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Paraiso Robado( Nick y y tu)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Paraiso Robado( Nick y y tu)
Autor:caarolinna
Nombre:paraiso robado
Genero:Romance
Adaptación: si de un libro
Otras Paginas:no creo
_______, una joven de clase alta controlada en exceso por su padre Philip, conoce en una
fiesta a Nick, un obrero que lucha por abrirse camino. Ambos se sienten
atraídos, pero su padre lo expulsa cuando los encuentra besándose. En la calle se
encuentran de nuevo y terminan juntos. _______ se queda embarazada y busca a
Nick para comunicárselo: deciden casarse. En los pocos días que están juntos,
ya que Nick tiene que irse a Venezuela, se enamoran. Pero Philip pondrá todas
las trabas para este matrimonio, y cuando, _______ pierda el niño, en ausencia
de Nick, se encargará de manipular los sucesos para que se divorcien.
Once años después vuelven a encontrarse, Nick es un rico empresario, y _______ directiva
¿Podrá el amor superar el rencor acumulado y las mentiras que les rodean?
[/center]
Nombre:paraiso robado
Genero:Romance
Adaptación: si de un libro
Otras Paginas:no creo
_______, una joven de clase alta controlada en exceso por su padre Philip, conoce en una
fiesta a Nick, un obrero que lucha por abrirse camino. Ambos se sienten
atraídos, pero su padre lo expulsa cuando los encuentra besándose. En la calle se
encuentran de nuevo y terminan juntos. _______ se queda embarazada y busca a
Nick para comunicárselo: deciden casarse. En los pocos días que están juntos,
ya que Nick tiene que irse a Venezuela, se enamoran. Pero Philip pondrá todas
las trabas para este matrimonio, y cuando, _______ pierda el niño, en ausencia
de Nick, se encargará de manipular los sucesos para que se divorcien.
Once años después vuelven a encontrarse, Nick es un rico empresario, y _______ directiva
¿Podrá el amor superar el rencor acumulado y las mentiras que les rodean?
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Última edición por anasmile el Mar 29 Jul 2014, 4:59 pm, editado 7 veces
anasmile
Re: Paraiso Robado( Nick y y tu)
hola chicas como están aquí traigo una adaptacion que eh leído y es genial y muy bonita historia x ende las comparto con ustedes espero y les guste xD
anasmile
Re: Paraiso Robado( Nick y y tu)
capitulo1
Diciembre de 1973
Acostada en su cama con dosel, _______ cogió una vez más su álbum de recortes, abierto junto a ella. En esta ocasión separó cuidadosamente del mismo una fotografía del Chicago Tribune. Al pie de la misma se leía: «Hijos de la alta sociedad de Chicago, disfrazados de duendes, participaron en la fiesta de Navidad que con fines benéficos se celebró en el Memorial Hospital de Oakland». Seguía la lista de los nombres. La fotografía era de buen tamaño y en ella aparecían los «duendes» –cinco chicos y seis chicas, una de las cuales era _______– repartiendo regalos a los niños en el pabellón infantil del centro hospitalario. A la izquierda de la foto, de pie y dirigiendo el acto, se veía a un apuesto adolescente de unos dieciocho años, y del que la leyenda decía: «Parker Reynolds III, hijo del señor y la señora Reynolds, de Kenilworth».
_______ se comparó con toda la objetividad de que fue capaz con las otras chicas vestidas de duende. Se preguntaba cómo se las arreglaban para fingir que tenían buenas piernas y generosas cunas, mientras que ella...
–¿Rolliza? –Pronunció la palabra con una mueca de disgusto en el rostro–. Parezco un gnomo, no un duende.
No era justo que las otras chicas, que tenían catorce años –apenas le llevaban unas semanas–, tuvieran un aspecto tan maravilloso mientras que ella era un gnomo con el pecho plano y un aparato dental. Observó su figura en la foto y una vez más lamentó el acceso de vanidad que la había impulsado a quitarse las gafas, pues sin ellas tenía tendencia a bizquear; y en efecto, en aquella horrible foto bizqueaba. Me convendría usar lentes de contacto, se dijo. Centró la mirada en la figura de Parker. Una sonrisa soñadora se dibujó en su rostro mientras apretaba contra su pecho liso el recorte. Era verdad que no tenía senos. Todavía no. Y al paso que iba, nunca los tendría.
La puerta de su dormitorio se abrió y _______ se apresuró a ocultar la fotografía. En el umbral estaba la señora Ellis, la robusta ama de llaves de sesenta y cuatro años de edad. Venía a recoger la bandeja de la cena.
–No te has comido el postre –dijo la mujer.
–Estoy gorda, señora Ellis –contestó la muchacha. Para demostrarlo, saltó de la vieja cama y se dirigió al espejo colgado encima del tocador–. Míreme –dijo, señalando con un dedo acusador a su imagen reflejada en el espejo–. ¡No tengo cintura!
–Todavía no eres una mujer… Eso es todo.
–Tampoco tengo caderas. Parezco un palo con piernas. Con este aspecto, ¿cómo voy a tener amigos?
La señora Ellis, que llevaba en la casa menos de un año, puso cara de asombro e inquirió:
–¿Que no tienes amigos? ¿Por qué no?
_______ necesitaba desesperadamente alguien en quien confiar.
–He fingido que las cosas van bien en la escuela, pero la verdad es que marchan terriblemente mal. Soy... una inadaptada. Siempre lo he sido.
–¡Qué barbaridad! Algo debe ir mal con tus compañeros de colegio...
–No. El problema no es de ellos, sino mío. Pero voy a cambiar. Me pondré a régimen y haré algo con este horrible cabello.
–¡No es horrible! –replicó la señora Ellis, mirando primero la larga cabellera rubia de la muchacha, que le cubría los hombros, y luego sus ojos color turquesa–, Tus ojos son preciosos y tu pelo es muy agradable. Agradable y abundante y...
–Descolorido.
–Rubio.
_______ se miraba tercamente al espejo, mientras su mente exageraba los defectos reales de su cara y su cuerpo.
–Mido un metro sesenta y cinco. Tuve suerte de dejar de crecer antes de convertirme en un gigante. Pero no soy tan horrible, de eso me di cuenta el sábado.
La señora Ellis frunció el entrecejo, confundida:
–¿Qué ocurrió el sábado para hacerte cambiar de opinión acerca de tu físico?
–Ningún cataclismo –respondió _______ y pensó: Un cataclismo... Parker me sonrió en la fiesta de Navidad. Me trajo una gaseosa sin que se la pidiese. Me dijo que no me olvidara de reservarle un baile el sábado, en la fiesta de Eppingham.
Hacía setenta y cinco años que la familia de Parker había fundado el gran banco de Chicago, en el que estaban depositados los fondos de Bancroft & Company. La amistad entre ambas familias, los Bancroft y los Reynolds, había resistido el paso de las generaciones.
–Todo va a cambiar ahora, no solo mi aspecto –aseguró _______ al tiempo que se apartaba del espejo–. ¡Tendré una amiga! Hay una chica nueva en la escuela, y no sabe que todos me detestan. Es inteligente, como yo, y me llamó anoche para preguntarme algo sobre los deberes. ¡Me llamó!, y estuvimos hablando de muchas cosas.
–Me había dado cuenta de que no traías amigos de la escuela a casa –comentó la señora Ellis, retorciéndose las manos con cierto desaliento–. Pero pensé que era porque vives muy lejos.
–No, no es eso. –_______ se arrojó sobre la cama y miró fijamente las prácticas zapatillas que llevaba puestas, que parecían pequeñas copias de las que usaba su padre. A pesar de su riqueza, este sentía un hondo respeto por el dinero, por lo que la ropa de la hija era de excelente calidad, pero siempre adquirida cuando la necesitaba y teniendo en cuenta su duración–. No encajo, ¿sabe?
–Cuando yo era una muchacha –dijo la señora Ellis con una mirada de comprensión–, siempre desconfiábamos de los que sacaban buenas notas.
–No se trata de eso –repuso _______ con una sonrisa forzada–. No tiene nada que ver con mi aspecto ni con mis notas. Es... todo esto. –Hizo un gesto con la mano como para abarcar el enorme y austero dormitorio, incluyendo su desfasado mobiliario. Una habitación que, por lo demás, guardaba un gran parecido con las otras cuarenta y cinco que componían la mansión de los Bancroft–. Todo el mundo cree que soy un ***** raro porque papá insiste en que Fenwick me lleve ala escuela con elcoche.
–¿Puedo preguntar qué hay de malo en eso?
–Los otros alumnos van caminando o en el autobús del colegio.
–¿Y bien?
–¡Pues que no se presentan con chófer y RollsRoyce! –Con cierta tristeza añadió–. Sus padres son fontaneros y contables. Uno de ellos es empleado nuestro en los grandes almacenes.
La señora Ellis no podía rebatir la lógica de este razonamiento, pero tampoco estaba dispuesta a admitir su verdad.
–Sin embargo, a esa nueva alumna... ¿no le parece raro que Fenwick te lleve al colegio?
–No –contestó _______, sonriendo maliciosamente–. Por la sencilla razón de que cree que Fenwick es mi padre. Le dije que trabaja para unos ricachones, dueños de unos grandes almacenes.
–¡No habrás hecho eso!
–Sí lo hice. ¿Y sabe qué? No me arrepiento. En realidad, debería haber inventado esa historia hace años, desde el primer día que pisé la escuela. Pero no quería mentir.
–¿Acaso ahora ya no te importa mentir? –le preguntó la señora Ellis con una mirada de reprobación.
–No es una mentira. Bueno, digamos que lo es solo a medias –se defendió _______ con tono implorante–. Me lo explicó papá hace ya mucho tiempo. Mira, Bancroft & Company es una sociedad anónima, y una sociedad anónima tiene por dueños a sus accionistas. De modo que, como presidente, papá es, técnicamente, un empleado de los accionistas de esta firma. ¿Lo comprendes?
–Creo que no –respondió la mujer lisa y llanamente–, ¿De quién son las acciones?
–Nuestras, en su mayoría –contestó, sintiéndose culpable.
Los famosos almacenes Bancroft & Company se encontraban en el centro de Chicago, y al ama de llaves todo ese asunto sobre la propiedad de los mismos le resultaba desconcertante. Por su parte, a menudo _______ exhibía una misteriosa comprensión del negocio, lo cual no sorprendía a la señora Ellis, teniendo en cuenta que el padre no mostraba interés alguno en su hija excepto cuando le daba lecciones relativas al negocio familiar, actitud que despertaba la ira del ama de llaves. De hecho, esta pensaba que Philip Bancroft era seguramente el responsable de que la joven no fuera popular entre la gente de su edad. El padre la trataba como a un adulto e insistía en que hablara o actuara como tal en todo momento. En las contadas ocasiones en que _______ invitaba a un chico se comportaba como su anfitriona. El resultado era que ella se sentía cómoda entre los adultos y totalmente perdida entre los de su misma edad.
–En una cosa tiene usted razón –agregó _______–. No puedo seguir engañando a mi amiga Lisa Pontini. Verá, creí que si le daba la oportunidad de conocerme, después, cuando le confesara que Fenwick no era mi padre sino solo mi chófer, ya no le importaría. Y todavía no se ha enterado porque no conoce a nadie en la escuela y en cuanto terminan las clases tiene que volver deprisa a su casa. Tiene siete hermanos y debe echar una mano en las tareas del hogar.
La señora Ellis tendió una mano y torpemente le dio a _______ unos golpecitos de aliento en un brazo. Se esforzó en hallar unas palabras de ánimo.
–Por la mañana las cosas parecen menos negras –aseguró, recurriendo a uno de los habituales tópicos en los que ella misma encontraba gran consuelo. Tomó la bandeja y se encaminó hacia la puerta. Ya en el umbral, se detuvo y añadió alzando la voz como quien se dispone a impartir una lección magistral–: Y recuerda: a cada perro le llega su hora.
_______ no supo si reír o llorar.
–Gracias, señora Ellis. Muy alentador. –Observó en silencio cómo la puerta se cerraba tras el ama de llaves, después volvió a coger el álbum de recortes. Cuando devolvió a su lugar la fotografía arrancada, se quedó mirándola durante largo rato. Pasó con suavidad un dedo por la boca sonriente de Parker. La idea de bailar con él la hizo temblar con una mezcla de terror y esperanza. Aquel día era jueves y el baile estaba programado para el sábado. A _______ le parecían años de espera.
Con un suspiro, ojeó las páginas del enorme álbum, empezando por la última. En las primeras había recortes muy antiguos, ya amarillentos, con los contornos y los colores desdibujados. El álbum había pertenecido a su madre, Caroline, y contenía la única prueba tangible en toda la mansión de la existencia de Caroline Edwards Bancroft. Todo cuanto se relacionara con ella había sido eliminado de la casa, siguiendo órdenes de Philip Bancroft.
Caroline Edwards había sido actriz. En honor a la verdad, y según la crítica, una actriz no muy buena, pero sin duda rutilante. _______ se detuvo en las fotografías devastadas por el tiempo, pero no se molestó en leer las críticas porque las conocía de memoria. Sabía que Cary Grant había acompañado a su madre durante la ceremonia de los premios de la Academia en 1955; y también que David Niven había declarado que era la mujer más hermosa que hubiera visto en toda su vida. Y que David SelzAlexis quiso contratarla para una de sus películas. Entre los datos que _______ poseía figuraba otro: su madre había actuado en tres espectáculos musicales de Broadway y en esa ocasión la prensa criticó su interpretación y ponderó sus bien formadas piernas. La prensa rosa insinuó que Caroline había vivido aventuras románticas con casi todos los galanes con los que trabajó. Tenía varios recortes de su madre: envuelta en pieles, en una fiesta celebrada en Roma; luciendo un escotado vestido negro de noche, mientras jugaba a la ruleta en Montecarlo. En una de las fotografías aparecía en la playa de Mónaco cubierta tan solo por un diminuto biquini; en otra esquiaba en Gstaad con un campeón olímpico suizo. A _______ le resultaba obvio que dondequiera que su madre estuviese siempre se rodeaba de hombres apuestos.
El último recorte guardado por su madre estaba fechado seis meses después de aquel en que aparecía con el esquiador. Vestía un magnífico traje de boda, blanco, y la cámara la tomó riendo y bajando presurosamente los escalones de la catedral, del brazo de Philip Bancroft y bajo una lluvia de arroz. Los cronistas de sociedad se habían superado a sí mismos con las más exageradas descripciones de la boda. La recepción se celebró en el hotel Palmer House y estuvo cerrada a la prensa, pero los reporteros pudieron hacer el listado de todos los famosos presentes, desde los Vanderbilt y los Whitney hasta un magistrado del Tribunal Supremo y cuatro senadores de Estados Unidos.
El matrimonio duró dos años, tiempo suficiente para que Caroline quedara embarazada y diera a luz, tuviera una sórdida aventura con un domador de caballos y luego se largara a Europa con un falso príncipe italiano que había sido huésped del matrimonio. Aparte de eso, _______ no sabía mucho más, excepto que su madre nunca se había molestado en enviarle una nota o una tarjeta de cumpleaños. El padre de _______, celoso guardián de la dignidad y de los antiguos valores, afirmaba que su mujer era una zo/rra egoísta sin la menor noción de la fidelidad conyugal o de sus responsabilidades maternales. Cuando _______ tenía un año de edad, Philip pidió el divorcio y la custodia de su hijita. No dejó de desplegar toda la artillería pesada a disposición de los Bancroft –incluyendo influencias sociales y políticas– para asegurarse de ganar el juicio. Pero no tuvo necesidad de recurrir a eso, pues, como él mismo le confesó a _______, Caroline ni siquiera se molestó en asistir a la audiencia y mucho menos en oponerse a su marido.
Cuando le otorgaron la custodia de _______, Phihp puso enseguida manos a la obra. Tenía que asegurarse de que la hija no seguiría los pasos de la madre. No, _______ sería otro eslabón en la larga cadena de dignas mujeres Bancroft. Como sus predecesoras, llevaría una vida ejemplar, dedicada a las obras de caridad acordes a su rango social. Mujeres sobre las que nunca había planeado la sombra de la más leve sospecha.
Cuando _______ alcanzó la edad de ir a la escuela, a su padre se le planteó un problema. Había descubierto con enojo que se estaban relajando las reglas de conducta social, incluso las de su propia clase. Muchos de sus conocidos empezaban a adoptar una actitud más liberal con respecto al comportamiento infantil; en consecuencia, enviaban a sus hijos a escuelas «progresistas», como Bently y Ridgeview. Al visitar esos colegios oyó frases como «clases sin estructura» y conceptos tales como «auto expresión». De inmediato llegó a la conclusión de que el supuesto progresismo de esas escuelas no significaba otra cosa que indisciplina, con el consiguiente hundimiento de los niveles académicos y de conducta. Así pues, rechazó ambos colegios y llevo a _______ a conocer Saint Stephen, una escuela privada de monjas benedictinas a la que habían asistido su tía y su misma madre.
Visitaron la escuela y a Philip le gustó lo que vio. Veinticuatro niñas vestidas con recatados uniformes sin mangas de tartán gris y azul y diez niños con camisa blanca y corbata azul se pusieron de pie respetuosamente, como impulsados por un resorte, cuando la monja le enseñó a Philip el aula. Eran alumnos de primer grado. Aquellas treinta y cuatro voces entonaron al unísono un «buenos días, hermana». Además, en Saint Stephen aún enseñaban según los viejos y buenos cánones; no como en Bently, donde Philip había visto a niños pintar con el dedo mientras otros, que elegían aprender, se dedicaban a las matemáticas. Además, aquí _______ recibiría una estricta educación moral.
Philip era consciente de que el barrio donde se encontraba Saint Stephen se había deteriorado, pero estaba obsesionado por la idea de que su hija fuera educada del mismo modo que lo habían sido durante tres generaciones las dignas y rectas mujeres de la familia Bancroft. Resolvió el problema del barrio expeditivamente: el chófer de la familia llevaría a _______ a la escuela y la recogería a la salida.
Sin embargo, se le escapó un detalle. Los alumnos de Saint Stephen no eran una colección de jóvenes virtuosos, contrariamente a lo que se observara durante aquel primer día de su visita. Eran chicos corrientes, de extracción social nada brillante. Predominaban los de clase media baja e incluso algunos de familias pobres. Jugaban juntos y juntos iban a la escuela, y como un solo hombre compartían el mismo recelo hacia alguien que procediera de una clase social del todo distinta y mucho más próspera.
_______ no sabía nada de esto cuando llegó a Saint Stephen. Vestida como las demás, y llevando el almuerzo en una fiambrera nueva, se había sentido presa del nerviosismo propio de la niña de seis años que por primera vez se sienta en un aula repleta de desconocidos, aunque no tuvo verdadero miedo. Después de pasar su corta vida en relativa soledad, con la única compañía de su padre y los sirvientes, se sentía feliz de contar finalmente con amigos de su misma edad.
El primer día todo fue bien, pero al terminar las clases el curso de los acontecimientos cambió repentinamente cuando los alumnos se precipitaron al patio que hacía las veces de aparcamiento. Allí la esperaba Fenwick, de pie junto al Rolls y enfundado en su uniforme negro de chófer. Los chicos de mayor edad se detuvieron a contemplar el espectáculo y, poco después, habían identificado a _______. Se trataba de una niña rica y, por lo tanto, «diferente».
Esta circunstancia los mantuvo alejados de ella. Distanciados y cautelosos al principio, al cabo de una semana habían descubierto nuevos detalles acerca de la «niña rica» y el abismo se agrandó. _______ se expresaba más como un adulto que como un niño, no sabía nada de sus juegos, y cuando a la hora del recreo intentaba unirse a ellos, su torpeza era evidente. Y lo peor de todo: bastaron unos días para que se convirtiera en la niña mimada de las monjas debido a su inteligencia.
Al cabo de un mes _______ había sido juzgada por todos los alumnos de Saint Stephen, que la consideraban una intrusa, un ser de otro mundo, condenándola al ostracismo. De haber sido lo bastante bonita como para despertar admiración, quizá con el tiempo se habría beneficiado, pero no lo era. A los nueve años un día se presentó en la escuela con gafas; a los doce años fue el aparato de ortodoncia; a los trece, era la chica más alta de la clase.
Todo había cambiado una semana antes, tras años de frustración y desesperanza durante los que creyó que nunca tendría un amigo. Lisa Pontini se había matriculado en octavo grado. Era unos tres centímetros más alta que la propia _______ y caminaba como una modelo. Pero también resolvía complicados problemas de álgebra con el aire de un académico aburrido. El mismo día de su llegada, a la hora del desayuno, _______ se sentó en un bajo muro de piedra que circundaba los terrenos de la escuela para almorzar, como de costumbre, mientras leía un libro que sostenía en la falda. Al principio esa costumbre había sido como un estupefaciente contra la sensación de aislamiento. Cuando estaba en quinto, la droga se había convertido en una adicción. _______ era una lectora ávida.
Se disponía a pasar la página cuando vio un par de gastados pantalones. Ante ella se erguía Lisa Pontini. Con su aspecto vital y su abundante pelo castaño, era el polo opuesto de _______, a la que en aquel momento contemplaba con curiosidad. Lisa irradiaba un indefinible aire de atrevida confianza. Semejante vigor y seguridad en su figura era lo que la revista Seventeen llamaba tener personalidad. En lugar de vestir el suéter gris de la escuela, con su emblema descuidadamente colocado sobre los hombros, como hacía _______, Lisa se había hecho un nudo con las mangas sobre los pechos.
–¡Dios, qué tugurio! –exclamó Lisa, sentándose al lado de _______ y dirigiendo la mirada hacia los terrenos de la escuela–. En mi vida he visto tantos chicos bajos. Aquí deben de echar algo en el agua para detener el crecimiento. ¿Cuál es tu promedio?
En Saint Stephen las notas se medían por promedios exactos, con sus correspondientes decimales.
–97,8 –contestó _______, un tanto confusa por las rápidas observaciones y la sociabilidad de Lisa.
–El mío 98,1.
_______ reparó en los pequeños orificios de las orejas de Lisa. Los pendientes y la pintura de labios estaban prohibidos en el colegio. Observando a _______, Lisa preguntó sin más preámbulos:
–¿Eliges la soledad o eres una especie de marginada?
–Nunca he pensado en eso –mintió _______.
–¿Cuánto tiempo tendrás que llevar ese aparato en los dientes?
–Todavía un año más. –_______ pensó que Lisa no le gustaba nada. Cerró el libro y se levantó, aliviada porque estaba a punto de sonar la campana.
Aquella tarde, según el ritual del último viernes del mes, los estudiantes se alinearon en la iglesia para confesarse con los curas de Saint Stephen. Sintiéndose como de costumbre una desgraciada pecadora, _______ se arrodilló en el confesionario y enumeró sus maldades al padre Vickers. Entre sus pecados incluía el desagrado que le inspiraba la hermana Mary Lawrence, así como el excesivo tiempo que se pasaba pensando en su aspecto. Cuando hubo terminado, sostuvo la puerta para dejar entrar al siguiente pecador, y luego sé arrodilló en un banco para rezar las oraciones que se le habían impuesto como penitencia.
Como a los estudiantes se les permitía volver a sus casas después de la confesión, _______ salió al patio a esperar a Fenwick. Minutos después apareció Lisa, poniéndose la chaqueta mientras bajaba por los escalones del templo. Todavía alterada por los comentarios de la chica, _______ la observó con cautela. Lisa, después de mirar alrededor, se le acercó caminando lentamente.
–¿Podrás creerlo? –prorrumpió Lisa–. Vickers me ha castigado a rezar un rosario entero esta noche. Y todo por ser un poco cariñosa con un chico. ¿Qué penitencia impondrá por besarse a la francesa? Me da rabia pensarlo. –Con una amplia e impúdica sonrisa, sé sentó al lado de _______.
_______ ignoraba que la nacionalidad determinaba la manera de besar, pero por el comentario de Lisa dedujo que, en cualquier caso, a los curas de Saint Stephen no les gustaba esa clase de besos. Trató de mostrarse mundana.
–Por besar así, el padre Vickers te hace limpiar el templo como penitencia.
Lisa esbozó una sonrisa y miró a _______ con curiosidad.
–¿Tu novio también lleva un aparato en la boca?
_______ pensó en Parker y meneó la cabeza.
–Eso está bien –dijo Lisa, y volvió a sonreír–. Siempre me he preguntado cómo pueden besarse dos personas que lleven aparatos en la boca sin quedarse enganchados. Mi novio se llama Mario Campano. Es alto, moreno y guapo. ¿Cómo se llama el tuyo? ¿Y qué aspecto tiene?
_______ dirigió la mirada a la calle, con la esperanza de que Fenwick se hubiera olvidado de que era el último viernes del mes y las clases terminaban antes. Se sentía incómoda hablando de aquello, pero Lisa Pontini la fascinaba. Además, tenía la sensación de que, por algún motivo, deseaba ser su amiga.
–Tiene dieciocho años –respondió con sinceridad–. Se parece a Robert Redford y su nombre es Parker.
–Eso es el apellido.
–No, es el nombre. Se apellida Reynolds.
–Parker Reynolds –musitó Lisa, arrugando la nariz–. Suena a esnob de la alta sociedad. ¿Lo hace bien?
–Hace bien... ¿qué?
–Besar, claro.
–Oh, bueno, pues sí. Es fantástico.
Lisa le dedicó una mirada burlona.
–Nunca te ha besado. Te ruborizas cuando mientes.
_______ se puso de pie con brusquedad.
–Escúchame –empezó a decir, enojada–, yo no te he pedido que te acerques a mí y...
–Eh, no te enfades. Después de todo besarse no es gran cosa. Me refiero a que la primera vez que Mario me besó fue el momento más incómodo de mi vida.
Ahora que Lisa empezaba a confiar en ella, _______ sintió que su enojo se esfumaba. Volvió a sentarse.
–¿Fue incómodo porque te besó?
–No. Verás, yo estaba apoyada en la puerta de mi casa cuando sucedió. Accidentalmente mi hombro hizo sonar el timbre, abrió mi padre y me precipité en sus brazos, cayéndome con Mario todavía abrazado a mí. Pasaron siglos antes de que los tres, tumbados en el suelo, nos separáramos.
_______ estalló en una carcajada, que interrumpió cuando vio al Rolls girar en la esquina.
–Ahí está el coche –dijo, recuperando la compostura.
Lisa miró de reojo y musitó:
–¡Jesús!¿Es un Rolls?
_______ asintió, incómoda. Recogió los libros y se encogió de hombros.
–Vivo lejos de aquí, y mi padre no quiere que viaje en autobús.
–Ah, tu padre es chófer –dijo Lisa, y se dispuso a acompañar a _______ hasta el automóvil–. Debe de ser maravilloso circular por ahí con un coche como ese, fingiendo que se es rico. –Sin esperar respuesta añadió–: Mi padre es fontanero en un astillero. Su sindicato está ahora en huelga, así que nos mudamos aquí, donde los alquileres son más baratos que donde vivíamos. Ya sabes cómo es eso.
_______ no tenía idea de «cómo era eso». Al menos carecía de experiencia personal sobre el asunto, aunque por las iracundas protestas de su padre conocía el efecto que los sindicatos y las huelgas tenían sobre los propietarios de negocios, como los Bancroft. Aun así, asintió solidariamente cuando Lisa emitió un triste suspiro.
–Debe de ser duro. ¿Quieres que te lleve a casa? –añadió impulsivamente.
–¡Claro! Pero no, espera. ¿Podría ser la semana que viene? Tengo siete hermanos y mi madre tendrá mil tareas para mí. Prefiero quedarme aquí un rato y luego presentarme en casa a la hora de costumbre.
Había transcurrido una semana desde aquel día, y lo que fuera el principio de una amistad incierta había florecido y crecido, alimentado por un intercambio de confidencias y de pícaras confesiones mutuas. Ahora, sentada y mirando la foto de Parker en el álbum y pensando en el baile del sábado a la noche, _______ decidió que al día siguiente le pediría consejo a Lisa en la escuela. Lisa sabía mucho de peinados y esas cosas, y acaso podría sugerirle algo que la hiciera más atractiva a los ojos de Parker.
Al día siguiente, mientras almorzaban sentadas donde solían hacerlo, _______ inquirió a su amiga:
–¿Qué opinas? Como la cirugía plástica está descartada, ¿hay algo que pueda hacer para cambiar mi aspecto dc un modo realmente notable? ¿Algo que me haga parecer más bonita y más adulta a los ojos de Parker?
Antes de contestar, Lisa la miró fijamente y dijo:
–Las gafas y el aparato en los dientes no ayudan precisamente a encender pasiones, creo que lo sabes. –Hablaba con tono jocoso–. Quítate las gafas y ponte de pie.
_______ obedeció y esperó con divertida contrariedad, mientras Lisa caminaba rodeándola lentamente, inspeccionándola.
–Bueno, no hay duda de que te has esforzado por parecer poca cosa –concluyó Lisa–. Tus ojos y tu pelo son preciosos. Si utilizases un poco de maquillaje, te quitaras las gafas y te peinaras de un modo distinto, es probable que el viejo Parker se fijara en ti mañana por la noche.
–¿Lo crees realmente? –preguntó _______, con la mirada encendida al recordar a Parker.
–Solo he dicho que es probable –le contestó Lisa con la más cruda sinceridad–. Él es bastante mayor que tú, y eso es un factor en contra. ¿Qué solución le has dado al último problema de matemáticas en el examen de hoy?
Hacía una semana que eran amigas, y _______ se había acostumbrado a la veleidosa conversación de Lisa, que cambiaba de tema inesperadamente. Daba la impresión de que la muchacha era demasiado despierta, de que poseía una inteligencia tan notable que no le permitía concentrarse en un solo tema. _______ le dijo su solución.
–La misma que la mía –respondió Lisa–. Con dos cerebros como los nuestros –bromeó–, no hay duda de que esa es la solución correcta. ¿Sabías que en esta **** de escuela todo el mundo piensa que el Rolls es de tu padre?
–Nunca le dije a nadie que no lo fuera –afirmó _______ con sinceridad.
Lisa mordisqueó una manzana y asintió con la cabeza.
–¿Y por qué tendrías que mentir? Si son tan tontos que creen que una chica rica asistiría a un colegio como este... En tu lugar me parece que yo haría lo mismo.
Aquella tarde, después de la escuela, Lisa se mostró dispuesta a que el «padre» de _______ la llevara a casa, cosa que Fenwick, no sin reservas, aceptó hacer. Cuando el Rolls se detuvo frente a la puerta del bungalow de ladrillo marrón en que vivía la familia Pontini, _______ observó el habitual caos de niños y juguetes en el patio. La madre de Lisa estaba de pie en el porche, luciendo su sempiterno delantal.
–¡Lisa! –llamó con un fuerte acento italiano–. Mario está al teléfono y quiere hablar contigo. Eh, _______ –añadió saludando con la mano a la muchacha–, quédate a cenar uno de estos días. Pasa la noche aquí y así tu padre no tiene que venir a buscarte tan tarde.
–Gracias, señora Pontini –dijo _______, saludándola también con la mano–. Lo haré. –Era lo que _______ había deseado fervientemente desde siempre: tener una amiga y ser invitada a pasar la noche en su casa. Se sintió pletórica de alegría.
Lisa cerró la portezuela del coche y se acodé en la ventanilla.
–Tu madre ha dicho que te llama Mario –le recordó _______.
–Es bueno hacer esperar a un tipo durante un rato. Así se inquieta y se hace preguntas. Bueno, no olvides llamarme el domingo para contarme todo lo ocurrido con Parker mañana por la noche. Me gustaría poder peinarte para el baile.
–Y a mí me gustaría que lo hicieras –contestó _______, aunque sabía que en ese caso su amiga se enteraría de que Fenwick no era su padre. En cuanto pisara la mansión se daría cuenta del engaño. No había día en que _______ no intentara confesarle la verdad, pero cuando se disponía a hacerlo no se sentía con fuerzas y se echaba atrás. Se decía que cuanto más tiempo mantuviera la mentira, mejor conocería Lisa su verdadera personalidad y, en consecuencia, le importaría menos tener una ricachona como amiga. Con aire pensativo añadió–: Si vienes mañana a mi casa podrás pasar la noche conmigo. Mientras yo estoy en el baile haces los deberes y a la vuelta te lo cuento todo.
–No puedo. Mañana por la noche tengo una cita con Mario –le recordó Lisa innecesariamente.
A _______ le sorprendía que los padres de Lisa la dejaran salir con chicos a sus catorce años, pero al comentárselo, Lisa se echó a reír. Luego le explicó que Mario no se excedería, pues era consciente de que, en tal caso, debería enfrentarse a su padre y sus tíos.
Apartándose del automóvil, Lisa le dio un último consejo a _______.
–Te acuerdas de lo que te he dicho, ¿verdad? Flirtea con Parker y míralo a los ojos. Y péinate con un moño alto, así parecerás más sofisticada.
Durante el viaje a casa, intentó verse flirteando con Parker, cuyo cumpleaños era dentro de dos días, como sabía desde hacía un año, cuando se dio cuenta de que se estaba enamorando de él. La semana anterior se había pasado una hora en el drugstore buscando la tarjeta de felicitación más adecuada, pero las que expresaban lo que ella verdaderamente sentía eran demasiado cursis. Ingenua como era, pensaba que a Parker no le gustaría una tarjeta en que se leyera: «A mi único amor...». De modo que, muy a su pesar, se resignó a elegir una con la inscripción: «Feliz cumpleaños a un amigo especial».
Apoyando la cabeza en el respaldo del asiento, _______ cerró los ojos sonriendo soñadoramente mientras se imaginaba con el aspecto de una espléndida modelo y diciendo frases inteligentes e ingeniosas. Parker, por supuesto, no se perdía una sola de sus palabras.
Diciembre de 1973
Acostada en su cama con dosel, _______ cogió una vez más su álbum de recortes, abierto junto a ella. En esta ocasión separó cuidadosamente del mismo una fotografía del Chicago Tribune. Al pie de la misma se leía: «Hijos de la alta sociedad de Chicago, disfrazados de duendes, participaron en la fiesta de Navidad que con fines benéficos se celebró en el Memorial Hospital de Oakland». Seguía la lista de los nombres. La fotografía era de buen tamaño y en ella aparecían los «duendes» –cinco chicos y seis chicas, una de las cuales era _______– repartiendo regalos a los niños en el pabellón infantil del centro hospitalario. A la izquierda de la foto, de pie y dirigiendo el acto, se veía a un apuesto adolescente de unos dieciocho años, y del que la leyenda decía: «Parker Reynolds III, hijo del señor y la señora Reynolds, de Kenilworth».
_______ se comparó con toda la objetividad de que fue capaz con las otras chicas vestidas de duende. Se preguntaba cómo se las arreglaban para fingir que tenían buenas piernas y generosas cunas, mientras que ella...
–¿Rolliza? –Pronunció la palabra con una mueca de disgusto en el rostro–. Parezco un gnomo, no un duende.
No era justo que las otras chicas, que tenían catorce años –apenas le llevaban unas semanas–, tuvieran un aspecto tan maravilloso mientras que ella era un gnomo con el pecho plano y un aparato dental. Observó su figura en la foto y una vez más lamentó el acceso de vanidad que la había impulsado a quitarse las gafas, pues sin ellas tenía tendencia a bizquear; y en efecto, en aquella horrible foto bizqueaba. Me convendría usar lentes de contacto, se dijo. Centró la mirada en la figura de Parker. Una sonrisa soñadora se dibujó en su rostro mientras apretaba contra su pecho liso el recorte. Era verdad que no tenía senos. Todavía no. Y al paso que iba, nunca los tendría.
La puerta de su dormitorio se abrió y _______ se apresuró a ocultar la fotografía. En el umbral estaba la señora Ellis, la robusta ama de llaves de sesenta y cuatro años de edad. Venía a recoger la bandeja de la cena.
–No te has comido el postre –dijo la mujer.
–Estoy gorda, señora Ellis –contestó la muchacha. Para demostrarlo, saltó de la vieja cama y se dirigió al espejo colgado encima del tocador–. Míreme –dijo, señalando con un dedo acusador a su imagen reflejada en el espejo–. ¡No tengo cintura!
–Todavía no eres una mujer… Eso es todo.
–Tampoco tengo caderas. Parezco un palo con piernas. Con este aspecto, ¿cómo voy a tener amigos?
La señora Ellis, que llevaba en la casa menos de un año, puso cara de asombro e inquirió:
–¿Que no tienes amigos? ¿Por qué no?
_______ necesitaba desesperadamente alguien en quien confiar.
–He fingido que las cosas van bien en la escuela, pero la verdad es que marchan terriblemente mal. Soy... una inadaptada. Siempre lo he sido.
–¡Qué barbaridad! Algo debe ir mal con tus compañeros de colegio...
–No. El problema no es de ellos, sino mío. Pero voy a cambiar. Me pondré a régimen y haré algo con este horrible cabello.
–¡No es horrible! –replicó la señora Ellis, mirando primero la larga cabellera rubia de la muchacha, que le cubría los hombros, y luego sus ojos color turquesa–, Tus ojos son preciosos y tu pelo es muy agradable. Agradable y abundante y...
–Descolorido.
–Rubio.
_______ se miraba tercamente al espejo, mientras su mente exageraba los defectos reales de su cara y su cuerpo.
–Mido un metro sesenta y cinco. Tuve suerte de dejar de crecer antes de convertirme en un gigante. Pero no soy tan horrible, de eso me di cuenta el sábado.
La señora Ellis frunció el entrecejo, confundida:
–¿Qué ocurrió el sábado para hacerte cambiar de opinión acerca de tu físico?
–Ningún cataclismo –respondió _______ y pensó: Un cataclismo... Parker me sonrió en la fiesta de Navidad. Me trajo una gaseosa sin que se la pidiese. Me dijo que no me olvidara de reservarle un baile el sábado, en la fiesta de Eppingham.
Hacía setenta y cinco años que la familia de Parker había fundado el gran banco de Chicago, en el que estaban depositados los fondos de Bancroft & Company. La amistad entre ambas familias, los Bancroft y los Reynolds, había resistido el paso de las generaciones.
–Todo va a cambiar ahora, no solo mi aspecto –aseguró _______ al tiempo que se apartaba del espejo–. ¡Tendré una amiga! Hay una chica nueva en la escuela, y no sabe que todos me detestan. Es inteligente, como yo, y me llamó anoche para preguntarme algo sobre los deberes. ¡Me llamó!, y estuvimos hablando de muchas cosas.
–Me había dado cuenta de que no traías amigos de la escuela a casa –comentó la señora Ellis, retorciéndose las manos con cierto desaliento–. Pero pensé que era porque vives muy lejos.
–No, no es eso. –_______ se arrojó sobre la cama y miró fijamente las prácticas zapatillas que llevaba puestas, que parecían pequeñas copias de las que usaba su padre. A pesar de su riqueza, este sentía un hondo respeto por el dinero, por lo que la ropa de la hija era de excelente calidad, pero siempre adquirida cuando la necesitaba y teniendo en cuenta su duración–. No encajo, ¿sabe?
–Cuando yo era una muchacha –dijo la señora Ellis con una mirada de comprensión–, siempre desconfiábamos de los que sacaban buenas notas.
–No se trata de eso –repuso _______ con una sonrisa forzada–. No tiene nada que ver con mi aspecto ni con mis notas. Es... todo esto. –Hizo un gesto con la mano como para abarcar el enorme y austero dormitorio, incluyendo su desfasado mobiliario. Una habitación que, por lo demás, guardaba un gran parecido con las otras cuarenta y cinco que componían la mansión de los Bancroft–. Todo el mundo cree que soy un ***** raro porque papá insiste en que Fenwick me lleve ala escuela con elcoche.
–¿Puedo preguntar qué hay de malo en eso?
–Los otros alumnos van caminando o en el autobús del colegio.
–¿Y bien?
–¡Pues que no se presentan con chófer y RollsRoyce! –Con cierta tristeza añadió–. Sus padres son fontaneros y contables. Uno de ellos es empleado nuestro en los grandes almacenes.
La señora Ellis no podía rebatir la lógica de este razonamiento, pero tampoco estaba dispuesta a admitir su verdad.
–Sin embargo, a esa nueva alumna... ¿no le parece raro que Fenwick te lleve al colegio?
–No –contestó _______, sonriendo maliciosamente–. Por la sencilla razón de que cree que Fenwick es mi padre. Le dije que trabaja para unos ricachones, dueños de unos grandes almacenes.
–¡No habrás hecho eso!
–Sí lo hice. ¿Y sabe qué? No me arrepiento. En realidad, debería haber inventado esa historia hace años, desde el primer día que pisé la escuela. Pero no quería mentir.
–¿Acaso ahora ya no te importa mentir? –le preguntó la señora Ellis con una mirada de reprobación.
–No es una mentira. Bueno, digamos que lo es solo a medias –se defendió _______ con tono implorante–. Me lo explicó papá hace ya mucho tiempo. Mira, Bancroft & Company es una sociedad anónima, y una sociedad anónima tiene por dueños a sus accionistas. De modo que, como presidente, papá es, técnicamente, un empleado de los accionistas de esta firma. ¿Lo comprendes?
–Creo que no –respondió la mujer lisa y llanamente–, ¿De quién son las acciones?
–Nuestras, en su mayoría –contestó, sintiéndose culpable.
Los famosos almacenes Bancroft & Company se encontraban en el centro de Chicago, y al ama de llaves todo ese asunto sobre la propiedad de los mismos le resultaba desconcertante. Por su parte, a menudo _______ exhibía una misteriosa comprensión del negocio, lo cual no sorprendía a la señora Ellis, teniendo en cuenta que el padre no mostraba interés alguno en su hija excepto cuando le daba lecciones relativas al negocio familiar, actitud que despertaba la ira del ama de llaves. De hecho, esta pensaba que Philip Bancroft era seguramente el responsable de que la joven no fuera popular entre la gente de su edad. El padre la trataba como a un adulto e insistía en que hablara o actuara como tal en todo momento. En las contadas ocasiones en que _______ invitaba a un chico se comportaba como su anfitriona. El resultado era que ella se sentía cómoda entre los adultos y totalmente perdida entre los de su misma edad.
–En una cosa tiene usted razón –agregó _______–. No puedo seguir engañando a mi amiga Lisa Pontini. Verá, creí que si le daba la oportunidad de conocerme, después, cuando le confesara que Fenwick no era mi padre sino solo mi chófer, ya no le importaría. Y todavía no se ha enterado porque no conoce a nadie en la escuela y en cuanto terminan las clases tiene que volver deprisa a su casa. Tiene siete hermanos y debe echar una mano en las tareas del hogar.
La señora Ellis tendió una mano y torpemente le dio a _______ unos golpecitos de aliento en un brazo. Se esforzó en hallar unas palabras de ánimo.
–Por la mañana las cosas parecen menos negras –aseguró, recurriendo a uno de los habituales tópicos en los que ella misma encontraba gran consuelo. Tomó la bandeja y se encaminó hacia la puerta. Ya en el umbral, se detuvo y añadió alzando la voz como quien se dispone a impartir una lección magistral–: Y recuerda: a cada perro le llega su hora.
_______ no supo si reír o llorar.
–Gracias, señora Ellis. Muy alentador. –Observó en silencio cómo la puerta se cerraba tras el ama de llaves, después volvió a coger el álbum de recortes. Cuando devolvió a su lugar la fotografía arrancada, se quedó mirándola durante largo rato. Pasó con suavidad un dedo por la boca sonriente de Parker. La idea de bailar con él la hizo temblar con una mezcla de terror y esperanza. Aquel día era jueves y el baile estaba programado para el sábado. A _______ le parecían años de espera.
Con un suspiro, ojeó las páginas del enorme álbum, empezando por la última. En las primeras había recortes muy antiguos, ya amarillentos, con los contornos y los colores desdibujados. El álbum había pertenecido a su madre, Caroline, y contenía la única prueba tangible en toda la mansión de la existencia de Caroline Edwards Bancroft. Todo cuanto se relacionara con ella había sido eliminado de la casa, siguiendo órdenes de Philip Bancroft.
Caroline Edwards había sido actriz. En honor a la verdad, y según la crítica, una actriz no muy buena, pero sin duda rutilante. _______ se detuvo en las fotografías devastadas por el tiempo, pero no se molestó en leer las críticas porque las conocía de memoria. Sabía que Cary Grant había acompañado a su madre durante la ceremonia de los premios de la Academia en 1955; y también que David Niven había declarado que era la mujer más hermosa que hubiera visto en toda su vida. Y que David SelzAlexis quiso contratarla para una de sus películas. Entre los datos que _______ poseía figuraba otro: su madre había actuado en tres espectáculos musicales de Broadway y en esa ocasión la prensa criticó su interpretación y ponderó sus bien formadas piernas. La prensa rosa insinuó que Caroline había vivido aventuras románticas con casi todos los galanes con los que trabajó. Tenía varios recortes de su madre: envuelta en pieles, en una fiesta celebrada en Roma; luciendo un escotado vestido negro de noche, mientras jugaba a la ruleta en Montecarlo. En una de las fotografías aparecía en la playa de Mónaco cubierta tan solo por un diminuto biquini; en otra esquiaba en Gstaad con un campeón olímpico suizo. A _______ le resultaba obvio que dondequiera que su madre estuviese siempre se rodeaba de hombres apuestos.
El último recorte guardado por su madre estaba fechado seis meses después de aquel en que aparecía con el esquiador. Vestía un magnífico traje de boda, blanco, y la cámara la tomó riendo y bajando presurosamente los escalones de la catedral, del brazo de Philip Bancroft y bajo una lluvia de arroz. Los cronistas de sociedad se habían superado a sí mismos con las más exageradas descripciones de la boda. La recepción se celebró en el hotel Palmer House y estuvo cerrada a la prensa, pero los reporteros pudieron hacer el listado de todos los famosos presentes, desde los Vanderbilt y los Whitney hasta un magistrado del Tribunal Supremo y cuatro senadores de Estados Unidos.
