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"Besos de muérdago" (Nick y tu) Adaptación
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: "Besos de muérdago" (Nick y tu) Adaptación
hola, siguela por favor :) saludos y besos
MissKeynes96
Re: "Besos de muérdago" (Nick y tu) Adaptación
Si porfavor seguila estas desaparecida estas bien?
SmileJonas
Re: "Besos de muérdago" (Nick y tu) Adaptación
MIL DISCULPAS
No me maten (? ya apareci sdfghgfk enserio me pase, ya se que no les subi capitulo en varios días pero no se ustedes igual pero yo ando de vacaciones y e estado saliendo o asi y se me olvidaba pasarme al foro:$ pero ya llegue y que creeeeeeen...les tengo un maraton\o/ (? ¡Que lo disfruten!
Cosas que pasan en los centros comerciales II
—Es el fin…
—Pero ¿qué dices?
—No pienso salir ahí fuera.
—Hazlo o te piso.
—¿Y? Estos no son mis zapatos italianos, sino los del gordo ese.
_____ se cruzó de brazos y enarcó las cejas. Reprimió una sonora
carcajada tras mirar nuevamente a Nicholas de arriba abajo. Una pesada cortina
de color azul marino les separaba del público, que, anclado en aquel centro
comercial, esperaba anhelante el espectáculo asiendo con fuerza las manos de
sus hijos.
—No te burles del sobrepeso de Papá Noel —le reprochó _____—, o al
menos intenta no hacerlo delante de los nanos.
—¿Nanos? ¡Ni siquiera sabes hablar! Son niños. Niños cagados, niños
meados, niños llenos de mocos verdes…
—Como no salgas al escenario de una vez por todas, comenzarán a
pensar que no somos trigo limpio y llamarán a seguridad.
—Bien. —Nicholas paseó sus dedos por la larga barba blanca postiza que
surcaba su rostro aniñado—. Pero antes prométeme que no te separarás de mí
pase lo que pase.
—Tranquilo, pienso convertirme en tu sombra.
Nicholas suspiró y arqueó los hombros en un vano intento de relajarse.
—Creo que esta es la situación más escalofriante por la que he tenido que
pasar. —Se llevó las manos a la cabeza y retorció entre sus dedos algunos de los
rubios mechones que caían alborotados por su frente.
—Basta de cháchara. Mi paciencia tiene un límite, y da la casualidad de
que acabo de toparme con él.
_____ cogió aire y, sin pensárselo demasiado, descorrió la cortina azul. La
sangre abandonó al instante el rostro de Nicholas, dándole un tono aún más
pálido a su piel; sintió que le temblaban las piernas y reaccionó a tiempo
dedicándole a _____ una mirada asesina.
Frente a ellos se extendía una cola infinita de padres agitados
acompañados de sus inseparables vástagos. Nicholas hizo un último esfuerzo,
procurando no desfallecer. Ella, satisfecha por el mal trago que estaba pasando
el inglés, sonrió ampliamente antes de darle un empujoncito para sentarlo en el
trono de Papá Noel.
—Mira, la silla te va como anillo al dedo —le susurró al oído, acariciando el
recargado pasamanos de brillante color dorado y adornado con falsas gemas
rojizas.
—Dime que todos esos pequeños diablos no se van a sentar sobre mis
rodillas… ¿Es que quieres que me quede cojo?
—Calla, ahora tienes que fingir. ¡Vamos, sonríe!
Nicholas curvó los labios hacia arriba un centímetro en un amago de sonrisa.
Tragó saliva despacio, sintiendo cómo un fuerte nudo le presionaba la garganta
y le impedía respirar con normalidad. Al otro lado, el hombre que le había
metido en aquel percal daba comienzo al espectáculo por el micrófono.
Apenas tuvo tiempo de serenarse cuando, consternado, observó cómo un niño
pelirrojo, de unos dos años, se acercaba decidido hacia él subiendo poco a
poco los tres escalones de la tarima principal.
—Qué niño más lento —le susurró Nicholas a _____—. Papá Noel morirá de
viejo antes de que llegue.
—Chissst… —Ella se volvió hacia el pequeño y lo cogió en brazos—. Hola,
¿cómo te llamas? Soy la ayudante de Papá Noel. Venga, dile qué es lo que
quieres que te traiga por Navidad.
Y, sin demasiados miramientos, lo dejó caer sobre las temblorosas rodillas
de Nicholas. Este pareció sufrir un pequeño espasmo antes de recuperar el control.
Sus ojos grises se dirigieron ávidos hacia la nariz del niño, donde distinguieron
mocos secos.
—_____, busca un pañuelo.
—Pa… Papá Noel… —gimoteó el pequeño, que rebosaba de emoción.
—Sí, así me llaman.
—¿Y los renos?
—Pastando.
_____ había desaparecido en busca del pañuelo y ahora se encontraba
solo en aquel infierno. Cientos de niños le miraban anhelantes desde abajo,
acompañados de sus curiosos padres. Tomó una enorme bocanada de aire y
posó una mano en el cuello de la camisa del niño pelirrojo, procurando no
mantener ningún contacto directo con su piel, pero alerta por si el muy patoso
terminaba cayendo al suelo.
—Bueno, pequeña zanahoria, ¿qué quieres que te traiga Papá Noel?
—Una moto.
—¿Eh…? ¡Y parecía tonto el mocoso!
Abrió los ojos de par en par y se asustó cuando alguien le dio un codazo.
Era _____, que ahora le limpiaba los mocos al niño. Los ojos de ambos jóvenes se
encontraron. La mirada de Nicholas destilaba sufrimiento y la de ella diversión.
—No puedo traerte una moto. —Agitó un dedo frente al niño—. La ley no
te permite conducirlas hasta que no cumplas los catorce, ¡por lo menos!
—Pero y… yo quiero una m… moto —gimoteó.
—¿No te puedes conformar con un pulgoso peluche?
—¡MAMÁÁÁ!
Nicholas dio un respingo en su trono. El grito del niño le había dejado casi
sordo; este había empezado a patalear (sobre y contra sus rodillas) mientras
sacudía frenético las manos. A lo lejos, Nicholas distinguió cómo una preocupada
madre daba algunos codazos intentando llegar hasta el niño. _____ se inclinó
hacia ellos.
—Tranquilo, era una broma de Papá Noel, ¡claro que te traerá una moto!
¡La más chula que tenga!
El pelirrojo dejó de llorar al instante.
—Así que fingías, ¿eh? —Nicholas le apuntó con un dedo acusador.
—Bueno, es hora de que pase el siguiente o no terminaremos nunca
—atajó ella, que devolvió el niño pelirrojo a su madre y dejó sobre las rodillas de
Nicholas a una pequeña que agitaba feliz dos graciosas coletas rubias.
Nicholas le dirigió una fría mirada al realizador de aquel espectáculo, aquel
hombre con coleta que hablaba sin cesar por un extraño teléfono ultramoderno
en un rincón.
—¡Con más gracia, muchacho, más gracia! —le indicó en un rasposo
susurro.
—Jou, jou, jou… —musitó Nicholas del modo más seco que pudo. La niña le
ignoró descaradamente y se sentó en sus rodillas—. Hola, pequeña niña con
coletas, ¿qué quieres que te traiga este año Papá Noel?
La niña sacudió la cabeza e inspeccionó detalladamente a Nicholas, como
si este estuviese pasando un duro examen de aceptación.
—Tú no eres Papá Noel —aseguró finalmente la niña, mirándole tan
fijamente que apenas pestañeaba.
—¿Eh? ¿Cómo qué no? ¡Claro que sí, faltaría más!
—Ya… entonces… ¿dónde están tus renos?
Nicholas apretó los puños inconscientemente. ¿Por qué todos los niños se
preocupaban por sus renos? Ni siendo el mismísimo Papá Noel lograba captar
unos minutos de absoluto protagonismo. Suspiró, dispuesto a repetir la misma
respuesta.
—Están pastando.
—Los renos no pueden pastar en la ciudad.
Esta chiquilla parecía más avispada que el anterior. Se armó de
paciencia, y de un modo involuntario se dio la vuelta, buscando la salida más
próxima de aquel infernal centro comercial.
—Es que me he dejado a los renos en el Polo Norte.
—¿Y cómo has llegado hasta aquí sin ellos?
Encontró a _____ tras él; contenía la risa. Tenía las mejillas sonrojadas. En
realidad, eran unas mejillas bonitas y bastante apetecibles, como dos suaves
trozos de melocotón que… ¡Ya, ya estaba bien, aquello se le iría de las manos
como siguiese observando a la estúpida de _____ de aquel modo! Volvió a
centrar su atención en la niña preguntona.
—He venido cabalgando sobre mi duendecilla mágica.
—¿Quién?
—Sí, es mi esclava, mi ayudante… Mira, esta de aquí atrás, la chica con
cara de tonta que es amiga del imbécil de la coleta que habla por teléfono.
—Papá Noel no puede decir palabrotas.
—Oye, niña, tengo quinientos años, soy una leyenda en todo el mundo, así
que no vengas tú aquí a decirme qué puedo o no puedo hacer. Gracias por tu
visita. ¿Siguiente…?
Y, sin pensárselo siquiera, ante la alarmada mirada de _____, depositó
bruscamente a la chiquilla en el suelo y observó al otro niño que se acercaba
hacia él con la emoción dibujada en sus redondos ojos saltones.
—No puedes hacer eso, no debes hablarle así a una cría.
—Respeta las distancias, parece que quieras comerme la oreja.
_____ dio un paso atrás, abochornada.
—Cuando la gente habla en susurros, hay un acercamiento físico.
—Bien, nosotros romperemos esa norma social, si no te importa. —Suspiró,
cansado—. Y ahora déjame trabajar. Al fin y al cabo, si estoy aquí es por tu
culpa.
_____ comenzaba a arrepentirse de haberle jugado aquella mala
pasada a Nicholas. Lo cierto es que, bajo su punto de vista, al cabo de un rato, el
rubio se desenvolvió mejor en el asunto y le cogió el truco a eso de fingir ser Papá
Noel. Seguía actuando de un modo cortante con los niños y los despachaba
rápidamente, ignorándoles con un descaro abrumador. Pero los padres de los
pequeños no parecían darse cuenta de ello, y la interminable fila fue
disminuyendo progresivamente.
—¿No crees que vas un poco rápido? Al último niño ni siquiera le has dado
tiempo de decirte qué quería de regalo.
—Mira, pequeña indigente, no me digas cómo tengo que hacer mi
trabajo. Lo sé perfectamente. En realidad es facilísimo.
Y empujó a otro crío escaleras abajo. Sonrió con suficiencia. _____,
abatida, se quedó rezagada en un segundo plano, arqueando la espalda
contra la pared lateral y observando de lejos el extraño procedimiento que
Nicholas seguía para contentar a los pequeños. Les hablaba con autoridad y, si
alguno intentaba tirarle de la barba, les regalaba un fresco cachete en la mano.
—No poses tus sucias manos en mi blanca barba —les decía, mientras los
dejaba sobre el suelo—. ¿Siguiente…?
El ritmo aumentaba conforme pasaban los minutos, así que en apenas
una hora la enorme fila de renacuajos se esfumó como por arte de magia.
—¡Dios! Ha sido… agotador. —Se quitó el gorro rojo e intentó peinarse el
cabello con las puntas de los dedos—. Creo que este es mi primer trabajo. Mi
madre no se lo creerá cuando la llame para contárselo.
—No me extraña. Yo aún no me lo creo, y eso que lo he visto en persona.
—Chasqueó los dedos—. De todos modos, tampoco es que te hayas lucido que
digamos…
—Pero ¿qué dices? Esos niños me adoran.
—Preferiría no añadir nada al respecto —atajó—. La mitad de ellos se ha
ido con la mano roja a casa.
—A Papá Noel no le gusta que le tiren de la barba.
Nicholas sonrió, orgulloso de los cachetes que había dado. _____ esperó en
el centro comercial, ojeando algunas tiendas y comprando regalos para la
familia, mientras él entraba en el baño para cambiarse de ropa. Cuando
finalmente estuvo solo en el servicio, se dejó caer sobre los azulejos de la pared y
resbaló hasta ponerse de cuclillas. Se llevó las manos a la cabeza. Estaba
agotado.
Fingir que ser Papá Noel era fácil se le había dado de perlas. Pero la
verdad era muy distinta. Quizá, solo quizá, Nicholas comenzaba a darse cuenta de
que tenía un serio problema. Cada vez que uno de esos repulsivos niños había
tocado sus piernas, un extraño cosquilleo de pánico se había instalado en su
estómago. Y, aun así, había logrado calmar las ganas de huir, aunque solo fuese
por ver el gesto de desilusión en el rostro de _____.
