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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Página 3 de 4. • 1, 2, 3, 4
Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
Wooo, libros? Grey, mandame libros!!! jajajaja genial el capítulo y esa _____ ya toda borracha y Nick todo preocupado y queriendo saber donde estaba
Den -The Lonely Girl-
Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
OMG , Lo que hace el alcohol...
M encanta esta novela!Espero que la sigas pronto!
Besos
M encanta esta novela!Espero que la sigas pronto!
Besos
Sunny
Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
AHHHH AMO LO TIERNO QUE FUE NICK EN EL ULTIMO CAP AL PREOCUPARSE POR LA RAYISS! ADCUBDIUBS siguela :)
soy nueva lectora btw ;)
soy nueva lectora btw ;)
Clau.
Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
Holaaaaaaaa!! como estais? espero que muy muy bien!!
bienvenidas a las nuevas lectoras y mil gracias por los comentarios
disfrutar 8)
bienvenidas a las nuevas lectoras y mil gracias por los comentarios
disfrutar 8)
Capitulo 4 Parte 2
Frunzo el ceño. Misión no cumplida. Estoy
bastante borracha, la verdad. La cabeza me da vueltas mientras avanzo en la cola. Bueno, el
objetivo era emborracharse, y lo he conseguido. Ya veo lo que es… Me temo que no merece la
pena repetirlo. La cola ha avanzado y ya me toca. Observo embobada el póster de la puerta del
cuarto de baño, que ensalza las virtudes del sexo seguro. Maldita sea, ¿acabo de llamar a
Nicholas Grey? Mierda. Me suena el teléfono, pego un salto y grito del susto.
—Hola —digo en voz baja.
No había previsto que me llamara.
—Voy a buscarte —me dice.
Y cuelga. Solo Nicholas Grey podría hablar con tanta tranquilidad y parecer tan amenazador a la
vez.
Maldita sea. Me subo los vaqueros. El corazón me late a toda prisa. ¿Viene a buscarme? Oh, no.
Voy a vomitar… no… Estoy bien. Espera. Me estoy montando una película. No le he dicho dónde
estaba. No puede encontrarme. Además, tardaría horas en llegar desde Seattle, y para entonces
haría mucho que nos habríamos marchado. Me lavo las manos y me miro en el espejo. Estoy roja
y ligeramente desenfocada. Uf… tequila.
Espero una eternidad en la barra, hasta que me dan una jarra grande de cerveza, y por fin vuelvo
a la mesa.
—Has tardado un siglo —me riñe Kate—. ¿Dónde estabas?
—Haciendo cola para el baño.
José y Levi discuten acaloradamente sobre el equipo de béisbol de nuestra ciudad. José
interrumpe su diatriba para servirnos cerveza, y doy un trago largo.
—Kate, creo que saldré un momento a tomar el aire.
—_______, no aguantas nada…
—Solo cinco minutos.
Vuelvo a abrirme camino entre el gentío. Empiezo a sentir náuseas, la cabeza me da vueltas y me
siento inestable. Más inestable de lo habitual.
Mientras bebo al aire libre, en la zona de aparcamiento, soy consciente de lo borracha que estoy.
No veo bien. La verdad es que lo veo todo doble, como en las viejas reposiciones de los dibujos
animados de Tom y Jerry. Creo que voy a vomitar. ¿Cómo he podido acabar así?
—________, ¿estás bien?
José ha salido del bar y se ha acercado a mí.
—Creo que he bebido un poco más de la cuenta —le contesto sonriendo.
—Yo también —murmura. Sus ojos oscuros me miran fijamente—. ¿Te echo una mano? —me
pregunta avanzando hasta mí y rodeándome con sus brazos.
—José, estoy bien. No pasa nada.
Intento apartarlo sin demasiada energía.
—_______, por favor —me susurra.
Me agarra y me acerca a él.
—José, ¿qué estás haciendo?
—Sabes que me gustas, _______. Por favor.
Con una mano me mantiene pegada a él, y con la otra me agarra de la barbilla y me levanta la
cara. ¡Va a besarme…!
—No, José, para… No.
Lo empujo, pero es todo músculos, así que no consigo moverlo. Me ha metido la mano por el pelo
y me sujeta la cabeza para que no la mueva.
—Por favor, _______, cariño —me susurra con los labios muy cerca de los míos.
Respira entrecortadamente y su aliento es demasiado dulzón. Huele a margarita y a cerveza.
Empieza a recorrerme la mandíbula con los labios, acercándose a la comisura de mi boca. Estoy
muy nerviosa, borracha y fuera de control. Me siento agobiada.
—José, no —le suplico.
No quiero. Eres mi amigo y creo que voy a vomitar.
—Creo que la señorita ha dicho que no —dice una voz tranquila en la oscuridad.
¡Dios mío! Nicholas Grey. Está aquí. ¿Cómo? José me suelta.
—Grey —dice José lacónicamente.
Miro angustiada a Nick, que observa furioso a José. Mierda. Siento una arcada y me inclino
hacia delante. Mi cuerpo no puede seguir tolerando el alcohol y vomito en el suelo
aparatosamente.
—¡Uf, Dios mío, ________!
José se aparta de un salto con asco. Grey me sujeta el pelo, me lo aparta de la cara y
suavemente me lleva hacia un parterre al fondo del aparcamiento. Observo agradecida que está
relativamente oscuro.
—Si vas a volver a vomitar, hazlo aquí. Yo te agarro.
Ha pasado un brazo por encima de mis hombros, y con la otra mano me sujeta el pelo, como si
quisiera hacerme una coleta, para que no se me vaya a la cara. Intento apartarlo torpemente, pero
vuelvo a vomitar… y otra vez. Oh, mierda… ¿Cuánto va a durar esto? Aunque tengo el estómago
vacío y no sale nada, espantosas arcadas me sacuden el cuerpo. Me prometo a mí misma que
jamás volveré a beber. Es demasiado vergonzoso para explicarlo. Por fin dejo de sentir arcadas.
He apoyado las manos en el parterre, pero apenas me sujetan. Vomitar tanto es agotador. Grey
me suelta y me ofrece un pañuelo. Solo él podría tener un pañuelo de lino recién lavado y con sus
iniciales bordadas. NTG. No sabía que todavía podían comprarse estas cosas. Por un instante,
mientras me limpio la boca, me pregunto a qué responde la T. No me atrevo a mirarlo. Estoy
muerta de vergüenza. Me doy asco. Quiero que las azaleas del parterre me engullan y
desaparecer de aquí.
José sigue merodeando junto a la puerta del bar, mirándonos. Me lamento y apoyo la cabeza en
las manos. Debe de ser el peor momento de mi vida. La cabeza sigue dándome vueltas mientras
intento recordar un momento peor, y solo se me ocurre el del rechazo de Nicholas, pero este es
cincuenta veces más humillante. Me arriesgo a lanzarle una rápida mirada. Me observa fijamente
con semblante sereno, inexpresivo. Me giro y miro a José, que también parece bastante
avergonzado e intimidado por Grey, como yo. Lo fulmino con la mirada. Se me ocurren unas
cuantas palabras para calificar a mi supuesto amigo, pero no puedo decirlas delante del
empresario Nicholas Grey. _________, ¿a quién pretendes engañar? Acaba de verte vomitando en el
suelo y en la flora local. Tu conducta poco refinada ha sido más que evidente.
—Bueno… Nos vemos dentro —masculla José.
Pero no le hacemos caso, así que vuelve a entrar en el bar. Estoy sola con Grey. Mierda, mierda.
¿Qué puedo decirle? Puedo disculparme por haberlo llamado.
—Lo siento —susurro mirando fijamente el pañuelo, que no dejo de retorcer entre los dedos.
Qué suave es.
—¿Qué sientes, ________?
Maldita sea, quiere su recompensa.
—Sobre todo haberte llamado. Estar mareada. Uf, la lista es interminable —murmuro sintiendo
que me pongo roja.
Por favor, por favor, que me muera ahora mismo.
—A todos nos ha pasado alguna vez, quizá no de manera tan dramática como a ti —me contesta
secamente—. Es cuestión de saber cuáles son tus límites, _______. Bueno, a mí me gusta
traspasar los límites, pero la verdad es que esto es demasiado. ¿Sueles comportarte así?
Me zumba la cabeza por el exceso de alcohol y el enfado. ¿Qué narices le importa? No lo he
invitado a venir. Parece un hombre maduro riñéndome como si fuera una cría descarriada. A una
parte de mí le apetece decirle que si quiero emborracharme cada noche es cosa mía y que a él no
le importa, pero no tengo valor. No ahora, cuando acabo de vomitar delante de él. ¿Por qué sigue
aquí?
—No —le digo arrepentida—. Nunca me había emborrachado, y ahora mismo no me apetece
nada que se repita.
De verdad que no entiendo por qué está aquí. Empiezo a marearme. Se da cuenta, me agarra
antes de que me caiga, me levanta y me apoya contra su pecho, como si fuera una niña.
—Vamos, te llevaré a casa —murmura.
—Tengo que decírselo a Kate.
Vuelvo a estar en sus brazos.
—Puede decírselo mi hermano.
—¿Qué?
—Mi hermano Elliot está hablando con la señorita Kavanagh.
—¿Cómo?
No lo entiendo.
—Estaba conmigo cuando me has llamado.
—¿En Seattle? —le pregunto confundida.
—No. Estoy en el Heathman.
¿Todavía? ¿Por qué?
—¿Cómo me has encontrado?
—He rastreado la localización de tu móvil, ________.
Claro. ¿Cómo es posible? ¿Es legal? Acosador, me susurra mi subconsciente entre la nube de
tequila que sigue flotándome en el cerebro, pero por alguna razón, porque es él, no me importa.
—¿Has traído chaqueta o bolso?
—Sí, las dos cosas. Nicholas, por favor, tengo que decírselo a Kate. Se preocupará.
Aprieta los labios y suspira ruidosamente.
—Si no hay más remedio…
Me suelta, me coge de la mano y se dirige hacia el bar. Me siento débil, todavía borracha,
incómoda, agotada, avergonzada y, por extraño que parezca, encantada de la vida. Me lleva de la
mano. Es un confuso abanico de emociones. Necesitaré al menos una semana para procesarlas.
En el bar hay mucho ruido, está lleno de gente y ha empezado a sonar la música, así que la pista
de baile está llena. Kate no está en nuestra mesa, y José ha desaparecido. Levi, que está solo,
parece perdido y desamparado.
—¿Dónde está Kate? —grito a Levi.
La cabeza empieza a martillearme al ritmo del potente bajo de la música.
—Bailando —me contesta Levi.
Me doy cuenta de que está enfadado y de que mira a Nicholas con recelo. Busco mi chaqueta
negra y me cuelgo el pequeño bolso cruzado, que me queda a la altura de la cadera. Estoy lista
para marcharme en cuanto haya hablado con Kate.
Toco el brazo de Nicholas, me inclino hacia él y le grito al oído que Kate está en la pista. Le rozo
el pelo con la nariz y respiro su aroma limpio y fresco. Todas las sensaciones prohibidas y
desconocidas que he intentado negarme salen a la superficie y recorren mi cuerpo agotado. Me
ruborizo, y en lo más profundo de mi cuerpo los músculos se tensan agradablemente.
Pone los ojos en blanco, vuelve a cogerme de la mano y se dirige a la barra. Lo atienden
inmediatamente. El señor Grey, el obseso del control, no tiene que esperar. ¿Todo le resulta tan
fácil? No oigo lo que pide. Me ofrece un vaso grande de agua con hielo.
—Bebe —me ordena.
Los focos giran al ritmo de la música creando extrañas luces y sombras de colores por el bar y
sobre los clientes. Grey pasa del verde al azul, el blanco y el rojo demoniaco. Me mira fijamente.
Doy un pequeño sorbo.
—Bébetela toda —me grita.
Qué autoritario. Se pasa la mano por el pelo rebelde. Parece nervioso, enfadado. ¿Qué le pasa
aparte de que una estúpida chica borracha lo haya llamado en plena noche y haya pensado que
tenía que ir a rescatarla? Y ha resultado que sí tenía que rescatarla de su excesivamente cariñoso
amigo. Y luego ha tenido que ver cómo la chica se mareaba. Oh, ______… ¿conseguirás olvidar esto
algún día? Mi subconsciente chasquea la lengua y me observa por encima de sus gafas de media
luna. Me tambaleo un poco, y Grey apoya la mano en mi hombro para sujetarme. Le hago caso y
me bebo el vaso entero. Hace que me maree. Me quita el vaso y lo deja en la barra. Observo a
través de una especie de nebulosa cómo va vestido: una ancha camisa blanca de lino, vaqueros
ajustados, Converse negras y americana oscura de raya diplomática. Lleva el cuello de la camisa
desabrochado, y veo asomar algunos pelos dispersos. Aun en mi aturdido estado, me parece que
es guapísimo.
Vuelve a cogerme de la mano y me lleva hacia la pista. Mierda. Yo no bailo. Se da cuenta de que
no quiero, y bajo las luces de colores veo su sonrisa divertida y burlona. Tira fuerte de mi mano y
vuelvo a caer entre sus brazos. Empieza a moverse y me arrastra en su movimiento. Vaya, sabe
bailar, y no puedo creerme que esté siguiendo sus pasos. Quizá sigo el ritmo porque estoy
borracha. Me aprieta contra su cuerpo… Si no me sujetara con tanta fuerza, seguro que me
desplomaría a sus pies. Desde el fondo de mi mente resuena lo que suele advertirme mi madre:
«Nunca te fíes de un hombre que baile bien».
Atravesamos la multitud de gente que baila hasta el otro extremo de la pista y encontramos a Kate
y a Elliot, el hermano de Nicholas. La música retumba a todo volumen fuera y dentro de mi
cabeza. Oh, no. Kate está moviendo ficha. Baila sacando el culo, y eso solo lo hace cuando
alguien le gusta. Cuando alguien le gusta mucho. Eso quiere decir que mañana seremos tres a la
hora del desayuno. ¡Kate!
Nicholas se inclina y grita a Elliot al oído. No oigo lo que le dice. Elliot es alto, ancho de hombros,
pelo rubio y rizado, y con ojos perversamente brillantes. El parpadeo de los focos me impide ver
de qué color. Elliot se ríe, tira de Kate y la arrastra hasta sus brazos, donde ella parece estar
encantada de la vida… ¡Kate! Aun en mi etílico estado, me escandalizo. Acaba de conocerlo.
Asiente a lo que Elliot le dice, me sonríe y se despide de mí con la mano. Nicholas nos saca de la
pista moviéndose con presteza.
Pero no he hablado con Kate. ¿Está bien? Ya veo cómo van a acabar las cosas entre esos dos.
Tengo que darle una charla sobre sexo seguro. Espero que lea el póster de la puerta de los
lavabos. Los pensamientos me estallan en el cerebro, luchan contra la confusa sensación de
borrachera. Aquí hace mucho calor, hay mucho ruido, demasiados colores… demasiadas luces.
Me da vueltas la cabeza. Oh, no… Siento que el suelo sube al encuentro de mi cara, o eso
parece. Lo último que oigo antes de desmayarme en los brazos de Nicholas Grey es la palabrota
que suelta:
—¡Joder!
bastante borracha, la verdad. La cabeza me da vueltas mientras avanzo en la cola. Bueno, el
objetivo era emborracharse, y lo he conseguido. Ya veo lo que es… Me temo que no merece la
pena repetirlo. La cola ha avanzado y ya me toca. Observo embobada el póster de la puerta del
cuarto de baño, que ensalza las virtudes del sexo seguro. Maldita sea, ¿acabo de llamar a
Nicholas Grey? Mierda. Me suena el teléfono, pego un salto y grito del susto.
—Hola —digo en voz baja.
No había previsto que me llamara.
