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Mensaje por DanieladeJonas Dom 25 Mar 2012, 1:18 pm

hola soy nueva lectora.... me encanto la historia... que interesante todo eso de llas visiones pero que mal que Nick no le cree... esta increible la nove.... desde hoy soy una fiel lectora de tu novela!!! siguela pronto!!:bounce:
DanieladeJonas
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Mensaje por jennito moreno Dom 25 Mar 2012, 6:15 pm

ohhh cielos la ______ todopoderosa jajajajajjajaj me muero de la intriga por saber que sucedera con nicholas hummmm me encantaron los capss sigueee prontooooooo!!!!!! :bounce: :bounce: :bounce: :bounce:
jennito moreno
jennito moreno


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Mensaje por Karli Jonas Lun 26 Mar 2012, 2:06 am

OMJ he ando los caps
Ahhhh se que a Nick le gusta jejejeje
Pero no lo acepta :D
Ohhh Plis Siguela!!
Karli Jonas
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Mensaje por Daai.Jonas.Lovato Lun 26 Mar 2012, 5:00 pm

OMG! La rayis ve gente muerta (? Okno.
Que mal que Nick no le crea, pero en parte cree que le cree (? O.o
Además se nota que le gusta 8)
ahahaha, seguila me encanta la nove !
Daai.Jonas.Lovato
Daai.Jonas.Lovato


http://heyyoudaaiwy.tumblr.com/  https://twitter.com/#!/HeyYouDa

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Mensaje por Karli Jonas Lun 26 Mar 2012, 9:40 pm

Subeeeee
Karli Jonas
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Mensaje por Mildred Mar 03 Abr 2012, 3:24 pm

Siguela!!
amo tu novela*--* quiero leer maas!!!
Mildred
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Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Sáb 07 Abr 2012, 2:05 pm

DanieladeJonas escribió:hola soy nueva lectora.... me encanto la historia... que interesante todo eso de llas visiones pero que mal que Nick no le cree... esta increible la nove.... desde hoy soy una fiel lectora de tu novela!!! siguela pronto!!:bounce:

Bienvenidaaa!!! :hi: :hug:
.Lu' Anne Lovegood.
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Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Sáb 07 Abr 2012, 2:59 pm

capitulo 6



Poco antes del amanecer del día siguiente, _____ salió de puntillas de su habitación con una bolsa.
— ¿Adónde vas tan temprano, _____?
Por poco se desmaya del sobresalto.
—Cielo santo, tía Joanna, me has asustado. —Le sonrió a la mu jer que le había abierto sin reservas su corazón y su hogar—. Pensaba dar un paseo por los jardines y hacer algunos bosquejos. ¿Quieres acompañarme?
Una expresión de horror asomó al rostro rechoncho de su tía.
—No, gracias, querida. El rocío de la madrugada me arrugaría las plumas. —Y acarició tiernamente las plumas de avestruz que sobresalían de su turbante de color verde pálido—. Me iré a leer a la biblioteca hasta la hora del desayuno. —Tía Joanna ladeó la cabeza y _____ se inclinó hacia atrás para evitar el roce de las plumas—. ¿Te encuentras mejor?
—¿Cómo dices?
—Su excelencia me informó anoche de que te habías retirado debido a un dolor de cabeza.
_____ notó que se ruborizaba.
—¡Ah, sí! Me siento mucho mejor.
Su tía la observó con franca curiosidad.
—Obviamente tuviste oportunidad de hablar con el duque. ¿Qué impresión te causó?
«Que es arrebatadoramente atractivo. Y solitario. Y cree que soy una mentirosa.»
—Me pareció... encantador. ¿Te divertiste en la fiesta, tía Joanna? Un resoplido impropio de una dama brotó de los labios de su tía.
—Estaba pasándolo bien hasta que lady Digby y sus espantosas hijas me rodearon y no me dejaron escapar. Nunca en la vida me ha bía topado con semejante hatajo de atolondradas cotorras. Me sor prendería mucho que lograse casar a una sola de esas pécoras adula doras. —Alargó el brazo y acarició la mejilla de _____—. Está verde de envidia porque mi sobrina es tan guapa. No nos costará mu cho conseguirte un marido.
—Por si no lo has notado, tía Joanna, apenas podemos encon trar algún caballero dispuesto a bailar conmigo.
—¡Pamplinas! —exclamó tía Joanna, quitándole importancia con un ademán—. Lo que ocurre es que casi no te conocen. Sin du da el hecho de que seas americana provoca cierta reacción de recha zo en algunos caballeros, por aquello de la rebelión del siglo pasado y las escaramuzas que se han producido allí hace poco. Pero las cosas han vuelto a la calma, así que ahora sólo es cuestión de tiempo.
—¿Qué es cuestión de tiempo?
—Mujer, pues que algún joven se fije en ti...
_____ se abstuvo de señalar que hasta el momento práctica mente todos los que se habían fijado en ella le habían encontrado al guna falta.
—He preparado un tentempié —dijo, levantando la bolsa en al to—, así que te veré después del desayuno.
Su tía frunció el entrecejo,
—Tal vez deba pedirle a un criado que te acompañe. —Antes de que _____ pudiera protestar, su tía se apresuró a añadir—: Bue no, supongo que no será necesario. Ve, querida, y diviértete. Des pués de todo, nadie más está despierto. ¿Con quién podrías encon trarte a estas horas intempestivas?



Continuará
.Lu' Anne Lovegood.
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Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Sáb 07 Abr 2012, 3:02 pm

