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UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.

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Mensaje por tefisasias Vie 09 Sep 2011, 1:57 pm

—Me estás haciendo muy difícil ganar la apuesta.

—Bien.

— ¿Cuánto tiempo crees que llevará encontrar la propiedad para alquilar?

—Una semana, como mucho.

—Y mientras tanto, yo podría trabajar con Sophie e Iris en la lista. En algún otro lugar.

— ¿Qué más estás intentando obtener de mí, mujer?

—Quiero dirigirlo desde tu casa durante ese tiempo. Tienes varias habitaciones...

—Rotundamente no —negó con la cabeza.

—Entiendo —le enredó los dedos en el oscuro cabello lacio—. Sólo lamento que no podré verte, considerando que estaré tan ocupada. Aunque quizás... me sirva para ganar la apuesta.

Cerró los ojos y exhaló profundamente.

—Bien. Sólo por un tiempo.

Le entrelazó los brazos alrededor del cuello, susurrandolé al oído:

—Yo también te adoro.



CAPÍTULO 17



— ¿Inspeccionaste personalmente a cada una de ellas? —le preguntó Joe a su abogado, mientras revisaba el informe sobre las propiedades que se encontraba sobre la mesa. Como _______ se había adueñado de su oficina para dirigir desde ahí la dirección de la fundación durante dos días —además de tomar posesión de cada sala ubicada en dos de las plantas de la casa—, él debió refugiarse en el sótano, donde simuló estar calmado.

Su vestíbulo se había convertido en un atestado gallinero, y cada entrada estaba bloqueada con una hilera de mujeres cacareando, a la espera de ser recibidas por su ángel salvador, o alguna de sus asistentes. Pero lo peor de todo era que el tiempo se estaba terminando. Al final de ese día, sabría si la mujer que amaba sería suya, o no. Aunque le fuese la vida en ello, no podía recordar por qué en algún momento la apuesta le había parecido una buena idea. Lo único que había conseguido era colocarse una soga alrededor del cuello, con un reloj de arena colgando de ella.

—Lo logré, milord—Fitzsimmons extrajo una carpeta de la pila—. Ésta está ubicada en Strand, tiene veinte habitaciones y la ofrecen por un precio razonable. Diría que es mi favorita.

Aunque el inmenso edificio parecía adecuado para los propósitos de _______, Joe prefería una propiedad más cercana a su casa. La quería tener cerca, la necesitaba, fuese su esposa o no. Sabía de antemano que aunque _______ lo desdeñase, de todas formas querría estar cerca de ella, no importaba con quién se casase. Un puño helado pareció estrujarle las entrañas ante el pensamiento de tener que pasar el resto de su vida observándola desde las sombras mientras otro hombre la tenía en sus brazos durante las noches, temprano en las mañanas, cada vez que lo desease... Tic, tac, tic, tac. Se obligó a concentrarse.
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Mensaje por tefisasias Vie 09 Sep 2011, 1:58 pm

— ¿Y ésta en Piccadilly?

—Quince habitaciones, incluyendo un salón de baile que da a un jardín de rosas, pero...

— ¿Qué? —demandó Joe impaciente.

—Su precio está sobrevaluado en un treinta y cinco por ciento, milord.

No le importaba pagar una suma exorbitante, en tanto _______ estuviese cerca de él. Dios, estaría encantado de pagar hasta diez veces esa suma, si pudiese comprarla a ella y terminar con esa tortura. Por Dios, el hermano de _______ no era un jeque árabe.

—Cierre la transacción. Hoy.

— ¿Hoy? Pero, milord... —Fitzsimmons empezó a protestar haciendo una mueca de consternación.

—Hoy mismo. Quiero tener la escritura en mis manos antes del atardecer —miró a Phipps, quien se hallaba discretamente observando todo desde un rincón, simulando ser una simple decoración de la pared—. Por favor, muéstrale la salida al señor Fitzsimmons.

Phipps se vio desolado.

— ¿Por ahí...?

— ¿No te quejaste siempre de no poder hacer suficiente ejercicio?

Reprimiendo las quejas por el agravio, Phipps condujo al abogado escaleras arriba hasta el frente de la casa, donde ningún hombre debería osar ir sin escolta.

— ¿Y qué podría hacer con mis dos niños, madame? No puedo llevarlos al trabajo, y son muy pequeños para dejarlos solos —la joven de rostro macilento que estaba sentada del otro lado del escritorio de _______ estrujó nerviosamente la tela de su pelliza, con una expresión angustiada en su rostro demacrado—. Mi hermano Niles nos enviaba sus salarios desde el frente, y nos arreglábamos gracias a él, pero ahora que se ha ido... —con un sollozo quebrado, la mujer se secó las lágrimas con la manga del abrigo—. Mi marido fue deportado, vea usted. Yo...

— ¿Es usted una mujer trabajadora y honesta, Rebecca? —le peguntó _______ suavemente.

Rebecca alzó la vista con expresión desesperada en sus ojos muy abiertos.

— ¡Sí, madame! ¡Nunca robé un penique en mi vida! Aunque me avergüenza decir que mi marido fue un rufián que tenía muy mal genio.

—Bueno, bueno —la calmó _______ echando una mirada en dirección a los dos pequeños, sentados tímidamente en el sofá. Se conmovió al verlos, se veían tan... delgados y tristes. Danielli debía comer más que los dos niños juntos—. No debe avergonzarse por el pasado de su marido. Ahora tiene que pensar en sí misma y en los niños, mejorar sus vidas, comenzar de nuevo.

Rebecca sonrió entre lágrimas.

—Me encantaría, madame, me encantaría empezar de nuevo.

—Espléndido —_______ hizo una anotación en el libro de contabilidad de la agencia junto al nombre de Rebecca—. Le buscaré un empleo de acuerdo a sus habilidades y necesidades. Su obligación es esforzarse para hacer lo mejor que pueda. Nada más —extrajo un chelín de la caja de caoba y se lo ofreció a Rebecca—. Cómpreles a los niños un helado. Le enviaré una nota tan pronto como le consiga un empleo. En cinco días, como máximo.

Rebecca aceptó la moneda y cogió la mano de _______.

— ¡Gracias! Usted es una enviada del Señor.

Joe era el enviado del Señor, reconoció ante sí misma _______.

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Mensaje por tefisasias Vie 09 Sep 2011, 1:58 pm

—De nada —sonrió—. Buen día, y recuerde nuestra conversación.

Después de haber cogido las manos de los pequeños entre las suyas y acompañarlos hasta a la puerta, se desplomó en la silla de Joe. Dirigir una organización de asistencia social era económica y emocionalmente abrumador, pero sumamente gratificante. En los últimos dos días se las había ingeniado para conseguirles empleo a treinta mujeres, y por su parte, Iris, Sophie y Molly —la madre viuda de Seth, a quien _______ había ayudado y que ahora trabajaba con ellas— habían obtenido resultados igualmente exitosos.