—Voy a buscarte —me dice.
Y cuelga. Solo Nicholas Grey podría hablar con tanta tranquilidad y parecer tan amenazador a la
vez.
Maldita sea. Me subo los vaqueros. El corazón me late a toda prisa. ¿Viene a buscarme? Oh, no.
Voy a vomitar… no… Estoy bien. Espera. Me estoy montando una película. No le he dicho dónde
estaba. No puede encontrarme. Además, tardaría horas en llegar desde Seattle, y para entonces
haría mucho que nos habríamos marchado. Me lavo las manos y me miro en el espejo. Estoy roja
y ligeramente desenfocada. Uf… tequila.
Espero una eternidad en la barra, hasta que me dan una jarra grande de cerveza, y por fin vuelvo
a la mesa.
—Has tardado un siglo —me riñe Kate—. ¿Dónde estabas?
—Haciendo cola para el baño.
José y Levi discuten acaloradamente sobre el equipo de béisbol de nuestra ciudad. José
interrumpe su diatriba para servirnos cerveza, y doy un trago largo.
—Kate, creo que saldré un momento a tomar el aire.
—_______, no aguantas nada…
—Solo cinco minutos.
Vuelvo a abrirme camino entre el gentío. Empiezo a sentir náuseas, la cabeza me da vueltas y me
siento inestable. Más inestable de lo habitual.
Mientras bebo al aire libre, en la zona de aparcamiento, soy consciente de lo borracha que estoy.
No veo bien. La verdad es que lo veo todo doble, como en las viejas reposiciones de los dibujos
animados de Tom y Jerry. Creo que voy a vomitar. ¿Cómo he podido acabar así?
—________, ¿estás bien?
José ha salido del bar y se ha acercado a mí.
—Creo que he bebido un poco más de la cuenta —le contesto sonriendo.
—Yo también —murmura. Sus ojos oscuros me miran fijamente—. ¿Te echo una mano? —me
pregunta avanzando hasta mí y rodeándome con sus brazos.
—José, estoy bien. No pasa nada.
Intento apartarlo sin demasiada energía.
—_______, por favor —me susurra.
Me agarra y me acerca a él.
—José, ¿qué estás haciendo?
—Sabes que me gustas, _______. Por favor.
Con una mano me mantiene pegada a él, y con la otra me agarra de la barbilla y me levanta la
cara. ¡Va a besarme…!
—No, José, para… No.
Lo empujo, pero es todo músculos, así que no consigo moverlo. Me ha metido la mano por el pelo
y me sujeta la cabeza para que no la mueva.
—Por favor, _______, cariño —me susurra con los labios muy cerca de los míos.
Respira entrecortadamente y su aliento es demasiado dulzón. Huele a margarita y a cerveza.
Empieza a recorrerme la mandíbula con los labios, acercándose a la comisura de mi boca. Estoy
muy nerviosa, borracha y fuera de control. Me siento agobiada.
—José, no —le suplico.
No quiero. Eres mi amigo y creo que voy a vomitar.
—Creo que la señorita ha dicho que no —dice una voz tranquila en la oscuridad.
¡Dios mío! Nicholas Grey. Está aquí. ¿Cómo? José me suelta.
—Grey —dice José lacónicamente.
Miro angustiada a Nick, que observa furioso a José. Mierda. Siento una arcada y me inclino
hacia delante. Mi cuerpo no puede seguir tolerando el alcohol y vomito en el suelo
aparatosamente.
—¡Uf, Dios mío, ________!
José se aparta de un salto con asco. Grey me sujeta el pelo, me lo aparta de la cara y
suavemente me lleva hacia un parterre al fondo del aparcamiento. Observo agradecida que está
relativamente oscuro.
—Si vas a volver a vomitar, hazlo aquí. Yo te agarro.
Ha pasado un brazo por encima de mis hombros, y con la otra mano me sujeta el pelo, como si
quisiera hacerme una coleta, para que no se me vaya a la cara. Intento apartarlo torpemente, pero
vuelvo a vomitar… y otra vez. Oh, mierda… ¿Cuánto va a durar esto? Aunque tengo el estómago
vacío y no sale nada, espantosas arcadas me sacuden el cuerpo. Me prometo a mí misma que
jamás volveré a beber. Es demasiado vergonzoso para explicarlo. Por fin dejo de sentir arcadas.
He apoyado las manos en el parterre, pero apenas me sujetan. Vomitar tanto es agotador. Grey
me suelta y me ofrece un pañuelo. Solo él podría tener un pañuelo de lino recién lavado y con sus
iniciales bordadas. NTG. No sabía que todavía podían comprarse estas cosas. Por un instante,
mientras me limpio la boca, me pregunto a qué responde la T. No me atrevo a mirarlo. Estoy
muerta de vergüenza. Me doy asco. Quiero que las azaleas del parterre me engullan y
desaparecer de aquí.
José sigue merodeando junto a la puerta del bar, mirándonos. Me lamento y apoyo la cabeza en
las manos. Debe de ser el peor momento de mi vida. La cabeza sigue dándome vueltas mientras
intento recordar un momento peor, y solo se me ocurre el del rechazo de Nicholas, pero este es
cincuenta veces más humillante. Me arriesgo a lanzarle una rápida mirada. Me observa fijamente
con semblante sereno, inexpresivo. Me giro y miro a José, que también parece bastante
avergonzado e intimidado por Grey, como yo. Lo fulmino con la mirada. Se me ocurren unas
cuantas palabras para calificar a mi supuesto amigo, pero no puedo decirlas delante del
empresario Nicholas Grey. _________, ¿a quién pretendes engañar? Acaba de verte vomitando en el
suelo y en la flora local. Tu conducta poco refinada ha sido más que evidente.
—Bueno… Nos vemos dentro —masculla José.
Pero no le hacemos caso, así que vuelve a entrar en el bar. Estoy sola con Grey. Mierda, mierda.
¿Qué puedo decirle? Puedo disculparme por haberlo llamado.
—Lo siento —susurro mirando fijamente el pañuelo, que no dejo de retorcer entre los dedos.
Qué suave es.
—¿Qué sientes, ________?
Maldita sea, quiere su recompensa.
—Sobre todo haberte llamado. Estar mareada. Uf, la lista es interminable —murmuro sintiendo
que me pongo roja.
Por favor, por favor, que me muera ahora mismo.
—A todos nos ha pasado alguna vez, quizá no de manera tan dramática como a ti —me contesta
secamente—. Es cuestión de saber cuáles son tus límites, _______. Bueno, a mí me gusta
traspasar los límites, pero la verdad es que esto es demasiado. ¿Sueles comportarte así?
Me zumba la cabeza por el exceso de alcohol y el enfado. ¿Qué narices le importa? No lo he
invitado a venir. Parece un hombre maduro riñéndome como si fuera una cría descarriada. A una
parte de mí le apetece decirle que si quiero emborracharme cada noche es cosa mía y que a él no
le importa, pero no tengo valor. No ahora, cuando acabo de vomitar delante de él. ¿Por qué sigue
aquí?
—No —le digo arrepentida—. Nunca me había emborrachado, y ahora mismo no me apetece
nada que se repita.
De verdad que no entiendo por qué está aquí. Empiezo a marearme. Se da cuenta, me agarra
antes de que me caiga, me levanta y me apoya contra su pecho, como si fuera una niña.
—Vamos, te llevaré a casa —murmura.
—Tengo que decírselo a Kate.
Vuelvo a estar en sus brazos.
—Puede decírselo mi hermano.
—¿Qué?
—Mi hermano Elliot está hablando con la señorita Kavanagh.
—¿Cómo?
No lo entiendo.
—Estaba conmigo cuando me has llamado.
—¿En Seattle? —le pregunto confundida.
—No. Estoy en el Heathman.
¿Todavía? ¿Por qué?
—¿Cómo me has encontrado?
—He rastreado la localización de tu móvil, ________.
Claro. ¿Cómo es posible? ¿Es legal? Acosador, me susurra mi subconsciente entre la nube de
tequila que sigue flotándome en el cerebro, pero por alguna razón, porque es él, no me importa.
—¿Has traído chaqueta o bolso?
—Sí, las dos cosas. Nicholas, por favor, tengo que decírselo a Kate. Se preocupará.
Aprieta los labios y suspira ruidosamente.
—Si no hay más remedio…
Me suelta, me coge de la mano y se dirige hacia el bar. Me siento débil, todavía borracha,
incómoda, agotada, avergonzada y, por extraño que parezca, encantada de la vida. Me lleva de la
mano. Es un confuso abanico de emociones. Necesitaré al menos una semana para procesarlas.
En el bar hay mucho ruido, está lleno de gente y ha empezado a sonar la música, así que la pista
de baile está llena. Kate no está en nuestra mesa, y José ha desaparecido. Levi, que está solo,
parece perdido y desamparado.
—¿Dónde está Kate? —grito a Levi.
La cabeza empieza a martillearme al ritmo del potente bajo de la música.
—Bailando —me contesta Levi.
Me doy cuenta de que está enfadado y de que mira a Nicholas con recelo. Busco mi chaqueta
negra y me cuelgo el pequeño bolso cruzado, que me queda a la altura de la cadera. Estoy lista
para marcharme en cuanto haya hablado con Kate.
Toco el brazo de Nicholas, me inclino hacia él y le grito al oído que Kate está en la pista. Le rozo
el pelo con la nariz y respiro su aroma limpio y fresco. Todas las sensaciones prohibidas y
desconocidas que he intentado negarme salen a la superficie y recorren mi cuerpo agotado. Me
ruborizo, y en lo más profundo de mi cuerpo los músculos se tensan agradablemente.
Pone los ojos en blanco, vuelve a cogerme de la mano y se dirige a la barra. Lo atienden
inmediatamente. El señor Grey, el obseso del control, no tiene que esperar. ¿Todo le resulta tan
fácil? No oigo lo que pide. Me ofrece un vaso grande de agua con hielo.
—Bebe —me ordena.
Los focos giran al ritmo de la música creando extrañas luces y sombras de colores por el bar y
sobre los clientes. Grey pasa del verde al azul, el blanco y el rojo demoniaco. Me mira fijamente.
Doy un pequeño sorbo.
—Bébetela toda —me grita.
Qué autoritario. Se pasa la mano por el pelo rebelde. Parece nervioso, enfadado. ¿Qué le pasa
aparte de que una estúpida chica borracha lo haya llamado en plena noche y haya pensado que
tenía que ir a rescatarla? Y ha resultado que sí tenía que rescatarla de su excesivamente cariñoso
amigo. Y luego ha tenido que ver cómo la chica se mareaba. Oh, ______… ¿conseguirás olvidar esto
algún día? Mi subconsciente chasquea la lengua y me observa por encima de sus gafas de media
luna. Me tambaleo un poco, y Grey apoya la mano en mi hombro para sujetarme. Le hago caso y
me bebo el vaso entero. Hace que me maree. Me quita el vaso y lo deja en la barra. Observo a
través de una especie de nebulosa cómo va vestido: una ancha camisa blanca de lino, vaqueros
ajustados, Converse negras y americana oscura de raya diplomática. Lleva el cuello de la camisa
desabrochado, y veo asomar algunos pelos dispersos. Aun en mi aturdido estado, me parece que
es guapísimo.
Vuelve a cogerme de la mano y me lleva hacia la pista. Mierda. Yo no bailo. Se da cuenta de que
no quiero, y bajo las luces de colores veo su sonrisa divertida y burlona. Tira fuerte de mi mano y
vuelvo a caer entre sus brazos. Empieza a moverse y me arrastra en su movimiento. Vaya, sabe
bailar, y no puedo creerme que esté siguiendo sus pasos. Quizá sigo el ritmo porque estoy
borracha. Me aprieta contra su cuerpo… Si no me sujetara con tanta fuerza, seguro que me
desplomaría a sus pies. Desde el fondo de mi mente resuena lo que suele advertirme mi madre:
«Nunca te fíes de un hombre que baile bien».
Atravesamos la multitud de gente que baila hasta el otro extremo de la pista y encontramos a Kate
y a Elliot, el hermano de Nicholas. La música retumba a todo volumen fuera y dentro de mi
cabeza. Oh, no. Kate está moviendo ficha. Baila sacando el culo, y eso solo lo hace cuando
alguien le gusta. Cuando alguien le gusta mucho. Eso quiere decir que mañana seremos tres a la
hora del desayuno. ¡Kate!
Nicholas se inclina y grita a Elliot al oído. No oigo lo que le dice. Elliot es alto, ancho de hombros,
pelo rubio y rizado, y con ojos perversamente brillantes. El parpadeo de los focos me impide ver
de qué color. Elliot se ríe, tira de Kate y la arrastra hasta sus brazos, donde ella parece estar
encantada de la vida… ¡Kate! Aun en mi etílico estado, me escandalizo. Acaba de conocerlo.
Asiente a lo que Elliot le dice, me sonríe y se despide de mí con la mano. Nicholas nos saca de la
pista moviéndose con presteza.
Pero no he hablado con Kate. ¿Está bien? Ya veo cómo van a acabar las cosas entre esos dos.
Tengo que darle una charla sobre sexo seguro. Espero que lea el póster de la puerta de los
lavabos. Los pensamientos me estallan en el cerebro, luchan contra la confusa sensación de
borrachera. Aquí hace mucho calor, hay mucho ruido, demasiados colores… demasiadas luces.
Me da vueltas la cabeza. Oh, no… Siento que el suelo sube al encuentro de mi cara, o eso
parece. Lo último que oigo antes de desmayarme en los brazos de Nicholas Grey es la palabrota
que suelta:
—¡Joder!
CarolSwarovski
Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
Ah me desmayé, genial la nove, ay había extrañado esta novela, quiero saber qué más pasa.
Den -The Lonely Girl-
Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
Siento mucho el retraso pero el documento no se abria!!
dejo maraton :)
Todo está en silencio, con las luces apagadas. Estoy muy cómoda y calentita en esta cama. Qué
bien… Abro los ojos, y por un momento estoy tranquila y serena, disfrutando del entorno, que no
conozco. No tengo ni idea de dónde estoy. El cabezal de la cama tiene la forma de un sol enorme.
Me resulta extrañamente familiar. La habitación es grande y está lujosamente decorada en tonos
marrones, dorados y beis. La he visto antes. ¿Dónde? Mi ofuscado cerebro busca entre sus
recuerdos recientes. ¡Maldita sea! Estoy en el hotel Heathman… en una suite. Estuve en una
parecida a esta con Kate. Esta parece más grande. Oh, mierda. Estoy en la suite de Nicholas
Grey. ¿Cómo he llegado hasta aquí?
Poco a poco empiezan a torturarme imágenes fragmentarias de la noche. La borrachera —oh, no,
la borrachera—, la llamada —oh, no, la llamada—, la vomitera —oh, no, la vomitera—… José y
después Nicholas. Oh, no. Me muero de vergüenza. No recuerdo cómo he llegado aquí. Llevo
puesta la camiseta, el sujetador y las bragas. Ni calcetines ni vaqueros. Maldita sea.
Echo un vistazo a la mesita de noche. Hay un vaso de zumo de naranja y dos pastillas.
Ibuprofeno. El obseso del control está en todo. Me incorporo en la cama y me tomo las pastillas.
La verdad es que no me siento tan mal, seguramente mucho mejor de lo que merezco. El zumo
de naranja está riquísimo. Me quita la sed y me refresca.
Oigo unos golpes en la puerta. El corazón me da un brinco y no me sale la voz, pero aun así
Nicholas abre la puerta y entra.
Vaya, ha estado haciendo ejercicio. Lleva unos pantalones de chándal grises que le caen
ligeramente sobre las caderas y una camiseta gris de tirantes empapada en sudor, como su pelo.
Nicholas Grey ha sudado. La idea me resulta extraña. Respiro profundamente y cierro los ojos.
