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"Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA

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"Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA - Página 13 Empty Re: "Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA

Mensaje por Andrea P. Jonas:) Vie 11 Ene 2013, 6:07 pm

Hoooolaaaaa!!!! :D
Pues vengo a dejarles el cap de la tarde! ya estamos llegando a los últimos caps! me parece que quedan 7 sin contar el de hoy no recuerdo en que numero vamos! :P pero creo que son 7 bueno eeeeen fin! espero que les guste!!!



Otra cosita quería mostrarles un vídeo de un tipo que encontré por obra del destino en YouTube, y quiero que me den su opinión! es que yo lo estaba viendo y me dije ami misma, mi misma: el te recuerda a alguien y ya cuando lo vi bien grite: SE PARECE A NICK!!! "Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA - Página 13 167695056 diganme loca pero para se parece!! en grosero y en medio rarito pero se parece!!! :P diganme ustedes que piensan!

AQUI EL LINK! https://www.youtube.com/watch?v=F_sOvtZAvRs
Andrea P. Jonas:)
Andrea P. Jonas:)


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"Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA - Página 13 Empty Re: "Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA

Mensaje por Andrea P. Jonas:) Vie 11 Ene 2013, 6:10 pm

Capitulo 23
Como habían salido tarde de Monroe, cuando _____ y Nicholas llegaron a la granja de los Johnson a recoger a las niñas, ya era de noche. _____ detuvo su carromato junto al sendero que conducía a la casa y Nicholas hizo lo mismo con el suyo. Ella le pidió que la esperase allí y después bajó con el carro por el camino iluminado por la luz de la Luna.
Desde la mañana, Nicholas había estado taciturno y silencioso. No le había dicho exactamente cuándo se iba a marchar. No sabía si sería al día siguiente o al otro o a la semana siguiente, pero sería pronto. _____ sabía que probablemente no se despediría, desaparecería tal como había hecho la otra vez, sin despedirse. Durante el largo viaje de vuelta, había intentado endurecer su corazón, pero cada vez que se acordaba de la noche anterior, de las cosas increíbles que le había hecho, de la forma extraordinaria en que había reaccionado a sus caricias, lo único que quería era rodearlo con sus brazos y agarrarlo muy fuerte, como si así pudiese retenerlo con ella. Sabía que no podría.
Cuando llegó al camino de la entrada, vio a Oren en la terraza, como si hubiese estado esperando su llegada. Detuvo el carromato y él bajó las escaleras en dirección hacia ella antes de que bajara del carro.
—Kate y las niñas están ya en tu casa —le dijo.
_____ frunció el ceño extrañada.
—¿Por qué? Le dije a Kate que las recogería aquí. No hacía falta que las llevase a casa.
Oren se echó el sombrero hacia atrás y lanzó un profundo suspiro.
—Me temo que ha habido problemas.
_____ se acordó de Jack y automáticamente pensó en lo peor.
—¿Las niñas están bien?
Él la tranquilizó rápidamente:
—Están bien. Pero será mejor que vayas a casa rápido.
—¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
Oren le lanzó una grave mirada.
—Todo el mundo lo sabe, ___(Dim). Lo del irlandés que ha estado viviendo en tu casa.
_____ sintió un tremendo pavor y notó que se le hacía un nudo en el estómago.
—¿Todo el mundo?
—Todo el pueblo —contestó confirmándole lo peor—. Incluidas Martha y Emily Chubb.
El miedo le pesaba como una piedra en el estómago.
—Oh, cielos.
—La noticia ha levantado cierto revuelo. Será mejor que vayas a casa y lo arregles.
_____ asintió y movió las riendas sin decir palabra llevando las mulas de vuelta por el sendero a toda velocidad. Las ruedas levantaban la gravilla de la carretera principal y al pasar de largo junto a Nicholas, oyó cómo él gritaba su nombre, pero no se paró a darle explicaciones.
No podía pensar, no podía sentir. Lo único que podía hacer era mirar fijamente la carretera iluminada por la Luna, paralizada y helada por el terror, mientras corría hacia su casa.
Cuando enfiló el sendero que conducía a Peachtree, tal como Oren le había dicho, la estaban esperando. No había rastro de las niñas, pero fuera estaba Kate, junto con el reverendo Allen y, por supuesto, las hermanas Chubb. La luz les llegaba desde atrás a través de las ventanas, y aunque no podía ver sus rostros, podía intuir la condena en sus ojos.
Bajó del carromato y se dirigió lentamente hacia su casa. Se sentía como una marioneta a la que le estuviesen haciendo avanzar. Su pánico era tal que lo que deseaba era correr y esconderse.
Lo sabían. Todos. Lo podía ver en su silencio y en sus posturas y se preguntó cómo podría volver a mirarlos a la cara a la luz del día. Se acordó de la pasión de la noche anterior, de lo que había hecho, de lo que le había dejado hacer a Nicholas, y cada beso y cada caricia que recordaba le parecía un latigazo. La vergüenza le hizo enrojecer, pero mantuvo la cabeza alta.
La mente le bullía con explicaciones, excusas o negaciones. Pero todo serían mentiras. Deseaba que la tierra se la tragase ahí mismo y desaparecer.
Oyó que por detrás llegaba el segundo carromato y se detenía, pero no se dio la vuelta para mirar a Nicholas. No podía. Subió las escaleras hacia la terraza y con cada escalón sentía que la vergüenza y la culpa se hacían más pesadas.
Kate salió a recibirla. Cogió la mano enguantada de _____ y se la apretó ligeramente.
—Lo siento, ___(Dim) —le susurró—. Se empeñaron en venir. No he podido evitarlo.
_____ se deshizo de la mano de Kate y apartó la mirada del rostro compasivo de su amiga. No lo podía soportar.
—¿Dónde están las niñas?
—Están dentro cenando. No lo… entienden. Bueno, quizás Becky, pero las pequeñas no.
No tuvo opción de responder. Martha apareció por detrás de Kate y estudió a _____ con ojos inquisidores frunciendo los labios.
—Así que has vuelto. Me sorprende que te atrevas a aparecer después de lo que has hecho.
_____ se dijo a sí misma que era materialmente imposible que Martha supiera lo que había ocurrido en Monroe, pero no importaba. Ella sí lo sabía y no podía mentirse a sí misma. No podía actuar como si fuese una mujer inocente y despreocupada, porque no lo era. Empezaron a temblarle las manos.
Oyó el rumor de pasos detrás de ella y supo que era Nicholas, pero no se volvió. Martha dirigió la mirada hacia él y repasó al desconocido.
—Y te atreves a traerlo contigo —añadió—. ¿Es que no tienes vergüenza?
Nicholas vio la expresión desesperada de _____ ante las acusaciones de aquella mujer con el ridículo sombrero y decidió que había tenido suficiente. Notó la barbilla tensa y se dispuso a dirigirse hacia ella y apartarla de aquella perra vieja, pero en ese momento notó una mano en el hombro. Se dio la vuelta y se encontró frente a un hombre mayor de pelo cano vestido con traje negro y cuello de clérigo.
—Ven conmigo, hijo.
No era una petición. Nicholas lanzó un suspiro de frustración y siguió a regañadientes al hombre, que cogió un candil y lo guió por el lateral de la casa hacia el establo.
Entraron y el hombre cerró la puerta y puso el candil en el suelo.
—Bueno —dijo sentándose en un tonel polvoriento y acomodándose lo mejor que pudo—, ahora podemos hablar tranquilamente.
Él lo miró y se hizo un silencio sepulcral. No era capaz de dar con las palabras adecuadas para una conversación formal. Sólo podía pensar en defenderse.
—Por cierto, soy el reverendo Allen —dijo el hombre con su templado acento sureño—. Soy el clérigo de la iglesia baptista aquí en Callersville. Supongo que tú eres el señor Nicholas.
La forma de referirse a él le llamó la atención y de pronto todo cuadró con claridad meridiana.
—Las niñas —dijo secamente.
—Sí, las niñas.
—¿Qué es exactamente lo que han dicho de mí?
—No estoy muy seguro, yo no estaba allí, la verdad. Pero me han dicho que fue durante una reunión de costura esta tarde. Todas las mujeres estaban allí. —Se apoyó contra el muro y cruzó los brazos—. Lo que se rumorea ahora es que has estado viviendo en casa de _____ como si fueses su marido en todos los aspectos, excepto en el aspecto legal.
Nicholas se acordó de todas las noches frustrantes que había pasado en el establo intentando desfogarse y alejar sus fantasías eróticas con ella y casi se echó a reír. Si no le estuviese pasando a él, habría lanzado una carcajada.
—¿Qué más?
—Dicen que eres un vagabundo, un boxeador, lo que hace que todo sea aún más recriminatorio. Si fueras alguien de aquí, sería igualmente escandaloso, pero no tan sorprendente. Me temo que la reputación de _____ está en serio peligro.
—¡Por el amor de Dios! —Nicholas miró ceñudo al clérigo olvidando su condición—. Estaba herido y _____, que es una mujer de buen corazón, que Dios la bendiga, me recogió en su casa para que pudiese recuperarme. ¿La condenan por un acto bondadoso?
—No me tienes que explicar cómo es _____, joven, la conozco desde que era una niña.
—Entonces sabe perfectamente que no tiene nada de lo que avergonzarse. —Pensó en la noche que habían pasado juntos y le repugnó cómo aquellos que no tenían nada mejor que hacer podían transformar algo hermoso en algo sórdido—. Nada —repitió.
—Por desgracia, no puedo evitar que la gente piense lo que quiera. Y _____ sabía el riesgo que corría. Está claro que se tomó muchas molestias para evitar que se conociese tu presencia.
—¡Maldita sea, y ahora entiendo por qué!
El reverendo lo miró con compasivo entendimiento, lo que sólo aumentó el resentimiento de Nicholas. Maldijo entre dientes.
—No estoy aquí para discutir sobre lo bueno o lo malo de las acciones de _____ —le dijo el reverendo Allen con calma— o las tuyas.
—Entonces, ¿por qué está aquí?
—Estoy aquí porque creo que puedo ser de alguna ayuda en este asunto. Lo creas o no, me preocupa el bienestar de _____. Sólo puedo confiar en que a ti también te preocupe.
El reverendo se echó hacia adelante, apoyó los codos en sus rodillas y cruzó las manos.
—El tema es el siguiente —empezó—. Tienes dos opciones. La primera es marcharte. Entiendo que no te ata nada aquí, así que eres libre de partir.
Nicholas pensó que aquélla era una buena opción.
—Puedes simplemente marcharte y dejar que _____ se enfrente al escándalo ella sola —continuó el reverendo, en el mismo tono amable y sin pretensiones—. Por supuesto, le quitarían a las niñas.
El cuerpo de Nicholas se puso tenso y sintió que de pronto le habían dado con la izquierda sin que supiese de dónde venía el golpe.
—¿Quitárselas?
—_____ nunca adoptó legalmente a las hermanas Taylor. Nunca pensó que fuera necesario. De hecho, dudo que nunca se le pasase por la cabeza. Martha y Emily ya le han pedido al sheriff que se las lleve de su casa, y me temo que la mayoría de las mujeres del pueblo están de acuerdo con ellas.
—Me iré —dijo secamente—. Me iré esta noche. Haré lo que sea para que _____ se quede con las niñas.
El reverendo negó con la cabeza.
—Es demasiado tarde para eso. El daño ya está hecho.
Nicholas iba a responder, pero la pesada piedra que parecía haberse alojado en su pecho no le dejó pronunciar ni una palabra. Cerró los ojos y en su mente pudo ver a _____ en el jardín de atrás riendo con sus hijas, pudo verla abrir los brazos para abrazarlas, pudo oír la voz amable y adorable con la que les hablaba.
Abrió los ojos y apartó implacablemente la imagen de su mente.
El reverendo lo observaba con atención.
—Ellas no son de tu incumbencia. No son tus hijas, así que no son responsabilidad tuya. —Hizo una pausa y carraspeó—. Sin embargo, otro niño sí que haría que tu decisión resultase mucho más difícil.
Nicholas miró fijamente los bondadosos ojos azules del reverendo y llegó a pronunciar un no.
—Podría estar embarazada.
Era el momento de mentir, de decir que no era posible, que su viaje había sido del todo inocente y que nada había ocurrido, de desentenderse y escabullirse fuera del pueblo, de actuar como lo que realmente era, un cobarde.
El reverendo Allen lo estaba mirando con expectación, esperando las palabras que lo negasen todo. Al no oírlas, continuó.
—Pareces un hombre de mundo, así que asumo que habrás contemplado esa posibilidad.
No lo había hecho. Por Dios, ni se le había ocurrido hasta entonces. Y podría pasar. Podría haber un niño. Pensó en Miley, en el niño que había sido suyo y algo se rompió en su interior, una abertura en su armadura, una debilidad que quedaba expuesta para ser explotada.
Parecía que el reverendo Allen también se había dado cuenta.
—Hay otra opción —dijo despacio.
Nicholas miró al hombre con precaución, atento a la trampa.
—Le escucho.
—Podrías casarte con ella.
La trampa se cerró y Nicholas apretó sus puños luchando contra el pánico incontenible que lo invadía. No podía pensar ni razonar, sólo podía revolverse contra lo inevitable y maldecirse por su estupidez.
Se dio la vuelta.
—El matrimonio no es una opción —dijo entre dientes, que casi le rechinaban de rabia, miedo y desesperación.
—No estás casado, ¿no?
Nicholas echó la cabeza hacia atrás y observó las vigas del techo. De su boca salió un ruido extraño que sonaba como una carcajada.
—No.
—Podría celebrar la ceremonia mañana en la iglesia. Si se casan, el escándalo se olvidará pronto, la reputación de _____ quedará salvaguardada y no se llevarán a las niñas al orfanato.
El orfanato. Oh, Dios.
Nicholas se dio la vuelta de nuevo. No podía creer que después de tanto huir, después de tanto luchar por su libertad, se tuviese que ver ante una decisión así.
—Dice que se preocupa por _____. Si supiese algo de mí, reverendo, si conociese apenas la mitad de lo que he hecho, me estaría echando del pueblo a punta de pistola y no me pediría que me casase con ella.
—No te estoy pidiendo que hagas nada. Sólo te estoy diciendo cuáles son tus opciones. Ahora voy a marcharme y dejarte solo para que tomes una decisión —le lanzó una sonrisa condescendiente a Nicholas—, pero soy un viejo entrometido, así que te voy a dar un pequeño consejo antes de irme.
Hizo una pausa. Su sonrisa se desvaneció y fue sustituida por una expresión seria y honesta.
—Haz lo correcto, hijo —dijo con su amable voz de ministro de Dios—. Por una vez en tu vida, haz lo correcto.
Se dio la vuelta y se marchó cerrando la puerta del establo tras él y dejándolo a solas para que tomara una decisión.
Nicholas miró las paredes que le rodeaban, que lo cercaban, que amenazaban con aprisionarlo en una vida que no quería. Miró hacia abajo y fijó su atención en la llama del candil a sus pies. La vio brillar atrapada en su burbuja de vidrio. Era como sus demonios. «Haz lo correcto, hijo.»
Se tapó los oídos con las manos para alejar las palabras que se clavaban en su cerebro como los barrotes de hierro de Mountjoy. «Por una vez en tu vida, haz lo correcto… lo correcto… lo correcto… Por una vez en tu vida.»
No podía hacer lo correcto. Poco a poco, muy lentamente, recuperó la lógica, la razón y el sentido de la realidad. Volvió a cerrar la armadura de indiferencia que le había protegido durante toda su vida. Con una fuerza de voluntad de hierro apartó la imagen de los ojos heridos de _____ que flotaba en su conciencia. No tenía ninguna intención de hacer lo correcto.

_____ vio cómo el carruaje del vicario se alejaba con las hermanas Chubb dentro. Le siguió el carromato de Kate con las niñas. Mientras se alejaba dando tumbos por el camino, las tres cabecitas se dieron la vuelta para mirarla; Becky, silenciosa y angustiada, Sophi lanzando gritos indignados de protesta y Marian sollozando por su madre.
_____ oyó los sollozos de su hija pequeña y creyó que la iban a partir en dos. Se mordió el labio inferior y le resbaló una lágrima por la mejilla. El carro se perdió en la noche. Se abrazó a una de las columnas de la terraza con fuerza para evitar salir corriendo detrás de ellas.
Intentó convencerse de que era algo temporal. Había accedido a la solución sugerida por el reverendo —que las niñas se quedasen en casa de los Johnson hasta que las cosas se arreglasen— sólo porque Martha había amenazado con llamar al sheriff para que se las llevase inmediatamente al orfanato de Monroe.
No supo cuánto tiempo estuvo allí de pie, pero no podía encontrar las fuerzas para moverse, para dar la vuelta y entrar en casa. Moverse significaba pensar, decidir, encontrar un modo de continuar, y no podía. Se quedó de pie en la terraza, mirando el camino mucho después de que el carromato se hubiese perdido en la noche, y en su mente sólo podía oír los sollozos de Marian.
En todas las tragedias de su vida, siempre había buscado consuelo en su fe, hablaba con Dios y tenía las respuestas que necesitaba. Pero la única plegaria que podía rezar aquella noche era que Dios hiciera con ella lo que había hecho con la mujer pecadora de Lot, convertirla en una estatua de sal allí mismo en el porche, para así dejar de existir.
Oyó un ruido detrás de ella, el abrir y cerrar de la puerta principal y el crujido de los tablones de la terraza. Soltó la columna y se dio la vuelta.
—Esta zona siempre cruje —dijo mirando las botas de Nicholas—. Siempre he pensado en hacer algo para arreglarlo, pero…
Vaciló incapaz de recordar lo que estaba diciendo. Levantó la vista y miró al pecho de Nicholas como si no estuviese, como si viese a través de él y de la puerta, más allá.
—Se han llevado a mis hijas —susurró. Parecía una niña perdida y desconcertada—. Se han llevado a mis hijas.
Él inspiró aire con fuerza y después la cogió violentamente por los brazos con deliberada crueldad, desesperado por esconder el pánico y la culpa que le carcomían.
—No puedo quedarme. No puedo casarme contigo.
Ella no pareció oírle. Aturdida, seguía mirando como si él no estuviese delante.
—No puedo hacerlo, _____. No puedo ser un marido, un padre… Por Dios, no puedo. —La soltó y empezó a mover los puños delante de ella—. ¡Esto es lo que soy! ¡Esto es para lo que sirvo!
Se golpeó la palma de la mano con una violencia que hizo que _____ diese un respingo.
—Te dije que no me ataría a un pedazo de tierra, ni a un modo de vida, ni a una mujer. He estado en la cárcel y no volveré a estar en ninguna. Maldita sea, tengo que ser libre. Libre. ¿Lo entiendes?
Ella no contestó, no levantó la vista hacia él. Simplemente se quedó mirando fijamente las manos de Nicholas. Le resbaló una lágrima por la mejilla y él de pronto la odió. Pero se odiaba más a sí mismo. La cogió por los hombros como si fuese a zarandearla, como si fuese ella la culpable de lo mucho que se repugnaba a sí mismo y de cuánto ese odio oscurecía su alma.
—¿Lo entiendes?
—Sí —dijo—. Lo entiendo.
Levantó la mirada y él pudo ver el dolor en el fondo de sus ojos oscuros llenos de lágrimas. Tenía las largas pestañas húmedas y pegadas. La indiferencia que Nicholas había construido concienzudamente se hizo añicos. Se sentía como una taza de porcelana rota, cuyos trozos se han pegado de nuevo, pero que se rompen con la mínima presión.
—_____, por Dios, no me mires así. Maldita seas.
La soltó como si le quemase. Sintió las cadenas de la angustia de _____ rodeándolo, atándole a ella con una fuerza inexorable, cada vez más firmes a pesar de que intentaba alejarse. La espalda de Nicholas chocó contra la puerta.
Quería estrujar algo, arremeter contra el destino que lo había llevado hasta allí. Pero las lágrimas de _____ lo desarmaron. Le habían vencido, habían sido un oponente más poderoso que ninguno contra el que se hubiera podido enfrentar antes. Y supo que no podría dejarla. Se irguió de golpe, pasó a su lado sin detenerse, bajó las escaleras y atravesó el pequeño camino de grava de la entrada. Perdiéndose en la oscuridad, gritó:
—Tú ganas. Iremos a la ciudad mañana y nos casaremos.
_____ vio cómo se marchaba. Oyó sus palabras. Pero también pudo oír, en medio de la serenidad de la noche, que estaban cargadas con la amargura de toda una vida. Supo que no había ganado absolutamente nada.

