo que… bueno… no sería aceptable que usted estuviera en el mismo piso de su anfitrión. Una joven soltera, sin una carabina presente, usted entiende. Podría dar origen a especulaciones desagradables. La gente es tan ruin.
______ podía nombrar a una persona ruin.
—Señor, no veo por qué peligraría mi reputación. Después de todo, Lady Beatrice está en la casa, que además ahora está repleta de invitados. ¿Cree usted que Lord Knightsdale va a derribar la puerta y a deshonrarme en mi propia cama?
—No cesa de sorprenderme, Westbrooke, lo poco que conocemos a nuestros amigos más íntimos. ¿Quién habría pensado que Knightsdale se había dedicado a desflorar vírgenes?
Nick estaba de pie junto a una de las ventanas del despacho, contemplando los jardines y el lago. Ya habían llegado todos los invitados. Indudablemente era un grupo extraño. Es decir, las madres cazamaridos, sus hijas y la variada colección de caballeros sin compromiso no eran tan raras. Era la incorporación de las damas de la Sociedad de ______ lo que hacía interesante la lista de invitados. Con el agregado de un poco de brandy, la «flor y nata» podía ya no ser la misma.
—Nick, ¿son las gemelas Farthington las damas que acabo de ver en el corredor?
Nick sonrió mientras Joe Hamilton, el conde de Westbrooke, se deslizaba dentro del despacho.
—Las mismas.
—Dios. Necesito brandy. ¿Dónde lo guardáis?
—En aquella caja… si es que queda algo. Sólo asegúrate de no dejar que las gemelas lo huelan siquiera.
Joe se detuvo, con la mano en el corcho.
—¿Brandy y las gemelas Farthington?
Nick rió.
—Tazas llenas. Encontré en mi salón a toda la Sociedad para el Perfeccionamiento de las Mujeres (menos la señorita Peterson) embebida en brandy. Tuve que arrojar a todas esas damas en mi carruaje y llevarlas a casa.
—La sola idea me deja alucinado. —Joe llenó dos vasos y le pasó uno a Nick—. ¿Cómo has encontrado las cosas por aquí, amigo mío… aparte de hallar achispadas a tus mayores?
—Bien, creo. —Nick sorbió el líquido ambarino, saboreando la tibieza que le recorrió desde la lengua hasta el pecho—. Al parecer Kevin hizo buenas inversiones, así que hasta donde yo sé estoy bien de dinero. Me ocupé de todo eso cuando estuve en Londres.
—Eso es un alivio. ¿Y la propiedad en sí?
Nick se encogió de hombros.
—Coles, el administrador de la finca, parece ser competente. Ayer mismo llegué aquí y he tenido otros, eh… asuntos de que ocuparme. Le prometí que hablaríamos mañana por la mañana.
Frunció el ceño, mirando dentro del vaso mientras agitaba lentamente el brandy. Sintió sobre el hombro la solidez de la mano de Joe.
—Sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites.
Nick movió la cabeza en señal de asentimiento.
—Lo sé, Joe. —Apretó brevemente el brazo de su amigo—. Lo sé.
Joe sonrió.
—Es sólo que tengo más experiencia en esto de ser un lord. Y en administrar mis bienes, por supuesto.
—Por supuesto.
—¿Qué más te dijo Coles?
—Sólo eso. Supongo que Kevin estaba ausente la mayor parte del tiempo y se desentendió bastante de la propiedad después de casarse con Cecilia. Coles me dijo sin rodeos que esperaba que yo tuviese la intención de venir más a menudo a Knightsdale.
—A Cecilia sí que le gustaba Londres.
—Y aparentemente cualquier otra finca que no fuera Knightsdale.
Joe se arrellanó en una de las sillas junto al fuego.
—Necesitaba la atención constante de la sociedad.
—Dejando a sus hijas con muy poca de la suya propia.