Me siento como una niña de dos años. Si cierro los ojos, no estoy.
—Buenos días, ________. ¿Cómo te encuentras?
—Mejor de lo que merezco —murmuro.
Levanto la mirada hacia él. Deja una bolsa grande de una tienda de ropa en una silla y agarra
ambos extremos de la toalla que lleva alrededor del cuello. Sus impenetrables ojos grises me
miran fijamente. No tengo ni idea de lo que está pensando, como siempre. Sabe esconder lo que
piensa y lo que siente.
—¿Cómo he llegado hasta aquí? —le pregunto en voz baja, compungida.
Se sienta a un lado de la cama. Está tan cerca de mí que podría tocarlo, podría olerlo. Madre
mía… Sudor, gel y Nicholas. Un cóctel embriagador, mucho mejor que el margarita, y ahora lo sé
por experiencia.
—Después de que te desmayaras no quise poner en peligro la tapicería de piel de mi coche
llevándote a tu casa, así que te traje aquí —me contesta sin inmutarse.
—¿Me metiste tú en la cama?
—Sí —me contesta impasible.
—¿Volví a vomitar? —le pregunto en voz más baja.
—No.
—¿Me quitaste la ropa? —susurro.
—Sí.
Me mira alzando una ceja y me pongo más roja que nunca.
—¿No habremos…?
Lo digo susurrando, con la boca seca de vergüenza, pero no puedo terminar la frase. Me miro las
manos.
—_______, estabas casi en coma. La necrofilia no es lo mío. Me gusta que mis mujeres estén
conscientes y sean receptivas —me contesta secamente.
—Lo siento mucho.
Sus labios esbozan una sonrisa burlona.
—Fue una noche muy divertida. Tardaré en olvidarla.
Yo también… Oh, está riéndose de mí, el muy… Yo no le pedí que viniera a buscarme. No
entiendo por qué tengo que acabar sintiéndome la mala de la película.
—No tenías por qué seguirme la pista con algún artilugio a lo James Bond que estés
desarrollando para vendérselo al mejor postor —digo bruscamente.
Me mira fijamente, sorprendido y, si no me equivoco, algo ofendido.
—En primer lugar, la tecnología para localizar móviles está disponible en internet. En segundo
lugar, mi empresa no invierte en ningún aparato de vigilancia, ni los fabrica. Y en tercer lugar, si no
hubiera ido a buscarte, seguramente te habrías despertado en la cama del fotógrafo y, si no
recuerdo mal, no estabas muy entusiasmada con sus métodos de cortejarte —me dice
mordazmente.
¡Sus métodos de cortejarme! Levanto la mirada hacia Nicholas, que me mira fijamente con ojos
brillantes, ofendidos. Intento morderme el labio, pero no consigo reprimir la risa.
—¿De qué crónica medieval te has escapado? Pareces un caballero andante.
Veo que se le pasa el enfado. Sus ojos se dulcifican, su expresión se vuelve más cálida y en sus
labios parece esbozarse una sonrisa.
—No lo creo, _______. Un caballero oscuro, quizá —me dice con una sonrisa burlona,
cabeceando—. ¿Cenaste ayer?
Su tono es acusador. Niego con la cabeza. ¿Qué gran pecado he cometido ahora? Se le tensa la
mandíbula, pero su rostro sigue impasible.
—Tienes que comer. Por eso te pusiste tan mal. De verdad, es la primera norma cuando bebes.
Se pasa la mano por el pelo, pero ahora porque está muy nervioso.
—¿Vas a seguir riñéndome?
—¿Estoy riñéndote?
—Creo que sí.
—Tienes suerte de que solo te riña.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, si fueras mía, después del numerito que montaste ayer no podrías sentarte en una
semana. No cenaste, te emborrachaste y te pusiste en peligro.
Cierra los ojos. Por un instante el terror se refleja en su rostro y se estremece. Cuando abre los
ojos, me mira fijamente.
—No quiero ni pensar lo que podría haberte pasado.
Lo miro con expresión ceñuda. ¿Qué le pasa? ¿A él qué le importa? Si fuera suya… Bueno, pues
no lo soy. Aunque quizá me gustaría serlo. La idea se abre camino entre mi enfado por sus
arrogantes palabras. Me ruborizo por culpa de mi caprichosa subconsciente, que da saltos de
alegría con una falda hawaiana roja solo de pensar que podría ser suya.
—No me habría pasado nada. Estaba con Kate.
—¿Y el fotógrafo? —me pregunta bruscamente.
Mmm… José. En algún momento tendré que enfrentarme a él.
—José simplemente se pasó de la raya.
Me encojo de hombros.
—Bueno, la próxima vez que se pase de la raya quizá alguien debería enseñarle modales.
—Eres muy partidario de la disciplina —le digo entre dientes.
—Oh, _______, no sabes cuánto.
Cierra un poco los ojos y se ríe perversamente. Me deja desarmada. De repente estoy confundida
y enfadada, y al momento estoy contemplando su preciosa sonrisa. Uau… Estoy embelesada,
porque no suele sonreír. Casi olvido lo que está diciéndome.
—Voy a ducharme. Si no prefieres ducharte tú primero…
Ladea la cabeza, todavía sonriendo. El corazón me late a toda prisa, y el bulbo raquídeo se niega
a hacer las conexiones oportunas para que respire. Su sonrisa se hace más amplia. Se acerca a
mí, se inclina y me pasa el pulgar por la mejilla y por el labio inferior.
—Respira, _______ —me susurra. Y luego se incorpora y se aparta—. En quince minutos traerán
el desayuno. Tienes que estar muerta de hambre.
Se mete en el cuarto de baño y cierra la puerta.
Suelto el aire que he estado reteniendo. ¿Por qué es tan alucinantemente atractivo? Ahora mismo
me metería en la ducha con él. Nunca había sentido algo así por nadie. Se me han disparado las
hormonas. Me arde la piel por donde ha pasado su dedo, en la mejilla y el labio. Una incómoda y
dolorosa sensación me hace retorcerme. No entiendo esta reacción. Mmm… Deseo. Es deseo.
Así se siente el deseo.
Me tumbo sobre las suaves almohadas de plumas. Si fueras mía… Ay, ¿qué estaría dispuesta a
hacer para ser suya? Es el único hombre que ha conseguido que sienta la sangre recorriendo mis
venas. Pero también me pone de los nervios. Es difícil, complejo y poco claro. De pronto me
rechaza, más tarde me manda libros que valen catorce mil dólares, y después me sigue la pista
como un acosador. Y pese a todo, he pasado la noche en la suite de su hotel y me siento segura.
Protegida. Le preocupo lo suficiente para que venga a rescatarme de algo que equivocadamente
creyó que era peligroso. Para nada es un caballero oscuro. Es un caballero blanco con armadura
brillante, resplandeciente. Un héroe romántico. Sir Gawain o sir Lancelot.
Salgo de su cama y busco frenéticamente mis vaqueros. Se abre la puerta del cuarto de baño y
aparece él, mojado y resplandeciente por la ducha, todavía sin afeitar, con una toalla alrededor de
la cintura, y ahí estoy yo… en bragas, mirándolo boquiabierta y sintiéndome muy incómoda. Le
sorprende verme levantada.
—Si estás buscando tus vaqueros, los he mandado a la lavandería —me dice con una mirada
impenetrable—. Estaban salpicados de vómito.
—Ah.
Me pongo roja. ¿Por qué demonios tiene siempre que pillarme descolocada?
—He mandado a Taylor a comprar otros y unas zapatillas de deporte. Están en esa bolsa.
Ropa limpia. Un plus inesperado.
—Bueno… Voy a ducharme —musito—. Gracias.
¿Qué otra cosa puedo decir? Cojo la bolsa y entro corriendo en el cuarto de baño para alejarme
de la perturbadora proximidad de Nicholas desnudo. El David de Miguel Ángel no tiene nada que
hacer a su lado.
El cuarto de baño está lleno de vapor. Me quito la ropa y me meto rápidamente en la ducha,
impaciente por sentir el chorro de agua limpia sobre mi cuerpo. Levanto la cara hacia el anhelado
torrente. Deseo a Nicholas Grey. Lo deseo desesperadamente. Es sencillo. Por primera vez en mi
vida quiero irme a la cama con un hombre. Quiero sentir sus manos y su boca en mi cuerpo.
Ha dicho que le gusta que sus mujeres estén conscientes. Entonces seguramente sí se acuesta
con mujeres. Pero no ha intentado besarme, como Paul y José. No lo entiendo. ¿Me desea? No
quiso besarme la semana pasada. ¿Le resulto repulsiva? Pero estoy aquí, y me ha traído él. No
entiendo a qué juega. ¿Qué piensa? Has dormido en su cama toda la noche y no te ha tocado,
_______. Saca tus conclusiones. Mi subconsciente asoma su fea e insidiosa cara. No le hago caso.
El agua caliente me relaja. Mmm… Podría quedarme debajo del chorro, en este cuarto de baño,
para siempre. Cojo el gel, que huele a Nicholas. Es un olor exquisito. Me froto todo el cuerpo
imaginándome que es él quien lo hace, que él me frota este gel que huele de maravilla por el
cuerpo, por los pechos, por la barriga y entre los muslos con sus manos de largos dedos. Madre
mía. Se me dispara el corazón. Es una sensación muy… muy placentera.
Llama a la puerta y doy un respingo.
—Ha llegado el desayuno.
—Va… Vale —tartamudeo arrancándome cruelmente de mi ensoñación erótica.
Salgo de la ducha y cojo dos toallas. Con una me envuelvo el pelo al más puro estilo Carmen
Miranda, y con la otra me seco a toda prisa obviando la placentera sensación de la toalla frotando
mi piel hipersensible.
Abro la bolsa. Taylor me ha comprado no solo unos vaqueros y unas Converse, sino también una
camisa azul cielo, calcetines y ropa interior. Madre mía. Sujetador y bragas limpios… Aunque
describirlos de manera tan mundana y utilitaria no les hace justicia. Es lencería de lujo europea,
de diseño exquisito. Encaje y seda azul celeste. Uau. Me quedo impresionada y algo intimidada. Y
además es exactamente de mi talla. Pues claro. Me ruborizo pensando en el rapado en una tienda
de lencería comprándome estas prendas. Me pregunto a qué otras cosas se dedica en sus horas
de trabajo.
Me visto rápidamente. El resto de la ropa también me queda perfecta. Me seco el pelo con la
toalla e intento desesperadamente controlarlo, pero, como siempre, se niega a colaborar. Mi única
opción es hacerme una coleta, pero no tengo goma. Debo de tener una en el bolso, pero vete a
saber dónde está. Respiro profundamente. Ha llegado el momento de enfrentarse al señor
Turbador.
Me alivia encontrar la habitación vacía. Busco rápidamente mi bolso, pero no está por aquí.
Vuelvo a respirar hondo y voy a la sala de estar de la suite. Es enorme. Hay una lujosa zona para
sentarse, llena de sofás y blandos cojines, una sofisticada mesita con una pila de grandes libros
ilustrados, una zona de estudio con el último modelo de iMac y una enorme televisión de plasma
en la pared. Nicholas está sentado a la mesa del comedor, al otro extremo de la sala, leyendo el
periódico. La estancia es más o menos del tamaño de una cancha de tenis. No es que juegue al
tenis, pero he ido a ver jugar a Kate varias veces. ¡Kate!
—Mierda, Kate —digo con voz ronca.
Nicholas alza los ojos hacia mí.
—Sabe que estás aquí y que sigues viva. Le he mandado un mensaje a Elliot —me dice con cierta
sorna.
Oh, no. Recuerdo su ardiente baile de ayer, sacando partido a todos sus movimientos exclusivos
para seducir al hermano de Nicholas Grey, nada menos. ¿Qué va a pensar de que esté aquí?
Nunca he pasado una noche fuera de casa. Está todavía con Elliot. Solo ha hecho algo así dos
veces, y las dos me ha tocado aguantar el espantoso pijama rosa durante una semana cuando
cortaron. Va a pensar que también yo me he enrollado con Nicholas.
Nicholas me mira impaciente. Lleva una camisa blanca de lino con el cuello y los puños
desabrochados.
—Siéntate —me ordena, señalando hacia la mesa.
Cruzo la sala y me siento frente a él, como me ha indicado. La mesa está llena de comida.
—No sabía lo que te gusta, así que he pedido un poco de todo.
Me dedica una media sonrisa a modo de disculpa.
—Eres un despilfarrador —murmuro apabullada por la cantidad de platos, aunque tengo hambre.
—Lo soy —dice en tono culpable.
Opto por tortitas, sirope de arce, huevos revueltos y beicon. Nicholas intenta ocultar una sonrisa
mientras vuelve la mirada a su tortilla. La comida está deliciosa.
—¿Té? —me pregunta.
—Sí, por favor.
Me tiende una pequeña tetera llena de agua caliente, y en el platillo hay una bolsita de Twinings
English Breakfast. Vaya, se acuerda del té que me gusta.
—Tienes el pelo muy mojado —me regaña.
—No he encontrado el secador —susurro incómoda.
No lo he buscado.
Nicholas aprieta los labios, pero no dice nada.
—Gracias por la ropa.
—Es un placer, _______. Este color te sienta muy bien.
Me ruborizo y me miro fijamente los dedos.
—¿Sabes? Deberías aprender a encajar los piropos —me dice en tono fustigador.
—Debería darte algo de dinero por la ropa.
Me mira como si estuviera ofendiéndolo. Sigo hablando.
—Ya me has regalado los libros, que no puedo aceptar, por supuesto. Pero la ropa… Por favor,
déjame que te la pague —le digo intentando convencerlo con una sonrisa.
—_______, puedo permitírmelo, créeme.
—No se trata de eso. ¿Por qué tendrías que comprarme esta ropa?
—Porque puedo.
Sus ojos despiden un destello malicioso.
—El hecho de que puedas no implica que debas —le respondo tranquilamente.
Me mira alzando una ceja, con ojos brillantes, y de repente me da la sensación de que estamos
hablando de otra cosa, pero no sé de qué. Y eso me recuerda…
—¿Por qué me mandaste los libros, Nicholas? —le pregunto en tono suave.
Deja los cubiertos y me mira fijamente, con una insondable emoción ardiendo en sus ojos. Maldita
sea… Se me seca la boca.
—Bueno, cuando casi te atropelló el ciclista… y yo te sujetaba entre mis brazos y me mirabas
diciéndome: «Bésame, bésame, Nicholas»… —Se calla un instante y se encoge de hombros—.
Bueno, creí que te debía una disculpa y una advertencia. —Se pasa una mano por el pelo—.
_______, no soy un hombre de flores y corazones. No me interesan las historias de amor. Mis
gustos son muy peculiares. Deberías mantenerte alejada de mí. —Cierra los ojos, como si se
negara a aceptarlo—. Pero hay algo en ti que me impide apartarme. Supongo que ya lo habías
imaginado.
De repente ya no siento hambre. ¡No puede apartarse de mí!
—Pues no te apartes —susurro.
Se queda boquiabierto y con los ojos como platos.
—No sabes lo que dices.
—Pues explícamelo.
Nos miramos fijamente. Ninguno de los dos toca la comida.
—Entonces sí que vas con mujeres… —le digo.
Sus ojos brillan divertidos.
—Sí, ________, voy con mujeres.
Hace una pausa para que asimile la información y de nuevo me ruborizo. Se ha vuelto a romper el
filtro que separa mi cerebro de la boca. No puedo creerme que haya dicho algo así en voz alta.
—¿Qué planes tienes para los próximos días? —me pregunta en tono suave.
—Hoy trabajo, a partir del mediodía. ¿Qué hora es? —exclamo asustada.
—Poco más de las diez. Tienes tiempo de sobra. ¿Y mañana?
