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Más Caliente que el Fuego-NickJ&Tu(Adaptación) TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Más Caliente que el Fuego-NickJ&Tu(Adaptación) TERMINADA
Capitulo 6 (Parte 2)
Prineville, Georgia
Cuartel General de Bearclaw
—Lo siento mucho, señor —dijo al teléfono la presumida asesora política—. Pero
el senador Manson está ocupado en este momento.
Montez apretó los dientes, alejó el auricular del teléfono de modo que la muy zorra no pudiera escucharle resoplando en una espiración controlada. Control. Necesitaba mantener el control.
—De acuerdo —dijo cuando su voz estuvo estable—. ¿Cuándo estará libre el senador para una reunión?
Nunca, gilipollas.
Las palabras nunca dichas se quedaron en el aire, estremeciéndose.
Montez recordaba a la asistente del presidente del Comité de Servicios Armados del Senado, una chica alta, una criatura huesuda con dos doctorados, uno en ciencias políticas y otro en física. Ferozmente ambiciosa, esperando entre las filas del personal de un senador antes de unirse a algún listillo en un think tank y ganar diez veces su salario actual.
A primera vista a ella no le había gustado Montez. Y aquello había sido mutuo.
—Creo, con toda seguridad, que puedo hablar por el senador ahora mismo — dijo por fin—. Ha habido algunos... contratiempos publicitarios últimamente con respecto a su personal. No es un buen momento para que el nombre del senador sea relacionado con el suyo. Al menos hasta que todas las ambigüedades hayan sido esclarecidas. Buenos días.
Un clic.
Le había colgado el teléfono. Montez se quedó mirando el auricular. La muy zorra le había colgado ¡A él!
Sabía exactamente a qué se estaba refiriendo. El revuelo mediático que giraba en torno a la muerte a tiros de tres de sus empleados en San Diego y que sacudió a la compañía desde los cimientos.
Había enviado a tres de sus mejores operativos a recoger a una mujer. Una simple mujer. Nunca se le hubiese ocurrido que tendrían que haber entrado sin identificación porque nunca hubiera imaginado que podían fallar.
Pero fallaron. Increíble. Tres hombres muertos a tiros en las calles de San Diego. Tres hombres con la identificación del Bearclaw. No había nada que Montez pudiera haber hecho porque la policía llegó allí antes de que pudiese eliminar todo rastro sobre las identidades.
Tres hombres buenos, antiguos soldados, cosidos a balazos. Y una simple mujer les había vencido. Lo que era una locura, por supuesto. Sobre todo cuando esa mujer era _____(tn).
Montez se había ofrecido en innumerables ocasiones para enseñarle a disparar. A muchas mujeres les excitaban las armas y los hombres que eran buenos usándolas. Pero no _____(tn). Ella había rechazado cada una de sus lecciones con un horror apenas enmascarado, como si él hubiera querido enseñarle a besar cobras. Y a ella tampoco le ponían los hombres armados. De otro modo, se habría quedado en su cama por mucho tiempo y todo ese lío de mierda nunca habría sucedido.
Así que era seguro que _____(tn) no había sido quien había provocado la caída de sus hombres. Hombres preparados para la misión, preparados para rescatarla. Nadie podía provocar la caída de sus hombres, Montez lo habría jurado.
Pero el hecho era que alguien lo había conseguido. Una persona. Aunque la policía de San Diego había sido muy hermética con él —porque pensaban que él era el sospechoso, los muy poco inteligentes—, Montez se había introducido en su sistema y descubrió que los disparos que habían acabado con sus hombres fueron hechos desde un arma desconocida y un arma registrada en la Bearclaw.
Una pistola. Un hombre.
Un tipo había acabado con sus tres hombres, hombres preparados para los problemas. Y lo había hecho con tanta rapidez y pulcritud que no había dejado ningún rastro que seguir. Era algo inconcebible.
Bearclaw ganó mucha mala publicidad precisamente por eso. Estaba
derrumbándose porque la policía no tenía nada: ni pistas, ni arma, ni tirador. Le habían practicado las autopsias a los tres cuerpos antes de ser devueltos a Montez. Y sí, gran sorpresa, la causa de las tres muertes había sido un trauma masivo por heridas de bala.
Ninguno de los hombres tenía familia, así que Montez les preparó un entierro digno de héroes a cargo de la empresa, y le había dado el día libre al resto de sus empleados para que asistieran. Y todo el tiempo su interior había hervido furioso porque ellos habían frustrado un trabajo que debería haber sido fácil, un paseo de mierda, y se había convertido en un lugar repleto de buitres merodeando alrededor de la Bearclaw.
De hecho, podría costarle la compañía si no era cuidadoso, porque ahora necesitaba como el infierno ese contrato con el Pentágono.
_____(tn) Palmer estaba en manos de un astuto agente capaz de eliminar a tres de sus hombres en unos pocos minutos y salir airoso.
Ahora ella era al menos diez veces más peligrosa que antes.
Montez necesitaba ayuda de fuera. Odiaba admitirlo, pero así era. Necesitaba a alguien fuera de la compañía, alguien que fuese mejor que sus hombres. Alguien al que nunca se le pudiera conectar con la empresa.
Conocía a un hombre que se ajustaba a lo que necesitaba.
Marcó un número de teléfono que se había aprendido de memoria.
Piet van der Boeke. Originalmente sudafricano, ahora un apátrida. La última vez que se había visto a Piet había sido en el río Congo, persiguiendo a un rebelde de la guerrilla.
Él también lo había hecho. Piet era una leyenda. Nunca había estado en una compañía o en un equipo. Él reclutaba hombres para cada trabajo basándose en las necesidades específicas del encargo. Estaba conectado al mundo y encontraba al mejor o los mejores hombres cada vez. Pero trabajaba mejor solo.
Montez no quería un ejército. Solo quería a un hombre, Piet. Le hizo un favor a
Piet en el 2002, uno lo suficientemente grande como para que él le diera su número
privado y le dijera que le llamara si necesitaba ayuda.
Piet fue un buen soldado, uno de los mejores. Pero había buenos soldados por todas partes. Montez había dado trabajo a más de trescientos de ellos. Hombres que sabían cuidarse en un tiroteo, cómo disparar, cómo sobrevivir en una misión. No los había a montones pero había muchos buenos soldados ahí fuera.
Algo que Piet hacía mejor que nadie en el mundo, era rastrear.
Su madre había muerto dándole a luz. El padre de Piet llevaba una granja infructuosa a trescientas millas de Johannesburgo y, lo más importante, al menos a doscientas millas de cualquier mujer blanca. Piet había sido amamantado por la esposa del jefe local de la tribu Nguni. El jefe le había criado con su propio hijo, quien había sido como un hermano para Piet. Mientras que año tras año el padre de Piet se hundía entre sus facturas impagas y la morosidad, bebiendo botella tras botella de whisky, Piet estaba criándose en la selva, aprendiendo cómo seguir rastros. Se enroló en la armada sudafricana el día en que cumplió diecisiete años y demostró ser un
soldado por naturaleza.
Pero lo que era realmente extraordinario era que Piet podía rastrear en cualquier tipo de terreno. La sabana, las tierras del Hindu Kush, Peshwar, Belgrado... solo decir un lugar, un país o una ciudad donde un hombre estuviera escondido y Piet lo encontraría.
Cuando empezó a trabajar por su cuenta le salieron clientes de debajo de las piedras.
Había sido natural para él seguir pistas para la caza mayor y era un prodigio con la tecnología moderna. Se decía que el ejército de EEUU no quería que Bin Laden fuese encontrado, porque de otra manera habrían contratado a Piet van der Boeke, y entonces Bin Laden estaría en el hoyo a dos metros bajo tierra.
El teléfono sonó. Tenía una sólida encriptación y sabía que Piet también.
—¿Sí? —un tono bajo con un fuerte acento Afrikaans, tan fuerte que incluso el programa de distorsión vocal no podía enmascararlo. El “sí” sonó como “síe”. Pero el timbre de voz podía ser alterado por completo. Incluso si la Agencia de Seguridad Nacional pudiese pinchar esa conversación y esa conversación fuese a su vez pinchada por otros mil millones, no habría ni una sola coincidencia en el registro.
A Montez se le ocurrió que como no sabía dónde estaba Piet, tal vez le habría despertado. Si estaba en África del Este, donde había escuchado que había montado su sede, sería medianoche. Pero la voz sonaba fuerte y completamente alerta.
—Sin nombres. Nos conocimos durante Moondust. Yo dirigía el equipo. ¿Me recuerdas?
Moondust había sido una operación en negro, privada, justo en la frontera pakistaní, técnicamente ilegal. Piet y cuatro de sus hombres habían estado vigilando y guiando a un periodista del New York Times que buscaba a uno de los expertos en armas biológicas de Al Qaeda. El periodista había llegado a ganar el Pulitzer. Lo que el artículo nunca mencionó fue que su sistema GPS murió y se adentraron cuatro millas en tierra de nadie, cerca de la frontera con Pakistán, y fueron tiroteados en una ensenada Talibán.
Piet había perdido cada uno de los objetivos pero se quedó con dos muertos y dos heridos, incluyendo al periodista. Si el ISI, el servicio secreto pakistaní, les hubiera cogido, el periodista se hubiese podrido en la cárcel hasta el fin de los días, y Piet y sus hombres habrían sido ahorcados, no sin algo de dolor previo.
Montez había estado siguiendo una pista de uno de los chicos de Bin Laden, quien parecía tener su cuartel general de comunicaciones en una choza de barro. Pero la choza de barro no era más que eso, una choza repleta de pastores con sus cabras, y Montez estaba listo para dar marcha atrás con sus hombres y recibir una ayuda de Van der Boeker.
Técnicamente no era asunto de Montez. De hecho, técnicamente, ayudar a mercenarios era ilegal. Pero demonios, solo eran un par de millas fuera de su jurisdicción, disponía de mano de obra hasta en el culo, y tenía la oportunidad de recibir un “te lo debo” de parte de Piet van der Boeke. Mucho mejor que el dinero en el banco.
Su equipo había perdido comunicación con su Base de Operaciones Avanzadas un par de horas antes y salieron en rescate de Piet, sus heridos y el periodista. El periodista juró guardar silencio sobre el rescate, escribió un artículo que se convirtió en libro bestseller y nunca mencionó a Piet o Montez.
—Síe. Te recuerdo, compañero. ¿Necesitas algo?
