Conectarse
Últimos temas
miembros del staff
Beta readers
|
|
|
|
Equipo de Baneo
|
|
Equipo de Ayuda
|
|
Equipo de Limpieza
|
|
|
|
Equipo de Eventos
|
|
|
Equipo de Tutoriales
|
|
Equipo de Diseño
|
|
créditos.
Skin hecho por Hardrock de Captain Knows Best. Personalización del skin por Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
"Besos de muérdago" (Nick y tu) Adaptación
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
Página 8 de 11. • Comparte
Página 8 de 11. • 1, 2, 3 ... 7, 8, 9, 10, 11
Re: "Besos de muérdago" (Nick y tu) Adaptación
Hola amores, ya les traje capitulo, les subire varios por esperar tanto ;)
Instinto salvaje I
—¿Qué más tenemos que hacer? —preguntó Nicholas.
—No te ofendas, pero suena un tanto misterioso que te muestres tan
colaborador —objetó _____ con desconfianza.
—Tú con tal de protestar…
—Bueno, está bien, ayúdame a hinchar globos.
—¿Globos? ¿Celebraremos la verdadera edad de Marcus o su edad
mental?, porque solo en el segundo caso entiendo el asunto de los coloridos
globos.
—Sabía que era demasiado bueno para ser cierto. —Suspiró—. Venga,
¡haz algo! —concluyó, tendiéndole un puñado de globos.
Nicholas los observó con una mueca de repugnancia y los apartó a un lado.
_____ puso los ojos en blanco.
—¿Y ahora qué es lo que ocurre, Majestad?
—No esperarás que pose mis delicados labios sobre un trozo de plástico, ¡a
saber cuántas manos lo habrán tocado antes! —explotó—. Eres muy
descuidada, _____, especialmente teniendo en cuenta que nos encontramos
en medio de una catástrofe higiénica desatada por la gripe de la gallina.
—Tu estúpido discurso me está durmiendo; cállate ya. Está bien, prefiero
que no hagas nada —objetó.
—¡Ya te he pillado! Lo haces para luego poder quejarte de lo poco que
ayudo.
—¡Pero… si has dicho que no querías hacerlo!
—Claro, ¡ahora pon excusas! —farfulló con expresión dolida—. ¡Eres una
manipuladora de cuidado!
—Esto ya es insoportable… —susurró Kesley.
—Desde luego, desde luego que eres insoportable. Menos mal que al fin
reconoces algo —opinó él—, mi madre siempre dice que ese es el primer paso
para solucionar un problema: la aceptación. ¡Bravo, _____!
Kesley le dirigió una mueca de profundo asco. Después, conteniendo las
ganas de contestarle, cogió un globo de color azul y comenzó a inflarlo hasta
que adquirió un tamaño considerable. Hizo un pequeño nudo en el extremo
antes de lanzarlo sobre el rostro de Nicholas.
—¿Te has vuelto loca? ¿Por qué me atacas?
Continuó ignorándole e infló otro globo. También ese fue a parar a la
cabeza del inglés.
—¿Qué te propones, _____?
Un tercer globo anaranjado le dio de pleno en la cara. _____ rió. Sin
embargo, Nicholas pareció reaccionar. Alzó su señorial mano y la dejó caer sobre
el brazo de ella con un manotazo que resonó en el silencio de la estancia. Ella le
miró sorprendida.
—¿Acabas de pegarme o me lo he imaginado?
—Te lo merecías.
—¿Qué…?
_____ no pensaba quedarse de brazos cruzados. Arremetió contra él
pellizcándole el hombro. Nicholas, sentado en el suelo del comedor de la familia
Graham, abrió mucho los ojos.
—¡Eso ha dolido!
—Era mi intención, idiota.
—¡Serás…!
Y se abalanzó sobre ella descaradamente, empujándola a un lado y
pellizcándole la mano derecha al mismo tiempo. _____ logró sobreponerse
rodando sobre sí misma y le atestó un puñetazo en la pierna que provocó que
Nicholas se retorciese de dolor. En ese momento se desató la guerra, y los pellizcos,
manotazos, puñetazos fueron incontables. Un globo explotó cuando Nicholas
empujó a _____ y ella cayó sobre este. Con la mirada repleta de rabia
contenida a lo largo de todo el día, _____ contraatacó tirándose sobre Nicholas,
mordiéndole el hombro con ganas. Él gritó e intentó quitársela de encima a base
de rodillazos; finalmente, al no conseguirlo de ese modo, rodó sobre sí mismo y
terminó tumbado sobre ella. Presionó las manos de _____ contra el suelo, por
encima de su cabeza, con lo que la inmovilizaba.
—¡Quítate de encima, estúpido, me estás aplastando! —se quejó.
Nicholas la miró fijamente. La escasa distancia que separaba sus rostros le
permitía distinguir las graciosas pecas que adornaban el contorno de la nariz de
_____, otorgándole un aire aniñado. Ambos respiraban entrecortadamente,
como si acabasen de participar en una maratón de varios kilómetros. Él se había
despeinado con la pelea, y algunos mechones rubios se escurrían alborotados,
rozando la frente de _____ y haciéndole cosquillas. Ella se removió
bruscamente, intentando desasirse de las manos de Nicholas, pero él la sujetó
todavía con más fuerza, presionando su cuerpo contra el de _____.
—Si te suelto, ¿dejarás de pegarme?
—¡Nunca! —explotó ella, y le dedicó una mirada de profundo odio.
—Entonces tendremos que celebrar el cumpleaños de tu hermano así,
tumbados en el suelo del comedor uno encima del otro. —Sonrió con ironía y sus
ojos grises parecieron brillar intensamente—. Qué interesante va a ser esto…
Un tenso silencio reinó durante unos segundos que se hicieron eternos.
_____ comenzó a tranquilizarse, y sus ojos se toparon con los rojizos labios
entreabiertos de Nicholas, los cuales, curiosamente, se hallaban cada vez más
cerca de su rostro. De forma inconsciente, cerró los ojos, despacio, como si
estuviese esperando algo. Un beso, quizá.
—¡La hostia!, ¡mira qué bien se lo montan algunos!
Nicholas dio un respingo, sorprendido, y se apartó rápidamente del cuerpo
de _____ para hacerse a un lado. Marcus, acompañado por otros dos jóvenes,
les miraba sonriente apoyado en el marco de la puerta.
—Joder con tu hermanita… —objetó uno de sus amigos entre risas.
—¡Oye, esto no es lo que estáis pensando! —logró gritar _____,
avergonzada. Se puso de pie y comenzó a sacudirse las ropas.
Nicholas, todavía confuso, imitó sus movimientos.
—Ah, ¿no? —Marcus sonrió ampliamente—. ¿Estudiabais anatomía?
—¡Cállate ya! —se quejó _____. Después se giró resentida hacia Nicholas,
apretando los puños—. ¡Todo esto es por tu culpa! ¡Te odio! —exclamó, antes de
desaparecer escaleras arriba hacia su habitación.
Nicholas se quedó allí anclado, en medio del comedor, como una
marioneta sin dueño, mientras los otros tres le observaban con curiosidad.
Marcus se encendió un cigarrillo y le señaló con el dedo.
—No le hagas caso chaval, así son las mujeres, no intentes comprenderlas.
—Seguro que en menos de diez minutos te envía un sms pidiéndote que la
perdones o algo parecido —opinó otro de los chicos, que llevaba ambos lados
de la cabeza rapados, dejando que en medio creciese una cresta de pelo
parecida a la de las gallinas, al estilo punk—. Y si no lo hace, le compras una rosa
fea de esas y todo solucionado.
Nicholas parpadeó confundido.
—No… no, nosotros no estamos juntos.
Marcus le miró de reojo. Después sonrió y el humo de la calada que
acababa de darle al cigarro se escurrió entre sus labios.
—Pues casi mejor. A mi hermana siempre le han ido las relaciones liberales.
—En realidad, lo que quería decir es que no tenemos ningún tipo de
relación.
—Ya, claro, y yo voy a la universidad… ¡no te jode! —respondió Marcus, lo
que provocó que sus amigos prorrumpiesen en sonoras carcajadas.
Los tres pasaron por delante de él y se dejaron caer sobre el sofá. El de la
cresta comenzó a liarse un porro mientras el otro buscaba algo interesante en la
televisión. Nicholas recordó algo y se sentó en el sillón, cerca de ellos.
—Marcus… ¿no se suponía que tú estudiabas? —preguntó.
Él le dirigió una mirada divertida. Los tres volvieron a reír al unísono.
—Eso creen mis padres —explicó—. En realidad no hago nada. Pero si
piensan que estudio me pagan mis gastos diarios, así no tengo que ponerme a
trabajar —detalló—. Y ______ me encubre a cambio de que yo la encubra a ella.
Ya sabes, les dice a mis padres que sale conmigo por las noches, pero luego se
va con sus amigos.
Nicholas le miró alarmado, abriendo mucho los ojos. No podía creer que le
hiciesen aquello a la pobre Abigail, con lo bien que se había portado con él.
Suspiró, sintiéndose extraño por el simple hecho de estar preocupado por los
problemas de otras personas que poco o nada deberían importarle.
—¿No te sientes culpable?
—¿Culpable de qué…? —Y encendió la PlayStation.
—Nada, déjalo.
—Bueno, chavalote, ¿cómo te llamas? —preguntó el chico de la cresta.
Nicholas le miró de arriba abajo antes de contestar: vestía unas mallas
agujereadas que se ajustaban al contorno de sus delgadas piernas y
contrastaban con la chaqueta de cuero repleta de remaches y parches
diversos cosidos aquí y allá del modo más desordenado posible. El inglés tragó
saliva despacio.
—Me llamo Nicholas… —respondió al fin.
—Encantado. —El punk le tendió una mano, y Nicholas creyó que se
desmayaría al estrechársela. Afortunadamente, solo se sintió ligeramente
mareado cuando lo hizo—. Yo soy Esko.
—¿Esko? —preguntó, pensando que se trataba de una broma.
—Sí. Es un mote, me lo pusieron porque mi grupo favorito de música es
Eskorbuto —aclaró felizmente—. Y este es Leo. Es un poco callado —añadió.
El tal Leo también le tendió la mano, mostrándole un amago de sonrisa.
Parecía más normal que el otro, aunque vestía de un modo raro: pantalones
anchos, sudadera ancha, todo ancho en general…
—Bueno, ¿ya habéis preparado la cena? —le preguntó Marcus—. Ten,
anda, fuma un poco —le tendió el porro.
—No, gracias. —Suspiró—. Yo… creo que será mejor que suba y hable con
tu hermana.
—¡Así me gusta! Tú dale caña, chaval. A las chicas les gusta que las hagan
sufrir, son así de raras.
Nicholas se dirigió hacia el baño a toda prisa mientras Marcus seguía
hablando. Lo primero que hizo fue lavarse las manos tres veces seguidas,
después de los afectuosos saludos de Esko y Leo. Si todos los amigos de Marcus
eran como aquellos, estaba seguro de que pasaría la peor noche de su vida. Se
miró al espejo y se propuso ser fuerte. Aquello era la selva, y debía sacar a flote
su instinto salvaje para lograr sobrevivir en medio del caos.
Después se dirigió al cuarto de _____. Entró sin llamar a la puerta.
—Pero ¿qué haces? —_____ le lanzó un despertador, que chocó contra
la pared, a unos centímetros de su cabeza—. Avisa antes de entrar, podría
haber estado cambiándome.
—Tampoco vería nada del otro mundo. —Se encogió de hombros.
—¡No te soporto más!
—Oye, que vengo en son de paz.
—Métete esa paz por donde te quepa.
—La paz es un concepto abstracto, no puede depositarse en ningún lugar
concreto, ¿entiendes?
—¡Por Dios, lo que una tiene que aguantar! —Alzó la vista al cielo,
desesperada.
—Mira, quizá deberíamos intentar llevarnos bien durante las próximas
horas. No quiero morir en pleno cumpleaños de tu hermano y, ciertamente, esos
tipos parecen estar a punto de atacarme de un momento a otro. Temo por mi
vida.
—Todo lo haces siempre por interés —se quejó _____.
—¡Pero es un interés positivo!
—¿Sabes?, ya me he cansado; esta vez no pienso ayudarte.
Fijó sus ojos en Nicholas y esperó encontrar tristeza y desolación en su rostro;
sin embargo, él sonreía de un modo misterioso.
—Como quieras, tendremos que ir a malas entonces —dijo—; por
explicarlo de otro modo: si no me ayudas contaré la verdad sobre la falsa vida
estudiantil de Marcus y tus habituales salidas nocturnas.
_____ abrió la boca de par en par, alucinada. ¿De dónde había sacado
el inglés aquella información? Seguramente al tonto de su hermano se le habría
escapado. Nicholas supo que ella se encontraba entre la espada y la pared.
—Y ahora, mi querida _____, es hora de hacer la cena —anunció, con
una enigmática sonrisa en su rostro—. Yo supervisaré que todo salga bien;
¡venga, andando!, ya basta de vaguear.
—¡Serás…!
—¿Qué soy, _____? —preguntó, con un deje amenazador en la voz.
—Eres sencillamente… adorable —masculló ella.
—Gracias.
Nicholas se dirigió hacia la escalera, y _____ se levantó dispuesta a seguirle.
No tenía otra opción.
—Capullo. Eres un capullo, eso quería decir —añadió en un susurro que el
inglés no llegó a oír.
Una vez en la cocina, _____ abrió la nevera y observó el interior. Miró a
Nicholas.
—A ver, ¿cuántas hamburguesas necesitaremos…? —preguntó _____ en
voz alta, pensativa.
Nicholas la miró asustado.
—¿Hambur… qué?
—Hamburguesas.
—¡Aparta, niña cutre! —exclamó, le dio un empujón y la hizo a un lado
bruscamente—. ¡Hamburguesas, dice! ¡Ni que estuviéramos en un bareto de
mala muerte, en mitad de la carretera, en medio de la nada! —farfulló—. ¿Qué
será lo próximo?, ¿patatas fritas con katchup, ketchup… o como se diga?
—Se llama Ketchup, y sí, realmente pensaba hacer patatas fritas.
—¡Oh! —Se llevó una mano al pecho—. Me agotas. Eres una cría, _____,
¡vete a jugar con tus braguitas de Piolín!
_____ frunció el ceño, confusa.
—¿Qué has dicho?
Él se giró y la miró fijamente. El gris de sus ojos parecía más claro, como si la
frialdad se hubiese disipado.
—Bragas, calzoncillos… ¡Baja de las nubes, _____! Todo el mundo usa ropa
interior… menos tu hermano, por descontado.
—¡Eh, no me cambies de tema!
—¡No!, ¡no me cambies de tema tú! ¿Aquí quién es el jefe?, pensaba que
eso ya había quedado claro en la habitación —añadió—. Anda, niña, ve
sacando la masa para hacer los canapés.
_____ se cruzó de brazos y le miró como si estuviese completamente loco.
—¿He oído bien?
—No lo sé, eso tendrás que preguntárselo a tu otorrino —comentó—. Pero
no dudes de mi pronunciación, mi dicción es perfecta.
Ella se echó a reír.
—¿Eres consciente de que ni con diez bandejas de tus ridículos canapés
lograrás saciar el apetito de los amigos de Marcus?
—Ese no es mi problema: eres tú quien tiene que hacerlos… —le
recordó—. Yo solo te diré de qué los tienes que rellenar —añadió con un ligero
retintín.
Instinto salvaje I
—¿Qué más tenemos que hacer? —preguntó Nicholas.
—No te ofendas, pero suena un tanto misterioso que te muestres tan
colaborador —objetó _____ con desconfianza.
—Tú con tal de protestar…
—Bueno, está bien, ayúdame a hinchar globos.
—¿Globos? ¿Celebraremos la verdadera edad de Marcus o su edad
mental?, porque solo en el segundo caso entiendo el asunto de los coloridos
globos.
—Sabía que era demasiado bueno para ser cierto. —Suspiró—. Venga,
¡haz algo! —concluyó, tendiéndole un puñado de globos.
Nicholas los observó con una mueca de repugnancia y los apartó a un lado.
_____ puso los ojos en blanco.
—¿Y ahora qué es lo que ocurre, Majestad?
—No esperarás que pose mis delicados labios sobre un trozo de plástico, ¡a
saber cuántas manos lo habrán tocado antes! —explotó—. Eres muy
descuidada, _____, especialmente teniendo en cuenta que nos encontramos
en medio de una catástrofe higiénica desatada por la gripe de la gallina.
—Tu estúpido discurso me está durmiendo; cállate ya. Está bien, prefiero
que no hagas nada —objetó.
—¡Ya te he pillado! Lo haces para luego poder quejarte de lo poco que
ayudo.
—¡Pero… si has dicho que no querías hacerlo!
—Claro, ¡ahora pon excusas! —farfulló con expresión dolida—. ¡Eres una
manipuladora de cuidado!
—Esto ya es insoportable… —susurró Kesley.
—Desde luego, desde luego que eres insoportable. Menos mal que al fin
reconoces algo —opinó él—, mi madre siempre dice que ese es el primer paso
para solucionar un problema: la aceptación. ¡Bravo, _____!
Kesley le dirigió una mueca de profundo asco. Después, conteniendo las
ganas de contestarle, cogió un globo de color azul y comenzó a inflarlo hasta
que adquirió un tamaño considerable. Hizo un pequeño nudo en el extremo
antes de lanzarlo sobre el rostro de Nicholas.
—¿Te has vuelto loca? ¿Por qué me atacas?
Continuó ignorándole e infló otro globo. También ese fue a parar a la
cabeza del inglés.
—¿Qué te propones, _____?
Un tercer globo anaranjado le dio de pleno en la cara. _____ rió. Sin
embargo, Nicholas pareció reaccionar. Alzó su señorial mano y la dejó caer sobre
el brazo de ella con un manotazo que resonó en el silencio de la estancia. Ella le
miró sorprendida.
—¿Acabas de pegarme o me lo he imaginado?
—Te lo merecías.
—¿Qué…?
_____ no pensaba quedarse de brazos cruzados. Arremetió contra él
pellizcándole el hombro. Nicholas, sentado en el suelo del comedor de la familia
Graham, abrió mucho los ojos.
—¡Eso ha dolido!
—Era mi intención, idiota.
—¡Serás…!
Y se abalanzó sobre ella descaradamente, empujándola a un lado y
pellizcándole la mano derecha al mismo tiempo. _____ logró sobreponerse
rodando sobre sí misma y le atestó un puñetazo en la pierna que provocó que
Nicholas se retorciese de dolor. En ese momento se desató la guerra, y los pellizcos,
manotazos, puñetazos fueron incontables. Un globo explotó cuando Nicholas
empujó a _____ y ella cayó sobre este. Con la mirada repleta de rabia
contenida a lo largo de todo el día, _____ contraatacó tirándose sobre Nicholas,
mordiéndole el hombro con ganas. Él gritó e intentó quitársela de encima a base
de rodillazos; finalmente, al no conseguirlo de ese modo, rodó sobre sí mismo y
terminó tumbado sobre ella. Presionó las manos de _____ contra el suelo, por
encima de su cabeza, con lo que la inmovilizaba.
—¡Quítate de encima, estúpido, me estás aplastando! —se quejó.
Nicholas la miró fijamente. La escasa distancia que separaba sus rostros le
permitía distinguir las graciosas pecas que adornaban el contorno de la nariz de
_____, otorgándole un aire aniñado. Ambos respiraban entrecortadamente,
como si acabasen de participar en una maratón de varios kilómetros. Él se había
despeinado con la pelea, y algunos mechones rubios se escurrían alborotados,
rozando la frente de _____ y haciéndole cosquillas. Ella se removió
bruscamente, intentando desasirse de las manos de Nicholas, pero él la sujetó
todavía con más fuerza, presionando su cuerpo contra el de _____.
—Si te suelto, ¿dejarás de pegarme?
—¡Nunca! —explotó ella, y le dedicó una mirada de profundo odio.
—Entonces tendremos que celebrar el cumpleaños de tu hermano así,
tumbados en el suelo del comedor uno encima del otro. —Sonrió con ironía y sus
ojos grises parecieron brillar intensamente—. Qué interesante va a ser esto…
Un tenso silencio reinó durante unos segundos que se hicieron eternos.
_____ comenzó a tranquilizarse, y sus ojos se toparon con los rojizos labios
entreabiertos de Nicholas, los cuales, curiosamente, se hallaban cada vez más
cerca de su rostro. De forma inconsciente, cerró los ojos, despacio, como si
estuviese esperando algo. Un beso, quizá.
—¡La hostia!, ¡mira qué bien se lo montan algunos!
Nicholas dio un respingo, sorprendido, y se apartó rápidamente del cuerpo
de _____ para hacerse a un lado. Marcus, acompañado por otros dos jóvenes,
les miraba sonriente apoyado en el marco de la puerta.
—Joder con tu hermanita… —objetó uno de sus amigos entre risas.
—¡Oye, esto no es lo que estáis pensando! —logró gritar _____,
avergonzada. Se puso de pie y comenzó a sacudirse las ropas.
Nicholas, todavía confuso, imitó sus movimientos.
—Ah, ¿no? —Marcus sonrió ampliamente—. ¿Estudiabais anatomía?
—¡Cállate ya! —se quejó _____. Después se giró resentida hacia Nicholas,
apretando los puños—. ¡Todo esto es por tu culpa! ¡Te odio! —exclamó, antes de
desaparecer escaleras arriba hacia su habitación.
Nicholas se quedó allí anclado, en medio del comedor, como una
marioneta sin dueño, mientras los otros tres le observaban con curiosidad.
Marcus se encendió un cigarrillo y le señaló con el dedo.
—No le hagas caso chaval, así son las mujeres, no intentes comprenderlas.
—Seguro que en menos de diez minutos te envía un sms pidiéndote que la
perdones o algo parecido —opinó otro de los chicos, que llevaba ambos lados
de la cabeza rapados, dejando que en medio creciese una cresta de pelo
parecida a la de las gallinas, al estilo punk—. Y si no lo hace, le compras una rosa
fea de esas y todo solucionado.
Nicholas parpadeó confundido.
—No… no, nosotros no estamos juntos.
Marcus le miró de reojo. Después sonrió y el humo de la calada que
acababa de darle al cigarro se escurrió entre sus labios.
—Pues casi mejor. A mi hermana siempre le han ido las relaciones liberales.
—En realidad, lo que quería decir es que no tenemos ningún tipo de
relación.
—Ya, claro, y yo voy a la universidad… ¡no te jode! —respondió Marcus, lo
que provocó que sus amigos prorrumpiesen en sonoras carcajadas.
Los tres pasaron por delante de él y se dejaron caer sobre el sofá. El de la
cresta comenzó a liarse un porro mientras el otro buscaba algo interesante en la
televisión. Nicholas recordó algo y se sentó en el sillón, cerca de ellos.
—Marcus… ¿no se suponía que tú estudiabas? —preguntó.
Él le dirigió una mirada divertida. Los tres volvieron a reír al unísono.
—Eso creen mis padres —explicó—. En realidad no hago nada. Pero si
piensan que estudio me pagan mis gastos diarios, así no tengo que ponerme a
trabajar —detalló—. Y ______ me encubre a cambio de que yo la encubra a ella.
Ya sabes, les dice a mis padres que sale conmigo por las noches, pero luego se
va con sus amigos.
Nicholas le miró alarmado, abriendo mucho los ojos. No podía creer que le
hiciesen aquello a la pobre Abigail, con lo bien que se había portado con él.
Suspiró, sintiéndose extraño por el simple hecho de estar preocupado por los
problemas de otras personas que poco o nada deberían importarle.
—¿No te sientes culpable?
—¿Culpable de qué…? —Y encendió la PlayStation.
—Nada, déjalo.
—Bueno, chavalote, ¿cómo te llamas? —preguntó el chico de la cresta.
Nicholas le miró de arriba abajo antes de contestar: vestía unas mallas
agujereadas que se ajustaban al contorno de sus delgadas piernas y
contrastaban con la chaqueta de cuero repleta de remaches y parches
diversos cosidos aquí y allá del modo más desordenado posible. El inglés tragó
saliva despacio.
—Me llamo Nicholas… —respondió al fin.
—Encantado. —El punk le tendió una mano, y Nicholas creyó que se
desmayaría al estrechársela. Afortunadamente, solo se sintió ligeramente
mareado cuando lo hizo—. Yo soy Esko.
—¿Esko? —preguntó, pensando que se trataba de una broma.
—Sí. Es un mote, me lo pusieron porque mi grupo favorito de música es
Eskorbuto —aclaró felizmente—. Y este es Leo. Es un poco callado —añadió.
El tal Leo también le tendió la mano, mostrándole un amago de sonrisa.
Parecía más normal que el otro, aunque vestía de un modo raro: pantalones
anchos, sudadera ancha, todo ancho en general…
—Bueno, ¿ya habéis preparado la cena? —le preguntó Marcus—. Ten,
anda, fuma un poco —le tendió el porro.
—No, gracias. —Suspiró—. Yo… creo que será mejor que suba y hable con
tu hermana.
—¡Así me gusta! Tú dale caña, chaval. A las chicas les gusta que las hagan
sufrir, son así de raras.
Nicholas se dirigió hacia el baño a toda prisa mientras Marcus seguía
hablando. Lo primero que hizo fue lavarse las manos tres veces seguidas,
después de los afectuosos saludos de Esko y Leo. Si todos los amigos de Marcus
eran como aquellos, estaba seguro de que pasaría la peor noche de su vida. Se
miró al espejo y se propuso ser fuerte. Aquello era la selva, y debía sacar a flote
su instinto salvaje para lograr sobrevivir en medio del caos.
Después se dirigió al cuarto de _____. Entró sin llamar a la puerta.
—Pero ¿qué haces? —_____ le lanzó un despertador, que chocó contra
la pared, a unos centímetros de su cabeza—. Avisa antes de entrar, podría
haber estado cambiándome.
—Tampoco vería nada del otro mundo. —Se encogió de hombros.
—¡No te soporto más!
—Oye, que vengo en son de paz.
—Métete esa paz por donde te quepa.
—La paz es un concepto abstracto, no puede depositarse en ningún lugar
concreto, ¿entiendes?
—¡Por Dios, lo que una tiene que aguantar! —Alzó la vista al cielo,
desesperada.
—Mira, quizá deberíamos intentar llevarnos bien durante las próximas
horas. No quiero morir en pleno cumpleaños de tu hermano y, ciertamente, esos
tipos parecen estar a punto de atacarme de un momento a otro. Temo por mi
vida.
—Todo lo haces siempre por interés —se quejó _____.
—¡Pero es un interés positivo!
—¿Sabes?, ya me he cansado; esta vez no pienso ayudarte.
Fijó sus ojos en Nicholas y esperó encontrar tristeza y desolación en su rostro;
sin embargo, él sonreía de un modo misterioso.
—Como quieras, tendremos que ir a malas entonces —dijo—; por
explicarlo de otro modo: si no me ayudas contaré la verdad sobre la falsa vida
estudiantil de Marcus y tus habituales salidas nocturnas.
_____ abrió la boca de par en par, alucinada. ¿De dónde había sacado
el inglés aquella información? Seguramente al tonto de su hermano se le habría
escapado. Nicholas supo que ella se encontraba entre la espada y la pared.
—Y ahora, mi querida _____, es hora de hacer la cena —anunció, con
una enigmática sonrisa en su rostro—. Yo supervisaré que todo salga bien;
¡venga, andando!, ya basta de vaguear.
—¡Serás…!
—¿Qué soy, _____? —preguntó, con un deje amenazador en la voz.
—Eres sencillamente… adorable —masculló ella.
—Gracias.
Nicholas se dirigió hacia la escalera, y _____ se levantó dispuesta a seguirle.
No tenía otra opción.
—Capullo. Eres un capullo, eso quería decir —añadió en un susurro que el
inglés no llegó a oír.
Una vez en la cocina, _____ abrió la nevera y observó el interior. Miró a
Nicholas.
—A ver, ¿cuántas hamburguesas necesitaremos…? —preguntó _____ en
voz alta, pensativa.
Nicholas la miró asustado.
—¿Hambur… qué?
—Hamburguesas.
—¡Aparta, niña cutre! —exclamó, le dio un empujón y la hizo a un lado
bruscamente—. ¡Hamburguesas, dice! ¡Ni que estuviéramos en un bareto de
mala muerte, en mitad de la carretera, en medio de la nada! —farfulló—. ¿Qué
será lo próximo?, ¿patatas fritas con katchup, ketchup… o como se diga?
—Se llama Ketchup, y sí, realmente pensaba hacer patatas fritas.
—¡Oh! —Se llevó una mano al pecho—. Me agotas. Eres una cría, _____,
¡vete a jugar con tus braguitas de Piolín!