—Así es. Pero muchos niños crecen educados sólo por la servidumbre. Me atrevo a decir que yo no veía a mis padres más de cinco o seis veces al año… y supongo que tú tampoco pasabas mucho tiempo con los tuyos, ¿me equivoco?
—No. —Nick también se acercó al fuego—. Yo a mi padre no quería verlo. Tú deberías recordar su mal carácter.
Joe asintió.
—¿Y tu madre?
—No era tan distinta de Cecilia —dijo Nick con un suspiro.
—¿Y a ti te importaba?
—No que yo recuerde. Pero mis sobrinas… —Nicholas tomó otro sorbo de brandy—, la más pequeña me llama papá Nick.
—¿Qué tenemos aquí? —dijo un hombre desde la puerta—. ¿Conque ya eres padre, Nick? Mis felicitaciones, aunque sería aconsejable que consiguieras una esposa antes de comenzar a llenar el cuarto de los niños.
—¡James! —Nick se puso de pie para saludar al duque de Alvord—. ¿Cómo está Sarah?
—Bastante bien, gracias.
—Esperando al próximo duque, tengo entendido —dijo Joe.
James sonrió abiertamente.
—Quizás.
—¿De verdad? —Nick le ofreció a James la botella de brandy—. Eso se merece un trago.
—Sólo asegúrate de haber cerrado la puerta del despacho, James. Nick dice que las gemelas Farthington tienen debilidad por el brandy.
—¿En serio? Nunca lo habría adivinado. ¿Y era la señorita Russell a quien vi arriba examinando la colección de estatuas?
—Es muy probable —dijo Nick—. ¿Había un hombrecito con ella?
James levantó las cejas.
—¡No me digas que la señorita Russell tiene un pretendiente!
Joe soltó una carcajada.
—Si es así, esta va a ser sin duda una fiesta interesante. ¿Sabías que Nick emborrachó a las damas?
—No las emborraché yo, Joe. Fue la tía Bea. Yo no estaba en casa cuando me robaron el brandy.
—Entiendo, —James sonrió—. O mejor dicho, no entiendo. ¿Quién es el hombrecito que está cortejando a la señorita Russell?
—El señor Albert Stockley, pero no está cortejando a la señorita Russell. En cuanto llegó lo encontré examinando el jarrón del hall de entrada y se me ocurrió que quizás se había unido a la señorita Russell para apreciar el arte de Knightsdale.
—¿Crees que Stockley podría ser un amigo de lo ajeno? —preguntó James.
Nick se encogió de hombros.
—Puede ser. El tipo no me gusta nada.
—¿Y por qué lo has invitado? —preguntó Joe frunciendo el ceño—. ¿No es ese fanfarrón que ha alquilado la casa del señor Atworthy?
—Sí. ¿Sabes algo sobre él?
—No. ¿Y tú, James?
—No. —James los miró con una amplia sonrisa—. Mi mente ha estado concentrada en otras cosas.
—Apuesto a que sí. —Joe puso los ojos en blanco—. Las damas de Alvord huyeron a Brighton para dar a tu, eh… «mente» la oportunidad de lograr una concentración completa.
—Tenía que cumplir con mi deber, después de todo, y encargarme de la sucesión. Y te alegrará saber que tía Gladys, Lady Amanda y Lizzie ya están nuevamente en casa. Lizzie vendrá mañana a la fiesta.
—¿Entonces la pequeña Lizzie también se va a unir a la manada de jóvenes señoritas aullando detrás del marqués aquí presente?
—No creo que Lizzie esté interesada en Nick, Joe.
—Y a mí no me interesa ninguna de esas jóvenes señoritas —dijo Nick.
—¿No te interesan? ¿Entonces por qué has reunido a este cardumen de barracudas de salón de baile? Juro que he visto a Lady Dunlee y a la señorita Frampton lanzándose miradas feroces en el vestíbulo. Si no eres tú, ¿quién es el soltero que va a ser arrojado a sus fauces como un bocado? —Joe levantó la mano que no estaba sosteniendo el brandy—. No voy a ser yo.