_____… Últimamente llevaba peor aquello de pasar las veinticuatro horas
del día a su lado. Especialmente después de aquel furtivo beso en el baño de
casa. Imágenes sueltas le atormentaban continuamente, recordándole el
garrafal error que había cometido. Él jamás de los jamases llegaría a sentir
atracción —ni nada que se le pareciese— por una chica tan despreocupada
como _____.
Se levantó, más calmado, y observó su reflejo en el espejo del baño. Sonrió
satisfecho. A pesar de estar vestido con un horrible traje rojo y blanco y llevar una
bola de espumillón en la barriga para darle volumen, seguía estando guapo.
«Eres el mejor, Nicholas», se dijo a sí mismo, tras guiñarse mentalmente un ojo.
Salió del baño mucho después, vestido otra vez con un elegante pantalón
negro y una camisa azul oscuro que contrastaba con su rubio cabello. Encontró
a _____ frente a un escaparate, con algunas bolsas de más en las manos.
—¿Ya has comprado mi regalo? —preguntó emocionado.
—¿Se puede saber por qué has tardado tanto? Estoy cansada de
esperarte. Ya he visto todo el centro comercial.
Nicholas ojeó las bolsas, ignorando sus palabras. Le encantaban los regalos,
especialmente cuando eran para él. Se frotó las manos.
—¿Qué es? ¿No piensas decírmelo?
—No sé de qué demonios me hablas.
—¡De mi regalo! ¡Vamos, _____, vamos, dámelo YA!
La zarandeó de un lado a otro, mirándola fijamente.
—En serio, estás fatal. Eres un enfermo.
—Vale, pero este (atractivo) enfermo quiere saber qué le has comprado.
—¿Y tú? ¿Qué me has comprado a mí? —_____ se encaró con él, alzando
los hombros.
—Nada.
—¿Nada? ¡Serás desgraciado!
—¿Acaso tenía que hacerlo? —Se cruzó de brazos, confundido.
_____, enfurecida, le dio un puntapié a la papelera que tenía al lado.
—Mira, quizá esa papelera sería tu regalo perfecto… Piénsalo, podría
sustituir a tu armario.
—¡Idiota, fue idea tuya que nos hiciéramos regalos!
—Ya. Pero no sabía que yo también tenía que comprarte uno a ti.
—¿Cómo puedes ser tan… tan… egoísta? ¡Me sacas de quicio!
Nicholas suspiró, abochornado. Casi comenzaba a sentir pena por la tonta
de _____. La observó largamente. Y entonces, como por arte de magia, el
reflejo del cristal del escaparate se posicionó sobre la joven y la respuesta llegó a
él de súbito.
—Está bien, te compraré algo. Tú espérame en la puerta, ahora mismo
voy.
—Pe… pero Nicholas… ¡seguro que acabas perdiéndote! No quiero que la
policía aparezca en mi casa con un inglés llorica en el asiento trasero…
Pero era demasiado tarde. Nicholas desapareció en el interior de la tienda.
_____ resopló, agotada. Había sido un día de compras demasiado largo. Ya ni
siquiera le quedaban fuerzas para discutir o protestar. Caminó a paso lento
hacia la puerta de salida y cruzó los dedos, deseosa de que Nicholas recordase
cómo llegar hasta allí.
En realidad sí le había comprado un regalo a Nicholas e incluso se había
gastado más de la cuenta en él. Pero tenía una excusa perfecta, puesto que lo
había encontrado de pura casualidad. Estaba segura de que le iba a encantar.
Cerró los ojos con fuerza y se dio una palmada en la frente, castigándose
a sí misma. ¡Pero bueno! ¿Qué más daba si le gustaba o no? Al fin y al cabo, se
suponía que se odiaban. No tenía ninguna razón para complacer a un imbécil
tan grande como Nicholas. Miró de reojo la bolsa en la que llevaba su regalo y
sintió unas ganas terribles de lanzarla lejos, arrepintiéndose de ser tan estúpida.
—¡No me he perdido, _____!
Era él. Llevaba dos bolsas nuevas en la mano derecha. Visto así, de lejos,
era el típico chico con el que le habría gustado coquetear un rato y…
—¡Qué asco! —Nicholas olfateó el aire, poniéndose de puntillas—. Esta
ciudad huele fatal. Deberían colocar ambientadores por las calles.
Era el instante en el que abría la boca cuando _____ desechaba la idea
de coquetear con él. Exhaló el aire y cerró los ojos con fuerza. La imagen del
inglés despeinado, borracho y con la camisa por fuera acudió a su mente,
atormentándola y recordándole el prohibido beso.
—Será mejor que acudamos a la cafetería donde hemos quedado con
Marcus. Debe de estar esperándonos.
—No sé qué decir. Quizá sea demasiado tarde, quizá haya pasado frente
al museo de la Edad de Piedra y haya decidido quedarse a vivir allí, en su
hábitat natural, para siempre…
—Deja de decir idioteces y camina más rápido —_____ aceleró el paso
con la vista fija en la acera—, ¿o acaso prefieres que cojamos el autobús?
—Oh, no, no. —Siguió decidido su paso—. ¿Sabes?, no me acabó de
convencer aquella limusina grande. Prefiero la mía.
_____ decidió ignorarle durante el resto del trayecto. Nicholas pasó el rato
protestando por todo aquello que sus ojos grises podían ver. Se quejó de la
estrechez de la calzada y de las pocas zonas verdes de la ciudad. Se quejó del
espacio que ocupaban los abuelos sentados en los bancos de la avenida y de lo
mal que circulaban algunos coches. Se quejó del bajo precio de las tiendas de
ropa y del frío aire invernal. Se quejó de lo sucio que estaba un perro que pasó a
su derecha y de lo poco deslumbrante que era la luz de los semáforos…
—¿Por qué no te miras un poco al espejo y te quejas de lo que ves en él?
—explotó _____, agotada de escuchar su voz.
Nicholas se encogió de hombros.
—Lo he intentado alguna que otra vez, pero nunca he encontrado nada
por lo que quejarme.
—Eres un egocéntrico.
—Prefiero ser egocéntrico antes que modesto.
—No hace falta que lo jures. —_____ puso los ojos en blanco—. Y ahora
cierra la boca de una vez. Hemos llegado.
Entraron en la cafetería en la que habían quedado con Marcus y lo
encontraron tras un rápido vistazo. El hermano hippie de _____ garabateaba
como loco en unas hojas, con la nariz pegada a la mesa de madera. Las largas
rastas se desparramaban sobre esta de forma desordenada, y pequeñas gotas
de escarcha se escurrían por su cerveza, que había dejado a un lado.
—¿Marcus?
_____ pronunció su nombre temerosa, y Nicholas, alerta desde que había
pisado el libertario suelo americano, dio rápidamente un paso atrás y se refugió
tras ella.
—¿Qué estás haciendo? —insistió su hermana.
Marcus alzó la vista al fin. Sonrió. Y después le dio un trago a su cerveza,
terminándosela de golpe. Volvió a sonreír.
—Es mi regalo para papá y mamá.
Nicholas se escurrió a un lado, abandonando su posición de retaguardia, y
se inclinó sobre la mesa de Marcus. Después, sin poder evitarlo, soltó una
carcajada estridente que resonó por toda la cafetería. _____ fue algo más
discreta y se llevó las manos a la boca, aguantándose la risa.
—¿Qué pasa, acaso no os gusta? —Observó de cerca su trabajo—.
Hombre, se me ha caído un poco de ceniza encima y dos o tres gotas de
cerveza, pero casi no se nota —añadió, y sopló sobre el regalo como si así
consiguiese arreglar cualquier tipo de desperfecto.
—Pero ¿eso qué es?
—Un dibujo.
—¿Piensas regalarles un dibujo?
—Lo que cuenta es la intención, ¿no?, eso nos han enseñado ellos
siempre.
—Marcus…
Nicholas siguió riendo.
—Miradlo bien. No está tan mal —indicó, mientras _____ y Nicholas
pegaban sus narices sobre la hoja de papel—. Este rectángulo es nuestra casa.
Aquí estás tú con el perro, Wisky, papá, mamá y yo. Y este es Nicholas, lo he puesto
un poco apartado porque solo va a formar parte de la familia durante un mes.
—Muy… original —logró decir el inglés—. Oye, ¿qué es eso que me has
dibujado en la mano?
—Je, je —Marcus le guiñó un ojo—, tío, una litrona, tenías que haberte visto
la otra noche… te caracteriza bastante bien.
—Ah, gracias por el detalle —contestó, irónico.
—Luego le he dado un toque animado con un poco de purpurina aquí y
allá —aclaró, con lo que dio por finalizada la exposición de su obra.
_____ alzó la vista al cielo, buscando a ese Dios suyo que, al parecer,
hacía días que se había perdido, dejándola a solas con aquellos dos
energúmenos.
—Bien, chicos, creo que será mejor que volvamos a casa.
Ambos asintieron. Caminaron por donde habían ido y siguieron en línea
recta por la avenida principal. _____, entre Nicholas y Marcus, aceleraba el paso
todo lo que podía, pues deseaba llegar a casa para encerrarse en su habitación
e intentar encontrar unos instantes de paz. El silencio les envolvía, tan solo
interrumpido de vez en cuando por algunos eructos de Marcus, que,
despreocupado, caminaba con su dibujo en la mano izquierda, sin ofrecerse a
llevar ninguna de las bolsas que cargaban los demás.
—¿Podrías decirle a tu hermano que deje de eructar? —le preguntó
Nicholas a _____ en susurros.
—¿Tanto te molesta?
—Lo cierto es que sí —afirmó—. La tierra tiembla en cuanto abre la boca. Y
tras cada uno de sus eructos me siento como en medio de un terremoto. Como
espero puedas comprender, no es especialmente agradable…
—Vale, está bien, ya basta; no hace falta que me cuentes tu vida, no me
interesa. —Suspiró, volviéndose hacia su hermano—. Marcus, ¿te importaría no
eructar más?
Marcus la miró confundido.
—¿Qué pasa? ¡Pero si es algo natural! No querrás que me los guarde…
—Por favor…
—No sabía que fueses tan pija, _____. —Rió despreocupado—. ¡Menuda
hermana tengo! Yo pensaba que molabas.
En realidad a _____ ya poco le importaba molar o no, estar dentro o fuera
de onda. Lo único que tenía valor para ella era el silencio. Después de conocer
a Nicholas, había aprendido a apreciarlo más que nada en el mundo.
Afortunadamente, no tardaron demasiado en llegar a casa. Parecía que
la suerte volvía a estar de su parte, pues _____ pudo pasar el resto de la tarde a
solas en su habitación, escuchando música tumbada sobre la cama y
perdiéndose en un mundo perfecto e idílico donde no existía ningún Nicholas.
Mientras tanto, el Nicholas real se entretuvo dándose un largo baño de espuma
durante más de una hora y, después, pasó el rato envolviendo de un modo
preciso y exacto los regalos que había comprado. Fue a la hora de la cena
cuando, inevitablemente, volvieron a verse las caras.
_____ puso la mesa, mientras Nicholas la seguía de la cocina al comedor y
vigilaba que todo estuviese en orden. Ella quiso protestar, pero, siendo las últimas
horas del día, se mantuvo callada e intentó sobrellevar la situación lo mejor
posible. Cuando acabó se desplomó en el sofá, y Nicholas se sentó a su lado con
movimientos elegantes. Ella buscó el mando del televisor, lo encendió y se relajó
viendo las noticias.
—Alrededor de las tres de la tarde se ha producido un atraco en una
conocida joyería del estado de Tejas. Nadie ha resultado herido. Sin embargo,
las pérdidas han sido elevadas.
—Esto es muy aburrido —se quejó Nicholas, cruzándose de brazos—. ¿Por
qué no pones alguna película como la de El rey león?
—Se suponía que no te gustaban las películas de dibujos animados —dijo
_____—. Y no, no pienso poner ninguna. Quiero saber qué está pasando en el
mundo, si no te importa.
—La cuestión es que sí me importa.
—¡Cállate de una vez!
—Pasamos ahora a la noticia más importante del día —prosiguió la mujer
del telediario—. Se ha desatado una fuerte gripe que ya ha sido denominada
como «la gripe de la gallina». Al parecer proviene de Australia y, pese a que,
todavía no se sabe demasiado sobre ella, ya son más de cuatrocientas personas
las afectadas en apenas veinticuatro horas. Los casos en nuestro país ascienden
a veinte. Las autoridades sanitarias esperan encontrar una vacuna lo antes
posible. Les mantendremos informados.