El día de la boda llovió. _____ entró en la iglesia detrás de Nicholas justo cuando estalló la tormenta y se preguntó melancólicamente si aquella tormenta de verano que golpeaba el techo era algún tipo de mal augurio. Se retiró a la pequeña habitación que había junto a la puerta, mirando desalentada la espalda rígida de Nicholas que se alejaba de ella para ir en busca del reverendo Allen. Desapareció a través del arco que llevaba al interior del templo sin decir palabra, y ella llegó a la conclusión de que la lluvia era lo más adecuado para la ocasión.
No le había dirigido la palabra en toda la mañana, y su silencio había sido mucho más elocuente que ningún discurso. Iban a atraparlo con el matrimonio, con la paternidad, y _____ temía los días de frío silencio que habían de suceder a aquél. Aunque él no la culpase, ella sí se culpaba a sí misma.
Se miró al espejo. Muchas novias en Callersville se habían mirado sonriendo en él. Cuando era una chica joven llena de sueños románticos, ella también lo había deseado.
Las lágrimas amenazaron con asomar a sus ojos, unas lágrimas que había retenido durante una larga noche sin dormir. Cerró los ojos. Temía que si empezaba a llorar no sería capaz de parar.
Oyó pasos y parpadeó para disimular las lágrimas. Se dio la vuelta y se encontró con Nicholas y el reverendo Allen bajo el arco. Sólo le sonrió uno de ellos.
—Me temo que tendré que buscar testigos —dijo el reverendo—. Así que…
El ruido de la puerta de la iglesia al abrirse le interrumpió. Por la puerta abierta entró una ráfaga de lluvia y detrás, empapadas por la lluvia, las tres hijas de _____ seguidas de Kate y Oren Johnson, vestidos con sus mejores galas de domingo e igualmente empapados. En una mano, Kate llevaba un inmenso ramo de gardenias.
—¡Mamá! —gritaron las niñas al unísono al verla en la habitación. Corrieron hacia ella y _____ cayó al suelo de rodillas y sollozó de alivio, abriendo los brazos para rodearlas a las tres.
—Te hemos echado de menos, mamá —susurró Marian rodeándole el cuello con sus brazos.
—Yo también a ustedes, cariño —dijo ella besando la mejilla de la pequeña y rodeando a Sophi con el brazo.
—¿De verdad se van a casar el señor Nicholas y tú? —preguntó ésta—. ¿De verdad?
_____ desvió la mirada de la pequeña de nueve años y la dirigió a la figura silenciosa y severa que estaba contemplando la escena.
—Sí —contestó. Levantándose, apartó la mirada y la dirigió a Becky.
La niña tenía aspecto contrito y afligido.
—Lo siento, mamá. Intenté explicar lo que pasaba, pero Martha Chubb fue horrible y no dejaba de tergiversar todo lo que decía, y…
_____ apretó un dedo contra los labios de la niña.
—No te preocupes, amor mío. Todo irá bien.
El reverendo carraspeó para captar la atención de los presentes.
—Ahora que tenemos testigos, podemos empezar.
Kate Johnson dio un paso al frente.
—Reverendo, creo que la novia necesita unos minutos para prepararse. —Miró su falda empapada por la lluvia y añadió—: Y también la dama de honor. ¿Por qué no entran? Nosotras iremos en seguida.
—Claro. Empezaremos cuando estén listas. Vamos, niñas.
El reverendo se llevó a las niñas fuera de la habitación y Oren se dirigió hacia Nicholas y se presentó:
—Somos los vecinos de _____ —dijo, alargando la mano.
Nicholas se la estrechó.
—Nicholas Jonas.
Oren asintió.
—Lo sé, vi el combate de boxeo. Fue algo admirable, cuando le diste aquel puñetazo a Elroy y salió volando. Nunca había visto nada igual, lo juro. Perdí un dólar —añadió—, pero mereció la pena.
—¡Oren! —le censuró Kate—. Estamos en la iglesia. Deja de hablar de apuestas inmediatamente. —Hizo una señal hacia el arco—. Anda, vayan pasando.
Su marido sacudió la cabeza.
—Mujeres. Se enfadan por las cosas más tontas.
—Desde luego —contestó Nicholas—. Sé exactamente a lo que te refieres.
Mientras veía salir a los dos hombres de la habitación, _____ pensó que sería bonito si se hicieran amigos, podría hacer que a Nicholas le resultase más fácil quedarse. Si es que se quedaba. No era tan tonta como para pensar que los votos matrimoniales bastarían para retenerlo si decidía seguir su camino.
Pero eso no importaba. Se casaba con ella para que no perdiese a las niñas y pensaba ser la mejor esposa del mundo el tiempo que durase. Por eso y porque lo amaba.
Kate la tomó del brazo.
—Me gusta tu hombre —dijo y le tendió a _____ el ramo de gardenias cogido con un lazo de muselina azul—. He pensado que necesitabas algo azul.
_____ se quedó mirando las gardenias.
—No es mi hombre —dijo despacio—. Por lo menos, no lo quiere ser.
Notó cómo la mano de Kate le apretaba más fuerte y las lágrimas volvieron a asomar a sus ojos. Parpadeó para apartarlas y levantó la cabeza.
—¿Cómo sabías que íbamos a estar aquí?
Kate sonrió.
—Oren estaba en el pasto más al sur esta mañana y los vio a los dos en el carro en dirección al pueblo. ¿No ha sido una suerte?
—Sí, una suerte —dijo _____.
—Pensamos que necesitarías testigos —continuó alegremente Kate—. Oren estará junto a tu hombre y yo seré tu dama de honor.
—Oh, Kate —emocionada, no pudo decir nada más, pero le ofreció a su amiga una temblorosa sonrisa de gratitud.
—No pensarías que íbamos a dejar que pasases por esto sola, ¿verdad? —le dijo Kate sonriendo.
—Gracias.
—Cariño, no hay nada que agradecer. Tú trajiste a mi bebé a este mundo. Sin ti, no lo habría conseguido. Nada de lo que podamos hacer Oren y yo será suficiente para devolverte el favor.
Se quitó la cruz de oro del cuello y se la puso a _____.
—Esto es tu «algo prestado», y supongo que el vestido será tu «algo viejo» —añadió con un suspiro—. ¿Por qué no llevas el traje de novia de tu madre?
Otra vez notó las lágrimas asomar a sus ojos y _____ volvió a pestañear para evitarlas. Cuando era una niña que soñaba con el día de su boda, siempre se había imaginado a sí misma llevando el vestido de novia de su madre. Pero la noche anterior, cuando lo había sacado del baúl de cedro y de su envoltorio de papel protector, supo que no podría llevarlo. El satén blanco virginal no habría hecho más que agrandar la hipocresía del acto.
—No podía —murmuró bajando la vista para mirar el ramo de flores—. Simplemente no podía.
Kate la tomó por los hombros y la zarandeó ligeramente, forzándola a mirarlo.
—Escúchame, _____ Louise Maitland. No hay nada de lo que debas avergonzarte.
_____ empezó a negarlo, pero Kate le interrumpió.
—Sé lo que han dicho. Yo estaba en la reunión de costura, ¿te acuerdas? No me importa si ese hombre ha vivido en tu casa. No me importa si fuiste a Monroe y te quedaste a dormir allí sin más compañía. No me importa si dormiste con él o le bailaste la danza de los siete velos. He visto cómo lo has mirado hace un minuto. Estás enamorada de él, lo llevas escrito en la cara. No hay nada malo si lo haces con amor. Mantén la cabeza bien alta cuando pronuncies tus votos, ¿me oyes?
_____ se sintió desfallecer al saber que sus sentimientos eran tan transparentes, pero asintió.
—Buena chica. —Kate se dirigió hacia la arcada que llevaba de la habitación al interior de la iglesia—. Será mejor que empecemos.
_____ se miró y después levantó la vista para seguir a su amiga.
—¿Y qué hay de «algo nuevo»?
Kate echó un vistazo por encima del hombro.
—Las gardenias —contestó—. Se han abierto esta mañana.
_____ ahogó la risa histérica que le subía por la garganta y siguió a su amiga por el pasillo, acercándose al hombre que la aguardaba en el altar.
No lo miró. Fijó la vista en el reverendo Allen y siguiendo el consejo de Kate, mantuvo la cabeza alta.
Pero cuando vio a las niñas sonriéndole al pasar, sus emociones fuertemente contenidas casi le sobrepasaron y dio un traspiés. Parecían tan felices, como si la boda fuese una celebración y no una farsa.
Las lágrimas le subieron a los ojos y se le nubló la vista. Luchó por retenerlas.
Había rezado por un hombre que la ayudase, y había logrado un hombre. Se había enamorado de aquel hombre y había rezado para que se quedase y el hombre se quedaba. Por lo menos de momento. Todas sus plegarias habían sido respondidas. Dios le había dado todo lo que había pedido. Debía estar agradecida.
Pero cuando Kate le cogió el ramo de gardenias de las rígidas manos y dio un paso hacia atrás, cuando _____ se vio obligada a mirar a Nicholas y vio los fríos ojos azules de un extraño, no encontró nada por lo que estar agradecida. Oyó cómo juraba amarla, honrarla y cuidarla, y no pudo hallar felicidad alguna en sus promesas, porque eran falsas. Él no la amaba y ninguna plegaria ni ningún deseo podía cambiar eso.
Pero ella sí lo quería, y cuando llegó el momento de pronunciar los votos que le unían a él para el resto de sus días, los dijo con convicción, porque eran ciertos y le salían del corazón.
—Y ahora los declaro marido y mujer.
Nicholas bajó la cabeza y le rozó la mejilla con los labios. Le ofreció el brazo y caminaron por el pasillo juntos. «Marido y mujer.»
Se sintió aturdida. Nicholas le soltó el brazo y se alejó, dejando que las niñas se reunieran con ella en la habitación. Vio cómo el reverendo le estrechaba la mano y lo conducía fuera de la pequeña estancia.
—Las plegarias funcionan de verdad, mamá —dijo Sophi rodeándole la cintura con los brazos con fuerza—. Te prometo que rezaré mis plegarias cada noche a partir de ahora, de verdad.
_____ sacudió la cabeza despacio procurando pensar más allá del aturdimiento que se había apoderado de ella y atender a las palabras de su hija.
—¿De qué estás hablando, Sophi?
La niña se apartó y la miró con ojos brillantes.
—Es maravilloso, ¿verdad? ¡Le pedí a Dios que convirtiera al señor Nicholas en mi nuevo papá y lo ha hecho! ¡He conseguido lo que pedí!
El frágil aguante de _____ se hizo añicos y rompió a llorar.

Hacer un papel no era algo nuevo para Nicholas. Le resultaba fácil sonreír hipócritamente, incluso al reverendo, quien era muy probable que no pretendiera darle un tono condescendiente al comentario que le hizo mientras le estrechaba la mano:
—Estoy orgulloso de ti, hijo.
Pero cuando vio a _____ rodeada por sus hijas, cubriéndose la cara con las manos, supo que estaba llorando. Sintió las lágrimas y sabía que no eran lágrimas de felicidad. Se acordó de la noche anterior, de unas lágrimas que se le habían clavado como un puñal y volvió a sentir que el puñal le atravesaba. Se le desvaneció la falsa sonrisa.
—Creo que esto te pertenece.
Nicholas miró el saco de cuero que le tendía el reverendo.
—Desde luego —murmuró cogiéndolo—. ¿Dónde lo ha encontrado?
—Uno de los nuestros lo encontró y me lo trajo hará un par de meses. En su día mencionó que lo había encontrado en Jackson Field, que creo que es el lugar donde tuvo lugar el combate en julio. Cuando lo abrí, encontré un crucifijo. —Hizo una pausa y le sonrió a modo de disculpa a Nicholas—. No es que quisiera fisgar, pero esperaba encontrar un nombre o algo que me condujese al propietario. En medio del lío de ayer, supe que eras boxeador y que eras irlandés, así que pensé que esto debía ser tuyo.
—Gracias —dijo Nicholas. Abrió la bolsa y empezó a rebuscar dentro con la esperanza de que el hombre que la había encontrado, no se hubiera apropiado del objeto más importante.
—Espero que no falte nada.
Los dedos de Nicholas rodearon la botella de whisky irlandés que todavía estaba escondida entre sus ropas.
—No, reverendo —dijo y cerró el saco colgándoselo del hombro—. No falta absolutamente nada.



Si son 7 :P
Andrea P. Jonas:)
Andrea P. Jonas:)


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Mensaje por chelis Vie 11 Ene 2013, 7:08 pm

AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHH!!!!
SE CASAROOONN!!!
Y BUENO ESAS BRUJAS NO SE SALIERON CON LA SUYA!!!!
AUNQUE NICK SE PORTO COMO LO QUE ES UN HOMBRE!!!.. METIO LA PATA AL DECIRLO COMO LO HIZOO1!!!!
PERO LO BUENO QUE LA AMAAAA!!!
JEJEJEJEJ
Y CON RESPECTO AL VIDEOO!!! SI TIENE CIERTAS CARACTERISTICA DE NICK!!! AUNQUE LE FALTAN LOS LUNARES!!!!.....
JAJAJAJAJAJA
AAIIII SIGUELA PORFIISS
chelis
chelis


http://www.twitter.com/chelis960

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Mensaje por Andrea P. Jonas:) Sáb 12 Ene 2013, 5:14 pm

Hooolaaa!! :D
Pues creo que volvemos a ser Chelis y yo! :P muchas gracias por comentar!!!
Creo que sera muy apresurado pero como quedan 7 caps pues pense en subir hoy 3 y mañana 4, para mi gusto son muchos capitulos en un dia pero no quiero quedarles mal la semana que entra, ademas de que pues creo que solo a Chelis le importa, no me lo tome a mal es solo que asi lo veo yo ;) asi que asi sera para no alargar mas esto! :D
Andrea P. Jonas:)
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Mensaje por Andrea P. Jonas:) Sáb 12 Ene 2013, 5:17 pm

Capitulo 24

GAOL
Cárcel de Mountjoy. Dublín, Irlanda, 1867

Tripas de pescado. Por décimo día consecutivo, el estómago de Nicholas se revolvió ante la porquería cruda y viscosa que había en el plato de hojalata y que se suponía debía comer. No podía, no podía hacerlo de nuevo. No podía sonreírle al carcelero que se lo había llevado como si nada le importase; no podía comérselo como si fuera el manjar más suculento que había tenido el privilegio de probar; no podía ni siquiera mirarlo. Pero pensó en Megan y en las menudencias del mercado de pescado de Derry, y lanzando un grito lleno de odio, cogió el plato con sus manos encadenadas y lo tiró. Las tripas de pescado cayeron sobre el cuerpo impasible del carcelero que le preguntaba dónde estaban escondidas las armas.
Extenuación. Soñaba con dormir y no le dejaban. Le hacían andar y andar alrededor del patio amurallado del gaol, una hora y otra hora, cambiando de guardias a intervalos regulares. Cuando aminoraba el paso, lo empujaban con palos. Cuando se caía, lo levantaban. Cuando cerraba los ojos, le echaban agua helada por la cabeza. Cuando le preguntaban por las pistolas, él se reía en sus caras.
Azotes. Le arrancaban la piel de la espalda y de la garganta, alaridos. Rezaba para que las heridas se infectasen y así morir, pero llamaban al médico para que salvase su miserable vida y pudiese contarles dónde estaban las armas.
Odio. Todo el rato pensaba en los barcos cargados de comida que zarpaban de Lough Foyle. Pensaba en su madre suplicando por su hogar, en sus hermanas muriendo de hambre en las calles, en su hermano asesinado a golpes. Pensaba en todos los irlandeses que como él estaban en gaols británicas acusados de cometer crímenes contra un gobierno que no reconocían. Pensaba en todo eso y el odio formaba una bola de fuego en su vientre. Mientras le golpeaban, cantaba todas las canciones republicanas que conocía; mientras le hacían pasar hambre, lanzaba todas las maldiciones que había aprendido. Cuando le amordazaban… musitaba las canciones y maldecía en silencio.
Perdió el sentido del tiempo, empezó a oír voces en su mente y su cuerpo musculoso que le había hecho ser el campeón de los combates en los pubs se deterioró hasta convertirse en un saco de huesos. Pero aun así no cedió.
A los dieciocho días, lo llevaron a ver al alcaide.
—«Oh, ahorcan a hombres y mujeres por sus ropas color verde» —cantaba Nicholas en un tono que era apenas un simulacro de su rica y grave voz de barítono. Lo arrastraron dentro de una pequeña y oscura celda donde había una larga mesa, carbón humeante en un horno y un hombre delgado y anémico que parecía más un contable que un alcaide.
Engancharon las correas de sus muñecas de una argolla que colgaba del techo lo que obligó a Nicholas a aguantarse de puntillas sobre el suelo.
—«Cuando fuimos salvajes, fieros y rebeldes» —continuó, procurando seguir con la canción a pesar de que sentía la garganta tan áspera como los intestinos de pescado que le obligaban a tragar.
El alcaide lo miró impasible por un momento y después se dirigió hacia el horno. Agarró un hierro del fuego; Nicholas seguía cantando. El hombre sonrió con amabilidad hipócrita y después sacó el atizador del fuego y examinó la punta que brillaba anaranjada en medio de la oscuridad de la habitación.
—Ahora vamos a hablar tú y yo —dijo cuando la canción de Nicholas se acabó—. Y estoy seguro de que tendrás mucho que contar.
Él mantuvo la mirada fija en el atizador mientras el hombre lo acercaba hacia él muy lentamente.
—Oye —susurró—, no tengo nada que decir.
—A mí me parece que sí tienes algo que decir —contestó el alcaide con voz susurrante.
Nicholas escupió y le alcanzó la mejilla, la saliva resbaló despacio por su rostro cadavérico.
—Esto es todo lo que tengo que decirte, maldito bastardo inglés. Así que mejor que dejes de perder el tiempo y me mates ahora mismo.
El alcaide se limpió la saliva de la mejilla con un movimiento lento. Levantó el atizador y sopló la punta candente hasta que brilló blanca. Despacio sacudió la cabeza.
—Irlandés, no vamos a matarte. Sólo vamos a hacer que desees estar muerto.



Última edición por Andrea P. Jonas:) el Sáb 12 Ene 2013, 5:22 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Andrea P. Jonas:) Sáb 12 Ene 2013, 5:19 pm

Capitulo 25
Las niñas estaban tan excitadas que tardaron siglos en conseguir tranquilizarlas para que se durmiesen. Durante el viaje de vuelta, la cena y varios juegos de damas, no habían dejado de comentar lo maravilloso que era todo, lo estupendo que era que Nicholas y su madre estuviesen casados y las ganas que tenían de que llegase el lunes para empezar el colegio y poder explicárselo a sus amigos.
Él aguantó toda la atención que le brindaron y no mostró el menor signo de impaciencia. Pero _____ se dio cuenta de que cada vez que comentaban que se iba a quedar con ellas «para siempre», Nicholas apretaba los labios ligeramente y sabía que sólo estaba tolerando su adorable admiración, no disfrutándola.
Al fin, la charla se apagó, y como estaban exhaustas, _____ logró meterlas en la cama. Gracias a Dios, se quedaron dormidas casi de inmediato.
Cuando bajó, Nicholas todavía estaba en la biblioteca. Levantó la vista del libro que tenía en las manos cuando ella entró.
—¿Se han dormido las niñas? —preguntó.
—Sí.
Era su noche de bodas.
Se miraron y se hizo evidente lo extraño de la situación. _____ no sabía cómo se debía actuar en una noche de bodas. Se preguntó si debía sentarse, pero eso implicaría conversar, y ponerse a charlar le pareció de lo más socorrido. Se movió impaciente y se pasó la mano por el pelo en un gesto nervioso.
—Creía que no se dormirían nunca —murmuró para romper el silencio.
Nicholas la miró un momento mientras ella seguía indecisa en la puerta.
—Ve arriba, _____.
¿Le estaba diciendo que se marchase o simplemente le estaba indicando que debía ir subiendo para realizar los preparativos femeninos adecuados, fueran cuales fuesen? Estudió su expresión ilegible y no estuvo segura.
—Claro —murmuró—. ¿Apagarás las luces antes de subir?
Subió un cubo de agua y se bañó recordando la mirada de Nicholas al decirle que era hermosa. Se cepilló el pelo y lo dejó suelto sobre sus hombros, pensando que él lo prefería así. Se puso el camisón más bonito que tenía y se abrochó los botones de perlas recordando cómo él se los había desabrochado en el hotel de Monroe. El recuerdo hizo que un escalofrío de expectación y aprensión le recorriese el cuerpo. Apartó las sábanas, ahuecó las almohadas y esperó. Pero Nicholas no acudió.
Deambuló por la habitación, paseando y moviéndose con nerviosismo, intentando contener su creciente inquietud. Apagó el candil, se metió entre las sábanas y aguzó el oído a la espera de sus pasos en la escalera. Se quedó quieta en la oscuridad escuchando el sonido del reloj de su mesilla de noche conforme pasaban los minutos. Pero Nicholas no acudió.
Finalmente, no pudo esperar más. Se puso la bata y bajó las escaleras. Los candiles estaban apagados y la casa estaba oscura y silenciosa.
Le encontró en el porche trasero. Había sacado una de las sillas de la cocina y estaba allí sentado, mirando fijamente la Luna que flotaba baja en el cielo nocturno. Tenía sus largas piernas extendidas y la cabeza apoyada en la pared y una botella en la mano.
Se dio la vuelta y la miró, observando sus pies desnudos, su cabello suelto, su delicado camisón, sin cambiar en absoluto la expresión de su rostro.
Sin apartar la vista de ella, levantó la botella y dio un trago.
—Ah —dijo satisfecho, lanzándole una sonrisa irónica—. Esto es lo que yo llamo un buen trago de whisky.
Aunque la mano que sujetaba la botella era firme y no tenía la voz temblorosa, _____ no se engañó. En su mente aparecieron las imágenes de su padre con su bourbon y más tarde con su aguardiente barato, y recordó cada una de las marcas de angustia en su rostro, cada comentario hiriente, sus carcajadas bañadas en alcohol. Recordó las noches en las que había tenido que llevarlo a la cama a rastras, las mañanas de arrepentimiento y promesas…
Hundida y consternada, se subió el cuello de la bata con mano temblorosa y observó el rostro de Nicholas, duro y frío, iluminado por la luz plateada de la luna.
—Estás borracho.
—Sí, así es —dijo él levantando la botella y bebiendo su contenido concienzudamente—. Estoy siguiendo una buena tradición irlandesa. Todo irlandés que se precie se emborracha en su noche de bodas. ¿Lo sabías?
«Noche de bodas.» Pronunció esas palabras con tanta aversión que _____ apretó el cuello de la bata con fuerza y se preguntó cuántas noches como aquélla le aguardaban.
Nicholas levantó la botella a modo de brindis.
Slainté —dijo, y dio otro trago a la botella.
El fantasma de su padre apareció de nuevo ante ella.
—No habrá alcohol en mi casa —dijo despacio.
Él le lanzó una mirada dura.
—Querrás decir nuestra casa, señora Jonas.
Su voz era tan fría y letal como el filo de una navaja. _____ tragó saliva y mantuvo la compostura.
—No habrá alcohol en nuestra casa —repitió.
—Pero no estoy dentro de casa, estoy fuera —dijo él sonriéndole con malicia. Pero ella pudo notar un oscuro trasfondo detrás de aquellas maneras insolentes.
—Eso es una tontería, Nicholas. ¿Y si las niñas te vieran así? ¿Qué pensarían?
Al mencionar a las niñas, algo pareció cambiar en él. La sonrisa desapareció y echó la cabeza hacia atrás como si estuviese de pronto harto.
—Quizás dejarían de mirarme como si fuese una especie de héroe —contestó sacudiendo la cabeza y entrecerrando los ojos—. ¡Un héroe! Dios, si ellas supieran…
_____ lo miró. Tenía la impresión de que le faltaba una pieza fundamental del complicado puzle. Podía sentir su dolor, su rabia, pero veía el odio que dirigía hacia su interior y lo que ella sabía que no lo explicaba.
«Tuve lo que me merecía.»
Empezó a tararear una canción que _____ no reconoció.
—Esta canción se llama El valiente feniano. —Abrió los ojos y giró la cabeza para mirarla—. ¿Sabes qué es un feniano?
—No —susurró ella.
Nicholas empezó a cantar con voz muy baja.
—«Tenemos buenos hombres, nunca los habrá mejores. Gloria, gloria al valiente feniano.»
Se rio y dio otro trago a la botella.
—Una vez fui un héroe —empezó—. La gente así lo creía porque había sido huésped de la Corona, porque tenía las cicatrices de la vara británica en la espalda, porque los bastardos me hicieron ponerme a cuatro patas como un perro para comer; por todo eso era un héroe. El valiente feniano. Qué farsa.
_____ se llevó el puño a la boca al percibir el desprecio en su voz. No sabía si lo había provocado el hecho de casarse con ella, pero le asustaba.
—No —susurró—. Por favor, no hagas eso.
—¿El qué? ¿Emborracharme? Me temo que es demasiado tarde, estoy como una cuba, cariño.
—No te tortures.
—No te preocupes, eso ya lo han hecho manos expertas.
—Así que tienes que continuar su trabajo, ¿por qué?
Nicholas no contestó. Levantó la botella y saludó con ella de nuevo.
—Gloria —dijo despectivamente burlándose de sí mismo— al valiente feniano.
_____ no lo pudo resistir más. Se dio la vuelta y lo dejó con su whisky irlandés y sus amargos recuerdos.
En su habitación, se quedó tumbada abrazada a la almohada y se preguntó cómo era el hombre con el que se había casado aquel mismo día. Había creído entenderlo por lo menos un poco, pero en aquel momento, se daba cuenta de que apenas había arañado la superficie.
Se acordó de cuántas veces había deseado que su padre saliese del agujero de oscura y autodestructiva apatía en el que había caído, pero con el tiempo había quedado demostrado que su esperanza había sido inocente y fútil. La idea de que su amor de algún modo pudiera curarlo había sido una quimera y pura vanidad.
Y ahí estaba otra vez, en la misma situación, de nuevo tercamente alimentando las mismas esperanzas con respecto a otro hombre. Su esposo.
Sabía que ella no tenía poder para curar las heridas de Nicholas. Una caricia amorosa y tres comidas al día no podían borrar una vida entera de dolor, culpa y tormento.
Pero de algún modo, su corazón se negaba a escuchar a su razón, se negaba a creer que no había esperanza de que Nicholas Jonas curase sus heridas. Su corazón ardía en deseos de ayudarle, sus brazos ardían en deseos de abrazarlo, sus manos querían apaciguarlo. Lo amaba. Así que se quedó tumbada en la cama despierta y sola, esperándolo en silencio, deseando tontamente. Por supuesto, Nicholas no acudió.

A la mañana siguiente, toda la congregación de la iglesia baptista de Callersville se había enterado de la boda de _____. Para cuando ella llegó, todos habían sido informados de su precipitado enlace. Incluso Jack, a quien no solían llegarle los cotilleos locales, se había enterado. En las escaleras que conducían a la iglesia, Kate le informó a _____ de que Jack y su mujer yanqui habían regresado la tarde anterior, y en cuanto entró en la iglesia, _____ supo que Jack ya sabía que se había casado. Él la observó mientras caminaba por el pasillo central y ella respondió a su dura mirada con una dulce sonrisa. Un ceño fruncido furibundo fue la respuesta del hombre.
Pensó en cómo Jack había ordenado apalear a Nicholas por negarse a hacer trampas en el combate de boxeo y se sintió muy orgullosa de su marido.
«Su marido.»
Se detuvo un instante. Podía oír los susurros a su alrededor, podía sentir las miradas de curiosidad. Mujeres que dos días antes la habían condenado como a una perdida, le sonreían y se saludaban unas a otras, encantadas de que el hombre en cuestión le hubiese devuelto la honra y de que todo se hubiera resuelto. Aquellas a quienes les costaba más conceder el perdón la estudiaban con aire especulativo y era evidente lo que estaban pensando. _____ sabía que se habían dado cuenta de que su marido no estaba con ella aquella mañana en la iglesia y que se estaban preguntando cuánto le duraría el matrimonio con un boxeador irlandés, que además era católico.
_____ también se lo preguntaba. No podía evitarlo después de lo ocurrido la noche anterior. Quizás algún día Nicholas llegase a amarla y tal vez con el tiempo, asumiría las responsabilidades y las alegrías de la vida de esposo y padre. Pero ella sabía que el tiempo no jugaba a su favor. Podía regresar aquel mismo día a casa y descubrir que se había marchado, y se preguntó cuánto tiempo podría vivir con esa incertidumbre.
Se detuvo junto a un banco libre y empujó a sus hijas para que lo ocupasen. Tenía las mejillas ardiendo por los murmullos que oía a su alrededor, pero mantuvo la cabeza erguida al sentarse. El día anterior había jurado amor, honor y obediencia y estaba dispuesta a hacer todo lo posible para ser fiel a su juramento, por lo menos en lo que respectaba al amor y al honor. Sólo esperaba que Nicholas hiciese lo mismo.

