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♥ Una Pizca de Tentaciòn ♥ (Joe & Tu)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: ♥ Una Pizca de Tentaciòn ♥ (Joe & Tu)
Niñas lo lamento se que soy una ingrata pero es q me mudw de ciudad y aún no he podido cuadrar lo del internet y no tengo la nove en el celu así q cuando lo solucione prometo subir maratón largo largo.... Lo prometo las quiero!!!!!
Julieta♥
Re: ♥ Una Pizca de Tentaciòn ♥ (Joe & Tu)
Sigo sin internet niñas lo siento !!! Pero es seguro q apenas tenga la forma lea subiré muchos caps gracias por ser pacientes las quiero!!!!!
Julieta♥
Re: ♥ Una Pizca de Tentaciòn ♥ (Joe & Tu)
♥ CAPITULO 5 ♥
El beso de Joe ahogó el respingo que soltó _____; una lengua caliente y pecadora llenó su boca y acarició el paladar. El calor, la invasión inesperada de humedad y aliento le dieron ganas de aullar de placer, pero el sonido de su deseo salió en forma de grito estrangulado.
Una llamarada atravesó su cuerpo hasta dejarlo débil y vulnerable.
Notó un flash de luz detrás de los párpados cerrados y allí acabó todo. Estaba de vuelta en el salón de baile, donde sonaba la música y sonidos de carcajadas, conversaciones y entrechocar de cristal.
Justo detrás de Joe había un fotógrafo, que parecía complacido. Lo contrario que Joe, que se veía más bien atónito. ¿Había sentido lo mismo que ella?
Volvió a tomarla en sus brazos y avanzaron juntos más al interior de la pista de baile. Joe se inclinó hacia ella y la calidez de su aliento en la oreja la hizo estremecerse.
—¿Has sentido eso? —susurró él.
—¿Qué?
—Se ha movido la tierra y han llorado los ángeles.
Ella sonrió y se sonrojó.
—Ah, eso.
Joe empezó a moverse con más lentitud y cuando se apretó contra ella, _____ sintió el calor de su erección. Esa vez no se apartó; por lo menos, no con tanta rapidez. Le pareció maravilloso tener aquella prueba de su atracción por ella. Por ella. _____ Norton, una don nadie de ninguna parte.
Aquella idea le hizo tomar conciencia de lo fuera de su elemento que estaba. Una intrusa con grandes planes. Aquello la puso nerviosa. Joe la hizo girar despacio en sus brazos y, cuando vio a una rubia elegante, comprendió más aún el motivo de su nerviosismo. Lacey y Brad bailaban a menos de tres metros de ellos.
Los observó hasta que Brad giró en dirección a ella. Apartó la mirada y perdió pie, pero Joe la sostuvo.
—Perdona.
—No tiene importancia.
—Y gracias.
Joe se echó hacia atrás y la miró con aire interrogante.
—¿Por qué?
—El beso. Acabo de ver a Brad y Lacey.
—Ah, buena pareja, ¿eh? ¡Cuánto amor y compasión por sus semejantes! Siempre dispuestos a echar una mano a los menos afortunados.
—Son bastante estirados.
—¿Estirados? Supongo que es una buena descripción.
—Dame otra copa y me volveré más creativa.
—Creo que me gustaría verte borracha.
—No es agradable. Me vuelvo muy gregaria.
—¿Eh?
—No bailo encima de las mesas, sólo me vuelvo muy amigable.
—Cada vez me gustas más.
—Y por supuesto, tengo tendencia a quedarme dormida.
—Vale, ya no compro la botella de whisky que iba a comprar.
_____ sonrió, pero no por mucho tiempo. Lacey entró de nuevo en su campo de visión y esa vez la miraba descaradamente. _____ apartó la vista.
—Me odia, ¿sabes?
—¿Odiarte? ¿Eso no es muy fuerte?
_____ movió la cabeza.
—Creo que no. Ha sido muy desagradable conmigo.
Joe le tocó la mejilla.
—No es una mujer agradable —dijo—.Y lo mejor que puedes hacer es no acercarte a ella.
—Lo intento. Pero no lo comprendo. Nunca le he hecho nada.
—No hace falta. Eres muy atractiva y estás en su territorio.
_____ le apretó la mano, pero no quería seguir hablando de aquello. Ya estaba bastante nerviosa sin tener que preocuparse además de Lacey.
—Bailas muy bien.
—Gracias. Es fácil cuando mi compañera se deja llevar.
—Eso se te da aún mejor.
—¿El qué?
—Ya lo sabes. No me extraña que las mujeres te adoren.
—No sé de qué me hablas.
—Mira, me siento halagada, pero no es necesario que...
—¿Qué no es necesario?
—Que me seduzcas.
—¿Crees que eso es lo que hago.
_____ se ruborizó.
—¡Oh.Dios mío! Eso espero.
Joe se echó a reír con ganas.
—¿Y puedes culparme por ello? ¡Dios,_____, eres una ráfaga de aire fresco!
Ella sonrió. Paró la música y Joe la llevó hacia el borde de la estancia, donde habían preparado mesas pequeñas. Los camareros pasaban bandejas con canapés y _____ se dio cuenta de que tenía mucha hambre. Había estado tan nerviosa todo el día que apenas había probado bocado.
Joe la llevó a una de las mesas y fue a buscar bebidas. Ella preparó dos platos con gambas, caviar, langosta y hojas de endibia aliñadas con una mezcla algo picante que no pudo identificar. Después de comer algo de cada cosa, miró a su alrededor, a sus vecinos más cercanos. Había muchos rostros conocidos. Los más famosos eran el matrimonio Spielberg, seguidos de cerca por David Letterman. Kim Bassinger estaba sentada en un rincón alejado y _____ creyó ver a Neil Simón. Y eso sólo en las cercanías. En una de las mesas se hallaba la directora de Vogue y el presidente de Time/Warner charlaba con gente en la barra. Seguro que todos los presentes juntos poseían miles de millones de dólares. _____ tenía mil cien dólares en el banco.
No importaba. No estaba allí para competir, sino para hablar con Cullen, así que lo demás no importaba. Suspiró. Era raro que la molestara más ver a Lacey que a Brad; este último ya carecía de importancia. Joe Jonas estaba en la cima de su lista, con o sin erección. Aunque cualquier idea que pudiera tener de romance con él era pura alucinación. No iría a ninguna parte en aquel terreno.
Por lo menos hasta que volviera con las bebidas. Suspiró de nuevo y miró a la barra, y a Joe.
Joe se excusó con Ted Koppel en cuanto le pareció correcto. Le gustaba aquel hombre, lo encontraba muy interesante, pero no podía competir con la chica que lo esperaba.
Lo sorprendía aquella impaciencia. Hacía mucho que no tenía aquella sensación de urgencia. ¿Qué tenía _____? Era atractiva, sí, pero eso no bastaba para afectarlo de aquel modo. ¿Era la libertad de estar con una mujer que no esperaba nada de él? Tal vez. ¿Pero qué más daba? La noche se extendía ante él llena de promesas, y si tenía suerte...
Mientras hacía cola con otros veinte invitados, y todos procuraban eludir las miradas de todos, vio algo rojo en su manga. Lo miró con atención, incapaz todavía de identificarlo. Retiró el objeto de plástico y no lo sorprendió que estuviera duro, aunque la forma-
Una uña de _____; Debía de haberse caído cuando bailaban. Miró en su dirección, pero algo le bloqueaba la vista. Aquello presentaba un pequeño problema. Tenía que devolvérsela, pero ella se sentiría avergonzada cuando lo hiciera. Tal vez hubiera un modo de colocársela sin que lo notara. Pero de momento tenía que dejar de pensar en eso, ya que había llegado al principio de la cola.
Tuvo que reprimirse para no meter prisa al camarero. Deseaba volver con ella cuanto antes y tenía la sensación de haber estado horas alejado, de que le faltaba algo.
—¡Vaya, Joe Jonas! ¡Diablillo!
Conocía la voz. Lacey Talbot. Fingió una sonrisa y se volvió hacia ella.
—Lacey.
Ella se puso de puntillas para darle un beso a estilo europeo. No llegó a tocarlo, era pura afectación.
—¿Cómo estás, Joe?
—Muy bien. ¿Y tú?
—Oh, ya me conoces —lo miró a los ojos—. Procuro estar siempre bien.
—Sí, conozco esa cualidad tuya.
Ella sonrió.
—Te he visto con la chica de las plantas. ¿Qué haces con ella?
—Es mi cita, Lacey.
—¿Tu cita? ¿Y cómo ha conseguido eso?
—La invité yo.
—Vamos, Joe, estás hablando conmigo. Conozco a tu tipo de mujer y ella no lo es. ¿Excepto quizá para un revolcón en la limusina de vuelta a casa?
—Sí es mi tipo, y si me disculpas, me está esperando.
—Brad también la encontró divertida por un tiempo. Hasta que se dio cuenta de que era sólo una sanguijuela más. Como todas las demás.
—Hablando de Brad, te está buscando. La última vez que lo he visto, estaba de pie al lado de una pelirroja de vestido blanco. Hasta la vista.
—Cuídate, Joe —Lacey había abandonado todo asomo de afectación y se mostraba como la mujer cruel que era—. O puedes terminar con una demanda por paternidad.