—Gg… gri… gripe de la ga… ga… gallina… —balbució, confundido.
_____ casi creyó ver cómo un tic sacudía los párpados de Nicholas. Su rostro
se había tornado blanco como la nieve recién caída, e incluso sus labios
parecían perder un poco de color. Temió que fuese a desmayarse.
—Majestad, ¿se encuentra bien? —bromeó, al tiempo que se inclinaba
hacia él.
_____ le posó una mano sobre la frente y él ni siquiera se apartó. Se
encontraba sumido en un profundo estado de shock. Colocó las manos sobre
sus hombros para empujarlo hacia atrás y acomodarle mejor en el sofá. Él se
dejó llevar como un peso muerto.
—Empiezas a asustarme, Nicholas.
_____ se acercó hacia él y pasó repetidamente la mano derecha por
delante de sus ojos. Nicholas tenía la mirada perdida, las grises pupilas fijas en un
punto muerto. _____ se balanceó torpemente, apoyándose en el brazo del sofá
para no caer. Ya no le hacía tanta gracia la alarmante actitud de Nicholas frente
a la gripe de la gallina. Carraspeó, intentando llamar su atención, y después le
zarandeó con brusquedad. Pero el inglés continuaba ido. No sabía qué más
podía hacer y, presa de la desesperación, le propinó un bofetón. Él sacudió la
cabeza y se llevó una mano a la mejilla enrojecida.
—¿Por qué me pegas?
—Intentaba reanimarte.
—¡Santo Dios! Tengo que llamar a mi madre… ¡Un teléfono, _____, venga,
muévete de una vez! —gritó como un loco.
—Eh, tranquilízate. No es para tanto. La gripe de la gallina solo es una gripe
más y no deberías alarmarte por ello…
—¿DÓNDE ESTÁ EL MALDITO TELÉFONO?
—Bien, como quieras.
_____ bufó asqueada, y le llevó el teléfono inalámbrico. Observó cómo
Nicholas, agitado, marcaba el número de su madre, presionando las teclas del
aparato a la velocidad de la luz.
—¿Mamá?
—¡Oh, Nicholas, hola! Tu madre está en una reunión, soy su secretaría, si
quieres decirle algo yo se lo apunto y…
—¡SÍ, LO QUE QUIERO DECIRLE ES QUE SE PONGA AHORA MISMO AL
TELÉFONO! ES UNA EMERGENCIA DE VIDA O MUERTE.
—Esto… ¿estás bien, cielo?
—¡NO! —explotó.
—Vale, ahora mismo le digo que se ponga. Espera un momento.
_____ observó anonadada las reacciones de Nicholas. Su rostro ya no
estaba pálido, sino más bien rojizo. Se había levantado del sofá y caminaba de
un lado a otro con el teléfono pegado a la oreja como si se tratase de un
ejecutivo sumamente ocupado.
—¿Nicholas? —preguntó su madre al otro lado de la línea—. ¿Cómo estás?
¿Qué te pasa?
—Mamá… ¿es que no has visto las noticias? Acabo de enterarme: la gripe
de la gallina anda suelta —gimoteó—. No quiero que me atrape, no… Lo que
quiero es que vengas aquí a por mí, ahora mismo —añadió—. Dile a papá que
mande un helicóptero o algo, ¡YA!
Nicholas escuchó cómo su madre suspiraba al otro lado del teléfono.
—¡Qué susto me has dado! He salido de una reunión importantísima…
—¡Lo sé, es para asustarse!
—Mira, hazme un favor, cariño, prométeme que durante los próximos días
no verás la televisión, no leerás los periódicos ni escucharás la radio. Créeme, te
irá bien ignorar el mundo exterior un tiempo. Pronto estarás de nuevo en casa.
Yo sé que puedes valerte por ti mismo. Mientras tanto, sé bueno, mi pequeña
coliflor. Te quiero.
Nicholas iba a protestar de nuevo, pero su madre colgó antes de que
tuviese la oportunidad de hacerlo.
No me maten (? ya apareci sdfghgfk enserio me pase, ya se que no les subi capitulo en varios días pero no se ustedes igual pero yo ando de vacaciones y e estado saliendo o asi y se me olvidaba pasarme al foro:$ pero ya llegue y que creeeeeeen...les tengo un maraton\o/ (? ¡Que lo disfruten!
Cosas que pasan en los centros comerciales II
—Es el fin…
—Pero ¿qué dices?
—No pienso salir ahí fuera.
—Hazlo o te piso.
—¿Y? Estos no son mis zapatos italianos, sino los del gordo ese.
_____ se cruzó de brazos y enarcó las cejas. Reprimió una sonora
carcajada tras mirar nuevamente a Nicholas de arriba abajo. Una pesada cortina
de color azul marino les separaba del público, que, anclado en aquel centro
comercial, esperaba anhelante el espectáculo asiendo con fuerza las manos de
sus hijos.
—No te burles del sobrepeso de Papá Noel —le reprochó _____—, o al
menos intenta no hacerlo delante de los nanos.
—¿Nanos? ¡Ni siquiera sabes hablar! Son niños. Niños cagados, niños
meados, niños llenos de mocos verdes…
—Como no salgas al escenario de una vez por todas, comenzarán a
pensar que no somos trigo limpio y llamarán a seguridad.
—Bien. —Nicholas paseó sus dedos por la larga barba blanca postiza que
surcaba su rostro aniñado—. Pero antes prométeme que no te separarás de mí
pase lo que pase.
—Tranquilo, pienso convertirme en tu sombra.
Nicholas suspiró y arqueó los hombros en un vano intento de relajarse.
—Creo que esta es la situación más escalofriante por la que he tenido que
pasar. —Se llevó las manos a la cabeza y retorció entre sus dedos algunos de los
rubios mechones que caían alborotados por su frente.
—Basta de cháchara. Mi paciencia tiene un límite, y da la casualidad de
que acabo de toparme con él.
_____ cogió aire y, sin pensárselo demasiado, descorrió la cortina azul. La
sangre abandonó al instante el rostro de Nicholas, dándole un tono aún más
pálido a su piel; sintió que le temblaban las piernas y reaccionó a tiempo
dedicándole a _____ una mirada asesina.
Frente a ellos se extendía una cola infinita de padres agitados
acompañados de sus inseparables vástagos. Nicholas hizo un último esfuerzo,
procurando no desfallecer. Ella, satisfecha por el mal trago que estaba pasando
el inglés, sonrió ampliamente antes de darle un empujoncito para sentarlo en el
trono de Papá Noel.
—Mira, la silla te va como anillo al dedo —le susurró al oído, acariciando el
recargado pasamanos de brillante color dorado y adornado con falsas gemas
rojizas.
—Dime que todos esos pequeños diablos no se van a sentar sobre mis
rodillas… ¿Es que quieres que me quede cojo?
—Calla, ahora tienes que fingir. ¡Vamos, sonríe!
Nicholas curvó los labios hacia arriba un centímetro en un amago de sonrisa.
Tragó saliva despacio, sintiendo cómo un fuerte nudo le presionaba la garganta
y le impedía respirar con normalidad. Al otro lado, el hombre que le había
metido en aquel percal daba comienzo al espectáculo por el micrófono.
Apenas tuvo tiempo de serenarse cuando, consternado, observó cómo un niño
pelirrojo, de unos dos años, se acercaba decidido hacia él subiendo poco a
poco los tres escalones de la tarima principal.
—Qué niño más lento —le susurró Nicholas a _____—. Papá Noel morirá de
viejo antes de que llegue.
—Chissst… —Ella se volvió hacia el pequeño y lo cogió en brazos—. Hola,
¿cómo te llamas? Soy la ayudante de Papá Noel. Venga, dile qué es lo que
quieres que te traiga por Navidad.
Y, sin demasiados miramientos, lo dejó caer sobre las temblorosas rodillas
de Nicholas. Este pareció sufrir un pequeño espasmo antes de recuperar el control.
Sus ojos grises se dirigieron ávidos hacia la nariz del niño, donde distinguieron
mocos secos.
—_____, busca un pañuelo.
—Pa… Papá Noel… —gimoteó el pequeño, que rebosaba de emoción.
—Sí, así me llaman.
—¿Y los renos?
—Pastando.
_____ había desaparecido en busca del pañuelo y ahora se encontraba
solo en aquel infierno. Cientos de niños le miraban anhelantes desde abajo,
acompañados de sus curiosos padres. Tomó una enorme bocanada de aire y
posó una mano en el cuello de la camisa del niño pelirrojo, procurando no
mantener ningún contacto directo con su piel, pero alerta por si el muy patoso
terminaba cayendo al suelo.
—Bueno, pequeña zanahoria, ¿qué quieres que te traiga Papá Noel?
—Una moto.
—¿Eh…? ¡Y parecía tonto el mocoso!
Abrió los ojos de par en par y se asustó cuando alguien le dio un codazo.
Era _____, que ahora le limpiaba los mocos al niño. Los ojos de ambos jóvenes se
encontraron. La mirada de Nicholas destilaba sufrimiento y la de ella diversión.
—No puedo traerte una moto. —Agitó un dedo frente al niño—. La ley no
te permite conducirlas hasta que no cumplas los catorce, ¡por lo menos!
—Pero y… yo quiero una m… moto —gimoteó.
—¿No te puedes conformar con un pulgoso peluche?
—¡MAMÁÁÁ!
Nicholas dio un respingo en su trono. El grito del niño le había dejado casi
sordo; este había empezado a patalear (sobre y contra sus rodillas) mientras
sacudía frenético las manos. A lo lejos, Nicholas distinguió cómo una preocupada
madre daba algunos codazos intentando llegar hasta el niño. _____ se inclinó
hacia ellos.
—Tranquilo, era una broma de Papá Noel, ¡claro que te traerá una moto!
¡La más chula que tenga!
El pelirrojo dejó de llorar al instante.
—Así que fingías, ¿eh? —Nicholas le apuntó con un dedo acusador.
—Bueno, es hora de que pase el siguiente o no terminaremos nunca
—atajó ella, que devolvió el niño pelirrojo a su madre y dejó sobre las rodillas de
Nicholas a una pequeña que agitaba feliz dos graciosas coletas rubias.
Nicholas le dirigió una fría mirada al realizador de aquel espectáculo, aquel
hombre con coleta que hablaba sin cesar por un extraño teléfono ultramoderno
en un rincón.
—¡Con más gracia, muchacho, más gracia! —le indicó en un rasposo
susurro.
—Jou, jou, jou… —musitó Nicholas del modo más seco que pudo. La niña le
ignoró descaradamente y se sentó en sus rodillas—. Hola, pequeña niña con
coletas, ¿qué quieres que te traiga este año Papá Noel?
La niña sacudió la cabeza e inspeccionó detalladamente a Nicholas, como
si este estuviese pasando un duro examen de aceptación.
—Tú no eres Papá Noel —aseguró finalmente la niña, mirándole tan
fijamente que apenas pestañeaba.
—¿Eh? ¿Cómo qué no? ¡Claro que sí, faltaría más!
—Ya… entonces… ¿dónde están tus renos?
Nicholas apretó los puños inconscientemente. ¿Por qué todos los niños se
preocupaban por sus renos? Ni siendo el mismísimo Papá Noel lograba captar
unos minutos de absoluto protagonismo. Suspiró, dispuesto a repetir la misma
respuesta.
—Están pastando.
—Los renos no pueden pastar en la ciudad.
Esta chiquilla parecía más avispada que el anterior. Se armó de
paciencia, y de un modo involuntario se dio la vuelta, buscando la salida más
próxima de aquel infernal centro comercial.
—Es que me he dejado a los renos en el Polo Norte.
—¿Y cómo has llegado hasta aquí sin ellos?
Encontró a _____ tras él; contenía la risa. Tenía las mejillas sonrojadas. En
realidad, eran unas mejillas bonitas y bastante apetecibles, como dos suaves
trozos de melocotón que… ¡Ya, ya estaba bien, aquello se le iría de las manos
como siguiese observando a la estúpida de _____ de aquel modo! Volvió a
centrar su atención en la niña preguntona.
—He venido cabalgando sobre mi duendecilla mágica.
—¿Quién?
—Sí, es mi esclava, mi ayudante… Mira, esta de aquí atrás, la chica con
cara de tonta que es amiga del imbécil de la coleta que habla por teléfono.
—Papá Noel no puede decir palabrotas.
—Oye, niña, tengo quinientos años, soy una leyenda en todo el mundo, así
que no vengas tú aquí a decirme qué puedo o no puedo hacer. Gracias por tu
visita. ¿Siguiente…?