Mientras el reverendo Allen le pedía a su congregación de fieles que reflexionasen sobre las benditas enseñanzas de Jesús de poner la otra mejilla y perdonar al prójimo, Jack estaba reflexionando sobre cómo deshacerse de Nicholas Jonas para siempre.
Al pensar en ello, una impotente furia se había apoderado de él. Él nunca había sido suficientemente bueno para que _____ le concediese su mano y, sin embargo, se había casado con aquel irlandés. Llevaba cuatro años intentándolo y no había podido hacerse con las tierras de _____ y aquel Nicholas Jonas lo había conseguido en apenas dos meses. Debería haber acabado con aquel hijo de p*uta irlandés cuando estuvo en su mano.
Debería haber regresado en cuanto recibió el telegrama de Joshua informándole de la presencia de Jonas en la casa de _____. Maldecía a Alice y a su empalagoso entorno social por haberle mantenido alejado tanto tiempo. Maldecía a Hiram por ser tan blando con su hija. Sabía que si en lugar de haber estado estrechando manos yanquis y atendiendo espectáculos hubiera estado allí, nada de aquello habría ocurrido. La cosecha de melocotones de _____ ya había dado sus frutos, lo que significaba que tenía dinero para pagar los impuestos hasta la primavera. Y Jonas tenía control sobre sus tierras. Era el colmo, el más absoluto colmo.
Hasta el telegrama de Joshua, se había olvidado por completo del boxeador que le había desafiado. Sólo vio un problema que debía solventarse y había creído que estaba solucionado. Ya había resultado increíble que _____ hubiese encontrado a aquel hombre, le hubiera recogido y le hubiera contratado, pero ¿quién demonios iba a pensar que se casaría con él? Por el amor de Dios, un boxeador. Jack no podía creerlo. _____ odiaba las apuestas. Siempre las había odiado.
El odio fue haciendo mella en él conforme el reverendo Allen hablaba y hablaba, hasta que no aguantó más. Se levantó en medio del sermón y sin hacer caso de la mirada sorprendida de Alice, salió de la iglesia, plenamente consciente de que estaba escandalizando a todo el mundo. Que se fuesen al diablo. Era su pueblo, ¿no era cierto?
Se iba a ocupar de ese boxeador inmediatamente. Después de su último encuentro, no creía que pudiera tener muchos problemas, pero de todos modos, decidió detenerse en casa de los Harlan de camino a casa. Elroy y sus chicos disfrutaban con una buena pelea.

Cuando Nicholas se despertó, le golpeó la luz del sol que entraba por la ventana de su habitación, y los rayos le atravesaron el cerebro como agujas ardientes. Gruñó y se cubrió la cabeza con la almohada para esconderse de la luz, pero era demasiado tarde. Le empezó a doler terriblemente la cabeza.
Era el whisky. Dios, no se había sentido así después de una borrachera desde que tenía diecisiete años. Intentó volver a dormirse, pero fue inútil. Viendo que no le quedaba otro remedio, se arrastró hasta el borde de la cama y se levantó, con gesto dolorido. Se movió con muchísimo cuidado, se dirigió hasta la puerta de la habitación y la abrió, pero el agua que _____ le dejaba habitualmente para su baño y su afeitado no estaba allí.
Estaba enfadada con él. Se acordó de cómo le había mirado la noche anterior y de las cosas que él había dicho y sintió que le remordía la conciencia. Aunque el matrimonio fuera una farsa, no era culpa de _____. Era culpa suya. Pensó que estaba recibiendo su castigo y se apretó la cabeza con las manos.
Sin duda, estaría furiosa con él, pero tenía tan buen corazón que cuando viese lo mal que se encontraba aquella mañana se olvidaría de su enfado. Protestaría, sin duda, pero pensó en el dulce tacto de sus manos y decidió que podía tolerar unas cuantas quejas. Se moría de hambre y sabía que, incluso enfadada, le estaría esperando un desayuno caliente. Insistiría en prepararle aquel horrible té verde. Si conseguía que se le fuese el dolor de cabeza, incluso se lo bebería.
Nicholas se vistió y se dirigió a la cocina, pero descubrió que el único que estaba en casa era Chester. El perro le recibió con un potente ladrido que hizo que le retumbase la dolorida cabeza. No había desayuno caliente y no había ni rastro de _____ ni de las niñas. Desconcertado y algo apenado, miró por los ventanales de la cocina, pero no vio a nadie. Salió de la cocina, y se dirigió al vestíbulo.
—¡_____! —gritó pensando que a lo mejor estaban arriba, pero sólo le respondió el eco de su propia voz.
Entonces recordó que era domingo y se sintió bastante descorazonado al darse cuenta de que estaba solo, hambriento y resacoso, y claramente no iba a tener ni desayuno caliente ni protestas.
Volvió a la cocina y cogió un cubo que estaba colgado en la pared. Dejó al perro dentro y fue al pozo para llenarlo de agua fresca. Se la echó por la cabeza.
Dios, qué gusto le dio. Se irguió para volver a llenar el cubo, pero oyó el sonido de ruedas acercarse por el camino de grava y vio que un carromato se dirigía a la casa. «Santa María —pensó, dejando a un lado el cubo y pasándose la mano por el cabello húmedo—, ¿por qué esta mañana?»
El carromato se detuvo en el patio y Jack Tyler descendió de él, seguido por Elroy y Joshua Harlan y los tres hombres que le habían dejado destrozado dos meses atrás. Quizás esta vez no le darían una paliza. Quizás se limitarían a matarle y acabar con sus sufrimientos.
Nicholas recordó la primera lección que había aprendido en su vida. «Pase lo que pase, tú haz ver que te da igual.» Les sonrió.
—Buenos días, chicos. Un poco pronto para una visita de domingo, ¿no?
Nadie respondió. Jack se detuvo a unos pasos de distancia y sacó un puro del bolsillo de su chaqueta. Lo encendió al tiempo que sus compañeros rodeaban a Nicholas para dejar bien claro que estaban en mayoría.
—He oído que te has casado —dijo Jack echando el humo—. He venido a felicitarte.
Nicholas pensó en los cigarrillos que los carceleros de Mountjoy habían apretado contra su omoplato derecho y se preguntó si Jack tenía pensado hacerle una marca similar en el hombro opuesto. Se acordó de aquel granjero y de su carromato lleno de nabos y se arrepintió de no haberse marchado.
—Se lo agradezco, señor Tyler, de verdad que se lo agradezco.
Jack observó la lumbre de su puro un momento y después miró fijamente a Nicholas, con la evidente resolución de ir al grano.
—Me parece que te dije que te fueses de mi pueblo, chico.
Chico. Dios, odiaba esa palabra. La llevaba oyendo toda su vida. Sintió que la rabia le invadía peligrosamente. Apretó los labios y congeló la sonrisa.
—Sí, eso creo. Pero ya ves, tus chicos hicieron tan buen trabajo destrozándome las costillas que no pude irme.
—No me gusta que me lleven la contraria. —Jack lanzó al aire el humo de su cigarro—. _____ ha tardado mucho en casarse. Sería una pena que enviudase. ¿Me entiendes, chico?
Calma, se dijo a sí mismo. La furia sólo tendría como consecuencia más costillas rotas. Se tragó la rabia como lo había hecho tantas veces en su vida, diciéndose que era lo más razonable. Además del hecho de que tenía un dolor de cabeza horrible, ellos eran más y no tenía demasiadas ganas de que le golpeasen como a una lata de hojalata otra vez. Miró a Jack a los ojos.
—Sí —dijo con tranquilidad—. Te entiendo.
—Bien. Ahora que esto ha quedado claro, vamos a lo que realmente me interesa. Te has casado con _____ y tienes el control de su tierra. Me la vas a vender.
Nicholas no sabía si había oído correctamente. ¿Tenía control sobre la tierra de _____ y Jack le ofrecía comprársela? Deseaba poder pensar con claridad, pero parecía que le estaban martilleando el cerebro.
—¿Ah, sí? Bueno, supongo que eso depende de lo que me ofrezcas.
—Te ofrezco no matarte.
Nicholas le respondió con una enorme sonrisa.
—Te lo agradezco, pero si me matas, _____ será dueña de la tierra de nuevo y vuelves al principio. Así que te lo preguntaré otra vez, ¿qué me ofreces?
Jack apretó el puro entre los dientes.
—Peachtree tiene quinientos acres. Te daré tres dólares por acre.
Mil quinientos dólares. Dios, eso era una fortuna. Si realmente fuese su tierra, Nicholas cogería el dinero sin dudarlo. Pero no lo era. Podía estar a su nombre —seguramente Jack lo sabía mejor que él—, pero no era su tierra. La cuestión era cómo salir de aquella situación sin que le rompiesen las costillas. Lo mejor era sin duda ganar tiempo.
—Es una buena y generosa oferta, de verdad lo es. Pero tendré que discutirlo con mi esposa.
Para su sorpresa, Jack se rio.
—¿Discutirlo? Chico, no sé cómo hacen las cosas en Irlanda, pero aquí les decimos a nuestras mujeres lo que tienen que hacer y lo hacen.
Bien. Estaba claro que ganar tiempo no funcionaba. No podía salir corriendo hacia la casa para coger el rifle de Henry. Nicholas echó un vistazo a los hombres que le rodeaban, preparándose para otra temporada de bandejas y bacinillas. Miró a Jack a los ojos y deseó poder salir de aquélla con todos los dientes.
—¡A la mierda! —dijo con una sonrisa.
Los hombres se acercaron para cogerlo, pero en ese instante se oyó el sonido de otro carromato que se acercaba. _____ lo condujo hasta el grupo obligando a Jack a dar un salto hacia atrás para evitar ser atropellado.
—Hola, chicos —dijo al tiempo que las niñas saltaban de la carreta y corrían hacia Nicholas—. Bonito día, ¿verdad?
Las niñas rodearon a Nicholas, y éste pensó que probablemente era la primera vez en su vida en que una mujer y tres niñas le salvaban el pellejo.
Los otros hombres miraron a Jack, que sacudió la cabeza y se dirigió hacia _____ tocándose el sombrero.
—Vinimos a dar nuestra enhorabuena.
Ella frenó el carromato y sonrió.
—Bueno, Jack, qué amable por tu parte. Te pediría que te quedases a comer, pero estoy segura de que todos prefieren ir a casa con sus respectivas familias.
Jack volvió a mirar a Nicholas.
—Piensa en lo que te he dicho —le dijo, y después se dio la vuelta y se dirigió hacia su carreta. Elroy y los chicos le siguieron.
Nicholas esperó a que se hubieran marchado y después dijo:
—Becky, lleva el carromato al establo y desengancha la mula. Luego dale agua. Sophi y Marian, ayuden a su hermana. Su madre y yo vamos a dar un paseo.
Le tendió la mano a _____ y ella vaciló un momento, pero luego dejó que le ayudase a bajar. Tomándole firmemente por la muñeca, le hizo atravesar el jardín y cuando estuvieron en el destartalado cenador, la soltó.
—Es hora de abandonar, _____.
—Creo que ya hemos discutido esto antes —dijo ella cruzándose de brazos.
—Sí, pero no ha servido de nada —le contestó él elevando la voz.
—Pareces de mal humor hoy. Debe ser por el whisky que bebiste anoche.
—El whisky no tiene nada que ver con esto —gritó—. Siempre me pongo de mal humor cuando hay hombres que vienen a darme una paliza. Y no cambies de tema.
—Entonces no me digas lo que tengo que hacer con mi tierra.
Exasperado, la miró fijamente.
—Maldita sea, ¿es que no lo entiendes? No puedes ganar.
Ella le devolvió la mirada.
—Y no me maldigas. Estoy ganando. Llevamos cuatro años con esta batalla y Jack todavía no tiene mis tierras. Estoy ganando.
Nicholas puso los ojos en blanco.
—Lo único que has ganado es un poco de tiempo. Pueden esperar.
_____ sacudió la cabeza.
—No pueden. Oren me explicó que Jack está recibiendo presiones de su suegro, que es uno de los mayores inversores en el ferrocarril. Esto quiere decir que se le está agotando el tiempo.
—Puede ser, pero eso sólo significa que Jack te presionará más.
_____ se dio la vuelta para marcharse, pero él la cogió por los hombros para retenerla y obligarla a mirarle, obligarla a enfrentarse a la desagradable verdad.
—Escúchame. No puedes luchar contra ellos. Si han comprado suficiente tierra para construir esta línea de ferrocarril, quiere decir que han invertido mucho dinero y que esperan sacar muchos más beneficios una vez esté terminada. ¿Crees que van a dejar que una mujer se interponga en su camino?
—Tendrán que hacerlo —dijo liberándose de Nicholas—. No voy a vender.
—¿Incluso si te amenazan a ti o a las niñas? ¿Estás dispuesta a arriesgarte a que las niñas sufran algún daño?
—Ya te lo he dicho, Jack nunca nos haría daño a las niñas, ni a mí.
—¿Por qué estás tan segura?
—Porque está enamorado de mí —dijo tranquilamente—. Siempre lo ha estado.
—¿Qué? —preguntó sorprendido por las palabras de _____, pero lo que aún le sorprendió más fue el violento ataque de celos que siguió. Algo que le puso todavía más furioso—. ¿Ese c*abrón está…?
—No digas palabrotas, por favor —dijo _____ frunciendo el ceño.
—Nicholas, no digas palabrotas, Nicholas, no bebas —la imitó burlón—. Haré lo que quiera. Tú eres la que prometiste obediencia en esa iglesia, no yo.
—Y, ahora, ¿quién está cambiando de tema? —le replicó ella.
Él intentó recordar cuándo había estado tan furioso en su vida y no pudo.
—Jack está enamorado de ti —dijo, y de pronto imaginó las consecuencias—. Genial. Es genial. Una razón más para que me odie a muerte. Una razón más para que me utilice como saco de boxeo.
_____ se dio la vuelta, cruzó los brazos y se quedó mirando los rosales asilvestrados y abandonados.
—No tienes por qué quedarte —dijo despacio.
—Gracias, querida esposa, pero es un poco tarde para eso.
Ella se puso tensa ante las palabras cariñosas pronunciadas sin ningún afecto.
—El reverendo Allen no te puso ninguna cadena alrededor del cuello cuando nos casó —dijo—. Eres libre de marcharte cuando quieras.
¿Le estaba diciendo que se fuese? No estaba seguro y frunció el ceño, consternado y enfadado y extrañamente vacío. Se dio cuenta de que _____ estaba empezando a importarle demasiado, y de manera inmediata se rebeló contra ese sentimiento.
—Puede que me limite a venderle la tierra a Jack.
—¿Qué? —exclamó ella sorprendida, dándose la vuelta para mirarlo a la cara.
—Me ha ofrecido mil quinientos dólares por la tierra. Puesto que ahora soy tu marido, parece ser que tengo control sobre ella. Mil quinientos dólares es una puñetera fortuna. Podríamos vivir bastante bien durante mucho tiempo con ese dinero. Sería una locura no vender.
Mientras Nicholas hablaba, algo cambió en _____; Nicholas se dio cuenta de que ella había advertido que, por enfadado que estuviese y por muy seguro que estuviese de tener razón, nunca vendería sus tierras.
Ella lo estaba mirando con aquellos ojos marrones que desbarataban su cordura y que le hacían hacer cosas estúpidas, cosas que podían llevarlo a la muerte. Jack estaba enamorado de ella. Nicholas se dio la vuelta maldiciendo.
—Casados o no, es tu tierra no la mía. Haz lo que quieras con ella.
Le dio una patada al yeso desconchado del cenador y abrió un agujero más que hacía juego con los que sentía en su cabeza. Se marchó pensando que las mujeres eran el mismo diablo.


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"Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA - Página 13 Empty Re: "Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA

Mensaje por Andrea P. Jonas:) Sáb 12 Ene 2013, 5:21 pm

Capitulo 26
El reverendo Allen tuvo la amabilidad de acompañar a Alice a casa, puesto que parecía que su marido se había olvidado de ella.
Ella sabía por qué, por supuesto. _____ Maitland.
Alice invitó al reverendo a tomar el té, pero afortunadamente el hombre no aceptó la invitación. Ella subió a su habitación y argumentó que tenía un terrible dolor de cabeza para retirarse ante la posibilidad de tener visitas. Quería estar sola para pensar.
Jack siempre había estado enamorado de _____. Alice lo sabía. Lo había sabido desde el primer día que llegó a aquel pueblo perdido, desde la primera vez que había visto a aquella mujer con su desgastado vestido de algodón marrón entrar en el colmado que Jack había comprado con el dinero de su padre. Lo había sabido por la forma en que su marido la miró, con furia y dolor. Y hambre. El hecho de que _____ fuese ahora una mujer casada no cambiaba nada.
Durante ocho años de matrimonio, Alice había podido averiguar muy poco, porque su marido hablaba poco de su pasado, pero sabía que su marido quería construir un imperio sólo por una razón: para demostrar su valía a todos. Para humillar a todos aquellos que en su día le habían mirado por encima del hombro, incluyendo la mujer para la que nunca había sido suficiente.
Alice se dejó caer en el borde de la cama y se quitó el sombrero con gesto de agotamiento. Se abanicó con el sombrero de paja y recordó melancólicamente la fresca brisa de Newport, lo maravilloso que había sido visitar a sus amigos y poder ir de compras por las elegantes tiendas. Miró por la ventana el campo ondulado, que parecía extenderse de manera interminable en la distancia. Sintió como si estuviese lejos de cualquier sitio. Apenas llevaba en Luisiana veinticuatro horas y ya sentía una terrible añoranza de casa.
¿Por qué, por qué, por qué quería Jack construir allí su imperio? Cuando le conoció, había hablado de Luisiana como si lo odiase. Cuando se casó con él, ella dio por supuesto que su padre le metería en la naviera, o en la fábrica textil, o en cualquiera de los negocios que poseía. Nunca pensó que entre los dos pondrían en marcha un proyecto que la acabase mandando tan lejos de su casa.
Hubiese deseado dejarlo sin más. Dejarlo con su nueva Atlanta, su vía de ferrocarril y sus recuerdos de _____ Maitland. Pero no podía. Sabía que sus infantiles alardes y sus maneras agresivas sólo eran una forma de disfrazar una vida entera sintiéndose inferior. Ella lo quería. Pero deseaba irse a casa.
Su padre estaría con ellos la semana siguiente. Quería controlar los planos del ferrocarril y estudiar la ruta que se pensaba seguir. Alice sabía que se le estaba agotando la paciencia con aquel proyecto, gracias en parte a la semilla de la duda que ella misma había plantado en él durante las semanas que habían pasado juntos en Nueva York y en Newport, gracias a las sutiles indirectas que ella misma había lanzado a los inversores durante las fiestas y las reuniones. Sólo cabía esperar que sus esfuerzos no hubieran sido en vano. Si Jack no conseguía hacerse con la tierra de _____ para cuando su padre llegase, si su padre finalmente comprobaba lo desgraciada que era allí, y si sus indirectas habían alterado suficientemente a los inversores como para que presionasen, su padre abandonaría al fin aquel ridículo proyecto.
Alice miró fijamente por la ventana los campos de algodón de Jack que para ella no eran más que una vasta tierra baldía de color blanco y confió en que se cumpliesen sus deseos.

