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50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada

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Mensaje por JBMiCyDemzYat Dom 22 Jul 2012, 10:31 pm

Hola! Justo andaba buscando una pagina para descargar el libro pero no encontre ninguna y pense en la web y busque la nove y aqui esta!
Gracias por subirla! en verdad muero por leerla!
los caps que subiste ya me dejaron picada! hahaha :)
Sube pronto ;)
JBMiCyDemzYat
JBMiCyDemzYat


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50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada - Página 2 Empty Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada

Mensaje por mariana5897 Miér 25 Jul 2012, 10:36 pm

Awwww siguela!! =)
mariana5897
avatar


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50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada - Página 2 Empty Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada

Mensaje por Den -The Lonely Girl- Jue 26 Jul 2012, 1:40 am

Genial, se encuentran de nuevo y siii que se encuentren una vez más, rápido un fotógrafo aaaaah que emocionante, siguela cuando puedas :D
Den -The Lonely Girl-
Den -The Lonely Girl-


http://justmejusti.blogspot.mx/

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50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada - Página 2 Empty Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada

Mensaje por Caro91 Vie 27 Jul 2012, 1:51 am

ahhhhhhhhhhhh :affraid:
ya quiero saber que más pasara
es que cada vez es
más interesante :face:
síguela... :bounce:


saludos...
xoxo, Caro
Caro91
Caro91


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50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada - Página 2 Empty Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada

Mensaje por CarolSwarovski Vie 27 Jul 2012, 11:40 am

Gracias por todos vuestros comentarios!!
Bienvenidas a las lectoras nuevas :D
me alegro que os guste la novela porque a mi me encanta, sobre todo el señor Grey :arre:
disfrutar!!