Ha colocado los codos sobre la mesa y apoya la barbilla en sus largos y finos dedos.
—Kate y yo vamos a empezar a empaquetar. Nos mudamos a Seattle el próximo fin de semana, y
yo trabajo en Clayton’s toda esta semana.
—¿Ya tenéis casa en Seattle?
—Sí.
—¿Dónde?
—No recuerdo la dirección. En el distrito de Pike Market.
—No está lejos de mi casa —dice sonriendo—. ¿Y en qué vas a trabajar en Seattle?
¿Dónde quiere ir a parar con todas estas preguntas? El santo inquisidor Nicholas Grey es casi tan
pesado como la santa inquisidora Katherine Kavanagh.
—He mandado solicitudes a varios sitios para hacer prácticas. Aún tienen que responderme.
—¿Y a mi empresa, como te comenté?
Me ruborizo… Pues claro que no.
—Bueno… no.
—¿Qué tiene de malo mi empresa?
—¿Tu empresa o tu «compañía»? —le pregunto con una risa maliciosa.
—¿Está riéndose de mí, señorita Steele?
Ladea la cabeza y creo que parece divertido, pero es difícil saberlo. Me ruborizo y desvío la
mirada hacia mi desayuno. No puedo mirarlo a los ojos cuando habla en ese tono.
—Me gustaría morder ese labio —susurra turbadoramente.
No soy consciente de que estoy mordiéndome el labio inferior. Tras un leve respingo, me quedo
boquiabierta. Es lo más sexy que me han dicho nunca. El corazón me late a toda velocidad y creo
que estoy jadeando. Dios mío, estoy temblando, totalmente perdida, y ni siquiera me ha tocado.
Me remuevo en la silla y busco su impenetrable mirada.
—¿Por qué no lo haces? —le desafío en voz baja.
—Porque no voy a tocarte, ________… no hasta que tenga tu consentimiento por escrito —me
dice esbozando una ligera sonrisa.
¿Qué?
—¿Qué quieres decir?
—Exactamente lo que he dicho.
Suspira y mueve la cabeza, divertido pero también impaciente.
—Tengo que mostrártelo, ________. ¿A qué hora sales del trabajo esta tarde?
—A las ocho.
—Bien, podríamos ir a cenar a mi casa de Seattle esta noche o el sábado que viene, y te lo
explicaría. Tú decides.
—¿Por qué no puedes decírmelo ahora?
—Porque estoy disfrutando de mi desayuno y de tu compañía. Cuando lo sepas, seguramente no
querrás volver a verme.
¿Qué significa todo esto? ¿Trafica con niños de algún recóndito rincón del mundo para
prostituirlos? ¿Forma parte de alguna peligrosa banda criminal mafiosa? Eso explicaría por qué es
tan rico. ¿Es profundamente religioso? ¿Es impotente? Seguro que no… Podría demostrármelo
ahora mismo. Me incomodo pensando en todas las posibilidades. Esto no me lleva a ninguna
parte. Me gustaría resolver el enigma de Nicholas Grey cuanto antes. Si eso implica que su
secreto es tan grave que no voy a querer volver a saber nada de él, entonces, la verdad, será todo
un alivio. ¡No te engañes!, me grita mi subconsciente. Tendrá que ser algo muy malo para que
salgas corriendo.
—Esta noche.
Levanta una ceja.
—Como Eva, quieres probar cuanto antes el fruto del árbol de la ciencia.
Suelta una risa maliciosa.
—¿Está riéndose de mí, señor Grey? —le pregunto en tono suave.
Pedante gilipollas.
Me mira entornando los ojos y saca su BlackBerry. Pulsa un número.
—Taylor, voy a necesitar el Charlie Tango.
¡Charlie Tango! ¿Quién es ese?
—Desde Portland a… digamos las ocho y media… No, se queda en el Escala… Toda la noche.
¡Toda la noche!
—Sí. Hasta mañana por la mañana. Pilotaré de Portland a Seattle.
¿Pilotará?
—Piloto disponible desde las diez y media.
Deja el teléfono en la mesa. Ni por favor, ni gracias.
—¿La gente siempre hace lo que les dices?
—Suelen hacerlo si no quieren perder su trabajo —me contesta inexpresivo.
—¿Y si no trabajan para ti?
—Bueno, puedo ser muy convincente, ________. Deberías terminarte el desayuno. Luego te
llevaré a casa. Pasaré a buscarte por Clayton’s a las ocho, cuando salgas. Volaremos a Seattle.
Parpadeo.
—¿Volaremos?
—Sí. Tengo un helicóptero.
Lo miro boquiabierta. Segunda cita con el misterioso Nicholas Grey. De un café a un paseo en
helicóptero. Uau.
—¿Iremos a Seattle en helicóptero?
—Sí.
—¿Por qué?
Sonríe perversamente.
—Porque puedo. Termínate el desayuno.
¿Cómo voy a comer ahora? Voy a ir a Seattle en helicóptero con Nicholas Grey. Y quiere
morderme el labio… Me estremezco al pensarlo.
—Come —me dice bruscamente—. ________, no soporto tirar la comida… Come.
—No puedo comerme todo esto —digo mirando lo que queda en la mesa.
—Cómete lo que hay en tu plato. Si ayer hubieras comido como es debido, no estarías aquí y yo
no tendría que mostrar mis cartas tan pronto.
Aprieta los labios. Parece enfadado.
Frunzo el ceño y miro la comida que hay en mi plato, ya fría. Estoy demasiado nerviosa para
comer, Nicholas. ¿No lo entiendes?, explica mi subconsciente. Pero soy demasiado cobarde para
decirlo en voz alta, sobre todo cuando parece tan hosco. Mmm… como un niño pequeño. La idea
me parece divertida.
—¿Qué te hace tanta gracia? —me pregunta.
Como no me atrevo a decírselo, no levanto los ojos del plato. Mientras me como el último trozo de
tortita, alzo la mirada. Me observa con ojos escrutadores.
—Buena chica —me dice—. Te llevaré a casa en cuanto te hayas secado el pelo. No quiero que te
pongas enferma.
Sus palabras tienen algo de promesa implícita. ¿Qué quiere decir? Me levanto de la mesa. Por un
segundo me pregunto si debería pedirle permiso, pero descarto la idea. Me parece que sentaría
un precedente peligroso. Me dirijo a su habitación, pero una idea me detiene.
—¿Dónde has dormido?
Me giro para mirarlo. Está todavía sentado a la mesa del comedor. No veo mantas ni sábanas por
la sala. Quizá las haya recogido ya.
—En mi cama —me responde, de nuevo con mirada impasible.
—Oh.
—Sí, para mí también ha sido toda una novedad —me dice sonriendo.
—Dormir con una mujer… sin sexo.
Sí, digo «sexo». Y me ruborizo, por supuesto.
—No —me contesta moviendo la cabeza y frunciendo el ceño, como si acabara de recordar algo
desagradable—. Sencillamente dormir con una mujer.
Coge el periódico y sigue leyendo.
¿Qué narices significa eso? ¿Nunca ha dormido con una mujer? ¿Es virgen? Lo dudo, la verdad.
Me quedo mirándolo sin terminar de creérmelo. Es la persona más enigmática que he conocido
nunca. Caigo en la cuenta de que he dormido con Nicholas Grey y me daría cabezazos contra la
pared. ¿Cuánto habría dado por estar consciente y verlo dormir? Verlo vulnerable. Me cuesta
imaginarlo. Bueno, se supone que lo descubriré todo esta misma noche.
Ya en el dormitorio, busco en una cómoda y encuentro el secador. Me seco el pelo como puedo,
dándole forma con los dedos. Cuando he terminado, voy al cuarto de baño. Quiero cepillarme los
dientes. Veo el cepillo de Nicholas. Sería como metérmelo a él en la boca. Mmm… Miro
rápidamente hacia la puerta, sintiéndome culpable, y toco las cerdas del cepillo. Están húmedas.
Debe de haberlo utilizado ya. Lo cojo a toda prisa, extiendo pasta de dientes y me los cepillo en
un santiamén. Me siento como una chica mala. Resulta muy emocionante.
Recojo la camiseta, el sujetador y las bragas de ayer, los meto en la bolsa que me ha traído Taylor
y vuelvo a la sala de estar a buscar el bolso y la chaqueta. Para mi gran alegría, llevo una goma
de pelo en el bolso. Nicholas me observa con expresión impenetrable mientras me hago una
coleta. Noto cómo sus ojos me siguen mientras me siento a esperar que termine. Está hablando
con alguien por su BlackBerry.
—¿Quieren dos?… ¿Cuánto van a costar?… Bien, ¿y qué medidas de seguridad tenemos allí?…
¿Irán por Suez?… ¿Ben Sudan es seguro?… ¿Y cuándo llegan a Darfur?… De acuerdo,
adelante. Mantenme informado de cómo van las cosas.
Cuelga.
—¿Estás lista? —me pregunta.
Asiento. Me pregunto de qué iba la conversación. Se pone una americana azul marino de raya
diplomática, coge las llaves del coche y se dirige a la puerta.
—Usted primero, señorita Steele —murmura abriéndome la puerta.
Tiene un aspecto elegante, aunque informal.
Me quedo mirándolo un segundo más de la cuenta. Y pensando que he dormido con él esta
noche, y que, pese a los tequilas y las vomiteras, sigue aquí. No solo eso, sino que además quiere
llevarme a Seattle. ¿Por qué a mí? No lo entiendo. Cruzo la puerta recordando sus palabras: «Hay
algo en ti…». Bueno, el sentimiento es mutuo, señor Grey, y quiero descubrir cuál es tu secreto.
Recorremos el pasillo en silencio hasta el ascensor. Mientras esperamos, levanto un instante la
cabeza hacia él, que está mirándome de reojo. Sonrío y él frunce los labios.
Llega el ascensor y entramos. Estamos solos. De pronto, por alguna inexplicable razón,
probablemente por estar tan cerca en un lugar tan reducido, la atmósfera entre nosotros cambia y
se carga de eléctrica y excitante anticipación. Se me acelera la respiración y el corazón me late a
toda prisa. Gira un poco la cara hacia mí con ojos totalmente impenetrables. Me muerdo el labio.
—A la mierda el papeleo —brama.
Se abalanza sobre mí y me empuja contra la pared del ascensor. Antes de que me dé cuenta, me
sujeta las dos muñecas con una mano, me las levanta por encima de la cabeza y me inmoviliza
contra la pared con las caderas. Madre mía. Con la otra mano me agarra del pelo, tira hacia abajo
para levantarme la cara y pega sus labios a los míos. Casi me hace daño. Gimo, lo que le permite
aprovechar la ocasión para meterme la lengua y recorrerme la boca con experta pericia. Nunca
me han besado así. Mi lengua acaricia tímidamente la suya y se une a ella en una lenta y erótica
danza de roces y sensaciones, de sacudidas y empujes. Levanta la mano y me agarra la
mandíbula para que no mueva la cara. Estoy indefensa, con las manos unidas por encima de la
cabeza, la cara sujeta y sus caderas inmovilizándome. Siento su erección contra mi vientre. Dios
mío… Me desea. Nicholas Grey, el dios griego, me desea, y yo lo deseo a él, aquí… ahora, en el
ascensor.
—Eres… tan… dulce —murmura entrecortadamente.
El ascensor se detiene, se abre la puerta, y en un abrir y cerrar de ojos me suelta y se aparta de
mí. Tres hombres trajeados nos miran y entran sonriéndose. Me late el corazón a toda prisa. Me
siento como si hubiera subido corriendo por una gran pendiente. Quiero inclinarme y sujetarme las
rodillas, pero sería demasiado obvio.
Lo miro. Parece absolutamente tranquilo, como si hubiera estado haciendo el crucigrama del
Seattle Times. Qué injusto. ¿No le afecta lo más mínimo mi presencia? Me mira de reojo y deja
escapar un ligero suspiro. Vale, le afecta, y la pequeña diosa que llevo dentro menea las caderas
y baila una samba para celebrar la victoria. Los hombres de negocios se bajan en la primera
planta. Solo nos queda una.
—Te has lavado los dientes —me dice mirándome fijamente.
—He utilizado tu cepillo.
Sus labios esbozan una media sonrisa.
—Ay, ________ Steele, ¿qué voy a hacer contigo?
Las puertas se abren en la planta baja, me coge de la mano y tira de mí.
—¿Qué tendrán los ascensores? —murmura para sí mismo cruzando el vestíbulo a grandes
zancadas.
Lucho por mantener su paso, porque todo mi raciocinio se ha quedado desparramado por el suelo
y las paredes del ascensor número 3 del hotel Heathman.
dejo maraton :)
Capitulo 5
Todo está en silencio, con las luces apagadas. Estoy muy cómoda y calentita en esta cama. Qué
bien… Abro los ojos, y por un momento estoy tranquila y serena, disfrutando del entorno, que no
conozco. No tengo ni idea de dónde estoy. El cabezal de la cama tiene la forma de un sol enorme.
Me resulta extrañamente familiar. La habitación es grande y está lujosamente decorada en tonos
marrones, dorados y beis. La he visto antes. ¿Dónde? Mi ofuscado cerebro busca entre sus
recuerdos recientes. ¡Maldita sea! Estoy en el hotel Heathman… en una suite. Estuve en una
parecida a esta con Kate. Esta parece más grande. Oh, mierda. Estoy en la suite de Nicholas
Grey. ¿Cómo he llegado hasta aquí?
Poco a poco empiezan a torturarme imágenes fragmentarias de la noche. La borrachera —oh, no,
la borrachera—, la llamada —oh, no, la llamada—, la vomitera —oh, no, la vomitera—… José y
después Nicholas. Oh, no. Me muero de vergüenza. No recuerdo cómo he llegado aquí. Llevo
puesta la camiseta, el sujetador y las bragas. Ni calcetines ni vaqueros. Maldita sea.
Echo un vistazo a la mesita de noche. Hay un vaso de zumo de naranja y dos pastillas.
Ibuprofeno. El obseso del control está en todo. Me incorporo en la cama y me tomo las pastillas.
La verdad es que no me siento tan mal, seguramente mucho mejor de lo que merezco. El zumo
de naranja está riquísimo. Me quita la sed y me refresca.
Oigo unos golpes en la puerta. El corazón me da un brinco y no me sale la voz, pero aun así
Nicholas abre la puerta y entra.
Vaya, ha estado haciendo ejercicio. Lleva unos pantalones de chándal grises que le caen
ligeramente sobre las caderas y una camiseta gris de tirantes empapada en sudor, como su pelo.
Nicholas Grey ha sudado. La idea me resulta extraña. Respiro profundamente y cierro los ojos.
Me siento como una niña de dos años. Si cierro los ojos, no estoy.
—Buenos días, ________. ¿Cómo te encuentras?
—Mejor de lo que merezco —murmuro.
Levanto la mirada hacia él. Deja una bolsa grande de una tienda de ropa en una silla y agarra
ambos extremos de la toalla que lleva alrededor del cuello. Sus impenetrables ojos grises me
miran fijamente. No tengo ni idea de lo que está pensando, como siempre. Sabe esconder lo que
piensa y lo que siente.
—¿Cómo he llegado hasta aquí? —le pregunto en voz baja, compungida.
Se sienta a un lado de la cama. Está tan cerca de mí que podría tocarlo, podría olerlo. Madre
mía… Sudor, gel y Nicholas. Un cóctel embriagador, mucho mejor que el margarita, y ahora lo sé
por experiencia.
—Después de que te desmayaras no quise poner en peligro la tapicería de piel de mi coche
llevándote a tu casa, así que te traje aquí —me contesta sin inmutarse.
—¿Me metiste tú en la cama?
—Sí —me contesta impasible.
—¿Volví a vomitar? —le pregunto en voz más baja.
—No.
