Erender Zuleika{Logan Lerman}

Pero no contaba con que reaccionaria de aquella manera tan agresiva cuando me acerque a ella y le toque el hombro para preguntarle si querría venir conmigo. Me dobló el brazo y me puso la punta del palo en la garganta. De forma brusca con la cabeza le solté un golpe de lleno a la nariz y le pedí disculpas posteriormente, me presente, me observo arriba abajo con la mirada recelosa y luego pareció que el malentendido había quedado resuelto.

— ¿Qué quieres, Ben? —bufo, estirando las piernas en una zancada. Me sigue hasta quedar a mi lado. Pero que molestia es.
—No la pasamos muy bien anoche… ¿No crees?
—Nunca, escúchalo bien, Lower: Nunca me acostaría con alguien como tú— Esperaba con eso desvanecerle un poco del orgullo que tiene pero nada. Retoma la compostura y de forma cínica me guiña un ojo negro; esboza una sonrisa grande y pronuncia en un leve murmuro: —Ya veremos.

—No hagas ruido, cariño—el topacio de sus ojos se transformo en un negro aterrador casi exorbitado mientras sus labios temblaban como cuando solía reprenderme por una tontería—. Eres una niña muy valiente, se que puedes. Cuando no escuches ni un solo ruido, debes salir corriendo sin mirar a nadie a los ojos... ¡Prométemelo!—me miro con dolor…podía ver el dolor en el brillo de sus ojos. Sujetó mis cachetes con firmeza y quitó las lágrimas que se derramaban por ellas haciendo que toda mi cara se humedeciera más de lo que ya estaba. Me abrazo desesperadamente como si fuera la última vez que lo haría en toda su vida y me dio un beso largo en la frente. “Se va a ir…lose. No quiero dejarla ir” Me afiance a ella con una fuerza tremenda que no supe de donde salió; entretanto que en mi corazón rogaba porque los monstruos se fueran, que se esfumaran de una buena vez y nos dejaran en paz a mi mamá y a mí. “Diosito ayúdame”. Siempre había hecho travesuras y maldades; mi abuela siempre había renegado sobre eso, pero yo no sabía lo que hacía, enserio no tenía idea de que sus masetas fueran demasiado valiosas; en sí, nunca les había tomado importancia hasta hoy. Ahora ella tampoco estaba: se había ido al cielo como papá. Ahora imploraba piedad demasiado tarde. “Angelito de mi guarda sácanos de aquí, por favor”—. Tienes que ser fuerte, mi vida—me sujetó de los hombros y me sacudió fuertemente, obligándome a meterme dentro del armario con un leve empujón.

