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Mensaje por Daai.Jonas.Lovato Sáb 06 Oct 2012, 3:26 pm

CAPITULO 22 Parte I

_______ no estaba segura de qué la hizo empezar a preocuparse. Nunca se había considerado una persona supersticiosa, pero no le gustaba lo nublado que se estaba poniendo el cielo. Un miedo irracional le puso los pelos de punta y, de repente, tuvo la intensa necesidad de ver a Joseph.
Sin embargo, cuando bajó a su despacho, no lo encontró. Se le detuvo el corazón, pero entonces vio que el bastón tampoco estaba. Si lo hubieran secuestrado, seguro que nadie habría pensado en llevarse también el bastón.
El muy estúpido debía de haber salido a investigar.
Pero cuando se dio cuenta de que habían pasado más de tres horas desde la última vez que lo había visto, empezó a tener una extraña sensación en la boca del estómago.
Comenzó a buscar por toda la casa, pero nadie del servicio lo había visto. Tampoco Helen ni Demi. De hecho, la única persona que parecía tener una ligera idea de dónde podía estar era Judith.
—Lo he visto por la ventana —dijo la niña.
—¿De verdad? —preguntó _____, que casi se dejó caer del alivio—. ¿Y adónde iba?
—A los establos. Iba cojeando.
—Oh, gracias, Judith —dijo mientras le daba un abrazo. Salió del salón y bajó las escaleras. Seguramente, había ido a los establos a intentar descubrir quién le había puesto el clavo en la silla.
Ojalá le hubiera dejado una nota, pero estaba tan aliviada por saber dónde estaba que no estaba enfadada por el descuido.
Sin embargo, cuando llegó a su destino no vio ni rastro de su marido. Leavey estaba supervisando a varios mozos que estaban trabajando en los compartimientos, pero ninguno de ellos parecía conocer el paradero del conde.
—¿Seguro que no lo habéis visto? —preguntó ______ por tercera vez—. La señorita Judith insiste en que lo ha visto entrar en los establos.
—Ha debido de ser mientras estábamos ejercitando a los caballos —respondió Leavey.
—¿Y cuánto hace de eso?
—Varias horas.
Ellie suspiró con impaciencia. ¿Dónde estaba Joe? Y entonces vio algo extraño. Algo rojo.
—¿Qué es esto? —susurró mientras se arrodillaba. Cogió un puñado de paja.
—¿Qué sucede, milady? —preguntó Leavey.
—Es sangre —respondió ella con la voz temblorosa—. En la paja.
—¿Está segura?
Ella la olió y asintió.
—Dios mío —miró a Leavey, pálida como el papel—. Se lo han llevado. Dios mío, alguien se lo ha llevado.

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Mas brillante que el sol [Joe J. y tu] - Página 26 Empty Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]