Y, sin pensárselo siquiera, ante la alarmada mirada de _____, depositó
bruscamente a la chiquilla en el suelo y observó al otro niño que se acercaba
hacia él con la emoción dibujada en sus redondos ojos saltones.
—No puedes hacer eso, no debes hablarle así a una cría.
—Respeta las distancias, parece que quieras comerme la oreja.
_____ dio un paso atrás, abochornada.
—Cuando la gente habla en susurros, hay un acercamiento físico.
—Bien, nosotros romperemos esa norma social, si no te importa. —Suspiró,
cansado—. Y ahora déjame trabajar. Al fin y al cabo, si estoy aquí es por tu
culpa.
_____ comenzaba a arrepentirse de haberle jugado aquella mala
pasada a Nicholas. Lo cierto es que, bajo su punto de vista, al cabo de un rato, el
rubio se desenvolvió mejor en el asunto y le cogió el truco a eso de fingir ser Papá
Noel. Seguía actuando de un modo cortante con los niños y los despachaba
rápidamente, ignorándoles con un descaro abrumador. Pero los padres de los
pequeños no parecían darse cuenta de ello, y la interminable fila fue
disminuyendo progresivamente.
—¿No crees que vas un poco rápido? Al último niño ni siquiera le has dado
tiempo de decirte qué quería de regalo.
—Mira, pequeña indigente, no me digas cómo tengo que hacer mi
trabajo. Lo sé perfectamente. En realidad es facilísimo.
Y empujó a otro crío escaleras abajo. Sonrió con suficiencia. _____,
abatida, se quedó rezagada en un segundo plano, arqueando la espalda
contra la pared lateral y observando de lejos el extraño procedimiento que
Nicholas seguía para contentar a los pequeños. Les hablaba con autoridad y, si
alguno intentaba tirarle de la barba, les regalaba un fresco cachete en la mano.
—No poses tus sucias manos en mi blanca barba —les decía, mientras los
dejaba sobre el suelo—. ¿Siguiente…?
El ritmo aumentaba conforme pasaban los minutos, así que en apenas
una hora la enorme fila de renacuajos se esfumó como por arte de magia.
—¡Dios! Ha sido… agotador. —Se quitó el gorro rojo e intentó peinarse el
cabello con las puntas de los dedos—. Creo que este es mi primer trabajo. Mi
madre no se lo creerá cuando la llame para contárselo.
—No me extraña. Yo aún no me lo creo, y eso que lo he visto en persona.
—Chasqueó los dedos—. De todos modos, tampoco es que te hayas lucido que
digamos…
—Pero ¿qué dices? Esos niños me adoran.
—Preferiría no añadir nada al respecto —atajó—. La mitad de ellos se ha
ido con la mano roja a casa.
—A Papá Noel no le gusta que le tiren de la barba.
Nicholas sonrió, orgulloso de los cachetes que había dado. _____ esperó en
el centro comercial, ojeando algunas tiendas y comprando regalos para la
familia, mientras él entraba en el baño para cambiarse de ropa. Cuando
finalmente estuvo solo en el servicio, se dejó caer sobre los azulejos de la pared y
resbaló hasta ponerse de cuclillas. Se llevó las manos a la cabeza. Estaba
agotado.
Fingir que ser Papá Noel era fácil se le había dado de perlas. Pero la
verdad era muy distinta. Quizá, solo quizá, Nicholas comenzaba a darse cuenta de
que tenía un serio problema. Cada vez que uno de esos repulsivos niños había
tocado sus piernas, un extraño cosquilleo de pánico se había instalado en su
estómago. Y, aun así, había logrado calmar las ganas de huir, aunque solo fuese
por ver el gesto de desilusión en el rostro de _____.
_____… Últimamente llevaba peor aquello de pasar las veinticuatro horas
del día a su lado. Especialmente después de aquel furtivo beso en el baño de
casa. Imágenes sueltas le atormentaban continuamente, recordándole el
garrafal error que había cometido. Él jamás de los jamases llegaría a sentir
atracción —ni nada que se le pareciese— por una chica tan despreocupada
como _____.
Se levantó, más calmado, y observó su reflejo en el espejo del baño. Sonrió
satisfecho. A pesar de estar vestido con un horrible traje rojo y blanco y llevar una
bola de espumillón en la barriga para darle volumen, seguía estando guapo.
«Eres el mejor, Nicholas», se dijo a sí mismo, tras guiñarse mentalmente un ojo.
Salió del baño mucho después, vestido otra vez con un elegante pantalón
negro y una camisa azul oscuro que contrastaba con su rubio cabello. Encontró
a _____ frente a un escaparate, con algunas bolsas de más en las manos.
—¿Ya has comprado mi regalo? —preguntó emocionado.
—¿Se puede saber por qué has tardado tanto? Estoy cansada de
esperarte. Ya he visto todo el centro comercial.
Nicholas ojeó las bolsas, ignorando sus palabras. Le encantaban los regalos,
especialmente cuando eran para él. Se frotó las manos.
—¿Qué es? ¿No piensas decírmelo?
—No sé de qué demonios me hablas.
—¡De mi regalo! ¡Vamos, _____, vamos, dámelo YA!
La zarandeó de un lado a otro, mirándola fijamente.
—En serio, estás fatal. Eres un enfermo.
—Vale, pero este (atractivo) enfermo quiere saber qué le has comprado.
—¿Y tú? ¿Qué me has comprado a mí? —_____ se encaró con él, alzando
los hombros.
—Nada.
—¿Nada? ¡Serás desgraciado!
—¿Acaso tenía que hacerlo? —Se cruzó de brazos, confundido.
_____, enfurecida, le dio un puntapié a la papelera que tenía al lado.
—Mira, quizá esa papelera sería tu regalo perfecto… Piénsalo, podría
sustituir a tu armario.
—¡Idiota, fue idea tuya que nos hiciéramos regalos!
—Ya. Pero no sabía que yo también tenía que comprarte uno a ti.
—¿Cómo puedes ser tan… tan… egoísta? ¡Me sacas de quicio!
Nicholas suspiró, abochornado. Casi comenzaba a sentir pena por la tonta
de _____. La observó largamente. Y entonces, como por arte de magia, el
reflejo del cristal del escaparate se posicionó sobre la joven y la respuesta llegó a
él de súbito.
—Está bien, te compraré algo. Tú espérame en la puerta, ahora mismo
voy.
—Pe… pero Nicholas… ¡seguro que acabas perdiéndote! No quiero que la
policía aparezca en mi casa con un inglés llorica en el asiento trasero…
Pero era demasiado tarde. Nicholas desapareció en el interior de la tienda.
_____ resopló, agotada. Había sido un día de compras demasiado largo. Ya ni
siquiera le quedaban fuerzas para discutir o protestar. Caminó a paso lento
hacia la puerta de salida y cruzó los dedos, deseosa de que Nicholas recordase
cómo llegar hasta allí.
En realidad sí le había comprado un regalo a Nicholas e incluso se había
gastado más de la cuenta en él. Pero tenía una excusa perfecta, puesto que lo
había encontrado de pura casualidad. Estaba segura de que le iba a encantar.
Cerró los ojos con fuerza y se dio una palmada en la frente, castigándose
a sí misma. ¡Pero bueno! ¿Qué más daba si le gustaba o no? Al fin y al cabo, se
suponía que se odiaban. No tenía ninguna razón para complacer a un imbécil
tan grande como Nicholas. Miró de reojo la bolsa en la que llevaba su regalo y
sintió unas ganas terribles de lanzarla lejos, arrepintiéndose de ser tan estúpida.
—¡No me he perdido, _____!
Era él. Llevaba dos bolsas nuevas en la mano derecha. Visto así, de lejos,
era el típico chico con el que le habría gustado coquetear un rato y…
—¡Qué asco! —Nicholas olfateó el aire, poniéndose de puntillas—. Esta
ciudad huele fatal. Deberían colocar ambientadores por las calles.
Era el instante en el que abría la boca cuando _____ desechaba la idea
de coquetear con él. Exhaló el aire y cerró los ojos con fuerza. La imagen del
inglés despeinado, borracho y con la camisa por fuera acudió a su mente,
atormentándola y recordándole el prohibido beso.
—Será mejor que acudamos a la cafetería donde hemos quedado con
Marcus. Debe de estar esperándonos.
—No sé qué decir. Quizá sea demasiado tarde, quizá haya pasado frente
al museo de la Edad de Piedra y haya decidido quedarse a vivir allí, en su
hábitat natural, para siempre…
—Deja de decir idioteces y camina más rápido —_____ aceleró el paso
con la vista fija en la acera—, ¿o acaso prefieres que cojamos el autobús?
—Oh, no, no. —Siguió decidido su paso—. ¿Sabes?, no me acabó de
convencer aquella limusina grande. Prefiero la mía.
_____ decidió ignorarle durante el resto del trayecto. Nicholas pasó el rato
protestando por todo aquello que sus ojos grises podían ver. Se quejó de la
estrechez de la calzada y de las pocas zonas verdes de la ciudad. Se quejó del
espacio que ocupaban los abuelos sentados en los bancos de la avenida y de lo
mal que circulaban algunos coches. Se quejó del bajo precio de las tiendas de
ropa y del frío aire invernal. Se quejó de lo sucio que estaba un perro que pasó a
su derecha y de lo poco deslumbrante que era la luz de los semáforos…
—¿Por qué no te miras un poco al espejo y te quejas de lo que ves en él?
—explotó _____, agotada de escuchar su voz.
Nicholas se encogió de hombros.
—Lo he intentado alguna que otra vez, pero nunca he encontrado nada
por lo que quejarme.
—Eres un egocéntrico.
—Prefiero ser egocéntrico antes que modesto.
—No hace falta que lo jures. —_____ puso los ojos en blanco—. Y ahora
cierra la boca de una vez. Hemos llegado.
Entraron en la cafetería en la que habían quedado con Marcus y lo
encontraron tras un rápido vistazo. El hermano hippie de _____ garabateaba
como loco en unas hojas, con la nariz pegada a la mesa de madera. Las largas
rastas se desparramaban sobre esta de forma desordenada, y pequeñas gotas
de escarcha se escurrían por su cerveza, que había dejado a un lado.
—¿Marcus?
_____ pronunció su nombre temerosa, y Nicholas, alerta desde que había
pisado el libertario suelo americano, dio rápidamente un paso atrás y se refugió
tras ella.
—¿Qué estás haciendo? —insistió su hermana.
Marcus alzó la vista al fin. Sonrió. Y después le dio un trago a su cerveza,
terminándosela de golpe. Volvió a sonreír.
—Es mi regalo para papá y mamá.
Nicholas se escurrió a un lado, abandonando su posición de retaguardia, y
se inclinó sobre la mesa de Marcus. Después, sin poder evitarlo, soltó una
carcajada estridente que resonó por toda la cafetería. _____ fue algo más
discreta y se llevó las manos a la boca, aguantándose la risa.
—¿Qué pasa, acaso no os gusta? —Observó de cerca su trabajo—.
Hombre, se me ha caído un poco de ceniza encima y dos o tres gotas de
cerveza, pero casi no se nota —añadió, y sopló sobre el regalo como si así
consiguiese arreglar cualquier tipo de desperfecto.
—Pero ¿eso qué es?
—Un dibujo.
—¿Piensas regalarles un dibujo?
—Lo que cuenta es la intención, ¿no?, eso nos han enseñado ellos
siempre.
—Marcus…
Nicholas siguió riendo.
—Miradlo bien. No está tan mal —indicó, mientras _____ y Nicholas
pegaban sus narices sobre la hoja de papel—. Este rectángulo es nuestra casa.
Aquí estás tú con el perro, Wisky, papá, mamá y yo. Y este es Nicholas, lo he puesto
un poco apartado porque solo va a formar parte de la familia durante un mes.
—Muy… original —logró decir el inglés—. Oye, ¿qué es eso que me has
dibujado en la mano?
—Je, je —Marcus le guiñó un ojo—, tío, una litrona, tenías que haberte visto
la otra noche… te caracteriza bastante bien.
—Ah, gracias por el detalle —contestó, irónico.
—Luego le he dado un toque animado con un poco de purpurina aquí y
allá —aclaró, con lo que dio por finalizada la exposición de su obra.
_____ alzó la vista al cielo, buscando a ese Dios suyo que, al parecer,
hacía días que se había perdido, dejándola a solas con aquellos dos
energúmenos.
—Bien, chicos, creo que será mejor que volvamos a casa.
