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Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]
CAPITULO 20 Parte I
Al mediodía del día siguiente, _______ ya casi había recuperado el color normal y Joe tuvo claro que su percance con la comida envenenada no le dejaría secuelas. Cordelia estaba de acuerdo, pero le había ordenado que le diera pedazos de pan para absorber cualquier resto de veneno que pudiera quedarle en el estómago.
Él siguió el consejo a rajatabla y, a la hora de la cena, su esposa estaba tan harta que le suplicaba que no la obligara a comer más pan.
—Otro trozo no —gimoteó—. Me revuelve el estómago.
—Todo te revolverá el estómago —respondió él con un tono de voz propio de una madre. Hacía días que había aprendido que _______ respondía mejor a un discurso directo.
Ella gimió.
—Entonces, no me hagas comer.
—Debo hacerlo. Te ayudará a absorber el veneno.
—Pero si sólo ha sido leche en mal estado. Seguro que ya no me queda ni una gota en el estómago.
—Leche en mal estado, huevos pasados... No hay forma de saber qué provocó el ataque —la miró con una mirada extraña—. Sólo sé que anoche parecía que ibas a morirte.
Ella no dijo nada. Anoche sintió que iba a morir.
—Está bien —dijo despacio—. Dame otro trozo de pan.
Joe le dio una rebanada.
—Creo que Cordelia tenía razón. Pareces más activa desde que has empezado a comer pan.
—Y Cordelia parece considerablemente más lúcida desde mi desgraciado envenenamiento.
Él la miró pensativo.
—Creo que Cordelia sólo necesitaba a alguien que la escuchara de vez en cuando.
—Y hablando de gente que quiere que la escuchen de vez en cuando... —dijo _____ mientras hacía un movimiento con la cabeza hacia la puerta.
—¡Buenas noches, ______! —exclamó Judith, muy contenta—. Has dormido todo el día.
—Lo sé. Soy una perezosa, ¿no crees?
La niña se encogió de hombros.
—Te he hecho un dibujo.
—¡Es precioso! —exclamó —. Es un delicado... delicado... —miró a Joe, que no le sirvió de gran ayuda— ¿conejo?
—Exacto.
Suspiró aliviada.
—He visto uno en el jardín. He pensado que te gustarían las orejas.
—Me encantan. Me encantan las orejas de los conejos. Son muy puntiagudas.
Judith se puso seria.
—Mamá me ha dicho que te bebiste leche en mal estado.
—Sí, y me temo que me ha sentado muy mal.
—Debes oler siempre la leche antes de bebértela —le dijo la niña—. Siempre.
—A partir de ahora lo haré —______ acarició la mano de la pequeña—. Te agradezco el consejo.
Judith asintió.
—Yo siempre doy buenos consejos.
_______ se rió.
—Ven aquí, tesoro, y dame un abrazo. Será la mejor medicina del día.
Judith subió a la cama y la abrazó.
—¿Quieres que te dé un beso?
—Claro.
—Te pondrás mejor —dijo la niña mientras le daba un sonoro beso en la mejilla—. Quizá no enseguida, pero ya verás.
_____ le acarició el pelo.
—Seguro que sí, tesoro. Es más, ya me siento mejor.
Mientras Joseph estaba en la esquina, observando en silencio a su mujer y a su prima, se le desbordó el corazón. Ella todavía se estaba recuperando del peor ataque de comida envenenada que él había visto en la vida y allí estaba, abrazando a su prima pequeña.
Era increíble. No había otra forma de describirla y, si eso no bastara, estaba claro que iba a ser la mejor madre que Inglaterra había visto. ¡Qué diablos!, si ya era la mejor esposa que jamás hubiera podido imaginar.
Notó que los ojos se le humedecían sospechosamente y, de repente, descubrió que tenía que decirle que la quería. Y tenía que hacerlo ahora, en ese preciso instante. Si no, estaba seguro de que le estallaría el corazón. O le herviría la sangre. O quizá se le caería el pelo. Sólo sabía que las palabras «Te quiero» le subían por la garganta y tenía que decirlas en voz alta. Era algo que no podía seguir manteniendo dentro de los límites del corazón.
No estaba seguro de si el sentimiento sería correspondido, aunque sospechaba que, si no lo quería, sentía algo muy próximo al amor por él, y eso bastaría por ahora. Tenía tiempo de sobra para hacer que lo quisiera. Tenía toda una vida.
Estaba empezando a agradecer la eternidad del lazo del matrimonio.
—Judith —dijo de repente—. Tengo que hablar con _____ ahora mismo.
La niña volvió la cabeza sin renunciar a su rincón entre los brazos de su mujer.
—Pues habla.
—Tengo que hablar con ella en privado.
Judith se rió de forma vagamente ofendida. Bajó de la cama, lo miró con altanería y se volvió hacia _____:
—Si me necesitas, estaré en la sala de juegos.
—Lo recordaré —respondió muy seria.
Judith se dirigió hacia la puerta, luego se volvió, corrió hacia Joseph y le dio un beso en el reverso de la mano.
—Porque eres un amargado —dijo—, y deberías ser más dulce.
Él le acarició el pelo.
—Gracias, tesoro. Intentaré hacerlo.
Judith sonrió y salió corriendo de la habitación, cuya puerta cerró de un portazo. _____ miró a Joe.
—Pareces muy serio.
—Lo estoy —espetó con una voz que, a sus propios oídos, sonó curiosa. Maldición, parecía un joven inexperto. No sabía por qué estaba tan nervioso. Estaba claro que ella sentía algún tipo de afecto hacia él. Pero es que nunca había dicho «Te quiero».
Es más, nunca habría imaginado que, de entre toda la gente, se iba a enamorar de su mujer. Respiró hondo.
—______... —empezó a decir.
—¿Alguien más a enfermado? —preguntó ella con preocupación—. Las natillas...
—¡No! No es eso. Es que tengo que decirte algo y... —adoptó una expresión increíblemente vergonzosa—... y no sé demasiado bien cómo hacerlo.