Capitulo 3 Parte 1



Kate se pone loca de contenta.
—Pero ¿qué hacía en Clayton’s?
Su curiosidad rezuma por el teléfono. Estoy al fondo del almacén e intento que mi voz suene
despreocupada.
—Pasaba por aquí.
—Me parece demasiada casualidad, ________. ¿No crees que ha ido a verte?
El corazón me da un brinco al planteármelo, pero la alegría dura poco. La triste y decepcionante
realidad es que había venido por trabajo.
—Ha venido a visitar el departamento de agricultura de la universidad. Financia una investigación
—murmuro.
—Sí, sí. Ha concedido al departamento una subvención de dos millones y medio de dólares.
Uau.
—¿Cómo lo sabes?
—______, soy periodista y he escrito un artículo sobre este tipo. Mi obligación es saberlo.
—Vale, Carla Bernstein, no te sulfures. Bueno, ¿quieres esas fotos?
—Pues claro. El problema es quién va a hacerlas y dónde.
—Podríamos preguntarle a él dónde. Ha dicho que se quedaría por la zona.
—¿Puedes contactar con él?
—Tengo su móvil.
Kate pega un grito.
—¿El soltero más rico, más escurridizo y más enigmático de todo el estado de Washington te ha
dado su número de móvil?
—Bueno… sí.
—¡_______! Le gustas. No tengo la menor duda —afirma categóricamente.
—Kate, solo pretende ser amable.
Pero incluso mientras lo digo sé que no es verdad. Nicholas Grey no es amable. Es educado,
quizá. Y una vocecita me susurra: Tal vez Kate tiene razón. Se me eriza el vello solo de pensar
que quizá, solo quizá, podría gustarle. Después de todo, es cierto que me ha dicho que se
alegraba de que Kate no le hubiera hecho la entrevista. Me abrazo a mí misma con silenciosa
alegría y giro a derecha e izquierda considerando la posibilidad de que por un instante pueda
gustarle. Kate me devuelve al presente.
—No sé cómo podremos hacer la sesión. Levi, nuestro fotógrafo habitual, no puede. Ha ido a
Idaho Falls a pasar el fin de semana con su familia. Se mosqueará cuando sepa que ha perdido la
ocasión de fotografiar a uno de los empresarios más importantes del país.
—Mmm… ¿Y José?
—¡Buena idea! Pídeselo tú. Haría cualquier cosa por ti. Luego llamas a Grey y le preguntas dónde
quiere que vayamos.
Kate es insufriblemente desdeñosa con José.
—Creo que deberías llamarlo tú.
—¿A quién? ¿A José? —me pregunta en tono de burla.
—No, a Grey.
—_______, eres tú la que tiene trato con él.
—¿Trato? —exclamo subiendo el tono varias octavas—. Apenas conozco a ese tipo.
—Al menos has hablado con él —dice implacable—. Y parece que quiere conocerte mejor. _______,
llámalo y punto.
Y me cuelga. A veces es muy autoritaria. Frunzo el ceño y le saco la lengua al teléfono.
Estoy dejándole un mensaje a José cuando Paul entra en el almacén a buscar papel de lija.
—_______, tenemos trabajo ahí fuera —me dice sin acritud.
—Sí, perdona —murmuro, y me doy la vuelta para salir.
—¿De qué conoces a Nicholas Grey?
Paul intenta mostrarse indiferente, pero no lo consigue.
—Tuve que entrevistarlo para la revista de la facultad. Kate no se encontraba bien.
Me encojo de hombros intentando no darle importancia, pero no lo hago mucho mejor que él.
—Nicholas Grey en Clayton’s. Imagínate —resopla Paul sorprendido. Mueve la cabeza, como si
quisiera aclararse las ideas—. Bueno, ¿te apetece que salgamos a tomar algo esta noche?
Cada vez que vuelve a casa me propone salir, y siempre le digo que no. Es un ritual. Nunca me ha
parecido buena idea salir con el hermano del jefe, y además Paul es mono como podría serlo el
vecino de al lado, pero, por más imaginación que le eches no puede ser un héroe literario. ¿Lo es
Grey?, me pregunta mi subconsciente alzando su imaginaria ceja. La hago callar.
—¿No tenéis cena familiar por el cumpleaños de tu hermano?
—Mañana.
—Quizá otro día, Paul. Esta noche tengo que estudiar. Tengo exámenes finales la semana que
viene.
—_______, un día de estos me dirás que sí —me dice sonriendo.
Y vuelvo a la tienda.
—Pero yo hago paisajes, ________, no retratos —refunfuña José.
—José, por favor —le suplico.
Con el móvil en la mano, recorro el salón de casa contemplando la luz del atardecer al otro lado
de la ventana.
—Dame el teléfono.
Kate me lo quita retirándose bruscamente el pelo rubio rojizo del hombro.
—Escúchame, José Rodríguez, si quieres que nuestra revista cubra la inauguración de tu
exposición, nos harás la sesión mañana, ¿entendido?
Kate puede ser increíblemente dura.
—Bien. _______ volverá a llamarte para decirte dónde y a qué hora. Nos vemos mañana.
Y cuelga el móvil.
—Solucionado. Ahora lo único que nos queda es decidir dónde y cuándo. Llámalo.
Me tiende el teléfono. Siento un nudo en el estómago.
—¡Llama a Grey ahora mismo!
La miro ceñuda y saco la tarjeta de Grey del bolsillo trasero de mis pantalones. Respiro larga y
profundamente, y marco el número con dedos temblorosos.
Contesta al segundo tono con voz tranquila y fría.
—Grey.
—¿Se… Señor Grey? Soy ________ Steele.
No reconozco mi propia voz. Estoy muy nerviosa. Grey se queda un segundo en silencio. Estoy
temblando.
—Señorita Steele. Un placer tener noticias suyas.
Le ha cambiado la voz. Creo que se ha sorprendido, y suena muy… cálido. Incluso seductor. Se
me corta la respiración y me ruborizo. De pronto me doy cuenta de que Katherine Kavanagh está
observándome boquiabierta, así que salgo disparada hacia la cocina para evitar su inoportuna
mirada escrutadora.
—Bueno… Nos gustaría hacer la sesión fotográfica para el artículo.
Respira, _______, respira. Mis pulmones absorben una rápida bocanada de aire.
—Mañana, si no tiene problema. ¿Dónde le iría bien?
Casi puedo oír su sonrisa de esfinge al otro lado del teléfono.
—Me alojo en el hotel Heathman de Portland. ¿Le parece bien a las nueve y media de la mañana?
—Muy bien, nos vemos allí.
Estoy pletórica y sin aliento. Parezco una cría, no una mujer adulta que puede votar y beber
alcohol en el estado de Washington.
—Lo estoy deseando, señorita Steele.
Veo el destello malévolo en sus ojos grises. ¿Cómo consigue que tan solo cinco palabras
encierren una promesa tan tentadora? Cuelgo. Kate está en la cocina, observándome con una
mirada de total y absoluta consternación.
—________ Rose Steele. ¡Te gusta! Nunca te había visto ni te había oído tan… tan… alterada por
nadie. Te has puesto roja.