_____ frunció el ceño, confusa.
—¿Qué has dicho?
Él se giró y la miró fijamente. El gris de sus ojos parecía más claro, como si la
frialdad se hubiese disipado.
—Bragas, calzoncillos… ¡Baja de las nubes, _____! Todo el mundo usa ropa
interior… menos tu hermano, por descontado.
—¡Eh, no me cambies de tema!
—¡No!, ¡no me cambies de tema tú! ¿Aquí quién es el jefe?, pensaba que
eso ya había quedado claro en la habitación —añadió—. Anda, niña, ve
sacando la masa para hacer los canapés.
_____ se cruzó de brazos y le miró como si estuviese completamente loco.
—¿He oído bien?
—No lo sé, eso tendrás que preguntárselo a tu otorrino —comentó—. Pero
no dudes de mi pronunciación, mi dicción es perfecta.
Ella se echó a reír.
—¿Eres consciente de que ni con diez bandejas de tus ridículos canapés
lograrás saciar el apetito de los amigos de Marcus?
—Ese no es mi problema: eres tú quien tiene que hacerlos… —le
recordó—. Yo solo te diré de qué los tienes que rellenar —añadió con un ligero
retintín.
Mariel Jonas
Re: "Besos de muérdago" (Nick y tu) Adaptación
Instinto salvaje II
—Dame el teléfono del supermercado —le pidió Nicholas.
—¿Qué…?, ¿qué piensas hacer, pequeño demente?
—Pediré que traigan a casa masa de canapé preparada.
_____ se cruzó de brazos y le miró como si acabase de volverse
completamente loco. Suspiró largamente.
—Mira, Nicholas, en el diminuto supermercado de la urbanización no hacen
pedidos a domicilio.
—Entonces esta vez será la excepción —repuso él, sonriente—. Venga, no
me cuentes historias y dame el teléfono.
_____ puso los ojos en blanco, antes de desaparecer hacia el comedor
en busca de la guía telefónica. Allí se encontró con su hermano, Esko y Leo, que
reían sin cesar mientras veían anonadados el programa ¿Quién quiere ser
millonario? _____ no encontró la gracia del asunto y supuso que ya habrían
fumado más de la cuenta.
—¿Estás con tu amiguito? —le preguntó Marcus, dirigiéndole una sonrisa
ligeramente maliciosa.
—No es mi amiguito —repuso _____—. Y, en el remoto caso de que lo
fuera, no sería asunto tuyo.
—Mientras os lo sigáis montando sobre la alfombra del comedor, será
asunto mío —le indicó su hermano—. ¡En esta casa tenéis habitaciones de sobra
para hacer gorrinadas, no hace falta que nos restreguéis vuestra feliz vida sexual!
—gritó, y después rió atropelladamente, acompañado por las estridentes
carcajadas de los otros dos.
—Marcus, creo que deberías dejar de fumar.
—¡Pero si la fiesta solo acaba de empezar! Espera a que lleguen los
demás…
_____ cogió la guía telefónica y salió de allí dando un fuerte portazo.
Estaba cabreada con el mundo en general. Nicholas tenía la culpa de todo. Antes
de que el inglés llegase allí a pasar las vacaciones todo había ido sobre ruedas,
sin problemas. Ahora, contrariamente, las cosas comenzaban a torcerse más de
lo debido.
—¿Ya tienes el maldito teléfono? —preguntó Nicholas en cuanto ella entró
en la cocina.
—Sí, aquí lo tienes —contestó _____, lanzándole la gruesa guía telefónica.
Nicholas logró cogerla al vuelo, pero dio un paso atrás, asustado.
—¿Quieres matarme? —Hojeó las páginas de la enorme guía—. ¿Y cómo
narices pretendes que encuentre aquí el número del supermercado? ¡Búscalo
tú!
Le tiró la guía, que de nuevo voló por los aires como si se tratase de una
pelota de goma. _____ no consiguió alcanzarla y retumbó estridentemente
sobre el suelo de la cocina.
—¡Estúpido! —le gritó al recogerla.
Respiró agitada, mientras buscaba el teléfono del supermercado y
prometió que, una vez lograse preparar adecuadamente el cumpleaños de
Marcus, también se dedicaría a celebrarlo por todo lo alto. Pensaba darse la
fiesta de su vida. Es más: necesitaba urgentemente esa fiesta. Debía despejarse
de todos aquellos insufribles días.
—Aquí lo tienes —le dijo cuando lo encontró y se lo señaló con la punta
del dedo.
Él sonrió satisfecho. Cogió el teléfono, marcó el número y esperó una
respuesta.
—¿Oiga?, ¿hablo con el supermercado? —preguntó—. Ah, perfecto. Soy
el señor Nicholas, me gustaría hacerles un pedido a domicilio.
_____ le observó mientras él permanecía en silencio, escuchando al
parecer las palabras de uno de los encargados.
—Ya sé que no tienen ese servicio para clientes, pero pienso que podría
hacer una excepción. —Suspiró—. Verá, las excepciones suelen ser bien
recompensadas, usted ya me entiende…
Hubo unos instantes tensos. Y después, sorprendentemente, Nicholas
comenzó a indicarle la dirección de la casa y qué deseaba comprar. Luego
colgó y le lanzó a _____ una mirada rebosante de orgullo.
—¿Ves? No era tan difícil —le dijo.
—Le has sobornado —farfulló la joven.
—Lo sé. —Chasqueó los dedos—. Recuerda esto, _____: el dinero puede
con todo.
—Me das asco.
—Apuesto lo que sea a que mi dinero también puede con tu asco
—repuso Nicholas, con ademán reflexivo.
_____ pasó el resto de la tarde siguiendo las instrucciones de Nicholas.
Preparó el relleno de los canapés y aguantó sus continuas quejas.
—No puedo creer que ni siquiera tengáis un poco de caviar —decía—.
Sinceramente, teniendo en cuenta los nefastos ingredientes, no sé si estos
canapés serán comestibles.
_____ fingió no escucharle y continuó mezclando atún con tomate en un
pequeño cuenco. Aproximadamente media hora después, los canapés estaban
preparados y listos para hornear. _____ contempló las dos bandejas repletas
con cierta duda. Vendría mucha gente, incluidos sus amigos, así que supuso que
los ridículos canapés no llenarían siquiera el estómago de dos personas.
—Vale, mételos en el horno —continuó Nicholas, disfrutando como nadie del
hecho de poder dar una orden tras otra—. Será mejor que vaya subiendo a mi
habitación para arreglarme —añadió.
_____ se giró tras cerrar la puerta del horno y le miró fijamente.
—Nicholas, hazme un favor: no te arregles demasiado —le pidió—. Solo lo
justo, ¿entiendes? Iremos después a una discoteca que está en el pueblo de al
lado. No hace falta que te vistas de etiqueta.
—Eso ya lo sabía… —susurró él con desdén.
_____ rió tímidamente cuando él desapareció de la cocina, advirtiendo
que no lo sabía. Ciertamente, minutos atrás, al subir a la planta de arriba para ir
al baño, había divisado un perfecto esmoquin (o algo parecido) tendido sobre
la cama de Nicholas; bien preparado de antemano. El inglés era tan… previsible.
Antes de ir ella también a vestirse, sacó dos pizzas de la nevera y las metió
en la parte inferior del horno, omitiendo los consejos de Nicholas. Estuvo a punto
de ponerse a freír patatas, pero supuso que ya era demasiado tarde y los
invitados aparecerían en breve.
Una vez en su cuarto, se puso unos vaqueros ajustados y para la parte de
arriba eligió una camiseta de tirantes que se cruzaban en la espalda de color
marrón, a conjunto con las botas. Suspiró, dejando atrás su sudadera y
doblándola sobre la cama. Después se dirigió directa hacia el baño y, justo
cuando estaba a punto de abrir la puerta, se cruzó con Nicholas.
—Aparta —le espetó él, dándole un empujón y entrando en el baño.
—¡Eh, pero te has colado!
—Pues te fastidias.
Iba a cerrarle la puerta en las narices, pero _____ colocó el pie entre esta
y el marco justo a tiempo. Él entrecerró los ojos y un brillo grisáceo pareció
emanar de ellos.
—Quita el pie de ahí —exigió. Y entonces la miró de arriba abajo.
Lentamente una sonrisilla malévola apareció en sus labios—. Por cierto, bonito
escote.
—¡Cállate, idiota! —se quejó ella, llevándose una mano al pecho.
—Pensaba que eras una tabla de surf. —Volvió a sonreír—. Me has estado
engañando, ¿eh?
_____ respiró hondo y alzó la vista hasta el techo del pasillo, rogándole al
Dios que la había abandonado en aquel aeropuerto, cuando él llegó a Estados
Unidos, que regresara y la salvara de una muerte segura.
—¿Te importa si compartimos el baño? —preguntó ella, intentando
aparentar amabilidad—. Tengo que peinarme. Si no, nos quedaremos aquí en la
puerta hasta la madrugada.
—Está bien. —Nicholas abrió un poco la puerta—. Pero que conste que soy
como los seguratas de las discotecas: el pase se acepta o se deniega según el
tamaño del escote.
—Eres un cerdo, Nicholas —atajó ella, apartándole a un lado y entrando.
Él se colocó detrás de _____, mientras ella se situaba frente al espejo y
comenzaba a cepillarse el cabello con ahínco. Nicholas bajó la vista y observó el
contorno del trasero de la chica. Era la primera vez que se vestía con una
prenda tan ajustada como para que pudiese hacer sus cálculos anatómicos. No
estaba tan mal. Pero, claro, era _____, y eso sí estaba mal.
—No te preocupes, sabes perfectamente que yo jamás te tocaría
—respondió él—. No estoy tan desesperado como para rebajarme hasta tu nivel.
_____ le ignoró y continuó peinándose, con Nicholas a su lado, apenas a
unos centímetros de distancia, evaluando cómo intentaba recogerse el pelo en
una especie de moño desenfadado.
—No te queda bien —le indicó él.
—¿Te importaría dejar de humillarme? —se quejó _____, malhumorada. Su
paciencia se agotaba por momentos.
—No es eso. —Nicholas frunció los labios, como si le costase pronunciar las
palabras que pensaba decir—. Es que el pelo suelto te favorece más
—concluyó.
_____ se giró hacia él y dejó de colocarse horquillas negras en el contorno
del moño.
—¿Lo dices en serio? —Se evaluó frente al espejo, observándose de perfil
e intentando decidir qué hacer—. Hum… puede que tengas razón.
Finalmente se quitó las horquillas y dejó que la melena color castaño
oscuro se deslizase libremente por su espalda. Nicholas observó las ondulaciones
del cabello en silencio, pensativo.
—¿Me lo plancho? —preguntó _____, ansiosa por recibir más consejos de
belleza por parte de un hombre. Tenía la seguridad de que eran más sinceros
que sus propias amigas.
—¿Y a mí qué me cuentas? —contestó él, volviendo a su antipático
estado natural. Contempló el decepcionado rostro de _____—. Bueno, no, no te
lo planches. Está mejor así.
Ella sonrió tímidamente, y él deseó que la tierra se lo tragase. No le
gustaba estar en aquel baño con _____, pues era una extraña situación que
daba a entender lo bien que se llevaban, la confianza que tenían el uno en el
otro y la intimidad que reinaba en la relación. Todo falso, obviamente.
—¿Te falta mucho? —insistió—. Quiero mear. Y no pienso hacerlo delante
de ti, por mucho que lo desees.
_____ le dedicó una mueca de asco, y la situación pareció volver a la
normalidad.
—Me das asco —masculló—. Ya me marcho, tranquilo.
Se fue poco después, dejándole a solas. Nicholas corrió el pestillo de la
puerta. Se miró al espejo y con un poco de agua despuntó los mechones rubios
que danzaban de un lado a otro. _____ le había indicado que no debía
arreglarse demasiado, así que intentó dotar su pelo de un toque desenfadado.
Se había vestido concienzudamente con unos vaqueros corrientes (doscientos
cincuenta dólares) y una camisa gris que conjuntaba con el color de sus ojos. Se
desabrochó los primeros dos botones de la camisa y respiró hondo.
Estaba nervioso. Aquella noche debía enfrentarse a muchas cosas, no solo
a la idiota de _____. Tendría que ver de nuevo a sus amigos (sin contar con la
idea de conocer a los amigos de Marcus). Todavía recordaba a Cloe, la loca
que pretendía llevarlo a su habitación para que hiciesen una película no apta
para todos los públicos; Charles, el joven macarra que siempre parecía estar a
punto de cometer un atraco y le trataba como si fuesen hermanos y se
conociesen de toda la vida; Nixie, la loca que afirmaba continuamente lo
guapo que era Marcus (Nicholas sintió un leve escalofrío al recordarlo). Pero, por
encima de todos ellos, le preocupaba tener que volver a encontrarse con Matt.
Matt era su contrincante. Vestía bien, tenía la piel cuidada y era elegante
y rico. Le odió en cuanto le vio por primera vez. Además, Matt llevaba
enamorado de _____ muchos años, y a Nicholas había dejado de parecerle
gracioso ese asunto. Matt era una mosca que sus pulcros zapatos debían
aplastar sin compasión. Nicholas sonrió frente al espejo, sintiéndose más seguro tras
su último pensamiento.
—¿Te has ahogado en el retrete? —preguntó _____, gritando tras la
puerta a bocajarro—. Eres tan tonto que no me sorprendería, la verdad.
—No, querida _____. —Nicholas sonrió, apoyando ambas manos en el
lavabo y pensando en su próximo comentario—. Estoy ocupado… aliviando
ciertas necesidades… sexuales. —Apretó los labios, aguantando una sonora
carcajada—. Si quieres entras y me echas una mano; nunca mejor dicho.
—¡Guarro! ¡Serás…! ¡Arg, te odio! —exclamó, consternada—. Por tu bien,
espero que sea una de tus estúpidas bromas.
Nicholas abrió la puerta del baño de golpe, disipando las dudas de _____.
Le dedicó una amplia sonrisa y le tocó la punta de la nariz con uno de sus largos
dedos.
—Seguro que ya estabas fantaseando, ¿eh, pillina? —le dijo.
_____ frunció el entrecejo.
—En realidad, prefiero fantasear sobre lo mal que lo vas a pasar esta
noche.
Y acto seguido comenzó a caminar escaleras abajo. A Nicholas no le
agradó su último comentario. Siguió los pasos de _____ algo enfurruñado e
intentando calmarse. Era complicado controlarse en ciertas situaciones que
nunca había tenido que vivir. La vida americana le parecía el caos más absoluto
jamás conocido.
Llamaron al timbre de la puerta. Marcus, junto con sus dos amigos, se
levantó al fin del sofá (al cual podría haberse pegado; Nicholas trazó una nota
mental al respecto: no volver a sentarse ahí bajo ningún concepto). Cuando la
puerta se abrió y un montón de extraños energúmenos empezaron a colarse en
la casa de la familia Graham, Nicholas pensó que se trataba de un atraco a mano
armada.
—Bienvenidos —dijo _____.
—¿Les das la bienvenida a ellos? —le preguntó Nicholas, en susurros,
mientras señalaba al grupo. Necesitaba cerciorase de que aquellos eran
invitados.
—Mantén la boca cerrada.
Los ojos de Nicholas danzaban de un lado a otro, contemplando el desastre
que se iba desatando a su alrededor. Una chica con el cabello de color rosa
chicle le dio dos besos y se presentó.
—Soy Amy —le dedicó una sonrisa.
—Ah, pues qué bien —contestó Nicholas, confundido.
—Él es Nicholas —añadió _____ rápidamente, sacándole del apuro—.
Perdona, es un poco tímido.
—¡Oh, no tiene importancia! —Amy rió.
Nicholas no podía apartar la vista de ella, con ese color tan llamativo de
pelo. Era como si le hubiese hipnotizado.
Había mucha gente. Dos jóvenes que también llevaban rastas, aunque
más finas que las de Marcus; dos chicas gemelas, ambas igual de feas, según
catalogó el inglés rápidamente; y un joven que parecía recién salido de un
psiquiátrico de alto riesgo. Iba completamente vestido de negro y calzaba unas
enormes botas militares. Su cazadora (negra, al igual que todo lo demás) estaba
repleta de remaches y cadenas de plata que colgaban por doquier. El chico en
sí era un arma andante. Por si aquello fuese poco, un flequillo ladeado ocultaba
la mitad de su pálido rostro, sobre el cual apenas cabía un piercing más. Era alto,
aunque excesivamente delgado. Así que, cuando _____ cogió al chico de la
mano y lo arrastró hacia Nicholas con la intención de presentárselo, a este le
entraron verdaderas ganas de convertirse en una versión moderna de Forrest
Gump y echar a correr a toda velocidad.
Sin embargo, el cabello rosa fucsia de Amy seguía ejerciendo cierto
control mental sobre él, por lo cual se contuvo y permaneció muy quieto,
adivinando que se avecinaba una de las noches más extrañas de su vida.
—Mira, él es Nicholas, el estudiante inglés que ha venido a pasar las
Navidades con nosotros —le decía _____ al chico arma letal—. Nicholas, te
presento a Gorth.
«Hasta el nombre suena extrañamente… mortífero y peligroso», pensó
Nicholas. Estiró la mano, intentando complacerle, pero Gorth le miró serio y no
aceptó su saludo.
—Le cuesta entablar amistad con los desconocidos —le explicó _____,
tratando a Gorth como si fuese su chiquillo protegido.
—Créeme, no importa. —Nicholas sonrió, satisfecho. Mejor si aquel psicótico
no le dirigía la palabra en toda la noche. Un alivio para él.
Marcus gritó, y su voz se elevó sobre el nivel de los murmullos en la entrada
de la vivienda.
—¿Cenamos ya o qué? ¡Me muero de hambre!
Nicholas se acercó con sigilo al oído de _____.
—Palabras vulgares, muy propias de tu hermano y su falta de educación.
_____ le apartó de un codazo, pero, curiosamente, Nicholas observó que
Gorth había oído su comentario y ahora le sonreía. Clavó la vista en el suelo. El
chico arma le intimidaba más de lo que le gustaba. Por eso, cuando _____ se
alejó para explicarle a su hermano que todavía faltaban invitados por llegar,
Nicholas creyó que el mundo se le venía encima.
—Un buen comentario —le dijo el psicópata. Apenas movía los labios para
articular las palabras.
Aguantó unos instantes mirándole fijamente. Y mágicamente agradeció la
cercana presencia de la «chica pelo rosa». Quizá ella se dignase salvarle si Gorth
decidía atacarle de improviso. Dio un paso hacia atrás, por si las moscas.
—Gracias —dijo al fin.
Todos los invitados pasaron al comedor y se acomodaron en los sofás y las
sillas que rodeaban la enorme mesa de madera. Nicholas advirtió que, al parecer,
_____ había puesto la mesa mientras él se encerraba en el baño y, como era de
esperar, lo había hecho francamente mal. Cubiertos desordenados y
alineaciones desacertadas. Así que, mientras todos se acomodaban, se dedicó
a organizar aquel caos.
—¡Deja de hacer eso, por favor! —le pidió ella—. Acabará enterándose
todo el mundo de lo enfermo que estás. Intenta disimular, al menos.
—El desorden también es una enfermedad, _____ —le acusó él,
señalándola con el dedo índice para que todos los invitados advirtiesen que
aquello no era una conversación normal, sino una disputa.
Ella le ignoró y se dirigió hacia la puerta cuando el timbre sonó de nuevo.
Nicholas la siguió, alejándose de todos aquellos enigmáticos elementos. Al lado de
los amigos de Marcus, _____ podría haber sido una delicada princesita la mar
de femenina.
Frunció los labios con desagrado en cuanto divisó quiénes se encontraban
en los escalones de la entrada. Todos le saludaron amablemente, excepto Matt,
que ni siquiera se dignó mirarle; en cambio, se acercó hacia _____ y le dio un
pomposo beso en la mejilla. «Rata de cloaca, debes morir», pensó Nicholas,
mientras contemplaba asqueado su rostro.
Matt se había arreglado más que él, y eso le molestaba. ¡Y todo por culpa
de _____, que le había sugerido que no se vistiese demasiado formal! Sintió
ganas de enfundarse el traje de sultán que su madre le había regalado tras uno
de sus viajes a Arabia, solo por hacerle la competencia.
—¿Qué tal lo has pasado estos días?
Nicholas ladeó la cabeza, advirtiendo que se dirigían a él. Sintió un escalofrío
cuando descubrió a la emisora de aquella pregunta. Cloe. La misma Cloe que
había intentado violarlo días atrás. Vestía unos vaqueros excesivamente cortos y
un top de lentejuelas que dejaba poco espacio a la imaginación.
—Genial —respondió él, secamente.
Charles, el macarra con pinta de atracador innato, le dio una brusca
palmada en la espalda y le pellizcó un moflete, lo cual no le agradó demasiado.
—¡Esta noche lo vamos a pasar en grande, eh! Ja, ja, ya verás qué
marcha nos traemos por aquí —le dijo.
—Oh, sí, me muero de emoción —masculló Nicholas con un tono
extremadamente monótono.
—Tan estúpido como siempre —farfulló Matt, arrugando la nariz.
—¡Eh, deja de meterte con mi brother! —exclamó Charles, que abrazó al
inglés como si fuera de su propiedad.
_____ arrastró a Matt a un lado, cortando por lo sano cualquier discusión,
y el resto los siguieron hasta el salón. Dentro se había desatado una guerra de
cojines que sobrevolaban la estancia como estrellas fugaces y terminaban
estampándose contra jarrones, rostros desprevenidos o cualquiera que se
pusiese por delante. Nicholas contempló alarmado la escena, y sus ojos grises se
dirigieron velozmente hacia la estantería de madera donde reposaba la
colección de dedales de cerámica de la señora Graham.
—¡Eh, cuidado con los dedales! —les gritó, sin poder contenerse.
Se llevó una mano a los labios, asustado. ¿Qué narices hacía él
defendiendo a la inculta madre de _____? Respiró hondo, intentando buscar en
algún recóndito lugar de sí mismo a ese Nicholas malévolo y frío que normalmente
se apoderaba de sus sentimientos.
—¡TENGO HAMBRE! —gritaba Marcus, al compás de Esko, como un poseso
depravado—. _____, saca la cena, y los que falten, que se aguanten.
_____ asintió con la cabeza tras confiscar todos los almohadones y
esconderlos en el baño de arriba. Se dirigió a la cocina, seguida por Nixie y Matt,
así que Nicholas también lo hizo. Al contrario que el resto, él no se dignó cargar
con ningún plato, de modo que cuando llamaron por tercera vez al timbre de la
puerta, él era el único que tenía las manos libres.
—¡Nicholas!, ¿puedes abrir tú la puerta? —le rogó _____.
—¿Tengo cara de mayordomo o qué?
—¡Por favor, no puedo hacerlo todo!
Nicholas se mostró solidario y se dirigió hacia la puerta de la entrada. Abrió
despacio y temeroso, como si esperase encontrarse frente a él a Jack el
Destripador. Pues bien, en realidad lo que sus ojos vislumbraron no se iba mucho
de la línea de cosas que había imaginado.
Un chico enorme —de casi dos metros, por lo menos—, con una espalda
por la cual Nicholas habría podido escalar de habérselo propuesto, le sonreía
ampliamente. Le faltaba un diente: la pala derecha.
—Bienvenido al cumpleaños de Marcus —dijo Nicholas, sintiéndose estúpido.
Observó cómo dos chicas más salían del coche recién aparcado y se
retocaban el maquillaje contemplando sus rostros en los espejos retrovisores.
—Tú debes de ser el novio de _____, ¿verdad? —comentó el grandullón.
Nicholas rió.
—¡Qué va! De ningún modo.
—Oye, rubito, no me lleves la contraria —bramó el gigante, apuntándole
con un dedo acusador—. Me lo ha dicho Marcus, así que ¿estás insinuando que
mi amigo es un mentiroso?
El inglés tragó saliva despacio. El desorbitado tamaño de los puños
cerrados de La Masa le aterrorizaba.
—¡Ah, je, je! ¡Claro que soy el novio de _____!, ¡lo había olvidado! Ja, ja, ja.
—Rió con nerviosismo, de un modo entrecortado.
—Pues que no se te vuelva a olvidar si no quieres enfrentarte a Golpes —le
dijo señalando su puño derecho— y Sangre —concluyó, alzando el izquierdo.
—Oh, no, no te preocupes; _____ y yo estamos muy enamorados (ya
pensamos en boda y todo). —Intentó sonreír, pero creía notar que se le había
congelado la piel del rostro y apenas podía gesticular—. Además, será mejor
que Golpes y Sangre descansen esta noche.
—Ya veremos… —Le miró con desconfianza, antes de entrar en la casa.
Las otras dos chicas también lo hicieron, tras presentarse. Una de ellas
tenía la cabeza rapada al uno o al dos, mientras que la otra llevaba el cabello
largo y liso hasta pasada la altura del trasero. Nicholas torció el gesto, antes de
cerrar la puerta y adentrarse en una estancia repleta de seres locos y medio
extraterrestres.
Cuando llegó al comedor advirtió que todos se habían acomodado y la
cena estaba servida. Habían empezado a comer sin esperarle. Tampoco le
sorprendió demasiado. Ojeó la estancia y distinguió al idiota de Matt sentado al
lado de _____. Se dirigió hacia allí, cabreado.
—Tu sentido matemático no calcula bien el asiento que te corresponde
—le dijo.
—Se siente, haber llegado antes —farfulló el otro, y prosiguió engullendo
un trozo de pizza. Después alzó la cabeza para mirarle y señaló los canapés—.
Me han comunicado que ha sido idea tuya lo de hacer los canapés. Le pediré a
mi cocinero que te envíe a Londres alguna receta sobre cómo son realmente los
canapés.
—Son así.
—No, claro que no.
—He dicho que sí.
—Nicholas, deja de comportante como un crío —le reprochó _____—.
Siéntate allí, al lado de Gorth.
Nicholas sintió cómo un escalofrío ascendía despacio por su espalda. Gorth,
frente a _____, le daba un delicado mordisco a uno de sus canapés. Intentó
disimular el miedo y se acercó hacia la silla libre que estaba a su lado. El
psicópata le miró y le sonrió. Nicholas deseó morir allí mismo.
—Están buenos los canapés —le dijo, arrastrando las palabras. Hablaba
con un tono extremadamente bajo, casi en susurros, como una serpiente.
—Gracias. Ya lo sabía —contestó Nicholas, sirviéndose su plato.
Miró alrededor en un vano intento por controlar lo que ocurría. En el otro
extremo de la mesa, Nixie miraba embobada a Marcus, que engullía pizza como
un animal y sacudía sus rastas de un lado a otro golpeando con ellas la cresta de
Esko. Leo parecía perdido en un mundo de nubes rosas, arcoíris coloridos y
estrellitas brillantes (ya había fumado más de la cuenta). A Nicholas le sorprendió
que las gemelas feas comiesen de un mismo plato (unión nutritiva, pensó).
Cuando siguió recorriendo a los invitados con la mirada y fijó sus ojos en Cloe,
esta pestañeó en exceso y le envió un beso imaginario soplando sobre la palma
abierta de su mano. El estómago de Nicholas dio un vuelco en respuesta.
Al otro lado, el dueño de Golpes y Sangre masticaba un canapé tras otro,
sentado cerca de la Chica Cabeza Rapada (que se hallaba tan ausente que
parecía estar dialogando con Buda), al contrario que la pelo largo, que
hablaba sin cesar, como Matt, quien le contaba sus aventuras y desventuras a
una silenciosa _____. Por último, su brother reía tontamente el chiste de uno de
sus amigos.
Nicholas tragó saliva despacio cuando posó sus ojos sobre el psicópata, que
le miraba fijamente.
—Hola —le dijo, sin saber qué más decir.
El Chico Arma volvió a sonreírle misteriosamente.
—Hola —le respondió.
Nicholas tembló y, cuando oyó que _____ se disculpaba ante Matt para ir al
baño, se apuntó de inmediato a la excursión, levantándose atropelladamente
de la mesa.
—¿Qué haces? —le preguntó _____, malhumorada como de costumbre.
—Te acompaño.
—Puedo ir sola.
—No me importa, necesito estirar las piernas —contestó él, y observó
gustoso la mirada envidiosa que Matt le dedicó.
_____ suspiró, pero no añadió nada más. Juntos salieron del infierno y
fueron escaleras arriba. Una vez llegaron al baño, Nicholas se coló ágilmente y
cerró la puerta.
—Pero ¿qué haces? ¡Sal de aquí! —le gritó ella.
