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Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Mar 10 Abr 2012, 7:41 am

Capitulo 12



_____ se dirigió a los establos a la mañana siguiente, muy temprano, ansiosa por salir de la casa después de pasar la noche en blanco tratando de olvidar su perturbador encuentro con el duque. ¿Habría montado éste a caballo finalmente? Ella había permanecido despierta buena parte de la noche, atenta a cualquier sonido indicase lluvia, pero afortunadamente el tiempo no había empeorado. Esperaba que un poco de aire fresco y un paseo a caballo a paso ligero la ayudasen a desechar sus preocupaciones, por no hablar de la desilusión y el dolor que sintió al darse cuenta de que nunca llegaría a convencerlo de su clarividencia.
Sin embargo, sabía que el ejercicio por sí solo nunca borraría el recuerdo de aquel beso. Aquel beso increíble, conmovedor e inolvidable que la había emocionado hasta lo más hondo y había despertado en ella una pasión cuya existencia desconocía. También había encendido sentimientos ..., anhelos que no se atrevía a analizar.
Deseaba, necesitaba desesperadamente olvidar su exquisito tacto, su sabor celestial, pero su corazón se negaba a cooperar.
Entró en las cuadras y Mortlin la saludó con una sonrisa.
— ¿Viene a ver a los gatos, señorita Matthews? ¿O desea montar a caballo?
_____ hizo un esfuerzo por dejar a un lado su agitación y le devolvió la sonrisa al mozo. Luego se agachó para rascarle a George detrás de la oreja.
— Las dos cosas. ¿Qué le parece si voy a ver a los gatitos mientras ensilla un caballo para mí?
—Buena idea – dijo Mortlin —. Mire, hay dos que usted no conoce escondidos junto a ese almiar.
_____ echó un vistazo a las dos bolitas de pelo con manchas.
— Son adorables. ¿Cómo se llaman? – Le dedicó una mirada pícara —. ¿O es mejor que no pregunte?
A Mortlin se le subieron los colores al rostro enjuto, mientras frotaba incómodo los pies en el suelo.
— Bueno, el más grande se llama Ostras …
— Eso no es tan terrible.
— Y el otro es, eh ... – Se sonrojó hasta las puntas de las prominentes orejas —. No puedo decir eso enfrente de una dama.
— Entiendo – contestó ella apretando mucho los labios para disimular su diversión.
— Supongo que tendré que cambiarle el nombre a los animalitos, pero fue lo primero que salió de mi boca cuando nació. – Sacudió la cabeza, ostensiblemente perplejo —. Los gatitos no paraban de salir. No había forma de detenerlos. Me dejaron pasmado.
— Sí, me lo imagino. – Le acarició la cálida barriga a George y se quedó quieta. Después de apretarle suavemente la panza peluda unas cuantas veces más, reprimió una sonrisa —. El periodo de gestación de una gata dura unos sesenta días. Me temo que ya no estaré aquí cuando George alumbre a su siguiente camada. De lo contrario, le ofrecería mi ayuda. Se me dan bien estas cosas.
— Estoy seguro de que sí, pero ... – Su voz se apagó y sus ojos se abrieron como platos —. ¿La próxima camada?
— Sí. Predigo que George volverá a ser mamá más o menos dentro de un mes.
Los ojos de Mortlin parecían a punto de salirse de sus órbitas.
— ¡Seguro que lo que le pasa a la gata es que ha engordado! ¡Pero si los gatitos no llegan a los tres meses de edad! ¿Cómo demonios ha pasado esto?
Ella tuvo que morderse las mejillas por dentro para no romper a reír al ver la expresión atónita del caballerizo.
— Del modo habitual, supongo . – Acarició una última vez la panza de George, se puso de pie y le dio unas palmaditas al hombre en el brazo —. No se preocupe, Mortlin, George estará bien, y usted dispondrá de un nuevo equipo de cazarratones.
— Ya hay más cazarratones por aquí de los que necesito – gruño él —. Caramba, se supone que esto es un establo. Soy un mozo de cuadra, no un médico de gatos. Más vale que ensille un caballo para usted antes de que la condenada gata empiece a echar gatitos otra vez.
Conteniendo su hilaridad, _____ se entretuvo con los gatitos mientras Mortlin realizaba sus tareas. Poco después él se le acercó llevando de las riendas a una hermosa yegua marrón llamada Rosamunde y se ofreció a auparla. Ella cayó sobre la silla con un golpe seco que le sacudió todos los huesos. En América solía montar a horcajadas cuando daba un paseo a caballo, pero no se atrevía a hacer lo mismo en Inglaterra, por más que le disgustara montar a mujeriegas. El complicado atuendo de amazona inglesa que se veía obligada a ponerse también le crispaba los nervios. Metros y metros de tela y multitud de bullones y volantes. Recordaba con nostalgia el traje de montar sencillo y ligero que había confeccionado ella misma y que usaba en Estados Unidos. Tía Joanna le había echado una ojeada y casi se había desmayado. “Totalmente inapropiado, querida – había declarado —. Tenemos que hacer algo con tu vestuario de inmediato.”
Acomodó la pesada falda en torno a sí lo mejor que pudo y se puso en camino. Cuando llegó al final del sendero que conducía a las cuadras, se detuvo y miró atrás. Mortlin estaba acuclillado, con una expresión tierna en el curtido rostro, acariciando cariñosamente la barriga de George. Sin duda creía que ella ya no alcanzaba a oírlo, porque dijo:
— Tendremos que pensar en unos nombres un poco más decentes para los nuevos gatitos. No puede haber otro llamado Tócate los cordones.
_____ sonrió para sí y guió a su montura hacia el bosque. Avanzó junto a la orilla del arroyo, disfrutando del aire limpio y del sol que le calentaba la cara. Sin embargo, no le complacía en absoluto la silla de montar de mujer ni el condenado atuendo que le aprisionaba las piernas.
Cuando llegó a la zona donde el arroyo se ensanchaba y desembocaba en el lago, tiró de las riendas de Rosamunde. Se removió de un lado a otro, desesperada para desembarazar sus piernas de los metros de tela incómoda que la envolvían, y de pronto notó que resbalaba de la silla. Soltó un chillido de susto e intentó agarrarse de la perilla, pero no fue lo bastante rápida. Cayó ignominiosamente del caballo, golpeándose el trasero.
Por desgracia el suelo estaba cubierto de lodo. Y, lo que es peor, era una pendiente. Ella rodó por el terraplén sin dejar de gritar y se dio un chapuzón en el arroyo. Se quedó sentada, inmóvil y sin habla debido a la impresión. Tenía las botas completamente sumergidas en el agua cenagosa, una agua fría que casi le lamía la cintura.
— ¿Un accidente? – preguntó una voz familiar a su espalda.
_____ apretó con fuerza los dientes. Era evidente que él estaba ileso, gracias al cielo, pero a ella no le entusiasmaba la idea de que presenciara su humillación.
— Pues sí, ya lo ve. Y no es el primero. – Quizá si no le hacía caso, él se marcharía.
Su esperanza resultó ser vana.
— Caray – exclamó el duque, chascando la lengua comprensivamente. Ella lo oyó desmontar y acercarse al borde del agua —. Al parecer se ha metido en un buen aprieto.
Ella volvió la cabeza y lo fulminó con la mirada.
— No me he metido en un aprieto, excelencia. Sólo estoy un poco mojada.
— Y ha perdido su montura.
— Tonterías. Mi montura está ... – Su voz se extinguió mientras recorría la zona con la vista. La yegua se había esfumado.
— Camino de las cuadras, seguramente. La habrán espantado esos gritos que ha pegado al caer. Algunos caballos son un poco asustadizos. Por lo visto Rosamunde es así. Qué pena. – Sus ojos grisáceos despidieron un brillo travieso —. Le preguntaría si se encuentra bien, pero creo recordar que posee una complexión de lo más robusta.
— Así es.
— ¿Le duele algo?
Ella intentó levantar las piernas y no lo consiguió.
— No estoy segura. Mi traje de montar está empapado y pesa tanto que casi no puedo moverme. – Su irritación se triplicó cuando se percató de que, en efecto, necesitaba que le echaran una mano —. ¿Os dignaríais prestarme vuestra ayuda?
Él se acarició la barbilla como si estuviese reflexionando seriamente.
— No estoy seguro de que deba ayudarla. Detestaría acabar mojado y sucio. Quizá deba dejarla ahí e ir en busca de ayuda. Volvería al cabo de una hora, más o menos. – La miró con las cejas enarcadas —. ¿Qué opina?
_____ no tenía opinión alguna al respecto. De hecho, estaba bastante harta de que él se divirtiese a sus expensas. Había pasado la noche en vela preocupándose por él y ahora allí estaba, sano y salvo, prácticamente riéndose de ella. Ese hombre arrogante merecía que le borrasen esa expresión petulante de la cara. Pero ella apenas podía moverse.
Nicholas dio media vuelta, como si de verdad pretendiese dejarla ahí tirada, y _____ al fin explotó. Agarró un puñado de lodo y lo arrojó con la intención de hacer ruido y llamar su atención.
Desafortunadamente, él eligió ese preciso instante para volverse.
Peor aún, ella había lanzado el barro con más fuerza de la que pretendía.
La pella grande y viscosa se le estampó al duque en pleno pecho, salpicando su prístina camisa blanca. La masa pegajosa le resbaló por el cuerpo, manchándoles los pantalones de color beige, antes inmaculados, y fue a caer en la punta de sus lustrosas botas de montar.
_____ se quedó paralizada. No tenía la intención de acertarle..... ¿o sí? Dios santo, no se lo veía muy contento. Una risilla horrorizada pugnaba por brotarle a _____ de la garganta, y tuvo que luchar por contenerla. La expresión de Nicholas denotaba claramente que reírse no era lo que más convenía en esos momentos.
Él no se movió. Siguió con la vista la estela lodosa que la pella le había dejado en la ropa y luego miró a la joven.
— Ya no tenéis que preocuparos por acabar mojado y sucio, excelencia – le dijo _____ con una sonrisa radiante —. Al parecer, ya tenéis una mancha bastante horrible en vuestro atuendo.
— Se arrepentirá de haber hecho eso – murmuró él en un tono claramente amenazador y lanzándole una mirada hostil —. Vaya si se arrepentirá.
— Bah – se mofó ella —. No me asustáis.
Nicholas dio un paso al frente.
— Pues debería estar asustada.
— ¿Por qué? ¿Qué pensáis hacer? ¿Arrojarme al agua?
Él avanzó otro paso.
— No. Creo que la pondré sobre mis rodillas y le propinaré unos buenos azotes.
— ¿Unos azotes? – preguntó ella, enarcando las cejas —. ¿En serio?
— En serio.
— Vaya. Bueno, si voy a recibir unos azotes, más vale que me los gane primero. – Y le arrojó otro puñado de lodo, que le dio de lleno en el estómago.
Nicholas se quedó petrificado. Contempló anonadado su camisa estropeada. Pocos hombres se habrían atrevido a provocarlo de esa manera. No podía creer que ella tuviese la osadía de mancharlo de barro una vez, y menos aún dos veces. Lo pagaría caro. Muy, muy caro.