Después de la comida del domingo, Nicholas pasó la tarde poniendo el cristal de las ventanas que _____ había comprado en Monroe. Ella y las niñas fueron al melocotonar a recoger los últimos melocotones, aquellos que habían estado demasiado verdes unos días atrás. Bastante antes de ponerse el sol, Nicholas acabó con la ventana, y cuando entró en la cocina, encontró a _____ y a las niñas rodeadas de cestos de fruta y de tarros de cristal. El aire estaba impregnado de aroma a melocotones, clavo y canela.
Le habría gustado darse la vuelta y salir de la cocina, pero las niñas tenían otros planes. Inmediatamente le cogieron para que les ayudase. Miró a _____, pero ella no dijo nada, así que decidió quedarse. Resultó especialmente útil para transportar cubos llenos de agua desde el pozo y para colocar los tarros llenos en las estanterías más altas de la despensa.
Cuando ya no le necesitaban, se quedó sentado en la mesa observando intrigado. _____ parecía tener el proceso orquestado como si fuese una fábrica y las niñas entrenadas como si fueran trabajadoras en cadena. Marian lavaba y secaba los tarros; Becky pelaba la fruta, quitaba el hueso y la partía; Sophi llenaba los tarros que había sobre la mesa con los trozos de fruta y después les echaba almíbar, mientras _____ rellenaba el resto de tarros con el resultado. Después cerraba cada tarro con una tapa metálica y los metía dentro de dos gigantescos recipientes con agua que se ponían al fuego para hervir. Mientras tanto, se preparaba otra tanda.
Cuando el último tarro estuvo sellado y metido en el agua, _____ y Becky prepararon una rápida cena mientras Nicholas les contaba a Sophi y a Marian algunos de sus increíbles cuentos irlandeses poniendo una cara tan seria como la de un jugador de póquer que hubiera apostado cincuenta dólares en la mesa sin tener una buena baza. Las dos niñas no se perdían ni una sola palabra, tal como lo había hecho el propio Nicholas cuando era niño y le contaban historias. Para cuando acabaron de cenar, les había convencido completamente de que los duendes existían.
Querían otro cuento, pero _____ anunció que era la hora del baño y de prepararse para ir a la cama. La madre levantó las manos para detener el aluvión de protestas que sabía que iba a seguir.
—Kate me ha dicho hoy en la iglesia, que ayer por la noche no se bañaron como debían —dijo— y mañana empiezan la escuela, así que todas arriba. Luego tendrán otro cuento.
Las niñas salieron de la cocina en tropel y _____ miró a Nicholas:
—Les contarás otro cuento, ¿verdad? —le preguntó vacilante.
—Sí, si quieren.
Sorprendentemente, ella le sonrió. Después cogió una tetera con agua hirviendo del fuego y subió arriba. Nicholas fue a su habitación y cogió un puro de su bolsa. Luego arrastró una silla de la cocina hasta el porche de atrás y se sentó.
Hacía una noche serena y cálida y la luna llena iluminaba el jardín. Las luciérnagas —las niñas las llamaban gusanos de luz— brillaban de vez en cuando. Se oían los grillos y el croar de las ranas, un coro que en su día había odiado, pero al que debía haberse acostumbrado, porque ya casi ni lo oía.
A través de la ventana abierta de arriba podía oír a Sophi y a Marian discutiendo por el jabón. Suponía que sería siempre de aquel modo en las noches que tocase baño.
Apoyó la cabeza contra la pared y cerró los ojos sonriendo. _____ aguantó la pelea durante unos diez segundos.
—No quiero oír a ninguna de las dos otra vez —dijo al final— o van directamente a la cama y se quedan sin el cuento de Nicholas.
La pelea cesó al instante. Él no se había dado cuenta de que sus historias tenían tanto valor.
Marian fue la primera que bajó de nuevo, descalza y vestida ya para irse a la cama, con el pelo húmedo por el baño. Chester, su sombra, bajó justo detrás de ella.
Se acurrucó en el regazo de Nicholas y le rodeó el cuello con el brazo, observándole con expresión solemne. Al cabo de un momento, la niña frunció el ceño como si estuviese pensando algo muy importante.
—¿Qué es lo que estás pensando, mó paisté? —le preguntó, apartándole un húmedo mechón de pelo de la frente.
Marian ladeó la cabeza.
—Como te has casado con mamá, ¿quiere eso decir que te podemos llamar papá a partir de ahora?
Apartó la mano de su cabello y sintió que iba a sufrir un ataque de pánico. El matrimonio era una farsa y él no era su padre, pero miró a los ojos de la niña y, aunque hubiera querido, no pudo decirle que no.
—Si quieres…
Ella sonrió encantada y acomodó la cabeza bajo su barbilla.
—Cuéntame otra historia sobre duendes —le ordenó.
—Creo que tenemos que esperar a tus hermanas —dijo, pero apenas había terminado la frase, apareció Sophi. Por la cara de desilusión de la chiquilla, se dio cuenta de que Marian le debía haber arrebatado el sitio de honor, así que, con un suspiro de resignación, movió a la niña para que se sentase en una de sus rodillas.
—Venga.
Sophi se instaló felizmente en la otra rodilla de Nicholas y así los encontró _____. Se detuvo junto a la puerta mirándolos algo divertida.
Nicholas se acordó de la noche en que _____ llegó y encontró a las niñas acurrucadas contra él profundamente dormidas, pero en ese momento no le resultó tan embarazoso.
—¿Becky no baja? —le preguntó.
_____ sonrió abiertamente.
—Me acaba de informar de que ya tiene catorce años y ya es demasiado mayor para que le cuenten cuentos antes de irse a dormir. —Llevó una silla de la cocina al porche y la colocó junto a Nicholas—. Sin embargo, yo no. Puedes empezar.
En aquella ocasión, él pudo contar la historia de Cuchulain y la corte de Emer sin que la audiencia se quedase dormida, cerrando el cuento con las palabras siguientes:
—Así fue cómo Emer fue cortejada como deseaba, y así fue cómo Cuchulain logró su mano y la convirtió en su reina. Vivieron felices para siempre —añadió. No era realmente cierto, pero no creía que las legendarias infidelidades de Cuchulain fuesen muy apropiadas como cuentos para niñas pequeñas.
Querían otro cuento, claro está, pero _____ se opuso.
—Es hora de irse a la cama —dijo con firmeza, y se levantó—. Mañana es el primer día de colegio. Venga.
Las niñas se bajaron del regazo de Nicholas a regañadientes y siguieron a su madre dentro de casa.
Él oyó la voz frustrada de Sophi.
—No entiendo por qué tenemos que irnos tan pronto a la cama. Ni siquiera tengo sueño. Me quedaré allí tumbada sin poder dormir en lugar de escuchar otra estupenda historia.
Nicholas sonrió. Sophi siempre tenía un razonamiento lógico e inteligente para salirse con la suya. Con su madre no le funcionaba, pero ella no dejaba de intentarlo.
De pronto, oyó el sonido de pasos rápidos y Marian volvió hasta él. Se detuvo junto a su silla.
—Se me ha olvidado decirte buenas noches —dijo sin aliento—. Buenas noches, papá.
Se puso de puntillas y le plantó un beso en la mejilla. Después se dio la vuelta y salió corriendo hacia dentro, dejando a Nicholas reponiéndose del impacto de aquella simple palabra. Llevaba implícita una carga de responsabilidades para las que él no estaba preparado. Lo que le había dicho a _____ dos noches atrás era la pura verdad. No sabía cómo ejercer de padre.
Se sintió de pronto inquieto y se puso en pie saliendo del porche. Sacó su puro y lo encendió. Cruzó el jardín y caminó entre los destartalados edificios que se veían de un gris plateado iluminados por la Luna.
«Papá.»
Otro hombre se habría sentido halagado, incluso encantado con la idea. Pero no Nicholas. Él estaba asustado. Qué irónico resultaba que las palabras de una niña pudieran despertar en él más miedo que todas las balas, las cárceles y el dolor al que se había enfrentado. Le invadió la desesperada necesidad de huir, pero no podía huir, era demasiado tarde. Era un padre.
Quizás debía empezar a pensar en el futuro, pero no podía. No podía pensar en el inacabable paso de los días, los meses y los años que le aguardaban. No podía aceptar la idea de que quedarse allí era para bien, de que no podía marchar, de que nunca encontraría paz. Lo único que podía hacer era lo que siempre había hecho. Enfrentarse a los días, uno a uno.
Cuando volvió a la casa, _____ estaba en el porche. Ella lo observó mientras atravesaba el jardín. Nicholas se detuvo al pie de las escaleras, tiró al suelo la colilla de su cigarro y lo aplastó con la bota.
—He ido a dar un paseo.
—Hace buena noche —le señaló la silla junto a ella—. Siéntate un momento conmigo.
No quería, pero se vio a sí mismo dirigiéndose hacia la silla en lugar de alejarse. Se sentó. Sintió que debía decir algo, pero no sabía qué decir. No sabía lo que _____ esperaba. Se recostó en la silla y se echó para atrás. Se movió inquieto intentando encontrar una postura cómoda, pero no podía relajarse.
—Es una pena que no tengamos el balancín del porche —dijo ella—. Sería mucho más cómodo que estas sillas.
No era la silla lo que le hacía estar incómodo.
—¿Un balancín?
Ella asintió.
—Había uno aquí afuera. Mi padre se lo regaló a mi madre. Creo que, de todos los regalos que le hizo, ése era su favorito. Recuerdo que estaba pintado de color blanco y tenía cojines estampados. Mi madre y mi padre solían sentarse en él en las noches de verano, balanceándose cogidos de la mano como si todavía fueran novios —sonrió—. Una noche, me levanté a escondidas para coger unas galletas. Yo debía estar en la cama y les vi aquí afuera. Estaban… —se calló de pronto y se alisó la falda algo nerviosa—. Mamá estaba sentada en el regazo de papá y se estaban besando. Para mí fue toda una sorpresa. Nunca me hubiese imaginado a mis padres haciendo algo así.
Nicholas nunca había pensado realmente qué hacían los maridos y sus mujeres en las noches de verano, pero si estaban enamorados, probablemente debían sentarse en balancines en el porche y besarse mientras los niños dormían.
—¿Qué pasó con él?
_____ tardó en responder.
—Cuando mi madre murió, a mi padre le resultaba durísimo verlo cada noche y saber que ella ya no iba a sentarse nunca más allí. Una noche salí y le encontré con la cabeza hundida en las manos llorando. Al día siguiente, cogí el balancín y lo regalé. Quizás hice mal, pero no podía soportar verle sufrir de ese modo.
Eso también era amor, pensó Nicholas, el dolor y la pérdida. Se dio la vuelta y miró el jardín iluminado por la Luna. Pensó en todas las personas a las que él había amado. Todas se habían ido y el dolor de perderlas era algo que no quería volver a sentir.
Se hizo de nuevo el silencio, pero _____ no hizo intento alguno por romperlo. Nicholas se dio cuenta que no esperaba que le diese conversación y empezó a relajarse un poco. Se le pasó por la cabeza que igual _____ lo único que quería era exactamente lo que estaban haciendo, estar allí sentada compartiendo la tranquilidad de la noche con él. De algún modo, conforme el silencio se alargaba, Nicholas empezó a sentir que era incluso agradable.
—Se está haciendo tarde.
La suave voz de _____ rompió esa agradable tranquilidad. Él no se movió, pero sus músculos se tensaron. Sabía lo que estaba diciendo, con el rabillo del ojo vio que se estrujaba nerviosamente la falda con la mano, arrugando la gastada tela azul.
—Es hora de irse a la cama —añadió levantándose.
Nicholas no estaba preparado para la avalancha de emociones que esas palabras le provocaron, la repentina e irresistible necesidad de ella y la necesidad de abrazarla, apretarla contra él, protegerla de cualquier peligro que hubiera en el mundo. Pero cuando volviesen las pesadillas, ¿quién le protegería a ella de él?
—Buenas noches —dijo él con voz neutra sin mirarla—. Que duermas bien.
_____ vaciló moviéndose incómoda junto a su silla.
—¿No subes?
Nicholas se acordó de la noche de Monroe, de cómo se había quedado dormido con _____ entre sus brazos, un sueño sin pesadillas ni fantasmas del pasado, sin demonios que lo acechasen. Pero podían volver y no podía estar con ella cuando eso ocurriese.
—No.
_____ siguió sin irse.
—Nicholas, quiero que vengas arriba conmigo.
Puso una mano sobre su hombro y él se puso rígido.
—No puedo —dijo—. Lo siento.
Cerró los ojos y respiró profundamente, a la espera. Pareció transcurrir una eternidad hasta que _____ apretó la mano ligeramente y después le soltó, alejándose para entrar en casa.
Nicholas recordaba vívidamente la noche en Monroe, cada botón que había desabrochado, cada curva de su cuerpo, cada uno de sus gemidos de placer, su pérdida completa de control. Recordaba haberse quedado dormido y haber despertado con su aroma, sintiéndola; un placer casi tan grande como hacerle el amor. Había una paz en todo ello que no había experimentado desde niño y que pensó que nunca volvería a encontrar.
Pero la paz era una ilusión y no duraría. Sus pesadillas volverían cuando su lado oscuro emergiese sin previo aviso, entre gruñidos y furia, bañado en sudor y chillando, o peor aún, suplicando piedad, patético y roto. Ella había vislumbrado algo de ese otro hombre y él sabía que le había asustado. Incluso podría hacerle daño, golpearla en medio de la oscuridad al no saber dónde estaba, al no poder reconocerla, al no poder separar el presente del pasado.
Se la imaginó arriba en su habitación, tumbada en la cama con el cabello suelto sobre la almohada, con el camisón de botones perlados alrededor de sus piernas, sin nada más debajo de la delicada tela, excepto su suavidad y su calidez. Se sintió presa del deseo, un deseo hambriento, ardiente y desesperado.
Era insoportable desearla con tanta intensidad, impensable necesitarla con ese anhelo tan desesperado, peligroso creer que de algún modo ella conseguía mantener alejados sus demonios. No quería necesitarla, porque la necesidad creaba dependencia. No podía confiar en ella, porque en la confianza anidaba la traición. Era mejor no ver el paraíso antes que verlo un instante, poder asirlo y después perderlo.
Se fue a su habitación y durmió con sus demonios para despertarse solo.

El lunes fue el primer día de colegio, y como todas las mañanas del primer día de colegio que había vivido _____ con anterioridad, resultó ser una prueba para ella. Sophi no quería llevar esos tontos lazos en el pelo y odiaba su uniforme escolar porque tenía un volante fruncido. Marian estaba llorando porque al darse cuenta de que su madre no estaría con ella, toda su ilusión por ir al colegio se había desvanecido. Becky se quejaba porque decía que no era adecuado ofrecerle a la señorita Sheridan como regalo en el primer día de colegio otra vez tres tarros de melocotón en almíbar. Nicholas no resultó ser de ninguna ayuda. Se escabulló por la puerta de atrás a mitad del desayuno, justo en el momento en que Marian vomitó. Era evidente que los jaleos domésticos eran todavía algo extraño para él. _____ vio cómo se marchaba y se preguntó si siempre sería así.
Cuando llegó Oren para llevarse a las niñas al colegio junto con sus chicos, _____ sintió un enorme alivio al verlas marchar. Entró en la cocina, donde parecía que había pasado la Armada de la Unión, se remangó y empezó a recoger el desastre.
Le bastaron treinta minutos, el tiempo suficiente para fregar todos los platos del desayuno, y de pronto se dio cuenta de que, por primera vez en muchos años, estaba completamente sola en casa. Marian siempre había estado en casa con ella y eso había hecho más fácil el primer día de colegio de Becky y Sophi. Pero aquel día Marian ya se había ido al colegio con ellas y no estaba en casa agarrada a sus faldas y reclamando atención.
Se sentó en una de las sillas de la cocina y de pronto se sintió muy sola. La casa estaba tan silenciosa. Echaba de menos a su niña.
Chester se puso a su lado y le acarició la mano con el hocico, indicándole que él también echaba de menos a Marian. _____ le dio una palmadita en la cabeza, se apartó una lágrima solitaria de la mejilla con gesto impaciente y se dijo a sí misma que no debía ser tan boba. Tenía montañas de ropa que lavar y quedarse ahí sentada no iba a solucionar nada.
Pero en lugar de ponerse manos a la obra, tal como debía, puso el codo en la mesa, apoyó la mejilla en su mano y se quedó mirando fijamente y con desolación la cocina vacía.
Se preguntó qué estaría haciendo Nicholas. Probablemente evitarla. No podía culparle por ello. Nunca había querido atarse a una granja y a una familia ya hecha. Sólo se había casado con ella por obligación. Pensó melancólicamente en aquella noche en Monroe, cómo por un breve instante él le había dejado entrar en su solitaria vida y el precio que había tenido que pagar por ello.
Sintió una profunda desolación al pensar que tendría que pasar su vida amándole y que no la amaba, que no la quería, que incluso podría odiarla por lo que había estado obligado a hacer. _____ sabía que podía despertarse cualquier día y encontrar que se había marchado.
Miró hacia el techo y confesó su mayor temor al único que sabía que la estaba escuchando.
—¿Cómo hago para que olvide el pasado? —susurró—. Le quiero tanto, pero me temo que no es suficiente.
Sabía que lo único que podía hacer era seguir amándole y esperar lo mejor. No iba a ir con pies de plomo, o a preocuparse por lo que pudiera pasar, o hundirse en la autocompasión. Se levantó de la mesa y se puso a trabajar.
Al mediodía, la colada colgaba del tendedero, había regado el jardín y en el fuego ardía una cazuela con sopa de verduras. Puso una bandeja de pan de maíz en el horno y fue a buscar a Nicholas para decirle que la comida estaba lista. Pero no le encontró en el jardín ni en ninguno de los edificios que rodeaban la casa y se quedó preguntándose dónde habría ido.
Pero no siguió buscándole. Cuando se sentía agobiado, se retiraba a una distancia prudencial para estar solo. Era su forma de actuar, y ella no iba a ir persiguiéndole. Comió sola, planchó y procuró no pensar en lo silenciosa y vacía que estaba la casa.
A media tarde, ya no podía soportar la tranquilidad por más tiempo. Fue de nuevo en busca de Nicholas. En esa ocasión le resultó mucho más fácil encontrarle. Estaba en la vieja cabaña donde Nate guardaba las herramientas, buscando entre sus cosas. Levantó la vista cuando ella entró en la caseta polvorienta y oscura.
—Te has quedado sin comer —le dijo procurando que su voz sonase indiferente. Se preguntó dónde había estado, cómo había pasado el día, pero no le interrogó.
—¿Tienes hambre? —le preguntó.
Él negó con la cabeza.
—Gracias, pero ya se ha hecho tarde. Me esperaré a la cena —cogió un cubo roñoso y señaló un montón de trastos viejos sin usar en un rincón—. ¿Te importa si utilizo algo de eso?
—Claro que no. No tienes que pedirme permiso, Nicholas —dijo con voz tranquila—. Ahora ésta también es tu casa.
Nicholas apretó los labios y se dio la vuelta arrodillándose para hurgar entre un montón de herramientas. —Sí, supongo que así es.
No parecía feliz al decirlo, pero ¿qué podía esperar? Para evitar que sus pensamientos siguiesen un doloroso curso, cambió de tema.
—¿Qué es lo que vas a hacer con esos trastos?
—No lo sé. Pero es una pena dejarlos aquí esperando que las termitas los devoren. —Hizo una pausa y levantó la vista para mirarla—. Mientras arreglaba el tejado, noté que me sentaba bien volver a tener un martillo en la mano. Hacía mucho tiempo que no trabajaba la madera.
—¿Es eso lo que hacías en Irlanda?
Él asintió.
—Empecé a trabajar como aprendiz de carpintero con dieciséis años.
_____ se apoyó en la pared de la cabaña cubierta de polvo de Nate junto a la puerta mientras Nicholas seguía rebuscando entre el contenido de una caja.
—¿Lo dejaste para ser boxeador?
—No —contestó poniéndose en pie y levantando la caja. La colocó junto a _____ en un banco de trabajo—. Lo dejé para ser un rebelde —dijo sacando una lija de la caja para examinarla de cerca—. Un feniano, una pesadilla constante para el Imperio británico.
Ella recordó sus amargas palabras cuando estaba borracho dos noches atrás, y supo por la mirada irónica que él le lanzó que Nicholas también se acordaba. Pero no tenía ninguna intención de entrar en el tema del alcohol, bajo ningún concepto, en aquel momento.
—Feniano —repitió despacio. Era una extraña palabra—. ¿Tiene que ver con algún tipo de sociedad secreta?
—Sí. La Hermandad Republicana Irlandesa —dejó la lija de nuevo en la caja—. Tu hombre tenía buenas herramientas.
Sus palabras le resultaron tan graciosas que sin poder evitarlo rompió a reír.
Nicholas la miró extrañado.
—¿He dicho algo divertido?
_____ se tapó la boca con la mano y sacudió la cabeza riéndose y sin poder hablar.
—Nate tenía casi setenta años —dijo finalmente—. Era negro como el carbón, con una larga y rala barba blanca, y tenía los dientes amarillos de mascar tabaco —puso cara de asco—. Una costumbre asquerosa. Era un viejo entrañable, pero no era ni por asomo «mi hombre» como tú dices.
—Es una forma de hablar, cielo. En Irlanda decimos «tu hombre» para referirnos a alguien que conoces, o a alguien que acabas de conocer, o incluso a un extraño que se te presenta. De hecho —añadió sonriendo— ahora que lo pienso, puedes usarlo para referirte prácticamente a todo el mundo.
—Es curioso cómo la gente utiliza las palabras de forma diferente, ¿verdad?
—Bueno, los irlandeses tienen fama de usar expresiones que los demás encuentran divertidas.
—¿Como cuáles?
—Si me encuentro con alguien que no he visto en mucho tiempo, probablemente le diré algo como: «Pero mira, Daniel O'Shea, ¿eres el mismo?»
Ella sonrió.
—Bueno, aquí también decimos cosas que los yanquis encuentran raras.
—Esa es una de ellas.
—¿El qué?
—En Irlanda todos los americanos son yanquis.
_____ irguió la cabeza.
—Yo no soy una yanqui. Llamarme algo así puede ser el principio de una pelea.
—Me acordaré de eso —le dijo sonriendo maliciosamente—. O tendré que seguir agachándome para esquivar tus lanzamientos de huevos.
Y así, de pronto, estaban riéndose los dos. Ella le miró y se acordó de lo que había pasado después de los huevos. Poco a poco la risa se fue desvaneciendo.
_____ sintió un extraño hormigueo por todo el cuerpo. Él se acercó tan sólo unos milímetros y ella se dio cuenta de que iba a besarle. Se acercó hacia él.
—¡Papá! ¡Mamá! ¿Dónde están?
La voz de Marian les hizo dar un salto hacia atrás a ambos. Pero ninguno de los dos apartó la mirada. _____ se pasó la lengua por los labios secos y vio que Nicholas le observaba.
—Las niñas están en casa —dijo.
—Ya me he dado cuenta —contestó él secamente.
—¿Papá? ¿Mamá? ¿Dónde están?
_____, que llevaba todo el día añorando a las niñas, se sintió casi molesta por la intromisión. Salió por la puerta de la caseta y miró hacia la casa. Becky y Sophi se acercaban por las escaleras del porche y Marian les había tomado la delantera.
—¡Estamos aquí! —llamó saludándolas con la mano. También saludó a Oren y a sus cuatro niños en edades escolares mientras éste daba la vuelta al carromato para irse a su casa.
Marian llegó volando a la caseta y _____ sonrió abriéndole los brazos. Pero la niña pasó de largo, le saludó con un mero «hola, mamá» y entró en la cabaña corriendo buscando a Nicholas.
_____ se dio la vuelta y desde el marco de la puerta observó sorprendida y algo divertida cómo Nicholas tomaba a la niña en sus brazos.
—¡Mira, papá! —dijo excitada, sujetando un pedazo de papel en una mano y rodeando a Nicholas por el cuello con el otro brazo—. Mira lo que he dibujado en la escuela. Es un canguro. Viven en Australia. Me lo ha dicho la señorita Sheridan.
¿Papá? _____ estaba demasiado sorprendida como para sentirse herida por la falta de atención. Marian le había llamado papá y a Nicholas no parecía importarle. De hecho, ni siquiera parecía sorprendido.
Él observó el dibujo.
—Desde luego, pequeña. Sí, es un canguro. Es un dibujo fantástico. Creo que tendremos que enmarcarlo y colgarlo en alguna pared de la casa —miró a _____— ¿no crees?
—Por supuesto —contestó ella riendo, apartando la cabeza para disimular y contener otro arrebato de llanto. Pero esta vez no eran lágrimas de melancolía.
Sophi fue la siguiente en llegar e inmediatamente requirió la atención del padre, mostrándole su dibujo de un castillo y explicándole para qué servía un parapeto.
Becky llegó la última. Le mostró a Nicholas un intrincado mapa de Irlanda que había dibujado con todos los condados y sus principales ciudades. Él le leyó en voz alta los nombres tan poco familiares para ella: Sligo, Leitrim, Donegal…
A través de sus ojos borrosos, _____ observó a sus hijas clamando la atención de Nicholas y por primera vez tuvo esperanzas sobre su matrimonio. Fue junto a ellos y echó un vistazo a los dibujos que habían hecho sus hijas. Después de alabarlos hasta la saciedad, dijo:
—Hay galletas en la cocina. —Las tres salieron corriendo de la cabaña—. Sólo dos cada una o no cenaran. Y dejen las fiambreras de la comida —les gritó.
Volvió su atención hacia Nicholas, que sostenía el dibujo de Marian en la mano y lo estaba estudiando.
—¿Un canguro? —le preguntó dubitativo mirándola.
_____ se acercó para mirar de nuevo el dibujo y después le dio la vuelta a la hoja de papel.
—Definitivamente, es un canguro.

A la mañana siguiente, Nicholas se despertó con el ruido presuroso de pasos en el piso de arriba. Eran las niñas preparándose para ir al colegio. Luego de vestirse, fue a cortar leña para _____, la llevó a la cocina y encendió el fuego. Después cogió el cubo que había colgado de la pared y fue a ordeñar la vaca, pues _____ estaba demasiado ocupada ayudando a las niñas a prepararse. Creía que necesitaría algo de ayuda en sus tareas.
Ella lo encontró en el establo. Nicholas levantó la vista cuando ella entró y se fijó en su expresión desconcertada.
—Estás ordeñando la vaca —dijo.
—No tienes por qué estar tan sorprendida. Sé cómo hacerlo —sacó el cubo lleno de debajo de Princess, se puso en pie, dejó a un lado el taburete para ordeñar y le tendió el cubo de leche a _____. Ella lo cogió, pero lo siguió mirando como si fuese lo último que esperase haber visto en su vida. Nicholas notó que la cara de _____ se iluminaba con una radiante sonrisa.
De pronto se sintió incómodo. No quería que se sintiese tan encantada con aquel gesto.
—He pensado que necesitarías algo de ayuda por la mañana ahora que las niñas van a la escuela —explicó apartando la vista. Señaló el saco de pienso para los pollos en el rincón—. Si te parece, me ocuparé también de dar de comer a las gallinas.
—Gracias —dijo ella dirigiéndose a la puerta con el cubo de leche en la mano. En la puerta se detuvo y se dio la vuelta—. ¿Nicholas?
—¿Sí?
—Si me traes los huevos, prepararé el desayuno. Tengo pan fresco en el horno esta mañana.
Desapareció por la puerta antes de que él pudiera responder, pero sus palabras aliviaron la tensión de Nicholas, que fue sustituida por una sensación de satisfacción.


A partir de aquella mañana, se estableció una rutina en la casa. Mientras _____ ayudaba a las niñas a prepararse para ir a la escuela, Nicholas se ocupaba de las tareas matinales. Cuando le llevaba la leche y los huevos, _____ preparaba el desayuno mientras él se bañaba y se afeitaba con el agua que ella le había calentado previamente. Después del desayuno, las niñas se iban a la escuela y los dos se dedicaban a hacer sus tareas. Con un tácito acuerdo, dividieron el trabajo en dos partes diferenciadas: mientras _____ se ocupaba de las tareas de la casa, Nicholas lo hacía de todo el trabajo exterior y de todo lo que requiriese una escalera.
Para su sorpresa, descubrió que la rutina que iba definiendo sus días no le resultaba agobiante. Era libre de decidir cómo pasar el día, podía hacer el trabajo que le apeteciese y le resultaba estimulante. En lugar de sentirse agobiado, empezó a sentirse bastante satisfecho cuando trabajaba duramente y se mantenía ocupado durante todo el día, cuando llegaban las niñas por la tarde y le explicaban lo que habían aprendido ese día, cuando se sentaba a cenar y les oía bendecir la mesa, cuando en el frescor de la noche se sentaba junto a _____ en la incómoda silla del porche trasero y disfrutaba de la quietud y la serenidad.
En lo más profundo de él, algo lo llevaba hacia esos momentos con ella, como una planta que vira hacia la luz del sol. Pero no creía que pudiera durar. Y aunque una parte de él lo esperaba, lo ansiaba, otra parte se mantenía inquieta y tensa, a la espera de que todo terminase, de que todo a su alrededor se rompiera en pedazos.
Continuaba durmiendo solo y _____ no hizo ningún otro intento de cambiar la situación. Sabía que ella no entendía sus razones, pero no podía explicárselas. Había pasado la mayor parte de su vida solo y nunca había sentido el deseo de confiar en alguien. No podía hacerlo ahora. Pero había ocasiones, cuando estaban sentados en el porche el uno junto al otro, cuando la veía bajar la cabeza sobre la costura, el rostro iluminado dulcemente por la luz del candil a través de la ventana de la cocina, en que sentía el abrumador deseo de confiar en ella. Pero la vergüenza lo mantenía en silencio.
Había ocasiones también en las que lo único que quería era cogerla, llevarla escaleras arriba y hacerle el amor. Sólo la visión de su cabello al sol o el sonido de su voz cuando pronunciaba su nombre bastaban para excitarlo. Pero se acordaba de todas las mujeres que había tenido y que se habían despertado por la mañana para encontrarse con que él ya se había marchado. Y no podía tratar a _____ de aquel modo. Se merecía un hombre que durmiese junto a ella después de hacer el amor, y él no podía hacer eso.
Todavía tenía pesadillas, y avanzada la noche, cuando todo el mundo dormía en la casa, a menudo se dirigía a la cabaña de las herramientas con un candil y trabajaba algunas horas, manteniendo sus demonios a raya con un martillo y una sierra en lugar de con un saco de boxeo. Estaba haciendo algo especial y no quería pensar en la razón por la que lo estaba haciendo.

