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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
Ella respiró profundamente.
—No quiero que vuelvas a pisar esta casa —dijo firmemente.
— ¿No?—él dio otro paso. El sedoso cabello oscuro le rozaba la nívea corbata, y un mechón le cayó sobre la frente, incrementando el brillo de sus ojos color esmeralda—. ¿Por qué?
A falta de una respuesta mejor, ella espetó:
—Guárdate tus historias para Sophie y para Jerome.
Él la miró divertido.
—Estás celosa.
— ¡Nada de eso!
—Pero no deberías estarlo —continuó él—. Sophie y yo sólo somos amigos.
— ¿En verdad esperas que te crea? ¡Te detesto! Él puso los ojos en blanco.
— ¿No se te ocurre otra cosa que decirme? Usa tu imaginación, _______. Di que te duele verme con otra mujer. Di que no puedes dejar de pensar en mí. Di —acortó la distancia entre ambos pero no la tocó— que quieres que vuelva contigo.
Ella profirió una frágil risa.
—Diría que eres víctima de una imaginación demasiado ferviente.
Él se le acercó aún más y la miró intensa y ardientemente.
— ¿Por qué no dejas a un lado los juegos y me dices la verdad?
— ¿Qué verdad? —ella se echó hacia atrás. No era en este sentido que se suponía que debería ir la conversación. Era su casa y ella establecía las reglas.
—Que lo has reconsiderado —él sonrió apaciblemente—. ¿Lo has reconsiderado?
—Deja de ver a Sophie y lo pensaré —lo desafió astutamente.
—No me moveré según tires de la cuerda como lo haces con el resto de tus marionetas masculinas, querida. Si me deseas, tendrás que decirlo —ladeó la cabeza—. ¿Me deseas?
Sí. Gritó su corazón.
Se oyeron pasos en el corredor.
—Norris hermano —dijo su hermano fuera del estudio—. Has vuelto a dejar la lámpara de mi oficina encendida. ¿Acaso deseas incendiar la casa con todos nosotros adentro?
—Mis disculpas, milord. La apagaré de inmediato.
—Yo lo haré. Alcornoque —murmuró Charles por lo bajo, mientras se acercaba la puerta.
_______ arrastró a Joe contra la pared junto a la entrada y abrió la puerta de par en par para ocultarse detrás. En la oscuridad, le miró a los ojos y cayó en la cuenta de lo estúpida que había sido. Acababa de colocarse en una situación diez veces más peligrosa. Que los hallaran juntos en una habitación era una cosa, pero que los encontraran escondiéndose apretados detrás de una puerta, era algo totalmente distinto.
—Pasa el día conmigo mañana —sugirió Joe en voz extremadamente baja.
«No», articuló ella sin emitir sonido.
El estiró el cuello hacia un lado.
—Eh, Char... —_______ le cubrió fuertemente la boca con la mano. Él la cogió de la muñeca y la apartó—. ¿Sí o no? —murmuró—. El día entero.
Su hermano entró.
—Sí —susurró ella.
Se apagó la luz y su cálida boca con olor a wishky cubrió la de ella. Sintió que la embargaba por completo una ardiente pasión. Sus labios capturaron los de ella suavemente mientras la saboreaba lentamente con la lengua. Oh, Dios. Ella se deshizo contra él, inclinándose contra su fornido cuerpo y deslizando las manos alrededor de su cintura por debajo del abrigo. Ella no se había percatado de cuánto ansiaba sentirlo, de cuánto anhelaba sus besos. Su mente insistía en sostener que aquello no era la admisión de nada, que sólo se trataba de su licencioso cuerpo tomando lo que había jurado privarle para siempre. De cualquier manera que lo racionalizara, lo que sentía por Joe iba tanto más allá del amor proverbial y del deseo, que rozaba lo misterioso. Podía detestarlo, quejarse de él y aun así amarlo hasta morir, ya que él era parte de ella, al igual que su familia.
Vagamente, oyó los pasos de Charlie alejándose por el pasillo y supo que estaban a salvo. Renuente a ponerle fin a aquel beso increíblemente sensual y enardecedor, simuló no oír.
Joe apartó la boca de la de ella y deslizó el pulgar por los labios hinchados de _______.
—Estate lista a las once y viste ropa de montar —murmuró con voz más ronca que de costumbre.
Después partió.
Con la respiración acelerada y el deseo latiéndole en las venas, ella se apoyó contra la pared y se deslizó hasta el suelo. Se estaba convirtiendo en una de ellas, esas mujeres arruinadas que él solía manejar como si tirara de una cuerda. «Ten cuidado», le advirtió una voz en su interior. Sin confesiones de amor ni encuentros sexuales. Mientras él insistiera en ser amigo de Sophie, entregarse a él totalmente la destruiría.
—No quiero que vuelvas a pisar esta casa —dijo firmemente.
— ¿No?—él dio otro paso. El sedoso cabello oscuro le rozaba la nívea corbata, y un mechón le cayó sobre la frente, incrementando el brillo de sus ojos color esmeralda—. ¿Por qué?
A falta de una respuesta mejor, ella espetó:
—Guárdate tus historias para Sophie y para Jerome.
Él la miró divertido.
—Estás celosa.
— ¡Nada de eso!
—Pero no deberías estarlo —continuó él—. Sophie y yo sólo somos amigos.
— ¿En verdad esperas que te crea? ¡Te detesto! Él puso los ojos en blanco.
— ¿No se te ocurre otra cosa que decirme? Usa tu imaginación, _______. Di que te duele verme con otra mujer. Di que no puedes dejar de pensar en mí. Di —acortó la distancia entre ambos pero no la tocó— que quieres que vuelva contigo.
Ella profirió una frágil risa.
—Diría que eres víctima de una imaginación demasiado ferviente.
Él se le acercó aún más y la miró intensa y ardientemente.
— ¿Por qué no dejas a un lado los juegos y me dices la verdad?
— ¿Qué verdad? —ella se echó hacia atrás. No era en este sentido que se suponía que debería ir la conversación. Era su casa y ella establecía las reglas.
—Que lo has reconsiderado —él sonrió apaciblemente—. ¿Lo has reconsiderado?
—Deja de ver a Sophie y lo pensaré —lo desafió astutamente.
—No me moveré según tires de la cuerda como lo haces con el resto de tus marionetas masculinas, querida. Si me deseas, tendrás que decirlo —ladeó la cabeza—. ¿Me deseas?
Sí. Gritó su corazón.
Se oyeron pasos en el corredor.
—Norris hermano —dijo su hermano fuera del estudio—. Has vuelto a dejar la lámpara de mi oficina encendida. ¿Acaso deseas incendiar la casa con todos nosotros adentro?
—Mis disculpas, milord. La apagaré de inmediato.
—Yo lo haré. Alcornoque —murmuró Charles por lo bajo, mientras se acercaba la puerta.
_______ arrastró a Joe contra la pared junto a la entrada y abrió la puerta de par en par para ocultarse detrás. En la oscuridad, le miró a los ojos y cayó en la cuenta de lo estúpida que había sido. Acababa de colocarse en una situación diez veces más peligrosa. Que los hallaran juntos en una habitación era una cosa, pero que los encontraran escondiéndose apretados detrás de una puerta, era algo totalmente distinto.
—Pasa el día conmigo mañana —sugirió Joe en voz extremadamente baja.
«No», articuló ella sin emitir sonido.
El estiró el cuello hacia un lado.
—Eh, Char... —_______ le cubrió fuertemente la boca con la mano. Él la cogió de la muñeca y la apartó—. ¿Sí o no? —murmuró—. El día entero.
Su hermano entró.
—Sí —susurró ella.
Se apagó la luz y su cálida boca con olor a wishky cubrió la de ella. Sintió que la embargaba por completo una ardiente pasión. Sus labios capturaron los de ella suavemente mientras la saboreaba lentamente con la lengua. Oh, Dios. Ella se deshizo contra él, inclinándose contra su fornido cuerpo y deslizando las manos alrededor de su cintura por debajo del abrigo. Ella no se había percatado de cuánto ansiaba sentirlo, de cuánto anhelaba sus besos. Su mente insistía en sostener que aquello no era la admisión de nada, que sólo se trataba de su licencioso cuerpo tomando lo que había jurado privarle para siempre. De cualquier manera que lo racionalizara, lo que sentía por Joe iba tanto más allá del amor proverbial y del deseo, que rozaba lo misterioso. Podía detestarlo, quejarse de él y aun así amarlo hasta morir, ya que él era parte de ella, al igual que su familia.
Vagamente, oyó los pasos de Charlie alejándose por el pasillo y supo que estaban a salvo. Renuente a ponerle fin a aquel beso increíblemente sensual y enardecedor, simuló no oír.
Joe apartó la boca de la de ella y deslizó el pulgar por los labios hinchados de _______.
—Estate lista a las once y viste ropa de montar —murmuró con voz más ronca que de costumbre.
Después partió.
Con la respiración acelerada y el deseo latiéndole en las venas, ella se apoyó contra la pared y se deslizó hasta el suelo. Se estaba convirtiendo en una de ellas, esas mujeres arruinadas que él solía manejar como si tirara de una cuerda. «Ten cuidado», le advirtió una voz en su interior. Sin confesiones de amor ni encuentros sexuales. Mientras él insistiera en ser amigo de Sophie, entregarse a él totalmente la destruiría.
tefisasias
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
CAPÍTULO 28
—Llegas temprano —exclamó _______, al tiempo que bajaba rápidamente las escaleras sujetándose el bello sombrero con una mano y asiéndose con la otra las faldas de su vestimenta de montar de color crema; si bien su atuendo no resultaba muy práctico, tenía un profundo escote en «V» que le sentaba bien a su figura, y era veraniego y alegre.
—No corras, tenemos mucho tiempo —dijo Joe desde el pie de la escalera.
Pero _______ no quería desperdiciar ni un minuto. Le había costado horrores conciliar el sueño la noche anterior con el cuerpo ardiente de deseo y la mente hecha un caos de pensamientos encontrados, hasta que finalmente reconoció que estaba terriblemente entusiasmada ante el proyecto de pasar un día entero al aire libre con Joe. Al levantarse a la mañana, decidió no profundizar demasiado en las cosas y simplemente disfrutar del momento. Tampoco permitiría que la sombra de Sophie la desanimara. Parecía que su corazón no podía dejar de pertenecerle a Paris, y no creía que pudiese volver a brindarle otro lujo como ese. Juntos por un día, era todo lo que se permitiría.
Él la cogió de la mano cuando se le acercó.
—Buenos días —murmuró al tiempo que la estudiaba con sus ojos del color del mar y le besaba los nudillos—. Te ves... encantadora.
—Detente —murmuró, al tiempo que miraba de soslayo a su hermano quien los observaba discretamente desde la puerta.
—Espero una mejor reacción de tu parte cuando estemos a solas —le informó suavemente Joe provocándole un escalofrío. El miró por encima del hombro—. Te devolveré a tu hermana a tiempo para la cena.
—Si insistes —contestó su hermano con una mirada burlona en sus ojos azules, que recibió una fulminante de _______ como réplica.
Joe colocó la mano de ella alrededor de su brazo y se dirigió hacia la puerta principal. Ella se detuvo repentinamente al recordar algo.
—Necesitamos una carabina.
—He traído uno —dijo Joe—. No temas, me he transformado en un ser sumamente civilizado.
La sacó de quicio que otra mujer lo estuviese transformando cuando hasta sólo una semana atrás le pertenecía a ella. «Por Dios. ¿Quién estaba siendo posesiva ahora?».
Norris le abrió la puerta y al salir _______ al exterior en aquel día soleado, notó por primera vez que el cabello de Joe no era negro como creía sino de un intenso color castaño, exactamente igual al de la chaqueta que llevaba; que tenía un hoyuelo en la mejilla derecha y pequeñísimas arrugas en el ángulo externo de los ojos a causa de los años que había pasado bajo el intenso sol español; que su suave y afeitado mentón no mostraba señales de crecimiento de una barba tupida; que sus cicatrices eran de un tono más claro que la piel del rostro; y que era aún más apuesto bajo la luz del sol que iluminado por las velas.
—Tengo una docena de arrugas y cuatro canas —dijo arrastrando las palabras y con la vista fija al frente.
— ¿Sólo cuatro? —respondió ella conteniendo la risa.
Él la miró; sus ojos brillantes reflejaban una mezcla de buen humor y preocupación, y ella sintió mariposas aletean-dolé en el estómago.
—Apuesto que se triplicarán antes de terminar el día.
En la entrada, Apolo golpeó los cascos contra el suelo y resolló provocando que la magnífica yegua baya que se hallaba detrás de él se sacudiera y relinchara nerviosamente. El caballerizo uniformado —su carabina— tenía caballo propio y le sujetó las riendas.
—No es Luna —comentó _______ señalando la hermosa y asustadiza yegua baya.
—Me tomé la libertad de enviar a tu encantador caballo árabe de regreso al establo porque te traje esta yegua —la condujo hasta el imponente animal—. Es una yegua de cacería astuta y valiente que posee una pujante energía, más que Apolo. Creo que por eso le molesta. Su nombre —acarició cariñosamente el cuello brillante del animal— es Milagro, y es tuya.
Milagro era definitivamente la yegua más hermosa que _______ había visto en su vida.
— ¿Qué quieres decir con que es mía?
—Es tuya. Es un regalo. Es joven y debe ser entrenada, pero...
—No puedo aceptar un regalo así de tu parte —protestó ella—. Ya hemos tenido esta conversación.
—Si _______ no la acepta, yo lo haré —dijo Stilgoe acercándose para admirar al animal.
Joe le dispensó una mirada divertida.
—No puedes mantenerla, Charlie.
—Vete —le murmuró ________ a su hermano. Aquél era su día, su caballo y su... no supo cómo completar el pensamiento pero, definitivamente él no tenía nada que ver con Stilgoe.
—Me retiro —dijo Stilgoe y giró sobre sus talones al tiempo que movía las manos en el aire—. ¡Diviértanse!
—Te propongo algo —Joe la cogió de la cintura y la alzó sin esfuerzo alguno hasta depositarla sobre la montura—: si nos ganan a Apolo y a mí diremos que la ganaste justamente en una apuesta.
—Ja, ja. Me dejarás ganar. Además, ¿quién creerá que te gané? —se acomodó las faldas, al tiempo que le sonreía ampliamente por su ridículo desafío—. Lo que es más, está prohibido hacer carreras en Hyde Park.
Montó ágilmente a Apolo y la miró a los ojos.
— ¿Y quién dice que te llevaré a Hyde Park?
—Bueno, supuse...
—Podemos ir al parque si así lo prefieres —concedió él, mientras se apartaba de la acera seguido del sirviente—. Aunque yo... eh, esperaba convencerte para ir a otro sitio.
Ella lo miró enfurecida.
—Llegas temprano —exclamó _______, al tiempo que bajaba rápidamente las escaleras sujetándose el bello sombrero con una mano y asiéndose con la otra las faldas de su vestimenta de montar de color crema; si bien su atuendo no resultaba muy práctico, tenía un profundo escote en «V» que le sentaba bien a su figura, y era veraniego y alegre.
—No corras, tenemos mucho tiempo —dijo Joe desde el pie de la escalera.
Pero _______ no quería desperdiciar ni un minuto. Le había costado horrores conciliar el sueño la noche anterior con el cuerpo ardiente de deseo y la mente hecha un caos de pensamientos encontrados, hasta que finalmente reconoció que estaba terriblemente entusiasmada ante el proyecto de pasar un día entero al aire libre con Joe. Al levantarse a la mañana, decidió no profundizar demasiado en las cosas y simplemente disfrutar del momento. Tampoco permitiría que la sombra de Sophie la desanimara. Parecía que su corazón no podía dejar de pertenecerle a Paris, y no creía que pudiese volver a brindarle otro lujo como ese. Juntos por un día, era todo lo que se permitiría.
Él la cogió de la mano cuando se le acercó.
—Buenos días —murmuró al tiempo que la estudiaba con sus ojos del color del mar y le besaba los nudillos—. Te ves... encantadora.
—Detente —murmuró, al tiempo que miraba de soslayo a su hermano quien los observaba discretamente desde la puerta.
—Espero una mejor reacción de tu parte cuando estemos a solas —le informó suavemente Joe provocándole un escalofrío. El miró por encima del hombro—. Te devolveré a tu hermana a tiempo para la cena.
—Si insistes —contestó su hermano con una mirada burlona en sus ojos azules, que recibió una fulminante de _______ como réplica.
Joe colocó la mano de ella alrededor de su brazo y se dirigió hacia la puerta principal. Ella se detuvo repentinamente al recordar algo.
—Necesitamos una carabina.
—He traído uno —dijo Joe—. No temas, me he transformado en un ser sumamente civilizado.
La sacó de quicio que otra mujer lo estuviese transformando cuando hasta sólo una semana atrás le pertenecía a ella. «Por Dios. ¿Quién estaba siendo posesiva ahora?».
Norris le abrió la puerta y al salir _______ al exterior en aquel día soleado, notó por primera vez que el cabello de Joe no era negro como creía sino de un intenso color castaño, exactamente igual al de la chaqueta que llevaba; que tenía un hoyuelo en la mejilla derecha y pequeñísimas arrugas en el ángulo externo de los ojos a causa de los años que había pasado bajo el intenso sol español; que su suave y afeitado mentón no mostraba señales de crecimiento de una barba tupida; que sus cicatrices eran de un tono más claro que la piel del rostro; y que era aún más apuesto bajo la luz del sol que iluminado por las velas.