—Mucho. Te enviaré un jet de la compañía. ¿Estás cerca de Lungi?
El aeropuerto de Freetown era el aeropuerto local para la mayoría del oeste y centro de África. Ocupado y corrupto, un lugar donde un jet privado más no sería notado.
—Síe.
—¿Podrías estar allí a las mil cuatrocientas de la hora local de mañana?
—Síe.
—Bien. El jet de la empresa estará a nombre de...
—Conozco el nombre.
Montez miró la pantalla por un momento, después apagó el portátil, sabiendo que había hecho la única cosa posible para corregir una situación realmente mala.
Síe.
Cuartel General de Bearclaw
—Lo siento mucho, señor —dijo al teléfono la presumida asesora política—. Pero
el senador Manson está ocupado en este momento.
Montez apretó los dientes, alejó el auricular del teléfono de modo que la muy zorra no pudiera escucharle resoplando en una espiración controlada. Control. Necesitaba mantener el control.
—De acuerdo —dijo cuando su voz estuvo estable—. ¿Cuándo estará libre el senador para una reunión?
Nunca, gilipollas.
Las palabras nunca dichas se quedaron en el aire, estremeciéndose.
Montez recordaba a la asistente del presidente del Comité de Servicios Armados del Senado, una chica alta, una criatura huesuda con dos doctorados, uno en ciencias políticas y otro en física. Ferozmente ambiciosa, esperando entre las filas del personal de un senador antes de unirse a algún listillo en un think tank y ganar diez veces su salario actual.
A primera vista a ella no le había gustado Montez. Y aquello había sido mutuo.
—Creo, con toda seguridad, que puedo hablar por el senador ahora mismo — dijo por fin—. Ha habido algunos... contratiempos publicitarios últimamente con respecto a su personal. No es un buen momento para que el nombre del senador sea relacionado con el suyo. Al menos hasta que todas las ambigüedades hayan sido esclarecidas. Buenos días.
Un clic.
Le había colgado el teléfono. Montez se quedó mirando el auricular. La muy zorra le había colgado ¡A él!
Sabía exactamente a qué se estaba refiriendo. El revuelo mediático que giraba en torno a la muerte a tiros de tres de sus empleados en San Diego y que sacudió a la compañía desde los cimientos.
Había enviado a tres de sus mejores operativos a recoger a una mujer. Una simple mujer. Nunca se le hubiese ocurrido que tendrían que haber entrado sin identificación porque nunca hubiera imaginado que podían fallar.
Pero fallaron. Increíble. Tres hombres muertos a tiros en las calles de San Diego. Tres hombres con la identificación del Bearclaw. No había nada que Montez pudiera haber hecho porque la policía llegó allí antes de que pudiese eliminar todo rastro sobre las identidades.
Tres hombres buenos, antiguos soldados, cosidos a balazos. Y una simple mujer les había vencido. Lo que era una locura, por supuesto. Sobre todo cuando esa mujer era _____(tn).
Montez se había ofrecido en innumerables ocasiones para enseñarle a disparar. A muchas mujeres les excitaban las armas y los hombres que eran buenos usándolas. Pero no _____(tn). Ella había rechazado cada una de sus lecciones con un horror apenas enmascarado, como si él hubiera querido enseñarle a besar cobras. Y a ella tampoco le ponían los hombres armados. De otro modo, se habría quedado en su cama por mucho tiempo y todo ese lío de mierda nunca habría sucedido.
Así que era seguro que _____(tn) no había sido quien había provocado la caída de sus hombres. Hombres preparados para la misión, preparados para rescatarla. Nadie podía provocar la caída de sus hombres, Montez lo habría jurado.
Pero el hecho era que alguien lo había conseguido. Una persona. Aunque la policía de San Diego había sido muy hermética con él —porque pensaban que él era el sospechoso, los muy poco inteligentes—, Montez se había introducido en su sistema y descubrió que los disparos que habían acabado con sus hombres fueron hechos desde un arma desconocida y un arma registrada en la Bearclaw.
Una pistola. Un hombre.
Un tipo había acabado con sus tres hombres, hombres preparados para los problemas. Y lo había hecho con tanta rapidez y pulcritud que no había dejado ningún rastro que seguir. Era algo inconcebible.
Bearclaw ganó mucha mala publicidad precisamente por eso. Estaba
derrumbándose porque la policía no tenía nada: ni pistas, ni arma, ni tirador. Le habían practicado las autopsias a los tres cuerpos antes de ser devueltos a Montez. Y sí, gran sorpresa, la causa de las tres muertes había sido un trauma masivo por heridas de bala.
Ninguno de los hombres tenía familia, así que Montez les preparó un entierro digno de héroes a cargo de la empresa, y le había dado el día libre al resto de sus empleados para que asistieran. Y todo el tiempo su interior había hervido furioso porque ellos habían frustrado un trabajo que debería haber sido fácil, un paseo de mierda, y se había convertido en un lugar repleto de buitres merodeando alrededor de la Bearclaw.
De hecho, podría costarle la compañía si no era cuidadoso, porque ahora necesitaba como el infierno ese contrato con el Pentágono.
_____(tn) Palmer estaba en manos de un astuto agente capaz de eliminar a tres de sus hombres en unos pocos minutos y salir airoso.
Ahora ella era al menos diez veces más peligrosa que antes.
Montez necesitaba ayuda de fuera. Odiaba admitirlo, pero así era. Necesitaba a alguien fuera de la compañía, alguien que fuese mejor que sus hombres. Alguien al que nunca se le pudiera conectar con la empresa.
Conocía a un hombre que se ajustaba a lo que necesitaba.
Marcó un número de teléfono que se había aprendido de memoria.
Piet van der Boeke. Originalmente sudafricano, ahora un apátrida. La última vez que se había visto a Piet había sido en el río Congo, persiguiendo a un rebelde de la guerrilla.
Él también lo había hecho. Piet era una leyenda. Nunca había estado en una compañía o en un equipo. Él reclutaba hombres para cada trabajo basándose en las necesidades específicas del encargo. Estaba conectado al mundo y encontraba al mejor o los mejores hombres cada vez. Pero trabajaba mejor solo.
Montez no quería un ejército. Solo quería a un hombre, Piet. Le hizo un favor a
Piet en el 2002, uno lo suficientemente grande como para que él le diera su número
privado y le dijera que le llamara si necesitaba ayuda.
Piet fue un buen soldado, uno de los mejores. Pero había buenos soldados por todas partes. Montez había dado trabajo a más de trescientos de ellos. Hombres que sabían cuidarse en un tiroteo, cómo disparar, cómo sobrevivir en una misión. No los había a montones pero había muchos buenos soldados ahí fuera.
Algo que Piet hacía mejor que nadie en el mundo, era rastrear.
Su madre había muerto dándole a luz. El padre de Piet llevaba una granja infructuosa a trescientas millas de Johannesburgo y, lo más importante, al menos a doscientas millas de cualquier mujer blanca. Piet había sido amamantado por la esposa del jefe local de la tribu Nguni. El jefe le había criado con su propio hijo, quien había sido como un hermano para Piet. Mientras que año tras año el padre de Piet se hundía entre sus facturas impagas y la morosidad, bebiendo botella tras botella de whisky, Piet estaba criándose en la selva, aprendiendo cómo seguir rastros. Se enroló en la armada sudafricana el día en que cumplió diecisiete años y demostró ser un
soldado por naturaleza.
Pero lo que era realmente extraordinario era que Piet podía rastrear en cualquier tipo de terreno. La sabana, las tierras del Hindu Kush, Peshwar, Belgrado... solo decir un lugar, un país o una ciudad donde un hombre estuviera escondido y Piet lo encontraría.
Cuando empezó a trabajar por su cuenta le salieron clientes de debajo de las piedras.
Había sido natural para él seguir pistas para la caza mayor y era un prodigio con la tecnología moderna. Se decía que el ejército de EEUU no quería que Bin Laden fuese encontrado, porque de otra manera habrían contratado a Piet van der Boeke, y entonces Bin Laden estaría en el hoyo a dos metros bajo tierra.
El teléfono sonó. Tenía una sólida encriptación y sabía que Piet también.
—¿Sí? —un tono bajo con un fuerte acento Afrikaans, tan fuerte que incluso el programa de distorsión vocal no podía enmascararlo. El “sí” sonó como “síe”. Pero el timbre de voz podía ser alterado por completo. Incluso si la Agencia de Seguridad Nacional pudiese pinchar esa conversación y esa conversación fuese a su vez pinchada por otros mil millones, no habría ni una sola coincidencia en el registro.
A Montez se le ocurrió que como no sabía dónde estaba Piet, tal vez le habría despertado. Si estaba en África del Este, donde había escuchado que había montado su sede, sería medianoche. Pero la voz sonaba fuerte y completamente alerta.
—Sin nombres. Nos conocimos durante Moondust. Yo dirigía el equipo. ¿Me recuerdas?
Moondust había sido una operación en negro, privada, justo en la frontera pakistaní, técnicamente ilegal. Piet y cuatro de sus hombres habían estado vigilando y guiando a un periodista del New York Times que buscaba a uno de los expertos en armas biológicas de Al Qaeda. El periodista había llegado a ganar el Pulitzer. Lo que el artículo nunca mencionó fue que su sistema GPS murió y se adentraron cuatro millas en tierra de nadie, cerca de la frontera con Pakistán, y fueron tiroteados en una ensenada Talibán.
Piet había perdido cada uno de los objetivos pero se quedó con dos muertos y dos heridos, incluyendo al periodista. Si el ISI, el servicio secreto pakistaní, les hubiera cogido, el periodista se hubiese podrido en la cárcel hasta el fin de los días, y Piet y sus hombres habrían sido ahorcados, no sin algo de dolor previo.
Montez había estado siguiendo una pista de uno de los chicos de Bin Laden, quien parecía tener su cuartel general de comunicaciones en una choza de barro. Pero la choza de barro no era más que eso, una choza repleta de pastores con sus cabras, y Montez estaba listo para dar marcha atrás con sus hombres y recibir una ayuda de Van der Boeker.
Técnicamente no era asunto de Montez. De hecho, técnicamente, ayudar a mercenarios era ilegal. Pero demonios, solo eran un par de millas fuera de su jurisdicción, disponía de mano de obra hasta en el culo, y tenía la oportunidad de recibir un “te lo debo” de parte de Piet van der Boeke. Mucho mejor que el dinero en el banco.