Gracias a la publicidad en los periódicos les llovían los ofrecimientos de empleo y un número creciente de solicitantes se presentaba cada día. Todo gracias a Joe. Deslizó los dedos sobre la superficie de la caja de caoba tallada con un león que había hecho para ella, la misma que le había devuelto unas semanas atrás. La había encontrado la mañana del día anterior sobre el escritorio con una nota que decía que el dinero en su interior debía gastarlo según lo estimase conveniente. Notó con una sonrisa que el león tenía el mismo diseño del blasón de su familia. Debía tener cuidado de no tentarse en creer que el conde de Joe la estaba cortejando. Real-mente se había convertido en un adalid en brillante armadura, fiel defensor de su causa. La pregunta era: ¿se convertiría en su caballero de brillante armadura?

Hoy era el último día de la apuesta. Esa mañana, cuando había visitado a Joe en el sótano para contarle sobre los avances logrados hasta el momento, la había cogido entre sus brazos, buscando que ella sucumbiese al deseo de besarlo. Recién acicalado en la mañana, con el pelo húmedo y con la piel despidiendo un fresco perfume a jabón; hubiese deseado devorarlo. Cuando no lo hizo, sus ojos azules se tornaron sombríos. ¿Realmente la quería tanto? Casi era demasiado fantástico como para creerlo.

Se sorprendió cuando alguien tocó a la puerta. Se suponía que Rebecca era la última persona que debía entrevistar en ese día.

—Entre —autorizó y un momento después, entró Stilgoe.

— ¡_______! —su hermano la examinó en ese lujoso ambiente, y sonrió ampliamente—. ¡Diablos! ¡Es verdad! No podía creerlo cuando Leitrim me dijo durante el almuerzo en el Club Social que su esposa había contratado una doncella a través de tu agencia.

_______ se le acercó, lo abrazó y le dio un beso.

—Te lo conté dos noches atrás, durante la cena.

La escudriñó concienzudamente.

—Debo decir que me sorprendió un tanto descubrir que...

— ¿Que Joe estaba involucrado? Nos ofreció su ayuda.

— ¿Y cómo sucedió eso? ¿Te has mantenido en contacto con él todos estos años?

—No, Charlie. Lo visité, acompañada de mi doncella, no te preocupes. Con Sophie e Iris lo hemos hecho en repetidas ocasiones con la esperanza de reunir patrocinadores para la causa. Lord Joe nos ofreció generosamente su ayuda. Está dispuesto a contribuir con su tiempo y esfuerzo; no como tú...

—Y su casa, la mansión Lancaster —interrumpió Charles tajante—. Qué oficina tan elegante, ¿eh?

—Sólo durante un tiempo, una semana a lo sumo, hasta que alquilemos una oficina apropiada.

Su hermano aún la miraba con expresión escéptica y preocupada.
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Mensaje por tefisasias Vie 09 Sep 2011, 1:58 pm

—Realmente eres muy resuelta y osada. De todos los hombres en Inglaterra, acudiste a él —suspiró—. No puedo decir que me sorprende, pero...

— ¿Qué? Obviamente tienes algo en la cabeza.

—No deseo verte herida, ni desilusionada, _______. Algunos años atrás, habría estado encantado. Hanson es un buen partido pero, indudablemente, Joe es mejor. Sin embargo, considerando las heridas que sufrió y su consecuente aislamiento de la sociedad... —su hermano frunció el ceño—. Espera un minuto... ¿lo viste? ¿Dónde está ese demonio? —sonrió—. Me gustaría saludarlo.

—Deberás consultar a su mayordomo. Phipps maneja la agenda social de Joe.

—Pues entonces, puedo inferir que no ha dejado totalmente su aislamiento.

—No realmente. Aún se mantiene recluido.

— ¿Mamá sabe algo de esto?

—No estamos en buenos términos por el momento —acotó _______. En realidad, tampoco con sus hermanas.

—Ella sólo quiere lo mejor para ti —cuando _______ no contestó nada, se puso de pie—. Iré a ver si Phipps me permite hablar con su empleador. Después, me iré a casa a besar a mi esposa y a mi hijita —la besó en la mejilla—. Te veo allí.

Cuando _______ cerró la puerta tras él, escuchó conversaciones en el pasillo. Sus amigas seguían con las entrevistas. El día anterior, después de haber terminado con todas, habían mantenido una larga reunión para discutir los potenciales empleadores y empleados y otros temas relativos a su nueva agencia. Joseph no había participado personalmente, pues había preferido hacerlo a través de ella. Como era previsible, Iris y Sophie tenían sentimientos ambivalentes respecto a él: estaban felices por el nuevo emprendimiento, pero no dejaban de estar preocupadas por ella. _______ decidió intentar convencerlo para presentarle a sus amigas.

Se paseó agitada por la habitación. En pocos minutos se pondría el sol y el tiempo límite de la apuesta expiraría. Le latió el corazón aceleradamente, la tensión le agitó el estómago. Había probabilidades de que ella ganase la apuesta, y pronto le vería el rostro. Pero esa no era la razón por la cual estaba tan excitada.

La apuesta había enardecido la pasión entre ellos y el deseo que se profesaban mutuamente. Faltaba muy poco para que las restricciones se levantaran, para que cayeran las barreras dictadas por la apuesta. ¿Qué sucedería cuando estuvieran juntos otra vez a solas?

— ¿Cómo fue tu día?

_______ se dio la vuelta bruscamente, con el corazón en la garganta.

—Joe.

Él cerró la puerta, se giró y se dirigió hacia ella. Los ojos azul verdosos brillaban tras la máscara.

—Tengo algo para ti —le ofreció un paquete.

— ¿Qué es esto? —le preguntó con voz temblorosa.

Una débil sonrisa le curvó los sensuales labios.

—Descúbrelo por ti misma.
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Mensaje por tefisasias Vie 09 Sep 2011, 2:00 pm

Aceptó el paquete, con cuidado de no rozarle los dedos. Si lo tocaba ahora, no sería capaz de detenerse. Y no podría ganar la apuesta, no vería su rostro, y estaría completamente vencida. Se le detuvo el pulso un instante.

—Stilgoe estuvo aquí. Quería saludarte. ¿Lo viste?

—No. Lee la primera página.

Se obligó a concentrarse en los papeles.

—Es algo concerniente a una casa.

—La están limpiando, amueblando y preparando para mañana como dijimos. También comuniqué el cambio de dirección a los periódicos. Ya tienes una agencia de caridad oficial, amor.

Parpadeando, leyó la primera página completa.

— ¡Es una escritura de una casa a mi nombre, Joe! —lo miró a los ojos con el corazón palpitante—. ¿Me compraste un edificio entero para oficinas?

—Completo, con quince habitaciones, un jardín de rosas, y un salón de fiestas para bailes de caridad y noches de gala de beneficencia —sonrió de manera extraña, analizando su reacción.

Se le llenaron los ojos de lágrimas. Y ella que había pensado que su primer donativo había sido extravagante... Ese edificio debió haber costado diez veces más. Nadie era tan generoso con los desamparados. Salvo él.

—Si... si se sabe que me compraste una casa, mi reputación se verá arruinada.

— ¡Maldición, _______! ¡La compré para tu obra de caridad, no para instalarte ahí como mi amante!