—Bueno, no puedo ser yo, ¿verdad? —dijo James—. Y si Nick no está dispuesto…
—No. Yo soy muy joven para casarme.
—También han venido otros hombres sin compromiso —dijo Nick—, así que no hace falta que tengas miedo.
—¿Ah, no? Yo no estoy tan seguro. Si las damas no pueden tener un marqués, quizás persigan a un simple conde. No, cada noche, antes de retirarme a dormir haré que mi ayuda de cámara registre mi alcoba de arriba abajo para estar seguro de que no hay ninguna señorita extraviada. Y evitaré cuidadosamente todas las zonas de tu hermosa finca que se hallen algo apartadas. —Joe bebió otro sorbo—. Quizás me pegue a tu tía Bea… no tendrá problema en encaminar a las señoritas invasoras; además tengo entendido que es bastante generosa con la botella de brandy.
—Magnífica idea, Joe —aprobó James. Se reclinó en su silla—. Sin embargo aún no entiendo por qué has invitado a toda esa gente a venir a tu casa, Nick, si no te interesa elegir una novia. Estoy bastante seguro de que no ha sido por el paisaje que la adorable Lady Dunlee y la encantadora señora Frampton hayan arrastrado hasta Knightsdale a sus deliciosas hijas, ávidas de matrimonio. A menos, por supuesto, que el paisaje incluyese verte deslizando el anillo de compromiso de Knightsdale en el dedo de alguien de su progenie.
—Sí, entiendo. Es que yo estaba en el mercado, pero ya he hallado la novia apropiada.
—¡No me digas! ¿Y quién podría ser ese modelo de novia? —preguntó James.
—La señorita ______ Peterson.
—¿La hija del párroco?
—No es sólo la hija del párroco, James —dijo Joe, riendo por lo bajo—. Era «La Sombra».
—¿La Sombra? ¿Qué? Ah, sí, ya me acuerdo. La niñita que solía seguirle los pasos a Nick cuando éramos unos muchachos. Esa era la señorita Peterson, ¿verdad?
—Y por si no lo has notado —dijo con una sonrisa Joe— (y por supuesto que no lo has notado, siendo como eres, un hombre casado), la señorita Peterson ha dejado de ser una niñita.
—Cuidado, Joe. —Nick se sorprendió por la oleada de enojo que sintió ante el tono ligeramente lascivo de su amigo—. No toleraré ninguna falta de respeto hacia la señorita Peterson. [jajaja, esta celoso ]
—Oh, yo siempre respeto a mis mayores.
—¿Tus mayores? La señorita Peterson tiene sólo veintiséis años.
—Como yo, amigo mío. Tú eres el anciano de treinta. No, creo que la señorita Peterson es dos meses mayor que yo: recuerdo vagamente haber discutido con ella sobre el tema cuando cumplí diez años.
—Caballeros, no escuchemos a nuestra infancia. —James levantó su vaso—. Se imponen las felicitaciones. ¿Cuándo anunciarás tu compromiso, Nick?
—Pronto.
—¿En el baile? —quiso saber Joe—. Ese sería el momento más apropiado. Tal vez puedas mantener a las otras damas en la incertidumbre, así me dejarán en paz.
—Sí. En el baile. —Nick recordó el sonido del perro de porcelana haciéndose añicos contra la puerta de su despacho—. Espero. Todavía quedan algunos problemillas por solucionar.
—Si la Temporada londinense se parece a esto, me alegra habérmela perdido.
—Meg, baja la voz. —______ le dio a su hermana un discreto empujoncito en la espalda para hacerla entrar al salón.
Allí un mar de conversaciones vino a su encuentro. Elegantes damas londinenses con vestidos a la moda hablaban con caballeros que llevaban elaboradas corbatas y ajustadas chaquetas negras. ______ se sentía más que un poco desaliñada. Buscó una cara familiar… y vio a Lady Beatrice, deslumbrante en un vestido carmesí con lazos anudados color verde lima, riendo ruidosamente con el señor Begley. El líquido en sus copas era sospechosamente similar al brandy.