Una cosa buena de vivir siempre bajo los focos era que en momentos como aquél tenía mucha práctica controlando su temperamento.
—Gracias por el consejo. Y ahora, si me disculpas...
—Por supuesto. Oh, ahí están Kate y Steven. Hola,Katy.
La observó colocarse en posición e hizo una mueca de disgusto. Lacey, que poseía dinero suficiente para comprar y vender la mayoría de los países del Tercer Mundo, tenía un poder extraño entre la élite de Nueva York, Y no sólo por su libro de cheques. Era un ingrediente necesario en cualquier recaudación de fondos que se preciara y si apadrinaba a algún advenedizo, le garantizaba automáticamente entrada en las fiestas más selectas. Pero también era malintencionada y odiaba no ser la perla más hermosa del collar.
Joe tomó sus vasos y volvió con la hermosa y mucho más placentera _____. La observó mientras se acercaba. Parecía interesada, curiosa y algo nerviosa. Tenía menos experiencia que otras mujeres en ocultar sus reacciones. Normal. _____ no sabía lo que era vivir bajo los focos todo el tiempo, que vigilaran todos tus movimientos. La envidiaba y pensaba que no le convenía nada salir con personas como él.
Lo que no implicaba que no quisiera acostarse con ella.
—Ya has vuelto.
—Siento haber tardado tanto —le tendió su vaso y se sentó—. Me han arrinconado.
—No te preocupes; lo malo es que me he comido tu plato.
Joe sonrió. Aquello también era diferente. _____ comía como una persona de verdad. Veía cómo sufrían sus amigas debido a las estúpidas expectativas de los medios de comunicación y lo preocupaban. Pero si querían seguir siendo estrellas de cine o modelos, tenían que conformarse con hojas de lechuga y agua con limón.
Hizo una seña a un camarero.
—Te buscaré más.
—No, busca para ti. Yo ya estoy bien.
Llegó el camarero con ostras rellenas. _____ rehusó y Joe tomó una, aunque no tenía hambre. Cuando se quedaron solos, se inclinó hacia ella.
—Eres de un pueblo pequeño, ¿verdad? —preguntó.
—Dos mil quinientos habitantes.
—¿Y por qué viniste a Nueva York?
—Por los dos mil quinientos habitantes.
Joe sonrió.
—Entiendo. ¿Y ahora que estás aquí?
Ella se apartó un mechón de pelo de la frente y él siguió el movimiento con la mirada. Su piel era tan suave que deseaba volver a tocarla.
—Es más grande —repuso ella—, pero es maravilloso. Incluso después del once de septiembre sigue siendo la mejor ciudad del mundo. O quizá por el once de septiembre, no lo sé. Pero me alegro de estar aquí y espero quedarme mucho tiempo.
—¿Siempre has querido tener una floristería?
—No. Cuando vivía en Texas no sabía lo que quería hacer aparte de escapar. Me enganché con esto de las plantas por accidente y me encantó. Sentí enseguida que era lo mío. Fui a un curso en una academia y aquí estoy.
—¿Sí? Tengo la sensación de que me has contado la versión Disney.
—No creas. En lo relativo a mi profesión, Nueva York se ha portado bien conmigo.
—¿Y con tu vida personal?
—Eso es otro tema.
—¿Quieres hablar de ello?
_____ negó con la cabeza.
—Creo que no. No te conozco lo suficiente para contarte mi trágica vida amorosa.
—Ya sé lo de Brad.
—Eso no fue trágico. Patético puede, pero trágico no.
—¿Alguien te hizo daño?
Ella observó su vaso y Joe vio el dedo al que le faltaba la uña, pero no era el momento indicado para mencionarlo y decidió esperar. Le tocó el brazo.
—¿Quieres salir fuera?
_____ lo miró a los ojos.
—Sí, me gustaría.
Joe se puso en pie y le tendió la mano.
La joven se sentía como una reina a su lado, y cuando le rodeó la cintura con el brazo, casi fue demasiado para ella.
Eso era algo que aún no había analizado. ¿La sensación se debía sólo a que se trataba del famoso Joe Jonas? ¿O era el hombre el que la atraía como un imán a una cuchara? ¿Cómo era posible separar al hombre del famoso? Sólo se sentía totalmente cómoda con él cuando hablaban. La conversación la ayudaba a centrarse.
Lo contrario de lo que ocurría cuando cruzaba el salón y tenía la sensación de que todos los seguían muchos ojos hasta que llegaron a las puertas del patio.
El aire fresco le pareció una delicia en el rostro. Joe le guió escalones abajo hasta un camino de piedra que circulaba entre setos y jazmines que llenaban la noche de perfume. Le apretó la cintura y la atrajo más hacia sí. Y a pesar de que la sorprendía, ella supo que la deseaba. Lo que no sabía era si se debía a la novedad, a que se sintiera impulsado a acostarse con todas las mujeres a su alcance, o si le gustaba ella en particular. Tampoco sabía si le importaba mucho la diferencia.
Se trataba de Joe Jonas. El único, un hombre de ensueño, y la deseaba. Al menos por esa noche. Lo cual lo convertía en la personificación del hombre que ella había jurado evitar. ¿O no? Lo cierto era que no conseguía agruparlo con nadie más. Estaba fuera del circuito, separado de todos los demás mortales.
La llevó a un estanque, una superficie oscura oculta por la vegetación y adornado con pequeñas luces blancas que parecía sacado de un cuento de hadas. Habían pasado algunas parejas por el camino, pero en ese momento no había nadie cerca.
La mano que descansaba en la cintura de ella subió por su espalda. Joe se colocó frente a ella y sus ojos se encontraron. Se inclinó despacio hasta que _____ sintió su cálido aliento en el rostro y la besó.
Despacio, con suavidad, con una gentileza que hizo que se le doblaran las rodillas. Su lengua rozó el interior de los labios de ella, que respondieron a la caricia con otra suya.
Joe la apretó contra sí de modo que quedaron pecho con pecho, caderas con caderas y con los brazos de ella alrededor de su cuello.
Lanzó un gemido y exploró con paciencia cada centímetro de la boca de ella. No fue sólo un beso, del mismo modo que Joe no era sólo un hombre. Su sabor le robaba el aliento, su aroma le robaba los sentidos y su cuerpo la privaba de voluntad.
Cuando volvió a mirarla a los ojos y la soltó, ella apenas pudo creerlo. Joe debió de captar su decepción, ya que frunció el ceño con simpatía.
—Creo que eres muy valiente, _____ Norton. Admiro el modo en que te lanzas a por tu futuro y vives el presente. Te mereces todo el éxito y la felicidad del mundo y me alegro de haber podido ayudarte un poco.
—¿Pero...? —preguntó ella, no muy segura de querer oír el resto.
—Me necesitas tanto como un agujero en tu cabeza. Eres la mujer más seductora que he visto nunca, así que no se te ocurra pensar otra cosa. Pero esto no puede ser. Si yo no fuera un bastardo egoísta, no te habría tocado esta noche, pero me tentabas demasiado.
—¿Y ahora soy un desecho?
Joe soltó una risita ronca.
—No, eres una mujer especial. Cuando digo que no necesitas que yo altere tu mundo, más vale que me creas.
—¿Y si me gusta que me alteren?
Joe se inclinó hasta abanicar con su aliento cálido la mejilla de ella.
—Ten cuidado con lo que deseas.
—¿Porque podría conseguirlo?
Él asintió con la cabeza. Le rozó la mejilla con el dorso de la mano y volvió a besarla.
Julieta♥
Re: ♥ Una Pizca de Tentaciòn ♥ (Joe & Tu)
♥ CAPITULO 6 ♥
_____ intentó decirse que era demasiado vulgar para un hombre como Joe, que tendría que pagar más tarde aquella zambullida en el pecado, que precisamente había decidido que era lo peor que podía hacer... pero no se escuchaba a sí misma. No le importaba nada.
Joe la estrechó contra sí y la llenó de sensaciones nuevas desde la cabeza hasta la punta de los pies, una variedad de sensaciones que incluían el roce de un bigote apenas perceptible, de ropa fina contra la piel desnuda y de músculos fuertes. La luna, indecisa, se había retirado, pero las luces de los árboles seguían allí y los bañaban en un resplandor luminoso que parecía el aura de su deseo.
_____ rompió el beso, frotó la mejilla contra el cuello y la mandíbula de Joe y luego contra la curva de su hombro. Los brazos de él la estrecharon y las manos buscaron la carne de su espalda como para darle comodidad; pero no era comodidad lo que ofrecían. El aroma del cuerpo de Joe anulaba su sentido común. Sin embargo, sabía dónde se metía y que seguramente resultaría complicado. Por otra parte, también podía ser una noche perfecta.
—_____, eres una mujer peligrosa.
—Sí, eso es verdad.
—Hablo en serio. No sé si puedo dejarte marchar.
—¿Y por que te da miedo eso?
Joe soltó una risita.
—No estoy en posición de que esto dure más de una noche.
Ella ya lo sabía, pero suspiró al oírlo en voz alta.
—Genial, me encuentro al único hombre sincero de Long Island.
Él le levantó la barbilla para mirarla a los ojos.
—No lo digo por ser cruel. No quiero que sufras.
—Odio desilusionarte, Joe, pero no soy una virgen ruborosa.Ya he tenido aventuras de una noche.