—Mami, no me dejes…—me hinque con las manos apoyadas en la madera—Tengo miedo, mucho miedo… ¿Qué nos van a hacer?—me dejo con la palabra en la boca. Con un “shh” me ordeno que me callara y entonces, atranco la puerta, quedando yo adentro encerrada. Sentía mi garganta contraerse una y otra vez sin poder dejar de sollozar ni un segundo por más que me esforzara. La claustrofobia me sofocaba lentamente. Era muy seguro que me fuera a desmayar; allí dentro me hacía falta oxígeno para respirar sin acompasar. Ya no podía soportarlo más, tenía que salir, “¡tengo que salir!” .En ese momento, los pasos apresurados de los monstruos comienzan a aproximarse resonantes por las escaleras. Oigo a mi madre hacer un barullo con los muebles que tenga al alcance para bloquear la puerta de mi dormitorio: con la mesa y las sillitas de mi juego de té, los buros y hasta la estantería donde colecciono mis juguetes más preciados. Yo me acomodo y mantengo la compostura.
La puerta se atasca, y mi pulso baja lo suficiente para dejarme turbada. Escucho como las bestias zarandean violentamente a mamá y la golpean como si fueran animales que comen carne, hasta matarla. ¡La quieren matar como a todos! Presa del pánico cierro los ojos a pesar de no ver casi nada, y aprieto al “Señor Estopita” con tanta consistencia que casi le saco la felpa de la oreja.
— ¡Maldita perra! —El miedo se apodera de mis piernas y estas empiezan a fallarme en el instante en que asomo el ojo por la abertura del ropero y puedo ver la sangre de la cabeza de mi madre fluir por las manos del asesino— Dime donde está la niña; ¿o quieres que te de un plomazo en este mismo momento?
—Ya te dije que vinieron por ella—pronunció la mujer con dificultad y escupiendo liquido rojo del interior de su boca. Se veía casi inconsciente, apenas y podía articular algo—.Además si la tuviera no te la entregaría. ¡Primero muerta!
—Así que prefieres irte derechito al infierno ¿eh? —por quien sabe qué vez consecutiva le pego con el puño en la cara y, con un tono burlón en la voz lo veo desenfundar la pistola, para acto seguido, apuntarle con la mirada más bestial que jamás haya visto en mi vida. Instintivamente me tapo la boca para no gritar; aferrándome al Señor Estopita para que me libre de esta pesadilla como en estas últimas noches que había solido tenerla.
—Es demasiado, Etzatlan. Para ya…Basta—dijo otro.
—No me pidas que pare…—el asesino cierra el puño en el cuello de mi madre equilibrando el tambaleo de su destrozado cuerpo. Percibo como las fuerzas se me van al contemplar la espantosa escena con más detenimiento. ¡La está matando! En ese preciso momento, el otro monstruo cae azotando contra el suelo: muerto de un disparo. Enseguida, la infame bestia vuelve la vista al rostro manchado de moretones de mi madre y, acercándose como si le fuera a confiar un poderoso secreto le musita unas palabras en medio de este desastroso silencio: —Si tan solo me hubieras amado, mi querida Zuleika— Y, con el arma situada en la sien de aquella pobre mujer que dio la vida por su hija, más listo que nunca, tira del gatillo. El señor Estopita resbala de mis manos y mis ojos se abren como platos…


Despierto agitada, y en posición exaltada como para nadie es ya una novedad e inclusive para mí. De nuevo he tenido la misma pesadilla que me atormenta desde que era una niña: el asesinato a sangre fría de mi madre donde yo no pude hacer nada de nada para defenderla de las manos de aquel hombre que consiguió arruinarme la existencia. Si tan solo hubiera sido más valiente. Muchas veces he intentado escapar de la realidad de ese sueño que me perturba tanto, pero en las últimas semanas lo he tenido con más frecuencia que me es casi imposible hacerlo. Cada vez que veo la imagen de ese hombre golpeando a mi madre me entra una rabia inmensa y un profundo rencor a todo y a todos.
En mi frente las gotas de sudor se mezclan con las tiras de mis cabellos y un hueco persistente y gruñón en el estómago me indica que estoy hambrienta desde hace más o menos…pienso que…: tres horas, exactamente tres horas.
Paso mi mano en la zona frontal y, efectivamente estoy sudando.
Suspiro y luego dejo salir un resoplido. Echo un vistazo al otro lado de la habitación solo para encontrarme a Pear; quien, según puedo ver desde donde estoy, sigue durmiendo. Así como esta, tendida con sus extremidades en forma de X, ocupando todo el ancho y largo de la cama mientras su melena roja se rebela en toda el área de su rostro, además de que balbucea quien sabe que cosas sin sentido, da la impresión de ser una moribunda que recién da a sus alucinaciones. Esa chica es lo más cercano que puedo tener a una familia. Es dos años menor que yo; la encontré un día vagando asustada hace ya hace cinco años en los arrabales de una de las localidades más peligrosas de Fairview. La había asustado, era noche y las calles estaban prácticamente solitarias y muy silenciosas. Por pura curiosidad la había seguido, ya que me había recordado mis días de andar mendigando siendo una chamaca en plena pubertad. Llevaba en la mano un mango con un palo encajado como paleta que metía y sacaba de su boca a cada rato. Sus ropas estaban sucias y rotas; por supuesto creí que podría ayudarla; de hecho esa fue la otra razón por la que tome la decisión de seguirla. Pero no contaba con que reaccionaria de aquella manera tan agresiva cuando me acerque a ella y le toque el hombro para preguntarle si querría venir conmigo. Me dobló el brazo y me puso la punta del palo en la garganta. De forma brusca con la cabeza le solté un golpe de lleno a la nariz y le pedí disculpas posteriormente, me presente, me observo arriba abajo con la mirada recelosa y luego pareció que el malentendido había quedado resuelto.