¿Dónde estaban las otras integrantes de la Sociedad para el Perfeccionamiento de las Mujeres? ______ localizó a las gemelas Farthington en la esquina más alejada, examinando una gran pintura que mostraba a una mujer desnuda, un hombre casi desnudo y querubines regordetes dispersos por la escena. La señorita Esther señaló los hombros desnudos del hombre y le dio un codazo en las costillas a su hermana. Por lo menos, ninguna de las damas estaba bebiendo. La señorita Russell ocupaba un sofá cercano, con las manos vacías, sin ningún vaso o taza a la vista. ______ sintió que algo de la tensión acumulada desaparecía de su cuello. No deseaba que los londinenses se entretuvieran con espectáculos lamentables a cargo de los lugareños.
—Mira a esa bandada de gansas vanidosas. —Meg señaló con la cabeza hacia el otro lado de la habitación, donde un grupo de jóvenes damas se apiñaban alrededor de Nick—. ¿O se dice manada de gansas vanidosas? Por fortuna Lord Knightsdale lleva el pelo corto, porque si no fuese así, sus lindos mechones castaños ya estarían enredados por el viento de tanto pestañeo junto.
______ pensaba lo mismo. Era muy desagradable ver cómo las muchachas adulaban a Nick. Sin duda eso no le haría bien a su ya exagerada autoestima. No es que no fuera cautivador. Se veía aún más apuesto —si eso era posible— con traje de etiqueta.
Él levantó la vista. Sus asombrosos ojos café encontraron los de ______ a través de la habitación y el extremo derecho de su boca se elevó en una media sonrisa.
Ella sintió que su vientre irradiaba un extraño calor.
—Y ahí viene tu admirador exclusivo, ______. Debe de haber estado vigilando la puerta para verte entrar.
—Mi admira… oh.
El señor Stockley se deslizaba hacia ella. Nunca antes lo había asociado con una serpiente pero esta noche le pareció que algo en él le recordaba a ese reptil. Quizás su inexpresividad. O su forma silenciosa —o más bien, furtiva— de moverse.
¡Qué ridícula idea! No había dormido lo suficiente la noche anterior. Era aquel extraño incidente en el cuarto de las niñas lo que estaba alimentando esa extravagante fantasía.
—Sigo esperando descubrir que su lengua es bífida —murmuró Meg—. Creo que iré a ayudar a la señorita Russell a calentar el sofá.
______ resistió el impulso de coger del brazo a Meg.
—Señorita Peterson, me complace ver que Lord Knightsdale le haya permitido acompañarnos en nuestra reunión. ¿Quién está cuidando a Lady Isabelle y a Lady Claire?
______ apretó los dientes.
—Nana está con las niñas, señor Stockley.
—Ah, Nana. Una mujer madura, de confianza. Su, eh… habitación está en el mismo piso que la de las niñas y la de Nana, supongo.
Este hombre suponía demasiado.
—No imagino por qué podría interesarle a usted dónde está mi habitación, señor Stockley.
Stockley sonrió con suficiencia.
—No es mi intención ser irrespetuoso, señorita Peterson. Confío en que una mujer sensata como usted pondrá el mayor cuidado en cuidar su reputación. Es sólo que… bueno… no sería aceptable que usted estuviera en el mismo piso de su anfitrión. Una joven soltera, sin una carabina presente, usted entiende. Podría dar origen a especulaciones desagradables. La gente es tan ruin.
______ podía nombrar a una persona ruin.
—Señor, no veo por qué peligraría mi reputación. Después de todo, Lady Beatrice está en la casa, que además ahora está repleta de invitados. ¿Cree usted que Lord Knightsdale va a derribar la puerta y a deshonrarme en mi propia cama?
—No cesa de sorprenderme, Westbrooke, lo poco que conocemos a nuestros amigos más íntimos. ¿Quién habría pensado que Knightsdale se había dedicado a desflorar vírgenes?
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