—¿Y las has disfrutado?
_____ se apartó un poco.
—En su momento sí.
—¿Y al día siguiente?
—Tampoco han sido tantas. De hecho, creo que mis noches salvajes se pueden contar con una mano.
—No me has contestado.
—Hubo una noche que sí, fue increíble. De ésa no me arrepiento en absoluto.
—¿Qué la hizo tan especial?
_____ se sonrojó.
—¿De verdad vamos a hablar de mi noche Con otro hombre?
—No con detalle, espero. Pero siento curiosidad.
—Era sincero, como tú.Y al día siguiente se marchaba a trabajar en Milán.
—Un modo muy especial de desearle buen viaje.
_____ asintió con la cabeza, ya que no deseaba seguir hablando de Lawrence. Había dicho la verdad. La noche fue perfecta y ella no se arrepintió nunca.
—Yo no me voy a Milán —comentó él—. Seguiré viviendo en el mismo piso y trabajando en la misma oficina.
—Y no quieres encontrarte a la mujer de las plantas llorando por allí, ¿verdad?
Joe le tocó el brazo.
—No quiero que ninguno de los dos se meta donde no debería.
_____ se abrazó a su propia cintura, consciente de que él tenía razón.
—¿Tienes frío? —preguntó él.
—No. Pero no me importa volver dentro.
—Por si te sirve de algo, me siento muy decepcionado.
—No hay por qué. No soy tan buena en la cama.
Joe volvió a reír.
—Eso lo dudo mucho.
—Es la verdad. Soy agresiva, exigente y después me quedo dormida enseguida. Estás mucho mejor así.
—Acabas de describir a mi mujer ideal.
—Eso lo dices ahora, pero cuando yo esté roncando y tú quieras abrazos, me llámalas muchas cosas feas.
Joe le pasó un brazo por los hombros.
—A lo mejor me he apresurado.
—O has sido listo. Dios sabe que uno de los dos tenía que serlo.
—Aun así...
—Oigo música. Colé Porter, creo.
—Indirecta captada.
Volvieron por el sendero mientsras _____ intentaba no sentirse muy decepcionada.
—Si quieres, te presentaré a algunas personas que creo que te pueden resultar interesantes — propuso él.
—Eso sería maravilloso.
—Y tú decidirás cuándo quieres que nos vayamos.
—¿Hay un tiempo mínimo de estancia?
—Sólo para los camareros.
—De acuerdo. Prometo no tenerte hasta muy tarde.
—No te preocupes por mí. Mientras tú estés aquí, me estoy divirtiendo.
—¿Ah, sí? Espera que empiecen a jugar a las películas. Soy tan buena que seguro que te dejo mal.
—Mmmm. No sé cuándo fue la última vez que se jugó a algo en casa de los Nickeby. Déjame recordar... Nunca.
—¿Qué? ¿Tanto espacio y no hay juegos de salón? ¿Qué clase de timo es ése?
Joe se echó a reír.
—La próxima vez iremos a la fiesta de uno de tus amigos. Creo que los dos nos divertiremos más.
—Pero los Spielberg casi nunca pasan por casa de Mary.
—Ellos se lo pierden.
Llegaron al patio, que estaba ya bastante lleno, probablemente de gente que antes había sudado en la pista de baile. No había ni rastro de Lacey o Brad, lo cual era buena señal.
En el camino hacia dentro pararon dos veces para que Joe le presentara a Chris Noth y Peter Frechette, dos de los actores predilectos de ella. Joe la incluía de tal modo en la conversación que cualquiera hubiera creído que estaba en su elemento.
Cuando volvieron a estar solos, ella se disculpó para ir al baño, un lugar enorme atendido por dos mujeres y con más surtido de cosméticos que la perfumería de su barrio. Resultaba algo desconcertante saber que la mujer sentada en el taburete de al lado era Urna Thurman, aunque tuvo que reprimir una risita al comprobar de una vez por todas que sí, las estrellas de cien también van al baño como todo el mundo.
_____ usó crema de manos y una pasta de dientes minúscula e individual y volvió en busca de Joe. No lo vio a él, pero sí a Lacey, que hablaba con Cullen. Éste no parecía complacido.
_____ se puso rígida y tuvo la sensación de que hablaban de ella. ¿Dónde demonios estaba Joe? Él podía hacer interferencias y virar la conversación a otro tema. Si hubiera tenido una bengala, la habría lanzado en ese momento.
Decidió que el mejor modo de encontrarlo era buscar muchas mujeres juntas y seguro que estaría en el medio. Miró un punto cerca de la barra y, efectivamente, lo divisó allí rodeado de mujeres.
Se acercó todo lo deprisa que pudo y, por suerte, él la vio al instante, se disculpó con sus admiradoras y acudió a su lado.
—¿Qué te pasa?
La joven miró en dirección a Lacey y el dueño de la casa, que seguían conversando.
—Mira a quién ha encontrado Cullen.
Joe siguió su mirada. Cullen había bajado la cabeza para acercarla al oído de Lacey. Ella parecía una mujer con una misión y Joe entendió de inmediato por qué estaba _____ alterada.
—Hace mucho que se conocen —musitó.
—Eso mismo me he dicho yo.
—No tienen por qué estar hablando de tí.
—No.
—¿Quieres que vaya allí?
Ella lo miró con ojos esperanzados.
—¿Lo harías?
—Claro que sí. Tú quédate aquí y pídete una bebida, así estarás ocupada. Vuelvo en cinco minutos.
Avanzó hacia Lacey y Cullen, más que dispuesto a proteger el honor de su dama.
Sus sospechas quedaron confirmadas porque cuando la rubia lo vio, dejó de hablar en mitad de una frase y se sonrojó.
—Hola, Lacey. ¡Qué curioso verte aquí!
—Hola, Joe.
—No sabía que erais tan amigos —dijo éste a Cullen.
El anfitrión no levantó la vista.
—Bastante.
Su expresión lo decía todo.
—¿Estás aburrida, Lacey? —preguntó Joe.
—Ni muchísimo menos.
—Vamos. Estabais hablando de _____, ¿verdad?
—¿Y qué si es así?
—Esta noche viene conmigo. Y no me gusta mucho que hablen de mi cita a sus espaldas.
—Si quiere venir aquí, se lo diré a la cara.
—¿Qué le dirás?
—Que es una arribista sin educación, que ha estado ya con la mitad de los hombres de Manhattan. No me sorprende que haya acabado aquí contigo. Eres un blando, Joe.
—¿Y cómo has llegado a ser tan experta en ella?
—Presto atención. Es de dominio público; sólo tienes que saber a quién escuchar.
¿Cómo se podía ser tan mezquina? Joe movió la cabeza. Lacey no era fea, era su corazón negro lo que la hacía tan poco atractiva. Como no podía estrangularla allí mismo, optó por no hacerle ningún caso y miró a Cullen.
—Jim, hace mucho tiempo que nos conocemos y te pido que estudies bien la propuesta de esa mujer. Creo que es una buena inversión.
—¿Y por qué no la financias tú? —preguntó Lacey.
Joe siguió sin hacerle caso.
—Te llamaré el lunes, Jim.
Cullen lo miró a los ojos por primera vez desde que se acercara.
—Te llamaré yo, Joe, pero haré mis propias investigaciones. Yo decido por mí mismo.
—Me parece bien. Y ahora, si me disculpas, me espera una chica encantadora —se despidió de Cullen con un movimiento de cabeza y se alejó sin mirar a Lacey.
Tenía que calmarse antes de reunirse con _____. Era muy lista y notaría que algo había ido mal. En realidad, las noticias no eran malas. Joe estaba convencido de que Cullen habría hecho sus investigaciones de todos modos, independientemente de los cotillees de Lacey.
Cierto que él no conocía bien a _____, pero si Patrick la había contratado era por algo. Su hermano se equivocaba raras veces y se sentía muy protector de todo lo relacionado con Noír. Cullen haría su investigación y vería que _____ era un buen riesgo.
Joe sonrió al verla; ella no lo había visto aún y él notaba que estaba ansiosa en la rigidez de sus hombros, pero un desconocido no habría notado nada. Parecía encantadora y segura de sí. Y aquel vestido rojo... ¡Ah, vaya vestido!
Un hombre al que Joe no conocía debía de pensar lo mismo, ya que la miraba descaradamente, con un brillo de lujuria en los ojos. Era bastante guapo y Joe apretó el paso.
—Dime que todo va bien —dijo ella, en cuanto llegó a su lado—. Por favor. He estado imaginando cosas horribles.
—Todo va bien.
—Lo dices para calmarme.
—No. Cullen te juzgará por tus propios méritos, no por lo que diga Lacey.
—O sea que hablaban de mí.
—Sí. Pero no te preocupes. Cullen no ha llegado adonde ha llegado porque se deje llevar por cotilleos. Te investigará y estudiará tu propuesta; no tienes de qué preocuparte.
_____ lo miraba, pero él sabía que no lo veía. La imaginaba revisando su vida, seguramente desde la infancia, en busca de impedimentos.
—¿_____?
La joven tardó unos segundos en reaccionar.
—¿Sí?
—¿Has matado alguna vez a alguien?
Ella frunció el ceño.
—No.
—¿Atracado algún banco? ¿Acusada de algún delito?
