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50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Página 4 de 4. • 1, 2, 3, 4
Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
siiiiij soy tu nueva lectora ....ame la adaptacion me decepcione cuando nicholas pidio que le firmara el contrato de no decir nada al parecer todo le parece negocios ! y todaviala rayis quiere fo**ar con ..oh shit ..! jajjjaj aunque despues de todo me encanto ...una pregunta lo sacastes de un libro no? ..se llama igual el libro que el titulo que le pusistes por que de verdad me parecio interesante leerla jjajaja ! bueno ahh y ezte comentario te responde a tu pregunta jajaj SEGUILAAAAAAAA SEGUILAaaaa!!! besos!! <3
SmileJonas
Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
Seguilaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.....!!!!!!
SmileJonas
Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
Dos capitulos por dia, suena bien???
_____* eso significa el apodo, por si algunas no lo sabíais :)
disfrutar!
—Puedes marcharte en cualquier momento. El helicóptero está listo para llevarte a donde quieras.
Puedes pasar la noche aquí y marcharte mañana por la mañana. Lo que decidas me parecerá
bien.
—Abre la maldita puerta de una vez, Nicholas.
Abre la puerta y se aparta a un lado para que entre yo primero. Vuelvo a mirarlo. Quiero saber lo
que hay ahí dentro. Respiro hondo y entro.
Y siento como si me hubiera transportado al siglo XVI, a la época de la Inquisición española.
Lo primero que noto es el olor: piel, madera y cera con un ligero aroma a limón. Es muy
agradable, y la luz es tenue, sutil. En realidad no veo de dónde sale, de algún sitio junto a la
cornisa, y emite un resplandor ambiental. Las paredes y el techo son de color burdeos oscuro, que
da a la espaciosa habitación un efecto uterino, y el suelo es de madera barnizada muy vieja. En la
pared, frente a la puerta, hay una gran X de madera, de caoba muy brillante, con esposas en los
extremos para sujetarse. Por encima hay una gran rejilla de hierro suspendida del techo, como
mínimo de dos metros cuadrados, de la que cuelgan todo tipo de cuerdas, cadenas y grilletes
brillantes. Cerca de la puerta, dos grandes postes relucientes y ornamentados, como balaustres
de una barandilla pero más grandes, cuelgan a lo largo de la pared como barras de cortina. De
ellos pende una impresionante colección de palos, látigos, fustas y curiosos instrumentos con
plumas.
Junto a la puerta hay un mueble de caoba maciza con cajones muy estrechos, como si estuvieran
destinados a guardar muestras en un viejo museo. Por un instante me pregunto qué hay dentro.
¿Quiero saberlo? En la esquina del fondo veo un banco acolchado de piel de color granate, y
pegado a la pared, un estante de madera que parece una taquera para palos de billar, pero que al
observarlo con más atención descubro que contiene varas de diversos tamaños y grosores. En la
esquina opuesta hay una sólida mesa de casi dos metros de largo —madera brillante con patas
talladas—, y debajo, dos taburetes a juego.
Pero lo que domina la habitación es una cama. Es más grande que las de matrimonio, con dosel
de cuatro postes tallado de estilo rococó. Parece de finales del siglo XIX. Debajo del dosel veo
más cadenas y esposas relucientes. No hay ropa de cama… solo un colchón cubierto de piel roja,
y varios cojines de satén rojo en un extremo.
A unos metros de los pies de la cama hay un gran sofá Chesterfield granate, plantificado en medio
de la sala, frente a la cama. Extraña distribución… eso de poner un sofá frente a la cama. Y sonrío
para mis adentros. Me parece raro el sofá, cuando en realidad es el mueble más normal de toda la
habitación. Alzo los ojos y observo el techo. Está lleno de mosquetones, a intervalos irregulares.
Me pregunto por un segundo para qué sirven. Es extraño, pero toda esa madera, las paredes
oscuras, la tenue luz y la piel granate hacen que la habitación parezca
dulce y romántica… Sé que es cualquier cosa menos eso. Es lo que Nicholas entiende por
dulzura y romanticismo.
Me giro y está mirándome fijamente, como suponía, con expresión impenetrable. Avanzo por la
habitación y me sigue. El artilugio de plumas me ha intrigado. Me decido a tocarlo. Es de ante,
como un pequeño gato de nueve colas, pero más grueso y con pequeñas bolas de plástico en los
extremos.
—Es un látigo de tiras —dice Nicholas en voz baja y dulce.
Un látigo de tiras… Vaya. Creo que estoy en estado de shock. Mi subconsciente ha emigrado, o
se ha quedado muda, o sencillamente se ha caído en redondo y se ha muerto. Estoy paralizada.
Puedo observar y asimilar, pero no articular lo que siento ante todo esto, porque estoy en estado
de shock. ¿Cuál es la reacción adecuada cuando descubres que tu posible amante es un sádico o
un masoquista total? Miedo… sí… esa parece ser la sensación principal. Ahora me doy cuenta.
Pero extrañamente no de él. No creo que me hiciera daño. Bueno, no sin mi consentimiento. Un
sinfín de preguntas me nublan la mente. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Con qué frecuencia?
¿Quién? Me acerco a la cama y paso las manos por uno de los postes. Es muy grueso, y el
tallado es impresionante.
—Di algo —me pide Nicholas en tono engañosamente dulce.
—¿Se lo haces a gente o te lo hacen a ti?
Frunce la boca, no sé si divertido o aliviado.
—¿A gente? —Pestañea un par de veces, como si estuviera pensando qué contestarme—. Se lo
hago a mujeres que quieren que se lo haga.
No lo entiendo.
—Si tienes voluntarias dispuestas a aceptarlo, ¿qué hago yo aquí?
—Porque quiero hacerlo contigo, lo deseo.
—Oh.
Me quedo boquiabierta. ¿Por qué?
Me dirijo a la otra esquina de la sala, paso la mano por el banco acolchado, alto hasta la cintura, y
deslizo los dedos por la piel. Le gusta hacer daño a las mujeres. La idea me deprime.
—¿Eres un sádico?
—Soy un Amo.
Sus ojos grises se vuelven abrasadores, intensos.
—¿Qué significa eso? —le pregunto en un susurro.
—Significa que quiero que te rindas a mí en todo voluntariamente.
Lo miro frunciendo el ceño, intentando asimilar la idea.
—¿Por qué iba a hacer algo así?
—Por complacerme —murmura ladeando la cabeza.
Veo que esboza una sonrisa.
¡Complacerle! ¡Quiere que lo complazca! Creo que me quedo boquiabierta. Complacer a Nicholas
Grey. Y en ese momento me doy cuenta de que sí, de que es exactamente lo que quiero hacer.
Quiero que disfrute conmigo. Es una revelación.
—Digamos, en términos muy simples, que quiero que quieras complacerme —me dice en voz
baja, hipnótica.
—¿Cómo tengo que hacerlo?
Siento la boca seca. Ojalá tuviera más vino. De acuerdo, entiendo lo de complacerle, pero el
gabinete de tortura isabelino me ha dejado desconcertada. ¿Quiero saber la respuesta?
—Tengo normas, y quiero que las acates. Son normas que a ti te benefician y a mí me
proporcionan placer. Si cumples esas normas para complacerme, te recompensaré. Si no, te
castigaré para que aprendas —susurra.
Mientras me habla, miro el estante de las varas.
—¿Y en qué momento entra en juego todo esto? —le pregunto señalando con la mano alrededor
del cuarto.
—Es parte del paquete de incentivos. Tanto de la recompensa como del castigo.
—Entonces disfrutarás ejerciendo tu voluntad sobre mí.
—Se trata de ganarme tu confianza y tu respeto para que me permitas ejercer mi voluntad sobre
ti. Obtendré un gran placer, incluso una gran alegría, si te sometes. Cuanto más te sometas,
mayor será mi alegría. La ecuación es muy sencilla.
—De acuerdo, ¿y qué saco yo de todo esto?
Se encoge de hombros y parece hacer un gesto de disculpa.
—A mí —se limita a contestarme.
Dios mío… Nicholas me observa pasándose la mano por el pelo.
—_______, no hay manera de saber lo que piensas —murmura nervioso—. Volvamos abajo, así
podré concentrarme mejor. Me desconcentro mucho contigo aquí.
Me tiende una mano, pero ahora no sé si cogerla.
Kate me había dicho que era peligroso, y tenía mucha razón. ¿Cómo lo sabía? Es peligroso para
mi salud, porque sé que voy a decir que sí. Y una parte de mí no quiere. Una parte de mí quiere
gritar y salir corriendo de este cuarto y de todo lo que representa. Me siento muy desorientada.
—No voy a hacerte daño, _______.
Sé que no me miente. Le cojo de la mano y salgo con él del cuarto.
—Quiero mostrarte algo, por si aceptas.
En lugar de bajar las escaleras, gira a la derecha del cuarto de juegos, como él lo llama, y avanza
por un pasillo. Pasamos junto a varias puertas hasta que llegamos a la última. Al otro lado hay un
dormitorio con una cama de matrimonio. Todo es blanco… todo: los muebles, las paredes, la ropa
de cama. Es aséptica y fría, pero con una vista preciosa de Seattle desde la pared de cristal.
—Esta será tu habitación. Puedes decorarla a tu gusto y tener aquí lo que quieras.
—¿Mi habitación? ¿Esperas que me venga a vivir aquí? —le pregunto sin poder disimular mi tono
horrorizado.
—A vivir no. Solo, digamos, del viernes por la noche al domingo. Tenemos que hablar del tema y
negociarlo. Si aceptas —añade en voz baja y dubitativa.
—¿Dormiré aquí?
—Sí.
—No contigo.
—No. Ya te lo dije. Yo no duermo con nadie. Solo contigo cuando te has emborrachado hasta
perder el sentido —me dice en tono de reprimenda.
Aprieto los labios. Hay algo que no me encaja. El amable y cuidadoso Nicholas, que me rescata
cuando estoy borracha y me sujeta amablemente mientras vomito en las azaleas, y el monstruo
que tiene un cuarto especial lleno de látigos y cadenas.
—¿Dónde duermes tú?
—Mi habitación está abajo. Vamos, debes de tener hambre.
—Es raro, pero creo que se me ha quitado el hambre —murmuro de mala gana.
—Tienes que comer, ________ —me regaña.
Me coge de la mano y volvemos al piso de abajo.
De vuelta en el salón increíblemente grande, me siento muy inquieta. Estoy al borde de un
precipicio y tengo que decidir si quiero saltar o no.
—Soy totalmente consciente de que estoy llevándote por un camino oscuro, _________, y por eso
quiero de verdad que te lo pienses bien. Seguro que tienes cosas que preguntarme —me dice
soltándome la mano y dirigiéndose con paso tranquilo a la cocina.
Tengo cosas que preguntarle. Pero ¿por dónde empiezo?
—Has firmado el acuerdo de confidencialidad, así que puedes preguntarme lo que quieras y te
contestaré.
Estoy junto a la barra de la cocina y observo cómo abre el frigorífico y saca un plato de quesos
con dos enormes racimos de uvas blancas y rojas. Deja el plato en la encimera y empieza a cortar
una baguette.
—Siéntate —me dice señalando un taburete junto a la barra.
Obedezco su orden. Si voy a aceptarlo, tendré que acostumbrarme. Me doy cuenta de que se ha
mostrado dominante desde que lo conocí.
—Has hablado de papeleo.
—Sí.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, aparte del acuerdo de confidencialidad, a un contrato que especifique lo que haremos y
lo que no haremos. Tengo que saber cuáles son tus límites, y tú tienes que saber cuáles son los
míos. Se trata de un consenso, _________.
—¿Y si no quiero?
—Perfecto —me contesta prudentemente.
—Pero ¿no tendremos la más mínima relación? —le pregunto.
—No.
—¿Por qué?
—Es el único tipo de relación que me interesa.
—¿Por qué?
Se encoge de hombros.
—Soy así.
—¿Y cómo llegaste a ser así?
—¿Por qué cada uno es como es? Es muy difícil saberlo. ¿Por qué a unos les gusta el queso y
otros lo odian? ¿Te gusta el queso? La señora Jones, mi ama de llaves, ha dejado queso para la
cena.
Saca dos grandes platos blancos de un armario y coloca uno delante de mí.
Y ahora nos ponemos a hablar del queso… Maldita sea…
—¿Qué normas tengo que cumplir?
—Las tengo por escrito. Las veremos después de cenar.
Comida… ¿Cómo voy a comer ahora?
—De verdad que no tengo hambre —susurro.
—Vas a comer —se limita a responderme.
El dominante Nicholas. Ahora está todo claro.
—¿Quieres otra copa de vino?
—Sí, por favor.
Me sirve otra copa y se sienta a mi lado. Doy un rápido sorbo.
—Te sentará bien comer, ________.
Cojo un pequeño racimo de uvas. Con esto sí que puedo. Él entorna los ojos.
—¿Hace mucho que estás metido en esto? —le pregunto.
—Sí.
—¿Es fácil encontrar a mujeres que lo acepten?
Me mira y alza una ceja.
—Te sorprenderías —me contesta fríamente.
—Entonces, ¿por qué yo? De verdad que no lo entiendo.
—________, ya te lo he dicho. Tienes algo. No puedo apartarme de ti. —Sonríe irónicamente—.
Soy como una polilla atraída por la luz. —Su voz se enturbia—. Te deseo con locura,
especialmente ahora, cuando vuelves a morderte el labio.
Respira hondo y traga saliva.
El estómago me da vueltas. Me desea… de una manera rara, es cierto, pero este hombre guapo,
extraño y pervertido me desea.
—Creo que le has dado la vuelta a ese cliché —refunfuño.
Yo soy la polilla y él es la luz, y voy a quemarme. Lo sé.
—¡Come!
—No. Todavía no he firmado nada, así que creo que haré lo que yo decida un rato más, si no te
parece mal.
Sus ojos se dulcifican y sus labios esbozan una sonrisa.
—Como quiera, señorita Steele.
—¿Cuántas mujeres? —pregunto de sopetón, pero siento mucha curiosidad.
—Quince.
Vaya, menos de las que pensaba.
—¿Durante largos periodos de tiempo?
—Algunas sí.
—¿Alguna vez has hecho daño a alguna?
—Sí.
¡Maldita sea!
—¿Grave?
—No.
—¿Me harás daño a mí?
—¿Qué quieres decir?
—Si vas a hacerme daño físicamente.
—Te castigaré cuando sea necesario, y será doloroso.
Creo que estoy mareándome. Tomo otro sorbo de vino. El alcohol me dará valor.
—¿Alguna vez te han pegado? —le pregunto.
—Sí.
Vaya, me sorprende. Antes de que haya podido preguntarle por esta última revelación, interrumpe
el curso de mis pensamientos.
—Vamos a hablar a mi estudio. Quiero mostrarte algo.
Me cuesta mucho procesar todo esto. He sido tan inocente que pensaba que pasaría una noche
de pasión desenfrenada en la cama de este hombre, y aquí estamos, negociando un extraño
acuerdo.
Lo sigo hasta su estudio, una amplia habitación con otro ventanal desde el techo hasta el suelo
que da al balcón. Se sienta a la mesa, me indica con un gesto que tome asiento en una silla de
cuero frente a él y me tiende una hoja de papel.
—Estas son las normas. Podemos cambiarlas. Forman parte del contrato, que también te daré.
Léelas y las comentamos.
NORMAS
Obediencia:
La Sumisa obedecerá inmediatamente todas las instrucciones del Amo, sin dudar, sin reservas y
de forma expeditiva. La Sumisa aceptará toda actividad sexual que el Amo considere oportuna y
placentera, excepto las actividades contempladas en los límites infranqueables (Apéndice 2). Lo
hará con entusiasmo y sin dudar.
Sueño:
La Sumisa garantizará que duerme como mínimo siete horas diarias cuando no esté con el Amo.
Comida:
Para cuidar su salud y su bienestar, la Sumisa comerá frecuentemente los alimentos incluidos en
una lista (Apéndice 4). La Sumisa no comerá entre horas, a excepción de fruta.
Ropa:
Durante la vigencia del contrato, la Sumisa solo llevará ropa que el Amo haya aprobado. El Amo
ofrecerá a la Sumisa un presupuesto para ropa, que la Sumisa debe utilizar. El Amo acompañará a
la Sumisa a comprar ropa cuando sea necesario. Si el Amo así lo exige, mientras el contrato esté
vigente, la Sumisa se pondrá los adornos que le exija el Amo, en su presencia o en cualquier otro
momento que el Amo considere oportuno.
Ejercicio:
El Amo proporcionará a la Sumisa un entrenador personal cuatro veces por semana, en sesiones
de una hora, a horas convenidas por el entrenador personal y la Sumisa. El entrenador personal
informará al Amo de los avances de la Sumisa.
Higiene personal y belleza:
La Sumisa estará limpia y depilada en todo momento. La Sumisa irá a un salón de belleza elegido
por el Amo cuando este lo decida y se someterá a cualquier tratamiento que el Amo considere
oportuno.
Seguridad personal:
La Sumisa no beberá en exceso, ni fumará, ni tomará sustancias psicotrópicas, ni correrá riesgos
innecesarios.
Cualidades personales:
La Sumisa solo mantendrá relaciones sexuales con el Amo. La Sumisa se comportará en todo
momento con respeto y humildad. Debe comprender que su conducta influye directamente en la
del Amo. Será responsable de cualquier fechoría, maldad y mala conducta que lleve a cabo
cuando el Amo no esté presente.
El incumplimiento de cualquiera de las normas anteriores será inmediatamente castigado, y el
Amo determinará la naturaleza del castigo.
Madre mía.
—¿Límites infranqueables? —le pregunto.
—Sí. Lo que no harás tú y lo que no haré yo. Tenemos que especificarlo en nuestro acuerdo.
—No estoy segura de que vaya a aceptar dinero para ropa. No me parece bien.
Me muevo incómoda. La palabra «puta» me resuena en la cabeza.
—Quiero gastar dinero en ti. Déjame comprarte ropa. Quizá necesite que me acompañes a algún
acto, y quiero que vayas bien vestida. Estoy seguro de que con tu sueldo, cuando encuentres
trabajo, no podrás costearte la ropa que me gustaría que llevaras.
—¿No tendré que llevarla cuando no esté contigo?
—No.
—De acuerdo.
Hazte a la idea de que será como un uniforme.
—No quiero hacer ejercicio cuatro veces por semana.
—________, necesito que estés ágil, fuerte y resistente. Confía en mí. Tienes que hacer ejercicio.
—Pero seguro que no cuatro veces por semana. ¿Qué te parece tres?
—Quiero que sean cuatro.
—Creía que esto era una negociación.
Frunce los labios.
—De acuerdo, señorita Steele, vuelve a tener razón. ¿Qué te parece una hora tres días por
semana, y media hora otro día?
—Tres días, tres horas. Me da la impresión de que te ocuparás de que haga ejercicio cuando esté
aquí.
Sonríe perversamente y le brillan los ojos, como si se sintiera aliviado.
—Sí, lo haré. De acuerdo. ¿Estás segura de que no quieres hacer las prácticas en mi empresa?
Eres buena negociando.
—No, no creo que sea buena idea.
Observo la hoja con sus normas. ¡Depilarme! ¿Depilarme el qué? ¿Todo? ¡Uf!
—Pasemos a los límites. Estos son los míos —me dice tendiéndome otra hoja de papel.
LÍMITES INFRANQUEABLES
Actos con fuego.
Actos con orina, defecación y excrementos.
Actos con agujas, cuchillos, perforaciones y sangre.
Actos con instrumental médico ginecológico.