Andrea P. Jonas:)
Andrea P. Jonas:)


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Mensaje por Faby Evans Jonas Sáb 12 Ene 2013, 10:09 pm

aajhsgdsjds perdon por desaparecer! me pongo al dia YA!
Faby Evans Jonas
Faby Evans Jonas


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Mensaje por Andrea P. Jonas:) Dom 13 Ene 2013, 3:08 pm

Hoooooolaaaaa!! :D
Niñas o niña (según cuantas lean esto :P ) pues hoy es el final de la nove! espero que les haya gustado y pues nada GRACIAS! por comentar y apoyarme :D en especial a Chelis que estuvo desde siempre muchas muchas gracias! a todas les agradesco infinitamente no quiero hacerlas menos o cosas asi! eeee! no se me sientan mal! eeesstee pues nada mas! las AMO A TODAS! ahorita voy a subir dos caps y mas tardesillo subiré los otros dos! ok? bueno espero que les gusten! aaadiiooos! :D
Andrea P. Jonas:)
Andrea P. Jonas:)


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Mensaje por Andrea P. Jonas:) Dom 13 Ene 2013, 3:13 pm

Capitulo 27
El sábado al atardecer se iba a celebrar el baile de la cosecha y aquella mañana Becky se probó su vestido de seda azul por lo menos cinco veces, le preguntó a _____ al menos doce veces si le quedaba bien y estaba tan nerviosa que al final su madre perdió la paciencia con ella.
—Por el amor de Dios, Rebecca Ann, encuentra algo con lo que entretenerte —exclamó agotada cuando Becky empezó a preguntarle de nuevo—. Me estás volviendo loca.
—Pero, mamá, me acabo de dar cuenta de algo.
_____ suspiró exasperada y levantó la vista del pote donde estaba haciendo la mantequilla.
—Nicholas se ha llevado a tus hermanas a pescar al arroyo, ¿por qué no vas con ellos?
—Pero, mamá…
—Fuera —dijo _____ señalando la puerta.
Becky se dio la vuelta y salió de la cocina dando un portazo, dejando claro que pensaba que su madre era la mujer menos sensible y menos atenta del mundo. A _____ no le importó. Se sintió aliviada.
Pero una hora más tarde, cuando se dirigió al establo, descubrió que Nicholas y las niñas no estaban pescando. Oyó sus voces dentro del establo.
—Un, dos, tres… Un, dos tres…
¿Qué estaba…? Entró en el establo y se detuvo de golpe, sorprendida ante la escena que tenía ante sus ojos. Nicholas estaba enseñando a Becky a bailar un vals, mientras Marian y Sophi, sentadas en dos sacos llenos de polvo en un rincón, los observaban.
El baile. Estupefacta, _____ se dio cuenta de que Becky nunca había aprendido a bailar el vals porque ella nunca le había enseñado. Se preguntó cómo había podido olvidarse de algo tan obvio. Estaba claro que su hija tampoco se había dado cuenta hasta esa misma mañana.
Nicholas acompañó a la niña en una vuelta y la hizo parar.
—Perfecto —dijo—. Limítate a contar con la cabeza, pequeña, y al cabo de un rato, te saldrá con naturalidad. Y recuerda que tu chico probablemente estará también contando.
—Gracias, papá —susurró y le rodeó el cuello con los brazos tiernamente—. Gracias.
Nicholas se dio cuenta de que _____ estaba de pie en la puerta.
—La chica lo hará bien, ¿no crees? —le dijo de lo más complacido.
—Sí, ya lo creo —contestó _____ sonriéndole a su hija.


Aquella noche, en el salón del ayuntamiento de Callersville y de pie junto a la mesa de refrescos, vieron que Jeremiah llevaba del brazo a Becky hacia la pista para bailar otro vals más y _____ se dio cuenta de que Nicholas no estaba tan complacido.
—Lleva ya cuatro valses —comentó frunciendo el ceño.
_____ no se había dado cuenta de que los estaba contando.
—Bueno, Becky ha puesto el nombre de Jeremiah en todos los valses de su cartilla de baile.
Nicholas frunció aún más el ceño.
—Están bailando muy agarrados, ¿no crees?
_____ se dio cuenta del tono desaprobatorio y miró a Becky y a Jeremiah, que estaban bailando a una distancia de lo más respetable. Le lanzó una mirada interrogativa a su marido con el rabillo del ojo. Él estaba mirando a los dos chicos con el ceño cada vez más fruncido.
_____ se hizo a un lado conteniendo la risa y cogió unos vasos de limonada para Marian y Sophi, que estaban junto a ellos. Realmente era un hombre de lo más imprevisible.
—Oh, la verdad es que no creo que debamos preocuparnos —murmuró, aunque secretamente estaba encantada con la desaprobación de Nicholas, que era claramente paternal.
—¿Cómo puedes decir eso? —le preguntó él sin dejar de mirar a la pareja de baile—. Sólo tiene catorce años. Quizás debería tener una charla con el chico.
Con un enorme esfuerzo, _____ disimuló la risa y le tendió un vaso de limonada. Pero él estaba demasiado ocupado mirando ceñudamente a Becky y a Jeremiah como para darse cuenta de la sonrisa disimulada de su esposa.

Marian y Sophi estaban totalmente dormidas cuando llegaron a casa. Becky, todavía tarareando la melodía del vals con aire soñador, subió la primera las escaleras con el candil. _____ la seguía con Marian en brazos y Nicholas iba detrás con Sophi.
En el pasillo, _____ tomó el candil de manos de Becky.
—Vete a la cama, cariño.
Becky obedeció caminando hacia su habitación como si flotase entre nubes. Nicholas se giró hacia _____, que la miraba con una sonrisa. Ella le devolvió la mirada y le susurró:
—Creo que se lo ha pasado bien.
Él pensó que se lo había pasado demasiado bien para su tranquilidad de espíritu. Sería mejor que mantuviese vigilado a ese Jeremiah Miller.
—¿Llevas tú a Sophi a la cama? —le preguntó _____ sacándolo de sus pensamientos.
Asintió y llevó a la niña a su habitación. Guiado por la luz de la luna que entraba por la ventana, la dejó en la cama. La apoyó sobre uno de sus brazos y con el otro apartó las sábanas y la dejó con cuidado en el lecho. Luego la tapó y se dirigió hacia la puerta, pero la voz de Sophi lo detuvo.
—¿Papá?
Nicholas se sentó en el borde de la cama.
—¿Sí?
Abrió los ojos y parpadeó medio dormida.
—Cuando tenga edad para tener una cartilla de baile, tú serás el primero de la lista.
Él sintió una opresión punzante en el pecho, una opresión que le encogió el corazón y lo dejó sin habla. Vio cómo los ojos de Sophi se cerraban. En unos segundos, su pausada respiración le indicó que estaba dormida.
Se inclinó y la besó en la frente.
—Buenas noches, mó cailín —susurró, pero no se levantó. Se quedó sentado un rato mirándola mientras dormía.
Le construiría una casita en el inmenso roble que había junto al huerto, y cuando tuviese una cartilla de baile, se encargaría de comprobar todos los nombres de los chicos que se apuntasen en ella. En cuanto a Becky y Jeremiah, Nicholas decidió que no iba a permitir que se casase con aquel chico hasta que tuviese por lo menos dieciocho años. Marian querría seguramente una muñeca nueva para Navidad y un pastel para su próximo cumpleaños. Se imaginó viéndolas crecer y pensó que tendría que tener mano firme, especialmente con Sophi. Pero podía hacerlo. Pensó en los campos de algodón de la finca y se preguntó cuánto costaría la semilla de algodón.
Empezó a visualizarse en el futuro, se podía ver a sí mismo tumbado junto a _____, durmiéndose entre sus brazos. Se podía ver bailando el vals en todos los futuros bailes de la cosecha. Se podía imaginar a sí mismo jugando en el jardín los días de los cumpleaños de las niñas, con ellas y con los otros niños que tendrían _____ y él. Se podía imaginar a _____ riendo con ellos y cantando El patio de mi casa. Era una visión con promesas de cosas que poco tiempo atrás no se habría atrevido a desear.
En el momento en que se dio cuenta de eso, empezó a rechazar todas esas imágenes. De pronto, la imposibilidad de todo ello le golpeó el rostro y eliminó la bruma de lo que sabía que sólo era una fantasía.
Se recordó a sí mismo siendo niño, de pie a las puertas de una panadería de Derry, rodeado de nieve, mirando anhelante el escaparate donde había pasteles y pastas preparados para la Navidad de los ricos. Cómo había apretado la nariz contra el cristal y sentido el hambre revolverle el estómago.
Apartó los recuerdos de aquel niño hambriento y solitario, pero no podía apartar la idea de que, veinte años más tarde, todavía era el mismo niño hambriento, solitario y necesitado de entonces.
Nicholas se puso en pie y salió de la habitación de Sophi. Pasó por encima de Chester que había ocupado su puesto de centinela en medio del pasillo, y se dirigió a las escaleras. Miró hacia la habitación de _____ y vio la luz que se colaba por debajo de la puerta cerrada. Todavía estaba despierta.
¿Qué estaría haciendo en ese momento? Estaría sentada en el tocador cepillándose el pelo. O tumbada en la cama leyendo un libro. Quizás lo estaba esperando. Alargó la mano hacia el pomo de la puerta, pero se detuvo, dejándola suspendida en el aire. Era sólo una fantasía.
Dejó caer la mano y se alejó, cerrándose a lo que deseaba porque no se creía merecedor de ello.

A la mañana siguiente, después de misa, _____ se fue a casa de los Johnson de visita con las niñas. Nicholas, que quería acabar el proyecto en el que estaba trabajando, no las acompañó.
Estaba en la caseta cuando oyó ruido de ruedas. Salió y vio un carruaje negro y lustroso tirado por un par idéntico de caballos Morgan que entraba en el patio seguido por Chester, que ladraba furiosamente. El conductor detuvo el carruaje y un hombre al que Nicholas no había visto nunca, vestido elegantemente y sin duda con recursos, bajó de él. El hombre se dirigió hacia la casa, pero Chester le bloqueó el paso ladrando y el desconocido se detuvo.
Nicholas se sacudió el polvo de la ropa y cruzó el patio.
—Chester, calla —le ordenó.
El perro obedeció, pero lanzó un largo gruñido antes de sentarse sobre sus patas traseras.
El hombre se echó para atrás el sombrero con la punta de un bastón de ébano y se quedó mirando a Nicholas fijamente, como si lo estuviera estudiando. Él, que no era de los que se sentían intimidados por una mirada, le estudió con la misma minuciosidad.
—¿Nicholas Jonas?
—Sí, ¿quién es usted?
—Mi nombre es Hiram Jamison —no le tendió la mano para saludarle, pero siguió mirándolo con una cierta expresión arrogante.
Nicholas arqueó las cejas.
—¿Tengo que conocer su nombre?
El hombre se puso tenso.
—Soy el suegro de Jack Tyler.
Nicholas se dio cuenta de quién era y se preguntó cuánto le iban a ofrecer por la tierra en aquella ocasión.
—Cuánto lo siento. Mis condolencias.
Para su sorpresa, el hombre sonrió, pero la suya fue una sonrisa que no le iluminó los ojos.
—Jack tenía razón con respecto a usted. Es un bastardo arrogante.
—Mira qué bien. Yo estaba pensando lo mismo de usted.
Hiram Jamison echó un vistazo a su alrededor.
—Me gustaría charlar con usted, si no le importa. ¿Hay algún sitio donde podamos sentarnos y hablar?
Nicholas señaló la casa, pero no le invitó al hombre a entrar. Eso hubiera sido una cortesía por su parte y no se sentía dispuesto a ser cortés. Metió a Chester dentro y sacó dos de las incómodas sillas de la cocina de _____ al porche de atrás. Los dos hombres se sentaron.
—Señor Jonas, no soy un hombre al que le guste perder el tiempo y ya se ha perdido demasiado. Iré directo al grano. Jack ya le ofreció tres dólares por acre. Yo doblo esa cantidad.
Sólo por diversión, Nicholas hizo ver que consideraba la oferta. Después sacudió la cabeza.
—No.
Hiram se quedó sorprendido.
—¿No? —se inclinó hacia adelante—. Son tres mil dólares.
—Gracias, señor Jamison —dijo secamente—. Pero sé sumar.
El hombre enrojeció y Nicholas supo que era de ira y no de embarazo.
—Es la mejor oferta que vas a obtener —le dijo—. Acéptala, chico.
«Acéptala, chico.» Nicholas se acordó de las palabras de Eversleight de hacía ya tanto tiempo y de la moneda de seis peniques a la que le habría gustado escupir. Se acordó de todos los hombres que había conocido a lo largo de su vida que creían que podían comprar todo lo que querían. Sacudió la cabeza.
—No.
Hiram lanzó un suspiro de impaciencia.
—Está bien, ¿cuánto quieres?
Nicholas sonrió sabiendo que llevaba las de ganar y disfrutándolo al máximo.
—No tiene tanto dinero.
—Te aseguro que sí lo tengo, dime un precio.
—No tengo precio —dijo Nicholas poniéndose en pie—. Señor Jamison, esta tierra no está en venta. A ningún precio. Tendrá que construir su ferrocarril en otro sitio.
Hiram se puso en pie, pero no se marchó.
—Está claro que no sabes quién soy. Poseo tres líneas de ferrocarril, una compañía de barcos de vapor, cuatro minas de carbón en Pennsylvania, dos fábricas textiles y media docena de negocios más. Tengo una mansión en Nueva York, otra en Newport y un yate en Cape Cod.
Le lanzó una mirada despectiva a Nicholas y elevó el tono más nervioso:
—¿Y tú qué eres, chico? Nada más que otro ignorante irlandés de mierda muerto de hambre, como todos los ignorantes irlandeses de mierda que trabajan para mí, que cargan mis barcos y sacan mi carbón, que sacan brillo a mis botas y me traen el café por la mañana.
Nicholas había estado esperando pacientemente a que acabase su retahíla, y cuando lo hizo, se cruzó de brazos, le miró a los ojos y dijo:
—Le doy exactamente diez segundos para que se meta en ese elegante carruaje suyo y se marche. Estoy empezando a perder los nervios y, como ya sabe, los ignorantes irlandeses de mierda tenemos mal carácter.
Hiram se dio la vuelta y se alejó, pero se detuvo junto al carruaje y girando la cabeza, dijo:
—Te arrepentirás de esto.
—De eso no me cabe ninguna duda —contestó Nicholas mientras Hiram Jamison se subía a su carruaje. Una vez más, había desafiado a los poderosos. Estaba claro que nunca aprendería.

Kate le preparó a _____ una taza de té.
—Bueno, ¿y cómo va la vida de casada? —le preguntó sentándose frente a ella en la mesa de la cocina.
_____ miró fijamente la taza observando su reflejo ondulante en la bebida y no contestó.
—¿Tan bien?
La joven se mordió el labio y negó con la cabeza.
—No va mal, de verdad. Es tan bueno con las niñas y ellas lo adoran. Sólo desearía…
—¿Qué?
—Desearía que se pudiera abrir un poco —explicó _____, y acabó contándole toda la historia, cómo le había encontrado, lo que sabía de él, lo que había pasado en Monroe. Todo—. Ahora está tan encerrado en sí mismo —acabó mirando el té fijamente—. No duerme conmigo, Kate. Ni siquiera se acerca a mí.
Su amiga empezó a reírse y ella levantó la cabeza.
—¿De qué te ríes?
—La mayoría de mujeres casadas se quejan justo de lo contrario.
Kate suspiró al ver la cara de desolación de _____.
—Querida, la vida de casada nunca es fácil. Para nadie. Todas las parejas tienen problemas y lleva su tiempo solucionarlos. Nosotros nos peleábamos como el perro y el gato cuando nos casamos. Todavía lo hacemos a veces.
—Me gustaría que Nicholas y yo nos peleásemos —dijo _____ apoyando la barbilla en la mano—. Pero no hablamos lo suficiente como para pelearnos. No quiere estar casado. Nunca lo ha disimulado.
—Bueno, le guste o no, ahora está casado.
—Sólo porque no tenía elección.
—_____ —Kate dejó su taza de té a un lado y la miró con severidad—, si no puedes asumir las consecuencias, no debes actuar como si pudieses. Por supuesto que tenía elección. Nadie le obligó a acostarse contigo.
_____ se puso como la grana y no se atrevió a levantar la vista.
—Es un hombre maduro, ___(Dim), y sabía lo que estaba haciendo. Lo peor que puedes hacer es culparte a ti misma.
—¿Y qué hago?
—Dale tiempo, creo que acabará por acercarse a ti.
_____ levantó la vista.
—No me quiere.
—¿Te lo ha dicho?
—No con estas palabras, pero…
—Y tú, por supuesto, le dices cada mañana lo mucho que le quieres.
Sorprendida, _____ se irguió en la silla.
—Bueno, no; de hecho, no se lo he dicho.
—¿Por qué no?
—Porque me da miedo que si se lo digo salga corriendo —confesó con la boca pequeña.
—Cuando me casé, mi madre me dio un consejo que nunca olvidaré. Ya que tu madre no tuvo esa oportunidad, te diré lo que me dijo la mía. Me dijo que lo más importante de un matrimonio no es el amor, aunque también es importante. No es el dinero, aunque es de agradecer. Ni tampoco los niños, aunque normalmente van en el mismo paquete. Lo más importante es la confianza.
Alargó la mano por encima de la mesa y le apretó a _____ la suya animosamente.
—Creo que has escogido a un buen hombre. Ahora sólo tienes que tener fe en él. Por lo que me has contado, ha tenido una vida dura. Un hombre así no puede ir con el corazón en la mano, pero eso no significa que no tenga corazón.
—Gracias, Kate.
Ésta hizo un gesto de indiferencia con la mano.
—No hay de qué. Además, la próxima vez que Oren y yo nos peleemos, iré a llorar sobre tu hombro.


En medio de la noche, Sophi tuvo una pesadilla. Nicholas le oyó gritar «¡Papá! ¡Papá!» y subió las escaleras de dos en dos hasta su habitación. Cuando llegó, sus hermanas y _____ ya estaban allí. Ésta estaba sentada junto a la niña en la cama, acunándola. Sophi levantó la vista cuando él entró en la habitación, ignorando a Becky, a Marian y al siempre fiel Chester.
Nicholas fue hasta la cama y se sentó. _____ la dejó ir suavemente y él tomó en sus brazos a una Sophi sollozante. Sus gemidos de miedo le llegaron al corazón. La pequeña Sophi que nunca tenía miedo de nada.
_____ miró a sus otras dos hijas.
—Todo va bien —dijo suavemente—. Vuelvan a la cama.
Las niñas se fueron llevándose a Chester con ellas, y _____ volvió a centrar su atención en Sophi, mientras Nicholas la sujetaba entre sus brazos y le musitaba palabras suavemente.
Sha, sha —murmuró acariciándole el pelo—. Sha sha. Bermíd go Maite. Tá mé anseo —repitió en su dulce gaélico una y otra vez hasta que los sollozos de Sophi se transformaron en hipidos.
La apartó y le secó las lágrimas de las mejillas.
—¿Mejor?
Ella asintió, pero cuando él se movió para irse, le agarró: —No te vayas, papá.
—No me iré a ningún sitio, pequeña —se cambió de postura para poder apoyarse en el cabezal y aguantar a la niña en su regazo. Ella apoyó la cabeza en el pecho de Nicholas y cerró los ojos. Este miró a _____, que estaba sentada a su lado en la cama de Sophi, pero no dijeron nada. Al cabo de unos minutos, bajó la vista para mirar a la niña.
—¿Está dormida? —preguntó.
Nicholas asintió. Moviéndose con cuidado, se incorporó y la dejó sobre la cama, subiéndole las sábanas hasta la barbilla. Se inclinó y le plantó un beso en la mejilla.
—Buenas noches, mó paisté.
_____ también le dio un beso a Sophi y después los dos salieron de la habitación, cerrando la puerta y deteniéndose en el pasillo.
—Tendrás que enseñarme algo de irlandés —le dijo _____—. Parece que funciona.
—Tengo todavía algo de whisky, pero pensé que no me dejarías dárselo.
Ella le lanzó una mirada remilgada.
—Has pensado bien. En esta casa no habrá whisky. —De pronto le sonrió—. Oh, por Dios, me dije a mí misma que no diría estas cosas. Señor Jonas, me temo que tu mujer es una quejica.
«Mi mujer —pensó él—, mi mujer.»
Le acarició la cara, le rozó la mejilla y le pasó el pulgar por las pestañas. Pasó los dedos por el cabello de _____ y deslizó su otra mano a la altura de su cadera para acercarla hacia él.
No podía luchar, no quería luchar. Lo único que quería era besarla y acariciarla y tomarla. Quería complacerla, protegerla y hacer que se sintiese feliz por haberse casado con él. «Su mujer.»
—_____… —querría haber dicho algo más que sólo su nombre, pero no pudo. No podía pronunciar las palabras que expresasen lo que quería. Lo único que podía hacer era tomarlo.
Le soltó el cabello y, por detrás de su espalda, alcanzó el pomo de la puerta. La abrió y empujó a _____ dentro del dormitorio que deberían haber estado compartiendo desde el principio. Ella entró sin resistirse, y una vez estuvieron dentro, Nicholas cerró la puerta e incluso se acordó de echar el cerrojo.
En la oscuridad, buscó sus labios y le dio un beso largo y profundo. La tomó por la cintura y extendió sus dedos en su espalda para atraerla hacia él. Le besó la barbilla, la delicada curva de su cuello, y buscó hasta encontrar el botón superior de su camisón.
_____ le rodeó el cuello con los brazos.
—Oh, Nicholas —le susurró al oído—. Sí, sí.
Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no arrancarle a tiras el camisón. Le temblaban las manos mientras procuraba contener su deseo un poco más. Deslizó las manos hacia abajo y empezó a desabrochar los botones perlados, uno a uno, hasta que los veintiséis estuvieron sueltos. Tomó las solapas de la prenda y la deslizó por sus hombros, cayó por sus brazos y se quedó suspendida a la altura de sus caderas.
Nicholas la dejó allí y subió las manos por sus costillas hasta tomar su larga coleta. Le quitó el lazo que la sujetaba y el cabello de _____ cubrió sus manos. Acarició su sedoso cabello, grueso y pesado mientras saboreaba la piel caliente de su cuello y sentía el ritmo frenético del pulso de _____ contra su lengua bajo la curva de su mandíbula.
Amaba su pelo, su piel, sus pechos, su aroma, su corazón; toda su dulzura le arrastraba poderosamente sin que su voluntad pudiera resistirse. Le alarmaba y le embelesaba.
Le habría gustado que hubiera luz para poder verla, pero con las manos pudo seguir sus formas, su pecho, su cintura, sus caderas.
Dio un empujón al camisón y éste se deslizó por las caderas hasta el suelo. La acarició entre sus muslos y la sedosa calidez que halló le indicó la excitación de _____. Notó satisfecho los escalofríos que recorrían el cuerpo de _____ mientras él movía adelante y atrás las yemas de sus dedos.
Los brazos de _____ se tensaron alrededor de su cuello y Nicholas oyó cómo su respiración se hacía más rápida y se transformaba en pequeños jadeos cuando encontró el lugar que más le complacía. De pronto, el cuerpo de _____ se arqueó y ella lanzó un grito, un gemido penetrante que ahogó contra su hombro.
No podía aguantar un instante más. Apartó su mano y la levantó con los brazos para llevarla hacia el contorno en penumbra de la cama con dosel. La colocó sobre el alto colchón y empezó a tirar de los cordones de su camisa y sus pantalones con movimientos impacientes, lanzando una maldición cuando tuvo que detenerse para quitarse las botas. Cuando por fin estuvo desnudo, se acostó junto a ella, sin molestarse en buscar el taburete ya que sólo le habría servido para perder tiempo.
—Dios —murmuró—, para ser una mujer que tiene miedo a las alturas, tienes una cama endiabladamente alta, señora Jonas. —La besó antes de que ella pudiera siquiera pensar en amonestarle por haber lanzado un juramento.
La cubrió con su cuerpo y ella le recibió con un abrazo. Separó sus piernas, invitándole a entrar. Él deslizó sus manos bajo sus hombros, apoyando el peso en sus antebrazos, y la penetró despacio. Le había hecho daño la noche de Monroe, y aunque notaba que ella estaba lista y abierta para él, luchó para contener la fuerza imperiosa que latía en su interior. Pero cuando _____ pronunció su nombre arrastrando las letras, de aquel modo tan suyo, tímido e increíblemente erótico, perdió el control y se olvidó de su intención de actuar con ternura.
Quería poseerla por completo. Sus movimientos cada vez eran más imperiosos. Sintió crecer la tensión dentro de él conforme seguía moviéndose rítmicamente, hasta que _____ se estremeció debajo de él y oyó los sofocados gemidos sorprendidos del éxtasis femenino. Después Nicholas sintió el ardiente, vibrante y explosivo clímax como un estallido de pólvora.
Se dejó caer sobre ella y hundió el rostro en la curva de su cuello, abrazándola con fuerza. No se movió durante mucho rato, pues estuvo deleitándose con el tacto de las yemas de los dedos de _____ acariciándole la espalda en hipnóticos círculos, hasta que sintió que estaba cayendo en un maravilloso letargo.
Al darse cuenta, se puso tenso:
—Debo estar chafándote —murmuró. Se movió un poco y se separó de ella incorporándose sobre sus manos para marcharse. Pero los brazos de _____ le agarraron casi con furia, y él supo que había adivinado sus intenciones. Ella levantó la cabeza y le besó.
—No te vayas —le susurró con la boca pegada a la suya—. Quédate conmigo.
Podría haberse desprendido de su abrazo sin esfuerzo, pero su voz y su beso le conquistaron. Se dejó caer despacio apoyándose sobre la espalda y tendiéndose junto a ella. Pasó una mano por debajo del cuerpo de _____ y la atrajo hacia él. Ella se acomodó entre sus brazos apoyando la mejilla en su hombro con un suspiro de satisfacción.
—Duerme, _____ —le dijo—. No te dejaré, á mhúirmín. Duérmete.