Mensaje por Daai.Jonas.Lovato Sáb 06 Oct 2012, 3:27 pm

CAPITULO 23 Parte II

El primer pensamiento de Joe cuando recuperó la conciencia fue que no volvería a beber nunca más. Ya había tenido otras resacas, pero nunca había sentido aquella agonía tan dolorosa. Pero entonces se dijo que era de día y que no había bebido y...
Gruñó a medida que iba recuperando porciones de recuerdos. Alguien le había golpeado en la cabeza con la culata de un rifle.
Abrió los ojos y miró a su alrededor. Le pareció estar en un dormitorio de una casa abandonada. Los muebles eran viejos y estaban llenos de polvo y el ambiente olía a moho. Tenía los pies y las manos atados, cosa que no lo sorprendió.
Sinceramente, lo que sí lo sorprendió fue no estar muerto. Estaba claro que alguien quería matarlo. ¿Qué sentido tenía secuestrarlo antes? A menos, claro, que su enemigo tuviera intención de revelar su identidad antes del golpe de gracia.
Sin embargo, al hacerlo, el asesino le había dado más tiempo para pensar y planear, y juró escapar y llevar a su enemigo ante la justicia. No sabía cómo iba a hacerlo, atado y con un tobillo torcido, pero no tenía ninguna intención de abandonar este mundo a las pocas semanas de haber encontrado el amor verdadero.
Lo primero que tenía que hacer era desatarse las manos, de modo que localizó una silla rota que estaba en una esquina. Los trozos rotos parecían afilados y empezó a frotar las cuerdas contra un ángulo astillado. Iba a tardar bastante en cortar las gruesas cuerdas, pero su corazón daba un brinco cada vez que notaba cómo una fibra cedía bajo la fricción.
Después de cinco minutos de frotar, oyó cómo una puerta se cerraba en la otra habitación y enseguida colocó las manos junto al cuerpo. Empezó a moverse hacia el centro de la habitación, donde lo habían dejado inconsciente, pero luego decidió quedarse donde estaba. Podía fingir que había cruzado la habitación para apoyarse en la pared.
Oyó varias voces, aunque no podía distinguir qué decían los captores. Reconoció el tono de voz propio de los barrios bajos de Londres y dedujo que tendría que vérselas con matones a sueldo. No tenía sentido que su enemigo procediera del oscuro Londres.
Al cabo de un minuto o dos, quedó claro que los captores no tenían ninguna intención de comprobar su estado. Joe decidió que debían de estar esperando a la persona que les había pagado, así que siguió frotando la cuerda.
No sabía cuánto tiempo había estado allí, moviendo las manos de un lado a otro contra la madera rota, pero apenas había conseguido un tercio de su objetivo cuando oyó otro portazo, que esta vez vino seguido de una voz claramente refinada.
Pegó las manos al cuerpo y alejó la silla con el hombro. Si no se equivocaba, el enemigo querría verlo de inmediato y...
La puerta de la habitación se abrió. Contuvo el aliento. Una silueta se dibujó bajo el umbral.
—Buenos días, Joseph.
—¿Cecil?
—En persona.
¿Cecil? ¿Su primo que no sabía hablar? ¿El que siempre se chivaba cuando eran pequeños? ¿El que siempre había experimentado un placer desorbitado pisando bichos?
—Eres duro de pelar —dijo éste—. Al final, me he dado cuenta de que voy a tener que hacerlo yo mismo.
El conde supuso que tendría que haber prestado más atención a la fijación de su primo con los bichos muertos.
—¿Qué diablos crees que estás haciendo, Cecil? —le preguntó.
—Asegurándome mi plaza como siguiente conde de Billington.
Joe se lo quedó mirando.
—Pero si ni siquiera eres el siguiente en la línea de sucesión. Si me matas, el título va a parar a manos de Phillip.
—Phillip está muerto.
Él se quedó helado. Phillip nunca le había caído bien, pero tampoco le había deseado ningún mal.
—¿Qué le has hecho? —preguntó, con voz ronca.
—¿Yo? No le he hecho nada. Las deudas de juego de nuestro querido primo acabaron con él. Creo que al final uno de sus prestamistas perdió la paciencia. Ayer mismo lo sacaron del Támesis.
—Y, claro, supongo que tú no tuviste nada que ver con sus deudas.
Cecil se encogió de hombros.
—Puede que le indicara dónde jugaban una o dos veces, pero siempre por petición suya.
Joe maldijo en voz baja. Debería haber vigilado a su primo, debería haberse dado cuenta de que el juego se estaba convirtiendo en un problema peligroso. Quizá hubiera podido contrarrestar la influencia de Cecil.
—Phillip debería haber acudido a mí —dijo—. Lo habría ayudado.
—No te martirices, primo —dijo Cecil chasqueando la lengua—. Poco habrías podido hacer por nuestro querido Phillip. Tengo la sensación de que esos prestamistas habrían ido a por él independientemente de lo deprisa que pagara sus deudas.
Cuando comprendió lo que Cecil estaba diciendo, se enfureció.
—Lo mataste tú —susurró—. Lo lanzaste al Támesis y luego lo arreglaste para que pareciera que habían sido los prestamistas.
—Un buen plan, ¿no te parece? He tardado más de un año en ejecutarlo; al fin y al cabo, tenía que asegurarme de que las conexiones de Phillip con el inframundo de Londres eran públicas y notorias. Lo tenía todo perfectamente planeado —se enfureció—, pero entonces tú lo arruinaste todo.
—¿Cómo? ¿Naciendo? —preguntó, perplejo.
—Casándote con esa estúpida hija del vicario. No iba a matarte, ¿sabes? El título nunca me importó; sólo quería el dinero. Estaba contando las horas hasta tu trigésimo cumpleaños. Me he estado regocijando con el testamento de tu padre desde el momento en que se leyó. Nadie pensaba que acabarías obedeciendo sus órdenes. Toda tu vida le has llevado la contraria.
—Y entonces me casé con ______ —dijo con la voz neutra.
—Y entonces me di cuenta de que tenía que matarte. Así de sencillo. Lo vi venir cuando empezaste a cortejarla, así que lo intenté aflojando la rosca de la rueda del carruaje, pero sólo saliste magullado. Y luego organicé la caída de la escalera. Eso fue difícil, te lo prometo. Tuve que trabajar deprisa. Y no habría podido hacerlo si la escalera no hubiera estado en tan malas condiciones.
Joe recordó el intenso dolor que había sentido cuando la madera de la escalera le había abierto la piel y se sacudió de rabia.
—Hubo bastante sangre —continuó Cecil—. Lo estaba mirando desde el bosque. Pensé que lo había logrado, hasta que vi que sólo te habías cortado el brazo. Esperaba una herida en el pecho.
—Lamento mucho no haberte complacido —dijo muy seco.
—Ah, sí, la famosa agudeza de los Jonas. Veo que no pierdes el estoicismo.
—Está claro que lo necesito en momentos como éste.
Cecil meneó lentamente la cabeza.
—La agudeza no te salvará esta vez, primo.
Joe lo miró fijamente.
—¿Cómo tienes pensado hacerlo?
—Rápido y sin dolor. Nunca quise hacerte sufrir.
—Pues el veneno que le diste a mi mujer no le sentó demasiado bien.
Cecil soltó un largo suspiro.
—Es que siempre se entromete. Aunque provocó el bonito incendio de la cocina. Si hubiera hecho más viento, habría hecho el trabajo por mí. Me han dicho que apagaste las llamas tú mismo.
—Deja a ______ fuera de todo esto.