El matrimonio duró dos años, tiempo suficiente para que Caroline quedara embarazada y diera a luz, tuviera una sórdida aventura con un domador de caballos y luego se largara a Europa con un falso príncipe italiano que había sido huésped del matrimonio. Aparte de eso, _______ no sabía mucho más, excepto que su madre nunca se había molestado en enviarle una nota o una tarjeta de cumpleaños. El padre de _______, celoso guardián de la dignidad y de los antiguos valores, afirmaba que su mujer era una zo/rra egoísta sin la menor noción de la fidelidad conyugal o de sus responsabilidades maternales. Cuando _______ tenía un año de edad, Philip pidió el divorcio y la custodia de su hijita. No dejó de desplegar toda la artillería pesada a disposición de los Bancroft –incluyendo influencias sociales y políticas– para asegurarse de ganar el juicio. Pero no tuvo necesidad de recurrir a eso, pues, como él mismo le confesó a _______, Caroline ni siquiera se molestó en asistir a la audiencia y mucho menos en oponerse a su marido.
Cuando le otorgaron la custodia de _______, Phihp puso enseguida manos a la obra. Tenía que asegurarse de que la hija no seguiría los pasos de la madre. No, _______ sería otro eslabón en la larga cadena de dignas mujeres Bancroft. Como sus predecesoras, llevaría una vida ejemplar, dedicada a las obras de caridad acordes a su rango social. Mujeres sobre las que nunca había planeado la sombra de la más leve sospecha.
Cuando _______ alcanzó la edad de ir a la escuela, a su padre se le planteó un problema. Había descubierto con enojo que se estaban relajando las reglas de conducta social, incluso las de su propia clase. Muchos de sus conocidos empezaban a adoptar una actitud más liberal con respecto al comportamiento infantil; en consecuencia, enviaban a sus hijos a escuelas «progresistas», como Bently y Ridgeview. Al visitar esos colegios oyó frases como «clases sin estructura» y conceptos tales como «auto expresión». De inmediato llegó a la conclusión de que el supuesto progresismo de esas escuelas no significaba otra cosa que indisciplina, con el consiguiente hundimiento de los niveles académicos y de conducta. Así pues, rechazó ambos colegios y llevo a _______ a conocer Saint Stephen, una escuela privada de monjas benedictinas a la que habían asistido su tía y su misma madre.
Visitaron la escuela y a Philip le gustó lo que vio. Veinticuatro niñas vestidas con recatados uniformes sin mangas de tartán gris y azul y diez niños con camisa blanca y corbata azul se pusieron de pie respetuosamente, como impulsados por un resorte, cuando la monja le enseñó a Philip el aula. Eran alumnos de primer grado. Aquellas treinta y cuatro voces entonaron al unísono un «buenos días, hermana». Además, en Saint Stephen aún enseñaban según los viejos y buenos cánones; no como en Bently, donde Philip había visto a niños pintar con el dedo mientras otros, que elegían aprender, se dedicaban a las matemáticas. Además, aquí _______ recibiría una estricta educación moral.
Philip era consciente de que el barrio donde se encontraba Saint Stephen se había deteriorado, pero estaba obsesionado por la idea de que su hija fuera educada del mismo modo que lo habían sido durante tres generaciones las dignas y rectas mujeres de la familia Bancroft. Resolvió el problema del barrio expeditivamente: el chófer de la familia llevaría a _______ a la escuela y la recogería a la salida.
Sin embargo, se le escapó un detalle. Los alumnos de Saint Stephen no eran una colección de jóvenes virtuosos, contrariamente a lo que se observara durante aquel primer día de su visita. Eran chicos corrientes, de extracción social nada brillante. Predominaban los de clase media baja e incluso algunos de familias pobres. Jugaban juntos y juntos iban a la escuela, y como un solo hombre compartían el mismo recelo hacia alguien que procediera de una clase social del todo distinta y mucho más próspera.
_______ no sabía nada de esto cuando llegó a Saint Stephen. Vestida como las demás, y llevando el almuerzo en una fiambrera nueva, se había sentido presa del nerviosismo propio de la niña de seis años que por primera vez se sienta en un aula repleta de desconocidos, aunque no tuvo verdadero miedo. Después de pasar su corta vida en relativa soledad, con la única compañía de su padre y los sirvientes, se sentía feliz de contar finalmente con amigos de su misma edad.
El primer día todo fue bien, pero al terminar las clases el curso de los acontecimientos cambió repentinamente cuando los alumnos se precipitaron al patio que hacía las veces de aparcamiento. Allí la esperaba Fenwick, de pie junto al Rolls y enfundado en su uniforme negro de chófer. Los chicos de mayor edad se detuvieron a contemplar el espectáculo y, poco después, habían identificado a _______. Se trataba de una niña rica y, por lo tanto, «diferente».
Esta circunstancia los mantuvo alejados de ella. Distanciados y cautelosos al principio, al cabo de una semana habían descubierto nuevos detalles acerca de la «niña rica» y el abismo se agrandó. _______ se expresaba más como un adulto que como un niño, no sabía nada de sus juegos, y cuando a la hora del recreo intentaba unirse a ellos, su torpeza era evidente. Y lo peor de todo: bastaron unos días para que se convirtiera en la niña mimada de las monjas debido a su inteligencia.
Al cabo de un mes _______ había sido juzgada por todos los alumnos de Saint Stephen, que la consideraban una intrusa, un ser de otro mundo, condenándola al ostracismo. De haber sido lo bastante bonita como para despertar admiración, quizá con el tiempo se habría beneficiado, pero no lo era. A los nueve años un día se presentó en la escuela con gafas; a los doce años fue el aparato de ortodoncia; a los trece, era la chica más alta de la clase.
Todo había cambiado una semana antes, tras años de frustración y desesperanza durante los que creyó que nunca tendría un amigo. Lisa Pontini se había matriculado en octavo grado. Era unos tres centímetros más alta que la propia _______ y caminaba como una modelo. Pero también resolvía complicados problemas de álgebra con el aire de un académico aburrido. El mismo día de su llegada, a la hora del desayuno, _______ se sentó en un bajo muro de piedra que circundaba los terrenos de la escuela para almorzar, como de costumbre, mientras leía un libro que sostenía en la falda. Al principio esa costumbre había sido como un estupefaciente contra la sensación de aislamiento. Cuando estaba en quinto, la droga se había convertido en una adicción. _______ era una lectora ávida.
Se disponía a pasar la página cuando vio un par de gastados pantalones. Ante ella se erguía Lisa Pontini. Con su aspecto vital y su abundante pelo castaño, era el polo opuesto de _______, a la que en aquel momento contemplaba con curiosidad. Lisa irradiaba un indefinible aire de atrevida confianza. Semejante vigor y seguridad en su figura era lo que la revista Seventeen llamaba tener personalidad. En lugar de vestir el suéter gris de la escuela, con su emblema descuidadamente colocado sobre los hombros, como hacía _______, Lisa se había hecho un nudo con las mangas sobre los pechos.
–¡Dios, qué tugurio! –exclamó Lisa, sentándose al lado de _______ y dirigiendo la mirada hacia los terrenos de la escuela–. En mi vida he visto tantos chicos bajos. Aquí deben de echar algo en el agua para detener el crecimiento. ¿Cuál es tu promedio?
En Saint Stephen las notas se medían por promedios exactos, con sus correspondientes decimales.
–97,8 –contestó _______, un tanto confusa por las rápidas observaciones y la sociabilidad de Lisa.
–El mío 98,1.
_______ reparó en los pequeños orificios de las orejas de Lisa. Los pendientes y la pintura de labios estaban prohibidos en el colegio. Observando a _______, Lisa preguntó sin más preámbulos:
–¿Eliges la soledad o eres una especie de marginada?
–Nunca he pensado en eso –mintió _______.
–¿Cuánto tiempo tendrás que llevar ese aparato en los dientes?
–Todavía un año más. –_______ pensó que Lisa no le gustaba nada. Cerró el libro y se levantó, aliviada porque estaba a punto de sonar la campana.
Aquella tarde, según el ritual del último viernes del mes, los estudiantes se alinearon en la iglesia para confesarse con los curas de Saint Stephen. Sintiéndose como de costumbre una desgraciada pecadora, _______ se arrodilló en el confesionario y enumeró sus maldades al padre Vickers. Entre sus pecados incluía el desagrado que le inspiraba la hermana Mary Lawrence, así como el excesivo tiempo que se pasaba pensando en su aspecto. Cuando hubo terminado, sostuvo la puerta para dejar entrar al siguiente pecador, y luego sé arrodilló en un banco para rezar las oraciones que se le habían impuesto como penitencia.
Como a los estudiantes se les permitía volver a sus casas después de la confesión, _______ salió al patio a esperar a Fenwick. Minutos después apareció Lisa, poniéndose la chaqueta mientras bajaba por los escalones del templo. Todavía alterada por los comentarios de la chica, _______ la observó con cautela. Lisa, después de mirar alrededor, se le acercó caminando lentamente.
–¿Podrás creerlo? –prorrumpió Lisa–. Vickers me ha castigado a rezar un rosario entero esta noche. Y todo por ser un poco cariñosa con un chico. ¿Qué penitencia impondrá por besarse a la francesa? Me da rabia pensarlo. –Con una amplia e impúdica sonrisa, sé sentó al lado de _______.
_______ ignoraba que la nacionalidad determinaba la manera de besar, pero por el comentario de Lisa dedujo que, en cualquier caso, a los curas de Saint Stephen no les gustaba esa clase de besos. Trató de mostrarse mundana.
–Por besar así, el padre Vickers te hace limpiar el templo como penitencia.
Lisa esbozó una sonrisa y miró a _______ con curiosidad.
–¿Tu novio también lleva un aparato en la boca?
_______ pensó en Parker y meneó la cabeza.
–Eso está bien –dijo Lisa, y volvió a sonreír–. Siempre me he preguntado cómo pueden besarse dos personas que lleven aparatos en la boca sin quedarse enganchados. Mi novio se llama Mario Campano. Es alto, moreno y guapo. ¿Cómo se llama el tuyo? ¿Y qué aspecto tiene?
_______ dirigió la mirada a la calle, con la esperanza de que Fenwick se hubiera olvidado de que era el último viernes del mes y las clases terminaban antes. Se sentía incómoda hablando de aquello, pero Lisa Pontini la fascinaba. Además, tenía la sensación de que, por algún motivo, deseaba ser su amiga.
–Tiene dieciocho años –respondió con sinceridad–. Se parece a Robert Redford y su nombre es Parker.
–Eso es el apellido.
–No, es el nombre. Se apellida Reynolds.
–Parker Reynolds –musitó Lisa, arrugando la nariz–. Suena a esnob de la alta sociedad. ¿Lo hace bien?
–Hace bien... ¿qué?
–Besar, claro.
–Oh, bueno, pues sí. Es fantástico.
Lisa le dedicó una mirada burlona.
–Nunca te ha besado. Te ruborizas cuando mientes.
_______ se puso de pie con brusquedad.
–Escúchame –empezó a decir, enojada–, yo no te he pedido que te acerques a mí y...
–Eh, no te enfades. Después de todo besarse no es gran cosa. Me refiero a que la primera vez que Mario me besó fue el momento más incómodo de mi vida.
Ahora que Lisa empezaba a confiar en ella, _______ sintió que su enojo se esfumaba. Volvió a sentarse.
–¿Fue incómodo porque te besó?
–No. Verás, yo estaba apoyada en la puerta de mi casa cuando sucedió. Accidentalmente mi hombro hizo sonar el timbre, abrió mi padre y me precipité en sus brazos, cayéndome con Mario todavía abrazado a mí. Pasaron siglos antes de que los tres, tumbados en el suelo, nos separáramos.
_______ estalló en una carcajada, que interrumpió cuando vio al Rolls girar en la esquina.
–Ahí está el coche –dijo, recuperando la compostura.
Lisa miró de reojo y musitó:
–¡Jesús!¿Es un Rolls?
_______ asintió, incómoda. Recogió los libros y se encogió de hombros.
–Vivo lejos de aquí, y mi padre no quiere que viaje en autobús.
–Ah, tu padre es chófer –dijo Lisa, y se dispuso a acompañar a _______ hasta el automóvil–. Debe de ser maravilloso circular por ahí con un coche como ese, fingiendo que se es rico. –Sin esperar respuesta añadió–: Mi padre es fontanero en un astillero. Su sindicato está ahora en huelga, así que nos mudamos aquí, donde los alquileres son más baratos que donde vivíamos. Ya sabes cómo es eso.
_______ no tenía idea de «cómo era eso». Al menos carecía de experiencia personal sobre el asunto, aunque por las iracundas protestas de su padre conocía el efecto que los sindicatos y las huelgas tenían sobre los propietarios de negocios, como los Bancroft. Aun así, asintió solidariamente cuando Lisa emitió un triste suspiro.
–Debe de ser duro. ¿Quieres que te lleve a casa? –añadió impulsivamente.
–¡Claro! Pero no, espera. ¿Podría ser la semana que viene? Tengo siete hermanos y mi madre tendrá mil tareas para mí. Prefiero quedarme aquí un rato y luego presentarme en casa a la hora de costumbre.
Había transcurrido una semana desde aquel día, y lo que fuera el principio de una amistad incierta había florecido y crecido, alimentado por un intercambio de confidencias y de pícaras confesiones mutuas. Ahora, sentada y mirando la foto de Parker en el álbum y pensando en el baile del sábado a la noche, _______ decidió que al día siguiente le pediría consejo a Lisa en la escuela. Lisa sabía mucho de peinados y esas cosas, y acaso podría sugerirle algo que la hiciera más atractiva a los ojos de Parker.
Al día siguiente, mientras almorzaban sentadas donde solían hacerlo, _______ inquirió a su amiga:
–¿Qué opinas? Como la cirugía plástica está descartada, ¿hay algo que pueda hacer para cambiar mi aspecto dc un modo realmente notable? ¿Algo que me haga parecer más bonita y más adulta a los ojos de Parker?
Antes de contestar, Lisa la miró fijamente y dijo:
–Las gafas y el aparato en los dientes no ayudan precisamente a encender pasiones, creo que lo sabes. –Hablaba con tono jocoso–. Quítate las gafas y ponte de pie.
_______ obedeció y esperó con divertida contrariedad, mientras Lisa caminaba rodeándola lentamente, inspeccionándola.
–Bueno, no hay duda de que te has esforzado por parecer poca cosa –concluyó Lisa–. Tus ojos y tu pelo son preciosos. Si utilizases un poco de maquillaje, te quitaras las gafas y te peinaras de un modo distinto, es probable que el viejo Parker se fijara en ti mañana por la noche.
–¿Lo crees realmente? –preguntó _______, con la mirada encendida al recordar a Parker.
–Solo he dicho que es probable –le contestó Lisa con la más cruda sinceridad–. Él es bastante mayor que tú, y eso es un factor en contra. ¿Qué solución le has dado al último problema de matemáticas en el examen de hoy?
Hacía una semana que eran amigas, y _______ se había acostumbrado a la veleidosa conversación de Lisa, que cambiaba de tema inesperadamente. Daba la impresión de que la muchacha era demasiado despierta, de que poseía una inteligencia tan notable que no le permitía concentrarse en un solo tema. _______ le dijo su solución.
–La misma que la mía –respondió Lisa–. Con dos cerebros como los nuestros –bromeó–, no hay duda de que esa es la solución correcta. ¿Sabías que en esta **** de escuela todo el mundo piensa que el Rolls es de tu padre?
–Nunca le dije a nadie que no lo fuera –afirmó _______ con sinceridad.
Lisa mordisqueó una manzana y asintió con la cabeza.
–¿Y por qué tendrías que mentir? Si son tan tontos que creen que una chica rica asistiría a un colegio como este... En tu lugar me parece que yo haría lo mismo.
Aquella tarde, después de la escuela, Lisa se mostró dispuesta a que el «padre» de _______ la llevara a casa, cosa que Fenwick, no sin reservas, aceptó hacer. Cuando el Rolls se detuvo frente a la puerta del bungalow de ladrillo marrón en que vivía la familia Pontini, _______ observó el habitual caos de niños y juguetes en el patio. La madre de Lisa estaba de pie en el porche, luciendo su sempiterno delantal.
–¡Lisa! –llamó con un fuerte acento italiano–. Mario está al teléfono y quiere hablar contigo. Eh, _______ –añadió saludando con la mano a la muchacha–, quédate a cenar uno de estos días. Pasa la noche aquí y así tu padre no tiene que venir a buscarte tan tarde.
–Gracias, señora Pontini –dijo _______, saludándola también con la mano–. Lo haré. –Era lo que _______ había deseado fervientemente desde siempre: tener una amiga y ser invitada a pasar la noche en su casa. Se sintió pletórica de alegría.
Lisa cerró la portezuela del coche y se acodé en la ventanilla.
–Tu madre ha dicho que te llama Mario –le recordó _______.
–Es bueno hacer esperar a un tipo durante un rato. Así se inquieta y se hace preguntas. Bueno, no olvides llamarme el domingo para contarme todo lo ocurrido con Parker mañana por la noche. Me gustaría poder peinarte para el baile.
–Y a mí me gustaría que lo hicieras –contestó _______, aunque sabía que en ese caso su amiga se enteraría de que Fenwick no era su padre. En cuanto pisara la mansión se daría cuenta del engaño. No había día en que _______ no intentara confesarle la verdad, pero cuando se disponía a hacerlo no se sentía con fuerzas y se echaba atrás. Se decía que cuanto más tiempo mantuviera la mentira, mejor conocería Lisa su verdadera personalidad y, en consecuencia, le importaría menos tener una ricachona como amiga. Con aire pensativo añadió–: Si vienes mañana a mi casa podrás pasar la noche conmigo. Mientras yo estoy en el baile haces los deberes y a la vuelta te lo cuento todo.
–No puedo. Mañana por la noche tengo una cita con Mario –le recordó Lisa innecesariamente.
A _______ le sorprendía que los padres de Lisa la dejaran salir con chicos a sus catorce años, pero al comentárselo, Lisa se echó a reír. Luego le explicó que Mario no se excedería, pues era consciente de que, en tal caso, debería enfrentarse a su padre y sus tíos.
Apartándose del automóvil, Lisa le dio un último consejo a _______.
–Te acuerdas de lo que te he dicho, ¿verdad? Flirtea con Parker y míralo a los ojos. Y péinate con un moño alto, así parecerás más sofisticada.
Durante el viaje a casa, intentó verse flirteando con Parker, cuyo cumpleaños era dentro de dos días, como sabía desde hacía un año, cuando se dio cuenta de que se estaba enamorando de él. La semana anterior se había pasado una hora en el drugstore buscando la tarjeta de felicitación más adecuada, pero las que expresaban lo que ella verdaderamente sentía eran demasiado cursis. Ingenua como era, pensaba que a Parker no le gustaría una tarjeta en que se leyera: «A mi único amor...». De modo que, muy a su pesar, se resignó a elegir una con la inscripción: «Feliz cumpleaños a un amigo especial».
Apoyando la cabeza en el respaldo del asiento, _______ cerró los ojos sonriendo soñadoramente mientras se imaginaba con el aspecto de una espléndida modelo y diciendo frases inteligentes e ingeniosas. Parker, por supuesto, no se perdía una sola de sus palabras.
anasmile
Re: Paraiso Robado( Nick y y tu)
capitulo 2
Desalentada, _______ se miró otra vez al espejo mientras la señora Ellis, a sus espaldas, asentía en señal de aprobación. Cuando las dos habían salido de compras la semana anterior, elvestido de terciopelo le había parecido a _______ de un brillo resplandeciente. Esa noche, en cambio, el terciopelo marrón tenía un aspecto apagado; y los zapatos, teñidos a juego, parecían propios de una matrona, con sus tacones bajos y gruesos. _______ sabía que los gustos de la señora Ellis eran los de una mujer madura; además habían tenido que contar con las instrucciones del padre, quien dejó bien sentado que el vestido debía ser «adecuado a una jovencita de la edad y la educación recibida por _______». Habían llevado tres vestidos a casa para el visto bueno de Philip, y aquel fue el único que, según él, no era demasiado «atrevido» o «ligero».
Mirándose al espejo, _______ solo se sentía satisfecha de su peinado. Solía soltarse la cabellera cubriéndole los hombros, peinada con una raya al costado y luciendo una horquilla junto a la oreja. Sin embargo, las observaciones de Lisa la habían convencido de que necesitaba un estilo nuevo y más sofisticado. Esa noche, había conseguido que la señora Ellis le recogiera el cabello en un moño alto, con gráciles rizos en las orejas. _______ creía que aquel peinado le quedaba muy bien.
Philip entró en la habitación con un puñado de entradas para la ópera.
–Park Reynolds necesitaba dos entradas para Rigoletto y le dije que podía utilizar las nuestras. ¿Quieres dárselas al joven Parker esta noche cuando...? –Alzó la mirada, observó a su hija y frunció el entrecejo–. ¿Qué le has hecho a tu pelo? –preguntó.
–Decidí cambiar un poco esta noche.
–_______, lo prefiero como te lo peinas siempre. –Posó una mirada de intensa desaprobación sobre la señora Ellis–. Cuando le di este empleo –empezó–, creo que especificamos cuáles serían sus funciones. Además de las tareas de mantenimiento de la casa cuando fuera necesario, usted tenía que aconsejar a mi hija en los asuntos femeninos. ¿Acaso ese peinado es su idea de...?
–Padre, yo le pedí a la señora Ellis que me peinara así –intervino _______. La señora Ellis había palidecido y estaba temblando.
–En tal caso antes deberías haberle pedido consejo.
–Sí, claro –musitó _______. Detestaba decepcionar o enojar a su padre, ya que él la hacía sentirse singularmente responsable del éxito o fracaso del día o la noche si ella lo ponía de mal humor.
–Bueno, no pasa nada –concedió Philip, al ver que _______ estaba sinceramente arrepentida–. La señora Ellis puede arreglarte el peinado antes de marcharte. Te he traído algo, querida. Un collar. –De un bolsillo de la chaqueta extrajo una caja de terciopelo de color verde oscuro–. Puedes ponértelo esta noche, combinará perfectamente con el vestido. –_______ esperó mientras su padre abría la caja. ¿Sería un medallón de oro o...?–. Son las perlas de tu abuela Bancroft –anunció Philip, y su hija tuvo que esforzarse para ocultar su desolación mientras él extraía el largo collar de perlas–. Vuélvete para que te lo ponga.
Veinte minutos después, _______ se hallaba de nuevo frente al espejo y, al mirarse, intentaba persuadirse con valentía de que estaba bonita. Su peinado era el de siempre, pero el añadido de las perlas era la gota que colmaba el vaso. La abuela las había llevado puestas casi todos los días de su vida; murió con ellas colgadas del cuello. Ahora _______ las sentía como fragmentos de plomo contra sus escasos pechos.
–Perdón, señorita.
La voz del mayordomo, al otro lado de la puerta, la hizo volverse en redondo.
–En el vestíbulo hay una tal señorita Pontini que dice ser condiscípula y amiga de la señorita.
_______, atrapada, se hundió en el borde de la cama, intentando febrilmente encontrar un modo de salir del atolladero. Pero no lo había, y lo sabía.
–Hágala pasar, por favor.
Apenas había transcurrido un minuto cuando Lisa entró en el dormitorio. Miraba a todas partes como si de pronto se encontrara en otro planeta.
–Intenté llamarte –se excusó–, pero tu teléfono estuvo ocupado durante una hora, de modo que decidí arriesgarme y venir. –Hizo una pausa y se volvió, escrutándolo todo–. ¿Quién es el dueño de este montón dc piedras?
En cualquier otra ocasión tan irreverente descripción de su casa hubiera hecho reír a _______, pero ahora solo pudo contestar con un tenso murmullo:
–Mi padre.
El rostro de Lisa se endureció.
–Lo imaginé cuando el hombre que me abrió la puerta se refirió a ti como «la señorita _______» con el mismo tono de voz que el padre Vickers emplea para decir «la santa Virgen María». –Giró sobre sus talones y se dirigió a la puerta.
–¡Lisa, espera! –imploró _______.
–Ya te has divertido a mi costa. De veras que este ha sido un gran día –añadió sarcásticamente, volviéndose–. Primero Mario me saca de paseo con el coche e intenta quitarme la ropa. Y cuando voy a casa de mi «amiga», me encuentro con que se ha estado riendo de mí.
–¡No, eso no es cierto! –exclamó _______–. Te hice creer que Fenwick, nuestro chófer, era mi padre solo por miedo a que la verdad se interpusiera entre las dos.
–Oh, claro –replicó Lisa con sarcástica incredulidad–. Pobre niña rica, deseando desesperadamente hacerse amiga de la insignificante chica pobre que soy yo. Apuesto a que tú y tus ricos amigos os habéis reído a carcajadas de mi madre porque te ha rogado que vengas a compartir nuestros espaguetis y...
–¡Cállate! –la interrumpió _______.–. ¡No entiendes nada! Me gustan tus padres, quería ser tu amiga. Tú tienes hermanos y hermanas, tías y tíos, y todas las cosas que yo siempre he deseado tener. ¿Crees que porque vivo en esta est/úpida casa todo es maravilloso? ¡Mira cómo te ha cambiado! Una sola mirada y ya no quieres saber nada de mí, y así ha sido siempre en la escuela desde el primer día. Y para tu información –concluyó–, te diré que adoro los espaguetis. ¿Adoro las casas como la tuya, donde la gente se ríe y grita...!
Se interrumpió al ver que la ira daba paso al sarcasmo en el rostro de Lisa.
–Te gusta el ruido, ¿es eso?
–Supongo que sí –contestó _______, sonriendo con desánimo.
–¿Y qué hay de tus amigos ricos?
–En realidad, no tengo ninguno. Quiero decir que conozco a gente de mi edad a la que veo de vez en cuando, pero todos van a los mismos colegios y han sido amigos durante años. Para ellos soy una intrusa. Una rareza.
–¿Por qué te envía tu padre a Saint Stephen?
–Cree que ahí te forman el carácter. Su hermana y mi abuela fueron a ese colegio.
–Tu padre parece un tipo extraño.
–Supongo que lo es. Pero sus intenciones son buenas.
Lisa se encogió de hombros y comentó con tono afable:
–En tal caso, se parece mucho a la mayoría de los padres.
Era una pequeña concesión, una sutil sugerencia de que ambas tenían algo en común. Luego se produjo un silencio. Separadas por un lecho con dosel de estilo Luis XIV y por un enorme abismo social, dos inteligentísimas adolescentes reconocían las múltiples diferencias que las separaban, mirándose con una mezcla de esperanza y cautela.
–Supongo que será mejor que me vaya –dijo Lisa.
_______ miró con desolación el bolso de nailon que Lisa había traído con su ropa. Era obvio que venía dispuesta a pasar la noche. _______ levantó la mano en un gesto mudo de súplica, luego la dejó caer, consciente de que era inútil.
–Yo también tengo que salir pronto –dijo.
–Que lo pases... bien.
–Fenwick puede llevarte a casa cuando me deje en el hotel.
–Tomaré el autobús –empezó a decir Lisa, pero entonces reparó por primera vez en el atuendo de _______, y una expresión de horror apareció en su rostro.
–¿Quién elige tus vestidos? ¿Hellen Keller? Supongo que no irás a llevar eso esta noche, ¿verdad?
–Sí. ¿No te gusta?
–¿Quieres saberlo de veras?
–Creo que no.
–Dime. ¿Cómo describirías este vestido?
_______ se encogió de hombros con expresión apesadumbrada.
–¿La palabra anticuado significa algo para ti?
Lisa tuvo que morderse un labio para contener la risa.
–Si sabías que era feo, ¿por qué te lo compraste? –preguntó arqueando las cejas.
–Le gustó a mi padre.
–Tu padre tiene un gusto asqueroso.
–No deberías hablar así. Asqueroso... –_______ pronunció la palabra en un susurro, consciente de que, por otra parte, Lisa tenía razón en cuanto al vestido–. Esas palabras te hacen parecer dura y fuerte, pero no lo eres... realmente. Yo no sé vestirme, no sé peinarme, pero sé cómo se debe hablar.
Perpleja, Lisa se quedó mirándola fijamente, y en aquel momento empezó a concretarse un fenómeno: la unión entre dos espíritus dispares que de pronto caen en la cuenta de que ambos tienen mucho que ofrecerse mutuamente. Lisa esbozó una sonrisa, luego ladeó la cabeza y escrutó con aire pensativo el vestido de _______.
–Baja un poco los hombros, a ver si así está mejor –dijo de pronto.
_______ también sonrió y obedeció a Lisa.
–Tu pelo es horrible. Asque... No, terrible –se corrigió de inmediato. Luego miró alrededor y sus ojos se iluminaron al ver un ramo de flores de seda sobre el tocador.
–Una flor en el pelo o en el sujetador podría quedarte bien.
Con el instinto certero de los Bancroft, _______ presintió que la victoria estaba al alcance de la mano, y que era el momento de actuar,
–¿Te quedarás aquí esta noche? Volveré alrededor de las doce, y podemos quedarnos levantadas hasta la hora que nos dé la gana. Nadie nos molestará.
Lisa vaciló, al cabo de un momento sonrió y dijo:
–Está bien. –Pareció olvidarse del asunto y se concentró de nuevo en el aspecto de su amiga–. ¿Por qué te compras zapatos con tacones tan anchos?
–Así no parezco tan alta.
–¡Ser alta está de moda, idi/ota! ¿Es necesario que lleves esas perlas?
–Me lo pidió papá.
–Puedes quitártelas en el coche. ¿O no?
–Se sentiría muy mal si llegara a enterarse.
–No seré yo quien se lo diga. Te prestaré mi lápiz de labios –añadió mientras buscaba en su bolso–. ¿Y las gafas? ¿Es absolutamente necesario que las lleves?
–Solo si necesito ver –bromeó _______.
_______ salió tres cuartos de hora más tarde. En cierta ocasión Lisa había presumido de tener talento para decorar cualquier cosa (ya fueran personas o estancias), y ahora _______ le creía. La flor de seda que llevaba en el pelo, tras una oreja, la hacía sentirse más elegante y menos desaliñada. El suave toque de colorete en las mejillas le daba más vida y la pintura de los labios, aunque Lisa dijera que era de un tono demasiado vivo para ella, le añadía edad y sofisticación. Llena de una confianza desconocida hasta entonces, _______ se detuvo en el umbral del dormitorio y se volvió para despedirse con un gesto de Lisa y de la señora Ellis. Luego susurró a su amiga, con una sonrisa:
–Si quieres redecorar mi cuarto mientras estoy fuera, puedes hacerlo a tu antojo.
Lisa levantó los dedos pulgares con gesto desenvuelto.
–No hagas esperar a Parker.
Desalentada, _______ se miró otra vez al espejo mientras la señora Ellis, a sus espaldas, asentía en señal de aprobación. Cuando las dos habían salido de compras la semana anterior, elvestido de terciopelo le había parecido a _______ de un brillo resplandeciente. Esa noche, en cambio, el terciopelo marrón tenía un aspecto apagado; y los zapatos, teñidos a juego, parecían propios de una matrona, con sus tacones bajos y gruesos. _______ sabía que los gustos de la señora Ellis eran los de una mujer madura; además habían tenido que contar con las instrucciones del padre, quien dejó bien sentado que el vestido debía ser «adecuado a una jovencita de la edad y la educación recibida por _______». Habían llevado tres vestidos a casa para el visto bueno de Philip, y aquel fue el único que, según él, no era demasiado «atrevido» o «ligero».
Mirándose al espejo, _______ solo se sentía satisfecha de su peinado. Solía soltarse la cabellera cubriéndole los hombros, peinada con una raya al costado y luciendo una horquilla junto a la oreja. Sin embargo, las observaciones de Lisa la habían convencido de que necesitaba un estilo nuevo y más sofisticado. Esa noche, había conseguido que la señora Ellis le recogiera el cabello en un moño alto, con gráciles rizos en las orejas. _______ creía que aquel peinado le quedaba muy bien.
Philip entró en la habitación con un puñado de entradas para la ópera.
–Park Reynolds necesitaba dos entradas para Rigoletto y le dije que podía utilizar las nuestras. ¿Quieres dárselas al joven Parker esta noche cuando...? –Alzó la mirada, observó a su hija y frunció el entrecejo–. ¿Qué le has hecho a tu pelo? –preguntó.
–Decidí cambiar un poco esta noche.
–_______, lo prefiero como te lo peinas siempre. –Posó una mirada de intensa desaprobación sobre la señora Ellis–. Cuando le di este empleo –empezó–, creo que especificamos cuáles serían sus funciones. Además de las tareas de mantenimiento de la casa cuando fuera necesario, usted tenía que aconsejar a mi hija en los asuntos femeninos. ¿Acaso ese peinado es su idea de...?
–Padre, yo le pedí a la señora Ellis que me peinara así –intervino _______. La señora Ellis había palidecido y estaba temblando.
–En tal caso antes deberías haberle pedido consejo.
–Sí, claro –musitó _______. Detestaba decepcionar o enojar a su padre, ya que él la hacía sentirse singularmente responsable del éxito o fracaso del día o la noche si ella lo ponía de mal humor.
–Bueno, no pasa nada –concedió Philip, al ver que _______ estaba sinceramente arrepentida–. La señora Ellis puede arreglarte el peinado antes de marcharte. Te he traído algo, querida. Un collar. –De un bolsillo de la chaqueta extrajo una caja de terciopelo de color verde oscuro–. Puedes ponértelo esta noche, combinará perfectamente con el vestido. –_______ esperó mientras su padre abría la caja. ¿Sería un medallón de oro o...?–. Son las perlas de tu abuela Bancroft –anunció Philip, y su hija tuvo que esforzarse para ocultar su desolación mientras él extraía el largo collar de perlas–. Vuélvete para que te lo ponga.
Veinte minutos después, _______ se hallaba de nuevo frente al espejo y, al mirarse, intentaba persuadirse con valentía de que estaba bonita. Su peinado era el de siempre, pero el añadido de las perlas era la gota que colmaba el vaso. La abuela las había llevado puestas casi todos los días de su vida; murió con ellas colgadas del cuello. Ahora _______ las sentía como fragmentos de plomo contra sus escasos pechos.
–Perdón, señorita.
La voz del mayordomo, al otro lado de la puerta, la hizo volverse en redondo.
–En el vestíbulo hay una tal señorita Pontini que dice ser condiscípula y amiga de la señorita.
_______, atrapada, se hundió en el borde de la cama, intentando febrilmente encontrar un modo de salir del atolladero. Pero no lo había, y lo sabía.
–Hágala pasar, por favor.
Apenas había transcurrido un minuto cuando Lisa entró en el dormitorio. Miraba a todas partes como si de pronto se encontrara en otro planeta.
–Intenté llamarte –se excusó–, pero tu teléfono estuvo ocupado durante una hora, de modo que decidí arriesgarme y venir. –Hizo una pausa y se volvió, escrutándolo todo–. ¿Quién es el dueño de este montón dc piedras?
En cualquier otra ocasión tan irreverente descripción de su casa hubiera hecho reír a _______, pero ahora solo pudo contestar con un tenso murmullo:
–Mi padre.
El rostro de Lisa se endureció.
–Lo imaginé cuando el hombre que me abrió la puerta se refirió a ti como «la señorita _______» con el mismo tono de voz que el padre Vickers emplea para decir «la santa Virgen María». –Giró sobre sus talones y se dirigió a la puerta.
–¡Lisa, espera! –imploró _______.
–Ya te has divertido a mi costa. De veras que este ha sido un gran día –añadió sarcásticamente, volviéndose–. Primero Mario me saca de paseo con el coche e intenta quitarme la ropa. Y cuando voy a casa de mi «amiga», me encuentro con que se ha estado riendo de mí.
–¡No, eso no es cierto! –exclamó _______–. Te hice creer que Fenwick, nuestro chófer, era mi padre solo por miedo a que la verdad se interpusiera entre las dos.
–Oh, claro –replicó Lisa con sarcástica incredulidad–. Pobre niña rica, deseando desesperadamente hacerse amiga de la insignificante chica pobre que soy yo. Apuesto a que tú y tus ricos amigos os habéis reído a carcajadas de mi madre porque te ha rogado que vengas a compartir nuestros espaguetis y...
–¡Cállate! –la interrumpió _______.–. ¡No entiendes nada! Me gustan tus padres, quería ser tu amiga. Tú tienes hermanos y hermanas, tías y tíos, y todas las cosas que yo siempre he deseado tener. ¿Crees que porque vivo en esta est/úpida casa todo es maravilloso? ¡Mira cómo te ha cambiado! Una sola mirada y ya no quieres saber nada de mí, y así ha sido siempre en la escuela desde el primer día. Y para tu información –concluyó–, te diré que adoro los espaguetis. ¿Adoro las casas como la tuya, donde la gente se ríe y grita...!
Se interrumpió al ver que la ira daba paso al sarcasmo en el rostro de Lisa.
–Te gusta el ruido, ¿es eso?
–Supongo que sí –contestó _______, sonriendo con desánimo.
–¿Y qué hay de tus amigos ricos?
–En realidad, no tengo ninguno. Quiero decir que conozco a gente de mi edad a la que veo de vez en cuando, pero todos van a los mismos colegios y han sido amigos durante años. Para ellos soy una intrusa. Una rareza.
–¿Por qué te envía tu padre a Saint Stephen?
–Cree que ahí te forman el carácter. Su hermana y mi abuela fueron a ese colegio.
–Tu padre parece un tipo extraño.
–Supongo que lo es. Pero sus intenciones son buenas.
Lisa se encogió de hombros y comentó con tono afable:
–En tal caso, se parece mucho a la mayoría de los padres.
Era una pequeña concesión, una sutil sugerencia de que ambas tenían algo en común. Luego se produjo un silencio. Separadas por un lecho con dosel de estilo Luis XIV y por un enorme abismo social, dos inteligentísimas adolescentes reconocían las múltiples diferencias que las separaban, mirándose con una mezcla de esperanza y cautela.
–Supongo que será mejor que me vaya –dijo Lisa.
_______ miró con desolación el bolso de nailon que Lisa había traído con su ropa. Era obvio que venía dispuesta a pasar la noche. _______ levantó la mano en un gesto mudo de súplica, luego la dejó caer, consciente de que era inútil.
–Yo también tengo que salir pronto –dijo.
–Que lo pases... bien.
–Fenwick puede llevarte a casa cuando me deje en el hotel.
–Tomaré el autobús –empezó a decir Lisa, pero entonces reparó por primera vez en el atuendo de _______, y una expresión de horror apareció en su rostro.
–¿Quién elige tus vestidos? ¿Hellen Keller? Supongo que no irás a llevar eso esta noche, ¿verdad?
–Sí. ¿No te gusta?
–¿Quieres saberlo de veras?
–Creo que no.
–Dime. ¿Cómo describirías este vestido?
_______ se encogió de hombros con expresión apesadumbrada.
–¿La palabra anticuado significa algo para ti?
Lisa tuvo que morderse un labio para contener la risa.
–Si sabías que era feo, ¿por qué te lo compraste? –preguntó arqueando las cejas.
–Le gustó a mi padre.
–Tu padre tiene un gusto asqueroso.
–No deberías hablar así. Asqueroso... –_______ pronunció la palabra en un susurro, consciente de que, por otra parte, Lisa tenía razón en cuanto al vestido–. Esas palabras te hacen parecer dura y fuerte, pero no lo eres... realmente. Yo no sé vestirme, no sé peinarme, pero sé cómo se debe hablar.
Perpleja, Lisa se quedó mirándola fijamente, y en aquel momento empezó a concretarse un fenómeno: la unión entre dos espíritus dispares que de pronto caen en la cuenta de que ambos tienen mucho que ofrecerse mutuamente. Lisa esbozó una sonrisa, luego ladeó la cabeza y escrutó con aire pensativo el vestido de _______.
–Baja un poco los hombros, a ver si así está mejor –dijo de pronto.
_______ también sonrió y obedeció a Lisa.
–Tu pelo es horrible. Asque... No, terrible –se corrigió de inmediato. Luego miró alrededor y sus ojos se iluminaron al ver un ramo de flores de seda sobre el tocador.
–Una flor en el pelo o en el sujetador podría quedarte bien.
Con el instinto certero de los Bancroft, _______ presintió que la victoria estaba al alcance de la mano, y que era el momento de actuar,
–¿Te quedarás aquí esta noche? Volveré alrededor de las doce, y podemos quedarnos levantadas hasta la hora que nos dé la gana. Nadie nos molestará.
Lisa vaciló, al cabo de un momento sonrió y dijo:
–Está bien. –Pareció olvidarse del asunto y se concentró de nuevo en el aspecto de su amiga–. ¿Por qué te compras zapatos con tacones tan anchos?
–Así no parezco tan alta.
–¡Ser alta está de moda, idi/ota! ¿Es necesario que lleves esas perlas?
–Me lo pidió papá.
–Puedes quitártelas en el coche. ¿O no?
–Se sentiría muy mal si llegara a enterarse.
–No seré yo quien se lo diga. Te prestaré mi lápiz de labios –añadió mientras buscaba en su bolso–. ¿Y las gafas? ¿Es absolutamente necesario que las lleves?
–Solo si necesito ver –bromeó _______.
_______ salió tres cuartos de hora más tarde. En cierta ocasión Lisa había presumido de tener talento para decorar cualquier cosa (ya fueran personas o estancias), y ahora _______ le creía. La flor de seda que llevaba en el pelo, tras una oreja, la hacía sentirse más elegante y menos desaliñada. El suave toque de colorete en las mejillas le daba más vida y la pintura de los labios, aunque Lisa dijera que era de un tono demasiado vivo para ella, le añadía edad y sofisticación. Llena de una confianza desconocida hasta entonces, _______ se detuvo en el umbral del dormitorio y se volvió para despedirse con un gesto de Lisa y de la señora Ellis. Luego susurró a su amiga, con una sonrisa:
–Si quieres redecorar mi cuarto mientras estoy fuera, puedes hacerlo a tu antojo.
Lisa levantó los dedos pulgares con gesto desenvuelto.
–No hagas esperar a Parker.
anasmile
Paraiso Robado( Nick y y tu)
capitulo 3
Diciembre de 1973
El sonido de campanas que Nick Farrell oía en su cabeza se vio superado por el del ritmo acelerado de su corazón. Se hundía en el cuerpo ansioso y exigente de Laura, que quería más y con las caderas lo obligaba a penetrarla. Estaba como loca, cerca del éxtasis... Las campanas empezaron a sonar rítmicamente, pero no con los melodiosos tañidos de las de las torres de la iglesia en el centro del pueblo, ni los resonantes del cuartel de bomberos al otro lado de la calle.
–Eh, Farrell. ¿Estás ahí dentro? –Campanas.
Sin duda estaba «dentro». De hecho, muy cerca del estallido final, pero las campanas seguían allí.
–Maldito seas, Farrell... ¿Dónde diablos estás? –Entonces el sonido penetró en su mente: fuera, junto a los surtidores de la estación de servicio, alguien tocaba el timbre y gritaba su nombre.
Laura se quedó rígida y emitió un pequeño alarido.
–¡Oh, Dios, ahí fuera hay alguien! –Demasiado tarde. Él no podía detenerse y tampoco quería. No había deseado hacerlo allí, pero ella le insistió, lo convenció, y ahora su cuerpo se mostraba insensible a la amenaza de la intrusión. Se aferré a las nalgas redondeadas de Laura, la tumbó, la embistió con fuerza y alcanzó el orgasmo. Tras un pequeño descanso, se separó del cuerpo de la chica, con suavidad pero también con prisa y se sentó. Ella procedió a bajarse y alisarse la falda y a ajustarse el suéter. Entonces Nick la llevó a ocultarse tras una pila de neumáticos y se situó frente a la puerta, justo en el momento en que esta se abría. Owen Keenan entró, receloso y ceñudo.
–¿Qué diablos pasa aquí, Nick? Casi he echado abajo este lugar con mis gritos.
–Estaba haciendo una pausa –replicó Nick, mesándose el negro pelo, lógicamente despeinado–. ¿Qué quieres?
–Tu padre está borracho, en Maxine. El sheriff va para allá. Si no quieres que pase la noche en la cárcel, será mejor que llegues primero.
Cuando Owen se hubo marchado, Nick recogió del suelo el abrigo de Laura, sobre el que habían hecho el amor, le quitó el polvo y ayudó a la chica a ponérselo. Nick sabía que una amiga la había traído, lo que significaba que él tendría que llevarla de vuelta.
–¿Dónde has dejado tu coche? –le preguntó Nick.
Laura se lo dijo y él asintió.
–Te llevaré allí antes de ir a rescatar a mi padre.
Las luces de Navidad colgaban en las esquinas de la calle principal. Sus colores se desdibujaban a causa de la nevada que estaba cayendo. En el extremo norte del pueblo una guirnalda roja de plástico colgaba sobre un letrero que rezaba: «Bienvenidos a Edmunton, Indiana. Población: 38.124». De un altavoz proporcionado por el club Elks surgían las notas de Noche de paz, confundiéndose con las de Jingle Bells que emergían de un trineo de plástico colocado en el techo de la ferretería de Horton. Aquella nieve suave y las luces navideñas obraban milagros. En efecto, a la cruda luz del día Edmunton era una pequeña ciudad provinciana encaramada en la pendiente de un valle poco profundo. De sus acererías se elevaban al cielo apiñadas chimeneas, dispersando incesantemente nubes de humo y de vapor en elaire. La oscuridad era un manto negro que cubría el sombrío espectáculo; ocultaba el extremo sur de la ciudad, donde las buenas viviendas daban paso a las chozas, las tabernas y las casas de empeño. Más allá, la tierra de labranza, desnuda en invierno.
Nick estacionó su furgoneta de reparto en un rincón oscuro del aparcamiento situado junto a la tienda de Jackson, donde Laura había dejado su coche. La muchacha se arrimó a él.
–No lo olvides –le susurró, echándole los brazos al cuello–; tienes que recogerme esta noche a las siete, al pie de la cuesta. Terminaremos lo que empezamos hace una hora. Pero Nick, no asomes la cara. Mi padre vio tu furgoneta aquí la última vez y empezó a hacer preguntas.
Nick la miró y de pronto sintió asco. Asco de sí mismo, por la atracción sexual que la chica ejercía sobre él. Laura hermosa, rica, mimada y egoísta. Él era consciente de todo eso.
