Erender Zuleika{Logan Lerman}

MMalia Ann Pherson se encuentra a unos arboles frente a mí. En realidad la había seguido disimuladamente toda la mañana, buscando el momento acertado para entablar una conversación sin que sus gorilas lo notasen extraño, o simplemente con que no se interpusiera con su horario de clases. Si el caso hubiera sido con cualquier otra chica definitivamente no hubiera sido complicado acercarme de repente a ella y hacer como si la conociera de toda la vida; no obstante, se trataba de la hija del presidente, ¿Cuántos elementos del servicio secreto no debía tener supervisándola la 24 horas del día esperando a que un tipo sospechoso se le arrime y armar todo un escándalo por ello? La pobre muchacha ha sufrido de acosos últimamente, según las últimas noticias de la red y los diarios, además de que mi informe también lo alude así; y bueno yo tampoco lo dudo, después de todo así es la triste vida de la familia monárquica.

Aunque este a cierta distancia, veo que es mucho más alta de a como se ve en las fotos. La muchacha ríe y se regocija con un grupo de chicas, que pronto me dejan el camino libre. Me acerco a la orilla del puente Bucher, con la mirada puesta hacían donde los patos nadan y de la mochila saco mi preciada reliquia de Alejandro Dumas, la abro en la parte donde mi dedo se introduce a la primera y hago como que leo. El puente es bastante estrecho así que guardo la esperanza de que pase a no más de un metro, o ya en otras: decida irse por otro lado. Al otro extremo veo a los Hombres de negro, con sus trajes elegantes y estáticos como piedras, observando sus movimientos tras parámetros cómo leonas hambrientas.


—Bonito atardecer… ¿No cree usted?
Me vuelvo hacia la persona que ha tomado la iniciativa de hablarme. Es un joven, de semblante ladino y no más de de 22 años. Entonces sonríe. Su autentica sonrisa lo ha puesto al descubierto. Ya me las olía; este error me iba a salir caro.

— ¿Qué quieres de ella? —digo con la vista puesta en el libro.
—Lo mismo que tu.
— ¿Y qué supones que quiero yo? — Me cierra el libro y me devuelve la mirada.
—Si me acompañas, con gusto te digo. Quizá lleguemos a un pacífico acuerdo.
—No acostumbro a caminar con extraños.
—Eso que te lo crea tu abuela—me miro muy seguro de lo que decía— .Apostaría a que ibas a “tropezar” con ella…Un truco bastante ridículo a mi parecer.
— ¿Quién demonios eres?

—Basta de preguntas; camina, o prefieres que te descubra enfrente de todos. —Me sujeto del antebrazo, obligándome a ir con él. Con brusquedad me zafé de su agarre. Podía defenderme, pero definitivamente no era conveniente hacerlo ahí. No en ese momento.

Fantástico… Ahora que necesitaba a Ben Lower cerca de mí no lograba verlo por ningún lado. Al menos una distracción que me sirviera de escape.

El cielo ya estaba oscuro, así que si este, tenía planeado hacerme algo no saldría limpio de rasguños y moretones o tal vez hasta de un disparo. Siempre es bueno cargar con un arma por mas diminuta que sea. No lo olvides, para defensa propia.

— ¿A dónde vamos?
—No tengo idea—dijo con una tranquilidad que me estaba sacando de quicio. Llevábamos si no me equivoco 30 minutos caminando sin rumbo alguno, y cada vez que avanzamos nos desaparecíamos entre la maleza de la noche y los turbos árboles; y un deprimente intercambio de palabras.

—No te conviene jugar conmigo, así que dime de una buena vez lo que me tienes que decir.
—Tranquila, nena. No te alteres—rió y se acercó con los brazos abiertos. Saque mi FIE Titan (pistola de bolsillo) y lo apunté derecho a su frente.
—No te acerques. Vamos, que tengo cosas más importantes que hacer.