capitulo 7



_____ caminaba plácidamente, disfrutando del silencio que sólo se veía interrumpido por el susurro del viento entre las hojas y los graznidos de los cuervos. Elegía los senderos al azar, sin impor tarle adónde la condujesen, contenta de estar al aire libre. Un poco más adelante, el bosque se hacía menos denso hasta acabar en un ex tenso claro donde las abejas zumbaban en torno a fragantes madre selvas. Mariposas de colores vivos revoloteaban alrededor de flores silvestres rojas y amarillas.
Pronto llegó a la orilla de un lago pintoresco. Pálidos rayos de luz trémula y dorada se colaban por entre las frondosas ramas de unos árboles que formaban un refugio umbrío acariciado por el resplan dor del alba. Sacó su cuaderno de dibujo y se sentó en la mullida hierba, con la espalda apoyada en el tronco de un enorme roble. Una ardilla juguetona la miraba desde una rama cercana, y Eli zabeth trazó un rápido bosquejo de ella. Una familia de tímidos co nejos le sirvió de modelo antes de alejarse brincando para refugiarse entre las hierbas altas. Hizo un dibujo detallado de Parche, su queri do perro, con el corazón encogido al pensar en él. Había deseado desesperadamente llevárselo a Inglaterra consigo, pero era viejo y en fermizo, y ella sabía que no sobreviviría a la rigurosa travesía del océ ano. Lo había dejado atrás, junto con un pedazo de su corazón, a car go de personas que lo querían casi tanto como ella.
Apartó los pensamientos melancólicos que le evocaba el recuer do de Parche y trazó un retrato de Diantre. Sin embargo, cuando hu bo terminado, se apresuró a borrar al gatito de su mente. Si pensaba en el peludo animalillo se acordaría de lo que ocurrió en el jardín... y del hombre al que había conocido allí. El hombre cuya tristeza y soledad ocultas la habían conmovido, un hombre que guardaba se cretos que le corroían el alma.
Ella se había ofrecido a ayudarlo, pero luego había pasado media noche preguntándose si no se habría precipitado. El duque de Brad ford obviamente no creía en su don de clarividencia.
¿Habría algún modo de convencerlo? Después de lo sucedido la noche anterior parecía que no, pero ella quería, ansiaba ayudarlo. Deseaba ahuyentar las sombras que ella había notado que empañaban su felicidad. Y _____ necesitaba, por su propio bien, resarcirse del lío que había armado en Estados Unidos. Sin duda su sentimiento de culpabilidad remitiría si conseguía de alguna manera volver a unir al duque con el hermano al que creía muerto.
No, no se había precipitado al ofrecerle su ayuda. De hecho, es taba resuelta a brindársela, tanto si él la quería como si no. Todo lo que ella tenía que hacer era conseguir alguna prueba concluyente de que su hermano estaba vivo en realidad. Para eso, no obstante, debería tocarlo de nuevo.
Notó que la recorría una ola de calor. Apenas había podido dor mir pensando en él, en su hermoso rostro, su mirada intensa, su cuerpo musculoso. Por unos breves instantes ella había deseado inútilmente presentar un aspecto elegante y atractivo, a fin de que un hombre como él pudiera sentir interés por ella durante más de un momento fugaz.
Y, de hecho, él se había sentido interesado, como _____ des cubrió cuando le tocó la mano.
Había deseado besarla.
Ella había leído sus pensamientos con tanta claridad y de forma tan inesperada... Se le cortó el aliento al imaginar sus labios en con tacto con los de ella, sus fuertes brazos atrayéndola hacia sí, apre tándola contra su cuerpo, ¿Qué sentiría si un hombre semejante la besara? ¿Si la tocara y la estrechase en sus brazos? Sería... como estar en el cielo.
Se le escapó un suspiro, el tipo de suspiro femenino que nunca se habría creído capaz de exhalar. Se removió para colocarse en una postura más cómoda y se dejó llevar por su fantasía. Con los ojos ce rrados, se imaginó cómo sería la sensación de besarlo.
Nicholas avistó una falda amarilla agitada por la brisa y tiró de las riendas de Myst para frenarlo.
Maldita sea, ¿es que nunca lo dejarían estar a solas?
Habría dado medía vuelta, pero había estado galopando sobre Myst durante una hora y el caballo necesitaba descansar y beber agua. Resignado a entablar una conversación superficial y breve con una de las invitadas de su madre, se acercó al lago. Rodeó el grueso roble y se paró en seco.
Era ella. La mujer que había perturbado su sueño e invadido su mente desde que despertó. La mujer sobre la que necesitaba informarse. Estaba sentada bajo el umbroso árbol con los ojos cerrados y una media sonrisa en los labios.
Desmontó y se acercó silenciosamente, sin apartar la vista de ella. Unos rizos de color castaño rojizo, despeinados por el viento, le enmarcaban el rostro. La observó sin prisas, admirando su piel de porcelana, sus largas pestañas y sus labios extraordinarios y ten tadores.
Su mirada descendió atraída por su esbelto cuello y la nívea piel que asomaba de su recatado corpiño. Sus piernas parecían increíblemente largas bajo el vestido de muselina.
Otro rizo, movido por el viento, se soltó de su moño desarregla do y le rozó la boca. Sus labios se contrajeron varias veces y sus ojos se entreabrieron mientras se apartaba el molesto mechón de la cara.
Nicholas supo exactamente en qué momento ella vio las botas de montar negras que tenía delante. Se puso tensa y parpadeó. Luego alzó la vista y reprimió un grito de sorpresa.
—¡Excelencia! —Se levantó de un salto y ejecutó una reverencia que muchos habrían considerado poco elegante, pero que a Nicholas le pareció encantadora.
—Buenos días, señorita Matthews. Por lo visto tenía usted razón cuando predijo que no costaría demasiado encontrarla. Me tropie zo con usted por todas partes.
Las mejillas de _____ enrojecieron. Cuán desconcertante re sultaba fantasear con que un hombre la besaba y abrir los ojos para descubrir que ese mismo hombre estaba ahí delante, mirándola. Un hombre de lo más atractivo, por cierto.
La luz matinal que se filtraba por entre las hojas hacía brillar su cabello negro como el azabache. Un solitario mechón, agitado por el viento, le caía sobre la frente, confiriéndole un atractivo casi juve nil que contrastaba de manera chocante con la imponente intensi dad de sus ojos grises. Su figura alta y robusta, de porte aristocrático, destilaba fuerza masculina.
Una camisa blanca y lisa le cubría el ancho torso. Al llevar desa brochados los botones superiores, la firme y bronceada columna de su cuello se elevaba desde la abertura en la fina batista. Los latidos del corazón de _____ se aceleraron cuando atisbó el vello negro que asomaba por ese fascinante resquicio, si bien la camisa le impe día ver más.
El amplio pecho de Nicholas se estrechaba hacia las esbeltas cade ras formando una V perfecta, y sus largas y musculosas piernas esta ban enfundadas en pantalones de montar de color beige que desa parecían en el interior de sus lustrosas botas negras. Ella supuso que las calles de Londres debían de estar repletas de damiselas con el co razón roto por su causa. Desde luego, él sería un modelo maravillo so para un dibujo.
—¿Y bien? ¿He pasado la inspección? —preguntó Nicholas, di vertido.
—¿La inspección?
—Sí. —Esbozó una sonrisa—. Es una palabra inglesa que significa «examinar a fondo».
Aunque saltaba a la vista que estaba tomándole el pelo, _____ se sintió abochornada. Cielo santo, había estado contemplándolo como una muerta de hambre ante un banquete. Pero al menos ya no parecía disgustado con ella.
—Perdonadme, excelencia. Es sólo que me ha sorprendido veros aquí. —Achicó los ojos al fijarse en una marca de su mejilla—. ¿Os habéis hecho daño?
Él se tocó la marca con cuidado.
—Un arañazo de una rama. No es más que un rasguño.
Un suave relincho llamó la atención de _____, que se volvió para ver al magnífico corcel negro que se abrevaba en el lago.
—¿Estáis disfrutando con vuestro paseo a caballo? —preguntó.
—Sí, mucho. —Él se dio la vuelta—. ¿Dónde está su montura?
—He venido a pie. Es una mañana estupen... —Una imagen le vino a la mente e interrumpió sus palabras. Era la imagen de un ca ballo encabritado, un caballo negro muy parecido al que bebía jun to al lago.
—¿Se encuentra bien, señorita Matthews?
La imagen se desvaneció y ella desechó aquella vaga impresión.
—Sí, estoy bien. De hecho, estoy...
—Como un roble.
—Bueno, sí, lo estoy —contestó ella con una sonrisa—, pero lo que iba a decir es que estoy hambrienta. ¿Os gustaría compartir conmigo mi almuerzo? He traído más que suficiente. —Se arrodilló y empezó a sacar comida de su bolsa.
—¿Se ha traído el desayuno?
—Bueno, no exactamente. Sólo unas zanahorias crudas, manzanas, pan y queso.
Nicholas la observaba, intrigado. Nunca lo habían invitado a un picnic tan informal. Era una oportunidad ideal para pasar algo de tiempo con ella. ¿Qué mejor manera de sonsacarle sus secretos y ave riguar lo que sabía de William y de la carta de chantaje? Se acomo dó en el suelo a su lado, y aceptó una rebanada de pan y un trozo de queso.
—¿Quién os ha preparado la bolsa?