—En cualquier caso, me disculpo por la virulencia del veneno. Me dijeron que sería indoloro. Obviamente, me engañaron.
Joseph separó los labios, incrédulo.
—No puedo creerme que me estés pidiendo disculpas.
—No he perdido los modales... sólo los escrúpulos.
—Tu plan va a fracasar —dijo—. Puedes matarme, pero no heredarás mi fortuna.
Cecil tamborileó los dedos contra su mejilla.
—Déjame pensar. No tienes hijos. Si mueres, el conde paso a ser yo —se encogió de hombros y rió—. Me parece bastante sencillo.
—Serás conde, pero no conseguirás el dinero. Sólo heredarás la propiedad. Jonas Abbey vale dinero, pero, como conde, no podrás venderla, y el mantenimiento cuesta una fortuna. Tendrás los bolsillos más vacíos que ahora. ¿Por qué diantres te crees que estaba tan desesperado por casarme?
Las cejas de Cecil se llenaron de gotas de sudor.
—¿De qué estás hablando?
—Mi fortuna será para mi mujer.
—Nadie deja una fortuna así a una mujer.
—Yo lo he hecho —dijo con una sonrisa.
—Mientes.
Tenía razón, pero Joe no consideró indicado decírselo. En realidad, había planeado modificar el testamento para dejar toda la fortuna a _____; pero todavía no lo había hecho. Se encogió de hombros y dijo:
—Es un riesgo que tendrás que correr.
—Ahí es donde te equivocas, primo. También puedo matar a tu mujer.
Él sabía que diría eso, pero saberlo no evitó que le hirviera la sangre.
—¿De verdad crees —le preguntó arrastrando las palabras— que puedes matar al conde y a la condesa de Billington, heredar el título y la fortuna y no ser sospechoso de los asesinatos?
—Claro..., si no son asesinatos.
Joe entrecerró los ojos.
—Un accidente —fantaseó Cecil—. Un terrible y trágico accidente, que os aleje para siempre de vuestros seres queridos. Os echaremos mucho de menos. Llevaré luto un año entero.
—Muy amable.
—Maldita sea, pero ahora voy a tener que enviar a esos idiotas a por tu mujer —dijo señalando con la cabeza hacia la puerta.
Joeempezó a pelearse con las cuerdas de las manos.
—Si le tocas un pelo de la cabeza...
—Joseph, te acabo de decir que voy a matarla —dijo Cecil riéndose—. Yo no me preocuparía demasiado por su pelo, ¿no crees?
—Arderás en el infierno por esto.
—Sin duda, pero antes me lo habré pasado en grande en la tierra —se frotó la barbilla—. No me fío de ellos. Es increíble que hayan conseguido traerte aquí sin contratiempos.
—El chichón que tengo en la cabeza demuestra que no ha sido «sin contratiempos».
—¡Ya lo tengo! Le escribirás una nota. Sácala de la seguridad de la casa. Tengo entendido que últimamente habéis estado como dos tortolitos. Hazle creer que has organizado un encuentro íntimo. Vendrá corriendo. Las mujeres siempre lo hacen.
Joe empezó a pensar muy deprisa. Cecil no sabía que ______ y él ya habían adivinado que alguien quería hacerles daño. Ella nunca creería que hubiera organizado un encuentro en medio de aquella situación. Enseguida sospecharía que sucedía algo. Estaba seguro.
Sin embargo, no quería levantar sospechas mostrándose demasiado dispuesto a escribir la nota. Volvió la cara y escupió.
—No haré nada para atraer a mi mujer a la muerte.
Cecil se le acercó y lo puso de pie.
—Va a morir de todas formas, así que será mejor que lo haga contigo.
—Tendrás que desatarme las manos —dijo con voz neutra.
—No soy tan estúpido como crees.
—Ni yo soy tan hábil como crees —respondió Joe—. ¿Quieres que mi letra parezca la de un niño pequeño? _______ no es tonta. Si recibe una nota con una letra que no es la mía, sospechará.
—Está bien. Pero no intentes ninguna heroicidad. —Cecil sacó un cuchillo y una pistola. Utilizó el cuchillo para cortarle la cuerda de las manos y mantuvo la pistola apuntándole a la cabeza.
—¿Tienes papel? —preguntó con sarcasmo—. ¿Una pluma? ¿Tinta, quizá?
—Cállate. —Cecil se paseó por la habitación, sin dejar de apuntar a su primo, que tampoco podría haber ido demasiado lejos con los pies atados—. Maldición.
Joe se echó a reír.
—¡Cállate! —gritó Cecil. Se volvió hacia la puerta y gritó—: ¡Baxter!
Apareció un hombre corpulento.
—¿Qué?
—Tráeme papel. Y tinta.
—Y una pluma —añadió Joe.
—No creo que haya nada de eso por aquí —dijo Baxter.
—¡Pues ve a comprarlo! —gritó Cecil sacudiendo todo el cuerpo de rabia.
Baxter se cruzó de brazos.
—Todavía no me ha pagado por secuestrar al conde.
—Por el amor de Dios —dijo Cecil entre dientes—. Trabajo con idiotas.
Él observó con gran interés cómo Baxter oscurecía la expresión. Quizá pudiera convencerlo para que traicionara a su primo.
Cecil le lanzó una moneda. El fornido hombre se arrodilló para recogerla, pero no sin antes mirarlo con odio. Se dio media vuelta, pero se detuvo cuando su jefe le gritó:
—¡Espera!
—¿Y ahora qué? —preguntó Baxter.
Cecil señaló a Joe con la cabeza.
—Vuelve a atarlo.
—¿Por qué lo ha desatado?
—No te incumbe.
Joseph suspiró y le ofreció las muñecas a Baxter. Aunque le gustaría pelear por su libertad, ahora no era el momento. Nunca podría con aquel tipo y con Cecil, que todavía iba provisto del cuchillo y la pistola. Sin mencionar que tenía los tobillos atados y uno de ellos torcido.
Suspiró cuando Baxter le ató las manos con una cuerda nueva. Todo el trabajo intentando gastar la cuerda para nada. Al menos, esta vez no apretó tanto el nudo y la sangre podía circular con normalidad.
El tipo salió de la habitación, y Cecil lo siguió hasta la puerta, desde donde agitó la pistola en su dirección y dijo muy seco:
—No te muevas.
—Como si pudiera —dijo el conde entre dientes mientras intentaba mover los pies dentro de las botas para que la sangre circulara. Oyó que su primo hablaba con el amigo de Baxter, al que todavía no había visto, pero no pudo adivinar qué decían. Al cabo de uno o dos minutos, Cecil regresó y se sentó en una silla destartalada.
—¿Y ahora qué? —preguntó.
—Ahora, a esperar.
Sin embargo, al cabo de unos momentos, Cecil empezó a mover las piernas. Joe se alegró de su incomodidad.
—¿Aburrido? —le preguntó.
—Impaciente.
—Ah, claro. Quieres matarme y acabar con todo esto.
—Exacto. —Cecil empezó a tamborilear los dedos contra el muslo y a chasquear la lengua siguiendo el ritmo.
—Vas a volverme loco —dijo él.
—No es algo que me quite el sueño.
El conde cerró los ojos. Estaba claro que ya había muerto y estaba en el infierno. ¿Qué podía ser peor que estar varias horas encerrado con un inquieto Cecil que, por cierto, planeaba matarlo a él y a su mujer?
Abrió los ojos.
Su primo estaba sujetando una baraja de cartas.
—¿Quieres jugar? —le preguntó.
—No —respondió Joe—. Siempre has sido un tramposo.
Cecil se encogió de hombros.
—Da igual. No puedo quitarle el dinero a un muerto. Uy, perdona, sí que puedo. De hecho, te quitaré todo lo que posees.
Joe volvió a cerrar los ojos. Había flirteado con el diablo cuando se había preguntado qué podía ser peor que estar atrapado con Cecil.
Ahora lo sabía. Iba a tener que jugar a cartas con ese desgraciado. El mundo no era justo. Para nada.