Actos con niños y animales.
Actos que dejen marcas permanentes en la piel.
Actos relativos al control de la respiración.
Actividad que implique contacto directo con corriente eléctrica (tanto alterna como continua), fuego
o llamas en el cuerpo.
Uf. ¡Tiene que escribirlos! Por supuesto… todos estos límites parecen sensatos y necesarios, la
verdad… Seguramente cualquier persona en su sano juicio no querría meterse en este tipo de
cosas. Pero se me ha revuelto el estómago.
—¿Quieres añadir algo? —me pregunta amablemente.
Mierda. No tengo ni idea. Estoy totalmente perpleja. Me mira y arruga la frente.
—¿Hay algo que no quieras hacer?
—No lo sé.
—¿Qué es eso de que no lo sabes?
Me remuevo incómoda y me muerdo el labio.
—Nunca he hecho cosas así.
—Bueno, ¿ha habido algo que no te ha gustado hacer en el sexo?
Por primera vez en lo que parecen siglos, me ruborizo.
—Puedes decírmelo, ________. Si no somos sinceros, no va a funcionar.
Vuelvo a removerme incómoda y me contemplo los dedos nudosos.
—Dímelo —me pide.
—Bueno… Nunca me he acostado con nadie, así que no lo sé —le digo en voz baja.
Levanto los ojos hacia él, que me mira boquiabierto, paralizado y pálido, muy pálido.
—¿Nunca? —susurra.
Asiento.
—¿Eres virgen?
Asiento con la cabeza y vuelvo a ruborizarme. Cierra los ojos y parece estar contando hasta diez.
Cuando los abre, me mira enfadado.
—¿Por qué cojones no me lo habías dicho? —gruñe.
_____* eso significa el apodo, por si algunas no lo sabíais :)
disfrutar!
—Puedes marcharte en cualquier momento. El helicóptero está listo para llevarte a donde quieras.
Puedes pasar la noche aquí y marcharte mañana por la mañana. Lo que decidas me parecerá
bien.
—Abre la maldita puerta de una vez, Nicholas.
Abre la puerta y se aparta a un lado para que entre yo primero. Vuelvo a mirarlo. Quiero saber lo
que hay ahí dentro. Respiro hondo y entro.
Y siento como si me hubiera transportado al siglo XVI, a la época de la Inquisición española.
Capitulo 7
Lo primero que noto es el olor: piel, madera y cera con un ligero aroma a limón. Es muy
agradable, y la luz es tenue, sutil. En realidad no veo de dónde sale, de algún sitio junto a la
cornisa, y emite un resplandor ambiental. Las paredes y el techo son de color burdeos oscuro, que
da a la espaciosa habitación un efecto uterino, y el suelo es de madera barnizada muy vieja. En la
pared, frente a la puerta, hay una gran X de madera, de caoba muy brillante, con esposas en los
extremos para sujetarse. Por encima hay una gran rejilla de hierro suspendida del techo, como
mínimo de dos metros cuadrados, de la que cuelgan todo tipo de cuerdas, cadenas y grilletes
brillantes. Cerca de la puerta, dos grandes postes relucientes y ornamentados, como balaustres
de una barandilla pero más grandes, cuelgan a lo largo de la pared como barras de cortina. De
ellos pende una impresionante colección de palos, látigos, fustas y curiosos instrumentos con
plumas.
Junto a la puerta hay un mueble de caoba maciza con cajones muy estrechos, como si estuvieran
destinados a guardar muestras en un viejo museo. Por un instante me pregunto qué hay dentro.
¿Quiero saberlo? En la esquina del fondo veo un banco acolchado de piel de color granate, y
pegado a la pared, un estante de madera que parece una taquera para palos de billar, pero que al
observarlo con más atención descubro que contiene varas de diversos tamaños y grosores. En la
esquina opuesta hay una sólida mesa de casi dos metros de largo —madera brillante con patas
talladas—, y debajo, dos taburetes a juego.
Pero lo que domina la habitación es una cama. Es más grande que las de matrimonio, con dosel
de cuatro postes tallado de estilo rococó. Parece de finales del siglo XIX. Debajo del dosel veo
más cadenas y esposas relucientes. No hay ropa de cama… solo un colchón cubierto de piel roja,
y varios cojines de satén rojo en un extremo.
A unos metros de los pies de la cama hay un gran sofá Chesterfield granate, plantificado en medio
de la sala, frente a la cama. Extraña distribución… eso de poner un sofá frente a la cama. Y sonrío
para mis adentros. Me parece raro el sofá, cuando en realidad es el mueble más normal de toda la
habitación. Alzo los ojos y observo el techo. Está lleno de mosquetones, a intervalos irregulares.
Me pregunto por un segundo para qué sirven. Es extraño, pero toda esa madera, las paredes
oscuras, la tenue luz y la piel granate hacen que la habitación parezca
dulce y romántica… Sé que es cualquier cosa menos eso. Es lo que Nicholas entiende por
dulzura y romanticismo.
Me giro y está mirándome fijamente, como suponía, con expresión impenetrable. Avanzo por la
habitación y me sigue. El artilugio de plumas me ha intrigado. Me decido a tocarlo. Es de ante,
como un pequeño gato de nueve colas, pero más grueso y con pequeñas bolas de plástico en los
extremos.
—Es un látigo de tiras —dice Nicholas en voz baja y dulce.
Un látigo de tiras… Vaya. Creo que estoy en estado de shock. Mi subconsciente ha emigrado, o
se ha quedado muda, o sencillamente se ha caído en redondo y se ha muerto. Estoy paralizada.
Puedo observar y asimilar, pero no articular lo que siento ante todo esto, porque estoy en estado
de shock. ¿Cuál es la reacción adecuada cuando descubres que tu posible amante es un sádico o
un masoquista total? Miedo… sí… esa parece ser la sensación principal. Ahora me doy cuenta.
Pero extrañamente no de él. No creo que me hiciera daño. Bueno, no sin mi consentimiento. Un
sinfín de preguntas me nublan la mente. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Con qué frecuencia?
¿Quién? Me acerco a la cama y paso las manos por uno de los postes. Es muy grueso, y el
tallado es impresionante.
—Di algo —me pide Nicholas en tono engañosamente dulce.
—¿Se lo haces a gente o te lo hacen a ti?
Frunce la boca, no sé si divertido o aliviado.
—¿A gente? —Pestañea un par de veces, como si estuviera pensando qué contestarme—. Se lo
hago a mujeres que quieren que se lo haga.
No lo entiendo.
—Si tienes voluntarias dispuestas a aceptarlo, ¿qué hago yo aquí?
—Porque quiero hacerlo contigo, lo deseo.
—Oh.
Me quedo boquiabierta. ¿Por qué?
Me dirijo a la otra esquina de la sala, paso la mano por el banco acolchado, alto hasta la cintura, y
deslizo los dedos por la piel. Le gusta hacer daño a las mujeres. La idea me deprime.
—¿Eres un sádico?
—Soy un Amo.
Sus ojos grises se vuelven abrasadores, intensos.
—¿Qué significa eso? —le pregunto en un susurro.
—Significa que quiero que te rindas a mí en todo voluntariamente.
Lo miro frunciendo el ceño, intentando asimilar la idea.
—¿Por qué iba a hacer algo así?
—Por complacerme —murmura ladeando la cabeza.
Veo que esboza una sonrisa.
¡Complacerle! ¡Quiere que lo complazca! Creo que me quedo boquiabierta. Complacer a Nicholas
Grey. Y en ese momento me doy cuenta de que sí, de que es exactamente lo que quiero hacer.
Quiero que disfrute conmigo. Es una revelación.
—Digamos, en términos muy simples, que quiero que quieras complacerme —me dice en voz
baja, hipnótica.
—¿Cómo tengo que hacerlo?
Siento la boca seca. Ojalá tuviera más vino. De acuerdo, entiendo lo de complacerle, pero el
gabinete de tortura isabelino me ha dejado desconcertada. ¿Quiero saber la respuesta?
—Tengo normas, y quiero que las acates. Son normas que a ti te benefician y a mí me
proporcionan placer. Si cumples esas normas para complacerme, te recompensaré. Si no, te
castigaré para que aprendas —susurra.
Mientras me habla, miro el estante de las varas.
—¿Y en qué momento entra en juego todo esto? —le pregunto señalando con la mano alrededor
del cuarto.
—Es parte del paquete de incentivos. Tanto de la recompensa como del castigo.
—Entonces disfrutarás ejerciendo tu voluntad sobre mí.
—Se trata de ganarme tu confianza y tu respeto para que me permitas ejercer mi voluntad sobre
ti. Obtendré un gran placer, incluso una gran alegría, si te sometes. Cuanto más te sometas,
mayor será mi alegría. La ecuación es muy sencilla.
—De acuerdo, ¿y qué saco yo de todo esto?
Se encoge de hombros y parece hacer un gesto de disculpa.
—A mí —se limita a contestarme.
Dios mío… Nicholas me observa pasándose la mano por el pelo.
—_______, no hay manera de saber lo que piensas —murmura nervioso—. Volvamos abajo, así
podré concentrarme mejor. Me desconcentro mucho contigo aquí.
Me tiende una mano, pero ahora no sé si cogerla.
Kate me había dicho que era peligroso, y tenía mucha razón. ¿Cómo lo sabía? Es peligroso para
mi salud, porque sé que voy a decir que sí. Y una parte de mí no quiere. Una parte de mí quiere
gritar y salir corriendo de este cuarto y de todo lo que representa. Me siento muy desorientada.
—No voy a hacerte daño, _______.
Sé que no me miente. Le cojo de la mano y salgo con él del cuarto.
—Quiero mostrarte algo, por si aceptas.
En lugar de bajar las escaleras, gira a la derecha del cuarto de juegos, como él lo llama, y avanza
por un pasillo. Pasamos junto a varias puertas hasta que llegamos a la última. Al otro lado hay un
dormitorio con una cama de matrimonio. Todo es blanco… todo: los muebles, las paredes, la ropa
de cama. Es aséptica y fría, pero con una vista preciosa de Seattle desde la pared de cristal.
—Esta será tu habitación. Puedes decorarla a tu gusto y tener aquí lo que quieras.
—¿Mi habitación? ¿Esperas que me venga a vivir aquí? —le pregunto sin poder disimular mi tono
horrorizado.
—A vivir no. Solo, digamos, del viernes por la noche al domingo. Tenemos que hablar del tema y
negociarlo. Si aceptas —añade en voz baja y dubitativa.
—¿Dormiré aquí?
—Sí.
—No contigo.
—No. Ya te lo dije. Yo no duermo con nadie. Solo contigo cuando te has emborrachado hasta
perder el sentido —me dice en tono de reprimenda.
Aprieto los labios. Hay algo que no me encaja. El amable y cuidadoso Nicholas, que me rescata
cuando estoy borracha y me sujeta amablemente mientras vomito en las azaleas, y el monstruo
que tiene un cuarto especial lleno de látigos y cadenas.
—¿Dónde duermes tú?
—Mi habitación está abajo. Vamos, debes de tener hambre.
—Es raro, pero creo que se me ha quitado el hambre —murmuro de mala gana.
—Tienes que comer, ________ —me regaña.
Me coge de la mano y volvemos al piso de abajo.
De vuelta en el salón increíblemente grande, me siento muy inquieta. Estoy al borde de un
precipicio y tengo que decidir si quiero saltar o no.
—Soy totalmente consciente de que estoy llevándote por un camino oscuro, _________, y por eso
quiero de verdad que te lo pienses bien. Seguro que tienes cosas que preguntarme —me dice
soltándome la mano y dirigiéndose con paso tranquilo a la cocina.
Tengo cosas que preguntarle. Pero ¿por dónde empiezo?
—Has firmado el acuerdo de confidencialidad, así que puedes preguntarme lo que quieras y te
contestaré.
Estoy junto a la barra de la cocina y observo cómo abre el frigorífico y saca un plato de quesos
con dos enormes racimos de uvas blancas y rojas. Deja el plato en la encimera y empieza a cortar
una baguette.
—Siéntate —me dice señalando un taburete junto a la barra.
Obedezco su orden. Si voy a aceptarlo, tendré que acostumbrarme. Me doy cuenta de que se ha
mostrado dominante desde que lo conocí.
—Has hablado de papeleo.
—Sí.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, aparte del acuerdo de confidencialidad, a un contrato que especifique lo que haremos y
lo que no haremos. Tengo que saber cuáles son tus límites, y tú tienes que saber cuáles son los
míos. Se trata de un consenso, _________.
—¿Y si no quiero?
—Perfecto —me contesta prudentemente.
—Pero ¿no tendremos la más mínima relación? —le pregunto.
—No.
—¿Por qué?
—Es el único tipo de relación que me interesa.
—¿Por qué?
Se encoge de hombros.
—Soy así.
—¿Y cómo llegaste a ser así?
—¿Por qué cada uno es como es? Es muy difícil saberlo. ¿Por qué a unos les gusta el queso y
otros lo odian? ¿Te gusta el queso? La señora Jones, mi ama de llaves, ha dejado queso para la
cena.
Saca dos grandes platos blancos de un armario y coloca uno delante de mí.
Y ahora nos ponemos a hablar del queso… Maldita sea…
—¿Qué normas tengo que cumplir?
—Las tengo por escrito. Las veremos después de cenar.
Comida… ¿Cómo voy a comer ahora?
—De verdad que no tengo hambre —susurro.
—Vas a comer —se limita a responderme.
El dominante Nicholas. Ahora está todo claro.
—¿Quieres otra copa de vino?
—Sí, por favor.
Me sirve otra copa y se sienta a mi lado. Doy un rápido sorbo.
—Te sentará bien comer, ________.
Cojo un pequeño racimo de uvas. Con esto sí que puedo. Él entorna los ojos.
—¿Hace mucho que estás metido en esto? —le pregunto.
—Sí.
—¿Es fácil encontrar a mujeres que lo acepten?
Me mira y alza una ceja.
—Te sorprenderías —me contesta fríamente.
—Entonces, ¿por qué yo? De verdad que no lo entiendo.
—________, ya te lo he dicho. Tienes algo. No puedo apartarme de ti. —Sonríe irónicamente—.
Soy como una polilla atraída por la luz. —Su voz se enturbia—. Te deseo con locura,
especialmente ahora, cuando vuelves a morderte el labio.
Respira hondo y traga saliva.
El estómago me da vueltas. Me desea… de una manera rara, es cierto, pero este hombre guapo,
extraño y pervertido me desea.
—Creo que le has dado la vuelta a ese cliché —refunfuño.
Yo soy la polilla y él es la luz, y voy a quemarme. Lo sé.
—¡Come!
—No. Todavía no he firmado nada, así que creo que haré lo que yo decida un rato más, si no te
parece mal.
Sus ojos se dulcifican y sus labios esbozan una sonrisa.
—Como quiera, señorita Steele.
—¿Cuántas mujeres? —pregunto de sopetón, pero siento mucha curiosidad.
—Quince.
Vaya, menos de las que pensaba.
—¿Durante largos periodos de tiempo?
—Algunas sí.
—¿Alguna vez has hecho daño a alguna?
—Sí.
¡Maldita sea!
—¿Grave?
—No.
—¿Me harás daño a mí?
—¿Qué quieres decir?
—Si vas a hacerme daño físicamente.
—Te castigaré cuando sea necesario, y será doloroso.
Creo que estoy mareándome. Tomo otro sorbo de vino. El alcohol me dará valor.
—¿Alguna vez te han pegado? —le pregunto.
—Sí.
Vaya, me sorprende. Antes de que haya podido preguntarle por esta última revelación, interrumpe
el curso de mis pensamientos.
—Vamos a hablar a mi estudio. Quiero mostrarte algo.
Me cuesta mucho procesar todo esto. He sido tan inocente que pensaba que pasaría una noche
de pasión desenfrenada en la cama de este hombre, y aquí estamos, negociando un extraño
acuerdo.
Lo sigo hasta su estudio, una amplia habitación con otro ventanal desde el techo hasta el suelo
que da al balcón. Se sienta a la mesa, me indica con un gesto que tome asiento en una silla de
cuero frente a él y me tiende una hoja de papel.
—Estas son las normas. Podemos cambiarlas. Forman parte del contrato, que también te daré.
Léelas y las comentamos.
NORMAS
Obediencia:
La Sumisa obedecerá inmediatamente todas las instrucciones del Amo, sin dudar, sin reservas y
de forma expeditiva. La Sumisa aceptará toda actividad sexual que el Amo considere oportuna y
placentera, excepto las actividades contempladas en los límites infranqueables (Apéndice 2). Lo
hará con entusiasmo y sin dudar.
Sueño:
La Sumisa garantizará que duerme como mínimo siete horas diarias cuando no esté con el Amo.
Comida:
Para cuidar su salud y su bienestar, la Sumisa comerá frecuentemente los alimentos incluidos en
una lista (Apéndice 4). La Sumisa no comerá entre horas, a excepción de fruta.
Ropa:
Durante la vigencia del contrato, la Sumisa solo llevará ropa que el Amo haya aprobado. El Amo
ofrecerá a la Sumisa un presupuesto para ropa, que la Sumisa debe utilizar. El Amo acompañará a
la Sumisa a comprar ropa cuando sea necesario. Si el Amo así lo exige, mientras el contrato esté
vigente, la Sumisa se pondrá los adornos que le exija el Amo, en su presencia o en cualquier otro
momento que el Amo considere oportuno.
Ejercicio:
El Amo proporcionará a la Sumisa un entrenador personal cuatro veces por semana, en sesiones
de una hora, a horas convenidas por el entrenador personal y la Sumisa. El entrenador personal
informará al Amo de los avances de la Sumisa.
Higiene personal y belleza:
La Sumisa estará limpia y depilada en todo momento. La Sumisa irá a un salón de belleza elegido
por el Amo cuando este lo decida y se someterá a cualquier tratamiento que el Amo considere
oportuno.
Seguridad personal:
La Sumisa no beberá en exceso, ni fumará, ni tomará sustancias psicotrópicas, ni correrá riesgos
innecesarios.
Cualidades personales:
La Sumisa solo mantendrá relaciones sexuales con el Amo. La Sumisa se comportará en todo
momento con respeto y humildad. Debe comprender que su conducta influye directamente en la
del Amo. Será responsable de cualquier fechoría, maldad y mala conducta que lleve a cabo
cuando el Amo no esté presente.
El incumplimiento de cualquiera de las normas anteriores será inmediatamente castigado, y el
Amo determinará la naturaleza del castigo.
Madre mía.
—¿Límites infranqueables? —le pregunto.
—Sí. Lo que no harás tú y lo que no haré yo. Tenemos que especificarlo en nuestro acuerdo.
—No estoy segura de que vaya a aceptar dinero para ropa. No me parece bien.
Me muevo incómoda. La palabra «puta» me resuena en la cabeza.
—Quiero gastar dinero en ti. Déjame comprarte ropa. Quizá necesite que me acompañes a algún
acto, y quiero que vayas bien vestida. Estoy seguro de que con tu sueldo, cuando encuentres
trabajo, no podrás costearte la ropa que me gustaría que llevaras.
—¿No tendré que llevarla cuando no esté contigo?
—No.
—De acuerdo.
Hazte a la idea de que será como un uniforme.
—No quiero hacer ejercicio cuatro veces por semana.
—________, necesito que estés ágil, fuerte y resistente. Confía en mí. Tienes que hacer ejercicio.
—Pero seguro que no cuatro veces por semana. ¿Qué te parece tres?
—Quiero que sean cuatro.
—Creía que esto era una negociación.
Frunce los labios.