Ella se mordió el labio inferior, con el corazón encogido de repente. Creía que su matrimonio avanzaba bastante bien, y ahora parecía que él iba a pedirle el divorcio. Aunque era absurdo, porque un hombre en la posición de Joe nunca pediría el divorcio, pero ella estaba igual de preocupada.
—Cuando nos casamos —empezó—, tenía ciertas nociones sobre lo que quería del matrimonio.
—Lo sé —lo interrumpió, cada vez más asustada. Se las había dejado muy claras y, por un momento, su corazón dejó de latir—. Pero, si lo piensas, verás que...
Él alzó una mano.
—Por favor, déjame terminar. Esto es muy difícil para mí.
Para ella también, pensó con tristeza, y más cuando él no la dejaba expresarse.
—Lo que intento decir es... ¡Maldición! —se pasó la mano por el pelo—. Esto es más difícil de lo que pensaba.
«Me alegro», pensó ella. Si iba a romperle el corazón, prefería que no le resultara fácil.
—Lo que intento decir es que estaba equivocado. No quiero una esposa que...
—¿No quieres una esposa? —interrumpió ella.
—¡No! —prácticamente gritó él. Y luego continuó en un tono más normal—. No quiero una esposa que aparte la mirada si la engaño.
—¿Quieres que lo vea?
—No, quiero que te enfurezcas.
A estas alturas, ______ ya estaba al borde de las lágrimas.
—¿Quieres, deliberadamente, que me enfade? ¿Herirme?
—No. Dios mío, lo has entendido todo mal. No quiero serte infiel. No voy a serte infiel. Sólo quiero que me quieras tanto que, si lo hiciera, y repito que no voy a hacerlo, quisieras colgarme de la pared y descuartizarme.
Ella lo miró mientras digería sus palabras.
—Entiendo.
—¿Lo entiendes? ¿De verdad? Porque lo que estoy diciendo es que te quiero, y aunque espero que sientas lo mismo, es perfectamente normal si todavía no lo haces. Pero necesito que me digas que puedo tener esperanzas, que empiezas a sentir cariño por mí, que...
______ emitió una especie de sonido ahogado y se tapó la cara con las manos. Se sacudía con tanta fuerza que Joe no sabía qué pensar.
—¿_____? —le preguntó con urgencia—. _____, amor mío, dime algo. Háblame, por favor.
—Oh, Joe —consiguió decir por fin ella—. Eres idiota.
Él retrocedió, con el corazón y el alma doloridos como jamás hubiera creído posible.
—Claro que te quiero. Sólo me falta llevarlo escrito en la frente.
Él se quedó boquiabierto.
—¿Me quieres?
—Sí —a él le costó entenderla, porque respondió entre risas y lágrimas.
—Ya me lo imaginaba —dijo él, adoptando su expresión de donjuán preferida—. En realidad, nunca he tenido problemas con las mujeres y...
—¡Cállate! —dijo ella, y le lanzó la almohada—. No estropees este momento perfecto fingiendo que lo habías planeado todo.
—¿Cómo? —arqueó una ceja—. ¿Y qué debería hacer? He sido un donjuán toda la vida. Ahora que me he reformado no sé muy bien qué hacer.
—Lo que deberías hacer —dijo ella con una sonrisa invadiendo su ser— es venir aquí y darme un abrazo. El más grande que hayas dado en la vida.
Él se acercó a la cama y se sentó a su lado.
—Y luego —añadió ella con la sonrisa ahora dibujada en la cara, los ojos, e incluso en el pelo y los dedos de los pies—, deberías darme un beso.
Él se inclinó hacia delante y le dio un suave beso en los labios.
—¿Así?
Ella meneó la cabeza.
—Ha sido demasiado insulso, y te has olvidado de abrazarme primero.
Él la tomó entre los brazos y la sentó sobre su regazo. —Si pudiera, te tendría así siempre —le susurró.
—Más cerca.
Él se rió.
—Tu estómago... No quiero...
—Mi estómago está muy recuperado —suspiró ella—. Será el poder del amor.
—¿De verdad lo crees? —le preguntó él riendo.
Ella hizo una mueca.
—Es lo más sensiblero que he dicho nunca, ¿verdad?
—Seguramente, no hace tanto que te conozco para poder afirmarlo, pero, teniendo en cuenta tu discurso sincero, me atrevería a decir que sí.
—Bueno, no me importa. Es lo que siento —lo abrazó y lo apretó con fuerza—. No sé cómo ha pasado, porque nunca pensé que me enamoraría de ti, pero lo he hecho, y tengo el estómago mejor, así que bienvenido sea el amor.
En sus brazos, Joe se sacudió de la risa.
—¿Se supone que el amor ha de ser tan divertido? —preguntó ____.
—Lo dudo, pero no pienso quejarme.
—Pensaba que tendría que sentirme torturada, y agonizar y todo eso.
Él le tomó la cara entre las manos y la miró muy serio:
—Desde que te convertiste en mi esposa, te has quemado las manos, te han envenenado y no pienso empezar con la lista de los ataques de Demetria contra ti. Me parece que ya has saldado tus deudas con el reino de la tortura y la agonía.
—En realidad, agonicé y me sentí torturada en algún momento —admitió.
—¿De verdad? ¿Cuándo?
—Cuando me di cuenta de que te quería.
—¿Tan insoportable era la idea? —se burló él.
Ella se miró las manos.
—Recuerdo esa horrible lista que escribiste antes de que nos casáramos, donde decías que querías una esposa que mirara a otro lado cuando la engañaras.
Él gruñó.
—Estaba loco. No, no estaba loco. Era un estúpido. Y no te conocía.
—Sólo podía pensar que nunca podría ser la esposa pasiva y transigente que querías, y lo mucho que me dolería si me fueras infiel —meneó la cabeza—. Juraría que oí cómo se me partía el corazón.