Su equipo había perdido comunicación con su Base de Operaciones Avanzadas un par de horas antes y salieron en rescate de Piet, sus heridos y el periodista. El periodista juró guardar silencio sobre el rescate, escribió un artículo que se convirtió en libro bestseller y nunca mencionó a Piet o Montez.
—Síe. Te recuerdo, compañero. ¿Necesitas algo?
—Mucho. Te enviaré un jet de la compañía. ¿Estás cerca de Lungi?
El aeropuerto de Freetown era el aeropuerto local para la mayoría del oeste y centro de África. Ocupado y corrupto, un lugar donde un jet privado más no sería notado.
—Síe.
—¿Podrías estar allí a las mil cuatrocientas de la hora local de mañana?
—Síe.
—Bien. El jet de la empresa estará a nombre de...
—Conozco el nombre.
Montez miró la pantalla por un momento, después apagó el portátil, sabiendo que había hecho la única cosa posible para corregir una situación realmente mala.
Síe.
Holaaaaaaaaaa :)
bueno saben una cosa! vengo de buenas! :D
so that's mean one thing!
les pondré esta parte del capitulo & 2 más del siguiente!
Fiesta de 5 Segundos :grupo: :grupo: :grupo:
Enjoy it! ;)
& las leo mañana! :D
Gracias por sus comentarios, me da mucho gusto que les
agrade la novela! :risa:
Lu wH!;*
:hi:
bueno saben una cosa! vengo de buenas! :D
so that's mean one thing!
les pondré esta parte del capitulo & 2 más del siguiente!
Fiesta de 5 Segundos :grupo: :grupo: :grupo:
Enjoy it! ;)
& las leo mañana! :D
Gracias por sus comentarios, me da mucho gusto que les
agrade la novela! :risa:
Lu wH!;*
:hi:
HeyItsLupitaNJ
Re: Más Caliente que el Fuego-NickJ&Tu(Adaptación) TERMINADA
Capitulo 7 (Parte 1)
Prineville, Georgia
Piet van der Boeke no había envejecido en los últimos ocho años, pensó Montez. Su rostro había estado muy bronceado y curtido hacía ocho años y seguía estándolo. Todavía era estilizado y ágil, descendiendo rápidamente las escaleras del jet privado con el que había atravesado la corriente del Golfo, como si no hubiese pasado sentado diez horas en un compartimento presurizado.
—Gracias por venir —Montez le estrechó la mano al final de la escalera. El apretón de Piet fue duro y seco.
—No hay de qué.
Un coche y su chofer estaban esperando. Dos minutos después de que Piet saliera a pista, se estaban marchando. El vuelo había sido registrado como un vuelo de transporte. Nadie sabía que Piet estaba en América.
Ambos eran conscientes de que una limusina con chofer no era el mejor lugar para una reunión, así que no hablaron.
Montez abrió un pequeño frigorífico y en silencio le tendió a Piet una botella de agua mineral. A diferencia de la mayoría de mercenarios, Piet era abstemio.
Montez le dijo al conductor que siguiera de frente hasta el garaje de seis plazas que conectaba con la casa a través de un túnel bajo tierra. Piet no hizo comentarios, simplemente observó todo con su penetrante mirada.
Por primera vez, Montez se preguntó qué pensaría alguien de su casa. Tenía más de treinta mil metros cuadrados y estaba decorada lujosamente solo como un loco
fanático de Atlanta podría hacerlo. Piet era un observador. Estudiaba
cuidadosamente a su presa, tanto dentro como fuera de su hábitat natural.
Montez se preguntó, incómodo, cuál sería el hábitat de Piet y lo que él pensaba que este decía sobre él.
Borró ese pensamiento, irritado. Iba a ofrecerle a Piet más de medio millón de dólares por este trabajo. ¿A quién coño le importaba lo que pensara?
Finalmente llegaron al estudio de Montez. Montez hacía barridos en su estudio en busca de fallos del sistema dos veces al día. Las ventanas estaban especialmente tratadas para romper los rayos láser; había un perímetro de diez metros alrededor de la casa, con sensores de movimiento. Nadie podía espiar con cámara y micro.
Estaban seguros.
Montez señaló un enorme y cómodo sillón de cuero y observó cómo Piet se hundía en él. Después de servirse una generosa copa de un Talisker de veinte años se sentó en el otro sillón.
Piet podía ser abstemio pero esa no era razón para que Montez se privara de ese placer.
Estudió al sudafricano por un momento. Piet permanecía callado, aceptando el escrutinio.
—Te ofrezco medio millón —empezó Montez y Piet levantó una enorme y callosa mano.
Montez ni siquiera pestañeó pero por dentro estaba gimoteando con consternación. ¿Había aumentado el precio de Piet? Medio millón era una buena brecha para él en ese momento, con ningún contrato del gobierno a la vista. Joder ¿Que pasaría si el precio de Piet había subido más de un millón? Ni siquiera sabía si tenía ese dinero extra.
—No quiero dinero —dijo Piet y la boca de Montez se abrió antes de que pudiese darse cuenta y recuperar la compostura—. Salvaste mi vida y te lo debo. Siempre pago mis deudas. Pero hago este trabajo y punto. Nunca me volverás a llamar. ¿De acuerdo?
En la mente de Montez su cuenta bancaria se disparó hacia arriba. Medio millón a buen resguardo de nuevo. Procuró no asentir con demasiado entusiasmo por el acuerdo.
—Por mí está bien. Y gracias.
Piet asintió en respuesta.
—Así que... ¿detrás de quién estoy? ¿Detrás de quién voy? ¿A quién persigo?
—Una mujer —Montez le observó cuidadosamente. Por alguna razón los mercenarios tenían problemas con ir detrás de mujeres y niños, lo que no tenía sentido para él. Un encargo era un encargo.
Pero Piet se limitó a asentir.
—¿Quién es?
—_____(tn) Palmer —solo decir su nombre conseguía que la sangre de Montez se disparase—. Era la jefa de contabilidad de aquí.
Los ojos de Piet eran del azul más brillante que Montez hubiese visto nunca. A la luz directa del sol eran tan pálidos que parecían casi blancos.
—Háblame de ella.
Montez se tragó el resto del whisky para tranquilizarse. Solo pensar en la zorra...
—¿Qué quieres saber?
Su voz calmada, pensativa.
—¿Qué tipo de mujer es? ¿Llamativa, ruidosa? ¿Silenciosa, solitaria? ¿Alguna afición? ¿Es simpática? ¿Qué aspecto tiene?
Bueno, eso era algo que Montez podía decir con facilidad. Sacó dos fotografías que habían sido tomadas un año y medio antes en un picnic celebrado por la compañía.
Piet las estudió cuidadosamente, pasando cerca de cinco minutos contemplando cada fotografía. Montez se removió en el sillón, quería ponerse en marcha. Finalmente, Piet habló.
—Cuéntame. Cuéntame todo.
Montez lo hizo, obviando lo que sucedió en la Zona Verde de Bagdad y lo que le sucedió a Arlen Miller.
—¿Y entonces? —La voz de Piet sonaba jodidamente tranquila.
—Y entonces la zorra simplemente... desapareció. Desaparecida durante todo un jodido año. He tenido hombres buscándola, he pinchado su teléfono, tengo su e-mail, he comprobado sus tarjetas de crédito. Nada. Parece como si simplemente se hubiera desvanecido de la jodida faz de la tierra.
—Y entonces ella escapó de nuevo.
Montez le observó con sospecha.
—¿Cómo coño sabes eso? Nadie lo sabe.
—Lógico. Tú nunca me habrías llamado de no ser así. La encontraste y la perdiste.
Puesto así, a Montez le pulsó fuertemente la sangre en las venas. Ella se había escurrido de los dedos de dos de sus chicos en Seattle. Y había sido algo estupendo que sus tres chicos hubieran muerto en San Diego porque él deseaba matarles otra vez por haberla dejado escapar. Una vez más.
—Sí. Está esa cantante que se ha vuelto muy famosa, vete a saber quién sabe su verdadera identidad. Se hace llamar...
—____(tn) —dijo Piet y levantó sus cejas ante la expresión de Montez—. La música viaja por el mundo, Gerald. Y solo hay una cantante en el planeta que tiene una identidad secreta. La mayoría de ellos están... ¿Cómo lo decís en América? Muy expuestos. ¿Cómo has hecho la conexión entre las dos?
—Pura casualidad —Montez sintió cómo la bilis se le subía desde el estómago y la tragó de nuevo hacia abajo—. Había un hilo musical en un restaurante hará diez días. Escuché una voz, una canción. La había oído antes. _____(tn) cantó esa canción en la oficina un día. Resultó que la canción había sido escrita por esa tal ____(tn), reconocí la voz y la canción, así que sumé dos más dos.
—Entiendo que ella ha sido muy buena escondiendo su identidad hasta ahora — dijo Piet pensativo —. Escuché que grabó en un estudio diferente al de los músicos. Y que ahora tiene dinero suficiente como para comprarse mucha privacidad.
—Uh huh. Pero no se imaginó tener que protegerse del único hombre que conoce su identidad.
—El agente.
Montez asintió.
—¿Dónde está el agente ahora?
—Haciendo de cebo en las Cascadas. Él estaba en Seattle, como ella, que pasó allí nueve meses.
—¿Qué conseguiste de él?
Montez apretó los dientes.
—No mucho. Sabía su nombre real, nunca se enteró de dónde vivía. Ella le decía dónde encontrarse... alguna cafetería o algún banco en el parque. Nunca le dijo nada.
Piet estrechó sus ojos.
—Excepto, imagino, su número de teléfono móvil.
Montez asintió.
—Sí. Era un móvil de prepago pero gracias a eso conseguimos una dirección. Estuvimos esperando fuera de su apartamento. La zorra nunca apareció y el móvil estaba fuera de servicio. La siguiente pista que tuvimos fue dos días después, en San Diego. Fue realmente difícil llevar a los hombres allí. Por suerte, tres de mis chicos estaban trabajando en Tijuana, así que dejaron ese encargo y fueron a San Diego. El teléfono estaba en la habitación de un hotel. Mis hombres llamaron y la recepcionista dijo que ella había salido. Así que prepararon una emboscada —rechinó los dientes— . Mis hombres eran buenos. Sabían lo que hacían. Yo no podía prever ningún problema. De hecho, volé aquí desde Seattle porque tenían órdenes de traérmela.
Tenía... asuntos con la zorra y quería estar listo para ella. Pero algo sucedió y tres buenos hombres terminaron muertos y ella sigue estando jodidamente libre.
