Erender Zuleika{Logan Lerman}

Espero que el día en que encuentren esta carta no haya sido demasiado tarde…

En estos momentos estoy sentado en el escritorio de mi despacho; con un frasco de tinta y una pluma encima de la reluciente textura del roble, listos para ser usados por primera y probablemente también por última vez. Solo como un viejo abandonado y cansado por el pasar de los años, miro por última vez el reflejo en el espejo que está frente a mí. Con tristeza suelto un gran suspiro y noto la cruda realidad; ya no queda nada de aquel atractivo sujeto de cabello dorado y ojos vivaces que alguna vez dejo tantos corazones rotos por donde pasó. Hoy en cambio, es plateado y las arrugas ya forman parte hasta de mi personalidad. Pero bueno…No estoy aquí para hablar sobre mi vida amorosa ni mucho menos de mí, sino para algo que es de suma relevancia, sobre algo que el mundo deberá estar preparado para combatir. Ya no quiero guardarme por más tiempo este secreto. No quiero llevármelo a la tumba sin sentirme salvado por la conciencia del saber, si sé que puedo ayudarles de alguna manera. Es por eso mismo que he tomado la decisión de escribir las siguientes líneas de esta escalofriante historia. De la que tú debes estar listo para escuchar, para descubrir la verdad.

¿Estás listo? No contestes, solo sigue leyendo si te crees capaz.

La noche era gélida, de una tonalidad lóbrega y peligrosa para una mujer, y más si se traba de alguien que recién había dado a luz tan solo unas horas antes. Desde que tenía uso de razón, en la aldea se habían contado un sin fin de leyendas y fábulas sobre el temido dios de las tinieblas; el tenebroso que te ponía la piel de gallina con solo oír los gemidos en el viento al llegar a tu ventana. Lo sé, porque esa vez los escuche. Jamás olvidare lo que vi…Jamás. Durante todo ese tiempo había sido un estúpido escéptico respecto a esos asuntos del inframundo; creía que eran cuentos de terror que las madres utilizaban para asustar a los niños y que las obedecieran, pero ahora sabía que eran verdad, que siempre habían sido verdad. Se decía que sólo los hombres más valientes de ahí se atrevían a entrar en aquel círculo negro conocido como “La boca del Xochitola”, que únicamente, si deberás tenían motivos de vida o muerte para hacerlo se introducían en la sombría oscuridad del bosque.

El viento le revoloteaba los cabellos en la cara, quitándole la más mínima posibilidad de poder ver con claridad los senderos por donde corría lo más rápido que sus piernas se lo venían permitiendo. El murmuro de las hojas en los árboles era suave y apacible como los silbidos del oreo, pero de la misma manera también escandalosos, ruidosos. Los grandes oyameles se agitaban de un lado a otro preguntándose por qué esa mujer; teniendo a dos crías literalmente brincando en sus brazos se adentraba de esa forma a la silenciosa y peligrosa negrura. Por otra parte, los animales del bosque observaban curiosos desde el hoyo de sus madrigueras los movimientos de la mujer, que si bien eran torpes, así mismo eran perspicaces. La mujer se llamaba Quaritch, una simple espiritista, o como muchos le decían y era mejor conocida: La bruja del Otelo. El largo trayecto estaba dejando a Quaritch verdaderamente agotada: sus pies cada vez disminuían la velocidad sin que ella lo quisiera y su cabeza empezaba a dar vueltas y a tirones a ponerle la vista gris, no obstante estaba decidida a no detenerse por nada. No les daría la oportunidad tan fácilmente a los Herederos de que atraparan a sus hijas e hicieran con ellas lo que quisieran.
Neoteo había acertado. Si, el legado del Huey Tlatoani había llegado a su fin la misma noche en que la Nube del Sol se lo hizo saber. Ahora el patriarca estaba muerto a consecuencia del nacimiento de la gran Esfera de Kanedia y solo con el sacrificio de la hija mayor de Quaritch él podría regresar a la vida y continuar con las devociones para los Dioses de ese inmenso orbe y evitar así una catástrofe.