Nicholas supo al momento que lo estaban atando con correas. Sintió las tiras de piel sobre su cuerpo y luchó hasta liberarse. Ya libre, se movió hacia los lados con una fuerza salvaje y lanzó una maldición al tiempo que rodaba hacia el borde de la mesa, con la única idea de huir, de escapar. Pero de pronto todo dio vueltas y cambió y estaba en una habitación a oscuras. No había carceleros, y lo que había pensado que era una mesa era un suave desnivel en el colchón de algodón. Desorientado, se sentó y parpadeó. La suave luz de la luna entraba por la ventana. El único sonido que había era su propia respiración agitada.
Se dio la vuelta y vio a _____. Entonces recordó dónde estaba.
Ella estaba sentada en un rincón del colchón, con las rodillas apretadas contra el pecho. Tenía el cabello suelto enredado y con la sábana agarrada con los puños se tapaba el cuerpo. Estaba totalmente inmóvil y lo observaba con una expresión de consternación y de miedo.
«Oh, Dios.»
Se echó hacia adelante con un gruñido y hundió la cara en las manos.
—Creía que me estaban atando de nuevo, pensé… —se calló de repente.
—Era yo —susurró—. Te estaba abrazando.
Nicholas sacudió la cabeza.
—No quería que me vieses así —murmuró sin mirarla—. No quería que lo vieras.
El colchón se hundió cuando _____ se acercó a él para tocarle el hombro.
—Nicholas, ya lo había visto. Te cuidé durante cuatro noches, ¿te acuerdas?
—Pero entonces no te conocía —gimió angustiado, apartándose de su caricia—. Ni siquiera sabía que estabas aquí.
Sintió que todo se desmoronaba, todas sus ilusiones, sus deseos, su nuevo futuro con ella, un futuro pacífico y seguro. No había nada seguro. Nada.
—¿Te he…? —lanzó un profundo suspiro y levantó la cabeza clavando la mirada en la puerta cerrada—. ¿Te he hecho daño?
—Claro que no.
—No está tan claro, pequeña —dijo despreciándose a sí mismo—. Podría haberte hecho daño.
—Pero no lo has hecho —ella le puso las manos en los hombros y apretó los labios contra su espalda—. Te amo —le dijo contra su piel.
Nicholas sintió que empezaba a temblar por dentro. Apartó las sábanas, salió de la cama y cogió su ropa.
—No me amas.
—Sí, te amo.
Él empezó a vestirse. Se puso los calcetines y los calzoncillos y alargó la mano para coger los pantalones. Se los puso sin poder evitar su gran agitación.
—No, no me amas. No puedes amarme.
—Nicholas, no puedes decirme lo que siento. Te amo. No puedo hacer nada si no me crees.
Él le dio la espalda y se abrochó los pantalones.
—No me amas —insistió, y atravesó la habitación manteniéndose de espaldas a ella—. Es imposible. Ni siquiera me conoces.
—Te conozco mejor de lo que crees.
El temblor que había empezado en su interior se hizo más agudo y Nicholas trató de disimularlo.
—¿De verdad? —se giró hacia ella con una furia salvaje. Quería impresionarla, conseguir apartarla de él—. ¿Qué es lo que sabes? ¿Sabes que he robado, que he hecho trampas, que he mentido? Incluso que he matado. Y me amas, ¿verdad?
_____ no parecía ni sorprendida ni espantada. Ni siquiera se la veía horrorizada. Sólo lo miró con gesto paciente y con infinita ternura.
No podía soportarlo. Cerró los ojos para no verlo. No podía saberlo, no podía comprenderlo y seguir mirándolo así, como si le quisiera. Era imposible.
Vergüenza. No importaba dónde fuese ni lo que hiciese, siempre le acompañaba. Era una mancha que le contaminaba y que no podía borrar. Se dio la vuelta y miró la ventana iluminada por la Luna.
—_____, no tienes ni idea de lo que soy, de lo que he hecho.
—¿Y por qué no me lo cuentas?
Tomó aire con fuerza y se enfrentó a ella, se enfrentó al momento de la verdad.
—Está bien —dijo con rotundidad—. Haré mi admhaím.
Admhaím —pronunció ella con cuidado—. ¿Qué quiere decir?
—Confesión. Supongo que es bueno para el alma, ¿no?

Andrea P. Jonas:)
Andrea P. Jonas:)


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"Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA - Página 13 Empty Re: "Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA

Mensaje por Andrea P. Jonas:) Dom 13 Ene 2013, 3:15 pm

Capitulo 28

ADMHAÍM
—Todo fue por las armas —empezó—. Querían saber dónde estaban escondidos los rifles americanos de Sean. Los habíamos estado entrando de contrabando durante dos años delante de las narices de los oficiales de aduanas británicos. Los habíamos escondido por toda Irlanda, cien aquí, cien allá. Estábamos planeando una guerra, ¿sabes? Campos de entrenamiento, tácticas de guerra y armas… No sabíamos que era una guerra que no podíamos ganar.
Vacilaba al hablar, y por ello _____ se dio cuenta de que nunca antes se lo había explicado a nadie.
—Habíamos introducido ya novecientos rifles y un millar de suministros de munición antes de que nos cogieran. A Adam y a mí nos arrestaron por intentar descargar armas de un tren al norte de Dublín. Nos metieron en la cárcel. A Sean le habían arrestado en uno de los almacenes de Dublín. Alguien nos había delatado, pero nunca supimos quién.
Ella sintió que le arrastraba hacia un mundo del que no conocía nada, le estaba llevando por los caminos oscuros y retorcidos de sus pesadillas, donde había celdas e informadores, cárceles y tortura. Se mordió el labio inferior y escuchó; debía seguir a Nicholas hasta ese lugar para después poder llevarle de vuelta a su mundo, a la seguridad y a la luz.
—Tuvimos un juicio —continuó él—, pero a Sean le había llegado el aviso sobre el chivatazo y había conseguido sacar las armas del tren. Intentó avisarnos de que los rifles no estaban en el tren, pero el hombre que envió no llegó a tiempo. De todos modos, como no había armas, sólo pudieron condenarnos por intento de asalto y nos mandaron a la prisión de Mountjoy.
Se sentó y se quedó inmóvil en la silla, escondido en la penumbra.
—Sólo nosotros tres sabíamos dónde estaban esos rifles. Sean, Adam y yo. Pero Sean no les resultaba útil porque sabían que no hablaría. Nuestro Sean había pasado ya por muchas cárceles y los británicos sabían que no se desmoronaría. Así que le asesinaron. Delante de Adam y de mí. Me sonrió en el momento en que el carcelero le echó la cabeza hacia atrás y le cortó el cuello.
_____ cerró los ojos un instante, rezó para tener fuerzas y los volvió a abrir. No quería oír aquello y no quería que esas imágenes le atormentaran luego. Pero tenía que seguir escuchando. Apretó las sábanas con las manos y se armó de valor para poder soportar lo que Nicholas no le había explicado aún.
—El carcelero le soltó y su cuerpo, que cayó a tierra mientras salía sangre a borbotones de la herida. Me miró desde el suelo con unos ojos que ya no podían ver, casi muertos, con la sangre manando de la arteria de su garganta… pero todavía sonreía.
De pronto Nicholas se echó hacia adelante en la silla y se rodeó la cabeza con el brazo como si estuviera intentando protegerse.
—Oh, Dios —gimió—. Oh, Dios mío.
_____ esperó, pero él no dijo nada más. Sabía que no podía dejar que se detuviese en aquel momento, tenía que contárselo todo. Su tormento interior debía salir a la luz. Era la única forma de que se curase.
—¿Qué pasó entonces?
Al oír su voz, Nicholas se irguió y se puso tenso de nuevo.
—Eran tan estúpidos —dijo con voz monocorde, mostrando sólo parte del desprecio que sentía—. Pensaban que matando a Sean nos intimidarían, que nos asustarían y hablaríamos. Lo que lograron es que les odiásemos más si es que era posible. Se dieron cuenta entonces de que habían cometido un error y que por cada mártir surgían doce rebeldes. Nos separaron a Adam y a mí. Nunca volví a verle. Me pusieron en una celda, con grilletes en manos y pies y me encadenaron a la pared. Sólo me soltaban cuando me traían la comida. Me hicieron comer a cuatro patas de un plato en el suelo, como un perro. Eran tripas de pescado, crudas y malolientes tripas de pescado. Eso durante días y días. Pero no pensaba decirles dónde estaban las armas, no iba a hacerlo.
Sacudió la cabeza con los ojos cerrados.
—Entonces no me dejaron dormir. Me hacían dar vueltas y vueltas alrededor del patio de la prisión, me echaban agua si me quedaba dormido de pie. Vi salir y ponerse el sol tres veces antes de desmayarme. Después me azotaron, pero no me desmoroné. No les dije nada.
_____ oyó el desafío en su voz, pero mientras seguía, su tono retador fue sustituido por un sentimiento de desconcierto.
—Empecé a oír voces. A mis hermanas. Tá ocrás orm, Nicholas, tá ocrás orm. Una y otra vez. Sin descanso… Una marea incesante. Todavía las oigo. Oh, Dios —gimió, haciéndose un ovillo de nuevo sobre la silla— tienen tanta hambre y no hay nada para comer. Me suplican que busque comida. Brigid, Eileen y Megan. Puedo oírlas, pero no puedo ayudarlas. No había comida.
Nicholas golpeó sus orejas con las manos como si quisiera acallar esas voces.
—Sabía que estaban muertas —murmuró— pero las podía oír en mi celda, podía ver sus rostros como si estuvieran allí. Y también a Joseph, pidiendo ayuda a gritos, pero no podía hacer nada. Y los carceleros, «Irlandés, dinos dónde están las armas. Dínoslo, dínoslo».
Levantó la cabeza y miró fijamente a _____, pero ella no supo si era capaz de reconocerle. Su rostro, su cuerpo reflejaban la angustia que sentía. Quería correr hacia él, tranquilizarle, decirle que se callase, que lo dejase, pero sabía que no debía hacerlo. Se acordó de sus días en el hospital, de los soldados que gritaban por encima del rugido de los cañones, de la sangre; había aprendido que había que dejarles gritar, dejarles que sacasen todos sus demonios fuera.
—Les maldije, canté, grité, pero no se lo dije. No me desmoroné. Así que me llevaron hasta Arthur Delemere, el alcaide —se pasó la mano temblorosa por la mandíbula—. Pensaba que ya había experimentado todo el dolor que puede existir en esta vida, pero me equivocaba.
«Oh, Dios —pensó _____—. ¿Cómo le ayudo? ¿Qué hago?»
—Me ataron a una mesa —cerró los ojos y le recorrió un escalofrío—. Hay algunas cosas que no pueden describirse, que no pueden explicarse con palabras.
_____ se llevó las manos a la boca apretándolas. Empezó a temblar.
—Me desmayaba a causa del dolor —dijo— y cuando me despertaba, los carceleros se habían marchado y Delemere me hablaba. Me decía que entendía por lo que estaba pasando, que quería ayudarme realmente, pero que sólo podía hacerlo si le decía dónde estaban escondidas las armas. Me decía que me lo pensase un rato y se marchaba. Pero luego volvían los carceleros y todo volvía a empezar… Perdí la noción del tiempo, los minutos se confundían, los días se mezclaron unos con otros. Estaba ahí tendido contando hacia atrás desde mil, centrando mi atención en recordar el número que seguía, haciendo que ese número fuese lo más importante del mundo, intentando no sentir el dolor. Funcionó durante un tiempo. Incluso intenté rezar, aunque te cueste de creer. Recé el rosario, y eso que no lo recordaba entero. No lo podía recordar.
Se pasó una mano por el cabello.
—No importaba, porque Dios no me estaba escuchando, ni María ni Jesús, ni ninguno de los santos. El único que me oía era Delemere. Se convirtió en la única cosa real. Me llevaba la comida y la bebida, se sentaba junto a mí cuando los hombres se habían ido, y me hablaba sin cesar. Me lavaba la cara con trapos frescos, limpiándome las lágrimas, el vómito y la sangre. No dejaba de decir que era mi amigo, que si yo le ayudaba, él me ayudaría. No sé cuánto duró eso, pero empecé a creerle. Traté de pensar e inventé sitios que no eran reales. Así que Delemere me devolvía a mi celda, avisaba al doctor para que hiciese lo que pudiese conmigo y enviaba a su gente a buscar las armas. Por supuesto, volvían con las manos vacías unos días más tarde, así que volvían a cogerme y todo volvía a empezar.
Nicholas rodeó sus rodillas con los brazos inclinándose hacia adelante como si de verdad quisiera convertirse en una bola y no volver a moverse nunca más.
—Les costó tres o cuatro viajes —dijo en tono monocorde mirando al suelo—. Yo sólo quería que cesase el dolor, quería que me matasen, le pedí al alcaide que me matase. Cuando estábamos solos, me susurraba al oído promesas de que todo acabaría cuando le dijese la verdad. Llegó un momento en que le creí —hubo una larga pausa—. Así que se lo dije.
Nicholas levantó la cabeza y miró a _____. Su expresión era más terrible que los recuerdos del dolor que había sufrido.
—Cuando se lo dije, se rio. Se rio a carcajadas. Todo era un juego, ¿sabes? Ya sabían dónde estaban las armas, las habían confiscado todas días antes. Delemere me dijo que Adam había sido mucho más cooperativo que yo. Sólo habían tardado dos días en conseguir que hablase.
De pronto, Nicholas se irguió y golpeó con la mano la diminuta mesa de alas abatibles que había junto a él con tanta fuerza que _____ dio un respingo.
—¡Me despojaron de todo lo que era! —gritó—. De todo aquello en lo que creía. Destruyeron lo que yo creía que era y me convirtieron en lo que yo más despreciaba. Me convirtieron en un informador, en un traidor. Intenté detenerlos. Dios, lo intenté… —se le quebró la voz—. Luché con tanta fuerza. Pero no lo logré, y todo por un juego.
Golpeó la mesa y la lanzó a través del suelo contra la pared.
—A Delemere le daban igual las armas. Sólo quería hacerme hablar para demostrarse que podía conmigo. Y lo peor de todo es que el muy bastardo no cumplió su promesa. No me mató.
Toda su rabia se evaporó con tanta rapidez como había aparecido y Nicholas se hundió en la silla.
—Delemere murió esa misma noche. Hubo un motín y algunos de los prisioneros escaparon. Uno de ellos acabó con Delemere. El primer ministro Gladstone se enteró del motín y averiguó lo de las torturas también. Hubo un clamor popular, la gente se manifestó, hubo disturbios en las calles y exigieron que los fenianos sometidos a las torturas fueran liberados. Tardaron un año, pero finalmente me amnistiaron junto con muchos otros. Fue demasiado tarde para Adam. Justo después de que las armas fueran confiscadas, había corrido la voz de que había hablado y el Consejo feniano logró que uno de sus hombres dentro de la cárcel acabase con él. Le apuñalaron en el patio de la cárcel con una madera de una de las literas una semana antes de que muriera Delemere. Habría deseado que a mí me hubieran hecho lo mismo.
La cara de Nicholas recuperó su expresión burlona, la misma expresión dura que había tenido la noche en que se emborrachó.
—La gente sabía lo que me había pasado, pero nadie sabía que yo también había hablado. Todos mis amigos me estrechaban la mano, me daban palmadas en la espalda y me invitaban a rondas. No había cantado, me decían, yo era un héroe, decían. Me felicitaban, brindaban por mí, estaban orgullosos de haberme conocido. Orgullosos, ¡por el amor de Dios! No tuve valor para decirles la verdad, y no podía enfrentarme a la vergüenza de saber que no merecía sus alabanzas. Ésa es la razón por la que vine a América y por eso no puedo volver a casa. No soy su maldito héroe, soy un fiasco. Y un cobarde.
_____ sintió todo su odio y su vergüenza y le habló con dulzura.
—Hiciste lo que cualquier hombre habría hecho en tu lugar.
—No. Había hombres más fuertes que yo, hombres que sufrieron más que yo, que tuvieron más coraje que yo. Hombres como Sean —se inclinó hacia adelante y hundió el rostro en sus manos—. ¿Por qué no me mató Delemere?
_____ no sabía qué decir. No sabía cómo llegar hasta él, ni siquiera sabía si podía, pero debía intentarlo. Se puso de pie y se acercó a él muy despacio, hablando con mucha delicadeza.
—Nicholas, quiero que me escuches. Si fueras un cobarde, no estarías aquí. Un cobarde se habría suicidado hace mucho tiempo.
No la estaba mirando, estaba sentado con la cabeza caída mirando al suelo. Ni siquiera sabía si la estaba oyendo, pero ella continuó.
—No estoy segura de saber lo que es el coraje —dijo mientras seguía aproximándose a él—, pero creo que debe ser la capacidad de sobrevivir. Puede que sea egoísta por mi parte estar contenta de que aquellos hombres no te matasen, pero lo estoy. Estoy contenta de que tuvieses el coraje suficiente para sobrevivir. Estoy tan contenta —se detuvo frente a él—. Te amo.
Nicholas se puso tenso y se irguió en la silla sin mirarla.
—Es como si amases un caparazón —dijo con voz cansada—. Estoy vacío. No tengo proyectos, ni ideales, ni honor. Me lo quitaron todo. Soy sólo una carcasa. No tengo nada en lo que creer, ni honor al que aferrarme.
_____ extendió la mano para tocarle y con precaución le puso la mano en la mejilla. Nicholas se puso rígido, pero no se apartó y eso le dio esperanzas a _____. Poco a poco, se acercó más a él. Con cuidado, se hizo sitio entre sus piernas y se le acercó más.
—Aférrate a mí, entonces —le susurró—. Aunque tú no creas en ti, yo sí lo haré. Yo seré tu ancla. Aférrate a mí.
Nicholas lanzó un suspiro ahogado y nervioso, y apartó la cara. _____ pensó que la empujaría para alejarla y que volvería a encerrarse en la cárcel que se había construido. Pero, de pronto, rodeó sus caderas desnudas con sus brazos y la atrajo hacia él. Hundió su rostro en ella y la agarró con fuerza, como si _____ fuera una boya salvavidas en medio de un océano agitado por la tormenta.
Sintió cómo el gigantesco cuerpo de Nicholas temblaba y al oír su llanto de rabia y de dolor se le partió el corazón. Le tomó la cabeza y le acarició el cabello, mientras él dejaba escapar la angustia de toda una vida. Ella debería reemplazarla con todo el amor que tenía para dar. Rezó para que fuese suficiente.


Nos leemos mas tarde! ;)
Andrea P. Jonas:)
Andrea P. Jonas:)


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"Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA - Página 13 Empty Re: "Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA

Mensaje por Andrea P. Jonas:) Dom 13 Ene 2013, 6:48 pm

PENÚLTIMO CAP!!!!!!! :hug:

Capitulo 29
Por el ritmo de su respiración, Nicholas supo que _____ dormía. Escuchó la suave cadencia de sus inspiraciones y se preguntó incrédulo cómo podía amarle. Pero le amaba.
Era difícil de creer y más difícil todavía de asumir, pero así era.
Nunca le había contado a nadie lo de Mountjoy. Explicándoselo a ella, esperaba apartarla de él, mostrarle lo que era en realidad. Pero ella seguía allí. Había visto lo que era y no le importaba. Le había pedido que se aferrara a ella y él lo había hecho. Después le había llevado a la cama y se había acurrucado junto a él.
Miró la pequeña mano que tenía extendida sobre su pecho en un gesto de absoluta confianza.
Ella confiaba en él. No podía entender por qué después de haberle visto en la agonía de sus pesadillas.
Ella le quería y él no podía entenderlo después de lo que le había contado.
Miró su rostro tan cercano al suyo. A través de la luz de la luna que entraba por la ventana podía ver sus oscuras pestañas que ensombrecían sus mejillas, su piel cremosa tan suave al tacto, los mechones sedosos de su cabello que se esparcían sobre la almohada, y sintió una paz que nunca antes había experimentado.
Al decir que la confesión era buena para el alma, lo había dicho en tono de burla, pero quizás hubiera algo de verdad. Todavía sentía la vergüenza y le acosaba la culpa, pero parecían cargas menos pesadas, parecían más fáciles de llevar que antes.
Le tocó la cara, pasó un dedo por su mejilla y por sus labios, suaves y cálidos y entreabiertos.
«Mi mujer —pensó—, mi mujer.»
Lo deseaba, Dios, lo deseaba todo: las cabañas en los árboles, los picnics, las galletas de mantequilla de pacana, contar cuentos por la noche a las niñas, a sus niñas, y verlas crecer; deseaba a _____, que su calidez y su dulzura barrieran su cinismo y su dureza. Quería despertarse cada mañana viendo su radiante sonrisa, que era como si le iluminase la luz del sol, y dejar que desapareciesen todas sus pesadillas. La quería a su lado todos los días y todas las noches de su vida.
Por primera vez, pudo vislumbrar el futuro, un futuro más allá de la siguiente ciudad o el siguiente combate o de la siguiente pesadilla, un futuro que tenía lo que nunca había creído volver a encontrar: amor. Deseaba ese futuro. Le importaba un bledo si lo merecía o no. Lo quería y estaba dispuesto a tomarlo, a quedárselo, a hacerlo suyo.
Nicholas se levantó de la cama con cuidado para no despertarla y salió a la terraza. La luz de la luna se colaba entre las ramas de los robles y formaba sombras retorcidas sobre la grava del camino de la entrada. Podaría los árboles antes de la primavera y también los setos.
Se metió las manos en los bolsillos y paseó por la terraza haciendo planes. Antes del invierno, la casa necesitaría una capa de pintura. Había que darle la vuelta al jardín y arreglar las flores.
Dobló la esquina de la casa y siguió paseando. Decidió que no merecía la pena rehacer el cenador echando un vistazo a su destartalado estado. Los rosales que crecían en forma de enredaderas por sus paredes eran lo único que hacía que no se viniese abajo. Lo demolería y construiría un nuevo cenador para _____, y plantaría alrededor las madreselvas que tanto le gustaban.
Llegó al final de la terraza y se apoyó en la barandilla mirando hacia el patio de atrás. Si echaban abajo las casetas vacías, podían hacer sitio para un peral en esa zona. La vieja cuadra y el establo estaban bien, pero…
Un brillo de luz le llamó la atención. Nicholas frunció el ceño y se quedó mirando la silueta del establo. Intuyó un movimiento en medio de la oscuridad y pudo ver a un hombre corriendo hacia el bosque al mismo tiempo que el diminuto relámpago de luz se transformaba en una llamarada.
Dios. Nicholas se dio la vuelta y corrió dentro de la casa.
—¡_____! —gritó entrando en la habitación—. ¡_____, el establo está ardiendo!
Ella apartó las sábanas de un manotazo y saltó de la cama buscando su ropa en la oscuridad.
—¿Qué ha pasado?
—No lo sé —contestó él cogiendo las botas para ponérselas—. Trae tantos cubos como puedas. También palas, si encuentras.
Él cogió la sábana de la cama y corrió hacia la puerta, descendiendo las escaleras en segundos y saliendo a toda prisa, con la sola idea de sacar a los animales del establo.
Cuando abrió la puerta, el establo estaba lleno de humo y se dio de bruces con una pared de fuego. Tosiendo, dio un salto hacia atrás, inhaló aire tres veces y entró.
Podía oír a Sally y a Princess presas del pánico, y dando coces a las paredes de las cuadras, intentando escapar desesperadamente. Llamas naranjas lamían las paredes alimentadas por la madera seca que crujía intensamente.
Tosiendo, Nicholas cogió el rollo de cuerda que había en un rincón y se dirigió hacia la primera cuadra. Entró para coger a la mula tratando de evitar las coces del animal y le rodeó la cabeza con la sábana. Le ató la cuerda al cuello y sacó a la asustada Sally afuera. _____ se acercaba corriendo con un cubo de agua del pozo y las niñas la seguían detrás.
—¡Sujeta la mula! —le dijo él quitándole la sábana y la cuerda de la cabeza y corriendo de nuevo dentro del establo. Pudo oír a _____ gritándole, pero no se detuvo.
El humo se le metió en los ojos, pero Nicholas llegó a la segunda cuadra y empezó a guiar a Princess fuera del establo. El calor estaba chamuscándole la piel y las llamas eran como un bramido en sus oídos. Contuvo la respiración en medio del espeso humo y sacó a la vaca un segundo antes de que el techo se viniera abajo.
_____ soltó el cubo y corrió hacia él gritando aliviada. Dejó al animal y rodeó a _____ con sus brazos, cogiendo aire con dificultad. La sujetó con fuerza contra él, pensando que no la dejaría marchar mientras viviese. _____ se desembarazó de él y le miró con furia.
—¡Volver ahí dentro por una vaca! —le gritó furiosa—. ¿Estás loco? Podrías haber muerto. No vuelvas a hacerme esto, ¿me oyes, Nicholas Jonas?
Ella le amaba. La agarró y la besó intensamente antes de que pudiera decir nada más.