—¿Me quitaste la ropa? —susurro.
—Sí.
Me mira alzando una ceja y me pongo más roja que nunca.
—¿No habremos…?
Lo digo susurrando, con la boca seca de vergüenza, pero no puedo terminar la frase. Me miro las
manos.
—_______, estabas casi en coma. La necrofilia no es lo mío. Me gusta que mis mujeres estén
conscientes y sean receptivas —me contesta secamente.
—Lo siento mucho.
Sus labios esbozan una sonrisa burlona.
—Fue una noche muy divertida. Tardaré en olvidarla.
Yo también… Oh, está riéndose de mí, el muy… Yo no le pedí que viniera a buscarme. No
entiendo por qué tengo que acabar sintiéndome la mala de la película.
—No tenías por qué seguirme la pista con algún artilugio a lo James Bond que estés
desarrollando para vendérselo al mejor postor —digo bruscamente.
Me mira fijamente, sorprendido y, si no me equivoco, algo ofendido.
—En primer lugar, la tecnología para localizar móviles está disponible en internet. En segundo
lugar, mi empresa no invierte en ningún aparato de vigilancia, ni los fabrica. Y en tercer lugar, si no
hubiera ido a buscarte, seguramente te habrías despertado en la cama del fotógrafo y, si no
recuerdo mal, no estabas muy entusiasmada con sus métodos de cortejarte —me dice
mordazmente.
¡Sus métodos de cortejarme! Levanto la mirada hacia Nicholas, que me mira fijamente con ojos
brillantes, ofendidos. Intento morderme el labio, pero no consigo reprimir la risa.
—¿De qué crónica medieval te has escapado? Pareces un caballero andante.
Veo que se le pasa el enfado. Sus ojos se dulcifican, su expresión se vuelve más cálida y en sus
labios parece esbozarse una sonrisa.
—No lo creo, _______. Un caballero oscuro, quizá —me dice con una sonrisa burlona,
cabeceando—. ¿Cenaste ayer?
Su tono es acusador. Niego con la cabeza. ¿Qué gran pecado he cometido ahora? Se le tensa la
mandíbula, pero su rostro sigue impasible.
—Tienes que comer. Por eso te pusiste tan mal. De verdad, es la primera norma cuando bebes.
Se pasa la mano por el pelo, pero ahora porque está muy nervioso.
—¿Vas a seguir riñéndome?
—¿Estoy riñéndote?
—Creo que sí.
—Tienes suerte de que solo te riña.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, si fueras mía, después del numerito que montaste ayer no podrías sentarte en una
semana. No cenaste, te emborrachaste y te pusiste en peligro.
Cierra los ojos. Por un instante el terror se refleja en su rostro y se estremece. Cuando abre los
ojos, me mira fijamente.
—No quiero ni pensar lo que podría haberte pasado.
Lo miro con expresión ceñuda. ¿Qué le pasa? ¿A él qué le importa? Si fuera suya… Bueno, pues
no lo soy. Aunque quizá me gustaría serlo. La idea se abre camino entre mi enfado por sus
arrogantes palabras. Me ruborizo por culpa de mi caprichosa subconsciente, que da saltos de
alegría con una falda hawaiana roja solo de pensar que podría ser suya.
—No me habría pasado nada. Estaba con Kate.
—¿Y el fotógrafo? —me pregunta bruscamente.
Mmm… José. En algún momento tendré que enfrentarme a él.
—José simplemente se pasó de la raya.
Me encojo de hombros.
—Bueno, la próxima vez que se pase de la raya quizá alguien debería enseñarle modales.
—Eres muy partidario de la disciplina —le digo entre dientes.
—Oh, _______, no sabes cuánto.
Cierra un poco los ojos y se ríe perversamente. Me deja desarmada. De repente estoy confundida
y enfadada, y al momento estoy contemplando su preciosa sonrisa. Uau… Estoy embelesada,
porque no suele sonreír. Casi olvido lo que está diciéndome.
—Voy a ducharme. Si no prefieres ducharte tú primero…
Ladea la cabeza, todavía sonriendo. El corazón me late a toda prisa, y el bulbo raquídeo se niega
a hacer las conexiones oportunas para que respire. Su sonrisa se hace más amplia. Se acerca a
mí, se inclina y me pasa el pulgar por la mejilla y por el labio inferior.
—Respira, _______ —me susurra. Y luego se incorpora y se aparta—. En quince minutos traerán
el desayuno. Tienes que estar muerta de hambre.
Se mete en el cuarto de baño y cierra la puerta.
Suelto el aire que he estado reteniendo. ¿Por qué es tan alucinantemente atractivo? Ahora mismo
me metería en la ducha con él. Nunca había sentido algo así por nadie. Se me han disparado las
hormonas. Me arde la piel por donde ha pasado su dedo, en la mejilla y el labio. Una incómoda y
dolorosa sensación me hace retorcerme. No entiendo esta reacción. Mmm… Deseo. Es deseo.
Así se siente el deseo.
Me tumbo sobre las suaves almohadas de plumas. Si fueras mía… Ay, ¿qué estaría dispuesta a
hacer para ser suya? Es el único hombre que ha conseguido que sienta la sangre recorriendo mis
venas. Pero también me pone de los nervios. Es difícil, complejo y poco claro. De pronto me
rechaza, más tarde me manda libros que valen catorce mil dólares, y después me sigue la pista
como un acosador. Y pese a todo, he pasado la noche en la suite de su hotel y me siento segura.
Protegida. Le preocupo lo suficiente para que venga a rescatarme de algo que equivocadamente
creyó que era peligroso. Para nada es un caballero oscuro. Es un caballero blanco con armadura
brillante, resplandeciente. Un héroe romántico. Sir Gawain o sir Lancelot.
Salgo de su cama y busco frenéticamente mis vaqueros. Se abre la puerta del cuarto de baño y
aparece él, mojado y resplandeciente por la ducha, todavía sin afeitar, con una toalla alrededor de
la cintura, y ahí estoy yo… en bragas, mirándolo boquiabierta y sintiéndome muy incómoda. Le
sorprende verme levantada.
—Si estás buscando tus vaqueros, los he mandado a la lavandería —me dice con una mirada
impenetrable—. Estaban salpicados de vómito.
—Ah.
Me pongo roja. ¿Por qué demonios tiene siempre que pillarme descolocada?
—He mandado a Taylor a comprar otros y unas zapatillas de deporte. Están en esa bolsa.
Ropa limpia. Un plus inesperado.
—Bueno… Voy a ducharme —musito—. Gracias.
¿Qué otra cosa puedo decir? Cojo la bolsa y entro corriendo en el cuarto de baño para alejarme
de la perturbadora proximidad de Nicholas desnudo. El David de Miguel Ángel no tiene nada que
hacer a su lado.
El cuarto de baño está lleno de vapor. Me quito la ropa y me meto rápidamente en la ducha,
impaciente por sentir el chorro de agua limpia sobre mi cuerpo. Levanto la cara hacia el anhelado
torrente. Deseo a Nicholas Grey. Lo deseo desesperadamente. Es sencillo. Por primera vez en mi
vida quiero irme a la cama con un hombre. Quiero sentir sus manos y su boca en mi cuerpo.
Ha dicho que le gusta que sus mujeres estén conscientes. Entonces seguramente sí se acuesta
con mujeres. Pero no ha intentado besarme, como Paul y José. No lo entiendo. ¿Me desea? No
quiso besarme la semana pasada. ¿Le resulto repulsiva? Pero estoy aquí, y me ha traído él. No
entiendo a qué juega. ¿Qué piensa? Has dormido en su cama toda la noche y no te ha tocado,
_______. Saca tus conclusiones. Mi subconsciente asoma su fea e insidiosa cara. No le hago caso.
El agua caliente me relaja. Mmm… Podría quedarme debajo del chorro, en este cuarto de baño,
para siempre. Cojo el gel, que huele a Nicholas. Es un olor exquisito. Me froto todo el cuerpo
imaginándome que es él quien lo hace, que él me frota este gel que huele de maravilla por el
cuerpo, por los pechos, por la barriga y entre los muslos con sus manos de largos dedos. Madre
mía. Se me dispara el corazón. Es una sensación muy… muy placentera.
Llama a la puerta y doy un respingo.
—Ha llegado el desayuno.
—Va… Vale —tartamudeo arrancándome cruelmente de mi ensoñación erótica.
Salgo de la ducha y cojo dos toallas. Con una me envuelvo el pelo al más puro estilo Carmen
Miranda, y con la otra me seco a toda prisa obviando la placentera sensación de la toalla frotando
mi piel hipersensible.
Abro la bolsa. Taylor me ha comprado no solo unos vaqueros y unas Converse, sino también una
camisa azul cielo, calcetines y ropa interior. Madre mía. Sujetador y bragas limpios… Aunque
describirlos de manera tan mundana y utilitaria no les hace justicia. Es lencería de lujo europea,
de diseño exquisito. Encaje y seda azul celeste. Uau. Me quedo impresionada y algo intimidada. Y
además es exactamente de mi talla. Pues claro. Me ruborizo pensando en el rapado en una tienda
de lencería comprándome estas prendas. Me pregunto a qué otras cosas se dedica en sus horas
de trabajo.
Me visto rápidamente. El resto de la ropa también me queda perfecta. Me seco el pelo con la
toalla e intento desesperadamente controlarlo, pero, como siempre, se niega a colaborar. Mi única
opción es hacerme una coleta, pero no tengo goma. Debo de tener una en el bolso, pero vete a
saber dónde está. Respiro profundamente. Ha llegado el momento de enfrentarse al señor
Turbador.
Me alivia encontrar la habitación vacía. Busco rápidamente mi bolso, pero no está por aquí.
Vuelvo a respirar hondo y voy a la sala de estar de la suite. Es enorme. Hay una lujosa zona para
sentarse, llena de sofás y blandos cojines, una sofisticada mesita con una pila de grandes libros
ilustrados, una zona de estudio con el último modelo de iMac y una enorme televisión de plasma
en la pared. Nicholas está sentado a la mesa del comedor, al otro extremo de la sala, leyendo el
periódico. La estancia es más o menos del tamaño de una cancha de tenis. No es que juegue al
tenis, pero he ido a ver jugar a Kate varias veces. ¡Kate!
—Mierda, Kate —digo con voz ronca.
Nicholas alza los ojos hacia mí.
—Sabe que estás aquí y que sigues viva. Le he mandado un mensaje a Elliot —me dice con cierta
sorna.
Oh, no. Recuerdo su ardiente baile de ayer, sacando partido a todos sus movimientos exclusivos
para seducir al hermano de Nicholas Grey, nada menos. ¿Qué va a pensar de que esté aquí?
Nunca he pasado una noche fuera de casa. Está todavía con Elliot. Solo ha hecho algo así dos
veces, y las dos me ha tocado aguantar el espantoso pijama rosa durante una semana cuando
cortaron. Va a pensar que también yo me he enrollado con Nicholas.
Nicholas me mira impaciente. Lleva una camisa blanca de lino con el cuello y los puños
desabrochados.
—Siéntate —me ordena, señalando hacia la mesa.
Cruzo la sala y me siento frente a él, como me ha indicado. La mesa está llena de comida.
—No sabía lo que te gusta, así que he pedido un poco de todo.
Me dedica una media sonrisa a modo de disculpa.
—Eres un despilfarrador —murmuro apabullada por la cantidad de platos, aunque tengo hambre.
—Lo soy —dice en tono culpable.
Opto por tortitas, sirope de arce, huevos revueltos y beicon. Nicholas intenta ocultar una sonrisa
mientras vuelve la mirada a su tortilla. La comida está deliciosa.
—¿Té? —me pregunta.
—Sí, por favor.
Me tiende una pequeña tetera llena de agua caliente, y en el platillo hay una bolsita de Twinings
English Breakfast. Vaya, se acuerda del té que me gusta.
—Tienes el pelo muy mojado —me regaña.
—No he encontrado el secador —susurro incómoda.
No lo he buscado.
Nicholas aprieta los labios, pero no dice nada.
—Gracias por la ropa.
—Es un placer, _______. Este color te sienta muy bien.
Me ruborizo y me miro fijamente los dedos.
—¿Sabes? Deberías aprender a encajar los piropos —me dice en tono fustigador.
—Debería darte algo de dinero por la ropa.
Me mira como si estuviera ofendiéndolo. Sigo hablando.
—Ya me has regalado los libros, que no puedo aceptar, por supuesto. Pero la ropa… Por favor,
déjame que te la pague —le digo intentando convencerlo con una sonrisa.
—_______, puedo permitírmelo, créeme.
—No se trata de eso. ¿Por qué tendrías que comprarme esta ropa?
—Porque puedo.
Sus ojos despiden un destello malicioso.
—El hecho de que puedas no implica que debas —le respondo tranquilamente.
Me mira alzando una ceja, con ojos brillantes, y de repente me da la sensación de que estamos
hablando de otra cosa, pero no sé de qué. Y eso me recuerda…
—¿Por qué me mandaste los libros, Nicholas? —le pregunto en tono suave.
Deja los cubiertos y me mira fijamente, con una insondable emoción ardiendo en sus ojos. Maldita
sea… Se me seca la boca.
—Bueno, cuando casi te atropelló el ciclista… y yo te sujetaba entre mis brazos y me mirabas
diciéndome: «Bésame, bésame, Nicholas»… —Se calla un instante y se encoge de hombros—.
Bueno, creí que te debía una disculpa y una advertencia. —Se pasa una mano por el pelo—.
_______, no soy un hombre de flores y corazones. No me interesan las historias de amor. Mis
gustos son muy peculiares. Deberías mantenerte alejada de mí. —Cierra los ojos, como si se
negara a aceptarlo—. Pero hay algo en ti que me impide apartarme. Supongo que ya lo habías
imaginado.
De repente ya no siento hambre. ¡No puede apartarse de mí!
—Pues no te apartes —susurro.
Se queda boquiabierto y con los ojos como platos.
—No sabes lo que dices.
—Pues explícamelo.
Nos miramos fijamente. Ninguno de los dos toca la comida.
—Entonces sí que vas con mujeres… —le digo.
Sus ojos brillan divertidos.
—Sí, ________, voy con mujeres.
Hace una pausa para que asimile la información y de nuevo me ruborizo. Se ha vuelto a romper el
filtro que separa mi cerebro de la boca. No puedo creerme que haya dicho algo así en voz alta.
—¿Qué planes tienes para los próximos días? —me pregunta en tono suave.
—Hoy trabajo, a partir del mediodía. ¿Qué hora es? —exclamo asustada.
—Poco más de las diez. Tienes tiempo de sobra. ¿Y mañana?
Ha colocado los codos sobre la mesa y apoya la barbilla en sus largos y finos dedos.
—Kate y yo vamos a empezar a empaquetar. Nos mudamos a Seattle el próximo fin de semana, y
yo trabajo en Clayton’s toda esta semana.
—¿Ya tenéis casa en Seattle?
—Sí.
—¿Dónde?
—No recuerdo la dirección. En el distrito de Pike Market.
—No está lejos de mi casa —dice sonriendo—. ¿Y en qué vas a trabajar en Seattle?
¿Dónde quiere ir a parar con todas estas preguntas? El santo inquisidor Nicholas Grey es casi tan
pesado como la santa inquisidora Katherine Kavanagh.
—He mandado solicitudes a varios sitios para hacer prácticas. Aún tienen que responderme.
—¿Y a mi empresa, como te comenté?
Me ruborizo… Pues claro que no.
—Bueno… no.
—¿Qué tiene de malo mi empresa?
—¿Tu empresa o tu «compañía»? —le pregunto con una risa maliciosa.
—¿Está riéndose de mí, señorita Steele?
Ladea la cabeza y creo que parece divertido, pero es difícil saberlo. Me ruborizo y desvío la
mirada hacia mi desayuno. No puedo mirarlo a los ojos cuando habla en ese tono.