—Eso nunca sucederá —le aseguró. Y luego adoptó una expresión sospechosa—. Espera un segundo. ¿Por qué sólo agonizaste un momento? Creo que la idea de que te pudiera ser infiel merecería, al menos, un día entero de tristeza.
Ellie se rió.
—Sólo agonicé hasta que recordé quién era. Verás, siempre he sido capaz de conseguir lo que he perseguido con esfuerzo. Así que decidí esforzarme por ti.
Aquellas palabras no eran poesía, pero su corazón se elevó igualmente.
—¡Ah! —exclamó ella de repente—. Incluso hice una lista.
—Intentando vencerme en mi propio juego, ¿eh?
—Intentando ganarme tu corazón en tu propio juego. Está en el primer cajón de mi mesa. Ve a buscarla para que te la lea.
Joe saltó de la cama, extrañamente emocionado de que ella hubiera hecho suya la costumbre de escribir listas.
—¿La leo para mí o quieres leerla en voz alta? —le preguntó él.
—No, ya puedo... —de repente, se quedó inmóvil y se sonrojó—. De hecho, puedes leerla tú solo. En silencio.
Joseph encontró la lista y volvió a su lado. Si había escrito algo tan atrevido que le daba vergüenza leerlo en voz alta, la cosa prometía. Miró su delicada letra y las frases numeradas y decidió torturarla. Le dio la lista y le dijo:
—Creo que deberías leerla tú. Al fin y al cabo, es tu primera lista.
Ella se sonrojó todavía más, algo que él creía impensable, aunque le resultó entretenido.
—Pero no te rías de mí.
—No hago promesas que no puedo cumplir.
—Desconsiderado.
Se reclinó en las almohadas, dobló los brazos y apoyó la cabeza en las manos.
—Empieza.
______ se aclaró la garganta.
—La lista se titula: «Cómo conseguir que Charles se dé cuenta de que me quiere».
—Aunque parezca sorprendente, el muy imbécil se ha dado cuenta él sólito.
—Sí —dijo —, el imbécil lo ha hecho.
Joe contuvo una risa.
—No volveré a interrumpirte.
—Creía que habías dicho que no hacías promesas que no podías cumplir.
—Intentaré no volver a interrumpirte —corrigió.
Ella lo miró con incredulidad y leyó:
—«Número uno: impresionarlo con mi visión para los negocios.»
—Me impresionaste desde el principio.
—«Número dos: demostrarle lo bien que puedo llevar la casa.»
Él se rascó la cabeza.
—Aunque aprecio mucho los aspectos más prácticos de tu personalidad, estas sugerencias no son demasiado románticas.
—Todavía estaba calentando —le explicó ella—. Tardé un poco en descubrir el verdadero espíritu de la lista. Sigamos. «Número tres: que la señora Smithson me envíe más lencería.»
—Esa sugerencia la apruebo sin reservas.
Ella lo miró de reojo, sin apenas mover la cabeza de la dirección de la lista que tenía en las manos.
—Creía que no ibas a interrumpirme.
—He dicho que lo intentaría, y eso no puede considerarse una interrupción. Ya habías terminado la frase.
—Tu habilidad verbal me maravilla.
—Estoy encantado de oírlo.
—«Número cuatro: asegurarme de que se da cuenta de lo buena que soy con Judith para que piense que seré una buena madre» —se volvió hacia él con cara de preocupación—. No quiero que pienses que es la única razón por la que paso tiempo con Judith. La quiero mucho.
Él colocó la mano encima de la suya.
—Lo sé. Y sé que serás una madre soberbia. Sólo de pensarlo se me derrite el corazón.
Ella sonrió, sintiendo una ridícula satisfacción ante tal halago.
—Tú también serás un padre excelente. Estoy convencida.
—Debo confesar que nunca había pensado más allá del sencillo hecho de que necesitaría un heredero, pero ahora... —se le borró ligeramente la vista—. Ahora sé que hay algo más. Algo increíble y precioso.
Ella se pegó a él.
—Oh, Joe. Estoy tan contenta de que te cayeras de aquel árbol.
Él sonrió.
—Y yo estoy feliz de que pasaras por debajo. Está claro que tengo buena puntería.
—Y mucha modestia.
—Léeme el último punto de la lista, por favor.
Las mejillas de ______ se sonrosaron.
—Ah, no es nada. Además da igual, puesto que ya no necesito que te des cuenta de que me quieres. Como has dicho, lo has descubierto tú sólito.
—Léelo, mujer, o te ataré a la cama.
Ella se quedó boquiabierta y emitió un extraño sonido ahogado.
—No me mires así. No te ataría demasiado fuerte.
—¡Joseph!
Él puso los ojos en blanco.
—Imagino que no sabes de estas cosas.
—No, no es eso. Yo... eh... quizá deberías leerlo tú —le lanzó el papel.
Él bajó la mirada y leyó:
—«Número cinco: atarlo a la...» —se echó a reír de forma escandalosa antes de ni siquiera llegar a la ce de «cama».
—¡No es lo que piensas!
—Cariño, si sabes lo que pienso, es que no eres tan inocente como imaginaba.
—Bueno, desde luego no es a lo que te referías cuando has dicho... ¡Te he dicho que pares de reírte!
Puede que le hubiera respondido, pero era complicado adivinarlo entre tantas carcajadas.
—Sólo quería decir —refunfuñó ella— que pareces bastante enamorado de mí cuando estamos... ya sabes... y pensaba que si podía mantenerte aquí...
Joe le ofreció sus muñecas.
—Soy tuyo para que me ates, milady.
—¡Hablaba metafóricamente!
—Lo sé —dijo él con un suspiro—. Una lástima.
Ella intentó no reírse.
—Debería prohibir estas conversaciones...
—Pero si lo digo con cariño —dijo él con una sonrisa de donjuán.
—¿Joe?
—Dime.
—El estómago...
Él se puso serio de golpe.
—¿Qué?
—Me parece que ya está bastante bien.
Él habló muy despacio.
—¿Y con eso quieres decir...?