Para cuando lograron apagar el fuego, el sol ya estaba alto en el cielo. Nicholas, _____, las niñas y vecinos y amigos que habían visto las llamas y habían corrido a ayudar siguieron tirando cubos de agua y paladas de tierra sobre los chamuscados restos hasta que consiguieron extinguir el fuego.
Fue Oren quien encontró la lata de queroseno. Se la llevó a Nicholas y le dijo:
—Me parece que han rechazado su última oferta.
Nicholas dejó a un lado la pala y observó la lata de hojalata. La miró fijamente un momento y después levantó la cabeza y lanzó una mirada dura a los restos humeantes del establo. Se acordó de otro fuego y de una casa en Derry hacía veinticinco años. Pensó en Hiram Jamison y en Jack Tyler, en lord Eversleigh y en Arthur Delemere y en todos esos otros hombres que creían que todo en el mundo era de ellos y que podían destruirlo si querían.
Levantó la vista y se encontró con la mirada sombría de Oren.
—¿Por casualidad sabes dónde vive Jack Tyler?
Su vecino le observó un instante y después dijo:
—En esa dirección, a una milla de distancia. Coge la carretera principal, y cuando hayas cruzado el puente de Sugar Creek, es el primer desvío a la izquierda.
—Creo que voy a tomarte prestado el caballo —le dijo Nicholas asintiendo—. Si no te importa.
—No hay problema. Puedo regresar con Kate en el carromato. A no ser que quieras compañía.
—No, creo que es mejor que vaya solo.
—Desde luego —Oren se metió las manos en los bolsillos y añadió—: Ten cuidado.
Nicholas se fue sin contestar. Sabía lo que tenía que hacer y no implicaba tener cuidado.

Cuando Nicholas llegó a la mansión de Jack Tyler, no se molestó en dar su nombre. Apartó al hombre de negro que le había informado de que la familia estaba desayunando y entró en la casa.
—¡Eh! —gritó el criado al que había empujado—. Ya le he dicho que no puede entrar.
Nicholas le ignoró. Cruzó el vestíbulo y empezó a buscar el comedor. El mayordomo le siguió protestando en voz alta.
Cuando localizó el comedor, encontró allí a Hiram, a Jack y a una hermosa mujer rubia que debía ser la esposa del poderoso hombre. Los tres estaban sentados a una mesa con recipientes de reluciente porcelana, copas de cristal y platos bañados en plata.
Le miraron desconcertados cuando entró. Nicholas bajó la vista a sus ropas cubiertas de hollín y a las manchas de carbón y barro que sus botas habían dejado en la alfombra blanca y luego se dirigió hacia la mesa.
—Buenos días a todos —dijo.
Se enfrentó a Hiram Jamison y dejó con un golpe seco la lata de queroseno encima de la mesa.
—Señor Jamison, se lo explicaré con claridad. La respuesta sigue siendo no, siempre será no, y no hay nada que pueda hacer para que cambie de opinión. Puede amenazarme, puede volver a quemar mi establo una y otra vez, pero no voy a venderle mi tierra. ¿Está claro?
—¿De qué está hablando? —preguntó la mujer rubia mirando a Hiram con una expresión inquieta en el rostro—. Papá, no le has hecho nada al establo de este hombre, ¿verdad?
—Claro que no, querida. Está claro que está trastornado —hizo un gesto hacia la puerta—. Abraham, saca a este hombre de mi casa.
Nicholas se dio la vuelta y miró al mayordomo que se dirigía hacia él.
—Atrás, chico —le dijo con calma.
El hombre vaciló mirando a Hiram y de nuevo a Nicholas, pero algo de la tremenda furia que bullía dentro de este último hizo que el mayordomo se echara hacia atrás con el rostro tembloroso. Nicholas volvió su atención al hombre que estaba sentado en la cabecera de la mesa, deseando con todas sus fuerzas que pudiese lograr lo que se proponía.
Apartó de la mesa una de las sillas y se sentó sin esperar invitación, ni prestar atención a las manchas negras que sus ropas dejaban en la tapicería de terciopelo color marfil.
—Señor Jamison, vamos a dejar de marear la perdiz. Quiere construir una línea de ferrocarril, pero puedo asegurarle ahora mismo que, incluso aunque logre arrebatarme la tierra, no va a conseguir construir esa línea a través de ella. Se lo puedo asegurar.
Jack soltó un bufido despreciativo y lanzó su servilleta sobre la mesa.
—¿Quién demonios te crees que eres, chico, viniendo aquí a amenazar? No puedes detenernos.
—¿No? —dijo Nicholas girándose hacia Jack—. ¿Quién te crees que construye las vías del tren? —le preguntó con voz aparentemente tranquila—. Cada kilómetro de vía de ferrocarril de este país ha sido construida con el sudor y la sangre de miles de irlandeses. Cuando los irlandeses que contrates sepan que has amenazado a uno de los suyos para conseguir su tierra, no clavarán un solo poste ni atarán una sola cuerda en esta tierra.
Aparentando estar absolutamente tranquilo, Nicholas se recostó en la silla y volvió su atención a Hiram.
—Créame, señor Jamison, si me obliga a dejar mi tierra, nunca construirá una línea férrea.
—No hay de qué preocuparse —intervino Jack—. Contrataremos trabajadores que no sean irlandeses.
Nicholas sonrió. Contestó a Jack, pero no dejó de mirar con el rabillo del ojo al hombre de pelo gris que estaba al otro lado de la mesa.
—Ah, pero el señor Jamison no está pensando ahora mismo en esta miserable vía de ferrocarril de Luisiana. Está pensando en su naviera y en todos los irlandeses que trabajan en los muelles cargándole los barcos y en todos los marineros irlandeses que los tripulan. Está pensando en lo penoso que resultaría que hubiera una explosión de dinamita en uno de sus barcos justo cuando estuviese cargado y a punto de zarpar —Nicholas ladeó la cabeza pensativamente—. Unos cuantos accidentes de este tipo y una naviera puede hundirse, ¿no creen?
No esperó una respuesta. Sacudió la cabeza y continuó.
—No, Jack, tu suegro está pensando en todas esas minas en Pennsylvania y en todos los irlandeses que bajan cada día para sacar su carbón, y en todos los accidentes o huelgas que podrían de pronto empezar a sucederse. Está pensando en los tipos irlandeses que fabrican camisas en sus telares, en los irlandeses que conducen sus carruajes. Está pensando en la irlandesa que le lleva el café por la mañana, y se está preguntando si notaría cuándo empezara a tener un gusto amargo…
El otro hombre sonrió apoyándose en la silla.
—Estás fanfarroneando. No tienes ese tipo de influencia.
—¿Ah, no? —le rebatió Nicholas con rapidez—. Supongo que sería así si yo fuese simplemente otro irlandés de mierda muerto de hambre, es así cómo lo expresó, ¿verdad? No sería capaz de que mis compatriotas irlandeses se uniesen por mí.
Hizo una pausa y le lanzó una sonrisa insolente.
—Pero resulta que no soy cualquier irlandés. Vaya a cualquier pub en los muelles de Nueva York y pregúntele a sus cargadores por Nicholas Jonas y escuche lo que le cuentan. O pregunte a esos que bajan a sus minas, a los que le construyen las vías del tren. O pregunte a los irlandeses que le hacen las camisas en las fábricas o le llevan el café.
Se irguió en la silla y su sonrisa desapareció.
—Le contarán que pasé dos años entrando en Belfast armas de contrabando procedentes de Nueva York delante de las narices de las autoridades británicas. Le contarán que me arrestaron y me condenaron por traición, que me sometieron a las torturas más crueles imaginables y que acabé en la cárcel británica, o que las manifestaciones y las protestas de mis compatriotas en Irlanda obligaron al primer ministro Gladstone a liberarme.
Nicholas agarró las solapas de su camisa y abrió la prenda. La mujer lanzó un grito ahogado.
—Estas son mis medallas al valor, señor Jamison, y con cada latigazo, con cada quemadura y con cada bala me gané el respeto de un corazón irlandés. En los pubs hay hombres que levantan sus copas cantando por mí. Hay niñas en Boston y en Belfast que saltan a la cuerda con canciones que hablan de mí. Y hay irlandeses que se jugarían la vida por mí si se lo pidiese. Para ellos yo represento la esperanza y la libertad. Para ellos yo soy un héroe.
Esperó a que sus palabras surtiesen efecto y jugó su última carta:
—Lo único que tengo que hacer es mandar un telegrama a Nueva York a un hombre llamado Hugh O'Donnell. Él es el jefe de Clan na Gael, la Hermandad Republicana aquí en América. Conseguí entrar muchas armas de Hugh en Belfast y me debe algunos favores. Si él hace correr la voz de que usted está intentando arrebatarle la tierra a Nicholas Jonas, igual que los británicos llevan arrebatándonos la tierra irlandesa durante los últimos trescientos años, no construirá un metro de línea férrea ni aquí ni en ningún sitio más. Tendrá tantos problemas que no sabrá por dónde empezar. Le costaré tanto dinero que los inversores que están apoyándole con esta línea de ferrocarril empezarán a hacerse preguntas y a pedir explicaciones. Cada vez que oiga un acento irlandés, mirará a sus espaldas y dará un brinco de pánico. Su vida será un infierno durante el tiempo que dure, que no será mucho.
Le miró y no supo si Jamison le creía o no. Eran tal cantidad de mentiras… No tenía ni idea de si Hugh le ayudaría o no después de que él se hubiese negado a contribuir económicamente a la causa al llegar a América. Pero Nicholas era bueno con los faroles, y mientras Jamison se lo creyese, la verdad no importaba.
La mujer puso una mano sobre el hombro de su padre.
—¿Papá?
Jack echó la silla hacia atrás y se puso de pie dispuesto a echar a Nicholas él mismo, pero Jamison levantó una mano para detenerle y su yerno se sentó de nuevo en la silla lentamente.
—Hiram, ¿no irás a dejar que se salga con la suya? —le preguntó incrédulo.
Su suegro no dijo nada. Mantuvo su mirada escudriñadora en Nicholas, intentando averiguar la verdad más allá de las palabras.
Él se la puso en bandeja.
—Bastardos más grandes que usted han intentado destrozarme, señor Jamison. Y ahora están muertos.
—Papá… —dijo la mujer con voz temblorosa, claramente preocupada por las amenazas—. No merece la pena. No podría soportarlo si te ocurriese algo. Por favor, abandona esto antes de que…
—¡Alice, calla! —le cortó Jack. Se dirigió a su suegro—. No podemos dejar que destruya todo por lo que hemos luchado aquí, todo lo que hemos construido. Podemos controlar a cualquiera de sus amigos que intenten causar problemas.
—Papá, déjalo estar —imploró Alice ignorando a su marido—. No merece la pena. Esta gente puede matarte.
Nicholas notó que tenía la voz quebrada y asustada y lo aprovechó:
—Su hija es encantadora, señor Jamison, pero ninguna mujer está hermosa vestida de luto.
—¡Papá! —gritó Alice asustada, cogiéndole de la manga—. Por favor, déjalo. Hazlo por mí.
Nicholas vio un asomo de temor en el rostro de Jamison y empezó a pensar que su farol iba a funcionar. Esperó con gesto impasible y le aguantó la mirada.
Hiram fue quien la apartó tomando la mano de su hija.
—¿Qué es lo que quieres, Jonas?
—Abandone la idea de construir la línea de ferrocarril atravesando mis tierras. Deje de amenazar a mi familia. Coja a su hija y a su yerno y vuelva a Nueva York.
—¡No! —gritó Jack golpeando la mesa con el puño y levantando los platos del desayuno—. ¡No podemos detenernos ahora!
—Tranquilízate, Jack —le dijo su suegro mientras consideraba la situación por un instante. Después se levantó—. Muy bien. Por el bien de mi hija, acepto tus condiciones. Tienes mi palabra —su hija lanzó un sollozo de alivio.
—Me alegro de que hayamos podido llegar a un acuerdo. —Nicholas se levantó y se dispuso a marcharse, pero en la puerta se detuvo—. Por cierto, ya le he mandado un telegrama a Hugh O'Donnell. No es que no me fíe de su palabra, señor Jamison, pero he aprendido a la fuerza que es mejor tomar precauciones. Si me ocurre cualquier cosa a mí, a mis hijas o a mi esposa, Hugh sabrá lo que tiene que hacer —le hizo un gesto a la mujer—. Señora Tyler.
No se molestó en saludar a Jack. Salió sin añadir palabra, se subió al caballo prestado y se marchó. En la carretera principal, en lugar de dirigirse a Peachtree, tomó la dirección contraria, considerando que sería mejor que mandase ese telegrama a Hugh por si acaso Jamison decidía comprobar esa parte de su versión. En fin, por lo menos Hugh podría disfrutar con la historia.
Nicholas casi disfrutó también, pero por otra razón. Siempre había apreciado la ironía. Había pasado los últimos tres años de su vida huyendo de una fama de héroe que era una farsa y en aquel momento le estaba sirviendo para lograr el amor que nunca había querido y para convertirse en el héroe que nunca había sido. Quizás hasta lograse tener éxito. Echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada de incredulidad.

Cuando Nicholas Jonas se marchó, se hizo el silencio en el comedor y los dos hombres miraron a Alice. Ella captó la indirecta y se puso en pie.
—Supongo que quieren hablar de negocios —murmuró saliendo de la habitación.
Jack habló en cuanto ella se hubo marchado.
—Iré a ver a _____. Estoy seguro de que después de lo del establo, estará mucho más dispuesta a vender. Si consigo que ella acepte, Jonas aceptará también.
—No.
—¿Qué? —exclamó Jack mirando a su suegro sorprendido—. ¿No estarás de verdad dispuesto a aceptar sus exigencias?
Hiram no respondió a la pregunta, sino que se incorporó y miró a su yerno fijamente.
—Mandaste a Joshua a prender fuego a su establo, ¿verdad?
Jack abrió la boca para negarlo, pero supo por la cara de Hiram que no serviría de nada.
—Hablamos de esto —dijo— y comentaste que haría falta presionar más.
Hiram sacudió la cabeza frunciendo el ceño con disgusto.
—No intentes justificar tus acciones culpándome a mí. Lo que has hecho es horroroso, además de estúpido. Jonas no es un hombre al que se le pueda intimidar. Lo intenté hablando con él y no funcionó. —Se puso en pie—. Mañana empezarás a hacer las gestiones para vender nuestras propiedades aquí, así podremos devolver el dinero a los inversores. Abandonamos este proyecto.
—Hiram, no puedes hablar en serio.
—Sí hablo en serio. Venderemos los negocios que tenemos aquí. Con la tierra sacaremos un buen beneficio ya que los precios están subiendo, y estoy seguro de que podremos vender también los negocios sin problemas. No perderemos dinero.
—Estamos tan cerca. No puedes hacer esto.
En el momento en que lo dijo supo que se había equivocado. A Hiram no le gustaba que le dijesen lo que tenía que hacer.
—Esto siempre ha sido tu pequeño proyecto. Para empezar, nunca quise que te llevases a Alice tan lejos de casa. Pero querías tener la oportunidad de probarte a ti mismo y te he dado cuatro años para hacerlo. Es más que suficiente. Has fracasado y yo no voy a apoyar un fracaso.
Fracaso. La palabra le llegó al corazón.
—Lo que ese hombre ha dicho ha sido una fanfarronada. Y tú lo sabes, Hiram.
—Casi todo, pero no todo —Hiram dejó su servilleta en la mesa y se levantó—. Jonas puede que tenga suficientes amigos en Nueva York como para crear problemas. He oído hablar del Clan na Gael, y sé que pueden organizar follón si quieren. Tengo muchos irlandeses trabajando para mí y no puedo despedirlos a todos. No arriesgaré mis otros proyectos por una vía de ferrocarril tuya. Y no tengo ninguna intención de acabar muriendo con un puñal irlandés en el estómago. Como ha dicho Alice, no merece la pena.
Salió del comedor y dejó a su yerno mirándolo fijamente, confuso y furioso.
No podía creer que todo lo que quería se le estuviese escapando de las manos a causa de aquel boxeador irlandés. ¿Un héroe? Jack no creía en absoluto aquella estrafalaria historia.
Oyó un ruido en la puerta y se dio la vuelta. Alice estaba allí con una expresión sombría. Él sabía que había oído toda la conversación y casi podía sentir su desaprobación. La furia se apoderó de él y la miró con el ceño fruncido.
—¿En qué estabas pensando? —le preguntó—. ¿Cómo has podido pedir a tu padre que abandonara el proyecto cuando sabes todo lo que significa para mí?
Ella se sacudió la falda como si hubiera algo molesto en ella sin mirarle a los ojos.
—Ya has oído a ese hombre, las amenazas que ha hecho. Estaba asustada.
—Tonterías —apartó la silla y se levantó—. Lo que pasa es que tú nunca has querido que triunfe.
Alice levantó la vista.
—Eso no es verdad. Siempre te he apoyado.
—Sólo cuando te convenía —salió del comedor y ella le siguió a través del vestíbulo. Cuando Jack llegó a su estudio, entró y le cerró la puerta en las narices.
«No apoyaré un fracaso.» Las palabras de Hiram resonaban en sus oídos y la rabia creció dentro de él. Su suegro pensaba que era un fracasado y su mujer también. Lo había visto en sus ojos.
El imperio que había construido con tanto cuidado estaba a punto de derrumbarse a su alrededor, y no iba a permitir que eso ocurriese. Jonas era el culpable. Si no hubiera sido por él, _____ habría acabado vendiendo su tierra. Si no hubiera sido por él, Hiram no estaría huyendo como un conejillo asustado.
Se dirigió hacia su escritorio y abrió el primer cajón. Cogió el contrato de compraventa que había redactado cuatro años atrás y su pistola Cok. Puso el papel en uno de sus bolsillos y la pistola en el otro. Después cerró el cajón y abandonó el estudio.
Alice estaba todavía de pie en la puerta del despacho, esperándole.
—Jack —dijo—. Lo siento si…
—Ahórratelo —dijo y pasó de largo.
—¿Adónde vas? —gritó mientras él se dirigía hacia la puerta principal.
—No voy a dejar que ese desgraciado irlandés arruine todo por lo que he trabajado —le respondió con furia—. Conseguiré la tierra de un modo u otro.
Salió de la casa y dio un portazo tan fuerte que los ventanales temblaron. Alice y su padre pensaban que era un fracasado. Bueno, Jack les iba a demostrar que no era así.
Andrea P. Jonas:)
Andrea P. Jonas:)


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Mensaje por Andrea P. Jonas:) Dom 13 Ene 2013, 6:53 pm

CHA CHA CHA CHAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAN!!!!!!!!
Andrea P. Jonas:)
Andrea P. Jonas:)


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Mensaje por Andrea P. Jonas:) Dom 13 Ene 2013, 7:07 pm

Ok ya a qui el cap!