Ambos asintieron. Caminaron por donde habían ido y siguieron en línea
recta por la avenida principal. _____, entre Nicholas y Marcus, aceleraba el paso
todo lo que podía, pues deseaba llegar a casa para encerrarse en su habitación
e intentar encontrar unos instantes de paz. El silencio les envolvía, tan solo
interrumpido de vez en cuando por algunos eructos de Marcus, que,
despreocupado, caminaba con su dibujo en la mano izquierda, sin ofrecerse a
llevar ninguna de las bolsas que cargaban los demás.
—¿Podrías decirle a tu hermano que deje de eructar? —le preguntó
Nicholas a _____ en susurros.
—¿Tanto te molesta?
—Lo cierto es que sí —afirmó—. La tierra tiembla en cuanto abre la boca. Y
tras cada uno de sus eructos me siento como en medio de un terremoto. Como
espero puedas comprender, no es especialmente agradable…
—Vale, está bien, ya basta; no hace falta que me cuentes tu vida, no me
interesa. —Suspiró, volviéndose hacia su hermano—. Marcus, ¿te importaría no
eructar más?
Marcus la miró confundido.
—¿Qué pasa? ¡Pero si es algo natural! No querrás que me los guarde…
—Por favor…
—No sabía que fueses tan pija, _____. —Rió despreocupado—. ¡Menuda
hermana tengo! Yo pensaba que molabas.
En realidad a _____ ya poco le importaba molar o no, estar dentro o fuera
de onda. Lo único que tenía valor para ella era el silencio. Después de conocer
a Nicholas, había aprendido a apreciarlo más que nada en el mundo.
Afortunadamente, no tardaron demasiado en llegar a casa. Parecía que
la suerte volvía a estar de su parte, pues _____ pudo pasar el resto de la tarde a
solas en su habitación, escuchando música tumbada sobre la cama y
perdiéndose en un mundo perfecto e idílico donde no existía ningún Nicholas.
Mientras tanto, el Nicholas real se entretuvo dándose un largo baño de espuma
durante más de una hora y, después, pasó el rato envolviendo de un modo
preciso y exacto los regalos que había comprado. Fue a la hora de la cena
cuando, inevitablemente, volvieron a verse las caras.
_____ puso la mesa, mientras Nicholas la seguía de la cocina al comedor y
vigilaba que todo estuviese en orden. Ella quiso protestar, pero, siendo las últimas
horas del día, se mantuvo callada e intentó sobrellevar la situación lo mejor
posible. Cuando acabó se desplomó en el sofá, y Nicholas se sentó a su lado con
movimientos elegantes. Ella buscó el mando del televisor, lo encendió y se relajó
viendo las noticias.
—Alrededor de las tres de la tarde se ha producido un atraco en una
conocida joyería del estado de Tejas. Nadie ha resultado herido. Sin embargo,
las pérdidas han sido elevadas.
—Esto es muy aburrido —se quejó Nicholas, cruzándose de brazos—. ¿Por
qué no pones alguna película como la de El rey león?
—Se suponía que no te gustaban las películas de dibujos animados —dijo
_____—. Y no, no pienso poner ninguna. Quiero saber qué está pasando en el
mundo, si no te importa.
—La cuestión es que sí me importa.
—¡Cállate de una vez!
—Pasamos ahora a la noticia más importante del día —prosiguió la mujer
del telediario—. Se ha desatado una fuerte gripe que ya ha sido denominada
como «la gripe de la gallina». Al parecer proviene de Australia y, pese a que,
todavía no se sabe demasiado sobre ella, ya son más de cuatrocientas personas
las afectadas en apenas veinticuatro horas. Los casos en nuestro país ascienden
a veinte. Las autoridades sanitarias esperan encontrar una vacuna lo antes
posible. Les mantendremos informados.
—Gg… gri… gripe de la ga… ga… gallina… —balbució, confundido.
_____ casi creyó ver cómo un tic sacudía los párpados de Nicholas. Su rostro
se había tornado blanco como la nieve recién caída, e incluso sus labios
parecían perder un poco de color. Temió que fuese a desmayarse.
—Majestad, ¿se encuentra bien? —bromeó, al tiempo que se inclinaba
hacia él.
_____ le posó una mano sobre la frente y él ni siquiera se apartó. Se
encontraba sumido en un profundo estado de shock. Colocó las manos sobre
sus hombros para empujarlo hacia atrás y acomodarle mejor en el sofá. Él se
dejó llevar como un peso muerto.
—Empiezas a asustarme, Nicholas.
_____ se acercó hacia él y pasó repetidamente la mano derecha por
delante de sus ojos. Nicholas tenía la mirada perdida, las grises pupilas fijas en un
punto muerto. _____ se balanceó torpemente, apoyándose en el brazo del sofá
para no caer. Ya no le hacía tanta gracia la alarmante actitud de Nicholas frente
a la gripe de la gallina. Carraspeó, intentando llamar su atención, y después le
zarandeó con brusquedad. Pero el inglés continuaba ido. No sabía qué más
podía hacer y, presa de la desesperación, le propinó un bofetón. Él sacudió la
cabeza y se llevó una mano a la mejilla enrojecida.
—¿Por qué me pegas?
—Intentaba reanimarte.
—¡Santo Dios! Tengo que llamar a mi madre… ¡Un teléfono, _____, venga,
muévete de una vez! —gritó como un loco.
—Eh, tranquilízate. No es para tanto. La gripe de la gallina solo es una gripe
más y no deberías alarmarte por ello…
—¿DÓNDE ESTÁ EL MALDITO TELÉFONO?
—Bien, como quieras.
_____ bufó asqueada, y le llevó el teléfono inalámbrico. Observó cómo
Nicholas, agitado, marcaba el número de su madre, presionando las teclas del
aparato a la velocidad de la luz.
—¿Mamá?
—¡Oh, Nicholas, hola! Tu madre está en una reunión, soy su secretaría, si
quieres decirle algo yo se lo apunto y…
—¡SÍ, LO QUE QUIERO DECIRLE ES QUE SE PONGA AHORA MISMO AL
TELÉFONO! ES UNA EMERGENCIA DE VIDA O MUERTE.
—Esto… ¿estás bien, cielo?
—¡NO! —explotó.
—Vale, ahora mismo le digo que se ponga. Espera un momento.
_____ observó anonadada las reacciones de Nicholas. Su rostro ya no
estaba pálido, sino más bien rojizo. Se había levantado del sofá y caminaba de
un lado a otro con el teléfono pegado a la oreja como si se tratase de un
ejecutivo sumamente ocupado.
—¿Nicholas? —preguntó su madre al otro lado de la línea—. ¿Cómo estás?
¿Qué te pasa?
—Mamá… ¿es que no has visto las noticias? Acabo de enterarme: la gripe
de la gallina anda suelta —gimoteó—. No quiero que me atrape, no… Lo que
quiero es que vengas aquí a por mí, ahora mismo —añadió—. Dile a papá que
mande un helicóptero o algo, ¡YA!
Nicholas escuchó cómo su madre suspiraba al otro lado del teléfono.
—¡Qué susto me has dado! He salido de una reunión importantísima…
—¡Lo sé, es para asustarse!
—Mira, hazme un favor, cariño, prométeme que durante los próximos días
no verás la televisión, no leerás los periódicos ni escucharás la radio. Créeme, te
irá bien ignorar el mundo exterior un tiempo. Pronto estarás de nuevo en casa.
Yo sé que puedes valerte por ti mismo. Mientras tanto, sé bueno, mi pequeña
coliflor. Te quiero.
Nicholas iba a protestar de nuevo, pero su madre colgó antes de que
tuviese la oportunidad de hacerlo.
Mariel Jonas
Re: "Besos de muérdago" (Nick y tu) Adaptación
Listas de amores pasados
—Un poco más de agua, por favor. Creo que acabaré deshidratándome.
—A no ser que la gripe de la gallina te atrape antes —_____ sonrió
tímidamente—; creo que le lleva ventaja a la deshidratación.
—¡No pronuncies el nombre prohibido! —le recordó Nicholas, que apretó los
dientes al hablar.
—Oh, perdón.
La noche anterior habían acordado no pronunciar «la gripe de la gallina»,
ya que a Nicholas se le antojaba demasiado doloroso escuchar aquel terminó, y
sus oídos no parecían estar preparados para soportarlo. _____ abrió el botiquín
de primeros auxilios que él había llevado como parte del equipaje y buscó en el
abarrotado interior otra toallita húmeda para colocársela en la frente.
—Están a la derecha —le indicó Nicholas—. ¡Uf, _____, eres una paleta total!
Dame el botiquín, ya las busco yo mismo.
Le tendió la maletita.
—Cuidado, no sea que te rompas una uña… —le advirtió ella, medio
riendo—. Eso sería… el Apocalipsis.
Nicholas desenvolvió rápidamente otra toallita húmeda y, desechando la
anterior, se la puso sobre la frente con cuidado. Se reclinó sobre el sofá y apoyó
la cabeza en un almohadón de color morado.
—¿Sabes?, empiezas a repetirte —dijo Nicholas—. Vas a tener que contratar
a alguien para que piense estupideces nuevas por ti.
—¿No es más propio de ti eso de tener sirvientes que se encarguen de tus
responsabilidades?
—Sí. Ojalá estuviese aquí Jack —Suspiró con aire nostálgico—; nadie hace
los zumos de piña con coco rallado como él… —Frunció el entrecejo—. ¡Cómo
odio este horrible lugar!
—Te refieres a mi casa, ¿no?
—Sí, y a todos los que la habitan, por supuesto —aclaró felizmente.
—Tranquilo; para mí también es un alivio saber que cada minuto que pasa
significa que falta un poco menos para que te marches de aquí.
Nicholas estiró los brazos, sonriendo y ocupando prácticamente todo el sofá.
_____ cambió el canal de la televisión, molesta, apretando con ahínco las
teclas del mando a distancia.
—¡Sí! Será un lujo volver a tener algo de espacio —prosiguió el inglés.
—Oye, mi casa tiene dos pisos, no es pequeña.
—¡Si tú lo dices…! Apuesto a que tiene los mismos metros cuadrados que
uno de mis cuartos de baño.
_____ enarcó las cejas con escepticismo. Cada vez le intrigaba más saber
de dónde provenía realmente aquel extraño alumno de intercambio. Quizá
todo aquello que decía era mentira, quizá solo se trataba de una persona con
verdaderos problemas mentales que no llegaba a aceptar su propia realidad…
y terminaba por inventársela. Ahogó un suspiro.
—Sabes que esta noche celebramos el cumpleaños de Marcus, ¿verdad?
Nicholas ladeó lentamente la cabeza y miró a _____ con los ojos muy
abiertos, como si acabase de ver a un fantasma. Después rió tontamente.
—¡Qué chiste más malo! Y encima casi me lo trago.
—No es un chiste, Nicholas. —Kesley amplió su sonrisa—. En realidad es
dentro de una semana, lo que pasa es que coincide con el día de Navidad, y
este año hemos decidido cambiarlo. Ya sé que es un poco precipitado… pero
hemos conseguido arreglarlo.
Y era cierto. Marcus había querido celebrar su cumpleaños esa misma
noche de cualquier modo. Así pues, sus padres decidieron aprovechar el día
para visitar a la tía Marge y pasar la noche con ella, dejándoles la casa libre.
Había sido toda una suerte que el señor Graham cediera; terminó sucumbiendo
a las amenazas de Marcus de que, si no lo hacía, dejaría de estudiar y se
marcharía a recorrer mundo en la maltrecha caravana de su amigo Frank.
—Tendrás que ayudarme a prepararlo todo —prosiguió _____,
animada—. A las diez en punto llegarán los amigos de Marcus.
—¿Qué?
Nicholas negó con la cabeza. Confundido, se quitó la toallita húmeda de la
frente y la lanzó sobre _____.
—Pero ¿qué haces, loco?
—¡Me protejo de ti! Pretendes destrozarme la vida, ¿verdad?
—Yo no… —Puso los ojos en blanco—. ¡Oh, vamos, Nicholas, no será para
tanto! Todos son muy simpáticos.
Nicholas se cruzó de brazos.
—Ya. Mira, si son tan simpáticos como tus amigos, prefiero no conocerlos.
Gracias.
_____ se recostó en el sofá, cogió en brazos a Whisky e intentó ignorar el
berrinche de Nicholas. A veces podía llegar a parecer un niño de tres años, a
pesar de su aspecto elegante y eternamente formal. No tenía arreglo.
—¿Estás enfadado?
Se inclinó hacia él, sonriendo. Le tocó la punta de la nariz con el dedo, y
Nicholas le apartó la mano con un seco manotazo, como si se tratase de una
mosca molesta. _____ recordó aquellos días en que había trabajado de niñera
para la vecina y se propuso actuar con Nicholas tal y como se comportaba con
los críos a los que debía cuidar.