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Mensaje por Daai.Jonas.Lovato Sáb 06 Oct 2012, 3:32 pm

CAPITULO 22 Parte III

A _____ le temblaban las manos mientras desdoblaba la nota que le acababa de dar el mayordomo. Leyó en silencio las líneas y contuvo la respiración.

«Mi querida _________:
Me he pasado todo el día organizando una salida romántica para los dos solos. Reúnete conmigo en el columpio dentro de una hora.
Tu devoto marido, Joseph»


Miró a Helen, que no se había movido de su lado en la última hora.
—Es una trampa —le susurró mientras le daba la nota.
La prima de Joe la leyó y levantó la mirada.
—¿Cómo estás tan segura?
—Nunca me llamaría _______ en una nota personal como ésta. Y menos si estuviera planeando algo romántico. Me llamaría _____. Seguro.
—No sé —dijo Helen—. Estoy de acuerdo en que hay algo que no encaja, pero ¿sacas todas esas conclusiones por el simple hecho de que no te haya llamado por tu diminutivo?
Ella ignoró la pregunta.
—Además, desde que alguien puso el clavo debajo de la silla de montar ha establecido unas medidas de seguridad draconianas. ¿De verdad crees que me enviaría una nota pidiéndome que fuera sola a una zona desierta?
—Tienes razón —dijo Helen con firmeza—. ¿Qué piensas hacer?
—Tendré que ir.
—¡No puedes!
—¿Cómo, si no, voy a descubrir dónde está?
—Pero, ____, te harán daño. Seguro que quien se ha llevado a mi primo también quiere matarte.
—Tendrás que buscar ayuda. Puedes esperar en el columpio y ver qué pasa. Y cuando me cojan, nos sigues.
—______, parece muy peligroso.
—No hay otra forma —respondió ella, con firmeza—. No podemos salvar a Joe si no sabemos dónde está.
Helen meneó la cabeza.
—No tenemos tiempo para ir a pedir ayuda. Tienes que estar en el columpio dentro de una hora.
—Tienes razón. — Suspiró nerviosa—. Entonces tendremos que salvarlo nosotras solas.
—¿Estás loca?
—¿Sabes disparar?
—Sí —respondió Helen—. Me enseñó mi marido.
—Perfecto. Espero que no tengas que hacerlo. Irás con Leavey hasta el columpio. Es el criado en quien Joe confía más —de repente arrugó el gesto—. Oh, Helen, ¿en qué estoy pensando? No puedo pedirte que hagas esto.
—Si tú vas, yo voy —dijo la mujer, decidida—. Joseph me salvó cuando mi marido murió y no tenía dónde ir. Ahora ha llegado el momento de devolverle el favor.
______ juntó las manos frente al pecho.
—Oh, Helen, Charles tiene suerte de que seas su prima.
—No —la corrigió ella—. Tiene suerte de que tú seas su mujer.