—Ella tenía protección —dijo Piet.
—Oh, sí —seguía quemando—. Un tipo. Una pistola, un tipo —miró a Piet a los ojos y vio que le entendía completamente—. Donde sea que vaya, consigue protección.
Piet se quedó en silencio por unos buenos diez minutos. Montez no podía soportarlo. Se sirvió otro whisky. Había estado meditando el tiempo suficiente. Permitir que alguien se hiciera cargo del trabajo, maldita sea.
Piet se levantó de repente.
—Vámonos.
—¿Sí? ¿Dónde? ¿San Diego?
—No, Seattle —él lo pronuncio como Siiitel—. Vamos a husmear. Vamos a descubrir su guarida, a vigilarla, a ponerla nerviosa, a obligarla a salir de donde esté. Y después volveremos a San Diego.
Montez se levantó despacio, un poco mareado.
—Si vamos a estar merodeando por allí, vas a tener que hacer algo con ese acento tuyo. Reluce como el oro.
—Tío, no puedo creer que hayas dicho eso —Piet se puso una mano sobre el corazón, como si le doliera. Su voz de barítono cambió y sonó como la voz de un padre de los suburbios entrenando al equipo de fútbol del barrio, con un toque respetable. Indistinguible entre un millón de voces de hombre americanas. Sacudió la cabeza con tristeza—. Hieres mis sentimientos, hombre. No vuelvas a hacerlo.
Piet van der Boeke no había envejecido en los últimos ocho años, pensó Montez. Su rostro había estado muy bronceado y curtido hacía ocho años y seguía estándolo. Todavía era estilizado y ágil, descendiendo rápidamente las escaleras del jet privado con el que había atravesado la corriente del Golfo, como si no hubiese pasado sentado diez horas en un compartimento presurizado.
—Gracias por venir —Montez le estrechó la mano al final de la escalera. El apretón de Piet fue duro y seco.
—No hay de qué.
Un coche y su chofer estaban esperando. Dos minutos después de que Piet saliera a pista, se estaban marchando. El vuelo había sido registrado como un vuelo de transporte. Nadie sabía que Piet estaba en América.
Ambos eran conscientes de que una limusina con chofer no era el mejor lugar para una reunión, así que no hablaron.
Montez abrió un pequeño frigorífico y en silencio le tendió a Piet una botella de agua mineral. A diferencia de la mayoría de mercenarios, Piet era abstemio.
Montez le dijo al conductor que siguiera de frente hasta el garaje de seis plazas que conectaba con la casa a través de un túnel bajo tierra. Piet no hizo comentarios, simplemente observó todo con su penetrante mirada.
Por primera vez, Montez se preguntó qué pensaría alguien de su casa. Tenía más de treinta mil metros cuadrados y estaba decorada lujosamente solo como un loco
fanático de Atlanta podría hacerlo. Piet era un observador. Estudiaba
cuidadosamente a su presa, tanto dentro como fuera de su hábitat natural.
Montez se preguntó, incómodo, cuál sería el hábitat de Piet y lo que él pensaba que este decía sobre él.
Borró ese pensamiento, irritado. Iba a ofrecerle a Piet más de medio millón de dólares por este trabajo. ¿A quién coño le importaba lo que pensara?
Finalmente llegaron al estudio de Montez. Montez hacía barridos en su estudio en busca de fallos del sistema dos veces al día. Las ventanas estaban especialmente tratadas para romper los rayos láser; había un perímetro de diez metros alrededor de la casa, con sensores de movimiento. Nadie podía espiar con cámara y micro.
Estaban seguros.
Montez señaló un enorme y cómodo sillón de cuero y observó cómo Piet se hundía en él. Después de servirse una generosa copa de un Talisker de veinte años se sentó en el otro sillón.
Piet podía ser abstemio pero esa no era razón para que Montez se privara de ese placer.
Estudió al sudafricano por un momento. Piet permanecía callado, aceptando el escrutinio.
—Te ofrezco medio millón —empezó Montez y Piet levantó una enorme y callosa mano.
Montez ni siquiera pestañeó pero por dentro estaba gimoteando con consternación. ¿Había aumentado el precio de Piet? Medio millón era una buena brecha para él en ese momento, con ningún contrato del gobierno a la vista. Joder ¿Que pasaría si el precio de Piet había subido más de un millón? Ni siquiera sabía si tenía ese dinero extra.
—No quiero dinero —dijo Piet y la boca de Montez se abrió antes de que pudiese darse cuenta y recuperar la compostura—. Salvaste mi vida y te lo debo. Siempre pago mis deudas. Pero hago este trabajo y punto. Nunca me volverás a llamar. ¿De acuerdo?
En la mente de Montez su cuenta bancaria se disparó hacia arriba. Medio millón a buen resguardo de nuevo. Procuró no asentir con demasiado entusiasmo por el acuerdo.
—Por mí está bien. Y gracias.
Piet asintió en respuesta.
—Así que... ¿detrás de quién estoy? ¿Detrás de quién voy? ¿A quién persigo?
—Una mujer —Montez le observó cuidadosamente. Por alguna razón los mercenarios tenían problemas con ir detrás de mujeres y niños, lo que no tenía sentido para él. Un encargo era un encargo.
Pero Piet se limitó a asentir.
—¿Quién es?
—_____(tn) Palmer —solo decir su nombre conseguía que la sangre de Montez se disparase—. Era la jefa de contabilidad de aquí.
Los ojos de Piet eran del azul más brillante que Montez hubiese visto nunca. A la luz directa del sol eran tan pálidos que parecían casi blancos.
—Háblame de ella.
Montez se tragó el resto del whisky para tranquilizarse. Solo pensar en la zorra...
—¿Qué quieres saber?
Su voz calmada, pensativa.
—¿Qué tipo de mujer es? ¿Llamativa, ruidosa? ¿Silenciosa, solitaria? ¿Alguna afición? ¿Es simpática? ¿Qué aspecto tiene?
Bueno, eso era algo que Montez podía decir con facilidad. Sacó dos fotografías que habían sido tomadas un año y medio antes en un picnic celebrado por la compañía.
Piet las estudió cuidadosamente, pasando cerca de cinco minutos contemplando cada fotografía. Montez se removió en el sillón, quería ponerse en marcha. Finalmente, Piet habló.
—Cuéntame. Cuéntame todo.
Montez lo hizo, obviando lo que sucedió en la Zona Verde de Bagdad y lo que le sucedió a Arlen Miller.
—¿Y entonces? —La voz de Piet sonaba jodidamente tranquila.
—Y entonces la zorra simplemente... desapareció. Desaparecida durante todo un jodido año. He tenido hombres buscándola, he pinchado su teléfono, tengo su e-mail, he comprobado sus tarjetas de crédito. Nada. Parece como si simplemente se hubiera desvanecido de la jodida faz de la tierra.
—Y entonces ella escapó de nuevo.
Montez le observó con sospecha.
—¿Cómo coño sabes eso? Nadie lo sabe.
—Lógico. Tú nunca me habrías llamado de no ser así. La encontraste y la perdiste.
Puesto así, a Montez le pulsó fuertemente la sangre en las venas. Ella se había escurrido de los dedos de dos de sus chicos en Seattle. Y había sido algo estupendo que sus tres chicos hubieran muerto en San Diego porque él deseaba matarles otra vez por haberla dejado escapar. Una vez más.
—Sí. Está esa cantante que se ha vuelto muy famosa, vete a saber quién sabe su verdadera identidad. Se hace llamar...
—____(tn) —dijo Piet y levantó sus cejas ante la expresión de Montez—. La música viaja por el mundo, Gerald. Y solo hay una cantante en el planeta que tiene una identidad secreta. La mayoría de ellos están... ¿Cómo lo decís en América? Muy expuestos. ¿Cómo has hecho la conexión entre las dos?
—Pura casualidad —Montez sintió cómo la bilis se le subía desde el estómago y la tragó de nuevo hacia abajo—. Había un hilo musical en un restaurante hará diez días. Escuché una voz, una canción. La había oído antes. _____(tn) cantó esa canción en la oficina un día. Resultó que la canción había sido escrita por esa tal ____(tn), reconocí la voz y la canción, así que sumé dos más dos.
—Entiendo que ella ha sido muy buena escondiendo su identidad hasta ahora — dijo Piet pensativo —. Escuché que grabó en un estudio diferente al de los músicos. Y que ahora tiene dinero suficiente como para comprarse mucha privacidad.
—Uh huh. Pero no se imaginó tener que protegerse del único hombre que conoce su identidad.
—El agente.
Montez asintió.
—¿Dónde está el agente ahora?
—Haciendo de cebo en las Cascadas. Él estaba en Seattle, como ella, que pasó allí nueve meses.
—¿Qué conseguiste de él?
Montez apretó los dientes.
—No mucho. Sabía su nombre real, nunca se enteró de dónde vivía. Ella le decía dónde encontrarse... alguna cafetería o algún banco en el parque. Nunca le dijo nada.
Piet estrechó sus ojos.
—Excepto, imagino, su número de teléfono móvil.
Montez asintió.
—Sí. Era un móvil de prepago pero gracias a eso conseguimos una dirección. Estuvimos esperando fuera de su apartamento. La zorra nunca apareció y el móvil estaba fuera de servicio. La siguiente pista que tuvimos fue dos días después, en San Diego. Fue realmente difícil llevar a los hombres allí. Por suerte, tres de mis chicos estaban trabajando en Tijuana, así que dejaron ese encargo y fueron a San Diego. El teléfono estaba en la habitación de un hotel. Mis hombres llamaron y la recepcionista dijo que ella había salido. Así que prepararon una emboscada —rechinó los dientes— . Mis hombres eran buenos. Sabían lo que hacían. Yo no podía prever ningún problema. De hecho, volé aquí desde Seattle porque tenían órdenes de traérmela.
Tenía... asuntos con la zorra y quería estar listo para ella. Pero algo sucedió y tres buenos hombres terminaron muertos y ella sigue estando jodidamente libre.
—Ella tenía protección —dijo Piet.
—Oh, sí —seguía quemando—. Un tipo. Una pistola, un tipo —miró a Piet a los ojos y vio que le entendía completamente—. Donde sea que vaya, consigue protección.
Piet se quedó en silencio por unos buenos diez minutos. Montez no podía soportarlo. Se sirvió otro whisky. Había estado meditando el tiempo suficiente. Permitir que alguien se hiciera cargo del trabajo, maldita sea.