.Lu' Anne Lovegood.
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Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Mar 10 Abr 2012, 7:48 am

Capitulo 13



Sus cavilaciones se vieron interrumpidas por una bola de lodo que le pasó rozando la oreja. Faltó muy poco para que le impactara en plena cara.
Ésa fue la gota que colmó el vaso. Se metió en el agua provocando grandes salpicaduras, la agarró de los brazos y la puso en pie de un tirón.
— Supongo que es usted consciente de que esto es la guerra – farfulló, con la vista clavada en el rostro enrojecido ... y riente.
— Por supuesto. Pero no olvidéis quién venció la última vez que los americanos y los ingleses se enzarzaron en una batalla.
— Confió plenamente en su derrota, señorita Matthews.
— Y yo confió plenamente en la vuestra, excelencia.
Nicholas se detuvo al oír estas palabras y fijó la vista en el barro que salpicaba la naricilla respingona de la joven. Los ojos de color ámbar de _____ se encontraron desafiantes con los suyos, pero una sonrisa se asomaba a las comisuras de su boca, y aparecieron sus hoyuelos. La atención de Nicholas se desvió hacia sus labios carnosos y sensuales. Un cosquilleo le recorrió el espinazo cuando le vino a la memoria lo que sintió al tener esos labios contra los suyos. Se obligó a levantar la mirada y se topó de nuevo con sus ojos; luceros de color marrón dorado que los contemplaban risueños.
Ella era un caso perdido. Impertinente a más no poder. Le había desgraciado la indumentaria, y él estaba allí, en medio del maldito lago. Mojado, incómodo y ..... furioso.
¿Acaso no estaba furioso?
Frunció el entrecejo. Sí, por supuesto que lo estaba. Furioso. La situación no le resultaba divertida. En absoluto. No era graciosa, en modo alguno. Y él no estaba pasándolo bien. Ni un ápice.
— Prepárate para recibir unos azotes – le advirtió, volviéndose hacia la orilla y arrastrándola tras de sí.
— ¡Primero tendréis que atraparme!
_____ se soltó de golpe de la mano con que él la sujetaba, se recogió hasta la rodilla la falda empapada y se adentró aún más en el lago.
— Vuelve aquí. Ahora mismo.
— ¿Así que os pensabais que podíais darme unos azotes? ¡Ja! ¡Pues me parece que no! – Retrocedió varios pasos más, hasta que el agua le llego a la cintura. De pronto, su risa melodiosa estalló —. ¡Dios santo! ¡Deberíais veros! ¡Estáis graciosísimo!
Nicholas miró hacia abajo. Tenía la camisa mojada y mugrienta pegada al pecho como una segunda piel, y unos manchurrones alargados, negros y fangosos en los pantalones de montar. Llevaba varias hojas secas adheridas a sus botas estropeadas.
— Apuesto a que nunca habías tenido un aspecto tan desastrado en toda vuestra aristocrática vida — rió ella —. Debo deciros que vuestra apariencia en estos momentos resulta escandalosamente impropia de un duque.
— Ven aquí.
— No.
— Ahora mismo.
Ella negó con la cabeza sin dejar de sonreír. Nicholas avanzó hacia ella, abriéndose paso en el agua helada, lleno de determinación y arreglándoselas para disimular el repentino e indeseado regocijo que estaba sintiendo. Maldita mujer. No era más que una plaga para la cordura de un hombre. Suponía que ella trataría de huir, pero se mantuvo firme, aguardándolo con una sonrisa esplendorosa en su hermosa cara. Nicholas se detuvo a un paso de ella y esperó.
— Me he levantado esta mañana de bastante mal humor, pero este episodio me ha animado considerablemente – dijo ella, y sus hoyuelos parecían hacerle guiños —. Tenéis que reconocer que todo esto resulta bastante gracioso.
— ¿Ah, sí?
Ella bizqueó exageradamente y lo miró a la cara. A pesar suyo, a Nicholas se le escapó una sonrisa.
— ¡Ajá! – exclamó ella —. Os he visto sonreír.
Por más que lo intentaba, Nicholas no acertaba a explicarse por qué encontraba divertida esa debacle. El “célebre duque de Bradford, el soltero más codiciado de Inglaterra”, cubierto de lodo, metido en el lago hasta las caderas, conversando con una mujer cuya deslumbrante sonrisa no mostraba la menor señal de remordimiento, sólo diversión. Muchos miembros destacados de la alta sociedad quedarían postrados de la impresión si lo viesen ahora, completamente sucio, y empapado, en compañía de una americana no menos sucia y empapada.
Ella bajó la vista hacia la camisa mojada de Nicholas.
— Era una camisa preciosa. Siento haberla estropeado, excelencia, de verdad. – Alargó el brazo y pasó la mano sobre la manga mojada. Lo miró a los ojos —. Al principio no tenía intención de mancharos de lodo, pero una vez lo hice, bueno, me pareció una pena no aprovechar la oportunidad. Para ser del todo sincera, creo que necesitabais que alguien os hiciera reír. Por lo que a mí respecta, esta aventura es lo más divertido que me ha ocurrido en muchos meses.
Los músculos de Nicholas se contrajeron involuntariamente al notar su contacto. Escrutó los ojos de _____ en busca de algún signo de engaño o falsedad y no vio más que inocencia y calidez. Era lo más divertido que a ella le había ocurrido en muchos meses. Diablos, él podría decir lo mismo. Por supuesto, no era necesario que ella, lo supieses.
Tras exhalar un suspiro de resignación, preguntó:
— ¿Acaso la calamidad la sigue allí donde va, señorita Matthews? Es la segunda vez que prácticamente cae a mis pies.
— Me temo que este tipo de caídas son corrientes en mi familia.
— ¿A qué se refiere?
— Así se conocieron mis padres. Mamá salía de una tienda de sombrerors de señora cuando tropezó y cayó a los pies de papá. Se torció el tobillo al caer y papá le curó la lesión.
— Entiendo. Al menos reconoce con sinceridad su desafortunada propensión a rodar por los suelos.
— Sí, pero yo no la consideraría desafortunada.
— ¿Ah, no? ¿Y eso por qué?
Ella titubeó y él quedó fascinado por la repentina seriedad de sus ojos castaños.
— Aunque sois algo arrogante y más que un poco testarudo, resulta que ...... bueno, que me caéis bien.
Nicholas se quedó mirándola, atónito.
— ¿Le caigo bien?
— Sí. Sois un hombre afectuoso y cordial. Por supuesto – añadió en un tono seco —, lo disimuláis bastante bien a veces.
— ¿Afectuoso y cordial? – repitió él, desconcertado —. ¿Cómo ha llegado a esa conclusión?