—Tengo una docena de arrugas y cuatro canas —dijo arrastrando las palabras y con la vista fija al frente.
— ¿Sólo cuatro? —respondió ella conteniendo la risa.
Él la miró; sus ojos brillantes reflejaban una mezcla de buen humor y preocupación, y ella sintió mariposas aletean-dolé en el estómago.
—Apuesto que se triplicarán antes de terminar el día.
En la entrada, Apolo golpeó los cascos contra el suelo y resolló provocando que la magnífica yegua baya que se hallaba detrás de él se sacudiera y relinchara nerviosamente. El caballerizo uniformado —su carabina— tenía caballo propio y le sujetó las riendas.
—No es Luna —comentó _______ señalando la hermosa y asustadiza yegua baya.
—Me tomé la libertad de enviar a tu encantador caballo árabe de regreso al establo porque te traje esta yegua —la condujo hasta el imponente animal—. Es una yegua de cacería astuta y valiente que posee una pujante energía, más que Apolo. Creo que por eso le molesta. Su nombre —acarició cariñosamente el cuello brillante del animal— es Milagro, y es tuya.
Milagro era definitivamente la yegua más hermosa que _______ había visto en su vida.
— ¿Qué quieres decir con que es mía?
—Es tuya. Es un regalo. Es joven y debe ser entrenada, pero...
—No puedo aceptar un regalo así de tu parte —protestó ella—. Ya hemos tenido esta conversación.
—Si _______ no la acepta, yo lo haré —dijo Stilgoe acercándose para admirar al animal.
Joe le dispensó una mirada divertida.
—No puedes mantenerla, Charlie.
—Vete —le murmuró ________ a su hermano. Aquél era su día, su caballo y su... no supo cómo completar el pensamiento pero, definitivamente él no tenía nada que ver con Stilgoe.
—Me retiro —dijo Stilgoe y giró sobre sus talones al tiempo que movía las manos en el aire—. ¡Diviértanse!
—Te propongo algo —Joe la cogió de la cintura y la alzó sin esfuerzo alguno hasta depositarla sobre la montura—: si nos ganan a Apolo y a mí diremos que la ganaste justamente en una apuesta.
—Ja, ja. Me dejarás ganar. Además, ¿quién creerá que te gané? —se acomodó las faldas, al tiempo que le sonreía ampliamente por su ridículo desafío—. Lo que es más, está prohibido hacer carreras en Hyde Park.
Montó ágilmente a Apolo y la miró a los ojos.
— ¿Y quién dice que te llevaré a Hyde Park?
—Bueno, supuse...
—Podemos ir al parque si así lo prefieres —concedió él, mientras se apartaba de la acera seguido del sirviente—. Aunque yo... eh, esperaba convencerte para ir a otro sitio.
Ella lo miró enfurecida.
tefisasias
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
—Creo que esa es una conversación que ya hemos tenido muchas veces. No me fugaré contigo, Joe —protestó.
—Te ruego que me expliques a qué te refieres con eso de «fugarnos». Estamos fuera, debidamente acompañados por una carabina, ni siquiera ha caído la tarde y hay gente a nuestro alrededor —se quitó el sombrero al pasar frente a lady Elington y su hija, quienes le retribuyeron el saludo con encantadoras sonrisas—. La situación no podría ser más respetable.
Sintiéndose debidamente reprendida, ella preguntó en un suspiro:
— ¿A dónde deseas llevarme?
—A un prado fuera de la ciudad, donde Apolo y yo solemos cabalgar después de medianoche.
— ¿Todas las noches? —eso explicaba que él merodease fuera de su casa—, ¿por qué allí?
—Porque es un lugar hermoso donde el aire es fresco y podemos hacer carreras —le dispensó una sonrisa tentadora.
— ¿Correr contra un centauro? —hizo una mueca—. Ya de por sí me siento incómoda montando a tu lado.
Él se inclinó de costado y le quitó una hoja que le había caído sobre el hombro.
—Olvidas, amor, que he tenido el exclusivo placer de admirar la excelente manera en que montas y...
—No... te atrevas —le cortó tajante sonrojándose in-tensamente. Maldito sea por infundirle vividas imágenes de ellos haciendo el amor en un prado alejado.
—No lo haré si vienes al prado conmigo.
Ella arqueó una ceja.
— ¿Más chantaje? Se está convirtiendo en un hábito desagradable, Joe —«y deja de hacerlo», se conminó. «Estás arruinando el día»—. Te haré una propuesta —dijo cediendo—. Si prometes comportarte como un caballero, lo cual excluye chantajes y alusiones a... ciertas cosas, iremos al prado.
—Trato hecho —la miró complacido—. ¿Y competirás conmigo para ganar a la yegua de cacería? Tendrás una gran oportunidad de ganarme a campo abierto, ya que Milagro está entrenada para resistir las largas marchas de una cacería y del raudo galope de ese deporte. Apolo nunca podría soportar esas exigencias.
Asintiendo, _______ se preguntó si la yegua que había elegido para ella era mera coincidencia. Ella lo había cazado a él, después de todo. ¿Acaso la consideraba también a ella astuta, valiente y llena de energía?
Permanecieron en silencio mientras atravesaban las calles de Londres, el criado los seguía a sólo unas yardas de distancia. Estaba maravillada por el profundo cambio operado en Joe en tan corto tiempo. Por mucho que le pesara, debía admitir que Sophie había hecho un milagro al transformar a un ensimismado recluso enmascarado en un verdadero miembro de la aristocracia. Le molestaba haber percibido de antemano lo bien que se llevarían Sophie y Joe. Nunca los había visto discutir o comportarse en público de una manera que no fuese agradable y respetuosa, mientras que la relación con ella, por decirlo de alguna manera, era impetuosa. Incluso ahora, cuando se comportaban de manera supuestamente amistosa y civilizada, podía sentir la tensión que vibraba entre ambos.
Buscando aliviar un poco la tensión, le preguntó:
— ¿Has tenido oportunidad de investigar el misterio de las cincuenta libras faltantes? Dicho sea de paso, el monto ha ascendido a ciento setenta libras.
—Sí, estoy al tanto de ello, y tengo mis sospechas, pero no me gustaría implicar a nadie sin tener pruebas.
—Puede haber sido un error mío. Estuve un tanto distraída últimamente y quizás coloqué...
—Sinceramente, lo dudo. En los temas referentes a tu obra de caridad, siempre estás alerta como un halcón.
—Joe, por favor, no acuses a nadie sin antes consultármelo. Nuestra ama de llaves, Rebecca, es una desventurada mujer pobre. Si ella o sus niños necesitaban el dinero...
— ¿Confías en mí? —le preguntó suavemente, mirándola directamente a los ojos.
Aunque tenía el poder de destrozarle el corazón, confiaba en él. —Sí.
—Bien —él sonrió débilmente—, pues déjame manejar esto.
Al llegar al límite norte de la ciudad, aceleraron el paso y trotaron avanzando por un camino bastante transitado. Era un día maravilloso, perfecto para cabalgar. Ella no podía pensar en nadie con quien le agradaría más estar que con el hombre que se hallaba a su lado.
Joe giró hacia la izquierda abandonando el camino y los condujo a campo abierto. Al reconocer el área, Apolo resopló vivazmente. _______ sintió una vibración similar en el jinete.
—Bueno —Joe le dispensó una sonrisa seductora—. ¿Estás lista para una carrera?
Su respuesta fue azuzar a Milagro sin preaviso; sintió un grito de « ¡Tramposa!» a sus espaldas. Ignorándolo, le aflojó las riendas a la yegua mientras reía exuberante. Escuchó los cascos del otro caballo tras de ella y pronto fue alcanzada por Joe y Apolo, era una imagen digna de ser recordada.
Durante varios cientos de yardas galoparon a la par, su espléndida yegua y el imponente animal de pelaje oscuro. Joe se veía tan maravilloso como su semental, con sus ojos verdes brillantes bajo la luz del sol, su resplandeciente cabello azotándole los hombros, bien afirmado en la montura con los recios muslos tensos y la misma gracia de movimientos con la cual danzaba un vals y le había hecho el amor.
En un momento quedó rezagada, pero pudo volver a sobrepasarlo y sonrió. No dejaría de luchar. Sacudió las riendas y avanzó rápidamente, inclinando el cuerpo para oponer menor resistencia al viento. Milagro era una corredora innata y muy ambiciosa. Cada vez que sus oponentes se le acercaban, estiraba el cuello esforzándose para dejarlos atrás. Con el pulso acelerado, al igual que el espíritu, _______ miró hacia atrás. Con una picara mirada, Joe emitió un grito de guerra y el suelo comenzó a vibrar. Lo observó boquiabierta cuando la sobrepasó a toda velocidad en dirección a la arboleda. Oh, Dios.
Cuando llegó al bosque un momento después, Apolo estaba pastando y Joe estaba tumbado boca arriba en el mullido pasto con los ojos cerrados y simulando roncar. Con las mejillas enrojecidas y el pulso acelerado, ella desmontó y se le acercó para patearle las botas. —Muy gracioso.
Él le asió las botas con las de él, le hizo perder el equilibrio y ella cayó riendo en sus brazos abiertos. La hizo girar cubriéndola con su fornido cuerpo. Atragantada de risa, ella sonrió al mirarlo a los ojos color esmeralda mientras luchaba por recuperar el aliento.
—Te ruego que me expliques a qué te refieres con eso de «fugarnos». Estamos fuera, debidamente acompañados por una carabina, ni siquiera ha caído la tarde y hay gente a nuestro alrededor —se quitó el sombrero al pasar frente a lady Elington y su hija, quienes le retribuyeron el saludo con encantadoras sonrisas—. La situación no podría ser más respetable.
Sintiéndose debidamente reprendida, ella preguntó en un suspiro:
— ¿A dónde deseas llevarme?
—A un prado fuera de la ciudad, donde Apolo y yo solemos cabalgar después de medianoche.
— ¿Todas las noches? —eso explicaba que él merodease fuera de su casa—, ¿por qué allí?
—Porque es un lugar hermoso donde el aire es fresco y podemos hacer carreras —le dispensó una sonrisa tentadora.
— ¿Correr contra un centauro? —hizo una mueca—. Ya de por sí me siento incómoda montando a tu lado.
Él se inclinó de costado y le quitó una hoja que le había caído sobre el hombro.
—Olvidas, amor, que he tenido el exclusivo placer de admirar la excelente manera en que montas y...
—No... te atrevas —le cortó tajante sonrojándose in-tensamente. Maldito sea por infundirle vividas imágenes de ellos haciendo el amor en un prado alejado.
—No lo haré si vienes al prado conmigo.
Ella arqueó una ceja.
— ¿Más chantaje? Se está convirtiendo en un hábito desagradable, Joe —«y deja de hacerlo», se conminó. «Estás arruinando el día»—. Te haré una propuesta —dijo cediendo—. Si prometes comportarte como un caballero, lo cual excluye chantajes y alusiones a... ciertas cosas, iremos al prado.
—Trato hecho —la miró complacido—. ¿Y competirás conmigo para ganar a la yegua de cacería? Tendrás una gran oportunidad de ganarme a campo abierto, ya que Milagro está entrenada para resistir las largas marchas de una cacería y del raudo galope de ese deporte. Apolo nunca podría soportar esas exigencias.
Asintiendo, _______ se preguntó si la yegua que había elegido para ella era mera coincidencia. Ella lo había cazado a él, después de todo. ¿Acaso la consideraba también a ella astuta, valiente y llena de energía?
Permanecieron en silencio mientras atravesaban las calles de Londres, el criado los seguía a sólo unas yardas de distancia. Estaba maravillada por el profundo cambio operado en Joe en tan corto tiempo. Por mucho que le pesara, debía admitir que Sophie había hecho un milagro al transformar a un ensimismado recluso enmascarado en un verdadero miembro de la aristocracia. Le molestaba haber percibido de antemano lo bien que se llevarían Sophie y Joe. Nunca los había visto discutir o comportarse en público de una manera que no fuese agradable y respetuosa, mientras que la relación con ella, por decirlo de alguna manera, era impetuosa. Incluso ahora, cuando se comportaban de manera supuestamente amistosa y civilizada, podía sentir la tensión que vibraba entre ambos.
Buscando aliviar un poco la tensión, le preguntó:
— ¿Has tenido oportunidad de investigar el misterio de las cincuenta libras faltantes? Dicho sea de paso, el monto ha ascendido a ciento setenta libras.
—Sí, estoy al tanto de ello, y tengo mis sospechas, pero no me gustaría implicar a nadie sin tener pruebas.
—Puede haber sido un error mío. Estuve un tanto distraída últimamente y quizás coloqué...
—Sinceramente, lo dudo. En los temas referentes a tu obra de caridad, siempre estás alerta como un halcón.
—Joe, por favor, no acuses a nadie sin antes consultármelo. Nuestra ama de llaves, Rebecca, es una desventurada mujer pobre. Si ella o sus niños necesitaban el dinero...
— ¿Confías en mí? —le preguntó suavemente, mirándola directamente a los ojos.
Aunque tenía el poder de destrozarle el corazón, confiaba en él. —Sí.
—Bien —él sonrió débilmente—, pues déjame manejar esto.
Al llegar al límite norte de la ciudad, aceleraron el paso y trotaron avanzando por un camino bastante transitado. Era un día maravilloso, perfecto para cabalgar. Ella no podía pensar en nadie con quien le agradaría más estar que con el hombre que se hallaba a su lado.
Joe giró hacia la izquierda abandonando el camino y los condujo a campo abierto. Al reconocer el área, Apolo resopló vivazmente. _______ sintió una vibración similar en el jinete.
—Bueno —Joe le dispensó una sonrisa seductora—. ¿Estás lista para una carrera?
Su respuesta fue azuzar a Milagro sin preaviso; sintió un grito de « ¡Tramposa!» a sus espaldas. Ignorándolo, le aflojó las riendas a la yegua mientras reía exuberante. Escuchó los cascos del otro caballo tras de ella y pronto fue alcanzada por Joe y Apolo, era una imagen digna de ser recordada.
Durante varios cientos de yardas galoparon a la par, su espléndida yegua y el imponente animal de pelaje oscuro. Joe se veía tan maravilloso como su semental, con sus ojos verdes brillantes bajo la luz del sol, su resplandeciente cabello azotándole los hombros, bien afirmado en la montura con los recios muslos tensos y la misma gracia de movimientos con la cual danzaba un vals y le había hecho el amor.
En un momento quedó rezagada, pero pudo volver a sobrepasarlo y sonrió. No dejaría de luchar. Sacudió las riendas y avanzó rápidamente, inclinando el cuerpo para oponer menor resistencia al viento. Milagro era una corredora innata y muy ambiciosa. Cada vez que sus oponentes se le acercaban, estiraba el cuello esforzándose para dejarlos atrás. Con el pulso acelerado, al igual que el espíritu, _______ miró hacia atrás. Con una picara mirada, Joe emitió un grito de guerra y el suelo comenzó a vibrar. Lo observó boquiabierta cuando la sobrepasó a toda velocidad en dirección a la arboleda. Oh, Dios.
Cuando llegó al bosque un momento después, Apolo estaba pastando y Joe estaba tumbado boca arriba en el mullido pasto con los ojos cerrados y simulando roncar. Con las mejillas enrojecidas y el pulso acelerado, ella desmontó y se le acercó para patearle las botas. —Muy gracioso.
Él le asió las botas con las de él, le hizo perder el equilibrio y ella cayó riendo en sus brazos abiertos. La hizo girar cubriéndola con su fornido cuerpo. Atragantada de risa, ella sonrió al mirarlo a los ojos color esmeralda mientras luchaba por recuperar el aliento.
tefisasias
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
—Estuviste magnífico.
—Tú también —él le apartó los dorados mechones que le caían sobre la frente y las mejillas, después le quitó los pasadores de marfil del cabello—. Perdiste el sombrero... y a la carabina.
—Fuiste demasiado rápido, para los tres.
Él se quitó el guante y le acarició el rostro con la yema de los dedos.
—Eres adorable.
La calidez en los ojos de él la perturbó. Deseaba más que nada en el mundo entrelazar los dedos en su cabello y besarlo impunemente. Pero sucumbir ante la lujuria sólo le provocaría aflicciones. Cuando él se inclinó para besarla, ella giró la cabeza
—No, Joe. Por favor, permite que me levante.
—_______ —le dijo él al oído—... ya no puedo tolerar esta separación.
—Pruébalo —susurró ella completamente estremecida con la vista fija en un grillo que trepaba el pasto alto. Era terrible, desearlo cuando él estaba involucrado con una mujer que antes era su amiga, y cuando una multitud de mujeres esperaba el momento en que él se cansara de esa persona.
—Lo haré... —le cubrió de suaves besos la mejilla y el cuello.
El sonido de cascos aproximándose le dio a ella la fortaleza para ponerle fin a aquella locura.
—Se acerca nuestra carabina —lo hizo a un lado y se sentó.