—¡Ni de coña! Sería un suicido —repuso Nicholas. Abrió el grifo del lavabo y
se lavó la cara con agua fría. Pestañeó, antes de secarse con una de las toallas.
—¿Qué es lo que te ocurre?
_____ repiqueteó con el pie sobre el suelo y se cruzó de brazos. Esperó
paciente la respuesta del inglés, el cual se apoyó en la pared de azulejos antes
de hablar.
—¿Estás loca o qué? ¡Acabo de conocer a un montón de zombis
mentales!
—Pero ¿de qué estás hablando?
—¡De ellos! —Nicholas señaló la puerta del baño, indicando el exterior—.
¿Qué me dices del gigante que ha bautizado a sus puños como Golpes y
Sangre?
_____ rió.
—Ah, te refieres a Evan.
—No me importa cómo se llame —replicó Nicholas entre dientes—. Está
empeñado en que eres mi novia y amenaza con presentarme oficialmente a
Golpes y a Sangre si decido no seguirle el juego.
Las carcajadas de _____ fueron en aumento.
—¿Y el psicópata ese que se sienta a mi lado? Lleva una cruz invertida
colgando del cuello, ¿crees que puedo comer tranquilamente sin pensar que en
cualquier momento invocará al mismísimo Satán?
—Gorth es totalmente inofensivo —le reprochó _____—. Es el único cuerdo
de ahí abajo.
Nicholas, dramatizando en exceso, se llevó una mano al pecho.
—¡Ah, vale, pues si me dices que el psicópata es el único cuerdo de ahí
abajo ya me quedo más tranquilo! —exclamó irónico.
—No deberías juzgarle por su aspecto físico —le indicó ella—. Además,
Gorth es superdotado.
—¿Ese engendro es superdotado? Entonces, ¿yo soy Dios? —agitó las
pestañas, esperando una buena contestación.
—Deja de decir tonterías y baja a cenar con todos —ordenó ella, y le
empujó hacia la puerta.
—Me prometiste que no te alejarías de mí, _____ —le recordó—. Si lo
haces, ya sabes, mantendré una interesante conversación con tus padres y se
descubrirán todas las macabras mentiras de los hermanos Graham.
Kesley suspiró.
—Está bien, te prometo que cuando terminemos de cenar me convertiré
en tu sombra.
—Eso espero… —concluyó él, alzando un dedo amenazador.
Salió del baño tambaleándose. Los demonios que ocupaban el comedor
le habían robado toda su energía. Sintió unas ganas tremendas de llamar a su
madre y pedirle que fuera a recogerlo, pero se contuvo. Esperó en la puerta del
baño hasta que _____ acabó y juntos se dirigieron, de nuevo, hacia el infierno.
Nicholas abrió mucho los ojos cuando entró. Habían apartado la mesa
principal, dejándola a un lado del comedor, y todos estaban sentados en el
suelo formando un círculo demoníaco, como si aquello fuese un ritual satánico,
con un montón de bolsas repletas de bebidas alcohólicas en el centro.
—¡ATENTOS TODOS!, ha llegado la hora de preparar… ¡la Bomba Explosiva!
—gritó el chico de la cresta roja.
—¿Piensan preparar un atentado terrorista en tu casa, _____? —susurró.
—No, idiota, la Bomba Explosiva es un cóctel que inventó Esko.
—Ciertamente, el nombre promete. Veamos cuántos estómagos
revientan esta noche…
—¿Podrías callarte un rato? —le pidió ella.
—No sé, no sé… Todos estos acontecimientos merecen ser comentados.
—Se encogió de hombros y siguió a _____ hasta el círculo. Se hicieron un hueco
entre las gemelas feas y el Chico Arma.
Situado en el centro del círculo, Esko comenzó a mezclar un montón de
bebidas diferentes en una botella vacía. Todos estudiaban con atención sus
movimientos, como si se tratase de un nuevo truco de magia. Pasados unos
minutos, Nicholas se acercó sigiloso a Kesley.
—Me aburro, ¿falta mucho para que tu comedor explote de una vez por
todas?
—Nicholas, te juro que no soportaré mucho más tener que escuchar tu voz.
Y decía la verdad. A _____ le desesperaba que la voz de Nicholas fuese tan
delicada e inocente cuando realmente solo la utilizaba para hilvanar frases
humillantes e insultantes.
—No digas memeces, _____; tú adoras mi voz.
—Adoro tus labios cerrados, Nicholas.
—Mis labios, al fin y al cabo; adoras mis labios —concluyó él, satisfecho.
Mientras Esko continuaba elaborando aquel cóctel misterioso, Nicholas
advirtió que Matt le miraba fijamente desde el otro extremo del círculo; así que,
a propósito, se pegó todo lo que puedo a _____ y le sacó la lengua al otro.
—¡Me estás agobiando! —le dijo ella.
—Lo siento, pero la cara de las gemelas feas me asusta. Hasta tú eres una
belleza en comparación con ellas.
—No son tan feas —le reprochó _____.
—Pero ¿qué demonios les ocurre a tus ojos?
—¡Chissst, calla de una vez! Esko está a punto de terminar…
En efecto. Esko tapó la botella —ahora llena—, en la que había mezclado
cien mil derivados distintos de alcohol, y la agitó con ahínco. Nicholas se encogió
sobre sí mismo e hizo algunos cálculos científicos sobre si realmente aquello
podría provocar que todos estallasen en mil pedazos.
—¡Ya está listo! —Esko se volvió hacia Marcus y le dedicó una sonrisa
repleta de cariño, tendiéndole la botella—. Es honor del cumpleañero probarlo
el primero.
Nicholas susurró un largo «Oooh» fingiendo emocionarse.
—Qué bonito. —Miró a _____ agitando las pestañas con afectación—.
¡Qué buen amigo! Le cede el turno para degustar la Bomba Explosiva. Creo que
voy a llorar —añadió irónico.
Y muy a su pesar, _____ se llevó una mano a la boca para no reír ante el
comentario de Nicholas. Contempló cómo su hermano abría la botella y después
la inclinaba hasta que la boquilla tocaba sus labios. Le dio un trago largo y acto
seguido se limpió con la manga de la chaqueta. Todos aplaudieron, y Nicholas,
sorprendido, dio un respingo en su sitio.
—¿Qué pasa, aquí probar la Bomba Explosiva es como tomar la comunión
o qué? —Observó su alrededor contrariado, pensando que aquel cóctel debía
de ser una tradición o algo parecido.
Fueron pasándose la bendita botella de uno a otro. Cuando llegó hasta
Nicholas, él la miró con asco y se la tendió directamente a _____.
—¿No piensas probarlo siquiera? —le preguntó ella.
—Unas ocho bocas satánicas acaban de salivar esa boquilla, ¿hace falta
que añada algo más? —Enarcó las cejas.
—En realidad no sé ni por qué pregunto —concluyó ella, que bebió
también y se la pasó al Chico Arma.
Aquello a Nicholas le parecía nauseabundo. Casi sintió alivio cuando varios
comenzaron a levantarse de allí y Marcus puso música. Algunas de las chicas
comenzaron a bailar por el comedor, y ellos hicieron el mono a su alrededor.
Nicholas supuso que así era como antiguamente se comportaban los
neandertales. En un momento dado, el amo de Golpes y Sangre tropezó con el
cable de la lámpara y terminó derribando el árbol de Navidad, que cayó al
suelo armando bastante revuelo.
Nicholas apenas se inmutaba ya. Esperaba cualquier cosa que viniera de
esos energúmenos. Charles, su brother, se subió a una silla y mientras señalaba el
árbol recién caído, gritó:
—¡A la mierda la Navidad!
Nicholas respiró hondo y sonrió falsamente.
—¡Qué ambiente más cristiano se respira en esta… comuna hippie!
Nadie respondió con un «¡Cállate!» a su comentario. Asustado, buscó a
_____ por la agitada estancia, pero no la encontró. Advirtió que Matt tampoco
estaba allí, así que rápidamente abandonó el comedor con el firme propósito
de averiguar qué estaba pasando.
Dio con ellos rápidamente. Estaban en la habitación de _____. Prefirió que
no le viesen y se quedó agazapado a un lado de la puerta entreabierta con la
intención de escuchar lo que hablaban esos dos.
—Será mejor que bajemos con todos —le dijo _____.
—Pero antes tengo que darte una cosa —respondió Matt con su
característica y desagradable voz melosa.
—Oh, ¿de qué se trata?
—Es mi regalo de Navidad —informó él—. Pensé que el día de Navidad
ambos estaríamos ocupados con nuestras respectivas familias, así que lo mejor
sería dártelo esta misma noche.
—Pe… pero… no es necesario, Matt, de verdad… yo todavía no he ido a
comprar los regalos… —mintió ella.
—No importa. —Suspiró—. Aquí tienes.
La curiosidad de Nicholas iba en aumento, así que se inclinó y observó por la
rendija de la puerta cómo _____ abría una pequeña caja negra y terminaba
sacando un colgante brillante. Por alguna extraña razón, Nicholas sintió ganas de
estrangular al estúpido Matt. Se contuvo y aguantó la respiración mientras ella le
agradecía el detalle y él se ofrecía a ponérselo. Cuando Matt apartó el cabello
de la espalda de _____, tirándolo hacia delante y le rozó con sus desagradables
dedos el cuello, logró agotar su paciencia y abrió la puerta de golpe y entró en
la habitación. Sonrió malévolo.
—Vaya, vaya, qué romántico —farfulló sarcástico—; es taaaaaan
romántico que creo que voy a vomitar.
—Nicholas, por favor, no empieces —atajó _____, al tiempo que Matt le
abrochaba el colgante.
—¿Por qué no vas al baño a mirártelo y me dices si te gusta la medida?
—le preguntó él.
_____ asintió, con aire cohibido, antes de obedecer su consejo y dirigirse
hacia el baño. Cuando estuvo seguro de que la joven no podía oírles, Nicholas
avanzó unos pasos hasta situarse frente a Matt.
—En serio, eres patético —le dijo este—. Deberías aprender a respetar la
intimidad de las personas. No está bien escuchar conversaciones ajenas.
—Lo que a ti te parezca bien o mal, créeme, me trae sin cuidado
—respondió Nicholas.
—¿Tienes idea de lo que significa el concepto de la palabra «respeto»?
—inquirió Matt, furioso.
—«Miramiento, consideración hacia una persona u cosa, deferencia.
Manifestaciones de acatamiento que se hacen por cortesía.» —Nicholas sonrió
orgulloso—. Pero no comparto la definición estricta del diccionario. Yo definiría el
respeto como algo así: «Considerar lo que SE DEBE considerar». Y seamos
sinceros, Matt, a mí no me apetece considerarte. Y mucho menos escucharte.
Eres un muermo.
—Al menos soy un muermo que ha conseguido ganarse la amistad de
_____. Por más que intentes disimularlo, veo que tú no lo has logrado.
—¿Y por qué iba a querer ser su amigo? —Nicholas le observó con
curiosidad.
—No vale la pena hablar contigo —le dijo—. Solo sabes decir tonterías,
burradas… cosas que hagan daño a la gente. No mereces ni un segundo de
atención.
Tras las palabras de Matt, _____ apareció en la habitación, asintiendo con
relación a la medida del colgante.
—¿Ya habéis dejado de discutir como dos niños de cinco años? —les
preguntó, sonriente.
—Sí. Le he dicho que no valía la pena hablar con él, solo sabe hacer el
mal. Y no merece ni un solo segundo de atención —musitó Nicholas, felizmente,
farfullando las palabras que Matt acababa de decirle a él mismo.
Matt abrió mucho la boca, con los ojos desorbitados.
—¡Acabas de copiarme! ¡Eso lo he dicho yo!
Nicholas chasqueó la lengua, como dándose la razón.
—¿Ves? ¡Lo que he dicho!, se comporta como un niño… —Miró a _____,
orgulloso de sí mismo.
—¡Estás loco! —exclamó Matt.
—¡Deja de meterte conmigo! ¿Por qué me odias? ¡No te he hecho nada!
—Estás fatal, definitivamente…
—Bueno, no importa, será mejor que nos marchemos con todos. —_____
sonrió. Seguía con el propósito de disfrutar de una gran fiesta aquella noche y no
deseaba que ninguno de los dos se la fastidiara—. Nos vamos a ir a la discoteca
de Helthon.
Helthon era un pueblo que se encontraba apenas a veinte o treinta
minutos de la urbanización donde _____ vivía. Allí había numerosos pubs, y
también estaba la discoteca Butterfly, en la que pensaban continuar con la
celebración del cumpleaños de su hermano. Estaba deseando llegar allí y
deshacerse durante unas horas de todos los problemas.
El hecho de que Matt le regalase un colgante con forma de corazón la
había puesto nerviosa y se había sentido tremendamente mal por no haber
comprado un regalo para él. Eso sin contar con la intromisión de Nicholas, que,
como siempre, había empeorado las cosas todavía más.
—Dame el teléfono del supermercado —le pidió Nicholas.
—¿Qué…?, ¿qué piensas hacer, pequeño demente?
—Pediré que traigan a casa masa de canapé preparada.
_____ se cruzó de brazos y le miró como si acabase de volverse
completamente loco. Suspiró largamente.
—Mira, Nicholas, en el diminuto supermercado de la urbanización no hacen
pedidos a domicilio.
—Entonces esta vez será la excepción —repuso él, sonriente—. Venga, no
me cuentes historias y dame el teléfono.
_____ puso los ojos en blanco, antes de desaparecer hacia el comedor
en busca de la guía telefónica. Allí se encontró con su hermano, Esko y Leo, que
reían sin cesar mientras veían anonadados el programa ¿Quién quiere ser
millonario? _____ no encontró la gracia del asunto y supuso que ya habrían
fumado más de la cuenta.
—¿Estás con tu amiguito? —le preguntó Marcus, dirigiéndole una sonrisa
ligeramente maliciosa.
—No es mi amiguito —repuso _____—. Y, en el remoto caso de que lo
fuera, no sería asunto tuyo.
—Mientras os lo sigáis montando sobre la alfombra del comedor, será
asunto mío —le indicó su hermano—. ¡En esta casa tenéis habitaciones de sobra
para hacer gorrinadas, no hace falta que nos restreguéis vuestra feliz vida sexual!
—gritó, y después rió atropelladamente, acompañado por las estridentes
carcajadas de los otros dos.
—Marcus, creo que deberías dejar de fumar.
—¡Pero si la fiesta solo acaba de empezar! Espera a que lleguen los
demás…
_____ cogió la guía telefónica y salió de allí dando un fuerte portazo.
Estaba cabreada con el mundo en general. Nicholas tenía la culpa de todo. Antes
de que el inglés llegase allí a pasar las vacaciones todo había ido sobre ruedas,
sin problemas. Ahora, contrariamente, las cosas comenzaban a torcerse más de
lo debido.
—¿Ya tienes el maldito teléfono? —preguntó Nicholas en cuanto ella entró
en la cocina.
—Sí, aquí lo tienes —contestó _____, lanzándole la gruesa guía telefónica.
Nicholas logró cogerla al vuelo, pero dio un paso atrás, asustado.
—¿Quieres matarme? —Hojeó las páginas de la enorme guía—. ¿Y cómo
narices pretendes que encuentre aquí el número del supermercado? ¡Búscalo
tú!
Le tiró la guía, que de nuevo voló por los aires como si se tratase de una
pelota de goma. _____ no consiguió alcanzarla y retumbó estridentemente
sobre el suelo de la cocina.
—¡Estúpido! —le gritó al recogerla.
Respiró agitada, mientras buscaba el teléfono del supermercado y
prometió que, una vez lograse preparar adecuadamente el cumpleaños de
Marcus, también se dedicaría a celebrarlo por todo lo alto. Pensaba darse la
fiesta de su vida. Es más: necesitaba urgentemente esa fiesta. Debía despejarse
de todos aquellos insufribles días.
—Aquí lo tienes —le dijo cuando lo encontró y se lo señaló con la punta
del dedo.
Él sonrió satisfecho. Cogió el teléfono, marcó el número y esperó una
respuesta.
—¿Oiga?, ¿hablo con el supermercado? —preguntó—. Ah, perfecto. Soy
el señor Nicholas, me gustaría hacerles un pedido a domicilio.
_____ le observó mientras él permanecía en silencio, escuchando al
parecer las palabras de uno de los encargados.
—Ya sé que no tienen ese servicio para clientes, pero pienso que podría
hacer una excepción. —Suspiró—. Verá, las excepciones suelen ser bien
recompensadas, usted ya me entiende…
Hubo unos instantes tensos. Y después, sorprendentemente, Nicholas
comenzó a indicarle la dirección de la casa y qué deseaba comprar. Luego
colgó y le lanzó a _____ una mirada rebosante de orgullo.
—¿Ves? No era tan difícil —le dijo.
—Le has sobornado —farfulló la joven.
—Lo sé. —Chasqueó los dedos—. Recuerda esto, _____: el dinero puede
con todo.
—Me das asco.
—Apuesto lo que sea a que mi dinero también puede con tu asco
—repuso Nicholas, con ademán reflexivo.
_____ pasó el resto de la tarde siguiendo las instrucciones de Nicholas.
Preparó el relleno de los canapés y aguantó sus continuas quejas.
—No puedo creer que ni siquiera tengáis un poco de caviar —decía—.
Sinceramente, teniendo en cuenta los nefastos ingredientes, no sé si estos
canapés serán comestibles.
_____ fingió no escucharle y continuó mezclando atún con tomate en un
pequeño cuenco. Aproximadamente media hora después, los canapés estaban
preparados y listos para hornear. _____ contempló las dos bandejas repletas
con cierta duda. Vendría mucha gente, incluidos sus amigos, así que supuso que
los ridículos canapés no llenarían siquiera el estómago de dos personas.
—Vale, mételos en el horno —continuó Nicholas, disfrutando como nadie del
hecho de poder dar una orden tras otra—. Será mejor que vaya subiendo a mi
habitación para arreglarme —añadió.
_____ se giró tras cerrar la puerta del horno y le miró fijamente.
—Nicholas, hazme un favor: no te arregles demasiado —le pidió—. Solo lo
justo, ¿entiendes? Iremos después a una discoteca que está en el pueblo de al
lado. No hace falta que te vistas de etiqueta.
—Eso ya lo sabía… —susurró él con desdén.
_____ rió tímidamente cuando él desapareció de la cocina, advirtiendo
que no lo sabía. Ciertamente, minutos atrás, al subir a la planta de arriba para ir
al baño, había divisado un perfecto esmoquin (o algo parecido) tendido sobre
la cama de Nicholas; bien preparado de antemano. El inglés era tan… previsible.
Antes de ir ella también a vestirse, sacó dos pizzas de la nevera y las metió
en la parte inferior del horno, omitiendo los consejos de Nicholas. Estuvo a punto
de ponerse a freír patatas, pero supuso que ya era demasiado tarde y los
invitados aparecerían en breve.
Una vez en su cuarto, se puso unos vaqueros ajustados y para la parte de
arriba eligió una camiseta de tirantes que se cruzaban en la espalda de color
marrón, a conjunto con las botas. Suspiró, dejando atrás su sudadera y
doblándola sobre la cama. Después se dirigió directa hacia el baño y, justo
cuando estaba a punto de abrir la puerta, se cruzó con Nicholas.
—Aparta —le espetó él, dándole un empujón y entrando en el baño.
—¡Eh, pero te has colado!
—Pues te fastidias.
Iba a cerrarle la puerta en las narices, pero _____ colocó el pie entre esta
y el marco justo a tiempo. Él entrecerró los ojos y un brillo grisáceo pareció
emanar de ellos.
—Quita el pie de ahí —exigió. Y entonces la miró de arriba abajo.
Lentamente una sonrisilla malévola apareció en sus labios—. Por cierto, bonito
escote.
—¡Cállate, idiota! —se quejó ella, llevándose una mano al pecho.
—Pensaba que eras una tabla de surf. —Volvió a sonreír—. Me has estado
engañando, ¿eh?
_____ respiró hondo y alzó la vista hasta el techo del pasillo, rogándole al
Dios que la había abandonado en aquel aeropuerto, cuando él llegó a Estados
Unidos, que regresara y la salvara de una muerte segura.
—¿Te importa si compartimos el baño? —preguntó ella, intentando
aparentar amabilidad—. Tengo que peinarme. Si no, nos quedaremos aquí en la
puerta hasta la madrugada.
—Está bien. —Nicholas abrió un poco la puerta—. Pero que conste que soy
como los seguratas de las discotecas: el pase se acepta o se deniega según el
tamaño del escote.
—Eres un cerdo, Nicholas —atajó ella, apartándole a un lado y entrando.
Él se colocó detrás de _____, mientras ella se situaba frente al espejo y
comenzaba a cepillarse el cabello con ahínco. Nicholas bajó la vista y observó el
contorno del trasero de la chica. Era la primera vez que se vestía con una
prenda tan ajustada como para que pudiese hacer sus cálculos anatómicos. No
estaba tan mal. Pero, claro, era _____, y eso sí estaba mal.
—No te preocupes, sabes perfectamente que yo jamás te tocaría
—respondió él—. No estoy tan desesperado como para rebajarme hasta tu nivel.
_____ le ignoró y continuó peinándose, con Nicholas a su lado, apenas a
unos centímetros de distancia, evaluando cómo intentaba recogerse el pelo en
una especie de moño desenfadado.
—No te queda bien —le indicó él.
—¿Te importaría dejar de humillarme? —se quejó _____, malhumorada. Su
paciencia se agotaba por momentos.
—No es eso. —Nicholas frunció los labios, como si le costase pronunciar las
palabras que pensaba decir—. Es que el pelo suelto te favorece más
—concluyó.
_____ se giró hacia él y dejó de colocarse horquillas negras en el contorno
del moño.
—¿Lo dices en serio? —Se evaluó frente al espejo, observándose de perfil
e intentando decidir qué hacer—. Hum… puede que tengas razón.
Finalmente se quitó las horquillas y dejó que la melena color castaño
oscuro se deslizase libremente por su espalda. Nicholas observó las ondulaciones
del cabello en silencio, pensativo.
—¿Me lo plancho? —preguntó _____, ansiosa por recibir más consejos de
belleza por parte de un hombre. Tenía la seguridad de que eran más sinceros
que sus propias amigas.
—¿Y a mí qué me cuentas? —contestó él, volviendo a su antipático
estado natural. Contempló el decepcionado rostro de _____—. Bueno, no, no te
lo planches. Está mejor así.
Ella sonrió tímidamente, y él deseó que la tierra se lo tragase. No le
gustaba estar en aquel baño con _____, pues era una extraña situación que
daba a entender lo bien que se llevaban, la confianza que tenían el uno en el
otro y la intimidad que reinaba en la relación. Todo falso, obviamente.
—¿Te falta mucho? —insistió—. Quiero mear. Y no pienso hacerlo delante
de ti, por mucho que lo desees.
_____ le dedicó una mueca de asco, y la situación pareció volver a la
normalidad.
—Me das asco —masculló—. Ya me marcho, tranquilo.
Se fue poco después, dejándole a solas. Nicholas corrió el pestillo de la
puerta. Se miró al espejo y con un poco de agua despuntó los mechones rubios
que danzaban de un lado a otro. _____ le había indicado que no debía
arreglarse demasiado, así que intentó dotar su pelo de un toque desenfadado.
Se había vestido concienzudamente con unos vaqueros corrientes (doscientos
cincuenta dólares) y una camisa gris que conjuntaba con el color de sus ojos. Se
desabrochó los primeros dos botones de la camisa y respiró hondo.
Estaba nervioso. Aquella noche debía enfrentarse a muchas cosas, no solo
a la idiota de _____. Tendría que ver de nuevo a sus amigos (sin contar con la
idea de conocer a los amigos de Marcus). Todavía recordaba a Cloe, la loca
que pretendía llevarlo a su habitación para que hiciesen una película no apta
para todos los públicos; Charles, el joven macarra que siempre parecía estar a
punto de cometer un atraco y le trataba como si fuesen hermanos y se
conociesen de toda la vida; Nixie, la loca que afirmaba continuamente lo
guapo que era Marcus (Nicholas sintió un leve escalofrío al recordarlo). Pero, por
encima de todos ellos, le preocupaba tener que volver a encontrarse con Matt.
Matt era su contrincante. Vestía bien, tenía la piel cuidada y era elegante
y rico. Le odió en cuanto le vio por primera vez. Además, Matt llevaba
enamorado de _____ muchos años, y a Nicholas había dejado de parecerle
gracioso ese asunto. Matt era una mosca que sus pulcros zapatos debían
aplastar sin compasión. Nicholas sonrió frente al espejo, sintiéndose más seguro tras
su último pensamiento.
—¿Te has ahogado en el retrete? —preguntó _____, gritando tras la
puerta a bocajarro—. Eres tan tonto que no me sorprendería, la verdad.
—No, querida _____. —Nicholas sonrió, apoyando ambas manos en el
lavabo y pensando en su próximo comentario—. Estoy ocupado… aliviando
ciertas necesidades… sexuales. —Apretó los labios, aguantando una sonora
carcajada—. Si quieres entras y me echas una mano; nunca mejor dicho.
—¡Guarro! ¡Serás…! ¡Arg, te odio! —exclamó, consternada—. Por tu bien,
espero que sea una de tus estúpidas bromas.
Nicholas abrió la puerta del baño de golpe, disipando las dudas de _____.
Le dedicó una amplia sonrisa y le tocó la punta de la nariz con uno de sus largos
dedos.
—Seguro que ya estabas fantaseando, ¿eh, pillina? —le dijo.
_____ frunció el entrecejo.
—En realidad, prefiero fantasear sobre lo mal que lo vas a pasar esta
noche.
Y acto seguido comenzó a caminar escaleras abajo. A Nicholas no le
agradó su último comentario. Siguió los pasos de _____ algo enfurruñado e
intentando calmarse. Era complicado controlarse en ciertas situaciones que
nunca había tenido que vivir. La vida americana le parecía el caos más absoluto
jamás conocido.
Llamaron al timbre de la puerta. Marcus, junto con sus dos amigos, se
levantó al fin del sofá (al cual podría haberse pegado; Nicholas trazó una nota
mental al respecto: no volver a sentarse ahí bajo ningún concepto). Cuando la
puerta se abrió y un montón de extraños energúmenos empezaron a colarse en
la casa de la familia Graham, Nicholas pensó que se trataba de un atraco a mano
armada.
—Bienvenidos —dijo _____.
—¿Les das la bienvenida a ellos? —le preguntó Nicholas, en susurros,
mientras señalaba al grupo. Necesitaba cerciorase de que aquellos eran
invitados.
—Mantén la boca cerrada.
Los ojos de Nicholas danzaban de un lado a otro, contemplando el desastre
que se iba desatando a su alrededor. Una chica con el cabello de color rosa
chicle le dio dos besos y se presentó.
—Soy Amy —le dedicó una sonrisa.
—Ah, pues qué bien —contestó Nicholas, confundido.
—Él es Nicholas —añadió _____ rápidamente, sacándole del apuro—.
Perdona, es un poco tímido.
—¡Oh, no tiene importancia! —Amy rió.
Nicholas no podía apartar la vista de ella, con ese color tan llamativo de
pelo. Era como si le hubiese hipnotizado.
Había mucha gente. Dos jóvenes que también llevaban rastas, aunque
más finas que las de Marcus; dos chicas gemelas, ambas igual de feas, según
catalogó el inglés rápidamente; y un joven que parecía recién salido de un
psiquiátrico de alto riesgo. Iba completamente vestido de negro y calzaba unas
enormes botas militares. Su cazadora (negra, al igual que todo lo demás) estaba
repleta de remaches y cadenas de plata que colgaban por doquier. El chico en
sí era un arma andante. Por si aquello fuese poco, un flequillo ladeado ocultaba
la mitad de su pálido rostro, sobre el cual apenas cabía un piercing más. Era alto,
aunque excesivamente delgado. Así que, cuando _____ cogió al chico de la
mano y lo arrastró hacia Nicholas con la intención de presentárselo, a este le
entraron verdaderas ganas de convertirse en una versión moderna de Forrest
Gump y echar a correr a toda velocidad.
Sin embargo, el cabello rosa fucsia de Amy seguía ejerciendo cierto
control mental sobre él, por lo cual se contuvo y permaneció muy quieto,
adivinando que se avecinaba una de las noches más extrañas de su vida.
—Mira, él es Nicholas, el estudiante inglés que ha venido a pasar las
Navidades con nosotros —le decía _____ al chico arma letal—. Nicholas, te
presento a Gorth.
«Hasta el nombre suena extrañamente… mortífero y peligroso», pensó
Nicholas. Estiró la mano, intentando complacerle, pero Gorth le miró serio y no
aceptó su saludo.