— Lo sé porque os he tocado. Pero aun cuando no lo hubieses hecho, lo habría notado de todos modos. – Su vista se posó en la camisa lodosa de Nicholas —. Os habéis tomado todo esto con extraordinaria deportividad. Apuesto a que nunca habíais hecho nada parecido, ¿me equivoco?
— No, nunca.
— Me lo figuraba. Y a pesar de todo le veis el lado gracioso a esta situación, si bien vuestra conmoción inicial era evidente. – Adoptó una expresión especulativa —. Guardáis las distancias con la gente y cultiváis una imagen fría y circunspecta. Sin embargo, tratáis a vuestra hermana con cariño y a vuestra madre con cordialidad y cortesía. He pasado con vos el tiempo suficiente y os he observado relacionaros con bastantes personas como para saber qué clase de hombre sois en realidad......, un hombre bueno y decente.
Estas palabras le produjeron una tensión en lo más hondo del pecho y lo dejaron confuso y desorientado. Se sorprendió aún más cuando una cálida oleada de placer le subió a la cara. Le costó apartar de su mente la asombrosa revelación de que esa mujer lo consideraba afectuoso y cordial. Decente. Y bueno con su familia. “Si supieras cómo le fallé a William, te darías cuenta de lo equivocada que estás.”
Antes de que pudiese discurrir una respuesta, ella dijo:
— Soy consciente de que nuestro encuentro de anoche terminó de un modo un poco violento, pero ¿no podríamos comenzar de cero?
— ¿De cero?
— Sí, es una expresión americana que significa “desde el principio”. He pensado que quizá si hacemos un esfuerzo muy, muy grande, podemos ser ..... amigos. Y, como muestra de nuestra naciente amistad, quisiera que me tutearais y me llamaseis _____.
¿Naciente amistad? Maldita sea, lo que le faltaba por oír. ¿Ser amigo de una mujer? ¿Y, más concretamente, de esta mujer? Imposible. Sólo había un puñado de hombres a los que consideraba sus amigos. Las mujeres podían ser madres, hermanas, tías o amantes, pero no amigas. ¿O sí?
Le escudriñó el rostro y le chocó lo diferente que le parecía de todas las mujeres que había conocido. ¿Cómo era posible que, a pesar de sus extrañas historias sobre visiones y a pesar del hecho evidente de que guardaba secretos, le causaba la impresión de ser digna de confianza? Fuera lo que fuese, no podía negar, ni siquiera para sí, que se sentía atraído por ella como una polilla a una llama.
Si ella se empeñaba en creer que eran amigos, él no movería un dedo para desengañarla, al menos hasta que averiguase todo lo que necesitaba saber de ella.
Sin embargo, cada vez le costaba más creer que estuviera implicada de alguna manera en una trama de chantajes o de cualquier otro tipo.
Carraspeó y dijo:
— Estaré encantando de llamarte _____. Gracias.
— De nada. – Sus ojos despidieron un brillo travieso —. Excelencia.
A Nicholas casi se le escapa la risa al percibir el tono descarado con el que lo invitaba a devolverle el honor. ¿Es que esa muchacha no veía lo impertinente que era insinuarle que podría darle otro tratamiento que no fuera el de excelencia? Semejantes confianzas, semejante intimidad estaban totalmente fuera de lugar.
Intimidad. De pronto, lo asaltó un deseo irrefrenable de oír esos labios extraordinarios pronunciar su nombre.
— Algunos me llaman Bradford.
— Bradford – repitió ella lentamente, arrastrando las sílabas con una voz suave y ronca que le hizo apretar los dientes.
¿Qué efecto produciría en él oírla pronunciar su nombre de pila?
— Y unos pocos me llaman por mi nombre, Nicholas.
— Nicholas – dijo ella en voz baja, encendiéndolo por dentro —. Es un nombre estupendo; fuerte, imponente, noble. Te sienta de maravilla.
— Gracias – dijo él, sorprendido no por el elogio sino por la calidez que le recorrió el cuerpo al oírlo —. Mis amigos me llaman Nicholas. Puedes hacerlo tú también si así lo deseas.
Gruño para sus adentros, estupefacto por su oferta sin precedentes. Debía de estar perdiendo la razón. ¿Qué demonios pensaría la gente de ella si la oyese llamarle Nicholas? Tendría que advertirle que no lo hicieses delante de nadie ....., que sólo le llamase así cuando estuviesen los dos a solas.
Los dos a solas. ¡Maldita sea, no había duda de que estaba perdiendo la razón!
— Vaya, gracias .... Nicholas. Entonces, ¿me perdonas?
Él volvió a poner los pies en la tierra.
— ¿Perdonarte?
— Sí, por .... estooooo.... – dijo ella señalando con los ojos la ropa estropeada.
Él siguió su mirada.
— Ah, sí. El lastimoso estado de mi atuendo. ¿Lo lamentas de verdad?
— Oh, sí – Afirmó ella, asintiendo vigorosamente con la cabeza.
— ¿Prometes no volver a cometer un acto tan ruin?
— Hum.... ¿Quieres decir nunca....., como en “nunca jamás en toda mi vida”?
— A grandes rasgos, sí.
— Vaya. – Frunció los labios, pero los ojos le centellearon con malicia —. Me temo que no puedo hacer una promesa a tan largo plazo.
— Entiendo. – Soltó un suspiro de resignación —. Bueno, en ese caso, ¿podrías hacer un esfuerzo por comportarte al menos durante el camino de regreso a la casa?
— Oh, sí – accedió ella con una sonrisa de oreja a oreja —. Eso puedo prometértelo.
— Gracias a Dios. Siendo así, supongo que tendré que perdonarte. Salgamos del agua antes de que nos quedemos arrugados.
— Se dio la vuelta y echó a andar hacia la orilla —. ¿Vienes? – preguntó al percatarse de que ella no lo seguía.
— Ojalá pudiera – contestó, pugnando por moverse —. Los pies se me han hundido en el cieno y las faldas me pesan demasiado. – Sus hoyuelos se hicieron más profundos —. ¿Os dignaríais prestarme vuestra ayuda?
Nicholas alzó los ojos al cielo.
— La última vez que preguntaste eso acabé recibiendo un baño de lodo. – La miró fijamente —. Confió en que cumplirás tu promesa de comportarte. Podría abandonarte aquí, ¿sabes?
— Te lo prometo – aseguró ella, poniéndose la mano sobre el corazón.
Él regresó chapoteando hacia ella, mascullando palabras poco halagadoras sobre las mujeres en general.
— Sujétate a mi cuello.
_____ obedeció y él la levantó en brazos, a punto de tambalearse bajo el peso combinado de ella y su ropa empapada. De todas sus prendas chorreaba un agua fría que se le escurría a Nicholas por todo el cuerpo, y sus botas rezumaban barro. Ella recostó la cara en su hombro y los músculos de él se tensaron al sentir el cuerpo mojado de ella acurrucado contra su pecho. Agachó la cabeza y aspiró la fragancia floral de su cabello. Maldición, hasta recubierta de lodo olía a lilas.