— ¡Ahí esta! —informó uno de los soldados haciendo que todos se volvieran al hueco de un árbol. Quaritch oyó los pasos acercarse sospechosamente, intento ponerse de pie pero fue demasiado tarde para escapar. Los hombres la sujetaron de los hombros y la tiraron al piso cuantas veces quiso ponerse de pie.
—No por favor… ¡No les hagan daño! ¡Mátenme a mí, a ellas no!—gritaba y gritaba pidiendo ayuda a suplicas, pero no era escuchada ni por su propia sombra.
— ¡Cállate de una maldita vez, mujer! —El Águila, le dio una buena bofetada provocando que Quaritch cayera y se golpeara con una piedra en la cabeza, quedando inconsciente. Los tres Herederos la miraron con desdén y el Lobo, tomando a ambas niñas de las piernitas emprendieron el camino de regreso a los sepulcros del patriarca.
La enigmática luna estaba en su cuarto creciente alumbrando desde las alturas; la contemplaba con suma atención desde la ventana de mi cuarto encima de las piernas de mi amo, quien dormía plácidamente entre la cálida sabana de su hamaca, neceándose como un bebe. Me gustaba mucho acomodarme ahí por sus tobillos y mecerme junto a él a la hora de dormir,… ah que bello era, recuerdo. De pronto, una helada corriente sacudió sus cabellos y a mí me erizo la nariz como nada. Mi amo se dio la vuelta, pero yo tenía miedo; que una sombra negra pasara flotando sin hacer un mínimo de ruido era sinónimo del mal. Levante la cabeza que tenía tuesta y salte por la ventana. La seguí silenciosamente hasta que llegamos a un sitio en forma de altar y vi a esas pequeñas creaturas de humano llorando a todo pulmón encima de una mesa rodeada de flechas, velas y brillantes turquesas. Los ladridos salieron sin que me diera cuenta. Simplemente no lo pude evitar.

Pareció como si le hubiera dado el grito de arranque, pues la sombra oscura llamo la atención de todos provocando gritos de temor entre los presentes. Aprovechando el bullicio que había, corrí en dirección al llanto incesable de aquellas almas inocentes. Las vi y sin dudar ni un segundo, encaje los colmillos en sus trapos y arrastre primero a una. Fije la vista al horizonte solo para darme cuenta que los espíritus eran aspirados por esa cosa negra. Me apresure con la otra, pero no creía poder apartarlas de aquel lugar más rápido de lo que ya hacía. Entonces, una luz refulgente me dejo perplejo, aturdido. “Haz sido muy bueno, Abrak”. Y cuando regrese de aquella resplandeciente luz ya no era yo; ahora poseía dos piernas y dos brazos, como mi amo, como cualquier otro ser humano. Ahora podía sacarlas de ahí.

“Sé que la muerte merezco, el llamar al señor de las tinieblas,si, es Xochitola . Mis hijas debían tener tiempo a que un ángel las protegiera, que la luz de la sanidad en su futuro este. No importa si ya no las vuelvo a ver, ellas sanas deberán estar. Porque hoy te invoco gran Xochitola, arrebátale las almas a esos espíritus perversos y llévame a mí también si para salvarlas a ellas hoy merezco. En este momento te vendo mi alma a cambio de las de ellas. Lunas, estrellas y sol, infierno y cielo, ángeles y demonios, venid a mí, que os los llamo”

No puedo describir como ha sido mi vida después de aquella noche. He vivido por más de 400 años solo para proteger a este par de perlas negras de los intrusos llamados Herederos. De hecho puedo decir que he llegado a encariñarme de ellas…creo que las extrañare. Tan solo de pensar que dentro de estas hay dos criaturitas esperando a volver a nacer y salvar a la humanidad dentro de muchos, muchos años en el porvenir. ¿Si que falta tiempo cierto? Estamos en qué año… ¿1871? ¿Para el siquiera pensado 2000? Y aunque la mayoría de ustedes no lo crean se que en menos de lo que canta un gallo estaremos en ese milenio; avanzando en nuevos y mejores horizontes. No obstante, no hay que confiar en que todo será saciado de triunfos y gloria; así mismo habrá llanto y sufrimiento en las personas.
Al menos busco hacerles tomar conciencia, y advertirles que esos alienígenas llegaran por esos días y yo ya no estaré ahí para descubrirlos ante la sociedad.

—Es una copia ¿Qué se supone que deba hacer con esto? —Damien Carwright agita el sobre entre dos dedos e incrédulo lo arroja en el escritorio. Con la misma actitud agnóstica se aproxima a la máquina de sodas y oprime el botón de Coca Cola a la espera de que la lata salga por debajo de la máquina—. ¿Creerle a un viejo loco de hace un siglo y medio que jura que hay extraterrestres y esferas bebes? —El ruido de la lata al caer se oye en toda la habitación. La toma y haciendo un truco de malabarismo, se dirige despreocupado al sillón. Sentado la abre, se la lleva a la nariz y, como si fuera un niño huele el aroma del gas. Por encima su abuelo lo observa con una mirada asesina mientras lo ve beber. Se muere por decirle que es un imbécil, pero en el fondo sabe que eso no es verdad.
—Tráeme esas esferas y yo veré que salgas del lío en el que te has metido—Damien levanta una ceja y en su cara se dibuja una sonrisa cínica como queriendo decir “Si que los chismes corren rápido por aquí”.