—Le cuesta entablar amistad con los desconocidos —le explicó _____,
tratando a Gorth como si fuese su chiquillo protegido.
—Créeme, no importa. —Nicholas sonrió, satisfecho. Mejor si aquel psicótico
no le dirigía la palabra en toda la noche. Un alivio para él.
Marcus gritó, y su voz se elevó sobre el nivel de los murmullos en la entrada
de la vivienda.
—¿Cenamos ya o qué? ¡Me muero de hambre!
Nicholas se acercó con sigilo al oído de _____.
—Palabras vulgares, muy propias de tu hermano y su falta de educación.
_____ le apartó de un codazo, pero, curiosamente, Nicholas observó que
Gorth había oído su comentario y ahora le sonreía. Clavó la vista en el suelo. El
chico arma le intimidaba más de lo que le gustaba. Por eso, cuando _____ se
alejó para explicarle a su hermano que todavía faltaban invitados por llegar,
Nicholas creyó que el mundo se le venía encima.
—Un buen comentario —le dijo el psicópata. Apenas movía los labios para
articular las palabras.
Aguantó unos instantes mirándole fijamente. Y mágicamente agradeció la
cercana presencia de la «chica pelo rosa». Quizá ella se dignase salvarle si Gorth
decidía atacarle de improviso. Dio un paso hacia atrás, por si las moscas.
—Gracias —dijo al fin.
Todos los invitados pasaron al comedor y se acomodaron en los sofás y las
sillas que rodeaban la enorme mesa de madera. Nicholas advirtió que, al parecer,
_____ había puesto la mesa mientras él se encerraba en el baño y, como era de
esperar, lo había hecho francamente mal. Cubiertos desordenados y
alineaciones desacertadas. Así que, mientras todos se acomodaban, se dedicó
a organizar aquel caos.
—¡Deja de hacer eso, por favor! —le pidió ella—. Acabará enterándose
todo el mundo de lo enfermo que estás. Intenta disimular, al menos.
—El desorden también es una enfermedad, _____ —le acusó él,
señalándola con el dedo índice para que todos los invitados advirtiesen que
aquello no era una conversación normal, sino una disputa.
Ella le ignoró y se dirigió hacia la puerta cuando el timbre sonó de nuevo.
Nicholas la siguió, alejándose de todos aquellos enigmáticos elementos. Al lado de
los amigos de Marcus, _____ podría haber sido una delicada princesita la mar
de femenina.
Frunció los labios con desagrado en cuanto divisó quiénes se encontraban
en los escalones de la entrada. Todos le saludaron amablemente, excepto Matt,
que ni siquiera se dignó mirarle; en cambio, se acercó hacia _____ y le dio un
pomposo beso en la mejilla. «Rata de cloaca, debes morir», pensó Nicholas,
mientras contemplaba asqueado su rostro.
Matt se había arreglado más que él, y eso le molestaba. ¡Y todo por culpa
de _____, que le había sugerido que no se vistiese demasiado formal! Sintió
ganas de enfundarse el traje de sultán que su madre le había regalado tras uno
de sus viajes a Arabia, solo por hacerle la competencia.
—¿Qué tal lo has pasado estos días?
Nicholas ladeó la cabeza, advirtiendo que se dirigían a él. Sintió un escalofrío
cuando descubrió a la emisora de aquella pregunta. Cloe. La misma Cloe que
había intentado violarlo días atrás. Vestía unos vaqueros excesivamente cortos y
un top de lentejuelas que dejaba poco espacio a la imaginación.
—Genial —respondió él, secamente.
Charles, el macarra con pinta de atracador innato, le dio una brusca
palmada en la espalda y le pellizcó un moflete, lo cual no le agradó demasiado.
—¡Esta noche lo vamos a pasar en grande, eh! Ja, ja, ya verás qué
marcha nos traemos por aquí —le dijo.
—Oh, sí, me muero de emoción —masculló Nicholas con un tono
extremadamente monótono.
—Tan estúpido como siempre —farfulló Matt, arrugando la nariz.
—¡Eh, deja de meterte con mi brother! —exclamó Charles, que abrazó al
inglés como si fuera de su propiedad.
_____ arrastró a Matt a un lado, cortando por lo sano cualquier discusión,
y el resto los siguieron hasta el salón. Dentro se había desatado una guerra de
cojines que sobrevolaban la estancia como estrellas fugaces y terminaban
estampándose contra jarrones, rostros desprevenidos o cualquiera que se
pusiese por delante. Nicholas contempló alarmado la escena, y sus ojos grises se
dirigieron velozmente hacia la estantería de madera donde reposaba la
colección de dedales de cerámica de la señora Graham.
—¡Eh, cuidado con los dedales! —les gritó, sin poder contenerse.
Se llevó una mano a los labios, asustado. ¿Qué narices hacía él
defendiendo a la inculta madre de _____? Respiró hondo, intentando buscar en
algún recóndito lugar de sí mismo a ese Nicholas malévolo y frío que normalmente
se apoderaba de sus sentimientos.
—¡TENGO HAMBRE! —gritaba Marcus, al compás de Esko, como un poseso
depravado—. _____, saca la cena, y los que falten, que se aguanten.
_____ asintió con la cabeza tras confiscar todos los almohadones y
esconderlos en el baño de arriba. Se dirigió a la cocina, seguida por Nixie y Matt,
así que Nicholas también lo hizo. Al contrario que el resto, él no se dignó cargar
con ningún plato, de modo que cuando llamaron por tercera vez al timbre de la
puerta, él era el único que tenía las manos libres.
—¡Nicholas!, ¿puedes abrir tú la puerta? —le rogó _____.
—¿Tengo cara de mayordomo o qué?
—¡Por favor, no puedo hacerlo todo!
Nicholas se mostró solidario y se dirigió hacia la puerta de la entrada. Abrió
despacio y temeroso, como si esperase encontrarse frente a él a Jack el
Destripador. Pues bien, en realidad lo que sus ojos vislumbraron no se iba mucho
de la línea de cosas que había imaginado.
Un chico enorme —de casi dos metros, por lo menos—, con una espalda
por la cual Nicholas habría podido escalar de habérselo propuesto, le sonreía
ampliamente. Le faltaba un diente: la pala derecha.
—Bienvenido al cumpleaños de Marcus —dijo Nicholas, sintiéndose estúpido.
Observó cómo dos chicas más salían del coche recién aparcado y se
retocaban el maquillaje contemplando sus rostros en los espejos retrovisores.
—Tú debes de ser el novio de _____, ¿verdad? —comentó el grandullón.
Nicholas rió.
—¡Qué va! De ningún modo.
—Oye, rubito, no me lleves la contraria —bramó el gigante, apuntándole
con un dedo acusador—. Me lo ha dicho Marcus, así que ¿estás insinuando que
mi amigo es un mentiroso?
El inglés tragó saliva despacio. El desorbitado tamaño de los puños
cerrados de La Masa le aterrorizaba.
—¡Ah, je, je! ¡Claro que soy el novio de _____!, ¡lo había olvidado! Ja, ja, ja.
—Rió con nerviosismo, de un modo entrecortado.
—Pues que no se te vuelva a olvidar si no quieres enfrentarte a Golpes —le
dijo señalando su puño derecho— y Sangre —concluyó, alzando el izquierdo.
—Oh, no, no te preocupes; _____ y yo estamos muy enamorados (ya
pensamos en boda y todo). —Intentó sonreír, pero creía notar que se le había
congelado la piel del rostro y apenas podía gesticular—. Además, será mejor
que Golpes y Sangre descansen esta noche.
—Ya veremos… —Le miró con desconfianza, antes de entrar en la casa.
Las otras dos chicas también lo hicieron, tras presentarse. Una de ellas
tenía la cabeza rapada al uno o al dos, mientras que la otra llevaba el cabello
largo y liso hasta pasada la altura del trasero. Nicholas torció el gesto, antes de
cerrar la puerta y adentrarse en una estancia repleta de seres locos y medio
extraterrestres.
Cuando llegó al comedor advirtió que todos se habían acomodado y la
cena estaba servida. Habían empezado a comer sin esperarle. Tampoco le
sorprendió demasiado. Ojeó la estancia y distinguió al idiota de Matt sentado al
lado de _____. Se dirigió hacia allí, cabreado.
—Tu sentido matemático no calcula bien el asiento que te corresponde
—le dijo.
—Se siente, haber llegado antes —farfulló el otro, y prosiguió engullendo
un trozo de pizza. Después alzó la cabeza para mirarle y señaló los canapés—.
Me han comunicado que ha sido idea tuya lo de hacer los canapés. Le pediré a
mi cocinero que te envíe a Londres alguna receta sobre cómo son realmente los
canapés.
—Son así.
—No, claro que no.
—He dicho que sí.
—Nicholas, deja de comportante como un crío —le reprochó _____—.
Siéntate allí, al lado de Gorth.
Nicholas sintió cómo un escalofrío ascendía despacio por su espalda. Gorth,
frente a _____, le daba un delicado mordisco a uno de sus canapés. Intentó
disimular el miedo y se acercó hacia la silla libre que estaba a su lado. El
psicópata le miró y le sonrió. Nicholas deseó morir allí mismo.
—Están buenos los canapés —le dijo, arrastrando las palabras. Hablaba
con un tono extremadamente bajo, casi en susurros, como una serpiente.
—Gracias. Ya lo sabía —contestó Nicholas, sirviéndose su plato.
Miró alrededor en un vano intento por controlar lo que ocurría. En el otro
extremo de la mesa, Nixie miraba embobada a Marcus, que engullía pizza como
un animal y sacudía sus rastas de un lado a otro golpeando con ellas la cresta de
Esko. Leo parecía perdido en un mundo de nubes rosas, arcoíris coloridos y
estrellitas brillantes (ya había fumado más de la cuenta). A Nicholas le sorprendió
que las gemelas feas comiesen de un mismo plato (unión nutritiva, pensó).
Cuando siguió recorriendo a los invitados con la mirada y fijó sus ojos en Cloe,
esta pestañeó en exceso y le envió un beso imaginario soplando sobre la palma
abierta de su mano. El estómago de Nicholas dio un vuelco en respuesta.
Al otro lado, el dueño de Golpes y Sangre masticaba un canapé tras otro,
sentado cerca de la Chica Cabeza Rapada (que se hallaba tan ausente que
parecía estar dialogando con Buda), al contrario que la pelo largo, que
hablaba sin cesar, como Matt, quien le contaba sus aventuras y desventuras a
una silenciosa _____. Por último, su brother reía tontamente el chiste de uno de
sus amigos.
Nicholas tragó saliva despacio cuando posó sus ojos sobre el psicópata, que
le miraba fijamente.
—Hola —le dijo, sin saber qué más decir.
El Chico Arma volvió a sonreírle misteriosamente.
—Hola —le respondió.
Nicholas tembló y, cuando oyó que _____ se disculpaba ante Matt para ir al
baño, se apuntó de inmediato a la excursión, levantándose atropelladamente
de la mesa.
—¿Qué haces? —le preguntó _____, malhumorada como de costumbre.
—Te acompaño.
—Puedo ir sola.
—No me importa, necesito estirar las piernas —contestó él, y observó
gustoso la mirada envidiosa que Matt le dedicó.
_____ suspiró, pero no añadió nada más. Juntos salieron del infierno y
fueron escaleras arriba. Una vez llegaron al baño, Nicholas se coló ágilmente y
cerró la puerta.
—Pero ¿qué haces? ¡Sal de aquí! —le gritó ella.
—¡Ni de coña! Sería un suicido —repuso Nicholas. Abrió el grifo del lavabo y
se lavó la cara con agua fría. Pestañeó, antes de secarse con una de las toallas.
—¿Qué es lo que te ocurre?
_____ repiqueteó con el pie sobre el suelo y se cruzó de brazos. Esperó
paciente la respuesta del inglés, el cual se apoyó en la pared de azulejos antes
de hablar.
—¿Estás loca o qué? ¡Acabo de conocer a un montón de zombis
mentales!
—Pero ¿de qué estás hablando?
—¡De ellos! —Nicholas señaló la puerta del baño, indicando el exterior—.
¿Qué me dices del gigante que ha bautizado a sus puños como Golpes y
Sangre?
_____ rió.
—Ah, te refieres a Evan.
—No me importa cómo se llame —replicó Nicholas entre dientes—. Está
empeñado en que eres mi novia y amenaza con presentarme oficialmente a
Golpes y a Sangre si decido no seguirle el juego.
Las carcajadas de _____ fueron en aumento.
—¿Y el psicópata ese que se sienta a mi lado? Lleva una cruz invertida
colgando del cuello, ¿crees que puedo comer tranquilamente sin pensar que en
cualquier momento invocará al mismísimo Satán?
—Gorth es totalmente inofensivo —le reprochó _____—. Es el único cuerdo
de ahí abajo.
Nicholas, dramatizando en exceso, se llevó una mano al pecho.
—¡Ah, vale, pues si me dices que el psicópata es el único cuerdo de ahí
abajo ya me quedo más tranquilo! —exclamó irónico.
—No deberías juzgarle por su aspecto físico —le indicó ella—. Además,
Gorth es superdotado.
—¿Ese engendro es superdotado? Entonces, ¿yo soy Dios? —agitó las
pestañas, esperando una buena contestación.
—Deja de decir tonterías y baja a cenar con todos —ordenó ella, y le
empujó hacia la puerta.
—Me prometiste que no te alejarías de mí, _____ —le recordó—. Si lo
haces, ya sabes, mantendré una interesante conversación con tus padres y se
descubrirán todas las macabras mentiras de los hermanos Graham.
Kesley suspiró.
—Está bien, te prometo que cuando terminemos de cenar me convertiré
en tu sombra.
—Eso espero… —concluyó él, alzando un dedo amenazador.
Salió del baño tambaleándose. Los demonios que ocupaban el comedor
le habían robado toda su energía. Sintió unas ganas tremendas de llamar a su
madre y pedirle que fuera a recogerlo, pero se contuvo. Esperó en la puerta del
baño hasta que _____ acabó y juntos se dirigieron, de nuevo, hacia el infierno.
Nicholas abrió mucho los ojos cuando entró. Habían apartado la mesa
principal, dejándola a un lado del comedor, y todos estaban sentados en el
suelo formando un círculo demoníaco, como si aquello fuese un ritual satánico,
con un montón de bolsas repletas de bebidas alcohólicas en el centro.
—¡ATENTOS TODOS!, ha llegado la hora de preparar… ¡la Bomba Explosiva!
—gritó el chico de la cresta roja.
—¿Piensan preparar un atentado terrorista en tu casa, _____? —susurró.
—No, idiota, la Bomba Explosiva es un cóctel que inventó Esko.
—Ciertamente, el nombre promete. Veamos cuántos estómagos
revientan esta noche…
—¿Podrías callarte un rato? —le pidió ella.
—No sé, no sé… Todos estos acontecimientos merecen ser comentados.
—Se encogió de hombros y siguió a _____ hasta el círculo. Se hicieron un hueco
entre las gemelas feas y el Chico Arma.
Situado en el centro del círculo, Esko comenzó a mezclar un montón de
bebidas diferentes en una botella vacía. Todos estudiaban con atención sus
movimientos, como si se tratase de un nuevo truco de magia. Pasados unos
minutos, Nicholas se acercó sigiloso a Kesley.
—Me aburro, ¿falta mucho para que tu comedor explote de una vez por
todas?
—Nicholas, te juro que no soportaré mucho más tener que escuchar tu voz.
Y decía la verdad. A _____ le desesperaba que la voz de Nicholas fuese tan
delicada e inocente cuando realmente solo la utilizaba para hilvanar frases
humillantes e insultantes.
—No digas memeces, _____; tú adoras mi voz.
—Adoro tus labios cerrados, Nicholas.
—Mis labios, al fin y al cabo; adoras mis labios —concluyó él, satisfecho.
Mientras Esko continuaba elaborando aquel cóctel misterioso, Nicholas
advirtió que Matt le miraba fijamente desde el otro extremo del círculo; así que,
a propósito, se pegó todo lo que puedo a _____ y le sacó la lengua al otro.
—¡Me estás agobiando! —le dijo ella.
—Lo siento, pero la cara de las gemelas feas me asusta. Hasta tú eres una
belleza en comparación con ellas.
—No son tan feas —le reprochó _____.
—Pero ¿qué demonios les ocurre a tus ojos?
—¡Chissst, calla de una vez! Esko está a punto de terminar…
En efecto. Esko tapó la botella —ahora llena—, en la que había mezclado
cien mil derivados distintos de alcohol, y la agitó con ahínco. Nicholas se encogió
sobre sí mismo e hizo algunos cálculos científicos sobre si realmente aquello
podría provocar que todos estallasen en mil pedazos.
—¡Ya está listo! —Esko se volvió hacia Marcus y le dedicó una sonrisa
repleta de cariño, tendiéndole la botella—. Es honor del cumpleañero probarlo
el primero.
Nicholas susurró un largo «Oooh» fingiendo emocionarse.
—Qué bonito. —Miró a _____ agitando las pestañas con afectación—.
¡Qué buen amigo! Le cede el turno para degustar la Bomba Explosiva. Creo que
voy a llorar —añadió irónico.
Y muy a su pesar, _____ se llevó una mano a la boca para no reír ante el
comentario de Nicholas. Contempló cómo su hermano abría la botella y después
la inclinaba hasta que la boquilla tocaba sus labios. Le dio un trago largo y acto
seguido se limpió con la manga de la chaqueta. Todos aplaudieron, y Nicholas,
sorprendido, dio un respingo en su sitio.
—¿Qué pasa, aquí probar la Bomba Explosiva es como tomar la comunión
o qué? —Observó su alrededor contrariado, pensando que aquel cóctel debía
de ser una tradición o algo parecido.
Fueron pasándose la bendita botella de uno a otro. Cuando llegó hasta
Nicholas, él la miró con asco y se la tendió directamente a _____.
—¿No piensas probarlo siquiera? —le preguntó ella.
—Unas ocho bocas satánicas acaban de salivar esa boquilla, ¿hace falta
que añada algo más? —Enarcó las cejas.
—En realidad no sé ni por qué pregunto —concluyó ella, que bebió
también y se la pasó al Chico Arma.
Aquello a Nicholas le parecía nauseabundo. Casi sintió alivio cuando varios
comenzaron a levantarse de allí y Marcus puso música. Algunas de las chicas
comenzaron a bailar por el comedor, y ellos hicieron el mono a su alrededor.
Nicholas supuso que así era como antiguamente se comportaban los
neandertales. En un momento dado, el amo de Golpes y Sangre tropezó con el
cable de la lámpara y terminó derribando el árbol de Navidad, que cayó al
suelo armando bastante revuelo.
Nicholas apenas se inmutaba ya. Esperaba cualquier cosa que viniera de
esos energúmenos. Charles, su brother, se subió a una silla y mientras señalaba el
árbol recién caído, gritó:
—¡A la mierda la Navidad!
Nicholas respiró hondo y sonrió falsamente.
—¡Qué ambiente más cristiano se respira en esta… comuna hippie!
Nadie respondió con un «¡Cállate!» a su comentario. Asustado, buscó a
_____ por la agitada estancia, pero no la encontró. Advirtió que Matt tampoco
estaba allí, así que rápidamente abandonó el comedor con el firme propósito
de averiguar qué estaba pasando.
Dio con ellos rápidamente. Estaban en la habitación de _____. Prefirió que
no le viesen y se quedó agazapado a un lado de la puerta entreabierta con la
intención de escuchar lo que hablaban esos dos.
—Será mejor que bajemos con todos —le dijo _____.
—Pero antes tengo que darte una cosa —respondió Matt con su
característica y desagradable voz melosa.
—Oh, ¿de qué se trata?
—Es mi regalo de Navidad —informó él—. Pensé que el día de Navidad
ambos estaríamos ocupados con nuestras respectivas familias, así que lo mejor
sería dártelo esta misma noche.
—Pe… pero… no es necesario, Matt, de verdad… yo todavía no he ido a
comprar los regalos… —mintió ella.
—No importa. —Suspiró—. Aquí tienes.
La curiosidad de Nicholas iba en aumento, así que se inclinó y observó por la
rendija de la puerta cómo _____ abría una pequeña caja negra y terminaba
sacando un colgante brillante. Por alguna extraña razón, Nicholas sintió ganas de
estrangular al estúpido Matt. Se contuvo y aguantó la respiración mientras ella le
agradecía el detalle y él se ofrecía a ponérselo. Cuando Matt apartó el cabello
de la espalda de _____, tirándolo hacia delante y le rozó con sus desagradables
dedos el cuello, logró agotar su paciencia y abrió la puerta de golpe y entró en
la habitación. Sonrió malévolo.
—Vaya, vaya, qué romántico —farfulló sarcástico—; es taaaaaan
romántico que creo que voy a vomitar.
—Nicholas, por favor, no empieces —atajó _____, al tiempo que Matt le
abrochaba el colgante.
—¿Por qué no vas al baño a mirártelo y me dices si te gusta la medida?
—le preguntó él.
_____ asintió, con aire cohibido, antes de obedecer su consejo y dirigirse
hacia el baño. Cuando estuvo seguro de que la joven no podía oírles, Nicholas
avanzó unos pasos hasta situarse frente a Matt.
—En serio, eres patético —le dijo este—. Deberías aprender a respetar la
intimidad de las personas. No está bien escuchar conversaciones ajenas.
—Lo que a ti te parezca bien o mal, créeme, me trae sin cuidado
—respondió Nicholas.
—¿Tienes idea de lo que significa el concepto de la palabra «respeto»?
—inquirió Matt, furioso.
—«Miramiento, consideración hacia una persona u cosa, deferencia.
Manifestaciones de acatamiento que se hacen por cortesía.» —Nicholas sonrió
orgulloso—. Pero no comparto la definición estricta del diccionario. Yo definiría el
respeto como algo así: «Considerar lo que SE DEBE considerar». Y seamos
sinceros, Matt, a mí no me apetece considerarte. Y mucho menos escucharte.
Eres un muermo.
—Al menos soy un muermo que ha conseguido ganarse la amistad de
_____. Por más que intentes disimularlo, veo que tú no lo has logrado.
—¿Y por qué iba a querer ser su amigo? —Nicholas le observó con
curiosidad.
—No vale la pena hablar contigo —le dijo—. Solo sabes decir tonterías,
burradas… cosas que hagan daño a la gente. No mereces ni un segundo de
atención.
Tras las palabras de Matt, _____ apareció en la habitación, asintiendo con
relación a la medida del colgante.
—¿Ya habéis dejado de discutir como dos niños de cinco años? —les
preguntó, sonriente.
—Sí. Le he dicho que no valía la pena hablar con él, solo sabe hacer el
mal. Y no merece ni un solo segundo de atención —musitó Nicholas, felizmente,
farfullando las palabras que Matt acababa de decirle a él mismo.
Matt abrió mucho la boca, con los ojos desorbitados.
—¡Acabas de copiarme! ¡Eso lo he dicho yo!
Nicholas chasqueó la lengua, como dándose la razón.
—¿Ves? ¡Lo que he dicho!, se comporta como un niño… —Miró a _____,
orgulloso de sí mismo.
—¡Estás loco! —exclamó Matt.
—¡Deja de meterte conmigo! ¿Por qué me odias? ¡No te he hecho nada!
—Estás fatal, definitivamente…
—Bueno, no importa, será mejor que nos marchemos con todos. —_____
sonrió. Seguía con el propósito de disfrutar de una gran fiesta aquella noche y no
deseaba que ninguno de los dos se la fastidiara—. Nos vamos a ir a la discoteca
de Helthon.
Helthon era un pueblo que se encontraba apenas a veinte o treinta
minutos de la urbanización donde _____ vivía. Allí había numerosos pubs, y
también estaba la discoteca Butterfly, en la que pensaban continuar con la
celebración del cumpleaños de su hermano. Estaba deseando llegar allí y
deshacerse durante unas horas de todos los problemas.
El hecho de que Matt le regalase un colgante con forma de corazón la
había puesto nerviosa y se había sentido tremendamente mal por no haber
comprado un regalo para él. Eso sin contar con la intromisión de Nicholas, que,
como siempre, había empeorado las cosas todavía más.
Mariel Jonas
Re: "Besos de muérdago" (Nick y tu) Adaptación
Contando estrellas
Cuando _____ logró organizar a los invitados y consiguió que todos
abandonaran su casa, Nicholas miró a su alrededor en busca de los numerosos
coches en los cuales, supuestamente, irían hacia Helthon. Pero, curiosamente,
allí solo había un coche y, teniendo en cuenta que era el vehículo del dueño de
Golpes y Sangre, Nicholas desechó la opción de ocupar uno de sus asientos.
—Bien. —_____ respiró hondo—. Katie e Isabelle me han dicho que irán
con Evan en su coche, así que quedan dos asientos libres. ¿Queréis ir con ellos,
Gael, Finth? —preguntó, señalando a los dos amigos del brother de Nicholas.
Ellos asintieron gustosos y se dirigieron hacia el coche siguiendo al
grandullón. Nicholas agradeció perder de vista aquellos puños y sintió una calma
profunda que invadía su cuerpo, desde los pies hasta la cabeza. La chica del
pelo rosa y las horripilantes gemelas ya no parecían tan malas opciones en
comparación con «aquello» que acababa de marcharse.
—¿Y cómo vamos los demás? —le preguntó a _____.
—¡En mi superfurgoneta! —respondió Marcus, mientras terminaba de liarse
el décimo porro (aproximadamente) de la noche.
—¿Tu super… qué? —Nicholas miró de reojo el garaje abierto de la casa de
los Graham. Entonces lo entendió todo, y el mundo pareció derrumbarse bajo
sus pies.
Mientras todos caminaban directos hacia una furgoneta maltrecha y con
un aire hippie, pintarrajeada de grafitis, Nicholas permaneció quieto en el césped
de la entrada, pálido como la luna que se alzaba sobre ellos.
_____ le tiró de la manga de la chaqueta.
—Venga, vamos, ¿a qué esperas?
—No pienso montar en ese estercolero con ruedas.
—Nicholas, la superfurgoneta de Marcus no es un estercolero —le reprochó
_____.
—¡Pero seremos como inmigrantes, todos amontonados atrás! —clamó
él—. Y, además, ¡ni siquiera es legal!
—¿Qué importa que sea legal o no?
—Verás, he trazado ciertos planes respecto a mi futuro y, como espero
puedas comprender, el hecho de que la policía me encuentre en la parte
trasera de una furgoneta ilegal junto a un montón de personajes estrafalarios, y
siendo conducida por un Mendigo que va fumándose un porro, no es lo más
aconsejable para que mis magníficos planes acaben cumpliéndose.
_____ cerró los ojos con fuerza y se armó de paciencia. Después,
sabiendo que ya todos se habían acomodado en los dos banquitos que había
colocado Marcus en los extremos de la superfurgoneta, miró a Nicholas casi a
punto de llorar.
—¿No puedes olvidar quién eres solo una maldita noche?, ¿no puedes
comportarte como un chico de dieciocho años normal y corriente?
—No —contestó él, sin un ápice de compasión.
—¡Nicholas, por favor, esta noche pretendo divertirme! No me apetece
seguir siendo tu niñera.
—Es que no lo eres.
—¡Ya lo creo que sí! —Le miró suplicante—. Te lo ruego, Nicholas…
El rostro del inglés se tornó pensativo un instante. Después,
sorprendentemente, asintió en silencio y caminó junto a _____ hacia la
furgoneta que, probablemente, provocaría el fin de su existencia.
Los ojos de _____ le habían mirado de un modo tan desgarrador que casi
había llegado a sentir cierta compasión hacia ella. Sacudió la cabeza, alejando
esos desagradables pensamientos que provocaban que se sintiera ligeramente
culpable.
Al llegar a la puerta trasera de la superfurgoneta de Marcus, advirtieron
que no quedaban sitios libres. A decir verdad, Amy ya estaba sentada sobre
Charles a falta de espacio.
—Siéntate tú encima de tu hermana —le pidió _____ a una de las
gemelas.
Quedó un hueco libre. Nicholas, sin demasiados miramientos, se acomodó
en él. Matt, situado al fondo de la furgoneta, se giró hacia _____ y agitó una
mano en el aire, llamándola.
—Puedes sentarte aquí —le indicó, señalando sus piernas.
Nicholas sintió que algo extraño comenzaba a bullir en su interior.
Posiblemente, se trataba de una especie de rabia incomprensible. Así que,
cuando vio que _____ subía a la furgoneta dispuesta a sentarse sobre el idiota
de Matt, la cogió de la cintura y tiró de ella hacia atrás, sentándola sobre sus
rodillas.