.Lu' Anne Lovegood.
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Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Mar 10 Abr 2012, 7:51 am

Capitulo 14



Una vez en la orilla, la bajó muy despacio hasta que sus pies tocaron el suelo. La ropa mojada se pegaba a su cuerpo, resaltando las curvas de su figura, y él reprimió un gemido. La tela empapada resaltaba claramente los pezones erectos de _____, y sus piernas parecían interminables. Dios, era increíble. Incluso embadurnada de barro, él la deseaba.
Todo su físico se inundó de ímpetu vital y, cuando ella intentó apartarse, las manos de Nicholas se apretaron en torno a su cintura. Que Dios lo ayudase: nunca había deseado tanto una mujer. Aunque las campanas tocaban a rebato en su cabeza, acercó lentamente la boca a la de ella. Tenía que saborearla de nuevo .... sólo una vez.
Ella le palmeó el pecho.
— ¿Qué estás haciendo?
— Disponiéndome a cobrarme lo que me debes.
— ¿Lo que te debo?
— Por estropearme el traje.
— ¿Y pretendías cobrártelo con un beso?
— Por supuesto. Es una antigua y noble tradición inglesa. Un beso por llenar de lodo una camisa y unos pantalones. ¿Nadie te lo había dicho?
— Me temo que nunca había salido el tema.
— Bueno, pues ahora que lo sabes, más vale que saldes tu deuda. De lo contrario, irás a la cárcel de morosos.
Ella arqueó las cejas.
— ¿Un solo beso?
— Con gusto te cobraré con dos. De hecho ......
— Ah no – replicó ella apresuradamente —. Con uno basta.
— Bueno, ya que insistes .... – La atrajo hacia sí, hasta sentir sus senos contra su pecho, y luego le cubrió la boca con la suya.
En el instante en que sus labios se juntaron, él se perdió irremisiblemente. Se perdió en el tacto sedoso de ella, en su cálido sabor, en su aroma suave y floral. Todo pensamiento racional se borró de su mente mientras sus manos se deslizaban por los costados de ella y le cubrían los pechos. Jugueteó con sus pezones hasta ponérselos turgentes y ella emitió un jadeo, dejando caer la cabeza hacia atrás. Él se aprovechó de ello rápidamente y recorrió con sus labios su largo cuello, adentrándose cada vez más en un tórrido frenesí en el que no existía otra cosa que la mujer que estrechaba en sus brazos.
— Nicholas – susurró ella —. Por favor. Debemos detenernos.
Haciendo un esfuerzo descomunal que casi acaba con él, Nicholas levantó la cabeza y la miró a los ojos, unos ojos aturdidos y llenos de deseo. La lujuria lo embistió con tal fuerza que las rodillas estuvieron a punto de fallarle. Nada le habría gustado más que arrancarle el vestido mojado y hacerle el amor. Y si ella no se apartaba de él en ese mismo instante, tal vez lo haría.
Retrocedió un paso e inmediatamente echó en falta el sentirla apretada contra sí. Incapaz de resistir el impulso de tocarla, extendió el brazo, la tomó de las manos y entrelazó los dedos con los suyos.
_____ trató de despejarse la mente. Por segunda vez, este hombre la había dejado sin aliento, sin sentido, con un beso. Había conseguido que nada le importase excepto él.
Pero era imperativo que le parase los pies. Había permitido que se tomase más libertades de las que habría tolerado cualquier mujer decente. Pero había tenido que echar mano de toda su fuerza de voluntad, porque deseaba con todas sus fuerzas que él continuase besándola, tocándola, encendiéndole la piel, colmándole los sentidos con su sabor celestial y su olor a bosque.
En ese instante él le apretó las manos y los pensamientos de Nicholas irrumpieron en la mente de ella con una nitidez sobrecogedora.
Quería hacerle el amor.
Arrancarle el vestido empapado y tocarla. Por todas partes.
Hacer el amor. Amor. Sintió que se abrasaba y que el corazón iba a salírsele del pecho. ¿Era ése el sentimiento que se había apoderada de ella, que le derretía los huesos, que no la dejaba respirar, que le impedía dejar de pensar en él, que la hacía desear que ese beso no acabara nunca? ¿Por eso sentía esa necesidad imperiosa de ayudarlo y protegerlo?
Dios bendito, ¿estaba enamorándose de Nicholas?