Llegó a la conclusión de que debía de estar loca, y que era tan desvergonzada como sus hermanas; una falla grave en su educación seguramente; porque tan pronto había escuchado la palabra «amante» se le representaron imágenes de sus sueños recientes, dejando en evidencia el deseo irrefrenable que la había poseído todas esas noches. Ella moría por ese hombre alto, moreno, enigmático, y estaba dominada por una fuerza poderosa de la naturaleza que hacía que sólo con mirarlo le doliera el corazón. Se moría por abrazarlo y besarlo.

— ¿Qué sugieres que haga con ella, entonces? —le peguntó desalentado, malinterpretando su silencio.

Temblando por la intensidad de sus sentimientos, dejó caer el pliego al suelo y le pasó los brazos alrededor del cuello.

—Pon la casa a tu nombre. Eres desde ahora un miembro de la Presidencia —le cubrió los labios con los suyos, sintiendo un torrente hirviendo que le corría por las venas. El gruñó de placer y alivio. Y explotó la electricidad que había crecido entre ellos durante toda una semana. Sus bocas se fundieron apasionadamente, desesperadas por recuperar el tiempo perdido. La lengua masculina rodó como terciopelo sobre la suya, arrancándole profundos gemidos con cada caricia. Fue un beso profundo, salvaje y sensual, desenfrenado por las ansias contenidas, tanto físicas como emocionales.

La boca masculina le recorrió el cuello.

—Pasarás la noche conmigo.
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Mensaje por tefisasias Vie 09 Sep 2011, 2:00 pm

Mareada, levantó con esfuerzo los párpados para mirar por la ventana. Estaba oscuro. En algún momento, mientras aguardaba por él, el sol se había ocultado. Él había perdido. También Joe descubrió el manto impenetrable de la noche. Sus miradas se encontraron. Una súbita aprensión apareció en los ojos de él al tiempo que, tardíamente, se daba cuenta de que había calculado mal la hora.

—Tú ganaste —dijo asombrado. La ansiedad que percibió en él la hizo dudar de su decisión de quitarle la máscara. Sintió como si le estuviese apuntando la cabeza con una pistola. Apretando la mandíbula, le apartó las manos.

— ¿Dónde vas? —gritó ella, al darse cuenta de que no estaba contenta de haber ganado la apuesta como debería estarlo. Deseaba rendirse desnuda y pasar la noche con él. El haber ganado la apuesta le robaba la única excusa para rendirse al clamor de sus sueños y hundirse en intoxicante pecado con él. Observó cómo se inclinaba sobre el escritorio y apagaba la lámpara dejando la habitación a oscuras—. ¿Qué estás haciendo? —susurró ella.

Oyó su voz justo frente a ella.

—Quitándome la máscara en tu presencia.

—Estás haciendo trampa —espetó ella.

—No especificamos las condiciones de visibilidad en el momento en que debía quitarme la máscara.

—Bien puedes dejarte la máscara porque no veo una maldita cosa.

—Sí, puedes —la tensión vibró en su voz al tiempo que le cogió la mano y la colocó sobre sus mejillas cubiertas de una incipiente barba—. Puedes verme con tus manos, mi amor.

Inhaló lenta y delicadamente, y como si fuese ciega, deslizó los dedos sobre los rasgos masculinos, perfectamente tallados. Tenía pómulos altos, pestañas largas, y cejas tupidas. La línea de nacimiento del abundante cabello se curvaba en la amplia frente en un vértice. Su nariz era recta, bien proporcionada y ligeramente respingona. Siguió el contorno de su mandíbula hasta el fuerte mentón, y después subió los dedos hasta los labios. Siempre le habían fascinado esos labios turgentes, pero nunca tanto como en la oscuridad que la rodeaba. Una fantasía sorprendente la poseyó: yacer de espaldas y sentirlos, deslizándose sobre su cuerpo desnudo, cubriéndola de cálidos besos.

Sintió en la yema de los dedos la sensual respiración masculina entrecortada.

— ¿Bien? ¿Me dejarían deambular libremente entre los niños? —intentó sonar displicente, pero ella sintió los músculos de sus mejillas rígidos bajo sus dedos exploradores.

—Estás exactamente igual —murmuró con una sonrisa. Se le representó la imagen del gallardo, carismático y asombrosamente apuesto húsar del que se había enamorado.

—Suenas aliviada —su tono se percibía ecuánime, pero percibió una nota de reprobación en él—. Fíjate de nuevo —le cogió los dedos y los guió hacia las mejillas y la frente. Esta vez, palpó las cicatrices.

Unas líneas largas y finas que le cruzaban la piel. Finalmente, comprendió por qué él sentía tal aversión a mostrarse. Paris Joseph Lancaster había nacido hermoso, inteligente, rico, y noble; pero no había tenido una madre cariñosa ni una novia que le besara las heridas para que las secuelas se le borrasen de la mente a su regreso de la guerra. A pesar de lo que le había costado defender a su país de Bonaparte, y por ello mismo, lo amaba aún más. Y después de todo lo que había hecho para ayudarla con su obra de caridad; el escrutinio de su rostro le parecía mezquino e indigno de su parte. Apoyándose contra él, le rodeó los hombros con los brazos y apoyó los labios sobre las cicatrices de las mejillas.

—Joe, te amo...

—No, no —apartó la cabeza con un movimiento brusco—. No quiero tu compasión, _______.

— ¿Crees que te tengo lástima?

En la oscuridad, el silencio que sobrevino entre ellos pareció abrumador.

— ¿Qué tendría que hacer para convencerte de lo contrario? —preguntó quedamente.
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Mensaje por tefisasias Vie 09 Sep 2011, 2:01 pm

La cogió de la cintura y la sentó en el escritorio, se colocó de pie entre sus muslos levantándole las faldas y se aproximó a ella. Ella sintió la dura evidencia de su excitación apoyada contra su cuerpo, enardeciéndole los sentidos. Y su aliento cálido en la oreja al susurrarle:

—Pasa la noche conmigo, de todas formas. Haré que tiembles y suspires de placer. [ow senti maripositas en el estomago cuando lei esto JAJAJAJA XD]

Un temblor eléctrico le recorrió la columna y le erizó el cuello. Estaba seria y delirantemente tentada a aceptarlo, a sentir su boca en la piel, a tocarlo como había hecho esa noche en la glorieta, a dejarse llevar por su deseo.

—No puedo —dijo con pesar—. John y su hermana, Olivia, nos llevarán, a mi madre, a mi cuñada a Drury Lañe y a mí esta noche para ver...

—¡Que se muera Hanson! ¡No quiero que lo veas más, ni a su maldita hermana!

Ella dio un respingo.

— ¿Por qué consideras tan objetable a su hermana? —inquirió suspicaz.

—No la considero de ninguna manera. Prométeme que te mantendrás alejada de Hanson.

— ¿Estás celoso? —le besó la parte suave debajo de la mandíbula y siguió a lo largo del cuello. Por Dios. Tenía ganas de devorarlo.

Él dejó escapar un gruñido grave, dejándole entrever que disfrutaba al ser devorado.