—Por supuesto que no.
—¿No hay crímenes importantes ni esqueletos grandes en tu armario?
—Mi tío robó una vez una receta de barbacoa a los campeones estatales de cocina, lo que causó un gran alboroto en cinco condados. Creo que eso es todo.
—Estupendo, así que no tienes de qué preocuparte.
—Excepto de lo que le haya dicho Lacey.
—Ella no influirá en su decisión.
—Parece influir en muchas cosas.
—Ten confianza —le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí—.Yo creo en ti y no soy ningún idiota.
—No, pero estás caliente.
Joe sonrió.
—Eso es verdad, pero no anula lo otro.
—No ayuda.
—_____, eres muy joven para ser tan cínica.
—No es cinismo, es la verdad. Los hombres podéis ser muy tontos.
—¿Oh?
La joven asintió con la cabeza. Joe le frotó la espalda, disfrutando de la sensación de su piel bajo la mano. No bailaban, pero oscilaban con la música. La orquesta tocaba una de las piezas favoritas de él, el tema de Laura, la película romántica de Dana Andrews y Jean Tierney.
—Sí, tontos. Sólo te pondré un ejemplo. Peleas a puñetazos.
—No voy a discutir eso, pero continúa con tu teoría sobre los puñetazos.
—Cuando estaba en quinto curso, tenía una amiga. Bueno, amiga no, una enemiga acérrima. Y un día nos peleamos en el patio. Yo le pegué, lo cual no estuvo mal, aunque me alteró un poco. Peor luego me pegó ella a mí y me dolió muchísimo.
—¿Y qué esperabas?
—Eso no. Yo veía peleas en la tele a menudo y nadie se quejaba. Esperaba efectos sonoros, música rápida, anuncios, pero no dolor.
—¿Y qué hiciste?
—Dejé de pelear allí mismo. Lo dejamos las dos. Y nunca he vuelto a meterme en una pelea.
—¿Y los hombres?
—Se meten en ellas continuamente. Es una locura.
—Supongo que puedo aceptar eso. En lo relativo a las peleas a puñetazos, los hombres están locos.
-Está bien... Y además hay muchas otras cosas.
—Me gustaría oírlas todas.
—Eso llevaría demasiado tiempo.
Joe bajó un dedo por la mejilla de ella.
—Y sin embargo sigues saliendo con ellos. Con esos hombres tontos.
—Lo sé —suspiró ella—. No puedo evitarlo. Me gustan.
—Creo que hablo en nombre de todo el sexo masculino si te digo que nos alegramos de ello.
Su sonrisa lo excitó en el acto; le dio ganas de hacer tonterías debajo de la mesa más cercana. Y sin mezclar para nada los puños.
—Gracias —susurró ella.
—¿Por qué?
—Por hablar con Cullen. Te lo agradezco.
—Que te defiendas sola no significa que no puedas pedir ayuda.
Ella asintió.
—Lacey me tiene atónita. No consigo entenderla.
—Las mujeres también pueden ser muy tontas.
—Sí —sonrió ella—. Es cierto.
—¿Quieres bailar un poco más?
_____ negó con la cabeza.
—Creo que quiero champán y un lugar tranquilo donde beberlo.
Joe hizo una inclinación de cabeza.
—A tu servicio, mademoiselle. Sólo tardaré un momento en conseguir la botella; y ya tengo un lugar en mente.
—Me gusta ir a fiestas contigo —dijo ella.
Joe se inclinó y rozó los labios de ella con los suyos.
-Me alegro. No te muevas y enseguida vuelvo.
—Nadie podría sacarme de aquí —_____ lo observó acercarse a la barra, consciente de estar metida en un buen lío. Oh, sí.
_____ intentó decirse que era demasiado vulgar para un hombre como Joe, que tendría que pagar más tarde aquella zambullida en el pecado, que precisamente había decidido que era lo peor que podía hacer... pero no se escuchaba a sí misma. No le importaba nada.
Joe la estrechó contra sí y la llenó de sensaciones nuevas desde la cabeza hasta la punta de los pies, una variedad de sensaciones que incluían el roce de un bigote apenas perceptible, de ropa fina contra la piel desnuda y de músculos fuertes. La luna, indecisa, se había retirado, pero las luces de los árboles seguían allí y los bañaban en un resplandor luminoso que parecía el aura de su deseo.
_____ rompió el beso, frotó la mejilla contra el cuello y la mandíbula de Joe y luego contra la curva de su hombro. Los brazos de él la estrecharon y las manos buscaron la carne de su espalda como para darle comodidad; pero no era comodidad lo que ofrecían. El aroma del cuerpo de Joe anulaba su sentido común. Sin embargo, sabía dónde se metía y que seguramente resultaría complicado. Por otra parte, también podía ser una noche perfecta.
—_____, eres una mujer peligrosa.
—Sí, eso es verdad.
—Hablo en serio. No sé si puedo dejarte marchar.
—¿Y por que te da miedo eso?
Joe soltó una risita.
—No estoy en posición de que esto dure más de una noche.
Ella ya lo sabía, pero suspiró al oírlo en voz alta.
—Genial, me encuentro al único hombre sincero de Long Island.
Él le levantó la barbilla para mirarla a los ojos.
—No lo digo por ser cruel. No quiero que sufras.
—Odio desilusionarte, Joe, pero no soy una virgen ruborosa.Ya he tenido aventuras de una noche.
—¿Y las has disfrutado?
_____ se apartó un poco.
—En su momento sí.
—¿Y al día siguiente?
—Tampoco han sido tantas. De hecho, creo que mis noches salvajes se pueden contar con una mano.
—No me has contestado.
—Hubo una noche que sí, fue increíble. De ésa no me arrepiento en absoluto.
—¿Qué la hizo tan especial?
_____ se sonrojó.
—¿De verdad vamos a hablar de mi noche Con otro hombre?
—No con detalle, espero. Pero siento curiosidad.
—Era sincero, como tú.Y al día siguiente se marchaba a trabajar en Milán.
—Un modo muy especial de desearle buen viaje.
_____ asintió con la cabeza, ya que no deseaba seguir hablando de Lawrence. Había dicho la verdad. La noche fue perfecta y ella no se arrepintió nunca.
—Yo no me voy a Milán —comentó él—. Seguiré viviendo en el mismo piso y trabajando en la misma oficina.
—Y no quieres encontrarte a la mujer de las plantas llorando por allí, ¿verdad?
Joe le tocó el brazo.
—No quiero que ninguno de los dos se meta donde no debería.
_____ se abrazó a su propia cintura, consciente de que él tenía razón.
—¿Tienes frío? —preguntó él.
—No. Pero no me importa volver dentro.
—Por si te sirve de algo, me siento muy decepcionado.
—No hay por qué. No soy tan buena en la cama.
Joe volvió a reír.
—Eso lo dudo mucho.
—Es la verdad. Soy agresiva, exigente y después me quedo dormida enseguida. Estás mucho mejor así.
—Acabas de describir a mi mujer ideal.
—Eso lo dices ahora, pero cuando yo esté roncando y tú quieras abrazos, me llámalas muchas cosas feas.
Joe le pasó un brazo por los hombros.
—A lo mejor me he apresurado.
—O has sido listo. Dios sabe que uno de los dos tenía que serlo.
—Aun así...
—Oigo música. Colé Porter, creo.
—Indirecta captada.
Volvieron por el sendero mientsras _____ intentaba no sentirse muy decepcionada.
—Si quieres, te presentaré a algunas personas que creo que te pueden resultar interesantes — propuso él.
—Eso sería maravilloso.
—Y tú decidirás cuándo quieres que nos vayamos.
—¿Hay un tiempo mínimo de estancia?
—Sólo para los camareros.
—De acuerdo. Prometo no tenerte hasta muy tarde.
—No te preocupes por mí. Mientras tú estés aquí, me estoy divirtiendo.
—¿Ah, sí? Espera que empiecen a jugar a las películas. Soy tan buena que seguro que te dejo mal.
—Mmmm. No sé cuándo fue la última vez que se jugó a algo en casa de los Nickeby. Déjame recordar... Nunca.
—¿Qué? ¿Tanto espacio y no hay juegos de salón? ¿Qué clase de timo es ése?
Joe se echó a reír.
—La próxima vez iremos a la fiesta de uno de tus amigos. Creo que los dos nos divertiremos más.
—Pero los Spielberg casi nunca pasan por casa de Mary.
—Ellos se lo pierden.
Llegaron al patio, que estaba ya bastante lleno, probablemente de gente que antes había sudado en la pista de baile. No había ni rastro de Lacey o Brad, lo cual era buena señal.
En el camino hacia dentro pararon dos veces para que Joe le presentara a Chris Noth y Peter Frechette, dos de los actores predilectos de ella. Joe la incluía de tal modo en la conversación que cualquiera hubiera creído que estaba en su elemento.
Cuando volvieron a estar solos, ella se disculpó para ir al baño, un lugar enorme atendido por dos mujeres y con más surtido de cosméticos que la perfumería de su barrio. Resultaba algo desconcertante saber que la mujer sentada en el taburete de al lado era Urna Thurman, aunque tuvo que reprimir una risita al comprobar de una vez por todas que sí, las estrellas de cien también van al baño como todo el mundo.