Él se puso de pie y la ayudó a levantarse. Sin soltarle la mano, la condujo hacia la sombra de los abedules y los olmos, vagando sin rumbo entre los árboles, haciendo crujir las hojas y las ramas bajo sus botas. Abruptamente, la hizo a un lado y la estrujó contra un árbol. Se inclinó y la besó apasionada, tentadora y seductoramente. En un momento de locura, ella le entrelazó los dedos en el cabello y le devolvió el beso con toda la pasión que le corría por las venas. Después se controló y se apartó. Sin importar lo que él dijese o hiciese, ella no aprobaría ningún tipo de seducción ese día.
—No estás comportándote como un correcto caballero —lo sermoneó.
Los ojos masculinos reflejaron un brillo divertido. Se inclinó hacia ella.
— ¿Deseas que lo haga?
— ¿Acaso no resulta obvio? —le respondió completamente nerviosa e irritada consigo misma.
—Más o menos —él ladeó la cabeza de un lado a otro, parecía divertido—. Tu voz dice una cosa, pero tus labios dicen algo completamente distinto. Anoche...
—Anoche no significó nada. Tienes a Sophie.
La miró fijamente, la expresión de su rostro le recordó la de los pequeños pilluelos que había visto en Spitalfields, cuyos expresivos ojos imploraban afecto.
—¿Renunciarás a mí sin luchar?
Ella arqueó una ceja con expresión inquisidora.
— ¿Acaso me perteneces como para dejarte libre?
La expresión en el rostro de él se tornó seria.
—Es una pregunta engañosa, _______.
—Al igual que la tuya — ¿Qué clase de juego infernal estaba llevando él adelante? Primero la hacía sentir que ella era la única mujer a quien deseaba y después volvía a colocarse la máscara. Demonios. ¡Llevaba puesta una máscara!
Él torció los labios y en su mirada se reflejó tanto regocijo como exasperación.
—Pues entonces, tendremos un impasse.
Ella lo miró con ojos diferentes, más astutos.
—Así parece.
—Bajo ningún punto de vista he cambiado de opinión —él dio un paso atrás y colocó la mano de ella alrededor de su brazo.
—Tampoco yo —ella avanzó junto a él, tramando la caída de la máscara invisible.
Cuando la condujo adentrándose más en la fresca arboleda, ella percibió que él se le acercaba.
—Volveré a poseerte, repetidas veces —le prometió—. Y serás salvaje conmigo.
—Sí, en el más salvaje de tus sueños —dijo ella sonriendo burlonamente, aunque sentía un hormigueo recorrerle el cuerpo.
—Tú también —él le apartó los dorados mechones que le caían sobre la frente y las mejillas, después le quitó los pasadores de marfil del cabello—. Perdiste el sombrero... y a la carabina.
—Fuiste demasiado rápido, para los tres.
Él se quitó el guante y le acarició el rostro con la yema de los dedos.
—Eres adorable.
La calidez en los ojos de él la perturbó. Deseaba más que nada en el mundo entrelazar los dedos en su cabello y besarlo impunemente. Pero sucumbir ante la lujuria sólo le provocaría aflicciones. Cuando él se inclinó para besarla, ella giró la cabeza
—No, Joe. Por favor, permite que me levante.
—_______ —le dijo él al oído—... ya no puedo tolerar esta separación.
—Pruébalo —susurró ella completamente estremecida con la vista fija en un grillo que trepaba el pasto alto. Era terrible, desearlo cuando él estaba involucrado con una mujer que antes era su amiga, y cuando una multitud de mujeres esperaba el momento en que él se cansara de esa persona.
—Lo haré... —le cubrió de suaves besos la mejilla y el cuello.
El sonido de cascos aproximándose le dio a ella la fortaleza para ponerle fin a aquella locura.
—Se acerca nuestra carabina —lo hizo a un lado y se sentó.
Él se puso de pie y la ayudó a levantarse. Sin soltarle la mano, la condujo hacia la sombra de los abedules y los olmos, vagando sin rumbo entre los árboles, haciendo crujir las hojas y las ramas bajo sus botas. Abruptamente, la hizo a un lado y la estrujó contra un árbol. Se inclinó y la besó apasionada, tentadora y seductoramente. En un momento de locura, ella le entrelazó los dedos en el cabello y le devolvió el beso con toda la pasión que le corría por las venas. Después se controló y se apartó. Sin importar lo que él dijese o hiciese, ella no aprobaría ningún tipo de seducción ese día.
—No estás comportándote como un correcto caballero —lo sermoneó.
Los ojos masculinos reflejaron un brillo divertido. Se inclinó hacia ella.
— ¿Deseas que lo haga?
— ¿Acaso no resulta obvio? —le respondió completamente nerviosa e irritada consigo misma.
—Más o menos —él ladeó la cabeza de un lado a otro, parecía divertido—. Tu voz dice una cosa, pero tus labios dicen algo completamente distinto. Anoche...
—Anoche no significó nada. Tienes a Sophie.
La miró fijamente, la expresión de su rostro le recordó la de los pequeños pilluelos que había visto en Spitalfields, cuyos expresivos ojos imploraban afecto.
—¿Renunciarás a mí sin luchar?
Ella arqueó una ceja con expresión inquisidora.
— ¿Acaso me perteneces como para dejarte libre?
La expresión en el rostro de él se tornó seria.
—Es una pregunta engañosa, _______.
—Al igual que la tuya — ¿Qué clase de juego infernal estaba llevando él adelante? Primero la hacía sentir que ella era la única mujer a quien deseaba y después volvía a colocarse la máscara. Demonios. ¡Llevaba puesta una máscara!
Él torció los labios y en su mirada se reflejó tanto regocijo como exasperación.
—Pues entonces, tendremos un impasse.
Ella lo miró con ojos diferentes, más astutos.
—Así parece.
—Bajo ningún punto de vista he cambiado de opinión —él dio un paso atrás y colocó la mano de ella alrededor de su brazo.
—Tampoco yo —ella avanzó junto a él, tramando la caída de la máscara invisible.
Cuando la condujo adentrándose más en la fresca arboleda, ella percibió que él se le acercaba.
—Volveré a poseerte, repetidas veces —le prometió—. Y serás salvaje conmigo.
—Sí, en el más salvaje de tus sueños —dijo ella sonriendo burlonamente, aunque sentía un hormigueo recorrerle el cuerpo.
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Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
—O de los tuyos —cuando ella se giró para mirarlo furibunda, él rió entre dientes—. Caminemos hasta el arroyo. Te enseñaré a atrapar peces con la mano —él entrelazó los dedos con los de ella irradiando buen humor.
—Una cazadora, una pescadora... veo que estás determinado a convertirme en una depredadora.
—Puedes ser el pez, si quieres, pero asegúrate de contonearte graciosamente.
— ¿Es Sophie tu carnada? —se aventuró a decir ella, y pestañeó. ¿Acaso era perspicacia o sólo una expresión de deseo?
—Eso está por verse —respondió él de manera esquiva. Llegaron a un arroyo azul que refulgía como mil diamantes bajo el sol. Cautivada por el paisaje, _______ casi pisó una manta de picnic sobre la cual estaba servido un almuerzo que parecía intacto. Joe miró a su alrededor.
—Parece que alguien olvidó su almuerzo, una pareja de amantes, quienes fueron a nadar y perdieron al apetito... por la comida, quiero decir. Me muero de hambre. ¿Y tú, leona? Te propongo que demos cuenta de él antes de que regresen.
Ella contuvo la respiración cuando él se dejó caer sobre la manta y examinó la botella de vino.
— ¿Acaso eres un niño? —protestó ella—. ¡Ponte de pie antes de que vuelvan y nos maten!
— ¡No seas mojigata! —él cogió un par de copas y descorchó la botella—. Siéntate.
— ¡No soy una mojigata! Tú estás loco —lo cogió de la muñeca e intentó que se pusiera de pie, pero no logró que se moviera. Se oyó el crujido de una rama detrás de un árbol—. Alguien se aproxima —distendió la mandíbula contraída. Ese alguien resultó ser Phipps, acompañado de tres criados con librea. Se mordió el labio al sonreír avergonzada y bajó la mirada hacia donde se hallaba su acompañante—. Preparaste esto para mí.
Él le ofreció un vaso de vino tinto.
—Sí, lo hice. Toma asiento.
Ella lo hizo, sonriendo como una tonta, y aceptó el vaso de vino.
—Es la sorpresa más bonita que alguien me ha preparado —confesó y bebió un trago generoso—. Todo se ve precioso.
—Me temo que la vejez me ha vuelto frívolo.
—Oh, no digas eso —ella sonrió y después agregó en tono suave—: Es perfecto. Gracias.
Él rozó su vaso con el de ella en un íntimo brindis mirándola fijamente a los ojos.
—De nada —sus ojos parecieron querer decir algo más, pero se contuvo. Repentinamente, ella se percató de que aquello era precisamente lo que una vez había sugerido que hicieran; una cabalgata y una comida al aire libre. Tenía todas las características de un cortejo, pero considerando las recientes actividades masculinas, no supo qué pensar de la situación, ni de él.
Los sirvientes permanecieron alertas a prudente distancia mientras _______ y Joe comían emparedados de pollo y pepino, además de quesos y uvas al tiempo que bebían abundante vino.
—Tengo una pregunta que hacerte —dijo él arrastrando las palabras—. Pero debes prometer no cortarme la cabeza con un hacha.
—No prometo nada.
—Muy bien. Correré el riesgo —bajó la voz—. ¿Existe una razón por la cual debamos casarnos?
— ¿Qué? —ella se sonrojó y después se dio cuenta del sentido de su pregunta y se acaloró—. No —había tenido su período siete días atrás, lo que le había provocado emociones encontradas.
—Nunca te encerraría en una jaula, mi pequeño gorrión. Nunca.
Aquello sonó como una extraña disculpa por haberla amenazado con contarle a Stilgoe que habían pasado la noche juntos. La manera en que hizo referencia al tema de tener hijos la confundió. La mayoría de los hombres, incluso su domesticado hermano, temblaba ante la idea de abrir una guardería infantil propia.
—También tengo una pregunta que hacerte. ¿Por qué no deseabas decirme que era Olivia con quien habías estado comprometido?
Los verdes ojos de Joe se tornaron gélidos como rocas cubiertas de moho.
— ¿Qué te dijo ella?
—Que estuvisteis comprometidos durante tres años y que se cansó de esperar a que regresaras.
—Una cazadora, una pescadora... veo que estás determinado a convertirme en una depredadora.
—Puedes ser el pez, si quieres, pero asegúrate de contonearte graciosamente.
— ¿Es Sophie tu carnada? —se aventuró a decir ella, y pestañeó. ¿Acaso era perspicacia o sólo una expresión de deseo?
—Eso está por verse —respondió él de manera esquiva. Llegaron a un arroyo azul que refulgía como mil diamantes bajo el sol. Cautivada por el paisaje, _______ casi pisó una manta de picnic sobre la cual estaba servido un almuerzo que parecía intacto. Joe miró a su alrededor.
—Parece que alguien olvidó su almuerzo, una pareja de amantes, quienes fueron a nadar y perdieron al apetito... por la comida, quiero decir. Me muero de hambre. ¿Y tú, leona? Te propongo que demos cuenta de él antes de que regresen.
Ella contuvo la respiración cuando él se dejó caer sobre la manta y examinó la botella de vino.
— ¿Acaso eres un niño? —protestó ella—. ¡Ponte de pie antes de que vuelvan y nos maten!
— ¡No seas mojigata! —él cogió un par de copas y descorchó la botella—. Siéntate.
— ¡No soy una mojigata! Tú estás loco —lo cogió de la muñeca e intentó que se pusiera de pie, pero no logró que se moviera. Se oyó el crujido de una rama detrás de un árbol—. Alguien se aproxima —distendió la mandíbula contraída. Ese alguien resultó ser Phipps, acompañado de tres criados con librea. Se mordió el labio al sonreír avergonzada y bajó la mirada hacia donde se hallaba su acompañante—. Preparaste esto para mí.
Él le ofreció un vaso de vino tinto.
—Sí, lo hice. Toma asiento.
Ella lo hizo, sonriendo como una tonta, y aceptó el vaso de vino.
—Es la sorpresa más bonita que alguien me ha preparado —confesó y bebió un trago generoso—. Todo se ve precioso.
—Me temo que la vejez me ha vuelto frívolo.
—Oh, no digas eso —ella sonrió y después agregó en tono suave—: Es perfecto. Gracias.
Él rozó su vaso con el de ella en un íntimo brindis mirándola fijamente a los ojos.
—De nada —sus ojos parecieron querer decir algo más, pero se contuvo. Repentinamente, ella se percató de que aquello era precisamente lo que una vez había sugerido que hicieran; una cabalgata y una comida al aire libre. Tenía todas las características de un cortejo, pero considerando las recientes actividades masculinas, no supo qué pensar de la situación, ni de él.
Los sirvientes permanecieron alertas a prudente distancia mientras _______ y Joe comían emparedados de pollo y pepino, además de quesos y uvas al tiempo que bebían abundante vino.
—Tengo una pregunta que hacerte —dijo él arrastrando las palabras—. Pero debes prometer no cortarme la cabeza con un hacha.
—No prometo nada.
—Muy bien. Correré el riesgo —bajó la voz—. ¿Existe una razón por la cual debamos casarnos?
— ¿Qué? —ella se sonrojó y después se dio cuenta del sentido de su pregunta y se acaloró—. No —había tenido su período siete días atrás, lo que le había provocado emociones encontradas.
—Nunca te encerraría en una jaula, mi pequeño gorrión. Nunca.
Aquello sonó como una extraña disculpa por haberla amenazado con contarle a Stilgoe que habían pasado la noche juntos. La manera en que hizo referencia al tema de tener hijos la confundió. La mayoría de los hombres, incluso su domesticado hermano, temblaba ante la idea de abrir una guardería infantil propia.
—También tengo una pregunta que hacerte. ¿Por qué no deseabas decirme que era Olivia con quien habías estado comprometido?
Los verdes ojos de Joe se tornaron gélidos como rocas cubiertas de moho.
— ¿Qué te dijo ella?
—Que estuvisteis comprometidos durante tres años y que se cansó de esperar a que regresaras.
tefisasias
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
Él tensó un músculo de la mandíbula.
— ¿Es eso todo lo que dijo?
—Me contó que habíais crecido juntos y que compartías las festividades con ellos.
—Así lo hice. A veces. El viejo duque era... amable conmigo —pronunció las palabras de manera incisiva.
—Nunca te refieres a tu niñez. Me dijiste que fue un período desdichado, pero...
—Hablar más detalladamente acerca de mi desdicha, qué amable de tu parte —introdujo la mano en una canasta y extrajo dos porciones de pastel de frambuesa que estaban envueltas en servilletas—. Creo que es tu postre preferido.
—Gracias. Así es —claramente, no diría otra palabra sobre el tema. No insistió, por el momento—. Sí fue amable de tu parte haber traído el baúl de Will ayer. Todavía... tiene su olor.
Joe se limpió las manos y del bolsillo superior extrajo un trozo de papel doblado.
—Quería dártelo en privado. Will la escribió dos días antes de morir. La llevaba consigo entonces. No la leí, pero sé que es para ti.
A ella le temblaron las manos al coger la nota manchada y arrugada.
—Oh, Joe...
—Debí habértela dado hace semanas... años, pero yo...
—¿Deseabas aferrarte a sus pertenencias durante un tiempo más? —adivinó ella con una sonrisa triste.
—No tienes idea —la miró—. Pero quizás sí.
Con los ojos llenos de lágrimas, ella desdobló cuidadosamente la nota y leyó:
—«Mi queridísima _______...». —No tienes que leerla en voz alta —susurró él. —Deseo hacerlo —ella tragó con dificultad y continuó leyendo en voz alta—. «Mi queridísima _______: Me encantó recibir tu carta. Imagino que Stilgoe y nuestra madre todavía se recuperan de la convulsión que les provocaste al despachar al joven Lord Milner. Aplaudo tu buen juicio. Ese cabeza de alcornoque no es para ti, querida. Lady Drusberry es una excelente administradora de correos, así que, por favor, remítele tus cartas a ella. Estoy ansioso por descubrir a qué pobre diablo le romperás el corazón próximamente. El clima aquí es horrendo. Deseo regresar a casa y confío en lograrlo ya que, aparentemente, Napoleón dejó algo que le pertenecía en la isla de Elba. Hoy combatimos. Los prusianos sufrieron un revés, pero se están reagrupando. Y me complace informar que tanto tu objeto de admiración —Ella tosió—... como yo estamos ilesos. Por favor, perdona los rayones y las arrugas del papel. Mi coronel está revoloteando, intentando leer nuestros secretos, el muy fisgón.
Se le encendieron las mejillas y levantó la mirada hacia Joe.
—Eso mismo estaba haciendo —él sonrió abiertamente. _______ continuó:
—«Le ofrecí mi lápiz y espacio en el papel. Se tomó más tiempo para decidirse que una aprobación de la Cámara de los Lores y optó por desistir, el muy cobarde».
—Así que ahora soy un cobarde y un entrometido —observó irónicamente Joe.
—«Envíales saludos a todos de mi parte y diles a las perezosas gemelas que escriban por separado. Os amo y os extraño; espero veros pronto.
Tu devoto hermano, Will».