— ¿Tú qué crees? Anda pavoneándose tras de ti con la intención de casarse contigo y llevarte a su cama. Sí, estoy celoso, ¡maldita sea! ¿No te he demostrado cuánto te deseo para mí?

Sintió un aleteo en el corazón.

—Podrías… venir a visitarme—le propuso seductora.

Los dedos masculinos se deslizaron por su espalda, recorriéndole hábilmente la columna.

— ¿Me estás sugiriendo que trepe hasta tu alcoba esta noche? —sonó sumamente intrigado por la proposición.

Sintió que el vestido se le aflojaba.

—Me refiero a una visita durante las horas del día.

Él le bajó el vestido y la camisa de los hombros y le apretó la boca caliente contra la piel, haciéndola suspirar de placer.

—Diriges una organización de caridad durante las horas del día, amor mío.

—No en el fin de semana. Un paseo por el parque en las primeras horas de la mañana, o un... picnic, sería encantador —pensó que él no necesitaba instrucciones para conquistar a una mujer, pero parecía necesitar un empujón hacia la dirección correcta... o hacia varias direcciones. Era hora de que la Gárgola saliera de su cueva a la luz del sol y se reintegrara en la sociedad. Aunque por el momento, estar a solas con él en la oscuridad le parecía perfecto... y pecadoramente excitante.

—No paseo en público, mi amor. Lo sabes —sintió un aire frío en los senos, y después el roce de sus palmas acariciándole en lentos círculo los pezones, sensibilizándolos hasta convertirlos en duros guijarros.

—Te agrada que nos mantengamos así, ¿no es cierto? —lo acusó sin aliento, las acuciantes sensaciones que la agitaban le impedían concentrarse en lo que estaban discutiendo—. Escabulléndonos sigilosamente en la oscuridad, donde nadie pueda vernos, o saber que nosotros...

— ¿Estamos locamente apasionados el uno por el otro?

—Tenemos afecto el uno por el otro —ni siquiera había visto a su hermano.
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Mensaje por tefisasias Vie 09 Sep 2011, 2:01 pm

—El resto de la gente puede irse al infierno. Te quiero para mí —inclinó la cabeza y cogiendo el seno con la boca, lo succionó con fuerza. Sintió un intenso deseo que le explotaba en ese lugar secreto entre los muslos. Le cogió la cabeza, incapaz de permanecer derecha, mientras su lengua le envolvía y le succionaba el pezón. Él le aferró posesivamente los senos, dándole la forma de sus manos inquietas que los frotaron enloquecedoramente haciéndola arquearse contra él, mientras su mente se derretía en una sensual nebulosa de ardor y anhelo—. Tus pechos son tan suaves, tan... perfectos.

Le mordió suavemente las puntas y tiró de ellas, provocándole torrentes calientes que se le deslizaron por la parte de atrás de las piernas. Su gran mano incursionó bajo las faldas acariciándole el muslo. Cuando rozó la abertura de sus medias, la descarga que le provocó el roce de esa mano sobre la piel desnuda fue deliciosa y pecadoramente placentera. Deslizó la mano hacia el interior, adentrándose entre los muslos, ubicándose en la abertura de su ropa interior, hasta acariciarle la piel.

— ¡Por Dios! —gimió al sentir un placer doloroso que le sacudió todo el cuerpo. Al tiempo que mermaba, ansiaba más, mucho más de esa eléctrica sensación de paraíso y de infierno provocada por la caricia de su mano. Se apretó buscando la magia pecadora de su roce.

—Es apenas una muestra de lo que experimentarás si vienes conmigo esta noche —cuando le rozó esa pequeña protuberancia donde se concentraba su deseo, pegó un salto tambaleándose en el escritorio. Sosteniéndose de sus hombros, le entregó la boca en un salvaje, hambriento y húmedo beso. Sus dedos la recorrieron experimentadamente, hasta que ella se sintió húmeda y caliente, y ansiosa de sentirlo aún más. Al mismo tiempo siguió acariciándole el pecho, enloqueciéndola de abrasador deseo desde tres frentes, mientras se besaban profunda, desinhibidamente, enardeciéndose mutuamente.

Gimiendo anhelante con la cadencia que marcaba la caricia de su mano, se rindió a los estragos que le provocó afectándole todos los sentidos. Cuanto más incrementaba la presión y la velocidad vertiginosa que ejercía contra ese lugar tan sensible que parecía tener ya pulso propio, más tentada estaba de aceptar su invitación. Ya no tenía dudas de que era el hombre que quería; lo había sabido prácticamente desde los doce años. Con L. J. se había contenido decorosamente, pero con Joe, la virtud y el decoro eran palabras huecas.

—Yo... yo...

—Me deseas —gruñó contra su boca abierta, hundiéndole un dedo en el interior de su cuerpo. La penetró más profundamente y le rozó un punto más sensible; una lujuria salvaje le recorrió todo el anhelante y ansioso cuerpo, nublándole la mente. Gritó rogando por más de esa exquisita tortura—. Me deseas dentro de ti, mi ángel, mi leona...

—Te deseo dentro de mí —gritó suavemente, meneando las caderas contra su mano, emanando ardiente lava.

Él sabía perfectamente por qué jadeaba ella. Pero si bien le saciaba una necesidad, despertaba otra, más acuciante, más demandante que la primera. Ya no era dueña de su cuerpo.

— ¿Recuerdas cuan excitado estaba por ti en la glorieta? —le preguntó roncamente—. No es nada comparado a cuánto te deseo ahora. Quiero enterrarme dentro de tu cuerpo, y darte tanto placer que cantarías una ópera entera para cuando termine.

En algún lugar recóndito de su conciencia obnubilada se preguntó a qué obedecería su obstinada y repetida promesa de placeres divinos para ella. Apenas tenía el poder para resistirse a él en ese momento. Sin embargo, un chisporroteo de ira por su proclamación le empezó a vibrar debajo de la piel. Había escuchado sobre su inclinación por las cantantes de ópera, pero que se atreviese a compararla a ella con mujerzuelas de dudosa reputación resultaba imperdonable.

—Para cuando yo termine contigo, Joe Lancaster, tendrás algo en común con Héctor.

— ¿Qué? —medio ahogado, mitad gruñendo contra su mejilla, dijo—: ¿La lengua colgando? ¿Que agite la cola? Créeme, mi amor, así me tienes ya.

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Mensaje por tefisasias Vie 09 Sep 2011, 2:02 pm

—Te olvidas, querido —le susurró al oído, todavía aturdida por los torrentes de deseos que la inundaban en su interior—, que yo sé lo que siempre has deseado, cuál es tu deseo secreto.

— ¿Cómo podrías saber cuál es mi deseo secreto? —su voz era profunda y ronca, hambriento de ella. Su gruñido ronco sonaba como si fuera un hombre dolorido.

Una sonrisa femenina le curvó los labios.

—Quieres una caricia.

Él se apartó. Ella intentó distinguir sus rasgos en la oscuridad. Todo lo que pudo ver fueron las brillantes gemas... de sus ojos.

— ¿Por qué te has separado? —gimió alarmada, tratando de acercarlo.

—Para encontrar tú deseo secreto.