Ella sonrió despacio y seductora.
—Exactamente lo que piensas. Y esta vez, sí que sé lo que estás pensando. Soy mucho menos inocente que hace una semana.
Él se inclinó y la besó con pasión.
—Gracias a Dios.
____ lo abrazó, encantada de sentir el calor de su cuerpo.
—Anoche te eché de menos —dijo entre dientes.
—Anoche ni siquiera estabas consciente —respondió él mientras se separaba de ella—. Y vas a tener que añorarme un poco más.
—¿Qué?
Él se alejó y se quedó de pie junto a la cama.
—¿De verdad crees que soy tan animal como para aprovecharme de ti en estas condiciones?
—En realidad, había pensado que podría aprovecharme yo de ti —dijo ella muy despacio.
—Tenías miedo de que fallara como marido porque no podría controlar mis instintos más básicos —explicó él—. Si esto no supone una excelente demostración de control, no sé qué tengo que hacer.
—Pero no tienes que controlarlos conmigo.
—Da igual. Tendrás que esperar unos días.
—Eres un insensible.
—Sólo estás frustrada, _______. Lo superarás.
Ella se cruzó de brazos y lo miró.
—Dile a Judith que vuelva. Creo que prefería su compañía.
Él se rió.
—Te quiero.
—Yo también. Y ahora vete, antes de que te tire algo.
Mil disculpas por haber tardado tanto. La escuela no me deja nada de tiempo, pero acá les traigo un super maraton. :)
Daai.Jonas.Lovato
Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]
CAPITULO 21 Parte I
El temporal voto de abstinencia de Joe sólo fue eso, temporal, y pronto ________ y él volvieron a sus hábitos de recién casados.
Sin embargo, también tenían sus tareas independientes y un día, mientras ella miraba las páginas económicas del periódico, decidió ir a dar una vuelta a caballo por el perímetro de la propiedad. Hacía un tiempo extraordinariamente cálido y quiso aprovechar la luz del sol antes de que empezara a hacer demasiado frío para los largos paseos. Le hubiera gustado llevarse a ______, pero no sabía montar y se negaba en rotundo a empezar las clases hasta la primavera, cuando haría más calor y el suelo no estaría tan duro.
—Seguro que me caeré varias veces —le explicó—, así que prefiero hacerlo con el suelo verde y blando.
Mientras montaba, Joe recordó la conversación, se rió y salió al trote. Su mujer era muy práctica. Era una de las cosas que más le gustaban de ella.
Por lo visto, esos días su mente estaba constantemente ocupada con ______. Empezaba a darle vergüenza la frecuencia con que la gente tenía que chasquear los dedos frente a su cara porque tenía la mirada perdida. No podía evitarlo. Si empezaba a pensar en ella, se le dibujaba una estúpida sonrisa en la cara y suspiraba como un idiota.
Se preguntó si la dicha del amor verdadero desaparecía algún día. Esperaba que no.
Cuando llegó al final del camino, había recordado tres comentarios graciosos que su mujer había hecho la noche anterior, la había recordado cuando le había dado un abrazo a Judith y había fantaseado con lo que iba a hacerle esa noche en la cama.
Aquella última forma de soñar despierto le hacía arder la sangre y le dejó los reflejos algo dormidos, y por eso probablemente no notó enseguida que su caballo estaba nervioso.
—Tranquilo, Whistler. Tranquilo, chico —dijo mientras tensaba las riendas. Sin embargo, el animal no le hizo caso y resopló de miedo y dolor—. ¿Qué te pasa? —se inclinó para acariciarle el cuello. No funcionó y, al cabo de poco, estaba luchando por mantenerse sentado—. ¡Whistler! ¡Whistler! Tranquilo, chico.
Nada. Joe tenía las riendas en la mano y, al cabo de un segundo, estaba volando por los aires sin apenas tiempo para decir «Maldición» antes de caer, con un golpe seco, sobre el tobillo derecho, el mismo que se había lesionado el día que había conocido a _______.
Y luego repitió «¡Maldición!» varias veces más. El improperio no le ayudó a calmar el dolor que le subía por la pierna, ni a apaciguar su enfado, pero lo siguió gritando de todas formas.
Whistler relinchó por última vez y salió al galope hacia Jonas Abbey, dejándolo atrás, con un tobillo que sospechaba que no podría soportar ningún peso.
Murmurando una sorprendente variedad de improperios, se puso a cuatro patas y gateó hasta la base de un árbol cercano, donde se sentó apoyado en el tronco y siguió maldiciendo. Se tocó el tobillo a través de la bota y no le sorprendió descubrir que se le estaba hinchando a toda velocidad. Intentó quitarse la bota, pero le dolía demasiado. Tendrían que cortársela. Otro par de botas buenas a la basura.
Gruñó, agarró un palo que podría servirle de bastón y empezó a cojear hacia casa. El tobillo le dolía horrores, pero no sabía qué otra cosa hacer. Le había dicho a ______ que estaría fuera varias horas, de modo que nadie notaría su ausencia durante un tiempo.
Avanzaba muy despacio y a un ritmo no demasiado estable, pero consiguió llegar al final del camino y vio Jonas Abbey.
Y, por suerte, también a ______, que corría hacia él a toda velocidad mientras gritaba su nombre.
—¡Joe! —exclamó—. ¡Gracias a Dios! ¿Qué ha pasado? Whistler ha vuelto, está sangrando y... —en cuanto lo alcanzó, se interrumpió para poder coger aire.
—¿Whistler está sangrando? —preguntó él.
—Sí. El mozo no está seguro de por qué, y yo no sabía qué te había pasado y... ¿Qué te ha pasado?
—Whistler me tiró al suelo. Me he torcido el tobillo.
—¿Otra vez?
Él bajó la mirada, enfadado, hacia su pie derecho.
—El mismo. Imagino que todavía estaba débil por la lesión anterior.
—¿Te duele?
La miró como si fuera tonta.
—Muchísimo.