—De acuerdo, señorita Steele, vuelve a tener razón. ¿Qué te parece una hora tres días por
semana, y media hora otro día?
—Tres días, tres horas. Me da la impresión de que te ocuparás de que haga ejercicio cuando esté
aquí.
Sonríe perversamente y le brillan los ojos, como si se sintiera aliviado.
—Sí, lo haré. De acuerdo. ¿Estás segura de que no quieres hacer las prácticas en mi empresa?
Eres buena negociando.
—No, no creo que sea buena idea.
Observo la hoja con sus normas. ¡Depilarme! ¿Depilarme el qué? ¿Todo? ¡Uf!
—Pasemos a los límites. Estos son los míos —me dice tendiéndome otra hoja de papel.
LÍMITES INFRANQUEABLES
Actos con fuego.
Actos con orina, defecación y excrementos.
Actos con agujas, cuchillos, perforaciones y sangre.
Actos con instrumental médico ginecológico.
Actos con niños y animales.
Actos que dejen marcas permanentes en la piel.
Actos relativos al control de la respiración.
Actividad que implique contacto directo con corriente eléctrica (tanto alterna como continua), fuego
o llamas en el cuerpo.
Uf. ¡Tiene que escribirlos! Por supuesto… todos estos límites parecen sensatos y necesarios, la
verdad… Seguramente cualquier persona en su sano juicio no querría meterse en este tipo de
cosas. Pero se me ha revuelto el estómago.
—¿Quieres añadir algo? —me pregunta amablemente.
Mierda. No tengo ni idea. Estoy totalmente perpleja. Me mira y arruga la frente.
—¿Hay algo que no quieras hacer?
—No lo sé.
—¿Qué es eso de que no lo sabes?
Me remuevo incómoda y me muerdo el labio.
—Nunca he hecho cosas así.
—Bueno, ¿ha habido algo que no te ha gustado hacer en el sexo?
Por primera vez en lo que parecen siglos, me ruborizo.
—Puedes decírmelo, ________. Si no somos sinceros, no va a funcionar.
Vuelvo a removerme incómoda y me contemplo los dedos nudosos.
—Dímelo —me pide.
—Bueno… Nunca me he acostado con nadie, así que no lo sé —le digo en voz baja.
Levanto los ojos hacia él, que me mira boquiabierto, paralizado y pálido, muy pálido.
—¿Nunca? —susurra.
Asiento.
—¿Eres virgen?
Asiento con la cabeza y vuelvo a ruborizarme. Cierra los ojos y parece estar contando hasta diez.
Cuando los abre, me mira enfadado.
—¿Por qué cojones no me lo habías dicho? —gruñe.
CarolSwarovski
Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
Capitulo 8
Nicholas recorre su estudio de un lado a otro pasándose las manos por el pelo. Las dos manos…
lo que quiere decir que está doblemente enfadado. Su férreo control habitual parece haberse
resquebrajado.
—No entiendo por qué no me lo has dicho —me riñe.
—No ha salido el tema. No tengo por costumbre ir contando por ahí mi vida sexual. Además…
apenas nos conocemos.
Me contemplo las manos. ¿Por qué me siento culpable? ¿Por qué está tan rabioso? Lo miro.
—Bueno, ahora sabes mucho más de mí —me dice bruscamente. Y aprieta los labios—. Sabía
que no tenías mucha experiencia, pero… ¡virgen! —Lo dice como si fuera un insulto—. Mierda,
_____*, acabo de mostrarte… —se queja—. Que Dios me perdone. ¿Te han besado alguna vez, sin
contarme a mí?
—Pues claro —le contesto intentando parecer ofendida.
Vale… quizá un par de veces.
—¿Y no has perdido la cabeza por ningún chico guapo? De verdad que no lo entiendo. Tienes
veintiún años, casi veintidós. Eres guapa.
Vuelve a pasarse la mano por el pelo.
Guapa. Me ruborizo de alegría. Nicholas Grey me considera guapa. Entrelazo los dedos y los miro
fijamente intentando disimular mi estúpida sonrisa. Quizá es miope. Mi adormecida subconsciente
asoma la cabeza. ¿Dónde estaba cuando la necesitaba?
—¿Y de verdad estás hablando de lo que quiero hacer cuando no tienes experiencia? —Junta las
cejas—. ¿Por qué has eludido el sexo? Cuéntamelo, por favor.
Me encojo de hombros.
—Nadie me ha… en fin…
Nadie me ha hecho sentir así, solo tú. Y resulta que tú eres una especie de monstruo.
—¿Por qué estás tan enfadado conmigo? —le susurro.
—No estoy enfadado contigo. Estoy enfadado conmigo mismo. Había dado por sentado… —
Suspira, me mira detenidamente y mueve la cabeza—. ¿Quieres marcharte? —me pregunta en
tono dulce.
—No, a menos que tú quieras que me marche —murmuro.
No, por favor… No quiero marcharme.
—Claro que no. Me gusta tenerte aquí —me dice frunciendo el ceño, y echa un vistazo al reloj—.
Es tarde. —Y vuelve a levantar los ojos hacia mí—. Estás mordiéndote el labio —me dice con voz
ronca y mirándome pensativo.
—Perdona.
—No te disculpes. Es solo que yo también quiero morderlo… fuerte.
Me quedo boquiabierta… ¿Cómo puede decirme esas cosas y pretender que no me afecten?
—Ven —murmura.
—¿Qué?
—Vamos a arreglar la situación ahora mismo.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué situación?
—Tu situación, ___*. Voy a hacerte el amor, ahora.
—Oh.
Siento que el suelo se mueve. Soy una situación. Contengo la respiración.
—Si quieres, claro. No quiero tentar a la suerte.
—Creía que no hacías el amor. Creía que tú solo follabas duro.
Trago saliva. De pronto se me ha secado la boca.
Me lanza una sonrisa perversa que me recorre el cuerpo hasta llegar a…
—Puedo hacer una excepción, o quizá combinar las dos cosas. Ya veremos. De verdad quiero
hacerte el amor. Ven a la cama conmigo, por favor. Quiero que nuestro acuerdo funcione, pero
tienes que hacerte una idea de dónde estás metiéndote. Podemos empezar tu entrenamiento esta
noche… con lo básico. No quiere decir que venga con flores y corazones. Es un medio para llegar
a un fin, pero quiero ese fin y espero que tú lo quieras también —me dice con mirada intensa.
Me ruborizo… Madre mía… Mis deseos se hacen realidad.
—Pero no he hecho todo lo que pides en tu lista de normas —le digo con voz entrecortada e
insegura.
—Olvídate de las normas. Olvídate de todos esos detalles por esta noche. Te deseo. Te he
deseado desde que te caíste en mi despacho, y sé que tú también me deseas. No estarías aquí
charlando tranquilamente sobre castigos y límites infranqueables si no me desearas. ____*, por
favor, quédate conmigo esta noche.
Me tiende la mano con ojos brillantes, ardientes… excitados, y la cojo. Tira de mí hasta rodearme
entre sus brazos. El movimiento me pilla por sorpresa y de pronto siento todo su cuerpo pegado al
mío. Me recorre la nuca con los dedos, enrolla mi coleta entorno a la muñeca y tira suavemente
para obligarme a levantar la cara. Está mirándome.
—Eres una chica muy valiente —me susurra—. Me tienes fascinado.
Sus palabras son como un artilugio incendiario. Me arde la sangre. Se inclina, me besa
suavemente y me chupa el labio inferior.
—Quiero morder este labio —murmura sin despegarse de mi boca.
Y tira de él con los dientes cuidadosamente. Gimo y sonríe.
—Por favor, ____*, déjame hacerte el amor.
—Sí —susurro.
Para eso estoy aquí. Veo su sonrisa triunfante cuando me suelta, me coge de la mano y me
conduce a través de la casa.
Su dormitorio es grande. Desde los ventanales se ven los iluminados rascacielos de Seattle. Las
paredes son blancas, y los accesorios, azul claro. La enorme cama es ultramoderna, de madera
maciza de color gris, con cuatro postes pero sin dosel. En la pared de la cabecera hay un
impresionante paisaje marino.
Estoy temblando como una hoja. Ya está. Por fin, después de tanto tiempo, voy a hacerlo, y nada
menos que con Nicholas Grey. Respiro entrecortadamente y no puedo apartar los ojos de él. Se
quita el reloj y lo deja encima de una cómoda a juego con la cama. Luego se quita la americana y
la deja en una silla. Lleva la camisa blanca de lino y unos vaqueros. Es guapo hasta perder el
sentido. Su pelo cobrizo está alborotado y le cuelga la camisa… Sus ojos grises son audaces y
brillantes. Se quita las Converse y se inclina para quitarse también los calcetines. Los pies de
Nicholas Grey… Uau… ¿Qué tendrán los pies descalzos? Se gira y me mira con expresión dulce.
—Supongo que no tomas la píldora.
¿Qué? Mierda.
—Me temo que no.
Abre el primer cajón y saca una caja de condones. Me mira fijamente.
—Tienes que estar preparada —murmura—. ¿Quieres que cierre las persianas?
—No me importa —susurro—. Creía que no permitías a nadie dormir en tu cama.
—¿Quién ha dicho que vamos a dormir? —murmura.
—Oh.
Madre mía.
Se acerca a mí despacio. Está muy seguro de sí mismo, muy sexy, y le brillan los ojos. El corazón
se me dispara y la sangre me bombea por todo el cuerpo. El deseo, un deseo caliente e intenso,
me invade el vientre. Se detiene frente a mí y me mira a los ojos. Oh, es tan sexy…
—Vamos a quitarte la chaqueta, si te parece —me dice en voz baja.
Agarra las solapas y muy suavemente me desliza la chaqueta por los hombros y la deja en la silla.
—¿Tienes idea de lo mucho que te deseo, ___* Steele? —me susurra.
Se me corta la respiración. No puedo apartar mis ojos de los suyos. Alza una mano y me pasa
suavemente los dedos por la mejilla hasta el mentón.
—¿Tienes idea de lo que voy a hacerte? —añade acariciándome la barbilla.
Los músculos de mi parte más profunda y oscura se tensan con infinito placer. El dolor es tan
dulce y tan agudo que quiero cerrar los ojos, pero los suyos, que me miran ardientes, me
hipnotizan. Se inclina y me besa. Sus labios exigentes, firmes y lentos se acoplan a los míos.
Empieza a desabrocharme la blusa besándome ligeramente la mandíbula, la barbilla y las
comisuras de la boca. Me la quita muy despacio y la deja caer al suelo. Se aparta un poco y me
observa. Por suerte, llevo el sujetador azul cielo de encaje, que me queda estupendo.
—____*… —me dice—. Tienes una piel preciosa, blanca y perfecta. Quiero besártela centímetro a
centímetro.
Me ruborizo. Madre mía… ¿Por qué me dijo que no podía hacer el amor? Haré lo que me pida. Me
agarra de la coleta, la deshace y jadea cuando la melena me cae en cascada sobre los hombros.
—Me gustan las morenas —murmura.
Mete las dos manos entre mis cabellos y me sujeta la cabeza. Su beso es exigente, su lengua y
sus labios, persuasivos. Gimo y mi lengua indecisa se encuentra con la suya. Me rodea con sus
brazos, me acerca su cuerpo y me aprieta muy fuerte. Una mano sigue en mi pelo, y la otra me
recorre la columna hasta la cintura y sigue avanzando, sigue la curva de mi trasero y me empuja
suavemente contra sus caderas. Siento su erección, que empuja lánguidamente contra mi cuerpo.
Vuelvo a gemir sin apartar los labios de su boca. Apenas puedo resistir las desenfrenadas
sensaciones —¿o son hormonas?— que me devastan el cuerpo. Lo deseo con locura. Lo cojo por
los brazos y siento sus bíceps. Es sorprendentemente fuerte… musculoso. Con gesto indeciso,
subo las manos hasta su cara y su pelo alborotado, que es muy suave. Tiro suavemente de él, y
Nicholas gime. Me conduce despacio hacia la cama, hasta que la siento detrás de las rodillas.
Creo que va a empujarme, pero no lo hace. Me suelta y de pronto se arrodilla. Me sujeta las
caderas con las dos manos y desliza la lengua por mi ombligo, avanza hasta la cadera
mordisqueándome y después me recorre la barriga en dirección a la otra cadera.
—Ah —gimo.
No esperaba verlo de rodillas frente a mí y sentir su lengua recorriendo mi cuerpo. Es excitante.
Apoyo las manos en su pelo y tiro suavemente intentando calmar mi acelerada respiración.
Levanta la cara y sus ardientes ojos grises me miran a través de las pestañas, increíblemente
largas. Sube las manos, me desabrocha el botón de los vaqueros y me baja lentamente la
cremallera. Sin apartar sus ojos de los míos, introduce muy despacio las manos en mi pantalón,
las pega a mi cuerpo, las desliza hasta el trasero y avanza hasta los muslos arrastrando con ellas
los vaqueros. No puedo dejar de mirarlo. Se detiene y, sin apartar los ojos de mí ni un segundo, se
lame los labios. Se inclina hacia delante y pasa la nariz por el vértice en el que se unen mis
muslos. Lo siento junto a mi sexo.
—Hueles muy bien —murmura.
Cierra los ojos, con expresión de puro placer, y siento como una sacudida. Extiende un brazo, tira
del edredón, me empuja suavemente y caigo sobre la cama.
Todavía de rodillas, me coge un pie, me desabrocha la Converse y me la quita, junto con el
calcetín. Me apoyo en los codos y me incorporo para ver lo que hace. Jadeo, muerta de deseo.
Me agarra el pie por el talón y me recorre el empeine con la uña del pulgar. Es casi doloroso, pero
siento que el recorrido se proyecta sobre mi ingle. Gimo. Sin apartar los ojos de mí, vuelve a
recorrerme el empeine, esta vez con la lengua, y después con los dientes. Mierda. ¿Cómo puedo
sentirlo entre las piernas? Caigo sobre la cama gimiendo. Oigo su risa ahogada.
—___*, no te imaginas lo que podría hacer contigo —me susurra.
Me quita la otra zapatilla y el calcetín, y después se levanta y me quita los vaqueros. Estoy
tumbada en su cama, en bragas y sujetador, y él me mira detenidamente.
—Eres muy hermosa, _______ Steele. Me muero por estar dentro de ti.
¡Vaya manera de hablar! Es todo un seductor. Me corta la respiración.
—Muéstrame cómo te das placer.
¿Qué? Frunzo el ceño.
—No seas tímida, ____*. Muéstramelo —me susurra.
Muevo la cabeza.
—No entiendo lo que quieres decir —le contesto con voz ronca, tan empapada de deseo que
apenas la reconozco.
—¿Cómo te corres sola? Quiero verlo.
Muevo la cabeza.
—No me corro sola —murmuro.
Alza las cejas, atónito por un momento, sus ojos se vuelven impenetrables y niega con la cabeza
como si no pudiera creérselo.
—Bueno, veremos qué podemos hacer —me dice en voz baja, desafiante, en un tono de
amenaza exquisitamente sensual.
Se desabrocha los botones de los vaqueros y se los quita despacio sin apartar los ojos de los
míos. Se inclina sobre mí, me agarra de los tobillos, me separa rápidamente las piernas y avanza
por la cama entre ellas. Se queda suspendido encima de mí. Me retuerzo de deseo.
—No te muevas —murmura.
Se inclina, me besa la parte interior de un muslo y va subiendo, sin dejar de besarme, hasta mis
bragas de encaje.
Ay… No puedo quedarme quieta. ¿Cómo no voy a moverme? Me retuerzo debajo de él.
—Vamos a tener que trabajar para que aprendas a quedarte quieta, nena.
Sigue besándome la barriga y me introduce la lengua en el ombligo. Sus labios ascienden hacia el
torso. Me arde la piel. Estoy sofocada. Por un momento siento mucho calor, luego frío, y araño la
sábana sobre la que estoy tumbada. Nicholas se tumba a mi lado y me recorre con la mano desde
la cadera hasta el pecho, pasando por la cintura. Me observa con expresión impenetrable y me
rodea suavemente los pechos con las manos.
—Encajan perfectamente en mi mano, _______ —murmura.
Mete el dedo índice por la copa de mi sujetador, la baja muy despacio y deja mi pecho al aire,
empujado hacia arriba por la varilla y la tela. Desplaza el dedo a mi otro seno y repite el proceso.
Los pechos se me hinchan y los pezones se me endurecen bajo su insistente mirada. El sujetador
mantiene alzados mis senos.
—Muy bonitos —suspira admirado.
Y los pezones se me endurecen todavía más.
Me chupa suavemente un pezón, desliza una mano al otro pecho, y con el pulgar rodea muy
despacio el otro pezón y tira de él. Gimo y siento que una dulce sensación me desciende hasta la
ingle. Estoy muy húmeda. Oh, por favor, suplico para mis adentros agarrando con fuerza la
sábana. Cierra los labios alrededor de mi otro pezón, y cuando lo lame, casi siento una
convulsión.
—Vamos a ver si conseguimos que te corras así —me susurra.
Y sigue con su lenta y sensual incursión. Mis pezones sienten sus hábiles dedos y sus labios, que
encienden mis terminaciones nerviosas hasta el punto de que todo mi cuerpo gime en una dulce
agonía, pero él no se detiene.
—Oh… por favor —le suplico.
Tiro la cabeza hacia atrás, con la boca abierta, y gimo. Siento las piernas entumecidas. Maldita
sea, ¿qué está pasándome?
—Déjate ir, nena —murmura.
Me aprieta un pezón con los dientes, con el pulgar y el índice tira fuerte del otro, y me dejo caer en
sus manos. Mi cuerpo se agita y estalla en mil pedazos. Me besa profundamente, metiéndome la
lengua en la boca para absorber mis gritos.
¡Dios mío! Ha sido fantástico. Ahora ya sé a qué viene tanto asombro ante mi reacción. Me mira
con una sonrisa satisfecha, aunque estoy segura de que no es más que gratitud y admiración por
mí.
—Eres muy receptiva —me dice—. Tendrás que aprender a controlarlo, y será muy divertido
enseñarte.
Vuelve a besarme.
Mi respiración es todavía irregular mientras me recupero del orgasmo. Desliza una mano hasta mi
cintura, mis caderas, y la posa en mis partes íntimas… Ay. Introduce un dedo por el encaje y
lentamente empieza a trazar círculos alrededor de mi sexo. Cierra los ojos por un instante y
contiene la respiración.
—Estás muy húmeda. No sabes cuánto te deseo.
Introduce un dedo dentro de mí, y yo grito mientras lo saca y vuelve a meterlo. Me frota el clítoris
con la palma de la mano, y grito de nuevo. Sigue introduciéndome el dedo, cada vez con más
fuerza. Gimo.
De repente se sienta, me quita las bragas y las tira al suelo. Se quita también él los calzoncillos y
libera su erección. ¡Madre mía! Alarga el brazo hasta la mesita de noche, coge un paquetito
plateado y se mueve entre mis piernas para que las abra. Se arrodilla y desliza un condón por su
largo miembro. Oh, no… ¿Cómo va a entrar?
—No te preocupes —me susurra mirándome a los ojos—. Tú también te dilatas.
Se inclina apoyando las manos a ambos lados de mi cabeza, de modo que queda suspendido por
encima de mí. Me mira a los ojos con la mandíbula apretada y los ojos ardientes. En este
momento me doy cuenta de que todavía lleva puesta la camisa.
—¿De verdad quieres hacerlo? —me pregunta en voz baja.
—Por favor —le suplico.
—Levanta las rodillas —me ordena en tono suave.
Obedezco de inmediato.