Ella no tenía ni idea de lo que pretendía hacer. Estaba a punto de morir por la acuciante frustración. Sumida en la total oscuridad de la habitación, lo único que podía hacer era sentir. Le separó las rodillas y le reclinó la espalda en el escritorio, después colocó la cabeza entre sus muslos.

— ¿Joe... qué estás...? —separó los pliegues húmedos con los dedos y la probó—. ¡Joseph! —gritó al sentir su suave lengua de terciopelo frotándole la sensible y palpitante protuberancia, arrancándole espasmos de oscuro y erótico placer. Después la succionó con los labios.

Los objetos volaron del escritorio cayendo a la alfombra mientras ella se retorcía y saltaba resistiéndose, con quejidos y gemidos de dulce agonía, rogando por liberarse. Sin inmutarse, él la lamió, la succionó, la mordió, y la arrastró al límite de la resistencia. El corazón le latía desbocado en los oídos, las piernas le temblaban descontroladamente, las caderas, incontrolables, se azotaron salvajemente contra su boca avasalladora.

—Oh, Dios... Oh, Dios... ¡Joe! —la dura protuberancia explotó y una rugiente sensación de satisfacción le corrió por las venas como un rayo, como miel, como potente opio, inundándole el cerebro de puro placer extremo. Había alcanzado el clímax.

Unas manos fuertes le habían sostenido el cuerpo lánguido contra el cómodo pecho masculino apoyándole la cabeza contra el hombro. Lo abrazó por la cintura y escondió el rostro en su cuello, sintiendo que una sensación de éxtasis como polvo de estrellas le colmaba la mente de satisfacción. Agradeció la oscuridad, mortificada por su impudicia. A los quince años se había abalanzado sobre él con un beso; y ahora prácticamente se había derretido en su boca de la forma más escandalosa y desvergonzada.

—Fuiste maravillosamente apasionada —dijo él—, dulce como el néctar.

—Y otras cosas también —masculló contra su cuello.

— ¿Estás avergonzada? —rió entre dientes—. Bueno, no debes estarlo. Me encanta eso de ti.

Levantó el rostro hacia él.

— ¿Qué te encanta de mí?

—Todo.

¿Acaso significaba que la amaba?, se preguntó.

—Te late el corazón terriblemente deprisa.

—Me estás volviendo loco, mi amor. Si no te apiadas de mí, podría sufrir un ataque de apoplejía o convertirme en un lunático, aún no lo he decidido. Pero a pesar de las consecuencias que sufra por tu culpa, espero que me visites a menudo, o voy a demoler lo que tenga cerca destrozando los oídos de todos.

—Pobrecito —rió entre dientes. Hundió los dedos en la espesa y sedosa cabellera y le bajó la cabeza para besarlo—. Tú eres mi deseo secreto, Joe —le confesó mientras sus labios se rozaban...

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Mensaje por tefisasias Vie 09 Sep 2011, 2:03 pm

—Señorita Aubrey —la llamó Phipps golpeando a la puerta—. Lady Chilton y lady Fairchild requieren su presencia en la sala verde.

—No hay paz para tener intimidad —murmuró iracundo—. Gracias al diablo cerré la puerta. Ven, te ayudaré a arreglarte —la puso de pie y la hizo darse la vuelta.

—Enciende la luz —sugirió ella arreglándose el corpiño mientras él le abotonaba la espalda.

—No.

—Has perdido la apuesta, me has tocado de todas las maneras posibles, ¿y aun así insistes en esconderte de mí?

—Cariño, no he empezado siquiera a tocarte. ¿A qué hora te espero esta noche?

Estaba cansada de seguir ese juego con él. Sin embargo, si insistía, dejaría de lado la apuesta y aceptaría seguir, pero de acuerdo a nuevas reglas.

—Ya te lo he dicho, no puedo venir. No lo haría aunque pudiese. Sería mi perdición, y no es lo que quiero —aunque probablemente tampoco eso bastaría para detenerla... desvergonzada como era.

—No será tu perdición a menos que alguien te vea, y nadie lo hará. Te buscaré yo mismo con mi coche después de medianoche. Lo único que tienes que hacer es escabullirte de tu casa. Te aguardaré en...

—No me escabulliré contigo nunca más. Y punto.

—_______ —la hizo girar—. Ya no tengo más paciencia.

—Es una pena —le contestó tajante.

Ella tampoco tenía más paciencia. Al principio de ese pequeño juego, el único obstáculo que tenía era su aislamiento obligándola a tomar la iniciativa para poder verlo, teniendo que jugar el papel de perseguidora. Desde entonces, había aprendido que el otro lado de la moneda era su carta de triunfo. Sin embargo, en tanto lo siguiera visitando, él jamás se aventuraría a reinsertarse en la sociedad; y en tanto permaneciese encerrado en su lujosa cueva, no tendría ningún incentivo para mostrarle el rostro o para declarársele.

—Si desea verme, lord Joseph, puede visitarme esta tarde en mi casa y acompañarme a dar un paseo por el parque. Lo estaré esperando a las cuatro en punto.

—_______ —rechinó los dientes.

—Señorita Aubrey —la llamaron nuevamente golpeando con urgencia la puerta.

—Maldición. Me encargaré de él —Joe se dirigió a grandes zancadas hacia la puerta y la abrió—. Te importaría...

— ¿Qué está sucediendo ahí, por el amor de Dios? —la voz enojada de Iris retumbó perentoria en el umbral.

Oh, Dios. _______ encendió la lámpara e intentó arreglarse los pasadores del cabello. No sabía en realidad por qué se preocupaba tanto. Iris probablemente había adivinado lo que estaban haciendo solos en la oscuridad. Aun así, no se lo diría a nadie, guardaría el secreto de _______.

Joe permanecía de pie dándole la espalda, sin la máscara; su corpulenta figura bloqueaba el umbral para ocultarla de la vista de los que estaban en el pasillo. Parte de ella se suavizó ante su gesto de sacrificarse a sí mismo para que ella tuviese unos segundos para juntar sus cosas. Pero por otra, estaba resentida porque él le permitiese a Iris verlo, pero se escondiera de ella, sobre todo después de lo que había pasado entre ellos.

—Buenas noches, ¿lady Chilton, supongo? —dijo modulando lentamente las palabras en un tono de voz sereno, educado, levemente áspero, pero con una nota de fastidio que no pasó desapercibida a la oídos conocedores de _______—. Soy Joseph, el nuevo miembro de la Presidencia de su feliz iniciativa de caridad. Estoy encantado de conoceros.

—Lord Joseph —Iris hizo una reverencia. Su voz resumía consternación, y algo de curiosidad también—. Permítame darle la bienvenida a nuestro grupo y agradecerle su gentileza al permitirnos usar su espléndida casa.

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Mensaje por tefisasias Vie 09 Sep 2011, 2:03 pm

—Es un placer, madame —intentó avanzar, pero alguien más apareció ante él.

—Permítame presentarle a nuestra amiga y colega, la señora Fairchild —le presentó Iris.