_____ usó crema de manos y una pasta de dientes minúscula e individual y volvió en busca de Joe. No lo vio a él, pero sí a Lacey, que hablaba con Cullen. Éste no parecía complacido.
_____ se puso rígida y tuvo la sensación de que hablaban de ella. ¿Dónde demonios estaba Joe? Él podía hacer interferencias y virar la conversación a otro tema. Si hubiera tenido una bengala, la habría lanzado en ese momento.
Decidió que el mejor modo de encontrarlo era buscar muchas mujeres juntas y seguro que estaría en el medio. Miró un punto cerca de la barra y, efectivamente, lo divisó allí rodeado de mujeres.
Se acercó todo lo deprisa que pudo y, por suerte, él la vio al instante, se disculpó con sus admiradoras y acudió a su lado.
—¿Qué te pasa?
La joven miró en dirección a Lacey y el dueño de la casa, que seguían conversando.
—Mira a quién ha encontrado Cullen.
Joe siguió su mirada. Cullen había bajado la cabeza para acercarla al oído de Lacey. Ella parecía una mujer con una misión y Joe entendió de inmediato por qué estaba _____ alterada.
—Hace mucho que se conocen —musitó.
—Eso mismo me he dicho yo.
—No tienen por qué estar hablando de tí.
—No.
—¿Quieres que vaya allí?
Ella lo miró con ojos esperanzados.
—¿Lo harías?
—Claro que sí. Tú quédate aquí y pídete una bebida, así estarás ocupada. Vuelvo en cinco minutos.
Avanzó hacia Lacey y Cullen, más que dispuesto a proteger el honor de su dama.
Sus sospechas quedaron confirmadas porque cuando la rubia lo vio, dejó de hablar en mitad de una frase y se sonrojó.
—Hola, Lacey. ¡Qué curioso verte aquí!
—Hola, Joe.
—No sabía que erais tan amigos —dijo éste a Cullen.
El anfitrión no levantó la vista.
—Bastante.
Su expresión lo decía todo.
—¿Estás aburrida, Lacey? —preguntó Joe.
—Ni muchísimo menos.
—Vamos. Estabais hablando de _____, ¿verdad?
—¿Y qué si es así?
—Esta noche viene conmigo. Y no me gusta mucho que hablen de mi cita a sus espaldas.
—Si quiere venir aquí, se lo diré a la cara.
—¿Qué le dirás?
—Que es una arribista sin educación, que ha estado ya con la mitad de los hombres de Manhattan. No me sorprende que haya acabado aquí contigo. Eres un blando, Joe.
—¿Y cómo has llegado a ser tan experta en ella?
—Presto atención. Es de dominio público; sólo tienes que saber a quién escuchar.
¿Cómo se podía ser tan mezquina? Joe movió la cabeza. Lacey no era fea, era su corazón negro lo que la hacía tan poco atractiva. Como no podía estrangularla allí mismo, optó por no hacerle ningún caso y miró a Cullen.
—Jim, hace mucho tiempo que nos conocemos y te pido que estudies bien la propuesta de esa mujer. Creo que es una buena inversión.
—¿Y por qué no la financias tú? —preguntó Lacey.
Joe siguió sin hacerle caso.
—Te llamaré el lunes, Jim.
Cullen lo miró a los ojos por primera vez desde que se acercara.
—Te llamaré yo, Joe, pero haré mis propias investigaciones. Yo decido por mí mismo.
—Me parece bien. Y ahora, si me disculpas, me espera una chica encantadora —se despidió de Cullen con un movimiento de cabeza y se alejó sin mirar a Lacey.
Tenía que calmarse antes de reunirse con _____. Era muy lista y notaría que algo había ido mal. En realidad, las noticias no eran malas. Joe estaba convencido de que Cullen habría hecho sus investigaciones de todos modos, independientemente de los cotillees de Lacey.
Cierto que él no conocía bien a _____, pero si Patrick la había contratado era por algo. Su hermano se equivocaba raras veces y se sentía muy protector de todo lo relacionado con Noír. Cullen haría su investigación y vería que _____ era un buen riesgo.
Joe sonrió al verla; ella no lo había visto aún y él notaba que estaba ansiosa en la rigidez de sus hombros, pero un desconocido no habría notado nada. Parecía encantadora y segura de sí. Y aquel vestido rojo... ¡Ah, vaya vestido!
Un hombre al que Joe no conocía debía de pensar lo mismo, ya que la miraba descaradamente, con un brillo de lujuria en los ojos. Era bastante guapo y Joe apretó el paso.
—Dime que todo va bien —dijo ella, en cuanto llegó a su lado—. Por favor. He estado imaginando cosas horribles.
—Todo va bien.
—Lo dices para calmarme.
—No. Cullen te juzgará por tus propios méritos, no por lo que diga Lacey.
—O sea que hablaban de mí.
—Sí. Pero no te preocupes. Cullen no ha llegado adonde ha llegado porque se deje llevar por cotilleos. Te investigará y estudiará tu propuesta; no tienes de qué preocuparte.
_____ lo miraba, pero él sabía que no lo veía. La imaginaba revisando su vida, seguramente desde la infancia, en busca de impedimentos.
—¿_____?
La joven tardó unos segundos en reaccionar.
—¿Sí?
—¿Has matado alguna vez a alguien?
Ella frunció el ceño.
—No.
—¿Atracado algún banco? ¿Acusada de algún delito?
—Por supuesto que no.
—¿No hay crímenes importantes ni esqueletos grandes en tu armario?
—Mi tío robó una vez una receta de barbacoa a los campeones estatales de cocina, lo que causó un gran alboroto en cinco condados. Creo que eso es todo.
—Estupendo, así que no tienes de qué preocuparte.
—Excepto de lo que le haya dicho Lacey.
—Ella no influirá en su decisión.
—Parece influir en muchas cosas.
—Ten confianza —le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí—.Yo creo en ti y no soy ningún idiota.
—No, pero estás caliente.
Joe sonrió.
—Eso es verdad, pero no anula lo otro.
—No ayuda.
—_____, eres muy joven para ser tan cínica.
—No es cinismo, es la verdad. Los hombres podéis ser muy tontos.
—¿Oh?
La joven asintió con la cabeza. Joe le frotó la espalda, disfrutando de la sensación de su piel bajo la mano. No bailaban, pero oscilaban con la música. La orquesta tocaba una de las piezas favoritas de él, el tema de Laura, la película romántica de Dana Andrews y Jean Tierney.
—Sí, tontos. Sólo te pondré un ejemplo. Peleas a puñetazos.
—No voy a discutir eso, pero continúa con tu teoría sobre los puñetazos.
—Cuando estaba en quinto curso, tenía una amiga. Bueno, amiga no, una enemiga acérrima. Y un día nos peleamos en el patio. Yo le pegué, lo cual no estuvo mal, aunque me alteró un poco. Peor luego me pegó ella a mí y me dolió muchísimo.
—¿Y qué esperabas?
—Eso no. Yo veía peleas en la tele a menudo y nadie se quejaba. Esperaba efectos sonoros, música rápida, anuncios, pero no dolor.
—¿Y qué hiciste?
—Dejé de pelear allí mismo. Lo dejamos las dos. Y nunca he vuelto a meterme en una pelea.
—¿Y los hombres?
—Se meten en ellas continuamente. Es una locura.
—Supongo que puedo aceptar eso. En lo relativo a las peleas a puñetazos, los hombres están locos.
-Está bien... Y además hay muchas otras cosas.
—Me gustaría oírlas todas.
—Eso llevaría demasiado tiempo.
Joe bajó un dedo por la mejilla de ella.
—Y sin embargo sigues saliendo con ellos. Con esos hombres tontos.
—Lo sé —suspiró ella—. No puedo evitarlo. Me gustan.
—Creo que hablo en nombre de todo el sexo masculino si te digo que nos alegramos de ello.
Su sonrisa lo excitó en el acto; le dio ganas de hacer tonterías debajo de la mesa más cercana. Y sin mezclar para nada los puños.
—Gracias —susurró ella.
—¿Por qué?
—Por hablar con Cullen. Te lo agradezco.
—Que te defiendas sola no significa que no puedas pedir ayuda.
Ella asintió.
—Lacey me tiene atónita. No consigo entenderla.
—Las mujeres también pueden ser muy tontas.
—Sí —sonrió ella—. Es cierto.
—¿Quieres bailar un poco más?
_____ negó con la cabeza.
—Creo que quiero champán y un lugar tranquilo donde beberlo.
Joe hizo una inclinación de cabeza.
—A tu servicio, mademoiselle. Sólo tardaré un momento en conseguir la botella; y ya tengo un lugar en mente.
—Me gusta ir a fiestas contigo —dijo ella.
Joe se inclinó y rozó los labios de ella con los suyos.
-Me alegro. No te muevas y enseguida vuelvo.
—Nadie podría sacarme de aquí —_____ lo observó acercarse a la barra, consciente de estar metida en un buen lío. Oh, sí.
Julieta♥
Re: ♥ Una Pizca de Tentaciòn ♥ (Joe & Tu)
♥ CAPITULO 7 ♥
_____ no se movió de su lugar entre la barra y la puerta del patio. No quería correr el riesgo de tropezar con Lacey o Brad.