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Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Mar 10 Abr 2012, 8:03 am

Capitulo 15



No dijeron palabra durante el trayecto de regreso a la casa. _____ iba a lomos de Myst, sentada delante de Nicholas, que la rodeaba con sus fuertes brazos y la envolvía con el calor que despedía su cuerpo.
¿Estaré enamorándome de él?
Su mente rechazó inmediatamente esa posibilidad. No. Amar a ese hombre acabaría rompiéndole el corazón. Aunque obviamente él la encontraba lo bastante atractiva como para besarla, no se fiaba de ella ni creía en sus visiones.
Y aunque no fuera así, ese amor no tenía futuro. Él no era un nombre cualquiera. Era un duque, y sería muy tonta si imaginaba que pudiese albergar un sentimiento profundo hacia una mujer tan poco refinada como ella. No le cabía la menor duda de que a él le bastaba con levantar un dedo para que docenas de mujeres hermosas y ricas acudiesen corriendo a su lado, ansiosas por ponerse a su disposición. Su rango le exigía que se casara con una mujer de posición social elevada..., y _____ no era una de ellas.
Se le hizo un nudo en la garganta y la invadió un gran pesar. Intentó convencerse desesperadamente de que sólo se sentía atraída hacia él, que estaba encaprichada, pero su corazón, obstinado, se negaba a escucharla. No importaba que él no correspondiese a sus sen timientos. Tampoco importaba que se conociesen desde hacía poco tiempo. Después de todo, ¿cuánto tiempo hacía falta para enamo rarse? ¿Un día? ¿Un mes? ¿Un año? Sus padres se habían enamorado perdidamente a primera vista, y el autor de sus días le había pro puesto matrimonio a su madre antes de que transcurriesen dos se manas. Ésta siempre decía: «De algún modo, el corazón sabe cuán do llega el momento.» Ahora _____ entendía a qué se refería.
Pero el descubrimiento era agridulce.
Exhalando un suspiro, se reclinó contra Nicholas y una vez más, su soledad, el vacío que lo acosaba, aparecieron de golpe en la mente de _____. Ella percibía claramente que guardaba un secreto que lo atormentaba, pero no alcanzaba a discernir en qué consistía. Sentía una pena muy honda por él. Tenía que ayudarlo. Curarle las heridas. Y si para ello era necesario exponerse a que le rompiese el cora zón, ella estaba dispuesta a pagar ese precio.

Llegaron a las cuadras varios minutos después. Nicholas se apeó y ayudó a _____ a desmontar mientras Mortlin se acercaba a toda prisa.
—¡Madre mía! ¿Se ha hecho daño, señorita _____? Rosamunde acaba de regresar a la caballeriza justo ahora sin usted. Me ha dado un susto de muerte, si quiere que le diga la verdad.
—Estoy bien, Mortlin. Sólo un poco sucia. Mortlin la miró de arriba abajo.
—¿Un poco? Pero si parecéis... —Su voz se extinguió cuando se fijó en Nicholas. El mozo de cuadra quedó boquiabierto—. ¡Dios nos asista! ¿Qué ha pasado, excelencia? ¡Estáis hecho un desastre!
—Los dos estamos bien, Mortlin. Hemos sufrido un ligero res balón en el lago, nada más.
—¿Os habéis caído de Myst? —Mortlin no atinaba a imaginar que tal cosa fuese posible.
—No. —Clavando una mirada reprensora en el mozo, que tenía los ojos desorbitados, Nicholas le entregó en silencio las riendas de Myst. Mortlin reconoció de inmediato la expresión de «no más preguntas» y cerró la boca tan bruscamente que le castañetearon los dientes.
Nicholas enlazó su mugriento brazo con el de _____ y la acompañó hasta la casa. La joven estaba singularmente callada, por lo que se preguntó en qué estaría pensando. Se obligó a mantener su propia mente en blanco..., por si acaso. Por supuesto, toda esa historia sobre su clarividencia le parecía ridícula, pero lo cierto era que ella estaba dotada de una perspicacia excepcional.
_____ señaló la terraza con un movimiento de cabeza.
—Cielo santo, allí está Caroline. Acaba de vernos y nos está mirando de forma muy parecida a como nos miró Mortlin. ¡Rápido! Fulmínala con una mirada glacial como la que le echaste a él —le su girió en voz baja y risueña.
—Por desgracia, Caroline es inmune incluso a la más glacial de mis miradas—le susurró él al oído.
—Qué pena —musitó ella.
—En efecto. De pronto me veo rodeado de mujeres que no me encuentran demasiado amedrentador. Debo de estar perdiendo facultades.
—En absoluto. Tus facultades están... —Su voz se apagó y él hizo una pausa, obligándola a detenerse a su lado. Un sonrojo que la favorecía mucho le teñía las mejillas.
—Mis facultades están ¿qué?
Ella arqueó una ceja.
—¿Buscáis siempre el elogio de una manera tan desvergonzada, excelencia?
—Sólo cuando parezco un andrajo sacado del lago.
En la terraza, Caroline no acababa de decidir qué la asombra ba más, si el aspecto inusitadamente mugriento que presentaba su hermano o verlo sonreír y cuchichearle a _____ al oído. Advir tió con interés que iban del brazo y que el rostro de la joven res plandecía con un rubor muy atractivo mientras se reía de algo que él decía.
La pareja dejó de caminar, y Caroline observó con emocionado interés la larga e intensa mirada que intercambiaban. Nunca había visto a Nicholas mirar a nadie de esa manera.
El corazón le brincaba dentro del pecho. ¡Qué maravilloso era ver a su hermano sonreír y divertirse! Era una imagen a la que no es taba acostumbrada desde hacía demasiado tiempo.
—¿Un accidente? —preguntó Caroline cuando los dos llegaron a la terraza.
—Pues sí, en efecto, hemos sufrido uno —replicó Nicholas en un tono inexpresivo y siguió caminando, acompañando a _____ al interior de la casa, como si nada hubiese pasado.
Caroline los observó entrar y una sonrisa le curvó los labios.
Esa reunión social de varios días empezaba a resultar de lo más interesante.