—Yo misma. Ayer por la mañana, antes de salir de Londres, ayudé a la cocinera de tía Joanna, que había tenido un percance. En señal de gratitud, me invitó a servirme lo que quisiera. —Le sacó brillo a una manzana frotándola contra su falda.
Nicholas hincó el diente en el queso, y le sorprendió que algo tan sencillo supiese tan bien. Nada de salsas elaboradas, ni del entrechocar de los cubiertos de plata, ni de sirvientes revoloteando alrededor.
—¿Cómo ayudó usted a la cocinera?
—Se había hecho una herida en el dedo que necesitaba varios puntos. Yo estaba en la cocina buscando algo de sidra cuando ocurrió el accidente. Naturalmente, le ofrecí mi ayuda.
—¿Mandó llamar a un médico?
Ella arqueó las cejas, con un brillo de diversión en los ojos.
—Le curé la herida y se la suturé yo misma.
Nicholas por poco se atraganta con el queso.
—¿Usted le suturó la herida?
No había por qué molestar a un médico cuando yo era perfectamente capaz de ocuparme de ella. Creo haber mencionado anoche que mi padre era médico. A menudo me pedía que lo ayudara.
—¿Y usted llegó a realizar tareas... propias de un médico?
—Pues sí. Papá era muy buen profesor. Os aseguro que la cocinera estuvo bien atendida. —Le dedicó una sonrisa y acto seguido dio un mordisco a la manzana.
La mirada de Nicholas se posó en los labios carnosos de ella, brillantes de jugo de manzana. Su boca tenía un aspecto húmedo y dul ce. E increíblemente tentador. Él no creía en realidad que ella pu diera leerle el pensamiento, pero, en vista de su extraña perspicacia, decidió apartar su atención de aquellos labios.
—Qué mañana tan hermosa —comentó ella—. Me encantaría ser capaz de reproducir esos colores, pero no tengo talento para las acuarelas. Sólo se me da bien el carboncillo, y me temo que viene en un único color.
Nicholas señaló con un movimiento de la cabeza el cuaderno de di bujo que estaba junto a ella.
—¿Me permite?
—Por supuesto —respondió ella, alargándole el cuaderno. Nicholas examinó cada uno de los esbozos y comprobó enseguida que ella tenía mucho talento. Sus trazos vigorosos componían imá genes tan vívidas, tan llamativas, que parecían salirse del papel.
—¿Habéis reconocido a Diantre? —preguntó ella, mirando por encima de su hombro.
El suave aroma a lilas lo envolvió de repente.
—Sí, es un retrato muy fiel de la bestezuela.
Levantó la vista del dibujo, y los curiosos destellos dorados en los ojos de _____ captaron su atención. Eran unos ojos enormes, de color ámbar con toques dorados, como el brandy. Sus miradas se encontraron, y el quedó cautivo durante un rato largo. Una chispa le recorrió el cuerpo, acelerándole el pulso. Aunque estaba sentado en el suelo, de pronto se sintió como si hubiese corrido un kilóme tro. Esta mujer producía un efecto de lo más extraño en sus senti dos. Y en su respiración.
Se aclaró la garganta.
—¿Ha tenido la oportunidad de conocer a la familia de Diantre?
—Sólo a su madre, George.
—Entonces debe pasarse por los establos para conocer a Recórcholis, Caramba, Por Júpiter y a todos los demás.
Ella prorrumpió en carcajadas.
—Os estáis inventando esos nombres, excelencia.
—No, son auténticos. Mortlin iba bautizando a las bestias con forme nacían... y nacían... y nacían. Fue una camada de diez gatitos en total, y Mortlin les ponía nombres cada vez más... eh, floridos a medida que su madre los paría. La decencia me impide mencionar Algunos de ellos. —Haciendo un gran esfuerzo, logró bajar de nuevo la vista hacia el cuaderno de dibujo—. ¿De quién es este perro? La alegría desapareció del rostro de _____.
—Es mi perro, Parche.
La profunda melancolía con que ella miraba el bosquejo lo impulsó a preguntar:
—¿Y dónde está Parche?
—Es demasiado viejo para hacer la travesía hasta Inglaterra, así que lo dejé en manos de personas que lo quieren. —Alargó el brazo y pasó cariñosamente el dedo sobre el dibujo—. Yo tenía cinco años cuando mis padres me lo regalaron. Parche era muy pequeñito, pe ro al cabo de pocos meses había crecido y ya era más grande que yo. —Apartó la mano lentamente y agregó—: Lo echo mucho de menos. Aunque es totalmente irremplazable, espero tener otro perro algún día.
—Dibuja usted muy bien, señorita Matthews —le aseguró Nicholas, devolviéndole el cuaderno.
—Gracias. —Ladeó la cabeza—. ¿Sabéis, excelencia? Seríais un buen modelo.
—¿Yo?
—Sin duda alguna. Vuestro rostro es... —Hizo una pausa para estudiarlo durante un largo rato, inclinando la cabeza a un lado y otro.
—Horrendo, ¿verdad?
—Cielo santo, no —replicó ella—. Tenéis un rostro de lo más interesante. Lleno de carácter. ¿Os importaría que os dibujara?
—En absoluto.
¿«Interesante»? ¿«Lleno de carácter»? No sabía muy bien si eso era bueno o malo, pero de una cosa estaba seguro: ésos no eran los piropos que le lanzaban habitualmente las mujeres de buen tono. Parecía que, al menos en lo tocante a los hombres, la señorita Matthews actuaba sin malicia ni intenciones ocultas. «Es difícil de creer —pensó—. Y suma mente improbable. Pero pronto descubriré a qué está jugando.»
—¿Os parece bien posar sentado debajo del árbol? —preguntó ella, escudriñando la zona circundante—. Apoyad la espalda en el tronco y poneos cómodo.
—Juntó sus enseres, y Nicholas, sintiéndose un poco tonto, hizo lo que le pedía.
—¿Así está bien? —preguntó cuando encontró un sitio cómodo.
—Parecéis un poco tenso, excelencia —observó ella, arrodillándose enfrente de él—. Procurad relajaros. Esto no os dolerá, os lo prometo.
Nicholas cambió de posición e inspiró a fondo.
—Eso está mucho mejor. —Ella recorrió su rostro con la mira da—. Y ahora quiero que rememoréis algo.
—¿Que rememore algo?
—Sí. —Un brillo travieso asomó a los ojos de _____—. Re memorar es una palabra americana que significa «evocar sucesos del pasado».
Lo asalto la súbita sospecha de que ella quizás intentara extraer le información. Esforzándose por mantener el semblante inexpresivo, preguntó:
—¿Qué es lo que quiere saber?
—Oh, nada, excelencia. Me basta con que penséis en uno de vuestros recuerdos más gratos mientras os dibujo. Me ayudará a cap tar vuestra expresión correctamente.
—Ah, entiendo.
Pero no entendía en absoluto. ¿Un recuerdo grato? ¿De qué? Ha bía posado para varios retratos, todos los cuales estaban ahora ex puestos en la galería de Bradford Hall, y no había tenido que hacer nada excepto permanecer sentado e inmóvil durante horas interminables. Rebuscó en su mente, pero se quedó totalmente en blanco.
—Sin duda guardáis algún recuerdo grato en algún rincón de vuestro cerebro, excelencia.
Muy improbable. Pero Nicholas no estaba dispuesto a dejar que ella lo supiera. Decidido a desenterrar algún pensamiento alegre, se concentró mientras la joven no le quitaba ojo.
—Dejad vagar vuestra mente... y relajaos —le indicó en voz baja.
Nicholas dirigió su mirada más allá de ella y la posó en Myst, que pacía no muy lejos de allí. Una imagen de William le vino a la memoria de repente... William, a los trece años, corriendo hacia las cua dras en pos de Nicholas, mientras Robert seguía de cerca a sus herma nos mayores...
—Observo una sonrisa de lo más intrigante —dijo ella—. ¿Compartiríais vuestros pensamientos conmigo?
Consideró la posibilidad de negarse, pero decidió que no perde ría nada contándoselo.
—Estoy pensando en una gran aventura que viví con mis her manos. —Una sensación cálida se apoderó de él conforme evocaba aquel día con todo detalle—Tuvimos que huir y refugiarnos en las cuadras después de confabularnos para conseguir que la avinagrada institutriz de Caroline renunciase a su puesto. Habíamos colocado un barril de harina y un cubo de agua sobre la puerta de su dormi torio. Cuando la abrió, sus chillidos de indignación hicieron tem blar las vigas del techo. Nos escondimos en el pajar, carcajeándonos hasta quedarnos sin respiración.
—¿Qué edad teníais?
—Yo, catorce. William, trece, y Robert, diez.
El recuerdo se desvaneció lentamente, como una voluta de hu mo a merced de una leve brisa.
—¿Qué otras travesuras hicisteis?
Otra imagen acudió de inmediato a su mente y su garganta de jó escapar una risita.
—Un día, ese mismo verano, los tres caminábamos junto al lago cuando Robert, que ha sido un diablo desde el día en que nació, desafió a William a que se quitara la ropa y se diese un chapuzón, activi dad que nuestro padre nos había prohibido terminantemente. Para no ser menos, yo a mi vez lo desafié a que hiciese lo mismo. Poco después estábamos desnudos como vinimos al mundo, chapoteando y zambulléndonos, divirtiéndonos cómo nunca. Pero de pronto nos percatamos de que no estábamos solos.
—¡Huy! ¿Acaso os sorprendió vuestro padre?
—No, eso habría sido mejor. Fue nuestro amigo Jackson, hoy con de de Eddington. Estaba de pie en la orilla, con toda nuestra ropa entre las manos y una expresión inconfundible en los ojos. Arranca mos a correr detrás de él, pero Jackson era demasiado rápido para nosotros. Nos vimos obligados a colarnos en la casa, en cueros, por la puerta de la cocina. —Sacudió la cabeza y se echó a reír—. Logra-mos eludir a nuestro padre, pero dimos mucho que hablar al perso nal de la cocina durante meses.