—Ah, sí, supongo que sí. Toma, apóyate en mí y volveremos a casa juntos.
Joe le rodeó los hombros con el brazo y se sirvió de su peso para apoyarse y caminar hasta su casa.
—¿Por qué tengo la sensación de estar reviviendo una pesadilla? —se preguntó en voz alta.
Ella se rió.
—Sí, ya lo hemos hecho antes, ¿verdad? Pero no sé si recuerdas que si no te hubieras torcido el tobillo la primera vez no nos habríamos conocido. Al menos, no me habrías pedido que me casara contigo si no te lo hubiera curado con tanto amor y ternura.
—¿Amor y ternura? —se rió él, irónico—. Si prácticamente sacabas fuego por las muelas.
—Sí, bueno, no podíamos permitir que el paciente sintiera lástima por sí mismo, ¿verdad?
Cuando se acercaron a la casa, dijo:
—Quiero ir a los establos para ver por qué sangra Whistler.
—Podrás ir cuando te haya curado.
—Cúrame en los establos. Estoy seguro de que alguien tendrá un cuchillo para cortar la bota.
______ gruñó y se detuvo en seco.
—Insisto en que vayas a la casa, donde puedo atenderte en condiciones y ver si te has roto algún hueso.
—No me he roto nada.
—¿Cómo lo sabes?
—Ya me he roto huesos antes. Sé qué se siente —tiró de ella para intentar dirigirse hacia los establos, pero no consiguió moverla—. _____, vamos —gruñó.
—Descubrirás que soy más tozuda de lo que crees.
—Si es verdad, voy a tener problemas —dijo él entre dientes.
—¿Y eso qué significa?
—Significa que te diría que eres más tozuda que una mula, pero estaría insultando a la mula.
Ella se echó hacia atrás y lo dejó caer al suelo.
—¿Cómo te atreves?
—Oh, por el amor de Dios —refunfuñó él mientras se frotaba el codo sobre el que había aterrizado—. ¿Vas a ayudarme a llegar a los establos o tendré que arrastrarme?
La respuesta de su mujer fue dar media vuelta y dirigirse hacia Jonas Abbey.
—Maldita mujer, tozuda como una mula —dijo entre dientes. Por suerte, todavía tenía el bastón y, al cabo de unos minutos, se dejó caer en un banco de los establos—. ¡Que alguien me traiga un cuchillo! —gritó. Si no se quitaba la bota, el pie le iba a estallar.
Un mozo llamado James acudió a su lado y le dio un cuchillo.
—Whistler está sangrando, milord —dijo.
—Ya lo sé. —Hizo una mueca de dolor mientras empezaba a cortar la piel de su segundo mejor par de botas. Las mejores ya las había destrozado _____—. ¿Qué le ha pasado?
Thomas Leavey, que era el encargado de los establos y, según Joseph, uno de los mayores entendidos en caballos del país, dio un paso adelante y dijo:
—Encontramos esto bajo su silla.
El conde contuvo la respiración. En la mano, Leavey tenía un clavo doblado y oxidado. No era demasiado largo, pero su peso en la silla había bastado para clavarlo en la espalda del animal, provocándole una horrible agonía.
—¿Quién lo ha ensillado? —preguntó.
—Yo —respondió Leavey.
Joe lo miró unos segundos. Sabía que Leavey sería incapaz de hacerle daño a un animal, y mucho menos a una persona.
—¿Tienes alguna idea de cómo ha podido suceder?
—Dejé a Whistler solo en su compartimiento uno o dos minutos antes de que usted viniera. Sólo se me ocurre que alguien entrara y colocara el clavo debajo de la silla.
—¿Quién diablos haría algo así? —preguntó.
Nadie le ofreció una respuesta.
—No ha sido un accidente —dijo Leavey al final—. Eso seguro. Algo así no sucede por accidente.
Joe sabía que decía la verdad. Alguien había intentado herirlo de forma deliberada. Se le heló la sangre. Posiblemente, alguien lo había querido ver muerto.
Mientras digería aquella terrible información, ______ entró en estampida en los establos.
—Soy demasiado buena persona —anunció a todos en general.
Los mozos la miraron sin saber cómo responder.
Se acercó a él.
—Dame el cuchillo —dijo—. Ya me encargo yo de la bota. Él se lo dio sin decir nada, porque todavía estaba consternado por el reciente intento de asesinato.
El temporal voto de abstinencia de Joe sólo fue eso, temporal, y pronto ________ y él volvieron a sus hábitos de recién casados.
Sin embargo, también tenían sus tareas independientes y un día, mientras ella miraba las páginas económicas del periódico, decidió ir a dar una vuelta a caballo por el perímetro de la propiedad. Hacía un tiempo extraordinariamente cálido y quiso aprovechar la luz del sol antes de que empezara a hacer demasiado frío para los largos paseos. Le hubiera gustado llevarse a ______, pero no sabía montar y se negaba en rotundo a empezar las clases hasta la primavera, cuando haría más calor y el suelo no estaría tan duro.
—Seguro que me caeré varias veces —le explicó—, así que prefiero hacerlo con el suelo verde y blando.
Mientras montaba, Joe recordó la conversación, se rió y salió al trote. Su mujer era muy práctica. Era una de las cosas que más le gustaban de ella.
Por lo visto, esos días su mente estaba constantemente ocupada con ______. Empezaba a darle vergüenza la frecuencia con que la gente tenía que chasquear los dedos frente a su cara porque tenía la mirada perdida. No podía evitarlo. Si empezaba a pensar en ella, se le dibujaba una estúpida sonrisa en la cara y suspiraba como un idiota.
Se preguntó si la dicha del amor verdadero desaparecía algún día. Esperaba que no.
Cuando llegó al final del camino, había recordado tres comentarios graciosos que su mujer había hecho la noche anterior, la había recordado cuando le había dado un abrazo a Judith y había fantaseado con lo que iba a hacerle esa noche en la cama.