Después de dejar a _____ a la puerta de su alcoba, Nicholas en tró en la suya y contuvo una carcajada cuando su ayuda de cámara, normalmente imperturbable, se quedó mirando su sucio atuendo con expresión atónita.
—Empiezo a acostumbrarme a esa mirada, Kingsbury —co mentó, quitándose la camisa estropeada.
—Os prepararé un baño de inmediato, excelencia —dijo Kingsbury, sosteniendo con extremo cuidado las prendas fangosas de Nicholas lo más lejos posible de sí.
Unos minutos más tarde, Nicholas se acomodó en una enorme tina de agua humeante y cerró los ojos con un suspiro de satisfacción. De pronto le vino a la mente una imagen de _____, que sin duda debía estar tomando a su vez un baño aromático, con su magnífica cabellera cayéndole por la espalda en una cascada de gloriosos rizos.
Imaginó que se metía con ella en la tina, que deslizaba sus manos mojadas sobre sus pechos turgentes, que jugueteaba con sus pezones hasta ponérselos duros. «Nicholas...», jadearía ella con esa voz excitada y ronca. Se vio a sí mismo inclinándose hacia delante, rodeando uno de esos pezones erectos con los labios y chupándolo hasta que ella gemía de placer.
—¿Estáis bien, excelencia? —preguntó Kingsbury desde el otro lado de la puerta.
Arrancado de su fantasía sexual, Nicholas se percató con no poca desazón de que era él quien había estado gimiendo, una molesta costumbre que por lo visto estaba adquiriendo.
—Sí, Kingsbury, estoy bien —respondió con sequedad.
Maldición.
Esa reunión social de varios días empezaba a resultar de lo más irritante.


Más tarde, a la hora de la cena, Nicholas, sentado a la cabecera de la mesa, observaba a _____ subrepticiamente. Ella estaba situada en el otro extremo, junto a un joven vizconde que la miraba con admiración creciente conforme transcurría la cena. Nicholas no sabía si aplaudir a Caroline o maldecirla por desplegar sus conocimientos de la moda en beneficio de _____. Para el quinto plato, el maldito vizconde no le quitaba los ojos de encima.
¿Y quién podía culparlo por ello? Ella estaba impresionante con el vestido escotado de color cobrizo que resaltaba sus redondos pechos y su nívea piel. Nicholas notó, cada vez más malhumorado, que la mirada admirativa del vizconde se desviaba a menudo hacia la tentadora carne que asomaba sobre el corpiño.
Y ese cabello... ¡Dios! Un solo prendedor sujetaba la masa de pelo desordenado que apenas llevaba recogido sobre la cabeza. Unos mechones sueltos le acariciaban el rostro y los hombros, y el resto de la cabellera le caía por la espalda como una brillante cortina de tira buzones satinados. Sin duda el seductor peinado también era obra de la doncella de Caroline. Nicholas no sabía si despedirla o triplicar le el salario.
Se había propuesto evitar a _____ en el salón antes de la ce na, pero no había sido capaz de evitar seguir cada uno de sus movi mientos, lo cual le había crispado los nervios. Tenía que acabar con ese..., con lo que fuera que estuviese haciendo con ella. Besarla y tocarla eran errores garrafales que su buen sentido normalmente no le habría permitido cometer. Y eran errores que no podía darse el lujo de repetir.
Después de pasar buena parte de la tarde meditando, había de cidido no tomar otra medida que esperar. Esperar a que Jackson re gresara de Londres, a recibir informes del alguacil de Bow Street y nuevas instrucciones del chantajista. Le irritaba la inevitabilidad de todo ello, pero no tenía alternativa.
Después de aquel rato que pasaron juntos en el lago, le resultaba casi imposible creer que ella estuviese confabulada con el chanta jista o incluso que supiese algo sobre la carta que éste le había man dado. De hecho, cuanto más pensaba sobre ello más claro le parecía que ella sencillamente poseía una intuición asombrosa a la que con cedía demasiado crédito. _____ creía que sus visiones eran reales y le había hablado de ellas con la intención de ayudarlo. No albergaba malas intenciones ni el deseo de hacerle daño. Sólo estaba... confundida.
Estaba confundida... y era insoportablemente atractiva. Le hacía hervir la sangre y él no conseguía apartarla de su mente. Y ahora, ese condenado vizconde sentado junto a ella se la estaba comiendo con los ojos descaradamente.
Con cada nuevo plato que le servían, el humor de Nicholas se volvía más lúgubre, y cada vez le costaba más concentrarse en las con versaciones inanes que se mantenían alrededor de él.
—Parecéis ensimismado, excelencia —comentó una voz feme nina en un susurro incitante.
Una mano enguantada se deslizó sobre la suya y él se esforzó por volver a prestar atención a su entorno inmediato. La mujer que es taba sentada a su izquierda, la condesa de Millham, le dedicó una sonrisa coquetona. Desde la oportuna muerte de su marido, acaeci da hacía dos años, la condesa había tenido varias aventuras, pero aún no había conseguido llevarse a Nicholas a la cama. A Nicholas le dio la clara impresión de que ella pretendía remediar esa situación esa mis ma noche.
La viuda se inclinó hacia él, ofreciéndole una visión ostentosa de sus pechos, que sobresalían de su corpiño en un espectacular escote que, por lo que Nicholas sabía, aturdía a la mayoría de los hombres. Ella le escrutó el rostro con sus ojos color esmeralda, que despedían un brillo lujurioso. Eran exactamente el tipo de mirada y el tipo de mujer en que él debería concentrarse.
Sin despegar la vista de él, ella deslizó discretamente la mano por debajo de la mesa y le acarició el muslo.
—Debe de haber algo que una mujer pueda hacer para llamar vuestra atención, excelencia —murmuró con un susurro sugerente que sólo él alcanzó a oír.
Él no hizo nada para detenerla ni para animarla a seguir adelan te; se limitó a mirarla y a esperar que su cuerpo reaccionara a su con tacto. Ella sacó ligeramente la lengua y se humedeció el labio supe rior, mientras sus ojos le daban a entender el uso que en realidad de seaba dar a su lengua. Sus dedos continuaron explorando, subiendo por su pierna.
Pero en lugar de excitarse, Nicholas no sintió nada. Absolutamen te nada. Esa hermosa mujer, con su cuerpo voluptuoso y su promesa de deleites sexuales, no le provocaba el menor deseo. Llevó la mano debajo de la mesa para atajar sus caricias. En ese preciso instante, su madre se puso de pie en señal de que la cena había terminado.
La condesa de Millham, interpretando erróneamente la razón por la que él había puesto la mano debajo de la mesa, desplegó una sonrisa pícara, mientras se levantaba como todos los demás.
—Hasta después —le susurró al oído mientras las damas se mar chaban en dirección al salón, dejando a los caballeros con sus cigarros. Nicholas se reclinó en su silla, encendió un puro y exhaló una larga voluta de humo aromático. La condesa de Millham le había pro porcionado una oportunidad perfecta y muy necesaria para aliviar el dolor incesante que le atormentaba las partes bajas. Entonces ¿por qué demonios no estaba contento?
Porque ella no era la mujer que deseaba. Profundamente disgustado consigo mismo, le pidió a un criado con un gesto que le sirvie se un brandy, y apuró de un trago la copa del fuerte licor.
Sospechaba que sería una noche espantosamente larga.