Se había dejado utilizar por Laura, había consentido en ser para ella un objeto sexual, viéndose arrastrado a encuentros clandestinos, a intentos furtivos, permitiendo que ella lo hiciera esperar al pie de la cuesta y no enfrente de su casa, como sin duda hacían sus amigos socialmente aceptables.
Aparte de la atracción sexual, él y Laura no tenían nada en común. El padre de Laura Frederickson era el ciudadano más rico de Edmunton, y su hija estudiaba primer curso en una costosa universidad del Este. Nick trabajaba en una fábrica de acero durante el día, asistía a las clases nocturnas de la delegación local de la Universidad Estatal de Indiana y los fines de semana se ganaba unos dólares como mecánico.
Nick abrió la portezuela para que Laura saliera y le dio un ultimátum con voz dura e inflexible.
–Esta noche te paso a buscar por la puerta de tu casa o haces otros planes sin contar conmigo.
–Pero ¿qué diré a mi padre cuando vea tu furgoneta frente a la casa?
Insensible a la aterrada mirada de la chica, Nick respondió con voz sardónica:
–Dile que mi limusina está averiada.
4
Diciembre de1973
La larga hilera de limusinas se deslizaba con lentitud hacia la puerta principal del hotel Chicago Drake. Al llegar, iban bajando sus jóvenes ocupantes.
Los porteros se movían de uno a otro lado, escoltando desde el automóvil hasta el vestíbulo a todo grupo de recién llegados. Ni en las palabras de los porteros ni en la expresión de sus rostros había el menor signo de condescendencia o regocijo. Esos jóvenes huéspedes, luciendo traje de etiqueta y largos vestidos de fiesta, no eran chicos corrientes que asistían a un baile de gala o a la celebración de una boda. No parecían asombrados en aquel entorno lujoso, ni se mostraban inseguros en cuanto a la manera de comportarse. Eran los hijos de las mejores familias de Chicago, lo cual se reflejaba en su porte y en la confianza y seguridad con que se movían. Si algo delataba su edad, era tal vez el entusiasmo, la efervescencia que les provocaba la velada que tenían ante sí.
Hacia el final de la procesión de automóviles con chófer, _______ observaba desde el suyo cómo iban saliendo los demás. Estaban allí para asistir a la cena con baile anual de la señorita Eppingham. Esta noche sus alumnos, cuyas edades oscilaban entre los doce y los catorce años, tendrían que demostrar que el curso de comportamiento social que ella había impartido durante seis meses no había caído en saco roto. Eran habilidades que cuando fueran adultos necesitarían para moverse con seguridad en el refinado estrato social al que pertenecían. Por esta razón, esa noche los cincuenta estudiantes pasarían por la fila de recepción, ocuparían su puesto en las mesas de un lujoso banquete compuesto de doce platos, y después protagonizarían el baile.
_______ observaba por la ventanilla de su automóvil aquellas caras alegres y confiadas que se reunían en el vestíbulo. Era, de todos los invitados e invitadas, la única que llegaba sola, según comprobó al ver que las otras chicas salían de los coches en grupo o acompañadas por una «escolta», que frecuentemente se componía de hermanos o primos mayores, ya graduados en el curso de la señorita Eppingham. Con el corazón desolado, _______ observaba los preciosos trajes de las otras chicas, sus espléndidos peinados con los rizos entrelazados con cintas de terciopelo o sostenidos por brillantes diademas.
La señorita Eppingham había reservado para esta ocasión el Gran Salón de Baile, al que _______ accedió desde el vestíbulo de mármol con el estómago y las rodillas temblorosas por los nervios. Sentía una gran aprensión. Se detuvo en el rellano y luego se dirigió directamente al tocador de señoras. Ya dentro, se situó frente al espejo, con la esperanza de tranquilizarse ante su aspecto. En realidad, y teniendo en cuenta los escasos recursos con que había contado Lisa, no estaba tan mal. Lucía una flor de seda prendida en su rubia cabellera, peinada con raya al costado, cayéndole hasta los hombros. _______ decidió, con más esperanza que convicción, que la flor le daba un misterioso aire mundano.
Abrió el bolso y extrajo el pintalabios color melocotón de Lisa. Se retocó los labios. Satisfecha, se desabrochó el collar de perlas y lo metió en el bolso, haciendo lo propio con las gafas. Mucho mejor, se dijo con la moral alta. Si no bizqueaba y las luces mantenían el salón en la penumbra, existía la posibilidad de que Parker la considerara bonita.
Fuera del salón de baile los congregados se saludaban con la mano y se reunían en grupos. Sin embargo nadie la saludó a ella o la llamó y dijo «espero que nos sentaremos juntos». No era culpa de ellos, _______ lo sabía. En primer lugar, la mayor parte de los presentes se conocían entre sí, eran amigos desde la más tierna infancia, al igual que sus padres. Todos ellos celebraban juntos sus respectivas fiestas de cumpleaños. La alta sociedad de Chicago constituía un gran círculo cerrado, los adultos se ocupaban de que conservase ese carácter y de que sus vástagos, por supuesto, fueran admitidos. La única voz discordante era la del padre de _______. Con actitud algo contradictoria, deseaba que su hija figurase entre la élite, pero al mismo tiempo no quería verla mezclada con la gente de su edad y su clase, pues los consideraba malas compañías a causa de la excesiva permisividad de sus padres.
_______ pasó sin dificultad por la fila de recepción y se dirigió a las mesas del banquete. Cada asiento estaba indicado en tarjetas grabadas, de modo que, con disimulo, _______ sacó las gafas del bolso y buscó su nombre. Cuando lo localizó en la tercera mesa, descubrió que la habían puesto con Kimberly Gerrold y Stacey Fitzhug, dos de las jovencitas que habían sido «duendes» con ella en la fiesta de Navidad.
–Hola, _______ –la saludaron a coro, mirándola con aquella especie de burlona condescendencia que siempre la hacía sentir torpe y tímida. Sin decir más, siguieron hablando con los chicos sentados entre ellas. La tercera muchacha era la hermana menor de Parker, Rosemary, que saludó a _______ con un vago gesto de indiferencia. Después le susurró algo al oído al muchacho que estaba a su lado y este rió, al tiempo que taladraba a _______ con la mirada.
Reprimiendo con fuerza la incómoda convicción de que Rosemary estaba hablando de ella, _______ miró vivamente alrededor, fingiendo estar fascinada con los recargados adornos rojos y blancos de Navidad. La silla a su derecha había quedado vacía a causa de una gripe intempestiva que retuvo en cama al joven que debía ocuparla. Cuando _______ se enteró de esta desgraciada circunstancia se sintió aún más incómoda, pues sería la única en no tener un compañero de mesa.
Iba transcurriendo la cena, plato tras plato. _______ escogía instintivamente el cubierto apropiado entre los once, colocados en torno a los platos. En su casa era habitual comer siguiendo este ceremonial, al igual que en las casas de muchos de los otros estudiantes de la señorita Eppingham. Así pues, ni siquiera la indecisión distraía a _______ del aislamiento que sentía mientras escuchaba a sus compañeros de mesa comentar las últimas películas.
–¿La has visto, _______? –le preguntó Steven Mormont, adhiriéndose tardíamente a las reglas de la señorita Eppingham, quien sostenía que nadie en una mesa debía quedar fuera de la conversación.
–No. Me temo que no. –Se salvó de tener que decir más, porque en aquel momento empezó a tocar la orquesta y corrieron las cortinas que los separaban de la pista de baile. Era la indicación de que debían darse por concluidas las conversaciones en las mesas y dirigirse ceremoniosamente al salón.
Parker había prometido presentarse a la hora del baile, y estando allí su hermana, _______ tenía la seguridad de que el muchacho cumpliría su promesa. Además, el club de estudiantes de su universidad celebraba una fiesta en otro de los salones de baile, de manera que Parker estaba en el hotel. _______ se puso de pie, se alisó el cabello, apretó la barriga y se dirigió a la pista.
Durante las dos horas siguientes la señorita Eppingham desplegó sus mejores artes de anfitriona, circulando entre sus huéspedes y asegurándose de que todos y cada uno de ellos tuviera con quien hablar y con quien bailar. Una y otra vez, _______ se dio cuenta de que la señorita le enviaba a un chico remiso con la orden de que la sacara a bailar.
Hacia las once, todos los chicos y las chicas de la señorita Eppingham se habían dividido en grupitos, y la pista de baile estaba casi desierta, debido sin duda a la música de la orquesta, obviamente anticuada, _______ era una de las cuatro parejas que todavía estaban bailando, y su compañero, Stuart Whitmore, hablaba animadamente de su objetivo en la vida, que era unirse a la firma de abogados que presidía su padre. Como _______, era serio e inteligente. Por ello lo prefería a ninguno de los otros chicos de aquella multitud, sobre todo después de sacarla a bailar espontáneamente, sin ser enviado por nadie. _______ lo escuchaba, pero su mirada no se apartaba de la puerta del salón de baile, hasta que de pronto apareció Parker con tres de sus amigos de la universidad. Parker tenía un aspecto espléndido, con su esmoquin negro, su abundante pelo rubio y su rostro bronceado por el sol. El corazón de _______ latió con fuerza. Al lado de Parker, los demás chicos, incluidos los que lo acompañaban, parecían seres insignificantes.
Advirtiendo que _______ se había puesto rígida, Stuart interrumpió su discurso acerca de los requisitos de la facultad de derecho y miró hacia la puerta.
–Oh. Allí está el hermano de Rosemary –dijo.
–Sí, ya lo sé –musitó _______, con aire ensoñador.
Stuart advirtió su reacción e hizo una mueca.
–¿Qué tiene Parker Reynolds que les quita el aliento a todas las chicas?–preguntó con ironía–. ¿Por qué lo prefieres? ¿Porque es más alto, porque es mayor y más agradable que yo?
–No debes subestimarte –contestó _______, con sinceridad pero algo distraída. Observaba a Parker, que en aquel momento cruzaba el salón en dirección a su hermana para sacarla a bailar–. Eres muy inteligente y agradable.
–Tú también.
–Serás un abogado brillante, como tu padre.
–¿Te gustaría salir conmigo el sábado por la noche?
–¿Qué? –_______ suspiró y miró a Stuart–. Bueno... –añadió apresuradamente–, es muy amable de tu parte, pero mi padre no me permite salir con chicos. No me lo permitirá hasta dentro de dos años, cuando cumpla los dieciséis.
–Gracias por desairarme con tanta amabilidad.
–¡No te he desairado! –replicó _______, pero se olvidó de todo al ver que uno de los amigos de Rosemary Reynolds se la había arrebatado a su hermano y este se volvía y se encaminaba a la puerta–. Perdóname, Stuart –dijo _______ con cierta desesperación–, pero tengo que darle algo a Parker. –Sin percatarse de que estaba atrayendo las miradas de gran parte de la concurrencia, corrió por la pista desierta y alcanzó a Parker justo cuando estaba a punto de salir con sus amigos. Estos le dedicaron una mirada curiosa, como si fuera un insecto entrometido, pero la sonrisa de Parker era auténtica y cálida.
–Hola, _______. ¿Te estás divirtiendo?
_______ asintió con la esperanza de que Parker recordara que le había prometido un baile. Luego sintió que el alma se le caía a los pies al darse cuenta de que el muchacho solo esperaba que ella le dijera qué la traía allí. Se ruborizó al advertir que estaba mirando a Parker como quien adora a un dios en silencio.
–Tengo... tengo algo que darte –farfulló con voz temblorosa, mientras buscaba en su bolso–. Bueno... mi padre quiere que te dé esto. –Sacó el sobre con las entradas de la ópera y la tarjeta de cumpleaños, pero con tan mala suerte que el collar de perlas se escurrió del bolso y cayó al suelo. Se agachó de inmediato para recogerlo, al mismo tiempo que también lo hacía Parker y sus frentes chocaron con fuerza. _______ se disculpó y, al incorporarse, el pintalabios de Lisa también cayó al suelo. Jonathan Sommers, uno de los amigos de Parker, se inclinó para recogerlo.
–Oye, ¿por qué no vacías tu bolso y así lo recogemos todo de una sola vez? –bromeó Jonathan. Su aliento olía a alcohol.
_______ advirtió horrorizada las risas disimuladas de los alumnos de la señorita Eppingham. Prácticamente le tiró el sobre a Parker, y metió a toda prisa en el bolso las perlas y el pintalabios. Luego se volvió, conteniendo las lágrimas y con el propósito de emprender una ignominiosa retirada. Entonces Parker se acordó finalmente del baile que le había prometido.
–¿Qué hay del baile que me prometiste? –preguntó con amabilidad.
_______ se volvió con la mirada encendida.
–Oh, lo había... olvidado. ¿Quieres? ¿Deseas bailar?
–Es la mejor oferta que me han hecho en toda la noche –aseguró el muchacho con galantería. En aquel momento la orquesta atacaba los compases de Bewitched, Botbered, and Bewildered. _______ se dejó llevar por Parker y sintió que su sueño se hacía realidad. Bajo la punta de sus dedos sentía la suave textura del negro esmoquin de Parker y la sólida firmeza de su espalda. El joven usaba una colonia maravillosa. ¡Y qué bien bailaba! _______ se sentía tan perdidamente abrumada que expresó su pensamiento en voz alta:
–Eres un bailarín maravilloso.
–Gracias.
–Y estás muy guapo con este esmoquin.
Parker esbozó una suave sonrisa, y _______ echó la cabeza atrás.
–También tú estás muy bonita –susurró el muchacho.
_______ sintió el rubor de sus mejillas y fijó la mirada en el hombro de Parker. Por desgracia, con todo lo ocurrido con el bolso, el alfiler que sujetaba la flor de seda se había aflojado y esta se corrió hacia abajo, colgando tontamente de su tallo de alambre engarzado en el pelo. _______ no se dio cuenta de lo ocurrido. Su mente estaba ocupada en la tarea de encontrar algo sofisticado e ingenioso que decir. Por fin, inclinando atrás la cabeza, lanzó una pregunta con el más vivo interés.
–¿Cómo estás pasando las vacaciones de Navidad?
–Muy bien –contestó Parker, bajando la mirada hasta el hombro de _______ y su flor caída–. ¿Y tú?
–También muy bien –respondió con torpeza. Parker la soltó en cuanto terminó la música. Se despidió con una sonrisa. Consciente de que no debía quedarse allí mirándolo alejarse, _______ se volvió con rapidez y entonces se vio reflejada en un espejo. La flor de seda pendía est/úpidamente del pelo, y se la arrancó con la esperanza de que hubiera permanecido en su sitio mientras bailaban.
En la cola del guardarropa contempló detenidamente la flor que ahora llevaba en la mano. ¿Y si le había estado colgando y balanceándose en el pelo durante el baile con Parker? Miró a la chica que estaba a su lado, y esta, como si le hubiera leído el pensamiento, asintió con la cabeza.
–Sí. La flor te colgaba mientras bailabas con él.
–Me lo temía.
La muchacha le sonrió con simpatía, y de pronto _______ se acordó de su nombre. Brooke Morrison. _______ siempre la había considerado agradable
–¿A qué colegio vas a ir el año que viene? –inquirió Brooke.
–Bensonhurst, en Vermont –contestó _______.
–¿Bensonhurst? –repitió Brooke, arrugando la nariz–. Eso está en mitad de ninguna parte, con un reglamento propio de una cárcel. Mi abuela fue a Bensonhurst.
–También la mía –replicó _______ con un triste suspiro, deseando que su padre no mostrara tanta insistencia en enviarla allí.
Lisa y la señora Ellis estaban sentadas en el dormitorio de _______ cuando esta abrió la puerta.
–¿Y bien? –preguntó Lisa dando un salto–. ¿Cómo te fue?
–Maravillosamente –le contestó _______, e hizo una mueca–. Si exceptuamos que se me cayó el contenido del bolso cuando le di a Parker la tarjeta de cumpleaños. O que sin darme cuenta le dije lo guapo que estaba y lo buen bailarín que era. –Se dejó caer en la silla que Lisa acababa de dejar libre y en ese momento advirtió que la habían cambiado de lugar. En realidad, todo el dormitorio estaba dispuesto de un modo distinto.
–Bueno, ¿qué te parece? –preguntó Lisa con una sonrisa descarada, mientras _______ miraba lentamente alrededor y en su rostro aparecía una expresión de sorpresa y felicidad. Además de cambiar los muebles de lugar, Lisa había prendido flores de seda de las columnas de la cama. No satisfecha con eso, había hecho acopio de plantas de otras partes de la casa. Con todo ello, el austero dormitorio de _______ tenía ahora un aire femenino de jardín.
–¡Lisa, eres asombrosa!
–Claro –contestó su amiga–. La señora Ellis me ayudó –añadió sonriendo con ironía.
–Yo me limité a traer las plantas –objetó el ama de llaves–. El resto lo hizo Lisa. Espero que tu padre no tenga nada que objetar –concluyó la mujer, al tiempo que se levantaba para salir. Por el tono de su voz, era obvio que no las tenía todas consigo.
Cuando hubo salido, Lisa dijo:
–De alguna manera tenía la esperanza de que tu padre se asomara y viera lo que yo estaba haciendo. Le tenía preparado un gran discursito. ¿Quieres oírlo?
_______ le devolvió la sonrisa y asintió.
Adoptando asombrosamente los modales más finos y con una dicción impecable, Lisa comenzó su discurso:
–Buenas noches, señor Bancroft. Soy amiga de _______ y me llamo Lisa Pontini. Quiero ser diseñadora de interiores, y por eso he estado practicando aquí. Espero que no tenga nada que objetar. ¿Verdad, señor?
Lo hizo tan bien que _______ acabó por reír. Luego comentó:
–No sabía que quisieras ser diseñadora de interiores.
Lisa la miró burlonamente.
–Suerte tendré si termino la escuela secundaria. Ir a la universidad a estudiar diseño... ¡Qué utopía! Somos pobres. –Se interrumpió un momento y añadió con asombro–: La señora Ellis me dijo que tu padre es el Bancroft de Bancroft & Company. ¿Está de viaje o algo así?
–No, tiene una comida con los del comité ejecutivo –contestó _______. Luego, dando por sentado que Lisa se quedaría tan fascinada ante el funcionamiento interno de la compañía como lo estaba ella, continuó–: La orden del día es realmente excitante. Dos de los directores opinan que Bancroft debería extenderse a otras ciudades. El interventor asegura que fiscalmente seria una decisión irresponsable, pero todos los ejecutivos insisten en que el aumento de ventas que produciría la expansión compensaría con creces el desembolso fiscal extra y, en consecuencia, los beneficios de la empresa aumentarían.
–Para mí, todo eso suena a chino –dijo Lisa, más pendiente de un mueble que había en un rincón del dormitorio. Lo desplazó un poco hacia delante y el efecto fue sorprendente.
–¿A qué escuela secundaria vas a ir? –preguntó _______ a su amiga, admirándola y pensando que era muy injusto que Lisa no pudiera ir a la universidad y potenciar al máximo su talento.
–Kemmerling –contestó Lisa.
_______ pestañeó. Para ir a Saint Stephen pasaba por delante de Kemmerling. ¡Qué diferencia! Saint Stephen era un edificio viejo pero bien mantenido e inmaculadamente limpio. Kemmerling, en cambio, era una enorme escuela pública, fea, con estudiantes de aspecto duro y desarrapado. Su padre repetía siempre que una buena formación solo se obtenía en un buen colegio. Largo rato después de que Lisa se quedara dormida, _______ permanecía despierta y maquinando. La idea que le bullía en la cabeza requeriría una estrategia más cuidadosa que ninguna otra que hubiera planeado, salvo la de sus citas imaginarias con Parker.
A la mañana siguiente, temprano, Fenwick llevó a Lisa de regreso a su casa, mientras _______ bajaba a desayunar con su padre. Lo encontró leyendo el diario. En otras circunstancias _______ habría sentido curiosidad por el resultado de la reunión de la noche anterior, pero ese día su mente estaba ocupada por un asunto más apremiante. Saludó a su padre, se sentó y de inmediato puso en práctica su plan, sin importarle que él estuviera aún inmerso en el artículo que leía.
–¿No has dicho siempre que una buena formación es vital? –empezó _______. El padre asintió, aunque sin prestarle atención–. ¿Y no has dicho también que hay escuelas públicas sin suficientes profesores y equipos?
–Sí –contestó Philip, todavía ausente.
–¿Y no me dijiste que la compañía de la familia Bancroft ha estado patrocinando Bensonhurst durante décadas?
–Humm... –murmuró él al tiempo que pasaba la hoja.
–Bueno –concluyó _______, tratando de ocultar su creciente excitación–, en Saint Stephen hay una estudiante... Una chica estupenda, de una familia muy devota. Muy inteligente, con mucho talento. Le gustaría ser diseñadora de interiores, pero tendrá que ir a Kemmerling, porque sus padres no se pueden permitir el lujo de enviarla a una escuela mejor. ¿No es triste?
––Humm –volvió a mascullar Philip, que frunció el entrecejo ante un artículo sobre Richard Daley, Los demócratas no eran santos de su devoción.
–¿No crees que es trágico que se pierda tanto talento, tanta inteligencia y ambición?
Finalmente su padre levantó la mirada del periódico y contempló a su hija con repentino interés. A los cuarenta y dos años Philip era un hombre atractivo y elegante, de porte brusco, penetrantes ojos azules y pelo castaño que empezaba a encanecer en las sienes.
–¿Qué estás sugiriendo, _______?
–Una beca. Si Bensonhurst no ofrece ninguna, podrías pedirles que utilicen parte del dinero de la donación.
–Y también podría especificar a quién debe serle otorgada la beca, ¿no es así? Apuesto a que la quieres para esa chica de la que me has estado hablando. –Hablaba con un tono pausado para que _______ entendiera que su propuesta era inmoral, pero la hija sabía demasiado bien que su padre creía en el uso del poder y de las influencias siempre y cuando fuese en beneficio de sus propósitos. En realidad, para eso servía el poder, según él mismo le había dicho muchas veces,
Ella asintió despacio, con una sonrisa.
–Sí.
–Ya veo.
–Nunca encontrarías a nadie que lo mereciera más que ella –insistió _______, y súbitamente añadió–: Si no hacemos nada por Lisa, es probable que la pobre algún día termine viviendo de la beneficencia. –La beneficencia era un asunto que despertaba la indignación de Philip. _______ deseaba desesperadamente seguir hablando de Lisa. Deseaba decirle a su padre lo mucho que le importaba su amistad, pero un sexto sentido le indicó que no lo hiciera. Philip siempre había sido un celoso protector de su hija, hasta el punto de que ningún niño o niña de su edad le parecía bastante bueno como compañero de _______. Era más verosímil hacerle creer que Lisa merecía una beca por sí misma que por ser la amiga de su hija.
–Me recuerdas a tu abuela Bancroft –dijo Philip al cabo de un momento–. Con frecuencia se tomaba un interés personal por cualquier persona merecedora de algo pero poco favorecida por la fortuna.
_______ se sintió culpable, pues su interés por Lisa, por tenerla a su lado en Bensonhurst, tenía tanto de egoísta como de noble. Sin embargo, las palabras de su padre la hicieron olvidar este análisis de sus sentimientos.
–Llama a mi secretaria mañana. Dale toda la información que tengas acerca de esta muchacha y dile que recuerde que llame a Bensonhurst.
Durante las tres semanas siguientes, _______ vivió una agonía, a la espera de las noticias de su padre. Temía decirle a Lisa lo que tramaba, por si el asunto fracasaba y su amiga sufría una cruel decepción; pero, por otra parte, no podía creer que Bensonhurst rechazara la petición de su padre. En la actualidad, las muchachas americanas eran enviadas a colegios de Suiza o Francia, y no a Vermont, y menos aún a Bensonhurst, con las corrientes de aire de sus dormitorios de piedra, su rígida reputación y sus normas. Por supuesto, como en el pasado, el colegio no carecía de plazas libres, y era difícil que se arriesgaran a ofender a su padre.
Un día de la cuarta semana de espera llego una carta de Bensonhurst, _______ merodeó ansiosamente en torno de la silla de su padre, mientras este abría el sobre y leía el contenido.
–Aquí dice –desveló por fin Philip– que le otorga a la señorita Pontini la única beca de la escuela, basándose en sus magníficas notas y en la recomendación de la familia Bancroft.
_______ dio un respingo de alegría que mereció la desaprobación de su padre con una mirada de reproche. Philip prosiguió.
–La beca cubre la matrícula, la comida y el alojamiento. Ella tendrá que pagarse el viaje a Vermont y los gastos personales.
_______ se mordió un labio. No había pensado en el costo del viaje a Vermont ni en los gastos personales, pero enseguida se dijo que casi con certeza se le ocurriría una solución a este nuevo problema. Quizá lograría convencer a su padre de que hicieran el viaje juntos en automóvil, en cuyo caso Lisa podría acompañarlos.
Al día siguiente _______ llevó al colegio los folletos de Bensonhurst y la carta en que se anunciaba la concesión de la beca. El día se le hizo interminable, pero por fin se vio sentada a la mesa de los Pontini. La madre de Lisa no paraba de entrar y salir de la cocina, ofreciéndole pastelitos italianos tan ligeros como el aire y cannoli casero.
–Estás demasiado flaca, igual que Lisa –dijo la señora Pontini, y obedientemente _______ mordisqueó un dulce, al tiempo que abría su bolsa de la escuela y sacaba los folletos de Bensonhurst, que desparramó sobre la mesa.
Diciembre de 1973
El sonido de campanas que Nick Farrell oía en su cabeza se vio superado por el del ritmo acelerado de su corazón. Se hundía en el cuerpo ansioso y exigente de Laura, que quería más y con las caderas lo obligaba a penetrarla. Estaba como loca, cerca del éxtasis... Las campanas empezaron a sonar rítmicamente, pero no con los melodiosos tañidos de las de las torres de la iglesia en el centro del pueblo, ni los resonantes del cuartel de bomberos al otro lado de la calle.
–Eh, Farrell. ¿Estás ahí dentro? –Campanas.
Sin duda estaba «dentro». De hecho, muy cerca del estallido final, pero las campanas seguían allí.
–Maldito seas, Farrell... ¿Dónde diablos estás? –Entonces el sonido penetró en su mente: fuera, junto a los surtidores de la estación de servicio, alguien tocaba el timbre y gritaba su nombre.
Laura se quedó rígida y emitió un pequeño alarido.
–¡Oh, Dios, ahí fuera hay alguien! –Demasiado tarde. Él no podía detenerse y tampoco quería. No había deseado hacerlo allí, pero ella le insistió, lo convenció, y ahora su cuerpo se mostraba insensible a la amenaza de la intrusión. Se aferré a las nalgas redondeadas de Laura, la tumbó, la embistió con fuerza y alcanzó el orgasmo. Tras un pequeño descanso, se separó del cuerpo de la chica, con suavidad pero también con prisa y se sentó. Ella procedió a bajarse y alisarse la falda y a ajustarse el suéter. Entonces Nick la llevó a ocultarse tras una pila de neumáticos y se situó frente a la puerta, justo en el momento en que esta se abría. Owen Keenan entró, receloso y ceñudo.
–¿Qué diablos pasa aquí, Nick? Casi he echado abajo este lugar con mis gritos.
–Estaba haciendo una pausa –replicó Nick, mesándose el negro pelo, lógicamente despeinado–. ¿Qué quieres?
–Tu padre está borracho, en Maxine. El sheriff va para allá. Si no quieres que pase la noche en la cárcel, será mejor que llegues primero.
Cuando Owen se hubo marchado, Nick recogió del suelo el abrigo de Laura, sobre el que habían hecho el amor, le quitó el polvo y ayudó a la chica a ponérselo. Nick sabía que una amiga la había traído, lo que significaba que él tendría que llevarla de vuelta.
–¿Dónde has dejado tu coche? –le preguntó Nick.
Laura se lo dijo y él asintió.
–Te llevaré allí antes de ir a rescatar a mi padre.
Las luces de Navidad colgaban en las esquinas de la calle principal. Sus colores se desdibujaban a causa de la nevada que estaba cayendo. En el extremo norte del pueblo una guirnalda roja de plástico colgaba sobre un letrero que rezaba: «Bienvenidos a Edmunton, Indiana. Población: 38.124». De un altavoz proporcionado por el club Elks surgían las notas de Noche de paz, confundiéndose con las de Jingle Bells que emergían de un trineo de plástico colocado en el techo de la ferretería de Horton. Aquella nieve suave y las luces navideñas obraban milagros. En efecto, a la cruda luz del día Edmunton era una pequeña ciudad provinciana encaramada en la pendiente de un valle poco profundo. De sus acererías se elevaban al cielo apiñadas chimeneas, dispersando incesantemente nubes de humo y de vapor en elaire. La oscuridad era un manto negro que cubría el sombrío espectáculo; ocultaba el extremo sur de la ciudad, donde las buenas viviendas daban paso a las chozas, las tabernas y las casas de empeño. Más allá, la tierra de labranza, desnuda en invierno.
Nick estacionó su furgoneta de reparto en un rincón oscuro del aparcamiento situado junto a la tienda de Jackson, donde Laura había dejado su coche. La muchacha se arrimó a él.
–No lo olvides –le susurró, echándole los brazos al cuello–; tienes que recogerme esta noche a las siete, al pie de la cuesta. Terminaremos lo que empezamos hace una hora. Pero Nick, no asomes la cara. Mi padre vio tu furgoneta aquí la última vez y empezó a hacer preguntas.
Nick la miró y de pronto sintió asco. Asco de sí mismo, por la atracción sexual que la chica ejercía sobre él. Laura hermosa, rica, mimada y egoísta. Él era consciente de todo eso.
Se había dejado utilizar por Laura, había consentido en ser para ella un objeto sexual, viéndose arrastrado a encuentros clandestinos, a intentos furtivos, permitiendo que ella lo hiciera esperar al pie de la cuesta y no enfrente de su casa, como sin duda hacían sus amigos socialmente aceptables.
Aparte de la atracción sexual, él y Laura no tenían nada en común. El padre de Laura Frederickson era el ciudadano más rico de Edmunton, y su hija estudiaba primer curso en una costosa universidad del Este. Nick trabajaba en una fábrica de acero durante el día, asistía a las clases nocturnas de la delegación local de la Universidad Estatal de Indiana y los fines de semana se ganaba unos dólares como mecánico.
Nick abrió la portezuela para que Laura saliera y le dio un ultimátum con voz dura e inflexible.
–Esta noche te paso a buscar por la puerta de tu casa o haces otros planes sin contar conmigo.
–Pero ¿qué diré a mi padre cuando vea tu furgoneta frente a la casa?
Insensible a la aterrada mirada de la chica, Nick respondió con voz sardónica:
–Dile que mi limusina está averiada.
4
Diciembre de1973
La larga hilera de limusinas se deslizaba con lentitud hacia la puerta principal del hotel Chicago Drake. Al llegar, iban bajando sus jóvenes ocupantes.
Los porteros se movían de uno a otro lado, escoltando desde el automóvil hasta el vestíbulo a todo grupo de recién llegados. Ni en las palabras de los porteros ni en la expresión de sus rostros había el menor signo de condescendencia o regocijo. Esos jóvenes huéspedes, luciendo traje de etiqueta y largos vestidos de fiesta, no eran chicos corrientes que asistían a un baile de gala o a la celebración de una boda. No parecían asombrados en aquel entorno lujoso, ni se mostraban inseguros en cuanto a la manera de comportarse. Eran los hijos de las mejores familias de Chicago, lo cual se reflejaba en su porte y en la confianza y seguridad con que se movían. Si algo delataba su edad, era tal vez el entusiasmo, la efervescencia que les provocaba la velada que tenían ante sí.
Hacia el final de la procesión de automóviles con chófer, _______ observaba desde el suyo cómo iban saliendo los demás. Estaban allí para asistir a la cena con baile anual de la señorita Eppingham. Esta noche sus alumnos, cuyas edades oscilaban entre los doce y los catorce años, tendrían que demostrar que el curso de comportamiento social que ella había impartido durante seis meses no había caído en saco roto. Eran habilidades que cuando fueran adultos necesitarían para moverse con seguridad en el refinado estrato social al que pertenecían. Por esta razón, esa noche los cincuenta estudiantes pasarían por la fila de recepción, ocuparían su puesto en las mesas de un lujoso banquete compuesto de doce platos, y después protagonizarían el baile.
_______ observaba por la ventanilla de su automóvil aquellas caras alegres y confiadas que se reunían en el vestíbulo. Era, de todos los invitados e invitadas, la única que llegaba sola, según comprobó al ver que las otras chicas salían de los coches en grupo o acompañadas por una «escolta», que frecuentemente se componía de hermanos o primos mayores, ya graduados en el curso de la señorita Eppingham. Con el corazón desolado, _______ observaba los preciosos trajes de las otras chicas, sus espléndidos peinados con los rizos entrelazados con cintas de terciopelo o sostenidos por brillantes diademas.
La señorita Eppingham había reservado para esta ocasión el Gran Salón de Baile, al que _______ accedió desde el vestíbulo de mármol con el estómago y las rodillas temblorosas por los nervios. Sentía una gran aprensión. Se detuvo en el rellano y luego se dirigió directamente al tocador de señoras. Ya dentro, se situó frente al espejo, con la esperanza de tranquilizarse ante su aspecto. En realidad, y teniendo en cuenta los escasos recursos con que había contado Lisa, no estaba tan mal. Lucía una flor de seda prendida en su rubia cabellera, peinada con raya al costado, cayéndole hasta los hombros. _______ decidió, con más esperanza que convicción, que la flor le daba un misterioso aire mundano.
Abrió el bolso y extrajo el pintalabios color melocotón de Lisa. Se retocó los labios. Satisfecha, se desabrochó el collar de perlas y lo metió en el bolso, haciendo lo propio con las gafas. Mucho mejor, se dijo con la moral alta. Si no bizqueaba y las luces mantenían el salón en la penumbra, existía la posibilidad de que Parker la considerara bonita.
Fuera del salón de baile los congregados se saludaban con la mano y se reunían en grupos. Sin embargo nadie la saludó a ella o la llamó y dijo «espero que nos sentaremos juntos». No era culpa de ellos, _______ lo sabía. En primer lugar, la mayor parte de los presentes se conocían entre sí, eran amigos desde la más tierna infancia, al igual que sus padres. Todos ellos celebraban juntos sus respectivas fiestas de cumpleaños. La alta sociedad de Chicago constituía un gran círculo cerrado, los adultos se ocupaban de que conservase ese carácter y de que sus vástagos, por supuesto, fueran admitidos. La única voz discordante era la del padre de _______. Con actitud algo contradictoria, deseaba que su hija figurase entre la élite, pero al mismo tiempo no quería verla mezclada con la gente de su edad y su clase, pues los consideraba malas compañías a causa de la excesiva permisividad de sus padres.
_______ pasó sin dificultad por la fila de recepción y se dirigió a las mesas del banquete. Cada asiento estaba indicado en tarjetas grabadas, de modo que, con disimulo, _______ sacó las gafas del bolso y buscó su nombre. Cuando lo localizó en la tercera mesa, descubrió que la habían puesto con Kimberly Gerrold y Stacey Fitzhug, dos de las jovencitas que habían sido «duendes» con ella en la fiesta de Navidad.
–Hola, _______ –la saludaron a coro, mirándola con aquella especie de burlona condescendencia que siempre la hacía sentir torpe y tímida. Sin decir más, siguieron hablando con los chicos sentados entre ellas. La tercera muchacha era la hermana menor de Parker, Rosemary, que saludó a _______ con un vago gesto de indiferencia. Después le susurró algo al oído al muchacho que estaba a su lado y este rió, al tiempo que taladraba a _______ con la mirada.
Reprimiendo con fuerza la incómoda convicción de que Rosemary estaba hablando de ella, _______ miró vivamente alrededor, fingiendo estar fascinada con los recargados adornos rojos y blancos de Navidad. La silla a su derecha había quedado vacía a causa de una gripe intempestiva que retuvo en cama al joven que debía ocuparla. Cuando _______ se enteró de esta desgraciada circunstancia se sintió aún más incómoda, pues sería la única en no tener un compañero de mesa.
Iba transcurriendo la cena, plato tras plato. _______ escogía instintivamente el cubierto apropiado entre los once, colocados en torno a los platos. En su casa era habitual comer siguiendo este ceremonial, al igual que en las casas de muchos de los otros estudiantes de la señorita Eppingham. Así pues, ni siquiera la indecisión distraía a _______ del aislamiento que sentía mientras escuchaba a sus compañeros de mesa comentar las últimas películas.
–¿La has visto, _______? –le preguntó Steven Mormont, adhiriéndose tardíamente a las reglas de la señorita Eppingham, quien sostenía que nadie en una mesa debía quedar fuera de la conversación.
–No. Me temo que no. –Se salvó de tener que decir más, porque en aquel momento empezó a tocar la orquesta y corrieron las cortinas que los separaban de la pista de baile. Era la indicación de que debían darse por concluidas las conversaciones en las mesas y dirigirse ceremoniosamente al salón.
Parker había prometido presentarse a la hora del baile, y estando allí su hermana, _______ tenía la seguridad de que el muchacho cumpliría su promesa. Además, el club de estudiantes de su universidad celebraba una fiesta en otro de los salones de baile, de manera que Parker estaba en el hotel. _______ se puso de pie, se alisó el cabello, apretó la barriga y se dirigió a la pista.
Durante las dos horas siguientes la señorita Eppingham desplegó sus mejores artes de anfitriona, circulando entre sus huéspedes y asegurándose de que todos y cada uno de ellos tuviera con quien hablar y con quien bailar. Una y otra vez, _______ se dio cuenta de que la señorita le enviaba a un chico remiso con la orden de que la sacara a bailar.
Hacia las once, todos los chicos y las chicas de la señorita Eppingham se habían dividido en grupitos, y la pista de baile estaba casi desierta, debido sin duda a la música de la orquesta, obviamente anticuada, _______ era una de las cuatro parejas que todavía estaban bailando, y su compañero, Stuart Whitmore, hablaba animadamente de su objetivo en la vida, que era unirse a la firma de abogados que presidía su padre. Como _______, era serio e inteligente. Por ello lo prefería a ninguno de los otros chicos de aquella multitud, sobre todo después de sacarla a bailar espontáneamente, sin ser enviado por nadie. _______ lo escuchaba, pero su mirada no se apartaba de la puerta del salón de baile, hasta que de pronto apareció Parker con tres de sus amigos de la universidad. Parker tenía un aspecto espléndido, con su esmoquin negro, su abundante pelo rubio y su rostro bronceado por el sol. El corazón de _______ latió con fuerza. Al lado de Parker, los demás chicos, incluidos los que lo acompañaban, parecían seres insignificantes.
Advirtiendo que _______ se había puesto rígida, Stuart interrumpió su discurso acerca de los requisitos de la facultad de derecho y miró hacia la puerta.
–Oh. Allí está el hermano de Rosemary –dijo.
–Sí, ya lo sé –musitó _______, con aire ensoñador.
Stuart advirtió su reacción e hizo una mueca.
–¿Qué tiene Parker Reynolds que les quita el aliento a todas las chicas?–preguntó con ironía–. ¿Por qué lo prefieres? ¿Porque es más alto, porque es mayor y más agradable que yo?
–No debes subestimarte –contestó _______, con sinceridad pero algo distraída. Observaba a Parker, que en aquel momento cruzaba el salón en dirección a su hermana para sacarla a bailar–. Eres muy inteligente y agradable.
–Tú también.
–Serás un abogado brillante, como tu padre.
–¿Te gustaría salir conmigo el sábado por la noche?
–¿Qué? –_______ suspiró y miró a Stuart–. Bueno... –añadió apresuradamente–, es muy amable de tu parte, pero mi padre no me permite salir con chicos. No me lo permitirá hasta dentro de dos años, cuando cumpla los dieciséis.
–Gracias por desairarme con tanta amabilidad.
–¡No te he desairado! –replicó _______, pero se olvidó de todo al ver que uno de los amigos de Rosemary Reynolds se la había arrebatado a su hermano y este se volvía y se encaminaba a la puerta–. Perdóname, Stuart –dijo _______ con cierta desesperación–, pero tengo que darle algo a Parker. –Sin percatarse de que estaba atrayendo las miradas de gran parte de la concurrencia, corrió por la pista desierta y alcanzó a Parker justo cuando estaba a punto de salir con sus amigos. Estos le dedicaron una mirada curiosa, como si fuera un insecto entrometido, pero la sonrisa de Parker era auténtica y cálida.
–Hola, _______. ¿Te estás divirtiendo?
_______ asintió con la esperanza de que Parker recordara que le había prometido un baile. Luego sintió que el alma se le caía a los pies al darse cuenta de que el muchacho solo esperaba que ella le dijera qué la traía allí. Se ruborizó al advertir que estaba mirando a Parker como quien adora a un dios en silencio.
–Tengo... tengo algo que darte –farfulló con voz temblorosa, mientras buscaba en su bolso–. Bueno... mi padre quiere que te dé esto. –Sacó el sobre con las entradas de la ópera y la tarjeta de cumpleaños, pero con tan mala suerte que el collar de perlas se escurrió del bolso y cayó al suelo. Se agachó de inmediato para recogerlo, al mismo tiempo que también lo hacía Parker y sus frentes chocaron con fuerza. _______ se disculpó y, al incorporarse, el pintalabios de Lisa también cayó al suelo. Jonathan Sommers, uno de los amigos de Parker, se inclinó para recogerlo.
–Oye, ¿por qué no vacías tu bolso y así lo recogemos todo de una sola vez? –bromeó Jonathan. Su aliento olía a alcohol.
_______ advirtió horrorizada las risas disimuladas de los alumnos de la señorita Eppingham. Prácticamente le tiró el sobre a Parker, y metió a toda prisa en el bolso las perlas y el pintalabios. Luego se volvió, conteniendo las lágrimas y con el propósito de emprender una ignominiosa retirada. Entonces Parker se acordó finalmente del baile que le había prometido.
–¿Qué hay del baile que me prometiste? –preguntó con amabilidad.
_______ se volvió con la mirada encendida.
–Oh, lo había... olvidado. ¿Quieres? ¿Deseas bailar?
–Es la mejor oferta que me han hecho en toda la noche –aseguró el muchacho con galantería. En aquel momento la orquesta atacaba los compases de Bewitched, Botbered, and Bewildered. _______ se dejó llevar por Parker y sintió que su sueño se hacía realidad. Bajo la punta de sus dedos sentía la suave textura del negro esmoquin de Parker y la sólida firmeza de su espalda. El joven usaba una colonia maravillosa. ¡Y qué bien bailaba! _______ se sentía tan perdidamente abrumada que expresó su pensamiento en voz alta:
–Eres un bailarín maravilloso.
–Gracias.
–Y estás muy guapo con este esmoquin.
Parker esbozó una suave sonrisa, y _______ echó la cabeza atrás.
–También tú estás muy bonita –susurró el muchacho.
_______ sintió el rubor de sus mejillas y fijó la mirada en el hombro de Parker. Por desgracia, con todo lo ocurrido con el bolso, el alfiler que sujetaba la flor de seda se había aflojado y esta se corrió hacia abajo, colgando tontamente de su tallo de alambre engarzado en el pelo. _______ no se dio cuenta de lo ocurrido. Su mente estaba ocupada en la tarea de encontrar algo sofisticado e ingenioso que decir. Por fin, inclinando atrás la cabeza, lanzó una pregunta con el más vivo interés.
–¿Cómo estás pasando las vacaciones de Navidad?
–Muy bien –contestó Parker, bajando la mirada hasta el hombro de _______ y su flor caída–. ¿Y tú?
–También muy bien –respondió con torpeza. Parker la soltó en cuanto terminó la música. Se despidió con una sonrisa. Consciente de que no debía quedarse allí mirándolo alejarse, _______ se volvió con rapidez y entonces se vio reflejada en un espejo. La flor de seda pendía est/úpidamente del pelo, y se la arrancó con la esperanza de que hubiera permanecido en su sitio mientras bailaban.
En la cola del guardarropa contempló detenidamente la flor que ahora llevaba en la mano. ¿Y si le había estado colgando y balanceándose en el pelo durante el baile con Parker? Miró a la chica que estaba a su lado, y esta, como si le hubiera leído el pensamiento, asintió con la cabeza.
–Sí. La flor te colgaba mientras bailabas con él.
–Me lo temía.
La muchacha le sonrió con simpatía, y de pronto _______ se acordó de su nombre. Brooke Morrison. _______ siempre la había considerado agradable
–¿A qué colegio vas a ir el año que viene? –inquirió Brooke.
–Bensonhurst, en Vermont –contestó _______.
–¿Bensonhurst? –repitió Brooke, arrugando la nariz–. Eso está en mitad de ninguna parte, con un reglamento propio de una cárcel. Mi abuela fue a Bensonhurst.
–También la mía –replicó _______ con un triste suspiro, deseando que su padre no mostrara tanta insistencia en enviarla allí.
Lisa y la señora Ellis estaban sentadas en el dormitorio de _______ cuando esta abrió la puerta.
–¿Y bien? –preguntó Lisa dando un salto–. ¿Cómo te fue?
–Maravillosamente –le contestó _______, e hizo una mueca–. Si exceptuamos que se me cayó el contenido del bolso cuando le di a Parker la tarjeta de cumpleaños. O que sin darme cuenta le dije lo guapo que estaba y lo buen bailarín que era. –Se dejó caer en la silla que Lisa acababa de dejar libre y en ese momento advirtió que la habían cambiado de lugar. En realidad, todo el dormitorio estaba dispuesto de un modo distinto.
–Bueno, ¿qué te parece? –preguntó Lisa con una sonrisa descarada, mientras _______ miraba lentamente alrededor y en su rostro aparecía una expresión de sorpresa y felicidad. Además de cambiar los muebles de lugar, Lisa había prendido flores de seda de las columnas de la cama. No satisfecha con eso, había hecho acopio de plantas de otras partes de la casa. Con todo ello, el austero dormitorio de _______ tenía ahora un aire femenino de jardín.
–¡Lisa, eres asombrosa!
–Claro –contestó su amiga–. La señora Ellis me ayudó –añadió sonriendo con ironía.