—Ahora voy a follarla, señorita Steele —murmura colocando la punta de su miembro erecto
delante de mi sexo—. Duro —susurra.
Y me penetra bruscamente.
—¡Aaay! —grito.
Al desgarrar mi virginidad, siento una extraña sensación en lo más profundo de mí, como un
pellizco. Se queda inmóvil y me observa con ojos en los que brilla el triunfo.
Tiene la boca ligeramente abierta y le cuesta respirar. Gime.
—Estás muy cerrada. ¿Estás bien?
Asiento con los ojos en blanco y agarrándome a sus brazos. Me siento llena por dentro. Sigue
inmóvil para que me aclimate a la invasiva y abrumadora sensación de tenerlo dentro de mí.
—Voy a moverme, nena —me susurra un momento después en tono firme.
Oh.
Retrocede con exquisita lentitud. Cierra los ojos, gime y vuelve a penetrarme. Grito por segunda
vez, y se detiene.
—¿Más? —me susurra con voz salvaje.
—Sí —le contesto.
Vuelve a penetrarme y a detenerse.
Gimo. Mi cuerpo lo acepta… Oh, quiero que siga.
—¿Otra vez? —me pregunta.
—Sí —le contesto en tono de súplica.
Y se mueve, pero esta vez no se detiene. Se apoya en los codos, de modo que siento su peso
sobre mí, aprisionándome. Al principio se mueve despacio, entra y sale de mi cuerpo. Y a medida
que voy acostumbrándome a la extraña sensación, empiezo a mover las caderas hacia las suyas.
Acelera. Gimo y me embiste con fuerza, cada vez más deprisa, sin piedad, a un ritmo implacable,
y yo mantengo el ritmo de sus embestidas. Me agarra la cabeza con las manos, me besa
bruscamente y vuelve a tirar de mi labio inferior con los dientes. Se retira un poco y siento que
algo crece en lo más profundo de mí, como antes. Voy poniéndome tensa a medida que me
penetra una y otra vez. Me tiembla el cuerpo, me arqueo. Estoy bañada en sudor. No sabía que
sería así… No sabía que la sensación podía ser tan agradable. Mis pensamientos se dispersan…
No hay más que sensaciones… Solo él… Solo yo… Ay, por favor… Mi cuerpo se pone rígido.
—Córrete para mí, ___* —susurra sin aliento.
Y me dejo ir en cuanto lo dice, llego al clímax y estallo en mil pedazos bajo su cuerpo. Y mientras
se corre también él, grita mi nombre, da una última embestida se queda inmóvil, como si se
vaciara dentro de mí.
Todavía jadeo, intento ralentizar la respiración y los latidos del corazón, y mis pensamientos se
sumen en el caos. Uau… ha sido algo increíble. Abro los ojos. Nicholas ha apoyado su frente en
la mía. Tiene los ojos cerrados y su respiración es irregular. Parpadea, abre los ojos y me lanza
una mirada turbia, aunque dulce. Sigue dentro de mí. Se inclina, me besa suavemente en la frente
y, muy despacio, empieza a salir de mi cuerpo.
—Oooh.
Es una sensación extraña, que me hace estremecer.
—¿Te he hecho daño? —me pregunta Nicholas mientras se tumba a mi lado apoyándose en un
codo.
Me pasa un mechón de pelo por detrás de la oreja. Y no puedo evitar esbozar una amplia sonrisa.
—¿Estás de verdad preguntándome si me has hecho daño?
—No me vengas con ironías —me dice con una sonrisa burlona—. En serio, ¿estás bien?
Sus ojos son intensos, perspicaces, incluso exigentes.
Me tiendo a su lado sintiendo los miembros desmadejados, con los huesos como de goma, pero
estoy relajada, muy relajada. Le sonrío. No puedo dejar de sonreír. Ahora entiendo a qué viene
tanto alboroto. Dos orgasmos… todo tu ser completamente descontrolado, como cuando una
lavadora centrifuga. Uau. No tenía ni idea de lo que mi cuerpo era capaz, de que podía tensarse
tanto y liberarse de forma tan violenta, tan gratificante. El placer ha sido indescriptible.
—Estás mordiéndote el labio, y no me has contestado.
Frunce el ceño. Le sonrío con gesto travieso. Está imponente con su pelo alborotado, sus
ardientes ojos grises entrecerrados y su expresión seria e impenetrable.
—Me gustaría volver a hacerlo —susurro.
Por un momento creo ver una fugaz expresión de alivio en su cara. Luego cambia rápidamente de
expresión y me mira con ojos velados.
—¿Ahora mismo, señorita Steele? —musita en tono frío. Se inclina sobre mí y me besa
suavemente en la comisura de la boca—. ¿No eres un poquito exigente? Date la vuelta.
Parpadeo varias veces, pero al final me doy la vuelta. Me desabrocha el sujetador y me desliza la
mano desde la espalda hasta el trasero.
—Tienes una piel realmente preciosa —murmura.
Mete una pierna entre las mías y se queda medio tumbado sobre mi espalda. Siento la presión de
los botones de su camisa mientras me retira el pelo de la cara y me besa en el hombro.
—¿Por qué no te has quitado la camisa? —le pregunto.
Se queda inmóvil. Acto seguido se quita la camisa y vuelve a tumbarse encima de mí. Siento su
cálida piel sobre la mía. Mmm… Es una maravilla. Tiene el pecho cubierto de una ligera capa de
pelo, que me hace cosquillas en la espalda.
—Así que quieres que vuelva a follarte… —me susurra al oído.
Y empieza a besarme muy suavemente alrededor de la oreja y en el cuello. Me levanta las rodillas
y se me corta la respiración… ¿Qué está haciendo ahora? Se mete entre mis piernas, se pega a
mi espalda y me pasa la mano por el muslo hasta el trasero. Me acaricia despacio las nalgas y
después desliza los dedos entre mis piernas.
—Voy a follarte desde atrás, _______ —murmura.
Con la otra mano me agarra del pelo a la altura de la nuca y tira ligeramente para colocarme. No
puedo mover la cabeza. Estoy inmovilizada debajo de él, indefensa.
—Eres mía —susurra—. Solo mía. No lo olvides.
Su voz es embriagadora, y sus palabras, seductoras. Noto cómo crece su erección contra mi
muslo.
Desliza los dedos y me acaricia suavemente el clítoris, trazando círculos muy despacio. Siento su
respiración en la cara mientras me pellizca lentamente la mandíbula.
—Hueles de maravilla.
Me acaricia detrás de la oreja con la nariz. Frota las manos contra mi cuerpo una y otra vez. En un
instinto reflejo, empiezo a trazar círculos con las caderas, al compás de su mano, y un placer
enloquecedor me recorre las venas como si fuera adrenalina.
—No te muevas —me ordena en voz baja, aunque imperiosa.
Y lentamente me introduce el pulgar y lo gira acariciando las paredes de mi vagina. El efecto es
alucinante. Toda mi energía se concentra en esa pequeña parte de mi cuerpo. Gimo.
—¿Te gusta? —me pregunta en voz baja pasándome los dientes por la oreja.
Y empieza a mover el pulgar lentamente, dentro, fuera, dentro, fuera… con los dedos todavía
trazando círculos.
Cierro los ojos e intento controlar mi respiración, intento absorber las desordenadas y caóticas
sensaciones que sus dedos desatan en mí mientras el fuego me recorre el cuerpo. Vuelvo a
gemir.
—Estás muy húmeda y eres muy rápida. Muy receptiva. Oh, ________, me gusta, me gusta
mucho —susurra.
Quiero mover las piernas, pero no puedo. Me tiene aprisionada y mantiene un ritmo constante,
lento y tortuoso. Es absolutamente maravilloso. Gimo de nuevo y de pronto se mueve.
—Abre la boca —me pide.
Y me introduce en la boca el pulgar. Pestañeo frenéticamente.
—Mira cómo sabes —me susurra al oído—. Chúpame, nena.
Me presiona la lengua con el pulgar, cierro la boca alrededor de su dedo y chupo salvajemente.
Siento el sabor salado de su pulgar y la acidez ligeramente metálica de la sangre. Madre mía.
Esto no está bien, pero es terriblemente erótico.
—Quiero follarte la boca, ________, y pronto lo haré —me dice con voz ronca, salvaje, y
respiración entrecortada.
¡Follarme la boca! Gimo y le muerdo. Pega un grito ahogado y me tira del pelo con más fuerza, me
hace daño, así que le suelto el dedo.
—Mi niña traviesa —susurra.
Alarga la mano hacia la mesita de noche y coge un paquetito plateado.
—Quieta, no te muevas —me ordena soltándome el pelo.
Rasga el paquetito plateado mientras yo jadeo y siento el calor recorriendo mis venas. La espera
es excitante. Se inclina, su peso vuelve a caer sobre mí y me agarra del pelo para inmovilizarme la
cabeza. No puedo moverme. Me tiene seductoramente atrapada y está listo para volver a
penetrarme.
—Esta vez vamos a ir muy despacio, ________ —me dice.
Y me penetra despacio, muy despacio, hasta el fondo. Su miembro se extiende y me invade por
dentro implacablemente. Gimo con fuerza. Esta vez lo siento más profundo, exquisito. Vuelvo a
gemir, y a un ritmo muy lento traza círculos con las caderas y retrocede, se detiene un momento y
vuelve a penetrarme. Repite el movimiento una y otra vez. Me vuelve loca. Sus provocadoras
embestidas, deliberadamente lentas, y la intermitente sensación de plenitud son irresistibles.
—Se está tan bien dentro de ti —gime.
Y mis entrañas empiezan a temblar. Retrocede y espera.
—No, nena, todavía no —murmura.
Cuando dejo de temblar, comienza de nuevo el maravilloso proceso.
—Por favor —le suplico.
Creo que no voy a aguantar mucho más. Mi cuerpo tenso se desespera por liberarse.
—Te quiero dolorida, nena —murmura.
Y sigue con su dulce y pausado suplicio, adelante y atrás.
—Quiero que, cada vez que te muevas mañana, recuerdes que he estado dentro de ti. Solo yo.
Eres mía.
Gimo.
—Nicholas, por favor —susurro.
—¿Qué quieres, _________? Dímelo.
Vuelvo a gemir. Se retira y vuelve a penetrarme lentamente, de nuevo trazando círculos con las
caderas.
—Dímelo —murmura.
—A ti, por favor.
Aumenta el ritmo progresivamente y su respiración se vuelve irregular. Empiezo a temblar por
dentro, y Nicholas acelera la acometida.
—Eres… tan… dulce —murmura al ritmo de sus embestidas—. Te… deseo… tanto…
Gimo.
—Eres… mía… Córrete para mí, nena —ruge.
Sus palabras son mi perdición, me lanzan por el precipicio. Siento que mi cuerpo se convulsiona y
me corro gritando una balbuceante versión de su nombre contra el colchón. Nicholas embiste
hasta el fondo dos veces más y se queda paralizado, se deja ir y se derrama dentro de mí. Se
desploma sobre mi cuerpo, con la cara hundida en mi pelo.
—Joder, ____* —jadea.
Se retira inmediatamente y cae rodando en su lado de la cama. Subo las rodillas hasta el pecho,
totalmente agotada, y al momento me sumerjo en un profundo sueño.
Cuando me despierto, todavía no ha amanecido. No tengo ni idea de cuánto tiempo he dormido.
Estiro las piernas debajo del edredón y me siento dolorida, exquisitamente dolorida. No veo a
Nicholas por ningún sitio. Me siento en la cama y contemplo la ciudad frente a mí. Hay menos
luces encendidas en los rascacielos y el amanecer se insinúa ya hacia el este. Oigo música, notas
cadenciosas de piano. Un dulce y triste lamento. Bach, creo, pero no estoy segura.
Echo el edredón a un lado y me dirijo sin hacer ruido al pasillo que lleva al gran salón. Nicholas
está sentado al piano, totalmente absorto en la melodía que está tocando. Su expresión es triste y
desamparada, como la música. Toca maravillosamente bien. Me apoyo en la pared y lo escucho
embelesada. Es un músico extraordinario. Está desnudo, con el cuerpo bañado en la cálida luz de
una lámpara solitaria junto al piano. Como el resto del salón está oscuro, parece aislado en su
pequeño foco de luz, intocable… solo en una burbuja.
Avanzo en silencio hacia él, atraída por la sublime y melancólica música. Estoy fascinada.
Observo sus largos y hábiles dedos recorriendo y presionando suavemente las teclas, y pienso
que esos mismos dedos han recorrido y acariciado con destreza mi cuerpo. Me ruborizo al
pensarlo, sofoco un grito y aprieto los muslos. Nicholas levanta sus insondables ojos grises con
expresión indescifrable.
—Perdona —susurro—. No quería molestarte.
Frunce ligeramente el ceño.
—Está claro que soy yo el que tendría que pedirte perdón —murmura.
Deja de tocar y apoya las manos en las piernas.
De pronto me doy cuenta de que lleva puestos unos pantalones de pijama. Se pasa los dedos por
el pelo y se levanta. Los pantalones le caen de esa manera tan sexy… Madre mía. Se me seca la
boca cuando rodea tranquilamente el piano y se acerca a mí. Es ancho de hombros y estrecho de
caderas, y al andar se le tensan los abdominales. Es impresionante…
—Deberías estar en la cama —me riñe.
—Un tema muy hermoso. ¿Bach?
—La transcripción es de Bach, pero originariamente es un concierto para oboe de Alessandro
Marcello.
—Precioso, aunque muy triste, una melodía muy melancólica.
Esboza una media sonrisa.
—A la cama —me ordena—. Por la mañana estarás agotada.
—Me he despertado y no estabas.
—Me cuesta dormir. No estoy acostumbrado a dormir con nadie —murmura.
No logro discernir cuál es su estado de ánimo. Parece algo decaído, pero es difícil asegurarlo en
la oscuridad. Quizá se deba al tono del tema que estaba tocando. Me rodea con un brazo y me
lleva cariñosamente a la habitación.
—¿Cuándo empezaste a tocar? Tocas muy bien.
—A los seis años.
Nicholas a los seis años… Imagino a un precioso niño de pelo cobrizo y ojos grises, y se me cae
la baba… Un niño de cabello alborotado al que le gusta la música increíblemente triste.
—¿Cómo te sientes? —me pregunta ya de vuelta en la habitación.
Enciende una lamparita.
—Estoy bien.
Los dos miramos la cama al mismo tiempo. Las sábanas están manchadas de sangre, como una
prueba de mi virginidad perdida. Me ruborizo, incómoda, y me echo el edredón por encima.
—Bueno, la señora Jones tendrá algo en lo que pensar —refunfuña Nicholas frente a mí.
Me coloca la mano debajo de la barbilla, me levanta la cara y me mira fijamente. Me observa con
ojos intensos. Me doy cuenta de que es la primera vez que le veo el pecho desnudo. Alargo la
mano de forma instintiva. Quiero pasarle los dedos por el oscuro pelo del pecho, pero de
inmediato da un paso atrás.
—Métete en la cama —me dice bruscamente. Y luego suaviza un poco el tono—: Me acostaré
contigo.
Retiro la mano y frunzo levemente el ceño. Creo que no le he tocado el torso ni una sola vez. Abre
un cajón, saca una camiseta y se la pone rápidamente.
—A la cama —vuelve a ordenarme.
Salto a la cama intentando no pensar en la sangre. Se tumba también él y me rodea con los
brazos por detrás, de manera que no le veo la cara. Me besa el pelo con suavidad e inhala
profundamente.
—Duérmete, dulce _______ —murmura.
Cierro los ojos, pero no puedo evitar sentir cierta melancolía, no sé si por la música o por su
conducta. Nicholas Grey tiene un lado triste.
CarolSwarovski
Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
POR FAVOR SEGUILAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA ME ESTOY MURIENDOOOOOOO
VeroJonas
Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
Ok Ok Ok Ok yo estoy muriendo! Necesito más más más más! Por lo que tu más quieras!
Síguela estoy adicta a esta novelas
Ten piedad síguelaaa
Tengo muchísimo tiempo buscando el libro y no lo he conseguido pero ame tu adaptación
Síguelaaa
Síguela estoy adicta a esta novelas
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Tengo muchísimo tiempo buscando el libro y no lo he conseguido pero ame tu adaptación
Síguelaaa
Yhosdaly
Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
Capitulo 9
La luz que inunda la habitación me arranca del profundo sueño. Me desperezo y abro los ojos. Es
una bonita mañana de mayo, con Seattle a mis pies. Uau, qué vista. Nicholas Grey está
profundamente dormido a mi lado. Uau, qué vista. Me sorprende que esté todavía en la cama.
Como está de cara a mí, tengo la oportunidad de examinarlo bien por primera vez. Su hermoso
rostro parece más joven, relajado. Sus labios, gruesos y perfilados, están ligeramente abiertos, y
el pelo, limpio y brillante, alborotado. ¿Cómo puede ser alguien tan guapo y aun así ser legal?
Recuerdo su cuarto del piso de arriba… Quizá no sea tan legal. Tengo mucho en que pensar.
Siento la tentación de alargar la mano y tocarlo, pero está precioso dormido, como un niño
pequeño. No tengo que preocuparme de lo que digo, de lo que dice él, de sus planes,
especialmente de sus planes para mí.
Podría pasarme el día contemplándolo, pero tengo mis necesidades… fisiológicas. Salgo despacio
de la cama, veo su camisa blanca en el suelo y me la pongo. Me dirijo a una puerta pensando que
puede ser el cuarto de baño, pero lo que encuentro es un vestidor tan grande como mi habitación.
Filas y filas de trajes caros, de camisas, zapatos y corbatas. ¿Para qué necesita tanta ropa?
Chasqueo la lengua. La verdad es que el ropero de Kate seguramente no tiene nada que envidiar
a este. ¡Kate! Oh, no. No me acordé de ella en toda la noche. Se suponía que tenía que mandarle
un mensaje. Mierda. Va a enfadarse conmigo. Por un segundo me pregunto cómo le irá con Elliot.
Vuelvo al dormitorio, en el que Nicholas sigue dormido. Abro la otra puerta. Es el cuarto de baño,
más grande que mi habitación. ¿Para qué necesita tanto espacio un hombre solo? Dos lavabos,
observo con ironía. Si nunca duerme con nadie, uno de los dos no se habrá utilizado.
Me miro en el enorme espejo. ¿Parezco diferente? Me siento diferente. Para ser sincera, estoy un
poco dolorida, y los músculos… es como si no hubiera hecho ejercicio en la vida. En la vida has
hecho ejercicio, me dice mi subconsciente, que se ha despertado y me mira frunciendo los labios y
dando golpecitos en el suelo con el pie. Acabas de acostarte con él. Has entregado tu virginidad a
un hombre que no te ama, que tiene planes muy raros para ti, que quiere convertirte en una
especie de pervertida esclava sexual.
¿ESTÁS LOCA?, me grita.
Sigo mirándome en el espejo y me estremezco. Tengo que asimilar todo esto. Sinceramente, me
he encaprichado de un hombre guapísimo, que está forrado y que tiene un cuarto rojo del dolor
esperándome. Me estremezco. Estoy desconcertada y confundida. Tengo el pelo hecho un
desastre, como siempre. El pelo revuelto no me queda nada bien. Intento poner orden en ese
caos con los dedos, pero no lo consigo y me rindo… Quizá tenga alguna goma en el bolso.
Me muero de hambre. Vuelvo a la habitación. El bello durmiente sigue dormido, así que lo dejo y
voy a la cocina.
Oh, no… Kate. Dejé el bolso en el estudio de Nicholas. Voy a buscarlo y saco el móvil. Tres
mensajes.