—Señora Fairchild —saludó encantadoramente bajando el tono de voz—. No tenía idea de que las socias de la señorita Aubrey fuesen dama» de tal juventud y belleza, o habría insistido en presentarme ante ustedes con anterioridad —«pobre Joe», pensó _______; sus amigas lo tenían acorralado.

—Lord Joseph —sonrió sugestivamente Sophie, haciendo una reverencia—. Es usted muy amable.

¡Se estaba riendo provocadoramente! _______ percibió la inconfundible risilla de Sophie y recordó su fingido ofrecimiento de oficiar las presentaciones de ambos ante la supuesta existencia de una afinidad entre ellos, y no pudo discernir si el cumplido que le había dispensado Joe a su amiga había sido en venganza por haberse negado a visitarlo esa noche.

—Reservo mi amabilidad para nuestra causa. En esta ocasión, soy meramente honesto.

—Yo también querría darle las gracias por abrirnos las puertas de su casa —dijo Sophie con voz cantarina—. Estoy segura de que debe resultarle un gran inconveniente, lo que hace que su ayuda sea más meritoria.

—Me complace ser de ayuda. Mañana trasladaremos la agencia a su ubicación permanente. He comprado un edificio para la fundación a cuatro calles de aquí, en Piccadilly.

Profirieron repetidas veces « ¡Oh!» y « ¡Ah!» y otras expresiones de embelesada sorpresa. _______ quería gritarles que él le pertenecía a ella, y que nadie podía permitirse efusividades con él, salvo ella. En vez de eso, se adelantó para participar de la conversación. Al escucharla aproximarse, Joe se dio a la fuga.

—Las dejo seguir con sus obligaciones. Buenas noches —antes de que _______ pudiera acercársele, desapareció por el pasillo.

_______ quedó pasmada. ¿Primero sus hermanas y ahora sus amigas? ¡No lo toleraría más! Era la gota que colmaba el vaso, el juego se había terminado. La próxima vez que lo viese, se dirigiría a él y le arrancaría la maldita máscara de su rostro mentiroso. Escabullirse con ella en la oscuridad. ¡Ja!

Ya vería. Sobre tu vientre te arrastraras, y polvo comerás el resto de tu vida, antes de que te permita volver a tocarme.

Iris y Sophie entraron pasando junto a _______, quien había quedado inmóvil y mas furiosa que nunca en toda su vida, y siguieron conversando agitadamente sobre la encantadora Gárgola.

— ¡Mirad! —exclamó Sophie recogiendo la escritura—. Realmente nos ha comprado un edificio. Mon Dieu, él es tan generoso...

—Y amable, y atractivo —murmuró Iris con énfasis, revisando los documentos—. ¡Y rico!

—E increíblemente atractivo... —Sophie miró fijamente a _______—. Comprendo por qué te agrada tanto, _______. Tu Joe es un hombre en todo el sentido de la palabra, el buen sentido.

A regañadientes, _______ intentó discernir la razón por la cual no le permitía verlo. Era cierto que ella no era tan madura y mundana como sus amigas, pero sus hermanas eran más jóvenes e impresionables, y lo habían visto. La única explicación plausible era que temía su rechazo... lo que era un insulto en sí mismo. ¡Ella era mucho menos prejuiciosa que Sophie e Iris juntas! Nunca le creerían si les dijese que a ella la mantenía aún a ciegas. Literalmente. No era que tuviese la intención de contárselo, ya que se vería como una tonta redomada. Bien, si Joe Lancaster la quería en su cama, tendría que armarse de paciencia, ¡porque le aguardaba una larga espera!

No se engañó a sí misma pensando que él podría aparecer en su casa a las cuatro de la tarde de ese sábado. Pero él tampoco debía engañarse suponiendo que ella lo visitaría en breve. Había ganado la apuesta y también podía mantenerse en su postura, con los ojos vendados.
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Mensaje por tefisasias Vie 09 Sep 2011, 2:05 pm

—Es un placer, madame —intentó avanzar, pero alguien más apareció ante él.

—Permítame presentarle a nuestra amiga y colega, la señora Fairchild —le presentó Iris.

—Señora Fairchild —saludó encantadoramente bajando el tono de voz—. No tenía idea de que las socias de la señorita Aubrey fuesen dama» de tal juventud y belleza, o habría insistido en presentarme ante ustedes con anterioridad —«pobre Joe», pensó _______; sus amigas lo tenían acorralado.

—Lord Joseph —sonrió sugestivamente Sophie, haciendo una reverencia—. Es usted muy amable.

¡Se estaba riendo provocadoramente! _______ percibió la inconfundible risilla de Sophie y recordó su fingido ofrecimiento de oficiar las presentaciones de ambos ante la supuesta existencia de una afinidad entre ellos, y no pudo discernir si el cumplido que le había dispensado Joe a su amiga había sido en venganza por haberse negado a visitarlo esa noche.

—Reservo mi amabilidad para nuestra causa. En esta ocasión, soy meramente honesto.

—Yo también querría darle las gracias por abrirnos las puertas de su casa —dijo Sophie con voz cantarina—. Estoy segura de que debe resultarle un gran inconveniente, lo que hace que su ayuda sea más meritoria.

—Me complace ser de ayuda. Mañana trasladaremos la agencia a su ubicación permanente. He comprado un edificio para la fundación a cuatro calles de aquí, en Piccadilly.

Profirieron repetidas veces « ¡Oh!» y « ¡Ah!» y otras expresiones de embelesada sorpresa. _______ quería gritarles que él le pertenecía a ella, y que nadie podía permitirse efusividades con él, salvo ella. En vez de eso, se adelantó para participar de la conversación. Al escucharla aproximarse, Joe se dio a la fuga.

—Las dejo seguir con sus obligaciones. Buenas noches —antes de que _______ pudiera acercársele, desapareció por el pasillo.

_______ quedó pasmada. ¿Primero sus hermanas y ahora sus amigas? ¡No lo toleraría más! Era la gota que colmaba el vaso, el juego se había terminado. La próxima vez que lo viese, se dirigiría a él y le arrancaría la maldita máscara de su rostro mentiroso. Escabullirse con ella en la oscuridad. ¡Ja!

Ya vería. Sobre tu vientre te arrastraras, y polvo comerás el resto de tu vida, antes de que te permita volver a tocarme.

Iris y Sophie entraron pasando junto a _______, quien había quedado inmóvil y mas furiosa que nunca en toda su vida, y siguieron conversando agitadamente sobre la encantadora Gárgola.

— ¡Mirad! —exclamó Sophie recogiendo la escritura—. Realmente nos ha comprado un edificio. Mon Dieu, él es tan generoso...

—Y amable, y atractivo —murmuró Iris con énfasis, revisando los documentos—. ¡Y rico!

—E increíblemente atractivo... —Sophie miró fijamente a _______—. Comprendo por qué te agrada tanto, _______. Tu Joe es un hombre en todo el sentido de la palabra, el buen sentido.