Cuando ella terminó de leer, la hoja estaba cubierta de manchones húmedos.
—Gracias —cerró los ojos y apretujó la carta contra el corazón.
Los cálidos labios masculinos besaron las lágrimas que se agolpaban en sus pestañas y en sus mejillas.
—No puedes imaginarte cuántas veces deseé dártela en los últimos dos años —murmuró Joe—. Todos los días me decía: «Ve a verla». Y todos los días perdía el coraje. No quería que me vieras así.
Ella abrió los ojos y le acarició la mejilla.
—Adoro tu rostro. Eres el único que piensa que es defectuoso —ella sonrió tristemente—. Cada día rezaba para que volvieras a mí.
El tragó con dificultad.
—Debería haber... —ladeó la cabeza para besarla.
—No estamos solos —le recordó suavemente ella e introdujo la preciada nota en el bolsillo.
—Es verdad —él se enderezó y observó al público uniformado. Cruzó las piernas y la miró tiernamente—. Cambiando de tema, ¿cuándo es tu cumpleaños, _______?
—El 10 de agosto. ¿El tuyo?
—El 13 de noviembre. Eres Leo, obviamente —dijo arrastrando las palabras.
— ¿Es eso todo lo que dijo?
—Me contó que habíais crecido juntos y que compartías las festividades con ellos.
—Así lo hice. A veces. El viejo duque era... amable conmigo —pronunció las palabras de manera incisiva.
—Nunca te refieres a tu niñez. Me dijiste que fue un período desdichado, pero...
—Hablar más detalladamente acerca de mi desdicha, qué amable de tu parte —introdujo la mano en una canasta y extrajo dos porciones de pastel de frambuesa que estaban envueltas en servilletas—. Creo que es tu postre preferido.
—Gracias. Así es —claramente, no diría otra palabra sobre el tema. No insistió, por el momento—. Sí fue amable de tu parte haber traído el baúl de Will ayer. Todavía... tiene su olor.
Joe se limpió las manos y del bolsillo superior extrajo un trozo de papel doblado.
—Quería dártelo en privado. Will la escribió dos días antes de morir. La llevaba consigo entonces. No la leí, pero sé que es para ti.
A ella le temblaron las manos al coger la nota manchada y arrugada.
—Oh, Joe...
—Debí habértela dado hace semanas... años, pero yo...
—¿Deseabas aferrarte a sus pertenencias durante un tiempo más? —adivinó ella con una sonrisa triste.
—No tienes idea —la miró—. Pero quizás sí.
Con los ojos llenos de lágrimas, ella desdobló cuidadosamente la nota y leyó:
—«Mi queridísima _______...». —No tienes que leerla en voz alta —susurró él. —Deseo hacerlo —ella tragó con dificultad y continuó leyendo en voz alta—. «Mi queridísima _______: Me encantó recibir tu carta. Imagino que Stilgoe y nuestra madre todavía se recuperan de la convulsión que les provocaste al despachar al joven Lord Milner. Aplaudo tu buen juicio. Ese cabeza de alcornoque no es para ti, querida. Lady Drusberry es una excelente administradora de correos, así que, por favor, remítele tus cartas a ella. Estoy ansioso por descubrir a qué pobre diablo le romperás el corazón próximamente. El clima aquí es horrendo. Deseo regresar a casa y confío en lograrlo ya que, aparentemente, Napoleón dejó algo que le pertenecía en la isla de Elba. Hoy combatimos. Los prusianos sufrieron un revés, pero se están reagrupando. Y me complace informar que tanto tu objeto de admiración —Ella tosió—... como yo estamos ilesos. Por favor, perdona los rayones y las arrugas del papel. Mi coronel está revoloteando, intentando leer nuestros secretos, el muy fisgón.
Se le encendieron las mejillas y levantó la mirada hacia Joe.
—Eso mismo estaba haciendo —él sonrió abiertamente. _______ continuó:
—«Le ofrecí mi lápiz y espacio en el papel. Se tomó más tiempo para decidirse que una aprobación de la Cámara de los Lores y optó por desistir, el muy cobarde».
—Así que ahora soy un cobarde y un entrometido —observó irónicamente Joe.
—«Envíales saludos a todos de mi parte y diles a las perezosas gemelas que escriban por separado. Os amo y os extraño; espero veros pronto.
Tu devoto hermano, Will».
Cuando ella terminó de leer, la hoja estaba cubierta de manchones húmedos.
—Gracias —cerró los ojos y apretujó la carta contra el corazón.
Los cálidos labios masculinos besaron las lágrimas que se agolpaban en sus pestañas y en sus mejillas.
—No puedes imaginarte cuántas veces deseé dártela en los últimos dos años —murmuró Joe—. Todos los días me decía: «Ve a verla». Y todos los días perdía el coraje. No quería que me vieras así.
Ella abrió los ojos y le acarició la mejilla.
—Adoro tu rostro. Eres el único que piensa que es defectuoso —ella sonrió tristemente—. Cada día rezaba para que volvieras a mí.
El tragó con dificultad.
—Debería haber... —ladeó la cabeza para besarla.
—No estamos solos —le recordó suavemente ella e introdujo la preciada nota en el bolsillo.
—Es verdad —él se enderezó y observó al público uniformado. Cruzó las piernas y la miró tiernamente—. Cambiando de tema, ¿cuándo es tu cumpleaños, _______?
—El 10 de agosto. ¿El tuyo?
—El 13 de noviembre. Eres Leo, obviamente —dijo arrastrando las palabras.
tefisasias
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
— ¿Cuál era el nombre de tus padres?
—El de mi madre era Eve y el de mi padre, Jonathan. ¿Cuál era el nombre de tu padre?
—Harry. Harold. Era mucho más divertido que mi madre, y para nada presuntuoso.
El rió.
—Tu madre es una especie de dragona. Afortunadamente siempre le he agradado.
—El agrado por ti es una especie de afección endémica en mi alocada familia —contestó ella secamente—. Pero asumo que no necesito profundizar en el tema. ¿No estás de acuerdo?
—Bruja —le cogió uno de los rizos y lo enroscó alrededor del dedo índice. Su mirada se tornó oscura y profunda; y su respiración, intensa—. ¿Debo pedirle al escuadrón de la decencia que se marche?
Ella sintió que se derretía ante su intensa mirada. A solas, entrelazarían los cuerpos desnudos moviéndose ondulantemente, presos de un delirio sexual. Aun a pesar de lo tentador de la idea, tuvo que declinarla. ¿Cómo podría estar con él ahora y después encontrarlo del brazo de Sophie?
Él la observaba intensamente, esperando una respuesta.
— ¿Deseas jugar un juego, entonces?
— ¿Qué juego? —murmuró ella, al tiempo que se le venían imágenes tórridas a la mente.
—Backgammon.
Ella pestañeó.
— ¿Quieres jugar al backgammon?
— ¡No! —dijo él en un lento suspiro—. Deseo arder dentro de tu cuerpo, pero ya que no se me permite, podríamos jugar al backgammon, o tendré que saltar al frío arroyo.
Ella también se sentía ardiente de deseo.
—Pensaste en todo —comentó, mientras él extraía el tablero de backgammon de la cesta de picnic.
—Digamos que no esperaba tu completa colaboración, por lamentable que sea.
Él no tenía idea de lo lamentablemente cerca que había estado de colaborar. Lo ayudó a disponer las piezas en el tablero.
—Ten cuidado. Soy buena jugadora. Te ganaré.
Él la miró vivida e hipnóticamente.
—Comienzo a pensar que...
Y ella comenzaba a pensar que quizás no.
CAPÍTULO 29
Acodado con el mentón apoyado en el puño y las piernas estiradas hacia un costado, Joe gruñó cuando _______ volvió a derrotarlo. La jovencita ciertamente dominaba el juego. Él no era mal jugador pero, ¿cómo diablos se suponía que podría concentrarse en el backgammon cuando esos senos turgentes coqueteaban con sus ojos desde el profundo escote en «V» con cada movimiento que ella hacía?
Parecía un hada, sentada en el bosque con su vestido de color crema, con la gloriosa cascada de rizos cayéndole sobre los hombros y sus ojos del color del cielo brillando con una femenina y traviesa expresión. Su esencia a vainilla le hacía desearla, y estaba sufriendo intentando ignorar las súplicas del enhiesto señor Jones.
No podía recordar una ocasión en que una mujer con la que se hubiese acostado —y con quien había hecho el amor apasionadamente, cabía acotar— lo siguiera fascinando. Últimamente había descubierto que ninguna mujer lo cautivaba en absoluto. Excepto _______. Sin embargo, si se abalanzase sobre ella, pensaría que él había planeado ese día con el sólo propósito de seducirla, y estaría en lo correcto hasta cierto punto, pero no era todo lo que deseaba de ella. Mientras que una mitad de su cerebro elucubraba cómo persuadirla para desnudarla, la otra mitad la contemplaba absorta con extasiado anhelo. Se preguntó qué dirían sus padres acerca de la diosa que se veía como un hada si pudiese presentársela y si estarían de acuerdo con él en que era la criatura más adorable de la tierra. Seguramente su opinión no era imparcial: estaba enamorado de ella.
Se enderezó. La amaba. Desde luego que la amaba. Siempre lo había sabido, desde la noche en que lo había besado en el banco. Todo le resultaba muy claro repentinamente: por qué se le había declarado a la primera mujer adulta que se le ocurrió, por qué había guardado distancia del número 7 de la calle Dover, por qué _______ siempre estaba presente en sus pensamientos y por qué, cuando ella había aparecido en la puerta principal de su casa sin ser ya una chiquilla con falda corta sino una joven dama, había puesto su mundo patas arriba.
—Se está haciendo tarde. Deberíamos regresar a casa.
Él se inquietó.
—El de mi madre era Eve y el de mi padre, Jonathan. ¿Cuál era el nombre de tu padre?
—Harry. Harold. Era mucho más divertido que mi madre, y para nada presuntuoso.
El rió.
—Tu madre es una especie de dragona. Afortunadamente siempre le he agradado.
—El agrado por ti es una especie de afección endémica en mi alocada familia —contestó ella secamente—. Pero asumo que no necesito profundizar en el tema. ¿No estás de acuerdo?
—Bruja —le cogió uno de los rizos y lo enroscó alrededor del dedo índice. Su mirada se tornó oscura y profunda; y su respiración, intensa—. ¿Debo pedirle al escuadrón de la decencia que se marche?
Ella sintió que se derretía ante su intensa mirada. A solas, entrelazarían los cuerpos desnudos moviéndose ondulantemente, presos de un delirio sexual. Aun a pesar de lo tentador de la idea, tuvo que declinarla. ¿Cómo podría estar con él ahora y después encontrarlo del brazo de Sophie?
Él la observaba intensamente, esperando una respuesta.
— ¿Deseas jugar un juego, entonces?
— ¿Qué juego? —murmuró ella, al tiempo que se le venían imágenes tórridas a la mente.
—Backgammon.
Ella pestañeó.
— ¿Quieres jugar al backgammon?
— ¡No! —dijo él en un lento suspiro—. Deseo arder dentro de tu cuerpo, pero ya que no se me permite, podríamos jugar al backgammon, o tendré que saltar al frío arroyo.
Ella también se sentía ardiente de deseo.
—Pensaste en todo —comentó, mientras él extraía el tablero de backgammon de la cesta de picnic.
—Digamos que no esperaba tu completa colaboración, por lamentable que sea.
Él no tenía idea de lo lamentablemente cerca que había estado de colaborar. Lo ayudó a disponer las piezas en el tablero.
—Ten cuidado. Soy buena jugadora. Te ganaré.
Él la miró vivida e hipnóticamente.
—Comienzo a pensar que...
Y ella comenzaba a pensar que quizás no.
CAPÍTULO 29
Acodado con el mentón apoyado en el puño y las piernas estiradas hacia un costado, Joe gruñó cuando _______ volvió a derrotarlo. La jovencita ciertamente dominaba el juego. Él no era mal jugador pero, ¿cómo diablos se suponía que podría concentrarse en el backgammon cuando esos senos turgentes coqueteaban con sus ojos desde el profundo escote en «V» con cada movimiento que ella hacía?
Parecía un hada, sentada en el bosque con su vestido de color crema, con la gloriosa cascada de rizos cayéndole sobre los hombros y sus ojos del color del cielo brillando con una femenina y traviesa expresión. Su esencia a vainilla le hacía desearla, y estaba sufriendo intentando ignorar las súplicas del enhiesto señor Jones.
No podía recordar una ocasión en que una mujer con la que se hubiese acostado —y con quien había hecho el amor apasionadamente, cabía acotar— lo siguiera fascinando. Últimamente había descubierto que ninguna mujer lo cautivaba en absoluto. Excepto _______. Sin embargo, si se abalanzase sobre ella, pensaría que él había planeado ese día con el sólo propósito de seducirla, y estaría en lo correcto hasta cierto punto, pero no era todo lo que deseaba de ella. Mientras que una mitad de su cerebro elucubraba cómo persuadirla para desnudarla, la otra mitad la contemplaba absorta con extasiado anhelo. Se preguntó qué dirían sus padres acerca de la diosa que se veía como un hada si pudiese presentársela y si estarían de acuerdo con él en que era la criatura más adorable de la tierra. Seguramente su opinión no era imparcial: estaba enamorado de ella.
Se enderezó. La amaba. Desde luego que la amaba. Siempre lo había sabido, desde la noche en que lo había besado en el banco. Todo le resultaba muy claro repentinamente: por qué se le había declarado a la primera mujer adulta que se le ocurrió, por qué había guardado distancia del número 7 de la calle Dover, por qué _______ siempre estaba presente en sus pensamientos y por qué, cuando ella había aparecido en la puerta principal de su casa sin ser ya una chiquilla con falda corta sino una joven dama, había puesto su mundo patas arriba.
—Se está haciendo tarde. Deberíamos regresar a casa.
Él se inquietó.
tefisasias
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
— ¿Perdón?
Ella le dispensó una sonrisa comprensiva.
—No me mires de esa manera. Si dejaras de soñar despierto, me derrotarías al menos una vez —ella se puso de pie y se alisó las arrugas del vestido.
Él miró su reloj de bolsillo, un regalo de ella y su más preciado tesoro, y pestañeó. Habían transcurrido cuatro horas entre el almuerzo, la charla, el juego y el ensueño arrobado, sin que se diera cuenta de ello.
— ¿Bueno? ¿Planeas pasar la noche aquí? —dijo ella bromeando—. Ya confirmé mi presencia en la velada de lady Conyngham esta noche, por lo tanto, me temo que debo dejarte.
Renuentemente, él se puso de pie y lo dominó una intensa y profunda necesidad de abrazarla. No tenía sentido prolongar su charada. La última semana le había resultado una prueba de resistencia demoníaca, pero había sobrevivido; había cruzado la línea y se había convertido en una figura pública; incluso los más severos, que lo habían tildado de despilfarrador y libertino, ahora le tenían estima.
Él la merecía.
Le dispensó una mirada a Phipps que decía «lárgate», después cogió a _______ entre sus brazos y disfrutó del momento. Con un suave suspiro, ella apoyó la cabeza sobre el hombro, y él supo sin duda alguna que eso, abrazarla cuando ya no desoía sus sentimientos, era la esencia de la vida.
«Ponte de rodillas, imbécil». Le ordenó una voz interior. Se le secó la boca. Temblando internamente, la cogió de la mano y se desplomó de rodillas al suelo. Ella casi se tumbó con él y una risa alegre le colmó la garganta. Tiró hasta liberar la mano de la de él y dio un paso hacia atrás.
— ¡Oh, no. No lo harás! Me llevarás a casa —ella se dirigió presurosa hacia el lugar donde habían dejado los caballos.
De rodillas, solo en medio del bosque, se veía... —y se sentía—. como un cretino. ¡Si ella no quería que él se le declarara ni que la sedujera, sólo había un papel que podía representar, y se maldeciría si dejaba que lo transformase en un estúpido de mirada triste que babeaba por ella! Maldijo, se puso de pie y la siguió hasta donde se hallaban los caballos.
—Estás terriblemente callado —observó _______ después de que cabalgaran durante casi una hora en absoluto silencio. Ya estaban en la ciudad y acortaban camino a través de un oscuro y tranquilo parque.
—No tengo nada que decir —le contestó todavía hirviendo de indignación. La pequeña caja estaba perforándole el bolsillo de su mejor chaqueta de montar. Ya le costaba bastante controlarse para no arrojarla a uno de los canteros. ¿En qué demonios había estado pensando?
—Hoy lo he pasado de maravillas. Gracias.
—De nada.
—¿Irás a la fiesta del 18 Escuadrón de Húsares en casa de lord Drogheda este viernes?
—No uso uniforme.
Ella le lanzó una breve mirada.
— ¿Es necesario usarlo en la fiesta?
—Sí.
—¿No te agradaría encontrarte con tus viejos... ?
—
No.
—Oh, por el amor de Dios, Joe...
—Coloque'as maos sobre el bolso, gobernado —gritó una voz delante de ellos con marcada inflexión cockney.
Joe empujó a Apolo hacia delante para interponerse entre _______ y los dos bandoleros que les bloqueaban el camino, empuñando las pistolas con demasiada habilidad.
—Lo haré si permiten que la dama se vaya.