—Es fácil, solo dime ¿En qué lugar se encuentra la esfera? Sé que el gobierno las ha mantenido en secreto y busco obtenerlas con, o sin la colaboración de la pequeña niña de papá.
—No sé de qué me estás hablando.
—Te repito lo mismo, tal vez no escuchaste bien: ¿En qué lugar se encuentran las esferas? … es muy sencillo…
—Te digo que no sé, no tengo ni la más remota idea.
—No mientas, sabes bien de lo que te hablo.
— Eres un demente ¿sabías?, me voy, no te miento cuando digo que tengo cosas más importantes e interesantes que hacer. Pero te advierto que…
—Tú a mi no me adviertes nada, guapa—me oprimió con fuerza la mano, arrebatándome la pistola y poniéndome de espaldas a él en un movimiento ágil—. Ahora me toca decirte a ti, que no te conviene jugar conmigo—aferró su antebrazo alrededor de mi cuello. Intente darle un golpe a la nariz pero fue más rápido. Uno de codo en la panza, pero apenas y lo tocó. Entonces deje caer todo mi peso y a zarandearme arriba abajo con suma rapidez.
— ¡Basta! ¡Basta! ¡Basta! —Exclamó eso constantemente— ¡Chiquilla estúpida, te he dicho que pares! —y luego cayó encima de mí. Noté su pupila oscura abrirse en un segundo.
— ¿Quién anda ahí? —preguntaron a lo lejos con una luz rutilante que rebuscaba en la oscuridad. Y de la nada, sentí como la presión de sus labios golpearon en los míos. No me dejaba respirar y tenía los ojos abiertos; los cuales no tardaron en dejarse llevar por la emoción del momento y cerrarse. Apretó mi cintura con sus brazos y la excitación me llevo a la sensación de adrenalina por estar besando a una persona desconocida y además peligrosa.
—Mira que me vengo encontrando aquí: Jóvenes enamorados creyendo que en el turno de MI vigilancia pueden tener sexo descontrolado. No es nada del otro mundo, pero saben bien que es contra las reglas.
—Lo sentimos, señor. No volverá a suceder,… ¿verdad mi amor?—respondió el desconocido.
—Así es, le aseguro que no va a volver a pasar.
—Más vale, no creo que el Súper Intendente los trate con la misma tolerancia.

Era claro que no desaprovecharía la oportunidad de echarme a correr y esconderme en mi dormitorio, dejándolos ahí, con los rostros nerviosos por mi inesperada huída. Oí al desconocido todavía llamarme por mi amor: “Te veo mañana”. Atranqué la puerta y cerré la ventana con cerrojo. Me recosté en la almohada y encendí la laptop, no sin antes verificar que no estuviera siendo vigilada. Hice click en “AA” (Archivos antiguos en español) y teclee la contraseña. Pero no, por más que busqué y rebusqué entre mis archivos algún indicio sobre esas esferas no encontré nada que me pudiera decir que está queriendo obtener ese imbécil.

Golpearon la puerta; primero fue uno y luego dos golpes duros. Abrí los ojos, y mire el reloj: 9:30 am. Me había quedado dormida, las baterías de las laptops de ahora son de duración infinita pero si no son utilizadas por cierto tiempo, por seguridad se hacen invisibles, desbloqueándose únicamente con el tacto de las huellas digitales del dueño.
Volvieron a insistir detrás de la puerta. ¿Y si era nuevamente el desconocido queriendo información sobre algo que no se? Me asome por el diminuto mirador y vi a Ben Lower allí.

— ¿Podrías dejar de observarme por ahí y abrirme la puerta?
— ¿Qué quieres? Te dije que en cuanto tuviera algo les diría. —Me hizo a un lado y abriendo el cerrojo se asomó por la ventana.
— ¿Qué pasa?
—La chica no fue hoy a clases, Erender, y el servicio secreto se ha tomado la mañana buscándola ¿Dónde diablos te metiste ayer? Se supondría que hablarías con ella.
— ¿Y qué hacen los del Servicio Secreto? ¿Pasarse orinando todo el día? Ese es su trabajo, no el nuestro…Pero bien… ¿alguien más sabe de esto? Me refiero a los estudiantes y profesorado.
—No, solo nosotros. A estas horas ya estuviera hecho un maldito lio, si estuvieran enterados de esto.
Reflexione lo que paso ayer y con las manos en la cintura asevere.
—Creo saber en dónde y con quien esta. Sígueme.

Tal y como lo había formulado. El demente de ayer le había tratado de sacar la información a la fuerza y Pherson le habría tenido que soltar lo que sabía. Estaba atada a una soga al tronco de un pino en medio del lago. El agua le llegaba al cuello y parecía estar dormida, o muerta. Ben se echó al agua y nado hacia ella. La desató y, tomándola de las axilas la arrastro a donde me encontraba. Yo me encargue de revisar sus signos vitales mientras Ben empleo la búsqueda del sujeto.



Sé que mi comportamiento fue el de un psicópata, pero eso era precisamente lo que quería; así, si llegaban a capturarme, —que tarde o temprano lo harían, eso era seguro—me mandaran a un centro de locos y no a la cárcel, que era el sitio al que por la familiaridad de mis visitas le tenía una horrenda aberración. Me avente en la cama y encendí el televisor. Las noticias del Primero Noticias, solo habían hecho mención de un fuerte resfriado, nada grave, pero que sin embargo debía permanecer en reposo. El punto es que esta viva y se dónde puedo hallar la primera Kanedia. Malia me debía una que otra, y el cobro ya había empezado a gestarse.