–Yo me limité a traer las plantas –objetó el ama de llaves–. El resto lo hizo Lisa. Espero que tu padre no tenga nada que objetar –concluyó la mujer, al tiempo que se levantaba para salir. Por el tono de su voz, era obvio que no las tenía todas consigo.
Cuando hubo salido, Lisa dijo:
–De alguna manera tenía la esperanza de que tu padre se asomara y viera lo que yo estaba haciendo. Le tenía preparado un gran discursito. ¿Quieres oírlo?
_______ le devolvió la sonrisa y asintió.
Adoptando asombrosamente los modales más finos y con una dicción impecable, Lisa comenzó su discurso:
–Buenas noches, señor Bancroft. Soy amiga de _______ y me llamo Lisa Pontini. Quiero ser diseñadora de interiores, y por eso he estado practicando aquí. Espero que no tenga nada que objetar. ¿Verdad, señor?
Lo hizo tan bien que _______ acabó por reír. Luego comentó:
–No sabía que quisieras ser diseñadora de interiores.
Lisa la miró burlonamente.
–Suerte tendré si termino la escuela secundaria. Ir a la universidad a estudiar diseño... ¡Qué utopía! Somos pobres. –Se interrumpió un momento y añadió con asombro–: La señora Ellis me dijo que tu padre es el Bancroft de Bancroft & Company. ¿Está de viaje o algo así?
–No, tiene una comida con los del comité ejecutivo –contestó _______. Luego, dando por sentado que Lisa se quedaría tan fascinada ante el funcionamiento interno de la compañía como lo estaba ella, continuó–: La orden del día es realmente excitante. Dos de los directores opinan que Bancroft debería extenderse a otras ciudades. El interventor asegura que fiscalmente seria una decisión irresponsable, pero todos los ejecutivos insisten en que el aumento de ventas que produciría la expansión compensaría con creces el desembolso fiscal extra y, en consecuencia, los beneficios de la empresa aumentarían.
–Para mí, todo eso suena a chino –dijo Lisa, más pendiente de un mueble que había en un rincón del dormitorio. Lo desplazó un poco hacia delante y el efecto fue sorprendente.
–¿A qué escuela secundaria vas a ir? –preguntó _______ a su amiga, admirándola y pensando que era muy injusto que Lisa no pudiera ir a la universidad y potenciar al máximo su talento.
–Kemmerling –contestó Lisa.
_______ pestañeó. Para ir a Saint Stephen pasaba por delante de Kemmerling. ¡Qué diferencia! Saint Stephen era un edificio viejo pero bien mantenido e inmaculadamente limpio. Kemmerling, en cambio, era una enorme escuela pública, fea, con estudiantes de aspecto duro y desarrapado. Su padre repetía siempre que una buena formación solo se obtenía en un buen colegio. Largo rato después de que Lisa se quedara dormida, _______ permanecía despierta y maquinando. La idea que le bullía en la cabeza requeriría una estrategia más cuidadosa que ninguna otra que hubiera planeado, salvo la de sus citas imaginarias con Parker.
A la mañana siguiente, temprano, Fenwick llevó a Lisa de regreso a su casa, mientras _______ bajaba a desayunar con su padre. Lo encontró leyendo el diario. En otras circunstancias _______ habría sentido curiosidad por el resultado de la reunión de la noche anterior, pero ese día su mente estaba ocupada por un asunto más apremiante. Saludó a su padre, se sentó y de inmediato puso en práctica su plan, sin importarle que él estuviera aún inmerso en el artículo que leía.
–¿No has dicho siempre que una buena formación es vital? –empezó _______. El padre asintió, aunque sin prestarle atención–. ¿Y no has dicho también que hay escuelas públicas sin suficientes profesores y equipos?
–Sí –contestó Philip, todavía ausente.
–¿Y no me dijiste que la compañía de la familia Bancroft ha estado patrocinando Bensonhurst durante décadas?
–Humm... –murmuró él al tiempo que pasaba la hoja.
–Bueno –concluyó _______, tratando de ocultar su creciente excitación–, en Saint Stephen hay una estudiante... Una chica estupenda, de una familia muy devota. Muy inteligente, con mucho talento. Le gustaría ser diseñadora de interiores, pero tendrá que ir a Kemmerling, porque sus padres no se pueden permitir el lujo de enviarla a una escuela mejor. ¿No es triste?
––Humm –volvió a mascullar Philip, que frunció el entrecejo ante un artículo sobre Richard Daley, Los demócratas no eran santos de su devoción.
–¿No crees que es trágico que se pierda tanto talento, tanta inteligencia y ambición?
Finalmente su padre levantó la mirada del periódico y contempló a su hija con repentino interés. A los cuarenta y dos años Philip era un hombre atractivo y elegante, de porte brusco, penetrantes ojos azules y pelo castaño que empezaba a encanecer en las sienes.
–¿Qué estás sugiriendo, _______?
–Una beca. Si Bensonhurst no ofrece ninguna, podrías pedirles que utilicen parte del dinero de la donación.
–Y también podría especificar a quién debe serle otorgada la beca, ¿no es así? Apuesto a que la quieres para esa chica de la que me has estado hablando. –Hablaba con un tono pausado para que _______ entendiera que su propuesta era inmoral, pero la hija sabía demasiado bien que su padre creía en el uso del poder y de las influencias siempre y cuando fuese en beneficio de sus propósitos. En realidad, para eso servía el poder, según él mismo le había dicho muchas veces,
Ella asintió despacio, con una sonrisa.
–Sí.
–Ya veo.
–Nunca encontrarías a nadie que lo mereciera más que ella –insistió _______, y súbitamente añadió–: Si no hacemos nada por Lisa, es probable que la pobre algún día termine viviendo de la beneficencia. –La beneficencia era un asunto que despertaba la indignación de Philip. _______ deseaba desesperadamente seguir hablando de Lisa. Deseaba decirle a su padre lo mucho que le importaba su amistad, pero un sexto sentido le indicó que no lo hiciera. Philip siempre había sido un celoso protector de su hija, hasta el punto de que ningún niño o niña de su edad le parecía bastante bueno como compañero de _______. Era más verosímil hacerle creer que Lisa merecía una beca por sí misma que por ser la amiga de su hija.
–Me recuerdas a tu abuela Bancroft –dijo Philip al cabo de un momento–. Con frecuencia se tomaba un interés personal por cualquier persona merecedora de algo pero poco favorecida por la fortuna.
_______ se sintió culpable, pues su interés por Lisa, por tenerla a su lado en Bensonhurst, tenía tanto de egoísta como de noble. Sin embargo, las palabras de su padre la hicieron olvidar este análisis de sus sentimientos.
–Llama a mi secretaria mañana. Dale toda la información que tengas acerca de esta muchacha y dile que recuerde que llame a Bensonhurst.
Durante las tres semanas siguientes, _______ vivió una agonía, a la espera de las noticias de su padre. Temía decirle a Lisa lo que tramaba, por si el asunto fracasaba y su amiga sufría una cruel decepción; pero, por otra parte, no podía creer que Bensonhurst rechazara la petición de su padre. En la actualidad, las muchachas americanas eran enviadas a colegios de Suiza o Francia, y no a Vermont, y menos aún a Bensonhurst, con las corrientes de aire de sus dormitorios de piedra, su rígida reputación y sus normas. Por supuesto, como en el pasado, el colegio no carecía de plazas libres, y era difícil que se arriesgaran a ofender a su padre.
Un día de la cuarta semana de espera llego una carta de Bensonhurst, _______ merodeó ansiosamente en torno de la silla de su padre, mientras este abría el sobre y leía el contenido.
–Aquí dice –desveló por fin Philip– que le otorga a la señorita Pontini la única beca de la escuela, basándose en sus magníficas notas y en la recomendación de la familia Bancroft.
_______ dio un respingo de alegría que mereció la desaprobación de su padre con una mirada de reproche. Philip prosiguió.
–La beca cubre la matrícula, la comida y el alojamiento. Ella tendrá que pagarse el viaje a Vermont y los gastos personales.
_______ se mordió un labio. No había pensado en el costo del viaje a Vermont ni en los gastos personales, pero enseguida se dijo que casi con certeza se le ocurriría una solución a este nuevo problema. Quizá lograría convencer a su padre de que hicieran el viaje juntos en automóvil, en cuyo caso Lisa podría acompañarlos.
Al día siguiente _______ llevó al colegio los folletos de Bensonhurst y la carta en que se anunciaba la concesión de la beca. El día se le hizo interminable, pero por fin se vio sentada a la mesa de los Pontini. La madre de Lisa no paraba de entrar y salir de la cocina, ofreciéndole pastelitos italianos tan ligeros como el aire y cannoli casero.
–Estás demasiado flaca, igual que Lisa –dijo la señora Pontini, y obedientemente _______ mordisqueó un dulce, al tiempo que abría su bolsa de la escuela y sacaba los folletos de Bensonhurst, que desparramó sobre la mesa.
anasmile
Paraiso Robado( Nick y y tu)
Resultaba un poco torpe en su papel de filántropa. Se excitó hablando de Bensonhurst y Vermont, del placer de viajar... Después declaró que a Lisa se le había concedido una beca en Bensonhurst. Se produjo un silencio total, mientras la señora Pontini y Lisa asimilaban las últimas palabras de _______. De pronto, Lisa se puso de pie.
–¿Qué soy yo? –exclamó furiosa–. ¿Tu última obra de caridad? ¿Quién diablos crees que eres?
Salió corriendo por la puerta trasera y _______ la siguió.
–Lisa, solo quería ayudar.
–¿Ayudar? –le espetó Lisa, enfrentándose a su amiga–. ¿Qué te hace pensar que me gustaría ir a un colegio con un puñado de ricos, esnobs como tú, que me considerarían un caso de caridad? Puedo imaginarlo... una escuela llena de zo/rras mimadas, que se quejan de tener que arreglárselas con los mil dólares mensuales para gastos que sus padres les mandan...
–Nadie sabría que estás becada, a menos que tú misma lo dijeras... –empezó _______, pero enseguida se detuvo, a su vez herida e irritada–. No sabía que me considerabas una «rica esnob» o una «zo/rra mimada».
–Lo que hay que oír. Ni siquiera puedes pronunciar la palabra zo/rra sin atragantarte. Eres tan asquerosamente remilgada, tan superior...
–Lisa, tú eres la esnob, no yo –interrumpió _______ con voz serena y cansina–. Todo lo ves a través del dinero. Y no tienes que preocuparte de no encajar en Bensonhurst. Soy yo, no tú, la que parece no encajar en ninguna parte. –Pronunció aquellas palabras con tal dignidad que su padre se habría sentido enormemente complacido. Después se volvió y se marchó.
Fenwick la esperaba frente a la casa de los Pontini, y _______ se hundió en el asiento trasero del coche. Se dijo que había algo raro en ella y que así lo entendía la gente, pues no encajaba ni con los de su propia clase social ni con los demás. No se le ocurrió pensar que el problema quizá fuera de ellos, no suyo; que en realidad su finura, su sensibilidad, provocaba el rechazo o la burla de todos. Lisa sí pensó en ello, mientras observaba cómo el Rolls se ponía en marcha. Odiaba a _______ Bancroft por poder jugar a la adolescente hada madrina, y se despreciaba a sí misma por la fealdad y la injusticia de sus sentimientos.
Al día siguiente _______ se hallaba sentada en su lugar habitual, arrebujada en su abrigo, comiendo una manzana y leyendo un libro. Por el rabillo del ojo vio que se le acercaba Lisa, por lo que trató de concentrarse más en la lectura.
–_______ –dijo Lisa–. Siento lo de ayer.
–Está bien –musitó _______ sin levantar la mirada del libro–. Olvídalo.
–No es fácil olvidar que me comporté de un modo tan horrible con la persona más dulce y amable que he conocido en toda mi vida.
_______ la miró, luego volvió a clavar la vista en el libro.
–Ahora ya no importa –repuso con tono afable, pero dando a entender que todo había terminado.
Lejos de rendirse, Lisa se sentó al lado de _______ y agregó con terquedad:
–Ayer me comporté como una bruja por un montón de razones est/úpidas y egoístas. Sentí compasión de mí misma porque me estabas ofreciendo esa magnífica oportunidad de ir a un colegio especial, de sentirme un ser especial, y sabía que nunca podría aceptarla. Quiero decir que mi madre necesita ayuda en casa, pues somos muchos hermanos. Y aunque no fuera así, necesitaría dinero para el viaje a Vermont y los gastos de estancia.
_______ no había contemplado el hecho de que la madre de Lisa no quería o no podía prescindir de ella; era terrible que la señora Pontini, por haber engendrado ocho hijos, quisiera retener a uno de ellos a su lado, convirtiendo a su hija mayor en madre a tiempo parcial.
–No pensé que tus padres no te dejarían ir –admitió mirando a Lisa a la cara por primera vez–. Yo creía que los padres siempre quieren lo mejor para sus hijos, darles la mejor educación posible.
–Tienes razón a medias –convino Lisa, y _______ advirtió que su amiga parecía tener algo nuevo que decir–. Mi madre así lo quiere. Cuando te marchaste, tuvo una gran discusión con mi padre. Según él, una chica no necesita ir a buenos colegios para luego casarse y tener niños. Entonces mi madre lo amenazó con una gran cuchara y después se precipitaron los acontecimientos. Mamá llamó a mi abuela, mi abuela a mis tíos y tías, y todos vinieron a casa y muy pronto estaban recolectando dinero para mí. Se trata de un préstamo. Supongo que si estudio mucho en Bensonhurst, después habrá alguna universidad que me proporcione una beca. Y cuando termine mis estudios encontraré un gran empleo y les devolveré a todos el dinero prestado.
Sus ojos brillaban cuando, impulsivamente, tomó una mano de _______ y la estrechó con fuerza.
–¿Cómo se siente una cuando se sabe responsable de haber cambiado la vida de otra persona? –preguntó con dulzura–. Mis sueños se han hecho realidad para mí, y también para mi madre y mis tías...
De pronto _______ sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.
–Una se siente... muy bien,
–¿Crees que podremos compartir una habitación?
_______ asintió y su rostro se iluminó de alegría.
Cerca de ellas, un grupo de chicas comían juntas. Vieron asombradas un espectáculo insólito: Lisa Pontini, la nueva alumna, y _______ Bancroft, la más rara de la escuela, se habían levantado de pronto y estaban llorando y riendo al mismo tiempo, abrazadas y saltando sin parar.
–¿Qué soy yo? –exclamó furiosa–. ¿Tu última obra de caridad? ¿Quién diablos crees que eres?
Salió corriendo por la puerta trasera y _______ la siguió.
–Lisa, solo quería ayudar.
–¿Ayudar? –le espetó Lisa, enfrentándose a su amiga–. ¿Qué te hace pensar que me gustaría ir a un colegio con un puñado de ricos, esnobs como tú, que me considerarían un caso de caridad? Puedo imaginarlo... una escuela llena de zo/rras mimadas, que se quejan de tener que arreglárselas con los mil dólares mensuales para gastos que sus padres les mandan...
–Nadie sabría que estás becada, a menos que tú misma lo dijeras... –empezó _______, pero enseguida se detuvo, a su vez herida e irritada–. No sabía que me considerabas una «rica esnob» o una «zo/rra mimada».
–Lo que hay que oír. Ni siquiera puedes pronunciar la palabra zo/rra sin atragantarte. Eres tan asquerosamente remilgada, tan superior...
–Lisa, tú eres la esnob, no yo –interrumpió _______ con voz serena y cansina–. Todo lo ves a través del dinero. Y no tienes que preocuparte de no encajar en Bensonhurst. Soy yo, no tú, la que parece no encajar en ninguna parte. –Pronunció aquellas palabras con tal dignidad que su padre se habría sentido enormemente complacido. Después se volvió y se marchó.
Fenwick la esperaba frente a la casa de los Pontini, y _______ se hundió en el asiento trasero del coche. Se dijo que había algo raro en ella y que así lo entendía la gente, pues no encajaba ni con los de su propia clase social ni con los demás. No se le ocurrió pensar que el problema quizá fuera de ellos, no suyo; que en realidad su finura, su sensibilidad, provocaba el rechazo o la burla de todos. Lisa sí pensó en ello, mientras observaba cómo el Rolls se ponía en marcha. Odiaba a _______ Bancroft por poder jugar a la adolescente hada madrina, y se despreciaba a sí misma por la fealdad y la injusticia de sus sentimientos.
Al día siguiente _______ se hallaba sentada en su lugar habitual, arrebujada en su abrigo, comiendo una manzana y leyendo un libro. Por el rabillo del ojo vio que se le acercaba Lisa, por lo que trató de concentrarse más en la lectura.
–_______ –dijo Lisa–. Siento lo de ayer.
–Está bien –musitó _______ sin levantar la mirada del libro–. Olvídalo.
–No es fácil olvidar que me comporté de un modo tan horrible con la persona más dulce y amable que he conocido en toda mi vida.
_______ la miró, luego volvió a clavar la vista en el libro.
–Ahora ya no importa –repuso con tono afable, pero dando a entender que todo había terminado.
Lejos de rendirse, Lisa se sentó al lado de _______ y agregó con terquedad:
–Ayer me comporté como una bruja por un montón de razones est/úpidas y egoístas. Sentí compasión de mí misma porque me estabas ofreciendo esa magnífica oportunidad de ir a un colegio especial, de sentirme un ser especial, y sabía que nunca podría aceptarla. Quiero decir que mi madre necesita ayuda en casa, pues somos muchos hermanos. Y aunque no fuera así, necesitaría dinero para el viaje a Vermont y los gastos de estancia.
_______ no había contemplado el hecho de que la madre de Lisa no quería o no podía prescindir de ella; era terrible que la señora Pontini, por haber engendrado ocho hijos, quisiera retener a uno de ellos a su lado, convirtiendo a su hija mayor en madre a tiempo parcial.
–No pensé que tus padres no te dejarían ir –admitió mirando a Lisa a la cara por primera vez–. Yo creía que los padres siempre quieren lo mejor para sus hijos, darles la mejor educación posible.
–Tienes razón a medias –convino Lisa, y _______ advirtió que su amiga parecía tener algo nuevo que decir–. Mi madre así lo quiere. Cuando te marchaste, tuvo una gran discusión con mi padre. Según él, una chica no necesita ir a buenos colegios para luego casarse y tener niños. Entonces mi madre lo amenazó con una gran cuchara y después se precipitaron los acontecimientos. Mamá llamó a mi abuela, mi abuela a mis tíos y tías, y todos vinieron a casa y muy pronto estaban recolectando dinero para mí. Se trata de un préstamo. Supongo que si estudio mucho en Bensonhurst, después habrá alguna universidad que me proporcione una beca. Y cuando termine mis estudios encontraré un gran empleo y les devolveré a todos el dinero prestado.
Sus ojos brillaban cuando, impulsivamente, tomó una mano de _______ y la estrechó con fuerza.
–¿Cómo se siente una cuando se sabe responsable de haber cambiado la vida de otra persona? –preguntó con dulzura–. Mis sueños se han hecho realidad para mí, y también para mi madre y mis tías...
De pronto _______ sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.
–Una se siente... muy bien,
–¿Crees que podremos compartir una habitación?
_______ asintió y su rostro se iluminó de alegría.
Cerca de ellas, un grupo de chicas comían juntas. Vieron asombradas un espectáculo insólito: Lisa Pontini, la nueva alumna, y _______ Bancroft, la más rara de la escuela, se habían levantado de pronto y estaban llorando y riendo al mismo tiempo, abrazadas y saltando sin parar.
anasmile
Re: Paraiso Robado( Nick y y tu)
capitulo 5
Junio de 1978
La habitación que _______ había compartido con Lisa durante cuatro años estaba atestada de cajas de embalaje y maletas a medio llenar. De la puerta del armario colgaban los gorros azules y los vestidos que habían llevado la noche anterior para la ceremonia de entrega de diplomas, así como las borlas de oro, muestra de que ambas habían obtenido el título de bachiller con nota máxima. Lisa estaba guardando suéteres en una caja dentro del armario. Más allá de la puerta de la habitación abierta, el corredor bullía y se oían voces masculinas, cosa nada habitual en Bensonhurst. Eran los padres, hermanos y novios de alumnas que, como _______ y Lisa, habían concluido sus estudios allí. Cargaban con las maletas y las cajas, llevándolas abajo. El padre de _______ había pasado la noche en un motel de la localidad y tardaría una hora en llegar, pero su hija había perdido la noción del tiempo. Abrumada por la nostalgia, hojeaba un grueso montón de fotografías que había sacado del escritorio. A menudo sonreía, pues cada una de ellas estaba asociada un recuerdo generalmente grato.
En efecto, los años pasados en Vermont habían sido maravillosos tanto para _______ como para Lisa. Si al principio esta temió ser marginada, ocurrió todo lo contrario: pronto se convirtió en el personaje que marcaba la pauta. Las otras estudiantes la consideraban un ser audaz, único. Durante el primer curso, fue Lisa la que organizó y condujo una triunfal incursión contra los chicos de Litchfield Prep, en represalia por su intento de llevarse las faldas de las alumnas de Bensonhurst. Durante el segundo curso Lisa diseño un escenario para la representación teatral que todos los años celebraba Bensonhurst, cosechando un éxito tan espectacular que la fotografía del escenario apareció en varios periódicos de diversas ciudades. Durante el tercer curso fue Lisa la escogida por Bill Fletcher para el baile de primavera. Además de ser el capitán del equipo de fútbol de su colegio, Bill era muy apuesto e inteligente. El día anterior al baile, había marcado dos goles sobre el césped y un tercero en un motel cercano, donde Lisa le entregó su virginidad. Después de este trascendental suceso, Lisa regresó a la habitación que compartía con _______ y alegremente dio la noticia a las cuatro muchachas que se habían reunido allí. Desplomándose sobre su cama, sonrió maliciosamente y anunció lo ocurrido.
–Ya no soy virgen. En lo sucesivo tenéis entera libertad para pedirme consejos e información.
Las otras chicas interpretaron la noticia como otra prueba de la intrépida independencia y sofisticación de Lisa, pues rieron y aplaudieron. Todas excepto _______, que se mostró preocupada y un tanto escandalizada. Aquella noche, estando ya a solas, las dos amigas riñeron por primera vez en serio desde que estaban en Bensonhurst.
–¡No puedo creer que hayas hecho eso! –estalló _______–. ¿Y si quedas embarazada? ¿Y si las otras chicas corren la voz? ¿Y si se enteran tus padres?
–No eres mi guardián y no respondes de mí, así que deja de hablar como mi madre –replicó Lisa, también enojada–. Si quieres esperar a Parker Reynolds o a otro mítico caballero medieval que te ponga la alfombra para llevarte a la cama, hazlo, pero no esperes lo mismo de las demás. No esperes que todas seamos como tu. Yo no me tragué toda aquella basura de la pureza que predicaban las monjas de Saint Stephen. –Arrojando la chaqueta en el armario, Lisa prosiguió su discurso vehemente–. Si fuiste lo bastante est/úpida para creerlo, sé virgen para siempre, pero no esperes que también lo sea yo. Y no soy tan descuidada como para quedar embarazada. Bill usó un preservativo. Además, las otras no van a decir nada porque ellas tampoco son vírgenes. La única virgencita traumatizada eres tú.
–¡Basta! –vociferó _______ con voz pétrea y la mirada fija en el escritorio. Aunque parecía mantener la calma, se vio asaltada por sentimientos de culpa y vergüenza, ya que ella era la responsable de que Lisa hubiera ido allí. Por otro lado, _______ sabía que era moralmente anticuada y que no tenía ningún derecho a imponerle a otra lo que le habían impuesto a ella–. No fue mi intención juzgarte, Lisa. Estaba preocupada por ti, eso es todo.
Tras un momento de tenso silencio, Lisa volvió el rostro hacia _______ y se disculpó.
–_______, lo siento.
–Olvídalo –musitó _______–. Tienes razón.
–No, no la tengo –admitió Lisa, lanzándole una mirada implorante y desesperada–. Lo que ocurre es que no soy como tú y no puedo serlo. No es que no lo haya intentado de vez en cuando...
Aquellas palabras provocaron una risa triste en _______.
–¿Por qué querrías ser como yo?
–Porque –respondió Lisa con una sonrisa forzada, para luego imitar a Humphrey Bogart– tienes clase, nena. Auténtica clase.
Su primer enfrentamiento real terminó con una tregua, declarada aquella misma noche en la heladería de Paulson ante sendos batidos de leche.
_______ lo recordó mientras repasaba las fotografías, hasta que asomó la cabeza de Lynn McLauglin.
–Alexis Tierney llamó esta mañana al teléfono público del corredor. Dijo que el de esta habitación ya está desconectado y me encargó que os comunicara que pronto llegará.
–¿A quién de las dos llamó? –preguntó Lisa, y Lynn respondió que a _______.
Lisa se situó frente a _______ y fingió estar enojada.
–¡Lo sabia! Anoche no apartó los ojos de ti y eso que yo hice de todo para atraer su atención. Nunca debí enseñarte a maquillarte y a comprarte tú misma la ropa.
–Ya empezamos –replicó _______ con una sonrisa–. Resultará que mi escasa popularidad entre unos pocos muchachos te la debo solo a ti.
Alexis Tierney cursaba sus estudios en Yale, y la noche anterior se había presentado obedientemente en Bensonhurst para asistir a la graduación de su hermana. Todas las chicas habían quedado deslumbradas ante el apuesto Alexis, que al ver a _______ el deslumbrado fue él y no lo ocultó.
–Escasa popularidad con unos pocos muchachos –repitió Lisa, que aun peinada con desenfado tenía un aspecto espléndido–. Si hubieras salido con la mitad de los chicos que te han invitado en los dos últimos años, habrías batido mi marca. Y no es necesario que te recuerde lo mucho que a mí me gusta salir...
En aquel momento la hermana de Alexis Tierney llamó discretamente a la puerta abierta.
–_______ –dijo, sonriendo con aire de impotencia–. Abajo está Alexis con un par de amigos que llegaron esta mañana de New Haven. Alexis declara estar decidido a ayudarte a hacer las maletas, a pedir tu mano o a hacerte el amor, lo que tú prefieras.
–Envíanos aquí a ese enfermo de amor y a sus amigos –dijo Lisa, sonriendo. Cuando Trish Tierney se hubo marchado, Lisa y _______ se miraron con complicidad. Opuestas en todo, completamente de acuerdo en todo...
Durante los cuatro años pasados en Bensonhurst, ambas habían experimentado grandes cambios, que eran mucho más evidentes en _______. Lisa siempre había sido llamativa. No tuvo que vencer obstáculos tales como la grasa juvenil o las gafas. _______, en cambio, dos años antes se desprendió de la maldición de las gafas, empezó a utilizar lentes de contacto que se pagó ella misma ahorrando de su mensualidad. Ahora _______ deslumbraba con la belleza de sus ojos. La naturaleza y el tiempo se habían encargado de hacer el resto, acentuando los delicados rasgos de la muchacha, espesando su pelo rubio y perfeccionando su silueta donde la estética lo exigía.
Lisa, con su flamante pelo rizado y su encantadora actitud, a los dieciocho años era mundana y llamativa, mientras que _______ tenía un temperamento sereno acorde con su belleza. La vivacidad de Lisa atraía a los hombres; la sonriente reserva de _______ los retaba. Siempre que las dos salían juntas los hombres se volvían a mirarlas, lo cual entusiasmaba a Lisa. Le excitaban las citas, todo nuevo idilio era un placer. En cambio, _______ recibió su popularidad entre los hombres con curiosidad más bien fría. Le gustaba estar con jóvenes que la llevaban a esquiar, a bailar o a fiestas, pero pasada la novedad del éxito, salir con alguien por el que solo sentía amistad era agradable, pero ni mucho menos tan excitante como había imaginado. Sentía lo mismo con respecto a los besos. Lisa lo atribuía al hecho de que _______ había idealizado equivocadamente a Parker, con el que seguía comparando a todo muchacho a quien conocía. Sin duda estaba en lo cierto, pero la falta de entusiasmo de _______ se debía también a otro hecho: el haberse criado en una casa de adultos, y, aun peor, dominada por un hombre de negocios dinámico y enérgico. Y aunque los chicos de Litchfield Prep eran agradables y se podía pasar un buen rato con ellos, _______ se sentía invariablemente mucho más adulta.
Desde la niñez, sabía que deseaba un título universitario y ocupar algún día el lugar que le correspondía en Bancroft & Company. Los alumnos de Litchfield, e incluso sus hermanos mayores en edad universitaria, no parecían tener otro interés y objetivo que el sexo, el deporte y la bebida. La idea de entregar su virginidad a cualquier joven cuyo mayor deseo consistía en añadir un nombre a la lista de chicas de Bensonhurst desvirgadas por el alumnado de Litchfield –una lista que, se decía, estaba colgada en Grown Hall, en Litchfield–, le resultaba no solo disparatada, sino también sórdida y humillante.
Cuando intimara con alguien, tendría que ser una persona a la que admirara y en quien confiara. _______ anhelaba un romance impregnado de ternura y comprensión. Siempre que pensaba en una relación sexual, esta no era más que un componente, el principal quizá, de un vasto escenario: paseos por la playa, charlas, manos entrelazadas, largas noches frente a una hoguera contemplando las llamas y conversando. Después de haber intentado durante años inútilmente la comunicación con su padre, _______ estaba decidida a que su futuro amante fuera una persona con la que poder hablar y compartir sus pensamientos. Y siempre que imaginaba a este amante, aparecía Parker.
Durante los años en Bensonhurst se las había arreglado para ver a Parker con cierta frecuencia, cuando iba a pasar las vacaciones a su casa. Su empeño por encontrarse con el hombre de sus sueños no era difícil porque ambas familias pertenecían al club de campo de Glenmoor. Era tradicional en Glenmoor que los socios acudieran cuando había fiestas importantes, como bailes y acontecimientos deportivos. Hasta hacía unos meses, en que cumplió los dieciocho años, a _______ se le había prohibido el acceso a las reuniones para adultos organizadas por el club, pero aun así había conseguido aprovechar otras oportunidades que Glenmoor ofrecía. Todos los veranos invitaba a Parker a ser su pareja en los encuentros de tenis de los estudiantes de tercer y cuarto curso. Él siempre aceptaba graciosamente la invitación, aunque los partidos acabaran en clamorosas derrotas, debido a los nervios que le provocaba a _______ jugar con él. _______ había utilizado también otros trucos, como convencer a su padre de que ofreciera cenas todos los veranos, una de las cuales incluía invariablemente como invitada a la familia de Parker. Puesto que la familia del joven era propietaria del banco en que estaban depositados los fondos de Bancroft & Company, y como Parker trabajaba ya en el propio banco, estaba prácticamente obligado a asistir a las cenas por razones de negocios y para ser el compañero de mesa de _______.
_______ se las había ingeniado para detenerse bajo el muérdago colgado en el vestíbulo cuando Parker y su familia hacían su visita de Navidad a casa de los Bancroft. Y siempre acompañaba a su padre cuando había que devolver la visita a los Reynolds.
Fruto de todo ello, durante su primer año en Bensonhurst Parker le dio a _______ el primer beso de su vida. Ese recuerdo la nutrió hasta la siguiente Navidad, soñaba con lo que él habría sentido, y con su perfume y su manera de sonreír antes de besarla.
Siempre que Parker cenaba en casa de los Bancroft, _______ se extasiaba oyéndole hablar de los negocios del banco, pero le gustaban aún más los paseos posteriores, cuando los adultos se quedaban conversando y bebiendo coñac. Durante el paseo del último verano _______ descubrió horrorizada que Parker siempre había sabido lo que ella sentía por él. El joven inició la conversación preguntándole cómo lo había pasado esquiando en Vermont durante el invierno anterior, y _______ le conté una divertida historia relacionada con el capitán del equipo de esquí de Litchfield. Este tuvo que deslizarse a toda velocidad a la caza de un esquí de _______. Cuando Parker dejó de reír, susurró con una sonrisa solemne:
–Cada vez estás más hermosa. Supongo que siempre he sabido que tarde o temprano alguien iba a suplantarme en tu corazón, pero nunca supuse que el usurpador sería un tipo que recuperó tu esquí. En realidad –añadió bromeando–, me estaba acostumbrando a ser tu héroe romántico favorito.
El orgullo y el sentido común impidieron que _______ replicara que estaba equivocado, que nadie lo había suplantado, fingiendo incluso que él nunca había tenido un lugar en su corazón. Además, como Parker no parecía afectado por su imaginario abandono, _______ hizo lo único que podía hacer: salvar la amistad y al mismo tiempo tratar sus sentimientos como si también ella los considerase una divertida historia del pasado juvenil.
–¿Conocías mis sentimientos? –le preguntó a Parker, y consiguió sonreír.
–Sí –admitió él, devolviéndole la sonrisa–. Solía preguntarme si tu padre se daría cuenta y saldría a buscarme con una pistola. Te protege mucho.
–Ya lo he notado –contestó _______ medio en broma, pensando que el asunto era muy serio.
Parker se echó a reír y luego volvió sobre el tema anterior.
–Aunque tu corazón pertenezca a un esquiador, espero que eso no impida que continúen nuestros paseos, nuestras cenas y nuestros partidos de tenis. Siempre he disfrutado con estas cosas, lo digo en serio.
Terminaron hablando de los planes universitarios de _______ y de su intención de seguir los pasos de sus antecesores, hasta llegar a la presidencia de la empresa Bancroft & Company algún día aún muy lejano. Solo Parker parecía comprender lo que ella sentía al respecto. Y además, creía con sinceridad que _______ conseguiría su objetivo si de veras se esforzaba.
Ahora, sentada en el dormitorio de Bensonhurst, pensando en que lo vería de nuevo después de todo un año, _______ se preparaba para la posibilidad de que Parker nunca pasara de ser un amigo. Era una perspectiva desalentadora, pero al menos estaba segura de su amistad, y eso ya significaba mucho.
Detrás de _______, Lisa sacó del armario la última carga de ropa, que arrojó sobre la cama al lado de una maleta abierta.
–Estás pensando en Parker –dijo sonriendo–. Siempre que lo haces pones esa expresión soñadora... –Se interrumpió ante la llegada de Alexis Tierney, que se había detenido en el umbral, seguido por sus dos amigos.
–Les he dicho a estos –anunció Alexis, ladeando la cabeza hacia sus amigos, interponiéndose entre ellos y las chicas, pues con su cuerpo ocupaba casi toda la puerta– que están a punto de ver más belleza en esta habitación de la que hayan visto en todo el estado de Connecticut, pero como yo llegué primero, les llevo ventaja y elijo a _______. –Haciendo un guiño a Lisa se echó a un lado–. Caballeros –dijo abarcando la habitación con un gesto de la mano–, permitidme que os presente a mi segunda opción. –Los otros dos entraron con aspecto aburrido y engreído, como si pertenecieran a la Ivy League, el conjunto de las universidades prestigiosas más antiguas del país. Sin embargo, al ver a Lisa, quedaron petrificados.
El rubio musculoso que iba delante fue el primero en recuperar la compostura.
–Tú debes de ser _______ –le dijo a Lisa, con una expresión irónica que daba a entender que Alexis se había quedado con la mejor parte–. Yo soy Craig Huxford y este es Chase Vauthier. –Señaló a un joven moreno de unos veinte años, que contemplaba a Lisa como el hombre que finalmente ha encontrado la perfección.
Lisa se cruzó de brazos y observó a ambos jóvenes con expresión divertida.
–No soy _______.
Los muchachos volvieron la cabeza al unísono hacia el lado opuesto de la habitación, donde _______ estaba de pie.
–Dios... –susurró Craig Huxford, atónito.
–Dios... –repitió Chase Vauthier. Ambos miraban alternativamente a una muchacha y a la otra.
_______ se mordió el labio para no estallar en carcajadas ante una reacción tan absurda. Lisa arqueó las cejas y habló con voz firme.
–Bueno, chicos, cuando hayáis terminado vuestras oraciones os ofreceremos una gaseosa de agradecimiento por vuestra ayuda. Estas cajas tienen que quedar listas para que se las lleven los de la mudanza.
Avanzaron sonriendo. Pero en ese momento entró en la habitación Philip Bancroft, media hora antes de lo previsto. Al ver allí a los tres muchachos enrojeció de ira.
–¿Qué diablos pasa aquí?
Los cinco jóvenes se quedaron perplejos, hasta que _______ intervino tratando de suavizar la situación. Presentó rápidamente a los chicos, pero Philip la ignoró y señaló la puerta con un gesto de la cabeza.
–¡Fuera! –En cuanto los muchachos salieron se volvió hacia su hija–. Creí que según las reglas del colegio el acceso a este edificio le está prohibido a todo hombre que no sea padre de una alumna.
Mentía. En cierta ocasión, dos años antes, se había presentado inopinadamente en Bensonhurst y, cuando llegó a los dormitorios, un domingo a las cuatro de la tarde, vio que en la sala de estar anexa al vestíbulo se hallaban sentados algunos muchachos. Hasta entonces la dirección había permitido la presencia de varones en aquella sala, aunque solo durante los fines de semana. Después de aquel día se les prohibió el acceso de modo terminante. Philip fue, más que el instigador, el autor material del cambio de reglas. Había entrado como una fiera en la oficina de la jefa de administración y la acusó de cometer una grave negligencia y de fomentar la delincuencia juvenil... Le dijo de todo, y no solo amenazó con retirar la donación de la familia Bancroft, sino también con escribir a todos los padres de Bensonhurst para informarles de lo sucedido.
_______ trató de reprimir su ira y su humillación por lo que su padre había hecho a tres chicos que no merecían semejante trato.
–En primer lugar –dijo– el año escolar terminó ayer, de modo que en este momento las reglas no valen. Segundo, estos chicos no hacían más que ayudarnos a apilar las cajas para su envío...
–Tenía la impresión –la interrumpió Philip– de que era yo quien iba a encargarme de hacerlo está mañana. Creo que por eso me he levantado de la cama a... –La voz de la administradora interrumpió la perorata.
–Disculpe, señor Bancroft. Tiene una llamada telefónica urgente.
Cuando su padre salió, _______ se hundió en la cama y Lisa golpeó el escritorio con una botella de gaseosa.
–¡No logro entender a ese hombre! ¡Es imposible! –exclamó furiosa–. No te deja salir con nadie que él no haya conocido desde siempre, y a todos los demás los echa a patadas. Te regaló un automóvil cuando cumpliste dieciséis años, pero no te permite conducirlo. Maldita sea, tengo cuatro hermanos italianos y todos juntos no me protegen tan insoportable y excesivamente como tu padre te protege a ti. –Sin darse cuenta de que estaba atizando el fuego de la furiosa frustración de _______, se sentó al lado de esta y prosiguió–: _______, tienes que hacer algo o de lo contrario este verano te resultará peor que el pasado. Yo estaré lejos la mitad del verano, así que ni siquiera me tendrás a mí como apoyo.
En efecto, la dirección de Bensonhurst valoraba hasta tal punto no solo las notas de Lisa, sino también su talento artístico, que se le había concedido una beca de seis semanas para estudiar en cualquier ciudad europea de su elección, en concordancia con sus planes de futuro. Lisa se decidió por Roma y se había matriculado en un cursillo intensivo de interiorismo.
_______ se apoyó contra la pared.
–No me preocupa tanto el verano como lo que pueda pasar en septiembre.
Lisa estaba al corriente de la dispu/ta entablada entre padre e hija con respecto a la universidad que esta última había elegido, la Universidad del Noroeste. De hecho, Lisa había aceptado la beca completa que le ofrecía esa misma universidad, rechazando otras, para estar al lado de _______. Pero el padre de su amiga insistía en que esta se matriculara en el Maryville College, poco más que una escuela privada de educación social para señoritas de la élite, situada en un lujoso barrio residencial de Chicago. _______ consintió en hacer la solicitud en ambos centros, y en los dos fue aceptada. Ahora, ella y su padre mantenían sus respectivas posiciones.
–¿Crees de veras que podrás convencerlo de que no te mande a Maryville?
–¡No voy a ir a ese sitio!
–Ambas sabemos que es el quien va a pagarte la matrícula.
_______ exhaló un hondo suspiro.
–Cederá. Sé que me protege hasta extremos absurdos, pero quiere lo mejor para mí, de veras, y en la Noroeste tienen un gran profesorado en administración de empresas. En cambio, un título de Maryville no vale el papel en que está escrito.
Lisa pasó de la ira al desconcierto al pensar en Philip Bancroft, un hombre a quien conocía pero al que era incapaz de comprender.
–Ya sé que quiere lo mejor para ti y admito que no es como la mayoría de los padres que envían aquí a sus hijos. Por lo menos, a él le importas. Te llama todas las semanas y ha venido siempre que hubo un acontecimiento escolar. –A Lisa la escandalizaba el hecho de que, en su mayor parte, los padres del alumnado de Bensonhurst parecían vivir completamente ajenos a sus hijas. Los regalos lujosos que llegaban por correo eran el sustituto de las visitas, de las llamadas telefónicas y las cartas–. Tal vez sería una buena idea que yo le hablara personalmente para intentar convencerle de que te deje ir a la Noroeste.
_______ le dirigió una mirada irónica e inquirió:
–¿Qué crees que conseguirías con eso?
Inclinándose, Lisa dio un frustrado tirón a su media izquierda y volvió a anudarse el zapato.
–Lo mismo que la última vez que me encaré con él para defenderte... Empezó a pensar que ejerzo sobre ti una influencia perniciosa. –Para impedir que tal cosa ocurriera, salvo en la ocasión del enfrentamiento, Lisa había tratado a Philip Bancroft como a un querido y respetado benefactor que le había conseguido una plaza gratis en Bensonhurst. Cuando él estaba presente, Lisa era la personificación de la deferencia cortés y del decoro femenino, aspectos tan opuestos a su carácter franco y llano y que le dificultaban terriblemente interpretar el papel, pero que en general a _______ le divertía.
Al principio, Philip parecía considerar a Lisa como a una especie de niña expósita, a la que había patrocinado y que le estaba sorprendiendo por lo bien que se defendía en Bensonhurst. Sin embargo, con el paso del tiempo dio a entender, con su modo tan brusco y reservado, que estaba orgulloso de ella e incluso que le tenía cierto afecto. Los padres de Lisa no podían permitirse el lujo de viajar a Bensonhurst para asistir a acontecimientos escolares, de modo que Philip los sustituía, llevando a Lisa y a _______ a comer juntas y mostrando interés por sus actividades académicas. Durante el primer curso, Philip incluso había ordenado a su secretaria que llamara a los Pontini para preguntarle a la madre de Lisa si quería que él le llevara personalmente algo a su hija en ocasión de la «semana de los padres». La señora Pontini aceptó el ofrecimiento y concertó una entrevista en el aeropuerto. Allí le entregó una caja de panadería llena de cannoli y otras pastas italianas, además de una bolsa de papel marrón con grandes bocadillos de salchichón. Philip se irritó ante la perspectiva de viajar en avión como un maldito vagabundo en la línea de autobuses Greyhound, con el almuerzo en la mano. Así se lo contó a _______. Aun así, le entregó los paquetes a Lisa, y siguió actuando de padre sustituto.
La noche anterior, con motivo de la ceremonia de graduación, le había regalado a _______ un topacio rosado con una gruesa cadena de oro, adquirido en Tiffany. A Lisa le hizo un regalo mucho menos caro, pero también magnífico: un brazalete de oro con las iniciales de la muchacha y la fecha artísticamente grabadas entre los arabescos de su superficie, comprado también en Tiffany.
Al principio, Lisa dudaba sobre cómo comportarse con Philip, porque aunque siempre obraba con cortesía, él se mantenía distante y reservado, igual que con su hija _______. Más tarde, después de sopesar sus acciones y de descartar su actitud, que juzgó ser una máscara, Lisa le dijo a _______ que en realidad su padre era como un osito de peluche con buen corazón. Alguien que ladraba y no mordía. Fue aquella conclusión totalmente errónea la que indujo a Lisa a interceder por _______ durante el verano posterior al segundo curso de bachillerato. En esa ocasión Lisa le comentó a Philip, con mucha cortesía y la más dulce de sus sonrisas, que debería darle más libertad a su hija durante el verano. La reacción de Philip a lo que él llamó «ingratitud» e «intromisión» fue iracunda, y si la muchacha no se hubiera apresurado a disculparse, su amistad con _______ y la beca de Bensonhurst habrían podido irse al garete; la beca, en beneficio de alguien «con más méritos», en palabras de Philip. El enfrentamiento dejó perpleja a Lisa, y no solo por la reacción de su benefactor, sino porque, según dedujo por lo que él mismo le dijo, Philip no se había limitado a sugerirle a Bensonhurst la concesión de una beca a la señorita Lisa Pontini, sino que había dispuesto que se la dieran a cargo de los fondos de la donación de la familia Bancroft. Este descubrimiento hizo que Lisa se sintiera una ingrata, aunque la airada reacción de Philip la dejó en un estado de iracunda frustración.
En aquel momento, Lisa sentía la misma rabia impotente y el mismo desconcierto ante las rígidas restricciones que Philip imponía a _______.
–¿Crees en serio –le preguntó a su amiga– que la razón de que se comporte como tu perro guardián se debe a que tu madre le fue infiel?
–No le fue infiel una única vez, sino que se acostaba con todo el mundo, desde domadores de caballos hasta camioneros. Convirtió a mi padre intencionadamente en el hazmerreír del mundo, manteniendo al descubierto relaciones ilícitas con tipos sórdidos. Cuando el año pasado le pregunté a Parker qué sabían de ella sus padres, me contó toda la historia. Al parecer, no había nadie que no estuviera al corriente de las hazañas de mi madre.
–Sí, ya lo sé, me lo contaste. Pero lo que no entiendo –prosiguió Lisa con acritud– es la razón de que tu padre actúe como si la carencia de moral fuera un fallo genético que has heredado de tu madre.
–Actúa de ese modo –respondió _______– porque efectivamente cree que hay algo de verdad en eso de mi herencia genética.
Las dos alzaron la cabeza, con aire culpable, cuando Philip Bancroft entró en la habitación. Bastó ver su cara ensombrecida para que _______ se olvidara de sus problemas.
–¿Qué sucede?