Piet se levantó de repente.
—Vámonos.
—¿Sí? ¿Dónde? ¿San Diego?
—No, Seattle —él lo pronuncio como Siiitel—. Vamos a husmear. Vamos a descubrir su guarida, a vigilarla, a ponerla nerviosa, a obligarla a salir de donde esté. Y después volveremos a San Diego.
Montez se levantó despacio, un poco mareado.
—Si vamos a estar merodeando por allí, vas a tener que hacer algo con ese acento tuyo. Reluce como el oro.
—Tío, no puedo creer que hayas dicho eso —Piet se puso una mano sobre el corazón, como si le doliera. Su voz de barítono cambió y sonó como la voz de un padre de los suburbios entrenando al equipo de fútbol del barrio, con un toque respetable. Indistinguible entre un millón de voces de hombre americanas. Sacudió la cabeza con tristeza—. Hieres mis sentimientos, hombre. No vuelvas a hacerlo.
HeyItsLupitaNJ
Re: Más Caliente que el Fuego-NickJ&Tu(Adaptación) TERMINADA
Capitulo 7 (Parte 2)
San Diego
La siguiente vez que _____(tn) se despertó, él seguía tumbado a su lado, viéndose tan sólido y tan inamovible como la última vez, solo que con unas pocas arrugas más en la cara.
Era por la mañana, el final de la mañana de un día soleado, a juzgar por el color amarillento de la luz del sol.
Las ventanas estaban abiertas, suaves cortinas de algodón se mecían con la brisa. El viento soplaba y sonaba con un suave y regular chapoteo. Estaban cerca del océano.
Movió la cabeza, sus manos. Ya no estaba la intravenosa. Sus manos estaban libres. Se retorció un poco, cuidadosa en sus movimientos. El hombro estaba herido, pero el intenso dolor se había terminado.
Su mirada vagó rápidamente por la habitación y después volvió a fijarse en el rostro de Nicholas Jonas. Parecía más mayor, con surcos grabados profundamente en sus mejillas, sombras de cansancio bajo sus ojos.
—Hola —su voz profunda era sosegada, la comisura de su boca elevándose en una media sonrisa.
—Hola —estaba sin aliento. No era debilidad física. Se sentía mejor, como si alguien durante la noche le hubiera quitado un peso de encima.
El día era brillante y soleado. El sonido del océano derritiéndose con los débiles sonidos de un saxofón tocando jazz en otra habitación. Podía oler el agua salada, el suave algodón y... ¿café?
Tomó una respiración profunda.
—¿Estoy oliendo lo que creo que estoy oliendo? —Una sonrisa vaciló en su rostro sombrío.
—Por supuesto. Así como todo el desayuno que seas capaz de comer. —Su mano cubrió la de ella—. Por favor, dime que tienes hambre.
—Desde luego —suspiró.
Su mano era fuerte y cálida, tan caliente que el calor le recorría el brazo. Su sonrisa también la calentó.
Um, de hecho, para ser sincera, su sonrisa no solo la calentó. Su sonrisa envió una ola de calor por todo su cuerpo, la más asombrosa de las sensaciones. La sensación de... de vida.
De repente no pudo seguir tumbada ni un segundo más como una criatura medio muerta. Dobló las piernas, apoyó los talones, se irguió en sus antebrazos... y de repente estaba sentada, apoyada contra las almohadas. Él la había levantado con total facilidad, como si fuese una niña. Con cuidado y suavidad.
—Ahí lo tienes.
Él sonrió y por primera vez _____(tn) se percató de lo increíblemente atractivo que era ese hombre. El musculoso cuerpo, el precioso color bronceado, incluso la abundante barba dorada sobre su mandíbula cuadrada, todo en un mismo paquete de lo más atractivo. El miedo que sentía por él lo había enmascarado, pero el miedo se había ido y ella se sentía completa.
Eso, en sí mismo, era maravilloso. Algo durante el tiempo que había pasado en esa cama, mientras entraba y salía de la inconsciencia, había drenado el miedo que sentía.
De repente lo recordó sosteniendo su mano por horas. Días.
—¿Qué día es hoy? —preguntó bruscamente
—Jueves.
_____(tn) parpadeó.
—¿He estado inconsciente cuatro días?
—No, no has estado todo el tiempo inconsciente. Te levantaste algunas veces — sus ojos se estrecharon—. ¿No te acuerdas?
Quizá. Una certeza se estaba filtrando en su conciencia, un amigo que se había ido hacía mucho tiempo.
—¿Dónde estoy?
—En mi casa. Este es mi estudio.
Sus ojos se fijaron en él.
—He estado aquí cuatro días —repitió, solo para asegurarse.
—Sí —sus labios se apretaron en una línea muy fina—. Te lo he dicho antes. No te llevé a un hospital. Te dispararon y los hospitales y los médicos deben informar a la policía de las heridas de bala. Imaginé que no querrías eso. Esos tipos significan problemas.
—Tienes razón —susurró con un escalofrío—. No hubiera querido eso.
—Ni yo tampoco porque puedes estar segura de que Gerald Montez está vigilando los hospitales y monitoreando las emisoras de policía. —Él acercó la silla al lado de la cama, las patas raspando sobre el duro suelo de madera. Apretó su mano—. No tiene ni idea de dónde estás. Y va a seguir siendo de esa manera.
—Um, a decir verdad, ni siquiera yo sé dónde estoy.
—Te lo he dicho. En mi casa.
—¿Qué está...?
—En Coronado Shores.
—Coronado Shores —sus ojos se abrieron sorprendidos ante su mirada perpleja.
—No conoces San Diego ¿verdad?
_____(tn) negó con la cabeza, sorprendiéndose de que no doliera.
—No, nunca había estado aquí. Asumo que está al lado de la playa porque se oye el océano ahí fuera. Así que, me has curado —movió su hombro derecho y levantó el brazo, moviéndolo con facilidad. Sobre todo, esa horrible sensación de debilidad se había desvanecido.
Se miró lo que llevaba puesto. Tenía un vago recuerdo de vestir una enorme camiseta pero ahora ella llevaba un camisón de un pálido color melocotón. Pura seda. Increíblemente bonito. Posiblemente de La Perla.
—Bueno, más que curado. Parece que estás muy preparado para cuidar de una mujer que ha recibido un disparo. Tienes una cama de hospital, una vía intravenosa, imagino que instrumentos quirúrgicos —ella arrastró sus manos sobre el suave material color melocotón—. Camisones de seda. ¿Tienes el hábito de ir rescatando a mujeres?
Fue lo peor que pudo decir. Su rostro se congeló, algo, alguna fuerte y dolorosa emoción cruzó su gesto.
Nicholas se levantó de repente.
—No, no rescato a mujeres muy a menudo. El catre del hospital y la vía intravenosa son de la casa de mi socio. Su mujer, Nicole, cuidó de su padre en casa hasta que éste murió.
—Recuerdo a una mujer muy guapa viniendo a la habitación. Pensé que era un sueño. ¿Ésa era la mujer de tu socio?
—Sí. Iban a tirar todo el material de hospital después de que el padre de ella muriera pero terminaron almacenándolo. Tengo un botiquín para... para emergencias. Nicole te ha prestado uno de sus camisones. Hay muchos más guardados en el cajón. Así que como puedes ver, estaba equipado para ayudarte. Por suerte, no te dispararon directamente. La bala fue de rebote y no entró muy profunda. La saqué, limpié la herida y volví a cerrarla. Tienes ocho puntos de sutura. Utilicé hilo reabsorbible, así que no quedará nada en un día o dos. No son perfectos, puede que necesites cirugía plástica después...
_____(tn) nunca querría volver a estar cerca de una aguja en su vida.
—No, estoy bien.
—Estuviste inconsciente por mucho tiempo pero creo que te pudo más el cansancio que los efectos de la herida. ¿Verdad?
Ella asintió. Un año escapando y casi setenta y dos horas sin dormir.
Sus huesos estaban profundamente fatigados. _____(tn) tomó una profunda respiración, sondeando las extremidades de su cuerpo. Seguía sintiéndose un poco débil pero completamente descansada. Otra cosa...
—Estuviste ahí, ¿verdad? —_____(tn) señaló la silla que había al lado de la cama—. Todo el tiempo.
Él dudó por un instante antes de responder con sus ojos fijamente en los suyos. ¿Para observar cómo reaccionaba?
—Sí. Excepto en los descansos para ir al baño y ducharme. Nicole me traía algo de comer de vez en cuando. Pero la mayor parte del tiempo sí, estuve aquí.
¡Vaya! Cuatro días y cuatro noches, en una silla.
—Lo siento. No era necesario. No creo que estuviese en peligro de muerte ni nada de eso. No tenías por qué haberlo hecho.
—Lo hice —sus ojos se clavaron en los de ella, esos fieros ojos castaños reflejando la luz que se filtraba por las ventanas—. A veces... descansabas. Has tenido pesadillas. Te despertabas aterrorizada, jadeando. No podía dejarte sola despertando en un lugar oscuro que no conocías.
Ahora, ahora, recordaba. Los sueños que se volvían rápidamente en pesadillas, despertarse aterrorizada en la oscuridad, una mano fuerte sosteniendo la suya.
Calidez y fuerza, en la noche. No estuvo sola.
Esa era la razón por la que se sentía... renovada. Cuando se había dormido, cuando las pesadillas no la perseguían, el sueño había sido profundo.
No había dormido ni una sola noche completa durante el último año. Se había obligado a dormir superficialmente, su cerebro estando alerta a los ruidos y las luces de la noche. Un perro ladrador, el tubo de escape de un vehículo, una pareja peleando, un portazo, todo había sido suficiente para despertarla, jadeando por aire, por el cuchillo que escondía debajo de la almohada. El cuchillo que seguía bajo la almohada en su miserable apartamento, el que nunca volvería a ver.
Durante estas noches había habido retazos de auténtico sueño. En algún nivel profundo, su parte animal supo que estaba segura.
Por ahora, no había peligro para ella, a menos que contaras la inanición. Abrió la boca para pedir algo de comer pero él se adelantó.
—Bueno, voy a conseguirte algo para desayunar —una última mirada, intensa, como si quisiera asegurarse de que estaba bien y se puso de pie, sosteniendo aún su mano.
Ella le recordaba con una camisa de vestir en su oficina y ahora vestía una camiseta negra que se ajustaba a su amplio pecho, las mangas casi demasiado pequeñas para esos abultados bíceps. Tenía una figura inusual, con hombros casi absurdamente amplios y brazos grandes, y muy delgado y estrecho hacia la cintura.