A pesar de las palabras de Joe, tenía un mal presentimiento. Si Cullen no aprobaba su plan, tendría que moverse en otra dirección. Nueva York era un lugar tan caro que había tenido que centrar sus últimos recursos y su energía en el negocio. Había llegado hasta allí ahorrando al máximo, incluso en comida.
Y valía la pena todos los bistecs que se había saltado porque su sueño estaba al fin al alcance de la mano. A menos que la señorita Mala Leche se lo hubiera estropeado.
Su mal presentimiento empezó a disminuir a medida que Joe se acercaba con el champán. Era muy fácil estar con él. Sabía escuchar, reía donde tenía que reír y no se despistaba. Un acompañante de ensueño en todos los aspectos. Excepto porque no había ningún futuro con él.
—¿Preparada? —preguntó.
—Sí.
—No te alejes. Puede que esto requiera maniobras de evasión especiales.
—Estoy a tu lado, capitán.
—¿Capitán del ejército?
—No, yo estaba pensando más bien en Ahab.
—¿Con pata de palo incluida?
—No, sólo un arpón largo.
Joe paró con tal brusquedad que ella chocó con él. Se echó a reír tan alto que la gente se volvió a mirarlo. _____ se ruborizó. Le costaba trabajo creer lo que acababa de decir. Era una bocazas sin remedio.
Él se volvió, riendo todavía, y le besó la punta de la nariz.
—A mí también me gusta ir a fiestas contigo.
La joven sonrió. Él siguió andando entre la gente, algunos tan famosos que, de haberlos visto ella en otras circunstancias, se habría quedado mirándolos como una niña de diez años. Esa noche no la atraían gran cosa porque ya estaba con el mejor de todos. Tal vez no el más famoso, pero sí el más guapo y encantador. Y el que mejor bailaba. Se esforzó por no seguir más allá. No tenía sentido que se torturara más. Era Cenicienta sin el zapato de cristal. Ella sólo tendría ese baile y lo mejor sería aprovecharlo al máximo.
Llegaron al patio y giraron a la derecha, donde encontraron unos escalones que llevaban a otro sendero.
—Está por aquí —dijo él.
—¿Qué está?
—Intimidad.
—Ah.
Atravesaron un césped iluminado con luces colocadas en el suelo. La música se iba haciendo cada vez más débil y lejana. La propiedad era tan enorme que resultaba increíble. ¿Quién podía vivir allí? Aparte de toda la población de Rhode Island, claro. ¡Era tan impersonal! _____ pensó que seguramente se cansaría de aquello en un año o dos.
—¿De qué te ríes? —preguntó él.
—Este lugar es asombroso. No parece de verdad.
—No lo es. Es muy raro. Es más un país pequeño que una casa.
—¿O sea que tú no tienes algo así oculto en Southampton o Montauk?
—No, pero tengo una casa en Park City. Me gusta esquiar.
—Me parece bien.
—Mi padre tiene una casa en Cannes, otra en Palm Springs, un dúplex en las Vegas y un yate que ahora está amarrado en Grecia.
—¡No me digas! Yo también.
Joe sonrió y le pasó el brazo por la cintura; la botella de champán le golpeaba la cadera.
—Es obsceno.
—No sé. Noir es famosa por sus contribuciones a ONGs y su participación en la sociedad. Eso también es importante.
—Cierto.
—Siempre he querido ir a la gran gala. ¡Parece tan lujoso!
—Hecho. Procuraré que recibas una invitación y un pase VIP.
—No lo decía para...
—Lo sé. Pero saco un gran placer de los raros momentos en los que puedo darle a una mujer lo que quiere.
—¿Raros? Eso lo dudo.
—Es verdad. Normalmente las mujeres con las que estoy quieren una de dos cosas. Un acompañante para no tener que salir con algún compañero de reparto que no puede controlar las manos, o quieren al Joe Jonas que ven en la prensa.
—¿Y tú no eres ninguna de las dos cosas?
—La primera sí la soy. Ofrezco un refugio seguro a más de una actriz angustiada. La segunda no, en lo más mínimo.
—Ahora que he visto una pequeña muestra, me vas a permitir que disienta.
—Espera un momento —la soltó, avanzó unos pasos, mirando a derecha e izquierda y señaló la izquierda con la cabeza—. Es ahí.
_____ se acercó y siguió su mirada. Había un edificio del tamaño de una casa normal y detrás varios bungaloes. La hiedra cubría casi por entero el exterior de todas las estructuras, y _____ sintió algunas eservas.
—¿Qué es eso? —susurró.
—Te lo enseñaré —murmuró él a su vez—.Vamos a entrar antes de que estropee este champán de tanto sacudirlo.
_____ lo siguió con el corazón latiéndole con fuerza. A medida que se acercaba al edificio grande, pensó que podía ser un invernadero, pero era demasiado grande. ¿Una casa de invitados tal vez?
Resultó ser una piscina.
En cuanto entraron se encendieron las luces, aunque eran tan difusas que parecían pensadas para evitar que la gente se cayera al agua, no para que leyera con ellas. _____ se sintió más atraída por las luces del interior de la piscina olímpica. El agua, completamente inmóvil, agrandaba el dibujo pintado en el fondo. Una sirena hermosa de cabello rubio, pechos descubiertos y cola que brillaba con los colores del arco iris. El artista había sabido crear magia.
—¿Qué te parece? —preguntó él.
—Ah, qué narices, cuando has visto una sirena nadando en una piscina interior, las has visto todas.
—Eres muy cínica para ser tan guapa.
—Lo sé. Soy una mujer dura. No me dejo deslumbrar fácilmente.
—Aja.
_____ se volvió a mirarlo.
—No me crees, ¿verdad?
—No.
—Un hombre listo.
—Si fuera listo, este champán estaría ya abierto y nosotros brindando.
—No lo pospongas por mí.
Joe se acercó a una mesa situada al lado de la piscina y ella miró a su alrededor. Aparte de la piscina, había una barra larga, con vasos y botellas de alcohol a la vista.
Pasó otro grupo de mesas y sillas de camino al extremo más alejado de la estancia, donde encontro un cuarto de baño muy bien surtido y tan grande como su apartamento. Al lado había un vestuario, con distintos apartados y finalmente una habitación para muebles variados, juguetes para la piscina y artículos de limpieza.
El sonido del corcho al salir la hizo volver con Joe. Andaba despacio, pensando qué tendría él en mente. Seguramente quería algo más que una copa de champán, aunque ella no dudaba de que no la empujaría a nada, excepto quizá a la piscina.
Había servido dos copas y le tendió una. _____ la tomó y sus dedos se rozaron sobre el cristal. Sintió un escalofrío en la espalda y pensó si él habría notado su reacción.
—Por una mujer hermosa —dijo él, y su voz resonó en las paredes.
—Por mi héroe —repuso ella.
Él bebió un poco, ella también. El aire cálido y levemente húmedo acariciaba su piel desnuda. Había luz suficiente para ver la interrogación en la mirada de él.
Con una palabra podía lanzar la marea en una dirección o en otra. Normalmente no era tan indecisa con el sexo. Tenía un impulso sano y normal y no veía nada de malo en hacer el amor si surgía la oportunidad. No era promiscua ni mucho menos; todos los hombres de su vida habían tenido algo de especial.
Joe era especial en muchos sentidos.
¡Oh, aquello la iba a volver loca! No creía en lamentaciones. Si hacía aquello, lo haría a conciencia. ¿Y si no lo hacía?
Aquél era el problema. El deseo entre ellos era innegable. La atracción era mutua. La atmósfera perfecta. ¿A qué estaba esperando? ¿Cuántas veces había dicho a sus amigas que no le importaría nada acostarse con Joe Jonas? Claro que eso era antes de que soñara con que alguna vez pudiera hacerse realidad. Joe Jonas. El hombre más sexy del mundo. Y era suyo si quería.
—¿Qué sucede?
—¿A qué te refieres?
Él se acercó más.
—Has gemido.
—¿De verdad?
—Y no pareces muy contenta. ¿Te encuentras bien?
El interés por ella era genuino; de eso estaba segura. Si ella optaba por dejar las cosas en un plano amistoso y platónico, él no protestaría. Y aquello fue lo que hizo que se decidiera.
—Ahora estoy bien —dijo; depositó la copa en la mesa.
Avanzó un paso. El paso que cambiaría la noche, que lo cambiaría todo. ¿Y por qué no? Él era increíble. Y ella era joven, soltera y estaba sola con él.
Le rozó el brazo con las yemas de los dedos y él respiró hondo y dejó la copa al lado de la de ella.
—_____ —susurró.
La atrajo hacia sí y le besó los labios con gentileza. Ella cerró los ojos, inhaló su aliento a champán y relajó su cuerpo, apoyándose en él, en su fuerza.
Joe le acarició la piel desnuda de la espalda por encima del vestido, casi haciéndole cosquillas, haciendo que tuviera que esforzarse para no moverse.
Un roce de su lengua en el labio inferior de ella, un suspiro, la otra mano que le acariciaba el brazo como a un gato. Ella se aferraba a él y oscilaba levemente adelante y atrás.
—_____ —murmuró él. Profundizó el beso.
El aire opresivo, el eco de su respiración, el cosquilleo de las caricias de él... Conscientes del otro, ignorantes de todo lo que no fuera la promesa del segundo siguiente.