_______ se le acercó y susurró:
—No llevas un arma, ¿o sí?
—No —le susurró él—. Cuando te dé la señal, espolea el caballo y huye a casa.
—No te dejaré aquí solo. El la miró.
—¿No hablas en serio, verdad?
Milagro se puso nerviosa debido a la proximidad de Apolo, e ________ tuvo que controlarla.
—No me importa cuántas batallas hayas librado —dijo ella por lo bajo al tiempo que luchaba por dominar a su yegua—. Eres un hombre de paz ahora, lo cual te hace vulnerable. Contando al criado, somos tres.
Ella sí hablaba en serio. Si él no estuviese profundamente conmovido por su preocupación, consideraría estrangularla por exponerse de tal manera al peligro. Pero aquello era absurdo.
—Estaré bien. Por favor, haz lo que te digo.
—No.
—Sí.
— ¿Qué susurráis? —uno de los bandoleros se acercó para inspeccionar a _______.
—Permitid que se vaya la dama y os recompensaré —les gritó Joe—. De lo contrario...
—La bella dama se quea pa' la fiesta —el hombre la miró de soslayo al tiempo que empuñaba la pistola—. Pos que con ella aquí, usté no causará problemas, gobernaó.
Joe frunció el ceño, cavilando.
— ¿Acaso os conozco de alguna parte? Sois soldados.
Los ojos del hombre refulgieron al reconocerlo.
—Coronel Joseph —retrocedió tambaleándose y se tropezó con su cómplice. Se paró firme y le hizo la venia—. Rob Folk, sargento, tercer Regimiento de Guardia de Infantería. Usted me llevó en el caballo suyo pa' sacarme de un puente en llamas en Orthez, señor, ¡Me salvó la vida, sí señó!
—Lo recuerdo. ¿Y usted quién es? —le preguntó Joe al compañero de Rob.
El segundo hombre también se puso firme.
—Ned Miles, sargento del regimiento número 9 de East Norfolk. ¡Es un honó volverlo a ver, coronel!
—Sois héroes de guerra. ¿Qué demonios estáis haciendo atacando a viajeros inocentes para robarles?
—Só tiempos difíciles, miló —explicó Neil a modo de disculpa—. Buscamos empleo durante seis meses, pero no somos los únicos tipos hambrientos que han regresao de la maldita guerra. Eh, mis disculpas a milady —se quitó bruscamente la ajada gorra de la cabeza y la saludó cortésmente.
Ella le dispensó una sonrisa comprensiva.
—No me mires de esa manera. Si dejaras de soñar despierto, me derrotarías al menos una vez —ella se puso de pie y se alisó las arrugas del vestido.
Él miró su reloj de bolsillo, un regalo de ella y su más preciado tesoro, y pestañeó. Habían transcurrido cuatro horas entre el almuerzo, la charla, el juego y el ensueño arrobado, sin que se diera cuenta de ello.
— ¿Bueno? ¿Planeas pasar la noche aquí? —dijo ella bromeando—. Ya confirmé mi presencia en la velada de lady Conyngham esta noche, por lo tanto, me temo que debo dejarte.
Renuentemente, él se puso de pie y lo dominó una intensa y profunda necesidad de abrazarla. No tenía sentido prolongar su charada. La última semana le había resultado una prueba de resistencia demoníaca, pero había sobrevivido; había cruzado la línea y se había convertido en una figura pública; incluso los más severos, que lo habían tildado de despilfarrador y libertino, ahora le tenían estima.
Él la merecía.
Le dispensó una mirada a Phipps que decía «lárgate», después cogió a _______ entre sus brazos y disfrutó del momento. Con un suave suspiro, ella apoyó la cabeza sobre el hombro, y él supo sin duda alguna que eso, abrazarla cuando ya no desoía sus sentimientos, era la esencia de la vida.
«Ponte de rodillas, imbécil». Le ordenó una voz interior. Se le secó la boca. Temblando internamente, la cogió de la mano y se desplomó de rodillas al suelo. Ella casi se tumbó con él y una risa alegre le colmó la garganta. Tiró hasta liberar la mano de la de él y dio un paso hacia atrás.
— ¡Oh, no. No lo harás! Me llevarás a casa —ella se dirigió presurosa hacia el lugar donde habían dejado los caballos.
De rodillas, solo en medio del bosque, se veía... —y se sentía—. como un cretino. ¡Si ella no quería que él se le declarara ni que la sedujera, sólo había un papel que podía representar, y se maldeciría si dejaba que lo transformase en un estúpido de mirada triste que babeaba por ella! Maldijo, se puso de pie y la siguió hasta donde se hallaban los caballos.
—Estás terriblemente callado —observó _______ después de que cabalgaran durante casi una hora en absoluto silencio. Ya estaban en la ciudad y acortaban camino a través de un oscuro y tranquilo parque.
—No tengo nada que decir —le contestó todavía hirviendo de indignación. La pequeña caja estaba perforándole el bolsillo de su mejor chaqueta de montar. Ya le costaba bastante controlarse para no arrojarla a uno de los canteros. ¿En qué demonios había estado pensando?
—Hoy lo he pasado de maravillas. Gracias.
—De nada.
—¿Irás a la fiesta del 18 Escuadrón de Húsares en casa de lord Drogheda este viernes?
—No uso uniforme.
Ella le lanzó una breve mirada.
— ¿Es necesario usarlo en la fiesta?
—Sí.
—¿No te agradaría encontrarte con tus viejos... ?
—
No.
—Oh, por el amor de Dios, Joe...
—Coloque'as maos sobre el bolso, gobernado —gritó una voz delante de ellos con marcada inflexión cockney.
Joe empujó a Apolo hacia delante para interponerse entre _______ y los dos bandoleros que les bloqueaban el camino, empuñando las pistolas con demasiada habilidad.
—Lo haré si permiten que la dama se vaya.
_______ se le acercó y susurró:
—No llevas un arma, ¿o sí?
—No —le susurró él—. Cuando te dé la señal, espolea el caballo y huye a casa.
—No te dejaré aquí solo. El la miró.
—¿No hablas en serio, verdad?
Milagro se puso nerviosa debido a la proximidad de Apolo, e ________ tuvo que controlarla.
—No me importa cuántas batallas hayas librado —dijo ella por lo bajo al tiempo que luchaba por dominar a su yegua—. Eres un hombre de paz ahora, lo cual te hace vulnerable. Contando al criado, somos tres.
Ella sí hablaba en serio. Si él no estuviese profundamente conmovido por su preocupación, consideraría estrangularla por exponerse de tal manera al peligro. Pero aquello era absurdo.
—Estaré bien. Por favor, haz lo que te digo.
—No.
—Sí.
— ¿Qué susurráis? —uno de los bandoleros se acercó para inspeccionar a _______.
—Permitid que se vaya la dama y os recompensaré —les gritó Joe—. De lo contrario...
—La bella dama se quea pa' la fiesta —el hombre la miró de soslayo al tiempo que empuñaba la pistola—. Pos que con ella aquí, usté no causará problemas, gobernaó.
Joe frunció el ceño, cavilando.
— ¿Acaso os conozco de alguna parte? Sois soldados.
Los ojos del hombre refulgieron al reconocerlo.
—Coronel Joseph —retrocedió tambaleándose y se tropezó con su cómplice. Se paró firme y le hizo la venia—. Rob Folk, sargento, tercer Regimiento de Guardia de Infantería. Usted me llevó en el caballo suyo pa' sacarme de un puente en llamas en Orthez, señor, ¡Me salvó la vida, sí señó!
—Lo recuerdo. ¿Y usted quién es? —le preguntó Joe al compañero de Rob.
El segundo hombre también se puso firme.
—Ned Miles, sargento del regimiento número 9 de East Norfolk. ¡Es un honó volverlo a ver, coronel!
—Sois héroes de guerra. ¿Qué demonios estáis haciendo atacando a viajeros inocentes para robarles?
—Só tiempos difíciles, miló —explicó Neil a modo de disculpa—. Buscamos empleo durante seis meses, pero no somos los únicos tipos hambrientos que han regresao de la maldita guerra. Eh, mis disculpas a milady —se quitó bruscamente la ajada gorra de la cabeza y la saludó cortésmente.
tefisasias
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
—Escuchad, muchachos. Estoy buscando buenos hombres para trabajar en mi propiedad. Os ofrezco un empleo bien pagado que os dará de comer durante años, no solamente una noche. ¿Qué decís? ¿Aceptáis? ¿Me seréis tan fieles como lo fuisteis a vuestro país?
Los bandoleros intercambiaron una mirada de atónita y asintieron al unísono.
—¡Sí, señó!
—E' muy amable de su parte, miló —agregó alegremente Rob.
—Excelente —Joe les indicó el camino hacia Ashby Park y les dio unos cuantos chelines—. Eso os permitirá llegar con el estómago lleno. Hablad con Hamilton, uno de mis empleados que lleva a cabo las contrataciones. Aseguraos de decirle que yo os envío y que luchasteis conmigo en el Continente. Os contratará. Ahora daos prisa y no acoséis más a civiles indefensos.
— ¡Si, miló! ¡Gracias, milól —lo saludaron efusivamente y emprendieron contentos su camino.
— ¡Estuviste maravilloso! —exclamó _______ juntando las manos enguantadas y sonriendo de oreja a oreja—. ¡Qué astuto y generoso de tu parte haberles ofrecido empleo!
Él ladeó la cabeza.
—Aprendí de la mejor.
Sin prestarle atención a su inquieta yegua, ella se acercó, le colocó la mano detrás de la nuca y lo besó. La ardiente sorpresa de sus suaves labios lo aturdió. Era su naturaleza tomar el mando de las cosas, ser el agresor, pero cuando sintió su lengua contra la de él, el sabor a frambuesas y a vino, se descubrió deseoso de permanecer quieto y permitirle que hiciera lo que se le antojara con él. Moriría amándola.
_______ se apartó, los ojos le brillaban en la tenue oscuridad.
—Te sentí... diferente —observó ella en voz baja y con una sonrisa sorprendida dibujada en los labios.
Se escuchó un disparo y Milagro comenzó a relinchar y a encabritarse frenéticamente.
— ¡Estúpido cabrón! —gruñó Ned en la distancia—. ¡Casi me das en el pie!
_______ intentaba calmar a su yegua cuando repentinamente, Milagro se paró en las patas traseras. Joe observó la escena con impotente terror y vio a Joe caer de la montura hacia atrás. Se le paralizó el corazón.
— ¡_______!
En un abrir y cerrar de ojos estuvo junto a ella, el pánico le turbó la mente. Ella yacía en el suelo, inmóvil, con los ojos cerrados. Un grito de angustia le desgarró el pecho. «¡Dios santo, ella no! No igual que mi madre».
El sirviente se les acercó al galope.
— ¡Masón! —gruñó Joe—. ¡Ve de inmediato a buscar mi coche y al médico!
— ¡Sí, milord! —el sirviente se alejó a toda carrera.
Con el corazón latiéndole con fuerza, Joe se inclinó sobre el cuerpo inmóvil de _______, temeroso de tocarla o moverla por miedo a que se hubiese roto algo.
— ¿_______? Querida, abre los ojos. Háblame.
Nada.
Le tocó la yugular. Gracias a Dios tenía pulso. —_______, ¿puedes oírme? Abre los ojos —le dijo con un tono de voz más firme.
Y aun así, no hubo respuesta.
Sintió que un terror irracional le recorría la espalda. Se le nubló la vista; no podía respirar. Si ella se había fracturado el cráneo, o roto la espalda... el pensamiento más demencial le vino a la mente: prefería perderla a manos de otro hombre y vivir solo en una cueva durante cien años que verla sufrir. Con manos temblorosas y con cuidado de no moverla, le revisó el cuero cabelludo para ver si había rastros de sangre. Cuando apartó los dedos, estaban secos.
Todo lo que podía hacer ahora era rezar.
—_______, por favor, abre los ojos, mi amor. Por favor...
_______ espió a Joe a través de las pestañas abriendo apenas los ojos y se sorprendió ante su expresión tensa. Oh, Dios. No debería haber simulado un desmayo. La parva de hojas había amortiguado su caída eficientemente. Pero había experimentado una extrema curiosidad por saber si lo que había sentido en aquel último beso era genuino. Embargada por el remordimiento y desechando la odiosa idea de seguir atormentándolo, abrió los ojos.
—Joe.
—¡Gracias a Dios! —él soltó una carcajada y sus ojos reflejaron un infinito alivio. Con una tierna sonrisa le apartó los rizos de la frente—.¿Te duele algo, ángel mío?
—Me golpeé la cabeza, pero estoy bien. Caí sobre una parva de hojas secas —intentó ponerse de pie.
Los bandoleros intercambiaron una mirada de atónita y asintieron al unísono.
—¡Sí, señó!
—E' muy amable de su parte, miló —agregó alegremente Rob.
—Excelente —Joe les indicó el camino hacia Ashby Park y les dio unos cuantos chelines—. Eso os permitirá llegar con el estómago lleno. Hablad con Hamilton, uno de mis empleados que lleva a cabo las contrataciones. Aseguraos de decirle que yo os envío y que luchasteis conmigo en el Continente. Os contratará. Ahora daos prisa y no acoséis más a civiles indefensos.
— ¡Si, miló! ¡Gracias, milól —lo saludaron efusivamente y emprendieron contentos su camino.
— ¡Estuviste maravilloso! —exclamó _______ juntando las manos enguantadas y sonriendo de oreja a oreja—. ¡Qué astuto y generoso de tu parte haberles ofrecido empleo!
Él ladeó la cabeza.
—Aprendí de la mejor.
Sin prestarle atención a su inquieta yegua, ella se acercó, le colocó la mano detrás de la nuca y lo besó. La ardiente sorpresa de sus suaves labios lo aturdió. Era su naturaleza tomar el mando de las cosas, ser el agresor, pero cuando sintió su lengua contra la de él, el sabor a frambuesas y a vino, se descubrió deseoso de permanecer quieto y permitirle que hiciera lo que se le antojara con él. Moriría amándola.
_______ se apartó, los ojos le brillaban en la tenue oscuridad.
—Te sentí... diferente —observó ella en voz baja y con una sonrisa sorprendida dibujada en los labios.
Se escuchó un disparo y Milagro comenzó a relinchar y a encabritarse frenéticamente.
— ¡Estúpido cabrón! —gruñó Ned en la distancia—. ¡Casi me das en el pie!
_______ intentaba calmar a su yegua cuando repentinamente, Milagro se paró en las patas traseras. Joe observó la escena con impotente terror y vio a Joe caer de la montura hacia atrás. Se le paralizó el corazón.
— ¡_______!
En un abrir y cerrar de ojos estuvo junto a ella, el pánico le turbó la mente. Ella yacía en el suelo, inmóvil, con los ojos cerrados. Un grito de angustia le desgarró el pecho. «¡Dios santo, ella no! No igual que mi madre».
El sirviente se les acercó al galope.
— ¡Masón! —gruñó Joe—. ¡Ve de inmediato a buscar mi coche y al médico!
— ¡Sí, milord! —el sirviente se alejó a toda carrera.
Con el corazón latiéndole con fuerza, Joe se inclinó sobre el cuerpo inmóvil de _______, temeroso de tocarla o moverla por miedo a que se hubiese roto algo.
— ¿_______? Querida, abre los ojos. Háblame.
Nada.
Le tocó la yugular. Gracias a Dios tenía pulso. —_______, ¿puedes oírme? Abre los ojos —le dijo con un tono de voz más firme.
Y aun así, no hubo respuesta.
Sintió que un terror irracional le recorría la espalda. Se le nubló la vista; no podía respirar. Si ella se había fracturado el cráneo, o roto la espalda... el pensamiento más demencial le vino a la mente: prefería perderla a manos de otro hombre y vivir solo en una cueva durante cien años que verla sufrir. Con manos temblorosas y con cuidado de no moverla, le revisó el cuero cabelludo para ver si había rastros de sangre. Cuando apartó los dedos, estaban secos.
Todo lo que podía hacer ahora era rezar.
—_______, por favor, abre los ojos, mi amor. Por favor...
_______ espió a Joe a través de las pestañas abriendo apenas los ojos y se sorprendió ante su expresión tensa. Oh, Dios. No debería haber simulado un desmayo. La parva de hojas había amortiguado su caída eficientemente. Pero había experimentado una extrema curiosidad por saber si lo que había sentido en aquel último beso era genuino. Embargada por el remordimiento y desechando la odiosa idea de seguir atormentándolo, abrió los ojos.
—Joe.
—¡Gracias a Dios! —él soltó una carcajada y sus ojos reflejaron un infinito alivio. Con una tierna sonrisa le apartó los rizos de la frente—.¿Te duele algo, ángel mío?
—Me golpeé la cabeza, pero estoy bien. Caí sobre una parva de hojas secas —intentó ponerse de pie.
tefisasias
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
El la detuvo colocándole la mano sobre el hombro.
—Puede que tengas algún hueso astillado. No te muevas, querida. Mi médico viene de camino —continuó acariciándole la frente y el cabello—. Estoy tan contento de que hayas abierto los ojos. ¿Me he puesto totalmente canoso según lo predije?
—Todavía no —dijo ella entre risillas e intentó nuevamente incorporarse—. ¡Por el amor de Dios, mi vestido se ha arruinado! Permíteme que me ponga de pie.