Tan solo queda un capitulo y el epilogo que espero porder subirselos mañana o el lunes. ¡Saludos chicas! :)
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Mensaje por Jess Jonas .. Sáb 06 Oct 2012, 6:32 pm

WAAAAAAAAAAAAAAA' ..
No puede ser D: ..
sabía que era el primo de Joseph ..
quiere matar a Joseph y a la raya ..
MALDITOOO ¬¬' ..
Helen es una persona maravillosa :'D ..
arriesgar su vida así por su primo es demasiado ..
Ayy ya solo dos capis más y termina ? u.u ..
ya quiero saber lo que ocurrirá ! ..
SI-GUE-LAA !! ..
Jess Jonas ..
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Mensaje por aranzhitha Sáb 06 Oct 2012, 8:50 pm

awwww que linda Helen y la rayiz se van a arriegar por Joe
Maldito tipo lo quiere matar
Ya se acaba?? Que lastima!!!
Siguela!!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por Creadora Sáb 06 Oct 2012, 9:05 pm

Primero sospeche de Helen, pero luego supe que era uno de los primos lejanos aunque no sabia cual. Y no me importaba mucho, hasta que Dayani robo mi primera sospecha hahhaa. Pero igual esta muy buena, sospechando de Helen y la ayudara. SIGUELA

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Mas brillante que el sol [Joe J. y tu] - Página 26 Empty Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]

Mensaje por JB&1D2 Dom 07 Oct 2012, 5:34 am

Oh por dios yo sabia que era un primo de el
siguelaaa
JB&1D2
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Mensaje por andreita Dom 07 Oct 2012, 11:09 am

que???????????? solo un cap y el epilogo??
omj omj
espero qe lo peudan salvar!!!!!!!!!!
andreita
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Mensaje por -Lizz- Lun 08 Oct 2012, 5:39 pm

omg!
OMG!
QUIERO QUE RESCATE A JOEEEE! :$$
Maldito su primo(?-

Siguee!
-Lizz-
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Mensaje por JB&1D2 Lun 15 Oct 2012, 1:38 pm

siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
JB&1D2
JB&1D2


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Mensaje por goree! Mar 16 Oct 2012, 1:30 am

Siiguelqq xfavorr!
goree!
goree!


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Mensaje por JB&1D2 Mar 16 Oct 2012, 11:59 am

siguelaaaaaaaaaaaaaaaaa
JB&1D2
JB&1D2


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Mensaje por andreita Mar 16 Oct 2012, 12:24 pm

capppp
andreita
andreita


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Mensaje por Daai.Jonas.Lovato Miér 17 Oct 2012, 6:49 am