Continuará
.Lu' Anne Lovegood.
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Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Sáb 07 Abr 2012, 3:06 pm

Capitulo 8



Su risa se apagó mientras una rápida sucesión de recuerdos des filaba por su mente: William y él nadando juntos, pescando juntos; el día en que le explicó a William las complejidades de cómo se ha cen los niños para luego estallar en carcajadas al ver su expresión ho rrorizada. Luego, ya mayores, las ocasiones en que comían juntos en el club, jugaban al faraón o echaban una carrera a caballo. Habían compartido tantos momentos... momentos que se habían marcha do para siempre. «Dios, cómo te echo de menos, William.»
—He terminado. —La dulce voz arrancó a Nicholas de su ensueño.
—¿Cómo dice?
—He dicho que he terminado con vuestro dibujo. —Le alargó el cuaderno—. ¿Os gustaría verlo?
Nicholas tomó el bosquejo y lo estudió con detenimiento. El re trato lo mostraba muy diferente de cómo él estaba acostumbrado a verse. El hombre del dibujo parecía del todo relajado, con la espal da reclinada en el tronco del árbol, una pierna doblada y los dedos enlazados con naturalidad sobre la rodilla levantada. Sus ojos des pedían un brillo juguetón y una leve sonrisa se insinuaba en las comisuras de sus labios, como si estuviese pensando en algo divertido y alegre.
—¿Os gusta? —preguntó ella, inclinándose sobre su hombro pa ra examinar su obra.
Su tenue fragancia a lilas invadió de nuevo los sentidos de Aus tin. El cabello brillante y desmelenado de _____ enmarcaba su hermoso rostro. Un largo rizo castaño rojizo rozó el brazo de Nicholas y él se quedó mirándolo, un borrón rojo oscuro sobre su manga blanca, luchando contra el impulso de alargar la mano para tocarlo.
—Sí —respondió con un carraspeo—. Me gusta mucho. Ha plasmado usted perfectamente mi estado de ánimo.
—Habéis mencionado a un hermano menor llamado Robert.
—Sí. Ahora está de viaje por el continente.
Ella lo escrutó con la mirada.
—Y a William... vos lo queréis mucho.
—Sí —contestó él con un nudo en la garganta.
No hizo ningún comentario sobre el hecho de que ella emplea ra el presente del verbo «querer». Dios, sí, había querido mucho a William. Incluso al final, cuando había asegurado que él no..., cuando había sido testigo, con sus propios ojos y sus propios oídos, de la impensable traición de su hermano.
—Sí, lo quería. —Le devolvió el cuaderno. _____ posó la vista sobre su mejilla.
—¿Os duele mucho la herida?
—Escuece un poco.
—En ese caso, insisto en preparar un bálsamo para vos. —Extrajo una bolsa de su saco.
—¿Qué es eso?
—Mi bolsa de medicinas.
—¿Lleva usted consigo su bolsa de medicinas incluso cuando va de paseo?
Ella asintió con la cabeza.
—A pie o a caballo. De niña, siempre me despellejaba los codos y las rodillas. —Sus ojos centellearon con socarronería—. Como ya conocéis mi afición a arrastrarme entre las matas, estoy segura de que esto no os sorprenderá. Al final, papá preparó una bolsa para que la llevase siempre que saliese de casa. Prácticamente he agotado las reservas, de modo que la bolsa no pesa mucho.
—¿Cómo lo hacía para despellejarse las rodillas? ¿No la protegían sus faldas?
Las mejillas de _____ se sonrojaron.
—Me temo que solía..., bueno, levantarme un poco las faldas. —Ante la evidente estupefacción de Nicholas, se apresuró a añadir—, Pero sólo para trepar a los árboles.
—¿Trepar a los árboles? —Se la imaginó con la falda levantada y las largas piernas al aire, riendo, y notó que le subía la temperatura corporal.
—No temáis, excelencia —le dijo ella con una sonrisa burlona—. Dejé de trepar hace ya varias semanas. Pero aún llevo conmigo la bolsa de medicinas. Nunca se sabe cuándo puede una toparse con un apuesto caballero que necesite cuidados médicos. Más vale estar siempre preparada.
—Supongo que tiene razón —murmuró Nicholas, complacido en cierto modo de que lo considerase apuesto, pero sorprendido de que sus palabras no le sonasen insinuantes, sino sencillamente amistosas. La observó con interés mientras ella extraía varios saquitos y pequeños cuencos de madera de la bolsa. Luego la joven se discul pó y se dirigió hacia el lago, para volver con una vasija llena de agua. Después de disponer estos objetos en torno a sí, puso manos a la obra, con una inequívoca expresión de concentración en el rostro.
—¿Qué está mezclando? —preguntó Nicholas, fascinado por su insólita actividad.
—Nada más que hierbas secas, raíces y agua.
Aunque él no entendía cómo unas cuantas hierbas con agua po drían aliviar el dolor de su mejilla, guardó silencio y se limitó a mi rarla, consciente de que cuanto más la observara más averiguaría so bre ella.
Cuando ella terminó, se arrodilló frente a él y mojó los dedos en el cuenco de bálsamo.
—Quizás esto os duela un poco al principio, pero sólo será un momento.
Nicholas ojeó el mejunje cremoso con desconfianza.
—¿Está segura de que eso me hará algún bien?
—Ya lo veréis. ¿Puedo proceder?
Al ver que él vacilaba, ella arqueó las cejas con un brillo travieso en los ojos.
—¿No tendréis miedo de un poco de bálsamo, excelencia?
—Por supuesto que no —refunfuñó, irritado por el hecho de que ella aventurase cosa semejante, incluso en broma—. Aplique us ted el bálsamo, sin más demora.
Ella se inclinó hacia adelante y frotó suavemente la mejilla heri da con la crema. Escocía como el demonio, y él tuvo que contener se para no recular y quitarse aquel ridículo remedio de la cara.
En un intento de distraerse del picor de su piel, centró su aten ción en _____. Ella frunció el entrecejo con preocupación mien tras le ponía un poco más de bálsamo. Haces de luz matinal se cola ban por entre los árboles, arrancando destellos rojizos y dorados a su cabello. Por primera vez él reparó en las pecas que le salpicaban la nariz a _____.
—Sólo un poquito más, excelencia, y habré terminado.
Él notó su cálido aliento en la cara. Bajó la mirada hacia su bo ca y la garganta se le oprimió todavía más. Maldita sea, ella poseía la boca más increíble que hubiese visto. De pronto se percató no sólo de que la mejilla ya no le dolía, sino también de que el suave con tacto de la mano de la joven le provocaba oleadas de placer que lo re corrían de la cabeza a los pies.
Su cuerpo entero palpitaba, lleno de vida. El deseo de besarla, de sentir aquellos labios extraordinarios contra los suyos, de tocarle la lengua con la suya, se apoderó de él de manera incontenible. Si se inclinaba hacia adelante sólo un poquito...
Ella se echó para atrás de repente.
—¿Escuece todavía?
Nicholas parpadeó varias veces. Se había quedado aturdido. Pero sin beso.
—Hum, no. ¿Por qué lo pregunta?
—Os he oído gemir. O quizá fuera más bien un gruñido.
Lo invadió una gran irritación, hacia ella y hacia sí mismo. Allí estaba él, fantaseando con besarla, con una incomodidad creciente en los pantalones, gimiendo —¿o gruñendo?—, y ella salía con esa pregunta sobre si se encontraba bien.
Prácticamente lo estaba matando.
Estaba perdiendo el juicio. Necesitaba concentrarse en los asuntos que traía entre manos, pero eso resultaba de lo más difícil teniendo aquella tentación tan cerca. «Concéntrate en William —se dijo—. En la nota de chantaje. En lo que ella pueda saber sobre eso.»
—Gracias, señorita Matthews. Me siento mucho mejor. ¿Ha terminado?
Ella puso el ceño y luego asintió con la cabeza, limpiándose los dedos con un trapo. Nicholas se preguntó en qué estaría pensando. El silencio y la expresión preocupada de _____ despertaron su cu riosidad.
—¿Ocurre algo malo, señorita Matthews?
—No estoy segura. ¿Me permitís... tocaros la mano?
Esta petición hizo que una sensación de calor le recorriese la columna vertebral. Sin una palabra, levantó la mano.
Ella la apretó ligeramente entre las suyas y cerró los párpados. Después de lo que pareció una eternidad, sus ojos se abrieron lentamente. Nicholas leyó en ellos un temor y una inquietud ostensibles.
—¿Hay algún problema?
—Eso me temo, excelencia.
—¿Ha vuelto a..., ejem, a ver a William?
—No. Os he visto... a vos.
—¿A mí?
Ella asintió con la cabeza, consternada.
—Os he visto. Lo he percibido.
—¿Qué ha percibido?
—El peligro, excelencia. Me temo que corréis un grave peligro.



Continuara
.Lu' Anne Lovegood.
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● Una Boda Imprevista●  «NickJ&Tu» «Terminada!» - Página 2 Empty Re: ● Una Boda Imprevista● «NickJ&Tu» «Terminada!»

Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Sáb 07 Abr 2012, 3:08 pm

Capitulo 9



Nicholas se quedó mirándola. Evidentemente la joven sufría alucinaciones, pero su mirada de horro le heló la sangre en las venas. «Demonios —se dijo —, si no voy con cuidado, acabará por convencerme de que hay duendes acechando detrás de todos los árboles.» Trató de retirar la mano delicadamente de entre las suyas, pero ella la apretó con fuerza.
—Pronto —susurró—. Veo árboles, la luna. Vais a caballo por un bosque. Está a punto de llover. Ojalá supiese más, pero eso es todo lo que he visto. No puedo deciros qué forma adoptará ese peligro, pero os juro que pesa sobre vos una amenaza auténtica. E inminente. —Su voz sonaba desesperada, implorante —. No debéis cabalgar en el bosque por la noche, bajo la lluvia.
Enfadado consigo mismo por haberse puesto un poco nervioso, Nicholas se soltó bruscamente.
—Soy perfectamente capaz de cuidar de mí mismo, señorita Matthews. No se preocupe.
La mirada de ella expresó frustración.
—Pues estoy preocupada, excelencia y vos deberías estarlo también. Aunque comprendo vuestro escepticismo, os aseguro que lo que digo es cierto. ¿Qué motivos podría tener para mentiros?
—Ya me he hecho esa misma pregunta, señorita Matthews. Y me interesa mucho conocer la respuesta.
—No hay respuesta. No estoy mintiendo. Cielo santo, ¿sois siempre tan testarudo? —Achicó los ojos, sin apartarlos de los suyos —. ¿O es que quizás estáis sahumado?
¿Lo había llamado testarudo? ¿Y qué demonios significaba «sahumado»?
—¿Cómo?
—Sí. ¿Os habéis excedido en el consumo de bebidas espirituosas?
La fulminó con la mirada.
—Achispado. Quiere usted decir achispado. Pues no, desde luego que no lo estoy. ¿Por Dios, son sólo las siete de la mañana! —Se inclinó hacia ella, y su irritación alcanzó su punto culminante cuando vio que ella se mantenía firme y le sostenía la mirada —. Tampoco soy testarudo.
Un resoplido impropio de una dama escapó de los labios de _____.
—Estoy convencida de que os encanta creer que no lo sois. —Reunió sus enseres y se puso de pie —. Debo marcharme. Tía Joanna se estará preguntando qué ha sido de mí. —Sin una palabra más, dio media vuelta y enfiló a paso ligero el sendero que conducía a la casa.
Nicholas la siguió con la mirada hasta que desapareció; reprimió su enfado. «Qué mujer tan impertinente —pensó —. Que Dios ayude al pobre idiota que acabe encadenándose a esa americana maleducada.»
Sin embargo, una vez que su ira remitió, una palabra comenzó a rondarle por la cabeza: peligro.
Lo asaltó cierta inquietud, pero él se la sacudió de encima resueltamente. Estaba en su propia finca privada, a millas de distancia de cualquier lugar poblado. ¿Qué podría pasarle allí? ¿Qué una ardilla hambrienta le mordiese la pierna? ¿Qué una cabra le propinase un topetazo en el trasero? Se rió para sus adentros al imaginar a unos animalitos peludos persiguiéndolo por el terreno.
Su diversión se cortó cuando pensó en la carta de chantaje. ¿Tendría el chantajista la intención de hacerle daño? Sacudió la cabeza, desechando la idea. El chantajista quería dinero, y no lo conseguiría si hacia daño a su fuente de ingresos.
Por otro lado, ¿con qué objeto le habría advertido ella del peligro? ¿Estaría conchabada con el chantajista? ¿Estaba intentando meterle miedo para que pagase al desgraciado del chantajista? ¿O acaso era otra de las víctimas del chantajista y simplemente quería ayudarlo? ¿O es que, sencillamente, estaba chiflada?
No lo sabía, pero no concedió el menor crédito a esas tonterías sobre visiones.
No, no estaba en peligro.
En absoluto.
Y tampoco era testarudo.