—Kate, ya sabes que me pongo roja por nada. Lo hago por deporte. No seas ridícula —le
contesto enfadada.
Kate parpadea sorprendida. Es muy raro que yo me enrabie, y si lo hago, se me pasa enseguida.
—Me intimida… Eso es todo.
—En el Heathman, nada menos —murmura Kate—. Voy a llamar al gerente para negociar con él
un lugar para la sesión.
—Yo voy a hacer la cena. Luego tengo que estudiar.
Abro un armario para empezar a preparar la cena, sin poder disimular que estoy mosqueada con
ella.
Esa noche estoy intranquila, no paro de moverme y de dar vueltas en la cama. Sueño con ojos
grises, monos de trabajo, piernas largas, dedos largos y lugares muy oscuros e inexplorados. Me
despierto dos veces con el corazón latiéndome a toda velocidad. Si no pego ojo, mañana voy a
tener una pinta estupenda, me regaño a mí misma. Doy un golpe sobre la almohada e intento
calmarme.
El Heathman está en el centro de Portland. Terminaron el impresionante edificio de piedra marrón
justo a tiempo para el crack de finales de los años veinte. José, Travis y yo vamos en mi
Escarabajo, y Kate en su CLK, porque en mi coche no cabemos todos. Travis es amigo y
ayudante de José, y ha venido a echarle una mano con la iluminación. Kate ha conseguido que
nos dejen utilizar una habitación del Heathman a cambio de mencionar el hotel en el artículo.
Cuando explica en la recepción que hemos venido a fotografiar al empresario Nicholas Grey, nos
suben de inmediato a una suite. Pero a una normal, porque al parecer el señor Grey está alojado
en la suite más grande del edificio. Un responsable de marketing demasiado entusiasta nos
muestra la suite. Es jovencísimo y por alguna razón está muy nervioso. Sospecho que la belleza
de Kate y su aire autoritario lo desarman, porque hace con él lo que quiere. Las habitaciones son
elegantes, sobrias y con muebles de calidad.
Son las nueve. Tenemos media hora para prepararlo todo. Kate va de un lado a otro.
—José, creo que lo colocaremos delante de esta pared. ¿Estás de acuerdo? —No espera a que le
responda—. Travis, retira las sillas. ________, ¿puedes pedir que nos traigan unos refrescos? Y dile a
Grey que estamos aquí.
Sí, ama. Es tan dominanta… Pongo los ojos en blanco, pero hago lo que me pide.
Media hora después Nicholas Grey entra en nuestra suite.
¡Madre mía! Lleva una camisa blanca con el cuello abierto y unos pantalones grises de franela
que le caen de forma muy seductora sobre las caderas. Todavía lleva el pelo mojado. Al mirarlo se
me seca la boca… Está alucinantemente bueno. Entra en la suite acompañado de un hombre
de treinta y pico años, con el pelo rapado, un elegante traje negro y corbata, que se queda en
silencio en una esquina. Sus ojos castaños nos miran impasibles.
—Señorita Steele, volvemos a vernos.
Grey me tiende la mano, que estrecho mientras parpadeo rápidamente. ¡Dios mío!… Está
realmente… Cuando le toco la mano, siento esa agradable corriente que me recorre el cuerpo
entero, me enciende y hace que me ruborice. Estoy convencida de que todo el mundo puede oír
mi respiración irregular.
—Señor Grey, le presento a Katherine Kavanagh —susurro señalando a Kate, que se acerca y lo
mira directamente a los ojos.
—La tenaz señorita Kavanagh. ¿Qué tal está? —Sonríe ligeramente y parece realmente divertido
—. Espero que se encuentre mejor. ________ me dijo que la semana pasada estuvo enferma.
—Estoy bien, gracias, señor Grey.
Le estrecha la mano con fuerza sin pestañear. Me recuerdo a mí misma que Kate ha ido a las
mejores escuelas privadas de Washington. Su familia tiene dinero, así que ha crecido segura de sí
misma y de su lugar en el mundo. No se anda con tonterías. A mí me impresiona.
—Gracias por haber encontrado un momento para la sesión —le dice con una sonrisa educada y
profesional.
—Es un placer —le contesta Grey lanzándome una mirada.
Vuelvo a ruborizarme. Maldita sea.
—Este es José Rodríguez, nuestro fotógrafo —le digo.
Y sonrío a José, que me devuelve una sonrisa cariñosa y luego mira a Grey con frialdad.
—Señor Grey —lo saluda con un movimiento de cabeza.
—Señor Rodríguez.
La expresión de Grey también cambia mientras observa a José.
—¿Dónde quiere que me coloque? —le pregunta Grey en tono ligeramente amenazador.
Pero Katherine no está dispuesta a dejar que José lleve la voz cantante.
—Señor Grey, ¿puede sentarse aquí, por favor? Tenga cuidado con los cables. Y luego haremos
también unas cuantas de pie.
Le indica una silla colocada contra una pared.
Travis enciende las luces, que por un momento ciegan a Grey, y susurra una disculpa. Luego él y
yo nos quedamos atrás y observamos a José mientras toma las fotografías. Hace varias con la
cámara en la mano, pidiéndole a Grey que se gire a un lado, al otro, que mueva un brazo y que
vuelva a bajarlo. Luego coloca la cámara en el trípode y sigue haciendo fotos de Grey sentado,
posando pacientemente y con naturalidad, durante unos veinte minutos. Mi deseo se ha hecho
realidad: admiro a Grey desde una distancia no tan larga. En dos ocasiones nuestros ojos se
encuentran y tengo que apartar la mirada de la suya, tan inextricable.
—Ya tenemos bastantes sentado —interrumpe Katherine—. ¿Puede ponerse de pie, señor Grey?
Se levanta y Travis corre a retirar la silla. El obturador de la Nikon de José empieza a chasquear
de nuevo.
—Creo que ya tenemos suficientes —anuncia José cinco minutos después.
—Muy bien —dice Kate—. Gracias de nuevo, señor Grey.
Le estrecha la mano, y también José.
—Me encantará leer su artículo, señorita Kavanagh —murmura Grey, y se vuelve hacia mí, que
estoy junto a la puerta—. ¿Viene conmigo, señorita Steele? —me pregunta.
—Claro —le contesto totalmente desconcertada.
Miro nerviosa a Kate, que se encoge de hombros. Veo que José, que está detrás de ella, pone
mala cara.
—Que tengan un buen día —dice Grey abriendo la puerta y apartándose a un lado para que yo
salga primero.
Pero… ¿De qué va todo esto? ¿Qué quiere? Me detengo en el pasillo y me muevo nerviosa
mientras Grey sale de la habitación seguido por el tipo rapado y trajeado.
—Enseguida le aviso, Taylor —murmura al rapado.
Taylor se aleja por el pasillo y Grey dirige su ardiente mirada gris hacia mí. Mierda… ¿He hecho
algo mal?
—Me preguntaba si le apetecería tomar un café conmigo.
CarolSwarovski
CarolSwarovski