CAPITULO 23 Parte I

______ no contaba con que la golpearan en la cabeza, pero, aparte de eso, todo estaba saliendo según lo planeado. Había esperado junto al columpio, se había portado como una estúpida y, con voz aguda, había gritado «¿Joe?» cuando había oído pasos a su espalda, y se había resistido, aunque no demasiado, cuando había notado que alguien la agarraba por detrás.
Pero estaba claro que se había resistido más de lo que el atacante esperaba, porque el hombre había maldecido en voz baja y la había golpeado en la cabeza con algo que parecía un híbrido entre una roca enorme y un reloj de pie. El golpe no la dejó inconsciente, pero sí mareada y nauseabunda, estado que empeoró cuando el captor la metió en un saco y se la colgó del hombro.
Sin embargo, no la había cacheado, y no había encontrado las dos diminutas pistolas que se había escondido en las medias.
Gruñó mientras iba dando tumbos e intentaba, con todas sus fuerzas, no vaciar el contenido de su estómago. Al cabo de unos treinta segundos, la dejaron sobre una superficie dura, y pronto comprendió que estaba en la parte trasera de un carro.
También quedó claro que su captor no hizo nada por evitar los baches del camino. Si salía viva de ahí, iba a tener todo el cuerpo magullado.
Viajaron unos veinte minutos. ______ sabía que Helen y Leavey iban a caballo, de modo que podrían seguirla con facilidad. Sólo rezaba para que pudieran hacerlo sin que los vieran.
Al final, el carro se detuvo y ella notó que la levantaban en el aire sin ninguna delicadeza. La cargaron durante un instante y luego oyó cómo se abría una puerta.
—¡La tengo! —gritó su captor.
—Excelente —aquella nueva voz era refinada, muy refinada—. Tráela aquí dentro.
_____ oyó cómo se abría otra puerta y luego, alguien empezó a desatar el saco. Alguien lo agarró por abajo y la dejó rodar por el suelo en una maraña de brazos y piernas.
Ella parpadeó, porque sus ojos necesitaban un tiempo para acostumbrarse a la nueva luz.
—¿______? —era la voz de Joe.
—¿Joe? —se levantó y se quedó de piedra ante lo que vieron sus ojos—. ¿Estás jugando a cartas? —si no tenía una buena explicación para todo eso, ella misma lo mataría.
—En realidad, es bastante complicado —respondió él, al tiempo que levantaba las manos, para que viera que las llevaba atadas.
—No lo entiendo —dijo. La escena era absolutamente surrealista—. ¿Qué estás haciendo?
—Yo le giro las cartas —dijo el otro hombre—. Jugamos al vingt-et-un.
—¿Y tú quién eres? —preguntó ella.
—Cecil Jonas.
Ella se volvió hacia su marido.
—¿Tu primo?
—El mismo —respondió él—. ¿No es la pura imagen de la devoción filial? También hace trampas a las cartas.
—¿Qué crees que puedes ganar con esto? —preguntó ____ a Cecil. Colocó los brazos en jarra, con la esperanza de que no se diera cuenta de que no la había atado—. Ni siquiera eres el siguiente en la línea de sucesión.
—Ha matado a Phillip —respondió Joseph con voz neutra.
—Tú. Condesa —ladró Cecil—. Siéntate en la cama hasta que terminemos esta mano.
_____abrió la boca. ¿Quería seguir jugando a cartas? Movida básicamente por la sorpresa, se dirigió dócilmente hasta la cama y se sentó. Cecil le repartió una carta a Joe y levantó una esquina para que éste pudiera verla.
—¿Quieres otra? —le preguntó.
El conde asintió.
_____ aprovechó el tiempo para analizar la situación. Obviamente, Cecil no la consideraba una amenaza, porque ni siquiera se había molestado en atarle las manos antes de mandarla sentarse. Por supuesto, tenía una pistola en una mano, y ella tenía la impresión de que no dudaría en utilizarla contra ella si hacía algún movimiento en falso. Y luego estaban los dos tipos corpulentos, que estaban en la puerta con los brazos cruzados mientras observaban la partida de cartas con expresiones de irritación.
Sin embargo, los hombres podían ser unos idiotas. Siempre subestimaban a las mujeres.
En un momento en que Cecil estaba ocupado con las cartas, las miradas de ella y Joe se cruzaron, y ella la dirigió hacia la ventana, intentando hacerle saber que había traído refuerzos.
Aunque luego no pudo evitar preguntar:
—¿Por qué estáis jugando a cartas?
—Estaba aburrido —respondió Cecil—. Y has tardado más en llegar de lo que pensaba.
—Y ahora tenemos que seguir jugando —le explicó Joe—, porque se niega a parar mientras gane yo.
—¿No habías dicho que hacía trampas?
—Sí, pero no sabe.
—Ignoraré el comentario —dijo Cecil—, puesto que voy a matarte más tarde. Me parece justo. ¿Quieres otra carta?
Joseph meneó la cabeza.
—Me planto.
Cecil giró sus cartas, y luego las de Joe.
—¡Maldición! —maldijo.
—Vuelvo a ganar —dijo con una sonrisa despreocupada.
_______ se fijó en que uno de los hombres de la puerta ponía los ojos en blanco.
—Veamos —fantaseó Joe—. ¿Cuánto me deberías a estas alturas? Si no fueras a matarme, claro.
—Por desgracia para ti, eso no es discutible —dijo Cecil en un tono malicioso—. Y ahora cállate mientras barajo las cartas.
—¿Podemos terminar con esto? —preguntó uno de los hombres fornidos—. Sólo nos paga un día.
—¡Cállate! —gritó Cecil sacudiendo todo el cuerpo con la fuerza de la orden—. Estoy jugando a cartas.
—Nunca me ha ganado a nada —informó Joe al hombre mientras se encogía de hombros. —Juegos, caza, cartas, mujeres. Imagino que quiere hacerlo una vez antes de que muera.
______ se mordió el labio inferior, intentando decidir cómo sacar provecho de la situación. Podía tratar de disparar a Cecil, pero dudaba que pudiera sacar una de las pistolas antes de que sus esbirros la detuvieran. Nunca había sido demasiado atlética y hacía tiempo que había aprendido a confiar más en su ingenio que en su fuerza o su velocidad.
Miró a los dos tipos, que ahora parecían muy irritados con Cecil. Se preguntó cuánto les habría pagado. Seguro que mucho, para convencerlos de aquella estupidez.
Pero ella podía pagarles más.
—¡Tengo que ir al servicio! —gritó.
—Aguántate —ordenó Cecil al tiempo que giraba las cartas—. ¡Maldita sea!
—He vuelto a ganar —dijo Joseph.
—¡Deja de decir eso!
—Pero es verdad.
—¡He dicho que te calles! —Cecil agitó la pistola en el aire. Joe, _____ y los dos hombres se agacharon, pero, por suerte, no se disparó ninguna bala. Uno de los tipos murmuró algo que parecía ofensivo hacia su jefe.
—Realmente necesito un momento de privacidad —repitió ella con una voz estridente.
—¡Te he dicho que te aguantes, zorra!
Ella contuvo la respiración.
—No le hables así a mi mujer —espetó Joe.