—¿Qué te gusta, _____? —preguntó él con suavidad—. ¿Qué quieres que te haga?
—¿A mí? —preguntó ella con interés.
—A ti, contigo... para ti.
—Todo —se echó hacia adelante para probar sus labios de nuevo.
—Eso me parece bien —siguió con besos el contorno del labio superior de ella.
—A mí también.
—Sólo que...
—¿Qué?
—¿Estás segura?
_____ asintió.
—Bien.
Ella volvió a asentir.
—Muy bien.
Se fundió con él, que volvió a besarla y acariciarla. Aunque había besado a unos cuantos chicos en sus buenos tiempos, nunca había sentido nada parecido.
Él hacía algo muy sexy con la punta de la lengua y ella le introdujo los dedos en el pelo para impedir que fuera a ninguna parte.
La mano de él se deslizó por la curva del trasero de ella, que se apretó más contra él. Si besaba así, ¿cómo sería haciendo el amor?
La mano que se apoyaba en su trasero era una mano firme, como la erección que apretaba su cadera. El se movía sólo lo suficiente para iniciar la fricción, empezar a poner en marcha el motor de ella. Y luego se apartó y la dejó con la boca abierta y decepcionada.
Su sonrisa le dijo que no había terminado... que ni siquiera había empezado. Su mirada le dijo que quería asegurarse de que ella no olvidara nunca aquella noche.
Se quitó la chaqueta del esmoquin y deshizo la corbata. Ella no movió ni un músculo, se limitó a ver cómo se desvestía. No era un striptease ni nada parecido, pero resultaba increíblemente sexy ver a aquel hombre mostrándose trozo a trozo.
Cuando se quitó la camisa, ella se apoyó en la barra que tenía detrás. El pecho de él era perfecto, musculoso, de un tono dorado que daban ganas de lamerlo.
Entonces acercó la mano al cinturón y ella tragó saliva y se agarró con fuerza a la barra. Desabrochó la hebilla y llevó los dedos a la cremallera.
_____ dejó de respirar, detuvo cualquier movimiento excepto el de su corazón galopante. El sonido de la cremallera al bajarse la sacudió con fuerza.
Pero no fue nada comparado con su siguiente movimiento. Dejó abierta la cremallera, por la que se veía un asomo de seda negra, y subió la mano despacio por el estómago, el pecho, haciendo que ella subiera la vista hasta que sus dedos quedaron al nivel de sus pezones.
Giró a la derecha y se tocó el pezón con el pulgar hasta endurecerlo. _____ nunca había deseado tanto succionar un pezón. Nunca había pensado mucho en los pezones de un hombre y ahora comprendía lo equivocada que estaba. Ansiaba lamer y saborear aquellas aureolas.
Inhaló con fuerza, mareada de tanto contener el aliento. Con un esfuerzo tremendo, subió la mirada hasta el rostro de él y su guiño de malicia.
El guiño la tomó por sorpresa y le hizo juntar las piernas con fuerza. Las manos de él fueron hasta sus pantalones, que bajaron centímetro a centímetro.
_____ tardó un momento en darse cuenta de que los calzoncillos bajaban también con los pantalones, pero cuando lo hizo se quedó paralizada. Su mirada no vaciló, ni siquiera parpadeó. Se limitó a contemplar la carne que iba quedando al descubierto.
Una línea oscura de pelo señalaba hacia la tierra prometida y ella vio la punta del pene, que era grueso, duro y lo bastante largo para sacudir su mundo hasta la semana siguiente.
Volvió a respirar con fuerza y él salió de los pantalones y se quedó en pie ante ella, en aquella habitación extraña y cálida, con la sirena y las luces suaves, desnudo y tan apuesto que casi dolía mirarlo.
—Uno de los dos lleva demasiada ropa —susurró Joe.
Ella se llevó una mano al estómago, sorprendida de llevar todavía el vestido y los zapatos.
Joe se acercó despacio, permitiéndole que lo viera todo, sobre todo el modo en que golpeaba la cabeza de su pene el estómago duro.
Ella suspiró y él se colocó a sus espaldas y empezó a desabrocharle el vestido.
Le besó la curva del hombro y bajó la mano por su brazo. Y curiosamente, cuando la tocó ella dejó de tener miedo y se dejó llevar.
_____ no se movió de su lugar entre la barra y la puerta del patio. No quería correr el riesgo de tropezar con Lacey o Brad.
A pesar de las palabras de Joe, tenía un mal presentimiento. Si Cullen no aprobaba su plan, tendría que moverse en otra dirección. Nueva York era un lugar tan caro que había tenido que centrar sus últimos recursos y su energía en el negocio. Había llegado hasta allí ahorrando al máximo, incluso en comida.
Y valía la pena todos los bistecs que se había saltado porque su sueño estaba al fin al alcance de la mano. A menos que la señorita Mala Leche se lo hubiera estropeado.
Su mal presentimiento empezó a disminuir a medida que Joe se acercaba con el champán. Era muy fácil estar con él. Sabía escuchar, reía donde tenía que reír y no se despistaba. Un acompañante de ensueño en todos los aspectos. Excepto porque no había ningún futuro con él.
—¿Preparada? —preguntó.
—Sí.
—No te alejes. Puede que esto requiera maniobras de evasión especiales.
—Estoy a tu lado, capitán.
—¿Capitán del ejército?
—No, yo estaba pensando más bien en Ahab.
—¿Con pata de palo incluida?
—No, sólo un arpón largo.
Joe paró con tal brusquedad que ella chocó con él. Se echó a reír tan alto que la gente se volvió a mirarlo. _____ se ruborizó. Le costaba trabajo creer lo que acababa de decir. Era una bocazas sin remedio.
Él se volvió, riendo todavía, y le besó la punta de la nariz.
—A mí también me gusta ir a fiestas contigo.
La joven sonrió. Él siguió andando entre la gente, algunos tan famosos que, de haberlos visto ella en otras circunstancias, se habría quedado mirándolos como una niña de diez años. Esa noche no la atraían gran cosa porque ya estaba con el mejor de todos. Tal vez no el más famoso, pero sí el más guapo y encantador. Y el que mejor bailaba. Se esforzó por no seguir más allá. No tenía sentido que se torturara más. Era Cenicienta sin el zapato de cristal. Ella sólo tendría ese baile y lo mejor sería aprovecharlo al máximo.
Llegaron al patio y giraron a la derecha, donde encontraron unos escalones que llevaban a otro sendero.
—Está por aquí —dijo él.
—¿Qué está?
—Intimidad.
—Ah.
Atravesaron un césped iluminado con luces colocadas en el suelo. La música se iba haciendo cada vez más débil y lejana. La propiedad era tan enorme que resultaba increíble. ¿Quién podía vivir allí? Aparte de toda la población de Rhode Island, claro. ¡Era tan impersonal! _____ pensó que seguramente se cansaría de aquello en un año o dos.
—¿De qué te ríes? —preguntó él.
—Este lugar es asombroso. No parece de verdad.
—No lo es. Es muy raro. Es más un país pequeño que una casa.
—¿O sea que tú no tienes algo así oculto en Southampton o Montauk?
—No, pero tengo una casa en Park City. Me gusta esquiar.
—Me parece bien.
—Mi padre tiene una casa en Cannes, otra en Palm Springs, un dúplex en las Vegas y un yate que ahora está amarrado en Grecia.
—¡No me digas! Yo también.
Joe sonrió y le pasó el brazo por la cintura; la botella de champán le golpeaba la cadera.
—Es obsceno.
—No sé. Noir es famosa por sus contribuciones a ONGs y su participación en la sociedad. Eso también es importante.
—Cierto.
—Siempre he querido ir a la gran gala. ¡Parece tan lujoso!
—Hecho. Procuraré que recibas una invitación y un pase VIP.
—No lo decía para...
—Lo sé. Pero saco un gran placer de los raros momentos en los que puedo darle a una mujer lo que quiere.
—¿Raros? Eso lo dudo.
—Es verdad. Normalmente las mujeres con las que estoy quieren una de dos cosas. Un acompañante para no tener que salir con algún compañero de reparto que no puede controlar las manos, o quieren al Joe Jonas que ven en la prensa.
—¿Y tú no eres ninguna de las dos cosas?
—La primera sí la soy. Ofrezco un refugio seguro a más de una actriz angustiada. La segunda no, en lo más mínimo.
—Ahora que he visto una pequeña muestra, me vas a permitir que disienta.
—Espera un momento —la soltó, avanzó unos pasos, mirando a derecha e izquierda y señaló la izquierda con la cabeza—. Es ahí.
_____ se acercó y siguió su mirada. Había un edificio del tamaño de una casa normal y detrás varios bungaloes. La hiedra cubría casi por entero el exterior de todas las estructuras, y _____ sintió algunas eservas.
—¿Qué es eso? —susurró.
—Te lo enseñaré —murmuró él a su vez—.Vamos a entrar antes de que estropee este champán de tanto sacudirlo.
_____ lo siguió con el corazón latiéndole con fuerza. A medida que se acercaba al edificio grande, pensó que podía ser un invernadero, pero era demasiado grande. ¿Una casa de invitados tal vez?
Resultó ser una piscina.