Dos horas después, Nicholas entró en el comedor con la intención de tomarse una taza de café en paz, y tuvo que reprimir un gruñido. Dos docenas de pares de ojos lo contemplaban. Maldición. Se había olvidado del resto de las visitas de su madre que, en rigor, eran también invitados suyos.
—Buenos días, Nicholas —lo saludó su madre en un tono que conocía muy bien y equivalía a: «Gracias a Dios que has aparecido, porque alguien está aburriéndonos a muerte» —,. Lord Digby estaba explicándonos con todo detalle las virtudes de los nuevos sistemas de riego. Si no recuerdo mal, ése es uno de tus temas predilectos.
A Nicholas casi de le escapó una carcajada al ver la mirada de desesperación que ella le dirigía, una mirada que ni siquiera el hombre más despiadado podría pasar por alto. Adivinó que su madre quería que acaparase la atención de lord Digby, por lo que se sentó a la cabecera de la mesa y dedicó al caballero un gesto alentador.
—¿Sistemas de riego? Fascinante.
La conversación prosiguió, y, después de que un criado le sirviese café, Nicholas fingió escuchar a lord Digby mientras su mirada vagaba por la mesa.
Caroline le sonrió y, tras echar con disimulo un vistazo a derecha e izquierda, puso los ojos en blanco. Él respondió con un guiño, complacido de que ella estuviese tan alegre y de que se las hubiese ingeniado para conservar el sentido del humor a lo largo de lo que prometía convertirse en un desayuno mortalmente aburrido.
Paseó la vista por los otros invitados, asintiendo distraídamente con la cabeza en respuesta al discurso de lord Digby. Lady Digby estaba sentada en medio de sus numerosas hijas. Dios santo, ¿cuántas eran? Hijo un cálculo rápido y contó cinco. Todas ellas lo miraban pestañeando con coquetería.
Apenas logró reprimir un escalofrío. ¿Cómo había llamado Jackson a esas mocosas? Ah, sí: cabezas de chorlito bastante tontas. Tomó nota mentalmente de que debía hacer caso de las recomendaciones de Jackson y permanecer lo más alejado posible de las hermanas Digby. Si les prestaba la menor atención sin duda lady Digby correría a llamar a un sacerdote.
La condesa de Penbroke estaba sentada junto a la madre de Nicholas y ambas conversaban animadamente sobre algo que él no alcanzó a oír. Lady Penbroke lucía otra muestra de su inacabable reserva de tocados extravagantes. Nicholas observó fascinado cómo un criado esquivaba ágilmente las largas plumas de avestruz que sobresalían de su turbante de color verde pálido y amenazaban con sacarle el ojo a alguien cada vez que ella movía la cabeza.
Nicholas estuvo a punto de atragantarse con el café cuando vio a lady Penbroke echarse al hombro despreocupadamente su boa de plumas, otro de sus accesorios favoritos. En lugar de depositarse sobre sus hombros rechonchos, la prenda cayó de lleno en medio del plato de una de las hermanas Digby. La chiquilla, que contemplaba a Nicholas con una sonrisa embobada, ensartó sin darse cuenta la boa con el tenedor. Antes de que Nicholas pudiera avisarle, el mismo criado de pies ligeros que había evitado las plumas de lady Penbroke soltó la boa del tenedor, envolvió con ella a lady Penbroke con un preciso movimiento de la muñeca y prosiguió su camino en torno a la mesa sin pestañear. Impresionado, Nicholas decidió subirle el sueldo.
Se reclinó en su silla y continuó con su examen de los comensales. Advirtió que su madre parecía bastante contenta, serena y sorprendentemente fresca, pese a que probablemente se había ido a dormir al alba. Llevaba la dorada cabellera recogida en un moño que la favorecía mucho, y su vestido azul oscuro hacía juego con sus ojos. Caroline se le parecía tanto que Nicholas sabía exactamente qué aspecto tendría su hermana veinticinco años después: sería absolutamente hermosa.
La mirada de Nicholas continuó recorriendo a los invitados. Arqueó las cejas cuando vio a Jackson hacerle una señal con la cabeza por encima de su taza de café. ¿Acaso el hecho de que su amigo no hubiese partido todavía a Londres significaba que ya tenía algún informe que comunicarle respecto de la señorita Matthews?
Frunció el entrecejo y de nuevo repasó con la vista a los comensales. ¿Dónde estaba la señorita Matthews? Había una silla notoriamente desocupada ante la mesa.
En realidad no estaba ansioso por ver a aquella jovencita impertinente. En absoluto. De hecho, de no ser porque necesitaba averiguar qué conexión tenía con William, la habría borrado de su mente por completo.
Sí; se olvidaría de aquellos grandes ojos marrón dorado que podían cambiar de alegres a serios en un santiamén, y de su espesa y rizada cabellera de color castaño rojizo, que parecía invitarlo a acariciarla con los dedos. No volvería a pensar en su boca. Hmm.... su boca. Esos encantadores, carnosos y enfurruñados labios .......
—Caracoles, excelencia, ¿os encontráis bien? —La voz de lord Digby devolvió a Nicholas a la realidad.
—Perdón, ¿cómo dice?
—Os he preguntado por vuestra salud. Habéis soltado un quejido.
—¿Ah, sí? —¿Maldita sea! Esa mujer representaba un engorro, incluso cuando no estaba presente.
—Sí. Los arenques ahumados también me producen ese efecto. Y las cebollas. —Lord Digby se inclinó hacia él y añadió en voz baja —: Lady Digby siempre se da cuenta cuando me permito algún capricho a la hora de la comida. La condenada sabe exactamente qué me he llevado a la boca y cierra con llave su alcoba si pruebo a escondidas un solo bocado de cebolla. Quizás os interese tener eso en consideración cuando estéis preparado para elegir esposa.
Cielo santo. La mera idea de estar encadenado a una de las hermanas Digby le quitó el poco apetito que le quedaba. Lanzando una mirada significativa a Jackson, Nicholas se disculpó con lord Digby y se puso en pie.
—¿Adónde vas? —le preguntó su madre.
Nicholas se le acercó, se colocó tras el respaldo de su silla y le plantó un beso en la sien.
—Tengo unos asuntos que tratar con Jackson.
Ella volvió, escrutándole el rostro con una mirada de inquietud, sin duda buscando los signos de fatiga que a menudo percibió en sus ojos. Consciente de que ella se preocupaba por él, su hijo le sonrió forzadamente y le dedicó una reverencia formal.
—Tienes un aspecto maravilloso esta mañana, madre. Como siempre.
—Gracias. Tú tiene un aspecto.... —bajó la voz hasta un tono confidencial —distraído. ¿Ocurre algo malo?
—En absoluto. De hecho, me propongo tomar el té contigo esta tarde.
Una expresión de sorpresa se reflejó en el semblante de su madre.
—Ahora estoy convencida de que algo va mal.
Con una risita, Nicholas se excusó y se encaminó a su estudio privado para esperar a Jackson.


Nicholas apoyó la cadera en su escritorio de caoba y observó a Jackson, arrellanado en el sillón granate de cuero, el preferido de Nicholas.
—¿Estás completamente seguro de que nunca había estado en Inglaterra antes de que desembarcarse hace seis meses? —preguntó Nicholas.
—Tan seguro como puedo estarlo sin leerme montañas de listas de pasajeros de los barcos. —Al advertir que Nicholas fruncía el seño, Jackson se apresuró a agregar —: Que es justo lo que haré en cuanto llegue a Londres, pero hasta entonces sólo puedo transmitirte lo que me contó la condesa de Penbroke. Anoche mantuvimos una larga conversación que por poco dio como resultado la pérdida de uno de mis ojos a causa del objeto puntiagudo que llevaba puesto en la cabeza. Fíjate. —Señaló un pequeño arañazo que presentaba en la sien —. Probablemente llevaré esta cicatriz para el resto de mi vida.
—Nunca dije que esta misión fuera a estar desprovista de peligros —comentó Nicholas imperturbable.
—Pues está cargada de peligros, en mi opinión —masculló Jackson —. El caso es que, mientras le iba a buscar una taza de ponche tras otra y esquivaba sus plumas, ella me aseguró, de forma bastante rotunda, que ésta es la primera visita de su sobrina a Inglaterra. Creo que sus palabras exactas fueron: «Y ya era hora».
—¿Sabes cuánto tiempo piensa quedarse la señorita Matthews?
—Cuando se lo pregunté a lady Penbroke, clavó en mí una mirada acerada y me informó de que, puesto que la muchacha acaba de llegar, no he hecho planes todavía para mandarla de regreso a América.
—¿Y qué hay de su familia?
—Ambos padres están muertos. Su madre, la hermana de lady Penbroke, murió hace ocho años. El padre falleció hace dos.
—¿Tiene hermanos?
—No.
Nicholas enarcó las cejas.
—¿Qué hizo cuando murió su padre? No debía de contar más de veinte años. No habrá vivido sol, ¿verdad?
—Ahora tiene veintidós. Me quedé con la impresión de que el padre de la señorita Matthews la dejó en una posición desahogada, pero no le legó una fortuna. Después de poner en orden los asuntos de su padre, ella se fue a vivir con unos parientes cercanos de la rama paterna que residían en la misma ciudad. Por lo visto dichos parientes tienen una hija de la misma edad que la señorita Matthews, y ambas son muy amigas.
—¿Averiguaste alguna cosa más?
Jackson asintió con la cabeza.
—Cuando la señorita Matthews hizo la travesía a Inglaterra, llegó con una compañera de viaje contratada, una tal señora Loretta Thomkins. Cuando el barco atracó se separaron. Lady Penbroke tenía entendido que la señora Thomkins pensaba quedarse en Londres con unos parientes. En ese caso, no resultará muy difícil localizarla.
—Excelente. Muchas gracias, Jackson.
—De nada, pero me debes un favor. Varios, de hecho.
—A juzgar por tu tono, no estoy seguro de querer saber por qué.
—Le he hecho tantas preguntas sobre su sobrina que creo que lady Penbroke se le ha metido en la cabeza que voy detrás de la chiquilla.
—¿Ah, sí? —Nicholas se puso rígido —. Supongo que la habrás desengañado rápidamente.
Jackson se encogió de hombros y se sacudió una pelusa de la manga.
—No exactamente. Antes de hablar con lady Penbroke, toqué el tema de la señorita Matthews ante varias damas bien relacionadas. La mera mención de su nombre bastaba para suscitar risitas, parloteos y expresiones de desaprobación. Si lady Penbroke hace correr la voz de que he mostrado interés por su sobrina, quizá se acallen los parloteos. La señorita Matthews me parece una joven agradable que no merece que la den de lado. De hecho, ahora que lo pienso, es encantadora, ¿no te parece?
—No me he fijado demasiado en ella.
Las cejas de Jackson se alzaron hasta casi desaparecer bajo su flequillo.
—¿Tú? ¿Tú no te has fijado en una hembra atractiva? ¿Estás enfermo? ¿Tienes fiebre?
—No. —Maldita sea, ¿cuándo se había convertido Jackson en un tipo tan fastidioso?
—Bueno pues permíteme que te ilustre. La falta de aptitudes sociales de la señorita Matthews queda sobradamente compensada con su hermoso rostro, su terso cutis y los hoyuelos que se le forman cuando sonríe. Posees una belleza serena, poco llamativa, que requiere de un segundo y detenido vistazo para ser apreciada. Aunque en la alta sociedad su estatura se considera poco elegante, yo la encuentro fascinante. —Se dio unos golpecitos en la barbilla con el dedo, pensativo —. Me pregunto cómo sería besar a una mujer tan alta...., sobre todo a una con una boca tan sensual como la de la señorita Matthews. Sus labios son verdaderamente extraordinarios ...
—Jackson
—¿Sí?
Nicholas obligó a sus músculos contraídos a relajarse.
—Estás divagando.
Jackson adoptó una expresión de pura inocencia.
—Pensé que estábamos hablando de la señorita Matthews.
—Exactamente. Pero no es necesario repasar la lista de sus..... atributos.
Los ojos de Jackson centellearon.
—Ah. De modo que sí te habías fijado.
—¿Fijado en qué?
—En sus ..... atributos.
Resuelto a poner fin a esa conversación, Nicholas dijo:
—No estoy ciego, Jackson. La señorita Matthews, como bien dices, es encantadora. Pero no pienso permitir que eso influya en mí mientras busco información. —Clavó una mirada penetrante en su amigo —-. Confió en que tú tampoco lo permitas.
—Por supuesto. Te recuerdo que no soy yo quien está interesado en esa mujer.
—Yo no estoy interesado en ella.
—¿Ah, no? —Con una risita. Jackson se puso en pie, atravesó la alfombra de Axminster y posó una mano sobre el hombro de Nicholas —. Me tienes de acá para allá por todo el reino recabando información sobre ella por razones que aún no me has revelado pese a que sabes que me devora la curiosidad, y he notado que ponías una cara muy lúgubre cuando me deshacía en elogias de sus extraordinarios labios.
—Estoy seguro de que no he puesto ninguna cara.
—Una cara lúgubre —repitió Jackson —. Como si te dispusieses a propinar una patada en mi elegante trasero.
Muy a su pesar. Nicholas enrojeció. Antes de que pudiera contestar, Jackson prosiguió:
—Pareces un volcán a punto de entrar en erupción. Resulta de lo más .... interesante. Y dicho esto, partiré hacia Londres. Sabrás de mí en cuanto descubra algún dato de interés. —Cruzó la habitación pero se detuvo ante la puerta —. Buena suerte con la señorita Matthews, Nicholas. Tengo la sensación de que vas a necesitarla.