*Todo OK ______*
*Donde estas ________*
*Maldita sea ________*
Llamo a Kate, pero no me contesta y le dejo un mensaje en el contestador diciéndole que estoy
viva y que Barbazul no ha acabado conmigo, bueno, al menos no en el sentido que podría
preocuparle… o quizá sí. Estoy muy confundida. Tengo que intentar aclararme y analizar mis
sentimientos hacia Nicholas Grey. Es imposible. Muevo la cabeza dándome por vencida. Necesito
estar sola, lejos de aquí, para pensar.
Encuentro en el bolso dos gomas para el pelo y rápidamente me hago dos trenzas. ¡Sí! Quizá
cuanto más niña parezca, más a salvo estaré de Barbazul. Saco el iPod del bolso y me pongo los
auriculares. No hay nada como la música para cocinar. Me meto el iPod en el bolsillo de la camisa
de Nicholas, subo el volumen y empiezo a bailar.
Dios, qué hambre tengo.
La cocina me intimida un poco. Es elegante y moderna, con armarios sin tiradores. Tardo unos
segundos en llegar a la conclusión de que tengo que presionar en las puertas para que se abran.
Quizá debería prepararle el desayuno a Nicholas. El otro día comió una tortilla… Bueno, ayer, en
el Heathman. Hay que ver la de cosas que han pasado desde ayer. Abro el frigorífico, veo que hay
muchos huevos y decido que quiero tortitas y beicon. Empiezo a hacer la masa bailando por la
cocina.
Está bien tener algo que hacer, porque eso te concede algo de tiempo para pensar, pero sin
profundizar demasiado. La música que resuena en mis oídos también me ayuda a alejar los
pensamientos profundos. Vine a pasar la noche en la cama de Nicholas Grey y lo he conseguido,
aunque no permita a nadie dormir en su cama. Sonrío. Misión cumplida. Genial. Sonrío. Genial,
genial, y empiezo a divagar recordando la noche. Sus palabras, su cuerpo, su manera de hacer el
amor… Cierro los ojos, mi cuerpo vibra al recordarlo y los músculos de mi vientre se contraen. Mi
subconsciente me pone mala cara. Su manera de follar, no de hacer el amor, me grita como una
arpía. No le hago caso, pero en el fondo sé que tiene razón. Muevo la cabeza para concentrarme
en lo que estoy haciendo.
La cocina es de lo más sofisticado. Confío en que sabré cómo funciona. Necesito un sitio para
dejar las tortitas y que no se enfríen. Empiezo con el beicon. Amy Studt me canta al oído una
canción sobre gente inadaptada, una canción que siempre ha significado mucho para mí, porque
soy una inadaptada. Nunca he encajado en ningún sitio, y ahora… tengo que considerar una
proposición indecente del mísmisimo rey de los inadaptados. ¿Por qué es Nicholas así? ¿Por
naturaleza o por educación? Nunca he conocido a nadie igual.
Meto el beicon en el grill y, mientras se hace, bato los huevos. Me vuelvo y veo a Nicholas
sentado en un taburete, con los codos encima de la barra y la cara apoyada en las manos. Lleva
la camiseta con la que ha dormido. El pelo revuelto le queda realmente bien, como la barba de
dos días. Parece divertido y sorprendido a la vez. Me quedo paralizada y me pongo roja. Luego
me calmo y me quito los auriculares. Me tiemblan las rodillas solo de verlo.
—Buenos días, señorita Steele. Está muy activa esta mañana —me dice en tono frío.
—He… He dormido bien —le digo tartamudeando.
Intenta disimular su sonrisa.
—No imagino por qué. —Se calla un instante y frunce el ceño—. También yo cuando volví a la
cama.
—¿Tienes hambre?
—Mucha —me contesta con una mirada intensa.
Creo que no se refiere a la comida.
—¿Tortitas, beicon y huevos?
—Suena muy bien.
—No sé dónde están los manteles individuales.
Me encojo de hombros e intento desesperadamente no parecer nerviosa.
—Yo me ocupo. Tú cocina. ¿Quieres que ponga música para que puedas seguir bailando?
Me miro los dedos, perfectamente consciente de que me estoy ruborizando.
—No te cortes por mí. Es muy entretenido —me dice en tono burlón.
Arrugo los labios. Entretenido, ¿verdad? Mi subconsciente se parte de risa. Me giro y sigo
batiendo los huevos, seguramente con más fuerza de la necesaria. Al momento está a mi lado y
me tira de una trenza.
—Me encantan —susurra—. Pero no van a servirte de nada.
Mmm, Barbazul…
—¿Cómo quieres los huevos? —le pregunto bruscamente.
—Muy batidos —me contesta con una mueca irónica.
Sigo con lo que estaba haciendo intentando ocultar mi sonrisa. Es difícil no volverse loca por él,
especialmente cuando está tan juguetón, lo cual no es nada frecuente. Abre un cajón, saca dos
manteles individuales negros y los coloca en la barra. Echo el huevo batido en una sartén, saco el
beicon del grill, le doy la vuelta y vuelvo a meterlo.
Cuando me vuelvo, hay zumo de naranja en la barra, y Nicholas está preparando café.
—¿Quieres un té?
—Sí, por favor. Si tienes.
Cojo un par de platos y los dejo encima de la placa para mantenerlos calientes. Nicholas abre un
armario y saca una caja de té Twinings English Breakfast. Frunzo los labios.
—El final estaba cantado, ¿no?
—¿Tú crees? No tengo tan claro que hayamos llegado todavía al final, señorita Steele —murmura.
¿Qué quiere decir? ¿Habla de nuestra negociación? Bueno… quiero decir… de nuestra relación…
o lo que sea. Sigue igual de críptico que siempre. Sirvo el desayuno en los platos calientes, que
dejo encima de los manteles individuales. Abro el frigorífico y saco sirope de arce.
Miro a Nicholas, que está esperando a que me siente.
—Señorita Steele —me dice señalando un taburete.
—Señor Grey.
Asiento dándole las gracias. Al sentarme hago una ligera mueca de dolor.
—¿Estás muy dolorida? —me pregunta mientras toma también asiento él.
Me ruborizo. ¿Por qué me hace preguntas tan personales?
—Bueno, a decir verdad, no tengo con qué compararlo —le contesto—. ¿Querías ofrecerme tu
compasión? —le pregunto en tono demasiado dulce.
Creo que intenta reprimir una sonrisa, pero no estoy segura.
—No. Me preguntaba si debemos seguir con tu entrenamiento básico.
—Oh.
Lo miro estupefacta, contengo la respiración y me estremezco. Oh… me encantaría. Sofoco un
gemido.
—Come, _______.
Se me ha vuelto a quitar el hambre… Más… más sexo… Sí, por favor.
—Por cierto, esto está buenísimo —me dice sonriendo.
Pincho un trocito de tortilla, pero apenas puedo tragar. ¡Entrenamiento básico! «Quiero follarte la
boca». ¿Forma eso parte del entrenamiento básico?
—Deja de morderte el labio. Me desconcentras, y resulta que me he dado cuenta de que no llevas
nada debajo de mi camisa, y eso me desconcentra todavía más.
Sumerjo la bolsa de té en la tetera que me ha traído Nicholas. La cabeza me da vueltas.
—¿En qué tipo de entrenamiento básico estás pensando? —le pregunto.
Hablo en un volumen un poco alto, lo cual traiciona mi deseo de parecer natural, como si no me
importara demasiado, y lo más tranquila posible, pese a que las hormonas están causando
estragos por todo mi cuerpo.
—Bueno, como estás dolorida, he pensado que podríamos dedicarnos a las técnicas orales.
Me atraganto con el té y lo miro boquiabierta y con los ojos como platos. Me da un golpecito en la
espalda y me acerca el zumo de naranja. No tengo ni idea de en qué está pensando.
—Si quieres quedarte, claro —añade.
Lo miro intentando recuperar la serenidad. Su expresión es impenetrable. Es muy frustrante.
—Me gustaría quedarme durante el día, si no hay problema. Mañana tengo que trabajar.
—¿A qué hora tienes que estar en el trabajo?
—A las nueve.
—Te llevaré al trabajo mañana a las nueve.
Frunzo el ceño. ¿Quiere que me quede otra noche?
—Tengo que volver a casa esta noche. Necesito cambiarme de ropa.
—Podemos comprarte algo.
No tengo dinero para comprar ropa. Levanta la mano, me agarra de la barbilla y tira para que mis
dientes suelten el labio inferior. No era consciente de que me lo estaba mordiendo.
—¿Qué pasa? —me pregunta.
—Tengo que volver a casa esta noche.
Me mira muy serio.
—De acuerdo, esta noche —acepta—. Ahora acábate el desayuno.
La cabeza y el estómago me dan vueltas. Se me ha quitado el hambre. Contemplo la mitad de mi
desayuno, que sigue en el plato. No me apetece comer ahora.
—Come, _______. Anoche no cenaste.
—No tengo hambre, de verdad —susurro.
Me mira muy serio.
—Me gustaría mucho que te terminaras el desayuno.
—¿Qué problema tienes con la comida? —le suelto de pronto.
Arruga la frente.
—Ya te dije que no soporto tirar la comida. Come —me dice bruscamente, con expresión sombría,
dolida.
Maldita sea. ¿De qué va todo esto? Cojo el tenedor y como despacio, intentando masticar. Si va a
ser siempre tan raro con la comida, tendré que recordar no llenarme tanto el plato. Su semblante
se dulcifica a medida que voy comiéndome el desayuno. Lo observo retirar su plato. Espera a que
termine y retira el mío también.
—Tú has cocinado, así que yo recojo la mesa.
—Muy democrático.
—Sí —me dice frunciendo el ceño—. No es mi estilo habitual. En cuanto acabe tomaremos un
baño.
—Ah, vale.
Vaya… Preferiría una ducha. El sonido de mi teléfono me saca de la ensoñación. Es Kate.
—Hola.
Me alejo de él y me dirijo hacia las puertas de cristal del balcón.
—____*, ¿por qué no me mandaste un mensaje anoche?
Está enfadada.
—Perdona. Me superaron los acontecimientos.
—¿Estás bien?
—Sí, perfectamente.
—¿Por fin?
Intenta sonsacarme información. Oigo su tono expectante y muevo la cabeza.
—Kate, no quiero comentarlo por teléfono.
Nicholas alza los ojos hacia mí.
—Sí… Estoy segura.
¿Cómo puede estar segura? Está tirándose un farol, pero no puedo hablar del tema. He firmado
un maldito acuerdo.
—Kate, por favor.
—¿Qué tal ha ido? ¿Estás bien?
—Te he dicho que estoy perfectamente.
—¿Ha sido tierno?
—¡Kate, por favor!
No puedo reprimir mi enfado.
—____*, no me lo ocultes. Llevo casi cuatro años esperando este momento.
—Nos vemos esta noche.
Y cuelgo.
Va a ser difícil manejar este tema. Es muy obstinada y quiere que se lo cuente todo con detalles,
pero no puedo contárselo porque he firmado un… ¿cómo se llama? Un acuerdo de
confidencialidad. Va a darle un ataque, y con razón. Tengo que pensar en algo. Vuelvo la cabeza y
observo a Nicholas moviéndose con soltura por la cocina.
—¿El acuerdo de confidencialidad lo abarca todo? —le pregunto indecisa.
—¿Por qué?
Se vuelva y me mira mientras guarda la caja del té. Me ruborizo.
—Bueno, tengo algunas dudas, ya sabes… sobre sexo —le digo mirándome los dedos—. Y me
gustaría comentarlas con Kate.
—Puedes comentarlas conmigo.
—Nicholas, con todo el respeto…
Me quedo sin voz. No puedo comentarlas contigo. Me darías tu visión del sexo, que es parcial,
distorsionada y pervertida. Quiero una opinión imparcial.
—Son solo cuestiones técnicas. No diré nada del cuarto rojo del dolor.
Levanta las cejas.
—¿Cuarto rojo del dolor? Se trata sobre todo de placer, _______. Créeme. Y además —añade
en tono más duro—, tu compañera de piso está revolcándose con mi hermano. Preferiría que no
hablaras con ella, la verdad.
—¿Sabe algo tu familia de tus… preferencias?
—No. No son asunto suyo. —Se acerca a mí—. ¿Qué quieres saber? —me pregunta.
Me desliza los dedos suavemente por la mejilla hasta el mentón, que levanta para mirarme
directamente a los ojos. Me estremezco por dentro. No puedo mentir a este hombre.
—De momento nada en concreto —susurro.
—Bueno, podemos empezar preguntándote qué tal lo has pasado esta noche.
La curiosidad le arde en los ojos. Está impaciente por saberlo. Uau.
—Bien —murmuro.
Esboza una ligera sonrisa.
—Yo también —me dice en voz baja—. Nunca había echado un polvo vainilla, y no ha estado
nada mal. Aunque quizá es porque ha sido contigo.
Desliza el pulgar por mi labio inferior.
Respiro hondo. ¿Un polvo vainilla?
—Ven, vamos a bañarnos.
Se inclina y me besa. El corazón me da un brinco y el deseo me recorre el cuerpo y se
concentra… en mi parte más profunda.
La bañera es blanca, profunda y ovalada, muy de diseño. Nicholas se inclina y abre el grifo de la
pared embaldosada. Vierte en el agua un aceite de baño que parece carísimo. A medida que se
llena la bañera va formándose espuma, y un dulce y seductor aroma a jazmín invade el baño.
Nicholas me mira con ojos impenetrables, se quita la camiseta y la tira al suelo.
—Señorita Steele —me dice tendiéndome la mano.
Estoy al lado de la puerta, con los ojos muy abiertos y recelosa, con las manos alrededor del
cuerpo. Me acerco admirando furtivamente su cuerpo. Le cojo de la mano y me sujeta mientras
me meto en la bañera, todavía con su camisa puesta. Hago lo que me dice. Voy a tener que
acostumbrarme si acabo aceptando su escandalosa oferta… Solo si… El agua caliente es
tentadora.
—Gírate y mírame —me ordena en voz baja.
Hago lo que me pide. Me observa con atención.
—Sé que ese labio está delicioso, doy fe de ello, pero ¿puedes dejar de mordértelo? —me dice
apretando los dientes—. Cuando te lo muerdes, tengo ganas de follarte, y estás dolorida, ¿no?
Dejo de morderme el labio porque me quedo boquiabierta, impactada.
—Eso es —me dice—. ¿Lo has entendido?
Me mira. Asiento frenéticamente. No tenía ni idea de que yo pudiera afectarle tanto.
—Bien.
Se acerca, saca el iPod del bolsillo de la camisa y lo deja junto al lavabo.
—Agua e iPods… no es una combinación muy inteligente —murmura.
Se inclina, agarra la camisa blanca por debajo, me la quita y la tira al suelo.
Se retira para contemplarme. Dios mío, estoy completamente desnuda. Me pongo roja y bajo la
mirada hacia las manos, que están a la altura de la barriga. Deseo desesperadamente
desaparecer dentro del agua caliente y la espuma, pero sé que no va a querer que lo haga.
—Oye —me llama.
Lo miro. Tiene la cara inclinada hacia un lado.
—_______, eres muy guapa, toda tú. No bajes la cabeza como si estuvieras avergonzada. No
tienes por qué avergonzarte, y te aseguro que es todo un placer poder contemplarte.
Me sujeta la barbilla y me levanta la cabeza para que lo mire. Sus ojos son dulces y cálidos,
incluso ardientes. Está muy cerca de mí. Podría alargar el brazo y tocarlo.
—Ya puedes sentarte —me dice interrumpiendo mis erráticos pensamientos.
Me agacho y me meto en el agradable agua caliente. Oh… me escuece, y no me lo esperaba,
pero huele de maravilla. El escozor inicial no tarda en disminuir. Me tumbo boca arriba, cierro los
ojos un instante y me relajo en la tranquilizadora calidez. Cuando los abro, está mirándome
fijamente.
—¿Por qué no te bañas conmigo? —me atrevo a preguntarle, aunque con voz ronca.
—Sí, muévete hacia delante —me ordena.
Se quita los pantalones de pijama y se mete en la bañera detrás de mí. El agua sube de nivel
cuando se sienta y tira de mí para que me apoye en su pecho. Coloca sus largas piernas encima
de las mías, con las rodillas flexionadas y los tobillos a la misma altura que los míos, y me abre las
piernas con los pies. Me quedo boquiabierta. Mete la nariz entre mi pelo e inhala profundamente.
—Qué bien hueles, ________.
Un temblor me recorre todo el cuerpo. Estoy desnuda en una bañera con Nicholas Grey. Y él
también está desnudo. Si alguien me lo hubiera dicho ayer, cuando me desperté en la suite del
hotel, no le habría creído.
Coge una botella de gel del estante junto a la bañera y se echa un chorrito en la mano. Se frota
las manos para hacer una ligera capa de espuma, me las coloca alrededor del cuello y empieza a
extenderme el jabón por la nuca y los hombros, masajeándolos con fuerza con sus largos y
fuertes dedos. Gimo. Me encanta sentir sus manos.
—¿Te gusta?
Casi puedo oír su sonrisa.
—Mmm.
Desciende hasta mis brazos, luego por debajo hasta las axilas, frotándome suavemente. Me
alegro mucho de que Kate insistiera en que me depilara. Desliza las manos por mis pechos, y
respiro hondo cuando sus dedos los rodean y empiezan a masajearlos suavemente, sin
agarrarlos. Arqueo el cuerpo instintivamente y aprieto los pechos contra sus manos. Tengo los
pezones sensibles, muy sensibles, sin duda por el poco delicado trato que recibieron anoche. No
se entretiene demasiado en ellos. Desliza las manos hasta mi vientre. Se me acelera la
respiración y el corazón me late a toda prisa. Siento su erección contra mi trasero. Me excita que
lo que le haga sentirse así sea mi cuerpo. Claro… no tu cabeza, se burla mi subconsciente. Aparto
el inoportuno pensamiento.
Se detiene y coge una toallita mientras yo jadeo pegada a él, muerta de deseo. Apoyo las manos
en sus muslos, firmes y musculosos. Echa más gel en la toallita, se inclina y me frota entre las
piernas. Contengo la respiración. Sus dedos me estimulan hábilmente desde dentro de la tela, una
maravilla, y mis caderas empiezan a moverse a su ritmo, presionando contra su mano. A medida
que las sensaciones se apoderan de mí, inclino la cabeza hacia atrás con los ojos casi en blanco y
la boca entreabierta. Gimo. Dentro de mí aumenta la presión, lenta e inexorablemente… Madre
mía.
—Siéntelo, nena —me susurra Nicholas al oído, y me roza suavemente el lóbulo con los dientes
—. Siéntelo para mí.
Sus piernas inmovilizan las mías contra las paredes de la bañera, las aprisionan, lo que le da libre
acceso a la parte más íntima de mí.
—Oh… por favor —susurro.
El cuerpo se me queda rígido e intento estirar las piernas. Soy una esclava sexual de este
hombre, que no me deja mover.
—Creo que ya estás lo suficientemente limpia —murmura.
Y se detiene.
¿Qué? ¡No! ¡No! ¡No! Mi respiración es irregular.
—¿Por qué te paras? —le pregunto jadeando.
—Porque tengo otros planes para ti, _________.
¿Qué…? Vaya… pero… estaba… No es justo.
—Date la vuelta. Yo también tengo que lavarme —murmura.
¡Oh! Me doy la vuelta y me quedo pasmada al ver que se agarra con fuerza el miembro erecto.
Abro la boca.