Aquella última forma de soñar despierto le hacía arder la sangre y le dejó los reflejos algo dormidos, y por eso probablemente no notó enseguida que su caballo estaba nervioso.
—Tranquilo, Whistler. Tranquilo, chico —dijo mientras tensaba las riendas. Sin embargo, el animal no le hizo caso y resopló de miedo y dolor—. ¿Qué te pasa? —se inclinó para acariciarle el cuello. No funcionó y, al cabo de poco, estaba luchando por mantenerse sentado—. ¡Whistler! ¡Whistler! Tranquilo, chico.
Nada. Joe tenía las riendas en la mano y, al cabo de un segundo, estaba volando por los aires sin apenas tiempo para decir «Maldición» antes de caer, con un golpe seco, sobre el tobillo derecho, el mismo que se había lesionado el día que había conocido a _______.
Y luego repitió «¡Maldición!» varias veces más. El improperio no le ayudó a calmar el dolor que le subía por la pierna, ni a apaciguar su enfado, pero lo siguió gritando de todas formas.
Whistler relinchó por última vez y salió al galope hacia Jonas Abbey, dejándolo atrás, con un tobillo que sospechaba que no podría soportar ningún peso.
Murmurando una sorprendente variedad de improperios, se puso a cuatro patas y gateó hasta la base de un árbol cercano, donde se sentó apoyado en el tronco y siguió maldiciendo. Se tocó el tobillo a través de la bota y no le sorprendió descubrir que se le estaba hinchando a toda velocidad. Intentó quitarse la bota, pero le dolía demasiado. Tendrían que cortársela. Otro par de botas buenas a la basura.
Gruñó, agarró un palo que podría servirle de bastón y empezó a cojear hacia casa. El tobillo le dolía horrores, pero no sabía qué otra cosa hacer. Le había dicho a ______ que estaría fuera varias horas, de modo que nadie notaría su ausencia durante un tiempo.
Avanzaba muy despacio y a un ritmo no demasiado estable, pero consiguió llegar al final del camino y vio Jonas Abbey.
Y, por suerte, también a ______, que corría hacia él a toda velocidad mientras gritaba su nombre.
—¡Joe! —exclamó—. ¡Gracias a Dios! ¿Qué ha pasado? Whistler ha vuelto, está sangrando y... —en cuanto lo alcanzó, se interrumpió para poder coger aire.
—¿Whistler está sangrando? —preguntó él.
—Sí. El mozo no está seguro de por qué, y yo no sabía qué te había pasado y... ¿Qué te ha pasado?
—Whistler me tiró al suelo. Me he torcido el tobillo.
—¿Otra vez?
Él bajó la mirada, enfadado, hacia su pie derecho.
—El mismo. Imagino que todavía estaba débil por la lesión anterior.
—¿Te duele?
La miró como si fuera tonta.
—Muchísimo.
—Ah, sí, supongo que sí. Toma, apóyate en mí y volveremos a casa juntos.
Joe le rodeó los hombros con el brazo y se sirvió de su peso para apoyarse y caminar hasta su casa.
—¿Por qué tengo la sensación de estar reviviendo una pesadilla? —se preguntó en voz alta.
Ella se rió.
—Sí, ya lo hemos hecho antes, ¿verdad? Pero no sé si recuerdas que si no te hubieras torcido el tobillo la primera vez no nos habríamos conocido. Al menos, no me habrías pedido que me casara contigo si no te lo hubiera curado con tanto amor y ternura.
—¿Amor y ternura? —se rió él, irónico—. Si prácticamente sacabas fuego por las muelas.
—Sí, bueno, no podíamos permitir que el paciente sintiera lástima por sí mismo, ¿verdad?
Cuando se acercaron a la casa, dijo:
—Quiero ir a los establos para ver por qué sangra Whistler.
—Podrás ir cuando te haya curado.
—Cúrame en los establos. Estoy seguro de que alguien tendrá un cuchillo para cortar la bota.
______ gruñó y se detuvo en seco.
—Insisto en que vayas a la casa, donde puedo atenderte en condiciones y ver si te has roto algún hueso.
—No me he roto nada.
—¿Cómo lo sabes?
—Ya me he roto huesos antes. Sé qué se siente —tiró de ella para intentar dirigirse hacia los establos, pero no consiguió moverla—. _____, vamos —gruñó.
—Descubrirás que soy más tozuda de lo que crees.
—Si es verdad, voy a tener problemas —dijo él entre dientes.
—¿Y eso qué significa?
—Significa que te diría que eres más tozuda que una mula, pero estaría insultando a la mula.
Ella se echó hacia atrás y lo dejó caer al suelo.
—¿Cómo te atreves?
—Oh, por el amor de Dios —refunfuñó él mientras se frotaba el codo sobre el que había aterrizado—. ¿Vas a ayudarme a llegar a los establos o tendré que arrastrarme?
La respuesta de su mujer fue dar media vuelta y dirigirse hacia Jonas Abbey.
—Maldita mujer, tozuda como una mula —dijo entre dientes. Por suerte, todavía tenía el bastón y, al cabo de unos minutos, se dejó caer en un banco de los establos—. ¡Que alguien me traiga un cuchillo! —gritó. Si no se quitaba la bota, el pie le iba a estallar.
Un mozo llamado James acudió a su lado y le dio un cuchillo.
—Whistler está sangrando, milord —dijo.
—Ya lo sé. —Hizo una mueca de dolor mientras empezaba a cortar la piel de su segundo mejor par de botas. Las mejores ya las había destrozado _____—. ¿Qué le ha pasado?
Thomas Leavey, que era el encargado de los establos y, según Joseph, uno de los mayores entendidos en caballos del país, dio un paso adelante y dijo:
—Encontramos esto bajo su silla.
El conde contuvo la respiración. En la mano, Leavey tenía un clavo doblado y oxidado. No era demasiado largo, pero su peso en la silla había bastado para clavarlo en la espalda del animal, provocándole una horrible agonía.
—¿Quién lo ha ensillado? —preguntó.
—Yo —respondió Leavey.