A regañadientes, _______ intentó discernir la razón por la cual no le permitía verlo. Era cierto que ella no era tan madura y mundana como sus amigas, pero sus hermanas eran más jóvenes e impresionables, y lo habían visto. La única explicación plausible era que temía su rechazo... lo que era un insulto en sí mismo. ¡Ella era mucho menos prejuiciosa que Sophie e Iris juntas! Nunca le creerían si les dijese que a ella la mantenía aún a ciegas. Literalmente. No era que tuviese la intención de contárselo, ya que se vería como una tonta redomada. Bien, si Joe Lancaster la quería en su cama, tendría que armarse de paciencia, ¡porque le aguardaba una larga espera!

No se engañó a sí misma pensando que él podría aparecer en su casa a las cuatro de la tarde de ese sábado. Pero él tampoco debía engañarse suponiendo que ella lo visitaría en breve. Había ganado la apuesta y también podía mantenerse en su postura, con los ojos vendados.
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Mensaje por tefisasias Vie 09 Sep 2011, 2:05 pm

—Parece que a vosotras os cae bastante también —dijo finalmente—. Creo que la opinión que teníais de él ha cambiado ahora que lo habéis visto en persona —se paseó frente a ellas, demasiado preocupada como para dirigir una reunión. Sería mejor que volviese a su casa para planear cómo desenmascararlo.

—Debo decir que él no es como suponía —admitió Iris—. Indudablemente, es un gentil caballero.

—Estás hecha... un asco —acotó Sophie, riendo entre dientes—. ¿Ha sucedido algo interesante entre tú y tu misterioso caballero andante mientras nosotras manteníamos inocentes entrevistas?

—Discutimos —murmuró _______ soplando un mechón que le caía sobre el rostro, sin dejar de pasearse de un lado a otro.

— ¿Una riña doméstica? ¿Ya? —la risilla socarrona de Sophie se convirtió en franca risa.

— ¿Él te compra un edificio para la agencia y tú te peleas? —peguntó Iris.

— ¡Me exasperó! —«y me hizo temblar y suspirar de placer».

— ¿Te exasperó encima del escritorio? —Sophie arqueó una ceja señalando el desorden de las cosas esparcidas en el suelo—. Debe haber sido una pelea terrible.

—Si os preocupa que él... me haya comprometido, pues la respuesta es no.

—Si continúa exasperándote, házmelo saber. Estaré encantada de quitártelo de las manos.

_______ se contuvo para no mostrar los dientes. Todavía agradecía su suerte de no tener que enfrentar la Inquisición Española con su actual apariencia desaliñada. Renuente a revelar su ignorancia sobre la apariencia del rostro de Joe, indagó:

—De cualquier manera, ¿por qué lo encontraron estupendamente atractivo?

Sophie sonrió ampliamente.

—Creo que por lo mismo que lo encuentras tú, querida.

_______ lo ponía en duda. Los atributos de Joe eran meramente un bien agregado. Lo que más le gustaba de él era su generosidad, su fuerza y su compasión. Él era de ese escaso tipo de personas —especialmente en Mayfair— que no cierra las cortinas para ignorar el sufrimiento del prójimo y hacer de cuenta que no existe. Y lo que más le hacía desearlo era la expresión de sus ojos al mirarla, como si la considerase la única persona en el mundo capaz de salvarlo.

—Por favor, ¿podemos irnos? John y Olivia me recogerán en menos de dos horas —les solicitó, pues si bien había considerado anular el compromiso, eso había sido antes de que Joe hubiese puesto final a todo. ¡Le vendría bien ponerse celoso! ¡Esperaba que se pusiese muy amarillo tras su maldita máscara!

Mientras sus amigas fueron a buscar sus chales y sombreros, _______ levantó la máscara de satén del suelo, pero antes de guardarla en su retículo, cerró los ojos y aspiró el perfume de Joe. De cierta manera, aspirar la máscara que había usado le parecía algo tan íntimo como si fuese su camisa, o cualquier cosa que hubiese estado en contacto con su piel. Al diablo con todo. Las cosas se le estaban yendo de las manos si consideraba la posibilidad de ir a su cama a pesar de haber ganado la apuesta. Comportarse como una mujer impúdica y desvergonzada no lo induciría a proponerle matrimonio y, con toda seguridad, la arruinaría.

Su imprudencia la había hecho poner en riesgo su reputación, lo que significaría el fin de la vida que tenía y, probablemente, el de su agencia también. Su futuro dependía de su buen nombre, al igual que su presente. En consecuencia, sin importar cuánto deseara al misterioso caballero, debería esforzarse por ser prudente y moderada... y tendría que mantenerse alejada de él todo el tiempo que pudiese —o hasta que se extinguiese el fuego que había encendido en ella.

Una vez que estuvieron cómodamente sentadas en el coche de Iris, Sophie buscó los ojos de _______ en la oscuridad.

— ¿Aún no se te ha declarado?

—No —respondió _______ de mal humor.

—Está enamorado de ti.
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Mensaje por tefisasias Vie 09 Sep 2011, 2:06 pm

A pesar del aleteo en el estómago, _______ lo puso en duda. La deseaba, pero sospechaba que tenía más que ver con una necesidad que con amor. Al parecer, ella poseía algo que él verdaderamente anhelaba. Ella había estado bromeando cuando había asegurado conocer su oculto deseo. En verdad, no tenía idea de cuál era. A menos que Iris hubiese tenido razón todo el tiempo en cuanto a que él tenía intenciones ocultas respecto de ella. El autocontrol que ejercía Joe le resultaba desconcertante. Quizás sus maniobras estaban urdidas para encerrarla y maniatarla con el decadente dosel de la cama medieval que tenía en el sótano, o algo igualmente gótico. Hubiese sido algo... fascinante, si no fuese por la falta de aire de esa recámara. Si en verdad Joe tenía algún plan infame en mente, debería hablar con sus hermanas primero, ya que ellas estarían felices de proporcionarle todo tipo de cuentos horripilantes sobre cómo reaccionaba ella ante el encierro. No era algo que debiera intentar en su casa.

—Tengo una magnífica idea —anunció Iris—. Ya que el edificio tiene un salón de baile, ¡les propongo que organicemos una fiesta para que todos sepan que esperamos contar con su apoyo y donativos!

Se le iluminaron los ojos.

—Organicemos una fiesta de disfraces —sugirió tímidamente—. ¡Con máscaras!

A sus amigas les gustó la idea. A todos les gustaban las fiestas de disfraces, y cuando sus pares vieran el nombre del patrocinador en la invitación, no serían capaces de resistirse a echar un vistazo a la Gárgola.

Después de dejar a Sophie, el coche subió hasta la entrada del número 7 de la calle Dover. _______ extrajo la carta de Ryan del retículo y se la extendió a Iris.

—He llevado esto conmigo durante varios días, no quería dártela frente a otras personas. Es de Ryan.

—Quémala.

— ¿No quieres saber lo que dice? —preguntó _______ quedamente—. Vino a verme antes de dejar el país. Aún te ama, Iris, y desea disculparse por su... mal comportamiento.

Iris se limpió una lágrima de la mejilla.

—Quémala.

_______ cogió la mano de Iris.

—Mereces saber la verdad, querida amiga. No tienes nada que perder sólo con leerla.