—Quiero que, para empezar, conozcas bien la parte más valiosa de mi cuerpo, mi favorita. Le
tengo mucho cariño.
Es enorme, cada vez más. El miembro erecto queda por encima del agua, que le llega a las
caderas. Levanto los ojos un segundo y observo su sonrisa perversa. Le divierte mi expresión
atónita. Me doy cuenta de que estoy mirando fijamente su miembro. Trago saliva. ¡Todo eso ha
estado dentro de mí! Parece imposible. Quiere que lo toque. Mmm… de acuerdo, adelante.
Le sonrío, cojo el gel y me echo un chorrito en la mano. Hago lo mismo que él: me froto el jabón
en las manos hasta que se forma espuma. No aparto los ojos de los suyos. Entreabro los labios
para que me resulte más fácil respirar… y deliberadamente me muerdo el labio inferior y luego
paso la lengua por encima, por la zona que acabo de morderme. Me mira con ojos serios,
impenetrables, que se abren mientras deslizo la lengua por el labio. Me inclino y le rodeo el
miembro con una mano, imitando la manera en que se lo agarra él mismo. Cierra un momento los
ojos. Uau… es mucho más duro de lo que pensaba. Aprieto y él coloca su mano sobre la mía.
—Así —susurra.
Y mueve la mano arriba y abajo sujetándome con fuerza los dedos, que a su vez aprietan con
fuerza su miembro. Cierra de nuevo los ojos y contiene la respiración. Cuando vuelve a abrirlos,
su mirada es de un gris abrasador.
—Muy bien, nena.
Me suelta la mano, deja que siga yo sola y cierra los ojos mientras la muevo arriba y abajo.
Flexiona ligeramente las caderas hacia mi mano, y de forma refleja lo aprieto con más fuerza.
Desde lo más profundo de la garganta se le escapa un ronco gemido. Fóllame la boca… Mmm. Lo
recuerdo metiéndome el pulgar en la boca y pidiéndome que se lo chupara con fuerza. Abre la
boca a medida que su respiración se acelera. Tiene los ojos cerrados. Me inclino, coloco los labios
alrededor de su miembro y chupo de forma vacilante, deslizando la lengua por la punta.
—Uau… ____*.
Abre mucho los ojos y sigo chupando.
Mmm… Es duro y blando a la vez, como acero recubierto de terciopelo, y sorprendentemente
sabroso, salado y suave.
—Dios —gime.
Y vuelve a cerrar los ojos.
Introduzco la boca hasta el fondo y vuelve a gemir. ¡Ja! La diosa que llevo dentro está encantada.
Puedo hacerlo. Puedo follármelo con la boca. Vuelvo a girar la lengua alrededor de la punta, y él
se arquea y levanta las caderas. Ha abierto los ojos, que despiden fuego. Vuelve a arquearse
apretando los dientes. Me apoyo en sus muslos y clavo la boca hasta el fondo. Siento en las
manos que sus piernas se tensan. Me coge de las trenzas y empieza a moverse.
—Oh… nena… es fantástico —murmura.
Chupo más fuerte y paso la lengua por la punta de su impresionante erección. Se la presiono con
la boca cubriéndome los dientes con los labios. Él espira con la boca entreabierta y gime.
—Dios, ¿hasta dónde puedes llegar? —susurra.
Mmm… Empujo con fuerza y siento su miembro en el fondo de la garganta, y luego en los labios
otra vez. Paso la lengua por la punta. Es como un polo con sabor a… Nicholas Grey. Chupo cada
vez más deprisa, empujando cada vez más hondo y girando la lengua alrededor. Mmm… No tenía
ni idea de que proporcionar placer podía ser tan excitante, verlo retorcerse sutilmente de deseo
carnal. La diosa que llevo dentro baila merengue con algunos pasos de salsa.
—________, voy a correrme en tu boca —me advierte jadeando—. Si no quieres, para.
Vuelve a empujar las caderas, con los ojos muy abiertos, cautelosos y llenos de lascivo deseo… Y
me desea a mí. Desea mi boca… Madre mía.
Me agarra del pelo con fuerza. Yo puedo. Empujo todavía con más fuerza y de pronto, en un
momento de insólita seguridad en mí misma, descubro los dientes. Llega al límite. Grita, se queda
inmóvil y siento un líquido caliente y salado deslizándose por mi garganta. Me lo trago
rápidamente. Uf… No sé si he hecho bien. Pero me basta con mirarlo para que no me importe…
He conseguido que perdiera el control en la bañera. Me incorporo y lo observo con una sonrisa
triunfal que me eleva las comisuras de la boca. Respira entrecortadamente. Abre los ojos y me
mira.
—¿No tienes arcadas? —me pregunta atónito—. Dios, ___*… ha estado… muy bien, de verdad,
muy bien. Aunque no lo esperaba. —Frunce el ceño—. ¿Sabes? No dejas de sorprenderme.
Sonrío y me muerdo el labio conscientemente. Me mira interrogante.
—¿Lo habías hecho antes?
—No.
No puedo ocultar un ligero matiz de orgullo en mi negativa.
—Bien —me dice complacido y, según creo, aliviado—. Otra novedad, señorita Steele. —Me
evalúa con la mirada—. Bueno, tienes un sobresaliente en técnicas orales. Ven, vamos a la cama.
Te debo un orgasmo.
¡Otro orgasmo!
Sale rápidamente de la bañera y me ofrece la primera imagen íntegra del Adonis de divinas
proporciones que es Nicholas Grey. La diosa que llevo dentro ha dejado de bailar y lo observa
también, boquiabierta y babeando. Su erección se ha reducido, pero sigue siendo importante…
Uau. Se enrolla una toalla pequeña en la cintura para cubrirse mínimamente y saca otra más
grande y suave, de color blanco, para mí. Salgo de la bañera y le cojo la mano que me tiende. Me
envuelve en la toalla, me abraza y me besa con fuerza, metiéndome la lengua en la boca. Deseo
estirar los brazos y abrazarlo… tocarlo… pero los tengo atrapados dentro de la toalla. No tardo en
perderme en su beso. Me sujeta la cabeza con las manos, me recorre la boca con la
lengua y me da la sensación de que está expresándome su gratitud… ¿quizá por mi primera
felación?
Se aparta un poco, con las manos a ambos lados de mi cara, y me mira a los ojos. Parece
perdido.
—Dime que sí —susurra fervientemente.
Frunzo el ceño, porque no lo entiendo.
—¿A qué?
—A nuestro acuerdo. A ser mía. Por favor, ___* —susurra suplicante, recalcando el «por favor» y
mi nombre.
Vuelve a besarme con pasión, y luego se aparta y me mira parpadeando. Me coge de la mano y
me conduce de vuelta al dormitorio. Me tambaleo un poco, así que lo sigo mansamente, aturdida.
Lo desea de verdad.
Ya en el dormitorio, me observa junto a la cama.
—¿Confías en mí? —me pregunta de pronto.
Asiento con los ojos muy abiertos, y de pronto me doy cuenta de que efectivamente confío en él.
¿Qué va a hacerme ahora? Una descarga eléctrica me recorre el cuerpo.
—Buena chica —me dice pasándome el pulgar por el labio inferior.
Se acerca al armario y vuelve con una corbata gris de seda.
—Junta las manos por delante —me ordena quitándome la toalla y tirándola al suelo.
Hago lo que me pide. Me rodea las muñecas con la corbata y hace un nudo apretado. Los ojos le
brillan de excitación. Tira de la corbata para asegurarse de que el nudo no se mueve. Tiene que
haber sido boyscout para saber hacer estos nudos. ¿Y ahora qué? Se me ha disparado el pulso y
el corazón me late a un ritmo frenético. Desliza los dedos por mis trenzas.
—Pareces muy joven con estas trenzas —murmura acercándose a mí.
Retrocedo instintivamente hasta que siento la cama detrás de las rodillas. Se quita la toalla, pero
no puedo apartar los ojos de su cara. Su expresión es ardiente, llena de deseo.
—Oh, ________, ¿qué voy a hacer contigo? —me susurra.
Me tiende sobre la cama, se tumba a mi lado y me levanta las manos por encima de la cabeza.
—Deja las manos así. No las muevas. ¿Entendido?
Sus ojos abrasan los míos y su intensidad me deja sin aliento. No es un hombre al que quisiera
hacer enfadar.
—Contéstame —me pide en voz baja.
—No moveré las manos —le contesto sin aliento.
—Buena chica —murmura.
Y deliberadamente se pasa la lengua por los labios muy despacio. Me fascina su lengua
recorriendo lentamente su labio superior. Me mira a los ojos, me observa, me examina. Se inclina
y me da un casto y rápido beso en los labios.
—Voy a besarle todo el cuerpo, señorita Steele —me dice en voz baja.
Me agarra de la barbilla y me la levanta, lo que le da acceso a mi cuello. Sus labios se deslizan
por él, descienden por mi cuello besándome, chupándome y mordisqueándome. Todo mi cuerpo
vibra expectante. El baño me ha dejado la piel hipersensible. La sangre caliente desciende
lentamente hasta mi vientre, entre las piernas, hasta mi sexo. Gimo.
Quiero tocarlo. Muevo las manos, pero, como estoy atada, le toco el pelo con bastante torpeza.
Deja de besarme, levanta los ojos y mueve la cabeza de un lado a otro chasqueando la lengua.
Me sujeta las manos y vuelve a colocármelas por encima de la cabeza.
—Si mueves las manos, tendremos que volver a empezar —me regaña suavemente.
Oh, le gusta hacerme rabiar.
—Quiero tocarte —le digo jadeando sin poder controlarme.
—Lo sé —murmura—. Pero deja las manos quietas.
Oh… es muy frustrante. Sus manos descienden por mi cuerpo hasta mis pechos mientras sus
labios se deslizan por mi cuello. Me lo acaricia con la punta de la nariz, y luego, con la boca, da
inicio a una lenta travesía hacia el sur y sigue el rastro de sus manos por el esternón hasta mis
pechos. Me besa y me mordisquea uno, luego el otro, y me chupa suavemente los pezones.
Maldita sea. Mis caderas empiezan a balancearse y a moverse por su cuenta, siguiendo el ritmo
de su boca, y yo intento desesperadamente recordar que tengo que mantener las manos por
encima de la cabeza.
—No te muevas —me advierte.
Siento su cálida respiración sobre mi piel. Llega a mi ombligo, introduce la lengua y me roza la
barriga con los dientes. Mi cuerpo se arquea.
—Mmm. Qué dulce es usted, señorita Steele.
Desliza la nariz desde mi ombligo hasta mi vello púbico mordiéndome suavemente y
provocándome con la lengua. De pronto se arrodilla a mis pies, me agarra de los tobillos y me
separa las piernas.
Madre mía. Me coge del pie izquierdo, me dobla la rodilla y se lleva el pie a la boca. Sin dejar de
observar mis reacciones, besa todos mis dedos y luego me muerde suavemente las yemas.
Cuando llega al meñique, lo muerde con más fuerza. Siento una convulsión y gimo suavemente.
Desliza la lengua por el empeine… y ya no puedo seguir mirándolo. Es demasiado erótico. Voy a
explotar. Aprieto los ojos e intento absorber y soportar todas las sensaciones que me provoca. Me
besa el tobillo y sigue su recorrido por la pantorrilla hasta la rodilla, donde se detiene. Entonces
empieza con el pie derecho, y repite todo el seductor y asombroso proceso.
Me muerde el meñique, y el mordisco se proyecta en lo más profundo de mi vientre.
—Por favor —gimo.
—Lo mejor para usted, señorita Steele —me dice.
Esta vez no se detiene en la rodilla. Sigue por la parte interior del muslo y a la vez me separa más
las piernas. Sé lo que va a hacer, y parte de mí quiere apartarlo, porque me muero de vergüenza.
Va a besarme el sexo. Lo sé. Pero otra parte de mí disfruta esperándolo. Se gira hacia la otra
rodilla y sube hasta el muslo besándome, chupándome, lamiéndome, y de pronto está entre mis
piernas, deslizando la nariz por mi sexo, arriba y abajo, muy suavemente, con mucha delicadeza.
Me retuerzo… Madre mía.
Se detiene y espera a que me calme. Levanto la cabeza y lo miro con la boca abierta. Mi
acelerado corazón intenta tranquilizarse.
—¿Sabe lo embriagador que es su olor, señorita Steele? —murmura.
Sin apartar sus ojos de los míos, introduce la nariz en mi vello púbico e inhala.
Me ruborizo, siento que voy a desmayarme y cierro los ojos al instante. No puedo verlo haciendo
algo así.
Me recorre muy despacio el sexo. Oh, joder…
—Me gusta —me dice tirando suavemente de mi vello púbico—. Quizá lo conservaremos.
—Oh… por favor —le suplico.
—Mmm… Me gusta que me supliques, _______.
Gimo.
—No suelo pagar con la misma moneda, señorita Steele —susurra deslizándose por mi sexo—,
pero hoy me ha complacido, así que tiene que recibir su recompensa.
Oigo en su voz la sonrisa perversa, y mientras mi cuerpo palpita con sus palabras, empieza a
rodearme el clítoris con la lengua muy despacio, sujetándome los muslos con las manos.
—¡Ahhh! —gimo.
Mi cuerpo se arquea y se convulsiona al contacto de su lengua.
Sigue torturándome con la lengua una y otra vez. Pierdo la conciencia de mí misma. Todas las
partículas de mi ser se concentran en el pequeño punto neurálgico por encima de los muslos. Las
piernas se me quedan rígidas. Oigo su gemido mientras me introduce un dedo.
—Nena, me encanta que estés tan mojada para mí.
Mueve el dedo trazando un amplio círculo, expandiéndome, empujándome, y su lengua sigue el
compás del dedo alrededor de mi clítoris. Gimo. Es demasiado… Mi cuerpo me suplica que lo
alivie, y no puedo seguir negándome. Me dejo ir. El orgasmo se apodera de mí y pierdo todo
pensamiento coherente, me retuerzo por dentro una y otra vez. ¡Madre mía! Grito, y el mundo se
desmorona y desaparece de mi vista mientras la fuerza de mi clímax lo anula y lo vacía todo.
Mis jadeos apenas me permiten oír cómo rasga el paquetito plateado. Me penetra lentamente y
empieza a moverse. Oh… Dios mío. La sensación es dolorosa y dulce, fuerte y suave a la vez.
—¿Cómo estás? —me pregunta en voz baja.
—Bien. Muy bien —le contesto.
Y empieza a moverse muy deprisa, hasta el fondo, me embiste una y otra vez, implacable, empuja
y vuelve a empujar hasta que vuelvo a estar al borde del abismo. Gimoteo.
—Córrete para mí, nena.
Me habla al oído con voz áspera, dura y salvaje, y exploto mientras bombea rápidamente dentro
de mí.
—Un polvo de agradecimiento —susurra.
Empuja fuerte una vez más y gime al llegar al clímax apretándose contra mí. Luego se queda
inmóvil, con el cuerpo rígido.
Se desploma encima de mí. Siento su peso aplastándome contra el colchón. Paso mis manos
atadas alrededor de su cuello y lo abrazo como puedo. En este momento sé que haría
cualquier cosa por este hombre. Soy suya. La maravilla que está enseñándome es mucho más de
lo que jamás habría podido imaginar. Y quiere ir más allá, mucho más allá, a un lugar que mi
inocencia ni siquiera puede imaginar. Oh… ¿qué debo hacer?
Se apoya en los codos, y sus intensos ojos grises me miran fijamente.
—¿Ves lo buenos que somos juntos? —murmura—. Si te entregas a mí, será mucho mejor. Confía
en mí, _______. Puedo transportarte a lugares que ni siquiera sabes que existen.
Sus palabras se hacen eco de mis pensamientos. Pega su nariz a la mía. Todavía no me he
recuperado de mi insólita reacción física y lo miro con la mente en blanco, buscando algún
pensamiento coherente.
De pronto oímos voces en el salón, al otro lado del dormitorio. Tardo un momento en procesar lo
que estoy oyendo.
—Si todavía está en la cama, tiene que estar enfermo. Nunca está en la cama a estas horas.
Nicholas nunca se levanta tarde.
—Señora Grey, por favor.
—Taylor, no puedes impedirme ver a mi hijo.
—Señora Grey, no está solo.
—¿Qué quiere decir que no está solo?
—Está con alguien.
—Oh…
Hasta yo me doy cuenta de que le cuesta creérselo.
Nicholas parpadea y me mira con los ojos como platos, fingiendo estar aterrorizado.
—¡Mierda! Mi madre.
CarolSwarovski
Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
Capitulo 10
De repente sale de mi cuerpo y me estremezco. Se sienta en la cama y tira el condón usado en
una papelera.
—Vamos, tenemos que vestirnos… si quieres conocer a mi madre.
Sonríe, se levanta de la cama y se pone los vaqueros… sin calzoncillos. Intento incorporarme,
pero sigo atada.
—Nicholas… no puedo moverme.
Su sonrisa se acentúa. Se inclina y me desata la corbata, que me ha dejado la marca de la tela en
las muñecas. Es… sexy. Me observa divertido, con ojos danzarines. Me besa rápidamente en la
frente y me sonríe.
—Otra novedad —admite.
No tengo ni idea de lo que quiere decir.
—No tengo ropa limpia.
De pronto el pánico se apodera de mí, y teniendo en cuenta la experiencia que acabo de vivir, el
pánico me parece insoportable. ¡Su madre! Maldita sea. No tengo ropa limpia y prácticamente nos
ha pillado in fraganti.
—Quizá debería quedarme aquí.
—No, claro que no —me contesta en tono amenazador—. Puedes ponerte algo mío.
Se ha puesto una camiseta y se pasa la mano por el pelo revuelto. Aunque estoy muy nerviosa,
me quedo embobada. Su belleza es arrebatadora.
—________, estarías preciosa hasta con un saco. No te preocupes, por favor. Me gustaría que
conocieras a mi madre. Vístete. Voy a calmarla un poco. —Aprieta los labios—. Te espero en el
salón dentro de cinco minutos. Si no, vendré a buscarte y te arrastraré lleves lo que lleves puesto.
Mis camisetas están en ese cajón. Las camisas, en el armario. Sírvete tú misma.
Me mira un instante inquisitivo y sale de la habitación.
Maldita sea, la madre de Nicholas. Es mucho más de lo que esperaba. Quizá conocerla me
permita colocar algunas piezas del puzle. Podría ayudarme a entender por qué Nicholas es como
es… De pronto quiero conocerla. Recojo mi blusa del suelo y me alegra descubrir que ha
sobrevivido a la noche sin apenas arrugas. Encuentro el sujetador azul debajo de la cama y me
visto a toda prisa. Pero si hay algo que odio es no llevar las bragas limpias. Me dirijo a la cómoda
de Nicholas y busco entre sus calzoncillos. Me pongo unos Calvin Klein ajustados, los vaqueros y
las Converse.
Cojo la chaqueta, corro al cuarto de baño y observo mis ojos demasiado brillantes, mi cara
colorada… y mi pelo. Dios mío… Las trenzas despeindas tampoco me quedan bien. Busco un
cepillo, pero solo encuentro un peine. Menos da una piedra. Me recojo el pelo rápidamente,
mirando desesperada la ropa que llevo. Quizá debería aceptar la oferta de Nicholas. Mi
subconsciente frunce los labios y articula la palabra «ja». No le hago caso. Me pongo la chaqueta
y me alegro de que los puños cubran las marcas de la corbata. Nerviosa, me miro por última vez
en el espejo. Es lo que hay. Me dirijo al salón.
—Aquí está —dice Nicholas levantándose del sofá.