–Tu abuelo ha muerto esta mañana –contestó él con voz brusca y aturdida–. Un infarto. Voy al motel a buscar mis cosas y tomaremos el vuelo que sale dentro de una hora. –Se volvió hacia Lisa–. Te dejo a cargo del coche. Tú lo llevarás a casa.
–Naturalmente, señor Bancroft –se apresuró a decir Lisa–. Y siento mucho lo de su padre.
Cuando se hubo marchado, Lisa observó a _______, que mantenía la mirada fija en el umbral.
–¿_______? ¿Estás bien?
–Supongo que sí –contestó _______ con voz extraña.
–¿Tu abuelo es el que se casó con su secretaria hace años?
_______ asintió con la cabeza.
–Mi abuelo y mi padre no se llevaban muy bien. Al abuelo no lo he visto desde que cumplí once años. Pero llamaba para hablar con mi padre sobre asuntos de Bancroft. Y también me llamaba a mí. Era... era... Me gustaba. –Miró a Lisa con ojos tristes–. Aparte de mi padre, era mi único pariente cercano. Por lo demás, me quedan media docena de primos a los que ni siquiera conozco.
Junio de 1978
La habitación que _______ había compartido con Lisa durante cuatro años estaba atestada de cajas de embalaje y maletas a medio llenar. De la puerta del armario colgaban los gorros azules y los vestidos que habían llevado la noche anterior para la ceremonia de entrega de diplomas, así como las borlas de oro, muestra de que ambas habían obtenido el título de bachiller con nota máxima. Lisa estaba guardando suéteres en una caja dentro del armario. Más allá de la puerta de la habitación abierta, el corredor bullía y se oían voces masculinas, cosa nada habitual en Bensonhurst. Eran los padres, hermanos y novios de alumnas que, como _______ y Lisa, habían concluido sus estudios allí. Cargaban con las maletas y las cajas, llevándolas abajo. El padre de _______ había pasado la noche en un motel de la localidad y tardaría una hora en llegar, pero su hija había perdido la noción del tiempo. Abrumada por la nostalgia, hojeaba un grueso montón de fotografías que había sacado del escritorio. A menudo sonreía, pues cada una de ellas estaba asociada un recuerdo generalmente grato.
En efecto, los años pasados en Vermont habían sido maravillosos tanto para _______ como para Lisa. Si al principio esta temió ser marginada, ocurrió todo lo contrario: pronto se convirtió en el personaje que marcaba la pauta. Las otras estudiantes la consideraban un ser audaz, único. Durante el primer curso, fue Lisa la que organizó y condujo una triunfal incursión contra los chicos de Litchfield Prep, en represalia por su intento de llevarse las faldas de las alumnas de Bensonhurst. Durante el segundo curso Lisa diseño un escenario para la representación teatral que todos los años celebraba Bensonhurst, cosechando un éxito tan espectacular que la fotografía del escenario apareció en varios periódicos de diversas ciudades. Durante el tercer curso fue Lisa la escogida por Bill Fletcher para el baile de primavera. Además de ser el capitán del equipo de fútbol de su colegio, Bill era muy apuesto e inteligente. El día anterior al baile, había marcado dos goles sobre el césped y un tercero en un motel cercano, donde Lisa le entregó su virginidad. Después de este trascendental suceso, Lisa regresó a la habitación que compartía con _______ y alegremente dio la noticia a las cuatro muchachas que se habían reunido allí. Desplomándose sobre su cama, sonrió maliciosamente y anunció lo ocurrido.
–Ya no soy virgen. En lo sucesivo tenéis entera libertad para pedirme consejos e información.
Las otras chicas interpretaron la noticia como otra prueba de la intrépida independencia y sofisticación de Lisa, pues rieron y aplaudieron. Todas excepto _______, que se mostró preocupada y un tanto escandalizada. Aquella noche, estando ya a solas, las dos amigas riñeron por primera vez en serio desde que estaban en Bensonhurst.
–¡No puedo creer que hayas hecho eso! –estalló _______–. ¿Y si quedas embarazada? ¿Y si las otras chicas corren la voz? ¿Y si se enteran tus padres?
–No eres mi guardián y no respondes de mí, así que deja de hablar como mi madre –replicó Lisa, también enojada–. Si quieres esperar a Parker Reynolds o a otro mítico caballero medieval que te ponga la alfombra para llevarte a la cama, hazlo, pero no esperes lo mismo de las demás. No esperes que todas seamos como tu. Yo no me tragué toda aquella basura de la pureza que predicaban las monjas de Saint Stephen. –Arrojando la chaqueta en el armario, Lisa prosiguió su discurso vehemente–. Si fuiste lo bastante est/úpida para creerlo, sé virgen para siempre, pero no esperes que también lo sea yo. Y no soy tan descuidada como para quedar embarazada. Bill usó un preservativo. Además, las otras no van a decir nada porque ellas tampoco son vírgenes. La única virgencita traumatizada eres tú.
–¡Basta! –vociferó _______ con voz pétrea y la mirada fija en el escritorio. Aunque parecía mantener la calma, se vio asaltada por sentimientos de culpa y vergüenza, ya que ella era la responsable de que Lisa hubiera ido allí. Por otro lado, _______ sabía que era moralmente anticuada y que no tenía ningún derecho a imponerle a otra lo que le habían impuesto a ella–. No fue mi intención juzgarte, Lisa. Estaba preocupada por ti, eso es todo.
Tras un momento de tenso silencio, Lisa volvió el rostro hacia _______ y se disculpó.
–_______, lo siento.
–Olvídalo –musitó _______–. Tienes razón.
–No, no la tengo –admitió Lisa, lanzándole una mirada implorante y desesperada–. Lo que ocurre es que no soy como tú y no puedo serlo. No es que no lo haya intentado de vez en cuando...
Aquellas palabras provocaron una risa triste en _______.
–¿Por qué querrías ser como yo?
–Porque –respondió Lisa con una sonrisa forzada, para luego imitar a Humphrey Bogart– tienes clase, nena. Auténtica clase.
Su primer enfrentamiento real terminó con una tregua, declarada aquella misma noche en la heladería de Paulson ante sendos batidos de leche.
_______ lo recordó mientras repasaba las fotografías, hasta que asomó la cabeza de Lynn McLauglin.
–Alexis Tierney llamó esta mañana al teléfono público del corredor. Dijo que el de esta habitación ya está desconectado y me encargó que os comunicara que pronto llegará.
–¿A quién de las dos llamó? –preguntó Lisa, y Lynn respondió que a _______.
Lisa se situó frente a _______ y fingió estar enojada.
–¡Lo sabia! Anoche no apartó los ojos de ti y eso que yo hice de todo para atraer su atención. Nunca debí enseñarte a maquillarte y a comprarte tú misma la ropa.
–Ya empezamos –replicó _______ con una sonrisa–. Resultará que mi escasa popularidad entre unos pocos muchachos te la debo solo a ti.
Alexis Tierney cursaba sus estudios en Yale, y la noche anterior se había presentado obedientemente en Bensonhurst para asistir a la graduación de su hermana. Todas las chicas habían quedado deslumbradas ante el apuesto Alexis, que al ver a _______ el deslumbrado fue él y no lo ocultó.
–Escasa popularidad con unos pocos muchachos –repitió Lisa, que aun peinada con desenfado tenía un aspecto espléndido–. Si hubieras salido con la mitad de los chicos que te han invitado en los dos últimos años, habrías batido mi marca. Y no es necesario que te recuerde lo mucho que a mí me gusta salir...
En aquel momento la hermana de Alexis Tierney llamó discretamente a la puerta abierta.
–_______ –dijo, sonriendo con aire de impotencia–. Abajo está Alexis con un par de amigos que llegaron esta mañana de New Haven. Alexis declara estar decidido a ayudarte a hacer las maletas, a pedir tu mano o a hacerte el amor, lo que tú prefieras.
–Envíanos aquí a ese enfermo de amor y a sus amigos –dijo Lisa, sonriendo. Cuando Trish Tierney se hubo marchado, Lisa y _______ se miraron con complicidad. Opuestas en todo, completamente de acuerdo en todo...
Durante los cuatro años pasados en Bensonhurst, ambas habían experimentado grandes cambios, que eran mucho más evidentes en _______. Lisa siempre había sido llamativa. No tuvo que vencer obstáculos tales como la grasa juvenil o las gafas. _______, en cambio, dos años antes se desprendió de la maldición de las gafas, empezó a utilizar lentes de contacto que se pagó ella misma ahorrando de su mensualidad. Ahora _______ deslumbraba con la belleza de sus ojos. La naturaleza y el tiempo se habían encargado de hacer el resto, acentuando los delicados rasgos de la muchacha, espesando su pelo rubio y perfeccionando su silueta donde la estética lo exigía.
Lisa, con su flamante pelo rizado y su encantadora actitud, a los dieciocho años era mundana y llamativa, mientras que _______ tenía un temperamento sereno acorde con su belleza. La vivacidad de Lisa atraía a los hombres; la sonriente reserva de _______ los retaba. Siempre que las dos salían juntas los hombres se volvían a mirarlas, lo cual entusiasmaba a Lisa. Le excitaban las citas, todo nuevo idilio era un placer. En cambio, _______ recibió su popularidad entre los hombres con curiosidad más bien fría. Le gustaba estar con jóvenes que la llevaban a esquiar, a bailar o a fiestas, pero pasada la novedad del éxito, salir con alguien por el que solo sentía amistad era agradable, pero ni mucho menos tan excitante como había imaginado. Sentía lo mismo con respecto a los besos. Lisa lo atribuía al hecho de que _______ había idealizado equivocadamente a Parker, con el que seguía comparando a todo muchacho a quien conocía. Sin duda estaba en lo cierto, pero la falta de entusiasmo de _______ se debía también a otro hecho: el haberse criado en una casa de adultos, y, aun peor, dominada por un hombre de negocios dinámico y enérgico. Y aunque los chicos de Litchfield Prep eran agradables y se podía pasar un buen rato con ellos, _______ se sentía invariablemente mucho más adulta.
Desde la niñez, sabía que deseaba un título universitario y ocupar algún día el lugar que le correspondía en Bancroft & Company. Los alumnos de Litchfield, e incluso sus hermanos mayores en edad universitaria, no parecían tener otro interés y objetivo que el sexo, el deporte y la bebida. La idea de entregar su virginidad a cualquier joven cuyo mayor deseo consistía en añadir un nombre a la lista de chicas de Bensonhurst desvirgadas por el alumnado de Litchfield –una lista que, se decía, estaba colgada en Grown Hall, en Litchfield–, le resultaba no solo disparatada, sino también sórdida y humillante.
Cuando intimara con alguien, tendría que ser una persona a la que admirara y en quien confiara. _______ anhelaba un romance impregnado de ternura y comprensión. Siempre que pensaba en una relación sexual, esta no era más que un componente, el principal quizá, de un vasto escenario: paseos por la playa, charlas, manos entrelazadas, largas noches frente a una hoguera contemplando las llamas y conversando. Después de haber intentado durante años inútilmente la comunicación con su padre, _______ estaba decidida a que su futuro amante fuera una persona con la que poder hablar y compartir sus pensamientos. Y siempre que imaginaba a este amante, aparecía Parker.
Durante los años en Bensonhurst se las había arreglado para ver a Parker con cierta frecuencia, cuando iba a pasar las vacaciones a su casa. Su empeño por encontrarse con el hombre de sus sueños no era difícil porque ambas familias pertenecían al club de campo de Glenmoor. Era tradicional en Glenmoor que los socios acudieran cuando había fiestas importantes, como bailes y acontecimientos deportivos. Hasta hacía unos meses, en que cumplió los dieciocho años, a _______ se le había prohibido el acceso a las reuniones para adultos organizadas por el club, pero aun así había conseguido aprovechar otras oportunidades que Glenmoor ofrecía. Todos los veranos invitaba a Parker a ser su pareja en los encuentros de tenis de los estudiantes de tercer y cuarto curso. Él siempre aceptaba graciosamente la invitación, aunque los partidos acabaran en clamorosas derrotas, debido a los nervios que le provocaba a _______ jugar con él. _______ había utilizado también otros trucos, como convencer a su padre de que ofreciera cenas todos los veranos, una de las cuales incluía invariablemente como invitada a la familia de Parker. Puesto que la familia del joven era propietaria del banco en que estaban depositados los fondos de Bancroft & Company, y como Parker trabajaba ya en el propio banco, estaba prácticamente obligado a asistir a las cenas por razones de negocios y para ser el compañero de mesa de _______.
_______ se las había ingeniado para detenerse bajo el muérdago colgado en el vestíbulo cuando Parker y su familia hacían su visita de Navidad a casa de los Bancroft. Y siempre acompañaba a su padre cuando había que devolver la visita a los Reynolds.
Fruto de todo ello, durante su primer año en Bensonhurst Parker le dio a _______ el primer beso de su vida. Ese recuerdo la nutrió hasta la siguiente Navidad, soñaba con lo que él habría sentido, y con su perfume y su manera de sonreír antes de besarla.
Siempre que Parker cenaba en casa de los Bancroft, _______ se extasiaba oyéndole hablar de los negocios del banco, pero le gustaban aún más los paseos posteriores, cuando los adultos se quedaban conversando y bebiendo coñac. Durante el paseo del último verano _______ descubrió horrorizada que Parker siempre había sabido lo que ella sentía por él. El joven inició la conversación preguntándole cómo lo había pasado esquiando en Vermont durante el invierno anterior, y _______ le conté una divertida historia relacionada con el capitán del equipo de esquí de Litchfield. Este tuvo que deslizarse a toda velocidad a la caza de un esquí de _______. Cuando Parker dejó de reír, susurró con una sonrisa solemne:
–Cada vez estás más hermosa. Supongo que siempre he sabido que tarde o temprano alguien iba a suplantarme en tu corazón, pero nunca supuse que el usurpador sería un tipo que recuperó tu esquí. En realidad –añadió bromeando–, me estaba acostumbrando a ser tu héroe romántico favorito.
El orgullo y el sentido común impidieron que _______ replicara que estaba equivocado, que nadie lo había suplantado, fingiendo incluso que él nunca había tenido un lugar en su corazón. Además, como Parker no parecía afectado por su imaginario abandono, _______ hizo lo único que podía hacer: salvar la amistad y al mismo tiempo tratar sus sentimientos como si también ella los considerase una divertida historia del pasado juvenil.
–¿Conocías mis sentimientos? –le preguntó a Parker, y consiguió sonreír.
–Sí –admitió él, devolviéndole la sonrisa–. Solía preguntarme si tu padre se daría cuenta y saldría a buscarme con una pistola. Te protege mucho.
–Ya lo he notado –contestó _______ medio en broma, pensando que el asunto era muy serio.
Parker se echó a reír y luego volvió sobre el tema anterior.
–Aunque tu corazón pertenezca a un esquiador, espero que eso no impida que continúen nuestros paseos, nuestras cenas y nuestros partidos de tenis. Siempre he disfrutado con estas cosas, lo digo en serio.
Terminaron hablando de los planes universitarios de _______ y de su intención de seguir los pasos de sus antecesores, hasta llegar a la presidencia de la empresa Bancroft & Company algún día aún muy lejano. Solo Parker parecía comprender lo que ella sentía al respecto. Y además, creía con sinceridad que _______ conseguiría su objetivo si de veras se esforzaba.
Ahora, sentada en el dormitorio de Bensonhurst, pensando en que lo vería de nuevo después de todo un año, _______ se preparaba para la posibilidad de que Parker nunca pasara de ser un amigo. Era una perspectiva desalentadora, pero al menos estaba segura de su amistad, y eso ya significaba mucho.
Detrás de _______, Lisa sacó del armario la última carga de ropa, que arrojó sobre la cama al lado de una maleta abierta.
–Estás pensando en Parker –dijo sonriendo–. Siempre que lo haces pones esa expresión soñadora... –Se interrumpió ante la llegada de Alexis Tierney, que se había detenido en el umbral, seguido por sus dos amigos.
–Les he dicho a estos –anunció Alexis, ladeando la cabeza hacia sus amigos, interponiéndose entre ellos y las chicas, pues con su cuerpo ocupaba casi toda la puerta– que están a punto de ver más belleza en esta habitación de la que hayan visto en todo el estado de Connecticut, pero como yo llegué primero, les llevo ventaja y elijo a _______. –Haciendo un guiño a Lisa se echó a un lado–. Caballeros –dijo abarcando la habitación con un gesto de la mano–, permitidme que os presente a mi segunda opción. –Los otros dos entraron con aspecto aburrido y engreído, como si pertenecieran a la Ivy League, el conjunto de las universidades prestigiosas más antiguas del país. Sin embargo, al ver a Lisa, quedaron petrificados.
El rubio musculoso que iba delante fue el primero en recuperar la compostura.
–Tú debes de ser _______ –le dijo a Lisa, con una expresión irónica que daba a entender que Alexis se había quedado con la mejor parte–. Yo soy Craig Huxford y este es Chase Vauthier. –Señaló a un joven moreno de unos veinte años, que contemplaba a Lisa como el hombre que finalmente ha encontrado la perfección.
Lisa se cruzó de brazos y observó a ambos jóvenes con expresión divertida.
–No soy _______.
Los muchachos volvieron la cabeza al unísono hacia el lado opuesto de la habitación, donde _______ estaba de pie.
–Dios... –susurró Craig Huxford, atónito.
–Dios... –repitió Chase Vauthier. Ambos miraban alternativamente a una muchacha y a la otra.
_______ se mordió el labio para no estallar en carcajadas ante una reacción tan absurda. Lisa arqueó las cejas y habló con voz firme.
–Bueno, chicos, cuando hayáis terminado vuestras oraciones os ofreceremos una gaseosa de agradecimiento por vuestra ayuda. Estas cajas tienen que quedar listas para que se las lleven los de la mudanza.
Avanzaron sonriendo. Pero en ese momento entró en la habitación Philip Bancroft, media hora antes de lo previsto. Al ver allí a los tres muchachos enrojeció de ira.
–¿Qué diablos pasa aquí?
Los cinco jóvenes se quedaron perplejos, hasta que _______ intervino tratando de suavizar la situación. Presentó rápidamente a los chicos, pero Philip la ignoró y señaló la puerta con un gesto de la cabeza.
–¡Fuera! –En cuanto los muchachos salieron se volvió hacia su hija–. Creí que según las reglas del colegio el acceso a este edificio le está prohibido a todo hombre que no sea padre de una alumna.
Mentía. En cierta ocasión, dos años antes, se había presentado inopinadamente en Bensonhurst y, cuando llegó a los dormitorios, un domingo a las cuatro de la tarde, vio que en la sala de estar anexa al vestíbulo se hallaban sentados algunos muchachos. Hasta entonces la dirección había permitido la presencia de varones en aquella sala, aunque solo durante los fines de semana. Después de aquel día se les prohibió el acceso de modo terminante. Philip fue, más que el instigador, el autor material del cambio de reglas. Había entrado como una fiera en la oficina de la jefa de administración y la acusó de cometer una grave negligencia y de fomentar la delincuencia juvenil... Le dijo de todo, y no solo amenazó con retirar la donación de la familia Bancroft, sino también con escribir a todos los padres de Bensonhurst para informarles de lo sucedido.
_______ trató de reprimir su ira y su humillación por lo que su padre había hecho a tres chicos que no merecían semejante trato.
–En primer lugar –dijo– el año escolar terminó ayer, de modo que en este momento las reglas no valen. Segundo, estos chicos no hacían más que ayudarnos a apilar las cajas para su envío...
–Tenía la impresión –la interrumpió Philip– de que era yo quien iba a encargarme de hacerlo está mañana. Creo que por eso me he levantado de la cama a... –La voz de la administradora interrumpió la perorata.
–Disculpe, señor Bancroft. Tiene una llamada telefónica urgente.
Cuando su padre salió, _______ se hundió en la cama y Lisa golpeó el escritorio con una botella de gaseosa.
–¡No logro entender a ese hombre! ¡Es imposible! –exclamó furiosa–. No te deja salir con nadie que él no haya conocido desde siempre, y a todos los demás los echa a patadas. Te regaló un automóvil cuando cumpliste dieciséis años, pero no te permite conducirlo. Maldita sea, tengo cuatro hermanos italianos y todos juntos no me protegen tan insoportable y excesivamente como tu padre te protege a ti. –Sin darse cuenta de que estaba atizando el fuego de la furiosa frustración de _______, se sentó al lado de esta y prosiguió–: _______, tienes que hacer algo o de lo contrario este verano te resultará peor que el pasado. Yo estaré lejos la mitad del verano, así que ni siquiera me tendrás a mí como apoyo.
En efecto, la dirección de Bensonhurst valoraba hasta tal punto no solo las notas de Lisa, sino también su talento artístico, que se le había concedido una beca de seis semanas para estudiar en cualquier ciudad europea de su elección, en concordancia con sus planes de futuro. Lisa se decidió por Roma y se había matriculado en un cursillo intensivo de interiorismo.
_______ se apoyó contra la pared.
–No me preocupa tanto el verano como lo que pueda pasar en septiembre.
Lisa estaba al corriente de la dispu/ta entablada entre padre e hija con respecto a la universidad que esta última había elegido, la Universidad del Noroeste. De hecho, Lisa había aceptado la beca completa que le ofrecía esa misma universidad, rechazando otras, para estar al lado de _______. Pero el padre de su amiga insistía en que esta se matriculara en el Maryville College, poco más que una escuela privada de educación social para señoritas de la élite, situada en un lujoso barrio residencial de Chicago. _______ consintió en hacer la solicitud en ambos centros, y en los dos fue aceptada. Ahora, ella y su padre mantenían sus respectivas posiciones.
–¿Crees de veras que podrás convencerlo de que no te mande a Maryville?
–¡No voy a ir a ese sitio!
–Ambas sabemos que es el quien va a pagarte la matrícula.
_______ exhaló un hondo suspiro.
–Cederá. Sé que me protege hasta extremos absurdos, pero quiere lo mejor para mí, de veras, y en la Noroeste tienen un gran profesorado en administración de empresas. En cambio, un título de Maryville no vale el papel en que está escrito.
Lisa pasó de la ira al desconcierto al pensar en Philip Bancroft, un hombre a quien conocía pero al que era incapaz de comprender.
–Ya sé que quiere lo mejor para ti y admito que no es como la mayoría de los padres que envían aquí a sus hijos. Por lo menos, a él le importas. Te llama todas las semanas y ha venido siempre que hubo un acontecimiento escolar. –A Lisa la escandalizaba el hecho de que, en su mayor parte, los padres del alumnado de Bensonhurst parecían vivir completamente ajenos a sus hijas. Los regalos lujosos que llegaban por correo eran el sustituto de las visitas, de las llamadas telefónicas y las cartas–. Tal vez sería una buena idea que yo le hablara personalmente para intentar convencerle de que te deje ir a la Noroeste.
_______ le dirigió una mirada irónica e inquirió:
–¿Qué crees que conseguirías con eso?
Inclinándose, Lisa dio un frustrado tirón a su media izquierda y volvió a anudarse el zapato.
–Lo mismo que la última vez que me encaré con él para defenderte... Empezó a pensar que ejerzo sobre ti una influencia perniciosa. –Para impedir que tal cosa ocurriera, salvo en la ocasión del enfrentamiento, Lisa había tratado a Philip Bancroft como a un querido y respetado benefactor que le había conseguido una plaza gratis en Bensonhurst. Cuando él estaba presente, Lisa era la personificación de la deferencia cortés y del decoro femenino, aspectos tan opuestos a su carácter franco y llano y que le dificultaban terriblemente interpretar el papel, pero que en general a _______ le divertía.
Al principio, Philip parecía considerar a Lisa como a una especie de niña expósita, a la que había patrocinado y que le estaba sorprendiendo por lo bien que se defendía en Bensonhurst. Sin embargo, con el paso del tiempo dio a entender, con su modo tan brusco y reservado, que estaba orgulloso de ella e incluso que le tenía cierto afecto. Los padres de Lisa no podían permitirse el lujo de viajar a Bensonhurst para asistir a acontecimientos escolares, de modo que Philip los sustituía, llevando a Lisa y a _______ a comer juntas y mostrando interés por sus actividades académicas. Durante el primer curso, Philip incluso había ordenado a su secretaria que llamara a los Pontini para preguntarle a la madre de Lisa si quería que él le llevara personalmente algo a su hija en ocasión de la «semana de los padres». La señora Pontini aceptó el ofrecimiento y concertó una entrevista en el aeropuerto. Allí le entregó una caja de panadería llena de cannoli y otras pastas italianas, además de una bolsa de papel marrón con grandes bocadillos de salchichón. Philip se irritó ante la perspectiva de viajar en avión como un maldito vagabundo en la línea de autobuses Greyhound, con el almuerzo en la mano. Así se lo contó a _______. Aun así, le entregó los paquetes a Lisa, y siguió actuando de padre sustituto.
La noche anterior, con motivo de la ceremonia de graduación, le había regalado a _______ un topacio rosado con una gruesa cadena de oro, adquirido en Tiffany. A Lisa le hizo un regalo mucho menos caro, pero también magnífico: un brazalete de oro con las iniciales de la muchacha y la fecha artísticamente grabadas entre los arabescos de su superficie, comprado también en Tiffany.
Al principio, Lisa dudaba sobre cómo comportarse con Philip, porque aunque siempre obraba con cortesía, él se mantenía distante y reservado, igual que con su hija _______. Más tarde, después de sopesar sus acciones y de descartar su actitud, que juzgó ser una máscara, Lisa le dijo a _______ que en realidad su padre era como un osito de peluche con buen corazón. Alguien que ladraba y no mordía. Fue aquella conclusión totalmente errónea la que indujo a Lisa a interceder por _______ durante el verano posterior al segundo curso de bachillerato. En esa ocasión Lisa le comentó a Philip, con mucha cortesía y la más dulce de sus sonrisas, que debería darle más libertad a su hija durante el verano. La reacción de Philip a lo que él llamó «ingratitud» e «intromisión» fue iracunda, y si la muchacha no se hubiera apresurado a disculparse, su amistad con _______ y la beca de Bensonhurst habrían podido irse al garete; la beca, en beneficio de alguien «con más méritos», en palabras de Philip. El enfrentamiento dejó perpleja a Lisa, y no solo por la reacción de su benefactor, sino porque, según dedujo por lo que él mismo le dijo, Philip no se había limitado a sugerirle a Bensonhurst la concesión de una beca a la señorita Lisa Pontini, sino que había dispuesto que se la dieran a cargo de los fondos de la donación de la familia Bancroft. Este descubrimiento hizo que Lisa se sintiera una ingrata, aunque la airada reacción de Philip la dejó en un estado de iracunda frustración.
En aquel momento, Lisa sentía la misma rabia impotente y el mismo desconcierto ante las rígidas restricciones que Philip imponía a _______.
–¿Crees en serio –le preguntó a su amiga– que la razón de que se comporte como tu perro guardián se debe a que tu madre le fue infiel?
–No le fue infiel una única vez, sino que se acostaba con todo el mundo, desde domadores de caballos hasta camioneros. Convirtió a mi padre intencionadamente en el hazmerreír del mundo, manteniendo al descubierto relaciones ilícitas con tipos sórdidos. Cuando el año pasado le pregunté a Parker qué sabían de ella sus padres, me contó toda la historia. Al parecer, no había nadie que no estuviera al corriente de las hazañas de mi madre.
–Sí, ya lo sé, me lo contaste. Pero lo que no entiendo –prosiguió Lisa con acritud– es la razón de que tu padre actúe como si la carencia de moral fuera un fallo genético que has heredado de tu madre.
–Actúa de ese modo –respondió _______– porque efectivamente cree que hay algo de verdad en eso de mi herencia genética.
Las dos alzaron la cabeza, con aire culpable, cuando Philip Bancroft entró en la habitación. Bastó ver su cara ensombrecida para que _______ se olvidara de sus problemas.
–¿Qué sucede?
–Tu abuelo ha muerto esta mañana –contestó él con voz brusca y aturdida–. Un infarto. Voy al motel a buscar mis cosas y tomaremos el vuelo que sale dentro de una hora. –Se volvió hacia Lisa–. Te dejo a cargo del coche. Tú lo llevarás a casa.
–Naturalmente, señor Bancroft –se apresuró a decir Lisa–. Y siento mucho lo de su padre.
Cuando se hubo marchado, Lisa observó a _______, que mantenía la mirada fija en el umbral.
–¿_______? ¿Estás bien?
–Supongo que sí –contestó _______ con voz extraña.
–¿Tu abuelo es el que se casó con su secretaria hace años?
_______ asintió con la cabeza.
–Mi abuelo y mi padre no se llevaban muy bien. Al abuelo no lo he visto desde que cumplí once años. Pero llamaba para hablar con mi padre sobre asuntos de Bancroft. Y también me llamaba a mí. Era... era... Me gustaba. –Miró a Lisa con ojos tristes–. Aparte de mi padre, era mi único pariente cercano. Por lo demás, me quedan media docena de primos a los que ni siquiera conozco.
anasmile
Re: Paraiso Robado( Nick y y tu)
dios q frustrante es ese padre de la rayis de y no le dice q estudie en su casa ..
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ElitzJb
Re: Paraiso Robado( Nick y y tu)
capitulo 6
En el vestíbulo de la casa de Philip Bancroft, Jonathan Sommers vacilaba incómodo, buscando entre la multitud que, como él, se había congregado para dar el pésame en el día del funeral de Cyril Bancroft. Sommers detuvo a uno de los mozos que pasaba con una bandeja de bebidas, y cogió dos copas destinadas a otros huéspedes. Mezcló el vodka con tónica y dejó el vaso vacío en una gran maceta con un helecho; después bebió un sorbo de whisky del otro vaso, pero de inmediato arrugó la nariz, porque no era Chivas Regal. El vodka, más la ginebra que había bebido fuera, en e1 coche, le hizo sentirse más capaz de soportar las formalidades del funeral. A su lado, una mujer entrada en años que se apoyaba en un bastón lo miraba con curiosidad. Come los buenos modales requerían que él le hablase, el joven trató de hallar una frase cordial apropiada para la ocasión.
–No me gustan los funerales –dijo por fin–. ¿Y a usted?
–A mí me encantan –respondió ella con tono afable–. A mi edad, un funeral es un triunfo, porque no soy la protagonista.
Jon reprimió una carcajada, aunque solo fuese porque habría sido una grave falta de etiqueta. Le habían enseñado a observar las formas. Excusándose, dejé el vaso en una mesita y fue en busca de un whisky mejor. A sus espaldas la anciana tomó el vaso y delicadamente bebió un sorbo.
–Whisky barato –musitó con disgusto, dejando el vaso sobre la mesita.
Minutos más tarde, Jon vio a Parker Reynolds, de pie en una habitación contigua a la sala de estar. Le acompañaban dos muchachas y otro hombre. Sommers se detuvo en el mueble bar para proveerse de otra bebida, luego se unió a su amigo.
–Gran fiesta, ¿eh? –preguntó con una sonrisa sarcástica.
–Creí que te disgustaban los funerales y que nunca ibas a ellos –comentó Parker cuando cesó el coro de saludos.
–Los odio –confirmó Sommers–. No he venido aquí para dar el pésame por la muerte de Cyril Bancroft, sino para proteger mi herencia. –Bebió un sorbo, como si quisiera disipar la rabia contenida en sus siguientes palabras–. Mi padre me amenaza con desheredarme de nuevo, con la diferencia de que, en mi opinión, esta vez el viejo bastardo habla en serio.
Leigh Ackerman, una muchacha de pelo castaño y bonita figura, lo miró entre divertida e incrédula.
–¿Tu padre va a desheredarte por no asistir a funerales?
–No, querida. Mi padre me desheredará si no siento cabeza y hago algo útil con mi vida. En este caso, significa que tengo que asistir a los funerales de viejos amigos de la familia, como este, y participar en la más reciente empresa familiar. De lo contrario, adiós a los adorables caudales de la herencia.
–Suena fuerte –dijo Parker, pero su sonrisa no tenía nada de solidario–. ¿Cuál es ese nuevo negocio al que quiere asociarte tu padre?
–Pozos de petróleo. Más pozos de petróleo. Esta vez el viejo ha llegado a un acuerdo con el gobierno venezolano para la exploración petrolífera.
Shelly Filmore se miró en un espejito de marco dorado por encima del hombro de Jon y se llevó un dedo a la comisura de los labios para reparar un pequeño borrón de carmín.
–No me digas que quiere enviarte a Sudamérica.
–No tanto –replicó Jonathan con amargo sarcasmo–. Mi padre me ha convertido en un glorificado entrevistador de aspirantes. Yo recluto a los equipos que han de desplazarse a Venezuela. Es decir, reclutaba... ¿No sabéis lo que hizo el viejo cretino?
Los amigos estaban tan acostumbrados a las quejas de Jon contra su padre como lo estaban a sus borracheras, pero de todos modos lo dejaron hablar para enterarse del último acontecimiento.
–¿Qué hizo? –le preguntó Doug Chalfont.
–Me vigiló. Me examinó, mejor dicho. Cuando ya había elegido a los primeros quince hombres, sanos y experimentados, se presenta el viejo e insiste en verlos él en persona, es decir, que quiso juzgar mi capacidad para elegir. Rechazó a la mitad de mis escogidos, y el único candidato que realmente le causó una gran impresión fue un tipo llamado Farrell, que trabaja en una fábrica de acero y a quien yo iba a descartar. Lo más cerca que Farrell ha estado de un pozo de petróleo fue hace dos años, en un campo de maíz de Indiana, donde trabajé en unos pozos muy pequeños. Nunca ha visto un gran pozo como los que vamos a perforar en Venezuela. Y por si esto fuera poco, a Farrell le importan un comino los malditos pozos de petróleo. Su único interés es la recompensa de ciento cincuenta mil dólares que se le pagará si se queda dos años al pie del cañón en Venezuela. Se lo dijo a mi padre en la cara.
–¿Y por qué lo aceptó tu viejo?
–Le gustó el estilo de Farrell –contestó Jonathan con voz burlona, y luego apuré su vaso de un trago–. Le gustaron las ideas de Farrell con respecto a lo que iba a hacer con el dinero de la recompensa. Mie/rda, temí que el viejo cambiara de idea y fuera a darle a Farrell mi puesto en lugar de enviarlo a Sudamérica. Pero no. El mes que viene tengo que traer a Farrell a Chicago para «familiarizarlo con nuestro modo de operar y presentarle gente».
–Jon –dijo Leigh con calma–, O te estás emborrachando o tu voz está subiendo de volumen.
–Lo siento –se excusó Sommers–, pero durante dos días enteros tuve que soportar a mi padre entonando las excelencias de este tipo. Os aseguro que Farrell es un arrogante y ambicioso hijo de pu/ta. No tiene clase, no tiene dinero, no tiene nada.
–Suena divino –bromeó Leigh.
Como los otros permanecían en silencio, Jon se puso a la defensiva.
–Si creéis que exagero, lo traeré al club para el baile del Cuatro de Julio. Veréis con vuestros propios ojos la clase de hombre que mi padre desearía que fuera su hijo.
–No seas idi/ota –le espetó Shelly–. A tu padre quizá le guste ese hombre como empleado, pero te castrará si te presentas en Glenmoor con alguien así.
–Ya lo sé –convino Jon con una sonrisa forzada–. Pero valdrá la pena.
–No nos mortifiques con él si lo traes aquí –le advirtió ella después de intercambiar una mirada con Leigh–. No vamos a pasar la noche tratando de entretener a un obrero solo porque tú quieras molestar a tu padre.
–No habrá ningún problema. Dejaré que Farrell se las arregle solo, que haga el ridículo delante de mi padre, que estará observando cómo se debate en un mar de dudas ante el dilema de qué tenedor usar. Después de todo, fue el viejo quien me pidió que «lo presentara» y lo «cuidara» durante su estancia en Chicago.
Parker sonrió ante la expresión feroz de Sommers.
–Debe de haber un modo más sencillo de resolver tu problema.
–Lo hay –respondió Jon–. Puedo buscarme una mujer rica que corra con los gastos de mi estilo de vida, y entonces le diré a mi padre que se vaya a la mie/rda. –Miró a un lado e hizo señas a una bonita camarera que estaba repartiendo las bebidas de una bandeja. La chica se acercó, presurosa, y Jon le sonrió.
–No solo eres bonita –le dijo al tiempo que depositaba su vaso vacío en la bandeja y tomaba otro lleno–. Eres un salvavidas.
La muchacha sonrió con nerviosismo y se ruborizó. Todos, incluido Jon, advirtieron que no era insensible a su musculoso cuerpo ni a sus agradables rasgos. Inclinándose hacia ella Sommers le susurró:
–¿No estarás trabajando aquí para gastarnos una broma y resulte que tu padre sea dueño de un banco obtenga un asiento en la bolsa?
–¿Qué? Quiero decir, no –farfulló ella, encantadoramente nerviosa.
Jon sonrió maliciosamente.
–¿Ningún asiento en la bolsa? ¿Y qué hay de algunas fábricas o pozos de petróleo?
–Es... fontanero –respondió ella.
Jon dejó de sonreír y respiró hondo.
–Entonces el matrimonio está descartado. La candidata que obtenga mi mano deberá poseer ciertos requisitos sociales y económicos. Sin embargo, podríamos tener una aventura. ¿Por qué no me esperas en mi coche dentro de media hora? Es el Ferrari rojo aparcado frente a la puerta principal.
La chica se alejó con expresión a la vez ofendida e intrigada.
–Estás hecho un cretino –dijo Shelly.
Doug Chalfont le dio un codazo de complicidad a Jon y ahogó una risita.
–Te apuesto cincuenta dólares a que cuando salgas la chica te estará esperando en el coche.
Jon volvió la cabeza y se disponía a contestar cuando una rubia espléndida, que lucía un ajustado vestido negro, de cuello alto y mangas cortas, atrajo su atención. La muchacha bajaba por la escalera que conducía a la sala de estar. Se quedé mirándola boquiabierto, mientras ella se detenía para intercambiar unas palabras con una anciana pareja. Un grupo de gente le impidió verla y él se inclinó para seguir contemplándola.
–¿A quién miras? –le preguntó Doug, siguiendo su mirada.
–No sé quién es, pero me gustaría averiguarlo.
–¿Dónde está? –inquirió Shelly, y de pronto todos miraron hacia el mismo punto.
–¡Allí! –exclamó Jon, señalando con el brazo en el momento en que se dispersaba el grupo y se veía de nuevo a la joven rubia.
Parker la reconoció y sonrió.
–Hace años que todos la conocen, aunque últimamente no la hayan visto.
Cuatro rostros perplejos se volvieron hacia él. Su sonrisa se hizo más amplia.
–Esa señorita, amigos míos, es _______ Bancroft.
–¡Estás loco! –exclamó Jon. Clavó la mirada en la joven, pero no vio en ella nada que le recordara a la desmañada y sencilla adolescente que había sido _______. Tras la pubertad, habían desaparecido las gafas, el aparato dental y la diadema que le sujetaba el pelo lacio. Ahora, aquella cabellera dorada estaba recogida en un mono sencillo, con mechones sobre las orejas, enmarcando un rostro sublime. La joven levantó la mirada, vio a alguien a la derecha del grupo de Jon y saludó cortésmente con la cabeza. Sommers pudo entonces vislumbrar sus ojos. Desde la distancia que lo separaba de ella, vio aquellos enormes ojos verdes, y de pronto los recordó, mirándole, hacía ya de eso una eternidad.
Extrañamente exhausta, _______ permanecía de pie, con discreción, escuchando a la gente que le hablaba, devolviendo sonrisas, pero incapaz de asimilar el hecho de que su abuelo hubiera muerto y que por eso se congregaba allí tanta gente. Aunque no se sentía muy apenada, dado el poco trato con su abuelo, notaba una fuerte opresión en el pecho.
Había visto a Parker en el entierro y sabía que podía hallarse en algún lugar de la casa, pero puesto que aquella era una ocasión triste, sería un error y una falta de respeto lanzarse a su búsqueda con la esperanza de hacer realidad el romántico idilio que tanto deseaba. Además, se estaba cansando de tomar siempre la iniciativa. Le tocaba el turno a Parker. De pronto, como si al pensar en él hubiera convocado su presencia, _______ oyó una voz masculina dolorosamente familiar susurrándole al oído.
–Aquí hay un tipo que me ha amenazado con matarme si no te llevo para que pueda saludarte.
Con la sonrisa en los labios, _______ se volvió y apoyó las manos en las palmas tendidas de Parker. Se le aflojaron las rodillas cuando el joven la atrajo hacia sí y le dio un beso en la mejilla.
–Estás muy hermosa –musitó–. Y pareces cansada. ¿Daremos uno de nuestros paseos cuando termine esto?
–Está bien –concedió ella, sorprendida y aliviada ante la firmeza de la voz de Parker.
_______ se vio en el ridículo trance de ser presentada a cuatro personas que ya conocía; cuatro personas que casi la habían ignorado años atrás, cuando las viera por última vez, y que ahora parecían gratificantemente deseosas de entablar amistad con ella y de incluirla en las actividades del grupo. Shelly la invitó a una fiesta que se celebraría días después, y Leigh insistió en que se les uniera en Glenmoor con ocasión del baile del Cuatro de Julio.
Deliberadamente, Parker le presentó a Jon en último lugar.
–No puedo creer que seas tú –dijo Sommers con la lengua ya un poco pastosa por el alcohol–. Señorita Bancroft –masculló con su más provocadora sonrisa–, le estaba diciendo a mis amigos que necesito con urgencia una esposa rica y guapa. ¿Te casarías conmigo la semana que viene?
El padre de _______ le había hablado de los frecuentes altercados de Jonathan con su familia. _______ dio por sentado que la urgencia del joven quizá se debiera a una de estas peleas. Pero todo en Jon le pareció extraño.
–El fin de semana sería una buena fecha –respondió, esbozando una amplia sonrisa–. Mi padre me desheredará por casarme antes de obtener mi título universitario, eso por descontado. Pero viviremos con tus padres.
–¡Por Dios, no! –exclamó Sommers, y todos se echaron a reír, incluido él mismo.
Tocando el codo de _______, Parker acudió en su ayuda.
–_______ necesita un poco de aire fresco. Vamos a dar un paseo.
Ya en el exterior, caminaron por el césped y por el camino de entrada.
–¿Cómo lo resistes? –le preguntó él.
–Estoy bien, de veras. Solo un poco cansada. –En el silencio que siguió, _______ trató de encontrar algo ingenioso que decir, pero terminó optando por la sencillez. Habló con sincero interés–: Este último año deben de haberte ocurrido muchas cosas.
Parker asintió, y sus siguientes palabras deshicieron el castillo de naipes de _______.
–Serás de los primeros en felicitarme. Voy a casarme con Sarah Ross. En la fiesta del sábado haremos público nuestro compromiso oficial.
_______ se sentía mareada. ¡Sarah Ross! La conocía y no le gustaba. Aunque extremadamente bonita y vivaracha, a _______ siempre le había parecido vacía y vanidosa.
–Espero que seas muy feliz –dijo la muchacha, ocultando su decepción y sus dudas.
–Yo también lo espero.
Estuvieron paseando durante media hora. Primero hablaron de los planes de futuro de Parker, luego de los de _______. Esta pensaba, con un punzante sentimiento de pérdida, que era maravilloso conversar con Parker, siempre tan comprensivo y alentador. El joven se mostró completamente de acuerdo con que ella quisiera estudiar en la Universidad del Noroeste.
Se dirigían a la puerta principal de la casa cuando frente a ellos se detuvo una limusina, de la que salió una llamativa mujer de pelo castaño, flanqueada por dos jóvenes de algo más de veinte años.
–Vaya, parece que la afligida viuda se ha decidido a hacer su aparición –comentó Parker con atípico sarcasmo, mirando a Charlotte Bancroft. Esta llevaba relucientes pendientes de diamantes, y a pesar del sencillo traje gris que vestía, resultaba atractiva.
–¿Has observado que no derramó una sola lágrima en el entierro? Esa mujer tiene algo que me recuerda a Lucrecia Borgia.
De alguna forma, _______ estaba de acuerdo con la comparación.
–No está aquí para aceptar condolencias. Quiere que se lea el testamento tan pronto como se marchen los invitados, para poder regresar esta misma noche a Palm Beach.
–Hablando de marcharse –dijo Parker, echando un vistazo a su reloj–. Tengo una cita dentro de una hora. –Se inclinó y besó fraternalmente a _______ en la mejilla–. Despídeme de tu padre.
_______ lo observó alejarse, llevándose consigo todos los románticos sueños de su adolescencia. La brisa estival ondulaba su cabello, y sus pasos eran largos y firmes. Parker abrió la portezuela del coche, se quitó la chaqueta negra de su traje de luto y la deposité en un asiento. Después alzó la mirada y se despidió con la mano.
Luchando contra la sensación de pérdida, _______ se obligó a adelantarse para saludar a Charlotte. Durante la ceremonia fúnebre, Charlotte no les había dirigido una sola palabra a ella ni a su padre. Se mantuvo de pie, flanqueada por sus hijos, la mirada en blanco.
–¿Cómo te sientes? –le preguntó _______ con cortesía.
–Impaciente por volver a casa –le respondió la mujer con frialdad–. ¿Cuándo hablamos de negocios?
–Aún hay mucha gente en la casa –señaló _______, despreciando la actitud de Charlotte–. Tendrás que preguntar a mi padre lo de la lectura del testamento.
Charlotte volvió sobre sus pasos y se dirigió a _______ con rostro glacial.
–No he hablado con tu padre desde aquel día en Palm Beach. La próxima vez que lo haga será cuando yo tenga todos los ases en la mano y él venga a mí implorando. Hasta ese día tendrás que actuar de mensajero, _______.
A continuación, entró en la casa seguida de sus hijos, que parecían su guardia de honor.
_______ la miró hasta que se perdió de vista tras la puerta. Sintió un escalofrío ante tanto odio. Conservaba en el recuerdo aquel día en Palm Beach al que Charlotte se refería. Hacía ya siete años. Ella y su padre volaron a Florida por invitación del abuelo, que había trasladado allí su residencia después de su primer infarto. Cuando Philip y _______ llegaron, descubrieron que no habían sido invitados a pasar las vacaciones de Pascua, sino más bien a asistir a una boda: la de Cyril Bancroft con Charlotte, su secretaria de los últimos veinte años. Ella tenía treinta y ocho: Cyril, treinta más. Charlotte aportó al matrimonio dos hijos adolescentes, apenas unos años mayores que _______.