La parte en medio de mis costillas vuelve a gruñir con mayor intensidad. Con enjundia, bajo de un salto de la cama y verifico que esta se estire y doble automáticamente en el momento en que pusiera el pie en la alfombra del piso. Complacida compruebo los hechos luego de sentir el cristal cerrarse detrás de mí al cruzar el límite del espacio que me corresponde y las zarpas maquinarias introducirse a su respectivo lugar produciendo un sonido robótico, y, así concluyendo con su labor doméstica de tender la litera. Nada difícil para una computadora.
Con paso cansino me dirijo al cuarto de baño y ya allí, como es un hábito que me he armado desde mi niñez—es decir, a después de la muerte de mis padres—; cepillo mis dientes y me lavo la cara para desvanecer los signos soñolientos que hubieran podido quedar marcados por ahí en forma de trazos y líneas paralelas o perpendiculares. Casi me ahogo con la pasta cuando me distraigo viendo una mancha en el espejo que ni siquiera era para captar tanto la atención de alguien, sin embargo aún así lo había hecho conmigo. Enjuago mi boca y escupo dos veces en el lavadero. Acto seguido, abro la llave para que el agua arrastre consigo todos los residuos. Me quedo viendo desaparecer todo aquello a través del agujero con la mirada perdida. Todavía tengo sueño.
A lo lejos oigo un estruendo ahogado y luego a Pear aventar una maldición «Mierda »—probablemente se había caído de la litera o algo así—. Pensé en secarme la cara con la toalla que estaba colgada, pero en vez de eso, me paso a la regadera y tecleo las claves en la diminuta pantalla tecnológica para abrir la ventana eléctrica del techo—suerte que nos había tocado en el último piso, de cinco que son—, y cambiar la temperatura del agua: de fría a tibia.

El aire fresco de la mañana me vuela ligeramente los cabellos hacia atrás, logrando que el mal sueño se disperse dividido en partes entre los rincones más sombríos de mi cabeza donde por el momento deben permanecer allí: quietos y en reserva.

Ya desnuda, me meto en el azulejo de cuadros blancos permitiendo que la lluvia de la regadera que, mecánicamente se abre paso entre las tuberías comience a derramarse por la superficie de mi espalda. Primero, provocó que me estremeciera y me obligara a poner un paso adelante, ya que había salido fría y lo frio… no es que le tuviera nada en contra, simplemente no terminaba por agradarme. Pero poco a poco fue tomando los grados que había señalado en la diminuta touch hasta dejarme complacida y, sentirme completamente satisfecha. ¡Lo gozaba, enserio que si!: la borrasca tibia pegaba deliciosamente en la faz de mi cara, mojándola con el rico tiritirí de las gotas al pegarme. Cuando era una niña solía taparme los oídos para oír la similitud del sonido del mar, y a veces, solo a veces lo hacía de nuevo.

De pronto, la alarma de la Diligencia 133 sonó alarmándonos a todos, y haciendo que todo volviera a mí me mente y me recordara en donde estaba: en una cárcel con máscara de ser un hogar cálido y tranquilo.
La voz de la Lilian, la portavoz, suena en toda la Diligencia. «Agentes de la zona 7…»
Me enredo en la toalla y me apresuro al tubo de indumentaria; sitio en donde sabía, no podía permanecer mucho tiempo adentro debido a mis cuestiones claustrofóbicas. En menos de lo que canta un gallo el traje de sustentación se apega a mi cuerpo delineando el contorno de mi figura delgada: un ajuar negro con hombreras amarillas y guantes del mismo color. Los ajusto bien en la muñeca y les echo un vistazo. Me gusta cómo quedan; definitivamente prefiero mil veces el traje negro que al blanco.