Él retiró la mano e inmediatamente sintió un escalofrío, lo que era ridículo. Un cálido viento se filtraba a través de las puertas francesas que estaban abiertas.
_____(tn) lo observó alejarse, alto, con hombros enormemente anchos, la camiseta y los vaqueros arrugados y sintió que le faltaba algo. Lo que era una locura. Su cuerpo podría estar enviando frenéticas señales de todo está bien, no te preocupes, pero no conocía a este hombre en absoluto. De acuerdo, puede que no fuera peón de Satanás o espía de Gerald, pero podría ser cualquier otra cosa. Malvado, violento, incluso loco.
Aunque mientras se decía esto, no se lo tomaba muy en serio. Un hombre violento y loco no pasaba cuatro días y cuatro noches en una silla por si una mujer a la que no conocía despertaba sola y atemorizada.
Había ruidos de estrépito y olores buenísimos. De pan y canela, notas de chocolate negro con base de café.
_____(tn) se miró. El hombro le picaba, pero no dolía. Levantó el brazo y olió. Alguien le había dado un baño de esponja. Olía fresca, a jabón. Movió el camisón y miró la pulcra venda sobre la parte superior del pecho derecho. El vendaje parecía recién aplicado. Curiosa, levantó la cinta y vio una herida con pequeñas y pulcras puntadas
negras. La cicatriz no sería tan grande.
La piel estaba limpia y clara alrededor de la herida. Ninguna infección.
Por debajo de todo eso había algo más. Una... una falta de algo. Temor. Ella no estaba atemorizada.
El temor había sido su compañero constante este año pasado, día y noche, esperando en cualquier momento la incursión de hombres enmascarados, el golpe de una bala o la raja caliente de un cuchillo cruzándole la garganta.
Había tenido miedo y se había sentido sola todos y cada uno de los segundos del año pasado.
En este momento no estaba atemorizada y no estaba sola. Durante un pequeño espacio de tiempo, estaba totalmente segura.
Ni siquiera lo cuestionó, ese cambio en su interior que le había sucedido. El cambio de Nicholas Jonas es peligroso a Nicholas Jonas es seguro. Tan drástico como un interruptor eléctrico. De la oscuridad a la luz.
No podía quedarse mucho, por supuesto. Los negocios de él y los de su compañero, Sam Reston, el casado con la hermosa Nicole, y presumiblemente del otro socio al que nunca había conocido, Mike, eran hacerla desaparecer. Organizarle una nueva vida. Así que tan pronto como se recuperara por completo, le pondrían algunos documentos nuevos en las manos y le señalarían un nuevo camino.
Sola, por supuesto. No había discusión en eso.
No había duda en la mente de _____(tn) de que mientras Montez fuera tras ella, estaría sola. Y eso podría ser válido para el resto de su vida.
Entonces lo importante ahora era saborear cada segundo de este tiempo, mientras no estaba sola.
Mientras había un hombre dispuesto a sentarse al lado de su cama noche tras noche y que ahora mismo estaba en la cocina removiendo cacerolas.
Aunque la tentación era la de simplemente disfrutar de esta sensación, sabía que tenía que ponerse lo bastante bien para irse pronto. Cada minuto pasado aquí era una tentación suculenta y dorada. No podía permitirse el lujo de acostumbrarse a esto, a tener a alguien cuidándola. Tener a un hombre peligroso a su lado.
Ahora que su cabeza estaba clara, regresaban los destellos de recuerdos. No podía recordar cada detalle de lo que había sucedido fuera de su hotel pero tenía la corazonada de que Nicholas Jonas había ido corriendo hacia ella y había matado a tres de los hombres de Gerald para salvarla.
Un hombre como ese a su lado haría que cualquiera se sintiera segura.
No podía permitirse eso. No podía permitirse acostumbrarse a la sensación de seguridad.
Ponte bien y vete.
El paso número uno era levantarse.
Bien. Había estado caminando toda su vida. ¿Cuán duro podría ser volver a ponerse en pie?
_____(tn) retiró la manta, se movió lentamente hasta que las piernas colgaron sobre la cama, miró abajo y tragó. Guau. El suelo estaba muy, muy abajo. Nunca había sido hospitalizada. ¿Quién sabía que las camas de hospital eran tan altas?
¿Cómo hacer esto? ¿Quizá una pierna a la vez? Moviendo las caderas, alargó la pierna derecha, estirándose para encontrar firmeza sobre el brillante suelo de madera. Ah. Un pie plantado en el suelo, ahora el otro...
Nicholas apareció a la puerta.
—Qué te gustaría... ¡oye!
_____(tn) colocó el pie izquierdo en el suelo y las rodillas se le doblaron. Jadeó, extendió las manos para detener la caída y se encontró columpiándose contra un pecho duro.
Los ojos asustados se encontraron con los de Nicholas. ¿Cómo se había movido él tan rápido? Había estado en la puerta, luego justo a su lado para agarrarla mientras caía. Ni siquiera le había visto moverse.
Un recuerdo se revolvió. Nicholas corriendo a lo que parecía la velocidad de luz hacia ella, el arma fuera, ya disparando...
El hombre era rápido.
Fruncía el ceño.
—¿Qué crees que estás haciendo?
—Pues... ¿salir de la cama? No soy una inválida. Y tú mismo has dicho que la herida no era grave.
El ceño de Nicholas se suavizó cuando la miró en sus brazos, los ojos dorados resplandeciendo.
—Estás asustada —dijo suavemente—. Asustada de ser débil. Asustada de que él te encuentre cuando no puedes defenderte.
Oh, Dios, era como si mirara directamente al interior de su alma.
—O no pueda escapar.
—No tienes que estar asustada por eso —contestó, en tono práctico—. No te encontrará. Nadie te encontrará. Nadie te hará daño otra vez.
_____(tn) miró al suelo, tan brillante, firme y seguro. Esa seguridad era engañosa, como todo lo demás. Ni siquiera podía ponerse de pie en el suelo.
—Sé cómo te sientes. —Era tan extraño mantener esta conversación mientras la tenía cogida en brazos en su estudio convertido en cuarto de hospital. En algún sitio, hubo un ligero sonido de timbre, exactamente el sonido que un tostador haría cuando el pan estuviera listo.
—¿Humm? —Él había dicho algo mientras estaba completamente distraída por... bueno, por el cuerpo más increíblemente masculino que jamás había tocado.
La compañía de Gerald había estado llena de hombres musculosos, a menudo con los andares de pato de los culturistas que eran tan poco atractivos y ridículos. Todos cultivaban un aire de no me jodas, pero resultó ser todo un farol, porque Nicholas Jonas había abatido a tres de ellos, con las manos desnudas.
Podía sentir el porqué él se había impuesto. Instintivamente, un brazo le había rodeado los hombros, la otra mano estaba apoyada en su pecho. Nunca antes había sentido un cuerpo como ese, como piel sobre acero tibio. Estaba construido como un motor de carreras, músculos largos y esbeltos, envueltos alrededor de huesos grandes.
—Decía que sé cómo te sientes. Sé lo que es sentirse débil, apenas capaz de estar de pie. Es horrible. Odié cada segundo de ello y eso que no tuve a nadie persiguiéndome. Puedo imaginar cómo te sientes.
Los ojos de _____(tn) se encontraron con los suyos con sorpresa. Él estaba perfectamente serio, calmado incluso. Las arrugas de las mejillas, la boca plena cerrada en una fina línea, los ojos serios. Le parecía imposible que el hombre que la sostenía en brazos tan fácilmente como si fuera una niña, hubiera estado...
—¿Qué quieres decir? ¿Estuviste débil? ¿Débil cómo?
Incluso decirlo sonaba extraño. Las partes de él que podía ver y sentir, cuello fuerte, los hombros más anchos que jamás había visto, manos nervudas inmensas, nunca podrían llamarse débiles. Era simplemente un hombre demasiado grande.
Él curvó la boca hacia abajo y encogió un hombro. _____(tn) bajó y subió con el movimiento.
—Me dispararon en Af... donde estaba desplegado, hará un año. Tuve cuatro operaciones en otras tantas semanas. Perdí veinte kilos. No pude andar durante meses. Sí, estuve bastante baldado durante un tiempo.
_____(tn) se cubrió la boca con la mano, los ojos abiertos de par en par.
—¡Oh, cielos! Lo lamento mucho. Debió haber sido realmente grave. ¿Cómo volviste a estar en forma?
Una de las comisuras de la boca se elevó.
—No puedo quedarme con todo el crédito. Fueron mis hermanos quienes me forzaron a ponerme en forma. Sam y Mike. Has conocido a Sam y Nicole. No has conocido a Mike, aunque ha estado aquí unas cuantas veces para echarte un ojo mientras estabas inconsciente. No solo estaba baldado, también deprimido. Probablemente me habría hundido en un mar de autocompasión si ellos no hubieran contratado a un nazi para que me pusiera en forma a base de golpes.
—¿Un nazi?
—Sí. En realidad no era alemán, era noruego. Bjorn. Tío, era despiadado. Noventa y tres kilos de pura maldad. Vino cada día durante seis meses e informaba a Sam y Mike. Cuando me resistía decía que ellos le asustaban más que yo. Que ellos le patearían el culo. ¿Yo? Al principio, tenía suerte si podía tambalearme sobre los pies antes de caer directamente sobre mi c... estooo... cara.
_____(tn) absorbió el tono de cariño cuando hablaba de sus hermanos. No se había dado cuenta de que Sam y Nicholas eran hermanos. No se parecían en nada, excepto en ser altos y excepcionalmente bien construidos. Pero espera. Sam se apellidaba Reston. Y el apellido de Nicholas era Jonas.
—¿Cómo es que sois hermanos? ¿Misma madre, padres diferentes?
—Hermanos de sangre, no verdaderos. Una larga historia. Te la contaré en otro momento. Pero no fueron los únicos que me ayudaron. Tú también fuiste responsable. Estoy aquí por tu causa.
La siguiente vez que _____(tn) se despertó, él seguía tumbado a su lado, viéndose tan sólido y tan inamovible como la última vez, solo que con unas pocas arrugas más en la cara.
Era por la mañana, el final de la mañana de un día soleado, a juzgar por el color amarillento de la luz del sol.
Las ventanas estaban abiertas, suaves cortinas de algodón se mecían con la brisa. El viento soplaba y sonaba con un suave y regular chapoteo. Estaban cerca del océano.