—¿Quieres que te ponga El rey león otra vez?
Otra vez… porque la noche anterior, pasado el primer susto tras escuchar
la noticia de la gripe de la gallina, habían vuelto a verla. Nicholas arrugó la nariz, y
sus ojos grises, fríos y penetrantes, se clavaron en _____ como si esta fuese una
intrusa. Finalmente, tras pensárselo, desenvolvió otra toallita húmeda y decidió
contestar.
—Vale.
Había terminado cayendo en la tela de araña tejida por _____. Ella se
levantó animada del sofá, intentando no reír, y rebuscó entre los DVD. Ojeó
distraída algunas cubiertas.
—O, mejor aún, probemos con Aladdín, a ver qué te parece…
—¿Aladdín? ¿Y ese quién demonios es?
—Ahora lo verás.
Nicholas se mantuvo atento a la película y opinó descaradamente en
algunos momentos cruciales. Cuando terminó, casi una hora después, _____
apagó el televisor y se recostó en el sofá.
—Bueno, ¿qué te ha parecido la película?
—¿Quieres que te responda punto por punto? —Suspiró—. Uno: los
escenarios son pobres y repetitivos. Dos: ¿a esa diminuta mansión blanca la
llaman palacio?, ¡por Dios! Tres: ¿las alfombras voladoras existen? Cuatro: si yo
hubiese sido Jazmín habría ordenado a mis espías que investigasen a Aladdín.
_____ negó con la cabeza, esforzándose por no reír.
—¿Por qué te identificas con la princesa? Tendría que ser al revés:
deberías identificarte con Aladdín.
—Pero ¿qué dices? Yo no soy un pobretón, ni robo un mendrugo de pan,
ni tampoco llevo un mono pulgoso a la espalda, del que ni siquiera se sabe en
qué idioma habla. —Agitó las manos con gesto señorial—. Antes me comparo
con el sultán gordo, que, por cierto, un poco de ejercicio no le vendría nada
mal.
—No tienes remedio —bufó _____.
—Gracias.
Pasaron unos instantes tumbados en el sofá y sumidos en un profundo
silencio. _____ había comenzado a sentir cierta curiosidad por Nicholas. En
realidad, deseaba conocer un poco más sobre su vida en Londres, sobre él en
general. Notaba que, con el paso de los días, la confianza entre ellos —a pesar
de estar repleta de odio— iba asentando sus bases. Quizá se estaba
acostumbrando a eso de tener al lado a un enfermo mental.
—Nicholas, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Eh… NO.
—¿Alguna vez has tenido novia?
—¿Es que no me has oído? Te prohíbo que me preguntes cosas.
—Eso significa que siempre has estado soltero, ¿verdad?
Nicholas comenzó a ruborizarse lentamente, y sus mofletes se tornaron de un
gracioso tono rojizo. Se incorporó en el sofá, sentándose y mirándola.
—Pues claro que no. Soy el sex symbol del instituto.
—¿De veras? No me lo creo.
—Abre los ojos, mírame fijamente y verás cómo se te despejan las dudas.
_____ rió descaradamente. Su ego no tenía límites.
—¿Y con cuántas chicas has salido?
—¡Sabía adónde querías llegar, vieja picarona! —La apuntó con un dedo
acusador—. No pienso decírtelo. Te quedarás con las ganas de saberlo.
_____ se acercó a Nicholas, rompiendo la normativa de espacio vital
individual que ambos habían acordado. Él pareció sentirse intimidado y la miró
con una mezcla de miedo y desconcierto.
—¡Va, Nicholas! ¡No te hagas el malote! —Le dio un pequeño codazo—.
¡Venga, sex symbol, cuéntame a cuántas fashion victims te has llevado a la
cama!
Nicholas tragó saliva despacio. La desvergüenza de _____ le ponía nervioso.
Nadie le había preguntado nunca aquello de un modo tan directo. Es más, a
decir verdad, jamás se lo habían preguntado de ningún modo. Suspiró y se
acercó al oído de ella. No quería darle a entender con sus silencios que no había
tenido novia.
—A… dos —susurró.
Invadió la estancia un incómodo silencio que, poco después, se vio
interrumpido por las risas de _____. Le señaló con un dedo y negó con la
cabeza, incrédula.
—¿SOLO DOS?
Nicholas pestañeó confundido. ¿Cómo que… «solo»?, ¿acaso no eran
suficientes? Tenía dieciocho años. Y, ciertamente, después de lo ocurrido con su
última novia, había aprendido la lección, y desde entonces evitaba tropezarse
con cualquier otra mujer. Claro que ese episodio de su vida jamás se lo contaría
a la idiota de _____.
Un extraño cosquilleo comenzó a ascenderle desde el estómago cuando
se preguntó con cuántos chicos habría salido _____. Peor aún: la imaginó en
brazos de otro. Cerró los ojos con fuerza, apartando aquellos pensamientos de su
mente.
—¿Con cuántos has salido tú? —le preguntó.
—¿Te refieres a los de estar un par de meses, o a los de pasar un buen rato
sin compromisos?
—No sé… todos en general… ¿Cuántos?
—¿Te crees que me dedico a contarlos o qué?
Fue como si le tirasen encima un jarro de agua fría. Entonces, el beso que
se habían dado en el cuarto de baño aquella noche, con el historial de _____,
no debía de haber significado nada para ella. Claro que para él tampoco,
¡faltaría más! Un beso. Un beso… tonto, estúpido e insignificante. Solo eso. Sonrío
falsamente e intentó pensar en algo que pudiese dañarla, porque en ese
momento, sin saber por qué, él también se sentía extrañamente dolido.
—Vaya, así que ¿los jóvenes salidos de la urbanización te conocen como
«_____, la chica a domicilio»?
—¿Qué estás insinuando?
Se levantó del sofá y puso los brazos en jarras. Enarcó las cejas.
—Lo que has oído, exactamente. Ni más, ni menos.
—¡No te atrevas a insultarme! ¡Ni siquiera me conoces, Nicholas!
—Ya, pero tú has dicho que tu lista de tíos es tan larga que ni siquiera
puedes llevar la cuenta. —Se encogió de hombros y, muy en el fondo, advirtió la
satisfacción que sentía al ver el rostro enojado de _____. Al fin y al cabo, él
también estaba enojado.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—En Londres, al tipo de chicas que son como tú, las denominamos «put…».
—¡Cállate!
_____ notó que los nervios se apoderaban de ella. Aquello no era justo. Se
llevó una mano al pecho, tratando calmarse, y procuró no derramar ni una sola
lágrima.
—¡Para tu información, yo nunca me he acostado con nadie! —explotó
finalmente.
Nicholas la miró fijamente y supo que estaba diciendo la verdad. Aturdido, y
sintiéndose algo culpable por sus acusaciones, se dio la vuelta en el sofá y evitó
toparse con sus ojos. La situación era extraña y se le estaba escapando de las
manos.
—Así que ¿eres virgen…? —se atrevió a decir, pasados unos insoportables
segundos repletos de tensión.
—Sí. —_____ logró relajarse—. ¿Y tú?
Nicholas alzó la cabeza y sus ojos grises chocaron con los de ella. Entonces
_____ adivinó que no le iba a gustar la respuesta y le molestó que un incómodo
nudo presionase su garganta.
—No. No lo soy —contestó.
Mariel Jonas
Re: "Besos de muérdago" (Nick y tu) Adaptación
Confusión
—Estoy hasta las narices de hacer mariposas de estas —protestó Nicholas,
mientras espolvoreaba con canela algunas de las galletas.
—No son mariposas, son lacitos. —_____ le miró seria—. No me digas que
nunca los has probado…
—Eso es algo obvio. En mi casa no comemos mierda.
—¡Los lacitos no son mierda!
—Cierto, tienes razón: solo son un cúmulo de grasa bañado en azúcar.
Grasa y más grasa, como conclusión —explicó con ademán reflexivo.
—Estás enfermo.
Se encogió de hombros.
—Es complicado mantenerme sano si tengo que verte a todas horas; las
pupilas, los tímpanos… todo acaba resintiéndose inevitablemente.
—¡Cállate de una vez! ¡Y deja de echarles canela a los lacitos!
—Solo intentaba ocultar la aceitosa realidad.
Acababan de comenzar a preparar los primeros detalles del cumpleaños
de Marcus, y _____ ya se sentía agotada. Soportar a Nicholas era peor que
moldear y hornear quinientos lacitos con canela. Desde que el inglés había
descubierto que acudirían a la celebración todos los amigos de Marcus, se
había propuesto un reto: conseguir decir más de diez estupideces por minuto
que sacasen de quicio a _____. Y, al parecer, lo estaba logrando.
—Bien. Ya está. —_____ se apartó el flequillo de la frente y se ensució la
cara de harina—. Ahora enchufa el horno.
—¿Cómo se hace eso, señorita… Casper?
—¿Casper?
—Te has manchado de harina, parece que acabas de disfrazarte de
fantasma para ir a un carnaval —Enarcó las cejas—, aunque… por otra parte…
—Da igual, mejor no añadas nada más. —_____ le dio un empujón al
pasar por su lado y encendió el horno.
—Como decía, por otra parte… la suciedad actúa como barrera
impidiéndome ver tu cara. Y supongo que eso es bueno.
Ella bufó, esparciendo aún más el desastre desatado en la cocina, y se
cruzó de brazos.
—No podías mantener la boca cerrada, ¿verdad?
—Exacto. Es uno de mis dones: siempre tengo algo que decir. Soy un chico
listo.
—No sé qué concepto tienes tú de lo que significa realmente ser «un chico
listo», cualquiera diría que estás como una regadera, en el caso más optimista.
—¿Como una regadera? Perdona, pero no he entendido la metáfora.
—No importa, ni siquiera quiero que la entiendas —farfulló _____
bruscamente.
Se quitó el delantal y lo dejó sobre la encimera de la cocina. Por una
parte, Nicholas tenía razón. Tras la elaboración de los famosos lacitos, _____
estaba sucia, despeinada, cansada y asqueada, mientras que él parecía recién
salido de la ducha. Misteriosamente, ni siquiera llevaba restos de masa o harina
entre sus perfectas uñas. Estos fenómenos inexplicables hacían que se sintiera en
desventaja.
—Bueno, ahora, si no es mucha molestia, creo que subiré a mi habitación y
dormiré un poco… —anunció él, y bostezó con disimulo.
—Pero ¿qué dices? ¡Si todavía no hemos preparado nada!
Nicholas la miró confundido.
—¿Qué intentas decir, niña? —preguntó, arrugando la nariz; la última
palabra sonó áspera y con un deje de hastío.
—Preparar el cumpleaños nos llevará horas, Nicholas —le informó—. Y no me
llames niña, idiota.
—¡Ni lo sueñes! Te dejo a ti el puesto de jornada completa, yo prefiero
hacer media jornada y… creo que ya he cumplido con mi trabajo. —Sonrió
ampliamente—. Me voy a echar la siesta.
Y salió de allí a grandes zancadas, cerró la puerta de la cocina con
brusquedad y dejó a _____ sumida en un tenso silencio. La joven respiró
profundamente, procurando mantener la calma. Al final, presa de la
desesperación, decidió darse una ducha antes de enfrentarse de nuevo a
Nicholas.
Era invierno y hacía muchísimo frío, pero, de todos modos, _____ se duchó
con agua templada y agradeció los escalofríos que recorrían su espalda
haciéndole cosquillas, como si un ejército de diminutas hormigas escalase por su
piel. Todavía era capaz de sentir algo. Últimamente las horas se le antojaban
más largas y densas de lo normal, y por si aquello no fuese suficientemente malo
teniendo en cuenta que estaba de vacaciones, temía estar perdiéndose a sí
misma.
Quizá estaba cambiando por culpa de Nicholas. Cerró los ojos con fuerza,
disfrutando del contacto del agua sobre su piel. No podía dejar de pensar en la
última conversación que había mantenido con el inglés. Su voz martillaba con
fuerza en su cabeza una vez tras otra, incansable. Imaginaba a Nicholas cogido
de la mano de una chica y sentía una extraña incomodidad al visualizar la
imagen que trazaba en su mente. Aquella joven con la que él había estado
debía de haber sido perfecta dada la selectividad de Nicholas. No como ella…
que al parecer tenía cien mil defectos que él odiaba y le recordaba
constantemente. Poco a poco, casi sin darse cuenta, comenzó a compararse
con la ex novia de Nicholas, a la que había ido idealizando, dando rienda suelta a
su imaginación.