Pear lleva puesta la misma ropa que yo; me mira, junta el entrecejo y después en un gesto bipolar, me sonríe. Se encamina a la puerta y, en la pared contigua, bajo el diminuto interruptor de encendido y apagado pone el dedo en el verificador para que esta se abra. La puerta se cierra de manera vertical luego de que salimos. Por último, mientras avanzábamos a través de los pasillos la muchacha se acomoda un mechón de pelo que le sale por detrás de la nuca. El repiqueteo de nuestros pasos al igual que el de los demás, suenan impávidos en el vidrio.
Los pasillos no estaban abarrotados como a la hora del almuerzo. Cuchicheaban entre sí, eso sí, pero no se veía un atiborramiento de personas andando por diferentes lados.

—Agentes de la zona 7, se les solicita a los fase 3 pasar a la contrapuerta de la Diligencia 120—dice la portavoz con esa voz desesperante—. Los demás se les pide permanezcan en la Diligencia 133— ¿Ahora que habíamos hecho mal? Era muy extraño que decidieran separar las fases de una misma zona, pues solo lo hacían cuando era un asunto resuelto de manera incorrecta o una urgencia de vida o muerte reservado para un solo grupo.
—Te veo en el almuerzo—manifestó Pear con una expresión risueña en la boca a la vez que se unía a la formación de los de la fase 2 donde ya llevaba dos años permaneciendo como uno de los refuerzos principales.
Las fases son los niveles de condición y calidad en los agentes jóvenes, según sus habilidades y aprendizajes en el último periodo anual. Yo había entrado a la asociación cuando mi jefe: Ronald Hapiro, me descubrió asaltando una tienda de conveniencia por hambre a mis cortos once años, según él, y ahora, estaba cerca de cumplir los veinte en los próximos meses. Como se puede notar claramente; sí que me las he visto duras para poder brincar de nivel en el consorcio, y eso, se debía únicamente a que se me dificultaban las misiones que tuvieran que ver con estar enclaustrado en espacios muy reducidos. Terminaba haciéndolo, pero no siempre a una velocidad justificable.

—Que bueno es verte por acá, y a estas horas—comenta una voz seca y recia que reconozco en cuanto termina la oración con la palabra “horas”. Me giro solo para toparme con la cara de Ben muy cerca de mi oreja y con ese gesto de violador en su rostro.
— ¿Qué quieres, Ben? —bufo, estirando las piernas en una zancada. Me sigue hasta quedar a mi lado. Pero que molestia es.
—No la pasamos muy bien anoche… ¿No crees?
—Nunca, escúchalo bien, Lower: Nunca me acostaría con alguien como tú— Esperaba con eso desvanecerle un poco del orgullo que tiene pero nada. Retoma la compostura y de forma cínica me guiña un ojo negro; esboza una sonrisa grande y pronuncia en un leve murmuro: —Ya veremos.

Visiblemente, este moreno era guapísimo: Era dueño de un cuerpo atlético y bronceado que levantaba envidias entre los de fase 5, se decía que tenía sus amoríos con no sé cuantas chicas de las otras zonas y era un agente de gran importancia para la organización de la Diligencia 133. Pero como todo galán, era un completo patán y narcisista como de los muchos que existen.
—Buenos días amigos—empieza el dictador colocándose al micrófono: un hombre canoso y de cuerpo fuerte, cuadrado—.Los he mandado llamar especialmente para una misión que, si no es urgente la van a necesitar para cierta elección. Se trata de un complot contra el presidente de los Estados Unidos de América…
— ¿Otra vez? No sé porque eso ya no me resulta una primicia, dictador—uno alza la voz interrumpiendo al dictador con un tono de malicia en su forma de expresarse. Cabe decir que comparto la misma opinión que él.
—Esta vez es diferente, compañero—el hombre ríe y se rasca la esquina del ojo queriendo reírse todavía más. Levanta los hombros y prosigue con esa dote de supremacía—. No es contra él precisamente, si no para con su hija, la señorita Malia Ann Pherson.
— ¿Qué tiene de especial ella, aparte de ser la hija del único presidente que ha sido reelecto por tercera vez consecutiva en la historia de los Estados Unidos?
—Eso es lo que tienen que descubrir, muchachos. Venga… ¿Qué esperamos? hay que empezar a actuar.