—No —se lo impidió—. Quédate quieta.
—Tengo bichos reptando por todo el cuerpo —protestó. Intentó deshacerse de él, pero se hundió aún más en la parva de hojas—. ¡Déjame levantarme, por el amor de Dios! Mis huesos están perfectamente bien.
—¿Sientes algún tipo de dolor o de molestia? —le preguntó en tono preocupado.
—No, lo juro.
Le colocó los brazos debajo de la espalda y de las rodillas y la levantó.
—Puedo caminar —le dijo ella, pero de todas formas le rodeó el cuello con los brazos. Él se sentía tan maravillosamente fuerte y atento que no pudo evitar disfrutar de su preocupación por ella. Era una persona horrible, de eso no cabía duda alguna.
Él caminó hacia un banco y se sentó, acurrucándola suavemente entre sus brazos.
—¿Estás segura de que no te duele nada?
Esbozando una sonrisa, ella siguió el contorno de sus labios con la punta de los dedos.
—Te preocupaste por mí.
—Sí, así fue. Es culpa mía. No debería haberte hecho montar una yegua tan briosa, a la que desconocías.
—Tonterías. He caído del caballo un millón de veces. ¿Tú no?
Él le quitó las hojas secas atrapadas en sus rizos y le limpió la tierra del vestido.
—Hay un mundo de diferencia entre caerse uno y ver cómo se cae alguien que te importa...
—¿Te importo? —ella lo miró ilusionada.
Él inclinó la cabeza, le rozó los labios con los suyos y susurró:
—Locamente.
Sintió que el corazón le daba un brinco. Simular un desmayo era una treta muy sucia, pero había conseguido la respuesta que esperaba. No lo había imaginado. Él la quería, cerró los ojos y disfrutó de su beso. Aquel no era su banco, pero estaba agradablemente apartado y rodeado de follaje.
—Me has asustado, jovencita —murmuró él—. No quiero volver nunca a experimentar ese sentimiento.
—Lo siento —susurró ella cambiando de posición sobre él.
—Puede que tengas algún hueso astillado. No te muevas, querida. Mi médico viene de camino —continuó acariciándole la frente y el cabello—. Estoy tan contento de que hayas abierto los ojos. ¿Me he puesto totalmente canoso según lo predije?
—Todavía no —dijo ella entre risillas e intentó nuevamente incorporarse—. ¡Por el amor de Dios, mi vestido se ha arruinado! Permíteme que me ponga de pie.
—No —se lo impidió—. Quédate quieta.
—Tengo bichos reptando por todo el cuerpo —protestó. Intentó deshacerse de él, pero se hundió aún más en la parva de hojas—. ¡Déjame levantarme, por el amor de Dios! Mis huesos están perfectamente bien.
—¿Sientes algún tipo de dolor o de molestia? —le preguntó en tono preocupado.
—No, lo juro.
Le colocó los brazos debajo de la espalda y de las rodillas y la levantó.
—Puedo caminar —le dijo ella, pero de todas formas le rodeó el cuello con los brazos. Él se sentía tan maravillosamente fuerte y atento que no pudo evitar disfrutar de su preocupación por ella. Era una persona horrible, de eso no cabía duda alguna.
Él caminó hacia un banco y se sentó, acurrucándola suavemente entre sus brazos.
—¿Estás segura de que no te duele nada?
Esbozando una sonrisa, ella siguió el contorno de sus labios con la punta de los dedos.
—Te preocupaste por mí.
—Sí, así fue. Es culpa mía. No debería haberte hecho montar una yegua tan briosa, a la que desconocías.
—Tonterías. He caído del caballo un millón de veces. ¿Tú no?
Él le quitó las hojas secas atrapadas en sus rizos y le limpió la tierra del vestido.
—Hay un mundo de diferencia entre caerse uno y ver cómo se cae alguien que te importa...
—¿Te importo? —ella lo miró ilusionada.
Él inclinó la cabeza, le rozó los labios con los suyos y susurró:
—Locamente.
Sintió que el corazón le daba un brinco. Simular un desmayo era una treta muy sucia, pero había conseguido la respuesta que esperaba. No lo había imaginado. Él la quería, cerró los ojos y disfrutó de su beso. Aquel no era su banco, pero estaba agradablemente apartado y rodeado de follaje.
—Me has asustado, jovencita —murmuró él—. No quiero volver nunca a experimentar ese sentimiento.
—Lo siento —susurró ella cambiando de posición sobre él.
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Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
Sintió su urgencia y experimentó el hormigueo familiar entre los muslos. El abrazo se tornó más apasionado, más anhelante. Él deslizó la mano dentro de su corsé y le acarició un seno provocándole un gemido. Más temprano, en el prado cuando él había echado a los sirvientes y había intentado conducirla hacia el suelo, no estaba preparada para entregársele. Ahora sí.
—¿Fue muy fuerte el golpe que te diste en la cabeza? No quiero malinterpretarte, pero...
—No me estás malinterpretando —le respondió con la respiración entrecortada, completamente absorta en las sensaciones que él le provocaba mientras le acariciaba el pecho desnudo rozándole el pezón y le devoraba el cuello. Se contoneo, incapaz de permanecer inmóvil—. ¿Cuánto tiempo tenemos antes de que Masón regrese con el médico?
Él levantó la cabeza. La miró fijamente durante un largo momento.
—Mentiste.
—¿De... de qué hablas? —tartamudeó ella al tiempo que él quitaba la mano del corsé.
—Nunca te había mencionado el nombre de Masón hasta que le dije que fuese a buscar al médico.
Maldición. Ella podía argumentar algo, pero parecía que ya no tenía defensa posible.
La expresión del rostro de él se tornó iracunda.
—¡Fue algo muy ruin por tu parte! —la levantó del regazo y la apartó. Se puso abruptamente de pie y se pasó las manos por el cabello—. ¿Cómo pudiste asustarme y engañarme tan cruelmente? ¿Cómo pudiste hacerme creer que te habías lastimado al caer del caballo?
Ella se sintió terriblemente avergonzada.
—Yo no...
—¡Lo hiciste!—le rugió—. ¡Me engañaste! ¡Querías saber si me aterraba creer que te había sucedido algo terrible! ¿Cómo pudiste ser tan insensible? —caminó de un lado a otro delante de ella, maldiciendo por lo bajo—. Ni en un millón de años se me habría ocurrido que justamente tú podías ser tan cruel. ¡Nunca! ¡Maldición, _______! ¡Mi madre se rompió el cuello en una caída como esa!
¡Oh, no! Ella lo había olvidado. Se sintió consternada por la culpa. Era un ser más que despreciable. Era... una desalmada.
—Lo siento tanto...
—Gracias a tus maquinaciones, ahora me doy cuenta de lo que pasó por la mente de mi padre cuando vio a mi madre en el suelo, sin vida... Y por qué esa misma noche, ¡se pegó un tiro en la cabeza!
Consternada, _______ se puso de pie de un salto.
—Oh, Joe...
—¡Siéntate! —le dijo furioso—. Preguntaste acerca de mi niñez. Bueno... Enmudecí durante un año. Los sirvientes de Ashby Park me llamaban «el pequeño conde mudo». No salía de la alcoba de mi madre porque aún tenía su perfume. Me disuadieron de jugar con el resto de los niños de los alrededores por la cuestión de la nobleza y toda esa basura. Así pues, jugaba solo, con los caballos.
—¿No le tenías miedo a los caballos considerando la manera en que había fallecido tu madre?
—Los caballos no asesinan a la gente. Son criaturas hermosas, nobles, fuertes e inteligentes. Mi padre le disparó al caballo de mi madre y después se pegó un tiro porque había sido él quien la había convencido de saltar.
Se desplomó sobre el banco junto a ella. —Los sirvientes me estimaban, pero mantenían una distancia respetuosa. No me regañaban, no me tocaban. Nunca olvidaban que sus salarios provenían de mi bolsillo. Las únicas cartas que recibía en Eton eran informes de mis administradores. Constantemente buscaba reaseguro intentando llamar la atención de extraños. La Navidad me aterraba. Nunca recibí ningún regalo, ¿quién le compraría algo al pequeño más rico de Inglaterra? Era patético.
—No lo eras. Todos los niños merecen recibir atención y regalos, aunque no sea con motivo de sus cumpleaños o de alguna celebración en especial —un tanto insegura, se acurrucó contra él y le acarició el brazo.
Él apoyó la cabeza contra la de ella, extrajo el reloj que ella le había regalado y lo sostuvo en el puño.
—Mi más preciada posesión —pasó el pulgar por el grabado en un gesto natural—. El duque de Haworth se enteró por habladurías que me resistía a dejar Eton para Pascuas. Fue a buscarme y me llevó a su casa. Tenía catorce años, no era muy afable que digamos. Odiaba sentirme un miembro impuesto en la mesa familiar, pero era preferible a cenar solo en Ashby Park. La invitación se repitió durante tres años, hasta que cumplí dieciocho —suspiró profundamente—. Antes de ir a Cambridge, descubrí que mi padre no se había caído de un caballo como te había dicho, sino que se había suicidado. Estaba tan... enojado con él. Lo odiaba. Después... dejó de importarme.
—¿Dejó de importarte —murmuró estremecida—... lo que te sucediese?
Él se encogió de hombros displicentemente.
—Sólo dejó de importarme. Me dediqué a saciar mis apetitos básicos. Dejé de buscar la aprobación ajena. Me rebelé contra el servilismo que me rodeaba y contra los perros de presa de alta alcurnia que querían aprovecharse de mi inexperiencia. Ya no esperaba que me adoraran y ellos no esperaban que los adorase. Eso fue antes de conocer a Will —la miró—. ¿Alguna vez te contó cómo nos conocimos?
Ella negó con la cabeza.
—Le hice perder quinientas libras a tu hermano en un juego de azar.
Ella quedó boquiabierta.
—¡No puedo creerlo! Will nunca apostaba.
—Esa vez lo hizo y con bastante imprudencia, debo decir. No contaba con el efectivo para saldar su deuda.
—¿Cómo os hicisteis amigos?
—Lo convertí en mi compañero de fechorías durante un mes. Lo arrastré a burdeles, a antros infames de apuestas, le enseñé algunos trucos. Fue extremadamente divertido —sonrió al recordarlo—. Pero no debería estar contándote esto.
—Corrompiste a mi hermano, malvado —le palmeó el brazo, bromeando.
Elle cogió la mano y le besó ardientemente la palma.
—Y él me reformó.
—Pasasteis momentos maravillosos juntos, ¿no? —ella sonrió, inundada por amados recuerdos.
—Los mejores —él miró el atardecer—. Will tenía un corazón puro.
—¿Fue muy fuerte el golpe que te diste en la cabeza? No quiero malinterpretarte, pero...
—No me estás malinterpretando —le respondió con la respiración entrecortada, completamente absorta en las sensaciones que él le provocaba mientras le acariciaba el pecho desnudo rozándole el pezón y le devoraba el cuello. Se contoneo, incapaz de permanecer inmóvil—. ¿Cuánto tiempo tenemos antes de que Masón regrese con el médico?
Él levantó la cabeza. La miró fijamente durante un largo momento.
—Mentiste.
—¿De... de qué hablas? —tartamudeó ella al tiempo que él quitaba la mano del corsé.
—Nunca te había mencionado el nombre de Masón hasta que le dije que fuese a buscar al médico.
Maldición. Ella podía argumentar algo, pero parecía que ya no tenía defensa posible.
La expresión del rostro de él se tornó iracunda.
—¡Fue algo muy ruin por tu parte! —la levantó del regazo y la apartó. Se puso abruptamente de pie y se pasó las manos por el cabello—. ¿Cómo pudiste asustarme y engañarme tan cruelmente? ¿Cómo pudiste hacerme creer que te habías lastimado al caer del caballo?
Ella se sintió terriblemente avergonzada.
—Yo no...
—¡Lo hiciste!—le rugió—. ¡Me engañaste! ¡Querías saber si me aterraba creer que te había sucedido algo terrible! ¿Cómo pudiste ser tan insensible? —caminó de un lado a otro delante de ella, maldiciendo por lo bajo—. Ni en un millón de años se me habría ocurrido que justamente tú podías ser tan cruel. ¡Nunca! ¡Maldición, _______! ¡Mi madre se rompió el cuello en una caída como esa!
¡Oh, no! Ella lo había olvidado. Se sintió consternada por la culpa. Era un ser más que despreciable. Era... una desalmada.
—Lo siento tanto...
—Gracias a tus maquinaciones, ahora me doy cuenta de lo que pasó por la mente de mi padre cuando vio a mi madre en el suelo, sin vida... Y por qué esa misma noche, ¡se pegó un tiro en la cabeza!
Consternada, _______ se puso de pie de un salto.
—Oh, Joe...
—¡Siéntate! —le dijo furioso—. Preguntaste acerca de mi niñez. Bueno... Enmudecí durante un año. Los sirvientes de Ashby Park me llamaban «el pequeño conde mudo». No salía de la alcoba de mi madre porque aún tenía su perfume. Me disuadieron de jugar con el resto de los niños de los alrededores por la cuestión de la nobleza y toda esa basura. Así pues, jugaba solo, con los caballos.
—¿No le tenías miedo a los caballos considerando la manera en que había fallecido tu madre?
—Los caballos no asesinan a la gente. Son criaturas hermosas, nobles, fuertes e inteligentes. Mi padre le disparó al caballo de mi madre y después se pegó un tiro porque había sido él quien la había convencido de saltar.
Se desplomó sobre el banco junto a ella. —Los sirvientes me estimaban, pero mantenían una distancia respetuosa. No me regañaban, no me tocaban. Nunca olvidaban que sus salarios provenían de mi bolsillo. Las únicas cartas que recibía en Eton eran informes de mis administradores. Constantemente buscaba reaseguro intentando llamar la atención de extraños. La Navidad me aterraba. Nunca recibí ningún regalo, ¿quién le compraría algo al pequeño más rico de Inglaterra? Era patético.
—No lo eras. Todos los niños merecen recibir atención y regalos, aunque no sea con motivo de sus cumpleaños o de alguna celebración en especial —un tanto insegura, se acurrucó contra él y le acarició el brazo.
Él apoyó la cabeza contra la de ella, extrajo el reloj que ella le había regalado y lo sostuvo en el puño.
—Mi más preciada posesión —pasó el pulgar por el grabado en un gesto natural—. El duque de Haworth se enteró por habladurías que me resistía a dejar Eton para Pascuas. Fue a buscarme y me llevó a su casa. Tenía catorce años, no era muy afable que digamos. Odiaba sentirme un miembro impuesto en la mesa familiar, pero era preferible a cenar solo en Ashby Park. La invitación se repitió durante tres años, hasta que cumplí dieciocho —suspiró profundamente—. Antes de ir a Cambridge, descubrí que mi padre no se había caído de un caballo como te había dicho, sino que se había suicidado. Estaba tan... enojado con él. Lo odiaba. Después... dejó de importarme.
—¿Dejó de importarte —murmuró estremecida—... lo que te sucediese?
Él se encogió de hombros displicentemente.
—Sólo dejó de importarme. Me dediqué a saciar mis apetitos básicos. Dejé de buscar la aprobación ajena. Me rebelé contra el servilismo que me rodeaba y contra los perros de presa de alta alcurnia que querían aprovecharse de mi inexperiencia. Ya no esperaba que me adoraran y ellos no esperaban que los adorase. Eso fue antes de conocer a Will —la miró—. ¿Alguna vez te contó cómo nos conocimos?
Ella negó con la cabeza.
—Le hice perder quinientas libras a tu hermano en un juego de azar.
Ella quedó boquiabierta.
—¡No puedo creerlo! Will nunca apostaba.
—Esa vez lo hizo y con bastante imprudencia, debo decir. No contaba con el efectivo para saldar su deuda.
—¿Cómo os hicisteis amigos?
—Lo convertí en mi compañero de fechorías durante un mes. Lo arrastré a burdeles, a antros infames de apuestas, le enseñé algunos trucos. Fue extremadamente divertido —sonrió al recordarlo—. Pero no debería estar contándote esto.
—Corrompiste a mi hermano, malvado —le palmeó el brazo, bromeando.
Elle cogió la mano y le besó ardientemente la palma.
—Y él me reformó.
—Pasasteis momentos maravillosos juntos, ¿no? —ella sonrió, inundada por amados recuerdos.
—Los mejores —él miró el atardecer—. Will tenía un corazón puro.
tefisasias
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
Ella le colocó la mano en la mejilla, instándolo a mirarla. —Tú también —le susurró.
—No —él meneó la cabeza—. Después de que Will muriera, retrocedí al mismo punto donde había empezado.
—No regresaste a tu antiguo estilo de vida. Te recluiste —mientras esperaba una respuesta, una explicación, recordó la primera vez que se habían visto años atrás y lo que había percibido al mirarlo: bondad. Soledad. Aquellos ojos aniñados del color del mar la habían atrapado—. Sé por qué te apartaste de la sociedad después de la muerte de Will. Volviste a sentirte solo entre extraños.
Él se sobresaltó.
—No seas absurda. Los conozco a todos. A los que no conocía en la escuela o en peleas, los conocí en casas de juego o en la Casa de Dios; y a muchos, en los regimientos.