Continuará


Niñas aqui les dejo un maraton ya que no actualizare en dos dias, es que la escuela & los examenes estan a la orden del dia u.u Enjoy it!
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Mensaje por jennito moreno Mar 10 Abr 2012, 6:36 pm

ooohhhhh me encantan las maratones :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce:
jajajajajja GRACIAS!!!!! espero que te vaya bn en el estudio
vuelve pronto con mas nove quiero saber que hara nicholas ahora con la insinuacion de la condesa....
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Mensaje por DanieladeJonas Mar 10 Abr 2012, 8:59 pm

hayy me encantaron los capitulos!!!

ya besaron!!!! y que besos!!! :affraid:

hay nonono como la dejas ahi!!!

siguela cuando puedas por que esta

super buena!!! :bounce:
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Mensaje por Daai.Jonas.Lovato Miér 11 Abr 2012, 11:47 am

AAAAAAAAAAAAA, soy una pésima lectora! Perdon por no comentar antes!
Me encanto el maraton, se besaron a Nick le gusta y la rayis se esta enamorando de él akaklajsksjsakljsakj me encanta!
Seguila!
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Mensaje por Karli Jonas Jue 12 Abr 2012, 1:46 am

Waaaaaaaa los caps
Estuvieron perfectos awww
Mi vida Nick se esta enamorando
De la rayis y aun no se da cuenta ahhhh
Plis siguelaaaaaaaa!!

QUIERO MAS!!
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Mensaje por lovely last Jue 12 Abr 2012, 2:07 pm

new readr siguela me gusta ,mucho
lovely last
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Mensaje por Karli Jonas Jue 12 Abr 2012, 11:55 pm

Sube CAP Plis!!
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Mensaje por Daai.Jonas.Lovato Vie 13 Abr 2012, 8:06 pm

Caaaaaaaap !
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Mensaje por Karli Jonas Sáb 14 Abr 2012, 1:42 am

CAP!!
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Mensaje por Daai.Jonas.Lovato Dom 15 Abr 2012, 7:58 am

Queremos un cap! (:
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Mensaje por Karli Jonas Dom 15 Abr 2012, 10:57 am

CAP PLIS
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Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Lun 30 Abr 2012, 9:01 pm

Capitulo 16


_____ entró en su alcoba y apoyó la espalda en la puerta ce rrada, aliviada por haber logrado escapar del salón y del parloteo de las mujeres. Tanto tía Joanna como Caroline se habían mostrado preocupadas cuando ella, alegando dolor de cabeza, se había excu sado para retirarse temprano, pero no se veía capaz de permanecer más tiempo en compañía de los invitados. Había demasiada gente, demasiadas imágenes inconexas que se agolpaban en su mente. Sen tía como si tuviese un cuerpo de tambores martilleándole la cabeza.
Además, estaba él. Resultaba dolorosamente evidente que Aus tin hacía lo posible por evitarla. Apenas había dado muestras de re parar en su presencia antes de la cena, y durante el banquete, cada vez que ella miraba en su dirección desde su extremo de la mesa pa recía absorto en la hermosa mujer de pechos grandes que estaba sen tada a su lado.
Ella había dispensado entonces su atención al vizconde de Farrington y descubierto que compartía su afición por el dibujo. Para su sorpresa, él le dirigió varios elogios floridos y le manifestó su de seo de retratarla. Sin embargo, por más que ella intentara estar pen diente de él, las imágenes vagas e inquietantes que acudían a su men te, así como la presencia del hombre sentado a la cabecera de la mesa, la distraían constantemente.
Después de ponerse el camisón, preparó un remedio para la ja queca y se metió en la cama. Figuras indistintas se arremolinaban en su cerebro, sin que pudiera reconocerlas. Cerró los ojos, esforzándose por ahuyentar esos fantasmas, pero se negaban a marcharse. De pron to le vino a la mente la imagen del rostro de Nicholas, curvando muy despacio las comisuras de la boca hasta desplegar una sonrisa devas tadora. También intentó apartarlo de su mente sin ningún éxito.
¿Qué estaría haciendo él en esos momentos? ¿Estaría con la mu jer que había acaparado su atención durante toda la cena? ¿Estaría tocándola? ¿Besándola?
Un gemido escapó de sus labios. La imagen de Nicholas acariciando a otra mujer le produjo tal dolor que le cortó la respiración, un do lor agravado por el hecho de que no podía hacer nada para reme diarlo. Lo que sentía por él era irremediable.
Del todo irremediable.
A su pesar, Nicholas echó en falta a _____ en el momento en que entró en el salón. Aunque unas dos docenas de personas pulu laban por ahí, era fácil localizarla por su elevada estatura. Repasó la estancia con la mirada y confirmó que ella no estaba presente. De bía de haberse retirado para ocuparse de necesidades personales. Nicholas se dirigió hacia la mesa con las licoreras y logró persuadirse de que su ausencia lo alegraba.
Sin embargo, cuando veinte minutos más tarde ella seguía sin aparecer, empezó a preocuparse. Se acercó a Caroline y le preguntó como de pasada por el paradero de _____.
—No se sentía bien, así que se ha recogido justo después de la cena —le respondió Caroline, estudiándolo con los azules ojos, lle na de interés—. ¿Por qué lo preguntas?
—Por curiosidad, nada más. ¿Está enferma?
—Le dolía la cabeza. Estoy segura de que se encontrará mejor por la mañana, aunque el vizconde de Farrington está destrozado por su ausencia.
Los dedos de Nicholas apretaron la copa con fuerza.
—¿Ah, sí?
—Sí. Está totalmente abatido. Tengo entendido que le ha pedi do permiso a lady Penbroke para venir a visitar a _____.
Un músculo de la mandíbula de Nicholas se contrajo, y tuvo que reprimir un deseo repentino e irrefrenable de infligir daño corporal al vizconde de Farrington.
La curiosidad centelleó en los ojos vivarachos de Caroline. —Espero que el dolor de cabeza de _____ no sea consecuen cia de la aventura que habéis vivido juntos esta mañana, fuera cual fuese. No me habéis contado qué ocurrió.
—Por nada del mundo querría aburrirte con los detalles.
—Tonterías. Me encantan los detalles.
«Me hizo reír. La estreché entre mis brazos. La toqué. La besé. Quiero hacerlo otra vez. Ahora mismo.»
—No hay nada que contar, Caroline.
—Me habría gustado que Robert estuviese aquí para verte cu bierto de barro.
Nicholas se alegraba enormemente de que su hermano menor no hubiese estado presente. Sin duda Robert se habría descoyuntado de risa y después lo habría acribillado a preguntas burlonas.
—¿Cuándo tiene previsto regresar de sus viajes?
—Dentro de unos días —respondió Caroline.
Un criado se acercó con una bandeja de plata sobre la que des cansaba una nota lacrada.
—Un mensaje para vos, excelencia.
Agradecido por la interrupción, Nicholas tomó la nota. Cuando vio la marca distintiva en la cera, se quedó petrificado.
—¿Ocurre algo malo, Nicholas? —le preguntó Caroline.
—Todo va bien —le aseguró él con una sonrisa forzada—. Se trata sólo de una minucia de la que debo ocuparme. Te ruego me disculpes. Salió del salón y se dirigió a su estudio. Una vez allí, cerró la puer ta. Las manos le temblaban mientras deslizaba los dedos debajo del sello fácilmente reconocible del agente de Bow Street cuyos servicios había contratado. ¿Habría localizado a Gaspard?
Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos por unos instantes. Lo que estaba a punto de leer quizá le proporcionaría las respuestas que había estado buscando durante tanto tiempo. Con los dientes tan apretados que le dolían, desplegó la nota y le echó un vistazo, ansioso.
Excelencia:
Tengo información para vos. Con arreglo a nuestro acuerdo, os esperaré junto a las ruinas situadas en el límite norte de vuestra finca.