—Sí, lo tengo —contestó tajante—. El odio que siento por Ryan es lo único que tengo de él. Me mantiene caliente en la noche, cuando comparo mi vida con lo que podría haber sido —se le quebró la voz—. Me alegro de que tu Joe no sea el monstruo que temí, pero hay una razón por la cual las mujeres imponen reglas de conducta con los hombres. Pensé que Ryan era mi único amor, mi salvador. Confié en él tan ciegamente que permití... —cerró los ojos para contener el súbito torrente de lágrimas—. No cometas el mismo error. Asegúrate de que él sea el hombre que tú deseas, antes de entregártele.

_______ se inclinó hacia delante para abrazarla.

—Eres la mejor amiga que uno puede desear. Gracias por compartir tu secreto conmigo, por intentar protegerme. Ryan no te merece, querida —la sostuvo entre sus brazos hasta que logró contener las lágrimas, después le extendió la carta—. Quémala tú misma, si lo deseas. Yo sería demasiado curiosa como para no leerla, y la curiosidad es lo que mató al gato.

Iris sonrió.

—Al menos puedo consolarme sabiendo que la vida de Ryan tampoco es un lecho de rosas. O no se habría tomado tantas molestias como para lograr que la carta me llegara.

—Ese es el espíritu que debes tener —_______ la besó en la mejilla y permitió que el lacayo la ayudase a bajar—. Te veo mañana en la mañana —no podía esperar a poner en práctica su plan.
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Mensaje por tefisasias Vie 09 Sep 2011, 2:09 pm

CAPÍTULO 18



En tu simple voz todo tu ardor aflora

y aunque tan dulce respiras mi nombre,

nuestras pasiones ya no son como otrora.

«A Carolina», Lord Byron.



Una vez más ________ se contuvo y no lo visitó durante... ¡toda una maldita semana! Sumido en un horrible estado de ánimo, Joe volcó su frustración y afán lijando la obra que había empezado a su regreso de Ashby Park. Se abocó a la tarea como si fuese una labor de preso, pero como era una sorpresa para ________, no cejó en el esfuerzo. Le gustaba hacer cosas para ella. Constatar el placer con el que las recibía era emocionante y completamente adictivo. No podía recordar cuál era su musa antes de que ________ reapareciera en su vida unas pocas semanas atrás. Ahora apenas podía soportar el tiempo que estaban separados. Will le había dicho una vez que la gente se acostumbraba rápidamente a las cosas buenas, no así a las malas. ________ Aubrey era lo mejor que le había pasado en su vida... y sería la peor, si no lograba lo que él quería.

Los primeros dos días, Joe supuso que estaba demasiado ocupada arreglando la hermosa casa que le había comprado para su obra de caridad, adaptándola para contar con oficinas adecuadas para la agencia. Cuando el sábado llegó, y en consideración a que él no se había presentado en su casa para dar el paseo en el parque que ella había sugerido, calculó dos días más para que su enojo se calmase. El sexto día, cuando le envió una nota invitándola a almorzar con él y fue cordialmente rechazado, supo la verdad: ________ no lo echaba de menos ni siquiera la mitad de lo que él la echaba de menos a ella.

Se sintió como esas mujeres que él solía seducir. Muchas veces él también se había visto comprometido, de alguna manera, a estar con mujeres a las que no tenía interés de ver nuevamente, o tan a menudo como ellas hubiesen deseado. Si así se habían sentido, las había hecho sufrir un infierno. Jamás había sentido antes nada ni remotamente parecido a la acuciante necesidad que lo dominaba, ni ese constante dolor bajo las costillas. Sin poder verla, tocarla, hablar con ella, se estaba convirtiendo en un lastimoso despojo humano.

Sospechaba que ella buscaba presionarlo. La pequeña extorsionista pensaba que podía doblegarle el brazo para obligarlo a hacer la gran presentación en público. Quizás se conformaría con una reunión más privada, siempre y cuando no usase la máscara, pero eso lo pondría en riesgo de perderlo todo. Haciendo justicia, él debería haberle ya dejado ver su rostro. Pero cada vez que había considerado hacerlo, las manos se le habían puesto frías, húmedas y pegajosas; y una sensación parecida al pánico lo había dominado. Si las miradas compasivas de sus amigas podían servir de pauta, también ellas debían estar preocupadas por la reacción de ________. Por eso, antes que quitarse la máscara a plena luz, necesitaba estar seguro de que le importaba lo suficiente para poder ver más allá...

Por mil infiernos. Maldita sea, era culpa de ella que se sintiera patéticamente inseguro. Toda esa palabrería de amor y la posibilidad de ser alterado lo estaba convirtiendo en la antítesis del curtido libertino que otrora había sido. Había sido comandante en el frente la cantidad de años suficientes como para darse cuenta de que había perdido la supremacía del poder. Eso era lo peor de todo. Antes, cuando había hecho que una mujer gritase su nombre dominada por la pasión, él pasaba a ser su amo y señor; y le bastaba chasquear los dedos para que fuese corriendo hacia él. Pero no con ________. Oh, no. ________, la leona, tenía convicciones, objetivos... y otros pretendientes. La leona quería que se postrara a sus pies. Nada de lo que él hacía tenía el poder de persuadirla, salvo mostrarle el rostro. Y eso no podía hacerlo. No antes de haberle hecho el amor, suave, apropiada y tiernamente.

No era que tuviese ni la más remota idea de cómo lograrlo. A pesar de haber mantenido una vida sexual activa durante más de dos décadas, jamás le había hecho el amor a una mujer. El sexo había sido una actividad placentera que no le habían implicado emoción alguna... ni tantos planes, ni autocontrol. Ni la friolera de cuarenta mil libras. Pero tampoco quería seducir a ________ sobre un escritorio, ni en la glorieta de una casa extraña, o en una lujosa habitación de hotel, ni en ninguna de las instalaciones que habitualmente había utilizado para tener sexo con ex amantes; quería seducirla en su cama, donde tendrían todo el tiempo y privacidad del mundo. Tampoco la había elegido para que fuera su futura esposa por un simple deseo carnal, aunque lo tenía; su voracidad era por esa capacidad única que ella poseía, la que había buscado durante toda la vida: su más secreto deseo.

Desde que tenía cuatro años, siendo un pequeño conde, dueño de una fortuna inagotable y sin nadie ante quien rendir cuentas, la gente había buscado su compañía por dos razones: poder y dinero. Y si por un instante lo hubiese olvidado, cuando comenzó a atraer al bello sexo, las mujeres le hicieron saber en poco tiempo que, a pesar de los atractivos que pudiese tener, esperaban además uno o dos regalos. Así fue que aprendió a consentirlas, en tanto él consiguiese lo que deseaba de ellas, principalmente un corto intercambio de placer físico, sin ningún tipo de ataduras. Inevitablemente, al crecer se convirtió en un vicioso inútil, mimado y consentido, acostumbrado a conseguir lo que deseaba y a hacer todo lo que se le antojaba. Sus supuestos amigos y compañeros eran despilfarradores perdidos e inescrupulosos, criaturas disolutas cuyas reputaciones eran más negras y vacías que la suya, y quienes, al igual que él, iban por la vida de exceso en exceso a su capricho. Sintió como si él fuese un maldito cliché.
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