—¿Cuántos de ellos son amigos verdaderos, aliados leales? ¿Cuántos de ellos te hacen sentirte... amado? —aunque él permaneció en silencio, ella sabía la respuesta: solamente la familia de ella. Lo cual explicaba por qué la había elegido para que se convirtiese en su esposa. Él quería un hogar, y ella ya no podía resentirse por sus necesidades. La gente se casaba por distintos motivos. Y el querer formar un hogar era uno legítimo—. ¿Qué te hizo cambiar de decisión respecto de tu reclusión?
—Tus argumentos me afectaron, supongo. La vida poco sana, y todo eso.
Se miraron a los ojos. Aunque ella estaba contenta de haber sido una influencia favorable en su vida, la entristecía más allá de lo imaginable que fuese Sophie quien llenase el vacío que habían dejado sus padres. Como si le leyese la mente, él dijo:
—Me dijiste que nunca más querías volver a verme, _______.
Ella pestañeo para apartar las lágrimas de los ojos y tragó con dificultad. ¿Era acaso demasiado tarde para decirle que había cambiado de parecer, que era una necia? Él se preocupaba por ella, la deseaba, pero si la amara, si la amara verdaderamente, no habría buscado a otra mujer.
Los jinetes se acercaron a toda carrera por el camino, eran Masón, el médico y otro sirviente de la casa Lancaster. Era un recordatorio incómodo de su engaño. Antes de que desmontaran, _______ cogió la mano de Joe.
—Por favor, perdona mi estupidez. Me porté muy mal —le apretó con fuerza la mano y buscó su oscura mirada—. Por favor, permíteme decirte cuánto aprecio que hayas confiado en mí, que hayas compartido tus recuerdos conmigo. Quizás si hubiésemos sido más directos el uno con el otro antes...
Joe le echó un vistazo al camino antes de inclinarse para besarla.
—Vayamos a casa, jovencita.
CAPÍTULO 30
Joe bebió un trago de brandy y golpeó ligeramente el cigarro contra la barandilla del balcón. Observó la ceniza caer en el frondoso jardín de lady Conyngham y recordó las últimas palabras que le había dicho _______: «Quizás si hubiésemos sido más directos el uno con el otro antes».
Ella tenía razón. Él había sido de todo menos directo con ella desde el comienzo. Había ocultado su rostro, las circunstancias de la muerte de su hermano, lo que había hecho en la guerra, su historia personal, el relato completo de su compromiso con Olivia, y aún continuaba ocultando la charada urdida con Sophie.
«Y lo que sientes por ella», apuntó su conciencia. «También se lo ocultaste».
Aunque no le había mentido respecto de las razones por las cuales prefería la privacidad de su hogar, había motivos que se había ocultado incluso a sí mismo. Durante dos años se sintió indigno de la vida misma por los horrores que había inflingido a otros en la guerra y por haberle fallado a Will. Y aunque ello parecía suficiente para justificar sus sentimientos autodestructivos, también servían de fachada para un sentimiento de vergüenza muy arraigado que se había agravado por las cicatrices del rostro.
_______ había desentrañado todo correctamente. La criatura a quien ocultaba en el sótano de la residencia Lancaster era ese niño patético que se escondía en su interior necesitado de afecto. Y el desdén que sentía por ese niño interior y por la debilidad de su padre, era la fuerza que impulsaba todas sus elecciones erróneas, incluyendo su compromiso con una perra insensible.
Sintió que le palmeaban suavemente el hombro. Se dio la vuelta y sonrió burlonamente.
—Buenas noches, Olivia.
—Joe —con una fría sonrisa lo inspeccionó de arriba abajo—. Te ves muy apuesto esta noche. Sin listones, sin hombreras ni fruslería alguna. Algunas cosas nunca cambian.
—Podría decir lo mismo acerca de ti.
La sorpresa se reflejó en sus ojos, pero ella la disimuló con una estudiada sonrisa majestuosa.
—No —él meneó la cabeza—. Después de que Will muriera, retrocedí al mismo punto donde había empezado.
—No regresaste a tu antiguo estilo de vida. Te recluiste —mientras esperaba una respuesta, una explicación, recordó la primera vez que se habían visto años atrás y lo que había percibido al mirarlo: bondad. Soledad. Aquellos ojos aniñados del color del mar la habían atrapado—. Sé por qué te apartaste de la sociedad después de la muerte de Will. Volviste a sentirte solo entre extraños.
Él se sobresaltó.
—No seas absurda. Los conozco a todos. A los que no conocía en la escuela o en peleas, los conocí en casas de juego o en la Casa de Dios; y a muchos, en los regimientos.
—¿Cuántos de ellos son amigos verdaderos, aliados leales? ¿Cuántos de ellos te hacen sentirte... amado? —aunque él permaneció en silencio, ella sabía la respuesta: solamente la familia de ella. Lo cual explicaba por qué la había elegido para que se convirtiese en su esposa. Él quería un hogar, y ella ya no podía resentirse por sus necesidades. La gente se casaba por distintos motivos. Y el querer formar un hogar era uno legítimo—. ¿Qué te hizo cambiar de decisión respecto de tu reclusión?
—Tus argumentos me afectaron, supongo. La vida poco sana, y todo eso.
Se miraron a los ojos. Aunque ella estaba contenta de haber sido una influencia favorable en su vida, la entristecía más allá de lo imaginable que fuese Sophie quien llenase el vacío que habían dejado sus padres. Como si le leyese la mente, él dijo:
—Me dijiste que nunca más querías volver a verme, _______.
Ella pestañeo para apartar las lágrimas de los ojos y tragó con dificultad. ¿Era acaso demasiado tarde para decirle que había cambiado de parecer, que era una necia? Él se preocupaba por ella, la deseaba, pero si la amara, si la amara verdaderamente, no habría buscado a otra mujer.
Los jinetes se acercaron a toda carrera por el camino, eran Masón, el médico y otro sirviente de la casa Lancaster. Era un recordatorio incómodo de su engaño. Antes de que desmontaran, _______ cogió la mano de Joe.
—Por favor, perdona mi estupidez. Me porté muy mal —le apretó con fuerza la mano y buscó su oscura mirada—. Por favor, permíteme decirte cuánto aprecio que hayas confiado en mí, que hayas compartido tus recuerdos conmigo. Quizás si hubiésemos sido más directos el uno con el otro antes...
Joe le echó un vistazo al camino antes de inclinarse para besarla.
—Vayamos a casa, jovencita.
CAPÍTULO 30
Joe bebió un trago de brandy y golpeó ligeramente el cigarro contra la barandilla del balcón. Observó la ceniza caer en el frondoso jardín de lady Conyngham y recordó las últimas palabras que le había dicho _______: «Quizás si hubiésemos sido más directos el uno con el otro antes».
Ella tenía razón. Él había sido de todo menos directo con ella desde el comienzo. Había ocultado su rostro, las circunstancias de la muerte de su hermano, lo que había hecho en la guerra, su historia personal, el relato completo de su compromiso con Olivia, y aún continuaba ocultando la charada urdida con Sophie.
«Y lo que sientes por ella», apuntó su conciencia. «También se lo ocultaste».
Aunque no le había mentido respecto de las razones por las cuales prefería la privacidad de su hogar, había motivos que se había ocultado incluso a sí mismo. Durante dos años se sintió indigno de la vida misma por los horrores que había inflingido a otros en la guerra y por haberle fallado a Will. Y aunque ello parecía suficiente para justificar sus sentimientos autodestructivos, también servían de fachada para un sentimiento de vergüenza muy arraigado que se había agravado por las cicatrices del rostro.
_______ había desentrañado todo correctamente. La criatura a quien ocultaba en el sótano de la residencia Lancaster era ese niño patético que se escondía en su interior necesitado de afecto. Y el desdén que sentía por ese niño interior y por la debilidad de su padre, era la fuerza que impulsaba todas sus elecciones erróneas, incluyendo su compromiso con una perra insensible.
Sintió que le palmeaban suavemente el hombro. Se dio la vuelta y sonrió burlonamente.
—Buenas noches, Olivia.
—Joe —con una fría sonrisa lo inspeccionó de arriba abajo—. Te ves muy apuesto esta noche. Sin listones, sin hombreras ni fruslería alguna. Algunas cosas nunca cambian.
—Podría decir lo mismo acerca de ti.
La sorpresa se reflejó en sus ojos, pero ella la disimuló con una estudiada sonrisa majestuosa.
tefisasias
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
—Teniendo en cuenta que hace años que nos conocemos, lo tomaré como un cumplido.
—Por favor, hazlo —apagó el cigarro y se dirigió hacia la puerta—. Discúlpame.
Ella le bloqueó el camino y le apoyó las manos enguantadas en el pecho.
—¿Podríamos hacer las paces? Te he estado observando últimamente. Estás cambiado. Por mucho que me agradara tu versión más joven, encuentro ésta más madura y ciertamente... irresistible.
—Olivia, ambos sabemos que lo único que encuentras irresistible de mi persona es mi riqueza.
Le cayó la máscara de seducción del rostro.
—De acuerdo, lo admito. Te acepté en su momento por razones materiales, pero era joven y tonta. ¿Cómo iba a saber que había algo más involucrado en un matrimonio que un título ancestral y un acuerdo generoso? La primera noche que Bradford vino a mi alcoba, pensé en ti. Aún lo hago... —se puso de puntillas, ofreciéndole los labios para que la besara.
Apartó las manos de ella de su pecho.
—Lo siento.
El resentimiento se reflejó en los ojos femeninos.
—¿ Cómo puedes desairarme y flirtear con esa cantante de ópera?
Él sonrió.
—Deberías saberlo. Me has estado injuriando por mis preferencias sexuales durante años.
—¡Fue idea de John! ¡No tuve nada que ver con ello! Sabes cuánto te odia —ella hizo una pausa y un brillo de astucia destelló en sus ojos—. ¿Y qué hay de nuestra adorada señorita Aubrey? ¿Todavía calienta tu cama de vez en cuando? ¿O también la has descartado?
Él perdió la calma.
—Ten cuidado, Olivia. Mi paciencia tiene un límite —dejó que ella midiera el alcance de sus palabras y se despidió con un cortés saludo de cabeza—. Que disfrutes la velada.
Regresó al salón de baile, no sin antes oírla protestar.
—¡Pagarás por esto, Joe!
La apartó de sus pensamientos, caminó por el salón y buscó con la mirada a alguien mucho más cálida y agradable. Puesto que su presa todavía no había aparecido, se dirigió a la sala de juegos. No estaba acompañado esa noche puesto que lady Conyngham pertenecía al más recalcitrante círculo de damas de sociedad de edad avanzada, quienes preferirían tener que afrontar una muerte lenta antes de permitir que su impoluto feudo se contaminase con personas como Sophie Fairchild. No había tenido intenciones de concurrir a esa velada hasta que _______ le dijo que asistiría. Según los dictados de su corazón, le resultaba imperativo verla tanto tiempo como fuese posible, le parecía que no podría sobrevivir si estaba sin ella más de una hora. Sin embargo, no dejó de maravillarse por su capacidad para tolerar a aquellas hienas hipócritas, a pesar de estar solo. Se sentía... curado. Al pensarlo, curvó los labios en una leve sonrisa. La cura, desde luego, era el calor que a su corazón le había infundido su diosa pródiga de amor.
_______ sintió que se le henchía el corazón de alegría ni bien entró al salón de baile de lady Conyngham al distinguir la ancha espalda de Joe perdiéndose entre la multitud en dirección al salón de juegos. Se habían separado hacia menos de dos horas, y aun así lo echaba de menos con una intensidad que le producía casi un dolor físico.
—Es todo tuyo esta noche —le dijo una voz femenina en tono íntimo por encima del hombro—. Su desvergonzada francesa no fue invitada.
_______ giró sobre los talones para confrontar la gélida mirada de Olivia.
—La señorita Fairchild no es una desvergonzada.
—La has defendido. Qué interesante —sonrió Olivia—, considerando que te robó a tu amante...
Una señal de alarma sonó en la cabeza de _______.
—¿Perdón? —le respondió quedamente.
—Lo amas, no te molestes en negarlo. Hiciste todo menos gritárselo al mundo entero cuando la semana pasada huiste del teatro en un ataque de llanto histérico.
_______ se irguió.
—Me fui porque tu hermano me asedió.
—Tonterías. Sé precisamente por lo que estabas pasando. Joe me hizo exactamente lo mismo hace cuatro años. ¿Podemos dirigirnos a la biblioteca? Es mejor mantener esta conversación en privado.
Con recelo, pero atrapada por la curiosidad, _______ la siguió a la bien surtida biblioteca de lord Conyngham.
—Debes de haberme considerado una persona sin sentimientos por haber roto mi compromiso sólo por falta de paciencia —dijo a título de introducción Olivia—. Tengo mis defectos, pero no soy tonta. Nada que no fuese la peor de las circunstancias me habría persuadido a cambiar a Joe por Bradford. Cancelé el compromiso después de atrapar a Joe en flagrant con una cantante de ópera francesa. Estoy segura de que comprendes mi prurito de proporcionarte los detalles escabrosos del desagradable amorío.
Conmocionada, confundida, escéptica y consternada, _______ no supo qué pensar. Y debió evidenciarlo en su expresión, puesto que Olivia no se privó de abundar en detalles.
—Por favor, hazlo —apagó el cigarro y se dirigió hacia la puerta—. Discúlpame.
Ella le bloqueó el camino y le apoyó las manos enguantadas en el pecho.
—¿Podríamos hacer las paces? Te he estado observando últimamente. Estás cambiado. Por mucho que me agradara tu versión más joven, encuentro ésta más madura y ciertamente... irresistible.
—Olivia, ambos sabemos que lo único que encuentras irresistible de mi persona es mi riqueza.
Le cayó la máscara de seducción del rostro.
—De acuerdo, lo admito. Te acepté en su momento por razones materiales, pero era joven y tonta. ¿Cómo iba a saber que había algo más involucrado en un matrimonio que un título ancestral y un acuerdo generoso? La primera noche que Bradford vino a mi alcoba, pensé en ti. Aún lo hago... —se puso de puntillas, ofreciéndole los labios para que la besara.
Apartó las manos de ella de su pecho.
—Lo siento.
El resentimiento se reflejó en los ojos femeninos.
—¿ Cómo puedes desairarme y flirtear con esa cantante de ópera?
Él sonrió.
—Deberías saberlo. Me has estado injuriando por mis preferencias sexuales durante años.
—¡Fue idea de John! ¡No tuve nada que ver con ello! Sabes cuánto te odia —ella hizo una pausa y un brillo de astucia destelló en sus ojos—. ¿Y qué hay de nuestra adorada señorita Aubrey? ¿Todavía calienta tu cama de vez en cuando? ¿O también la has descartado?
Él perdió la calma.
—Ten cuidado, Olivia. Mi paciencia tiene un límite —dejó que ella midiera el alcance de sus palabras y se despidió con un cortés saludo de cabeza—. Que disfrutes la velada.
Regresó al salón de baile, no sin antes oírla protestar.
—¡Pagarás por esto, Joe!
La apartó de sus pensamientos, caminó por el salón y buscó con la mirada a alguien mucho más cálida y agradable. Puesto que su presa todavía no había aparecido, se dirigió a la sala de juegos. No estaba acompañado esa noche puesto que lady Conyngham pertenecía al más recalcitrante círculo de damas de sociedad de edad avanzada, quienes preferirían tener que afrontar una muerte lenta antes de permitir que su impoluto feudo se contaminase con personas como Sophie Fairchild. No había tenido intenciones de concurrir a esa velada hasta que _______ le dijo que asistiría. Según los dictados de su corazón, le resultaba imperativo verla tanto tiempo como fuese posible, le parecía que no podría sobrevivir si estaba sin ella más de una hora. Sin embargo, no dejó de maravillarse por su capacidad para tolerar a aquellas hienas hipócritas, a pesar de estar solo. Se sentía... curado. Al pensarlo, curvó los labios en una leve sonrisa. La cura, desde luego, era el calor que a su corazón le había infundido su diosa pródiga de amor.
_______ sintió que se le henchía el corazón de alegría ni bien entró al salón de baile de lady Conyngham al distinguir la ancha espalda de Joe perdiéndose entre la multitud en dirección al salón de juegos. Se habían separado hacia menos de dos horas, y aun así lo echaba de menos con una intensidad que le producía casi un dolor físico.
—Es todo tuyo esta noche —le dijo una voz femenina en tono íntimo por encima del hombro—. Su desvergonzada francesa no fue invitada.
_______ giró sobre los talones para confrontar la gélida mirada de Olivia.
—La señorita Fairchild no es una desvergonzada.
—La has defendido. Qué interesante —sonrió Olivia—, considerando que te robó a tu amante...
Una señal de alarma sonó en la cabeza de _______.
—¿Perdón? —le respondió quedamente.
—Lo amas, no te molestes en negarlo. Hiciste todo menos gritárselo al mundo entero cuando la semana pasada huiste del teatro en un ataque de llanto histérico.
_______ se irguió.
—Me fui porque tu hermano me asedió.
—Tonterías. Sé precisamente por lo que estabas pasando. Joe me hizo exactamente lo mismo hace cuatro años. ¿Podemos dirigirnos a la biblioteca? Es mejor mantener esta conversación en privado.