—También puedes sentarte aquí —dijo, sin saber demasiado bien por qué
narices acababa de hacer aquello—. Seguro que no pesas nada —añadió,
intentando reparar el estropicio.
_____ no se movió. Y Nicholas descubrió que Matt apretaba la mandíbula
en exceso, cabreado tras el resultado final. Charles, con la chica del pelo rosa
acomodada sobre él, cerró la puerta trasera de la superfurgoneta, y Marcus se
puso en marcha, adentrándose en la carretera principal de la urbanización
directo hacia Helthon.
El Mendigo les deleitó con una música desconocida, una mezcla de rock y
reggae, y todos los que se encontraban en la parte trasera de la furgoneta
comenzaron a beber, a excepción de Matt y Nicholas. Este último se animó un
poco cuando _____ le tendió una botella pequeña y sin abrir de cerveza.
Aquello no estaba bien. Él no bebía. Pero recordaba que _____ le había
rogado que intentase comportarse como un chico normal de dieciocho años y
supuso que, si todos allí se alcoholizaban, eso sería lo habitual y socialmente
aceptado.
Casi podía escuchar el rechinar de los dientes de Matt a distancia. Le
sonrió, mientras dirigía una mano escurridiza por la cintura de _____, medio
abrazándola.
—Hay muchas curvas —le dijo. Y acto seguido fijó la vista en Matt, deseoso
de ver cómo reaccionaba al respecto. Sus ojos destilaban una furia
incontrolada.
A decir verdad, a Nicholas no le desagradó en exceso el hecho de llevar a
_____ sentada en sus piernas. Desde aquella posición (y gracias a los tirantes de
la camiseta que cruzaban su espalda), podía admirar la piel que quedaba al
descubierto. Tenía aspecto de ser bastante suave, y eso a él le agradaba.
Respiró hondo, observando la curvatura de sus hombros y cómo su larga melena
se agitaba frente a él al compás de sus movimientos. Olía a champú de frutas
exóticas… olía bien.
—¿Vas bien ahí? —le preguntó _____, volviéndose un poco.
—Sí, tranquila.
_____ se sentía nerviosa y cohibida. Si unas horas antes le hubieran dicho
que terminaría sentada sobre el inglés, no lo habría creído de ningún modo. Le
temblaban ligeramente las piernas, pero intentaba disimularlo para que él no
notase lo mucho que todo aquello llegaba a afectarle. Sentía un extraño
cosquilleo en el estómago, exactamente en el lugar donde Nicholas había
decidido posar una de sus grandes manos. Tomó una gran bocanada de aire y
siguió hablando con Amy, intentando no advertir cómo Nicholas respiraba cerca
—muy cerca— de su cuello, haciéndole cosquillas y produciéndole pequeños
escalofríos.
Cuando llegaron hasta Helthon y _____ se levantó de sus piernas, Nicholas
notó la falta de calor y la siguió rápidamente. Mientras el resto bajaban de la
furgoneta, sus miradas se cruzaron. Él sonrió tras descubrir que _____ tenía los
mofletes rojizos y se sentía avergonzada. Le gustó aquel toque de inocencia.
—¡Arrasemos en Butterfly! —gritó Marcus, clamando al cielo—. Eh, mirad,
ahí llega Evan con los demás.
«Evan… el gigante.» Nicholas observó temeroso cómo se acercaba el
coche hacia ellos y aparcaba al lado. Antes de entrar en la discoteca,
decidieron que tomarían unos cubatas fuera; Marcus les sirvió a todos un vaso.
Nicholas terminó cediendo ante un poco de Vodka rojo.
—¡Menudo cuñadito que tengo! —exclamó Marcus, pellizcándole un
moflete.
—Yo no soy tú cuñ… —comenzó a decir Nicholas, pero se calló
inmediatamente en cuanto advirtió la amenazadora mirada de Evan, que agitó
felizmente tanto a Golpes como a Sangre. Ambos eran igualmente aterradores.
Nicholas intentó sonreírle, pero no lo consiguió.
Por el contrario, _____ optó por ignorar los comentarios de su hermano y
prefirió aclararle personalmente a Matt que en realidad ellos no estaban
saliendo. Este respiró tranquilo.
El Chico Arma se acercó y rellenó el vaso semivacío de Nicholas. Después le
miró fijamente.
—¿Cómo va la noche?
—Bien, bastante bien —mintió Nicholas.
_____ se había alejado de él y ahora charlaba con su grupo de amigos, a
unos metros de distancia. Nicholas intentó encontrar una buena excusa para huir
de aquel psicópata, pero antes de que se le ocurriese nada él continuó
hablando.
—_____ me ha comentado que eres muy inteligente —le informó.
—Ah, ¿sí? ¿De veras _____ ha dicho eso de mí? —Nicholas le miró
largamente. Abrigaba ciertas dudas al respecto—. Bueno, a mí me ha
comentado que tú eras superdotado… o algo así.
El psicópata asintió con la cabeza y le dio un trago a su cubata.
—Yo entiendo que te sientas extraño en este ambiente —le dijo—, pero al
final te acostumbras. No son mala gente —añadió, mientras ambos
contemplaban cómo Marcus le arrancaba la antena a uno de los coches que
había aparcado cerca.
Por alguna extraña razón, a Nicholas no le sorprendió que Charles, el
atracador innato, le echase una mano entre risas.
—Ya, claro…
Intentó apartar la mirada de los ladrones y centrarse en cualquier otra
cosa a su alrededor. Finalmente, volvió a mirar al Chico Arma.
—Oye, llevas los ojos pintados de negro —advirtió.
—En efecto.
—¿Y puedo saber por qué?
El psicópata se encogió de hombros y después le sonrió.
—No sé, me gusta.
—A las chicas también.
—Lo sé. —Le observó con curiosidad—. Tú tienes demasiados prejuicios.
—No, tranquilo. —Nicholas sacudió las manos—. Al principio pensé que
_____ me lo decía en broma, pero acabo de deducir que realmente eres el más
normal de toda la tribu.
Él rió ante su comentario. Cuando Nicholas vio que el gigante se acercaba
hacia ellos —acompañado por la Chica Cabeza Rapada—, desapareció
rápidamente de allí y regresó al lado de _____, que estaba charlando con Nixie
y Cloe.
—Es que me gusta muchísimo —decía Nixie, mientras fijaba sus ojos en
Marcus—. Es tan… salvaje.
—Desde luego —afirmó Nicholas, convencido de ello al cien por cien.
—Y siempre me hace reír. —Nixie suspiró, enamorada—. ¿Crees que si le
insinúo algo me rechazará?
—Lo dudo. En realidad puede que le gustes. —_____ se encogió de
hombros.
—Normalmente los chicos suelen caer ante nuestros encantos —la animó
Cloe—; excepto algunos idiotas, claro —añadió, fulminando a Nicholas con la
mirada.
Él reprimió un escalofrío y casi se alegró cuando Marcus —todavía con la
antena robada del coche en la mano— indicó que era hora de entrar en la
discoteca. Todos se dirigieron hacia allí en tropel.
Las luces de Buterffly se veían desde lejos. Un cartel enorme se alzaba en lo
alto de la discoteca con su nombre. En la entrada había una cola de gente
esperando que los de seguridad les permitiesen pasar; ellos se colocaron al final.
—Creo que las únicas que aún no han cumplido los dieciocho son mi
hermana y Amy —dijo Marcus. Parecía increíble que todavía pudiese hacer esos
cálculos, teniendo en cuenta todo el alcohol que había ingerido—. Así que,
Nicholas, coge a _____ de la mano, y tú, Charles, encárgate de Amy.
Nicholas accedió a enlazar sus dedos entre los de _____. Ella tenía la mano
cálida. La joven rió tontamente ante la situación.
—¿Aún tienes diecisiete?
—Sí, soy de las últimas del curso en cumplir los dieciocho. —Volvió a reírse.
—¿Ya estás borracha? —le preguntó Nicholas, que en realidad empezaba a
sentirse contento aun en medio de la tribu (lo cual resultaba preocupante).
—No, claro que no… —contestó ella, y se desternilló de risa; por lo cual
Nicholas supuso que acaba de mentirle.
_____ continuó riendo hasta que el hombre de seguridad les dejó pasar,
junto con el resto (a pesar de protestar previamente por las pintas que llevaban
algunos). Dentro de la discoteca el volumen de la música era ensordecedor. La
gente bailaba como loca de un lado a otro, y había varias congas dispersas
aquí y allá. Las luces intermitentes de colores aturdían a Nicholas, y le costó
distinguir la barra que se alzaba al fondo del local. Se dirigió hacia ella, siguiendo
a los demás y arrastrando a _____ tras él.
—¡Yo quiero una cerveza! —gritó ella, cuando llegaron.
—¿Piensas seguir bebiendo? —le preguntó Nicholas.
—¿Y por qué no? —contestó _____—. ¡Llevaba semanas sin salir! Pediré
otra para ti.
Nicholas iba a negarse, pero no tuvo tiempo para hacerlo. Una atractiva
camarera les sirvió las dos cervezas, mientras el resto del grupo seguía pidiendo
cubatas y cócteles. Nicholas se alegró de que las gemelas feas acorralasen a
Matt, haciéndole diversas preguntas sobre su famoso libro, y consiguiendo que él
no tuviese que enfrentarse a su contrincante.
—¿Bailas?
Bajó la cabeza y encontró a _____. ¿Acababa de preguntarle si quería
bailar? No estaba demasiado seguro, así que le dio un trago largo a su cerveza y
negó después con la cabeza, por si acaso.
—¡Qué aburrido eres! —exclamó, antes de apartarse unos metros, junto
con la chica del pelo rosa y sus amigas, y comenzar a bailar.
Nicholas se sentó en uno de los taburetes de la barra, al lado del psicópata,
y contempló cómo _____ danzaba agitando las manos al compás de la
melodía. Movía las caderas lentamente y las ondulaciones del cabello seguían
aquellos movimientos como si se contagiasen por todo su cuerpo. Suspiró y le dio
otro trago a su cerveza.
Instantes después, comenzó a descubrir que había una gran cantidad de
chicos que, poco a poco, se iban acercando a ellas. Finalmente, uno de los
jóvenes colocó las manos alrededor de la cintura de _____, y ella dejó caer los
brazos sobre el cuello del chico. Los ojos grises de Nicholas se convirtieron en dos
diminutas rendijas. No entendía qué estaba ocurriendo, tampoco entendía por
qué _____ no apartaba a ese energúmeno de un brusco empujón.
«Bueno, si no lo hace ella, tendré que hacerlo yo; está claro que es por su
bien. Se nota a la legua que solo pretende llevársela a la cama», pensó Nicholas,
antes de bajar del taburete y acercarse a _____.
No supo demasiado bien de dónde sacó el valor cuando se interpuso
entre ellos y abrazó a _____, pegando su cuerpo al suyo. El chico al cual
acababa de apartar de un empujón le miró con cara de pocos amigos.
—¿Qué cojones haces, tío? —le preguntó.
—Bailar con mi novia —respondió Nicholas.
_____ le miró con los ojos desorbitados y se echó a reír.
—Pero ¿qué dices, Nicholas? Tú no eres mi…
Pero no pudo decir nada más. Los labios de Nicholas presionaron los suyos. A
_____ le costó descubrir lo que realmente ocurría: Nicholas la estaba besando.
Sintió cómo los latidos de su corazón se disparaban y se volvían mucho
más rápidos. La música de la discoteca quedó amortiguada, como si alguien
hubiera bajado el volumen, y la sensación de los labios de Nicholas junto a los
suyos se tornó más real.
Nicholas sujetaba con una mano su rostro, mientras la otra presionaba su
espalda acercándola más hacia sí. _____ no supo por qué no lograba apartarse
de su cuerpo y terminar con aquel beso. Quizá porque los labios de Nicholas eran
cálidos y suaves; quizá porque todo él olía tremendamente bien, a menta; quizá
porque sencillamente había terminado por ser partícipe de ese beso cuando
finalmente entreabrió sus labios y dejó que la lengua de Nicholas acariciase la
suya…
_____ tenía los ojos cerrados, pero gracias al ruido advirtió que la gente
aplaudía a su alrededor. Fue en ese instante cuando Nicholas se separó de ella y
desapareció de su vista internándose entre la multitud que atestaba la
discoteca. Miró a su alrededor y descubrió que eran sus amigos los que
aplaudían tras presenciar aquel beso.
Marcus se acercó a su hermana, limpiándose una lagrimilla.
—Qué bonito —le dijo—. Me encanta Nicholas, creo que será el mejor
cuñado del mundo.
La joven tragó saliva despacio. Todos la miraban. Incluso Matt, cuyo rostro
estaba ahora rojo y repleto de ira. Se giró, buscando a Nicholas, y entonces
recordó que acababa de desaparecer entre el gentío.
—Yo… —balbució, confundida—. Ahora vuelvo.
Y salió disparada de allí en la misma dirección por la que había visto partir
a Nicholas. Se sentía extraña. Las luces la aturdían y mareaban. En realidad
deseaba meterse en su cama y no pensar en lo que había ocurrido. Nicholas
acababa de besarla. Y, peor aún, ella había correspondido.
Se abrió paso a base de codazos, haciéndose un hueco. De pronto le
agobiaba ver tanta gente a su alrededor. Supuso que Nicholas habría huido de la
discoteca, así que se dirigió hacia la salida y, cuando abandonó el lugar,
agradeció el frío de la noche y el brusco viento que le sacudió el cabello.
No le vio por ninguna parte. Se abrazó a sí misma y comenzó a caminar
hacia el sitio donde habían aparcado la furgoneta de Marcus, fingiendo no
escuchar los verdes comentarios que le dedicaban un grupo de chavales.
Distinguió su figura desde lejos. Nicholas estaba apoyado en la furgoneta,
con gesto pensativo, y tenía la mirada clavada en el cielo estrellado. El
despeinado cabello rubio contrastaba con la oscuridad de la noche. _____ se
acomodó a su lado sin decir nada y también fijó sus ojos en el manto oscuro que
se extendía sobre sus cabezas.
«Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis…», comenzó a contar mentalmente las
estrellas. Aquella noche había muchas, así que perdía la cuenta con facilidad y
volvía a empezar.
Habían pasado cinco minutos cuando finalmente los dedos de Nicholas
acariciaron los suyos, despacio, casi con miedo. _____ alzó la mirada y encontró
sus ojos grises. Respiró hondo y notó cómo su estómago daba un vuelco
inesperado.
Nicholas quiso decirle algo, cualquier cosa. Pero no pudo. Se perdió en la
inocencia de su rostro y dejó que el silencio de la noche les envolviese.
En realidad habría podido decir muchas cosas. Como, por ejemplo,
reconocer que quizá, solo quizá, acababa de darse cuenta de que sentía algo
por ella. Notó que le costaba respirar mientras esa idea divagaba por su mente y
prefirió pensar en otra cosa. Se puso a contar las estrellas, sin saber que _____, a
su lado, hacía exactamente lo mismo.
«… Cincuenta y tres, cincuenta y cuatro, cincuenta y cinco, cincuenta y
seis, cincuenta y siete…» El tiempo corría rápido al compás de sus cálculos.
Nicholas casi había dejado de sentirse incómodo allí, junto a _____, cuando el
resto de los amigos aparecieron calle abajo, indicándoles que era hora de
volver a casa. Durante el regreso, _____ se sentó de nuevo sobre las rodillas de
Nicholas, que ahora temblaban incontroladas. Él echó la cabeza hacia atrás y la
apoyó en la chapa metálica de la furgoneta, evitando así que el aroma del
cabello de _____ lograse confundirle todavía más. Ni siquiera se movió
conforme cada uno de los amigos se iba despidiendo de ellos cuando Marcus
los dejaba en sus respectivas casas. Hicieron varias paradas, hasta que llegaron
al hogar de los Graham.
Los tres entraron en la casa, y antes de perderse en el interior de su
habitación, Marcus les dio las buenas noches tras dirigirles una sonrisa pícara.
Nicholas permaneció serio, frente a la puerta del cuarto de _____, mientras
se miraban fijamente.
—Que descanses —le dijo _____.
Y cuando caminó hacia su cama se tambaleó ligeramente. Nicholas intentó
no reír, pero se acercó hasta ella para asegurarse de que no caería al suelo. Fue
a destaparle la cama cuando advirtió que no estaba hecha. Frunció el
entrecejo.
—Ni siquiera has hecho la cama —se quejó.
_____ se giró hacia él.
—Oye, he estado muy ocupada con el cumpleaños de Marcus.
—Ya, pero…
—¿No puedes cerrar la boca un rato y dejar de protestar? —preguntó.
Después le miró y sonrió con ternura—. Ven.
Nicholas dio un paso al frente, en silencio, situándose junto a ella. Cerró los
ojos cuando _____ le besó y dejó que le tumbase en la cama y le tapase, una
vez él consiguió quitarse los zapatos. Nicholas permaneció muy quieto cuando los
brazos de _____ le abrazaron, y ella acomodó el rostro sobre el hueco entre su
hombro y su propio rostro.
—Duerme conmigo —le susurró.
Y solo cuando _____ cayó rendida en un profundo sueño, Nicholas alzó una
mano y la pasó por su espalda, abrazándola también. Bostezó. Y se dijo que
mañana sería otro día y que, seguramente, todo volvería a la normalidad.
Cuando _____ logró organizar a los invitados y consiguió que todos
abandonaran su casa, Nicholas miró a su alrededor en busca de los numerosos
coches en los cuales, supuestamente, irían hacia Helthon. Pero, curiosamente,
allí solo había un coche y, teniendo en cuenta que era el vehículo del dueño de
Golpes y Sangre, Nicholas desechó la opción de ocupar uno de sus asientos.
—Bien. —_____ respiró hondo—. Katie e Isabelle me han dicho que irán
con Evan en su coche, así que quedan dos asientos libres. ¿Queréis ir con ellos,
Gael, Finth? —preguntó, señalando a los dos amigos del brother de Nicholas.
Ellos asintieron gustosos y se dirigieron hacia el coche siguiendo al
grandullón. Nicholas agradeció perder de vista aquellos puños y sintió una calma
profunda que invadía su cuerpo, desde los pies hasta la cabeza. La chica del
pelo rosa y las horripilantes gemelas ya no parecían tan malas opciones en
comparación con «aquello» que acababa de marcharse.
—¿Y cómo vamos los demás? —le preguntó a _____.
—¡En mi superfurgoneta! —respondió Marcus, mientras terminaba de liarse
el décimo porro (aproximadamente) de la noche.
—¿Tu super… qué? —Nicholas miró de reojo el garaje abierto de la casa de
los Graham. Entonces lo entendió todo, y el mundo pareció derrumbarse bajo
sus pies.
Mientras todos caminaban directos hacia una furgoneta maltrecha y con
un aire hippie, pintarrajeada de grafitis, Nicholas permaneció quieto en el césped
de la entrada, pálido como la luna que se alzaba sobre ellos.
_____ le tiró de la manga de la chaqueta.
—Venga, vamos, ¿a qué esperas?
—No pienso montar en ese estercolero con ruedas.
—Nicholas, la superfurgoneta de Marcus no es un estercolero —le reprochó
_____.
—¡Pero seremos como inmigrantes, todos amontonados atrás! —clamó
él—. Y, además, ¡ni siquiera es legal!
—¿Qué importa que sea legal o no?
—Verás, he trazado ciertos planes respecto a mi futuro y, como espero
puedas comprender, el hecho de que la policía me encuentre en la parte
trasera de una furgoneta ilegal junto a un montón de personajes estrafalarios, y
siendo conducida por un Mendigo que va fumándose un porro, no es lo más
aconsejable para que mis magníficos planes acaben cumpliéndose.
_____ cerró los ojos con fuerza y se armó de paciencia. Después,
sabiendo que ya todos se habían acomodado en los dos banquitos que había
colocado Marcus en los extremos de la superfurgoneta, miró a Nicholas casi a
punto de llorar.
—¿No puedes olvidar quién eres solo una maldita noche?, ¿no puedes
comportarte como un chico de dieciocho años normal y corriente?
—No —contestó él, sin un ápice de compasión.
—¡Nicholas, por favor, esta noche pretendo divertirme! No me apetece
seguir siendo tu niñera.
—Es que no lo eres.
—¡Ya lo creo que sí! —Le miró suplicante—. Te lo ruego, Nicholas…
El rostro del inglés se tornó pensativo un instante. Después,
sorprendentemente, asintió en silencio y caminó junto a _____ hacia la
furgoneta que, probablemente, provocaría el fin de su existencia.
Los ojos de _____ le habían mirado de un modo tan desgarrador que casi
había llegado a sentir cierta compasión hacia ella. Sacudió la cabeza, alejando
esos desagradables pensamientos que provocaban que se sintiera ligeramente
culpable.
Al llegar a la puerta trasera de la superfurgoneta de Marcus, advirtieron
que no quedaban sitios libres. A decir verdad, Amy ya estaba sentada sobre
Charles a falta de espacio.
—Siéntate tú encima de tu hermana —le pidió _____ a una de las
gemelas.
Quedó un hueco libre. Nicholas, sin demasiados miramientos, se acomodó
en él. Matt, situado al fondo de la furgoneta, se giró hacia _____ y agitó una
mano en el aire, llamándola.
—Puedes sentarte aquí —le indicó, señalando sus piernas.
Nicholas sintió que algo extraño comenzaba a bullir en su interior.
Posiblemente, se trataba de una especie de rabia incomprensible. Así que,
cuando vio que _____ subía a la furgoneta dispuesta a sentarse sobre el idiota
de Matt, la cogió de la cintura y tiró de ella hacia atrás, sentándola sobre sus
rodillas.
—También puedes sentarte aquí —dijo, sin saber demasiado bien por qué
narices acababa de hacer aquello—. Seguro que no pesas nada —añadió,
intentando reparar el estropicio.
_____ no se movió. Y Nicholas descubrió que Matt apretaba la mandíbula
en exceso, cabreado tras el resultado final. Charles, con la chica del pelo rosa
acomodada sobre él, cerró la puerta trasera de la superfurgoneta, y Marcus se
puso en marcha, adentrándose en la carretera principal de la urbanización
directo hacia Helthon.
El Mendigo les deleitó con una música desconocida, una mezcla de rock y
reggae, y todos los que se encontraban en la parte trasera de la furgoneta
comenzaron a beber, a excepción de Matt y Nicholas. Este último se animó un
poco cuando _____ le tendió una botella pequeña y sin abrir de cerveza.
Aquello no estaba bien. Él no bebía. Pero recordaba que _____ le había
rogado que intentase comportarse como un chico normal de dieciocho años y
supuso que, si todos allí se alcoholizaban, eso sería lo habitual y socialmente
aceptado.
Casi podía escuchar el rechinar de los dientes de Matt a distancia. Le
sonrió, mientras dirigía una mano escurridiza por la cintura de _____, medio
abrazándola.
—Hay muchas curvas —le dijo. Y acto seguido fijó la vista en Matt, deseoso
de ver cómo reaccionaba al respecto. Sus ojos destilaban una furia
incontrolada.
A decir verdad, a Nicholas no le desagradó en exceso el hecho de llevar a
_____ sentada en sus piernas. Desde aquella posición (y gracias a los tirantes de
la camiseta que cruzaban su espalda), podía admirar la piel que quedaba al
descubierto. Tenía aspecto de ser bastante suave, y eso a él le agradaba.
Respiró hondo, observando la curvatura de sus hombros y cómo su larga melena
se agitaba frente a él al compás de sus movimientos. Olía a champú de frutas
exóticas… olía bien.
—¿Vas bien ahí? —le preguntó _____, volviéndose un poco.
—Sí, tranquila.
_____ se sentía nerviosa y cohibida. Si unas horas antes le hubieran dicho
que terminaría sentada sobre el inglés, no lo habría creído de ningún modo. Le
temblaban ligeramente las piernas, pero intentaba disimularlo para que él no
notase lo mucho que todo aquello llegaba a afectarle. Sentía un extraño
cosquilleo en el estómago, exactamente en el lugar donde Nicholas había
decidido posar una de sus grandes manos. Tomó una gran bocanada de aire y
siguió hablando con Amy, intentando no advertir cómo Nicholas respiraba cerca
—muy cerca— de su cuello, haciéndole cosquillas y produciéndole pequeños
escalofríos.
Cuando llegaron hasta Helthon y _____ se levantó de sus piernas, Nicholas
notó la falta de calor y la siguió rápidamente. Mientras el resto bajaban de la
furgoneta, sus miradas se cruzaron. Él sonrió tras descubrir que _____ tenía los
mofletes rojizos y se sentía avergonzada. Le gustó aquel toque de inocencia.
—¡Arrasemos en Butterfly! —gritó Marcus, clamando al cielo—. Eh, mirad,
ahí llega Evan con los demás.
«Evan… el gigante.» Nicholas observó temeroso cómo se acercaba el
coche hacia ellos y aparcaba al lado. Antes de entrar en la discoteca,
decidieron que tomarían unos cubatas fuera; Marcus les sirvió a todos un vaso.
Nicholas terminó cediendo ante un poco de Vodka rojo.
—¡Menudo cuñadito que tengo! —exclamó Marcus, pellizcándole un
moflete.
—Yo no soy tú cuñ… —comenzó a decir Nicholas, pero se calló
inmediatamente en cuanto advirtió la amenazadora mirada de Evan, que agitó
felizmente tanto a Golpes como a Sangre. Ambos eran igualmente aterradores.
Nicholas intentó sonreírle, pero no lo consiguió.
Por el contrario, _____ optó por ignorar los comentarios de su hermano y
prefirió aclararle personalmente a Matt que en realidad ellos no estaban
saliendo. Este respiró tranquilo.
El Chico Arma se acercó y rellenó el vaso semivacío de Nicholas. Después le
miró fijamente.
—¿Cómo va la noche?
—Bien, bastante bien —mintió Nicholas.
_____ se había alejado de él y ahora charlaba con su grupo de amigos, a
unos metros de distancia. Nicholas intentó encontrar una buena excusa para huir
de aquel psicópata, pero antes de que se le ocurriese nada él continuó
hablando.
—_____ me ha comentado que eres muy inteligente —le informó.
—Ah, ¿sí? ¿De veras _____ ha dicho eso de mí? —Nicholas le miró
largamente. Abrigaba ciertas dudas al respecto—. Bueno, a mí me ha
comentado que tú eras superdotado… o algo así.
El psicópata asintió con la cabeza y le dio un trago a su cubata.
—Yo entiendo que te sientas extraño en este ambiente —le dijo—, pero al
final te acostumbras. No son mala gente —añadió, mientras ambos
contemplaban cómo Marcus le arrancaba la antena a uno de los coches que
había aparcado cerca.
Por alguna extraña razón, a Nicholas no le sorprendió que Charles, el
atracador innato, le echase una mano entre risas.
—Ya, claro…
Intentó apartar la mirada de los ladrones y centrarse en cualquier otra
cosa a su alrededor. Finalmente, volvió a mirar al Chico Arma.
—Oye, llevas los ojos pintados de negro —advirtió.
—En efecto.
—¿Y puedo saber por qué?
El psicópata se encogió de hombros y después le sonrió.
—No sé, me gusta.
—A las chicas también.
—Lo sé. —Le observó con curiosidad—. Tú tienes demasiados prejuicios.
—No, tranquilo. —Nicholas sacudió las manos—. Al principio pensé que
_____ me lo decía en broma, pero acabo de deducir que realmente eres el más
normal de toda la tribu.
Él rió ante su comentario. Cuando Nicholas vio que el gigante se acercaba
hacia ellos —acompañado por la Chica Cabeza Rapada—, desapareció
rápidamente de allí y regresó al lado de _____, que estaba charlando con Nixie
y Cloe.
—Es que me gusta muchísimo —decía Nixie, mientras fijaba sus ojos en
Marcus—. Es tan… salvaje.
—Desde luego —afirmó Nicholas, convencido de ello al cien por cien.
—Y siempre me hace reír. —Nixie suspiró, enamorada—. ¿Crees que si le
insinúo algo me rechazará?
—Lo dudo. En realidad puede que le gustes. —_____ se encogió de
hombros.
—Normalmente los chicos suelen caer ante nuestros encantos —la animó
Cloe—; excepto algunos idiotas, claro —añadió, fulminando a Nicholas con la
mirada.
Él reprimió un escalofrío y casi se alegró cuando Marcus —todavía con la
antena robada del coche en la mano— indicó que era hora de entrar en la
discoteca. Todos se dirigieron hacia allí en tropel.
Las luces de Buterffly se veían desde lejos. Un cartel enorme se alzaba en lo
alto de la discoteca con su nombre. En la entrada había una cola de gente
esperando que los de seguridad les permitiesen pasar; ellos se colocaron al final.