_______ nunca supo por qué su padre y Charlotte se odiaban mutuamente, pero por lo poco que oyó de la terrible discusión entre su padre y su abuelo aquel día en Palm Beach, la animosidad entre Philip y Charlotte era anterior, de cuando Cyril aún vivía en Chicago. Philip, alzando la voz para asegurarse de que la secretaria del abuelo lo oyera, llamó a Charlotte zo/rra ambiciosa. El abuelo tampoco se libró de sus insultos: le dijo que era un idi/ota, un viejo est/úpido inducido a un matrimonio por interés del que no solo sacaría tajada la mujer, sino también sus hijos.
Aquella fue la última vez que _______ vio a su abuelo. Desde Palm Beach, Cyril siguió controlando sus inversiones, pero dejó enteramente en manos de su hijo la firma Bancroft & Company. En realidad, se había desentendido del negocio cuando trasladó su residencia a Florida. Los grandes almacenes apenas constituían una cuarta parte de la fortuna de los Bancroft, pero por la naturaleza del negocio acaparaban toda la capacidad de trabajo de Philip. Y a diferencia de las restantes y enormes posesiones de la familia, Bancroft era algo más que un gran paquete de acciones con buenos dividendos. Bancroft era el fundamento de la riqueza de la familia, y una fuente de orgullo para todos ellos.
_______ y su padre tomaron asiento en la biblioteca de la casa, junto a Charlotte y sus hijos. El abogado del difunto Bancroft inició la lectura.
–«Esta es la última voluntad y testamento de Cyril Bancroft...»
Los primeros legados, constituidos por grandes sumas, estaban destinados a diversas instituciones de caridad. En cuanto a los sirvientes del difunto, heredaron quince mil dólares cada uno.
Como el abogado insistió en contar con la presencia de _______, esta dio por sentado que su abuelo le habría legado algo, aunque poco. A pesar de todo, casi dio un salto cuando Wilson Riley pronunció su nombre.
–«A mi nieta, _______ Bancroft, le dejo la suma de cuatro millones de dólares.»
_______ no podía creer lo que estaba oyendo. ¡Una suma tan enorme! Tuvo que esforzarse para concentrar su atención en las siguientes palabras de Riley.
–«Aunque la distancia y otras circunstancias me han impedido conocer bien a _______, la última vez que la vi me resulté evidente que es una muchacha inteligente y cálida, que utilizará su dinero con sabiduría. Para asegurarme que así lo hace, estipulo que este dinero, con sus correspondientes dividendos, intereses, etc., permanezca en fideicomiso hasta que _______ alcance los treinta años de edad. Nombro a mi hijo, Phihp Edward Bancroft, fideicomisario. Él será el guardián único de la suma arriba citada.»
Haciendo una pausa para aclararse la garganta, Riley poso la mirada en Philip y en Charlotte, luego en los hijos de esta, Jason y Joel. Después prosiguió con la lectura del testamento.
–«Por amor a la equidad, en la medida de lo posible, he dividido el resto de mis bienes en partes iguales. Los receptores de las partes son mis restantes herederos. A mi hijo, Philip Edward Bancroft, le lego todas mis acciones e intereses en Bancroft & Company, los grandes almacenes que constituyen aproximadamente una cuarta parte de mi fortuna.»
_______ no entendía lo que había oído. «Por amor a la equidad», el abuelo le había legado a su único hijo, ¿qué? ¿Una cuarta parte de su fortuna? Si el abuelo había querido legar equitativamente sus bienes, debería haberlos dividido entre su mujer y su hijo por igual. Pero al parecer no lo hizo así, y Charlotte se llevaba las tres cuartas partes. Absorta en esta idea, oyó, como desde la lejanía, la voz del abogado.
–«A mi esposa Charlotte y a mis legalmente adoptados hijos Jason y Joel lego por partes iguales el resto de mis bienes. Estipulo, además, que Charlotte Bancroft actúe como fideicomisaria de las herencias de Jason y Joel, hasta qué estos cumplan la edad de treinta años.»
Las palabras «legalmente adoptados» traspasaron el corazón de _______, pues se percató de que en el rostro de su padre se reflejaba el sentimiento de haber sido traicionado. Philip volvió la cabeza con lentitud y clavé la mirada en Charlotte, pero ella lo observaba impávida. Una sonrisa maliciosa y triunfante iluminó su cara.
–Zo/rra intrigante –masculló Philip entre dientes–. Dijiste que conseguirías que los adoptara y así ha sido.
–Te lo advertí hace años. Y ahora te advierto que aún no se ha firmado la paz. –Gozando con la ira de Philip, su sonrisa se amplió–. Piénsalo, Philip. Pasa las noches despierto preguntándote cuál será mi próximo golpe y qué te quitaré. Mantente despierto, torturándote y preocupándote, como me mantuviste despierta hace dieciocho años.
Philip apretó con fuerza las mandíbulas y los músculos de su cara se pusieron de relieve. Estaba haciendo un gran esfuerzo para no dar la respuesta que aquella mujer merecía. _______ apartó la mirada de ambos y la dirigió hacia los hijos de Charlotte. El rostro de Jasón era la pura réplica del de su madre, triunfal y malicioso. Joel, en cambio, tenía la mirada fija en sus zapatos, el entrecejo fruncido. «Joel es blando –había dicho Philip hacía años–. Charlotte y Jason son como codiciosas barracudas, pero al menos uno sabe qué esperar de ellos. Pero ese Joel me pone la carne de gallina. Hay en él algo muy extraño.»
Como intuyendo que _______ lo estaba mirando, Joel levantó la cabeza. La expresión de su cara era cuidadosamente neutra. _______ no halló en él nada extraño o amenazador. De hecho, la última vez que lo vio con ocasión de la boda, Joel se había esforzado en ser amable con ella. _______ recordaba que sintió lástima de él, porque su madre mostraba una evidente preferencia por Jason, que a su vez, dos años mayor que su hermano, no ocultaba el desprecio que este le inspiraba.
De pronto, _______ notó que le resultaba imposible respirar por más tiempo la atmósfera de aquella estancia.
–Si me lo permite –añadió al abogado, que en ese momento extendía unos papeles sobre la mesa–, esperaré fuera hasta que usted termine.
–Tendrá que firmar estos papeles, señorita Bancroft.
–Los firmaré antes de que usted se vaya, cuando mi padre los haya leído.
En lugar de retirarse a su habitación, _______ salió de la casa. Oscurecía. Bajó por la escalera de entrada y la brisa del anochecer le refrescó el rostro. A su espalda se abrió la puerta, y al volverse, pensando que sería el abogado que requería su presencia para la firma, vio a Joel, que se había detenido y parecía tan asombrado como ella por aquel duelo. Joel vaciló como quien desea quedarse y no está seguro de ser bien recibido.
A _______ le habían repetido mil veces que debía ser amable con sus huéspedes, así que intentó sonreír.
–Se está bien aquí fuera, ¿verdad?
Joel asintió con la cabeza, aceptando la tácita invitación de _______. Bajó los escalones que los separaban. A los veintitrés años, el joven era unos centímetros más bajo que su hermano mayor y menos atractivo. Se detuvo frente a _______ sin saber qué decir.
–Has cambiado –musitó finalmente.
–Supongo que sí. Solo tenía once años la última vez que nos vimos.
–Después de lo ocurrido aquí esta noche, desearás no habernos conocido nunca.
Todavía aturdida por el testamento de su abuelo e incapaz de asimilar por el momento lo que ello significaba para el futuro, _______ se encogió de hombros.
–Tal vez después sienta lo que dices, pero en este momento estoy simplemente aturdida.
–Quiero que sepas –dijo Joel, vacilante–, que no hice nada para robarle a tu padre el cariño ni el dinero de tu abuelo.
_______ se sentía incapaz de odiarlo y también de perdonarle el injusto robo de la herencia paterna. Suspiró y miró al cielo. Luego preguntó:
–¿Qué quiso decir tu madre al afirmar que mi padre aún tenía deudas pendientes con ella?
–Todo lo que sé es que se han odiado desde que yo recuerdo. No tengo la más remota idea de cómo empezó todo, pero estoy seguro de que mi madre no se detendrá hasta haberse vengado.
–¡Dios, qué lío!
–Señora –replicó Joel con voz firme–, esto acaba de empezar.
_______ sintió un escalofrío al oír esta profecía. Miró fijamente a Joel, que se limitó a arquear las cejas y no dio más explicaciones.
En el vestíbulo de la casa de Philip Bancroft, Jonathan Sommers vacilaba incómodo, buscando entre la multitud que, como él, se había congregado para dar el pésame en el día del funeral de Cyril Bancroft. Sommers detuvo a uno de los mozos que pasaba con una bandeja de bebidas, y cogió dos copas destinadas a otros huéspedes. Mezcló el vodka con tónica y dejó el vaso vacío en una gran maceta con un helecho; después bebió un sorbo de whisky del otro vaso, pero de inmediato arrugó la nariz, porque no era Chivas Regal. El vodka, más la ginebra que había bebido fuera, en e1 coche, le hizo sentirse más capaz de soportar las formalidades del funeral. A su lado, una mujer entrada en años que se apoyaba en un bastón lo miraba con curiosidad. Come los buenos modales requerían que él le hablase, el joven trató de hallar una frase cordial apropiada para la ocasión.
–No me gustan los funerales –dijo por fin–. ¿Y a usted?
–A mí me encantan –respondió ella con tono afable–. A mi edad, un funeral es un triunfo, porque no soy la protagonista.
Jon reprimió una carcajada, aunque solo fuese porque habría sido una grave falta de etiqueta. Le habían enseñado a observar las formas. Excusándose, dejé el vaso en una mesita y fue en busca de un whisky mejor. A sus espaldas la anciana tomó el vaso y delicadamente bebió un sorbo.
–Whisky barato –musitó con disgusto, dejando el vaso sobre la mesita.
Minutos más tarde, Jon vio a Parker Reynolds, de pie en una habitación contigua a la sala de estar. Le acompañaban dos muchachas y otro hombre. Sommers se detuvo en el mueble bar para proveerse de otra bebida, luego se unió a su amigo.
–Gran fiesta, ¿eh? –preguntó con una sonrisa sarcástica.
–Creí que te disgustaban los funerales y que nunca ibas a ellos –comentó Parker cuando cesó el coro de saludos.
–Los odio –confirmó Sommers–. No he venido aquí para dar el pésame por la muerte de Cyril Bancroft, sino para proteger mi herencia. –Bebió un sorbo, como si quisiera disipar la rabia contenida en sus siguientes palabras–. Mi padre me amenaza con desheredarme de nuevo, con la diferencia de que, en mi opinión, esta vez el viejo bastardo habla en serio.
Leigh Ackerman, una muchacha de pelo castaño y bonita figura, lo miró entre divertida e incrédula.
–¿Tu padre va a desheredarte por no asistir a funerales?
–No, querida. Mi padre me desheredará si no siento cabeza y hago algo útil con mi vida. En este caso, significa que tengo que asistir a los funerales de viejos amigos de la familia, como este, y participar en la más reciente empresa familiar. De lo contrario, adiós a los adorables caudales de la herencia.
–Suena fuerte –dijo Parker, pero su sonrisa no tenía nada de solidario–. ¿Cuál es ese nuevo negocio al que quiere asociarte tu padre?
–Pozos de petróleo. Más pozos de petróleo. Esta vez el viejo ha llegado a un acuerdo con el gobierno venezolano para la exploración petrolífera.
Shelly Filmore se miró en un espejito de marco dorado por encima del hombro de Jon y se llevó un dedo a la comisura de los labios para reparar un pequeño borrón de carmín.
–No me digas que quiere enviarte a Sudamérica.
–No tanto –replicó Jonathan con amargo sarcasmo–. Mi padre me ha convertido en un glorificado entrevistador de aspirantes. Yo recluto a los equipos que han de desplazarse a Venezuela. Es decir, reclutaba... ¿No sabéis lo que hizo el viejo cretino?
Los amigos estaban tan acostumbrados a las quejas de Jon contra su padre como lo estaban a sus borracheras, pero de todos modos lo dejaron hablar para enterarse del último acontecimiento.
–¿Qué hizo? –le preguntó Doug Chalfont.
–Me vigiló. Me examinó, mejor dicho. Cuando ya había elegido a los primeros quince hombres, sanos y experimentados, se presenta el viejo e insiste en verlos él en persona, es decir, que quiso juzgar mi capacidad para elegir. Rechazó a la mitad de mis escogidos, y el único candidato que realmente le causó una gran impresión fue un tipo llamado Farrell, que trabaja en una fábrica de acero y a quien yo iba a descartar. Lo más cerca que Farrell ha estado de un pozo de petróleo fue hace dos años, en un campo de maíz de Indiana, donde trabajé en unos pozos muy pequeños. Nunca ha visto un gran pozo como los que vamos a perforar en Venezuela. Y por si esto fuera poco, a Farrell le importan un comino los malditos pozos de petróleo. Su único interés es la recompensa de ciento cincuenta mil dólares que se le pagará si se queda dos años al pie del cañón en Venezuela. Se lo dijo a mi padre en la cara.
–¿Y por qué lo aceptó tu viejo?
–Le gustó el estilo de Farrell –contestó Jonathan con voz burlona, y luego apuré su vaso de un trago–. Le gustaron las ideas de Farrell con respecto a lo que iba a hacer con el dinero de la recompensa. Mie/rda, temí que el viejo cambiara de idea y fuera a darle a Farrell mi puesto en lugar de enviarlo a Sudamérica. Pero no. El mes que viene tengo que traer a Farrell a Chicago para «familiarizarlo con nuestro modo de operar y presentarle gente».
–Jon –dijo Leigh con calma–, O te estás emborrachando o tu voz está subiendo de volumen.
–Lo siento –se excusó Sommers–, pero durante dos días enteros tuve que soportar a mi padre entonando las excelencias de este tipo. Os aseguro que Farrell es un arrogante y ambicioso hijo de pu/ta. No tiene clase, no tiene dinero, no tiene nada.
–Suena divino –bromeó Leigh.
Como los otros permanecían en silencio, Jon se puso a la defensiva.
–Si creéis que exagero, lo traeré al club para el baile del Cuatro de Julio. Veréis con vuestros propios ojos la clase de hombre que mi padre desearía que fuera su hijo.
–No seas idi/ota –le espetó Shelly–. A tu padre quizá le guste ese hombre como empleado, pero te castrará si te presentas en Glenmoor con alguien así.
–Ya lo sé –convino Jon con una sonrisa forzada–. Pero valdrá la pena.
–No nos mortifiques con él si lo traes aquí –le advirtió ella después de intercambiar una mirada con Leigh–. No vamos a pasar la noche tratando de entretener a un obrero solo porque tú quieras molestar a tu padre.
–No habrá ningún problema. Dejaré que Farrell se las arregle solo, que haga el ridículo delante de mi padre, que estará observando cómo se debate en un mar de dudas ante el dilema de qué tenedor usar. Después de todo, fue el viejo quien me pidió que «lo presentara» y lo «cuidara» durante su estancia en Chicago.
Parker sonrió ante la expresión feroz de Sommers.
–Debe de haber un modo más sencillo de resolver tu problema.
–Lo hay –respondió Jon–. Puedo buscarme una mujer rica que corra con los gastos de mi estilo de vida, y entonces le diré a mi padre que se vaya a la mie/rda. –Miró a un lado e hizo señas a una bonita camarera que estaba repartiendo las bebidas de una bandeja. La chica se acercó, presurosa, y Jon le sonrió.
–No solo eres bonita –le dijo al tiempo que depositaba su vaso vacío en la bandeja y tomaba otro lleno–. Eres un salvavidas.
La muchacha sonrió con nerviosismo y se ruborizó. Todos, incluido Jon, advirtieron que no era insensible a su musculoso cuerpo ni a sus agradables rasgos. Inclinándose hacia ella Sommers le susurró:
–¿No estarás trabajando aquí para gastarnos una broma y resulte que tu padre sea dueño de un banco obtenga un asiento en la bolsa?
–¿Qué? Quiero decir, no –farfulló ella, encantadoramente nerviosa.
Jon sonrió maliciosamente.
–¿Ningún asiento en la bolsa? ¿Y qué hay de algunas fábricas o pozos de petróleo?
–Es... fontanero –respondió ella.
Jon dejó de sonreír y respiró hondo.
–Entonces el matrimonio está descartado. La candidata que obtenga mi mano deberá poseer ciertos requisitos sociales y económicos. Sin embargo, podríamos tener una aventura. ¿Por qué no me esperas en mi coche dentro de media hora? Es el Ferrari rojo aparcado frente a la puerta principal.
La chica se alejó con expresión a la vez ofendida e intrigada.
–Estás hecho un cretino –dijo Shelly.
Doug Chalfont le dio un codazo de complicidad a Jon y ahogó una risita.
–Te apuesto cincuenta dólares a que cuando salgas la chica te estará esperando en el coche.
Jon volvió la cabeza y se disponía a contestar cuando una rubia espléndida, que lucía un ajustado vestido negro, de cuello alto y mangas cortas, atrajo su atención. La muchacha bajaba por la escalera que conducía a la sala de estar. Se quedé mirándola boquiabierto, mientras ella se detenía para intercambiar unas palabras con una anciana pareja. Un grupo de gente le impidió verla y él se inclinó para seguir contemplándola.
–¿A quién miras? –le preguntó Doug, siguiendo su mirada.
–No sé quién es, pero me gustaría averiguarlo.
–¿Dónde está? –inquirió Shelly, y de pronto todos miraron hacia el mismo punto.
–¡Allí! –exclamó Jon, señalando con el brazo en el momento en que se dispersaba el grupo y se veía de nuevo a la joven rubia.
Parker la reconoció y sonrió.
–Hace años que todos la conocen, aunque últimamente no la hayan visto.
Cuatro rostros perplejos se volvieron hacia él. Su sonrisa se hizo más amplia.
–Esa señorita, amigos míos, es _______ Bancroft.
–¡Estás loco! –exclamó Jon. Clavó la mirada en la joven, pero no vio en ella nada que le recordara a la desmañada y sencilla adolescente que había sido _______. Tras la pubertad, habían desaparecido las gafas, el aparato dental y la diadema que le sujetaba el pelo lacio. Ahora, aquella cabellera dorada estaba recogida en un mono sencillo, con mechones sobre las orejas, enmarcando un rostro sublime. La joven levantó la mirada, vio a alguien a la derecha del grupo de Jon y saludó cortésmente con la cabeza. Sommers pudo entonces vislumbrar sus ojos. Desde la distancia que lo separaba de ella, vio aquellos enormes ojos verdes, y de pronto los recordó, mirándole, hacía ya de eso una eternidad.
Extrañamente exhausta, _______ permanecía de pie, con discreción, escuchando a la gente que le hablaba, devolviendo sonrisas, pero incapaz de asimilar el hecho de que su abuelo hubiera muerto y que por eso se congregaba allí tanta gente. Aunque no se sentía muy apenada, dado el poco trato con su abuelo, notaba una fuerte opresión en el pecho.
Había visto a Parker en el entierro y sabía que podía hallarse en algún lugar de la casa, pero puesto que aquella era una ocasión triste, sería un error y una falta de respeto lanzarse a su búsqueda con la esperanza de hacer realidad el romántico idilio que tanto deseaba. Además, se estaba cansando de tomar siempre la iniciativa. Le tocaba el turno a Parker. De pronto, como si al pensar en él hubiera convocado su presencia, _______ oyó una voz masculina dolorosamente familiar susurrándole al oído.
–Aquí hay un tipo que me ha amenazado con matarme si no te llevo para que pueda saludarte.
Con la sonrisa en los labios, _______ se volvió y apoyó las manos en las palmas tendidas de Parker. Se le aflojaron las rodillas cuando el joven la atrajo hacia sí y le dio un beso en la mejilla.
–Estás muy hermosa –musitó–. Y pareces cansada. ¿Daremos uno de nuestros paseos cuando termine esto?
–Está bien –concedió ella, sorprendida y aliviada ante la firmeza de la voz de Parker.
_______ se vio en el ridículo trance de ser presentada a cuatro personas que ya conocía; cuatro personas que casi la habían ignorado años atrás, cuando las viera por última vez, y que ahora parecían gratificantemente deseosas de entablar amistad con ella y de incluirla en las actividades del grupo. Shelly la invitó a una fiesta que se celebraría días después, y Leigh insistió en que se les uniera en Glenmoor con ocasión del baile del Cuatro de Julio.
Deliberadamente, Parker le presentó a Jon en último lugar.
–No puedo creer que seas tú –dijo Sommers con la lengua ya un poco pastosa por el alcohol–. Señorita Bancroft –masculló con su más provocadora sonrisa–, le estaba diciendo a mis amigos que necesito con urgencia una esposa rica y guapa. ¿Te casarías conmigo la semana que viene?
El padre de _______ le había hablado de los frecuentes altercados de Jonathan con su familia. _______ dio por sentado que la urgencia del joven quizá se debiera a una de estas peleas. Pero todo en Jon le pareció extraño.
–El fin de semana sería una buena fecha –respondió, esbozando una amplia sonrisa–. Mi padre me desheredará por casarme antes de obtener mi título universitario, eso por descontado. Pero viviremos con tus padres.
–¡Por Dios, no! –exclamó Sommers, y todos se echaron a reír, incluido él mismo.
Tocando el codo de _______, Parker acudió en su ayuda.
–_______ necesita un poco de aire fresco. Vamos a dar un paseo.
Ya en el exterior, caminaron por el césped y por el camino de entrada.
–¿Cómo lo resistes? –le preguntó él.
–Estoy bien, de veras. Solo un poco cansada. –En el silencio que siguió, _______ trató de encontrar algo ingenioso que decir, pero terminó optando por la sencillez. Habló con sincero interés–: Este último año deben de haberte ocurrido muchas cosas.
Parker asintió, y sus siguientes palabras deshicieron el castillo de naipes de _______.
–Serás de los primeros en felicitarme. Voy a casarme con Sarah Ross. En la fiesta del sábado haremos público nuestro compromiso oficial.
_______ se sentía mareada. ¡Sarah Ross! La conocía y no le gustaba. Aunque extremadamente bonita y vivaracha, a _______ siempre le había parecido vacía y vanidosa.
–Espero que seas muy feliz –dijo la muchacha, ocultando su decepción y sus dudas.
–Yo también lo espero.
Estuvieron paseando durante media hora. Primero hablaron de los planes de futuro de Parker, luego de los de _______. Esta pensaba, con un punzante sentimiento de pérdida, que era maravilloso conversar con Parker, siempre tan comprensivo y alentador. El joven se mostró completamente de acuerdo con que ella quisiera estudiar en la Universidad del Noroeste.
Se dirigían a la puerta principal de la casa cuando frente a ellos se detuvo una limusina, de la que salió una llamativa mujer de pelo castaño, flanqueada por dos jóvenes de algo más de veinte años.
–Vaya, parece que la afligida viuda se ha decidido a hacer su aparición –comentó Parker con atípico sarcasmo, mirando a Charlotte Bancroft. Esta llevaba relucientes pendientes de diamantes, y a pesar del sencillo traje gris que vestía, resultaba atractiva.
–¿Has observado que no derramó una sola lágrima en el entierro? Esa mujer tiene algo que me recuerda a Lucrecia Borgia.
De alguna forma, _______ estaba de acuerdo con la comparación.
–No está aquí para aceptar condolencias. Quiere que se lea el testamento tan pronto como se marchen los invitados, para poder regresar esta misma noche a Palm Beach.
–Hablando de marcharse –dijo Parker, echando un vistazo a su reloj–. Tengo una cita dentro de una hora. –Se inclinó y besó fraternalmente a _______ en la mejilla–. Despídeme de tu padre.
_______ lo observó alejarse, llevándose consigo todos los románticos sueños de su adolescencia. La brisa estival ondulaba su cabello, y sus pasos eran largos y firmes. Parker abrió la portezuela del coche, se quitó la chaqueta negra de su traje de luto y la deposité en un asiento. Después alzó la mirada y se despidió con la mano.
Luchando contra la sensación de pérdida, _______ se obligó a adelantarse para saludar a Charlotte. Durante la ceremonia fúnebre, Charlotte no les había dirigido una sola palabra a ella ni a su padre. Se mantuvo de pie, flanqueada por sus hijos, la mirada en blanco.
–¿Cómo te sientes? –le preguntó _______ con cortesía.
–Impaciente por volver a casa –le respondió la mujer con frialdad–. ¿Cuándo hablamos de negocios?
–Aún hay mucha gente en la casa –señaló _______, despreciando la actitud de Charlotte–. Tendrás que preguntar a mi padre lo de la lectura del testamento.
Charlotte volvió sobre sus pasos y se dirigió a _______ con rostro glacial.
–No he hablado con tu padre desde aquel día en Palm Beach. La próxima vez que lo haga será cuando yo tenga todos los ases en la mano y él venga a mí implorando. Hasta ese día tendrás que actuar de mensajero, _______.
A continuación, entró en la casa seguida de sus hijos, que parecían su guardia de honor.
_______ la miró hasta que se perdió de vista tras la puerta. Sintió un escalofrío ante tanto odio. Conservaba en el recuerdo aquel día en Palm Beach al que Charlotte se refería. Hacía ya siete años. Ella y su padre volaron a Florida por invitación del abuelo, que había trasladado allí su residencia después de su primer infarto. Cuando Philip y _______ llegaron, descubrieron que no habían sido invitados a pasar las vacaciones de Pascua, sino más bien a asistir a una boda: la de Cyril Bancroft con Charlotte, su secretaria de los últimos veinte años. Ella tenía treinta y ocho: Cyril, treinta más. Charlotte aportó al matrimonio dos hijos adolescentes, apenas unos años mayores que _______.
_______ nunca supo por qué su padre y Charlotte se odiaban mutuamente, pero por lo poco que oyó de la terrible discusión entre su padre y su abuelo aquel día en Palm Beach, la animosidad entre Philip y Charlotte era anterior, de cuando Cyril aún vivía en Chicago. Philip, alzando la voz para asegurarse de que la secretaria del abuelo lo oyera, llamó a Charlotte zo/rra ambiciosa. El abuelo tampoco se libró de sus insultos: le dijo que era un idi/ota, un viejo est/úpido inducido a un matrimonio por interés del que no solo sacaría tajada la mujer, sino también sus hijos.
Aquella fue la última vez que _______ vio a su abuelo. Desde Palm Beach, Cyril siguió controlando sus inversiones, pero dejó enteramente en manos de su hijo la firma Bancroft & Company. En realidad, se había desentendido del negocio cuando trasladó su residencia a Florida. Los grandes almacenes apenas constituían una cuarta parte de la fortuna de los Bancroft, pero por la naturaleza del negocio acaparaban toda la capacidad de trabajo de Philip. Y a diferencia de las restantes y enormes posesiones de la familia, Bancroft era algo más que un gran paquete de acciones con buenos dividendos. Bancroft era el fundamento de la riqueza de la familia, y una fuente de orgullo para todos ellos.
_______ y su padre tomaron asiento en la biblioteca de la casa, junto a Charlotte y sus hijos. El abogado del difunto Bancroft inició la lectura.
–«Esta es la última voluntad y testamento de Cyril Bancroft...»
Los primeros legados, constituidos por grandes sumas, estaban destinados a diversas instituciones de caridad. En cuanto a los sirvientes del difunto, heredaron quince mil dólares cada uno.
Como el abogado insistió en contar con la presencia de _______, esta dio por sentado que su abuelo le habría legado algo, aunque poco. A pesar de todo, casi dio un salto cuando Wilson Riley pronunció su nombre.
–«A mi nieta, _______ Bancroft, le dejo la suma de cuatro millones de dólares.»
_______ no podía creer lo que estaba oyendo. ¡Una suma tan enorme! Tuvo que esforzarse para concentrar su atención en las siguientes palabras de Riley.
–«Aunque la distancia y otras circunstancias me han impedido conocer bien a _______, la última vez que la vi me resulté evidente que es una muchacha inteligente y cálida, que utilizará su dinero con sabiduría. Para asegurarme que así lo hace, estipulo que este dinero, con sus correspondientes dividendos, intereses, etc., permanezca en fideicomiso hasta que _______ alcance los treinta años de edad. Nombro a mi hijo, Phihp Edward Bancroft, fideicomisario. Él será el guardián único de la suma arriba citada.»
Haciendo una pausa para aclararse la garganta, Riley poso la mirada en Philip y en Charlotte, luego en los hijos de esta, Jason y Joel. Después prosiguió con la lectura del testamento.
–«Por amor a la equidad, en la medida de lo posible, he dividido el resto de mis bienes en partes iguales. Los receptores de las partes son mis restantes herederos. A mi hijo, Philip Edward Bancroft, le lego todas mis acciones e intereses en Bancroft & Company, los grandes almacenes que constituyen aproximadamente una cuarta parte de mi fortuna.»
_______ no entendía lo que había oído. «Por amor a la equidad», el abuelo le había legado a su único hijo, ¿qué? ¿Una cuarta parte de su fortuna? Si el abuelo había querido legar equitativamente sus bienes, debería haberlos dividido entre su mujer y su hijo por igual. Pero al parecer no lo hizo así, y Charlotte se llevaba las tres cuartas partes. Absorta en esta idea, oyó, como desde la lejanía, la voz del abogado.
–«A mi esposa Charlotte y a mis legalmente adoptados hijos Jason y Joel lego por partes iguales el resto de mis bienes. Estipulo, además, que Charlotte Bancroft actúe como fideicomisaria de las herencias de Jason y Joel, hasta qué estos cumplan la edad de treinta años.»
Las palabras «legalmente adoptados» traspasaron el corazón de _______, pues se percató de que en el rostro de su padre se reflejaba el sentimiento de haber sido traicionado. Philip volvió la cabeza con lentitud y clavé la mirada en Charlotte, pero ella lo observaba impávida. Una sonrisa maliciosa y triunfante iluminó su cara.
–Zo/rra intrigante –masculló Philip entre dientes–. Dijiste que conseguirías que los adoptara y así ha sido.
–Te lo advertí hace años. Y ahora te advierto que aún no se ha firmado la paz. –Gozando con la ira de Philip, su sonrisa se amplió–. Piénsalo, Philip. Pasa las noches despierto preguntándote cuál será mi próximo golpe y qué te quitaré. Mantente despierto, torturándote y preocupándote, como me mantuviste despierta hace dieciocho años.
Philip apretó con fuerza las mandíbulas y los músculos de su cara se pusieron de relieve. Estaba haciendo un gran esfuerzo para no dar la respuesta que aquella mujer merecía. _______ apartó la mirada de ambos y la dirigió hacia los hijos de Charlotte. El rostro de Jasón era la pura réplica del de su madre, triunfal y malicioso. Joel, en cambio, tenía la mirada fija en sus zapatos, el entrecejo fruncido. «Joel es blando –había dicho Philip hacía años–. Charlotte y Jason son como codiciosas barracudas, pero al menos uno sabe qué esperar de ellos. Pero ese Joel me pone la carne de gallina. Hay en él algo muy extraño.»
Como intuyendo que _______ lo estaba mirando, Joel levantó la cabeza. La expresión de su cara era cuidadosamente neutra. _______ no halló en él nada extraño o amenazador. De hecho, la última vez que lo vio con ocasión de la boda, Joel se había esforzado en ser amable con ella. _______ recordaba que sintió lástima de él, porque su madre mostraba una evidente preferencia por Jason, que a su vez, dos años mayor que su hermano, no ocultaba el desprecio que este le inspiraba.
De pronto, _______ notó que le resultaba imposible respirar por más tiempo la atmósfera de aquella estancia.
–Si me lo permite –añadió al abogado, que en ese momento extendía unos papeles sobre la mesa–, esperaré fuera hasta que usted termine.
–Tendrá que firmar estos papeles, señorita Bancroft.
–Los firmaré antes de que usted se vaya, cuando mi padre los haya leído.
En lugar de retirarse a su habitación, _______ salió de la casa. Oscurecía. Bajó por la escalera de entrada y la brisa del anochecer le refrescó el rostro. A su espalda se abrió la puerta, y al volverse, pensando que sería el abogado que requería su presencia para la firma, vio a Joel, que se había detenido y parecía tan asombrado como ella por aquel duelo. Joel vaciló como quien desea quedarse y no está seguro de ser bien recibido.
A _______ le habían repetido mil veces que debía ser amable con sus huéspedes, así que intentó sonreír.
–Se está bien aquí fuera, ¿verdad?
Joel asintió con la cabeza, aceptando la tácita invitación de _______. Bajó los escalones que los separaban. A los veintitrés años, el joven era unos centímetros más bajo que su hermano mayor y menos atractivo. Se detuvo frente a _______ sin saber qué decir.
–Has cambiado –musitó finalmente.
–Supongo que sí. Solo tenía once años la última vez que nos vimos.
–Después de lo ocurrido aquí esta noche, desearás no habernos conocido nunca.
Todavía aturdida por el testamento de su abuelo e incapaz de asimilar por el momento lo que ello significaba para el futuro, _______ se encogió de hombros.
–Tal vez después sienta lo que dices, pero en este momento estoy simplemente aturdida.
–Quiero que sepas –dijo Joel, vacilante–, que no hice nada para robarle a tu padre el cariño ni el dinero de tu abuelo.
_______ se sentía incapaz de odiarlo y también de perdonarle el injusto robo de la herencia paterna. Suspiró y miró al cielo. Luego preguntó:
–¿Qué quiso decir tu madre al afirmar que mi padre aún tenía deudas pendientes con ella?
–Todo lo que sé es que se han odiado desde que yo recuerdo. No tengo la más remota idea de cómo empezó todo, pero estoy seguro de que mi madre no se detendrá hasta haberse vengado.
–¡Dios, qué lío!
–Señora –replicó Joel con voz firme–, esto acaba de empezar.
_______ sintió un escalofrío al oír esta profecía. Miró fijamente a Joel, que se limitó a arquear las cejas y no dio más explicaciones.
anasmile
Re: Paraiso Robado( Nick y y tu)
capitulo 7
_______ sacó un vestido del armario, lo extendió sobre la cama y se quitó la bata de baño. Era el vestido que había escogido para el baile del Cuatro de Julio.
El verano, que se inició con un entierro, había degenerado en una batalla, que duraba ya cinco semanas, en torno a la universidad donde estudiaría _______. En realidad, a esas alturas, ya no podía hablarse de batallas, sino de guerra total. En el pasado, _______ siempre había cedido a los deseos de su padre para complacerlo. Si él se mostraba innecesariamente rígido, ella se decía que esa conducta nacía del cariño y el miedo que sentía por ella. Si se comportaba con brusquedad, era debido a la fatiga que le causaban sus múltiples responsabilidades. _______ siempre había encontrado excusas para disculpar a su progenitor. Pero ahora era distinto. No estaba dispuesta a renunciar a sus sueños solo para tranquilizar a un padre que se aferraba a una actitud absurda. _______ había descubierto tardíamente que los planes de Philip chocaban con los suyos. Sin embargo, se trataba de su vida, no de la vida de su padre.
Desde su adolescencia, ella había dado por sentado que algún día tendría la oportunidad de seguir los pasos de sus antecesores y ocupar el lugar que le correspondía en Bancroft & Company. Todos los hombres de las sucesivas generaciones de la familia Bancroft habían llegado con orgullo y paso a paso, jerarquía a jerarquía, a la cumbre de la empresa. Primero, director de departamento, y de ahí, peldaño a peldaño, hasta la vicepresidencia, para alcanzar finalmente la presidencia y el puesto de jefe del ejecutivo. Después aún quedaba un destino: dejar los demás cargos a sus hijos y convertirse en presidente del directorio. En casi un siglo de existencia de Bancroft ni una sola vez un miembro de la familia había dejado de seguir este curso; y nunca un Bancroft fue ridiculizado por la prensa o por los empleados de los grandes almacenes debido a su incompetencia o por no merecer los cargos que eventualmente ostentaba. _______ creía, o mejor aún, sabía que, si se le daba la oportunidad, llevaría a cabo su tarea con éxito. Todo lo que deseaba o esperaba era esa oportunidad, y la única razón de que su padre no quisiera dársela era que ella no era el hijo que había deseado.
Sintiéndose frustrada y a punto de echarse a llorar, se enfundó el vestido. Mientras se dirigía al tocador, iba luchando con el cierre de la espalda. Se observó frente al espejo con absoluta falta de interés. Era un vestido de noche, sin tirantes, que había comprado semanas antes para la ocasión. Estaba abierto por los lados y se cruzaba en los pechos, en un multicolor arcoiris de gasa de seda pastel pálido, estrechándose en la cintura para luego caer graciosamente hasta las rodillas. _______ se cepilló el pelo, pero se limitó a recogérselo en un moño, dejando unos mechones sueltos para suavizar el efecto. El pendiente de topacio rosado hubiera sido el complemento perfecto para aquel vestido, pero esa noche su padre asistiría tanmbién a Glenmoor y _______ no quería darle el placer de verla con el topacio. En su lugar, se puso unos pendientes de oro con piedras rosadas incrustadas y brillantes. Llevaba el cuello y los hombros al descubierto. El peinado le daba un aspecto más sofisticado y el bronceado que había adquirido contrastaba maravillosamente con el vestido, aunque de no haber sido así, a _______ no le habría importado ni se habría vestido de otro modo. Su aspecto le era indiferente, y de hecho iba al baile solo porque no soportaba la idea de quedarse en casa zolviéndose loca con sus pensamientos y su frustración. Además, había prometido su presencia a Shelly Filmore y al resto de los amigos de Jonathan.
Sentada ante el tocador, se puso unas medias rosas de seda, que había comprado a juego con el vestido. Al levantar la cabeza, su mirada tropezó con un ejemplar enmarcado del Business Week que colgaba de la pared. En la portada de la revista aparecía una fotografía del majestuoso edificio que albergaba los grandes almacenes Bancroft en el centro de la ciudad. Situados ante la puerta principal, aparecían unos porteros con uniforme. El edificio, de catorce pisos, era un hito en la historia arquitectónica de Chicago, y los porteros constituían un símbolo histórico del permanente acento que los almacenes ponían en la calidad y en el servicio.
En las páginas interiores de la revista había un largo y entusiasta artículo sobre la empresa. Entre otras cosas, aseguraba que un producto que llevara la etiqueta Bancroft era símbolo de categoría, y que la ornamentada letra B de la bolsa de compras era el emblema del cliente que sabía elegir. El artículo se ocupaba también de alabar la notable capacidad de los herederos del fundador en lo concerniente a la dirección del negocio. Al parecer, el fundador de la dinastía, James D. Bancroft, había transmitido sus genes a sus sucesores, pues todos ellos demostraron el mismo talento –y amor– para la venta al por menor.
El articulista había entrevistado al abuelo de _______ y le preguntó si eso era cierto. Cyril rió y luego afirmó que, en efecto, tal cosa era posible. Añadió, sin embargo, que James Bancroft había iniciado una tradicíón que pasaba de padres a hijos y que consistía en preparar y entrenar al heredero desde que este dejaba la guardería y comía con sus padres. En la mesa se le hablaba al niño de todo lo que ocurría en los almacenes. Para el pequeño, esos retazos diarios de información constituían el equivalente a los cuentos para dormir. Todo ello generaba excitación y curiosidad, mientras los conocimientos le eran sutilmente inculcados... y asimilados. Pasado un tiempo, al ya adolescente se le presentaban problemas sencillos y se le pedía que los resolviera. El chico casi nunca acertaba, pero tampoco se pretendía que lo hiciera. El objetivo era enseñar, estimular, alentar.
Al final del artículo, hablando de sus sucesores, Cyril decía (y a _______ se le hizo un nudo en la garganta al recordarlo) que su hijo ya se había hecho cargo de la presidencia, y añadía: «Tiene una hija, y tengo toda la fe del mundo en que cuando _______ tome las riendas de Bancroft lo hará admirablemente bien. ¡Cómo desearía vivir para verlo!”. _______ sabía que si su padre se salía con la suya, ella nunca llegaría a la presidencia de Bancroft. Aunque Philip siempre le había hablado del negocio, aunque la había aleccionado con el mismo énfasis con que él mismo había crecido, se oponía inflexiblemente a que trabajara allí. _______ lo descubrió poco después de la muerte del abuelo, una noche, mientras cenaba con su padre. En el pasado, ella había mencionado muchas veces su intención de seguir los pasos de la familia y ocupar su puesto en Bancroft, pero Philip había hecho oídos sordos o no le había creído. Aquella noche, sí la tomó en serio. Con brutal franqueza, le dijo que no esperaba que le sucediera nunca en el cargo, porque él no lo deseaba. Ese era un privilegio reservado a un futuro nieto. Luego puso a _______ al corriente –con gran frialdad– de otra tradición familiar a la que él iba a ser fiel: las mujeres Bancroft no trabajaban en los grandes almacenes ni en ninguna otra parte. Su deber consistía en ser madres y esposas ejemplares, y en dedicar las cualidades que poseyeran a empeños cívicos y caritativos.
_______ no estaba dispuesta a aceptar el papel que su padre pretendía asignarle. No podía; ya era demasiado tarde. Mucho antes de enamorarse de Parker –o de creer que se había enamorado– los almacenes habían sido el objeto de su amor. A los seis años de edad, llamaba por su nombre a todos los porteros y guardias de seguridad de Bancroft. A los doce conocía los nombres los vicepresidentes y sabía qué funciones desempeaba cada uno de ellos. A los trece le había pedido a su padre que la llevara consigo a Nueva York, donde había pasado una tarde en Bloomingdale. La acompañaron a hacer un recorrido por el lugar, mientras Philip asistía a una reunión en el auditorio. Cuando regresaron a Chicago, más o menos ella tenía una opinión formada de por qué Bancroft era superior a Bloomie.
Ahora, a los dieciocho años, poseía un conocimiento general de aspectos tales como los problemas de los sueldos de los empleados, los márgenes de beneficios, las técnicas de mercado y las tendencias de los productos. Estas cosas la fascinaban, y quería estudiarlas en la universidad. No iba a malgastar los cuatro siguientes años de su vida estudiando lenguas románicas y el arte del Renacimiento.
Cuando se lo dijo a su padre, este asestó tal ****azo a la mesa que los platos saltaron por el aire.
–Irás a Maryville, como lo hicieron tus dos abuelas. Y seguirás viviendo en casa. ¡En casa! –le espetó–. ¿Está claro? Asunto zanjado. –Se levantó de la silla y se marchó.
De niña, _______ siempre lo había complacido. Con sus notas, con sus modales, con su comportamiento. En realidad, había sido una hija modélica. Pero ahora por fin se daba cuenta de que el precio a pagar por satisfacer a su padre y mantener la paz familiar era demasiado alto. Exigía que su individualidad quedara subyugada; exigía la renuncia a todos sus sueños. Y exigía también el sacrificio de su vida social.
En estos momentos, el mayor problema de _______ no era la absurda actitud de su padre en relación con sus citas o a qué fiestas asistía, a pesar de que le estaba amargando el verano y era causa de grandes fricciones. Ahora que había cumplido dieciocho años, su padre la vigilaba aún más, como era de esperar. Si tenía una cita, Philip daba su aprobación después de someter a un detenido interrogatorio al pretendiente, al que trataba con insultante desprecio, con la obvia intención de intimidarlo para que nunca lo intentara de nuevo. El horario que imponía a su hija era ridículo: a medianoche debía estar de vuelta en casa. Si _______ quería quedarse en casa de su amiga Lisa, Philip inventaba un pretexto para telefonear y asegurarse de que estaba allí. Si al anochecer quería salir a dar un paseo en coche, su padre exigía conocer el itinerario y, a su regreso, preguntaba toda clase de detalles. Después de tantos años en colegios privados donde imperaban las reglas más estrictas, _______ deseaba descubrir lo que era gozar de una libertad completa. Se lo había ganado, lo merecía. La idea de vivir en casa cuatro años más, bajo la mirada cada vez más implacable de su padre, le resultaba insoportable y le parecía del todo innecesario.
Hasta entonces nunca se había rebelado abiertamente, pues ello no hacía más que encender la ira paterna. Philip odiaba que se le opusieran, fuera quien fuese, y cuando se exasperaba, permanecía fríamente furioso durante semanas. Pero no era solo el miedo a su ira lo que había inducido a _______ a no protestar. En realidad, suspiraba por obtener la aprobación del padre. Por otra parte, comprendía lo humillado que se había sentido este por la conducta de su esposa y el escándalo social que provocó. Cuando Parker le habló del asunto, dijo que suponía que la actitud de Philip, aquel excesivo manto protector que desplegaba sobre su hija, tal vez se debiese al miedo de perderla, pues era todo lo que tenía; y en parte también podía ser motivado por el temor a que ella, sin darse cuenta, hiciera algo que diera nuevo pábulo a las habladurías creadas por el comportamiento de su madre. Aunque esta última posibilidad no le había gustado lo mas mínimo, _______ la aceptó. Y así se había pasado cinco semanas del verano intentando razonar con su padre. Tras fracasar en ello, la muchacha recurrió a las discusiones. Pero el día anterior las hostilidades habían alcanzado un punto álgido, y entre padre e hija se entabló la primera discusión furiosa. La Universidad del Noroeste había enviado la cuenta de la matrícula, y _______ se la había presentado a Philip. Le habló a su padre con voz pausada y serena.
–No voy a ir a Maryville. Iré a la Noroeste, donde obtendré un título que sirva para algo.
Philip apartó la factura y miró a su hija de tal modo que esta sintió que le temblaba el estómago.
–¿De veras? –se mofó Philip–. ¿Y cómo piensas pagar la matrícula? Ya te he dicho que yo no lo haré, y no puedes tocar un céntimo de tu herencia hasta que cumplas treinta años. Ya es demasiado tarde para solicitar una beca, y en cuanto a un préstamo bancario para estudios, dada tu posición social, nunca te lo otorgarían. Vivirás en casa e iras a Maryville. ¿Lo entiendes, _______?