Con recelo, pero atrapada por la curiosidad, _______ la siguió a la bien surtida biblioteca de lord Conyngham.
—Debes de haberme considerado una persona sin sentimientos por haber roto mi compromiso sólo por falta de paciencia —dijo a título de introducción Olivia—. Tengo mis defectos, pero no soy tonta. Nada que no fuese la peor de las circunstancias me habría persuadido a cambiar a Joe por Bradford. Cancelé el compromiso después de atrapar a Joe en flagrant con una cantante de ópera francesa. Estoy segura de que comprendes mi prurito de proporcionarte los detalles escabrosos del desagradable amorío.
Conmocionada, confundida, escéptica y consternada, _______ no supo qué pensar. Y debió evidenciarlo en su expresión, puesto que Olivia no se privó de abundar en detalles.
tefisasias
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
—Después de la ratificación del Tratado de Fontainebleau, convencí a John de que me acompañara a Paris para visitar a Joe. Imagina mi consternación cuando lo hallé con... ¡con aquella prostituta francesa! John estaba horrorizado. Quiso emprenderla a golpes contra Joe, pero le rogué que no lo hiciera. Joe es un experto tirador y un soldado profesional. No podía soportar perder a un hermano querido a manos de un indigno amante infiel. Mi abuelo usó todo su poder para acallar el asunto y me casé con Bradford al cabo de tres meses.
_______ estaba consternada, su resentimiento con Sophie resurgió acompañado de una violenta sensación de náuseas.
—Una semana antes de mi boda con Bradford, recibí una carta de Joe con vehementes declaraciones de amor y engañosas disculpas. Me rogó que lo reconsiderara e intentó convencerme de que huyéramos. Puede ser muy persuasivo cuando lo desea, pero no logró engañarme —agregó Olivia.
______ necesitaba tomar asiento. En su mente se arremolinaban fragmentos de frases demasiado similares a lo descrito por Olivia.
—¿Qué te indujo a revelarme la verdad? —preguntó cuando recuperó el habla—. Soy consciente de que no me tienes mucha estima.
—Es verdad, pero mi hermano sí. Pensé que era mejor que estuvieses al tanto del carácter de tu patrocinador antes de rechazar a John. Pero no lo lamentaré si lo haces. No mereces a John —giró sobre sus zapatos de tacón alto y se dirigió al salón con paso decidido.
_______ se sintió febril. Tenía el estómago revuelto. Se desplomó en una silla y se cubrió el rostro con ambas manos. Los detalles que Olivia le había provisto no dejaban duda de la veracidad de los hechos, pero lo que no había expresado era la conclusión lógica: que si Olivia hubiese huido con Joe, habría obtenido un esposo infiel y sinvergüenza. Evidentemente, un libertino consumado no podía cambiar sus malos hábitos, al igual que un leopardo no podía cambiar sus manchas.
—¿Escondiéndote de mí?
_______ levantó abruptamente la cabeza. Joe se hallaba de pie en el vano de la puerta, recostado contra el marco. Se inquietó y frunció el ceño.
—Pareces descompuesta. Quizás el golpe que te diste en la cabeza sí fue grave después de todo —cerró suavemente la puerta y avanzó. Se detuvo frente a ella y le cogió el rostro con ambas manos.
—No —ella le apartó las manos y se puso de pie—. No pueden hallarnos solos aquí.
Él la cogió del brazo cuando se dirigía a la puerta.
—¿Qué sucede?
No podía mirarlo directamente.
—Nada. Tuve un mareo. Ya pasó, deseo regresar al salón de baile.
Le rodeó la cintura con el otro brazo y la atrajo contra su pecho.
—No me mientas —murmuró contra su cabello—. Seamos completamente sinceros el uno con el otro de ahora en adelante.
— ¡No comprendes el significado de esa palabra! —le respondió ásperamente _______.
—Stilgoe te vio abandonar el salón con Olivia. ¿Qué fue lo que te dijo ahora esa cobra repugnante?
Ella se liberó de su abrazo y lo enfrentó.
—¡La verdad acerca de la cancelación del compromiso!
—Comprendo —se cruzó de brazos—. Deléitame con su relato, ¿quieres?
—Ella te atrapó en flagrant con una cantante de ópera en París. ¡Me mentiste! Dijiste que tú y Sophie sólo erais amigos, pero la estás utilizando, ¿no es así? ¡Al igual que me utilizaste a mí!
—Mis pecados, según se desprende de tu investigación, son verdaderamente graves: infidelidad, manipulación, abuso, traición... ¿Acaso olvido algo?
—¿Entonces no niegas nada de ello? —exclamó ella conmocionada.
—Ese no es el punto. Lo que importa es: ¿lo crees? Podría contarte una versión completamente diferente pero, ¿aceptarías que es verdad? Si soy un embustero, es razonable pensar que lo que diga es falso. Consecuentemente, antes de que continuemos, debes decidir si me consideras honesto, o no. De lo contrario, estaré perdiendo mi tiempo.
—No me engañas con tretas semánticas. Existe una diferencia entre ser honesto y ser directo. No dudaría de tu sinceridad si no me hubieses ocultado la verdad acerca de tu prometida.
—Ex prometida. Y sí, debería haberte dicho la verdad, pero me no me sentía cómodo con ello —la observó detenidamente—. Según Olivia, ¿cuándo me sorprendió en flagrant con una cantante de ópera?
_______ estaba consternada, su resentimiento con Sophie resurgió acompañado de una violenta sensación de náuseas.
—Una semana antes de mi boda con Bradford, recibí una carta de Joe con vehementes declaraciones de amor y engañosas disculpas. Me rogó que lo reconsiderara e intentó convencerme de que huyéramos. Puede ser muy persuasivo cuando lo desea, pero no logró engañarme —agregó Olivia.
______ necesitaba tomar asiento. En su mente se arremolinaban fragmentos de frases demasiado similares a lo descrito por Olivia.
—¿Qué te indujo a revelarme la verdad? —preguntó cuando recuperó el habla—. Soy consciente de que no me tienes mucha estima.
—Es verdad, pero mi hermano sí. Pensé que era mejor que estuvieses al tanto del carácter de tu patrocinador antes de rechazar a John. Pero no lo lamentaré si lo haces. No mereces a John —giró sobre sus zapatos de tacón alto y se dirigió al salón con paso decidido.
_______ se sintió febril. Tenía el estómago revuelto. Se desplomó en una silla y se cubrió el rostro con ambas manos. Los detalles que Olivia le había provisto no dejaban duda de la veracidad de los hechos, pero lo que no había expresado era la conclusión lógica: que si Olivia hubiese huido con Joe, habría obtenido un esposo infiel y sinvergüenza. Evidentemente, un libertino consumado no podía cambiar sus malos hábitos, al igual que un leopardo no podía cambiar sus manchas.
—¿Escondiéndote de mí?
_______ levantó abruptamente la cabeza. Joe se hallaba de pie en el vano de la puerta, recostado contra el marco. Se inquietó y frunció el ceño.
—Pareces descompuesta. Quizás el golpe que te diste en la cabeza sí fue grave después de todo —cerró suavemente la puerta y avanzó. Se detuvo frente a ella y le cogió el rostro con ambas manos.
—No —ella le apartó las manos y se puso de pie—. No pueden hallarnos solos aquí.
Él la cogió del brazo cuando se dirigía a la puerta.
—¿Qué sucede?
No podía mirarlo directamente.
—Nada. Tuve un mareo. Ya pasó, deseo regresar al salón de baile.
Le rodeó la cintura con el otro brazo y la atrajo contra su pecho.
—No me mientas —murmuró contra su cabello—. Seamos completamente sinceros el uno con el otro de ahora en adelante.
— ¡No comprendes el significado de esa palabra! —le respondió ásperamente _______.
—Stilgoe te vio abandonar el salón con Olivia. ¿Qué fue lo que te dijo ahora esa cobra repugnante?
Ella se liberó de su abrazo y lo enfrentó.
—¡La verdad acerca de la cancelación del compromiso!
—Comprendo —se cruzó de brazos—. Deléitame con su relato, ¿quieres?
—Ella te atrapó en flagrant con una cantante de ópera en París. ¡Me mentiste! Dijiste que tú y Sophie sólo erais amigos, pero la estás utilizando, ¿no es así? ¡Al igual que me utilizaste a mí!
—Mis pecados, según se desprende de tu investigación, son verdaderamente graves: infidelidad, manipulación, abuso, traición... ¿Acaso olvido algo?
—¿Entonces no niegas nada de ello? —exclamó ella conmocionada.
—Ese no es el punto. Lo que importa es: ¿lo crees? Podría contarte una versión completamente diferente pero, ¿aceptarías que es verdad? Si soy un embustero, es razonable pensar que lo que diga es falso. Consecuentemente, antes de que continuemos, debes decidir si me consideras honesto, o no. De lo contrario, estaré perdiendo mi tiempo.
—No me engañas con tretas semánticas. Existe una diferencia entre ser honesto y ser directo. No dudaría de tu sinceridad si no me hubieses ocultado la verdad acerca de tu prometida.
—Ex prometida. Y sí, debería haberte dicho la verdad, pero me no me sentía cómodo con ello —la observó detenidamente—. Según Olivia, ¿cuándo me sorprendió en flagrant con una cantante de ópera?
tefisasias
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
—Hace cuatro años —repentinamente, se dio cuenta—. Fuiste herido en esa época, ¿no es cierto?
—Hace poco más de cuatro años, una bala de cañón cayó a unas pulgadas delante de mí. La explosión me destrozó el rostro. Me practicaron cirugía y estuve postrado en cama durante seis meses. Mi querida ex prometida, al haber recibido noticias contradictorias acerca de mi salud, fue a España con su adorado hermano. Me encontró en un hospital de campaña y se comportó de manera muy atenta, hasta el día en que el cirujano me quitó los vendajes. Dejando así al descubierto a la Gárgola, cortada, cosida e increíblemente inflamada. La naturaleza frágil de Olivia no pudo soportar la dura experiencia y vomitó en mi presencia. Su adorado hermano no tardó ni un segundo en traerla de regreso a Inglaterra, donde se convirtió en lady Bradford tres meses después. Cuando me enteré del feliz acontecimiento, fue una doble sorpresa para mí, ya que nunca te había molestado en informarme acerca del cambio de nuestra situación.
Olivia era una serpiente. _______ tendría que haber sabido que no debía creer nada de lo que le dijese aquel témpano perverso, especialmente cuando Will albergaba una opinión tan elevada de Joe más allá de cualquier reproche.
—Te creo. No debería haber dudado de ti. ¡Pero es por tu culpa! Si hubieses sido franco conmigo...
—De cualquier manera, no tardaste demasiado en pensar lo peor de mí, incluso conociéndome tan bien como me conoces.
—El relato de Olivia contenía varias cosas que parecían ciertas.
—¿ Como cuáles ?
—En primer lugar, la carta que le escribiste rogándole que lo reconsiderara y sugiriéndole que huyeran. Parecía admisible, y muy propio de ti.
—¿Por qué no habría de parecer propio de mí? Me conoce desde hace años, lo suficiente como para inventar otras cosas en realidad, no una carta, ya que la única correspondencia que he mantenido en mi vida ha sido por cuestiones de negocios. Pero no creas en mi palabra si no quieres. Pídele que te muestre la carta incriminatoria, o cualquier carta que yo le haya enviado. Te apuesto lo que quieras a que no podrá hacerlo.
—Hay otra cosa —la cual ella desesperaba por saber, pero detestaba discutir.
—Faltaría más, dilo —él se dejó caer en un sillón, extendió sus largas piernas y las cruzó.
Ella caminó de un lado a otro, nerviosa.
—¿Por qué diría específicamente Olivia que te había encontrado con...?
—¿Con una cantante de ópera? Pregúntale a tu amigo Hanson. El fue quien elucubró la sensacional historia que difundió por todas partes. En realidad, no me importó. Mi reputación ya estaba hecha añicos. Un sinvergüenza de corazón oscuro suena mejor que una Gárgola rechazada, ¿eso crees? Ella dejó de caminar.
—Eres tan cínico al hablar de ese tema —susurró ella—, pero sé que debe haberte lastimado profundamente. ¿La amabas?
—No, y es agua pasada. ¿Qué más? Te escucho.
—Eso es todo.
—¿Pues por qué la expresión severa en tu rostro?
—Porque... porque... —¡aún está la cuestión de Sophie! —. Nada.
—Bueno. Ven aquí.
Oh-oh. Ella se echó hacia atrás, sintiéndose de pronto demasiado apasionada. Sabía que aquella mirada oscura, aquella manera de hablar arrastrando las palabras; la conducirían directamente a ser atrapada in fraganti con él.
—Como dije hoy a la mañana... tienes a Sophie —se dirigió a la puerta y giró el pomo.
Una mano con guante blanco pasó por encima de su hombro y cerró la puerta. Joe inclinó su esbelto cuerpo hacia ella; su aliento a brandy le rozó la mejilla.
—Lo de Sophie no existe. Fue un complot, una charada, un cortejo falso. Estaba desesperado por recuperarte.
Ella sintió que el pecho se le llenaba de dicha, de alegría. Giró abruptamente para constatar su sinceridad. Sus solemnes ojos reflejaban el brillo del broche de zafiro clavado en su nívea corbata... y culpa. Ella sintió una opresión en el corazón.
—Hace poco más de cuatro años, una bala de cañón cayó a unas pulgadas delante de mí. La explosión me destrozó el rostro. Me practicaron cirugía y estuve postrado en cama durante seis meses. Mi querida ex prometida, al haber recibido noticias contradictorias acerca de mi salud, fue a España con su adorado hermano. Me encontró en un hospital de campaña y se comportó de manera muy atenta, hasta el día en que el cirujano me quitó los vendajes. Dejando así al descubierto a la Gárgola, cortada, cosida e increíblemente inflamada. La naturaleza frágil de Olivia no pudo soportar la dura experiencia y vomitó en mi presencia. Su adorado hermano no tardó ni un segundo en traerla de regreso a Inglaterra, donde se convirtió en lady Bradford tres meses después. Cuando me enteré del feliz acontecimiento, fue una doble sorpresa para mí, ya que nunca te había molestado en informarme acerca del cambio de nuestra situación.
Olivia era una serpiente. _______ tendría que haber sabido que no debía creer nada de lo que le dijese aquel témpano perverso, especialmente cuando Will albergaba una opinión tan elevada de Joe más allá de cualquier reproche.
—Te creo. No debería haber dudado de ti. ¡Pero es por tu culpa! Si hubieses sido franco conmigo...
—De cualquier manera, no tardaste demasiado en pensar lo peor de mí, incluso conociéndome tan bien como me conoces.
—El relato de Olivia contenía varias cosas que parecían ciertas.
—¿ Como cuáles ?
—En primer lugar, la carta que le escribiste rogándole que lo reconsiderara y sugiriéndole que huyeran. Parecía admisible, y muy propio de ti.
—¿Por qué no habría de parecer propio de mí? Me conoce desde hace años, lo suficiente como para inventar otras cosas en realidad, no una carta, ya que la única correspondencia que he mantenido en mi vida ha sido por cuestiones de negocios. Pero no creas en mi palabra si no quieres. Pídele que te muestre la carta incriminatoria, o cualquier carta que yo le haya enviado. Te apuesto lo que quieras a que no podrá hacerlo.
—Hay otra cosa —la cual ella desesperaba por saber, pero detestaba discutir.
—Faltaría más, dilo —él se dejó caer en un sillón, extendió sus largas piernas y las cruzó.
Ella caminó de un lado a otro, nerviosa.
—¿Por qué diría específicamente Olivia que te había encontrado con...?
—¿Con una cantante de ópera? Pregúntale a tu amigo Hanson. El fue quien elucubró la sensacional historia que difundió por todas partes. En realidad, no me importó. Mi reputación ya estaba hecha añicos. Un sinvergüenza de corazón oscuro suena mejor que una Gárgola rechazada, ¿eso crees? Ella dejó de caminar.
—Eres tan cínico al hablar de ese tema —susurró ella—, pero sé que debe haberte lastimado profundamente. ¿La amabas?
—No, y es agua pasada. ¿Qué más? Te escucho.
—Eso es todo.
—¿Pues por qué la expresión severa en tu rostro?
—Porque... porque... —¡aún está la cuestión de Sophie! —. Nada.
—Bueno. Ven aquí.
Oh-oh. Ella se echó hacia atrás, sintiéndose de pronto demasiado apasionada. Sabía que aquella mirada oscura, aquella manera de hablar arrastrando las palabras; la conducirían directamente a ser atrapada in fraganti con él.
—Como dije hoy a la mañana... tienes a Sophie —se dirigió a la puerta y giró el pomo.
Una mano con guante blanco pasó por encima de su hombro y cerró la puerta. Joe inclinó su esbelto cuerpo hacia ella; su aliento a brandy le rozó la mejilla.
—Lo de Sophie no existe. Fue un complot, una charada, un cortejo falso. Estaba desesperado por recuperarte.
Ella sintió que el pecho se le llenaba de dicha, de alegría. Giró abruptamente para constatar su sinceridad. Sus solemnes ojos reflejaban el brillo del broche de zafiro clavado en su nívea corbata... y culpa. Ella sintió una opresión en el corazón.
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