—Creo que las únicas que aún no han cumplido los dieciocho son mi
hermana y Amy —dijo Marcus. Parecía increíble que todavía pudiese hacer esos
cálculos, teniendo en cuenta todo el alcohol que había ingerido—. Así que,
Nicholas, coge a _____ de la mano, y tú, Charles, encárgate de Amy.
Nicholas accedió a enlazar sus dedos entre los de _____. Ella tenía la mano
cálida. La joven rió tontamente ante la situación.
—¿Aún tienes diecisiete?
—Sí, soy de las últimas del curso en cumplir los dieciocho. —Volvió a reírse.
—¿Ya estás borracha? —le preguntó Nicholas, que en realidad empezaba a
sentirse contento aun en medio de la tribu (lo cual resultaba preocupante).
—No, claro que no… —contestó ella, y se desternilló de risa; por lo cual
Nicholas supuso que acaba de mentirle.
_____ continuó riendo hasta que el hombre de seguridad les dejó pasar,
junto con el resto (a pesar de protestar previamente por las pintas que llevaban
algunos). Dentro de la discoteca el volumen de la música era ensordecedor. La
gente bailaba como loca de un lado a otro, y había varias congas dispersas
aquí y allá. Las luces intermitentes de colores aturdían a Nicholas, y le costó
distinguir la barra que se alzaba al fondo del local. Se dirigió hacia ella, siguiendo
a los demás y arrastrando a _____ tras él.
—¡Yo quiero una cerveza! —gritó ella, cuando llegaron.
—¿Piensas seguir bebiendo? —le preguntó Nicholas.
—¿Y por qué no? —contestó _____—. ¡Llevaba semanas sin salir! Pediré
otra para ti.
Nicholas iba a negarse, pero no tuvo tiempo para hacerlo. Una atractiva
camarera les sirvió las dos cervezas, mientras el resto del grupo seguía pidiendo
cubatas y cócteles. Nicholas se alegró de que las gemelas feas acorralasen a
Matt, haciéndole diversas preguntas sobre su famoso libro, y consiguiendo que él
no tuviese que enfrentarse a su contrincante.
—¿Bailas?
Bajó la cabeza y encontró a _____. ¿Acababa de preguntarle si quería
bailar? No estaba demasiado seguro, así que le dio un trago largo a su cerveza y
negó después con la cabeza, por si acaso.
—¡Qué aburrido eres! —exclamó, antes de apartarse unos metros, junto
con la chica del pelo rosa y sus amigas, y comenzar a bailar.
Nicholas se sentó en uno de los taburetes de la barra, al lado del psicópata,
y contempló cómo _____ danzaba agitando las manos al compás de la
melodía. Movía las caderas lentamente y las ondulaciones del cabello seguían
aquellos movimientos como si se contagiasen por todo su cuerpo. Suspiró y le dio
otro trago a su cerveza.
Instantes después, comenzó a descubrir que había una gran cantidad de
chicos que, poco a poco, se iban acercando a ellas. Finalmente, uno de los
jóvenes colocó las manos alrededor de la cintura de _____, y ella dejó caer los
brazos sobre el cuello del chico. Los ojos grises de Nicholas se convirtieron en dos
diminutas rendijas. No entendía qué estaba ocurriendo, tampoco entendía por
qué _____ no apartaba a ese energúmeno de un brusco empujón.
«Bueno, si no lo hace ella, tendré que hacerlo yo; está claro que es por su
bien. Se nota a la legua que solo pretende llevársela a la cama», pensó Nicholas,
antes de bajar del taburete y acercarse a _____.
No supo demasiado bien de dónde sacó el valor cuando se interpuso
entre ellos y abrazó a _____, pegando su cuerpo al suyo. El chico al cual
acababa de apartar de un empujón le miró con cara de pocos amigos.
—¿Qué cojones haces, tío? —le preguntó.
—Bailar con mi novia —respondió Nicholas.
_____ le miró con los ojos desorbitados y se echó a reír.
—Pero ¿qué dices, Nicholas? Tú no eres mi…
Pero no pudo decir nada más. Los labios de Nicholas presionaron los suyos. A
_____ le costó descubrir lo que realmente ocurría: Nicholas la estaba besando.
Sintió cómo los latidos de su corazón se disparaban y se volvían mucho
más rápidos. La música de la discoteca quedó amortiguada, como si alguien
hubiera bajado el volumen, y la sensación de los labios de Nicholas junto a los
suyos se tornó más real.
Nicholas sujetaba con una mano su rostro, mientras la otra presionaba su
espalda acercándola más hacia sí. _____ no supo por qué no lograba apartarse
de su cuerpo y terminar con aquel beso. Quizá porque los labios de Nicholas eran
cálidos y suaves; quizá porque todo él olía tremendamente bien, a menta; quizá
porque sencillamente había terminado por ser partícipe de ese beso cuando
finalmente entreabrió sus labios y dejó que la lengua de Nicholas acariciase la
suya…
_____ tenía los ojos cerrados, pero gracias al ruido advirtió que la gente
aplaudía a su alrededor. Fue en ese instante cuando Nicholas se separó de ella y
desapareció de su vista internándose entre la multitud que atestaba la
discoteca. Miró a su alrededor y descubrió que eran sus amigos los que
aplaudían tras presenciar aquel beso.
Marcus se acercó a su hermana, limpiándose una lagrimilla.
—Qué bonito —le dijo—. Me encanta Nicholas, creo que será el mejor
cuñado del mundo.
La joven tragó saliva despacio. Todos la miraban. Incluso Matt, cuyo rostro
estaba ahora rojo y repleto de ira. Se giró, buscando a Nicholas, y entonces
recordó que acababa de desaparecer entre el gentío.
—Yo… —balbució, confundida—. Ahora vuelvo.
Y salió disparada de allí en la misma dirección por la que había visto partir
a Nicholas. Se sentía extraña. Las luces la aturdían y mareaban. En realidad
deseaba meterse en su cama y no pensar en lo que había ocurrido. Nicholas
acababa de besarla. Y, peor aún, ella había correspondido.
Se abrió paso a base de codazos, haciéndose un hueco. De pronto le
agobiaba ver tanta gente a su alrededor. Supuso que Nicholas habría huido de la
discoteca, así que se dirigió hacia la salida y, cuando abandonó el lugar,
agradeció el frío de la noche y el brusco viento que le sacudió el cabello.
No le vio por ninguna parte. Se abrazó a sí misma y comenzó a caminar
hacia el sitio donde habían aparcado la furgoneta de Marcus, fingiendo no
escuchar los verdes comentarios que le dedicaban un grupo de chavales.
Distinguió su figura desde lejos. Nicholas estaba apoyado en la furgoneta,
con gesto pensativo, y tenía la mirada clavada en el cielo estrellado. El
despeinado cabello rubio contrastaba con la oscuridad de la noche. _____ se
acomodó a su lado sin decir nada y también fijó sus ojos en el manto oscuro que
se extendía sobre sus cabezas.
«Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis…», comenzó a contar mentalmente las
estrellas. Aquella noche había muchas, así que perdía la cuenta con facilidad y
volvía a empezar.
Habían pasado cinco minutos cuando finalmente los dedos de Nicholas
acariciaron los suyos, despacio, casi con miedo. _____ alzó la mirada y encontró
sus ojos grises. Respiró hondo y notó cómo su estómago daba un vuelco
inesperado.
Nicholas quiso decirle algo, cualquier cosa. Pero no pudo. Se perdió en la
inocencia de su rostro y dejó que el silencio de la noche les envolviese.
En realidad habría podido decir muchas cosas. Como, por ejemplo,
reconocer que quizá, solo quizá, acababa de darse cuenta de que sentía algo
por ella. Notó que le costaba respirar mientras esa idea divagaba por su mente y
prefirió pensar en otra cosa. Se puso a contar las estrellas, sin saber que _____, a
su lado, hacía exactamente lo mismo.
«… Cincuenta y tres, cincuenta y cuatro, cincuenta y cinco, cincuenta y
seis, cincuenta y siete…» El tiempo corría rápido al compás de sus cálculos.
Nicholas casi había dejado de sentirse incómodo allí, junto a _____, cuando el
resto de los amigos aparecieron calle abajo, indicándoles que era hora de
volver a casa. Durante el regreso, _____ se sentó de nuevo sobre las rodillas de
Nicholas, que ahora temblaban incontroladas. Él echó la cabeza hacia atrás y la
apoyó en la chapa metálica de la furgoneta, evitando así que el aroma del
cabello de _____ lograse confundirle todavía más. Ni siquiera se movió
conforme cada uno de los amigos se iba despidiendo de ellos cuando Marcus
los dejaba en sus respectivas casas. Hicieron varias paradas, hasta que llegaron
al hogar de los Graham.
Los tres entraron en la casa, y antes de perderse en el interior de su
habitación, Marcus les dio las buenas noches tras dirigirles una sonrisa pícara.
Nicholas permaneció serio, frente a la puerta del cuarto de _____, mientras
se miraban fijamente.
—Que descanses —le dijo _____.
Y cuando caminó hacia su cama se tambaleó ligeramente. Nicholas intentó
no reír, pero se acercó hasta ella para asegurarse de que no caería al suelo. Fue
a destaparle la cama cuando advirtió que no estaba hecha. Frunció el
entrecejo.
—Ni siquiera has hecho la cama —se quejó.
_____ se giró hacia él.
—Oye, he estado muy ocupada con el cumpleaños de Marcus.
—Ya, pero…
—¿No puedes cerrar la boca un rato y dejar de protestar? —preguntó.
Después le miró y sonrió con ternura—. Ven.
Nicholas dio un paso al frente, en silencio, situándose junto a ella. Cerró los
ojos cuando _____ le besó y dejó que le tumbase en la cama y le tapase, una
vez él consiguió quitarse los zapatos. Nicholas permaneció muy quieto cuando los
brazos de _____ le abrazaron, y ella acomodó el rostro sobre el hueco entre su
hombro y su propio rostro.
—Duerme conmigo —le susurró.
Y solo cuando _____ cayó rendida en un profundo sueño, Nicholas alzó una
mano y la pasó por su espalda, abrazándola también. Bostezó. Y se dijo que
mañana sería otro día y que, seguramente, todo volvería a la normalidad.
Mariel Jonas
Re: "Besos de muérdago" (Nick y tu) Adaptación
Waaa siguela por fis ya lei esa parte y me encanto me. Enamore <3 espero la sigas :3 jfjdjkjhdsjd
Pao Jonatica Forever :3
Re: "Besos de muérdago" (Nick y tu) Adaptación
Siempre que termino los capítulos me enamoro mas, es tan linda la novela es perfecta, síguela cuando puedas :)
MissKeynes96
Re: "Besos de muérdago" (Nick y tu) Adaptación
Waa siguela por fis! Me encantaron los caps!:3 pasense por mi Nove esta el link en mi firma! :3
Pao Jonatica Forever :3
Re: "Besos de muérdago" (Nick y tu) Adaptación
Las ranas no se convierten en príncipes
Los párpados de Nicholas se agitaron nerviosos. Abrió los ojos poco después,
preguntándose por qué _____ estaba durmiendo plácidamente entre sus
brazos. Entonces recordó lo ocurrido la noche anterior y no pudo evitar sonreír
tímidamente.
Contempló los rojizos labios entreabiertos de _____, el cabello
desordenado, que se desparramaba por la almohada, las graciosas pecas que
recorrían el contorno de su nariz… Era realmente adorable.
Alzó una mano, dispuesto a hundir los dedos entre las ondulaciones de su
pelo, pero la dejó suspendida en el aire cuando advirtió que alguien acababa
de abrir la puerta. Frunció el entrecejo, molesto por la interrupción.
—¡Buenos días, parejita! —gritó Marcus.
El Mendigo llevaba una bandeja de plástico, repleta de diferentes
alimentos, que dejó sobre la mesita de noche de _____. Ella, aturdida, se giró
hacia su hermano.
—¿Qué haces, Marcus? —le preguntó.
—Os he traído el desayuno. —Se encogió de hombros—. Para desearos
una vida próspera, feliz y… Bueno, todo eso.
Nicholas se sentó sobre la cama. Solo entonces se dio cuenta de que había
dormido con la misma ropa que llevaba la noche anterior y ahogó un gemido.
—¡Dios mío! —Agitó el cuerpo de _____—. ¡Levanta de una vez, estas
sábanas están llenas de gérmenes!
Descubrió que ella también llevaba todavía los vaqueros ajustados y la
camiseta marrón. Era asqueroso; después de haberse juntado con toda la
chusma y haber entrado en una discoteca repleta de humo, sudor y demás
porquería. Marcus arrugó la nariz.
—Oye, seguís vestidos —farfulló—. Así que anoche ni siquiera hubo
marcha.
—Marcus, ¡por favor!, desaparece.
Marcus se marchó cabizbajo, quizá algo dolido por el recibimiento de los
otros dos. Nicholas se levantó de la cama y, tras calzarse los zapatos, tiró a _____
del brazo con tanta fuerza que ella acabó en el suelo.
—¡Au! —se quejó ella, frotándose el codo—. Pero ¿qué haces, estúpido?
—Salvarte de una muerte segura —respondió él y, acto seguido, comenzó
a quitar las sábanas de la cama, hizo una bola con ellas y las lanzó a un rincón
de la habitación. Una vez el colchón se quedó desnudo, se miró las manos y su
rostro se contrajo en una mueca de asco—. Perdona, pero ahora tengo que ir al
baño a lavarme —le dijo, al tiempo que salía de la habitación.
_____ se quedó allí, sentada en el suelo de su cuarto, con la vista clavada
en el colchón de la cama. Se preguntó si aquello sería un despertar normal para
Nicholas. Probablemente sí. Respiró hondo, procurando encontrar la calma
perdida. A nadie le gusta que rompan sus sueños tirándole de la cama.
Nicholas regresó cinco minutos más tarde.
—¿Todavía sigues ahí, _____?
Le dirigió una mirada de reproche antes de sacar del armario un juego
limpio de sábanas y hacer de nuevo la cama —previa inspección del colchón,
por si quedaba algún resto bacteriano—. Cuando terminó, _____ había logrado
levantarse y situarse a su lado.
—¿No crees que es un poco exagerado? —le preguntó.
—¿No crees que tú eres un poco… sucia? —contraatacó él.
_____ se quedó con la boca abierta y le dio un manotazo en el hombro.
—¡Acabas de llamarme guarra!
—No pretendía ofenderte —Le sonrió como si ella tuviese tres años—; pero
a veces es bueno que otros nos señalen nuestros defectos para que podamos
advertirlos y, seguidamente, solucionarlos.
_____ negó con la cabeza, cabreada, y se dirigió a paso rápido hacia la
cocina dispuesta a desayunar algo antes de enfrentarse nuevamente a Nicholas.
Pensó que quizá él podría cambiar, creyó que Nicholas se convertiría
mágicamente en un chico normal y corriente después de aquel beso —como
las ranas que terminan siendo príncipes—, pero, obviamente, se había
equivocado. Nicholas no dijo nada mientras untaba dos tostadas con mantequilla
y ella removía su café con parsimonia.
—¿Y bien…? —comentó él, cuando ambos terminaron de desayunar.
—Y bien, ¿qué?
—¿Ni siquiera piensas hablar sobre lo que pasó ayer? —le preguntó—. Por
si no lo recuerdas, me pediste que durmiese contigo.
_____ rió, nerviosa.
—Por si a ti también te falla la memoria, antes de que eso ocurriera, tú me
besaste.
Nicholas la acuchilló con la mirada. Iba a decirle cualquier barbaridad que
se le pasara por la cabeza cuando Marcus apareció en la cocina, cargado de
nuevo con la bandeja del desayuno intacta que había dejado sobre la mesita de _____.
—¡Ni siquiera os habéis dignado probarlo! —se quejó—. Y me ha costado
mucho averiguar cómo funcionaba el exprimidor de naranjas.
—Lo siento, Marcus —contestó su hermana—. Pero ahora estamos
ocupados, ¿hablamos luego?
Marcus frunció los labios.
—Así que, como sois parejita, me margináis.
—Oh, no, no es eso…
—Ya, claro. —Les miró dolido—. Esperaré en el salón, con Whisky, mientras
encuentras una buena excusa.
Y acto seguido volvió a desaparecer. Nicholas intentó contener la risa, y
_____ le dirigió una mirada punzante y amenazadora. Él tosió y consiguió
mantenerse serio.
—Entonces… —balbució—, tú y yo ahora… ¿qué somos?
—Personas —contestó _____. No se atrevía a dar una respuesta sobre lo
que realmente Nicholas pretendía averiguar.
—Idiota, me refería a nuestra situación tras los acontecimientos de la
pasada noche.
—Deja de llamarme idiota —se quejó _____.
—Deja de parecerlo, entonces.
_____ suspiró, dejó el vaso sobre la pila de la cocina y se apoyó en ella.
Nicholas también se levantó para llevar su plato, y permaneció cerca de _____,
estudiando sus movimientos. Respiraba agitada, así que supuso que estaba
nerviosa. Eso le gustó.
—¿Te gusto? —le preguntó ella.
Y Nicholas tembló ante aquella complicada cuestión.
—¿Te gusto yo a ti?
—¿Quieres dejar de contestarme con otra pregunta? ¡Nicholas, esto no es
una competición!
Nicholas iba a responder que sí, que sí le gustaba, pero justo en ese instante
sonó el teléfono y _____ le apartó a un lado para poder descolgarlo.
—¿Diga?
—¡Cariño, soy mamá! —exclamó la señora Graham al otro lado de la
línea. _____ suspiró—. ¡Ya me he enterado de la noticia! ¡Y no sabes cuánto me
alegro!
_____ frunció el entrecejo, y Nicholas la observó contrariado, intentando
adivinar con quién hablaba.
—¿De qué noticia estás hablando?
—¡Nicholas es fantástico, un buen partido! —prosiguió su madre, omitiendo
su pregunta pero dándole a entender la respuesta—. Hacéis una pareja
perfecta. Tú padre y yo llegaremos a casa esta tarde.
—¡Por favor, mamá! —_____ sintió ganas de llorar, pero logró
contenerse—. ¿Se puede saber quién te ha dicho eso?
—Bueno, cielo, papá me está esperando fuera del hotel, vamos a visitar el
museo de la ciudad —dijo, hablando atropelladamente—. Nos vemos en
apenas unas horas. Cuídate, _____, ¡y usa protección, cariño, úsala!
Acto seguido la señora Graham abandonó la línea, y _____ se quedó
atontada con el teléfono pegado a la oreja. Nicholas la sacudió por los hombros.
—¿Qué te pasa?
—Nada —le dedicó una sonrisa forzada y después cogió mucho aire antes
de gritar con todas sus fuerzas—. ¡MARCUS, VEN AQUÍ AHORA MISMO!
Como era de esperar, Marcus no apareció.
_____ cerró con fuerza los ojos y volvió a abrirlos de golpe; después le
explicó a Nicholas, sin entrar en detalles, la conversación que acababa de
mantener con su madre. Él sonrió con fanfarronería cuando ella repitió la frase
«Es un chico fantástico, un buen partido».
—Qué lista es tu madre —musitó.
La joven negó con la cabeza, incrédula.
—Pero ¿es que ni siquiera te preocupa lo que mis padres puedan pensar?
¡Por Dios, mi madre me ha pedido que use protección! —_____ agitó los brazos.
Cuando sus padres llegaran no se atrevería a mirarles a la cara.
Nicholas se encogió de hombros.
—¿Y…? Está claro que tienes que usar protección —dijo—. No tienes idea
de la cantidad de enfermedades venéreas que hay hoy en día. Te
sorprenderías, en serio.
Ella abrió mucho la boca y se quedó así un buen rato, medio atontada,
hasta que terminó propinándole a Nicholas el segundo manotazo del día. Se lo
merecía de veras. Él rió como un chiquillo y salió corriendo de la cocina, pero
_____ logró alcanzarlo y, cogiéndole por el cuello de la camisa —cosa que
molestó mucho a Nicholas—, le pidió que la acompañase para hablar seriamente
con Marcus.
Su hermano se encontraba tumbado en la cama de su habitación, y una
pequeña sonrisita curvaba sus labios, por lo cual _____ supuso que estaba al
tanto de la llamada y que, cuando ella había gritado su nombre, había
permanecido callado a propósito. Nicholas se quedó rezagado en la entrada de
la habitación, mirando con aire desdeñoso a su alrededor, como si aquello fuese
un criadero de cerdos, mientras que _____ se adentró hasta situarse al lado de
su hermano.
—¿Algún problema, hermanita? —preguntó Marcus, haciéndose el
gracioso.
—¿Por qué has tenido que decirle algo así a mamá?
—Si no hubieseis ignorado mi desayuno quizá habría sido más solidario.
—No te lo perdono, Marcus —contestó _____ y le apuntó con un dedo
acusador. Nicholas rió a sus espaldas—. ¿Y a ti qué te hace tanta gracia, tonto?
—Sigo disfrutando cada vez que te cabreas.
_____ salió de la habitación a paso rápido y entró en la suya. Nicholas la
siguió sin pensárselo demasiado. Ella se sentó en la cama y se llevó las manos a
la cabeza; él permaneció muy quieto, a su lado, convirtiéndose en una estatua.
—Tampoco es para tanto —comentó Nicholas, al cabo de un buen rato—.
Además, tu madre me ama. Me ama casi más de lo que te ama a ti.
_____ suspiró hondo y le dirigió una punzante mirada.
—Vale, retiro lo último —rectificó él, alzando las manos en son de paz.
—Nicholas, es que… no te lo tomes a mal, pero… —Se esforzó por no apartar
la mirada de sus ojos grises mientras procuraba dar con las palabras correctas—,
pero… tú eres raro. Esto es raro. La situación es rara.
—Tú también eres rara para mí.
—El problema es que yo… no sé cómo podría terminar todo esto
—explicó, gesticulando en exceso con las manos; cuando se dio cuenta de ello,
las dejó caer sobre su regazo—. Es probable que dentro de unas horas
intentemos matarnos el uno al otro.
Él sonrió y se encogió de hombros.
—Bueno, tampoco sería una novedad.
—Ya, pero no es lo normal.
—¿Tú quieres algo normal?, ¿es eso? —Encontró atisbos de valor
escondidos en algún lugar remoto y logró mirarle a la cara.
_____ pareció dudar; entreabrió los labios, pero no logró contestar a las
preguntas de Nicholas. Él se perdió en el mar de sus ojos y se preguntó si realmente
sería posible que estuviesen juntos. Juntos, como esas parejas que paseaban por
el parque mientras degustaban un helado. Negó con la cabeza, absorto en sus
pensamientos. Lo cierto era que a él no le agradaba la idea de compartir su
comida con nadie…
Volvió a mirarla. Se olvidó del helado, del parque y del resto de las parejas
felices. _____ alzó despacio una mano, trémula, y terminó posándola sobre la
mejilla de Nicholas; él, sorprendentemente, agradeció el calor de su piel y se le
antojó reconfortante. Sonrió y se acercó hacia su rostro regalándole un tímido
beso en la comisura de los labios.
—Hagamos algo juntos —le dijo.
_____ correspondió su sonrisa, y Nicholas se relajó un poco. Advirtió que
llevaba media hora sentado en la cama con todos los músculos del cuerpo en
tensión y la mandíbula ligeramente apretada.
—¿Te apetece ir a la feria? —preguntó _____, alegre.
Él tragó saliva despacio antes de asentir, temiéndose lo peor.
Mariel Jonas
Re: "Besos de muérdago" (Nick y tu) Adaptación
Nicholas se supera a sí mismo
A pesar de que apenas eran las seis de la tarde, ya había caído la noche y
las estrellas temblaban en la oscura bóveda del cielo. Nicholas respiró hondo y se
colocó bien los guantes de lana. Hacía mucho frío.
—¿Por qué tarda tanto en llegar nuestro taxi? —preguntó, anclado en la
acera frente a la casa de _____.
Ella terminó de atarse los cordones de las zapatillas antes de mirarle
consternada.
—Nicholas, cielo, no vamos a ir en taxi —le explicó—. Estamos esperando a…
la limusina o, tal como lo llamamos el resto de los mortales, el autobús.
Nicholas le dedicó una mueca de asco y dio un paso atrás hasta apoyar la
espalda contra la valla de los vecinos.
—¡No pienso montar en otra de esas cosas salidas del infierno! —chilló,
mientras negaba con la cabeza para darle más énfasis a sus palabras—. Y no
vuelvas a llamarme «cielo».
—Oh, lo he dicho sin pensar. ¡Lo siento, Alteza!
—Pues piensa, _____, piensa —concluyó él, tocándole la cabeza con la
punta de uno de sus largos dedos.
Ella tragó saliva despacio, nerviosa, y se preguntó por qué demonios le
había dicho a Nicholas aquella palabra. «Cielo»… Nicholas podía llegar a ser
muchas cosas, pero desde luego no un pedacito de cielo. La palabra «cielo»
connotaba un significado angelical o adjetivos como bondad, ternura o
humildad. Y todos esos adjetivos eran antónimos de la verdadera personalidad
de Nicholas.
Pasados unos confusos instantes, _____ empezó a sentirse idiota, ¿qué
narices hacía meditando sobre posibles motes cariñosos que utilizar con Nicholas?
Se dijo que aquello era demasiado y se prometió mentalmente no pensar en
más tonterías del estilo.
—¿Llamamos a ese taxi hoy o esperamos a que amanezca?
El tono irónico de Nicholas la devolvió al cruel mundo real. Se cruzó de
brazos a la defensiva mientras el inglés la miraba atentamente, esperando que
ella tomase las riendas de la situación.
—¿No te he dicho ya que vamos a coger el autobús?
—Sí. —Sonrió falsamente—. ¿Y yo no te he dicho ya que no pienso poner
un pie en otra de esas limusinas cutres?
—Nicholas, en serio, ¿por qué no te propones cerrar esa maravillosa bocaza
que tienes y divertirte un rato?
—Ya sé que es maravillosa —contestó—. Y sí, pienso divertirme, pero antes
dame el número de un taxi, yo mismo llamaré si hace falta.
—Oh, increíble, ¡piensas marcar un número de teléfono con tus propios
dedos! Felicidades —comentó _____, malhumorada y buscando su propio móvil
para darle el número del taxi.
Como era de esperar, Nicholas llamó y exigió que les recogiesen allí mismo.
Fue una suerte que el coche no tardara demasiado en aparecer, pues
empezaban a helarse de frío en medio de la calle, y el silencio que les
acompañaba era un tanto incómodo para los dos.
Una vez se encontraron dentro del confortable taxi, _____ le indicó al
simpático conductor adónde querían ir y se pusieron en marcha. Ella ladeó la
cabeza y observó de reojo el rostro de Nicholas. Era adorable, especialmente
cuando mantenía la boca bien cerrada. Tenía los labios bonitos… _____ dio un
respingo en su asiento ante la gélida mirada que Nicholas le dirigió de pronto,
descubriendo que ella le observaba.
—¿Qué miras?
_____ se preguntó si en una relación normal entre dos personas el novio
haría esa misma pregunta cuando pillase a su enamorada contemplándole
bajo el silencio de la noche. Seguramente no. Lo más probable era que el chico
se girase y le dirigiese una tímida sonrisa avergonzada antes de que sus mejillas
comenzasen a tornarse ligeramente rojizos. Pero no era el caso: Nicholas parecía
más bien enfadado.
—No te estaba mirando —mintió _____ finalmente.
—¿Me tomas por tonto o qué?
—Bueno, ¿tanto importa si te miraba o no?
El conductor del taxi les sonrió al tiempo que observaba la discusión a
través del espejo.
—Chico, deja que te mire —le sugirió a Nicholas.
—¿Por qué no se dedica usted a mirar la carretera, ya que para eso le
pagamos? —le reprochó el rubio.
—¡Nicholas! —_____ le regaló el tercer manotazo del día.
El inglés suspiró hondo antes de girarse y apoyar la frente sobre la
ventanilla del taxi. Se sentía terriblemente nervioso, como nunca lo había estado.
Le temblaban las piernas, y se preguntó si realmente conseguiría caminar
cuando el taxi les dejase en la feria. Salir con _____, a solas, después de haberla
besado y dormir con ella, era todo un reto. No estaba seguro de estar a la altura.
Por primera vez, tenía miedo de no ser el mejor en algo.
Así que, cuando llegaron al recinto ferial, dejó que _____ bajase en primer
lugar y él se quedó algo rezagado mientras pagaba al taxista. Luego salió, y el
coche se alejó y se perdió en la oscuridad de la noche. Ambos se miraron en
silencio anclados frente a la puerta principal.
—¿Entramos? —sugirió _____, alzando una ceja.
—Sí. —Nicholas tragó saliva despacio—. O no, más bien no.