—Me gustaría morder ese labio —susurra turbadoramente.
No soy consciente de que estoy mordiéndome el labio inferior. Tras un leve respingo, me quedo
boquiabierta. Es lo más sexy que me han dicho nunca. El corazón me late a toda velocidad y creo
que estoy jadeando. Dios mío, estoy temblando, totalmente perdida, y ni siquiera me ha tocado.
Me remuevo en la silla y busco su impenetrable mirada.
—¿Por qué no lo haces? —le desafío en voz baja.
—Porque no voy a tocarte, ________… no hasta que tenga tu consentimiento por escrito —me
dice esbozando una ligera sonrisa.
¿Qué?
—¿Qué quieres decir?
—Exactamente lo que he dicho.
Suspira y mueve la cabeza, divertido pero también impaciente.
—Tengo que mostrártelo, ________. ¿A qué hora sales del trabajo esta tarde?
—A las ocho.
—Bien, podríamos ir a cenar a mi casa de Seattle esta noche o el sábado que viene, y te lo
explicaría. Tú decides.
—¿Por qué no puedes decírmelo ahora?
—Porque estoy disfrutando de mi desayuno y de tu compañía. Cuando lo sepas, seguramente no
querrás volver a verme.
¿Qué significa todo esto? ¿Trafica con niños de algún recóndito rincón del mundo para
prostituirlos? ¿Forma parte de alguna peligrosa banda criminal mafiosa? Eso explicaría por qué es
tan rico. ¿Es profundamente religioso? ¿Es impotente? Seguro que no… Podría demostrármelo
ahora mismo. Me incomodo pensando en todas las posibilidades. Esto no me lleva a ninguna
parte. Me gustaría resolver el enigma de Nicholas Grey cuanto antes. Si eso implica que su
secreto es tan grave que no voy a querer volver a saber nada de él, entonces, la verdad, será todo
un alivio. ¡No te engañes!, me grita mi subconsciente. Tendrá que ser algo muy malo para que
salgas corriendo.
—Esta noche.
Levanta una ceja.
—Como Eva, quieres probar cuanto antes el fruto del árbol de la ciencia.
Suelta una risa maliciosa.
—¿Está riéndose de mí, señor Grey? —le pregunto en tono suave.
Pedante gilipollas.
Me mira entornando los ojos y saca su BlackBerry. Pulsa un número.
—Taylor, voy a necesitar el Charlie Tango.
¡Charlie Tango! ¿Quién es ese?
—Desde Portland a… digamos las ocho y media… No, se queda en el Escala… Toda la noche.
¡Toda la noche!
—Sí. Hasta mañana por la mañana. Pilotaré de Portland a Seattle.
¿Pilotará?
—Piloto disponible desde las diez y media.
Deja el teléfono en la mesa. Ni por favor, ni gracias.
—¿La gente siempre hace lo que les dices?
—Suelen hacerlo si no quieren perder su trabajo —me contesta inexpresivo.
—¿Y si no trabajan para ti?
—Bueno, puedo ser muy convincente, ________. Deberías terminarte el desayuno. Luego te
llevaré a casa. Pasaré a buscarte por Clayton’s a las ocho, cuando salgas. Volaremos a Seattle.
Parpadeo.
—¿Volaremos?
—Sí. Tengo un helicóptero.
Lo miro boquiabierta. Segunda cita con el misterioso Nicholas Grey. De un café a un paseo en
helicóptero. Uau.
—¿Iremos a Seattle en helicóptero?
—Sí.
—¿Por qué?
Sonríe perversamente.
—Porque puedo. Termínate el desayuno.
¿Cómo voy a comer ahora? Voy a ir a Seattle en helicóptero con Nicholas Grey. Y quiere
morderme el labio… Me estremezco al pensarlo.
—Come —me dice bruscamente—. ________, no soporto tirar la comida… Come.
—No puedo comerme todo esto —digo mirando lo que queda en la mesa.
—Cómete lo que hay en tu plato. Si ayer hubieras comido como es debido, no estarías aquí y yo
no tendría que mostrar mis cartas tan pronto.
Aprieta los labios. Parece enfadado.
Frunzo el ceño y miro la comida que hay en mi plato, ya fría. Estoy demasiado nerviosa para
comer, Nicholas. ¿No lo entiendes?, explica mi subconsciente. Pero soy demasiado cobarde para
decirlo en voz alta, sobre todo cuando parece tan hosco. Mmm… como un niño pequeño. La idea
me parece divertida.
—¿Qué te hace tanta gracia? —me pregunta.
Como no me atrevo a decírselo, no levanto los ojos del plato. Mientras me como el último trozo de
tortita, alzo la mirada. Me observa con ojos escrutadores.
—Buena chica —me dice—. Te llevaré a casa en cuanto te hayas secado el pelo. No quiero que te
pongas enferma.
Sus palabras tienen algo de promesa implícita. ¿Qué quiere decir? Me levanto de la mesa. Por un
segundo me pregunto si debería pedirle permiso, pero descarto la idea. Me parece que sentaría
un precedente peligroso. Me dirijo a su habitación, pero una idea me detiene.
—¿Dónde has dormido?
Me giro para mirarlo. Está todavía sentado a la mesa del comedor. No veo mantas ni sábanas por
la sala. Quizá las haya recogido ya.
—En mi cama —me responde, de nuevo con mirada impasible.
—Oh.
—Sí, para mí también ha sido toda una novedad —me dice sonriendo.
—Dormir con una mujer… sin sexo.
Sí, digo «sexo». Y me ruborizo, por supuesto.
—No —me contesta moviendo la cabeza y frunciendo el ceño, como si acabara de recordar algo
desagradable—. Sencillamente dormir con una mujer.
Coge el periódico y sigue leyendo.
¿Qué narices significa eso? ¿Nunca ha dormido con una mujer? ¿Es virgen? Lo dudo, la verdad.
Me quedo mirándolo sin terminar de creérmelo. Es la persona más enigmática que he conocido
nunca. Caigo en la cuenta de que he dormido con Nicholas Grey y me daría cabezazos contra la
pared. ¿Cuánto habría dado por estar consciente y verlo dormir? Verlo vulnerable. Me cuesta
imaginarlo. Bueno, se supone que lo descubriré todo esta misma noche.
Ya en el dormitorio, busco en una cómoda y encuentro el secador. Me seco el pelo como puedo,
dándole forma con los dedos. Cuando he terminado, voy al cuarto de baño. Quiero cepillarme los
dientes. Veo el cepillo de Nicholas. Sería como metérmelo a él en la boca. Mmm… Miro
rápidamente hacia la puerta, sintiéndome culpable, y toco las cerdas del cepillo. Están húmedas.
Debe de haberlo utilizado ya. Lo cojo a toda prisa, extiendo pasta de dientes y me los cepillo en
un santiamén. Me siento como una chica mala. Resulta muy emocionante.
Recojo la camiseta, el sujetador y las bragas de ayer, los meto en la bolsa que me ha traído Taylor
y vuelvo a la sala de estar a buscar el bolso y la chaqueta. Para mi gran alegría, llevo una goma
de pelo en el bolso. Nicholas me observa con expresión impenetrable mientras me hago una
coleta. Noto cómo sus ojos me siguen mientras me siento a esperar que termine. Está hablando
con alguien por su BlackBerry.
—¿Quieren dos?… ¿Cuánto van a costar?… Bien, ¿y qué medidas de seguridad tenemos allí?…
¿Irán por Suez?… ¿Ben Sudan es seguro?… ¿Y cuándo llegan a Darfur?… De acuerdo,
adelante. Mantenme informado de cómo van las cosas.
Cuelga.
—¿Estás lista? —me pregunta.
Asiento. Me pregunto de qué iba la conversación. Se pone una americana azul marino de raya
diplomática, coge las llaves del coche y se dirige a la puerta.
—Usted primero, señorita Steele —murmura abriéndome la puerta.
Tiene un aspecto elegante, aunque informal.
Me quedo mirándolo un segundo más de la cuenta. Y pensando que he dormido con él esta
noche, y que, pese a los tequilas y las vomiteras, sigue aquí. No solo eso, sino que además quiere
llevarme a Seattle. ¿Por qué a mí? No lo entiendo. Cruzo la puerta recordando sus palabras: «Hay
algo en ti…». Bueno, el sentimiento es mutuo, señor Grey, y quiero descubrir cuál es tu secreto.
Recorremos el pasillo en silencio hasta el ascensor. Mientras esperamos, levanto un instante la
cabeza hacia él, que está mirándome de reojo. Sonrío y él frunce los labios.
Llega el ascensor y entramos. Estamos solos. De pronto, por alguna inexplicable razón,
probablemente por estar tan cerca en un lugar tan reducido, la atmósfera entre nosotros cambia y
se carga de eléctrica y excitante anticipación. Se me acelera la respiración y el corazón me late a
toda prisa. Gira un poco la cara hacia mí con ojos totalmente impenetrables. Me muerdo el labio.
—A la mierda el papeleo —brama.
Se abalanza sobre mí y me empuja contra la pared del ascensor. Antes de que me dé cuenta, me
sujeta las dos muñecas con una mano, me las levanta por encima de la cabeza y me inmoviliza
contra la pared con las caderas. Madre mía. Con la otra mano me agarra del pelo, tira hacia abajo
para levantarme la cara y pega sus labios a los míos. Casi me hace daño. Gimo, lo que le permite
aprovechar la ocasión para meterme la lengua y recorrerme la boca con experta pericia. Nunca
me han besado así. Mi lengua acaricia tímidamente la suya y se une a ella en una lenta y erótica
danza de roces y sensaciones, de sacudidas y empujes. Levanta la mano y me agarra la
mandíbula para que no mueva la cara. Estoy indefensa, con las manos unidas por encima de la
cabeza, la cara sujeta y sus caderas inmovilizándome. Siento su erección contra mi vientre. Dios
mío… Me desea. Nicholas Grey, el dios griego, me desea, y yo lo deseo a él, aquí… ahora, en el
ascensor.
—Eres… tan… dulce —murmura entrecortadamente.
El ascensor se detiene, se abre la puerta, y en un abrir y cerrar de ojos me suelta y se aparta de
mí. Tres hombres trajeados nos miran y entran sonriéndose. Me late el corazón a toda prisa. Me
siento como si hubiera subido corriendo por una gran pendiente. Quiero inclinarme y sujetarme las
rodillas, pero sería demasiado obvio.
Lo miro. Parece absolutamente tranquilo, como si hubiera estado haciendo el crucigrama del
Seattle Times. Qué injusto. ¿No le afecta lo más mínimo mi presencia? Me mira de reojo y deja
escapar un ligero suspiro. Vale, le afecta, y la pequeña diosa que llevo dentro menea las caderas
y baila una samba para celebrar la victoria. Los hombres de negocios se bajan en la primera
planta. Solo nos queda una.
—Te has lavado los dientes —me dice mirándome fijamente.
—He utilizado tu cepillo.
Sus labios esbozan una media sonrisa.
—Ay, ________ Steele, ¿qué voy a hacer contigo?
Las puertas se abren en la planta baja, me coge de la mano y tira de mí.
—¿Qué tendrán los ascensores? —murmura para sí mismo cruzando el vestíbulo a grandes
zancadas.
Lucho por mantener su paso, porque todo mi raciocinio se ha quedado desparramado por el suelo
y las paredes del ascensor número 3 del hotel Heathman.
CarolSwarovski
Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
Capitulo 6
Nicholas abre la puerta del copiloto del Audi 4 x 4 negro y subo. Menudo cochazo. No ha
mencionado el arrebato pasional del ascensor. ¿Debería decir algo yo? ¿Deberíamos comentarlo
o fingir que no ha pasado nada? Apenas parece real, mi primer beso con forcejeo. A medida que
avanzan los minutos, le asigno un carácter mítico, como una leyenda del rey Arturo o de la
Atlántida. No ha sucedido, nunca ha existido. Quizá me lo he imaginado. No. Me toco los labios,
hinchados por el beso. Sin la menor duda ha sucedido. Soy otra mujer. Deseo a este hombre
desesperadamente, y él me ha deseado a mí.
Lo miro. Nicholas está como siempre, correcto y ligeramente distante.
No entiendo nada.
Arranca el motor y abandona su plaza de parking. Enciende el equipo de música. El dulce y
mágico sonido de dos mujeres cantando invade el coche. Uau… Mis sentidos están alborotados,
así que me afecta el doble. Los escalofríos me recorren la columna vertebral. Nicholas conduce
de forma tranquila y confiada hacia la Southwest Park Avenue.
—¿Qué es lo que suena?
—Es el «Dúo de las flores» de Delibes, de la ópera Lakmé. ¿Te gusta?
—Nicholas, es precioso.
—Sí, ¿verdad?
Sonríe y me lanza una rápida mirada. Y por un momento parece de su edad, joven,
despreocupado y guapo hasta perder el sentido. ¿Es esta la clave para acceder a él? ¿La
música? Escucho las voces angelicales, sugerentes y seductoras.
—¿Puedes volver a ponerlo?
—Claro.
Nicholas pulsa un botón, y la música vuelve a acariciarme. Invade mis sentidos de forma lenta,
suave y dulce.
—¿Te gusta la música clásica? —le pregunto intentando hacer una incursión en sus gustos
personales.
—Mis gustos son eclécticos, _______. De Thomas Tallis a los Kings of Leon. Depende de mi
estado de ánimo. ¿Y los tuyos?
—Los míos también. Aunque no conozco a Thomas Tallis.
Se gira, me mira un instante y vuelve a fijar los ojos en la carretera.
—Algún día te tocaré algo de él. Es un compositor británico del siglo XVI. Música coral eclesiástica
de la época de los Tudor. —Me sonríe—. Suena muy esotérico, lo sé, pero es mágica.
Pulsa un botón y empiezan a sonar los Kings of Leon. A estos los conozco. «Sex on Fire.» Muy
oportuno. De pronto el sonido de un teléfono móvil interrumpe la música. Nicholas pulsa un botón
del volante.
—Grey —contesta bruscamente.
—Señor Grey, soy Welch. Tengo la información que pidió.
Una voz áspera e incorpórea que llega por los altavoces.
—Bien. Mándemela por e-mail. ¿Algo más?
—Nada más, señor.
Pulsa el botón, la llamada se corta y vuelve a sonar la música. Ni adiós ni gracias. Me alegro
mucho de no haberme planteado la posibilidad de trabajar para él. Me estremezco solo de
pensarlo. Es demasiado controlador y frío con sus empleados. El teléfono vuelve a interrumpir la
música.
—Grey.
—Le han mandado por e-mail el acuerdo de confidencialidad, señor Grey.
Es una voz de mujer.
—Bien. Eso es todo, Andrea.
—Que tenga un buen día, señor.
Nicholas cuelga pulsando el botón del volante. La música apenas ha empezado a sonar cuando
vuelve a sonar el teléfono. ¿En esto consiste su vida, en contestar una y otra vez al teléfono?
—Grey —dice bruscamente.
—Hola, Nicholas. ¿Has echado un polvo?
—Hola, Elliot… Estoy con el manos libres, y no voy solo en el coche.
Nicholas suspira.
—¿Quién va contigo?
Christian mueve la cabeza.
—_______ Steele.
—¡Hola, _______!
¡_______!
—Hola, Elliot.
—Me han hablado mucho de ti —murmura Elliot con voz ronca.
Nicholas frunce el ceño.
—No te creas una palabra de lo que te cuente Kate —digo.
Elliot se ríe.
—Estoy llevando a _______ a su casa —dice Nicholas recalcando mi nombre completo—.
¿Quieres que te recoja?
—Claro.
—Hasta ahora.
Nicholas cuelga y vuelve a sonar la música.