Todo el resentimiento acumulado durante años de terrible represión afloró y _______ perdió los nervios.
–¿Eres un ser totalmente irracional! –exclamó––. ¿Por qué no puedes comprender...?
Philip se puso de pie lenta y deliberadamente, observando a su hija con brutal desprecio.
–Lo comprendo muy bien –aseguró con voz gélida–. Comprendo que en esa universidad hay cosas que quieres hacer y gente con la que quieres hacerlas. Cosas que sabes muy bien que merecerían mi reprobación. Por eso quieres ir a una universidad grande y vivir en el campus. ¿Qué es lo que más te atrae, _______? ¿No será la oportunidad de alojarte en dormitorios mixtos, con los pasillos llenos de muchachos que se arrastrarán hasta tu cama? ¿O acaso...?
–¡Estás enfermo!
–¡Y tú eres como tu madre! Has tenido todo lo que se pueda desear, y no quieres más que la oportunidad de meterte en la cama con cualquiera que te lo pida!
–¡Maldito seas! –_______ se asombró ante la fuerza de su incontenible ira–. Nunca te perdonaré esto. ¡Nunca! –Se volvió y salió.
Tras ella, la voz de su padre sonó como un trueno.
–¿Adónde diablos vas?
–Afuera. Y otra cosa: no llegaré a casa a medianoche. Estoy harta de horarios.
–¡Vuelve!–le ordenó Philip.
_______ no le hizo caso y abandonó la casa. Cuando se vio sentada en el Porsche blanco que su padre le había regalado para su cumpleaños, su ira incluso aumentó. Su padre estaba loco. ¡Era un enfermo! _______ pasó la velada con Lisa y deliberadamente no volvió a casa hasta casi las tres de la madrugada. Encontró a Philip esperándola, deambulando como un león enjaulado. Al verla, desató su ira y la increpó, pero esta vez _______ no se dejó intimidar por los insultos. Resistió el sucio ataque verbal, más aun, cada insulto surtía en ella un efecto contrario al que su padre se proponía. Reforzaba su decisión de desafiarlo y mantenerse en sus trece.
Protegido de intrusos y turistas por una alta cerca de hierro y un guardia en la puerta principal, el club de campo Glenmoor se extendía a lo largo de varias hectáreas de majestuoso césped, salpicado de arbustos en flor y de macizos de flores. El largo y tortuoso acceso al club estaba flanqueado por lámparas de gas, la sombra de poderosos arces y robles que llegaban hasta la puerta del edificio. Allí la carretera describía una curva en dirección a la autopista.
El edificio del club era una estructura irregular de tres plantas, de ladrillo blanco, con grandes pilares que se erguían a lo largo de la fachada. Estaba rodeado por dos campos de golf de tamaño reglamentario, y al otro lado por hileras de pistas de tenis. En la parte trasera del edificio las enormes puertas se abrían a amplias terrazas llenas de mesas con sombrillas y árboles en grandes macetas. Una escalera embaldosada descendía de la terraza inferior hasta las dos piscinas olímpicas que había más abajo. Esa noche estaba prohibido bañarse, pero las hamacas estaban dispuestas con los gruesos almohadones de siempre, de un amarillo brillante, para los miembros que desearan ver los fuegos artificiales acostados o aquellos que quisieran descansar entre baile y baile, cuando saliera la orquesta después de los fuegos.
Caía la noche cuando _______ llegó al club. Los empleados ayudaban a salir de sus coches a los recién llegados. _______ se dirigió al aparcamiento situado a un lado del edificio y encontró un hueco entre el reluciente Rolls del adinerado fundador de una fábrica textil y un Chevrolet sedán muy viejo, propiedad de un financiero mucho más rico que el del Rolls. Por lo general, sin saber por qué, la llegada de la noche solía animar a _______, pero esta vez, al salir del coche, se sentía deprimida y preocupada. Aparte de sus vestidos, no tenía nada que vender para reunir el dinero necesario para pagarse los gastos universitarios. El Porsche esta a nombre de su padre, que por lo demás tendría el control de su herencia durante otros doce años. ¿De qué dinero disponía ella? Exactamente setecientos dólares en su cuenta bancaria. Estrujándose los sesos para encontrar el modo de pagar la matrícula, se encamino lentamente al club.
En noches especiales como aquella los vigilantes del club hacían las veces de empleados del aparcamiento. Uno de ellos se adelantó corriendo para abrirle la puerta a _______.
–Buenas noches, señorita _______ –dijo el joven, sonriendo maliciosamente. Era un muchacho apuesto y musculoso, estudiante de medicina de la Universidad de Illinois. _______ lo sabía porque él mismo se lo había dicho la semana anterior, mientras ella intentaba tomar sol.
–Hola, Chris –saludó _______ con aire ausente.
Además de ser el día de la Independencia, el Cuatro de Julio era también el aniversario de la fundación del Glenmoor. Por lo tanto, el club estaba animadísimo. Los socios habían acudido en masa, circulaban por los pasillos e iban de habitación en habitación con sus cócteles en la mano, charlando y riendo. Vestían esmóquines y trajes de noche, atuendos obligados para una ocasión tan especial. El interior del club era mucho menos imponente y elegante que algunos de los nuevos clubes de campo erigidos en los alrededores de Chicago. Las alfombras orientales que cubrían los encerados pisos de madera estaban perdiendo lustre, y el robusto mobiliario antiguo de las diversas habitaciones creaba una atmósfera de pomposa complacencia más que de encanto.
En este sentido, Glenmoor era como la mayor parte de los primeros clubes de campo del país. Antiguos y muy exclusivos, su prestigio y poder de atracción no se basaban en el mobiliario ni en las instalaciones, sino en la posición social de sus socios. La riqueza por sí sola no bastaba para acceder a la codiciada condición de socio de Glenmoor. El dinero debía ir acompañado de una gran importancia social. En las raras ocasiones en que el solicitante reunía ambos requisitos, aún tenía que superar la prueba de fuego de la aprobación por unanimidad de su solicitud por parte de los catorce miembros que formaban el comité de admisión. Pasado este duro trámite, la asamblea general de socios se reunía para hacer las observaciones finales. En los últimos años se habían estrellado contra requisitos tan rígidos varios nuevos y exitosos empresarios, un sinnúmero de médicos, incontables dipu/tados, algunos jugadores de equipos famosos como los White Sox y los Bears, y un miembro del Tribunal Supremo del estado de Illinois.
A _______, sin embargo, no le impresionaba el elitismo del club ni el de sus socios. Para ella, estos eran simplemente rostros familiares, algunos bien conocidos, otros muy poco o nada. Andando por el pasillo, iba saludando y sonriendo instintivamente a los conocidos, mientras pasaba por las distintas habitaciones en busca de las personas con las que se había citado. Uno de los comedores había sido acondicionado para esa noche como casino; en los otros dos habían desplegado un generoso bufet. Los tres estaban atestados. En la parte baja una orquesta se preparaba para tocar en la sala de banquetes del club, y a juzgar por el vocerío proveniente de abajo cuando _______ pasó junto a la escalera, también debía de hallarse congregada una buena multitud. Echó un vistazo en la sala de juego. Su padre era un empedernido jugador de cartas, como la mayoría de los que estaban en aquella habitación; pero Philip no estaba allí, ni tampoco el grupo de Jon. Tras inspeccionar todas las habitaciones de la planta salvo el salón principal del club, se dirigió hacia allí.
A pesar de su tamaño, la decoración del recinto estaba pensada para crear una atmósfera de intimidad y comodidad. Sofás confortables y butacones se agrupaban en torno a pequeñas mesas de té, y en las paredes los candelabros de bronce estaban siempre a media luz, arrojando un cálido resplandor sobre el liso revestimiento de roble. Por lo general, los pesados cortinajes de terciopelo estaban corridos tras los ventanales de la parte trasera del salón, aunque esa noche los habían abierto para que los huéspedes pudieran salir y pasear por la terraza anexa, donde una banda tocaba música de ambiente. A la izquierda, una barra de bar se extendía de un extremo a otro de la pared, y los camareros iban diligentemente de los clientes a la pared con estanterías repletas de botellas de toda clase de licores, bajo focos de luz mortecina.
Por supuesto, el salón estaba también atestado, y _______ estuvo apunto de volver a la planta baja, pero vio a Shelly Filmore y a Leigh Ackerman, quienes le habían telefoneado para recordarle su compromiso de asistir a la fiesta. Se hallaban de pie en un extremo del bar, con algunos de los amigos de Jonathan y una pareja mayor a la que _______ finalmente identificó. Se trataba del señor Russell Sornmers y su esposa, tíos de Jonathan. _______ se obligó a sonreír y se dirigió hacia ellos. De pronto se quedó rígida: justo a la izquierda de la pareja, Philip formaba parte de otro grupo.
–_______ –dijo la señora Sommers después de los saludos–, me encanta tu vestido. Por todos los santos, ¿dónde lo has comprado?
_______ tuvo que mirarse para recordar lo que llevaba puesto.
–En Bancroft –contestó.
–¿Seguro? –bromeó Leigh Ackerman.
Los Sommers se separaron para hablar con otros amigos. _______ no dejaba de observar a su padre, con la esperanza de que se mantuviera alejado de ella. Se quedó inmóvil durante un rato, nerviosa por la presencia de su padre, cuando de pronto cayó en la cuenta de que le estaba arruinando la velada. Eso la enfureció y la espoleó. Le demostraría que no iba a conseguir su propósito, más aun, que no se daba por vencida. Se volvió y le pidió a un camarero un cóctel de champán, después le dirigió una sonrisa deslumbrante a Doug Chalfont, fingiendo que estaba fascinada oyéndole hablar.
Fuera, la penumbra dio paso a la noche oscura. En el club el tono de las conversaciones aumentaba en proporción directa a la cantidad de alcohol ingerido. _______ iba por el segundo cóctel y se preguntaba si debería buscar un trabajo, dando a su padre una prueba más de que su intención de obtener un título universitario era muy firme. Miró al espejo de la barra y notó que la mirada de su padre estaba fija en ella. Tenía los ojos entrecerrados, con expresión de frío desagrado. Ociosamente, _______ se preguntó qué sería lo que en aquel momento merecía la repulsa de su padre. Quizá su vestido sin tirantes, o más probablemente la atención que Doug Chalfont le dispensaba. Lo que sin duda no molestaba a Philip era la copa de champán. _______ no solo había sido educada para tablar como un adulto en cuanto aprendió a formular una frase, sino también a comportarse como tal. A los doce años su padre le permitía quedarse a la mesa cuando había huéspedes. A los dieciséis, _______ aprendió a oficiar de anfitriona, y bebía vino con los invitados, aunque, eso sí, con moderación.
A su lado, Shelly Filmore anunció que era hora de ir al comedor, pues de lo contrario corrían el riesgo de perder la mesa reservada. _______ trató de olvidar sus preocupaciones, recordando un poco tarde que se había propuesto pasarlo bien aquella noche.
–Jonathan dijo que se nos uniría en la mesa antes del comienzo de la cena. ¿Alguien lo ha visto? –Volviendo la cabeza a ambos lados en busca de Sommers, de pronto exclamó–: ¡Dios mío! ¿Quién es ese? ¡Qué hombre tan guapo! –Habló con un tono de voz más alto de lo que hubiera querido, suscitando así una oleada de interés, no solo por parte de los componentes del grupo de Jonathan, sino de otros invitados cercanos. Varios de ellos se volvieron siguiendo la mirada de Shelly.
–¿A quién te refieres? –preguntó Leigh Ackerman. _______ estaba frente a la puerta, y al levantar la cabeza vio enseguida el objeto del entusiasmo de Shelly. De pie en el umbral, con la mano derecha oculta en el bolsillo del pantalón, había un hombre muy alto, de cabello casi tan negro como el esmoquin que lucía. Tenía las piernas largas y los hombros anchos. De ojos claros, las facciones de su rostro bronceado por el sol parecían ser obra de un artista que hubiera buscado la fuerza bruta, la virilidad, pero no la belleza masculina. Su firme mentón, la nariz recta y la mandíbula enérgica, eran expresión de una voluntad férrea. No, aquel hombre plantado en el umbral de la puerta, que parecía mirar distraídamente a la elegante concurrencia, no podía ser descrito como «apuesto» o «espléndido», pensó _______. Quizá orgulloso, arrogante, duro... Además, a _______ nunca le habían atraído los hombres morenos de aspecto abiertamente masculino.
–¡Mirad qué hombros! –musitó Shelly, embelesada–. ¡Qué cara! –Volviéndose hacia Chalfont añadió–: Douglas, eso es auténtico **noallow**–appeal.
Doug miró al recién llegado y se encogió de hombros, sonriente.
–A mí no me produce ningún efecto. –Dirigiéndose a otro joven del grupo, al que _______ había conocido aquella misma noche, le preguntó–: ¿Y a ti, Rick? ¿Te produce alguna impresión?
–No lo sabré hasta que le vea las piernas –bromeó Rick–. Soy adicto a las piernas, razón por la que _______ sí me impresiona.
En aquel momento apareció Jonathan en el umbral de la puerta, caminando con cierta torpeza. Rodeó con un brazo los hombros del joven desconocido y miró alrededor. _______ advirtió que Sommers, que estaba bastante borracho, esbozó una sonrisa triunfal. De inmediato Leigh y Shelly estallaron en una sonora carcajada que confundió a _______.
–¡Oh, no! –exclamó Leigh, mirando a Shelly y a _______ con cómica expresión de desencanto–. Por favor, no me digas que ese espléndido ejemplar es el obrero empleado por Jonathan para los pozos de petróleo.
La carcajada de Doug ahogó la mayor parte de las palabras de Leigh. _______ se inclinó hacia esta e inquirió:
–Perdona, ¿qué has dicho?
Leigh respondió con rapidez, pues Jonathan y el desconocido se acercaban hacia ellas.
–Ese hombre es en realidad un obrero de una función de Indiana. El padre de Jon lo ha obligado a dar un empleo en los pozos de petróleo que la familia posee en Venezuela.
Desconcertada por las risas del grupo de Jonathan, como por la explicación de Leigh, _______ quiso saber más.
–¿Por qué lo trae aquí?
–¡Es una broma, _______! Jon está furioso con su padre por haberlo obligado a contratar a este hombre y luego habérselo puesto como ejemplo. En represalia, Jon trae aquí al joven modelo y lo ridiculiza ante los ojos de su padre. ¿Y sabes lo más divertido? La tía de Jon nos ha contado que los padres de este no vienen porque a último momento han decidido pasar el fin de semana en su casa de verano...
Jonathan los saludó en voz tan alta y turbia que incluso sus tíos y el padre de _______, que estaban en grupos separados, volvieron la cabeza.
–¡Hola a todos! –vociferó, agitando un brazo casi en semicírculo–. ¡Hola, tía Harriet, hola, tío Russell! –Esperó hasta haber captado la atención de todo el mundo–. Quisiera presentarles a mi camarada Nick Terrell... quiero decir, F–Farrell –barboteó, hipando–. Tía Harriet, tío Russell, saludad a Nick. ¡Es el más reciente ejemplo de mi padre! Ejemplo de cómo debería ser yo cuando crezca.
–¿Cómo está usted? –le preguntó cortésmente a Nick la tía de Jonathan. La mujer había apartado la mirada de su sobrino ebrio y trataba de esforzarse para mostrarse educada con él. ¿De dónde es usted, señor Farrell?
–De Indiana. –Su voz sonó tranquila y confiada.
–¿Indianápolis? –inquirió la mujer, frunciendo el entrecejo–. No recuerdo conocer a ningún Farrell de Indianápolis.
–No soy de allí. Además, estoy seguro de que usted no conoce a mi familia.
–¿De dónde es usted exactamente? –intervino el padre de _______, siempre dispuesto a interrogar e intimidar a cualquier hombre que estuviera cerca de su hija.
Nick Farrell se volvió y _______ descubrió con admiración que el joven sostenía impávido la fulminante mirada de Philip Bancroft.
–Edmunton. Al sur de Gary.
–¿A qué se dedica? –le preguntó Philip con rudeza.
–Soy obrero en una fundición –se limitó a responder. Su actitud y sus palabras eran tan frías como las del padre de _______.
Se produjo un silencio de asombro. Varias parejas de mediana edad, que esperaban a los tíos de Jonathan, intercambiaron miradas incómodas y se apartaron sin disimulo. La señora Sommers también decidió retirarse.
–Que pase usted una buena velada, señor Farrell –dijo con voz rígida, y asiéndose del brazo de su marido se dirigió rápidamente al comedor.
De pronto, todo el mundo se puso en movimiento.
–Bien–dijo Leigh Ackerman con viveza, mirando a los de su grupo menos a Nick Farrell, que se había apartado un poco–. ¡Vamos a comer! –Tomó el brazo de Jon y le hizo volverse hacia la puerta del comedor–. Reservé una mesa para nueve –añadió mordazmente.
_______ contó los presentes. Rabia nueve personas en el grupo... si se exceptuaba a Nick Farrell. Asqueada, permaneció inmóvil un momento. Su padre la vio cerca de Farrell y abandonó a sus amigos, que se dirigían hacia el comedor. Tocó el codo de _______ con mano.
e aqui en adelante ni falta que les recuerde porque se por experiencia propia que no se van a querer saltar nada... *sigo deprimida no encuentro un solo libro que me deje todas las sensaciones que leí de esta escritora me leí todos sus libros y ahora ya no se que leer, ando depremida*
_______ contó los presentes. Rabia nueve personas en el grupo... si se exceptuaba a Nick Farrell. Asqueada, permaneció inmóvil un momento. Su padre la vio cerca de Farrell y abandonó a sus amigos, que se dirigían hacia el comedor. Tocó el codo de _______ con mano.
–¡Líbrate de él! –ordenó con voz lo bastante alta para que Farrell lo oyera. Luego prosiguió su camino. _______ lo observó alejarse mientras la asaltaba una ola de furiosa y desafiante rebelión. Después miró a Nick Farrell, sin saber qué hacer. El joven se había situado frente a los ventanales y observaba a la gente de la terraza con la distante indiferencia de quien se sabe un intruso indeseado y, por lo tanto, intenta fingir que lo prefiere así.
Aunque no hubiera confesado ser un obrero de Indiana, _______ no habría tardado en darse cuenta de que no pertenecía al ambiente de Glenmoor. Por una parte, su esmoquin era demasiado estrecho para sus anchos hombros, lo que indicaba que no había sido hecho a medida. Debía de ser alquilado. Tampoco hablaba con la seguridad innata de un miembro de la alta sociedad, de alguien que espera ser bienvenido y admirado dondequiera que vaya. Además, sus modales exhibían una indefinible falta de refinamiento, una tosquedad y aspereza que a _______ le atraían y repelían al mismo tiempo.
Por ello _______ quedó atónita al comprender de repente que aquel hombre le recordaba... a sí misma. Lo miró, completamente solo, como si no le importara su ostracismo, y se vio a sí misma en Saint Stephen, pasando los recreos con un libro en la falda, intentando fingir que no le importaba que la dejaran sola.
–Señor Farrell –preguntó con toda la naturalidad de que fue capaz–, ¿quiere beber algo?
Se volvió sorprendido, vaciló un momento y luego asintió.
–Whisky con agua.
_______ hizo una seña a un camarero y este acudió enseguida.
–Jimmy, el señor Farrell desea un whisky con agua.
Al volverse hacia Farrell descubrió que la estaba estudiando. Le recorrió el cuerpo con la mirada, frunciendo ligeramente el entrecejo. Sin duda se preguntaba por qué ella se había molestado en ser amable con él.
–¿ Quién es el hombre que le dijo que se librara de mí? –preguntó Farrell con brusquedad.
_______ lamentó alarmarlo confesándole la verdad.
–Mi padre.
–Tiene usted mi más sentido y sincero pésame.
_______ se echó a reír. Nadie se había atrevido nunca a criticar a su padre, ni siquiera indirectamente. Además, tuvo el presentimiento de que Nick Farrell era un rebelde, lo mismo que ella había decidido ser. Eso lo convertía en un espíritu gemelo, por lo que en lugar de apiadarse de él o sentirse rechazada, lo veía como a un bravo mestizo injustamente lanzado a un grupo de orgullosos perros de pura raza. Decidió rescatarlo.
–¿Le gustaría bailar? –le preguntó, sonriéndole como si se tratara de un viejo amigo.
Él la miró con expresión divertida.
–¿Qué le hace suponer, princesa, que un obrero de Edmunton, Indiana, sabe bailar?
–¿Sabe?
–Supongo que puedo arreglármelas.
Bailaron en la terraza al ritmo lento de la banda, y _______ tuvo ocasión de comprobar enseguida que Farrell había sido demasiado modesto porque bailaba bien, aunque estaba algo tenso y su estilo era conservador.
–¿Cómo lo hago?
–Hasta ahora, todo lo que puedo decir es que su ritmo es bueno y se mueve bien –respondió _______ sin advertir que sus palabras podían ser malinterpretadas–. Al fin y al cabo, es todo lo que importa. –Sonrió, mirándolo a los ojos, para que él no viera el menor asomo de crítica en sus siguientes palabras–. Todo lo que necesita es un poco de practica.
–¿Cuánta práctica me recomienda?
–No mucha. Una noche bastaría para aprender algunos pasos nuevos.
–No sabía que hubiera «nuevos» pasos.
–Los hay –replicó _______–. Pero primero debe aprender a relajarse.
–¿Primero? –repitió Farrell–. Siempre he creído que uno se relaja después.
_______ cayó en la cuenta del doble sentido de la conversación. Miró a Farrell con franqueza e inquirió:
–¿Estamos hablando del baile, señor Farrell?
Farrell captó la acritud de sus palabras. Observó un momento a _______, con interés renovado. Estaba revisando la opinión que se había formado de ella. Los ojos de Farrell no eran azules, como ella creyó al principio, sino de un llamativo gris metálico. En cuanto a su pelo, era castaño oscuro, no negro. Cuando habló, no solo sus palabras sino también el tono de su voz pedían perdón.
–Ahora sí –contestó. Algo tardíamente, explicó a _______ la rigidez que ella había advertido en sus movimientos–: Hace unas semanas me rompí un ligamento de la pierna derecha.
–Lo siento –dijo _______, excusándose por haberle hecho bailar–. ¿Le duele?
Una maravillosa sonrisa iluminó el rostro de Nick Farrell.
–Solo cuando bailo.
_______ se rió de la broma y empezó a sentir que sus problemas personales quedaban en un segundo plano. Volvieron a bailar, sin hablar de nada que no fueran trivialidades, como la mala música de la banda o el buen clima. De vuelta en el salón, Jimmy les trajo bebidas.
Asaltada por un sentimiento de acritud y desprecio hacia Jonathan, _______ dijo:
–Jimmy, cargue estas bebidas a la cuenta de Jonathan Sommers. –Al mirar a Nick, vio la sorpresa reflejada en su rostro.
–¿No es usted socia del club?
–Sí ––admitió _______ con una sonrisa triste–. Se trata de una mezquina venganza personal.
–¿A cuenta de qué?
–Bueno... –Se percató de que si le contaba la verdad a Farrell, este se sentiría avergonzado. _______ se encogió de hombros y dijo–: No me entusiasma Jonathan Sommers, eso es todo.
Farrell la miró con extrañeza y luego bebió un sorbo.
–Debe de estar hambrienta. La dejaré para que se una a sus amigos.
Era un gesto de cortesía por el que ella quedaba absuelta de su fuga, pero lo cierto es que no deseaba fugarse, y no solo porque la compañía de Jon y su grupo no fuera lo más excitante del mundo. Farrell le interesaba. Además, si lo dejaba solo, nadie se le acercaría. En realidad, la gente que aún permanecía en el salón los miraba con disimulo.
–La verdad es que la comida del club no es nada del otro mundo.
Farrell echó un vistazo a los ocupantes del salón, luego dejó el vaso sobre una mesa de un modo que indicaba su intención de marcharse.
–Tampoco esta gente.
–No le evitan por vileza o arrogancia –le aseguró _______–. No realmente.
–Entonces, ¿por qué lo hacen? –preguntó con expresión dubitativa.
_______ vio a varias parejas de mediana edad, amigos de su padre. Todos ellos buenas personas.
–Verá, por una parte los avergüenza el comportamiento de Jonathan. También por lo que saben de usted, es decir, dónde vive y cómo se gana la vida. Me refiero a que sencillamente creen que no tienen nada en común con usted.
Farrell debió de pensar que ella se estaba mostrando superior porque sonrió y dijo:
–Tengo que marcharme.
De pronto, la idea de que Farrell se fuera humillado y guardara un recuerdo totalmente negativo de aquella noche entristeció a _______. De hecho, era innecesario que eso ocurriera. ¡E impensable!
–No puede marcharse todavía –declaró, sonriendo con determinación
Farrell la miró fijamente.
–¿Por qué no?
–Porque... llevar un vaso en la mano ayuda a hacerlo –replicó ella con una cierta malicia.
–A hacer ¿qué?
–Mezclarse. Vamos a mezclarnos.
–¡De ninguna manera! –Nick le tomó la muñeca para desasirse, pero era demasiado tarde. _______ estaba decidida a que aquella multitud se tragase la presencia de Nick.
–Por favor, complázcame –murmuró ella, lanzándole una mirada implorante.
Farrell esbozó una sonrisa de reacia rendición.
–Tiene usted los ojos más asombrosos...
–En realidad soy corta de vista –bromeó ella, también sonriendo–. Me han visto tropezar con las paredes. ¿Por qué no me ofrece el brazo y me guía para que no vaya dando tumbos?
Farrell no era insensible al humor y a la sonrisa de la muchacha.
–Y también es muy resuelta –añadió Nick. Soltó una risita ahogada y, a regañadientes, le ofreció el brazo.
Se toparon con una pareja de ancianos conocidos de _______.
–Hola, señor y señora Foster –saludó con alegría, mientras los ancianos pasaban a su lado sin verla.
La pareja se detuvo.
–Oh, ¿que tal, _______? –dijo, la señora Foster. Luego tanto ella como su marido sonrieron a Nick, sin duda esperando recibir información acerca de este.
–Me gustaría presentarles a un amigo de mi padre –anuncié _______, reprimiendo la risa cuando vio el rostro incrédulo de Nick–. Nick Farrell, de Indiana. Está en el negocio del acero.
–Es un placer –dijo el señor Foster, estrechando la mano que Farrell le tendía–. Sé que ni _______ ni su padre juegan al golf, pero espero que le hayan informado de que aquí en Glenmoor tenemos dos campos reglamentarios. ¿Estará entre nosotros el tiempo suficiente para jugar unos partidos?
–No estoy seguro de que vaya a quedarme el tiempo suficiente para terminar este cóctel –contestó Nick, pensando que lo echarían en cuanto el padre de _______ descubriera que esta lo estaba presentando como amigo suyo.
El señor Foster inclinó la cabeza, desorientado.
–El negocio siempre parece interponerse en el camino del placer. Por lo menos esta noche verá usted los fuegos artificiales. Es el mejor espectáculo de la ciudad.
–Usted sí que los verá –profetizó Nick, lanzando una mirada elocuente a _______, que a su vez parecía la pura encarnación de la inocencia.
El señor Foster se enfrascó de nuevo en su tema de conversación favorito, el golf, mientras _______ trataba a duras penas de mantener una expresión seria.
–¿Cuál es su handicap? –inquirió Foster.
–El handicap de Nick soy yo –intervino _______–. Por lo menos esta noche. –Y miró a Farrell provocativamente.
–¿Qué? –El señor Foster pestañeó.
Nick no contestó y _______ tampoco hubiera podido hacerlo, pues él tenía la mirada clavada en sus labios, y cuando la levantó para contemplar sus ojos, descubrió en ellos una expresión diferente.
–Vámonos, querida –dijo el señor Foster al observar la distraída expresión de ambos jóvenes–. Estos muchachos no quieren pasar la noche oyendo hablar de golf –_______ recuperó demasiado tarde la compostura y se dijo con severidad que había bebido demasiado champán. Le tocó el codo a Nick.
–Venga conmigo –dijo, empezando a bajar los escalones que conducían al salón de los banquetes, donde tocaba la orquesta.
Durante casi una hora, lo condujo de un grupo a otro, ambos regocijados mientras ella contaba con gran aplomo medias verdades escandalosas acerca de quién era Nick y cómo se ganaba la vida. Él no intervenía en la farsa, pero observaba divertido el ingenio de _______.
–¿Lo ve? –inquirió la joven cuando por fin dejaron atrás el ruido y la música y salieron a pasear por el parque–. Lo que cuenta no es lo que se dice, sino lo que no se dice.
–Una interesante teoría –bromeó él–. ¿Tiene otras?
_______ meneó la cabeza, asaltada por una idea que la había perseguido durante toda la noche.
–Su manera de hablar no se parece en nada a la del obrero de una fundición.
–¿Cuántos conoce?
–Solo uno.
Nick preguntó con voz queda:
–¿Viene aquí a menudo?
Habían pasado la primera parte de la noche jugando a una especie de farsa est/úpida, pero _______ presintió que él ya estaba harto. De hecho, ella también lo estaba, lo que confirió un matiz distinto al clima creado entre ambos. Paseando entre lechos de rosas y arbustos en flor, Nick empezó a hacerle preguntas. _______ le dijo que había estudiado en un internado y que se había graduado. Cuando Nick se interesó por sus planes futuros, ella se dio cuenta que la tomaba por una licenciada universitaria. _______ prefirió ocultar la verdad, pues de lo contrario Nick habría descubierto que tenía dieciocho años y no veintidós. Su reacción habría sido imprevisible. Así pues, se apresuró a preguntar:
–Y usted, ¿qué va a hacer?
Nick le contó que en el plazo de seis semanas viajaría a Venezuela y le explicó los detalles de su nuevo trabajo. Después la conversación se hizo muy fluida y hablaron de varios temas, hasta que finalmente se detuvieron en el césped, bajo un olmo centenario. _______ escuchaba a Earrell como poseída, ignorando el contacto de la corteza del árbol contra su espalda desnuda. Había descubierto que Nick tenía veintiséis años, y que además de ser ingenioso y de expresarse con mucha elocuencia, sabía escuchar con tanta atención que parecía que en el mundo entero solo importaban las palabras de su interlocutora. Le resultaba muy desconcertante y a la vez halagador. Creaba una falsa atmósfera de intimidad y soledad. Acababa de reírse de una de las ocurrencias de Nick cuando un insecto pasó volando junto a su cara y zumbó cerca de su oreja. _______ dio un brinco, haciendo muecas y tratando de localizar al insecto.
–¿Lo tengo en el pelo? –le preguntó a Nick, angustiada, inclinando la cabeza para que lo comprobara.
Al hacerlo, él le colocó las manos en los hombros.
–No –la tranquilizó–. Solo era un pequeño escarabajo.
–Los escarabajos son asquerosos, y este tenía el tamaño de un colibrí. –Nick se echó a reír y ella esbozó sonrisa de deliberada satisfacción. No te reirás dentro de seis semanas, cuando no puedas salir de tu habitación sin pisar serpientes –bromeó _______, tuteándolo.
–¿Eso crees? –murmuró él, mirando fijamente la boca de la muchacha. Luego sus manos se deslizaron por su cuello hasta enmarcarle tiernamente el rostro.
–¿Qué haces? –susurró _______ cuando él empezó a rozarle el labio inferior con el dedo pulgar.
–Trato de decidir si quiero disfrutar de los fuegos artificiales.
–No empiezan hasta dentro de media hora –replicó ella, temblorosa. Sabía que Nick iba a besarla.
–Presiento –musitó el joven inclinando la cabeza lentamente– que van a empezar ahora mismo.
Y así fue. Nick besó los labios de _______, y esta sintió que se estremecía. Al principio fue un beso suave; la boca de Nick rozó la de _______, explorando delicadamente los contornos de sus labios. No era la primera vez que la besaban, pero siempre habían sido besos inexpertos y ávidos. Nadie la había besado con la dulzura de Nicholas Farrell. Deslizó una mano por la espalda de _______, atrayéndola hacia sí, y con la otra le cogió la nuca. Su boca se abrió despacio sobre la de _______. Perdida en el beso, ella metió las manos por debajo de la chaqueta del esmoquin hasta alcanzar sus anchos hombros. Después rodeó el cuello de Nick con los brazos.
Ella le abrazó y se apretó contra él. La lengua de Nick recorrió ardientemente los labios que se le ofrecían, exigiendo que se separaran. Cuando lo hicieron, volvió a besarla apasionadamente. Le acarició un pecho con la mano, después la deslizó hasta el trasero de _______, que notó la firme excitación del joven. Por momento se quedó un poco rígida, pero luego, sin razón explicable, de pronto _______ hundió los dedos en el pelo de Nick y también le besó.
Parecía haber pasado una eternidad cuando por fin Nick retiró la boca. El corazón de _______ latía con fuerza, y abrazada a él, apoyó la frente en el pecho de Nick, tratando de ordenar aquel cúmulo de sensaciones. En su embotada mente empezó a tomar cuerpo idea de que Nick pensaría que su conducta era extraña, porque en realidad no había sido más que un simple beso. Se obligó a levantar la cara. Estaba segura de que se encontraría con una mirada de divertido asombro, pero se equivocó. Sus fuertes facciones no reflejaban la. menor expresión de burla, sino que todo en él parecía arder de pasión. Los brazos de Nick se cerraban en torno a ella, remisos a dejarla marchar. _______ se sintió orgullosa al advertir que Nick compartía sus emociones. Sin pensar lo que hacía, miró fijamente sus labios. En su firmeza había una fuerte sensualidad, aunque sus besos habían sido exquisitamente suaves. Deseosa de sentir de nuevo el contacto de aquellos labios, _______ le rogó con la mirada que volviera a besarla.
Nick lo comprendió y, con una especie de gemido, respondió roncamente con un «sí», estrechándola aún más y adueñándose de sus labios con un beso arrebatador. _______, con la respiración entrecortada, creyó enloquecer de placer.
Poco después se oyeron risas y _______ se separó torpemente de Nick, volviéndose en redondo, alarmada. Docenas de parejas salían del club para ver los fuegos artificiales... y, a la cabeza de todos, venía Philip. Aun desde la distancia, _______ advirtió que estaba furioso. Avanzaba a grandes pasos...
–Oh, Dios mío –susurró la muchacha. Nick, tienes que marcharte. Vamos, vete. ¡Ahora!
–No.
–¡Por favor! –suplicó ella, casi llorando–. No me pasará nada. Esperará a que estemos solos para decirme algo. Pero no sé lo que te hará a ti. –Al cabo de un momento, _______ ya sabía la respuesta.
–¡Se acercan dos hombres para echarle de aquí, Farrell! –anunció Philip con voz sibilante, el rostro congestionado por la ira. Se volvió hacia _______ y le asió un brazo–. ¡Tú vienes conmigo!
Dos de los camareros del club acudían ya por el camino de acceso. Philip tiró del brazo de _______, que rogó a Nick por encima del hombro:
–Por favor, vete. No hagas una escena.
Su padre volvió a tirar de ella y _______ supo que no tenía elección: o caminaba o la arrastraba. Entonces vio con alivio que los camareros aminoraban el paso y finalmente se detenían. Al parecer, Nick había alcanzado el camino de la carretera. Philip llegó a la misma conclusión, pues cuando los camareros lo miraron con expresión interrogante, les dio instrucciones.
–Dejad que ese bastardo se largue, pero avisad a la puerta principal para que vigilen y no le permitan volver a entrar.
Cuando los vio alejarse, se volvió hacia _______. Tenía el rostro lívido.
–Tu madre fue la comidilla de este club, y no voy a permitir que repitas la historia, ¿me oyes? –Le soltó el brazo violentamente, como si le asqueara tocar a su hija. No obstante habló con voz queda, porque un Bancroft, por grande que fuese la provocación, nunca ventilaba en público los problemas familiares. Vete a casa y quédate allí. Tardarás veinte minutos en llegar y yo veinticinco en llamarte. ¡Que Dios te proteja si no estás!
Giró sobre sus talones y se dirigió al edificio. _______ lo vio alejarse, sintiéndose humillada. Luego entró en el club y recuperó su bolso. Camino del aparcamiento vio a varias parejas que se besaban bajo los árboles.
Condujo con los ojos llenos de lágrimas, y solo un poco después de haber pasado junto a una solitaria figura se dio cuenta de que era Nick, que caminaba con la chaqueta del esmoquin colgada del hombro. _______ detuvo el coche y lo esperó. Se sentía tan culpable por la humillación que le había causado que no se atrevía a mirarlo a los ojos.
Nick metió la cabeza por la ventanilla e inquirió:
–¿Estás bien?
–Sí, sí. –Sacó fuerzas de flaqueza y lo miró–. Mi padre es un Bancroft, y los Bancroft nunca discuten en público.
Él advirtió que _______ tenía los ojos llorosos. Rozó con la punta de sus dedos la suave mejilla de la muchacha.
–Tampoco lloran delante de la gente. ¿No es así?
–Así es –admitió _______, tratando de asimilar la maravillosa indiferencia que a Nick le inspiraba Philip Bancroft–. Me voy... a casa. ¿Puedo dejarte en alguna parte?
La mirada de Nick se desplazó del rostro de _______ a la mano que aferraba nerviosamente el volante.
–Sí, pero solo si me dejas conducir este cacharro. –Lo dijo como quien desea conducir un coche lujoso, pero sus siguientes palabras deshicieron el equívoco–. ¿Por qué no te llevo yo a casa y desde allí llamo un taxi? –A Nick le preocupaba que, en su estado, _______ sufriera un accidente.
–Está bien –concedió la joven, dispuesta a salvar del naufragio el poco orgullo que le quedaba. Salió del coche y, rodeándolo, se sentó al lado de Nick, que se había puesto al volante.
Nick arrancó el vehículo, que poco después abandonaba el camino de entrada al club y se internaba en la carretera principal. Ambos guardaban silencio, sintiendo la brisa que penetraba por la ventanilla abierta. A lo lejos estallaron los fuegos artificiales, que terminaron una espectacular cascada de rojo, blanco y azul. Medith observó el resplandor de las chispas que iluminaban el cielo y poco a poco iban muriendo al precipitarse hacia abajo. Recordando su comportamiento, se dirigió Nick.
–Quiero pedirte perdón por lo que sucedió esta noche... Me refiero a lo de mi padre.
Nick la miró de reojo y comentó:
–Es él quien debería disculparse. Hirió mi orgullo ordenar a esos dos mozos debiluchos que me echaran. Lo menos que pudo haber hecho para salvar mi ego es enviar a cuatro.
_______ lo miró, sorprendida de que no se sintiera intimidado por la ira de Philip Bancroft; luego la joven sonrió, pensando que era maravilloso encontrarse con alguien a quien su padre no atemorizara. Lanzando una mirada desenvuelta a los poderosos hombros de Nick, dijo:
–Si realmente hubiese querido echarte de allí contra tu voluntad, habría tenido que recurrir al menos a seis mozos.
–Mi ego y yo te agradecemos estas palabras –contestó él con una sonrisa perezosa. _______, que unos minutos antes habría jurado que nunca volvería a sonreír, soltó una sonora carcajada–. Tienes una risa maravillosa –susurró él.
–Gracias –le contestó _______, complacida más allá de lo razonable por el cumplido.
A la pálida luz del panel de instrumentos, la joven estudió el perfil sombreado de Nick
Farrell. Observó como el viento ondulaba su cabello, y se preguntó qué tendría él para lograr que unas sencillas y serenas palabras casi parecieran una caricia física. Recordó lo que dijo Shelly Filmore y admitió que tal vez esa fuera la respuesta: «auténtico **noallow**–appeal». Horas antes, cuando lo vio por primera vez, a _______ no le había parecido un hombre especialmente atractivo. Ahora sí lo creía. De hecho, estaba segura de que las mujeres perdían la cabeza por él. Y sin duda ellas eran también la razón de que Nick supiera besar tan bien. Poseía **noallow**–appeal... y mucha experiencia besando.
–Tuerce por aquí –dijo ella. El viaje había durado quince minutos.
Se encontraban frente a un par de grandes puertas de hierro forjado. _______ apretó un botón del panel del coche y ambas puertas se abrieron de par en par.
_______ sacó un vestido del armario, lo extendió sobre la cama y se quitó la bata de baño. Era el vestido que había escogido para el baile del Cuatro de Julio.
El verano, que se inició con un entierro, había degenerado en una batalla, que duraba ya cinco semanas, en torno a la universidad donde estudiaría _______. En realidad, a esas alturas, ya no podía hablarse de batallas, sino de guerra total. En el pasado, _______ siempre había cedido a los deseos de su padre para complacerlo. Si él se mostraba innecesariamente rígido, ella se decía que esa conducta nacía del cariño y el miedo que sentía por ella. Si se comportaba con brusquedad, era debido a la fatiga que le causaban sus múltiples responsabilidades. _______ siempre había encontrado excusas para disculpar a su progenitor. Pero ahora era distinto. No estaba dispuesta a renunciar a sus sueños solo para tranquilizar a un padre que se aferraba a una actitud absurda. _______ había descubierto tardíamente que los planes de Philip chocaban con los suyos. Sin embargo, se trataba de su vida, no de la vida de su padre.
Desde su adolescencia, ella había dado por sentado que algún día tendría la oportunidad de seguir los pasos de sus antecesores y ocupar el lugar que le correspondía en Bancroft & Company. Todos los hombres de las sucesivas generaciones de la familia Bancroft habían llegado con orgullo y paso a paso, jerarquía a jerarquía, a la cumbre de la empresa. Primero, director de departamento, y de ahí, peldaño a peldaño, hasta la vicepresidencia, para alcanzar finalmente la presidencia y el puesto de jefe del ejecutivo. Después aún quedaba un destino: dejar los demás cargos a sus hijos y convertirse en presidente del directorio. En casi un siglo de existencia de Bancroft ni una sola vez un miembro de la familia había dejado de seguir este curso; y nunca un Bancroft fue ridiculizado por la prensa o por los empleados de los grandes almacenes debido a su incompetencia o por no merecer los cargos que eventualmente ostentaba. _______ creía, o mejor aún, sabía que, si se le daba la oportunidad, llevaría a cabo su tarea con éxito. Todo lo que deseaba o esperaba era esa oportunidad, y la única razón de que su padre no quisiera dársela era que ella no era el hijo que había deseado.
Sintiéndose frustrada y a punto de echarse a llorar, se enfundó el vestido. Mientras se dirigía al tocador, iba luchando con el cierre de la espalda. Se observó frente al espejo con absoluta falta de interés. Era un vestido de noche, sin tirantes, que había comprado semanas antes para la ocasión. Estaba abierto por los lados y se cruzaba en los pechos, en un multicolor arcoiris de gasa de seda pastel pálido, estrechándose en la cintura para luego caer graciosamente hasta las rodillas. _______ se cepilló el pelo, pero se limitó a recogérselo en un moño, dejando unos mechones sueltos para suavizar el efecto. El pendiente de topacio rosado hubiera sido el complemento perfecto para aquel vestido, pero esa noche su padre asistiría tanmbién a Glenmoor y _______ no quería darle el placer de verla con el topacio. En su lugar, se puso unos pendientes de oro con piedras rosadas incrustadas y brillantes. Llevaba el cuello y los hombros al descubierto. El peinado le daba un aspecto más sofisticado y el bronceado que había adquirido contrastaba maravillosamente con el vestido, aunque de no haber sido así, a _______ no le habría importado ni se habría vestido de otro modo. Su aspecto le era indiferente, y de hecho iba al baile solo porque no soportaba la idea de quedarse en casa zolviéndose loca con sus pensamientos y su frustración. Además, había prometido su presencia a Shelly Filmore y al resto de los amigos de Jonathan.
Sentada ante el tocador, se puso unas medias rosas de seda, que había comprado a juego con el vestido. Al levantar la cabeza, su mirada tropezó con un ejemplar enmarcado del Business Week que colgaba de la pared. En la portada de la revista aparecía una fotografía del majestuoso edificio que albergaba los grandes almacenes Bancroft en el centro de la ciudad. Situados ante la puerta principal, aparecían unos porteros con uniforme. El edificio, de catorce pisos, era un hito en la historia arquitectónica de Chicago, y los porteros constituían un símbolo histórico del permanente acento que los almacenes ponían en la calidad y en el servicio.
En las páginas interiores de la revista había un largo y entusiasta artículo sobre la empresa. Entre otras cosas, aseguraba que un producto que llevara la etiqueta Bancroft era símbolo de categoría, y que la ornamentada letra B de la bolsa de compras era el emblema del cliente que sabía elegir. El artículo se ocupaba también de alabar la notable capacidad de los herederos del fundador en lo concerniente a la dirección del negocio. Al parecer, el fundador de la dinastía, James D. Bancroft, había transmitido sus genes a sus sucesores, pues todos ellos demostraron el mismo talento –y amor– para la venta al por menor.
El articulista había entrevistado al abuelo de _______ y le preguntó si eso era cierto. Cyril rió y luego afirmó que, en efecto, tal cosa era posible. Añadió, sin embargo, que James Bancroft había iniciado una tradicíón que pasaba de padres a hijos y que consistía en preparar y entrenar al heredero desde que este dejaba la guardería y comía con sus padres. En la mesa se le hablaba al niño de todo lo que ocurría en los almacenes. Para el pequeño, esos retazos diarios de información constituían el equivalente a los cuentos para dormir. Todo ello generaba excitación y curiosidad, mientras los conocimientos le eran sutilmente inculcados... y asimilados. Pasado un tiempo, al ya adolescente se le presentaban problemas sencillos y se le pedía que los resolviera. El chico casi nunca acertaba, pero tampoco se pretendía que lo hiciera. El objetivo era enseñar, estimular, alentar.