En cuanto entraron se encendieron las luces, aunque eran tan difusas que parecían pensadas para evitar que la gente se cayera al agua, no para que leyera con ellas. _____ se sintió más atraída por las luces del interior de la piscina olímpica. El agua, completamente inmóvil, agrandaba el dibujo pintado en el fondo. Una sirena hermosa de cabello rubio, pechos descubiertos y cola que brillaba con los colores del arco iris. El artista había sabido crear magia.
—¿Qué te parece? —preguntó él.
—Ah, qué narices, cuando has visto una sirena nadando en una piscina interior, las has visto todas.
—Eres muy cínica para ser tan guapa.
—Lo sé. Soy una mujer dura. No me dejo deslumbrar fácilmente.
—Aja.
_____ se volvió a mirarlo.
—No me crees, ¿verdad?
—No.
—Un hombre listo.
—Si fuera listo, este champán estaría ya abierto y nosotros brindando.
—No lo pospongas por mí.
Joe se acercó a una mesa situada al lado de la piscina y ella miró a su alrededor. Aparte de la piscina, había una barra larga, con vasos y botellas de alcohol a la vista.
Pasó otro grupo de mesas y sillas de camino al extremo más alejado de la estancia, donde encontro un cuarto de baño muy bien surtido y tan grande como su apartamento. Al lado había un vestuario, con distintos apartados y finalmente una habitación para muebles variados, juguetes para la piscina y artículos de limpieza.
El sonido del corcho al salir la hizo volver con Joe. Andaba despacio, pensando qué tendría él en mente. Seguramente quería algo más que una copa de champán, aunque ella no dudaba de que no la empujaría a nada, excepto quizá a la piscina.
Había servido dos copas y le tendió una. _____ la tomó y sus dedos se rozaron sobre el cristal. Sintió un escalofrío en la espalda y pensó si él habría notado su reacción.
—Por una mujer hermosa —dijo él, y su voz resonó en las paredes.
—Por mi héroe —repuso ella.
Él bebió un poco, ella también. El aire cálido y levemente húmedo acariciaba su piel desnuda. Había luz suficiente para ver la interrogación en la mirada de él.
Con una palabra podía lanzar la marea en una dirección o en otra. Normalmente no era tan indecisa con el sexo. Tenía un impulso sano y normal y no veía nada de malo en hacer el amor si surgía la oportunidad. No era promiscua ni mucho menos; todos los hombres de su vida habían tenido algo de especial.
Joe era especial en muchos sentidos.
¡Oh, aquello la iba a volver loca! No creía en lamentaciones. Si hacía aquello, lo haría a conciencia. ¿Y si no lo hacía?
Aquél era el problema. El deseo entre ellos era innegable. La atracción era mutua. La atmósfera perfecta. ¿A qué estaba esperando? ¿Cuántas veces había dicho a sus amigas que no le importaría nada acostarse con Joe Jonas? Claro que eso era antes de que soñara con que alguna vez pudiera hacerse realidad. Joe Jonas. El hombre más sexy del mundo. Y era suyo si quería.
—¿Qué sucede?
—¿A qué te refieres?
Él se acercó más.
—Has gemido.
—¿De verdad?
—Y no pareces muy contenta. ¿Te encuentras bien?
El interés por ella era genuino; de eso estaba segura. Si ella optaba por dejar las cosas en un plano amistoso y platónico, él no protestaría. Y aquello fue lo que hizo que se decidiera.
—Ahora estoy bien —dijo; depositó la copa en la mesa.
Avanzó un paso. El paso que cambiaría la noche, que lo cambiaría todo. ¿Y por qué no? Él era increíble. Y ella era joven, soltera y estaba sola con él.
Le rozó el brazo con las yemas de los dedos y él respiró hondo y dejó la copa al lado de la de ella.
—_____ —susurró.
La atrajo hacia sí y le besó los labios con gentileza. Ella cerró los ojos, inhaló su aliento a champán y relajó su cuerpo, apoyándose en él, en su fuerza.
Joe le acarició la piel desnuda de la espalda por encima del vestido, casi haciéndole cosquillas, haciendo que tuviera que esforzarse para no moverse.
Un roce de su lengua en el labio inferior de ella, un suspiro, la otra mano que le acariciaba el brazo como a un gato. Ella se aferraba a él y oscilaba levemente adelante y atrás.
—_____ —murmuró él. Profundizó el beso.
El aire opresivo, el eco de su respiración, el cosquilleo de las caricias de él... Conscientes del otro, ignorantes de todo lo que no fuera la promesa del segundo siguiente.
—¿Qué te gusta, _____? —preguntó él con suavidad—. ¿Qué quieres que te haga?
—¿A mí? —preguntó ella con interés.
—A ti, contigo... para ti.
—Todo —se echó hacia adelante para probar sus labios de nuevo.
—Eso me parece bien —siguió con besos el contorno del labio superior de ella.
—A mí también.
—Sólo que...
—¿Qué?
—¿Estás segura?
_____ asintió.
—Bien.
Ella volvió a asentir.
—Muy bien.
Se fundió con él, que volvió a besarla y acariciarla. Aunque había besado a unos cuantos chicos en sus buenos tiempos, nunca había sentido nada parecido.
Él hacía algo muy sexy con la punta de la lengua y ella le introdujo los dedos en el pelo para impedir que fuera a ninguna parte.
La mano de él se deslizó por la curva del trasero de ella, que se apretó más contra él. Si besaba así, ¿cómo sería haciendo el amor?
La mano que se apoyaba en su trasero era una mano firme, como la erección que apretaba su cadera. El se movía sólo lo suficiente para iniciar la fricción, empezar a poner en marcha el motor de ella. Y luego se apartó y la dejó con la boca abierta y decepcionada.
Su sonrisa le dijo que no había terminado... que ni siquiera había empezado. Su mirada le dijo que quería asegurarse de que ella no olvidara nunca aquella noche.
Se quitó la chaqueta del esmoquin y deshizo la corbata. Ella no movió ni un músculo, se limitó a ver cómo se desvestía. No era un striptease ni nada parecido, pero resultaba increíblemente sexy ver a aquel hombre mostrándose trozo a trozo.
Cuando se quitó la camisa, ella se apoyó en la barra que tenía detrás. El pecho de él era perfecto, musculoso, de un tono dorado que daban ganas de lamerlo.
Entonces acercó la mano al cinturón y ella tragó saliva y se agarró con fuerza a la barra. Desabrochó la hebilla y llevó los dedos a la cremallera.
_____ dejó de respirar, detuvo cualquier movimiento excepto el de su corazón galopante. El sonido de la cremallera al bajarse la sacudió con fuerza.
Pero no fue nada comparado con su siguiente movimiento. Dejó abierta la cremallera, por la que se veía un asomo de seda negra, y subió la mano despacio por el estómago, el pecho, haciendo que ella subiera la vista hasta que sus dedos quedaron al nivel de sus pezones.
Giró a la derecha y se tocó el pezón con el pulgar hasta endurecerlo. _____ nunca había deseado tanto succionar un pezón. Nunca había pensado mucho en los pezones de un hombre y ahora comprendía lo equivocada que estaba. Ansiaba lamer y saborear aquellas aureolas.
Inhaló con fuerza, mareada de tanto contener el aliento. Con un esfuerzo tremendo, subió la mirada hasta el rostro de él y su guiño de malicia.
El guiño la tomó por sorpresa y le hizo juntar las piernas con fuerza. Las manos de él fueron hasta sus pantalones, que bajaron centímetro a centímetro.
_____ tardó un momento en darse cuenta de que los calzoncillos bajaban también con los pantalones, pero cuando lo hizo se quedó paralizada. Su mirada no vaciló, ni siquiera parpadeó. Se limitó a contemplar la carne que iba quedando al descubierto.
Una línea oscura de pelo señalaba hacia la tierra prometida y ella vio la punta del pene, que era grueso, duro y lo bastante largo para sacudir su mundo hasta la semana siguiente.
Volvió a respirar con fuerza y él salió de los pantalones y se quedó en pie ante ella, en aquella habitación extraña y cálida, con la sirena y las luces suaves, desnudo y tan apuesto que casi dolía mirarlo.
—Uno de los dos lleva demasiada ropa —susurró Joe.
Ella se llevó una mano al estómago, sorprendida de llevar todavía el vestido y los zapatos.
Joe se acercó despacio, permitiéndole que lo viera todo, sobre todo el modo en que golpeaba la cabeza de su pene el estómago duro.
Ella suspiró y él se colocó a sus espaldas y empezó a desabrocharle el vestido.
Le besó la curva del hombro y bajó la mano por su brazo. Y curiosamente, cuando la tocó ella dejó de tener miedo y se dejó llevar.
Julieta♥
Re: ♥ Una Pizca de Tentaciòn ♥ (Joe & Tu)
CIELOSS AME LOS CAAAPIISSSS!!!!!!..
SE IMAGINAN QUE EN REALIDAD!! JOE HICIERA ESO CON UNA DE NOSOTRAAASSSSS!!!!!..
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHH!!!!
MOOOORIIIRRIIIIAAAA AAAII MIISMOOOO
SE IMAGINAN QUE EN REALIDAD!! JOE HICIERA ESO CON UNA DE NOSOTRAAASSSSS!!!!!..
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHH!!!!
MOOOORIIIRRIIIIAAAA AAAII MIISMOOOO
chelis
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