Joe lo miró unos segundos. Sabía que Leavey sería incapaz de hacerle daño a un animal, y mucho menos a una persona.
—¿Tienes alguna idea de cómo ha podido suceder?
—Dejé a Whistler solo en su compartimiento uno o dos minutos antes de que usted viniera. Sólo se me ocurre que alguien entrara y colocara el clavo debajo de la silla.
—¿Quién diablos haría algo así? —preguntó.
Nadie le ofreció una respuesta.
—No ha sido un accidente —dijo Leavey al final—. Eso seguro. Algo así no sucede por accidente.
Joe sabía que decía la verdad. Alguien había intentado herirlo de forma deliberada. Se le heló la sangre. Posiblemente, alguien lo había querido ver muerto.
Mientras digería aquella terrible información, ______ entró en estampida en los establos.
—Soy demasiado buena persona —anunció a todos en general.
Los mozos la miraron sin saber cómo responder.
Se acercó a él.
—Dame el cuchillo —dijo—. Ya me encargo yo de la bota. Él se lo dio sin decir nada, porque todavía estaba consternado por el reciente intento de asesinato.
Daai.Jonas.Lovato
Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]
Apuesto que es el primo que lo quiere muerto para quedarse con el dinero, aja ya lo descubrí
siguelaaa :D
siguelaaa :D
JB&1D2
Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]
quien intento asesinarlo??
Malditos tipos no los dejan ser felices
Joe es tan lindo con la rayiz
Y Judith me encanta!!
Siguela!!
Malditos tipos no los dejan ser felices
Joe es tan lindo con la rayiz
Y Judith me encanta!!
Siguela!!
aranzhitha
Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]
Aww que hermosos capiis ! ..
Joe le dijo que la quiere *O* ..
Que amor ! ..
pero que mal lo del caballo ..
por suerte solo se volvió a lastimar el mismo tobillo xD ..
pero quien quiere ver muerto al Conde ? ..
no tengo ni la menor idea :l ..
SI-GUE-LA !! ..
Joe le dijo que la quiere *O* ..
Que amor ! ..
pero que mal lo del caballo ..
por suerte solo se volvió a lastimar el mismo tobillo xD ..
pero quien quiere ver muerto al Conde ? ..
no tengo ni la menor idea :l ..
SI-GUE-LA !! ..
Jess Jonas ..
Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]
:$$
Assdfghs, se quieren! *----*
Pero... quien quiere hacerle daño a Joe? :$$
Sigueee!
Assdfghs, se quieren! *----*
Pero... quien quiere hacerle daño a Joe? :$$
Sigueee!
-Lizz-
Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]
quien esta haciendo todo eso??? waaaaaaaaaaaaaaaaa
siguela
siguela
andreita
Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]
¡SE LO DIJO! :') Joe le dijo que la quería :love:
Y la lista de _____ me fascinó, creo que Joe está orgulloso, jajajaja.
Ahora, los atentados ya no van dirigidos solo a _____, ahora también arremeten contra Joe D:
¿Será que alguien quiere arrebatarle la fortuna a Joe destruyendo su matrimonio o matandolo? ...
NNECESITO SABERLOO, SIGUELAAAAAAA
Y la lista de _____ me fascinó, creo que Joe está orgulloso, jajajaja.
Ahora, los atentados ya no van dirigidos solo a _____, ahora también arremeten contra Joe D:
¿Será que alguien quiere arrebatarle la fortuna a Joe destruyendo su matrimonio o matandolo? ...
NNECESITO SABERLOO, SIGUELAAAAAAA
Dayi_JonasLove!*
Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]
Dios mio!!! siguela porfavor!!!!
perdon por no haber pasado antes, pero el colegio ¬¬'
perdon por no haber pasado antes, pero el colegio ¬¬'
helado00
Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]
CAPITULO 21 Parte II
Ella se sentó sin demasiado decoro a sus pies y empezó a cortarle la bota.
—La próxima vez que me compares con una mula —susurró —será mejor que definas con qué mula.
Él ni siquiera se rió.
—¿Por qué estaba sangrando Whistler? —preguntó.
Joe miró a Leavey y a James. No quería que _______ supiera que habían intentado matarlo. Tendría que hablar con los dos chicos en cuanto ella se fuera porque, si se lo decían a alguien, su mujer se enteraría antes de acabar el día. En el campo, las habladurías volaban.
—Sólo era un rasguño —le dijo—. Debió de engancharse con alguna rama de camino a casa.
—No sé demasiado de caballos —dijo ella sin levantar la cabeza de la bota—, pero me parece extraño. Whistler ha tenido que golpearse muy fuerte para hacerse sangre.
—Eh... Sí, supongo que sí.
______ le quitó la bota.
—No entiendo cómo ha podido engancharse con una rama corriendo por el camino principal o la entrada de la casa. Ambos caminos están muy limpios.
Allí lo pilló. Joe miró a Leavey para que lo ayudara, pero el responsable de los establos se encogió de hombros.
Ella le tocó el tobillo con delicadeza, comprobando la hinchazón.
—Además —dijo—, tiene más sentido que se hiciera la herida antes de tirarte al suelo. Al fin y al cabo, su angustia debe de tener alguna explicación. Nunca te había tirado, ¿no?
—No —respondió.
Le giró el tobillo hacia un lado.
—¿Te duele?
—No.
—¿Y esto? —se lo giró hacia el otro lado.
—No.
—Perfecto —dejó el pie en el suelo y lo miró—. Creo que me estás mintiendo.
Él se dio cuenta de que, por suerte, Leavey y James se habían marchado.
—¿Qué le ha pasado a Whistler realmente, Joseph? —como él no respondió enseguida, lo miró fijamente y añadió—: Y recuerda que soy tozuda como una mula, así que no creas que vas a ir a algún sitio hasta que no me digas la verdad.
Soltó un largo suspiro. Tener una mujer tan inteligente tenía sus desventajas. _______ acabaría descubriendo la historia ella sola. Así que era mejor que la escuchara de sus propios labios. Le dijo la verdad y terminó enseñándole el clavo que Leavey había dejado a su lado en el banco.