Me mira con expresión cálida y agradecida. La mujer rubia que está a su lado se gira y me dedica
una amplia sonrisa. Se levanta también. Va impecable, con un vestido de punto marrón
claro y zapatos a juego, arreglada y elegante. Está muy guapa, y me mortifico un poco pensando
que yo voy hecha un desastre.
—Mamá, te presento a _______ Steele. _________, esta es Grace Trevelyan-Grey.
La doctora Trevelyan-Grey me tiende la mano. T… ¿de Trevelyan? Su inicial.
—Encantada de conocerte —murmura.
Si no me equivoco, en su voz hay un matiz de sorpresa, quizá de inmenso alivio, y sus ojos
castaños emiten un cálido destello. Le estrecho la mano y no puedo evitar sonreír, devolverle su
calidez.
—Doctora Trevelyan-Grey —digo en voz baja.
—Llámame Grace. —Sonríe, y Nicholas frunce el ceño—. Suelen llamarme doctora Trevelyan, y
la señora Grey es mi suegra. —Me guiña un ojo—. Bueno, ¿y cómo os conocisteis? —pregunta
mirando interrogante a Nicholas, incapaz de ocultar su curiosidad.
—________ me hizo una entrevista para la revista de la facultad, porque esta semana voy a
entregar los títulos.
Mierda, mierda. Lo había olvidado.
—Así que te gradúas esta semana… —me dice Grace.
—Sí.
Empieza a sonar mi móvil. Apuesto a que es Kate.
—Disculpadme.
El teléfono está en la cocina. Me acerco y lo cojo de la barra sin mirar quién me llama.
—Kate.
—¡Dios mío! ¡____*!
Maldita sea, es José. Parece desesperado.
—¿Dónde estás? Te he llamado veinte veces. Tengo que verte. Quiero pedirte perdón por lo del
viernes. ¿Por qué no me has devuelto las llamadas?
—Mira, José, ahora no es un buen momento.
Miro muy nerviosa a Nicholas, que me observa atentamente, con rostro impasible, mientras
murmura algo a su madre. Le doy la espalda.
—¿Dónde estás? Kate me ha dado largas —se queja.
—En Seattle.
—¿Qué haces en Seattle? ¿Estás con él?
—José, te llamo más tarde. No puedo hablar ahora.
Y cuelgo.
Vuelvo con toda tranquilidad con Nicholas y su madre. Grace está en pleno parloteo.
—… y Elliot me llamó para decirme que estabas por aquí… Hace dos semanas que no te veo,
cariño.
—¿Elliot lo sabía? —pregunta Nicholas mirándome con expresión indescifrable.
—Pensé que podríamos comer juntos, pero ya veo que tienes otros planes, así que no quiero
interrumpiros.
Coge su largo abrigo de color crema, se lo pone y le acerca la mejilla. Nicholas la besa
rápidamente. Ella no le toca.
—Tengo que llevar a ________ a Portland.
—Claro, cariño. ________, un placer conocerte. Espero que volvamos a vernos.
Me tiende la mano con ojos brillantes, y se la estrecho.
Taylor aparece procedente… ¿de dónde?
—Señora Grey…
—Gracias, Taylor.
La sigue por el salón y cruza detrás de ella la doble puerta que da al vestíbulo. ¿Taylor ha estado
aquí todo el tiempo? ¿Cuánto lleva aquí? ¿Dónde ha estado?
Nicholas me mira.
—Así que te ha llamado el fotógrafo…
Mierda.
—Sí.
—¿Qué quería?
—Solo pedirme perdón, ya sabes… por lo del viernes.
Nicholas arruga la frente.
—Ya veo —se limita a decirme.
Taylor vuelve a aparecer.
—Señor Grey, hay un problema con el envío a Darfur.
Nicholas asiente bruscamente haciéndole callar.
—¿El Charlie Tango ha vuelto a Boeing Field?
—Sí, señor. —Me mira e inclina la cabeza—. Señorita Steele.
Le sonrío torpemente, se gira y se marcha.
—¿Taylor vive aquí?
—Sí —me contesta cortante.
¿Qué le pasa ahora?
Nicholas va a la cocina, coge su BlackBerry y echa un vistazo a los e-mails, supongo. Está muy
serio. Hace una llamada.
—Ros, ¿cuál es el problema? —pregunta bruscamente.
Escucha sin dejar de mirarme con ojos interrogantes. Yo estoy en medio del enorme salón
preguntándome qué hacer, totalmente cohibida y fuera de lugar.
—No voy a poner en peligro a la tripulación. No, cancélalo… Lo lanzaremos desde el aire… Bien.
Cuelga. La calidez de sus ojos ha desaparecido. Parece hostil. Me lanza una rápida mirada, se
dirige a su estudio y vuelve al momento.
—Este es el contrato. Léelo y lo comentamos el fin de semana que viene. Te sugiero que
investigues un poco para que sepas de lo que estamos hablando. —Se calla un momento—.
Bueno, si aceptas, y espero de verdad que aceptes —añade en tono más suave, nervioso.
—¿Que investigue?
—Te sorprendería saber lo que puedes encontrar en internet —murmura.
¡Internet! No tengo ordenador, solo el portátil de Kate, y, por supuesto, no puedo utilizar el de
Clayton’s para este tipo de «investigación».
—¿Qué pasa? —me pregunta ladeando la cabeza.
—No tengo ordenador. Suelo utilizar los de la facultad. Veré si puedo utilizar el portátil de Kate.
Me tiende un sobre de papel manila.
—Seguro que puedo… bueno… prestarte uno. Recoge tus cosas. Volveremos a Portland en
coche y comeremos algo por el camino. Voy a vestirme.
—Tengo que hacer una llamada —murmuro.
Solo quiero oír la voz de Kate. Nicholas pone mala cara.
—¿Al fotógrafo?
Se le tensa la mandíbula y le arden los ojos. Parpadeo.
—No me gusta compartir, señorita Steele. Recuérdelo —me advierte con estremecedora
tranquilidad.
Me lanza una larga y fría mirada y se dirige al dormitorio.
Maldita sea. Solo quería llamar a Kate. Quiero llamarla delante de él, pero su repentina actitud
distante me ha dejado paralizada. ¿Qué ha pasado con el hombre generoso, relajado y sonriente
que me hacía el amor hace apenas media hora?
—¿Lista? —me pregunta Nicholas junto a la puerta doble del vestíbulo.
Asiento, insegura. Ha recuperado su tono distante, educado y convencional. Ha vuelto a ponerse
la máscara. Lleva una bolsa de piel al hombro. ¿Para qué la necesita? Quizá va a quedarse en
Portland. Entonces recuerdo la entrega de títulos. Sí, claro… Estará en Portland el jueves. Lleva
una cazadora negra de cuero. Vestido así, sin duda no parece un multimillonario. Parece un chico
descarriado, quizá una rebelde estrella de rock o un modelo de pasarela. Suspiro por dentro
deseando tener una décima parte de su elegancia. Es tan tranquilo y controlado… Frunzo el ceño
al recordar su arrebato por la llamada de José… Bueno, al menos parece que lo es.
Taylor está esperando al fondo.
—Mañana, pues —le dice a Taylor.
—Sí, señor —le contesta Taylor asintiendo—. ¿Qué coche va a llevarse?
Me lanza una rápida mirada.
—El R8.
—Buen viaje, señor Grey. Señorita Steele.
Taylor me mira con simpatía, aunque quizá en lo más profundo de sus ojos se esconda una pizca
de lástima.
Sin duda cree que he sucumbido a los turbios hábitos sexuales del señor Grey. Bueno, a sus
excepcionales hábitos sexuales… ¿o quizá el sexo sea así para todo el mundo? Frunzo el ceño al
pensarlo. No tengo nada con lo que compararlo y por lo visto no puedo preguntárselo a Kate. Así
que tendré que hablar del tema con Nicholas. Sería perfectamente natural poder hablar de ello
con alguien… pero no puedo hablar con Nicholas si de repente se muestra extrovertido y al
minuto siguiente distante.
Taylor nos sujeta la puerta para que salgamos. Nicholas llama al ascensor.
—¿Qué pasa, ________? —me pregunta.
¿Cómo sabe que estoy dándole vueltas a algo? Alza una mano y me levanta la barbilla.
—Deja de morderte el labio o te follaré en el ascensor, y me dará igual si entra alguien o no.
Me ruborizo, pero sus labios esbozan una ligera sonrisa. Al final parece que está recuperando el
sentido del humor.
—Nicholas, tengo un problema.
—¿Ah, sí? —me pregunta observándome con atención.
Llega el ascensor. Entramos y Nicholas pulsa el botón del parking.
—Bueno…
Me ruborizo. ¿Cómo explicárselo?
—Necesito hablar con Kate. Tengo muchas preguntas sobre sexo, y tú estás demasiado
implicado. Si quieres que haga todas esas cosas, ¿cómo voy a saber…? —me interrumpo e
intento encontrar las palabras adecuadas—. Es que no tengo puntos de referencia.
Pone los ojos en blanco.
—Si no hay más remedio, habla con ella —me contesta enfadado—. Pero asegúrate de que no
comente nada con Elliot.
Su insinuación me hace dar un respingo. Kate no es así.
—Kate no haría algo así, como yo no te diría a ti nada de lo que ella me cuente de Elliot… si me
contara algo —añado rápidamente.
—Bueno, la diferencia es que a mí no me interesa su vida sexual —murmura Nicholas en tono
seco—. Elliot es un capullo entrometido. Pero háblale solo de lo que hemos hecho hasta ahora —
me advierte—. Seguramente me cortaría los huevos si supiera lo que quiero hacer contigo —
añade en voz tan baja que no estoy segura de si pretendía que lo oyera.
—De acuerdo —acepto sonriéndole aliviada.
No quiero ni pensar en que Kate vaya a cortarle los huevos a Nicholas.
Frunce los labios y mueve la cabeza.
—Cuanto antes te sometas a mí mejor, y así acabamos con todo esto —murmura.
—¿Acabamos con qué?
—Con tus desafíos.
Me pasa una mano por la mejilla y me besa rápidamente en los labios. Las puertas del ascensor
se abren. Me coge de la mano y tira de mí hacia el parking.
¿Mis desafíos? ¿De qué habla?
Cerca del ascensor veo el Audi 4 x 4 negro, pero cuando pulsa el mando para que se abran las
puertas, se encienden las luces de un deportivo negro reluciente. Es uno de esos coches que
debería tener tumbada en el capó a una rubia de largas piernas vestida solo con una banda de
miss.
—Bonito coche —murmuro en tono frío.
Me mira y sonríe.
—Lo sé —me contesta.
Y por un segundo vuelve el dulce, joven y despreocupado Nicholas. Me inspira ternura. Está
entusiasmado. Los chicos y sus juguetes. Pongo los ojos en blanco, pero no puedo ocultar mi
sonrisa. Me abre la puerta y entro. Uau… es muy bajo. Rodea el coche con paso seguro y, cuando
llega al otro lado, dobla su largo cuerpo con elegancia. ¿Cómo lo consigue?
—¿Qué coche es?
—Un Audi R8 Spyder. Como hace un día precioso, podemos bajar la capota. Ahí hay una gorra.
Bueno, debería haber dos.
Gira la llave de contacto, y el motor ruge a nuestras espaldas. Deja la bolsa entre los dos asientos,
pulsa un botón y la capota retrocede lentamente. Pulsa otro, y la voz de Bruce Springsteen nos
envuelve.
—Va a tener que gustarte Bruce.
Me sonríe, saca el coche de la plaza de parking y sube la empinada rampa, donde nos detenemos
a esperar que se levante la puerta.
Y salimos a la soleada mañana de mayo de Seattle. Abro la guantera y saco las gorras. Son del
equipo de los Mariners. ¿Le gusta el béisbol? Le tiendo una gorra y se la pone. Paso el pelo por la
parte de atrás de la mía y me bajo la visera.
La gente nos mira al pasar. Por un momento pienso que lo miran a él… Luego, una paranoica
parte de mí cree que me miran a mí porque saben lo que he estado haciendo en las últimas doce
horas, pero al final me doy cuenta de que lo que miran es el coche. Nicholas parece ajeno a todo,
perdido en sus pensamientos.
Hay poco tráfico, así que no tardamos en llegar a la interestatal 5 en dirección sur, con el viento
soplando por encima de nuestras cabezas. Bruce canta que arde de deseo. Muy oportuno. Me
ruborizo escuchando la letra. Nicholas me mira. Como lleva puestas las Ray-Ban, no veo su
expresión. Frunce los labios, apoya una mano en mi rodilla y me la aprieta suavemente. Se me
corta la respiración.
—¿Tienes hambre? —me pregunta.
No de comida.
—No especialmente.
Sus labios vuelven a tensarse en una línea firme.
—Tienes que comer, _________ —me reprende—. Conozco un sitio fantástico cerca de Olympia.
Pararemos allí.
Me aprieta la rodilla de nuevo, su mano vuelve a sujetar el volante y pisa el acelerador. Me veo
impulsada contra el respaldo del asiento. Madre mía, cómo corre este coche.
El restaurante es pequeño e íntimo, un chalet de madera en medio de un bosque. La decoración
es rústica: sillas diferentes, mesas con manteles a cuadros y flores silvestres en pequeños
jarrones. CUISINE SAUVAGE, alardea un cartel por encima de la puerta.
—Hacía tiempo que no venía. No se puede elegir… Preparan lo que han cazado o recogido.
Alza las cejas fingiendo horrorizarse y no puedo evitar reírme. La camarera nos pregunta qué
vamos a beber. Se ruboriza al ver a Nicholas y se esconde debajo de su largo flequillo rubio para
evitar mirarlo a los ojos. ¡Le gusta! ¡No solo me pasa a mí!
—Dos vasos de Pinot Grigio —dice Nicholas en tono autoritario.
Pongo mala cara.
—¿Qué pasa? —me pregunta bruscamente.
—Yo quería una Coca-Cola light —susurro.
Arruga la frente y mueve la cabeza.
—El Pinot Grigio de aquí es un vino decente. Irá bien con la comida, nos traigan lo que nos traigan
—me dice en tono paciente.
—¿Nos traigan lo que nos traigan?
—Sí.
Esboza su deslumbrante sonrisa ladeando la cabeza y se me hace un nudo en el estómago. No
puedo evitar devolvérsela.
—A mi madre le has gustado —me dice de pronto.
—¿En serio?
Sus palabras hacen que me ruborice de alegría.
—Claro. Siempre ha pensado que era gay.
Abro la boca al acordarme de aquella pregunta… en la entrevista. Oh, no.
—¿Por qué pensaba que eras gay? —le pregunto en voz baja.
—Porque nunca me ha visto con una chica.
—Vaya… ¿con ninguna de las quince?
Sonríe.
—Tienes buena memoria. No, con ninguna de las quince.
—Oh.
—Mira, ________, para mí también ha sido un fin de semana de novedades —me dice en voz
baja.
—¿Sí?
—Nunca había dormido con nadie, nunca había tenido relaciones sexuales en mi cama, nunca
había llevado a una chica en el Charlie Tango y nunca le había presentado una mujer a mi madre.
¿Qué estás haciendo conmigo?
La intensidad de sus ojos ardientes me corta la respiración.
Llega la camarera con nuestros vasos de vino, e inmediatamente doy un pequeño sorbo. ¿Está
siendo franco o se trata de un simple comentario fortuito?
—Me lo he pasado muy bien este fin de semana, de verdad —digo en voz baja.
Vuelve a arrugar la frente.
—Deja de morderte el labio —gruñe—. Yo también —añade.
—¿Qué es un polvo vainilla? —le pregunto, aunque solo sea para no pensar en su intensa,
ardiente y sexy mirada.
Se ríe.
—Sexo convencional, _________, sin juguetes ni accesorios. —Se encoge de hombros—. Ya
sabes… bueno, la verdad es que no lo sabes, pero eso es lo que significa.
—Oh.
Creía que lo que habíamos hecho eran polvos de exquisita tarta de chocolate fundido con una
guinda encima. Pero ya veo que no me entero.
La camarera nos trae sopa, que ambos miramos con cierto recelo.
—Sopa de ortigas —nos informa la camarera.
Se da media vuelta y regresa enfadada a la cocina. No creo que le guste que Nicholas no le haga
ni caso. Pruebo la sopa, que está riquísima. Christian y yo nos miramos a la vez, aliviados. Suelto
una risita, y él ladea la cabeza.
—Qué sonido tan bonito —murmura.
—¿Por qué nunca has echado polvos vainilla? ¿Siempre has hecho… bueno… lo que hagas? —le
pregunto intrigada.
Asiente lentamente.
—Más o menos —me contesta con cautela.
Por un momento frunce el ceño y parece librar una especie de batalla interna. Luego levanta los
ojos, como si hubiera tomado una decisión.
—Una amiga de mi madre me sedujo cuando yo tenía quince años.
—Oh.
¡Dios mío, tan joven!
—Sus gustos eran muy especiales. Fui su sumiso durante seis años.
Se encoge de hombros.
—Oh.
Su confesión me deja helada, aturdida.
—Así que sé lo que implica, _________ —me dice con una mirada significativa.
Lo observo fijamente, incapaz de articular palabra… Hasta mi subconsciente está en silencio.
—La verdad es que no tuve una introducción al sexo demasiado corriente.
Me pica la curiosidad.
—¿Y nunca saliste con nadie en la facultad?
—No —me contesta negando con la cabeza para enfatizar su respuesta.
La camarera entra para retirar nuestros platos y nos interrumpe un momento.
—¿Por qué? —le pregunto cuando ya se ha ido.
Sonríe burlón.
—¿De verdad quieres saberlo?
—Sí.
—Porque no quise. Solo la deseaba a ella. Además, me habría matado a palos.
Sonríe con cariño al recordarlo.
Oh, demasiada información de golpe… pero quiero más.
—Si era una amiga de tu madre, ¿cuántos años tenía?
Sonríe.
—Los suficientes para saber lo que se hacía.
—¿Sigues viéndola?
—Sí.
—¿Todavía… bueno…?
Me ruborizo.
—No —me dice negando con la cabeza y con una sonrisa indulgente—. Es una buena amiga.
—¿Tu madre lo sabe?
Me mira como diciéndome que no sea idiota.
—Claro que no.
La camarera vuelve con sendos platos de venado, pero se me ha quitado el hambre. Toda una
revelación. Nicholas, sumiso… Madre mía. Doy un largo trago de Pinot Grigio… Nicholas tenía
razón, por supuesto: está exquisito. Dios, tengo que pensar en todo lo que me ha contado.
Necesito tiempo para procesarlo, cuando esté sola, porque ahora me distrae su presencia. Es tan
irresistible, tan macho alfa, y de repente lanza este bombazo. Él sabe lo que es ser sumiso.
—Pero no estarías con ella todo el tiempo… —le digo confundida.
—Bueno, estaba solo con ella, aunque no la veía todo el tiempo. Era… difícil. Después de todo,
todavía estaba en el instituto, y más tarde en la facultad. Come, __________.
—No tengo hambre, Nicholas, de verdad.
Lo que me ha contado me ha dejado aturdida.
Su expresión se endurece.
—Come —me dice en tono tranquilo, demasiado tranquilo.
Lo miro. Este hombre… abusaron sexualmente de él cuando era adolescente… Su tono es
amenazador.
—Espera un momento —susurro.
Pestañea un par de veces.
—De acuerdo —murmura.
Y sigue comiendo.
Así será la cosa si firmo. Tendré que cumplir sus órdenes. Frunzo el ceño. ¿Es eso lo que quiero?