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50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada - Página 2 Empty Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada

Mensaje por Den -The Lonely Girl- Dom 29 Jul 2012, 2:45 am

:O Una cita con Nicholas Grey, rayita tienes que estar loca para decirle que no, siguela lo más pronto que puedas, estaré esperando :D
Den -The Lonely Girl-
Den -The Lonely Girl-


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50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada - Página 2 Empty Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada

Mensaje por Sunny Dom 29 Jul 2012, 1:56 pm

Nueva Lectora!
Dios...me encanta la nove!
Escuche este libro por Selena Gomez y dije:me lo voy a comprar..
Y justo me encuentro con que adaptabas la nove y empece a leerla!
Amo a Nicholas....me lo imagino en la sesión de fotos!!
Espero que la sigas pronto y si puedes pásate por mis noves!
Besos
Sunny
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50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada - Página 2 Empty Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada

Mensaje por HeyItsLupitaNJ Dom 29 Jul 2012, 5:48 pm

Wooow genial el capitulo! ;) me gusta! :D
bueno, justo estoy leyendo el segundo libro de la
trilogía, es genial, incluso mejor que el primero! ;)
no puedo esperar para ver como acaban Christian & Ana! :twisted:
me encanta leer de nuevo este libro, así que siguela! :P :lol!:
HeyItsLupitaNJ
HeyItsLupitaNJ


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50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada - Página 2 Empty Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada

Mensaje por Albani Lun 30 Jul 2012, 12:41 pm

:O POR UN CAFE SE EMPIEZA JAJAAJAJAJAJAJAJAJAJA OK NO ._. SIGUELA PRONTO :*
Albani
Albani


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Mensaje por CarolSwarovski Jue 02 Ago 2012, 2:24 pm

Hola a todas!!! como estan? espero que genial
muchas gracias por vuestros comentarios y disfrutar de la segunda parte del cap!!