—Señor —dijo _______, deseando no estar tentando demasiado a la suerte—, está claro que no tienes mujer porque, de ser así, te darías cuentas de que las mujeres somos un poco más... delicadas... que los hombres en algunos aspectos, y de que soy incapaz de hacer lo que me pides.
—Yo la dejaría ir —le aconsejó Joe.
—Por el amor de Dios —dijo su primo entre dientes—. ¡Baxter! Llévatela fuera y que haga sus cosas.
______ se puso de pie y siguió a Baxter hacia fuera. En cuanto estuvieron lejos de Cecil, ella le susurró:
—¿Cuánto te paga?
Él le lanzó una astuta mirada.
—¿Cuánto? —insistió ella—. Lo doblaré. No, lo triplicaré. Miró hacia la puerta y gritó:
—¡Deprisa! —pero, con la cabeza, le indicó que lo siguiera fuera.
Ella lo siguió mientras susurraba:
—Cecil es idiota. Apuesto a que os engaña cuando nos hayáis matado. Además, ¿te ha doblado la oferta por tener que secuestrarme? ¿No? Pues eso no es justo.
—Tiene razón —dijo Baxter—. Debería haberme dado el doble. Sólo me ha prometido pagarme por el secuestro del conde.
—Te daré cincuenta libras si te pones de mi lado y me ayudas a liberar al conde.
—¿Y si no lo hago?
—Entonces, tendrás que arriesgarte a descubrir si Cecil te paga o no. Pero, por lo que he visto en esa mesa, vas a terminar con los bolsillos vacíos.
—De acuerdo —asintió Baxter—, pero primero quiero ver el dinero.
—No lo tengo aquí.
Él puso un gesto amenazador.
—No esperaba que me secuestraran —dijo hablando muy deprisa—. ¿Por qué iba a llevar tanto dinero encima?
Baxter la miró fijamente.
—Tienes mi palabra —dijo ella.
—De acuerdo, pero, si me engaña, juro que le cortaré el pescuezo mientras duerma.
______ se estremeció, porque no tenía ninguna duda de que lo haría. Levantó una mano, un gesto que había acordado con Helen y Leavey para decirles que todo estaba bien. No los veía, pero se suponía que la habían seguido. No quería que entraran en la casa y atacaran a Baxter.
—¿Qué hace? —le preguntó el hombre.
—Nada. Me aparto el pelo de la cara. Hace mucho viento.
—Tenemos que volver.
—Sí, claro. No queremos que Cecil sospeche —dijo —. Pero ¿qué vas a hacer? ¿Cuál es tu plan?
—No puedo hacer nada hasta que no hable con Riley. Tiene que saber que nos hemos cambiado de bando. —Baxter entrecerró los ojos—. A él también le dará cincuenta libras, ¿verdad?
—Por supuesto —añadió _____ enseguida, dando por sentado que Riley era el otro matón que vigilaba la puerta.
—Muy bien. Hablaré con él en cuanto podamos quedarnos a solas y después pasaremos a la acción.
—Sí, pero... —Ella quería decirle que necesitaban una estrategia, un plan, pero Baxter ya la estaba arrastrando hacia la casa. La metió en la habitación de un empujón y ella se tambaleó hasta la cama—. Ahora ya me encuentro mucho mejor —anunció.
Cecil gruñó algo acerca de que le daba igual, pero Joe la miró con dulzura. Ella le ofreció una rápida sonrisa antes de mirar a Baxter, mientras intentaba recordarle que tenía que hablar con Riley.
Sin embargo, éste tenía otros planes.
—Yo también tengo que ir —anunció, y salió fuera. ______ miró a Baxter, pero éste no siguió a su amigo. Quizá pensaba que parecería demasiado sospechoso que saliera al cabo de tan poco tiempo de haber vuelto con ella.
Sin embargo, al cabo de uno o dos minutos, oyeron unos golpes muy fuertes fuera de la casa. Todos se levantaron, excepto Joe que seguía atado, y Baxter, que ya estaba de pie.
—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Cecil.
Baxter se encogió de hombros.
_____ se tapó la boca con la mano. Oh, Dios, Riley no sabía que ahora trabajaba para ella, y si había encontrado a Helen o a Leavey fuera...
—¡Riley! —gritó Cecil.
Sus peores temores se hicieron realidad cuando Riley entró con Helen pegada a su cuerpo y un cuchillo en la garganta.
—¡Mirad qué me he encontrado fuera! —se rió socarronamente.
—¿Helen? —dijo Cecil, divertido.
—¿Cecil? —dijo la mujer, que no parecía nada divertida.
—¡Baxter! —gritó ______ con la voz presa del pánico.
Tenía que comunicar a Riley el cambio de planes ahora mismo. Contempló horrorizada cómo Cecil se acercaba a Helen y la cogía. Estaba de espaldas a _____, de modo que ella aprovechó el descuido para agarrar una de las pistolas que llevaba en las medias y esconderla entre los pliegues de la falda.
—Helen, no deberías haber venido —dijo Cecil con voz suave.
—¡Baxter, díselo ahora! —gritó _____.
Cecil dio media vuelta y la miró.
—¿Decirle qué a quién?
Ella ni siquiera se paró a pensar. Levantó la pistola, quitó el seguro y apretó el gatillo. La explosión le estremeció todo el brazo y la echó hacia atrás, sobre la cama.
La cara de Cecil era la imagen de la sorpresa cuando se agarró el pecho, cerca del cuello. La sangre le salía a borbotones entre los dedos.
—Zorra —dijo entre dientes. Levantó el arma.
—¡Nooo! —gritó Joe, que se levantó de la silla y se abalanzó sobre Cecil. No logró derribarlo, pero al menos consiguió golpearle en las piernas y su primo levantó el brazo antes de apretar el gatillo.
_____ sintió una explosión de dolor en el brazo mientras oía cómo Helen gritaba su nombre.
—Oh, Dios mío —susurró atónita—. Me ha disparado. —Pero entonces la sorpresa se convirtió en rabia—. ¡Me ha disparado! —exclamó.
Levantó la mirada justo a tiempo de ver que Cecil estaba apuntando a Joseph. Antes de ni siquiera tener tiempo para pensar, alargó la mano buena, cogió la otra pistola y le disparó.
La habitación se quedó en silencio, y esta vez no quedó ninguna duda de que estaba muerto.
Riley todavía tenía un cuchillo pegado al cuello de Helen, pero ahora parecía que ya no sabía qué hacer con ella. Al final, Baxter dijo:
—Suéltala, Riley.
—¿Qué?
—He dicho que la sueltes.
El tipo soltó el cuchillo y Helen corrió al lado de su prima.
—Oh, _____—gritó—. ¿Es grave?
Ella la ignoró y miró a Baxter.
—Menuda ayuda has sido.
—Le he dicho a Riley que la soltara, ¿no?
Ella le hizo una mueca.
—Si quieres ganarte el sueldo, al menos desata a mi marido.
—_____ —dijo Helen—, deja que te eche un vistazo al brazo.
Ella bajó la mirada hasta donde la mano buena cubría la herida.
—No puedo —susurró. Si la quitaba, la sangre empezaría a fluir.
Helen intentó apartarle los dedos.
—Por favor, _____. Tengo que ver si es muy grave.
Ella lloriqueó y dijo:
—No, no puedo. Verás, cuando veo mi sangre...
Sin embargo, Helen ya le había apartado los dedos.
—Ya está —dijo—. No es tan grave. ¿_____? ¿_____?
Pero _______ ya se había desmayado.