Continuara
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Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Sáb 07 Abr 2012, 3:12 pm

Capitulo 10



Nicholas pasó casi toda la tarde recluido en su estudio, repasando las cuentas de sus propiedades de Cornualles. Por desgracia, su mente no estaba por la labor y confundía una y otra vez las hileras de números, negándose a sumarlos correctamente. Las preguntas se agolpaban en su cerebro. ¿Era posible que el chantajista guardase alguna relación con el francés llamado Gaspard? Quizás el chantajista era el propio Gaspard. Nicholas casi estaba convencido de ello, y, si no se equivocaba, era probable que el tipo estuviese en Inglaterra, en cuyo caso Nicholas esperaba que su alguacil de Bow Street diese con él. «Ponte en contacto conmigo de nuevo, desgraciado. Tengo ganas de encontrarme contigo. Planeas escribirme de nuevo a Londres después del primero de julio ... pero quizá yo te encuentre a ti antes.» Quería zanjar este asunto y acabar con la amenaza que pesaba sobre su familia. Y tenía que descubrir cómo encajaba la señorita Mathews en esa ecuación.
Necesitaba tomarse un respiro, de modo que se desperezó y se acercó a las ventanas. Al pasear la vista por los jardines, divisó a Caroline y a la señorita Mathews, que jugaban con Diantre y otros tres gatitos que, si no se equivocaba, eran Recórcholis, Paparruchas y Cáspita, aunque a veces costaba distinguir a los animalillos entre sí. Era muy posible que se tratase de Mecachis en la mar, Jolines y Que me aspen.
Sacudió la cabeza pensando que si la señorita Matthews y Caroline iban a entretenerse con los gatos, tendría que pedirle a Mortlin que les pusiese nombres un poco más apropiados.
Abrió ligeramente la ventana y el sonido de risas femeninas llegó hasta sus oídos. Se enterneció al escuchar las dulces carcajadas de Caroline. Era un sonido que había echado de menos durante muchos meses después de la muerte de William. Su mirada se posó en la señorita Matthews, y el corazón le dio un vuelco. Una sonrisa aniñada le adornaba el rostro y la brillante luz del sol arrancaba destellos a su cabello. Parecía joven, despreocupada, inocente e increíblemente hermosa.
Además, hacía reír a su hermana.
Una cálida sensación de gratitud se apoderó de él, pillándolo por sorpresa. Tenía que recordar que la señorita Matthews no era, evidentemente, sólo lo que parecía. Sí, divertía a Caroline, pero ¿qué más le estaría diciendo? Esperaba que no estuviese propagando el rumor de que William seguía con vida ni soltando tonterías sobre sus visiones.
Por otro lado si Caroline se granjeaba su amistad quizá podría proporcionarle a él información clave sobre la personalidad de _____. Sí, definitivamente tenía que hablar con Caroline. Cuanto antes.


La primera oportunidad de mantener una conversación privada con Caroline, se presentó en el salón, esa tarde antes de la cena. La apartó a un rincón y comentó con fingida indiferencia.
—Parece que has hecho una nueva amiga.
Caroline aceptó la copa de jerez que le ofrecía un criado.
—¿Te refieres a _____? —Como Nicholas asintió con la cabeza, ella añadió—: Hemos pasado la mayor parte del día juntas. Me cae muy bien. Es muy diferente de todas las personas que conozco.
—¿Ah, sí? ¿Qué tiene de extraordinario?
—Todo —contestó Caroline sin dudarlo —. Sus conocimientos de medicina, su cariño por los animales. Tiene sentido del humor, pero nunca hace bromas a costa de otros. No la he oído hablar mal de nadie en todo el día.
—Eso no es extraordinario —murmuró Nicholas, aliviado por el hecho de que la señorita Matthews no hubieses dicho nada que inquietase a Caroline—. Eso es un milagro. —Sobre todo considerando el modo en que la había tratado la gente de buen tono.
—Tienes toda la razón. Se conduce con una interesante mezcla de tímida torpeza y de inteligencia descarada, pero percibo algo de tristeza en ella. Echa de menos su hogar.
—¿La conocías ya antes de ayer noche?
—Nos habían presentado, pero no había tenido la oportunidad de cruzar más de dos palabras con ella.
—¿Habías oído algún chisme sobre ella?
—Sólo que deja mucho que desear como bailarina y que muchos la consideran una especie de marisabidilla. He notado que la mayoría de los caballeros no le hace el menor caso, pero creo que he resuelto ese problema.
Nicholas se puso rígido.
—¿A qué te refieres?
Caroline agitó la mano en un gesto de despreocupación.
—Simplemente le he dado algunos consejos sobre cómo arreglarse y le he enviado a mi doncella para que la peine. —Sus azules ojos brillaron con súbito interés—. ¿Por qué preguntas por _____?
—Por curiosidad. Te he observado con ella hoy, jugando con los gatitos. —Le sonrió —. Me ha gustado oírte reír.
—No logro recordar la última vez que lo pasé tan bien. Creo que _____ y yo seremos grandes amigas. ¿Has tenido la ocasión de hablar con ella?
Nicholas trató de dar a su rostro la mayor inexpresividad posible.
—Sí
—¿Y qué opinas de ella?
—Opino que es.... —Su voz se apagó cuando la vio entrar en el salón. Estaba exquisita.
Ese ser deslumbrante no podía ser la misma mujer a la que los caballeros de buen tono no hacían el menor caso. ¿Cómo no iba a desearla todo aquel que la contemplase? Ataviada con un sencillo vestido de color5 marfil, semejaba una larga columna de alabastro desprovista de adornos y hacía que el atuendo de todas las demás mujeres de la estancia pareciera recargado y chillón.
Llevaba la cabellera castaño rojizo recogida en un elegante moño. Un único y poblado bucle le caía sobre el hombro y le llegaba a la cintura, un tentador mechón de color brillante contra un fondo claro. Nicholas no se imaginaba que tuviese el pelo tan largo, y se preguntó cómo se vería con la cabellera suelta cayéndole por la espalda. Exquisita.
Ella se detuvo en la puerta, recorriendo ansiosamente a los invitados con la mirada hasta que localizó a Caroline. Una sonrisa iluminó sus ojos marrón dorado, pero su alegría se empaño ligeramente cuanto avistó a Nicholas, de pie junto a su hermana.
—¿No está deslumbrante? —exclamó Carolina —. Sabía que con el vestido y el peinado adecuados estaría arrebatadora. ¿La he convertido en un cisne! —Se volvió hacia él y susurró —: No arrugues el ceño, Nicholas. Le he dicho a _____ que se reuniese conmigo junto a la chimenea, y la vas a asustar.
—No estoy arrugando el ceño.
Caroline le dirigió una mirada maliciosa.
—Tienes una expresión sombría. ¿Quieres que vaya a buscar un espejo?
Nicholas se esforzó por relajar los músculos faciales.
—No.
—Eso está mejor. No has terminado de decirme qué impresión te causó _____.
Nicholas observó a la joven mientras ésta se abría paso por el salón
Y se detenía a charlar con su tía. Apretó los puños cuando se percató de que todos los hombres de la habitación la contemplaban también. Ella volvió la vista en dirección a él y sus miradas se encontraron durante unos momentos hasta que ella alzó levemente la barbilla y apartó los ojos.
Nicholas sintió que le hervía la sangre a causa de ese evidente desaire. Sin apartar la mirada de ella, dijo:
—La señorita Matthews me pareció una persona poco corriente, sin duda debido a que se crió en las colonias.
—¿Poco corriente? —repitió Carolina en voz baja —. Sí, supongo que eso lo explica todo.
—¿Qué es lo que explica?
—Por qué no has sido capaz de quitarle ojo desde que ha entrado por esa puerta.
Nicholas volvió la cabeza bruscamente y vio la expresión irónica de Caroline. Le clavó la mirada más gélida que pudo.
—¿Cómo dices?
—Nicholas, cariño —le dijo ella, acariciándole afectuosamente la mejilla—. Sabes que esa cara no me asusta. Y ahora, si me disculpas, creo que me reuniré con _____ y lady Penbroke. —Y se alejó con aire despreocupado.
Nicholas apuró su copa de champaña de un trago. Volvió a fijar la vista en la señorita Matthews, que saludó a Caroline con una sonrisa acogedora, y él se preguntó qué sentiría si ella lo recibiese a él con semejante calidez. Sólo son pensarlo lo recorrió un estremecimiento que aumentó su irritación.
Las palabras de Caroline resonaron en su mente: «No has sido capaz de quitarle ojo desde que ha entrado por esa puerta.» ¿Incapaz de quitarle ojo? ¿Tonterías! Por supuesto que era capaz. Y lo haría. En cuanto ella se volviese hacia otro lado y él ya no pudiese ver esa sonrisa. O esa boca. O ese fascinante rizo que le caía por el vestido.
Mientras eso no ocurriese, necesitaba mirarla, observarla, averiguar todo cuanto pudieses sobre ella.
Sólo para el propósito de su investigación, naturalmente.