Capitulo 3 Parte 2



El corazón se me sube de golpe a la boca. ¿Una cita? Nicholas Grey está pidiéndome una cita.
Está preguntándote si quieres un café. Quizá piensa que todavía no te has despertado, me suelta
mi subconsciente en tono burlón. Carraspeo e intento controlar los nervios.
—Tengo que llevar a todos a casa —murmuro en tono de disculpa retorciendo las manos y los
dedos.
—¡Taylor! —grita.
Pego un bote. Taylor, que se había quedado esperando al fondo del pasillo, se vuelve y regresa
con nosotros.
—¿Van a la universidad? —me pregunta Grey en voz baja.
Asiento, porque estoy demasiado aturdida para contestar.
—Taylor puede llevarlos. Es mi chófer. Tenemos un 4 x 4 grande, así que puede llevar también el
equipo.
—¿Señor Grey? —pregunta Taylor cuando llega hasta nosotros con rostro inexpresivo.
—¿Puede llevar a su casa al fotógrafo, su ayudante y la señorita Kavanagh, por favor?
—Por supuesto, señor —le contesta Taylor.
—Arreglado. ¿Puede ahora venir conmigo a tomar un café?
Grey sonríe dándolo por hecho.
Frunzo el ceño.
—Verá… señor Grey… esto… la verdad… Mire, no es necesario que Taylor los lleve. —Lanzo una
rápida mirada a Taylor, que sigue estoicamente impasivo—. Puedo intercambiar el coche con
Kate, si me espera un momento.
Grey me dedica una sonrisa de oreja a oreja deslumbrante y natural. Madre mía… Abre la puerta
de la suite y la sostiene para que pase. Entro deprisa y encuentro a Katherine en plena discusión
con José.
—________, creo que no hay duda de que le gustas —me dice sin el menor preámbulo.
José me mira ceñudo.
—Pero no me fío de él —añade Kate.
Levanto la mano con la esperanza de que se calle, y milagrosamente lo hace.
—Kate, ¿puedes llevarte a Wanda y dejarme tu coche?
—¿Por qué?
—Nicholas Grey me ha pedido que vaya a tomar un café con él.
Se queda boquiabierta, sin saber qué decir. Disfruto del momento. Me coge del brazo y me
arrastra hasta el dormitorio, al fondo de la sala de estar de la suite.
—________, es un tipo raro —me advierte—. Es muy guapo, de acuerdo, pero creo que es peligroso.
Especialmente para alguien como tú.
—¿Qué quieres decir con eso de alguien como yo? —le pregunto ofendida.
—Una inocente como tú, ________. Ya sabes lo que quiero decir —me contesta un poco enfadada.
Me ruborizo.
—Kate, solo es un café. Empiezo los exámenes esta semana y tengo que estudiar, así que no me
alargaré mucho.
Arruga los labios, como si estuviera considerando mi petición. Al final se saca las llaves del bolsillo
y me las da. Le doy las mías.
—Nos vemos luego. No tardes, o pediré que vayan a rescatarte.
—Gracias.
La abrazo.
Salgo de la suite y encuentro a Nicholas Grey esperándome apoyado en la pared. Parece un
modelo posando para una sofisticada revista de moda.
—Ya está. Vamos a tomar un café —murmuro enrojeciendo de nuevo.
Sonríe.
—Usted primero, señorita Steele.
Se incorpora y hace un gesto para que pase delante. Avanzo por el pasillo con las piernas
temblando, el estómago lleno de mariposas y el corazón latiéndome violentamente. Voy a tomar
un café con Nicholas Grey… y odio el café.
Caminamos juntos por el amplio pasillo hacia el ascensor. ¿Qué puedo decirle? De pronto el
temor me paraliza la mente. ¿De qué vamos a hablar? ¿Qué tengo yo en común con él? Su voz
cálida me sobresalta y me aparta de mis pensamientos.
—¿Cuánto hace que conoce a Katherine Kavanagh?
Bueno, una pregunta fácil para empezar.
—Desde el primer año de facultad. Somos buenas amigas.
—Ya —me contesta evasivo.
¿Qué está pensando?
Pulsa el botón para llamar al ascensor y casi de inmediato suena el pitido. Las puertas se abren y
muestran a una joven pareja abrazándose apasionadamente. Se separan de golpe, sorprendidos
e incómodos, y miran con aire de culpabilidad en cualquier dirección menos la nuestra. Grey y yo
entramos en el ascensor.
Intento que no cambie mi expresión, así que miro al suelo al sentir que las mejillas me arden.
Cuando levanto la mirada hacia Grey, parece que ha esbozado una sonrisa, pero es muy difícil
asegurarlo. La joven pareja no dice nada. Descendemos a la planta baja en un incómodo silencio.
Ni siquiera suena uno de esos terribles hilo musicales para distraernos.
Las puertas se abren y, para mi gran sorpresa, Grey me coge de la mano y me la sujeta con sus
dedos largos y fríos. Siento la corriente recorriendo mi cuerpo, y mis ya rápidos latidos se
aceleran. Mientras tira de mí para salir del ascensor, oímos a nuestras espaldas la risita tonta de
la pareja. Grey sonríe.
—¿Qué pasa con los ascensores? —masculla.
Cruzamos el amplio y animado vestíbulo del hotel en dirección a la entrada, pero Grey evita la
puerta giratoria. Me pregunto si es porque tendría que soltarme la mano.
Es un bonito domingo de mayo. Brilla el sol y apenas hay tráfico. Grey gira a la izquierda y avanza
hacia la esquina, donde nos detenemos a esperar que cambie el semáforo. Estoy en la calle y
Nicholas Grey me lleva de la mano. Nunca he paseado de la mano de nadie. La cabeza me da
vueltas, y un cosquilleo me recorre todo el cuerpo. Intento reprimir la ridícula sonrisa que amenaza
con dividir mi cara en dos. Intenta calmarte, _________, me implora mi subconsciente. El hombrecillo
verde del semáforo se ilumina y seguimos nuestro camino.
Andamos cuatro manzanas hasta llegar al Portland Coffee House, donde Grey me suelta para
sujetarme la puerta.
—¿Por qué no elige una mesa mientras voy a pedir? ¿Qué quiere tomar? —me pregunta, tan
educado como siempre.
—Tomaré… eh… un té negro.
Alza las cejas.
—¿No quiere un café?
—No me gusta demasiado el café.
Sonríe.
—Muy bien, un té negro. ¿Dulce?
Me quedo un segundo perpleja, pensando que se refiere a mí, pero por suerte aparece mi
subconsciente frunciendo los labios. No, tonta… Que si lo quieres con azúcar.
—No, gracias.
Me miro los dedos nudosos.
—¿Quiere comer algo?
—No, gracias.
Niego con la cabeza y Grey se dirige a la barra.
Levanto un poco la vista y lo miro furtivamente mientras espera en la cola a que le sirvan. Podría
pasarme el día mirándolo… Es alto, ancho de hombros y delgado… Y cómo le caen los
pantalones… Madre mía. Un par de veces se pasa los largos y bonitos dedos por el pelo, que ya
está seco, aunque sigue alborotado. Ay, cómo me gustaría hacerlo a mí. La idea se me pasa de
pronto por la cabeza y me arde la cara. Me muerdo el labio y vuelvo a mirarme las manos. No me
gusta el rumbo que están tomando mis caprichosos pensamientos.
—Un dólar por sus pensamientos.
Grey ha vuelto y me mira fijamente.
Me pongo colorada. Solo estaba pensando en pasarte los dedos por el pelo y preguntándome si
sería suave. Niego con la cabeza. Grey lleva una bandeja en las manos, que deja en la pequeña
mesa redonda chapada en abedul. Me tiende una taza, un platillo, una tetera pequeña y otro plato
con una bolsita de té con la etiqueta TWININGS ENGLISH BREAKFAST, mi favorito. Él se ha
pedido un café con un bonito dibujo de una hoja impreso en la espuma de leche. ¿Cómo lo
hacen?, me pregunto distraída. También se ha pedido una magdalena de arándanos. Coloca la
bandeja a un lado, se sienta frente a mí y cruza sus largas piernas. Parece cómodo, muy a gusto
con su cuerpo. Lo envidio. Y aquí estoy yo, desgarbada y torpe, casi incapaz de ir de A a B sin
caerme de morros.
—¿Qué está pensando? —insiste.
—Que este es mi té favorito.
Hablo en voz baja y entrecortada. Sencillamente, no me puedo creer que esté con Nicholas Grey
en una cafetería de Portland. Frunce el ceño. Sabe que estoy escondiéndole algo. Introduzco la
bolsita de té en la tetera y casi inmediatamente la retiro con la cucharilla. Grey ladea la cabeza y
me mira con curiosidad mientras dejo la bolsita de té en el plato.
—Me gusta el té negro muy flojo —murmuro a modo de explicación.
—Ya veo. ¿Es su novio?
Pero ¿qué dice?
—¿Quién?
—El fotógrafo. José Rodríguez.
Me río nerviosa, aunque con curiosidad. ¿Por qué le ha dado esa impresión?
—No. José es un buen amigo mío. Eso es todo. ¿Por qué ha pensado que era mi novio?
—Por cómo se sonríen.
Me sostiene la mirada. Es desconcertante. Quiero mirar a otra parte, pero estoy atrapada,
embelesada.
—Es como de la familia —susurro.
Grey asiente, al parecer satisfecho con mi respuesta, y dirige la mirada a su magdalena de
arándanos. Sus largos dedos retiran el papel con destreza, y yo lo contemplo fascinada.
—¿Quiere un poco? —me pregunta.
Y recupera esa sonrisa divertida que esconde un secreto.
—No, gracias.
Frunzo el ceño y vuelvo a contemplarme las manos.
—Y el chico al que me presentó ayer, en la tienda… ¿No es su novio?
—No. Paul es solo un amigo. Se lo dije ayer.
¿Qué tonterías son estas?