Enfadada consigo misma, cerró con fuerza el grifo de la ducha antes de
salir y cubrirse con un albornoz de color pistacho. El espejo le devolvió la mirada:
a decir verdad, tampoco se veía tan fea, y supuso que Nicholas exageraba al
respecto solo para hacerle daño. Era una chica corriente. Cierto que no se
arreglaba demasiado, que verdaderamente no le gustaba hacerlo. Prefería
invertir ese tiempo en cualquier otra actividad más provechosa. Suspiró
profundamente, en realidad no sabía por qué tenía que justificar su estilo de
vida; nunca antes se había preocupado por ello y le molestaba hacerlo ahora.
Se vistió con desgana y salió del cuarto de baño más cabreada que
nunca. Caminó a grandes zancadas, haciendo chirriar el suelo de madera a su
paso hasta su habitación. Cuando entró, encontró a Nicholas revolviendo la ropa
del armario. Los labios de _____ formaron una línea recta perfecta, y los apretó
tanto que se tornaron blanquecinos.
—¿Se puede saber qué demonios haces en mi cuarto?
—Solo… pasaba por aquí… Te estaba buscando —acabó confesando
Nicholas.
—¿Me buscabas dentro del armario, entre la ropa?
Nicholas, con un gesto de absoluta inocencia, se encogió de hombros.
—Como estás loca, contigo nunca se sabe…
—¡NICHOLAS! —gritó _____, sumamente enfadada. Acababa de toparse con
el límite de su paciencia. Ya había llegado a la frontera de la tolerancia.
—Así me llamo —aseguró él, dando un paso atrás.
—¡Sé qué es lo que estabas haciendo! —_____ sonrió maliciosa—.
Buscabas los regalos de Navidad. Eres más tonto aún de lo que pensé al
principio.
—¿Qué? ¿Regalos? Yo no…
—Te he pillado.
La actitud de _____ no dejaba margen para la más mínima duda. Nicholas
agachó la cabeza, rindiéndose al fin. Después se abalanzó sobre ella y comenzó
a sacudirla por los hombros.
—¡Dime dónde están!
—Lo siento, tendrás que aprender a tener paciencia —le indicó _____, tal
como podría haberlo hecho una madre.
—La paciencia es la filosofía de los infelices conformistas —apuntó él—. Yo
necesito saber qué me has comprado.
—¡Déjalo ya, Nicholas, no pienso decírtelo! —concluyó—. Y ahora baja a la
cocina y ayúdame a organizar la fiesta.
—¿Es un castigo o algo parecido?
A _____ le entraron ganas de reír, pero logró contenerse a tiempo.
Definitivamente, Nicholas era un niño grande. Hacía años que ella había superado
aquella sana impaciencia a la hora de recibir los regalos navideños y le parecía
graciosa la expresión angelical que él había adoptado.
—Sí, es un castigo.
Ambos salieron de la habitación —Nicholas tras suspirar de un modo
dramático— y se dirigieron hacia el piso inferior.
—¿Sabes…? —dijo, fijando sus ojos en ella con una sonrisa pícara—, eso
de que me castigues… suena un tanto erótico.
A _____ se le aceleró el corazón y se preguntó si Nicholas sería capaz de
advertir la delirante velocidad de sus latidos. Notó el calor arremolinándose en
torno a sus mejillas y, como no sabía qué contestar, le dio un manotazo en el
hombro.
—¡Deja de decir tonterías! —logró exclamar finalmente.
Él rió con disimulo mientras descendían el último tramo de la escalera.
Entraron en la cocina. Nicholas apoyó la espada en la pared y se cruzó de brazos,
observando los movimientos de _____. Ella abrió la nevera preguntándose qué
podría preparar para cenar.
—Bueno, al menos es un alivio saber que no piensas castigarme atándome
las manos al cabezal de la cama ni nada de eso… —prosiguió—. Así pues, ¿cuál
es mi condena?
_____ resopló furiosa. Quedaba poco tiempo para los preparativos y el
inepto de Nicholas le retrasaba la tarea aún más. Una idea pasó por su cabeza.
—Ya sé qué puedes hacer —objetó—. Camina lentamente hasta el
garaje, abre la lavadora que encontrarás allí, saca la ropa limpia… ¿lo entiendes
todo hasta el momento?
—Creo que sí.
—Vale. Pues después de eso, tiendes la ropa en el jardín trasero, en el
tendedero, ¿de acuerdo? Te lo he explicado a prueba de idiotas, así que espero
que no tengas ninguna duda al respecto.
Nicholas chasqueó los dedos y sonrió levemente.
—En realidad tengo una duda.
—¡Uf! —_____ alzó la vista al techo de la cocina, presa de la
desesperación—. ¿De qué se trata?
—Mi duda es… ¿por qué tengo que tender la ropa de la familia Graham
como un vulgar sirviente?
—¡NICHOLAS, PORQUE TODOS DEBEMOS AYUDAR EN CASA Y YO NECESITO
PERDERTE DE VISTA UN RATO!
Él dio la impresión de querer añadir algo más, pero, al ver a _____ tan
enfadada, decidió que sería mejor no llevarle la contraria en ese momento.
—Está bien —gruñó por lo bajo, y se dirigió hacia el garaje.
No estaba seguro de haber comprendido todo lo que _____ le había
ordenado, porque, sencillamente, jamás había tendido ni una sola prenda de
ropa. Localizó la lavadora al fondo del garaje y la abrió, apretando la palanca.
Sonrió satisfecho. Después encontró una palangana: sacó la ropa de la
lavadora y la depositó allí. Una vez terminó, fue hasta la parte trasera del jardín
cargado con la palangana repleta de ropa y la dejó en el suelo. Frente a él
había unas cuerdas atadas a las ramas de dos árboles, formando tres líneas
rectas. Ojeó las pinzas sueltas que se encontraban colgadas ahí.
«Tú puedes hacerlo, Nicholas», se dijo. Cogió una camiseta. Era negra, y en
la parte delantera resaltaba el dibujo de una hoja verde de marihuana, así que
rápidamente dedujo que pertenecía a Marcus. Suspiró, resentido por tener que
llevar a cabo un trabajo tan decadente, dado su blanco historial en las tareas
domésticas, y finalmente logró colgarla en la cuerda sujetándola con dos
coloridas pinzas.
Tendió una segunda prenda, una tercera, una cuarta, una quinta… y
entonces se quedó muy quieto. No pudo evitar sonreír.
—Vaya, vaya, qué interesante… —murmuró con un deje lascivo. Y estiró la
goma de unas braguitas de _____.
Eran de color azul intenso, con el dibujo de Piolín en la parte delantera y un
letrero en la zona del culo donde se leía: «Sexy girl».
Apenas se dio cuenta cuando la imagen de _____ en ropa interior se
apoderó de su mente. Sacudió la cabeza, consternado; ¿en qué estaba
pensando? Suspiró. En realidad debía admitir que se había sentido aliviado tras
saber que _____ nunca se había acostado con ninguno de sus muchos novios.
Probablemente, incluso empezaba a cogerle un poco de cariño a causa de la
intensa convivencia.
Sintiéndose un tanto estúpido, Nicholas tendió las braguitas de _____. Y
entonces una pregunta curiosa se apoderó de él, parpadeando como un
luminoso cartel de propaganda en su cabeza: ¿qué talla de sujetador utilizaría la
chica? No estaba seguro de ello, ya que _____ solía vestir sudaderas o
chaquetas deportivas que ocultaban aquello que Nicholas querría descubrir.
Rápidamente rebuscó en la palangana hasta encontrar un sujetador azul que
completaba el conjunto de las braguitas de Piolín.
—Pues tampoco está tan mal… —comentó Nicholas en voz alta.
—¿Qué es lo que no está tan mal?
Sorprendido, dejó caer el sujetador al suelo. Era _____, que le observaba
con atención a apenas dos metros de distancia. Estaba de brazos cruzados y, a
juzgar por la agria expresión de su rostro, seguía cabreada.
—Decía que…, nada, que no está tan mal esto de tender la ropa —mintió.
—Me alegra. Espero que te sirva de lección y lo hagas más a menudo.
—No lo dudes —añadió, esforzándose por no reír.
—¿Sabes?, hoy estás un poco raro.
—Así soy yo: raro y exclusivo —aclaró.
—No eres exclusivo en el buen sentido de la palabra, Nicholas. En todo caso
serías… repulsivo.
Nicholas frunció el ceño, molesto.
—Oye, ¿por qué tienes que pagar conmigo tu mal humor?
—Pero ¿qué demonios te pasa a ti? Esto es lo que hacemos siempre:
atacarnos el uno al otro.
—Ya, claro.
—¿No piensas decir nada? ¿Ni siquiera… un nuevo insulto o algo que
reprocharme?
—Estoy falto de inspiración.
El enfado de _____ pareció concentrarse en la afilada mirada que le
dirigió.
—¡Vete al cuerno, estúpido inglés! —gritó, antes de dirigirse nuevamente
hacia el interior de la casa. Nicholas se encogió de hombros, ligeramente confuso
por la reacción de Kesley.
Lo cierto era que ella ya no estaba segura de qué la cabreaba más: si el
hecho de que Nicholas se comportase tal como lo harían las personas normales y
corrientes o que se dedicase a humillarla y dañarla con sus patéticas ironías.
Posiblemente le molestaba todo en general, e hiciese lo que hiciese él, ella
jamás estaría satisfecha con el resultado final. Se sentía extraña y más irritable de
lo normal tras la conversación sobre sexo que habían mantenido.
—Estoy hasta las narices de hacer mariposas de estas —protestó Nicholas,
mientras espolvoreaba con canela algunas de las galletas.
—No son mariposas, son lacitos. —_____ le miró seria—. No me digas que
nunca los has probado…
—Eso es algo obvio. En mi casa no comemos mierda.
—¡Los lacitos no son mierda!
—Cierto, tienes razón: solo son un cúmulo de grasa bañado en azúcar.
Grasa y más grasa, como conclusión —explicó con ademán reflexivo.
—Estás enfermo.
Se encogió de hombros.
—Es complicado mantenerme sano si tengo que verte a todas horas; las
pupilas, los tímpanos… todo acaba resintiéndose inevitablemente.
—¡Cállate de una vez! ¡Y deja de echarles canela a los lacitos!
—Solo intentaba ocultar la aceitosa realidad.
Acababan de comenzar a preparar los primeros detalles del cumpleaños
de Marcus, y _____ ya se sentía agotada. Soportar a Nicholas era peor que
moldear y hornear quinientos lacitos con canela. Desde que el inglés había
descubierto que acudirían a la celebración todos los amigos de Marcus, se
había propuesto un reto: conseguir decir más de diez estupideces por minuto
que sacasen de quicio a _____. Y, al parecer, lo estaba logrando.
—Bien. Ya está. —_____ se apartó el flequillo de la frente y se ensució la
cara de harina—. Ahora enchufa el horno.
—¿Cómo se hace eso, señorita… Casper?
—¿Casper?
—Te has manchado de harina, parece que acabas de disfrazarte de
fantasma para ir a un carnaval —Enarcó las cejas—, aunque… por otra parte…
—Da igual, mejor no añadas nada más. —_____ le dio un empujón al
pasar por su lado y encendió el horno.
—Como decía, por otra parte… la suciedad actúa como barrera
impidiéndome ver tu cara. Y supongo que eso es bueno.
Ella bufó, esparciendo aún más el desastre desatado en la cocina, y se
cruzó de brazos.
—No podías mantener la boca cerrada, ¿verdad?
—Exacto. Es uno de mis dones: siempre tengo algo que decir. Soy un chico
listo.
—No sé qué concepto tienes tú de lo que significa realmente ser «un chico
listo», cualquiera diría que estás como una regadera, en el caso más optimista.
—¿Como una regadera? Perdona, pero no he entendido la metáfora.
—No importa, ni siquiera quiero que la entiendas —farfulló _____
bruscamente.
Se quitó el delantal y lo dejó sobre la encimera de la cocina. Por una
parte, Nicholas tenía razón. Tras la elaboración de los famosos lacitos, _____
estaba sucia, despeinada, cansada y asqueada, mientras que él parecía recién
salido de la ducha. Misteriosamente, ni siquiera llevaba restos de masa o harina
entre sus perfectas uñas. Estos fenómenos inexplicables hacían que se sintiera en
desventaja.
—Bueno, ahora, si no es mucha molestia, creo que subiré a mi habitación y
dormiré un poco… —anunció él, y bostezó con disimulo.
—Pero ¿qué dices? ¡Si todavía no hemos preparado nada!
Nicholas la miró confundido.
—¿Qué intentas decir, niña? —preguntó, arrugando la nariz; la última
palabra sonó áspera y con un deje de hastío.