Movió la cabeza, sus manos. Ya no estaba la intravenosa. Sus manos estaban libres. Se retorció un poco, cuidadosa en sus movimientos. El hombro estaba herido, pero el intenso dolor se había terminado.
Su mirada vagó rápidamente por la habitación y después volvió a fijarse en el rostro de Nicholas Jonas. Parecía más mayor, con surcos grabados profundamente en sus mejillas, sombras de cansancio bajo sus ojos.
—Hola —su voz profunda era sosegada, la comisura de su boca elevándose en una media sonrisa.
—Hola —estaba sin aliento. No era debilidad física. Se sentía mejor, como si alguien durante la noche le hubiera quitado un peso de encima.
El día era brillante y soleado. El sonido del océano derritiéndose con los débiles sonidos de un saxofón tocando jazz en otra habitación. Podía oler el agua salada, el suave algodón y... ¿café?
Tomó una respiración profunda.
—¿Estoy oliendo lo que creo que estoy oliendo? —Una sonrisa vaciló en su rostro sombrío.
—Por supuesto. Así como todo el desayuno que seas capaz de comer. —Su mano cubrió la de ella—. Por favor, dime que tienes hambre.
—Desde luego —suspiró.
Su mano era fuerte y cálida, tan caliente que el calor le recorría el brazo. Su sonrisa también la calentó.
Um, de hecho, para ser sincera, su sonrisa no solo la calentó. Su sonrisa envió una ola de calor por todo su cuerpo, la más asombrosa de las sensaciones. La sensación de... de vida.
De repente no pudo seguir tumbada ni un segundo más como una criatura medio muerta. Dobló las piernas, apoyó los talones, se irguió en sus antebrazos... y de repente estaba sentada, apoyada contra las almohadas. Él la había levantado con total facilidad, como si fuese una niña. Con cuidado y suavidad.
—Ahí lo tienes.
Él sonrió y por primera vez _____(tn) se percató de lo increíblemente atractivo que era ese hombre. El musculoso cuerpo, el precioso color bronceado, incluso la abundante barba dorada sobre su mandíbula cuadrada, todo en un mismo paquete de lo más atractivo. El miedo que sentía por él lo había enmascarado, pero el miedo se había ido y ella se sentía completa.
Eso, en sí mismo, era maravilloso. Algo durante el tiempo que había pasado en esa cama, mientras entraba y salía de la inconsciencia, había drenado el miedo que sentía.
De repente lo recordó sosteniendo su mano por horas. Días.
—¿Qué día es hoy? —preguntó bruscamente
—Jueves.
_____(tn) parpadeó.
—¿He estado inconsciente cuatro días?
—No, no has estado todo el tiempo inconsciente. Te levantaste algunas veces — sus ojos se estrecharon—. ¿No te acuerdas?
Quizá. Una certeza se estaba filtrando en su conciencia, un amigo que se había ido hacía mucho tiempo.
—¿Dónde estoy?
—En mi casa. Este es mi estudio.
Sus ojos se fijaron en él.
—He estado aquí cuatro días —repitió, solo para asegurarse.
—Sí —sus labios se apretaron en una línea muy fina—. Te lo he dicho antes. No te llevé a un hospital. Te dispararon y los hospitales y los médicos deben informar a la policía de las heridas de bala. Imaginé que no querrías eso. Esos tipos significan problemas.
—Tienes razón —susurró con un escalofrío—. No hubiera querido eso.
—Ni yo tampoco porque puedes estar segura de que Gerald Montez está vigilando los hospitales y monitoreando las emisoras de policía. —Él acercó la silla al lado de la cama, las patas raspando sobre el duro suelo de madera. Apretó su mano—. No tiene ni idea de dónde estás. Y va a seguir siendo de esa manera.
—Um, a decir verdad, ni siquiera yo sé dónde estoy.
—Te lo he dicho. En mi casa.
—¿Qué está...?
—En Coronado Shores.
—Coronado Shores —sus ojos se abrieron sorprendidos ante su mirada perpleja.
—No conoces San Diego ¿verdad?
_____(tn) negó con la cabeza, sorprendiéndose de que no doliera.
—No, nunca había estado aquí. Asumo que está al lado de la playa porque se oye el océano ahí fuera. Así que, me has curado —movió su hombro derecho y levantó el brazo, moviéndolo con facilidad. Sobre todo, esa horrible sensación de debilidad se había desvanecido.
Se miró lo que llevaba puesto. Tenía un vago recuerdo de vestir una enorme camiseta pero ahora ella llevaba un camisón de un pálido color melocotón. Pura seda. Increíblemente bonito. Posiblemente de La Perla.
—Bueno, más que curado. Parece que estás muy preparado para cuidar de una mujer que ha recibido un disparo. Tienes una cama de hospital, una vía intravenosa, imagino que instrumentos quirúrgicos —ella arrastró sus manos sobre el suave material color melocotón—. Camisones de seda. ¿Tienes el hábito de ir rescatando a mujeres?
Fue lo peor que pudo decir. Su rostro se congeló, algo, alguna fuerte y dolorosa emoción cruzó su gesto.
Nicholas se levantó de repente.
—No, no rescato a mujeres muy a menudo. El catre del hospital y la vía intravenosa son de la casa de mi socio. Su mujer, Nicole, cuidó de su padre en casa hasta que éste murió.
—Recuerdo a una mujer muy guapa viniendo a la habitación. Pensé que era un sueño. ¿Ésa era la mujer de tu socio?
—Sí. Iban a tirar todo el material de hospital después de que el padre de ella muriera pero terminaron almacenándolo. Tengo un botiquín para... para emergencias. Nicole te ha prestado uno de sus camisones. Hay muchos más guardados en el cajón. Así que como puedes ver, estaba equipado para ayudarte. Por suerte, no te dispararon directamente. La bala fue de rebote y no entró muy profunda. La saqué, limpié la herida y volví a cerrarla. Tienes ocho puntos de sutura. Utilicé hilo reabsorbible, así que no quedará nada en un día o dos. No son perfectos, puede que necesites cirugía plástica después...
_____(tn) nunca querría volver a estar cerca de una aguja en su vida.
—No, estoy bien.
—Estuviste inconsciente por mucho tiempo pero creo que te pudo más el cansancio que los efectos de la herida. ¿Verdad?
Ella asintió. Un año escapando y casi setenta y dos horas sin dormir.
Sus huesos estaban profundamente fatigados. _____(tn) tomó una profunda respiración, sondeando las extremidades de su cuerpo. Seguía sintiéndose un poco débil pero completamente descansada. Otra cosa...
—Estuviste ahí, ¿verdad? —_____(tn) señaló la silla que había al lado de la cama—. Todo el tiempo.
Él dudó por un instante antes de responder con sus ojos fijamente en los suyos. ¿Para observar cómo reaccionaba?
—Sí. Excepto en los descansos para ir al baño y ducharme. Nicole me traía algo de comer de vez en cuando. Pero la mayor parte del tiempo sí, estuve aquí.
¡Vaya! Cuatro días y cuatro noches, en una silla.
—Lo siento. No era necesario. No creo que estuviese en peligro de muerte ni nada de eso. No tenías por qué haberlo hecho.
—Lo hice —sus ojos se clavaron en los de ella, esos fieros ojos castaños reflejando la luz que se filtraba por las ventanas—. A veces... descansabas. Has tenido pesadillas. Te despertabas aterrorizada, jadeando. No podía dejarte sola despertando en un lugar oscuro que no conocías.
Ahora, ahora, recordaba. Los sueños que se volvían rápidamente en pesadillas, despertarse aterrorizada en la oscuridad, una mano fuerte sosteniendo la suya.
Calidez y fuerza, en la noche. No estuvo sola.
Esa era la razón por la que se sentía... renovada. Cuando se había dormido, cuando las pesadillas no la perseguían, el sueño había sido profundo.
No había dormido ni una sola noche completa durante el último año. Se había obligado a dormir superficialmente, su cerebro estando alerta a los ruidos y las luces de la noche. Un perro ladrador, el tubo de escape de un vehículo, una pareja peleando, un portazo, todo había sido suficiente para despertarla, jadeando por aire, por el cuchillo que escondía debajo de la almohada. El cuchillo que seguía bajo la almohada en su miserable apartamento, el que nunca volvería a ver.
Durante estas noches había habido retazos de auténtico sueño. En algún nivel profundo, su parte animal supo que estaba segura.
Por ahora, no había peligro para ella, a menos que contaras la inanición. Abrió la boca para pedir algo de comer pero él se adelantó.
—Bueno, voy a conseguirte algo para desayunar —una última mirada, intensa, como si quisiera asegurarse de que estaba bien y se puso de pie, sosteniendo aún su mano.
Ella le recordaba con una camisa de vestir en su oficina y ahora vestía una camiseta negra que se ajustaba a su amplio pecho, las mangas casi demasiado pequeñas para esos abultados bíceps. Tenía una figura inusual, con hombros casi absurdamente amplios y brazos grandes, y muy delgado y estrecho hacia la cintura.
Él retiró la mano e inmediatamente sintió un escalofrío, lo que era ridículo. Un cálido viento se filtraba a través de las puertas francesas que estaban abiertas.
_____(tn) lo observó alejarse, alto, con hombros enormemente anchos, la camiseta y los vaqueros arrugados y sintió que le faltaba algo. Lo que era una locura. Su cuerpo podría estar enviando frenéticas señales de todo está bien, no te preocupes, pero no conocía a este hombre en absoluto. De acuerdo, puede que no fuera peón de Satanás o espía de Gerald, pero podría ser cualquier otra cosa. Malvado, violento, incluso loco.
Aunque mientras se decía esto, no se lo tomaba muy en serio. Un hombre violento y loco no pasaba cuatro días y cuatro noches en una silla por si una mujer a la que no conocía despertaba sola y atemorizada.
Había ruidos de estrépito y olores buenísimos. De pan y canela, notas de chocolate negro con base de café.
_____(tn) se miró. El hombro le picaba, pero no dolía. Levantó el brazo y olió. Alguien le había dado un baño de esponja. Olía fresca, a jabón. Movió el camisón y miró la pulcra venda sobre la parte superior del pecho derecho. El vendaje parecía recién aplicado. Curiosa, levantó la cinta y vio una herida con pequeñas y pulcras puntadas
negras. La cicatriz no sería tan grande.
La piel estaba limpia y clara alrededor de la herida. Ninguna infección.