Continuara



disfruten del maraton! & sorry por no actualizar antes pero es que he tenido muchas cosas que hacer & no habia podido entrar al foro! Gracias por sus comentarios! XOXO
.Lu' Anne Lovegood.
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Mensaje por jennito moreno Sáb 07 Abr 2012, 8:25 pm

GENIAL me encanto la maraton!!!!! :face:
pense que ya no ibas a volver y me estaba poniendo triste :(
ese nicholas... claro la mira solo por su investigacion aja!!
jajajajja lo que pasa es que _____ lo tiene fascinado
espero que vuelvas a subir pronto y ya no desaparezcas :D
jennito moreno
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Mensaje por DanieladeJonas Dom 08 Abr 2012, 10:29 pm

hay ame el maraton!!! hahaha me encanto la parte en que lo retrata..que ternura... ya extrañaba tus capitulos!! me sigo preguntando que mas misterios tiene la rayis....siguela pronto porfis.. y gracias por la bienvenida en serio que me encanta tu novela!! :D
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Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Mar 10 Abr 2012, 7:37 am

Capitulo 11



A la hora de la cena, _____ se sentó entre su tía y lord Digby. Para su sorpresa, éste conversó con ella largo y tendido acerca de las técnicas agrícolas americanas. Ella no sabía prácticamente nada sobre el tema, pero lo escuchó educadamente, asintiendo con la cabeza para animarlo mientras saboreaba el banquete de diez platos y esquivaba las plumas de pavo real que adornaban el tocado de su tía.
Mientras lord Digby le comentaba en tono lírico los procedimientos del esquileo de ovejas, la joven dirigió su atención hacia la cabecera de la mesa, donde estaba sentado el duque. Resplandeciente en su traje negro, por poco la deja sin aliento, lo cual la irritó considerablemente. Se negaba a encontrar atractivo a ese hombre tan testarudo.
Nicholas conversaba con soltura con los invitados situados a su vera, pero ella advirtió que rara vez sonreía. Este detalle hizo que olvidara su irritación y se le encogiera el corazón.
Bajo su aspecto distinguido Nicholas albergaba un alma atribulada, pero lo disimulaba bien. De no ser porque _____ le había tocado la mano, ella sólo habría visto la faceta que él presentaba. No sabría nada de su tristeza, su soledad y su sentimiento de culpa. Tampoco intuiría el peligro que lo amenazaba.
No se dio cuenta de que él la observaba hasta que sus miradas se encontraron. Aquellos ojos plateados se clavaron en los suyos y se le puso la carne de gallina ante la intensidad de su mirada, que la encendió por dentro. Sabía que debía apartar la vista, pero no podía. ¿Tenía tantas ganas de ayudarlo! Ojalá él quisiera escucharla......
Santo Dios, cómo deseaba que aquella visión que tuvo hubiese sido más clara, para saber qué amenaza se cernía sobre él y cuándo sobrevendría la desgracia. ¿Ocurriría esa misma noche? En ese caso, ¿qué podía hacer ella para evitarlo?
La mirada de Nicholas la penetró, enardeciéndola como si la hubiese tocado. Ella se obligó a desviar su atención de esa mirada perturbadora y a centrarla de nuevo en lord Digby, pero ya había tomado una decisión. Haría cuanto estuviese en su mano para garantizar la seguridad del duque.