—Preparar el cumpleaños nos llevará horas, Nicholas —le informó—. Y no me
llames niña, idiota.
—¡Ni lo sueñes! Te dejo a ti el puesto de jornada completa, yo prefiero
hacer media jornada y… creo que ya he cumplido con mi trabajo. —Sonrió
ampliamente—. Me voy a echar la siesta.
Y salió de allí a grandes zancadas, cerró la puerta de la cocina con
brusquedad y dejó a _____ sumida en un tenso silencio. La joven respiró
profundamente, procurando mantener la calma. Al final, presa de la
desesperación, decidió darse una ducha antes de enfrentarse de nuevo a
Nicholas.
Era invierno y hacía muchísimo frío, pero, de todos modos, _____ se duchó
con agua templada y agradeció los escalofríos que recorrían su espalda
haciéndole cosquillas, como si un ejército de diminutas hormigas escalase por su
piel. Todavía era capaz de sentir algo. Últimamente las horas se le antojaban
más largas y densas de lo normal, y por si aquello no fuese suficientemente malo
teniendo en cuenta que estaba de vacaciones, temía estar perdiéndose a sí
misma.
Quizá estaba cambiando por culpa de Nicholas. Cerró los ojos con fuerza,
disfrutando del contacto del agua sobre su piel. No podía dejar de pensar en la
última conversación que había mantenido con el inglés. Su voz martillaba con
fuerza en su cabeza una vez tras otra, incansable. Imaginaba a Nicholas cogido
de la mano de una chica y sentía una extraña incomodidad al visualizar la
imagen que trazaba en su mente. Aquella joven con la que él había estado
debía de haber sido perfecta dada la selectividad de Nicholas. No como ella…
que al parecer tenía cien mil defectos que él odiaba y le recordaba
constantemente. Poco a poco, casi sin darse cuenta, comenzó a compararse
con la ex novia de Nicholas, a la que había ido idealizando, dando rienda suelta a
su imaginación.
Enfadada consigo misma, cerró con fuerza el grifo de la ducha antes de
salir y cubrirse con un albornoz de color pistacho. El espejo le devolvió la mirada:
a decir verdad, tampoco se veía tan fea, y supuso que Nicholas exageraba al
respecto solo para hacerle daño. Era una chica corriente. Cierto que no se
arreglaba demasiado, que verdaderamente no le gustaba hacerlo. Prefería
invertir ese tiempo en cualquier otra actividad más provechosa. Suspiró
profundamente, en realidad no sabía por qué tenía que justificar su estilo de
vida; nunca antes se había preocupado por ello y le molestaba hacerlo ahora.
Se vistió con desgana y salió del cuarto de baño más cabreada que
nunca. Caminó a grandes zancadas, haciendo chirriar el suelo de madera a su
paso hasta su habitación. Cuando entró, encontró a Nicholas revolviendo la ropa
del armario. Los labios de _____ formaron una línea recta perfecta, y los apretó
tanto que se tornaron blanquecinos.
—¿Se puede saber qué demonios haces en mi cuarto?
—Solo… pasaba por aquí… Te estaba buscando —acabó confesando
Nicholas.
—¿Me buscabas dentro del armario, entre la ropa?
Nicholas, con un gesto de absoluta inocencia, se encogió de hombros.
—Como estás loca, contigo nunca se sabe…
—¡NICHOLAS! —gritó _____, sumamente enfadada. Acababa de toparse con
el límite de su paciencia. Ya había llegado a la frontera de la tolerancia.
—Así me llamo —aseguró él, dando un paso atrás.
—¡Sé qué es lo que estabas haciendo! —_____ sonrió maliciosa—.
Buscabas los regalos de Navidad. Eres más tonto aún de lo que pensé al
principio.
—¿Qué? ¿Regalos? Yo no…
—Te he pillado.
La actitud de _____ no dejaba margen para la más mínima duda. Nicholas
agachó la cabeza, rindiéndose al fin. Después se abalanzó sobre ella y comenzó
a sacudirla por los hombros.
—¡Dime dónde están!
—Lo siento, tendrás que aprender a tener paciencia —le indicó _____, tal
como podría haberlo hecho una madre.
—La paciencia es la filosofía de los infelices conformistas —apuntó él—. Yo
necesito saber qué me has comprado.
—¡Déjalo ya, Nicholas, no pienso decírtelo! —concluyó—. Y ahora baja a la
cocina y ayúdame a organizar la fiesta.
—¿Es un castigo o algo parecido?
A _____ le entraron ganas de reír, pero logró contenerse a tiempo.
Definitivamente, Nicholas era un niño grande. Hacía años que ella había superado
aquella sana impaciencia a la hora de recibir los regalos navideños y le parecía
graciosa la expresión angelical que él había adoptado.
—Sí, es un castigo.
Ambos salieron de la habitación —Nicholas tras suspirar de un modo
dramático— y se dirigieron hacia el piso inferior.
—¿Sabes…? —dijo, fijando sus ojos en ella con una sonrisa pícara—, eso
de que me castigues… suena un tanto erótico.
A _____ se le aceleró el corazón y se preguntó si Nicholas sería capaz de
advertir la delirante velocidad de sus latidos. Notó el calor arremolinándose en
torno a sus mejillas y, como no sabía qué contestar, le dio un manotazo en el
hombro.
—¡Deja de decir tonterías! —logró exclamar finalmente.
Él rió con disimulo mientras descendían el último tramo de la escalera.
Entraron en la cocina. Nicholas apoyó la espada en la pared y se cruzó de brazos,
observando los movimientos de _____. Ella abrió la nevera preguntándose qué
podría preparar para cenar.
—Bueno, al menos es un alivio saber que no piensas castigarme atándome
las manos al cabezal de la cama ni nada de eso… —prosiguió—. Así pues, ¿cuál
es mi condena?
_____ resopló furiosa. Quedaba poco tiempo para los preparativos y el
inepto de Nicholas le retrasaba la tarea aún más. Una idea pasó por su cabeza.
—Ya sé qué puedes hacer —objetó—. Camina lentamente hasta el
garaje, abre la lavadora que encontrarás allí, saca la ropa limpia… ¿lo entiendes
todo hasta el momento?
—Creo que sí.
—Vale. Pues después de eso, tiendes la ropa en el jardín trasero, en el
tendedero, ¿de acuerdo? Te lo he explicado a prueba de idiotas, así que espero
que no tengas ninguna duda al respecto.
Nicholas chasqueó los dedos y sonrió levemente.
—En realidad tengo una duda.
—¡Uf! —_____ alzó la vista al techo de la cocina, presa de la
desesperación—. ¿De qué se trata?
—Mi duda es… ¿por qué tengo que tender la ropa de la familia Graham
como un vulgar sirviente?
—¡NICHOLAS, PORQUE TODOS DEBEMOS AYUDAR EN CASA Y YO NECESITO
PERDERTE DE VISTA UN RATO!
Él dio la impresión de querer añadir algo más, pero, al ver a _____ tan
enfadada, decidió que sería mejor no llevarle la contraria en ese momento.
—Está bien —gruñó por lo bajo, y se dirigió hacia el garaje.
No estaba seguro de haber comprendido todo lo que _____ le había
ordenado, porque, sencillamente, jamás había tendido ni una sola prenda de
ropa. Localizó la lavadora al fondo del garaje y la abrió, apretando la palanca.
Sonrió satisfecho. Después encontró una palangana: sacó la ropa de la
lavadora y la depositó allí. Una vez terminó, fue hasta la parte trasera del jardín
cargado con la palangana repleta de ropa y la dejó en el suelo. Frente a él
había unas cuerdas atadas a las ramas de dos árboles, formando tres líneas
rectas. Ojeó las pinzas sueltas que se encontraban colgadas ahí.
«Tú puedes hacerlo, Nicholas», se dijo. Cogió una camiseta. Era negra, y en
la parte delantera resaltaba el dibujo de una hoja verde de marihuana, así que
rápidamente dedujo que pertenecía a Marcus. Suspiró, resentido por tener que
llevar a cabo un trabajo tan decadente, dado su blanco historial en las tareas
domésticas, y finalmente logró colgarla en la cuerda sujetándola con dos
coloridas pinzas.
Tendió una segunda prenda, una tercera, una cuarta, una quinta… y
entonces se quedó muy quieto. No pudo evitar sonreír.
—Vaya, vaya, qué interesante… —murmuró con un deje lascivo. Y estiró la
goma de unas braguitas de _____.
Eran de color azul intenso, con el dibujo de Piolín en la parte delantera y un
letrero en la zona del culo donde se leía: «Sexy girl».
Apenas se dio cuenta cuando la imagen de _____ en ropa interior se
apoderó de su mente. Sacudió la cabeza, consternado; ¿en qué estaba
pensando? Suspiró. En realidad debía admitir que se había sentido aliviado tras
saber que _____ nunca se había acostado con ninguno de sus muchos novios.
Probablemente, incluso empezaba a cogerle un poco de cariño a causa de la
intensa convivencia.
Sintiéndose un tanto estúpido, Nicholas tendió las braguitas de _____. Y
entonces una pregunta curiosa se apoderó de él, parpadeando como un
luminoso cartel de propaganda en su cabeza: ¿qué talla de sujetador utilizaría la
chica? No estaba seguro de ello, ya que _____ solía vestir sudaderas o
chaquetas deportivas que ocultaban aquello que Nicholas querría descubrir.
Rápidamente rebuscó en la palangana hasta encontrar un sujetador azul que
completaba el conjunto de las braguitas de Piolín.
—Pues tampoco está tan mal… —comentó Nicholas en voz alta.
—¿Qué es lo que no está tan mal?
Sorprendido, dejó caer el sujetador al suelo. Era _____, que le observaba
con atención a apenas dos metros de distancia. Estaba de brazos cruzados y, a
juzgar por la agria expresión de su rostro, seguía cabreada.
—Decía que…, nada, que no está tan mal esto de tender la ropa —mintió.
—Me alegra. Espero que te sirva de lección y lo hagas más a menudo.
—No lo dudes —añadió, esforzándose por no reír.
—¿Sabes?, hoy estás un poco raro.
—Así soy yo: raro y exclusivo —aclaró.
—No eres exclusivo en el buen sentido de la palabra, Nicholas. En todo caso
serías… repulsivo.
Nicholas frunció el ceño, molesto.
—Oye, ¿por qué tienes que pagar conmigo tu mal humor?
—Pero ¿qué demonios te pasa a ti? Esto es lo que hacemos siempre:
atacarnos el uno al otro.
—Ya, claro.
—¿No piensas decir nada? ¿Ni siquiera… un nuevo insulto o algo que
reprocharme?
—Estoy falto de inspiración.
El enfado de _____ pareció concentrarse en la afilada mirada que le
dirigió.
—¡Vete al cuerno, estúpido inglés! —gritó, antes de dirigirse nuevamente
hacia el interior de la casa. Nicholas se encogió de hombros, ligeramente confuso
por la reacción de Kesley.
Lo cierto era que ella ya no estaba segura de qué la cabreaba más: si el
hecho de que Nicholas se comportase tal como lo harían las personas normales y
corrientes o que se dedicase a humillarla y dañarla con sus patéticas ironías.
Posiblemente le molestaba todo en general, e hiciese lo que hiciese él, ella
jamás estaría satisfecha con el resultado final. Se sentía extraña y más irritable de
lo normal tras la conversación sobre sexo que habían mantenido.
Mariel Jonas
Re: "Besos de muérdago" (Nick y tu) Adaptación
Que pillin es ese Nicholas! Muajjaja los dos nos damos con todo! :3 siguela por favor! Mee encanto el maraton:3 siguela por favor! Me encanta la nove! Y spero no nos olvides :'( cdt saludos y aqi spero cap:3 hjjkdjk mirando mi ropa interior:B
Pao Jonatica Forever :3
Re: "Besos de muérdago" (Nick y tu) Adaptación
Oye una pregunta no sabes donde podria conseguir el libro? O de donde descargaste los caps del libro! Me encantaria descargarlo y leerlo Plis pasame algun link!
Pao Jonatica Forever :3
Re: "Besos de muérdago" (Nick y tu) Adaptación
Me encantaron todos los capítulos, divertidos y llenos de sorpresas sube pronto :)
MissKeynes96
Re: "Besos de muérdago" (Nick y tu) Adaptación
oh my god really ese es nick nicholas?? de verdad no es un doble nick se esta empezando a enamorar de mi !! ahhhhh jajaja y que siempre me insultaba -.- jajajja pero siguela porfis !! quiero saber que trama algo entre sus manos yo lo se !! te vigilo ah! 77 jaja seguila please!!
SmileJonas
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