—¿Por qué te empeñas en llamarme __________?
—Porque es tu nombre.
—Prefiero _______.
—¿De verdad?
Casi hemos llegado a mi casa. No hemos tardado mucho.
—________… —me dice pensativo.
Lo miro con mala cara, pero no me hace caso.
—Lo que ha pasado en el ascensor… no volverá a pasar. Bueno, a menos que sea premeditado
—dice él.
Detiene el coche frente a mi casa. Me doy cuenta de pronto de que no me ha preguntado dónde
vivo. Ya lo sabe. Claro que sabe dónde vivo, porque me envió los libros. ¿Cómo no iba a saberlo
un acosador que sabe rastrear la localización de un móvil y que tiene un helicóptero?
¿Por qué no va a volver a besarme? Hago un gesto de disgusto al pensarlo. No lo entiendo. La
verdad es que debería apellidarse Enigmático, no Grey. Sale del coche y lo rodea caminando
con elegancia hasta mi puerta, que abre. Siempre es un perfecto caballero, excepto quizá en raros
y preciosos momentos en los ascensores. Me ruborizo al recordar su boca pegada a la mía y se
me pasa por la cabeza la idea de que yo no he podido tocarlo. Quería deslizar mis dedos por su
pelo alborotado, pero no podía mover las manos. Me siento, en retrospectiva, frustrada.
—A mí me ha gustado lo que ha pasado en el ascensor —murmuro saliendo del coche.
No estoy segura de si oigo un jadeo ahogado, pero decido hacer caso omiso y subo los escalones
de la entrada.
Kate y Elliot están sentados a la mesa. Los libros de catorce mil dólares no siguen allí,
afortunadamente. Tengo planes para ellos. Kate muestra una sonrisa ridícula y poco habitual en
ella, y su melena despeinada le da un aire muy sexy. Nicholas me sigue hasta el comedor, y
aunque Kate sonríe con cara de habérselo pasado en grande toda la noche, lo mira con
desconfianza.
—Hola, _______.
Se levanta para abrazarme y al momento se separa un poco y me mira de arriba abajo. Frunce el
ceño y se gira hacia Nicholas.
—Buenos días, Nicholas —le dice en tono ligeramente hostil.
—Señorita Kavanagh —le contesta en su envarado tono formal.
—Nicholas, se llama Kate —refunfuña Elliot.
—Kate.
Nicholas asiente con educación y mira a Elliot, que se ríe y se levanta para abrazarme él también.
—Hola, _______.
Sonríe y sus ojos azules brillan. Me cae bien al instante. Es obvio que no tiene nada que ver con
Nicholas, pero, claro, son hermanos adoptivos.
—Hola, Elliot.
Le sonrío y me doy cuenta de que estoy mordiéndome el labio.
—Elliot, tenemos que irnos —dice Nicholas en tono suave.
—Claro.
Se gira hacia Kate, la abraza y le da un beso interminable.
Vaya… meteos en una habitación. Me miro los pies, incómoda. Levanto los ojos hacia Nicholas,
que está mirándome fijamente. Le sostengo la mirada. ¿Por qué no me besas así? Elliot sigue
besando a Kate, la empuja hacia atrás y la hace doblarse de forma tan teatral que el pelo casi le
toca el suelo.
—Nos vemos luego, nena —le dice sonriente.
Kate se derrite. Nunca antes la había visto derritiéndose así. Me vienen a la cabeza las palabras
«hermosa» y «complaciente». Kate, complaciente. Elliot debe de ser buenísimo. Nicholas resopla
y me mira con expresión impenetrable, aunque quizá le divierte un poco la situación. Me coge un
mechón de pelo que se me ha salido de la coleta y me lo coloca detrás de la oreja. Se me corta la
respiración e inclino la cabeza hacia sus dedos. Sus ojos se suavizan y me pasa el pulgar por el
labio inferior. La sangre me quema las venas. Y al instante retira la mano.
—Nos vemos luego, nena —murmura.
No puedo evitar reírme, porque la frase no va con él. Pero aunque sé que está burlándose,
aquellas palabras se quedan clavadas dentro de mí.
—Pasaré a buscarte a las ocho.
Se da media vuelta, abre la puerta de la calle y sale al porche. Elliot lo sigue hasta el coche, pero
se vuelve y le lanza otro beso a Kate. Siento una inesperada punzada de celos.
—¿Por fin? —me pregunta Kate con evidente curiosidad mientras los observamos subir al coche y
alejarse.
—No —contesto bruscamente, con la esperanza de que eso impida que siga preguntándome.
Entramos en casa.
—Pero es evidente que tú sí —le digo.
No puedo disimular la envidia. Kate siempre se las arregla para cazar hombres. Es irresistible,
guapa, sexy, divertida, atrevida… Todo lo contrario que yo. Pero la sonrisa con la que me contesta
es contagiosa.
—Y he quedado con él esta noche.
Aplaude y da saltitos como una niña pequeña. No puede reprimir su entusiasmo y su alegría, y yo
no puedo evitar alegrarme por ella. Será interesante ver a Kate contenta.
—Esta noche Nicholas va a llevarme a Seattle.
—¿A Seattle?
—Sí.
—¿Y quizá allí…?
—Eso espero.
—Entonces te gusta, ¿no?
—Sí.
—¿Te gusta lo suficiente para…?
—Sí.
Alza las cejas.
—Uau. Por fin ______ Steele se enamora de un hombre, y es Nicholas Grey, el guapo y sexy
multimillonario.
—Claro, claro, es solo por el dinero.
Sonrío hasta que al final nos da un ataque de risa a las dos.
—¿Esa blusa es nueva? —me pregunta.
Le cuento los poco excitantes detalles de mi noche.
—¿Te ha besado ya? —me pregunta mientras prepara un café.
Me ruborizo.
—Una vez.
—¡Una vez! —exclama.
Asiento bastante avergonzada.
—Es muy reservado.
Kate frunce el ceño.
—Qué raro.
—No creo que la palabra sea «raro», la verdad.
—Tenemos que asegurarnos de que esta noche estés irresistible —me dice muy decidida.
Oh, no… Ya veo que va a ser un tiempo perdido, humillante y doloroso.
—Tengo que estar en el trabajo dentro de una hora.
—Me bastará con ese ratito. Vamos.
Kate me coge de la mano y me lleva a su habitación.
Aunque en Clayton’s tenemos trabajo, las horas pasan muy lentas. Como estamos en plena
temporada de verano, tengo que pasar dos horas reponiendo las estanterías después de haber
cerrado la tienda. Es un trabajo mecánico que me deja tiempo para pensar. La verdad es que en
todo el día no he podido hacerlo.
Siguiendo los incansables y francamente fastidiosos consejos de Kate, me he depilado las
piernas, las axilas y las cejas, así que tengo toda la piel irritada. Ha sido una experiencia muy
desagradable, pero Kate me asegura que es lo que los hombres esperan en estas circunstancias.
¿Qué más esperará Nicholas? Tengo que convencer a Kate de que quiero hacerlo. Por alguna
extraña razón no se fía de él, quizá porque es tan estirado y formal. Afirma que no sabría decir por
qué, pero le he prometido que le mandaría un mensaje en cuanto llegara a Seattle. No le he dicho
nada del helicóptero para que no le diera un pasmo.
También está el tema de José. Tengo tres mensajes y siete llamadas perdidas suyas en el móvil.
También ha llamado a casa dos veces. Kate no ha querido concretarle dónde estaba, así que
sabrá que está cubriéndome, porque Kate siempre es muy franca. Pero he decidido dejarle sufrir
un poco. Todavía estoy enfadada con él.
Nicholas comentó algo sobre unos papeles, y no sé si estaba de broma o si voy a tener que firmar
algo. Me desespera tener que andar conjeturando todo el tiempo. Y para colmo de desdichas,
estoy muy nerviosa. Hoy es el gran día. ¿Estoy preparada por fin? La diosa que llevo dentro me
observa golpeando impaciente el suelo con un pie. Hace años que está preparada, y está
preparada para cualquier cosa con Nicholas Grey, aunque todavía no entiendo qué ve en mí… la
timorata ______ Steele… No tiene sentido.
Es puntual, por supuesto, y cuando salgo de Clayton’s está esperándome, apoyado en la parte de
atrás del coche. Se incorpora para abrirme la puerta y me sonríe cordialmente.
—Buenas tardes, señorita Steele —me dice.
—Señor Grey.
Inclino la cabeza educadamente y entro en el asiento trasero del coche. Taylor está sentado al
volante.
—Hola, Taylor —le digo.
—Buenas tardes, señorita Steele —me contesta en tono educado y profesional.
Nicholas entra por la otra puerta y me aprieta la mano suavemente. Un escalofrío me recorre todo
el cuerpo.
—¿Cómo ha ido el trabajo? —me pregunta.
—Interminable —le contesto con voz ronca, demasiado baja y llena de deseo.
—Sí, a mí también se me ha hecho muy largo.
—¿Qué has hecho? —logro preguntarle.
—He ido de excursión con Elliot.
Me golpea los nudillos con el pulgar una y otra vez. El corazón deja de latirme y mi respiración se
acelera. ¿Cómo es posible que me afecte tanto? Solo está tocando una pequeña parte de mi
cuerpo, y ya se me han disparado las hormonas.
El helipuerto está cerca, así que, antes de que me dé cuenta, ya hemos llegado. Me pregunto
dónde estará el legendario helicóptero. Estamos en una zona de la ciudad llena de edificios, y
hasta yo sé que los helicópteros necesitan espacio para despegar y aterrizar. Taylor aparca, sale y
me abre la puerta. Al momento Nicholas está a mi lado y vuelve a cogerme de la mano.
—¿Preparada? —me pregunta.
Asiento. Quisiera decirle: «Para todo», pero estoy demasiado nerviosa para articular palabra.
—Taylor.
Hace un gesto al chófer, entramos en el edificio y nos dirigimos hacia los ascensores. ¡Un
ascensor! El recuerdo del beso de la mañana vuelve a obsesionarme. No he pensado en otra
cosa en todo el día. En Clayton’s no podía quitármelo de la cabeza. El señor Clayton ha tenido
que gritarme dos veces para que volviera a la Tierra. Decir que he estado distraída sería quedarse
muy corto. Nicholas me mira con una ligera sonrisa en los labios. ¡Ajá! También él está pensando
en lo mismo.
—Son solo tres plantas —me dice con ojos divertidos.
Tiene telepatía, seguro. Es espeluznante.
Intento mantener el rostro impasible cuando entramos en el ascensor. Las puertas se cierran y ahí
está la extraña atracción eléctrica, crepitando entre nosotros, apoderándose de mí. Cierro los ojos
en un vano intento de pasarla por alto. Me aprieta la mano con fuerza, y cinco segundos después
las puertas se abren en la terraza del edificio. Y ahí está, un helicóptero blanco con las palabras
GREY ENTERPRISES HOLDINGS, INC. en color azul y el logotipo de la empresa a un lado.
Seguro que esto es despilfarrar los recursos de la empresa.
Me lleva a un pequeño despacho en el que un hombre mayor está sentado a una mesa.
—Aquí tiene su plan de vuelo, señor Grey. Lo hemos revisado todo. Está listo, esperándole, señor.
Puede despegar cuando quiera.
—Gracias, Joe —le contesta Nicholas con una cálida sonrisa.
Vaya, alguien que merece que Nicholas lo trate con educación. Quizá no trabaja para él. Observo
al anciano asombrada.
—Vamos —me dice Nicholas.
Y nos dirigimos al helicóptero. De cerca es mucho más grande de lo que pensaba. Suponía que
sería un modelo pequeño, para dos personas, pero tiene como mínimo siete asientos. Nicholas
abre la puerta y me señala un asiento de los de delante.
—Siéntate. Y no toques nada —me ordena subiendo detrás de mí.
Cierra de un portazo. Me alegro de que toda la zona alrededor esté iluminada, porque de lo
contrario apenas vería nada en la cabina. Me acomodo en el asiento que me ha indicado y él se
inclina hacia mí para atarme el cinturón de seguridad. Es un arnés de cuatro bandas, todas ellas
unidas en una hebilla central. Aprieta tanto las dos bandas superiores que apenas puedo
moverme. Está pegado a mí, muy concentrado en lo que hace. Si pudiera inclinarme un poco
hacia delante, hundiría la nariz entre su pelo. Huele a limpio, a fresco, a gloria, pero estoy
firmemente atada al asiento y no puedo moverme. Levanta la mirada hacia mí y sonríe, como si le
divirtiera esa broma que solo él entiende. Le brillan los ojos. Está tentadoramente cerca. Contengo
la respiración mientras me aprieta una de las bandas superiores.
—Estás segura. No puedes escaparte —me susurra—. Respira, _________ —añade en tono dulce.
Se incorpora, me acaricia la mejilla y me pasa sus largos dedos por debajo de la mandíbula, que
sujeta con el pulgar y el índice. Se inclina hacia delante y me da un rápido y casto beso. Me quedo
impactada, revolviéndome por dentro ante el excitante e inesperado contacto de sus labios.
—Me gusta este arnés —me susurra.
¿Qué?
Se acomoda a mi lado, se ata a su asiento y empieza un largo protocolo de comprobar
indicadores, mover palancas y pulsar botones del alucinante despliegue de esferas, luces y
mandos. En varias esferas parpadean lucecitas, y todo el cuadro de mandos está iluminado.
—Ponte los cascos —me dice señalando unos auriculares frente a mí.
Me los pongo y el rotor empieza a girar. Es ensordecedor. Se pone también él los auriculares y
sigue moviendo palancas.
—Estoy haciendo todas las comprobaciones previas al vuelo.
Oigo la incorpórea voz de Nicholas por los auriculares. Me giro y le sonrío.
—¿Sabes lo que haces? —le pregunto.
Se gira y me sonríe.
—He sido piloto cuatro años, ________. Estás a salvo conmigo —me dice sonriéndome de oreja a
oreja—. Bueno, mientras estemos volando —añade guiñándome un ojo.
¡Nicholas me ha guiñado un ojo!
—¿Lista?
Asiento con los ojos muy abiertos.
—De acuerdo, torre de control. Aeropuerto de Portland, aquí Charlie Tango Golf-Golf Echo Hotel,
listo para despegar. Espero confirmación, cambio.
—Charlie Tango, adelante. Aquí aeropuerto de Portland, avance por uno-cuatro-mil, dirección
cero-uno-cero, cambio.
—Recibido, torre, aquí Charlie Tango. Cambio y corto. En marcha —añade dirigiéndose a mí.
El helicóptero se eleva por los aires lenta y suavemente.
Portland desaparece ante nosotros mientras nos introducimos en el espacio aéreo, aunque mi
estómago se queda anclado en Oregón. ¡Uau! Las luces van reduciéndose hasta convertirse en
un ligero parpadeo a nuestros pies. Es como mirar al exterior desde una pecera. Una vez en lo
alto, la verdad es que no se ve nada. Está todo muy oscuro. Ni siquiera la luna ilumina un poco
nuestro trayecto. ¿Cómo puede ver por dónde vamos?
—Inquietante, ¿verdad? —me dice Nicholas por los auriculares.
—¿Cómo sabes que vas en la dirección correcta?
—Aquí —me contesta señalando con su largo dedo un indicador con una brújula electrónica—. Es
un Eurocopter EC135. Uno de los más seguros. Está equipado para volar de noche. —Me mira y
sonríe—. En mi edificio hay un helipuerto. Allí nos dirigimos.
Pues claro que en su edificio hay un helipuerto. Me siento totalmente fuera de lugar. Las luces del
panel de control le iluminan ligeramente la cara. Está muy concentrado y no deja de controlar las
diversas esferas situadas frente a él. Observo sus rasgos con todo detalle. Tiene un perfil muy
bonito, la nariz recta y la mandíbula cuadrada. Me gustaría deslizar la lengua por su mandíbula.