Ella cerró los ojos con fuerza. Después, tras tomarse unos segundos para
ordenar sus ideas, volvió a mirarle.
—¿Qué te ocurre ahora?
Nicholas balbució algo incomprensible por lo bajo y se acercó hasta ella,
torpemente. _____ sonrió por su nueva faceta patosa y rodeó con los brazos su
espalda.
Le estaba abrazando. A Nicholas le costó un buen rato asimilarlo. Cuando
finalmente lo hizo, descubrió que se estaba muy bien ahí, con el rostro
camuflado entre su alborotada mata de pelo y el cuerpo pegado al suyo,
infundiéndole calor. Se acercó poco a poco hasta su oído, rozando su piel.
—No sé si estoy preparado…
—Nicholas, por favor, solo es una feria, ¿nunca has ido a una simple feria?
—No.
_____ respiró hondo.
—Pero he visto ferias en las películas —añadió él rápidamente, como si
aquello explicase lo normal que era su vida.
La chica acunó el rostro de Nicholas entre sus manos y le miró fijamente. Los
ojos de él, grises y brillantes, siempre le habían parecido extrañamente fríos, pero
en aquel momento advirtió en ellos atisbos de temor.
—No te pasará nada —le aseguró—. De verdad, no es un lugar peligroso.
—Pero hay gente —recalcó él con la vista fija en el interior del recinto—.
Mucha gente…
—La finalidad de la feria es que la gente la visite. Por eso están aquí.
Nicholas ahogó un quejido. De haber sabido los planes de _____ con un
poco más de antelación, seguramente habría hecho algún chanchullo para
alquilar el recinto ferial durante un día entero. Y así habrían podido estar solos allí.
—Además, si en algún momento crees que estás a punto de sufrir un
infarto, puedes decírmelo, en serio —le animó _____.
—Ah, vale. Eso lo cambia todo —dijo intentando sonreír.
_____ le cogió de la mano y, sin más preámbulos, le arrastró hacia la
puerta y se internaron en el lugar. Todo estaba repleto de luces de colores que
parpadeaban aquí y allá, confundiendo a Nicholas, que nunca había visto algo
parecido. Mirase donde mirase encontraba grupos de gente, colas infinitas,
puestos de comida… ¡en plena calle!, y desde luego su apariencia no era nada
higiénica. Los chiquillos chillaban a su antojo y corrían a lo loco, así que él tenía
que intentar esquivarlos como si aquello fuese una dura prueba que superar.
—Te dije que no era para tanto —le comentó _____.
Nicholas prefirió no añadir nada al respecto, pues no estaba seguro de
poder decir algo positivo. Alzó la vista y descubrió la enorme noria que parecía
elevarse hasta el cielo al son de una rítmica melodía navideña.
—¿Te apetece subir? —le propuso _____, señalando la noria.
—¿Qué?, ¿te has vuelto loca? —La miró con los ojos desorbitados—.
_____, ahí arriba la gente muere.
—Nicholas, nadie muere en la noria. Es totalmente segura.
—Creo que estás un poco desinformada —le aseguró—. Yo he ojeado
numerosas estadísticas al respecto y te aseguro que en ese cartel donde pone
«Ven a la noria y disfruta», debería poner más bien «Ven a la noria a suicidarte».
_____ se quedó un poco atontada tras la respuesta de Nicholas y le costó
procesarla. Teniendo en cuenta que la noria era una de las atracciones más
calmadas, se preguntó en cuál podrían subir. Seguramente en ninguna. Dedujo
que pasarían el rato criticando las atracciones y, como punto extra, más tarde
elaborarían en casa algún informe que tratase sobre la inseguridad de los
recintos feriales. Ese sería el plan perfecto para su acompañante.
—Pero, bueno, pensándolo bien… —Nicholas se pasó una mano por la
frente y se apartó los mechones de cabello rubio hacia atrás—, de algo tenemos
que morir, ¿no? Así que, en fin, supongo que puedo montar en la noria del
suicidio.
_____ sonrió ampliamente y echó a andar directa hacia la rueda que
giraba en medio de la noche. Nicholas la siguió satisfecho. En realidad había oído
muchas veces aquella frase salir de los labios de Marcus; especialmente cuando
se liaba las «hierbas medicinales» acostumbraba añadir: «De algo hay que morir,
¿no?». Nicholas decidió que plagiaría alguna más de sus creaciones.
Dejó que ella comprara dos tickets para la atracción, y mientras
esperaban a que el turno anterior terminase, ojeó con desconfianza al tipo que
vendía las entradas dentro de un pequeño puesto de cristal. Finalmente, decidió
acercarse.
—Hola —le saludó.
—¿Cuántos tickets quieres? —preguntó el otro con tono monótono.
—No, ya hemos comprado.
—Ah, pues no hacemos devoluciones, lo siento.
—En realidad lo que quería era saber si usted podría enseñarme el
contrato del seguro de la atracción —dijo al fin.
_____, a su lado, deseó que la tierra se la tragase.
—¿El contrato de qué…?
—El contrato del seguro —repitió Nicholas.
—Digamos que no lo tenemos aquí ahora mismo —contestó el hombre
rascándose el mentón—. Pero confíe en mí: la atracción está en orden.
—Me gustaría comprobar ese orden por escrito.
—Ya le he dicho que no tenemos los papeles aquí —dijo, y, por el tono de
su voz, Nicholas dedujo que empezaba a enfadarse.
_____ advirtió que el turno anterior había terminado y, cogiendo a Nicholas
de la chaqueta, lo arrastró hasta la noria. Le costó que subiese, ya que sus pies
parecían haberse pegado al suelo.
—Vamos, Nicholas, ya hemos pagado los tickets.
Con un brusco empujón logró meterlo en la especie de carruaje donde
debían acomodarse. Antes de que la noria se pusiera en movimiento, Nicholas
estudió los tornillos y los engranajes que encontraba a su alrededor, como si
fuese un inspector de seguridad; _____, cansada, le permitió que hiciese lo que
le viniera en gana y se dedicó a contemplar a la gente que iba y venía por el
recinto.
—¿Todo en orden, inspector? —le preguntó, cuando él volvió a sentarse.
—No estoy seguro. —Suspiró apesadumbrado—. Uno de los tornillos está
un poco oxidado.
_____ rió con ganas.
—A mí no me hace gracia.
—¡Pero de algo hay que morir, Nicholas! —exclamó ella, repitiendo sus
mismas palabras y riendo todavía más.
Él frunció el ceño con desagrado y se cruzó de brazos, ante lo cual _____
contestó inclinándose y dándole un pequeño beso. El carruaje se balanceó por
el movimiento y Nicholas tembló.
—Ven aquí —le pidió ella—, siéntate a mi lado, yo te protegeré —añadió,
tras proferir una sonora carcajada.
—¿Crees que soy un cobarde, verdad? —inquirió él, entrecerrando los ojos
y mirándola con odio.
—No, claro que no —le aseguró—. Lo que ocurre es que es normal que
tengas miedo, teniendo en cuenta que el máximo riesgo que has corrido en tu
vida ha sido coger una rosa que podía pincharte.
—Ni eso. —Sonrió con aire de suficiencia—. Tenemos varios jardineros.
¡Era tan… repelente! _____ suspiró y se levantó para sentarse a su lado. Le
rodeó con un brazo con ademán protector y lo atrajo hacia sí, pegando su
cuerpo al suyo. Cuando sonó una especie de bocina que indicaba que la
atracción iba a empezar, Nicholas estuvo a punto de levantarse y marcharse, pero
_____ lo retuvo entre los brazos mientras reía divertida.
Su carruaje comenzó a ascender lentamente. El viento frío provocaba que
su cabina se balancease un poco, dándole una sensación de inestabilidad.
Nicholas cerró los ojos y agradeció que _____ le abrazara de lado.
Probablemente, aquella era la mayor locura que había cometido en toda su
vida.
—Abre los ojos —le pidió _____, al cabo de un minuto largo.
—Ni de coña.
—Vamos, Nicholas, las vistas son muy bonitas desde aquí.
—Descríbemelas, que yo te escucho y me lo puedo imaginar.
Ella jugueteó un poco con su pelo rubio, enrollando algunos mechones
suaves entre sus dedos.
—Mira, si abres los ojos, te prometo que ordenaré mi armario —le dijo al fin.
Y entonces él los abrió y sonrió. Clavó la vista en el suelo.
—¿En serio?
—Claro que sí.
—Está bien. —Respiró hondo antes de alzar la cabeza y perderse en la
vista de la enorme ciudad que se dibujaba a grandes trazos ante sus ojos. Era
realmente asombroso y le gustó la lejanía de las luces del centro, tintineando en
el horizonte.
—¿No te parece bonito? —pregunto _____, emocionada.
—Lo justo y necesario.
Realmente sí, sí le parecía bonito, pero reconocerlo ante ella podría
haberse considerado un delito contra la ley, así que se contuvo. Echó la cabeza
hacia atrás, mientras _____ enrollaba mechones de su pelo en sus pequeños
dedos, y sonrió, notando la calma que se apoderaba nuevamente de él.
Todavía se preguntaba de dónde demonios había sacado el valor
suficiente para besarla, en la discoteca Buterffly. Es más, seguía preguntándose
cómo era posible que se encontrase allí con _____, en la feria, dejando que ella
le acariciara el pelo. No tenía intención de apartarla, y eso, en parte, le asustó.
Cuando la atracción finalizó y bajaron de la noria, _____ corrió directa
hacia los coches de choque, y a Nicholas le faltó tiempo para seguirla a toda
prisa. La joven señaló animadamente los coches.
—¡Qué ganas tenía de montar en esta! —exclamó emocionada.
Nicholas frunció el ceño.
—¿El juego consiste en chocar contra los demás?
—Exacto, ¿a que es divertido?
—Oh, claro, ¿por qué visitar museos o bibliotecas si podemos chocar los
unos contra los otros?
—Nicholas, no empieces —le regañó ella.
—En serio, golpearse voluntariamente es una práctica poco productiva.
—Miró alrededor, asustado—. Retrocedemos en el tiempo y nos convertimos en
neandertales; de verdad, ya ni me sorprendería que los americanos vistiesen con
taparrabos de piel y llevasen palos de madera ardiendo en las manos…
—Como no te calles, el que acabará ardiendo a causa de los golpes que
pienso darte serás tú —le amenazó—. Y ahora junta esos bonitos labios que
tienes y concéntrate en mantenerlos bien cerrados. Yo iré a comprar las
entradas.
Mariel Jonas
Re: "Besos de muérdago" (Nick y tu) Adaptación
Todo el mundo tiene un pasado
Nicholas se empeñó en montar en el mismo coche que _____. No quería
estar solo cuando la guerra empezara. Se sentó —como buenamente pudo,
dado el escaso espacio— en el asiento del copiloto mientras ella asía con fuerza
el volante del cochecito. Nicholas respiró hondo y ojeó a sus contrincantes, que se
encontraban en el perímetro de la pista. En realidad la mayoría eran críos,
aunque algunos iban acompañados por sus fornidos padres.
—No sé si podremos superarlo —dijo.
—Nicholas, no hay nada que superar —aseguró _____—. Lo único que
pasará es que te darán unos cuantos golpecitos.
Él se cruzó de brazos y la miró cabreado.
—¿Te parece poco?, ¿estamos locos o qué? —siguió, alzando el tono de
voz—. ¡He pagado para que me peguen!
—¡Chist!, ya empieza.
Sonó un pitido que se extendió por la pista e inundó sus oídos. El coche
empezó a moverse. Nicholas se cogió del brazo de _____ y del otro extremo de la
supuesta puerta. Se miró el torso y advirtió un pequeño detalle que se le había
pasado por alto.
—¡Madre mía, pero si no hay cinturones! —exclamó, consternado.
—No son necesarios —concluyó _____, y cuando Nicholas alzó la vista
descubrió que estaban a punto de chocar contra un coche que llevaba un niño
de unos seis años.
El impacto fue brutal, o al menos eso le pareció a él. Nicholas meditó sobre si
aquel juego afectaría en exceso a su delicada columna vertebral. Sin embargo,
cuando vio el rostro enfurruñado del niño, se alegró de haberle dado ese golpe.
—¡Cómete esa! —le gritó y después miró a la chica—. Muy bien, _____,
veo que vas aprendiendo…
—Pero si tú no tienes ni idea, ¿por qué me dices eso? —Dio un volantazo y
Nicholas arqueó el cuerpo hacia el lado contrario con la intención de no caer. No
es que la velocidad fuese demasiado elevada, pero siempre era mejor prevenir
que curar.
—¡Venga, va, déjate de historias y machaca a la niña de allá! —le ordenó,
señalando un coche azul.
_____ entornó los ojos, pero sonrió y se dirigió hacia la niña. Hasta en los
coches de choque Nicholas necesitaba dar órdenes y sugerencias. Esta vez, a
sabiendas de lo que le esperaba, él se cogió bien antes del impacto y rió
malévolo ante la decepcionada expresión que surcó el rostro de la cría.
Sin embargo, su risa se apagó cuando otro coche les dio a ellos por detrás.
Era el vehículo de un niño pelirrojo acompañado de su padre, un fortachón
entrado en la cuarentena. Nicholas se giró cabreado y alzó un puño amenazador
al que el señor respondió con una suave carcajada. A Nicholas no le gustaba
perder, ni siquiera en los coches de choque.
—_____, vamos, ese viejo es nuestro próximo objetivo. Tenemos que
ganar.
—Cariño, cuando te emocionas así, me recuerdas a Voldemort.
Nicholas arrugó la nariz, molesto. ¿Por qué le llamaba «cariño»?, eso sonaba
demasiado… formal. ¿Tenían una relación formal? No estaba seguro. Lo curioso
era que por alguna extraña razón las palabras cariñosas que _____ le dedicaba
sonaban bien. Quizá porque no las pensaba antes y se le escapaban solas,
naturales, sin formar parte de frases forzadas. De todos modos, Nicholas continuó
en sus trece.
—Deja de llamarme cariño, cielo o Voldemort. Gracias.
Como toda respuesta _____ estampó el coche contra una esquina,
adrede, lo que le pilló de improviso. Él respiró hondo, mientras ella daba la
vuelta.
—¿Quieres romperme el cuello o qué? —se quejó, frotándose el hombro
derecho.
—No sé, deja que me lo piense —contestó ella, decidida—. Aún tengo
dudas.
Chocaron contra algunos coches más antes de que la bocina sonase y se
acabase su turno. Salieron de la atracción, Nicholas algo mareado, y ella con la
adrenalina recorriendo todo su cuerpo. Señaló un puesto de maquinitas repleto
de ositos de peluche.
—¡Qué monada! ¡Yo quiero uno de esos!
Nicholas la siguió hasta la máquina. En el extremo superior había una
especie de pinza que al parecer servía para agarrar los pulgosos osos. Pagando,
claro.
—¿Y para qué quieres más peluches? Tienes toda la cama llena —le
recordó, como si ella no lo supiese perfectamente—. Además, está demostrado
que estos artilugios son dañinos para la salud.
_____ rió.
—¿Los peluches son malos para la salud?
—Claro. El polvo se acumula en ellos.
—Nicholas, me da igual. —Le hizo a un lado sin miramientos—. Aparta,
quiero conseguir uno de esos.
—Pareces una cría —concluyó él. Era verdad, aunque también era cierto
que todavía no sabía si esa característica suya le gustaba o no. Tenía serias
dudas al respecto—. Bueno, déjame a mí.
Se hizo un hueco, y, tras echar una moneda en la ranura correspondiente,
cogió con fuerza los mandos de la máquina. Parecía fácil, pero no lo era. La
pinza apenas tenía fuerza, y, aunque conseguía coger el maldito peluche del
oso que le miraba sonriente, después este caía inerte y volvía a mezclarse con el
montón que reposaba al fondo.
—¡Es un timo, _____!
—Da igual. Quiero el oso —dijo enfurruñada, y metió otra moneda.
Nicholas nunca se iba sin terminar de hacer lo que se había propuesto. Así
que, casi veinte minutos después, le tendió a _____ el oso que había
conseguido, y comenzaron a caminar por el recinto de la feria con dieciocho
dólares menos en los bolsillos. Él se planteó que, por ese precio, habría podido
comprarle tres o cuatro peluches en una tienda normal, pero prefirió no
comentárselo.
—Y ahora, ¿qué hacemos? —preguntó, mirándola de reojo con cierta
inseguridad.
_____ abrazó el peluche con una mano y deslizó la otra hacia él,
entrelazando sus dedos con los de Nicholas. Él tenía la piel fría, pero muy suave.
Siguieron andando en silencio.
A Nicholas le molestaba un poco caminar al lado de _____, cogidos de la
mano, porque ella se paraba cada dos por tres a ver cosas poco interesantes y
le arrastraba allá donde iba. Sin embargo, la calidez de su mano le reconfortaba
y hacía soportable la situación. Torció el gesto cuando ella le soltó para acariciar
a un perro que pasaba por allí. El animal se restregó felizmente por sus piernas y
le azotó el pantalón con la cola, que se movía frenética de un lado a otro.
Él bostezó. Afortunadamente, a su derecha, descubrió un puesto donde
hacían algodones de azúcar. Le encantaba el algodón de azúcar. Supuso que
no sería tan delicioso como el que su cocinero solía elaborar, pero aun así quiso
comprar uno. Contempló detalladamente cómo lo hacía, asegurándose de que
la chica del puesto no lo tocase con las manos o echase algo raro en su
preciado algodón. Al parecer todo estaba en orden. Pagó y regresó al lado de
_____.
Aquel algodón de azúcar estaba bastante bueno. Lo degustó y dejó que
se deshiciera en su boca lentamente. Algo —o alguien; mejor dicho, alguien—
interrumpió su aperitivo. _____ alzó sin miramientos una mano y le quitó un trozo
de algodón.
—¿Se puede saber qué narices haces? —Nicholas la miró, sorprendido.
—Coger un poco, ¿acaso es solo para ti? —Ella rió, tras metérselo en la
boca.
¡Qué pregunta más tonta! Lo cierto era que sí. Era solo para él.
—Claro. —Suspiró—. ¿Por qué no te compras tú otro?
—Este es muy grande, podemos compartirlo.
—¿Compartir? —Ladeó la cabeza—. Acabas de acariciar a un sucio
perro.
—Ya, ¿y…?
—No te ofendas, pero no quiero que metas tus manos en mi comida.
_____ permaneció callada, observándole fijamente. Al parecer hablaba
en serio. Al principio pensó que se trataba de una de sus tantas bromas. Pero no
era así.
—Ah, vale, lo siento. —Le dedicó una mueca desagradable—. ¡Cómetelo
tú todo! ¡Ojalá te atragantes!
Nicholas negó con la cabeza y le tendió el algodón de azúcar. _____ lo
cogió con la mano, cada vez más confundida.
—¿Lo compartes? —le preguntó.
—No. —Nicholas apretó los labios con asco—. Lo has tocado, así que ya no
puedo comérmelo. Gracias por estropearme la merienda.
Y comenzó a caminar de nuevo calle abajo, esquivando a los niños que
correteaban descontrolados por el interior del recinto. _____ siguió sus pasos,
tras darle otro bocado al algodón de azúcar, que ahora le pertenecía. Sonrió
tontamente. Qué delicado era Nicholas.
—¿Quieres que compremos otro? —le preguntó, con ternura.
—No. —Él contempló el enorme algodón rosa—. Yo quería ese —añadió,
señalándolo.
—Todos son iguales.
—Te equivocas, este era más redondeado que el resto. Lo he notado
incluso antes de que la chica terminara de hacerlo.
—¿Importa realmente que sea más o menos redondeado? —_____ rió.
—Por supuesto. —Él se cruzó de brazos—. A mayor redondez, mayor
perfección. No sé cómo no conoces esa regla.
_____ arqueó las cejas.
—¿Porque no existe, quizá…?
Nicholas respiró hondo. Tenía ganas de besarla. No quería seguir discutiendo
ni tampoco deseaba explicarle el funcionamiento de «la regla de la redondez y
la perfección», porque dudaba que fuese a entenderla. Y a él no le gustaba
perder su valioso tiempo en vano. Contempló los labios de _____; ¿tenía permiso
permanente para besarla cuando le viniese en gana? Se sentía inseguro al
respecto. Después el algodón volvió a captar su atención, al ver que ella se lo
seguía comiendo.
—Vale, terminemos con este asunto —le dijo—. Tira el algodón a la basura.
Si no lo puedo tener yo, tú tampoco.
—¿Qué? Pero ¿cómo puedes ser tan egoísta? —protestó ella.
—No es egoísmo, es justicia.
—¿Tanto te molesta que me lo coma yo?
—Claro que sí.
Ella bufó y siguió su camino, dándole otro mordisco a la enorme nube rosa;
no estaba dispuesta a tirar la comida por una rabieta de Nicholas. Él insistió.
—He dicho que te deshagas de él.
—No.
—Lo haré yo, entonces.
Nicholas intentó arrebatarle el maldito algodón de azúcar y _____ se
preguntó qué pensaría la gente de la feria que les miraba. Dos jóvenes
discutiendo por su merienda. _____ no se iba a quedar atrás. Le mordió la mano,
y él soltó el palo de madera, gritando dolorido, pero luego no tuvo miramientos
cuando le clavó las uñas en el brazo.
—¡SUÉLTALO! —le exigió—. Además, lo he pagado yo, es mío.
—¡Me lo has regalado! Así que ahora me pertenece —contestó ella, en
medio del forcejeo.
Una pareja de ancianos, acompañados por sus nietos, les miraban
entretenidos por el espectáculo gratuito.
Nicholas logró arrebatarle el algodón rosa, y _____, sin rendirse y llena de
rabia, le hizo cosquillas. Él se retorció como loco. Había encontrado uno de sus
puntos débiles. Desgraciadamente, a causa de las cosquillas Nicholas dejó caer el
algodón al suelo, marcando su final definitivo.
—¡Para, para, _____, te lo ruego! —Nicholas giró sobre sí mismo, intentando
deshacerse de ella.
—¡Te lo mereces!
Él logró cogerla del brazo y, con un rápido movimiento, la estampó contra
la parte trasera de una caseta de metal donde hacían perritos calientes. _____
abrió mucho la boca, sorprendida. Se miraron agitados, respirando
entrecortadamente tras la pelea. Los abuelos, al otro lado, les seguían mirando
sonrientes, como si de algún modo pudiesen entender su extraña relación, el
enigmático modo en que se decían «Me gustas» sin palabras. Nicholas sonrió un
poco, cuando recuperó el aliento.
—¿Me das un beso?
Alzó la cabeza. La voz de _____ le hizo estremecer. Dio un paso al frente y
ella le rodeó con los brazos, como si intentase abarcar todo su cuerpo con sus
pequeñas manos. Nicholas se inclinó y la besó despacio. Ella cerró los ojos y se
pegó a él todo lo que pudo, intentando que nada se interpusiera entre los dos. Él
sonrió. Le dio otro beso, y otro más… y se preguntó si era posible vivir solo a base
de besos. A él le hubiese gustado que existiese esa posibilidad. _____ rió cuando
los labios de él ascendieron lentamente por su rostro y rozaron su nariz
delicadamente, luego sus párpados y las mejillas. Infinitos escalofríos se
adueñaron de sus sentidos. Y después un beso fugaz, en los labios, antes de que
él apoyase su frente contra la de ella y se quedase ahí, quieto, respirando
nervioso y mirándola fijamente. La frialdad de sus ojos plateados se esfumó unos
instantes.
—Si quieres te compro otro algodón de azúcar —le propuso él, hablándole
en susurros.
_____ se estremeció al sentir su aliento cálido tan cerca de ella.
—Olvídalo.
Y mientras la observaba casi sin pestañear, Nicholas reflexionó sobre cómo
habían llegado a esa situación. Apenas dos semanas atrás, ambos se odiaban.
Ahora se besaban. Un cambio algo brusco. Habían pasado demasiadas horas
juntos, quizá. Respiró hondo al tiempo que le retiraba algunos mechones de
cabello que enmarcaban su aniñado rostro.
—¿Sabes una cosa? —Curvó los labios con ternura—. En el fondo, a veces,
incluso pareces una chica dulce. Actúas muy bien.
—Y tú. A ratos llego a pensar que eres humano. —Rió tímidamente—. ¿De
qué planeta te caíste, Nicholas?
Él también rió y le dio un último beso antes de separarse un poco de ella y
rodear su cintura con el brazo. Suspiró y miró alrededor, perdiéndose en las luces
intermitentes que se agitaban por todos lados.
—¿Volvemos a casa? —preguntó _____.
—Mejor aún, si quieres nos acercamos al centro y cenamos —propuso él.
_____ asintió. Anduvieron en silencio, sin soltarse, hasta la salida del
recinto. Cada vez hacía más frío. Nicholas decidió llamar a un taxi —para variar—,
dado que sus piernas, contrariamente a las del resto de los mortales, al parecer
no habían sido creadas para caminar. Una vez dejaron atrás los gritos histéricos
de la multitud y los villancicos navideños, se acomodaron en un banco de
madera, esperando el taxi.
Ella tiritó y agradeció que las mangas de la sudadera le fuesen grandes,
así podía cobijar las manos en su interior. Miró a Nicholas, sentado rígido, con la
espalda recta sobre el banco, y se inclinó un poco, para luego comenzar a
escalar por sus rodillas.
—¿Qué haces? —Él estudió sus movimientos con desconcierto.
Ah, vale, ahora lo entendía. _____ acababa de sentarse sobre sus piernas,
de lado. Luego se dejó caer y apoyó la cabeza sobre su pecho. Bostezó. Nicholas
sonrió sin siquiera darse cuenta y la abrazó. Le frotó la espalda, calentándola.
El silencio no era incómodo, era tranquilizador.
—¿Sabes algo de Matt? —le preguntó Nicholas, pasado un rato, al recordar
el espectáculo que había montado delante de él en la discoteca durante el
cumpleaños de Marcus.
_____ negó con la cabeza, frotándose de lado a lado en su cuello.
Entonces, dejando atrás la calma que se había apoderado de ella, abrió los ojos
de golpe. Recordó la conversación de algunos días atrás respecto a las
experiencias que habían tenido en sus relaciones. Hacía tiempo que deseaba
retomar el tema, pues pensaba demasiado en ello, como una cría. Cogió
mucho aire de golpe, antes de hablar.
—Nicholas, ¿con quién fue tu primera vez?, ¿estuviste mucho tiempo
saliendo con ella?
Él la miró extrañado y algo molesto. ¿Por qué _____ siempre tenía que
romper todos los buenos momentos que compartían?, ¿por qué las mujeres
tenían que ser tan complicadas y retorcidas?, ¿no le bastaba tenerlo ahí, para
ella, ya sin ningún tipo de duda?
—¿Por qué me preguntas eso?
—Quiero saberlo. —_____ se incorporó levemente hasta que sus rostros
quedaron el uno frente al otro—. Va, dímelo.
Nicholas resopló antes de contestar.
—No estuvimos saliendo mucho tiempo, porque me dejó. —Evitó su
mirada y se entretuvo observando el movimiento de las hojas de un árbol que se
encontraba a su derecha—. Se llamaba Aline. Era una amiga, íbamos al mismo
instituto.
—¿Y por qué te dejó?
La pregunta maldita. A Nicholas le costó unos segundos volver a mirar a
_____ y perderse en el mar de sus ojos. Y luego las palabras se escaparon solas
de sus labios, sin que pudiese hacer nada por detenerlas.
—Yo… —balbució, confundido—. _____, la engañé. Me acosté con otra.
El momento tierno se quebró bruscamente, como una elegante copa
repleta de champán que se derrama por el suelo tras el tintineo que produce el
cristal cuando se rompe. _____ le miró, cuestionándose si el chico rubio de
mirada gris que se encontraba a escasos centímetros de ella era Nicholas, su
Nicholas. Intentó sumergirse en sus palabras y encontrar entre ellas al joven siempre
correcto e inocente al que creía haber conocido.
Pero allí, en el fondo de su mirada, no había nada. Solo un vacío infinito
que se extendía hasta su propio corazón.
La curiosidad la empujó a hacerse una pregunta: ¿hasta qué punto
conocía ella al verdadero Nicholas?
Apenas sabía nada de su pasado y todavía no entendía el entorno en el
que había crecido… pero sí sabía una cosa de Nicholas: era humano. Porque, al
fin y al cabo, solo un humano puede ser tan cabrón como para engañar a su
pareja.
_____ se levantó de las piernas de Nicholas y comenzó a caminar calle
abajo, dejando atrás el lugar donde el taxi debía recogerles; con las manos en
la boca, soplándoselas en el vano intento de entrar en calor. Sabía que Nicholas
seguía sus pasos, pero poco le importaba. Se encontraba absorta en sus
pensamientos. Imaginaba a Nicholas engañando y traicionando… Ese no era el
niño grande que a ella tanto le gustaba.