—¿Por qué me lo pregunta? —le digo.
—Parece nerviosa cuando está con hombres.
Maldita sea, es algo personal. Solo me pongo nerviosa cuando estoy con usted, Grey.
—Usted me resulta intimidante.
Me pongo colorada, pero mentalmente me doy palmaditas en la espalda por mi sinceridad y
vuelvo a contemplarme las manos. Lo oigo respirar profundamente.
—De modo que le resulto intimidante —me contesta asintiendo—. Es usted muy sincera. No baje
la cabeza, por favor. Me gusta verle la cara.
Lo miro y me dedica una sonrisa alentadora, aunque irónica.
—Eso me da alguna pista de lo que puede estar pensando —me dice—. Es usted un misterio,
señorita Steele.
¿Un misterio? ¿Yo?
—No tengo nada de misteriosa.
—Creo que es usted muy contenida —murmura.
¿De verdad? Uau… ¿cómo lo consigo? Es increíble. ¿Yo, contenida? Imposible.
—Menos cuando se ruboriza, claro, cosa que hace a menudo. Me gustaría saber por qué se ha
ruborizado.
Se mete un trozo de magdalena en la boca y empieza a masticarlo despacio, sin apartar los ojos
de mí. Y, como no podía ser de otra manera, me ruborizo. ¡Mierda!
—¿Siempre hace comentarios tan personales?
—No me había dado cuenta de que fuera personal. ¿La he ofendido? —me pregunta en tono
sorprendido.
—No —le contesto sinceramente.
—Bien.
—Pero es usted un poco arrogante.
Alza una ceja y, si no me equivoco, también él se ruboriza ligeramente.
—Suelo hacer las cosas a mi manera, ________ —murmura—. En todo.
—No lo dudo. ¿Por qué no me ha pedido que lo tutee?
Me sorprende mi osadía. ¿Por qué la conversación se pone tan seria? Las cosas no están yendo
como pensaba. No puedo creerme que esté mostrándome tan hostil hacia él. Como si él intentara
advertirme de algo.
—Solo me tutea mi familia y unos pocos amigos íntimos. Lo prefiero así.
Todavía no me ha dicho: «Llámame Nicholas». Es sin duda un obseso del control, no hay otra
explicación, y parte de mí está pensando que quizá habría sido mejor que lo entrevistara Kate.
Dos obsesos del control juntos. Además, ella es casi rubia —bueno, rubia rojiza—, como todas las
mujeres de su empresa. Y es guapa, me recuerda mi subconsciente. No me gusta imaginar a
Christian y a Kate juntos. Doy un sorbo a mi té, y Grey se pone otro trozo de magdalena en la
boca.
—¿Es usted hija única? —me pregunta.
Vaya… Ahora cambia de conversación.
—Sí.
—Hábleme de sus padres.
¿Por qué quiere saber cosas de mis padres? Es muy aburrido.
—Mi madre vive en Georgia con su nuevo marido, Bob. Mi padrastro vive en Montesano.
—¿Y su padre?
—Mi padre murió cuando yo era una niña.
—Lo siento —musita.
Por un segundo la expresión de su cara se altera.
—No me acuerdo de él.
—¿Y su madre volvió a casarse?
Resoplo.
—Ni que lo jure.
Frunce el ceño.
—No cuenta demasiado de su vida, ¿verdad? —me dice en tono seco frotándose la barbilla, como
pensativo.
—Usted tampoco.
—Usted ya me ha entrevistado, y recuerdo algunas preguntas bastante personales —me dice
sonriendo.
¡Vaya! Está recordándome la pregunta de si era gay. Vuelvo a morirme de vergüenza. Sé que en
los próximos años voy a necesitar terapia intensiva para no sentirme tan mal cada vez que
recuerde ese momento. Suelto lo primero que se me ocurre sobre mi madre, cualquier cosa para
apartar ese recuerdo.
—Mi madre es genial. Es una romántica empedernida. Ya se ha casado cuatro veces.
Christian alza las cejas sorprendido.
—La echo de menos —sigo diciéndole—. Ahora está con Bob. Espero que la controle un poco y
recoja los trozos cuando sus descabellados planes no vayan como ella esperaba.
Sonrío con cariño. Hace mucho que no veo a mi madre. Nicholas me observa atentamente, dando
sorbos a su café de vez en cuando. La verdad es que no debería mirarle la boca. Me perturba.
—¿Se lleva bien con su padrastro?
—Claro. Crecí con él. Para mí es mi padre.
—¿Y cómo es?
—¿Ray? Es… taciturno.
—¿Eso es todo? —me pregunta Grey sorprendido.
Me encojo de hombros. ¿Qué espera este hombre? ¿La historia de mi vida?
—Taciturno como su hijastra —me suelta Grey.
Me contengo para no soltar un bufido.
—Le gusta el fútbol, sobre todo el europeo, y los bolos, y pescar, y hacer muebles. Es carpintero.
Estuvo en el ejército.
Suspiro.
—¿Vivió con él?
—Sí. Mi madre conoció a su marido número tres cuando yo tenía quince años. Yo me quedé con
Ray.
Frunce el ceño, como si no lo entendiera.
—¿No quería vivir con su madre? —me pregunta.
Francamente, a él qué le importa.
—El marido número tres vivía en Texas. Yo tenía mi vida en Montesano. Y… bueno, mi madre
acababa de casarse.
Me callo. Mi madre nunca habla de su marido número tres. ¿Qué pretende Grey? No es asunto
suyo. Yo también puedo jugar a su juego.
—Cuénteme cosas sobre sus padres —le pido.
Se encoge de hombros.
—Mi padre es abogado, y mi madre, pediatra. Viven en Seattle.
Vaya… Ha crecido en una familia acomodada. Pienso en una exitosa pareja que adopta a tres
niños, y uno de ellos llega a ser un hombre guapo que se mete en el mundo de los negocios y lo
conquista sin ayuda de nadie. ¿Qué lo llevó por ese camino? Sus padres deben de estar
orgullosos.
—¿A qué se dedican sus hermanos?
—Elliot es constructor, y mi hermana pequeña está en París estudiando cocina con un famoso
chef francés.
Sus ojos se nublan enojados. No quiere hablar de su familia ni de él.
—Me han dicho que París es preciosa —murmuro.
¿Por qué no quiere hablar de su familia? ¿Porque es adoptado?
—Es bonita. ¿Ha estado? —me pregunta olvidando su enojo.
—Nunca he salido de Estados Unidos.
Volvemos a las trivialidades. ¿Qué esconde?
—¿Le gustaría ir?
—¿A París? —exclamo.
Me he quedado desconcertada. ¿A quién no le gustaría ir a París?
—Por supuesto —le contesto—. Pero a donde de verdad me gustaría ir es a Inglaterra.
Ladea un poco la cabeza y se pasa el índice por el labio inferior… ¡Madre mía!
—¿Por?
Parpadeo. Concéntrate, Steele.
—Porque allí nacieron Shakespeare, Austen, las hermanas Brontë, Thomas Hardy… Me gustaría
ver los lugares que les inspiraron para escribir libros tan maravillosos.
Al mencionar a estos grandes literatos recuerdo que debería estar estudiando. Miro el reloj.
—Voy a marcharme. Tengo que estudiar.
—¿Para los exámenes?
—Sí. Empiezan el martes.
—¿Dónde está el coche de la señorita Kavanagh?
—En el parking del hotel.
—La acompaño.
—Gracias por el té, señor Grey.
Esboza su extraña sonrisa de guardar un gran secreto.
—No hay de qué, ________. Ha sido un placer. Vamos —me dice tendiéndome una mano.
La cojo, perpleja, y salgo con él de la cafetería.
Caminamos hasta el hotel, y me gustaría decir que en amigable silencio. Al menos, él parece tan
tranquilo como siempre. En cuanto a mí, me desespero intentando analizar cómo ha ido nuestro
café matutino. Me siento como si me hubieran entrevistado para un trabajo, pero no estoy segura
de por qué.
—¿Siempre lleva vaqueros? —me pregunta sin venir a cuento.
—Casi siempre.
Asiente. Hemos llegado al cruce, al otro lado de la calle del hotel. Todo me da vueltas. Qué
pregunta tan rara… Y soy consciente de que nos queda muy poco tiempo juntos. Esto es todo.
Esto ha sido todo, y lo he fastidiado, lo sé. Quizá sale con alguien.
—¿Tiene novia? —le suelto.
¡Maldita sea! ¿Lo he dicho en voz alta?
Sus labios se arrugan formando una media sonrisa y me mira fijamente.
—No, ________. Yo no tengo novias —me contesta en voz baja.
¿Qué quiere decir? No es gay. Ay, quizá sí lo es. Seguramente me mintió en la entrevista. Por un
momento creo que va a darme alguna explicación, alguna pista sobre su enigmática frase, pero no
lo hace. Tengo que marcharme. Tengo que poner mis ideas en orden. Tengo que alejarme de él.
Doy un paso adelante, tropiezo y salgo precipitada hacia la carretera.
—¡Mierda, ________! —grita Grey.
Tira de mi mano con tanta fuerza que acabo cayendo encima de él justo cuando pasa a toda
velocidad un ciclista contra dirección, y no me atropella de milagro.
Todo sucede muy deprisa. De pronto estoy cayéndome, y en cuestión de segundos estoy entre
sus brazos y me aprieta fuerte contra su pecho. Respiro su aroma limpio y saludable. Huele a ropa
recién lavada y a gel caro. Es embriagador. Inhalo profundamente.
—¿Está bien? —me susurra.
Con un brazo me mantiene sujeta, pegada a él, y con los dedos de la otra mano me recorre
suavemente la cara para asegurarse de que no me he hecho daño. Su pulgar me roza el labio
inferior y contiene la respiración. Me mira fijamente a los ojos, y por un momento, o quizá durante
una eternidad, le sostengo la mirada inquieta y ardiente, pero al final centro la atención en su
bonita boca. Y por primera vez en veintiún años quiero que me besen. Quiero sentir su boca en la
mía.
CarolSwarovski
CarolSwarovski