No se ha afeitado, y su barba de dos días hace la perspectiva doblemente tentadora. Mmm… Me
gustaría sentir su aspereza bajo mi lengua y mis dedos, contra mi cara.
—Cuando vuelas de noche, no ves nada. Tienes que confiar en los aparatos —dice
interrumpiendo mi fantasía erótica.
—¿Cuánto durará el vuelo? —consigo decir, casi sin aliento.
No estaba pensando en sexo, para nada.
—Menos de una hora… Tenemos el viento a favor.
En Seattle en menos de una hora… No está nada mal. Claro, estamos volando.
Queda menos de una hora para que lo descubra todo. Siento todos los músculos de la barriga
contraídos. Tengo un grave problema con las mariposas. Se me reproducen en el estómago.
¿Qué me tendrá preparado?
—¿Estás bien, ________?
—Sí.
Le contesto con la máxima brevedad porque los nervios me oprimen.
Creo que sonríe, pero es difícil asegurarlo en la oscuridad. Nicholas acciona otro botón.
—Aeropuerto de Portland, aquí Charlie Tango, en uno-cuatro-mil, cambio.
Intercambia información con el control de tráfico aéreo. Me suena todo muy profesional. Creo que
estamos pasando del espacio aéreo de Portland al del aeropuerto de Seattle.
—Entendido, Seattle, preparado, cambio y corto.
Señala un puntito de luz en la distancia y dice:
—Mira. Aquello es Seattle.
—¿Siempre impresionas así a las mujeres? ¿«Ven a dar una vuelta en mi helicóptero»? —le
pregunto realmente interesada.
—Nunca he subido a una mujer al helicóptero, _______. También esto es una novedad —me
contesta en tono tranquilo, aunque serio.
Vaya, no me esperaba esta respuesta. ¿También una novedad? Ah, ¿se referirá a lo de dormir con
una mujer?
—¿Estás impresionada?
—Me siento sobrecogida, Nicholas.
Sonríe.
—¿Sobrecogida?
Por un instante vuelve a tener su edad.
Asiento.
—Lo haces todo… tan bien.
—Gracias, señorita Steele —me dice educadamente.
Creo que le ha gustado mi comentario, pero no estoy segura.
Durante un rato atravesamos la oscura noche en silencio. El punto de luz de Seattle es cada vez
mayor.
—Torre de Seattle a Charlie Tango. Plan de vuelo al Escala en orden. Adelante, por favor.
Preparado. Cambio.
—Aquí Charlie Tango, entendido, Seattle. Preparado, cambio y corto.
—Está claro que te divierte —murmuro.
—¿El qué?
Me mira. A la tenue luz de los instrumentos parece burlón.
—Volar —le contesto.
—Exige control y concentración… ¿cómo no iba a encantarme? Aunque lo que más me gusta es
planear.
—¿Planear?
—Sí. Vuelo sin motor, para que me entiendas. Planeadores y helicópteros. Piloto las dos cosas.
—Vaya.
Aficiones caras. Recuerdo que me lo dijo en la entrevista. A mí me gusta leer, y de vez en cuando
voy al cine. Nada que ver.
—Charlie Tango, adelante, por favor, cambio.
La voz incorpórea del control de tráfico aéreo interrumpe mis fantasías. Nicholas contesta en tono
seguro de sí mismo.
Seattle está cada vez más cerca. Ahora estamos a las afueras. ¡Uau! Es absolutamente
impresionante. Seattle de noche, desde el cielo…
—Es bonito, ¿verdad? —me pregunta Nicholas en un murmullo.
Asiento entusiasmada. Parece de otro mundo, irreal, y siento como si estuviera en un estudio de
cine gigante, quizá de la película favorita de José, Blade Runner. El recuerdo de José intentando
besarme me incomoda. Empiezo a sentirme un poco cruel por no haber contestado a sus
llamadas. Seguro que puede esperar hasta mañana.
—Llegaremos en unos minutos —murmura Nicholas.
Y de repente siento que me zumban los oídos, que se me dispara el corazón y que la adrenalina
me recorre el cuerpo. Empieza a hablar de nuevo con el control de tráfico aéreo, pero ya no lo
escucho. Creo que voy a desmayarme. Mi destino está en sus manos.
Volamos entre edificios, y frente a nosotros veo un rascacielos con un helipuerto en la azotea. En
ella está pintada en color azul la palabra ESCALA. Está cada vez más cerca, se va haciendo cada
vez más grande… como mi ansiedad. Espero que no se dé cuenta. No quiero decepcionarlo.
Ojalá hubiera hecho caso a Kate y me hubiera puesto uno de sus vestidos, pero me gustan mis
vaqueros negros, y llevo una camisa verde y una chaqueta negra de Kate. Voy bastante elegante.
Me agarro al extremo de mi asiento cada vez con más fuerza. Tú puedes, tú puedes, me repito
como un mantra mientras nos acercamos al rascacielos.
El helicóptero reduce la velocidad y se queda suspendido en el aire. Nicholas aterriza en la pista
de la azotea del edificio. Tengo un nudo en el estómago. No sabría decir si son nervios por lo que
va a suceder, o alivio por haber llegado vivos, o miedo a que la cosa no vaya bien. Apaga el motor,
y el movimiento y el ruido del rotor van disminuyendo hasta que lo único que oigo es el sonido de
mi respiración entrecortada. Nicholas se quita los auriculares y se inclina para quitarme los míos.
—Hemos llegado —me dice en voz baja.
Su mirada es intensa, la mitad en la oscuridad y la otra mitad iluminada por las luces blancas de
aterrizaje. Una metáfora muy adecuada para Nicholas: el caballero oscuro y el caballero blanco.
Parece tenso. Aprieta la mandíbula y entrecierra los ojos. Se desabrocha el cinturón de seguridad
y se inclina para desabrocharme el mío. Su cara está a centímetros de la mía.
—No tienes que hacer nada que no quieras hacer. Lo sabes, ¿verdad?
Su tono es muy serio, incluso angustiado, y sus ojos, ardientes. Me pilla por sorpresa.
—Nunca haría nada que no quisiera hacer, Nicholas.
Y mientras lo digo, siento que no estoy del todo convencida, porque en estos momentos
seguramente haría cualquier cosa por el hombre que está sentado a mi lado. Pero mis palabras
funcionan y Nicholas se calma.
Me mira un instante con cautela y luego, pese a ser tan alto, se mueve con elegancia hasta la
puerta del helicóptero y la abre. Salta, me espera y me coge de la mano para ayudarme a bajar a
la pista. En la azotea del edificio hace mucho viento y me pone nerviosa el hecho de estar en un
espacio abierto a unos treinta pisos de altura. Nicholas me pasa el brazo por la cintura y tira de
mí.
—Vamos —me grita por encima del ruido del viento.
Me arrastra hasta un ascensor, teclea un número en un panel, y la puerta se abre. En el ascensor,
completamene revestido de espejos, hace calor. Puedo ver a Nicholas hasta el infinito mire hacia
donde mire, y lo bonito es que también me tiene cogida hasta el infinito. Teclea otro código, las
puertas se cierran y el ascensor empieza a bajar.
Al momento estamos en un vestíbulo totalmente blanco. En medio hay una mesa redonda de
madera oscura con un enorme ramo de flores blancas. Las paredes están llenas de cuadros. Abre
una puerta doble, y el blanco se prolonga por un amplio pasillo que nos lleva hasta la entrada de
una habitación inmensa. Es el salón principal, de techos altísimos. Calificarlo de «enorme» sería
quedarse muy corto. La pared del fondo es de cristal y da a un balcón con magníficas vistas a la
ciudad.
A la derecha hay un imponente sofá en forma de U en el que podrían sentarse cómodamente diez
personas. Frente a él, una chimenea ultramoderna de acero inoxidable… o a saber, quizá sea de
platino. El fuego encendido llamea suavemente. A la izquierda, junto a la entrada, está la zona de
la cocina. Toda blanca, con la encimera de madera oscura y una barra en la que pueden sentarse
seis personas.
Junto a la zona de la cocina, frente a la pared de cristal, hay una mesa de comedor rodeada de
dieciséis sillas. Y en el rincón hay un enorme piano negro y resplandeciente. Claro… seguramente
también toca el piano. En todas las paredes hay cuadros de todo tipo y tamaño. En realidad, el
apartamento parece más una galería que una vivienda.
—¿Me das la chaqueta? —me pregunta Nicholas.
Niego con la cabeza. He cogido frío en la pista del helicóptero.
—¿Quieres tomar una copa? —me pregunta.
Parpadeo. ¿Después de lo que pasó ayer? ¿Está de broma o qué? Por un segundo pienso en
pedirle un margarita, pero no me atrevo.
—Yo tomaré una copa de vino blanco. ¿Quieres tú otra?
—Sí, gracias —murmuro.
Me siento incómoda en este enorme salón. Me acerco a la pared de cristal y me doy cuenta de
que la parte inferior del panel se abre al balcón en forma de acordeón. Abajo se ve Seattle,
iluminada y animada. Retrocedo hacia la zona de la cocina —tardo unos segundos, porque está
muy lejos de la pared de cristal—, donde Nicholas está abriendo una botella de vino. Se ha
quitado la chaqueta.
—¿Te parece bien un Pouilly Fumé?
—No tengo ni idea de vinos, Nicholas. Estoy segura de que será perfecto.
Hablo en voz baja y entrecortada. El corazón me late muy deprisa. Quiero salir corriendo. Esto es
lujo de verdad, de una riqueza exagerada, tipo Bill Gates. ¿Qué estoy haciendo aquí? Sabes muy
bien lo que estás haciendo aquí, se burla mi subconsciente. Sí, quiero irme a la cama con
Nicholas Grey.
—Toma —me dice tendiéndome una copa de vino.
Hasta las copas son lujosas, de cristal grueso y muy modernas. Doy un sorbo. El vino es ligero,
fresco y delicioso.
—Estás muy callada y ni siquiera te has puesto roja. La verdad es que creo que nunca te había
visto tan pálida, _________ —murmura—. ¿Tienes hambre?
Niego con la cabeza. No de comida.
—Qué casa tan grande.
—¿Grande?
—Grande.
—Es grande —admite con una mirada divertida.
Doy otro sorbo de vino.
—¿Sabes tocar? —le pregunto señalando el piano.
—Sí.
—¿Bien?
—Sí.
—Claro, cómo no. ¿Hay algo que no hagas bien?
—Sí… un par o tres de cosas.
Da un sorbo de vino sin quitarme los ojos de encima. Siento que su mirada me sigue cuando me
giro y observo el inmenso salón. Pero no debería llamarlo «sala». No es un salón, sino una
declaración de principios.
—¿Quieres sentarte?
Asiento con la cabeza. Me coge de la mano y me lleva al gran sofá de color crema. Mientras me
siento, me asalta la idea de que parezco Tess Durbeyfield observando la nueva casa del notario
Alec d’Urberville. La idea me hace sonreír.
—¿Qué te parece tan divertido?
Está sentado a mi lado, mirándome. Ha apoyado el codo derecho en el respaldo del sofá, con la
mano bajo la barbilla.
—¿Por qué me regalaste precisamente Tess, la de los d’Urberville? —le pregunto.
Nicholas me mira fijamente un momento. Creo que le ha sorprendido mi pregunta.
—Bueno, me dijiste que te gustaba Thomas Hardy.
—¿Solo por eso?
Hasta yo soy consciente de que mi voz suena decepcionada. Aprieta los labios.
—Me pareció apropiado. Yo podría empujarte a algún ideal imposible, como Angel Clare, o
corromperte del todo, como Alec d’Urberville —murmura.
Sus ojos brillan, impenetrables y peligrosos.
—Si solo hay dos posibilidades, elijo la corrupción —susurro mirándole.
Mi subconsciente me observa asombrada. Nicholas se queda boquiabierto.
—________, deja de morderte el labio, por favor. Me desconcentras. No sabes lo que dices.
—Por eso estoy aquí.
Frunce el ceño.
—Sí. ¿Me disculpas un momento?
Desaparece por una gran puerta al otro extremo del salón. A los dos minutos vuelve con unos
papeles en las manos.
—Esto es un acuerdo de confidencialidad. —Se encoge de hombros y parece ligeramente
incómodo—. Mi abogado ha insistido.
Me lo tiende. Estoy totalmente perpleja.
—Si eliges la segunda opción, la corrupción, tendrás que firmarlo.
—¿Y si no quiero firmar nada?
—Entonces te quedas con los ideales de Angel Clare, bueno, al menos en la mayor parte del libro.
—¿Qué implica este acuerdo?
—Implica que no puedes contar nada de lo que suceda entre nosotros. Nada a nadie.
Lo observo sin dar crédito. Mierda. Tiene que ser malo, malo de verdad, y ahora tengo mucha
curiosidad por saber de qué se trata.
—De acuerdo, lo firmaré.
Me tiende un bolígrafo.
—¿Ni siquiera vas a leerlo?
—No.
Frunce el ceño.
—________, siempre deberías leer todo lo que firmas —me riñe.
—Nicholas, lo que no entiendes es que en ningún caso hablaría de nosotros con nadie. Ni
siquiera con Kate. Así que lo mismo da si firmo un acuerdo o no. Si es tan importante para ti o
para tu abogado… con el que es obvio que hablas de mí, de acuerdo. Lo firmaré.
Me observa fijamente y asiente muy serio.
—Buena puntualización, señorita Steele.
Firmo con gesto grandilocuente las dos copias y le devuelvo una. Doblo la otra, me la meto en el
bolso y doy un largo sorbo de vino. Parezco mucho más valiente de lo que en realidad me siento.
—¿Quiere decir eso que vas a hacerme el amor esta noche, Nicholas?
¡Maldita sea! ¿Acabo de decir eso? Abre ligeramente la boca, pero enseguida se recompone.
—No, _______, no quiere decir eso. En primer lugar, yo no hago el amor. Yo follo… duro. En
segundo lugar, tenemos mucho más papeleo que arreglar. Y en tercer lugar, todavía no sabes de
lo que se trata. Todavía podrías salir corriendo. Ven, quiero mostrarte mi cuarto de juegos.
Me quedo boquiabierta. ¡Follo duro! Madre mía. Suena de lo más excitante. Pero ¿por qué vamos
a ver un cuarto de juegos? Estoy perpleja.
—¿Quieres jugar con la Xbox? —le pregunto.
Se ríe a carcajadas.
—No, ______, ni a la Xbox ni a la PlayStation. Ven.
Se levanta y me tiende la mano. Dejo que me lleve de nuevo al pasillo. A la derecha de la puerta
doble por la que entramos hay otra puerta que da a una escalera. Subimos al piso de arriba y
giramos a la derecha. Se saca una llave del bolsillo, la gira en la cerradura de otra puerta y respira
hondo.
—Puedes marcharte en cualquier momento. El helicóptero está listo para llevarte a donde quieras.
Puedes pasar la noche aquí y marcharte mañana por la mañana. Lo que decidas me parecerá
bien.
—Abre la maldita puerta de una vez, Nicholas.
Abre la puerta y se aparta a un lado para que entre yo primero. Vuelvo a mirarlo. Quiero saber lo
que hay ahí dentro. Respiro hondo y entro.
Y siento como si me hubiera transportado al siglo XVI, a la época de la Inquisición española.
:o
CarolSwarovski
Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
:O ohmy... ya me imagino, quiero saber que pasa!!! :D
Den -The Lonely Girl-
Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
Sube lo demás capítulos porfa que nos tienes a todos con la intriga ;P
Graciaas
Graciaas
guachupini
Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada
Nueva Lectora :wut: La Tienes Que Seguir No Nos Puedes Dejar Asi Siguela Porfavor Te Lo Ruego
vicko_ayar
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