Nicholas la alcanzó y, cogiéndola de la barbilla, la obligó a mirarle. Las
pupilas claras de él parecían temblar en medio de la oscuridad.
—_____…
Ella oyó su voz lejana, perdida en la noche, pero no quiso dejar de mirarle.
—¿Quién demonios eres, Nicholas?
Él se acobardó ante su pregunta. ¿Quién era?, ni siquiera sabía
responderse a sí mismo. Quizá era un poco de todo. Acababa de
decepcionarla. Nicholas había deseado mentirle y asegurarle que aquella primera
novia le dejó injustamente, pero no había sido capaz de engañarla. No a ella, al
menos. _____, siempre tan natural, clara y transparente, siempre tan… ella. Así
que optó por decir la verdad. Y ahora empezaba a dudar de si realmente había
hecho lo correcto.
—Tal vez soy más normal de lo que piensas.
_____ sintió unas ganas terribles de llorar.
—¿Normal?, ¿de verdad crees que por hacer lo que hiciste eres más
normal?
—No, no es eso.
Nicholas se mordió el labio inferior, indeciso. Se sentía acorralado, se sentía
extraño. Toda su seguridad deslizándose lentamente hasta terminar en el suelo
de una calle cualquiera, todo su orgullo escondido en algún lugar remoto que
no lograba encontrar.
_____ ya no estaba mirándole. Ahora lo hacía una niña; la niña que _____
había sido y que probablemente muy en el fondo seguía siendo. Un alma limpia
a la que acaban de confesarle que no existe Papá Noel ni el Ratoncito Pérez,
una espectadora ilusionada que contempla cómo su ídolo cae lentamente del
pedestal que ella misma había alzado. Y, por alguna extraña razón, Nicholas tenía
unas ganas increíbles de decirle: «¿Ahora te das cuenta de que Peter Pan no
existe?, ¿ahora descubres que los príncipes solo viven cobijados en los cuentos?
Te sorprende mi pasado, te asustas de la realidad, de algo que está a la orden
del día, ¿y era yo quién vivía en un mundo aparte?».
Pero no dijo nada, porque la inocencia dibujada en su rostro le aturdió de
golpe y sus ideas se volvieron densas, como hilos enmarañados que se le
enredaban en los labios, impidiéndole hablar.
Un taxi aparcó en el otro extremo de la calle, al lado del banco donde
minutos atrás lo habían estado esperando. Nicholas permaneció quieto como una
escultura griega mientras contemplaba cómo _____ se marchaba, caminando
con paso decidido. La vio entrar en el taxi y cerrar la puerta con brusquedad.
Instantes después las luces del coche se tornaron más pequeñas y difusas hasta
terminar desapareciendo cuando giró por una esquina.
«Tu primera cita con _____; esta vez te has lucido, idiota», se dijo Nicholas a
sí mismo. Regresó al banco de madera y se sentó allí. Echó en falta el cuerpo de
_____ sentado sobre el suyo. Contempló durante un buen rato el vaho que
emanaban sus labios y pensó que quizá se trataba de su propia alma, que se
escapaba de su cuerpo y se unía con sigilo a la noche.
Nicholas aún recordaba la tarde que le confesó a Aline lo que había
ocurrido. Ella lloró, tras intentar abofetearle, y él se marchó del parque donde se
encontraban sin siquiera decirle adiós. A día de hoy, todavía seguía
preguntándose por qué la había engañado. Quizá fuese porque le gustaba más
la otra —una chica a la que conoció en la fiesta del cumpleaños de Adam y
cuyo nombre ni siquiera recordaba—, quizá también porque no estaba
realmente enamorado de Aline, o porque cuando la miraba no sentía lo mismo
que cuando miraba a… _____.
Suspiró. Sacó el teléfono del bolsillo de su chaqueta y buscó el número
que le habían dado apenas un día antes, cuando se tomaban una cerveza
sentados en los taburetes de la discoteca y mientras _____ bailaba. Finalmente,
tras pensárselo un momento, hizo algo que jamás habría imaginado: presionó el
botón de color verde.
—¿Diga? —respondió una voz tranquila al otro lado de la línea.
Nicholas tosió antes de hablar.
—Gorth, soy Nicholas —dijo—. ¿Estás ocupado?
—¡Ah, hola! No, la verdad es que no —contestó—. ¿Te ocurre algo…?
Nicholas se empeñó en montar en el mismo coche que _____. No quería
estar solo cuando la guerra empezara. Se sentó —como buenamente pudo,
dado el escaso espacio— en el asiento del copiloto mientras ella asía con fuerza
el volante del cochecito. Nicholas respiró hondo y ojeó a sus contrincantes, que se
encontraban en el perímetro de la pista. En realidad la mayoría eran críos,
aunque algunos iban acompañados por sus fornidos padres.
—No sé si podremos superarlo —dijo.
—Nicholas, no hay nada que superar —aseguró _____—. Lo único que
pasará es que te darán unos cuantos golpecitos.
Él se cruzó de brazos y la miró cabreado.
—¿Te parece poco?, ¿estamos locos o qué? —siguió, alzando el tono de
voz—. ¡He pagado para que me peguen!
—¡Chist!, ya empieza.
Sonó un pitido que se extendió por la pista e inundó sus oídos. El coche
empezó a moverse. Nicholas se cogió del brazo de _____ y del otro extremo de la
supuesta puerta. Se miró el torso y advirtió un pequeño detalle que se le había
pasado por alto.
—¡Madre mía, pero si no hay cinturones! —exclamó, consternado.
—No son necesarios —concluyó _____, y cuando Nicholas alzó la vista
descubrió que estaban a punto de chocar contra un coche que llevaba un niño
de unos seis años.
El impacto fue brutal, o al menos eso le pareció a él. Nicholas meditó sobre si
aquel juego afectaría en exceso a su delicada columna vertebral. Sin embargo,
cuando vio el rostro enfurruñado del niño, se alegró de haberle dado ese golpe.
—¡Cómete esa! —le gritó y después miró a la chica—. Muy bien, _____,
veo que vas aprendiendo…
—Pero si tú no tienes ni idea, ¿por qué me dices eso? —Dio un volantazo y
Nicholas arqueó el cuerpo hacia el lado contrario con la intención de no caer. No
es que la velocidad fuese demasiado elevada, pero siempre era mejor prevenir
que curar.
—¡Venga, va, déjate de historias y machaca a la niña de allá! —le ordenó,
señalando un coche azul.
_____ entornó los ojos, pero sonrió y se dirigió hacia la niña. Hasta en los
coches de choque Nicholas necesitaba dar órdenes y sugerencias. Esta vez, a
sabiendas de lo que le esperaba, él se cogió bien antes del impacto y rió
malévolo ante la decepcionada expresión que surcó el rostro de la cría.
Sin embargo, su risa se apagó cuando otro coche les dio a ellos por detrás.
Era el vehículo de un niño pelirrojo acompañado de su padre, un fortachón
entrado en la cuarentena. Nicholas se giró cabreado y alzó un puño amenazador
al que el señor respondió con una suave carcajada. A Nicholas no le gustaba
perder, ni siquiera en los coches de choque.
—_____, vamos, ese viejo es nuestro próximo objetivo. Tenemos que
ganar.
—Cariño, cuando te emocionas así, me recuerdas a Voldemort.
Nicholas arrugó la nariz, molesto. ¿Por qué le llamaba «cariño»?, eso sonaba
demasiado… formal. ¿Tenían una relación formal? No estaba seguro. Lo curioso
era que por alguna extraña razón las palabras cariñosas que _____ le dedicaba
sonaban bien. Quizá porque no las pensaba antes y se le escapaban solas,
naturales, sin formar parte de frases forzadas. De todos modos, Nicholas continuó
en sus trece.
—Deja de llamarme cariño, cielo o Voldemort. Gracias.
Como toda respuesta _____ estampó el coche contra una esquina,
adrede, lo que le pilló de improviso. Él respiró hondo, mientras ella daba la
vuelta.
—¿Quieres romperme el cuello o qué? —se quejó, frotándose el hombro
derecho.
—No sé, deja que me lo piense —contestó ella, decidida—. Aún tengo
dudas.
Chocaron contra algunos coches más antes de que la bocina sonase y se
acabase su turno. Salieron de la atracción, Nicholas algo mareado, y ella con la
adrenalina recorriendo todo su cuerpo. Señaló un puesto de maquinitas repleto
de ositos de peluche.
—¡Qué monada! ¡Yo quiero uno de esos!
Nicholas la siguió hasta la máquina. En el extremo superior había una
especie de pinza que al parecer servía para agarrar los pulgosos osos. Pagando,
claro.
—¿Y para qué quieres más peluches? Tienes toda la cama llena —le
recordó, como si ella no lo supiese perfectamente—. Además, está demostrado
que estos artilugios son dañinos para la salud.
_____ rió.
—¿Los peluches son malos para la salud?
—Claro. El polvo se acumula en ellos.
—Nicholas, me da igual. —Le hizo a un lado sin miramientos—. Aparta,
quiero conseguir uno de esos.
—Pareces una cría —concluyó él. Era verdad, aunque también era cierto
que todavía no sabía si esa característica suya le gustaba o no. Tenía serias
dudas al respecto—. Bueno, déjame a mí.
Se hizo un hueco, y, tras echar una moneda en la ranura correspondiente,
cogió con fuerza los mandos de la máquina. Parecía fácil, pero no lo era. La
pinza apenas tenía fuerza, y, aunque conseguía coger el maldito peluche del
oso que le miraba sonriente, después este caía inerte y volvía a mezclarse con el
montón que reposaba al fondo.
—¡Es un timo, _____!
—Da igual. Quiero el oso —dijo enfurruñada, y metió otra moneda.
Nicholas nunca se iba sin terminar de hacer lo que se había propuesto. Así
que, casi veinte minutos después, le tendió a _____ el oso que había
conseguido, y comenzaron a caminar por el recinto de la feria con dieciocho
dólares menos en los bolsillos. Él se planteó que, por ese precio, habría podido
comprarle tres o cuatro peluches en una tienda normal, pero prefirió no
comentárselo.
—Y ahora, ¿qué hacemos? —preguntó, mirándola de reojo con cierta
inseguridad.
_____ abrazó el peluche con una mano y deslizó la otra hacia él,
entrelazando sus dedos con los de Nicholas. Él tenía la piel fría, pero muy suave.
Siguieron andando en silencio.
A Nicholas le molestaba un poco caminar al lado de _____, cogidos de la
mano, porque ella se paraba cada dos por tres a ver cosas poco interesantes y
le arrastraba allá donde iba. Sin embargo, la calidez de su mano le reconfortaba
y hacía soportable la situación. Torció el gesto cuando ella le soltó para acariciar
a un perro que pasaba por allí. El animal se restregó felizmente por sus piernas y
le azotó el pantalón con la cola, que se movía frenética de un lado a otro.
Él bostezó. Afortunadamente, a su derecha, descubrió un puesto donde
hacían algodones de azúcar. Le encantaba el algodón de azúcar. Supuso que
no sería tan delicioso como el que su cocinero solía elaborar, pero aun así quiso
comprar uno. Contempló detalladamente cómo lo hacía, asegurándose de que
la chica del puesto no lo tocase con las manos o echase algo raro en su
preciado algodón. Al parecer todo estaba en orden. Pagó y regresó al lado de
_____.
Aquel algodón de azúcar estaba bastante bueno. Lo degustó y dejó que
se deshiciera en su boca lentamente. Algo —o alguien; mejor dicho, alguien—
interrumpió su aperitivo. _____ alzó sin miramientos una mano y le quitó un trozo
de algodón.
—¿Se puede saber qué narices haces? —Nicholas la miró, sorprendido.
—Coger un poco, ¿acaso es solo para ti? —Ella rió, tras metérselo en la
boca.
¡Qué pregunta más tonta! Lo cierto era que sí. Era solo para él.
—Claro. —Suspiró—. ¿Por qué no te compras tú otro?
—Este es muy grande, podemos compartirlo.
—¿Compartir? —Ladeó la cabeza—. Acabas de acariciar a un sucio
perro.
—Ya, ¿y…?
—No te ofendas, pero no quiero que metas tus manos en mi comida.
_____ permaneció callada, observándole fijamente. Al parecer hablaba
en serio. Al principio pensó que se trataba de una de sus tantas bromas. Pero no
era así.
—Ah, vale, lo siento. —Le dedicó una mueca desagradable—. ¡Cómetelo
tú todo! ¡Ojalá te atragantes!
Nicholas negó con la cabeza y le tendió el algodón de azúcar. _____ lo
cogió con la mano, cada vez más confundida.
—¿Lo compartes? —le preguntó.
—No. —Nicholas apretó los labios con asco—. Lo has tocado, así que ya no
puedo comérmelo. Gracias por estropearme la merienda.
Y comenzó a caminar de nuevo calle abajo, esquivando a los niños que
correteaban descontrolados por el interior del recinto. _____ siguió sus pasos,
tras darle otro bocado al algodón de azúcar, que ahora le pertenecía. Sonrió
tontamente. Qué delicado era Nicholas.
—¿Quieres que compremos otro? —le preguntó, con ternura.
—No. —Él contempló el enorme algodón rosa—. Yo quería ese —añadió,
señalándolo.
—Todos son iguales.
—Te equivocas, este era más redondeado que el resto. Lo he notado
incluso antes de que la chica terminara de hacerlo.
—¿Importa realmente que sea más o menos redondeado? —_____ rió.
—Por supuesto. —Él se cruzó de brazos—. A mayor redondez, mayor
perfección. No sé cómo no conoces esa regla.
_____ arqueó las cejas.
—¿Porque no existe, quizá…?
Nicholas respiró hondo. Tenía ganas de besarla. No quería seguir discutiendo
ni tampoco deseaba explicarle el funcionamiento de «la regla de la redondez y
la perfección», porque dudaba que fuese a entenderla. Y a él no le gustaba
perder su valioso tiempo en vano. Contempló los labios de _____; ¿tenía permiso
permanente para besarla cuando le viniese en gana? Se sentía inseguro al
respecto. Después el algodón volvió a captar su atención, al ver que ella se lo
seguía comiendo.
—Vale, terminemos con este asunto —le dijo—. Tira el algodón a la basura.
Si no lo puedo tener yo, tú tampoco.
—¿Qué? Pero ¿cómo puedes ser tan egoísta? —protestó ella.
—No es egoísmo, es justicia.
—¿Tanto te molesta que me lo coma yo?
—Claro que sí.
Ella bufó y siguió su camino, dándole otro mordisco a la enorme nube rosa;
no estaba dispuesta a tirar la comida por una rabieta de Nicholas. Él insistió.
—He dicho que te deshagas de él.
—No.
—Lo haré yo, entonces.
Nicholas intentó arrebatarle el maldito algodón de azúcar y _____ se
preguntó qué pensaría la gente de la feria que les miraba. Dos jóvenes
discutiendo por su merienda. _____ no se iba a quedar atrás. Le mordió la mano,
y él soltó el palo de madera, gritando dolorido, pero luego no tuvo miramientos
cuando le clavó las uñas en el brazo.
—¡SUÉLTALO! —le exigió—. Además, lo he pagado yo, es mío.
—¡Me lo has regalado! Así que ahora me pertenece —contestó ella, en
medio del forcejeo.
Una pareja de ancianos, acompañados por sus nietos, les miraban
entretenidos por el espectáculo gratuito.
Nicholas logró arrebatarle el algodón rosa, y _____, sin rendirse y llena de
rabia, le hizo cosquillas. Él se retorció como loco. Había encontrado uno de sus
puntos débiles. Desgraciadamente, a causa de las cosquillas Nicholas dejó caer el
algodón al suelo, marcando su final definitivo.
—¡Para, para, _____, te lo ruego! —Nicholas giró sobre sí mismo, intentando
deshacerse de ella.
—¡Te lo mereces!
Él logró cogerla del brazo y, con un rápido movimiento, la estampó contra
la parte trasera de una caseta de metal donde hacían perritos calientes. _____
abrió mucho la boca, sorprendida. Se miraron agitados, respirando
entrecortadamente tras la pelea. Los abuelos, al otro lado, les seguían mirando
sonrientes, como si de algún modo pudiesen entender su extraña relación, el
enigmático modo en que se decían «Me gustas» sin palabras. Nicholas sonrió un
poco, cuando recuperó el aliento.
—¿Me das un beso?
Alzó la cabeza. La voz de _____ le hizo estremecer. Dio un paso al frente y
ella le rodeó con los brazos, como si intentase abarcar todo su cuerpo con sus
pequeñas manos. Nicholas se inclinó y la besó despacio. Ella cerró los ojos y se
pegó a él todo lo que pudo, intentando que nada se interpusiera entre los dos. Él
sonrió. Le dio otro beso, y otro más… y se preguntó si era posible vivir solo a base
de besos. A él le hubiese gustado que existiese esa posibilidad. _____ rió cuando
los labios de él ascendieron lentamente por su rostro y rozaron su nariz
delicadamente, luego sus párpados y las mejillas. Infinitos escalofríos se
adueñaron de sus sentidos. Y después un beso fugaz, en los labios, antes de que
él apoyase su frente contra la de ella y se quedase ahí, quieto, respirando
nervioso y mirándola fijamente. La frialdad de sus ojos plateados se esfumó unos
instantes.
—Si quieres te compro otro algodón de azúcar —le propuso él, hablándole
en susurros.
_____ se estremeció al sentir su aliento cálido tan cerca de ella.
—Olvídalo.
Y mientras la observaba casi sin pestañear, Nicholas reflexionó sobre cómo
habían llegado a esa situación. Apenas dos semanas atrás, ambos se odiaban.
Ahora se besaban. Un cambio algo brusco. Habían pasado demasiadas horas
juntos, quizá. Respiró hondo al tiempo que le retiraba algunos mechones de
cabello que enmarcaban su aniñado rostro.
—¿Sabes una cosa? —Curvó los labios con ternura—. En el fondo, a veces,
incluso pareces una chica dulce. Actúas muy bien.
—Y tú. A ratos llego a pensar que eres humano. —Rió tímidamente—. ¿De
qué planeta te caíste, Nicholas?
Él también rió y le dio un último beso antes de separarse un poco de ella y
rodear su cintura con el brazo. Suspiró y miró alrededor, perdiéndose en las luces
intermitentes que se agitaban por todos lados.
—¿Volvemos a casa? —preguntó _____.
—Mejor aún, si quieres nos acercamos al centro y cenamos —propuso él.
_____ asintió. Anduvieron en silencio, sin soltarse, hasta la salida del
recinto. Cada vez hacía más frío. Nicholas decidió llamar a un taxi —para variar—,
dado que sus piernas, contrariamente a las del resto de los mortales, al parecer
no habían sido creadas para caminar. Una vez dejaron atrás los gritos histéricos
de la multitud y los villancicos navideños, se acomodaron en un banco de
madera, esperando el taxi.
Ella tiritó y agradeció que las mangas de la sudadera le fuesen grandes,
así podía cobijar las manos en su interior. Miró a Nicholas, sentado rígido, con la
espalda recta sobre el banco, y se inclinó un poco, para luego comenzar a
escalar por sus rodillas.
—¿Qué haces? —Él estudió sus movimientos con desconcierto.
Ah, vale, ahora lo entendía. _____ acababa de sentarse sobre sus piernas,
de lado. Luego se dejó caer y apoyó la cabeza sobre su pecho. Bostezó. Nicholas
sonrió sin siquiera darse cuenta y la abrazó. Le frotó la espalda, calentándola.
El silencio no era incómodo, era tranquilizador.
—¿Sabes algo de Matt? —le preguntó Nicholas, pasado un rato, al recordar
el espectáculo que había montado delante de él en la discoteca durante el
cumpleaños de Marcus.
_____ negó con la cabeza, frotándose de lado a lado en su cuello.
Entonces, dejando atrás la calma que se había apoderado de ella, abrió los ojos
de golpe. Recordó la conversación de algunos días atrás respecto a las
experiencias que habían tenido en sus relaciones. Hacía tiempo que deseaba
retomar el tema, pues pensaba demasiado en ello, como una cría. Cogió
mucho aire de golpe, antes de hablar.
—Nicholas, ¿con quién fue tu primera vez?, ¿estuviste mucho tiempo
saliendo con ella?
Él la miró extrañado y algo molesto. ¿Por qué _____ siempre tenía que
romper todos los buenos momentos que compartían?, ¿por qué las mujeres
tenían que ser tan complicadas y retorcidas?, ¿no le bastaba tenerlo ahí, para
ella, ya sin ningún tipo de duda?
—¿Por qué me preguntas eso?
—Quiero saberlo. —_____ se incorporó levemente hasta que sus rostros
quedaron el uno frente al otro—. Va, dímelo.
Nicholas resopló antes de contestar.
—No estuvimos saliendo mucho tiempo, porque me dejó. —Evitó su
mirada y se entretuvo observando el movimiento de las hojas de un árbol que se
encontraba a su derecha—. Se llamaba Aline. Era una amiga, íbamos al mismo
instituto.
—¿Y por qué te dejó?
La pregunta maldita. A Nicholas le costó unos segundos volver a mirar a
_____ y perderse en el mar de sus ojos. Y luego las palabras se escaparon solas
de sus labios, sin que pudiese hacer nada por detenerlas.
—Yo… —balbució, confundido—. _____, la engañé. Me acosté con otra.
El momento tierno se quebró bruscamente, como una elegante copa
repleta de champán que se derrama por el suelo tras el tintineo que produce el
cristal cuando se rompe. _____ le miró, cuestionándose si el chico rubio de
mirada gris que se encontraba a escasos centímetros de ella era Nicholas, su
Nicholas. Intentó sumergirse en sus palabras y encontrar entre ellas al joven siempre
correcto e inocente al que creía haber conocido.
Pero allí, en el fondo de su mirada, no había nada. Solo un vacío infinito
que se extendía hasta su propio corazón.
La curiosidad la empujó a hacerse una pregunta: ¿hasta qué punto
conocía ella al verdadero Nicholas?
Apenas sabía nada de su pasado y todavía no entendía el entorno en el
que había crecido… pero sí sabía una cosa de Nicholas: era humano. Porque, al
fin y al cabo, solo un humano puede ser tan cabrón como para engañar a su
pareja.
_____ se levantó de las piernas de Nicholas y comenzó a caminar calle
abajo, dejando atrás el lugar donde el taxi debía recogerles; con las manos en
la boca, soplándoselas en el vano intento de entrar en calor. Sabía que Nicholas
seguía sus pasos, pero poco le importaba. Se encontraba absorta en sus
pensamientos. Imaginaba a Nicholas engañando y traicionando… Ese no era el
niño grande que a ella tanto le gustaba.
Nicholas la alcanzó y, cogiéndola de la barbilla, la obligó a mirarle. Las
pupilas claras de él parecían temblar en medio de la oscuridad.
—_____…
Ella oyó su voz lejana, perdida en la noche, pero no quiso dejar de mirarle.
—¿Quién demonios eres, Nicholas?
Él se acobardó ante su pregunta. ¿Quién era?, ni siquiera sabía
responderse a sí mismo. Quizá era un poco de todo. Acababa de
decepcionarla. Nicholas había deseado mentirle y asegurarle que aquella primera
novia le dejó injustamente, pero no había sido capaz de engañarla. No a ella, al
menos. _____, siempre tan natural, clara y transparente, siempre tan… ella. Así
que optó por decir la verdad. Y ahora empezaba a dudar de si realmente había
hecho lo correcto.
—Tal vez soy más normal de lo que piensas.
_____ sintió unas ganas terribles de llorar.
—¿Normal?, ¿de verdad crees que por hacer lo que hiciste eres más
normal?
—No, no es eso.
Nicholas se mordió el labio inferior, indeciso. Se sentía acorralado, se sentía
extraño. Toda su seguridad deslizándose lentamente hasta terminar en el suelo
de una calle cualquiera, todo su orgullo escondido en algún lugar remoto que
no lograba encontrar.
_____ ya no estaba mirándole. Ahora lo hacía una niña; la niña que _____
había sido y que probablemente muy en el fondo seguía siendo. Un alma limpia
a la que acaban de confesarle que no existe Papá Noel ni el Ratoncito Pérez,
una espectadora ilusionada que contempla cómo su ídolo cae lentamente del
pedestal que ella misma había alzado. Y, por alguna extraña razón, Nicholas tenía
unas ganas increíbles de decirle: «¿Ahora te das cuenta de que Peter Pan no
existe?, ¿ahora descubres que los príncipes solo viven cobijados en los cuentos?
Te sorprende mi pasado, te asustas de la realidad, de algo que está a la orden
del día, ¿y era yo quién vivía en un mundo aparte?».
Pero no dijo nada, porque la inocencia dibujada en su rostro le aturdió de
golpe y sus ideas se volvieron densas, como hilos enmarañados que se le
enredaban en los labios, impidiéndole hablar.
Un taxi aparcó en el otro extremo de la calle, al lado del banco donde
minutos atrás lo habían estado esperando. Nicholas permaneció quieto como una
escultura griega mientras contemplaba cómo _____ se marchaba, caminando
con paso decidido. La vio entrar en el taxi y cerrar la puerta con brusquedad.
Instantes después las luces del coche se tornaron más pequeñas y difusas hasta
terminar desapareciendo cuando giró por una esquina.
«Tu primera cita con _____; esta vez te has lucido, idiota», se dijo Nicholas a
sí mismo. Regresó al banco de madera y se sentó allí. Echó en falta el cuerpo de
_____ sentado sobre el suyo. Contempló durante un buen rato el vaho que
emanaban sus labios y pensó que quizá se trataba de su propia alma, que se
escapaba de su cuerpo y se unía con sigilo a la noche.
Nicholas aún recordaba la tarde que le confesó a Aline lo que había
ocurrido. Ella lloró, tras intentar abofetearle, y él se marchó del parque donde se
encontraban sin siquiera decirle adiós. A día de hoy, todavía seguía
preguntándose por qué la había engañado. Quizá fuese porque le gustaba más
la otra —una chica a la que conoció en la fiesta del cumpleaños de Adam y
cuyo nombre ni siquiera recordaba—, quizá también porque no estaba
realmente enamorado de Aline, o porque cuando la miraba no sentía lo mismo
que cuando miraba a… _____.
Suspiró. Sacó el teléfono del bolsillo de su chaqueta y buscó el número
que le habían dado apenas un día antes, cuando se tomaban una cerveza
sentados en los taburetes de la discoteca y mientras _____ bailaba. Finalmente,
tras pensárselo un momento, hizo algo que jamás habría imaginado: presionó el
botón de color verde.
—¿Diga? —respondió una voz tranquila al otro lado de la línea.
Nicholas tosió antes de hablar.
—Gorth, soy Nicholas —dijo—. ¿Estás ocupado?
—¡Ah, hola! No, la verdad es que no —contestó—. ¿Te ocurre algo…?
Mariel Jonas
Re: "Besos de muérdago" (Nick y tu) Adaptación
Waaa estos caps me hicieron sentir bien mal! Senti horrible la enga~o!!!!!! Que mal! Pff enserio! Todo se estropio! Mmmm siguela waa me encanto! Por fis quiero mas!
Pao Jonatica Forever :3
Página 8 de 11. • 1, 2, 3 ... 7, 8, 9, 10, 11
Temas similares
» Besos Robados (Nick y Tu)
» Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
» ~ Divergente ~ Adaptación ~ Nick y Tú ~
» ~ Faking It ~ Nick&Tú (Adaptación)
» "The Summoning"-Nick&Tu♥- (ADAPTACIÓN)
» Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
» ~ Divergente ~ Adaptación ~ Nick y Tú ~
» ~ Faking It ~ Nick&Tú (Adaptación)
» "The Summoning"-Nick&Tu♥- (ADAPTACIÓN)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
Página 8 de 11.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér 20 Nov 2024, 12:51 am por SweetLove22
» My dearest
Lun 11 Nov 2024, 7:37 pm por lovesick
» Sayonara, friday night
Lun 11 Nov 2024, 12:38 am por lovesick
» in the heart of the circle
Dom 10 Nov 2024, 7:56 pm por hange.
» air nation
Miér 06 Nov 2024, 10:08 am por hange.
» life is a box of chocolates
Mar 05 Nov 2024, 2:54 pm por 14th moon
» —Hot clown shit
Lun 04 Nov 2024, 9:10 pm por Jigsaw
» outoflove.
Lun 04 Nov 2024, 11:42 am por indigo.
» witches of own
Dom 03 Nov 2024, 9:16 pm por hange.