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Mensaje por Den -The Lonely Girl- Vie 03 Ago 2012, 1:33 am

:O genial el capítulo, aaaaaah me encanta la novela, siguela pronto :D
Den -The Lonely Girl-
Den -The Lonely Girl-


http://justmejusti.blogspot.mx/

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50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada - Página 2 Empty Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada

Mensaje por Sunny Vie 03 Ago 2012, 11:01 am

Que se besen!♥
Que lindo Nick, le salvo la vida a la rayis!
Espero que la sigas pronto!
Besos
Sunny
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Mensaje por "jess♥" Vie 03 Ago 2012, 11:36 am

Holiiiiiiiiii new reader siguelaaaa me encanta
"jess♥"
50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada - Página 2 5648-70


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Mensaje por pilar16 Miér 08 Ago 2012, 3:29 am

siguela , me encanta
pilar16
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50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada - Página 2 Empty Re: 50 Sombras de Grey (Nick y tu) Adaptada

Mensaje por CarolSwarovski Miér 08 Ago 2012, 3:03 pm

Bienvenidas Jess y Pilar!!!
muchas gracias por los comentarios y disfrutar!!


Capitulo 4 Parte 1



¡Bésame, maldita sea!, le suplico, pero no puedo moverme. Un extraño y desconocido deseo me
paraliza. Estoy totalmente cautivada. Observo fascinada la boca de Nicholas Grey, y él me
observa a mí con una mirada velada, con ojos cada vez más impenetrables. Respira más deprisa
de lo normal, y yo he dejado de respirar. Estoy entre tus brazos. Bésame, por favor. Cierra los
ojos, respira muy hondo y mueve ligeramente la cabeza, como si respondiera a mi silenciosa
petición. Cuando vuelve a abrirlos, ha recuperado la determinación, ha tomado una férrea
decisión.
—________, deberías mantenerte alejada de mí. No soy un hombre para ti —suspira.
¿Qué? ¿A qué viene esto? Se supone que soy yo la que debería decidirlo. Frunzo el ceño y
muevo la cabeza en señal de negación.
—Respira, ________, respira. Voy a ayudarte a ponerte en pie y a dejarte marchar —me dice en
voz baja.
Y me aparta suavemente.
Me ha subido la adrenalina por todo el cuerpo, por el ciclista que casi me atropella o por la
embriagadora proximidad de Nicholas, y me siento paralizada y débil. ¡NO!, grita mi mente
mientras se aparta dejándome desamparada. Apoya las manos en mis hombros, a cierta distancia,
y observa atentamente mi reacción. Y lo único que puedo pensar es que quería que me besara,
que era obvio, pero no lo ha hecho. No me desea. La verdad es que no me desea. He fastidiado
soberanamente la cita.
—Quiero decirte una cosa —le digo tras recuperar la voz—: Gracias —musito hundida en la
humillación.
¿Cómo he podido malinterpretar hasta tal punto la situación entre nosotros? Tengo que apartarme
de él.
—¿Por qué?
Frunce el ceño. No ha retirado las manos de mis hombros.
—Por salvarme —susurro.
—Ese idiota iba contra dirección. Me alegro de haber estado aquí. Me dan escalofríos solo de
pensar lo que podría haberte pasado. ¿Quieres venir a sentarte un momento en el hotel?
Me suelta y baja las manos. Estoy frente a él y me siento como una tonta.
Intento aclararme las ideas. Solo quiero marcharme. Todas mis vagas e incoherentes esperanzas
se han frustrado. No me desea. ¿En qué estaba pensando?, me riño a mí misma. ¿Qué iba a
interesarle de ti a Nicholas Grey?, se burla mi subconsciente. Me rodeo con los brazos, me giro
hacia la carretera y veo aliviada que en el semáforo ha aparecido el hombrecillo verde. Cruzo
rápidamente, consciente de que Grey me sigue. Frente al hotel, vuelvo un instante la cara hacia
él, pero no puedo mirarlo a los ojos.
—Gracias por el té y por la sesión de fotos —murmuro.
—_______… Yo…
Se calla. Su tono angustiado me llama la atención, de modo que lo miro involuntariamente. Se
pasa la mano por el pelo con mirada desolada. Parece destrozado, frustrado y con expresión
alterada. Su prudente control ha desaparecido.
—¿Qué, Nicholas? —le pregunto bruscamente al ver que no dice nada.
Quiero marcharme. Necesito llevarme mi frágil orgullo herido y mimarlo para que se cure.
—Buena suerte en los exámenes —murmura.
¿Cómo? ¿Por eso parece tan desolado? ¿Es esta su fantástica despedida? ¿Desearme suerte en
los exámenes?
—Gracias —le contesto sin disimular el sarcasmo—. Adiós, señor Grey.
Doy media vuelta, me sorprende un poco no tropezar y, sin volver a dirigirle la mirada,
desaparezco por la acera en dirección al parking subterráneo.
Ya en el oscuro y frío cemento del parking, bajo su débil luz de fluorescente, me apoyo en la pared
y me cubro la cara con las manos. ¿En qué estaba pensando? No puedo evitar que se me llenen
los ojos de lágrimas. ¿Por qué lloro? Me dejo caer al suelo, enfadada conmigo misma por esta
absurda reacción. Levanto las rodillas y las rodeo con los brazos. Quiero hacerme lo más pequeña
posible. Quizá este disparatado dolor sea menor cuanto más pequeña me haga. Apoyo la cabeza
en las rodillas y dejo que las irracionales lágrimas fluyan sin freno. Estoy llorando la pérdida de
algo que nunca he tenido. Qué ridículo. Lamentando la pérdida de algo que nunca ha existido…
mis esperanzas frustradas, mis sueños frustrados y mis expectativas destrozadas.
Nunca me habían rechazado. Bueno, siempre era una de las últimas a las que elegían para jugar
al baloncesto o al voleibol, pero eso lo entendía. Correr y hacer algo más a la vez, como botar o
lanzar una pelota, no es lo mío. Soy una auténtica negada para cualquier deporte.
Pero en el plano sentimental, nunca me he expuesto. Toda mi vida he sido muy insegura. Soy
demasiado pálida, demasiado delgada, demasiado desaliñada, torpe y tantos otros defectos más,
así que siempre he sido yo la que ha rechazado a cualquier posible admirador. En mi clase de
química hubo un tipo al que le gustaba, pero nadie había despertado mi interés… Nadie excepto
el maldito Nicholas Grey. Quizá debería ser más agradable con gente como Paul Clayton y José
Rodríguez, aunque estoy segura de que ninguno de ellos ha acabado llorando solo en la
oscuridad. Quizá solo necesite pegarme una buena llantera.
¡Basta! ¡Basta ya!, me grita metafóricamente mi subconsciente con los brazos cruzados, apoyada
en una pierna y dando golpecitos en el suelo con la otra. Métete en el coche, vete a casa y ponte
a estudiar. Olvídalo… ¡Ahora mismo! Y deja ya de autocompadecerte, de castigarte y toda esta
mierda.
Respiro hondo varias veces y me levanto. Ánimo, Steele. Me dirijo al coche de Kate secándome
las lágrimas. No volveré a pensar en él. Anotaré este incidente en la lista de las experiencias de la
vida y me centraré en los exámenes.
Cuando llego, Kate está sentada a la mesa del comedor con el portátil. La sonrisa con la que me
recibe se desvanece en cuanto me ve.
—________, ¿qué pasa?
Oh, no… La santa inquisidora Katherine Kavanagh. Muevo la cabeza como hace ella cuando
quiere dar a entender que no está para historias, pero no sirve de nada.
—Has llorado.
A veces tiene un don especial para decir lo que es obvio.
—¿Qué te ha hecho ese hijo de puta? —gruñe con una cara que da miedo.
—Nada, Kate.
En realidad, ese es el problema. Al pensarlo, sonrío con ironía.
—¿Y por qué has llorado? Tú nunca lloras —me dice en tono más suave.
Se levanta. Sus ojos verdes me miran preocupados. Me abraza. Tengo que decir lo que sea para
quitármela de encima.
—Casi me atropella un ciclista.
Es lo mejor que se me ocurre decirle para que por un momento se olvide de Grey.
—Dios mío, _______… ¿Estás bien? ¿Te ha hecho daño?
Se aparta un poco y me echa un rápido vistazo para comprobar si todo está bien.
—No. Nicholas me ha salvado —susurro—. Pero me he pegado un susto de muerte.
—No me extraña. ¿Qué tal el café? Sé que odias el café.
—He tomado un té. Ha ido bien. Nada que comentar, la verdad. No sé por qué me lo ha pedido.
—Le gustas, _______ —me dice soltándome.
—Ya no. No voy a volver a verlo.
Sí, consigo sonar como si no me importara.
—¿Cómo?
Maldita sea. Está intrigada. Me meto en la cocina para que no pueda verme la cara.
—Sí… No tiene demasiado que ver conmigo, Kate —le digo lo más fríamente que puedo.
—¿Qué quieres decir?
—Kate, es obvio.
Me vuelvo y me coloco frente a ella, que está de pie en la puerta de la cocina.
—Para mí no —me dice—. Vale, tiene más dinero que tú, pero tiene más dinero que casi todo el
mundo en este país.
—Kate, es…
Me encojo de hombros.
—¡________, por favor! ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Eres una cría —me interrumpe.
Oh, no. Ya estamos otra vez con ese rollo.
—Kate, por favor, tengo que estudiar —la corto.
Pone mala cara.
—¿Quieres ver el artículo? Está acabado. José ha hecho algunas fotos buenísimas.
¿Tengo ahora que ver al guapo de Nicholas Grey, quien no siente el menor interés por mí?
—Claro.
Me saco una sonrisa de la manga y me acerco al portátil. Y ahí está, mirándome en blanco y
negro, mirándome y encontrándome indigna de su interés.
Finjo leer el artículo, pero no aparto los ojos de su firme mirada gris. Busco en la foto alguna pista
de por qué no es un hombre para mí, como me ha dicho. Y de repente me parece obvio. Es
demasiado guapo. Somos polos opuestos, y de dos mundos muy diferentes. Me veo a mí misma