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Mensaje por Daai.Jonas.Lovato Miér 17 Oct 2012, 6:53 am

CAPITULO 23 Parte II

—¿Quién habría dicho que ______ nos saldría tan aprensiva? —dijo Helen, varias horas después, cuando la joven condesa estaba cómodamente recostada en su cama.
—Yo no, seguro —respondió Joe mientras amorosamente apartaba un mechón de pelo de la frente de su mujer—. Al fin y al cabo, me costó una hilera de puntos en el brazo que serían la envidia de cualquier costurera.
—No tenéis que hablar como si no estuviera —dijo ésta de mala manera—. Cecil me disparó en el brazo, no en la oreja.
Ante la mención de su primo, él sintió una oleada de rabia que empezaba a resultarle familiar. Tendría que pasar algún tiempo antes de que pudiera recordar los acontecimientos de este día sin sacudirse de ira.
Había enviado a alguien a recoger el cuerpo de Cecil, aunque todavía no había decidido qué quería hacer con él. Tenía claro que no iba a permitir que lo enterraran con el resto de los Jonas.
Había pagado a Baxter y a Riley y los había soltado después de que éste último les enseñara dónde había dejado al pobre Leavey, que ni siquiera había podido gritar antes de que lo golpeara en la cabeza y se llevara a Helen.
Y ahora estaba totalmente concentrado en ______, y en asegurarse de que la herida de bala no era más grave de lo que ella decía. Al parecer, la bala no había afectado ningún hueso ni vena importante, aunque Joe se había llevado el susto de su vida cuando su mujer se había desmayado.
Le dio unos golpecitos en el brazo bueno.
—Lo único que importa es que estás bien. El doctor Summers dice que, con unos días de reposo, estarás como nueva. Y también ha dicho que es muy normal desmayarse cuando uno ve sangre.
—Yo no me desmayo ante la sangre de los demás —dijo _____ entre dientes—. Sólo ante la mía.
—Es curioso —bromeó Joe—. Al fin y al cabo, mi sangre es del mismo color que la tuya. A mí me parecen iguales.
Ella le hizo una mueca.
—Si no vas a ser amable, déjame con Helen.
A juzgar por su tono, Joe sabía que ella también bromeaba, así que se inclinó y le dio un beso en la nariz.
De repente, Helen se levantó y dijo:
—Iré a buscar un poco de té.
Él observó cómo su prima salía de la habitación y cerraba la puerta.
—Siempre sabe cuándo queremos estar solos, ¿no crees?
—Helen es mucho más perspicaz que nosotros —dijo _____. —Quizá por eso encajamos tan bien.
Ella sonrió.
—Es verdad.
Joe se sentó a su lado y la rodeó con el brazo.
—¿Te das cuenta de que, por fin, podemos tener un matrimonio normal?
—Al no haber estado casada nunca, no me había fijado en que el nuestro fuera anormal.
—Quizá no es anormal, pero dudo que muchos recién casados tengan que soportar envenenamientos y heridas de bala.
—No te olvides de los accidentes de carruaje y las explosiones de mermelada —dijo _____ riéndose.
—Sin mencionar los puntos de mi brazo, los animales muertos en el invernadero y los incendios de la cocina.
—Madre mía, ha sido un mes muy movido.
—No sé tú, pero yo podría pasar sin tantas emociones.
—No sé. No me importan las emociones, aunque prefiero que sean de otro tipo.
Él arqueó una ceja.
—¿A qué te refieres?
—A que quizá a Judith le gustaría tener un Jonas pequeño al que mandar.
Joe notó que el corazón le bajaba a los pies, algo increíble teniendo en cuenta que estaba en posición horizontal.
—¿Estás...? —dijo, incapaz de decir una frase entera—. ¿Estás...?
—Claro que no —dijo ella acariciándole el hombro—. Vaya, imagino que podría estarlo, pero teniendo en cuenta que hace tan poco que hemos empezado a... ya sabes... Ni siquiera he tenido la posibilidad de saber si lo estamos o no y...
—Entonces, ¿a qué te refieres?
Ella sonrió con una coqueta timidez.
—A que no hay ningún motivo por el que no podamos empezar a hacer realidad ese sueño en concreto.
—Helen volverá con el té en cualquier momento.
—Llamará a la puerta.
—Pero tu brazo...
—Confío en que irás con mucho cuidado. Joe dibujó una lenta sonrisa.
—¿Te he dicho últimamente que te quiero?
_______ asintió.
—¿y yo?
–Él asintió
—¿Por qué no te quitamos ese camisón e intentamos hacer realidad tus sueños?
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