Ella retorció los guantes en las manos. Se los había quitado antes de empezar a cortarle la bota, y ahora estaban totalmente arrugados. Después de una larga pausa, dijo:
—¿Y qué esperabas ganar ocultándomelo?
—Sólo quería protegerte.
—¿De la verdad? —preguntó con voz aguda.
—No quería preocuparte.
—No querías preocuparme —esta vez lo dijo con un tono neutro poco natural—. ¿No querías preocuparme? —ahora le pareció que el tono era un poco más estridente—. —¿No querías preocuparme? —ahora estaba seguro de que la mitad del personal de Jonas Abbey podía oír sus gritos.
—______, amor mío...
—No intentes escabullirte llamándome «amor mío» —dijo ella, furiosa—. ¿Cómo te sentirías si yo te mintiera acerca de algo tan importante? Dime. ¿Cómo te sentirías?
Joe abrió la boca, pero, antes de que pudiera decir algo, ella gritó:
—Yo te lo diré. Estarías tan enfadado que querrías estrangularme.
Él se dijo que, seguramente, tenía razón, pero no veía qué sentido tenía admitirlo en ese momento.
Ella respiró hondo y se presionó las sienes con las yemas de los dedos.
—Tranquila, ______, tranquila —se dijo a sí misma—. Cálmate. Matarlo ahora sería contraproducente —levantó la mirada—. Voy a controlarme porque se trata de una situación muy grave y seria. Pero no creas que no estoy furiosa contigo.
—Tranquila, lo sé.
—No te hagas el gracioso —le espetó—. Alguien ha intentado matarte, y si no averiguas quién es y por qué lo ha hecho, puedes acabar muerto.
—Lo sé —respondió él con suavidad—, y por eso voy a contratar protección adicional para Helen, para las niñas y para ti.
—¡Nosotras no necesitamos protección! Quien está en peligro eres tú.
—Yo también tomaré precauciones adicionales —le aseguró.
—Dios mío, esto es horrible. ¿Por qué iba alguien a querer matarte?
—No lo sé, _____.
Volvió a frotarse las sienes.
—Me duele la cabeza.
El la tomó de la mano.
—¿Por qué no volvemos a la casa?
—Ahora no. Estoy pensando —dijo apartándole la mano.
Joe desistió en su intento por seguir los vaivenes del proceso mental de su mujer.
Ella volvió la cabeza y lo miró.
—Apuesto a que querían que te envenenaras tú.
—¿Cómo dices?
—Las natillas. No fue por la leche en mal estado. Monsieur Belmont lleva días hecho una furia por el mero hecho de que nos atreviéramos a mencionar esa posibilidad. Alguien envenenó las natillas, porque quería matarte a ti, no a mí. Todos saben que es tu postre favorito. Tú mismo me lo dijiste.
Joe la miró, anonadado.
—Tienes razón.
—Sí, y no me sorprendería que el accidente que tuvimos con el carruaje antes de casarnos también fuera un... ¿Joe? ¿Joe? — tragó saliva—. Estás pálido.
Él sintió que lo invadía una rabia como jamás había sentido en su vida. El hecho de que alguien hubiera intentado matarlo ya era muy grave. Pero que ______ se hubiera visto implicada en la línea de fuego le hacía venir ganas de despellejar a alguien.
La miró como si quisiera grabarse sus rasgos en la mente.
—No dejaré que te pase nada —prometió.
—¿Quieres olvidarte de mí por un momento? Es a ti a quien intentan matar.
Desbordado por la emoción, se levantó y la atrajo hacia él, olvidándose por completo del tobillo herido.
—_______, yo... ¡Aaah!
—¿Joe?
—Maldito tobillo —murmuró entre dientes—. Ni siquiera puedo besarte en condiciones. Es... No te rías.
Ella meneó la cabeza.
—No me digas que no me ría. Alguien intenta matarte. Debo aprovechar las ocasiones que tenga para reírme.
—Supongo que si lo planteas así...
Ella le ofreció la mano.
—Volvamos a casa. Necesitarás algo frío para que te baje la hinchazón del tobillo.
—¿Cómo diantres se supone que debo encontrar al asesino cuando ni siquiera puedo caminar?
________ se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla. Sabía lo horrible que era sentirse inútil, pero sólo podía tranquilizarlo.
—No puedes —le dijo, sencillamente—. Tendrás que esperar unos días. Mientras tanto, nos concentraremos en mantener a todo el mundo a salvo.
—No voy a quedarme mirando mientras...
—No te quedarás mirando —le aseguró ella—. Tenemos que reforzar nuestra protección. Cuando tengamos listas las defensas, el tobillo estará casi curado. Y entonces podrás... —no pudo evitar estremecerse— buscar a tu enemigo. Aunque ojalá pudieras esperar a que viniera a por ti.
—¿Cómo dices?
Le dio varios codazos hasta que él empezó a caminar hacia la casa.
—No tenemos ni la menor idea de quién es. Lo mejor es quedarte en Jonas Abbey, donde estarás a salvo, hasta que haga acto de presencia.
—Tú estabas en Jonas Abbey cuando te envenenaron —le recordó él.
—Lo sé. Tendremos que reforzar la seguridad. Pero la casa es mucho más segura que cualquier otro lugar.
Joe sabía que tenía razón, pero le daba rabia tener que quedarse sentado sin hacer nada. Y, con el tobillo tan hinchado, sólo podría sentarse y no hacer nada. Refunfuñó algo que se suponía que tenía que transmitir su asentimiento y siguió cojeando hasta la casa.
—¿Por qué no vamos por la entrada lateral? —sugirió _______—. Veamos si la señora Stubbs puede darnos un buen pedazo de carne.
—No tengo hambre —gruñó él.
—Para el tobillo.
Él no dijo nada. Odiaba sentirse un estúpido.
Daai.Jonas.Lovato
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