Por debajo de todo eso había algo más. Una... una falta de algo. Temor. Ella no estaba atemorizada.
El temor había sido su compañero constante este año pasado, día y noche, esperando en cualquier momento la incursión de hombres enmascarados, el golpe de una bala o la raja caliente de un cuchillo cruzándole la garganta.
Había tenido miedo y se había sentido sola todos y cada uno de los segundos del año pasado.
En este momento no estaba atemorizada y no estaba sola. Durante un pequeño espacio de tiempo, estaba totalmente segura.
Ni siquiera lo cuestionó, ese cambio en su interior que le había sucedido. El cambio de Nicholas Jonas es peligroso a Nicholas Jonas es seguro. Tan drástico como un interruptor eléctrico. De la oscuridad a la luz.
No podía quedarse mucho, por supuesto. Los negocios de él y los de su compañero, Sam Reston, el casado con la hermosa Nicole, y presumiblemente del otro socio al que nunca había conocido, Mike, eran hacerla desaparecer. Organizarle una nueva vida. Así que tan pronto como se recuperara por completo, le pondrían algunos documentos nuevos en las manos y le señalarían un nuevo camino.
Sola, por supuesto. No había discusión en eso.
No había duda en la mente de _____(tn) de que mientras Montez fuera tras ella, estaría sola. Y eso podría ser válido para el resto de su vida.
Entonces lo importante ahora era saborear cada segundo de este tiempo, mientras no estaba sola.
Mientras había un hombre dispuesto a sentarse al lado de su cama noche tras noche y que ahora mismo estaba en la cocina removiendo cacerolas.
Aunque la tentación era la de simplemente disfrutar de esta sensación, sabía que tenía que ponerse lo bastante bien para irse pronto. Cada minuto pasado aquí era una tentación suculenta y dorada. No podía permitirse el lujo de acostumbrarse a esto, a tener a alguien cuidándola. Tener a un hombre peligroso a su lado.
Ahora que su cabeza estaba clara, regresaban los destellos de recuerdos. No podía recordar cada detalle de lo que había sucedido fuera de su hotel pero tenía la corazonada de que Nicholas Jonas había ido corriendo hacia ella y había matado a tres de los hombres de Gerald para salvarla.
Un hombre como ese a su lado haría que cualquiera se sintiera segura.
No podía permitirse eso. No podía permitirse acostumbrarse a la sensación de seguridad.
Ponte bien y vete.
El paso número uno era levantarse.
Bien. Había estado caminando toda su vida. ¿Cuán duro podría ser volver a ponerse en pie?
_____(tn) retiró la manta, se movió lentamente hasta que las piernas colgaron sobre la cama, miró abajo y tragó. Guau. El suelo estaba muy, muy abajo. Nunca había sido hospitalizada. ¿Quién sabía que las camas de hospital eran tan altas?
¿Cómo hacer esto? ¿Quizá una pierna a la vez? Moviendo las caderas, alargó la pierna derecha, estirándose para encontrar firmeza sobre el brillante suelo de madera. Ah. Un pie plantado en el suelo, ahora el otro...
Nicholas apareció a la puerta.
—Qué te gustaría... ¡oye!
_____(tn) colocó el pie izquierdo en el suelo y las rodillas se le doblaron. Jadeó, extendió las manos para detener la caída y se encontró columpiándose contra un pecho duro.
Los ojos asustados se encontraron con los de Nicholas. ¿Cómo se había movido él tan rápido? Había estado en la puerta, luego justo a su lado para agarrarla mientras caía. Ni siquiera le había visto moverse.
Un recuerdo se revolvió. Nicholas corriendo a lo que parecía la velocidad de luz hacia ella, el arma fuera, ya disparando...
El hombre era rápido.
Fruncía el ceño.
—¿Qué crees que estás haciendo?
—Pues... ¿salir de la cama? No soy una inválida. Y tú mismo has dicho que la herida no era grave.
El ceño de Nicholas se suavizó cuando la miró en sus brazos, los ojos dorados resplandeciendo.
—Estás asustada —dijo suavemente—. Asustada de ser débil. Asustada de que él te encuentre cuando no puedes defenderte.
Oh, Dios, era como si mirara directamente al interior de su alma.
—O no pueda escapar.
—No tienes que estar asustada por eso —contestó, en tono práctico—. No te encontrará. Nadie te encontrará. Nadie te hará daño otra vez.
_____(tn) miró al suelo, tan brillante, firme y seguro. Esa seguridad era engañosa, como todo lo demás. Ni siquiera podía ponerse de pie en el suelo.
—Sé cómo te sientes. —Era tan extraño mantener esta conversación mientras la tenía cogida en brazos en su estudio convertido en cuarto de hospital. En algún sitio, hubo un ligero sonido de timbre, exactamente el sonido que un tostador haría cuando el pan estuviera listo.
—¿Humm? —Él había dicho algo mientras estaba completamente distraída por... bueno, por el cuerpo más increíblemente masculino que jamás había tocado.
La compañía de Gerald había estado llena de hombres musculosos, a menudo con los andares de pato de los culturistas que eran tan poco atractivos y ridículos. Todos cultivaban un aire de no me jodas, pero resultó ser todo un farol, porque Nicholas Jonas había abatido a tres de ellos, con las manos desnudas.
Podía sentir el porqué él se había impuesto. Instintivamente, un brazo le había rodeado los hombros, la otra mano estaba apoyada en su pecho. Nunca antes había sentido un cuerpo como ese, como piel sobre acero tibio. Estaba construido como un motor de carreras, músculos largos y esbeltos, envueltos alrededor de huesos grandes.
—Decía que sé cómo te sientes. Sé lo que es sentirse débil, apenas capaz de estar de pie. Es horrible. Odié cada segundo de ello y eso que no tuve a nadie persiguiéndome. Puedo imaginar cómo te sientes.
Los ojos de _____(tn) se encontraron con los suyos con sorpresa. Él estaba perfectamente serio, calmado incluso. Las arrugas de las mejillas, la boca plena cerrada en una fina línea, los ojos serios. Le parecía imposible que el hombre que la sostenía en brazos tan fácilmente como si fuera una niña, hubiera estado...
—¿Qué quieres decir? ¿Estuviste débil? ¿Débil cómo?
Incluso decirlo sonaba extraño. Las partes de él que podía ver y sentir, cuello fuerte, los hombros más anchos que jamás había visto, manos nervudas inmensas, nunca podrían llamarse débiles. Era simplemente un hombre demasiado grande.
Él curvó la boca hacia abajo y encogió un hombro. _____(tn) bajó y subió con el movimiento.
—Me dispararon en Af... donde estaba desplegado, hará un año. Tuve cuatro operaciones en otras tantas semanas. Perdí veinte kilos. No pude andar durante meses. Sí, estuve bastante baldado durante un tiempo.
_____(tn) se cubrió la boca con la mano, los ojos abiertos de par en par.
—¡Oh, cielos! Lo lamento mucho. Debió haber sido realmente grave. ¿Cómo volviste a estar en forma?
Una de las comisuras de la boca se elevó.
—No puedo quedarme con todo el crédito. Fueron mis hermanos quienes me forzaron a ponerme en forma. Sam y Mike. Has conocido a Sam y Nicole. No has conocido a Mike, aunque ha estado aquí unas cuantas veces para echarte un ojo mientras estabas inconsciente. No solo estaba baldado, también deprimido. Probablemente me habría hundido en un mar de autocompasión si ellos no hubieran contratado a un nazi para que me pusiera en forma a base de golpes.
—¿Un nazi?
—Sí. En realidad no era alemán, era noruego. Bjorn. Tío, era despiadado. Noventa y tres kilos de pura maldad. Vino cada día durante seis meses e informaba a Sam y Mike. Cuando me resistía decía que ellos le asustaban más que yo. Que ellos le patearían el culo. ¿Yo? Al principio, tenía suerte si podía tambalearme sobre los pies antes de caer directamente sobre mi c... estooo... cara.
_____(tn) absorbió el tono de cariño cuando hablaba de sus hermanos. No se había dado cuenta de que Sam y Nicholas eran hermanos. No se parecían en nada, excepto en ser altos y excepcionalmente bien construidos. Pero espera. Sam se apellidaba Reston. Y el apellido de Nicholas era Jonas.
—¿Cómo es que sois hermanos? ¿Misma madre, padres diferentes?
—Hermanos de sangre, no verdaderos. Una larga historia. Te la contaré en otro momento. Pero no fueron los únicos que me ayudaron. Tú también fuiste responsable. Estoy aquí por tu causa.
aww cositas! *.* :L:
Enjoy las leo mañana! :)
:hi:
Enjoy las leo mañana! :)
:hi:
HeyItsLupitaNJ
Re: Más Caliente que el Fuego-NickJ&Tu(Adaptación) TERMINADA
ahhh ese maldito de Montez :caliente: contrato un maton que da miedo
Ahora que va a pasar
Me da miedo ese tipo :pale:
Y si los encuentra y le hace daño a la rayiz y a Nicole y el bebe :sad:
Hay no dime que no los encuentra?
Maldito Montez lo odio :enfadado:
Me encanta Nicholas :hug:
Siguela!!!
Ahora que va a pasar
Me da miedo ese tipo :pale:
Y si los encuentra y le hace daño a la rayiz y a Nicole y el bebe :sad:
Hay no dime que no los encuentra?
Maldito Montez lo odio :enfadado:
Me encanta Nicholas :hug:
Siguela!!!
aranzhitha
Re: Más Caliente que el Fuego-NickJ&Tu(Adaptación) TERMINADA
AAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH
ESE NICKKK!!!!!!........ SIIGOO DICIENDOO QUE ES UN LIIDOOOO PRINCIPEEEE!!!!
Y ESE MONTES Y EL OTROOOO SE TOPARAN CON UN MUROOOO
ESE NICKKK!!!!!!........ SIIGOO DICIENDOO QUE ES UN LIIDOOOO PRINCIPEEEE!!!!
Y ESE MONTES Y EL OTROOOO SE TOPARAN CON UN MUROOOO
chelis
Re: Más Caliente que el Fuego-NickJ&Tu(Adaptación) TERMINADA
AAAAAAAAWWWWWWWWWWWWWWWWWWWW!!! yo AMOOOOOOO esta novela, lei el libro hace un time & me encanta la saga *-* pleasee siguelaaa!!!! Awww me encantaa tu novelaa!! *O*
.Lu' Anne Lovegood.
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