como a Ícaro cuando se acerca demasiado al sol, se quema y se estrella. Tiene razón. No es un
hombre para mí. Es lo que ha querido decirme, y eso hace más fácil aceptar su rechazo… Bueno,
casi. Podré soportarlo. Lo entiendo.
—Muy bueno, Kate —logro decirle—. Me voy a estudiar.
Me propongo no volver a pensar en él de momento. Abro los apuntes y empiezo a leer.
Solo cuando estoy en la cama, intentando dormir, permito que mis pensamientos se trasladen a mi
extraña mañana. No dejo de pensar en lo que me ha dicho de que no tiene novias, y me enfado
por no haber tenido en cuenta esa información antes de estar entre sus brazos, suplicándole
mentalmente con todos los poros de mi piel que me besara. Lo había dicho. No me quería como
novia. Me tumbo de lado. Me pregunto si quizá no tiene relaciones sexuales. Cierro los ojos y
empiezo a quedarme dormida. Quizá esté reservándose. Bueno, no para ti. Mi adormilada
subconsciente me da un último golpe antes de sumergirse en mis sueños.
Y esa noche sueño con ojos grises y dibujos de hojas en la espuma de la leche, y corro por
lugares apenas iluminados por una luz fantasmagórica, y no sé si corro en dirección a algo o
huyendo de algo… No queda claro.
filete
Suelto el bolígrafo. Se acabó. He terminado mi último examen. Sonrío de oreja a oreja.
Probablemente sea la primera vez que sonrío en toda la semana. Es viernes, y esta noche lo
celebraremos. Lo celebraremos por todo lo alto. Seguramente hasta me emborracharé. Nunca me
he emborrachado. Miro a Kate, que está en el otro extremo de la clase, todavía escribiendo como
una loca. Faltan cinco minutos para que se acabe el examen. Esto es todo. Se acabó mi carrera
académica. Ya no tendré que volver a sentarme en filas de alumnos nerviosos. En mi mente doy
graciosas volteretas, aunque sé de sobra que mis volteretas solo pueden ser graciosas en mi
mente. Kate deja de escribir y suelta el bolígrafo. Me mira también con una sonrisa de oreja a
oreja.
De camino a casa, en su Mercedes, nos negamos a hablar del examen. Kate está mucho más
preocupada por lo que va a ponerse esta noche. Yo intento encontrar las llaves en el bolso.
—_________, hay un paquete para ti.
Kate está en la escalera, frente a la puerta de la calle, con un paquete envuelto en papel de
embalar. Qué raro. No recuerdo haber encargado nada en Amazon. Kate me da el paquete y coge
mis llaves para abrir la puerta. El paquete está dirigido a la señorita _________ Steele. No lleva
remitente. Quizá sea de mi madre o de Ray.
—Seguramente será de mis padres.
—¡Ábrelo! —exclama Kate nerviosa.
Se mete en la cocina para ir a buscar el champán con el que vamos a celebrar que hemos
terminado los exámenes.
Abro el paquete y encuentro un estuche de piel que contiene tres viejos libros, aparentemente
idénticos, con cubiertas de tela, en perfecto estado, y una tarjeta de color blanco. En una cara, en
tinta negra y una bonita caligrafía, se lee:
¿Por qué no me dijiste que era peligroso? ¿Por qué no me lo advertiste? Las mujeres saben de lo
que tienen que protegerse, porque leen novelas que les cuentan cómo hacerlo…
Reconozco la cita de Tess. Me sorprende la casualidad de que hace un momento haya pasado
tres horas escribiendo sobre las novelas de Thomas Hardy en mi examen final. Quizá no sea
casualidad… quizá sea deliberado. Miro los libros con atención. Tres volúmenes de Tess, la de los
d’Urberville. Abro la cubierta de uno. En la primera página, en una tipografía antigua, leo:
London: Jack R. Olgood, McAlvaine and Co., 1891.
¡Son primeras ediciones! Deben de valer una fortuna. E inmediatamente sé quién me las ha
mandado. Kate observa los libros por encima de mi hombro. Coge la tarjeta.
—Primeras ediciones —susurro.
—No… —dice abriendo los ojos incrédula—. ¿Grey?
Asiento.
—No se me ocurre nadie más.
—¿Qué quiere decir la tarjeta?
—No tengo ni idea. Creo que es una advertencia… La verdad es que sigue previniéndome. No
tengo ni idea de por qué. No es que me haya dedicado a tirarle la puerta abajo precisamente —
digo frunciendo el ceño.
—Sé que no quieres hablar de él, ________, pero no hay duda de que le interesas, te advierta o no.
No me he permitido pensar demasiado en Nicholas Grey en la última semana. Bueno… sus ojos
grises siguen invadiendo mis sueños, y sé que tardaré una eternidad en eliminar de mi cerebro la
sensación de sus brazos rodeándome y su maravilloso olor. ¿Por qué me ha mandado estos
libros? Me dijo que yo no era para él.
—He encontrado una primera edición de Tess en venta, en Nueva York, por catorce mil dólares,
pero los tuyos están en mucho mejor estado. Deben de haber costado más —me dice Kate
consultando a su buen amigo Google.
—La cita… Tess se lo dice a su madre después de lo que le hace Alec d’Urberville.
—Lo sé —me contesta Kate, pensativa—. ¿Qué intenta decir?
—Ni lo sé ni me importa. No puedo aceptarlos. Se los devolveré con otra cita tan desconcertante
como esta de alguna parte confusa del libro.
—¿El pasaje en el que Angel Clare la manda a la mierda? —me pregunta Kate muy seria.
—Sí, ese —le contesto riéndome.
Quiero a Kate. Es leal y me apoya. Envuelvo los libros y los dejo en la mesa del comedor. Kate me
ofrece una copa de champán.
—Por el final de los exámenes y nuestra nueva vida en Seattle —dice con una sonrisa.
—Por el final de los exámenes, nuestra nueva vida en Seattle y por que todo nos vaya bien.
Chocamos las copas y bebemos.
El bar es ruidoso y está lleno de gente, de futuros licenciados que han salido a pillar una buena
cogorza. José ha venido con nosotras. No se graduará hasta el año que viene, pero le apetecía
salir. Nos trae una jarra de margaritas para ponernos en la onda de nuestra recién estrenada
libertad. Mientras me bebo la quinta copa, pienso que no es buena idea beber tantos margaritas
después del champán.
—¿Y ahora qué, ________? —me grita José.
—Kate y yo nos vamos a vivir a Seattle. Los padres de Kate le han comprado un piso.
—Dios mío, cómo viven algunos… Pero volveréis para mi exposición, ¿no?
—Por supuesto, José. No me la perdería por nada del mundo —le contesto sonriendo.
Me pasa el brazo por la cintura y me acerca a él.
—Es muy importante para mí que vengas, ________ —me susurra al oído—. ¿Otro margarita?
—José Luis Rodríguez… ¿estás intentando emborracharme? Porque creo que lo estás
consiguiendo —le digo riéndome—. Creo que mejor me tomo una cerveza. Voy a buscar una jarra
para todos.
—¡Más bebida, _______! —grita Kate.
Kate es fuerte como un toro. Ha pasado el brazo por los hombros de Levi, un compañero de la
clase de inglés y su fotógrafo habitual en la revista de la facultad, que ha dejado de hacer fotos de
los borrachos que lo rodean. Solo tiene ojos para Kate, que se ha puesto un top minúsculo,
vaqueros ajustados y tacones altos. Lleva el pelo recogido, con unos mechones rizados que le
caen con gracia alrededor de la cara. Está despampanante, como siempre. Yo soy más bien de
Converse y camisetas, pero me he puesto los vaqueros que más me favorecen. Me aparto de
José y me levanto de nuestra mesa.
Uf, me da vueltas la cabeza.
Tengo que agarrarme al respaldo de la silla. Los cócteles con tequila no son una buena idea.
Me dirijo a la barra y decido que debería ir al baño ahora que todavía me mantengo en pie. Bien
pensado, Ana. Me abro camino entre el gentío tambaleándome. Por supuesto hay cola, pero al
menos el pasillo está tranquilo y fresco. Saco el móvil para pasar el rato mientras espero. A ver…
¿cuál ha sido mi última llamada? ¿A José? Antes hay un número que no sé de quién es. Ah, sí.
Grey. Creo que es su número. Me río. No tengo ni idea de la hora que es. Quizá lo despierte.
Quizá pueda explicarme por qué me ha mandado esos libros y el críptico mensaje. Si quiere que
me mantenga alejada de él, debería dejarme en paz. Reprimo una sonrisa de borracha y pulso el
botón de llamar. Contesta a la segunda señal.
—¿________?
Le ha sorprendido que lo llamara. Bueno, la verdad es que a mí me sorprende estar llamándolo. A
continuación mi ofuscado cerebro se pregunta cómo sabe que soy yo.
—¿Por qué me has mandado esos libros? —le pregunto arrastrando las palabras.
—________, ¿estás bien? Tienes una voz rara —me dice en tono muy preocupado.
—La rara no soy yo, sino tú —le digo animada por el alcohol.
—_______, ¿has bebido?
—¿A ti qué te importa?
—Tengo… curiosidad. ¿Dónde estás?
—En un bar.
—¿En qué bar? —me pregunta nervioso.
—Un bar de Portland.
—¿Cómo vas a volver a casa?
—Ya me las apañaré.
La conversación no está yendo como esperaba.
—¿En qué bar estás?
—¿Por qué me has mandado esos libros, Nicholas?
—_______, ¿dónde estás? Dímelo ahora mismo.
Su tono es tan… tan dictatorial. El controlador obsesivo de siempre. Lo imagino como a un
director de cine de los viejos tiempos, con pantalones de montar, un megáfono pasado de moda y
una fusta. La imagen me provoca una carcajada.
—Eres tan… dominante —le digo riéndome.
—_______, contéstame: ¿dónde cojones estás?
Nicholas Grey diciendo palabrotas. Vuelvo a reírme.
—En Portland… Bastante lejos de Seattle.
—¿Dónde exactamente?
—Buenas noches, Nick.
—¡________!
Cuelgo. Vaya, no me ha dicho nada de los libros.
CarolSwarovski
CarolSwarovski


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