James Kinney
Nicholas releyó la breve misiva, sujetando el papel de vitela con tanta fuerza que le extrañó que no se arrugara. Kinney era el mejor profesional de Bow Street. No habría viajado hasta Bradford Hall de noche si no tuviese algo importante que comunicarle.
Nicholas guardó la nota en el cajón bajo llave, salió de su estudio y descendió a toda prisa la escalera trasera. Se escabulló de la casa y se encaminó a las cuadras, ocultándose en todo momento en las som bras. Cuando le indicó a Mortlin que ensillase a Myst, el mozo alzó la vista al cielo y se rascó la cabeza.
—¿Estáis seguro de que queréis montar a caballo, excelencia? Se avecina una tormenta. El dolor de las articulaciones nunca me engaña.
Nicholas miró hacia arriba y no vio más que la luna brillante. Si se estuviese fraguando una tormenta tardaría horas en desatarse. Pero daba igual. Nada impediría que se encontrase con Kinney.
—Deseo dar un paseo a caballo. No hace falta que esperes a que regrese. Yo mismo desensillaré a Myst cuando vuelva.
—Sí, excelencia.
Poco después, Nicholas montó de un salto. Hincó los talones en los ijares de Myst y el corcel echó a andar en dirección a las ruinas.
Mortlin lo miró alejarse, frotándose distraídamente los codos doloridos. La rigidez de sus articulaciones había empeorado a lo largo de la tarde, lo que le indicaba que la tormenta en ciernes no tardaría en llegar, probablemente en menos de una hora. Seguro que el duque se había citado con una de sus enamoradas en las rui nas para un achuchón nocturno, aunque Mortlin no acertaba a comprender por qué habrían elegido un escenario tan incómodo para sus escarceos cuando tenía a su disposición todo el lujo de Bradford Hall. Sin duda a la dama en cuestión le gustaban las emo ciones fuertes. Uno nunca podía predecir las acciones de la gente de alcurnia. Se le escapó una risita mientras le deseaba mentalmente a su patrón un feliz revolcón.

_____ despertó sobresaltada, con el corazón golpeándole el pecho.
Estaba empapada en sudor, y sus ruidosos jadeos resonaban en la silenciosa habitación.
Peligro. Él está en peligro.
Pataleó para liberar las sudadas piernas del amasijo de sábanas húmedas. Notaba en su interior una sensación de apremio, y el te rror le aguijoneaba la piel como mil abejas.
Nicholas. Herido. Sangrando
El pánico se apoderó de ella y tuvo que obligarse a respirar hon do para tranquilizarse. Se sentó al borde de la cama, cerró los ojos y se concentró, intentando sacar algo en claro de las vagas imágenes que se arremolinaban en su cabeza.
Una torre de piedra, rodeada por muros en ruinas. Un tiro. Un caballo negro encabritado. Nicholas cayendo, herido. Sangrando.
Muerte.
Un relámpago, seguido de un trueno ensordecedor, la arrancó de sus pensamientos. Tenía que encontrarlo. Intuía que no se hallaba demasiado lejos... pero ¿dónde? Se quitó el camisón con manos tem blorosas y se vistió lo más deprisa posible. Agarró su bolsa de medi camentos, bajó rápidamente las escaleras posteriores y echó a correr hacia las cuadras.

James Kinney iba y venía entre las sombras, cerca de las ruinas, esperando la llegada del duque, ansioso por revelarle sus increíbles y sensacionales descubrimientos. Oyó unas pisadas sobre las piedras que tenía justo detrás y se volvió.
—Excelencia, yo... —Se quedó petrificado, mirando con ceño al hombre que emergía de las sombras—. ¿Quién eres?
Por toda respuesta el desconocido apuntó con una pistola a la sien de James.
—Se le da bien lo de hacer preguntas, especialmente sobre mí, monsieur —dijo el desconocido con un inconfundible acento fran cés—. Ha estado haciéndolas por todo Londres. Ahora quiero que me responda a una: ¿qué información le trae al duque de Bradford?
—Usted es Gaspard.
El francés dio otro paso al frente.
—El duque es un insensato. Debería habérselo pensado dos ve ces antes de contratar a un alguacil para dar conmigo. Vuelvo a pre guntarle, monsieur: ¿de qué información dispone? O me lo dice, o lo mato. —Sonrió y James vio la locura en sus ojos.
Y James supo que, incluso si hablaba, había llegado su hora.

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