Por cierto lean con atención este cap tendrán un deja vu (si es que se escribe asi :P )

_____ estaba tan cansada que cuando los vecinos se marcharon para regresar a sus granjas se sentía al borde del colapso. Oren y Kate fueron los últimos en irse. _____ les tuvo que repetir por lo menos tres veces que ella y las niñas estarían bien y que no hacía falta que se quedasen. Además, lo último que necesitaba en aquellos momentos era compañía. Lo que sí le hacía falta era un baño fresco, cambiarse de ropa y que Nicholas la abrazase.
Pero él no estaba allí para abrazarla. Ella y las niñas habían estado recorriendo el bosque en busca de animales perdidos que hubieran escapado del fuego y no se había dado cuenta de que él se había ido hasta que hubo recogido algunos pollos y cerdos y los hubo metido de nuevo en la vieja cuadra con Princess y Sally. Sabía que había tomado prestado el caballo de Oren y que había ido al pueblo. Oren no le había dicho por qué, pero ella sabía que el fuego no había sido un accidente y había deducido a dónde había ido Nicholas.
Se apoyó en la pared de la cuadra y miró los restos chamuscados del establo. La idea de Nicholas enfrentándose a Jack y lo que pudiera pasar le preocupaba. Sabía que Jack nunca les haría daño ni a ella ni a las niñas, pero con Nicholas era otra historia. Cerró los ojos y rezó para que volviese sano y salvo. Si le pasaba algo por su negativa a vender…
—¿Mamá?
Era Becky. _____ miró las caras sombrías de sus tres hijas, manchadas como ella de hollín, lágrimas y sudor. Chester, también cubierto de ceniza, estaba a su lado. Recordó las palabras de Nicholas un mes atrás. «No merece la pena la lucha, _____, no merece la pena.» Se acercó a las niñas y las abrazó a las tres.
—Todo irá bien —dijo procurando creérselo—. Todo irá bien —se apartó y añadió—: Venga, vamos a lavarnos.
Se dirigió hacia la puerta de la cuadra, pero el sonido de cascos de caballos le hizo detenerse. Era Jack, seguido de Joshua y Earl Harlan. Chester se detuvo junto a _____ y empezó a ladrar.
Ella se sintió presa del pánico y su primer pensamiento fue proteger a las niñas. Se dirigió a su hija mayor.
—Becky, saca a tus hermanas por la otra puerta y corran a casa de los Johnson. Llévate a Chester contigo. Dile a Oren que Jack está aquí y que necesito ayuda.
—¿Por qué? —preguntó la niña inclinándose hacia adelante para intentar ver a los hombres que habían llegado al patio. Pero _____ la cogió por los hombros y le hizo girarse.
—Haz lo que te digo —le ordenó empujándola hacia la otra salida—. Corre tan rápido como puedas. Venga.
Becky cogió a sus hermanas de la mano.
—Vamos, Chester —dijo, y las tres niñas y el perro corrieron fuera de la cuadra camino de casa de los Johnson. _____ se habría ido con ellas, pero tenía que averiguar qué le había ocurrido a Nicholas. Esperó hasta que sus hijas y el perro se adentraron en el espeso bosque y salió al patio.
Jack la vio acercarse. Ató las riendas de su semental a la barandilla del porche y se quedó junto a las escaleras. Los Harlan le imitaron.
Mientras se acercaba a Jack, _____ podía sentir la rabia que emanaba de él, como la calma que precede a la tormenta. Tenía el rostro contraído y sus movimientos eran contenidos, como si estuviese ahogando con fuerza toda su furia y el mínimo contratiempo pudiera hacerla estallar. Por primera vez en su vida, tuvo miedo de él, miedo de lo que él y sus chicos pudieran haberle hecho a Nicholas.
Jack no habló hasta que no tuvo a _____ a unos pasos de distancia.
—¿Dónde está Jonas? —preguntó secamente—. Me ha venido a ver esta mañana, pero se ha marchado antes de que acabáramos nuestra conversación.
_____ sintió un bendito alivio. Jack no sabía dónde estaba Nicholas y eso significaba que estaba a salvo.
Pero el alivio se esfumó cuando Jack se abrió la chaqueta y le mostró la pistola en su cintura. Empezó a andar hacia ella.
—Estoy aquí para terminarla.
_____ no quería mostrar su miedo, así que no reculó. Jack se detuvo frente a ella, que miró fijamente la pistola un momento y luego levantó la vista.
—Nicholas no está aquí. No sé dónde está.
—Entonces le esperaremos. —Y antes de que _____ pudiera moverse, él la tomó por el brazo y se lo sujetó con fuerza. No tenía sentido luchar, así que ni lo intentó y Jack la arrastró escaleras arriba hacia el interior de la casa. Los Harlan los siguieron hasta la cocina.
—Earl, ve a vigilar desde la ventana de delante y avísame si viene Jonas —le ordenó—. Tú, Joshua, vigila la parte de atrás.
Earl se marchó y Joshua salió al porche trasero cerrando la puerta tras de sí. Jack obligó a _____ a sentarse.
—¿Qué es lo que vas a hacer? —le preguntó ella.
Él apartó una silla de la mesa y se sentó junto a ella.
—Voy a conseguir que firme este contrato de compraventa por esta tierra.
—¿Qué te hace creer que lo hará?
—Venderá —dijo recostándose en la silla, y sacó la pistola del cinturón apuntando hacia la puerta.
El gesto no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones. _____ juntó las manos temblorosas y echó un vistazo a la despensa preguntándose si podría alcanzar el rifle. Se irguió en la silla.
—Ya que vamos a esperar a Nicholas todavía un rato creo que prepararé un té.
Empezó a levantarse, pero Jack la cogió por la mano y la hizo sentarse de nuevo.
—No hace falta té, ___(Dim). Siéntate y quédate quieta.
Pasaron los minutos. A _____ le parecieron una eternidad.
Rezó para que Oren pudiera hacer algo, pero había unos cuatro kilómetros hasta la casa de los Johnson y las niñas tardarían por lo menos una hora en llegar allí. Si Nicholas llegaba a casa antes, Jack podría dispararle. La situación era como una cuerda en tensión que la más mínima cosa podía romper.
_____ lo miró.
—Jack —empezó tratando de mantener la calma—, si lo que quieres es la tierra, te la venderemos. No hay ninguna necesidad de todo esto.
Él se giró hacia ella.
—¿Que no hay necesidad? —gritó furioso—. Ese bastardo ha entrado a empujones en mi casa esta mañana como si fuera el rey de la fiesta, amenazándome a mí y al padre de mi esposa, diciéndonos que iba a destruirnos y que iba a conseguir que sus amigos irlandeses de Nueva York le ayudasen a ello. ¡Y lo malo es que Hiram se lo ha creído! —Golpeó la mesa con el puño—. ¡Nadie me amenaza! ¡Nadie! Y menos aún un boxeador irlandés que no tiene dónde caerse muerto.
Jack miró a _____ y en su rostro se reflejó el desdén y la rabia.
—¡Y tú te has casado con él! ¿Yo no era suficientemente bueno para ti, y él sí lo es? ¿No te podías casar conmigo, pero sí te has casado con él?
Echó la silla hacia atrás y se inclinó hacia ella. La pistola estaba entre los dos. _____ vio tanto odio en el rostro de Jack que se encogió.
—Has dejado que te toque. Has dejado que te ponga sus sucias manos irlandesas encima. Dios, qué asco me das.
Ella lo miró fijamente y se dio cuenta de la verdad.
—Esto ya no tiene nada que ver con la tierra, ¿verdad? —susurró—. Esto es por mi matrimonio.
Antes de que pudiera responderle, Earl entró.
—Jonas se acerca por el camino, jefe.
Jack se irguió y recuperó la compostura haciendo un esfuerzo. La cogió del brazo y la levantó de la silla.
—Venga, señora Jonas —dijo arrastrándola hasta la puerta de atrás—. Vamos a darla la bienvenida a tu marido.
Cuando Nicholas llegó al camino de la entrada, vio los caballos y las cuatro personas que lo estaban esperando en el porche trasero. Y también la pistola en la mano de Jack y el miedo en el rostro de _____. Desmontó del caballo de Oren y caminó despacio hacia el porche, pero se detuvo a unos metros de las escaleras, tratando de decidir qué hacer.
Jack tenía a _____ muy cerca de él, pero no le apuntaba con el arma. Estaba apuntando a Nicholas.
—Buenas tardes, Jonas. Te hemos estado esperando.
Nicholas miró a _____.
—¿Dónde están las niñas?
—Están con los Johnson.
Asintió y miró a Jack.
—¿Cuál es la oferta ahora, Jack? —le preguntó procurando parecer indiferente—. ¿Siete dólares por acre?
—Vuelve a ser un dólar.
Nicholas se preguntó si Jack iba a utilizar a _____ como moneda de cambio. Tenía que averiguarlo, así que sacudió la cabeza con lentitud.
—No hay trato.
—Sabía que dirías eso. —Jack miró a los dos hombres que estaban junto a él—. Joshua, Earl, creo que el señor Jonas necesita que lo convenzan.
Los dos hombres bajaron las escaleras del porche y caminaron hacia él. Nicholas tenía su respuesta.
—¡Nicholas, déjales que se queden la tierra! —gritó _____—. No merece la pena.
Le estaba suplicando, pero no podía ceder. No se trataba sólo de la tierra. Se trataba de enfrentarse a los matones y de luchar por aquello en lo que creía. Bueno, tenía algo en lo que creer de nuevo, y a no ser que Jack amenazase a _____, no iba a darse por vencido sin una pelea.
Se echó hacia atrás para tener más espacio para pelear, y midió las posibilidades de los dos hombres que venían hacia él. Sabía que con Joshua no tendría problema, pero recordó cómo se había sentido cuando el puño de Earl le había golpeado el rostro aquella noche tres meses atrás, y sabía que con él sería más difícil.
Apretó los puños esperando que alguno de ellos hiciera el primer movimiento. Sospechaba que sería Joshua, que le guardaba rencor y era más impaciente. Cuando le vino encima el primer puñetazo, supo que había acertado.
Se agachó para esquivar el puño de Joshua y al mismo tiempo golpeó con el codo el estómago de Earl. El puño de Joshua le pasó por encima de la cabeza, Earl se dobló con un gruñido de dolor y Nicholas se incorporó, golpeando a Joshua con la derecha bajo la barbilla y en la mejilla con la izquierda. El hombre cayó al suelo de espaldas.
Pero Nicholas no tuvo tiempo de saborear su victoria. Se dio la vuelta confiando en ser suficientemente rápido. Pero no lo fue. El puño de Earl le golpeó debajo de la mejilla. Nicholas se tambaleó hacia atrás por la fuerza del golpe, pero se mantuvo en pie y consiguió inclinarse a la izquierda y esquivar el segundo golpe de Earl que no le llegó a tocar.
Pudo golpearle las costillas con el puño derecho y siguió con un golpe cruzado a la mandíbula que dejó al contrincante parado el tiempo suficiente para darle aún un derechazo más. El puñetazo lanzó a Earl al suelo. Nicholas se giró de golpe, pero Joshua seguía tumbado gruñendo sin hacer ningún intento por levantarse y continuar con la pelea.
Se dirigió hacia el porche mirando al hombre que estaba en lo alto de la escalera.
—No me han convencido, Jack —dijo con la voz entrecortada—. Ahora sólo quedamos tú y yo. Por una vez en tu miserable vida, tendrás que pelear tú mismo.
Jack apretó con fuerza a _____, acercándola más a él y apuntando la pistola directamente al corazón de Nicholas.
—Te lo voy a explicar bien para que lo entiendas, chico. Dame la tierra o te mato.
—¡No! —_____ exclamó entre sollozos—. Deja que se quede la tierra. No merece la pena que arriesgues tu vida. No merece la pena. Por favor, Nicholas.
Él desvió la vista de Jack a _____ y de nuevo a Jack, paseó la mirada de uno a otro mientras trataba de encontrar una solución. Aunque firmase el contrato, probablemente Jack lo mataría.
—De acuerdo, Tyler, tú ganas —dijo levantando las manos con un gesto de rendición.
De pronto, Nicholas se movió a tal velocidad que _____ no pudo entender cómo lo había logrado. La pistola se disparó en el mismo momento en que él la hacía saltar de la mano de Jack, y la bala cruzó el aire sin herir a nadie. Cayó sobre el porche con un golpe seco. Nicholas cogió a Jack por las solapas y le hizo bajar por las escaleras. Lo soltó y le dio un empujón.
—Muy bien, chico —le dijo apretando los dientes—, vamos a ver lo valiente que eres.
_____ corrió al otro extremo del porche y cogió la pistola, apoyándose después en la barandilla. La cargó y apuntó a Jack.
—Tengo la pistola, Nicholas.
—Muy bien, no le dispares todavía. Voy a hacer primero un poco de ejercicio.
Toda la arrogancia de Jack se vino abajo y sólo quedó el miedo. Miró a su alrededor como si buscase ayuda, pero los dos únicos hombres que podían ayudarle estaban tendidos en el suelo, todavía sorprendidos y mareados, y claramente sin ninguna intención de acudir a ayudarle.
Nicholas le dio otro empujón.
—¿Qué pasa, Jack? ¿No tienes a nadie que te haga el trabajo sucio?
Levantó el puño para golpearle y el hombre lanzó un grito, dando un salto hacia atrás y tapándose la cara con los brazos. Nicholas bajó el puño y se rio.
—Eres un bastardo cobarde —murmuró—. No merece la pena que me haga daño en la mano.
Jack bajó los brazos y Nicholas se movió como si fuese a marcharse, pero de pronto cambió de opinión y se giró lanzando con fuerza un golpe certero en la nariz de Jack que lo elevó en el aire y lo dejó tendido en el suelo.
—He mentido —dijo Nicholas limpiándose la sangre de la mano.
Por el camino entró un carruaje que se detuvo detrás de los dos hombres. _____ echó un rápido vistazo a Alice Tyler y al distinguido caballero que estaba sentado junto a ella, y volvió su atención a Nicholas y Jack.
Su marido había puesto la bota sobre la garganta de Jack.
—Soy Nicholas Jonas —dijo apretando la mandíbula—. Puede que este nombre no te diga nada, pero será mejor que te explique cómo funcionan las cosas por aquí.
Dio un paso atrás y Jack hizo un esfuerzo para respirar, cogiendo aire desesperadamente.
Nicholas señaló el campo que los rodeaba y continuó.
—Poseo esta tierra y todo lo que hay en ella. Esta es mi granja y mi casa. ¿Lo entiendes, chico?
Jack asintió e intentó levantarse.
Nicholas le empujó de nuevo con la bota.
—Bien. Has amenazado a mi familia y eso no me ha gustado nada. Si vuelves a poner los pies en mi tierra, o vuelves a mirar a mi esposa, o te acercas a un kilómetro de mis hijas, miserable bastardo, no me limitaré a utilizarte para hacer leña, te mataré.
_____ bajó la pistola y descendió las escaleras mientras oía que Nicholas reivindicaba lo que siempre había pensado que nunca querría. Pudo sentir su orgullo cuando pronunció «mi esposa» y «mi familia», y cada una de sus palabras le daba esperanzas. Se detuvo a unos pasos de ellos y esperó. En ese momento, otro carromato entró por el camino y se detuvo detrás del primer carruaje.
—Tus niñas me han dicho que había problemas —dijo Oren saltando del carromato con el rifle en la mano. Observó a los tres hombres tendidos en el suelo incluido el que estaba bajo la bota de Nicholas—. Pero veo que te las has arreglado.
Nicholas sonrió y señaló a los dos hermanos Harlan.
—Puedes hacerme un favor y llevarte a esos dos desechos humanos. Déjalos en la carretera camino de tu casa.
Oren levantó a los dos hermanos Harlan del suelo con la punta del rifle. Nicholas miró a _____ y vio que tenía todavía la pistola en la mano. Se la cogió, abrió el cargador y lo vació. Después levantó a Jack del suelo y lo empujó hacia el carruaje que estaba esperando.
—Fuera de mi tierra.
Jack se apretó la nariz, que le sangraba abundantemente y se agachó para recoger la pistola. Detrás de él, la puerta del carruaje se abrió y Alice Tyler bajó de él. Se dirigió hasta su marido. Se sacó un delicado pañuelo del bolsillo, se lo llevó a la nariz y le habló con delicadeza.
—Me voy, Jack. La diligencia sale hacia Monroe esta tarde y mi padre y yo nos iremos en ella. Puedes quedarte en Callersville, claro está, pero tendrás que buscarte una casa para vivir porque mi padre va a poner la nuestra en venta. También tendrás que buscar trabajo porque venderemos el aserradero y el colmado y todo lo demás.
—Alice, no puedes…
—Si quieres venir con nosotros —le interrumpió—, mi padre te encontrará un trabajo en alguno de sus negocios. Tendrás que empezar desde abajo, claro, como oficinista, quizás. Pero estoy segura de que subirás rápidamente. Él te ayudará.
Dejó que Jack sujetase el pañuelo mientras le limpiaba el polvo de sus ropas arrugadas y le ponía bien la corbata, como si fuera un niño. Después lo tomó del brazo y lo llevó hacia el carruaje. Antes de subir, se detuvo y miró a _____ y a Nicholas.
—Espero que seáis felices aquí. Yo nunca lo fui.
Subió al carruaje y Jack la siguió sin mirar atrás. El carruaje dio la vuelta y se alejó, no sin antes detenerse un momento junto al porche para que el cochero cogiese el caballo de Jack y lo atase detrás. Después siguió el camino dando la vuelta a la casa y desapareciendo.
Oren condujo su carromato hasta la altura de Nicholas y _____, con su caballo atado también atrás y apuntando con el rifle a los hermanos Harlan, observó cómo subían a sus caballos y seguían el carruaje de Jack. Ahogó una carcajada.
—Los dos tenían los ojos bizcos. No sabía que un hombre podía dar un derechazo como el tuyo, Nicholas. Me apuesto lo que sea a que no saben todavía qué les ha golpeado.
—Espero que sí lo sepan —dijo él— y que lo recuerden durante mucho tiempo.
—Por cierto —Oren, bajando el rifle en el momento en que los Harlan ya no estaban a su alcance—, Kate me ha dicho que se queden a cenar cuando vengan a recoger a las niñas.
—Gracias, iremos enseguida —dijo Nicholas. Oren asintió y agitó las riendas. El carromato se alejó por el camino.
_____ observó a su marido mientras él contemplaba el carromato alejándose hasta desaparecer de su vista. Ante Jack había reivindicado lo que era suyo, la tierra que los rodeaba, las niñas y a ella. Pero _____ deseaba que Nicholas reivindicase lo más importante de todo: su corazón.
—¿Me quieres?
La pregunta pilló a Nicholas por sorpresa. Se puso tenso y sin mirarla dijo:
—Has perdido la oportunidad de librarte de mí. Me quedo, con mi mal carácter y mis malas costumbres. No me voy a marchar.
—Eso no es lo que te he preguntado.
—Intentaré no decir tacos delante de las niñas, pero puede que se me escapen. Tendrás que acostumbrarte. Y si tengo más pesadillas, no intentes despertarme. Sólo prométeme que te mantendrás alejada hasta que pasen.
—Sí, claro, pero…
—Además —la interrumpió, y se dio la vuelta para mirarla desafiante—, no voy a ir a la iglesia, así que no te hagas ilusiones al respecto.
—Nunca te he dicho que tengas que ir a la iglesia, pero Nicholas…
—Si quiero, fumaré mis puros y no voy a dejar el whisky. Si de vez en cuando me apetece un trago, me lo tomaré. Y no aceptaré sermones a la mañana siguiente.
—¡Nicholas! —lo interrumpió ella exasperada, impaciente, esperanzada y horrorizada a un tiempo—. ¿Me quieres?
Él abrió la boca para responderle, pero la volvió a cerrar. Su cara se ensombreció, pero _____ no podía descifrar su expresión, una expresión hambrienta y fiera a la vez. Podía ser miedo. Podía ser amor. O podían ser ambas cosas.
De pronto, la cogió de la mano.
—Quiero enseñarte algo —le dijo y la arrastró a través del patio, más allá de los restos chamuscados del establo, más allá de la cuadra y de las casetas, hasta la cabaña de herramientas de Nate.
Se detuvo frente a la puerta y le soltó la mano.
—Hay algo aquí dentro —le dijo, y de pronto pareció vacilante. Empezó a echarse hacia atrás—. Yo… Bueno, lo he hecho para ti.
Ella lo miró sorprendida.
—¿Qué es? —le preguntó, pero él no contestó. _____ se giró hacia la puerta y la abrió de un empujón.
Por la puerta abierta, se coló la luz del sol e iluminó en medio de la penumbra un banco de madera en medio de la cabaña. Estaba pintado de blanco y había unas cadenas atadas a los lados. Era un balancín para el porche.
_____ lo miró fijamente intentando reprimir las lágrimas. Caminó despacio hasta el balancín y pasó la mano por la suave superficie.
—¿Lo has hecho para mí? —le preguntó mirándolo. Pero el sol que entraba por detrás de Nicholas hacía que su expresión fuera inescrutable—. ¿Por qué?
Él bajó la cabeza y se quedó callado durante un largo rato. Después, despacio, como si estuviera meditando cada palabra, dijo:
—_____, me he pasado mucho tiempo huyendo de muchas cosas. Del amor, sobre todo. Me convencí a mí mismo de que no lo necesitaba, de que no lo deseaba, incluso de que no podía volver a sentirlo. Pero lo cierto es que tenía miedo. Había perdido todo lo que había amado, y no quería volver a amar a nadie ni a nada otra vez. No quería arriesgarme a volver a sentir el dolor que había sentido.
_____ lo escuchaba y cada una de sus palabras llenaba de esperanza su corazón. Cuando se calló, dio un paso vacilante hacia él.
—¿Y ahora?
Contuvo la respiración, expectante. Nicholas levantó la cabeza.
—Ahora me he dado cuenta de que hay cosas por las que merece la pena arriesgarse, cosas que son demasiado poderosas como para dejarlas atrás, demasiado valiosas para perderlas. Tú me lo has enseñado. Este balancín es mi regalo de bodas para ti, y quiero sentarme en él contigo todas las noches de mi vida. Te amo, á mhúirnín.
_____ se quedó sin habla. Quería decirle cuánto significaba ese regalo para ella, cuánto lo necesitaba, cuánto había temido que la abandonase, cuánto lo amaba. Pero no podía encontrar las palabras.
Así que corrió hacia él y lo abrazó sin poder reprimir un sollozo de alivio y de alegría que a él le resultó más elocuente que cualquier palabra.

Cada una de las niñas tenía una opinión diferente sobre el regalo de _____.
—Creo que es maravilloso, papá —dijo Becky mientras le daba un beso de buenas noches—. Jeremiah y yo podremos sentarnos el próximo domingo que venga a comer.
—Por encima de mi cadáver —murmuró Nicholas mientras Becky se alejaba por el vestíbulo en dirección a su habitación.
_____ ahogó una risa, pero sonó con demasiada claridad. Él la miró con el ceño fruncido preguntándose si se estaría riendo de él, pero ella ya había pasado por encima de Chester y se dirigía a la habitación de Sophi para que Nicholas no descubriese sus carcajadas.
Sophi no estaba tan entusiasmada con el balancín como su hermana.
—Está bien —dijo bostezando—. Pero, papá, ¿no podrías haber hecho algo más divertido, como una cabaña en un árbol?
Él se inclinó y le besó en la cabeza.
—Eso será lo siguiente, mó cailín. Te lo prometo. A dormir.
_____ besó a su hija.
—Buenas noches, cariño, que duermas bien.
Se dirigieron a la habitación de Marian y juntos la arroparon en la cama.
—Papá, ya que le has hecho a mamá un balancín, ¿podrás hacerme a mí una casa de muñecas?
Nicholas sintió un nudo en la garganta y besó a su hija en la mejilla.
—Claro que puedo, amor.
—Vale —dijo la niña cerrando los ojos—. Así mis muñecas tendrán un hogar.
Nicholas miró a _____.
—Todo el mundo tiene que tener uno —murmuró y vio cómo su esposa sonreía. Se prometió a sí mismo que cada día de su vida conseguiría de ella una sonrisa. Haría todo lo que estuviese en sus manos para que estuviese a salvo y feliz. Y se sintiese amada. Siempre.
_____ le dio un beso de buenas noches a Marian y apagó la luz. Después cogió a Nicholas de la mano y juntos salieron de la habitación. Mientras bajaban las escaleras, él dijo:
—Nunca pensé que necesitaría un hogar y niños para completar mi vida. Ahora no podría imaginar mi vida sin todo ello. Pero a veces, _____, es aterrador.
Ella le apretó la mano.
—Lo harás bien —le dijo—. Para ser un buen padre, lo mejor es no pensar demasiado en ello.
Las palabras le resultaron familiares. Se acordó de aquel día en la cocina en que la había besado por primera vez, y le lanzó una sonrisa maliciosa.
—Vamos a sentarnos en el balancín.
Cuando salieron, Nicholas sintió la fría brisa de la noche y supo que era el primer signo del otoño. Pensó en todas las cosas que había que hacer antes de la primavera, pero en lugar de sentirse agobiado, se sintió con unas enormes ganas de hacerlas.
Se sentó y puso a _____ en su regazo. El balancín empezó a moverse.
—Bueno, señora Jonas —le murmuró al oído—, dime otra vez qué es lo que solían hacer tus padres en el balancín.
Ella se inclinó hasta rozarle los labios con los suyos.
—Te lo mostraré —susurró rodeándole el cuello con los brazos.
Cuando _____ lo besó, Nicholas disfrutó enormemente de la verdadera razón por la que los esposos se sientan en un balancín en el porche con sus esposas cuando los niños ya están en la cama. En su opinión, era una buena forma de pasar la velada. Pero no era eso lo que tenía en mente en esos momentos.
Dejó de besarla y se levantó con _____ en los brazos en un movimiento que la pilló a ella por sorpresa.
—Creía que querías sentarte en el balancín.
—He cambiado de opinión —murmuró con voz ronca, recorriendo el cuello de _____ con los labios y dirigiéndose a la puerta de atrás—. Nos sentaremos mañana.
Cruzó la puerta con ella en brazos y la llevó escaleras arriba hasta la habitación. Cerró la puerta de una patada, y cuando corrió el pestillo, Nicholas Jonas volvió a besar a su esposa y supo que finalmente había llegado a casa.


FIN.

Muchas muchas gracias nos leemos pronto! ;)
Andrea P. Jonas:)
Andrea P. Jonas:)


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Mensaje por chelis Lun 14 Ene 2013, 1:59 pm

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GUUUAUUU TARDEEEEE DOS DIAS EN ACABAR DE LEEERLOS CAAAPIISSS!!
AAAII ESOS NO SE SALIERON CON LA SUYA Y NICK SIIII QUIEREEE A ____!!! HASTA.... AIIII ME ENCANTO LA NOOOVEEE!!!
GRACIAS POR SUBIRLAAA!!!!
Y MIRA QUE TIENE UN BONITOO MENSAJEEE!!!!
AAAII ESPERO QUE SUBAS OOOTRAAA!!!!
Y GRAAACIAS POR SUBIR ESTA NOVEEE!!!
GRRRRAAAACIIIAAAAAASSS!!!!
chelis
chelis


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