Al final del artículo, hablando de sus sucesores, Cyril decía (y a _______ se le hizo un nudo en la garganta al recordarlo) que su hijo ya se había hecho cargo de la presidencia, y añadía: «Tiene una hija, y tengo toda la fe del mundo en que cuando _______ tome las riendas de Bancroft lo hará admirablemente bien. ¡Cómo desearía vivir para verlo!”. _______ sabía que si su padre se salía con la suya, ella nunca llegaría a la presidencia de Bancroft. Aunque Philip siempre le había hablado del negocio, aunque la había aleccionado con el mismo énfasis con que él mismo había crecido, se oponía inflexiblemente a que trabajara allí. _______ lo descubrió poco después de la muerte del abuelo, una noche, mientras cenaba con su padre. En el pasado, ella había mencionado muchas veces su intención de seguir los pasos de la familia y ocupar su puesto en Bancroft, pero Philip había hecho oídos sordos o no le había creído. Aquella noche, sí la tomó en serio. Con brutal franqueza, le dijo que no esperaba que le sucediera nunca en el cargo, porque él no lo deseaba. Ese era un privilegio reservado a un futuro nieto. Luego puso a _______ al corriente –con gran frialdad– de otra tradición familiar a la que él iba a ser fiel: las mujeres Bancroft no trabajaban en los grandes almacenes ni en ninguna otra parte. Su deber consistía en ser madres y esposas ejemplares, y en dedicar las cualidades que poseyeran a empeños cívicos y caritativos.
_______ no estaba dispuesta a aceptar el papel que su padre pretendía asignarle. No podía; ya era demasiado tarde. Mucho antes de enamorarse de Parker –o de creer que se había enamorado– los almacenes habían sido el objeto de su amor. A los seis años de edad, llamaba por su nombre a todos los porteros y guardias de seguridad de Bancroft. A los doce conocía los nombres los vicepresidentes y sabía qué funciones desempeaba cada uno de ellos. A los trece le había pedido a su padre que la llevara consigo a Nueva York, donde había pasado una tarde en Bloomingdale. La acompañaron a hacer un recorrido por el lugar, mientras Philip asistía a una reunión en el auditorio. Cuando regresaron a Chicago, más o menos ella tenía una opinión formada de por qué Bancroft era superior a Bloomie.
Ahora, a los dieciocho años, poseía un conocimiento general de aspectos tales como los problemas de los sueldos de los empleados, los márgenes de beneficios, las técnicas de mercado y las tendencias de los productos. Estas cosas la fascinaban, y quería estudiarlas en la universidad. No iba a malgastar los cuatro siguientes años de su vida estudiando lenguas románicas y el arte del Renacimiento.
Cuando se lo dijo a su padre, este asestó tal ****azo a la mesa que los platos saltaron por el aire.
–Irás a Maryville, como lo hicieron tus dos abuelas. Y seguirás viviendo en casa. ¡En casa! –le espetó–. ¿Está claro? Asunto zanjado. –Se levantó de la silla y se marchó.
De niña, _______ siempre lo había complacido. Con sus notas, con sus modales, con su comportamiento. En realidad, había sido una hija modélica. Pero ahora por fin se daba cuenta de que el precio a pagar por satisfacer a su padre y mantener la paz familiar era demasiado alto. Exigía que su individualidad quedara subyugada; exigía la renuncia a todos sus sueños. Y exigía también el sacrificio de su vida social.
En estos momentos, el mayor problema de _______ no era la absurda actitud de su padre en relación con sus citas o a qué fiestas asistía, a pesar de que le estaba amargando el verano y era causa de grandes fricciones. Ahora que había cumplido dieciocho años, su padre la vigilaba aún más, como era de esperar. Si tenía una cita, Philip daba su aprobación después de someter a un detenido interrogatorio al pretendiente, al que trataba con insultante desprecio, con la obvia intención de intimidarlo para que nunca lo intentara de nuevo. El horario que imponía a su hija era ridículo: a medianoche debía estar de vuelta en casa. Si _______ quería quedarse en casa de su amiga Lisa, Philip inventaba un pretexto para telefonear y asegurarse de que estaba allí. Si al anochecer quería salir a dar un paseo en coche, su padre exigía conocer el itinerario y, a su regreso, preguntaba toda clase de detalles. Después de tantos años en colegios privados donde imperaban las reglas más estrictas, _______ deseaba descubrir lo que era gozar de una libertad completa. Se lo había ganado, lo merecía. La idea de vivir en casa cuatro años más, bajo la mirada cada vez más implacable de su padre, le resultaba insoportable y le parecía del todo innecesario.
Hasta entonces nunca se había rebelado abiertamente, pues ello no hacía más que encender la ira paterna. Philip odiaba que se le opusieran, fuera quien fuese, y cuando se exasperaba, permanecía fríamente furioso durante semanas. Pero no era solo el miedo a su ira lo que había inducido a _______ a no protestar. En realidad, suspiraba por obtener la aprobación del padre. Por otra parte, comprendía lo humillado que se había sentido este por la conducta de su esposa y el escándalo social que provocó. Cuando Parker le habló del asunto, dijo que suponía que la actitud de Philip, aquel excesivo manto protector que desplegaba sobre su hija, tal vez se debiese al miedo de perderla, pues era todo lo que tenía; y en parte también podía ser motivado por el temor a que ella, sin darse cuenta, hiciera algo que diera nuevo pábulo a las habladurías creadas por el comportamiento de su madre. Aunque esta última posibilidad no le había gustado lo mas mínimo, _______ la aceptó. Y así se había pasado cinco semanas del verano intentando razonar con su padre. Tras fracasar en ello, la muchacha recurrió a las discusiones. Pero el día anterior las hostilidades habían alcanzado un punto álgido, y entre padre e hija se entabló la primera discusión furiosa. La Universidad del Noroeste había enviado la cuenta de la matrícula, y _______ se la había presentado a Philip. Le habló a su padre con voz pausada y serena.
–No voy a ir a Maryville. Iré a la Noroeste, donde obtendré un título que sirva para algo.
Philip apartó la factura y miró a su hija de tal modo que esta sintió que le temblaba el estómago.
–¿De veras? –se mofó Philip–. ¿Y cómo piensas pagar la matrícula? Ya te he dicho que yo no lo haré, y no puedes tocar un céntimo de tu herencia hasta que cumplas treinta años. Ya es demasiado tarde para solicitar una beca, y en cuanto a un préstamo bancario para estudios, dada tu posición social, nunca te lo otorgarían. Vivirás en casa e iras a Maryville. ¿Lo entiendes, _______?
Todo el resentimiento acumulado durante años de terrible represión afloró y _______ perdió los nervios.
–¿Eres un ser totalmente irracional! –exclamó––. ¿Por qué no puedes comprender...?
Philip se puso de pie lenta y deliberadamente, observando a su hija con brutal desprecio.
–Lo comprendo muy bien –aseguró con voz gélida–. Comprendo que en esa universidad hay cosas que quieres hacer y gente con la que quieres hacerlas. Cosas que sabes muy bien que merecerían mi reprobación. Por eso quieres ir a una universidad grande y vivir en el campus. ¿Qué es lo que más te atrae, _______? ¿No será la oportunidad de alojarte en dormitorios mixtos, con los pasillos llenos de muchachos que se arrastrarán hasta tu cama? ¿O acaso...?
–¡Estás enfermo!
–¡Y tú eres como tu madre! Has tenido todo lo que se pueda desear, y no quieres más que la oportunidad de meterte en la cama con cualquiera que te lo pida!
–¡Maldito seas! –_______ se asombró ante la fuerza de su incontenible ira–. Nunca te perdonaré esto. ¡Nunca! –Se volvió y salió.
Tras ella, la voz de su padre sonó como un trueno.
–¿Adónde diablos vas?
–Afuera. Y otra cosa: no llegaré a casa a medianoche. Estoy harta de horarios.
–¡Vuelve!–le ordenó Philip.
_______ no le hizo caso y abandonó la casa. Cuando se vio sentada en el Porsche blanco que su padre le había regalado para su cumpleaños, su ira incluso aumentó. Su padre estaba loco. ¡Era un enfermo! _______ pasó la velada con Lisa y deliberadamente no volvió a casa hasta casi las tres de la madrugada. Encontró a Philip esperándola, deambulando como un león enjaulado. Al verla, desató su ira y la increpó, pero esta vez _______ no se dejó intimidar por los insultos. Resistió el sucio ataque verbal, más aun, cada insulto surtía en ella un efecto contrario al que su padre se proponía. Reforzaba su decisión de desafiarlo y mantenerse en sus trece.
Protegido de intrusos y turistas por una alta cerca de hierro y un guardia en la puerta principal, el club de campo Glenmoor se extendía a lo largo de varias hectáreas de majestuoso césped, salpicado de arbustos en flor y de macizos de flores. El largo y tortuoso acceso al club estaba flanqueado por lámparas de gas, la sombra de poderosos arces y robles que llegaban hasta la puerta del edificio. Allí la carretera describía una curva en dirección a la autopista.
El edificio del club era una estructura irregular de tres plantas, de ladrillo blanco, con grandes pilares que se erguían a lo largo de la fachada. Estaba rodeado por dos campos de golf de tamaño reglamentario, y al otro lado por hileras de pistas de tenis. En la parte trasera del edificio las enormes puertas se abrían a amplias terrazas llenas de mesas con sombrillas y árboles en grandes macetas. Una escalera embaldosada descendía de la terraza inferior hasta las dos piscinas olímpicas que había más abajo. Esa noche estaba prohibido bañarse, pero las hamacas estaban dispuestas con los gruesos almohadones de siempre, de un amarillo brillante, para los miembros que desearan ver los fuegos artificiales acostados o aquellos que quisieran descansar entre baile y baile, cuando saliera la orquesta después de los fuegos.
Caía la noche cuando _______ llegó al club. Los empleados ayudaban a salir de sus coches a los recién llegados. _______ se dirigió al aparcamiento situado a un lado del edificio y encontró un hueco entre el reluciente Rolls del adinerado fundador de una fábrica textil y un Chevrolet sedán muy viejo, propiedad de un financiero mucho más rico que el del Rolls. Por lo general, sin saber por qué, la llegada de la noche solía animar a _______, pero esta vez, al salir del coche, se sentía deprimida y preocupada. Aparte de sus vestidos, no tenía nada que vender para reunir el dinero necesario para pagarse los gastos universitarios. El Porsche esta a nombre de su padre, que por lo demás tendría el control de su herencia durante otros doce años. ¿De qué dinero disponía ella? Exactamente setecientos dólares en su cuenta bancaria. Estrujándose los sesos para encontrar el modo de pagar la matrícula, se encamino lentamente al club.
En noches especiales como aquella los vigilantes del club hacían las veces de empleados del aparcamiento. Uno de ellos se adelantó corriendo para abrirle la puerta a _______.
–Buenas noches, señorita _______ –dijo el joven, sonriendo maliciosamente. Era un muchacho apuesto y musculoso, estudiante de medicina de la Universidad de Illinois. _______ lo sabía porque él mismo se lo había dicho la semana anterior, mientras ella intentaba tomar sol.
–Hola, Chris –saludó _______ con aire ausente.
Además de ser el día de la Independencia, el Cuatro de Julio era también el aniversario de la fundación del Glenmoor. Por lo tanto, el club estaba animadísimo. Los socios habían acudido en masa, circulaban por los pasillos e iban de habitación en habitación con sus cócteles en la mano, charlando y riendo. Vestían esmóquines y trajes de noche, atuendos obligados para una ocasión tan especial. El interior del club era mucho menos imponente y elegante que algunos de los nuevos clubes de campo erigidos en los alrededores de Chicago. Las alfombras orientales que cubrían los encerados pisos de madera estaban perdiendo lustre, y el robusto mobiliario antiguo de las diversas habitaciones creaba una atmósfera de pomposa complacencia más que de encanto.
En este sentido, Glenmoor era como la mayor parte de los primeros clubes de campo del país. Antiguos y muy exclusivos, su prestigio y poder de atracción no se basaban en el mobiliario ni en las instalaciones, sino en la posición social de sus socios. La riqueza por sí sola no bastaba para acceder a la codiciada condición de socio de Glenmoor. El dinero debía ir acompañado de una gran importancia social. En las raras ocasiones en que el solicitante reunía ambos requisitos, aún tenía que superar la prueba de fuego de la aprobación por unanimidad de su solicitud por parte de los catorce miembros que formaban el comité de admisión. Pasado este duro trámite, la asamblea general de socios se reunía para hacer las observaciones finales. En los últimos años se habían estrellado contra requisitos tan rígidos varios nuevos y exitosos empresarios, un sinnúmero de médicos, incontables dipu/tados, algunos jugadores de equipos famosos como los White Sox y los Bears, y un miembro del Tribunal Supremo del estado de Illinois.
A _______, sin embargo, no le impresionaba el elitismo del club ni el de sus socios. Para ella, estos eran simplemente rostros familiares, algunos bien conocidos, otros muy poco o nada. Andando por el pasillo, iba saludando y sonriendo instintivamente a los conocidos, mientras pasaba por las distintas habitaciones en busca de las personas con las que se había citado. Uno de los comedores había sido acondicionado para esa noche como casino; en los otros dos habían desplegado un generoso bufet. Los tres estaban atestados. En la parte baja una orquesta se preparaba para tocar en la sala de banquetes del club, y a juzgar por el vocerío proveniente de abajo cuando _______ pasó junto a la escalera, también debía de hallarse congregada una buena multitud. Echó un vistazo en la sala de juego. Su padre era un empedernido jugador de cartas, como la mayoría de los que estaban en aquella habitación; pero Philip no estaba allí, ni tampoco el grupo de Jon. Tras inspeccionar todas las habitaciones de la planta salvo el salón principal del club, se dirigió hacia allí.
A pesar de su tamaño, la decoración del recinto estaba pensada para crear una atmósfera de intimidad y comodidad. Sofás confortables y butacones se agrupaban en torno a pequeñas mesas de té, y en las paredes los candelabros de bronce estaban siempre a media luz, arrojando un cálido resplandor sobre el liso revestimiento de roble. Por lo general, los pesados cortinajes de terciopelo estaban corridos tras los ventanales de la parte trasera del salón, aunque esa noche los habían abierto para que los huéspedes pudieran salir y pasear por la terraza anexa, donde una banda tocaba música de ambiente. A la izquierda, una barra de bar se extendía de un extremo a otro de la pared, y los camareros iban diligentemente de los clientes a la pared con estanterías repletas de botellas de toda clase de licores, bajo focos de luz mortecina.
Por supuesto, el salón estaba también atestado, y _______ estuvo apunto de volver a la planta baja, pero vio a Shelly Filmore y a Leigh Ackerman, quienes le habían telefoneado para recordarle su compromiso de asistir a la fiesta. Se hallaban de pie en un extremo del bar, con algunos de los amigos de Jonathan y una pareja mayor a la que _______ finalmente identificó. Se trataba del señor Russell Sornmers y su esposa, tíos de Jonathan. _______ se obligó a sonreír y se dirigió hacia ellos. De pronto se quedó rígida: justo a la izquierda de la pareja, Philip formaba parte de otro grupo.
–_______ –dijo la señora Sommers después de los saludos–, me encanta tu vestido. Por todos los santos, ¿dónde lo has comprado?
_______ tuvo que mirarse para recordar lo que llevaba puesto.
–En Bancroft –contestó.
–¿Seguro? –bromeó Leigh Ackerman.
Los Sommers se separaron para hablar con otros amigos. _______ no dejaba de observar a su padre, con la esperanza de que se mantuviera alejado de ella. Se quedó inmóvil durante un rato, nerviosa por la presencia de su padre, cuando de pronto cayó en la cuenta de que le estaba arruinando la velada. Eso la enfureció y la espoleó. Le demostraría que no iba a conseguir su propósito, más aun, que no se daba por vencida. Se volvió y le pidió a un camarero un cóctel de champán, después le dirigió una sonrisa deslumbrante a Doug Chalfont, fingiendo que estaba fascinada oyéndole hablar.
Fuera, la penumbra dio paso a la noche oscura. En el club el tono de las conversaciones aumentaba en proporción directa a la cantidad de alcohol ingerido. _______ iba por el segundo cóctel y se preguntaba si debería buscar un trabajo, dando a su padre una prueba más de que su intención de obtener un título universitario era muy firme. Miró al espejo de la barra y notó que la mirada de su padre estaba fija en ella. Tenía los ojos entrecerrados, con expresión de frío desagrado. Ociosamente, _______ se preguntó qué sería lo que en aquel momento merecía la repulsa de su padre. Quizá su vestido sin tirantes, o más probablemente la atención que Doug Chalfont le dispensaba. Lo que sin duda no molestaba a Philip era la copa de champán. _______ no solo había sido educada para tablar como un adulto en cuanto aprendió a formular una frase, sino también a comportarse como tal. A los doce años su padre le permitía quedarse a la mesa cuando había huéspedes. A los dieciséis, _______ aprendió a oficiar de anfitriona, y bebía vino con los invitados, aunque, eso sí, con moderación.
A su lado, Shelly Filmore anunció que era hora de ir al comedor, pues de lo contrario corrían el riesgo de perder la mesa reservada. _______ trató de olvidar sus preocupaciones, recordando un poco tarde que se había propuesto pasarlo bien aquella noche.
–Jonathan dijo que se nos uniría en la mesa antes del comienzo de la cena. ¿Alguien lo ha visto? –Volviendo la cabeza a ambos lados en busca de Sommers, de pronto exclamó–: ¡Dios mío! ¿Quién es ese? ¡Qué hombre tan guapo! –Habló con un tono de voz más alto de lo que hubiera querido, suscitando así una oleada de interés, no solo por parte de los componentes del grupo de Jonathan, sino de otros invitados cercanos. Varios de ellos se volvieron siguiendo la mirada de Shelly.
–¿A quién te refieres? –preguntó Leigh Ackerman. _______ estaba frente a la puerta, y al levantar la cabeza vio enseguida el objeto del entusiasmo de Shelly. De pie en el umbral, con la mano derecha oculta en el bolsillo del pantalón, había un hombre muy alto, de cabello casi tan negro como el esmoquin que lucía. Tenía las piernas largas y los hombros anchos. De ojos claros, las facciones de su rostro bronceado por el sol parecían ser obra de un artista que hubiera buscado la fuerza bruta, la virilidad, pero no la belleza masculina. Su firme mentón, la nariz recta y la mandíbula enérgica, eran expresión de una voluntad férrea. No, aquel hombre plantado en el umbral de la puerta, que parecía mirar distraídamente a la elegante concurrencia, no podía ser descrito como «apuesto» o «espléndido», pensó _______. Quizá orgulloso, arrogante, duro... Además, a _______ nunca le habían atraído los hombres morenos de aspecto abiertamente masculino.
–¡Mirad qué hombros! –musitó Shelly, embelesada–. ¡Qué cara! –Volviéndose hacia Chalfont añadió–: Douglas, eso es auténtico **noallow**–appeal.
Doug miró al recién llegado y se encogió de hombros, sonriente.
–A mí no me produce ningún efecto. –Dirigiéndose a otro joven del grupo, al que _______ había conocido aquella misma noche, le preguntó–: ¿Y a ti, Rick? ¿Te produce alguna impresión?
–No lo sabré hasta que le vea las piernas –bromeó Rick–. Soy adicto a las piernas, razón por la que _______ sí me impresiona.
En aquel momento apareció Jonathan en el umbral de la puerta, caminando con cierta torpeza. Rodeó con un brazo los hombros del joven desconocido y miró alrededor. _______ advirtió que Sommers, que estaba bastante borracho, esbozó una sonrisa triunfal. De inmediato Leigh y Shelly estallaron en una sonora carcajada que confundió a _______.
–¡Oh, no! –exclamó Leigh, mirando a Shelly y a _______ con cómica expresión de desencanto–. Por favor, no me digas que ese espléndido ejemplar es el obrero empleado por Jonathan para los pozos de petróleo.
La carcajada de Doug ahogó la mayor parte de las palabras de Leigh. _______ se inclinó hacia esta e inquirió:
–Perdona, ¿qué has dicho?
Leigh respondió con rapidez, pues Jonathan y el desconocido se acercaban hacia ellas.
–Ese hombre es en realidad un obrero de una función de Indiana. El padre de Jon lo ha obligado a dar un empleo en los pozos de petróleo que la familia posee en Venezuela.
Desconcertada por las risas del grupo de Jonathan, como por la explicación de Leigh, _______ quiso saber más.
–¿Por qué lo trae aquí?
–¡Es una broma, _______! Jon está furioso con su padre por haberlo obligado a contratar a este hombre y luego habérselo puesto como ejemplo. En represalia, Jon trae aquí al joven modelo y lo ridiculiza ante los ojos de su padre. ¿Y sabes lo más divertido? La tía de Jon nos ha contado que los padres de este no vienen porque a último momento han decidido pasar el fin de semana en su casa de verano...
Jonathan los saludó en voz tan alta y turbia que incluso sus tíos y el padre de _______, que estaban en grupos separados, volvieron la cabeza.
–¡Hola a todos! –vociferó, agitando un brazo casi en semicírculo–. ¡Hola, tía Harriet, hola, tío Russell! –Esperó hasta haber captado la atención de todo el mundo–. Quisiera presentarles a mi camarada Nick Terrell... quiero decir, F–Farrell –barboteó, hipando–. Tía Harriet, tío Russell, saludad a Nick. ¡Es el más reciente ejemplo de mi padre! Ejemplo de cómo debería ser yo cuando crezca.
–¿Cómo está usted? –le preguntó cortésmente a Nick la tía de Jonathan. La mujer había apartado la mirada de su sobrino ebrio y trataba de esforzarse para mostrarse educada con él. ¿De dónde es usted, señor Farrell?
–De Indiana. –Su voz sonó tranquila y confiada.
–¿Indianápolis? –inquirió la mujer, frunciendo el entrecejo–. No recuerdo conocer a ningún Farrell de Indianápolis.
–No soy de allí. Además, estoy seguro de que usted no conoce a mi familia.
–¿De dónde es usted exactamente? –intervino el padre de _______, siempre dispuesto a interrogar e intimidar a cualquier hombre que estuviera cerca de su hija.
Nick Farrell se volvió y _______ descubrió con admiración que el joven sostenía impávido la fulminante mirada de Philip Bancroft.
–Edmunton. Al sur de Gary.
–¿A qué se dedica? –le preguntó Philip con rudeza.
–Soy obrero en una fundición –se limitó a responder. Su actitud y sus palabras eran tan frías como las del padre de _______.
Se produjo un silencio de asombro. Varias parejas de mediana edad, que esperaban a los tíos de Jonathan, intercambiaron miradas incómodas y se apartaron sin disimulo. La señora Sommers también decidió retirarse.
–Que pase usted una buena velada, señor Farrell –dijo con voz rígida, y asiéndose del brazo de su marido se dirigió rápidamente al comedor.
De pronto, todo el mundo se puso en movimiento.
–Bien–dijo Leigh Ackerman con viveza, mirando a los de su grupo menos a Nick Farrell, que se había apartado un poco–. ¡Vamos a comer! –Tomó el brazo de Jon y le hizo volverse hacia la puerta del comedor–. Reservé una mesa para nueve –añadió mordazmente.
_______ contó los presentes. Rabia nueve personas en el grupo... si se exceptuaba a Nick Farrell. Asqueada, permaneció inmóvil un momento. Su padre la vio cerca de Farrell y abandonó a sus amigos, que se dirigían hacia el comedor. Tocó el codo de _______ con mano.
e aqui en adelante ni falta que les recuerde porque se por experiencia propia que no se van a querer saltar nada... *sigo deprimida no encuentro un solo libro que me deje todas las sensaciones que leí de esta escritora me leí todos sus libros y ahora ya no se que leer, ando depremida*
_______ contó los presentes. Rabia nueve personas en el grupo... si se exceptuaba a Nick Farrell. Asqueada, permaneció inmóvil un momento. Su padre la vio cerca de Farrell y abandonó a sus amigos, que se dirigían hacia el comedor. Tocó el codo de _______ con mano.
–¡Líbrate de él! –ordenó con voz lo bastante alta para que Farrell lo oyera. Luego prosiguió su camino. _______ lo observó alejarse mientras la asaltaba una ola de furiosa y desafiante rebelión. Después miró a Nick Farrell, sin saber qué hacer. El joven se había situado frente a los ventanales y observaba a la gente de la terraza con la distante indiferencia de quien se sabe un intruso indeseado y, por lo tanto, intenta fingir que lo prefiere así.
Aunque no hubiera confesado ser un obrero de Indiana, _______ no habría tardado en darse cuenta de que no pertenecía al ambiente de Glenmoor. Por una parte, su esmoquin era demasiado estrecho para sus anchos hombros, lo que indicaba que no había sido hecho a medida. Debía de ser alquilado. Tampoco hablaba con la seguridad innata de un miembro de la alta sociedad, de alguien que espera ser bienvenido y admirado dondequiera que vaya. Además, sus modales exhibían una indefinible falta de refinamiento, una tosquedad y aspereza que a _______ le atraían y repelían al mismo tiempo.
Por ello _______ quedó atónita al comprender de repente que aquel hombre le recordaba... a sí misma. Lo miró, completamente solo, como si no le importara su ostracismo, y se vio a sí misma en Saint Stephen, pasando los recreos con un libro en la falda, intentando fingir que no le importaba que la dejaran sola.
–Señor Farrell –preguntó con toda la naturalidad de que fue capaz–, ¿quiere beber algo?
Se volvió sorprendido, vaciló un momento y luego asintió.
–Whisky con agua.
_______ hizo una seña a un camarero y este acudió enseguida.
–Jimmy, el señor Farrell desea un whisky con agua.
Al volverse hacia Farrell descubrió que la estaba estudiando. Le recorrió el cuerpo con la mirada, frunciendo ligeramente el entrecejo. Sin duda se preguntaba por qué ella se había molestado en ser amable con él.
–¿ Quién es el hombre que le dijo que se librara de mí? –preguntó Farrell con brusquedad.
_______ lamentó alarmarlo confesándole la verdad.
–Mi padre.
–Tiene usted mi más sentido y sincero pésame.
_______ se echó a reír. Nadie se había atrevido nunca a criticar a su padre, ni siquiera indirectamente. Además, tuvo el presentimiento de que Nick Farrell era un rebelde, lo mismo que ella había decidido ser. Eso lo convertía en un espíritu gemelo, por lo que en lugar de apiadarse de él o sentirse rechazada, lo veía como a un bravo mestizo injustamente lanzado a un grupo de orgullosos perros de pura raza. Decidió rescatarlo.
–¿Le gustaría bailar? –le preguntó, sonriéndole como si se tratara de un viejo amigo.
Él la miró con expresión divertida.
–¿Qué le hace suponer, princesa, que un obrero de Edmunton, Indiana, sabe bailar?
–¿Sabe?
–Supongo que puedo arreglármelas.
Bailaron en la terraza al ritmo lento de la banda, y _______ tuvo ocasión de comprobar enseguida que Farrell había sido demasiado modesto porque bailaba bien, aunque estaba algo tenso y su estilo era conservador.
–¿Cómo lo hago?
–Hasta ahora, todo lo que puedo decir es que su ritmo es bueno y se mueve bien –respondió _______ sin advertir que sus palabras podían ser malinterpretadas–. Al fin y al cabo, es todo lo que importa. –Sonrió, mirándolo a los ojos, para que él no viera el menor asomo de crítica en sus siguientes palabras–. Todo lo que necesita es un poco de practica.
–¿Cuánta práctica me recomienda?
–No mucha. Una noche bastaría para aprender algunos pasos nuevos.
–No sabía que hubiera «nuevos» pasos.
–Los hay –replicó _______–. Pero primero debe aprender a relajarse.
–¿Primero? –repitió Farrell–. Siempre he creído que uno se relaja después.
_______ cayó en la cuenta del doble sentido de la conversación. Miró a Farrell con franqueza e inquirió:
–¿Estamos hablando del baile, señor Farrell?
Farrell captó la acritud de sus palabras. Observó un momento a _______, con interés renovado. Estaba revisando la opinión que se había formado de ella. Los ojos de Farrell no eran azules, como ella creyó al principio, sino de un llamativo gris metálico. En cuanto a su pelo, era castaño oscuro, no negro. Cuando habló, no solo sus palabras sino también el tono de su voz pedían perdón.
–Ahora sí –contestó. Algo tardíamente, explicó a _______ la rigidez que ella había advertido en sus movimientos–: Hace unas semanas me rompí un ligamento de la pierna derecha.
–Lo siento –dijo _______, excusándose por haberle hecho bailar–. ¿Le duele?
Una maravillosa sonrisa iluminó el rostro de Nick Farrell.
–Solo cuando bailo.
_______ se rió de la broma y empezó a sentir que sus problemas personales quedaban en un segundo plano. Volvieron a bailar, sin hablar de nada que no fueran trivialidades, como la mala música de la banda o el buen clima. De vuelta en el salón, Jimmy les trajo bebidas.
Asaltada por un sentimiento de acritud y desprecio hacia Jonathan, _______ dijo:
–Jimmy, cargue estas bebidas a la cuenta de Jonathan Sommers. –Al mirar a Nick, vio la sorpresa reflejada en su rostro.
–¿No es usted socia del club?
–Sí ––admitió _______ con una sonrisa triste–. Se trata de una mezquina venganza personal.
–¿A cuenta de qué?
–Bueno... –Se percató de que si le contaba la verdad a Farrell, este se sentiría avergonzado. _______ se encogió de hombros y dijo–: No me entusiasma Jonathan Sommers, eso es todo.
Farrell la miró con extrañeza y luego bebió un sorbo.
–Debe de estar hambrienta. La dejaré para que se una a sus amigos.
Era un gesto de cortesía por el que ella quedaba absuelta de su fuga, pero lo cierto es que no deseaba fugarse, y no solo porque la compañía de Jon y su grupo no fuera lo más excitante del mundo. Farrell le interesaba. Además, si lo dejaba solo, nadie se le acercaría. En realidad, la gente que aún permanecía en el salón los miraba con disimulo.
–La verdad es que la comida del club no es nada del otro mundo.
Farrell echó un vistazo a los ocupantes del salón, luego dejó el vaso sobre una mesa de un modo que indicaba su intención de marcharse.
–Tampoco esta gente.
–No le evitan por vileza o arrogancia –le aseguró _______–. No realmente.
–Entonces, ¿por qué lo hacen? –preguntó con expresión dubitativa.
_______ vio a varias parejas de mediana edad, amigos de su padre. Todos ellos buenas personas.
–Verá, por una parte los avergüenza el comportamiento de Jonathan. También por lo que saben de usted, es decir, dónde vive y cómo se gana la vida. Me refiero a que sencillamente creen que no tienen nada en común con usted.
Farrell debió de pensar que ella se estaba mostrando superior porque sonrió y dijo:
–Tengo que marcharme.
De pronto, la idea de que Farrell se fuera humillado y guardara un recuerdo totalmente negativo de aquella noche entristeció a _______. De hecho, era innecesario que eso ocurriera. ¡E impensable!
–No puede marcharse todavía –declaró, sonriendo con determinación
Farrell la miró fijamente.
–¿Por qué no?
–Porque... llevar un vaso en la mano ayuda a hacerlo –replicó ella con una cierta malicia.
–A hacer ¿qué?
–Mezclarse. Vamos a mezclarnos.
–¡De ninguna manera! –Nick le tomó la muñeca para desasirse, pero era demasiado tarde. _______ estaba decidida a que aquella multitud se tragase la presencia de Nick.
–Por favor, complázcame –murmuró ella, lanzándole una mirada implorante.
Farrell esbozó una sonrisa de reacia rendición.
–Tiene usted los ojos más asombrosos...
–En realidad soy corta de vista –bromeó ella, también sonriendo–. Me han visto tropezar con las paredes. ¿Por qué no me ofrece el brazo y me guía para que no vaya dando tumbos?
Farrell no era insensible al humor y a la sonrisa de la muchacha.
–Y también es muy resuelta –añadió Nick. Soltó una risita ahogada y, a regañadientes, le ofreció el brazo.
Se toparon con una pareja de ancianos conocidos de _______.
–Hola, señor y señora Foster –saludó con alegría, mientras los ancianos pasaban a su lado sin verla.
La pareja se detuvo.
–Oh, ¿que tal, _______? –dijo, la señora Foster. Luego tanto ella como su marido sonrieron a Nick, sin duda esperando recibir información acerca de este.
–Me gustaría presentarles a un amigo de mi padre –anuncié _______, reprimiendo la risa cuando vio el rostro incrédulo de Nick–. Nick Farrell, de Indiana. Está en el negocio del acero.
–Es un placer –dijo el señor Foster, estrechando la mano que Farrell le tendía–. Sé que ni _______ ni su padre juegan al golf, pero espero que le hayan informado de que aquí en Glenmoor tenemos dos campos reglamentarios. ¿Estará entre nosotros el tiempo suficiente para jugar unos partidos?
–No estoy seguro de que vaya a quedarme el tiempo suficiente para terminar este cóctel –contestó Nick, pensando que lo echarían en cuanto el padre de _______ descubriera que esta lo estaba presentando como amigo suyo.
El señor Foster inclinó la cabeza, desorientado.
–El negocio siempre parece interponerse en el camino del placer. Por lo menos esta noche verá usted los fuegos artificiales. Es el mejor espectáculo de la ciudad.
–Usted sí que los verá –profetizó Nick, lanzando una mirada elocuente a _______, que a su vez parecía la pura encarnación de la inocencia.
El señor Foster se enfrascó de nuevo en su tema de conversación favorito, el golf, mientras _______ trataba a duras penas de mantener una expresión seria.
–¿Cuál es su handicap? –inquirió Foster.
–El handicap de Nick soy yo –intervino _______–. Por lo menos esta noche. –Y miró a Farrell provocativamente.
–¿Qué? –El señor Foster pestañeó.
Nick no contestó y _______ tampoco hubiera podido hacerlo, pues él tenía la mirada clavada en sus labios, y cuando la levantó para contemplar sus ojos, descubrió en ellos una expresión diferente.
–Vámonos, querida –dijo el señor Foster al observar la distraída expresión de ambos jóvenes–. Estos muchachos no quieren pasar la noche oyendo hablar de golf –_______ recuperó demasiado tarde la compostura y se dijo con severidad que había bebido demasiado champán. Le tocó el codo a Nick.
–Venga conmigo –dijo, empezando a bajar los escalones que conducían al salón de los banquetes, donde tocaba la orquesta.
Durante casi una hora, lo condujo de un grupo a otro, ambos regocijados mientras ella contaba con gran aplomo medias verdades escandalosas acerca de quién era Nick y cómo se ganaba la vida. Él no intervenía en la farsa, pero observaba divertido el ingenio de _______.
–¿Lo ve? –inquirió la joven cuando por fin dejaron atrás el ruido y la música y salieron a pasear por el parque–. Lo que cuenta no es lo que se dice, sino lo que no se dice.
–Una interesante teoría –bromeó él–. ¿Tiene otras?
_______ meneó la cabeza, asaltada por una idea que la había perseguido durante toda la noche.
–Su manera de hablar no se parece en nada a la del obrero de una fundición.
–¿Cuántos conoce?
–Solo uno.
Nick preguntó con voz queda:
–¿Viene aquí a menudo?
Habían pasado la primera parte de la noche jugando a una especie de farsa est/úpida, pero _______ presintió que él ya estaba harto. De hecho, ella también lo estaba, lo que confirió un matiz distinto al clima creado entre ambos. Paseando entre lechos de rosas y arbustos en flor, Nick empezó a hacerle preguntas. _______ le dijo que había estudiado en un internado y que se había graduado. Cuando Nick se interesó por sus planes futuros, ella se dio cuenta que la tomaba por una licenciada universitaria. _______ prefirió ocultar la verdad, pues de lo contrario Nick habría descubierto que tenía dieciocho años y no veintidós. Su reacción habría sido imprevisible. Así pues, se apresuró a preguntar:
–Y usted, ¿qué va a hacer?
Nick le contó que en el plazo de seis semanas viajaría a Venezuela y le explicó los detalles de su nuevo trabajo. Después la conversación se hizo muy fluida y hablaron de varios temas, hasta que finalmente se detuvieron en el césped, bajo un olmo centenario. _______ escuchaba a Earrell como poseída, ignorando el contacto de la corteza del árbol contra su espalda desnuda. Había descubierto que Nick tenía veintiséis años, y que además de ser ingenioso y de expresarse con mucha elocuencia, sabía escuchar con tanta atención que parecía que en el mundo entero solo importaban las palabras de su interlocutora. Le resultaba muy desconcertante y a la vez halagador. Creaba una falsa atmósfera de intimidad y soledad. Acababa de reírse de una de las ocurrencias de Nick cuando un insecto pasó volando junto a su cara y zumbó cerca de su oreja. _______ dio un brinco, haciendo muecas y tratando de localizar al insecto.
–¿Lo tengo en el pelo? –le preguntó a Nick, angustiada, inclinando la cabeza para que lo comprobara.
Al hacerlo, él le colocó las manos en los hombros.
–No –la tranquilizó–. Solo era un pequeño escarabajo.
–Los escarabajos son asquerosos, y este tenía el tamaño de un colibrí. –Nick se echó a reír y ella esbozó sonrisa de deliberada satisfacción. No te reirás dentro de seis semanas, cuando no puedas salir de tu habitación sin pisar serpientes –bromeó _______, tuteándolo.
–¿Eso crees? –murmuró él, mirando fijamente la boca de la muchacha. Luego sus manos se deslizaron por su cuello hasta enmarcarle tiernamente el rostro.
–¿Qué haces? –susurró _______ cuando él empezó a rozarle el labio inferior con el dedo pulgar.
–Trato de decidir si quiero disfrutar de los fuegos artificiales.
–No empiezan hasta dentro de media hora –replicó ella, temblorosa. Sabía que Nick iba a besarla.
–Presiento –musitó el joven inclinando la cabeza lentamente– que van a empezar ahora mismo.
Y así fue. Nick besó los labios de _______, y esta sintió que se estremecía. Al principio fue un beso suave; la boca de Nick rozó la de _______, explorando delicadamente los contornos de sus labios. No era la primera vez que la besaban, pero siempre habían sido besos inexpertos y ávidos. Nadie la había besado con la dulzura de Nicholas Farrell. Deslizó una mano por la espalda de _______, atrayéndola hacia sí, y con la otra le cogió la nuca. Su boca se abrió despacio sobre la de _______. Perdida en el beso, ella metió las manos por debajo de la chaqueta del esmoquin hasta alcanzar sus anchos hombros. Después rodeó el cuello de Nick con los brazos.
Ella le abrazó y se apretó contra él. La lengua de Nick recorrió ardientemente los labios que se le ofrecían, exigiendo que se separaran. Cuando lo hicieron, volvió a besarla apasionadamente. Le acarició un pecho con la mano, después la deslizó hasta el trasero de _______, que notó la firme excitación del joven. Por momento se quedó un poco rígida, pero luego, sin razón explicable, de pronto _______ hundió los dedos en el pelo de Nick y también le besó.
Parecía haber pasado una eternidad cuando por fin Nick retiró la boca. El corazón de _______ latía con fuerza, y abrazada a él, apoyó la frente en el pecho de Nick, tratando de ordenar aquel cúmulo de sensaciones. En su embotada mente empezó a tomar cuerpo idea de que Nick pensaría que su conducta era extraña, porque en realidad no había sido más que un simple beso. Se obligó a levantar la cara. Estaba segura de que se encontraría con una mirada de divertido asombro, pero se equivocó. Sus fuertes facciones no reflejaban la. menor expresión de burla, sino que todo en él parecía arder de pasión. Los brazos de Nick se cerraban en torno a ella, remisos a dejarla marchar. _______ se sintió orgullosa al advertir que Nick compartía sus emociones. Sin pensar lo que hacía, miró fijamente sus labios. En su firmeza había una fuerte sensualidad, aunque sus besos habían sido exquisitamente suaves. Deseosa de sentir de nuevo el contacto de aquellos labios, _______ le rogó con la mirada que volviera a besarla.
Nick lo comprendió y, con una especie de gemido, respondió roncamente con un «sí», estrechándola aún más y adueñándose de sus labios con un beso arrebatador. _______, con la respiración entrecortada, creyó enloquecer de placer.
Poco después se oyeron risas y _______ se separó torpemente de Nick, volviéndose en redondo, alarmada. Docenas de parejas salían del club para ver los fuegos artificiales... y, a la cabeza de todos, venía Philip. Aun desde la distancia, _______ advirtió que estaba furioso. Avanzaba a grandes pasos...
–Oh, Dios mío –susurró la muchacha. Nick, tienes que marcharte. Vamos, vete. ¡Ahora!
–No.
–¡Por favor! –suplicó ella, casi llorando–. No me pasará nada. Esperará a que estemos solos para decirme algo. Pero no sé lo que te hará a ti. –Al cabo de un momento, _______ ya sabía la respuesta.
–¡Se acercan dos hombres para echarle de aquí, Farrell! –anunció Philip con voz sibilante, el rostro congestionado por la ira. Se volvió hacia _______ y le asió un brazo–. ¡Tú vienes conmigo!
Dos de los camareros del club acudían ya por el camino de acceso. Philip tiró del brazo de _______, que rogó a Nick por encima del hombro:
–Por favor, vete. No hagas una escena.
Su padre volvió a tirar de ella y _______ supo que no tenía elección: o caminaba o la arrastraba. Entonces vio con alivio que los camareros aminoraban el paso y finalmente se detenían. Al parecer, Nick había alcanzado el camino de la carretera. Philip llegó a la misma conclusión, pues cuando los camareros lo miraron con expresión interrogante, les dio instrucciones.
–Dejad que ese bastardo se largue, pero avisad a la puerta principal para que vigilen y no le permitan volver a entrar.
Cuando los vio alejarse, se volvió hacia _______. Tenía el rostro lívido.
–Tu madre fue la comidilla de este club, y no voy a permitir que repitas la historia, ¿me oyes? –Le soltó el brazo violentamente, como si le asqueara tocar a su hija. No obstante habló con voz queda, porque un Bancroft, por grande que fuese la provocación, nunca ventilaba en público los problemas familiares. Vete a casa y quédate allí. Tardarás veinte minutos en llegar y yo veinticinco en llamarte. ¡Que Dios te proteja si no estás!
Giró sobre sus talones y se dirigió al edificio. _______ lo vio alejarse, sintiéndose humillada. Luego entró en el club y recuperó su bolso. Camino del aparcamiento vio a varias parejas que se besaban bajo los árboles.
Condujo con los ojos llenos de lágrimas, y solo un poco después de haber pasado junto a una solitaria figura se dio cuenta de que era Nick, que caminaba con la chaqueta del esmoquin colgada del hombro. _______ detuvo el coche y lo esperó. Se sentía tan culpable por la humillación que le había causado que no se atrevía a mirarlo a los ojos.
Nick metió la cabeza por la ventanilla e inquirió:
–¿Estás bien?
–Sí, sí. –Sacó fuerzas de flaqueza y lo miró–. Mi padre es un Bancroft, y los Bancroft nunca discuten en público.
Él advirtió que _______ tenía los ojos llorosos. Rozó con la punta de sus dedos la suave mejilla de la muchacha.
–Tampoco lloran delante de la gente. ¿No es así?
–Así es –admitió _______, tratando de asimilar la maravillosa indiferencia que a Nick le inspiraba Philip Bancroft–. Me voy... a casa. ¿Puedo dejarte en alguna parte?
La mirada de Nick se desplazó del rostro de _______ a la mano que aferraba nerviosamente el volante.
–Sí, pero solo si me dejas conducir este cacharro. –Lo dijo como quien desea conducir un coche lujoso, pero sus siguientes palabras deshicieron el equívoco–. ¿Por qué no te llevo yo a casa y desde allí llamo un taxi? –A Nick le preocupaba que, en su estado, _______ sufriera un accidente.
–Está bien –concedió la joven, dispuesta a salvar del naufragio el poco orgullo que le quedaba. Salió del coche y, rodeándolo, se sentó al lado de Nick, que se había puesto al volante.
Nick arrancó el vehículo, que poco después abandonaba el camino de entrada al club y se internaba en la carretera principal. Ambos guardaban silencio, sintiendo la brisa que penetraba por la ventanilla abierta. A lo lejos estallaron los fuegos artificiales, que terminaron una espectacular cascada de rojo, blanco y azul. Medith observó el resplandor de las chispas que iluminaban el cielo y poco a poco iban muriendo al precipitarse hacia abajo. Recordando su comportamiento, se dirigió Nick.
–Quiero pedirte perdón por lo que sucedió esta noche... Me refiero a lo de mi padre.
Nick la miró de reojo y comentó:
–Es él quien debería disculparse. Hirió mi orgullo ordenar a esos dos mozos debiluchos que me echaran. Lo menos que pudo haber hecho para salvar mi ego es enviar a cuatro.
_______ lo miró, sorprendida de que no se sintiera intimidado por la ira de Philip Bancroft; luego la joven sonrió, pensando que era maravilloso encontrarse con alguien a quien su padre no atemorizara. Lanzando una mirada desenvuelta a los poderosos hombros de Nick, dijo:
–Si realmente hubiese querido echarte de allí contra tu voluntad, habría tenido que recurrir al menos a seis mozos.
–Mi ego y yo te agradecemos estas palabras –contestó él con una sonrisa perezosa. _______, que unos minutos antes habría jurado que nunca volvería a sonreír, soltó una sonora carcajada–. Tienes una risa maravillosa –susurró él.
–Gracias –le contestó _______, complacida más allá de lo razonable por el cumplido.
A la pálida luz del panel de instrumentos, la joven estudió el perfil sombreado de Nick
Farrell. Observó como el viento ondulaba su cabello, y se preguntó qué tendría él para lograr que unas sencillas y serenas palabras casi parecieran una caricia física. Recordó lo que dijo Shelly Filmore y admitió que tal vez esa fuera la respuesta: «auténtico **noallow**–appeal». Horas antes, cuando lo vio por primera vez, a _______ no le había parecido un hombre especialmente atractivo. Ahora sí lo creía. De hecho, estaba segura de que las mujeres perdían la cabeza por él. Y sin duda ellas eran también la razón de que Nick supiera besar tan bien. Poseía **noallow**–appeal... y mucha experiencia besando.
–Tuerce por aquí –dijo ella. El viaje había durado quince minutos.
Se encontraban frente a un par de grandes puertas de hierro forjado. _______ apretó un botón del panel del coche y ambas puertas se abrieron de par en par.
anasmile
Re: Paraiso Robado( Nick y y tu)
Hola soy tu nueva lectoraaa!! :D Me encanta tu novee :) Te recomendareee :) Subee capii please :D
Florjudith96
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