Cojo el tenedor y el cuchillo, y empiezo a cortar el venado. Está delicioso.
—¿Así será nuestra… bueno… nuestra relación? ¿Estarás dándome órdenes todo el rato? —le
pregunto en un susurro, sin apenas atreverme a mirarlo.
—Sí —murmura.
—Ya veo.
—Es más, querrás que lo haga —añade en voz baja.
Lo dudo, sinceramente. Pincho otro trozo de venado y me lo acerco a los labios.
—Es mucho decir —murmuro.
Y me lo meto en la boca.
—Lo es.
Cierra los ojos un segundo. Cuando los abre, está muy serio.
—________, tienes que seguir tu instinto. Investiga un poco, lee el contrato… No tengo problema
en comentar cualquier detalle. Estaré en Portland hasta el viernes, por si quieres que hablemos
antes del fin de semana. —Sus palabras me llegan en un torrente apresurado—. Llámame…
Podríamos cenar… ¿digamos el miércoles? De verdad quiero que esto funcione. Nunca he
querido nada tanto.
Sus ojos reflejan su ardiente sinceridad y su deseo. Es básicamente lo que no entiendo. ¿Por qué
yo? ¿Por qué no una de las quince? Oh, no… ¿En eso voy a convertirme? ¿En un número? ¿La
dieciséis, nada menos?
—¿Qué pasó con las otras quince? —le pregunto de pronto.
Alza las cejas sorprendido y mueve la cabeza con expresión resignada.
—Cosas distintas, pero al fin y al cabo se reduce a… —Se detiene, creo que intentando encontrar
las palabras—. Incompatibilidad.
Se encoge de hombros.
—¿Y crees que yo podría ser compatible contigo?
—Sí.
—Entonces ya no ves a ninguna de ellas.
—No, _________. Soy monógamo.
Vaya… toda una noticia.
—Ya veo.
—Investiga un poco, ________.
Dejo el cuchillo y el tenedor. No puedo seguir comiendo.
—¿Ya has terminado? ¿Eso es todo lo que vas a comer?
Asiento. Me pone mala cara, pero decide callarse. Dejo escapar un pequeño suspiro de alivio. Con
tanta información se me ha revuelto el estómago y estoy un poco mareada por el vino. Lo observo
devorando todo lo que tiene en el plato. Come como una lima. Debe de hacer mucho ejercicio
para mantener la figura. De pronto recuerdo cómo le cae el pijama…, y la imagen me
desconcentra. Me remuevo incómoda. Me mira y me ruborizo.
—Daría cualquier cosa por saber lo que estás pensando ahora mismo —murmura.
Me ruborizo todavía más.
Me lanza una sonrisa perversa.
—Ya me imagino… —me provoca.
—Me alegro de que no puedas leerme el pensamiento.
—El pensamiento no, _________, pero tu cuerpo… lo conozco bastante bien desde ayer —me dice
en tono sugerente.
¿Cómo puede cambiar de humor tan rápido? Es tan volátil… Cuesta mucho seguirle el ritmo.
Llama a la camarera y le pide la cuenta. Cuando ha pagado, se levanta y me tiende la mano.
—Vamos.
Me coge de la mano y volvemos al coche. Lo inesperado de él es este contacto de su piel, normal,
íntimo. No puedo reconciliar este gesto corriente y tierno con lo que quiere hacer en aquel
cuarto… el cuarto rojo del dolor.
Hacemos el viaje de Olympia a Vancouver en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos.
Cuando aparca frente a la puerta de casa, son las cinco de la tarde. Las luces están encendidas,
así que Kate está dentro, sin duda empaquetando, a menos que Elliot todavía no se haya
marchado. Nicholas apaga el motor, y entonces caigo en la cuenta de que tengo que separarme
de él.
—¿Quieres entrar? —le pregunto.
No quiero que se marche. Quiero seguir más tiempo con él.
—No. Tengo trabajo —me dice mirándome con expresión insondable.
Me miro las manos y entrelazo los dedos. De pronto me pongo en plan sensiblero. Se va a
marchar. Me coge de la mano, se la lleva lentamente a la boca y me la besa con ternura, un gesto
dulce y pasado de moda. Me da un vuelco el corazón.
—Gracias por este fin de semana, _________. Ha sido… estupendo. ¿Nos vemos el miércoles?
Pasaré a buscarte por el trabajo o por donde me digas.
—Nos vemos el miércoles —susurro.
Vuelve a besarme la mano y me la deja en el regazo. Sale del coche, se acerca a mi puerta y me
la abre. ¿Por qué de pronto me siento huérfana? Se me hace un nudo en la garganta. No quiero
que me vea así. Sonrío forzadamente, salgo del coche y me dirijo a la puerta sabiendo que tengo
que enfrentarme a Kate, que temo enfrentarme a Kate. A medio camino me giro y lo miro. Alegra
esa cara, Steele, me riño a mí misma.
—Ah… por cierto, me he puesto unos calzoncillos tuyos.
Le sonrío y tiro de la goma de los calzoncillos para que los vea. Nicholas abre la boca,
sorprendido. Una reacción genial. Mi humor cambia de inmediato y entro en casa pavoneándome.
Una parte de mí quiere levantar el puño y dar un salto. ¡SÍ! La diosa que llevo dentro está
encantada.
Kate está en el comedor metiendo sus libros en cajas.
—¿Ya estás aquí? ¿Dónde está Nicholas? ¿Cómo estás? —me pregunta en tono febril, nervioso.
Viene hacia mí, me coge por los hombros y examina minuciosamente mi cara antes incluso de
que la haya saludado.
Mierda… Tengo que lidiar con la insistencia y la tenacidad de Kate, y llevo en el bolso un
documento legal firmado que dice que no puedo hablar. No es una saludable combinación.
—Bueno, ¿cómo ha ido? No he dejado de pensar en ti todo el rato… después de que Elliot se
marchara, claro —me dice sonriendo con picardía.
No puedo evitar sonreír por su preocupación y su acuciante curiosidad, pero de pronto me da
vergüenza y me ruborizo. Lo que ha sucedido ha sido muy íntimo. Ver y saber lo que Nicholas
esconde. Pero tengo que darle algunos detalles, porque si no, no va a dejarme en paz.
—Ha ido bien, Kate. Muy bien, creo —le digo en tono tranquilo, intentando ocultar mi sonrisa.
—¿Estás segura?
—No tengo nada con lo que compararlo, ¿verdad? —le digo encogiéndome de hombros a modo
de disculpa.
—¿Te has corrido?
Maldita sea, qué directa es. Me pongo roja.
—Sí —murmuro nerviosa.
Kate me empuja hasta el sofá y nos sentamos. Me coge de las manos.
—Muy bien. —Me mira como si no se lo creyera—. Ha sido tu primera vez. Uau… Nicholas debe
de saber lo que se hace.
Oh, Kate, si tú supieras…
—Mi primera vez fue terrorífica —sigue diciendo, poniendo cara triste de máscara de comedia.
—¿Sí?
Me interesa. Nunca me lo había contado.
—Sí. Steve Patrone. En el instituto. Un atleta gilipollas. —Encoge los hombros—. Fue muy brusco,
y yo no estaba preparada. Estábamos los dos borrachos. Ya sabes… el típico desastre
adolescente después de la fiesta de fin de curso. Uf, tardé meses en decidirme a volver a
intentarlo. Y no con ese inútil. Yo era demasiado joven. Has hecho bien en esperar.
—Kate, eso suena espantoso.
Parece melancólica.
—Sí, tardé casi un año en tener mi primer orgasmo con penetración, y llegas tú… y a la primera.
Asiento con timidez. La diosa que llevo dentro está sentada en la postura del loto y parece serena,
aunque tiene una astuta sonrisa autocomplaciente en la cara.
—Me alegro de que hayas perdido la virginidad con un hombre que sabe lo que se hace. —Me
guiña un ojo—. ¿Y cuándo vuelves a verlo?
—El miércoles. Iremos a cenar.
—Así que todavía te gusta…
—Sí, pero no sé qué va a pasar.
—¿Por qué?
—Es complicado, Kate. Ya sabes… Su mundo es totalmente diferente del mío.
Buena excusa. Y creíble. Mucho mejor que «tiene un cuarto rojo del dolor y quiere convertirme en
su esclava sexual».
—Vamos, por favor, no permitas que el dinero sea un problema, ____*. Elliot me ha dicho que es
muy raro que Nicholas salga con una chica.
—¿Eso te ha dicho? —le pregunto en tono demasiado agudo.
¡Se te ve el plumero, Steele! Mi subconsciente me mira moviendo su largo dedo y luego se
transforma en la balanza de la justicia para recordarme que Nicholas podría demandarme si hablo
demasiado. Ja… ¿Qué va a hacer? ¿Quedarse con todo mi dinero? Tengo que acordarme de
buscar en Google «penas por incumplir un acuerdo de confidencialidad» cuando haga mi
«investigación». Es como si me hubieran puesto deberes. Quizá hasta me saco un título. Me
ruborizo recordando mi sobresaliente por el experimento en la bañera de esta mañana.
—____*, ¿qué pasa?
—Estaba recordando algo que me ha dicho Nicholas.
—Pareces distinta —me dice Kate con cariño.
—Me siento distinta. Dolorida —le confieso.
—¿Dolorida?
—Un poco.
Me ruborizo.
—Yo también. Hombres… —dice con una mueca de disgusto—. Son como animales.
Nos reímos las dos.
—¿Tú también estás dolorida? —le pregunto sorprendida.
—Sí… de tanto darle.
Y me echo a reír.
—Cuéntame cosas de Elliot —le pido cuando paro por fin.
Siento que me relajo por primera vez desde que estaba haciendo cola en el lavabo del bar…
antes de la llamada de teléfono con la que empezó todo esto… cuando admiraba al señor Grey
desde la distancia. Días felices y sin complicaciones.
Kate se ruboriza. Oh, Dios mío… Katherine Agnes Kavanagh se convierte en _________ Rose
Steele. Me lanza una mirada ingenua. Nunca antes la había visto reaccionar así por un hombre.
Abro tanto la boca que la mandíbula me llega al suelo. ¿Dónde está Kate? ¿Qué habéis hecho
con ella?
—____*—me dice entusiasmada—, es tan… tan… Lo tiene todo. Y cuando… oh… es fantástico.
Está tan alterada que apenas puede hilvanar una frase.
—Creo que lo que intentas decirme es que te gusta.
Asiente y se ríe como una loca.
—He quedado con él el sábado. Nos ayudará con la mundanza.
Junta las manos, se levanta del sofá y se dirige a la ventana haciendo piruetas. La mudanza.
Mierda, lo había olvidado, y eso que hay cajas por todas partes.
—Muy amable por su parte —le digo.
Así lo conoceré. Quizá pueda darme más pistas sobre su extraño e inquietante hermano.
—Bueno, ¿qué hicisteis anoche? —le pregunto.
Ladea la cabeza hacia mí y alza las cejas en un gesto que viene a decir: «¿Tú qué crees, idiota?».
—Más o menos lo mismo que vosotros, pero nosotros cenamos antes —me dice riéndose—. ¿De
verdad estás bien? Pareces un poco agobiada.
—Estoy agobiada. Nicholas es muy intenso.
—Sí, ya me hice una idea. Pero ¿se ha portado bien contigo?
—Sí —la tranquilizo—. Me muero de hambre. ¿Quieres que prepare algo?
Asiente y mete un par de libros en una caja.
—¿Qué quieres hacer con los libros de catorce mil dólares? —me pregunta.
—Se los voy a devolver.
—¿De verdad?
—Es un regalo exagerado. No puedo aceptarlo, y menos ahora.
Sonrío, y Kate asiente con la cabeza.
—Lo entiendo. Han llegado un par de cartas para ti, y José no ha dejado de llamar. Parecía
desesperado.
—Lo llamaré —murmuro evasiva.
Si le cuento a Kate lo de José, se lo merienda. Cojo las cartas de la mesa y las abro.
—Vaya, ¡tengo entrevistas! Dentro de dos semanas, en Seattle, para hacer las prácticas.
—¿Con qué editorial?
—Con las dos.
—Te dije que tu expediente académico te abriría puertas, ____*.
Kate ya tiene su puesto para hacer las prácticas en The Seattle Times, por supuesto. Su padre
conoce a alguien que conoce a alguien.
—¿Qué le parece a Elliot que te vayas de vacaciones? —le pregunto.
Kate se dirige hacia la cocina, y por primera vez desde que he llegado parece desconsolada.
—Lo entiende. Una parte de mí no quiere marcharse, pero es tentador tumbarse al sol un par de
semanas. Además, mi madre no deja de insistir, porque cree que serán nuestras últimas
vacaciones en familia antes de que Ethan y yo empecemos a trabajar en serio.
Nunca he salido del Estados Unidos continental. Kate se va dos semanas a Barbados con sus
padres y su hermano, Ethan. Pasaré dos semanas sola, sin Kate, en la nueva casa. Será raro.
Ethan ha estado viajando por el mundo desde el año pasado, después de graduarse. Por un
momento me pregunto si lo veré antes de que se vayan de vacaciones. Es un tipo majísimo. El
teléfono me saca de mi ensoñación.
—Será José.
Suspiro. Sé que tengo que hablar con él. Levanto el teléfono.
—Hola.
—¡____*, has vuelto! —exclama José aliviado.
—Obviamente —le contesto con cierto sarcasmo.
Pongo los ojos en blanco.
—¿Puedo verte? Siento mucho lo del viernes. Estaba borracho… y tú… bueno. ____*, perdóname,
por favor.
—Claro que te perdono, José. Pero que no se repita. Sabes cuáles son mis sentimientos por ti.
Suspira profundamente, con tristeza.
—Lo sé, ____*. Pero pensé que si te besaba, quizá tus sentimientos cambiarían.
—José, te quiero mucho, eres muy importante para mí. Eres como el hermano que nunca he
tenido. Y eso no va a cambiar. Lo sabes.
Siento hacerle daño, pero es la verdad.
—Entonces, ¿sales con él? —me pregunta con desdén.
—José, no salgo con nadie.
—Pero has pasado la noche con él.
—¡No es asunto tuyo!
—¿Es por el dinero?
—¡José! ¿Cómo te atreves? —le grito, atónita por su atrevimiento.
—____* —dice con voz quejumbrosa, en tono de disculpa.
Ahora mismo no estoy para aguantar sus mezquinos celos. Sé que está dolido, pero ya tengo
bastante con lidiar con Nicholas Grey.
—Quizá podríamos tomar un café mañana. Te llamaré —le digo en tono conciliador.
Es mi amigo y le tengo mucho cariño, pero en estos momentos no estoy para aguantar estas
cosas.
—Vale, mañana. ¿Me llamas tú?
Su voz esperanzada me conmueve.
—Sí… Buenas noches, José.
Cuelgo sin esperar su respuesta.
—¿De qué va todo esto? —me pregunta Katherine con las manos en las caderas.
Decido que lo mejor es decirle la verdad. Parece más obstinada que nunca.
—El viernes intentó besarme.
—¿José? ¿Y Nicholas Grey? ____*, tus feromonas deben de estar haciendo horas extras. ¿En qué
estaba pensando ese imbécil?
Mueve la cabeza enfadada y sigue empaquetando.
Tres cuartos de hora después hacemos una pausa para degustar la especialidad de la casa, mi
lasaña. Kate abre una botella de vino y nos sentamos a comer entre las cajas, bebiendo vino tinto
barato y viendo programas de televisión basura. La normalidad. Es bien recibida y tranquilizadora
después de las últimas cuarenta y ocho horas de… locura. Es mi primera comida en dos días sin
preocupaciones, sin que me insistan y en paz. ¿Qué problema tiene Nicholas con la comida? Kate
recoge los platos mientras yo acabo de empaquetar lo que queda en el salón. Solo hemos dejado
el sofá, la tele y la mesa. ¿Qué más podríamos necesitar? Solo falta por empaquetar el contenido
de nuestras habitaciones y la cocina, y tenemos toda la semana por delante.
Vuelve a sonar el teléfono. Es Elliot. Kate me guiña un ojo y se mete en su habitación dando
saltitos como una quinceañera. Sé que debería estar escribiendo su discurso por haber sido la
mejor alumna de la promoción, pero parece que Elliot es más importante. ¿Qué pasa con los
Grey? ¿Qué los hace tan absorbentes, tan devoradores y tan irresistibles? Doy otro trago de vino.
Hago zapping en busca de algún programa, pero en el fondo sé que estoy demorándome a
propósito. El contrato echa humo dentro de mi bolso. ¿Tendré las fuerzas y lo que hay que tener
para leerlo esta noche?
Apoyo la cabeza en las manos. Tanto José como Nicholas quieren algo de mí. Con José es fácil,
pero Nicholas… Manejar y entender a Nicholas es otra cosa. Una parte de mí quiere salir
corriendo y esconderse. ¿Qué voy a hacer? Pienso en sus ardientes ojos grises, en su intensa y
provocativa mirada, y me pongo tensa. Sofoco un grito. Ni siquiera está aquí y ya estoy a cien. No
puede ser solo sexo, ¿verdad? Pienso en sus bromas amables de esta mañana, en el desayuno,
en su alegría al verme encantada con el viaje en helicóptero, en cómo tocaba el piano, esa música
tan triste, dulce y conmovedora…
Es un hombre muy complicado. Y ahora he empezado a entender por qué. Un chico privado de
adolescencia, del que abusa sexualmente una malvada señora Robinson… No es extraño que
parezca mayor de lo que es. Me entristece pensar en lo que debe de haber pasado. Soy
demasiado ingenua para saber exactamente de qué se trata, pero la investigación arrojará algo de
luz. Aunque ¿de verdad quiero saber? ¿Quiero explorar ese mundo del que no sé nada? Es un
paso muy importante.
Si no lo hubiera conocido, seguiría tan feliz, ajena a todo esto. Mi mente se traslada a la noche de
ayer y a esta mañana… a la increíble y sensual sexualidad que he experimentado. ¿Quiero
despedirme de ella? ¡No!, exclama mi subconsciente… La diosa que llevo dentro, sumida en un
silencio zen, asiente para mostrar que está de acuerdo con ella.
Kate vuelve al comedor sonriendo de oreja a oreja. Quizá esté enamorada. La miro boquiabierta.
Nunca se ha comportado así.
—____*, me voy a la cama. Estoy muy cansada.
—Yo también, Kate.
Me abraza.
—Me alegro de que hayas vuelto sana y salva. Hay algo raro en Nicholas —añade en voz baja,
en tono de disculpa.
Sonrío para tranquilizarla, aunque pienso: ¿Cómo demonios lo sabe? Por eso será una buenísima
periodista, por su infalible intuición.
Cojo el bolso y me voy a mi habitación con paso desganado. Los esfuerzos sexuales de las
últimas horas y el total y absoluto dilema al que me enfrento me han dejado agotada. Me siento en
la cama, saco con cautela del bolso el sobre de papel manila y le doy vueltas entre las manos.
¿Estoy segura de que quiero saber hasta dónde llega la depravación de Nicholas? Resulta tan
intimidante… Respiro hondo y rasgo el sobre con el corazón en un puño.
CarolSwarovski
Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
ME ENCANTOO ESPERO QUE LA SIGAS PRONTO HAY ACEPTARA LA RAYIS O LE DIRA QUE NO??
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sara_any87
Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
hay cuando la vas a seguir siguela pronto porfavor que quiero saber que pasa
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sara_any87
Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
seguillaaaaaaaa porfis"!! y nichas lo que sientes is love (? jajaa nop bueno ya!!! besoos pero seguilaaa!! :(
SmileJonas
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