Nicholas se acercó a las cuadras poco después de medianoche, inquieto, agitado, sin otro deseo que el de cabalgar sobre Myst y desahogar la irritante y vaga frustración que lo atormentaba.
Esa sensación se había originado en el momento en que la había visto en la puerta del salón, dolorosamente bella, sonriendo a todos.... a todos menos a él. Por mucho que lo fastidiase reconocerlo, no había sido capaza de despegar la vista de ella durante toda la cena. Incluso cuando consiguió centrar su atención en otra cosa, había estado consciente de ella en todo momento, sabía con quién estaba hablando y qué comía. Y cuando sus miradas se encontraron de un extremo a otro de la mesa del comedor, se sintió como si alguien le hubiese asestado un puñetazo en el corazón.
La presencia de _____ lo había distraído durante buena parte de la noche, y él había suspirado aliviado cuando ella se retiró. Poco después de las once. Pero su alivio duró poco, pues no conseguía borrar a esa dichosa mujer —sus ojos, su sonrisa, su boca seductora —de su mente. Le daba rabia tener que recordarse continuamente que ella sabía cosas que no debía —ni podía —saber, que sólo podía justificar mediante las «visiones» que aseguraba tener.
Pero cada vez que intentaba convencerse de que ella maquinaba algo al aducir que poseía dotes de vidente, que quizás estuviese implicada en la trama del chantaje y que no era de fiar, su instinto se rebelaba contra él. Ella irradiaba una gentileza, una inocencia y, maldita sea, una honradez que debilitaba sus sospechas cada vez que le venían a la cabeza.
¿Y no era posible que _____ simplemente confiara tanto en su innegable intuición que hubiese llegado a considerarla clarividencia? ¿Y si sus palabras y sus actos sólo estaban encaminados a ayudarlo, como ella aseguraba?
Entró en el establo y se acercó a la casilla de Myst, pero se detuvo en seco cuando percibió un sutil aroma, una fragancia que no casaba en absoluto con el olor a cuero y a caballo. Un aroma a lilas.
—Buenas noches, excelencia.
Muy a su pesar, Nicholas sintió que un estremecimiento de expectación le recorría la espalda. La joven llevaba todavía el vestido de seda color crema que se había puesto para la cena, y ese rizo largo, tentador y castaño rojizo atrajo de nuevo su mirada.
—Volvemos a vernos, señorita Matthews.
Ella dio un paso hacia Nicholas y éste se fijó en su expresión. Parecía ostensiblemente irritada.
—¿Por qué estáis aquí, excelencia?
—Yo podría preguntarle lo mismo, señorita Matthews.
—Estoy aquí por vos.
«Y yo estoy aquí por ti .... porque no logro dejar de pensar en ti.» Cruzándose de brazos, la contempló con indiferencia estudiada. Maldición, sólo deseaba saber qué podía esperar de esa mujer.
—¿Y qué es lo que hay en mí que la trae al establo a estas horas?
—Imaginaba que quizá se os ocurriría montar a caballo. —Alzó la barbilla en un gesto ligeramente altanero —. He venido para impedíroslo.
—¿Ah, sí? —soltó Nicholas con un resoplido de incredulidad —. ¿Y cómo piensa hacer eso?
—No lo sé —respondió ella achicando los ojos—. Supongo que esperaba que fueseis lo bastante inteligente para hacer caso de mi advertencia de que correríais peligro si salíais a cabalgar de noche. Evidentemente, estaba equivocada.
Demonios, ¿quién se creía que era esa mujer? Se acercó a ella muy despacio y se detuvo a escasa distancia. Ella no retrocedió un ápice; por el contrario, se mantuvo firme, observándolo con una ceja arqueada, un gesto que lo encrespó aún más.
—Creo que nadie se ha atrevido a poner en tela de juicio mi inteligencia, señorita Matthews.
—¿Ah, no? Pues quizá no me habéis escuchado con atención, porque eso es precisamente lo que acabo de hacer.
La ira lo acometió con la fuerza de una bofetada. Esa maldita mujer había agotado su paciencia. Sin embargo, antes de que pudiera soltarle la réplica mordaz que se merecía, ella extendió, el brazo y le apretó la mano entre las suyas.
Un cosquilleo le subió por el antebrazo, dejando en suspenso sus palabras airadas.
—Todavía lo veo —musitó ella con los ojos muy abiertos, clavados en los suyos —. Peligro. Os duele. —Le soltó la mano y le posó la palma en la mejilla —. Por favor. Por favor, no saldáis a cabalgar esta noche.
El tacto suave de su mano contra su rostro le encendió la piel, inundándolo con el deseo de girar la cabeza y rozarle la palma con los labios. En lugar de ello, le agarró la muñeca y apartó con brusquedad su mano.
—No tengo idea de a qué está jugando .....
—¿No estoy jugando con vos! ¿Qué puedo hacer o decir para convenceros?
—¿Por qué no empieza por contarme qué sabe de mi hermano y cómo se enteró de ello? ¿Dónde lo conoció?
—No lo conozco.
—Y a pesar de eso sabe lo de su cicatriz. —La repasó con la mirada en un gesto inconfundiblemente insultante —. ¿Era su amante?
Los ojos desorbitados de _____ demostraron una sorpresa y una indignación demasiado reales como para ser fingidas. Él se sintió aliviado, una reacción que no se molestó en explicarse.
—¿Amantes! ¿Estáis loco? Tuve una visión de él. Yo ....
—Sí, sí, eso ya me lo ha dicho. Y también sabe leer el pensamiento. Dígame, señorita Matthews, ¿en qué estoy pensando ahora mismo?
Ella titubeó, escrutándole el rostro con la vista.
—No siempre lo percibo con claridad. Además, necesito .... tocaros.
Él le tendió la mano.
—Pues tóqueme. Convénzame.
Ella contempló su mano por unos instantes y luego asintió con la cabeza.
—Lo intentaré.
Cuando tuvo la mano firmemente sujeta entre las de ella, Nicholas cerró los ojos y se concentró a propósito en una imagen provocativa. La imaginó en su alcoba, su silueta recortada contra las doradas llamas que danzaban en la chimenea. Él alargaba el brazo para desabrocharle el prendedor incrustado de perlas que le sujetaba el pelo. Unos mechones sedosos se derramaron sobre las manos de él y se deslizaron por los hombros de la joven, cayendo, cayendo ....
—Estáis pensando en mi cabello. Queréis tocarlo.
Nicholas se encendió por dentro y abrió los párpados de golpe. Lo primero que vio fue su boca ...., esa boca increíble, que parecía invitarlo a que la besara. Si se inclinaba hacia delante sólo un poco, podría probarla.....
—Queréis besarme —dijo ella, soltándole la mano.
Sus palabras, pronunciadas en un susurro, le acariciaron el oído y le aceleraron el pulso. Sí, maldita sea, quería besarla. Necesitaba hacerlo. Tenía que hacerlo. Sin duda un solo beso saciaría su inexplicable sed de probarla.
Cediendo a un ansia que no era capaz de explicar o contener ya más, se inclinó.
Ella retrocedió.
Nicholas redujo la distancia que los separaba, pero ella dio otro paso atrás, con una mirada de incertidumbre en sus expresivos ojos. Demonios, la mujer nunca antes había retrocedido ante él, ante su ira, su sarcasmo ni su suspicacia. Sin embargo, la mera idea de que la besara la arredraba.
—¿Hay algo fuera de propósito? —preguntó él en voz baja, aproximándose un poco más.
—¿Fuera de .... propósito? —Reculó otro paso y estuvo a punto de pisarse el dobladillo.
—Sí. Es una expresión que usamos los ingleses y que significa que algo va mal. Parece .... nerviosa.
—Por supuesto que no —repuso ella, retirándose hasta topar con la pared de madera —. Lo que ocurre es que ... tengo calor.
—Sí, hace bastante calor aquí. —Con dos zancadas largas y pausadas se plantó justo delante de ella. Apoyó las manos en la pared a cada lado de sus hombros, arrinconándola.
Ella alzó la cabeza ligeramente y le sostuvo la mirada en lo que a él le pareció un valiente gesto de bravuconería, pero que quedaba desvirtuado por lo agitado de su respiración.
—Si intentáis asustarme, excelencia......
—Intento besarla, y me resultará mucho más fácil ahora que ha dejado de desplazarse de aquí para allá.
—No quiero que me beséis.
—Sí que quiere. —Se acercó más aún, hasta encontrarse a sólo unos centímetros de ella. El aroma a lilas le embargaba los sentidos —. ¿La han besado alguna vez?
—Por supuesto, miles de veces.
Al recordar la estupefacción con que ella había reaccionado cuando le había preguntado si había sido amante de William, Nicholas enarcó una ceja.
—Me refiero a un hombre.
—Ah. Bueno, pues cientos de veces, entonces.
—A un hombre que no sea su padre.
—Ah. En ese caso ...., una vez.
Una irritación inesperada se apoderó de él.
—¿Ah, sí? ¿Y disfrutó usted con ello?
—De hecho, no. Fue un beso más bien ..... seco.
—Ah. Entonces no la besaron como es debido.
—¿Y vos queréis besarme como es debido?
—No —Se agachó y le susurró al oído —: Pretendo besarla de una forma bastante indebida.
La atrajo hacia sí y le cubrió los labios con los suyos. Dios santo, eran exquisitos. Suaves, carnosos, cálidos y deliciosos.
Cuando recorrió con la lengua el borde de sus labios, ella fue a soltar una exclamación de asombro y naturalmente los entreabrió, de modo que él pudo introducir la lengua en la sensual calidez de su boca. Fresas. Ella sabía a fresas. Dulce, deliciosa, seductora.
La estrechó con más fuerza, apretando el largo y voluptuoso cuerpo de _____ contra el suyo, y se maravilló de la sensación incomparable de besar a una mujer tan alta.
Su sentido común le exigía que se detuviese, pero no podía. Maldición, debería horrorizarse por estar besando a aquella mocosa ingenua en lugar de mostrarse indiferente y aburrido ante su inocencia.
En cambio, estaba fascinado, lleno de deseo y encendido. Cuando ella le tocó tímidamente la lengua con la suya, un gemido se alzó en la garganta de Nicholas, que ahondó en su boca, probando, embistiendo, bebiéndose sus jadeos. Perdió toda noción de tiempo y de lugar, incapaz de pensar en otra cosa que en la mujer que tenía entre sus brazos, su tacto cálido y suave, su sabor dulce y adictivo, su tenue fragancia floral.
El deseo le producía una excitación tan dolorosa que acabó por arrancarlo de aquella bruma sensual. Tenía que parar. Ahora mismo. De lo contrario, acabaría con ella en el suelo del establo.
Haciendo un esfuerzo titánico por dominarse, dejó de besarla. Ella abrió los ojos lentamente.
—Madre mía.
Madre mía., en efecto. Nicholas no sabía qué había esperado, pero desde luego no había previsto que esa mujer liberase toda la lujuria contenida que lo dominaba. El corazón le latía con fuerza contra las costillas, y las manos le temblaban. En lugar de satisfacer su curiosidad, el beso no había hecho más que avivar su apetito, un apetito que amenazaba con consumirlo ...., después de quemarle vivo.
Los suaves senos de ella estaban apretados contra su pecho, lo que le encendía la piel. Sentía un ardor doloroso, y sólo el control que había ejercido sobre sí mismo durante toda su vida le infundió la fuerza necesaria para bajar los brazos y apartarse de ella.
_____ lanzó una larga y estremecida espiración, y él advirtió con gravedad que estaba tan agitada como él.
—Santo cielo —exclamó ella en voz temblorosa —. No tenía idea de que besar de forma indebida fuese tan ......
—¿Tan ... qué?
—Tan .... poco seco. Respiró un poco más y luego carraspeó—. ¿He conseguido convenceros de que soy capaz de leer el pensamiento?
—No.
Las mejillas de _____ se pusieron coloradas y sus ojos centellearon con rabia.
—¿Estáis negando que deseabais besarme?
Nicholas bajó la vista por unos instantes hacia su boca.
—No. Pero cualquier hombre querría besarla. —Y, maldita sea, se sentía capaz de matar a cualquier hombre que lo hiciese.
—¿Todavía tiene la intención de montar a caballo esta noche?
—Eso no es de su incumbencia.
Ella se quedó mirándolo un momento y luego sacudió la cabeza.
—Si eso piensa, sólo me queda esperar que recapacite y haga caso de mi advertencia. Y rezar por que no sufra ningún daño- Al menos no llueve como en mi visión, así que quizá no corra peligro. Por esta vez. Buenas noches, excelencia, no volveré a molestaros con mis visiones.
Nicholas la siguió con la vista hasta que desapareció en la oscuridad, reprimiendo el impulso de salir tras ella. El tono en el que había pronunciado esas palabras le sentó como un puñetazo en el estómago. Se pasó los dedos por el pelo y comenzó a ir y venir por la cuadra. Maldita sea, ¿cómo podía ella esperar que él —que cualquiera —diese crédito a sus afirmaciones de que tenía premoniciones y leía el pensamiento? Era demasiado inverosímil, demasiado ilógico como para tomárselo en serio.
Aun así, por mucho que le doliera reconocerlo, ella estaba en lo cierto respecto a una cosa. Había deseado besarla. Con un ansia que lo desconcertaba. Y ahora que la había probado, deseaba hacerlo otra vez.
Y otra.

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